REDIS Volumen 8 Número 1
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Abstract
This research is based on a systematic review on emotional intelligence and people
with special intellectual needs. Making a description about emotional intelligence,
theoretical models and current educational involvement, with the aim of describing
the research that justifies the need for the development of emotional intelligence in
people with intellectual disabilities. Using the Google Academic and Dialnet databa-
ses, 25 articles were obtained, which describe the benefits of emotional intelligen-
ce for personal well-being, self-efficacy, self-esteem, confidence and security that REVISTA ESPAÑOLA
DE DISCAPACIDAD
it provides. The development of emotional intelligence provides them with greater
life satisfaction and quality of life because it facilitates greater knowledge, control
and emotional regulation, turning these into resources to face the impulses, anxiety,
frustration and stress of these people. Emotional intelligence is one more link in their
Para citar:
development and comprehensive training, facilitating and improving their develop- Garrote, D. et al. (2021). La
ment and interpersonal relationships. inteligencia emocional en niños y
Keywords jóvenes con necesidades educativas
especiales de tipo intelectual. Revista
Emotional intelligence, intellectual disability, emotions, integral development.
Española de Discapacidad, 9(2), pp.
119-134.
Doi: <https://doi.org/10.5569/2340-
5104.09.02.07>
1. Introducción
La tendencia e influencia de diversos autores y sus modelos de evaluación de la inteligencia emocional se han
convertido en uno de los fenómenos que paulatinamente va tomando mayor presencia y cabida en diferentes en-
tornos y contextos de la sociedad del siglo XXI, entre ellos, el educativo (Fernández-Berrocal y Extremera, 2002).
Las instituciones educativas, el currículum de educación y otras entidades son los encargados de implementar
diversos contenidos y acciones metodológicas, entre otros aspectos, que tienen la obligación de dar respuesta a
las demandas inconscientemente requeridas y propuestas por la sociedad que la componen; es decir, como los
autores Mella y Ortiz (1999) indican, la sociología determinista de la educación (…) lleva a la negación sociológica
de la escuela como una institución independiente de los efectos de la sociedad global (p. 71).
Considerando la actual ley educativa LOMLOE (Ley Orgánica de Modificación de la LOE, Ley Orgánica
3/2020, de 29 de diciembre, por la que se modifica la Ley Orgánica 2/2006, de 3 de mayo, de Educación), y
la consiguiente puesta en marcha en los colegios, es difícil lograr el fomento del desarrollo integral de la per-
sona. Además de las críticas expuestas por Trujillo y Rivas (2005), podría afirmarse que, en parte, también
se debe a la escasez y presencia nula del trabajo y tratamiento de las emociones en aulas cada vez más di-
versas y con diferentes necesidades educativas especiales; ya que, todavía las instituciones educativas ac-
tuales se rigen por metodologías tradicionales en las que los alumnos y alumnas con mejores calificaciones
son aquellos que tienen mayor cociente intelectual. Sin embargo, la inteligencia académica no es suficiente
para alcanzar el éxito profesional (Fernández-Berrocal y Extremera, 2002) porque el cociente intelectual de
una persona no es un indicador preciso que asegura el éxito en la vida; además, la inteligencia académi-
ca no proporciona una formación propicia para hacer frente a las dificultades (Orellana-Cortijo, 2017). La
presencia del tratamiento de las emociones en la LOMCE (Ley Orgánica 8/2013, de 9 de diciembre, para
la mejora de la calidad educativa) busca el desarrollo social y personal de forma transversal en el currículo.
