Unidad Nº2 - Telma Barrerio, Teoría General de Los Grupos
Unidad Nº2 - Telma Barrerio, Teoría General de Los Grupos
Unidad Nº2 - Telma Barrerio, Teoría General de Los Grupos
PRESENTACIÓN GENERAL DE
LA TEORÍA DE LOS GRUPOS
Prof.: Juan Pablo Aires Cunha
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1
Elkin, F., El niño y la sociedad, Buenos Aires, Paidós, 1960.
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caracterizaban, según Linneo, por ser “mutus, tetrapus e hirsutus”, esto es, sin habla,
cuadrúpedos (ya que se movilizaban arrastrando manos y piernas) y cubiertos de vello.2
Más allá de ciertas fantasías propias de la época, existen testimonios mucho más rigurosos de
tales casos; entre otros, se encuentra, por ejemplo, el fascinante relato transcripto en el libro El
salvaje del Aveyron: psiquiatría y pedagogía del iluminismo tardío,3 que gira en torno del caso de
un niño encontrado por unos cazadores en los bosques del Aveyron alrededor de 1800, que en
el momento de ser hallado se parecía, en su conducta y su aspecto físico, más a los animales
salvajes con los que había convivido que a los seres humanos “normales”.
Esta obra recoge una Memoria de J. Itard, científico de esa época aplicado a la educación de niños
sordomudos que tomara a su cargo la responsabilidad de educar al niño; en ella, el autor relata
los esfuerzos hechos para hacerle adquirir un lenguaje, pautas de conducta “civilizadas”, formas
de comunicación humanas, etc., ya que el niño encontrado no los poseía. En efecto, el pequeño
Víctor, tal como lo bautizara Itard, corría con ayuda de sus cuatro miembros, emitía sólo sonidos
guturales sin significación aparente, tomaba los alimentos directamente con la boca, tenía la
mirada perdida y se balanceaba rítmicamente con un movimiento sin sentido; no era sensible al
frío ni al calor y respondía sólo a las necesidades fisiológicas más primarias.
LO INNATO Y LO ADQUIRIDO
Para llegar a ser la persona que somos hemos necesitado, pues, de otros seres humanos. Y así, lo
que hemos incorporado del mundo externo, de la cultura que nos rodeó desde pequeños, de
nuestro entorno social inmediato, nos ha permitido construir nuestro mundo interno y
desarrollarnos hasta lo que somos en este momento.
Una polémica generalmente enconada que suele suscitarse con bastante frecuencia al abordar
estos temas es la relativa a la incidencia de lo innato y lo adquirido en la formación de la
personalidad. Se trata entonces de dirimir qué rasgos, qué características de nuestra
personalidad son innatas, propias de nuestro acervo genético, y cuáles se deben al
condicionamiento del medio.4
En torno de esto las posturas adoptadas suelen alinearse en tres grandes categorías: las que
ponen el énfasis en la importancia del potencial genético (que suele llamarse la postura del
“innatismo”), las que lo ponen en la importancia de lo adquirido, del aprendizaje, del medio
ambiente (“ambientalismo”) y una tercera (interaccionismo) que rescata ambas fuentes de
condicionamiento. En la obra mencionada, en la que se reproducen, aparte de la Memoria de
Itard, otros textos de principios del siglo XIX, puede apreciarse cómo esta polémica se encontraba
ya planteada con toda claridad en esa época.
La disputa tal como se plantea básicamente entre innatistas y ambientalistas suele tener una gran
carga emocional debida, probablemente, a su connotación ideológica, y a las consecuencias que
de ella se derivan, tanto para el juicio de valor y la atribución de responsabilidades como para la
acción en distintos ámbitos sociales. Entre ellos el campo de la educación.
De hecho estas posturas teóricas han constituido parte fundamental de distintas teorías del
aprendizaje.
Todo docente, al ejercer su práctica como tal, adopta explícita o implícitamente algunos de estos
marcos teóricos en relación con el proceso de aprender, lo cual tiñe todo su accionar en el aula.
Adoptemos la óptica de un educador innatista y de otro ambientalista en lo que hace al problema
del desarrollo de la inteligencia.
2
Klineberg O., Psychologile social, Presses Universitaires de France, 1957, Cap. IV.
3
Pinel, P., Itard, J.: El salvaje del Aveyron: psiquiatría y pedagogía del iluminismo tardío, Buenos Aires,
Centro Editor de América Latina, 1978.
4
Filloux, J.C., La personalidad, Buenos Aires, Eudeba, 1962.
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Si creemos que la inteligencia viene dada “al nacer”, que el cociente intelectual es, por ende, fijo
y no puede modificarse por la influencia del medio, nuestra labor como docentes se verá limitada;
no nos propondremos incidir con nuestro accionar en el desarrollo de la inteligencia ya que nos
consideramos impotentes para ello. Si consideramos, por el contrario, que tal contribución es
posible e importante, podremos incluirla en nuestros objetivos educativos, intentando promover
el desarrollo de las potencialidades intelectuales del niño o del adolescente, no limitando nuestro
accionar a una labor de acumulación de información.5
Por otra parte, el innatismo también suele ir asociado con cierto grado de elitismo, que lleva a
clasificar, por un lado, los alumnos “brillantes”, y por otro, los “mediocres”, en categorías
irreductibles y a modo de rótulos, que pueden generar lo que hoy se conoce como el fenómeno
de la “profecía autocumplida” o el “efecto Pigmalión”: si un maestro emite un juicio de
descalificación hacia el niño, éste puede incorporarlo a su autoimagen y conducirse de un modo
que ratifique el pronóstico desfavorable. 6
La investigación científica aporta actualmente testimonios irrefutables acerca de la influencia
decisiva del medio ambiente en el desarrollo de la inteligencia; uno de los primeros casos que
conmovieron las creencias innatistas en el ámbito del mundo de la psicología fue el de dos niñas
pequeñas que habían sido catalogadas como débiles mentales congénitas y que, a raíz de una
circunstancia fortuita, cambiaron de medio y experimentaron un pronunciado ascenso de su
cociente intelectual. Este caso, que dio en llamarse el “caso de los C.I. móviles”,7 suscitó rechazo
y reservas en su momento (1939), debido a lo arraigado que se hallaba el paradigma del
innatismo, entre los psicólogos de la época; actualmente, las pruebas de la incidencia de la
educación y los estímulos en el desarrollo de las aptitudes intelectuales son abrumadoras.
También existen importantes testimonios acerca de la incidencia que tiene la sociedad en la
formación de hábitos de conducta, códigos morales, patrones estéticos, etcétera. Así, por
ejemplo, un niño “trasplantado” en el momento de su nacimiento al seno de una familia
perteneciente a una cultura distinta a la de su familia de origen adquirirá las pautas de
comportamiento, el lenguaje y los cánones morales de su nuevo medio, con independencia de su
procedencia “biológica”.8
Sin embargo, en general nos resulta difícil discriminarnos de nuestra sociedad y reconocer en
nosotros las huellas de la cultura. Por lo común, tendemos a ver como obvios o naturales hechos
o circunstancias que son sólo culturales, que son diferentes en distintas sociedades, y que hemos
adquirido por el aprendizaje. Esto genera el etnocentrismo cultural, el rechazo a lo diferente,
etcétera.
¿Por qué ocurre todo esto? ¿Por qué nos cuesta descubrir la influencia en nosotros de la
sociedad? Este fenómeno ha sido explicado por el carácter “envolvente” de la cultura.
En efecto, la cultura que nos rodea es algo así como la atmósfera que respiramos, que nos nutre
y sin la cual no podríamos vivir, pero que no somos capaces de percibir. Vemos la realidad a través
de las “lentes” espirituales de las que nos ha provisto nuestro medio.
Eli Chinoy, en su libro Introducción a la sociología, alude a un fragmento del antropólogo Ralph
Linton donde éste señala que el reconocimiento de la ubicuidad y significado de la cultura es “uno
de los avances científicos más importantes de la época moderna”, para luego afirmar:
“Se ha dicho que lo último que descubriría un habitante de las profundidades del mar sería tal vez,
precisamente, el agua. Sólo llegaría a tener conciencia de ésta si algún accidente lo llevara a la
superficie y lo pusiera en contacto con la atmósfera. El hombre ha tenido durante casi toda su
historia una conciencia muy vaga de la existencia de la cultura, e incluso dicha conciencia ha
5
Herencia, medio y educación, Ed. Salvat, Grandes temas, N° 33,1974.
6
Rosenthal R. y Jacobson, L., Pygmalion in the classroom, Holt Rinehart y Winston, 1968.
7
Ilg, F.l. y Ames, L.B. y otros, Diferencias individuales y rendimiento escolar, Buenos Aires, Paidós, 1978.
8
Filloux .C., op. citada.
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dependido de los contrastes que presentaban las costumbres de su propia sociedad en relación
con las de alguna otra con la que accidentalmente llegó a ponerse en contacto. La capacidad para
ver la cultura de la propia sociedad en general, para valorar sus patrones y apreciar cuanto éstos
comprendan, exige cierto grado de objetividad que rara vez se logra.”
Y prosigue diciendo luego el propio Chinoy:
“En razón de que nuestra cultura es en tan gran medida parte de nosotros, la damos por
establecida, suponiendo frecuentemente que es una característica normal, inevitable e inherente
a toda la humanidad. Los antropólogos informan a menudo que cuando preguntan a los miembros
de tribus primitivas por qué actúan en alguna forma determinada, reciben una respuesta que
equivale a: “es así como se hace” o “es lo habitual”. Acostumbrados a su propio modo de vida, les
es imposible concebir otro. Entre los norteamericanos la expresión: “es la naturaleza humana”; es
una explicación característica para muchas acciones: competir por fama y poder, buscar
ganancias, y casarse por amor, por ejemplo. Esta explicación se da a pesar de la evidencia de que
los que poseen diferentes patrones culturales se comportan en forma muy distinta”. 9
9
Chinoy, E., Introducción a la sociología, Buenos Aires, Paidós, 1960.
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Elkin, F., ob. citada, págs. 43-44.
11
Cooley, Ch., Human nature and the Social Order. Glencoe, III: Free Press, 1956. Citado por Deutsch y
Krauss, Teorías en Psicología Social, pág. 172, Barcelona, Paidós, 1980.
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En algunos de los grupos por los que transitamos podemos encontrar nuevos otros significativos
(un compañero de trabajo, alguna figura de autoridad importante para nosotros, un pariente
“político”, etc.), que nos provee nuevas aperturas y maneras de mirar el mundo. Y en cada uno
de estos grupos encontramos, invariablemente, gente que nos acepta o nos descalifica, nos
valoriza o nos rechaza, nos estimula o nos deprime...
Entre los distintos grupos por los que fuimos (o vamos) transitando, hubo (y habrá) algunos donde
nos sentimos bien, y otros donde nos sentimos mal; hubo (y habrá) algunos grupos o
interacciones personales dentro de esos grupos, que nos proporcionaron gozo y alegría, y otros
que nos hicieron sufrir; o aun dentro de un mismo grupo pueden darse momentos en que nos
sentimos mejor o peor que en otros; momentos o aspectos de la trama vincular que nos hicieron
crecer, que fueron positivos para nuestra vida, y otros que nos “bloquearon” o pusieron escollos
en nuestro desarrollo y nuestro progreso como personas.
Podríamos fantasear distintos fenómenos o situaciones grupales que allí podrían generarse.
A partir de este intercambio, de esta comunicación, puede llegar a consolidarse una situación
grupal más o menos estable de modo tal que, si el proceso de interacción continúa y se
profundiza, este pequeño nucleamiento humano podría transformarse en un grupo.
Ahora bien, en torno de este tipo de especulaciones, y en general al huidizo concepto que nos
ocupa, podemos formular distintas preguntas:
1. ¿Se puede hablar de un momento puntual en el que un agrupamiento humano se
transforma en grupo?
2. ¿Cuáles son, en suma, las características definitorias de un grupo?
3. Si en un determinado conjunto de personas que interactúan no prevalecen los
vínculos positivos de cooperación y solidaridad, el bienestar y una confortable
sensación de pertenencia y continencia, ¿podemos hablar realmente de grupo?
4. Por otra parte, ¿los grupos son obligatorios u optativos?; formulado de otro modo,
¿puede hablarse de grupo cuando se trata de un hábitat obligado, que no hemos
escogido voluntariamente (como el entorno laboral o la familia)?
LA GESTACIÓN DE UN GRUPO
Acerca de la emergencia de un grupo como tal, respondiendo a la pregunta formulada en el punto
I, podemos decir que no hay un momento puntual, claramente identificable en el tiempo, en que
un conjunto de personas se transforma en un grupo. Podemos en cambio hablar de un continuo,
desde un conjunto o agrupamiento humano que claramente no es un grupo hasta un grupo
fuertemente consolidado.
Por otra parte -y con esto apuntamos a la pregunta formulada más arriba- para que haya grupo
no es necesario que predomine la solidaridad, la cooperación y un sentimiento de comodidad o
bienestar; así, por ejemplo, puede haber un grupo aglutinado por un líder autoritario que utilice
mecanismos de predilección con los más sumisos (donde el grupo se divide en “hijos” y
“entenados”) creando rivalidad y fuerte competitividad, con el consiguiente malestar grupal; o
un grupo que se haya cohesionado con el móvil del ataque a un presunto “enemigo externo”,
donde el impulso mayor es la carga agresiva dirigida hacia afuera, con alto grado de ansiedad en
sus miembros. A nuestro juicio, no es la calidad de los vínculos sino el grado de interdependencia
funcional entre los miembros lo que otorga el carácter de grupo y marca la intensidad de la
cohesión.
Tampoco consideramos una variable significativa el carácter obligado o impuesto; en ambos
casos puede hablarse de grupo si se cumplen sus características definitorias.
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LA INTERDEPENDENCIA FUNCIONAL
Ahora bien, ¿cómo y por qué se va construyendo de determinado modo un grupo? ¿De qué
depende este proceso?
A primera vista puede surgir la idea de que depende de sus miembros, de las personas que lo
componen y sus posibles cambios individuales.
Esto es verdad sólo en parte; la “causalidad” del devenir grupal es más compleja y no se reduce
a una yuxtaposición o “adición” de fenómenos individuales. Como ya dijimos más arriba, el grupo
es más que la suma de sus miembros, en cierta forma, representa una nueva configuración, una
nueva estructura en que el accionar de sus miembros presenta un cierto grado de dependencia
o implicancia mutua.
Como dice J. Maisonneuve:
“Ése es uno de los puntos claves de la dinámica de los grupos: las acciones y las percepciones de
los miembros son sólo los elementos de una estructura compleja, no reductible a esos
elementos.”12
Tomemos el caso de un grupo hipotético (GI) compuesto por cuatro miembros: Juan, María,
Pedro y Susana. Sorprendemos a este grupo en un momento de su accionar. En este momento
puntual, Juan acaba de lanzar una agresión verbal dirigida a María. ¿Qué puede ocurrir? Pueden
ocurrir, por cierto, distintas cosas: a) que María devuelva la agresión a Juan; b) que María dirija a
su vez esta carga agresiva contra un tercero, v. gr., Pedro; c) Que María no responda ni reaccione
con ninguna conducta que exteriorice el impacto que produce en ella lo ocurrido y que sea otro
miembro del grupo (por ejemplo, Susana), quien reaccione en su defensa, etcétera.
12
Maisonneuve, J., La dinámica de los grupos, Buenos Aires, Nueva Visión, 1980.
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A su vez, puede ocurrir que esta primera etapa o momento de reacción dispare otras reacciones
en el resto de los miembros y se vaya entretejiendo una situación peculiar de interacción grupal,
en que determinados aspectos o facetas de la personalidad de sus miembros se ven potenciados
o puestos en movimiento.
Este tipo de situaciones, en que una persona, o varias, responden ante el estímulo o “disparador”
que representa para ellas la conducta de otra (u otras), es totalmente frecuente y se da no sólo
en un grupo sino también en cualquier interacción humana circunstancial (es, de alguna manera,
uno de los ejes básicos de la comunicación).
Lo que da su peculiaridad al grupo ya consolidado como tal es que las reacciones de sus miembros
se hallan muchas veces condicionadas por una trama vincular subyacente, producto
fundamentalmente de su historia y de la manera como se han ido estructurando las relaciones y
los roles, las fuerzas y las tensiones, las atracciones y los rechazos, dentro del grupo.
Así, en nuestro ejemplo anterior existe la posibilidad de que los sucesos relatados formen parte
de una cierta manera más o menos habitual de operar dentro de ese grupo, donde ya hay ciertos
“juegos vinculares” cristalizados. De este modo, puede ocurrir, por ejemplo, que Juan sea una
figura temida por María, quien suele recibir agresiones de aquél, y sistemáticamente elude una
confrontación directa. Esta conducta que juegan con frecuencia Juan y María ha generado
resentimiento hacia Juan en Pedro y Susana, unido a un cierto menosprecio por la debilidad de
María. Ante situaciones de este tipo, Pedro, que a su vez teme también a Juan, puede terminar
agrediendo él mismo a María, etcétera.
Cuando nosotros posamos sobre una situación grupal dada una mirada “ingenua” o
desprevenida, vemos sólo personas actuando o interactuando entre sí, pero no percibimos el
mundo subyacente, las napas subterráneas de la trama grupal que condicionan el accionar
manifiesto de estas personas en tanto actores de un proceso dinámico conjunto.
Según señalan Anzieu, D. y Martín, J.I., la percepción del fenómeno grupal en cuanto tal suele
escapar a la mirada del observador común: “La noción de grupo es inexistente para la mayor parte
de los sujetos. El grupo es efímero, dominado por el azar. Sólo existen relaciones interindividuales.
Las relaciones psicológicas espontáneas entre personas, son vividas por los interesados como si
fueran esencialmente el resultado del carácter, bueno o malo, de los individuos. Los fenómenos
de grupo no son apreciados en lo que ellos tienen de específico: todo se reduce a cuestiones
personajes”.13
Es precisamente el descubrimiento del grupo como un todo dinámico y estructurado que tiene
incidencia en la conducta de sus miembros, uno de los aportes fundamentales de los creadores
modernos de la teoría de los grupos. Entre ellos, particularmente, de Kurt Lewin, pensador
proveniente de la escuela de la Gestalt, creador de la corriente dinamista y el que utilizó por
primera vez la expresión “dinámica de grupos” (1944).
Bibliografía:
Barreiro, T. (2005). Cultura, grupo y persona. En Trabajos en Grupo. Hacia una coordinación
facilitadora del grupo sano (pp. 17-31). Buenos Aires: Ediciones Novedades Educativas.
13
Anzieu, D. y Martín, J.I., Dinámica de los grupos pequeños, Buenos Aires, Kapelusz, 1971.
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LA NECESIDAD DE PERTENENCIA
Sin embargo, más allá de las diferencias individuales y grupales, hay una serie de necesidades que
son comunes a todas las personas, que corresponden al bagaje de lo que podríamos denominar
“necesidades humanas básicas”. En general, cuando se habla de “necesidades humanas básicas”,
se suele pensar en necesidades estrictamente biológicas o fisiológicas como la de alimentarse o
dormir, sin embargo, podemos hablar también de algunas necesidades humanas básicas que
corresponden a la esfera psíquica. Una de ellas, la más genérica que podríamos enunciar en
relación con lo grupal es, precisamente, la necesidad de pertenencia, a que ya aludimos.
¿Por qué la pertenencia representa una necesidad básica del ser humano?
En primer término porque, como ya dijimos, es a partir de la pertenencia a un grupo primario (la
familia, la comunidad, o formas sociales sustitutas) que organizamos nuestra estructura psíquica,
construimos nuestra identidad y nos constituimos como personas. Como hemos estado viendo,
el grupo nos provee de modelos identificatorios, de un lenguaje, de normas y valores; nos
posibilita la construcción de la autoimagen mediante el mecanismo de los “espejos” que nos
brindan nuestros “otros significativos”.
Pero esta demanda no se agota en la constitución primigenia de nuestra identidad. A lo largo de
toda nuestra vida seguiremos necesitando confirmación, aceptación, ratificación, convalidación
de identidad, de autoimagen. Y eso nos lo dan los otros.
La persona es un ser-en-relación. Un ser que en gran parte está hecho de los otros y seguirá
necesitando esencialmente de los otros durante toda su existencia. Por eso uno de los grandes
miedos -miedo oculto y no siempre reconocido o confesado- es el miedo a la soledad. La soledad
(cuando es una soledad radical) no sólo nos resta posibilidad de comunicación, de estímulo y
afecto, sino que, de algún modo, reduce nuestra “mismidad”, va debilitando nuestro “sí-mismo”,
por decirlo de algún modo.
A veces una persona prefiere soportar malos tratos dentro de un grupo que quedarse fuera de
él. Hasta tal punto resulta doloroso el aislamiento. Muchas veces las necesidades afectivas, y de
reconocimiento, pueden llegar a cubrirse con algunos vínculos bipersonales intensos (la pareja,
un amigo, un hijo...). Quizá la mayoría de las personas así lo hace dentro de nuestra sociedad, y
eso le permite prescindir de un buen grupo de pertenencia.
Sea a través del grupo o de fuertes relaciones binarias, el ser humano necesita satisfacer su
necesidad de interacción humana. Poder aceptar esto, descubrir y ratificar la naturaleza
eminentemente social del ser humano, admitir que somos irremisiblemente tributarios de los
otros, tiene, dentro de una sociedad que ha elevado el patrón del individualismo competitivo a la
categoría de valor cuasi-ético, una enorme importancia ideológica. Esta concepción debilita -o al
menos permite contextualizar de un modo distinto al adoptado usualmente- la tesis de T. Hobbes
de que el “hombre es un lobo para el hombre” (homo homini lupus), y obliga a poner bajo una
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nueva lupa la tan difundida afirmación de que la competencia es un “rasgo propio de la naturaleza
humana”.
Así, pues, la necesidad de pertenencia está vinculada con otra necesidad fundamental de la
persona que es la necesidad de confirmación, de afirmación de sí mismo y de fortalecimiento de
la autoestima. La autoestima, en tanto aprecio que cada uno de nosotros tiene, o siente, por sí
mismo, depende, en gran medida, de la autoimagen. Es decir, de la forma como nos percibimos
a nosotros mismos. Dada la importancia decisiva que estas cuestiones tienen para la interacción
grupal, hemos de detenernos un momento en ellas.
