Democracia y Derecho Penal en Mexico Una Nota

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DEMOCRACIA Y DERECHO PENAL EN MÉXICO: UNA NOTA1

Miguel CARBONELL2

[...] la prisión fabrica delincuentes, pero los delin-


cuentes a fin de cuentas son útiles en el dominio
económico y en el dominio político. Los delin-
cuentes sirven.
Foucault, Michel, Microfísica del poder.

SUMARIO: I. Introducción. II. Derecho penal y margina-


lidad social. III. La criminalidad del poder y desde el
poder: la corrupción. IV. La pobreza del derecho penal
o el derecho penal contra la pobreza. V. Otro tema pen-
diente: cárceles y readaptación social. VI. De vuelta al
principio: por un derecho penal democrático.

I. INTRODUCCIÓN

Este ensayo se dirige a poner de manifiesto algunos aspectos de las re-


laciones entre el derecho penal y la democracia en México. El objetivo
no es tanto demostrar que un Estado democrático demanda y necesita un

1 Estas líneas han sido redactadas como un homenaje modesto al maestro Sergio García Ramírez.
Poco es lo que puede decirse que no sea ya conocido por todos sobre la personalidad y el papel que
García Ramírez ha tenido en el desarrollo del derecho penal en México. El maestro ha estado en
casi todos los frentes de batalla del derecho penal mexicano. Tanto desde la cátedra como desde la
dirección de varios reclusorios, desde el cubículo de investigador, desde las oficinas de las Procu-
radurías, del Distrito Federal primero y General de la República después, García Ramírez ha sabido
inundar todas sus actividades con su espíritu humanista, imbuido de una fe enorme en las calidades
y posibilidades del ser humano, sobre todo en las del ser humano que delinque. No resulta fácil
entender como en un panorama tan desolador como lo es el del derecho penal mexicano de finales
de siglo puede de pronto surgir una personalidad como la de García Ramírez. Decir que es un ejem-
plo para todos nosotros es decir muy poco. Estamos ante uno de los más grandes penalistas mexi-
canos de todos los tiempos y ante uno de los mejores de toda nuestra América Latina. Ojalá sus
enseñanzas sean pronto recogidas por todos aquellos que tienen como tarea fundamental hacer del
derecho penal un instrumento de promoción y defensa de la dignidad del hombre.
2 Investigador del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM.

DR. © 1998 873


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derecho penal igualmente democrático (lo cual es rigurosamente cierto),


como el de subrayar el hecho contrario de que un mal derecho penal
puede arruinar cualquier democracia. O dicho en otras palabras, se trata
de apuntar algunas cuestiones sobre la función del derecho penal en un
contexto político democrático, pero también en un contexto social —como
el latinoamericano— sumamente fragmentado y en el que coexisten gran-
des acumulaciones de capital al lado de enormes bolsas de pobreza. Junto
a lo anterior, también se dirá alguna cosa sobre el problema de la corrup-
ción, fenómeno por cierto omnipresente en el panorama penal mexicano
(aunque no sólo en él). Para finalizar se intentará esbozar una breve re-
flexión para un eventual replanteamiento del papel del derecho penal en
una democracia.
En México, se corre el riesgo de perpetuar, a través del uso del sistema
penal, una realidad sociopolítica que no puede tener cabida en un Estado
democrático. Me refiero a la reproducción de la lógica autoritaria, ale-
jada de la mirada pública, y que se encuentra al servicio del manteni-
miento y consolidación de posiciones de poder real dentro de la sociedad
mexicana, lógica que durante tantos años se ha mantenido intacta en el
país y que apenas empieza a ser modificada.3
El uso patrimonialista del procedimiento penal (desde la averiguación
previa hasta el juicio de amparo) y del sistema penitenciario por parte de
quienes se supone que tendrían que defender el interés general es una
lacra del pasado que se compagina mal con el advenimiento de la pro-
clamada democracia mexicana.4
Paolo Flores D’Arcais señala que
en contraste con cualquier época precedente, la época moderna (o mejor aún:
contemporánea) puede ser interpretada —ante todo y comúnmente— como
época del desfase; de la diferencia entre lo que se anuncia y lo que se realiza,