Esta investigación busca la reivindicación de la necesidad del tratamiento y desarrollo de la inteligencia emo-
cional en cualquier entidad educativa y aula, a consecuencia de los beneficios y aspectos positivos que tiene
para ofrecer tanto individual como colectivamente a alumnos, maestros, familiares y la sociedad en general
y, del mismo modo, a las personas con necesidades de tipo intelectual. Facilitando la inteligencia emocional
desenvolverse mejor en el mundo (González y Villanueva, 2014), mantener relaciones saludables con adultos e
iguales (Bisquerra et al., 2015), aportar una mejor adaptación personal, social, académica y laboral (Palomera
et al., 2017), facilitando la detección y adaptación a los cambios con una adecuada respuesta (Bisquerra, et al.,
2015). Siendo clave la regulación y control de las emociones (Jiménez y López-Zafra, 2009).
Muchos contenidos educativos tienen como base o fin el desarrollo cognitivo de sus educandos, por el
motivo de que, como puede comprobarse en cualquier realidad educativa, aparecen infinidad de conteni-
dos relacionados con capacidades memorísticas, entre otros. Además de la inteligencia, han de tenerse en
cuenta otros aspectos como la afectividad y la personalidad, con la intención de poder valorar y trabajar
adecuadamente la capacidad de adaptación de los individuos, manteniendo que la inteligencia tiene, del
mismo modo, una estrecha relación con las emociones, así como la propia personalidad y los aspectos
sociales (Chamarro y Oberst, 2004).
El ser humano está caracterizado por tres dimensiones, según las tesis de Zubiri (2006): individual, social
e histórica; las cuales son exigidas por la propia realidad y necesidad como persona. Goleman (1995), por
su parte, popularizó la idea de que la experimentación y la expresión de las emociones, como parte de la
inteligencia y habilidad para la adaptación en diferentes circunstancias de la vida, es un aspecto a destacar,
ya que considera que la inteligencia emocional es más determinante que el desarrollo cognitivo que una
persona puede alcanzar en su vida, tanto en áreas de trabajo como en sus relaciones personales (Chamarro
y Oberst, 2004). Por lo tanto, si un ser humano está compuesto por tres dimensiones, entre ellas, la social,
y ésta a su vez está estrechamente relacionada con las emociones, no se debería descartar la posibilidad
de poder desarrollar un aspecto tan importante que configura al ser humano. Es más, se ha comprobado,
en el entorno más cercano, la necesidad de trabajar las emociones en el aula, tanto para todo el alumnado
en general, como para aquellas personas con necesidades especiales; por el motivo de que el impacto de
la obra de Goleman (1995) y su popularidad (Chamarro y Oberst, 2004) no ha llegado a todas las institu-
ciones educativas de nuestra sociedad. El hecho de que no haya llegado esta divulgación e interés por el
tratamiento de la inteligencia emocional a nuestros centros educativos descarta la opinión general de esa
necesidad de gestión y tratamiento de las emociones que promulgan que tiene nuestra sociedad autores
como Roberts, Zeidner y Matthews (2001).
La educación actual ha sido conformada a consecuencia de una transición desde una escuela completa-
mente tradicional a una escuela más actual que lucha por nociones nuevas como la diversidad y la inclu-
sión. Todo ello se ha ido caracterizando y conformando debido a diversos cambios todavía pendientes de
una completa consolidación; ya que nos encontramos en un proceso de recogida de información del que
se esperan muchos resultados beneficiosos y crecimiento y no, precisamente, un estancamiento (Román,
2005). En cuanto a las emociones, que todavía tienen un papel muy discreto en las escuelas, Salovey y
Mayer (1990) contribuyeron a que esto cambiase proponiendo el concepto de inteligencia emocional y
demostrando las aportaciones beneficiosas que ésta tiene: diferentes conductas, éxito en la vida y mejor
rendimiento académico, entre otras. Sus aportaciones contribuyeron a importantes avances en el desarrollo
de programas de gestión emocional en los centros educativos (Buitrago y Herrera, 2013), realizándose des-
de las instituciones educativas numerosas experiencias y programas (Aránega et al., 2014). Esta tendencia
surge a partir del siglo XX, a consecuencia del fortalecimiento y tendencia al sentimiento y necesidad de
modificación y amoldamiento a las circunstancias propias de cada tiempo, así como las notorias ganas y
curiosidad del ser humano para solventar eficientemente con asiduidad las demandas del futuro. A partir
del final del siglo pasado, todas estas tendencias mencionadas fueron igualmente reflejadas en el ámbito
educativo debido a que surgió la necesidad de modificar los criterios pragmáticos para la intervención y
actuación educativa, dando fruto a un nuevo fenómeno sociopedagógico que introdujo muchos beneficios:
nuevos valores, sentimientos de pertenencia, fomento de la inclusividad, respeto hacia las diferencias y la
diversidad, etc. Una de las conceptualizaciones de la educación, según Delors (1996) se fundamenta en
base a cuatro pilares: aprender a hacer, a convivir, a conocer y aprender a ser. Así es que la educación tiene
como fin buscar y favorecer el desarrollo de las capacidades y habilidades de cualquier persona sin excep-
ción, intentando mitigar los aspectos que desfavorezcan esto último (concepciones sociales, prejuicios,
búsqueda del éxito por encima de todo, rivalidad, entre otros).