14
Esta caracterización relativa a la autoimagen ha sido tomada casi textualmente de la obra: Barreiro. T.,
De la Cruz, M. y Sorocinschi. A. M P.A. de, Perfeccionamiento Docente Universitario: un abordaje centrado
en el factor humano y la dinámica grupal, mimeo., Centro Regional Bariloche, Univ. del Comahue, S.C. de
Bariloche, 1985.
15
Kafka, F. Carta al padre, Buenos Aires, Alpe, 1955.
16
Rogers, C., Terapia, personalidad y relaciones interpersonales, Buenos Aires, Nueva Visión, 1978.
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LA NECESIDAD DE CONFIRMACIÓN
En efecto, todos necesitamos un cierto grado de confirmación por parte de otras personas,
aunque no siempre tengamos clara conciencia de ello o estemos dispuestos a admitirlo. “Somos”,
en gran parte, en la medida en que recibimos confirmación o ratificación.
Tal vez debamos admitir grados o urgencias distintas en esta necesidad. Así, para el niño, el recibir
confirmación puede ser más crucial que para el adulto en la medida en que éste tiene ya una
conciencia de sí más estructurada y consolidada en experiencias anteriores. Del mismo modo,
quizá debamos admitir que la intensidad de la demanda por parte de cada persona dependa en
alguna medida del grado de seguridad ontológica17 o seguridad personal profunda alcanzada.
Sea como fuere, con mayor o menor grado de intensidad o perentoriedad, todo ser humano
necesita alguna forma de confirmación por parte de otros seres humanos a lo largo de toda su
vida.
Aludiendo a este tema, ha dicho William James:
“No podría idearse un castigo más monstruoso, aun cuando ello fuera físicamente posible, que
soltar a un individuo en una sociedad y hacer que pasara totalmente inadvertido para sus
miembros”.18
Y Martin Buber, en un lenguaje filosófico, se ha expresado de esta manera:
“En la sociedad humana, en todos los niveles, las personas se confirman unas a otras de un modo
práctico, en uno u otro grado, por sus cualidades y capacidades personales, de suerte que una
sociedad puede llamarse humana en la medida en que sus miembros se confirman unos a otros...
La base única de la vida del hombre con el hombre, es doble: de un lado el deseo de todo hombre
de verse confirmado como lo que es -e incluso como lo que puede llegar a ser- por los hombres;
del otro lado, la capacidad innata del hombre de confirmar a sus semejantes en dicha forma. Que
esta capacidad esté tan extremadamente descuidada constituye la verdadera debilidad y
cuestionabilidad de la raza humana, la auténtica humanidad existe sólo ahí donde esta capacidad
se despliega. Por otra parte, naturalmente, un vacío reclamo de confirmación, sin apego al ser y
al devenir, vicia una y otra vez la verdad de la vida entre hombre y hombre... Los hombres
necesitan y les es concedido, confirmarse unos a otros en su ser individual a través de encuentros
genuinos.”19
La literatura brinda algunos ejemplos de soledad total, donde es imposible la confirmación del
otro. Un ejemplo de este tipo lo encontramos en la famosa novela de Daniel De Foe, Robinson
Crusoe, el náufrago que debe sobrevivir varios años en una isla desierta, o en un cuento de Ray
Bradbury donde el personaje despierta y descubre que se ha quedado solo en el planeta. Pero,
en estos casos, las personas se encuentran solas sin tener contacto físico con otros seres
humanos. Mucho más grave es encontrarse solo y sin confirmación en medio de otras personas,
tal como señala W. James en el fragmento transcripto. Una situación como ésta es descripta en
el siguiente texto que tomamos de El jinete Insomne, de M. Scorza, donde, en tono satírico y con
sugestiva prosa, dice el gran novelista peruano:
17
Laing, R., El yo dividido, México, F. C. E., 1974.
18
James, W., citado por Laing, R., en El yo y los otros, México, F. C. E., 1974.
19
Buber, M., citado por Laing en El yo y los otros, ob. citada.
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“En eso, don Celestino Matos, jefe de la oficina de correos, enloqueció. En plena ceremonia
conmemorativa de la victoria de Ayacucho, el hasta entonces anónimo funcionario mordió la
mano que se dignaba alargarle el juez. Sólo los puñetazos del Chuto Ildefonso, sombra fiel del
magistrado, lo salvaron del furor del jefe de correos. Reducido por los acompañantes don Celestino
siguió aullando: ‘¿Por qué me desprecian? ¿Por qué me huyen? ¿Soy carachoso?’ Nadie lo
desdeñaba. Los desaires se domiciliaban en la confusión de sus ojos. Miope de solemnidad -no
distinguía ni su espejo- don Celestino había recurrido a la ciencia del sanitario Canchucaja que le
recetó unos anteojos que encargó a Cerro de Pasco. Por defectuosa medición o por error de los
oculistas, semanas después, don Celestino recibió lentes desconcertantes: las figuras se le
escurrían por los costados de las lunas. Don Celestino miraba acercarse a los hombres y luego
doblar y esfumarse. Con dignidad se enfrentó al desastre. Escamoteados por sus anteojos, amigos
y enemigos huían. Demasiado delicado para inquirir las causas del desprecio colectivo,
acusándose quizá de crímenes imaginarios, don Celestino se aisló. El 9 de diciembre según unos,
el 15 de marzo según otros, perdió la razón.” 20
20
Scorza, M., El jinete insomne, Caracas, Monte Ávila, 1977, pág. 98.
21
Berne, E. Juegos en que participamos, México, Diana, 1977.
22
Laing, R., Phillipson, H. y Russell Lee, Percepción interpersonal, Buenos Aires, Amorrortu, 1969.
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A su vez, respecto de la idea de “definición de la situación”, ésta ha sido planteada por E. Goffmann
en una de sus obras más importantes: La presentación de la persona en la vida cotidiana.23
La confirmación personal profunda se da con personas con las que nos comunicamos intensamente y
que, por lo tanto, son capaces de vernos en nuestras zonas más internas, de aceptarnos y valorarnos
como somos, aun con nuestras debilidades e inseguridades. Cuando hay confirmación personal
profunda el otro descubre y valoriza los aspectos más positivos, “actualiza” nuestras potencias más
apreciadas, estimula los logros que son más constructivos para nuestro desarrollo.
Hay personas que nos posibilitan ser nosotros mismos, ser “auténticos”, y otras en cambio que nos
crean cierta tensión: nos ponemos “en pose” ante ellas, porque necesitamos presentar una “imagen”
(por ejemplo, presentarnos como “seguros”, como “eficientes” o como muy conocedores de una
materia, etcétera).
Sin duda el tema de la confirmación, así como el de la autoestima, se halla muy ligado al de la seguridad
personal. El recibir confirmación por parte de otras personas -y, sobre todo, de quienes son valiosas
o importantes para nosotros- mejora nuestra autoimagen, aumenta nuestra autoestima y nuestra
seguridad personal. A su vez, una alta autoestima y un grado elevado de seguridad personal pueden
hacernos un poco menos vulnerables a los avatares que nos depara la interacción con los otros,
tornándonos más resistentes a los eventuales episodios de descalificación, desconfirmación o
rechazo. Sin embargo, aun cuando esto pueda disminuir el umbral de vulnerabilidad, no lo reducirá a
cero. Difícilmente pueda hablarse de una persona que sea “inexpugnable”, realmente indiferente a
los mensajes del prójimo en estos aspectos.
23
Goffmann, E., La presentación de la persona en la vida cotidiana, Buenos Aires, Amorrortu, 1971.
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iniciales, hasta que una nueva partida lo obligaba a desprenderse de su grupo incipiente. Esto hizo
que finalmente se replegara en sí mismo y pensara: “No necesito de los otros... puedo vivir muy bien
solo...” Esta sensación lo había acompañado a lo largo de toda su vida, hasta que esa experiencia de
comunicación grupal le había hecho sentir la importancia de la pertenencia y el encuentro.
Este ejemplo nos parece ilustrativo acerca de cómo podemos llegar a postergar o reprimir ciertas
necesidades en la medida en que no son satisfechas, hasta el punto de negarlas, no reconocerlas o no
“sentirlas”.
En efecto, la frustración sistemática en los esfuerzos por satisfacer ciertas necesidades puede llevar a
la persona a negar la existencia de las mismas y a rechazar posteriores ocasiones de satisfacerlas.
24
Spitz, R.: El primer año de vida del niño, México, F.C.E., 1974.
25
Janov, A.: El grito primal, Buenos Aires, Sudamericana, 1975.
26
Barreiro, T.: Hacia un modelo de crecimiento humano, Buenos Aires, Nuevo Estilo, 1983.
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Es en este sentido que podemos afirmar que nunca un grupo resulta indiferente desde el punto de
vista afectivo para las personas que lo componen.
Debemos admitir, sin embargo, que no todos los grupos tienen la misma importancia para la persona:
hay, por cierto, grupos que adquieren mayor significatividad que otros.
Consideramos que un grupo resulta significativo por diversas razones, como por ejemplo: a) por
corresponder a estadios muy tempranos del desarrollo personal; b) por la naturaleza particularmente
intensa de los vínculos que lo caracterizan (lo que Cooley llama “Grupos Primarios”); c) por compartir
muy estrechamente un sistema de valores y/o proyectos existencialmente importantes para la
persona; lo que otorga al grupo el carácter de “grupo de referencia” para la persona; d) por ser el
único grupo al que la persona ha pertenecido o pertenece; e) por la frecuencia de la interacción (p.
ej., grupos que implican encuentros cotidianos más o menos prolongados); f) por la importancia
asignada socialmente a esos grupos o a la actividad que allí se realiza, etcétera.
Estas circunstancias que, entre otras, imprimen significatividad a los grupos, pueden darse
combinadas o potenciándose entre sí, lo cual, obviamente, refuerza la importancia que alcanza el
grupo para el individuo. El caso más evidente es el del grupo familiar de origen (que llamamos,
indistintamente, Grupo Parental Primario o Grupo Primario Primordial - G.P.P.-), donde confluyen
prácticamente todas (y, en ocasiones, realmente todas) las circunstancias enunciadas.
A su vez, un grupo de amigos puede alcanzar honda significación por la profundidad de los vínculos,
generada por ejemplo por su arraigo en la infancia, o por las coincidencias de ideales y proyectos,
variables éstas que mencionamos como a, b y c. Un grupo de militancia política o de afinidad religiosa,
donde predominan las coincidencias de valores, puede gestar también hondos lazos afectivos
(variables c y d). Asimismo, suelen incidir fuertemente en las personas los grupos donde realizan la
actividad “eje” de su vida social, como es el caso de la escuela para el niño o el púber y el trabajo para
el joven y el adulto. En la medida en que estos agrupamientos implican una cotidianidad (variable e),
una cierta obligatoriedad de permanencia, y dada la fuerte carga social que ambos tienen (variable f),
están llamados a influir emocionalmente de modo relevante sobre las personas.
necesidades sociales o de grupo, la necesidad de pertenencia, de ser aceptado por sus iguales, de ser
comprendido; la necesidad de expresarse, la necesidad de sentirse valorado y de gozar de un status.
Sus necesidades emocionales influyen también en su labor de aprendizaje: la necesidad de afecto, de
dependencia, de cuidados; la necesidad de afirmarse, de estar solo, de crear; la necesidad de sentirse
seguro y la de afrontar riesgos, explorar, cambiar y hacerse adulto. Estas son, tan sólo, algunas de sus
numerosas necesidades fundamentales. Aun cuando, evidentemente, no puedan ni la escuela, ni el
profesor, satisfacer todas estas necesidades, la verdad es que existen y tienen una relación con el
comportamiento y el aprendizaje del individuo en la clase.”27
En efecto, cuando los aspectos vinculares no están bien resueltos, la presión psicológica de los
fenómenos emocionales sobre la persona dentro del grupo puede ser tan fuerte que llegue a
perturbar la tarea misma de aprender, e incluso provocar un abierto “bloqueo” intelectual. El esfuerzo
que hace el niño por defenderse, o la ansiedad que le genera su miedo de no ser aceptado o de
resultar agredido o, incluso, la ansiedad por responder adecuadamente a las demandas del docente,
pueden perturbar el libre fluir de su pensamiento.
En forma ligera, y con un humor tierno, ilustra la siguiente tira de Quino un hecho de esta naturaleza:
El énfasis tradicional en la disciplina formal ignora todo el “hirviente” mundo afectivo que contiene un
grupo. Por eso a veces los grupos estallan, y hasta las instituciones escolares pueden transformarse
en un “volcán”, cuando no son contempladas, de algún modo, las necesidades, las tensiones y los
juegos emocionales que se desencadenan en los grupos.
En la vida cotidiana solemos enfrentarnos con situaciones que ilustran de algún modo todo esto. Así,
por ejemplo, puede ocurrir que un chico no quiera ir a la escuela porque sus compañeros se burlan
de él, lo amenazan o, simplemente (¡y nada menos!), lo dejan de lado, lo marginan. Otro chico, o el
mismo, en otras circunstancias, desea ir al colegio -aunque las clases lo aburren soberanamente- sólo
por disfrutar de los juegos y el contacto con sus compañeros del aula.
En algunos casos se asiste a ciertos desbordes de comportamiento grupal dentro del aula; en otras
ocasiones presenciamos que, al terminar el ciclo lectivo, los estudiantes destruyen y arrojan al aire sus
apuntes de todo el año... ¡Señal de la honda frustración experimentada!28
Volviendo ahora la mirada sobre el grupo laboral, vemos que pueden darse también situaciones
similares. A veces deseamos dejar un trabajo porque no soportamos el clima que se vive en él: el
autoritarismo del jefe, la agresión y competencia entre los compañeros, la existencia de subgrupos o
“camarillas” antagónicas que tejen rumores y alimentan desconfianzas. Otras veces, por el contrario,
nos aferramos a un trabajo, aunque económica o aun profesionalmente no sea el más conveniente,
porque nos sentimos bien integrados dentro del grupo, estamos a gusto con nuestros compañeros,
esperamos hasta con entusiasmo el momento de reunimos con ellos para comentar y compartir
noticias.
27
Luft, J. Introducción a la dinámica de grupos, Barcelona, Herder, 1977.
28
Weinstein y Fantini han relatado interesantes experiencias realizadas para indagar la incidencia de lo
afectivo en el aula.
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Por otra parte, y tal como lo señalamos antes, uno de los primeros descubrimientos impactantes en
torno al significado del grupo para sus miembros fue hecho, precisamente, en el ámbito laboral, al
estudiar las variables que influían en el rendimiento de un grupo de operarias. A lo largo de esta
investigación se descubrió, en forma un tanto accidental, la importancia que una buena inserción, un
clima grato y un alto grado de participación grupal tenían como incentivo o motivación para el trabajo.
Este descubrimiento permitió percibir algo que hasta ese momento no se había visto: que lo que pasa
en el grupo laboral en el ámbito socioafectivo tiene un efecto tanto o más poderoso sobre la
producción que otros factores tradicionalmente considerados como decisivos (tales como los
relacionados con el salario, el horario de trabajo, etcétera.).29
Importante será destacar que, tal como dijimos antes, el punto de partida de estas investigaciones y,
sobre todo, sus objetivos de aplicación práctica difieren del abordaje que aquí proponemos, ya que
en aquel caso el móvil central (planteado dentro del ámbito de la sociología industrial, donde se
originó) estaba puesto en el aumento de la producción como finalidad última, más que en la salud del
grupo o el bienestar y crecimiento de sus miembros como valores en sí mismos. El estudio del
fenómeno grupal, encarado desde un paradigma humanista, se resiste a la instrumentación del grupo
como herramienta de manipulación.
Sintéticamente, podemos decir que la perspectiva humanista subraya la capacidad de crecimiento
personal, la libertad para elegir su destino y las cualidades positivas de los alumnos (como mostrar
sensibilidad hacia los demás). Esta perspectiva está íntimamente asociada a la idea de Abraham
Maslow (1956, 1971) según la cual es necesario cubrir ciertas necesidades básicas antes de satisfacer
otras superiores. Según la jerarquía de necesidades de Maslow, las necesidades de los individuos
deben satisfacerse según la secuencia siguiente: fisiológicas; seguridad; amor y pertenencia; estima y
autorrealización.
En consecuencia, según la teoría de Maslow, los alumnos deben satisfacer su necesidad de alimento
antes de rendir académicamente. Esta perspectiva explica también por qué los niños que proceden
de hogares con ingresos bajos o que reciben malos tratos tienen menos probabilidad de lograr un
buen rendimiento en la escuela que los niños cuyas necesidades básicas están cubiertas.
La autorrealización, según Maslow, la necesidad más elevada y difícil de alcanzar, es la capacidad de
desarrollar todo el potencial personal como ser humano. Para Maslow la autorrealización solo se logra
después de satisfacer las necesidades inferiores. Maslow advierte de que la mayoría de las personas
dejan de madurar después de lograr una autoestima alta y, por ello, nunca llegan a la autorrealización.
Algunas características de personas autorrealizadas incluyen la espontaneidad, centrarse en el
problema, en lugar de en sí mismo, y la creatividad.
Bibliografía:
Barreiro, T. (2005). Las personas en el grupo: sus necesidades. En Trabajos en Grupo. Hacia una
coordinación facilitadora del grupo sano (pp. 33-46). Buenos Aires: Ediciones Novedades Educativas.
Myers, D. (2005). El yo en un mundo social. En Psicología Social (8º edición). México: McGraw Hill.
Santrock, J.W. (2012). Motivación, enseñanza y aprendizaje. En Psicología de la Educación (4º
edición) (pp. 233-234). Madrid: McGraw-Hill.
29
Sobre estas experiencias, realizadas por E. Mayo, véase Anzieu, D. y Martín, J.I., ob. citada.
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José Bleger, uno de los pensadores argentinos que se han ocupado con mayor lucidez de la
temática grupal, describe esta situación en los siguientes términos.
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“El grupo operativo nos enseña que, en un grupo, no sólo puede ocurrir una degradación de las
funciones psicológicas superiores y una reactivación de niveles regresivos y psicóticos (según los
estudios que van desde Le Bon hasta Bion), sino que el grupo puede también lograr el más
completo grado de elaboración y funcionamiento de los niveles más integrados y superiores del
ser humano, con un rendimiento que no puede alcanzar operando individualmente.
“Todas estas grandes diferencias en su dinámica y sus resultados no constituyen cualidades
esenciales del grupo, sino emergentes de su organización. El grupo puede, así, enfermar tanto
como curar, organizar como desorganizar, integrar como desintegrar, etcétera. Lo que se diga del
grupo se convierte en una abstracción o entelequia si no se singularizan y relacionan el grupo, el
momento y la organización o estructura, y si no se especifica si ésta (por ejemplo, regresiva) es
estable, permanente o funcional.”30
EL GRUPO SANO
Detengámonos por un momento a reflexionar sobre el concepto de grupo sano, que introdujimos
en el anterior parágrafo. Según nuestra propuesta teórica, grupo sano sería, definido en términos
de “tipo ideal”, prototipo o paradigma, aquél que promueve la salud y estimula el crecimiento
personal de sus miembros, que alienta los aspectos positivos del individuo, potencia su
creatividad y permite pensar libremente, sin temores ni bloqueos.
En el grupo sano prevalece un clima de solidaridad, la cohesión se produce por factores efectivos
de signo positivo y no sobre la base de un etnocentrismo agresivo. Es el grupo donde la persona
siente que puede ser “ella misma”, sin adoptar máscaras ni barreras.
En el grupo sano prevalece un clima de confirmación o aceptación de sus miembros, la persona
no se ve obligada a estar “a la defensiva” o abriéndose camino en medio de un clima hostil. No
hay una lucha enconada por ocupar espacios, y el grupo no necesita generar la figura del llamado
“chivo expiatorio”. Uno de los rasgos salientes del grupo sano es que en él prevalece un clima de
cooperación antes que un clima de competencia. Diremos que este tipo de grupo se caracteriza
por estar estructurado sobre la base de lo que podríamos llamar una “matriz solidaria”, concepto
que desarrollaremos más adelante.
En relación con el tema de la confirmación, que estuvimos trabajando anteriormente, diremos
que en el grupo sano encuentran posibilidad de confirmación todos sus miembros, y no sólo los
que tienen el poder o los que se destacan o sobresalen del conjunto, circunstancia, ésta última,
característica de los grupos donde prevalece la matriz competitiva. Volveremos sobre estos temas
en los parágrafos 3 y 4 donde seguiremos desarrollando aspectos teóricos vinculados con el
concepto de grupo sano.
30
Bleger, J., Temas de psicología (entrevista y grupos), Buenos Aires, Nueva Visión, 1985. (El destacado en
negrita es nuestro.)
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que aparecen y se van entretejiendo obstáculos y facilitadores en la dinámica grupal tiene que
ver con lo que podríamos llamar la matriz vincular o comunicacional dominante dentro del grupo.
En cada grupo se plasma una matriz comunicacional favorable y promotora, en mayor o menor
grado, de un buen clima grupal o desfavorable u obstaculizadora del mismo.
Nos interesa acá especialmente aludir a dos tipos de matrices que pueden plasmarse y
predominar dentro de un grupo -a las cuales aludimos más arriba- que son antinómicas o
incompatibles entre sí: la competitiva (o descalificatoria) y la solidaria (o cooperativa).
Pero, dado el objeto fundamental de esta obra y sus dimensiones, debemos restringir nuestro
análisis a los aspectos vinculados con nuestra temática central de preocupación. Hemos de echar
así una mirada, comprometida, por cierto, con nuestro marco teórico, a los efectos que la
competencia tiene sobre el grupo, su clima dominante y su estructura vincular.
MATRIZ COMPETITIVA
La tesis básica que sostendremos aquí en relación con este punto es que la matriz competitiva
atenta contra la constitución de un buen clima grupal y de un grupo sano, y alimenta el
surgimiento de otros mecanismos distorsionantes, a la vez que resulta alimentada por ellos.
