36 Etnias de Bolivia

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ETNIAS DE BOLIVIA

Afrobolivianos
La unidad familiar es de vital importancia entre los afrobolivianos debido a la segregación
que existe por su color. Esto refleja su cerrada organización étnica, dentro de la cual
mantienen vivos aún rasgos de su cultura de origen.
El pueblo afroboliviano tiene una fuerte raíz cultural basada en sus ancestros llegados del
África, el sufrimiento de sus mayores por la esclavitud en Potosí y su asimilación natural al
pueblo aymara.
Hacen de la danza de la saya una verdadera expresión cultural musical, pues plasman las
inquietudes sociales, alegrías, penas y críticas con coplas rimadas al ritmo africanoide de
tambores, y con la picardía de los copleros que sobre la marcha improvisan estrofas de
expresión grupal y social.
Los afrobolivianos tienen como actividad económica principal la agricultura, y cultivan
principalmente coca, la que se constituye en la base económica del hogar y que es la fuente
fundamental de la economía de la comunidad; también siembran café, cítricos, plátano,
yuca, papaya y cereales para autoconsumo.
Guarasugwe Pauserna
“Se trata de una etnia destinada a desaparecer”, sostiene el estudioso Milton Eyzaguirre.
“Existe la obra de un antropólogo alemán, luergen Riester, quien hizo una crónica en los
años 80 acerca de los últimos días de esta etnia. En ella se hace referencia a cómo el pueblo
está desapareciendo irremediablemente”.
El duro y triste destino que lo puso siempre entre la espada y la pared, acosado por el
avance de la civilización occidental en su territorio, hizo del pueblo pauserna débil y
sometido.
Los Araonas
Los Araonas estuvieron asentados cientos de años en la Amazonia boliviana, en parte de los
territorios actuales de Pando, Beni y el norte de La Paz. Este grupo étnico también tuvo
presencia en regiones de Perú y Brasil colindantes con el país.
Milton Eyzaguirre, Jefe de Extensión y Difusión Cultural del MUSEF (Museo de
Etnografía y Folklore), dice que el rasgo más destacable de los araonas es su respeto casi
sagrado sobre su espacio circundante. “Se ha advertido la presencia de unos palos en los
cuales, según ellos, viviría al espíritu de la selva. Los araonas aseguran que esta suerte de
tótems atesoran los espíritus de sus antepasados protectores, los cuales permiten equilibrar
la explotación de la tierra”, asegura el antropólogo, quien añade que no deben explotar en
demasía pues “ello les ocasionaría algunos males, incluso la muerte”.
Los Aymarás
La comunidad andina tiene sus raíces en el antiguo ayllu preincaico del mismo nombre. A
pesar del tiempo transcurrido, aún se pueden encontrar rasgos físicos indígenas en gente de
las comunidades tradicionales.

El antropólogo Ricardo Ulpiona asegura que también persisten, a pesar del tiempo y como
sistema organizativo, los conjuntos de ayllus que llegan a formar una unidad máxima
denominada marka, en la que los pobladores se agrupan en dos mitades: la de arriba y la de
abajo: anansaya y urinsaya, respectivamente. Otras entidades son el churi ayllu o ayllu hijo,
que puede ser denominado comunidad, cabildo o kawiltu, sindicato o estancia. “Los
aymarás están organizados por comunidades y su autoridad máxima es el jilacata; sin
embargo, el nombre en ciertas comunidades se cambia por secretarios, por una evidente
influencia urbana”.
La gran actividad grupal son las reuniones generales, en las que se tratan asuntos para el
beneficio de la población y se aprueban decisiones por votación de los líderes. Las
conclusiones son apuntadas en un acta o cuaderno donde se transcribe cada una de las
resoluciones y que, para su legitimidad, es firmada por los representantes de cada
comunidad.
Otra costumbre que todavía persiste pese al paso de los siglos es el ayni, “un modo de
ayuda mutua, recíproca, en bienes o servicios de equitativo valor. Es un acto que no tiene
registro y en el que lo que cuenta es la palabra”. Esta práctica es común en tiempo de
siembra y cosecha, cuando los vecinos reunidos brindan su servicio para luego ser
correspondidos.
Los Ayoreos
puros y originales, los ayoreos viven actualmente un violento, y al parecer irreversible,
proceso de aculturación.

Asentada en el oriente boliviano, sobre todo en el territorio del departamento de Santa


Cruz, esta etnia que cuenta con tan sólo unos 3.100 habitantes en comunidades tangibles, se
caracteriza precisamente por la vida comunitaria, solidaria y de profundo respeto por la
vida, el prójimo y la naturaleza.
Es una de las etnias que hasta lósanos 80aún conservaba un estilo de vida nómada, “yo he
conocido algunas familias de migrantes que no estaban conformes con las decisiones de los
jefes de sus clanes, los cuales se definen por el linaje. Estas migraciones finalmente
determinaron una presencia masiva de los ayoreos en la ciudad de Santa Cruz”.
Los Baures
Los aproximadamente 4.750 baures que quedan en colectivos identificables e
independientes en el país —según un censo efectuado por la Confederación Nacional de
Nacionalidades Indígenas Originarias de Bolivia (Conniob) — no son completamente
puros.