3 En la literatura jurídica se ha hecho poco caso de las condiciones del sistema político nacional
para entender y explicar el funcionamiento del orden jurídico nacional; dentro de la vastísima literatura
producida por la ciencia política mexicana, pueden citarse, a modo de ejemplo solamente, Merino
Huerta, Mauricio, La democracia pendiente. Ensayos sobre la deuda política de México, México,
1993, y Meyer, Lorenzo, Liberalismo autoritario. Las contradicciones del sistema político mexicano,
México, 1995. Una crítica a la visión restringida de la doctrina jurídica mexicana —en concreto, la
del derecho constitucional— puede consultarse en Cossío, José R., y Raigosa, Luis, “ Régimen po-
lítico e interpretación constitucional en México” , Isonomía, México, núm. 5, octubre de 1996.
4 La efervescencia y el júbilo provocados por el descubrimiento democrático hecho por un sector
de la opinión pública después de las elecciones del 6 de julio de 1997, por fortuna, ha quedado sólo
en eso: en un jolgorio que no ha evitado que, a los pocos días, sigamos viendo una realidad nacional
que no es, ni mucho menos, un ideal de democracia.
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DEMOCRACIA Y DERECHO PENAL EN MÉXICO: UNA NOTA 875

entre los valores que se bordan en las constituciones y los estandartes, y aque-
llos que se imponen fuera del escenario, en la periferia de lo cotidiano, des-
mintiendo a los primeros.5
Si lo anterior es cierto, y la realidad parece confirmar que efectivamente
lo es, quizá sea en el ámbito del derecho penal donde más notablemente se
produzca el desfase mencionado por Paolo Flores: uno a uno, el derecho
penal de la realidad (no el que nos enseñan en las facultades de derecho ni
el que se describe, con cierta hipocresía, en la mayor parte de libros de
la materia) se ha encargado de desmentir todos y cada uno de los valores
que supuestamente protege. Desde la dignidad de la persona hasta la li-
bertad sexual, desde el derecho de propiedad hasta el de la integridad
corporal, todos y cada uno de estos bienes son afectados, vulnerados o
destruidos en el ejercicio cotidiano del ius puniendi del Estado mexicano.
Si Lorenzo Meyer ha podido decir, con razón, que la cultura cívica de
los mexicanos es más una cultura de súbditos que de ciudadanos,6 parece
razonable sostener que dicha cultura nunca podrá constituir un elemento
de emancipación si no se cambian para mejorar —desde luego— las es-
tructuras a través de las cuales el Estado ejerce la represión. Se trata de
modificar desde los estamentos policiales y militares hasta la función y
el papel de los jueces penales, pasando, obviamente, por ese gran tema
que ninguna administración pública nacional parece atreverse a enfrentar
en serio: el de los reclusorios y cárceles mexicanas.
El fondo de toda la cuestión no es otro más que el recordar algo que,
por ser tan obvio, a veces se olvida: que el Estado y su derecho (inclu-
yendo por supuesto y de forma destacada el derecho penal) encuentran
su sentido y su razón de ser cuando sirven al interés de los individuos
que les dan vida; es decir, hay que volver a recobrar la vieja idea de que
el ser humano debe ser considerado, nada más pero también nada menos,
como un fin en sí mismo, nunca como un medio para atender y proteger
intereses que lo rebasan y que en poco le interesan. Y en esto el derecho
penal, en tanto ordenamiento punitivo y manifestación última del poder
coactivo del Estado, tiene un papel fundamental. Se trata de recordar una
hipótesis, por desgracia hoy contrafáctica, que niega las palabras de Mi-
chel Foucault que encabezan este trabajo: que los presos no sirvan más
5 Flores D’Arcais, Paolo, “ El desencantamiento traicionado” , en Flores D’Arcais, Paolo, et al.,
Modernidad y política. Izquierda, individuo y democracia, Caracas, Venezuela, 1995, p. 13.
6 Meyer, Lorenzo, “ Las presidencias fuertes. El caso de la mexicana” , Revista del Centro de
Estudios Constitucionales, Madrid, núm. 13, septiembre-diciembre de 1992, p. 61.
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que a su propia reinserción; que el sistema penal no sea utilizado para


extender, sin más, el dominio político y el dominio económico existentes.