Una de las razones en que apoyamos esta afirmación está asociada con la teoría de las
necesidades que satisfacen las personas en los grupos y, en particular, con la necesidad de
confirmación.
En efecto, dado que, conforme con la definición dada anteriormente, el eje motivacional que
impulsa la actuación individual dentro de un grupo competitivo es alcanzar un lugar destacado o
“superior” dentro de él, y como esto es sólo posible en relación con otros, y a expensas de ellos,
resulta que el bienestar de unos queda así indisolublemente ligado con el malestar de otros. La
presunta “felicidad” o el éxito de unos dentro del grupo es directamente proporcional al malestar
o fracaso de otros.
Tomemos, para ilustrar esto, un ejemplo muy elemental del aula: el caso del maestro que,
deseoso de promover el aprendizaje, intenta estimular a los alumnos diciéndoles que “los cinco
primeros que terminen sus cuentas tendrán un diez". Los chicos no sólo pelearán entre sí por
llegar primeros, a veces incluso a los empujones, sino que, como resultado de todo esto, sólo los
cinco primeros se sentirán bien; los demás se sentirán mal. Por otra parte, luego de reiteradas
situaciones de fracaso, los que nunca salen primero terminarán por convencerse de que no sirven
para eso (por ejemplo, para las matemáticas o, más en general, para hacer las cosas bien), y
adoptarán una actitud de escepticismo y de baja autoestima.
Así, pues, en un grupo donde prevalece la matriz competitiva se da el hecho de que la
confirmación de unos se halla descansando sobre la desconfirmación de otros.
Ahora bien, una condición necesaria para que exista realmente un buen clima grupal y un grupo
sano es que todos sus miembros reciban confirmación y nadie reciba el mensaje de una
descalificación sistemática. Si en el grupo alguien se siente mal en forma prolongada, el clima
grupal estará intrínsecamente viciado.
Pero no sólo a los perdedores daña la competencia. Paradójicamente, daña también a los
ganadores. En efecto, los que resultan calificados como superiores sienten que su status de
privilegio dentro del grupo es inestable y requiere un alerta constante para no ser defenestrado.
La matriz competitiva genera, pues, inseguridad personal tanto en los perdedores, como en el o
los triunfadores. Puesto que todos los logros (o los más significativos) se remiten siempre a una
comparación con otros, el éxito es siempre relativo, nunca absoluto; siempre inestable, nunca
definitivo.
Esta afirmación sobre la inseguridad personal profunda que genera la competencia aparece
confirmada por ciertos testimonios que nos llegan de la psicología social y la antropología
respecto del elevado índice de inseguridad que presenta la “personalidad social básica” 31 de los
individuos en las sociedades que se caracterizan por un alto grado de competitividad. Pueden
verse en este sentido interesantes testimonios que aportan, entre otros, T. Newcomb y K.
Horney.32
31
Linton, R., Cultura y personalidad, Buenos Aires, F.C.E., 1981.
32
Newcomb, T.M., Manual de psicología social, Eudeba, Bs. As., 1973. Horney, K., La personalidad
neurótica de nuestro tiempo, Buenos Aires, Paidós, 1958.
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La mayor aspiración es lograr el reconocimiento y favor del líder, lograr el premio, etcétera. La
esperanza de premio refuerza la dependencia.
33
Bion, W.R., Experiencias en grupo, Buenos Aires, Paidós, 1972.
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para pensar y opinar rastreando en su propio mundo interno, sin poner su esfuerzo en
mimetizarse, en presentar una imagen o defenderse de la agresión.
En esta atmósfera ocurre que la gente va adoptando la actitud de tratar de entender al otro,
aprovechar su riqueza personal y aprender de él; esto permite potenciar los aspectos más
positivos y creativos de los diversos miembros, a la vez que facilita el aprendizaje y la producción
grupal del conocimiento. Es importante señalar acá que las personas no se comportan de la
misma manera en todos los grupos. El grupo tiene la facultad de potenciar determinadas facetas
o aspectos de sus miembros. Nuestra experiencia personal nos podrá confirmar que no somos
iguales en todos los grupos; distintas facetas o tendencias nuestras pueden verse estimuladas en
distintos grupos. Cuando prevalece la matriz cooperativa se ven estimuladas las disposiciones o
tendencias asociadas con la solidaridad y la empatía, y eso permite, en ocasiones, la producción
de ese peculiar y fascinante fenómeno que hemos denominado la “potenciación positiva mutua”.
Cuando se plantea, desde la coordinación, la propuesta de un vínculo decididamente cooperativo,
puede ocurrir que las personas más competitivas o que están acostumbradas a destacarse dentro
de los grupos (los que tienen una trayectoria de “estrellas grupales”) se desconcierten y resistan.
Pero, luego de una etapa de incertidumbre y resistencia inicial, terminan aceptando y, finalmente,
disfrutando, la participación igualitaria.
Si la matriz cooperativa logra imponerse en un grupo, éste puede llegar a cumplir funciones
psicológicas en alto grado gratificantes y reparatorias para sus miembros; puede brindar
continencia, acompañar, estimular, obrar como referente emocional. “Nos sentimos parte de...”,
“junto a...”, “Unidos con...”, el grupo se transforma en una estructura de apoyo mutuo en lugar
de ser un campo de batalla o un ámbito para el lucimiento o el eventual fracaso personal.
En este tipo de propuesta vincular se torna más viable ir superando, aunque sea lentamente, la
dependencia respecto de las figuras de autoridad, ya que las personas encuentran mutuo apoyo
y conformación generalizada entre pares.
A diferencia de la estructura radial que diseñamos arriba, aquí la matriz de confirmación y
reconocimiento puede simbolizarse en forma de polígono con todas sus diagonales y
entrecruzamientos posibles, lo cual semeja la estructura de un cristal.
La interacción y el juego de búsqueda de confirmación y reconocimiento se intentan en todas las
direcciones posibles.
En lo personal, conduce a una forma alienada de relación con la tarea, la actividad y las metas. Si
el trabajo escolar o la actividad intelectual se realizan fundamentalmente por competir se
transforman en un medio para alcanzar una meta ajena totalmente a su naturaleza, no se busca
o se concibe como una satisfacción o un logro en sí mismo. El placer inherente a la actividad se
sustituye por la búsqueda incesante del premio; el trabajo es un medio para ganarles a otros.
Llamaremos a éste el efecto del placer diferido.
Esto tiene varias consecuencias. Por un lado genera, como dijimos, una relación alienada con la
tarea. Por el otro, al tratarse de una meta siempre móvil (nunca se transforma uno,
definitivamente, en “ganador”...), obliga a un constante estar alerta y genera ansiedad, situación
a la que ya aludimos un poco más arriba (efecto del placer diferido en busca de una meta siempre
móvil). Tomemos el caso del aprendizaje: el aprendizaje puede (y debe) ser algo gratificante,
atractivo en sí mismo (aunque tenga momentos en que sea necesario realizar actividades
esforzadas o poco placenteras). Encarado como un proceso vivo, que implique el descubrir,
indagar, cuestionar, crear, y construir, no necesita estímulos externos y su misma realización lleva
implícito un crecimiento personal. Si a esto se agrega la posibilidad del trabajo conjunto, y la
satisfacción de la cooperación (del cooperar, operar-con-otros) descubrir con otros, (plasmar algo
en conjunto), el proceso de aprendizaje se transforma en algo altamente placentero (placer
intrínseco o presente).
La siguiente historieta de Quino ilustra el tema de la competencia. Pueden descubrirse acá, a
través de la sutileza del lenguaje gráfico de este excepcional creador argentino, algunas
motivaciones y sobre todo algunos efectos que produce la competencia en el nivel de las
emociones, expectativas, deseos.
Lo que ocurre es que lograr lo que hemos llamado el “placer intrínseco” no es fácil, sobre todo
dentro del sistema educativo actual. Es más fácil apelar a un recurso inmediato como la
competencia, que ya está instaurado e incentivado socialmente, que organizar un trabajo en sí
mismo atractivo, donde se articulan los pasos de una investigación y construcción del
conocimiento con las áreas de interés del estudiante y donde pueda desplegarse el potencial
cooperativo y solidario de los alumnos. Esto constituye un verdadero desafío que implica atender
a dos tipos de problemáticas: las provenientes del área pedagógico-epistemológica (aspectos
vinculados con el diseño del proceso de enseñanza-aprendizaje, métodos didácticos, etcétera.),
y los asociados con el proceso grupal propiamente dicho.
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Si bien desde nuestro enfoque estos aspectos no están en absoluto separados, debemos
discriminarlos aquí, dado el objetivo de esta obra, para poder proseguir con nuestro tema central
de análisis centrado en los fenómenos grupales.
integrarse a los grupos. Algunos serán, por lo general, participativos y activos, sea en roles
constructivos o en actitudes de resistencia; otros serán más pasivos y espectadores de lo que
ocurre. Algunos tenderán a cumplir un rol contemporizador, otros tenderán a encender la llama
de la discordia. En algunos prevalecerá la actitud de rescatar lo más positivo de cada integrante,
en otros tal vez predomine una actitud descalificadora. Habrá quienes tiendan a hablar mucho y
quienes tiendan a callar, quienes tengan una fuerte tendencia a hacerse oír e imponer su opinión,
y quienes se plieguen a los aportes de otros, etcétera.
Esto no significa que una persona se conduzca de una manera rígidamente uniforme en todos los
grupos de pertenencia; según ya vimos, cada grupo puede potenciar o actualizar algunas facetas
distintas de un individuo. Incluso puede ocurrir que en distintos momentos o etapas de la historia
grupal la persona se comporte de maneras distintas. Por ejemplo, puede existir quien adopte una
actitud de prudente reserva al ingresar en un grupo, apareciendo como poco activo, y luego, a
medida que gana confianza o explora y reconoce las reglas de la interacción, vaya desplegando
una actitud más participativa.
Pero lo que queremos destacar aquí es la existencia de ciertas tendencias o predisposiciones
personales para la interacción grupal que van contribuyendo a dar al grupo su fisonomía. Inciden
en esta tendencia la historia vital de cada uno, en particular la historia de su interjuego vincular,
la evolución de su autoimagen, los roles que de algún modo aprendió a jugar en sus primeros
grupos significativos -P. Rivière habla al respecto de “grupo interno” como el grupo primario que
tenemos “internalizado”, con nuestro lugar en él-, etcétera.
Incidirá también en la conducta grupal de una persona su ideología, su sistema de valores, las
expectativas y necesidades que haya depositado en ese grupo particular. También aportará su
cuota de influencia la etapa vital y emocional por la que la persona esté atravesando: momentos
de mayor tensión o inseguridad, momentos de plenitud, de búsqueda de cambio, etcétera.
Asimismo incidirán fuertemente los modelos o pautas que cada uno tiene incorporados por lo
que hace a su relación con las figuras de autoridad, etcétera.
Configuración grupal
Pero, como ya dijimos, el grupo no es igual a la suma de sus miembros; importa, y mucho, la
forma como se va dando el entramado de la interacción, cómo se estructura el juego de poder,
las alianzas, simpatías y rechazos, la pugna por imponer distintas ideologías o sistemas de normas,
etcétera.
Así puede ocurrir que algunos miembros del grupo lleguen a configurarse como líderes naturales,
incidiendo marcadamente con su propio estilo vincular en la dinámica grupal, o que se establezca
un juego de fuerzas entre personas o subgrupos antagónicos que pugnan por imponer una
modalidad y/o una ideología al grupo, etcétera.
Un punto muy importante vinculado con la composición del grupo tiene que ver con los distintos
tipos de necesidades o expectativas que sus miembros traen o aportan al mismo. Hemos hecho
referencia a este punto en nuestro capítulo 2. Digamos ahora que un grupo resultará satisfactorio
para una persona en la medida en que puedan ser satisfechas algunas necesidades importantes
con que acude a él y que espera satisfacer en ese ámbito. Si las personas que integran el grupo
tienen expectativas muy distintas, o mutuamente excluyentes, sobre lo que pueden esperar de
él, es obvio que no pueden verse todas satisfechas a la vez. Si hay una injusta distribución del
poder, es probable que el grupo satisfaga en mayor medida las necesidades de quienes lo
detentan que las del resto. La interacción grupal cooperativa, en cambio, supone una suerte de
equilibrio o pacto implícito entre las distintas necesidades individuales. Integrar un grupo
cooperativo supone un grado de madurez que permita cierta capacidad para resignar algunas de
las necesidades o expectativas propias en función de las ajenas.
Por otra parte, cuanto mayores sean las coincidencias o complementariedad “espontánea” de las
necesidades de los miembros, menor será el grado de frustración y mayor el grado de satisfacción
que el funcionamiento del grupo les depare. Esto nos remite al tema relativo al objetivo o
proyecto del grupo que veremos más adelante.
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LA AUTORIDAD
Mencionamos por último como factor que condiciona el clima, la matriz vincular y la dinámica
toda del grupo, a la(s) figura(s) de autoridad que lo dirige(n). En el aula, el docente; en la familia,
los padres; en la oficina, el jefe; en el taller, el capataz; en el culto, el sacerdote; en el equipo
deportivo, el capitán, etcétera.
Como ya lo anunciamos, hemos de desarrollar este punto en forma especial. Por dos razones:
primero, por una razón funcional, que tiene que ver con los objetivos de este libro, entre los
cuales figura en un lugar prioritario el proveer herramientas para mejorar la coordinación grupal.
Por lo tanto, es de particular importancia que veamos cuál es la influencia que una autoridad
grupal tiene sobre su funcionamiento y cuáles serían, a nuestro juicio, las mejores condiciones
para el desempeño del rol. La segunda, por una razón teórica: porque consideramos que la
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incidencia de las figuras de autoridad es, en términos generales, particularmente decisiva para la
impronta vincular de un grupo.
LO MANIFIESTO Y LO SUBYACENTE
Pero no vamos a cerrar este capítulo sin antes hacer referencia a un aspecto esencial en la vida grupal
y en la consolidación de los distintos climas y matrices vinculares, que de algún modo atraviesa todas
las variables que estuvimos mencionando; queremos referimos aquí al hecho de que los diferentes
factores que acabamos de analizar están lejos de ser evidentes o claramente perceptibles por los
miembros del grupo o por un coordinador o autoridad grupal no formado específicamente en estos
temas (a menos que se trate de una persona particularmente intuitiva).
La causalidad que regula los fenómenos grupales descriptos escapa al plano de la percepción o la
conciencia inmediata, tanto en lo relativo a la configuración interpersonal del grupo como en lo que
hace a la incidencia del entorno sobre la vida del mismo, la irradiación del clima institucional, etcétera.
Lo que se percibe, en lo inmediato y manifiesto, es una serie de conductas individuales que se
suceden, algunas de las cuales pueden ser obstaculizadoras o facilitadoras. También puede llegar a
percibiese la atmósfera del grupo en algún momento dado. Pero el origen o el entretejido psíquico y
psicosocial dista de ser evidente y dista también de responder siempre a procesos conscientes,
racionales y voluntarios. Los pensadores de filiación psicoanalítica suelen hablar de lo manifiesto (más
perceptible, vinculado a lo consciente) y lo latente o subyacente (menos perceptible y asociado con
fenómenos inconscientes).
En general, resulta necesario poder percibir adecuadamente lo que está pasando en un grupo (nivel
de captación o percepción) y también, a veces, es necesario entender por qué pasan determinadas
cosas, sobre todo si son conflictivas o paralizantes, para poder superarlas.
Así, por ejemplo, puede haber malestar o tensión en un grupo en un momento dado y que nadie se
dé cuenta a qué se debe. En estos casos puede ocurrir que tienda a culparse a algún integrante del
grupo cuya conducta es particularmente irritativa, como si fuera “la” causa (éste es uno de los
mecanismos posibles que lleva a un grupo a ubicar a una persona en el lugar del “chivo expiatorio”).
Es que generalmente las personas no tienen conciencia del fenómeno grupal como tal, y tienden más
bien a explicar los fenómenos grupales como producto de la voluntad consciente y racional de los
individuos que interactúan. Ya hemos hecho alusión a este punto en el capítulo 1 (La interdependencia
funcional).
Según los autores que ponen el énfasis en la dimensión subyacente o latente de los grupos, el análisis
de los factores que traban el desarrollo de los procesos grupales requiere, en muchos casos, una
lectura más profunda, que pasa por un trabajo específicamente psicológico realizado por un experto:
la interpretación (en el sentido psicoanalítico del término), que conduce al develamiento de lo
inconsciente.
Nosotros aceptaremos acá y consideraremos conceptualmente importante postular la existencia de
un nivel manifiesto o evidente y otro vinculado a lo subyacente, pero pondremos entre paréntesis la
necesidad y la conveniencia de utilizar la interpretación como herramienta de análisis en cualquier
otro tipo de grupo que no sea estrictamente terapéutico. Volveremos sobre este tema en la segunda
parte, al referirnos específicamente a los aspectos técnicos del trabajo grupal.
Bibliografía:
Barreiro, T. (2005). Bienestar y malestar dentro del grupo. En Trabajos en Grupo. Hacia una
coordinación facilitadora del grupo sano (pp. 47-66). Buenos Aires: Ediciones Novedades
Educativas.
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¿POR QUÉ ADOPTAN LOS ALUMNOS CONDUCTAS DISRUPTIVAS? SEIS HIPÓTESIS PARA UNA
MICROTEORÍA
La microteoría desde la cual explicaremos en general las conductas disruptivas adoptadas por los
alumnos presenta seis hipótesis básicas.
34
Grupos de Reflexión, Encuentro y Crecimiento.
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que éste expresa, por ende, una forma de protesta con su conducta, protesta sin duda sorda,
errática o bizarra, pero protesta al fin.
Si el chico se sintiera básicamente bien consigo mismo, si estuviera cómodo en la situación áulica,
en la clase y en la escuela, no adoptaría una conducta que, en última instancia, lo está
perjudicando, y que opera como un accionar autodestructivo.
En cierta forma, él es la primera (o principal) víctima de su propia actitud. Él será retado,
sancionado, devaluado por su conducta. Tendrá más posibilidades de ser rechazado, y de fracasar
como alumno. Recibirá, incluso, castigos por parte de sus padres si la cosa trasciende.
No podemos interpretarla como la conducta de un “ganador”35 hecha desde una plataforma de
bienestar o como producto de un proyecto gratificante.
Naturalmente que el chico está faltando el respeto al docente y/o a sus compañeros y que, al
menos en algunos casos, está cometiendo actos graves de atropello y agresión. Esto es
inaceptable, está mal, y no se puede dejarlo pasar ni tolerarlo. Pero ¿qué lo motiva o impulsa a
hacerlo? Tal vez el protagonista de los hechos no sea sólo victimario, sino también víctima de
alguna circunstancia que lo empuja a eso, y el comprenderlo permitirá “descomprimir” la
situación.
2) SI ESAS CONDUCTAS SON PERSISTENTES O MUY VIOLENTAS, ESE MALESTAR OBEDECE A UNA
MULTICAUSALIDAD. Como segunda hipótesis afirmamos que, muy probablemente, en la gran
mayoría de los casos el malestar que condujo a la conducta disruptiva proviene de una
confluencia de factores y no de un único factor. En la mayoría de los casos no sería un único hecho
puntual lo que motiva la conducta disfuncional (sobre todo cuando se trata de una conducta
reiterativa o habitual), sino un entretejido de circunstancias.
Es cierto que un hecho puede obrar como desencadenante circunstancial, pero podemos suponer
que “hay más detrás”. Como ocurre frecuentemente en las peleas interpersonales -por ejemplo,
conyugales o familiares-, reacciones a veces intempestivas e incomprensibles suelen hundir sus
raíces en antecedentes previos, nunca verbalizados. Varias escuelas en psicología y psicología
social han indagado estos fenómenos.36
Tal vez por una sobresimplificación, por una suerte de opción epistemológica inadecuada,
tendemos a referir linealmente los hechos a una única causa.37
35
Nos llamó la atención escuchar expresiones como: “¡Es un "ganador”!”; “Tiene una actitud “ganadora”,
etc., en boca de algunos docentes, refiriéndose a chicos agresivos y conflictivos. Esta forma de percibir al
alumno resulta muy negativa a la hora de vincularse con él. Volveremos sobre este punto más adelante
(ver cap.VIII).
36
Entre otros, ver desarrollos sobre este punto en: Anderson, R. y Carter I., La conducta humana en el
medio social; enfoque sistémico de la sociedad, Barcelona, Gedisa, 1994; Fernández, L., Instituciones
Educativas, Buenos Aires, Paidós, 1996; Kaès, R. y otros, La Institución y las instituciones, Buenos Aires,
Paidós, 1996 y Bateson, G., y otros, La nueva comunicación, Barcelona, Kairos, 1984.
37
Coincido en esto con García, G., quien, en su Crónica de una crisis institucional, habla de la necesidad
de adherir a los paradigmas de la complejidad (citando a E. Morin, “Epistemología de la complejidad”, en
F. Schnitman, Nuevos paradigmas, cultura y subjetividad, Buenos Aires, Paidós, 1994). “Porque los estima
como los más aptos para el propósito de comprender la complejidad intrínseca de la institución escolar y
los fenómenos que en ella acaecen”, en “La Escuela Asediada, alternativas y propuestas”, VII Jornadas
anuales de los E.O.E., 1984-1997, Secretaría de Educación, Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, 1998.
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al arribar a la escuela. Los docentes demuestran un conocimiento amplio de esta cuestión cuando
son consultados al respecto. Las causas exógenas contemplan situaciones de malestar familiar
por desempleo o situación económica precaria, violencia familiar, abandono y desprotección
(material o afectivo), violencia en el ámbito social en que se mueve, presencia de alcoholismo u
otras adicciones en su entorno, una situación desfavorable en el seno de la familia (acompañada
a veces de descalificación o de subestimación explícita), agresión directa o abuso sobre el niño o
el adolescente en cuestión, familiares enfermos o ausentes, etcétera. La presencia de algunas (o
varias) de estas circunstancias carga al chico con un malestar que él porta consigo al ingresar en
el aula. Algunas de las causas exógenas que pueden generar malestar (más o menos grave) en
los chicos se encuentran asociadas con las siguientes situaciones:
a) Circunstancias familiares asociadas con dificultades socioeconómicas severas. Ejemplo de
circunstancias graves en este terreno pueden ser, v.gr., las asociadas con el tema de la
desocupación o subocupación de los padres, lo que trae terribles secuelas, como las
necesidades básicas insatisfechas, la mala alimentación, hacinamiento en la vivienda,
depresión de los adultos, gran deterioro vincular, prostitución, alcoholismo, etcétera.
