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TERCERA PARTE

Nación y globalización
El desplazamiento de los espacios de la autenticidad.
Una mirada desde la música

Ana María Ochoa

Hay relatos que cargan con el sentido de nuestra existencia. Uno de


ellos, estrechamente ligado al devenir de los ojos con que miramos
las manifestaciones artísticas a nuestro alrededor, ha sido el de la au-
tenticidad, palabra que ha cobrado renovado vigor en el mundo de
las músicas populares urbanas contemporáneas. Hablan de autenti-
cidad los roqueros, especialmente los del llamado rock alternativo;
hablan de autenticidad los jóvenes que van a llenar masivamente las
discotecas de baile en las afueras de Londres; hablan de autenticidad
aquellos que producen y consumen las músicas de diferentes regio-
nes del planeta, hoy comercializadas mundialmente bajo el rubro de
world music, y también los músicos desconocidos de las regiones que
buscan afianzar su cultura mediante procesos políticos de recupera-
ción cultural. Y, así, la lista podría seguir. Probablemente, el valor de
mayor importancia adscrito a la música popular hoy en día es el de la
autenticidad1. Y lo interesante es que se hace presente como valor
fundamental en manifestaciones musicales de muy diversa índole, que
jamás hubiéramos imaginado asociadas a esta noción.

' Véase Sarah Thornton, Club Cultures: Music, Media andSubcultural Capital.
Hanover and London, Wesleyan University Press, 1996.
ANA MARÍA OCHOA
2 5o

Una de las dimensiones más fascinantes y complejas de la


globalización es la manera como se entrelazan viejos y nuevos mo-
dos de habitar el mundo. Es aquí donde observamos que, lejos de
haber un relato lineal que nos lleva del mundo tradicional al mo-
derno al contemporáneo, o del canto comunitario del ritual al ma-
sivo del rock, lo que encontramos es una polifonía de voces y saberes
mediados por las nuevas tecnologías y ofrecidas al público, en la
mayoría de los casos, por las estructuras de la industria cultural. Lo
interesante del traslado del relato de la autenticidad -históricamen-
te ligado al folclor o a las músicas eruditas— hacia las músicas masi-
vas es, precisamente, el modo como interactúan tecnologías, mer-
cados e imaginarios, de tal manera que estos géneros musicales nos
proveen claves sobre las relaciones de poder entre nuevas subjetivi-
dades y estructuras de la industria y el mercado.
Voy a escoger sólo dos de los relatos de lo auténtico para tomar-
los como punto de partida para pensar la relación entre subjetivida-
des y mercado: el que nace desde el rock y el de las músicas del
mundo. Empiezo con el primero.
Cada época en la historia del rock ha traído consigo su propio
relato de autenticidad2. Desde el rhythm and blues, pasando por el
inicio de los Rolling Stones, que se posicionaron rápidamente como
una imagen más rebelde que la que ofrecían los Beatles, hasta el
movimiento punk, al rock alternativo de finales de los años ochen-

2
Este fragmento recoge elementos presentados por diversos textos sobre au-
tenticidad en el rock. Véase " T h e Magic that can set you Free': The Ideology of
Folk and the Myth ofthe Rock Community", en Popular Music, 1, 1981, 159-168;
Simón Frith, "Art versus Technology: The Strange Case of Popular Music", en
Media, Culture andSociety, vol. 8, 1986,263—79; Theodore Gracyk, "Romanticizing
Rock Music", en Rhythm and Noise: An Aestehtics ofRock, Durham and London,
Duke University Press, 1996 y Sarah Thornton, op. cit.
El desplazamiento de los espacios de la autenticidad
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ta y el rock en español de la actualidad, se habla -según los térmi-


nos históricos que caractericen el momento- de los diferentes ele-
mentos que componen lo que ha llegado a constituirse en la mito-
logía de la autenticidad en el rock. Estos elementos son sorpren-
dentemente similares a los que históricamente se asociaban con la
autenticidad en el folclor. N o es casual que a finales de los años
sesenta, el rock fuera llamado "la música folclórica de nuestro tiem-
po"\
Los argumentos que movilizan tanto los consumidores como
la industria y los artistas para sustentar la autenticidad del rock son:
primero, es una música que crea comunidad; en este caso, la comu-
nidad de jóvenes. Esta comunidad se define no tanto por su rela-
ción cara a cara, sino por compartir una serie de gustos y sensibili-
dades; segundo, es una música que alude a una experiencia definida
como verdadera, en donde son esenciales aspectos tales como la es-
pontaneidad, la verdad de los sentimientos (frente a la falsedad que
ellos ven en la música pop, por ejemplo) y la intensidad de la expe-
riencia vivida en la relación entre artistas y público.
El rock siempre ha sido un género que se define en contra del
orden establecido. Su historia aparece como una secuencia conti-
nua de "nuevos" retos contestatarios. Como bien nos lo dice Simón
Erith, el rock and roll, los rhythm and blues y el punk fueron vivi-
dos y experimentados sucesivamente como formas más verdaderas
que las formas del pop contra las cuales se definieron"4. Este naci-
miento contestatario de los géneros que componen el rock frecuen-
temente está seguido de denuncias agresivas de "vendidos" a los

3
Frith,o/). «>., 1981.
4
Frith. op. cit., 1986.
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grupos que componen estas tendencias, cuando se integran al mer-


cado masivo. La historia del rock aparece como un vaivén entre el
surgimiento de grupos contestatarios y su conflictivo ingreso al
mercado masivo, movimiento que es visto como una traición al sen-
timiento de autenticidad. Es, tal vez hoy, el rostro cambiante del
movimiento del rock en español, a medida que sus discos se posi-
cionan estratégicamente en el mercado global y en MTV.
Entre su ideología rebelde, su intensidad de sentimiento y su
presencia masiva y millonaria en el mercado, el rock tiene una pa-
radoja permanente, fuente de no pocas angustias para creadores y
consumidores, y de mucho dinero para la industria musical: aquí
la rebeldía rápidamente se convierte en fetiche.
El otro elemento contra el cual históricamente se ha posicionado
el rock es, paradójicamente, la tecnología, definida en muchos ca-
sos como la responsable de la sensación de alienación. Así, uno de
los grandes valores en la historia del rock es la presencia del cantan-
te en vivo, su teatralidad. Las denuncias son contra aquellos espec-
táculos que se han vuelto excesivos en su utilización de tecnología.
Estas denuncias prevalecieron entre las décadas de los años cincuenta
a los ochenta, pero han ido cediendo, en algunos casos, a medida
que el estudio de grabación se vuelve una fuente de creación cada
vez más central para las músicas populares urbanas. Sin embargo,
un programa como "Unplugged", que busca presentar a los can-
tantes sin la intermediación de lo tecnológico, se revierte precisa-
mente a esta ideología.
Lo paradójico es que los efectos musicales que se utilizan para
construir el lenguaje emotivo de la música popular, clave de su afian-
zamiento como espacio de construcción de nuevas identidades, fre-
cuentemente se hacen posibles gracias a las nuevas tecnologías. El
micrófono, por ejemplo, ha jugado un papel decisivo en la cons-
El desplazamiento de los espacios de la autenticidad
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trucción de una carga afectiva en el canto popular, al hacer del su-


surro erótico y privado un ingrediente del espectáculo masivo. Y,
más recientemente, son las nuevas tecnologías de grabación las que
le han abierto las puertas al surgimiento de grupos independientes
y de nuevos géneros musicales como el de rock en español, el rap y
otras músicas.
Debido a su carga afectiva y a su posición contestataria, el rock
se define como generador de una sensación de libertad que se cons-
truye sobre la acentuación de lo emocional y de lo físico como ele-
mentos claves de interacción y de percepción musical. El rock es
vivido como algo genuino, verdadero, espontáneo, intenso, y lo es
desde las emociones y desde el cuerpo. Por ello, el objeto de culto
no es el objeto de arte, sino el artista mismo que adquiere el aura de
representatividad de esa autenticidad frente a los consumidores. El
"impulso racionalizador del espacio urbano" contrasta notoriamente
con la construcción afectiva, profundamente mitológica, de la más
urbana de las músicas. Walter Benjamín esperaba que la "repro-
ducción mecánica emanciparía el objeto de arte de su dependencia
parasitaria en el ritual" 3 . Lo que Benjamín tal vez no alcanzó a
vivenciar fueron las formas como los viejos relatos de culto y de ri-
tual se incorporan a los nuevos relatos de producción y de consumo
artístico, aunque sí advirtió el peligroso traslado del objeto de culto
de la obra de arte al ídolo 6 .

3
Walter Benjamín, "The Work of Art in the Age of Mechanical Reproduction",
en Illuminations, New York, Schocken Books, 1968.
6
En años recientes, y debido a la creciente importancia del estudio de graba-
ción como espacio de creación musical, el disco ha ido adquiriendo más valor de
culto. Véase Sarah Thornton, op. cit.
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Los diferentes ingredientes que constituyen la noción de au-


tenticidad que se desprenden del rock nos remiten inevitablemente
a dos relatos históricos de lo auténtico. El primero, aquel construi-
do por los folcloristas desde el siglo XVIII y en el cual se valoran
dos elementos fundamentales. Uno social: el folclore como expe-
riencia de comunidad, contrastante con el individualismo alienan-
te de la sociedad ilustrada y determinada por la noción de progre-
so. Otro subjetivo: la espontaneidad y la emotividad - a diferencia
de la racionalidad letrada- como garantía de la experiencia de ver-
dad, que contrastaba con el entonces creciente mundo racional y
desencantado de la sociedad industrial. Desde el folclore, además,
siempre se dio una lucha de oposición entre tradición y moderni-
dad, como elemento fundamental de su autenticidad, lucha que vie-
ne a posicionarse paradójicamente en el relato roquero en su crítica
y rechazo a la industria masiva y a la tecnología, como garantías de
presencia de lo genuino. A su vez, este relato de lo genuino nos
remite además a la originalidad como valor fundamental, relato que
se construyó fundamentalmente desde el romanticismo en relación
con las músicas eruditas'.
De esta noción de autenticidad generada por los roqueros quiero
señalar dos aspectos. El primero es que las paradojas que se develan
en la deconstrucción de este relato, sobre todo las relacionadas con
la industria masiva y la tecnología, son profundamente significati-
vas. Deconstruidas y a la luz del día, parecen cargadas de ingenui-
dad. Pero lo que hay aquí no es una simple ceguera ante la realidad
por parte de los consumidores, tal como lo analizan algunos críti-

' Véase Regina Bendix, In Search ofAuthentidty: The Formation of folklore Studies.
Madison, The Univeristy of Wisconsin Press, 1997.
El desplazamiento de los espacios de la autenticidad
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eos del rock como Theodore Gracyk, al colocar ejemplo tras ejem-
plo de cómo la industria disquera no sólo ha explotado comercial-
mente la imagen de rebeldía y alienación del rock, sino que ade-
más han participado en su construcción 8 . Lo que hay, más bien, es
una búsqueda profunda de sentido de vida, una necesidad de
"reencantamiento del mundo" 9 mediada por el gran aparataje de la
industria masiva y la tecnología. El poder de lo político reside aquí
de maneras conflictivas en los modos como se movilizan los proce-
sos de identificación al ritmo de las grandes trasnacionales: es esta
presencia en el mercado la que ha constituido al rock en un relato
mundial de diferencia construido desde los jóvenes; es esta misma
presencia la que generalmente desmiente ese relato. Así, este espa-
cio de autenticidad se constituye desde la profunda paradoja que
frecuentemente nos presenta la música: la de ubicar el terreno de
las identificaciones en el terreno de lo comercial. Aquí el mercado
es "un [conflictivo] lugar de reconocimiento" 10 .
Pero, ¿y qué pasa con otros relatos de autenticidad? Tomaré el
de world music (las músicas del mundo) con el objetivo de generar
contraste y complementar la visión de autenticidad que nos dan los
roqueros. A diferencia del rock que se define desde su contradicto-
ria relación con la industria masiva, la música del mundo se define
desde el espacio-mundo o desde el espacio global, tal como su mis-
mo nombre nos lo indica. Los discos y disqueras producidos bajo
este rubro nos invitan a un "paseo por los sonidos del planeta", y

8
Gracyk, op. cit.
9
Jesús Martín Barbero, "Secularización, desencanto y reencantamiento mass-
mediático", en Pre—Textos: Conversaciones sobre la comunicación y sus contextos. Cali,
Universidad del Valle, 1995, 177-192.
10
Renato Ortiz, Comentario a la ponencia, septiembre 18, Bogotá.
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los nombres de los conciertos y de las producciones nos hablan de


esta imaginación planetaria: está el proyecto Planet Drum (Planeta
Tambor), dirigido por Micky Hart; o Global Spirít (Espíritu Glo-
bal), el título de uno de los conciertos que organiza WOMAD, la
organización que dirige Peter Gabriel, sigla que a su vez corres-
ponde a las palabras "Mundo de la Música, el Arte y la Danza".
Está el nombre mismo de las disqueras: Globestyle (Estilo Glo-
bal), Earthworks (Obras de la Tierra), Realworld (Mundo Verda-
dero) ''.
Este contraste entre el rock y las músicas del mundo nos señala
una diferencia del momento histórico en que ambos géneros musi-
cales ingresan al mercado. Si el rock es eminentemente el producto
de la ciudad industrial y de la consolidación de la industria musical
a través de la tecnología de postguerra en los años años cincuenta,
la música del mundo lo es de la imaginación y las tecnologías que
caracterizan a la modernidad-mundo y a las nuevas relaciones en-
tre procesos de globalización y regionalización. De hecho, una ca-
tegoría como ésta depende exclusivamente de los modos como las
nuevas tecnologías han posibilitado el posicionamiento de las re-
giones a nivel global.
La categoría de músicas del mundo nace oficialmente en la in-
dustria musical en 1991. La creación de esta categoría respondía a
una necesidad comercial: a los almacenes de música del norte euro-
peo estaban llegando discos que no se podían vender como folclor
ni tampoco cabían dentro de otras categorías comerciales.
La música del mundo, entonces, se refiere a todo tipo de mú-
sica que no sea de origen europeo o norteamericano o que perte-
nezca a las minorías étnicas residentes en cualquier parte del mun-

1
' Véanse páginas de Internet de estas disquieras.
El desplazamiento de los espacios de la autenticidad
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do. También encontramos el término world beat (pulso mundial),


que se refiere más específicamente a las hibridaciones entre el pop
y las músicas locales bailables, en especial las de origen africano o
afroamericano12. Estas categorías a veces se cruzan con otras de la
industria disquera como la de Latín Music.
La música del mundo nace en un momento de redefmición
estratégica de la industria musical en los años ochenta. Durante esta
época se comienzan a consolidar las grandes multinacionales de
música, tales como Sony, BMG y Polygram para mencionar sólo al-
gunas, con sede en Estados Unidos, Europa y Japón.
Simultáneamente, las transformaciones tecnológicas y el abara-
tamiento relativo de los costos de los estudios de grabación hacen
que comiencen a surgir mundialmente compañías de grabación in-
dependientes que se dedican, en su mayoría, a grabar fenómenos
de músicas locales a los cuales la industria musical no le estaba pres-
tando atención en ese entonces. Todavía, hoy en día, es ésa la fun-
ción principal de estos estudios independientes. Lentamente, estas
producciones se fueron posicionando en el mercado, hasta el punto
de que para 1991 las multinacionales y la industria masiva del dis-
co comienzan a prestarle atención seria a esta música. Surge enton-
ces la categoría de músicas del mundo como una categoría oficial
de la industria musical, con datos de producción y consumo y lis-
tados de Top Ten. Eventualmente, las multinacionales comienzan
a generar sus propias compañías independientes: esto es, compa-
ñías que son una rama de la multinacional, pero que funcionan a la

12
Steven Feld, "From Schizophonia to Schismogenesis: On the Discourses
and Commodification Practices of World Music and World Beat", en Steve Feld &
Charles Keil (eds.), Music Grooves. Chicago, The LIniversity of Chicago Press, 1994,
257-289.
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manera de las independientes: llegando a mercados locales. Tene-


mos, entonces, un movimiento simultáneo de transnacionalización
y de regionalización de la industria disquera.
El surgimiento de las músicas del mundo como fenómeno
masivo de producción ha tenido una particularidad: ha estado me-
diado por grandes figuras del pop europeo y norteamericano, como
Paul Simón, Peter Gabriel, Micky Hart o David Byrne, para
mencionar sólo algunos, quienes han creado sus propias empresas
disqueras alrededor de estas expresiones y, simultáneamente, han
renovado sus carreras artísticas mediante la hibridación de sus esti-
los con músicos y músicas de diferentes regiones del mundo. El
imaginario de autenticidad que se construye desde esta categoría se
hace en gran parte mediado por esta estructura comercial de inte-
racción entre lo regional y lo global, y por los modos de mediación
que establecen estos grandes ídolos de la canción pop. ¿Cuáles son
los elementos que lo constituyen?
El primero es el de la construcción global de la región sobre
un topos ecológico descontextualizado. En las músicas del mundo
elementos tales como el respeto a la naturaleza, la espiritualidad y
el vínculo con las verdaderas raíces del ser interior se despliegan
como valores fundamentales, colocando la categoría peligrosamente
cerca de la de músicas de la nueva era. El ser que da acceso a ese
mundo interior es obviamente el otro descontextualizado: África,
Asia, América Latina y Australia, pero sin la opacidad de sus con-
flictos. Así, en las páginas de Internet de estas disqueras o en los
modos de hacer la publicidad de estos discos en los países del norte
se ofrece la posibilidad de un viaje (con todos los elementos de des-
cubrimiento propio que se supone indica lo exótico), sin la necesi-
dad de salir de la propia casa y sin la molestia de los conflictos de lo
local.
E l desplazamiento de los espacios de la autenticidad
2 59

Asimismo, como en el rock, la noción de autenticidad de esta


música se define como liberadora, ya que permite el contacto con
las verdaderas emociones y sentimientos genuinos. Pero aquí la
noción de liberación no se amalgama con el sentimiento de aliena-
ción y soledad, como en el rock, sino que invita a la superación de
esta alienación mediante los nuevos ambientes que ofrece el mun-
do globalizado: el vínculo con las raíces verdaderas, pero sin salir
de la casa. Aquí la tecnología no se menciona: aparece sublimada
en la experiencia de acceso a lo exótico desde la distancia.
El otro, como en el relato del viajero o de la antropología hasta
hace muy poco, permanece en un tiempo sin historia y se represen-
ta miméticamente a través de los medios o en presentaciones en vivo,
lejos de sus lugares de origen. Al centro le importan, primordial-
mente aunque no exclusivamente, aquellos aspectos de su diferen-
cia que son mercadeables. Como bien nos lo señala Veit Erlmann:
"Las músicas del mundo crean su experiencia de autenticidad a
través de medios simbólicos cuya diferenciación depende vitalmente
de una construcción en la cual se borren las diferencias originales...
En este escenario las fuerzas y procesos de producción cultural se
dispersan y se rompen sus referencias a cualquier tiempo y lugar,
aun si precisamente son la tradición local y la autenticidad el prin-
cipal producto que está vendiendo la industria del entretenimiento
global. Así, desde esta lectura, world music aparece como el paisaje
sonoro de un universo que, bajo toda la retórica de raíces, ha olvi-
dado su propia génesis: las culturas locales" 13 . A través del prisma
del multiculturalismo, se niega la diferencia. Por ello, no todas las

1
' Veit Erlmann, "The Aesthetics ofthe Global Imagination: Reflections on
World Music in the 1990s", en Public Culture, volumen 8, N" 3, Spnng 1996,467
^189.
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músicas regionales tienen cabida en este nuevo mercado global: sólo


aquellas que se ajustan al imaginario desplegado por la industria.
Pero el problema no es tan sencillo. Si en el rock la contradic-
ción se plantea entre la rebelión y la fetichización de esa rebelión,
en las músicas del mundo la contradicción que se plantea es desde
la emergencia de lo local en el mercado global o, en otras palabras,
en los nuevos modos como se están definiendo las relaciones de
poder entre centro y periferia. Aquí es lo local lo que se convierte
en fetiche, disfrazando "las fuerzas dispersas de producción glo-
bal"14. Pero, simultáneamente, es esta industria la que ha abierto
las puertas a artistas como Toto la Momposina, en Colombia, o
Ladysmith Black Mambazo, en Suráfrica, o Youssou N'Dour, en
Senegal, afianzando sus carreras, no sólo en este espacio global, sino
en sus propios lugares de origen, resignificando profundamente los
modos como se simbolizan las tradiciones locaímente. En ocasio-
nes, esto se une a proyectos internacionales de derechos humanos,
como los megaconciertos contra el apartheid. Esta relación entre re-
presentaciones globales y representaciones regionales de un mismo
artista o de un mismo género musical varía enormemente de un
lugar a otro, hasta el punto de que es casi imposible generalizar.
Los conflictos que se le presentan a un artista como YDUSSOU N'Dour
son diferentes de los que se le presentan a Toto La Momposina o a
Ladysmith Black Mambazo porque en este nivel la especificidad
de lo local sí juega un papel importante. Lo que quiero señalar es
que el borrado de la diferencia transnacional para el mercadeo de
estos artistas no necesariamente implica la negación de lo local. Al

' Erlmann, op. cit.


El desplazamiento de los espacios de la autenticidad
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decir de Renato Ortiz, "una cultura mundializada atraviesa las rea-


lidades de diversos países de manera diferenciada"15. Pero esto se
une con otro elemento.
En el rock, la transformación musical muchas veces se vive
como el paso de lo alternativo a lo comercial, y entonces se habla de
deformaciones de un estilo, de grupos vendidos, etc. Hay un enor-
me miedo a la transformación, no por lo que pueda implicar en sí,
sino por la manera como puede estar comprometida con el aparataje
comercial de la industria musical. En cambio, un gran porcentaje
de las músicas del mundo toman como punto de partida los proce-
sos de hibridación actuales, que se están haciendo desde las músi-
cas locales. Ya que la relación de las músicas del mundo con el
mercado no dependen tanto de lo local como de lo transnacional,
su globalización implica asumir como auténticos y originales soni-
dos que en el lugar de origen se viven como versiones nuevas de
los géneros musicales tradicionales, esto es, y según el ojo que se lo
mire, como deformaciones de la autenticidad, aquella autenticidad
patrimonial identificada con el folclore y la nación. Lo que impli-
ca que desde un mismo género musical se pueden construir versio-
nes conflictivas de la autenticidad, con consecuencias a veces bas-
tante serias para definir espacios de participación y políticas culturales.
Una de las realidades más contundentes de la actualidad es la
manera como un mismo género musical de origen tradicional pue-
de existir bajo diferentes formas. Para tomar un caso conocido, está,
por ejemplo, el vallenato campesino de caja, guacharaca y acordeón;
el vallenato de consumo popular urbano, identificado con cantan-

Renato Ortiz, Otro territorio: ensayos sobre el mundo contemporáneo. Buenos


Aires, Universidad Nacional de Quilmes, 1996, p. 22.
ANA M A R Í A OCHOA

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tes como Diomedes Díaz y el Binomio de Oro, y el vallenato hí-


brido de Carlos Vives. En géneros como las músicas andinas o la
música llanera, o incluso en algo que consideramos tan folclórico
como la música que interpreta Totó la Momposina, también hay
esta variedad de expresiones de un mismo género musical. En
Colombia estas músicas tradicionales generalmente tienen su espa-
cio dentro de los festivales de música folclórica como los del Mono
Núñez, de música andina, o el Festival del Porro en San Pelayo, o
el de la bandola llanera en Maní, Casanare. Y cada año se presenta
la misma controversia con diferentes variantes: quién puede parti-
cipar y quién no puede participar, qué es o no es música llanera o
música andina o porro. Estas discusiones generalmente están me-
diadas por los diferentes valores a los que se asocia la autenticidad.
Y muchas veces chocan fuertemente las diferentes nociones de lo
auténtico: los que se adhieren a una noción patrimonial de la au-
tenticidad, basada en la identificación estrecha entre nación y fol-
clore, generalmente no aceptan que se presenten nuevas versiones
de los mismos géneros musicales, pero que tal vez aluden más es-
trechamente a imaginarios que tienen que ver con otras formas de
identificación que no son las de nación, sino de género o edad. El
problema es que una u otra noción de autenticidad se moviliza para
definir las estructuras de participación, no sólo en estos concursos,
sino también en otros espacios educativos y culturales, y a veces
implica formas de intolerancia sorprendentes.
En las regiones, el mercado de las músicas del mundo frecuen-
temente ha representado unos modos nuevos de resignificar la
memoria y las tradiciones, modos que contrastan con las definicio-
nes conservadoras desde las cuales se ha proyectado el folclore a ni-
vel nacional. En las músicas del mundo no sólo se da un proceso
de desterritorialización de esas músicas; se da, paralelamente, un pro-
El desplazamiento de los espacios de la autenticidad
2 63

ceso de reterritorialización que puede ser conflictivo con los modos


como se definen los territorios originales en los cuales se anclaron
históricamente estas tradiciones16. El espacio del patrimonio musei-
ficado y nacionalista no es el mismo del de la memoria híbrida.
Saberes, territorios y relatos1' se rearticulan generando una coexis-
tencia difícil entre los modos históricos y contemporáneos de
vivenciar estos saberes. Y es aquí, en esta resignificación de saberes
y territorios, donde las autenticidades del rock se comienzan a en-
contrar con las de la música del mundo, a medida que los grupos
de rock en América Latina orientan sus estilos, cada vez más, hacia
fusiones con lo local.
El relato de la autenticidad en la música, entonces, sirve para
movilizar nuevas sensibilidades, pero al mismo tiempo se utiliza
como bandera para justificar nuev as formas de exclusión. Lo sor-
prendente para mí ha sido encontrar la enorme carga afectiva con
que se defienden los territorios de lo auténtico, y esto me ha llevado
a preguntarme por qué el terreno de lo musical parece propicio para
la construcción de sensibilidades tan intensas. En la música especí-
ficamente, la tendencia a un relato de lo auténtico, la búsqueda de
lo sonoro como espacio de la subjetividad, se da, hasta donde es
posible identificar, por varias razones. La primera es las maneras
como la música permite vivenciar simultáneamente experiencias
desde lo racional, lo emotivo y lo corporal. Es un arte estructu-
ralmente deconstruible en cifras matemáticas, de una racionalidad
casi cartesiana; simultáneamente, la música, por su naturaleza abs-

