Mantengase Lejos de Los Tibios
Mantengase Lejos de Los Tibios
Mantengase Lejos de Los Tibios
COLECCIÓN
MANTÉNGASE
LEJOS DE LOS TIBIOS
(Escritos libertarios)
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MANTÉNGASE LEJOS DE LOS TIBIOS
(Escritos libertarios)
ISBN: 978-958-8861-31-9
Portada: Topor
Diagramación e Impresión:
Arfo Editores e Impresores S.A.S.
Se permite la reproducción parcial de este libro siempre y cuando sea citada la fuente,
su autor y su editorial.
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“La lucha del hombre contra el hombre,
según fuentes fidedignas
cercanas al Ministerio del Interior
será nacionalizada en su momento
hasta la última gota de sangre”.
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Juan Manuel Roca
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Manténgase lejos de los tibios
ÍNDICE
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Juan Manuel Roca
Biografía de nadie. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 80
Sueño con bar . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 81
Testamento de Durruti. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 82
Charlot encuentra al Fürher en el espejo mientras filma el gran
dictador. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 83
Prueba de balística. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 84
Eros, religión y poesía. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 85
Memoria del muro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 89
Lecciones ácratas 1 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 90
Una generación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 91
Estación Rimbaud. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 92
La poesía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 99
La libertad o el elogio del papel . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 100
Testamento de Espartaco . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 103
Pasaporte del apátrida. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 104
Los muros tienen la palabra. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 106
Del Fürher y otras ternuras. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 111
Joseph Stalin recrea el álbum del olvido . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 113
Albert Camus, el exilio en casa. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 114
Poema invadido por romanos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 116
Entre rosas y guillotinas. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 118
De caníbales ilustrados . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 118
Contra el dolor de cabeza. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 121
Plaza de mayo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 122
Los bancos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 126
De bestias y poesía. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 129
Los patriotas. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 131
Lu Hsun, diario de un vidente. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 134
Panfleto del rey tarado . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 139
Las pirotecas. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 140
Carta del incierto . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 142
Epigrama del poder . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 143
Entrevista de un fantasma con roca . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 143
Reloj de arena. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 150
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Manténgase lejos de los tibios
Queremos que esta serie llegue a producir el interés que tiene en ge-
neral el proyecto de la Biblioteca Libanense de Cultura que ya logra, y
nos honra, una resonancia continental dado el carácter universal que se
irradia desde nuestro amado municipio.
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Juan Manuel Roca
Ahora proyectamos este libro del colombiano Juan Manuel Roca, una
selección de sus cuentos, ensayos, textos periodísticos, poemas y lo que
él denomina “viñetas literarias” en las que el humor político se hace
presente. Un libro que a nuestro parecer recoge un íntimo compromiso
de nuestro amigo, el poeta Juan Manuel Roca.
Estas tres obras mencionadas “Dos veces breve”, “De Vetustate” y “Man-
téngase lejos de los tibios”, tienen como singularidad el hecho de ser li-
bros de un registro inusual en el ámbito de las letras.
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Manténgase lejos de los tibios
Prólogo
Uno.
Manténgase este libro sin grandes pretensiones cerca del hombre insa-
tisfecho, disfuncional con la realidad, cerca del que no le gusta marchar
al son que le toquen, porque de él y sus congéneres será el territorio
libre y solidario de los desobedientes.
Dos.
Puede dejarse cerca de prisiones y aulas de clase, de cuarteles y conven-
tos, porque son de buena salud los apóstrofes que invalidan a los necios
constructores de muros cardinales.
Tres.
Póngase al alcance de los infantes. Ellos, acostumbrados a leer en los
frascos de remedios un letrerito que dice: “manténgase lejos del alcance
de los niños”, son quienes riegan por el piso los ansiolíticos que aturden
a sus padres. Para anarquistas, los niños.
Cuatro.
Tenga este libro en la mesita de noche porque podrá acompañarlo en
sus desvelos.
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Juan Manuel Roca
Cinco.
Que sí señor, rey de bedeles, de ordenanzas e inspectores escolares, con
los libros libres usted podría ayudar a fundar el Colegio del Ocio y a lo
mejor a recordar que la verdadera imaginación es insumisa.
Seis.
Hermano poeta, llévelo en el bolsillo de su gabán y sáquelo como Billy
The Kid lo haría con su colt en un salón de Texas, como un vade retro
a ciertos pandilleros que babean la palabra patria. Y no sea purista ni
liricón, recuerde que como no se ha podido poetizar la política se ha
politizado la poética.
Siete.
Mantenga el libro abierto junto a un ramo de flores rojas o de zana-
horias patafísicas bajo un retrato de Louis Michel, de Darío Fo, de
Thoreau o de Buenaventura Durruti. Si no tiene ninguna de estas imá-
genes, ponga un daguerrotipo de Espartaco. Y no le rece.
Ocho.
Eso sí, manténgase lejos, bien lejos, de las sectas moralistas. Recuérde-
les a los que hablan de castidad y catequesis que el hombre es la peor
obscenidad de Dios. Y piense, si a bien lo tiene, en la oración pagana
de San Agustín que tanto amara Auden: “Señor, hazme casto, pero
todavía no”.
Nueve.
No deje el libro al alcance de ningún publicista. Pondrá su alma en
subasta y hasta le hará una nueva tapa con una muchacha diseñada y de
cuerpo inteligente. Recuerde que bellas, en verdad, son las que luchan.
Diez.
Ponga el libro en mitad de su ocio. Y recuerde las palabras de Albert
Camus: “la libertad insulta al trabajo y lo separa de la cultura, cuando
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Manténgase lejos de los tibios
Once.
Sin mucho proselitismo ni mucha catequesis, y no lo afirmo acerca de
este pequeño libro sino de todo aquel que esté escrito sin servidumbres,
algo de lo que está habitada una pequeña biblioteca anarquista, sin
mucho alarde ni paternalismo programático puede dejar abiertas estas
páginas al alcance de su prole.
Nota:
Estos textos, poemas, cuentos, ensayos, viñetas literarias y notas pro-
vienen de diferentes libros pero no pocos son, o dejan de serlo ahora,
inéditos. Aclarando que hay libros publicados que sin embargo siguen
siendo inéditos si nadie los lee. Acudamos entonces a Petrarca: –“Ten-
go una enorme cantidad de libros”– “¿De qué sirve si no caben en la
mente?” Pues bien, ojalá le haga a este libraco un pequeño campo en
la suya. J.M.R.
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Juan Manuel Roca
Fabrico espejos:
al horror agrego más horror,
más belleza a la belleza.
Llevo por la calle
la luna de azogue:
el cielo se refleja
en el espejo
y los tejados bailan
como en un cuadro
de Chagall.
Cuando el espejo
entre en otra casa borrará
los rostros conocidos.
Pues los espejos
no narran
su pasado,
no delatan
antiguos moradores.
Algunos
construyen cárceles,
barrotes para jaulas.
Yo fabrico espejos:
al horror agrego más horror,
más belleza a la belleza.
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Manténgase lejos de los tibios
Holganza y anarquismo
“Trabajar cansa”
Cesare Pavese
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Juan Manuel Roca
El tiempo libre gobernado por las fuerzas del consumo que se desplie-
gan desde la pantalla del televisor o desde los juegos de video o del cine
vacuo y el entretenimiento, es proporcional en su alienación al trabajo
como servidumbre, sólo que en esas instancias la servidumbre tiene
como monarca al aturdimiento, como vasallaje al bostezo disfrazado de
descanso. Muy lejos están los usos del tiempo libre que tenía el flaneur,
el paseante sin destino que hacia 1839 era dueño de un transcurrir mo-
roso. Walter Benjamín recuerda en el “Libro de los pasajes” que en esa
época “se consideraba elegante sacar a pasear a una tortuga”.
Voy a tejer, desde las horas de mi inacción, reflexiones hechas por gran-
des creadores en torno al ocio. Espero no ser acusado de apoyarme en
un pensamiento derivativo o parasitario propio de un perezoso, pues
he empleado en este pequeño trabajo más tiempo que el que emplea
un industrial, un gerente o un presidente en jugar al golf o en esgrimir
su incansable lengua en un consejo comunitario, mucho más tiempo
que el que emplea un latifundista en contar sus hectáreas poco antes de
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Manténgase lejos de los tibios
Quizá ese gran anhelo de llenar de inteligencia los ocios haya sido lo
que llevó a Jean Arthur Rimbaud a plasmar en su “Mala sangre”, uno
de los más estremecedores poemas en prosa de “Una temporada en el
infierno”, a lanzarnos como una pedrada esta camorrera y levantisca
aseveración: “Me horrorizan todos los oficios. Patrones y obreros, todos
plebe, innobles. La mano que maneja la pluma vale tanto como la que
conduce el arado. –Qué siglo de manos”.