II. DERECHO PENAL Y MARGINALIDAD SOCIAL

La democracia es un sistema complejo que requiere de un mínimo de


precondiciones para que pueda darse. Del mismo modo que puede decirse
que sin elecciones no hay democracia, es igualmente válido sostener que,
sin apego a ciertas “ reglas del juego” , tampoco la hay.7
Hoy la democracia —y cualquier ejercicio de poder público que en su
nombre se realice— se legitima en tanto mantenga dos condiciones esen-
ciales: respeto a los derechos fundamentales (incluyendo por supuesto,
pero no sólo, todos aquellos que tienen que ver con la elección de los
titulares de los poderes públicos que pueden ser elegidos por voto popu-
lar) y apego al principio de legalidad. Es decir, la democracia y el desa-
rrollo de la política democrática solamente tienen cabida dentro de un
sistema normativo que garantice por igual el gobierno de la mayoría y
el respeto a las minorías. En esto, el constitucionalismo juega un papel
esencial.8
La frontera de lo que es decidible dentro de una democracia que ase-
gura el gobierno de la mayoría no puede quedar, justamente, a lo que
decida esa misma mayoría; por eso, las más modernas Constituciones
—que se encuentran por encima de las mayorías coyunturales que ocupan
temporalmente el Poder Legislativo ordinario y de sus respectivos pro-
ductos normativos—9 dedican buena parte de sus textos a recoger dere-
chos que se establecen, sobre todo, frente a la mayoría; es decir, se trata de
cuestiones que no caen en el ámbito de acción del legislador ordinario.10
Dicho lo anterior, cabe apuntar el hecho de que la crisis económica
de las últimas décadas ha producido un aumento en el porcentaje de per-
7 En este sentido, por ejemplo, Cotarelo, Ramón, En torno a la teoría de la democracia, Madrid,
1990.
8 De hecho, Giovanni Sartori sostiene que, en el ámbito constitucional, lo que preocupa son las
minorías, no las mayorías. Sartori, Giovanni, Teoría de la democracia I. El debate contemporáneo,
Madrid, 1987, p. 170.
9 Sobre esto, entre otros, Aragón, Manuel, “ Sobre las nociones de supremacía y supralegalidad
constitucional” , Revista de Estudios Políticos, Madrid, núm. 50, 1986.
10 Luigi Ferrajoli sostiene que “ la idea de que la democracia consiste únicamente en el consenso
de la mayoría [...]. Conlleva, más allá de la reducción del pluralismo, también la legitimación de la
ilegalidad y del abuso” . Ferrajoli, Luigi, “ El Estado constitucional de derecho hoy” , en Ibáñez,
Andrés Perfecto (ed.), Corrupción y Estado de derecho. El papel de la jurisdicción, Madrid, 1996,
p. 28.
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DEMOCRACIA Y DERECHO PENAL EN MÉXICO: UNA NOTA 877

sonas que se encuentran en situaciones de marginalidad social. Si antes


tenían esa categoría solamente estratos sociales muy identificados, hoy
la marginación alcanza a grandes espectros de la población en América
Latina. Los procesos de creciente marginalización hacen mucho más di-
fícil la actuación práctica de los derechos fundamentales, y cambian el
papel del Estado, que cobra cada vez más funciones de carácter represi-
vo-punitivas. José Eduardo Faria describe la situación con las siguientes
palabras:

[...] con la globalización, los “ excluidos” del sistema económico pierden pro-
gresivamente las condiciones materiales para ejercer sus derechos fundamen-
tales, pero no por eso están dispensados de las obligaciones y deberes esta-
blecidos por la legislación. Con sus prescripciones normativas, el Estado los
integra en el sistema jurídico básicamente en sus vertientes marginales —esto
es, como deudores, invasores, reos, transgresores de toda clase, condenados,
etc.—. Ante la ampliación de la desigualdad, las bolsas de miseria, la crimi-
nalidad y la propensión a la desobediencia colectiva, caben así al Estado [...]
funciones eminentemente punitivo-represivas. Para eso, viene cambiando el
concepto de intervención mínima y última del derecho penal, volviéndose
cada vez más simbolista, promocional, intervencionista y preventivo, median-
te la difusión del miedo entre su clientela [los excluidos] y el énfasis en una
pretendida garantía de seguridad y tranquilidad social.11

La lógica del juego mayoría-minorías se rompe si esas minorías son


excluidas de facto de las posibilidades de participación en el circuito pú-
blico de deliberación y decisión. El “ principio de la mayoría” no debe
convertirse en un mera reproducción aritmética que sea resultado de la
emisión del sufragio, sino un vínculo democrático sustancial que permita
la eventual alternancia de los grupos gobernantes.12