16
Para una discusión de desterritorialización y reterritorialización, véase Renato
Ortiz, op. cit.
17
Jesús Martín Barbero, "Globalización comunicacional y descentramiento
cultural", en Diá-logos de la Comunicación, N° 50, 1997, 27—42.
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tracta —el sonido no es un objeto concreto-, tiende a materializarse


en las propias emociones y en el sentir del cuerpo18. El lugar de lo
sonoro, en última instancia, es nuestro propio cuerpo, al cual se
accede desde varias instancias: la melodía, la armonía, el timbre, el
ritmo. Este modo de involucrar a la vez varias esferas cognitivas
desde una multiplicidad simultánea de elementos sonoros hace de
la música un terreno abonado para su vivencia como un espacio de
magia. Pero además hay un segundo elemento: la música se puede
mediar de varias maneras. Podemos escuchar una misma canción
en la intimidad del walkman o en la masividad del concierto roquero
y del carnaval popular o en la cotidianidad de la radio casera. Y, así,
esa misma canción puede ser vivida como una experiencia de pro-
funda intimidad o como una experiencia de congregación masiva,
permitiendo referencias vivenciales múltiples alrededor de un mis-
mo objeto sonoro.
No es de extrañar entonces que a partir de la intensidad de ex-
periencia que proporciona la música se construyan estos relatos de
autenticidad y se vivan con tanta ansiedad las paradojas que inevi-
tablemente nacen en la relación con el mercado o con el diseño de
políticas culturales que determinan modos de participación en el
espacio público. Es precisamente esta coyuntura la que exige enor-
me atención. En la actualidad, las políticas culturales frecuentemen-
te se definen precisamente desde diferentes versiones de estas no-
ciones de autenticidad: qué grupos o tipo de trabajo cultural se
apoya desde el Estado y por qué; qué tipo de esterategias de merca-
deo se manejan tanto desde las disqueras independientes como desde
las multinacionales; cómo se estructuran los espacios de participa-

18
Susan McClary, Femenine Endings: Music, Gender and Sexuatity. Minnesota
University of Minnesota Press, 1991.
El desplazamiento de los espacios de la autenticidad
265

ción. Y aquí se encuentran los viejos y nuevos modos de sentir y


hacer el mundo: antiguas necesidades de reconocimiento se anclan
en nuevas estrategias de mercado o, por el contrario, se disfrazan
las viejas estructuras de poder con las palabras de moda: el mul-
ticulturalismo, la región. Es el contraste que nos presentan el rock
y las músicas del mundo en las transacciones que se hacen entre el
relato de autenticidad y el mercado.
A la hora de movilizar masas, esta sensación de identificación y
de magia puede ser vital: fue la clave para que la administración
Peñalosa no acabara con Rock al Parque, y ha sido la clave para
que estas músicas se constituyan en movimiento. Pero, simultánea-
mente, a la hora de diseñar políticas culturales, una visión acrítica y
orgánica de la autenticidad puede ser enormemente problemática.
La magia no sólo libera, también atrapa.
Incitaciones a una subjetividad moderna.
Temores, conflictos y emociones
en la literatura trivial de principios de siglo.

7jandra Pedraza

Cuando se estudia el surgimiento de la subjetividad suele destacar-


se el papel de los intelectuales y de los saberes expertos, del acto re-
flexivo, en el desenvolvimiento de la modernidad. Resulta en cam-
bio algo borrosa la imagen de cómo se difunde la modernidad entre
grupos menos refinados de la población, especialmente si se piensa
que estos sectores tienen por definición acceso restringido a los
saberes expertos. Para considerar este problema, quiero referirme
en lo que sigue a la idea de una subjetividad fundada en la reflexión
sensible, merced a la cual el individuo se percibe, se conoce, se
moldea y entiende el entorno principalmente en sus dimensiones
sensibles y estéticas. El individuo a que me refiero no es un perso-
naje singular, es decir, no es el poeta, el escritor o el bohemio, ni es
necesariamente quien se debate entre el señorío y la burguesía de
principios de siglo; tampoco el pensador modernista: es simplemen-
te aquella persona con un grado de alfabetización suficiente como
para ponerse en contacto con los discursos que incitan a la reflexión
sensible.
A fin de rastrear esta expresión de la modernidad en Colom-
bia, he recurrido a la lectura de una colección de cuentos que cabe
asignar inicialmente al género de la literatura trivial. Mi propósito
es identificar algunos motivos centrales de esa subjetividad, reía-
Incitaciones a una subjetividad moderna
267

clonados con la organización de la sensibilidad y las razones que


efectivamente permiten considerar su contenido como un aporte a
la constitución de una subjetividad moderna.
Quisiera, por último, esbozar la tesis de que al convertirse la
reflexión sensible en un componente esencial de la modernidad, este
mismo sustrato se torna en fundamento de la globalización. Ello es
posible por cuanto los diversos discursos que alimentan la moder-
nidad demarcan un horizonte global de reflexión sensible que da
vía libre a las posibilidades de imaginar y constituir la subjetivi-
dad.

Literatura trivial

La literatura trivial es una expresión característica de la industriali-


zación de los medios impresos y la consecuente circulación de gé-
neros literarios ligeros cuyo consumo masivo es facilitado por las
pocas destrezas que exigen a sus lectores. Esta definición extrae el
mínimo común denominador de los diferentes géneros que la teo-
ría literaria denomina triviales, esto es, las novelas inundadas de
amor, las policíacas, las de aventuras y la novela negra. En general,
son piezas que buscan provocar estímulos en el lector, ante todo
estímulos emocionales, para que él pueda disfrutar de la acumula-
ción de los mismos. Se considera también inherente a esta literatura
una recepción aerifica e inmediata, en la que no se presenta la dis-
tancia que interpone la recepción culta y en la que el lector se entre-
ga pasivamente a las emociones que le suscita la lectura.
Así definida, la característica de trivial se desplaza a la forma
de la recepción, no al lector ni a la obra o al escritor, lo que, entre
otras cosas, me permite abordar el asunto frente a este auditorio. La
teoría literaria afirma asimismo que la eficacia de la literatura trivial
ZANDRA PEDRAZA
268

radica en una estructura comunicativa profunda compartida por


todos los géneros, que parte de una situación determinada respecto
de la cual tiene lugar un desvío y procede a corregirlo para desem-
bocar en un punto semejante al de partida, el conocido final feliz1.
Este recurso evita, precisamente, enfrentar al lector con cuestio-
namientos que entrañen una transformación de cualquier índole y
reitera que el mundo gira como debe ser.
En América Latina se han estudiado con detenimiento la lite-
ratura de cordel, en circulación desde las últimas décadas del siglo
XIX en el Brasil, y la literatura de folletín, de impresión más nítida
y prolija, resultado de una industria editorial tecnificada que inclu-
ye cierto grado de profesionalización del oficio de escritor y, a me-
nudo, del de ilustrador. Quizás la literatura de cordel no quepa del
todo en el apartado literatura trivial, pues en realidad consigna tra-
diciones de narración oral que de modo alguno podrían tomarse
por producto de la industria cultural. Por el contrario, la industria
se apropia de estas tradiciones y las asienta cuando la alfabetización
hace viable su difusión escrita y asegura el éxito de la empresa.
El fenómeno técnico—económico de la industrialización edito-
rial es decisivo para que surjan y se multipliquen toda clase de gé-
neros triviales, entre los cuales podrían incluirse, además de los ya
mencionados, los magazines, folletines, almanaques y revistas ilus-
tradas, que no se conciben para una lectura culta como la del lector
que está dedicado a la crítica estética e intelectual o se hace conside-
raciones acerca de sus principios éticos o la conducción de su vida.
Especialmente en las últimas décadas del siglo XIX y las primeras
del XX circularon en Colombia muchas revistas de este tipo - E l
Papel Periódico Ilustrado, La Miscelánea, La Revista Ilustrada, El

Nusser 1991; Schulte-Sasse/Werner, 1977.


Incitaciones a una subjetividad moderna
269

Repertorio, El Gráfico—, empresas fracasadas tras pocos años, en buena


parte debido a lo reducido de la población, a su escaso poder ad-
quisitivo y a sus limitadas destrezas para la lectura. Ya en las prime-
ras décadas del siglo XX las condiciones demográficas del país fa-
vorecieron la continuidad de estas publicaciones, la más exitosa de
las cuales ha sido sin duda la revista ilustrada Cromos, que supera
hoy los ochenta años de circulación semanal ininterrumpida. Con
un formato similar al de otras publicaciones suramericanas, como
Caras y Caretas o E l Cojo Ilustrado, Cromos ha desempeñado la do-
ble función de coartífice de la modernidad colombiana y agente de
globalización.
M e limitaré a señalar dos aspectos de Cromos que juzgo impor-
tantes a la hora de evaluar el aporte de este tipo de magazines a la
modernidad y la globalización. El primero es el hecho mismo de
tratarse de un magazín que ofrece una información múltiple, opi-
niones, imágenes de lugares, personajes y hechos; el segundo, la
proliferación de discursos que llena sus páginas, desde aquellos
provenientes de saberes expertos como la higiene, la pedagogía, la
historia, la geografía y los primeros atisbos de sociología y crítica
literaria, pasando por los reportes de avances científicos y tecnoló-
gicos, hasta los discursos blandos y escurridizos de la sensibilidad,
la caligenia, la urbanidad, la estética social y la cultura física. E n
este marco semántico se halla la sección de la revista titulada Los
cuentos de Cromos, de la que me ocuparé a continuación.
Estos cuentos comenzaron a aparecer en 1916 con el primer
número de la revista y siguieron haciéndolo con algunas breves
interrupciones hasta 1954, cuando fueron substituidos por foto-
novelas por entregas, un año después de la inauguración de la tele-
visión en Colombia. La emisión de las primeras radionovelas en
1938 no afectó, en cambio, de manera tan drástica la vida de los
ZANDRA PEDRAZA
2 7 0

cuentos. La sección no fue una novedad de Cromos, pero su apari-


ción por espacio de cuatro décadas invita a trazar la evolución y
descifrar el sentido probable de sus materiales. Se cuentan entre ellos
algunas traducciones del francés, obras de autores hispanoamerica-
nos y, sobre todo, relatos de escritores nacionales, hombres y muje-
res. Del corpus seleccionado, un total de 493 cuentos, más de 80%,
es de autoría nacional. Las antologías de literatura nacional y los
principales diccionarios e historias de la literatura colombiana re-
gistran tan sólo a 60% (unos 90) de los 145 escritores nacionales,
entre los cuales hay 21 mujeres. Ninguno de los cuentos, con ex-
cepción de E l pájaro azul de Rubén Darío, aparece reseñado en las
obras más importantes sobre la historia de la literatura colombiana.
Los datos anteriores bastarían para confirmar el carácter trivial
de esta literatura: trabajos menores, a menudo vergonzantes, que
no tienen cabida ni en los anaqueles de la literatura culta y canóni-
ca ni en los registros de la crítica, y que los autores producen, tal
vez por apremio económico o debilidad creadora, de seguro bajo la
presión que impone una revista de publicación semanal. Pero allí
no se agotan los elementos que convalidan el carácter trivial de Los
cuentos de Cromos. Agreguemos que no demandan al lector mayores
destrezas ni lo conminan en las dos páginas que ocupan a una re-
flexión seria y crítica sobre tema alguno y que, para redondear, una
o dos ilustraciones acompañan siempre los cuentos, con lo que, por
así decirlo, se presta una ayudita visual a la imaginación del lector.
Los cuentos de Cromos se distinguen en algunos rasgos de otras
variantes de la literatura trivial. De su pariente más cercana, la lite-
ratura de folletín, se diferencian en que no aparecen en forma
seriada, por entregas, y no son una publicación en sí mismos, sino
una sección más del magazín. Sus otros primos, los cuentos y las
novelas aparecidos en publicaciones como La Novela Semanal, que
Incitaciones a una subjetividad moderna
2 7 i

circuló entre 1923 y 1924, podrían asimilarse parcialmente al con-


junto de novelas que Beatriz Sarlo examina en El imperio de los sen-
timientos: son obras por entregas, pero el valor literario de algunas
ha sido reconocido por la crítica, aunque sus autores sean escritores
menores.
Otro rasgo que distingue los cuentos de Cromos de las novelas de
folletín, las que analiza Sarlo, por ejemplo, es el contexto en que se
presentan. Para quienes estén familiarizados con el contenido de es-
tos magazines de finales del siglo XIX y principios del XX en Co-
lombia, resulta claro que, si bien su público podía incluir un porcen-
taje análogo al creciente público de clase media poseedor de las
habilidades básicas con que la educación primaria equipaba a los
habitantes del Buenos Aires de los años veinte, dicho porcentaje era
muy bajo en las ciudades colombianas, a causa del precario estado de
la educación nacional y de las condiciones demográficas del país en
las tres primeras décadas del siglo. Si Bogotá tenía algo menos de
140.000 habitantes en 1916 y sólo el 32.5% que era mayor de 10 años
sabía leer y escribir, esto nos deja un público potencial que difícil-
mente alcanzaría 40,000 habitantes. En una palabra, el proceso de
modernización que vivió.el país hasta 1935, cuando se inició la Re-
volución en Marcha, no autoriza a pensar que una amplia base po-
pular y de clase media constituyera el público de esta literatura. Que-
da el recurso de la lectura en voz alta, que ampliaría notablemente el
público pero que, como se verá, no reviste el mismo significado para
nuestro asunto, que la experiencia de quien lee mentalmente.
Es de suponer de todos modos que, tal como sucede en la ac-
tualidad y en virtud de la multiplicidad de temas, cada ejemplar
tenía varios lectores, con lo cual aumentaría su número, sin que sea
posible establecer si la revista adquiría así alcance masivo. Por otro
lado, esa misma variedad de temas -política, actualidad nacional e
ZANDRA PEDRAZA

272

internacional, crítica literaria, poesía, adelantos científicos y tecno-


lógicos, entrevistas, crónica social, moda, belleza, deportes, ensa-
yos, columnas de opinión y fotografías, ilustraciones y grabados de
personajes, acontecimientos sociales, deportes, mujeres y paisajes,
fuera de la gran cantidad de publicidad ampliamente ilustrada-
supone la existencia, en el país de las primeras décadas del siglo, de
un público relativamente instruido que abarca desde la clase traba-
jadora hasta la clase alta.
Con estas apreciaciones como telón de fondo, quiero poner de
presente dos hechos al parecer contradictorios. En primer lugar,
Cromos resalta en cada una de sus secciones los componentes de la
mentalidad y la forma de vida burguesas, tal como se entendieron
y se vivieron en Colombia. Desde su aparición, la revista apoyó el
proceso que se desarrollaba en el país tendiente a generar una men-
talidad burguesa de la que era constitutivo un sentido de lo selecto
y exquisito, en la forma de un buen gusto desplegado como meca-
nismo de distinción de la burguesía, que se afianzaba frente a la
lenta pero constante democratización que amedrentaba a las clases
altas. En segundo lugar, y más tratándose de un magazín de am-
plia circulación, exponer esos componentes implicaba restarles ex-
clusividad y poner a disposición del público los conflictos, las emo-
ciones, las formas de vida y las posibilidades de elaboración sensible
propios de la modernidad. No cabe entender al lector como simple
espectador, puesto que lo que lee es una serie de indicaciones para
elaborar una sensibilidad y una subjetividad determinadas. Sucede
entonces que, al tiempo que se construye la subjetividad burguesa
y con ella la modernidad, ésta se expone en sus condiciones de
posibilidad al grueso del público, y en ese acto pierde en aparien-
cia su carácter excelso, desdibujando ya un rasgo predominante de
la misma subjetividad burguesa. La contradicción se resuelve, no
Incitaciones a una subjetividad moderna
2 73

obstante, pues, si se pretende que el sistema de distinción funcio-


ne, debe ser conocido lo más ampliamente posible, incluso en sus
detalles: su difusión asegura que se comparta una sensibilidad su-
ficientemente matizada como para reconocer la superioridad de los
más delicados y exquisitos. El mecanismo, además, se depura, a la
par que crece la base democrática porque los sistemas de selección,
en lugar de resquebrajarse, se perfeccionan para ser practicados con
mayor movilidad y sutileza. El dilema estriba en parte en la oscila-
ción permanente entre la convención y la novedad, en el espectro
en que se mueve la información que presenta la revista, y que in-
cluye los cuentos. Saber situarse en el punto justo de ese continuo
es el reto que afrontan acertadamente el gusto y la sensibilidad.
Lo definitivo para la orientación de estas reflexiones es que los
cuentos hayan sido leídos, y ello lo garantizan los cuarenta años de
la sección y la circulación de la revista en todo el país. Interesa tam-
bién examinar la posibilidad de que esta literatura haya sido un
aporte significativo al nacimiento de una subjetividad moderna.
Digamos que la misión de los cuentos sería promover el desarrollo
de una subjetividad tal en una franja cada vez más vasta de la po-
blación. Ahora bien, dicho desarrollo lo impulsaban en Colombia
distintos discursos que veían en su propia realización a través de
esa subjetividad la condición del progreso y la civilización, y se es-
forzaban por acomodarse y traducirse en prácticas sujetas a órdenes
e imágenes que interpretaban, complementaban, creaban y, en ge-
neral, hacían uso de discursos que ya se habían integrado a un flu-
jo internacional, globalizador en sí mismo, que requería un sustrato
mínimo compartido de sensibilidad. Y aquí tendríamos un segun-
do ingrediente definitivo de la globalización: el sustrato de sensi-
bilidad compartida lo proporciona el acondicionamiento de la sub-
jetividad moderna.
ZANDRA PEDRAZA

274

Lectura

De la expansión de la literatura trivial vale la pena subrayar su rela-


ción con el incremento en las tasas de alfabetización y en el interés
por la lectura en general y la lectura ociosa en particular. El proceso
de globalización se inició hace varios siglos con la propagación del
libro, en buena medida porque el libro transformó el acto de leer
en experiencia. La experiencia homogeneizante que se supone in-
duce la globalización es el resultado de siglos en los que leer se
convirtió, principalmente con la escuela, en la institución por exce-
lencia de la globalización, en el fundamento que estructura la vida,
ya que induce el acto de la experiencia pasiva que concentra a la
persona en sí misma y propicia la reflexividad. El libro permite asi-
mismo otro hecho decisivo: la vivencia en la imaginación de tiem-
pos y espacios no coincidentes.
Como ya se anotó, la concentración en sí mismo, la vida como
experiencia de la imaginación, es la que posibilita la subjetividad.
En este punto puede hablarse ya del principal acto de globalización,
pues la vivencia sedentaria por medio de la cual el individuo se
concentra en sus experiencias emocionales, intelectuales o espiritua-
les, dista mucho de la de aquel que lleva a cabo actividades y com-
parte un mundo de vida a partir de la proyección activa de su cuer-
po. Vivir la vida pasivamente es captarla a través de los sentidos de
la distancia y elaborarla en la imaginación hasta transformarla en
experiencias sensoriales, emocionales o intelectuales, y crear un
mundo de vida interior que se nutre de lo que la globalización pone
en órbita, y del ejercicio de reflexividad sensorial típico de la mo-
dernidad.
La masificación de la lectura rompe con la lectura repetitiva,
muy propia de las lecturas religiosas y edificantes que se hacen una
Incitaciones a una subjetividad moderna
275

y otra vez a lo largo de la vida para dejar actuar sus virtudes ejem-
plarizantes. Esta forma de lectura no es, como tal, una experiencia:
su significado no surge del acto mismo de leer, no incita a una ac-
tividad subjetiva. En contraposición, la lectura, especialmente de
novelas, cuentos, poesía y de los géneros triviales en general, torna
el acto de leer en una experiencia cuyo fin no es transformar la vida
práctica del lector mediante la aplicación de moralejas edificantes",
sino lograr que se sumerja, en la vida íntima, en ciertas experien-
cias emocionales y suministrarle una variedad de herramientas para
ejercitarse en la reflexividad sensorial.
La lectura mental requiere un aprendizaje adicional que clau-
sura definitivamente la oralidad y concentra al lector en lo que la
lectura le suscita, en dejarse afectar por lo que lee, sentir, tomar
conciencia de ello y de las emociones que le provoca, y actuar lue-
go sobre este hecho, modificarlo, elaborar juicios, en suma, el pro-
yecto reflexivo que construye el yo. Esta reflexividad es de índole
emocional, y el lector la ejercita a partir de los problemas que afec-
tan a los personajes de los cuentos, en el contexto de una revista que
le ayuda a idear formas de vida y sensibilidades.
Además de ésta, la función de Los cuentos de Cromos, así como la
del magazín en general, es permitir la experiencia de lo que yo lla-
maría la lectura visual, el ir y venir por las imágenes, dejar volar la
imaginación, seguir las sugerencias emocionales: qué sentir, cómo
sentirlo. El magazín puede brindar a la imaginación lo que la ciu-
dad A flanear, pero también la vista panorámica de la tienda por
departamentos 3 —el almacén, el magasin—, la fabricación de nuevos
contenidos recortando imágenes, viñetas, versos y pensamientos en

2
Schón, 1987.
3
Schivelbusch, 1977.
ZANDRA PEDRAZA

276

forma de álbum o collage y hasta el hojear: un precursor del zap-


ping.

Los motivos de la subjetividad

En lo que concierne a los motivos que captan la imaginación y sir-


ven para la elaboración sensible, me ceñiré a los más sobresalientes
durante los diez primeros años de la publicación de los cuentos: el
período comprendido entre 1916 y 1925.
Sobra decir que la originalidad no descuella en los cuentos:
vuelven sobre el repertorio de la poesía y la novela modernistas. Su
singularidad está en la fórmula escogida para presentarlo: escenas,
pequeñas cápsulas, recuerdos, presentación vivida y sensorial que
recorre imágenes, sonidos, sensaciones, y es incluso cinematográfi-
ca -fórmulas modernas en sí mismas-, y en reproducirlas en forma
simplificada a un público más amplio.

Las emociones: Los cuentos de Cromos no son de acción; relatan


situaciones que por uno u otro motivo confrontan a los protagonis-
tas con recuerdos y sentimientos, con las consecuencias de acciones
pasadas, con lecturas, reencuentros, nuevas experiencias, formas de
vida excéntricas, atrevidas, conflictivas; en cualquier caso, con ex-
periencias que mueven a los protagonistas a revisar sus parámetros
éticos, estéticos y sentimentales, sus reacciones emotivas, la estruc-
tura de su vida interior: el mundo afectivo, los ideales, los planes,
las debilidades, el sentido del placer. L o sucedido ejemplifica for-
mas de vida nuevas, que retan, de las que se extrae una importante
experiencia interior que incluso puede modificar de manera defi-
nitiva las percepciones y la existencia del protagonista a través de
un hondo cuestionamiento de su concepción de la vida.
Incitaciones a una subjetividad moderna
2 77

¿Cómo se presentan esos problemas, conflictos, emociones y


cómo actúan sobre la conciencia y la percepción individuales para
que se los pueda considerar agentes de construcción de la subjetivi-
dad popular? Se trata de experiencias determinantes, vividas y na-
rradas por los personajes o por alguien que fue testigo o supo de
ellas, lo que confiere un tono íntimo al relato: se reviven los episo-
dios de la vida, las emociones provocadas por ellos y sus consecuen-
cias emocionales.
Revivir emociones y conflictos morales y espirituales es una
práctica formativa. Por su intermedio se toma conciencia de las
propias percepciones, del modo como éstas y las acciones a que
conducen afectan emocionalmente, se las reconsidera, eventual-
mente se las modifica, y en esta acción sobre sí mismo de contras-
tar concepciones y emociones, lo que en ellas causa conflictos y
las consecuencias que acarrean, se construye y moldea la subjeti-
vidad, se hace propensa a determinados estímulos, consideracio-
nes y experiencias, y se elaboran categorías del juicio sensible,
moral y estético.
Los cuentos informan a los lectores acerca del mundo interior
individual y de lo que en él resulta conflictivo, dan alternativas de
solución y juicios respecto a su conveniencia para el individuo, y
su pertinencia social. También instruyen sobre la forma de vida mo-
derna. Con ellos se entra en contacto con mundos distantes donde
son posibles otras formas de vida social e interior; se aprenden for-
mas de vestir y comportamientos no solamente sociales, sino amo-
rosos, otras formas de la amistad, se aprende de conversaciones y
temas de conversación; se conocen juicios estéticos y sensibles. Es
muy importante, en este sentido, el material complementario que
contiene la revista: higiene, comportamiento, educación, belleza,
educación física, vida social, pedagogía, crítica literaria... El mun-
ZANDRA PEDRAZA

278

do que ofrece Cromos abre las puertas a una nueva experiencia de sí


mismo en el horizonte de sentido de la subjetividad moderna.

