J.G - Mallick Brothers 1.5 Dissent - Isaiah

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Índice
Sinopsis Capítulo 15
Prólogo Capítulo 16
Capítulo 1 Capítulo 17
Capítulo 2 Capítulo 18
Capítulo 3 Capítulo 19
Capítulo 4 Capítulo 20
Capítulo 5 Capítulo 21
3 Capítulo 6 Capítulo 22
Capítulo 7 Capítulo 23
Capítulo 8 Capítulo 24
Capítulo 9 Capítulo 25
Capítulo 10 Capítulo 26
Capítulo 11 Capítulo 27
Capítulo 12 Epílogo
Capítulo 13 Sobre la autora
Capítulo 14 Créditos
Sinopsis
Perdí mi virginidad cuando tenía veinticinco con una prostituta
contratada por mi hermana porque se sentía mal por mí. Eso fue hace seis
años y probablemente sea lo menos escandaloso sobre mi vida.
Es decir, hasta que conocí a Darcy Monroe, y “escandaloso” tomó
un significado completamente nuevo…
Seis años después de escapar de su crianza recluida, abusiva y
fundamentalmente religiosa, Isaiah se encuentra lidiando con los demonios
de su pasado, separado de la sociedad en su conjunto, y completamente
incapaz de conectar, o confiar, con las mujeres. Se dedica al deporte
constante y sin sentido del sexo con mujeres, intentando entumecer el
4 sentimiento de insuficiencia dentro.
Entonces pone la mira en su nueva vecina…
Darcy es fuerte, capaz, franca y de ninguna manera va a soportar a
algún idiota que vive al lado que decide hacer un juego de intentar
llevarla a la cama.
Pero Isaiah es implacable. Y Darcy se encuentra indecisa entre
dejarlo ganar y rendirse a su propio deseo.
Justo cuando comienzan a ser más cercanos, se dan cuenta que
hay algo más siniestro en marcha y se verán obligados a enfrentar
sentimiento de traición que pondrán sus vidas en una inesperada
dirección.

Scars #2
Prólogo
P
erdí la virginidad cuando tenía veinticinco años, con una
prostituta contratada por mi hermana porque se sentía mal por
mí. No había sabido quién era ni cómo se ganaba la vida
hasta un año después, cuando recibí una tarjeta de cumpleaños de mi
hermana, Fiona.
Feliz cumpleaños, Isaiah,
Espero que tu día esté lleno de nudistas, alcohol y malas decisiones.
Si no es así, lo estás haciendo mal.
Además, ¿recuerdas a “Mary”? Bueno, su verdadero nombre es
Candy y ella es menos una… profesora y más una… prostituta. Sabía que
5 con toda esa jodida mierda que nuestro padre te metió en la cabeza, no
había forma de que una mujer se acercara a menos de un metro de ti
hasta que tuvieras un poco más de exposición al mundo real.
Espero que haya pasado el tiempo suficiente como para que esto
sea divertido.
Si no… ¡ups!
Te amo,
Fee.
Me gustaría decir que no estaba enojado, pero lo estaba. A pesar
de que era exactamente el tipo de cosas que Fee haría. Fee, quien pasó
su tiempo después de escapar de nuestra choza en el bosque ganándose
la vida como operadora de sexo telefónico. Mientras que yo había estado
sermoneándola durante meses sobre las mujeres, las citas, el sexo… todas
las cosas normales que la mayoría de los chicos conocen por experiencia
real con mujeres reales.
Nunca me dieron esa oportunidad.
Pero la realidad era que, a medida que intentaba descubrir todo lo
relacionado con la vida, siempre volvía al tiempo que pasé con Mary
como un ejemplo de una cosa que había hecho bien. Una experiencia
que resultó bien. Una conexión con otro ser humano que no se había
sentido forzado y torpe.
Cuando resultó que había sido una mentira que había sido buscada
y pagada por mi hermana, quien parecía mucho mejor aclimatándose a
la vida después de… bueno… después de todo, había sentido la pequeña
tierra preciosa y sólida en la que estaba parado desmoronarse bajo mis
pies.
Y no lo manejé exactamente bien...

6
Uno
—E
ntonces, ¿cómo has estado esta semana? —
preguntó, cruzando las piernas y colocando su libreta
sobre su muslo.
Odiaba su oficina. Todo era neutral: Paredes de color canela,
maderas oscuras, plantas verdes abultadas, libros de tapa dura
encuadernados de telas en los estantes. Reconfortante. Seguro. Un lugar
donde puedes permitirte ser quien realmente eres. Eso es lo que se suponía
que debía hacer allí. Cada martes. Desde las tres hasta las tres y cuarenta
y cinco de la tarde. Pagaba a esta mujer cerca de trescientos dólares por
hora para hacerme preguntas y tratar de llegar a la raíz de por qué soy
como soy.
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Dos años después y ella ni siquiera había arañado la superficie. Pero
le prometí a mi hermana cuando se mudó que buscaría a alguien con
quien hablar.
—Ocupado —le dije encogiéndome de hombros.
—¿Ocupado con compromisos sociales? —preguntó, sonando
ansiosa, pero la tensión alrededor de sus ojos sugería que sabía la verdad.
—Trabajo.
—¿Has salido en absoluto desde la última vez que estuviste aquí?
—Sí —respondí, mirando el reloj.
—¿Dónde fuiste?
—A un bar —le dije, mirándola.
—¿Conociste a alguien?
—Sí —asentí, sentándome y apoyando los codos sobre mis rodillas—.
Mire, doctora Todd —le dije, sonriendo levemente—, es la misma historia
todas las semanas. Salgo a un bar, club o exhibición de arte. Encuentro
una mujer. La llevo a casa. Encuentro formas nuevas e ingeniosas para
follármela hasta dejarla sin sentido. La obligo a irse antes de la mañana.
¿De verdad necesitamos revisarlo todas las semanas? ¿Qué esperas
escuchar?
—Espero escuchar que estás tomando esta terapia en serio. Espero
que sigas mi consejo…
—De dejar de tener aventuras de una noche —la interrumpí.
—De dejar de mantener a la gente, especialmente a las mujeres, a
cierta distancia. —Descruzó las piernas, inclinándose hacia delante como
yo—. Quiero que comiences a decirme por qué…
—Bien —dije, suspirando. Levanté mi mano, con la palma hacia ella.
Allí en el centro, desde la parte inferior de mi dedo anular hasta mi
muñeca, había una cicatriz de una cruz, vieja pero rosada—. Esto —le dije,
mirándola—, es lo que me sucedió cuando comencé la pubertad y mi
padre pensó que estaba sucumbiendo a los pecados de la carne. —Curvé
mi mano hacia arriba, colocándola en el sofá junto a mí. Su rostro parecía
adecuadamente angustiado por la nueva información. A ella le gustaban
los pequeños detalles jugosos. Disfrutaba aprender de ellos lentamente e
intentando unir el daño y descubrir cómo llegué a ser como soy—. No
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estaba equivocado —añadí, sonriéndole diabólicamente.
—¿No estaba equivocado en qué?
—Sobre mí agarrando mi polla cada vez que tengo un momento a
solas —le dije, intentando contener una sonrisa ante su estremecimiento.
La doctora Todd es una mujer atractiva de poco más de cuarenta
años con el cuerpo de una persona de la mitad de su edad, cabello
castaño y ojos oscuros. Viste ropa casual ejecutiva que se ajusta alrededor
de sus caderas y faldas cortas o corpiño. Pero nunca demasiado. Nunca
cruzando la línea.
Me habían empujado hacia ella después de unos años con mi primer
psiquiatra, un señor mayor con trajes a medida, gafas plateadas y una
barba gris. Me había abierto a él más fácilmente. Él había conocido todas
las historias oscuras y retorcidas de mi vida en cuestión de semanas, pero al
final me sugirió que lo que realmente necesitaba era hablar con una
terapeuta mujer.
Porque aparentemente tenía problemas de confianza con el sexo
opuesto.
Maldición, no me digas.
Dos años habían pasado y la doctora Todd todavía seguía
aferrándose a los pequeños fragmentos que le arrojaba, tratando de
hacerlos una imagen completa. De hecho, me sentía mal por eso. Pero al
mismo tiempo, no podía cambiar.
—Bueno, eso es perfectamente normal para un niño en la pubertad
—dijo, escribiendo en su bloc de notas sin perder contacto visual—. Asumo
que tu padre era un hombre muy religioso.
No, solo tenía algo por las cruces. Y por marcar a niños pequeños.
—Por supuesto.
—¿Alguna vez has confrontado a tu padre sobre lo muy inadecuado
que es cortarte la piel como castigo por tu supuesto crimen?
—No.
—Nunca es demasiado tarde para…
—Está muerto —dije rotundamente, sorprendido de lo fácil que me
llegaban esas palabras. Me había tomado años no encogerme,
estremecerse, respingar por eso. Incluso después de que finalmente
9 entendí la verdad de cómo había sido mi infancia. Incluso después de
escapar finalmente. Había una marca que dejó en algún lugar de mi alma
y ardía cada vez que pensaba que estaba muerto. Mientras tanto, Fee lo
había visitado en su lecho de muerte y prácticamente deseó que muriera
lenta y dolorosamente por lo que le hizo.
Eso es exactamente lo que hizo también. Bueno, la parte dolorosa.
No la lenta.
—Ya veo —dijo, tomando una respiración profunda—. ¿Por qué me
estás diciendo esto?
—¿Qué quieres decir por qué? —pregunté, negando con la
cabeza—. ¿No es eso para lo que estamos aquí? ¿Así puedo contarte
sobre mi infancia jodida?
—Bueno, Isaiah —dijo, sonriendo de una manera muy sarcástica—,
ese sería el caso. Excepto que, hasta ahora mismo… apenas has insinuado
tu infancia. Así que tengo curiosidad por saber qué diferencia tan
importante ha ocurrido esta semana.
—No lo sé. El trabajo me mantuvo ocupado. Me acabo de mudar…
—Espera —dijo, levantando una mano, con un bolígrafo atrapado
entre sus dedos—. Nunca me dijiste que ibas a mudarte.
Me sentí encogerme de hombros. No había sido exactamente algo
que hubiera planeado. Simplemente… necesitaba salir de esa casa vieja
llena de fantasmas familiares. Necesitaba un cambio.
—No sabía que así sería cuando estuve aquí la semana pasada.
—¿Te mudaste en menos de seis días?
—Pagué en efectivo. No tengo muchas cosas —dije, pensando en
una docena de cajas de libros, una caja de CD y algunas prendas. Eso en
realidad era todo lo que sentí la necesidad de llevar conmigo.
—¿Dónde te mudaste?
—Compré un ático en la ciudad. Es privado. Hasta ahora. Tengo un
vecino, pero cada uno tiene su propio ascensor de modo que la única
posibilidad que tengo de verla es en el balcón compartido o en el pasillo.
—¿Es una mujer? ¿Tu vecino?

10 —Por lo que escuché —respondí. Por lo que entendí, no estaba


mucho tiempo alrededor. Debe ser una persona de la alta sociedad o una
mujer de negocios. No tenía ni idea. No es que importara. Me la pasaba
solo.
—Bien —dijo ella, en un tono que encontré al instante desconfiado.
—¿Bien qué? —pregunté, alzando una ceja.
—Bien —sonrió—, creo que tenemos una tarea para ti.
Oh, genial. Una tarea.
—Oh, maravilloso. —Tomé aliento, intentado meterme en esto. Si no
echaba manos a la obra, todo este proceso sería una pérdida épica de
tiempo y dinero—. Muy bien, ¿de qué se trata?
Ella sonrió, guardando su libreta de notas.
—Quiero que conozcas a tu vecina.
—¿Eso es todo? —De ninguna manera iba a ser tan fácil.
—No exactamente. Vamos a considerarla tu sujeto de prueba.
Quiero que la conozcas, tal vez invitarla a tomar un café. Algo inocente.
No vas a, bajo ninguna circunstancia, formar ningún tipo de relación
romántica con esta mujer. Ni una aventura de una noche. Nada de nada.
Quiero que te sientas cómodo con la idea de una relación platónica con
una mujer.
—Tengo relaciones con muchas mujeres en mi…
—¿Con cuántas de las mujeres en el trabajo te has acostado?
Me reí, bajo y divertido.
—Allí me atrapó.
—Exactamente. Así que, no me importa si la mujer de al lado es una
supermodelo; mantén tus manos alejadas.
—¿Eso es todo?
Ella sonrió entonces, amplia y divertida, haciendo que sus ojos se
arruguen en las esquinas.
—Creo que va a ser bastante difícil, ¿tú no?
Bufé, poniéndome de pie y asintiendo.
—Tiene un punto.

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Me paré frente al espejo de mi baño, limpiando la condensación. Los


espejos todavía eran extraños para mí. La única vez hasta los veinticinco
años que pude verme a mí mismo fue en la superficie de un lago en el
bosque en mi casa. No se nos permitía fomentar la vanidad.
El hombre que me devolvía la mirada era muy diferente del que salió
por primera vez de esa choza y se dirigió a la ciudad. Todavía mantenía mi
cabello rubio corto, pero ahora era un corte limpio, ya no me lo cortaba
con el filo de una navaja de bolsillo. Mi piel había perdido gran parte de su
bronceado y rojeces de incontables horas bajo el sol, cazando, pescando
o cualquier otra tarea necesaria para llevar a cabo. Mis ojos verdes tenían
ligeras patas de gallo que se arrugaban cuando sonreía. Lo cual,
ciertamente, era una rareza. Tenía vello facial que iba más allá del indicio
de un rastrojo, pero aún menos que una barba completa.
Me alejé del espejo, mirando el cuerpo que había mantenido en
forma durante toda mi vida de todo el castigador y duro trabajo de la vida
sin ningún tipo de lujos. Siempre he sido delgado y musculoso. Jamás
podría entrar en la idea de los gimnasios. Aunque había prometido dejar
mi pasado en el pasado, me había mantenido en forma con el trabajo.
Cortaba madera. Derribaba árboles. Cortaba el césped o ayudaba a los
jardineros a plantar y desmalezar. Hacía kayak y surf.
Lamentablemente al mudarme a la ciudad iba a limitar en gran
medida mis posibilidades para cualquiera de esas actividades. Tendría que
convertirme en otro drone sin rostro corriendo por Central Park o
levantando pesas durante horas.
Mi cuerpo era testimonio de las largas horas aprendiendo cómo
colgar un arco y una flecha, cómo lanzar un hacha, cómo atrapar
conejos, cómo sacrificar animales. Tenía cicatrices en todas partes, la más
oscura de las cuales era una que me corría por el costado de las costillas
de cuando había estado practicando darle al objetivo y mi cuchillo
golpeó el árbol equivocado y volvió hacia mí.
Mis manos eran un revoltijo de marcas en diferentes etapas, blancas
de cuando era más joven, rosadas de mi adolescencia y principios de la
adultez, rojizas en los últimos meses. Miré mi palma por unos breves
segundos antes de poner mis manos en puños y entrar a mi apartamento.
Hasta ahora todo lo que había comprado era una cama, una silla
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de lectura y una mesita de café. Toda la parte posterior del apartamento
tenía ventanas de piso a techo que daban a un balcón compartido con
una piscina, sistema de entretenimiento y asientos. La sala de estar estaba
llena de estanterías empotradas, lo que fue, sin duda, la razón principal por
la que salté al lugar.
No siempre había sido un gran lector. Antes con mi padre, solo hubo
dos tipos de libros permitidos en nuestra casa: La Biblia y los libros de vida
de caza/pesca/supervivencia. Eso era todo. No fueron exactamente
noches emocionantes acurrucado en el sofá. Comencé a leer como una
forma de volver a aclimatarme al mundo real, de aprender acerca de
todas las cosas que me había perdido por mi educación religiosa en casa,
de ver lo que era el mundo fuera de mi aislada vida.
La mayoría de los libros en las estanterías eran textos de historia,
cultura popular, filosofía y biografías. Sin embargo, parecía que sin importar
cuánto leyera, siempre sentía que me estaba perdiendo algo. Como si
hubiera un secreto al que todas las personas normales con una educación
normal estuvieran expuestas a eso, y no podía entenderlo.
Entré en mi habitación, avancé a mi armario y me puse unos
pantalones grises y una camiseta blanca. No tenía mucho en cuanto a la
ropa casual. Me ponía trajes para trabajar y perseguir mujeres en los bares
después del trabajo.
Agarré un libro, me serví un whisky y me dirigí a la piscina. Todavía
anhelaba el aire libre, incluso si el aire libre en la ciudad estaba lleno de
rascacielos y los gases de escape de los automóviles. Me había
acostumbrado demasiado al aire libre para pasar todo mi tiempo dentro.
Agarré una de las tumbonas de la piscina y abrí mi libro, contento de
pasar otra noche solo.
Pero entonces la puerta del otro ático se estaba abriendo y escuché
unos pasos proviniendo del balcón hacia mí.

13
Dos
E
lla era joven. Demasiado joven para ser cualquier tipo de gran
empresaria o incluso cualquier tipo de profesional en general.
Así que tal vez tenía razón sobre ella siendo alguna especie de
socialité. Sentí las palabras de la doctora Todd asentarse profundamente
en mi vientre… porque era jodidamente hermosa.
Era alta, alrededor de un metro setenta, con unas fuertes caderas
ardientes y un gran pecho. Su ardiente masa de espeso cabello negro
caía directamente a su cintura, levantando en los extremos con el viento.
Su rostro era suave, redondo y con pómulos regordetes, una barbilla
suavemente puntiaguda y fuertes cejas negras. Pero sus ojos eran en lo
que te metías. Porque estaban enmarcados con pestañas negras gruesas y
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oscuras y tenían el tono más pálido posible de verde y eran tan luminosos
que casi resultaban deslumbrantes.
Ella ni siquiera miró a su alrededor mientras se dirigía hacia el borde
de la piscina, sumergiendo su dedo primero, y luego rápidamente buscó su
camiseta, sacándola por encima de su cabeza y dejándola caer en el
suelo junto a ella. La piel de su espalda era increíblemente pálida y suave
a la luz difusa de la luna creciente. Ni siquiera llevaba sujetador y se estaba
bajando los apretados pantalones negros por sus largas piernas. Estaba
alcanzando la cinturilla de sus bragas negras cuando finalmente salí de mi
aturdimiento.
Me aclaré la garganta, alertándola de mi presencia. Podría haber
sido muchas cosas en el pasado e incluso el presente, pero no era un
pervertido.
—Alguien está aquí afuera —le dije, lo suficientemente fuerte como
para que mi voz le llegara.
—Lo sé —dijo, deslizando sus bragas hasta el suelo, exponiendo su
trasero alto y redondo ante mí por un segundo antes de saltar al agua con
un pequeño chapoteo.
Sí, en realidad no creía que iba a poder completar la tarea que mi
psiquiatra quería que hiciera. Porque, ¿qué hombre de sangre caliente
podría resistirse a la tentación de llevarse a su vecina esbelta y ardiente a
la cama?
Ella avanzó al otro lado de la piscina, apoyando los brazos en el
cemento en el exterior, mirando a la ciudad por un momento antes de
arrojarse al agua y comenzar a nadar en rápidas y castigadoras vueltas.
Volví a mirar mi libro, obligándome a concentrarme en las páginas
con el sonido de sus patadas en el fondo.
No sé cuánto más tarde fue, después de haber perdido el interés de
verla nadar de un lado a otro, pero escuché el sonido húmedo de unos
pies descalzos en el suelo, cada vez más fuerte a medida que se
acercaba. Levanté la vista justo cuando se movía junto a mi diván,
alcanzando detrás de mí en el gabinete. Donde estaban las toallas. Estaba
absolutamente, jodidamente, desnuda.
Y… maldición. Esa era realmente la única manera de decirlo. Era
perfecta. Desde las piernas largas y bien torneadas, el triángulo recortado
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ocultando su sexo, hasta las caderas anchas, la cintura pequeña, los
pechos grandes. Sus pezones rosado claro estaban duros por el agua fría y,
me di cuenta con una aguda punzada de deseo, que estaban perforados,
unas barras de acero quirúrgicas asomando a cada lado de los puntos
endurecidos.
A medida que se inclinaba, una gota de agua se deslizó por su
pecho y aterrizó en el centro de mi pecho. Quise atraerla y follarla allí
mismo. Pero ella se retiró lentamente, con una toalla blanca esponjosa en
sus manos mientras me miraba, con una sonrisa tímida jugando en sus
labios.
—Hola —dije, sabiendo que mi voz sonaba ronca y excitada y no me
importó ni mierda.
—Hola —respondió, sonriendo a medida que se enderezaba,
acercándose la toalla al pecho—. Entonces, eres el chico nuevo.
—Soy el chico nuevo —concordé, observándola mientras se movía
hacia el diván junto a mí, tirando la toalla sobre él y acomodándose
encima de ella—. Isaiah Meyers.
—Qué nombre tan apropiado, Isaiah Meyers —dijo ella, sentándose y
exprimiendo el agua de su largo cabello—. Soy Darcy.
—¿Solo Darcy? —pregunté, queriendo seguir hablando de ella.
Ella giró su cabeza hacia mí, sus cejas frunciéndose en confusión.
—Eso suele ser suficiente para la mayoría de la gente.
—No sé lo que se supone que eso significa —le dije, encogiéndome
de hombros.
Frunció el ceño por un segundo y luego se volvió, apoyando los pies
en el suelo cerca de mi silla, sonriendo.
—Eso es refrescante —dijo—. Soy Darcy Monroe. De Darcy.
—¿Es un lugar?
Entonces se rio, el sonido a la vez ronco y dulce en textura.
—No. Darcy es el nombre de mi banda.
—Eres música —comenté, sentándome ligeramente más erguido. La
música era una de las pocas cosas humanas normales con las que sentía
16 una fuerte conexión emocional. Había profundizado en álbumes
interminables, había aprendido mucho sobre la vida y las relaciones a
partir de los sonidos de las bandas de rock alternativo.
—Sí —dijo, asintiendo.
—¿Qué tipo de música?
Ella negó con la cabeza, mirándome como si fuera una especie de
extraterrestre.
—Metal —dijo finalmente.
—¿Metal? ¿De verdad? —pregunté, sin haber escuchado
demasiado y sin agradarme en particular, pero sabiendo que estaba
dominado por hombres.
—¿Estás conmocionado, Isaiah Meyers? —preguntó, pareciendo
divertida.
—Sí —admití.
—¿Porque el metal es un género de hombres con cabello largo y
fibroso y cinturones con tachuelas? —preguntó.
—Algo así.
Ella se encogió de hombros.
—Supongo que estoy en la misión femenina de destruir el
patriarcado.
—¿Cómo te está yendo con eso?
Ella sonrió, apuntando una mano hacia su apartamento.
—Bastante bien.
Tenía un punto. Sabía lo que ese ático me costaba y tenía el
respaldo financiero de una floreciente y antigua empresa familiar para
financiarlo. Si ella podía permitírselo gracias a una banda de metal,
entonces debe haber estado yéndole muy bien.
Ella miró hacia abajo a mi regazo con una ceja levantada.
—¿Estás intentando quedarte dormido? —preguntó ella. Ante mi
mirada confundida, rio—. ¿Chester A. Arthur? —preguntó, señalando mi
libro—. Tiene que ser uno de los presidentes más aburridos de la historia.
Levanté mi libro.
17 —Oye, le ganó a James A. Garfield después de su asesinato.
—Que es lo único interesante de él. Y ni siquiera era técnicamente
sobre él —dijo, poniéndose de pie y finalmente envolviendo su cuerpo con
la toalla blanca—. Entonces, eres un gran aficionado a la historia, ¿eh? —
preguntó y resopló. La hermosa y exhibicionista cantante de metal
realmente resopló—. Doscientos cincuenta mil dólares en una matrícula
escolar privada pueden incluso grabarte los hechos más mundanos en tu
cabeza —comentó y se volvió, levantando una mano en el aire mientras se
alejaba—. Encantada de conocerte, Isaiah Meyers.
Ella se había ido antes de que pudiera responder.
Sí, iba a deberle una disculpa a la doctora Todd porque no había
forma de que no fuera a meter su lindo trasero en mi cama. Ella lo
superaría. La había decepcionado innumerables veces antes. No era mi
culpa que mi vecina resultara ser la mujer más sexy a la que había visto en
meses.
Me levanté del diván, permitiéndome regresar a mi apartamento y
poner mi libro en el estante junto a todos mis otros libros sobre presidentes.
Veintiuno abajo, veintidós por seguir.
Agarré mi computadora portátil y me senté en el mostrador de mi
cocina, haciendo una búsqueda rápida de Darcy Monroe. Me puse los
auriculares, no queriendo que supiera que estaba investigándola, si podía
oír a través de las paredes, mientras ponía una de sus canciones.
Allí, en lo profundo de los sonidos de guitarras distorsionadas, bajos
densos y tambores rugientes, estaba la hermosa y única voz de Darcy
Monroe. Parecía casi fuera de lugar en el contexto de los riffs masculinos.
Su rango era capaz de elevarse a las notas altas y los gruñidos bajos,
siendo a la vez tanto grunge operístico como clásico. Las letras iban desde
llamadas fuertes y agresivas a la rebelión hasta inquietantes historias de
acecho, suicidio y asesinato. Oscuro. Todo era oscuro.
Me pregunté si Darcy era la compositora. Si era la que escribió
canciones sobre las partes más oscuras de la existencia humana. Aparte
de su apariencia casi gótica y sus piercings en los pezones, parecía abierta
y dulce. Pero si estaba cantando sobre esos temas, entonces debía haber
aunque sea un poco de oscuridad dentro de ella.
Lo que solo la hacía ser aún más intrigante. Había conocido más que
18 mi parte justa de mujeres en mi época y, aunque todas eran únicas en su
combinación de rasgos de personalidades, había una superficialidad
subyacente. Les gustaban las cosas. Ropa, televisión, maquillaje, animales.
Cosas tangibles. No eran muy profundas, de ideas. Conceptos. No se
preguntaban sobre la condición humana. No leían poesía ni
contemplaban la idea del amor. No leían filosofía ni reflexionaban sobre
por qué carajo estamos todos aquí.
Darcy Monroe tenía un pozo de introspección. Ella no cantaba sobre
su vestuario, mascotas o espectáculos. Cantaba sobre la angustia y la
emoción. Cantaba sobre lo que llevaba a los niños a matar. Diablos,
escribió una canción sobre tener una orgía con Rasputín.
La chica era jodidamente única.
Vi algunos videos de ella en el escenario, su largo cabello negro
ondeando a su alrededor mientras saltaba de un lado a otro, mientras se
arrojaba desde el escenario a la merced de la multitud, sus manos
levantándose, a medida que bailaba. Su vestuario de escenario variaba.
En un espectáculo, llevaba pantalones negros ajustados, una camiseta sin
mangas y botas de combate. Al siguiente espectáculo podría estar
usando un corsé ajustado y una falda gótica roja llegando hasta el suelo.
Sus ojos siempre estaban delineados de negro, sus labios de un rojo sangre
brillante.
No podrías apartar la mirada de ella aun si lo intentaras.
Estaba cantando una canción sobre cortar, sobre rebanar tu propia
piel que, a la vista de su exquisito cuerpo, no era algo que ella misma
hiciera, pero cantaba con conexión, con conocimiento y mientras
cantaba arrastrando, gruñendo la nota final, la parte superior del
escenario se abrió en una lluvia de sangre, derramándose sobre ella y los
músicos, las gotas de color saltando de la parte superior de los tambores,
volando del cabello del bajista y empapando por completo a Darcy,
haciendo que su vestido se adhiera a ella, haciendo que su rostro
pareciera sacado de una película de terror.
Oh, sí… ella iba a ser todo un proyecto divertido.

19
Tres
E
staba absolutamente cansada, agotada de la carretera,
cuando entré en mi apartamento. Los viajes eran una de esas
cosas que se tornaban aburridas muy rápido. Y cuando se
trataba del metal, necesitabas hacer giras. Necesitabas mantener una
conexión cercana con tu base de fans. Eran fanáticos leales a los
espectáculos en vivo.
Querían estar allí, verte en vivo, mezclarse unos con otros. Querían
dejar el espectáculo medio sordos, empapados en sudor, escupiendo
sangre, y cien dólares más pobres gracias al puesto de mercadería.
Si no les dábamos esa experiencia, pasarían a un nuevo acto que sí
20 lo haría. Así que a diferencia de las bandas de pop, necesitábamos estar
en la carretera cuarenta y tantas semanas al año. Todos los años. Y
durante los primeros dos años, había sido lo más divertido que había tenido
en mi vida. Logré vivir en un autobús turístico con mis mejores amigos.
Bromeamos y festejamos, escribimos canciones, vimos más del país que la
mayoría de la gente lo hará alguna vez.
Pero la gira del año pasado fue dura.
Esta, hasta ahora, era una tortura. Sin una buena razón. Todo había
ido bien.
Dimos el máximo, los espectáculos se desarrollaron sin problemas, los
chicos y yo nos llevábamos tan bien como siempre.
Tal vez solo estaba exhausta. Necesitaba mi propia cama.
Necesitaba caminar sobre tierra firme. Necesitaba unos días para
recomponerme donde no era Darcy, la cantante de metal. Solo era… yo.
Anoche habíamos aterrizado en la central de Nueva Jersey y el
próximo espectáculo no era hasta dentro de otros cuatro días… al norte
de Nueva Jersey. Desde allí íbamos hacia el sur y a lo largo de California
antes de regresar a la ciudad. Así que me despedí de los chicos y les dije
que los vería en tres días.
Porque necesitaba descansar.
De lo contrario, comenzaría a perder el impulso para seguir. Y no
quería ser esa persona. La estrella de rock harta de sí misma. Esa no era yo.
Vivía de la energía de la multitud.
Perdería la cabeza si no escribiera música.
Darcy era mi vida.
Pero Darcy como persona necesitaba un condenado descanso.
No había esperado ver a nadie en la terraza. El otro ático había
estado vacante cuando me mudé y, probablemente debido a la recesión,
nadie había tomado la decisión imprudente de invertir en una propiedad
tan costosa.
Pero aparentemente a Isaiah Meyers le estaba yendo muy bien.
Él no parecía alguien de dinero. Había una aspereza en su rostro, en
la forma en que se desenvolvía, que sugería que estaba más familiarizado
con una granja que con una sala de juntas.

21 Pensé que era dulce que anunciara su presencia. Era como un soplo
de aire fresco que se preocupara por mi modestia cuando estaba
acostumbrada a multitudes de hombres gritándome que les muestre mis
tetas. Pero la realidad era que, no tenía reservas en cuanto a la desnudez.
Tal vez venía del hecho de compartir un autobús con cinco hombres
durante años. Tal vez era a los cambios apresurados de vestuarios detrás
del escenario frente a docenas de roadies y tramoyistas. Había superado
mi vergüenza corporal hace mucho tiempo.
Incluso mientras caminaba de regreso a mi apartamento,
observando los estantes abarrotados con recuerdos de los viajes en
carretera, no podía sacarlo de mi mente.
Y no solo porque era atractivo. Lo era. Toda esa mandíbula
cincelada, sus labios carnosos, sus profundos ojos verdes. El cabello rubio
propio del chico de al lado contrarrestando la barba en su rostro.
Debajo de sus pantalones desgastados y camiseta, su cuerpo
parecía delgado, pero fuerte. Pero no era su atractivo lo que no podía
quitarme de encima. Era la mirada en sus ojos.
Se veía tan triste.
Era algo tan inquietante de ver en un hombre que sentí una opresión
en el pecho. ¿Qué le provocó esa mirada? ¿Una mujer? ¿Una muerte?
¿Ambos?
Los hombres con los que solía estar eran metaleros. Convertían todos
sus sentimientos en ira. Gritaban canciones sobre matar y morir. Se
abalanzaban el uno al otro en los conciertos. Encontraban catarsis en la
ira. No recuerdo la última vez que vi a un hombre luciendo herido. Así era
exactamente como se veía Isaiah Meyers, como si hubiera pasado por
alguna mierda y ahora estuviera consumiendo su alma.
Entré en mi habitación, mi enorme cama con dosel pareciendo
lujosa e invitante. Fui a mi armario, alcanzando y agarrando un vestido de
espalda abierta que dejaba mis costados expuestos hasta mis caderas. Se
supone que debes ponerte una de esas bandas alrededor del pecho en
caso de un resbalón, pero lo dejé pasar, me metí en unas cholas y agarré
mi billetera.
Estaba tocando su puerta un momento después, repetidamente,
hasta que finalmente lo escuché arrastrando los pies alrededor de su
22 apartamento y abriendo la puerta.
—Oh —dijo, parado en la entrada—. Hola.
Sus ojos bajaron un poco, asimilando, sin duda, el contorno de mis
senos bajo la delgada tela, pero su cabeza se alzó más rápido que la de la
mayoría de los hombres.
—Hola —dije y sonreí—. No te importa si yo… —añadí, pasando por
debajo de su brazo extendido y entrando a su apartamento.
—Supongo que no —dijo detrás de mí, su voz sonando divertida
mientras cerraba la puerta detrás de mí.
Podía sentir sus ojos en mí a medida que avanzaba, fijándome en su
completa falta de muebles y artículos personales. Como arte. O
fotografías. O incluso algún adorno. Todo lo que parecía tener era una
gran colección de CD junto a un tocadiscos pasado de moda, pero de
modelo tardío, que sabía que contenía secretamente compartimentos
para CD, cintas y una salida auxiliar.
—Eres un gran lector, ¿eh? —pregunté, pasando mis manos sobre los
lomos de los libros en sus estantes.
—Sí, supongo. No soy una persona de televisión.
—Todos estos son de no ficción —le dije, volviendo la cabeza hacia
él, curiosamente.
—Sí, eso creo. Me gusta… saber cosas, supongo.
—Ya sé lo que te voy a conseguir como regalo de bienvenida al
edificio —dije, moviéndome hacia el único mueble en su sala de estar, una
extraña silla de lectura ergonómica, quitándome mis zapatos, y
deslizándome torpemente en ella.
—¿Y qué será? —preguntó, yendo hacia su librería, cruzando los
brazos sobre su pecho y mirándome.
—Un poco de Dickens, Bronte, Hardy… tal vez incluso algo de Poe.
—¿Novelas? —preguntó, sonando menos que entusiasmado.
—Sí —dije, alzando mis brazos y colocándolos detrás de mi cuello—,
novelas. Llenas de angustia, amor y desamor. —Su rostro pareció impasible
y puse mis ojos en blanco—. ¿Los leerías?
—¿Por ti? —preguntó, una sonrisa diabólica jugando en sus labios. Así
que esa era la forma en que era. Quería follarme. No era una realización
23 del todo impactante, pero dejó un sabor agrio en mi boca, no obstante.
¿Alguna vez sería posible interactuar con un hombre sin que fuera algo
sexual?
—Sí —dije, mi sonrisa correspondiendo a la suya porque puedo jugar
con los grandes. Y tenía un gran historial de ser la que llegaba de primera—
, por mí.
Su labio inferior se sumergió en su boca por un segundo, volviendo a
emerger brillando y me encontré luchando contra el fuerte impulso de
caminar hasta ahí, empujarlo contra la estantería y probarlo. Sus brazos
cayeron a sus costados a medida que cruzaba el piso hasta mí, agarrando
mis pies del taburete y sentándose en él, apoyando mis pies descalzos
sobre su muslo. Sus manos se quedaron allí, descansando sobre mis pies,
ásperas y callosas, mientras me observaba.
Oh, él era bueno. Y mi cuerpo estaba reaccionando. Tal vez más de
lo normal, así que respiré profundamente, presionando mis muslos un poco
más juntos. Pero estaría condenada si él me vencía tan fácilmente. Dejé
que mi sonrisa se deslizara, mordiendo un poco mi labio inferior, y
deslizando mi pie íntimamente por su muslo, colocándolo debajo de su
cadera, el dedo de mi pie a solo unos centímetros de su entrepierna.
Sus ojos siguieron el movimiento y lo vi inhalar temblorosamente antes
de que sus ojos se deslizaran por mi muslo, mi torso, y luego aterrizaran en
los míos. Y vi el desafío allí. La aceptación de mi mano superior. Luego sus
manos tomaron mi otro pie dentro de ellas, masajeando los arcos
cansados y sentí que me hundía en la sensación.
Dios, ¿había algo más sexy que un hombre que solo… te daba
masajes en los pies? Sin importar si venía con la expectativa de tener
relaciones sexuales. Demonios, era un completo desconocido para mí y ya
estaba medio lista para arrodillarme si prometía hacer lo mismo con el otro
pie. Cerré los ojos a medida que él continuaba trabajando en los puntos
doloridos, levantando mi pierna más alto cuando lo hacía.
Entonces, mis manos se posaron en los apoyabrazos, mis ojos
abriéndose de golpe. Porque sentí que mi dedo se deslizó en su boca y juro
que disparó el deseo hacia inesperadas terminaciones nerviosas, subiendo
por mis piernas, a través de mi vientre, y a mis brazos. Sus ojos parecieron
divertidos al fijarse en los míos. Como si él supiera. Sabía lo que estaba
haciendo y sabía que no había manera de que no me excitara. Sonrió
24 alrededor de mi dedo del pie.
—Jaque —dijo con satisfacción masculina.
Sentí que mis ojos se estrecharon y deslice mi otro pie sobre su pelvis,
sintiendo la línea dura de su polla a través de sus pantalones y pasando mi
dedo por la cabeza. Su aliento siseó de su boca y él dejó caer mi pie.
—Y mate —le dije, sentándome erguida y poniendo los pies en el
suelo.
Él me sorprendió riendo, un sonido bajo.
—Disfrutas perdiendo tu propio juego, ¿eh? —pregunté, poniéndome
de pie lentamente y alejándome.
—Oh, cariño —dijo, girándose en su asiento para mirarme. Alzó la
mano y se frotó la barba a un lado del rostro—. Estoy bien con este siendo
un juego largo.
—Un juego largo, ¿eh? —pregunté, avanzando a su cocina y
pasando las manos por las frescas encimeras—. Espero que tengas…
treinta y ocho semanas de sobra.
—Esa es… una cantidad de tiempo muy específica —dijo,
levantándose y caminando para pararse al otro lado de la isla de su
cocina.
—Ese es el tiempo que voy a estar de gira —le dije, apoyándome en
la superficie—. Y como no pareces exactamente un groupie del metal…
—Oye, nunca se sabe —dijo, sonriendo de una manera malvada
que sabía que debía desconfiar. Pero en su rostro de niño bueno, todavía
pude encontrarlo dulce.
—¿Qué haces para ganarte la vida, Isaiah Meyers? —pregunté, y él
se quedó mirándome, pareciendo sorprendido por el abrupto cambio en
la conversación.
—Dirijo una compañía —dijo simplemente.
—¿Qué tipo de compañía?
—Una empresa de capital de riesgo.
—¿Eres capitalista de riesgo? ¿En serio? —Por supuesto que lo era.
Eso era simplemente genial. Casi poético.
25
Su ceja se arqueó.
—¿Es algo malo?
—Es solo… una coincidencia, es todo. Entonces, señor Capitalista de
Riesgo, ¿por qué molestarte en perder el tiempo intentando meterme en tu
cama? En una ciudad tan grande, estoy segura que podrías encontrar a
alguien que caliente tus sábanas esta noche.
—Tal vez la gratificación instantánea no es lo mío.
—Entonces, ¿qué es lo tuyo?
—Aparentemente son las mujeres que se quieren follar a Rasputín —
dijo sonriendo.
Me reí, negando con la cabeza.
—Rasputín creía que la única forma de redención era a través del
pecado. Fue muy piadoso y sexualmente hedonista a la vez. Él y sus
compañeros creyentes se reunían en criptas, se flagelaban a sí mismo y
entre sí, y luego… empezaban a follarse todo lo que estuviera cerca. —Me
detuve, sacudiendo la cabeza para evitar mi divagación—. Quiero decir…
¿a quién no le gustaría participar en algo así?
—Tienes razón —dijo, inclinando la cabeza hacia un lado—.
Entonces… ¿conoces alguna cripta por aquí?
—Buen intento, Cassanova. —Sonreí y me dirigí a la puerta—. Voy a
tener una fiesta mañana por la noche. Va a ser bien ruidoso. Sí, sé que es
martes. No, no me importa si no te gusta —dije, abriendo la puerta y
entrando al pasillo—. Eres bienvenido a pasar y encontrar a alguien más
para tu… ¿cómo lo llamarías? —Empecé, llevándome un dedo a la boca y
mordiéndome la uña—. Oh, sí… tu… juego corto.
Me reí en mi camino de regreso a mi apartamento.

26
Cuatro
D
e hecho, no tenía una fiesta planificada. Lo que significaba
que tenía que esforzarme muchísimo si quería realizar una de
esas en menos de dieciséis horas.
No estoy del todo segura de lo que me llevó a esa mentira en primer
lugar. Tal vez solo quería joderlo. Empujar mi tal llamado estilo de vida en su
cara. Tal vez solo quería una excusa para encontrarme con él otra vez. Lo
cual parecía completamente diferente en mí. No era esa clase de chica.
No era la chica que inventa excusas y planea encuentros “accidentales”
con un chico al que quería. Era la chica que aparecía desnuda en su
puerta, lo empujaba al interior y lo follaba hasta dejarlo sin sentido.
27 Esa era yo.
No sé qué clase de mujer estaba interpretando ser a medida que
enviaba un mensaje masivo grupal a todas las personas que había
conocido alguna vez, y corría a la tienda a buscar licor, y llamaba a una
empresa de catering para que preparara aperitivos… teniendo que pagar
el doble debido a la brevedad.
Se suponía que debía estar relajándome. Se suponía que debía estar
dando vueltas en la piscina, nadando, leyendo libros, durmiendo. Oh,
cómo extrañaba dormir. En una cama que no te hacía rebotar de arriba
abajo mientras alguien conducía durante la noche.
Pero no. En cambio, estaba corriendo y guardando objetos de valor
y creando listas de reproducción de música.
—Oye. —Escuché detrás de mí, haciéndome saltar y chillar. Detrás
de mí estaba Jay. Con su metro ochenta y dos de músculos y tatuajes,
cabello largo y oscuro, y profundos ojos marrones. Él era mi bajista. Y sus
dedos habían estado haciendo desvanecer a las chicas por todo el
mundo. De todas las maneras posibles—. Si no quieres que alguien se te
acerque sigilosamente, deberías haber cerrado la puerta con llave.
—Es un ascensor personal —le dije, poniendo los ojos en blanco. No
podías entrar sin una llave. Jay era la única persona además de mí que
tenía una.
—Entonces, ¿qué pasa con esta fiesta de último minuto? ¿No tienes
suficiente de esta mierda en el camino?
—No lo sé —dije encogiéndome de hombros—. Quería tener una
fiesta en mi propio lugar. Donde no tendría que preocuparme por
encontrarte follándote a una groupie al azar en mi cama.
—Oye, no prometo nada esta noche —dijo, ayudándome a sacar
las botellas de licor de la caja y ponerlas en la encimera.
—Qué asco —dije, arrugando la nariz—. La única persona que tiene
permitido tener relaciones sexuales en mi cama soy yo.
—¿Cuándo fue la última vez que echaste un polvo, Darce? —
preguntó, mirándome fijamente.
—No ha sido desde…
—Al menos cuatro meses —me interrumpió.
28
—Bueno, he estado ocupada con…
—He estado ocupado con lo mismo —dijo, inclinándose hacia mí—,
pero aun así tengo tiempo para… mantenerme ocupado.
—Más trabajo —dije, lanzándole una bolsa de limones—, y menos
preocupación por mi vida sexual.
—Bueno, alguien tiene que preocuparse por eso —refunfuñó,
sacando su navaja de bolsillo y cortando los limones de una manera
rápida y eficiente que solo podía hacer alguien que una vez lo había
hecho en su línea de trabajo. Jay solía servir mesas. Solía vestirse con
pantalones y camisa de vestir, se ataba un delantal a la cintura, se
arreglaba el cabello con mucho cuidado y servía comidas pretenciosas a
los esnobs pretenciosos de la clase alta dispuestos a pagar cien dólares por
plato por comida que solo valía cinco.
Así fue como conocí a Jay. En un recatado vestido blanco con mi
largo cabello rubio miel y mi rostro desmaquillado. Con diecisiete años y
nunca habiendo escuchado hablar de la música metal. Le sonreí mientras
mis padres tenían una discusión susurrada e ignoraban su existencia.
Cuando me dio el plato principal, había una nota metida debajo del
borde que rápidamente me puse en el regazo, esperando que la discusión
de mis padres retomara, como sabía que lo haría, antes de desplegarla.
Oye, chica bonita. Encuéntrame en The Pit esta noche a las nueve.
Recuerdo ruborizarme y poner la nota en mi bolso, incapaz de
mirarlo a los ojos por el resto de la comida. Regresé a casa, acostándome
en mi cama en mi habitación amarillo claro, intentando convencerme a
vestirme para ir a la práctica de porristas.
Pero luego salí volando de la cama, me tiré a la silla de mi
computadora y busqué The Pit. Encontré una dirección, hice una maleta,
con un nudo en la garganta y fui al automóvil que era mi regalo de
cumpleaños.
Nunca fui el tipo de chica rebelde. Hacía todo lo que se esperaba
de mí. Me preocupaba por los ataques de pánico por venir, y permanecía
entre los más destacados de mi clase en la escuela privada más
competitiva de la costa este. Me uní a debate. Practiqué esgrima. Fui
porrista. Obligué a mis torpes manos para aprender a tocar el piano. Me
29 mantuve delgada, rubia y alegre. Me negué a cenar si tenía algo más que
una ensalada para el almuerzo. Corrí alrededor de la cuadra a las cuatro
de la mañana todas las mañanas durante seis semanas antes del baile de
graduación de modo que pudiera entrar en un vestido de una talla más
pequeña, un tamaño más aceptable para mi madre. Le dije a mi padre
que iba a ir a la universidad, obtendría mi maestría en administración y
tendría una lujosa oficina en la esquina algún día. Tal como él.
Jugué según las reglas.
Así que, no sabía qué era lo que me hizo conducir a ese lado
escabroso de la ciudad en un auto al que probablemente le faltaría el
estéreo y las llantas en cuestión de una hora. En un lugar que provocó que
se disparara la piel de gallina por mis brazos y el temer se asentara como
plomo en mi vientre.
The Pit era un edificio de ladrillo bajo con ventanas tintadas y tres
guardias de seguridad de pie delante de las puertas delanteras. Había un
pequeño grupo de personas fumando y paseando por delante. Estacioné
mi automóvil en un lugar abierto al frente, con la esperanza de que tal vez
si estuviera a la vista de los porteros quizás nadie se metiera con él.
Respiré profundamente, agarrando mi bolso, y salí del auto antes de
poder cambiar de opinión y regresar a casa. Cerré el automóvil con llave
mientras me alejaba, llamando la atención de la gente del frente.
—¿Te perdiste, nena? —preguntó uno de los hombres, de pies a
cabeza de negro, con enormes botas de combate y largo cabello rubio.
—Hola, princesa —dijo otro, mayor. Demasiado viejo para estar
hablando dulce conmigo—. Mira ese bonito rostro…
Mis manos estaban en puños, mi cabeza baja. Estaba a unos
segundos de darme la vuelta.
—Piérdanse, chicos —dijo una voz—. Ella está conmigo.
Levanté la cabeza de golpe para encontrar al camarero del
restaurante. Pero se veía diferente. Su cabello estaba suelto, cayendo
directamente sobre sus hombros. Vestía jeans negros y una camiseta negra
con los brazos desnudos cubiertos de tatuajes. Su rostro parecía más
siniestro y tenía un piercing en el labio inferior.
—¿Jason? —pregunté, vacilante, deteniéndome y parando en
30 medio del estacionamiento.
—Jay —me corrigió, sonriendo lentamente—. Apareciste.
Me sentí asintiendo, una sensación de valentía llenando mi sangre.
—Aparecí —concordé.
Él rio entre dientes, tendiéndome un brazo para que me acercara a
él. Tan pronto como lo hice, su brazo rodeó mis hombros. Pero no era
posesivo, era reconfortante.
—De acuerdo, cambiemos tu vida, muñequita.
Y lo hizo.
Me condujo al interior de un salón oscuro y abierto, atestada de
gente con cabello oscuro, tatuajes, piercings, tachuelas, botas de
combate y maquillaje oscuro. La habitación olía a cerveza barata, a sudor
y al intenso olor a cobre de la sangre. Hacia el fondo del salón había un
escenario en el que se estaba preparando una banda. La gente se movía
sin rumbo, hablando con todos los demás como si fueran una gran
comunidad.
Jay me llevó a la seguridad donde pagué mis cinco dólares y me
pusieron un brazalete de papel alrededor de la muñeca con la palabra
“menor de edad” impresa en negrita. El gorila encendió una linterna y me
dijo que abriera mi bolso.
—¿Qué? ¿Por qué? —pregunté, sosteniéndolo con más fuerza.
—Está buscando drogas, alcohol o armas —dijo Jay ante mi
expresión de horror.
—¿En serio? —pregunté y reí, abriendo mi bolso y sosteniéndolo para
ser inspeccionado mientras otro guardia revisaba a Jay.
—No te preocupes —comentó y sonrió—, no muerden a las mujeres.
—Desafortunadamente —dijo el guardia, guiñándome un ojo.
—Entonces —empecé cuando Jay me guio a través de la multitud—,
¿cómo se supone que esto cambiará mi vida exactamente?
Su brazo se posó con fuerza sobre mis hombros una vez más a
medida que los ojos de las personas comenzaron a caer sobre mí,
sobresaliendo, lo sabía, como un pulgar dolorido. Una completa extraña.
—Ya verás —dijo, sonriéndome mientras me llevaba al frente del
31 escenario. Entonces, el cantante en el escenario asintió hacia Jay y su
brazo cayó de mis hombros, saltando al escenario—. Te veré después de
mi set.
Miré a mi alrededor ominosamente, acercándome un poco más
hacia la esquina del escenario donde, pensé, estaría menos atravesada.
Entonces comenzó la música, haciéndome retroceder un paso porque no
comenzó lento y gradualmente. Comenzó fuerte, ensordecedor. Podía
sentir el bajo vibrar a través de mi cuerpo, inquietante y erótico a la vez.
Mis ojos volaron hacia Jay en el escenario y él guiñó ante mi mirada de
asombro antes de dirigir su atención hacia la multitud.
No pasó mucho tiempo antes de que todo el infierno se desatara. La
multitud comenzó a gritar la letra en voces bajas, gruñonas y demoníacas.
Sus manos se elevaron en el aire. Y luego, hacia el frente del escenario
donde acababa de estar de pie, la gente comenzó a arrojar sus cuerpos
el uno al otro.
El resto de la multitud retrocedió, formando un semicírculo a su
alrededor mientras corrían, tiraban puños y pateaban. Un despliegue
violento y, en ese entonces… horroroso, que no entendí.
Ni siquiera tenía una palabra para eso.
Moshing.
Casi me fui. Muy pocas mujeres o chicas se sienten cómodas con la
vista de la violencia masculina abierta. Hace que un puño se asiente en tu
vientre. Te pone los pelos de punta. Te hace preguntarte cuánto tiempo
será necesario hasta que esa furia encienda a las mujeres que los rodean.
Pero entonces vi a una mujer avanzar entre la multitud: en algún
lugar de mi edad con cabello corto y rubio teñido, maquillaje negro
oscuro, jeans ajustados con un cinturón tachonado, botas de combate
con tacones gruesos y una sudadera con las mangas cortadas,
exponiendo los tatuajes en sus brazos. Su ceja tenía dos piercings, su labio
inferior perforado en el centro.
Todo en ella parecía fuerte, rudo. Sus ojos se levantaron cuando se
metió en el centro de los salvajes, buscando los míos. Una lenta sonrisa se
extendió por su rostro y luego se estrelló contra el hombre más cercano, su
codo enganchando su barbilla cuando él cargó de cabeza, haciendo
que su cabeza se moviera a un lado y la sangre saliera volando de su
boca.
32
Fue entonces cuando entendí lo que significaba esa sonrisa.
Significaba que ella podía correr con los niños grandes.
Y en ese momento, lo supe. Supe que eso era exactamente lo que
también quería hacer.
Me teñí el cabello de negro cuando llegué a casa. Me salté la
escuela por primera vez en mi vida y fui a comprar ropa negra en una
tienda en el centro comercial que estaba alineada hasta el techo con
camisetas de bandas y tenía música de metal por los altavoces. Escuché
cada banda de metal que Jay me sugirió. Me metí sigilosamente en el
sótano insonorizado donde estaba el piano (porque el sonido le producía a
mi padre una migraña) e imité la forma en que cantaban: Los gritos, los
gruñidos, el bajo, el sonido diabólico. Golpeé las teclas al compás de las
canciones.
Formé un sueño.
El día que cumplí los dieciocho años, bajo la amenaza de perder mi
fondo fiduciario si no salía de mi “fase rebelde”, me solté el cabello, me
puse mi ropa vieja y fui a la universidad como una buena chica, arrojé
todas mis cosas en maletas y me mudé con Jay.
Trabajé en The Pit como camarera, teniendo un sinfín de viejos
motociclistas tomando tragos sobre mi cuerpo. Y a cambio, el propietario
me permitió tener dos sets a la semana. La banda anterior de Jay se vino
abajo y les robé al baterista y por supuesto a él. Pusimos a trabajar mi
inteligencia, inventando planes de negocios. Vendí mis viejos zapatos y
bolsos de diseño. Conseguimos una vieja camioneta destartalada,
arrancando los estantes de la parte trasera y arrojando un viejo colchón en
su interior. Luego tomamos la carretera. Compartí ese colchón con otras
tres personas, despertando oliendo a cigarrillos, a sudor y a colchón
mohoso.
Fue el momento más feliz de mi vida.
Grabamos CD en pequeños estudios lúgubres que pagamos con el
dinero que no estaríamos usando para comprar comida. Ganamos
seguidores. Y luego, un día, conseguimos un contrato discográfico.
Ahora, veía a Jay rebanar limones y sentí una oleada de gratitud
como no había sentido en mucho tiempo. Si no fuera por él, habría ido a
alguna universidad de la Liga Ivy. Hubiera obtenido un título que mis
33 padres habrían aprobado. Hubiera salido con aburridos hombres de
negocios. Hubiera tenido una pequeña vida segura. Y habría sido tan
jodidamente miserable.
Y, a su vez, si no fuera por mí, Jay todavía estaría trabajando en
restaurantes, cortando limones para ganarse la vida.
Salí de la cocina, me moví detrás de él, envolviendo mis brazos
alrededor de su cintura, y descansé mi cabeza sobre su espalda. El
movimiento de corte se detuvo y escuché que bajó el cuchillo.
Se enderezó, girándose y envolviendo sus brazos alrededor de mis
hombros, atrapando mi cabello debajo, y ni siquiera me importó.
—Te amo, grandísimo idiota —le dije contra su camisa.
—Yo también te amo, muñequita —dijo, inclinándose y besando la
parte superior de mi cabeza—. Entonces, ¿quién vendrá esta noche? —
preguntó, desenredándose de mí. No éramos aficionados a los momentos
cursis. Probablemente era la única mujer a la que abrazaba
voluntariamente cuando el sexo no era una probabilidad inminente. Y
honestamente, no podía recordar la última vez que abracé a alguien.
—Con suerte alguien —contesté riendo, poniendo los ojos en
blanco—. Envié un mensaje de texto a todos. Así que, si nadie tiene algo
mejor que hacer…
—Es martes por la noche —comentó y se encogió de hombros—. Y
no creo que nadie se pierda mostrar su cara en una de tus fiestas. En caso
de que te hayas embriagado demasiado para recordar, generalmente
termina habiendo una gran cantidad de desnudos. El tuyo incluido —dijo y
sonrió, moviendo las cejas hacia mí.
—Sí, bueno… —comencé, negando con la cabeza. Mi yo sobrio no
era un gran admirador de las convenciones y reglas sociales. Mi yo ebrio
era francamente estúpido y cachondo. Lo que probablemente no era la
mejor manera de comportarse con la posible visita de mi sexy vecino
torturado. Me olvidaría de nuestro pequeño juego “quién tiene el
autocontrol más fuerte”. Lo arrastraría a mi cama en menos de una hora.
Así que… sí. Eso no podía suceder—. No voy a beber esta noche.
Jay me miró por encima de su hombro, con las cejas fruncidas.
—Ya veremos cómo va eso.
34
Lo ignoré a medida que abría la puerta para los del servicio de
comida y me dirigí hacia el pasillo. Me duché, me peiné, me puse poco
delineador porque me sentía desnuda sin él, luego me puse una minifalda
de rayas horizontales en blanco y negro y una camisa de color amarillo
brillante sin un hombro. Cómodo y casual. Era bueno no usar un corsé y
medias de red y botas pesadas para variar. A veces solo necesitabas usar
cosas que no son ajustadas ni provocan ampollas.
—¿Para qué son? —preguntó Jay cuando volví a entrar,
mostrándome un libro en rústica de Far From The Madding Crowd. El cual
era una de las tres novelas de Thomas Hardy que había incluido con
algunos otros autores de elección para la cesta de bienvenida de Isaiah.
—Oh, sé bueno y ponlos fuera de la puerta de mi vecino cuando
salgas —le dije, tomando a escondidas una zanahoria y escarbando en
una de las bandejas. Jay dejó pasar la comida saludable porque
eventualmente ordenaría una docena de pizzas grasientas cuando la
gente comenzara a llegar.
—¿Le compraste a tu vecino… libros?
—Le gusta leer —me encogí de hombros.
—Oh, le gusta, ¿verdad? —preguntó sonriendo.
—Cállate, ve a ducharte y vuelve aquí. No me hagas entretener a la
gente sola.
Tres horas más tarde, mi apartamento estaba inundado. El balcón
estaba ridículamente abarrotado, la gente teniendo que girar de costado
para deslizarse entre la multitud. Jay había conectado el sistema de sonido
y la música estaba resonando por los altavoces. Él estaba en la piscina con
cuatro encantadoras, sí… cuatro, mujeres diferentes sin la parte superior de
sus biquinis. Si no lo vigilaba, se las follaría a todas allí mismo en la piscina
frente a todos.
En todas partes y todos apestaban a alcohol. Había limpiado unos
veinte derrames dentro antes de empezar a llevar el licor afuera y di
instrucciones a los proveedores de catering para que hicieran lo mismo
con la comida. De todos modos, la mayoría de la gente quería estar en la
piscina. Y la limpieza del mañana sería mucho mejor si todo lo que tuviera
que hacer fuera limpiar el patio.
Todavía no había ocurrido la aparición de mi vecino sexy y yo solo…
35
no me sentía excesivamente festiva. Volví a entrar en mi apartamento, que
estaba felizmente vacío, y me senté en mi piano de estudio vertical que
había pintado de un color morado oscuro.
No tocaba mucho para los espectáculos. La mayoría de nuestra
música era demasiado ruidosa y ahogaría el sonido por completo. Pero era
un hábito de mi juventud que no podía quitarme. Tal vez porque había
tenido que trabajar tanto en eso. Interminables horas sentada en ese
sótano tratando de obligar a mis dedos para encontrar las notas, tratando
de hacer que mis manos trabajen por separado. Si había alguna habilidad
que sería absurda olvidar, sería el piano clásico.
Mis dedos recorrieron las teclas una vez, encontrando mi lugar y
comencé a tocar, una canción lenta y triste de ningún origen en particular.
No sé cuánto tiempo toqué. Minutos. Horas. No importaba. Sentí que
alguien se deslizaba en el banco a mi lado y, suponiendo que era Jay, lo
ignoré mientras se sentaba a horcajadas sobre el espacio junto a mí.
Las últimas notas golpearon alto y expectante, luego cayeron, mis
dedos quedándose inmóviles sobre las teclas.
—Eso fue triste —dijo una voz que definitivamente no era la de Jay.
Mi cabeza se giró rápidamente hacia un lado, observando los
profundos ojos verdes de mi vecino. Fue entonces cuando sentí su rodilla
rozándome el muslo, el calor de su cuerpo por estar tan cerca.
—Sí —coincidí, volviendo a mirar el piano.
—¿La escribiste?
—Sí —dije, dándome cuenta que había… solo desaparecido en mi
cabeza.
—Suena como tú —comentó, su voz baja.
—¿Crees que soy triste? —pregunté, volviendo la cabeza para
mirarlo otra vez, con las cejas fruncidas. La gente podría haberme acusado
de ser un montón de cosas: Enojada, angustiada, imprudente, loca. Pero
nunca triste.
—Creo que eres hermosa —respondió e intenté ignorar la rápida
sensación de aleteo en mi estómago.
Tomé una respiración profunda.

