J.G - Mallick Brothers 1.5 Dissent - Isaiah
J.G - Mallick Brothers 1.5 Dissent - Isaiah
J.G - Mallick Brothers 1.5 Dissent - Isaiah
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Índice
Sinopsis Capítulo 15
Prólogo Capítulo 16
Capítulo 1 Capítulo 17
Capítulo 2 Capítulo 18
Capítulo 3 Capítulo 19
Capítulo 4 Capítulo 20
Capítulo 5 Capítulo 21
3 Capítulo 6 Capítulo 22
Capítulo 7 Capítulo 23
Capítulo 8 Capítulo 24
Capítulo 9 Capítulo 25
Capítulo 10 Capítulo 26
Capítulo 11 Capítulo 27
Capítulo 12 Epílogo
Capítulo 13 Sobre la autora
Capítulo 14 Créditos
Sinopsis
Perdí mi virginidad cuando tenía veinticinco con una prostituta
contratada por mi hermana porque se sentía mal por mí. Eso fue hace seis
años y probablemente sea lo menos escandaloso sobre mi vida.
Es decir, hasta que conocí a Darcy Monroe, y “escandaloso” tomó
un significado completamente nuevo…
Seis años después de escapar de su crianza recluida, abusiva y
fundamentalmente religiosa, Isaiah se encuentra lidiando con los demonios
de su pasado, separado de la sociedad en su conjunto, y completamente
incapaz de conectar, o confiar, con las mujeres. Se dedica al deporte
constante y sin sentido del sexo con mujeres, intentando entumecer el
4 sentimiento de insuficiencia dentro.
Entonces pone la mira en su nueva vecina…
Darcy es fuerte, capaz, franca y de ninguna manera va a soportar a
algún idiota que vive al lado que decide hacer un juego de intentar
llevarla a la cama.
Pero Isaiah es implacable. Y Darcy se encuentra indecisa entre
dejarlo ganar y rendirse a su propio deseo.
Justo cuando comienzan a ser más cercanos, se dan cuenta que
hay algo más siniestro en marcha y se verán obligados a enfrentar
sentimiento de traición que pondrán sus vidas en una inesperada
dirección.
Scars #2
Prólogo
P
erdí la virginidad cuando tenía veinticinco años, con una
prostituta contratada por mi hermana porque se sentía mal por
mí. No había sabido quién era ni cómo se ganaba la vida
hasta un año después, cuando recibí una tarjeta de cumpleaños de mi
hermana, Fiona.
Feliz cumpleaños, Isaiah,
Espero que tu día esté lleno de nudistas, alcohol y malas decisiones.
Si no es así, lo estás haciendo mal.
Además, ¿recuerdas a “Mary”? Bueno, su verdadero nombre es
Candy y ella es menos una… profesora y más una… prostituta. Sabía que
5 con toda esa jodida mierda que nuestro padre te metió en la cabeza, no
había forma de que una mujer se acercara a menos de un metro de ti
hasta que tuvieras un poco más de exposición al mundo real.
Espero que haya pasado el tiempo suficiente como para que esto
sea divertido.
Si no… ¡ups!
Te amo,
Fee.
Me gustaría decir que no estaba enojado, pero lo estaba. A pesar
de que era exactamente el tipo de cosas que Fee haría. Fee, quien pasó
su tiempo después de escapar de nuestra choza en el bosque ganándose
la vida como operadora de sexo telefónico. Mientras que yo había estado
sermoneándola durante meses sobre las mujeres, las citas, el sexo… todas
las cosas normales que la mayoría de los chicos conocen por experiencia
real con mujeres reales.
Nunca me dieron esa oportunidad.
Pero la realidad era que, a medida que intentaba descubrir todo lo
relacionado con la vida, siempre volvía al tiempo que pasé con Mary
como un ejemplo de una cosa que había hecho bien. Una experiencia
que resultó bien. Una conexión con otro ser humano que no se había
sentido forzado y torpe.
Cuando resultó que había sido una mentira que había sido buscada
y pagada por mi hermana, quien parecía mucho mejor aclimatándose a
la vida después de… bueno… después de todo, había sentido la pequeña
tierra preciosa y sólida en la que estaba parado desmoronarse bajo mis
pies.
Y no lo manejé exactamente bien...
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Uno
—E
ntonces, ¿cómo has estado esta semana? —
preguntó, cruzando las piernas y colocando su libreta
sobre su muslo.
Odiaba su oficina. Todo era neutral: Paredes de color canela,
maderas oscuras, plantas verdes abultadas, libros de tapa dura
encuadernados de telas en los estantes. Reconfortante. Seguro. Un lugar
donde puedes permitirte ser quien realmente eres. Eso es lo que se suponía
que debía hacer allí. Cada martes. Desde las tres hasta las tres y cuarenta
y cinco de la tarde. Pagaba a esta mujer cerca de trescientos dólares por
hora para hacerme preguntas y tratar de llegar a la raíz de por qué soy
como soy.
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Dos años después y ella ni siquiera había arañado la superficie. Pero
le prometí a mi hermana cuando se mudó que buscaría a alguien con
quien hablar.
—Ocupado —le dije encogiéndome de hombros.
—¿Ocupado con compromisos sociales? —preguntó, sonando
ansiosa, pero la tensión alrededor de sus ojos sugería que sabía la verdad.
—Trabajo.
—¿Has salido en absoluto desde la última vez que estuviste aquí?
—Sí —respondí, mirando el reloj.
—¿Dónde fuiste?
—A un bar —le dije, mirándola.
—¿Conociste a alguien?
—Sí —asentí, sentándome y apoyando los codos sobre mis rodillas—.
Mire, doctora Todd —le dije, sonriendo levemente—, es la misma historia
todas las semanas. Salgo a un bar, club o exhibición de arte. Encuentro
una mujer. La llevo a casa. Encuentro formas nuevas e ingeniosas para
follármela hasta dejarla sin sentido. La obligo a irse antes de la mañana.
¿De verdad necesitamos revisarlo todas las semanas? ¿Qué esperas
escuchar?
—Espero escuchar que estás tomando esta terapia en serio. Espero
que sigas mi consejo…
—De dejar de tener aventuras de una noche —la interrumpí.
—De dejar de mantener a la gente, especialmente a las mujeres, a
cierta distancia. —Descruzó las piernas, inclinándose hacia delante como
yo—. Quiero que comiences a decirme por qué…
—Bien —dije, suspirando. Levanté mi mano, con la palma hacia ella.
Allí en el centro, desde la parte inferior de mi dedo anular hasta mi
muñeca, había una cicatriz de una cruz, vieja pero rosada—. Esto —le dije,
mirándola—, es lo que me sucedió cuando comencé la pubertad y mi
padre pensó que estaba sucumbiendo a los pecados de la carne. —Curvé
mi mano hacia arriba, colocándola en el sofá junto a mí. Su rostro parecía
adecuadamente angustiado por la nueva información. A ella le gustaban
los pequeños detalles jugosos. Disfrutaba aprender de ellos lentamente e
intentando unir el daño y descubrir cómo llegué a ser como soy—. No
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estaba equivocado —añadí, sonriéndole diabólicamente.
—¿No estaba equivocado en qué?
—Sobre mí agarrando mi polla cada vez que tengo un momento a
solas —le dije, intentando contener una sonrisa ante su estremecimiento.
La doctora Todd es una mujer atractiva de poco más de cuarenta
años con el cuerpo de una persona de la mitad de su edad, cabello
castaño y ojos oscuros. Viste ropa casual ejecutiva que se ajusta alrededor
de sus caderas y faldas cortas o corpiño. Pero nunca demasiado. Nunca
cruzando la línea.
Me habían empujado hacia ella después de unos años con mi primer
psiquiatra, un señor mayor con trajes a medida, gafas plateadas y una
barba gris. Me había abierto a él más fácilmente. Él había conocido todas
las historias oscuras y retorcidas de mi vida en cuestión de semanas, pero al
final me sugirió que lo que realmente necesitaba era hablar con una
terapeuta mujer.
Porque aparentemente tenía problemas de confianza con el sexo
opuesto.
Maldición, no me digas.
Dos años habían pasado y la doctora Todd todavía seguía
aferrándose a los pequeños fragmentos que le arrojaba, tratando de
hacerlos una imagen completa. De hecho, me sentía mal por eso. Pero al
mismo tiempo, no podía cambiar.
—Bueno, eso es perfectamente normal para un niño en la pubertad
—dijo, escribiendo en su bloc de notas sin perder contacto visual—. Asumo
que tu padre era un hombre muy religioso.
No, solo tenía algo por las cruces. Y por marcar a niños pequeños.
—Por supuesto.
—¿Alguna vez has confrontado a tu padre sobre lo muy inadecuado
que es cortarte la piel como castigo por tu supuesto crimen?
—No.
—Nunca es demasiado tarde para…
—Está muerto —dije rotundamente, sorprendido de lo fácil que me
llegaban esas palabras. Me había tomado años no encogerme,
estremecerse, respingar por eso. Incluso después de que finalmente
9 entendí la verdad de cómo había sido mi infancia. Incluso después de
escapar finalmente. Había una marca que dejó en algún lugar de mi alma
y ardía cada vez que pensaba que estaba muerto. Mientras tanto, Fee lo
había visitado en su lecho de muerte y prácticamente deseó que muriera
lenta y dolorosamente por lo que le hizo.
Eso es exactamente lo que hizo también. Bueno, la parte dolorosa.
No la lenta.
—Ya veo —dijo, tomando una respiración profunda—. ¿Por qué me
estás diciendo esto?
—¿Qué quieres decir por qué? —pregunté, negando con la
cabeza—. ¿No es eso para lo que estamos aquí? ¿Así puedo contarte
sobre mi infancia jodida?
—Bueno, Isaiah —dijo, sonriendo de una manera muy sarcástica—,
ese sería el caso. Excepto que, hasta ahora mismo… apenas has insinuado
tu infancia. Así que tengo curiosidad por saber qué diferencia tan
importante ha ocurrido esta semana.
—No lo sé. El trabajo me mantuvo ocupado. Me acabo de mudar…
—Espera —dijo, levantando una mano, con un bolígrafo atrapado
entre sus dedos—. Nunca me dijiste que ibas a mudarte.
Me sentí encogerme de hombros. No había sido exactamente algo
que hubiera planeado. Simplemente… necesitaba salir de esa casa vieja
llena de fantasmas familiares. Necesitaba un cambio.
—No sabía que así sería cuando estuve aquí la semana pasada.
—¿Te mudaste en menos de seis días?
—Pagué en efectivo. No tengo muchas cosas —dije, pensando en
una docena de cajas de libros, una caja de CD y algunas prendas. Eso en
realidad era todo lo que sentí la necesidad de llevar conmigo.
—¿Dónde te mudaste?
—Compré un ático en la ciudad. Es privado. Hasta ahora. Tengo un
vecino, pero cada uno tiene su propio ascensor de modo que la única
posibilidad que tengo de verla es en el balcón compartido o en el pasillo.
—¿Es una mujer? ¿Tu vecino?
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13
Dos
E
lla era joven. Demasiado joven para ser cualquier tipo de gran
empresaria o incluso cualquier tipo de profesional en general.
Así que tal vez tenía razón sobre ella siendo alguna especie de
socialité. Sentí las palabras de la doctora Todd asentarse profundamente
en mi vientre… porque era jodidamente hermosa.
Era alta, alrededor de un metro setenta, con unas fuertes caderas
ardientes y un gran pecho. Su ardiente masa de espeso cabello negro
caía directamente a su cintura, levantando en los extremos con el viento.
Su rostro era suave, redondo y con pómulos regordetes, una barbilla
suavemente puntiaguda y fuertes cejas negras. Pero sus ojos eran en lo
que te metías. Porque estaban enmarcados con pestañas negras gruesas y
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oscuras y tenían el tono más pálido posible de verde y eran tan luminosos
que casi resultaban deslumbrantes.
Ella ni siquiera miró a su alrededor mientras se dirigía hacia el borde
de la piscina, sumergiendo su dedo primero, y luego rápidamente buscó su
camiseta, sacándola por encima de su cabeza y dejándola caer en el
suelo junto a ella. La piel de su espalda era increíblemente pálida y suave
a la luz difusa de la luna creciente. Ni siquiera llevaba sujetador y se estaba
bajando los apretados pantalones negros por sus largas piernas. Estaba
alcanzando la cinturilla de sus bragas negras cuando finalmente salí de mi
aturdimiento.
Me aclaré la garganta, alertándola de mi presencia. Podría haber
sido muchas cosas en el pasado e incluso el presente, pero no era un
pervertido.
—Alguien está aquí afuera —le dije, lo suficientemente fuerte como
para que mi voz le llegara.
—Lo sé —dijo, deslizando sus bragas hasta el suelo, exponiendo su
trasero alto y redondo ante mí por un segundo antes de saltar al agua con
un pequeño chapoteo.
Sí, en realidad no creía que iba a poder completar la tarea que mi
psiquiatra quería que hiciera. Porque, ¿qué hombre de sangre caliente
podría resistirse a la tentación de llevarse a su vecina esbelta y ardiente a
la cama?
Ella avanzó al otro lado de la piscina, apoyando los brazos en el
cemento en el exterior, mirando a la ciudad por un momento antes de
arrojarse al agua y comenzar a nadar en rápidas y castigadoras vueltas.
Volví a mirar mi libro, obligándome a concentrarme en las páginas
con el sonido de sus patadas en el fondo.
No sé cuánto más tarde fue, después de haber perdido el interés de
verla nadar de un lado a otro, pero escuché el sonido húmedo de unos
pies descalzos en el suelo, cada vez más fuerte a medida que se
acercaba. Levanté la vista justo cuando se movía junto a mi diván,
alcanzando detrás de mí en el gabinete. Donde estaban las toallas. Estaba
absolutamente, jodidamente, desnuda.
Y… maldición. Esa era realmente la única manera de decirlo. Era
perfecta. Desde las piernas largas y bien torneadas, el triángulo recortado
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ocultando su sexo, hasta las caderas anchas, la cintura pequeña, los
pechos grandes. Sus pezones rosado claro estaban duros por el agua fría y,
me di cuenta con una aguda punzada de deseo, que estaban perforados,
unas barras de acero quirúrgicas asomando a cada lado de los puntos
endurecidos.
A medida que se inclinaba, una gota de agua se deslizó por su
pecho y aterrizó en el centro de mi pecho. Quise atraerla y follarla allí
mismo. Pero ella se retiró lentamente, con una toalla blanca esponjosa en
sus manos mientras me miraba, con una sonrisa tímida jugando en sus
labios.
—Hola —dije, sabiendo que mi voz sonaba ronca y excitada y no me
importó ni mierda.
—Hola —respondió, sonriendo a medida que se enderezaba,
acercándose la toalla al pecho—. Entonces, eres el chico nuevo.
—Soy el chico nuevo —concordé, observándola mientras se movía
hacia el diván junto a mí, tirando la toalla sobre él y acomodándose
encima de ella—. Isaiah Meyers.
—Qué nombre tan apropiado, Isaiah Meyers —dijo ella, sentándose y
exprimiendo el agua de su largo cabello—. Soy Darcy.
—¿Solo Darcy? —pregunté, queriendo seguir hablando de ella.
Ella giró su cabeza hacia mí, sus cejas frunciéndose en confusión.
—Eso suele ser suficiente para la mayoría de la gente.
—No sé lo que se supone que eso significa —le dije, encogiéndome
de hombros.
Frunció el ceño por un segundo y luego se volvió, apoyando los pies
en el suelo cerca de mi silla, sonriendo.
—Eso es refrescante —dijo—. Soy Darcy Monroe. De Darcy.
—¿Es un lugar?
Entonces se rio, el sonido a la vez ronco y dulce en textura.
—No. Darcy es el nombre de mi banda.
—Eres música —comenté, sentándome ligeramente más erguido. La
música era una de las pocas cosas humanas normales con las que sentía
16 una fuerte conexión emocional. Había profundizado en álbumes
interminables, había aprendido mucho sobre la vida y las relaciones a
partir de los sonidos de las bandas de rock alternativo.
—Sí —dijo, asintiendo.
—¿Qué tipo de música?
Ella negó con la cabeza, mirándome como si fuera una especie de
extraterrestre.
—Metal —dijo finalmente.
—¿Metal? ¿De verdad? —pregunté, sin haber escuchado
demasiado y sin agradarme en particular, pero sabiendo que estaba
dominado por hombres.
—¿Estás conmocionado, Isaiah Meyers? —preguntó, pareciendo
divertida.
—Sí —admití.
—¿Porque el metal es un género de hombres con cabello largo y
fibroso y cinturones con tachuelas? —preguntó.
—Algo así.
Ella se encogió de hombros.
—Supongo que estoy en la misión femenina de destruir el
patriarcado.
—¿Cómo te está yendo con eso?
Ella sonrió, apuntando una mano hacia su apartamento.
—Bastante bien.
Tenía un punto. Sabía lo que ese ático me costaba y tenía el
respaldo financiero de una floreciente y antigua empresa familiar para
financiarlo. Si ella podía permitírselo gracias a una banda de metal,
entonces debe haber estado yéndole muy bien.
Ella miró hacia abajo a mi regazo con una ceja levantada.
—¿Estás intentando quedarte dormido? —preguntó ella. Ante mi
mirada confundida, rio—. ¿Chester A. Arthur? —preguntó, señalando mi
libro—. Tiene que ser uno de los presidentes más aburridos de la historia.
Levanté mi libro.
17 —Oye, le ganó a James A. Garfield después de su asesinato.
—Que es lo único interesante de él. Y ni siquiera era técnicamente
sobre él —dijo, poniéndose de pie y finalmente envolviendo su cuerpo con
la toalla blanca—. Entonces, eres un gran aficionado a la historia, ¿eh? —
preguntó y resopló. La hermosa y exhibicionista cantante de metal
realmente resopló—. Doscientos cincuenta mil dólares en una matrícula
escolar privada pueden incluso grabarte los hechos más mundanos en tu
cabeza —comentó y se volvió, levantando una mano en el aire mientras se
alejaba—. Encantada de conocerte, Isaiah Meyers.
Ella se había ido antes de que pudiera responder.
Sí, iba a deberle una disculpa a la doctora Todd porque no había
forma de que no fuera a meter su lindo trasero en mi cama. Ella lo
superaría. La había decepcionado innumerables veces antes. No era mi
culpa que mi vecina resultara ser la mujer más sexy a la que había visto en
meses.
Me levanté del diván, permitiéndome regresar a mi apartamento y
poner mi libro en el estante junto a todos mis otros libros sobre presidentes.
Veintiuno abajo, veintidós por seguir.
Agarré mi computadora portátil y me senté en el mostrador de mi
cocina, haciendo una búsqueda rápida de Darcy Monroe. Me puse los
auriculares, no queriendo que supiera que estaba investigándola, si podía
oír a través de las paredes, mientras ponía una de sus canciones.
Allí, en lo profundo de los sonidos de guitarras distorsionadas, bajos
densos y tambores rugientes, estaba la hermosa y única voz de Darcy
Monroe. Parecía casi fuera de lugar en el contexto de los riffs masculinos.
Su rango era capaz de elevarse a las notas altas y los gruñidos bajos,
siendo a la vez tanto grunge operístico como clásico. Las letras iban desde
llamadas fuertes y agresivas a la rebelión hasta inquietantes historias de
acecho, suicidio y asesinato. Oscuro. Todo era oscuro.
Me pregunté si Darcy era la compositora. Si era la que escribió
canciones sobre las partes más oscuras de la existencia humana. Aparte
de su apariencia casi gótica y sus piercings en los pezones, parecía abierta
y dulce. Pero si estaba cantando sobre esos temas, entonces debía haber
aunque sea un poco de oscuridad dentro de ella.
Lo que solo la hacía ser aún más intrigante. Había conocido más que
18 mi parte justa de mujeres en mi época y, aunque todas eran únicas en su
combinación de rasgos de personalidades, había una superficialidad
subyacente. Les gustaban las cosas. Ropa, televisión, maquillaje, animales.
Cosas tangibles. No eran muy profundas, de ideas. Conceptos. No se
preguntaban sobre la condición humana. No leían poesía ni
contemplaban la idea del amor. No leían filosofía ni reflexionaban sobre
por qué carajo estamos todos aquí.
Darcy Monroe tenía un pozo de introspección. Ella no cantaba sobre
su vestuario, mascotas o espectáculos. Cantaba sobre la angustia y la
emoción. Cantaba sobre lo que llevaba a los niños a matar. Diablos,
escribió una canción sobre tener una orgía con Rasputín.
La chica era jodidamente única.
Vi algunos videos de ella en el escenario, su largo cabello negro
ondeando a su alrededor mientras saltaba de un lado a otro, mientras se
arrojaba desde el escenario a la merced de la multitud, sus manos
levantándose, a medida que bailaba. Su vestuario de escenario variaba.
En un espectáculo, llevaba pantalones negros ajustados, una camiseta sin
mangas y botas de combate. Al siguiente espectáculo podría estar
usando un corsé ajustado y una falda gótica roja llegando hasta el suelo.
Sus ojos siempre estaban delineados de negro, sus labios de un rojo sangre
brillante.
No podrías apartar la mirada de ella aun si lo intentaras.
Estaba cantando una canción sobre cortar, sobre rebanar tu propia
piel que, a la vista de su exquisito cuerpo, no era algo que ella misma
hiciera, pero cantaba con conexión, con conocimiento y mientras
cantaba arrastrando, gruñendo la nota final, la parte superior del
escenario se abrió en una lluvia de sangre, derramándose sobre ella y los
músicos, las gotas de color saltando de la parte superior de los tambores,
volando del cabello del bajista y empapando por completo a Darcy,
haciendo que su vestido se adhiera a ella, haciendo que su rostro
pareciera sacado de una película de terror.
Oh, sí… ella iba a ser todo un proyecto divertido.
19
Tres
E
staba absolutamente cansada, agotada de la carretera,
cuando entré en mi apartamento. Los viajes eran una de esas
cosas que se tornaban aburridas muy rápido. Y cuando se
trataba del metal, necesitabas hacer giras. Necesitabas mantener una
conexión cercana con tu base de fans. Eran fanáticos leales a los
espectáculos en vivo.
Querían estar allí, verte en vivo, mezclarse unos con otros. Querían
dejar el espectáculo medio sordos, empapados en sudor, escupiendo
sangre, y cien dólares más pobres gracias al puesto de mercadería.
Si no les dábamos esa experiencia, pasarían a un nuevo acto que sí
20 lo haría. Así que a diferencia de las bandas de pop, necesitábamos estar
en la carretera cuarenta y tantas semanas al año. Todos los años. Y
durante los primeros dos años, había sido lo más divertido que había tenido
en mi vida. Logré vivir en un autobús turístico con mis mejores amigos.
Bromeamos y festejamos, escribimos canciones, vimos más del país que la
mayoría de la gente lo hará alguna vez.
Pero la gira del año pasado fue dura.
Esta, hasta ahora, era una tortura. Sin una buena razón. Todo había
ido bien.
Dimos el máximo, los espectáculos se desarrollaron sin problemas, los
chicos y yo nos llevábamos tan bien como siempre.
Tal vez solo estaba exhausta. Necesitaba mi propia cama.
Necesitaba caminar sobre tierra firme. Necesitaba unos días para
recomponerme donde no era Darcy, la cantante de metal. Solo era… yo.
Anoche habíamos aterrizado en la central de Nueva Jersey y el
próximo espectáculo no era hasta dentro de otros cuatro días… al norte
de Nueva Jersey. Desde allí íbamos hacia el sur y a lo largo de California
antes de regresar a la ciudad. Así que me despedí de los chicos y les dije
que los vería en tres días.
Porque necesitaba descansar.
De lo contrario, comenzaría a perder el impulso para seguir. Y no
quería ser esa persona. La estrella de rock harta de sí misma. Esa no era yo.
Vivía de la energía de la multitud.
Perdería la cabeza si no escribiera música.
Darcy era mi vida.
Pero Darcy como persona necesitaba un condenado descanso.
No había esperado ver a nadie en la terraza. El otro ático había
estado vacante cuando me mudé y, probablemente debido a la recesión,
nadie había tomado la decisión imprudente de invertir en una propiedad
tan costosa.
Pero aparentemente a Isaiah Meyers le estaba yendo muy bien.
Él no parecía alguien de dinero. Había una aspereza en su rostro, en
la forma en que se desenvolvía, que sugería que estaba más familiarizado
con una granja que con una sala de juntas.
21 Pensé que era dulce que anunciara su presencia. Era como un soplo
de aire fresco que se preocupara por mi modestia cuando estaba
acostumbrada a multitudes de hombres gritándome que les muestre mis
tetas. Pero la realidad era que, no tenía reservas en cuanto a la desnudez.
Tal vez venía del hecho de compartir un autobús con cinco hombres
durante años. Tal vez era a los cambios apresurados de vestuarios detrás
del escenario frente a docenas de roadies y tramoyistas. Había superado
mi vergüenza corporal hace mucho tiempo.
Incluso mientras caminaba de regreso a mi apartamento,
observando los estantes abarrotados con recuerdos de los viajes en
carretera, no podía sacarlo de mi mente.
Y no solo porque era atractivo. Lo era. Toda esa mandíbula
cincelada, sus labios carnosos, sus profundos ojos verdes. El cabello rubio
propio del chico de al lado contrarrestando la barba en su rostro.
Debajo de sus pantalones desgastados y camiseta, su cuerpo
parecía delgado, pero fuerte. Pero no era su atractivo lo que no podía
quitarme de encima. Era la mirada en sus ojos.
Se veía tan triste.
Era algo tan inquietante de ver en un hombre que sentí una opresión
en el pecho. ¿Qué le provocó esa mirada? ¿Una mujer? ¿Una muerte?
¿Ambos?
Los hombres con los que solía estar eran metaleros. Convertían todos
sus sentimientos en ira. Gritaban canciones sobre matar y morir. Se
abalanzaban el uno al otro en los conciertos. Encontraban catarsis en la
ira. No recuerdo la última vez que vi a un hombre luciendo herido. Así era
exactamente como se veía Isaiah Meyers, como si hubiera pasado por
alguna mierda y ahora estuviera consumiendo su alma.
Entré en mi habitación, mi enorme cama con dosel pareciendo
lujosa e invitante. Fui a mi armario, alcanzando y agarrando un vestido de
espalda abierta que dejaba mis costados expuestos hasta mis caderas. Se
supone que debes ponerte una de esas bandas alrededor del pecho en
caso de un resbalón, pero lo dejé pasar, me metí en unas cholas y agarré
mi billetera.
Estaba tocando su puerta un momento después, repetidamente,
hasta que finalmente lo escuché arrastrando los pies alrededor de su
22 apartamento y abriendo la puerta.
