Lo Que El Caribe Ha Dado Al Mundo

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Lo que el Caribe ha dado al mundo

Alejo Carpentier

El Caribe ha desempeñado un papel privilegiado y único en la historia del continente


americano y del mundo.

En primer lugar, allí se realiza el descubrimiento del paisaje americano, de la realidad de


otras vegetaciones y de otras tierras que aparece en el diario de viaje de Cristóbal Colón.
Con ese libro y con las cartas que Colón manda a los Reyes Católicos narrando sus viajes
sucesivos, se instala América en las nociones del hombre y este tiene por primera vez una
noción cabal del mundo en que vive. Ya conoce su planeta, ya sabe que es redondo, lo va a
explorar ahora a sabiendas de a dónde va. Por primera vez en la historia sabe él en qué
mundo vive.

Este acontecimiento es tan trascendental y tan importante que hemos de decir que es el
acontecimiento más importante de la historia. Porque existe en la historia universal un
hombre anterior al descubrimiento de América y un hombre posterior al descubrimiento
de América.

Ha sido descubierta América y, de repente, por una serie de circunstancias, nuestro suelo,
y muy particularmente el suelo caribe, se vuelve al teatro de la primera simbiosis, del
primer encuentro registrado en la historia entre tres razas que, como tales, no se habían
encontrado nunca: la blanca de Europa, la india de América, que era una novedad total, y
la africana que, si bien era conocida en Europa, era desconocida totalmente de este lado
del Atlántico. Por lo tanto, una simbiosis monumental de tres razas de una importancia
extraordinaria por su riqueza y su posibilidad de aportaciones culturales y que habría de
crear una civilización enteramente original.

Ahora bien, apenas se ha llevado a cabo el descubrimiento y empieza a conocerse este


Nuevo Mundo, como le llamaban, se produce un elemento negativo, que va a ser
compensado con un elemento positivo.

Empecemos por el elemento negativo: la noción de coloniaje nace con el descubrimiento


de América. Ya se sabe que antes de venir a América los españoles, esos otros navegantes
extraordinarios que fueron los portugueses habían llegado a los confines de Asia, habían
explorado lo que llamaban “las islas de las especias”. Pero esos navegantes, portugueses
principalmente, algunos ingleses y franceses, que pronto llegaron hasta la India y
navegaron a lo largo de África, jamás pensaron en crear colonias en el sentido propio de la
palabra. Ellos creaban unos almacenes de intercambio comercial, iban a buscar mercancías
y ofrecían mercancías a cambio. Negociaban, comerciaban, podía haber puntos donde
hubiera diez, doce, quince familias de colonos, que eran familias de los mismos empleados
de ese comercio, pero no había una noción de colonización.

España sí entra en América con esa noción. Y el primer gran colonizador que entra en
América después del descubrimiento es el hijo primogénito de Cristóbal Colón, don Diego
Colón, que llega nada menos que con su esposa, doña María Toledo, que era sobrina del
Duque de Alba. Él funda una pequeña corte renacentista en Santo Domingo, en cuyas
calles paseaba a menudo aquel intelectual que era Gonzalo Fernández de Oviedo, que iba
a ser el próximo cronista de Indias, y pronto se fundan universidades y se representan
piezas teatrales.

Esta idea de colonización parece ya perfectamente afianzada, instalada. Pero la historia


tiene sus sorpresas, y no se contaba con un elemento imprevisto: el de los esclavos
africanos. Traído del continente africano, el negro que llega a América aherrojado,
encadenado, amontonado en las calas de buques insalubres, que es vendido como
mercancía, que es sometido a la condición más baja a la que puede ser sometido un ser
humano, resulta que va a ser precisamente el germen de la idea de independencia. Es
decir que, con el transcurso del tiempo, va a ser ese paria, ese hombre situado en el
escalón más bajo de la condición humana, quien nos va a dotar nada menos que del
concepto de independencia. Esto merece una explicación.

Si tuviéramos un mapa donde pudiera encenderse un bombillo rojo dondequiera que ha


habido sublevaciones de esclavos negros en el continente, encontraríamos que desde el
siglo XVI hasta hoy siempre habría un bombillo encendido en alguna parte. La primera
gran sublevación comienza en el siglo XVI en las minas de Buría, en Venezuela, con el
alzamiento del negro Miguel, quien crea nada menos que un reino independiente que
tenía incluso una corte y hasta un obispo de una Iglesia disidente creada por él.

