Teóricos Clínica de Niños 2020
Teóricos Clínica de Niños 2020
Teóricos Clínica de Niños 2020
ADOLESCENTES
[PRESENTACIÓN DE LA ASIGNATURA]
La propuesta de articulación teórico-clínica que presenta la cátedra tiene como objetivo brindar
herramientas para el estudio de la constitución del psiquismo infantil y sus posibles fallas.
Este objetivo implica conocer cómo se ordena la psicopatología específicamente en el campo de la infancia,
cuestión que será clave para poder diseñar las intervenciones más adecuadas para el abordaje y la
transformación del sufrimiento subjetivo de niñxs y adolescentes, y también de los adultos a cargo de la
crianza de ellxs.
Esta propuesta se enmarca en la tradición de investigación psicoanalítica; es desde los aportes de FREUD
que partimos para conceptualizar lo psíquico, pero también atendiendo a las limitaciones de esta obra, por
lo cual incorporamos autores posfreudianos que han enriquecido la comprensión del psiquismo infantil.
FREUD, como parte de su legado principal, nos ha aportado una obra dedicada al estudio de los “procesos
anímicos”, esto alude a la indagación del “sistema inconsciente” (ICC) en correlación con el “sistema
preconsciente-consciente” (PRCC-CC), cuya dinámica determina el conflicto que está a la base de los
síntomas neuróticos.
FREUD, en el proceso de reconstrucción de las “series psíquicas” en las que se fueron engarzando los
traumas infantiles, arriba en paralelo al diseño de un “método psicoanalítico”: el método consistente en
la asociación libre, desplegada por el paciente en transferencia, que permite la recolección de la materia
prima a partir de la cual el analista construye la interpretación en conjunto con su paciente.
DESDE ESA PERSPECTIVA, EL SÍNTOMA ES UN PRODUCTO SIMBÓLICO, ES UNA FORMACIÓN DE
COMPROMISO: el síntoma sería un producto transaccional entre los contenidos de ambos sistemas del
aparato psíquico. FREUD dirá que el síntoma es “un signo y un sustituto de una inlograda satisfacción
pulsional, un resultado del proceso de la represión y del retorno de lo reprimido”.
Esto nos interesa no solo en el sentido de construir fundamentos para la práctica, sino también para que
este proceso de incorporación de conocimientos brinde herramientas para desarrollar una actividad
investigativa: interesa transmitir una concepción de CLÍNICA entendida como el espacio desde donde
surgen los interrogantes que ponen a prueba las teorías que fundamentan nuestras intervenciones.
Debemos estar advertidxs de las consecuencias de caer en una posición dogmática que solo intente aplicar
lo ya sabido: una posición dogmática, más que lograr modificar el sufrimiento de los sujetos con los que
tenemos que trabajar, va a hacer que la teoría se ponga al servicio de apaciguar la angustia y la
incertidumbre del profesional frente a lo desconocido. En ese sentido, es fundamental problematizar la
relación entre teoría y clínica, producir realmente un amarre, una articulación entre ambas dimensiones.
También es fundamental comprender la especificad de nuestro objeto de estudio e intervención; esto lo
trabajaremos y lo iremos construyendo a partir del estudio de los diferentes modelos conceptuales.
La propuesta también gira en torno a pensar la clínica en el marco de las específicas organizaciones
psicopatológicas desde la práctica clínica con niñxs y adolescentes.
Asimismo, poder pensar cómo es en esta clínica el proceso de entrevistas preliminares, qué particularidad
tiene la transferencia, qué tipo de intervenciones requiere el trabajo con niñxs (entendidos como sujetos
cuyo psiquismo está en constitución), cómo son las formas de producción en clínica con niñxs (cómo es el
uso de la palabra, qué estatuto tienen el grafismo, el juego, etc.).
Todo esto para ir pudiendo circunscribir la especificidad de nuestro campo de intervención, que es la
clínica, pero no pensando la clínica solo en el campo del consultorio privado, sino también en el marco
institucional, público, individual o comunitario. La idea es que todo este tránsito por la cursada promueva
una apropiación crítica del saber teórico-clínico, y una posición ética que pueda posibilitar la
responsabilidad social que tiene el quehacer del psicólogo.
Además, las PPS tienen como objetivo que puedan ir conociendo y comprendiendo cómo son los tiempos de
estructuración del sujeto psíquico y las diferentes organizaciones psicopatológicas, y también conocer los
principales temas, problemas y desafíos que los contextos clínicos actuales plantean y las posibles
modalidades de intervención desde el área. Participar en las actividades para poder reflexionar sobre la
expansión de las intervenciones clínicas implementadas en diversos dispositivos de salud mental en pos de
favorecer un posicionamiento ético que oriente la practica en el marco de las obligaciones que tenemos en
el otro humano reconociendo la singularidad del mismo.
HAY UN EJE QUE ATRAVIESA TODOS LOS CONTENIDOS Y QUE TIENE QUE VER CON CÓMO PENSAMOS EL
PSIQUISMO: PENSAMOS UN APARATO PSÍQUICO ABIERTO A LO REAL, EN EL CUAL VAN TENIENDO
INCIDENCIA TODAS LAS CONDICIONES SOCIO-HISTÓRICAS A LO LARGO DE LA VIDA DE LOS SUJETOS.
Esto estará en íntima relación con la temática del TRAUMATISMO y la SIMBOLIZACIÓN. En ese sentido,
será necesario considerar los TIEMPOS REALES DE ORGANIZACIÓN DEL PSIQUISMO, como así pensar el
funcionamiento psíquico cuando ya el aparato está constituido.
La consideración sobre la incidencia de las condiciones socio-históricas en los sujetos puede tener una
“dimensión positiva”, en el sentido de que vaya promoviendo un enriquecimiento y crecimiento simbólico
a partir de estas condiciones socio-históricas, y en otros casos (como en el que estamos viviendo en esta
coyuntura de pandemia) puede ser que sean condiciones que produzcan un exceso que pone a prueba los
recursos simbólicos defensivos de cada uno de los sujetos psíquicos.
Esta última consideración sirve un poco para empezar a estudiar estas cuestiones y poder pensar los
efectos traumáticos de situaciones de crisis, de catástrofe, y también para pensarnos desde el rol como
profesionales de la salud comprometidos con las necesidades de nuestra comunidad, con el deber de
generar redes, soportes, que permitan el mantenimiento de los lazos.
[LA RELACIÓN ENTRE TEORÍA Y CLÍNICA]
La relación establecida entre teoría y clínica da cuenta de la posición asumida frente al saber en la
singularidad del encuentro clínico, en el devenir de la tarea de investigación. Posicionamiento
fundamental que no es sin consecuencias, en la medida en que delimita y de él se desprenden las
posibilidades de intervención, el “campo de posibles”, que en nuestro caso se ubica en el marco dado por
los tiempos de constitución psíquica.
Nuestra tarea implicará entonces indagar el estatuto singular que cada uno de los autores que
trabajaremos otorgará y sostendrá respecto de la relación teoría-clínica.
En esta unidad temática que contempla la relación establecida entre teoría y clínica se desprenden los
siguientes contenidos temáticos:
La relación teoría-clínica.
La posición ante el saber.
La ruptura con el campo de las certezas.
La posición de interrogación.
La “teorización flotante” (noción aportada por AULAGNIER).
El caso clínico (y el lugar que ocupa).
El lugar de la creación, la investigación clínica y su singularidad.
Dice AULAGNIER en “El aprendiz de historiador y el maestro brujo”1: “los conceptos de teoría, de fábula, de
mito, de ilusión, de verdad se vuelven equivalentes, trátese de análisis o de cualquier otra disciplina: no hay
verdad definitiva”. Se subraya este enunciado propuesto por la autora: NO HAY VERDAD DEFINITIVA.
Este enunciado contempla en su interior la articulación de dos niveles de posibles:
aquel que refiere a los posibles de la teoría,
aquel que se refiere a los posibles del sujeto.
Enunciado que, por lo tanto, supone consecuencias clínicas, en la medida que implica el sostenimiento de un
posicionamiento ético que conllevará efectos en la subjetividad de un otro frente al padecimiento, y esto
en tanto ese posicionamiento ético configura y marca el dispositivo analítico, es decir, la relación dada
entre objeto y método (tal como nos lo propone BLEICHMAR).
Este enunciado sobre que “no hay verdad definitiva” da lugar, por ende, a la introducción y autorización
para pensar aquello que no ha sido pensado por el otro, se trate éste como aquel otro significativo que
tiene un lugar central en la constitución psíquica infantil, o se trate este otro en tanto modelo conceptual.
Siguiendo en la línea de lo planteado hasta el momento, WIDLOCKER nos plantea que la clínica va a ser
definida como “el espacio en el que las hipótesis elaboradas se confrontan”, a partir de la asunción por
parte del clínico de un rol activo que le permite delimitar los observables que conducirán hacia el camino
de la verificación o de la refutación de las construcciones teóricas.
El autor establece un “trípode operacional” conformado por tres componentes: TEORÍA, TÉCNICA y
PRÁCTICA, que en su interrelación configuran un procedimiento para la investigación clínica. Planteará que
ese “trípode operacional” se articula a una serie de interrogantes: ¿Qué relación se establece entre la
teoría y la clínica? ¿Puede la clínica devenir en independencia de la teoría? ¿Pueden las construcciones
1
Este título hace referencia al Yo y al Ello; esto se trabajará más adelante.
teóricas desarrollarse por fuera de la practica? ¿Qué lugar ocupan, como plantea Aulagnier, las cuestiones
fundamentales del investigador en dichas construcciones?
La clínica implica la compleja relación que se establece entre el campo conceptual y la práctica. Respecto
de esta relación, el clínico, el investigador en psicoanálisis, deberá asumir y sostener una posición. Las
versiones que estos construyan conducen a la producción de sentidos que abren a un complejo entramado
en el que el clínico-investigador debe situarse. Roles que conviven armoniosamente, roles que se
confrontan, roles que se encarnan en un tiempo particular.
Al respecto, en “Pueden los legos ejercer el psicoanálisis” FREUD plantea: “En el psicoanálisis existió desde el
comienzo mismo una unión entre curar e investigar (…) el conocimiento aportaba el éxito y no era posible
tratar sin enterarse de algo nuevo, ni se ganaba un esclarecimiento sin vivenciar su benéfico efecto. Nuestro
procedimiento analítico es el único en que se conserva esta preciosa conjunción”. Y expresa en torno a ello
en el artículo “Sobre psicoanálisis” (de 1913): “El psicoanálisis es una notable combinación, pues combina
no solo un método de investigación de las neurosis, sino también un método de tratamiento basado en la
etiología así descubierta. El psicoanálisis no es hijo de la especulación, sino el resultado de la experiencia, y
por esa razón, como todo nuevo producto de la ciencia, está inconcluso”.
En coherencia con este punto y siguiendo los lineamientos planteados por FREUD, dirá HORNSTEIN en su
texto “Las encrucijadas actuales del psicoanálisis” sobre FREUD: “En los escritos y en la práctica de Freud,
toda su producción está en permanente revisión (…) los escritos freudianos no son la tabla de la ley”. El
autor marcará el permanente trabajo de interrogación que marca que FREUD desconfía frente al saber
instituido; “Esta actitud de revisión será sostenida desde un espacio de interrogación y de duda frente al
saber, que conduce a que cada escrito devenga en borrador de un texto futuro”. Allí FREUD se enriquece y,
desde dicha posición, la lectura de los textos freudianos se enriquecen.
Dirá HORNSTEIN: “Freud y su obra configuran una identificación que remite a una filiación simbólica, una
identificación primaria, no con su persona, sino con su modalidad de interrogación”, eje central que aquí se
intenta transmitir y sobre el cual hemos de trabajar. Un psicoanalista hereda una tradición, cuyo núcleo es
esa “identificación con Freud”, con ese investigador que dice “no creo más en mi neurótica”: ese no creer,
ese no quedar fijado a lo ya dicho, a lo ya escrito, a lo ya pensando, no anuncia apatía, sino creación. “Ya no
creo en mi neurótica, pero tengo la sensación de un triunfo más que de una derrota”, dirá FREUD.
Lo que nos plantea HORNSTEIN es que lo investido es él mismo (FREUD) como sujeto de esa pulsión de
saber, quien anticipa un conocimiento ulterior como premio a un trabajo intelectual que no evita la
autocrítica.
HORNSTEIN expresa que FREUD inaugura un campo de pensamiento, un campo de intervención clínica, y
que de él heredamos una tradición, que se encuentra marcada por un trabajo de interrogación incesante,
es decir, por un posicionamiento antidogmático ante el saber. FREUD reinterroga los pilares de su marco
teórico, su obra es una construcción permanente en la que se ubican nuevas constelaciones conceptuales y
que le permiten a FREUD decir ese “ya no creo en mi neurótica, pero tengo la sensación de un triunfo más
que de una derrota”. Así, nos alerta sobre el riesgo que podría implicar la asunción por parte del clínico,
por parte del investigador, de posiciones que cristalizan el lugar del saber.
El lugar en el que se sitúa el clínico-investigador supone un lazo singular con el saber. En dicho vinculo, la
teoría se presenta como condición de posibilidad y al mismo tiempo como límite, en la medida en que
cada cuerpo conceptual contiene en su interior un recorte respecto de las múltiples aristas que dan cuenta
del funcionamiento de la vida psíquica.
Ahora bien, la relación particular que se establezca con el saber estará marcada por el espacio que pueda
ocupar el trabajo de cuestionamiento, de interrogación, de duda en torno a los lineamientos que
atraviesan el campo clínico, el campo de investigación.
Así, desde un posicionamiento crítico y antidogmático, en el capítulo 5 de “La fundación de lo
inconsciente”, BLEICHMAR da cuenta de la necesidad de cuestionar y redefinir los fundamentos del
psicoanálisis con niñxs, a partir de someter las premisas de la clínica a un ordenamiento metapsicológico,
y de interrogar la teoría en su articulación con la práctica.
Consecuentemente, sostener la relevancia de realizar un replanteo teórico-clínico implica examinar la
modalidad de vínculo establecida entre el analista, la teoría, la técnica y la práctica.
Desde un posicionamiento antidogmático, BLEICHMAR planteará la necesidad de cuestionar y redefinir
los fundamentos del psicoanálisis con niñxs en función de la delimitación de su especificidad: CONCEBIR
AL PSIQUISMO INFANTIL COMO UN PSIQUISMO EN CONSTITUCIÓN.
La autora expondrá, dando cuenta del posicionamiento asumido, que los “problemas teóricos” no son
tales, sino “problemas teoréticos”, es decir que NO es que se piensa a la teoría y luego se encuentra un
ejemplo acorde, sino que los problemas de la clínica hacen obstáculo a la teoría con la que se piensa, y ello
conduce a un juego permanente de revisión de la teoría.
En consonancia con ello, ya LAPLANCHE decía: “La teoría está allí para marcar sus propios límites, uno
trabaja con una determinada teoría y esta teoría es sometida permanentemente a la prueba de la clínica.
La clínica en ese movimiento es revisada constantemente por la metapsicología”.
Entonces, tal como plantea BLEICHMAR en su libro “Clínica psicoanalítica y neogénesis”, la clínica no es el
lugar donde se produce la teoría, la clínica es el espacio desde el cual se plantean los interrogantes que
ponen en tela de juicio las teorías que sostenemos con convicción. De este modo, la clínica puede ser
entendida como un espacio posible de articulación entre la teoría y la práctica, como el campo donde son
confrontadas las hipótesis teóricas.
En tal sentido, AULAGNIER plantea que la práctica debe ser pensada como teórico-clínica, destacando el
lugar de la teoría en la escucha, hecho que supone la preservación de la alianza dada entre lo conocido y lo
imprevisto, que implica la posibilidad de reconocer, en términos de FERENCZI, “las excursiones por lo
incierto en el espacio clínico”.
La articulación de “lo conocido” ofertado por el cuerpo conceptual con “lo imprevisto” generado en el
encuentro con un otro, introduce en el espacio analítico el lugar del saber y la posición ante este.
Desde la mencionada articulación, AULAGNIER plantea en el libro “El sentido perdido” que el saber conserva
en su interior el entrelazamiento de dos niveles de posibles:
aquel referido al cuerpo de hipótesis que dan cuenta de los universales de la teoría (respecto del
funcionamiento psíquico),
y aquel que propicia la instalación del dispositivo analítico, referido al campo de la singularidad en
transferencia, en función del encuentro con el psiquismo en su particularidad.
El saber como opuesto a un posicionamiento determinado por la certeza, por el dogmatismo, redefine
entonces la articulación de los niveles de posibles, dados por lo universal y lo singular; así, determina el
entrecruzamiento establecido entre la teoría y la práctica.
En consecuencia, EL ANALISTA Y SU FUNCIÓN SERÁN DEFINIDOS DESDE LA SINGULAR MODALIDAD QUE SE
ESTABLEZCA CON EL SABER, en la medida en que éste se configure como aquella actividad particular de
pensamiento, de “TEORIZACIÓN FLOTANTE” que, en el encuentro con otro, a la par que conserva los
posibles del funcionamiento psíquico, podrá transformar una hipótesis teórica en una coordenada singular
de la historia de ese sujeto.
La teorización flotante solo puede ser sostenida en el encuentro con un campo de creación, de creación
de pensamientos, con un lugar donde haya placer en la construcción de los mismos, con un espacio que
aloje al trabajo clínico y de investigación en psicoanálisis, en un espacio de flexibilidad y de transformación
(radicalmente diferente de un discurso marcado por la repetición y la estereotipia que solo se ajuste a lo ya
pensado por el cuerpo conceptual).
Es así que AULAGNIER, desde el singular marco que implica la experiencia analítica, delimita diferentes
sentidos que puede asumir la noción de creación: del lado del analizado la creación de una nueva versión
de su historia como consecuencia del trabajo analítico; creación por parte del analista a partir de su saber,
sostenido en la articulación de los universales de la teoría y el encuentro con otro de algo del orden de lo
inesperado que instaura la marca de la singularidad; creación por parte del analista y del analizado desde el
establecimiento de la situación de encuentro, propiciada por el dispositivo analítico de la historia
transferencial; creación por parte de ambos de una historia que se construye en cada sesión analítica y que
da cuenta del singular pacto que establecen en el que la palabra y la escucha se presentan en una relación
de interdependencia necesaria.
La especificidad de la clínica con niñxs se inserta en el entramado dado por el cuerpo conceptual y la
práctica, que halla su sostén en un posicionamiento de cuestionamiento que atraviesa su campo de posibles.
Así, el investimiento y sostenimiento por parte del clínico-investigador de las líneas de interrogación,
posibilita que la creación encuentre su asiento en el singular espacio que contiene los tiempos de la
constitución psíquica, en la medida en que se otorga un lugar a aquello que es del orden de lo imprevisto, de
lo novedoso, que se introduce y por tanto desborda el cuerpo teórico.
La creación, de este modo, se opone a la rigidez conceptual en términos de cristalización de las nociones,
que involucra la exclusión del movimiento que se anuda a la especificidad del objeto y de la historia como
condiciones de producción científica, y se opone a las restricciones que el dogmatismo impone a la
escucha, en tanto se ajusta a lo ya pensado por el marco teórico.
La clínica de niñxs, por tanto, en su constitución y sostenimiento conduce a un trabajo de re interrogación
del marco conceptual desarrollado por FREUD en función de su particularidad; así como conduce a recurrir y
encontrar los fundamentos en aquellos otros autores que forjaron los cimientos del mencionado campo de
intervención. Espacio de interrogación que ya FREUD introduce en la “Conferencia 34” (de 1932) cuando da
cuenta de las modificaciones necesarias en el abordaje particular del objeto niñx.
En el ya mencionado texto de HORNSTEIN, el autor expresa que no hay que caer en la tentación de hallar
la “teoría verdadera”, sino en la aspiración de actualizar la teoría: hecho que supone el emplazamiento de
un modo de posicionamiento marcado por la tendencia a la búsqueda, y no por la tendencia al
sostenimiento de puntos de llegada.
No caer en la tentación de hallar la teoría verdadera implica desafiar los dogmatismos, desafiar lo ya dicho,
lo ya escrito, las certezas teóricas. Así, el autor continúa expresando: “Cuando Freud deja de ser una
referencia al origen para ser un punto de llegada, se convierte en una identificación cristalizada que da
lugar al sostenimiento de la ortodoxia”. De un autor heredamos el cuerpo teórico, pero también
heredamos sus obstáculos epistemológicos, sus limitaciones de época; limitaciones que hacen al contexto
de producción, que hacen a la posibilidad de modificación, y que hacen a la posibilidad de devenir de las
teorías, aspecto central a no ser eludido.
HORNSTEIN advertirá que el duelo por la certeza de los marcos teóricos es sumamente complejo: la certeza
contenida al interior de un texto implica el dogma, y la ilusión del dogma evita asumir la singularidad de
cada historia e imposibilita escuchar el sufrimiento. Ello supone entonces sostener que un cuerpo teórico
ha logrado agotar el potencial de verdad de la experiencia.
Dice AULAGNIER en “El aprendiz de historiador y el maestro brujo”: “El deseo de alcanzar certidumbres
trabaja en todo pensante y puede llevar a ese sujeto a ese asesinato de su pensamiento, perpetrado por la
alienación a un dogma inmutable, intocable”; de ese modo, la autora enuncia lo hasta ahora trabajado de
un modo preciso y cargado de un pensamiento que da cuenta del potencial de la experiencia teórico-clínica
sostenida en un marco de interrogación, de cuestionamiento, de duda frente al saber instituido, que
posibilita, tal como plantea MANNONI: escuchar lo que la teoría no dice.
El saber, desde esta posición, se encuentra ligado y es solidario al campo de la creación, en la medida en
que la creación contiene en su interior la noción de diferencia como opuesta a la repetición de lo ya
pensado por un otro, de lo ya escrito, transmitido desde un modelo conceptual.
Atravesado en su organización por la actividad de pensamiento que contempla la duda, el saber,
enmarcado en un trabajo critico de interrogación, se opone a un posicionamiento dogmático,
posicionamiento que conlleva el riesgo de que el saber devenga en certeza, como propone AULAGNIER en
el capítulo 6 de “El sentido perdido”.
El saber contempla lo conocido por el campo teórico, a la luz de un trabajo de puesta en duda que da
espacio a la presentificación de lo imprevisto (en términos de lo no sabido, de lo no delimitado o cercado
por una trama conceptual o cuerpo teórico), contempla lo pensado y anticipado con lo inédito y novedoso,
en el marco de un encuentro. Cada modelo conceptual se caracteriza por la incompletud, y establece en
su devenir singulares aristas en torno a su propuesta de investigación teórico-clínica sosteniendo las líneas
de diferencia que hacen a la especificidad de cada modelo teórico.
[EL LUGAR DEL CASO CLÍNICO]
Vamos a problematizar el estatuto del caso clínico tanto en el campo clínico como en el de investigación.
La delimitación del estatuto del caso clínico nos convoca a contemplar la relación establecida entre teoría y
clínica, como también a situar el ámbito institucional en el que la práctica se desarrolla (así como los
atravesamientos discursivos y el marco legal que la rige y se entrama con las concepciones teóricas).
La trasmisión de una experiencia clínica, del encuentro clínico, no se reduce a la trasmisión de un saber,
no se corresponde a la trasmisión de un saber-hacer: la trasmisión de la experiencia no se calcula, ya que el
encuentro no se calcula, se inviste.
La trasmisión de la experiencia es del orden de lo parcial. En la transmisión hay renuncia a la completud,
por eso el dogmatismo no posibilita escuchar ese fragmento clínico que nos habla de la construcción de un
espacio privado, de algo del orden de lo íntimo.
El recorte clínico, el caso clínico, su posible lectura y función, no es ajeno, no es por fuera de las
coordenadas hasta ahora mencionadas. Una propuesta teórico-clínica que responde a un posicionamiento
dogmático construye una práctica bajo el modelo de la intervención quirúrgica: aislado, cerrado y aséptico.
A diferencia de ese posicionamiento, la TEORIZACIÓN FLOTANTE contempla en su definición la diferencia,
en tanto espera la respuesta del otro en función de sus coordenadas históricas, asemejándose así a una
práctica más bien artesanal (o, siguiendo el ejemplo de comparación, a un quirófano de campaña).
La transmisión del caso da cuenta del posicionamiento teórico-clínico, de un posicionamiento ético, de
cómo el analista articula las posibilidades de intervención (en nuestro caso, frente a un psiquismo en
constitución). AULAGNIER en “El aprendiz de historiador y el maestro brujo” expresa que: “El caso clínico
expone al analista, a su teoría y a su práctica, más que el texto teórico”. El caso clínico entonces expone al
analista en tanto devela, tras su elaboración, tras su relato, un posicionamiento sostenido en la
ortodoxia o un posicionamiento sostenido en el trabajo de duelo, que implica la pérdida de las certezas.
A partir de la construcción y trasmisión de un caso clínico, en el despliegue de las intervenciones, de la
lógica en que se sostienen, en las articulaciones y los interrogantes que de allí se desprenden, es posible
realizar una lectura que dé cuenta del espacio de autonomía sostenido por un analista, investigador, autor
o de la búsqueda de andamiajes teóricos, sede de refugios, fijeza e idealización. Desde allí es que resulta
oportuno recuperar dos de los interrogantes ya enunciados: ¿Pueden las construcciones teóricas
desarrollarse por fuera de la práctica? ¿Qué lugar ocupan, como refiere Aulagnier, las cuestiones
fundamentales del investigador en dichas construcciones?
La clínica, la transmisión en el campo de la clínica, no se reduce ni al relato de un caso clínico, ni al
desarrollo de un modelo conceptual. LA CLÍNICA SUPONE GENERAR Y PROPICIAR UN ESPACIO ABIERTO A
LA INTERROGACIÓN.
Esta interrogación aloja la singularidad en su articulación con lo epocal, nos convoca y nos cuestiona
como profesionales de la salud mental hoy. De este modo, la singularidad de los tiempos, de las
instituciones y de los lazos que atraviesa a otro y al conjunto social, son productores de subjetividad.
Consecuentemente, devienen una coordenada organizadora de limitar el contexto en el que se producen
las problemáticas.
Se articula el sufrimiento de tal modo que se propone una lectura desde la complejidad, e implica
concebir la producción de subjetividad en su vínculo con las condiciones socio-historias-político-
económicas identificatorias que introducen lo epocal (atentos al niñx, al adolescente, a los adultxs a cargo
de la crianza, a los otrxs significativos).
De este modo, en el encuentro clínico, la posibilidad de intervención en términos de propiciar intervenciones
subjetivantes, se ve mutilada si no se atiende en su devenir la complejidad que la constituye, en pos del
sostenimiento del carácter totalizante y certero de un modelo conceptual.
En este sentido, MANNONI, a fin de profundizar en torno a sus aportes en el campo de la especificidad de la
clínica con niñxs y adolescentes, plantea que sostener el saber sin contemplar en su interior un espacio de
interrogación no deja lugar para que surja una verdad -verdad que ubica del lado del sujeto-.
Así, continúa diciendo: “Se está a salvo de lo inesperado”. El analista, acorazado por el saber, no podrá
atender a “lo que la teoría no dice”. Y agrega MANNONI: “La actitud psicoanalítica no hace del saber un
monopolio, sino que presta atención a la verdad que se desprende del discurso del otro”, subrayando así la
relevancia de un espacio de autonomía respecto del pensamiento teórico, que se apuntala en la premisa
sobre oír lo que la teoría no dice, en tanto, puesta en marcha de un trabajo de problematización en torno a
los saberes disciplinares.
De lo que se tratará entonces de constituir un posicionamiento que considere el compromiso frente a la
actualidad del sufrimiento subjetivo, frente a la particularidad del sufrimiento en la actualidad.
BLEICHMAR advertirá cómo en psicoanálisis hay una fantasía de cierta totalización o plenitud de las
teorías: las teorías terminan siendo reemplazadas unas por otras, y esto no permite que se puedan rescatar
los elementos valiosos que tienen.
En consonancia con ello, AULAGNIER en “El aprendiz de historiador y el maestro brujo” dirá: “Convencida
estoy de la importancia de las lecciones que la clínica nos brinda, muchas veces en forma de fracaso, así
como de la necesidad de mantenernos receptivos a lo que otros descubren y ofrecen a nuestro
pensamiento, de ahí la exigencia de estudiar solícitamente la obra de los demás, a fin de protegernos en
parte de un interés selectivo que pudiera amputar el capital teórico del que dispusiéramos y, en esta
medida, menoscabar la pertinencia de nuestro itinerario clínico”.
Es desde tal concepción que proponemos retomar aquellos desarrollos conceptuales que mantienen su
vigencia en la historia de la clínica con niñxs y adolescentes, así como identificar las lagunas, los puntos de
detenimiento que se infieren en dichos modelos teóricos, a fin de posibilitar la apertura de líneas de
investigación en el espacio clínico.
Contemplar los casos ejemplares, plasmados por los investigadores en psicoanálisis, implica establecer el
lugar del caso como instrumento en el campo clínico de investigación. Es en este espacio que se sitúa el
caso clínico, desde las diferentes aristas desde donde puede ser trabajado.
Hay distintas lecturas del caso: el caso que ejemplifica la teoría, el que completa el trabajo conceptual, el
que fundamenta el cuerpo conceptual, o el que lo conmueve y modifica. Los posibles sentidos que
implique la presentación de un caso “va a mostrar” al clínico, expone al investigador, a su esquema de
pensamiento (tal como expresa AULAGNIER).
La relación particular que se establezca con el caso estará marcada por el lugar que se le otorgue al trabajo
de cuestionamiento, de duda. Allí la posición del analista-investigador frente al material clínico instala un
eje central. El uso que se haga del caso estará determinado por la modalidad de relación que se
establezca entre el saber y sus posibilidades de revisión. El caso clínico se puede abrir y complejizar a la luz
de una teoría, o puede ser cristalizado desde una transmisión inerte, en tanto repetitiva.
El caso clínico muestra la compleja articulación que se instaura entre la singularidad del funcionamiento
psíquico y los universales que marca el cuerpo conceptual, la teoría, sobre el funcionamiento psíquico.
Dirá FREUD: “El psicoanálisis se apoya con seguridad en la observación de los hechos de la vida anímica, por
eso, su superestructura teórica es todavía incompleta y se encuentra en un proceso de permanente
transformación”. Se plantean entonces encuentros e intercambios que amplíen la mirada teórico-practica, y
NO que cristalicen el saber produciendo una posición de fijeza e inmovilidad conceptual.
Allí, el pensamiento complejo sostiene su lógica, en tanto el pensamiento complejo no es el pensamiento
completo; por el contrario, sabe de antemano que siempre hay incertidumbre, por eso mismo escapa al
dogmatismo (tal como lo plantea EDGAR MORIN).
El lugar que ocupa el caso clínico se sitúa como consecuencia lógica de la relación establecida entre la
teoría y la clínica a partir de la posición de interrogación asumida frente al saber, cómo opuesto a un
entramado conceptual del orden de lo dogmático. Dirá FREUD en “Consejos al médico” sobre el
tratamiento psicoanalítico: “La coincidencia de investigación y tratamiento en el trabajo analítico es sin
duda uno de los títulos de gloria de este último, sin embargo, la técnica que sirve al segundo se contrapone
hasta cierto punto a la de la primera. Mientras el tratamiento de un caso no esté cerrado, no es bueno
elaborarlo científicamente, componer su edificio, pretender colegir su marca, establecer de tiempo en
tiempo supuestos sobre su estado presente, como lo exigiría el interés científico. El éxito corre peligro en los
casos en que uno de antemano destina el empleo científico y trata según las necesidades de este; por el
contrario, se asegura mejor cuando uno procede como al azar, se deja sorprender por sus virajes,
abandonándolos cada vez con ingenuidad y sin premisas”. Podríamos decir, “aceptando el desafío de las
excursiones por lo incierto”, tal como nos propone FERENCZI.
El caso clínico conlleva un estatuto diferencial en función de la singularidad establecida en la relación
sostenida entre teoría y clínica, en la oferta o no de enunciados conclusivos, en un tiempo anticipado, tal
como plantea FREUD en “Consejos al médico sobre el tratamiento psicoanalítico”.
De esta manera, ubicamos el Caso del pequeño Hans trabajado por FREUD en “Análisis de la fobia de un
niño de 5 años”. Material clínico que abre tanto a la elaboración de interrogantes como a la corroboración
de los supuestos teóricos, sostenido en un posicionamiento marcado por una actitud de revisión.
De un modo diferencial, se presenta el Caso del niño gallo, de FERENCZI, trabajado en “El pequeño hombre
gallo” por el autor y retomado por FREUD en “Tótem y tabú”. Así, como el Caso Fritz de KLEIN, presentado
en “El desarrollo de un niño”. Subrayamos el que se presenten de un modo “diferencial” en la medida en que
los recortes clínicos son ofertados por sus autores con el objeto de aportar desde el campo clínico los
materiales que posibilitarían sostener y corroborar la propuesta teórica elaborada por FREUD. Así, el caso
clínico se presenta al servicio de la confirmación de lo ya sabido y enunciado por el marco conceptual.
Por su parte, ANNA FREUD en su texto “Psicoanálisis del niño”, a partir del relato y entrecruzamiento de los
historiales narrados, presenta a La niña de los demonios, en tanto uno de los casos clínicos que ilustran el
cuerpo conceptual por ella sostenido.
Por último, el Caso Philippe de AULAGNIER, que la autora desarrolla en su libro “El aprendiz de historiador
y el maestro brujo”.
Se presentan estos casos ejemplares a partir de los modos diferenciales que es posible inferir en torno a la
relación teoría-clínica, en función del lugar otorgado al caso clínico.
Vamos a detenernos en el Caso Fritz que KLEIN presenta en “El desarrollo de un niño” en 1921. El
mencionado texto se encuentra estructurado en dos partes:
Una primera parte que titula “La influencia del esclarecimiento sexual y la disminución de la autoridad
sobre el desarrollo intelectual de los niñxs”, presentado en la Sociedad Psicoanalítica Húngara en 1919.
Una segunda parte, titulada “La resistencia del niño, el esclarecimiento sexual”, presentado en la
Sociedad Psicoanalítica de Berlín en 1921.
Es desde un sostén dado por una línea teórico-clínica filiatoria heredada de FREUD, que KLEIN se sitúa en la
construcción de una versión que da cuenta de los orígenes de la práctica clínica del psicoanálisis con niñxs.
La presentación del Caso Fritz emplaza a KLEIN en el espacio clínico en su primera ligazón a la educación,
pese a constituirse posteriormente en la representante de la “Escuela Inglesa” o “Corriente Analítica”. En
dicho marco, presenta el Caso Fritz como “el caso de crianza de un niño bajo parámetros psicoanalíticos”.
El Caso Fritz implica el origen no solo de la práctica clínica de KLEIN, sino los comienzos de la práctica
analítica con niños. En el texto, a partir del trabajo sobre el material clínico, la autora se ocupa de las
nociones conceptuales freudianas y el marco teórico seleccionado en su aplicación es constatado en la
observación. KLEIN en este caso dará cuenta de:
estar interesada en justificar su posición teórica y constatar la teoría freudiana;
fundamentar la validez de la intervención clínica temprana desde el campo del psicoanálisis en los
tiempos previos a la entrada en la latencia.
Desde esta posición, KLEIN propone un “MÉTODO DE OBSERVACIÓN CLÍNICA” (que se sostiene en la
comparación con observaciones clínicas previas de otros niños) con el modelo conceptual freudiano, y con
la utilización del caso clínico para corroborar la teoría (corrobora las hipótesis que FREUD elaborara en
torno a la sexualidad infantil a partir del análisis de adultos).
Por su parte, AULAGNIER, en “El aprendiz de historiador y el maestro brujo” (de 1984) esboza cuatro
“versiones” en relación al Caso Philippe:
PRIMERA VERSIÓN: la de Philippe, quien es su protagonista y autor, historia que remite a una
causalidad delirante.
SEGUNDA VERSIÓN: la que proporcionan los padres en las entrevistas realizadas, versión que ignora y
niega el papel que desempeñaron.
TERCERA VERSIÓN: “la mía” expresa la autora, “que se elabora y modifica al hilo de mi escucha”,
resultado espontaneo de esa actividad de teorización flotante, que es propia del pensamiento del
analista. Versión para uso personal, que articula una serie de hipótesis interpretativas que parten de los
acontecimientos del que hablan los relatos de Philippe y de sus padres. Dirá AULAGNIER: “Versión
hipotética que me permitirá hacer avanzar mis interrogaciones teóricas, y facilitar mí escucha. Así, como
la redacción de una nueva historia”.
CUARTA VERSIÓN: la que empiezan a escribir conjuntamente.
Cuatro versiones que dan cuenta de la articulación dada entre lo ya sabido, y lo imprevisto del encuentro
clínico, lo no sabido de la teoría.
Es posible entonces hacer una lectura de las diversas posiciones asumidas por los autores trabajados,
respecto del lugar otorgado al caso clínico.
Así, para KLEIN el relato del recorte clínico, al ser narrado y trabajado, pareciera presentar el estatuto de
aquello que ejemplifica las formulaciones teóricas. El caso clínico se introduciría a modo de
fundamentación de los supuestos teóricos; y el material clínico entonces daría cuenta de la función de ser
presentado a fin de confirmar lo ya sabido de la propuesta conceptual.
Por su parte, AULAGNIER, al ofertar las cuatro versiones, da cuenta de un posicionamiento e
interrogación, de teorización flotante, que marca la permanente y relevante articulación entre teoría y
clínica, en donde la idea de articulación no es concebida como el encastre perfecto de piezas de un
rompecabezas, sino como noción que contempla, delimita e interroga las semejanzas y las diferencias que
contienen en su interior puntos de encuentro y de distancia entre los que se puede construir puentes a
partir del despliegue de la singularidad de cada historia.