36 —Entonces, ¿estás disfrutando de la fiesta? —pregunté, queriendo


alejarme, pero sabiendo que no podía.
—Mmmhmm —murmuró, extendiéndose hacia mí y colocando mi
cabello detrás de mi oreja con cuidado.
Su mano se posó allí por un segundo antes de deslizarse lentamente
por el costado de mi cuello, rozando mi hombro. Sus ojos me observaban
como si buscara algún tipo de objeción, algún signo de retirada. Al no
encontrar ninguno, sus dedos acariciaron más abajo, jugando con el
escote inclinado de mi camisa. Luego su mano se aplastó y la palma rozó
mi pecho, posándose y sosteniéndolo, su pulgar rozando una vez
casualmente sobre el pezón, haciéndolo tensar contra la tela.
Mi boca se abrió un poco, mi aliento escapando entre mis labios a
medida que presionaba mis piernas juntas. ¿Cómo lo hacía tan
fácilmente? Siempre había tenido un impulso sexual saludable, desde la
primera vez que seguí a un cantante principal, unos diez años demasiado
viejo para mí pero sexy como la mierda, a la parte trasera de su furgoneta
y lo dejé llevarse mi virginidad sobre una pila de ropa sucia, teniendo muy
poca consideración por el dolor y el desorden de todo el asunto y
embistiéndose una y otra vez en mi interior hasta que gruñó: “Tengo que
follar a más vírgenes. Estás jodidamente apretada”. Para luego correrse.
No todo el mundo es dulce o tiene palabras de amor cuando sus
cerezas están para reventar. Al menos podía decir que perdí mi tarjeta V
con el símbolo sexual más grande del metal desde los años ochenta.
Estuvo en la cima de las listas unos meses después de nuestra pequeña cita
en su furgoneta. En general, siempre he elegido lo interesante sobre lo
bueno.
Todo esto con Isaiah Meyers se estaba volviendo muy, muy
interesante.
Porque nunca dejo que un hombre me ponga las manos encima tan
rápido. No sin que yo lo inicie de todos modos. Disfrutaba el sexo. Me
gustaban las parejas nuevas. Pero nunca me había sentido a metro y
medio de un centenar de personas que apenas conocía.
Y luego sus ojos bajaron a mi pecho y antes de que pudiera siquiera
medir su intención, su cabeza se hundió y su boca se cerró alrededor de mi
pezón, pasando su lengua por el pico endurecido, haciendo que un
gemido gutural escape de mis labios. Su brazo serpenteó alrededor de mi
espalda, acariciando mi muslo antes de agarrarlo con fuerza y levantarlo y
37 rodear el banco hasta que estuve a horcajadas sobre él como él, mi
espalda presionada contra su pecho.
Sus manos me rodearon, deslizándose debajo de mi camisa y
subiendo por mi estómago hasta que se cerraron sobre mis senos
desnudos. La piel endurecida, callosa y áspera, me hizo arquear ante su
toque, mi cabeza cayendo sobre su hombro. Él bajó la cabeza, agarrando
el lóbulo de mi oreja y chupándolo, haciendo que mis manos cayeran
sobre sus muslos y cavaran dentro.
Se oyó el sonido de la puerta corredera que se abría al balcón y volé
lejos de él, volviéndome rápidamente hacia el piano y deslizando mis
dedos sobre las teclas, solo rezando para que no fuera Jay.
Jay quien vería definitivamente el rubor en mis mejillas y la marca
húmeda sobre mi pecho. Jay quien se burlaría de mí sin piedad. Podía
sentir los ojos de Isaiah sobre mí, pero luché por fingir que ni siquiera estaba
allí.
—Hola, Darce —dijo una voz masculina, tímida, vacilante.
Volví la cabeza sobre mi hombro para encontrar a nuestro baterista,
Todd, alto y delgado, con una corta mata de cabello rubio y ojos
marrones. Todo en Todd era reservado y vacilante. No tenía ni idea de
cómo aguantaba la vida en la carretera tanto tiempo como lo hacía.
—¿Qué pasa, Todd? —pregunté, haciendo una mueca por lo ronca
que sonaba mi voz.
—Umm… bueno… Jay está un poco…
—Oh, genial —interrumpí, sacudiendo mi cabeza y sonriendo
irónicamente hacia él—. ¿Qué está haciendo ahora?
—Él está, eh… bueno…
—Escúpelo —dije y sonreí amablemente—. Todos somos adultos
pervertidos aquí.
Sus hombros cayeron mientras deslizaba sus manos en sus bolsillos
delanteros. De hecho, no estaba segura si el pobre tipo siquiera había
conocido el toque de una mujer. Jay había intentado sacarlo de su
caparazón una vez, pero Todd siempre se había escabullido.
—Está con una chica…

38 —Oh, por el amor de Dios —dije levantándome rápidamente, tirando


del escote de mi camisa para que la mancha húmeda quedara entre mis
senos y salí al balcón, sin mirar a Isaiah.
Pero lo escuché levantarse mientras salía.
—¡Jay! —grité para que me escuchara por encima de la música,
viendo a la chica en cuestión posada con los brazos y piernas extendidas
en un diván, Jay enterrado entre sus muslos.
Sentí un cuerpo detrás de mí y escuché la risa baja de Isaiah en mi
oído.
—Bueno, eso parece divertido —dijo, pasando una mano por mi
vientre—. ¿Quieres agarrar un diván?
Sentí un escalofrío de anticipación antes de salir rápidamente de su
agarre y moverme hacia Jay. Realmente no había una manera delicada
de romper el sexo oral, y lo más probable era que Jay estuviera demasiado
ido como para responder a un suave desaire. Me incliné, agarrando un
puñado de su cabello y tirando bruscamente hacia atrás, haciéndolo
golpear duro en el suelo.
—Cúbrete —le dije a la chica que cruzó rápidamente las piernas.
—Nos estábamos divirtiendo, Darce —objetó Jay, sonriéndome.
—Sí, bueno, vas a tener que llevarte ese tipo de diversión al hotel al
otro lado de la calle.
—Aguafiestas —se opuso, avanzando hacia la barra.
Volteé, esperando ver a Isaiah, pero no estaba por ninguna parte. Lo
cual, en realidad, era lo mejor. Miré a mi alrededor para ver si había más
incendios que necesitaban extinguirse de inmediato. Al no encontrar
ninguno, volví a mi apartamento y en mi habitación, cerrando la puerta
con llave. Me sentía frustrada. Tanto sexual como emocionalmente.
Necesitaba solo tomarme un par de minutos para mí.
Volví a salir cuando los sonidos se calmaron para encontrar solo un
par de docenas de almas devotas abandonadas junto a la piscina.
Bebiendo y coqueteando. Me asomé a través de la puerta para ver a
Isaiah poniendo sus brazos alrededor de los hombros de dos chicas,
sonriendo, y conduciéndolas a través del balcón hacia su apartamento.
Así que esa era la forma en que era.
Suspiré, saliendo a la terraza y tomando un trago. Bueno, eso
39 también estaba bien.
Jay asintió hacia mí, brindando conmigo desde el otro lado del
patio.
Cinco
N
o podía dejar de pensar en ella. Literalmente, no podía. Seguí
distrayéndome en el trabajo todo el día, pensando en su
cuerpo desnudo, pensando en su pie jugando con mi polla.
Pensando en volver a verla en su fiesta.
Luché contra el impulso de ir hasta allí tan pronto como comencé a
escuchar la música y la gente, sin querer parecer demasiado ansioso,
demasiado desesperado. Cuando finalmente fui, bueno, no había estado
preparado para la multitud. Incluso las fiestas a las que fui por el trabajo
tuvieron una gran cantidad de espacio para moverse.
La fiesta de Darcy no dejaba espacio alguno. Tenías que frotarte
40 contra la espalda de otra persona para deslizarte entre la multitud.
Me llevó casi una hora y media encontrarla. Solo terminé
escuchando las notas del piano casualmente cuando cambió la canción
en el estéreo. Y, efectivamente, allí estaba ella, inclinada ligeramente
hacia delante, su cabello cubriendo su rostro y sus manos volando sobre las
teclas, de forma segura y sin esfuerzo.
Escuché desde la puerta por un segundo antes de entrar y sentarme.
Ella ni siquiera notó mi presencia mientras tocaba, aparentemente
completamente perdida en su música. Cuando sus manos tocaron las
notas finales, y hablé, sus ojos sorprendidos casi se habían visto cómicos.
Mover su cabello detrás de su oreja había sido inocente. Solo quería
ver su rostro, pero cuando me miró con esos ojos deslumbrantes… sí, no
había marcha atrás. Tocarla era como jugar con fuegos artificiales. Todo
echó chispa. Cada roce era como una explosión en su cuerpo. Se inclinó
hacia mí, gimió, se humedeció los labios. Todo de forma subconsciente,
estaba seguro. No hubo ni un atisbo de vacilación cuando mi mano se
deslizó hacia su pecho, acariciando su pezón. O cuando lo tomé en mi
boca.
Ella me habría dejado llevarla a la cama si ese chico Todd no nos
hubiera interrumpido. Pero podría haber valido la pena perder esa
oportunidad por verla asaltar a su bajista y arrastrarlo de entre los muslos
de una chica por su cabello. Esa era una imagen bastante impresionante
de presenciar.
Aunque después, ella simplemente… desapareció. La busqué por un
tiempo antes de imaginar que debe haber estado evitándome. Luego me
metí en una conversación con una rubia atractiva. Y luego otra.
Antes de pensarlo realmente, las estaba tomando y llevándolas a mi
apartamento. No había razón para no llevar a alguien a la cama. Estaba
frustrado por dos encuentros con Darcy que no me proporcionaron
ninguna clase de alivio sexual. No era propio de mí. Necesitaba la
liberación. ¿Y qué mejor manera de desahogarse, que tener a dos mujeres
dispuestas a compartirte?
Tal vez si me desahogaba, mis intentos de acostarme con Darcy
serían más productivos.
—Tu apartamento está tan vacío —dijo una de las rubias, Lily, creo,
41
mientras miraba a su alrededor.
—Acabo de mudarme —respondí, inclinándome hacia su oreja—.
Aunque sí tengo una gran cama —le dije, guiándolas a ambas por el
pasillo hacia mi habitación. Dejo que mis brazos caigan de sus hombros,
moviéndome para sentarme al pie de mi cama. Ellas se quedaron allí,
mirándome y luego riéndose la una a la otra—. Allison —comencé y la
chica se animó—. Creo que Lily necesita un beso, ¿verdad? —pregunté
con una ceja levantada. Ella me miró durante un largo minuto antes de
extender la mano y tocar el rostro de Lily y acercarla, sus labios tocándose
fácilmente, sin ningún tipo de vacilación.
Apoyé mis manos en la cama detrás de mí, echándome hacia atrás
y viendo mientras se besaban, sintiendo endurecer mi polla mientras las
manos de Lily se movían para comenzar a acariciar los pechos de Allison
por encima de su bikini. Agarré los botones de mi camisa, soltándolos
lentamente a medida que las chicas se desnudaban entre sí, de vez en
cuando una de ellas mirándome con una sonrisa astuta.
—Allison —le dije, poniéndome de pie, buscando mi cinturón—, ven
aquí —añadí, dando palmaditas en el borde de la cama. Ella obedeció,
sentándose y acostándose hasta apoyar sus hombros contra la cama—.
Lily —dije, estirando mi mano hacia ella y poniéndola de rodillas—.
¿Quieres probar su coño, verdad?
—Mmmhmm —murmuró, y supe que era más para mi beneficio que
su deseo genuino devorarse a otra chica. Lo cual era aún más excitante
para mí.
—Buena chica —le dije, acariciando su mejilla, luego guiándola
entre los muslos de Allison. Me bajé los pantalones, salí de ellos y abrí un
preservativo. Me quedé allí por un momento, acariciando mi polla mientras
veía a Allison comenzar a retorcerse en el colchón. Me puse el condón, me
puse de rodillas detrás de Lily y estiré mi mano, deslizando mis dedos en su
resbaladizo calor. Me la follé con el dedo por un momento, hasta que ella
estaba jadeando contra el arrebato de Allison, luego saqué mis dedos,
deslizándome entre sus muslos y golpeando profundamente dentro de
ella—. No dejes de lamerle el coño, ¿me entiendes? —pregunté,
estirándome y agarrándola del cabello.
—Sí —gimió, empujando sus caderas hacia mí.
Empujé violentamente dentro de ella, tratando de deshacerme de la
42
frustración que había estado colgando como una niebla a mi alrededor
durante semanas. Ella estaba gimiendo, meciéndose contra mí a medida
que sus dedos se deslizaban dentro del coño de Allison, llevándola hacia la
cima y a través de un orgasmo, antes de colapsar contra el muslo de la
chica, esperando el suyo. Me estiré su alrededor, acariciando su clítoris
hasta que sentí que se apretaba a mi alrededor mientras gritaba.
Salí de ella, moviéndome hacia la cama, recostándome contra la
almohada.
—Allison —dije, dándome palmaditas en el regazo y observándola
gatear por la cama, con los ojos pesados. Se sentó a horcajadas sobre mí
rápidamente, ávida de tenerme dentro de ella, gimiendo ruidosamente a
medida que empujaba profundamente en ella—. Lily —le dije, haciendo
un gesto con mi dedo—. Voy a chupar ese coño tuyo mientras Allison me
folla —terminé, y rápidamente se acercó a mí, colocando sus rodillas a
cada lado de mi rostro y bajando. Allison se estiró, besando el cuello de Lily
mientras comenzaba a montarme a toda velocidad, sus caderas girando
sobre mí mientras alcanzaba su deseo.
Este era el sueño de todo hombre. Tenía a dos mujeres follándome y
chupándome como quería. Debería haber estado fuera de sí con el deseo
y la emoción. Pero todo lo que sentía era una especie de calor
desapegado. El ritmo de Allison se estaba volviendo errático a medida que
su aliento comenzaba a escapar superficialmente. Empecé a empujar
hacia arriba en ella mientras mi lengua lamía el clítoris de Lily una y otra vez
hasta que sus muslos comenzaron a temblar y saboreé una oleada de
humedad cuando alcanzó su orgasmo.
—Oh, Dios mío —gritó Allison, agarrando desesperadamente los
hombros de Lily mientras comenzaba a alcanzar su punto máximo. Embestí
hacia arriba unas cuantas veces más, corriéndome fuerte y rápido.
Lily se derrumbó junto a mi cabeza, Allison cayendo sobre mi pecho.
El sexo simplemente ya no estaba funcionando. Lo cual era una
locura. Tan pronto como le agarré el gusto a follar, me enganché. Metí mi
polla en cada mujer medianamente atractiva que se cruzó en mi camino.
No era raro para mí tener dos o tres al día, sintiéndome completamente
insaciable después de tantos años sin él.
No fue hasta hace poco, el año pasado más o menos, que no fue
suficiente. El sexo normal. Simplemente ya no servía para mí. Así que me
43
llevé a dos o tres mujeres a la cama al mismo tiempo. Hice que se lamieran
entre sí, se pusieran consoladores y se follaran unas a otras. Y luego me
uniría, metiendo mi polla en sus bocas, sus coños, sus culos. Las até. Las
azoté. Intentando desesperadamente sentir incluso un atisbo de la euforia
que solía sentir con el torrente de un orgasmo.
Pero no estaba funcionando.
Le di unas palmaditas a Allison hasta que ella se apartó de mí, se
levantó y fue al baño. Tiré el condón y abrí el agua hirviendo,
deslizándome bajo el rocío.
Siempre necesitaba ducharme después del sexo. Necesitaba
quitarme el olor. Necesitaba borrar la película de vergüenza que aún
sentía después de todos los años de intentar olvidar los ideales con los que
crecí. Salí del agua un rato después, me puse unos pantalones de pijama
gris y me dirigí hacia la sala de estar.
Las echaría eventualmente. Nunca podía dormir hasta que se iban y
quitaba las sábanas de la cama. Pero no iba a ser el imbécil que las
empujaba por la puerta cuando todavía estaban intentando entender lo
que pasó.
Agarré uno de los libros que había encontrado antes frente a mi
puerta, algo de Charlotte Bronte, y me senté en la silla para leer. En
realidad, nunca me había acostumbrado a las novelas, sintiendo que mi
tiempo era mejor invertido al ponerme al día con los eventos actuales (o
pasados). Pero si Darcy, con su educación privilegiada, pensaba que era
algo que valía la pena leer, entonces estaba dispuesto a intentarlo.
Pasó mucho tiempo después, mis ojos secos como papel de lija a
medida que hojeaba firmemente las páginas de la obra maestra conocida
como Jane Eyre, cuando escuché unos pies arrastrándose en mi
habitación. Unas voces bajas, antes de escuchar algunos pasos en el
pasillo. Bajé la mirada hacia mi reloj, dándome cuenta que eran más de
las cuatro de la madrugada.
Se dirigían de puntillas hacia la puerta de entrada, tomadas de la
mano. Como si se estuvieran saliendo con la suya. Sonreí para mis adentros
cuando Lily alcanzó la manija de la puerta.
—Buenas noches, señoritas —les dije, casi riendo cuando las vi saltar
y gritar, volviéndose culpables hacia mí.
44
—Oh, hola, solo estábamos… —comenzó Allison.
—¿Haciendo furtivamente la caminata de la vergüenza? —ofrecí,
sacudiendo mi cabeza ante su mirada compartida—. Fue divertido, chicas.
¿Puedo llamarles un taxi?
—Um, no —dijo Lily, abriendo la puerta—. Ya lo hicimos. Gracias.
Luego corrieron al pasillo y cerraron la puerta silenciosamente. Dejé
mi libro abierto y boca abajo en el taburete para no olvidar la página,
levantándome y dirigiéndome hacia el whisky escocés. No podía culparlas
por intentar escabullirse. Dudaba que esas escapadas nocturnas fueran el
tipo de cosas que querían que se supiera. Tal vez si hubieran sido ellas las
que se follaran a uno de los chicos de la banda. Pero no simplemente al
tipo rico de al lado. Aquel que las hizo disfrutarse entre sí. Eso no era parte
de los cuentos de hadas.
Y a las mujeres les encantaban sus malditos cuentos de hadas.
Desafortunadamente para ellas, mi riqueza era casi la única cosa
principesca sobre mí. No iba a salvar a nadie. Apenas podía salvarme.
Demonios, si alguien supiera lo que había…
Bueno, nadie iba a hacerlo. Me tomé el whisky de golpe y me dirigí a
la habitación, arrancando las sábanas de la cama y arrojándolas a un
cesto. Agarré las nuevas del armario y las puse.
Me acosté, mirando al techo por un largo tiempo.
Nadie lo sabría.

45
Seis
N
o volví a ver a mi vecino después de la fiesta. Después de
que se fue con esas dos groupies. Después de que me
emborraché deslumbrantemente y de hecho me senté en el
regazo de Todd y le dije que podía mostrarle cómo ser un hombre. El pobre
tipo ni siquiera podía mirarme a los ojos toda la mañana siguiente. Jay
apareció al final con una historia sobre su última experiencia sexual que
nos dejó horrorizados y fuera de sí a la vez, absolutamente entretenidos.
Todo salió bien. Las cosas volvieron a cómo deberían haber sido. Me
sentía más relajada, lo que hizo a los muchachos sentirse más relajados y
cómodos. Mientras preparaba mis maletas para la segunda etapa de la
gira, todo lo que sentía era la emoción habitual, un poco de ansiedad y la
46
necesidad de volver al trabajo.
Me dirigí al auto de alquiler, el conductor saliendo a toda prisa para
guardar mis maletas en el baúl mientras yo me sentaba en el asiento
trasero. Sería hora y media de regreso al autobús de la gira, y luego
estaríamos yendo a la carretera una vez más. Me hundí en el asiento,
sintiéndome casi feliz de estar dejando la ciudad. Cosa que no era propia
de mí. Siempre me ha gustado estar en casa en la rara ocasión en que
podía estarlo. Pero durante los últimos días, se ha sentido casi sofocante.
No tenía nada, absolutamente nada, que ver con mi vecino sexy.
No. De ningún modo.
Nos detuvimos en el autobús unas dos horas más tarde. Le di una
propina al conductor y saludé a los dos empleados que usábamos de
ayuda en el escenario, y por lo tanto que también se amontonaban con
nosotros en el autobús.
Me encantaba el autobús. Me encantaba cada recuerdo que
hicimos en nuestro hogar rodante con su galera completa con mesas y
una mini cocina, un salón y ocho literas. Era como un hotel en movimiento
donde puedes festejar con todos tus mejores amigos todas las noches. Era
una enorme cosa negra y tostada que no podía creer que alguien pudiera
conducir en una carretera normal. Pero Burt, una figura paternal más
antigua para todos nosotros, lo había estado haciendo desde que la
compañía discográfica nos prestó a la enorme bestia dos años antes.
Subí los escalones y bajé por la galera, que consistía en dos mesas
pequeñas con puestos, una pequeña cocina y una zona para sentarse.
—¿Dónde están, chicos? —llamé, caminando entre las literas con sus
cortinas de privacidad y televisores mini personal.
—Niña bonita —llamó Jay desde el área del salón—, pensamos que
nos abandonarías.
—Suenas tan desconsolado por la idea —respondí riendo,
empujando en el salón que era como una ensenada con un sofá en forma
de U, mesas emergentes y una mini nevera. Jay estaba ocupando la
mayor parte de un lado, Todd sentado en la esquina, pero no fueron lo
que me hizo detenerme en seco en la puerta, mi corazón volando en mi
garganta—. ¿Qué estás haciendo aquí?

47 Porque allí, en medio de la sala, abasteciendo la mini nevera…


estaba el maldito Isaiah Meyers con sus pantalones negros y camiseta
blanca. Él me miró por encima del hombro, con una sonrisa jugando en sus
labios.
—Oh, Darce —dijo Jay, poniéndose una guitarra sobre el estómago y
rasgueando distraídamente—, este es Isaac o algo así…
—Su nombre es Isaiah —dijo Todd, poniendo los ojos en blanco.
—Cierto —dijo Jay, asintiendo—, Isaiah. Lo contraté para ayudar por
aquí.
—¿Se te escapó por completo que está usando pantalones de
trescientos dólares y tiene un maldito Rolex?
—¿Ah, sí? —preguntó Jay, mirando a Isaiah y frunciendo los labios—.
Genial.
—Es mi vecino, idiota —le dije, negando con la cabeza. Esto no
podía estar pasando. Esto era como una estúpida broma de mierda por
parte de mis compañeros de viaje. No había forma de que mi vecino, un
maldito capitalista de riesgo, estuviera en mi autobús… aceptando un
trabajo como lacayo—. Bien. Tú lo contrataste. Yo lo estoy despidiendo.
Isaiah se levantó, dobló la caja de refrescos y me sonrió
burlonamente.
—Hola, Darcy —dijo, sonando perfectamente inocente.
Vi al rojo puro.
Jay miró entre los dos y rio entre dientes.
—Oh, esto va a ser divertido —comentó, mirándome con los ojos
brillantes—. Si él se va, yo me voy.
—Mentira —dije, comenzando a sonreír, pero al encontrar el desafío
en sus ojos, desapareció. Lo conocía mejor que nadie. Y él no
fanfarroneaba—. Bien —dije, suspirando, mirando de nuevo a Isaiah—,
entonces, renuncia.
—Bueno —comenzó, alzando la mano y rascándose la barba en sus
mejillas—, me temo que no puedo hacer eso.
—¿Por qué?
Volvió a mirar a Jay, compartiendo una sonrisa que quise quitar a
48 golpes de sus rostros.
—Estoy con Jay… esto va a ser muy divertido.
—Arggh —dije, alejándome un momento. ¿Así que eso era lo serio
que estaba tomándose este llamado juego nuestro? ¿Estaba dispuesto a
huir de toda su vida durante un año solo para follar conmigo? Y, bueno,
maldición. ¿Quién hacía ese tipo de cosas? ¿Qué clase de inestable era
que aceptaría un trabajo de baja categoría en mi autobús turístico solo
para ganar algo?—. Lo que sea —dije, medio volviendo—. Solo asegúrate
que su litera esté bien lejos de la mía —terminé, comenzando a irme.
—Bueno, verás… —comenzó Jay y sentí que mi espalda se
enderezaba.
—¿Veo qué?
—Normalmente, accedería a complacerte —dijo en un tono que los
dos sabíamos que de hecho prefería joder conmigo lo más posible—, pero
todas las literas extra ya estaban ocupadas cuando llegó aquí…
—¿Cómo que ya estaban ocupadas? —pregunté, regresando—. En
mi último conteo, tenemos tres miembros de banda, un conductor y dos
miembros de apoyo. Eso hace seis. Entonces, deberían haber quedado
dos…
—Sí, pero luego decidí traer a Maddy —dijo Jay, asintiendo detrás de
mí, donde estaba parada una bonita pelirroja, saludándome.
—Oh, genial —dije, luego me volví hacia la chica—. Espero que
sepas que se va a cansar de ti a mitad de la gira y te dejará abandonada
en alguna ciudad de la que nunca has oído hablar en la estación de
autobuses. Pero no antes de obligarte a hacer todo tipo de cosas
pervertidas con él. Y cualquier otra chica que traiga al autobús.
—Sí, me lo dijo —dijo ella dulcemente, pasando junto a mí y
acurrucándose a los pies de Jay.
—Hombre, malditas groupies —dijo Jay, sonriendo.
Me froté el dolor de cabeza que estaba teniendo entre mis ojos.
—De acuerdo, bien. ¿Qué litera le toca?
—La que está justo debajo de la tuya —me informó Todd, con
aspecto avergonzado.
—Oh, eso es maravilloso —respondí, sacudiendo la cabeza y
despegando hacia el frente del autobús.
49
La chica, Maddy, ya era suficientemente terrible. Me había
acostumbrado a las amiguitas de revolcadas de Jay hace mucho tiempo
atrás. Siempre eran jóvenes y estúpidas, y nunca faltaban las pataletas
celosas y posesivas que armaban en algún momento u otro. Lo cual, por
supuesto, me sería achacado porque, aparentemente, tener una vagina
significaba que sabía manejar las rabietas.
Por lo tanto, como si eso no fuera suficiente, ahora tenía que lidiar
con Isaiah. El sexy y determinado Isaiah. Durmiendo justo debajo de mí. Iba
a ser una gira larga, muy larga.
Caminé al frente, agarrando mi bolso y me acerqué a mi litera,
tirando de mi cortina de privacidad y deslizando mis auriculares en su
lugar.
La única razón por la que el autobús de gira funcionaba era porque
nos conocíamos muy bien entre sí. Todd se levantaba temprano y
cambiaba con Burt, que se acostaría y descansaría un poco. La tripulación
de apoyo se despertaba entonces, se sentaba en el frente y hablaba en
voz baja, enviando mensajes de texto, trabajando en su propia música o
arte o lo que sea que les apasionara. Luego me levantaba e insistía en que
Todd se detuviera para que pudiéramos recoger café y pasteles. Jay no
debía ser despertado… nunca. Si lo intentabas, habría una amenaza muy
real a un daño corporal. Él no era una persona madrugadora. Ni una
persona de la tarde la mayor parte del tiempo.
Todd iba directo a la cama después de un espectáculo. Yo me
quedaba despierta y me calmaba lentamente antes de dirigirme a mi
litera. Jay se quedaba despierto toda la noche tan escandaloso como le
placía, follándose a las chicas en todas las superficies del autobús. Luego
nos despertaríamos y limpiaríamos colectivamente todo con toallitas con
lejía y comenzábamos otro día. Todd roncaba durante el otoño. Jay tenía
pesadillas que le hacían temblar mientras dormía. No me gustaba que
nadie tocara mis cosas. Era una bebé quejumbrosa cuando me
enfermaba. Y quería que todos los chicos que no dormían en el autobús
bajaran del autobús antes de irme a dormir.
Nos conocíamos más íntimamente que la mayoría de la gente
conocía a sus esposas simplemente porque estábamos atrapados juntos
en un espacio tan pequeño. Jay me había estado molestando sobre insistir
en un autobús aparte para que la tripulación duerma. La mayoría de los
50 grupos viajaban con al menos otros dos autobuses para su tripulación. Pero
nunca podía reconciliar la idea. Siempre hemos sido capaces de
organizarnos con la construcción del escenario y la configuración general.
Siempre lo habíamos hecho antes de conseguir empleados.
Además, Joey y Mike habían estado con nosotros casi desde el
principio y, en general, no exagerábamos las cosas, más allá de
espectáculos con escenarios básicos. Esa no era la forma en que se
suponía que sea. Se suponía que todo iba de la música.
Lo más elaborado que habíamos hecho fue derramar sangre falsa
mientras cantábamos una canción sobre el problema cada vez más
frecuente de la autolesión.
Sin embargo, reconozco que necesitábamos desesperadamente
otro escenario a manos. Habíamos hablado sobre contratar a una tercera
persona durante meses, pero nadie lo siguió. Eso fue hasta que, por
supuesto, alguien apareció un día y se ofreció para el trabajo. Jay
probablemente se había sentido orgulloso como un gato llevando a casa
un ratón para resolver el problema.
Él se aburriría. Tarde o temprano, perdería el impulso. Se cansaría del
trabajo absolutamente arduo. Tendría que volver a su trabajo real. Él se
daría por vencido.
Entonces las cosas podrían seguir y volver a la normalidad. Hasta
entonces, bueno, solo iba a asegurarme de que nunca estuviéramos solos
juntos. Porque sabía que la tentación todavía estaba allí. Sabía que sus
maneras delicadas de ser iban a derretir mis bragas en un charco de
deseo si lo permitía.
Cosa que no haría. Porque, bueno, hablemos de incomodidad.
Todos sabrían que lo hicimos. Se burlarían de mí despiadadamente. Luego,
cuando las cosas se arruinaran, como estaba absolutamente obligado a
pasar, iba a haber una gran tensión solo por estar en el mismo autobús con
él.
Aunque, de hecho necesitaba echar un polvo. En realidad todo se
reducía a eso. Era la razón por la que estaba tan enojada con el chico. Él
ni siquiera era mi tipo. Como en… absoluto. Me gustaban los tipos en mi
multitud: Duros, con los pies en la tierra, tal vez un poco oscuros. Cabello
51 largo, perforados, tatuados, con algún tipo de habilidad artística.
Isaiah Meyers era un maldito capitalista de riesgo, rubio y de ojos
verdes.
No tenía uso para ese tipo. Crecí con esa clase de hombres. Todo
era furtivo y ambiguo. Eran espeluznantes para mí incluso cuando era niña.
Tenían un sentido inflado de sí mismos. Les gustaban sus mujeres
superficiales, bonitas por fuera, tontas como serrín por dentro.
Un hombre así no podía manejarme.
Mi ojo captó un movimiento a mi lado y me volví contra mi
almohada para ver a alguien abriendo mi cortina de privacidad. Tachen
eso. No “alguien”. Porque todos los demás conocían las reglas. Ni siquiera
tenía que ver su rostro para saber quién era. Me saqué uno de mis
auriculares cuando su rostro apareció a la vista, descansando sus brazos en
el fondo de mi litera y parado allí como si no tuviera nada mejor que hacer
con su tiempo.
—Eres nuevo —comencé, negando con la cabeza—, así que lo
dejaré pasar. Una vez. Cuando la cortina está cerrada —dije, señalando
hacia ella—, dejas en paz a la persona dentro de ella.
—¿Por qué? —preguntó, sonriendo con una sonrisa perezosa, pero
astuta.
—Porque esas son las reglas. Nuestras literas son nuestras únicas
partes privadas en este…
—Partes privadas, ¿eh? —preguntó, levantando un lado de sus
labios—. Me gustaría saber todo sobre tus partes privadas.
Oh, Dios mío. Y dichas partes privadas estaban muy ansiosas por la
inspección, maldita sea.
Extendí la mano, agarré la cortina y la tiré.
—Solo sigue las reglas o haré que echen tu culo en la próxima
parada.
Listo.
Ahora todo lo que tenía que hacer era permanecer en mi litera
durante toda la gira.

52
Siete
D
e acuerdo, tal vez era un plan loco. Estaba bastante seguro
que la doctora Todd me iba a decir un montón de mierda al
respecto. En nuestras sesiones de video chat. Porque cuando
le dije que me iba a ir de la ciudad por un año, amenazó con dejarme si
no encontraba la manera de mantenerme al día con su asesoramiento. No
sé particularmente por qué la amenaza me molestó tanto. En realidad no
estaba sacando mucho de la terapia en primer lugar.
Tal vez era porque ella era la única constante real en mi vida.
Especialmente siendo una mujer.
Mi hermana solía ocupar su lugar antes de irse. Pero ahora estaba en
53 algún pueblo con su esposo, tres hijas traviesas y muchos parientes políticos
inadaptados. No es que la culpo. Ella se merecía su felicidad después de la
mierda que tuvimos que pasar. Pero una vez que se fue, no había otras
mujeres que fueran una constante básica presente en mi vida. Excepto la
buena doctora. Así que quizás estaba aferrándome a eso. Porque sabía
que no era normal deshacerse de las mujeres como lo hacía.
Demonios, porque aún necesitaba su maldita ayuda.
Estaba jodido de todas y cada una forma posible.
¿Quién persigue a sus vecinas por todo el país? ¿Solo para llevárselas
a la cama? ¿Qué ser humano normal y plenamente funcional haría eso?
Ni siquiera era propio de mí. No era uno de esos tipos que salían a la
caza. No necesitaba la caza. Si quería cazar, me iría al bosque con una
pistola o una trampa como un maldito hombre de verdad. No necesitaba
jugar a ser un cazador con sus mujeres. Me gustaba lo fácil y rápido. Me
gustaba llevarte a casa y quitarte la ropa en menos de una hora.
No me enamoraba. No me obsesionaba. Una mujer era tan buena
como la siguiente. Entonces, ¿qué demonios había tan diferente en Darcy
Monroe?
No era tan asombrosamente espectacular. Hermosa. Ardiente como
el infierno. Incluso había mujeres de mejor aspecto por ahí. Una mujer con
algunos bordes menos afilados. Mujeres que realmente querían estar
conmigo.
Es cierto, era educada. No tenías que compartir más que unas pocas
palabras con ella para saber que era inteligente. Y confiada en su
conocimiento. No era una acaparadora de hechos, una adicta a los
motores de búsqueda. Estaba genuinamente bien informada de un
pasado educativo tradicional.
Tal vez era la oscuridad. Era diferente. Intrigante.
Pero todas esas cosas tenían que ver con ella. Como persona. No
me follo a las mujeres por sus mentes. Así que en realidad, nada de esto
tenía sentido.
No estoy del todo seguro de qué fue lo que me impulsó a hacerlo. Un
minuto estaba terminando su novela de Bronte y buscando algo de Hardy,
al siguiente estaba rastreando a su compañero de banda y ofreciéndome
hacer cualquier trabajo que tuviera que hacer para ir de gira con ellos.
54
Había sido sorprendentemente fácil. Si no hubiera sido así, podría haberme
dado por vencido, haber ido a un bar, haber encontrado a otra mujer y
habérmela follado hasta que me olvidara por completo de Darcy Monroe.
Sin embargo, la expresión de completa y absoluta conmoción en su
rostro cuando me vio en el salón valió la pena por todo lo que había sido
arreglar las cosas en el trabajo, arreglar mi apartamento, lidiar con la
doctora Todd… todo.
No había forma de que ella fuera capaz de resistirme para siempre.
No cuando tuviéramos que dormir con solo un par de metros entre
nosotros. Cuando no pudiera alejarse de mí. Cuando me estaría viendo en
todas partes.
Aunque no estaba exactamente feliz de verme. Lo cual estaba bien.
Incluso era algo esperado. Pero se acostumbraría a mí eventualmente.
Ayudé a los otros miembros de la tripulación, Joey y Mike, a terminar
de cargar el equipo y el equipaje en el área de almacenamiento debajo
del autobús y regresé con todos los demás cuando Burt les dijo a todos que
fueran y se mantuvieran quietos porque estábamos a punto de salir a la
carretera.
Me moví a través de la galera y hacia mi litera, deslizándome junto a
mi bolsa llena de algunos aparatos electrónicos y media docena de libros.
No estaba tan mal. Supuse que una litera en un autobús iba a ser
incómodo y penoso. Pero una vez que tirabas de la cortina, era cómodo.
Casi privado. Había una televisión colgando del techo sobre mi cabeza
que tenía servicios de suscripción por cable y bajo demanda. El colchón
era lo suficientemente grueso como para permitirme dormir bien después
de horas de reventarme el culo en los días de espectáculo. El balanceo
del autobús en movimiento era reconfortante. Había una pequeña bolsa
de tela colgando de la pared de la litera junto a mis pies y la alcancé,
abriéndola y extendiendo su contenido en el colchón junto a mí.
Tapones para los oídos. Máscara para los ojos. Pastillas para el
mareo. Aspirina. Y siete condones. Siete. Me pregunté cuál era la lógica
allí. ¿Uno por cada día de la semana? ¿Alguien iba a pasarse por las literas
de todos una vez por semana y poner otro suministro semanal en las bolsas
de todos? Demonios… ¿eso iba a ser parte de mi trabajo?
No me hacía ilusiones sobre mi posición. Era un lacayo. Era el hombre
55 más bajo en el tótem. Más bajo aún que el conductor mismo. Sin duda, iba
a tener los trabajos más demandantes. Los sucios. Los que nadie más
quería hacer. Lo cual estaba bien para mí.
Crecí trabajando duro. Me levantaba antes del sol. Perseguía pollos.
Pescaba. Cazaba. Cortaba leña. Construí cosas. Rompí cosas. Me iba a la
cama por las noches sintiendo dolor en cada punto de mi cuerpo,
demasiado agotado para siquiera pensar en luchar contra el sueño. Viví
así durante veinticuatro años. Mi cuerpo estaba acostumbrado a eso.
Volvería a esa rutina fácilmente.
Darcy no salió de su litera a la mañana siguiente. Burt nos hizo bajar
en una parada de RV para poder ducharnos y salir a estirar las piernas,
cruzar la calle hasta el restaurante y tomar algo de comida. Pero Darcy no
había mostrado su rostro. Aparentemente era una rareza tal que los otros
miembros de la tripulación tuvieron que sentarse preocupándose por eso
hasta que Todd de hecho fue y despertó a Jay. Lo cual era, una vez más,
algo que nunca nadie hacía.
Jay salió tambaleándose de su litera, todavía subiéndose sus
pantalones. La chica, Maddy estaba completamente desnuda en su
colchón.
—Será mejor que sea jodidamente importante —gruñó, mirándonos
a todos—, estaba metido en un buen coño.
Todd apartó la mirada, un leve rubor dibujándose en sus mejillas.
—Son las diez… —comenzó.
—Sí, exacto. Se supone que no debo ser molestado por otras cuatro
horas.
—Nadie ha visto a Darcy todavía —dijo Joey, un tipo de veintitantos
años con cabello morado y pendientes de plata en las orejas.
—¿Son las diez? —preguntó, entrecerrando los ojos y observándonos.
—Sí —dijo Todd.
Jay frunció el ceño durante un minuto antes de darse la vuelta y
caminar por la fila de literas, llegando a la de Darcy y, rompiendo la regla
que había escuchado tres veces desde que subí a bordo, abrió su cortina
de privacidad.
—¿Qué diablos, Darce? —preguntó, estirándose y arrancando sus
56 auriculares—. Todos se han estado preocupando por ti. ¿Estás enferma?
No pudimos entender la respuesta de Darcy, pero entonces Jay
estaba metiendo la mano en la litera, agarrándola y arrastrando a Darcy
chillando. Ella se sacudía, golpeando sus puños cerrados contra los
hombros, pecho y estómago de Jay.
Nos quedamos ahí sentados mirando mientras él la ponía de pie,
azotando su trasero lo suficientemente fuerte como para que ella se
tambaleara un paso adelante.
—Deja de ser tan cobarde —dijo, empujándola hacia la cocina—.
Miren lo que encontré —declaró a medida que le bloqueaba el camino
de regreso a las literas—. Alguien tiene que darle un poco de café hasta
que deje de ser tan perra. Si me disculpan, ahora tengo algunos asuntos
que atender —declaró, desabrochándose los pantalones mientras volvía a
su litera.
No pasó mucho tiempo hasta que comenzamos a escuchar gruñidos
y gemidos desde su litera. Todd se volvió, metiendo la mano en un
compartimiento debajo de las ventanas, presionando algunos botones
hasta que la música comenzó a salir de los altavoces a nuestro alrededor.
—Buenos días, Darcy —dijo Mike burlón. Era un niño que no podía
tener más de veinte años, con un largo cabello negro recogido en un
moño en la coronilla y ojos azules oscuros y penetrantes. Había una
tranquila confianza en él que era rara en los muchachos de su edad y que
pensé que debía atribuirse al estilo de vida que llevaba: Sin
complicaciones, salvaje, emocionante, lleno de sexo—. Te ves preciosa
esta mañana.
—Vete a la mierda —dijo Darcy, entrecerrando los ojos hacia él.
—¿No es todo un rayito de sol? —preguntó Mike, mirándome y
sonriendo.
Sentí una punzada momentánea de simpatía por ella. Debe haber
sido difícil para ella estar en un autobús lleno de hombres. Ella, sin duda,
era objeto de muchos chistes y burlas sin piedad. Realmente se necesitaba
alguien seguro para soportar eso. Especialmente cuando había brutos
como Jay, tratándola con la misma lealtad molesta de un hermano
mayor… y niños sarcásticos como Mike.
—Ven —le dije, estirándome y agarrando unos zapatos y
57
ofreciéndolos—, vamos a buscarte algo de comida.
Ella me miró por un minuto, luego poniéndose una mano en el
vientre, y muy a regañadientes, se puso los zapatos y se dirigió hacia la
puerta.
La seguí hasta fuera, agachando la cabeza para que su cabello
cayera como una cortina alrededor de su rostro. Me pregunté si lo estaba
haciendo para evitarme, o por costumbre ya que era reconocida en
público. Me puse a su lado mientras caminábamos a través de la línea de
casas rodantes, la gente ya estaba dando vueltas. Familias. Personas
mayores.
—Tendrás que hablar conmigo tarde o temprano —comenté,
esperando que los autos pasaran por la calle concurrida para poder
cruzar.
—Sin embargo, no tengo que esforzarme por hacerlo —dijo, saliendo
a la calle, a pesar de que los automóviles seguían pasando.
—Jesucristo —dije, siguiéndola, viendo que los autos se detenían de
golpe—. ¿Quieres morir?
—Se detendrán —dijo y se encogió de hombros—. Si esperamos
hasta que no haya autos, estaríamos esperando todo el día. Tenemos un
espectáculo al que llegar.
Alcancé la puerta y la abrí para ella.
—¿Estás nerviosa?
El interior del restaurante estaba pasado de moda, todo era de
cromo y rosa brillante. Pequeñas rockolas estaban situadas en cada mesa,
las listas de canciones para hojear en el interior se desvanecieron hace
mucho tiempo como si hubieran estado allí desde que se abrió el
restaurante.
—¿Mesa para dos? —preguntó una alegre camarera con un vestido
rosa pálido y un delantal blanco, buscando los menús.
Darcy me miró por un segundo antes de encogerse de hombros.
—Sí, por favor —dijo, y fuimos llevados a un reservado junto a las
ventanas del frente—. Normalmente no me pongo nerviosa hasta que es
casi hora de salir.
58 —¿Incluso después de todos estos años? —pregunté, mirando el
menú.
—Sí —respondió, encogiéndose de hombros—. Quiero decir, nunca
se sabe qué tipo de público podrías tener.
Ella aceptó su taza de café y tomó la jarra sin fondo, sirviéndome
primero, luego a sí misma.
—Al principio, hubo momentos en que nos abucheaban a salir del
escenario. Creo que eso se queda contigo incluso cuando tienes éxito.
Solo eres un mal espectáculo si eso vuelva a pasar.
La camarera regresó, tomando nuestra orden, viendo a Darcy con
una larga mirada de soslayo como si estuviera intentando ubicarla, luego
se fue.
—Vas a perder —dijo, hojeando la lista de canciones, todas las
cuales eran extrañas para mí, luego seleccionando algo lento y de estilo
blues.
—¿Perder qué?
—Como sea que quieras llamar esto —dijo, gesticulando entre
nosotros—. Un juego o un desafío o una muesca particularmente
prominente en tu cinturón. Perderás.
—Creo que me subestimas —contesté, sonriendo.
—Creo que te sobreestimas a ti mismo —respondió, sonriendo—.
Mira. No quiero que esta gira sea incómoda o tensa. Estás aquí. No hay
mucho que pueda hacer al respecto ahora que tienes a Jay de tu parte.
Es un aliado horrible —agregó, recargando su taza de café ya vacía—.
Abandonará tu causa por cualquier falda corta que se cruce en su
camino. Pero de todos modos… no dejes que tu ego se interponga en el
cuidadoso equilibrio de paz que tenemos o te arrepentirás de haber
subido al autobús.
—Eres un poco sexy cuando amenazas a la gente —le dije, riéndome
del fuego en sus ojos. Extendí la mano sobre la mesa, colocando mi mano
bronceada sobre la increíblemente suya pálida. Sus ojos bajaron, pero no
se apartó—. ¿Qué tal si tú no dejas que tu ego se interponga en tu camino
de obtener algo que realmente quieres?
59
—No te quiero —respondió, levantando la barbilla ligeramente.
—Claro que sí —dije y sonreí, retirando mi mano y llevándome el café
a los labios.
—Eres un…
—Espero que estés feliz —gruñó Jay, deslizándose junto a ella,
luciendo cansado y quitándole su café—. Antes de que enloquecieras a la
tripulación, estaba tan cerca de meterme en su culo. Ahora no quiere
tener nada que ver con eso.
—Lamento que mi sueño excesivo esté afectando tu depravación —
dijo, girando en la cabina y alcanzando detrás de ella la mesa junto a la
nuestra y tomando una taza de café extra de la superficie—. Estoy segura
que la convencerás al final.
—¿Qué pasa con ustedes y todo el rollo de no dejar que un chico se
la meta en el culo? —preguntó Jay, haciendo que la camarera se
sonrojara carmesí a medida que nos dejaba la comida.
Darcy se estiró sobre la mesa en busca de la botella de kétchup,
girando el extremo de la tapa hacia Jay.
—Ven, inclínate y déjame empujar esto por tu culo.
—Oh, nena. —Jay sonrió, tomando una patata de desayuno de su
plato—. Pequeña pervertida. No sabía que estabas en eso del juego anal.
Darcy puso sus ojos en blanco, apartando su mano de su comida.
—Tal vez ella estaría más metida en eso si no te la follaras como un
maldito conejo. El sexo anal duele al principio, ¿sabes?
—Entonces, ¿crees que debería ir lentamente con ella y luego sugerir
el sexo anal?
¿En serio estaban teniendo esta conversación en un restaurante a las
diez y media de la mañana? Miré entre ellos, completamente
despreocupados por las miradas de soslayos que estaban recibiendo de
otros comensales y el personal.
Por supuesto, he sido más que un poco mujeriego desde que salí de
mi vida anterior. He follado de todas las maneras posibles. Tríos. Orgías.
Oral. Anal. Lo hice todo. Pero no me podía imaginar sentado discutiendo
cómo hacer que una chica se someta al sexo anal durante el desayuno. Y
de una manera tan despreocupada e informal como ellos lo hacían. Era
60 como si fuera normal. Como si discutieran su vida sexual abierta y
fácilmente durante años. Lo cual, me di cuenta, probablemente hacían.
Nunca he hablado con nadie sobre la mía.
—¿Qué piensas, Isaac? —preguntó Jay, mirándome.
—Su nombre es Isaiah —le corrigió Darcy, vertiendo kétchup sobre
sus huevos revueltos.
—Lo que sea —dijo Jay y se encogió de hombros.
—¿Qué pienso acerca de qué?
—¿Acerca de la idea de Darcy?
Miré a Darcy, cuyos ojos se clavaron en los míos por un segundo
antes de volver a su comida.
—Depende de la chica —contesté, mirándola por un momento
antes de mirar a Jay—. No conozco a Maddy.
—Cierto, pero has tenido sexo anal, supongo.
—Sí —le dije, sonriendo ante el intento de Darcy de no mirarme.
—Entonces, ¿cómo haces que las chicas lo hagan?
Me encogí de hombros. En realidad dependía de la situación.
Algunas mujeres tenían una estricta política de “no usar la puerta trasera”.
Pero en general…
—Solo diles que vas a hacerlo —respondí, alcanzando mi tostada.
—¿Les dices que se lo vas a meter en el culo? —preguntó Jay, y
luego le guiñó un ojo a la camarera—. Tostadas francesas —le dijo y ella
prácticamente salió huyendo.
—Sí.
—¿Cuál es tu tasa de éxito?
Fruncí mis labios por un segundo.
—Diría que el ochenta por ciento.
—¿El ochenta por ciento de las mujeres a las que te follas solo se da
la vuelta cuando les dices que te las vas a follar por el culo? —preguntó
Darcy, bajando el tenedor.
—Sí —contesté y sonreí.
61 —Esa es una maldita mentira de mierda.
—Darce —interrumpió Jay, su expresión divertida—, inclínate. Te voy
a follar por el culo. —Darcy resopló y chocó su brazo contra su hombro—.
Hombre, no sé —dijo Jay, sacudiendo la cabeza—, no funcionó esta vez.
—Pruébalo —sugerí.
—Está bien —dijo, tomando una porción de mi tostada y saliendo de
la cabina—. Pídeme la comida para llevar. Voy a tener hambre si esto
funciona.
—No va a funcionar —dijo Darcy, sacudiendo la cabeza.
Busqué en mi bolsillo, agarré mi billetera y saqué un billete de cien
dólares.
—Cien dólares a que dice que sí.
—Acepto esa apuesta —dijo ella, pareciendo completamente
segura de sí misma.
Ocho
L
e debía cien malditos dólares.
Volvimos al autobús una hora más tarde, con bolsas
llenas de recipientes para llevar de poliestireno para todos
cuando encontraron a Maddie dirigiéndose hacia la cocina,
caminando torpemente y haciendo una mueca cuando se sentó. Jay
sonrió, la rodeó con un brazo y nos guiñó un ojo.
—Hijo de puta —le dije, dejando caer las bolsas sobre la mesa.
—Paga —dijo Isaiah, luciendo demasiado orgulloso de sí mismo.
—No cuenta si es puto —respondí.