Además de ser reducidos al mínimo por los jesuitas que colonizaron el oriente de Bolivia
en los siglos XVII y XVIII, los habitantes de este pueblo nómada fueron dispersados y
evangelizados, lo que presupone una asimilación a otros pueblos indígenas, y la
aprehensión de costumbres y filosofías de vida occidentales, heredadas ya de la visión
española.
En buena parte de los territorios baures, en el departamento de Beni, las fiestas están llenas
de ceremonias religiosas católicas, y en su gran mayoría los caceríos y pueblos llevan el
nombre de santos como San Joaquín, San Ramón, San Ignacio, San Borja; o de vírgenes,
como Santísima Trinidad, Virgen de Loreto y otras. La posta de los jesuitas la tomaron
sacerdotes franciscanos, que en casi todos los pueblos tienen edificaciones en la plaza
central. “Los baures, mimetizados, mezclados y presentes en miles y miles de indígenas
mestizos, acuden a misa cada atardecer, al llamado de las campanas”.
Los Canichana
Existe poca información y datos claros y confirmados acerca de las características de los
canichana, a más de su evidente origen quechua incaico, y su naturaleza recia, agresiva y
aventurera. Afectados también por la influencia colonizadora española, los grupos
sobrevivientes, aun directos descendientes de la etnia original, están formados, según
revelan los registros de la Confederación Nacional de Nacionalidades Indígenas y
Originarias de Bolivia (Conniob), por unas 1 500 personas.
La tradición oral, que en este pueblo como en la mayoría de las naciones indígenas
originarias goza aún hoy en día de buena salud, permite inferir a profesionales y estudiosos,
entre ellos Wigberto Rivero Pinto, que los canichana llegaron al actual territorio cruceño
fruto de divisiones internas y persecuciones en el imperio incaico.
Los Cavineños
“Ellos fueron reducidos por los jesuitas y los franciscanos. Sus formas de vida están más
familiarizadas con los hábitos occidentales, como la caza con escopeta de salón; pero, por
otro lado, tampoco han abandonado del todo prácticas como la pesca, en la que utilizan
pócimas preparadas con vegetales para adormecer a los peces”.
Según otros estudiosos, existe un alto nivel de analfabetismo entre ellos, “pero eso logra
que además se conserve la fuerte tradición oral que tiene esta gente, que no sólo se pasa
historias de boca en boca para mantener vivas sus raíces, sino también los conocimientos se
sostienen de manera oral", según Mariano Estévez, un antropólogo argentino que realiza la
investigación para su tesis en Bolivia. Tiene 32 años y convivió dos semanas con los
cavineños en la región beniana.
Los cavineños son muy creyentes y respetuosos de los espíritus del monte y de las aguas, a
los que recurren periódicamente con invocaciones y rezos, sobre todo como pedido de
buenaventura en vivienda y alimentación.
La artesanía con frutos, maderos y otros elementos de la naturaleza, gracias a la admirable
habilidad de las mujeres para el tejido, con estilos y técnicas ancestrales, además de ser un
patrimonio particular y un modo de identificación, les sirvió para desarrollar una pequeña
pero rendidora industria.
Los Cayubabas
Una característica innata de los cayubaba es que son buenos labradores. Cultivan maíz,
maní y yuca y también son hábiles pescadores: utilizan canastas de forma cónica que
arrojan al agua a manera de redes. Las mujeres se destacan por sus habilidades como
artesanas, pues hacen cerámicas, tejidos con fibras vegetales o textiles de algodón, mientras
los hombres se encargan de fabricar ruedas de carretones, cascos, canoas, gavetas, postes y
bretes que son demandados por los ganaderos de las estancias, con quienes tienen casi
esencialmente una relación que se reduce a lo comercial.

De ser un pueblo considerado salvaje hasta los albores del siglo pasado, en unas cuantas
décadas, los cayubaba pasaron a ser una sociedad con valores y usos católicos y comunes a
las sociedades urbanas, debido a la fuerte influencia de la evangelización jesuita.
Así, los estudios demuestran que las formas de organización social tradicional de esta etnia
han desaparecido en su totalidad, dando paso a la familia nuclear monogámica como
modelo que rige sus asentamientos, ante esporádicas excepciones en pequeños clanes que
aún persisten en poblados orientales alejados.
Cuando se asentaron y fundaron las misiones de San Carlos, Concepción y las Peñas, los
cayubaba asimilaron y aprendieron artesanías y muchos oficios que los sacerdotes de la
orden jesuítica creían apropiados para los aborígenes. La expansión del dominio de la
influencia católica causó, en un principio, que los cayubaba se dispersaran al norte, pero
finalmente, por necesidad, siempre terminaron asentados alrededor de algún poblado ya
“tomado por los religiosos”.
Los Chimanes
La organización social básica de los chimanes es la familia nuclear, en la que sólo cuentan
los parientes directos, pero es abierta, pues mantiene ciertos vínculos de parentesco
extendido con otras familias. La movilidad espacial de la población está íntimamente
relacionada con el patrón de asentamiento y el sistema de parentesco, articulándose a
menudo ambos componentes del sistema social.
El antropólogo Milton Eyzaguirre comenta que “lo más curioso de esta cultura es que no se
permite el enojo. Pero cuando este sentimiento se apodera de uno de sus integrantes, lo que
se hace es mandarlo al monte hasta que se le pase. Según ellos, el enojo trae mala suerte e
incluso puede llamar a la muerte. También se casan entre ellos como una forma de proteger
su territorio”.
Antes de la evangelización existía entre los chimanes la poligamia sororal, es decir que un
varón estaba autorizado a casarse con dos hermanas. En cuanto a la formación de sus
sociedades, los asentamientos más pequeños están compuestos a menudo por un solo grupo
de viviendas, general mente de gente relacionada por un parentesco cercano.
Este pueblo se caracteriza por ser respetuoso y devoto de sus creencias y costumbres.
Cuenta con un vasto conocimiento de la medicina natural y tiene entre sus miembros a
excelentes artesanos que elaboran diversas clases de tejidos de algodón y jatata (fibra
vegetal).
La economía se basa en la pesca y la recolección de fibras para la confección de textiles.
Pescan durante todo el año, siendo la época más propicia la del invierno. La agricultura es
incipiente y sólo de autoconsumo. Los comestibles más cultivables son el arroz, maíz, yuca,
plátano, caña de azúcar, cebolla, tomate y palta. Últimamente, para el comercio, siembran
tabaco, algodón, limón y jatata, entre otros.
Los Chiquitanos
Después de los guaraníes, éste es el grupo étnico nativo más numeroso del oriente
boliviano. Pese a que la influencia cristiana sepultó muchos de sus antiguos usos y
costumbres, quedan aún entre sus tradiciones, según señalan los estudiosos Álvaro Diez
Astete y David Murillo, rasgos ancestrales originales muy interesantes. “Es una cultura ya
evolucionada y muy compleja”.
Aunque la mayoría de los chiquitanos profesa la religión católica, subsiste en la comunidad
una amplia y rica mitología. El chamanismo (práctica de ritos de invocación con fines de
curación y purificación) está presente en los momentos cruciales de la vida, como
nacimientos, matrimonio y sepultura. “Mantienen creencias ligadas al mundo sobrenatural,
en cada uno de los momentos importantes de la vida cotidiana, como la cacería, la
meteorología, la siembra, la cosecha, y, llamativamente, estás prácticas aparecen paralelas a
las tecnologías modernas”.
El jefe es el hombre más viejo de la familia, le siguen sus hijos por orden de edad. Él o los
yernos aceptan esa autoridad, pero a su vez reciben un trato cordial, aunque sólo definen
cuestiones dentro de su familia, y las decisiones macro del clan.