—Oh —dijo, parado en la entrada—. Hola.
Sus ojos bajaron un poco, asimilando, sin duda, el contorno de mis
senos bajo la delgada tela, pero su cabeza se alzó más rápido que la de la
mayoría de los hombres.
—Hola —dije y sonreí—. No te importa si yo… —añadí, pasando por
debajo de su brazo extendido y entrando a su apartamento.
—Supongo que no —dijo detrás de mí, su voz sonando divertida
mientras cerraba la puerta detrás de mí.
Podía sentir sus ojos en mí a medida que avanzaba, fijándome en su
completa falta de muebles y artículos personales. Como arte. O
fotografías. O incluso algún adorno. Todo lo que parecía tener era una
gran colección de CD junto a un tocadiscos pasado de moda, pero de
modelo tardío, que sabía que contenía secretamente compartimentos
para CD, cintas y una salida auxiliar.
—Eres un gran lector, ¿eh? —pregunté, pasando mis manos sobre los
lomos de los libros en sus estantes.
—Sí, supongo. No soy una persona de televisión.
—Todos estos son de no ficción —le dije, volviendo la cabeza hacia
él, curiosamente.
—Sí, eso creo. Me gusta… saber cosas, supongo.
—Ya sé lo que te voy a conseguir como regalo de bienvenida al
edificio —dije, moviéndome hacia el único mueble en su sala de estar, una
extraña silla de lectura ergonómica, quitándome mis zapatos, y
deslizándome torpemente en ella.
—¿Y qué será? —preguntó, yendo hacia su librería, cruzando los
brazos sobre su pecho y mirándome.
—Un poco de Dickens, Bronte, Hardy… tal vez incluso algo de Poe.
—¿Novelas? —preguntó, sonando menos que entusiasmado.
—Sí —dije, alzando mis brazos y colocándolos detrás de mi cuello—,
novelas. Llenas de angustia, amor y desamor. —Su rostro pareció impasible
y puse mis ojos en blanco—. ¿Los leerías?
—¿Por ti? —preguntó, una sonrisa diabólica jugando en sus labios. Así
que esa era la forma en que era. Quería follarme. No era una realización
23 del todo impactante, pero dejó un sabor agrio en mi boca, no obstante.
¿Alguna vez sería posible interactuar con un hombre sin que fuera algo
sexual?
—Sí —dije, mi sonrisa correspondiendo a la suya porque puedo jugar
con los grandes. Y tenía un gran historial de ser la que llegaba de primera—
, por mí.
Su labio inferior se sumergió en su boca por un segundo, volviendo a
emerger brillando y me encontré luchando contra el fuerte impulso de
caminar hasta ahí, empujarlo contra la estantería y probarlo. Sus brazos
cayeron a sus costados a medida que cruzaba el piso hasta mí, agarrando
mis pies del taburete y sentándose en él, apoyando mis pies descalzos
sobre su muslo. Sus manos se quedaron allí, descansando sobre mis pies,
ásperas y callosas, mientras me observaba.
Oh, él era bueno. Y mi cuerpo estaba reaccionando. Tal vez más de
lo normal, así que respiré profundamente, presionando mis muslos un poco
más juntos. Pero estaría condenada si él me vencía tan fácilmente. Dejé
que mi sonrisa se deslizara, mordiendo un poco mi labio inferior, y
deslizando mi pie íntimamente por su muslo, colocándolo debajo de su
cadera, el dedo de mi pie a solo unos centímetros de su entrepierna.
Sus ojos siguieron el movimiento y lo vi inhalar temblorosamente antes
de que sus ojos se deslizaran por mi muslo, mi torso, y luego aterrizaran en
los míos. Y vi el desafío allí. La aceptación de mi mano superior. Luego sus
manos tomaron mi otro pie dentro de ellas, masajeando los arcos
cansados y sentí que me hundía en la sensación.
Dios, ¿había algo más sexy que un hombre que solo… te daba
masajes en los pies? Sin importar si venía con la expectativa de tener
relaciones sexuales. Demonios, era un completo desconocido para mí y ya
estaba medio lista para arrodillarme si prometía hacer lo mismo con el otro
pie. Cerré los ojos a medida que él continuaba trabajando en los puntos
doloridos, levantando mi pierna más alto cuando lo hacía.
Entonces, mis manos se posaron en los apoyabrazos, mis ojos
abriéndose de golpe. Porque sentí que mi dedo se deslizó en su boca y juro
que disparó el deseo hacia inesperadas terminaciones nerviosas, subiendo
por mis piernas, a través de mi vientre, y a mis brazos. Sus ojos parecieron
divertidos al fijarse en los míos. Como si él supiera. Sabía lo que estaba
haciendo y sabía que no había manera de que no me excitara. Sonrió
24 alrededor de mi dedo del pie.
—Jaque —dijo con satisfacción masculina.
Sentí que mis ojos se estrecharon y deslice mi otro pie sobre su pelvis,
sintiendo la línea dura de su polla a través de sus pantalones y pasando mi
dedo por la cabeza. Su aliento siseó de su boca y él dejó caer mi pie.
—Y mate —le dije, sentándome erguida y poniendo los pies en el
suelo.
Él me sorprendió riendo, un sonido bajo.
—Disfrutas perdiendo tu propio juego, ¿eh? —pregunté, poniéndome
de pie lentamente y alejándome.
—Oh, cariño —dijo, girándose en su asiento para mirarme. Alzó la
mano y se frotó la barba a un lado del rostro—. Estoy bien con este siendo
un juego largo.
—Un juego largo, ¿eh? —pregunté, avanzando a su cocina y
pasando las manos por las frescas encimeras—. Espero que tengas…
treinta y ocho semanas de sobra.
—Esa es… una cantidad de tiempo muy específica —dijo,
levantándose y caminando para pararse al otro lado de la isla de su
cocina.
—Ese es el tiempo que voy a estar de gira —le dije, apoyándome en
la superficie—. Y como no pareces exactamente un groupie del metal…
—Oye, nunca se sabe —dijo, sonriendo de una manera malvada
que sabía que debía desconfiar. Pero en su rostro de niño bueno, todavía
pude encontrarlo dulce.
—¿Qué haces para ganarte la vida, Isaiah Meyers? —pregunté, y él
se quedó mirándome, pareciendo sorprendido por el abrupto cambio en
la conversación.
—Dirijo una compañía —dijo simplemente.
—¿Qué tipo de compañía?
—Una empresa de capital de riesgo.
—¿Eres capitalista de riesgo? ¿En serio? —Por supuesto que lo era.
Eso era simplemente genial. Casi poético.
25
Su ceja se arqueó.
—¿Es algo malo?
—Es solo… una coincidencia, es todo. Entonces, señor Capitalista de
Riesgo, ¿por qué molestarte en perder el tiempo intentando meterme en tu
cama? En una ciudad tan grande, estoy segura que podrías encontrar a
alguien que caliente tus sábanas esta noche.
—Tal vez la gratificación instantánea no es lo mío.
—Entonces, ¿qué es lo tuyo?
—Aparentemente son las mujeres que se quieren follar a Rasputín —
dijo sonriendo.
Me reí, negando con la cabeza.
—Rasputín creía que la única forma de redención era a través del
pecado. Fue muy piadoso y sexualmente hedonista a la vez. Él y sus
compañeros creyentes se reunían en criptas, se flagelaban a sí mismo y
entre sí, y luego… empezaban a follarse todo lo que estuviera cerca. —Me
detuve, sacudiendo la cabeza para evitar mi divagación—. Quiero decir…
¿a quién no le gustaría participar en algo así?
—Tienes razón —dijo, inclinando la cabeza hacia un lado—.
Entonces… ¿conoces alguna cripta por aquí?
—Buen intento, Cassanova. —Sonreí y me dirigí a la puerta—. Voy a
tener una fiesta mañana por la noche. Va a ser bien ruidoso. Sí, sé que es
martes. No, no me importa si no te gusta —dije, abriendo la puerta y
entrando al pasillo—. Eres bienvenido a pasar y encontrar a alguien más
para tu… ¿cómo lo llamarías? —Empecé, llevándome un dedo a la boca y
mordiéndome la uña—. Oh, sí… tu… juego corto.
Me reí en mi camino de regreso a mi apartamento.
26
Cuatro
D
e hecho, no tenía una fiesta planificada. Lo que significaba
que tenía que esforzarme muchísimo si quería realizar una de
esas en menos de dieciséis horas.
No estoy del todo segura de lo que me llevó a esa mentira en primer
lugar. Tal vez solo quería joderlo. Empujar mi tal llamado estilo de vida en su
cara. Tal vez solo quería una excusa para encontrarme con él otra vez. Lo
cual parecía completamente diferente en mí. No era esa clase de chica.
No era la chica que inventa excusas y planea encuentros “accidentales”
con un chico al que quería. Era la chica que aparecía desnuda en su
puerta, lo empujaba al interior y lo follaba hasta dejarlo sin sentido.
27 Esa era yo.
No sé qué clase de mujer estaba interpretando ser a medida que
enviaba un mensaje masivo grupal a todas las personas que había
conocido alguna vez, y corría a la tienda a buscar licor, y llamaba a una
empresa de catering para que preparara aperitivos… teniendo que pagar
el doble debido a la brevedad.
Se suponía que debía estar relajándome. Se suponía que debía estar
dando vueltas en la piscina, nadando, leyendo libros, durmiendo. Oh,
cómo extrañaba dormir. En una cama que no te hacía rebotar de arriba
abajo mientras alguien conducía durante la noche.
Pero no. En cambio, estaba corriendo y guardando objetos de valor
y creando listas de reproducción de música.
—Oye. —Escuché detrás de mí, haciéndome saltar y chillar. Detrás
de mí estaba Jay. Con su metro ochenta y dos de músculos y tatuajes,
cabello largo y oscuro, y profundos ojos marrones. Él era mi bajista. Y sus
dedos habían estado haciendo desvanecer a las chicas por todo el
mundo. De todas las maneras posibles—. Si no quieres que alguien se te
acerque sigilosamente, deberías haber cerrado la puerta con llave.
—Es un ascensor personal —le dije, poniendo los ojos en blanco. No
podías entrar sin una llave. Jay era la única persona además de mí que
tenía una.
—Entonces, ¿qué pasa con esta fiesta de último minuto? ¿No tienes
suficiente de esta mierda en el camino?
—No lo sé —dije encogiéndome de hombros—. Quería tener una
fiesta en mi propio lugar. Donde no tendría que preocuparme por
encontrarte follándote a una groupie al azar en mi cama.
—Oye, no prometo nada esta noche —dijo, ayudándome a sacar
las botellas de licor de la caja y ponerlas en la encimera.
—Qué asco —dije, arrugando la nariz—. La única persona que tiene
permitido tener relaciones sexuales en mi cama soy yo.
—¿Cuándo fue la última vez que echaste un polvo, Darce? —
preguntó, mirándome fijamente.
—No ha sido desde…
—Al menos cuatro meses —me interrumpió.
28
—Bueno, he estado ocupada con…
—He estado ocupado con lo mismo —dijo, inclinándose hacia mí—,
pero aun así tengo tiempo para… mantenerme ocupado.
—Más trabajo —dije, lanzándole una bolsa de limones—, y menos
preocupación por mi vida sexual.
—Bueno, alguien tiene que preocuparse por eso —refunfuñó,
sacando su navaja de bolsillo y cortando los limones de una manera
rápida y eficiente que solo podía hacer alguien que una vez lo había
hecho en su línea de trabajo. Jay solía servir mesas. Solía vestirse con
pantalones y camisa de vestir, se ataba un delantal a la cintura, se
arreglaba el cabello con mucho cuidado y servía comidas pretenciosas a
los esnobs pretenciosos de la clase alta dispuestos a pagar cien dólares por
plato por comida que solo valía cinco.
Así fue como conocí a Jay. En un recatado vestido blanco con mi
largo cabello rubio miel y mi rostro desmaquillado. Con diecisiete años y
nunca habiendo escuchado hablar de la música metal. Le sonreí mientras
mis padres tenían una discusión susurrada e ignoraban su existencia.
Cuando me dio el plato principal, había una nota metida debajo del
borde que rápidamente me puse en el regazo, esperando que la discusión
de mis padres retomara, como sabía que lo haría, antes de desplegarla.
Oye, chica bonita. Encuéntrame en The Pit esta noche a las nueve.
Recuerdo ruborizarme y poner la nota en mi bolso, incapaz de
mirarlo a los ojos por el resto de la comida. Regresé a casa, acostándome
en mi cama en mi habitación amarillo claro, intentando convencerme a
vestirme para ir a la práctica de porristas.
Pero luego salí volando de la cama, me tiré a la silla de mi
computadora y busqué The Pit. Encontré una dirección, hice una maleta,
con un nudo en la garganta y fui al automóvil que era mi regalo de
cumpleaños.
Nunca fui el tipo de chica rebelde. Hacía todo lo que se esperaba
de mí. Me preocupaba por los ataques de pánico por venir, y permanecía
entre los más destacados de mi clase en la escuela privada más
competitiva de la costa este. Me uní a debate. Practiqué esgrima. Fui
porrista. Obligué a mis torpes manos para aprender a tocar el piano. Me
29 mantuve delgada, rubia y alegre. Me negué a cenar si tenía algo más que
una ensalada para el almuerzo. Corrí alrededor de la cuadra a las cuatro
de la mañana todas las mañanas durante seis semanas antes del baile de
graduación de modo que pudiera entrar en un vestido de una talla más
pequeña, un tamaño más aceptable para mi madre. Le dije a mi padre
que iba a ir a la universidad, obtendría mi maestría en administración y
tendría una lujosa oficina en la esquina algún día. Tal como él.
Jugué según las reglas.
Así que, no sabía qué era lo que me hizo conducir a ese lado
escabroso de la ciudad en un auto al que probablemente le faltaría el
estéreo y las llantas en cuestión de una hora. En un lugar que provocó que
se disparara la piel de gallina por mis brazos y el temer se asentara como
plomo en mi vientre.
The Pit era un edificio de ladrillo bajo con ventanas tintadas y tres
guardias de seguridad de pie delante de las puertas delanteras. Había un
pequeño grupo de personas fumando y paseando por delante. Estacioné
mi automóvil en un lugar abierto al frente, con la esperanza de que tal vez
si estuviera a la vista de los porteros quizás nadie se metiera con él.
Respiré profundamente, agarrando mi bolso, y salí del auto antes de
poder cambiar de opinión y regresar a casa. Cerré el automóvil con llave
mientras me alejaba, llamando la atención de la gente del frente.
—¿Te perdiste, nena? —preguntó uno de los hombres, de pies a
cabeza de negro, con enormes botas de combate y largo cabello rubio.
—Hola, princesa —dijo otro, mayor. Demasiado viejo para estar
hablando dulce conmigo—. Mira ese bonito rostro…
Mis manos estaban en puños, mi cabeza baja. Estaba a unos
segundos de darme la vuelta.
—Piérdanse, chicos —dijo una voz—. Ella está conmigo.
Levanté la cabeza de golpe para encontrar al camarero del
restaurante. Pero se veía diferente. Su cabello estaba suelto, cayendo
directamente sobre sus hombros. Vestía jeans negros y una camiseta negra
con los brazos desnudos cubiertos de tatuajes. Su rostro parecía más
siniestro y tenía un piercing en el labio inferior.
—¿Jason? —pregunté, vacilante, deteniéndome y parando en
30 medio del estacionamiento.
—Jay —me corrigió, sonriendo lentamente—. Apareciste.
Me sentí asintiendo, una sensación de valentía llenando mi sangre.
—Aparecí —concordé.
Él rio entre dientes, tendiéndome un brazo para que me acercara a
él. Tan pronto como lo hice, su brazo rodeó mis hombros. Pero no era
posesivo, era reconfortante.
—De acuerdo, cambiemos tu vida, muñequita.
Y lo hizo.
Me condujo al interior de un salón oscuro y abierto, atestada de
gente con cabello oscuro, tatuajes, piercings, tachuelas, botas de
combate y maquillaje oscuro. La habitación olía a cerveza barata, a sudor
y al intenso olor a cobre de la sangre. Hacia el fondo del salón había un
escenario en el que se estaba preparando una banda. La gente se movía
sin rumbo, hablando con todos los demás como si fueran una gran
comunidad.
Jay me llevó a la seguridad donde pagué mis cinco dólares y me
pusieron un brazalete de papel alrededor de la muñeca con la palabra
“menor de edad” impresa en negrita. El gorila encendió una linterna y me
dijo que abriera mi bolso.
—¿Qué? ¿Por qué? —pregunté, sosteniéndolo con más fuerza.
—Está buscando drogas, alcohol o armas —dijo Jay ante mi
expresión de horror.
—¿En serio? —pregunté y reí, abriendo mi bolso y sosteniéndolo para
ser inspeccionado mientras otro guardia revisaba a Jay.
—No te preocupes —comentó y sonrió—, no muerden a las mujeres.
—Desafortunadamente —dijo el guardia, guiñándome un ojo.
—Entonces —empecé cuando Jay me guio a través de la multitud—,
¿cómo se supone que esto cambiará mi vida exactamente?
Su brazo se posó con fuerza sobre mis hombros una vez más a
medida que los ojos de las personas comenzaron a caer sobre mí,
sobresaliendo, lo sabía, como un pulgar dolorido. Una completa extraña.
—Ya verás —dijo, sonriéndome mientras me llevaba al frente del
31 escenario. Entonces, el cantante en el escenario asintió hacia Jay y su
brazo cayó de mis hombros, saltando al escenario—. Te veré después de
mi set.
Miré a mi alrededor ominosamente, acercándome un poco más
hacia la esquina del escenario donde, pensé, estaría menos atravesada.
Entonces comenzó la música, haciéndome retroceder un paso porque no
comenzó lento y gradualmente. Comenzó fuerte, ensordecedor. Podía
sentir el bajo vibrar a través de mi cuerpo, inquietante y erótico a la vez.
Mis ojos volaron hacia Jay en el escenario y él guiñó ante mi mirada de
asombro antes de dirigir su atención hacia la multitud.
No pasó mucho tiempo antes de que todo el infierno se desatara. La
multitud comenzó a gritar la letra en voces bajas, gruñonas y demoníacas.
Sus manos se elevaron en el aire. Y luego, hacia el frente del escenario
donde acababa de estar de pie, la gente comenzó a arrojar sus cuerpos
el uno al otro.
El resto de la multitud retrocedió, formando un semicírculo a su
alrededor mientras corrían, tiraban puños y pateaban. Un despliegue
violento y, en ese entonces… horroroso, que no entendí.
Ni siquiera tenía una palabra para eso.
Moshing.
Casi me fui. Muy pocas mujeres o chicas se sienten cómodas con la
vista de la violencia masculina abierta. Hace que un puño se asiente en tu
vientre. Te pone los pelos de punta. Te hace preguntarte cuánto tiempo
será necesario hasta que esa furia encienda a las mujeres que los rodean.
Pero entonces vi a una mujer avanzar entre la multitud: en algún
lugar de mi edad con cabello corto y rubio teñido, maquillaje negro
oscuro, jeans ajustados con un cinturón tachonado, botas de combate
con tacones gruesos y una sudadera con las mangas cortadas,
exponiendo los tatuajes en sus brazos. Su ceja tenía dos piercings, su labio
inferior perforado en el centro.
Todo en ella parecía fuerte, rudo. Sus ojos se levantaron cuando se
metió en el centro de los salvajes, buscando los míos. Una lenta sonrisa se
extendió por su rostro y luego se estrelló contra el hombre más cercano, su
codo enganchando su barbilla cuando él cargó de cabeza, haciendo
que su cabeza se moviera a un lado y la sangre saliera volando de su
boca.
32
Fue entonces cuando entendí lo que significaba esa sonrisa.
Significaba que ella podía correr con los niños grandes.
Y en ese momento, lo supe. Supe que eso era exactamente lo que
también quería hacer.
Me teñí el cabello de negro cuando llegué a casa. Me salté la
escuela por primera vez en mi vida y fui a comprar ropa negra en una
tienda en el centro comercial que estaba alineada hasta el techo con
camisetas de bandas y tenía música de metal por los altavoces. Escuché
cada banda de metal que Jay me sugirió. Me metí sigilosamente en el
sótano insonorizado donde estaba el piano (porque el sonido le producía a
mi padre una migraña) e imité la forma en que cantaban: Los gritos, los
gruñidos, el bajo, el sonido diabólico. Golpeé las teclas al compás de las
canciones.
Formé un sueño.
El día que cumplí los dieciocho años, bajo la amenaza de perder mi
fondo fiduciario si no salía de mi “fase rebelde”, me solté el cabello, me
puse mi ropa vieja y fui a la universidad como una buena chica, arrojé
todas mis cosas en maletas y me mudé con Jay.
Trabajé en The Pit como camarera, teniendo un sinfín de viejos
motociclistas tomando tragos sobre mi cuerpo. Y a cambio, el propietario
me permitió tener dos sets a la semana. La banda anterior de Jay se vino
abajo y les robé al baterista y por supuesto a él. Pusimos a trabajar mi
inteligencia, inventando planes de negocios. Vendí mis viejos zapatos y
bolsos de diseño. Conseguimos una vieja camioneta destartalada,
arrancando los estantes de la parte trasera y arrojando un viejo colchón en
su interior. Luego tomamos la carretera. Compartí ese colchón con otras
tres personas, despertando oliendo a cigarrillos, a sudor y a colchón
mohoso.
Fue el momento más feliz de mi vida.
Grabamos CD en pequeños estudios lúgubres que pagamos con el
dinero que no estaríamos usando para comprar comida. Ganamos
seguidores. Y luego, un día, conseguimos un contrato discográfico.
Ahora, veía a Jay rebanar limones y sentí una oleada de gratitud
como no había sentido en mucho tiempo. Si no fuera por él, habría ido a
alguna universidad de la Liga Ivy. Hubiera obtenido un título que mis
33 padres habrían aprobado. Hubiera salido con aburridos hombres de
negocios. Hubiera tenido una pequeña vida segura. Y habría sido tan
jodidamente miserable.
Y, a su vez, si no fuera por mí, Jay todavía estaría trabajando en
restaurantes, cortando limones para ganarse la vida.
Salí de la cocina, me moví detrás de él, envolviendo mis brazos
alrededor de su cintura, y descansé mi cabeza sobre su espalda. El
movimiento de corte se detuvo y escuché que bajó el cuchillo.
Se enderezó, girándose y envolviendo sus brazos alrededor de mis
hombros, atrapando mi cabello debajo, y ni siquiera me importó.
—Te amo, grandísimo idiota —le dije contra su camisa.
—Yo también te amo, muñequita —dijo, inclinándose y besando la
parte superior de mi cabeza—. Entonces, ¿quién vendrá esta noche? —
preguntó, desenredándose de mí. No éramos aficionados a los momentos
cursis. Probablemente era la única mujer a la que abrazaba
voluntariamente cuando el sexo no era una probabilidad inminente. Y
honestamente, no podía recordar la última vez que abracé a alguien.
—Con suerte alguien —contesté riendo, poniendo los ojos en
blanco—. Envié un mensaje de texto a todos. Así que, si nadie tiene algo
mejor que hacer…
—Es martes por la noche —comentó y se encogió de hombros—. Y
no creo que nadie se pierda mostrar su cara en una de tus fiestas. En caso
de que te hayas embriagado demasiado para recordar, generalmente
termina habiendo una gran cantidad de desnudos. El tuyo incluido —dijo y
sonrió, moviendo las cejas hacia mí.
—Sí, bueno… —comencé, negando con la cabeza. Mi yo sobrio no
era un gran admirador de las convenciones y reglas sociales. Mi yo ebrio
era francamente estúpido y cachondo. Lo que probablemente no era la
mejor manera de comportarse con la posible visita de mi sexy vecino
torturado. Me olvidaría de nuestro pequeño juego “quién tiene el
autocontrol más fuerte”. Lo arrastraría a mi cama en menos de una hora.
Así que… sí. Eso no podía suceder—. No voy a beber esta noche.
Jay me miró por encima de su hombro, con las cejas fruncidas.
—Ya veremos cómo va eso.
34
Lo ignoré a medida que abría la puerta para los del servicio de
comida y me dirigí hacia el pasillo. Me duché, me peiné, me puse poco
delineador porque me sentía desnuda sin él, luego me puse una minifalda
de rayas horizontales en blanco y negro y una camisa de color amarillo
brillante sin un hombro. Cómodo y casual. Era bueno no usar un corsé y
medias de red y botas pesadas para variar. A veces solo necesitabas usar
cosas que no son ajustadas ni provocan ampollas.
—¿Para qué son? —preguntó Jay cuando volví a entrar,
mostrándome un libro en rústica de Far From The Madding Crowd. El cual
era una de las tres novelas de Thomas Hardy que había incluido con
algunos otros autores de elección para la cesta de bienvenida de Isaiah.
—Oh, sé bueno y ponlos fuera de la puerta de mi vecino cuando
salgas —le dije, tomando a escondidas una zanahoria y escarbando en
una de las bandejas. Jay dejó pasar la comida saludable porque
eventualmente ordenaría una docena de pizzas grasientas cuando la
gente comenzara a llegar.
—¿Le compraste a tu vecino… libros?
—Le gusta leer —me encogí de hombros.
—Oh, le gusta, ¿verdad? —preguntó sonriendo.
—Cállate, ve a ducharte y vuelve aquí. No me hagas entretener a la
gente sola.
Tres horas más tarde, mi apartamento estaba inundado. El balcón
estaba ridículamente abarrotado, la gente teniendo que girar de costado
para deslizarse entre la multitud. Jay había conectado el sistema de sonido
y la música estaba resonando por los altavoces. Él estaba en la piscina con
cuatro encantadoras, sí… cuatro, mujeres diferentes sin la parte superior de
sus biquinis. Si no lo vigilaba, se las follaría a todas allí mismo en la piscina
frente a todos.
En todas partes y todos apestaban a alcohol. Había limpiado unos
veinte derrames dentro antes de empezar a llevar el licor afuera y di
instrucciones a los proveedores de catering para que hicieran lo mismo
con la comida. De todos modos, la mayoría de la gente quería estar en la
piscina. Y la limpieza del mañana sería mucho mejor si todo lo que tuviera
que hacer fuera limpiar el patio.
Todavía no había ocurrido la aparición de mi vecino sexy y yo solo…
35
no me sentía excesivamente festiva. Volví a entrar en mi apartamento, que
estaba felizmente vacío, y me senté en mi piano de estudio vertical que
había pintado de un color morado oscuro.