62 —Bien —comentó, sonriendo maliciosamente—. Entonces el doble


y… —miró alrededor del autobús por un segundo—, Mike —decidió—,
puede conseguir sexo anal al final de la noche con el mismo método
exacto.
Mike se animó ligeramente, encogiéndose de hombros cuando mis
ojos se posaron en él.
—Oye, me apunté apenas oí “anal”, hombre.
—Todos son iguales —dije, negando con la cabeza.
—Vamos —dijo Isaiah, sacando otros cien de su billetera y
sosteniendo los dos billetes—. Respalda lo que dices.
Lo miré con los ojos entrecerrados, buscando en mi bolso el dinero.
Incluso cuando sacaba los billetes, tuve la sensación de que iba a perder.
Y no se trataba del dinero. Se trataba de demostrar que estaba
equivocada. Sobre las mujeres. Por un hombre. Esa mierda era
exasperante. Porque no había forma de que un tipo me fuera a follar por el
culo solo porque lo decían.
Miré alrededor, mis ojos cayendo sobre los suyos de color verde
oscuro. Ni siquiera el jodido Isaiah Meyers.
—Y no puedes conseguirlo al proponérselo a alguna pobre chica
que quiere estar detrás del escenario para conocernos. Tiene que ser por
tu propio mérito.
—Creo que es una estipulación justa —concordó Isaiah, tomando mi
dinero y poniéndolo debajo de la lengüeta cerrada de una cerveza en un
portavasos.
—Ya que estamos en el tema del sexo —comenzó Jay y sentí que mi
columna vertebral se enderezaba. De ninguna manera iba a molestarme
por no tener sexo frente a Isaiah. De ninguna jodida manera.
—Cállate —advertí, volteando hacia él.
La sonrisa de Jay se amplió.
—Darce aquí no ha tenido una buena relación en…
—Eres un maldito cabrón —le dije, sacudiendo la cabeza cuando
Burt cerró de golpe la puerta y aplaudió—. ¿Estamos listos para irnos? —le
pregunté, sabiendo que lo estábamos, y lo seguí hacia la cabina y me
senté en el asiento del pasajero.
63 —Sí —coincidió, poniendo su enorme bebida energética en el
portavasos.
—Bien —dije, abrochándome el cinturón de seguridad—. Quiero
llegar al lugar y estar lejos de estos… chicos.
—¿Tan pronto? —preguntó Burt, mirándome con sus ojos marrones
mucho más viejos, y mucho más sabios—. Va a ser una larga gira.
—No tienes idea —dije, alcanzando el estéreo y subiendo el volumen
a los gritos de una mujer metalera, las letras sobre cómo conquistar a otras
chicas. El lesbianismo parecía ser una buena alternativa al tener que lidiar
con los hombres nunca más.
Incluso si no salivara exactamente ante la idea de comerme un
coño. Tal vez era un gusto adquirido.
No pasó mucho tiempo antes de que alguien se acercara a la mesa
detrás de Burt, deslizándose en el asiento de la cabina más cercano a
nosotros y sentándose un largo rato, abriendo un libro en su regazo. Lo miré
por debajo de mis pestañas para ver la portada del libro, y sonreí
levemente para mis adentros.
Al menos estaba abierto a las sugerencias. Resistí el impulso de girar
en mi asiento y preguntarle si le estaba gustando. Una parte de mí sabía
que era porque tenía miedo de crear alguna intimidad entre nosotros.
Porque eso haría que todo fuera más fácil para él escabullirse bajo mis
paredes en algún momento.
Lo cual no iba a suceder.
Porque era mi vecino. Esa podría ser la única razón posible por la que
luchaba tan duro contra esto. Él era mi vecino. Y si teníamos sexo y todo
salía mal, entonces, no podría escapar de él. Estaba el vestíbulo, el pasillo,
nuestro balcón. Él podría ser vengativo y decidir llamar a la policía o al
dueño del edificio cada vez que tuviera una fiesta. Nunca se sabe
realmente lo que las personas son capaces de hacer. Y solo lo había
conocido por qué… ¿cinco días? ¿Quién sabía qué podría pasar?
No valía la pena.
Incluso si Jay tenía razón y yo realmente, en serio necesitaba
conseguirme algo. Incluso si era muy conveniente porque, bueno,
literalmente estaba al alcance de mis manos las veinticuatro horas del día.
64
Incluso si él tuviera la mejor racha silenciosa pero letal de flirteo. Incluso si
eso fuera realmente, en serio sexy.
Negué con la cabeza, tratando de concentrarme en algo, cualquier
cosa, más. La lista establecida para el espectáculo. Cómo fallé al alcanzar
la nota alta en la canción final durante dos espectáculos seguidos. Cómo
realmente necesitábamos comenzar con más material para el próximo
álbum. Tan pronto como terminara la gira, íbamos a tomarnos una semana
de vacaciones y luego ir al estudio. Después, volveríamos a estar de
camino nuevamente.
Había muchas otras cosas en las que concentrarme en lugar del
chico rubio y ojos verdes sentado a solo unos pasos de mí. Literalmente
respirando el mismo aire.
La única razón por la que había llegado a dormir la noche anterior
fue porque me escapé al baño a las dos de la madrugada y tomé una de
las pastillas para dormir de Todd. De lo contrario, me habría quedado
despierta toda la noche pensando en él debajo de mí. Tal vez…
imaginándolo… debajo de mí a medida que lo montaba duro y…
Jesucristo.
Necesitaba recobrar la compostura.
El espectáculo estuvo a reventar, llenando los “asientos” en la parte
de atrás del césped que no eran más que recuadros donde los fanáticos
más leales y más pobres gritaban más fuerte que cualquier otra persona.
Recordaba ser ellos. No hace mucho tiempo. Hace menos de siete años,
aplastada contra los controladores de multitudes de metal, la gente
presionando contra nosotros desde todos los ángulos, el calor corporal
sofocante en la humedad de agosto, los hombres extendiendo las manos y
agarrando mis tetas o mi culo, sintiendo pollas al azar presionadas contra
mis muslos, y sin importarme un carajo. Porque todo lo que importaba era
la música. Las bandas a las que me había aferrado como chalecos
salvavidas después de que mi familia me echara. La idea de ser ellos algún
día me mantuvo hambrienta, prestando atención a cada aspecto de sus
espectáculos. Memorizando todo para el día en que pudiera ponerlo en
uso.
Recordaba ser ellos. Me imaginaba que en cada show, había
alguien en esos asientos en el césped que tenía un sueño como yo solía
65 tenerlo. Imaginaba que les estaba cantando directamente a ellos. Que les
estaba mostrando que si yo podía hacerlo, ellos también podrían. Que si
estabas dispuesto a hacer el trabajo, podías conseguir todo lo que soñaste
y más.
Por eso me encantaban las giras. Es por eso que estaba tan
emocionada y nerviosa cada vez que esperaba a los lados del escenario,
escuchando los gritos de los fanáticos. Es por eso que me tomaba horas
después de bajar del escenario para calmarme.
Caminé detrás del escenario al sonido de los gritos, ensordecedor
para cualquier persona normal, música para mis oídos. Jay caminó hacia
el borde del escenario, mirando a las mujeres y señalando a cuatro o cinco
de ellas que procedieron a gritar y llorar cuando los guardias de seguridad
las arrastraron sobre los controladores de multitud y las condujeron al
escenario hasta un Jay que las estaba esperando.
Todd ya se había ido, de vuelta al autobús para ducharse
rápidamente, tomar un refrigerio y arrastrarse hasta su litera antes de que
volviéramos.
Regresé al salón de detrás del escenario, me dejé caer en el sofá y
tragué una botella de agua. Tendría al menos otros cinco minutos antes de
que Jay llegara interrumpiendo mis pocos minutos de paz. Agarré una
toalla, secándome el sudor de mi cuello y pecho. Tenía que reunirme con
algunos fanáticos. Siempre se vendían distintivos VIP y con el dinero extra
venían unos preciosos momentos con la banda. Posábamos para fotos,
firmábamos autógrafos, respondíamos preguntas. Luego eran escoltados
hasta fuera. Bueno, aquellos que Jay y los muchachos no invitaban de
vuelta al autobús, claro está.
Arreglé mi maquillaje y mi cabello justo a tiempo para cuando se
abrió la puerta y un grupo de fans femeninas me rodeara. Me gustaban las
fans femeninas del metal. Siempre había una cierta sensación de fortaleza
en ellas. Incluso cuando chillaban o lloraban como locas, había una
corriente subterránea de acero. Me gustaba ayudar a ser parte de eso. A
reforzar eso. A ayudar a crear una generación de mujeres a las que no les
importaba ni mierda las normas o restricciones de género. Quienes no
jugaban según las tal llamadas reglas.
Pasó una hora hasta que finalmente pude desenredarme de las
hordas. El backstage estaba extrañamente vacío. Podía escuchar a Mark y
66 Joey hablando, gritando por encima del ruido de los equipos que estaban
moviendo.
No vi a Isaiah en ningún lado. Estaba a punto de preguntarle a uno
de los otros chicos dónde estaba cuando supe que debería estar
recibiendo las novatadas de su vida. Ser el novato en la gira usualmente
significaba que tendría que hacer todo el trabajo mientras los otros
esperaban, o incluso montaban en el equipo. Pero no quería que se
supiera que pregunté por él.
Estaba a punto de salir por la parte de atrás y encontrarme con Burt,
que me estaría esperando para llevarme de vuelta al autobús, cuando lo
escuché.
Un gemido bajo y frenético. Negué con la cabeza por un segundo,
pero seguí caminando hasta que vi la fuente de los ruidos y me congelé.
Porque allí, arrodillado detrás de una de las chicas de la multitud que Jay
había invitado, estaba Isaiah. Su cabello rubio cayendo, ocultando su
rostro, las manos de Isaiah agarrando las caderas de la chica y
empujándola hacia atrás mientras él embestía contra ella.
Supe sin lugar a dudas que acababa de perder doscientos dólares.
Me encontré mirando por un segundo antes de agachar la cabeza y
seguir caminando, un poco más rápido que antes. Abrí la puerta de atrás,
sintiendo una sensación incómoda y temblorosa en mi estómago que solo
podía llamarlo… celos. Cosa que era estúpida. Era absolutamente loco. No
estaba jodidamente celosa de una groupie al azar siendo follada por el
culo solo para ganar una apuesta. De ninguna manera.
—¿Buen espectáculo? —preguntó Burt, entregándome una botella
de agua y cayendo a mi lado.
—Sí —respondí, inusualmente callada cuando generalmente
rebotaba con exceso de energía.
Pero todo lo que sentía era cansancio.
Él me miró de reojo, asintió una vez, luego abrió la puerta del
autobús, y me dejó entrar en mi inusualmente serio silencio.

67
Nueve
M
e gustaba el trabajo. Mi cuerpo volvió a caer en la rutina
como un viejo amigo olvidado. Me gustaba la tensión, la
lucha, el desafío. Mike y Joey habían estado esperando
durante la instalación de todo gritando instrucciones mientras yo me
rompía el culo trabajando.
Todo me era perfectamente familiar.
Mike y Joey se marcharon para coquetear con cualquier mujer que
pudieran encontrar y yo me escabullí a un lado del escenario para mirar,
con los tapones para los oídos puestos para ayudar a amortiguar el sonido
de la batería y el bajo. Ella realmente era otra cosa en el escenario. Era
68 como si volviera a la vida. Como si absorbiera toda la emoción de la
multitud dentro de sí misma y esta estallara por todos sus poros. Como si
estuviera explotando.
Era imposible mirar hacia otro lado.
Me alejé cuando se estaba despidiendo de la multitud, buscando a
los chicos y preguntando mis instrucciones para el resto de la noche. No
pasó mucho tiempo hasta que me topé con Noel, una rubia bonita de
cabello largo y grandes ojos de gacela y una falda ridículamente corta.
—¿Estás perdida?
—Ese tipo es un idiota —dijo ella, cruzando los brazos sobre el pecho.
Bueno, eso lo reducía a la mitad de la audiencia y casi a todos los
miembros del equipo y la banda.
—¿Quién?
—Jay. Primero me sacó de la multitud y luego escogió a un montón
de otras chicas y…
Ah. Si bien parecía que la mayoría de las chicas estaban más que
dispuestas a luchar por la atención de una estrella de rock, siempre iba a
haber una que pensara que estaba en la cima. Que deberían haber sido
reconocidas como superiores a las demás. Y esta era bonita con su rostro
afilado, tetas grandes, piernas largas y culo redondo.
Hablando de culos…
—¿Cuál es tu nombre, cariño?
—Noel —respondió, girando su cabeza ligeramente para mirarme.
—Soy Isaiah —le dije, acercándome, moviéndome hasta que estuve
junto a ella y luego me estiré para acunar su rostro—. No sé qué le pasa a
Jay, metiéndose con esas otras zorras cuando podría tener a alguien tan
hermosa como tú.
Sus ojos encontraron los míos, una mirada de victoria en ellos. Al fin
había conseguido la validación que estaba buscando desesperadamente.
Poco sabía ella que yo era quien realmente ganaba.
—Eres tan dulce.
—¿Cuántos años tienes? —pregunté, mirando el cuerpo que debería
pertenecer a una mujer de unos veinte años, pero las mujeres maduraban
demasiado jóvenes hoy en día.
69
—Diecinueve —contestó, levantando su barbilla.
—¿Tienes alguna prueba de eso? —pregunté y ella rio, pero buscó su
bolso y sacó su licencia.
—¿Satisfecho? —preguntó ella, sonriendo mientras la apartaba y la
guardaba.
—Todavía no —le dije, estirándome para acunar su mejilla, dándole
una fracción de segundo para objetar antes de empujarla contra la pared
y besarla con fuerza y exigencia. Ella chisporroteó debajo de mi toque, sus
manos rodearon mi espalda, se deslizaron debajo de mi camisa, arañando
mi piel desnuda.
Mis manos se deslizaron de su cara, cayendo sobre su cuello, luego
agarrando sus pechos, retorciendo los pezones a través del material hasta
que ella gimió. Mis labios se arrastraron por su cuello. Mis dientes se
hundieron en el lóbulo de su oreja.
—Voy a follarte hasta que olvides por completo a ese idiota —le dije
al oído y sus manos se clavaron en mis hombros. Sabía que la tenía.
—Está bien —dijo ella, ya poniéndose de rodillas y buscando mi
cremallera.
Realmente es así de fácil. Los chicos que no conseguían traseros
estaban demasiado ocupados en el infortunio para darse cuenta que
todo lo que se necesita es un cuerpo medio decente y la confianza de un
jodido dios griego. Eso era todo. Las bragas caían bajo comando.
Ella sacó mi polla, llevándola rápidamente a su boca, golpeando su
garganta y ahogándose ruidosamente. Apoyé mi brazo en la pared para
sujetarme mientras la veía follándose a sí misma hasta lo profundo de su
garganta. Busqué en mi bolsillo uno de los prácticos condones de la litera,
tomé su cabello y lo tiré hasta que ella gritó y me miró.
—Voy a follarte por atrás —le dije y sus ojos se volvieron más pesados
a medida que apoyaba obedientemente las manos en el suelo.
Me puse detrás de ella, alcanzando entre sus piernas y acariciando
su clítoris por encima de sus bragas hasta que el material se empapó
contra mi mano, luego lo agarré y lo arranqué. Empujé su falda hacia
arriba y me coloqué detrás de ella, agarrando sus caderas y empujando
profundamente dentro de su coño. La arrastré hacia mí mientras
empujaba contra ella, rápida, implacable hasta que sentí que comenzaba
70 a tensarse a mi alrededor. Extendí la mano, agarrando la parte posterior de
su cabello y haciendo que su cabeza se volteara ligeramente para poder
ver su perfil mientras deslizaba mi polla fuera de su coño y presionaba
contra su trasero.
—Voy a follarme tu culo —le dije, mirando cómo se abrían sus ojos de
par en par.
Pero sus caderas presionaron contra mí.
—Está bien —dijo, las palabras apenas un sonido en absoluto, pero
era todo lo que necesitaba.
Empujé dentro de ella, deteniéndome cuando ella se puso rígida o
se estremeció, dejándola ajustarse. No tomaría mucho tiempo. El escozor
cedería y me dejaría follarla más duro de esta manera de lo que lo haría
en su coño. Siempre lo hacen una vez que se acostumbran a la sensación.
No sentí el subidón que solía sentir al conseguir que una chica hiciera
algo que el sesenta por ciento de las mujeres todavía se niega
rotundamente a probar. Todo lo que podía pensar, a medida que mi polla
se enterraba hasta la base en su culo, era que acababa de ganar la
jodida apuesta.
Llegué al frente de las caderas de Noel, acariciando su clítoris hasta
que ella gimió de nuevo.
—Dime que quieres que te folla por el culo —le dije.
Ella abrió aún más las piernas, ya sea para darme más acceso a su
clítoris, o para aliviar la presión en su culo. No importaba.
—Quiero que me folles por el culo —repitió, volteando sobre su
hombro mientras movía sus caderas ligeramente hacia adelante y hacia
atrás, preparándose. Ensanchándose.
—Sí, señora —dije y sonreí, agarrando sus caderas una vez más y
follándola hasta que se dio cuenta de lo que se había estado perdiendo
todos los años por no haberlo probado.
Hasta que se corrió, duro y palpitante.
Hasta que me corrí… pensando todo el tiempo en la maldita Darcy
Monroe.

71
Diez
M
e duché cuando subí al autobús, cambiándome en unos
bóxer de hombre y una camiseta sin mangas blanca.
Me trencé el cabello. Agarré un libro. Luego trepé a
mi litera y cerré la cortina unos minutos antes de escuchar que Jay y los
chicos irrumpieron en el autobús con lo que parecía una multitud épica.
Bien por ellos. Si no estuviera de tan mal humor, estaría con ellos,
riéndome y jugando. Quizás ver si había algún chico guapo con quien
coquetear. Pero estaba malhumorada y no quería bajar la moral con mi
estúpida rabieta.
¿En serio estaba de mal humor porque atrapé a Isaiah follándose a
72 una chica por el culo detrás del escenario? Había sido quien apostó que
no podía hacerlo en primer lugar por amor a Dios.
—¿A dónde vas? —Escuché a Jay gritar—. Tenemos demasiadas
chicas por aquí para nosotros tres.
—Me voy a bañar —dijo Isaiah y pude escuchar que me pasaba—.
Estoy seguro que ustedes pueden encargarse.
Sí porque ya te encargaste de una. Negué con la cabeza, mirando
hacia el techo de mi litera y poniendo los ojos en blanco. Estaba siendo
cruel e infantil y no era propio de mí. Podía escuchar el agua salpicar antes
de que Jay, Mike o Joey pusieran música, el ritmo retumbando por todo el
autobús y haciendo temblar mi cama con el sonido sensual y duro de la
música rap. Podía sentirla reverberando a través de mi cuerpo a medida
que una imagen de Isaiah quitándose la ropa para ducharse apareció en
mi mente sin previo aviso.
Tal vez era la imagen, o la música, o la energía acumulada después
del espectáculo, o incluso los meses de frustración sexual reprimida, pero
encontré que mi mano se movía por mi cuerpo, deslizándome sobre mi
pecho, sobre mi estómago, luego deslizándome entre mis piernas sobre el
material de mis pantaloncillos. No me iba la masturbación. En general,
siempre encontré que le falta algo: le falta el contacto físico, el impacto
de la mano de otra persona en tu cuerpo. Pero a veces era todo lo que
conseguías y realmente necesitaba un poco de alivio.
Cerré los ojos con fuerza, tratando de escabullirme de mi entorno,
tratando de olvidar que eran mis curiosas manos. Me adentré en la música,
sintiendo el ritmo, frotando contra mi clítoris al compás del bajo,
encontrando mi cuerpo reaccionando más fácilmente que de costumbre.
Mis pies se presionaron contra el colchón, mis rodillas se alzaron mientras
mis caderas se balanceaban contra mi toque. Mi cabeza cayó hacia atrás
contra la almohada, mi respiración comenzó a escapar aireada.
No sé cuánto tiempo pasó. Siempre me llevaba más tiempo hacerlo
sola que con otra persona. Necesitaba crear un escenario. Necesitaba
meterme en personaje.
No lo escuché. Ni vi. No sé si él me había estado observando. No sé si
él me había hablado. Todo lo que sabía era que lo sentí. Entrando en mi
litera junto a mí. El colchón hundiéndose bajo su peso al deslizarse dentro,
buscando ciegamente detrás de él y cerrando la cortina. Su cuerpo se
73 apretó contra mí, medio sobre mí cuando se apoyó en un brazo y me miró
un momento, antes de bajar la cara lentamente, mirándome a los ojos. Mi
boca se abrió un poco segundos antes de que presionara la suya contra la
mía, suave, solo un leve toque de presión. El contacto envió una inyección
de deseo por el centro de mi cuerpo.
Sus labios jugaron con los míos, un beso que apenas era un beso,
pero cada terminación nerviosa en mi cuerpo se enfocaba en su boca
susurrando en la mía. Las puntas de sus dedos jugaron con el costado de
mi cuello, apartando mi trenza, corriendo sobre la piel sensible, y luego
bajando. Sobre mi pecho, pero apenas rozándolo, luego mis costillas, mi
vientre. Por mi muslo. Luego retrocede, deslizándose bajo mi mano y
presionando contra mi calor.
Un gemido silencioso escapó de mis labios y su lengua se deslizó más
allá de ellos, jugando con la mía hasta que me retorcí bajo sus atenciones.
Ni siquiera se me ocurrió rechazarlo, negarme a mí misma lo que
quería más que cualquier otra cosa que hubiera tenido en mucho tiempo.
Sus labios se separaron de los míos, bajando por mi cuello, mordisqueando,
lamiendo, mientras sus dedos se movían hacia la cinturilla de mis
pantaloncillos, luego deslizándose por debajo, avanzando sobre mis
bragas.
—Estás muy mojada, nena —dijo en mi oído, chupando el lóbulo de
mi oreja a medida que sus dedos finalmente se deslizaron bajo mis bragas
y la yema de su pulgar rozó mi clítoris casi dolorosamente sensible.
Mi brazo se balanceó, mi mano estrellándose contra su duro pecho,
sintiendo su piel desnuda bajo mi mano.
Mis ojos se abrieron, encontrando los suyos, oscuros y pesados. La
comprensión de lo que estaba ocurriendo pasó junto a la niebla del deseo
y sentí que la incertidumbre avanzaba hacia la superficie. Sentí que mi
cabeza comenzaba a temblar levemente.
—Isaiah, yo…
—Déjame hacerte sentir bien —dijo, tomando mis labios de nuevo.
Y con eso, mis objeciones desaparecieron. Quería sentirme bien. Y
quería que él me hiciera sentir bien. Era tan simple y tan complicado como
eso.
74 Su dedo se deslizó más abajo, empujando contra la entrada,
deteniéndose por un segundo hasta que mis caderas se levantaron para
encontrarse con él, luego deslizándose dentro lentamente. Gruñí contra sus
labios, mi mano alzándose para envolverse alrededor de la parte posterior
de su cuello. Su dedo volvió dentro de mí, curvándose, luego acariciando
contra la pared superior de mi coño. Mis piernas volaron, chocando contra
la pared de la litera, mis ojos abriéndose a los suyos.
Él acarició mi punto G una vez más.
—Eso se siente bien, ¿verdad, nena?
—Sí —dije, arqueándome en el colchón, empujando su boca hacia
debajo de vuelta sobre la mía, queriendo perderme en ella. Deseándolo.
Deseando más.
Deslizó otro dedo dentro de mí, llenándome, empujando dentro y
fuera de mí hasta que mis gemidos perdieron ruido, solo una boca abierta,
rogando más en silencio.
—¿Vas a correrte para mí, Darcy? —preguntó, su pulgar acariciando
de lado a lado mi clítoris mientras sus dedos giraban y pasaban sobre mi
punto G otra vez. Mis ojos se dirigieron a los suyos, las palabras se
atragantaron en mi garganta, y asentí—. Mmm —dijo, cerrando los ojos por
un segundo.
Cuando se abrieron, sus dedos comenzaron a seguir un ritmo
repentino y frenético, haciendo que mi orgasmo se sacudiera con fuerza e
inesperadamente a través de mi cuerpo, haciéndome gritar y mis piernas
temblar mientras convulsionaba alrededor de sus dedos una y otra vez.
—Buena chica —susurró, acariciando más rápido a través de mi
orgasmo, extendiéndolo, haciendo que mi piel se sintiera eléctrica con la
sensación extra.
Enterré mi rostro contra su pecho, respirando lenta y profundamente
tratando de volver a bajar de la cima, tratando de volver al momento. Sus
dedos permanecieron dentro de mí por un largo tiempo, el tiempo
suficiente para sentirme apretando a su alrededor otra vez. Luego los sacó
lentamente, retrocediendo ligeramente, mirándome y llevándose los
dedos a los labios, deslizándolos dentro y cerrando los ojos.
—Sabes tan dulce —dijo, mirándome durante un largo minuto antes
de aplastar sus labios contra los míos con fuerza.
75
Este era el beso que quería, duro, castigador, que dejaría mis labios
hinchados, lleno de necesidad y deseo y un incómodo nivel de deseo.
Crudo, puro. Real. Me estiré a su alrededor, empujándolo hacia mí con
fuerza, aplastándome contra su pecho, envolviendo mis piernas alrededor
de su espalda, besándolo con todo dentro de mí. Hasta que ya ni siquiera
era yo. O a él. Éramos solo un deseo compartido. Éramos solo sentimientos.
Sus manos agarrando mi cuello, tirando de mi cabello. Mis dedos
arañando la piel de su espalda. Su polla presionada contra mi muslo. Mis
pezones duros, tensos contra el material de mi camisa. Nuestras lenguas
acariciando a la del otro. Nuestros corazones latiendo rápidos. Nuestros
jadeos entrecortados. Sentí como si mi piel vibrara, como si intentara
separar aún más mis poros, tratando de hacer espacio para atraerlo.
Como si siguiéramos así, íbamos a derretirnos en una piscina de deseo y
necesidad y arder tanto que amenazaría con incendiar todo el autobús.
Como si ambos sintiéramos la misma sensación al mismo tiempo,
ambos nos apartamos, nuestros ojos abriéndose al instante, nublados, pero
conscientes. Se impulsó hacia arriba tan alto como lo permitió el techo
bajo.
Una vez que su cuerpo se apartó del mío, todo lo que acababa de
pasar me vino de regreso como una avalancha. El deseo retrocedió de
forma precipitada como una niebla, dejando solo claridad. Acababa de
dejar que Isaiah me folle con el dedo. Y me bese como si estuviéramos
esperando que caiga una bomba. Como si fuera lo último que haríamos
en nuestras vidas.
Pero no era lo último que haríamos. No iba a haber un feliz final para
el mundo. Iba a tener que enfrentarlo otra vez. Tendría que vivir con la
realidad de lo que acabábamos de hacer.
Se empujó junto a mí otra vez, el aire una descarga fría a mi sistema.
Miró hacia la pared por un largo momento y luego de vuelta a mí con una
sonrisa desconfiada en su rostro. Hubo una larga pausa antes de que
finalmente hablara.
—Gané —dijo, alcanzando la cortina de privacidad y abriéndola.
Solo se deslizó por la escalera, mirándome, cuando añadió—: En todos los
sentidos posibles. —Cerrando la cortina.
Llevé mis manos a mi rostro, tapándome los ojos, como si pudiera
76
bloquear la mortificación.
Ese hijo de puta.
¿Cómo se atreve? ¿Quién hace una mierda como esa? ¿Quién
avivaba tu deseo y luego te lo arrojaba a tu cara? ¿Qué tipo de hombre te
hacia avergonzarte por el hecho de que respondías a su toque?
Su absoluta y completa falta de respeto hacia las mujeres era
absolutamente inaceptable. Rodé sobre mi costado, llevando mis rodillas
hacia mi pecho, y miré a la pared. Bueno, tendríamos que remediar eso.
Porque teníamos una situación única. Él iba a aprender a respetarme,
maldita sea. Trabajaba para mí. Yo era la dueña de ese bastardo. Y me
iba a encargar de arrastrar su culo por el maldito suelo.
Sonreí, me dormí pensando en todas las horribles formas en que iba a
hacerlo sufrir.
Iba a arrepentirse el día que se inscribió para trabajar en mi gira.
Demonios, lamentaría el día en que se enteró de qué era un coño y cómo
jugar con él.
Estaba acabado.
Once
M
e fui a la cama feliz esa noche y dormí como un maldito
bebé. Sin ayuda del alcohol. Por primera vez en meses.
Había regresado de la ducha cuando una canción
en el estéreo cambió y pude escuchar un ruido procedente de la litera de
Darcy. Un sonido bajo y quejumbroso sonido que de inmediato pensé que
estaba llorando. Y normalmente, simplemente lo dejaría pasar. Las mujeres
que lloraban en privado definitivamente no querían ser atrapadas
haciéndolo. Pero cuando la canción volvió a cambiar en algo y su sonido
quedó tragado por el bajo, no pude evitar apartar la cortina, intentando
preguntar qué estaba pasando.
77 Pero ahí estaba ella. No llorando. Gimiendo. Su mano presionada
entre sus muslos, sus ojos cerrados fuertemente mientras se retorcía en su
disfrute. Y yo solo… no pude apartar la mirada. Quería hacerla sentir de
esa manera. Quería llevarla hacia el borde… luego empujarla más allá.
Quería que ella me mirara con deseo en sus ojos claros. Quería que gimiera
por mí.
Así que subí a su litera y me deslicé a su lado.
Su deseo era algo eléctrico. Relucía por toda su piel. Ardía sobre la
mía. Ponerla así de caliente había sido el encuentro sexual más gratificante
que había tenido en meses. Verla correrse fue embriagador. Quería verlo
una y otra vez. Quería que gritara mi nombre.
Me desperté, salí hasta el exterior e hice mi llamada planificada a la
doctora Todd. Su rostro apareció en mi pantalla unos segundos después,
en su oficina, los libros detrás de ella mientras estaba sentada en su
escritorio.
—Isaiah. ¿Cómo has estado?
—No puedo quejarme —contesté, alejándome de nuestro
campamento por si alguien más decidía levantarse temprano.
—¿Cómo va tu viaje de negocios?
—Ha sido…
—¿Eso es un autobús de gira? —preguntó, entrecerrando los ojos en
la pantalla.
Miré hacia atrás por encima del hombro, sonriendo ante mi propia
estupidez.
—Sí —dije, mirando de vuelta, pasándome una mano por el costado
de la cara.
—¿Qué tipo de viaje de negocios requiere un autobús de gira?
—Una gira de conciertos —respondí honestamente. Iba a terminar
emergiendo con el tiempo.
—¿Te importaría detallar eso?
—Conseguí un trabajo estableciendo y desmotando espectáculos —
le dije, moviéndome hacia el bosque al costado del campamento de
caravanas y sentándome en un árbol caído.
—Conseguiste un trabajo montando espectáculos —repitió, con los
78 ojos entrecerrados—. Isaiah, eres multimillonario. ¿Por qué aceptaste un
trabajo haciendo trabajo manual?
—Sí, esta es la parte que no te va a gustar —le dije, sonriendo
levemente.
—Soy toda oídos.
—Bueno, ¿recuerdas mi tarea?
—Conocer y hacer una conexión con tu vecina sin que haya un
trasfondo sexual en la relación —dijo y asintió.
—Sí, eso no va a funcionar.
—¿Por qué no?
—Porque me la follé con el dedo anoche —contesté, casi riéndome
de la expresión de asombro en su rostro ante mi confesión.
Ella rápidamente transformó sus rasgos en una máscara controlada.
—De acuerdo. Entonces, ¿ella está allí en la gira contigo?
—Es Darcy Monroe… de Darcy.
—Supongo que esa es una banda —dijo, mirando hacia su escritorio
donde, estaba seguro, estaba garabateando sus notas.
—Una banda de metal. Ella es la cantante.
—¿Darcy te pidió que te unieras a su gira?
—No, no exactamente.
—Entonces, ¿cómo llegaste a ser su empleado?
—La conocí. Cuando estaba de descanso entre las presentaciones.
Y nosotros… comenzamos a flirtear. Pero ella siguió jugando conmigo.
Como si fuera un juego y…
—Y no puedes ser superado por una mujer —completó, asintiendo, y
hubo una gran resignación en su tono.
—No es exactamente…
—Isaiah —me interrumpió, su tono más agudo de lo habitual—.
¿Podemos hablar de tu madre?
—¿Mi madre? ¿Por qué? —Nuestras conversaciones sobre mi pasado
siempre se habían orientado hacia mi padre. Porque de ahí proviene el
abuso.
79 —Porque la mayoría de los hombres aprenden, cuando niños, a
cómo interactuar y ver a las mujeres en sus vidas. Más prominentemente,
sus madres. Apenas la has mencionado alguna vez.
—Está muerta.
—Cierto. Pero murió cuando tenías… —revisó sus notas—,
diecinueve.
—Cierto —asentí, haciendo una mueca dolida al mencionar su
muerte.
—¿Cómo murió?
Estupendo. Realmente íbamos a ir allí.
—Se suicidó.
Los ojos de la doctora Todd se dispararon hacia la pantalla.
—¿Se suicidó?
Me sentí asintiendo.
—Mi hermana acababa de cumplir dieciocho…
—¿Tu hermana? —preguntó, volviendo a hojear sus notas. Sin duda
buscando alguna señal de que alguna vez la haya mencionado antes. No
lo había hecho.
—Fiona. Mi hermana. Un año más joven que yo.
—De acuerdo. Solo sigue —dijo, mirándome.
—Fee tenía una relación cercana con mi madre. Probablemente por
lo mucho que mi padre abusó de ella.
—¿A tu hermana?
—Sí.
—¿Cómo abusó de ella?
Miré hacia mis pies, sin querer pensar en ello. Sin querer que esas
pesadillas volvieran cuando las cosas finalmente habían empezado a
resolverse. Pero sabía que todo lo que había estado haciendo era reprimir
los recuerdos, no enfrentarlos.
—Él la golpeaba mucho. La menospreciaba. Cuando ella tenía diez
80 años… —Cerré los ojos con fuerza, recordando haber observado por la
ventana, horrorizado, enfermo, mientras mi madre corría detrás de mí,
tratando de encontrar la forma de detenerlo.
—Cuando ella tenía diez años —indicó la doctora Todd.
—Cuando ella tenía diez años, la arrastró hasta fuera… desnuda. Ella
estaba desnuda. La arrastró hacia la nieve y la golpeó. Luego él… —
tragué más allá de la creciente náusea en mi garganta—, sacó su navaja
de bolsillo y la marcó por debajo de sus pechos y luego marcó la palabra
“malvada” en la piel justo encima de su…
—Vagina —culminó la doctora y mis ojos se alzaron de golpe para
encontrarla tan horrorizada como yo.
—Sí. Dijo que quería hacerla tan fea que nunca podría tentar a un
hombre a los pecados de la carne.
—¿Tu madre intervino?
—Ella incendió la sala de estar.
La doctora Todd guardó silencio por un momento.
—Porque si ella en realidad hubiera salido a detenerlo, el castigo
habría sido…
—Grave —terminé.
—Así que tu hermana escapó y tu madre no pudo soportar la falta
de…
—No —dije, sacudiendo la cabeza—. No. Ella había estado
planeándolo. Ella había estado tratando de alentar a Fee a escapar
durante años. Esperando el día en que ella finalmente se cansara y se
fuera. Después, el día en que Fee finalmente lo hizo, ella robó la navaja de
mi padre, se metió en el bosque y se cortó las muñecas.
La doctora Todd se veía extrañamente triste, con la cabeza
apoyada en la palma de su mano, su rostro medio oculto por la mano.
—Isaiah, lo siento mucho…
—Fue hace mucho tiempo —dije, tomando una respiración
profunda—. La envolví y cavé su tumba y…
—¿Tú? ¿Enterraste a tu madre? ¿Dónde estaba tu padre?
—Él se enfureció ese día. Apenas era una persona coherente. Dijo
que su cuerpo podía yacer allí y pudrirse. Dejar que los osos, los mapaches
81 y los zorros se coman su cuerpo. Pero yo no podía… quiero decir, era mi
madre.
—Hiciste lo correcto —dijo, tomando una respiración visible y
levantando su cara de su mano. Volviendo a su persona profesional—.
Entonces, tu padre abusó de tu madre cuando eras pequeño.
—Sí.
—Y de tu hermana.
—Sí.
—¿Hubo otras mujeres en tu vida?
—Mi abuela. Por lo general, la veíamos una vez a la semana. Nuestra
choza estaba en el bosque en su propiedad.
—¿Cómo era ella? ¿Sumisa?
—No. Mi abuela era un poco dura. Pero era una mujer religiosa. Y
nunca fue capaz de enfrentarse a su hijo. Incluso cuando era un niño. Ella
lo dejó hacer lo que quisiera.
—Sin duda ayudando a crear el monstruo que resultó ser.
—Supongo.
—¿Sabía ella sobre el abuso que tu madre y tu hermana sufrieron a
manos de su hijo?
—Creo que ella sabía que había golpizas. Pero no creo que tuviera
idea de lo malo que realmente era. No hasta que Fee le dijo ya de adulta.
—¿Crees que ella habría intervenido si lo hubiera sabido?
Visioné una imagen de ella: acero y elegancia. En todos los sentidos,
una mujer fuerte e intimidante. Pero nunca habría enfrentado a mi padre.
—No.
—Así que, cada mujer que has visto en tu vida ha sido subordinada y
se ha encogido ante los hombres.
—No. Quiero decir… Fee es una de las mujeres más fuertes que nadie
haya visto…
—Pero no conociste a esa Fee hasta más tarde. Las mujeres de tu
vida en tus años formativos fueron abusadas, o lo permitieron, por tu padre.
—Sí.
82 Su cabeza asintió una vez y hubo una larga pausa.
—¿Por qué me estás diciendo esto?
Mis cejas se fruncieron.
—¿No era eso lo que se supone que debo hacer en terapia?
—Sí —contestó, sonriendo levemente—, pero has pasado años
ocultándome todo esto. ¿Por qué te estás abriendo ahora?
No tenía ni puta idea. Me encogí de hombros.
—No lo sé.
—Está bien —dijo, frunciendo los labios—. ¿Puedes decirme más
sobre esta… —echó un vistazo a sus notas—, mujer Darcy Monroe?
—Ella es interesante. Diferente, supongo. Ha estado en un autobús
lleno de hombres durante años, así que se ha vuelto en cierto modo muy
extrovertida y exigente a su alrededor. Es muy… abierta de alguna
manera. Como la primera noche que la conocí, estaba nadando desnuda
justo frente a mí. Pero también es realmente cerrada con otros. De hecho,
no comparte ninguna información personal ni expresa sus sentimientos.
Aparte de su frustración o ira.
—Estás sonriendo —observó, levantando una ceja.
¿Lo hacía? Supongo que así era.
—Sí, supongo.
—Pareces… más feliz que la última vez que te vi.
Me encogí de hombros.
—Creo que solo necesitaba alejarme de las cosas por un tiempo.
—En una gira de música metal.
—Oye —le dije, sonriéndole—, es más jugar que trabajar.
—¿Cuál es el fin del juego en esto?
—¿Qué quieres decir?
—Quiero decir… ¿qué estás haciendo allí exactamente? ¿Te vas a
quedar para toda la gira? ¿Estás tratando de tener sexo con esta mujer
Darcy Monroe? ¿Luego qué? ¿Solo te vas? ¿Evitarás verla de vuelta en la
ciudad?
Estuve en silencio por un minuto. Ella tenía un punto. En realidad no
había hecho ningún tipo de plan.
83
—Bueno, planeo dormir con ella, eso es jodidamente seguro —dije,
medio para mí.
—Por supuesto. ¿Pero entonces, qué? Porque tu patrón habitual
implica tener relaciones sexuales con una mujer, y después descartarlas
por completo. Eso no será exactamente una opción cuando estás
trabajando para ella.
Ella tenía razón. Podría haber superado a Darcy al hacerla
retorcerse, gemir y correrse durísimo. Pero en esta situación, y por primera
vez en mi vida, yo no era realmente el que estaba a cargo.
—¿Isaiah? —preguntó la doctora Todd.
—No lo sé —admití honestamente.
Ella asintió una vez.
—Creo que eso es algo bueno.
—Porque necesito aprender a…
—¡Isaiah! —gritó una voz, de hecho… el grito provino al otro lado del
parque—. ¡Trae tu puto trasero hasta aquí! Estás desperdiciando mi tiempo.
La doctora Todd levantó una ceja y pude decir que estaba
luchando por contener una sonrisa.
—¿Esa es Darcy? —preguntó.
Asentí.
—Sí.
—Lo juro por Cristo, si no vuelves aquí en dos minutos, ¡haré que Burt
te deje aquí!
La doctora Todd dejó que la sonrisa se dibujara en su rostro, grande y
divertida. Casi vertiginosa.
—Oh, esto va a ser interesante —comentó.
—Se supone que debes estar de mi lado —dije riendo.
—Cierto —concordó—. Pero a veces estar del lado de tu paciente
significa esperar que alguna estrella de rock lo haga pasar por un infierno.
—Tendrás que enviarme algunos estudios que prueben…
—¿Dónde diablos estás? —llamó Darcy, su voz más cerca.
84
—Te dejaré ir temprano para que no te despidan y arruines este
pequeño experimento —dijo la doctora Todd, una vez más sonriendo—. Te
llamo la próxima semana, Isaiah.
Acababa de colgar cuando Darcy irrumpió en el bosque, con las
manos en sus caderas en jeans negros y un suéter blanco.
—¿Te has quedado sordo?
—Buenos días a ti también, Darcy —dije y sonreí, poniéndome de pie.
Aparentemente si había algo más sexy que Darcy en el escenario, o Darcy
masturbándose, era Darcy enojada.
—¿Qué crees que estás haciendo escabulléndote cuando hay
trabajo por hacer?
—¿Trabajo? ¿Hoy no volvemos a la carretera? —pregunté,
poniéndome lentamente de pie.
—No solo trabajas las noches de espectáculos. Trabajas para mí las
veinticuatro horas los siete días y…
Me moví más cerca de ella, haciéndola retroceder contra un árbol,
haciendo que sus palabras cayeran de su boca.
—¿Hay… alguna manera de que pueda serte… —miré todo su
cuerpo lentamente—, útil?
No tuvo el efecto que pretendía. Esperaba que sus ojos se tornaran
pesados y llenos de deseo. Solo logró el tipo de expresión que alguien
pone cuando le cae un cubo de agua con hielo.
Conmoción. Indignación.
—De hecho —dijo, levantando la barbilla—, sí.
Le sonreí lentamente, mis ojos brillando a medida que lentamente
me ponía de rodillas frente a ella, alcanzando el botón de sus pantalones.
—Sí, señora.
Ella me miró con un deseo desenfrenado durante un largo momento,
pero cuando mis dedos comenzaron a presionar el botón, sacudió su
cabeza ligeramente y sus ojos se entrecerraron. Luego su pie salió volando,
aterrizando en el centro de mi pecho y pateándome hacia atrás. Aterricé
duro sobre mi trasero, mirándola como si hubiera perdido la cabeza.
—Lava el autobús —dijo, cruzando los brazos sobre el pecho.
85
—¿Qué lave el autobús? ¿En serio? —pregunté, empujándome y
poniéndome en pie.
—Sí. Lava el autobús. Luego debes fregar el interior. Todas las
superficies, incluyendo limpiar todos los muebles.
—¿Eso es todo? —pregunté, sonriendo levemente.
—No —contestó, dándose la vuelta para irse—, pero te ayudará a
empezar.
Sonreí a medida que se retiraba antes de seguirla lentamente hacia
el autobús. Entonces ese era su plan. Iba a jugar la carta del jefe. Bueno,
estaba bien.
Conseguí todos los suministros para limpiar el autobús y recién
comencé a fregar el segundo lado cuando una ventana se abrió sobre mí
y Darcy se asomó.
—Será mejor que seques esa mierda. Nos vamos en cinco.
—Pero recién comencé a…
—Entonces me temo que vas a tener que volver a hacer todo en la
siguiente parada —declaró, cerrando la ventana. Volví a arrojar la esponja
al cubo, sacudiendo la cabeza.
Parecía que había pateado el puto nido de avispas. Y la abeja reina
estaba jodidamente enojada conmigo. Iba a ser un día largo.

86
Doce
—N
o.
—Vamos, Burt. Por favor —supliqué,
girándome en el asiento del pasajero y
mirándolo con un puchero.
—No —dijo, sin dejar de mirar la carretera—. Tenemos un horario
apretado. No podemos permitirnos paradas no planificadas.
—¡Pero no llevará tanto tiempo! Solo un par de horas. Lo prometo.
—No.
—Por favorcito —le dije, sobresaliendo aún más el labio inferior y él
87 me miró.
—Sabes que vas a ceder —gritó Jay desde la parte posterior,
mirando las cartas en su mano—, ahórranos a todos esta humillación y di
que sí.
—Una hora —dijo Burt, luciendo severo.
—Una hora y media —acordé—, más o menos…
Burt dejó escapar un largo suspiro dolido y negó con la cabeza.
—Gracias a Dios que tuve varones.
—Oh, me amas y lo sabes —dije y sonreí, desabrochándome e
inclinándome para besar su mejilla—. ¡Siguiente parada: el embrujado
manicomio alocado! —les anuncié a los muchachos que se turnaron para
poner los ojos en blanco o mascullar en voz baja lo hartos que estaban de
todas esas tontas cosas embrujadas.
—¿Un manicomio embrujado? —preguntó Isaiah, saliendo del baño
donde le había ordenado que fregara cada centímetro con un cepillo de
dientes. Una tarea que él había asumido con una completa falta de
ofensa o disgusto.
En realidad, había aceptado todos los trabajos en los últimos cinco
días con un gesto de la cabeza y una sonrisa, sin importar cuán
degradante fuera la tarea. Era casi como si prosperase con el trabajo
manual. Lo cual parecía completamente contradictorio con ser un
capitalista de riesgo. ¿Acaso la gente no conseguía trabajos así para
nunca tener que cortar su propio césped o preparar sus propios platos
nunca más?
—Sí —le dijo Jay, clasificando sus cartas—. Darce tiene un fetiche por
todas las cosas oscuras y espeluznantes. Dale unos globos oculares
embalsamados en un frasco y estará ronroneando como una gatita.
Isaiah me miró, con las cejas levantadas, una sonrisa jugueteando
con el borde de sus labios.
—Suena interesante. Eso si he terminado con todas mis tareas por el
día —dijo con una mirada dirigida hacia mí.
—Deja que Cenicienta vaya al baile —dijo Jay—. Ninguno de
nosotros quiere ir.

88 Sacudí la cabeza hacia ellos. ¿Quién no quería espantarse de vez en


cuando?
—No son nada divertidos. —Pero no iba a dejar que me lo arruinen.
Había estado buscando entre sitios interminables en línea tratando de
encontrar un lugar que no hubiera visto aún y que no estuviera demasiado
alejado de la ruta. Y luego estaba allí: El Manicomio Murphy. Estaba
absolutamente hormigueando de emoción.
—Bien, puedes ir. Pero, ah —comencé, mirando de reojo a Burt, que,
a todos los efectos, actuaba como nuestra figura paterna—, estás bien
con irrumpir y entrar a la fuerza, ¿verdad?
—Oh, por el amor de Dios —dijo Burt, sacudiendo la cabeza.
—Por supuesto —dijo Isaiah, deslizándose en la cabina detrás de mí.
—Bien. Burt va a estacionar el autobús en una calle llamada… —Miré
hacia abajo en mi teléfono—. Avenida Central. Aparentemente tiene un
centro comercial o algo así. De ese modo no será obvio por qué estamos
allí. Y luego tendremos que caminar por el bosque por unos… diez minutos
más o menos y daremos directamente con él.
—Suena bien —dijo, luciendo completamente a gusto con el plan.
Tal vez no era tan mal adición a la tripulación después de todo.
Alrededor de una hora más tarde, todos estábamos saliendo del
autobús de la gira, los muchachos con la intención de pasear y perseguir
algunas faldas, Burt feliz de poder tomar una pequeña siesta al mediodía,
sin importar lo mucho que originalmente se opuso al plan.
—Intenta que no te arresten —gritó Jay por encima de su hombro
mientras nosotros comenzábamos a caminar hacia el bosque—, ¡otra vez!
—agregó.
Podía sentir los ojos de Isaiah sobre mí.
—¿Otra vez? —preguntó y supe que estaba sonriendo—. Pasas
mucho tiempo bajo custodia policial, ¿eh?
—Oh, solo un par de cargos de exposición indecente. Uno por
embriaguez y desorden. Dos por allanamiento. Nada importante —dije,
escabulléndome hacia el bosque en, lo que esperaba, era la dirección
correcta.
—Pequeña criminal —comentó riendo—. ¿Por qué sigues mirando
hacia el cielo? —preguntó, manteniendo fácilmente el paso a mi lado.
89 —Estoy tratando de encontrar… um… el oeste…
Él resopló, y estirándose, colocó sus manos sobre mis hombros,
deteniendo mi ritmo frenético. Me giró a la izquierda.
—Ahí —dijo, sin duda.
—¿Estás seguro?
—Sí, nena. Estoy seguro.
Para nada sentí una descarga de deseo cuando usó fácilmente ese
apodo para mí. No. De ningún modo.
—De acuerdo. ¿Y qué? ¿Eras un explorador o algo así?
—No. Yo… pasé mucho tiempo en el bosque con mi padre.
—Tierno —le dije, trepándome sobre un enorme tronco de árbol y
luego volviendo a bajar—. Para mi padre, la idea de unas vacaciones
consistía en reservarnos cruceros y enviándome al cuidado de una niñera.
—Vienes de una familia adinerada, supongo.
—Mmmhmm —respondí, extendiendo un brazo para apartar las
ramas de mi cara.
—No te gusta hablar de tu pasado, ¿eh? —preguntó.
Me sorprendió lo suficiente como para mirar por encima de mi
hombro hacia él. ¿Hacía eso? ¿Mantenía a las personas alejada? En
realidad, nunca pensé eso sobre mí misma, pero él tenía un punto.
Hablaba con Jay, Todd, Mike, Joey y Burt. Esas personas me conocían tan
bien como yo misma. Incluso, mejor. Pero rara vez teníamos tiempo libre de
las giras. Así que en realidad nunca tenía la oportunidad de compartir con
otras personas. Nunca llegaba al punto en el que se suponía que
compartíamos detalles íntimos de nuestras vidas.
No quería que pensaran que era fría o cerrada.
—Realmente no es tan interesante —dije, mirando hacia adelante
mientras hablaba—. Mi padre era un adicto al trabajo…
—Un rasgo familiar —comentó, poniéndome tensa.
Porque él tenía razón. Era una adicta al trabajo. Si no estuviera
insistiendo en las giras largas seguidas por el proceso de grabación, ¿con
qué frecuencia el resto de los chicos querrían trabajar? Tal vez eso era algo
que necesitaba abordar con ellos.