Se puede hacer una paráfrasis del canto de Ezra Pound sobre la usura,
a la que califica como un pecado contra la naturaleza, para trasladarlo
a una reflexión sobre el ocio. Con usura, dice Pound, “el tallador de
piedra es alejado de su piedra/ el tejedor alejado de su telar/... La usura
mella la aguja en la mano de la doncella/ y detiene la habilidad de la
hilandera”. Lo mismo podría decirse de la ausencia de ocio. Sin ocio,
paradójicamente no se talla la piedra, sin ocio, aguja y mano no se en-
cuentran de manera amorosa en el telar.
De otra parte, hay que entrar a considerar que antes que el oficio más
antiguo y conocido sobre la tierra, que para algunos fue el ejercicio de
la prostitución y para otros el oficio desempeñado por un ángel con-
serje, un ser de luz que a la vez cumplía el rol de espía y vigilante de los
posibles desafueros sexuales de Adán y Eva en el Paraíso, fue el oficio de
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Juan Manuel Roca
Nada más deplorable que ver cercenada una cabeza capaz de soñar e
imaginar, una testa capaz de crear, desde el descreído mundo nuestro
de cada día, otros mundos fabulados y, a lo mejor, menos perecederos.
Por algo los poetas escaldos, que eran tan ociosos que se dedicaban
con furor a metaforizar todo lo que vieran en el mundo, llamaban a la
cabeza “la fragua del canto”.
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Manténgase lejos de los tibios
Hay una hermosa y cruel sátira escrita por Kafka titulada “Josefina la
cantora o el pueblo de los ratones”, y que tiene que ver, al decir del
estudioso de los aforismos kafkianos Werner Hoffmann, con la idea del
ocio, de ese “facilitar la vida al hombre”.
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Juan Manuel Roca
Parece ser la del escritor checo una analogía sobre el trabajo coercitivo,
sobre el presidio fabril. Aflojar los miembros es lo propio del ocio, aún
del ocio mental, y una forma de dudar del alardeo de la fuerza, del su-
dor de la frente y del despliegue muscular.
Hay una palabra que de entrada debería estar en el diccionario del ocio:
la palabra sueño.
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Manténgase lejos de los tibios
Como quien dice, el ángel que se dejó caer por los suburbios del Paraíso
para expulsar al hombre como a un indeseado inquilino, lo condenó
más que al nomadeo y a la culpa, a tener que ganarse el sustento ven-
diendo sus horas de placidez. De paso, para ampliar o complementar
el panorama de sus desdichas, acusó a la mujer que lo tentó de ser la
culpable de su naciente esclavitud, de todas sus angustias y todos sus
quebrantos, como lo expresara el cantor de un ritmo popular que mu-
chos bailarines cantan al oído de su pareja, sin pensar en la gravedad de
esa melódica pero muy severa acusación.
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Juan Manuel Roca
Otro poeta, esta vez el belga Henri Michaux, escribió un agudo y cruel
poema llamado “Un hombre apacible”. Se trata de la historia absurda
y un tanto atravesada por un espíritu zen, de un individuo que duerme
mientras lo juzgan por no haber hecho nada ante el cadáver de su mu-
jer, triturada cuando un tren nocturno se llevó por delante su casa co-
mún. Tras el pavoroso accidente, el hombre continúa haciendo lo que
hacía a la hora de quedarse viudo: dormir. El acusado oye impasible su
sentencia y a continuación, como si no le concerniera, como si habla-
ran de otro, se echa de nuevo a dormir en una banca del juzgado, como
si refutara la frase de John Donne cuando afirmaba que nadie duerme
en la carreta que lo conduce de la prisión al cadalso.
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Manténgase lejos de los tibios
de la niñez que muchas veces llamó con gracia y rebeldía “su carácter
de huelguista”.
Asevera el poeta que la gente suele encarnizarse con los perezosos y que
“cuando están recostados los golpean, les echan agua fría sobre la cabeza
y no les queda otra cosa que apresurarse a hacer regresar su alma”.
Yo creo que los que obran así con los inofensivos perezosos lo hacen
por envidia, por ser incapaces de echar a nadar su alma, de dejarla ir de
vacaciones por ríos y mares, por lagos y estanques, nadando con estilo
libre como lo hacen los delfines, sin duda. Todo porque ellos, los pere-
zosos, son los únicos que saben que “el alma adora nadar”.
Hay que repetirlo una vez más: no nos podemos creer el cuento del
“homo faber” como de naturaleza superior al “homo ludens” (“el juego
es anterior a la cultura”, decía Johan Huizinga), ni mucho menos debe-
mos sentir culpa cuando no asistimos al trabajo.
Por todo esto se hace inolvidable una suerte de premisa taoísta que le
adeudamos a la lucidez hiriente de Cioran, una consigna que a veces
practico en algunas mañanas de desaliento: “Tomo una decisión, la
anulo y me acuesto”.
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Juan Manuel Roca
Los cronófagos asedian. Hay que poner cerrojo, la vieja tranca, el cora-
zón de hierro del candado. Y aún así se descuelgan por el patio de ropas
queriendo robar un pedazo de mi aurora.
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Manténgase lejos de los tibios
La noche
Camina en las terrazas con pasos de baile,
Con sigilo de ladrón.
Al anarquista de Nazaret (*)
Que repartió panes y vino
En una cena de adioses,
Lo acompaña un cortejo de músicos de aldea,
Una banda de doce peregrinos
Que tocaba en las fiestas de su padre
Y en las catacumbas del amanecer.
Tocaban canciones de Galilea,
Canciones de esclavos que entonaban hossanas
Y llamaban al baile a las muchachas de Israel.
Un juez de Massachusetts
Lo acusa de terrorista,
De robar una estación de gasolina
Y de asaltar el porvenir.
(A Bartolomeo Vanzetti le apagan su luz).
Afirman que embaucó a ciegos y leprosos
Con raciones fraudulentas del Paraíso.
Suena un banjo, un soul
Y una voz untada de luna baja desde la terraza
A las puertas de hierro del amanecer.
Es una canción que habla
De un cómico de la legua
Que aprendió a caminar
Sobre el agua vinosa del mar de Galilea.
Crucificadle, Crucificadle,
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Juan Manuel Roca
(*) “¿Cristo?
–Un anarquista que ha tenido éxito. El único.” (A. Malraux)
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Manténgase lejos de los tibios
FRONTERAS Y ESCRITURA
Las fronteras, podríamos decir una y mil veces, han sido territorios pro-
picios para los genocidios y la promulgación de leyes deplorables, para
el sojuzgamiento parcelado del hombre. Donde miremos hay fronteras,
convenciones inicuas, fronteras visibles e invisibles, muchas de ellas eri-
zadas de misiles y cañones. Ambrose Bierce, “el gringo viejo”, solía defi-
nir de esta manera el cañón: “instrumento empleado en la rectificación
de las fronteras”.
No hay geógrafos más nefastos que los que tienen ese instrumento re-
tumbante como lápiz indeleble para trazar linderos. Ni más peligroso
que un yankee haciendo mapas. No se quedan atrás los hacedores de
muros, desde Jericó hasta Berlín, cuyo largo paredón terminó por lla-
marse “el muro de la vergüenza” El que pretende hacer Donald Trump
podria ser llamado “el muro del sinvergüenza”: ni siquiera tiene el pu-
dor de recordar que su madre fue una inmigrante escocesa, una paria
llegada a Estados Unidos a buscar un mundo de libertades que ahora su
hijo enajena a nombre de una patria fraudulenta.
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Juan Manuel Roca
Me dirán que todas estas aventuras contra los muros y las fronteras de-
vienen solamente arte o literatura. Que miles de kilómetros de muro,
de enrrollados alambres de espino, de altas paredes de hormigón y to-
rreones de alarma son levantados más que para controlar el paso de la
droga (que por lo regular pasa por las narices de los aduaneros para lle-
gar luego a las narices de los consumidores), son levantados en verdad
por puro y legítimo miedo al otro. No puede haber algo más primitivo
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Manténgase lejos de los tibios
que este temor de un país que se dice la avanzada del mundo y que no
hubiera podido existir sin inmigrantes.
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Juan Manuel Roca
Libertablas
EN LA MUERTE DE UN ANARQUISTA
Acaba de morir Darío Fo, el dramaturgo italiano que levantó una pol-
vareda cuando recibió el Premio Nobel de Literatura en 1997. La re-
pulsa a su premio vino encarnizada sobre todo por el Vaticano que lo
consideraba nada más que un juglar. No podían entender cómo le otor-
gaban tamaño galardón tras los gloriosos antecedentes italianos que ya
lo habían obtenido en un número de cinco, entre quienes sobresalían
otro dramaturgo –Pirandello– y dos altos poetas, Salvatore Quasimodo
y Eugenio Montale.