LA DELIMITACIÓN DE CUATRO VERSIONES ROMPE CON LA IDEA DE UNA VERSIÓN QUE REMITE A UNA
ÚNICA VERDAD: las narraciones clínicas, la singularidad de la historia, no se ajustan a la letra del texto, no
son la inagotable repetición de un historial clínico freudiano, en beneficio de aquel que consulta y nuestro.
Con el objeto de dirigirnos a los orígenes de la clínica con niñxs y adolescentes, nos detendremos en
algunos de los textos que constituyen un antecedente relevante en la obra freudiana, textos en los que es
posible inferir cómo el mismo FREUD se nutre de las novedades aportadas por aquellos que inauguran este
nuevo campo de intervención, de las producciones que los jóvenes analistas le proporcionan. Para ello, nos
entraremos entonces en tres escritos:
El “Apéndice” agregado en el año 1922 al “Análisis de la fobia de un niño de 5 años” (de 1909).
“¿Pueden los legos ejercer el análisis?” de 1926.
“Conferencia 34: Esclarecimientos, aplicaciones y orientaciones” de 1932.
En estos textos, y a partir del pensamiento freudiano plasmado en ellos, es posible colegir los
interlocutores que se configuran, y delimitar los conflictos al interior de las instituciones analíticas que
hacen a las condiciones históricas de producción en el marco de una determinada comunidad científica.
El inicio del psicoanálisis con niñxs se produjo en un contexto surcado por el intenso debate dado en
torno al ejercicio del análisis por aquellos que no eran médicos, por los comienzos del establecimiento
de la institucionalización de la formación de los analistas.
En este marco de discusión, los psicoanalistas de niños quedaron eximidos, en el sentido de no ser
reclamada para ellxs la formación médica exigida para los analistas de adultxs, eximición vinculada sea
como efecto o como causa a la inicial ligazón al campo de la pedagogía.
El debate y el conflicto no fue una marca ajena en los orígenes de la clínica con niñxs. Sus inicios se
encuentran atravesados y organizados por el conflicto, el rechazo, las alianzas, el silencio y por una versión
oficial de la historia encarnada en la figura de ANNA y KLEIN que conduce al emplazamiento de dos
escuelas antagónicas en torno a las que se formalizó la elaboración de los interrogantes vinculados a los
alcances y los límites del análisis infantil (que profundizan el debate ya instalado entonces a partir de la
intervención de FREUD con Hans respecto de las posibilidades de analizabilidad en el niñx).
Los analistas de niñxs fueron exentos de la formación médica establecida como condición necesaria para
los analistas de adultxs, posiblemente al encontrar el sostén de sus intervenciones en los lineamientos
habilitados por el campo pedagógico. Pese a ello, de todos modos, desde su punto de partida no quedaron
eximidos de la introducción y discusión en torno a un conjunto de interrogantes vinculados a enunciados
expresados y, paradójicamente, a enunciados silenciados, que parecen marcar un destino de destierro
dentro del origen, de la historia de origen del psicoanálisis infantil. En función de ello, nos detendremos
por un momento en aquellas analistas que trazaron también los orígenes de la clínica analítica con niñxs
y adolescentes, pese a la trama de silencio en la que la historia se inserta.
Así se presentan SOPHIE MORGENSTEIN y EUGENINE SOKOLINKA, ambas de origen polaco, integrantes de
la Asociación Psicoanalítica de Paris. Se constituyeron en Francia como las primeras analistas de niñxs,
sostienen sus intervenciones en la vertiente pedagógica, así como sus tesis en torno al lugar del juego y el
dibujo. Se encontraban interesadas en indagar respecto de la relación de los niñxs con sus progenitores.
En equivalente línea de pensamiento ubicamos a TATIANA ROSSENTAL, miembro de la Sociedad
Psicoanalítica de Viena, quien se dedicó a la transmisión del psicoanálisis en Rusia, sosteniendo el anclaje
de la vertiente educativa en el marco del psicoanálisis infantil.
Entendiendo que el modelo conceptual psicoanalítico debía ser estructurante de la educación, el espacio
clínico infantil se inaugura como una práctica controvertida y, en la medida que la trayectoria de estas
analistas -entre otras-, en el singular contexto en el que se emplazan, se encuentran marcadas por disputas
conceptuales, obras perdidas y escritos falseados por interrogantes respecto de aquellos padres analistas
que conducen los análisis de sus hijos, así, como por cuestionamientos en torno a los alcances y límites del
campo disciplinar y por conflictos vinculados a líneas de poder inmersas en el entrecruzamiento de alianzas
institucionales.
Los inicios del análisis infantil se vieron plagados de conflictos, como todo nuevo campo que se hace un
espacio conmoviendo lo instituido. Tal como nos lo muestra la trayectoria de ABERASTURY en los inicios de
la clínica analítica con niñxs en nuestro país. En dicho contexto, se inscriben las preguntas de investigación
y la producción clínica de analistas que abren y se asientan en un nuevo campo de intervención,
ubicándose en el centro de los debates, sosteniendo un espacio de discusión, pero quedando en los bordes
de la historia de la clínica analítica con niñxs y adolescentes.
Contemporánea a ellas y también en los bordes de las narraciones oficiales, se ubica HUG-HELLMUTH,
identificada como pionera del psicoanálisis infantil. Fue una institutriz austriaca, integrante de la Sociedad
Psicoanalítica de Viena, siendo su trayectoria durante un lapso de tiempo avalada por FREUD. Interesada
en el análisis de niñxs en articulación a la pedagogía, desarrolló la propuesta de “intervenciones
educativas”. De ese modo, aplicó la enseñanza de FREUD a la educación de los niñxs, ofertando el
conocimiento del modelo psicoanalítico a padres y educadores. Utilizó, al igual que sus contemporáneas,
el juego y el dibujo en el trabajo analítico con niñxs, sin realizar una tarea de formalización al respecto,
introduciendo entonces lo que dio en llamar la “Técnica Terapéutica Educativa” (a profundizar cuando se
aborde la unidad temática de juego). Pionera del psicoanálisis infantil, y pese a ser quien introdujo el juego
en el espacio analítico con niñxs, su trayectoria, al igual que la de sus coetáneas, recayó luego de este
primer tramo de la historia del análisis con niños bajo la maleza. Es posible recuperar ciertas aristas de su
propuesta a partir de algunos fragmentos que en su recorrido señalan ANNA y KLEIN.
La clínica psicoanalítica con niñxs surge en un espacio de debates y conflictos políticos al interior de las
instituciones analíticas (donde se hallaban en juego discusiones teóricas, prácticas, y de incumbencia
disciplinar). Su constitución, por tanto, no contempla posiciones ingenuas, homogéneas, ni por ende ajenas
a un campo de fuerzas de poder. Su origen no responde a coordenadas históricas lineales, ni se agota en el
mito de origen marcado por el antagonismo y protagonismo de ANNA y KLEIN.
Para finalizar, recuperaremos lo expresado por FENDRIK en “Psicoanálisis para niñxs, ficción de sus
orígenes”: “La historia oficial del psicoanálisis de niños, centrada en el eje tantas veces repetido de la
polémica Freud-Klein, opera al modo de un recuerdo encubridor que, velando los orígenes, acaso impidió
acceder al conocimiento de ciertos hechos de importancia singular y, al mismo tiempo, opacó la lectura de
los testimonios inaugurales. En estos se puede describir la enunciación, es decir, la posición subjetiva desde
la cual los conceptos fueron enunciados”.
A modo de repaso:
Ubicamos los fundamentos conceptuales, así como los antecedentes de intervención clínica que hallan
su anclaje en la obra freudiana;
De ese andamiaje teórico-clínico se desprenden los singulares aportes de las analistas que, con sus
propuestas, inauguraron e instalaron los cimientos que permitieron el emplazamiento de un nuevo
campo de intervención;
Mencionamos a MORGENSTEIN, ROSENTALL y a HUG-HELLMUTH que, con sus iniciales ofertas de
intervención, dadas en el marco de la relación psicoanálisis-educación, instalaron la trama que dio lugar
a avanzar en relación a la pregunta acerca de las posibilidades de analizabilidad en el niño;
Vimos cómo ese interrogante se inserta en un espacio surcado por conflictos políticos, por pujas de
poder en el vínculo que suponen con el saber instituido, por la institucionalización de la formación
analítica, por entrecruzamientos discursivos, por incumbencias disciplinares, escritos extraviados,
textos falseados, reconocimientos y destierros;
A partir de las palabras y el silencio de las continuidades y rupturas teórico-clínicas que configuran este
primer tramo de la historia de origen de la clínica analítica infantil, encuentran su lugar ANNA y KLEIN.
[PROPUESTA TEÓRICO-CLÍNICA DE ANNA FREUD Y MELANIE KLEIN]
Ambas analistas son reconocidas como pioneras en la conformación de la clínica con niñxs y
adolescentes. Desde un punto de origen común (que supone la articulación entre psicoanálisis y
pedagogía), edifican y se anclan en posiciones diferenciadas.
Dialogan, debaten, se interrogan y ofertan posibles respuestas acerca del eje central constituido en torno a
las posibilidades de analizabilidad en el niño.
Es sostenida en una línea filiatoria teórico-práctica heredada de la propuesta freudiana, que KLEIN se
ubica en la elaboración de una versión que da cuenta de los inicios de la clínica analítica con niñxs.
DICHO ORIGEN SE ENMARCA EN EL DEBATE Y OPOSICIÓN DADA CON ANNA, A PARTIR DE QUE AMBAS
SOSTIENEN MODOS DIFERENCIALES DE CONCEBIR EL FUNCIONAMIENTO PSÍQUICO Y, POR ENDE, DE
ENTENDER DIFERENCIALMENTE LAS POSIBILIDADES DE ANALIZABILIDAD EN EL NIÑX.
El mencionado debate admite la puesta en juego de dos marcos conceptuales que suponen las dos escuelas
diferentes en las que están insertas las autoras:
ESCUELA DE VIENA o CORRIENTE PEDAGÓGICA, representada por ANNA.
ESCUELA INGLESA o CORRIENTE ANALÍTICA, representada por KLEIN.
PLANTEO RESPECTO DE LOS ALCANCES Y LOS LÍMITES DEL ANÁLISIS CON NIÑXS DE ANNA FREUD:
Por su parte, ANNA se vio obligada a repensar el dispositivo propuesto por FREUD, en función de la
particularidad que sitúa el niñx: CONCIBE AL PSIQUISMO INFANTIL COMO ENDEBLE, INMADURO Y
DEPENDIENTE, Y POR ENDE COMO DIFERENTE AL DEL ADULTO.
En su texto “Psicoanálisis Del Niño” dará cuenta de la posición diferencial adoptada por el niñx respecto del
adultx ante la situación analítica, a partir de considerar que:
el niño no presenta conciencia de enfermedad (por ende, tampoco deseo de curarse),
el niño no cuenta con la posibilidad de asociar libremente (por ende, tampoco de establecer la
transferencia).
ANNA se interroga respecto de las particularidades del psiquismo infantil y, consecuentemente, las
particularidades del dispositivo. De este modo expresa: “Pero aquí cabe preguntarse si el niñx se encuentra
en la misma situación de transferencia que el adultx, de qué manera y bajo qué forma se manifiestan sus
tendencias transferenciales, y en qué medida se prestan para la interpretación”.
Frente al trabajo teórico-clínico sostenido en un posicionamiento de interrogación, estableció su enfoque
considerando necesaria la implementación de un tiempo previo al análisis.
Hablará de un “PERÍODO PREPARATORIO AL ANÁLISIS” que, fundado en la intervención pedagógica,
facilitaría la constitución de la faltante consciencia de enfermedad y su consecuentemente deseo de
curación, a partir de la creación de un vínculo fuerte y positivo que posibilitaría la continuación del
trayecto terapéutico (por lo menos en términos de instauración de un lazo de confianza).
Así lo expresa ANNA en su texto: “Como tema de mi primera conferencia, expondré 6 casos, de 6 a 11 años
de edad, demostrando cómo logré hacer “analizables”, en el sentido del adulto, a mis pequeños pacientes,
es decir, cómo pude establecer en ellos la conciencia de su enfermedad, infundirles confianza en el análisis y
en el analista. Esta finalidad exige en el niño un período de introducción que no necesitamos en el
tratamiento del adulto. En esa fase no se puede pensar en hacer conscientes los procesos inconscientes, ni
en ejercer influencia analítica sobre el enfermo, no se trata más que de convertir determinada situación
inconveniente en otra más ventajosa”.
Propondrá la utilización de lo que conceptualiza como “RECURSOS TÉCNICOS AUXILIARES”, donde incluye:
la historia de la enfermedad (a partir de los aportes de la pareja parental); la interpretación de los sueños;
las fantasías diurnas; y los dibujos.
Sobre ese último punto, criticará el lugar que ocupa el juego en el análisis sostenido por KLEIN.
En oposición al planteo propuesto por KLEIN, ANNA señala los obstáculos para instaurar la situación
analítica con niñxs si no se cuenta con la posibilidad de intervenir desde la vertiente pedagógica (que
supone la vinculación afectiva con el analista, destacando el lugar de la transferencia positiva).
Al mismo tiempo, subraya las dificultades para producir una neurosis de transferencia, en la medida que
los objetos originales en referencia a la pareja parental continúan presentes como objetos en la realidad,
no solamente en la fantasía, no habiendo agotado aún el niñx la vieja edición (retomando aquí la idea de
“clisé” planteada por FREUD).
Obtenida entonces la transferencia positiva, a partir de la tarea pedagógica, ANNA evita la instalación de
la transferencia negativa, vertiente de la transferencia que se abre paso en cada intento de librar aspectos
del material reprimido originándose consecuentemente la resistencia por parte del Yo.
De presentificarse la transferencia negativa, la autora trabaja en función de su pronta resolución, a
través de vías no analíticas de intervención. En la medida en que dice: “Para que la labor se torne fructífera,
deberán sostenerse vía mediación de la relación positiva con el analista”.
ANNA sostiene que, bajo el influjo de la transferencia positiva, el niñx puede, por amor al analista, ofrecer
ciertas asociaciones verbales, subrayando que, aunque se dé lugar a expresiones transferenciales positivas
o negativas por parte del pequeño, éste no configura una verdadera neurosis de transferencia, debiendo
el analista sostener la función de educador, en tanto que el Superyó del niñx es aún inmaduro y requiere de
los objetos externos. Esto lo expresa en el texto de la siguiente manera: “El analista reúne en su persona
dos misiones difíciles, y en realidad diametralmente opuestas: las de analizar y educar a la vez; es decir,
permitir y prohibir al mismo tiempo, librar y volver a coartar simultáneamente”.
PLANTEO RESPECTO DE LOS ALCANCES Y LOS LÍMITES DEL ANÁLISIS CON NIÑXS DE MELANIE KLEIN:
A partir de la propuesta realizada por ANNA, KLEIN concluye que el análisis es incompatible con una
intervención del tipo pedagógica, y que de esa manera no se establece una verdadera situación analítica.
KLEIN DESTACA LAS POSIBILIDADES DE INSTALACIÓN DE UNA NEUROSIS DE TRANSFERENCIA ANÁLOGA
DEL ADULTX, así como la importancia de situar desde el comienzo la transferencia positiva y la transferencia
negativa a fin de determinar sus raíces en la situación edípica, sosteniendo su propuesta en la premisa que
implica pensar un inconsciente funcionando desde los orígenes, endógenamente determinado.
La transferencia se instaura como una coordenada fundamental para aproximarse a la problemática
infantil, donde la repetición bajo transferencia posibilita el acceso a situaciones que remiten a los primeros
meses de vida.
Expresa en 1952 en “Los orígenes de la transferencia” que el profundo acceso al inconsciente, en la medida
que posibilite el acercamiento al pasado en su vertiente realista y fantaseada, dará lugar a una mayor
comprensión de la transferencia. Dirá: “Sacaré ahora la conclusión sobre la cual descansa este trabajo.
Sostengo que la transferencia se origina en los mismos procesos que determinan las relaciones de objeto en
los primeros estadios, tenemos que remontarnos una y otra vez en el análisis hacia las fluctuaciones entre
los objetos amados y odiados, internos y externos que dominan la primera infancia. Solo podemos apreciar
la interconexión entre la transferencia positiva y negativa si exploramos el primer interjuego entre el amor y
el odio. El análisis de la transferencia negativa como el de la positiva, es un principio imprescindible para
el tratamiento de todo tipo de pacientes, trátese de niñxs como de adultxs”.
Consecuentemente, KLEIN podrá sostener que es posible acceder al complejo de Edipo de forma
semejante al adultx, aclarando allí que, si el niñx no asocia no es porque no pueda, sino debido al lugar
que ocupa la angustia.
En el niñx, la ansiedad y el sentimiento de culpa tienen su raíz en los impulsos agresivos vinculados al
entramado edípico; así, desde el inicio, sostiene que a partir del material ofrecido por el paciente el
analista se encuentra habilitado a interpretar, debido a que la transferencia en los niñxs es inmediata,
dando espacio al surgimiento de aspectos de carácter positivo. Ahora bien, la interpretación es imperiosa a
partir de la instalación de la transferencia negativa, que puede presentificarse bajo la forma de miedo,
timidez, ansiedad, desconfianza, reserva o disgusto en la medida que posibilita el enlace de los afectos
negativos con los objetos originarios, retrotrayéndose entonces al entramado edípico.
Desprendiéndose lógicamente de lo expresado, así dice KLEIN: “Para ambos, niño y adulto, los
prerrequisitos fundamentales del análisis son los mismos: interpretación acertada, constante resolución de
las resistencias, permanente referencia de la transferencia a las situaciones primeras, todo esto crea y
mantiene una correcta situación analítica, en el niño no menos que en el adulto. Una condición necesaria
para llegar a estos resultados es el abstenerse de toda influencia educacional como en los análisis de
adultxs, se debe trabajar con la transferencia igual que en los análisis de los adultxs”.
Los principios del análisis de adultxs y de niñxs serán los mismos, la diferencia radica en el campo de la
técnica: ASOCIACIÓN LIBRE PARA EL ADULTO /// JUEGO PARA EL NIÑO.
El JUEGO se configurará para la autora como el medio más adecuado de expresión para el niñx,
estableciéndose como la forma de exceder a las asociaciones de este y, por ende, a su inconsciente. Así, KLEIN
lee e interpreta la transferencia en las alusiones que están en el juego, en tanto material que está
desplazado y simbolizado. Transferencia y juego se situarán entonces como motor del análisis.
El debate establecido entre ANNA y KLEIN en los inicios de la clínica analítica con niñxs se da en el marco
de la subyacente disputa en torno del establecimiento de la legítima herencia respecto de una línea
filiatoria teórico-clínica freudiana.
En su trayecto, este debate muestra el trazado de respuestas heterogéneas en lo tocante a la interrogación
planteada acerca de las posibilidadades de analizabilidad en el niñx, y que conducen necesariamente al
origen de la conformación de un campo analítico de intervención, al tiempo fundacional de la clínica con
niñxs, en tanto abordaje posible y diferenciado del análisis de adultxs.
Hablamos entonces de un origen marcado por la compleja articulación dada entre la clínica y las
confrontaciones establecidas al interior de las instituciones.
En la medida que ANNA, desde su posición, encuentra obstáculos en la viabilidad de una intervención
analítica temprana; KLEIN, sostenida en los lineamientos teóricos propuestos por FREUD, retoma su
conceptualización haciéndola trabajar, en tanto continúa con las investigaciones freudianas, y las aplica al
espacio clínico. Ahora bien, KLEIN no solo está interesada en justificar su posición teórica, sino en
fundamentar la validez de la intervención clínica temprana desde el campo del psicoanálisis en los
tiempos previos a la entrada en la latencia.
El psiquismo infantil como “psiquismo en constitución” NO es una idea sostenida por KLEIN: ella más bien
plantea un inconsciente que funciona desde los orígenes, un psiquismo endógenamente determinado.
BLEICHMAR planteará que el sostenimiento por parte de KLEIN del dispositivo analítico -como propuesto
por FREUD- implica el ajuste del objeto al método: si el objeto es el psiquismo del niño, y el método
psicoanalítico es de asociación libre, se ajusta el objeto al método al decir que el psiquismo del niño es
homólogo al del adulto en tanto ambos tienen inconsciente sobre el que se puede operar analíticamente.
Dicho ajuste del objeto al método supone incluir al niñx pequeño en el campo del análisis, y esto supone
fundar un espacio posible de intervención clínica previo a la entrada en la latencia, allí radica su interés.
En dicho contexto, la autora establece las posibilidades de constitución de una verdadera neurosis de
transferencia por parte del pequeño paciente, por lo que no deviene tal concepto en una noción a ser re
interrogada, sino a ser sostenida.
Por su parte, ANNA plantea el carácter diferencial del psiquismo infantil respecto del adultx, hecho que
la obliga a repensar las posibilidades del niñx de establecer la transferencia del mismo modo que el
adultx. Se interroga en torno a la modalidad en que las tendencias transferenciales podrían presentificarse
y así dar lugar a la eficacia de la interpretación.
ANNA delimita la complejidad para instaurar la situación analítica con niñxs, subrayando allí la importancia
desde el marco dado por la tarea pedagógica, es decir, desde la vinculación afectiva con el analista, que
supone la necesidad de evitar la instalación de la transferencia negativa. Al respecto, así concluye: “La
vinculación cariñosa, la transferencia positiva, es la condición previa de todo el trabajo ulterior, el análisis
del niño aun exige de esta vinculación muchísimo más que el del adulto, pues además de la finalidad
analítica, persigue también cierto objetivo pedagógico”.
En oposición a lo planteado, KLEIN sostiene la incompatibilidad de la tarea analítica y educativa, dando
cuenta de las posibilidades de instalación de la transferencia tanto positiva como negativa, al modo del
análisis de adultxs. Consecuentemente, se le hace necesaria la concepción y sostenimiento de un
inconsciente funcionando desde los orígenes, de la sexualidad infantil, así como la posibilidad de la
instalación de la transferencia y la apertura hacia la interpretación, al igual que en el adultx.
KLEIN sostiene su práctica y su tarea de investigación en la premisa que supone que la diferencia del
análisis de niñxs respecto del análisis de adultxs radica en el campo de la técnica y no en los principios
rectores del tratamiento. Enunciará en “La técnica psicoanalítica del juego: su historia y significado”, lo
siguiente: “Mi investigación con niños y adultos y mi contribución a la teoría psicoanalítica como un todo,
deriva en última instancia de la técnica del juego que desarrollé con niños pequeños”.
Finalmente, KLEIN señaló en el “Simposium” (1927) que el análisis de niñxs tuvo un desarrollo menos
favorable que el del adultx, en tanto campo de investigación está cargado de prejuicios y de falta de libertad,
a partir de los límites impuestos respecto de la exploración e intervención en la trama edípica. Asimismo,
ANNA plantea que los desarrollos referidos al análisis de niños encontró escollos en tanto desde sus inicios
no se presentó como un espacio homogéneo, sino como un campo en el que primaron dos líneas de
pensamiento claramente diferenciadas, concernientes tanto a la esfera técnica como a los aspectos teóricos.
A modo de cuadro sintético:
De este modo, se inscriben, se articulan, dialogan y se diferencian dos versiones en el origen de la clínica
analítica con niñxs y adolescentes que han operado como fundamento y punto de partida en la constitución
del inicio de la clínica analítica de niñxs y adolescentes en la Argentina bajo la figura de ABERASTURY.
Fundamento y punto de partida que se da interrogado por la lectura y el posicionamiento asumido por
BLEICHMAR en la elaboración de su modelo, de su propuesta teórico-clínica.
Damos cuenta así de los movimientos de retorno y olvido, de continuidad, de rupturas, bifurcaciones,
respuestas posibles y lagunas que todo el modelo teórico contempla en su organización y sostenimiento.
Ubicamos a ABERASTURY, a quien es oportuno mencionar en función del trabajo tanto de pensamiento
como de intervención en el campo de la clínica en las instituciones públicas, que conduce a la fundación de
un espacio clínico con niñxs desde la perspectiva teórica psicoanalítica en nuestro país. Vinculada
inicialmente en disciplinas educativas, se emplaza como precursora del movimiento psicoanalítico en la
Argentina, realizando su formación, su análisis didáctico, con ÁNGEL GARMA, erigiéndose luego en una de
las principales analistas miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina.
A partir de sostener un pensamiento abierto y antidogmático, se inicia e inicia en psicoanálisis de niñxs con
la propuesta de MORGENSTEIN en torno al dibujo, adhiriendo posteriormente al pensamiento kleiniano
desde una posición que le posibilitara integrar y mantener aspectos de la obra de ANNA. Tal
posicionamiento también le permitió luego incorporar y difundir en nuestro país la propuesta teórico-clínica
de WINNICOTT y de LACAN.
Su práctica clínica se encuentra vinculada de un modo central a las instituciones públicas de salud, en la
medida que se inicia en 1937 (previo a recibir su formación específica, aspecto que responde a la lógica de
fundación de un nuevo espacio, pero clara y fundamentalmente también a la lógica de alianzas y políticas
institucionales) en la práctica clínica en el “Hospicio de las mercedes”, -actual Hospital Borda-, llevando
adelante los tratamientos en el consultorio de la “liga de higiene mental” que allí funcionaba.
Siguiendo a FREUD y encontrando allí los fundamentos conceptuales, sostiene que terapia e investigación
en psicoanálisis son inseparables, expresando en “Teoría y técnica del psicoanálisis de niñxs”: “He tratado
no sin dificultad de que fuese siempre el material clínico el que condujese a la teoría y de transmitir mi
convicción sobre la importancia del psicoanálisis de niños para la investigación y metodología
psicoanalítica”.
Retomar la propuesta de las autoras que ubicamos en un tiempo inaugural abre a un trabajo de
historización, al tiempo que devela y delimita la complejidad del espacio clínico, en la medida en que es
posible recuperar los interrogantes elaborados que subyacen y ha guiado el trabajo de investigación-
clínico. De allí, resulta relevante rescatar las coordenadas centrales que hacen a la discusión mantenida
entre ANNA y KLEIN; a sus producciones conceptuales, a las consecuencias clínicas que involucran y a la
vigencia de sus preguntas, en la medida que sostener la vigencia de las preguntas obstaculiza el efecto de
clausura que podría conllevar la construcción teórica.
EN EL TIEMPO DE INICIO DE LA CLÍNICA ANALÍTICA INFANTIL, LAS AUTORAS MENCIONADAS SOSTIENEN
LA PREGUNTA FUNDAMENTAL EN TORNO A LAS POSIBILIDADES DE ANALIZABILIDAD EN EL NIÑX.
Pregunta a partir de la cual se reinterrogan nociones pilares del psicoanálisis y que, a la vez, se inserta en
un marco de debate en una trama de discusiones y conflictos institucionales.
LA PREGUNTA POR LAS POSIBILIDADES DE ANALIZABILIDAD CONDUCE A DELIMITAR LOS ALCANCES Y
LÍMITES DEL ANÁLISIS INFANTIL. De aquí la importancia y la relevancia que adquiere rescatar las preguntas
que se articulan en sus propuestas teórico-clínicas, en función de ubicarnos en el trayecto que supone
comenzar a delinear la especificidad de la clínica de niñxs y adolescentes.
Nos detenemos por un momento a fin de introducir el pensamiento de BLEICHMAR, quien propone un
giro inaugural en su conceptualización, sosteniendo un trabajo sobre los orígenes. Desde allí, las
coordenadas rectoras trabajadas hasta aquí serán retomadas por y desde la propuesta desarrollada por
BLEICHMAR, en otro tiempo y espacio, y conformando un capítulo central en la historia del psicoanálisis
infantil a la luz de concebir al psiquismo infantil como un psiquismo en constitución.
Podemos ver con BLEICHMAR cómo los alcances y límites del análisis infantil vuelven a reeditarse en cada
lectura, en la novedad que introducen las lecturas. Así, los desarrollos ofertados por BLEICHMAR suponen
no solo una concepción diferencial en torno al funcionamiento psíquico, sino también respecto de la posición
asumida frente a la relación establecida entre teoría y clínica, en definitiva, frente al saber.
BLEICHMAR, que se emplaza como representante central de la clínica analítica con niñxs y adolescentes en
nuestro país, revisita los diversos cuerpos teóricos y nos convoca a cuestionar y redefinir los fundamentos
del psicoanálisis de niñxs. Convocatoria que supone someter las premisas de la clínica a un replanteo
metapsicológico, interrogar la teoría en su articulación con la práctica, y contemplar la singularidad que
hace a la producción de subjetividad de la época.
[LA ESPECIFICIDAD DEL OBJETO, LA ESPECIFICIDAD DE LA CLÍNICA CON NIÑXS]
Pasamos entonces a resaltar las condiciones conceptuales, técnicas y políticas que se anudaron en la
formación de sus ideas y prácticas, la conciencia histórica de su propia circunstancia que la llevó al planteo
de nuevos interrogantes y problemas.
Pensemos en los comienzos de los años 70, como lo describió el historiador VEZZETI, la ruptura de la APA
en la cresta de la expansión del psicoanálisis. Cierta diseminación del discurso psicoanalítico que generó
nuevas alternativas de formación y transmisión afuera de la corporación oficial, el despliegue de
experiencias psicoterapéuticas nuevas (grupales, familiares, comunitarias) en los servicios de
psicopatología en hospitales generales y centros de salud.
Aparece el surgimiento de un movimiento crítico del psicoanálisis que se orientaba a la reformulación de sus
categorías conceptuales, a la presencia de una articulación ético-política, es decir, una cierta definición del
psicoanalista como intelectual insertado en un medio cultural y político. Una constante tensión entre el
compromiso social del analista y las condiciones de una acción que debía ser a la vez, políticamente eficaz y
teóricamente orientada a salvar los fundamentos del psicoanálisis. Estado de situación del campo
psicoanalítico que quedó fracturado por el periodo ominoso abierto en el 76 con la dictadura militar.
Este clima intelectual y político impregnó la producción de BLEICHMAR y la obligo a emprender su exilio a
México luego del golpe cívico-militar. Sin embargo, las condiciones del exilio y la conexión con LAPLANCHE
en Francia posibilitaron la continuidad de esta producción teórico-clínica que se perfiló al mismo tiempo
en continuidad y ruptura con el pensamiento lacaniano, abriendo una fecunda línea de investigación
propia desarrollada en profundidad ya de regreso a la Argentina una vez restablecida la democracia.
SI tomamos como uno de los hitos de su recorrido la publicación del primer libro “En los orígenes del sujeto
psíquico”, producto de su tesis doctoral bajo la dirección de LAPLANCHE, vemos ya la apertura a un modelo
de constitución del psiquismo como el efecto de un proceso de origen exógeno, traumático y en
décalage (en “desfasaje” con el mundo natural).
En este libro desarrolla profundamente su producción en torno al concepto de REPRESIÓN ORIGINARIA
COMO MECANISMO FUNDANTE DEL INCONSCIENTE Y DE LA TÓPICA PSÍQUICA, pero despojándolo del
carácter mítico que asumía en la teoría y haciéndolo circular bajo una racionalidad nueva.
Como ella misma lo ha expresado: la perspectiva de la que partió para pensar la problemática de la
subjetividad estuvo inscripta en las definiciones presentes en los años 70 en el psicoanálisis rioplatense,
momento en el que se introdujeron los principios de la epistemología altusseriana y los trabajos de la
escuela psicoanalítica francesa, los escritos de LACAN, pero también el “Diccionario de psicoanálisis” de
Laplanche y Pontalis, el coloquio de Boneval, “Vida y muerte en psicoanálisis”, planteándose el estallido de
los modelos vigentes en el psicoanálisis de niños de los paradigmas de constitución del originario que el
kleinismo había proporcionado.
A partir de semejante panorama, entraron en discusión también: los modos de operar en la clínica; si el
juego era o no era un equivalente del lenguaje; y cómo trabajar si se abandonaba la técnica del juego con
niñxs pequeños (en un momento de su evolución en que el lenguaje no podía ser aun la herramienta de
trabajo posible).
Ese estado de situación llevó a muchos psicoanalistas a abandonar el campo de la clínica con niñxs por no
poder enfrentarse al conjunto de contradicciones que esta misma práctica les planteaba. Por el contrario,
BLEICHMAR se propuso revisar los fundamentos teóricos de esta práctica.
“SI EL INCONSCIENTE NO EXISTE DESDE LOS ORÍGENES, SE TORNA NECESARIO REDEFINIR EL CONCEPTO DE
NEUROSIS EN LA INFANCIA, PARTIENDO DE LA CONCEPCIÓN DE UN SUJETO EN ESTRUCTURACIÓN”.
En esta dirección es que se propuso resituar el concepto de represión originaria y el lugar de esta en la
constitución del aparato psíquico. Allí explica que opta por el concepto de represión “originaria” en lugar
de “primaria” para plantear que no es por algo que remita a los primeros tiempos de la vida, aunque se
produzca allí, sino porque “da origen a”, es decir, funda el sistema inconsciente en diferenciación con el
sistema preconsciente-consciente (ICC /// PRCC-CC).
Semejante opción teórica sustenta en la práctica la posibilidad no solo de “fundar” sino también de
“recomponer”, aun en pacientes que ya no son niñxs, de rearticular las relaciones entre los sistemas
psíquicos en muchos casos en los que no se ha instaurado o que ha caído a causa de estallidos graves.
¿QUÉ SE DESPRENDE DE ESTA PROPUESTA?
Principalmente, la extensión de los límites de la analizabilidad en la infancia; la intervención analítica en
momentos de constitución del psiquismo (destinada no solo a analizar para exhumar fantasmas sino a
posibilitar un ordenamiento de las representaciones psíquicas que incremente la simbolización).
En articulación con esto, se deriva otro de sus conceptos nucleares, el de NEOGÉNESIS, desde el cual
entiende el análisis ya no limitado a encontrar lo existente sino como un dispositivo conducente a
producir algo inédito.
Los problemas que se presentan en el psicoanálisis de niñxs nos interpelan en relación a aquellas
cuestiones que remiten a “lo fundacional del psiquismo”, en la medida en que ponen a prueba las hipótesis
sobre lo originario: orígenes del inconsciente, de las representaciones, de la simbolización, de la identidad,
de las legalidades, de la ética. En resumen: LOS ORÍGENES DEL SUJETO PSÍQUICO.
Sin embargo, tanto los desarrollos freudianos como los de las escuelas pos freudianas han aportado
divergentes teorizaciones al respecto operándose un esfuerzo de síntesis, no exento de recortes y
exclusiones. BLEICHMAR irá conceptualizando los tiempos de constitución del psiquismo.
VEREMOS QUE LA DENSIDAD QUE IMPLICA PRECISAR CUESTIONES METAPSICOLÓGICAS SE JUSTIFICA
CUANDO SE TRATA DE SUSTENTAR TEÓRICAMENTE LAS INTERVENCIONES QUE TENEMOS QUE
IMPLEMENTAR EN NUESTRA CLÍNICA.
¿Qué lugar ocupa en nuestra clínica la teoría de la represión originaria? ¿Cuál es su interés práctico? ¿Qué
función cumple en el proceso de constitución del psiquismo infantil y sobre qué bases se establece? ¿Sobre
qué opera? ¿Cuáles son los prerrequisitos que posibilitan no solo su instalación sino incluso su permanencia?
¿Qué ocurre cuando el funcionamiento psíquico queda librado a su fracaso?
Como ella misma lo ha señalado, el relevamiento de un concepto supone ubicarlo en el contexto teórico en
el que se inscribe, pero también requiere trabajarlo desde el texto donde uno piensa que se encuentra su
definición más acabada, lo cual también implica posicionarlo históricamente, es decir, saber que ocurría
sincrónica y diacrónicamente.
En esta dirección, resalta que FREUD utiliza la noción de “represión” en sentido amplio, como “defensa”
hasta 1914/15, y que en los textos sobre la metapsicología lo constituye en un concepto específico, motivo
por el cual esta autora se posiciona desde el texto “La represión” para explorar los alcances de esta
teorización.
Dice FREUD en 1915, cuando acuña por primera vez el vocablo de “represión”: “Tenemos razones para
suponer una represión primordial, una primera fase de la represión que consiste en que a la agencia-
representante psíquica (agencia representante-representación) de la pulsión se le deniega la admisión en lo
consciente, así se establece una fijación, a partir de ese momento la agencia representante en cuestión
persiste inmutable y la pulsión sigue ligada a ella. La segunda etapa de la represión, la represión
propiamente dicha, recae sobre retoños psíquicos de la agencia representante reprimida”.
Podemos ir viendo todo lo que nos aporta FREUD y la fecundidad de estos desarrollos metapsicológicos: “la
fijación de los representantes representativos pulsionales al inconsciente”, es decir, lo originariamente
reprimido estará constituido por aquello que nunca fue consciente, que nunca pasó a constituirse como
representación-palabra, que nunca tuvo cabida en el doble eje de la lengua, que nunca pasó a formar
parte del proceso secundario.
LO ORIGINARIAMENTE REPRIMIDO TRATA DE “REPRESENTACIONES DE BASE DEL INCONSCIENTE”, A LAS
CUALES NUNCA SE PODRÁ ACCEDER DIRECTAMENTE EN EL PROCESO DE LA CURA.
También dice FREUD en otro momento: “Es sobre los retoños de los reprimido originario donde trabaja el
análisis, si estos se han distanciado lo suficiente del representante reprimido, sea por las desfiguraciones que
adoptaron o por el número de eslabones intermedios que se intercalaron tienen sin más expedito el acceso
a lo consciente”. Decía Freud que la mayoría de las represiones que veremos en el trabajo terapéutico
son represiones secundarias, las cuales presuponen represiones primordiales producidas con
anterioridad, y que ejercen su “influjo de atracción” sobre la situación reciente.