90 —Supongo —acepté—. Mi madre era ama de casa. En la forma en


que ella no trabajaba. Nunca hacía nada ni remotamente típico de una
esposa, salvo molestar a mi padre y gastar dinero. Fui a escuelas privadas.
Hice lo que se esperaba de mí. Aprendí a tocar piano, danza, fui porrista…
—¿En serio? ¿Porrista? —preguntó, sonando incrédulo.
—Sí —contesté, mirándolo para encontrarlo sonriendo—. ¿Qué?
—¿Todavía tienes ese uniforme en alguna parte?
—Cállate —respondí riendo, y poniendo los ojos en blanco. ¿Había
algún chico que no quisiera follar a una porrista?
—Entonces, ¿cómo diablos te metiste en la música metal? ¿Acaso
pasaste… por una etapa rebelde o algo así?
—Conocí a Jay —admití, una sensación cálida extendiéndose por
dentro. Sin importar la cantidad de mierda que el hombre me ponía por
delante, cuando pensaba en dónde había estado, dónde él había
estado, lo que ambos habíamos hecho para llegar a donde llegamos en la
vida… me hacía sentir casi abrumadoramente agradecida.
—No parece exactamente el hijo de un rico abogado o banquero.
—Era camarero en un restaurante al que fui con mis padres.
—¿Jay? ¿Jay era camarero?
—Lo sé —dije riendo—, es difícil de creer, pero sí. De todos modos,
me deslizó una nota para encontrarlo en este lugar. Y yo solo… lo hice. Y
nunca miré hacia atrás.
—Eso es…
—Oh —dije, corriendo hacia delante—, ¡ahí está! ¿Lo ves?
—Sí —contestó, avanzando detrás de mí.
—¡Es enorme!
El Manicomio Murphy era un enorme edificio blanco de tres pisos con
un sótano. Las ventanas estaban rotas, probablemente por los
adolescentes locales demasiado cobardes para de hecho entrar. La
pintura blanca estaba astillada, pelándose y sucia. Todo en ese edificio
era espeluznante.
—¡Vamos! —insté, agarrando su mano y arrastrándolo hacia delante.
Abrí la puerta de entrada, escuchándola crujir con emoción. Solté su
mano, entrando—. Oh, este es realmente viejo —dije, mirando las paredes
91 desmoronadas, las hojas y la suciedad por todo el suelo, el techo abierto
de los animales abriéndose paso en su interior. Busqué en mi bolsillo, saqué
un par de viejos guantes de cuero y me los puse.
—¿Estás preparada, eh? —preguntó él, sonriendo, metiéndose las
manos en los bolsillos.
—Siempre. No quieres tocar nada aquí. Cuidado donde pisas. Hay
vidrio por todos lados. Si caes…
—Soy bueno en esto —dijo, mirando alrededor con una especie de
desapego.
—¿Crees en estas cosas? —pregunté, volviéndome hacia él
ligeramente cuando pasamos por delante de lo que solía ser el área de
recepción.
—¿Qué cosas?
—¿Casas embrujadas? ¿Almas perdidas? ¿Almas en general? ¿Dios?
¿El diablo? ¿Cualquier cosa?
—Crecí siendo muy religioso —contestó evasivamente.
—Esa no es una respuesta —respondí, decidiendo omitir el primer
piso. Era probable que solo fueran antiguas oficinas y comedores, cocinas.
Nada bueno.
Soltó un breve y aireado bufido y permaneció en silencio mientras
subíamos lentamente la sólida escalera que probablemente seguiría en pie
si todo el edificio se derrumbaba a su alrededor. No pensé que tuviera
planes de responder.
—Ya no sé lo que creo —dijo finalmente, en voz baja, como si
estuviera hablando para sí.
—Está bien —le dije, deteniéndome en la parte superior de las
escaleras para esperarlo—, yo tampoco. Tampoco la mayoría de las
personas. En cierto modo… es casi más fácil creer en algo, ¿sabes? Estar
tan seguro de algo. Eso es fácil. El no saber es lo que es difícil.
Empujé la puerta del pabellón, pasando por delante de la estación
de enfermeras, donde el pasillo se extendía en ambas direcciones, las
puertas de todas las habitaciones de los pacientes estaban abiertas: cinco
centímetros de grosor con ventanas metálicas ralladas y una pequeña
92
abertura en la parte inferior. Empujé mi zapato en el espacio vacío. Ante
las cejas fruncidas de Isaiah, me encogí de hombros.
—Para las bandejas de comida. Para los pacientes que estaban
demasiado chiflados para ir a la cafetería.
—Sabes mucho sobre esto, ¿eh?
—Hice una tarea en la escuela secundaria para mi clase de
psicología sobre los viejos métodos de atención de salud mental. En mi
investigación, seguí viendo todas estas imágenes de antiguos manicomios
y me obsesioné, supongo. Es fascinante. Cómo solían pensar que
desangrar a un paciente podía ayudar a las personas con la gripe o
cualquier otra cosa. Es interesante ver cómo las grandes mentes de
diferentes tiempos hicieron las cosas tan mal.
Entré en la primera habitación, vacía salvo por una pequeña cama
de estructura metálica con un colchón apolillado en la parte superior. Sin
grafitis en las paredes. Sin efectos personales.
—Quiero decir… miles de mujeres serían enviadas a estos lugares solo
por tener una disposición emocional. Fueron clasificadas como histéricas y
enviadas aquí para pudrirse.
—Eso es una locura —comentó Isaiah, siguiéndome dentro y fuera de
las habitaciones, apenas mirando a su alrededor. Podía sentir sus ojos en mí
casi todo el tiempo.
—Sí, pero hubo un lado positivo para ellas —le dije, sonriendo.
—¿Qué? —preguntó, pareciendo genuinamente curioso.
—Bueno, los médicos idearon un nuevo tratamiento para la histeria…
—¿Qué era?
Luché contra la sonrisa, pero eventualmente ganó.
—Las masturbaban.
—De ninguna manera —dijo, sacudiendo la cabeza.
—Sí, en serio —dije riendo—. Quiero decir, la palabra “histeria” viene
de la palabra griega para “útero”. Y de ese modo los médicos
convencerían a las mujeres sufriendo de histeria femenina y les hablarían
de pesadez pélvica, enfermedades emocionales, lubricación inusual,
sueños vívidos. Ya sabes… lo que llamaríamos excitación sexual hoy día —
93 dije, guiándolo hacia el otro lado del pasillo y subiendo otro tramo de
escaleras—. Así que, por supuesto, si el útero era lo que estaba sufriendo,
entonces el útero debe ser tratado. Decidieron que era necesario
masajear la vulva o que la vagina en sí debía serlo. De modo que tocaron
a las mujeres hasta que tuvieron un alivio a través del paroxismo. Lo que
llamamos orgasmo. Y entonces así —dije, chasqueando—, los síntomas
aliviarían. Pero la histeria femenina solía ser una enfermedad prolongada
que necesitaba tratamiento frecuente. —Dejé de caminar, notando que
no estaba detrás de mí, y haciendo una pausa, me volví para encontrarlo
observándome intensamente—. ¿Qué?
Él negó con la cabeza ligeramente.
—Eres solo… eres realmente fascinante.
—Oh —dije, mi sonrisa cayendo, sintiendo que las palabras se
asentaban en el fondo de mi ser. Probablemente era el mejor cumplido
que jamás haya recibido. Cualquiera puede ser “bonita”, “sexy” o
“hermosa”. Por nada más que un completo accidente de genética. No
significaba nada ser llamada así. Significaba mucho que te dijeran que
eras algo como persona, la persona en la que te habías convertido de una
vida de intereses, gustos y disgustos… que te dijeran que esa persona, en
su conjunto, era fascinante. Eso era jodidamente increíble—. Gracias —
dije, alejándome rápidamente, incómoda—. No queda nada —añadí,
yendo a otra habitación vacía, esta con una silla de ruedas en una
esquina.
—¿Qué quieres decir?
Me encogí de hombros.
—A veces te encuentras con las que todavía tienen prendas de
vestir. O imágenes. Incluso notas escritas a mano. Evidencia de las
personas que vivieron y mejoraron, o que empeoraron, en lugares como
este. Pero no hay nada.
—Tal vez otros… entusiastas de los manicomios —dijo, su tono
burlón—, vinieron y se llevaron las cosas.
—No —contesté, negando con la cabeza—, la gente como yo no se
lleva las cosas. Es muy importante. Son demasiado parte de estos lugares
para llevárselos. Así que, o bien se llevaron todo cuando cerraron, o
algunos fulanos al azar se robaron las cosas. Oh, bueno —dije,
dirigiéndome de regreso por el pasillo hacia la escalera—. Veamos si hay
94 algo en el sótano. Los sótanos son siempre los mejores.
Desafortunadamente para nosotros, la puerta estaba atascada. O
bloqueada.
—Maldita sea —comenté, pateando la puerta con fuerza—. Esto fue
una pérdida de tiempo.
—Oye —dijo Isaiah, sonriendo—. Aprendí mucho. Ahora puedo
decirles a las mujeres que están malhumoradas porque padecen una
enfermedad crónica que necesito tratar con un masaje vulvar.
Me reí, mirando cómo intentaba abrir la puerta.
—¿Sabes por qué crearon los vibradores?
—¿Por qué?
—Porque las manos de los médicos se cansaron.
Isaiah echó la cabeza hacia atrás y rio, sacudiendo la cabeza.
—Esa estuvo genial.
—¿Qué estás haciendo? Está bloqueado o atascado o algo así. —
Pero él estaba buscando las bisagras expuestas con sus manos,
ignorándome—. No toques eso. Te dará tétano o… hepatitis o algo así
—Ya me puse mi vacuna antitetánica —dijo golpeando por debajo
del perno con sus dedos—. Y estoy bastante seguro que la hepatitis se
transmite de persona a persona, no de metal a mano.
Me aparté, poniendo mis ojos en blanco hacia él hasta que
repentinamente el cerrojo saltó y él lo sacó.
—¡No puede ser! —exclamé, mi entusiasmo reavivando. Porque
nadie más habría podido abrir la puerta, así que lo que sea que esté allí
abajo todavía estaría allí para que yo lo viera.
—Soy bastante bueno con mis manos —dijo, encogiéndose de
hombros. Sentí una ráfaga de calor en las mejillas y rápidamente aparté la
vista de sus ojos, pero no antes de que viera la realización reflejándose en
él—. Pero tú sabes todo sobre eso —añadió, y quise que la tierra se abriera
y me tragara en ese momento.
Me quedé allí en un silencio pétreo hasta que oí el segundo cerrojo
en el suelo e Isaiah abrió la puerta.
—Así que estaba bloqueada —dije, mirando el lugar donde el perno
95 todavía estaba conectado.
—Sí, después de ti —dijo, gesticulando en la oscuridad.
Busqué mi celular en mi bolsillo, encendí la linterna y bajé
cuidadosamente por los estrechos escalones. Estaban resbaladizos por
años de polvo y suciedad y sentí que mi estómago se sacudió cuando mi
pie se deslizó por uno y sentí que empezaba a caerme. Tuve un segundo
de absoluto horror y aceptación de mi destino antes de sentir la mano de
Isaiah extenderse y serpentear alrededor de mi estómago, empujándome
con fuerza contra su pecho.
—¿Estás bien? —preguntó, su voz caliente en mi oído, haciéndome
reprimir un pequeño escalofrío.
—Sí —dije, mi voz jadeante—. Gracias. Puedes soltarme ahora.
Esperé que él peleara. O que su mano agarre mi pecho. O cualquier
cosa completamente inapropiada. Pero su mano se apartó lentamente de
mi estómago, luego se deslizó por mi brazo para agarrar mi mano.
—Hagamos esto para estar seguros —sugirió, su mano grande
envolviendo la mía y apretando con fuerza.
En ese momento, estaba tan increíblemente agradecida de llevar
guantes. Porque si había algo que aprendí sobre Isaiah Meyers, era que su
piel desnuda sobre mi piel desnuda provocaba todo tipo de caos.
—Está bien —dije, avanzando rápidamente por el resto de los
escalones para poder liberarme de nuevo—. Está tan oscuro —gruñí,
iluminando con mi luz las paredes.
—Hay una puerta al frente —ofreció Isaiah, permitiéndome retirar mi
mano.
Me acerqué a ella, pesada y de metal, haciendo un horrible chirrido
cuando lo abrí. Pero la habitación contigua tenía una buena cantidad de
luz que entraba furtivamente a través de las diminutas ventanas del sótano
con barrotes.
—Mierda —dije, mirando la habitación.
—¿Qué es esto? —preguntó, mirando a su alrededor.
—Es una cripta —contesté, caminando hacia una de las puertas en
la pared y tirando de la manija—. Mantenían a los muertos aquí.
96 —¿Por qué estás abriendo…?
Pero era demasiado tarde. La puerta estaba abierta y yo estaba
sacando la bandeja de tamaño humano.
—Hacían la autopsia aquí —dije, haciendo un gesto hacia la mesa
de metal en el centro con un desagüe y una enorme luz sobre ella—, luego
guardaban los cuerpos hasta que pudieran moverlos.
—Eso es realmente espeluznante.
Me encogí de hombros, empujando la bandeja de vuelta y cerrando
la puerta.
—Todos los hospitales tienen una cripta como esta debajo de ellos.
La gente muere allí todos los días. Necesitan un lugar donde guardarlos
hasta que las familias puedan ser notificadas y los preparativos hechos.
—Sí, supongo.
—Muy bien, ¿qué crees que hay al otro lado de esta puerta? —
pregunté, de pie junto a él, mi brazo en alto como una modelo mostrando
un premio en un programa de juegos.
—Eres la experta en manicomios, yo no —dijo, sacudiendo la
cabeza.
—Honestamente, probablemente solo es un almacén —dije,
sonando menos entusiasmada y abriendo la puerta.
Isaiah me estaba siguiendo justo detrás cuando entré y choqué
contra él cuando vi lo que estaba frente a mí.
—Mierda.
—¿Qué es eso? —preguntó, su mano posándose en mi cadera.
Podía sentir el latido de mi corazón en mis oídos. Este era un tipo de
hallazgo de uno en un millón. Oscuro, espeluznante y horrible. Pero
jodidamente increíble.
—Es una… sala de examen.
—¿Qué demonios está haciendo en el sótano? —preguntó.
—Está aquí porque no es ese tipo de sala de examen —le dije,
apoyándome ligeramente hacia su pecho.
—¿Qué tipo de sala de examen no es una sala de examen? —
preguntó, descansando una mejilla en mi cabello.
97 —El tipo de sala de examen donde hacían experimentos con
pacientes —respondí, y sentí su cuerpo ponerse rígido detrás de mí.
—¿Qué?
—Sí —dije, saliendo de sus brazos—. Quiero decir… la mayoría de los
pacientes mentales eran abandonados al estado. Nadie sabía o se
preocupaba por ellos. Y los médicos realmente no entendían las
condiciones como la esquizofrenia o el trastorno bipolar, o incluso la
depresión o la ansiedad. No sabían cómo tratarlo. Así que… trataron a
estas personas como ratas de laboratorio. —Me moví hacia la habitación,
pasando la silla reclinada y hacia la mesa de examen—. Es por eso que
hay correas aquí —añadí, pasando mi mano por las restricciones de tobillo.
—Eso es tan retorcido.
—Sí —coincidí—. Y la peor parte es que en realidad nunca
descubrieron nada de esa manera. —Caminé hacia el armario de
suministros, abriendo la puerta y jadeando.
—¿Qué? ¿Qué es? —Tiré del implemento de acero con un extremo
puntiagudo y una pequeña manija para mostrárselo—. Eso parece un
picahielos —observó.
—Eso es exactamente lo que es —dije, mirándolo. Lo sostuve en la
luz—. Usaban estos para hacer lobotomías de extracción.
—¿Qué es una lobotomía de extracción? —preguntó, sonando
como si temiera la respuesta.
—Justo aquí —dije, señalando hacia el lugar detrás de mi ojo—, está
la corteza prefrontal del cerebro. Es donde tenemos nuestras habilidades
para tomar decisiones, nuestra personalidad, nuestro juicio y libre
albedrío…
—No me gusta a dónde va esto.
—En esencia, son todas las cosas que los médicos de la época
culpaban por la obstinación de algunos de sus pacientes. Su mal
comportamiento. Su negativa a responder al tratamiento. Entonces, un
día, decidieron que si tomaban uno de estos y lo apuñalaban a través del
ojo —tomé aire—, todos esos malos comportamientos desaparecerían.
—Supongo que no funcionó.
—Oh, funcionó —respondí—. El problema era que dañar la
98 inteligencia atrofiada de la corteza prefrontal, hace que las personas no
puedan responder correctamente, los hacía emocionalmente embotados.
Mucha gente que se sometió al procedimiento terminó simplemente…
mirando a las paredes por el resto de sus vidas.
—Eso es increíblemente enfermo.
—Sí —concordé y asentí, volviendo a colocar el picahielos y
cerrando el armario. Cuando terminamos, íbamos a volver a bloquear la
puerta y pensaba contactar a alguien especializado en este tipo de cosas
y contarles lo que había en el sótano. Porque debería ser preservado. No
debería terminar en el ático de alguien.
Caminé hacia la mesa de examen, sacando un trapo de mi bolsillo y
limpiándolo.
—¿Qué estás haciendo?
Lo ignoré, limpiando la mesa hasta que estuvo impecable, luego me
puse encima de ella.
—Yo, eh, tengo este problema —dije, mirando hacia mis pies.
—¿Qué pasa? —preguntó, sonando genuinamente preocupado.
Levanté la vista lentamente, intentando mantener una expresión
seria.
—Parece que estoy sufriendo… de histeria femenina —dije y su rostro
se iluminó con una gran sonrisa, hasta que continué—, creo que necesito…
tratamiento.
Su sonrisa cayó lentamente al darse cuenta del significado de mis
palabras, sus ojos cada vez más pequeños, pero su boca se abrió un poco.
—Me estás jodiendo, ¿verdad?
Empujé mis muslos entre sí ligeramente, sintiendo el deseo, caliente y
palpitante. Deseé estar jodiendo con él. Era extraño lo que me provocaba
los tal llamados edificios embrujados. Era la adrenalina y la excitación, el
asombro, el miedo… todo se fusionaba en este cóctel que,
invariablemente, me ponía caliente. Cachonda. Intolerablemente
ardiente.
—No estoy jodiendo contigo.
—¿En serio? —preguntó, comenzando a acercarse.
99 Asentí.
—En serio.
Llegó al borde de la mesa, presionando su cuerpo contra mis rodillas
hasta que las abrí y se deslizó en el espacio vacío.
—Mis manos están sucias —dijo, levantándolas, cubiertas de
suciedad y grasa al abrir la puerta—. Pero —continuó, mirándome con ojos
hambrientos—, creo que puedo… ¿cuál era la frase? —preguntó, mirando
hacia la esquina de la habitación por un segundo—. Oh, sí —añadió,
mirándome otra vez—. Creo que puedo realizar un masaje vulvar… con
otra parte de mi cuerpo.
—Bueno —dije, sonriendo tímidamente—, si crees que podría ayudar
con esta… presión y… estas fantasías vívidas y…
—La humedad —añadió, observándome con una pequeña sonrisa.
—Sí —concordé, mirándolo con grandes ojos inocentes—, la
humedad. ¿Qué crees que debería hacer al respecto?
—Creo que deberías ponerte de pie y quitarte los pantalones.
Necesitas un examen adecuado —instruyó, retrocediendo unos pasos para
que así pudiera saltar de la mesa. Alcancé rápidamente mi botón y mi
cremallera, luego bajé los pantalones y las bragas a la vez, saliendo con
torpeza de ellos con mis zapatos puestos, alcancé los pantalones y los puse
sobre la mesa de examen. Porque sin importar lo cachonda que estaba, y
lo divertido que era un pequeño juego de roles, no iba a poner mi culo
desnudo en una mesa donde la gente solía estar atada.
—Está bien, señorita Monroe. Te necesito de vuelta en la mesa, con
las piernas bien abiertas, por favor —instruyó, sonando frío y distante como
cualquier médico, pero observándome con ojos hambrientos mientras
seguía sus instrucciones. Se puso de rodillas frente a mí, agarrando mis
rodillas y empujándolas hacia arriba hasta que se balancearon por encima
del borde de la mesa—. Hmm. Veo mucha humedad aquí —dijo,
mirándome—. Si tan solo… te recuestas y relajas, voy a hacer un
procedimiento para ayudar a aliviar los síntomas de tu… histeria.
—Sí, doctor —accedí, agarrando los bordes de la mesa, tensa,
esperando.
Luego su lengua se deslizó entre mis pliegues resbaladizos, lamiendo
lentamente la hendidura, haciendo que mis piernas se dispararan desde el
100 borde de la mesa, chocando contra sus hombros, mientras respiraba
temblorosamente.
Sus manos alcanzaron mis tobillos, empujándolos hasta que mis
piernas se posaran sobre sus hombros a medida que se dirigía hacia mi
clítoris, haciendo un gran círculo alrededor de él, pero sin tocarlo. Luego
retrocedió un poco, respirando aire caliente sobre el sensible bulto, y
haciendo que mi respiración siseara entre mis labios.
Retrocedió lo suficiente como para hacer que mi mente racional
comenzara a emerger, justo el tiempo suficiente para ponerme tensa.
Entonces su lengua comenzó rápidos golpes sobre mi clítoris una y otra vez.
Implacable. Sin darme la oportunidad de recuperar el aliento o incluso
gemir. Fue devastador. Me levanté hasta que no tuve que sujetarme,
llevando una mano a la parte posterior de su cabeza, la otra sentándose
aturdidamente en el borde de la mesa.
No sé cómo lo vio, porque permanecía enterrado entre mis muslos,
su lengua prodigando mi clítoris, pero su mano se levantó y agarró la mía
libre, sosteniéndola con fuerza mientras continuaba su tormento. Mi
orgasmo estaba erigiéndose rápidamente, mi cuerpo tensándose de
anticipación.
Entonces su lengua se detuvo de repente, haciéndome gritar una
objeción una fracción de segundo antes de que su lengua se apoyara y
presionara fuertemente contra mi clítoris, cerniéndose allí y haciéndome
estrellar contra mi orgasmo con un jadeo apenas audible a medida que
pulsaba, lento y palpitante, una profunda y ondulante sensación que
parecía no tener fin. Su lengua rodó sobre mi clítoris una vez más y gemí,
agarrando su cuello con fuerza cuando otra oleada rápida me inundó.
Su mano apretó la mía mientras jadeaba por aire a medida que el
orgasmo se desvanecía. Se alejó lentamente, besando el interior de mi
muslo antes de volver a ponerse de pie. Cerré mis muslos de repente muy
pesados, agachando la cabeza mientras trataba de que mi respiración
disminuyera. Tratando de regresar a mi cuerpo.
Sus dedos se extendieron y rozaron mi mandíbula, obligándome
suavemente a mirarlo. Él sonrió con una sonrisa extraña y pequeña, luego
se inclinó y tomó mis labios por brevísimos segundos antes de alejarse.
Respiró hondo, sacudiendo la cabeza y luego apartando la vista.
Cuando miró hacia atrás, la extraña luz en sus ojos había
101 desaparecido, solo quedando el humor anterior.
—Bueno, señorita Monroe —comenzó, su tono de vuelta al de un
médico profesional—, ¿qué tal ese tratamiento?
Mi reacción instintiva fue decirle que era mediocre. Que estaba
decepcionada. Que iba a tener que invertir en un vibrador porque le
faltaban habilidades manuales y su práctica sufriría. No entendía por qué
mi primera respuesta cuando se trataba de Isaiah era mentir, contrariarlo,
desviarme.
Tomé una respiración profunda, tragando más allá del nudo en mi
garganta.
—Debería estar sin ataques de histeria por un tiempo —le dije, sin
poder mirarlo, salté de la mesa y me puse mis pantalones torpemente.
Él se quedó extrañamente en silencio mientras yo agarraba mi
celular, encendía la linterna y volvía a la cripta. Todavía no había dicho
nada cuando entramos en la habitación oscura donde estaban las
escaleras. Ni siquiera estaba del todo segura que él estuviera conmigo
hasta que sentí algo rozar mi pierna y grité, volando hacia atrás y
golpeando mi cabeza con fuerza contra la barbilla de Isaiah.
—¿Qué pasa? —preguntó, su mano posándose en mi cadera.
—Algo tocó mi pierna —contesté, iluminando alrededor, en parte
temerosa de saber de qué se trataba, pero aún más temerosa de no
hacerlo—. Oh —dije, mi luz encontrando el brillante ojo amarillo de un
gatito negro. Minúsculo. Y literalmente… ojo. Un ojo. El otro le faltaba. Era
demasiado pequeño para estar solo—. Impresionante —dije,
agachándome para mirarlo—. Tienes que tener una mamá por aquí,
cariño.
—Me temo que no —dijo Isaiah, alcanzando mi mano y apuntando
la luz a unos pocos pies detrás del gatito donde una gran gata y otros tres
gatitos estaban tendidos, rígidos, cubiertos de sangre.
—Parece que un mapache se apoderó de su mamá y hermanos —
dijo, soltando mi mano.
Me estiré lentamente hacia el gatito que abrió su boca para
mostrarme sus dientes afilados e intentó un siseo que fue demasiado débil
para ser otra cosa que adorable.

102 —¿Así es como perdiste el ojo, amiguita? —pregunté, poniendo mi


mano alrededor de él cuidadosamente y agarrando la parte posterior de
su cuello.
—Planeas quedártelo, ¿verdad? —preguntó Isaiah, sonando casi
divertido.
—Bueno, no puedo dejarla aquí para que también la maten. O
muera de hambre.
—Hay algo llamado el círculo de la vida, ¿sabes?
—Suenas como un cazador —respondí, tomando al gatito luchando
por liberarse entre mis dos manos.
—Soy un cazador —respondió y prácticamente pude escucharlo
encogerse de hombros.
—Bueno, este no es el bosque. Y no es un ciervo maduro capaz de
cuidarse solo. Y no soy una especie de monstruo —dije, poniéndome en
pie, un poco enojada por su falta de cuidado con algún gatito callejero.
Aunque, ¿eso decía algo, verdad? ¿No decían que debías juzgar a un
hombre por la forma en que trata a los animales? Bueno, él estaba
tratando al indefenso gatito como si fuera una especie de molestia.
—Creo que es dulce que quieras ayudarlo —dijo, siguiéndome
mientras me dirigía a las escaleras—. Tal vez no lo sostengas contra tu
pecho, Darcy —me advirtió cuando comenzaba a subir.
—¿Por qué?
—Porque probablemente, al menos, tiene ácaros. O pulgas. O
garrapatas.
—Oh, claro —dije, sosteniéndolo alejado de mi cuerpo, agradecida
por los guantes. Sin embargo, no sería el ascenso más fácil.
—Adelante —dijo Isaiah detrás de mí, como si estuviera leyendo mi
mente—. No te preocupes, te tengo.
Sentí un pequeño revoloteo en mi vientre y subí las escaleras
demasiado rápido, completamente incómoda con la sensación. De vuelta
en la luz, deslicé mi teléfono en mi bolsillo, viendo como Isaiah cerraba la
puerta de nuevo, luego avancé al escritorio y medio puse al gatito
encima.
—¿Cómo sabes si tiene bichos?
103 Isaiah resopló, acercándose a mí y, con sus manos desnudas,
comenzó a buscar en el pelaje negro del gatito.
—Los ves. Son pequeños, pero los ves moverse.
—¿Algo? —le pregunté, observándolo mientras revisaba sus orejas,
luego lo volteó para comprobar su barriga.
—No que pueda ver —dijo, poniéndolo de nuevo en sus patas—.
Pero probablemente sería inteligente darle un baño para evitar los ácaros,
las pulgas y las garrapatas. Solo para estar seguros. A la gente también
puede afectarle. Aunque, probablemente harán todo eso en el refugio.
—Oh, no —dije enseguida, acunando al gato entre mis manos,
todavía a unos centímetros de mi cuerpo, por las dudas—, no irá a un
refugio. Voy a quedármela.
—¿En serio?
—Sí, en serio.
—Por cierto, no es niña —me dijo, inspeccionando sus manos
rápidamente antes de ponerlas en sus bolsillos—. Es un él.
—De acuerdo. Bueno, voy a quedármelo.
—Es jodidamente feo.
Fruncí mis labios, mirando el gran ojo amarillo y la completa falta de
otro. Era feo. Pero era tan feo que era casi lindo. Casi.
—Bueno, es un chico duro. Un sobreviviente. Creo que se ve
bastante metalero. Puede ser nuestra pequeña mascota.
Isaiah sonrió, sacudiendo la cabeza.
—De acuerdo. Bueno, creo que el centro comercial en el que
estamos estacionados tenía una señal para una tienda de mascotas, así
que regresemos antes de que Burt tenga un infarto.
—Está bien, Poe, sigamos adelante —dije, rápidamente abriéndome
paso por la puerta principal.
—¿Poe?
—Como en Edgar Allen —proporcioné, despegando hacia el
bosque.
—Espero que nadie sea alérgico a los gatos —dijo Isaiah mientras
104 caminábamos.
—No lo son.
—¿Cómo puedes estar segura?
—Porque Jay es alérgico al moho y la música country de cualquier
tipo —respondí sonriendo—. Todd es alérgico a la ambrosía y al polen. Mike
es alérgico a la cebada… o casi. No estamos exactamente seguros. Solo
sabemos que no puede tomar cerveza. Joey es alérgico a la leche y Burt
no es alérgico a nada.
—Guau —dijo Isaiah, asintiendo, chocando contra mi hombro para
empujarme en otra dirección.
—Eso es impresionante. ¿Qué hay de ti? ¿Eres alérgica a algo?
—A las estupideces —contesté, sonriéndole de lado.
Atravesamos el bosque unos minutos más tarde y nos dirigimos hacia
el autobús para encontrar a todos los chicos apoyados en él, todos
habiendo terminado con sus compras.
—¿Eso es un gato? —preguntó Burt, con un tono molesto y paternal
en su voz.
—Es un jodido rockero —dijo Jay, asintiendo, y quise arrojar mis brazos
alrededor de él.
—Su nombre es Poe y sobrevivió a un ataque de mapache que
destruyó a toda su familia.
—¿Le inventaste un pasado? —preguntó Joey, frunciéndome las
cejas como si hubiera perdido la cabeza.
—Es la triste pero verdadera historia de su vida. Voy a correr y
comprar algunas cosas para él. Vuelvo enseguida. Toma —dije,
entregándole el gatito a Isaiah quien, curiosamente, era el único de todos
en quien confiaba su cuidado—. Vuelvo enseguida.

105
Trece
L
a vi alejarse, su paso rápido y emocionado mientras sostenía el
gato enojado y confundido contra mi pecho. Volví a mirar a los
chicos que me estaban sonriendo maliciosamente.
—¿Qué? —pregunté, alzando una ceja.
—¿Se puso súper juguetona? —preguntó Mike.
—Es un él… y todavía no es lo suficientemente mayor para eso.
—No el jodido gato —dijo Jay, poniendo los ojos en blanco y pude
ver a Burt mirándonos con ira antes de subir rápidamente al autobús.
—¿De qué estás hablando?
106 —Darce —dijo Jay, extendiendo la mano para acariciar la cabeza
del gatito—. Es toda una puta gore.
—¿Qué demonios es una puta gore? —pregunté, mirando entre ellos
como si hubieran empezado a hablar en otro idioma.
—Se pone cachonda por cosas raras. Como sus casas embrujadas y
esas cosas. Alguien suele ser abrazado o besado si van con ella —explicó
Jay, quitándome el gato y sosteniéndolo. Era una visión tan extraña que
casi quise reír.
—¿En serio?
—Sí, esa chica está loca —dijo Joey, asintiendo.
—Oh, ¿qué demonios sabes tú? —preguntó Jay, sacudiendo la
cabeza—. Pero sí. Le entra todo ese miedo mezclado con el deseo en su
cuerpo y necesita sacarlo de alguna manera. ¿Se te lanzó?
—No —dije, sorprendiéndome. Porque ella definitivamente inició lo
que sucedió en esa sala de exámenes. Y estaba jodidamente feliz por eso.
Y nunca era la clase de persona que ocultaba mis hazañas. Pero de
alguna manera se sentía mal hablar de eso—. En realidad, no fue
realmente aterrador. Estaba molesta por la falta de efectos personales en
el lugar.
—Oh, eso apesta. Para ti —dijo Jay, haciendo una mueca—. No es
mi tipo.
—Hablando de tu tipo —comencé, mirando alrededor—, no
recuerdo haber visto a Maddy anoche.
—Oh, dejó el autobús —dijo Jay casualmente.
—¿Tan pronto?
—¿Tan pronto? —preguntó Mike, riendo—. Tiene suerte de haber
durado tanto como lo hizo. Lo cual probablemente solo hizo porque él se
la folló por el culo.
—¿Y dónde está?
—¿Qué eres, su madre? —preguntó Jay, pero su sonrisa cayó—. No
te preocupes. Le di dinero más que suficiente para volver a casa. De todos
modos, no estaba exactamente feliz con todas las otras mujeres.
—Ustedes viven una vida realmente loca —comenté, sacudiendo la
cabeza ligeramente.

107 —Vivimos una vida increíble —respondió Mike, joven y viviendo el


sueño.
—Supongo —dije, poniendo mis manos en mis bolsillos y
balanceándome sobre mis talones.
—Lo desapruebas —dijo Jay, mirándome atentamente.
—No dije eso.
—No, no lo hiciste… pero igual lo piensas. ¿Cuál es la objeción? ¿Las
mujeres? —preguntó, dejando que el gatito trepe hacia su hombro—.
Porque puedo decir que tampoco eres un caballero.
—No —coincidí, sonriendo. Todavía tenía el sabor de Darcy en mi
boca. Estaba lo más lejos posible de ser un caballero—. Y no lo
desapruebo. Simplemente no entiendo el atractivo.
—¿Un coño nuevo todas las noches? —preguntó Joey, luciendo
divertido.
—No… es…
—No es ideal —respondió Jay, sorprendiéndome. Vi a Joey y Mike
mirarlo rápidamente como si ellos tampoco hubieran esperado eso. Su dios
del sexo estrella de rock ya no estaba viviendo el gran sueño—. Quiero
decir… es genial. Pero sería bueno poder estar en mi maldito lugar de vez
en cuando, ¿sabes? Conseguir un poco de estabilidad. Tal vez conocer…
—¿A una buena chica? —preguntó Mike, mirando a Jay como si
hubiera perdido la cabeza—. ¿Establecerse? ¿Casarse con ella? Estás
perdiendo la cordura, hombre.
Jay rio, poniendo los ojos en blanco.
—No. Conocer a alguien que no solo folle conmigo para subirse a un
autobús de gira. ¿Sabes? Alguien que no esté intentando vivir su sueño a
través del mío, supongo.
—De acuerdo —interrumpió Darcy, completamente ajena al aire de
seriedad que rodeaba a sus normalmente despreocupados hombres—.
Creo que exageré un poco —dijo, tendiendo todas sus bolsas llenas de
dios, sabía qué—. Pero Poe también vivirá como una estrella de rock. Ven
—dijo, avanzando hacia los escalones—, vamos a bañarlo para que
podamos irnos.
Le quité el gatito a Jay, queriendo tener una excusa para estar
108 cerca de ella sin que ella me gritara para que hiciera algún trabajo
asqueroso al azar alrededor del autobús solo para joderme. Parecía que
habíamos recorrido parte del camino de regreso del manicomio. Y no solo
por lo que hicimos. Porque habíamos compartido algo, algo que le
apasionaba. Ya no me veía solo como un tipo al azar intentando meterse
en sus pantalones. Había bajado la guardia. Ella sonrió y bromeó conmigo.
Me mostró una parte de Darcy que parecía reservar para el equipo, Jay y
Todd. Gente que era, para todos los efectos, su familia. Y una vez que
estuve en el sol que era su buena voluntad, no quería volver a ser arrojado
a la oscuridad.
De hecho, quería estar cerca de ella.
No porque quisiera acostarme con ella, aunque todavía lo hacía. No
porque fuera un desafío. Sino porque me gustaba estar cerca de ella. Era
interesante. Divertida, dulce, oscura y espeluznante a la vez. Era la persona
más inusual con la que me había encontrado y quería saber más. De
repente, quería saber todo. Cosa que era nueva para mí.
Nunca había sido bueno con la gente.
Hacer que las mujeres duerman conmigo, claro. Era jodidamente
estupendo en eso. ¿Pero interactuar con personas normales en mi vida?
Simplemente era demasiado inepto en eso. Los compañeros de trabajo
me encontraban desdeñoso y condescendiente. Las personas que
intentaron hacerse mis amigos tuvieron problemas intentando conectarse
conmigo.
Porque no dejaba que nadie se acercara lo suficientemente. No
quería tener que hacerles saber lo que realmente había debajo de la
persona millonaria, tranquila y recatada.
Porque el hecho es que no era esa persona en absoluto. Había
trabajado durante años para perfeccionar esa máscara, para deslizarme
detrás de ella, para usarla como una segunda piel. Pero no era yo.
El verdadero yo pasó veinticinco años en una maldita choza en el
bosque. Sin electricidad ni agua corriente. Compartiendo una habitación
del tamaño de una caja de zapatos con una hermana a la que me
enseñaron a detestar por el simple hecho de que ella nació como mujer.
Con una madre a quien me dijeron que apartara. Con un padre que fue, a
la vez, mi torturador y mi único amigo. Me enseñó cosas. Pasó tiempo
conmigo. Elogió mis puntos fuertes. Castigó mis debilidades. Me convirtió
109 en un hombre fuerte y capaz. Con algunas ideas realmente jodidas sobre
la feminidad.
El verdadero yo pasó los seis años después de su muerte intentando
desaprender esas enseñanzas, intentando huir del hombre que me hizo ser.
Sintiendo nada más que la vergüenza, la falta y el dolor tan fuerte que no
podía dormir sin más de tres para ayudarme a hacerlo.
El verdadero yo tuvo que aprender a usar una computadora, qué
era el internet, cómo funcionaban los bancos, quiénes eran los presidentes,
que había mujeres en puestos de poder, que no era el trabajo de todas las
mujeres someterse a sus maridos y tener hijos, que había tal cosa como no
creer en Dios. Que en realidad era más socialmente aceptable no creer.
Tuve que aprender cuáles eran las partes del cuerpo femenino.
Cómo funcionaban. Cómo funcionaba mi propio cuerpo. Tuve que
aprender todo lo que otras personas aprendieron lentamente con el
tiempo, en cuestión de unos pocos años.
Pero nunca pude aprender a interactuar correctamente. Cómo
querer socializar, estar cerca de otras personas. Cómo estar interesado en
sus vidas. Era tan extraño para mí. Demasiado íntimo. Pasé mucho tiempo
solo o únicamente con mi padre. No podía entender el asunto de conocer
a otras personas que, invariablemente, se irían de tu vida.
Eso hasta que conocí a Darcy. E incluso a su extraña banda de
amigos inadaptados. Eran tan… tan diferentes. Refrescante. Tal vez porque
no estaban usando sus propias máscaras. La mayoría de las personas que
conocía eran como yo: escondidas detrás de una persona que habían
cultivado en el camino. Estos chicos solo eran… ellos mismos. A veces
divertidos, dulces y agradables. O malos y gruñones, sucios, ofensivos,
estúpidos. Eran personas normales, con defectos, que eran demasiado
cercanos para molestarse con pretensiones.
Y quería estar cerca de ellos.
Pero más que ellos, quería estar cerca de Darcy. Quería saber todo
sobre su pasado. Cómo había sido su vida. Cómo pasó de ser Darcy la
animadora de la escuela privada a Darcy la estrella del rock irreverente.
Quería conocer sus otras extrañas fascinaciones además de los asilos
mentales y los antiguos gurús rusos. Quería saber qué la hacía más feliz que
cualquier otra cosa. Quería saber qué la entristecía.
110
Maldición, solo… quería conocerla.
—Entonces… ¿qué tanto crees que estoy a punto de rascarme? —
preguntó, mientras abría el grifo del agua a medida que acunaba al gatito
contra su pecho, vertiendo tres tipos de jabón en el agua. Ante mis cejas
levantadas, ella se encogió de hombros—. Uno es para ácaros, uno es
para pulgas y garrapatas.
—¿Y el tercero?
—Para que no huela a productos químicos horrendos —contestó
riendo—. Esperaba que lo equilibrara todo.
Ella agarró a Poe y comenzó a sumergirlo, las garras del gatito se
extendieron ampliamente a medida que siseaba y pataleaba contra el
agua.
—Nunca antes habías tenido un gato, ¿cierto? —pregunté, mientras
veía como intentaba canturrearle y tranquilizarlo.
—¿Es tan obvio?
—Bastante —dije y me reí—. Solo mójalo, restriégalo y terminemos
con esto. Solo estás alargando su miseria al intentar que se calme. No va
a… aprender a querer el agua.
—¿Ya habías tenido un gato antes? —preguntó, sosteniendo a Poe
en el agua con una mano e intentando restregarlo con la otra.
—Ven —le dije, acercándome a ella y frotando el pelaje negro y
húmedo—. No —respondí—. Las mascotas no eran algo que me
permitieran cuando era niño. Usábamos a los animales para comer, no
para divertirse.
—Eso es un poco triste —comenzó, su cabello cayendo hacia
delante y bloqueando su rostro—. Tampoco me permitieron tener
mascotas. A menos que los peces exóticos cuenten. Lo cual no es así —
dijo, riendo—. Mi madre es alérgica a los gatos y mi padre pensaba que los
perros eran muy sucios.
—Bueno, ahora tienes una mascota —le dije y ella volvió la cabeza y
me sonrió, dulce y radiante. Si mis manos no estuvieran cubiertas de
productos químicos, habría agarrado su cara y la habría besado
tontamente.
—Sí, bueno, en realidad es nuestro —dijo, sus ojos se volvieron
enormes ante esa palabra mientras buscaba a tientas para cambiar el
111
significado—. Ya sabes… Jay, Todd y yo. El equipo. Tenemos una mascota.
En realidad no es solo mío. —Se acercó a Poe, lo sacó del agua y lo
envolvió en una toalla—. Honestamente, creo que será bueno para ellos.
Que tengan algo que realmente necesiten cuidar. Creo que se están
acostumbrando demasiado a estar de viaje y haciendo lo que quieran.
—Tal vez deberían bajar un poco el ritmo —sugerí mientras ella
secaba a Poe—. Tomarse un tiempo para vivir sus vidas.
—Sé que nuestro ritmo es penoso —dijo, alzando la vista, con cierta
tristeza en los ojos—. La cuestión es que… de hecho nunca sabes cuánto
tiempo vas a estar en este trabajo, ¿sabes? No está garantizado que
continuaremos teniendo este nivel de éxito para siempre. Solo… quiero
disfrutar del viaje mientras podamos, supongo.
—No creo que los fanáticos se rindan contigo si te tomas dos o tres
semanas más cada año —le dije, metiendo la mano en una de las bolsas
por una lata de comida para gatos y tirando de la lengüeta para abrirla.
Poe salió de su agarre ante el olor, maullando hasta que lo puso en el
mostrador del baño para comer con avidez—. También debes tomarte el
tiempo para hacer todas las cosas que quieres hacer.
—¿Ah, sí? —preguntó, mirándome desde debajo de sus pestañas—.
¿Y qué quiero hacer?
—Visitar manicomios abandonados —sugerí, y luego sonreí
cálidamente—. Tener sexo salvaje en una cama conmigo.
Miró hacia el piso rápidamente, pero no antes de que viera el rubor
en sus mejillas pálidas, la pesadez de sus ojos, la boca ligeramente abierta.
Ella guardó silencio por un segundo, viendo a Poe lamer la lata.
—Pensé que ya cubrimos esto —dijo finalmente, tragando saliva—,
estoy curada de mi histeria femenina por un tiempo.
Me sentí asintiendo, balanceándome sobre mis talones.
—Sí —respondí y sonreí—, pero olvidaste algo.
—¿Qué será? —preguntó, arqueando una ceja.
—Tenemos… treinta y seis semanas y media en este autobús. Y luego
irás a casa a un apartamento a cinco metros del mío —contesté y alcancé
el pomo de la puerta, entrando a la galera—. Y estoy en esto para el juego
a largo plazo, ¿recuerdas?
112
Catorce
—D
ía del correo de fanáticos —declaré, sacando una
caja de uno de los gabinetes y tirando el
contenido sobre la mesa donde estaban sentados
Jay y Todd.
—Augh —dijo Jay, alcanzando uno y mirándolo como si tuviera
ántrax—. Siempre son tan cursi.
—Sí, y les debemos a nuestros fanáticos responder a su apego
emocional a nuestra música —dije, sentándome y buscando un sobre. En
realidad, era impresionante la cantidad de correo físico que recibimos
teniendo en cuenta nuestra gran presencia en las redes sociales, donde
113 solo estábamos a un comentario o correo electrónico. Pero aún había
algunos puristas escritores a mano e intentábamos responder la mayor
cantidad posible. Dos veces al mes. Y tenía que lidiar con muchas quejas
por eso.
—“Su música me hace la vida más fácil” —leyó Jay en voz alta,
buscando un bolígrafo y un trozo de papel, garabateando una nota
torpemente y entregándola a Mike, quien completó la dirección y agregó
un sello.
—Oh, esta es para ti —dijo Isaiah, entregándome uno que, de
hecho, estaba dirigido a mí. Pero sin dirección de devolución. Lo abrí de
todos modos, sacando el papel rayado con un rotulador rojo grande
marcándolo.
—“Quiero prender fuego a tu coño” —leí, sintiéndome reír mientras la
despedazaba—. Eso fue elocuente.
—¿Qué mierda? —soltó Isaiah bruscamente, haciéndonos saltar y
mirarlo.
—¿Qué? —pregunté, mis cejas fruncidas.
—¿Acabas de leer una nota que decía que alguien fantaseaba con
prenderle fuego a tu coño y estás totalmente tranquila al respecto? —
preguntó, pareciendo genuinamente preocupado.
—Oh —dije, encogiéndome de hombros, buscando otra nota—. A
veces tenemos algunos fanáticos realmente retorcidos. Dicen las mierdas
más enfermizas que pueden pensar. Pero generalmente son tipos
inofensivos. Simplemente los hace sentir poderosos.
—¿Y qué es lo que les impide dejar de escalar y ver cómo es hacerlo
en lugar de amenazarlo?
—Cordura —sugerí, sonriendo.
—Eso es suponiendo que estén cuerdos.
—Mira —comencé, haciendo un gesto hacia la pila—, esto es como
una millonésima parte de la comunicación que tenemos entre fanáticos. Y
el noventa por ciento de esto es sincero y genuino. Así que sudar por el
diez por ciento que es sangriento o enfermo es una pérdida de tiempo y
energía. De todos modos, no es que podamos rastrearlos. Por lo general,
114 no son lo suficientemente estúpidos como para dejar una dirección de
retorno. De hecho, nunca hemos tenido problema en persona.
—Bueno, hubo una vez… —comenzó Joey antes de captar la mirada
amenazadora de Jay y agachando la cabeza.
—¿Qué pasó? —preguntó Isaiah, mirándome directamente.
No tenía sentido mentir sobre eso. Demonios, de todos modos, si
hiciera una pequeña búsqueda en internet, encontraría un montón de
artículos al respecto. Además, aparte de sus intenciones sexuales, ahora
era parte del equipo.
—Fue hace un tiempo. Creo que un año más o menos —dije,
hundiéndome en el recuerdo como si fuera ayer—. Estábamos haciendo
un espectáculo en Filadelfia y estábamos yendo al solo de Todd, así que
salté a la multitud. Como lo hago en muchos espectáculos. Me arrastraron
unos pocos metros, luego me dieron la vuelta y me empujaron hacia el
escenario de nuevo. Pero seguí siendo arrastrada y luego un par de manos
me llevaron hacia abajo…
Dios, recuerdo ese momento. Pasar de flotar, sonreír, disfrutar de la
sensación a darme cuenta que alguien me estaba agarrando,
empujándome hacia abajo. Tan pronto como mis pies estuvieron en el
suelo, sentí sus manos sobre mis pechos, agarrándome con fuerza y
castigándome por un segundo antes de agarrarme por la nuca y llevarme
a su boca, empujando su lengua dentro antes de que pudiera pensar en
cerrarla. Sentí su polla presionada contra mi estómago a medida que
empujaba su lengua lo suficientemente lejos de mi garganta para
ahogarme, su mano aferrando mi cabello lo suficientemente fuerte como
para sacar un buen mechón y traer lágrimas a mis ojos. Todo alrededor de
mí se quedó en silencio.
Se sintió como una eternidad. Pero no pudo haber pasado más de
un minuto o dos antes de que la multitud comenzara a reaccionar. Sentí
varias manos tirando de mí. Luché contra ellas, sin darme cuenta que
estaban tratando de alejarme, tratando de ayudarme. Entonces lo
arrancaron de mí y los sonidos volvieron rápidamente, la multitud gritaba,
los hombres peleaban, las mujeres preguntaban si estaba bien. Y a través
de todo, el sonido de Jay gritando jodidamente cabreado por el
micrófono.
Se desató el infierno, los hombres y mujeres más cercanos gritaron a
115 mi atacante, luego como una turba, volaron hacia él.
La seguridad se abrió paso entre la multitud un momento después,
uno de los hombres me agarró y me arrojó por encima del hombro,
abriéndose paso entre la multitud mientras los otros trabajaban para
separar el baño de sangre detrás de mí. Levanté la cabeza del guardia de
seguridad para ver que los ojos de Jay me encontraban, soltando el
micrófono y volando por el costado del escenario, pisando el suelo entre
nosotros a un ritmo frenético y castigador del que no pensé que fuera
capaz.
Llegó a mí rápidamente, alcanzándome, y acunándome contra su
pecho a medida que arrastraban nuestros traseros hacia el autobús, a un
Burt despistado pareciendo que iba a tener un ataque de apoplejía.
—Jesús —maldijo Isaiah cuando terminé la historia—. Espero que esa
multitud lo haya desgarrado miembro a miembro.
—No fue lindo —dijo Jay, asintiendo—. Hombre, por eso me
encantan las perras metaleras. Pueden soportar cualquier mierda.
—Por eso no deberías tratarlas como si fueran desechables —le dije,
arrojándole una parte de su correo de fanáticos que incluía una foto
desnuda—. Uno de estos días, tu suerte se acabará y una de ellas pegará
tus pelotas en la litera.
—Suena como una mujer con la que me gustaría casarme —dijo Jay,
asintiendo.
—Toma —dijo Isaiah, dándome otra con mi nombre y sin dirección
de remitente. Sentí un retorcijón en mi vientre cuando noté que era la
misma letra.
—“Quiero sentirte dentro mientras te asfixio hasta que te desmayes”
—leí, poniendo los ojos en blanco—. Bueno, es determinado.
—Oye, tal vez es un poco dulce —dijo Jay, todos los ojos cayendo
sobre él—. No. Como… ya sabes… cuando cortas el suministro de aire
cuando una chica está a punto de correrse… ya sabes, hace que el
orgasmo sea más fuerte y esa mierda. Tal vez quiere darte un clímax
jodidamente fantástico.
—Sí, hasta que muera —dije riendo, rasgando la página.
—¡Pero qué manera de morir! —Jay me guiñó un ojo.
116 —Son tan enfermos —dijo Isaiah, sacudiendo la cabeza, pero se
estaba riendo.
Era cierto. Costaba un poco acostumbrarse a nosotros. Nuestro
humor a menudo se inclinaba hacia lo oscuro o morboso. No éramos
políticamente correctos. Pensábamos que todo podía ser divertido dada la
luz correcta. Jay siempre era de los que empujan los límites de las zonas de
confort de las personas y todos simplemente subíamos al vagón
fácilmente. Fuera de la norma. Y con un interés compartido en lo
macabro.
—No te preocupes —le dije, buscando una nota de tres páginas, por
delante y detrás—, te corromperás tarde o temprano.
Los ojos de Isaiah encontraron los míos, llenos de un significado que
estaba orando para que nadie más estuviera captando.
—Estoy deseando que pase.
—Mira estas jodidas tetas —dijo Jay, mostrando la foto que había
estado mirando para que los chicos la vieran.
Me reí, poniendo los ojos en blanco.
—Oye, Burt —llamé, mirando por la ventana—. ¿Cuánto tiempo
hasta que lleguemos a D.C.?
—Eh —comenzó, mirando el GPS—, tal vez otra hora dependiendo
del tráfico.
—Tienen un espectáculo esta noche, ¿verdad? —preguntó Isaiah.
—Sí —respondí, buscando un pedazo de papel para responder a la
emotiva carta que recibí de una chica que decía que nuestra canción
sobre el hábito de cortarse le había salvado la vida. Algunas veces la
música hacía eso. A veces te salvaba. De una manera muy literal—. Pero
no salimos hasta casi las diez.
Burt estacionó el autobús en un parque a las afueras de la capital,
dejándonos salir a tomar algo de comida y estirar las piernas. Se fue hacia
su litera para echar una siesta, haciéndonos prometer que le
conseguiríamos algo de comer.
—¿A dónde vas? —le pregunté a Jay mientras caminábamos hacia
la parte delantera del parque de casas rodantes.
117 —Iré a buscar la comida. Si vas tú, lo único que traerás serán
ensaladas, brócoli y esas mierdas.
Él tenía un punto.
—De acuerdo —dije encogiéndome de hombros, buscando un
folleto de los campamentos—. Creo que voy a dar un pequeño paseo. Me
siento inquieta. —Era más que inquieta. Me sentía tensa por toda la
inmovilidad. Nos quedábamos en el autobús tanto como era físicamente
posible porque hacía que el viaje fuera más rápido. Muchos artistas se
detenían cada noche o dos en un hotel. Nosotros estábamos intentando
mantener un horario apretado. Pero la falta de equipos para hacer
ejercicio, una piscina o incluso un simple sendero para caminar me hacía
sentir agotada y perezosa.
—De acuerdo, guarda parte de esa energía para el espectáculo —
dijo Jay, alejándose, Joey y Mike siguiéndolo.
Me volví y me dirigí hacia el bosque rápidamente antes de que
alguien me abordara. Bajé por el sendero en un camino castigador,
disfrutando de la opresión en mi pecho, la objeción de mis músculos. Esto
era lo que necesitaba. Los espectáculos en escena eran físicamente
agotadores, y al final me dejaban exhausta. No como el ejercicio que
siempre me daba energía extra para continuar. Sentí el sudor correr por mi
cuello a medida que empujaba y escalaba, lo que, de acuerdo con el
sendero, conducía a un pequeño lago privado.
Estaba a veinte minutos de la pendiente, de rodillas y aspirando aire.
No es de extrañar que este camino haya sido marcado como difícil. Mis
pantorrillas se sentían como si estuvieran en llamas. Mi corazón latía
dolorosamente en mi pecho. Me levanté, obligándome a seguir adelante,
y rezando para llegar al lago más temprano que tarde. Era una bola
completa de sudor y miseria.
—Ya casi estás ahí.
Grité, girando rápidamente, mi mano aferrándose a mi pecho.
—Jesucristo, Isaiah —dije, encontrándolo a unos pocos metros de
distancia. Se había quitado la camiseta, y estaba echada sobre su
hombro.
—No quise asustarte. No estaba siendo exactamente callado,
¿sabes? Deberías haberme escuchado.
118 ¿Lo escuché? No podía oír nada más que el silbido de mi pulso en
mis oídos.
—¿Cómo demonios llegaste tan rápido al lago? No podrías haber
salido más de cinco minutos antes que yo.
Él se encogió de hombros casualmente.
—Soy un excursionista experimentado, supongo.
—¡Maldita sea, ni siquiera estás sudando! —objeté, mirando su terso y
tonificado pecho y estómago, una gran cicatriz corriendo por su costado.
Él rio, cayendo junto a mí.
—Ven, creo que necesitas refrescarte.
Él tenía razón. Pasaron otros cinco minutos antes de que el camino se
nivelara, y luego se hundió en una colina dormida donde se encontraba
un lago de buen tamaño con árboles maduros y grandes formaciones
rocosas.
Salí corriendo, deteniéndome junto al agua y quitándome las botas.
—No vas a entrar con tu ropa puesta, ¿verdad? —Me preguntó
mientras comenzaba a caminar hacia el agua.
—Sí, ese era el plan. ¿Por qué?
Él negó con la cabeza, extendiendo sus manos.
—Nada. Simplemente va a hacer que la caminata de retorno sea
miserable, es todo.
Él tenía razón. Maldito sea. Si había algo más irritante que la
caminata calurosa hasta allí, era un camino de regreso con ropa pesada,
aferrada y llena de tierra, cosa que solo me pondría de mal humor. Y,
normalmente, estaría más que feliz de desnudarme y saltar al agua. Era
Isaiah lo que me detenía. Cosa que era estúpida. La primera vez que nos
vimos, estaba nadando completamente desnuda. Demonios, había tenido
su cara enterrada entre mis piernas hace un par de días. Pero no podía
superar la extraña sensación de fluidez en mi vientre que solo podía
describir como cohibición. Era extraño y casi debilitante.
—Vamos —dijo Isaiah, encogiéndose de hombros—. No es gran
cosa. También me quitaré la ropa —agregó con una sonrisa.
Oh, no. No. Eso no iba a ayudar. En absoluto. En todo caso, eso
119 podría empeorar las cosas. Y además, los dos… desnudos, a menos de
quince metros el uno del otro… sí, eso probablemente no era algo bueno.
Definitivamente era un plan estúpido, imprudente y horrible.
Sin embargo, lamentablemente, era fanática de las cosas estúpidas,
temerarias e imprudentes.
Me volví hacia el agua, de espaldas a Isaiah, quitándome la camisa.
Mis manos se dirigieron a mis pantalones, deslizando el material pegajoso
por mis piernas húmedas hasta que me quedé desnuda. Había algo sobre
estar desnudo en la naturaleza. La mayoría de las personas, debido a la
convención social o los vecinos curiosos, nunca tenían la oportunidad de
experimentarlo. Es como si tu alma reconociera lo correcto en ello. Como si
supiera que tu piel siempre estuvo destinada a ser besada por el sol. A
estar gloriosamente desvergonzado de tu cuerpo desnudo.
Incliné mi rostro hacia el sol por un segundo antes de caminar hacia
el agua hasta que llegó a mis hombros.
—¿Qué tal el agua? —preguntó Isaiah y pude sentir el agua moverse
cuando entró.
No iba a darme la vuelta. Iba a hacer algo inteligente y mirar el
contorno de los árboles. O nadar lejos. Definitivamente no iba a mirarlo.
Pero incluso a medida que intentaba hacerme creer que era lo
suficientemente fuerte como para no hacerlo, me sentí dando la vuelta.
Solo unos segundos demasiado tarde para obtener la vista completa.
Estaba en el agua hasta su hueso pélvico, exponiendo los profundos
declives de sus impresionantes líneas abdominales, creando una V hacia su
cadera y estómago. Sabía que debía mirar hacia otro lado, pero no lo
hice. Porque simplemente no quería.
—¿Te gusta lo que ves? —preguntó, sonriendo con una gran sonrisa
atípica mientras se acercaba.
Me sentí encogerme de hombros, negándome a encontrar las
palabras: “Oh, Dios, sí”.
—¿Cómo te hiciste esa cicatriz? —pregunté en cambio, gesticulando
y salpicándolo ligeramente con agua.
—¿Cuál? —preguntó, encogiéndose de hombros, acercándose,
apenas a un metro de distancia.
—En tu costado —aclaré, volviendo la cabeza para mirar su rostro.
120 Que era mucho, mucho más seguro.
—Con un cuchillo —dijo, mirándome, la sonrisa evaporándose—.
Estaba aprendiendo cómo lanzar uno, golpeó el costado del objetivo y
volvió contra mí.
—¿Cuántos años tenías?
—No sé. Era un niño. Once tal vez.
—¿Y se te permitía estar arrojando cuchillos así como así?
—Me habían ordenado a arrojar el cuchillo —dijo—, hasta que
golpeara el objetivo diez veces seguidas.
—¿Y qué intento fue ese?
—El séptimo en fila.
—Es una pena. Estuviste cerca. —Su risa corta y sin humor hizo que mi
cabeza se inclinara hacia un lado—. ¿Qué?
—Nena, no me permitieron parar solo por un pequeño corte.
—¿Un pequeño corte? —pregunté, indignada—. ¡Pasa por la mitad
de tu costado! —¿Qué tipo de monstruo hacía que su hijo siguiera
practicando con el objetivo cuando estaban sangrando?
—Mi padre pensaba que el dolor era… bueno para el alma —
comentó, sus palabras sonando más cautelosas que lo habitual.
—Porque era realmente religioso, ¿verdad? —pregunté, sin
importarme si estaba hurgando en un punto doloroso—. Dijiste que eras
muy religioso al crecer.
—Sí. Quiero decir… no conocía nada más.
—¿Escuela católica? —pregunté, asintiendo.
—No, nena —dijo, sacudiendo la cabeza.
—Deja de llamarme “nena”. Estoy tratando de conocerte un poco.
—¿Por qué?
—¿Qué quieres decir con por qué? Porque paso veinticuatro horas al
día en tu presencia. Porque vivo junto a ti. Porque estamos desnudos en un
lago y ¿qué otra mierda podemos hacer? —Una sonrisa pequeña y
diabólica comenzó a extenderse por su rostro—. Excepto eso —añadí,
sonriendo—. Vamos…