Caracteriza también a los chiquitanos su especial e innata habilidad de procesamiento y


trabajo fino de la madera. Algunas comunidades tienen como sustento esencial o único la
artesanía en cerámica o la producción de tejidos de algodón. La venta de fuerza de trabajo
es una de las actividades complementarias que realizan en épocas de carestía, pues se
trasladan en grandes grupos a las zafras de caña.
Los Chácobo
La superstición, que lleva a mantener vigentes prácticas ancestrales y poco ortodoxas para
garantizar el éxito de la cohabitación y la buena salud, diferencia a los chácobos de otros
pueblos vecinos suyos en el llano boliviano.

Wigberto Rivera Pinto, antropólogo que compartió expediciones con exploradores nativos
de esta etnia, destaca sobremanera el peculiar ritual que antecede al matrimonio, y las
costumbres e instintivas acciones en torno al concubinato. “Las parejas se forman
generalmente y con preferencia entre primos cruzados. Es decir que para un mozo — los
hombres son siempre los que toman la iniciativa y tienen la decisión final— es objetivo
central lograr hacer su esposa a la hija del hermano de su madre, mozuela a la que se
denomina guane”.
El censo que efectuó en 2004 la Confederación Nacional de Nacionalidades Indígenas y
Originarias de Bolivia (Conniob) estableció que aún quedan unos 1.050 chácobos.
Los Esse Ejja
Gerardo Bamonte, uno de los más respetados antropólogos italianos, escribió Los Esse Ejja,
una minuciosa investigación sobre la etnia oriental, que trabajó junto a su colega Sergio
Kociancich. Para lograr este importante tratado, el veterano profesional, docente de la
Universidad de Sapiensa en Roma, convivió por periodos de dos meses, durante 15 años
consecutivos con esta peculiar nación, tiempo en el que logró la amistad fraterna con un par
de chamanes.

“Mi especialidad es estudiar a los pequeños grupos amazónicos y por eso pasé muchos años
en Brasil; de ahí pasé a Perú, Bolivia y Venezuela. Después de andar bastante por la región,
identifiqué a este pueblo que vive en Pando, en partes de La Paz y Beni, y en Perú”. El
especialista cuenta que ésta “es una cultura muy compleja, pese a que ahora no llegan a ser
más de dos mil habitantes. Se asientan sobre todo a lo largo del río Beni, frente a Riberalta,
donde pescan, cazan y recolectan frutos y materiales. Al contrario de la mayoría de los
pueblos del occidente, no son grandes agricultores y su dieta en un 90 por ciento es
pescado”.
En la actualidad, debido a su contacto con la civilización occidental, los esse ejja han
perdido sus hábitos originarios externos: se visten con pantalones, vestidos y camisas como
todos nosotros; es raro ver a algunos que aún usan sus trajes hechos con corteza de árbol. Y
esto se traduce en otras conductas y costumbres.
Los Guaraníes
Asentados en los departamentos de Tanja, Chuquisaca y Santa Cruz, los guaraníes, otrora
congregados en poblados con importantes cantidades de gente, se dispersaron en las últimas
décadas debido a que la gente joven emigra a las ciudades en busca de mejores condiciones
de vida.
“Ha sido un pueblo muy fuerte. Nunca fueron conquistados por los quechuas ni por los
españoles, al contrario, establecían guerras para absorber esclavos, como los chamé. Fue el
ejército boliviano el que finalmente pudo doblegarlos a finales del siglo XIX”, comenta el
antropólogo Milton Eyzaguirre.
Antiguamente, los matrimonios se realizaban entre primos y el parentesco tenía importancia
mítica como de linajes de jefaturas. En la actualidad la costumbre se ha inclinado por
mantener en vigencia la familia extensa, abierta a parientes lejanos, aunque de un modo
más restringido.
La religiosidad de los guaraníes se expresa a través de la palabra de los profetas o
chamanes, especialistas que comunican al mundo sobrenatural con el social. La ritualidad la
manifiestan con diversos comportamientos y acciones sociales, y despliegan en ellas una
persistente vivencia de lo sagrado.
Por otro lado, los guaraníes fueron los prime-ros en pedir por su autonomía en la instaurada
República. “A principios del siglo XX, los jefes guaraníes se percataron del riesgo que
corrían sus territorios ante la amenazante presencia de colonos, hicieron sus demandas, pero
nunca fueron atendidas”.
Los Guarayos
Entre las costumbres agrícolas que aún conservan los guarayos se puede mencionar a la
minga, que consiste en la preparación y realización de fiestas para la iniciación de las
labores de siembra o cosecha, para la que se elaboran ingentes cantidades de chicha de maíz
o de yuca. “Cuando se acaba la bebida, se acaba la fiesta, y comienza al día siguiente la
dura faena agrícola”.

La organización social de esta etnia se basa en la familia nuclear, de lazos fuertes,


característica que no se pierde pese al acelerado proceso de mestizaje desde el periodo
posterior a la Reforma Agraria que impulsó una “avanzada de blancos (carai)” hacia su
espacio.
La actividad económica de los guarayos es básicamente la agricultura y la crianza de
animales domésticos para su alimentación y venta. Practican la caza y la pesca, pero ya no
en forma persistente y sistemática como antaño, sino cuando son urgentes y posibles, dada
la invasión de sus tierras por parte de los estancieros y madereros. También recolectan
recursos como madera para la construcción de sus casas y frutos —especialmente el CUSÍ
cuyo aceite usan en su alimentación básica—. En las últimas décadas los jóvenes
empezaron a vender su fuerza de trabajo como peones en las estancias de la región o como
cazadores y mozos en las empresas madereras.

“Como este pueblo fue misionado por sacerdotes franciscanos —apunta Rivero—, tienen
muy arraigada en su identidad la ritualidad y la fe cristiana, pero al mismo tiempo que
rezan y cantan salmos, mantienen un gran respeto por sus espacios sagrados, como la
chapacura, lugar al límite norte del territorio guarayo, o Cerro Grande, en el departamento
de Santa Cruz. También conservan las creencias animistas sobre los “dueños” del bosque,
de las aguas, de ríos, lagunas y de los animales.
Los Itonamas
Los itonamas, asentados en territorios benianos, poseen una organización social fundada
principalmente en la familia nuclear (de fuertes lazos entre parientes directos como unidad
básica), aunque paralelamente se da la familia extendida por lazos de parentesco,
caracterizada por relaciones de reciprocidad e intercambio.