Actualmente podría decirse que nuestra sociedad está inmersa en una crisis social, por el motivo de que
sus integrantes buscan el máximo beneficio individual a nivel material, sin considerar la presencia de los
demás y prevaleciendo aspectos tan degenerantes como la individualidad (Mateu, 1987). Es por esto por lo
que la sociedad de hoy en día depende de una educación de calidad para poder seguir avanzando y evo-
lucionando, fundamentándose en aspectos como el trabajo cooperativo, trabajando el currículum en todos
sus niveles, incentivando la pertenencia personal y social, así como la autoestima (Braslavsky, 2004) para la
obtención de un bienestar subjetivo presente y futuro de cada persona, y como este bienestar puede influir
en el rendimiento de diferentes actividades (Fogarty et al., 2016), favoreciendo así la comunicación entre el
profesor y los alumnos y entre los propios alumnos (Garrote et al., 2019).
La discapacidad intelectual centra su atención, según Shalock (2009), en la expresión de las limitaciones
del funcionamiento individual dentro de un contexto social y representa una desventaja sustancial para el
sujeto. El concepto ha evolucionado desde un rasgo de la persona (déficit) a un fenómeno humano que tiene
origen en factores orgánicos y/o sociales (factores que dan origen a limitaciones funcionales que provocan
cierta restricción para realizar cualquier acción que se espera en la sociedad).
Existen dos grandes grupos en los que podrían diferenciarse los modelos de la inteligencia emocional:
(Mayer et al., 1999). Por lo tanto, es un uso adaptativo de las emociones y su aplicación al pensamiento
que tenemos (Fernández-Berrocal y Extremera, 2005). Son emociones que se consideran que están
en continuo cambio, por el motivo de que cada ambiente específico requiere de diferentes emociones
(Sternberg y Kaufman, 1998).
• Los modelos mixtos, cuyos principales autores han sido Goleman (1995) y Bar-on (1997), están com-
puestos por los rasgos estables y la capacidad de automotivación de cada persona, con el objetivo de
adquirir una habilidad para poder regular eficientemente las propias emociones. Están fundamentados
por aspectos relacionados con la personalidad, las habilidades cognitivas y los elementos de cada
persona en particular. Según este modelo, la inteligencia emocional se refiere a los comportamientos
típicos y formas de experimentar que se tiene del mundo, en vez de hacer referencia a una habilidad
pragmática (Trujillo y Rivas, 2005).