Lo moderno: He excluido de esta investigación los cuentos con


temas campesinos y sólo he tenido en cuenta los que escenifican la
vida citadina. La ciudad es el escenario de la vida moderna, el lu-
gar de realización y descomposición personal. De los cuentos se
desprende una conclusión: la experiencia urbana puede tener altos
costos si la individualidad no se ha desarrollado de la manera ade-
cuada. El exceso de romanticismo y de pasión hacen perder de vis-
ta los propósitos y se sucumbe a las propias debilidades. No son
engaños materiales los que destrozan al provinciano en la ciudad o
al latinoamericano en París, que no se ha afirmado, que busca lo
inalcanzable. La búsqueda es a menudo la realización de una obra
estética que incluye la propia vida. El fracaso no da otra salida que
el suicidio. La única realidad noble la representan las letras y las
artes, como aparece en El pájaro azul de Rubén Darío y en algunos
cuentos de Eduardo Castillo, Miguel Santiago Valencia y Jorge
Mateus.
En lucha contra la imposición del dinero y la banalidad del
mundo, la bohemia deja, sin embargo, de ser una forma de vida
posible. El arte, por añadidura, se vuelve también inasible y con
harta frecuencia debe enfrentarse al amor. El desenlace es por lo
común la tragedia, el sentido de catástrofe que marca la estética de
la modernidad y para el que la ciudad es el medio ideal.

Los hombres: Posiblemente el motivo moderno por excelencia


son los protagonistas: los hombres. Esto no es tan evidente si se
recuerda que la novela trivial sentimental sugiere personalidades
femeninas, anhelos y posibilidades de mujeres. ¿Deben estos pro-
Incitaciones a una subjetividad moderna
279

tagonistas masculinos servir de modelo a los lectores de su género o


ser las imágenes varoniles que acosen la imaginación femenina? Las
dos cosas probablemente, puesto que el magazín encuentra lecto-
res en uno y otro sexo. Resulta también interesante que la preocu-
pación gire en torno a la construcción de los mundos masculinos,
que son sin duda el eje de la modernidad, pero son igualmente per-
sonajes tangenciales de la novela rosa.
El hombre de finales de la segunda década del siglo es el artis-
ta: escribe o pinta, es un poeta en procura del amor espiritual que
se muestra inalcanzable; el universo terrenal y las mujeres se le re-
velan una y otra vez banales y vulgares. En los cuentos aparecen
los períodos de juventud que con frecuencia se viven fuera del país,
en Europa y sobre todo en París, en donde los personajes tienen la
posibilidad de completar su formación varonil, vivir la bohemia,
los placeres, los excesos: algo licencioso para la burguesía criolla que
prefiere experimentar en la distancia. Entre otras cosas porque las
mujeres que exige el estilo no se hallan en las ciudades del país:
mujeres de dudosa reputación pero gusto exquisito, cultas, envol-
ventes, féminas que, justamente, pueden destruir la vida de un
hombre. En estas vidas al margen de las convenciones sociales, en
las que son posibles los amores apasionados sin las ataduras del
matrimonio, el hombre lucha por una vida ideal, total, en la que el
amor romántico juega un papel definitivo, pero también la crea-
ción artística, la refinación sensorial y la exploración de sí mismo.
Estos intentos, son, sin excepción, infructuosos. El desenlace es la
separación, el retiro del mundo, la locura o el suicidio. Se pone en
evidencia la imposibilidad de prolongar ciertos estilos de vida; queda
el valor de la experiencia y del gusto adquirido que guían en lo su-
cesivo la vida de quien sobrevive.
ZANDRA PEDRAZA

280

La sensibilidad: La sensibilidad que promueven Los cuentos de


Cromos enfatiza en las impresiones que afectan la conciencia sensi-
ble como resultado de los cuidados corporales, y redundan en un
incremento de la sensorialidad, al igual que en las producidas por
el refinamiento y la excitación de las percepciones sensoriales, que
se expresan en la sensitividad. La sensibilidad masculina, la faceta
que más se explora, concierta varias imágenes. Entre ellas, el ero-
tismo figura en primera línea. La incitación al placer sexual, a pe-
sar de ser una de las expresiones centrales de la sensibilidad, com-
porta una amenaza porque es la más poderosa aniquiladora de los
propósitos e ideales de los hombres. Si bien entregarse al erotismo
hace parte de lo que el hombre anhela, muy pronto la pasión le roba
vitalidad, claridad y voluntad, y arruina su vida. En tal situación,
tiene dos caminos: uno es renunciar a esta forma del amor para optar
por otra puramente espiritual que haga posible la vida sencilla,
anacorética: un amor puro y sano que sólo es imaginable fuera del
mundo y lejos de las mujeres. El cuerpo, tanto el propio como el
femenino, se convierten en obstáculos para la realización espiritual
de la vida. El segundo camino es otra versión de la tragedia: el
suicidio o cualquier clase de muerte para ella, él o ambos. En uno
y otro caso es imposible vivir un amor pleno en medio del mundo,
lo cual es tanto más paradójico por cuanto el amor es el pilar emo-
cional de la modernidad.
El erotismo y la pornografía son categorías estéticas: lo que los
separa es la barrera del gusto. El erotismo incita, en particular, a la
imaginación, sin poner en evidencia. Se mantiene como tal, como
erotismo, si logra que sea la imaginación y no la imagen lo que pri-
me. De allí su carácter inagotable, infinito como la imaginación, y
de allí también lo reducido de la pornografía, que se agota en la
imagen. Pero ese carácter del erotismo, como todo lo excelso, debe
Incitaciones a una subjetividad moderna
2 8 I

cultivarse, y la didáctica para hacerlo ha de pormenorizar sus in-


gredientes, sus combinaciones y la sensibilidad que resulta de ellos,
aunque el juego sea peligroso. Esta tarea la acometen decididamente
Los cuentos de Cromos.
Abandonarse a la pasión erótica impide la plena realización del
refinamiento espiritual, tan caro a los sueños modernos. Un refina-
miento que consta de delicadeza y riqueza en el cultivo intelectual,
y es ostensible en la exquisitez del ambiente que rodea a la persona
y en sus gustos, que dejan entrever, con todo, cierto desprendimien-
to material y una sensibilidad noble. En tanto el refinamiento de
sus personajes no se atribuye a la cuna, sino a una educación hiper-
estesiada, los cuentos ofrecen muchos de los ingredientes indispen-
sables para el pulimento mediante el ejercicio de la reflexión sensi-
ble. Dichos ingredientes y otros que hacen parte de la educación
sensorial y de su interpretación sensible se presentan en la minu-
ciosa descripción de los movimientos y actitudes corporales, en la
expresión de las emociones que puede leerse en el cuerpo y su apa-
riencia seductora.

El dolor y la soledad: En los cuentos publicados durante la dé-


cada de 1916 a 1925 es constante la imposibilidad de alcanzar la
felicidad, algo que, dicho sea de paso, los aparta notoriamente del
acostumbrado final feliz del género trivial. Subyace aquí, sin duda,
una crítica al avance de valores materiales que agravan con enfer-
medad y muerte el dolor y la soledad en que viven los personajes.
La enfermedad trunca el amor y los proyectos de creación; la muerte,
accidental o provocada, es el escape a los amores imposibles y las
insatisfacciones espirituales; el retiro al campo o al convento, o el
encierro voluntario, son las únicas maneras de seguir viviendo cuan-
do, pese al dolor de las experiencias, subsiste el ansia creadora. La
ZANDRA PEDRAZA

282

soledad es la compañera también de quienes, habiendo renunciado


al amor, eligen la vida sencilla, la abnegación y la entrega a la no-
bleza del trabajo para trocar la pena en hermosura y realizar allí la
excelencia espiritual. En su aislamiento, el individuo se vuelca so-
bre sus recuerdos, los rumia y esfiela la memoria del amor. Como-
quiera que sea, se impone el sentido trágico que vuelve inalcanza-
ble la felicidad.
Pero si los hombres protagonizan buena parte de los cuentos y
los argumentos más representativos giran alrededor de sus vidas y
anhelos, la tragedia que ronda sus vidas la ocasiona su búsqueda
del eterno femenino, alegoría de lo inalcanzable que tiraniza a las
mujeres. El eterno femenino resume los ideales espirituales, inte-
lectuales y corporales de la modernidad y es la figura por excelen-
cia de su tragedia4.

La introspección: La principal tarea del hombre de los albores


de la modernidad es enfrentarse consigo mismo. Si no encuentra
una solución a su vida, está condenado al ostracismo y al dolor. Sus
afanes primordiales, el amor y la creación, se ven obstaculizados por
la intensidad de las pasiones, por sus deseos y por una incapacidad
para la proyección hacia el mundo y la sociedad. No encuentra re-
fugio más que en las diversas manifestaciones de la introspección:
en el mundo imaginario del opio y la morfina que le prometen una
vida corta e intensa, una respuesta a los impulsos de la época; en el
retiro de la sociedad y la concentración para escuchar su propia voz
y descubrir su forma particular de expresión en y por sí mismo. Los
cuentos de Cromos proponen otra modalidad de introspección: la in-

[
Buci-Glucksmann, 1984.
Incitaciones a una subjetividad moderna
28 3

timidad que envuelve las conversaciones en que se rememoran ex-


periencias y emociones y se aprecia la riqueza de la vida individual,
cifrada en el hecho de que, sin importar el origen ni la situación,
toda persona tiene una historia valiosa y singular.
Los seis motivos que he seleccionado no agotan el amplio re-
pertorio de los cuentos, pero su reiteración en ellos es suficiente para
mostrar que a la reflexión sensible la acompañan temores y asuntos
conflictivos propios de la modernidad. De los motivos reseñados
cabe decir que recogen el temor del hombre a perder sus vínculos
emocionales y la certidumbre de que sólo puede cultivarlos en el
recogimiento. La imposibilidad del amor se relaciona con la inca-
pacidad de concebir lo femenino, cuya consecuencia es la exclu-
sión de las mujeres, su condena a la irracionalidad de la pasión. La
amenaza de la catástrofe, del mundo que se derrumba, aisla al hom-
bre del entorno social y, tras confrontarlo con un cambio que lo
amedrenta, le cierra cualquier otra salida distinta del cultivo estéti-
co de su propia sensibilidad, que dé sustento a su individualidad.

Reflexión sensible y globalización

Con respecto a las reflexividades cognitiva, hermenéutica y estética


que Santiago Castro toma de Giddens para explicar la modernidad
latinoamericana, la reflexividad sensible acusa dos diferencias sus-
tanciales: la primera, que no se ejercita desde saberes expertos y no
la practica un grupo en particular; es, por sobre todo, el fundamento
del individuo moderno. E n su conformación no intervienen sa-
beres, sino discursos no expertos que suelen pasar desapercibidos
por su naturaleza banal, y que es imposible clasificar en algún área
del conocimiento experto. Su importancia radica en que juegan un
papel activo en la cotidianidad individual y social, como ocurre con
ZANDRA PEDRAZA

284

los discursos de la estética en todas sus versiones populares, con los


que se ocupan del bien vivir, la moral, la conveniencia social, ios
sentimientos y la estructuración de la vida diaria, y no están regula-
dos, o no del todo, por maquinarias de poder, sino que pertenecen
a producciones discursivas algo amorfas. Si bien crean y reprodu-
cen modelos de distinción social, no irradian sus imágenes desde
las jerarquías, sino desde focos que aparecen y desaparecen a cual-
quier altura.
También es peculiar de esta forma de subjetividad que su
sustrato de realización no sea la letra, así se valga de ella como me-
dio, sino el cuerpo, y desde él la construcción de la sensibilidad en
cuanto ejercicio reflexivo que reelabora la experiencia sensorial cap-
tada por los sentidos y la ordena sensitivamente, la nombra y le otor-
ga la capacidad del juicio sensible. Se trata de un esfuerzo en que
las percepciones se catalogan en la imaginación mediante la asig-
nación de valores estéticos, para luego acuñarlas en el cuerpo y es-
tar en condiciones de expresarlas. Por este procedimiento el indivi-
duo, más que observarse y conocerse a sí mismo, se siente, siente su
propia percepción y reflexiona sensiblemente sobre sus percepcio-
nes sensoriales. La subjetividad se ensancha de ese modo: el indi-
viduo adquiere conciencia sensible de que es producto de su sentir
y su actuar sobre sus sensaciones.
La subjetividad burguesa se caracteriza porque los principales
puntos de referencia que le brindan sentido y estabilidad al indivi-
duo se encuentran en el yo. El surgimiento de un ámbito íntimo
que se agolpa en el cuerpo tiene lugar, precisamente, cuando las
emociones desaparecen de la escena pública, doblegadas primero
por la urbanidad y posteriormente por los discursos expertos. El
cúmulo de emociones que llenan la reflexión sensible le sirve al
individuo para indagar en su subjetividad y descubrir una forma
Incitaciones a una subjetividad moderna
2 8 5

de expresión que haga justicia y dé coherencia a sus anhelos y ex-


periencias personales. De ahí el valor del relato personal: de la car-
ta, el diario, la anécdota y todas las variaciones que permiten el goce
de la sensibilidad. No por azar ha sido justamente este tipo de rela-
to el escogido en Los cuentos de Cromos.
El burgués, y en general el hombre moderno, es el sujeto que
nace con la sensación y tiene como derrotero la expresión que se
alimenta de la experiencia personal del yo. Para su subjetividad son
vitales los pensamientos y las sensaciones sobre el mundo interior y
el exterior. En una relación simbiótica, las vivencias son mundo y
base para la elaboración subjetiva y para la interpretación, desde esa
subjetividad, de nuevas experiencias. Es el ejercicio de autorre-
flexión de la imaginación5 lo que constituye la modernidad.
Los cuentos de Cromos pueden interpretarse entonces como un
aporte a la conformación de una subjetividad y especialmente a la
acción reflexiva. Independientemente del contenido, de lo que aquí
he llamado los motivos, es el ejercicio mismo el que funda la globa-
lización, pues gracias a él es posible transmitir contenidos, y que
éstos sean transformados y reciban nuevos significados por medio
de la reflexión sensible. La homogeneización de la globalización
no sería posible sin un sustrato común de comprensión. No se co-
loniza el mundo de vida, o al menos no se puede esperar colonizar-
lo, sin que previamente se haya colonizado la manera como ese
mundo se construye, y de eso se han encargado la escuela y la lec-
tura. La colonización pone al alcance de nuestro consumo cualquier
cosa que gire alrededor del globo, y por ella se coordinan acciones,
sin compartir el mundo de vida. La desterritorizalización y la cir-
culación de contenidos que no se ajustan al tiempo y al espacio

;
Gumbrecht, 1991.
ZANDRA PEDRAZA

286

ocurren porque la imaginación individual ha aprendido a construir


con toda suerte de imágenes y discursos formas de sensibilidad que
el individuo puede descomponer, apropiarse, sentir en el cuerpo,
elaborar sensitivamente y emplear de nuevo para expresarse. La dis-
tancia entre lo culto y lo popular está, por decirlo así, en la intensi-
dad de la reflexividad y en el hecho de que esa gradación encuen-
tra su correlato estético. No obstante, lo culto y lo popular comparten
el ejercicio básico de la reflexión sensible, ya sea que se manifieste
en géneros literarios triviales o ritmos electrónicos, o en prácticas
corporales. La globalización es, ante todo, una forma compartida
de imaginar.

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Amarrar de la cola a la burra.
¿Qué sujetos formar en la periferia
para enfrentar la globalización?
El caso del Huila

William Fernando Torres

Recordémoslo una vez más: vivimos atropellados por una incesan-


te proliferación de tecnologías, imágenes, músicas e informaciones
que nos trastocan los espacios, los tiempos y los cuerpos que habi-
tamos; que transforman las miradas y las lógicas con que construi-
mos sentido y que, además, hacen estallar los lenguajes en los que
nos pensamos y expresamos. Ahora la realidad se confunde con la
ficción, lo trivial con lo trascendente, el adentro es el afuera. Entre
estas mareas, huracanes, terremotos, ¿cómo saber quiénes somos?
¿Para dónde ir?
Pero, ¿qué preguntas son éstas? ¿No son, acaso, preguntas del
pasado? En una época que pregona el prescindir de explicaciones
globales, ¿es aún útil preguntarse por el ser y el sentido? ¿No será
mejor dejarse ir a la deriva? ¿Ganar la borrachera de ser consumi-
dores desechables? ¿Vivir en el eterno presente con la certeza de que
no hay futuro? ¿O con la certidumbre de que sólo resta esperar el
paraíso?
¿Cómo, entonces, asumir los complejos tiempos/espacios en los
que vivimos y las nuevas formas con que los percibimos y los pen-
samos? ¿Será posible comprender la existencia -paralela o hibri-
dada- de las lógicas asociativas frente a las abstractas, de lo oral en
medio de lo escrito y lo audiovisual, de lo hegemónico frente a lo
WIEI.IAM FERNANDO TORRES
2 9 0

subalterno, de lo preindustrial junto a los desarrollos capitalistas más


avanzados, de lo premoderno junto a lo moderno y postmoderno?
Sin embargo, en estos tiempos de confusión y deriva, hay al-
gunas claridades. Ciertos especialistas, por ejemplo, han detallado
cómo la economía se quitó la jáquima de todos los controles a los
que la sometía la política, con el fin de imponer, ella sola, su propio
y arbitrario juego. Y agregan que lo anterior significó unificar los
mercados del mundo y contribuir a que la riqueza del planeta se
concentrara cada vez más en pocas y anónimas manos, pues en los
últimos 10 años, 250 se hicieron con un patrimonio equivalente al
de 2.500 millones de ellas. Al mismo tiempo, en medio de este cre-
cimiento de la desigualdad, los estudiosos insisten en que las nue-
vas circunstancias generan una inquietante consecuencia: el riesgo
de que se reduzca la diversidad cultural de la especie humana a un
solo modelo: al que resulte más útil para las ambiciones de los
neoliberales1.
Pero, además, el querer sujetar la cultura a las meras razones de
la economía no sólo ahonda el abismo entre ellas, sino que desco-
noce que "no existe el desarrollo económico si no es desarrollo o
cambio cultural"2. De otro lado, estas confrontaciones entre los
mundos de lo simbólico y de lo instrumental generan un gran des-
garramiento de los sujetos.
Y éste se da porque, según el sociólogo francés Alain Touraine,
al fragmentarse la experiencia individual entre el mundo de las iden-
tidades culturales y el mundo de los mercados, el yo pierde su uni-

1
Entre ellos, Manfred Max-Neff. Véase su ponencia en el Encuentro Mun-
dial de Convergencia Participativa, Cartagena, 2 de junio de 1997.
2
Edward Palmer Thompson (1967), "Tiempo, disciplina y capitalismo" en
Tradición, revuelta y conciencia de clase. Barcelona, Editorial Critica, 1979, p. 293.
Amarrar de la cola a la burra
2 9 i

dad, se torna múltiple y, en particular, se debate entre el limitarse a


existir junto a los otros de manera impersonal -como si fuera un
maniquí en una vitrina- o el refugiarse en comunidades cerradas
que se sienten agredidas por una cultura de masas que les parece
ajena3.
A su vez, el filósofo chileno Martín Hopenhayn advierte que
en este panorama surge una oleada secularizadora que libera a los
sujetos, por una parte, de aceptar las explicaciones que les impiden
redefinirse y construir su propia visión de mundo pero, por otra,
los sumerge en la orfandad que esa libertad implica. En suma, es-
tas circunstancias los llevan a pendular entre el frenesí consumista,
el horror al vacío y la necesidad de encerrarse en círculos de con-
suelo, de disolverse "en el misticismo, el fundamentalismo, el holis-
mo y algunos esosterismos que tienden a explicarlo todo con sus
propias y excluyentes máquinas de interpretar signos" 4 .
Estos desgarramientos nos ponen contra la pared. Y obligan
preguntarnos: ¿en qué sujetos construirnos para encarar la compul-
sión consumista o el encerramiento en comunidades y sectas? O,
planteado de otro modo, Iqué tipos de sujetos llegar a ser para, por un
lado, actuar ante la globalización de la economía y la cultura y, por otro,
para asumir críticamente las culturas de las que procedemos}
Pero estas preguntas no se quedan ahí. Nos retan a esbozar ¿qué
perfil deberán tener estos sujetos} Y, por supuesto, urgen aclarar si
ellos ¿son susceptibles de ser formados? Y, también, ¿en qué luga-

Es el punto de partida de Alain Touraine en ¿Podremos vivirjuntos? Iguales y


diferentes. Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1977.
4
Martín Hopenhayn, "Sobre la permanencia y mutabilidad del sujeto en tiem-
pos de secularización radical" en revista Diálogos de la Comunicación, 49, octubre de
1997, pp. 76-77.
WII.I.IAM FERNANDO TORRES
292

¡íEn familias, como las de las sociedades postindustriales, que


han perdido su capacidad para ejercer control social? ¿En familias
que han cuestionado la autoridad del patriarca y diversificado los
roles internos y de las que esperamos personalidades más comple-
jas, menos seguras y más capaces de adaptarse a roles cambiantes y
a nuevos contextos? ¿En familias cuestionadas por el reconocimiento
abierto del deseo? ¿En familias agobiadas por la ansiedad indivi-
dual y la violencia social?5 ¿O en familias, como las del Tercer Mun-
do, en las que impera la violencia física, psicológica y simbólica?
¿En familias nucleares en descomposición? ¿En familias monopa-
rentales en las que quizás se puedan generar nuevos tejidos comu-
nicativos, pero que tienen enormes limitaciones económicas?
¿O, bien, en las escuelas públicas colombianas que nada intere-
san al gobierno? ¿En escuelas que desconocen el entorno en que
funcionan y, según los padres de familia, no se preocupan por de-
sarrollar personas y, según las autoridades, no se inquietan por edu-
car ciudadanos} ¿En escuelas donde al parecer sólo tienen el propó-
sito de preparar a sus alumnos para que ingresen en una supuesta
vida adulta y un supuesto mercado del trabajo? ¿En escuelas que
no construyen conocimiento propio? ¿En escuelas donde la urgen-
cia por comunicarse ha sido reemplazada por una didáctica reduci-
da a trucos de manual? ¿En escuelas que terminan siendo apenas
un violento espacio de socialización para los jóvenes?
¿O, tal vez, en las escuelas paralelas —las de los medios masi-
vos— concentradas en pocas manos y urgidas por las exigencias de
los índices de sintonía?

' Manuel Castells, "Flujos, redes e identidades: una teoría crítica de la sociedad
informacional" en Nuevas perspectivas críticas en educación. Barcelona, Paidós, 1994,
en especial pp. 31—37.
Amarrar de la cola a la burra
29 3

¿O, quizás, en calles y barriadas donde los jóvenes se someten a


los dictados de pandillas y tribus urbanas para imponer sus propias
normas o exponer las heridas e impotencias que les causan la socie-
dad y el mundo adulto?
En suma, pues, si es urgente establecer los rasgos posibles del
sujeto que requerimos para estos tiempos de las tensiones entre lo
global y lo local, y si suponemos que él se forma en la familia, en la
escuela, ante los medios y en la barriada, es necesario debatir tam-
bién ¿cómo y con quiénes crear esos sujetos}^
O, para acatar la petición de padres y autoridades, ¿cómo y con
quién crear esas personas y esos ciudadanos} Esas personas, aclarémos-
lo, que los padres esperan obedientes y corteses; esos ciudadanos
que las autoridades conciben respetuosos y defensores desinteresa-
dos de la cosa pública.
¿Será mediante pedagogías instrumentalistas, humanistas tra-
dicionales o constructivistas? ¿Mediante el entrenamiento o la en-
señanza? ¿O mediante la construcción de conocimiento a partir de
la experiencia?7
¿Será con padres ya no sólo biológicos o proveedores sino tam-
bién mentores? ¿Con padres reconciliados porque han conseguido
forjar sus identidades de género y de adulto? 8

6
El sujeto que interesa aquí es el de la psicología y la sociología, más que el tan
debatido de la filosofía; por eso, en este trabajo lo entiendo como el ser que constru-
ye autoconocimiento de sí y de su cultura para redimensionarse y redimensionarla.
' Sobre estas distinciones, véase de Ernst von Glasersfeld, "La construcción
del conocimiento", en Dora Fried Schnitman (compiladora), Nuevos paradigmas.
Cultura y subjetividad. Buenos Aires, Paidós, 1994, pp. 115-141, y "Aspectos del
constructivismo radical", en Marcelo Pakman (compilador), Construcciones de la
experiencia humana. Barcelona, Gedisa, 1996, volumen I, pp. 23—49.
8
ElizabethBadinter(1992),X— Y La identidad masculina. Santafé de Bogotá,
Norma, 1994, en especial pp. 265-305.
WILLIAM FERNANDO TORRES
294

¿O con pedagogos que han alcanzado sus identidades y pro-


yectos de vida de manera no muy consciente? ¿Con docentes que,
en su mayoría, se encuentran en la etapa de descenso de su parábo-
la laboral y que, en muchos casos, se sienten desilusionados por su
oficio y su gremio? ¿Con profesores que vienen de la cultura oral,
son agentes de la cultura escrita y no saben cómo comunicarse con
jóvenes de la cultura audiovisual? ¿Con maestros curiosos que se
animan a "cacharrear" con las nuevas tecnologías, pero no se pre-
guntan por los intereses y las lógicas que les dan origen? ¿Con edu-
cadores carentes de herramientas para comprender los procesos con-
temporáneos y que, ante su desamparo, optan por encerrarse en la
aparente seguridad de sus disciplinas o por renunciar a sus inquie-
tudes intelectuales y entregarse al consumo? ¿Con docentes urgidos
por unificar/legitimar su autoimagen, pues se sienten angustiados
ante la fragmentación de su yo y, a causa de ello, generan constan-
tes disputas por prestigio personal o profesional tornando irrespira-
ble la atmósfera de los colegios, en particular la de los públicos?9.
¿O será con los docentes —como los que postula Jesús Mar-
tínBarbero10—, que de ser meros retransmisores de saberes son
capaces de convertirse en formuladores de problemas, provoca-
dores de interrogantes, coordinadores de equipos de trabajo,
sistematizadores de sus experiencias y, además, facilitadores del

9
Véanse mis trabajos "De los deslumbramientos a los alumbramientos", en
revista Nómadas (Santafé de Bogotá), 5 de septiembre de 1996, pp. 67—72, y "Pre-
guntas para construir una nube", en Preguntas para construir una nube. Materiales
para la creación de lafacultad de ciencias sociales. Neiva, Universidad Surcolombiana,
1998.
10
Jesús Martín Barbero, "Heredando el futuro. Pensar la educación desde la
comunicación", en revista Nómadas (Santafé de Bogotá), 5 de septiembre de 1996,
p.20.
Amarrar de la cola a la burra
29 5

diálogo entre las generaciones? Pero estos maestros ¿existen? Y


si no, ¿cómo incitarlos a alcanzar el anterior ideal?
Los interrogantes son múltiples e inabordables de un solo ti-
rón. Por el momento, estas páginas tan sólo aspiran, por un lado, a
explorar los rasgos posibles que debe tener el sujeto —o la persona y el ciu-
dadano— para enfrentar el desgarramiento entre lo cultural y lo econó-
mico y entre lo local y lo global; por otro, quieren establecer los desafios
que tenemos los maestros —más que los padres y las autoridades— para
formar a aquellos. Para cumplir con esos propósitos, elijo situarme
en el espesor de un lugar y examinar algunas de sus dinámicas. El
espesor elegido es el de una periferia porque ilustra las transforma-
ciones de las identidades locales y sus luchas con los impactos de la
globalización económica y cultural. El lugar es el departamento del
Huila porque sus habitantes tuvieron dificultades para asumir los
procesos de integración de Colombia a la economía mundial y, por
ello, sufrieron la burla de su cultura y la consecuente degradación
de su autoestima, como se verá más adelante. M i punto de partida
es el análisis de sus procesos culturales puesto que, como está acep-
tado, sujetos, personas o ciudadanos son formaciones más del mundo
simbólico de la cultura que del mundo instrumental de la economía.