Todo esto degrada irremediablemente la calidad de vida de la familia y del chico y
desemboca en insatisfacción de las necesidades psíquicas básicas, genera abandono,
falta de reconocimiento y afecto, falta de estímulos, etcétera. 38
b) Falta de cuidado, abandono o desprotección en el seno familiar, asociado o no al cuadro
anteriormente descripto. El abandono emocional de los niños puede darse en familias
pertenecientes a los más diversos estratos socioeconómicos y es una patología familiar
muy frecuente en estos tiempos.
c) Problemas de falta de reconocimiento o lugar postergado dentro de la familia; por
ejemplo, un chico sistemáticamente desvalorizado, o que de continuo recibe trato
discriminatorio con relación a otros miembros de la familia, que es comparado una y otra
vez con un hermano más “brillante”, o más trabajador y responsable, etcétera.
d) Situación personal de “desventaja” por algún tipo de circunstancia que implica cierta
minusvalía biológica o social, v. gr., alguna enfermedad o discapacidad (como hipoacusia
o dificultades en la dicción, miopía severa, etc.) o un rasgo que es socialmente rechazado
(por ejemplo, obesidad, procedencia étnica habitualmente discriminada, patrones
culturales o de lenguaje desdeñados por la cultura dominante, etc.).
e) Malos tratos recibidos en el seno de su familia o en su entorno social (maltrato
psicológico o hechos de violencia física padecidos o presenciados en la casa, golpes,
abuso sexual, esporádico o reiterado, etc.).
f) Un entorno espiritualmente empobrecido, con falta de estímulos culturales o cognitivos.
Esto puede darse tanto por pobreza y marginalidad cuanto por un modelo de vida
marcadamente consumista y frívolo. Un sistema de valores dominante en su medio
sociocultural fuertemente individualista, competitivo y agresivo, donde la aprobación del
otro pasa por el consumo de prendas de vestir de “marca”, fuerte presión de los medios
publicitarios para mantener la línea (que puede conducir a la anorexia o la bulimia),
ausencia de ideales y proyectos comunitarios o solidarios, etcétera.
g) Presencia posible de la droga y el alcohol en su entorno psicosocial, o adicción ya
contraída.
38
Mucho se ha escrito, por cierto, sobre los efectos de la pobreza en los niños y en su escolaridad.
Quiero citar, entre otros, la obra poco conocida pero a mi juicio muy significativa de Denison, G., Las
vidas de los niños, México, Siglo XXI, 1972; el trabajo de Gertrude Noar, “La educación de los niños
necesitados”, en Ojeman, R. H. (comp.), La educación de los niños excepcionales, Buenos Aires, Librería
del Colegio, 1970), y el artículo de Montserrat de la Cruz, “Recursos cognitivos en sectores sociales
marginados: ¿huellas del ‘bricoleur’?”, en Schlemenson, S., Cuando el aprendizaje es un problema,
Buenos Aires, Miño y Dávila, 1995.
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h) Un entorno social inmediato de gran marginalidad o con conductas violentas como patrón
cultural naturalizado (patotas, barras bravas, bandas delictivas).
i) Excesiva presión para sobresalir o destacarse, para ser “el mejor”. Chantaje afectivo en
esta dirección (subordinación del afecto o reconocimiento de los padres a la obtención
de notas sobresalientes o triunfos deportivos).
Ahora bien, ¿qué hace la escuela con esos factores exógenos? ¿Cómo opera con ellos y sobre el
malestar que el niño trae?
¿Qué pasa si el alumno, afectado por un entorno o una historia conflictiva, llega a la escuela, por
ejemplo, con sus necesidades psíquicas básicas insatisfechas, con su autoestima baja y con
pronóstico de fracaso, agobiado por rótulos negativos y descalificantes, o cargando con alta dosis
de agresión o violencia interior?
En un trabajo anterior nos preguntábamos:
“La institución escolar; como tal, ¿brinda continencia al chico, contribuye a ayudarlo, a
estimularlo, a alentar su crecimiento, a aliviar su sufrimiento, en caso de que lo hubiere?
¿0 simplemente se lo percibe como un “aprendiz”, alguien que debe ‘aprehender’
determinados contenidos, y que para ello debe, sobre todas las cosas, ‘portarse bien’?
“Es cierto que el objetivo central de la escuela es lograr determinados aprendizajes, y
que el docente está allí para eso.
“Pero hete aquí que para que esto sea posible y fecundo, necesitamos tener en cuenta
otros aspectos, que existen de hecho, y muchas veces imponen su presencia en la arena
pedagógica. No siempre estos aspectos son contemplados y bien resueltos desde el
accionar educativo; ellos están vinculados a las ‘Invariantes Pedagógicas’
“Naturalmente, no es tarea ni responsabilidad de la escuela desactivar las situaciones
exógenas que producen malestar en el alumno. Mal podría hacerlo.39 Pero la forma de
encarar las I.P. opera de hecho, siempre, positiva o negativamente, sobre los potenciales
de conflicto y sobre los procesos de enseñanza-aprendizaje. Y esto es inevitable.
“No debemos, pues, tener en cuenta sólo al afuera a la hora de entender las causas de
situaciones conflictivas. A veces los factores endógenos contribuyen a generar o
alimentar el malestar. Otras veces, por el contrario, una institución escolar puede ser
reparatoria, estimulante para el chico.”40
Se introduce aquí el concepto de Necesidades Psíquicas Básicas, fundamental dentro del
desarrollo de nuestra teoría. Las llamadas "necesidades básicas" son necesidades biológicas
primarias del ser humano: alimentación, cuidado de la salud, vivienda adecuada, etc.,
necesidades que, lamentablemente, muchas personas tienen insatisfechas, dando lugar a la
infamante sigla "NBI" (necesidades básicas insatisfechas), que no debería existir en un súper-
tecnológico siglo XXI. Pero se habla menos de las necesidades psíquicas básicas, que son
inherentes al ser humano tanto como las llamadas biológicas: necesidad de afecto, de
reconocimiento, de aceptación, de valorización, necesidad de pertenencia, de identidad, de
autoestima. Estas son necesidades también absolutamente básicas que atraviesan la vida
humana y cuya adecuada satisfacción resulta particularmente decisiva en la infancia y
adolescencia.
39
“No debe culpabilizarse a la escuela de males sociales que son generados desde otros ámbitos del poder
social. Tal sería el caso, v. gr., de la desocupación, la precarización laboral y el temor a la pérdida del
empleo que afectan mucho a la población y son consecuencia de las políticas económicas. Es muy
importante señalar que no basta mejorar la escuela para revertir estos fenómenos". (Forma parte de la
cita mencionada en la siguiente nota).
40
Barreiro. T., artículo sobre “Situaciones conflictivas en el aula", aparecido en Mediación escolar,
propuestas, reflexiones y experiencias, compil. por Brandoni, F., Buenos Aires, Paidós, 1999, cap.VII, págs.
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Muchas veces, por algunas de las circunstancias ya mencionadas, el chico acude al aula con sus
necesidades psíquicas básicas insatisfechas (NPBI). A veces los niños o los jóvenes son víctimas
de abandono, de malos tratos, de descalificación o discriminación en el seno familiar, y también
pueden sufrir violencia o malos tratos en su entorno sociocultural. Es importante remarcar que
el tema del abandono o del maltrato puede aparecer en las distintas clases sociales y no sólo en
la población con graves carencias socioeconómicas. La insatisfacción de las necesidades psíquicas
básicas de un niño o un joven puede darse en cualquier familia, de cualquier estrato social. En la
medida en que estos factores exógenos negativos hacen impacto en el chico, provocan o
promueven en él determinadas configuraciones psíquicas que le producen sufrimiento, como
baja autoestima, sensación de fracaso, desesperanza, falta de futuro, falta de pertenencia,
desarraigo, etcétera. Pueden provocar también una gran ansiedad, que dificulta todo esfuerzo de
concentración en una tarea. También puede acarrear grandes tensiones e impulsos agresivos.
¿Qué debe hacer el educador para transformar el aula y la escuela en un lugar donde pueda
instalarse el bienestar y la buena comunicación para todos, con un clima apto para el aprendizaje
y la convivencia constructiva (incluso enfrentando la adversidad de los factores exógenos)?
¿Existen herramientas para que los maestros y profesores, directivos, preceptores y tutores,
puedan luchar contra el malestar que a veces trae instalado el alumno a partir de ciertas
condiciones de vida adversas? Y, sobre todo, ¿qué ocurre cuando se debe enfrentar situaciones
donde el grupo completo presenta una dinámica severamente alterada y resistencial?
También para responder a estas inquietudes veremos qué puede aportar el GREC en esa
dirección, cuando la problemática se presenta generalizada en un nivel grupal.
hacia ellos. Incluso puede darse el caso de que, cuando alguno de los alumnos de este sector
comienza a interesarse por incorporarse a la tarea, llegue a recibir amenazas de ser excluido del
propio grupo.
A veces ocurre que el docente insiste con una prédica de que "se porten bien", que atiendan, que
traten de aprender, etcétera. Pero, como muchas veces no lo logra, puede ocurrir que acepte
que estos alumnos no presten atención, siempre y cuando no molesten. En ocasiones, en efecto,
cuando la situación aparece como inmanejable, los profesores (o incluso la dirección institucional)
llegan a hacer con el grupo conflictivo una suerte de "pacto" del tipo: "Si no quieren, no trabajen,
siempre y cuando no molesten y dejen trabajar a los demás". Pero, en algunos casos, finalmente
tampoco esto se cumple y los chicos siguen dificultando el desarrollo de la clase. Esto perturba
mucho al profesor, quien dice (o piensa): "Si ellos no quieren aprender, ni escuchar, que no lo
hagan, que no estudien, pero... al menos ¡que no molesten...! ¡Que dejen aprender a los demás!"
Si nos ponemos en la piel y la emoción del docente que se enfrenta a estas situaciones, debemos
aceptar que la situación es difícil, se vive con una enorme cuota de impotencia, ira y frustración.
El adulto se siente humillado, maltratado sin razón alguna, teniendo que enfrentar y resolver
situaciones que nada tienen que ver con su oficio de enseñar, y para las que, las más de las veces,
no ha sido preparado en su formación académica. Todo lo que se agita en la subjetividad del
educador frente a estos hechos tiene una importancia crucial para nosotros, tanto porque nos
identificamos con él y entendemos su padecimiento, cuanto por la incidencia que tiene en todos
estos fenómenos, y porque también jugará un rol fundamental en el análisis que realizaremos de
los casos y en las respectivas propuestas de resolución.
Pero anclemos, por el momento, tal como lo prometíamos, en la subjetividad del alumno.
Vayamos más allá de la conducta manifiesta, perturbadora, profundamente desalentadora de
estos jóvenes y tratemos de entender cuál puede ser la lógica de un mundo interno que los
conduce a "enrolarse" en las filas de lo que podríamos identificar como una cierta "deserción
escolar con presencia".
De hecho, es público y notorio que dentro del aula algunos alumnos entienden y otros no. Algunos
disfrutan con el aprendizaje y por eso son reconocidos y valorizados por sus docentes. Y otros no.
Algunos alumnos participan de una manera satisfactoria, para ellos y sus docentes, aportan
comentarios o ideas que resultan inteligentes e ingeniosas... y otros no. ¿Qué discurso interior
puede ir acompañando a estos últimos? Imaginemos por un momento un discurrir interno
posible:
"Mientras éstos -otros- entienden y disfrutan, y tienen éxito, yo no entiendo. A mino
me da la cabeza. Me aburro. Nada de esto me interesa. Fracasaré. Soy un fracaso.
Nadie me valora. No valgo nada."
Es muy probable que aquel chico que siente que no entiende, y que no va a salir adelante, se
"bloquee" intelectualmente y se aísle, adoptando una actitud de distracción, de dispersión o de
ensimismamiento o, por el contrario, que acapare la atención con una conducta disruptiva.
Todo esto tiene que ver con el estigma del fracaso. En una sociedad donde se polariza tanto el
sentido de la existencia personal en torno al eje "éxito/fracaso", donde todo está destinado
(concursos, publicidad) a destacar el éxito, donde el fracaso se vive casi como una deficiencia
moral, el tener a la vista al otro que sí entiende, que sí obtiene buenas notas, puede ser muy
denigrante para ese joven o ese niño que viene ya, probablemente, del maltrato y del
padecimiento.
En una sociedad donde se valora tanto el éxito, él es un perdedor. La dicotomía "ganador-
perdedor" está instalada en la cultura. Los concursos, las competencias, penetran el mundo,
particularmente a través de esa gran
"educadora universal", de esa "maestra implacable" que es la televisión, donde se festeja de mil
modos a los que triunfan y se va "descartando" de manera impiadosa a los perdedores.
Esto implica, en el nivel de la configuración psíquica del alumno que no logra salir adelante, la
secuela de una baja autoestima y la autoprofecía de fracaso, esto es, en síntesis, sentimientos
negativos hacia sí mismo (de rechazo, y quizás hasta de desprecio). Resulta difícil aceptar esto
porque muchas veces los chicos no adoptan la actitud humilde y temerosa o sometida que uno
podría esperar de quien se siente inferior, sino que, por el contrario, adoptan actitudes
desafiantes y rebeldes. Eso no encaja, dentro de nuestro imaginario social, con alguien que está
sufriendo por una minusvalía.
Y es que, por un lado, las conductas desafiantes bien pueden ser una forma de defensa o máscara
protectora para encubrir el malestar. Y, por otra parte, no es de extrañar que la persona afectada
pueda experimentar fuertes sentimientos de envidia y celos, y también resentimiento, agresión
y violencia, que se traducen, a veces, en conductas disruptivas.
Dada esta situación, es natural que se forme el grupo de los chicos que se sienten fracasados, que
tienen sensación de impotencia. Formar parte de estos grupos da sensación de identidad, cierto
grado de reconocimiento social (aunque sea negativo) y también satisface la necesidad de
pertenencia.
Intentemos nuevamente discernir entre conducta manifiesta y subjetividad (tanto del docente
como del alumno). Cuando los chicos rompen la prueba ostensiblemente delante de la profesora
o la arrojan al cesto de basura, la docente muy probablemente se desconcierte y también se
enoje, lo viva como una agresión y una falta de respeto. Siente que, ante un hecho objetivo, real
(¡la prueba estaba mal, su corrección fue minuciosa!), el chico reacciona agresivamente, en un
acto despojado de toda lógica y toda consideración por su figura, su autoridad y su trabajo.
Si analizamos las motivaciones del chico (a quien, por supuesto, no intentamos "justificar", sino
sólo entender), ese trozo de papel es algo así como el símbolo de su fracaso. ¿Qué ve en esa nota,
qué representa esa hoja? La hoja con la mala calificación, la prueba que rompe o hace un bollo y
arroja al cesto de los papeles, esa hoja materializa, concretiza, su impotencia, su fracaso. El
portazo que da al irse una vez que recibió la nota expresa, muy probablemente, su bronca y
también su desesperación ante su fracaso, ante el hecho evidente de que él "no sirve" como
alumno, de que una vez más no ha podido obtener lo que se espera de él.
Entiéndase bien: nada de lo que venimos diciendo significa que estamos justificando esas
conductas, ni que las vamos a tomar como naturales o que estamos predicando que hay que
aceptarlas y tolerarlas. Sólo estamos, por el momento, tratando de entender cuáles pueden ser
los resortes psicológicos que conducen a las actitudes que sorprenden, irritan y angustian a los
educadores. Esto es necesario para elaborar una estrategia, un camino, que mejore
sustancialmente la situación sin apelar a los recursos propios de la mirada admonitoria o la actitud
punitiva que suele emerger ante situaciones como las que acabamos de relatar.
denomina. En su afán por recibir aceptación, por ser querido y reconocido, el sujeto declina a
veces el seguir las tendencias propias de propia valorización organísmica.
Podemos suponer que muchos de los niños y jóvenes carecen de figuras de apego en
disponibilidad o de adultos que los quieran, reconozcan y valoricen activamente. Y esto provoca
un padecimiento muy grande, porque se trata de necesidades básicas, cuya satisfacción es
fundamental para la constitución de un psiquismo sano, donde se consolide la identidad y la
autoestima de modo satisfactorio.
La falta de reconocimiento se agrava aún más si en el seno de la familia hay otros niños o
adolescentes que reciben confirmación y cariño, y él queda afuera del reparto afectivo, o si
resulta comparado sistemáticamente con otra persona (hermano, primo, etc.) y en esa
comparación es menoscabado de continuo. Todas estas dificultades colocan al sujeto en estado
de gran vulnerabilidad, socavan la conformación de lo que Laing ha llamado la "seguridad
ontológica" y desestimulan (o inhabilitan) al chico para abocarse en forma disciplinada y metódica
a las tareas de aprendizaje. Pueden tornarlo retraído o disperso, agresivo u hostil.
A veces, el sufrimiento puede ser abismal, la sensación de soledad, cósmica. Todo esto se agrava,
naturalmente, cuando el niño es víctima de malos tratos activos, agresiones físicas, distintas
formas de violencia, sea en carne propia o padecidas por un ser querido. Las agresiones pueden
consistir en explotación laboral, imposición de castigos corporales, acoso o abuso sexual, etc. Los
estudios realizados en torno a la violencia infantil demuestran cabalmente que todo niño violento
es (o ha sido) un niño violentado. La violencia se aprende, no es innata ni congénita. Ningún niño
nace violento.
Volvamos al aula
Todas estas situaciones afectan severamente la vida escolar del niño y se traducen muchas veces
en conductas anómalas. De hecho, esto puede ocurrir con alumnos de distintos estamentos
sociales. Víctimas de abandono, descalificación, de violencia o abuso, pueden ser, como ya
dijimos, niños, púberes y jóvenes de todas las clases sociales. Situaciones conflictivas muy graves,
que reconocen este tipo de orígenes, se producen en colegios de todos los niveles
socioeconómicos. Hasta aquí hemos querido caracterizar los factores psicológicos que pueden
afectar a las personas en general, sin restringirnos a un sector socioeconómico en especial. Sin
embargo, es necesario admitir que, a los efectos del desempeño escolar, estas condiciones
pueden verse agravadas en extremo en el caso de los alumnos que pertenecen a poblaciones
muy carenciadas. Ciertamente son mucho más frecuentes los casos de fracaso escolar en niños
que provienen de la pobreza y muy particularmente de la marginalidad. Los mayores índices de
deserción escolar, de repitencia y de sobre-edad se dan entre las poblaciones más pobres e
indigentes. El cuadro de malestar psicológico posible que describimos resulta agravado con el
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flagelo de la pobreza, las malas condiciones de vida y las profundas desventajas en el nivel
cultural.
Los niños que provienen de la marginalidad conviven habitualmente con la amenaza (a veces con
la convicción) de un futuro incierto o un futuro con altas probabilidades de pobreza y
marginación. De hecho, en muchos de los casos de franjas de inclusión y exclusión, una parte de
los chicos (aunque no todos) que constituyen el grupo de "los del fondo" proviene de una
situación familiar donde prevalecen las carencias socioeconómicas.
La demanda ontológica
Aceptando que el signo del fracaso y sentirse parte de un mundo de "perdedores" es lo que lleva
a los alumnos a aglutinarse en un subgrupo que, de alguna manera, decide o elige permanecer
en la marginalidad dentro del aula, si su rebeldía (o su apatía) está vinculada a una autoimagen
devaluada, se abre un camino especial para intentar revertir y prevenir esas situaciones.
Profundicemos el proceso de constitución y consolidación de la situación de "excluido". En
general, los alumnos que "no responden", que no siguen las explicaciones del docente o que,
directamente, ya han abandonado el estudio de una materia determinada, poco a poco se van
"disolviendo" en la bruma de la indiferencia y el desinterés. El mismo profesor, desalentado por
sus actitudes, va perdiendo interés por esos chicos y ya no se dirigirá activa y entusiastamente a
ellos cuando explique algo. Tal vez sólo repare en ellos realmente cuando adopten alguna actitud
disruptiva abierta y manifiesta. Mirado desde esta óptica, las agresiones o conductas altisonantes
y transgresoras pueden ser interpretadas como una forma de demanda ontológica, como un
pedido de reconocimiento de existencia y de confirmación de presencia, a pesar y a partir de su
abandono explícito (y a veces desafiante) de la condición de "alumno".
En una ocasión, una joven que acababa de terminar su bachillerato y estaba asistiendo a un curso
de capacitación, cuando comentábamos el tema de las distintas actitudes dentro del aula,
"confesó" abiertamente que ella había militado en las huestes de "los del fondo". Y relató
indignada el caso de una de sus docentes: "¡Esa profesora ya era el colmo...! ¡Ni siquiera nos
retaba...! ¡Nos ignoraba totalmente...!" Esto es, ni siquiera con su conducta perturbadora
lograban captar su atención.
Esta exigencia de reconocimiento de existencia no siempre está exenta de carga de violencia y
deseo de molestar a la figura de autoridad. Es probable que en algunos casos se una a esta
demanda ontológica un plus de agresión, dirigiendo a la figura de autoridad presente un monto
de reproche o resentimiento que corresponde, en rigor, a otras figuras de autoridad, agresivas,
descalificatorias o renuentes al vínculo, que el sujeto padece o ha padecido o a lo largo de su vida.
Muy bien puede estar ejecutando el acto de lo que se conoce en psicología social como un
fenómeno de "desplazamiento de la agresión", que tan claramente ha sido descripto y analizado
por Theodor Adorno y otros autores en su estudio sobre el origen del prejuicio. Volveremos sobre
este punto más adelante, a la hora de abordar las estrategias de resolución.
Uno de los fundamentos teóricos a que hemos de apelar aquí es el desarrollo que hacen P.