11 Faria, José Eduardo, “ La globalización y el futuro de la justicia” , trad. de Carlos López Keller,
Jueces para la democracia. Información y debate, Madrid, núm. 29, julio de 1997, p. 92; en la
misma revista puede consultarse Gallego García, Gloria M., “ El tratamiento jurídico-penal del menor
en Colombia” , pp. 94 y ss., donde se sostienen argumentos parecidos a los que expone Faria.
12 Como dice Carl Schmitt, “ el método de formación de la voluntad por la simple verificación
de la mayoría tiene sentido y es admisible cuando puede presuponerse la homogeneidad sustancial
de todo el pueblo. En este caso, la votación adversa a la minoría no significa una derrota para ésta,
sino que el escrutinio permite simplemente poner al descubierto una concordancia y una armonía
anteriores y que existían de forma latente [...]. Si se suprime el presupuesto de la homogeneidad
nacional indivisible, entonces el funcionalismo sin objeto ni contenido, resultante de la verificación
puramente aritmética de la mayoría, excluirá toda neutralidad y toda objetividad; será tan sólo el
despotismo de una mayoría cuantitativamente mayor o menor sobre la minoría vencida en el escru-
tinio y, por tanto, subyugada. Entonces se acaba la identidad democrática entre gobernantes y go-
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En este contexto de marginalización y contraintegración, al derecho


penal le cabe una función más digna que la mera represión de los exclui-
dos. Le cabe la tarea, justamente, de la defensa de los vínculos sociales, de
los valores sustantivos de la comunidad y de la readaptación y reinserción
social de los que han roto esos vínculos y atacado esos valores.
En México, en un contexto social parecido al que acaba de describir-
13
se, no existe una interpretación y una aplicación del derecho igual para
todos los habitantes, sino que se dan aplicaciones particularizadas que
van en relación directa con el poder que tengan los que intervienen en
los juicios (o en los procedimientos meramente administrativos), ya sea
por sí mismos o por su relación con personas influyentes.14
Quizá valga la pena recordar, para cerrar este apartado, las palabras de
Eugenio Raúl Zaffaroni, quien al referirse a los grandes problemas del
derecho penal de finales de siglo apunta lo siguiente:

El derecho penal dejará de vender ilusiones, de convertirse en el sencillo ex-


pediente de los organismos políticos para que éstos aumenten su clientela de-
magógicamente creando la apariencia de soluciones, cuando sólo crean pape-
les que tienen el doble efecto de ocultar los problemas y despreocuparse por
la búsqueda de soluciones reales, haciendo recaer el poder que a partir de
ellos aumenta su arbitrariedad sobre los más desprotegidos y carentes del pla-
neta: en nuestro caso, los más pobres de las sociedades pobres. Los penalistas

bernados, entre los que mandan y los que obedecen; la mayoría manda y la minoría tiene que obe-
decer. Incluso dejará de existir la aditividad aritmética, porque razonablemente sólo puede sumarse
lo homogéneo” . Schmitt, Carl, Legalidad y legitimidad, Madrid, 1971, pp. 42-43. Ernesto Garzón
Valdés recuerda que no solamente México, sino muchos otros países de América Latina “ presentan
graves asincronías en su progreso social, con una muy acusada diferencia cultural, racial y económica
entre sus habitantes” . Garzón Valdés, Ernesto, “ Las funciones del derecho en América Latina” , en
Garzón Valdés, Ernesto, Derecho, ética y política, Madrid, 1991, p. 204.
13 Tenemos en el país condiciones de pobreza no solamente muy extendidas, sino crecientes. La
pobreza ha aumentado desde 1990. Si en ese año había un 19.9% de la población dentro de la pobreza
moderada y un 11.3% en la pobreza extrema, para 1995 los porcentajes eran de un 22.3% y un
11.8% respectivamente, de acuerdo a las cifras del Informe de 1997 del Banco Interamericano de
Desarrollo. El 56% no satisface sus necesidades básicas mínimas de alimentación y esa cifra sube
hasta el 75% en el caso de los indígenas. Siete millones de niños padecen algún grado de desnutri-
ción. Todas estas cifras pueden consultarse en la revista Sociedad y municipio mexicano, núm. 7,
noviembre de 1997, pp. 17 y ss.
14 “ La aplicación particularista de la ley adquiere graves consecuencias ante las profundas desi-
gualdades sociales y la heterogeneidad social que existen en México” . Gordon, Sara, “ Equidad y
justicia social”, Revista Mexicana de Sociología, México, núm. 2, abril-junio de 1995, p. 182, y Car-
bonell, Miguel, “ Constitución y realidad política: notas sobre el caso de México” , Propuesta. Pu-
blicación semestral de la Fundación Rafael Preciado Hernández, México, año 2, núm. 4, febrero
de 1997, p. 149.
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DEMOCRACIA Y DERECHO PENAL EN MÉXICO: UNA NOTA 879