No tocaba mucho para los espectáculos. La mayoría de nuestra
música era demasiado ruidosa y ahogaría el sonido por completo. Pero era
un hábito de mi juventud que no podía quitarme. Tal vez porque había
tenido que trabajar tanto en eso. Interminables horas sentada en ese
sótano tratando de obligar a mis dedos para encontrar las notas, tratando
de hacer que mis manos trabajen por separado. Si había alguna habilidad
que sería absurda olvidar, sería el piano clásico.
Mis dedos recorrieron las teclas una vez, encontrando mi lugar y
comencé a tocar, una canción lenta y triste de ningún origen en particular.
No sé cuánto tiempo toqué. Minutos. Horas. No importaba. Sentí que
alguien se deslizaba en el banco a mi lado y, suponiendo que era Jay, lo
ignoré mientras se sentaba a horcajadas sobre el espacio junto a mí.
Las últimas notas golpearon alto y expectante, luego cayeron, mis
dedos quedándose inmóviles sobre las teclas.
—Eso fue triste —dijo una voz que definitivamente no era la de Jay.
Mi cabeza se giró rápidamente hacia un lado, observando los
profundos ojos verdes de mi vecino. Fue entonces cuando sentí su rodilla
rozándome el muslo, el calor de su cuerpo por estar tan cerca.
—Sí —coincidí, volviendo a mirar el piano.
—¿La escribiste?
—Sí —dije, dándome cuenta que había… solo desaparecido en mi
cabeza.
—Suena como tú —comentó, su voz baja.
—¿Crees que soy triste? —pregunté, volviendo la cabeza para
mirarlo otra vez, con las cejas fruncidas. La gente podría haberme acusado
de ser un montón de cosas: Enojada, angustiada, imprudente, loca. Pero
nunca triste.
—Creo que eres hermosa —respondió e intenté ignorar la rápida
sensación de aleteo en mi estómago.
Tomé una respiración profunda.
45
Seis
N
o volví a ver a mi vecino después de la fiesta. Después de
que se fue con esas dos groupies. Después de que me
emborraché deslumbrantemente y de hecho me senté en el
regazo de Todd y le dije que podía mostrarle cómo ser un hombre. El pobre
tipo ni siquiera podía mirarme a los ojos toda la mañana siguiente. Jay
apareció al final con una historia sobre su última experiencia sexual que
nos dejó horrorizados y fuera de sí a la vez, absolutamente entretenidos.
Todo salió bien. Las cosas volvieron a cómo deberían haber sido. Me
sentía más relajada, lo que hizo a los muchachos sentirse más relajados y
cómodos. Mientras preparaba mis maletas para la segunda etapa de la
gira, todo lo que sentía era la emoción habitual, un poco de ansiedad y la
46
necesidad de volver al trabajo.
Me dirigí al auto de alquiler, el conductor saliendo a toda prisa para
guardar mis maletas en el baúl mientras yo me sentaba en el asiento
trasero. Sería hora y media de regreso al autobús de la gira, y luego
estaríamos yendo a la carretera una vez más. Me hundí en el asiento,
sintiéndome casi feliz de estar dejando la ciudad. Cosa que no era propia
de mí. Siempre me ha gustado estar en casa en la rara ocasión en que
podía estarlo. Pero durante los últimos días, se ha sentido casi sofocante.
No tenía nada, absolutamente nada, que ver con mi vecino sexy.
No. De ningún modo.
Nos detuvimos en el autobús unas dos horas más tarde. Le di una
propina al conductor y saludé a los dos empleados que usábamos de
ayuda en el escenario, y por lo tanto que también se amontonaban con
nosotros en el autobús.
Me encantaba el autobús. Me encantaba cada recuerdo que
hicimos en nuestro hogar rodante con su galera completa con mesas y
una mini cocina, un salón y ocho literas. Era como un hotel en movimiento
donde puedes festejar con todos tus mejores amigos todas las noches. Era
una enorme cosa negra y tostada que no podía creer que alguien pudiera
conducir en una carretera normal. Pero Burt, una figura paternal más
antigua para todos nosotros, lo había estado haciendo desde que la
compañía discográfica nos prestó a la enorme bestia dos años antes.
Subí los escalones y bajé por la galera, que consistía en dos mesas
pequeñas con puestos, una pequeña cocina y una zona para sentarse.
—¿Dónde están, chicos? —llamé, caminando entre las literas con sus
cortinas de privacidad y televisores mini personal.
—Niña bonita —llamó Jay desde el área del salón—, pensamos que
nos abandonarías.
—Suenas tan desconsolado por la idea —respondí riendo,
empujando en el salón que era como una ensenada con un sofá en forma
de U, mesas emergentes y una mini nevera. Jay estaba ocupando la
mayor parte de un lado, Todd sentado en la esquina, pero no fueron lo
que me hizo detenerme en seco en la puerta, mi corazón volando en mi
garganta—. ¿Qué estás haciendo aquí?
52
Siete
D
e acuerdo, tal vez era un plan loco. Estaba bastante seguro
que la doctora Todd me iba a decir un montón de mierda al
respecto. En nuestras sesiones de video chat. Porque cuando
le dije que me iba a ir de la ciudad por un año, amenazó con dejarme si
no encontraba la manera de mantenerme al día con su asesoramiento. No
sé particularmente por qué la amenaza me molestó tanto. En realidad no
estaba sacando mucho de la terapia en primer lugar.
Tal vez era porque ella era la única constante real en mi vida.
Especialmente siendo una mujer.
Mi hermana solía ocupar su lugar antes de irse. Pero ahora estaba en
53 algún pueblo con su esposo, tres hijas traviesas y muchos parientes políticos
inadaptados. No es que la culpo. Ella se merecía su felicidad después de la
mierda que tuvimos que pasar. Pero una vez que se fue, no había otras
mujeres que fueran una constante básica presente en mi vida. Excepto la
buena doctora. Así que quizás estaba aferrándome a eso. Porque sabía
que no era normal deshacerse de las mujeres como lo hacía.
Demonios, porque aún necesitaba su maldita ayuda.
Estaba jodido de todas y cada una forma posible.
¿Quién persigue a sus vecinas por todo el país? ¿Solo para llevárselas
a la cama? ¿Qué ser humano normal y plenamente funcional haría eso?
Ni siquiera era propio de mí. No era uno de esos tipos que salían a la
caza. No necesitaba la caza. Si quería cazar, me iría al bosque con una
pistola o una trampa como un maldito hombre de verdad. No necesitaba
jugar a ser un cazador con sus mujeres. Me gustaba lo fácil y rápido. Me
gustaba llevarte a casa y quitarte la ropa en menos de una hora.
No me enamoraba. No me obsesionaba. Una mujer era tan buena
como la siguiente. Entonces, ¿qué demonios había tan diferente en Darcy
Monroe?
No era tan asombrosamente espectacular. Hermosa. Ardiente como
el infierno. Incluso había mujeres de mejor aspecto por ahí. Una mujer con
algunos bordes menos afilados. Mujeres que realmente querían estar
conmigo.
Es cierto, era educada. No tenías que compartir más que unas pocas
palabras con ella para saber que era inteligente. Y confiada en su
conocimiento. No era una acaparadora de hechos, una adicta a los
motores de búsqueda. Estaba genuinamente bien informada de un
pasado educativo tradicional.
Tal vez era la oscuridad. Era diferente. Intrigante.
Pero todas esas cosas tenían que ver con ella. Como persona. No
me follo a las mujeres por sus mentes. Así que en realidad, nada de esto
tenía sentido.
No estoy del todo seguro de qué fue lo que me impulsó a hacerlo. Un
minuto estaba terminando su novela de Bronte y buscando algo de Hardy,
al siguiente estaba rastreando a su compañero de banda y ofreciéndome
hacer cualquier trabajo que tuviera que hacer para ir de gira con ellos.
54
Había sido sorprendentemente fácil. Si no hubiera sido así, podría haberme
dado por vencido, haber ido a un bar, haber encontrado a otra mujer y
habérmela follado hasta que me olvidara por completo de Darcy Monroe.
Sin embargo, la expresión de completa y absoluta conmoción en su
rostro cuando me vio en el salón valió la pena por todo lo que había sido
arreglar las cosas en el trabajo, arreglar mi apartamento, lidiar con la
doctora Todd… todo.
No había forma de que ella fuera capaz de resistirme para siempre.
No cuando tuviéramos que dormir con solo un par de metros entre
nosotros. Cuando no pudiera alejarse de mí. Cuando me estaría viendo en
todas partes.
Aunque no estaba exactamente feliz de verme. Lo cual estaba bien.
Incluso era algo esperado. Pero se acostumbraría a mí eventualmente.
Ayudé a los otros miembros de la tripulación, Joey y Mike, a terminar
de cargar el equipo y el equipaje en el área de almacenamiento debajo
del autobús y regresé con todos los demás cuando Burt les dijo a todos que
fueran y se mantuvieran quietos porque estábamos a punto de salir a la
carretera.
Me moví a través de la galera y hacia mi litera, deslizándome junto a
mi bolsa llena de algunos aparatos electrónicos y media docena de libros.
No estaba tan mal. Supuse que una litera en un autobús iba a ser
incómodo y penoso. Pero una vez que tirabas de la cortina, era cómodo.
Casi privado. Había una televisión colgando del techo sobre mi cabeza
que tenía servicios de suscripción por cable y bajo demanda. El colchón
era lo suficientemente grueso como para permitirme dormir bien después
de horas de reventarme el culo en los días de espectáculo. El balanceo
del autobús en movimiento era reconfortante. Había una pequeña bolsa
de tela colgando de la pared de la litera junto a mis pies y la alcancé,
abriéndola y extendiendo su contenido en el colchón junto a mí.
Tapones para los oídos. Máscara para los ojos. Pastillas para el
mareo. Aspirina. Y siete condones. Siete. Me pregunté cuál era la lógica
allí. ¿Uno por cada día de la semana? ¿Alguien iba a pasarse por las literas
de todos una vez por semana y poner otro suministro semanal en las bolsas
de todos? Demonios… ¿eso iba a ser parte de mi trabajo?
No me hacía ilusiones sobre mi posición. Era un lacayo. Era el hombre
55 más bajo en el tótem. Más bajo aún que el conductor mismo. Sin duda, iba
a tener los trabajos más demandantes. Los sucios. Los que nadie más
quería hacer. Lo cual estaba bien para mí.
Crecí trabajando duro. Me levantaba antes del sol. Perseguía pollos.
Pescaba. Cazaba. Cortaba leña. Construí cosas. Rompí cosas. Me iba a la
cama por las noches sintiendo dolor en cada punto de mi cuerpo,
demasiado agotado para siquiera pensar en luchar contra el sueño. Viví
así durante veinticuatro años. Mi cuerpo estaba acostumbrado a eso.
Volvería a esa rutina fácilmente.
Darcy no salió de su litera a la mañana siguiente. Burt nos hizo bajar
en una parada de RV para poder ducharnos y salir a estirar las piernas,
cruzar la calle hasta el restaurante y tomar algo de comida. Pero Darcy no
había mostrado su rostro. Aparentemente era una rareza tal que los otros
miembros de la tripulación tuvieron que sentarse preocupándose por eso
hasta que Todd de hecho fue y despertó a Jay. Lo cual era, una vez más,
algo que nunca nadie hacía.
Jay salió tambaleándose de su litera, todavía subiéndose sus
pantalones. La chica, Maddy estaba completamente desnuda en su
colchón.
—Será mejor que sea jodidamente importante —gruñó, mirándonos
a todos—, estaba metido en un buen coño.
Todd apartó la mirada, un leve rubor dibujándose en sus mejillas.
—Son las diez… —comenzó.
—Sí, exacto. Se supone que no debo ser molestado por otras cuatro
horas.
—Nadie ha visto a Darcy todavía —dijo Joey, un tipo de veintitantos
años con cabello morado y pendientes de plata en las orejas.
—¿Son las diez? —preguntó, entrecerrando los ojos y observándonos.
—Sí —dijo Todd.
Jay frunció el ceño durante un minuto antes de darse la vuelta y
caminar por la fila de literas, llegando a la de Darcy y, rompiendo la regla
que había escuchado tres veces desde que subí a bordo, abrió su cortina
de privacidad.
—¿Qué diablos, Darce? —preguntó, estirándose y arrancando sus
56 auriculares—. Todos se han estado preocupando por ti. ¿Estás enferma?
No pudimos entender la respuesta de Darcy, pero entonces Jay
estaba metiendo la mano en la litera, agarrándola y arrastrando a Darcy
chillando. Ella se sacudía, golpeando sus puños cerrados contra los
hombros, pecho y estómago de Jay.
Nos quedamos ahí sentados mirando mientras él la ponía de pie,
azotando su trasero lo suficientemente fuerte como para que ella se
tambaleara un paso adelante.
—Deja de ser tan cobarde —dijo, empujándola hacia la cocina—.
Miren lo que encontré —declaró a medida que le bloqueaba el camino
de regreso a las literas—. Alguien tiene que darle un poco de café hasta
que deje de ser tan perra. Si me disculpan, ahora tengo algunos asuntos
que atender —declaró, desabrochándose los pantalones mientras volvía a
su litera.
No pasó mucho tiempo hasta que comenzamos a escuchar gruñidos
y gemidos desde su litera. Todd se volvió, metiendo la mano en un
compartimiento debajo de las ventanas, presionando algunos botones
hasta que la música comenzó a salir de los altavoces a nuestro alrededor.
—Buenos días, Darcy —dijo Mike burlón. Era un niño que no podía
tener más de veinte años, con un largo cabello negro recogido en un
moño en la coronilla y ojos azules oscuros y penetrantes. Había una
tranquila confianza en él que era rara en los muchachos de su edad y que
pensé que debía atribuirse al estilo de vida que llevaba: Sin
complicaciones, salvaje, emocionante, lleno de sexo—. Te ves preciosa
esta mañana.
—Vete a la mierda —dijo Darcy, entrecerrando los ojos hacia él.
—¿No es todo un rayito de sol? —preguntó Mike, mirándome y
sonriendo.
Sentí una punzada momentánea de simpatía por ella. Debe haber
sido difícil para ella estar en un autobús lleno de hombres. Ella, sin duda,
era objeto de muchos chistes y burlas sin piedad. Realmente se necesitaba
alguien seguro para soportar eso. Especialmente cuando había brutos
como Jay, tratándola con la misma lealtad molesta de un hermano
mayor… y niños sarcásticos como Mike.
—Ven —le dije, estirándome y agarrando unos zapatos y
57
ofreciéndolos—, vamos a buscarte algo de comida.
Ella me miró por un minuto, luego poniéndose una mano en el
vientre, y muy a regañadientes, se puso los zapatos y se dirigió hacia la
puerta.
La seguí hasta fuera, agachando la cabeza para que su cabello
cayera como una cortina alrededor de su rostro. Me pregunté si lo estaba
haciendo para evitarme, o por costumbre ya que era reconocida en
público. Me puse a su lado mientras caminábamos a través de la línea de
casas rodantes, la gente ya estaba dando vueltas. Familias. Personas
mayores.
—Tendrás que hablar conmigo tarde o temprano —comenté,
esperando que los autos pasaran por la calle concurrida para poder
cruzar.
—Sin embargo, no tengo que esforzarme por hacerlo —dijo, saliendo
a la calle, a pesar de que los automóviles seguían pasando.
—Jesucristo —dije, siguiéndola, viendo que los autos se detenían de
golpe—. ¿Quieres morir?
—Se detendrán —dijo y se encogió de hombros—. Si esperamos
hasta que no haya autos, estaríamos esperando todo el día. Tenemos un
espectáculo al que llegar.
Alcancé la puerta y la abrí para ella.
—¿Estás nerviosa?
El interior del restaurante estaba pasado de moda, todo era de
cromo y rosa brillante. Pequeñas rockolas estaban situadas en cada mesa,
las listas de canciones para hojear en el interior se desvanecieron hace
mucho tiempo como si hubieran estado allí desde que se abrió el
restaurante.
—¿Mesa para dos? —preguntó una alegre camarera con un vestido
rosa pálido y un delantal blanco, buscando los menús.
Darcy me miró por un segundo antes de encogerse de hombros.
—Sí, por favor —dijo, y fuimos llevados a un reservado junto a las
ventanas del frente—. Normalmente no me pongo nerviosa hasta que es
casi hora de salir.
58 —¿Incluso después de todos estos años? —pregunté, mirando el
menú.
—Sí —respondió, encogiéndose de hombros—. Quiero decir, nunca
se sabe qué tipo de público podrías tener.
Ella aceptó su taza de café y tomó la jarra sin fondo, sirviéndome
primero, luego a sí misma.
—Al principio, hubo momentos en que nos abucheaban a salir del
escenario. Creo que eso se queda contigo incluso cuando tienes éxito.
Solo eres un mal espectáculo si eso vuelva a pasar.
La camarera regresó, tomando nuestra orden, viendo a Darcy con
una larga mirada de soslayo como si estuviera intentando ubicarla, luego
se fue.
—Vas a perder —dijo, hojeando la lista de canciones, todas las
cuales eran extrañas para mí, luego seleccionando algo lento y de estilo
blues.
—¿Perder qué?
—Como sea que quieras llamar esto —dijo, gesticulando entre
nosotros—. Un juego o un desafío o una muesca particularmente
prominente en tu cinturón. Perderás.
—Creo que me subestimas —contesté, sonriendo.
—Creo que te sobreestimas a ti mismo —respondió, sonriendo—.
Mira. No quiero que esta gira sea incómoda o tensa. Estás aquí. No hay
mucho que pueda hacer al respecto ahora que tienes a Jay de tu parte.
Es un aliado horrible —agregó, recargando su taza de café ya vacía—.
Abandonará tu causa por cualquier falda corta que se cruce en su
camino. Pero de todos modos… no dejes que tu ego se interponga en el
cuidadoso equilibrio de paz que tenemos o te arrepentirás de haber
subido al autobús.
—Eres un poco sexy cuando amenazas a la gente —le dije, riéndome
del fuego en sus ojos. Extendí la mano sobre la mesa, colocando mi mano
bronceada sobre la increíblemente suya pálida. Sus ojos bajaron, pero no
se apartó—. ¿Qué tal si tú no dejas que tu ego se interponga en tu camino
de obtener algo que realmente quieres?
59
—No te quiero —respondió, levantando la barbilla ligeramente.
—Claro que sí —dije y sonreí, retirando mi mano y llevándome el café
a los labios.
—Eres un…
—Espero que estés feliz —gruñó Jay, deslizándose junto a ella,
luciendo cansado y quitándole su café—. Antes de que enloquecieras a la
tripulación, estaba tan cerca de meterme en su culo. Ahora no quiere
tener nada que ver con eso.
—Lamento que mi sueño excesivo esté afectando tu depravación —
dijo, girando en la cabina y alcanzando detrás de ella la mesa junto a la
nuestra y tomando una taza de café extra de la superficie—. Estoy segura
que la convencerás al final.
—¿Qué pasa con ustedes y todo el rollo de no dejar que un chico se
la meta en el culo? —preguntó Jay, haciendo que la camarera se
sonrojara carmesí a medida que nos dejaba la comida.
Darcy se estiró sobre la mesa en busca de la botella de kétchup,
girando el extremo de la tapa hacia Jay.
—Ven, inclínate y déjame empujar esto por tu culo.
—Oh, nena. —Jay sonrió, tomando una patata de desayuno de su
plato—. Pequeña pervertida. No sabía que estabas en eso del juego anal.
Darcy puso sus ojos en blanco, apartando su mano de su comida.
—Tal vez ella estaría más metida en eso si no te la follaras como un
maldito conejo. El sexo anal duele al principio, ¿sabes?
—Entonces, ¿crees que debería ir lentamente con ella y luego sugerir
el sexo anal?
¿En serio estaban teniendo esta conversación en un restaurante a las
diez y media de la mañana? Miré entre ellos, completamente
despreocupados por las miradas de soslayos que estaban recibiendo de
otros comensales y el personal.
Por supuesto, he sido más que un poco mujeriego desde que salí de
mi vida anterior. He follado de todas las maneras posibles. Tríos. Orgías.
Oral. Anal. Lo hice todo. Pero no me podía imaginar sentado discutiendo
cómo hacer que una chica se someta al sexo anal durante el desayuno. Y
de una manera tan despreocupada e informal como ellos lo hacían. Era
60 como si fuera normal. Como si discutieran su vida sexual abierta y
fácilmente durante años. Lo cual, me di cuenta, probablemente hacían.
Nunca he hablado con nadie sobre la mía.
—¿Qué piensas, Isaac? —preguntó Jay, mirándome.
—Su nombre es Isaiah —le corrigió Darcy, vertiendo kétchup sobre
sus huevos revueltos.
—Lo que sea —dijo Jay y se encogió de hombros.
—¿Qué pienso acerca de qué?
—¿Acerca de la idea de Darcy?
Miré a Darcy, cuyos ojos se clavaron en los míos por un segundo
antes de volver a su comida.
—Depende de la chica —contesté, mirándola por un momento
antes de mirar a Jay—. No conozco a Maddy.
—Cierto, pero has tenido sexo anal, supongo.
—Sí —le dije, sonriendo ante el intento de Darcy de no mirarme.
—Entonces, ¿cómo haces que las chicas lo hagan?
Me encogí de hombros. En realidad dependía de la situación.
Algunas mujeres tenían una estricta política de “no usar la puerta trasera”.
Pero en general…
—Solo diles que vas a hacerlo —respondí, alcanzando mi tostada.
—¿Les dices que se lo vas a meter en el culo? —preguntó Jay, y
luego le guiñó un ojo a la camarera—. Tostadas francesas —le dijo y ella
prácticamente salió huyendo.
—Sí.
—¿Cuál es tu tasa de éxito?
Fruncí mis labios por un segundo.
—Diría que el ochenta por ciento.
—¿El ochenta por ciento de las mujeres a las que te follas solo se da
la vuelta cuando les dices que te las vas a follar por el culo? —preguntó
Darcy, bajando el tenedor.
—Sí —contesté y sonreí.
61 —Esa es una maldita mentira de mierda.
—Darce —interrumpió Jay, su expresión divertida—, inclínate. Te voy
a follar por el culo. —Darcy resopló y chocó su brazo contra su hombro—.
Hombre, no sé —dijo Jay, sacudiendo la cabeza—, no funcionó esta vez.
—Pruébalo —sugerí.
—Está bien —dijo, tomando una porción de mi tostada y saliendo de
la cabina—. Pídeme la comida para llevar. Voy a tener hambre si esto
funciona.
—No va a funcionar —dijo Darcy, sacudiendo la cabeza.
Busqué en mi bolsillo, agarré mi billetera y saqué un billete de cien
dólares.
—Cien dólares a que dice que sí.
—Acepto esa apuesta —dijo ella, pareciendo completamente
segura de sí misma.
Ocho
L
e debía cien malditos dólares.
Volvimos al autobús una hora más tarde, con bolsas
llenas de recipientes para llevar de poliestireno para todos
cuando encontraron a Maddie dirigiéndose hacia la cocina,
caminando torpemente y haciendo una mueca cuando se sentó. Jay
sonrió, la rodeó con un brazo y nos guiñó un ojo.
—Hijo de puta —le dije, dejando caer las bolsas sobre la mesa.
—Paga —dijo Isaiah, luciendo demasiado orgulloso de sí mismo.
—No cuenta si es puto —respondí.
67
Nueve
M
e gustaba el trabajo. Mi cuerpo volvió a caer en la rutina
como un viejo amigo olvidado. Me gustaba la tensión, la
lucha, el desafío. Mike y Joey habían estado esperando
durante la instalación de todo gritando instrucciones mientras yo me
rompía el culo trabajando.
Todo me era perfectamente familiar.
Mike y Joey se marcharon para coquetear con cualquier mujer que
pudieran encontrar y yo me escabullí a un lado del escenario para mirar,
con los tapones para los oídos puestos para ayudar a amortiguar el sonido
de la batería y el bajo. Ella realmente era otra cosa en el escenario. Era
68 como si volviera a la vida. Como si absorbiera toda la emoción de la
multitud dentro de sí misma y esta estallara por todos sus poros. Como si
estuviera explotando.
Era imposible mirar hacia otro lado.
Me alejé cuando se estaba despidiendo de la multitud, buscando a
los chicos y preguntando mis instrucciones para el resto de la noche. No
pasó mucho tiempo hasta que me topé con Noel, una rubia bonita de
cabello largo y grandes ojos de gacela y una falda ridículamente corta.
—¿Estás perdida?
—Ese tipo es un idiota —dijo ella, cruzando los brazos sobre el pecho.
Bueno, eso lo reducía a la mitad de la audiencia y casi a todos los
miembros del equipo y la banda.
—¿Quién?
—Jay. Primero me sacó de la multitud y luego escogió a un montón
de otras chicas y…
Ah. Si bien parecía que la mayoría de las chicas estaban más que
dispuestas a luchar por la atención de una estrella de rock, siempre iba a
haber una que pensara que estaba en la cima. Que deberían haber sido
reconocidas como superiores a las demás. Y esta era bonita con su rostro
afilado, tetas grandes, piernas largas y culo redondo.
Hablando de culos…
—¿Cuál es tu nombre, cariño?
—Noel —respondió, girando su cabeza ligeramente para mirarme.
—Soy Isaiah —le dije, acercándome, moviéndome hasta que estuve
junto a ella y luego me estiré para acunar su rostro—. No sé qué le pasa a
Jay, metiéndose con esas otras zorras cuando podría tener a alguien tan
hermosa como tú.
Sus ojos encontraron los míos, una mirada de victoria en ellos. Al fin
había conseguido la validación que estaba buscando desesperadamente.
Poco sabía ella que yo era quien realmente ganaba.
—Eres tan dulce.
—¿Cuántos años tienes? —pregunté, mirando el cuerpo que debería
pertenecer a una mujer de unos veinte años, pero las mujeres maduraban
demasiado jóvenes hoy en día.
69
—Diecinueve —contestó, levantando su barbilla.
—¿Tienes alguna prueba de eso? —pregunté y ella rio, pero buscó su
bolso y sacó su licencia.
—¿Satisfecho? —preguntó ella, sonriendo mientras la apartaba y la
guardaba.
—Todavía no —le dije, estirándome para acunar su mejilla, dándole
una fracción de segundo para objetar antes de empujarla contra la pared
y besarla con fuerza y exigencia. Ella chisporroteó debajo de mi toque, sus
manos rodearon mi espalda, se deslizaron debajo de mi camisa, arañando
mi piel desnuda.
Mis manos se deslizaron de su cara, cayendo sobre su cuello, luego
agarrando sus pechos, retorciendo los pezones a través del material hasta
que ella gimió. Mis labios se arrastraron por su cuello. Mis dientes se
hundieron en el lóbulo de su oreja.