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Manténgase lejos de los tibios
Personajes.
Su santidad el Papa
Una periodista
Eugenio Nobel
Darío Fo.
Escena primera (y última). Una sala dorada. Una silla papal, un ban-
quillo de acusados, una celda llena de nubes de humo de incienso, un
escritorio de periodista, lleno de papeles.
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Juan Manuel Roca
Periodista:
(Pasa las hojas de un diario Vaticano y cruza sus largas piernas enfun-
dadas en medias de seda del color de la canela). Dice con voz de pri-
madona:
Papa:
–La conozco. Su estirpe es diabólica, parece salida de las agencias noti-
ciosas del infierno. Satán Press, Belcebú Press... el diablo es anarquista.
Periodista:
–Padre santo, ¿cree usted que el Gran Premio de las Letras pasa a las
manos de Fo por una conspiración contra el alto clero?
Papa:
–Contra el clero, claro. Dios sabe qué sombra quiere revivirle a este
autor su dinamita mojada. Genus irritabible vatum*.
Periodista:
–Doctor Nobel, ¿ha leído al señor Fo?
Eugenio Nobel:
–Hace mucho no leo y no se qué accidente ha premiado a este hijo
descarriado de Occidente. Los rumores que me llegan de abajo indi-
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Manténgase lejos de los tibios
Papa:
–Paparazzis, tomen fotos de la palabra de Dios: “Abomino de los que
escandalizan a los niños. Y usted, señora periodista, pregúntele al señor
Nobel si está de acuerdo con las blasfemias, con los perjuros.
Eugenio Nobel:
–No. nunca.
Periodista:
–¡Y usted, reo de dudas (se dirige a Darío Fo que ha permanecido en
un banquillo con un gorro jacobino en la testa y una banderita rojine-
gra), díganos, después de recibir el Gran Premio, ¿seguirá hostigando
al cielo?
Darío Fo:
–No me he enterado del juicio que me siguen, sobre todo si ha sido
espoleado por las personas sin juicio que realizan estos juicios. Por for-
tuna aquí no hay ventanas para suicidas. Solamente conozco el juicio
a un anarquista. Si siguiéramos una especie de silogismo, o si llevára-
mos a sus últimas consecuencias la pesquisa de quién es, a juicio de las
autoridades, el culpable de que este hombre, Salsedo, se fuera ventana
abajo, diríase que no es por culpa de la policía. Porque sin edificios en
altura no habría colisión tan radical entre cuerpo y suelo. Sin ventanas
no habría vacío entre el adentro de una edificación y el afuera. Pues
bien, se dirá que la culpa la tienen los arquitectos o el que creó la ley de
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Juan Manuel Roca
Periodista:
–En su obra usted parece un corifeo de Bakunin o Kropotkin y ni ha-
blar de Malatesta, y de ese anarquista americano al que defiende. ¿Qué
demonios pretende exaltando la vesania y la desobediencia?
Darío Fo:
–Solamente digo que en las comisarías no hay muertes accidentales.
Y que el tiempo es anarquista. No permite sobre él ningún gobierno.
Papa:
–Caiga el telón, como la noche.
CANCIÓN ANARQUISTA
De lo único
que en verdad
me siento complacido
es de lo que no soy.
No soy clérigo
repartiendo
cruces de aire
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Manténgase lejos de los tibios
a una corte
de feligreses muertos,
no soy embajador
de Babilonia
vestido de buitre
o de Loyola.
No soy fabricante
de rejas y mortajas.
De lo único
que en verdad
me siento complacido
es de lo que no soy.
De lo único
que en verdad
me siento complacido
es de lo que no soy.
No soy
el que niega tres veces
al gallo
que canta en el corral
porque tiene
el alba en su garganta.
35
Juan Manuel Roca
No soy
el tartufo
que quisiera
tener una docena
de manos
para aplaudir
sin tregua
el paso del rey.
De lo único
que en verdad
me siento complacido
es de lo que no soy.
No soy
sombra de nadie,
sacristán de la patria,
mercenario
de sí mismo,
hombre de estado
ni novio de la muerte.
No soy vecino
del olvido,
juez de aduanas,
notario de ausencias,
perro de aguas,
cuidandero de un árbol
genealógico
en cuyas ramas
penden brujas de Goya
y frutos sin piel.
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Manténgase lejos de los tibios
No soy
guardagaleras
trotaconventos,
espía o contralor,
estatua de prócer,
enemigo del ocio,
poeta de cielos,
caballero
del santo sepulcro.
No he sido apóstol
de un señor
de horca y cuchillo,
capataz
de su oscura cosecha.
No ignoro
la dignidad del árbol,
su maestrazgo
silencioso
y sus altas potestades.
De lo único
que en verdad
me siento complacido
es de lo que no soy.
No soy intérprete
de los himnos,
patriota del vacío,
policía, granadero,
cadáver insepulto,
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Juan Manuel Roca
guía de insomnes
o caudillo
de mí mismo.
De lo único
que en verdad
me siento complacido
es de lo que no soy.
FE DE ERRATAS
Fernando Pessoa
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Manténgase lejos de los tibios
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Juan Manuel Roca
Por algo la palabra reconocer, que en griego quiere decir volver atrás y
que no en balde es un palíndromo, una palabra que se puede leer de
izquierda a derecha, como lo hacemos en Occidente, y de derecha a
izquierda como lo hacen los rabinos, los tipógrafos y los espejos, tantas
veces está asociada a la palabra error.
40
Manténgase lejos de los tibios
Frente a una historia como la que sigue hay pugna entre el elogio de la
imaginación y la realidad. Estaba sepultada en el basural de internet. Lo
mío es libérrima variación:
Una noche el enfermo que narra esos suecesos a los compañeros de in-
fortunio muere y, por supuesto, todos quieren heredar su camastro con
vista a la calle. Cuando el hombre al que le asignan su lecho entreabre
la ventana, descubre que solo hay un muro de ladrillo que le impide a
cualquiera ver el paisaje. Creo que no haya nada más parecido al poeta
que el personaje de esta historia, Se trata de alguien capaz de fabular,
de pastorear un error inducido desde su condición de reo del mundo,
condición a la que siempre se niega el hombre insatisfecho.
Ante una historia como esta, el realista que detesta todo lo que no sea
palpable, el que no cree que si la vida comete errores es porque todo
equívoco funda nuevas posibilidades creadoras, mirará con desdén lo
que no resulta comprobable y entonces llamará al cura y al barbero de
don Quijote para que no sigamos confundiendo molinos con gigantes
ni rebaños de ovejas con batallones de soldados, como si en esa equi-
41
Juan Manuel Roca
“Ningún medio para prosperar es más rápido que los errores ajenos”,
decía de manera enigmática Francis Bacon, que por lo demás hizo for-
tuna litigando como abogado, una profesión especializada en buscar el
error en el contrario.
Pero, a pesar de todo esto, no hay nada más triste ni patético, y a cada
tanto lo vemos en los grandes foros y congresos, que dos errores que se
refutan con pasión, que dos dislates que se atacan con brutal vehemen-
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Manténgase lejos de los tibios
cia mientras la verdad, impasible, guarda silencio. Tal vez a eso se refiera
el punzante duque de la Rochefoucauld, que escribía con vitriolo y sin
temor a errar: “no durarían mucho tiempo las disputas si el error estu-
viese de un solo lado”.
43
Juan Manuel Roca
44
Manténgase lejos de los tibios
Y la avenida de la soberbia,
Preferí cruzar
Por la vereda del error.
Allí me encontré viejos amigos
Que solo leían en los libros
El colofón de las erratas.
En todos ellos,
Hay más verdades
Que en los hechos comprobados
De nuestra estúpida historia.