121 —Bien —dijo, con el mismo entusiasmo que si le dijera que se


revolviera en algunos vidrios rotos—. Mi padre era fundamentalista,
extremista. Era prácticamente militante en sus creencias. Construyó una
casa en el bosque sin lujos. Ya sabes —añadió, dándome una sonrisa
triste—, como agua corriente, calefacción o electricidad. Me enseñaron a
leer y vivir de acuerdo con la Biblia. A mi hermana ni siquiera se le permitió
aprender a leer…
—¿En serio? —pregunté, demasiado sorprendida para mantener mi
boca cerrada. Era casi imposible comprender la posibilidad de que las
personas sigan viviendo de esa manera. Especialmente cuando crecías
siendo privilegiado y te enseñaban a luchar por las mismas posiciones de
poder que los hombres.
—Sí —contestó, mirando hacia otro lado, entrecerrando los ojos en el
horizonte, formando arrugas junto a sus profundos ojos verdes—. En serio. Se
suponía que las mujeres debían seguir órdenes, mantener la casa, tener
bebés y no tener ni mente ni deseos propios.
—Jesús —dije, y luego dejé escapar una risa extraña e histérica.
Jesús. Eso era totalmente apropiado, Darce. Bien hecho—. Lo siento —
añadí, sacudiendo la cabeza ante su expresión dolida—. Lo siento. Yo
solo… no puedo imaginar eso.
—No podría imaginarme algo diferente —comentó y se encogió de
hombros.
—Pero entonces —comencé, mirándolo—, ¿cómo llegaste a donde
estás ahora?
Él se encogió de hombros.
—Bueno, mi hermana escapó cuando cumplió dieciocho. Ella… —
Negó con la cabeza, cerró los ojos con fuerza y todo lo que quise hacer
era envolver mis brazos alrededor de él y decirle que lo olvidara. Que no
importaba. Pero eso sería estúpido. Porque sí importaba. Era parte de él y
eso importaba. Y él necesitaba saber que estaba bien escucharlo—. Ella
soportó mucho más castigo del que incluso recibí y mi madre la instó a huir.
Así que, un día lo hizo.
—Bien por ella —dije, sin poder evitarlo.
—Sí —coincidió, asintiendo—. Entonces esa tarde, mi madre salió al
bosque y se suicidó. Supongo que ella también quería huir…
—Oh, Isaiah —dije, sintiendo lágrimas en mis ojos y parpadeando
122 furiosamente hacia ellas—. Lo siento. Eso debe haber sido…
—No fue así —me interrumpió, negando con la cabeza—. No fue
terrible. Porque me dijeron que no era terrible. Y me lavaron tanto el
cerebro que no podía ni imaginar no creer lo que mi padre me decía. A
pesar de que tenía diecinueve años en ese momento…
—No es tu culpa que…
Suspiró, un sonido largo, profundo y resignado, a medida que me
veía. Sus brazos rodearon mi espalda baja, uniéndose en la base de mi
espina dorsal. No llevándome hacia delante, simplemente
estableciéndome allí.
—Lo sé —dijo y asintió—. No lo supe hasta años después. Después de
que él enfermara y fuera a buscar a mi hermana para que ella pudiera
presentar sus últimos respetos.
—¿Y dónde estaba?
—En el “Nuevo Sodoma y Gomorra” —citó.
—¿Nueva York? —pregunté, ya sabiendo la respuesta.
—Sí. Ella había huido hasta allí y vivió en la calle durante unos años
hasta que comenzó su propio negocio de sexo telefónico…
—De ninguna manera —dije riendo.
—Sí —contestó, sonriendo y asintiendo—. Pero esa es Fee. Era fuerte.
Mucho más fuerte de lo que nunca me había dado cuenta cuando
crecimos. La odiaba cuando fui a buscarla. Nuestro padre había
tergiversado todo tipo de cuentos horribles sobre ella y yo le creí. Hasta
que la volví a ver. Y mierda, me gritó sobre el abuso infantil y cómo tenía
que recuperar el control y ver el mundo real.
—Creo que tu hermana me agradaría.
—Sé que así sería —dijo, con cariño—. Es dura como tú.
—Dura, ¿eh? —pregunté, levantando una ceja.
—Bueno, tal vez no tan dura —dijo, sus manos moviéndose
lentamente por mi cuerpo y acunando mi culo—. Pero no obstante es un
culo bastante jodidamente perfecto.
Medio resoplé, medio reí y golpeé su pecho con fuerza.
—Termina tu historia —insté, entrecerrando los ojos hacia él, pero sin
molestarme en decirle que dejara de tocarme el trasero. En particular, no
123 quería que dejara de hacerlo.
—Luego nuestro padre murió. Y Fee me dejó esta revista porno en la
mesa de nuestro comedor y me dijo que fuera a verla cuando quisiera
aprender sobre el mundo.
—Así que lo hiciste.
—No de inmediato. Pasé… mucho tiempo de calidad con esa
revista. Era la primera mujer desnuda que había visto en mi vida. Y tenía
mucha masturbación pendiente —dijo riendo—. Entonces mi abuela
también murió y estaba esencialmente solo en el mundo y me encontré a
cargo de sus bienes y negocios y no tenía ni idea de qué hacer…
—Así que fuiste con tu hermana.
—Así que fui con mi hermana. Y el resto es solo mucha lectura y
aprendizaje. Y sexo.
—Oye —dije, encogiéndome de hombros y dándole una sonrisa
astuta—, tenías que recuperar el tiempo perdido.
—Sí, supongo que sí —concordó.
La tristeza estaba de vuelta en sus ojos. El horror profundo y
atormentado que reconocí desde el primer encuentro en nuestro balcón.
Porque él, de hecho, estaba atormentado por los fantasmas de su pasado.
Y tal vez era un cabrón, pero era difícil imaginar escapar de una situación
como la suya y salir completamente ileso. Estaba destinado a tener algún
daño. Estaba destinado a estar jodido.
Y a necesitar un poco más de perdón.
Tal vez había sido demasiado dura con él.
Mis manos se movieron entre nosotros, aterrizando bajo, cerca de los
huesos de su cadera y lentamente moviéndose hacia arriba. Los músculos
debajo de mis dedos se tensaron ligeramente a medida que pasaba sobre
ellos, rozando su cicatriz, luego moviéndome hacia su pecho, sobre sus
hombros, alrededor de su cuello. Me incliné hacia delante, descansando
mi rostro contra la cálida piel en el centro de su pecho. Se tensó levemente
ante el contacto por un largo momento antes de que sus manos agarraran
mi trasero con más fuerza y lo empujara contra su pecho.
El contacto fue como un shock para mi sistema. Como cien
pequeños zumbidos de electricidad estática donde nos tocábamos. Que
era en todas partes desde nuestros pies hacia arriba. Pero a pesar de sus
124
dedos clavándose en mi culo, a pesar de su polla dura presionada en mi
vientre inferior, a pesar de nuestra desnudez… no era sexual. Durante un
largo momento, fueron solo cuerpos dando y tomando consuelo y
aceptación.
Sus manos dejaron de agarrar mi trasero y lentamente comenzó a
moverse por mi espalda, deslizándose debajo de mi cabello mojado, y
acariciando mi columna vertebral. Cerré los ojos con fuerza, disfrutando la
sensación. El agua se sentía fría a mi alrededor, su piel caliente sobre la
mía. Sus manos se movieron hacia mis hombros y luego se movieron hacia
afuera y bajaron por mis costados, las puntas de sus dedos rozando los
bordes de mis pechos.
—Eres tan hermosa —murmuró, sus labios contra mi frente. Cerré mis
ojos, jalándolo un poco más fuerte.
Tomé aire, retrocedí ligeramente, mi mano avanzando sigilosamente
para jugar con el cabello en la base de su cuello a medida que lo veía por
un segundo antes de llevarlo hacia mí, mis labios presionando los suyos y
enviando una corriente de deseo directamente a mi corazón. Sus dedos se
flexionaron, hundiéndose en mis caderas mientras su lengua se deslizaba
más allá de mis labios, jugando con la mía hasta que no pude pensar en
nada más que conseguir más de él. Finalmente consiguiendo todo de él.
—De acuerdo —dijo, alejándose de repente—. No puedo creer que
esté diciendo esto, pero tenemos que parar.
—No-oh —dije, agarrando la parte posterior de su cuello y tirando de
sus labios hacia los míos. Me dejó besarlo por un segundo, luego sus labios
se extendieron en una sonrisa contra los míos—. ¿Qué?
—Nada —respondió, todavía sonriendo—. Quiero esto…
—También yo —dije, pasando mis manos por su pecho, su estómago.
Sus manos salieron disparadas, agarrando las mías a medida que
amenazaban con deslizarse más abajo, y sosteniéndolas con fuerza en las
suyas.
—No podemos.
—Claro que podemos —dije, inclinándome y plantando mis labios en
su cuello, haciendo que su aliento salga corriendo superficial de su boca.

125 —Darcy —dijo, su voz intentando sonar firme, pero fallando—.


Detente.
—Vamos, sabes que quieres esto —dije contra su piel.
—Más de lo que sabes —coincidió, empujándome hacia atrás—.
Pero, por un terrible giro del destino, nena, no tengo un condón.
Me encontré riendo, sacudiendo la cabeza. Porque yo tampoco
tenía uno. Y siempre tenía uno. Había pasado tanto tiempo. No había
razón para cargar uno. Excepto que ahora había una razón y estaba
presionándose contra mi estómago y maldita sea, realmente lo quería.
—Maldita sea —dije, dejando que mi frente chocara contra su
pecho.
—Después de tu show esta noche… —Negué con la cabeza contra
él—. ¿Por qué no?
—Sal del agua —le dije, empujándolo hacia la orilla.
—¿Por qué? —preguntó, sus cejas frunciéndose a medida que más y
más de su cuerpo quedaban expuestos.
—Cállate y sal del agua —gruñí, todavía empujándolo mientras
tropezaba con una roca y salía completamente del agua.
—¿A dónde voy? —preguntó riendo a medida que solo lo empujaba
hacia atrás.
—Allí —contesté, presionándolo hacia atrás sobre una gran
formación rocosa que parecía razonablemente suave.
—¿Quieres que me siente? —preguntó, frunciendo aún más las cejas.
—Sí —respondí, parada allí goteando frente a él mientras se subía a
la roca, mirándome.
—¿Ahora qué?
Sonreí lentamente, acercándome un paso, y luego me apoyé sobre
mis rodillas, observando cuando finalmente se dio cuenta y sus ojos se
llenaron de hambre. La tierra arenosa presionó contra mis rodillas
húmedas, restregándose fuertemente en mi piel mientras me deslizaba más
cerca, extendiendo la mano para agarrar su pene y lentamente bajar la
cara hacia él, mis ojos clavados en los de él a medida que trazaba mi
lengua sobre la cabeza sensible y su mano se cerró de golpe y con fuerza
en mi hombro.
126 Bueno, tal vez no podía tenerlo. No dentro de mí. No como
realmente quería, volviéndonos locos a los dos, satisfaciendo la necesidad
que ambos habíamos tenido durante semanas. Pero podía tener esto. Esta
habilidad para volverlo loco. La oportunidad de hacerle sentir cómo me
había hecho sentir.
Podía tener el poder.
Bajé los ojos, tomándolo rápidamente en mi boca.
—Mierda —gruñó, su mano clavándose en mi hombro. Hice una
pausa, manteniéndolo completamente en mi boca, comenzando a
ronronear mientras lentamente volvía a subir. Juro que debe haber estado
sacándome sangre de lo fuerte que me estaba agarrando. Una vez en la
punta, pasé mi lengua por la cabeza una vez más, mirándolo, sus ojos
pequeños y nublados. Luego me moví rápido: de arriba hacia abajo,
girando en círculo a medida que mi mano se movía debajo de mí para
acariciar suavemente sus bolas, disfrutando el sonido de su aliento
escapando fuerte y rápido, sabiendo que estaba perdiendo el control,
prodigando saber que estaba tomándolo.
Su otra mano se movió hacia la parte posterior de mi cuello,
agarrándome del cabello mientras trabajaba su polla más y más rápido
hasta que estaba sin aliento.
—Maldición… Darcy —gruñó, su cuerpo tensando a medida que su
mano se retorcía en mi cabello y se corrió duro y caliente por mi garganta.
Lo mantuve en la profundidad de mi garganta por un segundo,
deseando hasta la última pizca de su deseo, luego lentamente dejándolo
salir de mi boca, mirándolo con una sonrisa.
—Jesucristo —dijo, sacudiendo la cabeza. Su mano se extendió,
acariciando mi mejilla—. Eres jodidamente fenomenal en eso.
Sonreí, poniéndome en pie.
—Lo sé —dije, buscando mi ropa y volviéndomela a poner—. Vamos
—añadí, arrojando su camisa hacia él—. Tenemos un espectáculo esta
noche. Tienes que ir y prepararlo todo. Si tus piernas son lo suficientemente
fuertes como para sostenerte, claro está —dije con una sensación de
victoria.
127
Quince
E
l camino de regreso había sido silencioso, yo disfrutando de mi
nuevo poder, él simplemente introspectivo. Cuando volvimos al
autobús, mi cabello estaba casi seco, la comida había
desaparecido en su mayoría, y Burt estaba poniéndose ansioso por llegar
al lugar.
Me di una ducha rápida, yendo por la rutina habitual de recobrar la
cordura, y ponerme una camiseta sin mangas negra, una minifalda y botas
de combate. Estaba demasiado caliente como para preocuparme por
atarme a un corsé o caminar con una falda de tres kilos de material
pesado cubriendo mis piernas.
128 Para el momento en que salí del baño, ya hacía tiempo que
habíamos estacionado detrás del nuevo lugar, la tripulación ya estaba
preparando el escenario. Caminé hacia la galera donde Jay y Todd
estaban sentados en silencio, mirando la pared, ambos tratando de entrar
en modo espectáculo.
—¿Qué es esto? —pregunté, notando un pedazo de papel doblado
en la parte superior del mostrador en el área de la mini cocina.
Jay se encogió de hombros y Todd negó con la cabeza.
Darcy,
Te vi. Hoy. De rodillas frente a ese perdedor. ¿Qué pasa contigo, siempre
follando con puras escorias? Deja de ser tan zorra. Te mostraré cómo es un hombre
de verdad.
Pronto.
—¿Qué es eso? —preguntó Jay, observando mis cejas fruncidas.
Lo rompí rápidamente en pequeños pedazos para que nadie más
pudiera leerlo. No era el insulto o las amenazas lo que me molestó, era la
información condenatoria. Si Jay lo veía, no dejaría de molestarme hasta
que supiera con quién había estado. Y solo… realmente no quería que eso
se divulgara. No necesitamos esa incomodidad en el autobús.
A menos que él les dijera.
Mierda. Nunca me detuve a considerar eso como una posibilidad.
Isaiah se había acercado mucho con los otros chicos. Bueno, lo más cerca
que podía al estar tan encerrado. Pero compartir secretos íntimos sobre tu
pasado no era la base de las amistades masculinas como lo era para las
mujeres. Así que los chicos simplemente habían aceptado su frialdad y sus
matices masoquistas sin cuestionarlo.
Además, su consejo los estaba haciendo conseguir echar un polvo
mucho más fácil. Jay siempre conseguía sexo anal, pero Mike y Joey no
tenían la ventaja de ser un músico rico para ayudarlos a conseguir mujeres.
Aparentemente, Isaiah era algún tipo de experto en sexo de una
noche.
Se sentaban casi todas las mañanas discutiendo sobre sus
conquistas, que generalmente fingía ignorar porque si no lo hacía, sentía
129 que tendría que dar un paso adelante y defender al genere femenino, lo
que solo daría lugar a un argumento completo que me dejaría sintiendo
agotada. Era más fácil dejarles tener su charla de hombres.
Entonces, ¿qué impedía que Isaiah discutiera sobre mí mañana por
la mañana? En realidad, nada. No tenía razón para no hacerlo. No era
como si estuviera vinculado por los lazos de una relación para mantener
nuestra mierda personal, bueno, personal. Debí haber pensado en decirle
que mantenga mi nombre fuera de su boca.
Probablemente iba a contarles que tuvo éxito, pero con suerte
tendría el buen sentido de decir que no se molestó en conseguir el nombre
de la chica. Probablemente le darán palmaditas en la espalda por eso.
—Nada —le dije a Jay, dándole una pequeña sonrisa—. Alguien
debe haberlo pasado por alto cuando estaban limpiando el correo de los
fanáticos.
Pero sabía que ese no era el caso. No me preguntes cómo lo sabía,
pero lo sabía. Y era solo algo en lo que estaba eligiendo no enfocarme
porque teníamos un show que dar y no me haría ningún bien subiendo al
escenario paranoica.
—¿Lista? —preguntó Todd, levantándose primero. Siempre puntual.
Siempre llegaríamos tarde si no fuera por él y sus tendencias algo obsesivas
compulsivas.
—Sí —dije, agarrando a Poe y llevándolo de regreso al baño para
encerrarlo de modo que no escapara del autobús mientras intentábamos
irnos.
—Ni se te ocurra saltar del escenario aquí, Darce —dijo Jay, sonando
inusualmente serio.
—¿Por qué? —pregunté, lo seguí fuera del autobús y cerré la puerta.
—Porque este probablemente será una multitud difícil. Y no necesito
que me arrebaten cinco años de mi vida otra vez.
—Recuerdas que ese otro show fue en un pequeño pueblo aislado
de Ohio, ¿cierto?
—En cualquier caso —dijo, volviéndose—, solo mantén tu puto
trasero en el escenario.
Bueno, estaba de humor.
130
Respiré hondo y me dirigí hacia el backstage, caminando
ansiosamente alrededor mientras Jay tocaba la guitarra y Todd giraba sus
baquetas entre sus dedos.
—Todo listo —anunció Mike, entrando por la parte de atrás y
sentándose por un minuto.
—¿No deberías estar trabajando en el sonido? —pregunté.
—Joey le está mostrando las cuerdas a Isaiah para que así pueda
sentarme hasta que ustedes salgan.
—Lo cual es en tres minutos —le dijo Todd, poniéndose de pie, listo
para llegar al escenario.
El espectáculo había sido una locura. Todos se volvieron locos, de
hecho la multitud había sido violenta, los moshpits más violentos que de
costumbre. Todo lo que vi fue sangre escurriendo por las caras de las
personas, escupiendo de sus bocas. Por mucho que odiara admitirlo, Jay
tenía razón. Hubiera sido peligroso saltar a una multitud así.
El espectáculo posterior había sido largo y tedioso, y pasó otra hora
más antes de que finalmente pudiera regresar al autobús. Burt abrió la
puerta y me dejó ir a esperar a todos los demás.
El autobús estaba extrañamente silencioso para mis oídos
palpitantes. Entré en la galera, rotando mi cuello y amarrando mi cabello
en lo alto para tomar aire fresco en mi cuello caliente.
—¿Qué demonios…? —comencé, viendo una nota en el mismo
lugar exacto que la que había roto antes.
Supe con absoluta certeza que no había habido una segunda. Sentí
un hundimiento en mi vientre a medida que avancé hacia ella,
desplegándola y encontrando la misma letra.
Quería que saltaras a la multitud. Quería ver cómo te destrozaban
mientras te follaba, gritando en jodida agonía… verdadera música para mis
oídos. Te atraparé tarde o temprano.
Jodido Jesucristo. Arrugué la nota en mi mano, sintiendo el miedo
levantarse como bilis en mi garganta mientras giraba lentamente, mirando
a mi alrededor, esperando ver a alguien justo detrás de mí. Pero nadie
estaba allí. Hubo un sonido de portazos desde la parte trasera del autobús.
Y supe que probablemente debería correr y encontrar a Burt o uno de los
131 muchachos, pero en lugar de eso, me escabullí silenciosamente por el
autobús, mirando las literas vacías. Ni siquiera Todd estaba dentro. Alcancé
la puerta del baño con un zumbido en los oídos para encontrar a Poe
arrojándose a la puerta.
Respiré profundamente, empujándolo hacia dentro y cerrando la
puerta. Por supuesto. Por supuesto que era él. ¿Acaso pensé que era un
violador/asesino haciendo reconocer su presencia? Estaba siendo
paranoica.
Escuché unos pasos arrastrados detrás de mí y grité, girando, mis
puños volando y aterrizando con fuerza… en el pecho de Isaiah.
—Whoa —dijo, sus ojos grandes y preocupados—. Está bien. Solo soy
yo, nena —dijo, agarrando mis manos y sosteniéndolas—. Te ves asustada.
¿Qué pasa?
Podría haber mentido, desestimado como lo había hecho antes.
Pero no quería. Quería que alguien compartiera mi incomodidad. Quería
que alguien lo supiera. Tragué con fuerza, desenroscando mi puño y
presionando la nota en su mano.
—¿Qué es esto…? —Comenzó, abriendo la página y leyendo. Sus
cejas se fruncieron, luego me miró con los ojos completamente abiertos—.
¿Qué mierda?
—Estaba en la galera cuando volví al autobús.
—Tal vez lo pasaron por alto cuando…
Negué con la cabeza.
—No. Sé que no fue eso. Porque esta es la segunda hoy. La anterior
decía que me vio contigo esta mañana y que venía por mí.
—¿Por qué no me dijiste?
—Solo pensé que era un fanático estúpido. No parecía un gran
problema. Pero cuando volví y vi esto, en el mismo lugar…
—¡La fiesta está aquí! —gritó Jay, subiendo al autobús, con personas
siguiéndolo ansiosamente detrás de él.
—Espera —gritó Isaiah—. Primero tenemos que hablar contigo por un
minuto.
132 Jay nos miró con el ceño fruncido, empujando a la gente hacia atrás
y cerrando la puerta.
—¿Qué pasa?
Isaiah le entregó a Jay la nota y la leyó rápidamente, y alzando la
vista, preguntó:
—¿En dónde estaba esto?
—En el mismo lugar que la nota anterior —le dije, sintiéndome mejor
al haber compartido la información.
—¿Por qué coño siempre te guardas estas mierdas? —preguntó Jay,
tirando la nota—. Alguien estuvo en el autobús. Esto era algo que todos
necesitábamos saber.
—La gente está en el autobús todo el tiempo —razoné, y por primera
vez, ese hecho me puso tan ansiosa que tuve náuseas.
—Bueno, ya no —dijo Jay, sacudiendo la cabeza—. No hasta que
esta mierda se detenga.
—¿Deberíamos contactar a la policía? —preguntó Isaiah.
Jay negó con la cabeza.
—No servirá de nada. Es solo una amenaza. Y estamos en una nueva
ciudad todas las noches. Tal vez deberíamos irnos a un hotel esta noche.
Hacer que Burt revise el autobús con mucho cuidado para asegurarnos
que todo esté bien.
—Creo que eso es probablemente lo mejor —concordó Isaiah.
—Ve a despertar a Todd y cuéntaselo —dijo Jay, mirando por la
puerta a la multitud que había reunido—. Tengo que decirles a mis
admiradores que la fiesta cambiará de lugar esta noche.
—Todd no está en su litera —le dije, y Jay se congeló en la puerta.
—¿En serio?
—Sí. No está aquí.
—Tal vez está fuera echando un polvo. Haré que Mike o Joey lo
encuentren y volveremos. Mantengan la puerta cerrada.
Respiré profundamente, viendo a Isaiah acercarse, cerrar la puerta y
luego regresar a donde estaba. Su mano fue debajo de mi barbilla,
inclinando mi cabeza hacia arriba.
133
—¿Estás bien? —Me sentí asintiendo, sin quererlo. En realidad no lo
estaba. Pero nunca fui de las que se apoyan en otras personas.
—No, no me des esa mierda de “soy una jodida metalera y nada me
molesta” —dijo, sonriendo y sacudiendo mi cabeza con sus manos—.
¿Estás bien?
Tomé una respiración profunda.
—He estado mejor.
No habló. No intentó decirme que todo estaría bien. U otras palabras
inútiles. Dejó caer su mano de mi cara, uno de sus brazos rodeando mis
hombros, el otro alrededor de mi cintura, llevándome contra él, y
ofreciéndome el único tipo de consuelo que aceptaría: el físico.
Dejé que mi cuerpo se relajara en el suyo, disfrutando de la
sensación, gustándome que, por una vez, su contacto no fuera sexual. Era
simplemente amistoso, familiar.
—De acuerdo —dijo Jay, y me alejé rápidamente de Isaiah—,
encontré a Todd. Algún chico lo tenía atrapado entre bastidores
discutiendo sobre la batería. Burt está de camino. Vamos a ir a The
Bluestone. Ya llamé y conseguí seis habitaciones. Está todo listo.
—Eres el mejor —le dije, acercándome y besando su mejilla. A veces,
no a menudo, pero en raras ocasiones, era capaz de comportarse como
un adulto racional.
Si había un lado positivo de ser acosada por un fanático loco, era
dormir en una cama lo suficientemente grande como para rodar… y
nadar algunas vueltas en una piscina.

134
Dieciséis
E
l Bluestone era un precioso y antiguo edificio de piedra azul con
un espléndido vestíbulo de lujo y alfombras de color blanco en
los pasillos, que debe de llevarle a todo un equipo de
mucamas para mantener limpias. La mitad de nosotros fuimos conducidos
al último piso, dejando a Todd, Joey y Burt en un piso más abajo. Sacrifiqué
la suite presidencial a Jay, quien utilizaría el espacio con su fiesta, que
seguramente sería épica.
Me condujeron a una habitación, le di una propina al botones, y
cuando cerré la puerta, vi que conducían a Isaiah a la habitación frente a
mí. Por supuesto.
135 La habitación era lujosa. Había una enorme cama de buen tamaño
con preciosas sábanas blancas y una cabecera acolchada. La alfombra
combinaba con los pasillos y había ventanas de piso a techo que
ocupaban la pared del fondo con finos visillos blancos. Saqué una muda
de ropa de mi bolso y me dirigí al baño, con todas las baldosas
bronceadas y una enorme ducha de vidrio. Me acerqué y me deslicé bajo
el rocío, ávida de lavar toda la noche, de relajar parte de la tensión en mi
cuerpo.
Casi una hora más tarde, volví a mi habitación con unas bragas y
una de las viejas camisetas de Jay que me llegaba a la mitad del muslo.
Un golpe en mi puerta hizo que mi corazón volara hasta mi garganta.
Alcancé mi cuello, caminando hacia la puerta y mirando por la mirilla para
encontrar a Isaiah allí, con el cabello mojado de su propia ducha.
Quité la cerradura, abrí la puerta y él me ofreció un café para llevar.
—Jay trajo estos de vuelta con él, pero no respondiste a tu puerta, así
que dejó el tuyo conmigo.
Tomé el café entre mis manos y me encogí de hombros.
—¿Quieres entrar un rato? —pregunté, sabiendo que probablemente
era una mala idea. Sabiendo a dónde iba a conducir.
—Seguro —dijo, mirando alrededor de la habitación, caminando
hacia las ventanas y tirando de los visillos—. Tienes una buena vista.
—Entonces, ¿por qué no estás en la fiesta de Jay? —pregunté,
acercándome a él para mirar hacia afuera.
—Mi hígado necesita un descanso —contestó riendo, y mirándome.
—Sí, el ritmo de Jay no es para un ser humano normal. Creo que
algunas personas nacen con un gen de estrella de rock que les permite
divertirse tanto como ellos.
—Pero tú no, ¿eh?
—No, creo que una estrella de rock en una banda es suficiente.
Isaiah se estiró, quitándome el café de mis manos, y luego
colocándolos ambos en la cómoda. Se volvió hacia mí, con cierta
tranquilidad en él que me parecía embriagador. Su mano se movió hacia
arriba, tocando mi mejilla.
—Entonces… —dijo.

136 —Entonces —repetí, girando mi cabeza ligeramente y besando la


palma de su mano.
Era un momento crudo y dulce, y quise hundirme en él para siempre,
pero una sonrisa lenta y astuta se extendió por su rostro.
—¿Adivina qué?
—¿Qué? —pregunté.
Metió la mano en el bolsillo y sacó el empaque de aluminio de un
preservativo.
—Ahora tengo uno de estos.
Hubo una larga pausa y supe que no había terminado porque
todavía estaba sonriendo.
—Lo robé de tu litera.
—¿Ya te acabaste todos los tuyos? —pregunté, poniendo los ojos en
blanco—. Eres un puto.
—Bueno, está esta mujer —dijo, inclinándose, tirando del cuello de mi
camisa, y besando mi hombro.
—Siempre la hay —dije, inclinando mi cabeza hacia el otro lado a
medida que sus labios comenzaban a moverse hacia un lado de mi cuello.
—No puedo sacarla de mi mente. Sin importar cuántas otras mujeres
tenga. —Sus dientes se deslizaron por mi mandíbula y dejé escapar un
suspiro tembloroso—. Pero ella simplemente no quería tener nada que ver
conmigo.
—Mujer estúpida —dije, alcanzando la parte posterior de su cuello y
empujándolo, llevando sus labios hacia los míos.
—Mmmhmm —murmuró contra mis labios—. Pero creo que ella está,
eh, adaptándose a mí —dijo, mordiendo mi labio inferior.
—Entonces, será mejor que valgas la pena la espera —le dije,
deslizando mi lengua más allá de sus labios para jugar con la suya.
Sus brazos me rodearon con fuerza, atrayéndome contra él, mientras
sus labios profundizaban el beso aún más. Hasta que sentí que estaba
flotando. Hasta que no hubo nada en el mundo excepto sus labios, dientes
y aliento.
Sus manos se movieron por mi espalda, agarrando el dobladillo de
mi camisa y levantándola.
137 —No te preocupes —dijo, pasando sus manos por la parte delantera
de mis hombros, rozando mis pechos, luego bajó por mi estómago—. Así
será.
Sentí un escalofrío de anticipación, viendo como sus manos se
deslizaban sobre mi piel, mis caderas, mis costados.
—Pareces bastante seguro de ti mismo —dije, intentando aligerar el
estado de ánimo que se sentía pesado con una emoción con la que no
estaba familiarizada.
Soltó una leve carcajada, su mano moviéndose hacia el centro de
mi cuerpo y perezosamente trabajando hacia arriba hasta que estaba
rozando mi cuello con las yemas de sus dedos. Entonces, de repente, su
mano se cerró alrededor de mi garganta, presionando con fuerza y
obligándome a levantar mi rostro.
—Confía en mí —dijo, presionando con más fuerza—, cada vez que
te estés tocando sola en tu cama a partir de ahora, estarás pensando
únicamente en mí.
Su pulgar siguió subiendo, rozando mis labios. Tragué con fuerza.
—Puras palabras —dije, mi voz débil, pero sus ojos bajaron a los míos
con desafío.
Su mano descendió otra vez, entre mis pechos, sobre mi ombligo,
luego deslizándose apenas por debajo del material de mis bragas,
retorciéndolas, y luego rasgándolas lo suficientemente fuerte como para
hacerme dar un traspié. Y fue la maldita cosa más caliente que jamás
había experimentado. Extendí la mano, agarrando su camisa y tirando de
ella torpemente hasta que sus manos la agarraron y se la quitaron, mis
manos dirigiéndose a sus pantalones, desatando el botón y bajando la
cremallera. Agarré sus pantalones, arrastrándolos hacia abajo, dejándome
caer de rodillas frente a él.
Mi mano fue a su dura polla, agarrándola en la base y llevándola
hacia mi boca. Pero su mano se extendió, agarrando un puñado de
cabello en la base de mi cuello y tirando fuerte hasta que lo miré.
—¿Quieres chuparme la polla de nuevo? —preguntó.
Presioné mis piernas entre sí ante la ráfaga de deseo. Oh, dios, sí. Sí,
un millón de veces. Lo quería hasta el punto en que estaba: desesperada,
incapaz de pensar en otra cosa que no fuera él dentro de mí.
—Sí —contesté, acariciando su polla una vez. Al no encontrar
138
resistencia, bajé la cabeza y abrí la boca. Antes de que pudiera siquiera
pensar en acogerlo, la mano en la parte posterior de mi cabeza me
empujó hacia delante, haciéndolo hundirse profundamente, empujando
con fuerza contra mi garganta, dándome arcadas.
—Mírame —ordenó y lo hice, una lágrima deslizándose por un lado
de mi rostro por la asfixia. Él cerró los ojos, tomó aliento y luego soltó mi
cabello—. Levántate —exigió, saliendo de mi boca.
Me puse de pie lentamente, limpiándome los labios y sonriendo
levemente.
—Eres muy exigente…
—Sube a la cama —instruyó, su tono casi desapegado. Frío. Mientras
yo era todo fuego. Me dirigí a la cama, me puse encima de ella, me senté
sobre mis talones, observándolo. Caminó hacia el extremo de la cama,
abriendo la lámina del preservativo, mirándome por un momento y luego
deslizándolo rápidamente—. Inclínate.
Sentí una punzada de deseo tan fuerte que casi me dolió. No
necesitaba vino ni rosas. No necesitaba horas de juegos preliminares. Lo
necesitaba a él dentro de mí. Justo en ese momento. Profundo. Y eso era
exactamente lo que me estaba dando. Me moví para seguir sus
instrucciones y sentí que el colchón cedió bajo su peso cuando se acercó
detrás de mí.
Sus manos alcanzaron mi culo antes de que una se acomodara en
mi cadera y la otra presionara el centro de mi espalda. Una vez entre mis
omóplatos, empujó hacia abajo con fuerza hasta que bajé mi pecho
hacia el colchón, y luego me deslicé hasta mis caderas. Sus dedos
alcanzaron la sensible piel de la parte posterior de mis rodillas, rozando
lentamente la parte posterior de mis muslos, luego uno se deslizó entre
ellos, arrastrándose sobre mi resbaladizo calor antes de que dos dedos se
hundieran en mi coño, inesperadamente, haciéndome saltar y gemir.
No conseguí un segundo para registrar la sensación antes de que sus
dedos comenzaran a empujar de adentro hacia afuera, haciendo que mis
manos agarraran las sábanas, y me dejaran jadeando. Pero justo cuando
pensé que finalmente podría obtener alivio de la presión que estaba
creciendo en mi interior, pesado, enroscado, sus dedos se salieron. Pero
solo por unos pocos segundos antes de que su polla se estrellara contra mí,
139 haciendo que mis rodillas rebotaran del colchón por la fuerza.
—Mierda —gemí, girando la cabeza hacia un lado, empujándome
hacia arriba para acercarme más a él.
Pero su mano volvió entre mis hombros, sosteniéndome contra el
colchón.
—Quédate abajo —gruñó, su voz tensa y baja. Y entonces sus manos
estaban sobre mis caderas, usándolas para mantenerme quieta mientras
empujaba dentro de mí, fuerte y rápido, empujando tan profundo dentro
de mí como podía cada vez, la cabeza tan profunda que sentí una
sensación de pellizco con cada empuje que encontré preocupante e
intolerablemente caliente a la vez. Gruñí, intentando presionar contra él,
tratando de conducirme al límite más rápido.
Pero dejó de embestir, empujando con fuerza mis caderas hasta que
me acosté sobre el colchón. Sus brazos se extendieron, agarrando mis
muñecas y sosteniéndolas sobre la cama a los costados de mi cabeza
mientras bajaba su cuerpo sobre el mío, su pene presionándose contra mi
hendidura nuevamente. Completamente inmóvil, me retorcí contra él,
gritando lo suficiente como para que todo el pasillo me escuchara, pero
no me importó. Lo único que importaba era su cuerpo: su aliento junto a mi
oreja, sus manos magullando mis muñecas, su polla chocando contra mí a
un ritmo crudo y animal que nadie me había mostrado nunca antes. Una
completa falta de autocontrol, obligándome a perder también el mío.
—Isaiah —grité, estrellándome contra mi orgasmo, mis entrañas
palpitando a un ritmo frenético una y otra vez a medida que él empujaba
fuerte dentro de mí, alargándolo, haciendo que todo mi cuerpo
comenzara a temblar con réplicas antes de que él se corriera fuerte,
enterrado profundo y quedándose allí mientras su cabeza caía junto a la
mía.
—Maldición, Jesucristo, Darcy —gruñó en mi oído, sus manos
liberando mis muñecas que ardían de su agarre—. ¿Estás bien? —
preguntó, levantándose—. Estás temblando. —Se deslizó fuera de mí,
poniéndose de pie detrás de mí—. Darcy —dijo, sonando preocupado—.
Respóndeme.
Pero las palabras no eran un concepto que pudiera entender en ese
momento. Solo era una esclava de mi cuerpo abrumado. Todo se sentía
muy lejos mientras mi cuerpo temblaba como si hubiera caminado
140 desnuda a mediados de diciembre. Incontrolable y extraño.
—Darcy —dijo, de nuevo, su voz más suave. Luego estaba volviendo
a la cama, acostándose a mi lado y atrayendo hasta que estaba tendida
sobre su pecho. Sus dedos apartaron mi cabello a un lado, luego
acariciaron mi espalda suavemente, ligero y reconfortante. Las réplicas
cesaron lentamente y sentí una inesperada oleada de emoción que se
atascó en mi garganta—. ¿Estás bien? —preguntó otra vez a medida que
yacía inmóvil contra él, intentando luchar racionalmente más allá del
impulso irracional de llorar.
—Sí —dije, mi voz temblorosa.
—Vamos —dijo, alejándose de mí y levantándose de la cama—.
Vamos a ponerte bajo las sábanas. Estás helada.
Así era. Me levanté como pude de la cama y me metí debajo de las
sábanas, rodando sobre mi costado lejos de él, llevando mis rodillas hacia
mi vientre. Esperé que me dejara en paz. Que se pusiera de su lado de la
cama. Que se levante, se vista y vuelva a su habitación. Pero él
simplemente también giró sobre su costado y se deslizó detrás de mí, su
brazo cubriendo el mío y su cara en mi cuello.
—¿Fue demasiado brusco? —preguntó, sonando genuinamente
preocupado de haber cruzado una línea. Negué con la cabeza. No era
eso. Creo que no. El sexo había sido bueno. No, no bueno. Jodidamente
fenomenal. Trascendental. Era justo lo que había ansiado—. Entonces,
¿qué pasa?
—No lo sé —respondí honestamente. No era de las personas que
confundiera el sexo con los sentimientos. No era sentimental con los actos
físicos. Pero él tenía razón, algo estaba mal. Solo estaba demasiado
cansada para considerar lo que podría ser.
—Está bien —dijo, girando su rostro ligeramente y besando mi
cuello—. Tal vez estás demasiado cansada.
—Tal vez —concordé. Pero no era eso. No me sentía cansada. Dudo
que pudiera dormir si lo intentaba.
Sus brazos me apretaron con fuerza, sus dedos moviéndose hacia
abajo para entrelazarlos con los míos y aferrándose con fuerza.
—Duerme un poco, cariño —dijo, su propia voz sonando soñolienta—
141 . Estoy justo aquí.
Cerré los ojos, sintiendo otro escalofrío subir por mi espina dorsal ante
sus palabras. Él estaba justo allí. Y tal vez ese era el problema.
Porque tuve una comprensión repentina y poderosa de que eso era
exactamente lo que quería. Él conmigo. Y era tan absurdo, tan poco
característico de mí. Y, al mismo tiempo, completamente aterrador.
Además, ganó absolutamente… como dijo, de todas las malditas
formas posibles.
Diecisiete
D
esperté un rato después con los labios de Isaiah besando mi
cuello, su mano deslizándose de arriba hacia abajo por mi
brazo desnudo.
—Finalmente —murmuró contra mi piel.
—¿Hmm? —pregunté, mirando por la ventana, sintiéndome
desorientada.
—He estado intentando despertarte desde hace una eternidad —
dijo, sus dedos apoyándose en mi codo.
—¿Por qué? —pregunté, sintiéndome demasiado bien envuelta en
sus brazos. Como respuesta, él movió sus caderas detrás de mí, su erección
142 presionándose e mi muslo—. Oh —dije, sonriendo porque no podía verme.
—Sí… oh —dijo, moviendo los dedos hacia mi pecho, rozando mi
pezón, haciéndolo tensarse hacia él.
—No puedes tener suficiente de mí, ¿eh? —bromeé.
—No —respondió, acariciando mi vientre y presionando sus dedos
entre mis muslos, su dedo encontrando mi clítoris fácilmente, haciendo que
mi cuerpo se sacudiera contra el suyo—. Pensé que podríamos intentar
algo diferente esta vez —dijo, besando mi hombro, su dedo trabajando
círculos sobre mi clítoris.
—¿Diferente? —pregunté, mi cabeza cayendo en el hueco de su
cuello, mis dedos yendo al brazo atormentándome y sujetándolo de la
muñeca.
—Mmmhmm —contestó, apartando los dedos y arrastrándose detrás
de mí por un segundo antes de acurrucarse a mi alrededor otra vez.
—¿Diferente cómo? —pregunté, acurrucándome aún más cuando
sus rodillas se acomodaron detrás de las mías.
—Así —dijo, presionando su pelvis contra mí, su polla empujando
contra mi entrada. Su mano tomó la mía, sosteniéndola, mientras él
avanzaba muy lentamente su polla dentro de mí. Me sentí apretarme a su
alrededor, aferrando cada centímetro que me dio poco a poco,
presionando de regreso contra él. Pero él no empujó hacia delante y se
enterró, sino que lo estaba prolongando, haciéndome retorcerme.
—¿Se siente bien, cariño? —preguntó, los huesos de su cadera
presionados contra mi trasero.
—Sí —contesté, mi voz un sonido entrecortado.
—¿Qué tal esto? —preguntó, saliendo solo un poco, luego
presionando profundamente otra vez, con fuerza. Lento, insoportable, pero
poderoso.
—Sí —gemí, mi mano agarrando la suya con fuerza.
Besó mi mandíbula y comenzó a embestir contra mí. Un ritmo lento y
sin prisas, pero cada golpe hacia delante haciéndome agarrarlo para
evitar que mi cuerpo saliera volando de la cama. Llevó el dorso de mi
mano a su boca y la besó antes de soltarla para caer, aturdida, a mi lado.
Su mano se deslizó por mi vientre y entre mis muslos, rozando muy
143 ligeramente sobre mi clítoris mientras él continuaba con una penetración
brusca, pero lenta. Mi orgasmo avanzaba poco a poco, cada empuje
dejándome sin aliento, el aire estrangulado haciendo que mis pulmones
ardieran con el esfuerzo.
—Oh —gemí, agarrando las sábanas—. Isaiah, yo…
—Córrete para mí, nena. Déjate llevar —susurró en mi oído.
Y entonces lo hice.
Era un tipo diferente de orgasmo, un latido lento y contundente que
sentí a través de toda la pelvis y me dejó soltando un sonido que era más
un sollozo que un gemido. El brazo de Isaiah me rodeó, apretándome con
fuerza a medida que se mecía de nuevo duro y soltó un siseo al tiempo
que se corrió.
—Guau —dije, respirando profundamente, inclinándome en su
pecho.
—Sí. —Comentó, sonando bastante contento consigo mismo y no
podía ni refutarlo—. Supuse que sería una buena razón para despertar a las
cuatro de la mañana.
Reí, sintiendo el sueño cerrando mis ojos otra vez.
—Por cierto, tienes razón —dije a medida que comenzaba a
dormirme.
—¿Sobre qué?
—Valió la pena la espera —contesté, y me quedé dormida.

—¡Abre la puta puerta! —gritó Jay a medida que su puño se


estrellaba contra la madera una y otra vez, haciéndome volar de la cama
antes de que estuviera completamente despierta, mis ojos abiertos y
salvajes.
Isaiah también se levantó y me llevé una mano a mis labios para
silenciarlo, agarrando su ropa del piso y arrojándola hacia él, haciendo un
gesto hacia el baño. Me dio una sonrisa extraña, con la cabeza inclinada
hacia un lado como si quisiera decir algo, pero no lo hizo, y
silenciosamente se metió en el baño oscuro.
—Espera un puto momento —le gruñí a Jay, agarrando mi camiseta
144 y poniéndomela, pateando mis bragas rotas debajo de la cama y
buscando a tientas un nuevo par en mi bolso—. Ya voy. —Me puse las
bragas, quité las cerraduras y la abrí—. ¿Qué demonios?
Los ojos de Jay lucían rojos y pequeños como si lo hubieran
despertado temprano. Y a juzgar por la luz amarilla brillante en la
habitación, probablemente era alrededor de las siete de la mañana.
Definitivamente no es un momento en el que normalmente ves a Jay fuera
de la cama. Levantó su teléfono, empujándolo a mi cara.
—Tus malditos padres me han estado llamando cada cinco minutos
durante la última media hora.
—¿Mis padres? —pregunté, mis cejas descendiendo.
—¿Por qué coño incluso tienen mi número?
—No lo sé. Supongo que se los di en caso de una emergencia.
—Sí, bueno, aparentemente el maldito hecho de que estés en la
ciudad y no les dijiste es una jodida emergencia.
—Augh —dije, negando con la cabeza. Estupendo. Eso era
simplemente genial. Como si no tuviera suficiente de qué preocuparme—.
Estupendo.
Jay apartó su teléfono, inclinando su cabeza ligeramente hacia un
lado.
—Tuviste sexo —dijo, haciéndome saltar y demostrando mi culpa—.
Tu pequeña puta. ¿Quién es? ¿Dónde está?
—No está aquí —contesté, poniendo mi mano en la puerta y
sosteniéndola para que no pudiera pasar.
—¿Dónde lo conociste? Te fuiste a tu habitación sola.
—Yo… me lo topé en el pasillo —le dije, obligándome a mantener
una expresión seria.
—¿Estuvo bien?
—Jay —comencé, mi tono una advertencia. No quería hablar sobre
tener sexo con Isaiah con él escondido en mi baño.
—Está bien, de acuerdo —dijo y se encogió de hombros—. Pero lidia
con tus putos padres. Necesito mi descanso de belleza —dijo, girando y
caminando por el pasillo.