Watzlawick y otros autores en torno al tema de la teoría de la comunicación desde una mirada
vinculada al enfoque sistémico. Nos interesa cruzar, además, estos aportes con la teoría de las
NPB (necesidades psíquicas básicas) y, particularmente, con la necesidad de confirmación,
temática desarrollada, entre otros, por M. Buber y R. Laing.
En todo mensaje hay un componente cognitivo y otro relacional. Por la vía del componente
cognitivo, se expresa la información a transmitir, y por la del relacional se expresa una carga
emocional, una "textura" asociada al vínculo con el otro. Se puede, a través de la comunicación
en su faceta relacional, confirmar o desconfirmar al otro. En otras palabras, es difícil emitir un
mensaje sin que vaya acompañado de alguna forma de expresión en el terreno de la confirmación
o desconfirmación. Por otra parte, ocurre que para el ser humano el recibir confirmación es
fundamental.
"Una sociedad puede llamarse humana en la medida en que sus miembros se
confirman unos a otros... La base única de la vida del hombre con el hombre es
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doble: por un lado, el deseo de todo hombre de verse confirmado como lo que es -e
incluso como lo que puede llegar a ser- por los hombres; del otro lado, la capacidad
innata del hombre de confirmar a sus semejantes en dicha forma. Que esta
capacidad esté tan extremadamente descuidada constituye la verdadera debilidad
y cuestionabilidad de la raza humana, la auténtica humanidad existe sólo ahí donde
esta capacidad se despliega. (...) Los hombres necesitan y les es concedido,
confirmarse unos a otros en su ser individual a través de encuentros genuinos"
(Martin Buber).
los padres, denunciando malos tratos, o tratando de favorecer determinados desarrollos dentro
de la comunidad educativa. Pero el ámbito natural del docente es la escuela.
¿Qué es lo que torna a una institución escolar más apta para cumplir adecuadamente los
objetivos pedagógicos, para promover realmente los procesos de enseñanza-aprendizaje y el
bienestar y crecimiento de sus miembros, reduciendo las situaciones de violencia y malestar?
¿Qué características debe tener el accionar de docentes y directivos para que resulte más apto y
facilitador a la hora de desactivar y desalentar situaciones de exclusión como las que se han
analizado y, en general, para reducir la emergencia de situaciones conflictivas y de malestar
institucional?
La importancia de lo vincular no constituye una excepción, ni se limita sólo a los casos donde
aparecen las franjas de exclusión. Desde la perspectiva del GREC, la teoría del vínculo será uno
de los ejes fundantes para el abordaje del análisis y las propuestas de resolución.
Bibliografía:
Barreiro, T. (2011). “Emergencia de situaciones conflictivas en el aula” y “Las franjas de
inclusión-exclusión: una situación paradigmática”. En Los del fondo: conflictos, vínculos e
inclusión en el aula (pp. 19-48). Buenos Aires: Ediciones Novedades Educativas.
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Este aspecto, el asociado con el ejercicio del poder dentro de la propuesta vincular, se conecta
en forma directa con el tema de los distintos estilos de autoridad y es un tema que abordaremos
en detalle en el capítulo siguiente.
Pero hay muchas otras facetas en torno a este tema. Una de ellas tiene que ver con los posibles
mensajes de confirmación o desconfirmación que están presentes en el transcurso de una
interacción. Si bien está asociado con el tema del poder, no es idéntico a éste. En la interacción
con un otro, o con un conjunto de personas, ocurre que siempre se va expresando agrado o
desagrado, aprobación o desaprobación, confianza o desconfianza, valorización o
desvalorización, afabilidad o rechazo, confirmación o desconfirmación. Es difícil que haya un
intercambio humano en el que no se sienta circular alguna forma de afectividad positiva o
negativa, asociada con el reconocimiento o con la descalificación del otro.
Cómo ya se afirmó, la propuesta vincular se expresa a través de distintas conductas y actitudes,
que pueden ser verbales o gestuales. Toda persona, a través de sus conductas y actitudes, expresa
qué tipo de vínculos pretende sostener con su interlocutor, que tonalidad socioafectiva intenta
imprimir a esa interacción. Incluso socialmente está pautado con bastante claridad cuál es la
propuesta vincular "adecuada" o correcta para cada intercambio social. No es lo mismo, por
cierto, la forma de interactuar con un vendedor circunstancial que con un familiar cercano o con
el encargado del edificio en el que habitamos. Hasta la naturaleza de las miradas y el tipo de
lenguaje que hemos de utilizar, la distancia entre los cuerpos y la actitud corporal a adoptar,
aparecen codificados. Un cambio, una alteración en los códigos o en los gestos, puede dar lugar
a equívocos o malas interpretaciones. Cuando la relación es de confianza, se puede pasar a la
metacomunicación y preguntar abiertamente al interlocutor, por ejemplo: “Pero, ¿por qué me
miraste así?"
También es cierto que, dentro del espectro socialmente aceptable de las actitudes que se ajustan
a un determinado rol, puede haber muchas diferencias en cuanto a la forma de abordaje,
dependiendo no sólo de las circunstancias y del contexto, sino también de la personalidad o de
los estilos vinculares de los sujetos en cuestión. Hay en esto muchas y sutiles diferencias. Hay
personas más temerosas y deseosas de cumplir al pie de la letra los designios instituidos, y otras
más transgresoras; hay individuos más tímidos o más audaces, personas más agresivas o
contemporizadoras, etcétera.
Todo esto, propio de cualquier interacción humana, ocurre también, por cierto, en el mundo
escolar, donde hay una serie de códigos que rigen la relación profesor-alumno. Hay ciertas
conductas esperables para esos roles. Algo bastante notable que viene ocurriendo en los últimos
años es que esos códigos, sobre todo en determinados sectores de la población escolar, se han
modificado y esto suele tomar por sorpresa al profesor. Es importante destacar al respecto que
la sociedad, y particularmente una gran parte de la población juvenil, han ido cambiado
aceleradamente sus códigos en los últimos lustros.
Volveremos sobre esto más adelante, porque ello puede ejercer influencia en la emergencia de
las situaciones conflictivas escolares.
Dentro de lo que sería el margen aceptable de conductas en el aula, hay un espectro bastante
amplio de acciones que un maestro o profesor puede asumir. Y, de hecho, cada docente, con su
accionar y con sus actitudes, va delineando una propuesta vincular peculiar, personal, al emitir
de continuo mensajes y comunicarse con sus alumnos.
A través de la forma en que se dirige a sus alumnos, el docente puede estar expresando, por
ejemplo, una actitud de acercamiento, un intento de promover una relación armónica y afable, o
una actitud más reticente, de distanciamiento o de reparo. Puede expresar confianza o
desconfianza hacia el potencial de aprendizaje de sus alumnos (o, tal vez, confianza por la
capacidad de algunos, pero no por la de todos). Puede ser renuente a la hora de expresar
aprobación, pero muy dispuesto a manifestar su enojo ante el error o el desatino; puede tender
a enfatizar punitivamente los errores o intentar revertidos tomándolos como parte natural del
proceso de aprendizaje. Puede ser ecuánime y justo y distribuir en forma equitativa sus elogios,
sus explicaciones e incluso sus miradas, o puede ir marcando de entrada que hay un grupo de
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LA PROPUESTA INICIAL
En toda interacción humana donde existe una cierta continuidad a lo largo del tiempo, se produce
un primer momento de encuentro. Ervin Goffman, quien ha trabajado este aspecto con peculiar
lucidez en el plano de las relaciones interpersonales, habla del momento en que se "define una
situación". Nosotros hablamos de un primer momento en que comienza a definirse una relación.
En ese primer momento existe una apreciación mutua, un empezar a reconocerse y "evaluarse".
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Un modismo de la antigua jerga popular porteña solía utilizar el verbo "semblantear", que
significaba ir observando al otro, "explorándolo", para ver qué clase de persona es, cómo vamos
a poder relacionarnos, cómo va a funcionar la estructura del poder, etcétera. Existe una
expectativa, una cierta forma de mirar y de escuchar al otro, donde se van "midiendo fuerzas" o
se va definiendo qué espera el otro de nosotros y qué podemos esperar nosotros de él.
En la escuela, en el primer encuentro entre el docente y el grupo, existe también esta primera
apreciación inicial. Cuando el docente toma su primer contacto con el grupo, muchos de estos
aspectos se ponen en juego y actúa esta categoría de acción que denominamos la "propuesta
vincular inicial".
La propuesta vincular inicial, si bien responde a una concepción general de lo que aspiramos a
establecer en el nivel vincular permanente, se irá ajustando de acuerdo con las peculiaridades del
grupo y también con el rol que ha de desempeñar el docente. Si se trata, por ejemplo, de una
suplencia breve para dar una materia en la enseñanza media, o de un grado que un maestro
conducirá durante todo el año en la escuela primaria, la propuesta inicial ha de tener sus
especificidades.
Pero, en todos los casos, es importante que los alumnos sientan que el maestro o el profesor
viene con ánimo de respetarlos, aceptarlos y apoyarlos; es importante que se sientan reconocidos
como personas, que sepan que el docente está allí para ayudar a todos y cada uno en su proceso
de aprendizaje, que está de su lado y que no se presenta como un contendiente con el que ha de
instaurarse una pugna, una pulseada. Es importante que lo perciban como un aliado en lo que
hace a su posibilidad de crecimiento y progreso como alumnos y como personas.
Esto no significa, en modo alguno, una actitud de permisividad ni una carta libre para hacer
cualquier cosa. La relación ha de ser asimétrica, se ejerce la autoridad, pero no de manera
autoritaria, sino democrática y firme.
Se puede ilustrar el tema de la propuesta vincular inicial a través de un ejemplo puntual, concreto,
tomando una situación específica, asociada con los casos que se han explorado anteriormente.
Supongamos que un docente toma contacto por primera vez con un curso de enseñanza media
para impartir una materia, con carácter de suplente. Supongamos que, según se le ha informado,
existe un subgrupo de alumnos que ofrecen resistencia a la asignatura, que han adoptado la
"deserción escolar con presencia", que han dejado de estudiar o de prestar atención porque ya
no promocionan la materia sin examen final. Pero que, a su vez, existe otro subgrupo de alumnos
para los cuales la materia es atractiva o al menos llevadera, la entienden y obtienen buenas
calificaciones. Un típico caso de franjas de inclusión y exclusión. Una forma facilitadora de
empezar a vincularse con ellos podría responder al siguiente esquema.
Después de presentarse, informar su propio nombre y la materia para la cual ha sido convocado,
el docente podría expresar:
"Estoy aquí para ayudarlos a que puedan llevar adelante la materia, la entiendan, les
resulte entretenida, no se aburran, la puedan disfrutar y, además, puedan aprobarla.
¿Quiénes? Todos. A algunos quizás les cueste más, tengan más dificultades, pero con
seguridad todos pueden..., todos pueden, sobre todo si el docente tiene fe en que así
será y ustedes también ponen lo suyo para ayudar a que esto ocurra...
También estoy aquí para que pasemos un momento bueno en el grupo, nadie se
sienta agredido y haya bienestar para todos... para todos ustedes y para mí, que
podamos vivir un buen clima grupal. Necesito colaboración de todos. Para esto es
necesario que haya respeto y cuidado mutuo dentro del grupo. De mi parte hacia
ustedes, yo se los garantizo, me comprometo a ello. Necesito que Uds. colaboren con
la misma actitud entre ustedes y hacia mí.
Tal vez haya entre ustedes algunos chicos a quienes no les interesa la materia o que
ya están por llevársela a examen. Y también habrá otros que no tienen dificultades,
que la entienden y la disfrutan. Yo voy a hacer todo lo que esté a mi alcance para que
mi tarea les sea útil a todos, a unos y a otros.
Prof.: Juan Pablo Aires Cunha
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Vengo a ofrecerme para ayudarlos dentro de lo que pueda. Tal vez, si todos
colaboran, todos puedan... Pero, como digo, necesito que ustedes, todos ustedes, me
ayuden."
cada uno pueda elegir el problema o el ejercicio que le interese o le resulte más accesible.
También se puede pedir que cada uno escriba en una hoja qué temas quisiera poder repasar o
volver a ver, o sobre qué temas quisiera avanzar.
No olvidemos que el eje de todo nuestro trabajo gira en torno al tema de la enseñanza y el
aprendizaje. Es por eso que, en esta primera propuesta vincular, debe darse un delicado
entretejido con tres hebras, como si estuviéramos trabajando en un telar con tres tipos o texturas
de hilos: el vínculo con cada uno, el vínculo con el grupo y el vínculo con el conocimiento.
parte, ni con dos, ni con una sanción... No sólo volaban bollos de papel, sino también
lapiceras, gomas, lápices... Hasta que en un momento dado, una goma cayó sobre
mis lentes. Me enojé mucho, pero nadie se hizo responsable de la situación. Tras
intentar hablar del tema y reflexionar sobre lo ocurrido, luego de unos días dejaron
de hacerlo.
En los primeros meses intenté, en dos oportunidades, que realizaran actividades en
grupo, y solamente cuatro chicos de diferentes grupos accedieron. Pero el grupo
dominante del fondo rechazó la indicación y no accedió a la propuesta. Resultado: la
actividad fracasó. Intenté hablar con ellos, luego de tomar pruebas y de ver que muy
pocos aprobaban, pero ellos respondían con su silencio y su indiferencia.
Las actitudes disruptivas del grupo del fondo eran constantes en las clases y, en
particular, sobresalía la actuación de uno de ellos (Nicolás), que se pasaba la hora
hablando en un tono más que fuerte, y hasta saltaba y corría dentro del aula, cuando
yo intentaba dar clase.
Un día, una alumna 'del fondo' me pidió permiso para ir a comprar galletitas diciendo
que tenía hambre. Hacía 10 minutos que había terminado el recreo. Le dije que no y
le expliqué por qué. Además, ellos sabían que por indicación de la dirección de la
escuela no podían salir del aula en horas de clase. La alumna no me respondió nada,
pero volvió a su asiento y comenzó a llamar a los gritos a una compañera que se
encontraba en el patio de la escuela, le pidió que se acercara y cuando así lo hizo le
dio el dinero y le encargó que le comprara las galletitas. Cuando las tuvo en sus
manos, me ofreció a mí las golosinas adquiridas, me convidó.
En una oportunidad, charlando con las alumnas que siguen la materia, les pregunté
si tenían la misma actitud en las otras asignaturas. Ellas me respondieron que no,
que sólo en mi hora eran así, porque a las otras profesoras 'les tenían respeto porque
eran mayores'.
El clima de trabajo era casi imposible, tanto para mí como para el resto de los
alumnos que intentaban entender y concentrarse; les resultaba muy difícil hacerlo en
esas condiciones."
El informe continúa, pero detengámonos un momento aquí. Y apliquemos lo visto hasta ahora. Por un
lado, resulta muy evidente la estructura en franjas de inclusión y exclusión de la tarea, y la presencia
del grupo que hemos denominado "los del fondo". Esto queda totalmente de relieve también en otro
fragmento del relato, donde Griselda informa que “el grupo está constituido por veintisiete alumnos
de los cuales la mitad sigue la materia y está aprobada, y la otra mitad no abrió la carpeta en todo el
año, ni le interesa aprobar".
Es evidente que para Griselda la preocupación surge intensamente cuando el clima se desborda, pero
ella no se ha planteado como objetivo prioritario vincularse con los chicos, ni intentar apoyar
atentamente el desempeño de cada uno para que pudieran encarar de un modo adecuado su proceso
de aprendizaje.
Sin embargo, en otro pasaje de su relato informa que había intentado hablar con ellos al ver que
muchos reprobaban, pero no había obtenido respuesta alguna de su parte. Es decir, aparentemente
lo había intentado, pero sin resultado alguno. ¿Por qué no había tenido respuesta alguna en este
intento de aproximación? ¿Qué tipo de diálogo había intentado iniciar?
De un modo u otro, lo cierto es que Griselda intenta seguir adelante, resignándose a tal
comportamiento y a conductas tan desparejas y a tan abismales diferencias en el rendimiento. Este
sería un típico caso de aceptación de la situación de exclusión que analizamos arriba. La inconducta
de los chicos disruptivos sería un caso paradigmático de los jóvenes "del fondo", pues, aunque
aparentemente no les interesa aprender y tienen una actitud de indiferencia total por la materia (cosa
de la que hasta cierto punto hacen alarde), tampoco están dispuestos a dejar que la clase se desarrolle
en forma normal. De alguna manera están "en guerra" con quienes intentan proseguir con una
escolaridad normal, y esto se hace evidente no sólo con la circulación del material "volátil", sino
también con algunas conductas individualizadas (por ejemplo la de Nicolás y la muchacha de las
Prof.: Juan Pablo Aires Cunha
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galletitas, que tienen un fuerte componente de desafío). También es bastante interesante observar
que Griselda acude a las alumnas "incluidas" en busca de información, preguntándoles acerca del
comportamiento del grupo díscolo.
Es bastante claro que no hubo, desde el primer momento, un planteo de propuesta vincular como el
que intentamos ilustrar más arriba. Ignoramos cuál fue la actitud inicial de Griselda en el primer
encuentro, pero es muy probable que se haya puesto a explicar su materia de entrada, prolija y
responsablemente, siguiendo el plan que se había fijado para llevar adelante la enseñanza, pero sin
ninguna introducción vincular activa como la que sugerimos y sin tener en cuenta cómo estaba
posicionado cada uno en la asignatura, ni "monitorear" cómo cada uno iba siguiendo o recepcionando
sus explicaciones.
También es bastante claro que no pudo ejercer su autoridad de un modo eficaz, pues muchos chicos
violentaban con su conducta normas elementales de convivencia y respeto. En un momento dado
Griselda, cansada de la situación, profundiza la política de aceptar la exclusión y lo relata así.
"Hace unas semanas, ya cansada de la situación, decidí ir al curso con una de mis peores
caras, ya con muy poca tolerancia, y trabajar y explicar solamente a quienes les
interesaba la materia, y responder en los bancos las dudas."
Pero luego, tal vez influida por lo que se iba desplegando en el curso desde el encuadre GREC en
cuanto a la necesidad de ir entendiendo la causalidad de las conductas disruptivas y a la importancia
de tratar de comunicarse, Griselda da un paso importante para intentar vincularse con el grupo y
empezar a desarticular el clima instalado.
"Hasta que un día me paré frente a todos y empecé a preguntarles por qué se
comportaban de esa manera, qué es lo que ellos deseaban o pensaban, y dejé que se
expresaran ellos y comentaran lo que pensaban. Algunas de las respuestas fueron:
- que matemáticas es un bodrio, que es aburrido, que es horrible y no les interesa,
- que les parece muy pesado, pues tenemos tres veces en la semana,
- algunos alumnos compararon matemáticas con lengua y a mí con el profesor de
lengua, diciendo que son dos materias densas pero que el profesor 'le pone
onda', que hace chistes, y yo no, que voy con mala cara, que doy la materia y no
les pregunto si les pasa algo o no,
- que yo explico al grupo que entiende la materia, pero que para ellos, que son de
clase media-baja, "que no son tan inteligentes", no.
Frente a este comentario, una chica (que no es del grupo ‘del fondo') le dice a su
compañera que acababa de hablar: "¡De qué te quejas si cuando la 'mina' ('profe, con
todo respeto'-me dice-) te quiere explicar vos no le das bola!"
Otra alumna agrega que, a su parecer, los chicos del fondo se portan así porque me ven
sin experiencia y tan jovencita que se aprovechan...
Mi actitud fue de escuchar y decirles que, si bien no estoy de acuerdo con algunas cosas
que me comentaron, las respetaba, pues eran sus opiniones, y me sinceré diciendo que
no me daban ganas de ir a ese curso en esas condiciones, pues me sentía mal por el trato
que recibía de ellos."
Ante el relato de Griselda, las compañeras de nuestro curso le sugieren que, para profundizar el
conocimiento de la mirada y percepción de los alumnos e indagar más en aspectos individuales, les
proponga participar de una "encuesta subjetiva", anónima, preguntando cómo se sienten con el
grupo, con el curso, con la materia y con la profesora, qué es lo que más les gusta y lo que menos les
gusta, etcétera.
Así relata este momento Griselda.
"En la clase siguiente les propuse hacer la encuesta subjetiva y les interesó bastante. Les
aclaré que en el último punto expresaran lo que quisieran con total libertad, tal cual lo
sintieran."
El resultado de la encuesta, que Griselda compartió con nosotros, fue notable en cuanto a su poder
para develar la diversidad profunda de miradas y sensaciones y la abismal diferencia que existía entre
los miembros del grupo en relación con la materia, con su forma de percibir a la profesora, y también
en relación con el grupo mismo, con la vinculación entre pares. Mientras algunos decían que la materia
era insoportable y la profesora debía irse, otros le expresaban su admiración y afecto y también su
Prof.: Juan Pablo Aires Cunha
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Bibliografía:
Barreiro, T. (2011). Teoría del Vínculo. En Los del fondo: conflictos, vínculos e inclusión en el aula (pp.
51-70). Buenos Aires: Ediciones Novedades Educativas.
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crece la pauta se va convirtiendo cada vez más en una característica del niño que tenderá a
reproducir en sus nuevas relaciones (Bowlby, 1989). Las pautas de apego determinarán la
conformación de su personalidad y modo de relación.
Las pautas de apego pueden clasificarse en 3 tipos principales, según las circunstancias familiares
que las favorecen (Ainsworth, 1978):
• Apego tipo ansioso resistente: promovido por la ambigüedad de las formas tempranas
de relación. El niño aprende que, en ocasiones, “los otros” son accesibles y
colaboradores; y en otras instancias, son distantes y rechazantes, sin un patrón que
permita predecirlo. La incertidumbre que esto genera lo induce a una forma de
relacionarse muy ansiosa, caracterizada por una tendencia a “aferrarse” al otro, por el
elevado temor a la lejanía del otro y la consecuente angustia ante la exploración del
mundo y el desarrollo de independencia.