Dirá asimismo: “Es aún demasiado poco lo que se sabe acerca de esos trasfondos y grados previos de la
represión”. Se resalta este comentario justamente para mostrar cómo FREUD mismo marca la falta de
conceptualización relativa a la “represión primordial”, como él la llamaba.
Respecto a lo originariamente reprimido, el proceso será totalmente distinto que aquel que opera en la
represión secundaria o represión propiamente dicha. Lo citamos a FREUD: “El aludido mecanismo de
sustracción de una investidura preconsciente no funcionaría cuando estuviera en juego la figuración de la
represión primordial, es que en ese caso está presente una representación inconsciente que aún no ha
recibido investidura alguna del preconsciente y, por lo tanto, no puede serle sustraída. Aquí necesitamos
entonces de otro proceso que en el primer caso, o sea en la representación secundaria, mantenga la represión
y en el segundo caso, represión primaria, cuide de su producción y de su permanencia, y solo podemos
hallarlo en el supuesto de una contrainvestidura, mediante la cual el sistema preconsciente se protege
contra el asedio de la represión inconsciente. Ella representa el gasto permanente de una represión
primordial, pero es también lo que garantiza su permanencia”.
La explicación que está planteando FREUD para pensar el modo de constitución y de funcionamiento de la
tópica psíquica no es solo “tópica”, sino también “dinámica” y “económica”: es la represión el mecanismo
que da lugar a la diferenciación entre los sistemas psíquicos, al posicionamiento tópico, dinámico y
económico de lo inconsciente. Sin embargo, FREUD lo propone como un supuesto teórico, algo mítico.
Ahora bien, el salto que propone BLEICHMAR consiste en:
SUSTITUIR “PRIMORDIAL” POR “ORIGINARIA”,
CONCEBIRLA COMO UN MECANISMO REAL QUE DA ORIGEN AL INCONSCIENTE, FUNDANDO LA TÓPICA
PSÍQUICA.
BLEICHMAR se pregunta ¿de dónde extrae su fuerza la represión originaria? y a partir de allí elabora el
siguiente ordenamiento conceptual:
UN PRERREQUISITO DE LA REPRESIÓN ES EL REHUSAMIENTO:
Esto remite a un primer tiempo de abandono de la satisfacción pulsional -del autoerotismo- que se
realiza por amor al semejante (“así como se come por el amor de mamá, se renuncia al pecho, al chupete,
a las heces, por temor a perder el amor de mamá”).
En un primer tiempo, es desde la prohibición del otro desde donde la represión acumula fuerza de
contrainvestimiento: EN LA PAUTACIÓN DEL ADULTX ESTÁ LA FUERZA DE CONTRAINVESTIMIENTO.
El abandono consciente del autoerotismo implica una enorme tarea psíquica para el Yo: su deseo o vuelta
al autoerotismo está más presto a retornar cuanto menos retoños de lo reprimido hayan logrado
establecerse, siendo que la constitución del Superyó y de la represión secundaria aún no se ha establecido.
Esta teorización nos sirve para entender, por ejemplo, los comportamientos que un niñx puede tener ante
el nacimiento de un hermanitx. Desde una concepción evolutiva, de sucesión de las fases libidinales, la
psicopatología era entendida como una regresión a un punto de fijación en el trascurso de alguna de estas
fases. Por el contrario, desde esta perspectiva se plantea que la visión del ejercicio autoerótico, oral, anal,
en un hermanitx recién nacido puede sobreinvestir las representaciones ligadas al autoerotismo de este
pequeñx, y justamente ese sobreinvestimiento puede determinar una progresión masiva de
representaciones reinvestidas.
SE NECESITA EN UN SEGUNDO TIEMPO QUE ESTO REHUSADO SE TORNE REPRIMIDO:
El prerrequisito de rehusamiento no resuelve y no da tampoco por sentado la instalación de la represión
originaria, por el contrario, recién cuando eso rehusado se torna reprimido se forma un grupo psíquico
separado de representaciones que tiende a evitar la irrupción masiva de cantidades hipertróficas de
excitación.
Las representaciones deben ser apartadas por contrainvestimiento del Yo incipiente en aras de evitar su
perturbación constante. Esto supone entonces que recién en segundo tiempo estos contenidos quedan
sepultados en el inconsciente; a partir de ahí, se sostienen por actividad de contrainvestimiento de la
instancia yoica, que garantiza que esos contenidos no progresionen hacia la consciencia (porque de
hacerlo, generarían sufrimiento).
Este momento, es un modo de funcionamiento caracterizado no por el par fálico-castrado sino por la
polaridad vida-aniquilamiento: “conservar el amor de la madre = ser/vida” aparece opuesto a “perder el
amor de la madre = aniquilamiento”.
Esta aclaración es muy importante tenerla presente para la clínica porque nos permite distinguir
claramente entre dos tipos de angustia: no es lo mismo la angustia de castración (que implica una
angustia frente a la incompletud); que una angustia de aniquilamiento (donde el ser se siente en riesgo de
ser, justamente, aniquilado).
Por otro lado, este también es el tiempo de instalación del Yo Ideal, en el cual o se realiza plenamente el
deseo del otro… o se corre el riesgo de no ser. Es lo que FREUD ha dicho: “Es el tiempo de pasaje del
autoerotismo al narcicismo”. Acá es donde también se puede ubicar el primer tiempo del Edipo en los
términos propuestos por LACAN, en el cual la madre ocupa el lugar de amo absoluto, madre fálica, a cuya
ley se somete el niñx por amor. También podemos armar otra correlación con el concepto de Superyó
precoz de KLEIN, con su crueldad extrema, su sadismo y las ansiedades que impone.
Es el clivaje de partida del semejante (con sus sistemas deseantes y de prohibición contrapuestos) el que
define el equilibrio de fuerzas al que se verá sometido el niñx. El narcicismo de la madre es condición del
narcicismo del niñx, pero no de la pulsión.
En fin, el niñx tiene que atravesar, en el proceso de abandono y represión de los deseos que ligan su
sexualidad a las pulsiones parciales, por un sometimiento temporario al deseo omnipotente de la madre.
En este caso, como una especie de ley arbitraria que plantea la renuncia a la pulsión.
Otro de los elementos centrales entonces que van decantando de esta teorización es que LA
MATERIALIDAD DEL INCONSCIENTE ES HETEROGÉNEA:
Por un lado, irán a parar a este sistema representaciones efecto de lo secundariamente reprimido:
estas son representaciones que han tenido estatuto de representación-palabra y que, al quedar
reprimidas, empiezan a operar como representación-cosa, pero en la medida en que fueron
atravesadas por el doble eje de la lengua, es posible recuperarlas a través de la asociación libre.
También en este sistema están las representaciones nunca pasadas por el lenguaje, nunca capturadas
en una significación y que son las representaciones efecto de la represión originaria.
Por otro lado, BLEICHMAR también ubica a los “signos de percepción”, inscripciones producidas en los
primerísimos tiempos de la vida y también inscripciones que pueden ser efectos de traumatismos severos
y que no logran un estatuto estrictamente de inconsciente, en el sentido de que quedan circulando por
el aparato, poniendo en riesgo su estabilidad. Esta materialidad está en la base de muchos de las
emergencias psicopatologías que ella ha nominado como “trastorno”.
De todas estas consideraciones con respecto a la instalación de la represión originaria, como mecanismo que
se funda, pero que también puede no instalarse, o que puede instalarse pero por ciertas circunstancias de
la vida producirse un desmantelamiento psíquico, es que BLEICHMAR se ha visto en la necesidad de
introducir otra categoría conceptual para darle nombre a aquellos fenómenos psicopatológicos que no
responden al funcionamiento de un “síntoma” en sentido estricto.
Recordemos la definición de SÍNTOMA que ha planteado FREUD: “Es una formación que da cuenta del
conflicto intersistémico, intrapsíquico, es una formación de compromiso, subrogado efecto de una rehusada
o inlograda satisfacción pulsional, donde un sistema goza a expensas del sufrimiento del otro (…) los
síntomas no son efecto de la represión, sino del retorno de lo reprimido, por sustitución y desplazamiento”.
Para ilustrar esta operatoria sintomática, dirá FREUD al respecto del Caso Hans: “Si el pequeño Hans que
está enamorado de su madre mostrara angustia frente al padre, no tendríamos derecho alguno a atribuirle
una neurosis, una fobia, nos encontraríamos con una reacción afectiva enteramente comprensible; lo que la
convierte en neurosis es una única y exclusivamente otro rasgo, la sustitución del padre por el caballo, y
nosotrxs podríamos agregar: la conversión de la hostilidad en miedo”.
Por el contrario, los TRASTORNOS, aluden a emergencias patológicas que se producen en tiempos
anteriores a la diferenciación entre los sistemas psíquicos, en tiempos anteriores a la instalación de la
represión originaria.
Los trastornos del sueño, del pensamiento, del aprendizaje, del lenguaje, de la marcha, al no ser
atravesados por el juego entre el deseo y la defensa, no remiten a fantasmas específicos, por ende, no son
abordables mediante el acceso a su contenido inconsciente por libre asociación, sino que su abordaje
depende de múltiples intervenciones tendientes a un reordenamiento psíquico.
PROPONER QUE LA REPRESIÓN ORIGINARIA PUEDA DESMANTELARSE O CAER, CONLLEVA LA IDEA DE QUE
PUEDA RECOMPONERSE, ES DECIR, REINSTALARSE Y ESTO SUPONE PLANTEAR QUE PODEMOS PRODUCIR
PROCESOS DE NEOGÉNESIS.
Otro eje central del modelo teórico-clínico de esta autora remite a la noción de “DOMINANCIA
ESTRUCTURAL”, la cual fue acuñada por BLEICHMAR en el marco de la polémica en torno al determinismo
estructuralista en los ‘90, dado que la idea de un determinismo a ultranza es absolutamente paralizante
respecto a la posibilidad de instrumentar un proceso de transformación clínica (cuestión que también fue
un cuestionada por AULAGNIER).
La concepción estructuralista con las categorías de psicosis, perversión y neurosis ha aportado una
clasificación definida a partir del eje centrado en torno a la circulación del falo y el Nombre del Padre, lo
cual ha tenido la virtud de plantear dominancias estructurales, pero ha arrastrado el problema de
homogeneizar la estructura alrededor de un solo elemento y anular la historia.
Desde el estructuralismo se han planteado estructuras homogéneas que se definen por la operancia de un
solo mecanismo que parecían excluirse de un modo absoluto unas de otras, lo cual no deja de acarrear
ciertos impasses, e inclusive ciertos obstáculos epistemológicos.
Lo que nos ofrece la clínica es que las presentaciones parecen exceder esa pretensión taxonómica del
estructuralismo de armar entidades tan claras y distintas. Hay un problema respecto al paradigma desde
el cual el psicoanálisis introdujo la noción de estructura. La categoría “estructura” no es una categoría
freudiana, porque el estructuralismo es una tradición epistemológica posterior a FREUD, pertenece a la
mitad del siglo XX. El problema es el modelo desde el cual se piensa la estructura: un modelo que alude
más bien al formalismo, al ahistoricismo, al cierre, a la exclusión absoluta entre estructuras.
Es notorio que este paradigma que ha tenido mucho auge en la década del 50, o y 70 en todas las
disciplinas humanas, como la lingüística, la antropología, el psicoanálisis, la psicología y la semiótica, ya sea
en la pretensión de leer las estructuras míticas, psíquicas, sociales, psicopatológicas, lingüísticas, desde un
modelo universalista, transhistórico, ahistórico, formalista y transubjetivo. Sin embargo, hoy en día este
modelo está abandonado en todas las ciencias menos en el psicoanálisis, con lo cual podríamos apelar a la
propuesta que ha planteado BACHELAR y tratar de remover este obstáculo epistemológico. ¿Qué implica
esto? Remover el estructuralismo no implicaría destruir a LACAN ni desmantelar la noción de estructura,
sino estar advertidos de que la perspectiva estructuralista ahistórica tiene un grave problema: el hecho
de que la estructura es un a priori, no se establecen las condiciones de constitución de la estructura.
Lo que plantea BLEICHMAR desde su perspectiva no es anular la noción de estructura, pero sí descapturarla
de la noción de estructura de ese paradigma estructuralista cerrado.
Si uno piensa en el modo en el cual la tópica se ha organizado, no se excluye que ciertos aspectos del
funcionamiento psíquico puedan no estar normatizados según la dominancia de la estructura, pudiendo
coexistir con corrientes de la vida psíquica no neuróticas.
SE PLANTEA QUE HAY GÉNESIS Y HAY ESTRUCTURA, QUE LA ESTRUCTURA ES EL RESULTADO DE UN
PROCESO DE GÉNESIS, Y DE UNA GÉNESIS QUE NO ES MÍTICA, SINO HISTÓRICA Y REAL, QUE SE PUEDE
CERCAR Y SOBRE LA QUE SE PUEDE INTERVENIR.
Esto abre todo un campo de intervenciones posibles que amplia de un modo extraordinario al propio
psicoanálisis y a las propias herramientas que tenemos como intervención.
Retomar la idea de dominancia estructural implica que cada vez que uno se refiere a un diagnostico en
términos de estructura lo hace en base al modo de funcionamiento que gobierna globalmente a la
estructura, pero esto no excluye la posibilidad de que otras corrientes de la vida anímica puedan no ser
homogéneas a la dominancia estructural. Esto abre la posibilidad de que uno pueda leer dentro de una
neurosis fenómenos psicopatológicos que no son neuróticos en sentido estricto, es decir, que puedan
coexistir síntomas y trastornos.
La utilidad de esto es poder advertir el nivel prescriptivo que corresponde respecto de estos fenómenos, es
decir, pensar en términos de dominancia estructural implica por un lado pensar en una dimensión
metapsicológica (cómo uno piensa el psiquismo, su constitución y su modo de funcionamiento), pero
también tiene una dimensión clínica, porque determina las formas de intervención.
La idea de dominancia estructural asimismo tiene que ver con reconocer que existe heterogeneidad de
los niveles de simbolización: no toda materialidad psíquica se encuentra articulada en los mismos términos
o pertenece al mismo régimen de organización representacional.
BLEICHMAR retoma en este punto el vector metapsicológico fundamental que implica la represión originaria
para pensar las estructuras. Un vector claramente freudiano reconceptualizado y recuperado con mucha
potencia, pero si cuando hablamos de psicopatología nos estamos refiriendo a modos de organización de
la tópica, el parámetro fundamental de constitución de la tópica es el de represión originaria, en la medida
en que de ella depende el clivaje que produce la fundación de sistemas que se encuentran enfrentados al
interior de un topos, que están en conflicto intersistémico.
El campo freudiano es el campo de la neurosis, con lo cual está trabajando con fenómenos del orden del
retorno de lo secundariamente reprimido, el síntoma como formación de compromiso que está al servicio
de regular la economía psíquica sin intencionalidad alguna, no dirigido a nadie. Estas premisas freudianas
que es crucial recuperar nos permiten ampliar la comprensión de los fenómenos clínicos y también poder
rediseñar las intervenciones adecuadas a cada elemento.
[EL PRIMER TIEMPO DE ORGANIZACIÓN DEL PSIQUISMO]
Esquemáticamente, por un lado, podemos ubicar la implantación articulada justamente con la capacidad
de trasvasamiento narcicístico, ambas condiciones dan cuenta de que el ingreso de lo pulsional es un
ingreso que posibilita la producción metabólica. La piel, al mismo tiempo, se va constituyendo como
órgano de excitación, pero también de ternura; estamos hablando de algo del orden de un traumatismo
constitutivo y al mismo tiempo esto posibilita una mezcla entre erotismo y ternura.
Por el otro lado, más ligado a cuestiones fallidas en los modos de puesta en marcha de este primer tiempo
del psiquismo, vemos que el modo de ingreso de la sexualidad se plantearía como intromisionante. Esto
se pone en correlación también con fallas en la represión de la sexualidad del adultx y en la incapacidad de
trasvasar narcisismo. Estos elementos que ingresan imposibilitan la metabolización, la piel se va a ir
invistiendo como puro órgano de excitación, y hay una desmezcla entre erotismo y ternura: estamos así en
el campo de un traumatismo desestructurante.
[LA PRODUCCIÓN DE SUBJETIVIDAD Y LA CONSTITUCIÓN DEL PSIQUISMO]
Vamos a hacer algunas consideraciones sobre la organización del Yo, la identificación, el narcisismo y el
modo en el que BLEICHMAR plantea una revisión del método, específicamente en relación a las
intervenciones.
Es indudable que hay cambios en las formas actuales de presentación del sufrimiento psíquico, porque la
producción de subjetividad cambia históricamente: los destinos de lo reprimido están dispuestos por las
formas con las cuales la cultura determina la posibilidad de transmutarlos.
Las nominancias psicopatológicas se modifican porque el síntoma no es algo del inconsciente, sino de la
relación con la cual los sistemas psíquicos se las arreglan para equilibrar el conflicto psíquico en el marco
de las demandas que la sociedad impone.
¿Qué permanece y que cambia de nuestras teorías psicoanalíticas en función de estas transformaciones
socioculturales?
Como lo ha enfatizado BLEICHMAR, es fundamental no abandonar la concepción de la motivación
libidinal del padecimiento psíquico. El conflicto entre la sexualidad pulsional y el Yo sigue vigente, el
conflicto sigue siendo entre los sistemas psíquicos, a pesar de que varían los enunciados culturales en cada
periodo histórico.
La PRODUCCIÓN DE SUBJETIVIDAD varia en la medida en que la sociedad da rienda suelta y permite
algunas formas de resolución de los fantasmas y deseos, y prohíbe otras. Los discursos portadores de
imaginarios sociales transmiten valores instituyentes de identidades, representaciones que forjan la masa
ideológico-identitaria que constituye a la instancia yoica.
Sin embargo, para contar con posibilidades de producción psíquica, tiene que instalarse la represión aun
cuando los contenidos de lo reprimido hayan cambiado, tiene que organizarse la tópica psíquica que permita
el funcionamiento diferenciado de sus sistemas, y debe constituirse el Superyó con los enunciados que
permitan la regulación tendiente a evitar la destrucción tanto física como psíquica y de este modo
protegerse del riesgo de sufrir desorganizaciones y fracturas psíquicas. Con esto se alude a lo que
BLEICHMAR ha denominado como los “universales”, las “INVARIANTES DEL FUNCIONAMIENTO
PSÍQUICO”, relativas a los aspectos científicos del psicoanálisis.
Es un observable que la mayoría de nuestras consultas de hoy ni en adolescentes ni en niñxs se parecen a
las consultas de los libros clásicos. Por el contrario, es frecuente recibir problemáticas psicosomáticas,
pacientes con ataques de pánico o angustia severa, sujetos con depresiones serias, y en el caso de los niñxs
una enorme cantidad de consultas porque los niñxs no pueden responder a las demandas escolares o porque
están totalmente desbordados por las posibilidades psíquicas de procesamiento del conjunto de estímulos
a los que se ven sometidos.
Podemos dar cuenta de lejos de los psiquismos carentes de estímulos, son psiquismos desbordados,
atravesados por excesos inmetabolizables, por problemáticas que reflejan dificultades para organizar
síntomas simbólicamente logrados, con la capacidad estabilizadora de la economía libidinal que el síntoma
produce. Estamos frente a formas de desregulación del funcionamiento psíquico, desorganización de los
procesos simbólicos o del pensamiento, nos encontramos también con compulsiones bajo las formas de las
múltiples modalidades del consumo, con actuaciones que no tienen el carácter típico de los acting
histéricos, sino que en muchos casos se impresionan como pasajes al acto, pasajes a la motilidad con
procesos simultáneos de desimbolización. Estado de situación en nuestra practica actual que nos plantea el
problema central respecto a la cuestión del método adecuado para su abordaje, dado que en estos casos no
sería apropiado el levantamiento de las defensas, no constituidas aun en algunos casos o ya severamente
corroídas por factores traumáticos de la vida diaria en otros.
Antes de introducir algunas consideraciones sobre la especificidad de las intervenciones, vamos a recuperar
la conceptualización sobre la organización de la instancia yoica que desarrolla BLEICHMAR para poder
comprender luego el fundamento de sus intervenciones clínicas.
La instalación de la represión originaria, en tanto mecanismo real, se puede producir a partir de la
existencia de un Yo incipiente que empieza tomar a su cargo el rehusamiento de los modos de
satisfacción autoeróticos. Ahora bien, ¿cómo se constituye el Yo? ¿qué lugar cumple esta instancia en el
funcionamiento del aparato psíquico?
Repasando los modelos tópicos freudianos, en primer lugar, encontramos que en el “Proyecto de
psicología para neurólogos” el Yo ocupa un lugar importante, a partir de ser como un órgano de ligazón.
Luego, esta instancia queda relegada y es el preconsciente el que pasa a ocupar un lugar importante en la
obra freudiana hasta que, en el modelo de 1914, con el texto “Introducción del narcisismo”, vuelve a
reubicar la problemática del Yo. Allí, el Yo es definido como una “masa libidinal”, no es solamente un
órgano represor, sino que es un lugar de investimento.
En “Más allá del principio de placer” introduce el modelo de la “vesícula”, con la interesante concepción
metapsicológica en torno a la “membrana antiestímulos para-excitación”.
Dejando de lado las perspectivas psicoanalíticas que han sostenido una subjetividad endógena (es decir, que
han concebido al sujeto como una continuidad del organismo), BLEICHMAR opta por mantener una
perspectiva exogenista, también respecto al origen de esta instancia psíquica.
Plantea que la “identificación” en psicoanálisis no es un simple mecanismo entre otros, sino que es la
operación fundamental que genera las condiciones para instituir la subjetividad: es la capacidad de la
madre de establecer una identificación del hijo en el orden de lo humano, en el sentido transitivo,
considerándolo como otro humano, pero que establece las condiciones de la identificación en el niñx. Esta
apropiación ontológica es condición de verosimilitud expresada en el sujeto psíquico como convicción
respecto a su propia existencia humana. El imaginario materno, al concebirse como estando en el marco de
una intersubjetividad con la atribución de deseos, angustias, fantasías y pensamientos de todo tipo a la cría,
es generador de la subjetividad de la misma.
ÁNGEL RIVIERE, un autor constructivista, en su libro “Objetos con mente”, plantea algo interesante
respecto al autismo, como que estos niñxs autistas presentan una falla en la capacidad de atribuir
pensamiento al otrx. Pero allí este autor no presenta por qué se produce eso: los niñxs autistas no pueden
identificar la intención del pensamiento del otrx, no pueden antropomorfizar al otrx. Para que un niñx
pueda atribuir pensamiento al otrx es necesario que este otrx adultx lo piense y se lo demuestre de
diversas maneras.
El entrelazamiento de representaciones (efecto del trasvasamiento narcicístico del adultx), crea las
ligazones de base sobre las cuales en un segundo tiempo se asentará el Yo, a partir de la identificación
primaria y la instalación de la represión originaria.
Desde el narcisismo secundario del adultx se constituirá el narcisismo primario del niñx, siendo el
narcisismo el primer acto de investimento del Yo, en términos sublimatorios. Dice BLEICHMAR: “me amo
a mí mismo; y como me amo a mí mismo, renuncio”. Por ejemplo, los aspectos de la pulsión oral: “renuncio
por amor a mí mismo, que en realidad es amor al objeto que me amó, el amor a mí mismo es residual
siempre al hecho de haber sido amado, pero al mismo tiempo, amo al otro en tanto puedo identificarme con
él y en tanto me identifico con él, le puede trasvasar narcisismo”.
Hablamos entonces de dos cuestiones: por un lado, la cuestión de la subjetividad, que tiene que ver con la
constitución del Yo; por el otro, el problema del amor en términos de enlace al semejante, como capacidad
sublimatoria y no solo como apropiación del otro como objeto de goce.
La identificación primaria constitutiva del Yo, instauradora del narcisismo residual del semejante, es
entonces el modo mediante el cual el sujeto se precipita en la diferenciación tópica correlativa al
abandono del autoerotismo.
Es del lado del Yo donde hay que ubicar las identificaciones que posibilitan al deseo inconsciente
sostenerse como reprimido: ES EN RAZÓN DE ELLO QUE NARCISISMO E IDENTIFICACIÓN NO FORMAN
PARTE DEL INCONSCIENTE ORIGINARIO.
El entramado en el cual se propician estas renuncias no es solo visual, sino también discursivo: “los nenes
buenos no usan chupete”, “este nene lindo no se toca la colita”, aludiendo a las renuncias pulsionales. “¿Es
la nena de mamá o de papá?” inscribiendo el género antes de que la castración lo anude al deseo edípico.
Todos estos elementos instalándose en el entramado mismo del Yo, y en la superficie que le da forma al
homúnculo que representa y metaforiza el cuerpo en su estatuto de objeto.
Si el narcisismo, con su correlato a la identificación, quedan claramente posicionados del lado de lo que
reprime, la clínica no podría sostenerse bajo el mero aspecto de trabajar las identificaciones como
alienantes, sin desconocer que ciertas identificaciones por su carácter patológico y generador de sufrimiento
deban ser necesariamente sometidas a revisión y deconstrucción en el proceso clínico y reconociendo que
el aspecto alienación está siempre presente en una neurosis.
Llevado ese planteo hasta las últimas consecuencias, y llegando al extremo de proponer esta
“desidentificación” como eje de la clínica, se perdería de vista que la función de tales identificaciones -
instaladas en el corazón mismo del Yo- ocupan un lugar privilegiado como elementos de
contrainvestimiento de deseos reprimidos cuya emergencia es angustiosa para el sujeto en cuestión.
EL YO SIEMPRE ESTÁ AFECTADO POR LA INVASIÓN DE REPRESENTACIONES Y EXCITACIONES, EL
NARCISISMO Y LAS IDENTIFICACIONES SUPONEN UN MODO DE PENSAR Y DE LIGAR ESAS EXCITACIONES.
El Yo se constituye no como un desprendimiento modificado de inconsciente, sino como una masa ideativa
cuyo investimento es residual de los ligámenes amorosos del otrx, localizándose al narcisismo como
tiempo segundo de la sexualidad humana, a partir del cual habrá de estructurarse el Edipo complejo y las
instancias ideales.
EN SÍNTESIS: EL YO ES AQUELLO QUE POSIBILITA QUE EL INCONSCIENTE SE SOSTENGA EN SU LUGAR.
Por eso es un error importante confundir el objetivo de la clínica con que habría que “desmantelar el
Yo”, en lugar de “desarticular los elementos de desconocimiento que lo constituyen”. Pero desarticular las
ligazones neuróticamente enlazadas solo es posible en virtud de que el sujeto tenga posibilidad de ejercitar
constantemente nuevas síntesis, ante estas descomposiciones, por muy precarias, transitorias y parciales
que sean. De ahí el cuidado que tenemos que tener cuando trabajamos con niñxs o pacientes adultxs graves
en los cuales muchas veces el Yo no puede ejercer esta función a causa de su déficit estructurales.
El método psicoanalítico como vía regia para el tratamiento de perturbaciones neuróticas, como fuera
formulado por FREUD, en sus orígenes, nos confronta en la actualidad con las limitaciones del concepto de
“interpretación”. En razón de que las representaciones que producen el sufrimiento psíquico no son todas
del orden de lo secundariamente reprimido, desarticuladas del doble eje de la lengua en la cual estaban
insertas, irrecuperables mediante la libre asociación.
Esto cabe tanto para los niñxs cuyos psiquismos se encuentran en estructuración como para los
adolescentes y adultxs que ya tienen definida una dominancia estructural con la heterogeneidad de los
diversos modos de simbolización que las habitan.
Por lo tanto, partiremos de 3 interrogantes centrales en nuestra práctica clínica para arribar a una
construcción teorética que no deje desamarrado el método del objeto:
¿DE QUÉ ORDEN SON EL O LOS FENÓMENOS QUE SE NOS PRESENTAN EN LA CLÍNICA?
¿HACIA DONDE TENGO QUE ORIENTAR LA CURA?
¿CÓMO INTERVENGO? (ES DECIR, “¿CÓMO SE LO DIGO?”)
La primera pregunta nos conduce hacia la metapsicología, a la exploración del estatuto de ese elemento
clínico. Antes por cierto podríamos interrogarnos acerca de qué es lo que habría que considerar realmente
un “dato clínico”. Bueno, todo acto constituye un elemento clínico conducente a sustentar las hipótesis
diagnosticas.
La segunda pregunta, nos lleva a la cuestión metodológica, o sea, ¿qué debemos producir? ¿debemos
interpretar? ¿debemos reconstruir el tejido psíquico? ¿debemos reordenar las representaciones? ¿debemos
recomponer las instancias psíquicas? ¿debemos proponer puentes simbólicos? Claramente, no la
interpretación, sino todas las otras opciones, suponen objetivos que remiten a la necesidad de
implementar intervenciones simbolizantes.
Y la tercera pregunta, alude al entrecruzamiento entre lo teorético y la artesanía singular del analista, o
sea, al entrecruzamiento entre cómo se definió el objeto, qué método se piensa como adecuado en
función de ese objeto, y la artesanía creativa singular de cada analista.
Para ilustrar esto se toma el Caso Alberto, un pequeño recorte de este material que BLEICHMAR presenta
en el capítulo 4 de “La fundación de lo inconsciente”.
Es una consulta que realiza por este niño de 5 años y que, a partir del proceso diagnóstico, BLEICHMAR
releva una serie de elementos clínicos que ella conceptualiza como trastornos: la logorrea de Alberto que
daba cuenta de la emergencia de representaciones y huellas mnémicas descontextualizadas que impedían
la capacidad de historización del sujeto. Pánicos (a los ruidos fuertes, a los ascensores, a la oscuridad), que
lo sumergían en angustias de aniquilamiento, en tanto no eran fobias ligadas a la angustia de castración, y
también indicadores que reflejaban la no constitución las categorías témporo-espaciales que lo llevaban a
vivir ciertas situaciones con mucho terror. Por ejemplo, cuando llega a consultorio de Silvia y al identificar
el desnivel entre el ascensor y el piso donde está el consultorio dice “se hundió tu casa”.
Estos elementos clínicos la llevan a la autora a hipotetizar que no estaba constituida la representación
yoica en este niño, y que presentaba una falla en la instauración de la represión originaria.
Como dirección de la cura se propone fundar la tópica yoica.
Como método, lo que ella llama intervenciones simbolizantes, intervenciones analíticas que propicien
una neogénesis. Esto implica proponer anclajes para ligar la circulación desenfrenada, enlazar afecto con
representación, un trabajo de recomposición ligadora de representaciones y afectos para reparar el déficit
de narcisización que sufría Alberto como consecuencia de una madre atravesada por situaciones
traumáticas que interrumpieron abruptamente la crianza del niño.
Interesa recuperar una de las intervenciones que BLEICHMAR implementa con este pequeño en los
primeros tiempos de trabajo. Ella describe en el libro: “Puse mis manos sobre su cabeza rodeándola, como
construyendo una protección, y le hablé de los objetos que entraban en ella, de cómo sentía su cabecita
abierta todas las cosas que entraban y salían, y le propuse ayudarlo a lograr juntos que sintiera que podía
cerrar y abrir su cabeza para recibir aquello que hoy lo invadía partiéndolo en pedacitos, ‘no puede entrar la
moto en mi cabeza, ¿verdad?’ me respondió”.
Interesa que analicemos los elementos que a partir de los cuales la autora elabora esta intervención
simbolizante. Por un lado, se refleja el modelo metapsicológico desde el cual ella puede definir el particular
modo de estructuración y funcionamiento del psiquismo de Alberto. Basándose en la metapsicología de
“Mas allá del principio del placer” puede identificar y nombrarle la falla en la membrana anti estímulo para-
excitación, aquella membrana encargada de establecer una distinción entre el interior y el exterior, y que
permite filtrar los estímulos que cuando ingresan al psiquismo devienen excitación.
Para esta autora fracasaba la capacidad de ligazón y simbolización del sujeto, y el sufrimiento de este niño
lo producía el embate de aquello inscripto que atacaba al Yo desde adentro de su psiquismo sin que
lograra organizar dicho embate traumático. En este sentido, vemos reflejada por un lado en esta
intervención, adaptada a palabras que este niño pudiera comprender, una devolución respecto a la falla
estructural de su psiquismo.
Al mismo tiempo, cuando ella le plantea ayudarlo a lograr juntos que sintiera que podía abrir y cerrar su
cabeza para recibir aquello que lo invadía partiéndolo en pedacitos, está transformando esta falla y este
sufrimiento en una razón de trabajo analítico, constituyéndolo en una especie de “demanda”.
Y, por último, cuando nombra esta vivencia de partirse en pedacitos, le está cualificando, simbolizando la
angustia de aniquilamiento, de despedazamiento que expresa el niño en sus múltiples formas.
En esta articulación, si bien está en juego la dimensión de la artesanía singular del analista, hay un
fundamento basado en la metapsicología y en la necesidad metodológica de ligar las representaciones y
afectos. Esta simbolización que ella le propone a Alberto no solo le amplia la comprensión de lo que le
pasa, sino que va ampliando el entramado simbólico del sujeto y generando las condiciones para la
instalación de la transferencia.
[EL MARCO DE LOS PRIMEROS ENCUENTROS]
Dentro de esta unidad están abarcadas las temáticas de las entrevistas preliminares, transferencia, diversos
modelos de intervención, y formas específicas de producción en el niñx y el adolescente (como lo serían el
juego y el dibujo). Los contenidos se refieren a:
La clínica como situación de encuentro.
Los posibles en el encuentro.
Noción de analizabilidad.
Movimientos de apertura.
Primeras entrevistas.
Entrevistas con padres y otrxs significativos a cargo de la crianza.
El recorrido terapéutico con niñxs y adolescentes, padres, otros significativos, la escuela y el médico.
Esta temática inevitablemente recupera contenidos teóricos y clínicos de los diferentes autores del
psicoanálisis de niñxs y adolescentes ya trabajados: la concepción del funcionamiento psíquico, el modo de
concebir el síntoma, y las posibilidades de analizabilidad en la infancia que postula cada escuela
psicoanalítica, cuestiones epistemológicas que remiten al eje central de cada teoría.
Dice BLEICHMAR: “Largos años de análisis infructuoso no suponen solamente una pérdida de tiempo y
dinero. La banalidad de ajustarse a formulas no comprometidas con el proceso de transformación del
sufrimiento patológico de los seres humanos no solo deben ser desmanteladas desde el punto de vista de su
insolvencia teórica y práctica, sino también de enunciadas en su incidencia ética”.
El fundador del psicoanálisis nos ha legado un método para la indagación del sistema ICC en correlación
con el sistema PRCC-CC, cuya dinámica determina el conflicto que está en la base de los síntomas
neuróticos. Mediante la asociación libre, desplegada por el paciente en transferencia, accede a la recolección
de la materia prima a partir de la cual el analista construye la interpretación en conjunto con el sujeto. El
modelo freudiano es un modelo teórico-clínico donde el método siempre está subordinado al objeto.
Este aspecto epistémico, clínico y ético también lo ha desarrollado LAPLANCHE al plantear que en el campo
de la TEORÉTICA es posible identificar dos planos: el descriptivo, relativo al modelo de la constitución del
psiquismo y de sus formas de sufrimiento; y el prescriptivo, la estrategia clínica, la electividad de las
intervenciones que se juegan después en la práctica.
Ahora bien, el campo de la clínica psicoanalítica con niñxs tiene la especificidad de que trabajamos con
sujetos cuyo psiquismo está en el proceso de estructuración, tiempos donde no necesariamente el
aparato psíquico ya tiene diferenciados los sistemas psíquicos como para poder contar con la dinámica del
conflicto y el retorno de lo secundariamente reprimido como determinante de los síntomas neuróticos. No
está dado de antemano que estemos frente a un sujeto capaz de hacer el trabajo de producir consciencia
donde no la hay, a partir de la organización del proceso secundario.
Por tanto, ¿qué se sostiene de lo planteado por Freud en la clínica con niñxs? ¿Cuál es la especificidad de la
práctica clínica en un campo que trabaja en las fronteras de la tópica, en las fronteras de la interrelación
subjetiva con el semejante? Cuestión que cobra relevancia no solo cando estamos ante sujetos en
constitución sino también porque las consultas actuales -inclusive de adolescentes y de adultxs- se
caracterizan muchas veces por la ausencia de síntomas, y eso hace que la delimitación del estatuto de los
fenómenos clínicos sea crucial a los fines de poder definir el prescriptivo, es decir, qué tipo de intervención
es la apropiada.
Si son fenómenos cuyo estatuto no admite la interpretación como modalidad analítica de intervención
no se puede aplicar el método en sentido clásico. Este estado de situación nos interpela respecto a los
alcances del método y particularmente respecto a los movimientos o gestos instauradores del análisis
frente a la especificidad de las consultas en este campo de la clínica.
En el texto “Sobre la iniciación del tratamiento” (1913) FREUD utiliza el término alemán “einleitung”, que
en sentido colonial no alude solamente a un comienzo temporal, sino también a una iniciación. No pone el
acento solo en la dimensión temporal de un comienzo, sino en la introducción de una experiencia que
para el sujeto es inédita. Al modo del que solemos hablar de la iniciación sexual, de una primera situación
que abre un carácter inaugural en la experiencia del sujeto.
Esto trae aparejado una consideración bastante diferente respecto a cómo se piensan técnicamente lo que
se conoce como el dispositivo de “entrevistas preliminares”. Las entrevistas preliminares tienen la función
de iniciar al paciente en el análisis. Esto redunda en que no podría ser iniciado nadie en ninguna
experiencia sino es a partir de una introducción ofrecida por otrx. Con esto se introduce una dimensión
respecto de la posición del analista, en la medida en que los gestos con los cuales el analista acompaña las
entrevistas preliminares pueden o no iniciar un análisis.
Observamos en la actualidad una tendencia a reducir la función del analista a una función técnica o a
una operación, una suerte de desencarnadura absoluta del analista respecto de la operación que ejerce.