El modelo de habilidades, también llamado modelo de cuatro ramas de la Inteligencia Emocional (Mestre-
Navas y Fernández-Berrocal, 2007), hace uso de una visión funcionalista de las emociones en diferentes
situaciones para que después éstas sean aplicadas en el pensamiento. A través de este modelo, las emo-
ciones se consideran como aspectos en continuo cambio, porque en un ambiente específico no se requiere
de las mismas emociones que en otra situación o en otra circunstancia (Sternberg y Kaufman, 1998). Este
modelo de cuatro ramas se basa en cuatro ámbitos, los cuales corresponden a cuatro aspectos diferentes
de las emociones. Según los investigadores Mestre-Navas y Fernández-Berrocal (2007), cada uno podría
explicarse y describirse de la siguiente manera: percepción y expresión emocional, facilitación emocional,
comprensión emocional y regulación emocional.
El modo de pensar de estos niños y niñas en la escuela está caracterizado por una memoria mecánica y
una incapacidad de generalización. La memoria mecánica que puedan tener puede ser de alta calidad; sin
embargo, no significa que entiendan lo que han recordado. Por otro lado, tienen escasa habilidad general
y pensamiento, además de la dificultad para hacer distinciones entre aspectos importantes y otros no tan
importantes y, habitualmente, necesitan ayuda en sus habilidades adaptativas (Gento y Strnadová, 2011).
Según Rodríguez (2008) la personalidad de estas personas está bastante caracterizada. Su autoconoci-
miento es bastante nulo, por el motivo de que se ha afirmado que un cociente intelectual bajo conlleva
un menor éxito y, por consiguiente, menor conocimiento propio y subestimación de sus capacidades. Del
mismo modo, se les hace difícil reconocer e identificar sus emociones. Además, muestran mayores niveles
de ansiedad que personas con la misma edad cronológica o edad mental, aunque esto último no está ates-
tiguado como consecuencia del nivel cognitivo, sino que se debe, a priori, a factores vivenciales más que
intelectuales. En cuanto a la capacidad de regular la propia conducta (capacidades de regulación, autorre-
fuerzo y auto-observación), habitualmente no se encuentra en estas personas, debido a que el autocontrol
es una de las habilidades menos desarrolladas en ellos y ellas por la baja tolerancia a la frustración. Así
mismo, las personas con necesidades especiales de tipo intelectual pueden presentar baja autoestima, a
consecuencia de los posibles fracasos que han podido llegar a tener durante su vida; además de la escasa
habilidad para mantener relaciones sociales, que pueden verse afectadas por comportamientos de inadap-
tación emocional o respuestas impulsivas o disruptivas, en ocasiones, llevándoles a situaciones de rechazo
(Alonso, 2013). Así es que, la inteligencia emocional, además de beneficiar el contexto educativo, también
beneficia el personal y social, desarrollando las habilidades adaptativas de estas personas y favoreciendo
su desarrollo integral, para que en un futuro puedan, en la medida de lo posible, vivir independientes, sin
guía ni supervisión continua, a pesar de que, en infinidad de ocasiones, las familias quizás tengan que
sobreponerse a situaciones preocupantes y a la sobreprotección para el beneficio de sus descendientes.
El contexto familiar puede sufrir con mayor frecuencia las consecuencias del estrés, provocando en oca-
siones presión o tensión familiar o, incluso, alteración de su situación a causa de condiciones externas que
influyen en el ecosistema familiar. Estos elementos externos provocan estrés debido a que suponen aspec-
tos, a priori, fuera del control de las familias (Gento y Strnadová, 2011). A pesar de ello, las familias deberían
favorecer la ocasión de autosuficiencia a sus hijos en edad escolar, apostando por una educación que favo-
rezca el desarrollo integral de sus infantes, reduciendo así esta ansiedad y estrés; ya que, viendo en primera
persona los beneficios que puede ofrecer la inteligencia emocional, comprobarían que sus descendientes,
poco a poco, irían haciendo uso de herramientas que les ofrecerían la oportunidad de defenderse en su pre-
sente y futuro en diferentes ámbitos vitales; convirtiéndose esto último en un aspecto tranquilizador para las
familias. Así es que, como puede comprobarse, la inteligencia emocional no sería únicamente beneficiosa
para este colectivo objeto de estudio, sino para su entorno familiar y educativo también.