• Apego de tipo ansioso elusivo: promovido por experiencias de constante rechazo cuando
el niño necesita consuelo y protección. Estas vivencias generan en el niño una falta de
confianza frente a la posibilidad de recibir cuidado y apoyo cuando los requiera; por lo
que suele defenderse de dicha sensación mostrándose autosuficiente y evitativo ante las
relaciones de amor y cuidado.
• Apego tipo seguro: es favorecido por experiencias de relación con personas sensibles y
abiertas a responder- dentro de sus posibilidades- a las necesidades del niño; vivencia
que genera confianza en que los “otros” podrán estar accesibles y ser sensibles y
colaboradores si él se encuentra en una situación adversa o atemorizante. Esta seguridad
es la que le permitirá explorar, conocer el mundo e interactuar con otros; todas estas
capacidades son necesarias para cualquier proceso de aprendizaje y desarrollo personal.
Las pautas de apego formadas en la niñez persisten en forma de “modelos internos operantes”
para la vida adulta, marcando tendencias en la manera de establecer relaciones.
Estos modelos son tremendamente estables y perdurables a lo largo del tiempo. Sin embargo,
pueden cambiar, en especial cuando el niño tiene nuevas experiencias gratificantes y seguras con
nuevas figuras de apego. Las figuras con que un niño se relaciona posteriormente (entre ellos, los
profesores/as son figuras que las investigaciones muestran como muy relevantes), pueden
reafirmar y potenciar esta forma de relación o bien pueden desafiarlas y favorecer su
reconstrucción (Allidière, 2004). Es así como el vínculo con el docente puede reproducir el estilo
que se tuvo en la infancia favoreciendo que el niño desarrolle la certeza de que así son las
relaciones (sean éstas gratificantes o dañinas), o bien, puede mostrar una alternativa, desafiando
la reconstrucción de la visión yo-tú que el niño se había formado.
Cuando en los hogares existen experiencias de relación satisfactoria, los padres asumen la
responsabilidad de su desarrollo emocional, y los niños asisten a la escuela para aprender. Aún
así, las relaciones que pueda establecer en la escuela son centrales para poder confirmar su visión
de las relaciones y de sí mismo.
Para los niños que no cuentan con dicha experiencia, en cambio, la escuela representa la instancia
que podrá proporcionarles lo que no se les dio en el hogar. Estos niños requieren que el docente
configure un ambiente capaz de brindarles sostén, y sea capaz de mantenerse como una figura
estable y confiable que, junto con dar satisfacción a sus necesidades, vaya dando espacio al
desarrollo de su capacidad para estar solo, es decir fomentando su autonomía. Suele ocurrir que
estos niños buscan en la escuela una situación emocional y vincular estable que resista y les ayude
a reconstruir las formas que han aprendido de relacionarse.
1. Considerar que detrás del comportamiento relacional de los niños existe siempre una historia
de vínculo primario y que las características de esta historia (experiencias más satisfactorias o
insatisfactorias) nos pueden ayudar a comprender, por ejemplo, un comportamiento agresivo, la
conducta de aislamiento o la dependencia y apego ansioso de un niño. Ello no quiere decir que
todo acto sea justificable por la historia personal, pero sí que al volverse más comprensible,
favorece la toma de medidas más reflexivas que estimulen cambios.
2. Considerar que nuestra actitud como docente en la relación con el niño (vínculo secundario)
puede estar reforzando la experiencia - satisfactoria o insatisfactoria - del vínculo primario y/o
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puede estar otorgando una oportunidad para reparar la experiencia insatisfactoria del vínculo
primario.
Ejemplo 3: Javier es un niño que suele relacionarse con distancia y temor. Si bien es
posible ver que necesita ayuda para aprender, cuando el profesor se le acerca suele
rechazarlo y decirle que puede solo. Javier teme ser rechazado por sus errores, teme
que el otro no sea capaz de esperar sus tiempos… desde muy chico aprendió que
era mejor tratar sólo. Un profesor con sensibilidad al rechazo de otros, tenderá a
alejarse y dejarlo efectivamente solo, y posiblemente mantendrá una relación de
lejanía con él, para evitar su rechazo, pues la siente como agresión. Sin embargo al
tomar conciencia de que esta suele ser su reacción ante este tipo de relación, podrá
evaluarla y ver si existen otras vías para acercarse a Javier y ayudarlo con sus estudios
otorgándole la comodidad que requiere.
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4. Desarrollar acciones con el grupo curso que favorezcan ambientes de relaciones gratificantes.
Si bien es cierto que se requiere un trato especial con algunos estudiantes, hay principios de
trabajo con el curso como grupo, que contribuyen tanto a reforzar aquellas experiencias
satisfactorias, como a reparar experiencias insatisfactorias en los estudiantes con experiencias
tempranas menos satisfactorias. No sólo se aprenden formas distintas de relacionarse en vínculos
uno a uno, sino también a pertenecer a grupos o comunidades donde la manera de relacionarse
y tratarse están definidas para que todos se sientan bien tratados y se pueda cumplir el objetivo
de aprender.
Son acciones de las que se permiten aprender formas distintas de relacionarse en el contexto de
una comunidad donde “nos tratamos de manera distinta”.
Basados en la descripción de Winnicott (1965/1993) del vínculo primario y atendiendo a la
descripción de las pautas de apego que hace Bowlby, se pueden derivar principios básicos y
orientaciones pedagógicas para favorecer el desarrollo de un vínculo pedagógico positivo, de
apego seguro para el aprendizaje.
− Profesores que enseñan sus disciplinas con entusiasmo y manejo profundo, le dicen a sus
estudiantes que los aprecian y valoran: “mereces lo mejor, me esfuerzo para ello”.
− Profesores que buscan distintas formas de motivar a sus estudiantes en el amor al saber
y promueven su participación activa, les entregan la experiencia de construir
conjuntamente un producto de calidad: “nuestra relación genera buenos frutos”. Base
fundamental de una autoestima positiva.
− Profesores que corrigen errores y atienden a las dificultades de manera amorosa y
paciente, a la vez que exigente, construyen experiencias de contención, de apoyo,
reducen el temor al fracaso, promueven la perseverancia y resiliencia. A la vez, su
exigencia basada en expectativas realistas, trasmite confianza en las propias capacidades
y valoración; experiencia escasa en vínculos no seguros.
El aprendizaje significativo es el “nutriente” de una necesidad central que el estudiante busca
satisfacer en la escuela, y el/la profesor/a es quien, haciendo de mediador, lo entrega. Es este
acto lo que repara y/o fortalece en los estudiantes la noción y la experiencia del tú + yo, y permite
construir el “nosotros”, que será básico para su desarrollo moral y relacional. Otra persona que
le hace crecer, con interés en su desarrollo, su vida, su existir.
Reflexionar sobre vínculo pedagógico es una invitación a revisar nuestras pautas, disposiciones y actitudes
personales más frecuentes en la relación con nuestros estudiantes- principalmente con los más
conflictivos- a fin de brindar experiencias positivas de vinculación y aprendizaje. Junto con ello, invita a
tomar conciencia de cuánto y cómo podemos favorecer el crecimiento y aprendizaje de nuestros
estudiantes al enmarcar nuestra labor en relaciones personales y grupales donde la exploración y
autonomía se permiten y promueven en ambientes de afecto y cuidado, de atención a las necesidades
individuales, de valoración de las diferencias, de seguridad, colaboración, refuerzo y contención.
Bibliografía:
Mena I., Bugueño, X. y Valdés, A.M. (2008). Vínculo pedagógico positivo: principios para su desarrollo.
Santiago de Chile: Valoras UC.
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PERFIL DE APRENDIZAJE
ACTITUD EN LA ESCUELA/CLASE
Aparente indiferencia ante la incertidumbre de nuevas situaciones.
RESPUESTA AL PROFESOR
Negación de la necesidad de apoyo y ayuda del profesor.
Sensibilidad ante la proximidad del profesor.
RESPUESTA A LA TAREA
Necesidad de autonomía e independencia del profesor.
La hostilidad hacia el profesor se dirige a la tarea.
La tarea funciona como barrera de seguridad emocional entre alumno y
profesor.
DIFICULTADES Y HABILIDADES
Uso limitado de la creatividad.
Elevada probabilidad de fracaso escolar.
Uso limitado del lenguaje.
Profesorado Tarea
La atención dirigida hacia la tarea indica que ésta ayuda a moderar la experiencia de la relación
con el profesor o profesora, una relación llena de incertidumbre sobre la disponibilidad de
aceptación y apoyo. El profesorado puede interpretar esta conducta como una indicación de que
el alumno o la alumna lo ignora, y es fácil que se sienta provocado y reaccione. El rechazo que el
alumno o la alumna ha experimentado en su relación temprana puede ser sentido por el profesor
o profesora. Su reacción puede ser de insistencia, para intentar ayudar al alumno o alumna, lo
que a su vez desgraciadamente puede desencadenar aún más la respuesta de evitación: «Lo senté
y estuve hablando con él durante una hora» y «no me miraba» son ejemplos de cómo se puede
malinterpretar la conducta defensiva de un niño.
Prof.: Juan Pablo Aires Cunha
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Sin embargo, la capacidad para concentrarse en la tarea también puede llevar a engaño. Es
posible construir esta respuesta de evitación hacia el maestro como una forma de independencia,
una postura que a menudo se agradece en un aula exigente. Es el grado de evitación lo que es
significativo.
sugiere a menudo que el lápiz es para ellos un arma peligrosa. La estructura puede facilitar la
escritura y ayudar a mediar en la intensidad de las respuestas escritas. Rellenar casillas, completar
frases y escribir frases cortas en espacios definidos puede ayudar a calmar el miedo a desbordarse
que puede generar la página en blanco.
* El currículo ofrece muchas oportunidades de explorar los sentimientos ocultos o peligrosos.
Cajas, puentes, casas, castillos y viajes son la base de muchos cuentos y todos tienen significado
simbólico sobre cercanía y distancia, compromiso y miedo. Sin ninguna revelación consciente, es
posible poner palabras a muchos sentimientos fuertes y darles significado. La alfabetización
emocional puede comenzar por intentar describir las experiencias de los personajes de los
cuentos, de las películas, los videos e incluso las comedias de televisión. La metáfora es un
instrumento poderoso cuando se trabaja con alumnos muy sensibles a los sentimientos y las
relaciones. Este uso de la metáfora ayuda a integrar la función cognitiva y emocional, lo que
facilita el aprendizaje (Davou, 2003).
* Los juegos estructurados con reglas, las matemáticas con operaciones definidas y respuestas
claramente correctas o incorrectas, las preguntas precisas sobre datos, la ordenación de objetos
y la construcción de estructuras pueden también ser atractivos y ofrecer un contexto en el que
participar con seguridad. Estas tareas concretas son esencialmente funciones del hemisferio
cerebral izquierdo que ayudan a mantener los sentimientos bajo control y evitan inundar el
cerebro con emociones intolerables capaces de desencadenar la conducta reactiva. La
sensibilidad del profesor al significado de esta separación de funciones puede ayudar a integrar
la función cognitiva y emocional y facilitar así el aprendizaje en lugar de mantenerlas separados
en detrimento del aprendizaje (Davou, 2003).
para los que acaban de vivir una experiencia reciente de pérdida en la red familiar y la comunidad
pueden ser actividades especialmente oportunas.
RESUMEN
* Reconocer la conducta y las respuestas evitativas ayuda a percibir la ansiedad de las niñas y
los niños que se enfrentan al desafío del aprendizaje, por la proximidad de una figura de
seguridad y apoyo que ofrece atención y asistencia. La tarea es la barrera que defiende al niño
ante sentimientos de hostilidad que reflejan experiencias de apego tempranas. Centrarse en
la tarea es el objetivo fundamental de la intervención.
* La comprensión que el profesor tenga sobre las alumnas y alumnos puede convertir la tarea
en el puente que los una, en lugar de ser el instrumento que los separa. La sensibilidad del
docente con el niño, expresada a través de la comprensión del significado de la tarea y la
necesidad proximidad con una persona segura, puede ayudar a los alumnos a sentir que
alguien les tiene en cuenta. Esto permite que se desarrolle un sentido de la persona más
positivo y unas expectativas más esperanzadas en los demás. La experiencia educativa puede
ser una rica fuente de residencia para el alumno que ha experimentado un apego temprano
evitativo.
* El resultado general puede ser que la niña y el niño sean capaces de tolerar la exploración de
ideas y acciones con menos ansiedad. Esto puede mejorar las experiencias de aprendizaje y la
implicación social y emocional, y ayudar a estos alumnos y alumnas a aumentar su disposición
para trabajar (aprender) y confiar en las relaciones.
INTRODUCCIÓN
Separarse de la base segura para explorar y experimentar el mundo exterior a la relación primaria
es un paso crítico en el desarrollo. Los niños y niñas con relaciones de apego sólidas aprenden a
explorar el mundo con relativa confianza, seguros de que el apoyo parental está disponible y es
fiable cuando aparece la ansiedad o la incertidumbre. Los niños y niñas que no disfrutan de una
base segura tan disponible, como los que presentan el patrón evitativo descrito en el capítulo
anterior, a veces necesitan adoptar una seguridad falsa y mostrar su independencia frente a la
incertidumbre o el miedo. Sin embargo, Ainsworth y Wittig (1969) identificaron otra forma de
relacionarse, aquella en la que el niño es incapaz de confiar en la respuesta de la cuidadora
principal y busca una proximidad estrecha que garantice algún tipo de certidumbre ante el miedo.
Para estos niños y niñas y sus madres, es la separación per se lo que causa angustia: la naturaleza
de la experiencia de apego influye en la naturaleza de la experiencia de separación.
PERFIL DE APRENDIZAJE
El lenguaje puede estar desarrollado pero no guardar relación coherente con el nivel de
progreso.
Nivel aritmético bajo.
Alumnado
Profesorado Tarea
de un modo que les permite predecir y controlar la conducta de los demás y reafirmarse a sí
mismos. Para los demás, esta conducta puede resultar dominante y controladora, y las niñas en
concreto llegan a hacerse muy impopulares. Para algunos niños, esta capacidad se convierte en
un activo en el aula si se les dirige adecuadamente para que sean útiles de un modo que no sea
ocupándose de los demás: responsabilidad por la tarea en lugar de por las personas. Los niños
experimentan que pueden relacionarse con los otros además de funcionar con cierto grado de
independencia.
* El trabajo en grupos pequeños que facilita la relación con los compañeros y ofrece
oportunidades de explorar la experiencia a través de cuentos sobre viajes imaginarios permite a
los niños y niñas vivir la ansiedad de forma segura, encontrar apoyo en los demás y sentir que
tienen su propia mente (Morton, 2000; Waters, 2004).
Planificación
* Planificar los inicios, las separaciones y los finales ayuda en la transición a la escuela. En
ocasiones, la ansiedad puede aliviarse con una retirada planificada de la madre o con un tiempo
previo antes de entrar en el aula. El espacio en el que se negocia la transición contribuye a que
disminuya la ansiedad. Durante los primeros años, la oportunidad de participar en juegos
creativos puede facilitar la transición y aliviar la ansiedad de la separación.
* Planificar y advertir de cambios y movimientos en el aula alivia la ansiedad de separación que
se desencadena cuando se producen cambios. Para el paso a secundaria puede ser necesaria una
preparación especial.
* La falta habitual a la escuela es, con frecuencia, una indicación de una experiencia ambivalente
o resistente, y los procedimientos que respondan con rapidez al absentismo ayudan a que el niño
o la niña sientan que la escuela los tiene en cuenta. Esto les llevará a confiar en el sistema escolar.
* Otros servicios también están con frecuencia implicados, en concreto el personal del bienestar
educativo. El servicio de salud mental para la infancia y la adolescencia también puede ser útil y
el contacto con la red asistencial refuerza un marco coherente de planificación y expectativas.
* El debate reciente sobre sanciones y cárcel para los padres y madres responsables del
absentismo escolar de sus hijos e hijas sirve de poco para remediar la situación. Tal vez en lugar
de la ausencia forzosa del padre con implicaciones para toda la familia, sería más útil facilitar la
separación del niño o niña para que asista a sesiones educativas en entornos más reducidos. Aquí
la participación gradual en la tarea de aprendizaje, con un elevado nivel de apoyo y asociación
con un grupo pequeño de compañeros y compañeras, podría facilitar la separación y la identidad
autónoma del niño o niña.
RESUMEN
* La vulnerabilidad de estos alumnos y alumnas reside en el desafío que supone la separación
y el miedo a que no se ocupen de ellos, que desencadena una intensa tendencia a aferrarse, a
la posesión y a la intrusión. La asistencia a la escuela puede ser un reto, al igual que puede serlo
la «intrusión» que representa la tarea educativa. Durante la transición a la escuela secundaria,
este problema será más acuciante y para algunos entrañará una ansiedad desbordante. La
seguridad relativa del aula de primaria con un mismo profesor o profesora se tambalea ante la
necesidad de interactuar con diferentes docentes y cambios de asignaturas en secundaria. Los
niños y niñas del grupo ambivalente/resistente pueden sentirse especialmente vulnerables
cuando las necesidades parentales siguen invadiendo la relación; en estos casos puede ser
necesaria la intervención de algún agente social en el nivel familiar. La no asistencia a la escuela
secundaria puede llevar a una exclusión social importante con repercusiones en ciclos de
desventajas en las generaciones futuras.
* Sin embargo, estos niños y niñas pueden crecer en escuelas donde personas adultas
consistentes y fiables adopten el papel de la figura de apego alternativa a los padres y madres.
Las personas adultas de esta naturaleza mejoran el potencial infantil para separarse y, gracias
a la implicación en la tarea, facilitan que los niños y niñas se sientan seres autónomos y con
pensamiento propio. Encontrar la capacidad de involucrarse en la tarea supone la posibilidad
de la participación futura en la sociedad y un corte en la pauta de la conducta familiar.
Esta pequeña minoría de alumnado muy problemático se puede identificar rápidamente y es fácil
predecir un futuro difícil para los niños y niñas con una capacidad tan limitada para participar en
las oportunidades sociales y de aprendizaje de la escuela.
PERFIL DE APRENDIZAJE
ACTITUD EN LA ESCUELA/EL AULA
Ansiedad intensa que puede expresarse en forma de control y omnipotencia.
RESPUESTA AL PROFESOR
Gran dificultad para confiar en la autoridad del maestro o la maestra pero capaz de acatar
la autoridad de la dirección del centro.
Incapaz de permitir que le enseñen y/o incapaz de «permitir» que la maestra sepa más
que ellos.
RESPUESTA A LA TAREA
La tarea supone un reto ante el miedo a la incompetencia, provocado por unos
sentimientos abrumadores de humillación y rechazo de la tarea.
Dificultad para aceptar «que no sabe».
Pueden parecer omnipotentes y sabelotodo.
DESTREZAS Y DIFICULTADES
Parecen carentes de imaginación y creatividad; el pensamiento conceptual les resulta
difícil.
Probablemente su rendimiento escolar sea bajo y se encuentren en una etapa inmadura
de aprendizaje.
El triángulo del aprendizaje que acompaña a esta pauta de conducta resume las dificultades
cuando tanto las relaciones como la tarea se perciben como una amenaza: la relación con el
profesor está contaminada por la desconfianza de la figura de apego y la tarea amenaza un
sentido muy frágil de autocompetencia.
Profesorado Tarea
Este modelo triangular muestra las dificultades para interaccionar con la maestra y la tarea de
aprendizaje, y tiene implicaciones a largo plazo en las futuras relaciones adultas y el acceso a la
sociedad. El miedo de muchos profesionales que trabajan con estos niños y niñas es que puedan
aparecer consecuencias a largo plazo en la salud mental y la delincuencia.
contención, tanto física como emocional, para que pueda tener lugar el aprendizaje. El desarrollo
de un sistema dentro de las escuelas capaz de responder a estas necesidades puede ser suponer
un reto. La experiencia en el aula, el trabajo posterior a la adopción (Hughes, 1997) y las
contribuciones de los colegas pueden quizá arrojar una luz sobre la forma de reducir los niveles
de ansiedad, de manera que pueda comenzar un proceso de cambio.
Identificación Temprana
De la experiencia de alumnos y alumnas con estas dificultades en todo un rango de edad se
desprende que este modelo de conducta es identificable a una edad muy temprana. Cuanto más
tiempo se experimente la vida con un dominio físico y emocional tan limitado, más difícil resultará
cambiar el modelo reactivo de la conducta que se desarrolla como una defensa ante una ansiedad
extrema.
Un contenedor físico
La experiencia de contenedor físico puede ser un precursor necesario de la experiencia de un
contenedor emocional. La naturaleza física y concreta del objeto de seguridad, la casa, la caja,
puede ser la primera experiencia simbólica de una base segura, un antecedente necesario a partir
del que explorar, encontrar interés en el mundo y aprender.
¿Por qué irían a la escuela? Tal vez albergan la esperanza de que se entiendan sus experiencias,
tal vez quieren mostrar su sentimiento de sentirse excluidos, tener poco valor, estar
desesperados ante el aprendizaje y una sensación de no ser tenidos en cuenta y pasar
inadvertidos, al mismo tiempo que esperan encontrar cierto consuelo (y apego) en la seguridad
de un grupo de iguales/base segura. El edificio, la rutina establecida y las respuestas dentro de la
institución pueden ofrecer la suficiente contención como para permanecer en la institución
albergando cierta esperanza. En lugar de iniciar un conflicto sobre la desobediencia, quizás sea
conveniente planificar una intervención en torno a su presencia.
Naturaleza de la tarea
Como se ha comentado, la tarea es una herramienta muy válida cuando se trabaja con alumnos
y alumnas para los que las relaciones suponen una amenaza. Para estos niños y niñas constituye
un estímulo de la función cerebral izquierda cuya protección es necesaria frente a la reactividad
del hemisferio derecho. Sin embargo, es posible que el interés por el mundo exterior, la
investigación y la curiosidad se experimenten como algo peligroso. La naturaleza de la tarea para
esos escolares también puede suponer un recordatorio humillante de su inadecuación y
desmérito, capaz de desencadenar una conducta reactiva. Las experiencias fundamentales
relacionadas con las experiencias tempranas adversas pueden afectar a la conciencia del espacio
y la distancia, una percepción del tiempo y a la capacidad básica para la aritmética (Beaumont,
1999).