Esas formas son las que muchas veces aparecen entorpeciendo la instalación de la transferencia, por eso
hay muchos análisis que no progresan: porque no hay propuesta transferencial por parte del analista.
Dos obstáculos que en términos clínicos entorpecen la posibilidad de instalación de un proceso analítico,
bajo dos presuposiciones erróneas: una, que el analista es simplemente una función y no un sujeto que
ofrece una clase de escucha, un sujeto que también está implicado respecto de las condiciones de
presentación del sufrimiento del otrx; y otra, creer que la demanda está presente desde el inicio, y no que
es el efecto de una producción.
En el capítulo “Entrevistas preliminares y movimientos de apertura” del libro “El aprendiz de historiador y el
maestro brujo”, AULAGNIER recupera la metáfora donde FREUD compara el análisis con el juego del ajedrez y
hace hincapié en que los movimientos de apertura y de cierre del análisis están de alguna manera ya
ordenados: admiten una serie de principios rectores que los rigen, mientras que lo sucede en el curso del
juego es imposible de prever y, por tanto, de mecanizar ni de tecnificar.
LOS GESTOS INSTAURADORES DEL ANALISTA SUPONEN ESTOS MOVIMIENTOS DE APERTURA, EL JUEGO
DEL ANÁLISIS LO ABRE EL ANALISTA, NO LO ABRE EL PACIENTE. La dinámica de fuerzas que se abre está
determinada por los gestos del analista, gestos que son palabras, asentimientos, preguntas, que tienen que
ver con cómo uno se emplaza con un cierto interés, no solamente profesional, sino humano, respecto de las
condiciones con las que un ser humano se aproxima solicitando auxilio. Gestos instauradores que se fundan
en varios planos.
LAPLANCHE introduce una idea muy importante cuando señala que en los inicios del tratamiento lo que
define la posibilidad de que un sujeto se instale es la acogida benevolente del analista, y bajo esta
categoría, se refiere a que el analista debe acompañar desde una posición de receptividad, de
disponibilidad, de apertura y de escucha, que sea además benevolentes. Tiene que poder alojar la
palabra del sujeto sin someterla a ninguna clase de sesgo, ni de captura ni de juicio condenatorio.
En ese sentido, algo del orden de lo que podríamos llamar la “neutralidad”, a condición de entender por
ella una suspensión del juicio, religioso, moral, social, pero no una ausencia de implicación. Cuando
FREUD se refiere a que el analista tiene que ser neutral, está diciendo que tiene que tener la objetividad
suficiente para poner en suspenso sus propias representaciones meta. Muy diferente pensar la neutralidad
como ausencia de implicación, o como indiferencia.
Tomamos como ejemplo el Caso Dani, en el capítulo 1 en “La fundación de lo inconsciente”. Allí
BLEICHMAR presenta la consulta de dos padres por su hijo de 5 semanas de vida, aquejado de un trastorno
del sueño. Infans que solo lograba dormir 4 horas de las 24 del día, comía vorazmente sin lograr luego
tranquilizarse, el baño tampoco lograba ser una actividad placentera. A pesar de estar ambos padres
realizando sus propios análisis, la experiencia de la crianza los tenía confusos y deprimidos. El pediatra había
descartado cualquier perturbación de tipo orgánico y a partir de allí fue el analista del padre quien consideró
que algo debía ser revisado en el vínculo con este hijo. Allí se motoriza con urgencia la consulta con
BLEICHMAR.
En la primera entrevista con la pareja parental relatan el desconcierto y la imposibilidad de acertar acerca
de lo que el niño requería, pero no solo por parte de ellxs, sino también de la generación de los abuelos,
entre los cuales tampoco aparece alguno con empatía hacia el bebé. Por el contrario, giraban
representaciones en torno a este como el de un enemigo molesto, alguien a quien había que domar.
Suponiendo que había algo que imposibilitaba un buen encuentro entre la madre y su hijo, BLEICHMAR
propone para la misma tarde una entrevista madre-hijo explicándoles previamente el por qué el padre no
participaría: esto lo sustenta en la diferencia entre el parto real y el parto simbólico, de cómo la madre
necesitaba un espacio en el cual entender qué le pasaba con su hijo, y aclaró al padre que de algún modo
ella se haría cargo circunstancialmente en la entrevista del lugar que él ocupa en la realidad, en aras de
detectar qué era lo que estaba ocurriendo para luego poder hablarlo entre los tres.
A continuación, la madre expresa en ese momento la irritación que sentía ante su propia madre y su
suegra cuando intervenían en la relación con su hijo. A partir de su escucha analítica, BLEICHMAR entiende
que se está activando la misma vivencia en el inicio de esta consulta, y hacia allí dirige otro movimiento de
apertura y dice: “señalé que de hecho también yo me estaba entrometiendo”, allí la madre responde con
una sonrisa “sí, yo tenía miedo de venir, pero al menos le puedo decir lo que siento, creo que puedo aceptar
que usted participe”. Esto es claro ejemplo de una escucha analítica y benevolente que posibilitó la
instalación de la transferencia y del enigma necesario para motorizar el trabajo investigativo acerca de las
causas de la falla en la organización del psiquismo infantil, trabajo que implicó asimismo someter la
metapsicología a la prueba de la clínica, en la medida en que se presentaba un psiquismo que aún no había
constituido la tópica y el conflicto intersistémico, intersubjetivo y por ende esta emergencia psicopatológica
no aludía a un síntoma en sentido estricto.
El modelo freudiano del “Proyecto de psicología para neurólogos” devino el paradigma desde el cual la autora
cercó metapsicológicamente el objeto de estudio, o sea el descriptivo: los aspectos fundacionales
particulares de este psiquismo y las condiciones requeridas para el procesamiento de cantidades
pulsionales.
En este sentido, entendemos la neutralidad como los rehusamientos que serán luego el vector de la
abstinencia, abstinencia que es primeramente sexual porque aun cuando los gestos del analista propician el
activamiento de lo sexual en sentido amplio en la medida que se enmarca en una relación asimétrica, que
activa elementos propios de la simetría de los orígenes, no es en el marco de una seducción factual.
Entonces, en primer lugar, rehusamiento de la sexualidad, pero también rehusamiento del saber, en el
sentido de la implicación pedagógica de indicar en qué dirección el sujeto tendría que encaminar su
existencia, en el caso de la clínica con niñxs, por ejemplo, indicar a los padres cómo deben educar a sus
hijxs. Y finalmente, rehusamiento de poder, dado que la relación asimétrica que la transferencia inaugura,
introduce el vector del poder. El diagnóstico es también un instrumento que está atravesado por líneas de
poder, y allí donde el diagnóstico deviene una forma de reificación por parte del analista, puede
convertirse en una operatoria de poder que luego termina esterilizando las vías de desarrollo del análisis.
En FREUD, la cuestión diagnostica, indagada en las entrevistas preliminares, está al servicio de evaluar
las condiciones de analizabilidad del sujeto, es decir, de aplicación del método en función del objeto. Evalúa
si el paciente se va a beneficiar del análisis, con lo cual pone el acento en las condiciones de aplicabilidad
del método y en qué medida eso va a implicar un beneficio, porque hay sujetos que podrían no beneficiarse
de un análisis, aun siendo sujetos neuróticos, dependiendo de qué es aquello que pretenden alcanzar a
través del tratamiento. Dirá FREUD que esas entrevistas deben servir a los fines de la selección de
pacientes, y eso implica realizar un diagnóstico.
Ahora bien, en la cuestión de la selección de pacientes, se abre en otra dirección que es importante
recuperar, y que recoge AULAGNIER. Esta autora alude a que determinar la analizabilidad del paciente no
supone solamente establecer los criterios metapsicológicos de su funcionamiento psíquico para saber si
va a beneficiarse o no del análisis, sino que también requiere de un proceso de autodiagnóstico del
propio analista.
No puede haber iniciación del tratamiento si simultáneamente el analista no hace un análisis de sí mismo,
respecto a las condiciones para ofrecerse a la relación de intercambio transferencial con ese paciente en
particular. Esto es algo que muy pocas veces se trabaja, como si se tratara simplemente diagnosticar al
paciente y no hacer también un autoanálisis del propio analista respecto de si está en condiciones de
tomarlo, de indagar las condiciones materiales, subjetivas, ideológicas, históricas, éticas, etc. en las que el
analista se encuentra para investir esa relación transferencial que el paciente le propone.
En el capítulo 1 del libro “El aprendiz de historiador y el maestro brujo”, esta autora nos relata el marco de
los primeros encuentros llevados adelante en el trabajo con Phillippe, un paciente adultx con una
problemática psicótica. AULAGNIER no trabajó con niñxs, pero fue su experiencia clínica con sujetos
psicóticos la que la confrontó con la insuficiencia de la teoría y la llevó a la reformulación de la
metapsicología, arribando a un modelo teórico-clínico propio.
Si bien fue discípula de LACAN, su crítica relacionada con la formación de los analistas y las dinámicas de las
instituciones psicoanalíticas de ese momento, así como la concepción sobre la psicosis, la condujeron a
diferenciarse de ese posicionamiento político, teórico-clínico y ético.
AULAGNIER identificó una escisión entre la teoría y la práctica, que tornaba necesario revisar el modelo y
sus consecuencias. La cuestión no era encontrarle un elemento más a la técnica para acercarse al fenómeno
psicótico, sino plantearse que el modelo psíquico con el que se estaba pensando es ineficaz, aun cuando la
explicación que genera pudiera seguir siendo válida. Ella propone rearticular el entretejido conceptual para
generar nuevas herramientas.
La publicación del caso Phillippe narra la relación terapéutica desarrollada en dos tiempos y en dos lugares.
Los primeros tres meses fueron entrevistas realizadas en el servicio hospitalario en presencia de un grupo
de terapeutas, mientas que los últimos 7 meses transcurrieron en el consultorio particular. La fuerte
apuesta de la autora a la implementación del trabajo analítico en el marco de una institución era sostenida
solo si el analista podía ser capaz de respetar 3 condiciones:
1) evitar el etiquetamiento que anularía el carácter singular del sujeto;
2) dedicar un tiempo considerable a esa relación analítica;
3) no olvidar la repercusión de todo conflicto institucional sobre el vivenciar de los sujetos, reproduciendo
traumatismos previos del trayecto identificatorio de ese sujeto.
Esto implica maniobrar en la complejidad del trabajo interdisciplinario preservando el secreto
profesional. Resulta importante resaltar su preocupación por amarrar el aspecto metodológico a las
hipótesis teóricas, y desde ese eje rector orientar la escucha y formular las preguntas al sujeto y a sus
padres. Proyecto terapéutico que incluye construir con el resto del equipo asistencial una mejor
comprensión de la problemática del paciente, pero también con los padres para lograr dimensionar el real
sufrimiento psíquico del hijx. Dice ella “Allí donde solo veían la manifestación de una agresividad, de un
deseo de angustiarlos, de un rehusamiento a todo acuerdo; de igual modo, creo posible en otros casos
llevarlo sino a que al menos pongan en duda su convicción sobre el carácter orgánico, hereditario y por lo
tanto, eterno de la patología de su hijo o hija”. Objetivos que estarán condicionados por el tipo de
transferencia que el medio familiar establezca con el servicio asistencial.
En la exposición de este historial clínico, se advierte el valor que la autora otorga a la relación
transferencial privilegiada que supone ofrecerse como soporte de un investimiento que garantice al
interlocutor una libertad de palabra, que solo es posible si uno está libertado de todo rol de poder, de
decisión frente al resto del equipo asistencial y de la administración.
Asimismo, aclara que interpretar conlleva traer a la luz ciertos fantasmas, deseos inconscientes que uno no
tiene derecho a exponer delante de otrxs. Dice AULAGNIER “el respeto por la vida psíquica es lo menos que
se nos puede exigir”, por este motivo, se abstiene de toda actividad interpretativa en las primeras
entrevistas en un marco institucional delante de otrxs profesionales. Limitación que no elide, sin embargo,
la importancia de esos primeros encuentros a los fines de proponer una escucha que prueba al sujeto que
su discurso merece ser oído y que su sentido no puede ser compartido, sino porque permanece oculto para
sus interlocutores.
El eje del diagnóstico es parte de los elementos que exploramos en el marco de los primeros encuentros,
para diseñar luego los movimientos de apertura dentro del campo de la clínica con niñxs y adolescentes.
En el contexto actual de una creciente tendencia a la biologización y medicalización del sufrimiento
subjetivo como respuesta principal del sistema de salud, resulta central poner en debate los modos de
definir los diagnósticos, problematizar por un lado, aquellas corrientes teóricas que subsumen los
diagnósticos a estructuras psicopatológicas homogéneas, ahistóricas, definidas por la operancia de un solo
mecanismo, que parecieran excluirse de un modo absoluto unas de otras, acarreando ciertos obstáculos
inclusive epistemológicos.
Por el contrario, la clínica nos ofrece presentaciones que exceden esta pretensión taxonómica del
estructuralismo, de armar entidades tan claras y distintas, reduciendo todas las variables particulares del
funcionamiento psíquico de un sujeto determinado en un universal que no los contiene necesariamente.
Pero, por otro lado, proponemos problematizar, cuestionar, los diagnósticos que se realizan a partir de la
importación de categorías de la psiquiatría. ADD, TGD, TEA, etc. modalidades que parecen estar más al
servicio de calmar la angustia de los analistas ante la movilización que supone el encuentro con el
padecimiento psíquico de otrx ser humano.
En esta dirección podemos encontrar desarrollos de BLEICHMAR en los que propone en el dispositivo de
las entrevistas preliminares, pasar del motivo de consulta a la construcción de la razón de análisis.
Para esta autora, definir la razón de análisis supone reposicionar el “motivo de consulta” en el marco de
las determinaciones que lo constituyen, lo cual implica la construcción a partir de la metapsicología de un
modelo lo más cercano a la realidad del objeto que abordamos, para proponer a partir de esto el método a
seguir y las formas que asumiera la prescripción analítica.
Indudablemente, el contrato, los aspectos formales, tendrán que estar atravesados por esta “razón de
análisis”, determinados por los requerimientos que el proceso determine, haciendo hincapié en que los
elementos contractuales no definen la instauración de la situación analítica, sino que fijan simplemente
sus normas.
La constitución de la razón de análisis es un trabajo compartido, no es algo que el sujeto trae: el sujeto
trae una consulta, trae un sufrimiento, porta una serie de malestares que lo aquejan, pero las entrevistas
preliminares tienen por función el construir una “razón de análisis”, que eso sea ocasión para la instalación
de un enigma que motorice al trabajo investigativo que el análisis implica, y esto no puede hacerse si no es
gracias a la intervención del analista y la instalación de ese enigma es indisociable de la instalación de algo
del orden de la transferencia.
Esta concepción del objeto de nuestra indagación exige que en el proceso diagnóstico se rastree el nivel
de organización del aparato psíquico al momento de la consulta, o sea, la dominancia estructural, pero
también los modos en que esta se ha constituido, tanto en relación a la ubicación del paciente en la tópica
intersubjetiva (o sea, las condiciones edípicas de partida), como en relación a los determinantes histórico-
traumáticos que llevaron a ese modo de organización y a sus contenidos particulares, tratando a su vez de
anticipar qué posibilidades de mutación puede tener a futuro ese psiquismo, sea por la puesta en marcha
de procesos de neogénesis, sostenidos en un buen trabajo analítico, o sea, por los riesgos de
desorganización que puede sufrir.
Es en este sentido que resulta fecunda la propuesta fecunda de BLEICHMAR de “hacer biopsia”, la misma
implica una mirada diagnóstica compleja, una mirada que dé cuenta no solo de modalidades estructurales
y dominancias, sino también de corrientes de la vida psíquica, tal vez marginales, pero no por ello menos
eficaces o sufrientes. “Hacer biopsia” implica realizar un corte en la estructura, delimitar un fenómeno y
darle el estatuto especifico que tiene.
En síntesis:
INICIACIÓN DE UNA EXPERIENCIA ACOGIDA BENEVOLENTE DEL ANALISTA,
POSIBILIDAD DE INSTALACIÓN DE LA TRANSFERENCIA,
POSIBILIDAD DE CONSTRUCCIÓN DE LA DEMANDA (como construcción de la “razón de análisis”).
Los modos de instalación del dispositivo analítico, también en el campo de la clínica con niñxs, suponen ya
un modo de definir los fenómenos clínicos en sus determinaciones. Esto implica un recorte que está
impregnado de la concepción del psiquismo que posee cada modelo teórico-clínico.
Si bien todos los psicoanalistas han coincidido en el valor crucial de la asociación libre, la transferencia, la
interpretación y el juego en su especificidad en el campo del psicoanálisis con niñxs, se han planteado
divergencias entre los autores en cuanto a los alcances y modalidades de operar en los inicios y también en
el sostenimiento de esta práctica.
¿Qué es lo que permite instalar una práctica psicoanalítica con niñxs? ¿Cuáles son los prerrequisitos que la
posibilitan? ¿A partir de que se define cual es el momento de la instrumentación de una cura analítica con
niñxs?, sabiendo que el análisis se rige por ciertos principios que no están dados desde siempre ¿Qué hay
que determinar para saber si es posible la aplicación?, y si no lo es ¿De qué manera hay que crear las
condiciones o bajo que premisas se puede producir una transformación del sufrimiento existente en algo de
otro orden?
Todos interrogantes que intentan ser definidos desde el marco conceptual particular de cada psicoanalista
que se ha abocado al trabajo clínico con niñxs y adolescentes.
Asimismo, es sabido que las teorías psicoanalíticas han transitado por múltiples oscilaciones respecto a las
determinaciones parentales y su incidencia en la constitución psíquica, sin embargo, cuando se trata de
patologías graves, la mayoría de los analistas buscan en sus modos de aproximación clínica explicaciones
que permitan poner en correlación las perturbaciones severas del funcionamiento psíquico con los modos
mediante los cuales las figuras originarias han ejercido sus funciones. Por este motivo, la clínica con niñxs
es impensable sin el trabajo con los adultxs a cargo de la crianza de esos niñxs.
ABERASTURY fue la pionera del movimiento psicoanalítico argentino, tuvo un rol central en la apertura del
campo del psicoanálisis de niñxs en nuestro país y en la formación de muchos analistas. Mantuvo una
correspondencia durante más de 10 años con KLEIN; sin embargo, su adhesión al pensamiento kleiniano no
le impidió tener una actitud integradora con la obra de ANNA, y de este modo, llegara a generar sus
propios principios técnicos, sistematizados en su famoso libro “Teoría y técnica del psicoanálisis de niñxs”.
En el capítulo 5, la autora describe sus líneas rectoras en el desarrollo de las primeras entrevistas.
EL PRIMER ENCUENTRO LO PROPONE CON LOS PADRES, SIN EL HIJO POR EL QUE SE CONSULTA, PERO QUE
SÍ DEBE ESTAR INFORMADO DEL MISMO.
Se propone allí evitar caer en un interrogatorio que haga sentir a los padres enjuiciados, sino por el
contrario intenta aliviarles la angustia y la culpa que les despierta la problemática del hijo.
Propone una entrevista dirigida para evitar que el discurso de los padres se derive a temáticas alejadas del
problema del hijo y de su relación con él. Se avoca a indagar acerca del motivo de consulta, de la historia del
niñx, de cómo se desarrolla un día de su vida diaria, un domingo o feriado y el día de su cumpleaños; y
como es la relación de los padres entre ellxs, con sus hijos y con el medio familiar inmediato.
Con la ilustración de varias consultas, da cuenta del sentido de la indagación de estos elementos. Esta
autora se preocupa por diferenciar el psicoanálisis infantil de la psicoterapia, resaltando que es necesario
un entrenamiento de largos años para comprender el lenguaje no verbal del niñx, juego, dibujos,
expresiones corporales, algunas expresiones verbales. Para ello se inspira en FREUD, en KLEIN, en ERIKSON,
entre otras referencias.
Para esta autora, lo único que puede hacer consciente lo inconsciente es la palabra, y este es el objetivo
que perseguimos con la interpretación. Mediante el psicoanálisis se propone un cambio estructural y
dinámico del psiquismo del niño, y no solo la desaparición de los síntomas. Las aplicaciones del
psicoanálisis infantil en las que tanto insiste, son los grupos que ella había creado, grupos de orientación de
los padres, grupos de pediatras, grupos de dentistas para niñxs y de psicoanalistas infantiles.
WINNICOTT ocupa un importante y original lugar en la Escuela Inglesa de psicoanálisis, ha sido definido por
algunos historiadores como un solitario, formando parte del grupo de los independientes en el seno de la
sociedad británica. No buscó el poder, no creó ninguna escuela, no se consideró a sí mismo como un maestro
del pensamiento, su obra es abierta, no dogmática, centrada en un replanteamiento continuo, tanto en el
plano clínico como conceptual de la práctica cotidiana del análisis.
WINNICOTT trabajó con niñxs hasta el final de su vida, logrando una gran capacidad de observación y de
empatía con ellxs. Su obra es inmensa y su hilo conductor ha sido la investigación del recorrido del ser
humano: desde la dependencia extrema a la adquisición de la autonomía. No se sitúa en una perspectiva
genética, sino en el estudio pormenorizado de las interrelaciones entre las vivencias de la madre y las de su
hijx, tales como pueden observarse directamente, pero sobre todo tal y como puede desplegarse en la cura.
Sólo por mencionar algunos títulos centrales de su modelo podemos citar: “La preocupación maternal
primaria”, “El rol de espejo de la madre y de la familia en el desarrollo del niño”, “La capacidad de estar
solo”, “El miedo al derrumbe”, “Objeto transicional y fenómenos transicional”, “La utilización del objeto”,
“Aspectos metapsicológicos y clínicos de la regresión en la situación analítica”.
Una gran obra que le ha valido también la definición como teórico de lo lúdico, por su aporte centrado en la
constitución de “LO TRANSICIONAL”: es decir, de los espacios en los cuales se genera la relación del niñx
al semejante, y por los cuales transitan los objetos que circulan entre ambos.
Al cercar un orden de realidad que da todo su peso al terreno de la producción de sentido en la
constitución del entorno humano, otorgó un lugar al juego que constituye un modelo importante respecto
al lugar de la ilusión en el proceso de constitución de la realidad.
En el texto “El valor de la consulta terapéutica” se pueden apreciar muchas de estas cualidades en el
ejercicio de su práctica clínica. Atravesado por la distinción entre psicoanálisis y psicoterapia vigente en esa
época, partía de la idea de que la implementación del psicoanálisis con su extensión e intensa frecuencia de
sesiones semanales -4 o 5-, no era pertinente para todas las consultas que se recibían, de ahí el valor que le
otorgaba el desarrollo de unas pocas entrevistas psicoterapéuticas, con el fin de producir un rápido cambio
sintomático.
WINNICOTT hace alusión a varios aspectos importantes a tener en cuenta en el marco de estos primeros
encuentros. Por ejemplo, contemplar la representación que el niñx se forjó, previo al encuentro, de la persona
del analista y del espacio del encuentro. Lo citamos: “El paciente trae a la situación una cierta creencia, o la
capacidad para creer en una persona que lo ayude y comprenda, también trae cierta desconfianza, el
terapeuta aprovecha todo eso que trae el paciente y actúa hasta el límite de las posibilidades que ofrece”.
La posición no dogmática de este autor es lo que le permite dar cuenta de la importancia que tiene la
comprensión en la que pueda arribar el psicoanalista acerca del sufrimiento del sujeto y de las limitaciones
de saber que refleja toda interpretación.
El respeto por la exploración de cada caso en su singularidad, le da la libertad de evaluar a quién hay que
entrevistar en primer lugar, si a los padres o al niñx, en función de los grados de enfermedad de cada unx.
Del mismo modo, no regirse por una técnica predeterminada, sino diseñar los movimientos de apertura
más adecuados en función de atender la necesidad de cada paciente en particular.
En este sentido, una primera entrevista es planteada como una entrevista diagnóstica y terapéutica al
mismo tiempo, aproximando la observación de las posibilidades transferenciales del paciente, pero sin
dejar de considerar el posicionamiento, la escucha y las intervenciones del analista incidiendo en los
alcances de ese encuentro, inclusive ofreciendo interpretaciones, siempre y cuando haya producido el
material requerido, posibilitando al paciente experimentar la vivencia de ser comprendido. Dice
WINNICOTT: “el principio fundamental es brindar un encuadre humano y que el terapeuta no deforme el
curso de los acontecimientos haciendo o no haciendo cosas llevado por la angustia o la culpa o por su
necesidad de tener éxito”.
Como lo ha narrado ROUDINESCO, Francia ha sido uno de los pocos países donde el kleinismo no hizo
escuela, sino que influyeron dos fuertes tradiciones: la vinculada con la psiquiatría hospitalaria y la
Sociedad Psicoanalítica de Paris; y la que se forjó a partir de la herencia de grandes pioneras como
SOKOLNIKA y MORGENSTEIN (representada por DOLTÓ y MANNONI, entre otras, quienes estarían ligadas a
LACAN y a la Escuela Freudiana de Paris).
Contando ya con el movimiento revolucionario producido por el estructuralismo, surgen los aportes de
MANNONI, cuya obra giro alrededor de los niñxs y adolescentes psicóticos y autistas, llegando a fundar en
1969 la Escuela Experimental de Bonneuil-sur-Marne, que dirigió hasta su muerte. Con el fuerte objetivo
de reintegrar a los niñxs psicóticos a la sociedad, entre sus numerosos libros publicados está “La primera
entrevista con el psicoanalista”, donde explica que el psicoanálisis no debe pararse en los síntomas, y
desde allí afirma que el psicoanálisis de niñxs es psicoanálisis.
Según MANNONI, la adaptación de la técnica a la situación particular que representa el aproximarse a un
niñx, no altera el campo sobre el cual opera el analista: ese campo es el del lenguaje (incluso cuando el
niñx no habla). El niñx se halla incluido en una trama discursiva que abarca los padres, al niñx y al analista, se
trata de un discurso colectivo, constituido alrededor del síntoma que el niñx presenta.
El niñx se sitúa como soporte de la problemática que subyace a la pareja parental, en la medida en que el
síntoma del niñx daría cuenta de aquello que no marcha en el ambiente en el que se encuentra inmerso,
daría cuenta de algo de lo no dicho. De esta manera, la enfermedad del niñx revela un drama familiar,
fundamento por el cual desde esta perspectiva el psicoanálisis de niñxs involucra el establecimiento de
TRANSFERENCIAS MÚLTIPLES que involucran al niñx, a los padres y al analista.
Lo central no es cuestionar las posibilidades en el niñx de instalación de la transferencia, sino que lo
fundamental resulta en la conducción de la cura: si el niñx podrá asumir su propia historia diferenciándose
por ende de la trama de engaños sostenida por la pareja parental.
Podemos observar desde esta concepción cómo lleva adelante la exploración y las hipótesis esta autora en
el marco de los primeros encuentros. Con solo detenernos en la primera viñeta del libro “La primera
entrevista con el psicoanalista” podemos ver la consulta por un niño de 11 años con problemas en el
aprendizaje, especialmente de las matemáticas, del cual también se refiere que ha tenido dificultades en el
lenguaje. A partir de la frase inicial, expresada por la madre: “Tengo un hermano ingeniero y un hijo como
este”. MANNONI se dedica a trabajar los detalles de la historia de la madre, su orfandad de padre desde los
14 años, la debilidad y el sometimiento de una madre fálica, la sombra de este abuelo sobre la pareja que
ella constituye con un hombre débil y tímido. El niño ha tenido trastornos del lenguaje desde que empezó
a hablar, tiene una relación simbiótica con su madre, toda agresividad le está prohibida, el ideal paterno
propuesto por la madre al hijo es el tío materno, la imagen del padre aparece en segundo plano, no cuenta.
¿De qué se trata en realidad? Dirá la autora: de una insatisfacción de la madre como hija. A esta madre
depresiva, a quien nunca logra satisfacer, intenta ocuparla, al menos mediante sus fracasos y su
conducta fóbica, la que aparece aquí más como la expresión del deseo materno, que como una enfermedad
propia del niño.
El texto gira alrededor de la posición del niño en relación con el deseo materno, gran aporte de este
enfoque que tiene que ver con que se propone un salto entre el motivo de consulta y el material clínico
expuesto, tan legitimo en tanto se busca una respuesta psicoanalítica, y no solamente una respuesta
estrictamente sintomática. Sin embargo, no podemos llegar a comprender en qué consistieron los
trastornos del lenguaje mencionados. ¿Qué características tuvo la escolaridad hasta el momento de la
consulta? ¿Cómo son sus relaciones con los otrxs niñxs? ¿Cómo se coloca en este momento de su vida
frente al desarrollo puberal?
Acá se abre el problema de la especificidad sintomática, porque una insatisfacción de la madre como hija
podría producir en otro caso una fobia grave, una sintomatología obsesiva, un cuadro de agresividad, etc.
Dice MANNONI, “En lo inmediato, queda al menos la posibilidad de verbalizar al niño ante los padres su
situación y la significación de sus fracasos escolares”. En una nota a pie de página, da cuenta del tipo de
intervención propuesta: le explicó al niño que sus fracasos no se deben a una deficiencia intelectual, sino
que adquieren sentido en relación con la forma en que creció, protegido contra todo lo vivo por una madre
huérfana de padre desde pequeña, y le dice al niño: “Si mamá hubiese tenido un papá, tendría menos miedo
de que su marido se convirtiese en un papá demasiado enojado, la cólera de papá te habría ayudado a
convertirte en hombre, en lugar de seguir siendo el bebé que siente los miedos de mamá”.
En el texto “El niño, su enfermedad y los otros”, aparece la matriz teórica de MANNONI, que refleja su
comprensión de la patología infantil: todo girando en torno a la concepción del inconsciente como el
discurso del Otro.
Apoyada en la teorización lacaniana, permitió poner en correlación el deseo materno con la patología
infantil, y de este modo se han abierto nuevas posibilidades de comprensión, posibilitando el emplazamiento
del sujeto en una línea intersubjetiva con sus determinaciones, pero al mismo tiempo, ha tenido la
limitación de anular el concepto de inconsciente como un sistema intrapsíquico y, con ello, no pudiendo
explicar la especificidad del conflicto psíquico, es decir, la forma de resolución que encuentra en el marco
de la economía libidinal intrapsíquica.
¿Es correcto que el psicoanalista en una primera entrevista le dé a un paciente una explicación totalizadora
que funcione como una racionalización? Si el síntoma tiene como sentido principal satisfacer a una madre
depresiva, ¿No se considera de esta manera una intencionalidad sintomática que se constituiría como
beneficio secundario centralmente antes que como resolución en el marco de la economía libidinal
intrapsíquica? Abramos la siguiente pregunta: ¿Cuál es la especificidad del conflicto que pone en marcha el
síntoma? Es decir, ¿Por dónde debemos explorar para encontrar el rumbo que nos permite entender el
motivo de consulta?
En el libro “En los orígenes del sujeto psíquico” BLEICHMAR desarrolla un modelo a partir del cual ordena la
cuestión diagnóstica, es decir, la diferenciación psicopatológica, y a partir de allí propone la estrategia de la
cura. Allí releva tres elementos, tres ejes sobre los cuales ella orienta la exploración en el marco de los
primeros encuentros:
EL MODELO DEL APARATO PSÍQUICO Y SU CONSTITUCIÓN.
LA UBICACIÓN DEL PACIENTE EN LA TÓPICA INTERSUBJETIVA.
LAS DETERMINACIONES DE LA HISTORIA EN SU CARÁCTER SIGNIFICANTE (tomando las correlaciones
entre el movimiento sintomático y el trauma).
Vamos a empezar a profundizar en cada uno de estos ejes, para ver qué supone este planteo.
En resumen, para esta autora, el objetivo de esta entrevista de binomio no se reduce a la exploración del
deseo de la madre (que por supuesto está presente), sino:
al modo con el cual se van produciendo los intercambios libidinales entre el adultx y el hijx,
las formas con las cuales se van instalando las dominancias libidinales en la subjetividad del niñx,
los destinos que van orientando la vida pulsional,
las resignificaciones en las articulaciones edípicas,
y el modo con el cual se establecen los procesos de ligazón o de fallas en las ligazones primarias que
sostienen el entramado sobre el cual se constituirá la tópica.
[TRANSFERENCIA]
A partir de la unidad temática que aborda la noción de transferencia, se desprenden los siguientes
contenidos temáticos:
Transferencia.
Amor de transferencia. Resistencia.
Ilusión transferencial.
Riesgos de exceso e ilusión mortífera.
Regresión.
Contratransferencia.
De esta manera, se expresa AULAGNIER en “El aprendiz de historiador y el maestro brujo”, haciendo
referencia a la situación de encuentro que comporta la situación analítica: “Intercambio de conocimientos,
intercambio de afectos, es este doble movimiento el que está en la base y es el soporte de la relación
analítica, porque está en la base y es el soporte de la relación transferencial”.
La noción de TRANSFERENCIA es un concepto que, en el marco de los primeros encuentros con el
psiquismo en constitución, está al interior de los movimientos de apertura, junto a las entrevistas con
padres y al juego.
AULAGNIER ENTIENDE A LA SITUACIÓN ANALÍTICA COMO UNA SITUACIÓN DE ENCUENTRO, organizada a
partir del intercambio de sentido y afecto, en tanto soporte de la relación analítica (dado que es soporte
de la relación transferencial). A fin de situarnos en el marco de los primeros encuentros, la autora
introduce dos coordenadas organizadoras:
EJE DE LA TEMPORALIDAD: estableciendo como “contado” el tiempo de las entrevistas preliminares (tiempo
contado que remite a la indicación de análisis), a la necesidad de realización de un autodiagnóstico (que
supone evaluar la posibilidad de ofrecerse como soporte de la futura relación transferencial), a la elección
de los movimientos de apertura (elección altamente singular en función de lo que el analista ha podido
escuchar, prever, anticipar en el marco de las entrevistas preliminares, respecto de la relación transferencial
futura). Hablamos de una anticipación de la futura relación transferencial que, en su anudamiento con el eje
de la temporalidad, contempla el riesgo de que nuestra negativa a ser soporte de la relación transferencial
vaya en contra de la economía psíquica del sujeto, provocando la repetición de un rechazo que remite a la
historia de origen.
EJE DE LA ANALIZABILIDAD: noción que no se reduce a un cuadro nosográfico, sino que contempla la noción
de diagnóstico al tiempo que la excede, en la medida que involucra los posibles de la teoría, en articulación
a los posibles del funcionamiento psíquico en su singularidad y por ende en transferencia.
De este modo, AULAGNIER plantea, en el capítulo 7 de “El sentido perdido” que: “En el registro de la
neurosis, la prosecución de la experiencia presupone por parte de los dos sujetos en presencia, la
aceptación de un pacto por el cual uno de ellos acepta hablar su sufrimiento, su placer, sus sueños, su
cuerpo, su mundo, y el otro se compromete a asegurar la presencia de su escucha para toda palabra
pronunciada”. Agregando más adelante que: “El ‘decir todo’ de la regla fundamental cobra un sentido
especifico cuando se reflexiona sobre lo que va a significar para el Yo, la demanda que se le dirige, la puesta
en palabras de pensamientos, de los que es al mismo tiempo agente y referente, incluidos y quizás sobre
todo, esos pensamientos que como ciertos fantasmas, pretendan ser y se presentaban no comunicables”.
La experiencia analítica supone la diferencia de lugares y presupuestos, el querer poder hablar sus
pensamientos y el supuesto saber sobre sus pensamientos, sostenidos en un pacto, que tal como expresa la
autora, ninguno de los dos partenaires del encuentro cumplirá totalmente.
Ahora bien, en articulación a ello, AULAGNIER expresa: “¿Cómo el ‘decir todo’ de la regla fundamental
deviene en una acción peligrosa para el Yo? En tanto comporta la privación de elección, un conflicto del Yo
entre pensamientos”. De esta manera, remite entonces a un tiempo central de la organización psíquica que
supone la constitución de la autonomía de pensamiento, autonomía no garantizada desde los orígenes, y
conceptualizada como conquista del Yo por parte de la autora.
La autonomía de pensamiento nos conduce a dar cuenta de aquellas nociones conceptuales que nos
posibilitan ser, tal como expresa AULAGNIER, “La entrada del Yo en la escena psíquica”, así como las
coordenadas que introduce a fin de teorizar en torno a la noción de transferencia.
Como consecuencia de lo planteado, AULAGNIER delimita en el marco del encuentro analítico la existencia
de un otrx, a quien se supone “saberlo todo” sobre las significaciones ignoradas de los pensamientos y
deseos que se le expresan. “Saber todo” que disolvería el conflicto, así como el sufrimiento resultante,
ilusión transferencial necesaria para el desarrollo de la experiencia.
La ilusión transferencial en ocasiones puede derivar en una consecuencia paradójica que invertirá el fin al
que el proceso apuntaba: en este caso, la transferencia se pondrá al servicio de un deseo de muerte del
Yo por el Yo, que se realizará a través del “deseo de no desear pensar más”, de la tentativa de imponer
silencio a esa forma de actividad psíquica constitutiva del Yo.
De esta manera, la autora introduce la noción de ILUSIÓN TRANSFERENCIAL, que expresa como delegación
de un derecho de decisión que solo es la forma apenas disfrazada del deseo de dejar a ese mismo otrx la
responsabilidad de pensar en nuestro lugar, y de expresar en nuestro nombre los enunciados
supuestamente conformes con nuestro deseo.
Este “deseo de no tener que pensar más” para no ser ya sino el receptáculo de un “ya pensado por el otrx”
es la manifestación por medio de la cual se expresa un deseo de muerte, nos encontramos con el
emplazamiento entonces, de la ilusión mortífera.