Muy poco después, en México, se produce la sublevación de la Cañada de los Negros, tan
temible para el colonizador que el virrey Martín Enríquez se cree obligado a imponer
castigos tan terribles como la castración, sin contemplación de ninguna índole, sin juicio,
para todo negro que se hubiera fugado al monte. Poco tiempo después surge el Palenque
de Palmares, donde los negros cimarrones del Brasil crean un reino independiente que
resistió a numerosas expediciones de colonizadores portugueses y mantuvo su
independencia durante más de sesenta años.

En Surinam, a fines del siglo XVII, se produce el levantamiento de los tres líderes negros:
Sant Sam, Boston y Arabí, contra el cual se rompen cuatro expediciones holandesas. Hubo
la Rebelión de los Sastres, en Bahía; hubo en Cuba la que encabezó Aponte, pero merece
mención particular por su trascendencia histórica el Juramento de Bois Caiman.

En un lugar llamado Bois Caiman, o sea Bosque del Caimán, se reunieron en una noche
tormentosa las dotaciones de esclavos de la colonia francesa de Saint-Domingue, hoy
Haití, y juraron proclamar la independencia de su país, independencia que fue completada
y llevada a plena realidad por el gran caudillo Toussaint Louverture. Con el juramento de
Bois Caiman nace el verdadero concepto de independencia. Es decir que al concepto de
colonización traído por los españoles a Santo Domingo, en la misma tierra se une el
concepto de descolonización, o sea el comienzo de las guerras de independencia, de las
guerras anticoloniales que habrán de prolongarse hasta nuestros días.

Me explico: cuando tomamos la gran Enciclopedia, la famosa enciclopedia redactada por


Voltaire, Diderot, Rousseau, D’Alembert a mediados del siglo XVIII en Francia y cuyas ideas
tanta influencia tuvieron sobre los caudillos de nuestras guerras de independencia, nos
encontramos con que en esa gran enciclopedia el concepto de independencia tiene un
valor todavía meramente filosófico: se dice independencia del hombre frente al concepto
de Dios, frente al concepto de monarquía, se habla de libre albedrío, de hasta qué punto
llega la libertad individual del hombre, pero no se habla de independencia política. En
cambio, lo que reclamaban los negros de Haití —precursores en esto de todas nuestras
guerras de independencia— era la independencia política, la emancipación total.

Yo sé que muchos podrán objetar diciendo que el Juramento de Bois Caiman tiene lugar en
1791 y que mucho antes había habido la independencia de los Estados Unidos. Nadie lo
niega. Pero no hay que olvidar que cuando las trece colonias norteamericanas se
emancipan de la autoridad del rey de Inglaterra y pasan a ser un país independiente que
ya no es tributario de la Corona británica, no ha habido un cambio de estructuras en la
vida de esas colonias: los terratenientes siguieron viviendo como antes. A nadie le entró
en la cabeza que pudiera haber habido una emancipación de esclavos. Para llegar a ella
habrá que esperar la Guerra de Secesión. Es decir, que en los EE.UU. todo siguió igual
después de la proclamación de la independencia.
Pero en América Latina no ocurrió lo mismo. Porque a partir de las revueltas de Haití, que
fueron seguidas muy poco después por las guerras de independencia que lograrían su
triunfo final en 1824, con la victoria de la batalla de Ayacucho, las estructuras sociales y de
la vida variaban de una manera total por la aparición en el primer lugar del escenario
histórico de un personaje que políticamente no había sido tomado en cuenta aunque
humanamente existía. Ese personaje es el criollo. La palabra criollo aparece en viejos
documentos americanos a partir del año mil quinientos setentitantos.

¿Quién era el criollo? Grosso modo el criollo era el hombre nacido en América, en el
continente nuevo, bien mestizo de español e indígena, bien mestizo de español y negro,
bien sencillamente indios o negros nacidos en América pero conviviendo con los
colonizadores. Eso eran los criollos entre los cuales, desde luego, el mestizo habría de
ocupar una posición privilegiada. Sin embargo, el criollo se sentía postergado. Simón
Bolívar, el Libertador, en ese documento trascendental que es la Carta de Jamaica uno de
los documentos más importantes que nos ha dejado la historia de América, habla de la
condición del criollo, incluso de clases acomodadas, en las épocas anteriores a las guerras
de independencia que él promovió. Dice Bolivar:

Jamás éramos virreyes ni gobernadores, sino por causas muy extraordinarias, arzobispos u
obispos pocas veces, diplomáticos, nunca; militares sino en calidad de subalternos; nobles
sin privilegios reales. No éramos, en fin, ni magistrados ni financistas y casi ni aún éramos
comerciantes.