145 Cerré la puerta, deslizando la cerradura.


—La costa está despejada —gruñí, yendo a mi bolsa y buscando mi
teléfono. Isaiah salió lentamente, con los pantalones puestos pero sin la
camisa, mirándome con una ceja levantada.
—Te topaste conmigo en el pasillo, ¿eh?
Resoplé, mirándolo por encima del hombro.
—Es casi cierto. Será más fácil si nadie sabe de esto.
—¿Te avergüenzas de mí, eh? —preguntó, sonriendo, sentándose en
la cama.
—Es solo… complicará las cosas. Y las cosas ya están lo
suficientemente locas —dije, pasando por mis contactos.
—¿Vas a llamar a tus padres? —preguntó, como si no tuviera
intención de irse para que así pudiera hacerlo en privado.
—Desafortunadamente —respondí, golpeando el botón de llamada
y llevándome el teléfono a la oreja mientras caminaba hacia la ventana—.
Hola, papá. Sí, escuché. Lo sé. Mi teléfono estaba apagado. No, no sabía
que el mensaje saliente de Jay era tan obsceno —dije, quitando la tensión
de mis hombros. Diez segundos al teléfono con él y ya estaba hecha
nudos.
—¿No estabas planeando decirnos que estabas en la ciudad? ¿O
simplemente esperabas escabullirte por ahí y que no lo descubriéramos?
Lo último. Definitivamente lo último.
—Tenemos un horario muy apretado, papá. No tuve tiempo para…
—Bueno, vas a hacer tiempo —me interrumpió—. Michael está en la
ciudad y vamos a tener una cena esta noche…
—Papá, no puedo ir esta noche. Tenemos que volver a la carretera si
queremos cumplir el próximo…
—Darcy Alexandria Monroe —dijo, con el tono agudo que solo
usaba en situaciones en las que hablaba en serio. Sentí que tenía de diez
años otra vez, decepcionándolo al conseguir una A menos en
matemáticas—. Esta noche estarás ahí para la cena y traerás a un hombre
respetable de tu brazo y…
—Papá. No puedo conseguir una cita en ese corto tie…
146
—¿Qué? ¿Acaso tu ridículo estilo de vida es tan repugnante que no
puedes encontrar un hombre decente que te acompañe a un evento?
Oh, qué bastardo. Golpeé mi cabeza fuertemente contra la pared,
luego escuché un sonido de tos, y volteé.
Isaiah estaba sentado al borde de la cama, mirándome. Cuando
me vio, se encogió de hombros y se señaló a sí mismo.
Cubrí el altavoz en mi teléfono.
—No quieres ir —le advertí.
—Estará bien —dijo, sacudiendo la cabeza.
Y, sinceramente, él era mi única opción. No era como si pudiera
arrojarle un traje a cualquiera de los otros tipos y hacer que se convirtiera
en una persona de sociedad decente. Isaiah, para todos los intentos y
propósitos, era una persona de sociedad educada. Tenía dinero. Tenía un
negocio de buena reputación. Probablemente encajaría mejor que yo.
—Gracias —susurré, soltando mi mano—. Bien. De acuerdo. Sí, papá.
¿A qué hora? Bien. Te veré allá.
Colgué sintiéndome más pesada. Literalmente. Mi cuerpo se sentía
más pesado que cinco minutos antes.
—Entonces, ¿a qué te voy a llevar? —preguntó Isaiah.
—Mis padres van a tener una cena porque su antiguo socio
comercial está en la ciudad. Va a ser presuntuoso, pretencioso y se sentirá
como una eternidad —le dije, ya temiéndolo—. ¿Por casualidad no
tendrás un traje contigo?
—Por supuesto que tengo un traje conmigo —contestó como si fuera
la cosa más estúpida del mundo no llevar un traje contigo en todo
momento.
—Ah, bueno. De acuerdo. Yo, por otro lado, no tengo
absolutamente nada que sea apropiado.
—Bueno, ve de compras —dijo y se encogió de hombros,
poniéndose de pie y colocándose la camisa.
—Sí. Augh, Burt estará tan enojado.
—Lo entenderá. También tiene una familia en algún lado. Además,
147 generalmente tiene un horario que permite un día extra entre paradas. Por
si acaso.
—Supongo. Simplemente odio desperdiciarlo así.
—Tus padres no pueden ser tan malos.
—Solo son… somos tan diferentes, eso es todo. Y siempre me siento
como una paria.
—Bueno —comenzó, encogiéndose de hombros y caminando hacia
la puerta—, esta vez estaré allí. Podemos pasar desapercibidos y
escabullirnos tan pronto como sea posible.
Asentí, viéndolo asomarse al pasillo antes de salir.
—Isaiah —llamé cuando él comenzaba a cerrar la puerta.
—¿Sí?
—Gracias de nuevo. No tenías que…
—No es gran cosa —dijo, sacudiendo la cabeza—. ¿A qué hora
debemos estar allí?
—A las ocho.
—De acuerdo —dijo, asintiendo y luego cerrando la puerta.
Lo cual fue bueno. Ni siquiera necesité echarlo. Eso lo hizo más fácil.
El hecho de que tuviéramos relaciones sexuales no significaba, bueno, no
significaba nada.
Y no estaba en absoluto triste de verlo partir. No.
Arrastré a Jay a la tienda conmigo, no confiando totalmente en mí
misma para no comprar el vestido más gótico, chillón y cachondo que
pudiera encontrar solo para joder a mis padres. A pesar de su inclinación
por las mujeres en la menor cantidad de material posible, en realidad tenía
un gusto bastante decente en la ropa. Probablemente debido a todos
esos años que pasó sirviendo mesas para snobs con un gusto caro.
—Nada de negro —dijo, sacudiendo la cabeza a medida que me
dirigía instintivamente hacia los vestidos negros de cóctel—. Tus padres
odian la mierda gótica. No —dijo, sonando intolerablemente
condescendiente cuando alcancé uno diferente—, tampoco rojo. Es
demasiado cachondo y desesperado, y destinado solo para las mujeres
mayores buscando jovencitos.
—Oh, Dios mío —gemí, mirando al techo—. Entonces solo elige algo
148
para mí. No puedo hacer esto todo el día.
Él se encogió de hombros, caminando alrededor de los estantes.
—Entonces, ¿qué tienen tus padres reservados para ti?
—Oh, un poco de vergüenza. Algo de decepción Lo de siempre. —
Cuando puso sus ojos en blanco, me encogí de hombros—. Es una cena.
Michael está en la ciudad. Tengo que aparecer en algo decente, con un
hombre apropiado en mi brazo, y entablar charlas amistosas durante un
par de horas.
—Deberías llevar a Isaiah —dijo, moviéndose hacia una estantería de
vestidos blancos.
—¿Blanco? ¿En serio? —pregunté, queriendo evitar la conversación
sobre ya haberle preguntado a Isaiah.
—Sí, blanco. Limpio y virginal.
—Ese barco zarpó hace mucho tiempo.
—Entonces, ¿tal vez deberíamos coserle una “A” roja? —preguntó,
mostrando su elección—. Vamos, ve a probarte este. —Fui conducida a un
elegante vestidor, todas las cortinas de seda, los espejos favorecedores y
un banco acolchado para sentarme y llorar si de repente decidía que mis
muslos o culo estaban demasiado gordos—. Así que, como estaba
diciendo… —gritó Jay desde el asiento exterior, descansando y bebiendo
el champagne que un empleado le había dado—, lleva a Isaiah contigo
esta noche.
—¿Por qué? —pregunté, quitándome la ropa.
—Bueno, quiero decir, incluso si me colocaras un traje de cinco mil
dólares, todos verían a través de él. Y Todd se vería dócil y muy por debajo
de ti. Los niños son, bueno, niños. Isaiah viene de una familia adinerada.
Tiene encuentros de cóctel y reuniones de negocios. Y cenas como esa.
Encajará perfectamente. Además, es guapo y probablemente use un traje
como una segunda piel.
—Muy lógico —le dije, poniéndome el vestido. Y, una vez más, Jay
tenía razón. Era liviano, de un color muy blanco, que era casi, pero no del
todo, puro, ajustado alrededor del busto y el torso, extendiéndose
levemente desde la cadera y cayendo justo encima de la rodilla. Era casto
y sexy a la vez—. Tal vez él no querrá llevarme —dije, dándome la vuelta
ligeramente, pasando mis manos por mi vientre.
149
—Oh, por favor —dijo Jay, sonando divertido.
—Oh, ¿por favor qué? —pregunté, abriendo la puerta.
—Ese hombre te mira como si tuvieras una jodida vagina de oro. Lo
hará. —Se puso de pie, dejó la copa y se acercó a mí—. Ese servirá —dijo,
asintiendo. Sus manos se extendieron y agarraron mis pechos—.
Necesitarás un sujetador o esas cosas adhesivas —dijo, agarrando las
puntas de mis pezones perforados—. Puedo ver esto. —Y los dos sabíamos
que los agujeros de las perforaciones en los pezones podrían cerrarse al
segundo en que los sacabas.
—Augh, bien, me pondré un sujetador —gruñí, alejando sus manos.
—Entonces, ¿vas a preguntarle?
—Sí —contesté, asintiendo.
—Tal vez deberías dejar que consiga el oro —comentó, sonriendo
diabólicamente.
—Cállate —dije, volviendo al vestuario.
Poco sabía que él… ya consiguió el oro.
Llamaron a mi puerta a las siete y media de esa noche. Me había
dejado el cabello suelto, me había puesto el vestido y me había puesto
unos tacones bajos de color nude. Estaba aplicando una capa de lápiz
labial rosa claro cuando abrí la puerta.
Y allí estaba Isaiah. Vestía un traje gris oscuro, casi negro, con una
camisa blanca y corbata negra. Clásico. Pulcro. Y, a juzgar por el corte y el
material, increíblemente caro. Se veía bien. Demasiado bien, muy bien.
—Asumo que estás adecuadamente impresionada —dijo y rio,
sacudí mi cabeza, dándome cuenta que había estado mirando
boquiabierta.
Retrocedí a la habitación.
—Te ves genial —dije. Porque era verdad. Isaiah cerró la puerta
detrás de él, extendiendo la mano para agarrar mi mano y sostenerla para
inspeccionarme. Miró durante tanto tiempo que me sentí incómoda—. Jay
lo eligió —dije, tímidamente.
—Te ves hermosa —dijo, su tono tan serio que sentí un ligero rubor
150 subir por mis mejillas.
—Gracias —respondí, retirando mi mano de la suya.
Se acercó, sonriendo levemente a medida que estiraba la mano
hacia mis costillas, extendiendo sus manos para acomodarlas justo debajo
de mis pechos.
—Tienes puesto sujetador —dijo, sonando sorprendido, como si no
fuera algo totalmente normal que la mayoría de las mujeres usaran uno
todos los días. Pero, bueno, no era como la mayoría de las mujeres. Y casi
nunca usaba uno.
—Sí. Este material es delgado y…
—Y no quieres que tus padres sepan que a su hijita le han perforado
las tetas.
Me estremecí ante la palabra, sonando casi insultante viniendo de
él.
—Sí. Vamos —dije, alejándome de él—, tenemos que tomar un taxi
antes de llegar tarde.
—No vamos a tomar un taxi —dijo, sacudiendo la cabeza como si
fuera la cosa más ridícula que había escuchado alguna vez.
—Mis padres enloquecerían si apareciera con delineador de ojos.
¿Crees que estarían bien si apareciera en un maldito autobús de gira?
—Tampoco tomaremos el autobús de gira —contestó, quitándome
la brocha y dejándola, tomando la llave de mi habitación y deslizándola
en su bolsillo.
—¿Entonces qué? —pregunté, sonriendo—. ¿Pediremos aventón?
—Alquilé un auto —respondió, saliendo al pasillo y esperándome.
—Oh —dije, siguiéndolo por el pasillo. Era realmente estúpido por mi
parte no considerar alquilar un auto. Lo miré en el ascensor, contenta de
tener a alguien conmigo para ayudarme a mantenerme firme.
Me llevó a un automóvil de lujo de última generación que debe
haber costado una pequeña fortuna, abriéndome la puerta e
introduciendo fácilmente la dirección en el GPS. Diez minutos más tarde,
nos detuvimos frente a la extensa propiedad de mis padres, los jardines
estaban perfectamente cuidados, docenas de autos estacionados en la
entrada de la casa, un valet haciendo el trabajo de estacionarlo por
151 nosotros.
Isaiah me abrió la puerta, ofreciéndome su mano para ayudarme a
salir.
—¿Estás nerviosa? —preguntó, cerca de mi oreja, mientras subíamos
los escalones.
—Solo en la forma en que siento que no puedo respirar —admití.
Su mano se movió hacia mi espalda baja, presionando, firme y
tranquilizadora.
—Son solo un par de horas —me recordó cuando entramos.
El vestíbulo era enorme con una inmensa escalera conduciendo al
segundo piso, que se abría a cada lado con un comedor y un estudio y
luego hacia el frente donde se encontraba la cocina.
—Buen lugar —comentó Isaiah, asintiendo.
—¡Cariño! —llamó mi madre con su voz falsa de la socialité desde el
otro lado de la sala, una copa de vino blanco levantada mientras se
excusaba de su multitud y se dirigía hacia nosotros. Bethany Monroe era
una versión anterior de mi ex yo rubio. Alta, bien formada, rostro suave, ojos
grandes, aunque los de ella eran de un azul claro. Tenía su cabello rubio
retirado de su rostro y llevaba un vestido rojo que me hizo aceptar de todo
corazón la opinión de Jay sobre ese color—. Te ves adorable —me dijo,
besando mis mejillas sin tocarlas—. Y trajiste un hombre —comentó y sonrió
como si fuera lo más maravilloso que había visto.
—Mamá, este es Isaiah Meyers. Isaiah, esta es Bethany.
Mi madre se había inclinado para besarlo en la mejilla cuando mi
padre se acercó. De un metro ochenta y dos con un traje azul oscuro, su
cabello rubio siempre corto y empujado hacia atrás desde sus sienes. Su
rostro era el polo opuesto al mío, puro ángulos agudos. La única parte de
mí que podías ver en su rostro eran sus ojos que coincidían con los míos.
—Darcy —dijo, asintiéndome a modo de saludo.
—Papá —saludé, dándole una sonrisa tensa. Ni siquiera intentaba
fingir calidez alguna—. Es bueno verte de nuevo.
—Cariño —dijo mi madre, tocando su brazo. En público, eran una
pareja perfecta—. Darcy trajo a un hombre con ella.
Según sus órdenes. Sentí que mi espalda se enderezaba y que la
152 mano de Isaiah se presionó más fuerte en ella.
—Papá —dije, cumpliendo con mi deber a pesar de ser criticada por
perder mis modales en mi estilo de vida pagano—, este es Isaiah Meyers.
Isaiah, este es John Monroe.
La mano de mi padre se alzó para tomar la de Isaiah cuando una
pizca de reconocimiento golpeó sus ojos.
—¿Isaiah Meyers? —preguntó, estrechándole la mano con fuerza—.
¿El Isaiah Meyers?
Oh, entonces él, bueno… realmente era alguien. Especialmente si mi
padre sabía quién era de varios estados de distancia.
—Sí, señor —dijo Isaiah y asintió.
—Guau. —Mi padre asintió, pareciendo sorprendido, y mirándome
confundido—. ¿Cómo, exactamente, conoces a mi hija?
—Es mi vecina —respondió, sonriéndome.
—Oh, ¿no es maravilloso? —dijo mi madre efusivamente, mirándolo
con lo que solo podía definirse como apreciación femenina.
—¿Te importaría un poco de whisky? —le preguntó mi padre, sin
dejar lugar a objeciones, y sentí que la mano de Isaiah caía de mi
espalda—. Darcy —gritó mi padre por encima del hombro—, asegúrate de
saludar a Michael.
Estupendo. Eso era simplemente genial. Tendría que enfrentar a ese
cretino sin un hombre alrededor para desalentar sus desagradables
avances.
—Es un buen partido —dijo mi madre, viendo a Isaiah reunirse con un
grupo de otros hombres de negocios—. No lo arruines —terminó, volviendo
a su tono agudo habitual sin nadie a su alrededor para escucharlo. Luego
palmeó mi mejilla y se alejó.
Tomé una copa de vino blanco de un camarero que pasaba, la
bebí rápidamente, luego agarré otra para llevar. Me moví, saludando a las
pocas personas que reconocía, evadiendo los asuntos de mi estilo de vida
porque eso era lo que mis padres esperaban de mí, luego inventé mis
excusas y seguí adelante. Una y otra vez. Hasta que me sentí
completamente extenuada y exhausta. Había perdido de vista a Isaiah al
menos una hora antes y no tenía muchas esperanzas de volver a verlo
hasta que fuera hora de partir.
153
—¿Acaso es la pequeña Darcy Monroe? —llamó una voz, haciendo
que se me erizaran los pelos de la nuca, arrinconándome en el otro
extremo del estudio.
—Hola Michael —dije, girándome y ofreciéndole una débil sonrisa.
—Bueno, bueno, bueno —dijo, sonriendo, sus ojos cayendo
rápidamente de mi rostro a mis pechos durante mucho tiempo—. Has
crecido.
—El tiempo hace eso —comenté y asentí, sintiendo mi piel
hormigueando bajo su inspección. Michael Gregory era unos años mayor
que mi padre, fornido, canoso, y un completo y absoluto cretino.
Recordaba cómo me devoraba con los ojos cuando apenas era
adolescente y nadaba algunas brazadas o volvía a casa con mi atuendo
de porrista. Hacía comentarios que eran completamente inapropiados
para decirle a un menor y que mi madre fingió que no había sucedido y mi
padre nunca lo supo.
—Terminaste realmente bien —dijo, acercándose.
Me moví ligeramente, retrocediendo de modo que mi espalda no
estuviera contra la pared, dándome un escape porque había una mirada
depredadora en sus ojos mezclada con la lujuria y eso me hizo sentir como
si necesitara alejarme de él lo antes posible. Eché un vistazo por encima
del hombro, buscando a alguien a quien reconociera y con la excusa de ir
a hablar. Pero no había nadie.
—¿Cómo van los negocios, Michael? —pregunté, mi tono frío.
—Oh, ¿por qué hablar de negocios, cuando hay tanto… placer —
comenzó, alcanzando la correa de mi vestido y empujándola de mi
hombro—, en el mundo?
—Nena —oí a Isaiah decir justo detrás de mí y sentí que mi cuerpo
caía ligeramente hacia atrás contra él, su mano envolviéndose alrededor
de mi estómago mientras que Michael retiraba la suya, mirando a Isaiah
con los ojos muy abiertos—. ¿Puedo hablarte un momento? —preguntó
Isaiah.
—Sí —logré decir, tomando una respiración profunda—. Michael
fue… agradable —dije, la palabra frígida—, verte de nuevo.
Isaiah me condujo en silencio, su mano yendo hacia mi espalda baja
154 otra vez a medida que me guiaba hacia la parte posterior de la casa y
hacia las escaleras.
—¿Qué estás…?
—Shh —dijo, mirando por encima del hombro hacia donde mi madre
entraba a la cocina y gritaba a los proveedores.
En la parte superior de las escaleras, abrió una puerta, y me empujó
a un baño, cerrándola detrás de él.
—¿Qué estás...?
—Silencio —contestó, agarrando mi cara y empujándome contra la
pared, sus labios aplastando los míos.
—Isaiah —objeté en voz baja—, alguien oirá…
—No si haces silencio —dijo, su voz un susurro áspero. Él me agarró,
dándome la vuelta y empujando mis caderas contra el armario del lavabo.
Su mano avanzó por mis muslos, levantando mi falda y envolviéndola
alrededor de mi cintura, su otra mano se deslizó entre mis piernas,
empujando mis muslos más abiertos y acariciando mi calor sobre mis
bragas.
Y me hundí ante su toque. Ante el placer que me provocaba. Ante el
peligro. Ante la inadecuación. Ante el tabú intoxicante que era follar en la
casa de tus padres siendo ya un adulto. Sus dedos se apartaron,
agarrando mis bragas y empujándolas hacia abajo. Sus ojos se clavaron en
el espejo, observándome a medida que se bajaba la cremallera de los
pantalones y se ponía el condón rápidamente. Agarró un puñado de
cabello desde mi cuello, tirando hacia atrás, haciéndome arquear, y
hundió su pene profundamente dentro de mí, forzando un gemido
involuntario de mis labios.
No se detuvo. No fue lento conmigo. Sus ojos se quedaron en el
espejo a medida que embestía contra mí duro y rápidamente,
haciéndome morder mi labio inferior para no gemir. Me empujó a las
alturas rápidamente: con su ritmo castigador, con la prohibición de
nuestras acciones, que me sentí a segundos de fracturarme en un millón de
piezas.
Luego salió repentinamente de mí, haciendo que mis manos
chocaran contra la porcelana en objeción. Tiró de mi cabello hacia atrás
155 con más fuerza, llevándome hacia su oreja mientras me veía en el espejo.
—Ahora voy a follarte por el culo —gruñó.
Hijo de puta.
Él tenía razón.
Funcionaba.
—Está bien —contesté, mirándolo a los ojos mientras su mano se
interponía entre nosotros, llevando su polla hacia la entrada y
empujándola con fuerza contra ella. Sus ojos se clavaron en los míos a
medida que soltaba mi cabello, una mano cerrándose con fuerza sobre mi
boca, la otra agarrando mi cuello. Hubo una larga pausa, su expresión
impasible. Entonces empujó completamente en mí. Jadeé contra su
palma, la sensación en algún lugar entre la incomodidad y el dolor
absoluto mientras él se enterraba todo el camino dentro de mí de un solo
golpe.
Esperó un segundo, sus caderas inmóviles, su polla sin moverse dentro
de mí, dándome un momento para ajustarme, para superar el shock.
No era la primera vez. Lo había intentado una vez antes,
encontrándolo incómodo y embarazoso. Pero esto se sentía diferente. Esto
se sentía atrevido, caliente y el tipo correcto de perversión, y todo lo que
quería era ver qué más tenía para mí. Mecí mis caderas ligeramente hacia
atrás contra él y sus ojos se entrecerraron en el espejo.
Se inclinó ligeramente hacia delante, acercando su cara junto a mi
oreja, mientras sus manos presionaban más fuerte contra mi boca y mi
garganta. Luego comenzó a empujar dentro de mí, rápido y necesitado, el
sentimiento extraño pero bueno al mismo tiempo y me encontré gimiendo
contra su palma.
—¿Qué pensarían tus padres si supieran que estuve aquí arriba
follándote por el culo, pequeña zorra? —preguntó, embistiendo más fuerte,
perdiendo el poco autocontrol que tenía para empezar—. Te gusta así,
¿verdad? —preguntó, golpeando con tanta fuerza que siguió
empujándome de puntillas con cada embestida hacia delante.
Mis manos se movieron a los lados del lavabo, sosteniéndose como si
de eso dependiera mi vida mientras observaba su rostro en el espejo y
asentía. Sí. Un millón de veces sí. Me gustaba de cualquier manera que
pudiera conseguirlo.
156
Me ofreció una sonrisa victoriosa, su mano presionando en mi
garganta y cortando mi suministro de aire.
—Vas a correrte —dijo, sonriendo ante el sonido de asfixia que hacía
al no poder respirar. Y entonces él tenía razón. Yo solo… me hice añicos. La
sensación familiar y a la vez no, mi coño palpitando aunque el placer no
venía de allí. Su mano presionó más fuerte a medida que luchaba por
respirar mientras las olas de placer seguían estrellándose y estrellándose
contra mí. Redujo su agarre, agarrando mis caderas, y luego
embistiéndome increíblemente duro hasta que se corrió, un jadeo
silencioso siendo la única indicación de su liberación.
Me apoyé en los codos sobre el lavabo, temiendo caerme si no me
sostenía.
Isaiah se enderezó, azotando mi trasero con fuerza.
—Me asfixiaste —dije en voz baja.
—Y te hizo correrte más fuerte, ¿verdad? —preguntó, sonando
engreído mientras se deslizaba fuera de mí, quitándose el condón y
arreglando su ropa. Me azotó en el culo otra vez, abrió la puerta y se fue.
Alcancé la cerradura y volví a ponerla en su lugar, levantando mis
bragas y apoyándome contra la pared. ¿Qué diablos? Quiero decir… en
serio. Había tenido un montón de sexo antes. Sexo mediocre. Sexo
fetichista. Sexo estupendo. Pero el sexo con Isaiah era diferente. Era tan…
primitivo. Crudo. Me dominaba por completo. Era como si él estuviera
intentando perderse en mí.
Tal vez así era.
Pero no pude evitar darme cuenta que incluso con mi cara a plena
vista en el espejo, tan pronto como su polla estuvo dentro de mí, se negó a
mirarme. Miró más allá de mí. Ocasionalmente, a través de mí.
Simplemente nunca en mis ojos.
Suspiré, acomodando mis bragas y enderezando mi vestido,
tomando una respiración profunda, luego bajando las escaleras.
El resto de la fiesta había sido patética. Isaiah mantuvo una distancia
formal, hablando con todos los hombres que mi padre mantenía trayendo
a su alrededor, pero a la vez como una escolta cariñosa: volviendo a llenar
mi bebida, incluyéndome en la conversación, de vez en cuando
157
poniéndome una mano en la espalda, la cadera o el brazo.
Nos fuimos a eso de las diez y regresamos al hotel, donde me
entregó la llave de mi habitación, dio un pequeño apretón a barbilla y
luego se metió en su habitación.
Me quité los zapatos y me tumbé en la cama, completamente
vestida, mirando el techo hasta que vi que la luz comenzaba a romper el
cielo al otro lado de las ventanas. Porque algo estaba pasando conmigo e
Isaiah. Algo con lo que no estaba familiarizada. Algo que no era del todo
casual, pero que tampoco era serio. Algo que iba a, sin importar cuánto
tratara de evitarlo, desequilibrar el equilibrio cuidadoso de nuestra gira.
Porque no quería estar en un limbo con él. No quería andar
sigilosamente y mentir. No quería momentos robados en habitaciones de
hotel y baños al azar. No quería que se fuera.
Lo quería alrededor. Porque, bueno, simplemente… me gustaba.
Con todo su daño. Su equipaje. Su calma. Su completo desinterés en estar
conmigo.
Estaba tal vez, solo posiblemente, un poco temerosa de estar
enamorándome de él.
Y esa era la cosa más aterradora que jamás hubiera experimentado.

158
Dieciocho
B
urt nos aseguró a la mañana siguiente que el autobús era
seguro. Y también, sin demasiada sutileza, insistió en que
saliéramos a la carretera ya que estábamos un día atrasados.
Una parte de mí estaba contenta de volver al autobús, a trabajar, a una
sensación de normalidad. Necesitaba la distracción. Necesitaba dejar de
fantasear con el jodido Isaiah Meyers. Necesitaba dejar de obsesionarme
sobre por qué no regresó a mi habitación la noche anterior.
Para ponerlo en términos simples: tenía que dejar de ser tan perra al
respecto.
Poe se lanzó hacia mí cuando lo dejé salir del baño, entrando y
159 saliendo de entre mis pies y ronroneando frenéticamente. Al menos era
algo con lo que podía acurrucarme. Incluso si él no era lo que quería.
—Está bien —gritó Burt desde la cabina—. No tenemos tiempo que
perder. Siéntense y relájense.
No pude obligarme a ir a mi litera y acostarme a pocos centímetros
por encima de Isaiah, quien no me había dicho ni una palabra toda la
mañana. Llevé a Poe al salón trasero, que por lo general estaba
desocupado cuando conducíamos porque rebotaba horriblemente y
hacía que todo el mundo se sintiera mareado. Estaba dispuesta a
conformarme con un poco de náuseas si eso significaba que no tenía que
sentirme como si tuviera que entablar una pequeña charla sin sentido con
los muchachos para evitar que se dieran cuenta que estaba de mal
humor.
Llegamos a la carretera unos minutos más tarde y traté de mantener
a un Poe retorciéndose en mi regazo, pero finalmente se arrastró y corrió
hacia el frente donde podría molestar a Jay. Me acurruqué de costado, de
espaldas a la puerta y cerré los ojos, intentando recuperar el sueño que
había perdido la noche anterior y esperando que pusiera las cosas en
mejor perspectiva cuando me despertara. Porque no era propio de mí ser
tan indecisa. Ser excesivamente sentimental. Tener un jodido flechazo
infantil por el amor de Dios.
—¿Siendo antisocial? —preguntó la voz de Isaiah, sentándose. Puso
mis pies en su regazo y comenzó a masajear uno de ellos como la primera
vez que nos vimos.
Rodé sobre mi espalda, mirándolo y sacudiendo mi cabeza.
—Hombre, pasas del calor al frío como si nada.
—¿Qué? —preguntó, observándome, con las cejas fruncidas.
Y me di cuenta que realmente no sabía de lo que estaba hablando.
Él no veía su comportamiento como algo anormal. Porque tal vez, para él,
no era así. Tal vez era el resultado de su infancia sobreprotegida. Tal vez
era su incomprensión innata de las mujeres. Pero no creía que era raro
follarme, y luego ignorarme, para después esperar que sea feliz cuando
volviera a mirarme.
—Nada —dije, sacudiendo la cabeza.
Él se encogió de hombros, soltando mi pie.
160
—Ven aquí —dijo, dando unas palmaditas en su regazo.
Y, realmente, sería inútil fingir que no quería, que no iba a hacerlo, así
que me levanté y me acerqué a él, levantando mi pierna para pasarla por
encima de su cadera.
Pero él la agarró y la apartó, tomando mis caderas y girándome,
sentándome sobre él, de espaldas a su pecho.
Sus manos se deslizaron por mis costados, avanzando y tomando mis
pechos a través del delgado material de mi vestido camiseta, aferrando
mis pezones con fuerza. Después se movieron hacia abajo, agarrando el
borde de mi falda y levantándola.
Siempre distante, lo recordé con un estremecimiento. Solo quería
follarme cuando no tenía que mirarme a la cara. Agarré su mano a
medida que serpenteaba por mi muslo.
—No —dije, negando con la cabeza.
—¿No? —preguntó, sonando genuinamente perplejo.
—No así —aclaré, poniéndome de pie y girando—. Quiero mirarte
por una vez.
—Me viste en casa de tus padres…
—En un espejo. Y ni siquiera me devolviste la mirada —dije, poniendo
los ojos en blanco. Alcancé mis bragas, dejándolas caer al suelo y
moviéndome para montar su cintura. Sus ojos lucían cautelosos,
resguardados, mientras sus manos se posaban en mis caderas. Me estiré
entre nosotros, abriendo su pantalón y alcanzando su polla, acariciándola
de arriba hacia abajo por un minuto, observándole la cara. Pero sus ojos se
desviaron de los míos y sentí una oleada de decepción—. ¿Tienes…?
Él asintió, metiéndose la mano en el bolsillo y sacando un condón,
manteniendo sus ojos bajos mientras se lo ponía.
Alcé mis caderas, alcanzándolo y guiándolo hacia mi entrada,
deteniéndome a medida que comenzaba a penetrarme.
—Isaiah —dije, odiando el sonido necesitado de mi voz—. Por favor,
mírame.
Tal vez era el placer, o el tono de mi voz, pero tomó aliento y dejó
que sus ojos encontraran los míos y me dejé caer sobre él rápidamente,
161 gimiendo suavemente, agarrándolo del hombro.
Sus cejas se fruncieron a medida que su mano se deslizaba por mi
brazo, por un lado de mi cuello, luego se posó a un lado de mi cara y me
sostuvo allí. Comencé a montarlo lentamente, perdida en la dulce dulzura
de ese momento, algo que nunca antes me había dado cuenta que
quería de un hombre. Especialmente un hombre como Isaiah. Pero lo
quería entonces, más que nada.
Pero pronto la urgencia de mi necesidad se impuso y comencé a
moverme más rápido, conduciéndome a mayor altura, mirando a Isaiah.
Sus ojos permanecieron fijos en los míos cuando comenzó a empujar sus
caderas hacia mí. Me mordí el labio para mantener mis gemidos dentro de
mí mientras comenzaba a balancearme contra él a medida que
empujaba. Cada vez más y más rápido, haciendo que mis manos tomen
sus hombros y se claven en ellos. La mano de Isaiah se deslizó hasta la
parte posterior de mi cuello, llevando mi rostro hacia él, sus labios tomando
los míos.
—Oh, Dios mío —gemí en voz baja—. Oh, maldición. Isaiah —
gimoteé contra sus labios.
—Déjame sentir que te corres, nena —dijo en respuesta, su voz baja y
grave.
Envolví mis brazos alrededor de su cuello, presionando mis labios
contra los suyos, sintiéndolo presionar profundamente y caer, estrellarme,
en mi orgasmo. Isaiah aplastó sus labios contra los míos, tragándose el
sonido de mi gemido y embistiendo una y otra vez dentro de mí antes de
empujarme repentinamente hacia atrás para que así pudiera ver mi rostro.
Y entonces se corrió, un gruñido bajo escapando de su garganta a
medida que me observaba.
Me desplomé contra él, sintiendo sus brazos rodeándome.
—Eso estuvo bien —murmuré contra su cuello, feliz de solo quedarme
dormida así. Ni siquiera me importaba si alguien entraba. Solo quería
quedarme allí envuelta con él.
—No-oh, Bella Durmiente —soltó una risita, acariciando mi trasero—.
Vamos. Levántate.
Refunfuñé, resbalando de su regazo y cayendo en el asiento junto a
162 él.
—Bien.
—Toma —dijo, agarrando mis bragas y arrojándomelas mientras se
subía los pantalones una vez más—. ¿Por qué no vas a dormir un poco? —
sugirió, poniéndose de pie, deslizando su máscara otra vez, alejándome. Y
luego se volvió y caminó hacia la galera.
Iba a tener mis manos llenas con él. Me puse las bragas y volví a las
literas. Sin embargo, él tenía razón. Estaba agotada. Acababa de alcanzar
la escalera cuando Burt dio un giro brusco y me arrojó de bruces contra la
cama de Isaiah, golpeando con fuerza contra la pared trasera.
—Lo siento muchachos, algún cabrón me cortó el camino —gritó
Burt.
Me reí, frotándome la parte superior de la cabeza y poniéndome de
pie. Mi mano se atascó en un trozo de papel y estiré la mano para sacarlo
cuando noté la escritura en negrita y permanente del rotulador rojo.
Mi estómago hizo una horrible sensación de torsión y mi pulso se
disparó fuertemente en mis sienes y garganta.
Te tendré. Te inclinaré y te follaré hasta que estés gritando para que
alguien que te salve.
Sentí que la bilis se elevaba en mi garganta. La volví a poner en su
sitio como si me quemara, arañando la pila de cosas en su cama,
buscando algo, otra prueba o algo para exonerarlo. Encontré otra hoja de
papel, doblada sobre un marcador permanente rojo. Era otra nota, pero
solo a medio terminar, interrumpida a mitad de oración, mitad amenaza.
No. Nonononononono. No Isaiah. No alguien en quien confío.
Alguien por quien pensé que me estaba enamorando. No él.
Pero al mismo tiempo, tenía sentido. Alguien que fue criado para
despreciar a las mujeres, alguien que no entendía cómo estar en contacto
con sus emociones saludablemente, alguien que había crecido bajo una
terrible violencia. Alguien que acababa de unirse a la gira cuando
comenzaron las amenazas. Por supuesto que él tenía mucho más que
sentido. Si no hubiera estado tan ocupada follándomelo, tal vez lo hubiera
visto antes.

163 Oh, Dios. Me lo follé. Me follé al hombre que era capaz de ser un
monstruo como tal.
Agarré las notas, arrojándome fuera de su litera.
—Detente de una puta vez —grité, haciendo que todos salten—.
Burt, detente. ¡Ahora mismo!
—¿Qué coño está mal con…? —Comenzó Jay, luego me miró a la
cara—. ¿Qué pasa? ¿Darce?
Pero no lo estaba mirando. Estaba mirando a Isaiah. Isaiah cuyo olor
todavía me cubría, que prácticamente podía sentir entre mis muslos.
El autobús se detuvo y Burt saltó a toda prisa de su asiento, sus ojos
enormes y preocupados.
—¿Qué está pasando?
—Isaiah se baja aquí.
—No seas ridícula… —comenzó Jay, pero mis ojos volaron hacia él.
Le arrojé los papeles a él.
—Encontré esto en su litera. Él es el que ha estado escribiendo sobre
violarme y prenderme en fuego y destrozarme. ¡Él es el culpable!
Todos miraron a Isaiah, Joey y Mike poniéndose de pie rápidamente,
siempre preparados para la acción.
—Darcy —dijo Isaiah, levantando las manos, con las palmas hacia
afuera—. No escribí nada de eso. Yo nunca…
—Sácalo de mi maldito autobús —gruñí, parpadeando para
contener las lágrimas que sentía en mis ojos y volviendo a mi litera.
No necesitaba quedarme para saber que hicieron lo que les dije. Mi
equipo, mis amigos, mi mundo entero… que se sentirían traicionados y
disgustados como yo. Porque ellos también confiaban en él.
Pero no como yo. No hasta el punto donde compartieron sus
cuerpos con él. Donde abrieron las heridas de su pasado alrededor de él.
Quién había sido utilizada para satisfacer su lujuria enferma y retorcida. No
es de extrañar que siempre quisiera que me inclinara, follándome sin
realmente verme como persona.
El disgusto era como algo viviente dentro de mí, haciéndome sentir
como si fuera a salir de mi piel. Como si fuera, en cierto modo, la culpable.
164 Volé hacia mi litera, acurrucándome, mi mano presionándose
fuertemente contra mi boca como si pudiera contener la náusea y el odio
hacia mí misma.
Porque al pasar conmoción, la ira, la tristeza había algo apremiante
y terrible: maldita sea, lo amaba.
Diecinueve
E
n un minuto, estaba compartiendo algo con Darcy que no
pensé que fuera posible: intimidad; algo más profundo que
estar cuerpo contra cuerpo, necesidades satisfaciendo
necesidades. Había sido más que eso. Había sido dulce y lleno de algún
significado que simplemente no entendía del todo.
Pero quería hacerlo. Por primera vez en mi vida, había una mujer con
quien quería estar más que una noche. Y solo estaba… intentando
tomarme un poco de espacio para pensar las cosas. Estaba intentando
aceptar la idea de preguntarle a Darcy si quería considerar… algo más de
lo que teníamos. Una relación. Alguna cosa. Porque ella era diferente.
Porque no podía dejar de pensar en ella, a pesar de haberla tenido en
165
todos los sentidos. Me follé su boca, su coño, su culo… solo tratando de
sacarla de mi sistema. Pero todo lo que tenía era sentirme aún más
consumido por ella.
Y luego, al minuto siguiente, Darcy estaba gritando como una
lunática, sus ojos lívidos y vulnerables a la vez.
Porque pensaba que era su acosador. Pensaba que quería
golpearla, quemarla, violarla y matarla. Pensaba algo tan bajo de mí.
Ni siquiera necesité que me echaran. Tan pronto como ella se alejó,
me levanté, enfrentando sus miradas de enojo, dolor y traición.
—Sé que esto parece que lo hice —dije, mi voz apenas lo
suficientemente fuerte para ser escuchada—, pero no fui yo. —Miré a Jay,
mis ojos suplicándole que me crea—. Juro que no soy yo. Pero ella quiere
que me vaya. Así que me iré. Pero… nunca lo haría —añadí, sacudiendo la
cabeza, mirando mis pies, pasando una mano por mi rostro—. Me
preocupo por ella al igual que el resto de ustedes —terminé, mis ojos
encontrando a los de Burt por un segundo antes de permitirme salir del
autobús y comenzar a caminar.
Estuvieron estacionados a un lado de la carretera durante un largo
tiempo antes de oír que giraban y empezaban a alejarse. No miré hacia
atrás. No me volví para verlos irse. Para verla irse. Agaché la cabeza y
caminé. Y caminé. Y caminé. Intentando no dejar que eso me hunda.
Intentando no permitir que la traición se convierta en una parte de mí.
Intentando no dejar que su desconfianza me escueza.
Pero lo hacía. Maldita sea, duele.
Y no quería volver a sentirme así nunca más.

—Entonces, has vuelto rápido —dijo la doctora Todd, respirando


profundamente, sus manos descansando sobre las notas en su regazo.
—Sí —contesté, asintiendo.
—Pareces enojado —observó, con el ceño fruncido.
—Podría decirse.
166 —Entonces, ¿qué pasó? La última vez que hablamos, las cosas iban
relativamente bien. Parecías un poco más a gusto, menos deprimido.
Parecías estar interesándote sanamente por esta mujer Darcy.
—Así fue. Así era. Y lo hice.
La doctora Todd cerró los ojos, dejando escapar un suspiro. Como si
estuviera pidiendo fuerza a un poder más alto. Como si necesitara ayuda
adicional si iba a intentar salvarme.
—¿Darcy y tú tuvieron sexo?
—Repetidamente.
—¿Eso… salió bien?
—El mejor sexo de mi vida —respondí, sin mirarla. Mirando más allá
de ella. En sus libros. En su escritorio. En la enorme planta junto a la puerta.
—Bueno, ciertamente no te estás comportando como un hombre
que ha encontrado el mejor sexo de su vida.
—¿Y cómo debería estar comportándome, doctora Todd?
Si no me equivocaba, hubo un destello feroz en sus ojos por unos
breves segundos antes de que lo apartara y hablara de nuevo.
—Tal vez, más relajado. Incluso feliz.
—Lamento ser tan decepcionante.
Había vuelto a la ciudad desde hace tres días después de caminar
nueve kilómetros por el costado de ese camino antes de encontrar una
parada de descanso y llamar a un taxi para que me llevara al aeropuerto
más cercano. No tenía ni maleta de mano o algo para registrar. No… me
quedaba nada.
Volví a mi apartamento y bebí hasta el olvido por las noches,
atravesé el Central Park en incesantes y dolorosas vueltas y me quedé
hasta tarde en el trabajo. Bebiendo. Bebiendo. Bebiendo. Repitiendo.
Ni siquiera estaba seguro de qué diablos estaba haciendo en el
despacho de la doctora Todd. Tal vez era un último intento de mi
subconsciente para tratar de salvarme. Pero se estaba debilitando con
cada minuto.
—Isaiah —dijo, guardando sus notas y sentándose más adelante en
su silla—, ¿qué pasó contigo y Darcy?
167 Suspiré, sacudiendo mi cabeza. Ya estaba ahí. Bien podría hablar.
—Ha estado siendo acosada. Alguien siguió subiendo al autobús de
alguna manera y dejándole estas notas enfermizas. Y hace tres días…
acabábamos de tener relaciones sexuales. Y ella, por alguna razón, entró
en mi litera. Y había varias notas allí. Así que me acusó y me echó del
autobús.
—¿Intentaste…?
—Maldita sea, no quiso escucharme —dije, negando con la cabeza.
—Isaiah, tienes que entender la inmensa cantidad de presión por la
que está pasando. Ser acosada es algo aterrador. Te hace sentir
impotente. Y si, incluso por un momento, crees que una persona con la que
estás intimando es la que te ha estado amenazando…
—Mierda, jamás haría…
—Tienes que ver cuán indefensa, usada y traicionada debe
haberse…
—¿Sabes qué? —grité, poniéndome en pie—. No me importa ni
mierda. No me importa. He terminado.
—¿Has terminado con qué? —preguntó ella, sonando preocupada.
Como si supiera hacia dónde me dirigía.
—Con esta vida. Ella. Tú —rugí, caminando hacia la puerta—. Cada
maldita mujer que conozco sigue diciéndome lo jodido que estoy. Pues ya
terminé con toda esa mierda —dije, agarrando la puerta—. Tal vez mi
padre tenía razón después de todo —añadí, dando un portazo y saliendo
de su oficina.
Bajé la calle hacia la estación del tren, avanzando hacia la siguiente
y dejando toda esa mierda atrás.
No había sido más que miserable al crecer. Y no había sido más que
miserable al liberarme de esa vida. Entonces, ¿qué mierda siquiera seguía
importando? ¿Qué estaba realmente logrando al vivir en la sociedad?
¿Alcohol? ¿Tantos coños como quería? ¿A dónde me había llevado eso?
A estar medio borracho la mitad del tiempo. Tratando de empujar los
límites sexuales solo para sentir algo otra vez. ¿Cuántas vidas había jodido
por mi depravación? ¿Cuántas mujeres se fueron a casa y limpiaron mi
rastro de su piel, pero no pudieron sacar mi inmundicia de sus almas?
168 ¿Cuántas personas en realidad estaban jodidamente mejor al tenerme en
sus vidas? Sabía que la respuesta a eso era un rotundo cero.
Entonces, ¿por qué seguía intentando con todas mis ganas encajar
en un mundo que nunca me aceptaría? ¿Un mundo que nunca podría ver
mi jodido pasado y aceptarlo? ¿Decirme que eso no tenía que definirme?
Cuando todo lo que hacía era definirme. Y eso me enojaba y
resguardaba. Me hacía confundirme y entrar en conflicto. Me hacía
completamente incapaz de confiar en una mujer.
Y justo la primera mujer que había sentido que era diferente, que era
alguien en quien podía poner mi fe, tomaba eso y me lo arrojaba a mi
cara.
No habría segundas oportunidades. No habría oportunidades para
que alguien me hiciera sentir como si estuviera sintiendo algo otra vez.
Como si hubiera un agujero en mi interior, girando y ensanchándose.
Como si fuera a extenderse lo suficiente como para tragarme en su nada.
En su dolorosa oscuridad. Como si simplemente no quedara nada más.
Por lo tanto, ¿qué diferencia hacía si volviera?
Salí del taxi frente a la casa de mi abuela, evitando detenerme ahí y
recoger algunas de mis cosas viejas, desviándome del camino y
avanzando hacia el bosque.
Había pasado tanto tiempo. Seis años que parecieron pasar como
borrones gracias al trabajo, al aprendizaje y los coños. Seis años. Tenía
veinticinco años la última vez que vi el maldito lugar. Me sentía mucho más
viejo que cuando me fui. Mucho más cansado. Mil veces más exhausto.
Porque finalmente sabía lo que era el mundo, y el daño que podía
causarte si no tenías cuidado.
Mis pasos se sintieron más pesados. Solía ser capaz de atravesar el
bosque con los ojos cerrados, logrando recorrerlo desde la choza hasta la
casa de mi abuela en cuestión de minutos. Pero cada paso que di me
pareció agotador, como si los años se estuvieran asentando en mis huesos,
como si mis músculos hubieran olvidado cómo escalar el terreno.
Me llevó una buena media hora llegar al lugar donde los árboles se
abrían ligeramente alrededor de la tosca estructura de madera que había
sido lo único que había conocido durante tantos años. Se veía igual. No
169 había mucho daño que se le pudiera hacer. Habíamos invertido
interminables horas de trabajo para asegurarnos que las ventanas fueran
seguras, cada ranura donde las paredes se conectaban herméticamente
lo suficientemente cerradas para mantener el aire fuera, junto con los
insectos y la humedad.
Era pequeña. Mucho más pequeña como estructura que mi
apartamento en la ciudad. Caminé hacia la puerta, sacando los troncos
que había colocado allí en caso de que algún mapache o zarigüeyas
siquiera pensara en usar la choza como nido cuando me fui. No sé lo que
me había poseído para querer preservarla. Tal vez una parte de mí sabía
incluso en aquel entonces que no estaba destinado a estar en el mundo
con la gente. Tal vez siempre había nacido para vivir y morir en una choza
en el bosque.
El interior me era familiar pero extraño al mismo tiempo. El piso de
tierra, las ventanas, la chimenea que servía como la única fuente de calor
y medio para cocinar los alimentos. No había nada electrónico ni luces
porque nunca había habido ningún tipo de electricidad. Había una gruesa
capa de tierra en todas las superficies, las ventanas estaban sucias con
años de acumulación que oscurecía la luz, y las telarañas ocupaban las
esquinas.
Avancé a mi antigua habitación, apenas con suficiente espacio
para la cama de dos plazas en la que había dormido todas las noches,
agotado por el trabajo. Había un baúl en una esquina con mantas y
baratijas. Unos cuantos libros de instrucciones estaban amontonados en el
alféizar de la ventana donde los había dejado.
No puedo decir que era un consuelo estar de vuelta. Aunque mi
padre murió hace mucho tiempo, lo sentía en todas partes. Podía sentir su
desaprobación y su disgusto por cómo resulté. Sentí que mis hombros caían
con el peso de esa realización.
Él había sido un bastardo. Un matón. Me golpeó. Me avergonzó. Me
retorció el cerebro de una forma con la que todavía no había llegado a un
acuerdo. Me amenazó con una vida ardiendo en la agonía. Me
convenció de que era una mierda. Que no era nada.
Pero él había estado allí. Me enseñó a enganchar un gusano.
Mantuvo mi estómago lleno. Pasó todos los días de mi vida a mi lado.
A su manera, eso fue amor. Retorcido y abusivo, pero era amor.

170 Y había prosperado en él. Confié en él y sus ideales, su fe. Había


aceptado mis castigos. Había aprendido a castigarme a mí mismo. Lo
complací al degradar el trabajo duro de mi madre y menospreciando la
existencia de mi hermana. Porque así era como obtenía su aprobación. Y
maldita sea, si no la necesitaba constantemente.
En muchos sentidos, me convertí en un matón tan grande como él,
justo igual de sádico torturador.
Pero a diferencia de él, no había conocido nada mejor. Nunca
había vivido fuera de nuestro bosque. Nunca vi a nadie más que a mi
abuela y más tarde, cuando él se estaba muriendo, a la gente de la iglesia
a la que me enseñaron a menospreciar porque no eran verdaderos
creyentes.
Estaba completamente abocado a la furia de su estilo de vida
elegido.
Y había sido bueno en eso. Prosperé en el trabajo.
Pueden haber pasado algunos años entre este yo y ese, pero estaba
convencido de que podía aprender a prosperar en él otra vez. Podía
trabajar hasta el cansancio. Podía vivir de la tierra. Podía sofocarme en el
verano y congelarme en el invierno. Podía olvidar que existía otra vida. Una
vida con un apartamento cálido cuando estábamos a diez bajo cero, o un
auto fresco cuando estaba lo suficientemente caliente como para freír un
huevo en la acera. Una vida con whisky y libros, papeleo y obligaciones
sociales. Una vida con un interminable desfile de piernas en el que caer.
Una vida con Darcy Monroe en ella.
Caminé hacia mi vieja cama, sentándome y quitándome los
zapatos. Los zapatos eran para el invierno, cuando el suelo podía acabar
con tus pies. Las plantas de mis pies sangrarían, dolerían, y luego se
endurecerían. Me quité el cinturón, que era poco más que un adorno,
completamente inútil. Me senté allí por un largo momento, mi cabeza
descansando en mis manos, intentando luchar contra el impulso de correr.
Hacia algún otro lugar. A cualquier otro lugar. Pero no había ningún lugar
donde pudiera ocultarme y que su recuerdo no me alcanzaría. Y su
traición.
Estaba mejor así.
Ella se desvanecería. Como todos los recuerdos lo hacen. Ella
comenzaría a difuminarse por los bordes. Olvidaría el sonido de su voz,
171
cómo decía mi nombre en agonizante placer cuando se corría, cómo reía.
Perdería la sensación de sus manos sobre mi piel. No me imaginaría cómo
se sentía su coño a mi alrededor, apretando mientras se corría. Dejaría de
fantasear con ella. Maldita sea, dejaría de preocuparme por ella.
Porque ella no me necesitaba. No quería que lo hiciera. Quería creer
que yo era una escoria. Que la usé y abusé de ella. Que la victimicé. Así
que, ella podía tener eso. Podía aferrarse a eso. Podía usarlo como una
razón para mantener a otros hombres alejados. Justo como yo la usaría
para mantener a todos jodidamente lejos.
Suspiré, levantándome de la cama y abriéndome paso de regreso a
la sala de estar, abriendo las ventanas para dejar salir el aire estancado, y
agarrando un balde para salir al arroyo a buscar agua para limpiar la
casa.
Cuando me arrodillé junto al agua corriendo a toda prisa, mi pierna
presionada contra una roca, la imagen de ella en el lago se me vino a la
cabeza. Gloriosamente desnuda. Hermosa. Contenta. Luego, poniéndose
de rodillas y tomándome en su boca…
Tiempo, maldije, sacudiendo mi cabeza, iba a tomar algo de
tiempo.
Veinte
B
ueno. Me gustaría decir que me aferré a mi enojo más que
justificado. Que me arrojé de lleno en él. Que lo usé para
poder seguir adelante. Pero la verdad era que, al momento en
que me metí en mi litera y cerré la cortina, se desvaneció y el dolor se
deslizó en el vacío que dejó.
Me quedé allí mirando a la pared tratando de convencerme a estar
enojada. A reprender su carácter en un lenguaje nuevo e inventivo.
Pero al final todo lo que sentí fue dolor.
—Te lo follaste, ¿verdad? —preguntó Jay, haciéndome dar un salto y
girar, apartando algunas lágrimas.
172 —Sí —admití, tomando una respiración profunda.
—Sé que esto es irónico viniendo de mí —dijo, sonriendo—, ¿pero no
puedes elegir una pareja sexual decente por primera vez?
—Oye —dije, ahogando una extraña carcajada—, tú eres el que me
dijo que echar un polvo.
—Sí, con algún fanático de cabello largo y sucio, no uno de nosotros.
Quiero decir… ¿quién es el próximo? ¿Mike? ¿Joey?
—Cállate, idiota —contesté riendo, sacudiendo la cabeza.
—Entonces, ¿de verdad crees que fue él?
—Las cosas estaban en su litera. Y quiero decir… las notas no
comenzaron hasta que se unió a la gira, ¿sabes? —Tomé una respiración
profunda—. Además, sé algunas cosas sobre su pasado y… está un poco
dañado. Todo tiene sentido.
—Tal vez.
—¿Qué? ¿No crees que fue él?
Él bajó la vista, encogiéndose de hombros.
—No sé, Darce. Solo pienso que es extraño que nunca lo hayamos
sospechado. Parecía tan asustado cuando leíste aquella carta del
admirador.
Era cierto. Recordaba su expresión de horror, su preocupación de
que le estuviéramos restando importancia. Pero fácilmente podría haber
sido un acto. Podría haber sido un gran mentiroso. Podría haber estado
planeando esto por meses.
—No lo sé. Quiero decir… no estoy segura. Pero el tiempo lo dirá,
supongo, ¿verdad? Si las notas se detienen, entonces era él.
—Y luego irás a casa a vivir junto a él —me recordó Jay.
—Oh —comencé, cerrando los ojos—. Mierda.
—Sí. No quería añadir más leña al fuego, pero pensé que querrías
empezar a considerar eso. —Hizo una pausa, mirándome
detenidamente—. Oye.
—¿Sí?
—¿Estás bien, chiquilla? Te ves bastante triste.
173
—¿Triste? ¿Porque un tipo por el que tenía sentimientos estaba
deseando prenderme fuego? No, en absoluto.
—¿Tienes sentimientos por él? —preguntó, sacudiendo la cabeza—.
Jodida novata.
—No todos tenemos tu legendaria mentalidad de mujeriego.
—¿Quieres beber por eso?
—¿A las once de la mañana? —pregunté, poniendo los ojos en
blanco.
—Oye, somos estrellas de rock. Se supone que abusamos del alcohol
a todas horas del día. —Se inclinó un poco en mi litera—. Vamos, un poco
Johnny y estarás mostrando tus tetas y olvidándote de él.
—Suena tentador —dije secamente, pero le sonreí. Él siempre lo
intentaba. A su manera. Y su manera nunca iba a ser de sesiones de llanto
con galones de helado. Iba del alcohol y la depravación. Y eso estaba
bien. Ese era él. Eventualmente, aceptaría su oferta. Pero aún no estaba
en ese punto—. Quizás más tarde.
—De acuerdo —contestó, agachándose y volviendo con Poe—.
Toma, te traje a un amigo de acurruco. Puede que no sea tan atractivo
como el último, pero estoy seguro que sus patas son mucho más ligeras.
Bueno, deberías estar a salvo.
—Gracias, Jay —dije, aplastando al gatito contra mi pecho y
rodando de lado, de cara a la pared.
Lo superaría. Encontraría una manera de hacerle frente. Con el
tiempo.

Hacerle frente terminó siendo con seguir los consejos de Jay y


soltándome. Me lancé de lleno a mis espectáculos. Tomé sesiones extra
largas entre bastidores con los fanáticos. Me uní a sus fiestas posteriores.
Bebí mucho. Me senté en los regazos de múltiples extraños. Coqueteé.
Puede que incluso haya mostrado mis tetas a algunas personas.
No se volvió más fácil. Esa era una mentira que los libros de
autoayuda te dicen: que los recuerdos se desvanecen, que los
sentimientos palidecen, que duele menos. Era un esquema gigante.
174 Porque no se volvía más fácil. Simplemente mejoré al lidiar con eso cuando
me sentía lo suficientemente bien como para negarlo cuando no era así, y
enterrándome en el trabajo o en el alcohol cuando amenazaba con
ahogarme, con arrastrarme a sus profundidades y nunca dejarme ir.
Simplemente me volví realmente buena al mentirme a mí misma. Y a
todos los que me rodean.
—Darce —llamó Jay, escandalosamente, como si ya me hubiera
llamado un par de veces y no hubiera respondido.
—¿Qué? —pregunté, bajando el bolígrafo en mis labios, sacando
uno de mis auriculares.
—Has estado escribiendo durante diez horas seguidas. Toma un
descanso.
—Estoy teniendo problemas con este coro —dije, apuñalándolo en el
papel con el bolígrafo. Estaba esforzándome demasiado. Sabía que ese
era el problema. No se suponía que fuera una lucha. Si lo era,
probablemente no era nada bueno. Pero necesitaba centrarme en algo, y
cuando estás atrapada en un autobús en movimiento durante el ochenta
por ciento de tu tiempo, no hay mucho que puedes hacer. Leía, escribía,
jugaba algunas cartas con los chicos. Pero después de un tiempo, se
tornaba repetitivo.
—Toma —dijo Jay, acercándose hasta mí, con un libro en sus
manos—. Encontré esto atorado detrás del asiento. —Lo tomé, mirando la
portada. Far From The Madding Crowd—. Supuse que era tuyo.
—No —dije, negando con la cabeza y abriendo la página marcada,
encontrando una cita subrayada con pluma azul.
“El amor es una fuerza posible en una debilidad real”.
—Estoy bastante seguro que no es de Mike o Joey —comentó riendo,
agarrándose al respaldo de mi silla mientras Burt tomaba una curva.
—Era de Isaiah —respondí.
—Bueno, mierda. Ahora me siento como un imbécil —dijo,
sacudiendo la cabeza—. Íbamos a esperar para decírtelo, pero ya que en
cierto modo arruiné tu día, te lo diré ahora.
—¿Decirme qué? —pregunté, girándome en mi asiento.

175 —Cuando te acostaste anoche, estuvimos intentando encontrar la


forma de animarte…
—No necesito que me animen —respondí, enderezando los hombros.
No quería que la gente se sintiera mal por mí. Esas mierdas pasan. No
necesitaba su piedad. O simpatía. Necesitaba que las cosas vuelvan a la
normalidad. No necesitaba que me trataran con guantes.
—Planeamos un pequeño viaje —comenzó, haciendo una pausa
para obtener un efecto dramático—, al Lunático Manicomio Allen.
Me volví rápidamente en mi asiento.
—¿El qué? Nunca había oído hablar de ese.
—No pasamos muy seguido por aquí —dijo, encogiéndose de
hombros—. Era obvio que no supieras de este. Este tiene una historia
sórdida y horrible para acompañar a sus muros destruidos. Y para colmo,
tenemos que irrumpir para poder entrar.
Sentí que la sonrisa se extendía en mi cara, genuina y la primera de
ellas en días.
—Ustedes son los mejores. ¿Cuándo llegaremos allí?
—Mañana por la tarde… algo así —dijo, encogiéndose de
hombros—. Es agradable verte sonreír de nuevo, niña bonita —dijo,
tocando mi mejilla y alejándose.
Bueno, al menos era una distracción.

El Lunático Manicomio Allen era un enorme edificio de ladrillo rojo


que contaba con 350 habitaciones para pacientes, un centro de
hidroterapia, salas de electroterapia y camas Utica. Era como una historia
de terror en la vida real, ser sumergido en agua con el cuerpo engrasado
de modo que no pudieras arrugarte durante horas, sujetada bajo el agua y
electrocutada hasta la sumisión, o encerrada dentro de lo que era
esencialmente una cuna con una tapa cerrada cuando te portabas mal.
—Este lugar me da escalofríos —dijo Joey, retrocediendo detrás de
mí.
—Lo sé —dije, sonriéndole—. ¿No es genial?
176 —Estoy bastante seguro que no era eso lo que quería decir, Darce —
dijo Jay, golpeándolo en el hombro al pasar—. No a todos les gusta que los
asusten como a ti. Estás jodidamente enferma.
—Oh, deja de ser tan maricas. Esto es asombroso —dije, abriendo la
puerta trasera medio unida a las bisagras con mi mano enguantada.
El interior estaba sorprendentemente conservado. La pintura se
estaba pelando y había tierra y hojas adentro, y el sonido distintivo de las
ratas corriendo detrás de las paredes. Pero en general, era
estructuralmente seguro.
—Entonces, ¿hacia dónde? —preguntó Jay, luciendo
completamente desinteresado. Detrás de él, Joey parecía asustado, Mike
miraba a su alrededor casualmente, y Todd parecía un poco interesado.
Sentí una punzada aguda, al recordar haber compartido los hechos
acerca de los manicomios con Isaiah, cuán embelesado me escuchó. Lo
muy interesado que estaba él.
Negué con la cabeza.
—Quiero encontrar la sala de hidroterapia. Oh, Dios mío —exclamé,
agarrando el brazo de Jay—. ¿No sería una increíble portada para un
álbum? ¿Nosotros tres en las viejas bañeras de hidroterapia del
manicomio?
Él me miró, asintiendo.
—Eso de hecho suena bastante estupendo.
—¿Todd? —pregunté, mirando por encima del hombro.
—Seguro —respondió, encogiéndose de hombros—, no creo haber
visto eso antes.
—Exactamente —concordé, metiéndome en la primera habitación
frente al mostrador de recepción.
—¿Qué es eso? —preguntó Joey desde el pasillo.
—Una sala de examen —contesté y me encogí de hombros. Pero no
quedaba nada. Sin equipos. Ni efectos personales. Solo mesas, sillas y
gabinetes.
—Oigan, por aquí —llamó Mike desde el pasillo, parado en la puerta
de otra habitación.
177 Lo seguí adentro, saltando de arriba abajo.
—¡Sí! —Porque había encontrado la sala de hidroterapia y estaba
completa con tres, sí, tres, bañeras viejas con tubos metálicos
sobresaliendo del frente y las cubiertas de tela blanca medio hundiéndose
en el espacio vacío.
—No voy a meterme en eso —dijo Jay, acercándose a tocar el
borde de la tela—. ¿Supongo que se supone que ese agujero es para
nuestras cabezas?
—Sí —dije, yendo y deshaciendo el material—, y tus brazos pueden
deslizarse desde los lados porque pondrían tu bandeja de comida justo
encima de esta cubierta.
—Ew —dijo Jay, mirándome entrar en la bañera, empujando mi
cabeza a través del viejo agujero—. Darce, eso es…
—¿Cuál es el problema? Está un poco sucio. Tomaré una ducha
cuando regresemos al autobús. Mira —dije, moviendo mi cabeza hacia
Todd quien estaba estudiando la bañera más lejana, desatando el
material y deslizándose por debajo. Jay hizo una mueca, pero se movió
hacia la bañera junto a mí—. Alguien debe atarnos.
—¿Es realmente necesario? —preguntó Jay, empujando su cabeza a
través del agujero y viéndose totalmente asqueado.
—Oh, cállate —le dije, viendo a Mike atarme rápidamente y luego
pasar a Jay.
—De acuerdo —dijo, dando un paso atrás y sacando su celular—.
Sonrían —dijo secamente.
—Toma un montón —le dije, queriendo opciones para elegir.
—Oye, Darce —comentó Jay, volviéndose hacia mí con una sonrisa
astuta—, esta sería una buena tarjeta de Navidad para tus padres, ¿no
crees?
Y entonces me reí. Una risa larga, rica y feliz.
Estaría bien. Ellos me ayudarían a superarlo.