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Juan Manuel Roca
2. Un ángel terrible
3. Un fantasma tragaleguas
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Manténgase lejos de los tibios
4. El rey bastardo
La historia dice que el motivo para que el rey no se dejara ver desnu-
do, “ni siquiera de sus espejos”, nacía más bien del temor a revelar un
tatuaje jacobino que ocultaba bajo su ropaje pluvial y que decía en un
francés combativo y guillotinero: “mort aux rois”, “muerte a los monar-
cas”. Alguien aún más pérfido y aristocrártico afirmaba que el tatuaje
estaba escrito con mala ortografía, que es como llevar en el cuerpo para
siempre una errata peor que una mala conciencia. Hecho a la idea de
su nueva vida, a la que llegó por trucos del destino y de la guerra y por
haber desobedecido a Napoleón en una batalla, el monarca seguía sin
embargo siendo una suerte de vasallo de su pasado y no quería exponer-
se a ser ejecutado por algún siervo que al leer la leyenda tatuada en su
pellejo resultara en extremo obediente a la consigna escondida. Y que
entonces, sin desgano, ejerciera su cuchillo. Jan de Suecia parecía com-
partir la idea del satírico Horacio en su “Poética”, su fatigada expresión
“coram populo”, que es la idea pérfida de que no se deben mostrar al
pueblo ciertos asuntos. Lo que menos esperaba Carlos XIV era oir de
su hijo y sucesor, aún niño, su voz chillona lanzada al cortejo de sus
solemnes y sorprendidos chambelanes: “el rey va desnudo”. Y que sus
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Juan Manuel Roca
Los impacientes
CERRAR LA PUERTA
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Manténgase lejos de los tibios
El carácter de esta antología tiene que ver más con la belleza de esta
poesía que con el hecho de haber sido escrita por suicidas. No es un
foro de suicidas, es un concilio de tocados por la flecha furtiva de un
dios impaciente.
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Juan Manuel Roca
Lo anterior, como aviso para crearle un vade retro a los suicidas ver-
gonzantes, a los no convencidos por el gesto del silencio, pero no para
aquellos que como Kleist buscaban una compañía como requisito úni-
co para cerrar, definitivamente, la puerta. Ya Lautreámont decía que
nadie quisiera usar “la corbata de Nerval”, la soga con la que el poeta
colgó su cuerpo y su sombra y posiblemente a su ángel de la guarda.
Al suicida convencido nada puede detenerlo. Se sabe, sin embargo, de
un antiguo rey que ante la oleada de suicidios de mujeres en el reino,
optó por promulgar una ley según la cual, mujer que se suicidara sería
expuesta desnuda en la plaza pública. Santo remedio, la desnudez, que
en aquellos tiempos sólo era privilegio teórico del espejo –el único que
podía asistir a la intimidad de las doncellas– pudo más que la idea del
castigo eterno en las calderas del infierno.
Pero las leyes dictadas en contra del suicidio muchas veces son absurdas
y ridículas. Como lo testimonia este pasaje narrado por Nicolás Ogarev
en 1860. Este exiliado ruso en Londres escribió lo siguiente según Al
Álvarez (“El dios salvaje): “ahorcaron a un hombre que se había cortado
la garganta, pero a quien habían salvado de morir. Lo ahorcaron por
suicida”. Y todo, por supuesto, a nombre de la civilización. Ya Carlos
50
Manténgase lejos de los tibios
Marx afirmaba en su peculiar libro “Acerca del suicidio”, que “la cla-
sificación de las diversas causas de suicidios sería la clasificación de los
defectos de nuestra sociedad”.
Ahora hay quienes afirman que el poeta (lo deben confundir con el
Croninamantal de Apollinare), fue asesinado. En Colombia hasta la
historia de un suicidio tiene pena de muerte.
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Juan Manuel Roca
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Manténgase lejos de los tibios
BALADA SURREAL
DEL IMPERTINENTE
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Juan Manuel Roca
Dice
haber visto
un cura furtivo
arrojando
en el agua bendita
un puñado
de tabletas
efervescentes
y
algunos feligreses
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Manténgase lejos de los tibios
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Juan Manuel Roca
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Manténgase lejos de los tibios
De verdades y desgracias
Ella señalaba que “hay una alianza natural entre la verdad y la desgra-
cia”, aunque algunos traducen derrota en vez de desgracia. Me parece,
con respeto, que este aserto suyo podría ser bien su epitafio o bien su
testamento:
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Juan Manuel Roca
En Libertown
EL ANARCO Y LA LIRA
Parece muerto el tiempo del escritor y del poeta outsider, del fuera de
lugar en relación al mundo de las convenciones y al universo pragmá-
tico. Quebradas las trincheras ideológicas de la guerra fría, al menos
en su más vistosa apariencia, y entronizada ya la idea de que no hay
nada más soberbio que pedir causas perfectas, ni mucho menos, causas
pasionales, parece que el remedio, por lo menos así lo pregona una
legión de corifeos, es abdicar. Ceder al canto de sirenas del sopor o del
aturdimiento intelectual.
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Manténgase lejos de los tibios
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Juan Manuel Roca
Esto ha sido así desde que el hombre es hombre. Pero también siempre
han existido los poetas desobedientes. ¿Qué hacer con la poesía que se
niega a la servidumbre, entonces?
Es algo que podría responderse por negación: ¡qué no hacer! Por ejem-
plo, no ceder al canto de sirenas del facilismo propuesto por el mercado
editorial. Por ejemplo, mostrar la eterna insatisfacción con la llamada,
de manera pomposa y unívoca, realidad. Si el hombre fuera en esencia
un satisfecho, sencillamente no hubiera existido la poesía. ¡Qué no ha-
cer! Por ejemplo, desocultar los poderes fácticos que se esconden bajo
la alfombra de las buenas costumbres. Por ejemplo, señalar la mediocri-
dad del mal puesta al servicio de los poderes, pues es en la tienda de los
mediocres y los calumniadores donde hacen fila los genocidas.
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Manténgase lejos de los tibios
poesía, y podemos tomarla como hecho genérico para todas las artes,
que es como dijera Saint John Perse “el pensamiento desinteresado” o
como lo expresara el resabiado Henry David Thoreau, “la salud del len-
guaje”, a lo mejor llegue a ser una religión sin feligreses, nos repiten a
cada tanto las Casandras editoriales. Pero ella es como la araña que tre-
pa por la escoba que la barre. No pido que nos levantemos de hombros,
sin darle importancia al asunto. Pero le ha sido tantas veces decretada la
muerte a la poesía que la larga cadena de sus creadores parece fraguada
en los talleres de Lázaro. De esto creo que da muestra esta antología.
61
Juan Manuel Roca
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Manténgase lejos de los tibios
Tal vez el hecho de que sin proponérselo el poema del poeta norte-
americano resulte de tono ácrata provenga de que hay una esfera no
racional ni programática que escapa a cualquier creencia ideológica. Así
ocurrió cuando Gógol escribió “Almas Muertas”, un autor que al decir
de Kropotkin era “un realista escrupuloso”. Algunos allegados llegaron
a decirle que con su formidable novela había hecho la demolición del
zarismo y el primer sorprendido fue él, que se consideraba zarista. ¿En
qué momentos hay asuntos incontrolables sobre la creación que nos
hacen decir algo que no creemos estar diciendo?
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Juan Manuel Roca
que va desde los luditas fusiladores de relojes hasta los patafísicos exper-
tos en “soluciones imaginarias” sería cuento de no acabar, pero resulta
un rango importante en el libro.
Todo el libro aspira a ser asistido por una cruza entre la desobediencia
y el humor, atravesado de palabras libres de servidumbre. Resulta esti-
mulante que se pueda reunir tal cantidad de poemas que no provienen
únicamente de las ideas programáticas de un movimiento revulsivo que
produjo la adhesión de grandes escritores, pintores, historiadores, mú-
sicos, dramaturgos, filósofos e intelectuales, sino que también son obra
de poetas sin una militancia específica en muchos casos. Todos con-
cientes, sin duda, de una época, “privada de futuro”, diría Simone Weil,
en la que “la espera de lo que vendrá ya no es esperanza sino angustia”.
El libro también aspira a ser un vade retro a los cortesanos, a los adula-
dores y tartufos, y es como si evocáramos al viejo Valéry de esta alerta
escrita en “Los principios de la a-narquía pura y aplicada”: “cuando
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Manténgase lejos de los tibios
alguien te lame las suelas, colócale el pie encima antes de que empiece
a morderte”.
GARABATOS EN EL TIEMPO
Desde los relojes de leche de Babilonia hasta la anulación casi total del
hombre que juega por el hombre que trabaja, siendo el juego anterior a
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Juan Manuel Roca
Ferrer nos recuerda que esa revuelta era más de orden moral o social
que política. Por supuesto que esta subversión ludita fue también, apar-
te de que veían la llamada revolución industrial como una automatiza-
ción de la clase obrera, una repulsa contra la maquinación del tiempo.
Esto lo han sabido bien los poetas. No en vano fue Lord Byron un
gran admirador del movimiento ludita al que dedicó uno de sus cantos
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Manténgase lejos de los tibios
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Juan Manuel Roca
Un niño
Se zafa de la mano
De su padre.
Y tras el giro,
Al volver a la calle,
Es un anciano.