2. Objetivo
Como indica Paredes (2010) los aspectos emocionales y afectivos reciben muy poca atención en situacio-
nes y ámbitos que acogen a personas con necesidades especiales de tipo intelectual, además de los esca-
sos estudios que se han realizado con estas personas acerca de esta temática. Así es que podría indicarse
que actualmente se cuenta con insuficientes documentos, investigaciones, etc. sobre la vida emocional
de estos sujetos, así como estudios que relacionen este trastorno con la inteligencia emocional, ya sean,
niños, adolescentes o adultos (Sánchez-Ramírez, 2018). El hecho de que en los últimos años la inteligencia
emocional haya tomado paulatinamente mayor cabida y haya suscitado, así mismo, mayor interés, sobre
todo en la etapa de educación primaria (Soler et al., 2018), así como en el ámbito universitario como recurso
benefactor para un mejor ajuste y adaptación al nuevo medio (Suriá, 2018), demuestra el interés y efecto
positivo que puede llegar a tener en ámbitos educativos.
Por lo tanto, como consecuencia de esta relativamente visible necesidad y breve consolidación en entornos
educativos del siglo XXI, en esta investigación, basada en una revisión sistemática, pretendemos analizar la
literatura científica para dar a conocer aquellas investigaciones que justifican la importancia y/o necesidad
del desarrollo de la inteligencia emocional en jóvenes con algún tipo de necesidad especial intelectual.
3. Metodología
Haciendo hincapié en el objetivo y con la intención de identificar, evaluar y sintetizar los estudios más des-
tacados que se han desarrollado acerca de la inteligencia emocional y la discapacidad intelectual se lleva a
cabo una revisión sistemática a través de las bases de datos Dialnet y Google Académico. La base de datos
Dialnet está considerada como uno de los portales bibliográficos más significativos de difusión científica del
mundo, abordando ámbitos de conocimiento de las Ciencias humanas, jurídicas y sociales, siendo la fuente
abierta de producción científica más completa en español (Mateo, 2015).
Como criterios de selección se han utilizado las palabras clave: inteligencia emocional y discapacidad inte-
lectual. No se han llevado a cabo restricciones de tipo temporal a consecuencia del poco tiempo que lleva
investigándose la inteligencia emocional. Un límite en la búsqueda ha sido el idioma, utilizando el castellano.
Aparecieron cuarenta y dos trabajos de investigación; tras un proceso de selección manual para ajustarnos
a las necesidades de la revisión, descartando aquellos donde la población objeto de estudio no eran niños
o jóvenes, se han analizado un total de veintisiete artículos con contenido relacionado con el área de edu-
cación emocional y personas con necesidades intelectuales entre las edades de la niñez, adolescencia y
juventud.
4. Resultados
5. Discusión y conclusiones
La necesidad de incorporar la inteligencia emocional y su desarrollo en las aulas para alumnado con ne-
cesidades especiales de tipo intelectual se justifica por los beneficios que puede ofrecer: proporcionarles
una adecuada consolidación en su formación y desarrollo integral, calidad de vida y bienestar personal,
crecimiento personal y conocimiento de sus propias emociones y ajenas, buscando ser más competentes
para vivir en la sociedad actual. Una adecuada educación emocional, la cual intensificará y desarrollará la in-
teligencia emocional de este colectivo, les procuraría la oportunidad de conocer mejor sus emociones, iden-
tificándolas, diferenciándolas y asimilándolas; siendo capaces de expresar, controlar, adaptar y gestionar
sus propias emociones y las ajenas. Del mismo modo, estas personas podrían gozar de un bienestar tanto
emocional como personal, que, a su vez, les permitiría enfrentarse a diferentes hándicaps y necesidades
de manera más efectiva, como la confianza y seguridad que les proporciona este tipo de inteligencia para
afrontar su posible ansiedad, frustración y conductas desadaptativas, así como la autoeficacia y autoestima
que les puede llegar a dar. Por tanto, la inteligencia emocional también les ayudaría a afrontar de manera
más autónoma y eficaz los retos que se propongan, permitiéndoles, desenvolverse mejor y que tomen sus
propias decisiones, sobreponiéndose a los problemas y dificultades con mayor responsabilidad, optimismo
y pensamientos más positivos.