Deseo de vida y deseo de muerte están presentes de entrada, los dos harán irrupción en la relación
transferencial y tratarán de someterla a sus fines. Se comprende entonces que la ilusión de haber
encontrado a un sujeto supuesto saber, a un sujeto que posee la totalidad de lo pensable, puede ponerse al
servicio de un deseo de no tener que pensar más para delegar en ese otrx este poder y este derecho. En
articulación a ello, se presenta el RIESGO DE EXCESO, por parte del analista, en tanto posibilidad de
confirmar al analizado la legitimidad de esa ilusión.
LA TRANSFERENCIA SOLO PUEDE DESEMPEÑAR SU PAPEL DE ALIADA DEL PROYECTO ANALÍTICO SI PARA
LOS DOS SUJETOS EL PENSAR LA EXPERIENCIA QUE SE DESENVUELVE SE PRESENTA COMO FUENTE
POSIBLE DE NUEVOS PENSAMIENTOS, ELLOS MISMOS FUENTE DE UN PLACER COMPARTIDO.
Esto nos conduce a introducir y definir dos nociones a seguir trabajando, en tanto devienen en referencia
obligada al interior del modelo teórico-clínico de la autora: los conceptos de VIOLENCIA PRIMARIA y de
VIOLENCIA SECUNDARIA, que muestran el interjuego permanente a la hora de teorizar sobre los primeros
tiempos de organización de la vida psíquica, así como a la hora de delimitar la especificidad del dispositivo
en el marco del encuentro clínico.
Define como VIOLENCIA PRIMARIA a la acción psíquica por medio de la cual se impone en la psique de otro
una elección, un pensamiento, una acción motivada por el deseo de aquel que lo impone pero que se apoyan
en un objeto que responde para el otro la categoría de lo necesario. Violencia primaria, absoluta y
necesaria, que se diferencia de la VIOLENCIA SECUNDARIA que se ejerce sobre el Yo al que la violencia
primaria dio origen, sostenida en el anhelo de que nada cambie, en el deseo de poder ser y seguir siendo
para otrx ese dispensador de todos los bienes al que el mismo debió renunciar.
Se hace necesario situar algunos de los ejes introducidos por FREUD, que dan cuenta de sus desarrollos
respecto del lugar de la transferencia en un tratamiento analítico, y de sus planteos en torno al trabajo
clínico con niñxs. Emplazar la trama teórico-clínica sostenida por FREUD cobra relevancia a partir del
trabajo de interrogación conceptual necesario ante la particularidad que supone la clínica con niñxs y
adolescentes, en tanto clínica diferenciada del adultx.
Es en “Escritos sobre la histeria” donde por primera vez se encuentra la noción de transferencia, siendo
en tal ocasión planteada en términos de falso enlace. Allí, FREUD sostiene que se dirige hacia la persona
del médico cierto monto de afecto que se ha despertado y que se vincula a un deseo prohibido, por tanto,
la transferencia implica allí el desplazamiento del monto de afecto de una represión a otra.
En relación a ello, sitúa el lugar de la resistencia, aclarando que la forma de proseguir con la tarea
analítica es arreglándoselas con esa resistencia, y agrega: “Ahora bien, uno halla el camino apropiado si se
arma el designo de tratar este síntoma neoproducido según un modelo antiguo, lo mismo que a un síntoma
antiguo, la primera tarea es volver conciente al enfermo de ese obstáculo”.
Tal concepción continua su desarrollo en “Fragmento de análisis de un caso de histeria” a partir de delimitar
lo que menciona como “transferencias”, expresando que se tratará de la reedición de mociones y fantasías
que, en el devenir del tratamiento analítico, al despertarse, produciría la sustitución de una persona por
la persona del médico, subrayando al respecto: “Para decirlo de otro modo, toda una serie de vivencias
psíquicas anteriores, no es revivida como objeto pasado, sino como vinculo actual con la persona del médico,
en dicho artículo, sostiene que la transferencia es un recurso necesario que no es creado por la cura sino que
esta ultima la devela. De tal modo, la transferencia se emplaza como un obstáculo en tanto se actúan
ciertos fragmentos de la fantasía, al tiempo que se instaura como el recurso que en la medida que puedan
ser traducido al enfermo, posibilita el avance de la cura”.
En “Sobre dinámica de la transferencia”, retoma desarrollos presentes ya en el Caso Dora y realiza una
serie de puntuaciones, con el fin de establecer el lugar que ocupa la transferencia en el devenir de un
tratamiento analítico. Allí, sostiene que todo ser humano a partir de la articulación dada entre las
disposiciones innatas con el vivenciar infantil produce un “clisé” que con regularidad se repetirá lo largo
de la vida. En el marco de un tratamiento analítico, en función de dicho clisé preexistente, la investidura
libidinal podrá dirigirse hacia el médico, insertando entonces al médico en las series psíquicas.
En dicho recorrido, FREUD diferencia: una transferencia positiva, que remite a los sentimientos tiernos
y situada como motor del análisis en tanto posibilita el despliegue de la asociación libre; de una
transferencia negativa que conduce al lugar de los sentimientos hostiles y en la puesta en juego de
mociones eróticas.
Se introduce el eje que supone la transferencia en tanto resistencia; en la medida que la asociación libre
se detiene, la transferencia se presenta entonces como el arma más poderosa de la resistencia. FREUD
plantea en 1917 que, así como la transferencia se delimita como un instrumento fundamental para el
tratamiento analítico, puede devenir en resistencia, expresando allí cómo la resistencia, en tanto
contrainvestidura, no pertenece a la esfera del inconsciente sino del Yo.
Tal concepción es revisada y sostenida en “Esquema del psicoanálisis” donde dice: “Sucede que esta
tendencia defensiva en modo alguno armoniza con los propósitos de nuestro tratamiento (…) registramos la
intensidad de estas contrainvestiduras como unas resistencias a nuestro trabajo”. La tarea consiste en
facilitar que el obstáculo devenga en ganancia para la cura.
Es en “Puntualizaciones sobre el amor de transferencia” que trabaja sobre la resistencia en su vínculo con la
demanda de amor. Dice que el enamoramiento es impuesto por la situación analítica; así, expresa que la
resistencia, a sus fines, toma y se sirve de la situación de enamoramiento que ya gozaba de existencia. De
tal modo, plantea que la resistencia se vale del enamoramiento a fin de generar un límite a la cura. Ahora
bien, el autor sostiene que el amor de transferencia debe ser conducido en el desarrollo del tratamiento
hacia su vínculo con lo inconsciente, hacia sus raíces infantiles.
En el artículo “Psicoanálisis” de 1926, subraya las conceptualizaciones realizadas, así expresa: “Se
denomina transferencia a la llamativa peculiaridad de los neuróticos de desarrollar hacia su médico
vínculos afectivos de naturaleza tanto tierna como hostil, vínculos que no se fundan en la situación real,
sino que provienen del vínculo con los progenitores”.
En “Recordar, repetir, reelaborar” retoma y presenta la transferencia en tanto resistencia, en la medida que
introduce la vía de la repetición en transferencia, diferenciada del eje del recuerdo. Aquello que no puede
ser relatado, ingresa en acto en el lazo con el analista, aquí sitúa: “La transferencia es solo una pieza de
repetición y la repetición es la transferencia del pasado olvidado, pero no solo sobre el médico, también
sobre todos los otros ámbitos de la situación presente”. De tal manera, se consigue otorgar a los síntomas
un nuevo significado a partir de abandonar su significado originario, en tanto se sustituye su neurosis por
una neurosis de transferencia, es decir, en la medida en que los síntomas de la enfermedad son sustituidos
por una neurosis artificial, que por ende es pasible de intervención terapéutica.
FREUD plantea que es de central interés esclarecer la relación establecida entre la compulsión de
repetición con la transferencia y la resistencia, de tal forma, expresa que el paciente en lugar de recordar,
repite, y que tal repetición de todos sus síntomas se produce bajo las coordenadas de la resistencia,
señalando allí la aparición del posible empeoramiento durante la cura. El trabajo terapéutico residirá por
tanto en el dominio de la compulsión de repetición vía el manejo de la transferencia.
Aquí se hace importante introducir un aspecto que cuenta con un marco de desarrollo reducido en su obra,
ligado a la técnica que fuera trabajado por FREUD en el artículo “Las perspectivas futuras de la terapia
psicoanalítica” de 1910. Allí, el autor señala: “otras innovaciones de la técnica atañen a la persona del
propio médico, nos hemos vistos llevados a prestar atención a la contratransferencia que se instala en el
médico por el influjo que el paciente ejerce sobre su sentir inconsciente y no estamos lejos de exigirle que la
discierna dentro de sí y la domine, cada psicoanalista llega hasta donde se lo permiten sus propios
complejos y resistencias interiores”. Al respecto y mostrando el lugar del intercambio en la construcción de
las nociones teóricas, se sitúan al interior de la clínica FERENCZI, quien dice que, durante el desarrollo de un
tratamiento, el analista se topa con importantes resistencias que no son las del paciente, sino las propias.
Ante esto, ambos sostendrán la importancia del análisis del analista.
Es en 1920 en “Más allá del principio de placer” en donde establece la sustitución de una neurosis por una
neurosis de transferencia, donde se produce un fragmento de la vida sexual infantil en el terreno de la
transferencia, compulsión de repetición que se presentifica en el curso del tratamiento analítico y que se
instaura más allá del principio de placer. De este modo, expresa: “lo que la compulsión de repetición hace
revivenciar, no puede menos que provocar displacer al Yo, puesto que saca a la luz operaciones de mociones
pulsionales reprimidas, esta clase de displacer no contradice el principio de placer, es displacer para un
sistema y al mismo tiempo, satisfacción para el otro”.
En la “Conferencia 34” de 1932 FREUD sitúa las aplicaciones del psicoanálisis como vía de corroboración de
las hipótesis elaboradas. En dicho marco, ubica la aplicación del psicoanálisis a la pedagogía, cuestionando
allí los temores que establecían el carácter negativo de una intervención analítica temprana. Destacando la
importancia de modificar la técnica, en tanto el niñx se constituye como un objeto diverso del adultx, idea
que es sostenida a partir de concebir al niñx como un ser inacabado y endeble, que aún no posee un
Superyó, que no se somete al método de la asociación libre. Ubica así ciertas particularidades en el
terreno transferencial, en la medida en que la pareja parental (en tanto objetos reales) siguen presentes,
erigiéndose fundamentalmente los padres como portadores de la resistencia, instaurando entonces su
lugar en el espacio analítico. Se objetiva así la influencia de los desarrollos analíticos en el espacio
terapéutico con niñxs de ANNA.
Desde el recorte planteado, se delimita un eje conceptual que será retomado por los autores desde la
especificidad que supone la incursión en el trabajo clínico con niñxs y adolescentes, estableciéndose de tal
modo continuidades y rupturas que parten de los fundamentos conceptuales y que hacen a la constitución
de la particularidad del campo. El ámbito disciplinar introduce la pregunta sobre el contexto y las condiciones
que posibilitan el intercambio de las diversas aéreas específicas de conocimiento, de manera tal que
permitan que no se pierda la carga conceptual de las diversas nociones y por ende su especificidad de origen,
lo que posibilita responder a la particularidad del objeto niñx.
Desde los encuentros, los intercambios, y desde las marcas diferenciales propia de cada saber especifico,
¿es válida la extensión de manera idéntica de nociones conceptuales que tienen su origen en relación al
objeto adultx, hacia el espacio que se dirige al objeto niñx? Así, un concepto que surge para dar cuenta de un
fenómeno al interior de una clínica específica, ¿puede abarcar sin modificaciones respecto de si, la totalidad
de un fenómeno descripto en otra área clínica?
BLEICHMAR PLANTEARÁ QUE LA TRANSFERENCIA NO ES MERAMENTE DEL ORDEN DE LA REPETICIÓN,
SINO QUE ES UNA NEO-CREACIÓN, CONJUGANDO DE ESTE MODO LA REPETICIÓN CON EL ESPACIO DE LO
INÉDITO. Así, la autora sostiene: “Creo que el niño juega procesos transferenciales igual que cualquier
adulto, que cualquier persona constituida, y que el problema no está en el niño o en el adulto, sino en el
nivel de organización de psíquica”.
Por tanto, el estatuto de transferencia en el campo clínico será solidario de la concepción en torno al
funcionamiento de la psique.
Ahora bien, ¿qué rasgos de particularidad atraviesan a las nociones conceptuales cuando se emplazan y
articulan con los movimientos fundacionales que dan cuenta de los tiempos de constitución del aparato
psíquico?
El espacio terapéutico se constituye en un campo complejo, que en su devenir reúne una serie de
encuentros que implican, por un lado, el encuentro de dos historias (del analista, del paciente), y de la
construcción de una historia transferencial que posibilite la constitución de nuevos sentidos, una nueva
versión de la misma.
Abriendo las posibilidades de interrogación del campo conceptual, BLEICHMAR plantea la importancia de
delimitar los ejes que dan cuenta de la especificidad de la clínica con niñxs, que se encuentra cercada por los
tiempos de constitución subjetiva. Circunscribir la particularidad del espacio clínico, del objeto, en función
de posibilitar el acceso a un dispositivo de intervención, implica un trabajo de re interrogación del cuerpo
teórico freudiano. Por tanto, poder preguntarse qué rasgos de particularidad atraviesan a las nociones
conceptuales, y cuándo se emplazan y articulan con los movimientos fundacionales que dan cuenta de los
tiempos de constitución del aparato psíquico.
En dicho marco encuentra su asiento al concepto de transferencia, deviniendo en un eje central en tanto
noción a ser trabajada partir de delimitar su particularidad desde la puesta en juego de la premisa que
concibe al psiquismo como un psiquismo en constitución.
En función de lo hasta aquí expuesto, desarrollaremos los aportes teórico-clínicos de ANNA, KLEIN,
WINNICOTT y MANNONI en torno a la especificidad que involucra el concepto de transferencia en el marco
de la clínica analítica con niñxs y adolescentes. Nuevamente, se hace necesario dirigirse al origen de la
clínica con niñxs que, en el recorrido realizado por esos autores, halla su significación a partir del
establecimiento de líneas de continuidad, de ruptura y de creación respecto de las formulaciones
freudianas en torno al concepto de transferencia.
Por su parte y como representante de la Escuela Analítica, KLEIN concluye que el análisis es incompatible
con una intervención de tipo pedagógica, ya que de esa forma no se logra establecer una verdadera
neurosis de transferencia.
La autora subraya las posibilidades de instalación de una verdadera neurosis de transferencia, así como
la relevancia de ubicar desde los inicios la transferencia positiva y la transferencia negativa (con el objeto
de determinar su enlace con la situación edípica).
De este modo, considera posible acceder al complejo de Edipo, sosteniendo la autora que, si el niñx no
asocia, no es por no poder hacerlo, sino por el lugar ocupado por la angustia. KLEIN plantea en “El
psicoanálisis de niños”: “Mi paciente Rita, que contaba con dos años y 9 meses al comenzar el tratamiento,
muestra claramente que el pavor nocturno cuando aparece a esta edad (18 meses) es una elaboración
neurótica del complejo de Edipo, sus crisis de ansiedad y rabia, que resultaron ser una repetición de sus
terrores nocturnos, así como sus otras dificultades, estaban íntimamente ligadas a fuertes sentimientos de
culpa surgidos en ese temprano conflicto”.
A partir del material ofrecido por los pacientes, la autora plantea que el analista está habilitado a
interpretar, dado que la instalación de la transferencia en el niñx es del orden de lo inmediato;
consecuentemente, la interpretación deviene en imperiosa, a partir de las manifestaciones de la
transferencia negativa. Por ejemplo, dice KLEIN: “Cuando Rita era una niña muy ambivalente, sentía
resistencia, necesitaba irse de la habitación enseguida, entonces tuve que hacer una inmediata
interpretación para resolver esta resistencia, tan pronto como le expliqué la causa de su resistencia, siempre
relacionándola con la situación y objeto originario, esta resolvió, se retornó confiada y amistosa conmigo y
continuo su juego, agregando a este ciertos detalles que me confirmaron lo justo de la interpretación que
acababa de hacer”.
De este modo, su posicionamiento se halla sostenido en la premisa de que los prerrequisitos
fundamentales del análisis son los mismos que en el adultx: interpretación acertada, constante resolución
de las resistencias, permanente referencia de la transferencia en las situaciones primeras. Todo esto crea y
mantiene una correcta situación analítica.
Entre ANNA y KLEIN, WINNICOTT se ubica en un espacio no dogmático, sostenido en la impronta
pediátrica. Su propuesta conceptual en la que prima el aspecto clínico se encuentra definida desde lo
paradojal, delimitando así la concepción de la práctica. Dirá respecto del lugar del juego en la paradoja en
el entramado teórico, que ésta ser aceptada y tolerada, y que consecuentemente no debe ser resuelta.
Su búsqueda, en tanto teórico, es dar cuenta de cómo se organiza la vida psíquica. Plantea una teoría del
desarrollo que va desde la dependencia absoluta del bebé con el adulto, hacia la independencia, pasando
por una dependencia relativa.
Dicho desarrollo supone la delimitación de un lugar al factor ambiental, y que, a medida que el niñx
adquiere autonomía y percibe objetivamente al ambiente, éste queda relegado a un segundo plano.
Respecto de estos primerísimos tiempos del desarrollo, otorga un lugar central a la función materna, a la
cual desde ciertos ejes así caracteriza: “En la fase más precoz estamos tratando con un estado muy especial
de la madre, una condición psicológica que merece un nombre como puede ser el de una Preocupación
Maternal Primaria, estado de relegamiento que le permite a la madre, vía identificación, adaptarse a las
necesidades del bebé, necesidades que inicialmente son del orden de lo corporal para posteriormente ser
necesidades del Yo”. Aspecto que introduce un enclave central a fin de situar el camino hacia la
independencia.
De tal modo, WINNICOTT va a hablar de una madre suficientemente buena, en relación a la función
materna respecto de los primeros tiempos de vida, concepto que se vincula al de medioambiente
facilitador (que incluye a la madre, al padre y al medio ambiente).
La “madre suficientemente buena” debería tener estas dos características: asistir a su bebé en todas sus
necesidades, ilusionándolo; y tener la posibilidad de paulatinamente ir desilusionándolo, para llevarlo
hacia el camino de la independencia, esto supone la idea de sostén.
En el tránsito hacia el desarrollo emocional, la madre debe “sostenerlo”. Así dice WINNICOTT en “El
concepto de regresión clínica comparado con el de organización defensiva”: “Una madre suficientemente
buena, brinda en verdad a la mayoría de los bebés y niñxs pequeños la experiencia de nunca haber sido
dejados caer en forma significativa, las fallas en la confiabilidad del ambiente, en las etapas tempranas,
producen en el bebé fracturas en la continuidad personal, a raíz de las lecciones ante lo impredecible o al
máximo dolor”.
Sostenido en esta lógica, WINNICOTT en “Un caso de psiquiatría infantil que ilustra en la reacción tardía
ante la pérdida” presenta a Patrick: “Murió ahogado el padre mientras paseaba en un velero con Patrick, el
día siguiente de cumplir éste sus 11 años. Una mujer me telefoneó que resulto ser la madre de Patrick, para
decirme que había resuelto correr el riesgo de consultar a alguien en relación a su hijo”. En la primera
entrevista, emplazado en la trama constituida a partir del “juego del garabato”, relata WINNICOTT:
“convertí su garabato en dos figuras, sobre las cuales él dijo que era una madre sosteniendo a su bebé, yo no
sabía la sazón que aquí había ya una indicación sobre la principal necesidad terapéutica. En el trascurso del
prolongado primer encuentro, Patrick expresó su gran temor asociado con las alucinaciones que tenía,
visuales y auditivas, e insistió que su enfermedad, si es que él estaba enfermo, era anterior a la tragedia”.
WINNICOTT encuentra que los bebés muy tempranamente van a hacer uso de un objeto, que tiene
características particulares en tanto dicho objeto no se encuentra ni adentro ni afuera. El objeto
transicional da cuenta de la existencia de los fenómenos transicionales, de la existencia de un espacio
potencial de experiencia entre el bebé y la madre, tercera zona diferenciada de la realidad psíquica y la
realidad exterior, que corresponde a los fenómenos transicionales.
Esta zona intermedia de experiencia, la transicionalidad, no es externa ni interna, no forma parte del
principio de placer ni del principio de realidad, pero va a permitir el pasaje del placer a la realidad,
aclarando WINNICOTT que lo transicional no es el objeto, sino que éste da cuenta del pasaje de un
“estado de fusión con la madre”, a un “estado de relación con ella”.
Los objetos y los fenómenos transicionales, corresponden al “campo de la ilusión”, es el objeto transicional
la primera posesión no-yo que, con posterioridad, será relegado, perdiendo entonces significación.
En esa misma zona, el autor va a ubicar al JUEGO: el juego es planteado entonces como el heredero del
objeto transicional. El juego como actividad constitutiva del psiquismo muestra la existencia del espacio
transicional, espacio donde la experiencia cultural se presentará como extensión de este.
El autor sostiene que la psicoterapia se da en la superposición de dos zonas de juego, la del paciente y la
del terapeuta, superposición del espacio transicional de cada uno de ellos. Sitúa la importancia que
adquiere la situación analítica, estableciendo la relevancia de instaurar la posibilidad de generar un espacio
de juego allí donde inicialmente no se lo encuentra, a partir de la confianza en la provisión ambiental,
aspecto que remite a etapas tempranas del desarrollo emocional.
Desde el campo de lo transicional, la creación de significación se da en la intersección del paciente y el
analista, de modo tal que la psicoterapia es eficaz en la zona de intersección, señalándose entre realidad y
juego. La resistencia surge de la interpretación ofrecida fuera de la zona de superposición entre el
paciente y el analista que juegan juntos. Cuando hay juego mutuo, la interpretación realizada según
principios psicoanalíticos aceptados, puede llevar adelante la labor terapéutica.
El juego del garabato se emplaza como un claro ejemplo de cómo puede propiciarse dicha intersección.
WINNICOTT subraya respecto de Patrick: “Había fuertes indicios de que Patrick creía en la existencia de
personas confiables y advertí que esta fe suya podría ser usada en caso de necesidad con fines terapéuticos,
en la ruptura de sus defensas y en la tendencia regresiva de sus experiencias, en tal caso, él iba a depender
de alguien en alto grado”.
Retomando uno de los ejes que delinean la discusión establecida entre ANNA y KLEIN, respecto de las
posibilidades de la instalación del dispositivo analítico en el trabajo clínico con niñxs, WINNICOTT plantea
que la neurosis de transferencia (cuyo despliegue será utilizado para la interpretación, para su
establecimiento) requiere de un Yo capaz de sostener defensas ante la angustia.
WINNICOTT traza la posibilidad de establecimiento de los movimientos transferenciales a partir de la
confianza en la técnica y en el encuadre psicoanalítico, confianza instaurada por parte del paciente.
Vincula la instalación de la transferencia en las posibilidades de uso del objeto, en la medida en que el uso
que el paciente haga del analista, en tanto es usado y encontrado, responde al uso realizado por parte del
bebé de su madre. El uso del analista implica que sea ubicado como un objeto real que parte de la realidad
compartida, y que no es definida en términos de proyecciones.
Desde allí, plantea que en ocasiones es de mayor importancia el establecimiento y mantenimiento del
encuadre que la labor interpretativa del analista. Así, plantea: “Puede que en el pasado del paciente haya
una escasez de buenas experiencias que permitan trabajar, ¿qué sucede si no hay ninguna relación
satisfactoria perteneciente a la primera infancia que el analista puede utilizar en la transferencia?”.
Desde este lugar, marca la diferencia que produce en el establecimiento de la transferencia encontrarse
con pacientes que durante su primera infancia han contado con experiencias satisfactorias, a diferencia de
aquellxs en los que el encuentro con el analista se emplaza como una situación inédita que propicia
experiencias ambientales satisfactorias.
Consecuentemente, plantea que el analista debe desarrollar la paciencia, la tolerancia y la confianza de
una madre, ofreciendo su disponibilidad ante las necesidades del paciente. De este modo, establece en la
historia del niñx a partir del singular encuentro con el analista, la articulación de lo novedoso con lo antiguo.
Retomando el material clínico respecto de su historia, Patrick le narra a WINNICOTT y de este modo
expresa: “Patrick me estaba relatando un episodio real y aun recordaba la emoción ligada a él, fue un
periodo de peligro, cuando tenía 1 año y medio, con una defensa maniaca in crescendo que prontamente se
convirtió en una depresión al regresar la madre, evidentemente había existido en ese período el peligro real
de que se cortase el hilo de la continuidad de su ser, desde entonces, dice Patrick, ‘nunca pude sentirme
totalmente seguro de mamá, y eso me hizo apegarme a ella’”. Se inició entonces un período no
determinado de regresión en el que Patrick, convertido en un niño de 4 años, iba a todas partes con su
madre, sin soltarle la mano.
En la transferencia, el analista está ubicado en el lugar de objeto: el analista es real y fantaseado. En la
primera entrevista, plantea WINNICOTT: “El analista es un objeto subjetivo, donde el paciente cuenta con
cierta creencia en torno a este, que posibilita la anticipación del encuentro con un otrx que lo comprende,
con la anticipación de un encuentro que se vivencie con cierta desconfianza que deberá finalmente ser
objetivado”.
En vinculación a la conceptualización propuesta, WINNICOTT trabaja con la teoría de la regresión,
sosteniendo, a partir de su trabajo clínico, la experiencia de varios pacientes que en el análisis efectúan
una regresión en la transferencia. En el artículo “Replegamiento y regresión” plantea la regresión en
términos de “regresión a la dependencia”.
La noción de regresión supone una organización del Yo, así como una amenaza de caos dada a partir de la
existencia de un fracaso en el medio ambiente, aquel estado de un adultx o niñx durante la transferencia en
el cual abandona una posición avanzada y restablece una dependencia infantil que pasa de la
independencia a la dependencia.
En este empleo del término, indirectamente se introduce al ambiente, ya que la dependencia exige un
ambiente que atiende a ella. De este modo, Patrick había vuelto a un estado regresivo de dependencia e
inmadurez y estaba al cuidado de la madre y otras personas del hogar, se había puesto en evidencia la
capacidad de confiabilidad básica de la madre.
Así, el concepto de regresión clínica se compara con el de organización defensiva. Ante la posibilidad de
una nueva oferta ambiental, el paciente hace una regresión hacia la situación de dependencia, y debe
ofrecérsele al paciente la confiabilidad que pueda usar para así poder anular las defensas constituidas ante
aquello que se erige como del orden de lo impredecible.
Habla entonces de resolución de la problemática en términos de REGRESIÓN Y RECOMPOSICIÓN a partir
de la graduada adaptación del analista a las necesidades del paciente.
Así lo expresa respecto del recorrido terapéutico transitado con su paciente Patrick: “Cuando pidió verme,
estaba mostrando con ello su capacidad de creer en su madre, en mí como padre sustituto, y en nuestro
trabajo conjunto como figuras parentales que actuaban al unísono”. Agregando con posterioridad: “La
enfermedad paranoide pudo ser sustituida por un estado de retraimiento regresivo, gracias a que él tenía
confianza en mí, confianza engendrada en la primera entrevista. En lo más profundo de su enfermedad,
Patrick relató un sueño, lo cual lo llevó a experienciar el afecto que no había experimentado ni en el
momento del episodio traumático, ni después. Luego de experienciar tales sentimientos, Patrick empezó a
dejar de necesitar de su enfermedad y comenzó a recuperarse”.
WINNICOTT plantea la regresión en la transferencia como parte del proceso curativo, en la medida en que
es un retorno organizado a la dependencia, pero que conduce al desarrollo del Yo, a su integración,
posibilitando a posteriori la realización de un análisis ordinario de las defensas del Yo, implementadas ante
la angustia. Aspectos metapsicológicos y clínicos de la regresión dentro del marco analítico, en el encuadre
establecido en el análisis, reproducen las experiencias de materialización más tempranas.
El marco analítico entonces convoca la regresión a partir de su confiabilidad. Plantea el autor en
“Variedades clínicas de la transferencia” de 1955: “Una de las características de la transferencia en esta
fase, es la forma en que debemos tener en cuenta la presencia del pasado del paciente, mientras que en la
neurosis de transferencia el pasado penetra en el consultorio, en esta tarea es más acertado decir que el
paciente se remonta o retrocede al pasado, y es el pasado, así el analista se enfrenta con el proceso
primario del paciente, en el marco en el que tuvo su validez originaria”.
Asimismo, introduce el lugar del odio en la contratransferencia situándolo del lado del analista, en el
análisis de pacientes psicóticos, debiendo el odio ser consciente y delimitado vía el propio análisis. Refiere
que el analista debe soportar la tensión asumiendo sus temores y sus odios, encontrándose en la situación
de una madre con el recién nacido. De este modo, ubica el amor y el odio de la madre por su hijo en
vinculación con el fracaso del analista, que debe ser entendido como un fracaso pasado, a partir del cual se
da lugar, por primera vez a la emergencia de la ira, posibilitándose con esta la liberación del paciente de la
dependencia respecto del analista.
Sosteniendo como premisa fundamental que “el psicoanálisis de niñxs es psicoanálisis”, MANNONI
reafirma la existencia de un campo de intervención del que, respecto de su origen, dice en “El niño, su
enfermedad y los otros”: “A partir de entonces, el psicoanálisis de niño se revela como una empresa
realizable, al mostrar que con un niño es posible interpretar, el análisis de Hans se constituye como el
primer modelo del género”.
En vinculación a la enunciación de dicha premisa, plantea que la modificación de la técnica psicoanalítica en
función del abordaje terapéutico del niñx, no afecta al campo del lenguaje sobre el cual opera: el espacio
analítico con niñxs no se diferencia del análisis de adultxs.
Desde dicho fundamento, y acentuando la importancia de sostener un posicionamiento de creación
permanente en el campo de la investigación y de la clínica, despliega su concepción. Así, en “La primera
entrevista con el psicoanalista” expresa que el niñx o el adolescente se convierten en portavoces de sus
padres, en tanto da cuenta del niñx como soporte de la pareja parental.
Así, subraya DOLTÓ respecto de la propuesta de MANNONI: “Los padres comieron uvas verdes y los que se
arruinaron los dientes fueron sus hijos”. La frase ilustra casi la totalidad de los historiales clínicos a ser
presentados y trabajados, enmarcando que su sentido no supone enunciar que la culpa es de los padres,
sino dar cuenta de la participación activa del niñx en las resonancias libidinales inconscientes de los
mismos.
MANNONI introduce el DISCURSO COLECTIVO tejido en torno al síntoma que se encuentra presente en el
niñx, planteando entonces cómo la llegada de éste involucra de tal forma a los padres que aun desde antes
de su nacimiento se conforma cierto destino para él. Retoma así la trama histórica que precede a la llegada
del niñx: el discurso colectivo abarca entonces a los padres, al niñx y al analista.
Supone pensar la enfermedad del niñx en función de aquello que no marcha en el medio que lo rodea,
de aquello que adquiere el estatuto de “LO NO DICHO”. Así, sitúa que los trastornos que se presentan en
el pequeño paciente tienen la función de taponar lo que sería del orden de la enfermedad en uno o en
ambos miembros de la pareja parental.
En “El niño, su enfermedad y los otros” expresa cómo en el trayecto analítico debe cercarse aquella palabra
del adultx que ha dejado marca, en tanto palabra pronunciada o silenciada en el niñx. “Estoy a la escucha
de un vasto discurso, no solo el que pronuncia el niño y su familia, sino también el que fue pronunciado en el
pasado, y lo que se puede saber o reconstruir del discurso dentro del cual anteriormente el niño vivió”.
Esto expresa la lógica desde la cual MANNONI concibe el funcionamiento psíquico infantil, la dinámica
relacional establecida entre padre, madre, hijx antecede a la llegada del niñx y encuentra su asiento en
las particularidades que dan cuenta de la manera en que los padres han atravesado la problemática
edípica, por lo cual, la autora expresa que el malestar parental en torno a su descendencia se vincula con la
conflictiva que es propia del adultx.
MANNONI presenta a Cristian, de 6 años de edad, enunciando de este modo: “La madre de Cristiane
realizó el deseo de un padre paranoico, testigo de la locura de su padre sigue siendo testigo de la locura de
su hija, toda mejoría provoca una depresión de la madre, al tocar la psicosis de Cristian se toca el puesto
ocupado por la madre, como objeto persecutorio en el delirio de su propio padre”.
Frente a la consulta parental por un niñx, dice MANNONI, deberá trabajarse sobre el lugar que el síntoma
ocupa en la historia de los padres, dado que el niñx por quien se realiza una consulta no está solo, sino
que se encuentra inserto en la trama fantasmática de la pareja parental. Por ende, el síntoma envuelve
aquello que no marcha, el síntoma remite a un “no dicho”.
Como expresa en “El niño, su enfermedad y los otros”: el niñx debe ser pensado desde el contexto familiar,
englobando allí a los padres a su resistencia y a la del analista.
El establecimiento de la cura, consecuentemente, que la autora entiende como el despliegue de una
historia mítica en tanto trama discursiva enlazada en la emoción que el sujeto conserva como marca, no
estará definida por el síntoma en sí que presenta el niñx, sino que deberá encontrar su sostén en el
discurso colectivo que es expresado hacia el niñx. Señalando lo que falta en la verdad para ser dicha, que
debe escucharse la demanda que se encuentra articulada a la angustia que recubre el síntoma, que
frecuentemente da cuenta de un drama familiar.
La cura debe situarse en el discurso colectivo, en función de aquello que en la enfermedad es síntoma de
lo que no funciona en el medio en que se encuentra.
Al pensar la conducción de la cura, MANNONI en “El niño retardado y su madre” aclara la importancia de
no simplificar su concepción concluyendo que a quien habría que tratar sería a la madre del niñx, sino que
el recorrido terapéutico involucra al pequeño paciente, de modo tal que pueda asumir su propia historia,
en lugar de sostener la conflictiva materna, con su propia madre. Allí, radica la coordenada central que
organiza su propuesta de investigación y clínica.
LA CURA SUPONE ENTONCES POSIBILITARLE AL NIÑX EL ACCESO A SU PALABRA, A PARTIR DE LA
SOLUCIÓN DE SU HISTORIA; acceso que puede realizarse desde la continuidad dada en el trabajo con la
pareja parental en función de estar atento al riesgo que podría implicar en ellxs.
Así, la autora sostiene que el cambio que posibilita entonces el análisis reside en el vínculo diferencial que
se establece con el paciente desde el momento en que se otorga un lugar a la transferencia que conforma
la base de la relación médico-paciente. Desde este marco y desde los fundamentos freudianos, MANNONI
sitúa ejes ordenadores para dar cuenta del lugar de la transferencia en el campo clínico con niñxs: “El
descubrimiento que hace Freud en 1897 consiste en haber sabido vincular a la transferencia con la
resistencia concebida como obstáculo en el discurso de sujeto, para la confesión de un deseo inconsciente,
en el caso de Hans, Freud planteó la complejidad del problema transferencial en el análisis de niñxs,
poniendo en claro hasta qué punto la interrogación de Hans, su posición acerca del saber del sexo, tenía que
atravesar no solo su propia resistencia, sino también la de la pareja de padres y la del médico, en el fantasma
así como en el síntoma, el analista ocupa un puesto”.
A partir de allí, expresa su posición respecto de la controversia establecida en los orígenes de la clínica con
niñxs situando su respuesta diferencial: la interrogación central no se reduce a plantearse si el niñx puede o
no transferir sobre el analista sus sentimientos hacia los padres, sino en si podrá diferenciarse de la trama
de engaños forjada con sus padres.
Apuesta que podrá realizarse si se entiende que el pequeño paciente se encuentra inserto en un discurso
colectivo y que, por ende, la transferencia se realiza entre el analista, el niñx y la pareja parental.
De esta manera, continúa MANNONI relatando el material clínico de Cristian. “Cada vez que Cristian
manifiesta un deseo de autonomía, su madre interviene en el plano de lo real para imposibilitar para
siempre cualquier ruptura. Induce la queja somática de su hija mediante enemas, medicamentos dados a
escondidas, espía las heces, vigila la comida. La cura estuvo a punto de ser interrumpida por la madre,
cuando alenté el deseo de la educadora de llevar a la niña consigo de vacaciones. La madre, que hasta ese
entonces tenía una actitud positiva hacia mi persona, se sintió bruscamente en peligro de ser rechazada o
más bien suprimida. De este modo, se despierta un fantasma en que la niña le es arrancada a su madre,
que así no puede vivir”.
Introduce los lineamientos particulares que circunscriben la transferencia en la clínica con niñxs y
adolescentes, siendo solidario en el campo de la clínica la constitución de la noción de TRANSFERENCIAS
MÚLTIPLES, dando cuenta de la instalación de la transferencia en el niñx y con el entorno en el que se
encuentra inserto.
Consecuentemente, expresa: “Los padres siempre están implicados de cierta manera en el síntoma que
tiene el niño, esto no debe perderse de vista porque allí se encuentran los mecanismos mismos de la
resistencia”. El anhelo inconsciente de que nada cambie, a veces tiene que hallarse en aquel de los padres
que es patógeno, el niñx puede responder mediante el deseo de que nada se mueva, reparando así,
perpetuando su síntoma, sus fantasmas de destrucción con respecto a su madre.
Si se puede introducir una nueva dimensión en la concepción de la situación transferencial sería
partiendo desde el puesto de escucha del analista para trabajar aquello que se juega en el mundo
fantasmático de la madre y del niñx.
Respecto del tratamiento de Cristian, MANNONI agrega: “La madre reaccionó ante un sentimiento de
peligro que ya estaba allí en el plano inconsciente. Se trata de una situación muy precoz de angustia, vuelta
a vivir en la transferencia. ‘Luego del nacimiento de cada uno de mis hijos mayores me enfermé’ dice la
madre, ‘Con la enfermedad de Cristian recuperé la salud’ (…) lo que apareció como repetitivo en la situación
transferencial fue la manera que tuvo la niña de regresar en las formas de su demanda, hasta el punto de
no ser más que una boca o un ano. Cristian responde a la situación peligrosa de la transferencia, borrándose
como sujeto de deseo, reproduce la respuesta que siempre había dado a su madre, el deseo de la madre de
Cristian, que es que en ella no nazca el deseo”.