“A pesar de su asimilación a diferentes sociedades, los itonamas conservan la creencia de


que los espíritus de sus muertos poseen poderes sobrenaturales. Hoy en día siguen siendo
animistas con relación a las plantas, animales y el agua, religiosidad que, sin embargo, no
rige sus acciones cotidianas”.
La deidad máxima del pueblo es Dijnamu, que representa el principio del bien, y que rige
sobre los otros dioses menores, genios y fantasmas, que se transforman en mariposas, aves
o serpientes, y que pueden causar la muerte a las personas.
Su economía se basa en la agricultura propia de la región: maíz, yuca, arroz, plátano, frijol,
zapallo, naranja, toronja, lima, mandarina, limón, palta, café, cacao, pina, tabaco, etc. Los
itonamas practican la caza y la pesca como actividades complementarias, labores
fundamentales en el siglo pasado, cuando eran esenciales para su subsistencia.
La ganadería en pequeña escala tiene como fin principal la obtención de leche de yaca así
como la elaboración de queso y mantequilla tanto para el consumo familiar como para la
venta a otras comunidades.
La manufactura de artesanías en goma y madera, así como las realizadas con fibras
vegetales, ha ido decreciendo con el tiempo. En otros pueblos sucede lo contrario, lo que
supone a largo plazo una pérdida en sus tradiciones.
Es destacable el hecho de que desde principios del siglo XVIII, cuando se censó a estos
nativos, la cantidad de la población prácticamente se mantuvo intacta. Las crónicas de
españoles establecen que en ese entonces los considerados salvajes eran alrededor de seis
mil, cifra que en doscientos años se redujo en poco más del 10 por ciento, pues actualmente
llegan a 5.240.
Los Joaquinianos
La organización social básica de los joaquinianos es la familia básica compuesta por el
padre, la madre y los hijos. Asimilados por completo y ya hace varias décadas a la vida
citadina y la sociedad occidental, el catolicismo es la base de su credo, aunque algunos
cultos protestantes entraron con fuerza en los años recientes en San Joaquín, Beni, y
algunas comunidades aledañas. “Se dice que su procedencia es del Brasil, y que por ello
hablan el portugués mejor que el español o alguna otra lengua nativa”.
La principal actividad económica de estas comunidades y asentamientos es la agricultura,
aunque también practican la caza, pesca y la recolección de castaña, palmito y frutos
silvestres.
La agricultura se basa en el sistema de barbecho, es decir que trabajan en la poca tierra que
ocupan sin posibilidades de rotación y descanso. Toda su producción se destina al
autoconsumo, y sólo si hay excedentes los venden a sus vecinos “blancos” (carayanas) de
San Joaquín, San Ramón, Santa Ana del Yacuma y Guayaramerín.
Las actividades básicas de este pueblo situado en el corazón de la amazonia boliviana se
desarrollan de modo restringido por la presencia de pequeños asentamientos de gente de
innumerables naciones en los alrededores.
Los Lecos
“Su incorporación a poblaciones económicamente activas como Guanay, ha hecho que esta
etnia se asimile por completo a la civilización occidental. Tan sólo conserva algunas
costumbres de tipo material”, dice el antropólogo Milton Eyzaguirre.

Asentados en las provincias Larecaja y Franz Tamayo, en el norte del departamento de La


Paz, los lecos mantienen muy poco de sus aspectos culturales, en especial los vinculados a
temas espirituales, pues desde la época precolombina han tenido una fuerte influencia
aymara, inicialmente; luego, con la llegada de los españoles, fueron uno de los pueblos más
violentamente evangelizados.
La economía de este pueblo que “se basa fundamentalmente en la actividad agrícola,
aunque también se dedican al aprovechamiento forestal maderero. Ocasionalmente,
además, cazan y pescan, pero cada vez la presión de la población ahuyenta más la fauna
silvestre”.
En cuanto a su organización social y política, se establecen varias etapas históricas de esta
nación que actualmente tiene su mayor asentamiento físico colectivo en la localidad de
Apolo: organización anterior a las misiones, organización en las misiones franciscanas,
etapa de las parcialidades y la actual época del sindicato, evidentemente con la influencia
del sistema.
Antes de la llegada de las misiones de evangelización, en los numerosos grupos étnicos
repartidos por la región, entre los que estaban el pueblo leco, los aguachiles, pamainos y
otros, era común el liderazgo basado en el prestigio, vale decir que para mantenerse al
frente de un clan, el líder debía demostrar con regularidad las aptitudes que le hacían
superior al resto.

El área o hábitat donde se asientan en la actualidad las comunidades y pueblos lecos es


caracterizada ecológicamente como ceja de selva, pues está ubicada exactamente en la
transición de los andes a la amazonia.
Los Machineri
“los machineri conocen mejor la cultura brasileña debido a su ubicación en la triple frontera
entre Bolivia, Perú y Brasil. Ellos se ven obligados a entrar en municipio brasileño, donde
hacen sus compras ya que conocen mejor el dinero de aquel país”.

“Lamentablemente, en uno y otro lado de la frontera son vistos como incivilizados y hasta
delincuentes, pues al verse obligados a emigrar constantemente para sobrevivir, pernoctan
en la calle y llevan vida de vagabundos”.
Actualmente, la organización social de los machineri se basa en la familia agrupada en
asentamientos dispersos, pero que mantienen lazos familiares sólidos e ineludibles. Pero su
régimen general y sistema de relaciones y desarrollo gira en torno a la familia extensa,
siendo el hombre de más edad el jefe, quien hasta hace algunas décadas vivía aislado del
grupo para mantener distancia y respeto.
Los machineri del lado boliviano —pues se extienden también hacia Brasil— no están
cristianizados, pero la Misión Evangélica Suiza tiene planes para integrarlos a la
congregación de Puerto Yaminahua.
La economía de este pueblo se basa en la caza, la pesca seminómada, la agricultura, la
recolección de castaña y, como actividad complementaria, la venta de su fuerza de trabajo y
el transporte en sus canoas de pasajeros y carga de Bolivia al Brasil y viceversa.
Por su contacto con la civilización occidental, han perdido muchas de sus habilidades
artesanales, pero siguen elaborando hamacas, arcos, flechas y artículos de uso doméstico.
Comercian carne de monte, castaña, artesanías y productos agrícolas.
Los Moré
Antiguamente, la organización social de los moré, asentados en el noroeste de Beni, se
basaba en la familia extensa y convivencia entre parientes con vínculos medianos y lejanos.
Eran una tribu de cazadores y pescadores organizados en una sociedad eminentemente
guerrera, condición que influyó en la preferencia por los nacimientos de varones.
Practicaban la poligamia, portante, la jefatura en el clan menor era de un hombre que
ejercía un control de natalidad selectivo.