Estaba metida hasta los codos en un baúl abandonado en la


178 esquina de una de las habitaciones de los pacientes, sacando
cuidadosamente los artículos, intentando descubrir algo sobre la persona
que vivió allí. Según las historias, nueve mil personas murieron durante su
estadía en el Lunático Manicomio Allen. A menudo, debido a la
sobrepoblación y al personal descuidado, los cuerpos no se encontrarían
hasta días después, ya pudriéndose en las esquinas o en sus propias
camas.
—¡Oh, mira esto! —Escuché a Mark decir algunas habitaciones más
abajo. Estaba resultando gustarle mucho más de lo que pensó que lo
haría. Tal vez tendría otro compañero caza fantasma eventualmente.
Aunque ni siquiera estuve cerca ni una vez a encontrarme con algo que
pudiera describirse remotamente como algo embrujado. Solo
espeluznante. Oscuro. Angustioso. Fascinante.
—Oye, nos dirigimos al siguiente piso —dijo Jay, de pie en la puerta.
—Está bien, estaré allí en un minuto —contesté, mirando una
fotografía en blanco y negro.
—¿Estás segura que no quieres que esperemos?
—¿Qué? ¿Tienes miedo de que un fantasma me atrape? —pregunté
riendo, mirando por encima de mi hombro—. Estoy bien. Ve.
Escuché sus pasos por el pasillo y volví a meter las fotos en el baúl,
encontrando un libro llamado Flora Devotional. Abrí la tapa y encontré una
hermosa inscripción escrita a mano:
May,
Elije una para la boda.
—Barry.
Sentí una punzada de tristeza, sin duda exasperada por mi reciente y
quisquilloso mal de amor. Puse el libro de nuevo en el baúl con cuidado.
Una mano se envolvió a mi alrededor, cerrándose sobre mi boca con
fuerza, luego otra más en mi garganta. Luché, pero en mi posición de
rodillas, todo lo que logré hacer fue enviarme a caer sobre mi trasero. Mi
corazón estaba golpeando enfurecido en mi pecho, mi estómago dando
vueltas, haciéndome pensar que realmente iba a vomitar. Tomé aire por mi
nariz, gritando contra la mano, esperando que el sonido fuera lo
suficientemente fuerte como para ser escuchado.
—Eso es —dijo una voz cerca de mi oído, profunda y silbante,
179 demasiado inusual para ser el timbre normal de alguien todos los días—,
grita. No puedo esperar para tenerte un día y hacerte gritar hasta que
pierdas tu maldita voz. Y luego tomaré esto —gruñó, moviéndose hasta
que sentí su polla dura presionándose en mi trasero—, y te follaré mientras
no puedas hacer nada más que tumbarte y tomarlo. Pronto —dijo,
presionando fuertemente contra mi garganta. Demasiado duro. Estaba
sintiéndome mareada, un hormigueo en mis labios y mejillas. Él estaba
cortando completamente mi suministro de aire—. Serás mía, puta. Pero
aún no —lo escuché decir cuando la inconsciencia finalmente me
reclamó.
Me desperté sola, aterrorizada, en el piso junto al baúl. Segundos.
Sabía que eso era todo lo que podría haber sido. No te quedes fuera de
combate por más de medio minuto después de que te ahogan. Solo
fueron unos segundos. Llevé mi mano a mi garganta, la piel dolorida bajo
mi mano, magullada.
Por dentro, mi garganta se sentía como si estuviera en llamas. Pero
tomé una respiración larga y profunda, sin preocuparme por el dolor y
grité.
—¡Jay!
Él entró volando a la habitación unos minutos más tarde, su cara una
máscara de absoluto horror, tirándose al suelo frente a mí.
—¿Qué? ¿Qué pasó? ¿Darcy? —Agarró mi rostro, sacudiéndome
una vez, haciéndome darme cuenta que todavía estaba gritando.
—Alguien me agarró —dije, con la garganta como si me tragara
vidrio—, desde atrás y puso su mano sobre mi boca y mi —dije, apartando
mi mano de mi garganta y mostrándole la piel púrpura.
—Maldito, Jesús —dijo, dándose la vuelta y dándoles una mirada a
los chicos que inmediatamente entendieron: despliéguense, encuéntrenlo,
no puede estar lejos—. ¿Te hizo algo? —preguntó, acariciando mi mejilla.
Negué con la cabeza.
—No, pero quería. Dijo que no podía esperar para tenerme sola y
violarme. Estaba excitado —dije, sintiendo la bilis en mi garganta—. Y
entonces él solo… me asfixió. Me desperté y comencé a gritar.
Sus brazos se extendieron, rodeándome y atrayéndome sobre su
regazo.
180 —Lamento haberte dejado sola —murmuró, besando mi sien.
—No lo sabías. No podrías haberlo sabido.
Él me sostuvo por un largo tiempo, ambos esperando. Esperando
escuchar algo. Gritos. Una lucha. Cualquier cosa. Algo. Pero todo lo que
hubo fue silencio.
—¿Reconociste su voz? ¿O viste algo en él? ¿Tatuajes? ¿Cualquier
cosa?
—No —contesté, volviendo mi cabeza hacia su camisa—. Estaba
hablando con una voz extraña. Pero sus brazos no tenían tatuajes, solo su
piel. Blanca. Estaba algo pálido. Su polla se sintió pequeña. Eso es todo.
Fue tan rápido.
—Tiene la polla pequeña, ¿eh? —preguntó Jay, riendo un poco—.
Bueno, ahora sabemos una cosa con seguridad.
—¿Qué? —pregunté, escuchando los pasos de los muchachos
regresando, lentos, derrotados.
—No fue Isaiah.
Él tenía razón. Quiero decir, fue más que rápido. Y no reconocí la voz.
Pero lo había sentido. Sus manos, la presión de su pecho, sus caderas, su
erección. Nada de eso era Isaiah. Isaiah era más sólido, sus manos más
fuertes y con cicatrices. Hubiera sentido aquella cruz que siempre lleva
presionada en mi piel. Isaiah era más alto. Y su polla era más grande. La
había sentido muchas veces en el pasado para poder compararlo.
No era Isaiah.
Oh, Dios.
—Eso es algo bueno, ¿no? —preguntó Jay ante mi silencio.
—Seguro —respondí, en voz baja—, excepto que nunca me lo
perdonará ahora.
—Nunca sabes.
Pero lo sabía. Lo supe desde el principio. Lo sabía con una certeza
que me dolió en el alma. Él nunca me lo perdonaría. Porque todo lo que
había hecho era reforzar su creencia de que no se podía confiar en las
mujeres. Que éramos débiles y emocionales. Que todo para lo que éramos
buenas era para desplegar las piernas y abrir las bocas. Porque cuando
intentabas tener más que eso con nosotras, te jodemos.
181 —Aquí no hay nadie —dijo Mark, sacudiendo la cabeza, luciendo
decepcionado. Como si estuviera esperando una pelea. Probablemente
así era—. ¿Estás bien? ¿Te… lastimó?
—Su garganta está dolorida —dijo Jay, poniéndose de pie,
sosteniéndome contra su pecho como un bebé—, pero está bien.
Salgamos de una puta vez de aquí.
Me obligaron a ir al hospital donde nos encontramos con la policía
quienes no estuvieron muy contentos con nosotros al traspasar la
propiedad, pero que estuvieron dispuestos a dejarlo pasar a cambio de
algunos autógrafos. Tomaron nota de lo que sucedió, completaron los
informes y nos dijeron que estarían en contacto. Pero no lo harían. Porque
no tenían nada para continuar. Mi médico me aconsejó que no me
presentara durante una semana y me enviasen de vuelta al autobús.
—Oye, Darcy —llamó Mike tan pronto como todos regresamos y nos
cambiamos, Burt observándonos como un perrito papá preocupado.
—¿Qué? —pregunté, dirigiéndome al baño.
Se apartó del camino, enviándome una mirada a medida que me
miraba ver lo que él había visto.
Pronto.
Estaba garabateado en el espejo del baño con mi lápiz labial rojo.
—¿Cómo coño sigue subiéndose alguien en el autobús? —preguntó
Burt, confundido.
—No lo sé —contesté, trepándome a la litera y tirando de la cortina.
Porque lo sabía.
Alguien no subía al autobús.
Era alguien en el autobús.
Uno de esos hombres, mis hombres, aquellos a quienes les confiaba
mi vida, aquellos que sabían todo sobre mí, aquellos sobre los que creí
saber todo.
Aparentemente había una cosa que no sabía.
¿Cuál de ellos quería lastimarme?

182
Veintiuno
E
ra lo más solitaria que jamás me había sentido. Ni siquiera
cuando crecí en la casa de mis padres, y me trataron como un
mueble la mayor parte del tiempo, exhibiéndome y desfilando
como un pony premiado cuando eso cumplía su propósito, se podía
comparar a la forma en que me sentí en los días posteriores al viaje al
manicomio.
Me fui a mi litera y permanecí sola, Jay insistió en que necesitaba un
tiempo a solas para pensar en todas las cosas.
Y no estaba equivocado. Necesitaba pensar. Necesitaba pensar en
todos los días que había pasado con esos hombres. Necesitaba recordar
183 todo lo que habían dicho alguna vez. Cada vez que bromearon sobre las
mujeres. Cuando hablaron sobre ellas. Cuando hablaron sobre la violencia.
Cuando mencionaron la violación. ¿Fue con horror? ¿Asco? ¿Fue con una
curiosidad morbosa? ¿Fue con lujuria? ¿Alguno de ellos me
menospreciaba? Claro, me molestaban sin parar, pero ¿alguna vez
alguien había cruzado la línea? ¿Alguno de ellos me miraba con deseo?
Por supuesto, eso era difícil para mí. No era tímida. Había estado
completamente desnuda a su alrededor muchas veces. Si miraban mi
cuerpo y sentían deseo, era algo que era normal, natural. Incluso si
tuviéramos un vínculo tan estrecho, casi familiar. No éramos familia. Sus
pollas no discriminaban. Ven tetas, culo y coño y ya querían tocar, azotar y
deslizarse en su interior.
Pero, ¿alguna vez alguien había mirado demasiado tiempo? ¿Me
miraba de la misma manera cuando estaba vestida? ¿Como si aún
pudieran verme desnuda? ¿Alguna vez alguien se acercó demasiado?
¿Me tocó de manera inapropiada? Aparte de Jay y Todd.
Jay y Todd, quienes eran los únicos que quedaron tachados
automáticamente de la lista. El tonto y coqueto Jay que me amaba más
que a nada en su vida, que podría haberme follado cuando éramos más
jóvenes, pero no quería. Y Todd, el dulce e inocente Todd.
Entonces eso dejaba a los chicos: Mike y Joey. Y dejaba a Burt.
Cosa que me enfermaba un poco. Burt. Burt, a quien había
aprendido a ver como un padre. Burt, que tenía los ojos en la carretera la
mayor parte del tiempo. Pero Burt quien tampoco guardaba silencio en
cuanto a rechazar nuestro comportamiento. Especialmente el mío. Y
aunque en realidad nunca lo había visto mirándome como los otros
hombres, él siempre estaba mirando hacia otro lado. Por lo que sabía, él
estaba mirando en el retrovisor.
Y se le podía escuchar masturbándose en medio de la noche,
acariciándose furiosamente la polla, respirando pesadamente y dejando
escapar una serie de maldiciones. Era completamente posible que se
estuviera masturbando pensando en tocarme. Lastimándome.
Luego estaban los chicos. Mike y Joey eran más nuevos que Burt,
pero solo por un par de meses. Y todo en ellos parecía tonto y amante de
la diversión. Claro, les gustaba follar.
Pero prácticamente cada chico de sangre caliente de su edad lo
hacía. Y tal vez había un poco de oscuridad en ellos. Pero siempre parecía
184
leve. Inofensivo. Pero tal vez estaba equivocada. Tal vez eran sociópatas o
psicópatas, tal vez eran realmente buenos mentirosos.
Mike una vez se había acercado a mí cuando estaba en topless,
extendiendo la mano y agarrando mis pechos, pasando los pulgares sobre
mis pezones. Pero había estado completamente pasmado. Ebrio, drogado
y cachondo y yo estaba desnuda. Yo estaba ahí. A su alcance. Y él se
había disculpado durante una semana después, prometiéndome que no
fue su intención. Que él no pensaba en mí de esa manera.
El problema era que, sin importar lo mucho que los analizara, jamás
podría estar segura. Y a pesar de que me sentía justificada al no confiar en
ellos, me sentía culpable por mirarlos de otra manera. Así que me escondí.
Me quedé en mi litera. Me levantaba por las noches cuando todos
dormían para comer y ducharme, luego volvía a entrar. Leía. Escribía.
Y cuando era el momento perfecto, entre las cinco y las seis de la
madrugada, cuando todo el mundo estaba profundamente dormido…
lloraba.
Lloraba tan fuerte que mis ojos se hincharon, mi cara se puso roja y
dolorida. No ayudaba. No me sentía mejor después. En todo caso, el
agujero en mi interior solo se sentía más grande, extendiéndose a través de
mi pecho, haciéndolo sentir como si mi corazón se encogiera,
desapareciendo en él.
Porque estaba completamente, desgarradoramente sola. Todo lo
que había pensado que tenía, se había ido. El confort. La estabilidad. El
sentimiento de amistad y familia. El amor que había comenzado a sentir
crecer por Isaiah. Todo se había ido. Y nunca volvería a ser lo mismo otra
vez.
Esa era la verdad fría, dura y horrible.
Nunca me sentiría completamente a salvo otra vez. Incluso si
finalmente descubriera quién me estaba atormentando. Incluso si
estuvieran en la cárcel. Fuera de mi vida. Nunca podría ser como era.
Nunca podría confiar ciegamente en otro miembro de mi equipo. Siempre
los miraría de reojo si decían algo desagradable. Saltaría si me tocaran. Me
sentiría incómoda estando desnuda cerca de ellos.
Una parte de mí sería diferente.
Además de eso, había acusado falsamente a Isaiah. Había alejado
185 al único hombre del que alguna vez me había preocupado. Él llenó un
lugar en mi interior que no me había dado cuenta que estaba vacío. No
había terminado con él. Incluso cuando pensé que él era mi torturador,
aún me sentía abandonada por él.
Bajo la ira y la traición, todo lo que quería hacer era correr tras él,
arrojarme en sus brazos, rogarle que me perdone.
Pero eso nunca iba a suceder. Él nunca me lo perdonaría.
Viviría junto a él, lo escucharía follarse a otras mujeres todas las
noches y desearía que fuera yo. Tendría que luchar contra el impulso de ir
hasta allá. De dejarle libros que pensaba que les gustarían en su puerta. De
caminar desnuda para tratar de involucrar a su polla. Que él me odiara
hasta que se diera cuenta que lo que teníamos era diferente. Especial.
Me acurruqué en mi litera, besando la parte superior de la cabeza
de Poe.
Tenía que parar. Madurar. Ponerme mis bragas de niña grande.
Porque eso jamás iba a suceder. No iba a tener un final de cuento de
hadas. No era ese tipo de chica. No era material de princesa. Y él con
toda jodida certeza no era un maldito príncipe.
La gira me mantendría ocupada. Luego grabando. Y luego, tan
pronto como me sintiera un poco menos desconfiada de los hombres en
general, iba a encontrar y follarme a la mayoría de ellos hasta que
finalmente olvidara de cómo se sintieron sus manos en mi piel, cómo se
sintió su polla dentro de mí, cómo su voz diciendo mi nombre aún me hacía
sentir escalofríos.
Maldita sea, seguiría adelante.
No era una mujer de suspiros. No era una mujer a la que rompen su
corazón en un millón de piezas. Era la jodida Darcy Monroe. Los hombres
caían a mis pies todos los días. Hombres menos dañados. Hombres que
estarían felices de mirarme a la cara cuando me follaban, en lugar de
tomarme por detrás como un animal. Hombres a los que no les daría la
oportunidad de ser lo suficientemente importantes como para que
pudieran lastimarme.
Me niego a obtener más cicatrices de los bordes de un amor lo
suficientemente afilado como para cortarme.
Ya no iba a correr por ahí como un jodido botones, demasiado
186
ansioso por tomar tu equipaje y llevarlo por ti.
A la mierda eso. Lidia con tu propia mierda.
Veintidós
M
i cuerpo luchó conmigo en cada paso del camino. Cada
vez que movía un hacha para romper la leña. Cada vez
que me agaché detrás de un arbusto con mi arco. Cada
vez que trepé a un árbol a esperar que algo caiga en mi trampa. Cada
momento, una parte de mí gritó en objeción.
Mis bíceps, mis muslos, mi espalda.
Y hablar de la memoria muscular.
Me iba a la cama dolorido todas las noches. Por semanas. Ni siquiera
estaba completamente seguro de cuánto tiempo había estado de
regreso. No tenía un calendario. Mi teléfono celular murió el día después
187 que llegué. Estaba completamente fuera de contacto con el mundo real.
Y no lo hubiera preferido de otra manera.
El aire estaba tomando una brisa más fría y pensé que era en algún
momento a mediados de septiembre. El otoño vendría. Y luego un invierno
gélido. Mi primera escapada en los elementos en años. Había una parte
de mí que estaba preocupada por eso. Me había ablandado. Siempre
teniendo comida para cocinar y comer. Siempre teniendo calor artificial.
No habría nada que me ayudara a pasar el invierno más que la madera
que partí para la chimenea y la comida que atrapara. Porque no había
estado todo el verano para plantar un jardín y las verduras como mi madre
solía hacerlo. Algunas patatas a la semana y cualquier carne que pudiera
tener.
No pasé por alto que esta sería la primera vez que estaría solo en el
bosque durante un invierno. Siempre había habido alguien más. Mi madre
y mi hermana hasta que tuve diecinueve. Y luego mi padre después.
Alguien para ayudar con la carga de trabajo. Alguien que supiera más
sobre el curado con sal y la cocina. Alguien con quien… hablar. Estar
cerca. Poner otro tronco en el fuego cuando se levantan por la noche
para salir a orinar.
Solo estaba yo.
Había pollos alrededor. La descendencia, sin duda, de los que había
liberado cuando me fui. Había estado tratando de reunirlos día y noche.
Hasta ahora había logrado que dos volvieran al corral. Lo que me dio un
enorme total de seis huevos por semana. Pero era algo más que conejo,
ciervos y peces. Así que fue bienvenido. Si los criaba eventualmente,
también podría comer pollo. Probablemente tendría que llevarlos a todos
adentro en la parte más fría del invierno o su producción de huevos se
ralentizaría o se detendría por completo. Estaba lo suficientemente limitado
en mi variedad. No quería perder una fuente de nutrición.
Puse un pedazo de madera de un árbol que había derribado el día
anterior en un tocón, balanceando el hacha y clavándola justo en el
centro.
—Puedo partir un jodido tronco mejor que eso —dijo una voz detrás
de mí, haciendo que mi columna vertebral se enderezara. Me giré
lentamente, una pequeña sonrisa asomando en mis labios, sin darme
cuenta de lo mucho que quería verla. Cuánto tiempo había pasado.
188
—Fiona —dije, mirando a mi hermana. Fee era alta y de largas
piernas, delgada, pero curvilínea, con largo cabello rubio ondulado y
grandes ojos verdes. Desde que se casó con su marido, los tatuajes
comenzaron a serpentear a través de su cuerpo, cubriendo las viejas
cicatrices de nuestro padre al principio, luego bajando por sus brazos,
mostrando los nombres de sus hijas, la cresta de su nueva familia.
Fee era una fuerza de la naturaleza. Realmente no había otra
manera de describirla. Había escapado tan joven, tan increíblemente
inexperta, y había vivido en una caja durante años antes de comenzar su
negocio de sexo telefónico y conseguir un apartamento lleno de ropa y
muebles caros. Se hizo una vida, aislándose de todo lo que estaba afuera.
Engreída y dura, pero herida dolorosamente por dentro, cortándose su piel
y bebiendo toda la noche porque si estaba sola en casa, los recuerdos la
hundirían. Incluso aunque escapó, nuestro padre logró torturarla a través
de sus propios pensamientos, miedos e inseguridades y cicatrices.
Era malhablada y feroz. Una madre protectora. Una esposa leal. Una
despiadada mujer de negocios. Maldijo a mi padre a las profundidades
del infierno en su lecho de muerte y nunca miró hacia atrás.
La envidiaba.
Porque cuando finalmente escapé, no pude conseguir ni siquiera
una parte de lo que ella tenía. No pude conectar. No pude superar el
dolor. No pude convertirme en una persona bien adaptada.
—Te ves bien —le dije, asintiendo.
—¿Eso es todo? —preguntó, cruzando los brazos sobre el pecho—.
¿En serio?
—Bueno, te invitaría a tomar té y galletas. Pero no tengo té, ni
azúcar, ni harina.
—Qué lindo —dijo, secamente.
—¿Qué estás haciendo aquí, Fee?
—¿Qué diablos estás haciendo tú aquí, Isaiah? —preguntó ella, su
rostro fruncido.
—Ahora vivo aquí.
—Mierda, no me digas. ¿Tienes idea de cuántas veces intenté
comunicarme contigo? ¿Cómo te sentirías si recibieras una llamada de tu
189 compañía diciendo que no habían tenido noticias tuyas desde hace unos
putos meses?
Cerré mis ojos ligeramente.
—Sí, eso fue un descuido.
—¿Un descuido? El hecho de que empaques y te fueras para volver
a este jodido infierno sin decirle a nadie de los que se preocupan por ti
cuál es tu plan, ¿fue un descuido?
—No he estado aquí por meses —le corregí—. Estaba… de gira.
—¿Qué, te uniste a un jodido circo? —preguntó riendo.
—No. Estuve trabajando como parte del personal de Darcy.
—¿Darcy? —preguntó, mirándome como si estuviera esperando a
que yo riera, y cuando no lo hice, sus cejas se fruncieron—. ¿La banda de
metal?
—Sí.
Se llevó las manos a la cara y se las pasó por los ojos antes de volver
a mirarme.
—Probemos esto de nuevo… y ¿qué tal si dejas de hacerme sacarte
la maldita información?
Respiré profundamente, empujando el combo hacha/tronco en el
suelo y sentándome en el gran tocón de árbol.
—La cantante principal era mi vecina cuando me mudé a la ciudad.
—¿Darcy Monroe era tu vecina?
—Sí. Y no sé… solo quería…
—Follártela —dijo Fee ante mi pausa.
—Sí —contesté riendo, asintiendo. Fee era buena en eso. Cortando
la mierda y yendo al grano.
—Así que conseguiste un trabajo en su gira para poder finalmente
pasar por debajo de sus paredes… y su camisa.
—Algo así.
—¿Y lo lograste? Es jodidamente sexy. Demonios, hasta yo quiero con
ella.
—Sí —respondí, asintiendo, sintiendo una puñalada en algún lugar de
mis entrañas. Me había vuelto bueno en cuanto a no pensar en ella.
190 Bueno, eso no era exactamente cierto. Me volví bueno alejando los
pensamientos cuando aparecían. Que era cada maldito minuto.
—¿Y estuvo bien? —Tomé una larga y temblorosa respiración—.
Guau, ¿así de bien? —preguntó ella, sonriendo, apoyándose contra un
árbol, descansando el pie en la corteza.
—Sí —admití honestamente—, ella es así de buena.
Maldita sea, era la mejor. No tenía competencia. No importaba que
hubiera otras mujeres que me dejaran meter una polla de goma en sus
coños mientras me las follaba por el culo, o que quisieran que azotara sus
culos con una paleta mientras me chupaban, o me follara una habitación
llena de mujeres que se turnaran para montarme, chuparme, saciarse
entre sí. No importaba. Ni siquiera se acercaban.
Darcy era la mejor. Estar dentro de ella era como orar. Era
adoración. Era lo más cercano a Dios que había estado alguna vez.
—¿Entonces, qué? —preguntó Fiona ante mi silencio—. ¿Fue una
cosa al estilo rápido y al grano? ¿Como todas tus otras conquistas? Porque,
tengo que decir, no es que te esfuerces mucho cuando se trata de follarte
a una chica.
—Ella lo valió.
La boca de Fee se abrió un poco, algo entre la sorpresa y una sonrisa
en sus labios.
—Oh, bastardo. Finalmente encontraste a una mujer a la que querías
hacer más que meter tu verga, ¿verdad?
Sentí que me encogí de hombros.
—Me hizo irrumpir y entrar en un manicomio abandonado con ella.
Luego devorármela en una mesa de examen donde solían hacer
lobotomías con picahielos.
—Bueno, eso suena divertido —dijo sonriendo.
—Lo fue.
—¿Y entonces, eso es? ¿Eso es todo lo que hicieron juntos en todas
esas semanas?
—No. Quiero decir. Vivimos en el mismo espacio. Dormí justo debajo
de su litera. Siempre estuvimos alrededor el uno del otro.
—La amas —dijo con total seguridad—. Idiota. ¿La amas, y entonces
191 huyes como un maldito imbécil?
—En realidad, me echaron como un maldito imbécil.
—¿Por qué? ¿Qué hiciste?
—¿Qué diablos pasa con ustedes las mujeres? ¿Por qué coño
siempre es culpa del chico?
—Oye, oye, oye —dijo Fee, extendiendo una mano hacia mí, con la
palma hacia afuera—. Será mejor que controles esa puta mierda. ¿Papá
dejó algún Kool-Aid por aquí o algo así? —preguntó, mirando a su
alrededor con disgusto sin enmascarar—. ¿Vuelves al bosque por unas
semanas y de repente eres todo un misógino?
—Tal vez siempre fui uno.
—Tal vez estabas demasiado ocupado ahogándote en tu propia
miseria, culpa y arrepentimiento para de hecho saber quién demonios eres
en realidad.
—¿Qué sabes sobre…?
—Sé que gastas alrededor de quince mil al año en terapia. ¿Has
llegado a alguna parte con eso? ¿O simplemente cierras el pico y das
respuestas vagas? ¿Alguna vez en realidad… lo has intentado, Isaiah? Las
cosas no solo vienen fácilmente…
—Así fue para ti.
—¿En serio? ¿Fácil? ¿Crees que todo lo que pasé fue fácil para mí?
Isaiah, solía cortarme tanto que me desmayaba y despertaba en un
charco de mi propia sangre. No podía estar sola en casa por las noches.
No podía dejar que nadie más entrara a mi casa ni a mi vida. Estaba lejos
de nuestro padre y de su abuso, pero no había terminado de sufrir.
—Tienes a Hunter.
—Sí, pero solo porque él fue el primero en ver esas malditas cicatrices
sin salir corriendo y gritando. Él no se rindió cuando trataba de abrazarme y
yo lo alejaba. Él solo… me aceptó. Y fue la primera persona en hacer eso.
Pasaron cinco años desde que me alejé de papá hasta que conocí a
Hunter. Viví constantemente con la abuela amenazando decirle a nuestro
padre dónde estaba si no hacía lo que ella quería. Estaba totalmente sola
en el mundo y mierda, créeme, ni un maldito día de ese tiempo fue fácil,
Isaiah.
192
—Tal vez hay algo malo en mí —dije, levantándome y caminando
hacia la casa.
—Hay algo mal con todos —dijo, apoyándose en la jamba de la
puerta, pero sin entrar—. ¿Es la biblia de papá? —preguntó, señalando con
la cabeza hacia la mesa del comedor.
—Sí —contesté, yendo a un cubo de agua que había traído antes y
frotándome la cara y las manos.
—Pensé que ya no creías en nada de eso.
—Lo haces sonar como algo malo.
—No es algo malo —dijo, entrando, sorprendiéndome. Jamás pensé
que cruzaría ese umbral otra vez. Ella caminó hacia la mesa, abriendo la
tapa de la antigua Biblia desgastada—. Es solo que… me preocupa que
comiences a interpretarlo de la manera en que nuestro padre te enseñó a
hacerlo en lugar de hacerlo de la manera que deberías.
—¿Y qué manera es esa?
—Mierda, de una manera menos literal. Fue escrito hace tres mil
quinientos años, Isaiah. Las cosas cambian.
—Tal vez no deberían haberlo hecho —dije, pero sabía que no lo
decía en serio. Y ella también lo sabía. Realmente no había vuelta atrás
una vez que veías al mundo de la manera en que se suponía que debías
hacerlo: sin prejuicios, sin juicio.
—Sé que no lo dices en serio —dijo, cerrando el libro y mirando
alrededor de la sala de estar—. ¿Qué pasó, Isaiah?
Tal vez era porque ella estaba allí, porque estaba allí para mí
después de jurar que nunca volvería a pisar esa propiedad otra vez. O tal
vez era por lo mucho que me había ayudado en el pasado y sentía que le
debía una explicación. O tal vez era solo porque ella era alguien con quien
hablar después de estar solo durante tanto tiempo.
—Ella estaba recibiendo algunas notas amenazadoras. Diciendo que
querían violarla, golpearla y prenderle fuego. Eran… asquerosas.
—Eso es enfermo.
—Sí, y luego, un día, encontró dos de las notas en mi litera y ella…
—Pensó que eras el que lo estaba haciendo. Escribir las notas
193 mientras mantienes una relación sexual con ella.
—Sí.
—Así que ella te echó de la gira —adivinó y yo asentí—. Isaiah, sé
que tienes problemas de confianza con el mejor sexo del mundo —ante
mis ojos bajos, se rio—, bien… el sexo más justo. Pero tienes que ver esa
situación desde su perspectiva. La prueba parecía jodidamente
condenatoria. Y ella había estado contigo. Se sintió violada y vulnerable.
—Lo entiendo. —Lo hacía. Entendía su reacción. Lo cual era
probablemente la peor parte de todo.
—Entonces, ¿por qué huiste de vuelta aquí?
—¿Qué otra mierda más debería estar haciendo?
—Dirigiendo tus negocios. Leyendo. Comiendo una comida
balanceada. Disfrutando del aire acondicionado y la calefacción.
Esperando a que ella regrese para que puedas explicarle todo.
—¿De verdad crees que me dará la oportunidad de hacerlo?
Demonios, probablemente ya hizo que alguien sacara sus cosas de su
apartamento.
—Tal vez —coincidió—. Pero sería una reacción más saludable lidiar
con la situación que huir de la sociedad civilizada para evitarla.
—Ya tuve suficiente, Fee. Sentí que todo lo que hice fue tratar de
aclimatarme solo para sentirme constantemente distante de todo.
—¿Te sentiste distante de Darcy?
El sonido de su nombre me hizo estremecerme. Tomé una respiración
profunda y le di la espalda.
—No. —Era verdad. Nunca me había sentido distante de Darcy.
Incluso cuando no estaba cerca de ella, la sentía. Ella estaba en todas
partes. Estaba dentro de mí.
—Sabes. —Comenzó Fee, sus cejas frunciéndose como si estuviera
intentando recordar algo—. Creo que leí algo sobre Darcy en línea hace
un tiempo.
—Han escrito cosas sobre ella todo el tiempo.
—No, esto era diferente. Era una noticia…

194 —Fee, no…


—Oh, es cierto. Isaiah —dijo, hablando en serio—, la atacaron.
Sentí que se me cayeron las entrañas al suelo cuando me giré hacia
ella, cada músculo de mi cuerpo tenso.
—¿Qué diablos quieres decir con que fue atacada? ¿Qué pasó?
¿Está bien?
—Espera, estoy tratando de pensar. No tenía exactamente ninguna
razón para prestar más atención a la historia. Tal vez si alguien fuera más
comunicativo sobre sus conquistas…
—Fiona, por favor. —Tenía que saber que estaba bien. Eso era todo
lo que importaba. Si sabía que está bien, podía volver a mi pequeña vida.
—Sí —dijo, asintiendo—. Sí, estaba bien. Lo sé porque dijeron que se
negó a cancelar su próximo concierto a pesar de tener la… laringe
magullada.
—¿Alguien la estranguló? —pregunté, mi corazón latiendo con
fuerza en mi pecho. Maldita sea, debí haber estado allí para ella. Si hubiera
estado allí… no habría sucedido. No hubiera permitido que nadie la
lastime.
—Sí. Aparentemente, ella y su banda estaban en algún sitio
abandonado…
—Un manicomio —dije, dándome cuenta que probablemente se
habían tomado un día libre para tratar de levantarle el ánimo. Porque a
ninguno de ellos les gustaban esas cosas.
—Sí, es cierto. Estaba mirando algo y los otros chicos se fueron a otro
piso y luego al bajista…
—Jay —proporcioné.
—Sí, lo que sea. La escuchó gritar. Cuando llegó a ella, dijo que
alguien la había estrangulado y la había amenazado. La llevaron al
hospital y completaron un informe policial. Pero nadie sabe quién fue.
Me pasé una mano por mi cara, intentando calmar mis emociones.
Intentando no dejar que la información me moleste. Pero, maldita sea,
estaba molesto.
—Cristo.
—Bueno, todo tiene su lado bueno.
195
—¿Qué carajo de ser atacado podría ser algo bueno?
Una lenta y astuta sonrisa se extendió por su rostro, haciendo que a
la vez pareciera feliz… y diabólica.
—Ahora sabe que no fuiste tú, ¿verdad?
Veintitrés
H
abíamos llevado el autobús a un concesionario para cambiar
las cerraduras ante mi insistencia. Tres de nosotros teníamos
llaves: Jay, Burt y yo. Burt porque realmente no había forma
de dejarlo sin llave cuando él era el que se ocupaba del equipo y la
conducción.
Pero todo se detuvo. No hubo más notas. No más garabatos en los
espejos. Ni más nada. Las cosas volvieron a su ritmo. Todos dejaron de estar
tan nerviosos. Dejé de mirar a todos de reojo. Dejé de preocuparme por
todas nuestras interacciones pasadas. Porque si cambiar las cerraduras
cambiaba las cosas, entonces no era uno de ellos después de todo. Antes,
no habría sido difícil para algún idiota determinado poner sus manos en
196
una de las llaves. No siempre fuimos cuidadosos con ellas. Cualquiera
podría haberlas tomado de una mesa, haberlas metido en un molde y
luego haber hecho una copia. Era así de fácil.

Arizona era uno de mis estados favoritos para visitar. Allí estaban las
impresionantes formaciones rocosas, visibles incluso en las carreteras bajas,
la tierra roja, los cactus, los increíbles colores de la puesta de sol. Nuestro
espectáculo estaba situado al costado de una gigante formación
ondulada del color de la arena, el escenario combinaba con el color,
dejando un área enorme para espacio potencialmente ilimitado. Y, por lo
que escuché, íbamos a tener una gran multitud.
Maldije el calor, atándome un corsé negro, deslizando todas las
perillas delanteras en las ranuras, haciendo que mis senos quedaran
aplastados por debajo y sobresaliendo casi indecentemente por arriba. Lo
combiné con una minifalda de color morado oscuro porque si me ponía
uno de esos atuendos largos hasta el piso, probablemente moriría de
insolación bajo las luces.
—Qué elegante —dijo Jay, asintiendo mientras me ponía las botas.
—¿De qué estás hablando? Uso corsés todo el tiempo.
—No desde hace semanas. Colega, han sido puros jeans y camisetas
sin mangas.
Levanté la vista, dándome cuenta que tenía razón. Había estado
aflojando. Más que aflojando, simplemente no me había importado ni
mierda. Creo que en realidad podría haber olvidado maquillarme para un
espectáculo.
Es sorprendente lo que un poco de estrés puede hacerte. Incluso a
una adicta al trabajo con un ojo para los detalles.
—Bueno, ¿cómo es que dicen? —pregunté, poniéndome en pie—.
La perra ha vuelto.
—Bien, la extrañé. La triste, asustada y paranoica Darcy era
realmente un fastidio.
Me reí, envolviendo mi brazo alrededor de su cintura y guiándolo
hacia los escalones.
197
—Lamento que mi breve paso por la enfermedad mental fuera tan
incómodo para ti. Fue un verdadero encanto para mí.
Él giró su cabeza, besando mi sien.
—Bueno, en realidad tenía una ventaja.
—¿Y cuál sería? —pregunté, caminando hacia la parte posterior del
lugar, viendo a Joey y Mike corriendo alrededor del escenario. Se habían
acostumbrado a tener unas manos extras. Estaban luchando por tener las
cosas listas a tiempo. Pero se adaptarían. Con el tiempo.
—Esa maldita canción, Darce —dijo, alejándose de mí.
—¿Cuál?
—¿La del acosador? Esa mierda fue tan espeluznante que tuve
problemas para conciliar el sueño. ¿Qué te hizo escribir desde la
perspectiva del acosador y no del acosado?
—No lo sé. Creo que estaba intentando entenderlo un poco más o
algo así. O tal vez se sintió demasiado… personal escribirlo desde mi punto
de vista.
—Bueno, es jodidamente increíble. Debería ser nuestro primer
lanzamiento del nuevo álbum.
—Sí —dije, asintiendo a su espalda mientras entraba en una de las
habitaciones traseras. Las cosas estaban solucionándose. Cayendo en su
lugar. A veces parecía tan fácil pensar que nunca mejoraría. Que
estaríamos atrapados en la tensión y la preocupación para siempre.
—¿Estás lista? —preguntó Todd, acercándose, girando sus baquetas
ansiosamente. Siempre era una bola de energía antes de un espectáculo.
Lo que probablemente era algo bueno porque su trabajo, más que el resto
de nosotros, era probablemente el más agobiante.
—Sí. —Contesté y sonreí, golpeando su hombro con el mío.
—Has vuelto. —Observó, asintiendo hacia mí.
—He vuelto —concordé, sintiendo una ráfaga del poder que solía
sentir cuando estaba a punto de subir al escenario.

198
Se sintió bien estar de vuelta. La multitud pareció gritar más fuerte, su
ruido hundiéndose en mi piel, reverberando a través de mis órganos,
cargando mi sangre. Llegué a la nota alta que había fallado toda la gira,
sonriéndole a Jay por un breve segundo, antes de arrojarme de espalda
hacia la multitud mientras Todd despegaba en su solo.
Las manos me deslizaron, balanceándome juguetonamente de
arriba hacia abajo, girándome y enviándome de regreso. Sin jugarretas. Sin
amenazas. Solo fanáticos llevando el acto por unos minutos.
Me empujaron de vuelta al escenario, Jay sacudiendo la cabeza
hacia mí, pero sonriendo. Porque él también lo sentía. Habíamos vuelto.
Tocamos mejor de lo que habíamos hecho en mucho, muchísimo tiempo.
Escapamos del escenario después de nuestra última canción, esperando
en las alas, escuchando los cantos para un bis. No hubo vacilación alguna.
Regresamos. Y toqué cuatro canciones más, hasta que mi garganta
estaba en carne viva, y los dedos de Jay estaban entumecidos, y los
brazos de Todd estaban doloridos.
—Estuviste en llamas —dijo Jay, agarrándome y girándome.
—Creo que ese podría haber sido nuestro mejor espectáculo por
siempre —dije, sonriendo al grupo de admiradores que estaban retenidos
en las puertas—. Sin competencia —añadí, limpiándome el sudor de mi
cuello.
—¿Estás lista para esto? —preguntó Jay, señalando con la cabeza al
grupo de chicas, con un grupo selecto de chicos mezclados.
—Sí.
Tardé dos horas en desenredarme de ellos, Jay retrocedió para elegir
a cuál de las chicas iba a llevar al autobús para que estuviera a su
alrededor. Burt me observaba, sonriendo, mientras bailaba de vuelta al
autobús.
—Es agradable verte de nuevo feliz —dijo, abriendo la puerta.
—Es agradable sentirse de nuevo feliz —acepté, subiendo a la
cabina—. Nos vemos en un rato —le dije, tirando de la puerta y
bloqueándola. El aire acondicionado golpeó mi piel sobrecalentada y
sudorosa, enviando un escalofrío a través de mi cuerpo.
Tal vez las cosas jamás serían como lo habían sido antes. Tal vez no
sería tan imprudente. Tal vez no caminaría desnuda, ni iría sola a los
199 manicomios, ni confiaría en tantos extraños al azar. Pero podía seguir
adelante. Ser una versión más nueva y mejorada de mí misma.
Y, tal vez no me sentiría del todo similar por alguien como lo hice con
Isaiah, pero eso era normal. Todos dejaban sus propios agujeros únicos en
tu interior, unos que nadie más podía llenar, que siempre llevaría su
nombre. Era inútil perseguir eso otra vez. Porque nunca sería lo mismo. Pero
podía esforzarme por encontrar algo nuevo. Alguien nuevo. Podía abrirme
a la posibilidad de una relación, cosa que tenía que admitir, nunca había
sido algo a lo que hubiera dado una oportunidad. Por culpa de las giras. O
los celos porque pasaba mucho tiempo con otros hombres. Por culpa de
mi espíritu independiente, a veces abrasivo. Nunca le había dado a un
chico la oportunidad de hacer más que pasar una semana o dos a mi
lado.
Pero eso podría cambiar. Podría madurar. Podría encontrar a alguien
interesante y aventurero, y que aceptara mi inusual estilo de vida. Podría
encontrar a alguien y dejar que sea parte de mi vida.
Porque, me había dado cuenta, eso era lo que quería. Quería la
comodidad. El afecto. El sexo. Quería establecerme un poco.
Lo que sin duda daba un poco de miedo. Pero era una oportunidad
que quería aprovechar.
Tomé una respiración profunda, un olor inusual haciendo que me
picara la nariz. Era uno que conocía bien.
Cobrizo. Metálico. Como centavos. Era familiar, pero no era un olor
al que estaba acostumbrada a sentir en el autobús.
Sangre. Olía sangre.
Bajé a la galera, buscando evidencia de algún corte. O tal vez la
comida que Burt había traído era particularmente sangrienta. Pero no
había nada. Entré al baño, sabiendo que cada uno había hecho nuestra
parte de vendajes antes. Pero el lavabo y la basura estaban limpios.
Entré al salón, respiré profundamente otra vez, intentando limpiar mis
senos paranasales, pensando que tal vez solo tenía el olor atrapado en mi
nariz del espectáculo. Pero todo lo que percibí fue más del olor, fuerte, casi
abrumador.
Con mi corazón alojado un poco más arriba en mi garganta, caminé
200 de regreso a las literas, deslizando la cortina de la antigua litera de Isaiah
primero, vacía desde que se fue, y sin encontrar nada. Tragué con fuerza
la sensación de náusea en mi boca, escuchando mi pulso latir en mis oídos
cuando alcancé mi cortina, que había dejado abierta, y de alguna
manera ahora estaba cerrada.
Mi pie estaba balanceado en el borde de la escalera y sentí que se
deslizaba, agarrándome al fondo de la litera con ambas manos. Porque no
podía estar viendo lo que estaba viendo.
—No —dije en voz alta, el susurro áspero de un sonido.
Porque allí, en el centro de mi cama, estaba Poe, con un largo corte
en su vientre, sus entrañas derramándose por todo mi colchón, sangre por
todas partes, oscurecida un poco por el tiempo.
Y, oh Dios, su único ojo había sido arrancado, puesto junto a su pata,
mirándome.
—No —grité de nuevo, más fuerte, perdiendo el equilibrio y cayendo
hacia el suelo, corriendo hacia el baño mientras la bilis se alzaba,
golpeando la parte posterior de mi boca. Acababa de llegar al baño
cuando vomité, duro e incontrolable, todo mi cuerpo temblando con la
sensación y las lágrimas corriendo por mi rostro.
Bajé el agua del retrete, lavando mi boca, salpicándome la cara
con agua e intentando calmarme. Intentando recuperar la compostura.
Pero era inútil. No había calma. Alguien había subido de nuevo al
autobús.
Alguien se había graduado en el asunto de dejar notas
amenazantes para realmente tomar algo que amaba y matarlo.
Brutalmente. Sin piedad. Si alguna vez se pensó que este hombre no era
tan peligroso como temía, ya quedó atrás. Porque solo los malditos
psicópatas matan animales.
Y si estaba dispuesto a matar a Poe, ¿en dónde dibujaba la línea?
¿Los chicos estarían en peligro? ¿Podrían ser los próximos? Ellos, tan llenos
de su confianza masculina, tan seguros que nada podría derribarlos jamás.
¿Sus ideas de invencibilidad los harían descuidados? ¿Podrían terminar con
sus entrañas arrancadas?
Oh, Dios mío. Tenía que llegar a ellos. Maldita sea, tenía que
advertirles. Pero eso significaría correr por un campo vacío por mi cuenta.
En medio de la noche. Cuando había algún maldito enfermo ahí suelto.
201
Puse mi mano en la jamba de la puerta entre el baño y el salón,
intentando descubrir qué podía hacer.
Tendría que esperar. Esperar a que vuelvan. Rogando que no fuera
demasiado tarde. Entonces podríamos unirnos. Intentar pensar un plan.
Intentar avanzar juntos. No podía ayudarlos sin arriesgarme. Solo tenía que
controlarme de una puta vez y mantener la calma. Y esperar.
Estarían juntos. Con un grupo de fanáticas con ellos. Estarían bien. Si
debería preocuparme por alguien, debería ser por mí.
Me acerqué al salón, mirando a mi alrededor como si alguien podría
salir de debajo de los cojines, al estilo de una película de terror. Tomé una
botella de agua, dando un sorbo lento y tembloroso, intentando ayudar al
ardor en mi garganta. No podía obligarme a pasar las literas, a pasar por el
pequeño cuerpo sin vida de Poe.
Me quedé allí parada, con el corazón martillando, el pulso en mis
oídos, mi garganta y mis muñecas, sintiéndome fría por la conmoción y los
vómitos, sintiéndome completa y absolutamente sola y jodidamente
enloquecida.
No había nadie ahí. Ya había recorrido todo el autobús. Si hubiera
alguien allí, los habría encontrado. Estaba sola. Lo que solo era
jodidamente aterrador. Aunque a la vez estaba a salvo porque estaba
sola.
Pero incluso a medida que estaba intentando convencerme de eso,
lo escuché. Al principio lo confundí con mi propio latido. Respiré
profundamente, conteniéndolo, escuchando. Y lo escuché de nuevo. Unos
pies arrastrándose.
No, no un simple arrastre de pies. El golpeteo tranquilo de unos
zapatos en el piso duro. Lento. Como si alguien estuviera dando un paso,
deteniéndose y luego dando otro. Pero el sonido estaba, innegablemente,
viniendo en mi dirección.
Y no tenía ni una jodida salida.
Miré frenéticamente a mi alrededor, intentando encontrar algo que
pudiera usar para defenderme. Pero no había nada más que botellas de
bebidas, algunas púas de guitarra y una sudadera descartada. Nada de
uso para mí. Estaba por mi cuenta. Contra alguien que obviamente tenía
202
algún tipo de cuchillo.
Mierda. Mierda. Mierda. Mierda.
Tal vez estaba exagerando. Tal vez era uno de los chicos. No es
como si siempre se anunciaran cuando subían al autobús. Y, además, era
un blanco fácil, de todos modos me descubrirían.
—¿Jay? —pregunté, sabiendo en el fondo de mi alma que no era él.
Él siempre era demasiado escandaloso. Nunca daba un paso vacilante.
Caminaba como si tuviera unos jodidos bloques de hormigón adheridos a
sus pies.
No hubo respuesta. Los pasos se detuvieron por más tiempo, como si
quienquiera que fuera, estuviera disfrutando con mi incomodidad. Lo cual,
por supuesto, así era.
—¿Burt? —pregunté. Él a veces caminaba lento. Cuando estaba
revisando cosas. O limpiando cosas. Pero… nunca volvía a subir al autobús
hasta que todos los demás regresaran, todo estuviera empacado y listo
para salir a la carretera.
Otra larga pausa. Llevé mi mano a mi garganta, como si con poner
mis dedos allí, pudiera aflojar el nudo y respirar. Los pasos comenzaron de
nuevo. Cerca de mi litera. Más cerca. Una parte de mí, irracionalmente,
quería cerrar los ojos como un niño. Como si al no poder verlo, no estaba
sucediendo.
—Inténtalo de nuevo —dijo la voz, familiar. Tan familiar—. Tal vez la
tercera vez sea la vencida.
—No —dije sin aliento. No, no, no, no, no, no.