En la cura, usualmente, la resistencia debe ser situada del lado de los padres o del analista, y continúa
diciendo: “En la cura de la niña, las crisis se manifiestan por el lado de la madre y en el discurso de esta es
donde hay que leer la resistencia. Por su reserva, la niña atestigua los efectos producidos en ella, por la
hostilidad de la madre con respecto a mí. Desde la entrada de esa niña en la cura, la madre me había trazado
los límites de esta última”. Por ende, se debe estar atento desde la puesta en juego de la transferencia de
los padres hacia el analista, de no privarlos de un espacio que pueda funcionar como continente para su
ansiedad, para su angustia.
Previo a la configuración de la situación analítica, pueden establecerse aquellos indicadores que darán
cuenta de la instalación de la futura transferencia acorde a lo ya previsto en el fantasma fundamental del
sujeto, presentándose así la conflictiva edípica, es decir, aquello que se juega en la relación madre-hijx, se
emplaza en la situación transferencial. El analista, en el análisis de transferencia negativa de este tipo de
pacientes, pone en descubierto el aspecto fantasmático. Así, Cristian se niega a curarse si por ello su
madre tiene que morirse. Presenta entonces, la autora, el historial clínico de Cristian ilustrando de este
modo las coordenadas que sostienen su conceptualización del funcionamiento psíquico de las
producciones psicopatológicas, así como su concepción de la cura sobre la instalación de la transferencia,
en el campo singular de la clínica con niñxs.
Invitándonos a proseguir interrogando las nociones investigando en el espacio clínico, PAUL LAURENT
ASSON expresa en “La transferencia: lecciones psicoanalíticas”: “La transferencia es la palabra clave del
análisis, encarnado como práctica, en tanto surge de la experiencia viva del análisis, se presenta como su
tema propiamente inagotable y su corazón oscuro. En consecuencia, el hecho de que no esté agotado de
hecho y de derecho, justifica que volvamos para captarlo, una vez más, en su esencia fenoménica. La
transferencia fue precisamente aislada en el sentido químico como el cuerpo puro del psicoanálisis”.
[FORMAS ESPECÍFICAS DE PRODUCCIÓN EN EL NIÑX: JUEGO Y DIBUJO]
La investigación psicoanalítica desde FREUD en adelante, ha sido mucho más exhaustiva en el estudio de
los síntomas que en el estatuto del juego en el sujeto psíquico. De modo tal, que encontramos una deuda
respecto a la comprensión metapsicológica de los procesos psíquicos presentes en el espontaneo jugar de
los niñxs.
En esta unidad vamos a trabajar lo relativo al dibujo, al juego y a la asociación libre, pero específicamente
al juego como equivalente de la libre asociación, la idea del juego en tanto crecimiento psíquico y el juego
relacionado con la superposición de dos zonas de juego.
Nos proponemos como finalidad retomar y analizar desde el psicoanálisis algunos interrogantes acerca del
juego en cuanto a actividad simbolizante. Por ejemplo, ¿qué estatuto tiene el juego en la clínica
psicoanalítica con niñxs? ¿desde qué fundamentos metapsicológicos se determinan los alcances y las
limitaciones de la intervención del analista en relación al juego en la clínica con niñxs? ¿Qué elementos se
tienen que estructurar en el psiquismo infantil para que un niñx pueda realizar un juego simbólico?
Revisar las conceptualizaciones acerca del juego en la práctica psicoanalítica con sujetos cuyo psiquismo se
encuentra en constitución conlleva examinar el vínculo establecido entre la teoría, el método y la técnica
inmerso en cada marco teórico. Los aportes de FREUD, KLEIN, WINNICOTT y BLEICHMAR servirán como
fuentes conceptuales desde las cuales se sustentará el desarrollo de esta clase.
Tras la imagen reflejada en el relato que concibe a la infancia como un tiempo simple y feliz, se tiende a
olvidar que el niñx está sumergido de entrada en un universo de adultxs, un universo extraño, ajeno,
dentro del cual transcurre en la simetría su constitución subjetiva.
El sometimiento de la irrupción de objetos, gestos, comportamientos, comunicaciones, prescripciones y
prohibiciones del mundo adultx va a inscribiendo en el psiquismo infantil en estructuración
representaciones y afectos, en definitiva, objetos internos fuente de las pulsiones, de deseos e
innumerables comportamientos a lo largo de la vida, cargas libidinales que exigen un trabajo psíquico de
dominamiento y elaboración para devenir motor del progreso psíquico y no causales de sufrimiento.
Primeros pensamientos que se instalan antes y después de la organización de la instancia yoica y que
compelen a todo sujeto provocando enigmas y a partir de allí, movilizando a una actividad teorizante que
le permita articular sentidos. Como lo afirma AULAGNIER, el Yo construye e inventa una historia dentro de
la cual identifica las causas con las que procesa las exigencias de las duras e ignotas realidades que
implican el mundo exterior y su mundo psíquico: la “función de historiador” propia del Yo, supone una
elaboración de nexos causales sobre su propia historia libidinal e identificatoria, propiciando
recentramientos en sus movimientos autoteorizantes y autosimbolizantes.
Si nos proponemos realizar un derrotero metapsicológico por el psicoanálisis acerca del juego y la
simbolización, indudablemente debemos partir de FREUD.
La primera aproximación a un niñx real registrada por este autor se publica en 1909 en el “El análisis de la
fobia de un niño de 5 años”. A través del relato paterno, FREUD toma las palabras y las conductas de Hans
como el material empírico lleno de frescura vital donde coteja sus hipótesis sobre la sexualidad infantil,
formuladas en “Tres ensayos de teoría sexual”, valioso material en el que se presentifica y toma forma la
realidad psíquica del pequeño investigador. FREUD se pregunta allí sobre las razones del jugar en sí mismo,
la única conjetura que formula al interpretar el juego de lxs niñxs es que son una manifestación al servicio
de fantasías de deseo. En el juego del caballo que corretea, para FREUD, Hans permuta los roles y ahora
disfruta encarnando él los poderes tan temidos en la fobia.
Recién en 1920 en el apartado 2 de “Más allá del principio de placer” FREUD define el juego infantil como
una de las practicas normales más tempranas del aparato anímico. A través de la investigación del juego
que dio en llamar “fort-da”, aquel juego de un niño de 18 meses que reproducía la desaparición y la
reaparición de su madre, FREUD plantea que el niñx asume en el juego un papel activo, invirtiendo la
pasividad con la que ha vivido el acontecimiento fuente de displacer.
Teniendo en cuenta el giro conceptual de los años ‘20, explica el fort-da considerando que aun cuando el
niño obtenga alegría del retorno del carretel, existe otra forma de juego donde los objetos no son
recuperados y donde el acento este puesto en la repetición de una perdida. El fort-da pone de relieve el
más allá del principio de placer que rige la vida anímica, ya que el niño no solo hace aparecer el objeto,
sino que con su juego establece el circuito completo de las presencias y ausencias, encontrándose el
displacer presente en él.
Todo esto conduce a FREUD a pensar que en el juego hay repetición tanto de lo placentero como de lo
traumático, y le otorga suma centralidad al punto de vista económico, haciendo referencia a la necesidad
del niño de procesar psíquicamente algo impresionante, pero no solo en cuanto al dominio de las
excitaciones originadas en la relación con el mundo externo, sino también en el ligar la proveniente de las
propias pulsiones. Desde estas motivaciones, los estratos superiores del aparato anímico realizan dicha
tarea a través del jugar en lxs niñxs.
Las contribuciones realizadas por KLEIN, a partir de su experiencia con casos como Fritz de 5 años, o Rita de
2 años y 9 meses, han producido la formalización del juego como técnica para la clínica con niñxs,
inaugurando de este modo el campo de analizabilidad infantil.
Esta autora sostiene que el niñx expresa sus fantasías, deseos y experiencias de un modo simbólico por
medio de juegos y juguetes, y afirma que solo comprenderemos el lenguaje del juego si nos acercamos
como FREUD nos ha enseñado a acercarnos al lenguaje de los sueños: “Para comprender correctamente el
juego del niño, hay que desentrañar el significado de cada símbolo separadamente, pero teniendo en cuenta
la relación con la situación total. Así, captaremos el significado del caleidoscópico cuadro tantas veces sin
sentido que presentan los niños en la hora de juego”.
El juego es el mejor medio de expresión en la infancia: a través de él lxs niñxs dan forma representativa a
sus experiencias sexuales y descargan las ansiedades inherentes a las fantasías eróticas y agresivas que lxs
acompañan. En el mismo sentido, identifica como fuente del placer lúdico a la libido que por la expulsión de
objetos persecutorios y peligrosos que, al proyectarse sobre los objetos del mundo externo, le permiten al
niñx modular la ansiedad.
A través de la externalización de fantasías inconscientes y su dramatización, se ponen en juego complejos
mecanismos de defensa contra la ansiedad. En el texto “La importancia de la formación de símbolos en el
desarrollo del yo” KLEIN postula que junto al interés libidinoso es también la angustia principalmente la que
pone en marcha el mecanismo de identificación entre un objeto original y otro que lo sustituye en su
interés. Como primitiva defensa contra el propio sadismo y también contra la furia retaliativa de los objetos
atacados el niñx se verá impulsado a sucesivos desplazamientos hacia objetos más alejados, preservando
así, intercambios vitales con los objetos primarios.
La deriva del investimento hacia nuevos objetos del mundo será motor del desarrollo del Yo y de la
relación con la realidad, proceso que dependerá para KLEIN de la capacidad de Yo del niñx para tolerar el
monto de angustia necesaria para propiciar una abundante formación de símbolos y de fantasías.
Ahora bien, a partir del aporte de los pioneros del psicoanálisis, relativa a la temática del juego, surgen los
siguientes interrogantes: ¿qué incidencia en el método y en la técnica, especialmente del juego, tienen las
divergentes premisas metapsicológicas de los autores? Puntualmente a aquellas referidas a la concepción
de la simbolización y la fantasía, así como al lugar del adultx en la organización del psiquismo infantil.
La teoría psicoanalítica no es una obra sin contradicciones, y como todo pensador científico, FREUD no ha
estado exento de impasses en sus desarrollos. El tema de la fantasía es uno de esos territorios cuyo extravío
refleja la permanente tensión entre una vertiente endógena y otra exógena que atravesó hasta su último
momento la producción freudiana, impidiéndole resolver el problema del origen de la fantasía y su
estatuto metapsicológico.
Si nos detenemos en lo formulado en el “Manuscrito M” vemos a FREUD afirmar que las fantasías se
generan por una conjunción inconsciente entre vivencias y cosas oídas, de acuerdo con ciertas tendencias
regidas por investimentos pulsionales, deseantes. Su formación acontece por combinación y desfiguración,
análogamente a la descomposición de un cuerpo químico que se combina con otro.
Este modelo de inscripción ya había sido planteado unas semanas antes en la “Carta 61” en 1897, allí FREUD
dice: “Las fantasías provienen del oído entendido con posterioridad y desde luego son genuinas en todo su
material, son edificios protectores, sublimaciones de los hechos, embellecimientos de ellos y al mismo
tiempo sirven al autodescargo”. De este modo, considera que por apres-coup se produce una ligazón de lo
traumático, simbolizaciones con repartición de investimentos, es su enraizamiento en lo inconsciente y el
hecho de que lo inconsciente originariamente reprimido encuentre a través de los distintos modos de
constitución de las fantasías ensamblajes posibilitadores de articulación, lo que permite que cumplan una
función defensiva, y al mismo tiempo, que su reinvestimiento favorezca la formación de síntomas.
Cobra relevancia el carácter simbolizante de la fantasía, al quedar ubicada como en entretejido entre
dos polos: el deseo inconsciente y la capacidad de teorizar. Sin embargo, la conceptualización de la
segunda tópica conduce a FREUD a definir un Ello no estructurado por la represión, sino existente desde
los orígenes, reservorio de fantasmas originarios filogenéticamente adquiridos.
La propuesta kleiniana, relativa a la fantasía inconsciente como materialidad constitutiva del inconsciente y
objeto principal de la clínica psicoanalítica, se inscribiría en esta última vertiente, llevando una concepción
puramente extractiva del análisis. Se trataría de su develamiento, pero no de su rearticulación a partir de
los constituyentes históricos (puesto que el endogenismo la lleva a concebir a la fantasía como de pura
proveniencia subjetiva sin anclaje en lo vivencial).
Siguiendo la revisión crítica llevada a cabo por LAPLANCHE, tomamos partido al interior de estas
divergentes teóricas y concebimos a dichos fantasmas originarios como efecto de los diversos
posicionamientos que atraviesa el sujeto en su circulación por las estructuraciones edípicas, fantasmas
que no solo dan origen a formaciones simbólicas complejas, sino que también se construyen respecto de los
orígenes, constituyen teorizaciones de los orígenes.
Estas consideraciones metapsicológicas cobran suma importancia para nuestra práctica en la medida en que
la experiencia clínica nos muestra que en patologías no neuróticas y en niñxs cuyo psiquismo se encuentra
en constitución, muchas veces la reproducción de escenas ocupa un lugar tópico diferente.
La repetición de escenas actuadas que producen un pasaje a lo real de fantasías promiscuas, por ejemplo,
no dan cuenta necesariamente del estatuto de reprimido del fantasma de escena primaria. Por lo cual, es
importante esclarecer la diferencia entre la representación que puede hacer un niñx que incluye pedazos
no digeridos de la realidad (o, como decía FREUD, restos de lo visto y lo oído), y un niñx que solo fantasea
con una acción de este tipo, a la que recompone por las líneas experienciales y fantasmáticas de su propio
momento libidinal.
ES A PARTIR DE LAS IDEAS DE WINNICOTT QUE LA CONCEPCIÓN PSICOANALÍTICA DEL “JUGAR” DE LXS
NIÑXS SUFRE UNA FUERTE CONSIDERACIÓN: SE SABE QUE CUANDO UN NIÑX NO PUEDE JUGAR ES
PORQUE YA PRESENTA RASGOS PSICOPATOLÓGICOS QUE SE LO IMPIDEN.
Para WINNICOTT, lxs niñxs gozan con todas las experiencias físicas y emocionales del juego. Si el
contexto es facilitador y continente, el niñx valora la comprobación de que los impulsos de odio o de
agresión puede expresarse en un ambiente conocido sin que le devuelvan odio y violencia.
Otra motivación que lleva a lxs niñxs a inventar esas creaciones lúdicas, es que con ellas van
aumentando su comprensión de la riqueza del mundo externamente real. El juego es la prueba continua
de la capacidad creadora que significa estar vivo.
Para este autor, el juego proporciona una organización para iniciar relaciones emocionales y permite que
se desarrollen contactos sociales, así como también tiende a propiciar la unificación y la integración
general de la personalidad. Dice WINNICOTT: “El juego es la alternativa a la excitación en el esfuerzo del
niño por no disociarse”. Un niñx que juega puede estar tratando de exhibir parte del mundo interior, así
como del exterior a personas elegidas del ambiente.
Otro de los motivos que encuentra WINNICOTT para el juego de lxs niñxs es el control de la ansiedad.
Según este autor, la amenaza de un exceso de ansiedad conduce al juego compulsivo o al juego repetitivo o
a una búsqueda exagerada de placeres relacionadas con el juego. Existe una determinada medida de
ansiedad que resulta insoportable y que destruye el juego.
Por tanto, se puede deslindar a partir de estos aportes, dos dimensiones del juego:
una en la línea del placer, ligada a la simbolización,
otra con características compulsivas, dando cuenta de un exceso efecto del ejercicio directo de la pulsión
que amenaza con destruir el juego.
La centralidad de esta diferenciación radica en que se plantean perspectivas diversas a la hora de pensar
estrategias en las situaciones clínicas.
La conceptualización sobre “lo transicional” vertebra toda la obra de WINNICOTT. En el texto “Realidad y
juego” sostiene que la psicoterapia se da en la superposición de dos zonas de juego: la del paciente y la del
terapeuta. La transferencia como un dialogo, un entre dos que se da en esa zona, en este espacio que no
pertenece ni al paciente ni al analista, pero donde están los dos presentes.
Desde esta perspectiva, el trabajo analítico consiste en disponer las condiciones que permitan que los
fenómenos transicionales puedan desarrollarse y para ello es necesario que el analista se posicione como
objeto (para seguir la recomendación de FREUD de abrir la transferencia como palestra para que el
paciente ponga en escena sus pulsiones).
Es labor del terapeuta, en los casos en que este juego no sea posible, la orientación de un estado en que
el paciente no puede jugar a uno en que lo sea posible hacerlo. Entendida en estos términos, la acción
analítica permitirá que el sujeto pueda vivir experiencias creadoras en este espacio potencial que se presta
a tal fin, y en este sentido, WINNICOTT sostiene que el juego es por sí mismo una terapia, en tanto
experiencia siempre creadora.
El jugar tiene un tiempo y lugar: no se encuentra adentro, tampoco está afuera, sino en un espacio-zona
transicional, transicional entre externo e interno, entre presencia y ausencia, que haría referencia a aquel
espacio potencial entre el bebé y la madre.
Este tercer espacio, al que el autor liga al estado de ILUSIÓN, es donde al niñx le es posible ser creativo y
vivir experiencias que le permitan apropiarse de la realidad al investirla con sentidos personales.
Si nos adentramos en la genealogía de este tercer espacio tan fundamental para la constitución del
psiquismo, surge la referencia al rol de la madre como facilitadora u obstaculizadora de dicha
potencialidad creadora. La salud mental del individuo aparece en WINNICOTT directamente asociada al
inicial cuidado materno.
Es a través de su identificación con el infante que la madre sabe cómo se siente la criatura y podrá
proporcionarle lo que necesita en el modo de sostén. Esta “preocupación maternal primaria” protege el
“seguir siendo” del infante; de lo contrario, si la pauta de la vida del infante es reaccionar a las intrusiones, se
produce una seria interferencia con la tendencia natural de la criatura a convertirse en una unidad
integrada.
En cuanto la madre y el infante quedan separados del punto de vista del infante, se observará que la mujer
tiende a cambiar la actitud, todo ocurre como si ella supiera que el bebé ya no espera que comprenda sus
necesidades de un modo casi mágico: la madre parece saber que su hijo ha adquirido una nueva
capacidad, la de emitir una señal para guiarla hacia la satisfacción de las necesidades.
Se torna fundamental el arte de darle al bebé la ilusión de que lo que él crea, a partir de su necesidad e
impulso, tiene existencia real, la necesidad de que el bebé sea el creador del pezón del pecho de la madre.
El infante puede entonces empezar a disfrutar la ilusión de la creación y el control omnipotente, y llegar
gradualmente a reconocer el elemento ilusorio, el hecho de que está jugando e imaginando. Aquí está la
base del símbolo que, al principio, es la espontaneidad o alucinación del infante y también el objeto
externo creado y finalmente catectizado.
“Potencial heredado”, “continuidad del ser”, son expresiones que en WINNICOTT aluden a la idea de un
sujeto que nace con instintos y cuenta con una tendencia natural a convertirse en una unidad integrada.
El principio de placer opera desde los comienzos de la vida y lo pulsional queda subsumido en lo instintual
innato, por lo tanto, su preocupación es ver cómo el infante realiza el pasaje del principio del placer al
principio de realidad. Al sostener una subjetividad endógena, arrastra el problema filosófico de la dualidad
sujeto-objeto.
Sin embargo, se identifica en WINNICOTT un intento de introducir la mediación del adultx entre ese bagaje
instintivo y su posibilidad de inserción en el mundo. Justamente, las nociones de ilusión y creación dan
cuenta de un campo que se produce por la presencia del otrx humano y que no se reduce a lo
autoconservativo, ofreciendo condiciones para el desarrollo de la simbolización.
Para WINNICOTT, habría una continuidad del sujeto y del organismo, siendo la primera tarea en el
desarrollo diferenciar entre yo y no-yo. El pasaje de la dependencia a la independencia en pos de la
integración de Yo, requiere de un Yo auxiliar materno que, sostenido en el tiempo, facilite la maduración
del desarrollo emocional. La fuerza o debilidad del Yo dependerá de la provisión ambiental.
Rompiendo con el endogenismo presente en WINNICOTT y en una parte importante del psicoanálisis,
incluido en ello una vertiente de la obra freudiana, BLEICHMAR recupera la lectura de LAPLANCHE que
considera que la cría humana no se estructura a partir de sí misma, que sus pulsiones, sus deseos
inconscientes, sus fantasmas, no son de origen endógeno, sino de aquello que precipita sobre ella, y la
obliga a un trabajo de dominio y metabolización.
Esta opción al interior de la teoría psicoanalítica concibe a la tópica psíquica a partir de una inscripción
exógena, traumática y en desfasaje a partir de la inscripción de las pulsiones descualificadas, destinadas al
apres-coup, cuando la represión originaria separe las instancias psíquicas y regle el funcionamiento del
aparato.
Modelo que define al psiquismo a partir de esta intervención del otrx, que comienza a guiarse por los
indicios del placer-displacer y no ya por los de la satisfacción de necesidades.
Se inscribe el objeto de la pulsión como algo que, proveniendo desde afuera, luego opera desde el interior,
pero desde un interior que devendrá extraño al sujeto, rudimento del inconsciente.
La propuesta de BLEICHMAR aporta otras consideraciones acerca del origen de las representaciones y los
precursores de la simbolización. Al retomar la asimetría constitutiva entre el niñx y el adultx, otorga al
adultx una función instituyente de la sexualidad pulsional, la cual exigirá un trabajo psíquico para su
dominamiento (pudiendo constituirse como motor, así como obstáculo del progreso psíquico). Estas
variaciones dependerán del modo de ingreso de estos montantes energéticos y de su destino al interior del
psiquismo infantil.
El psiquismo ya no tendería hacia una adaptación práctica al servicio de la vida biológica, sino a intentar un
equilibramiento de la economía libidinal. Desde esta perspectiva, es del lado del Yo donde hay que buscar
las identificaciones que posibilitan al deseo inconsciente sostenerse como reprimido, pero lejos de
considerar al Yo como una continuidad del organismo, es la identificación instauradora del narcisismo
residual del semejante la operación fundamental que genera las condiciones para instituir la
subjetividad y sus potencialidades simbólicas.
Ubicar la función materna como auxiliar o como fundante nos sitúa en uno de los puntos de divergencia de
estos marcos teóricos, pero también nos conduce a fundamentos que marcan diferentes modos de pensar
los procesos de simbolización y sus alcances, situación que nos interpela respecto a los alcances del
método, sobre cuándo y cómo producimos realmente trabajo analítico con nuestra escucha e
intervenciones.
Ahora bien, centrándonos específicamente en la cuestión del juego, BLEICHMAR en “El carácter lúdico del
análisis” afirma: “El juego, en su carácter de producción simbólica, en sus relaciones con otros procesos de
constitución de la simbolización, requiere que nos posicionemos en la intersección de dos ejes: el del placer,
al cual remite lo lúdico, y el de la articulación creencia-realidad, que lo ubica en tanto fenómeno del campo
virtual”. Es en este sentido que constituye un sector importante del amplio campo de las formaciones de
intermediación, dando a esta expresión una connotación que en su proveniencia winnicotiana es necesario
sin embargo precisar.
INTERMEDIACIÓN ENTRE EL ESPACIO DE LA REALIDAD Y LAS CREACIONES FANTASMÁTICAS DEL SUJETO;
algo del orden de un producto que pertenece a la realidad consensuada, pero que no deja de regirse por
ciertas leyes del proceso primario, por ejemplo, anulando las legalidades en las que se sostiene la lógica
identitaria: “O soy un pirata o soy un niñx”, en este caso esa “o” ahora es sustituida por la “y”, con el cual el
proceso primario queda exento de toda contradicción: “soy un pirata y soy un niñx”. Modo de
funcionamiento que no puede sostenerse más que en el plano de la creencia que implica cierto clivaje
longitudinal del psiquismo con previo establecimiento de dos planos que se despliegan.
Eso nos lleva al segundo aspecto: ¿QUÉ PRERREQUISITOS TIENEN QUE ESTAR CONSTITUIDOS EN EL
PSIQUISMO PARA QUE UN NIÑX PUEDA DESARROLLAR UN JUEGO SIMBÓLICO?
por supuesto, tiene que estar implantada la pulsión, tiene que darse todo el carácter libidinal de la
materialidad del psiquismo;
pero también, luego, este autoerotismo tiene que quedar reprimido (represión originaria mediante),
en correlación con la constitución de la instancia yoica;
para que se pueda deslindar el plano de la creencia (es decir, de la fantasía) y el plano de la realidad, es
necesario, además, que se produzca otro clivaje: el clivaje longitudinal dentro de la instancia yoica.
Este último punto remite a aquello que FREUD ha conceptualizado como el mecanismo de la renegación,
pero FREUD, lo deja ligado a la cuestión de la castración y específicamente a la cuestión del fetichismo, en el
plano de la psicopatología. Por el contrario, BLEICHMAR recupera este mecanismo de defensa para dar
cuenta cómo en todo sujeto psíquico se tiene que producir la diferenciación entre el plano virtual y el
plano real: esto solo es posible no solo por la instalación de la represión originaria, sino también por la
instalación de este clivaje longitudinal dentro del mismo Yo que permite deslindar el plano de la fantasía y
el plano de la realidad. En términos que posibiliten el despegue de un espacio de certeza y otro de
negación, teniendo como sustento la represión originaria.
Si este clivaje no se realiza, el pseudo-juego es la realización de un movimiento de puesta en acto en el
mundo de una convicción delirante. Esto no solo da cuenta del fracaso parcial de la función simbólica en el
sujeto, sino también de cómo se torna irreductible al proceso de comunicación, ya no estaría con intención
comunicativa, sino cerrado a todo intercambio (definido por el carácter lineal de quien emite el mensaje en
su intención de posibilitar solo una comunicación sin retorno).
El juego, como toda actividad sublimatoria, es posible en tanto haya transmutación de meta y de objeto.
Una práctica que pretende evitar el desamarre con la teoría no puede dejar de interrogarse acerca del orden
de los fenómenos que se presentan en la consulta, siendo la metapsicología la que nos orienta en la
exploración del estatuto de cada elemento clínico. Por tanto, concebimos que en el despliegue de la
actividad lúdica y gráfica del niñx no todo remite necesariamente a elementos de carácter simbólico,
metafórico. Simbolizar supone establecer una relación entre un símbolo y un simbolizado, pudiendo haber
entre ambos múltiples lazos posibles, posibilitados por las retrascripciones ligadoras de los montantes
libidinales, capacidad altamente elaborativa que no siempre logra organizarse en el psiquismo infantil o que
puede instalarse y luego alterarse por los diversos traumatismos.
En conclusión: no consideramos a la función del adultx a cargo de la cría como simplemente facilitadora u
obstaculizadora de la tendencia natural del desarrollo del niñx, sino que partimos de la tesis que concibe a
la simbolización como el resultado de la confluencia entre la sexualidad materna (introducida como
energía pura en el niñx) y el orden de símbolos que el adultx sostiene desde la cultura en la cual este
inmerso.
LA SIMBOLIZACIÓN ES ALGO ABSOLUTAMENTE SINGULAR DEL SUJETO, PERO NO SE CONSTITUYE SINO A
PARTIR DE UN UNIVERSO DE SÍMBOLOS QUE LA CULTURA OFRECE.
La heterogeneidad en la materialidad psíquica presente en el comportamiento, en los dibujos, en las
verbalizaciones y en el juego de lxs niñxs, nos confronta con diversos niveles de simbolización. Vemos
elementos fantasmatizados y representados simbólicamente, efecto de la capacidad de ligazón lograda por
el mismo sujeto, tan prestos a ser interpretados para desarticular la causalidad determinante de algunos
síntomas. Pero por otro lado también encontramos elementos desligados que circulan por el aparato
psíquico sin encontrar engarce en ninguna serie psíquica, ni localización tópica alguna, generando una
fuerte vivencia de fragilidad en el Yo.
LAS INTERVENCIONES SIMBOLIZANTES DEBERÁN SER PROPUESTAS EN EL DISPOSITIVO ANALÍTICO COMO
COMPLEMENTO AL JUEGO AUTOELABORATIVO QUE EL NIÑX VA DESPLEGANDO POR SÍ MISMO, PARA
PRODUCIR VERDADEROS PROCESOS DE NEOGENESIS.
Capitalizando los desarrollos freudianos generados a partir del encuentro con aquello que compulsa en el
psiquismo sin lograr domeñarse simbólicamente, se puede extraer otras conclusiones centrales del texto
“Más allá del principio de placer” referidas al jugar de lxs niñxs.
El juego supone una representación escénica, como FREUD lo explicará, una escena que se despliega en su
multiplicidad, permitiéndole al niñx trocar la pasividad del vivenciar por la actividad del jugar. Sin embargo,
en la descripción del juego del carretel, el niño asume un papel que la escena le impone: el niño está
haciendo algo, pero es jugado por la escena en la que está participando. Hay algo que al niño lo lleva más
allá de sí mismo a hacer ese juego, él juega con el carretel, pero en realidad es el actor de una escena en
la cual es colocado para jugar un juego que lo juega a él. Particularidad que nos lleva a pensar que aún no
está constituida la represión, no es el inconsciente el que lo atrapa, sino que se trata de las primeras
formas de apoderamiento de las representaciones sobre el sujeto, efecto de los mínimos clivajes previos a
la instalación de represión originaria.
La fijeza de la escena denota la existencia de pura repetición, de ausencia de creación y, si no intervienen
otras variables en la estructura, no podrá modificarse espontáneamente. En este sentido, la transferencia
analítica en tanto reactivamiento de la simetría originaria, promueve desligazones, por lo cual la
instalación y regularidad del encuadre, así como la acogida benevolente, proporcionan el “holding”
necesario para evitar la desorganización.
CENTRALIZAR LA ESCUCHA DESDE EL EJE “TRAUMATISMO Y SIMBOLIZACIÓN” PONE DE RELIEVE EL VALOR
DE LA PALABRA COMO UN MODO DE ELABORACIÓN DOMINANTE EN LA FUNCIÓN ANALÍTICA, PARA
POSIBILITAR QUE LAS VIVENCIAS PASEN A CONSTITUIR EXPERIENCIAS SIGNIFICADAS, APROPIADAS
METABÓLICAMENTE POR EL SUJETO PSÍQUICO.
[EL RECORRIDO IDENTIFICATORIO Y LA PROBLEMÁTICA DEL ORIGEN]
La autora, respecto del funcionamiento de la psique, realiza un recorte que implica la delimitación
privilegiada de la actividad de representación a partir de los interrogantes que guían su investigación clínica
en el encuentro con pacientes psicóticos. Actividad de representación que contempla la constitución de la
actividad de pensamiento y que conduce a dos líneas de investigación que involucran tato las coordenadas
de emplazamiento de un espacio de autonomía como la organización de la ideación delirante.
De este modo, en función de situar los ejes que dan cuenta del establecimiento de una organización psicótica
de pensamiento, es que AULAGNIER se ve obligada a dirigirse a los primerísimos tiempos de organización
psíquica, ubicando allí uno de sus aportes centrales respecto a la introducción y teorización en torno al
proceso originario.
En consecuencia, la autora realiza un replanteo metapsicológico, desarrolla un modelo que nos oferta
una propuesta conceptual que posibilita teorizar sobre los tiempos de organización de la psique.
Por tanto, si bien la autora no trabajó con niñxs y su clínica se desarrolló fundamentalmente con pacientes
adultxs psicóticos en el marco institucional dado en el hospital Santa Ana de Paris, aporta un modelo
teórico que permite revisitar los primeros tiempos de organización psíquica, contemplando el tiempo que
antecede a la llegada del infans a partir de la trama deseante o de rechazo que lo antecede, y deteniéndose
en aquellxs otrxs significativos a los que otorga un lugar en la puesta en vida del aparato psíquico, a partir
de la situación de encuentro, arista fundamental en función de la especificidad de nuestra materia.
Interesada entonces en los tiempos de organización de la psicosis, así como en las posibilidades de
intervención en el espacio analítico, reviste importancia a su interrogación respecto del espacio de
autonomía de pensamiento que es posible ubicar en el campo de la psicosis. Desde allí, sitúa la relevancia
que cobra el delirio, así como su anclaje en el recorrido identificatorio y su vínculo con la instancia yoica.
El RECORRIDO IDENTIFICATORIO será un eje ordenador central a partir de su articulación con la temática y
problemática del origen, articulación que nos permitirá detenernos y profundizar sobre diversos tiempos de
constitución psíquica.
AULAGNIER expresa en su texto “Alguien ha matado algo” que: “El Yo es este compromiso que nos permite
reconocernos como elemento de un conjunto y como ser singular, como efecto de una historia que nos
precedió mucho antes y como autores de aquella que cuenta nuestra vida”.
El abordaje de la conflictiva identificatoria supone atender al trabajo psíquico del Yo, entendiendo a este
último como un conjunto complejo de identificaciones, así como también nos conduce a la profundización
en torno a la noción de PROCESO IDENTIFICATORIO.
Respecto de esto último, enunciará que el proceso identificatorio no concluye nunca, y que debe ofrecer
aquellos puntos simbólicos de reparo que asignan al sujeto un lugar en el sistema de parentesco, en el
orden genealógico (aspecto que nos conduce a la noción de lenguaje fundamental).
La autora realiza un esquema del TRAYECTO IDENTIFICATORIO, dando cuenta de los 3 momentos que
deciden sobre ese trayecto que ha de seguir el Yo trascurrida la infancia. Así, se delimita:
TIEMPO 0 (T0): DESIGNA EL MOMENTO DEL NACIMIENTO DEL INFANS, ASÍ COMO EL TIEMPO QUE LO
ANTECEDE (es un tiempo que se construye por retroacción).
TIEMPO 1 (T1): DA CUENTA DEL ADVENIMIENTO DEL YO.
TIEMPO 2 (T2): TIEMPO DE LA ADOLESCENCIA, COMPORTA UN GIRO DE ENCRUCIJADA IDENTIFICATORIA.
Cabe aquí detenernos y realizar un señalamiento: T0, T1 y T2 no son equivalentes a proceso originario,
proceso primario y proceso secundario. Mientras que los primeros (T0, T1 y T2) se refieren a los tiempos
que dan cuenta del trayecto identificatorio, los segundos remiten a la actividad de representación, a tres
“modos de escritura”, tal como lo plantea AULAGNIER en “La violencia de la interpretación”, remitiendo a 3
formas bajo las que se presenta la realidad y por ende el cuerpo.
A fin de poder trabajar en torno al tema vinculado a los relatos sobre el origen y allí particularizar sobre el
T0 que conforma el recorrido identificatorio, situaremos algunos lineamientos generales que nos
posibilitará ubicarnos en el esquema del trayecto identificatorio que propone AULAGNIER.
Concebir al niñx como co-autor de los primeros capítulos de su historia, como un investigador que
sobrevendrá en historiador en la adolescencia, implica entonces situar como coordenada clave al recorrido
identificatorio y al trabajo de reorganización que supone la problemática del origen, en función de los
diversos momentos de la constitución psíquica.
Se hace necesario realizar un rodeo que supone identificar y desarrollar aquellas nociones que
circunscriben el lugar y la función del otrx en la organización psíquica en el marco de los primerísimos
tiempos de su constitución.
AULAGNIER, EXPRESA QUE TODO SUJETO NACE EN UN ESPACIO HABLANTE. La psique infantil adviene en
un medio familiar, en un microambiente, que se encuentra surcado por:
2 ejes organizadores: EL DISCURSO DEL CONJUNTO + EL DESEO DE LA PAREJA PARENTAL.
3 factores: las nociones de PORTAVOZ, de LENGUAJE FUNDAMENTAL y el DESEO DEL PADRE.
AULAGNIER, interesada en delimitar un campo posible de intervención con la psicosis, se dirige a repensar
los modelos conceptuales de su tiempo. Guiada consecuentemente por los interrogantes que alentaron su
investigación clínica, realizó un replanteo metapsicológico que la condujo a teorizar sobre los primeros
tiempos de organización psíquica.
La autora mantiene en el horizonte las preguntas en torno a:
las condiciones de constitución de una organización psicótica de pensamiento;
la singularidad y producción psíquica en términos de plus que implica la constitución del delirio;
al espacio de autonomía que logra conquistar el paciente psicótico.
Así enmarcada, la autora nos oferta una propuesta teórico-clínica que aborda los primerísimos tiempos de
vida psíquica, la psicopatología y las diversas vías de intervención.
A partir de la delimitación de los tiempos que conforman el recorrido identificatorio y que dan cuenta del
recorrido que ha de seguir el Yo, circunscribe el trabajo psíquico que será específico en cada uno de ellos.
Desde allí, estaremos orientados por los interrogantes que la autora enuncia:
¿CÓMO EL YO PODRÁ REPRESENTARSE UN ANTES DE SU PROPIA ACTIVIDAD PSÍQUICA, UN ANTES DE SU
PROPIA EXISTENCIA?
¿QUÉ OCURRE SI EL DISCURSO PARENTAL NO DICE NADA SOBRE EL COMIENZO O SI ES REDUCIDO A UN
ENUNCIADO CONCLUSIVO?
Situaremos entonces la pregunta por el origen y las condiciones de constitución de la autonomía de
pensamiento en el niño.
A partir de las preguntas elaboradas, hemos ubicado cómo el Yo, a fin de fundar su historia, requiere del
encuentro con un otro capaz de ofertar su palabra, su voz, de manera tal que sea entonces posible pensar
ese “antes” de su propia existencia.