Por último, entre los resultados obtenidos cabría destacar la visible mejora en uno de los hándicaps que
presentan, como son las habilidades adaptativas, junto con el desarrollo de habilidades pragmáticas. Así
mismo, sus competencias sociales y emocionales se acrecientan y desarrollan procurando relacionarse
mejor y potenciando sus habilidades asertivas. No obstante, pueden solventarse los frecuentes problemas
de índole interpersonal que suelen sufrir estas personas, dando fruto a una convivencia y vida social más
sana, con mejores habilidades comunicativas, y de comprensión, pudiendo tener la oportunidad de desen-
volverse socialmente. En el ámbito académico y escolar, también se han podido observar efectos positivos
en los resultados, como la mejora del clima del aula, fortaleciendo la participación de estos estudiantes,
la prevención de posibles conflictos, disputas, discriminación, la falta de entendimiento, etc., buscando
alcanzar la concienciación sobre las propias emociones y el control de las mismas (Jiménez y López-Zafra,
2009), y también el bienestar subjetivo con estrategias de regulación emocional (Extremera et al., 2020). Sin
embargo, todo lo mencionado hasta ahora puede verse influenciado por el tipo y grado de discapacidad
intelectual de cada sujeto, aunque es innegable la cuantía de aspectos positivos de los que podría bene-
ficiarse cada persona en mayor o menor medida. No obstante, se corrobora la necesidad e importancia
de introducir una educación emocional y el consiguiente desarrollo de la inteligencia emocional para estas
personas por los ámbitos que podría mejorar o beneficiarse.
Por tanto, las instituciones educativas deberían incluir y potenciar la inteligencia emocional como parte de la
enseñanza de forma permanente (Álvarez et al., 2018; Fiori y Vesely-Maillefer, 2018), convirtiéndose ésta en
imprescindible para el desarrollo integral de cualquier persona (Collantes, 2016). Las emociones constituyen
un factor muy importante para estas personas pues potenciando su inteligencia emocional podrían alcanzar
un equilibrio emocional que favorecería su adaptación al entorno (Cal, 2014). Así mismo, según Ruiz (2004) las
emociones son estados de un individuo, y los sujetos con necesidades especiales de tipo intelectual tienen
una vida emocional tan rica como las de los demás; viviendo los efectos de esos sentimientos igual o incluso
con mayor intensidad que las personas que les rodean. Estas personas pueden tener ciertas dificultades a la
hora de controlar sus emociones (Álvarez et al., 2018), así como las limitaciones presentes en las habilidades
adaptativas (conformadas por áreas como la comunicación, el autocuidado, la seguridad…), que repercuten
en sus habilidades y relaciones sociales, haciendo que se conviertan en un grupo vulnerable y de riesgo
(Simón, 2012). Todo esto impide que la persona pueda funcionar adecuadamente en su vida diaria, incapaci-
tando su funcionamiento acorde con lo esperado, impidiendo responder apropiadamente a cambios vitales o
a las demandas del ambiente, etc. (Cabezas et al., 2018). Estas dificultades, que les llevan a una inmadurez
social por la falta de comprensión de valores, normas y relaciones, pueden desembocar en conflictos y, en
ocasiones, episodios de agresividad a la hora de intentar resolver problemas (Rodríguez, 2008).
2004); viéndose esencial trabajar las habilidades emocionales o la competencia emocional para fortalecer y
promulgar dicha educación entre estos estudiantes, procurando del mismo modo una educación y desarro-
llo integral (Alonso, 2013) a través de la inteligencia emocional.
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