En la actualidad, la organización se basa en la familia nuclear, y toda la población


superviviente alcanza a 360 personas. Según la Confederación Nacional de Nacionalidades
Indígenas Originarias de Bolivia, tiende a congregarse más en torno a una sola sociedad.
Se conocen restos de arte rupestre sobre el río Iténez, cerca de Monte Azul, donde también
se han encontrado reliquias cerámicas, lo que habla de un pasado prehispánico con un
interesante grado de desarrollo.

Debido a que desde la Colonia el proceso de cristianización católica se vio entorpecido por
la poca receptividad por parte de los indígenas, hoy en día la permanencia de cualquier
iglesia en la zona es casi imposible.
La economía de los moré se basa en la agricultura, que se caracteriza por ser de tipo
estacional y de subsistencia.
Durante la época de lluvias se siembra y cosecha arroz. En la temporada seca cultivan maíz,
frijol, yuca. El plátano y el guineo pueden dar todo el año si es que las condiciones de
conservación son óptimas.
La yuca está destinada al consumo diario, procesada como chicha, chivé y harina, cuya
producción excedente se comercializa en la ciudad de Guayaramerín, ocurriendo lo mismo
con los excedentes de frijol, plátano y guineo. Las actividades complementarias de los moré
son la caza, la pesca, y la recolección de castaña y goma.
Los Mosetén
En el marco de la Ley 1715, los mosetén lograron hace un tiempo su tierra comunitaria de
origen (TCO), titulada, en la zona de Inicua, Santa Ana y Muchanes, en los departamentos
de La Paz y Beni.
“La organización social de este grupo étnico se basa actualmente en la familia monogámica
rígida, pues prescribe drásticamente el concubinato. Hay un alto grado de solidaridad social
entre ellos, que se manifiesta en el compadrazgo”.
“Los mosetenes se casan entre ellos principalmente por no permitir que los colonos
aymarás, por ejemplo, se apropien de sus terrenos”, añade el antropólogo Milton
Eyzaguirre.

La cristianización católica de los mosetén es firme y generalizada, desde la dura


evangelización efectuada por las órdenes jesuíticas y franciscanas, “al grado que en las
comunidades donde se asientan no se conoce el protestantismo, que mediante las iglesias
adventista y evangelista ingresaron con tanta fuerza en la zona”.
No obstante, como sucede en casi todos los pueblos convertidos, éste posee aún un mundo
mítico propio que se traduce en muchos cuentos y leyendas, algunos modernizados, que
relatan adultos y ancianos, pero también niños, “y que siempre tratan sobre el mundo
sobrenatural y los seres superiores y guardianes”.
En cuanto a sus asentamientos físicos, alcanzaron un aceptable grado de calidad de vida.
Las poblaciones de Covendo y Santa Ana tienen electricidad propia, mientras las
comunidades de Inicua y Muchane cuentan con energía eléctrica para su escuela y para los
equipos de radio.
Desde sus más remotos antepasados tienen como principal y tradicional actividad
económica a la agricultura, complementada con la caza, la pesca y la recolección. Hay, para
este movimiento, un solo precepto riguroso: cada familia chaquea de tres a cinco hectáreas
por año, con sembradíos de arroz, maíz, yuca, plátano, frijol, hualuza, sandía, cebolla,
tomate y una variedad de frutos.

Para complementar su economía, en los últimos años la artesanía se ha convertido en una


importante fuente de ingresos, especialmente para las mujeres que se dedican a esta
actividad tejiendo objetos diversos con fibras vegetales.
Los Movima
“A falta de carne de animales de monte, los movima son expertos cazadores de animales
para extraerles los cueros (caimanes, lagartos, londras, tigrecillos), a fin de obtener dinero y
surtir necesidades apremiantes. La pesca se hace con atajados, barbasco, anzuelos y redes.
Recolectan, además, una gran diversidad de frutos silvestres, pero destacan especialmente
la recolección de totora”.

Ubicados en la región amazónica de Beni, los movima tienen como principal actividad
económica a la agricultura. El antropólogo Wigberto Rivera cuenta que “generalmente los
montes donde están obligados a cultivar son poco aptos porque sufren inundaciones”. Por
eso, deben combinar su actividad con la caza, la pesca y la recolección de frutos.
Antes de la llegada de los españoles, también eran agricultores semisedentarios y sabían
aprovechar las tierras de terrazas y claros de bosque tratados por culturas anteriores (en
especial por los moxeños).

La organización social se basa en la familia monogámica y nuclear con características de


parentela extensa, pues los asentamientos incluyen una o dos familias emparentadas sobre
la base de la primera residencia del matrimonio en casa de la madre de la mujer
(matriarcado), aunque la línea de descendencia es la paterna. Mantienen un fondo de
creencias relacionadas con el culto a los antepasados, a los “dueños” del monte, a los
animales, pero sobre todo a los dioses del agua. La vigencia de esta espiritualidad está en
riesgo a causa del alto grado de cristianización.
Los Moxeños
Entre los mojeños existe la creencia de que la leshmaniasis, especie de lepra que consume
el cartílago de la nariz y boca, es producto de la ira de lichi, su deidad mayor, que envía
este castigo por herirá un animal o matar una hembra preñada.
“Ellos viven el día, por lo que sus usos y costumbres son también simples y sólo de
actividades cotidianas”. La organización social de los moxeños se basa en la familia
nuclear. Las comunidades están formadas por entre 10 y 30 familias, en la mayoría de los
casos, con algunas excepciones, donde se agrupan más.
La situación etnocultural, por consiguiente, está profundamente impregnada de la
religiosidad católica. Es así que en las festividades religiosas se da una permanente
apelación a esa “cultura” ancestral que aparece en la música y las danzas como un conjunto
de códigos.
La actividad económica de los moxeños es diversificada, siendo su labor básica la
agricultura unifamiliar: cada unidad familiar trabaja en su propio chaco, que no excede a
una hectárea o, en ocasiones, dos. La producción es en pequeña escala y mayoritariamente
está destinada al autoconsumo; algunas veces se la entrega en trueque para obtener
productos foráneos como fósforos, kerosén, azúcar, ropa usada, herramientas, etc.
Los productos nativos actuales son: arroz, maíz, yuca, plátano, caña, frijol, zapallo, camote,
cítricos, café, cacao y tabaco. También producen objetos de madera para la venta, como
ruedas de carretón o canoas. Últimamente se está incentivando la elaboración de diversas
artesanías, como tejidos en fibras vegetales, hamacas en hilo mercerizado, tallados en
madera, cerámica, instrumentos musicales y muebles de carpintería, todo hecho según las
técnicas y conocimientos heredados de generación en generación.
Los Nahua
Este grupo étnico nunca ha sido contactado de manera oficial en Bolivia”.