Esa “voz” cuenta el origen de su historia, historia de origen que permite la oferta de aquellos enunciados
identificantes que darán lugar a la constitución de los primeros capítulos de la historia (capítulos que,
según AULAGNIER: no pueden quedar en blanco).
Ahora bien, el encuentro clínico pone en evidencia cómo este T0 construido por retroacción puede anclar o
narrar el encuentro en el placer, o llevar la huella indeleble del predominio del displacer; es decir, puede
suponer el encuentro con un otro que ha funcionado como aliado o como enemigo.
El niñx, coautor de su historia, requiere de un otrx que la cuente, que la relate, y por tanto que le hable del
infans que ha sido. Hecho fundamental, en tanto el niñx devenido en el T1 en investigador, se embarcará
en un trabajo de investigación cuyo eje rector supone el emplazamiento de la pregunta por el origen.
La pregunta por el origen enfrenta al niño en una trama y anclaje identificatorio sostenido en el placer o lo
confronta con lo mortificante de ciertos enunciados que lo nombran o con un blanco que desgarra los
primerísimos capítulos de su libro de historia.
T1, por tanto, como tiempo de advenimiento del Yo, tiempo que nos invita al trabajo de profundización en
torno a la pregunta por el origen y a las respuestas constituidas en el marco de la singularidad de cada
historia. Allí, en función de cada organización psíquica, se emplaza el espacio para la instalación de la
autonomía de pensamiento.
En función de abordar la constitución de la autonomía de pensamiento, se tomarán en cuenta los
siguientes contenidos o ejes:
Actividad de pensamiento.
Autonomía y creación.
Lugar de la duda.
La pregunta por el origen.
Pulsión epistemofílica y actividad investigativa.
Teorías sexuales infantiles.
El cuerpo social.
Al respecto, de este modo se expresa FREUD en su texto “Tres ensayos de teoría sexual”: “El niño rehúsa
creencia a las noticias que se le dan (...) desde ese acto de incredulidad data su autonomía espiritual”.
Fragmento éste que nos reconduce a los fundamentos freudianos que ofician de anclaje en la producción
teórico-clínica de los autores de referencia en nuestro campo, así como introduce el lugar del otrx, el
estatuto de la mentira, el trabajo de duda, la tarea investigativa que emprende el niñx, la autonomía de
pensamiento.
Retomaremos fragmentos del Caso Fritz presentado por KLEIN y del Caso Sam de ERICKSON, así como la
lectura de MANNONI en torno a Sam.
Será en función de las coordenadas planteadas que trabajaremos a partir de lo desarrollado por KLEIN en
el texto “El desarrollo de un niño” de 1921, que se encuentra estructurado en dos partes. La primera de
ellas titulada “La influencia del esclarecimiento sexual y la disminución de la autoridad sobre el desarrollo
intelectual de lxs niñxs”, presentado en la Sociedad Psicoanalítica Húngara en 1919. La segunda parte
llamada “La resistencia del niño: el esclarecimiento sexual” presentada en la Sociedad Psicoanalítica de Berlín
en 1921. En dicho artículo la autora presenta a Fritz, de 5 años de edad.
Es sostenida en los lineamientos teóricos propuestos por FREUD que KLEIN retoma su conceptualización,
haciéndola trabajar, y la aplica al espacio clínico. Con el Caso Fritz, la autora se ocupa de las nociones
conceptuales freudianas y el marco teórico seleccionado en su aplicación es constatado en la observación.
Ahora bien, KLEIN no solo está interesada en justificar su posición teórica, sino en fundamentar la validez de
la intervención clínica temprana desde el campo del psicoanálisis en los tiempos previos a la entrada en la
latencia. Desde esta posición, KLEIN propone un método de observación clínica del niño que se sostiene en
la comparación con observaciones clínicas previas de otrxs niñxs que, en su articulación, abren a nuevas
perspectivas.
Respecto del encuentro con Fritz, se trataría entonces, desde la propia expresión de KLEIN, de “un caso de
exploración por medio del estudio directo de un niño”. Inicialmente, su intervención no es calificada por la
autora en términos de “tratamiento”, sino como un caso de “educación con rasgos psicoanalíticos”, donde
la instrucción dada es acorde al grado de madurez del niño, es decir, la información sexual quedará
sometida a la exigencia de su deseo de saber que tendrá una influencia decisiva sobre el desarrollo
intelectual del niño.
Fritz, de 5 años de edad (en realidad Eric, hijo menor de KLEIN), es presentado por la autora como el hijo
de un matrimonio cercano a su confianza. Dicha situación habría posibilitado la observación del niño sin
restricciones, al tiempo que permitió bajo su influencia la introducción de una modalidad de crianza
sostenida en parámetros analíticos. Fritz es descripto como un niño con un desarrollo mental normal pero
lento; en el recorte realizado sobre el caso se pueden aislar algunos de los ejes que funcionan como
indicadores clínicos que dan cuenta de la modalidad de funcionamiento del psiquismo, así como permiten
establecer las coordenadas rectoras que posibilitan inferir algunas de las hipótesis centrales que estructuran
el texto de KLEIN, y que en su recorrido constituyen una versión en torno a los orígenes de la autonomía de
pensamiento.
A continuación, aislaremos algunos de los indicadores clínicos que configuran el texto kleiniano, así se
presenta: la omnipotencia del pensamiento propio y de su ambiente; las preguntas sobre el nacimiento que
expresa de este modo “¿dónde estaba yo antes de nacer? ¿cómo se hace una persona?”; también se
presenta el pedido de pruebas sobre la existencia del conejo de pascua, de los ángeles, de Papá Noel, de la
cigüeña, aspecto que introduce el trabajo de constitución del par ficción-realidad abriendo espacio al lugar
que allí ocupa la mentira.
Asimismo, Fritz elabora los siguientes interrogantes: “Mamá ¿cómo viniste al mundo? ¿Quién está
dentro de la madre para darle de comer al chico? ¿Cuánto tiempo tarda en venir un nuevo día? ¿Ayer es lo
que ha sido, hoy es lo que es, mañana es lo que vendrá?”. Se infiere de esta manera la modalidad de
instalación del eje de la temporalidad en su vínculo con el establecimiento del orden de la causalidad que se
ajustará a la legalidad que rige al conjunto, destacándose en dicho marco la conversación mantenida por
Fritz con ambos padres en torno a la existencia de Dios, donde el niño encuentra a su padre confirmándole
la existencia de Dios, así como a su madre manifestándole la idea contraria.
Confluyen entonces las preguntas realizadas por Fritz y las respuestas diferenciales dadas por sus padres,
elaboración de preguntas y respuestas que giran sobre la temática ligada al origen y que funcionan
configurando un efecto de bisagra respecto de la posición del niño ante su trabajo de interrogación e
investigación, así como respecto del posicionamiento del pequeño frente a la pareja de padres.
La indagación sostenida por KLEIN durante el desarrollo de la observación se funda en la concepción
teórica freudiana, que toma como ejes centrales las nociones conceptuales ligadas a la sexualidad infantil.
De tal modo, el segundo ensayo de los “Tres ensayos de teoría sexual” de 1905 deviene en organizador del
trabajo de KLEIN realizado con Fritz, evidenciándose en el texto que la autora sigue minuciosamente el
desarrollo teórico propuesto por FREUD respecto de la sexualidad infantil y el estatuto de la pulsión de
saber.
Por su parte, ERIKSON halla una referente teórica clínica en la figura de ANNA, realizando su formación
didáctica con ella y constituyéndose así en el primer discípulo de la mencionada autora.
Su producción teórica se encontraba ligada al movimiento culturalista norteamericano, siendo una
articulación a dicho eje que es posible ubicar en su texto “Infancia y sociedad” publicado en 1950. Del
mencionado libro tomaremos la referencia del capítulo titulado “Una crisis neurológica en un niño
pequeño, Sam”, recuperando algunos fragmentos del caso en función de la riqueza que presenta a fin de
posibilitarnos una vía de acceso a la constitución de la autonomía de pensamiento en el niño.
De este modo, a partir del relato realizado por ERIKSON recortamos los siguientes acontecimientos:
La madre de Sam tuvo la impresión que el pequeño de 3 años de edad había tenido un ataque cardiaco
similar al que había provocado la muerte de su suegra cinco días antes.
Un mes después, el niño encontró un topo muerto en el patio de su casa, luego de ello presentó una
nueva crisis que fue diagnosticada como epilepsia.
Dos meses más tarde se produce un tercer ataque cuando el pequeño aplastó a una mariposa
accidentalmente.
Allí los médicos tratantes modifican el diagnóstico entendiendo como factor precipitante un estímulo
psíquico vinculado a la idea de muerte.
Respecto del estímulo psíquico ligado a la idea de muerte, la madre de Sam insistió en que el niño nada
sabía sobre la muerte de la abuela, aclarando que se le dijo que ésta última se había ido de viaje a Seattle.
En articulación a ello, cuando sacaban de la casa una caja larga, grande y misteriosa, frente a las preguntas
del niño, la madre le dijo que contenía los libros de la abuela. Pero Sam se encargó de señalar que nunca
había visto que la abuela trajera tantos libros y no podía comprender por qué tantos parientes derramaban
tantas lágrimas junto a una caja llena de libros. Tiempo después, frente a las manifestaciones de malestar
de Sam, su madre intentó responder a sus astutas preguntas sobre la muerte, ante ello, el niño se fue a
dormir de mala gana después de haber manifestado que evidentemente la madre tampoco sabía nada. Así
mismo, en articulación a ello cierta vez cuando la madre deseaba que él encontrara algo que él se negaba a
buscar, Sam le dijo en tono burlón “Se ha ido de viaje, a Seattle”.
Teniendo entonces presente dos coordenadas que funcionan como orientadoras a saber, la permanente
referencia al recorrido identificatorio en relación a los tiempos que en él operan y la pregunta que da
cuenta de las condiciones de constitución de una organización psicótica de pensamiento se delimitan 3
preguntas que AULAGNIER enuncia y que recuperamos a fin de estructurar la especificidad temática de este
encuentro:
¿CÓMO SE PASA DE UN “YO HABLADO” A UN “YO HABLO”?
¿CÓMO SE OPERA LA RENUNCIA AL SABER TODO DEL OTRO?
¿CÓMO SE LOGRA LA AUTONOMÍA DE PENSAMIENTO?
Tres preguntas que devienen en modos diferenciados de expresión de un mismo interrogante. En su
interior contemplan hipótesis clínicas, así como nociones conceptuales centrales que nos posibilitaran
abordar el trabajo propio de la adolescencia, así como coordenadas que hacen a la especificidad de los
diversos modos de organización psíquica.
FREUD plantea la “pulsión de saber” trabajando con dos tipos de pulsiones parciales. Introduce a la
“pulsión de ver” y a una manera sublimada de la “pulsión de apoderamiento” en función del compromiso
corporal que supone. En su desarrollo conceptual, traza cómo la pulsión de saber lleva al niño a investigar
y refiere consecuentemente la vinculación con la constitución de las teorías sexuales infantiles, es decir,
frente a un aparato psíquico que se dirige hacia la constitución de una organización neurótica ante el
trabajo de investigación emprendido a partir de la elaboración de la pregunta por el origen, nos
encontraremos con la novela familiar y las teorías sexuales infantiles como respuesta (aspecto enlazado
con la noción de potencialidad propuesta por AULAGNIER).
LA PULSIÓN DE SABER MOTORIZA Y SOSTIENE LA TAREA DE INVESTIGACIÓN QUE CONDUCIRÁ A LA
CONSTITUCIÓN DE LA AUTONOMÍA DE PENSAMIENTO.
FREUD sostiene así que el apetito de saber de los niñxs es prueba del placer por preguntar, las preguntas
construidas tendiente a averiguar de dónde vienen lxs niñxs y el consecuente cuestionamiento frente a la
respuesta obtenida es el primer intento de autonomía intelectual, que será clausurado por la operatoria de
la represión secundaria.
Así, FREUD plantea que el cuestionamiento que recae sobre la pareja parental implica un primer paso
hacia la orientación autónoma en el mundo y conlleva al extrañamiento del niño respecto de las
personas que constituyen su entorno y que hasta ese momento habían gozado de su plena confianza.
AULAGNIER, desde el sostén dado por una línea filiatoria teórico-clínica heredada de FREUD, en el
encuentro con la psicosis produce su trabajo de pensamiento, permitiendo el avance de la tarea
investigativa y del espacio clínico. ES DESDE ALLÍ QUE PROPONE A LA AUTONOMÍA DE PENSAMIENTO EN
TERMINOS DE CONQUISTA DEL YO, CONQUISTA QUE NO ESTÁ ASEGURADA DESDE EL ORIGEN.
De esta manera, introduce a la actividad de pensamiento desde el vínculo que mantiene con el campo de la
creación, desde el placer que guarda en su interior, y que no se ajusta la repetición de lo ya pensado por
otrx, la prueba de la autonomía del Yo.
La serie de preguntas presentadas por la autora que desarrolla en los capítulos 7 y 8 de “El sentido perdido”
se constituyen en prueba de ello. El pensar implica una conquista del Yo, y supone una prima de placer
por la prueba de no ser la repetición de lo ya pensado y autorizado por el otrx. Aspecto que en su
diferenciación nos conduce a la noción de VIOLENCIA SECUNDARIA, y a los efectos que su predominio
comporta en la psique, en la esfera del pensamiento.
AULAGNIER sostiene que pensar se da en la diferencia con la madre. En esta misma línea, FERENCZI
plantea que FREUD ubica el final de la dominación del principio de placer a partir de la completa
separación en el plano psíquico de los padres; así, el sentido de realidad logra su apogeo a la par que el
sentimiento de omnipotencia alcanza su máxima humillación.
FREUD plantea que la pulsión de saber en los primeros años de la infancia recae sobre los problemas
sexuales, sobre la sexualidad. Sostiene que el primer problema que ocupa el pequeño investigador no es la
diferencia entre los sexos, sino aquel vinculado a la pregunta de dónde vienen lxs niñxs.
Al seguir el eje investigativo que trazan los interrogantes anteriormente planteados, es que AULAGNIER,
continuando la línea de pensamiento freudiano, destaca el lugar que ocupa la mentira parental en torno a
la pregunta sostenida por el niñx sobre el origen: al tiempo que se manifiesta la existencia de la mentira
del otrx, el niñx descubre el mismo con la posibilidad de mentir, de esconder su pensamiento al que el otro
materno no podrá acceder. Se constituye de esta manera el primer golpe contra la omnipotencia parental,
que ubica en la misma línea que la mentira, la diferencia de sexos, la mortalidad, los límites del deseo.
Se instaura así el lugar de la duda, en su relación con el funcionamiento de la lógica del proceso
secundario. Es condición frente a esto que el otro materno viva con placer y acepte no saber siempre lo que
piensa el niño y que, por ende, permita el placer solitario de pensar que remite a la función del secreto. El
secreto en la tarea investigativa, plantea FREUD, es prueba de la capacidad de pensar e implica la lucha por
el reconocimiento de la autonomía.
Respecto del recorrido que supone la observación clínica realizada por KLEIN y presentada en “El desarrollo
de un niño”, la autora sostiene que contribuyó a disminuir la excesiva autoridad de los padres y a debilitar
la omnipotencia parental, es decir, favorece la caída de la omnipotencia de la pareja de padres,
consecuentemente, ello introduce la caída de la propia omnipotencia. De este modo, la caída de la
omnipotencia parental y propia supone la puesta en juego del sentimiento de realidad. Se da el pasaje
así del dominio del principio de placer, que prevalece en el origen, hacia el ajuste a la realidad.
En el caso Fritz, el saber todo del otrx, condición necesaria en los primeros tiempos de la vida psíquica, es
horadado como consecuencia del trabajo de duda que emprende el niño, de manera tal que se emplaza la
posibilidad de inferir una contradicción en el discurso de la pareja parental. A partir de la tarea de
investigación que marca la conversación mantenida en torno a la existencia de Dios.
MANNONI, en su texto “El niño, su enfermedad y los otros”, se expresa respecto de Sam, presentado por
ERIKSON en 1950 en “Infancia y sociedad”, en relación a la mentira parental en torno a la muerte y el
trabajo de puesta en duda respecto del saber materno que el niño enuncia. Dice MANNONI: “Lo que
cuenta no es el acontecimiento real, sino el engaño del adultx acerca del incidente”. El niño se encuentra
ante un dilema, denunciar el engaño lo que lo salvaría o mistificarse, en la medida en que tiene un puesto
como soporte de una mistificación que el adulto necesita. De este modo, la mentira, la contradicción en
cada caso le posibilita colegir al niño que el discurso del otrx ya no envuelve verdad, conduciendo al
camino hacia la autonomía de pensamiento y, por ende, posibilitando así la apertura hacia nuevas vías de
referencia que tienen un lugar en la organización de la psique, le ofertan una verdad en torno al origen, a la
historia, a la temporalidad. Referencia identificatoria que remitirá al discurso del conjunto al cuerpo social.
En consonancia con lo hasta aquí planteado y en articulación algunas de las coordenadas a trabajar al
abordar la unidad temática correspondiente a la adolescencia y la pregunta por el origen, dice ADRIAN
GRACIA en su artículo “La investigación histórica familiar”: “Si un elemento clave en la historia del niño no
le es presentado o no le es presentado en forma metabolizable, generándose un secreto en la historia, se
genera la prohibición de preguntar respecto de eso silenciado”.
[LA ADOLESCENCIA Y LA PREGUNTA POR EL ORIGEN]
La especificidad del eje adolescencia y la pregunta por el origen compromete los siguientes contenidos:
Proceso identificatorio.
Proyecto identificatorio.
Componentes del eje identificante-identificado.
Fondo de memoria. Principio de permanencia y principio de cambio.
Lenguaje fundamental.
Trabajo de historización. Temporalidad.
La pregunta por el origen.
Potencialidad psicótica. Pensamiento delirante primario.
Retomamos un fragmento de “1984” de GEORGE ORWELL: “Sobre la pared de la casa de enfrente,
asomaba el bigotudo rostro escudriñando con su mirada a los transeúntes. EL HERMANO GRANDE OS
VIGILA, advertía la inscripción, en tanto aquellos negros se reflejan profundos en los de Winston. Al nivel de la
acera había un cartelón similar, desgarrado por el viento en uno de sus ángulos, cuyo fragmento inferior al
ser abatido por el viento cubría y descubría una sola palabra: INGSOC. A la distancia, un helicóptero volaba
sobre los techos de las casas, y luego de permanecer inmóvil un instante, cual si fuera un moscardón, volvía a
remontarse lentamente trazando una curva en el espacio. Era la patrulla policial, atisbando a través de las
ventanas de los vecinos. Pero esas patrullas no eran de mayor cuidado. Lo único que de verdad contaba era la
Policía del Pensamiento”.
Valiéndonos entonces de la literatura, tomaremos como punto de partida la idea de Policía de Pensamiento
a la que hace referencia ORWELL en “1984”, en tanto nos remite al encuentro mortificante con un otrx que
no solo encarna el saber, sino que se emplaza como aquel que autoriza aquello que será del orden de lo
pensable; garante frente al saber, referente y enunciante de lo permitido y lo prohibido, del placer y del
displacer, que obtura un espacio posible para la diferencia, la distancia, la autonomía, el pensamiento, el
investimiento de la temporalidad, el cambio.
Encuentro que nos reconduce al recorrido que ha de seguir el Yo, el recorrido identificatorio, a la
delimitación de los tiempos y operatorias propias que lo constituyen.
¿Por qué aislar y subrayar la imagen de la Policía del Pensamiento? AULAGNIER, a partir de su tarea de
investigación teórico-clínica (que mantiene como uno de sus ejes centrales la pregunta en torno a la
relación del psicótico con el discurso), realiza un replanteo metapsicológico, ofertándonos desde allí una
propuesta conceptual que posibilita abordar los primerísimos tiempos de organización de la psique.
La relación del psicótico con el discurso la convoca a recortar y delimitar su interés en el campo de la
actividad de representación. La autora dice: “La psicosis se caracteriza por la fuerza de atracción ejercida
por lo originario, atracción a la que se contrapone suplemento representado por la creación de una
interpretación delirante que hace decibles los efectos de la violencia”.
A partir de interrogarse en torno al plus, su propuesta teórico-clínica encuentra anclaje al trabajo
psíquico de simbolización que supone la creación psicótica. La ideación delirante, por tanto, se emplaza
como un espacio decapturado de lo ya pensado y autorizado por un otrx. Trabajo que da cuenta de la
actividad que sostiene la psique, que se anuda en sus orígenes al encuentro con un otrx, con un discurso
que no deja ningún lugar a la duda, especie de Policía de Pensamiento que evidencie que la posibilidad de
cuestionar y desprenderse de los enunciados ofertados por un otrx así como la posibilidad de encontrar
referencias identificatorias en un espacio otro (introduciéndose así el lugar y función del grupo social), es
una conquista del Yo, no garantizada desde los inicios.
Esa imagen literaria nos permitirá acercarnos a los tiempos que conforman el recorrido identificatorio, y de
ese modo abordar el trabajo propio de la adolescencia, la especificidad de la constitución de una
organización psicótica de pensamiento, así como los encuentros, desencuentros, avatares que podrán en
ella imprimir singulares huellas en la adolescencia.
Para dar cuenta y abordar al T2, concibiéndolo en tiempos de giro y encrucijada identificatoria, se hace
necesario que retomemos algunas de las coordenadas ya trabajadas, en tanto ofician de punto de partida y
fundamento conceptual.
En ese sentido, subrayamos los interrogantes planteados por la autora que nos posibilitan ubicar la
especificidad del T0 y del T1 del recorrido identificatorio, en pos de profundizar en torno al trabajo singular
propio de la adolescencia. Así se presentan:
¿CÓMO EL YO PODRÁ REPRESENTARSE UN “ANTES” DE SU PROPIA ACTIVIDAD PSÍQUICA, UN ANTES DE
SU PROPIA EXISTENCIA?
¿CÓMO SE PASA DE UN “YO HABLADO” A UN “YO HABLO”?
¿CÓMO SE OPERA LA RENUNCIA AL SABER TODO DEL OTRX?
¿CÓMO SE LOGRA LA AUTONOMÍA DE PENSAMIENTO?
Estas preguntas nos introducen en dos de los momentos claves que deciden sobre el trayecto
identificatorio que ha de seguir el Yo transcurrida la infancia.
T0, en la medida en que se constituye por retroacción, compromete tanto al momento del nacimiento
como la singularidad del tiempo que lo antecede, ubicándose allí el discurso que preexiste a su llegada y
que da cuenta de los primeros capítulos del libro de historia y del emplazamiento del Yo.
Consecuentemente, expresa AULAGNIER en su texto “Los destinos del placer”: “La particularidad del Yo
reside en que él haya sido, ante todo y efectivamente, la idea, el nombre, el pensamiento hablado en el
discurso de otro, sombra hablada, proyectada por el portavoz sobre una psique que la ignora y que también
ignora sus exigencias y su loco objetivo. Enunciados que vienen de otra parte y de los que la voz del niño se
apropiará repitiéndolos. El Yo comienza por catectizar los pensamientos identificantes por medio de los
cuales el portavoz lo piensa, y gracias a ellos le aporta su amor. Una vez efectuada esta catectización, el Yo
podrá ocupar el sitio de enunciante de esos mismos pensamientos, tras lo cual estos retornan a su propia
escucha, como un enunciado del que él es el agente y por medio del cual, se impone a su propia percepción
y a su propia actividad de pensamiento en cuanto existente”.
Durante una primera fase de la existencia del Yo, el niño continúa dejando al portavoz la tarea de formular
anhelos identificatorios que conciernen a su futuro, es la madre la que le cuenta la manera como ella sueña
su futuro, es decir el futuro del niñx. Entonces, en el registro de la historia de un sujeto, ese primer
párrafo no puede quedar en blanco, y lo que singulariza a su textura es el hecho de que solo puede
escribirse gracias a elementos tomados de los discursos de lxs otrxs. Únicos que pueden pretender saber y
recordar lo que se supone que el autor ha vivido en esa época lejana en la que se inscribía un “yo he
nacido”.
La tarea del discurso del portavoz es ofrecerle al niñx un primer enunciado referente a ese origen de la
historia, ello bastaría para demostrar el peligro que le hace correr al Yo una falta de respuesta a este
interrogante o una respuesta inaceptable. El niñx, a fin de situarse como coautor de su historia, requerirá
de una voz que narre una versión posible en torno a ese origen, en torno a la historia de origen del infans
que ha sido y ya no es. Construcción de una versión sobre el origen que se articula a la posición de
investigador que asumirá el niñx y que se anuda a la pregunta por los orígenes, y que de este modo
AULAGNIER expresa en “La violencia de la interpretación”: “¿Cómo nacen lxs niñxs? ¿Cómo nace el yo?
¿Cómo nace el placer? ¿Cómo nace el displacer? Cuatro formulaciones de un único interrogante que busca
una respuesta que plantee una relación entre nacimiento, niñx, placer, deseo”.
Durante una primera etapa de la vida infantil, el niñx no puede dar existencia al infans que lo precedió
como no sea apropiándose de una versión discursiva que le cuenta la historia de su comienzo. El niñx, el
adolescente, podrán con posterioridad recusar lo que les pudieron contar sobre el tiempo del infans.
En consonancia con ello, expresa la autora en “El aprendiz de historiador y el maestro brujo”: “El Yo tendrá
que conservar a su disposición títulos de propiedad que garanticen a él y a los demás el carácter inalienable
de su espacio corporal y de su espacio psíquico. De allí que se centre en cómo ha conseguido en un combate
con desiguales armas desalojar a esos seres arcaicos y fantasmáticos que fueron sus primeros y únicos
habitantes”. De este modo, da cuenta (en el marco de la tarea de investigación que inicia el niñx,
motorizada por la pulsión epistemofílica, en torno a la pregunta por el origen) de la posibilidad de renuncia
al saber todo del otrx, el pasaje de un “yo hablado” a un “yo hablo”, es decir, el camino hacia la constitución
de la autonomía de pensamiento, introduciendo la noción de POTENCIALIDAD, que contempla la necesidad
en que está el Yo de modificar su relación de dependencia con el pensamiento parental. Esta modificación
más o menos lograda o fracasada coincide con el final del mecanismo de la represión secundaria y la
instalación de una potencialidad.
El Yo nunca es idéntico al que ha sido, pero el que ha sido le puede dar acceso a determinado
conocimiento de lo que él es y promete un devenir posible. Por tanto, dice AULAGNIER en “Los destinos
del placer”: “Con el Yo irrumpe en la psique la categoría de la temporalidad, y por la misma razón, el
concepto de diferencia en su aspecto más difícil de asumir, la diferencia de sí mismo a sí mismo. La tarea
del Yo es tornarse capaz de pensar su propia temporalidad, para ello le hace falta pensar, anticipar,
catectizar un espacio-tiempo futuro cuando la experiencia de lo vivido le devuelve que, al obrar así, catectiza
no solo algo imprevisible, sino un tiempo que podría no tener que vivir”.
El Yo deja durante cierto tiempo a otro la tarea de catectizar su propio tiempo por venir, de operar esta
segunda anticipación necesaria, para sostener anhelos que lleguen a dar sentido a la necesidad de cambiar,
de tornarse otro, de tener otros deseos.
Si el Yo solo puede ser apropiándose y catectizando pensamientos, conjunción identificante de los cuales él
se reconoce como enunciante sin saber que éste ante todo ha sido un simple repitente del discurso de otrx,
existe un segundo momento fundamental para su funcionamiento, que exige que retome por su cuenta
la segunda acción anticipadora desempeñada en primer lugar por el portavoz.
Esto, presupone que el Yo tenga acceso y que haga suyos los anhelos identificatorios que catectizan el
futuro, pero un futuro que ya no será un simple anhelo del retorno del pasado. La apropiación de un
anhelo identificatorio que tenga en cuenta este no retorno de lo mismo, es una condición vital para el
funcionamiento del Yo.
Para que el Yo se preserve es necesario que lo identificante se asegure la catectización de dos soportes:
EL IDENTIFICADO ACTUAL;
EL DEVENIR DE ESTE IDENTIFICADO.
Este devenir es aquello por medio de lo cual el Yo se auto anticipa, lo que presupone su posibilidad de
catectizar su propio cambio, su propia alternancia, su propia alteración. Investimiento del cambio que
sostenido en aquellos anclajes que dan cuenta de la permanencia, posibilita al Yo la sensación de seguir
siendo el mismo pese al paso del tiempo y de los diversos y sucesivos encuentros a los que en su historia
vital se verá enfrentado.
La UNIDAD IDENTIFICANTE-IDENTIFICADO (condición misma de la existencia del Yo) presupone que se
conserven en el espacio del identificado ciertos puntos de certeza. Es la relación del identificante con esos
puntos de certeza presentes en el identificado lo que hace posible y preserva la identificación simbólica.
Estos PUNTOS DE CERTEZA son necesarios para que un Yo persista en cuanto individuo, es decir, en
cuanto continuidad reconocible singular y catectizable a lo largo de toda su existencia, donde en el
transcurso de las diversas experiencias podrá ser posible mantener ese hilo conductor en el marco del
devenir de la historia.
En articulación a lo hasta aquí desarrollado, se hace necesario introducir una serie de nociones conceptuales
que AULAGNIER presenta en su artículo “Construirse un pasado”: “Es en el curso del tiempo de la infancia
que el sujeto deberá seleccionar y apropiarse de los elementos constituyentes de ese fondo de memoria,
gracias al cual podrá tejerse la tela de fondo de sus concepciones biográficas, tejido que puede asegurarle
que no transformen a aquel que el deviene en un extraño para aquel que ha sido”.
El FONDO REPRESENTATIVO remite a las inscripciones pictográficas propias del proceso originario.
En cambio, el FONDO DE MEMORIA guarda la serie de encuentros que narraran la vida del sujeto, puede
bastar para satisfacer dos exigencias indispensables para el funcionamiento del Yo:
por un lado, garantizar en el registro de las identificaciones esos puntos de certidumbre que asignan al
sujeto un lugar, en el sistema de parentesco en el orden genealógico y, por ende, temporal;
por otro lado, asegurarle a la disposición de un capital fantasmático, al que debe poder recurrir porque
es el único que puede aportar la palabra apta al afecto (introduciéndose allí la noción de lenguaje
fundamental), y que anudan la noción de contrato narcisista (que la autora concibe como último factor,
responsable de lo que se juega en la escena extra familiar que encuentra un lugar en el modo de
catectización del hijo por parte de la pareja).
Ahora bien, así como la pareja de padres anticipa un lugar para el infans, de igual modo lo hace el
CUERPO SOCIAL, encontrándose entonces en el discurso social las referencias identificatorias que permitan
proyectarse a futuro, así como el anclaje que cuenta una versión sobre el origen.
El proceso identificatorio se presenta como la cara oculta del trabajo de historización, que da cuenta del
trayecto que ha de seguir el Yo, donde lo propio es no quedar nunca cerrado, nunca clausurado, así como
anclar en un punto de partida fijo que da cuenta de la inscripción de aquello del orden de lo no
transformable, ofreciendo puntos simbólicos de reparo que asignen al sujeto un lugar en el sistema de
parentesco en el orden genealógico. Presentándose de este modo el interjuego entre el principio de
permanencia y el principio de cambio.
Consecuentemente, será tarea del Yo transformar los relatos fragmentarios que se le han ofertado en una
construcción histórica que aporte a la sensación de una continuidad temporal. De esta manera, el Yo podrá
anudar lo que es a lo que ha sido y proyectar e investir un futuro que conserve en su interior la posibilidad
y deseo de cambio, anudado a esa parte de no transformable que evita toparse al sujeto como una imagen
ajena de sí, es decir, que evita el encuentro con un desconocido (en términos de “devenir en un
desconocido”).
Efecto de una historia que lo antecede, el Yo como autor de esa historia deberá poder construirse un
pasado, un presente, como condición de investimiento del futuro, y de ese modo, poder reconocerse en
ese movimiento temporal. Será a partir de ejercer la función de anticipación de sí mismo, hecho que
involucra la posibilidad de cambio que el Yo podrá sostener su proyecto identificatorio y su relación con el
tiempo.
EL PROYECTO IDENTIFICATORIO ES LA CONSTRUCCIÓN CONTINUA DEL YO POR EL YO, construcción que
permite el acceso a la temporalidad, al trabajo de historización.
Por tanto, la entrada en escena del Yo es asimismo entrada en escena de un tiempo historizado. El Yo es
así el saber del Yo sobre el Yo, que se vincula y sostiene en la noción de futuro y comprende el conjunto de
posiciones y enunciados identificatorios en los que se ha reconocido en forma sucesiva. Por ende, está
constituido por una historia, representada por el conjunto de enunciados identificatorios que manifiestan
en su presente su relación con el proyecto identificatorio. El Yo, por tanto, debe ser pensado en términos
de proyecto temporal.
Ahora bien, AULAGNIER expresa en “Los destinos del placer”: “El Yo también puede tropezar con un escollo,
no lograr tornarse pensable para sí mismo ni tornar pensable y catectizable su propio devenir, hallarse
incapacitado de catectizar lo que el flujo temporal le impone como diferencia, entre él mismo, tal como se
piensa él mismo, tal como devendrá y él mismo tal como se descubre, deviniendo”.
Habiendo llegado a este punto, recuperaremos algunos de los interrogantes planteados por AULAGNIER,
que nos posibilitará seguir avanzando en su vínculo con la imagen literaria ofertada por ORWELL en
términos de Policía del Pensamiento, imagen a tener muy presente. Así la autora enuncia entonces:
¿QUÉ OCURRE SI EL DISCURSO PARENTAL NO DICE NADA SOBRE ESE COMIENZO O SI ES REDUCIDO A UN
ENUNCIADO CONCLUSIVO? ¿QUÉ RESPUESTA PODRÁ DAR EL YO A SEMEJANTE DESPOSESIÓN DEL
COMIENZO DE SU HISTORIA?
Dirá AULAGNIER que, en ese caso, se asiste a un mecanismo de desconexión temporal y causal, que se
aúna a una automutilación del pensamiento. Así como se sostiene en un mandato de no nacer, y de no
ser, que estaba ahí desde el origen y que se ha trasgredido puesto que se vive.
A fin de aproximarnos a los fundamentos teórico-clínicos que nos permiten acercarnos a una posible
respuesta, realizaremos un rodeo deteniéndonos en la conceptualización de las nociones de VIOLENCIA
PRIMARIA y de VIOLENCIA SECUNDARIA aportadas por la autora.
La VIOLENCIA PRIMARIA es entendida como la acción psíquica por medio de la cual se impone a la psique
de otrx una lección, un pensamiento, una acción, motivados por el deseo de aquel que lo impone, pero que
se apoyan en un objeto que responde para el otro la categoría de lo necesario.
Por tanto, la violencia primaria es ejercida por el efecto de anticipación del discurso materno, se
manifiesta esencialmente en esa oferta de significación cuyo resultado es hacerle emitir una respuesta que
ella formula en el lugar y sitio del infans. Violencia primaria que es absoluta y necesaria, así como primera
temporalmente respecto de la violencia secundaria.
Ahora bien, dice AULAGNIER: “Tanto la necesidad que esa violencia representa, como el desconocimiento
que la acompaña, tornarán posible su riesgo de exceso, su arte de tentación por responder en la madre al
deseo siempre resurgente de poder finalmente ser y seguir siendo para otrx ese dispensador de todos los
bienes al que él mismo debió renunciar”.
Lo que corre el riesgo de ser deseado y de ser realizado, concierne a la no-modificación de un estatus quo
relacional, VIOLENCIA SECUNDARIA que atenta contra el Yo al que la violencia primaria dio origen.
El “anhelo de que nada cambie” deviene en condición necesaria pero no suficiente para la creación del
pensamiento delirante primario del niñx, dice AULAGNIER. Anhelo cuya realización implicaría la exclusión
del orden de la temporalidad, la fijación de su ser y su devenir en el investimiento de una imagen de la que
el portavoz es donador, la imposibilidad de pensar una representación que no haya sido ya pensada y
propuesta por la psique de otrx, la construcción de un pensamiento delirante primario.
La locura nos muestra que, si se despoja al sujeto del derecho de gozar de su autonomía de pensamiento,
solo puede sobrevivir tratando de recuperar aquello que le fue expropiado mediante el recurso a una
construcción delirante, creación de un Yo que intenta y consigue así preservarse un poder hablar que le
garantice la existencia de una función pensante en su propio espacio psíquico.
A partir de lo desarrollado expresa AULAGNIER: “Todos los fenómenos psicopatológicos que encontramos
en la clínica, sea cual fuera su forma, son la consecuencia y la manifestación más o menos disfrazadas, de
un conflicto que tiene lugar en las catexias del Yo y, por consiguiente, en su economía identificatoria”.
Así, plantea en su artículo “Como una zona siniestrada”: “En el registro de la neurosis, el conflicto
identificatorio permitirá que los dos componentes del jé preserven su indisociabilidad para estallar en la
relación del Yo con sus ideales o con aquellos que los otros supuestamente le imponen”. Y continúa diciendo:
“En la psicosis suceden otras cosas, la prohibición recae sobre toda postura de deseante que no ha sido
impuesta y legitimada arbitrariamente por el deseo, la decisión de una instancia exterior. La consecuencia
de un tal abuso de poder, sería prohibir toda representación que el identificante se daría de él mismo, en
pos de una elección de la cual reivindicaría la autonomía”.
En la psicosis el conflicto identificatorio opera y desgarra los dos componentes del jé: el identificante y el
identificado. Da cuenta de que la conflictiva identificatoria nos reconduce a delimitar la noción de
potencialidad, así como a la especificidad de la noción de potencialidad psicótica.