El aprendizaje infantil puede estar en una fase primitiva; reconocer esta fase evolutiva en lugar
de la edad cronológica del niño o de la niña es un punto de partida muy útil a la hora de diferenciar
las tareas. Las actividades concretas, mecánicas y rítmicas que implican la función del hemisferio
izquierdo del cerebro pueden suavizar los estados muy cargados. Contar, colorear, ordenar,
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Bibliografía:
Geddes, H. (2010). El apego en el aula. Barcelona: Graó.
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Lo más complicado del caso en lo relativo a este término es que no sólo aparecen diversas acepciones
en cuanto a su connotación puramente cognitiva, sino que conlleva también una carga emocional que
varía según las personas. Podríamos hablar de una suerte de "polisemia emocional" del término.
A algunas personas la palabra "autoridad" les resuena axiológica y emocionalmente de un modo
positivo y a otras no. Mucha gente puede asociar "autoridad" con experiencias o ideas que le producen
rechazo por esta función. Otras personas, en cambio, por sus propias asociaciones pueden sentir
simpatía o corriente emocional positiva ante el uso del término.
En esta obra se utiliza el término autoridad exclusivamente en el sentido de un rol instituido para
ejercer una función dentro de un grupo o una institución o a la persona que ejerce ese rol.
En este sentido, la palabra "autoridad" carece de connotación ideológica o axiológica alguna, es
neutra.
Si alguien dice: "Lo han elegido a P. P. como la máxima autoridad del Senado", sólo está diciendo que
le han asignado una función en tal sentido. No está diciendo si ha sido acertada o no tal designación,
si su desempeño será positivo o negativo. Sólo está describiendo un hecho objetivo.
Naturalmente, hay multitud de cuestiones asociadas con ese evento, como por ejemplo, aparece el
tema de la legitimidad (cómo fue designado), también el tema del reconocimiento que pueda alcanzar
o no como figura de autoridad, y la cuestión del carácter positivo o negativo que pueda tener su
gestión en el uso de esa autoridad atribuida.
Otro tanto ocurre con cualquier situación en que esta función o rol entra en juego.
Los padres son las figuras de autoridad dentro de la familia: de ahí a que sean reconocidos como tales
por todos sus hijos o que ejerzan bien su función, es otro problema. El director en la escuela y el
maestro en el aula tienen su rol asignado como figuras de autoridad, pero, del mismo modo, de ahí a
que obtengan un adecuado reconocimiento por los sujetos respectivos o que ejerzan bien su función,
ésa es otra cuestión.
Dado este esquema conceptual -relativamente vacío de carga axiológica-, cabe destacar que
algunas personas atribuyen a este rol ciertas características que, a su juicio, serían inherentes a
él, y otras personas le atribuyen otras, muchas veces de un carácter marcadamente diferente.
Acá aparecen las creencias, los "supuestos básicos subyacentes'' acerca de cómo debe ser una
figura de autoridad o, dicho de otro modo, acerca de qué es una auténtica figura de autoridad o
una figura de autoridad positiva. Estas creencias configuran distintas concepciones, que se
corresponden con diversas ideologías, a veces de carácter antagónico. Estas concepciones suelen
traducirse en una serie de afirmaciones que dejan traslucir el diferente sello axiológico.
DISTINTAS CONCEPCIONES
Entre las múltiples afirmaciones que pueden recogerse o formularse, aparecen, por ejemplo, las
siguientes.
Afirmaciones Concepción
a. La autoridad debe ser respetada.
Ahora formule algunos supuestos existentes en la realidad acerca de cómo debe ser una figura
de autoridad adecuada, esté Ud. o no de acuerdo con ellos.
q.
r.
s.
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t.
u.
Estas afirmaciones expresan supuestos que se inscriben en distintas líneas ideológicas y podrían
agruparse en haces o paquetes que se corresponden con distintos sistemas de valores. Esto no
es una sutileza académica, porque detrás de estas consideraciones y de estas creencias anida el
distinto ejercicio de la autoridad que podemos hacer y las consecuencias para los sujetos a ella
sometidos.
Naturalmente, de acuerdo con estas múltiples creencias, las concepciones acerca de cómo debe
llenarse esa función han ido variando a lo largo del tiempo y varían también en las diferentes
culturas. Por ejemplo, en una sociedad patriarcal tradicional, el padre tenía derecho sobre la vida
de sus hijos. En la sociedad occidental actual, el ejercicio de la autoridad y la patria potestad no
otorgan a la figura parental derecho sobre la vida de sus hijos ni tampoco derecho al maltrato o
al castigo físico.
Aparecen entonces consideraciones de tipo jurídico (la ley) y también consideraciones de tipo
ético, así como también aparecen consideraciones de tipo psicológico, cultural, pedagógico,
etcétera.
subordinado. Se plantea en este caso una suerte de asimetría esencial, tal que quien ejerce la
autoridad aparece como "superior" al subordinado.
Esta no es más que una presentación polarizada y esquemática; el tema es mucho más complejo
(en todos los ámbitos), pero, sin duda, hay en cada persona un núcleo básico que es el eje de su
concepción o su ideología con respecto al funcionamiento de la autoridad. Creemos que en lo
más profundo de la estructura psíquica de cada persona late una simpatía o una inclinación por
alguna de estas dos posiciones. Por supuesto, también puede haber confusión, contradicciones,
luchas internas. Pero es interesante tener presentes estos dos polos para referenciarse con
respecto a ellos.
opiniones del grupo. En tanto que el conductor que respondía a la modalidad "laissez-faire"
dejaba al grupo librado a su propio arbitrio, no proporcionaba pautas y sólo respondía preguntas.
Los grupos desarrollaban tareas propias de una institución con fines recreativos que incluían
trabajos en madera, fabricación de máscaras, tallado de jabones y creación con pinturas.
Se intentaba evaluar tanto lo relativo a la producción como lo que tenía que ver con el clima o la
atmósfera del grupo, es decir, los fenómenos que se iban produciendo en el nivel de las
reacciones emocionales de los miembros. En el caso del líder autoritario, el grupo adoptaba dos
tipos de reacciones: por un lado, de mutua hostilidad y agresión manifiesta o, por otro lado,
actitudes de obediencia y sumisión con un grado menor de hostilidad mutua, pero con fuerte
agresión hacia el afuera. Trabajaban intensamente, pero cuando el líder se ausentaba la
producción disminuía sensiblemente. Otro punto notable es que en algunas ocasiones el grupo,
al terminar el ciclo, destruía con gran vivacidad la producción obtenida con tanto esfuerzo.
Con la coordinación democrática, el nivel de trabajo era bueno, quizás en ocasiones un poco
menor que con la coordinación autocrática, pero no se interrumpía al irse el coordinador. Lo más
interesante es que predominaba un clima cordial entre los miembros del grupo.
Y con la autoridad de tipo laissez-faire, había muy poco nivel de trabajo, éste se interrumpía con
juegos desorganizados y reinaba una cierta holgazanería generalizada. Y en diversas ocasiones
dejaron abandonados los objetos que habían realizado al terminar la tarea, sin valorizarlos ni
prestarles atención.
Estos descubrimientos dieron lugar a una larga serie de trabajos experimentales por parte de
distintos estudiosos de temas grupales y educativos, donde se puso de manifiesto en forma
incontrastable la influencia decisiva del estilo de autoridad sobre los grupos. Numerosas
investigaciones experimentales, que fueron difundidas, en su momento, en distintas
publicaciones de educación y de psicología social, se llevaron a cabo en EEUU desde los '50 a los
'70, donde se mostraba la gran importancia de la atmósfera o clima del grupo tanto para el
bienestar y la integración de los miembros como para la obtención de los objetivos buscados. Y,
por otra parte, se demostraba en forma fehaciente que la atmósfera del grupo estaba
fuertemente condicionada por el estilo y compartimiento del dirigente.
Según las afirmaciones de diversos autores, pudo comprobarse que el comportamiento del
maestro que se caracterizaba como dictatorial, exigente y humillante, acarreaba como
consecuencia un comportamiento estudiantil de hostilidad, de recelo, apatía, agresividad y de
desintegración emocional en ocasiones. El comportamiento del maestro caracterizado como
favorable, orientado hacia los problemas, considerado, o que, en general, apoyaba al estudiante,
daba como resultado comportamientos estudiantiles de un buen enfoque de los problemas, de
ansiedad decreciente, de integración, y, en ocasiones, de readaptación emocional.
Se llegó a la conclusión de que los tipos de direcciones centrados en el grupo crean una atmósfera
o clima más apropiado para aprender, porque se potencia en más alto grado la interacción en el
grupo. Si ésta es escasa, el clima del grupo puede ser exteriormente tranquilo, pero habrá muchos
individuos que darán indicios de sentimientos de inseguridad.
La conclusión incontrovertible que puede sacarse de todos estos trabajos teóricos y
experimentales es muy significativa para el objetivo de este trabajo y, muy sintéticamente, puede
expresarse así.
Hay distintos estilos de ejercicio de la autoridad que pueden identificarse a través de diversas
conductas y actitudes y estamos en condiciones de afirmar, sin lugar a dudas, que algunos de
estos estilos resultan mucho más positivos que otros, tanto para el desarrollo y el bienestar
individual como para el grupal y social. Esto significa que el solo hecho de ejercer un rol como
autoridad y tener una función en tal sentido no garantiza que el accionar de la persona será
adecuado o beneficioso para el sujeto afectado, ni para el grupo ni para la sociedad.
En el nivel individual, por ejemplo, aplicado al desarrollo de los niños, hay una forma de ejercer
la autoridad que ayuda a fomentar en ellos su progresiva autonomía e independencia frente a la
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ESTILO ADMONITORIO-PUNITIVO
Se encuentra asociado, como su nombre lo indica, con una centración en el aspecto punitivo, la
marcación del error y las falencias, la descalificación de algunos alumnos y exaltación de otros,
apelando a la comparación y la competencia como presuntos estímulos, alimentando las franjas
de "incluidos" y "excluidos" entre los alumnos. Se vincula con la exaltación (muchas veces no
manifiesta, pero eficaz) del individualismo, y utiliza la culpa y el temor como recurso educativo.
Se traduce muchas veces en una dedicación especial para trabajar con un "grupo selecto", una
franja de alumnos aplicados y laboriosos, dejando librados a su propia suerte a los alumnos que
manifiestan desinterés o dificultades.
Experiencias antieducativas
En una ocasión, entre muchos casos de autoritarismo en la escuela, nos relataron el caso de una
maestra que, harta ya de que una nena mascara chicles en clase, desoyendo sus llamadas de
atención al respecto, optó por pegarle el chicle en el pelo... La nena nunca más mascó chicle, cosa
que probablemente se haya considerado un logro, pero que para la educación de la nena no
puede evaluarse como positivo.
En el mejor de los casos podemos hablar de una adaptación puntual, cerrada, la superación de
un hábito concreto ponderado como inadecuado, pero corresponde a una experiencia
antieducativa.
El concepto de “experiencia antieducativa” fue desarrollado por Dewey en su obra Experiencia y
Educación, del siguiente modo:
“La creencia de que toda auténtica educación se efectúa mediante la experiencia no
significa que todas las experiencias son verdaderas o igualmente educativas. La
experiencia y la educación no pueden ser directamente equiparadas una a otra. Pues
algunas experiencias son antieducativas.
“Una experiencia es antieducativa cuando tiene el efecto de detener o perturbar el
desarrollo de ulteriores experiencias.
“Una experiencia puede ser de tal género que engendre embotamiento; puede
producir falta de sensibilidad y de reactividad. Entonces se restringen las
posibilidades de tener una experiencia más rica en el futuro.
“A su vez, una experiencia dada puede aumentar la habilidad automática de una
persona en una dirección particular, y sin embargo desembocar en un callejón; su
efecto, entonces, es estrechar el campo de la experiencia ulterior.”41
De toda esta presentación nos interesa sobre todo la caracterización de la experiencia
antieducativa como aquélla que tiene el efecto de bloquear o detener el desarrollo de
experiencias futuras.
En nuestros cursos hemos trabajado una y otra vez este concepto; preguntamos a los alumnos-
docentes por su pasado educativo, y les pedimos si podían evocar alguna experiencia
antieducativa experimentada con alguna figura de autoridad.
Algo significativo ocurre con este ejercicio, y es que la mayoría de las respuestas coinciden en
señalar sobre todo actitudes de descalificación, de humillación o de bochorno que la figura de
autoridad tuvo hacia ellos.
41
Dewey, Experiencia y Educación, Buenos Aires, Losada, 1960, cap. II.
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42
He aquí un claro caso del llamado “efecto Pigmalión” o profecía autocumplida. Ver Rosenthal, R. y
Jacobson, L., Pygmalion in the classroom, Rinehart y Winston, 1968.
43
E. Fromm introduce las categorías de “autoridad irracional” y “autoridad racional”, que se
corresponden, a nuestro entender, con las de autoridad autoritaria y democrática respectivamente. Al
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También puede imponer miedo por la forma como se dirige a sus alumnos (o docentes, en el caso
del directivo); puede alzar la voz, adoptar tonos amenazantes, gritar, retar, marcar los errores. El
autoritario suele enojarse cuando es desobedecido, y el “subordinado”, por darle un nombre, le
teme a ese enojo.
El autoritario suele escatimar el elogio, o dirigirlo sólo a aquéllos que son aquiescentes con su
estilo de autoridad. Llamaremos a eso la “confirmación retaceada”. A veces dirige miradas
admonitorias o amenazantes, y otras veces puede incluso negar su mirada al chico cuestionado,
como una forma de desconfirmación.44
Prefiere usar el reproche o apelar a la culpa y marcar los errores antes que apoyar o reconocer
los aciertos o los logros. Pone el énfasis en el “tratar de corregir lo negativo”.
El énfasis en el mensaje se inclina más a lo punitivo que a lo reconfortante. Esto se ejemplifica
muy bien con el uso del “pero”. Lo que viene después de un “pero” es lo que deseamos enfatizar.
¿Entonces, dónde ponemos el “pero”? Si hay algo bien hecho y algo mal hecho en la misma
página, la persona con tendencia autoritaria, al evaluarlo, dirá: “Si, esto está bien, pero esto otro
no. ¡Acá te equivocaste!” Es decir, tiende a adoptar una actitud admonitoria, tiende al sermón y
la arenga ante los errores o los desaciertos.
Notablemente, cuando los niños hacen juegos de roles entre ellos e imitan el accionar de las
maestras, muchas veces representan conductas punitivas.45
Parece que la persona autoritaria temiera que, en caso de marcar los aciertos más que los errores,
el alumno pudiera “bajar la guardia”, “apoltronarse”, tornarse indolente o perezoso.46 Es que el
autoritario tiene una concepción básicamente negativa acerca de la naturaleza humana.47
En el mismo orden de cosas, la persona autoritaria tiende a descalificar, como si eso le diera un
peculiar dominio sobre el otro o como si, por contraste, se quisieran marcar las virtudes de quien
descalifica. Esto tiene que ver con la situación de cierta “superioridad jerárquica”.
También puede recurrir a formas extremas de la descalificación, como la humillación. Puede
recurrir a veces al uso de la ironía, que es un recurso que goza de un inaudito prestigio entre los
intelectuales, y muchas veces es defendida como una forma elegante de “desarmar” al
adversario.48
La persona autoritaria es proclive a utilizar la comparación como forma de estímulo. Por ejemplo:
- “¡El otro curso es mucho mejor que el de ustedes!’’
- “¿Por qué no aprenden de Fulano que siempre trae las tareas hechas?”
- “Miren, esto es una prueba bien hecha” (mostrando una hoja con su mano derecha...)
- Para mayor escarnio se puede a renglón seguido agitar otro trabajo: “No ésta; ¡miren lo
que es esto! ¿Cómo se puede presentar así un trabajo?”
- “¡Es la primera vez que me pasa esto con un grupo! ¡Con ustedes no se puede trabajar!”
Probablemente el docente intenta con ello que los alumnos mejoren sus conductas o sus
rendimientos, para parecerse a los que obtuvieron su reconocimiento. En ese sentido puede
usarse como una forma de “chantaje afectivo” implícito (“Si desean que los quiera como a ellos
deben hacer lo que les digo”).
Es que, por lo general, quien responde al perfil autoritario suele hacer diferencias entre sus
alumnos y, en ese sentido, puede caer en actitudes de favoritismo, de elitismo y de
discriminación. Tener “hijos y entenados”.
Entre otras cosas porque teme, en general, ser cuestionado; siente que ello va en desmedro de
su figura de autoridad. Es reticente, por lo tanto, a escuchar opiniones distintas de la propia;
renuente a aceptar sus errores, no le es fácil practicar la autocrítica.
Suele ser muy exigente (con los demás y también, a veces, consigo mismo).
Las personas con esta forma de ejercer la autoridad le dan suma importancia a los aspectos
formales. Y consideran fundamental que quien desempeña el rol de autoridad presente una
imagen de seguridad y firmeza, que no muestre debilidades o actitudes poco compatibles con lo
que él considera que es un buen ejercicio de la autoridad.
Es muy respetuoso de las normas sociales vigentes; le preocupa particularmente no hacer cosas
que “quedan mal”.
Ahora bien, si el autoritario tiene éxito posiblemente consiga dar su clase, incluso puede jactarse
diciendo que en su clase “no vuela una mosca”. Los chicos posiblemente realicen sus tareas
ordenadamente.
Pero, ¿a costa de qué? Consigue esto a costa de temor, de sometimiento, y de “cargar” al chico
con una energía negativa. Parecido a lo que ocurrió con la nena-que-no-mascó-más-chicle.
La autoridad autoritaria puede producir parálisis y bloqueo, el niño (o el adolescente) puede tener
miedo a responder, a crear y hasta a pensar. Con toda seguridad tendrá miedo de replicar o
cuestionar conceptos; el pensamiento independiente se verá coartado. Deja poco margen para
la iniciativa, la creatividad y el pensamiento crítico. La autoimagen del niño se verá severamente
afectada.
Por otra parte, la actitud autoritaria implica una agresión y provoca, por ende, resentimiento y
enojo. Al no poder ser devueltas a quien las suscita, estas emociones buscan otros carriles, como
dijimos: algún compañero, algún docente menos temible, o el sujeto mismo, que “incorpora” la
agresión, se autodescalifica, se torna débil y vulnerable. Porque la autoridad autoritaria afecta la
dignidad de la persona.
Por lo tanto, para lo que sí es totalmente impotente el docente autoritario es para generar un
buen clima grupal y un grupo sano. Por el contrario, siempre una conducta autoritaria incentiva
y profundiza en el grupo los mecanismos distorsionantes.
En ocasiones el docente que se preocupa por no caer en actitudes de autoritarismo puede
enfrentarse con situaciones disruptivas, chicos “rebeldes” o dispersos, etcétera.
El no poder revertir estas situaciones lo lleva a sufrir, sentirse impotente, se imputa el no saber
manejar la autoridad, se reprocha que “no sirve para eso”, que si pudiera le gustaría dejar la
docencia; piensa que él se formó para ser docente y no “gendarme”, etc., etcétera.
Pero en esto no hay que engañarse; hay que desmitificar la eficiencia del autoritarismo, aun para
esto. El docente autoritario también enfrenta en muchas ocasiones situaciones muy difíciles, tal
vez mucho más difíciles que las que enfrenta nuestro vergonzante maestro no-autoritario,
porque van unidas a actitudes de agresión hacia el propio docente. Estas agresiones pueden llegar
a los insultos y, en ocasiones muy dramáticas, hasta a los golpes o a las amenazas físicas.
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En efecto, no siempre la persona autoritaria puede controlar o dominar a todo el grupo; a veces
no lo logra. Pero en estos casos, en general, no lo reconoce públicamente y, muy probablemente,
no atribuye la dificultad a su propio accionar. Su percepción, en este caso, es que la culpa siempre
la tienen los chicos y, con seguridad, los padres de los chicos. Ya hemos visto entre las actitudes
típicas del autoritario su dificultad para conectarse con la autocrítica.
Además, él se siente coherente con su modelo ideal de autoridad. Siente que “hace lo que
debe”.49
Las razones por las cuales fracasa a veces el docente o directivo autoritario en ejercer el control
total de la situación pueden ser diversas, y de muy distinto sesgo en cuanto al perfil psicológico
de los alumnos “infractores” (o los docentes, en el caso de tratarse de un directivo).
En efecto, hay alumnos que no toleran la agresión que supone el autoritarismo porque han sido
educados en una práctica auténticamente democrática, y se resisten de mil maneras al
autoritarismo.
Pero, paradójicamente, a veces la intolerancia a la agresión proviene, exactamente, de la
situación opuesta: chicos muy castigados en el hogar que no aceptan en la escuela lo que viven
como “más de lo mismo”.
Estos chicos no les temen a las amenazas de sanción porque para ellos el reto, el castigo y el
atropello a sus derechos son su entorno habitual. Y como tienen gran escepticismo en lograr éxito
en las tareas escolares, terminan haciendo allí la descarga contra la autoridad agresiva (a la que,
finalmente, temen menos que a sus propios padres) que no pueden hacer en sus casas.
Por otra parte, y esto es algo muy interesante de observar, en las escuelas donde predomina una
actitud democrática por parte de la dirección, o hay una búsqueda activa por construirla, y hay,
también, docentes que ejercen su autoridad democráticamente, los alumnos tienden a rechazar
el autoritarismo.
El docente autoritario queda “descolocado”, suele recibir rechazo, y padece también episodios
de resistencia a sus actitudes. Hemos visto en escuelas que están trabajando en un intento de
democratización la progresiva dificultad que encuentran sus docentes más autoritarios y rígidos
en su vinculación con los alumnos.
Así, pues, desde el punto de vista del Humanismo Integrativo que sustentamos y desde los
recursos del GREC que aplicamos, los métodos autoritarios son totalmente descartados.
Consideramos que para la educación, rotundamente, no sirven. 50
Pero será fundamental señalar también que eso no implica en modo alguno renunciar a todo
ejercicio de la autoridad, cosa que en la docencia produce, a nuestro juicio, resultados igualmente
catastróficos. La postura laissez-faire, que tolera cualquier conducta y no pone pautas adecuadas
en su accionar, produce también efectos negativos.