1. Procesos culturales en el Huila durante el siglo XX

Las preguntas a responder son, pues, ¿qué sujetos, qué personas o


qué ciudadanos han ido siendo los huilenses durante el presente si-
glo? ¿Qué identidades han construido? ¿Cómo se han transforma-
do éstas?
Sin embargo, al revisar las bibliografías no se encuentran in-
vestigaciones específicas sobre los procesos de los sujetos en el terri-
torio en estudio. Así las cosas, al menos por ahora, debemos inten-
WII.I.IAM FERNANDO TORRES

296

tar respondernos las preguntas que nos planteamos sobre las perso-
nas y los ciudadanos. Para hacerlo, exploremos algunas impresio-
nes sobre los huilenses.

La mirada desde fuera: los huilenses como personas y ciudadanos

Entre ellas está, para no irnos muy atrás, la de don José María
Samper que, en 1861, describe a los del Alto Magdalena:

La estatura de los individuos es generalmente más que me-


dia y bastante enhiesta y musculosa, particularmente sobre las
orillas de los ríos; los cabellos oscuros pero no absolutamente
crespos; la tez de color blanco mate un poco amarillento; el ojo
muy ardiente y apasionado; el acento abierto, libre, rápido y
caloroso; el andar ligero y fácil, sobre todo el de las mujeres que
tiene algo de voluptuoso; las maneras francas y desembaraza-
das, y el carácter accesible y alegre. En aquella comarca el sen-
timiento de independencia personal y de interés por los nego-
cios públicos se manifiesta más enérgicamente que el sentimien-
to religioso. Las pasiones, que son violentas, se inflaman y se
calman fácilmente; las riñas son bastante frecuentes, gracias, por
lo común, al aguardiente y las querellas de amor. Allí se tiene
gusto por la pesca, la caza a pie, con escopeta, la natación, la
música, las canciones populares, los bailes ruidosos y muy ani-
mados, las carreras a caballo (sobre todo en el mes de diciembre
y las fiestas de San Juan y San Pedro), los regocijos públicos, el
cigarro y la bandola, la agitación de las elecciones, el lujo, la
galantería ardiente, las cenas al aire libre, no poco el juego de
naipes y de dados, y las corridas de toros muy diferentes de las
de España. En una palabra, se gusta de todo lo que es conmove-
Amarrar de la cola a la burra
297

dor, que impresiona fuertemente, que apasiona y puede satisfa-


cer a organizaciones tropicales.
A pesar del clima, que predispone a la somnolencia y la pe-
reza en ciertas horas del día, en el que el reposo es casi necesa-
rio, las gentes aman el trabajo, pero no el trabajo por el trabajo,
se entiende: es la esperanza del placer, del goce, la que les hace
aceptar todas las fatigas con gusto. Por lo demás, allí se trabaja
siempre cantando, silbando o divirtiéndose con la charla ruido-
sa y burlona. Las multitudes son honradas, muy hospitalarias,
benévolas con el extranjero, amigas del aseo y aun de la coque-
tería, algo frugales y mucho más sobrias que las gentes de las
altiplanicies. Sus hábitos y costumbres son... libres; su grado de
bienestar muy superior al de las gentes andinas. Las gentes del
Alto Magdalena son capaces de aceptar todo progreso, muy
entusiastas por las reformas, las novedades útiles y las ideas li-
berales, bastante inteligentes y despreocupadas y fáciles de
dirigir por medios benévolos. Por desgracia, carecen casi abso-
lutamente de espíritu de economía y previsión, pues gastan siem-
pre el domingo lo que han ganado en la semana, o si ahorran es
para invertirlo en joyas, o con el fin de gastarlo en las fiestas
populares de junio y diciembre o del santo patrono del lugar1'.

Por su lado, Luis López de Mesa los supone como "un grupo
patriarcal, honesto y hospitalario y, al mismo tiempo, guerrero, al-
tivo, indomable en horas de conflicto, franco y leal"12. Hay, en cam-

11
José María Samper (1861), Ensayo sobre las revoluciones políticas. Bogotá,
Editorial Universidad Nacional, 1969.
12
Luis López de Mesa (1934), De cómo se haformado ba nación colombiana. Bogotá,
Librería Colombiana.
WIEI.IAM FERNANDO TORRES
298

bio, otros observadores menos adjetivos: entre ellos, el urbanista


Ricardo Olano que, en sus notas de viaje de 1935, los encuentra
amables, pero en su mayoría analfabetas, sin visión para el progre-
so y sectarios en política13. Mientras tanto, para el médico Jorge
Delgado,

Son verdaderamente admirables las condiciones de raza y


costumbres del huilense. Desde luego los militares han podido
juzgar este magnífico pueblo por sus excelentes cualidades como
guerreros valerosos e inteligentes; esfor-zados y ágiles para to-
das las prácticas militares; abnegados, sufridos y sobrios [Re-
cuérdese que acababa de pasar la guerra con el Perú en la que
numerosos huilenses participaron dada su cercanía con los te-
rritorios de batalla]. A pesar de su mezcla indígena, que a juz-
gar por el predominio tan marcado de los caracteres de la raza
blanca debió hacerse en pequeña proporción, los huilenses no
tienen el problema de la chicha, ni de ningún otra bebida alco-
hólica: el pueblo del Huila es en la República el que consume
menor cantidad de alcohol. Tal vez por herencia indígena, o por
la suma de caracteres hereditarios pertenecientes a una misma
familia, y por las condiciones de aislamiento en que han vivido
hasta ahora, a su espíritu quizás le hace falta, antes que todo, un
poco de inconformidad: capacidad volitiva para perseguir te-
soneramente su bienestar y perfeccionamiento y sobre todo di-
namismo. El huilense se esquiva a adquirir compromisos por
temor a no poderlos cumplir más que por el esfuerzo que éstos

13
Ricardo Olano (1935), El Huila de ayer. Neiva, Universidad Surcolombiana,
1978.
Amarrar de la cola a la burra
299

le exijan, pero cuando los acepta es fiel cumplidor de su palabra


(sic)14.

A su vez, un escritor y político regional pero formado fuera del


país, Joaquín García Borrero, concluye así sobre sus coterráneos;

El modesto huilense se ha caracterizado siempre por el tran-


quilo ejercicio de la ciudadanía. Y nuestro pueblo —pobre en
sus aspiraciones, pobre en sus esfuerzos— ni aun en la actual de-
presión económica, que conturba todos los valores, ni tampoco
en las transiciones del orden político y administrativo que se han
venido operando, lentas pero seguras, ha querido saltar la valla
que le prescribieron las generaciones de antes, en el orden de las
costumbres de un patriarcado que ya no se estila, ni en el hábito
rutinario de sus escasas industrias -que apenas existen- ni me-
nos en la pasividad evolucionista de unos cuantos valores que se
sujetan, no a movimientos de dirección definida o concreta, que
más bien a la dinámica de la inercia.
...A estas horas de la vida universal, cuando la gasolina y to-
dos los aceites riegan las arterias centrales de comunicación;
cuando se siente el cambio de personas y de ideales que se mue-
ven en direcciones opuestas; cuando, con la mañana y con la tar-
de, a la capital del Departamento y a sus poblaciones vecinas
llega la prensa diaria que despacha todos los temas y critica to-
dos los sucesos, traída y traídos por un ferrocarril que jamás se

14
Jorge Delgado, "Informe del perito en salubridad", en Comisión de Cult,
'ura
Aldeana (1935), Estudio del Departamento del Huila. Bogotá, Ministerio de Educa
clon Nacional, pp. 177—178.
WILLIAM FERNANDO TORRES
3 oo

ha aburrido de llegar... ¿por qué —se pregunta el estudioso- en


el Huila no sucede nada? b .

Los comentarios de un experto externo llevan a inferir que en-


tre los colombianos había en la década de los años cincuenta una
imagen deforme sobre el departamento del Huila y, por analogía,
sobre sus habitantes:

El viajero que desprevenidamente entra al Departamento


por la vía más transitada, o sea la del ferrocarril Tolima—Huila,
y que sólo llega hasta Neiva, se forma por lo general un errado
concepto del territorio, juzgándolo formado en su totalidad por
tierras áridas y desoladas según lo ha visto en el primer trayecto;
y cuando este viajero no penetra más allá de la capital y luego
regresa, trae en su ánimo una idea equivocada de lo que es aque-
lla tierra buena y llena de promesas. Y es que en verdad, pasan-
do el primer sector del valle magdalenense, es bien otro el pai-
saje y muy distintos los recursos16.

Este apunte respalda el testimonio de muchos huilenses des-


plazados por la Violencia de los años cincuenta o migrantes a los
grandes centros urbanos durante los años sesenta, según el cual,
cuando se descubría su procedencia, debían soportar que se les pre-
guntara con sorna: "Opita, ¿amarró la burra?", y se esperaba que
respondieran: "Sí, la amarré de la cola, ¿no se ahorcará?". Esta si-

15
Joaquín García Borrero (1935), El Huila y sus aspectos. Neiva, Empresa de
Publicaciones del Huila, 1983, pp. 305-306.
Eduardo Acevedo Latorre (1954), Panorama geoeconómico del Departamento
del Huila. Bogotá, Oficina de Estadísticas.
Amarrar de la cola a la burra
3o I

tuación, por lo general, les obligaba a esconder su identidad para


evitar las sensaciones de inferioridad, aislamiento geográfico y so-
cial, debilidad física, vulnerabilidad, carencia de poder y humilla-
ción, con el fin de proteger su autoestima 17 .
Más tarde, en los años setenta, en la televisión se representó a
los huilenses en el personaje Eutimio Pastrana Polanía de la come-
dia Don Chinche. Allí aparecían como ingenuos, apocados, perezo-
sos y dependientes de la madre.
Con todo, en los años noventa, el sociólogo Camilo Castella-
nos hace otra lectura sobre las gentes del Huila, con base en el aná-
lisis de sus relaciones con la naturaleza:

Tranquilo [el opita], es apacible como el agua de los re-


mansos. El concepto que tiene sobre la bondad —ajeno totalmen-
te a la bobería— se expresa en el decir que "quien es pendejo y al
cielo no va / lo joden aquí y lo joden allá". Por ello también es
iracundo como el río cuando crece... El rodeo de los ganados
les forja el sentido de la maña inteligente y recursiva. Desarro-
llaron así valores y creencias surgidos en el contexto directo con
la naturaleza y en medio del mundo del trabajo. Son los concep-
tos fundamentales del honor y la valentía y el principio de no ser
los primeros en la ofensa18.

Testimonios del educador Orlando Cuéllar, La Plata, 21 de febrero de 1996.


Adviértase que las sensaciones expresadas corresponden a las múltiples formas que
asumen la desventaja y la pobreza, según Robert Chambers (1995), Poverty and
Livdihoods: Whose Reality Counts? University of Sussex, Institute of Developments
Studies, Discussion Paper 347, pp. 19-22.
18
Camilo Castellanos, en Colombia: país de regiones. Santafé de Bogotá/
Medellín, Cinep—El Colombiano, 17 de octubre de 1993, p. 371.
WILI.IAM FERNANDO TORRES
3 o 2

Por su lado, el educador Nicolás Buenaventura hace poco re-


cordó, por una parte, que para su padre los campesinos del Huila
resultaban buenos mayordomos porque eran honrados y trabajado-
res y, por otra, agregó que a ellos se debía la primera colonización
del Caquetá 19 . E n esta misma línea, frecuentes comentarios seña-
lan que, entre los años cincuenta y ochenta, las muchachas huilenses
de municipios apartados eran muy apetecidas por las señoras bogo-
tanas como empleadas de servicio, pues "salían honradas y asea-
das" 20 .
Por último, en los años noventa, se los caricaturiza en un pro-
grama de humor con un personaje —Celio— que pasa el día tumba-
do en la hamaca. Esta imagen -hecha en trapo- la venden en las
ferias de artesanos para que se la exponga en el vidrio trasero de los
autos. A la vez, justo en el momento de redactar estas líneas, ingre-
san al Huila grandes cadenas nacionales de almacenes y ciertas in-
dustrias, pero traen de fuera un gran número de sus empleados
porque, al parecer, la mano de obra local no está suficientemente
preparada para atender los ritmos laborales que ellas exigen 2 '.
Datos como éstos hicieron que el periodista Daniel Samper con-
cluyera, en 1989, que en el país los opitas —como los pastosos— tie-
nen fama de tontarrones, bonachones y despistados, y aclara:

Pastuso y opita son meros trasplantes de un papel de repar-


to que existe en todos los países del mundo y que se asigna gra-
tuitamente (o casi gratuitamente) a alguna región o grupo étni-

19
Nicolás Buenaventura (1996), L¿? opitud. Neiva, CEP.
20
Testimonio de Helena Silva Silva, Bogotá, julio 3 de 1992.
2
' Investigación en curso del periódico mensual De—mente (Neiva), octubre de
1998.
Amarrar de la cola a la burra
3o 3

co que después queda signado con la desventura del estereotipo


del tonto.

Y, poco más adelante, agrega:

El chiste puede nacer de la voluntad consciente de atribuir


un papel o dirigir un mensaje, pero luego se irriga en la corrien-
te del decir callejero y se incorpora al folklore sin otro título de
legitimidad que su existencia en el corro popular22.

Los testimonios precedentes —en su mayoría de profesionales


que hacían observación calificada, y a pesar de las contradicciones
entre ellos— sugieren que los huilenses pasaron de ser gentes abier-
tas, inquietas por la política nacional, fiesteras, despreocupadas por
la economía —en el siglo anterior—, a convertirse —en el presente,
bajo el embate del capitalismo- insulares en lo geográfico (en par-
te, por el abandono del camino Bogotá-Popayán, vía La Plata),
sectarios en política, apáticos al acontecer público, faltos de dina-
mismo, resignados a aceptar lo que les depararan unos procesos que
no atinaban a comprender. Por todo ello, terminaron consintiendo que
les elaboraran su imagen desde fuera.
A la hora de construir su propia identidad regional, estuvieron
desunidos o débiles, pese a la fama de guerreros ganada en los com-
bates contra el Perú, cuando tuvieron que hacer méritos frente a
colombianos de otras regiones. Y aunque colonizaron el Caquetá
tras la quimera de la quina y el caucho o para buscar alternativas a

12
Daniel Samper Pizano, "Humor regional en Colombia. Prototipos, caracte-
rísticas y vertientes", en Nueva historia de Colombia. Bogotá, Planeta, 1989, tomo
VI, p. 329.
WILLIAM FERNANDO TORRES

3 04

los agobios que pasaban en el departamento, en el imaginario na-


cional los huilenses aparecen como gentes sin iniciativa, mayordo-
mos, Celios. Esta caricaturización los lleva a esconder o mimetizar
su identidad cuando llegan a los centros23.
Con base en el mencionado recorrido puede concluirse, en pri-
mer lugar, que el Huila pasó a ser una sociedad preindustrial so-
metida a las fuertes presiones de un capitalismo que obliga a admi-
nistrar el tiempo y propone una clara división entre trabajo y vida.
En segundo término, en cuanto a las nociones de ciudadanía
que imperaron, los testimonios referidos sólo evocan la atención que
concedían a las elecciones en el siglo pasado y el sectarismo político
que apareció en un departamento conservador cuando ascendieron
los liberales al poder. La noción de ciudadanía, pues, está vincula-
da apenas al ejercicio electoral. No aparecen en ella debates sobre lo
urbanístico, la conformación de las memorias locales, las relaciones
entre vecinos, las ideas sobre lo público y lo privado o la inquietud
por la ecología. Los ciudadanos no son muy conscientes de su pa-
pel, se mueven más por intereses particulares, emocionales, de gre-
mio o de tradición política24.
En tercer lugar, las impresiones recogidas aportan elementos
sobre la transformación de los huilenses como personas y ciudada-
nos, de acuerdo con la imagen que proyectan en lo nacional, pero
poco establecen cómo han construido el sujeto.

"3 Esta afirmación surge de mi experiencia personal, durante más de dos déca-
das, al acompañar universitarios del departamento que visitan capitales del país por
primera vez.
24
Esta actitud hace parte del desinterés y escepticismo frecuente entre los co-
lombianos, y que expresa uno de los personajes del cuento "Ulrika" de Jorge Luis
Borges, al afirmar que "ser colombiano es un acto de fe".
Amarrar de la cola a la burra
3o5

La mirada desde dentro: las transformaciones


de la subjetividad de los huilenses

Y es que explorar el sujeto aquí se dificulta por una enorme caren-


cia: en el departamento no hay muchas autobiografías, diarios ínti-
mos o biografías escritas aunque sus habitantes sean dados a narrar
oralmente pedazos de sus vidas. Los textos que existen describen
más la parábola vital y los logros individuales del biografiado que
la incidencia de los procesos individuales y sociales en la formación
de su personalidad 25 . Esta circunstancia revela la despreocupación
de los huilenses por su subjetividad y da pie para preguntarnos si,
acaso, en el Huila ¿no ha habido una construcción profunda del
ego} ¿Si, quizá, éste sobrevive desdibujado bajo un gvansuperyo} ¿Si,
emerge junto al ello en las pendencias amorosas y de cantina, en las
irracionales confrontaciones cotidianas o en los numerosos suicidios
recientes?

25
Revísese Jorge Bermeo Rojas (1980), Bibliografía huilense. Bogotá, Instituto
Colombiano de la Reforma Agraria, 233 pp. Ha habido sí mucho anecdotario e,
incluso, testimonios, pero ellos se refieren en particular a la picaresca local o a con-
flictos. Apenas ahora comienza a aparecer la autobiografía: en el diario La Nación
(Neiva) están redactando, por entregas, las suyas un obispo y un político. En los
últimos años, Delimiro Moreno ha publicado los relatos biográficos de Misael
Pastrana (1997) y Joaquín García Borrero (1998) para continuar el proyecto que
trae desde su José María Rojas Garrido (1992). No obstante, las investigaciones que
más ahondan en la construcción de la subjetividad de un huilense —tal como la he-
mos caracterizado aquí- son las de Eduardo Neale—Silva (1960), Llorizonte humano.
Vida de José Eustasio Rivera. México, Fondo de Cultura Económica, e Hilda Sole-
dad Pachón Farías (1993), Los intelectuales colombianos en los años veinte. El caso de José
Eustasio Rivera. Santafé de Bogotá, Instituto Colombiano de Cultura, Premio Na-
cional de Ensayo Joven.
WII.I.IAM FERNANDO TORRES
3o6

Y, por otra parte, aunque existe una Historia general del Huila y
monografías de municipios, éstas tampoco dan muchas pistas so-
bre la evolución del sujeto y la subjetividad en el departamento. Los
himnos, para muestra, señalan que se posee una fuerte autoimagen
en la mayoría de pueblos e instituciones, así numerosos ciudadanos
no se los apropien para cantarlos en los actos públicos. A la vez, la
fuerte autoimagen se puede advertir en los lemas que colocan a
personajes, fiestas o acciones26. Pero, con frecuencia, estas miradas
riñen con la realidad, por cuanto no son el resultado de largos y
complejos "procesos de construcción y negociación profundamen-
te implantados en la cultura" 27 . ¿Esta carencia de reflexiones sobre
la propia subjetividad y la fuertes autoimágenes suponen que los
huilenses rehuyen el análisis crítico de sí mismos?
¿Cómo han sido en el Huila los desarrollos del yo, del auto-
conocimiento personal, del conocimiento del entorno, de las trans-
formaciones de la percepción y la cognición? ¿De qué manera ex-
plorarlos? Una respuesta posible es la de hacerlo mediante el
análisis de los procesos culturales. Trataré, en consecuencia, de se-
guirlos durante el siglo XX, con el fin de inferir qué sujetos se fueron
formando y cuáles fueron sus valores. El alcanzar estas conclusiones
permitirá establecer los rasgos y valores del sujeto actual y plantear-

-6 Por ejemplo, a Jorge Villamil se lo considera "el compositor de las Amén-


cas", a Neiva "la capital bambuquera de América"... Esta fuerte autoimagen se puede
reseñar también con base en textos como El Huila adolescente, de Luis Carlos Herrera
Molina, S. J. (Bogotá, Universidad Javeriana, Facultad de Comunicación Social,
1981), en especial, las páginas 21 a 24, o analizando columnas de opinión actuales
como las del ex gobernador Julio Enrique Ortiz en el periódico La Nación de
Neiva.
2/
Jerome Bruner (1990), Actos de significado. Más allá déla revolución cognitiva.
Madrid, Alianza Editorial, 1993, p. 39.
Amarrar de la cola a la burra
3 07

nos la pregunta por cuáles serían los rasgos que se precisan para
convertiníof, primero, en sujetos, luego en actores, más tarde en ciu-
dadanos y, por ende, en sociedad civil en un mundo donde se han
separado la economía y la cultura 28 .
Pero, ¿desde qué perspectiva analizar los procesos culturales?
Puesto que hasta aquí hemos visto, sobre todo, cómo conciben a los
huilenses desde fuera e insinuado una hipótesis sobre de dónde vie-
nen sus problemas para cuestionar las identidades que les imponen,
a partir de ahora podemos cambiar el punto de vista: pasaremos a
interpretarlos desde dentro y desde el cruce de las miradas diacrónica y
sincrónica. Y asumiendo, dentro de esta última, que a la cultura se la
puede examinar desde las clases, los lenguajes, los conflictos.
Es decir, que se la puede entender, según las clases, en culturas
hegemónicas y subalternas; según los lenguajes, en culturas orales, es-
critas, icónicas y audiovisuales electrónicas/digitales; según los con-
flictos, en conflictos internos (de grupos étnicos, de clases, creen-
cias, géneros, generaciones y oficios) y en conflictos extemos (en la
relación con los otros) 29 .