Probablemente se trata de un grupo de indígenas itinerantes que se desplazan por la frontera


entre los dos países. No se sabe cuántos son ni el área exacta donde se asientan. Es muy
probable que los Nahua de Bolivia hayan sido exterminados o se hayan asentado
definitivamente en el Parque Manu en Perú, donde está la mayor parte de la población de
este grupo étnico, también llamado Yora.
Su vida, como la de todo grupo selvícola, se basa en la caza y la pesca, aunque
ocasionalmente cultivaban yuca, plátano y maíz.
“Los nahuas son locuaces y gustan de usar mucha mímica en sus expresiones para dar
mayor fuerza a sus ideas. En sus ausencias o cambios de zona de residencia, se comunican
por signos, como hojas de palmera cuya distribución u orientación en el suelo, en las
puertas de su casa o en las playas, encierran mensajes para sus congéneres”.
El experto comenta que siempre duermen alrededor del fuego y que comen todos alrededor
de la olla común. “Sus cantos son monótonos y salmodiados, más bien tristes, y gustan de
curiosas danzas”.
Originalmente, su sociedad era patriarcal. Los varones, durante el día, vivían en la “casa de
los hombres”, pero por la noche, si estaban casa dos, se retiraban a cohabitar con su esposa,
quien estaba totalmente sometida a sus decisiones y le servía para engendrar hijos y cuidar
del hogar y la alimentación.
Los personajes más destacados y respeta-dos de su sociedad eran los bari, quienes
dictaminaban si el enfermo iba o no a morir, y según eso se decidía si seguir o no
cuidándolo.
Los Pacahuara
“Es un grupo en proceso de desaparición total, quedan seis personas, todos hermanos. En el
año 1970 fueron trasladados en avioneta por los miembros del Instituto Lingüístico de
Verano desde el Río Negro hasta su actual comunidad en Puerto Tujuré, donde se dedican a
la agricultura”.
Existen pocos datos sobre el pueblo pacahuara debido a su inminente extinción. Según el
conteo efectuado en 2004 por la Confederación Nacional de Naciones Indígenas
Originarias de Bolivia, se estableció que sólo quedan 17 miembros originarios puros en una
comunidad asentada casi en el límite entre los departamentos de Beni y Pando.
Su organización social se basaba en la familia extensa, con matrimonio de primos cruzados.
El carácter totémico de su sistema confería una relativa independencia entre sí a las
distintas parcialidades; no obstante, con el paso de los años, la base de la sociedad se hizo
nuclear.
De las creencias originarias sólo quedan vagas ideas, pues ya no existe la sociedad que
podía darles consistencia y continuidad. La evangelización de los pacahuara sobrevivientes
no se ha consumado, pese a los esfuerzos de las sucesivas misiones asentadas en la región.
La economía de los pacahuara se basa en la recolección y la agricultura. Comercian la
mayor parte de la castaña y el palmito que recolectan, el resto es destinado al consumo
familiar. La castaña como materia prima para la fabricación de jabón casero y la obtención
de aceite, y el palmito como fuente de proteínas son otras de sus industrias rudimentarias.
La agricultura es simple, rústica y se limita al arroz, maíz, caña de azúcar, yuca, bachi y
plátano. La caza y la pesca son actividades tradicionales y aún hoy en día vitales para su
subsistencia, junto con la recolección de frutos.
Los Quechuas
Tanto los censos del Instituto Nacional de Estadística (2001) como de la Confederación
Nacional de Nacionalidades Indígenas Originarias de Bolivia (Conniob) en 2004 coinciden
en que con algo más de 2, 2 millones de habitantes los quechuas son la nación originaria
más numerosa del país.
Este grupo comparte con los aymarás la centenaria estructura del ayllu. Su religiosidad está
íntimamente ligada con la agricultura, pues es mediante rituales agrarios —según su
concepción— como consiguen favores de la Pachamama (Madre Tierra).
Hay pueblos quechuas en las tres regiones climáticas bolivianas. En el altiplano, las
actividades principales son la agricultura y la ganadería de camélidos, ovinos y bovinos. La
agricultura es esencialmente de tubérculos: papa, oca y papaliza, y cereales como la quinua,
cañahua y cebada.
En los valles, los campesinos viven de la agropecuaria, avicultura y floricultura. Se dedican
a la siembra de maíz, papa e infinidad de hortalizas; crían ganado ovino, porcino, caprino y
bovino; también se dedican a la crianza de aves de corral y, últimamente, se ha
implementado el cultivo de flores. En la región del chapare tropical, los colonos quechuas
se dedican a la agricultura, especialmente cultivando la hoja de coca; a la fruticultura, la
floricultura y la industria de la madera.
Los Reyesanos
Debido a que la cantidad de reyesanos o maropas —como también son conocidos— es muy
baja, y por consiguiente su presencia e influencia es mínima, es poca la información que se
tiene del pasado y origen del grupo étnico asentado en Beni y parte de Pando.
Entre la poca información que se tiene, se sabe que los reyesanos pertenecen a la familia
étnico-lingüística tacana, por lo que comparten mucho los aspectos y rasgos culturales con
los tacanas de la región de Tumupasa.
Su economía está basada en la agricultura y la ganadería, complementada con la artesanía
en pieles y palmas. También cazan y pescan con fines de sobrevivencia.
Para vivir, los maropas o reyesanos, en el macrohábitat natural del llano, eligen de
preferencia las zonas con bosques de galerías, surcadas por ríos y lagos de la cuenca
amazónica, ya que para desarrollar sus actividades requieren pastizales naturales y
protegidos.
Los datos que se tienen afirman que existía una gran movilidad en el grupo, una vez que se
establecía, pero cuando llegaban a la madurez, 25 ó 30 años, los hombres y mujeres
practicaban el sedentarismo y construían chozas fijas.
Los Sirionó
“Los sirionó eran guerreros por sobre todo y se tiene conocimiento de que hasta el siglo
XVIII era una etnia que poseía esclavos. Esto quiere decir que tenían una organización
social mucho más compleja que otros pueblos vecinos. Al destinar los esclavos a las