—Voy a follarte hasta que olvides por completo a ese idiota —le dije
al oído y sus manos se clavaron en mis hombros. Sabía que la tenía.
—Está bien —dijo ella, ya poniéndose de rodillas y buscando mi
cremallera.
Realmente es así de fácil. Los chicos que no conseguían traseros
estaban demasiado ocupados en el infortunio para darse cuenta que
todo lo que se necesita es un cuerpo medio decente y la confianza de un
jodido dios griego. Eso era todo. Las bragas caían bajo comando.
Ella sacó mi polla, llevándola rápidamente a su boca, golpeando su
garganta y ahogándose ruidosamente. Apoyé mi brazo en la pared para
sujetarme mientras la veía follándose a sí misma hasta lo profundo de su
garganta. Busqué en mi bolsillo uno de los prácticos condones de la litera,
tomé su cabello y lo tiré hasta que ella gritó y me miró.
—Voy a follarte por atrás —le dije y sus ojos se volvieron más pesados
a medida que apoyaba obedientemente las manos en el suelo.
Me puse detrás de ella, alcanzando entre sus piernas y acariciando
su clítoris por encima de sus bragas hasta que el material se empapó
contra mi mano, luego lo agarré y lo arranqué. Empujé su falda hacia
arriba y me coloqué detrás de ella, agarrando sus caderas y empujando
profundamente dentro de su coño. La arrastré hacia mí mientras
empujaba contra ella, rápida, implacable hasta que sentí que comenzaba
70 a tensarse a mi alrededor. Extendí la mano, agarrando la parte posterior de
su cabello y haciendo que su cabeza se volteara ligeramente para poder
ver su perfil mientras deslizaba mi polla fuera de su coño y presionaba
contra su trasero.
—Voy a follarme tu culo —le dije, mirando cómo se abrían sus ojos de
par en par.
Pero sus caderas presionaron contra mí.
—Está bien —dijo, las palabras apenas un sonido en absoluto, pero
era todo lo que necesitaba.
Empujé dentro de ella, deteniéndome cuando ella se puso rígida o
se estremeció, dejándola ajustarse. No tomaría mucho tiempo. El escozor
cedería y me dejaría follarla más duro de esta manera de lo que lo haría
en su coño. Siempre lo hacen una vez que se acostumbran a la sensación.
No sentí el subidón que solía sentir al conseguir que una chica hiciera
algo que el sesenta por ciento de las mujeres todavía se niega
rotundamente a probar. Todo lo que podía pensar, a medida que mi polla
se enterraba hasta la base en su culo, era que acababa de ganar la
jodida apuesta.
Llegué al frente de las caderas de Noel, acariciando su clítoris hasta
que ella gimió de nuevo.
—Dime que quieres que te folla por el culo —le dije.
Ella abrió aún más las piernas, ya sea para darme más acceso a su
clítoris, o para aliviar la presión en su culo. No importaba.
—Quiero que me folles por el culo —repitió, volteando sobre su
hombro mientras movía sus caderas ligeramente hacia adelante y hacia
atrás, preparándose. Ensanchándose.
—Sí, señora —dije y sonreí, agarrando sus caderas una vez más y
follándola hasta que se dio cuenta de lo que se había estado perdiendo
todos los años por no haberlo probado.
Hasta que se corrió, duro y palpitante.
Hasta que me corrí… pensando todo el tiempo en la maldita Darcy
Monroe.
71
Diez
M
e duché cuando subí al autobús, cambiándome en unos
bóxer de hombre y una camiseta sin mangas blanca.
Me trencé el cabello. Agarré un libro. Luego trepé a
mi litera y cerré la cortina unos minutos antes de escuchar que Jay y los
chicos irrumpieron en el autobús con lo que parecía una multitud épica.
Bien por ellos. Si no estuviera de tan mal humor, estaría con ellos,
riéndome y jugando. Quizás ver si había algún chico guapo con quien
coquetear. Pero estaba malhumorada y no quería bajar la moral con mi
estúpida rabieta.
¿En serio estaba de mal humor porque atrapé a Isaiah follándose a
72 una chica por el culo detrás del escenario? Había sido quien apostó que
no podía hacerlo en primer lugar por amor a Dios.
—¿A dónde vas? —Escuché a Jay gritar—. Tenemos demasiadas
chicas por aquí para nosotros tres.
—Me voy a bañar —dijo Isaiah y pude escuchar que me pasaba—.
Estoy seguro que ustedes pueden encargarse.
Sí porque ya te encargaste de una. Negué con la cabeza, mirando
hacia el techo de mi litera y poniendo los ojos en blanco. Estaba siendo
cruel e infantil y no era propio de mí. Podía escuchar el agua salpicar antes
de que Jay, Mike o Joey pusieran música, el ritmo retumbando por todo el
autobús y haciendo temblar mi cama con el sonido sensual y duro de la
música rap. Podía sentirla reverberando a través de mi cuerpo a medida
que una imagen de Isaiah quitándose la ropa para ducharse apareció en
mi mente sin previo aviso.
Tal vez era la imagen, o la música, o la energía acumulada después
del espectáculo, o incluso los meses de frustración sexual reprimida, pero
encontré que mi mano se movía por mi cuerpo, deslizándome sobre mi
pecho, sobre mi estómago, luego deslizándome entre mis piernas sobre el
material de mis pantaloncillos. No me iba la masturbación. En general,
siempre encontré que le falta algo: le falta el contacto físico, el impacto
de la mano de otra persona en tu cuerpo. Pero a veces era todo lo que
conseguías y realmente necesitaba un poco de alivio.
Cerré los ojos con fuerza, tratando de escabullirme de mi entorno,
tratando de olvidar que eran mis curiosas manos. Me adentré en la música,
sintiendo el ritmo, frotando contra mi clítoris al compás del bajo,
encontrando mi cuerpo reaccionando más fácilmente que de costumbre.
Mis pies se presionaron contra el colchón, mis rodillas se alzaron mientras
mis caderas se balanceaban contra mi toque. Mi cabeza cayó hacia atrás
contra la almohada, mi respiración comenzó a escapar aireada.
No sé cuánto tiempo pasó. Siempre me llevaba más tiempo hacerlo
sola que con otra persona. Necesitaba crear un escenario. Necesitaba
meterme en personaje.
No lo escuché. Ni vi. No sé si él me había estado observando. No sé si
él me había hablado. Todo lo que sabía era que lo sentí. Entrando en mi
litera junto a mí. El colchón hundiéndose bajo su peso al deslizarse dentro,
buscando ciegamente detrás de él y cerrando la cortina. Su cuerpo se
73 apretó contra mí, medio sobre mí cuando se apoyó en un brazo y me miró
un momento, antes de bajar la cara lentamente, mirándome a los ojos. Mi
boca se abrió un poco segundos antes de que presionara la suya contra la
mía, suave, solo un leve toque de presión. El contacto envió una inyección
de deseo por el centro de mi cuerpo.
Sus labios jugaron con los míos, un beso que apenas era un beso,
pero cada terminación nerviosa en mi cuerpo se enfocaba en su boca
susurrando en la mía. Las puntas de sus dedos jugaron con el costado de
mi cuello, apartando mi trenza, corriendo sobre la piel sensible, y luego
bajando. Sobre mi pecho, pero apenas rozándolo, luego mis costillas, mi
vientre. Por mi muslo. Luego retrocede, deslizándose bajo mi mano y
presionando contra mi calor.
Un gemido silencioso escapó de mis labios y su lengua se deslizó más
allá de ellos, jugando con la mía hasta que me retorcí bajo sus atenciones.
Ni siquiera se me ocurrió rechazarlo, negarme a mí misma lo que
quería más que cualquier otra cosa que hubiera tenido en mucho tiempo.
Sus labios se separaron de los míos, bajando por mi cuello, mordisqueando,
lamiendo, mientras sus dedos se movían hacia la cinturilla de mis
pantaloncillos, luego deslizándose por debajo, avanzando sobre mis
bragas.
—Estás muy mojada, nena —dijo en mi oído, chupando el lóbulo de
mi oreja a medida que sus dedos finalmente se deslizaron bajo mis bragas
y la yema de su pulgar rozó mi clítoris casi dolorosamente sensible.
Mi brazo se balanceó, mi mano estrellándose contra su duro pecho,
sintiendo su piel desnuda bajo mi mano.
Mis ojos se abrieron, encontrando los suyos, oscuros y pesados. La
comprensión de lo que estaba ocurriendo pasó junto a la niebla del deseo
y sentí que la incertidumbre avanzaba hacia la superficie. Sentí que mi
cabeza comenzaba a temblar levemente.
—Isaiah, yo…
—Déjame hacerte sentir bien —dijo, tomando mis labios de nuevo.
Y con eso, mis objeciones desaparecieron. Quería sentirme bien. Y
quería que él me hiciera sentir bien. Era tan simple y tan complicado como
eso.
74 Su dedo se deslizó más abajo, empujando contra la entrada,
deteniéndose por un segundo hasta que mis caderas se levantaron para
encontrarse con él, luego deslizándose dentro lentamente. Gruñí contra sus
labios, mi mano alzándose para envolverse alrededor de la parte posterior
de su cuello. Su dedo volvió dentro de mí, curvándose, luego acariciando
contra la pared superior de mi coño. Mis piernas volaron, chocando contra
la pared de la litera, mis ojos abriéndose a los suyos.
Él acarició mi punto G una vez más.
—Eso se siente bien, ¿verdad, nena?
—Sí —dije, arqueándome en el colchón, empujando su boca hacia
debajo de vuelta sobre la mía, queriendo perderme en ella. Deseándolo.
Deseando más.
Deslizó otro dedo dentro de mí, llenándome, empujando dentro y
fuera de mí hasta que mis gemidos perdieron ruido, solo una boca abierta,
rogando más en silencio.
—¿Vas a correrte para mí, Darcy? —preguntó, su pulgar acariciando
de lado a lado mi clítoris mientras sus dedos giraban y pasaban sobre mi
punto G otra vez. Mis ojos se dirigieron a los suyos, las palabras se
atragantaron en mi garganta, y asentí—. Mmm —dijo, cerrando los ojos por
un segundo.
Cuando se abrieron, sus dedos comenzaron a seguir un ritmo
repentino y frenético, haciendo que mi orgasmo se sacudiera con fuerza e
inesperadamente a través de mi cuerpo, haciéndome gritar y mis piernas
temblar mientras convulsionaba alrededor de sus dedos una y otra vez.
—Buena chica —susurró, acariciando más rápido a través de mi
orgasmo, extendiéndolo, haciendo que mi piel se sintiera eléctrica con la
sensación extra.
Enterré mi rostro contra su pecho, respirando lenta y profundamente
tratando de volver a bajar de la cima, tratando de volver al momento. Sus
dedos permanecieron dentro de mí por un largo tiempo, el tiempo
suficiente para sentirme apretando a su alrededor otra vez. Luego los sacó
lentamente, retrocediendo ligeramente, mirándome y llevándose los
dedos a los labios, deslizándolos dentro y cerrando los ojos.
—Sabes tan dulce —dijo, mirándome durante un largo minuto antes
de aplastar sus labios contra los míos con fuerza.
75
Este era el beso que quería, duro, castigador, que dejaría mis labios
hinchados, lleno de necesidad y deseo y un incómodo nivel de deseo.
Crudo, puro. Real. Me estiré a su alrededor, empujándolo hacia mí con
fuerza, aplastándome contra su pecho, envolviendo mis piernas alrededor
de su espalda, besándolo con todo dentro de mí. Hasta que ya ni siquiera
era yo. O a él. Éramos solo un deseo compartido. Éramos solo sentimientos.
Sus manos agarrando mi cuello, tirando de mi cabello. Mis dedos
arañando la piel de su espalda. Su polla presionada contra mi muslo. Mis
pezones duros, tensos contra el material de mi camisa. Nuestras lenguas
acariciando a la del otro. Nuestros corazones latiendo rápidos. Nuestros
jadeos entrecortados. Sentí como si mi piel vibrara, como si intentara
separar aún más mis poros, tratando de hacer espacio para atraerlo.
Como si siguiéramos así, íbamos a derretirnos en una piscina de deseo y
necesidad y arder tanto que amenazaría con incendiar todo el autobús.
Como si ambos sintiéramos la misma sensación al mismo tiempo,
ambos nos apartamos, nuestros ojos abriéndose al instante, nublados, pero
conscientes. Se impulsó hacia arriba tan alto como lo permitió el techo
bajo.
Una vez que su cuerpo se apartó del mío, todo lo que acababa de
pasar me vino de regreso como una avalancha. El deseo retrocedió de
forma precipitada como una niebla, dejando solo claridad. Acababa de
dejar que Isaiah me folle con el dedo. Y me bese como si estuviéramos
esperando que caiga una bomba. Como si fuera lo último que haríamos
en nuestras vidas.
Pero no era lo último que haríamos. No iba a haber un feliz final para
el mundo. Iba a tener que enfrentarlo otra vez. Tendría que vivir con la
realidad de lo que acabábamos de hacer.
Se empujó junto a mí otra vez, el aire una descarga fría a mi sistema.
Miró hacia la pared por un largo momento y luego de vuelta a mí con una
sonrisa desconfiada en su rostro. Hubo una larga pausa antes de que
finalmente hablara.
—Gané —dijo, alcanzando la cortina de privacidad y abriéndola.
Solo se deslizó por la escalera, mirándome, cuando añadió—: En todos los
sentidos posibles. —Cerrando la cortina.
Llevé mis manos a mi rostro, tapándome los ojos, como si pudiera
76
bloquear la mortificación.
Ese hijo de puta.
¿Cómo se atreve? ¿Quién hace una mierda como esa? ¿Quién
avivaba tu deseo y luego te lo arrojaba a tu cara? ¿Qué tipo de hombre te
hacia avergonzarte por el hecho de que respondías a su toque?
Su absoluta y completa falta de respeto hacia las mujeres era
absolutamente inaceptable. Rodé sobre mi costado, llevando mis rodillas
hacia mi pecho, y miré a la pared. Bueno, tendríamos que remediar eso.
Porque teníamos una situación única. Él iba a aprender a respetarme,
maldita sea. Trabajaba para mí. Yo era la dueña de ese bastardo. Y me
iba a encargar de arrastrar su culo por el maldito suelo.
Sonreí, me dormí pensando en todas las horribles formas en que iba a
hacerlo sufrir.
Iba a arrepentirse el día que se inscribió para trabajar en mi gira.
Demonios, lamentaría el día en que se enteró de qué era un coño y cómo
jugar con él.
Estaba acabado.
Once
M
e fui a la cama feliz esa noche y dormí como un maldito
bebé. Sin ayuda del alcohol. Por primera vez en meses.
Había regresado de la ducha cuando una canción
en el estéreo cambió y pude escuchar un ruido procedente de la litera de
Darcy. Un sonido bajo y quejumbroso sonido que de inmediato pensé que
estaba llorando. Y normalmente, simplemente lo dejaría pasar. Las mujeres
que lloraban en privado definitivamente no querían ser atrapadas
haciéndolo. Pero cuando la canción volvió a cambiar en algo y su sonido
quedó tragado por el bajo, no pude evitar apartar la cortina, intentando
preguntar qué estaba pasando.
77 Pero ahí estaba ella. No llorando. Gimiendo. Su mano presionada
entre sus muslos, sus ojos cerrados fuertemente mientras se retorcía en su
disfrute. Y yo solo… no pude apartar la mirada. Quería hacerla sentir de
esa manera. Quería llevarla hacia el borde… luego empujarla más allá.
Quería que ella me mirara con deseo en sus ojos claros. Quería que gimiera
por mí.
Así que subí a su litera y me deslicé a su lado.
Su deseo era algo eléctrico. Relucía por toda su piel. Ardía sobre la
mía. Ponerla así de caliente había sido el encuentro sexual más gratificante
que había tenido en meses. Verla correrse fue embriagador. Quería verlo
una y otra vez. Quería que gritara mi nombre.
Me desperté, salí hasta el exterior e hice mi llamada planificada a la
doctora Todd. Su rostro apareció en mi pantalla unos segundos después,
en su oficina, los libros detrás de ella mientras estaba sentada en su
escritorio.
—Isaiah. ¿Cómo has estado?
—No puedo quejarme —contesté, alejándome de nuestro
campamento por si alguien más decidía levantarse temprano.
—¿Cómo va tu viaje de negocios?
—Ha sido…
—¿Eso es un autobús de gira? —preguntó, entrecerrando los ojos en
la pantalla.
Miré hacia atrás por encima del hombro, sonriendo ante mi propia
estupidez.
—Sí —dije, mirando de vuelta, pasándome una mano por el costado
de la cara.
—¿Qué tipo de viaje de negocios requiere un autobús de gira?
—Una gira de conciertos —respondí honestamente. Iba a terminar
emergiendo con el tiempo.
—¿Te importaría detallar eso?
—Conseguí un trabajo estableciendo y desmotando espectáculos —
le dije, moviéndome hacia el bosque al costado del campamento de
caravanas y sentándome en un árbol caído.
—Conseguiste un trabajo montando espectáculos —repitió, con los
78 ojos entrecerrados—. Isaiah, eres multimillonario. ¿Por qué aceptaste un
trabajo haciendo trabajo manual?
—Sí, esta es la parte que no te va a gustar —le dije, sonriendo
levemente.
—Soy toda oídos.
—Bueno, ¿recuerdas mi tarea?
—Conocer y hacer una conexión con tu vecina sin que haya un
trasfondo sexual en la relación —dijo y asintió.
—Sí, eso no va a funcionar.
—¿Por qué no?
—Porque me la follé con el dedo anoche —contesté, casi riéndome
de la expresión de asombro en su rostro ante mi confesión.
Ella rápidamente transformó sus rasgos en una máscara controlada.
—De acuerdo. Entonces, ¿ella está allí en la gira contigo?
—Es Darcy Monroe… de Darcy.
—Supongo que esa es una banda —dijo, mirando hacia su escritorio
donde, estaba seguro, estaba garabateando sus notas.
—Una banda de metal. Ella es la cantante.
—¿Darcy te pidió que te unieras a su gira?
—No, no exactamente.
—Entonces, ¿cómo llegaste a ser su empleado?
—La conocí. Cuando estaba de descanso entre las presentaciones.
Y nosotros… comenzamos a flirtear. Pero ella siguió jugando conmigo.
Como si fuera un juego y…
—Y no puedes ser superado por una mujer —completó, asintiendo, y
hubo una gran resignación en su tono.
—No es exactamente…
—Isaiah —me interrumpió, su tono más agudo de lo habitual—.
¿Podemos hablar de tu madre?
—¿Mi madre? ¿Por qué? —Nuestras conversaciones sobre mi pasado
siempre se habían orientado hacia mi padre. Porque de ahí proviene el
abuso.
79 —Porque la mayoría de los hombres aprenden, cuando niños, a
cómo interactuar y ver a las mujeres en sus vidas. Más prominentemente,
sus madres. Apenas la has mencionado alguna vez.
—Está muerta.
—Cierto. Pero murió cuando tenías… —revisó sus notas—,
diecinueve.
—Cierto —asentí, haciendo una mueca dolida al mencionar su
muerte.
—¿Cómo murió?
Estupendo. Realmente íbamos a ir allí.
—Se suicidó.
Los ojos de la doctora Todd se dispararon hacia la pantalla.
—¿Se suicidó?
Me sentí asintiendo.
—Mi hermana acababa de cumplir dieciocho…
—¿Tu hermana? —preguntó, volviendo a hojear sus notas. Sin duda
buscando alguna señal de que alguna vez la haya mencionado antes. No
lo había hecho.
—Fiona. Mi hermana. Un año más joven que yo.
—De acuerdo. Solo sigue —dijo, mirándome.
—Fee tenía una relación cercana con mi madre. Probablemente por
lo mucho que mi padre abusó de ella.
—¿A tu hermana?
—Sí.
—¿Cómo abusó de ella?
Miré hacia mis pies, sin querer pensar en ello. Sin querer que esas
pesadillas volvieran cuando las cosas finalmente habían empezado a
resolverse. Pero sabía que todo lo que había estado haciendo era reprimir
los recuerdos, no enfrentarlos.
—Él la golpeaba mucho. La menospreciaba. Cuando ella tenía diez
80 años… —Cerré los ojos con fuerza, recordando haber observado por la
ventana, horrorizado, enfermo, mientras mi madre corría detrás de mí,
tratando de encontrar la forma de detenerlo.
—Cuando ella tenía diez años —indicó la doctora Todd.
—Cuando ella tenía diez años, la arrastró hasta fuera… desnuda. Ella
estaba desnuda. La arrastró hacia la nieve y la golpeó. Luego él… —
tragué más allá de la creciente náusea en mi garganta—, sacó su navaja
de bolsillo y la marcó por debajo de sus pechos y luego marcó la palabra
“malvada” en la piel justo encima de su…
—Vagina —culminó la doctora y mis ojos se alzaron de golpe para
encontrarla tan horrorizada como yo.
—Sí. Dijo que quería hacerla tan fea que nunca podría tentar a un
hombre a los pecados de la carne.
—¿Tu madre intervino?
—Ella incendió la sala de estar.
La doctora Todd guardó silencio por un momento.
—Porque si ella en realidad hubiera salido a detenerlo, el castigo
habría sido…
—Grave —terminé.
—Así que tu hermana escapó y tu madre no pudo soportar la falta
de…
—No —dije, sacudiendo la cabeza—. No. Ella había estado
planeándolo. Ella había estado tratando de alentar a Fee a escapar
durante años. Esperando el día en que ella finalmente se cansara y se
fuera. Después, el día en que Fee finalmente lo hizo, ella robó la navaja de
mi padre, se metió en el bosque y se cortó las muñecas.
La doctora Todd se veía extrañamente triste, con la cabeza
apoyada en la palma de su mano, su rostro medio oculto por la mano.
—Isaiah, lo siento mucho…
—Fue hace mucho tiempo —dije, tomando una respiración
profunda—. La envolví y cavé su tumba y…
—¿Tú? ¿Enterraste a tu madre? ¿Dónde estaba tu padre?
—Él se enfureció ese día. Apenas era una persona coherente. Dijo
que su cuerpo podía yacer allí y pudrirse. Dejar que los osos, los mapaches
81 y los zorros se coman su cuerpo. Pero yo no podía… quiero decir, era mi
madre.
—Hiciste lo correcto —dijo, tomando una respiración visible y
levantando su cara de su mano. Volviendo a su persona profesional—.
Entonces, tu padre abusó de tu madre cuando eras pequeño.
—Sí.
—Y de tu hermana.
—Sí.
—¿Hubo otras mujeres en tu vida?
—Mi abuela. Por lo general, la veíamos una vez a la semana. Nuestra
choza estaba en el bosque en su propiedad.
—¿Cómo era ella? ¿Sumisa?
—No. Mi abuela era un poco dura. Pero era una mujer religiosa. Y
nunca fue capaz de enfrentarse a su hijo. Incluso cuando era un niño. Ella
lo dejó hacer lo que quisiera.
—Sin duda ayudando a crear el monstruo que resultó ser.
—Supongo.
—¿Sabía ella sobre el abuso que tu madre y tu hermana sufrieron a
manos de su hijo?
—Creo que ella sabía que había golpizas. Pero no creo que tuviera
idea de lo malo que realmente era. No hasta que Fee le dijo ya de adulta.
—¿Crees que ella habría intervenido si lo hubiera sabido?
Visioné una imagen de ella: acero y elegancia. En todos los sentidos,
una mujer fuerte e intimidante. Pero nunca habría enfrentado a mi padre.
—No.
—Así que, cada mujer que has visto en tu vida ha sido subordinada y
se ha encogido ante los hombres.
—No. Quiero decir… Fee es una de las mujeres más fuertes que nadie
haya visto…
—Pero no conociste a esa Fee hasta más tarde. Las mujeres de tu
vida en tus años formativos fueron abusadas, o lo permitieron, por tu padre.
—Sí.
82 Su cabeza asintió una vez y hubo una larga pausa.
—¿Por qué me estás diciendo esto?
Mis cejas se fruncieron.
—¿No era eso lo que se supone que debo hacer en terapia?
—Sí —contestó, sonriendo levemente—, pero has pasado años
ocultándome todo esto. ¿Por qué te estás abriendo ahora?
No tenía ni puta idea. Me encogí de hombros.
—No lo sé.
—Está bien —dijo, frunciendo los labios—. ¿Puedes decirme más
sobre esta… —echó un vistazo a sus notas—, mujer Darcy Monroe?
—Ella es interesante. Diferente, supongo. Ha estado en un autobús
lleno de hombres durante años, así que se ha vuelto en cierto modo muy
extrovertida y exigente a su alrededor. Es muy… abierta de alguna
manera. Como la primera noche que la conocí, estaba nadando desnuda
justo frente a mí. Pero también es realmente cerrada con otros. De hecho,
no comparte ninguna información personal ni expresa sus sentimientos.
Aparte de su frustración o ira.
—Estás sonriendo —observó, levantando una ceja.
¿Lo hacía? Supongo que así era.
—Sí, supongo.
—Pareces… más feliz que la última vez que te vi.
Me encogí de hombros.
—Creo que solo necesitaba alejarme de las cosas por un tiempo.
—En una gira de música metal.
—Oye —le dije, sonriéndole—, es más jugar que trabajar.
—¿Cuál es el fin del juego en esto?
—¿Qué quieres decir?
—Quiero decir… ¿qué estás haciendo allí exactamente? ¿Te vas a
quedar para toda la gira? ¿Estás tratando de tener sexo con esta mujer
Darcy Monroe? ¿Luego qué? ¿Solo te vas? ¿Evitarás verla de vuelta en la
ciudad?
Estuve en silencio por un minuto. Ella tenía un punto. En realidad no
había hecho ningún tipo de plan.
83
—Bueno, planeo dormir con ella, eso es jodidamente seguro —dije,
medio para mí.
—Por supuesto. ¿Pero entonces, qué? Porque tu patrón habitual
implica tener relaciones sexuales con una mujer, y después descartarlas
por completo. Eso no será exactamente una opción cuando estás
trabajando para ella.
Ella tenía razón. Podría haber superado a Darcy al hacerla
retorcerse, gemir y correrse durísimo. Pero en esta situación, y por primera
vez en mi vida, yo no era realmente el que estaba a cargo.
—¿Isaiah? —preguntó la doctora Todd.
—No lo sé —admití honestamente.
Ella asintió una vez.
—Creo que eso es algo bueno.
—Porque necesito aprender a…
—¡Isaiah! —gritó una voz, de hecho… el grito provino al otro lado del
parque—. ¡Trae tu puto trasero hasta aquí! Estás desperdiciando mi tiempo.