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Manténgase lejos de los tibios
Libertablas
MESTER DE JUGLARÍA
La oposición que podría darse por parte del grupo de teatro libertario
“Els Joglars” hacia un Mester de Clerecía, no tendría que ver únicamen-
te con sus regodeos populares a la manera de la juglaría medieval sino,
más bien, con esa manía que tiene este elenco de correrle la alfombra a
la seguridad, de arrojar aserrín en la espesa sopa aldeana, en la desacra-
lización que hacen de cualquier tema. Ya estas pugnas con la realidad
doméstica, esa manera libertaria de sopesar el mundo les ha ganado
toda una gama de embrollos, que el propio director Albert Boadella,
cabeza visible del grupo de teatro catalán, minimiza hablando más que
de problemas, de “engorros”.
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Juan Manuel Roca
tan insólito como sus obras: el hecho de tener que cambiar camerinos
por celdas de una prisión, una extraña manera de “protegerlos” ideada
por las autoridades policivas. En 1984, les hicieron un juicio kafkiano
por esa misma obra “Teledeum”, pero en esos caminos de la ecena a la
cárcel, quizá la más seria represalia contra Boadella ocurrió por los años
76 y 77. Luego de un mes entre rejas logró fugarse, estuvo en esa otra
prisión menos visible que es el exilio y a su regreso a España volvieron
a echarle mano para pasar otra nueva temporada de cuatro meses preso.
Los actores tenían a su vez que ir a dormir al presidio. Todo esto fue
causado por “La Torna” y su acre retrato de la casta militar española,
ya con el generalísimo enterrado a fondo –su cuerpo pero no su influ-
jo– puso a “El Joglars” de nuevo en la mira de la ley. Y en la picota a
Boadella. El programa de mano fue la prueba del delito en una supues-
ta transición democrática.
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Manténgase lejos de los tibios
“El Joglars” pasó por Bogotá durante el más reciente Festival Iberoame-
ricano de teatro trayendo en sus equipajes todas las piezas del montaje
“Yo tengo un tío en América”. Una obra que que se aproxima a una
visión herética y demencial de la Conquista, que por imaginaria quizá
resulte más real pues la realidad no es seria en sus cosas.
No es esta la Conquista vista por un solo lado de los binóculos sino una
idea fuerte y original del mestizaje, de un mestizaje por violación, algo
que en esta pieza teatral se resuelve a punta de agujas hipodérmicas en
una imagen sencilla e intravenosa de la mezcla de sangres y de razas.
La pregunta podría ser entonces acerca de quiénes son los locos, los de
dentro, ¿o los de fuera de las rejas?.
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Juan Manuel Roca
Este caso valeroso de ver la Conquista sin afeites –algo que recibió fuer-
tes censuras aún en la España de la transición democrática– resulta algo
así como mentar espejo en casa de ciego, nudo corredizo en casa del
ahorcado.
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Manténgase lejos de los tibios
Acá no hay ningún telón, sí, ningún telón de Aquiles: nada desentona
en esta obra. Ni la dirección, ni la espléndida y parca escenografía, ni la
puesta en escena, ni los actores que trabajan sin protagonismos, como
en una creación orgánica.
Pocas veces se puede salir de una obra de teatro a plenitud, con el sabor
que deja la visión de unos seres teratológicos que nos hablan de la esen-
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Juan Manuel Roca
PANFLETOS
“Nos sentamos tranquilamente borrachos y locos
a editar panfletos de un país realmente mejor
donde un hombre pueda beber un vino más delicado”.
Malcolm Lowry
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Manténgase lejos de los tibios
Yo era muy joven entonces, tenía el sol como única mira y minar las
palabras me era grato. Los años, tal vez los descalabros, fueron sua-
vizándome los gestos: ya no edito mordaces panfletos que quisieran
despertar el país de los idiotas.
Ahora les digo con desgano: sigan durmiendo, almas de Dios, felices
sueños.
AL POBRE DIABLO
Al que estorba en la fiesta de los audaces, a los que no han tenido oficio
conocido y no podrían balbucir el retrato hablado de su madre,
A los que siempre parecen estar en otra parte, al que escapa de las mira-
das cuando lo buscan en el parque como pasto de burlas,
75
Juan Manuel Roca
A los que ignoran qué responder cuando preguntan “¿quién anda por
ahí?”, al que “le daban duro con un palo y duro también con una soga”,
Al que cambiaría el becerro de oro por una charla con parias y tenderos,
al aturdido, al turulato, al pestífero que pregunta en qué lugar queda
la vida,
Al incierto cuya sombra cojea más que su cuerpo, a los que han sido
más pateados que el balón de una escuela, al sospechoso de todas las
aduanas por su morral lleno de vacío,
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Manténgase lejos de los tibios
Al que solo conoce la lengua del silencio, al que llevan al tribunal por
negarse a vestir el uniforme de los muertos,
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Juan Manuel Roca
Al que devela la miseria que ocultan los himnos, a los hombres acosa-
dos que sospechan que todas las ventanas del mundo están a punto de
saltar al vacío,
A los locos del pueblo que cruzan enfundados en una capa de harapos
como reyes miserables,
Les dedico esta ronda de palabras sin blasones: algo de ellos convive sin
remedio en mi pellejo.
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Manténgase lejos de los tibios
Dicen que la escoba la heredó de una vieja hechicera y que la usó en los
estrados para barrer vestigios de la oscura noche medieval.
El poeta conservaba su sombra intacta, aún tenía sus dos piernas tra-
galeguas y un paladar que seguía econtrando amarga la belleza. Venía
cargado de frutos robados al viejo guardián del Paraíso. Los dos inter-
cambiaron recetas contra el hambre y los exilios, la impaciencia y el
presidio. Sus palabras obedecían a sus gestos, arropados bajo el sol rojo
y negro de las barricadas.
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Juan Manuel Roca
BIOGRAFÍA DE NADIE
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Manténgase lejos de los tibios
Creo que
a Dylan Thomas,
“Scotch” Fitzgerald
y Malcolm Lowry,
les gustaría este bar.
Lo proyecté
en la pantalla
de un sueño salvaje
y profundo
como un ánfora rota
en casa
de Omar Khayyam.
Era un inmenso salón
de botellas ebrias
con un ligero toque
de iglesia cubista
iluminada
por una luz cenital.
Habré
de regresar al sueño
–y por supuesto–
al bar que hace esquina
con la calle
de la luna cercenada.
Lo bautizaré
Stalingrado:
nadie se lo puede tomar.
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Juan Manuel Roca
TESTAMENTO DE DURRUTI
Sobre
las
cabezas
de quienes
construyen
con la misma
madera
toneles y cadalsos,
propongo
el viento,
el
viento,
anterior
a la bandera.
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Manténgase lejos de los tibios
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Juan Manuel Roca
PRUEBA DE BALÍSTICA
Me convenció
De la nobleza de apuntar al Pentágono
Con la estatua de Lincoln convertida en cañón
O con proyectiles de la cabellera rizada de George
Washington.
Se relamía
Como el niño que juega a la Armada Imperial en su bañera:
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Manténgase lejos de los tibios
Por-Dios-Eros
Esa religión del amor es la única “cuyo dios es falible”, según la expre-
sión de Jorge Luis Borges. En el mismo sentido afirma Edgar Morin en
el libro “El amor libre” (“La revolución sexual de los anarquistas”) don-
de comparte textos con Bakunin, Malatesta, Georges Brassens y Eliseo
85
Juan Manuel Roca
Pero es quizá del desamor donde nacen los más intensos poemas, siem-
pre proporcionales en pasión al amor que desalojan, y en esta materia
se puede acudir al magnífico “Tango del viudo” de Neruda, un poema
de una factura más bella aunque revulsiva, creo, que su adolescente
veintena de poemas de amor.
Sin percatarse del todo, el amor pagano incorpora ciertos rasgos de los
ritos de la religión dominante, los hace suyos cuando se habla con de-
voción para recordar que somos feligreses del ser amado, cuyo cuerpo
y corazón se vuelven motivo de culto. Y en esto sí que abunda tanto la
mala como la buena poesía.
86
Manténgase lejos de los tibios
Para Nácar Fuster, por ejemplo, el poema tiene que ver con Yavéh –que
es el esposo– y con Israel, que es la esposa. De esa manera se niega la
fiesta del cuerpo y su exaltación lírica, el vértigo de un Eros desplegado
como las velas de un navío, por temor a quebrantar los dogmas y cáno-
nes religiosos. Se apacigua y se amansa.
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Juan Manuel Roca
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Manténgase lejos de los tibios
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Juan Manuel Roca
LECCIONES ÁCRATAS 1
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Manténgase lejos de los tibios
UNA GENERACIÓN
(Grabado en Mezzotinta)
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Juan Manuel Roca
Emisario de Acracia
ESTACIÓN RIMBAUD
(Al espíritu de rebelión)
I.