labores, los jefes o líderes sirionó se dedicaban a explotar su relación con lo sobrenatural”.
El castigo más duro que puede sufrir un nativo sirionó, por algún crimen o pecado, es la
proscripción. Queda excluido para siempre del clan, lo que, según su idiosincrasia, lo
condena a la marginalidad, ya que difícilmente se adapta a otras sociedades. Entre sus
códigos no existe la pena de muerte ni el linchamiento, pero sí castigos físicos menores
como el azote.
Los sirionó, asentados en su mayoría en territorio beniano, tienen una destreza que los
distingue: su habilidad para la elaboración de armas para la caza y la guerra.
El sirionó se autodenomina mybia, que quiere decir cazador. Como otros grupos étnicos de
Bolivia, éste no tiene rasgos que se hayan detenido en el tiempo, no son estáticos, no se
congelaron, son dinámicos y evolutivos. Antes, el hecho de que una mujer participe en la
caza era un verdadero tabú.
“son conocidos por ser los mejores constructores de flechas, por lo que algunos de los
comunarios de poblados vecinos los denominan “indígenas de arco largo”. Hasta principios
del siglo pasado, su habilidad era utilizada sobre todo para armas de guerra, pero luego,
lejos de dejar de lado la artesanía, empezaron a perfeccionar arcos y lanzas para la caza”.
Los Tacana
La organización social básica de los tacana, que tienen varias comunidades en el norte de
La Paz y en Beni, se fundamenta en la familia nuclear, formada por los enlaces directos.
Tienen tendencia a contraer matrimonios endogámicos en un alto porcentaje, aunque ello
no es estricto y cualquiera puede casarse con personas de otro pueblo. Un censo de 2004
establece que quedan 8.380 tacanas.
“en el contexto tacana se ve que hubo incursiones incaicas. Por ello se explica la presencia
del término yanakuna para referirse a los brujos y Pachamama para referirse a la tierra,
ambos términos son eminentemente quechuas y dan una idea de una eventual alienación”.
Las creencias y prácticas religiosas tradicionales aún continúan ejerciendo una influencia
muy importante en la vida cotidiana. De manera paralela a las ceremonias cristianas, que se
impusieron a mediados del siglo pasado debido a la presencia de misiones evangelizadoras
jesuitas, los chamanes celebran ritos tradicionales en fechas clave del calendario agrícola y
de principios de año. Éstos no solamente son curanderos con conocimientos profundos de la
herbolaria medicinal, sino también guardianes del bienestar de la comunidad y del universo,
según su filosofía.
La actividad económica se reparte entre la agricultura, la caza, la pesca, la recolección y la
artesanía, dentro del modo amazónico tradicional. La agricultura es la actividad más
importante y predominante. El proceso de cultivo se basa en que cada unidad productiva de
una o dos familias emparentadas trabaja una hectárea de arroz y maíz, media de plátano y
cuarta de yuca. Los cítricos y otras frutas se plantan alrededor de sus viviendas. La
organización del trabajo se basa en la ayuda mutua que se prestan por turnos entre parientes
y vecinos, sea para el chaqueo, siembra o cosecha.
Cazan todo lo que pueden, prefieren anima-les grandes que justifiquen el esfuerzo de
desplazamiento de grandes distancias; la recolección de miel de abejas, huevos de tortuga,
palmito y diversas frutas silvestres es complementaria a su base económica.
Los Tapieté
“No existe una información precisa sobre la etnohistoria de los tapieté, porque con el paso
de los años se ha subsumido en la historia del pueblo guaraní, por lo que muchas veces son
considerados como una parcialidad más de esa macroetnia”.
Las referencias más antiguas sobre esta comunidad asentada en los territorios de Santa Cruz
y Tarija se encuentran en documentos y censos de principios del siglo XX.
En cuanto a su organización familiar y social, este grupo tiene parámetros rígidos y bien
establecidos: el jefe de familia es el marido y sus deberes están claramente delimitados: es
responsable de la pesca, la agricultura y la caza. La mujer, mientras tanto, lleva todas las
tareas del cuidado de la cocina y la vida doméstica y dirige la recolección de frutos en el
monte.
Los Toromona
Los toromona son un grupo indígena que se asentó desde hace cientos de años en el
departamento de Pando, entre los ríos Madre de Dios, Toromona y Arroyo Asunta. “En la
década de los 80 ya eran pocas las familias sobrevivientes que recorrían la selva
amenazados por petroleros, madereros y caucheros. Nunca se tuvo contacto formal y
actualmente se teme que estén al borde de quedar exterminados”.
Un grupo de campesinos colonos denominó Toromona a su comunidad y es probable que
exista confusión entre éstos y el grupo étnico, ya que algunos piensan que los colonos son
en realidad indígenas que dejaron atrás sus usos y costumbres.
Según los últimos registros logrados en las décadas de los 70 y 80, este pueblo había
perdido muchas de sus características étnicas, debido a su contacto con la civilización
occidental, y con otras naciones más numerosas y de fuerte arraigo e influencia, como la
mosetén, cuyos pueblos se asientan en las inmediaciones.
Tradicionalmente se dedicaban a la agricultura; el cultivo del maíz, legumbres y calabazas,
y complementaban su dieta con la recolección de frutos silvestres, la caza de aves y puercos
de monte. Durante los meses de aguas altas en los ríos de Beni y Pando, es decir,
septiembre, octubre y noviembre, pescaban casi a tiempo completo porque lograban
comercializar todos los peces en los poblados cercanos. Los caciques e incluso algunas
mujeres líderes aprendían algunas palabras en castellano y las usaron para valerse del
trueque y lograr algunos productos e insumos con su producción piscícola.
También se dedicaron, a partir de los albores del siglo XX, y siempre gracias a sus
contactos con otras culturas más desarrolladas, a la ganadería con la cría de pequeños
rebaños de vacas, caballos, ovejas, cabras y aves de corral, que les servían exclusivamente
en su alimentación y para curtir pieles y procesar el plumaje para la confección de la