203
Veinticuatro
—S
í —dijo, burlándose, con una sonrisa que parecía tan
equivocada en un rostro que creía conocer tan bien.
Los cálidos ojos marrones. El corto cabello rubio.
El cuerpo largo y delgado.
Todo en él siempre había parecido tímido, dulce y vacilante.
—¿Todd? —pregunté a medias, porque simplemente no podía creer
lo que estaba viendo.
—Nunca pensaste en sospechar de mí, ¿verdad? —preguntó,
extendiendo las piernas de modo que sus botas golpearan a ambos lados
de la puerta—. El pobre y virginal Todd —se burló, inclinando la cabeza
204 hacia mí—. Fue una buena cubierta, ¿no?
—¿Años? ¿Has estado manteniendo el disfraz durante años? —
Jesucristo. Vivimos juntos la mayor parte del tiempo. Comimos, jugamos,
cantamos, bailamos, hablamos. Habíamos sido tan cercanos como era
posible. ¿Y todo fue solo una farsa?
—Siempre es mejor cuando… demoras la gratificación —contestó y
sonrió, y eso me heló hasta los huesos.
—¿Por qué?
—¿Por qué, qué? ¿Por qué tú?
—Para empezar.
—No me gustan las mujeres como tú.
—¿Como qué? —pregunté, intentando distraerlo, intentando alargar
esta conversación. Intentando ganar más tiempo para que alguien pueda
venir a ayudar.
—Que piensan que son tan fuertes. Tan feroz. Mucho mejor que los
hombres. Oh, si supieras cuántas noches volví a este autobús, pensando en
todas las formas en que te haría consciente de lo débil que eres en
realidad. Acaricié mi polla pensando en abrirte algunos agujeros y
follármelos. Yo… —Me sentí palidecer por sus palabras, tragando duro para
mantener lo que sea que quedara en mi estómago, ahí abajo. Su cabeza
se inclinó hacia un lado, pareciendo divertido—. ¿Cuál es el problema,
Darcy? ¿Eso te enferma?
Tiempo. Necesitaba tiempo. Necesitaba aguantar. Sin importar lo
mucho que quisiera gritarle. Enojarme. Demonios, llorar. Sin importar lo
mucho que quisiera intentar huir. Jamás escaparía.
—¿Por qué comenzar con las notas de repente? —pregunté, sin
dejar de mirarlo, aunque era el último lugar donde quería mirar. Ver un
monstruo donde solía haber un amigo.
—Me gustaba verte retorcerte. Sabía que nos estábamos
acercando. Que era casi la hora. Y quería verte sudar.
—Te alimentas del miedo —dije, escupiendo las palabras, ya incapaz
de moderar mis sentimientos.
—Cada gota —concordó—. Viendo ese miedo en tus ojos.
Escuchándote llorar en tu litera por las noches. Fue intoxicante.
205 —Dios, ¿siempre has sido un maldito enfermo?
Él sonrió ante eso, como si era lo que quería. Quería el desafío. Le
excitaba la idea de bajarme los humos.
—¿Quieres decir… si alguna vez he usado esto… —dijo, sacando una
cuchilla, todavía manchada de un negro rojizo de la sangre de Poe—,
antes en una mujer?
—O en un pobre animal indefenso.
Todd sonrió.
—Lo amabas. Tenía que quitarte todo lo que amabas. Tu gato. Tu
amiguito sexual…
—Bueno, ahí la jodiste —le dije, levantando la barbilla—, porque
nunca amé a Isaiah.
—¿Ah, sí? —preguntó, girando el extremo del cuchillo en mi
dirección—. Cien dólares dice que ese es el nombre que llamarás cuando
te hunda esto en ese apretado coño tuyo.
Oh, Dios mío. No podía simplemente quedarme allí. No podía
simplemente escucharlo decirme todas las cosas horribles que planeaba
hacerme. No podía dejar que tuviera esa satisfacción enferma. Porque no
había manera de que pudiera fingir que no me enfermaba y asustaba
tanto que me dijera que me iba a violar con un cuchillo. No había forma
de mantener una expresión seria ante la realidad de su depravación.
—Veo esas ruedas tuyas girando —dijo, cerrando el cuchillo y
deslizándolo en su bolsillo—. Cualquier cosa que estés pensando, bueno,
no deberías darte falsas esperanzas. He esperado demasiado por esto. Voy
a tenerte. Y maldita sea, vas a gritar. —Cerró los ojos, levantando la
cabeza, como si escuchara música en el aire.
Y volé hacia él, apartándolo un poco del camino y saliendo
disparada al pasillo con las literas a cada lado. Pero apenas había llegado
a mi propia cama cuando sentí que una mano se extendía y agarraba mi
cabello, tirándolo hacia atrás lo suficientemente fuerte como para
arrancarlo de mi cabeza, enviándome a volar hacia atrás. Golpeé el suelo
con un ruido sordo, quedándome sin aliento, haciendo que mi pecho se
sintiera comprimido.
Pero luché y retrocedí, intentando levantarme, intentando alejarme.
Entonces él estaba frente a mí, cayendo sobre mi torso, sus piernas a
206
los lados de mis costillas. Mis manos salieron disparadas, golpeando,
arañando, tratando de hacer suficiente contacto para causar dolor, para
darme otro segundo para escapar.
—Oh, sí, lucha, puta —gruñó, estirándose y agarrándome de los
brazos y fijándolos a mi lado. Empujé mi cuerpo hacia arriba, intentando
de desequilibrarlo. Pero él solo rio, moviendo sus piernas de modo que sus
rodillas aplastaran mis manos, los huesos debajo de su peso sintiéndose
como si estuvieran rompiéndose—. Esta piel pálida se verá tan bien de rojo
por todas partes.
Sus manos se extendieron hacia mi garganta, no aplastando, solo
deslizándose, como un amante. De alguna manera eso fue mucho,
muchísimo peor. Se movieron lentamente hacia abajo, apenas rozando a
través de mi clavícula, y luego trazando la curva de mis senos. Luego
agarró los costados del corsé, reuniéndolo en el centro de modo que los
botones del corsé salieran de los ganchos y el frente comenzara a abrirse.
Sus manos se movieron lentamente por mi torso, presionando, hasta
que todos los ganchos se abrieron y el material de cuero comenzó a
deslizarse hacia un lado. Él movió sus caderas hacia arriba para que los
lados pudieran caer.
El impacto del aire frío en mi piel hizo que mis pezones se
endurecieran involuntariamente y lo escuché reír entre dientes. Sus dedos
se movieron sobre mi estómago, acariciando hacia arriba, a través de mis
pechos.
Se inclinó ligeramente hacia mi rostro.
—Ahora comienza la diversión —dijo, sonriendo lentamente.
Sus dedos avanzaron hacia mis pezones, agarrando los lados de las
barras de mis piercings. Y supe con una claridad cegadora y enfermiza lo
que estaba a punto de hacer. Y supe cómo se sentiría. Como la vez que
una de ellas quedó atrapada en mi sujetador, la sensación como un puto y
ardiente atizador a través de tu pezón.
Entonces cerró los dedos alrededor, su sonrisa se extendió, y tiró con
fuerza.
Mi grito resonó en las paredes de la litera y rebotó hacia mí, más
fuerte, haciendo que me dolieran los oídos. Pareció durar una eternidad, el
tirón, luego los retorció, tirando más fuerte.
207 Y juro que hubiera dolido menos si me hubiera arrancado los senos.
Después los liberó, el dolor pasando de una sensación aguda y
caliente a un dolor punzante e insistente. No podía obligarme a mirar hacia
abajo, para ver si había tirado de las barras a través de la piel, para ver si
mis pezones aún estaban intactos.
—Mierda —dijo, su voz sonando ronca, excitada—, eso es tan
caliente.
—Todd —comencé, intentando calmar mi voz, tratando de no dejar
que el dolor se filtrara en mi voz—. No tienes que hacer esto…
—No —coincidió—, pero quiero.
A través del dolor, a través de la impotencia, sentí rabia, fuerte e
indignada. ¿Cómo se atreve? ¿Quién demonios creía que era para
ponerme las manos encima? Sentí que la ira burbujeaba desde un
profundo pozo interior, sin querer nada más que liberarse y arrancar el
corazón palpitante de su pecho. Porque nadie podía hacerme sentir así:
débil e indefensa. Porque si no tenía nada más con que defenderme, tenía
mi voz.
—Puedes lastimarme —dije, mi voz temblando de ira—. Puedes
destrozarme en pedazos. Pero jamás saldrás impune con esto. Jamás
ganarás.
—Ya gané —replicó y rio, retirando su brazo, el tiempo suficiente
para asegurarse de que registrara lo que estaba a punto de hacer, antes
de que este se balanceara y empezara a golpear mi rostro, una y otra vez.
Sentí que la piel se rompía y sangraba, sentí los huesos debajo doliendo y
quemando. Mi labio estaba destrozado e hinchado. Sus nudillos golpearon
fuertemente bajo mi barbilla, haciendo que mis dientes mordieran mi
lengua con fuerza hasta que mi propia sangre comenzó a gotear por mi
garganta.
Pensé que nunca iba a terminar. Recé para que no. ¿Qué tan
retorcido era eso? Recé para que me apaleara hasta que el dolor fuera
demasiado para mi cuerpo, y finalmente me desmayara.
Pero entonces, tan repentinamente como comenzó, se detuvo. Se
sentó de nuevo sobre mi pelvis, con las rodillas presionando fuertemente en
mis manos. Lo cual no tenía sentido. Estaba más allá de luchar. Ni siquiera
208 podía reunir la fuerza para tragar la bocanada de sangre. Respiró hondo,
mirando sus ensangrentadas manos, acercándolas a su nariz y oliéndolas,
cerrando los ojos, luego extendiendo la mano y frotando la sangre roja en
su cara.
—¿Qué pasa? ¿No tienes nada inteligente que decir ahora? —
preguntó, luciendo positivamente alegre en toda su locura manchada de
sangre—. Supongo que no eras tan fuerte como pensabas, ¿eh? Es una
pena. Tenía ganas de más pelea cuando llegara a esta parte —dijo,
extendiendo la mano hacia su cuello y sacando algo de debajo de su
camisa. Era un collar de cadena. Algo que siempre he pensado como un
accesorio de moda tonto, con un fuerte y pequeño candado
manteniéndola cerrada en el frente.
Sacó una llave, la colocó en la cerradura hasta que se abrió y se
llevó la cadena a sus manos. Su rodilla presionó más fuerte en mi mano
izquierda mientras él cambiaba el peso de mi entumecida mano derecha,
llevándola hacia el otro lado de mi cuerpo y envolviendo la cadena
alrededor de ella. Y todo lo que podía hacer era observar, sabiendo que lo
que iba a suceder me haría desear la muerte, pero también reconociendo
que no tenía sentido intentar luchar. Solo lo excitaría más.
Su rodilla se levantó de mi mano izquierda, la envolvió rápidamente
con la cadena y luego la ató junto a mi otra mano. Todd se deslizó por mi
cuerpo, buscando su cremallera, bajándola y sacando su polla dura de sus
pantalones. Se sentó, mirándome a medida que se acariciaba, deslizando
una de sus manos en su boca para probar mi sangre. Luego, se movió más
hacia debajo de mi cuerpo, sentándose a los lados de mis tobillos mientras
soltaba su polla y comenzaba a empujar mi falda hacia arriba hasta que
se amontonó alrededor de mi cintura. Sus manos se dirigieron a mis bragas,
deslizándose por debajo de ellas y rasgando la tela. Sus dedos se movieron
hacia mis muslos, hundiéndose en ellos, rastrillando hacia abajo, haciendo
que la piel arda y se rompa. Sus manos se detuvieron en mis rodillas,
agarrándolas, empujándolas para abrirlas y sosteniéndolas contra el suelo,
exponiendo mi coño, al que vio con una mirada de expectativa que hizo
que el terror se disparara a través de mi cuerpo como electricidad.
Y eso despertó el instinto de autopreservación en lo más profundo de
mi ser, para luchar, para salvarme. Mis manos pueden haber estado
incapacitadas. Pero el idiota se olvidó de mis piernas. Esperé hasta que sus
209 dedos soltaron mis rodillas y se movieron hacia sus pantalones, y entonces
arrastré mis dos piernas hacia mí rápidamente y empujé tan fuerte como
pude hacia su cuerpo, enviándolo a volar hacia atrás.
Me levanté en seguida, volando sobre mis pies, intentando correr.
Pero él ya estaba en mi camino. Y fue tan rápido. Cuando intenté pasar
por su lado, giró, extendiendo la mano y agarrándome de los tobillos por
detrás y tirando. Sentí la sensación de impotencia en mi interior
arremolinándose a toda prisa, sabiendo que estaba cayendo y dándome
cuenta que no podía impedir mi caída.
Golpeé el suelo en la galera, justo al lado de la mini cocina, mi rostro
crujiendo con tanta fuerza contra el suelo que sentí una negrura asentarse
sobre mis ojos, como si mi cerebro estuviera tratando de decidir si me iba a
desmayar o no. Traté de avanzar hacia ella, pero cuando fui a agarrarla,
me arrastraron hacia atrás, dejándome solo con la realidad. Me dolían la
mandíbula y mejilla, se me cayó un diente así que volví el rostro hacia un
lado y lo escupí.
Ahora sentí su peso apoyándose sobre la parte posterior de mis
pantorrillas a medida que él reía, un sonido retorcido y demoníaco.
Sus manos se dirigieron a mi culo, azotándolo duro, una y otra vez
hasta que la piel se sintió erizada y dolorosa. Sus piernas se movieron,
separando mis muslos y tuve una sensación vertiginosa en mi estómago al
saber lo que venía. Sabiendo que no podría detenerlo. Sabiendo que
probablemente no iba a poder sobrevivir.
Sentí sus dedos serpenteando por la cara interna de mi muslo y
escupí la maldita sangre que llenaba mi boca, absorbí todo el aire que
pude y grité. Grité un sonido del que no creí que fuera capaz, un sonido
estridente, espeluznante, sin parar, penetrante. Su dedo se presionó entre
mis pliegues, haciendo una pausa, disfrutando de mi angustia, antes de
hundir sus dedos dentro de mí con una fuerte sensación de pellizco. Se
empujaron enloquecidos dentro de mí, rozando contra las paredes,
tratando de provocar cualquier tipo de tormento que pudiera.
—¿Qué diablos? —gritó una voz y sentí que los dedos salieron de
mí—. ¡Maldito hijo de puta! —gritó Jay, y entonces todo lo que escuché
fueron voces. Joey, Mike y Burt, el sonido de la multitud que Jay había
invitado siendo echada del autobús, Burt gritándoles que llamaran a la
policía y luego cerrando la puerta. Protegiendo mi privacidad.
Me quitaron de encima el cuerpo de Todd y escuché el sonido de su
210 cabeza golpeando el suelo, escuché los gritos de Jay, lívido, palabras que
ni siquiera eran palabras cuando sus puños comenzaron a aterrizar en sus
blancos.
—Darcy. —Escuché a alguien decir a mi lado. Burt. Su voz paternal,
conmocionada, preocupada. Su mano se extendió para tocarme el rostro
y me estremecí.
—Vas a matarlo —dijo Mike, sonando como si él mismo estuviera
lleno de una ira apenas controlada.
—Bien —respondió Jay, luego el sonido de un chasquido, los huesos
rompiéndose.
—Para —suplicó Joey y supuse que estaban agarrando a Jay,
tratando de alejarlo—. Se desmayó. Está acabado.
—No habrá acabado hasta que esté jodidamente muerto. Ese
maldito traidor —dijo Jay furioso.
—Darcy te necesita —intentó Mike, y pude oír el final de la lucha,
pude escuchar el arrastrar de sus pies a medida que se arrastraba hacia
mí, deteniéndose junto a mi cuerpo.
—Tráeme una manta —dijo y pude escuchar que alguien obedecía.
Sentí que el material se asentó en mi cuerpo antes de que las manos de
Jay me alcanzaran y me pusieran de espaldas.
—Oh, Dios mío. —Pude oír a Joey decir, sonando como si fuera a
vomitar.
—¿Dónde está la puta llave? —les preguntó Jay.
Comenzaron a mirar alrededor ciegamente, cayendo de rodillas y
buscando por debajo de las mesas. Tragué con fuerza, encontrando mi
voz, débil y no realmente la mía.
—En su bolsillo.
Mike buscó en sus bolsillos, sacando la llave y dándosela a Jay. Sus
manos se movieron a tientas, temblando, sus nudillos rotos y sangrando,
haciendo que sus dedos resbalaran. Pero la cerradura finalmente cedió y
él cuidadosamente desenvolvió mis manos.
—Voy a taparte —dijo, mientras alcanzaba los extremos de las
mantas—. Levanta las manos y mantén el material alejado de tu pecho —
211 me dijo. Así el material no se quedaría pegado a mis pezones.
—La policía está aquí —dijo Joey, y a medida que lo decía, pude ver
las luces rojas y azules parpadeando.
Burt corrió hacia la puerta, la abrió, y dos oficiales vestidos de azul
entraron.
Los ojos de Jay se quedaron clavados en mi rostro, tristes,
preocupados.
—Darcy, quédate conmigo, niña bonita —dijo, pero incluso mientras
las palabras llegaban a mis oídos, sentí que me desmayaba. Porque
finalmente podía.
Podía dejarlo ir. Estaba a salvo.
Y a medida que comenzaba a ceder ante la oscuridad, sentí una
desagradable oleada de esperanza adolescente de que tal vez, solo tal
vez, cuando despertara, Isaiah estaría allí…
Veinticinco
R
ecuerdo los eventos posteriores. Recuerdo haber despertado
en la ambulancia. Recuerdo el destello de las cámaras fuera
del hospital. Recuerdo las luces brillantes y el olor a antiséptico.
Recuerdo el picor en mi brazo y la deliciosa sensación de la morfina
inundando mi torrente sanguíneo.
Estaba despierta. Pero no lo estaba al mismo tiempo. Me sentía
como si estuviera en mi cuerpo, pero desapegada de él, y de lo que
sucedía a su alrededor. Me senté en la cama del hospital. Los médicos me
hablaron, pero sus sonidos cayeron sordos en mis oídos. Recuerdo a Jay
esperando, negándose a que se encarguen de sus manos, observándome
con ojos aterrorizados. Como si me hubiera roto.
212
Supongo que así era.
Las enfermeras quitaron la manta de mis hombros, inspeccionando
mis pezones hermosamente entumecidos, limpiándolos, desinfectándolos.
Observé cómo las pesadas barras cayeron en una bandeja junto a la
cama. Me empujaron sobre una mesa de rayos X y me colocaron un
delantal de plomo mientras me escaneaban el rostro en busca de huesos
rotos. Jay fue sacado a la fuerza y una doctora entró, me llevó contra una
camilla, puso mis pies en los estribos, usando un kit de violación dentro de
mi cuerpo dolorido. Lo cual no tenía sentido. No fui violada. En realidad no.
Pero no podía decirle eso. No podía decirle nada. Un dentista vino y miró
dentro de mi boca donde mi diente había salido volando por los golpes.
Hubo agujas y puntadas. Hubo gasas y más, más, más morfina.
A la mañana siguiente, desperté y vi a Jay sentado a mi lado,
dormido, con los brazos y la cabeza apoyados en la cama. Había un
guardia de seguridad afuera de mi puerta. Jay o una enfermera deben
haberse mantenido presionando mi botón de medicina para el dolor
durante toda la noche, porque el dolor que me estaba inundando ahora
era intenso, impresionante. Alcancé la bomba y lo empujé, recostándome
contra la almohada y mirando la televisión que alguien había dejado
encendida.
Apareció una periodista, mujer, joven y morena con ojos grandes y
expresivos, con una imagen de mí relampagueando junto a su rostro, de
pie fuera del hospital.
“Según los informes, Darcy Monroe fue brutalmente atacada en su
autobús de gira después de su espectáculo en el teatro Red Rock en
Mesa, Arizona anoche. Los fanáticos que estuvieron allí dijeron que su
atacante, supuestamente, no era otro que su compañero y viejo amigo de
la banda, el baterista Todd Henry, que fue puesto bajo custodia policial y
tratado por una fractura en la mandíbula y un ojo roto.
En cuanto a la señorita Monroe, un representante del hospital nos ha
asegurado que se encuentra en condición estable, vigilada de cerca junto
a su cama por Jason Twain.
El manager de la banda ha emitido una declaración para los
fanáticos, cancelando todas las fechas restantes de la gira durante la
temporada de otoño e invierno, alegando la necesidad de que Darcy
213
Monroe se recupere por completo.
Los fanáticos de esta noche esperan una pronta recuperación y se
preguntan sobre el estado de Darcy ahora que Todd Henry está bajo
custodia, y la propia Darcy Monroe está traumatizada. Esta es Mary…”
—Oye, niña bonita —dijo Jay, bajando el volumen con el control
remoto que sostenía—, no mires esa mierda. Nada de eso importa. Tú eres
lo único que importa. Solo tú —dijo, extendiendo la mano como si fuera a
acariciarme la cara, pero su mano cayó al ver la gasa. En cambio, tomó
mi mano, frotándola—. Sé que el doctor dice que estás en shock y que
probablemente no me vas a responder, o tal vez ni siquiera me escuches…
pero yo solo… necesito saber que estás bien. ¿De acuerdo? Necesito que
me des una señal —suplicó, con los ojos vidriosos. El grande y rudo Jay
estaba a punto de llorar. Ante mi silencio, asintió levemente—. De acuerdo.
Lo sé. Necesitas tiempo. Eso fue… maldición, Darce —dijo, apartando la
mirada de mi cara—. Cuando vi a ese bastardo… todo lo que pude pensar
fue que quería matarlo. Quería matarlo con mis propias manos. Lo habría
hecho —añadió, volviendo a mirarme, con los ojos atormentados—. Me
habría encantado ver cómo su maldita vida se desvanecía de su cuerpo
inútil si no me hubieran quitado. Maldita sea, merecía morir por lo que te
hizo. No puedo creer…
—¿Cómo está? —preguntó Mike, vacilante, de pie junto a la puerta
como si temiera mirarme.
—Todavía en shock —contestó Jay, apretando mi mano una vez
más.
—La administración nos está obligando a tomar un año sabático —
dijo Joey, entrando.
Jay me miró, sus ojos tristes.
—Bien. Creo… creo que ella lo necesitará.
—¿Cuánto tiempo va a estar así? —preguntó Mike, mirándome
rápidamente, con un destello de disgusto registrándose en su rostros a
medida que, sin duda, recordaba la noche anterior.
—No tienen idea —respondió Jay—. Podrían ser unos días. Algunas
personas pasan semanas. Incluso meses. Dijeron que será liberada pasado
mañana y que deberíamos hacer que vea a un psiquiatra en la ciudad.
214 Voy a… mudarme con ella. Ni siquiera puede cuidarse sola.
—Ayudaremos —dijo Burt, con los ojos enrojecidos e hinchados como
si hubiera estado llorando—. Lo que sea que necesite, puedes contar con
nosotros —dijo, resoplando—. Ese puto bastardo. Confié…
—Todos lo hicimos —dijo Jay, encogiéndose de hombros—. No
podríamos haberlo sabido. No es culpa de nadie. No la ayudará si todos
comenzamos a culparnos entre nosotros mismos. Tenemos que avanzar.
Ayudarla a volver con nosotros.
Como estaba previsto, dos días después me dieron de alta con unos
pantalones vaqueros y una de las camisetas sueltas de Jay que las
enfermeras me habían puesto. Podía hacer cosas. Comí. Fui al baño.
Caminé cuando me lo pidieron. Pero no estaba allí.
Era como si estuviera viendo cómo la vida se movía a mi alrededor,
como si yo no estuviera allí. Pero estaba bien. Estaba bien porque estaba
entumecida. Incluso sin la morfina, me sentía vacía.
Jay y los chicos intentaron bloquearme de las cámaras mientras
caminábamos del hospital al auto con las ventanas tintadas. Condujimos
en silencio al aeropuerto donde me empujaron en un asiento y volvimos a
la ciudad.
Mi apartamento estaba como lo dejé, pero no sentí nada en mi
regreso a casa. Sin familiaridad, sin conexión. Nada de nada. Jay me llevó
a mi habitación, haciéndome acomodarme en la cama, y luego
prometiéndome que volvería tan pronto como corriera a buscar algo de
comida para poner en la nevera.
Me levanté tan pronto como escuché que la puerta se cerraba,
caminando hacia mi baño y encendiendo la luz.
Nadie me había dejado acercarme a un espejo desde que fui
admitida, desde que me fui. Capté miradas furtivas en las ventanas
tintadas, pero eso era todo.
Tal vez era señal de que estaba saliendo a la superficie, pero
necesitaba ver. Eso era todo en lo que podía pensar.
Literalmente, era el único pensamiento que atravesó la niebla de mi
cerebro: necesitaba ver.
Mi rostro todavía era mío. Podías ver las mejillas regordetas, el
mentón suavemente puntiagudo, los ojos verde claro. Pero, al mismo
215 tiempo, no era yo. Porque había moretones morados y amarillos cubriendo
la mayor parte. Mi mejilla estaba abombada por las encías hinchadas
donde se había caído mi diente. Mi labio tenía una herida desagradable
corriendo a través de él. Quedaría una cicatriz. Perdería el enrojecimiento
y se desvanecería a rosa y estaría allí para siempre.
Tomé aliento, alcanzando el dobladillo de mi camisa y tirando de
ella hacia arriba. Los piercings en mis pezones ya no estaban, perdidos en
el hospital en alguna parte, probablemente para ser vendidos en línea por
una pequeña fortuna. Mis pechos estaban magullados, de un ligero azul
claro por las marcas. Los pezones en sí tenían delgadas suturas
puntiagudas sobresaliendo de ellos.
Solté la camisa, entré en mi sala de estar, abrí la puerta del balcón y
salí. Sin una intención clara. No estoy del todo segura de haber sido capaz
de hacer planes. Solo sentí la necesidad de respirar. De espacio. De poder
aspirar profundamente.
Caminé hacia la piscina, sentándome en el borde, deslizando mis
piernas en el agua, a pesar de lo frío que estaba el aire. Levanté la
cabeza, mirando a mi alrededor, observando todo lo que había visto una
docena de veces: la barandilla, la línea de la ciudad, el armario donde
estaba el sistema de entretenimiento, el armario donde estaban las toallas.
Se me vino una imagen a mi cabeza: Isaiah descansando en el diván
frente a ese gabinete, un libro abierto en su regazo, un whisky junto a él.
Sentí una punzada, una puñalada.
Era lo primero que sentía en días. Agudo, ardiente. Como un cuchillo
en algún lugar dentro.
Luego, tan rápido como apareció, desapareció.
Agaché la cabeza, mirando el agua.
—¿Hola? —gritó una voz femenina, sonando como si viniera de muy
lejos, como si estuviera escuchando sonidos bajo el agua—. Eres Darcy,
¿verdad?
La ignoré por un largo tiempo, mirando el agua, y luego
olvidándome de que ella estaba allí, miré a mi alrededor otra vez, viendo a
una mujer al otro lado de la piscina, alguien que nunca antes había visto,
pero con grandes ojos verdes que pertenecían a alguien que yo conocía.
Su largo cabello rubio estaba recogido de su bonito rostro, y unos tatuajes
serpenteaban por sus brazos.
216 Ante mi rostro levantado, una mirada de sorpresa nubló su rostro.
—Oh, Dios.
—¿Quién diablos eres? —preguntó Jay enfurecido, volando hacia el
balcón, toda furia y protección.
Era intimidante cuando estaba enojado, pero la chica no se
encogió.
—Soy Fiona.
—Eso no significa nada para mí —dijo Jay, cruzando los brazos sobre
el pecho, moviéndose para bloquearme de la vista—. No perteneces aquí.
Esta es propiedad privada.
Hubo una sonrisa lenta y astuta que se extendió por su bonito rostro.
—Tu numerito protector es lindo y todo, pero creo que la mitad de
este balcón también le pertenece a mi hermano.
—¿Isaiah? —preguntó Jay, dándome un vistazo con una mirada
preocupada.
—Sí —contestó y asintió, siguiendo su mirada—. ¿Ella, está bien?
Jay pareció derrotado, apartándose de mí y mirándola.
—No lo sé. Honestamente, en realidad no lo creo. Es como si ella…
estuviera rota.
—Escuché que fue atacada, pero mierda…
—Sí. El doctor dijo que está en shock, pero… es como si ya no
estuviera aquí.
—Asumo que eres tú quien machacó la cara de ese hijo de puta —
observó, sin sonar completamente incómoda con la idea.
Jay asintió, mirándome, luego hacia el apartamento de Isaiah.
—¿Él está aquí? —preguntó, sonando desesperado—. No sé si él te lo
dijo, pero tuvieron algo hace un tiempo atrás.
—Si por “tuvieron algo” te refieres a que se amaban, aunque ambos
fueron demasiado tercos para admitirlo, entonces, sí, lo sé. —Tomó aliento
visiblemente y negó con la cabeza—. Pero, no, no está aquí. En realidad,
se fue justo después de que lo echaran de la gira. Tuvo algún tipo de
colapso y regresó a la casa de nuestra infancia. No tiene planes de
regresar.
217 —¿Crees que, si tal vez… él supiera… sobre Darcy…? —Se detuvo,
sonando completamente incómodo porque sabía que pondría objeciones
a su plan si estuviera en mis cabales. Pero el problema era que, no lo
estaba. Y él estaba esencialmente a cargo de todo lo relacionado con
Darcy.
—No lo sé. Es bastante… terco.
—Él la ama —razonó Jay, sonando muy práctico sobre un tema por
el que generalmente se burlaba.
—Sí —concordó Fiona, asintiendo—. Iré a hablar con él. Pero, no
puedo hacer ninguna promesa. —Ella fue a dar media vuelta y luego se
volvió—. Isaiah tenía un psiquiatra cuando estaba aquí. Si quieres, puedo
llamarla y ver si puede… venir… ¿y ver qué puede hacer para ayudarla?
—Eso sería genial —dijo Jay, asintiendo—. Ni siquiera sabía por dónde
empezar con eso. Pero, quiero decir… mírala. Necesita ayuda.
—Estará bien —afirmó Fiona y asintió, su voz firme.
—No puedes saber eso.
Una pequeña y extraña sonrisa jugueteó en los labios de Fiona.
—Es fuerte. Te sorprendería lo que las mujeres pueden superar. No
somos un montón de idiotas debiluchos como ustedes los hombres. —
Terminó sonriendo y comenzó a alejarse.
—¿Lo encontrarás? —le preguntó Jay a medida que ella se retiraba.
—Sí —contestó, entrando en el apartamento de Isaiah, el sonido de
la puerta detrás de ella.
Jay se volvió hacia mí, sus ojos viéndose tan pesados.
—Muy bien, niña bonita —dijo, acercándose a mí, deslizando sus
manos bajo mis brazos, cuidando mantener sus dedos lejos de mi pecho y
levantándome—. Vamos a darte algo de comida y medicina. —Me besó
en la sien a medida que caminábamos—. Va a regresar —añadió,
llevándome a la casa—. Él vendrá y te ayudará a mejorar.
Sentí la sensación ardiente y punzante de nuevo, mirando hacia otro
lado de él y sacudiendo la cabeza.

218
Veintiséis
E
staba caminando de vuelta desde el arroyo, con la camisa
echada sobre mi hombro, una cuerda con dos peces
colgando de ella en mi mano. Habían sido una captura
relativamente fácil.
Las cosas se estaban volviendo más fáciles. Me estaba ajustando.
Viviendo en la tierra como solía hacerlo. No era fácil, pero estaba bien.
Trabajo duro. Mantenía mi mente ocupada. Me impedía pensar en cosas
que sabía que no debería. Como unos ojos verde claro. Como un cabello
largo y negro. Como una voz dulce y ronca. Como tener sus brazos…
Mierda.
219 De acuerdo, tal vez todo eso de olvidarla no estaba yendo tan bien
como había planeado. Pero, para ser justos, no había mucho en el bosque
para mantener la mente ocupada. El cuerpo, seguro. La mente, no tanto.
Y solo hay tantas veces que puedes leer un manual sobre cómo construir
un sótano antes de que surja en tu mente la idea de una hermosa, pálida y
perfecta Darcy, deshaciendo una hora completa de control sin pensar en
ella.
Pero, demonios, al menos ya no eran todos los malditos minutos.
El tiempo…
—¿Qué diablos? —pregunté, todavía sintiéndome un poco extraño
en cuanto a maldecir en un lugar donde solía estar estrictamente
prohibido. Pero no había otra manera de decirlo. Porque Fee estaba de
vuelta, otra vez. Con jeans y una camiseta manga larga, su largo cabello
rubio echado hacia atrás—. No creo haberte visto tanto cuando ambos
vivíamos en la ciudad.
—Isaiah —comenzó, sus ojos verdes completamente abiertos y
reservados.
—¿Qué pasa? ¿Las chicas? ¿Están bien las chicas?
—Las chicas están bien —contestó, levantando una mano.
—¿Es ese maldito esposo tuyo? ¿Qué hizo?
Ella sonrió levemente ante eso.
—Hunter está bien. No hizo nada. Y deja de actuar como todo un
hermano grande y malo. Lo amas.
—Hasta que te joda. Entonces estará muerto para mí. ¿Qué pasa? Te
ves realmente asustada.
Ella asintió, apoyándose en un árbol como si quisiera el apoyo.
—Estaba en la ciudad lidiando con algunos cabos sueltos que
dejaste en la compañía. Así que me estaba quedando en tu casa…
—Fee, maldita sea, escúpelo —dije, dejando caer el pescado en un
cubo y limpiándome las manos en mis pantalones.
—No me trates así, hijo de puta. Estoy aquí por ti.
—Fee…
—Me estaba quedando en tu apartamento y salí al balcón y…
220 Darcy estaba sentada junto a la piscina.
Sentí un torrente dispararse en mi interior por el sonido de su nombre
y me pregunté si eso cambiaría alguna vez. Si alguna vez me
acostumbraría. Si alguna vez llegaría a ser como cualquier otro nombre.
—¿Y qué? —pregunté, intentando deslizar un poco de hielo en mis
palabras porque todo lo que sentía por dentro era calor—. Vive allí. —
Empecé a caminar hacia la casa y me detuve, volviéndome—. Espera…
debería estar de gira hasta al menos la primavera.
—Su gira fue cancelada, Isaiah.
—Eso no suena típico de ellos.
—Isaiah… Darcy fue atacada de nuevo…
—¿Qué? —exploté. Esa era la única manera de describirlo, sentí que
todo lo que había dentro de mí estaba a punto de explotar.
Fee bajó la vista a sus pies.
—Fue terrible. Quiero decir… la noticia decía que no estaba en
buena forma, pero…
—¿Qué pasó? ¿Quién lo hizo? —Necesitaba saber todo.
—Era un tipo en su banda —comenzó Fee.
—Jay no —dije, negando con la cabeza, sintiéndome mal por la
idea.
—No. No. El baterista, Todd algo.
¿Todd? ¿Todd? ¿El tímido, mojigato, reservado y maldito Todd?
—Mierda, dame detalles, Fee.
—Lo siento, solo… quería facilitarte las cosas. Um. Fue después de un
concierto en Arizona. Darcy regresó al autobús para encontrar a un gato…
—Poe —proporcioné, automáticamente, pensando en su fea carita
que era tan dulce a la vez.
—Sí. Bueno, ella lo encontró asesinado en su litera. Y luego Todd,
um…
—¿Qué le hizo? —pregunté, mi voz hirviendo, sin querer saber los
detalles, pero necesitando saberlo.
—Le arrancó los piercings de los pezones —dijo, con un temblor
221 visible en todo el cuerpo—. Después golpeó su rostro realmente mucho. Yo,
ah, cuando la vi… apenas la reconocí y Jay dijo…
—¿Qué más? —pregunté, mis manos apretándose en puños—. ¿Qué
más le hizo? ¿Él la…?
—¿Violó? —preguntó, tragando con fuerza—. Quiero decir, eso no
estaba en las noticias ni nada así, pero uno de los fanáticos que estaba a
punto de subirse al autobús… dijo que la tenía de cara contra el piso, le
habían arrancado las bragas y estaba… tocándola violentamente con los
dedos…
—¡Maldito hijo de puta! —grité, volteando y golpeando mi puño en
lo más cercano a mí, que resultó ser un árbol muy grande, muy duro. Mis
nudillos se abrieron, sangrando ligeramente por mi mano. Me incliné hacia
delante, descansando mi frente contra el árbol. Tenía que recobrar la
compostura—. ¿Ella… está bien? —pregunté, mi voz sonando más triste de
lo que alguna vez la había escuchado.
Ante el silencio de Fee, me volví, preocupado.
—¿Fee?
Ella extendió la mano, pasándose una por las cejas.
—Ella está como… catatónica, Isaiah —dijo, encogiéndose de
hombros—. Está allí, pero a la vez no. En cierto modo, solo mira fijamente a
la nada. Jay dijo que el doctor dijo que estaba en shock y que no están
seguros de cuánto tiempo durará, o qué podría sacarla de eso…
Me alejé de ella, yendo hacia el costado de la casa.
—Isaiah, ¿qué estás…? —comenzó, a medida que me veía abrir la
puerta del gallinero, soltando las malditas aves insoportables que me llevó
un mes atrapar y encerrar—. ¿Qué estás haciendo?
Pasé junto a ella, entré a la casa, rebusqué entre varias cosas y
saqué mi billetera, metiéndola en mi bolsillo. Agarré mi camisa del suelo
afuera, deslizándomela.
—Voy a verla —le dije, mientras me adentraba en el bosque.
Fee corrió detrás de mí, ni siquiera sus largas piernas fueron capaces
de seguir mi ritmo castigador. Porque necesitaba llegar a ella. Necesitaba
ver por mí mismo que estaba bien, físicamente. Necesitaba encontrar los
mejores jodidos doctores del país para cuidarla mentalmente. Necesitaba
222 obtener más detalles de Jay.
Maldita sea. Solo tenía que verla.
Veintisiete
E
l viaje a la ciudad se sintió insufriblemente largo. Fee condujo
con su usual abandono imprudente, golpeando la bocina a
cada rato.
—¡Estúpido hijo de puta! ¡Se llama luz intermitente! —gritó—. Oh,
genial. Sí, córtame el camino y luego ve a un ritmo glacial. Eso es
jodidamente maravilloso. ¡Sí, tú, imbécil! —Era una furia al volante
incitando un altercado en cualquier momento—. Lo siento —dijo,
golpeando su cabeza contra el reposacabezas en una luz roja—. Me dejo
llevar. No puedo… expresarme adecuadamente cuando las niñas están
en el auto. Supongo que solo lo reprimo. Isaiah… —dijo, extendiendo la
mano para tocar mi mano justo encima de mis sangrientos nudillos—,
223
relájate. No le hará ningún bien si vuelves a entrar en su vida
completamente enojado y tenso. Está en shock. Necesita… calma.
Asentí. Tenía razón. Necesitaba controlarme. Me volví, mirando por la
ventana.
—¿Fee?
—¿Sí? —preguntó, mirándome de lado.
—Eres… una mujer…
Tomó el volante con una mano, y bajó la otra mano para agarrar su
teta.
—Parece que sí.
Puse los ojos en blanco.
—¿Hay…?
—¿Hay qué? —preguntó, dando un brusco giro al automóvil.
—¿Hay alguna manera de que ella vuelva de esto? ¿De él
habiéndole… hecho… eso a ella?
Fiona respiró hondo, encendió la luz intermitente y se acercó al
hombrillo. Detuvo el auto un momento, girando en su asiento para
mirarme.
—Oye —comenzó, esperando a que me gire para enfrentarla—. No
te atrevas a irrespetarla al implicar que un incidente en su vida la va a
definir para siempre. Ella merece una mejor opinión que esa del hombre
que dice amarla.
—No dije que la amaba.
—Sí —resopló, volviendo el automóvil hacia la carretera—, está bien.
Nos detuvimos frente a mi complejo de apartamentos unas horas
más tarde y abrí la puerta, saltando antes incluso de que el automóvil se
detuviera. Corrí hacia el vestíbulo, apuñalé mi llave en el ascensor privado
e impacientemente golpeé mi mano contra la barandilla interior mientras
subía al último piso.
Salí corriendo de las puertas tan pronto como se abrieron lo
suficiente como para que pudiera pasar, sin prestar atención alguna, y
224 chocando contra alguien.
—Mierda —dijo una voz familiar, empujándome, y levanté la vista
para encontrar a Jay, sosteniendo una canasta de ropa. Al jodido Jay,
infame estrella de rock y mujeriego, llevando una canasta de lavandería
rosada—. Guau —dijo, asintiendo hacia mí—, eso fue rápido.
—¿Dónde está? —pregunté, avanzando hacia su puerta.
—Hombre, ni te atrevas —dijo, sacudiendo la cabeza.
—¿Qué diablos quieres decir con eso? —pregunté, volteando y
atacándolo.
—Quiero decir que apestas a jodido pescado —dijo, sonriendo
levemente—, y parece que tu mano perdió una pelea con una maldita
pared.
Miré hacia abajo, a la sangre seca y oscura encostrada sobre mi
mano.
—En realidad, un árbol.
Jay asintió, casi como si entendiera perfectamente. Probablemente
lo hacía.
—Dúchate, véndate esa mano, y luego te llevaré con ella.
Asentí. Él tenía razón. Necesitaba limpiarme y calmarme. Me dirigí
hacia mi puerta, deslizando la llave en la cerradura.
—Oye, Jay —llamé, y él regresó del ascensor.
—¿Sí?
—Dime que alguien golpeó a ese imbécil.
Jay sonrió, una sonrisa lenta, sádica y feliz.
—Ni siquiera se puede reconocer al maldito hijo de puta.
Asentí, cerrando mi puerta.
—Bien.
Me di una ducha larga, me afeité, me vendé la mano y me puse
unos pantalones grises limpios, una camiseta negra y zapatos. Era la
primera vez que me miraba en el espejo en unos buenos dos meses… ¿o
era más tiempo? Demonios, ni siquiera lo sabía. Mi piel estaba más oscura
de todo el tiempo bajo el sol, mis manos estaban llenas de nuevos cortes,
callos y cicatrices. Y estaba más delgado. Lo que no era de sorprender
225 dado lo jodidamente poco que había estado comiendo, pero aún era
agradable a l vista.
Me moví hacia las puertas del balcón, mirando hacia fuera. ¿Qué
diablos iba a decirle? Especialmente si estaba tan mal como Fee dijo.
Apenas podía decirle algo cuando estaba en un lugar mejor. Siempre
estaba metiendo la pata y comportándome como un idiota. Así que,
¿cuáles eran las posibilidades de que dijera lo correcto ahora cuando ella
más lo necesitaba? Maldita sea, escasas a ninguna.
Pero entonces la vi. Saliendo al balcón en una camiseta blanca
inmensa y unos pantalones de chándal rojos holgados. Su largo cabello
parecía desordenado, descuidado, flotando alrededor de su cuerpo en un
desastre enredado. Pero no era la falta de cuidado personal lo que me
sorprendió. Eran sus ojos en blanco, completamente vacíos, brillantes, en su
rostro maltratado.
—Jesucristo —jadeé, observándola mientras ella se sentaba junto a
la piscina, colocando sus piernas en el agua, sin siquiera pensar en subirse
las perneras de sus pantalones.
—Te lo dije —dijo Fee, viniendo detrás de mí.
Miré por encima de mi hombro hacia ella.
—¿Qué puedo hacer? —pregunté, escuchando la desesperación en
mi voz.
Fiona se encogió de hombros, estirándose y tocando mi brazo
brevemente.
—Solo puedes… estar con ella.
Respiré profundamente, asintiendo, luego alcancé y abrí la puerta.
Jay todavía no había vuelto de la lavandería, pero no podía esperar más.
No con ella sentada allí viéndose tan sola y rota.
Caminé hacia la piscina lentamente.
—Darcy —dije, en voz baja, como si estuviera hablando con un
animal herido. Que era exactamente lo que parecía.
Su cabeza se levantó, en reconocimiento. Podría haber jurado que
la vi hacer una mueca cuando sus ojos se posaron en los míos.
—No está hablando —dijo otra voz familiar, una que definitivamente
no pertenecía a ese escenario.

226 La doctora Todd.


Miré hacia donde Jay la conducía al balcón.
—¿Qué demonios estás haciendo aquí?
Ella sonrió, casi cálidamente, hacia mí.
—También es bueno verte otra vez, Isaiah. ¿Qué le hiciste a tu
mano?
—Estaba luchando contra un cocodrilo —respondí, secamente—.
¿Qué estás haciendo aquí?
—Tu hermana me dio su número de modo que pudiéramos traer a
alguien hasta aquí inmediatamente para ver cómo está Darcy —dijo Jay,
encogiéndose de hombros.
—Mira —dijo la doctora Todd, sonando razonable—, sé que este es
un gran conflicto de intereses, pero…
—Eso me importa una mierda. Solo… arréglela.
La doctora Todd miró a Darcy, una sonrisa triste jugando en sus
labios.
—Me temo que no es tan simple. Podría ser un largo camino para
ella. Está traumatizada, Isaiah —dijo, caminando hacia Darcy, sus tacones
resonando en el cemento. Se arrodilló junto a Darcy, extendió la mano y le
puso un brazo en el hombro—. Hola, Darcy. ¿Cómo estás hoy? —preguntó,
encogiéndose de hombros cuando no recibió una respuesta, como si no
estuviera esperando una—. Es importante que la abordemos como lo
haríamos si estuviera en su estado mental normal. Aún puede oírnos.
—¿Ya has hablado con ella? —me preguntó Jay y los ojos de la
doctora Todd también se encontraron con los míos.
—No, yo solo… dije su nombre… y ella me miró, estremeciéndose.
Creo.
—¿Por qué no vienes aquí y te sientas con ella? —sugirió la doctora
Todd, levantándose y alejándose.
Metí mis manos en mis bolsillos.
—¿Por qué?
—Porque ella ni siquiera me mira, y he estado aquí todos los días
durante los últimos días —dijo—. Sí, y quiero decir… ella me mira. Pero no
en respuesta a nada de lo que digo.
227 Respiré profundamente, caminando lentamente hacia ella. La
decepción era como un cable vivo dentro de mí. Creo que una parte de
mí, engreída y estúpida, había pensado que podría verme y
simplemente… despertar de todo esto. Avancé para sentarme, con las
piernas cruzadas a su lado.
—Vamos a… estar por aquí —dijo la doctora Todd, tomando a Jay
del brazo y llevándolo al otro extremo del balcón, fuera del alcance del
oído.
Los vi por un minuto, antes de dejar escapar un suspiro tembloroso y
volverme hacia Darcy. La miré a la cara por un segundo, levanté mi mano
lentamente hacia su rostro, y metí su cabello detrás de su oreja.
—Hola, cariño —le dije en voz baja, mirando su cara girarse
levemente hacia la mía.
De nuevo, una mueca. Pero nada más. Sin emoción. Sin
reconocimiento. Nada. Pero me estaba mirando.
Acaricié su mejilla magullada, cuidando mantener mis toques
superficiales.
—Debí haber estado allí —le dije, hablando más para mí que para
ella—. Debí haberte convencido a dejar que me quede. Esto no habría
sucedido. No habría permitido que nadie te pusiera las manos encima.
Maldición, lo siento tanto, Darcy —dije, cerrando mis ojos contra la
avalancha de culpa. La sentí estremecerse debajo de mi mano—. Vamos
—añadí, poniéndome de rodillas y extendiéndole la mano.
Cuando no se alejó de mí, puse mis manos debajo de sus brazos y la
ayudé a ponerse de pie.
Sus pantalones se aferraban pesadamente, goteando agua fría por
todo el suelo. Tomé la camiseta que estaba un poco metida en su pretina
y la saqué, dejándola caer libremente por sus muslos, deteniéndose a unos
centímetros sobre su rodilla. Entonces mis manos se movieron vacilantes
bajo su camisa, agarrando la cintura de sus pantalones y empujándolos
hacia abajo. Ella no se movió para salir de las perneras, así que me
agaché, levantando cada uno de sus pies a la vez, y sacando el material.
Desde mi posición, podía ver las marcas, las marcas de garras. Como si
hubiera sido mutilada por un maldito animal. Lo cual, supuse, era
228 exactamente lo que había sucedido.
Sin pensarlo, me incliné hacia delante y planté un beso en el borde
de una de ellas. La reacción fue como si la hubiera apuñalado. Su cuerpo
entero se sacudió lejos de mí, un siseo escapó de sus labios, sus ojos se
abrieron de par en par.
—Maldición. Mierda —dije, poniéndome rápidamente de pie,
enviando a Jay y a la doctora Todd una mirada de pánico—. Lo siento. Lo
siento, cariño. No sabía qué hacer para…
Tragó con fuerza dos veces, como si fuera una sensación nueva, sus
cejas frunciéndose.
—Yo… —comenzó, tragando de nuevo. Por el rabillo del ojo, pude
ver a Jay y a la doctora Todd moviéndose lentamente hacia nosotros, con
los ojos muy abiertos—. Yo… —comenzó otra vez, su voz un poco más
fuerte.
—¿Sí, nena? —pregunté, mis ojos suplicando a los de ella que se
quedaran conmigo, como si estuviera aterrorizado de que pudiera
escabullirse de nuevo.
Ella negó con la cabeza ligeramente, despejando la niebla en su
cerebro. Una sonrisa lenta y tímida jugó con sus labios.
—Parece que estoy sufriendo de… histeria femenina.
Me tomó tan desprevenido, que una extraña y estrangulada risa salió
volando de mi boca. Su sonrisa se extendió, un poco temblorosa, cuando
eché la cabeza hacia atrás y reí más fuerte.
—Creo que conozco un buen tratamiento para eso —le dije,
asintiendo.
Ella me dio una sonrisa débil por un segundo, luego sus ojos se
llenaron y desbordaron, las lágrimas corriendo libremente por sus mejillas,
rápidas e incontrolables.
—Isaiah…
—Shh —arrullé, envolviendo mis brazos alrededor de ella,
atrayéndola hacia mi pecho suavemente, sin apretar, recordando que le
arrancaron sus piercings—. Está bien —murmuré, llevando mis manos
torpemente para acariciar su cabello—. Estoy aquí.
—Mató a Poe —sollozó contra mi camisa, sus manos hundiéndose en
mis hombros.
229 —Lo sé —dije, besando su sien—. Recorreré los callejones hasta que
encuentre otro gatito, uno todo golpeado y feo para ti.
—Vamos a coincidir —contestó riendo, alejándose de mí, llevándose
una mano a la cara.
—Todavía eres hermosa —le dije.
—Eres un maldito mentiroso terrible —dijo, sacudiendo la cabeza.
—Darce… —dijo Jay, sonando vacilante.
Ella se giró rápidamente, limpiándose la cara.
—Jay… —Empezó, dándole una sonrisa—, lamento haberte excluido.
—Miró alrededor—. ¿Cuánto tiempo ha pasado?
—Alrededor de una semana —respondió Jay, encogiéndose de
hombros.
—¿Una semana? —gritó prácticamente, pareciendo horrorizada—.
¿Una semana? ¿Dónde está todo el mundo? ¿Qué pasó con la gira…?
—Hay mucho tiempo para eso —intervino la doctora Todd, su voz
profesional y firme—. Creo que Isaiah tiene un… tratamiento —dijo,
sonriendo maliciosamente, como si supiera exactamente a lo que nos
referíamos—, que debería poner en marcha. —Enlazó su brazo con el de
Jay—. ¿Por qué no me acompañas al metro? —preguntó, apartándolo no
demasiado sutilmente.
Ya solos, Darcy me miró.
—Viniste —comenzó, sonando casi sorprendida.
—Por supuesto que vine —le dije, sacudiendo la cabeza.
—Pero te acusé de…
—Eh. —Comencé, encogiéndome de hombros—. Ya lo superé.
—Solo así, ¿eh? —preguntó, levantando una ceja de la forma en
que solía hacerlo—. ¿Dónde estabas?
—Regresé a la casa donde crecí. Necesitaba aclarar mi mente.
—Entonces, ¿cómo…?
—Mi hermana —respondí, interrumpiéndola—. Mi hermana te vio
aquí el otro día y fue a buscarme.
—¿Por qué haría eso?
230
—Porque —contesté, alzando su barbilla—, estoy enamorado de ti,
nena.
—Hmm —dijo inclinándose hacia delante y apoyando la cabeza en
mi pecho—. Eso es bueno.
—¿Eso es todo? —pregunté, sintiendo una puñalada en el fondo.
—Bueno —dijo, echándose hacia atrás y mirándome—, quizás
también te amo.
Epílogo
—D
eja de ser tan cobarde —dijo Darcy riendo,
mirándome detrás de ella, arrastrando mis pies.
Estaba mejor. Los moretones en su cara se
desvanecieron, dejándola con su perfecta piel pálida una vez más, con
una pequeña cicatriz recorriendo su labio, todavía bastante rosada,
aunque afirmó que le gustaba. Le daba más “crédito callejero”, me dijo
una noche, riendo. Sus pezones sanaron y aun echaba de menos perder
los piercings, a lo que se le advirtió que no era una buena idea tener de
nuevo debido al tejido cicatrizal.
No volvieron de gira como Darcy había empezado a insistir solo unas
231 horas después de haber salido de su estado catatónico. Su gerente había
insistido en que ella se tomara un tiempo libre. Algo que ella entendió que
se refería a hacer algunos show pequeños y no programados por toda la
ciudad, intentando demostrarle a su base de fanáticos que ella había
regresado y estaba tan bien como siempre.
Su imagen era importante para ella.
Y no podía culparla por eso.
—No soy cobarde —objeté, metiendo mis manos en mis bolsillos—.
Simplemente no quiero estar aquí.
Ajustó la enorme mochila llena de Dios, sabía qué, de vuelta a su
espalda y me miró por encima del hombro, poniendo los ojos en blanco.
—Bueno, mierda, yo sí quiero… así que deja de llorar.
Nunca pensé que vería un día en que una mujer me hablara de esa
manera y todo lo que quisiera hacer era agarrarla y besarla. Ese era el
poder de la jodida Darcy Monroe; era lo suficientemente fuerte como para
atravesar toda la mierda que me habían metido en la cabeza toda mi
vida y lo reemplazó todo con su bravuconería, sin frenos algunos y sin
importarle nada que se pareciera siquiera a un doble estándar. Me obligó
a seguir viendo a la doctora Todd, y tenía que admitirlo, me estaba
adaptando mejor.
Esa era exactamente la razón por la cual esta pequeña idea de ella
me tenía nervioso.
—¿Dónde demonios está este lugar? —preguntó, entrecerrando los
ojos sobre la arboleda aparentemente interminable.
—A solo un par de yardas más en esa dirección —contesté,
chocando mi hombro contra el de ella suavemente para hacerla girar.
Caminamos en silencio, yo sabiendo que no tenía sentido discutir
con ella; ella demasiado preocupada con cualquier plan que tuviera
girando en su mente que, una noche, la hizo aparecer frente a mi silla de
lectura y declarar—: Quiero que me lleves adonde creciste. —Y luego
desapareció de nuevo antes de que pudiera objetar.
Así que allí estábamos, caminando por el bosque en una fresca
mañana de primavera.
—Mierda —dijo, parándose de repente, haciéndome golpear contra
232 su espalda, mis brazos posándose en sus hombros—. ¿Eso es todo? —
preguntó, señalando con la cabeza hacia la cabaña.
—Eso es todo —respondí asintiendo, masajeando su cuello
distraídamente.
—Cuando dijiste una choza… no me había imaginado una
verdadera…
—Choza —proveí, riéndome.
—¿Eso es… un pollo? —preguntó, dando un paso adelante.
—Hijo de puta —dije, viéndolo caminar de regreso al gallinero—.
Pasé semanas persiguiendo a ese bastardo, luego lo liberé, ¿y él
simplemente se quedó aquí?
Darcy rio, agarrando mi mano, y empujándome hacia la casa.
—Esto es genial —dijo, llegando a la puerta, deteniéndose cuando
mi mano se apartó de la de ella—. ¿Qué pasa?
—Finalmente logré sacar este puto lugar de mi cabeza —admití
libremente. Desde ese día en el lago, contándole sobre mi pasado,
siempre había sido fácil hablar con ella. Derramar todos los detalles
sórdidos—. No quiero volver a entrar.
Ella se giró, apoyándose contra la puerta.
—Vas a querer entrar conmigo.
—¿Por qué? —pregunté, sacudiendo mi cabeza ante su mirada.
Conocía esa mirada.
—Porque vas a follarme aquí —dijo, tocando la puerta.
—Darcy…
—No. Sin debates. Creo que será… —sonrió maliciosamente—,
terapéutico.
Antes de que pudiera abrir mi boca para contestar, ella tomó su
camisa, sacándola sobre su cabeza, revelando su perfecta piel pálida, sus
senos redondos y rosados. Buscó sus pantalones, los abrió y los deslizó hasta
sus pies. Estaba desnuda. Era tan jodidamente perfecta.
—Bueno —comencé, frunciendo los labios—, tienes un buen punto.
Ella se echó a reír, abriendo la puerta, caminando por mi vieja casa
totalmente desnuda excepto por sus robustas botas negras de combate.
233 —Santa mierda —dijo, mirando alrededor, luego bajó la vista a la
Biblia que había dejado sobre la mesa, echando la cabeza hacia atrás y
riendo—. Literalmente.
La observé, caminando, completamente cómoda con su desnudez,
mientras inspeccionaba los muebles, la chimenea, las tazas y los cuencos.
Como si estuviera tratando de formar una imagen mental firme de cómo
había sido vivir allí. No sé qué mierda había hecho en mi vida para
merecerla. Literalmente. Todo lo que sentía que había logrado era joder las
cosas. Ocultar y evadir. Sentir ira y aflicción.
Pero a ella nunca pareció importarle. Ella simplemente me aceptó
tal como era. Cada maldito centímetro de mí.
Y en su aceptación, aprendí a aceptarme a mí mismo. Aprendí a
dejar ir el pasado. Tomé el consejo de la doctora Todd. Lo puse en uso. Me
convertí en un hombre mejor.
Eso es lo que te hacía amar a una mujer como Darcy Monroe: te
hacía una mejor versión de ti mismo.
—¿Cuál de estas es tu habitación? —preguntó, haciendo un gesto
hacia las dos habitaciones.
—¿Por qué? —pregunté, levantando una ceja.
—Porque voy a follarte sobre tu cama de la infancia —respondió.
—Nena, no creo que sea una buena idea —dije, sacudiendo la
cabeza.
—¿En serio? —preguntó, acercándose, deteniéndose frente a mí,
extendiendo la mano y colocándola sobre mi entrepierna, acariciando la
cabeza de mi polla dura—. Porque parece que tienes algún tipo de…
conflicto interno.
Me reí entre dientes, sintiendo sus dedos acariciar la cabeza una y
otra vez.
—Bueno —empecé, mi voz sonando ronca—, creo que debería
compartir ese, eh, conflicto contigo.
—¿Internamente? —preguntó, mordiéndose el labio inferior.
—Mmmhmm —concordé, y su mano dejó mi polla, dejándola
palpitante por la necesidad.
—La habitación de la izquierda —contesté, tomando mi camisa,
sacándola y moviéndome hacia mi cremallera.
234
Cuando entré, Darcy ya estaba sentada en mi vieja cama, tendida
a lo largo de ella, con las piernas estiradas en el aire. Caí de rodillas frente
a ella y se cruzó las piernas por el tobillo, apuntando los dedos de sus pies
hacia el techo.
Mis manos fueron entre sus muslos, separando sus pliegues.
—¿Sabes cuántas noches me acosté aquí pensando en hundir mi
polla en un coño? —pregunté, inclinándome hacia delante y pasando la
lengua por su hendidura resbaladiza—. No tenía ni puta idea de lo
apretados que eran —dije, girando mi dedo y deslizándolo dentro de ella a
medida que mi lengua trabajaba lentamente, en círculos deliberados
alrededor de su clítoris—. O lo jodidamente deliciosos que sabían —añadí,
antes de tomar su clítoris entre mis labios y chupar ligeramente, haciendo
que su cuerpo se sacudiera, sus brazos cayeran sobre el colchón a los
costados, levantando meses de polvo.
—Está bien —dijo, sonando juguetona y excitada a la vez—, basta
de charla. Te necesito dentro de mí.
Sonreí, poniéndome de pie y empujando mis pantalones al piso.
Saqué mi polla, acariciándola ligeramente, mirando la parte posterior de
sus muslos, su coño delicado, su culo regordete. Y lo único en lo que podía
pensar era… mío. Ella era mía.
Era el hijo de puta más afortunado del mundo.
—No me importa dónde vas a hundirlo —dijo, mirándome con ojos
pesados—. ¿Por qué no me sorprendes?
Jesucristo. ¿Mencioné que era afortunado?
Avancé hacia ella, pasando mis manos por la parte posterior de sus
muslos. Llevé mi pene entre sus pliegues, frotándolo sobre su clítoris hasta
que ella se retorció contra la cama, luego deslizándolo más abajo,
empujándolo contra la entrada de su coño. Me detuve por un segundo y
entonces me hundí lentamente dentro de ella, sintiendo sus apretadas
paredes cerrándose a mi alrededor y haciendo que el deseo se dispare a
través de mi piel.
Sus piernas se movieron hacia uno de mis hombros a medida que me
observaba, mirándome mientras me deslizaba más profundo. Ya no
necesitaba follármela tan duro como me odiaba a mí mismo. Podía
235 tomarlo lentamente. Podía disfrutar cada segundo delicioso de estar
dentro de ella.
—Maldición —gimió, inhalando profundamente.
De acuerdo, no necesitaba follármela con fuerza. Pero, mierda, a
veces realmente me gustaba.
Salí de ella, y antes de que pudiera sollozar, volví a entrar. Duro, feroz,
incontrolable, como una puta ametralladora. Bangbangbangbangbang.
Levanté sus piernas de mi hombro, agarrando sus rodillas y presionándolas
hacia sus hombros, observándola mientras envolvía sus brazos
obedientemente alrededor de ellas, dándome más libertad a medida que
la embestía una y otra vez, haciendo que sus gemidos se filtraran por toda
la casa, retumbando sobre mí.
—Oh, oh, oh Dios… mierda —gritó, apretándose a mi alrededor—.
Isaiah… maldición.
Ella se vino duro, su coño estremeciéndose alrededor de mi polla
rápido y frenético mientras sus piernas temblaban con la sensación.
Empujé adelante, enterrándome contra la pared trasera de su coño y me
corrí con una intensidad que hizo que mis putas piernas cedieran, mis
rodillas golpeando contra el borde de la cama, mis brazos saliendo
disparados para sostenerme.
—Bueno —dije un rato después, saliendo de ella, azotando su culo
mientras me ponía de pie y buscaba mis pantalones. Ella simplemente se
quedó allí mirándome, su coño todavía húmedo por el placer, con las
piernas abiertas y sin vergüenza—. Esa fue una buena sesión de terapia.
—Oh —comenzó, sonriendo a medida que se levantaba de la
cama—, esa no fue la sesión de terapia. Esa solo fui yo cumpliendo una
pequeña fantasía pervertida mía. Ser follada en una cama donde solías
masturbarte solo por las noches… yumi…
Negué con la cabeza, siguiéndola hacia la zona principal de la
casa, observándola mientras se ponía nuevamente la ropa a medida que
me volvía a poner mi camisa.
—Entonces, ¿dónde está lo terapéutico en todo esto? —pregunté.
Ella sonrió, saliendo hasta fuera. La seguí, incliné la cabeza hacia un
lado mientras ella metía la mano en la mochila que había arrastrado sobre
236 su espalda desde el auto cuando llegamos.
—Esta —dijo, sosteniendo dos mazos—, es la terapia. Vamos a
destrozar toda esta mierda.
Tomé el mazo, sonriendo.
—Dios, maldita sea, te amo.

FIN
Sobre la Autora

237

Jessica Gadziala es una escritora a tiempo completo, entusiasta de


las charlas repetitivas, y bebedora de café de Nueva Jersey. Disfruta de
paseos cortos a las librerías, las canciones tristes y el clima frío.

Es una gran creyente en los fuertes personajes secundarios difíciles, y


las mujeres de armas a tomar.

Está muy activa en Goodreads, Facebook, así como en sus grupos


personales en esos sitios. Únete. Es amable.
La puedes encontrar en:
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Su grupo GR: https://www.goodreads.com/group/show/...
Créditos
Moderadora
LizC

Traducción, corrección y recopilación


LizC y Nanis

Diseño
238
JanLove
239

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