Un manojo de voces
De Rimbaud se ha dicho todo, o casi todo, inclusive lo que no agrega
nada a su obra, a su vida y a su incalculable legado, pero todos los días
tenemos noticias suyas, reales o fabuladas. Cada vez que hay una cer-
teza sobre Rimbaud, gracias a sus múltiples rostros, se evade. Se evade
de la civilización, sea esto lo que fuere, de su familia, de su palabra, de
la cultura togada, pero no ha podido evadirse de la gloria, así la supiera
sol de muerto, luna de estercolario.
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Manténgase lejos de los tibios
Paul Claudel, poeta católico, diría de Rimbaud que era “un místico en
estado salvaje”. “Espero a Dios con verdadera gula” (“Mala sangre”).
Pero, en verdad, el poeta parece haber ejercido una especie de teogamia,
de apareamiento con un dios pero también con un demonio. Pero es
Char, René Char, quien como siempre hace diana y sintetiza sin duda
lo que para muchos representa: “es el primer poeta de una civilización
todavía por nacer”.
Henry Miller en un libro (El tiempo de los asesinos), pregunta que “Si
pensamos que sólo fue un niño aquel que dio un tirón de orejas al
mundo, ¿qué nos queda por decir? ¿No hay acaso algo tan milagroso en
la aparición de Rimbaud sobre la tierra como en el despertar de Gauta-
ma o en la aceptación de la cruz por Jesucristo?... De cualquier manera
que se interprete su obra o se explique su vida, está más vivo que nunca.
Y el futuro le pertenece... aunque no haya futuro”.
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Juan Manuel Roca
Rimbaud era un peligro, alguien que pastoreaba los abismos y que que-
ría “cambiar la vida”. Estamos hablando de un gran poeta cuya obra fue
escrita entre los catorce y los veintiún años, que vivió con vértigo y con
una intensidad que parece de milenios.
Una pieza que nos queda faltando para armar su rompecabezas: nos que-
damos sin saber qué le diría su noble y viejo amigo German Nouveau
en la carta que nunca llegó a manos de Rimbaud en Adén, pues ya hacía
un par de años que había muerto.
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Manténgase lejos de los tibios
II.
La leyenda
A la edad de los juegos animistas de los niños hablaba latín mejor quizá
que el que se recita en las pompas sacerdotales, que la lengua muerta
de los pavorreales de sacristía (perpetuum mobile). Esto parece hablar de
una suerte de Paracleto, de una pequeña llama que lo visitó para darle
el don de las lenguas, incluida por supuesto la lengua suelta del asco.
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Juan Manuel Roca
Bien se sabe que fue quien sentó en las rodillas a la belleza y saboreó su
amargura, su calcárea y engañosa presencia, el que nos habría de dotar
de un equipaje de dudas ante la fatiga de la esfinge. Bien se sabe que la
relación de la poesía con la vida es disfuncional.
A los veinte años los muchos que fue dejaron de serlo. Le entregó el
relevo a un dios mudo y menesteroso, a un ángel de la guarda leproso,
si pensamos que la avaricia es la lepra del alma. Guardaba entonces con
la ambición del que cuenta rupias frente a un espejo para sentirse más
rico, monedas sonoras en su alforja. Ya era un rey Midas al revés que
convertía el espejismo del verbo, el desorden de los sentidos y las aspi-
raciones de vidente en monedas de lodo. Pero su cuenta con la poesía
ya estaba saldada.
Por la poesía dio su vida, quizá ella fuera su droga más a la mano. Quizá
bajo sus efectos haya visto una mezquita donde otros solo veían una
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Manténgase lejos de los tibios
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Juan Manuel Roca
Lejos está aún su viaje a Arabia, tan bien descrito por Alain Borer
(“Rimbaud de Arabia”), las noches sofocantes de Harar, el robo del
que es víctima en el comercio de armas por parte del rey Menelik, gran
señor de Choa. Un paria asaltado por un monarca no es una fábula.
Siguiendo la tradición de tantos reyes adictos al latrocinio, Menelik se
hace al botín del poeta mercader. Más lejos aún, está la muerte con un
ramo de flores de gasa en sus espigadas manos, esperándolo. Mira sin
impaciencia su necrómetro. Viste de enfermera de la caridad, se ajusta
su mandil en el corredor de un hospital para pobres en Marsella.
Como el perro temerario que ladra a las olas al llegar a la playa y deja de
hacerlo cuando el mar se retira, cruzó el mundo con una tea encendida
en mitad de la borrasca.
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Manténgase lejos de los tibios
LA POESÍA
Algo así
como entrar
en la zona
del peligro
con una vieja
colt inservible,
algo como abrir
un paraguas
en medio
de espesos
abaleos,
la poesía,
riesgosa
y vagabunda,
cultiva
las flores
prohibidas.
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Juan Manuel Roca
Tarjeta blanca
Esas dos palabras, esos dos conceptos por los cuales han corrido verda-
deros mares de tinta, me parece que han sido muy bien definidos por
una dupla de escritores de talantes afines y de percepciones cercanas al
anarquismo. Albert Camus, que decía que la libertad es el derecho a
no mentir, y Henri David Thoreau, quien afirmaba que la poesía es la
salud del lenguaje.
100
Manténgase lejos de los tibios
Que la poesía es una religión sin feligreses se nos repite a cada tanto en
los medios y en los bufetes, invocando la inutilidad y llamando al des-
aliento, y tras manifestarlo corren a reunirse y a hablar en el esperanto
101
Juan Manuel Roca
Así le ocurría a Miguel Ángel, que creía que en cada piedra hay una
escultura escondida y que basta con eliminar lo que sobra en ella para
encontrarla.
Podría repetir con René Char que “en todas nuestras comidas en co-
mún invitamos a la libertad a sentarse”. Y agregar en consenso con
el poeta de “Furor y misterio” que “el lugar permanece vacío pero el
cubierto está puesto”. Podría también parafrasearlo: a cada página en
blanco está invitado el poema. Y aunque el lugar permanezca vacío, la
abierta invitación a encontrarlo sigue tentándonos, a riesgo de fracasar
en el intento, como suele ocurrir.
102
Manténgase lejos de los tibios
Sin acaso saberlo, uno y otro son emisarios de un acto de fe. Nos entre-
gan un pasaporte para vadear fronteras y estrecheces, una visa que nos
permite ser ciudadanos de una y otra parte, unos hombres cuyo mayor
placer consiste –aún en momentos de supresiones y censuras–, en con-
tinuar la resabiada y pertinaz libertad en la escritura.
TESTAMENTO DE ESPARTACO
El viento
Vale más que una ristra de sestercios.
Lo sabe el emperador
Que anhelaba un pueblo
Con un solo cuello para cortar.
Lo saben la plebe y el senado,
Que son esclavos del tiempo.
No hay grandes combates
En la arena del olvido.
No hay escribas ni gladiadores
Más grandes que la muerte.
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Juan Manuel Roca
En la aduana me preguntan
De qué país soy ciudadano.
Cuando la Catrina toca su pífano de hueso
Y remienda sueños olvidados, soy mexicano.
Si al abrir y cerrar un bandoneón se despliega la calle
Y un gato recorre las cornisas del barrio,
Mi ángel de la guarda habla en lunfardo.
Si la tristeza se riega en mi cuarto,
Envalleja mi pan y mi artesa, mi plato y mi cuchara,
Soy el huayno que acompaña al hombre solitario,
Un hombre llegado de la puna.
Veo el fantasma de Teillier y soy agua de Chile,
Compatriota de cielos y naufragios.
Si el silencio se desliza en un bote de totora,
Si las nubes mascan coca para subir a su altura, soy boliviano.
Cuando suena una orquesta y la percusión del pecho
Lleva un sonido de trenes al túnel de la noche,
Soy de Santiago o La Habana, un lajero que regresa
A golpear con su bastón los tinglados del alba.
Si un potro recorre la llanura (si el viejo Simón Díaz
Trae un sombrero de oro, un color de araguaney),
Mi agua bautismal es Venezuela.
¿Sabe usted, impaciente aduanero,
Dónde queda Uruguay? Queda en otro monte,
En otro mundo fabulado por el Conde sin reino.
Soy uruguayo al visitar el eco de sus cantos.
El viento trae semillas de lejanía,
Teje y desteje trenzas y nubes
Y un concilio de sombras oficia las distancias:
Soy correo de Chasquis,
Un incierto corresponsal de Gangotena.