deben aprender a enseñar a las sociedades que ningún problema demasiado


grave puede dejarse en sus manos.15

III. LA CRIMINALIDAD DEL PODER Y DESDE EL PODER: LA CORRUPCIÓN

Un tema del que ya ningún estudio de derecho penal mexicano puede


prescindir es el de la omnipresente corrupción. La corrupción no es, desde
luego, una nota exclusiva del sistema penal; antes bien parece ser uno
de los signos distintivos del régimen posrevolucionario mexicano.16
La corrupción ha producido la creación de un infraestado que actúa
de forma paralela al desempeño de las estructuras estatales formales, y
que se rige por sus propias reglas. Se trata, siguiendo a Ferrajoli cuando
hace una descripción del Estado italiano actual, de un Estado clandestino,
“ dotado de sus propios códigos y tributos, organizado en centros de po-
der ocultos, destinado a la apropiación privada de la cosa pública y re-
corrido secretamente de recurrentes tentaciones subversivas” .17
La corrupción afecta profundamente a la democracia, porque supone
su falseamiento más profundo. La vacía de contenido, porque hace ino-
perativos en la práctica todos los mecanismos de control diseñados para
verificar la legalidad de los actos del poder público: resquebraja todas
las reglas del juego democrático.18
La corrupción rompe con todos los presupuestos con los que se opera
desde la ciencia jurídica. Empezando por uno de los principales: aquél
que supone que las normas jurídicas se aplican en la realidad (o que se
aplican de forma imparcial y de acuerdo con los valores que efectiva-
mente buscan resguardar).
Otro presupuesto que se rompe con la corrupción es el de la igualdad.
Si la Constitución prevé la igualdad de todos en el disfrute de los derechos
fundamentales y ante la ley (artículos 1o. y 13, entre otros), la corrupción
destruye ese presupuesto porque, ante un contexto corrupto, siempre ob-
tiene mayores beneficios quien cuenta con más recursos para repartir: se

15 Zaffaroni, Raúl Eugenio, “ Tendencias finiseculares del derecho penal” , en Soberanes, José
Luis (comp.), Tendencias actuales del derecho, México, 1994, p. 172.
16 Vid., por ejemplo, Morris, Stephen D., Corrupción y política en el México contemporáneo,
México, 1992; así como el núm. 23, de octubre de 1996 de la revista Bien común y gobierno, mo-
nográfico sobre la corrupción.
17 Farrajoli, Luigi, op. cit., nota 10, p. 16.
18 En el mismo sentido, Nieto, Alejandro, Corrupción en la España democrática, Barcelona,
1997, pp. 263 y ss.
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da un acceso privilegiado a todos los servicios públicos (incluyendo el


de administración de justicia) por parte de aquellos que cuentan con los
recursos suficientes para poder pagar por ellos.
Los efectos perversos del trato desigual propiciado por el mal uso de
los poderes públicos se multiplica cuando la riqueza se encuentra tan mal
repartida como en México, donde los excluidos del sistema no tienen,
literalmente, ninguna posibilidad de triunfo si, una vez caídos en las redes
del sistema penal, se enfrentan con intereses que los superan en cuanto
a sus posibilidades económicas.
El estudio y combate de la corrupción se enfrenta con varios obstácu-
los considerables. En primer lugar, es difícil estudiar por qué sobre ella
no hay estadísticas o información oficial corroborable. Se trata de acti-
vidades que, desarrolladas en la clandestinidad, normalmente sólo pueden
ser conocidas de forma completa por quienes participan en ellas. Además,
si respecto de otros países se ha podido decir que la elaboración teórica
sobre el tema de la corrupción es claramente insuficiente,19 en México
—por las propias características del régimen y a veces por los intereses
particulares de los propios teóricos— ni siquiera puede hablarse de insu-
ficiencia; sería más correcto hablar prácticamente de inexistencia20 (aun-
que con señaladas y meritorias excepciones).
Pero la corrupción no solamente se ha propiciado por un conjunto de
actitudes e intereses en torno al uso del sistema penal, sino que también
se ha fomentado desde las propias normas jurídicas y desde su interpre-
tación judicial. Basta recordar el reconocimiento como prueba plena de
la confesión que durante tantos años caracterizó el enjuiciamiento penal
mexicano y sus nefastas consecuencias en forma de torturas y tratos de-
nigrantes por parte de las policías judiciales.
Un sistema jurídico claro, que deje poco espacio a la ambigüedad o a
interpretaciones que pueden dar lugar a manejos discrecionales por parte
de los operadores jurídico-penales, es un marco que propicia mucho me-
nos la corrupción. En este sentido, parece evidente que si una técnica
legislativa correcta es un imperativo para cualquier forma de legislación,
lo es más en el caso del derecho penal.