28
Para los efectos de este trabajo, asumo por sujetos a quienes construyen co-
nocimiento sobre sí mismos y sobre los procesos culturales que viven para re-
dimensionarse y redimensionarlos; por actor, a quien tiene un proyecto de sentido;
por ciudadano, a quien confronta su proyecto de sentido con otros y, por sociedad
civil, a quienes confrontan sus proyectos de sentido y construyen uno colectivo.
Entiendo como culturas hegemónicas las que proporcionan e imponen las
explicaciones dominantes sobre los procesos de sus sociedades, y mediante ellas con-
siguen el consenso de los sectores subalternos. Para una caracterización inicial de las
culturas orales, escritas y audiovisuales, véase mi trabajo "De los deslumbramientos
a los alumbramientos", ya citado. Una aproximación teórica al conflicto cultural
está en Torres, Rodríguez y Salazar (1995), Historias de la Sierra y el Desierto. Con-
flictos culturales en el Huila entre 1940—1945. Neiva, Universidad Surcolombiana
-ICAN- Red de Solidaridad Social, capítulo 2.
WII.LIAM FERNANDO TORRES
308

De la insularidad a la periferia

Desde la Constitución de 1886, la división territorial colombiana


se proyectó, sobre todo, sin tener en cuenta las trayectorias históri-
cas de las regiones y sus identidades culturales. Lo que se buscaba
casi siempre era, más bien, garantizar los equilibrios políticos re-
gionales entre liberales y conservadores para fortalecer al gobierno
central y permitir su tarea30. De uno de esos procesos, del auspicia-
do por el presidente Reyes en 1905, surgió el Huila como departa-
mento, al separarlo del Tolima.
Esta nueva división político—administrativa era entonces un te-
rritorio con poca comunicación con el centro del país, agrícola y
ganadera en lo productivo, de mayorías políticas conservadoras y
con una fuerte influencia de la Iglesia católica. No obstante, en el
curso del siglo, estas circunstancias fueron cambiando porque el
departamento, en primer lugar, rompió su aislamiento interno y del
país y del mundo con la llegada del tren, la prensa diaria, la radio
y el cine en los años treinta, la creación de emisoras locales en los
cuarenta, la apertura de la carretera a Bogotá en los años cincuenta,
la instalación de torres repetidoras de televisión en los años sesenta
y la de teléfonos automáticos en los años setenta y, además, gracias
al acceso a satélites, teléfonos celulares e internet en los años noven-
ta. En segundo término, en las últimas tres décadas encontró otras
formas de producción económica como la explotación petrolera, la
generación de energía y los cultivos ilícitos. En tercer lugar, aun-
que sus mayorías electorales continúan siendo conservadoras, hoy

Orlando Fals Borda (1996), Región e historia. Elementos sobre ordenamiento y


equilibrio regional en Colombia. Santafé de Bogotá, TM Editores—IF.PRI (UN), capí-
tulo 2.
Amarrar de la cola a la burra
3 09

hacen presencia nuevos movimientos políticos y cívicos. Y, en cuarto


término, al lado de la religión católica, en el presente actúan otras
confesiones religiosas31.
A la vez, debe recordarse que en Huila, debido a su configu-
ración geográfica, existen tres grandes espacios naturales que son el
río, el desierto y la sierra. Sin embargo, al apropiárselos y dominar-
los, los habitantes fueron construyendo sobre ellos espacios cultura-
les. Éstos son los establecidos por las diversas y tácitas fronteras inter-
nas con que se fue reordenando el territorio, surgidas del acontecer
histórico, y en las que es posible advertir rasgos propios, entre otras
cosas, en cuanto a propiedad y uso de la tierra, tipos de familia,
analfabetismo, concepciones religiosas y políticas32.
Por ello, podemos encontrar que durante este siglo el departa-
mento, primero, evidenció su vieja división en Norte y Sur, a raíz
de la Guerra con el Perú en 1932. Luego, a raíz de la Violencia, se
fragmentó en Norte, Centro, Sur y Occidente, desde mediados de
los años sesenta. Más tarde, a partir de 1989, comenzó a desterri-
torializarse en lo cultural ante las ofertas de los canales internacio-
nales de televisión recibidas por las antenas parabólicas municipa-

3
' Valga anotar que la religión católica creó, desdefinalesdel siglo XIX, una red
de colegios femeninos y masculinos, en especial en el sur del departamento, con el
fin de conservar sus creyentes o conseguir otros nuevos y fortalecer su poder social.
Véanse el ensayo de Jairo Ramírez Bahamón, "Evolución y perspectivas de la edu-
cación en el Huila", y el mío "De la insularidad al naufragio", ambos incluidos en
Ricardo Mosquera Mesa y otros (1986), Economía, política y cultura. Huila, años 80.
Neiva, Universidad Surcolombiana, Cuaderno Surcolombiano 4. También, Jairo
Ramírez Bahamón y Antonio Liarte Cadena (1993), El colegio de Elias o elfinde la
hegemonía del proyecto laico. Neiva, Universidad Surcolombiana, Cuaderno surco-
lombiano 12.
32
Algunos de estos rasgos los precisamos en el libro Historias de la Sierra y el
Desierto, capítulo 1.
WIEI.IAM FERNANDO TORRES
3 i o

les que instalaron los alcaldes triunfantes en las primeras elecciones


populares para ese cargo. Por último, como resultado de la propuesta
de regionalización del país generada por la Constitución de 1991,
y en la que se propone volver a unir el Huila con el Tolima, han
surgido voces que propenden a otras territorializaciones: umfrag-
mentadora, que aspira a vincular al Tolima con el eje cafetero, antes
que con el Huila, y separar de éste al municipio de San Agustín
para anexarlo al Cauca, y otra integradora, en la que el Huila cons-
truiría una alianza estratégica o región con los departamentos de
Cauca, Caquetá y Putumayo, los que, sin embargo, tienen pocas
potencialidades de desarrollo 33 .

Las culturas hegemónicas y subalternas


en la primera mitad del siglo

Entre el surgimiento de Huila como departamento (1905) y la


muerte de Jorge Eliécer Gaitán (1948), los miembros de las cultu-
ras hegemónicas fueron, en especial, los clérigos y los terratenien-
tes; a ellos se podrían sumar, según la coyuntura política, los diri-
gentes políticos de los dos partidos tradicionales, los altos funcionarios
públicos y comerciantes al por mayor. Mientras tanto, los sectores

33
Véanse las reacciones de la prensa tolimense, en abril de 1996, ante la pro-
puesta de la Comisión de Ordenamiento Territorial. También, las Actas del Conce-
jo Muncipal de San Agustín, de diciembre de 1997, y los planteamientos del gober-
nador del Huila, Jaime Bravo Motta, en el foro "Huila, ¿departamento o región?
Encuentro para construir una agenda pública", convocado por la Gobernación del
Huila, Fundecoop y Fundación Social, el 16 de octubre de 1998. Sobre la viabilidad
de los departamentos Caquetá, Cauca y Putumayo, véase Municipios y regiones de
Colombia. Una mirada desde la sociedad civil. Santafé de Bogotá, Fundación Social,
1998.
Amarrar de la cola a la burra
3 i i

subalternos estuvieron conformados en las primeras tres décadas por


gentes que sólo podían vender su vigor físico en los oficios que les
tocara en suerte y, también, por pescadores y bogas —en el río—,
vaqueros y peones —en el desierto— y arrieros, aparceros y jornale-
ros —en la sierra—; entre 1930 y 1950 hubo además, entre otros, co-
secheros de café y arroz, matarifes, zapateros, sastres y obreros cali-
ficados en oficios nuevos como reparaciones de autos y de electri-
cidad.
A ellos fue a quienes los sectores hegemónicos aspiraron domi-
nar mediante la utilización a su favor de elementos de las culturas
orales, escritas y audiovisuales y, de igual modo, de las tradiciona-
les normas de urbanidad 34 .
Así, en cuanto hace a la cultura oral, usaron las normas de ur-
banidad y las solemnidades del sermón o las exaltaciones del dis-
curso, pero incluyendo en ellas descripciones aterrorizadoras del
infierno o del futuro y parábolas o anécdotas ejemplarizantes que
dejaran a sus auditorios perplejos y atemorizados. También retomaron
los refranes populares para darles sentidos que divulgaran su visión
del mundo, e impusieron sentencias que extrajeron de libros de pen-
samientos. Ello puede verse en la frecuente repetición de refranes
como "El tiempo perdido los santos lo lloran", con que los sacerdo-
tes incitaban a sus fieles a trabajar, o "El tiempo es oro", con que
los profesores apremiaban a los alumnos para que adelantaran sus
deberes y, además, en las frases que destacaban en las paredes de las
escuelas35.

34
Sobre este último asunto véase Gabriel y Santiago Restrepo, "La urbanidad
de Carreño o la cuadratura del bien", en la compilación Cultura, política y moderni-
dad. Santafé de Bogotá, CES/Universidad Nacional, 1998, pp. 137-148.
35
Testimonio de la profesora Oliva de Castro, Neiva, junio 12 de 1984.
WILI.IAM FERNANDO TORRES

3 i 2

Sin embargo, la cultura dominante recurrió, sobre todo, a la


cultura escrita para presentar sus concepciones y consolidar su po-
der. En ella, su bastión fue la escuela. Hasta los mediados de siglo
que comentamos ésta empezó a pasar de ser religiosa y privada a
laica y oficial36, de utilizar metodologías autoritarias pasivas a acti-
vas y, en particular, de querer formar seres letrados —como era el pro-
pósito de la República Conservadora— a formar seres prácticos, como
era la aspiración de la República Liberal. No obstante, en ambos
modelos la escuela fue memorística, recitadora, silogística, y a ella
no tuvieron acceso las mayorías. Es decir, se limitaba a venerar y
declamar la cultura escrita, pero no a someterla al análisis ni, me-
nos, a concebir las herramientas que pudieran renovarla. Como se
ha repetido tantas veces, la intención última de los sectores hege-
mónicos era formar cuadros que les sirvieran de correas de trans-
misión a su poder. Para ello fueron más allá de la escuela en su uti-
lización de la cultura escrita y apelaron a otras estrategias para ganar
el consenso, entre ellas, las de la zanahoria, al magnificar la tarea
del intelectual y crear un culto a la letra impresa, o las del garrote,
como prohibir la lectura de ciertos libros y, a cambio, poner en cir-
culación textos al alcance de quienes procedían de las culturas orales.
Las primeras exaltaban al intelectual para proponerlo como mo-
delo o para neutralizarlo. Lo primero acontece, por ejemplo, cuan-
do elogia a Julián Motta Salas como "el cervantista de América",
lo que constituye una evidente desmesura37. Lo segundo ocurre con
José Eustasio Rivera, a quien se le califica de "cantor del trópico y

36
Jairo Ramírez Bahamón (1986), "Evolución y perspectivas de la educación
en el Huila", en el citado Economía, política y cultura. Huila, años 80, pp. 96-145.
37
Antonio Iriarte Cadena, "El incierto rumbo de nuestro pentagrama", en
revista Vorágine (Neiva), 9, pp. 12-16.
Amarrar de la cola a la burra
3 i 3

la selva", y con ello se remite al lector más a sus poemas y su novela


que a las producciones intelectuales en las que cuestiona la situa-
cion imperante .
Por otro lado, para propiciar un culto a la letra impresa intro-
dujo los asertos —"Como dicen las Escrituras"— o fórmulas rituales
—"Y así está escrito"—, frecuentes al terminar la lectura de un docu-
mento público. Con ellas, pretendía hacer aceptar de manera
tautológica que cuanto estuviera escrito era verdad simplemente
porque "estaba en letras de molde". Este argumento, común en
conversaciones y debates cotidianos, no sólo rechazaba la evidencia
empírica, sino que imponía una manera acrítica de abordar cual-
quier texto y, de igual manera, discriminaba a quien no pudiera
refutar estas aseveraciones por no saber leer. Consecuencia de esta
postura es la cita de autoridad que se encuentra en muchos artícu-
los de la época en estudio y que, se supone, permitía a quien la pre-
sentaba eludir la argumentación y aplastar al otro 39 .
Asimismo, con el fin de censurar y prohibir la circulación de li-
bros e impresos o de escritos en los que se atacaran sus principios o a
las autoridades en ejercicio, exigió que tuvieran el nihil obstat o el
imprimatur. De ahí que se impartieran órdenes como la siguiente:

Prohibimos a nuestros diocesanos la lectura y apoyo, de cua-


lesquiera manera que sea, de las hojas o periódicos siguientes:

38
Hilda Soledad Pachón (1993). op. cit., pp. 9-11.
39
Véase, entre otras, las colecciones de los periódicos I<a Reivindicación (Neiva,
1909), Dios y César (Garzón, 1910), El Bien Social (Neiva, 1911), que están conser-
vadas en la Biblioteca Nacional. También, véase sobre el tema: Roger Chartier,
"Introducción a una historia de las prácticas de la lectura en la era moderna (siglos
XVI—XVIII)", en (1992) El mundo como representación. Historia cultural: entreprácti-
cay representación. Barcelona, Gedisa.
W ÍI.I,IA M F K R N A N D O T O R R ES

3 i 4

Ravachol, Chantecler, Thalía, Gil Blas, Zic—Zac, Moscardón, El


domingo, de Bogotá; Palabras del día, de Medellín, y Joven Tolima,
de Honda, por contener todos ellos doctrinas en oposición con
las de la Iglesia católica40.

Al lado de estas prohibiciones, se divulgó desde el pulpito que


"la mucha lectura llena de cucarachas la cabeza" y que, por tanto,
la Biblia sólo podía ser leída e interpretada por los clérigos. De esta
manera, se generó desconfianza en los sectores populares contra los
laicos que tuvieran trato con libros o leyeran demasiado: ellos los
consideraban vagos, excéntricos y peligrosos 41 .
A cambio de las anteriores publicaciones, se distribuyeron ca-
tecismos y novenarios que estaban escritos, los primeros, con base
en preguntas y respuestas y, los segundos, con coplas y relatos muy
próximos a la oralidad. Y aquí estaba el truco: como las lecturas se
realizaban en colectivo, los hegemónicos podían controlar las in-
terpretaciones.
También la cultura dominante utilizó a la cultura visual o
icónica, en su esfuerzo por proponer modelos de vida y producir
consenso para conservar el poder. Así, en los primeros 30 años del
siglo, divulgó imágenes católicas, como "La escalera de la vida" o
"La buena muerte" y "La mala muerte", con el fin de ejemplificar
los retos del creyente. A partir de la tercera década y de la integra-
ción de Colombia a la economía mundial, hizo circular el díptico
"Yo vendí a crédito. Yo vendí al contado", con el que incitaba a fo-
mentar un capitalismo basado en el ahorro. Poco después, a finales

40
Carta pastoral de moseñor Ismael Perdomo en Dios y César (Garzón), 11,
10 de noviembre de 1910.
41
Testimonio de Salustiana Rodríguez, Neiva, diciembre 15 de 1992.
Amarrar de la cola a la burra
3i 5

de los años cuarenta, con la popularización de la fotografía en blan-


co y negro entre las familias más pudientes, la cultura en referencia
puso de moda la foto retocada de abuelos o padres, de la pareja fun-
dadora del núcleo familiar, para plantear una noción del pasado so-
lemne, severa, autoritaria. En los mismos años cincuenta, se distri-
buyeron almanaques de una marca de cigarrillos negros que traía
la imagen de una mujer aspirando plácida un pitillo y, bajo ella,
estaba inserto un mazo de hojas deshojables en cuya cara venían la
fecha y los santos o hechos civiles que se rememoraban y, en el an-
verso, sentencias y frases de pensadores reconocidos; en ellas difun-
dían los ideales del capitalismo de la Guerra Fría: austeridad, aho-
rro, uso eficaz del tiempo.
Estos almanaques deshojándose, como se recordará, se convir-
tieron en la imagen del paso del tiempo en el cine mexicano en los
años cincuenta. Con base en esta anotación, se puede suponer que
los anteriores usos de la imagen eran corrientes entre los sectores do-
minantes de América Latina para cultivar el imaginario de las masas
que comenzaban a surgir.
Los sectores dominantes huilenses, poco dados a la escritura
autobiográfica, construyeron sus memorias familiares mediante ál-
bumes de fotografías. En ellos están nacimientos, bautizos, confir-
maciones, primeras comuniones, grados, presentaciones en socie-
dad, cumpleaños, fiestas relevantes, posesiones en cargos públicos,
paseos al campo, matrimonios, nuevos nacimientos y muertes; es
decir, los hitos y rituales de paso que marcan el ciclo de la vida.
Empero, en estas fotografías los retratados no suelen ser espontá-
neos, adoptan casi siempre una pose cercana al retrato de pintor y al
daguerrotipo porque al parecer tienen conciencia de que ésa es la
imagen que desean sobre sí mismos, la imagen pública a la que
quieren acceder. En las fotografías de individuos prima el rostro
WII.I.IAM FERNANDO TORRES

3 i 6

serio, el vestuario elegante y, en ocasiones, el exceso de accesorios.


En las de grupos se advierten las jerarquías sociales y familiares y
las relaciones de género. Estos gruesos volúmenes propiciaban lar-
gas conversaciones en las acostumbradas visitas de parientes duran-
te el fin de año, en las fiestas tradicionales o con motivo de cum-
plirse algunos de los hitos y rituales antes anotados: eran los instantes
de la tácita construcción de la memoria familiar.
De la misma forma, los sectores dominantes propusieron una
visión heroica del pasado huilense mediante bustos o estatuas de los
proceres de la Independencia, de obeliscos para conmemorar a los
caídos en la Guerra contra el Perú y, también, de placas para indi-
car fusilamientos y visitas históricas, que colocaron en lugares des-
tacados de los parques y calles centrales, con el fin de reclamar la
atención de los viandantes. Sirva adelantar aquí que, décadas más
tarde, estas placas tendrían otro uso: el de informar, en la fachadas
de las obras públicas, los nombres de los funcionarios y los políti-
cos que las hicieron posibles, con el dinero de los contribuyentes,
para que estos últimos no olvidaran a quién debían agradecer en
las elecciones siguientes los favores recibidos. Por su parte, en al-
gunos casos, las estatuas volverían los oficios populares objeto de
admiración estética, pero encubriendo el duro esfuerzo y la miseria
que los acompañan.
En esencia, la travesía reseñada nos permite inferir que, duran-
te los primeros treinta años del presente siglo, los sectores hegemó-
nicos del Huila difundieron dos nociones básicas de cultura: las de
cultura gestual y letrada. Ellas hicieron suponer que una persona
adquiría la categoría de culta cuando trataba a los de su clase con
buenas maneras, poseía un prestigioso pasado familiar, títulos aca-
démicos, gusto por las artes e interés por mantener los valores tradi-
cionales. De manera evidente, estas concepciones resultaban aristo-
Amarrar de la cola a la burra
3i 7

oráticas y discriminatorias. Para demostrarlo, baste recordar los epí-


tetos con que sus miembros llamaban a quienes no compartían sus
visiones de mundo: incultos, ignorantes, indios, campeches, igua-
lados. Y tales eran: 1) los estratos sociales medios y bajos, 2) los
analfabetas y autodidactas, 3) los que carecían de formación para
apreciar las artes, y 4) aquellos que descubrieron que los valores
imperantes cambian con cada época42.
A partir de los años treinta, estas actitudes tendieron a cambiar,
en parte debido a la influencia de las costumbres norteamericanas
sobre las de los estratos altos del país, desde cuando los Estados Uni-
dos se convirtieron en el principal comprador de las exportaciones
nacionales. Ellas hicieron admitir que no sólo bastaban apellidos y
herencia para ser digno de aceptación entre las élites, sino que tam-
bién lo posibilitaba el labrarse un destino con el propio esfuerzo, el
convertirse en self—made—man. Algunos nuevos miembros de los
sectores dominantes asumieron esta noción de cultura a la que cali-
ficamos de práctica^.
Con todo, los sectores subalternos no se quedaron pasivos. Fren-
te a las estrategias y concepciones referidas, resistieron, en lo oral,
mediante el chiste, el chisme, la copla rajaleña y los relatos en los
que enaltecían a sus héroes o revelaban las caras ocultas y mons-
truosas de los poderosos. En lo escrito, mediante la lectura fragmen-
taria de artículos periodísticos, que realizaban en grupo, y en la que
asumían que las historias impresas sólo eran útiles para activar la
memoria y motivar la conversación. También en lo escrito recurrie-
ron a la lectura de libros prohibidos, a la redacción de panfletos y la

42
Véase mi artículo, "¿Qué construir para el próximo siglo?", La Nación (Neiva),
domingo 16 de octubre de 1994, p. 9.
43
Ver mi texto ya citado "De la insularidad al naufragio", p. 83.
WII.EIAM FERNANDO TORRES

3 i 8

burla a la autoridad intelectual, citando los "filósofos" que circulan


entre los campesinos: "Como dijo este... el otro... el mismo... o quién
sabe" u .
A la vez, en lo visual o ¿cónico desvirtuaron el valor de las imá-
genes católicas, al interpretarlas a su manera y otorgándoles la ca-
pacidad de ayudarles a resolver ciertas necesidades específicas; así,
por ejemplo, san Antonio servía para conseguir novio, san Marcos
para curar el mal genio del marido, san Roque para mejorar la sa-
lud45. Entre estas formas de resistencia están el disfrazar las esta-
tuas de los proceres en lasfiestaspopulares con prendas que ridicu-
lizaran su solemne dignidad, o la utilización de los retratos de
parque con telón de fondo, con el deseo de conservar la memoria
del amor o de realizar sueños imposibles (como los de ser piloto de
avión, músico o actor).
Sin embargo, los sectores subalternos no enfrentaron a los
hegemónicos sólo mediante la resistencia cultural, sino también
mediante luchas y la comisión de ciertos delitos. Entre las primeras
se cuentan las que empezaron dando, en la primera mitad del si-
glo, por la propiedad de la tierra, el derecho a la vivienda y a la
educación y que, en la segunda mitad —adelantémosnos a decirlo—,
terminarían convertidas en gremiales y políticas46. A ellas deben
agregarse, en especial, las que libraron en defensa de sus capitales

44
Conversaciones con Cenelia Herrera, vereda Riverita (Rivera), entre 1991
y la fecha.
45
Respecto a este último santo, en la prensa del período se encuentran quejas
parroquiales contra los feligreses porque convirtieron la peregrinación al santuario
en algo parecido a una orgía carnavalesca.
46
Ananías Osorio Valenzuela, "Huellas del movimiento social en el Huila
durante el siglo XX", en Historia general del Huila. Neiva, IHC/EAH/Gobernación
del Departamento/AHH, volumen 3, pp. 295-329.
Amarrar de la cola a la burra
3i 9

simbólicos, y contra quienes intentaban fracturar sus memorias co-


lectivas, como lo prueban los levantamientos espontáneos contra
alcaldes o párrocos que intentaron disponer de los bienes que la
comunidad consiguió mediante la unión y el trabajo de todos 47 .
En cuanto hace a los delitos, en los primeros treinta años del
siglo, los más numerosos fueron los de concubinato, contrabando
de aguardiente y abigeato 48 . Éstos sugieren la visión de mundo de
los sectores subalternos: en lo afectivo, no querían estar atados por
otros lazos que los del deseo personal; en lo festivo, querían cele-
brar con su propio licor y no con el del monopolio del gobierno, y,
con respecto a la propiedad, lo que les interesaba era satisfacer sus
urgencias.
Pese a sus prédicas y castigos, la cultura hegemónica no logró
disciplinarlos como para aceptar el ideal del matrimonio católico,
apartarse de la fiesta o respetar la propiedad. Para ello, valga recor-
dar que en la primera página del periódico Dios y César de Garzón
se publicaba la lista de los funcionarios públicos que vivían en con-
cubinato, en 1914, y en los avisos oficiales de la Gaceta del Huila,
del primero de febrero de 1915, se encuentran requisitorias como
éstas:

El juez 3 del Circuito de Neiva exhorta para que capturen


a... Martín García y Anaclovis Lozano, reos rematados por el
delito de amancebamiento público ejecutado en el municipio
de Baraya.

47
Testimonios de Iván Díaz, La Plata, 6 de junio de 1995, y de Humberto
Montealegre, Gigante, diciembre 8 de 1996.
48
Véase la tendencia que presentan las estadísticas de causas falladas entre 1905
y 1908 en la Gaceta Departamental, 5 (Neiva), enero 9 de 1909, p. 766.
WILLIAM FERNANDO TORRES

3 2 o

Filiación: García es de unos 28 años de edad, natural del mu-


nicipio de Alpujarra, hijo legítimo de Próspero García y Ade-
laida Cabrera, moreno, ojos vivos, imberbe, pelo negro, charla-
tán, toca tiple y canta, se ríe con estrépito, mide 173 centímetros
de estatura por 85 de grosura. La Lozano es de unos 23 años de
edad, natural de Natagaima, hija legítima de Juan de los Santos
y Flonnda Lozano, lee y escribe, color blanca pañosa, desden-
tada y muy viva. Tiene 145 centímetros de alto por 63 y medio
de grosura.
[También] A Juan Ángel Santos y Pilar Cortés por el deli-
to de amancebamiento público (encausado) y ejecutado en Ho-
bo desde hace unos 17 años.
Filiación: Santos es natural de Purificación, vecino de Hobo,
soltero, agricultor, católico y boga. La Cortés es natural y veci-
na del Hobo, de unos 36 años de edad, casada con Liborio
Quintero, costurera y católica. (Juan Ángel es ya de unos 56 años
de edad),

En el informe de la Comisión Aldeana de 1934 se señala que


44% de los niños existentes en Huila son naturales o ilegítimos. Es
decir, que un número significativo de personas en el departamento
vivían en concubinato, tenían relaciones fuera del matrimonio o eran
parejas accidentales. El que estas costumbres se hayan mantenido
en el país obligó a la ley a suprimir el discriminatorio término de
concubinato para acoger el de unión libre, más respetuoso de la
elección de vida que hace una pareja, y a reemplazar el de concubi-
na por el de compañera permanente.
Pero al lado del recuento de los delitos populares durante las
primeras tres décadas del siglo, permítaseme la digresión de anotar
que las requisitorias transcritas evidencian, además, que se perse-
Amarrar de la cola a la burra
3 2 i

guía a parejas que al parecer disfrutaban de la vida, como la prime-


ra mencionada, en que la mujer "sabía de letras" o, como la segun-
da, que había durado unida durante más de tres lustros, a pesar de
su diferencia de edades. Añadamos que en estos casos el saber leer
y escribir no indicaba que se fuera culto —en el sentido visto atrás-
sino quizás un peligroso delincuente, según lo deja inferir la re-
dacción del texto. ¿Señalan, acaso, estos edictos que los sectores do-
minantes querían una sociedad sumisa, analfabeta y no dada a las
fiesta?
O, más bien, que los sectores hegemónicos estaban de acuerdo
con las reflexiones de este autor anónimo sobre "el alma huilense":

¿Conoces, lector amigo, el alma huilense? ¿Te imaginas que


será taimada, hipócrita, vengativa, feroz y sanguinaria como la
del rolo, del mosca, del zipa o del guane? ¿Será estoica, escépti-
ca o indolente como se han atrevido a calificarla escritorzue-
los...?
Ni lo uno ni lo otro. El alma huilense estudiada a la luz de la
ciencia, sin prejuicios, sin preocupaciones de tartufos y aspavien-
tos indígenas, tiene como nota dominante, característica, la fran-
queza, la sana alegría, el trato decente y jovial con propios y
extraños. En el conjunto de su existencia descubrimos la belle-
za armónica que tanto reclamara Chamberlain para los cultos
europeos. ¿Qué extraño se atreverá a negar la hospitalidad, la
cultura, la noble franqueza y espontáneo comedimiento de los
huilenses de pura sangre}
... Allí estalla con frecuencia, como fruto de chistes salados
e ingeniosos, la carcajada honrada, desenfada y libre. Nadie se
ofende porque el compañero le saque música a sus palabras o le
improvise unos versos para que todos se rían a sus expensas...
WIEEIAM FERNANDO TORRES
3 2 2

Entre los huilenses hay una cultura cívica casi innata...