La doctora Todd levantó una ceja y pude decir que estaba
luchando por contener una sonrisa.
—¿Esa es Darcy? —preguntó.
Asentí.
—Sí.
—Lo juro por Cristo, si no vuelves aquí en dos minutos, ¡haré que Burt
te deje aquí!
La doctora Todd dejó que la sonrisa se dibujara en su rostro, grande y
divertida. Casi vertiginosa.
—Oh, esto va a ser interesante —comentó.
—Se supone que debes estar de mi lado —dije riendo.
—Cierto —concordó—. Pero a veces estar del lado de tu paciente
significa esperar que alguna estrella de rock lo haga pasar por un infierno.
—Tendrás que enviarme algunos estudios que prueben…
—¿Dónde diablos estás? —llamó Darcy, su voz más cerca.
84
—Te dejaré ir temprano para que no te despidan y arruines este
pequeño experimento —dijo la doctora Todd, una vez más sonriendo—. Te
llamo la próxima semana, Isaiah.
Acababa de colgar cuando Darcy irrumpió en el bosque, con las
manos en sus caderas en jeans negros y un suéter blanco.
—¿Te has quedado sordo?
—Buenos días a ti también, Darcy —dije y sonreí, poniéndome de pie.
Aparentemente si había algo más sexy que Darcy en el escenario, o Darcy
masturbándose, era Darcy enojada.
—¿Qué crees que estás haciendo escabulléndote cuando hay
trabajo por hacer?
—¿Trabajo? ¿Hoy no volvemos a la carretera? —pregunté,
poniéndome lentamente de pie.
—No solo trabajas las noches de espectáculos. Trabajas para mí las
veinticuatro horas los siete días y…
Me moví más cerca de ella, haciéndola retroceder contra un árbol,
haciendo que sus palabras cayeran de su boca.
—¿Hay… alguna manera de que pueda serte… —miré todo su
cuerpo lentamente—, útil?
No tuvo el efecto que pretendía. Esperaba que sus ojos se tornaran
pesados y llenos de deseo. Solo logró el tipo de expresión que alguien
pone cuando le cae un cubo de agua con hielo.
Conmoción. Indignación.
—De hecho —dijo, levantando la barbilla—, sí.
Le sonreí lentamente, mis ojos brillando a medida que lentamente
me ponía de rodillas frente a ella, alcanzando el botón de sus pantalones.
—Sí, señora.
Ella me miró con un deseo desenfrenado durante un largo momento,
pero cuando mis dedos comenzaron a presionar el botón, sacudió su
cabeza ligeramente y sus ojos se entrecerraron. Luego su pie salió volando,
aterrizando en el centro de mi pecho y pateándome hacia atrás. Aterricé
duro sobre mi trasero, mirándola como si hubiera perdido la cabeza.
—Lava el autobús —dijo, cruzando los brazos sobre el pecho.
85
—¿Qué lave el autobús? ¿En serio? —pregunté, empujándome y
poniéndome en pie.
—Sí. Lava el autobús. Luego debes fregar el interior. Todas las
superficies, incluyendo limpiar todos los muebles.
—¿Eso es todo? —pregunté, sonriendo levemente.
—No —contestó, dándose la vuelta para irse—, pero te ayudará a
empezar.
Sonreí a medida que se retiraba antes de seguirla lentamente hacia
el autobús. Entonces ese era su plan. Iba a jugar la carta del jefe. Bueno,
estaba bien.
Conseguí todos los suministros para limpiar el autobús y recién
comencé a fregar el segundo lado cuando una ventana se abrió sobre mí
y Darcy se asomó.
—Será mejor que seques esa mierda. Nos vamos en cinco.
—Pero recién comencé a…
—Entonces me temo que vas a tener que volver a hacer todo en la
siguiente parada —declaró, cerrando la ventana. Volví a arrojar la esponja
al cubo, sacudiendo la cabeza.
Parecía que había pateado el puto nido de avispas. Y la abeja reina
estaba jodidamente enojada conmigo. Iba a ser un día largo.
86
Doce
—N
o.
—Vamos, Burt. Por favor —supliqué,
girándome en el asiento del pasajero y
mirándolo con un puchero.
—No —dijo, sin dejar de mirar la carretera—. Tenemos un horario
apretado. No podemos permitirnos paradas no planificadas.
—¡Pero no llevará tanto tiempo! Solo un par de horas. Lo prometo.
—No.
—Por favorcito —le dije, sobresaliendo aún más el labio inferior y él
87 me miró.
—Sabes que vas a ceder —gritó Jay desde la parte posterior,
mirando las cartas en su mano—, ahórranos a todos esta humillación y di
que sí.
—Una hora —dijo Burt, luciendo severo.
—Una hora y media —acordé—, más o menos…
Burt dejó escapar un largo suspiro dolido y negó con la cabeza.
—Gracias a Dios que tuve varones.
—Oh, me amas y lo sabes —dije y sonreí, desabrochándome e
inclinándome para besar su mejilla—. ¡Siguiente parada: el embrujado
manicomio alocado! —les anuncié a los muchachos que se turnaron para
poner los ojos en blanco o mascullar en voz baja lo hartos que estaban de
todas esas tontas cosas embrujadas.
—¿Un manicomio embrujado? —preguntó Isaiah, saliendo del baño
donde le había ordenado que fregara cada centímetro con un cepillo de
dientes. Una tarea que él había asumido con una completa falta de
ofensa o disgusto.
En realidad, había aceptado todos los trabajos en los últimos cinco
días con un gesto de la cabeza y una sonrisa, sin importar cuán
degradante fuera la tarea. Era casi como si prosperase con el trabajo
manual. Lo cual parecía completamente contradictorio con ser un
capitalista de riesgo. ¿Acaso la gente no conseguía trabajos así para
nunca tener que cortar su propio césped o preparar sus propios platos
nunca más?
—Sí —le dijo Jay, clasificando sus cartas—. Darce tiene un fetiche por
todas las cosas oscuras y espeluznantes. Dale unos globos oculares
embalsamados en un frasco y estará ronroneando como una gatita.
Isaiah me miró, con las cejas levantadas, una sonrisa jugueteando
con el borde de sus labios.
—Suena interesante. Eso si he terminado con todas mis tareas por el
día —dijo con una mirada dirigida hacia mí.
—Deja que Cenicienta vaya al baile —dijo Jay—. Ninguno de
nosotros quiere ir.
105
Trece
L
a vi alejarse, su paso rápido y emocionado mientras sostenía el
gato enojado y confundido contra mi pecho. Volví a mirar a los
chicos que me estaban sonriendo maliciosamente.
—¿Qué? —pregunté, alzando una ceja.
—¿Se puso súper juguetona? —preguntó Mike.
—Es un él… y todavía no es lo suficientemente mayor para eso.
—No el jodido gato —dijo Jay, poniendo los ojos en blanco y pude
ver a Burt mirándonos con ira antes de subir rápidamente al autobús.
—¿De qué estás hablando?
106 —Darce —dijo Jay, extendiendo la mano para acariciar la cabeza
del gatito—. Es toda una puta gore.
—¿Qué demonios es una puta gore? —pregunté, mirando entre ellos
como si hubieran empezado a hablar en otro idioma.
—Se pone cachonda por cosas raras. Como sus casas embrujadas y
esas cosas. Alguien suele ser abrazado o besado si van con ella —explicó
Jay, quitándome el gato y sosteniéndolo. Era una visión tan extraña que
casi quise reír.
—¿En serio?
—Sí, esa chica está loca —dijo Joey, asintiendo.
—Oh, ¿qué demonios sabes tú? —preguntó Jay, sacudiendo la
cabeza—. Pero sí. Le entra todo ese miedo mezclado con el deseo en su
cuerpo y necesita sacarlo de alguna manera. ¿Se te lanzó?
—No —dije, sorprendiéndome. Porque ella definitivamente inició lo
que sucedió en esa sala de exámenes. Y estaba jodidamente feliz por eso.
Y nunca era la clase de persona que ocultaba mis hazañas. Pero de
alguna manera se sentía mal hablar de eso—. En realidad, no fue
realmente aterrador. Estaba molesta por la falta de efectos personales en
el lugar.
—Oh, eso apesta. Para ti —dijo Jay, haciendo una mueca—. No es
mi tipo.
—Hablando de tu tipo —comencé, mirando alrededor—, no
recuerdo haber visto a Maddy anoche.
—Oh, dejó el autobús —dijo Jay casualmente.
—¿Tan pronto?
—¿Tan pronto? —preguntó Mike, riendo—. Tiene suerte de haber
durado tanto como lo hizo. Lo cual probablemente solo hizo porque él se
la folló por el culo.
—¿Y dónde está?
—¿Qué eres, su madre? —preguntó Jay, pero su sonrisa cayó—. No
te preocupes. Le di dinero más que suficiente para volver a casa. De todos
modos, no estaba exactamente feliz con todas las otras mujeres.
—Ustedes viven una vida realmente loca —comenté, sacudiendo la
cabeza ligeramente.
134
Dieciséis
E
l Bluestone era un precioso y antiguo edificio de piedra azul con
un espléndido vestíbulo de lujo y alfombras de color blanco en
los pasillos, que debe de llevarle a todo un equipo de
mucamas para mantener limpias. La mitad de nosotros fuimos conducidos
al último piso, dejando a Todd, Joey y Burt en un piso más abajo. Sacrifiqué
la suite presidencial a Jay, quien utilizaría el espacio con su fiesta, que
seguramente sería épica.
Me condujeron a una habitación, le di una propina al botones, y
cuando cerré la puerta, vi que conducían a Isaiah a la habitación frente a
mí. Por supuesto.
135 La habitación era lujosa. Había una enorme cama de buen tamaño
con preciosas sábanas blancas y una cabecera acolchada. La alfombra
combinaba con los pasillos y había ventanas de piso a techo que
ocupaban la pared del fondo con finos visillos blancos. Saqué una muda
de ropa de mi bolso y me dirigí al baño, con todas las baldosas
bronceadas y una enorme ducha de vidrio. Me acerqué y me deslicé bajo
el rocío, ávida de lavar toda la noche, de relajar parte de la tensión en mi
cuerpo.
Casi una hora más tarde, volví a mi habitación con unas bragas y
una de las viejas camisetas de Jay que me llegaba a la mitad del muslo.
Un golpe en mi puerta hizo que mi corazón volara hasta mi garganta.
Alcancé mi cuello, caminando hacia la puerta y mirando por la mirilla para
encontrar a Isaiah allí, con el cabello mojado de su propia ducha.
Quité la cerradura, abrí la puerta y él me ofreció un café para llevar.
—Jay trajo estos de vuelta con él, pero no respondiste a tu puerta, así
que dejó el tuyo conmigo.
Tomé el café entre mis manos y me encogí de hombros.
—¿Quieres entrar un rato? —pregunté, sabiendo que probablemente
era una mala idea. Sabiendo a dónde iba a conducir.
—Seguro —dijo, mirando alrededor de la habitación, caminando
hacia las ventanas y tirando de los visillos—. Tienes una buena vista.
—Entonces, ¿por qué no estás en la fiesta de Jay? —pregunté,
acercándome a él para mirar hacia afuera.
—Mi hígado necesita un descanso —contestó riendo, y mirándome.
—Sí, el ritmo de Jay no es para un ser humano normal. Creo que
algunas personas nacen con un gen de estrella de rock que les permite
divertirse tanto como ellos.
—Pero tú no, ¿eh?
—No, creo que una estrella de rock en una banda es suficiente.
Isaiah se estiró, quitándome el café de mis manos, y luego
colocándolos ambos en la cómoda. Se volvió hacia mí, con cierta
tranquilidad en él que me parecía embriagador. Su mano se movió hacia
arriba, tocando mi mejilla.
—Entonces… —dijo.
158
Dieciocho
B
urt nos aseguró a la mañana siguiente que el autobús era
seguro. Y también, sin demasiada sutileza, insistió en que
saliéramos a la carretera ya que estábamos un día atrasados.
Una parte de mí estaba contenta de volver al autobús, a trabajar, a una
sensación de normalidad. Necesitaba la distracción. Necesitaba dejar de
fantasear con el jodido Isaiah Meyers. Necesitaba dejar de obsesionarme
sobre por qué no regresó a mi habitación la noche anterior.
Para ponerlo en términos simples: tenía que dejar de ser tan perra al
respecto.
Poe se lanzó hacia mí cuando lo dejé salir del baño, entrando y
159 saliendo de entre mis pies y ronroneando frenéticamente. Al menos era
algo con lo que podía acurrucarme. Incluso si él no era lo que quería.
—Está bien —gritó Burt desde la cabina—. No tenemos tiempo que
perder. Siéntense y relájense.
No pude obligarme a ir a mi litera y acostarme a pocos centímetros
por encima de Isaiah, quien no me había dicho ni una palabra toda la
mañana. Llevé a Poe al salón trasero, que por lo general estaba
desocupado cuando conducíamos porque rebotaba horriblemente y
hacía que todo el mundo se sintiera mareado. Estaba dispuesta a
conformarme con un poco de náuseas si eso significaba que no tenía que
sentirme como si tuviera que entablar una pequeña charla sin sentido con
los muchachos para evitar que se dieran cuenta que estaba de mal
humor.
Llegamos a la carretera unos minutos más tarde y traté de mantener
a un Poe retorciéndose en mi regazo, pero finalmente se arrastró y corrió
hacia el frente donde podría molestar a Jay. Me acurruqué de costado, de
espaldas a la puerta y cerré los ojos, intentando recuperar el sueño que
había perdido la noche anterior y esperando que pusiera las cosas en
mejor perspectiva cuando me despertara. Porque no era propio de mí ser
tan indecisa. Ser excesivamente sentimental. Tener un jodido flechazo
infantil por el amor de Dios.
—¿Siendo antisocial? —preguntó la voz de Isaiah, sentándose. Puso
mis pies en su regazo y comenzó a masajear uno de ellos como la primera
vez que nos vimos.
Rodé sobre mi espalda, mirándolo y sacudiendo mi cabeza.
—Hombre, pasas del calor al frío como si nada.
—¿Qué? —preguntó, observándome, con las cejas fruncidas.
Y me di cuenta que realmente no sabía de lo que estaba hablando.
Él no veía su comportamiento como algo anormal. Porque tal vez, para él,
no era así. Tal vez era el resultado de su infancia sobreprotegida. Tal vez
era su incomprensión innata de las mujeres. Pero no creía que era raro
follarme, y luego ignorarme, para después esperar que sea feliz cuando
volviera a mirarme.
—Nada —dije, sacudiendo la cabeza.
Él se encogió de hombros, soltando mi pie.
160
—Ven aquí —dijo, dando unas palmaditas en su regazo.
Y, realmente, sería inútil fingir que no quería, que no iba a hacerlo, así
que me levanté y me acerqué a él, levantando mi pierna para pasarla por
encima de su cadera.
Pero él la agarró y la apartó, tomando mis caderas y girándome,
sentándome sobre él, de espaldas a su pecho.
Sus manos se deslizaron por mis costados, avanzando y tomando mis
pechos a través del delgado material de mi vestido camiseta, aferrando
mis pezones con fuerza. Después se movieron hacia abajo, agarrando el
borde de mi falda y levantándola.
Siempre distante, lo recordé con un estremecimiento. Solo quería
follarme cuando no tenía que mirarme a la cara. Agarré su mano a
medida que serpenteaba por mi muslo.
—No —dije, negando con la cabeza.
—¿No? —preguntó, sonando genuinamente perplejo.
—No así —aclaré, poniéndome de pie y girando—. Quiero mirarte
por una vez.
—Me viste en casa de tus padres…
—En un espejo. Y ni siquiera me devolviste la mirada —dije, poniendo
los ojos en blanco. Alcancé mis bragas, dejándolas caer al suelo y
moviéndome para montar su cintura. Sus ojos lucían cautelosos,
resguardados, mientras sus manos se posaban en mis caderas. Me estiré
entre nosotros, abriendo su pantalón y alcanzando su polla, acariciándola
de arriba hacia abajo por un minuto, observándole la cara. Pero sus ojos se
desviaron de los míos y sentí una oleada de decepción—. ¿Tienes…?
Él asintió, metiéndose la mano en el bolsillo y sacando un condón,
manteniendo sus ojos bajos mientras se lo ponía.
Alcé mis caderas, alcanzándolo y guiándolo hacia mi entrada,
deteniéndome a medida que comenzaba a penetrarme.
—Isaiah —dije, odiando el sonido necesitado de mi voz—. Por favor,
mírame.
Tal vez era el placer, o el tono de mi voz, pero tomó aliento y dejó
que sus ojos encontraran los míos y me dejé caer sobre él rápidamente,
161 gimiendo suavemente, agarrándolo del hombro.
Sus cejas se fruncieron a medida que su mano se deslizaba por mi
brazo, por un lado de mi cuello, luego se posó a un lado de mi cara y me
sostuvo allí. Comencé a montarlo lentamente, perdida en la dulce dulzura
de ese momento, algo que nunca antes me había dado cuenta que
quería de un hombre. Especialmente un hombre como Isaiah. Pero lo
quería entonces, más que nada.
Pero pronto la urgencia de mi necesidad se impuso y comencé a
moverme más rápido, conduciéndome a mayor altura, mirando a Isaiah.
Sus ojos permanecieron fijos en los míos cuando comenzó a empujar sus
caderas hacia mí. Me mordí el labio para mantener mis gemidos dentro de
mí mientras comenzaba a balancearme contra él a medida que
empujaba. Cada vez más y más rápido, haciendo que mis manos tomen
sus hombros y se claven en ellos. La mano de Isaiah se deslizó hasta la
parte posterior de mi cuello, llevando mi rostro hacia él, sus labios tomando
los míos.
—Oh, Dios mío —gemí en voz baja—. Oh, maldición. Isaiah —
gimoteé contra sus labios.
—Déjame sentir que te corres, nena —dijo en respuesta, su voz baja y
grave.
Envolví mis brazos alrededor de su cuello, presionando mis labios
contra los suyos, sintiéndolo presionar profundamente y caer, estrellarme,
en mi orgasmo. Isaiah aplastó sus labios contra los míos, tragándose el
sonido de mi gemido y embistiendo una y otra vez dentro de mí antes de
empujarme repentinamente hacia atrás para que así pudiera ver mi rostro.
Y entonces se corrió, un gruñido bajo escapando de su garganta a
medida que me observaba.
Me desplomé contra él, sintiendo sus brazos rodeándome.
—Eso estuvo bien —murmuré contra su cuello, feliz de solo quedarme
dormida así. Ni siquiera me importaba si alguien entraba. Solo quería
quedarme allí envuelta con él.
—No-oh, Bella Durmiente —soltó una risita, acariciando mi trasero—.
Vamos. Levántate.
Refunfuñé, resbalando de su regazo y cayendo en el asiento junto a
162 él.
—Bien.
—Toma —dijo, agarrando mis bragas y arrojándomelas mientras se
subía los pantalones una vez más—. ¿Por qué no vas a dormir un poco? —
sugirió, poniéndose de pie, deslizando su máscara otra vez, alejándome. Y
luego se volvió y caminó hacia la galera.
Iba a tener mis manos llenas con él. Me puse las bragas y volví a las
literas. Sin embargo, él tenía razón. Estaba agotada. Acababa de alcanzar
la escalera cuando Burt dio un giro brusco y me arrojó de bruces contra la
cama de Isaiah, golpeando con fuerza contra la pared trasera.
—Lo siento muchachos, algún cabrón me cortó el camino —gritó
Burt.
Me reí, frotándome la parte superior de la cabeza y poniéndome de
pie. Mi mano se atascó en un trozo de papel y estiré la mano para sacarlo
cuando noté la escritura en negrita y permanente del rotulador rojo.
Mi estómago hizo una horrible sensación de torsión y mi pulso se
disparó fuertemente en mis sienes y garganta.
Te tendré. Te inclinaré y te follaré hasta que estés gritando para que
alguien que te salve.
Sentí que la bilis se elevaba en mi garganta. La volví a poner en su
sitio como si me quemara, arañando la pila de cosas en su cama,
buscando algo, otra prueba o algo para exonerarlo. Encontré otra hoja de
papel, doblada sobre un marcador permanente rojo. Era otra nota, pero
solo a medio terminar, interrumpida a mitad de oración, mitad amenaza.
No. Nonononononono. No Isaiah. No alguien en quien confío.
Alguien por quien pensé que me estaba enamorando. No él.
Pero al mismo tiempo, tenía sentido. Alguien que fue criado para
despreciar a las mujeres, alguien que no entendía cómo estar en contacto
con sus emociones saludablemente, alguien que había crecido bajo una
terrible violencia. Alguien que acababa de unirse a la gira cuando
comenzaron las amenazas. Por supuesto que él tenía mucho más que
sentido. Si no hubiera estado tan ocupada follándomelo, tal vez lo hubiera
visto antes.
163 Oh, Dios. Me lo follé. Me follé al hombre que era capaz de ser un
monstruo como tal.
Agarré las notas, arrojándome fuera de su litera.
—Detente de una puta vez —grité, haciendo que todos salten—.
Burt, detente. ¡Ahora mismo!
—¿Qué coño está mal con…? —Comenzó Jay, luego me miró a la
cara—. ¿Qué pasa? ¿Darce?
Pero no lo estaba mirando. Estaba mirando a Isaiah. Isaiah cuyo olor
todavía me cubría, que prácticamente podía sentir entre mis muslos.
El autobús se detuvo y Burt saltó a toda prisa de su asiento, sus ojos
enormes y preocupados.
—¿Qué está pasando?
—Isaiah se baja aquí.
—No seas ridícula… —comenzó Jay, pero mis ojos volaron hacia él.
Le arrojé los papeles a él.
—Encontré esto en su litera. Él es el que ha estado escribiendo sobre
violarme y prenderme en fuego y destrozarme. ¡Él es el culpable!
Todos miraron a Isaiah, Joey y Mike poniéndose de pie rápidamente,
siempre preparados para la acción.
—Darcy —dijo Isaiah, levantando las manos, con las palmas hacia
afuera—. No escribí nada de eso. Yo nunca…
—Sácalo de mi maldito autobús —gruñí, parpadeando para
contener las lágrimas que sentía en mis ojos y volviendo a mi litera.
No necesitaba quedarme para saber que hicieron lo que les dije. Mi
equipo, mis amigos, mi mundo entero… que se sentirían traicionados y
disgustados como yo. Porque ellos también confiaban en él.
Pero no como yo. No hasta el punto donde compartieron sus
cuerpos con él. Donde abrieron las heridas de su pasado alrededor de él.
Quién había sido utilizada para satisfacer su lujuria enferma y retorcida. No
es de extrañar que siempre quisiera que me inclinara, follándome sin
realmente verme como persona.
El disgusto era como algo viviente dentro de mí, haciéndome sentir
como si fuera a salir de mi piel. Como si fuera, en cierto modo, la culpable.
164 Volé hacia mi litera, acurrucándome, mi mano presionándose
fuertemente contra mi boca como si pudiera contener la náusea y el odio
hacia mí misma.
Porque al pasar conmoción, la ira, la tristeza había algo apremiante
y terrible: maldita sea, lo amaba.
Diecinueve
E
n un minuto, estaba compartiendo algo con Darcy que no
pensé que fuera posible: intimidad; algo más profundo que
estar cuerpo contra cuerpo, necesidades satisfaciendo
necesidades. Había sido más que eso. Había sido dulce y lleno de algún
significado que simplemente no entendía del todo.
Pero quería hacerlo. Por primera vez en mi vida, había una mujer con
quien quería estar más que una noche. Y solo estaba… intentando
tomarme un poco de espacio para pensar las cosas. Estaba intentando
aceptar la idea de preguntarle a Darcy si quería considerar… algo más de
lo que teníamos. Una relación. Alguna cosa. Porque ella era diferente.
Porque no podía dejar de pensar en ella, a pesar de haberla tenido en
165
todos los sentidos. Me follé su boca, su coño, su culo… solo tratando de
sacarla de mi sistema. Pero todo lo que tenía era sentirme aún más
consumido por ella.
Y luego, al minuto siguiente, Darcy estaba gritando como una
lunática, sus ojos lívidos y vulnerables a la vez.
Porque pensaba que era su acosador. Pensaba que quería
golpearla, quemarla, violarla y matarla. Pensaba algo tan bajo de mí.
Ni siquiera necesité que me echaran. Tan pronto como ella se alejó,
me levanté, enfrentando sus miradas de enojo, dolor y traición.
—Sé que esto parece que lo hice —dije, mi voz apenas lo
suficientemente fuerte para ser escuchada—, pero no fui yo. —Miré a Jay,
mis ojos suplicándole que me crea—. Juro que no soy yo. Pero ella quiere
que me vaya. Así que me iré. Pero… nunca lo haría —añadí, sacudiendo la
cabeza, mirando mis pies, pasando una mano por mi rostro—. Me
preocupo por ella al igual que el resto de ustedes —terminé, mis ojos
encontrando a los de Burt por un segundo antes de permitirme salir del
autobús y comenzar a caminar.
Estuvieron estacionados a un lado de la carretera durante un largo
tiempo antes de oír que giraban y empezaban a alejarse. No miré hacia
atrás. No me volví para verlos irse. Para verla irse. Agaché la cabeza y
caminé. Y caminé. Y caminé. Intentando no dejar que eso me hunda.
Intentando no permitir que la traición se convierta en una parte de mí.
Intentando no dejar que su desconfianza me escueza.
Pero lo hacía. Maldita sea, duele.
Y no quería volver a sentirme así nunca más.
182
Veintiuno
E
ra lo más solitaria que jamás me había sentido. Ni siquiera
cuando crecí en la casa de mis padres, y me trataron como un
mueble la mayor parte del tiempo, exhibiéndome y desfilando
como un pony premiado cuando eso cumplía su propósito, se podía
comparar a la forma en que me sentí en los días posteriores al viaje al
manicomio.
Me fui a mi litera y permanecí sola, Jay insistió en que necesitaba un
tiempo a solas para pensar en todas las cosas.
Y no estaba equivocado. Necesitaba pensar. Necesitaba pensar en
todos los días que había pasado con esos hombres. Necesitaba recordar
183 todo lo que habían dicho alguna vez. Cada vez que bromearon sobre las
mujeres. Cuando hablaron sobre ellas. Cuando hablaron sobre la violencia.
Cuando mencionaron la violación. ¿Fue con horror? ¿Asco? ¿Fue con una
curiosidad morbosa? ¿Fue con lujuria? ¿Alguno de ellos me
menospreciaba? Claro, me molestaban sin parar, pero ¿alguna vez
alguien había cruzado la línea? ¿Alguno de ellos me miraba con deseo?