19 Ibidem, p. 14.
20 Me refiero, desde luego, a estudios serios de carácter jurídico-administrativo, no ha aquellos
que se elaboran con carácter de denuncia desde el ámbito más bien periodístico.
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DEMOCRACIA Y DERECHO PENAL EN MÉXICO: UNA NOTA 881

Por otro lado, no es menos evidente que, como señala Brecht, “ la mo-
ral comienza con el estómago lleno” ,21 de modo que una forma conse-
cuente de abatir —que no eliminar— la corrupción es disponer de suel-
dos decorosos para los funcionarios penales y penitenciarios.22
Con todo, el combate a la corrupción pasa por una remoralización de
los funcionarios públicos, y por el entendimiento de que la política es
también ejemplo para la sociedad, de modo que, si se elimina la percep-
ción social de que los políticos son corruptos, es probable que la propia
sociedad empiece también a rechazar con mayor contundencia las prác-
ticas corruptas.
Además de todo lo anterior, también es cierto que cabe reivindicar a
la democracia como el gobierno de lo público en público; es decir, sin
publicidad de los actos del poder público no hay democracia.23 En el caso
del derecho penal mexicano, el panorama parece ser más bien opaco,
cuando no francamente oscuro. Hacer del derecho penal y de su práctica
una labor transparente a la opinión pública puede ser también una forma
de combate a la corrupción.

IV. LA POBREZA DEL DERECHO PENAL O EL DERECHO PENAL


CONTRA LA POBREZA

Intentar una política criminal con la única arma de la represión es una


cuestión que, si no fuera profundamente peligrosa, sería sencillamente
inocente (por inútil).
Pedir que, en un contexto estatal en el que la violencia y la corrupción
se han auspiciado por siglos desde el poder público, sea ese mismo poder
público el que, desde la amenaza y la represión venga a querer cambiar
un orden centenario de cosas es pedir demasiado.
Cuestión distinta es que, desde una óptica global de combate a la de-
sigualdad y de búsqueda de la integración social, no del delincuente, sino
simplemente del excluido —en cualquiera de sus formas y modalidades
(desde minorías sexuales y étnicas hasta grupos políticos marginales)—

21 Cit. por Nieto, Alejandro, op. cit., nota 18, p. 64.


22 Aunque también hay que decir que las nuevas formas de delictuosidad ponen en riesgo cual-
quier posibilidad de remuneración decorosa para los funcionarios públicos. Por ejemplo, en el caso
del narcotráfico, es evidente que los sobornos de los narcotraficantes siempre podrán superar con
creces los sueldos públicos, por altos que estos sean.
23 En este sentido, Bobbio, Norberto, El futuro de la democracia, trad. de José F. Fernández
Santillán, México, 1994.
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se cree una política criminal congruente, en primer lugar, con los dere-
chos fundamentales. Y para ello no es necesario ir muy lejos; si la propia
Constitución confecciona el marco del ius puniendi del Estado, es ella
misma la que también proporciona los elementos para una política de la
igualdad y la integración. En efecto, los artículos 25 y 26 constitucionales
disponen la obligación del Estado de fomentar el empleo y redistribuir
la riqueza. De igual forma, el artículo 123 prevé la asignación de un sa-
lario mínimo que satisfaga las necesidades de una familia.
Claro que para llevar a la realidad lo dispuesto por los artículos 25,
26 y 123 (entre otros) harían falta por lo menos dos cosas: la primera es
que en esa parte la Constitución fuera normativa, es decir, que si sus
preceptos son violados existiera algún medio eficaz para llevar a cabo la
reparación o la exigencia de responsabilidad correspondientes; en segun-
do lugar, haría falta que todos los operadores jurídicos se tomaran en serio
la Constitución, sobre todo que los que ocupan el poder público se sintieran
mucho más “ comprometidos” con los mandatos constitucionales.24
En este aspecto, no toda la responsabilidad le cabe a los poderes pú-
blicos. Creo que es muy importante subrayar el papel de los medios de
comunicación. Si pudiera parecer que el Estado mexicano ha iniciado un
trayecto firme de transición democrática, es seguro que esa transición
apenas se ha reflejado en los medios de comunicación.
Los medios magnifican el aspecto punitivo, represor, del Estado. En
lugar de señalar abusos, se limitan a dar cuenta de los operativos poli-
ciales, dedicando buena parte de su tiempo a la reseña, si acaso, de al-
gunos casos famosos, pero olvidando a esos miles de justiciables anóni-
mos que habitan las salas de detención de las Procuradurías de Justicia
o que se encuentran recluidos en las cárceles y reclusorios de la república.
Una sociedad civil vigilante, activa y comprometida con la defensa de
los derechos fundamentales (que son derechos de todos, no hay que ol-
vidarlo) es un componente esencial de una política criminal congruente
con un sistema democrático. No hay política (o al menos, política demo-
crática) sin participación, y la política criminal no es la excepción.