Hay qué saber lo que son los paseos al aire libre, al Magda-
lena, a río Neiva, etc., etc., las culebrillas, el gallo de San Pedro,
la paloma de San Juan, los bailes inocentes y distractivos del
pueblo, y el valor y delicadeza de las damas...
Lo que le falta al pueblo huilense es malicia49.

Pero qué malicia tenía, y mucho lo prueba el hecho de que,


durante los años treinta y cuarenta, los delitos mayoritarios siguie-
ron siendo el abigeato, el amancebamiento y el rapto, y a ellos se
sumaron las heridas, los homicidios y la resistencia a la autoridad 50 .
Los primeros denotan que el gobierno logró controlar el contra-
bando de aguardiente; los segundos indican el creciente clima de
tensión política que se estaba viviendo.
Las confrontaciones hasta aquí comentadas nos llevan a con-
cluir que en la primera mitad de siglo hubo en el Huila una cultu-
ra hegemónica que pretendió imponerse, en especial, mediante las
normas de urbanidad, la escuela, el manejo del espacio público y la
ley. Frente a ella hubo una subalterna que aspiró en general a man-
tener sus formas tradicionales de existencia o a conseguir mejores
condiciones para ella y, por tanto, se confrontó con quienes se lo
impedían o pretendían imponerles nuevas lógicas tempoespaciales;
en este último sentido, paradójicamente, resultaba conservadora.
Estos enfrentamientos dejan ver que los sujetos en el Huila
percibían y conocían el mundo desde perspectivas muy diferentes.

49
En Alma huilense (Neiva), 24, 25 de octubre de 1931. Los subrayados son
nuestros.
50
Véanse las estadísticas de El Relator Judicial (Neiva) entre 1931 y 1933 y los
Anuarios del Departamento del Huila de la década de los años cuarenta.
Amarrar de la cola a la burra
323

Los hegemónicos tendían a hacerlo desde lógicas analíticas, nocio-


nes lineales de tiempo, amplias de espacio, de un cuerpo concebi-
do aparte de la mente, y se expresaban mediante conceptos, es de-
cir, hacían uso de las formas de conocimiento exigidas por la cultura
escrita. Los subalternos, en cambio, asumían su entorno desde ló-
gicas asociativas, nociones del tiempo circulares, nociones del espa-
cio reducidas, usaban el cuerpo para descifrar la naturaleza y se
expresaban mediante el refrán, la anécdota, el relato propio de las
culturas orales. Por tanto, la comunicación entre ambos era posible
cuando se encontraban para narrar. Allí, unos y otros podían des-
cubrir saberes y astucias mutuas y, por supuesto, confrontar su de-
sarrollo como sujetos, pues cuando se narra no se lo hace sólo para
el otro sino, sobre todo, para comprenderse a sí mismo. Este inter-
cambio de relatos daba pie para la construcción de valores comu-
nes.
Y, en conjunto, hegemónicos y subalternos poseían tres valores
básicos: uno, la identidad de grupo o clase; dos, la solidaridad, que
era consecuencia del anterior y casi obhgatoria; y tres, la confianza
en la palabra empeñada, dado que vivían en el ámbito de la cultura
oral 51 .
Las construcciones de la periferia, los lugares para la negocia-
ción y construcción de identidades en la década de los cincuenta y
los espacios en donde hegemónicos y subalternos se encontraban
para narrar, y en los que, en ciertos aspectos, conseguían minimi-
zar sus diferencias eran, en especial, los de las fiestas tradicionales
de San Juan y San Pedro, que se celebraban en lugares públicos.

1
' Entiendo aquí por valores los ideales de realización vital -capitales simbóli-
cos— que integran y dan sentido a cada una de las diversas agrupaciones de una co-
munidad.
WII.I.IAM FERNANDO TORRES
3 24

En ellas, todos se tornaban "opitas", tal como lo refiere el San-


juanero, el himno de las mismas, compuesto en 1936, que canta en
uno de sus versos: "Opita sírvame un trago para yo también beber/
que ninguno se contenta solamente con oler".
No obstante, estos encuentros fueron diluyéndose por las ten-
siones de la Violencia. Esta circunstancia propició la casi desapari-
ción de la fiesta rural, la del San Juan, y perpetuó la urbana, la del
San Pedro, pero con brotes de conflicto, como el ocurrido en Neiva,
en 1952, cuando se frustró la coronación, como reina de las fiestas,
de la candidata que respaldaban los sectores populares52. Con el
fin de controlar estas luchas simbólicas, los sectores hegemónicos le
quitaron el carácter participativo a la celebración y la convirtieron
enfiestaespectáculo a partir de 1959. Para ello la volvieron competi-
tiva, comercial, y redujeron lo popular a concursos que desvirtuaban
las tradiciones folclóricas.
A pesar de estas estrategias, los de abajo presionaron su partici-
pación y obtuvieron, hacia 1965, que se creara un reinado popular
municipal en Neiva, al que ellos se encargaron de darle sentidos
que les fueran útiles para construir sus identidades barriales y ne-
gociar sus presencias en la ciudad.
Entre ellos está, por ejemplo, el que las candidatas pierdan sus
nombres para acoger los de sus barrios, y como éstos son, casi siem-
pre, los de santos, proceres, políticos o fechas de Independencia,
sugieren que apelan a ellos como una estrategia simbólica para ga-
rantizar la misma protección que los huelguistas e invasores espe-
ran obtener cuando exhiben la bandera nacional en medio de sus
conflictos. Asimismo, debe añadirse que las candidatas se toman la

1
Testimonio de Stella Paredes Polanía, Neiva, 18 de agosto de 1978.
Amarrar de la cola a la burra
3 25

ciudad de manera simbólica mediante desfiles, pequeñas insignias


y fotos en el pecho de los transeúntes, grandes retratos suyos en las
vitrinas de los almacenes del centro y, por último, en el encuentro
de todas ellas en la plazoleta de la Gobernación, un día antes del
San Juan. La ganadora de esta competencia se convierte en un per-
sonaje que logra obtener obras para su barrio y éste, a su vez, gana
un año de prestigio territorial 53 .
Como continuación de las tradiciones que se traían y, en parte,
por la influencia de Neiva, en las capitales de provincia y en los
municipios se crearon reinados sampedrinos. En las primeras, para
integrar a las poblaciones bajo su influencia; en los segundos, para
integrar lo urbano y rural. Además de ello, cada municipio procu-
ra enviar su candidata al reinado departamental que se realiza en
Neiva y, de esta manera, en los meses de junio y julio, el departa-
mento construye un tejido festivo en todo su territorio, cuyas reper-
cusiones sociales y simbólicas no se han estudiado del todo.

De la periferia a la imitación del centro: la cultura audiovisual


electrónica/digital entre los años sesenta y noventa

Como se apuntó páginas atrás, Huila rompió su aislamiento inter-


no y del país y del mundo con la llegada del tren, la prensa diaria,
la radio y el cine en los años treinta, la creación de emisoras locales
en los años cuarenta, la apertura de la carretera a Bogotá en los años

53
Véanse mis trabajos La ebriedad de los apóstoles. Contextos, prácticas y símbolos
en lasfiestasde San Juan y San Pedro en el Huila durante el siglo XX. Neiva, Univer-
sidad Surcolombiana, 1989, y "Lo que pide el cuerpo: las fiestas en el Huila", en
Historia general del Huila. Neiva, IHC/FAH/Gobernación del Departamento/AHH,
volumen 4, pp. 305-348.
WILI.IAM FERNANDO TORRES

3 2 6

cincuenta, la instalación de torres repetidoras de televisión en los


años sesenta y la de teléfonos automáticos en los años setenta y, ade-
más, gracias al acceso a satélites, teléfonos celulares e internet en los
años noventa. Pero los medios masivos no sólo introdujeron nue-
vas propuestas de vida, sino que también replantearon las formas
de percibir, sentir y conocer de hegemónicos y subalternos, trasto-
cando sus viejas distinciones de clase y lógicas culturales.
Ya que, para el caso, la radio, al informar sobre la Guerra Civil
española o la Segunda Guerra Mundial o al entregar radionovelas y
series —como el "Derecho de nacer" o "Las aventuras de Kalimán"—, y
el transistor, al comentar el empate de Colombia con la selección so-
viética en 1962, el asesinato de J. E Kennedy en 1963 o las muertes
de Camilo Torres, en 1966, y del Che Guevara, en 1967, les advirtie-
ron que "el mundo era mucho más ancho que la aldea", como lo afir-
ma Marco Raúl Mejía. La televisión, a su vez, introdujo lo público
en el ámbito de lo privado -del hogar-, hizo acceder a los lenguajes
de la imagen y reconocer la existencia del deseo, y propuso nuevas
formas de amor y de pareja. El computador, por su parte, planteó
que el conocimiento no consistía en aprender meros datos -puesto
que ellos ahora podían conservarse en el disco duro-, sino que se
construía, más bien, a partir de confirmar la validez de aquéllos, con
el fin de establecer problemas relevantes y elaborar alternativas para
los mismos, y con ello, de paso, dejó sin sentido a la escuela recitadora,
memorística y silogística que vimos algunas cuartillas arriba. El saté-
lite y los celulares transformaron, una vez más, las nociones de espa-
cio y tiempo. El internet posibilitó ingresar en el mundo, pero esto
no garantiza convertir a hegemónicos y subalternos en ciudadanos
de la aldea. Por eso, apenas unos cuantos se preguntan ahora si esas
técnicas y tecnologías no les están alterando sus lógicas e introducién-
dolos en otras ajenas, cuyo sentido no alcanzan a develar.
Amarrar de la cola a la burra
3 27

En cambio, y sin tantas preguntas, los subalternos les dieron


otros usos a los aparatos. El transistor reemplazó al perro guardián
en los barrios de procedencia campesina, pues se lo dejaba encen-
dido para que los merodeadores supusieran que había alguien en
casa. El televisor sirvió para colocar sobre él un nuevo altar o las
fotos de familia y, además, para incitar a las comunidades a reunir-
se ante él en la plaza pública y en los bares. Los nintendos han
posibilitado que se abran sitios para jugar en ellos —play stations—,
que se convierten en nuevos lugares de encuentro en los barrios.
En suma, la llegada de la cultura electrónica/digital al departa-
mento rompió con las anteriores lógicas, nociones de tiempo, espa-
cio, cuerpo y formas de expresarse. Hizo que hegemónicos y sub-
alternos se debatieran entre el deslumbramiento, la imitación y la
sospecha, que pendularan entre el chauvinismo y el cosmopolitis-
mo acrítico. Ahora los huilenses adultos tuvieron que enfrentarse
con lógicas de la inferencia y la sugerencia; con nociones de tiem-
po y espacio integradas que están en la posibilidad de ser circula-
res, lineales, paralelas, entretejidas, alternadas, reticulares; con un
cuerpo que sirve para expresarse, pues se lo puede tatuar, perforar
o cargar con nuevos adminículos, y al que no es posible constreñir
legalmente porque el derecho al libre desarrollo de la personalidad,
establecido por la Constitución de 1991, así lo permite. Atrás que-
da la sentencia "La pared y la muralla son el papel de la canalla".
Por esta razón, los adultos descubrieron que muros y paredes tam-
bién son territorios para expresarse y que, además, cuentan histo-
rias: los graffitis pasaron de contener consignas izquierdistas a enun-
ciar expresiones tiernas o rudas del amor y a señalar la aparición de
bandas urbanas. Asimismo, los miembros de las generaciones ma-
yores debieron intentar descifrar los nuevos y frenéticos lenguajes
de la imagen.
WILI.IAM FERNANDO TORRES
328

Esta cultura audiovisual electrónica/digital contribuyó, pues, a


que los jóvenes emergieran como nuevos actores sociales, ya que
fueron ellos quienes aprendieron de manera acelerada a manejar las
nuevas lógicas, tempoespacios, formas de expresión, cuerpos y
miradas. Esta circunstancia deja entrever que no se pueden exami-
nar los procesos culturales sólo desde la perspectiva de lo hegemó-
nico y lo subalterno, sino que hoy es imperioso mirarlos desde las
diferencias entre adultos yjóvenes54. Porque mientras éstos luchan
por construirse una identidad -en medio de la que les fabrican las
multinacionales para volverlos carne de consumo-, los adultos se
debaten entre el autoritarismo y el dejar hacer. De ahí que exista
entre ellos una falta de fluidez comunicativa, una ruptura de los
tejidos comunicativos intergeneracionales, que la administración
pública cree solucionar mediante normas que restringen los movi-
mientos y espacios de los jóvenes55.
Junto a los procesos recién referidos, en las últimas cuatro dé-
cadas se dieron luchas gremiales y políticas, como se mencionó
antes. Entre ellas están las dadas en el último quinquenio por me-
jores condiciones para los campesinos, por la nacionalización del
Campo Dina 540 en 1993, contra el uso de precursores químicos
en la fumigación de cultivos ilícitos, en 1995, y por la defensa de
espacios en donde se expresaba la cultura popular, como en el Pa-
saje Camacho de Neiva, donde tenían cabida artesanos y restauran-
tes populares —continuadores de la tradición gastronómica local—,

54
Por supuesto, no sólo desde estas miradas, sino también desde el análisis de
los grupos (étnicos, de clase, de creencias, de géneros y oficios) y de sus prácticas
(productivas, domésticas, familiares, educativas, lúdicas, simbólicas, de relación con
los otros, etc.).
55
Véanse al respecto los decretos municipales sobre el asunto, entre 1994 y la
fecha.
Amarrar de la cola a la burra
329

en 1997. Valga añadir que estos movimientos poco espacio tuvie-


ron en los medios nacionales.

De la imitación del centro a los instantes propios de centralidad

Huila, como cualquier periferia, sólo aparece en las primeras pla-


nas de diarios y noticieros cuando celebra fiestas o le ocurren trage-
dias. Pues sólo tiene cabida en ellos cuando realiza el San Pedro y
vende una supuesta autenticidad; es el epicentro de un terremoto,
como el de 1967; la guerrilla toma un municipio para adelantar las
conversaciones de paz, como en 1984; el equipo local gana el in-
greso a la primera división de fútbol, como en 1992; le sobreviene
una avalancha, como la del río Paéz en 1994, o aumentan de mane-
ra notable los suicidios juveniles, como en el último quinquenio.
Estas formas de presencia hacen que a menudo los huilenses
crean que sólo cuentan para el panorama nacional cuando ofrecen
entretenimiento o merecen compasión. Que no valen sus esfuerzos
cotidianos, sus pequeñas experimentaciones, sus sueños. Por ello
se alegran hasta la exaltación cuando el equipo local enfrenta a los
de otras capitales del país, y cuando recibe gratos comentarios en
los noticieros nacionales de jueves y domingo y, así, da pie para que
los habitantes de Neiva y el Huila disfruten la sensación de que su
terruño ha obtenido, por fin, un lugar en el país.
Pero, a la vez, esa actitud desdeñosa o compasiva que se ejerce
desde el centro los lleva a suponer que para realizar sus proyectos,
en lugar de presentarlos y defenderlos con ahínco, es camino más
seguro conseguir un político y ofrecerle un almuerzo, al menos,
para comprometer su apoyo, o ganarse el favor de los funcionarios
públicos llevándoles muestras de la gastronomía vernácula. De ahí,
también, que para obtener alguna aceptación en el departamento
WILLIAM FERNANDO TORRES

33o

muchos se afanen por figurar en lo nacional, como lo prueban las


abundantes noticias sobre nombramientos públicos, honores pri-
vados, títulos académicos, reuniones sociales de cualquier nivel,
viajes a eventos en otras capitales y furiosas disputas por injuria y
calumnia que colman la prensa regional7,6.

La desterritorialización de la cultura

Durante la última década se ha hecho cada vez más evidente que


los procesos sociales en la región surcolombiana están dirigidos, en
lo fundamental, por el clientelismo, el narcotráfico, la guerrilla y
los militarismos. Estas fuerzas generan un clima de violencia y
zozobra cotidiana, corrupción administrativa, falta de respeto a la
vida y al medio ambiente y, en particular, destruyen los tejidos
comunicativos. Además, sólo ellas se ofrecen como alternativas rea-
les a los más jóvenes. Estas circunstancias hacen innecesaria la es-

56
No sobra sostener aquí que al aceptar estas especies y convertir su difusión en
una rentable estrategia periodística, los informativos locales pierden valiosas ener-
gías para realizar análisis rigurosos sobre las complejas dinámicas de la vida regional
y, en consecuencia, no contribuyen a conformar una vigilante opinión pública. Por
otra parte, estas especies suelen ser comentadas por contertulios socarrones —aque-
llos de los chistes ingeniosos evocados por el articulista del Alma Huilense, unas lí-
neas antes— que acostumbran presumir ser dueños de mayores talentos y recursos
que las personas objeto de sus comentarios, pero a las que, en pocas ocasiones, se
atreven a competirles en los territorios de sus saberes. Esta costumbre de subvalorar
al otro es recurrente en los grupos en el poder, es decir, no hay unas reglas de juego
meritocrático en la administración pública que, a la vez, permitan la libertad de crí-
tica. Por ende, muchas gentes de valía, que no están dispuestas a someterse a
clientelismos y tradiciones cortesanas, terminan despilfarrando sus potencialidades
al caer en el desaliento, en el escepticismo o en una crítica acida que poca incidencia
tiene en la opinión, como no sea la de fomentar más rencores personales.
Amarrar de la cola a la burra
33i

cuela e impiden el surgimiento de embriones fuertes de sociedad


civil57.
A lo anterior se agrega que la región está recibiendo, desde 1989,
la propuesta de nuevos imaginarios sociales a través de la oferta
televisiva internacional. Ella generó un proceso de desterritoria-
lización de la cultura al suscitar expectativas y ambiciones entre los
jóvenes que ellos no pueden realizar en los estrechos límites del
departamento. La frustración e impotencia resultantes de estas di-
námicas, aunadas a la ruptura de los tejidos comunicativos inter-
generacionales y a la imposibilidad de explicarse los nuevos proce-
sos que viven, los empujan a cometer suicidio en muchos casos.
Como es de conocimiento público, su tasa es demasiado elevada para
la densidad demográfica regional.
Tenemos aquí, entonces, una sociedad a la deriva, con precaria
salud mental y pocas posibilidades de realización humana. Urge,
por tanto, establecer alternativas para restaurar los tejidos comuni-
cativos regionales y crear otros adecuados a los nuevos contextos,
con el propósito de consolidar una sociedad civil que sea capaz de
mediar en los actuales conflictos, elaborar un nuevo proyecto social
y garantizar el desarrollo humano, sobre todo, de sus niños y jóve-
nes.

Las características de los huilenses contemporáneos

En suma, los rasgos antes reseñados revelan que entre los huilenses
priman la baja autoestima, desconfianza en los propios esfuerzos y

5
' Véase William Fernando Torres, El veloz viaje del dempatas. Recorridos colec-
tivos para la construcción del postgrado en Comunicación y Creatividadpara la Docencia.
Neiva, Universidad Surcolombiana, acetatos, 1997.
WILI.IAM FERNANDO TORRES

3 3 2

subvaloración de los ajenos, alta necesidad de reconocimiento so-


cial y poco ánimo para el trabajo en grupo. Por eso suelen encerrar-
se en un individualismo cerrero y desesperado.
Con frecuencia, éste impide construir empresas o, cuando se
logran, no estimula el rompimiento con la gerencia patriarcal impe-
rante —ésa que no delega tareas y funciona por medio del chantaje
afectivo- para pasar a otras formas de organización más parti-
cipativas y flexibles, en las que se haga uso crítico y creativo de las
más recientes concepciones sobre el desarrollo humano y las tecno-
logías más avanzadas. Este individualismo tampoco propicia el
surgimiento de organizaciones comunitarias libres de caudillos con
encubiertas ambiciones de figuración política o de construir ma-
quinarias de empresas electorales, ni posibilita una comunicación
fluida entre los miembros de esas clases medias que comenzaron a
consolidarse a mediados de los años setenta, con las primeras pro-
mociones de egresados de la Universidad Surcolombiana.
Este individualismo cerrero y desesperado procrea esa fuerte
autoimagen de los huilenses comentadas anteriormente. Ella les im-
pide alcanzar identidades propias y críticas. Por ende, no cuentan
con las seguridades que éstas otorgan para comprender el mundo y
la globalización e intervenir en ellos.

Conclusiones provisionales

Este largo recorrido deja entrever que a los habitantes de Huila,


primero, les fue impuesta, desde fuera, una noción de identidad
que ellos no estaban preparados para cuestionar. Que, en segundo
término, se enfrentaron entre hegemónicos y subalternos, en la pri-
mera mitad del siglo, pero al mismo tiempo se integraron en el
intercambio de relatos y en las fiestas, en las que, sin embargo, tu-
Amarrar de la cola a la burra
3 33

vieron disputas simbólicas. En tercer término, recibieron el impac-


to de los medios masivos que contribuyeron a la emergencia de los
jóvenes como nuevos actores sociales y, a la vez, transformaron las
maneras de percibir y conocer de hegemónicos, subalternos y adul-
tos. En cuarto lugar, tuvieron presencia en lo nacional porque ofre-
cían entretenimiento o les ocurrían tragedias. En quinto término,
recibieron las ofertas de las parabólicas que les propusieron nuevos
modos de vida y les aportaron herramientas para comprender lo
global pero, además, llenaron a muchos de impotencia y frustra-
ción.
Al lado de lo anterior, vimos un departamento que pasó de ser
insular y agrario a vincularse de manera coyuntural con el país y a
tener ahora el mundo en las pantallas de los hogares. Además, en él
se expresan las diversas fuerzas del conflicto colombiano. En con-
secuencia, para subsistir en las actuales condiciones debe buscar
alianzas estratégicas, pero sus vecinos del norte no las aceptan, y los
del sur están en mayor situación de precariedad. En estas circuns-
tancias, está obligado a pensar en su propia supervivencia y a cons-
truir unas identidades que les garanticen a sus habitantes la seguri-
dad necesaria para dialogar con los otros en condiciones de igualdad.
En medio de estos procesos se han ido construyendo unos su-
jetos desde las culturas en las que se forman. Así, encontramos que
los hegemónicos han estado más cerca de la cultura escrita, mien-
tras los subalternos se inscriben en la oral, y que frente a ellos han
surgido los jóvenes, miembros plenos de la cultura audiovisual.
Estos sujetos tuvieron como valores básicos, en la primera mitad de
siglo, la identidad de grupo (de clase, política o religiosa), la soli-
daridad y la confianza en la palabra empeñada; en la segunda mi-
tad, sus valores son el individualismo, la competencia desleal y el
escepticismo, es decir, valores en todo opuestos a los de la cincuentena
WILI.IAM FERNANDO TORRES

3 34

anterior, pero que son lOs planteados por la economía en el contex-


to nacional y global. Y al pasar por encima de las tradiciones, ellos
generan conflictos culturales7"8.

2. ¿Cuáles serían los sujetos posibles?

Las conclusiones precedentes nos sugieren, en consecuencia, que


urge formaníaf como sujetos que luchan por unir el mundo de la
cultura y el de la economía y, por tanto, pueden superar los desga-
rramientos que nos llevan al vacío consumista o a encerrarnos en
sectas. E n Huila, a la vez, se hace necesario que busquemos cami-
nos para construirnos un autoconocimiento tal de nuestros propios
procesos y los de nuestros entornos que: 1) potencie nuestra auto-
estima, 2) nos ayude a consolidar la individualidad y salir del indi-
vidualismo, 3) por tanto, nos lleve a elegir ser solidarios (no a ver-
nos obligados a serlo, como ocurrió en la primera mitad del siglo),
4) a ganar sensibilidad y capacidad para aceptar la incertidumbre
(rasgos estos existentes en la cultura popular, pero que hoy habría
que ampliar para actuar en lo global), y 5) a conocer las lógicas de
las diversas culturas, con el anhelo de facilitar una comunicación
más amplia y profunda que nos permita negociar conflictos y cons-
truir sentido en colectivo.