ESTILO DEMOCRÁTICO-EMPÁTICO-FIRME
Quien practica este estilo confía en la importancia del respeto y aceptación de todos los alumnos
y pone su énfasis en los logros y la valorización de todos los miembros del grupo; tiende a la
49
Es muy importante el descubrimiento hecho por T. Adorno y un equipo de investigadores en torno al
síndrome de lo que dieron en llamar “la personalidad autoritaria". En el curso de esas investigaciones
descubrieron que muchas de las personas con ese perfil de personalidad habían tenido padres agresivos,
que les aplicaban castigos de distintos tipos; sin embargo, ellos tendían a idealizar a sus padres (“era
necesario para hacer de mí una persona de bien...”, etc.) y desarrollaban una marcada tendencia a
someter a sus “subordinados”, pero también, a la vez, a dejarse someter por sus "superiores”.
50
Es importante estar alerta sobre el riesgo de la tentación autoritaria. Así, por ejemplo, ¿qué quieren
decir, o qué sugieren, los que reclaman que la escuela vuelva a incorporar la autoridad perdida, los que
añoran la disciplina como valor supremo? ¿Aluden a la aplicación severa de sanciones? ¿A la
reintroducción del miedo como recurso pedagógico? Es importante en estos terrenos explicitar los
supuestos subyacentes.
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Acerca de la firmeza
¿Por qué hablar de un estilo democrático "firme y empático"? Al sumarle el calificativo vinculado
a la firmeza queda en claro que no debe confundirse este estilo con el abandónico o laissez-faire.
Notablemente, ocurre que cuando se caracterizan estos estilos en los cursos de capacitación,
suele asociarse el estilo democrático con una actitud de tolerancia o permisividad hacia las
distintas conductas que puedan aparecer, como si los docentes democráticos ejercieran una
conducción débil, con falta de claridad y firmeza en sus objetivos, y estuvieran dispuestos a dejar
pasar cualquier tipo de conducta disruptiva sin poner límites. No es ése el caso. Conviene dejar
aclarado que no es de ningún modo lo que se pretende caracterizar con este perfil.
La "firmeza" no alude sólo a la decisión con que el docente democrático esté dispuesto a poner
límite a las situaciones de agresión o de violencia; la firmeza es una manera de presentarse, de
presentar la materia, de plantear las tareas, etcétera. Tiene que ver con la convicción interior,
con el entusiasmo y la claridad de los objetivos (y la propia claridad "interna"). El docente que
posee firmeza en su accionar tiene una propuesta y la presenta con claridad y cree en ella, aunque
pueda modificarla o revisarla si es necesario. La firmeza no está reñida con la flexibilidad, cosa en
la que sí difiere del autoritarismo.
En cuanto a la empatía
La introducción del concepto de empatía está asociada con un esfuerzo por integrar distintas
corrientes teórico-actitudinales. Por un lado, se intenta integrar la corriente racionalista y
contractualista vinculada al énfasis por el respeto hacia las normas, con las líneas de pensamiento
que intentan rescatar el enfoque vincular y los factores socioafectivos en la construcción de una
convivencia humana pacifista y armónica.
Mientras los valores clásicos asociados a la democracia se corresponden con conceptos
trascendentales y claves como justicia, coherencia e igualdad, respeto por las normas y las
personas, participación, aceptación de la crítica, etc. (relacionados también con el derecho, la
ética del respeto y del deber), la línea vinculada con el enfoque empático rescata los aportes
desde las teorías de la comunicación y del vínculo, el intento de confirmación y valorización del
otro en sus potencialidades más sanas, la existencia de las necesidades psíquicas básicas y el
esfuerzo por intentar conectarse con la comprensión del posible padecimiento del otro.
Se intenta entender la conducta del otro para que no prevalezca la tendencia a juzgarlo,
rechazarlo o hasta detestarlo u odiarlo, sino para procurar comprender el origen de sus conductas
anómalas. Lo que no implica, ya lo hemos dicho reiteradamente, aceptación o desconocimiento
o falta de sanción ante tales conductas.
La propuesta de la empatía se asocia con el rescate y valorización de los aspectos emocionales,
que son fundamentales no sólo para el bienestar individual, sino para la integración grupal, a la
manera de los planteos desarrollados por algunos autores como Martín Buber, Ronald Laing,
Josepf Luft y Carl Rogers.
no nos estaba escuchando. La otra persona puede haber respondido “Sí que te estoy
escuchando”, e incluso haber repetido la última oración que pronunciamos. Esto no es lo que
queremos decir con escucha activa. En la escucha activa escuchamos y respondemos a la otra
persona de un modo que:
1. Hace notarle que le estamos prestando atención.
2. Mejora la comunicación entre los dos.
La escucha activa es fundamentalmente un modo de mostrar empatía y construir una relación.
Ayuda a las personas a tomar nota de sus emociones y a hablar acerca de ellas en lugar de
actuarlas negativamente. La escucha activa también ayuda a aclarar cualquier malentendido
entre las personas. Esta estrategia muestra que cada declaración es escuchada y clarificada antes
de pasar al siguiente punto.
Una habilidad importante de todo comunicador es parafrasear/reflejar. El principal propósito de
parafrasear o reflejar es asegurar a quien está hablando que estás escuchando y que captaste
con precisión el significado central de sus palabras. Otro importante aspecto de parafrasear es
clarificar el contenido del tema que se está tratando. Por último, esta estrategia puede también
ser empleada para mantener a los interlocutores centrados en el tema en cuestión en lugar de
estar desviándose a temas tangenciales menos relevantes.
Feedback empático
En el área de la comunicación, llamamos feedback a la reacción (amigdalina) o respuesta
(racional) que manifiesta un receptor ante la actuación de un emisor.
Todo comportamiento es comunicación; la "devolución" a esa comunicación, ya sea verbal o no
verbal, la llamamos feedback.
Ahora bien, en nuestro contexto profesional llamaremos feedback a todo comentario,
información, crítica o apreciación dada por un profesional de la educación a otro colega, alumno,
paciente, padre o miembro del equipo, basado en un acto observado y que tenga por objeto
hacer algún tipo de evaluación sobre ese acto, ya sea para mantenerlo, modificarlo o cambiarlo.
Para que el feedback sea cerebro-compatible, y no produzca reacciones emocionales en la
persona que lo recibe, debemos tener en cuenta ciertas pautas.
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P ¿Propósito?
R Responsabilidad
E Ejemplos Evidencia
C Cara a cara
I Inmediato
S Sándwich
I Interacción
Ó Objetividad: Comportamiento ≠ Identidad
N CNV: Comunicación No Verbal
− N. No verbal (CNV): Esta característica está relacionada con la comunicación "cara a cara".
Recordemos que el 93% del mensaje emocional es transmitido por la comunicación no
verbal.
Observemos al otro para "saber escuchar" lo que nos quiere decir más allá de sus palabras y
cuidemos ser coherentes con nuestra comunicación verbal y no verbal. Si no lo somos, caeremos
con mucha facilidad en el sarcasmo. Prueba decir "¡Qué bonito!" mirando la dulce cara de un
bebé y cuando ves la picardía de un adulto. ¿Notas la diferencia?
51
Ver Adorno, T. y otros, La Personalidad Autoritaria, Buenos Aires, Proyección, 1965. Para una
presentación breve y muy clara puede verse Wrench, D., Psicología, un enfoque social, Buenos Aires,
Paidós, 1971, cap. 9, y también Deutsch, M. y Krauss, R. M., Teorías en Psicología Social, México, Paidós,
1994, cap. V.
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Bibliografía:
Barreiro, T. (2011). Acerca de la autoridad. En Los del fondo: conflictos, vínculos e inclusión en el
aula (pp. 71-86). Buenos Aires: Ediciones Novedades Educativas.
Barreiro, T. (2010). La autoridad frente al grupo. En Conflictos en el aula (pp. 84-104). Buenos
Aires: Ediciones Novedades Educativas.
EL DOCENTE EN SU COTIDIANIDAD
condiciona aun la percepción misma de los hechos, opera como una suerte de "lente" que filtra la
captación de los acontecimientos.
Al respecto, el mismo Kuhn señala:
"Al examinar la rica literatura experimental (...) podemos llegar a sospechar que es
necesario algo similar a un paradigma como requisito previo para la percepción misma.
Lo que ve un hombre depende tanto de lo que mira como de lo que su experiencia visual
y conceptual previa lo ha preparado a ver. En ausencia de esa preparación, sólo puede
haber, en opinión de William James, 'una confusión floreciente y zumbante’”.
Así, pues, todos los seres humanos tienen un "paradigma" para conectarse con el mundo, un esquema
categorial "existencial", un sistema de referencias que permite organizar la percepción, interpretación
y valoración del mundo.
CECILIA PRACTICANTE
Cecilia (en adelante, C.), joven estudiante de profesorado que concurre a un curso de
capacitación, relata un episodio que protagonizó durante sus prácticas de la enseñanza.
Ella da su clase en un aula donde un grupo de chicos "del fondo" permanece al margen de la
actividad. La docente encargada de ese curso le sugiere que no se preocupe por esta
circunstancia, que no los tenga en cuenta porque son alumnos que, declaradamente, no tienen
interés en el estudio, que tienen muchas limitaciones para aprender, y han renunciado a seguir
la materia, etcétera. C. no acuerda con esta sugerencia y lo comenta con su profesora de
metodología de la enseñanza, que se encuentra coordinando sus prácticas. Ésta comparte la
posición de C. y le sugiere que intente incorporar a todos. En la clase siguiente, ella intenta
explicar para todos y pone empeño por incorporar también a los alumnos del grupo de los
aparentemente "auto-excluidos". Uno de ellos le pregunta acerca de una consigna que ella
estaba dictando, él parece tener dificultades para entender o para escribir. Vuelve a preguntar
una y otra vez y, finalmente, el muchacho se impacienta, golpea con el puño sobre su pupitre
y dice con tono fuerte y airado de voz: "¡No entiendo!".
C. se aproxima al alumno y trata de explicarle más lentamente la consigna, hasta que él la
escribe. Y sigue la clase. Al finalizar la hora, el alumno se acerca a pedirle disculpas. Y a partir
de allí comienza a integrarse a la actividad.
¿Cómo puede conectarse este relato con el tema que nos ocupa? Adhiriendo al paradigma CHI, Cecilia
interpretó que se trataba de un alumno con dificultades y que necesitaba ayuda, y obró en
consecuencia. Si lo hubiera percibido como un alumno irrespetuoso, si hubiera interpretado su
conducta como una agresión y una falta de respeto, habría reaccionado con una actitud admonitoria
y es muy probable que esto no ayudara al alumno a superar sus dificultades. También es muy probable
que una situación de hostilidad y tensión quedara instalada entre ellos.
Prof.: Juan Pablo Aires Cunha
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REGALO DE REYES
Se trata de una entrevista periodística realizada a Angélica Gorodischer, escritora argentina, en
ocasión de la publicación de su novela Historia de mi madre. La periodista introduce la entrevista del
siguiente modo.
"Una mujer que pasa los setenta escribe sobre su madre. Con dolor, escribe, con gracia,
con un rencor de niña que no le permitió olvidar aquel 6 de enero -tendría unos cinco
años- en que los Reyes no le dejaron regalo, sino una tarjeta explicando que no se merecía
nada porque había sido “desobediente, mentirosa, contestadora y mala".
Esta situación es un ejemplo elocuente de aplicación ortodoxa del paradigma NIP. Está claramente
ilustrada la intención punitiva: hay que darle una lección a esa niña por su mala conducta, y se
aprovecha la oportunidad del Día de Reyes para aplicarle el correspondiente castigo. Quizás con esto
(pensaría tal vez quien escribió la tarjeta de "regalo") se logrará que esta niña, que tiene conductas
tan malas, modifique su manera de actuar.
Bibliografía:
Barreiro, T. (2011). El docente en su cotidianidad. En Los del fondo: conflictos, vínculos e inclusión en el
aula (pp. 89-96). Buenos Aires: Ediciones Novedades Educativas.
COMPLEMENTOS
En esta sección se irá anexando material complementario a los diferentes módulos.
Prof.: Juan Pablo Aires Cunha
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CARTA AL PADRE
Schelesen (Bohemia), noviembre de 1919
Querido padre:
Me preguntaste una vez por qué afirmaba yo que te tengo miedo. Como de costumbre, no supe
qué contestar, en parte, justamente por el miedo que te tengo, y en parte porque en los
fundamentos de ese miedo entran demasiados detalles como para que pueda mantenerlos
reunidos en el curso de una conversación. Y, aunque intente ahora contestarte por escrito, mi
respuesta será, no obstante, muy incomprensible, porque también al escribir el miedo y sus
consecuencias me inhiben ante ti, y porque la magnitud del tema excede mi memoria y mi
entendimiento. (...)
Yo era un niño tímido, pero seguramente también terco, como deben ser los niños; sin duda, mi
madre me mimaba también, pero no puedo creer que fuera tan difícil tratarme que una palabra
cariñosa, un silencioso asirme de la mano, una mirada dulce no hubieran podido obtener de mí
lo que quisieran. En el fondo eres un hombre bueno y afable... pero no todos los niños tienen la
perseverancia y la intrepidez suficientes como para buscar mucho tiempo hasta llegar a la
bondad. Tú sólo puedes tratar a un niño de la misma manera con que estás hecho, con fuerza,
ruido e iracundia, y esto te parecía además muy adecuado para el caso, porque querías hacer de
mí un muchacho fuerte y valeroso (...)
Sólo recuerdo con claridad un suceso de los primeros años. Quizá tú también lo recuerdes. Una
noche, yo lloraba sin cesar pidiendo que me trajeran agua, no sin duda porque tuviera sed sino
probablemente en parte para fastidiar y en parte para entretenerme. Como algunas amenazas
violentas no habían producido efecto, me sacaste de la cama, me llevaste al balcón y me dejaste
allí un rato, en camisa, solo ante la puerta cerrada. No pretenderé decir que eso estaba mal,
puede ser que en ese momento no hubiese otra forma de conseguir el descanso nocturno, pero
quiero caracterizar con ello tus métodos educativos y su efecto sobre mí. Sin duda, esa vez fui
obediente, pero había sufrido un daño interior. Nunca pude establecer, de acuerdo con mi
naturaleza, la relación correcta entre lo lógico, para mí, de aquel absurdo pedir agua, con lo
extraordinariamente terrible de verme llevado afuera. Todavía años más tarde me perseguía la
visión aterradora de ese hombre gigantesco, mi padre, en última instancia, que podía, casi sin
motivo, venir de noche a sacarme de la cama y llevarme al balcón, a tal punto yo no era nada para él.
Me hubiera sido necesario un poco de estímulo, un poco de cordialidad que me allanara
ligeramente el camino; en cambio, tú me cerrabas el paso, indudablemente con la buena
intención de desviarme hacia otro. Pero yo no servía para eso. Tú, por ejemplo, me alentabas
cuando hacía bien el saludo militar o el paso de marcha, pero yo no era un futuro soldado, o me
estimulabas cuando podía comer mucho y aun tomar cerveza, o cuando lograba repetir canciones
incomprensibles o tus frases usuales, pero nada de eso pertenecía a mi porvenir. (...)
En aquel entonces, y sólo en aquel entonces, me hubiera sido necesario el estímulo. Si tu sola
presencia física ya me aplastaba. Recuerdo, por ejemplo, cuando nos desvestíamos juntos en una
casilla. Yo flaco, débil, enjuto; tú, fuerte, grande, ancho. Ya en la casilla me sentía miserable, y no sólo
frente a ti, sino ante el mundo entero, porque tú eras para mí la medida de todas las cosas. Pero
después salíamos de la casilla e íbamos entre la gente, yo tomado de tu mano, un esqueleto pequeño,
vacilante, descalzo sobre las tablas, temeroso del agua, incapaz de imitar tus movimientos para nadar
que, con la mejor intención, pero en realidad para mi vergüenza profunda, tú repetías
constantemente para enseñarme. Yo me sentía entonces completamente desesperado, y todas mis
experiencias desalentadoras en otros terrenos coincidían a la perfección en ese momento.
A ella correspondía, además, tu supremacía espiritual. Tú habías llegado tan alto mediante tu propio
esfuerzo que por eso tenías una ilimitada confianza en tu parecer. (...)
Desde tu sillón gobernabas el mundo. Tu opinión era la correcta, y cualquier otra, absurda, exagerada,
insensata, anormal. Asumías ante mí el enigma de los tiranos, cuyo derecho se funda en su persona y
no en la razón. Por lo menos, así me parecía.
Bibliografía:
Kafka, F., Carta al padre, Buenos Aires, Alpe, 1955. Fragmentos escogidos.
Prof.: Juan Pablo Aires Cunha
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LA NEUROSIS
Todos somos criaturas de la necesidad. Nacemos necesitando y la gran mayoría de nosotros
muere después de una vida de lucha con muchas de nuestras necesidades no satisfechas. Esas
necesidades no son excesivas: ser alimentado, mantenerse al calor y seco, crecer y desarrollarse
a un ritmo propio, ser tenido en brazos y acariciado, y recibir estímulos. Estas necesidades
primales son la realidad central del niño. El proceso neurótico empieza cuando quedan sin
satisfacer durante un cierto tiempo. Un recién nacido no sabe que debe ser levantado cuando
llora o que no debe ser destetado demasiado pronto, pero cuando sus necesidades no son
satisfechas sufre.
Al principio el niño hará todo cuanto esté en su poder para satisfacer sus necesidades. Se
incorporará para que lo levanten, llorará cuando tenga hambre, moverá las piernas y se agitará
para dar a conocer sus necesidades. Si esas necesidades no son satisfechas durante un cierto
tiempo, si no es tenido en brazos, cambiado o alimentado, padecerá un sufrimiento continuo
hasta que pueda hacer algo para conseguir que sus padres lo satisfagan, o hasta interrumpir el
sufrimiento interrumpiendo la necesidad. Si su dolor es drástico, puede producirse la muerte,
como se muestra en estudios hechos sobre niños de asilos.
Como el niño no puede vencer por sí mismo la sensación de hambre (es decir, no puede ir a la
heladera) o encontrar un sustituto del afecto, se ve obligado a separar sus sensaciones (hambre,
deseo de que lo tomen en brazos) de la conciencia. Esta separación entre uno mismo y las propias
necesidades y sentimientos es una maniobra instintiva encaminada a suprimir el dolor excesivo.
Le llamamos escisión. El organismo se escinde con objeto de proteger su continuidad. Pero esto
no significa que las necesidades no satisfechas desaparezcan. Por el contrario, durante toda la
vida siguen desplegando una fuerza, canalizando intereses y produciendo motivaciones
tendientes a la satisfacción de dichas necesidades. Pero el sufrimiento ha hecho suprimir de la
conciencia las necesidades, y entonces el individuo debe lograr gratificaciones que sirvan de
sustituto. En una palabra debe lograr la satisfacción de sus necesidades simbólicamente. Como
no le estaba permitido expresarse, quizá se vea obligado a tratar de conseguir que otros lo
escuchen y entiendan más tarde en su vida.
No sólo hay necesidades insatisfechas que persisten hasta lo intolerable separadas de la
conciencia, sino que sus sensaciones se sitúan en otros sectores donde puede lograrse mayor
control o alivio. Así se pueden aliviar los sentimientos orinando (más tarde el sexo puede tener el
mismo efecto) o controlarlo suprimiendo la respiración profunda. El niño insatisfecho aprende a
disimular y cambiar sus necesidades en otras simbólicas. Como adulto quizá no sienta la
necesidad de succionar el pecho de su madre debido a un destete brusco y temprano, pero será
un fumador incesante. Su necesidad de fumar es una necesidad simbólica y la esencia de la
neurosis es la búsqueda de satisfacciones simbólicas.
La neurosis es un comportamiento simbólico de defensa contra un sufrimiento psicobiológico
excesivo. La neurosis se perpetúa a sí misma porque las satisfacciones simbólicas no pueden
satisfacer necesidades, reales. Para que las necesidades reales sean satisfechas, deben ser
sentidas y experimentadas. Por desgracia, el sufrimiento ha hecho que esas necesidades
quedaran enterradas. Una vez enterradas, el organismo pasa a un estado continuo de vigilancia.
Ese estado de vigilancia es la tensión, que impulsa al niño, y más tarde al adulto, a satisfacer la
necesidad de cualquier manera posible. Esta vigilancia es necesaria para asegurar la supervivencia
del niño; si perdiera la esperanza de satisfacer alguna vez sus necesidades quizá moriría. El
organismo sigue viviendo a cualquier precio y ese precio suele ser la neurosis: la exclusión de
necesidades y sentimientos corporales insatisfechos porque el sufrimiento es demasiado grande
para resistirlo.
Bibliografía:
Janov, A. (1975). El grito primal. Buenos Aires: Sudamericana.
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1. Autoritarismo
2. Instrumentalización
3. Competencia
5. Subgrupos antagónicos
6. Descalificación, humillación
7. Mensajes duales
8. Simulación
9. Agresión
11. Estereotipia
12. Simbiosis
15. Distancia
16. Formalismo
17. Depresión
Bibliografía:
Arias Orduña, A. V., Morales Domínguez, J. F., Nouvilas Pallejà, E., y Martínez Rubio, J. L. (2012).
Psicología Social Aplicada. Madrid: Editorial Médica Panamericana.
Prof.: Juan Pablo Aires Cunha
Página 115
El anteúltimo día se portaron muy mal; estuvo presente la preceptora en el curso, cuando se
fue, casi me pongo a llorar. No sé cómo, pero logré controlarme. Aunque algunos alumnos se
dieron cuenta.
Hice algo inédito: me senté y comencé a corregir. En el aula se produjo un silencio de tumba.
Poco a poco, con los alumnos más próximos, nos pusimos a conversar. Se acercaron algunos
más. Y los del fondo empezaron a hablar, pero con agresión. Cuando notaron que mi actitud no
era pelear, sino hablar, se empezaron a soltar y a hablarme sin agresión. Una frase común de los
chicos era: 'Para qué… si usted, después se va y nos deja tirados...'
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