vestimenta.
Los Urus
Los pueblos chipaya, murato e hiruito, todos asentados en el territorio de Oruro, a orillas de
los lagos Uru Uru y Poopó, están encasillados como un solo grupo étnico. Su trascendencia
siempre fue muy escasa a raíz del dominio expansivo aymara que perduró durante todo el
tiempo de la Colonia.
No obstante estas condiciones evidentemente desfavorables, las costumbres y pureza se
mantienen casi intactas, más allá de la escasa densidad poblacional, factor que terminó por
diluir a tantas culturas que optaron por asimilarse a las más grandes y cercanas, o en su
defecto, migrar a las ciudades.
Su principal actividad laboral es la crianza de camélidos, producción de quinua y papa.
Los Weenhayek
La explotación de los hidrocarburos afectó enormemente a los weenhayek, etnia asentada
en tierras tarijeñas, no sólo porque su población sufrió una merma debido al impacto en el
medio ambiente, sino porque la presencia de las transnacionales está carcomiendo las raíces
de identidad de este pueblo que siempre se consideró superior a las demás culturas del
Chaco.
“ellos habitaban al margen izquierdo del río Pilco-mayo, donde fueron conocidos también
como matacos. Pero se fueron despegando de aquel término, al que consideran despectivo,
por el de weenhayek. Son grandes pescadores, de hecho comercializan su pesca en las
principales poblaciones y ciudades del sur del país”.
La secuencia de desgaste de los valores originarios de esta etnia es similar a la mayoría de
las amazónicas, comenzando con la presencia de religiosos. En la época de la Colonia no se
dejaron evangelizar por los jesuitas, pero en la República no pudieron evitar la presencia de
los protestantes que influyeron en su ideología religiosa y los indujeron a cambiar sus
mitologías y creencias ancestrales por el cristianismo.
Los Yaminahua
La organización social de los yaminahua tiene como pilar la familia extensa, es decir, con
lazos medianos y lejanos de parentesco; actualmente debido a su sedentarización se funda
en la familia nuclear, donde están sólo los parientes inmediatos, siendo el padre el jefe.
“en esta etnia, una mujer puede decidir la separación de su pareja e inmediatamente puede
elegir a otro hombre del mismo grupo. Es la mujer la que dispone de las relaciones de
matrimonio”.
Los Yaminahua mantienen en gran parte sus tradiciones culturales materiales e ideológicas,
pero de una manera sosegada, por la influencia mercantilista del lado brasileño y los afanes
de los misioneros evangelistas. Están asentados en el extremo norte de Pando y en 2004 se
contaban 390 de ellos. “En cuanto a su acervo cultural, aún mantienen muchas creencias
ancestrales importantes, pero ya no con la fuerza de una sociedad mayor, sino bajo la
nebulosa de un pasado que se ha ido escapando de la memoria colectiva, dejando sólo
algunos elementos básicos”.
Es un pueblo evidentemente pagano y politeísta. La víbora sicuri, serpiente de agua muy
común en su hábitat, fue la divinidad principal de sus antepasados, por lo que hasta hoy en
día los Yaminahua no matan ese animal, salvo si hay peligro de muerte para personas, caso
en el que antes de sacrificar al ofidio, hacen todo lo posible por alejarlo sin lastimarlo.
La magia y el curanderismo están fuertemente reforzados en su imaginario popular, por el
consumo de la ayahuasca, un alucinógeno poderoso que usan en sesiones de curaciones y
reconcentración espiritual comunitaria para, según creen, escuchar consejos y predicciones
de los espíritus totémicos de la selva y de los antepasados. Las actividades económicas
principales son la recolección, la caza y la pesca; estas últimas, fundamentales en su
alimentación.
Las actividades económicas secundarias de los Yaminahua comprenden la agricultura
incipiente, con cultivos de arroz, yuca, maíz, plátano, la artesanía y la venta de fuerza de
trabajo.
Los Yuquis
Hasta inicios del siglo pasado, fue común entre los yuquis un sistema de estratificación
social de amos y esclavos, o por herencia u orfandad. Pero luego de la influencia de los
evangelizadores se conformó la típica familia nuclear (de fuertes lazos entre parientes
directos) de pareja monogámica.
Pese a los vertiginosos cambios sociales y culturales, aún mantiene intactos algunos rasgos
originales. Es un pueblo animista que, no obstante, no desarrolló una cosmovisión
mitológica, pues su evolución se vio interrumpida por el avasallamiento. A la creencia en
los espíritus de la selva que encarnan en animales le acompaña la idea de que las personas
poseen dos espíritus que cuando fallecen pueden causar enfermedad o muerte.
Es un pueblo nómada que recorre desde la provincia Carrasco, en Cochabamba, hasta
Montero, en Santa Cruz. “Fueron contactados recién en la década de los años 50 por
misiones religiosas evangélicas estadounidenses”.
Según el censo de 2001, esta etnia cuenta con 127 mil hectáreas tituladas que, sin embargo,
no usan porque son recolectores y “se dedican a la caza y a la pesca”. Otra de sus recientes
actividades es la artesanía; aprovechan la corteza del árbol amabis para confeccionar
bolsos, flechas y hamacas. “No tienen música, danzas u otra manifestación cultural debido
a la influencia de la evangelización. Lo único que conservan es su idioma, que es el
mwyia”.
Los Yuracaré
“La historia dice que nosotros estábamos en cuatro departamentos: La Paz, Cochabamba,
Santa Cruz y una parte del Beni. En ese tiempo nuestros antepasados eran bastante
ingenuos y humildes. Vivíamos como nómadas, de un lado a otro, porque el territorio era
muy grande y muy rico a la vez”.
Los yuracaré andan siempre en busca de la Loma Santa, la tierra sin mal que, según su
mitología, Dios les tiene predestinada para que se acaben las injusticias.
“Son una etnia bastante bien organizada, que mantiene sus formas tradicionales de cultivo,
aunque en los últimos años se han visto obligados a limitar aún más su territorio,
principalmente por la migración hacia el norte de Cochabamba, lo cual los ubica en
territorio casi moxeño”.

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