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Manténgase lejos de los tibios
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Juan Manuel Roca
Un cuento pánico
Aunque atrás, muy atrás, han quedado sus sueños, el señor Calderón
recuerda al compinche que siempre le decía enseñándole una postal de
Oriente: “un grafitero, un pintamuros, debería babear ante la Muralla
China, ese inmenso muro podría agotar toda la pintura almacenada en
las bodegas que asaltas”. Y sonrió, si sonrisa puede llamarse esa ladeada
manera de subir una comisura como un perro. Miró la guía de París,
su nomenclatura, en un librito que debió alguna vez ser rojo con letras
doradas y con uno de sus dedos curvos siguió el dibujo que le recordaba
cómo ir a Los campos de Marte o a La Bastilla. No era tan fácil como
viajar del barrio de la Candelaria a la Estación de la Sabana, pero ya se
había habituado. Por lo pronto, sabía que se encontraba en la boca del
Metro en Ledru-Rollin, y que por fin tendría un empleo, y no sólo la
ayuda que hasta ahora recibía como asilado político. No era fácil para
un extranjero, descontando su nacionalidad, que hablaba un francés
de la más precaria emergencia y que tenía sus dos manos maltrechas,
casi baldadas, conseguir un empleo. De modo que Calderón metió sus
manos en unos guantes de lana negra y guantes y manos en un abrigo
que debió vivir mejores días.
¡Esas manos suyas! Parece que hubieran recibido toda la nieve de Rusia o
toda la glacialidad de una blanca Laponia. Eran las suyas dos manos de
garfio, encorvadas como picos de cuervos, como los dedos de Nosferatu,
como de gárgolas de Notre Dame, como raíces de mandrágora, como la
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Manténgase lejos de los tibios
Por qué no ir donde sus viejos amigos, se dice, unos más parias que
otros, a celebrar, y ya va en camino silbando una vieja tonada que habla
de una región que tiene tren pero que no tiene tranvía, apresurando a
cada tanto el paso en los socavones del Metro –ratas pavlovianas le dijo
alguien refiriéndose a sus usuarios– para tomar la ruta a La Bastilla.
107
Juan Manuel Roca
país, que es más bien el país el que se exilia de uno, los pasos hacia atrás
–acangrejados– que otros llaman nostalgia. Sólo allí, en el reducto de
amigos, se sabe la verdadera historia individual que a veces por pudor
o por misericordia se soslaya. Como la historia real de las manos de
Calderón. La oculta historia envuelta en una pregonada artritis, en un
problema óseo, en los tarascazos de lobo de cada invierno que asoma su
hocico a la humedad de un cuartucho.
108
Manténgase lejos de los tibios
Y allí sigue, inmóvil, la estatua de Bolívar que oyó zumbar balas en los
mitines y cañoneos en su plaza. Será la última en exiliarse del país, un
país donde hasta las sombras bailan el danzón de las pistolas. La estatua
de Bolívar que ha visto el paso de ganso de presidentes de librea sirvién-
dose a sí mismos su plato de vacío, es quizá lo único en que confío en
un país que nos dieron por cárcel.
Sí, ave nocturna, pajarraco enlutado, aura tiñosa, mi hábitat fue la no-
che. Nadie como yo, el búho Calderón, para perpetrar en la noche la
voz de los muros.
109
Juan Manuel Roca
Un día, como la pintura escaseaba, asaltamos una bodega. Era una gran
fábrica que tenía en su terraza un aviso de neón donde un hombre de
gorra subía y bajaba su mano derecha con una brocha que llenaba de
rojo el techo de una casa. Tarros, potes de todos los colores, desde el
rojo y el negro más Bakunin que Stendhal, para el festejo de la pintada,
de la grafía oculta. No hay muro de mi ciudad que no conozca, los mu-
ros son como una especie de palimpsesto del olvido. Conozco lo que
hay bajo la piel de las paredes del Cementerio Central, en los blancos
paredones de La Concordia, en los muros erizados de vidrios de la Es-
tación de la Sabana, conozco todos los muros cardinales de Usaquén y
de Banderas, de La Macarena y Las Cruces.
Las paredes vírgenes a las que nunca llené de voces y leyendas me se-
guían esperando. Si no hubiera llegado esa patrulla, si hubiera escu-
chado la voz de alerta, si no me hubieran llevado a un sótano, si no
hubieran martillado día y noche mis manos....
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Manténgase lejos de los tibios
Así hablaba Calderón, consigo o con su espejo. Así hablaba con el que
fue o con quien dejó de ser, haciendo un balance de su vida clandestina.
Antes de llegar a la oficina donde empezaría a trabajar cortó el chorro,
cerró el grifo de las evocaciones. Cuando le explicaron el que debía ser
su oficio, recordó que la mujer gorda le había recomendado no dejar
las manos en casa.
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Juan Manuel Roca
En un cuaderno
En el que trazaba
Mapas a su antojo.
Cuando el odio cambió de voz
Y empezó a sombrearle
En el labio superior
Un esbozo de bigote,
Arrojó su corazón a una cesta
Y se puso a planear ciudadelas
De miedo en la noche de Europa.
Cuando el odio se hizo adulto
Repartió puerta a puerta
Un cargamento
De cuchillos de niebla
Y nombró heraldo de sus tropas
A la muerte. La condecoró
Con una cruz de plomo
Y un monóculo de yeso.
De haberlo sabido, a lo mejor
El viejo profesor de urbanidad
Le hubiera enseñado
Al vástago de la familia Hitler
Que no es de buen tono,
De buena educación, ir por la vida
Aplastando cabezas,
Izando como estandarte una mortaja.
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Manténgase lejos de los tibios
JOSEPH STALIN
RECREA EL ÁLBUM DEL OLVIDO
Ras,
rasguen
las fotos
de viejos
camaradas,
héroes
de paso,
transeúntes
de la historia:
todo el poder
para la niebla.
La historia
la escriben
los amigos,
pero aparte
de mí,
¿me queda
alguno?
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Juan Manuel Roca
Llega la peste. La ciudad portuaria, como una muñeca rusa que guarda
dentro otras muñecas, parece parir ratas moribundas. Tras limpiar ca-
lles y rincones de esas emisarias de muerte, un nuevo cortejo envuelve
a la ciudad en atmósferas de espanto. Como si pasara el flautista de
Hamelin –al que evoca Günter Grass en La ratesa– las ratas morían a
los pies de los habitantes. Entre el 16 y el 25 de abril, según el expe-
diente estadístico, se recogieron 6.321 ratas muertas. Con las primeras
muertes humanas la peste y el miedo hacen pareja.
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Manténgase lejos de los tibios
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Juan Manuel Roca
No hicieron el Coliseo
para que los tigres devoraran
a su antojo a los cristianos,
tan poco apetecibles,
ni para ver ensartadas
como entremeses del infierno
a las huestes de Espartaco.
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Manténgase lejos de los tibios
Por ejemplo,
en un caballo de bronce
de la Piazza Bianca.
Al momento de restaurarlo,
al asomarse a su boca abierta,
encontraron en el vientre
esqueletos de palomas.
Como tu amor,
que se vuelve ruina
mientras más lo construyo.
El tiempo es romano.
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Juan Manuel Roca
Paisajes y verdugos
En canibalia
DE CANÍBALES ILUSTRADOS
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Manténgase lejos de los tibios
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Juan Manuel Roca
En ese choque de culturas podríamos decir que así como se sabe que
la primera palabra aborigen que entró al idioma español fue la palabra
canoa, una voz que se deslizó por los ríos del lenguaje hacia otras playas
idiomáticas, la imagen del caníbal, del engullidor de otros, regresó a
bordo de las carabelas hacia España, llevando a Europa un talismán en
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Manténgase lejos de los tibios
Señores diputados,
nada mejor
para ponerle fin
a los dolores de cabeza
–cefalea, migraña,
malas ideas–,
que esta sencilla
maquinaria
de mi invención.
Un pequeño
tinglado de madera
y mi cuchilla
acabará
con la mollera
descarriada
de la gleba.
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Juan Manuel Roca
Bonjour
monsieur Guillotin,
me dice
un fantasma jacobino
en un paisaje
de sombreros sin cabeza.
Tras el pasillo
de la Asamblea,
como un tallo sin rosa,
la sombra acéfala
de Robespierre.
Un cuento allanado
PLAZA DE MAYO
I.
Todos los jueves las llevaban a un presidio. De una en una, para no
llamar la atención las metían en una celda individual, acompañadas de
un muerto. Ninguna se atrevía a mirarlo. Un primer temor las asaltaba
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Manténgase lejos de los tibios
al pensar que el muerto pudiera ser uno de sus hijos. Las mujeres per-
manecían con sus pañuelos en la cabeza, la respiración contenida y los
ojos quietos, al lado del yacente.