Por supuesto, eso era difícil para mí. No era tímida. Había estado
completamente desnuda a su alrededor muchas veces. Si miraban mi
cuerpo y sentían deseo, era algo que era normal, natural. Incluso si
tuviéramos un vínculo tan estrecho, casi familiar. No éramos familia. Sus
pollas no discriminaban. Ven tetas, culo y coño y ya querían tocar, azotar y
deslizarse en su interior.
Pero, ¿alguna vez alguien había mirado demasiado tiempo? ¿Me
miraba de la misma manera cuando estaba vestida? ¿Como si aún
pudieran verme desnuda? ¿Alguna vez alguien se acercó demasiado?
¿Me tocó de manera inapropiada? Aparte de Jay y Todd.
Jay y Todd, quienes eran los únicos que quedaron tachados
automáticamente de la lista. El tonto y coqueto Jay que me amaba más
que a nada en su vida, que podría haberme follado cuando éramos más
jóvenes, pero no quería. Y Todd, el dulce e inocente Todd.
Entonces eso dejaba a los chicos: Mike y Joey. Y dejaba a Burt.
Cosa que me enfermaba un poco. Burt. Burt, a quien había
aprendido a ver como un padre. Burt, que tenía los ojos en la carretera la
mayor parte del tiempo. Pero Burt quien tampoco guardaba silencio en
cuanto a rechazar nuestro comportamiento. Especialmente el mío. Y
aunque en realidad nunca lo había visto mirándome como los otros
hombres, él siempre estaba mirando hacia otro lado. Por lo que sabía, él
estaba mirando en el retrovisor.
Y se le podía escuchar masturbándose en medio de la noche,
acariciándose furiosamente la polla, respirando pesadamente y dejando
escapar una serie de maldiciones. Era completamente posible que se
estuviera masturbando pensando en tocarme. Lastimándome.
Luego estaban los chicos. Mike y Joey eran más nuevos que Burt,
pero solo por un par de meses. Y todo en ellos parecía tonto y amante de
la diversión. Claro, les gustaba follar.
Pero prácticamente cada chico de sangre caliente de su edad lo
hacía. Y tal vez había un poco de oscuridad en ellos. Pero siempre parecía
184
leve. Inofensivo. Pero tal vez estaba equivocada. Tal vez eran sociópatas o
psicópatas, tal vez eran realmente buenos mentirosos.
Mike una vez se había acercado a mí cuando estaba en topless,
extendiendo la mano y agarrando mis pechos, pasando los pulgares sobre
mis pezones. Pero había estado completamente pasmado. Ebrio, drogado
y cachondo y yo estaba desnuda. Yo estaba ahí. A su alcance. Y él se
había disculpado durante una semana después, prometiéndome que no
fue su intención. Que él no pensaba en mí de esa manera.
El problema era que, sin importar lo mucho que los analizara, jamás
podría estar segura. Y a pesar de que me sentía justificada al no confiar en
ellos, me sentía culpable por mirarlos de otra manera. Así que me escondí.
Me quedé en mi litera. Me levantaba por las noches cuando todos
dormían para comer y ducharme, luego volvía a entrar. Leía. Escribía.
Y cuando era el momento perfecto, entre las cinco y las seis de la
madrugada, cuando todo el mundo estaba profundamente dormido…
lloraba.
Lloraba tan fuerte que mis ojos se hincharon, mi cara se puso roja y
dolorida. No ayudaba. No me sentía mejor después. En todo caso, el
agujero en mi interior solo se sentía más grande, extendiéndose a través de
mi pecho, haciéndolo sentir como si mi corazón se encogiera,
desapareciendo en él.
Porque estaba completamente, desgarradoramente sola. Todo lo
que había pensado que tenía, se había ido. El confort. La estabilidad. El
sentimiento de amistad y familia. El amor que había comenzado a sentir
crecer por Isaiah. Todo se había ido. Y nunca volvería a ser lo mismo otra
vez.
Esa era la verdad fría, dura y horrible.
Nunca me sentiría completamente a salvo otra vez. Incluso si
finalmente descubriera quién me estaba atormentando. Incluso si
estuvieran en la cárcel. Fuera de mi vida. Nunca podría ser como era.
Nunca podría confiar ciegamente en otro miembro de mi equipo. Siempre
los miraría de reojo si decían algo desagradable. Saltaría si me tocaran. Me
sentiría incómoda estando desnuda cerca de ellos.
Una parte de mí sería diferente.
Además de eso, había acusado falsamente a Isaiah. Había alejado
185 al único hombre del que alguna vez me había preocupado. Él llenó un
lugar en mi interior que no me había dado cuenta que estaba vacío. No
había terminado con él. Incluso cuando pensé que él era mi torturador,
aún me sentía abandonada por él.
Bajo la ira y la traición, todo lo que quería hacer era correr tras él,
arrojarme en sus brazos, rogarle que me perdone.
Pero eso nunca iba a suceder. Él nunca me lo perdonaría.
Viviría junto a él, lo escucharía follarse a otras mujeres todas las
noches y desearía que fuera yo. Tendría que luchar contra el impulso de ir
hasta allá. De dejarle libros que pensaba que les gustarían en su puerta. De
caminar desnuda para tratar de involucrar a su polla. Que él me odiara
hasta que se diera cuenta que lo que teníamos era diferente. Especial.
Me acurruqué en mi litera, besando la parte superior de la cabeza
de Poe.
Tenía que parar. Madurar. Ponerme mis bragas de niña grande.
Porque eso jamás iba a suceder. No iba a tener un final de cuento de
hadas. No era ese tipo de chica. No era material de princesa. Y él con
toda jodida certeza no era un maldito príncipe.
La gira me mantendría ocupada. Luego grabando. Y luego, tan
pronto como me sintiera un poco menos desconfiada de los hombres en
general, iba a encontrar y follarme a la mayoría de ellos hasta que
finalmente olvidara de cómo se sintieron sus manos en mi piel, cómo se
sintió su polla dentro de mí, cómo su voz diciendo mi nombre aún me hacía
sentir escalofríos.
Maldita sea, seguiría adelante.
No era una mujer de suspiros. No era una mujer a la que rompen su
corazón en un millón de piezas. Era la jodida Darcy Monroe. Los hombres
caían a mis pies todos los días. Hombres menos dañados. Hombres que
estarían felices de mirarme a la cara cuando me follaban, en lugar de
tomarme por detrás como un animal. Hombres a los que no les daría la
oportunidad de ser lo suficientemente importantes como para que
pudieran lastimarme.
Me niego a obtener más cicatrices de los bordes de un amor lo
suficientemente afilado como para cortarme.
Ya no iba a correr por ahí como un jodido botones, demasiado
186
ansioso por tomar tu equipaje y llevarlo por ti.
A la mierda eso. Lidia con tu propia mierda.
Veintidós
M
i cuerpo luchó conmigo en cada paso del camino. Cada
vez que movía un hacha para romper la leña. Cada vez
que me agaché detrás de un arbusto con mi arco. Cada
vez que trepé a un árbol a esperar que algo caiga en mi trampa. Cada
momento, una parte de mí gritó en objeción.
Mis bíceps, mis muslos, mi espalda.
Y hablar de la memoria muscular.
Me iba a la cama dolorido todas las noches. Por semanas. Ni siquiera
estaba completamente seguro de cuánto tiempo había estado de
regreso. No tenía un calendario. Mi teléfono celular murió el día después
187 que llegué. Estaba completamente fuera de contacto con el mundo real.
Y no lo hubiera preferido de otra manera.
El aire estaba tomando una brisa más fría y pensé que era en algún
momento a mediados de septiembre. El otoño vendría. Y luego un invierno
gélido. Mi primera escapada en los elementos en años. Había una parte
de mí que estaba preocupada por eso. Me había ablandado. Siempre
teniendo comida para cocinar y comer. Siempre teniendo calor artificial.
No habría nada que me ayudara a pasar el invierno más que la madera
que partí para la chimenea y la comida que atrapara. Porque no había
estado todo el verano para plantar un jardín y las verduras como mi madre
solía hacerlo. Algunas patatas a la semana y cualquier carne que pudiera
tener.
No pasé por alto que esta sería la primera vez que estaría solo en el
bosque durante un invierno. Siempre había habido alguien más. Mi madre
y mi hermana hasta que tuve diecinueve. Y luego mi padre después.
Alguien para ayudar con la carga de trabajo. Alguien que supiera más
sobre el curado con sal y la cocina. Alguien con quien… hablar. Estar
cerca. Poner otro tronco en el fuego cuando se levantan por la noche
para salir a orinar.
Solo estaba yo.
Había pollos alrededor. La descendencia, sin duda, de los que había
liberado cuando me fui. Había estado tratando de reunirlos día y noche.
Hasta ahora había logrado que dos volvieran al corral. Lo que me dio un
enorme total de seis huevos por semana. Pero era algo más que conejo,
ciervos y peces. Así que fue bienvenido. Si los criaba eventualmente,
también podría comer pollo. Probablemente tendría que llevarlos a todos
adentro en la parte más fría del invierno o su producción de huevos se
ralentizaría o se detendría por completo. Estaba lo suficientemente limitado
en mi variedad. No quería perder una fuente de nutrición.
Puse un pedazo de madera de un árbol que había derribado el día
anterior en un tocón, balanceando el hacha y clavándola justo en el
centro.
—Puedo partir un jodido tronco mejor que eso —dijo una voz detrás
de mí, haciendo que mi columna vertebral se enderezara. Me giré
lentamente, una pequeña sonrisa asomando en mis labios, sin darme
cuenta de lo mucho que quería verla. Cuánto tiempo había pasado.
188
—Fiona —dije, mirando a mi hermana. Fee era alta y de largas
piernas, delgada, pero curvilínea, con largo cabello rubio ondulado y
grandes ojos verdes. Desde que se casó con su marido, los tatuajes
comenzaron a serpentear a través de su cuerpo, cubriendo las viejas
cicatrices de nuestro padre al principio, luego bajando por sus brazos,
mostrando los nombres de sus hijas, la cresta de su nueva familia.
Fee era una fuerza de la naturaleza. Realmente no había otra
manera de describirla. Había escapado tan joven, tan increíblemente
inexperta, y había vivido en una caja durante años antes de comenzar su
negocio de sexo telefónico y conseguir un apartamento lleno de ropa y
muebles caros. Se hizo una vida, aislándose de todo lo que estaba afuera.
Engreída y dura, pero herida dolorosamente por dentro, cortándose su piel
y bebiendo toda la noche porque si estaba sola en casa, los recuerdos la
hundirían. Incluso aunque escapó, nuestro padre logró torturarla a través
de sus propios pensamientos, miedos e inseguridades y cicatrices.
Era malhablada y feroz. Una madre protectora. Una esposa leal. Una
despiadada mujer de negocios. Maldijo a mi padre a las profundidades
del infierno en su lecho de muerte y nunca miró hacia atrás.
La envidiaba.
Porque cuando finalmente escapé, no pude conseguir ni siquiera
una parte de lo que ella tenía. No pude conectar. No pude superar el
dolor. No pude convertirme en una persona bien adaptada.
—Te ves bien —le dije, asintiendo.
—¿Eso es todo? —preguntó, cruzando los brazos sobre el pecho—.
¿En serio?
—Bueno, te invitaría a tomar té y galletas. Pero no tengo té, ni
azúcar, ni harina.
—Qué lindo —dijo, secamente.
—¿Qué estás haciendo aquí, Fee?
—¿Qué diablos estás haciendo tú aquí, Isaiah? —preguntó ella, su
rostro fruncido.
—Ahora vivo aquí.
—Mierda, no me digas. ¿Tienes idea de cuántas veces intenté
comunicarme contigo? ¿Cómo te sentirías si recibieras una llamada de tu
189 compañía diciendo que no habían tenido noticias tuyas desde hace unos
putos meses?
Cerré mis ojos ligeramente.
—Sí, eso fue un descuido.
—¿Un descuido? El hecho de que empaques y te fueras para volver
a este jodido infierno sin decirle a nadie de los que se preocupan por ti
cuál es tu plan, ¿fue un descuido?
—No he estado aquí por meses —le corregí—. Estaba… de gira.
—¿Qué, te uniste a un jodido circo? —preguntó riendo.
—No. Estuve trabajando como parte del personal de Darcy.
—¿Darcy? —preguntó, mirándome como si estuviera esperando a
que yo riera, y cuando no lo hice, sus cejas se fruncieron—. ¿La banda de
metal?
—Sí.
Se llevó las manos a la cara y se las pasó por los ojos antes de volver
a mirarme.
—Probemos esto de nuevo… y ¿qué tal si dejas de hacerme sacarte
la maldita información?
Respiré profundamente, empujando el combo hacha/tronco en el
suelo y sentándome en el gran tocón de árbol.
—La cantante principal era mi vecina cuando me mudé a la ciudad.
—¿Darcy Monroe era tu vecina?
—Sí. Y no sé… solo quería…
—Follártela —dijo Fee ante mi pausa.
—Sí —contesté riendo, asintiendo. Fee era buena en eso. Cortando
la mierda y yendo al grano.
—Así que conseguiste un trabajo en su gira para poder finalmente
pasar por debajo de sus paredes… y su camisa.
—Algo así.
—¿Y lo lograste? Es jodidamente sexy. Demonios, hasta yo quiero con
ella.
—Sí —respondí, asintiendo, sintiendo una puñalada en algún lugar de
mis entrañas. Me había vuelto bueno en cuanto a no pensar en ella.
190 Bueno, eso no era exactamente cierto. Me volví bueno alejando los
pensamientos cuando aparecían. Que era cada maldito minuto.
—¿Y estuvo bien? —Tomé una larga y temblorosa respiración—.
Guau, ¿así de bien? —preguntó ella, sonriendo, apoyándose contra un
árbol, descansando el pie en la corteza.
—Sí —admití honestamente—, ella es así de buena.
Maldita sea, era la mejor. No tenía competencia. No importaba que
hubiera otras mujeres que me dejaran meter una polla de goma en sus
coños mientras me las follaba por el culo, o que quisieran que azotara sus
culos con una paleta mientras me chupaban, o me follara una habitación
llena de mujeres que se turnaran para montarme, chuparme, saciarse
entre sí. No importaba. Ni siquiera se acercaban.
Darcy era la mejor. Estar dentro de ella era como orar. Era
adoración. Era lo más cercano a Dios que había estado alguna vez.
—¿Entonces, qué? —preguntó Fiona ante mi silencio—. ¿Fue una
cosa al estilo rápido y al grano? ¿Como todas tus otras conquistas? Porque,
tengo que decir, no es que te esfuerces mucho cuando se trata de follarte
a una chica.
—Ella lo valió.
La boca de Fee se abrió un poco, algo entre la sorpresa y una sonrisa
en sus labios.
—Oh, bastardo. Finalmente encontraste a una mujer a la que querías
hacer más que meter tu verga, ¿verdad?
Sentí que me encogí de hombros.
—Me hizo irrumpir y entrar en un manicomio abandonado con ella.
Luego devorármela en una mesa de examen donde solían hacer
lobotomías con picahielos.
—Bueno, eso suena divertido —dijo sonriendo.
—Lo fue.
—¿Y entonces, eso es? ¿Eso es todo lo que hicieron juntos en todas
esas semanas?
—No. Quiero decir. Vivimos en el mismo espacio. Dormí justo debajo
de su litera. Siempre estuvimos alrededor el uno del otro.
—La amas —dijo con total seguridad—. Idiota. ¿La amas, y entonces
191 huyes como un maldito imbécil?
—En realidad, me echaron como un maldito imbécil.
—¿Por qué? ¿Qué hiciste?
—¿Qué diablos pasa con ustedes las mujeres? ¿Por qué coño
siempre es culpa del chico?
—Oye, oye, oye —dijo Fee, extendiendo una mano hacia mí, con la
palma hacia afuera—. Será mejor que controles esa puta mierda. ¿Papá
dejó algún Kool-Aid por aquí o algo así? —preguntó, mirando a su
alrededor con disgusto sin enmascarar—. ¿Vuelves al bosque por unas
semanas y de repente eres todo un misógino?
—Tal vez siempre fui uno.
—Tal vez estabas demasiado ocupado ahogándote en tu propia
miseria, culpa y arrepentimiento para de hecho saber quién demonios eres
en realidad.
—¿Qué sabes sobre…?
—Sé que gastas alrededor de quince mil al año en terapia. ¿Has
llegado a alguna parte con eso? ¿O simplemente cierras el pico y das
respuestas vagas? ¿Alguna vez en realidad… lo has intentado, Isaiah? Las
cosas no solo vienen fácilmente…
—Así fue para ti.
—¿En serio? ¿Fácil? ¿Crees que todo lo que pasé fue fácil para mí?
Isaiah, solía cortarme tanto que me desmayaba y despertaba en un
charco de mi propia sangre. No podía estar sola en casa por las noches.
No podía dejar que nadie más entrara a mi casa ni a mi vida. Estaba lejos
de nuestro padre y de su abuso, pero no había terminado de sufrir.
—Tienes a Hunter.
—Sí, pero solo porque él fue el primero en ver esas malditas cicatrices
sin salir corriendo y gritando. Él no se rindió cuando trataba de abrazarme y
yo lo alejaba. Él solo… me aceptó. Y fue la primera persona en hacer eso.
Pasaron cinco años desde que me alejé de papá hasta que conocí a
Hunter. Viví constantemente con la abuela amenazando decirle a nuestro
padre dónde estaba si no hacía lo que ella quería. Estaba totalmente sola
en el mundo y mierda, créeme, ni un maldito día de ese tiempo fue fácil,
Isaiah.
192
—Tal vez hay algo malo en mí —dije, levantándome y caminando
hacia la casa.
—Hay algo mal con todos —dijo, apoyándose en la jamba de la
puerta, pero sin entrar—. ¿Es la biblia de papá? —preguntó, señalando con
la cabeza hacia la mesa del comedor.
—Sí —contesté, yendo a un cubo de agua que había traído antes y
frotándome la cara y las manos.
—Pensé que ya no creías en nada de eso.
—Lo haces sonar como algo malo.
—No es algo malo —dijo, entrando, sorprendiéndome. Jamás pensé
que cruzaría ese umbral otra vez. Ella caminó hacia la mesa, abriendo la
tapa de la antigua Biblia desgastada—. Es solo que… me preocupa que
comiences a interpretarlo de la manera en que nuestro padre te enseñó a
hacerlo en lugar de hacerlo de la manera que deberías.
—¿Y qué manera es esa?
—Mierda, de una manera menos literal. Fue escrito hace tres mil
quinientos años, Isaiah. Las cosas cambian.
—Tal vez no deberían haberlo hecho —dije, pero sabía que no lo
decía en serio. Y ella también lo sabía. Realmente no había vuelta atrás
una vez que veías al mundo de la manera en que se suponía que debías
hacerlo: sin prejuicios, sin juicio.
—Sé que no lo dices en serio —dijo, cerrando el libro y mirando
alrededor de la sala de estar—. ¿Qué pasó, Isaiah?
Tal vez era porque ella estaba allí, porque estaba allí para mí
después de jurar que nunca volvería a pisar esa propiedad otra vez. O tal
vez era por lo mucho que me había ayudado en el pasado y sentía que le
debía una explicación. O tal vez era solo porque ella era alguien con quien
hablar después de estar solo durante tanto tiempo.
—Ella estaba recibiendo algunas notas amenazadoras. Diciendo que
querían violarla, golpearla y prenderle fuego. Eran… asquerosas.
—Eso es enfermo.
—Sí, y luego, un día, encontró dos de las notas en mi litera y ella…
—Pensó que eras el que lo estaba haciendo. Escribir las notas
193 mientras mantienes una relación sexual con ella.
—Sí.
—Así que ella te echó de la gira —adivinó y yo asentí—. Isaiah, sé
que tienes problemas de confianza con el mejor sexo del mundo —ante
mis ojos bajos, se rio—, bien… el sexo más justo. Pero tienes que ver esa
situación desde su perspectiva. La prueba parecía jodidamente
condenatoria. Y ella había estado contigo. Se sintió violada y vulnerable.
—Lo entiendo. —Lo hacía. Entendía su reacción. Lo cual era
probablemente la peor parte de todo.
—Entonces, ¿por qué huiste de vuelta aquí?
—¿Qué otra mierda más debería estar haciendo?
—Dirigiendo tus negocios. Leyendo. Comiendo una comida
balanceada. Disfrutando del aire acondicionado y la calefacción.
Esperando a que ella regrese para que puedas explicarle todo.
—¿De verdad crees que me dará la oportunidad de hacerlo?
Demonios, probablemente ya hizo que alguien sacara sus cosas de su
apartamento.
—Tal vez —coincidió—. Pero sería una reacción más saludable lidiar
con la situación que huir de la sociedad civilizada para evitarla.
—Ya tuve suficiente, Fee. Sentí que todo lo que hice fue tratar de
aclimatarme solo para sentirme constantemente distante de todo.
—¿Te sentiste distante de Darcy?
El sonido de su nombre me hizo estremecerme. Tomé una respiración
profunda y le di la espalda.
—No. —Era verdad. Nunca me había sentido distante de Darcy.
Incluso cuando no estaba cerca de ella, la sentía. Ella estaba en todas
partes. Estaba dentro de mí.
—Sabes. —Comenzó Fee, sus cejas frunciéndose como si estuviera
intentando recordar algo—. Creo que leí algo sobre Darcy en línea hace
un tiempo.
—Han escrito cosas sobre ella todo el tiempo.
—No, esto era diferente. Era una noticia…
Arizona era uno de mis estados favoritos para visitar. Allí estaban las
impresionantes formaciones rocosas, visibles incluso en las carreteras bajas,
la tierra roja, los cactus, los increíbles colores de la puesta de sol. Nuestro
espectáculo estaba situado al costado de una gigante formación
ondulada del color de la arena, el escenario combinaba con el color,
dejando un área enorme para espacio potencialmente ilimitado. Y, por lo
que escuché, íbamos a tener una gran multitud.
Maldije el calor, atándome un corsé negro, deslizando todas las
perillas delanteras en las ranuras, haciendo que mis senos quedaran
aplastados por debajo y sobresaliendo casi indecentemente por arriba. Lo
combiné con una minifalda de color morado oscuro porque si me ponía
uno de esos atuendos largos hasta el piso, probablemente moriría de
insolación bajo las luces.
—Qué elegante —dijo Jay, asintiendo mientras me ponía las botas.
—¿De qué estás hablando? Uso corsés todo el tiempo.
—No desde hace semanas. Colega, han sido puros jeans y camisetas
sin mangas.
Levanté la vista, dándome cuenta que tenía razón. Había estado
aflojando. Más que aflojando, simplemente no me había importado ni
mierda. Creo que en realidad podría haber olvidado maquillarme para un
espectáculo.
Es sorprendente lo que un poco de estrés puede hacerte. Incluso a
una adicta al trabajo con un ojo para los detalles.
—Bueno, ¿cómo es que dicen? —pregunté, poniéndome en pie—.
La perra ha vuelto.
—Bien, la extrañé. La triste, asustada y paranoica Darcy era
realmente un fastidio.
Me reí, envolviendo mi brazo alrededor de su cintura y guiándolo
hacia los escalones.
197
—Lamento que mi breve paso por la enfermedad mental fuera tan
incómodo para ti. Fue un verdadero encanto para mí.
Él giró su cabeza, besando mi sien.
—Bueno, en realidad tenía una ventaja.
—¿Y cuál sería? —pregunté, caminando hacia la parte posterior del
lugar, viendo a Joey y Mike corriendo alrededor del escenario. Se habían
acostumbrado a tener unas manos extras. Estaban luchando por tener las
cosas listas a tiempo. Pero se adaptarían. Con el tiempo.
—Esa maldita canción, Darce —dijo, alejándose de mí.
—¿Cuál?
—¿La del acosador? Esa mierda fue tan espeluznante que tuve
problemas para conciliar el sueño. ¿Qué te hizo escribir desde la
perspectiva del acosador y no del acosado?
—No lo sé. Creo que estaba intentando entenderlo un poco más o
algo así. O tal vez se sintió demasiado… personal escribirlo desde mi punto
de vista.
—Bueno, es jodidamente increíble. Debería ser nuestro primer
lanzamiento del nuevo álbum.
—Sí —dije, asintiendo a su espalda mientras entraba en una de las
habitaciones traseras. Las cosas estaban solucionándose. Cayendo en su
lugar. A veces parecía tan fácil pensar que nunca mejoraría. Que
estaríamos atrapados en la tensión y la preocupación para siempre.
—¿Estás lista? —preguntó Todd, acercándose, girando sus baquetas
ansiosamente. Siempre era una bola de energía antes de un espectáculo.
Lo que probablemente era algo bueno porque su trabajo, más que el resto
de nosotros, era probablemente el más agobiante.
—Sí. —Contesté y sonreí, golpeando su hombro con el mío.
—Has vuelto. —Observó, asintiendo hacia mí.
—He vuelto —concordé, sintiendo una ráfaga del poder que solía
sentir cuando estaba a punto de subir al escenario.
198
Se sintió bien estar de vuelta. La multitud pareció gritar más fuerte, su
ruido hundiéndose en mi piel, reverberando a través de mis órganos,
cargando mi sangre. Llegué a la nota alta que había fallado toda la gira,
sonriéndole a Jay por un breve segundo, antes de arrojarme de espalda
hacia la multitud mientras Todd despegaba en su solo.
Las manos me deslizaron, balanceándome juguetonamente de
arriba hacia abajo, girándome y enviándome de regreso. Sin jugarretas. Sin
amenazas. Solo fanáticos llevando el acto por unos minutos.
Me empujaron de vuelta al escenario, Jay sacudiendo la cabeza
hacia mí, pero sonriendo. Porque él también lo sentía. Habíamos vuelto.
Tocamos mejor de lo que habíamos hecho en mucho, muchísimo tiempo.
Escapamos del escenario después de nuestra última canción, esperando
en las alas, escuchando los cantos para un bis. No hubo vacilación alguna.
Regresamos. Y toqué cuatro canciones más, hasta que mi garganta
estaba en carne viva, y los dedos de Jay estaban entumecidos, y los
brazos de Todd estaban doloridos.
—Estuviste en llamas —dijo Jay, agarrándome y girándome.
—Creo que ese podría haber sido nuestro mejor espectáculo por
siempre —dije, sonriendo al grupo de admiradores que estaban retenidos
en las puertas—. Sin competencia —añadí, limpiándome el sudor de mi
cuello.
—¿Estás lista para esto? —preguntó Jay, señalando con la cabeza al
grupo de chicas, con un grupo selecto de chicos mezclados.
—Sí.
Tardé dos horas en desenredarme de ellos, Jay retrocedió para elegir
a cuál de las chicas iba a llevar al autobús para que estuviera a su
alrededor. Burt me observaba, sonriendo, mientras bailaba de vuelta al
autobús.