AULAGNIER entiende por POTENCIALIDAD a aquella noción que engloba los posibles del funcionamiento
psíquico, las posiciones identificatorias que ha de ocupar el Yo. La autora sostiene la noción en
articulación a la necesidad en que esta el Yo de modificar su relación de dependencia con el pensamiento
parental. Esta modificación, dice, más o menos lograda o fracasada, coincide con el final del tiempo de
instalación de la represión secundaria.
Ahora bien, en torno a la noción de POTENCIALIDAD PSICÓTICA, plantea que es un modo de organización
del Yo en relación a la existencia de un pensamiento delirante primario. La presencia de esta condición
previa (la existencia de un pensamiento delirante primario), es sinónimo del concepto de potencialidad
psicótica. Por tanto, se trata de una organización de la psique que puede no dar lugar a síntomas
manifiestos, pero que muestra en todos los casos que es posible analizarla, la presencia de un pensamiento
delirante primario enquistado y no reprimido.
Los factores responsables de este tipo de organización que impone al Yo elaborar una construcción que
recurre a un orden causal delirante, nos enfrentará con dos discursos: el del portavoz y el del padre, que
han presentado fallas en su tarea. Estas fallas, prosigue la autora, pueden ser superadas por el sujeto sin
que se vea obligado a recurrir a un orden de causalidad que no se haya acorde con el de los demás. Modo
éste de dar cuenta y de definir a la noción de ideación delirante. Es por ello, que se trataría de condiciones
necesarias, pero no suficientes.
Se entiende como PENSAMIENTO DELIRANTE PRIMARIO a la interpretación que se da el Yo acerca de lo
que es causa de los orígenes, orígenes del sujeto, del mundo, del placer, del displacer. El pensamiento
delirante primario frente a la pregunta por el origen es la creación por parte del Yo sobre aquel enunciado
faltante en torno al primer capítulo del libro de historia.
La potencialidad psicótica, implica al Yo representándose como auto engendrado, buscando una
causalidad delirante en el origen de su historia. Es a partir de esta creación que se instauraría una teoría
infantil acerca del origen, cuya función es análoga con el papel que desempeñan en la neurosis las teorías
sexuales infantiles y la novela familiar.
Comprender las condiciones de la falta de un enunciado referente al origen o la presencia de un enunciado
que remite al niñx a una significación que su Yo no puede asumir, obliga a considerar en forma distinta el
papel que se debe atribuir a la teoría sexual infantil y a lo que recubre y condensa la pregunta
aparentemente tan simple que plantea todx niñx: ¿Cómo nacen lxs niñxs? Pregunta que equivale a ¿Cómo
nace el Yo? Donde este último espera que la respuesta proporcione el texto del primer párrafo de la
historia en la que debe poder reconocerse, dado que sólo ella puede dar algún sentido a la sucesión de
todas las posiciones identificatorias que podrá ocupar.
Dice AULAGNIER en “La violencia de la interpretación” que en la fase en la que el infans se convierte al
niñx, al acceder al registro de la significación, el momento en que puede constituirse en pensamiento
delirante primario.
La potencialidad psicótica es el resultado del enquistamiento de una teorización sobre el origen no
reprimida que, mientras siga siendo quiste, puede permitir que junto a ella se desarrolle un discurso que
aparentemente (solo aparentemente, subraya la autora) concuerde con el discurso de los otros.
Ahora bien, para que la potencialidad psicótica no conduzca al delirio manifiesto, se requiere que el
discurso y el Yo encuentren un punto de anclaje posible en la voz de un otrx y no de lxs otrxs. Es decir, se
requiere que un sujeto acepte retomar por cuenta propia la función y los atributos del portavoz, que
proporcione al Yo un punto de anclaje. La primera condición que ha dado el nacimiento a la potencialidad
psicótica se convierte entonces en la condición necesaria, dice AULAGNIER, para que no supere ese
estadio, para que el Yo aparezca como si nada lo diferenciase en relación con lxs otrxs.
La conflictiva identificatoria compromete al trabajo psíquico del Yo y nos reconduce al concepto de
proceso identificatorio. En este punto, planteamos cómo el proceso identificatorio no concluye nunca, de
manera tal que no encuentra un cierre, aunque sí debe hallar y anclar un punto de partida fijo, que da
cuenta de una parte no transformable pese al paso del tiempo y de los sucesivos y singulares encuentros
con los que se topara el Yo. “Oferta, por consiguiente, puntos simbólicos de reparo” dice AULAGNIER,
asignando al sujeto un lugar en el sistema de parentesco en el orden genealógico y, por ende, la inscripción
en el marco de la temporalidad sostenida por el conjunto.
Es en el curso del tiempo de la infancia que el sujeto deberá seleccionar y apropiarse de los elementos
constituyentes del fondo de memoria, a partir del cual podrá entramarse el tejido que puede asegurarle
que aquel que él deviene no se transforme en un extraño para aquel que él ha sido, manteniendo de ese
modo, la presencia de ese hilo conductor que ofrece la sensación de continuidad.
El yo, conjunto complejo de identificaciones que nunca es el mismo, pero que contempla aquel anclaje que
remite al discurso del portavoz, en tanto se ve obligado a apropiarse de los enunciados identificatorios
predichos, tanto como el atributo de devenir, debe poder pensar y sostenerse en la temporalidad, así
como creer que posee una historia.
SERÁ EN LA ADOLESCENCIA QUE EL YO PODRÁ RECONOCERSE COMO HISTORIADOR DE SU PROPIA
HISTORIA, subrayando que el trabajo de historización del tiempo vivido (cuya cara oculta es el proceso
identificatorio que supone el investimiento del tiempo pasado) es la condición para la instalación de una
investidura del tiempo futuro, de la categoría de proyecto. En este punto, sostiene la autora: “‘construye tu
futuro’, a este mandato que los padres y el campo social susurran en el oído del adolescente, el analista
sustituye un anhelo: ‘construye tu pasado’”.
LA ADOLESCENCIA, EN TANTO GIRO Y ENCRUCIJADA IDENTIFICATORIA, DA CUENTA DE LA NECESIDAD
DEL YO DE MODIFICAR LA DEPENDENCIA CON EL PENSAMIENTO PARENTAL. Modificación con el saber
todo del otrx que se iniciará ya en un tiempo anterior, en vinculación al pasaje de un “yo hablado” a un “yo
hablo”, de modo tal que el grupo social se emplaza como referente identificatorio que oferta una versión
sobre el origen, sobre el origen de la historia, escenario para el investimiento del tiempo futuro, de la
categoría de proyecto, ofrecimiento de una versión que no se agota en la palabra de la pareja parental.
Ahora bien, AULAGNIER introduce una pregunta central: ¿Qué características propias del recorrido
identificatorio podrían explicar por qué asistimos al pasaje de una potencialidad psicótica, a su forma
manifiesta, sobre todo al final de la adolescencia?
El momento en que el sujeto entra en la adolescencia será aquel en el cual va a dar forma estabilizada,
aunque modificable, al relato histórico de su tiempo, y a lo vivido en su infancia.
En vinculación a ello, la autora elabora el siguiente interrogante: ¿Qué tipo de colaboración debe encontrar
el Yo para que pueda investir un pasado sin ser arrinconado para fijarse en una posición identificatoria que
detendrá su marcha o sin deber separarse de su propio pasado para sustituirlo por una neo temporalidad sin
estar obligado a tomar toda huella de una ya vivido al que podría unir la experiencia presente para
decodificar su sentido?
Estos peligros solo pueden ser evitados si el Yo no solo puede apropiarse, elegir e investir un conjunto de
experiencias que nombren su pasado, sino, además, que este pasado pueda presentarse a
interpretaciones causales no fijas, pues ellas deberán cada vez revelarse como posibles con las posiciones
identificatorias que él ocupa sucesivamente en el marco identificatorio y en la puesta en lugar de los
parámetros relacionales que resultan de ello. Lo propio de la psicosis es desposeer al historiador de esa
movilidad interpretativa.
El fin de la adolescencia puede marcar entonces la entrada en un episodio psicótico cuya causa
frecuentemente se vincula a un primer fracaso en una relación, en un examen, en el campo laboral, etc.
El fracaso, dice AULAGNIER, es el resultado de un movimiento de desinvestidura contra el cual el sujeto se
defiende desde hace mucho tiempo. Lo que se da como causa de la descompensación, es la consecuencia
de este primer fracaso, que ha hecho imposible para el sujeto la investidura de su pasado en una forma
que le permite investir ese devenir que rechaza.
Por falta de desinvestidura preliminada, segunda fase en la cual el apelar al delirio permitirá la
reconstrucción de un mundo y también de una neo temporalidad. Delirio que en su creación horade el
dominio mortificante que supone al saber todo del otro, de la Policía del Pensamiento, tal como ORWELL
expresa, creación cuyo devenir devela y que AULAGNIER sitúa en “El aprendiz de historiador y el maestro
brujo” en función del Caso Phillippe, a partir del relato de su palabra, sostenida en el investimiento del
encuentro. Dice Philippe: “He tenido una infancia maravillosa, maravillosa” señalando al respecto la autora
su hipótesis, una infancia literalmente sin historia. Retomando el discurso de Philippe, esta expresa: “Quizá
era demasiado soñador, yo tenía muchos recuerdos de infancia pero me los retiraron de la cabeza, en
Pucallpa, allá me abrieron la cabeza, querían quitarme un secreto que existía dentro, yo no tengo secretos,
quizá porque soy un Rey Bretón, no me acuerdo de nada, he sido desintegrado, somos todos marionetas,
entidades electromagnéticas creadas inútilmente, por eso soy también Adán, soy también Satán, el que no
tiene padre, somos todos robot, yo no he visto mi nacimiento, quizá vea mi muerte”. Más adelante dice: “Yo
no creo que se pueda separar el pasado, el presente y el futuro, todo se reduce a lo mismo”.
Philippe señala, dice AULAGNIER, que antes de su encuentro con su primer amor, las chicas y la sexualidad
no le interesaban, que nunca se había formulado preguntas y tampoco las había hecho, y agrega: “Si en la
neurosis invitamos al sujeto a reformular la historia del niñx que ha sido, a encontrar sus demandas
infantiles, en la psicosis tendremos que tratar que el sujeto formule demandas que nunca ha expresado,
garantizarle los derechos de ‘un niñx demandador’”.
Para finalizar, manteniendo presente la idea de Policía del Pensamiento, que se encuentra atravesada por
el exceso, atentos al efecto mortificante que propician la psique en la medida que supone la presencia de
un otrx que encarna un atributo de saber y certeza, contemplando entonces el riesgo que un
posicionamiento tal comporta, retomaremos a AULAGNIER en un fragmento que da cuenta de lo
desarrollado en “El aprendiz de historiador y el maestro brujo”: “El sujeto de nuestro encuentro no es
reductible a la suma de los caracteres de sus moléculas psíquicas u orgánicas. Dentro de esta perspectiva, el
problema de lo verificable y no verificable en nuestra teoría cobra una dimensión diferente, forma parte de
lo verificable, lo que la teoría nos enseña sobre las causas psíquicas, responsables de los posibles del
funcionamiento psíquico, que forman parte de lo inverificable en las causas que en ese sujeto singular
pudieran explicar de manera exhaustiva la elección hecha en un lejano pasado, de este posible de su
funcionamiento psíquico. Esa parte inverificable es la única que puede asegurar el trabajo analítico, la
modalidad necesaria para que la construcción que se elabora permanezca hasta la última sesión abierta y
asequible a las modificaciones, que ineluctablemente, hace exigir la construcción de la historia. Para que el
analista no olvide que su teoría es una historia llena de interrogantes, para que la aceptación de lo
inverificable no lo lleve a trasgredir los límites que lo verificable impone o para que no excluya una duda.
Historiadores en busca de pruebas, eso es lo que somos, pero también historiadores cuya búsqueda tropieza
siempre con un ya ahí de nosotros mismos y del otrx, que resiste a nuestra elucidación”.
Agregaremos el eje relativo al ESTATUTO DEL CUERPO EN EL SUJETO PSÍQUICO, en tanto nos interesa
articular para pensar desde la cuestión de lo corporal el sufrimiento que presentan los adolescentes en la
actualidad, en relación a las tareas psíquicas que deben atravesar en esta etapa de la vida.
Cuerpos auto agredidos mediante cortes, sobreingestas medicamentosas u otros tóxicos, cuerpos
disciplinados bajo los efectos de psicofármacos, cuerpos intervenidos quirúrgicamente, cuerpos
accidentados, cuerpos que dan a luz otros cuerpos, cuerpos ultrajados, cuerpos que buscan ser
transformados, son solo algunos de los particulares modos de presentación del sufrimiento de muchos
adolescentes en nuestro contexto socio-histórico.
Interesa compartir uno de los proyectos de investigación que está llevando adelante la cátedra desde el
2019, denominado “Estatutos del cuerpo en las formas actuales de presentación subjetiva en púberes y
adolescentes de la ciudad de La Plata. Indagaciones preliminares”. El interés de dicha investigación surge a
partir de fenómenos clínicos relevados en diferentes instituciones públicas en las que han participado los
alumnos que cursan la materia Psicología Clínica de Niñxs y Adolescentes, en pos de transitar las prácticas
profesionales supervisadas.
Del encuentro con la multiplicidad de sufrimientos de estas subjetividades adolescentes, surgen
interrogantes sobre el cuerpo en sus modos particulares de expresión, desafiando a los dispositivos de
abordaje y a los modelos de intervención clínica que se proponen como meta el alivio de estos malestares.
En el mismo sentido, las instituciones educativas de nivel medio dan cuenta de su preocupación ante una
creciente tendencia en los adolescentes, al despliegue de comportamientos donde se agrede el cuerpo
propio y/o el de los otrxs, problemáticas que desbordan las estrategias pedagógicas propias de los actores
de la comunidad educativa, motivando la demanda de ayuda hacia profesionales de la salud.
Es desde estos campos, tanto de la clínica como de los espacios educativos que surgen los interrogantes que
motivan el presente proyecto de investigación.
¿Qué estatuto tienen los fenómenos que involucran el cuerpo en el funcionamiento de las subjetividades
adolescentes en la actualidad? ¿Constituyen síntomas al estilo de los clasificados por Freud? ¿A qué tipo de
causalidad remiten? En términos representacionales intrapsíquicos, ¿Estas expresiones corporales son
todas del mismo orden? ¿Qué relación existe entre estos fenómenos y los diversos modos de la
simbolización? ¿Qué incidencia tiene el imaginario social en los efectos corporales expresados en las
subjetividades de los adolescentes? ¿Qué tipos de intervención se requiere para aliviar estos sufrimientos?
El campo del psicoanálisis con niñxs y adolescentes nos confronta con los problemas específicos del trabajo
con sujetos en procesos de estructuración psíquica, el abordaje clínico de las problemáticas que se
encuentran en los límites de lo analizable, los nuevos modos de irrupción de patologías que ponen en
juego cuestiones que hacen a lo corporal, plantean en el campo especifico del psicoanálisis interrogantes
que ponen a prueba nuestros enunciados metapsicológicos, nuevas complejizaciones que abren viejos
problemas ligados a lo fundacional del psiquismo.
La indudable constatación de los cambios en la subjetividad de la época actual ha suscitado el debate
respecto a si se trata de nuevas patologías o de nuevos modos de presentación sintomática de los
desequilibrios de la economía libidinal de las clásicas estructuras psicopatológicas.
Apuntalada en determinaciones histórico-sociales, la adolescencia está sometida a las mismas
alteraciones que la sociedad que crea sus condiciones de génesis y reproducción, estado de situación que
interpela los marcos conceptuales con los que intentamos comprender y transformar dichos
padecimientos.
El sujeto adviene en el seno de las condiciones de vida, que son condiciones de actividad con lxs otrxs
pero que no lo determinan de manera absoluta. Diría AULAGNIER, son condiciones necesarias, pero no
suficientes. Enmarcada en coordenadas témporo-espaciales, la relación con el cuerpo se da a sí mismo en
un lazo social, en un entramado de significaciones acerca de las acciones y reacciones del cuerpo y de lo que
de él emana. LE BRETÓN considera por lo tanto que el cuerpo es un indicador social, que muchas veces
plantea una grieta entre suceso y sentido.
A los fines de contribuir en el análisis de este eje teórico-clínico consideramos importante otra vez recuperar
la relación establecida por BLEICHMAR entre PRODUCCIÓN DE SUBJETIVIDAD y CONSTITUCIÓN DEL
PSIQUISMO. Mientras la primera expresión conceptual da cuenta del modo por el cual cada sociedad
define las leyes o reglas con las cuales un sujeto tiene que incluirse en la vida social, la constitución del
psiquismo alude a los universales, a las cuestiones invariantes del funcionamiento psíquico relativas a los
aspectos científicos del psicoanálisis.
El psicoanálisis ha hecho 2 aportes fundamentales respecto del cuerpo:
Ha mostrado cómo más allá de las cuestiones de autoconservación biológica que nos ligan al reino
animal, se encuentran los modos del placer que no tienen solo que ver con la genitalidad, a partir del
surgimiento del psicoanálisis el cuerpo es concebido también como lugar general del goce, como un
territorio atravesado por la libido.
Ha planteado que el Yo de los seres humanos se corresponde con la representación corporal, la
diferenciación de lxs otrxs queda marcada por la singularidad del cuerpo y por su aislamiento dentro de
los bordes de la piel, una noción de superficie que limita su relación con el mundo, es a partir de la
constitución del Yo que podemos pensar un Yo corporal integrado, unificado y como contorno,
resultado de la bicarianza de la representación corporal.
Se puede constatar que los modos de representación del cuerpo han variado, no solo porque se han
modificado los cánones estéticos fundamentales, sino porque en el cuerpo se ha instalado lo inamovible de
la individualidad, en la medida en que el cuerpo es la propiedad última del ser humano.
Diferentes autores analizan el fenómeno del avance del sistema capitalista y sus evidentes consecuencias
sociales. Un ejemplo de esto lo constituye el libro de BAUMAN “Vidas desperdiciadas”, en el que el autor
analiza la producción de residuos humanos como consecuencia inevitable del desarrollo de la modernidad;
en su último capítulo describe los cambios que se evidencian en la cultura y las principales características
de lo que se denomina “cultura de residuos”, donde la idea de eternidad cae en desuso y en su lugar
emerge lo inmediato, nada está destinado a durar y menos a durar para siempre.
Con raras excepciones los objetos que hoy nos son útiles son a la vez los residuos de mañana, la
modernidad liquida es una civilización del exceso, la superfluidad, el residuo y la destrucción de residuos.
Esta cultura que describe BAUMAN, signada por el vertiginoso ritmo de los cambios, redefine no solo
nuestra relación con los objetos, sino también nuestras relaciones personales, donde el compromiso con el
otrx es asumido de momento y siempre con la posibilidad de desecharse.
Todo objeto que hoy resulte deseable, puede no serlo mañana, y en este orden la belleza y el gusto siguen
la misma suerte. BAUMAN afirma que en esta realidad resulta imposible pensar a largo plazo, y por lo
tanto se dificulta la emergencia de sentimientos de destino compartido. La solidaridad tiene pocas
posibilidades de crecer y las relaciones se caracterizan principalmente por su fragilidad y superficialidad.
Estos procesos históricos, políticos, económicos y sociales de representación, determinan formas de
producción de subjetividad, los modos de clasificación, los enunciados ideológicos, las representaciones
del mundo y sus jerarquías, aquello que CASTORIADIS ha agrupado bajo el modo de “lógica identitaria”,
toma un lugar central en la conformación de los sujetos sociales.
Sin embargo, más allá de ciertas variaciones, los modelos metapsicológicos del funcionamiento psíquico
se siguen sosteniendo: el modelo de la tópica psíquica, la diferencia entre los sistemas psíquicos
ICC///PRCC-CC, la función de la represión, el Superyó como instancia reguladora de las impulsiones
mortíferas hacia el semejante, se mantienen a pesar de las modificaciones en los modos de ejercicio de la
pautación en los siglos XX y XXI.
Separar los modos históricos de articulación representacional y discursiva con que cada cultura en un
periodo determinado define al sujeto social, de las premisas universales metapsicológicas que definen la
conformación y el funcionamiento del sujeto psíquico (es decir, la diferenciación intersistémica, el aparato
psíquico entre el inconsciente parasubjetivo como materialidad psíquica en sentido estricto, en oposición
al Yo como masa identitaria provista de enunciados que transmiten valores y deseo de manera compleja),
sigue marcando la vigencia de conservar la determinación libidinal y representacional del sufrimiento
psíquico.
La adolescencia como categoría definida dentro del campo psicoanalítico, alude desde el punto de vista del
proceso de constitución psíquica, al tiempo en el cual se despliegan los modos de definición que llevan a la
asunción de la identidad sexual más o menos estable y a la recomposición de las formas de la identificación,
las cuales se desanudan de las propuestas originarias de los adultxs significativos de la primera infancia para
abrirse a modelos intergeneracionales o de recomposición de los ideales en un proceso simbólico más
desencarnado de los vínculos primarios que luego encontraran destino en la juventud temprana y en la
adultez definitiva.
Estos procesos psíquicos que forman parte de la adolescencia, se ponen en marcha a partir de la entrada
en la pubertad con los concomitantes cambios físicos que la biología impone, incidiendo en la
recomposición y reensamblaje de la instancia yoica.
Cabe aclarar que todas estas manifestaciones vienen a reformar el aparato psíquico, pero ninguna de ellas
a inauguran nada nuevo en él. En este sentido, no existen nuevas instancias o sistemas psíquicos en este
período, sino complejizaciones de los mismos que deberían estar instalados ya desde la infancia. Es por
ello que dicha estructura dependerá en su mayor medida de la resolución de los avatares con los que tuvo
que lidiar en la infancia.
Los cambios de orden biológico que sobrevienen operan sobre una subjetividad que ya completó una
primera estabilización que le permitirá la utilización de recursos disponibles para enfrentar estas
transformaciones.
Toda esta etapa pone a prueba al Yo tanto en su función defensiva como en la capacidad para procesar, ligar
y simbolizar las representaciones traumáticas que comienzan con el embate puberal, pero que se
continúan con identificaciones, desidentificaciones, salidas exogámicas con desprendimiento de lo
endogámico y el consecuente hallazgo de objeto con la reformulación de las instancias ideales,
desasimiento de la autoridad parental, como grandes tareas a elaborar por parte del Yo.
Pensar un rensamblaje y reorganización del Yo en la adolescencia conduce a la necesidad de revisar las
teorizaciones psicoanalíticas en torno a la instancia yoica, poniendo a prueba las divergencias y
contradicciones visibilizadas, no solo en los autores pos freudianos, sino en la obra freudiana misma, tarea
que excede los objetivos de esta clase.
En esta investigación se tomarán como fundamento conceptual aquellas posturas que consideran a la
instancia yoica fundada exógenamente, no como efecto de un proceso de diferenciación endógenamente
determinado, sino como una estructura segunda que se constituye por identificaciones propuestas por la
cultura. En esta línea lo conciben AULAGNIER, LAPLANCHE y BLEICHMAR.
Desde esta perspectiva se reconoce la prioridad del otrx adultx que viene a narcisizar al sujeto desde su
deseo de hijx, desde una apropiación ontológica, propiciando un investimiento capaz de sexualizar a la cría
y al mismo tiempo otorgarle elementos de ligazón a dichos impulsos, vías colaterales de ligazón que
favorecen modos de tramitar la excitación excesiva, dotando de simbolización a aquello que se impone
como descarga.
Se conoce esta función del otrx como NARCISISMO TRASVASANTE, desde la perspectiva de BLEICHMAR,
que empieza a configurarse en el imaginario materno y antecede al nacimiento pero que solo comienza a
tener efecto real desde su llegada.
CONSECUENTEMENTE A LA IMPLANTACIÓN DE LA SEXUALIDAD DEVIENE UN TIEMPO SEGUNDO DE
ORDENAMIENTO DE DICHAS INSCRIPCIONES EL TIEMPO DEL NARCISISMO QUE PROMUEVE FORMAS DE
GOCE MÁS LIGADAS. Al insertarse el Yo como un espacio diferenciado en el psiquismo, permite reconocer
sus alteridades en la medida en que se configura como un límite entre lo interno y lo externo, una frontera
tanto para el inconsciente (frontera interna), como para el otrx humano (frontera externa). Así, se empieza
a conjeturar un Yo como membrana para excitaciones de los estímulos que recibe desde cualquiera de
sus alteridades, se estructura como una envoltura que contiene a los procesos anímicos.
Si en la existencia de un Yo no hay contención de las actividades psíquicas (es por esto que también se lo
describe como un “continente”) el Yo queda definido como una organización dentro del aparato anímico
que encuentra una investidura constante tendiente a su conservación, un conjunto de representaciones
que quedan investidas formando una Gestalt, una unidad, mantiene una energía ligada y ligadora
permanente que inhibe el proceso primario, donde las energías fluyen de forma libre, desligadas atentando
contra su unicidad.
Una vez constituido el Yo y el Preconsciente, la pulsión no encuentra los objetos de trasposición
directamente, sino a través de formas discursivas estructuradas.
Desde la perspectiva representacional, el Yo constituye un conjunto de enunciados con los cuales el
sujeto se define a sí mismo, se piensa existente, aquello que lo diferencia de otro Yo y lo hace único, con
atribuciones y particularidades, es decir, conforma su matriz cultural ideológica que tiene valor de
creencia investida constantemente y como unidad, en sincronía, pero con continuidad percibiéndose como
el mismo sujeto a través del paso del tiempo, en diacronía.
El mecanismo psíquico por el cual se llega a esos enunciados es la IDENTIFICACIÓN, es decir, la
incorporación de atributos del objeto al Yo.
La IDENTIDAD es producto de dicha incorporación de los enunciados que provienen del otrx adultx que
lo significa desde su propio narcisismo. A partir de esa enunciación del otrx hacia el infante, se van
asimilar ciertos rasgos del objeto al Yo, perdiéndose en la referencia del objeto una vez constituido
transformando en metáfora la proveniencia de los atributos.
Las identificaciones pueden ser de carácter primario o secundario:
las identificaciones primarias son estructurantes, constitutivas y constituyentes, precipitan la estructura
psíquica, forman el núcleo en el cual emerge el Yo y su contenido es un conjunto de significaciones que
provienen del otrx, tienen carácter instituyente y totalizante, remiten a lo que el Yo es, al ser,
constituyen lo que se denomina el narcisismo primario.
las identificaciones secundarias, si bien son estructurantes, aparecen más tardíamente en la historia del
sujeto, cuando ya se ha establecido la diferenciación entre el Yo y el otrx, después del Edipo y pueden
perderse sin riesgo de que se produzca un desmantelamiento del sujeto. Son parciales, se anudan a las
primarias, enriquecen al Yo de nuevos rasgos y atributos que son más móviles, componen la base del
Superyó, en la medida en que se incorporan mandatos del objeto; remiten al registro del tener, por
tanto se relacionan con el narcisismo secundario, dado que este supone instancias instaladas, el
reconocimiento de la alteridad y de la incompletud ontológica del ser, es decir, la castración,
complementan la conformación del Ideal del Yo.
En este sentido es que se vuelve relevante el período de latencia y la pubertad como el tiempo de salida
exogámica y de ordenamiento intrapsíquico (que supone la constitución del Superyó como instancia
heredera de los enunciados parentales).
El embate puberal confronta el psiquismo con un real que, apuntalado en las transformaciones
biológicas, encuentra todo el territorio psíquico ya ocupado. La sexualidad infantil, sus inscripciones
erógenas, sus objetos y sus modalidades de satisfacción parcial y autoerótica, ya han definido los modos
dominantes de simbolización y descarga de las pulsiones.
Por tanto, no se trata, como el psicoanálisis clásico ha concebido, de dos fases de una misma sexualidad
concebida evolutivamente, sino de dos sexualidades diferentes:
una desgajada de los cuidados precoces, implantada a partir de la pulsación del adultx y caracterizada
por excitaciones erógenas que encuentran vías de ligazón y descarga bajo formas parciales,
y otra equiparable a la genitalidad, establecida en la pubertad, en virtud de los procesos madurativos
que posibilitan el ejercicio de la función sexual. No constituyendo una mera reedición del acné de la
sexualidad infantil, sino un modo de recomposición ordenado por la existencia de una primacía de
carácter genital.
Uno de los grandes trabajos psíquicos que deben realizar los adolescentes es el DESASIMIENTO DE LA
AUTORIDAD PARENTAL, para ello necesitan encontrar sustitutos en el afuera, en lo exogámico, que le
permitan transformar sus instancias ideales. Sin embargo, no es solo este aspecto el que se trastoca, sino
toda la estructura superyóica, tanto los mandatos prohibitorios como aquellos que explicitan un deber ser.
En términos de AULAGNIER, la cultura debe ofrecer un contrato narcisista que le permita al joven
incorporarse a la sociedad adulta teniendo como condición que adquiera ciertas representaciones
compartidas con el común, sobre los orígenes de dicha comunidad.
Para la autora, en la adolescencia se produce un conflicto identificatorio donde se complejizan las
instancias previamente instaladas, el principio de permanencia y el principio de cambio juegan un papel
fundamental en el desarrollo del sujeto. En este mismo sentido, los enunciados históricos tienen incidencia
en los sujetos, procuran un gobierno sobre la sexualidad de estos mediante su pautación y el
disciplinamiento de las formas de placer.
La crisis propiciada por el sistema capitalista actual hace que las formas de existencia y de enlace con el
otrx se pongan en conflicto, entrando en contradicción el eje de la autoconservación y el de la
autopreservación. La supervivencia biológica se contrapone a la vida psíquica representacional y lleva al
sujeto en muchos casos a optar entre sobrevivir a costa de dejar de ser, o seguir siendo quien es a costa de
la vida biológica.
Los trabajos psíquicos que se cumplen en esta etapa conllevan conflictos, al igual que posibilidades de
crecimiento subjetivo. Estas tareas psíquicas involucran los registros pulsional, narcisista, identificatorio y
vincular, constituyéndose en una autentica exigencia de trabajo que deriva en diversos modos de
organización de los investimientos más o menos sufrientes en su devenir.
Diferenciar la vivencia en tanto restos desgajados de lo real vivido, desprovistos de significación, de la
experiencia que ya supone una apropiación por parte del Yo, en torno a la cual ha construido una
significación, resulta útil al momento de identificar lo afectado y lo afectante en el sujeto psíquico.
Considerar la especificidad de los diversos afectos displacenteros que atraviesa el sujeto psíquico como,
por ejemplo, el dolor psíquico, el traumatismo, la angustia, permite profundizar en la comprensión del
estatuto del sufrimiento subjetivo en la adolescencia.
El dolor psíquico es una vivencia ligada estrechamente al cuerpo y que podría ser diferenciada de las otras
sensaciones y afectos displacenteros, específicamente de la angustia. De la obra freudiana se pueden
recortar algunos pasajes en los que FREUD intenta circunscribir el concepto y la experiencia del dolor
psíquico. En el “Manuscrito G” de 1895 consagrado a la melancolía, utiliza expresiones como
sobreabundantes magnitudes contiguas de excitación que producen dolor, hemorragia interna, herida,
agujero por donde se escapa la excitación. Si bien la ausencia de un modelo tópico definido del aparato
psíquico le resta claridad a la conceptualización, se puede observar tempranamente en la obra el interés
freudiano por cercar la problemática del dolor psíquico ligándolo a un exceso de energía libidinal que
efracciona los bordes psíquicos.
FREUD complejiza esta teorización en el “Proyecto de psicología para neurólogos”, donde define al dolor
como la irrupción de grandes cantidades hacia psi, grupo de neuronas que transforman la función inhibitoria
de ese grupo de neuronas y las tornan pasaderas a partir de la ruptura de los dispositivos protectores. En
este momento de su producción, FREUD solo define al dolor desde una concepción económica, se
produce cuando el incremento de cantidades impide su regulación con las defensas habituales. No solo no
brida una arquitectura del dolor respecto del displacer, sino que deja sin considerar el problema de la
cualidad.
En el texto “Más allá del principio del placer” afirma que la experiencia del dolor se efectúa en el interior
de un yo-cuerpo y al modelizar la psique con una metáfora biológica como un organismo con su envoltura
hace prevalecer la relación continente-contenido, se trate de dolor físico o psíquico. Los aspectos tópicos y
económicos del modelo son indisociables, en la medida en que es necesario un cuerpo para que haya
dolor. Es probable que el displacer específico del dolor corporal se deba a que la protección anti estímulos
fue perforada en un área circunscripta, dice FREUD. Para que haya dolor es necesario que haya límite, que
haya efracción de ese límite y que haya desproporción de cantidades de ambos lados del límite.
LAPLANCHE avanza un poco más y se interroga: ¿Es esta efracción el dolor o no es más que una condición
del dolor? La efracción por sí sola no es suficiente, una vez creada, estas excitaciones tienden a difundirse
por el conjunto del aparato y hacen fracasar la distinción entre mundo exterior y mundo interno.
El dolor, aunque proveniente del exterior va comportarse en adelante como fuente interna, es decir, una
fuente continua que no se puede evitar, ni de ella se puede huir. Si el organismo no quiere ver difundirse
estas cantidades de energía por su interior, debe movilizar tropas, energías que van a oponerse de manera
pareja al de energía de esta fuente externa-interna, sin poder evitar un empobrecimiento del conjunto del
sistema. Es así como en el fenómeno subjetivo del dolor, además de la fractura por una fuerza extraña, se
instaura una fuente de energía interna y un trabajo psíquico que intenta bloquearla, mediante este límite
funcional que supone dicha ligazón, se trata de sustituir al límite material que implica la protección anti
estímulo para-excitación.
En “Inhibición, síntoma y angustia” afirma FREUD: “el dolor es, por tanto, la genuina reacción frente a la
pérdida del objeto, la angustia lo es frente al peligro que esa pérdida conlleva y en ulterior desplazamiento, al
peligro de la perdida misma del objeto”. El desauxilio producida por la pérdida del objeto supone la
ausencia de un otrx capaz de producir las ligazones que calmen la desesperación de los primeros tiempos,
el desvalimiento temprano, este es el gran peligro, la incapacidad del sujeto para auxiliarse a sí mismo
frente al embate de los montantes de excitación desligada.
Diversas modalidades sufrientes se observan en las subjetividades adolescentes de la sociedad actual donde
cuerpo y sentido se entremezclan como fuente y defensas de un conflicto psíquico que conduce a una
acuciante búsqueda de resolución. Lejos de poder ser reducido a una etiología orgánica, las problemáticas
recortadas dan cuenta de la complejidad de la materialidad psíquica y los diferentes modos de simbolización
que reflejan las heterogéneas corrientes del psiquismo. Sujetos con dominancias neuróticas inclusive pueden
presentar aspectos compulsivos, restos traumáticos que operan de manera desligada, vivencias de dolor que
no logran significarse, vivencias de desauxilio y desvalimiento que no llegan a encontrar una simbolización,
solo por citar algunos fenómenos.
En este sentido, se torna necesario mantener la diferencia entre alma y cuerpo, en términos freudianos, en
pos de conservar lo psico-somático que remite a dos órdenes de determinación, a dos tipos de causalidad
imbricadas cada una necesaria, pero ninguna de ellas suficiente.
Asimismo, la complejidad de lo corporal en el sujeto psíquico exige distinguir metapsicológicamente los
diferentes estatutos del cuerpo. Si el Yo unifica la superficie corporal podemos hablar de un cuerpo en tres
aspectos u órdenes:
CUERPO SOMÁTICO: hace a la naturaleza biológica, al cuerpo orgánico que conserva su espesor propio
a lo largo de la vida y que entra en complejas relaciones con lo sexual y narcicístico del sujeto.
CUERPO ERÓGENO: revela zonas de particular sensibilidad a la excitación, efecto no de la satisfacción
de las necesidades en sí mismas, sino de la pulsación erogenizante que realiza el adultx a cargo de la
cría humana instalando la pulsión (verdadero motor del progreso psíquico y con ello los orígenes de la
simbolización).
CUERPO REPRESENTACIONAL UNIFICADO: constituido a partir del narcisismo como Gestalt que toma a
su cargo la representación de una superficie corporal, imagen narcisista que no se integra por
sumatoria, sino que proviene de los estratos narcisistas amorosos del semejante que brinda una noción
de sí mismo al tomar a cargo la defensa de la vida del cachorro indefenso.
Siendo la instancia yoica residuo identificatorio que toma a su cargo y metaforiza en un conjunto
representacional la totalidad del organismo, su masa ideativa se organiza tomando a cargo la conservación
de la vida y la preservación de la identidad en tanto conjunto de enunciados que articulan el ser del sujeto.
En este mismo sentido, los enunciados históricos tienen incidencia en los sujetos, procuran un gobierno
sobre la sexualidad de estos mediante su pautación y el disciplinamiento de las formas de placer. Los efectos
desubjetivantes propiciados por la crisis del sistema capitalista actual, la fragmentación de la cultura, el
estallido del cuerpo y el anonimato al que las condiciones sociales impone, sumerge a los adolescentes y sus
familias en vivencias de desauxilio y desvalimiento, reeditando fragilidades primarias que ponen a prueba la
capacidad de procesamiento simbólico de los sujetos y empuja a los jóvenes a la búsqueda de identidad y
pertenencia a través de diversas prácticas.
En la medida en que en la clínica trabajamos con los restos vivenciales no experienciados, comprender la
heterogeneidad de la vida psíquica y sus diversos modos de simbolización abre una rica perspectiva para
analizar el impacto de los diversos tipos de realidad exterior en la subjetividad, en los distintos tiempos y
modos de funcionar; en suma, el modo en que lo real ingresa transformando lo exterior en materialidad
psíquica con sus singulares destinos intrapsíquicos.
Esta comprensión metapsicológica resulta fundamental para determinar qué tipo de intervenciones
analíticas se debe proponer con el objetivo de ampliar el campo de simbolización del sujeto.
Como refiere BLEICHMAR: “a mayores niveles de sofisticación de los procesos simbólicos, menos incidencia
de la biología como causa eficiente”.