La historia de América toda tiene una característica muy importante, y es que no se


desarrolla sino en función de la lucha de clases. Nosotros no conocimos guerras dinásticas
por sucesiones al trono, como las de Europa; no conocimos guerras de familias enemigas
como la Guerra de los Cien Años, que fue una lucha de feudos; no conocimos guerras de
religión en el sentido estricto de la palabra. Nuestra lucha constante de varios siglos fue
primero de la clase de los conquistadores contra la clase del autóctono sojuzgado y
oprimido; luego, lucha del colonizador contra el conquistador, porque los colonizadores,
que llegaron después, trataron de crear una oligarquía, de ejercer la autoridad, y lograron
destruir la clase de los conquistadores que terminaron, casi todos, pobres, asesinados,
desterrados. Muy pocos tuvieron un fin feliz.

El colonizador se volvió la aristocracia, la oligarquía en lucha contra el criollo. Finalmente,


con las guerras de independencia, fue la sublevación del nativo de América contra el
español. Pero el criollo vencedor crea una nueva oligarquía contra la que habrán de luchar
el esclavo, el desposeído y una naciente clase media que incluye casi la totalidad de la
intelligentsia: intelectuales, escritores, profesores, maestros, en fin, esa admirable clase
media que va creciendo durante todo el siglo XIX hasta desembocar en el nuestro.

Y en esa fase de la lucha que habrá de prolongarse hasta mediados de este siglo y sigue
aún, habrá de afianzarse el sentido nacional de los países americanos. Es decir que el
criollo, al vencer en todo el continente, empieza a buscar su identidad particular,
nacionalista, y, más adelante, con los movimientos crecientes de independencia en las
Antillas, surgirá la conciencia de ser jamaicano, martiniqueño, curazaoleño, en fin, de las
distintas islas que forman nuestro vasto mundo caribe y que ya han adquirido caracteres
propios con conciencia de poseerlos.

Cuando consideramos el ámbito del Caribe quedamos atónitos ante la galería de grandes
hombres que nos ofrece a lo largo de los siglos y que han forjado nuestra historia. Y ellos
vienen a demostrar que existe lo que podríamos llamar un humanismo caribe. Nuestros
grandes hombres jamás limitaron su acción, su pensamiento, su ejemplo, al ámbito propio,
sino que se proyectaron hacia los pueblos vecinos. Hubo intercambio de hombres como
hubo interpenetración de ideas.

El almirante Brion, que era de Curazao, apoyó a Simón Bolívar en su gesta de


independencia de Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia. Petión, presidente de
Haití, pidió a Bolívar, a cambio de la ayuda moral y material en su guerra, la abolición de la
esclavitud en Venezuela. Máximo Gómez, que alcanzó la independencia de Cuba, era
dominicano. Los padres de los hermanos Maceo, que combatieron en las luchas
independentistas de Cuba, habían peleado en la guerra de independencia de Venezuela. El
lugarteniente favorito de Maceo era venezolano. Y un cubano, Francisco Javier Yanes,
firma el acta de independencia de Venezuela. El inmenso José Martí, apóstol de la
independencia de Cuba, cuya trayectoria política e histórica se desarrolla en el ámbito
todo del Caribe, dejó páginas emocionadas, llenas de veracidad y de hondo amor sobre
Venezuela, sobre Guatemala, sobre México, sobre los países del Caribe en general.

Por ese intercambio de hombres y esa comunidad de ideas las zonas continentales de
México y las zonas de la tierra firme de Venezuela y de Colombia, que fueron habitadas
por esclavos africanos traídos del continente en el mismo proceso de colonización, como
los hallamos en el Perú, en Guayaquil, en el Brasil, vienen por extensión a formar parte de
ese conglomerado caribe que empezamos a ver en su conjunto y a entender en su
conjunto, confrontando lo que nos une y lo que nos distingue, lo que nos hace semejantes
y a la vez lo que nos singulariza, lo que es genuinamente de unos y lo que es patrimonio de
todos.

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