—Es agradable verte de nuevo feliz —dijo, abriendo la puerta.
—Es agradable sentirse de nuevo feliz —acepté, subiendo a la
cabina—. Nos vemos en un rato —le dije, tirando de la puerta y
bloqueándola. El aire acondicionado golpeó mi piel sobrecalentada y
sudorosa, enviando un escalofrío a través de mi cuerpo.
Tal vez las cosas jamás serían como lo habían sido antes. Tal vez no
sería tan imprudente. Tal vez no caminaría desnuda, ni iría sola a los
199 manicomios, ni confiaría en tantos extraños al azar. Pero podía seguir
adelante. Ser una versión más nueva y mejorada de mí misma.
Y, tal vez no me sentiría del todo similar por alguien como lo hice con
Isaiah, pero eso era normal. Todos dejaban sus propios agujeros únicos en
tu interior, unos que nadie más podía llenar, que siempre llevaría su
nombre. Era inútil perseguir eso otra vez. Porque nunca sería lo mismo. Pero
podía esforzarme por encontrar algo nuevo. Alguien nuevo. Podía abrirme
a la posibilidad de una relación, cosa que tenía que admitir, nunca había
sido algo a lo que hubiera dado una oportunidad. Por culpa de las giras. O
los celos porque pasaba mucho tiempo con otros hombres. Por culpa de
mi espíritu independiente, a veces abrasivo. Nunca le había dado a un
chico la oportunidad de hacer más que pasar una semana o dos a mi
lado.
Pero eso podría cambiar. Podría madurar. Podría encontrar a alguien
interesante y aventurero, y que aceptara mi inusual estilo de vida. Podría
encontrar a alguien y dejar que sea parte de mi vida.
Porque, me había dado cuenta, eso era lo que quería. Quería la
comodidad. El afecto. El sexo. Quería establecerme un poco.
Lo que sin duda daba un poco de miedo. Pero era una oportunidad
que quería aprovechar.
Tomé una respiración profunda, un olor inusual haciendo que me
picara la nariz. Era uno que conocía bien.
Cobrizo. Metálico. Como centavos. Era familiar, pero no era un olor
al que estaba acostumbrada a sentir en el autobús.
Sangre. Olía sangre.
Bajé a la galera, buscando evidencia de algún corte. O tal vez la
comida que Burt había traído era particularmente sangrienta. Pero no
había nada. Entré al baño, sabiendo que cada uno había hecho nuestra
parte de vendajes antes. Pero el lavabo y la basura estaban limpios.
Entré al salón, respiré profundamente otra vez, intentando limpiar mis
senos paranasales, pensando que tal vez solo tenía el olor atrapado en mi
nariz del espectáculo. Pero todo lo que percibí fue más del olor, fuerte, casi
abrumador.
Con mi corazón alojado un poco más arriba en mi garganta, caminé
200 de regreso a las literas, deslizando la cortina de la antigua litera de Isaiah
primero, vacía desde que se fue, y sin encontrar nada. Tragué con fuerza
la sensación de náusea en mi boca, escuchando mi pulso latir en mis oídos
cuando alcancé mi cortina, que había dejado abierta, y de alguna
manera ahora estaba cerrada.
Mi pie estaba balanceado en el borde de la escalera y sentí que se
deslizaba, agarrándome al fondo de la litera con ambas manos. Porque no
podía estar viendo lo que estaba viendo.
—No —dije en voz alta, el susurro áspero de un sonido.
Porque allí, en el centro de mi cama, estaba Poe, con un largo corte
en su vientre, sus entrañas derramándose por todo mi colchón, sangre por
todas partes, oscurecida un poco por el tiempo.
Y, oh Dios, su único ojo había sido arrancado, puesto junto a su pata,
mirándome.
—No —grité de nuevo, más fuerte, perdiendo el equilibrio y cayendo
hacia el suelo, corriendo hacia el baño mientras la bilis se alzaba,
golpeando la parte posterior de mi boca. Acababa de llegar al baño
cuando vomité, duro e incontrolable, todo mi cuerpo temblando con la
sensación y las lágrimas corriendo por mi rostro.
Bajé el agua del retrete, lavando mi boca, salpicándome la cara
con agua e intentando calmarme. Intentando recuperar la compostura.
Pero era inútil. No había calma. Alguien había subido de nuevo al
autobús.
Alguien se había graduado en el asunto de dejar notas
amenazantes para realmente tomar algo que amaba y matarlo.
Brutalmente. Sin piedad. Si alguna vez se pensó que este hombre no era
tan peligroso como temía, ya quedó atrás. Porque solo los malditos
psicópatas matan animales.
Y si estaba dispuesto a matar a Poe, ¿en dónde dibujaba la línea?
¿Los chicos estarían en peligro? ¿Podrían ser los próximos? Ellos, tan llenos
de su confianza masculina, tan seguros que nada podría derribarlos jamás.
¿Sus ideas de invencibilidad los harían descuidados? ¿Podrían terminar con
sus entrañas arrancadas?
Oh, Dios mío. Tenía que llegar a ellos. Maldita sea, tenía que
advertirles. Pero eso significaría correr por un campo vacío por mi cuenta.
En medio de la noche. Cuando había algún maldito enfermo ahí suelto.
201
Puse mi mano en la jamba de la puerta entre el baño y el salón,
intentando descubrir qué podía hacer.
Tendría que esperar. Esperar a que vuelvan. Rogando que no fuera
demasiado tarde. Entonces podríamos unirnos. Intentar pensar un plan.
Intentar avanzar juntos. No podía ayudarlos sin arriesgarme. Solo tenía que
controlarme de una puta vez y mantener la calma. Y esperar.
Estarían juntos. Con un grupo de fanáticas con ellos. Estarían bien. Si
debería preocuparme por alguien, debería ser por mí.
Me acerqué al salón, mirando a mi alrededor como si alguien podría
salir de debajo de los cojines, al estilo de una película de terror. Tomé una
botella de agua, dando un sorbo lento y tembloroso, intentando ayudar al
ardor en mi garganta. No podía obligarme a pasar las literas, a pasar por el
pequeño cuerpo sin vida de Poe.
Me quedé allí parada, con el corazón martillando, el pulso en mis
oídos, mi garganta y mis muñecas, sintiéndome fría por la conmoción y los
vómitos, sintiéndome completa y absolutamente sola y jodidamente
enloquecida.
No había nadie ahí. Ya había recorrido todo el autobús. Si hubiera
alguien allí, los habría encontrado. Estaba sola. Lo que solo era
jodidamente aterrador. Aunque a la vez estaba a salvo porque estaba
sola.
Pero incluso a medida que estaba intentando convencerme de eso,
lo escuché. Al principio lo confundí con mi propio latido. Respiré
profundamente, conteniéndolo, escuchando. Y lo escuché de nuevo. Unos
pies arrastrándose.
No, no un simple arrastre de pies. El golpeteo tranquilo de unos
zapatos en el piso duro. Lento. Como si alguien estuviera dando un paso,
deteniéndose y luego dando otro. Pero el sonido estaba, innegablemente,
viniendo en mi dirección.
Y no tenía ni una jodida salida.
Miré frenéticamente a mi alrededor, intentando encontrar algo que
pudiera usar para defenderme. Pero no había nada más que botellas de
bebidas, algunas púas de guitarra y una sudadera descartada. Nada de
uso para mí. Estaba por mi cuenta. Contra alguien que obviamente tenía
202
algún tipo de cuchillo.
Mierda. Mierda. Mierda. Mierda.
Tal vez estaba exagerando. Tal vez era uno de los chicos. No es
como si siempre se anunciaran cuando subían al autobús. Y, además, era
un blanco fácil, de todos modos me descubrirían.
—¿Jay? —pregunté, sabiendo en el fondo de mi alma que no era él.
Él siempre era demasiado escandaloso. Nunca daba un paso vacilante.
Caminaba como si tuviera unos jodidos bloques de hormigón adheridos a
sus pies.
No hubo respuesta. Los pasos se detuvieron por más tiempo, como si
quienquiera que fuera, estuviera disfrutando con mi incomodidad. Lo cual,
por supuesto, así era.
—¿Burt? —pregunté. Él a veces caminaba lento. Cuando estaba
revisando cosas. O limpiando cosas. Pero… nunca volvía a subir al autobús
hasta que todos los demás regresaran, todo estuviera empacado y listo
para salir a la carretera.
Otra larga pausa. Llevé mi mano a mi garganta, como si con poner
mis dedos allí, pudiera aflojar el nudo y respirar. Los pasos comenzaron de
nuevo. Cerca de mi litera. Más cerca. Una parte de mí, irracionalmente,
quería cerrar los ojos como un niño. Como si al no poder verlo, no estaba
sucediendo.
—Inténtalo de nuevo —dijo la voz, familiar. Tan familiar—. Tal vez la
tercera vez sea la vencida.
—No —dije sin aliento. No, no, no, no, no, no.
203
Veinticuatro
—S
í —dijo, burlándose, con una sonrisa que parecía tan
equivocada en un rostro que creía conocer tan bien.
Los cálidos ojos marrones. El corto cabello rubio.
El cuerpo largo y delgado.
Todo en él siempre había parecido tímido, dulce y vacilante.
—¿Todd? —pregunté a medias, porque simplemente no podía creer
lo que estaba viendo.
—Nunca pensaste en sospechar de mí, ¿verdad? —preguntó,
extendiendo las piernas de modo que sus botas golpearan a ambos lados
de la puerta—. El pobre y virginal Todd —se burló, inclinando la cabeza
204 hacia mí—. Fue una buena cubierta, ¿no?
—¿Años? ¿Has estado manteniendo el disfraz durante años? —
Jesucristo. Vivimos juntos la mayor parte del tiempo. Comimos, jugamos,
cantamos, bailamos, hablamos. Habíamos sido tan cercanos como era
posible. ¿Y todo fue solo una farsa?
—Siempre es mejor cuando… demoras la gratificación —contestó y
sonrió, y eso me heló hasta los huesos.
—¿Por qué?
—¿Por qué, qué? ¿Por qué tú?
—Para empezar.
—No me gustan las mujeres como tú.
—¿Como qué? —pregunté, intentando distraerlo, intentando alargar
esta conversación. Intentando ganar más tiempo para que alguien pueda
venir a ayudar.
—Que piensan que son tan fuertes. Tan feroz. Mucho mejor que los
hombres. Oh, si supieras cuántas noches volví a este autobús, pensando en
todas las formas en que te haría consciente de lo débil que eres en
realidad. Acaricié mi polla pensando en abrirte algunos agujeros y
follármelos. Yo… —Me sentí palidecer por sus palabras, tragando duro para
mantener lo que sea que quedara en mi estómago, ahí abajo. Su cabeza
se inclinó hacia un lado, pareciendo divertido—. ¿Cuál es el problema,
Darcy? ¿Eso te enferma?
Tiempo. Necesitaba tiempo. Necesitaba aguantar. Sin importar lo
mucho que quisiera gritarle. Enojarme. Demonios, llorar. Sin importar lo
mucho que quisiera intentar huir. Jamás escaparía.
—¿Por qué comenzar con las notas de repente? —pregunté, sin
dejar de mirarlo, aunque era el último lugar donde quería mirar. Ver un
monstruo donde solía haber un amigo.
—Me gustaba verte retorcerte. Sabía que nos estábamos
acercando. Que era casi la hora. Y quería verte sudar.
—Te alimentas del miedo —dije, escupiendo las palabras, ya incapaz
de moderar mis sentimientos.
—Cada gota —concordó—. Viendo ese miedo en tus ojos.
Escuchándote llorar en tu litera por las noches. Fue intoxicante.
205 —Dios, ¿siempre has sido un maldito enfermo?
Él sonrió ante eso, como si era lo que quería. Quería el desafío. Le
excitaba la idea de bajarme los humos.
—¿Quieres decir… si alguna vez he usado esto… —dijo, sacando una
cuchilla, todavía manchada de un negro rojizo de la sangre de Poe—,
antes en una mujer?
—O en un pobre animal indefenso.
Todd sonrió.
—Lo amabas. Tenía que quitarte todo lo que amabas. Tu gato. Tu
amiguito sexual…
—Bueno, ahí la jodiste —le dije, levantando la barbilla—, porque
nunca amé a Isaiah.
—¿Ah, sí? —preguntó, girando el extremo del cuchillo en mi
dirección—. Cien dólares dice que ese es el nombre que llamarás cuando
te hunda esto en ese apretado coño tuyo.
Oh, Dios mío. No podía simplemente quedarme allí. No podía
simplemente escucharlo decirme todas las cosas horribles que planeaba
hacerme. No podía dejar que tuviera esa satisfacción enferma. Porque no
había manera de que pudiera fingir que no me enfermaba y asustaba
tanto que me dijera que me iba a violar con un cuchillo. No había forma
de mantener una expresión seria ante la realidad de su depravación.
—Veo esas ruedas tuyas girando —dijo, cerrando el cuchillo y
deslizándolo en su bolsillo—. Cualquier cosa que estés pensando, bueno,
no deberías darte falsas esperanzas. He esperado demasiado por esto. Voy
a tenerte. Y maldita sea, vas a gritar. —Cerró los ojos, levantando la
cabeza, como si escuchara música en el aire.
Y volé hacia él, apartándolo un poco del camino y saliendo
disparada al pasillo con las literas a cada lado. Pero apenas había llegado
a mi propia cama cuando sentí que una mano se extendía y agarraba mi
cabello, tirándolo hacia atrás lo suficientemente fuerte como para
arrancarlo de mi cabeza, enviándome a volar hacia atrás. Golpeé el suelo
con un ruido sordo, quedándome sin aliento, haciendo que mi pecho se
sintiera comprimido.
Pero luché y retrocedí, intentando levantarme, intentando alejarme.
Entonces él estaba frente a mí, cayendo sobre mi torso, sus piernas a
206
los lados de mis costillas. Mis manos salieron disparadas, golpeando,
arañando, tratando de hacer suficiente contacto para causar dolor, para
darme otro segundo para escapar.
—Oh, sí, lucha, puta —gruñó, estirándose y agarrándome de los
brazos y fijándolos a mi lado. Empujé mi cuerpo hacia arriba, intentando
de desequilibrarlo. Pero él solo rio, moviendo sus piernas de modo que sus
rodillas aplastaran mis manos, los huesos debajo de su peso sintiéndose
como si estuvieran rompiéndose—. Esta piel pálida se verá tan bien de rojo
por todas partes.
Sus manos se extendieron hacia mi garganta, no aplastando, solo
deslizándose, como un amante. De alguna manera eso fue mucho,
muchísimo peor. Se movieron lentamente hacia abajo, apenas rozando a
través de mi clavícula, y luego trazando la curva de mis senos. Luego
agarró los costados del corsé, reuniéndolo en el centro de modo que los
botones del corsé salieran de los ganchos y el frente comenzara a abrirse.
Sus manos se movieron lentamente por mi torso, presionando, hasta
que todos los ganchos se abrieron y el material de cuero comenzó a
deslizarse hacia un lado. Él movió sus caderas hacia arriba para que los
lados pudieran caer.
El impacto del aire frío en mi piel hizo que mis pezones se
endurecieran involuntariamente y lo escuché reír entre dientes. Sus dedos
se movieron sobre mi estómago, acariciando hacia arriba, a través de mis
pechos.
Se inclinó ligeramente hacia mi rostro.
—Ahora comienza la diversión —dijo, sonriendo lentamente.
Sus dedos avanzaron hacia mis pezones, agarrando los lados de las
barras de mis piercings. Y supe con una claridad cegadora y enfermiza lo
que estaba a punto de hacer. Y supe cómo se sentiría. Como la vez que
una de ellas quedó atrapada en mi sujetador, la sensación como un puto y
ardiente atizador a través de tu pezón.
Entonces cerró los dedos alrededor, su sonrisa se extendió, y tiró con
fuerza.
Mi grito resonó en las paredes de la litera y rebotó hacia mí, más
fuerte, haciendo que me dolieran los oídos. Pareció durar una eternidad, el
tirón, luego los retorció, tirando más fuerte.
207 Y juro que hubiera dolido menos si me hubiera arrancado los senos.
Después los liberó, el dolor pasando de una sensación aguda y
caliente a un dolor punzante e insistente. No podía obligarme a mirar hacia
abajo, para ver si había tirado de las barras a través de la piel, para ver si
mis pezones aún estaban intactos.
—Mierda —dijo, su voz sonando ronca, excitada—, eso es tan
caliente.
—Todd —comencé, intentando calmar mi voz, tratando de no dejar
que el dolor se filtrara en mi voz—. No tienes que hacer esto…
—No —coincidió—, pero quiero.
A través del dolor, a través de la impotencia, sentí rabia, fuerte e
indignada. ¿Cómo se atreve? ¿Quién demonios creía que era para
ponerme las manos encima? Sentí que la ira burbujeaba desde un
profundo pozo interior, sin querer nada más que liberarse y arrancar el
corazón palpitante de su pecho. Porque nadie podía hacerme sentir así:
débil e indefensa. Porque si no tenía nada más con que defenderme, tenía
mi voz.
—Puedes lastimarme —dije, mi voz temblando de ira—. Puedes
destrozarme en pedazos. Pero jamás saldrás impune con esto. Jamás
ganarás.
—Ya gané —replicó y rio, retirando su brazo, el tiempo suficiente
para asegurarse de que registrara lo que estaba a punto de hacer, antes
de que este se balanceara y empezara a golpear mi rostro, una y otra vez.
Sentí que la piel se rompía y sangraba, sentí los huesos debajo doliendo y
quemando. Mi labio estaba destrozado e hinchado. Sus nudillos golpearon
fuertemente bajo mi barbilla, haciendo que mis dientes mordieran mi
lengua con fuerza hasta que mi propia sangre comenzó a gotear por mi
garganta.
Pensé que nunca iba a terminar. Recé para que no. ¿Qué tan
retorcido era eso? Recé para que me apaleara hasta que el dolor fuera
demasiado para mi cuerpo, y finalmente me desmayara.
Pero entonces, tan repentinamente como comenzó, se detuvo. Se
sentó de nuevo sobre mi pelvis, con las rodillas presionando fuertemente en
mis manos. Lo cual no tenía sentido. Estaba más allá de luchar. Ni siquiera
208 podía reunir la fuerza para tragar la bocanada de sangre. Respiró hondo,
mirando sus ensangrentadas manos, acercándolas a su nariz y oliéndolas,
cerrando los ojos, luego extendiendo la mano y frotando la sangre roja en
su cara.
—¿Qué pasa? ¿No tienes nada inteligente que decir ahora? —
preguntó, luciendo positivamente alegre en toda su locura manchada de
sangre—. Supongo que no eras tan fuerte como pensabas, ¿eh? Es una
pena. Tenía ganas de más pelea cuando llegara a esta parte —dijo,
extendiendo la mano hacia su cuello y sacando algo de debajo de su
camisa. Era un collar de cadena. Algo que siempre he pensado como un
accesorio de moda tonto, con un fuerte y pequeño candado
manteniéndola cerrada en el frente.
Sacó una llave, la colocó en la cerradura hasta que se abrió y se
llevó la cadena a sus manos. Su rodilla presionó más fuerte en mi mano
izquierda mientras él cambiaba el peso de mi entumecida mano derecha,
llevándola hacia el otro lado de mi cuerpo y envolviendo la cadena
alrededor de ella. Y todo lo que podía hacer era observar, sabiendo que lo
que iba a suceder me haría desear la muerte, pero también reconociendo
que no tenía sentido intentar luchar. Solo lo excitaría más.
Su rodilla se levantó de mi mano izquierda, la envolvió rápidamente
con la cadena y luego la ató junto a mi otra mano. Todd se deslizó por mi
cuerpo, buscando su cremallera, bajándola y sacando su polla dura de sus
pantalones. Se sentó, mirándome a medida que se acariciaba, deslizando
una de sus manos en su boca para probar mi sangre. Luego, se movió más
hacia debajo de mi cuerpo, sentándose a los lados de mis tobillos mientras
soltaba su polla y comenzaba a empujar mi falda hacia arriba hasta que
se amontonó alrededor de mi cintura. Sus manos se dirigieron a mis bragas,
deslizándose por debajo de ellas y rasgando la tela. Sus dedos se movieron
hacia mis muslos, hundiéndose en ellos, rastrillando hacia abajo, haciendo
que la piel arda y se rompa. Sus manos se detuvieron en mis rodillas,
agarrándolas, empujándolas para abrirlas y sosteniéndolas contra el suelo,
exponiendo mi coño, al que vio con una mirada de expectativa que hizo
que el terror se disparara a través de mi cuerpo como electricidad.
Y eso despertó el instinto de autopreservación en lo más profundo de
mi ser, para luchar, para salvarme. Mis manos pueden haber estado
incapacitadas. Pero el idiota se olvidó de mis piernas. Esperé hasta que sus
209 dedos soltaron mis rodillas y se movieron hacia sus pantalones, y entonces
arrastré mis dos piernas hacia mí rápidamente y empujé tan fuerte como
pude hacia su cuerpo, enviándolo a volar hacia atrás.
Me levanté en seguida, volando sobre mis pies, intentando correr.
Pero él ya estaba en mi camino. Y fue tan rápido. Cuando intenté pasar
por su lado, giró, extendiendo la mano y agarrándome de los tobillos por
detrás y tirando. Sentí la sensación de impotencia en mi interior
arremolinándose a toda prisa, sabiendo que estaba cayendo y dándome
cuenta que no podía impedir mi caída.
Golpeé el suelo en la galera, justo al lado de la mini cocina, mi rostro
crujiendo con tanta fuerza contra el suelo que sentí una negrura asentarse
sobre mis ojos, como si mi cerebro estuviera tratando de decidir si me iba a
desmayar o no. Traté de avanzar hacia ella, pero cuando fui a agarrarla,
me arrastraron hacia atrás, dejándome solo con la realidad. Me dolían la
mandíbula y mejilla, se me cayó un diente así que volví el rostro hacia un
lado y lo escupí.
Ahora sentí su peso apoyándose sobre la parte posterior de mis
pantorrillas a medida que él reía, un sonido retorcido y demoníaco.
Sus manos se dirigieron a mi culo, azotándolo duro, una y otra vez
hasta que la piel se sintió erizada y dolorosa. Sus piernas se movieron,
separando mis muslos y tuve una sensación vertiginosa en mi estómago al
saber lo que venía. Sabiendo que no podría detenerlo. Sabiendo que
probablemente no iba a poder sobrevivir.
Sentí sus dedos serpenteando por la cara interna de mi muslo y
escupí la maldita sangre que llenaba mi boca, absorbí todo el aire que
pude y grité. Grité un sonido del que no creí que fuera capaz, un sonido
estridente, espeluznante, sin parar, penetrante. Su dedo se presionó entre
mis pliegues, haciendo una pausa, disfrutando de mi angustia, antes de
hundir sus dedos dentro de mí con una fuerte sensación de pellizco. Se
empujaron enloquecidos dentro de mí, rozando contra las paredes,
tratando de provocar cualquier tipo de tormento que pudiera.
—¿Qué diablos? —gritó una voz y sentí que los dedos salieron de
mí—. ¡Maldito hijo de puta! —gritó Jay, y entonces todo lo que escuché
fueron voces. Joey, Mike y Burt, el sonido de la multitud que Jay había
invitado siendo echada del autobús, Burt gritándoles que llamaran a la
policía y luego cerrando la puerta. Protegiendo mi privacidad.
Me quitaron de encima el cuerpo de Todd y escuché el sonido de su
210 cabeza golpeando el suelo, escuché los gritos de Jay, lívido, palabras que
ni siquiera eran palabras cuando sus puños comenzaron a aterrizar en sus
blancos.
—Darcy. —Escuché a alguien decir a mi lado. Burt. Su voz paternal,
conmocionada, preocupada. Su mano se extendió para tocarme el rostro
y me estremecí.
—Vas a matarlo —dijo Mike, sonando como si él mismo estuviera
lleno de una ira apenas controlada.
—Bien —respondió Jay, luego el sonido de un chasquido, los huesos
rompiéndose.
—Para —suplicó Joey y supuse que estaban agarrando a Jay,
tratando de alejarlo—. Se desmayó. Está acabado.
—No habrá acabado hasta que esté jodidamente muerto. Ese
maldito traidor —dijo Jay furioso.
—Darcy te necesita —intentó Mike, y pude oír el final de la lucha,
pude escuchar el arrastrar de sus pies a medida que se arrastraba hacia
mí, deteniéndose junto a mi cuerpo.
—Tráeme una manta —dijo y pude escuchar que alguien obedecía.
Sentí que el material se asentó en mi cuerpo antes de que las manos de
Jay me alcanzaran y me pusieran de espaldas.
—Oh, Dios mío. —Pude oír a Joey decir, sonando como si fuera a
vomitar.
—¿Dónde está la puta llave? —les preguntó Jay.
Comenzaron a mirar alrededor ciegamente, cayendo de rodillas y
buscando por debajo de las mesas. Tragué con fuerza, encontrando mi
voz, débil y no realmente la mía.
—En su bolsillo.
Mike buscó en sus bolsillos, sacando la llave y dándosela a Jay. Sus
manos se movieron a tientas, temblando, sus nudillos rotos y sangrando,
haciendo que sus dedos resbalaran. Pero la cerradura finalmente cedió y
él cuidadosamente desenvolvió mis manos.
—Voy a taparte —dijo, mientras alcanzaba los extremos de las
mantas—. Levanta las manos y mantén el material alejado de tu pecho —
211 me dijo. Así el material no se quedaría pegado a mis pezones.
—La policía está aquí —dijo Joey, y a medida que lo decía, pude ver
las luces rojas y azules parpadeando.
Burt corrió hacia la puerta, la abrió, y dos oficiales vestidos de azul
entraron.
Los ojos de Jay se quedaron clavados en mi rostro, tristes,
preocupados.
—Darcy, quédate conmigo, niña bonita —dijo, pero incluso mientras
las palabras llegaban a mis oídos, sentí que me desmayaba. Porque
finalmente podía.
Podía dejarlo ir. Estaba a salvo.
Y a medida que comenzaba a ceder ante la oscuridad, sentí una
desagradable oleada de esperanza adolescente de que tal vez, solo tal
vez, cuando despertara, Isaiah estaría allí…
Veinticinco
R
ecuerdo los eventos posteriores. Recuerdo haber despertado
en la ambulancia. Recuerdo el destello de las cámaras fuera
del hospital. Recuerdo las luces brillantes y el olor a antiséptico.
Recuerdo el picor en mi brazo y la deliciosa sensación de la morfina
inundando mi torrente sanguíneo.