^ Entiendo aquí por conflicto cultural la confrontación de valores relevantes


de los diversos grupos, o sea, el enfrentamiento abierto entre los ideales de realiza-
ción vital —capitales simbólicos— que integran y dan sentido a cada una de las diver-
sas agrupaciones de una comunidad por apropiarse de un lugar hegemónico en la
misma, con el fin de conducirla u orientarla en determinada dirección o de garanti-
zar ciertas legitimaciones sociales. Dada la extensión de este trabajo, no tengo espa-
cio para desarrollar este punto aquí, pero remito al lector al libro ya mencionado
Historias de la Sierra y el Desierto. Conflictos culturales en el Huila entre 1940 y 1995.
Amarrar de la cola a la burra
3 35

Esto será posible si, en ese proceso, allegamos elementos para


comprender y analizar las dinámicas sociales y culturales desde las
nuevas formas de percepción y cognición, trabajamos en equipo
(más que en grupo), somos emprendedores y desarrollamos la crea-
tividad para concebir nuevas formas de ser actores políticos y tejer
sociedad civil.

3. ¿Con qué maestros formar estos sujetos posibles?

En las primeras páginas de este texto indiqué que los maestros ac-
tuales de cualesquiera de las cinco generaciones que existen hoy en
las aulas59: 1) alcanzamos nuestras identidades y proyectos de vida
de manera no muy consciente; 2) la mayoría nos encontramos en la
etapa de descenso de nuestra parábola laboral, 3) en muchos casos,
nos sentimos desilusionados por nuestro oficio y gremio, 4) veni-
mos de la cultura oral, somos agentes de la cultura escrita y no sa-
bemos cómo comunicarnos con jóvenes de la cultura audiovisual,
5) algunos somos curiosos y nos animamos a "cacharrear" con las
nuevas tecnologías pero no preguntarnos por los intereses y las ló-
gicas que les dan origen, 6) carecemos de herramientas para com-
prender los procesos contemporáneos y, ante nuestro desamparo,
optamos por encerrarnos en la aparente seguridad de nuestras disci-
plinas o por renunciar a nuestras inquietudes intelectuales y entre-
garnos al consumo, 7) muchos estamos urgidos por unificar y legi-
timar nuestra autoimagen, pues nos sentimos angustiados ante la

59
Las de los: 1) empíricos, 2) formados en las disciplinas (años sesenta y prin-
cipios de los años setenta), 3) formados en las disciplinas y con "cachucha pedagógi-
ca" (mediados de los años setenta y principios de los años ochenta), 4) barnizados
con metodología de la investigación (años ochenta), y 5) graduados a distancia.
WILI.IAM FERNANDO TORRES
336

fragmentación de nuestro yo y, a causa de ello, generamos constan-


tes disputas por prestigio personal o profesional tornando irrespira-
ble la atmósfera de los colegios, en particular la de los públicos.
Si éstas son nuestras características, c'cómo podríamos formar su-
jetos poseedores de autoconocimiento, autoestima, autonomía, ca-
paces de ser solidarios porque lo eligen, de aceptar la incertidum-
bre, de investigar y asumir las diversas lógicas culturales, construir
sentido en colectivo, trabajar en equipo, analizar las dinámicas so-
ciales y ser creativos para intervenir en ellas creando nuevas formas
de hacer política?
Como lo enseña el ejemplo de las culturas orales, ello nos exi-
giría replantearnos como sujetos, es decir, deberíamos esforzarnos
por mejorar nuestros niveles de autonocimiento, de autoestima, de
individualidad y de solidaridad, y ello sería posible si creamos ta-
lleres para lograrlo y nos esforzamos en lo personal de manera con-
tinua. Pero, dadas nuestras edades y lo que nos ha costado ganar-
nos unas mínimas condiciones de existencia, ¿estaríamos dispuestos
a asumir la incertidumbre? Dadas, también, nuestras tácitas con-
vicciones de que ya lo sabemos casi todo, nuestra no aceptación de
la historicidad del conocimiento y el cansancio que nos abruma,
¿aceptaríamos pesquisar las lógicas culturales rompiendo con los tra-
dicionales métodos de investigación y lanzándonos a comprender
procesos más que objetos? Dada, en fin, la certeza de que fuimos
durante mucho tiempo -hasta que nos desplazaron las fuerzas en
conflicto— los poseedores de la palabra en sociedades casi analfabe-
tas, ¿tendríamos la humildad y el entusiasmo para construir sentido
en colectivo? Dadas, por último, nuestras decepciones gremiales y
políticas, ¿nos aventuraríamos una vez más a intentar construir equi-
pos y participar en política con propuestas menos clientelistas,
caudillistas y autoritarias?
Amarrar de la cola a la burra
3 37

Pero, como estamos en la época de las culturales audiovisuales/


digitales y la globalización, no basta con el ejemplo. Requeriría-
mos, por tanto, crecer en lo personal pero, al mismo tiempo, inda-
gar y asumir las nuevas lógicas culturales y tecnológicas ya que,
como hemos visto, ellas han cambiado toda nuestra actitud ante el
conocimiento y el mundo. Y, pese a cansancios y decepciones, no
debemos olvidar que lo que está enjuego es el futuro de las nuevas
generaciones y la viabilidad de una región y un país. Y estas no son
palabras patrióticas, sino pragmáticas: no podemos ser cómplices
de que se unifiquen las culturas y se destruya la compleja riqueza
de la especie humana. ¿Queremos acaso que conviertan a nuestros
hijos en androides consumistas? ¿O es que por nuestra dificultad
para criarlos ya somos cómplices de que lo sean?
¿Está el gobierno dispuesto a ofrecernos la posibilidad de ca-
pacitarnos en este sentido? Sospecho que no porque hay muchos
intereses en juego. Se perjudicaría esa vasta red de quienes viven
de reciclar discursos a la moda para introducirlos en las escuelas, tal
vez con el sano afán de modernizarlas, pero que no tienen en cuen-
ta ni sus universos ni sus procesos ni sus conflictos culturales. Se
perjudicarían quienes hablan de generalidades impactantes, seduc-
toras, pero que no saben cómo aterrizarías en escuelas con niños
deprimidos y desnutridos, con maestros gastados y edificios que
necesitan una buena mano de limpieza y pintura. Se perjudicarían,
digámoslo, los arribistas intelectuales, las Facultades de Educación
que viven ajenas a la realidad cotidiana de las escuelas y promue-
ven nuevas didácticas para contenidos obsoletos.
Por eso debemos ser capaces de construir nuestros propios pro-
cesos de autoformación, en los que establezcamos problemas rele-
vantes y preguntas urgentes para debatirlos con los intelectuales
verdaderamente preocupados por la educación. No en vano Edgar
WILI.IAM FERNANDO TORRES

33 8

Morin, en Francia, y Umberto Eco, en Italia —para citar los de


países prestigiosos-, acaban de presidir comisiones con el propósi-
to de buscar nuevas alternativas para la escuela; otros vuelven a
pensarla, a reflexionar sobre los textos escolares, como lo hacen
Fernando Savater y José Antonio Marina en España. Todos ellos
reclaman que allí está el nuevo campo de trabajo de los intelectua-
les.
Si no lo hacemos, volverán a asustarnos con la tecnología. N o
olvidemos que un cuarto de siglo atrás se nos dijo que se nos iba a
reemplazar con un televisor en cada escuela, que podría recibir men-
sajes de un satélite, porque éramos muy conflictivos. Como el M i -
nisterio de Educación Nacional nunca los llevó, lo hizo un progra-
ma humorístico de la televisión que valoraba las fiestas y las reinas
regionales pero, a la vez, se burlaba de las gentes de la periferia
porque no eran modernas. Recordemos, además, que en la anterior
campaña presidencial el candidato triunfante prometió llevar un
computador a cada escuela y ahora nos anuncia que Nicholas
Negroponte, el "gurú de la era digital del MIT", vendrá a progra-
marlos para que nos enseñen las lógicas de la uniformación cultu-
ral.
La Corte, mientras tanto, y olvidando que éste es un país de
culturas regionales y también orales, escritas y audiovisuales, sen-
tencia ahora que los maestros debemos escribir un libro si quere-
mos ascender a la última categoría del escalafón. Con ello, por cier-
to, contribuye al desarrollo de la industria editorial pero, también,
a talar los bosques y a correr el riesgo -seamos sinceros- de poner
en circulación más baratijas de las que hay en el mecado. ¿Por qué
los maestros no podemos contribuir a crear sentido en colectivo, a ge-
nerar comunicación real, haciendo prensa, radio y video con los jó-
venes y las comunidades? ¿No está allí la prueba de "Verde manza-
Amarrar de la cola a la burra
3 39

na" y "Muchachos a lo bien"? ¿No podemos, acaso, elaborar nues-


tros propios programas para computador?
Estas preguntas sobre la comunicación son pertinentes ahora
que, otra vez más, hablamos de paz. Pues desde las guerras civiles
del siglo XIX y finales de los cincuenta, en Colombia vivimos con
la ilusión de pactarla y construirla. Sin embargo, a menudo ella re-
sulta esquiva porque los actores del conflicto después de firmar
acuerdos incumplen la palabra empeñada, y vuelve a correr la san-
gre bajo los puentes. Así vivimos el asesinato de Guadalupe Salcedo
y la reinserción del M-19. Allí se destruyeron esperanzas fundadas
y nos ganamos cicatrices que nos hundieron en el escepticismo. En
Colombia se acostumbra desaparecer al adversario: la matanza sis-
temática de los militantes de la UP nos lo comprueba. ¿Qué peda-
gogía es ésta?
En estas condiciones, la construcción de la paz en Colombia
no se hace sólo con firmar pactos. Ése puede ser un punto de par-
tida para crear un clima de menor discriminación y desigualdad
social. Pero, de seguro, la paz en Colombia se consigue si forma-
mos sujetos, personas, ciudadanos. Y ésta es un apuesta a tres genera-
ciones.
Mientras tanto, practiquemos la pedagogía del corazón, como
lo pedía el maestro Paulo Freiré y lo realizó don Mario Kaplún.
El Caribe colombiano:
historia, tierra y mundo

Adolfo González

Antes de comenzar1

Una vieja película mexicana en blanco y negro, de esas de los años


cincuenta, me ha servido para pensar, en medio de la risa, sobre
cosas que se parecen al cielo. Esa película se llama Marco Antonio y
Cleopatra, y la acción tiene lugar en el Egipto histórico, el de la época
de los Césares, precisamente el Egipto de los últimos faraones; hay
una escena donde Marco Antonio, representado por el cómico Luis
Sandrini, y Cleopatra, encarnada por María Antonieta Pons, bai-
lan una frenética conga cubana en compañía de una corte de egip-
cios y romanos que va arrollando por el palacio de los Ptolomeos
con el marco musical de una orquesta conformada por esclavos etío-
pes con instrumentos de orquesta afrocubana, tanto modernos como
vernáculos, como trompetas, saxofones, piano, tumbadora, claves,
bongó y demás. Creo que esto es muy criollo: cuando los gringos
hacen cine egipcio, sólo hay música de papiros con danzas de mo-
mias, y es difícil, para culturas más "cuadradas", asociar a Napoleón

1
La investigación de base que sirvió para la elaboración de este ensayo forma
parte de un trabajo de mayor extensión que contó con financiación de Colciencias
y la Universidad Nacional de Colombia.
El Caribe colombiano
34 i

con algo que no sea La Marsellesa. Esos deslices espacio—tempo-


rales sugieren mentalidades flexibles, sugieren aquellos paraísos so-
ñados sin iglesias ni dogmas culturales, que combinan lo disímil
armados con el semblante de Tranquilina, la abuela de García Már-
quez, cuando miraba lo sobrenatural sin asombro. Y en combinar
lo disímil está la clave de semejante apertura, la clave de un espíritu
apegado a la tierra y ciudadano del mundo al mismo tiempo, como
es el costeño del Caribe colombiano.
La película aludida, si se lee entre líneas, evoca una imagen
caribe que parece cerca de las percepciones habituales aunque en
realidad está lejos; no es el "buen salvaje" completamente telúrico y
"auténtico", ni el hijo de extranjeros actualizado en el mundo de
los negocios, del conocimiento y del esnobismo, aunque en todo
costeño subyacen fragmentos de todo lo anterior y de más cosas
todavía. Desconocer esto conduce a visiones facilistas que codifi-
can lo costeño como lo uno o lo otro, cuando la hipótesis más cer-
tera, la que se desprendería de la película, es pensar lo costeño como
lo uno y lo otro y, más aún y más allá, como un ser depositario de
elementos opuestos y coexistentes, producto de una sociedad de
frontera, de aluvión, nueva en un sentido muy especial y profun-
do. La situación carnavalesca de Marco Antonio y Cleopatra se ubica
en este terreno movedizo: tiene tierra, tiene mundo y tiene algo más
que le da un sabor especial, al mismo tiempo conocido y exótico,
una verdadera novedad. Darcy Ribeiro, un antropólogo brasileño
no suficientemente valorado entre nosotros, elaboró una tipología
de las sociedades modernas americanas que, por encima de cual-
quier discusión metodológica, puede tener fecundas consecuencias
analíticas; se destaca en este sentido la noción de pueblos nuevos que,
a diferencia de los pueblos transplantados y de los pueblos testimonio,
consisten en sociedades basadas en el mestizaje, gentes que no son
ADOLFO GONZÁLEZ
3 42

ni lo uno ni lo otro aunque tienen de lo uno y de lo otro, siendo en


realidad otra cosa: países enteros que se entregaron durante perío-
dos prolongados a la mezcla de las más diversas etnias, sentando
registros de una creatividad masiva sin paralelo en la historia, des-
de la fisonomía hasta la culinaria, el lenguaje y la religión, inclui-
das las artes y la vida comunitaria2. Y un siglo antes que Ribeiro, el
puertorriqueño Eugenio María De Hostos, pionero de la sociolo-
gía en el Caribe, subrayó, con razón, un elemento de estas socieda-
des que nos interesa aquí: el mestizaje, decía el apóstol, es la espe-
ranza de la humanidad por su capacidad de fusionar, algo que
implica completar y mejorar pero nunca excluir'.

Ladino: corsario, judío y costeño

Ahora bien, para redundar, la capacidad de fusionar implica con-


diciones de dinámica, apertura, tolerancia, manejo de elementos
disímiles o, si se quiere, de diferentes lenguajes, en fin, caracterís-
ticas asociadas a ese ciudadano del mundo y ser de fronteras insta-
lado en el Caribe colombiano que responde a la mentalidad ladina.
Y, ¿qué es eso de ser ladino? El origen de esta palabra sugiere capa-
cidad de traslado entre distintos entornos, oficios y lenguajes: ladi-
no era, por ejemplo, una versión del romance o castellano antiguo
utilizada en sus ritos por los judíos sefarditas, que era lo suficiente-
mente distinta como para disimular sus actos religiosos en tierra de
cristianos y lo suficientemente parecida como para no despertar

2
Darcy Ribeiro, LasAméricasy la civilización, Casa de las Américas, La Haba-
na, 1992, pp. 68-70, 163-173.
' Eugenio María De Hostos, Obras completas. Cultural S. A., La Habana, 1939,
Vol. Vil, pp. 152-153.
FJ Caribe colombiano
i 43

suspicacias entre los españoles. En siglos pasados se le decía ladino


a quien hablara con facilidad una o más lenguas fuera de la propia,
y era esclavo ladino el que llevara más de un año de esclavitud: ló-
gico, se suponía que en este lapso había ejercido su capacidad de
traslado aprendiendo la lengua del amo. Y en el Nuevo Mundo se
consideró que era ladino el indio que utilizaba su astucia y su ex-
plicable desconfianza como recurso de supervivencia4; y también
era ladino el negro que sobrevivía y a veces devolvía golpes cons-
truyendo mezclas religiosas y musicales de innegable atractivo y
eficacia77. Desconfianza, astucia, versatilidad, apertura, tolerancia;
huellas de la lucha por la vida.
El ser ladino del Caribe colombiano es producto de toda esta
historia, es quien atraviesa linderos, quien asimila lo distinto como
si fuera propio y, por ello, es capaz de manejar discursos diferentes
y hasta divergentes; curiosamente, por todo ello tiene condiciones
de ciudadano del mundo y de ser de la tierra, sin que lo uno des-
mejore lo otro. Y esto marca con fuerza a toda la región; desde sus
propios comienzos el Caribe colombiano tiene una definida voca-
ción universal potenciada, en el período republicano, por un tipo
europeo distinto del español: el judío sefardita, esto es, el de origen
español o portugués que fue depositario del saber y las artes duran-
te varios siglos en España y que, luego de su expulsión en 1492,
recorrió medio mundo en plan de buhonero llegando, en conse-
cuencia, a nuestras costas con una mentalidad moderna, en compa-

4
Gabriel Restrepo, La esfinge del ladino. Arte y cultura democrática, Instituto
para el Desarrollo de la Democracia Luis Carlos Galán, Bogotá, 1994, pp. 153—
248; Diccionario de la Lengua Española, Real Academia Española, Madrid, 1970,
pp. 558, 782; Ribeiro,»/). cit. pp. 84-101.
5
La Gaceta Mercantil, Santa Marta, 13 de julio de 1849.
ADOLEO GONZÁLEZ

3 44

ración con curas doctrineros, conquistadores y funcionarios colo-


niales.
Aquí debo introducir un sesgo autobiográfico basado en la tra-
dición oral. En la década de 1820 llegó a la costa caribe mi tatara-
buelo materno, el capitán holandés Jacobo Henríquez de Pool, un
judío sefardita a quien cabría perfectamente el antiguo chiste semi-
ta: "Donde hay un judío, hay por lo menos tres partidos políticos".
El "musiú" Jacobo (en esa época le decían "musiú" a todos los ex-
tranjeros), marino de oficio, era una verdadera enciclopedia de na-
cionalidades: su origen sefardita y su piel morena lo hacían oriun-
do de España, su patente de corso (pirata con licencia) y sus vínculos
comerciales inmediatos lo convertían en miembro de la comunidad
holandesa de Curacao, su matrimonio con mi tatarabuela, la niña
Anita Ricardo, rubia y blanca como un camafeo e hija de un mili-
tar inglés, le abría, junto con su calidad de masón grado 33, el trato
con Inglaterra y con la comunidad intelectual de todo el continen-
te. E n pocas palabras, estaba con Dios y con el diablo: con razón
nunca le pudieron comprobar los rumores de contrabando que con
frecuencia le acompañaron.
Se sabe que nació en Santo Domingo y que luchó por la inde-
pendencia de ese país. Se sospecha que tuvo muchas aventuras ga-
lantes: dicen que el pueblo de Manaure (Guajira) fue poblado
mediante los cruces de los Henríquez de Curacao, entre ellos el
"musiú" Jacobo, y las indias del lugar. Se sabe, en cambio, que tuvo
una hija con una esclava en Martinica, Anita Henríquez, traída a
Colombia por su papá en 1856 y madre, a su vez, de Digna Cabás
Henríquez, legendaria bailadora de ritmos negros en Ciénaga du-
rante la primera mitad del siglo XX. Precisamente en Ciénaga fue
donde se instaló definitivamente el "musiú" Jacobo, y allí tuvo un
hotel de madera sobre ruedas: como el impuesto municipal, dice la
El Caribe colombiano
345

leyenda, se tasaba por noche pasada en el predio, el "musiú" Jacobo


lo evadía sacando el hotel del predio para ponerlo a dormir todas
las noches en la calle. Y al morir este corsario, cuya misión original
había sido convertir a los territorios recién liberados de España en
zona de influencia holandesa, no sólo había logrado este objetivo
inmediato, sino otro más difícil y significativo: integrarse a la so-
ciedad formal del antiguo estado soberano del Magdalena, domi-
nada desde Santa Marta por terratenientes y funcionarios colonia-
les de credo católico y ancestro español. Para ello se asoció con
algunos notables samarios para exportar tabaco desde sus propios
cultivos en Ciénaga donde, a diferencia de lo que sucedía en otros
cultivos de tabaco en el país, la explotación económica utilizaba
relaciones laborales modernas como el trabajo asalariado; sobra de-
cirlo, esta empresa se apoyó en sus vínculos con el capital comercial
holandés afincado en Curacao.
Su prestigio no sólo estaba en el comercio y la guerra, sino tam-
bién en el arte. Formó parte de un proyecto cultural desconocido
pero importante en la Santa Marta del medio siglo, que conocía un
momento de prosperidad: la Sociedad Filarmónica de Santa Mar-
ta, segunda sociedad de conciertos fundada en el Caribe colombia-
no, después de la de Cartagena, en cuyos eventos participaron como
cantantes y pianistas sus sobrinas Eloísa y Josefina Henríquez 6 ,
aunque las cualidades artísticas familiares se mostrarían en todo su
esplendor mucho tiempo después de su muerte, y en campos dis-
tintos al de la música clásica, con su bisnieto Guillermo Buitrago
Henríquez, el juglar cienaguero que también fue el primer éxito

6
Fernando Ortiz, Los negros brujos, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana,
1995.
ADOLEO GONZÁLEZ
3 46

de ventas masivas de la naciente industria fonográfica nacional en


la década de 1940. Cimentó su estatus celebrando alianzas matri-
moniales con las principales familias del departamento y, para ter-
minar de consolidarlo todo, se convirtió al cristianismo. Masón, cor-
sario y guerrero, el "musiú" Jacobo terminó sus días como organista
de la iglesia de Ciénaga y fue sepultado bajo el altar mayor; más
importante que esto, se había convertido en parte de un mito
fundacional del Caribe colombiano, allí donde, a diferencia de lo
que ocurre en casi todo el mundo, ser judío da prestigio.

E l ladinismo de sotana y gorra

El Caribe colombiano ha contribuido al ladinismo, a la gestación


de ese ser universal que también es de la tierra, mediante una acu-
mulación de experiencias ciertamente nuevas, en comparación con
modelos más tradicionales de la cultura occidental. Aquí, como en
ninguna otra parte, el proceso de ladinización convirtió a sotanas
eclesiásticas y gorras militares en agentes de una experiencia lejana
y hasta ajena, en agentes del cuerpo, del hedonismo. Los pilares de
la sociedad construyendo el relajo.
Y aquí, de nuevo, el viaje autobiográfico. Corría el año de 1964
en Cartagena de Indias, entonces una pequeña arcadia desconoci-
da por el turismo, y yo estudiaba en un colegio que equivalía en-
tonces al bachillerato de la Escuela Naval, o al menos eso se decía;
en el internado convivíamos unos 200, y mi experiencia estuvo
marcada por mis comandantes inmediatos. Primero que todo, el
teniente Gascón, un español veterano del ejército republicano, un
líder carisinático y un borracho perfecto, cuanto más borracho más
republicano y más carismático; sus castigos favoritos se llamaban
"plantones", que consistían en horas de atención firmes alrededor
El Caribe colombiano
347

de la piscina en medio de la noche, que aprovechábamos para "des-


mayarnos" cayendo al agua con la discreta complicidad de nuestro
comandante, convencido seguramente de que esos eran ejercicios
para formar hombres de verdad. El otro comandante reverenciado
era el coronel Barriga, vicerrector del colegio, quien nos dictaba una
materia que se llamaba "arte militar", entendiendo por tal cosa una
serie organizada de consejos prácticos para evitar las enfermedades
venéreas en los prostíbulos, es decir, el baño enjugo de limón como
preventivo universal.
Quedé felizmente alertado, no tanto sobre las maravillas del
cítrico, sino en relación con el oficio militar en el Caribe a través de
la historia tan próxima a piratas, contrabandistas, juglares y demás.
Años después, ya en plan de racionalista social, encontré un perso-
naje poco conocido de la historia costeña, un sacerdote español que
había sido militar nada menos que en el norte de África, tierra de
los moros: se trataba del franciscano Joseph Palacios de la Vega,
quien llegó a Cartagena en 1783 para fundar pueblos en el río San
Jorge, actual departamento de Córdoba, donde indios, negros y
mestizos fueran susceptibles de control social o, como reza la bellí-
sima expresión castellana, puestos "bajo son de campana", como
parte de una política tendiente a vincular grupos sociales margina-
les a la vida económica formal de la Colonia. La región del San
Jorge presentaba numerosas rochelas, núcleos de fugitivos ubicados
en sitios despoblados más o menos inaccesibles donde se vivía en
contacto con la naturaleza pero, lejos de las utopías civilizadas so-
bre el "buen salvaje", en una situación no idílica que reproducía
los males sociales del esclavismo: promiscuidad, incesto, violencia
elemental. A estas rochelas se dirigió nuestro aguerrido sacerdote
para llevarlas de la mano, de una mano más bien férrea eso sí, hasta
la nueva fundación donde los arrochelados entraron en contacto con
ADOLFO GONZÁLEZ

348

otros arrochelados, alimentándose así el proceso de mestizaje. Sus


vicisitudes están contenidas en las páginas del Diario de viaje, que
muestra un cuadro factible aunque poco romántico del proceso de
mestizaje como un itinerario de dolor donde, por exagerada y mo-
ralista que pueda ser tachada la descripción, se hace evidente la vio-
lación como estado permanente de la mujer arrochelada.
M á s allá de las eventuales debilidades metodológicas de su
Diario de viaje, es indiscutible que el sacerdote-militar se porta como
un agente del ladinismo. Aquí sería clave elaborar una reflexión
sobre el papel de la "ética católica" en la Conquista, sobre esa maes-
tra suprema del realismo político que es la Iglesia católica, cuya ex-
periencia histórica en este aspecto se remonta a san Mamerto, obis-
po de Viena en el siglo VI, iniciador de las procesiones religiosas
con dragón incorporado como medio para atraer a los paganos 7 : es
indiscutible que el catolicismo, con su destreza en la acomodación,
y con su buena disposición hacia el contacto con el otro, basada en
el amor al prójimo y la igualdad de todos ante Dios, contribuyó
decisivamente a que los hombres dcpueblos nuevos se caracterizaran
por su versatilidad de perspectivas. E l análisis profundo de la in-
fluencia católica en el mestizaje del Caribe colombiano está por
hacerse y desborda el objetivo de este ensayo; sólo cabe en este
momento mirar cómo el sacerdote Palacios de la Vega contribuye a
que sus feligreses arrochelados adquieran el temor de Dios y, al
mismo tiempo, conserven elementos de su cultura vernácula.
Más militar que sacerdote y más conquistador que misionero,
como observara Reichel-Dolmatoff, ejercía su dominio mediante
prácticas mágicas nada sorprendentes para un experto en supervi-