24 No hay que olvidar, sin embargo, que, tal como lo manifiesta Ferrajoli, “ tomar en serio la
Constitución, es hoy, siendo realistas, la única clase de batalla democrática [...] que puede llegar a
ganarse” . Farrajoli, Luigi, op. cit., nota 10, p. 29.
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DEMOCRACIA Y DERECHO PENAL EN MÉXICO: UNA NOTA 883

V. OTRO TEMA PENDIENTE: CÁRCELES Y READAPTACIÓN SOCIAL

De entre los muchos temas pendientes que tiene que resolver el dere-
cho penal mexicano, uno de los más destacados quizá sea el de las cár-
celes y, junto con él, el de la readaptación social.25 Se trata de un tema
que no solamente afecta al derecho penal, sino que debería preocupar a
todos los estudiosos de la ciencia jurídica nacional. La razón es bien sen-
cilla: la frontera última de la coerción estatal (coerción que es una de las
notas esenciales del sistema jurídico contemporáneo) no está cumpliendo
con la función que se le asigna dentro del ordenamiento; es decir, las
sanciones corporales no están sirviendo para eso que nos dice la Consti-
tución que deben servir.26 Y todo ello representa un reto mayúsculo no
solamente para los penalistas, sino también para los filósofos del derecho
y, en tanto la readaptación social es un mandamiento constitucional, para
los constitucionalistas.
En este contexto, seguir explicando la lógica de un sistema jurídico
sobre el funcionamiento hipotético de una sanción corporal que sirve —en
teoría— para readaptar, puede ser cualquier cosa menos un análisis rigu-
roso de lo que acontece en la realidad.27
Ahora bien, dejando de lado los pruritos académicos que acaban de
mencionarse —los que parecen no quitar el sueño a los teóricos, si se
piensa en el poco interés que han suscitado los espacios para la reclusión
fuera del ámbito estrictamente penal y aún dentro de éste—, el tema de
las cárceles tiene que ver con el propio modelo de sociedad que queremos
para el futuro. En efecto, si queremos una sociedad incluyente, integra-
dora, comprometida con ciertos valores, no podemos dejar de poner aten-
ción en las instituciones que deben encargarse de “ readaptar” a aquellos
que transgreden la normatividad social.

25 Sobre la readaptación social puede consultarse, de lo último que se ha escrito sobre el tema,
Peláez Ferrusca, Mercedes, “ Algunas reflexiones sobre la readaptación social” , Criminalia, México,
núm. 2 de 1997 con abundantes referencias bibliográficas adicionales.
26 El artículo 18 constitucional señala con claridad el fin de la pena privativa de libertad: la re-
adaptación social sobre la base del trabajo, la capacitación para el mismo y la educación. Sobre ese
artículo, es clásico el trabajo de García Ramírez, Sergio, El artículo 18 constitucional, México, 1976.
27 Y no hay que olvidar que, al no contar con un discurso racional que lo legitime, el poder del
Estado para mantener el ejercicio del ius puniendi se va diluyendo; como escribe Zaffaroni, “ el
poder requiere siempre cierto discurso que lo legitime, y a medida que éste pierde nivel de pensa-
miento, es sustituido por otros de menor nivel, lo que precipita al Estado cada vez más en la irra-
cionalidad hasta debilitarlo totalmente” . Zaffaroni, Raúl Eugenio, op. cit., nota 15, p. 169.
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884 MIGUEL CARBONELL