–Luego de una, o varias noches, las soltaban. Y ellas, las viejas, las locas
que algunos veían como urracas, como pajarracos agoreros, volvían a
la Plaza.
Interior. Noche. Casa allanada. Escenas de una mala película. Los mue-
bles despedazados, los libros deshojados, las cartas confiscadas, el olor a
uniformes y soldadesca impregnando la estancia. Cámara, acción.
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Juan Manuel Roca
–Viejas locas. Viejas molestas. Viejas sentimentales, que creen que “el
sonido más bello es la voz de los hijos”, decían los expertos en la vida,
mientras apuraban un vino. Si desaparecimos a sus hijos, ¿por qué no
a ellas?, y si aparecen otras, ¿por qué no desaparecer la Plaza de Mayo,
las calles, la ciudad, la provincia, el país todo, en defensa de la patria?
El hombre es asunto del pasado, ya desaparecimos el tranvía, La Recova
Vieja, el antiguo Cabildo colonial...
Por eso las viejas, las locas, eran miradas con asombro y con recelo,
como fantasmas que atraviesan las nieblas de un mundo calcáreo a pun-
to de esfumarse, como auténticas aparecidas venidas de otro mundo.
II.
De esa época hablan los que no perdieron la lengua en la feria del des-
dibujo.
Pocos lo recuerdan. Para qué hablar de hechos ingratos, dicen los sa-
ciados.
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Manténgase lejos de los tibios
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Juan Manuel Roca
una niebla lechosa. Una niebla de olvido que irá desvaneciendo todo
lo que toca.
LOS BANCOS
Descargan sacos,
monedas rojas
en una transfusión
de sangre.
Sus sacerdotes
miran subir con regocijo
la fiebre del termómetro
en los blancos hospitales.
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Manténgase lejos de los tibios
Los bancos
son los nuevos templos
con altares de hielo
y flores de estuco
donde la paciencia se arrodilla
mientras guardan en sus cajas
la tierra prometida.
Los becerros
amasados con barro
son convertidos por su dios,
un Midas escondido
tras sus tenues encajes,
en una torre de oro,
de mierda y oro.
El hombre
que un día se despierta
y encuentra que su casa
es un vacío,
el que ha vuelto a ser
agricultor sin tierra,
un príncipe de sí mismo
convertido en batracio,
la viuda abrazada
a la sombra de una fuga,
son obligados a entrar
a su nave de rodillas,
feligreses de su obediencia.
La avaricia,
esa lepra del alma,
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Juan Manuel Roca
De vez en cuando,
un asaltante de bancos,
un especialista en retiros,
diga usted
un John Dillinger de barriada,
se anima y entra al templo
de los pulcros verdugos,
toma su botín,
ladrón que roba a ladrón,
y los diarios
hablarán del feroz sacrilegio.
Los bancos,
umbrales del infierno,
callejones conectados
a la red de las cloacas,
sucursales de una morgue
donde todo agoniza.
Ya vienen a buscarte,
ya vienen a entregarte
razones de tu muerte.
No te dejes engañar.
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Manténgase lejos de los tibios
Anarca de Noé
DE BESTIAS Y POESÍA
Desde niños quisimos cazar tigres en las selvas de Emilio Salgari y ba-
llenas blancas en los mares de Herman Melville. Fue bochornoso robar
frutas en el mercado para tentar al ruiseñor de Keats que siguió sin can-
tar en nuestra rama. Los pulpos de Lautreamont hicieron su ballet de
ausencias. El pájaro pintado a la manera de Prevert pocas veces se posó
en nuestra ventana. Nos cansamos de leer las horas en los ojos de los
gatos chinos de Baudelaire. Al trote fuimos en el burro de Vallejo, de su
burro peruano en el Perú. Sufrimos del albatros la lacerada angelidad
de los poetas pero el tigre de Blake brilló en la selva del poema. Fuimos
a una cena en la mansión de los murciélagos del Popol Vuh.
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Juan Manuel Roca
Aún así, seguimos festejando los falsos poderes emblemáticos que les
endilgamos a los animales. Pero, la verdad, ninguna bestia celebra que
le ampliemos y nos ampliemos cada noche el reloj de arena del desierto.
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Manténgase lejos de los tibios
LOS PATRIOTAS
¡Oh!,
los patriotas, los dulces patriotas.
¡Oh!,
cómo irradian su saber
cuando aclaran
que una cosa es la verdad
y otra muy otra la patria.
Los domingos
llevan coronas
al panteón de los héroes
y un coro resurrecto
entona canciones
de dolor y telaraña.
¡Oh!,
los graves patriotas
lanzan vivas a los muertos
y sueltan
palabras como palomas
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Juan Manuel Roca
desde la jaula
de sus dientes.
¡Oh!,
los patriotas agitan
sus banderas de nieve
en la tarde roñosa
bajo el hipócrita sol
de la sabana.
¡Oh!,
cómo intentan eternizar
las rosas de su muerte.
¡Oh!,
la heráldica
celeste que rastrea
entre ácaros y academias.
Me admira
su andar de balso
por las alfombras
de los grandes salones.
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Manténgase lejos de los tibios
¡Oh,
sublime es cuando miran
el Capitolio
como a un templo de Marte.
¡Oh,
suave es la forma
como pronuncian
la palabra democracia,
como alimentan
los potros que espantan
con sus colas
las moscas que zumban
en la casa abandonada
de la historia.
¡Oh!
cómo no amar a los patriotas,
suss buenas maneras,
la elegancia que portan
al momento
de asfixiar o torturar
a quienes –como usted
o como yo– no merecemos
una ración de viento.
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Manténgase lejos de los tibios
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Manténgase lejos de los tibios
La recurrencia en las fases lunares del diario, los augurios leídos en sus
formas, el monólogo en guardia de quien empieza a preguntarse por
qué diablos el perro de la familia Chao lo mira dos veces, van crean-
do un clima de zozobra para hacernos partícipes como lectores de un
mundo vejado por el hombre tras las leyes feudales, por los cercos de la
usura, por el apetito de los arrendatarios, “el veneno de sus discursos” y
el gusto impuesto y creciente de devorar hombres.
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Manténgase lejos de los tibios
El rey tarado,
de alma
más deforme
que los bufones
de la corte,
sonríe
a la reportera
de una revista
de moda.
No sospecha
que su escopeta
también
asesina
a Don Quijote
y repite
las fusilerías
que ensordecieron
a Goya.
Qué va
a entender
el reyezuelo
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Juan Manuel Roca
el gesto
repetido
en el cristal
de una estirpe
de reyes
miserables.
Para Jorge Riechmann
LAS PIROTECAS
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Manténgase lejos de los tibios
Si fuera cierto que el verdadero paraíso debería ser como lo soñara Bor-
ges una amplia y espigada biblioteca, la quema de libros además de
inquisición y barbarie resulta ser la expulsión del único edén que va
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Juan Manuel Roca
No por incierto
dejaré de escribir
esta carta
con matasellos
del limbo
y una grafía brumosa.
Una carta de un país
que dejamos de ver
al doblar una esquina,
un país
como un corredor
de fondo
que huye de sí mismo
y es desatado tifón
en plena noche.
No por incierto
dejaré de escribir
una carta
sin remitente
para decirte
que no es bueno
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Manténgase lejos de los tibios
Anarcoepílogo
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Juan Manuel Roca
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Juan Manuel Roca
–¿Qué podría aportar como poeta a una cada vez más remota revolu-
ción?
–Por lo pronto, la posibilidad de ser arena y no aceite en la maquina-
ria del horror, en la retórica del miedo con el que intentan rodearnos.
Miedo al otro, miedo a la libertad, diría Erich Fromm, miedo a perder
el empleo, miedo a quitarnos la venda, miedo a romper la costumbre,
miedo a salir del rebaño, un miedo erizado y sin fondo al mañana.
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Manténgase lejos de los tibios
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Juan Manuel Roca
ter Trump. Por eso, creo que la mayoría del pueblo norteamericano lo
acepta de buena gana como parte de un filme. Admiro de los Estados
Unidos todo lo que no se parece a Estados Unidos o por lo menos lo
que no hace parte de la franja lunática, esa que sigue cantando y mar-
chando jubilosa hacia el abismo.
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Manténgase lejos de los tibios
cada jornada electoral. Y es bueno saber que el tipo anda por fuera de
los partidos.
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RELOJ DE ARENA
H a b i t a d o
por el paso de un
beduino, habitado
por el espejismo
que ve amores
eternos
en el
viento y
en las dunas,
las horas pasan
en caravana,
gobernadas por
el implacable señor
de los vacíos.
COLECCIÓN CUADERNOS