' Jacques Le Goff, Tiempo, trabajo y cultura en el Occidente medieval, Ediciones


Taurus, Madrid, 1983, pp. 251-260.
EL Caribe colombiano
3 49

vencía. Palacios de la Vega cargaba con su propia magia, la del Dios


de los cristianos traída del otro lado del mar, y que había demostra-
do su poder ante los aborígenes una y otra vez desde aquel fatídico
12 de octubre de 1492: se trataba de un chamán, "hechicero", decía
el sacerdote, que ejercía sus artes adivinatorias de manera convin-
cente para todos pero que, a diferencia de los ídolos y chamanes
aborígenes, no era una mimesis de la naturaleza orgánica sino un
artefacto mecánico: el reloj, eje de la economía moderna. Para de-
mostrar su poder y el de Dios, Palacios de la Vega procedía como
cualquiera de los brujos aborígenes. Daba aguardiente a sus indios
y luego los sometía al mensaje de su chamán, al tictac del reloj,
comprobación de la verdad de un poder mágico organizado en un
lenguaje esotérico sólo accesible al brujo de los cristianos. Era un
mecanismo de control social sin mácula: "cuidado con lo que se
habla porque todo me lo dice este brujo"8 solía advertir a sus mara-
villados feligreses. Pero no todo era adivinación: se consolidó como
curandero combinando oraciones con infusiones de hierbas y es-
tampas de la virgen, coronando todo el proceso con un vaso de vino
y un bizcocho que mandaban al indio a dormir tranquilo9.
La apoteosis de todas estas situaciones de frontera está en el
episodio de la vevezona, que merece una figuración destacada en la
historia de las mezclas culturales, de los sincretismos, del carnaval
y de la música costeña. Se trata en embrión de una fiesta patronal
costeña con expresión clara de los elementos aborígenes y de la fun-
ción de acomodación desempeñada por Palacios de la Vega, ten-

8
Joseph Palacios De la Vega, Diario de viaje, Ediciones Gobernación del Adán-
tico, Barranquilla, 1994, p. 36
9
Ibid, p. 39.
ADOLFO GONZÁLEZ

3 5 o

diente a mezclar ritos para ganar indios dedicados al servicio de Dios


y el rey. Por ejemplo, asistió a un importante acto preparatorio, como
era el de fabricar la chicha, maíz que las mujeres masticaban y es-
cupían para luego fermentar, y ante este espectáculo, en lugar del
asombro que cabría esperar, el muy ladino registró su acomodación
interior, "pues en esto consiste la perfección de la chicha", anotó con
la mayor frescura. Como acontecimiento central estuvo, por supues-
to, la misa cantada que inflamó la imaginación de los aborígenes
vestidos con sus ornamentos rituales, dedicados a tocar sus instru-
mentos musicales y a acompañar al coro de monaguillos: "bueno
Padre, bueno pa los indios" cantaban aquellos antepasados nues-
tros que nada tenían de ingenuos y que a estas alturas ya tenían no-
ciones claras sobre el papel del cura como dispensador de benefi-
cios materiales y espirituales. Y el cura, que no se quedaba atrás, a
pesar del estruendo aumentado por fuegos artificiales, se mantuvo
en aquello que, para gustos más ortodoxos, oscilaba entre el sacrile-
gio y la herejía: "Fue tal el gozo que se me llenó el alma, que no
podía ni articular ni menos seguir, pero considerando era del agra-
do de Dios los dejé en su regocijo"; y este regocijo alcanzó para
permitir que los indios metieran al templo la ya mentada chicha "por
la vía del striken, como llaman en mi tierra al contrabando, a la vía
de la astucia y la velocidad. Pero no le llegó el ladinismo (al menos
eso dice el propio cura) hasta permitir que sus indios bebieran chi-
cha en los vasos sagrados, como pretendían; en este caso, el ladinismo
se dirigió a sus superiores inmediatos y a nosotros, sus lectores, para
hacernos creer que de verdad lo impidió, que los guardó en un baúl
cerrado con llave y que consintió en beber chicha a cambio de que
sus indios salieran del templo. La verdad es que estaban en medio
del monte y lejos de la Inquisición, y nadie, salvo nuestra propia
imaginación ladina, podría desmentir sus palabras.
El Caribe colombiano
35i

Es importante destacar que, antes de la misa, Palacios de la Vega


se había revelado como digno hijo de san Mamerto en su capaci-
dad de combinar lo vernáculo y lo europeo, con el fin de ganar al-
mas para su religión. E n efecto, en los días antes de la vevezona asu-
mió, como poder espiritual, el deber de ungir al poder temporal
organizando, con toda la democracia anarquista del pueblo espa-
ñol, la elección del cacique y los capitanes aborígenes por sufragio
universal donde, a falta de tarjetones, había garbanzos y habas. Pero
esta ceremonia tenía un sentido cercano a la comparsa de carnaval,
como era la elección de los dignatarios que presidirían la fiesta, aun-
que sin el carácter de reyes de burlas; además, los aborígenes parti-
ciparon vestidos con sus simbolismos rituales, con lo que hicieron
una venia a su cultura vernácula y otra a la cultura popular de Eu-
ropa, al carnaval.
Pero su poder espiritual también tenía de temporal, como era
obvio para la época. Palacios de la Vega organizó para esta ocasión
algo que mostraba una perspicacia poco usual: los indios rindién-
dole honores militares a la Iglesia católica, esto es, marchando en
forma militar europea con sus armas vernáculas y su ornamenta-
ción ritual para rendir armas ante el altar y, durante toda la misa,
tocar diez campanas de hierro ubicadas en la puerta del templo, con
lo cual el estropicio, como dicen las viejas de Ciénaga, debió ser
algo infernal. Y en este desfile, que parece un antepasado de algu-
nas comparsas actuales, el atuendo o uniforme, podría decirse tam-
bién que el disfraz, del cacique estaba situado entre la milicia euro-
pea y el carnaval, pero con cierto sabor a tierra: peinado, con pan-
talón corto de seda, una banda rosada, el bastón del cura, espada,
arco y flechas, toca de plumas en la cabeza y, crueldad europea im-
perdonable, zapatos que lo hacían tropezar a cada instante. Pero a
pesar de eso el cacique se paseaba contento {arrogante es la palabra
ADOLFO GONZÁLEZ

3 5 2

que utiliza el cura en su diario, hazañoso, dirían los costeños de hoy).


Los capitanes desfilaron con vestidos semejantes y machete a la cin-
tura; y, a la cabeza de la marcha, el cura con el crucifijo en el pecho,
el cacique con la espada en el hombro y dos banderas rojas que te-
nían la cruz, por un lado, y el rostro de Jesús, por el otro; además,
las campanas al vuelo y la música sonando plena, tanto la del cura,
seguramente lo que hoy llamaríamos una "banda de guerra", como
el sonido vernáculo de los indios, junto con los fuegos artificiales.
La marcha en sí fue ladina, militar pero de carnaval, con los indios
"haciendo mil movimientos con sus cuerpos, en demostración de
mucho contento", según Palacios de la Vega. Luego de la misa con-
tinuó el asunto, pero como procesión, entre catolicismo y carnaval,
pariente cercano de los legendarios fandangos que florecen preci-
samente en tierra cordobesa. Salieron del templo cantando el estri-
billo triunfal: bueno Padre, bueno pa los indios; en la puerta colo-
caron tanto sus armas como sus plumas y tocados a los pies del cura,
quien encabezó el desfile con una cruz grande cargada por los ca-
pitanes, seguidos por dos hileras de mujeres con velas encendidas,
y todos cantando un Te Deum Laudamus hasta que llegaron a la
casa del cura.
En la vevezona propiamente dicha hay carnaval desde el mo-
mento en que Palacios de la Vega, finalizada la misa, regala dos bo-
tijas de aguardiente, en apariencia para que comenzara la fiesta,
pero, en realidad, y el mismo cura tenía que saberlo secretamente,
para continuar lo que había comenzado desde la parodia de mar-
cha militar en la mañana. Ahora el cura se dirigía hacia la casa de la
vevezona con una guardia de honor de indios desnudos y pintados,
y es posible que, como sostiene Reichel-Dolmatoff, caminara ale-
gre y orgulloso de aquel pueblo que había despertado su más pro-
funda humanidad; lo cierto era que iba camino de consolidar su
El Caribe colombiano
353

pedagogía lúdica de aguardiente, guarapo y chicha como proyecto


de redención en las espesuras del San Jorge afinalesdel siglo XVIII.
Una vez allí, el necesario reconocimiento, una significativa cere-
monia del poder concretando el vasallaje: le pusieron una corona
de plumas, se le arrodillaron y besaron sus manos durante horas...
y el cura ahí, bebiendo la ya tan mentada chicha. Y presidió la fies-
ta, seguramente en nombre del rey, pero sin que éste ni la Inquisi-
ción lo supieran, esa fiesta donde los indios hicieron carnaval con
la mimesis de lo que vieron en el templo: bailes donde se arrodilla-
ban alabando a Dios, se sentaban, se persignaban, para apropiarse
de los poderes del cura y del Dios de los cristianos o por relajo o
por ambas cosas, pero siempre por ladinismo. Dio lugar también,
cuando quiso irse de la fiesta, a la respuesta emotiva de su gente:
lloraron borrachos, pero lloraron, cuatro siglos y medio antes de que
en Altos del Rosario lloraran a Alejo Duran por razones parecidas,
hasta comprometer al cura para que regresara. Igual que con el ne-
gro Alejo: "Dinos cuando vuelves y nos darás consuelo", dice aque-
lla canción que tanto le gustaba a su compositor, el músico más
carismático que haya dado nuestra región10.
Militares que son curas, pero que tampoco son curas ni milita-
res; son y no son, pero son ambas cosas. Y son, por ello mismo,
más susceptibles de ser muchas cosas más. Las procesiones coste-
ñas, como se sabe, son algo más que un ritual piadoso; son las mis-
mas procesiones de san Mamerto, pero sin dragón oriental y con
sabor criollo, la cultura popular española aclimatada en el trópico,
el encuentro de conquistadores, curas doctrineros, moros, gitanos,
piratas, indios, negros y mestizos, en esa especie de sociedad de na-
ciones que son las prácticas católicas donde tiene lugar el desplaza-

' Ibid, pp. 40-46.


ADOLEO GONZÁLEZ

3 54

miento continuo entre esferas diferentes (lo religioso y lo munda-


no), como la procesión del Viernes Santo de 1834 en Cartagena,
por ejemplo, que fue calificada por un periódico liberal, presu-
miblemente iluminista, como indecorosa y ridicula, como la dife-
rencia ostensible entre una representación cristiana ecuánime con-
tenida en los altares y una representación bárbara del cristianismo
expresada en el rito callejero.
Lo que tanto irritó a estos ingenuos discípulos de Alberdi fue
que en estas procesiones, más que un clima de recogimiento, se
manifestaban ambientes variados pero mundanos (feria de pueblo,
carnet de alta sociedad, vitrina para damas y oportunidad galante
para caballeros) que implicaban una indisciplina esencial: "Va pues
una partida de Apolos, Narcisos y Adonis, los cuales (y no es de extra-
ñar, pues Dios ha criado macho y hembra de cada especie) tienen
sus correspondientes Filis, Safios y Silvias; y la turba procesional que
sale con el sol en el ocaso y se recoge con la tiniebla de la noche
ofrece maravillosas ventajas para que cada uno represente sus habi-
lidades y gracias según su vocación y ejercicio. Así es que varios de
ellos (que serán sin duda individuos del comercio) se entretienen
en operaciones de cambio y recambio usando la moneda del caso
que consiste en suspiros, palabras y miradas. Otros hacen brillar su
ingenio, haciendo señales telegráficas, juegos de manos y figuras
masónicas"11. Que una especie de "indisciplina" entendida como
ligereza laboral haya tenido presencia en distintas coyunturas de la
historia económica regional es algo indiscutible, aunque no estu-
diado, y en este sentido es legítima la preocupación del periódico
cartagenero; pero, para referirnos a otro aspecto ya no tan válido de
esta preocupación, que esta indisciplina aparente, este desplazamien-

1
El Cartagenero, Cartagena, 5 de abril de 1834.
El Caribe colombiano
35 5

to continuo entre espacios diferentes implique una mentalidad ne-


gada al progreso es algo refutado por el texto mismo del redactor
cuando reconoce la destreza mental que estos desplazamientos im-
plican: el ingenio de las operaciones de cambio y los juegos de
manos sugieren una mentalidad dinámica, más dispuesta a las ex-
periencias intensas que a la dorada medianía o áurea rnediocrítas que
algunos han querido ver como el rasgo básico de la "personalidad
histórica de Colombia"12.
Militares que son músicos pero que tampoco son músicos ni
militares; son y no son, pero son ambas cosas. Y bandas de guerra
que no son bandas militares, sino que son simplemente bandas de
viento o, si se quiere, bandas de porro, un proceso de cambio basa-
do en el ladinismo. Durante la Guerra de Independencia el espíri-
tu musical del Caribe colombiano se concretó, aunque no exclusi-
vamente, en un alto número de bandas de guerra que cumplían
funciones de apoyo de los ejercicios castrenses, sobre todo levan-
tando ánimos bélicos en combates frontales; a falta de estadísticas o
cifras confiables es posible recurrir a una carambola intelectual:
imaginar la abundancia de músicos y bandas, teniendo en cuenta
que la banda del cortejo fúnebre de Bolívar en Santa Marta, el 20
de diciembre de 1830, tenía 22 integrantes, cifra elevada pero no
sorprendente13.
La costa caribe, por encima de todas las vicisitudes, se llenó de
músicos de banda. Después de Junín y Ayacucho la mayoría de las
bandas desaparecieron por el ajuste del gasto público para tiempos

12
Jaime Jaramillo Uribe, 7\a personalidad histórica de Colombia y otros ensayos,
El Ancora Editores, Bogotá, 1994, pp. 17-47.
1J
"Valioso hallazgo", La Semana, N° 9, Santa Marta, 17 de enero de 1891.
ADOLFO GONZÁLEZ
3 56

de paz, que consideró excesivo el pie de fuerza militar; luego, con


las guerras civiles del siglo XIX, la convocatoria de tropas significó
el incremento de las bandas14, pero en ambos casos los músicos se
regaron por toda la región sobreviviendo generalmente como arte-
sanos o agricultores.
De todos modos, las bandas contribuyeron a la modernización
del Caribe colombiano y, en consecuencia, de todo el país. Con-
vertidas en bandas militares de Cartagena, Barranquilla, Santa
Marta y Mompox, funcionaron realmente como bandas munici-
pales dedicadas a la animación musical de la vida social y a crear la
comunidad de sentimientos de una sociedad civilizada, esto es, la
cultura moderna basada en la racionalidad y el iluminismo y, en
consecuencia, en una apertura secularizada hacia la ciencia y el arte' ;
más allá de sus vicisitudes y aun de las eventuales limitaciones que
presentaban esos sueños civilizadores del siglo XIX, las bandas mu-
nicipales fueron desde entonces las principales escuelas de música
del Caribe colombiano, verdaderas "universidades de la vida", con
todas las ventajas y desventajas de este modelo educativo. Por su-
puesto, manejaron una estrategia ladina en su programación musi-
cal: primero, la música europea, generalmente italiana, que creaba
un ambiente sedante y permitía, hacia el final, la introducción de

14
David Bushnell, The Santander Regime in Gran Colombia, University of
Delaware Press, Newark, 1954; Constitucional de Cartagena, 8 de junio y 18 de agos-
to de 1836; 18 de julio de 1837. Durante la Guerra de los Supremos existían en
Cartagena más de 50 músicos vinculados a las bandas de guerra, y en Mompox más
de 30: Semanario de Cartagena, 5 de noviembre, 3 y 10 de diciembre de 1840.
15
Adolfo González Henríquez, "La cultura moderna en el Caribe colombiano
del siglo XIX", tesis de Magister en Sociología (inédita), Universidad Nacional de
Colombia, Bogotá, 1994.
El Caribe colombiano
3 57

música popular16. Además, promovieron el mercado de instrumen-


tos musicales en el país, a través de los primeros comerciantes espe-
cializados en el ramo: el momposino Ciprián Julio, director de la
banda militar de Cartagena, una figura interesante y desconocida
de nuestra historia, fue tal vez el primer importador de estos instru-
mentos que tuvo el país1'.
Pero las bandas contribuyeron a la modernización de la región
y el país en un sentido mucho más profundo: el paso de la banda
de guerra a la banda de viento que contiene la dinámica del pueblo
nuevo costeño, su capacidad de lograr nuevas fusiones y de generar
identidades integradoras. En esto incidió una serie de procesos de
distinto orden. A nivel nacional, una atmósfera ideológica y políti-
ca marcada por la "revolución del medio siglo"18, esto es, por el radi-
calismo y el romanticismo que exaltaban las virtudes de la tierra y,
por ahí derecho, de las regiones. Para la costa caribe fue un mo-
mento de codificación simbólica regional: el general Juan José
Nieto, gobernador de Bolívar, dio la pauta organizando unas fies-
tas del 11 de noviembre con carácter regional y popular. Nieto, fi-
gura ladina, si las hay, recuperó un símbolo regional perdido en la
amnesia colectiva, la bandera del antiguo estado de Cartagena, pri-
mera bandera republicana que tuvo el país, la misma que acompa-
ñó a nuestras primeras expediciones militares y que durante todo
este siglo ha presidido la salida callejera de las comparsas de carna-

16
El Progreso, Barranquilla, 4 de mayo de 1909; El Comercio, Barranquilla, 2 de
marzo de 1909; El Siglo, Barranquilla, 23 de enero de 1909.
17
Manuel Ezequiel Corrales, Efemérides y anales del Estado de Bolívar, Casa
Editorial de J. J. Pérez, Bogotá, 1898, tomo II, pp. 345-346; La Democracia,
Cartagena, 27 de junio de 1850; 15 de agosto de 1852.
18
La Democracia, Cartagena, 12 de septiembre, 7 y 21 de noviembre de 1852.
ADOLFO GONZÁLEZ

3 58

val en Barranquilla. Además, propició el acercamiento entre estas


fiestas y el carnaval de Cartagena, no sólo por los bailes públicos de
disfraces, sino por el buscapié, fuego artificial de origen hispánico,
cuyo movimiento sinuoso, ladino, a ras de piso, relajaba movimien-
tos fijos y solemnes y estimulaba intercambios y contactos de toda
clase19.
Por otra parte, el proceso económico de las sabanas de Bolívar
Grande, basado en el tabaco y la ganadería, dio a este paso impor-
tantes puntos de apoyo. Dio lugar al surgimiento de núcleos urba-
nos convertidos en centros de trabajo dinámicos y, por tanto, recep-
tores de importantesflujosmigratorios: judíos sefarditas de Curacao,
europeos, trabajadores antillanos, comerciantes desplazados de
Cartagena, trabajadores de las otras subregiones costeñas y demás
o, lo que es lo mismo, sobre todo a partir de los momentos de pros-
peridad, dio lugar a un mercado musical relativamente estable don-
de lafiesta,en cualquiera de sus manifestaciones, era un evento cen-
tral de negocios y esparcimiento. Por su aislamiento de centros
urbanos como Cartagena, bodega esclavista y, por tanto, etnocén-
trica, las sabanas vivían una atmósfera de bazar donde todo se pue-
de y todos se juntan: las bandas de guerra y los conjuntos de gaitas,
formato original de la música costeña, no podían ser la excepción,
y sus continuos contactos devinieron en un producto original cos-
teño, la banda de viento, mezcla de instrumentos europeos y ritmos
vernáculos cuya consolidación definitiva se debe a las ferias pro-
vinciales y a las corralejas, sobre todo a estas últimas, que requerían

19
Orlando Fals Borda, Historia doble de la Costa, Vol. II: "El presidente Nieto",
Carlos Valencia Editores, Bogotá, 1981, pp. 49A-50A, 104A-111A; Vol. IV:
"Retorno a la tierra", Carlos Valencia Editores, Bogotá, 1986, p. 104A; entrevista
con Pablita Hernández, San Pelayo, 1985.
El Caribe colombiano
3 59

un formato capaz de un gran volumen sonoro imposible de lograr


con los conjuntos de gaita20.
Con la banda de viento se profundizó aquella indisciplina esen-
cial de las procesiones costeñas; bastaba un golpe de bombo para
cambiar sus pasos y cambiar el ambiente; contribuyó así a esa dis-
tancia ponderada de los costeños frente a los fenómenos religiosos,
que constituye un rasgo distintivo de la región. Y la música coste-
ña, uno de los símbolos más importantes de la vida moderna en
Colombia, adquirió el formato de entrada al siglo XX, el del porro
y el fandango, el precursor de las grandes orquestas tipo jazz band
de Pacho Galán y Lucho Bermúdez.

Coda

Debo concluir sintetizando algo que debería ser motivo de reflexio-


nes profundas en el porvenir inmediato, dentro y fuera de la costa
caribe y de Colombia. En las últimas semanas un fantasma recorre el
país por culpa de una conocida revista económica bogotana: el fan-
tasma de que los costeños somos buenos, una clara reversa en rela-
ción con tiempos pasados cuando se presumía todo lo contrario; y lo
que es peor: somos, dado un cierto nivel cultural y de disciplina, el
colombiano perfecto21. El artículo aparece sin firma y, una vez re-
puesto de los halagos y los consiguientes abajos al centralismo, co-
mencé a especular sobre la identidad del autor. Una conversación
imaginaria con Adolfo Bioy Casares, uno de mis autores favoritos,
dio la respuesta esperada: el autor sería, no un cachaco verdadero, ardid

20
"Costeño tenía que ser", La Nota, N° 18, julio 13-agosto 2,1998, pp. 14-
17.
ADOLFO GONZÁLEZ

3 6 o

demasiado obvio, sino un costeño disfrazado de cachaco, un espía


nuestro en los resbalosos pasillos capitalinos.
Pero ya esto sugiere la figura del ladino, de ese ser mestizo cuya
inmensa capacidad de traslado constituye la base de su mirada uni-
versal, de su condición de ciudadano del mundo. Sugiere también
la posibilidad de mejorar las hipótesis sobre el componente moder-
no del Caribe colombiano, generalmente atribuido en forma co-
rrecta a los extranjeros y al hecho de que la civilización entra por las
costas, sólo que estas explicaciones no captan adecuadamente el pro-
ceso sociocultural. Vivir en contacto con el extranjero, pero también
en medio del aluvión social que es la costa caribe, ha dado lugar a
un tipo social capaz de interiorizar distintas y a veces contradicto-
rias perspectivas, capaz por eso mismo de tener una mirada más
global.
Y para terminar, otra nota autobiográfica que podría resultar
sugestiva. Vivía en mi pueblo, Ciénaga, un pariente que se llama-
ba Joaquín y que le decían Joaco, hombre amable pero borracho,
parrandero y jugador como Juan Charrasquiado. Estando en la ve-
cina Fundación, en una de esas interminables juergas de pueblo, se
quedó sin plata y sin crédito; sin pensarlo mucho redactó un tele-
grama a sus padres, almas benditas, urgiendo su ayuda financiera
con estas palabras: "Joaco muerto Punto Manden plata entierro
Punto". No sé si mandarían o no el dinero, pero sí sé que la familia
se lanzó en caravana hasta Fundación, llegando hasta la cantina don-
de, acostado en una mesa de billar, dormía la borrachera y evadía
sus cuitasfinancierasdel momento. La familia, marcando para siem-
pre un acontecimiento tan poco usual aun en Macondo, le colgó el
apelativo que lo acompañó durante toda la vida; Joaco El Muerto
le pusieron, para diferenciarlo de otros familiares con el mismo
nombre. Un sobrenombre tan eficaz que cuando Joaco El Muerto
El Caribe colombiano
36i

se murió de verdad, todos dudamos por un momento. Mirando


desde la distancia, me doy cuenta de que la familia adoptó una
posición firme y bien ladina, ajustada también a las normas entre
parientes que rigen o regían en la región: de una parte, le hizo
honores a su disfraz en los chistes de todas las borracheras posterio-
res y, de otra, lo sometió a la degradación de que hablan los teóricos
de la fiesta, en pocas palabras, lo carnavalizaron. Y con esto toca-
mos un punto esencial pero final: el carnaval, fiesta de la imitación,
es el evento ladino por excelencia, el universo costeño sintetizado
en cuatro días; desde su sistema mimético se capta el pueblo nuevo
costeño, ese ser folclórico y cosmopolita que construye su identi-
dad multiforme en medio del bazar. Creo que ésta sería una pers-
pectiva fértil para las futuras investigaciones sobre el carnaval; sería
una posibilidad de pensar que los ciudadanos del mundo también
pueden ser hijos de la tierra.

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