Sin embargo, lo cierto es que las cárceles preocupan poco a la socie-


dad, pero preocupan aún menos en el ámbito del poder público. La razón
es bien sencilla: las cárceles no dan votos; invertir en una cárcel, disponer
condiciones higiénicas y asistenciales óptimas, capacitar y remunerar
adecuadamente al personal penitenciario, etcétera no interesa a los polí-
ticos porque no les da lucimiento ante la opinión pública. Es raro, por
no decir casi inédito, que en el programa de campaña de algún partido
político se toque el tema de las cárceles (más raro aún, dicho sea de paso,
es que se toque el tema de los espacios alternativos de reclusión como
los centros psiquiátricos o las correccionales de menores).

VI. DE VUELTA AL PRINCIPIO: POR UN DERECHO PENAL DEMOCRÁTICO

Lo que brevemente se ha apuntado en los apartados anteriores no per-


mite adoptar una actitud optimista respecto de la situación que guarda el
derecho penal en México; sin embargo, creo que empezar a plantear los
problemas en su justa dimensión puede ser una buena forma de comenzar
también a encontrar soluciones para esos problemas. Ante una realidad
“ genocida” ,28 los planteamientos teóricos deben ser algo más que meras
reseñas disimuladamente críticas de las incesantes reformas legislativas.
Quizá sea tiempo de emprender una revisión global del sentido y la fun-
ción del derecho penal en el modelo de sociedad que México quiere de
frente al siglo XXI. Dicha revisión, si en verdad quiere ser global, tiene
que superar el encuadramiento restringido de las normas penales para
buscar soluciones a través de medios que van más allá de la mera nor-
matividad.
Me parece que ningún derecho penal puede ser viable sin vincularse
de forma sustancial (no meramente formal) con los derechos fundamen-
tales y con los valores que estos derechos protegen. Hacerlo de otra for-
ma, dejaría al derecho penal desarmado en su carga axiológica. Para de-
cirlo con las palabras de Peter Haberle,
No se debe considerar al Derecho Penal sólo como un “ arma” a disposición
de la comunidad. Se debería, más bien, intentar establecer una relación íntima,
sustancial y fecunda entre aquél y los titulares de los derechos fundamentales
llamados en causa [...]. La condena en el proceso penal es algo más que el
simple “ cumplimiento de una condición” al cual el Estado ha vinculado el ejer-

28 El término es de Zaffaroni. Idem.


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DEMOCRACIA Y DERECHO PENAL EN MÉXICO: UNA NOTA 885

cicio del propio poder [...]. El Derecho penal está dado, a menudo, para hacer
operativos los valores que son objeto, a su vez, de los derechos fundamen-
tales [...]. Si se le pregunta sobre el sentido y el fin de las leyes penales ad-
misibles constitucionalmente —y para definir los límites admisibles para los
derechos fundamentales se debe razonar de ese modo— se puede demostrar
sin duda que el fin que se propone realizar el Derecho penal no solamente no
es contrario a los derechos fundamentales, sino que opera en favor de estos,
y por eso también en favor del individuo mismo.29
Ahora bien, en el ámbito de la mera legalidad, como ya se mencionaba
párrafos atrás, se debe ser muy cuidadoso con la técnica legislativa em-
pleada en el diseño de las instituciones penales. La meta debe ser buscar
una legislación compacta, bien articulada, pulcra en sus expresiones lin-
güísticas que mantenga en un solo cuerpo legal toda (o una inmensa ma-
yoría) la materia penal mexicana.
Finalmente, para regresar al ámbito de la teoría, creo que una actitud
más crítica de la doctrina iuspenalista mexicana hacia los actos de repre-
sión que se ejercen desde el poder puede en mucho ayudar a construir
un derecho penal funcional para una democracia:

A denunciar las múltiples falacias e injusticias que se ocultan bajo los proce-
sos de criminalización, persecución penal y castigo deben orientarse los es-
fuerzos de los estudiosos comprometidos con la libertad y la democracia a
fin de implantar una política criminal alternativa o, mejor, una política alter-
nativa al sistema penal.30

29 Haberle, Peter, La libertad fundamental en el Estado constitucional, trad. de Carlos Ramos,


Lima, 1997, pp. 79-80.
30 Gallego García, Gloria M., op. cit., nota 11, p. 103.
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