Estaba despierta. Pero no lo estaba al mismo tiempo. Me sentía
como si estuviera en mi cuerpo, pero desapegada de él, y de lo que
sucedía a su alrededor. Me senté en la cama del hospital. Los médicos me
hablaron, pero sus sonidos cayeron sordos en mis oídos. Recuerdo a Jay
esperando, negándose a que se encarguen de sus manos, observándome
con ojos aterrorizados. Como si me hubiera roto.
212
Supongo que así era.
Las enfermeras quitaron la manta de mis hombros, inspeccionando
mis pezones hermosamente entumecidos, limpiándolos, desinfectándolos.
Observé cómo las pesadas barras cayeron en una bandeja junto a la
cama. Me empujaron sobre una mesa de rayos X y me colocaron un
delantal de plomo mientras me escaneaban el rostro en busca de huesos
rotos. Jay fue sacado a la fuerza y una doctora entró, me llevó contra una
camilla, puso mis pies en los estribos, usando un kit de violación dentro de
mi cuerpo dolorido. Lo cual no tenía sentido. No fui violada. En realidad no.
Pero no podía decirle eso. No podía decirle nada. Un dentista vino y miró
dentro de mi boca donde mi diente había salido volando por los golpes.
Hubo agujas y puntadas. Hubo gasas y más, más, más morfina.
A la mañana siguiente, desperté y vi a Jay sentado a mi lado,
dormido, con los brazos y la cabeza apoyados en la cama. Había un
guardia de seguridad afuera de mi puerta. Jay o una enfermera deben
haberse mantenido presionando mi botón de medicina para el dolor
durante toda la noche, porque el dolor que me estaba inundando ahora
era intenso, impresionante. Alcancé la bomba y lo empujé, recostándome
contra la almohada y mirando la televisión que alguien había dejado
encendida.
Apareció una periodista, mujer, joven y morena con ojos grandes y
expresivos, con una imagen de mí relampagueando junto a su rostro, de
pie fuera del hospital.
“Según los informes, Darcy Monroe fue brutalmente atacada en su
autobús de gira después de su espectáculo en el teatro Red Rock en
Mesa, Arizona anoche. Los fanáticos que estuvieron allí dijeron que su
atacante, supuestamente, no era otro que su compañero y viejo amigo de
la banda, el baterista Todd Henry, que fue puesto bajo custodia policial y
tratado por una fractura en la mandíbula y un ojo roto.
En cuanto a la señorita Monroe, un representante del hospital nos ha
asegurado que se encuentra en condición estable, vigilada de cerca junto
a su cama por Jason Twain.
El manager de la banda ha emitido una declaración para los
fanáticos, cancelando todas las fechas restantes de la gira durante la
temporada de otoño e invierno, alegando la necesidad de que Darcy
213
Monroe se recupere por completo.
Los fanáticos de esta noche esperan una pronta recuperación y se
preguntan sobre el estado de Darcy ahora que Todd Henry está bajo
custodia, y la propia Darcy Monroe está traumatizada. Esta es Mary…”
—Oye, niña bonita —dijo Jay, bajando el volumen con el control
remoto que sostenía—, no mires esa mierda. Nada de eso importa. Tú eres
lo único que importa. Solo tú —dijo, extendiendo la mano como si fuera a
acariciarme la cara, pero su mano cayó al ver la gasa. En cambio, tomó
mi mano, frotándola—. Sé que el doctor dice que estás en shock y que
probablemente no me vas a responder, o tal vez ni siquiera me escuches…
pero yo solo… necesito saber que estás bien. ¿De acuerdo? Necesito que
me des una señal —suplicó, con los ojos vidriosos. El grande y rudo Jay
estaba a punto de llorar. Ante mi silencio, asintió levemente—. De acuerdo.
Lo sé. Necesitas tiempo. Eso fue… maldición, Darce —dijo, apartando la
mirada de mi cara—. Cuando vi a ese bastardo… todo lo que pude pensar
fue que quería matarlo. Quería matarlo con mis propias manos. Lo habría
hecho —añadió, volviendo a mirarme, con los ojos atormentados—. Me
habría encantado ver cómo su maldita vida se desvanecía de su cuerpo
inútil si no me hubieran quitado. Maldita sea, merecía morir por lo que te
hizo. No puedo creer…
—¿Cómo está? —preguntó Mike, vacilante, de pie junto a la puerta
como si temiera mirarme.
—Todavía en shock —contestó Jay, apretando mi mano una vez
más.
—La administración nos está obligando a tomar un año sabático —
dijo Joey, entrando.
Jay me miró, sus ojos tristes.
—Bien. Creo… creo que ella lo necesitará.
—¿Cuánto tiempo va a estar así? —preguntó Mike, mirándome
rápidamente, con un destello de disgusto registrándose en su rostros a
medida que, sin duda, recordaba la noche anterior.
—No tienen idea —respondió Jay—. Podrían ser unos días. Algunas
personas pasan semanas. Incluso meses. Dijeron que será liberada pasado
mañana y que deberíamos hacer que vea a un psiquiatra en la ciudad.
214 Voy a… mudarme con ella. Ni siquiera puede cuidarse sola.
—Ayudaremos —dijo Burt, con los ojos enrojecidos e hinchados como
si hubiera estado llorando—. Lo que sea que necesite, puedes contar con
nosotros —dijo, resoplando—. Ese puto bastardo. Confié…
—Todos lo hicimos —dijo Jay, encogiéndose de hombros—. No
podríamos haberlo sabido. No es culpa de nadie. No la ayudará si todos
comenzamos a culparnos entre nosotros mismos. Tenemos que avanzar.
Ayudarla a volver con nosotros.
Como estaba previsto, dos días después me dieron de alta con unos
pantalones vaqueros y una de las camisetas sueltas de Jay que las
enfermeras me habían puesto. Podía hacer cosas. Comí. Fui al baño.
Caminé cuando me lo pidieron. Pero no estaba allí.
Era como si estuviera viendo cómo la vida se movía a mi alrededor,
como si yo no estuviera allí. Pero estaba bien. Estaba bien porque estaba
entumecida. Incluso sin la morfina, me sentía vacía.
Jay y los chicos intentaron bloquearme de las cámaras mientras
caminábamos del hospital al auto con las ventanas tintadas. Condujimos
en silencio al aeropuerto donde me empujaron en un asiento y volvimos a
la ciudad.
Mi apartamento estaba como lo dejé, pero no sentí nada en mi
regreso a casa. Sin familiaridad, sin conexión. Nada de nada. Jay me llevó
a mi habitación, haciéndome acomodarme en la cama, y luego
prometiéndome que volvería tan pronto como corriera a buscar algo de
comida para poner en la nevera.
Me levanté tan pronto como escuché que la puerta se cerraba,
caminando hacia mi baño y encendiendo la luz.
Nadie me había dejado acercarme a un espejo desde que fui
admitida, desde que me fui. Capté miradas furtivas en las ventanas
tintadas, pero eso era todo.
Tal vez era señal de que estaba saliendo a la superficie, pero
necesitaba ver. Eso era todo en lo que podía pensar.
Literalmente, era el único pensamiento que atravesó la niebla de mi
cerebro: necesitaba ver.
Mi rostro todavía era mío. Podías ver las mejillas regordetas, el
mentón suavemente puntiagudo, los ojos verde claro. Pero, al mismo
215 tiempo, no era yo. Porque había moretones morados y amarillos cubriendo
la mayor parte. Mi mejilla estaba abombada por las encías hinchadas
donde se había caído mi diente. Mi labio tenía una herida desagradable
corriendo a través de él. Quedaría una cicatriz. Perdería el enrojecimiento
y se desvanecería a rosa y estaría allí para siempre.
Tomé aliento, alcanzando el dobladillo de mi camisa y tirando de
ella hacia arriba. Los piercings en mis pezones ya no estaban, perdidos en
el hospital en alguna parte, probablemente para ser vendidos en línea por
una pequeña fortuna. Mis pechos estaban magullados, de un ligero azul
claro por las marcas. Los pezones en sí tenían delgadas suturas
puntiagudas sobresaliendo de ellos.
Solté la camisa, entré en mi sala de estar, abrí la puerta del balcón y
salí. Sin una intención clara. No estoy del todo segura de haber sido capaz
de hacer planes. Solo sentí la necesidad de respirar. De espacio. De poder
aspirar profundamente.
Caminé hacia la piscina, sentándome en el borde, deslizando mis
piernas en el agua, a pesar de lo frío que estaba el aire. Levanté la
cabeza, mirando a mi alrededor, observando todo lo que había visto una
docena de veces: la barandilla, la línea de la ciudad, el armario donde
estaba el sistema de entretenimiento, el armario donde estaban las toallas.
Se me vino una imagen a mi cabeza: Isaiah descansando en el diván
frente a ese gabinete, un libro abierto en su regazo, un whisky junto a él.
Sentí una punzada, una puñalada.
Era lo primero que sentía en días. Agudo, ardiente. Como un cuchillo
en algún lugar dentro.
Luego, tan rápido como apareció, desapareció.
Agaché la cabeza, mirando el agua.
—¿Hola? —gritó una voz femenina, sonando como si viniera de muy
lejos, como si estuviera escuchando sonidos bajo el agua—. Eres Darcy,
¿verdad?
La ignoré por un largo tiempo, mirando el agua, y luego
olvidándome de que ella estaba allí, miré a mi alrededor otra vez, viendo a
una mujer al otro lado de la piscina, alguien que nunca antes había visto,
pero con grandes ojos verdes que pertenecían a alguien que yo conocía.
Su largo cabello rubio estaba recogido de su bonito rostro, y unos tatuajes
serpenteaban por sus brazos.
216 Ante mi rostro levantado, una mirada de sorpresa nubló su rostro.
—Oh, Dios.
—¿Quién diablos eres? —preguntó Jay enfurecido, volando hacia el
balcón, toda furia y protección.
Era intimidante cuando estaba enojado, pero la chica no se
encogió.
—Soy Fiona.
—Eso no significa nada para mí —dijo Jay, cruzando los brazos sobre
el pecho, moviéndose para bloquearme de la vista—. No perteneces aquí.
Esta es propiedad privada.
Hubo una sonrisa lenta y astuta que se extendió por su bonito rostro.
—Tu numerito protector es lindo y todo, pero creo que la mitad de
este balcón también le pertenece a mi hermano.
—¿Isaiah? —preguntó Jay, dándome un vistazo con una mirada
preocupada.
—Sí —contestó y asintió, siguiendo su mirada—. ¿Ella, está bien?
Jay pareció derrotado, apartándose de mí y mirándola.
—No lo sé. Honestamente, en realidad no lo creo. Es como si ella…
estuviera rota.
—Escuché que fue atacada, pero mierda…
—Sí. El doctor dijo que está en shock, pero… es como si ya no
estuviera aquí.
—Asumo que eres tú quien machacó la cara de ese hijo de puta —
observó, sin sonar completamente incómoda con la idea.
Jay asintió, mirándome, luego hacia el apartamento de Isaiah.
—¿Él está aquí? —preguntó, sonando desesperado—. No sé si él te lo
dijo, pero tuvieron algo hace un tiempo atrás.
—Si por “tuvieron algo” te refieres a que se amaban, aunque ambos
fueron demasiado tercos para admitirlo, entonces, sí, lo sé. —Tomó aliento
visiblemente y negó con la cabeza—. Pero, no, no está aquí. En realidad,
se fue justo después de que lo echaran de la gira. Tuvo algún tipo de
colapso y regresó a la casa de nuestra infancia. No tiene planes de
regresar.
217 —¿Crees que, si tal vez… él supiera… sobre Darcy…? —Se detuvo,
sonando completamente incómodo porque sabía que pondría objeciones
a su plan si estuviera en mis cabales. Pero el problema era que, no lo
estaba. Y él estaba esencialmente a cargo de todo lo relacionado con
Darcy.
—No lo sé. Es bastante… terco.
—Él la ama —razonó Jay, sonando muy práctico sobre un tema por
el que generalmente se burlaba.
—Sí —concordó Fiona, asintiendo—. Iré a hablar con él. Pero, no
puedo hacer ninguna promesa. —Ella fue a dar media vuelta y luego se
volvió—. Isaiah tenía un psiquiatra cuando estaba aquí. Si quieres, puedo
llamarla y ver si puede… venir… ¿y ver qué puede hacer para ayudarla?
—Eso sería genial —dijo Jay, asintiendo—. Ni siquiera sabía por dónde
empezar con eso. Pero, quiero decir… mírala. Necesita ayuda.
—Estará bien —afirmó Fiona y asintió, su voz firme.
—No puedes saber eso.
Una pequeña y extraña sonrisa jugueteó en los labios de Fiona.
—Es fuerte. Te sorprendería lo que las mujeres pueden superar. No
somos un montón de idiotas debiluchos como ustedes los hombres. —
Terminó sonriendo y comenzó a alejarse.
—¿Lo encontrarás? —le preguntó Jay a medida que ella se retiraba.
—Sí —contestó, entrando en el apartamento de Isaiah, el sonido de
la puerta detrás de ella.
Jay se volvió hacia mí, sus ojos viéndose tan pesados.
—Muy bien, niña bonita —dijo, acercándose a mí, deslizando sus
manos bajo mis brazos, cuidando mantener sus dedos lejos de mi pecho y
levantándome—. Vamos a darte algo de comida y medicina. —Me besó
en la sien a medida que caminábamos—. Va a regresar —añadió,
llevándome a la casa—. Él vendrá y te ayudará a mejorar.
Sentí la sensación ardiente y punzante de nuevo, mirando hacia otro
lado de él y sacudiendo la cabeza.
218
Veintiséis
E
staba caminando de vuelta desde el arroyo, con la camisa
echada sobre mi hombro, una cuerda con dos peces
colgando de ella en mi mano. Habían sido una captura
relativamente fácil.
Las cosas se estaban volviendo más fáciles. Me estaba ajustando.
Viviendo en la tierra como solía hacerlo. No era fácil, pero estaba bien.
Trabajo duro. Mantenía mi mente ocupada. Me impedía pensar en cosas
que sabía que no debería. Como unos ojos verde claro. Como un cabello
largo y negro. Como una voz dulce y ronca. Como tener sus brazos…
Mierda.
219 De acuerdo, tal vez todo eso de olvidarla no estaba yendo tan bien
como había planeado. Pero, para ser justos, no había mucho en el bosque
para mantener la mente ocupada. El cuerpo, seguro. La mente, no tanto.
Y solo hay tantas veces que puedes leer un manual sobre cómo construir
un sótano antes de que surja en tu mente la idea de una hermosa, pálida y
perfecta Darcy, deshaciendo una hora completa de control sin pensar en
ella.
Pero, demonios, al menos ya no eran todos los malditos minutos.
El tiempo…
—¿Qué diablos? —pregunté, todavía sintiéndome un poco extraño
en cuanto a maldecir en un lugar donde solía estar estrictamente
prohibido. Pero no había otra manera de decirlo. Porque Fee estaba de
vuelta, otra vez. Con jeans y una camiseta manga larga, su largo cabello
rubio echado hacia atrás—. No creo haberte visto tanto cuando ambos
vivíamos en la ciudad.
—Isaiah —comenzó, sus ojos verdes completamente abiertos y
reservados.
—¿Qué pasa? ¿Las chicas? ¿Están bien las chicas?
—Las chicas están bien —contestó, levantando una mano.
—¿Es ese maldito esposo tuyo? ¿Qué hizo?
Ella sonrió levemente ante eso.
—Hunter está bien. No hizo nada. Y deja de actuar como todo un
hermano grande y malo. Lo amas.
—Hasta que te joda. Entonces estará muerto para mí. ¿Qué pasa? Te
ves realmente asustada.
Ella asintió, apoyándose en un árbol como si quisiera el apoyo.
—Estaba en la ciudad lidiando con algunos cabos sueltos que
dejaste en la compañía. Así que me estaba quedando en tu casa…
—Fee, maldita sea, escúpelo —dije, dejando caer el pescado en un
cubo y limpiándome las manos en mis pantalones.
—No me trates así, hijo de puta. Estoy aquí por ti.
—Fee…
—Me estaba quedando en tu apartamento y salí al balcón y…
220 Darcy estaba sentada junto a la piscina.
Sentí un torrente dispararse en mi interior por el sonido de su nombre
y me pregunté si eso cambiaría alguna vez. Si alguna vez me
acostumbraría. Si alguna vez llegaría a ser como cualquier otro nombre.
—¿Y qué? —pregunté, intentando deslizar un poco de hielo en mis
palabras porque todo lo que sentía por dentro era calor—. Vive allí. —
Empecé a caminar hacia la casa y me detuve, volviéndome—. Espera…
debería estar de gira hasta al menos la primavera.
—Su gira fue cancelada, Isaiah.
—Eso no suena típico de ellos.
—Isaiah… Darcy fue atacada de nuevo…
—¿Qué? —exploté. Esa era la única manera de describirlo, sentí que
todo lo que había dentro de mí estaba a punto de explotar.
Fee bajó la vista a sus pies.
—Fue terrible. Quiero decir… la noticia decía que no estaba en
buena forma, pero…
—¿Qué pasó? ¿Quién lo hizo? —Necesitaba saber todo.
—Era un tipo en su banda —comenzó Fee.
—Jay no —dije, negando con la cabeza, sintiéndome mal por la
idea.
—No. No. El baterista, Todd algo.
¿Todd? ¿Todd? ¿El tímido, mojigato, reservado y maldito Todd?
—Mierda, dame detalles, Fee.
—Lo siento, solo… quería facilitarte las cosas. Um. Fue después de un
concierto en Arizona. Darcy regresó al autobús para encontrar a un gato…
—Poe —proporcioné, automáticamente, pensando en su fea carita
que era tan dulce a la vez.
—Sí. Bueno, ella lo encontró asesinado en su litera. Y luego Todd,
um…
—¿Qué le hizo? —pregunté, mi voz hirviendo, sin querer saber los
detalles, pero necesitando saberlo.
—Le arrancó los piercings de los pezones —dijo, con un temblor
221 visible en todo el cuerpo—. Después golpeó su rostro realmente mucho. Yo,
ah, cuando la vi… apenas la reconocí y Jay dijo…
—¿Qué más? —pregunté, mis manos apretándose en puños—. ¿Qué
más le hizo? ¿Él la…?
—¿Violó? —preguntó, tragando con fuerza—. Quiero decir, eso no
estaba en las noticias ni nada así, pero uno de los fanáticos que estaba a
punto de subirse al autobús… dijo que la tenía de cara contra el piso, le
habían arrancado las bragas y estaba… tocándola violentamente con los
dedos…
—¡Maldito hijo de puta! —grité, volteando y golpeando mi puño en
lo más cercano a mí, que resultó ser un árbol muy grande, muy duro. Mis
nudillos se abrieron, sangrando ligeramente por mi mano. Me incliné hacia
delante, descansando mi frente contra el árbol. Tenía que recobrar la
compostura—. ¿Ella… está bien? —pregunté, mi voz sonando más triste de
lo que alguna vez la había escuchado.
Ante el silencio de Fee, me volví, preocupado.
—¿Fee?
Ella extendió la mano, pasándose una por las cejas.
—Ella está como… catatónica, Isaiah —dijo, encogiéndose de
hombros—. Está allí, pero a la vez no. En cierto modo, solo mira fijamente a
la nada. Jay dijo que el doctor dijo que estaba en shock y que no están
seguros de cuánto tiempo durará, o qué podría sacarla de eso…
Me alejé de ella, yendo hacia el costado de la casa.
—Isaiah, ¿qué estás…? —comenzó, a medida que me veía abrir la
puerta del gallinero, soltando las malditas aves insoportables que me llevó
un mes atrapar y encerrar—. ¿Qué estás haciendo?
Pasé junto a ella, entré a la casa, rebusqué entre varias cosas y
saqué mi billetera, metiéndola en mi bolsillo. Agarré mi camisa del suelo
afuera, deslizándomela.
—Voy a verla —le dije, mientras me adentraba en el bosque.
Fee corrió detrás de mí, ni siquiera sus largas piernas fueron capaces
de seguir mi ritmo castigador. Porque necesitaba llegar a ella. Necesitaba
ver por mí mismo que estaba bien, físicamente. Necesitaba encontrar los
mejores jodidos doctores del país para cuidarla mentalmente. Necesitaba
222 obtener más detalles de Jay.
Maldita sea. Solo tenía que verla.
Veintisiete
E
l viaje a la ciudad se sintió insufriblemente largo. Fee condujo
con su usual abandono imprudente, golpeando la bocina a
cada rato.
—¡Estúpido hijo de puta! ¡Se llama luz intermitente! —gritó—. Oh,
genial. Sí, córtame el camino y luego ve a un ritmo glacial. Eso es
jodidamente maravilloso. ¡Sí, tú, imbécil! —Era una furia al volante
incitando un altercado en cualquier momento—. Lo siento —dijo,
golpeando su cabeza contra el reposacabezas en una luz roja—. Me dejo
llevar. No puedo… expresarme adecuadamente cuando las niñas están
en el auto. Supongo que solo lo reprimo. Isaiah… —dijo, extendiendo la
mano para tocar mi mano justo encima de mis sangrientos nudillos—,
223
relájate. No le hará ningún bien si vuelves a entrar en su vida
completamente enojado y tenso. Está en shock. Necesita… calma.
Asentí. Tenía razón. Necesitaba controlarme. Me volví, mirando por la
ventana.
—¿Fee?
—¿Sí? —preguntó, mirándome de lado.
—Eres… una mujer…
Tomó el volante con una mano, y bajó la otra mano para agarrar su
teta.
—Parece que sí.
Puse los ojos en blanco.
—¿Hay…?
—¿Hay qué? —preguntó, dando un brusco giro al automóvil.
—¿Hay alguna manera de que ella vuelva de esto? ¿De él
habiéndole… hecho… eso a ella?
Fiona respiró hondo, encendió la luz intermitente y se acercó al
hombrillo. Detuvo el auto un momento, girando en su asiento para
mirarme.
—Oye —comenzó, esperando a que me gire para enfrentarla—. No
te atrevas a irrespetarla al implicar que un incidente en su vida la va a
definir para siempre. Ella merece una mejor opinión que esa del hombre
que dice amarla.
—No dije que la amaba.
—Sí —resopló, volviendo el automóvil hacia la carretera—, está bien.
Nos detuvimos frente a mi complejo de apartamentos unas horas
más tarde y abrí la puerta, saltando antes incluso de que el automóvil se
detuviera. Corrí hacia el vestíbulo, apuñalé mi llave en el ascensor privado
e impacientemente golpeé mi mano contra la barandilla interior mientras
subía al último piso.
Salí corriendo de las puertas tan pronto como se abrieron lo
suficiente como para que pudiera pasar, sin prestar atención alguna, y
224 chocando contra alguien.
—Mierda —dijo una voz familiar, empujándome, y levanté la vista
para encontrar a Jay, sosteniendo una canasta de ropa. Al jodido Jay,
infame estrella de rock y mujeriego, llevando una canasta de lavandería
rosada—. Guau —dijo, asintiendo hacia mí—, eso fue rápido.
—¿Dónde está? —pregunté, avanzando hacia su puerta.
—Hombre, ni te atrevas —dijo, sacudiendo la cabeza.
—¿Qué diablos quieres decir con eso? —pregunté, volteando y
atacándolo.
—Quiero decir que apestas a jodido pescado —dijo, sonriendo
levemente—, y parece que tu mano perdió una pelea con una maldita
pared.
Miré hacia abajo, a la sangre seca y oscura encostrada sobre mi
mano.
—En realidad, un árbol.
Jay asintió, casi como si entendiera perfectamente. Probablemente
lo hacía.
—Dúchate, véndate esa mano, y luego te llevaré con ella.
Asentí. Él tenía razón. Necesitaba limpiarme y calmarme. Me dirigí
hacia mi puerta, deslizando la llave en la cerradura.
—Oye, Jay —llamé, y él regresó del ascensor.
—¿Sí?
—Dime que alguien golpeó a ese imbécil.
Jay sonrió, una sonrisa lenta, sádica y feliz.
—Ni siquiera se puede reconocer al maldito hijo de puta.
Asentí, cerrando mi puerta.
—Bien.
Me di una ducha larga, me afeité, me vendé la mano y me puse
unos pantalones grises limpios, una camiseta negra y zapatos. Era la
primera vez que me miraba en el espejo en unos buenos dos meses… ¿o
era más tiempo? Demonios, ni siquiera lo sabía. Mi piel estaba más oscura
de todo el tiempo bajo el sol, mis manos estaban llenas de nuevos cortes,
callos y cicatrices. Y estaba más delgado. Lo que no era de sorprender
225 dado lo jodidamente poco que había estado comiendo, pero aún era
agradable a l vista.
Me moví hacia las puertas del balcón, mirando hacia fuera. ¿Qué
diablos iba a decirle? Especialmente si estaba tan mal como Fee dijo.
Apenas podía decirle algo cuando estaba en un lugar mejor. Siempre
estaba metiendo la pata y comportándome como un idiota. Así que,
¿cuáles eran las posibilidades de que dijera lo correcto ahora cuando ella
más lo necesitaba? Maldita sea, escasas a ninguna.
Pero entonces la vi. Saliendo al balcón en una camiseta blanca
inmensa y unos pantalones de chándal rojos holgados. Su largo cabello
parecía desordenado, descuidado, flotando alrededor de su cuerpo en un
desastre enredado. Pero no era la falta de cuidado personal lo que me
sorprendió. Eran sus ojos en blanco, completamente vacíos, brillantes, en su
rostro maltratado.
—Jesucristo —jadeé, observándola mientras ella se sentaba junto a
la piscina, colocando sus piernas en el agua, sin siquiera pensar en subirse
las perneras de sus pantalones.
—Te lo dije —dijo Fee, viniendo detrás de mí.
Miré por encima de mi hombro hacia ella.
—¿Qué puedo hacer? —pregunté, escuchando la desesperación en
mi voz.
Fiona se encogió de hombros, estirándose y tocando mi brazo
brevemente.
—Solo puedes… estar con ella.
Respiré profundamente, asintiendo, luego alcancé y abrí la puerta.
Jay todavía no había vuelto de la lavandería, pero no podía esperar más.
No con ella sentada allí viéndose tan sola y rota.
Caminé hacia la piscina lentamente.
—Darcy —dije, en voz baja, como si estuviera hablando con un
animal herido. Que era exactamente lo que parecía.
Su cabeza se levantó, en reconocimiento. Podría haber jurado que
la vi hacer una mueca cuando sus ojos se posaron en los míos.
—No está hablando —dijo otra voz familiar, una que definitivamente
no pertenecía a ese escenario.
FIN
Sobre la Autora
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Diseño
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JanLove
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