El Gran Error de Micaela Micaela 1685467220

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El gran error de Micaela
Los hijos de Bermont III

Sofía Durán
Copyright © 2021 Sofía Durán

Derechos de autor © 2021 Sofía Durán


©El gran error de Micaela

Todos los derechos reservados

Los personajes y eventos que se presentan en este libro son ficticios.


Cualquier similitud con personas reales, vivas o muertas, es una coincidencia y no algo intencionado
por parte del autor. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida ni almacenada en un sistema de
recuperación, ni transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico, o de fotocopia,
grabación o de cualquier otro modo, sin el permiso expreso del editor.

Editado: Sofía Durán.


Copyrigth 2021 ©Sofía Durán
Código de registro: 2104267635710
Fecha de registro: 26/04/2021
ISBN: 9798745501234
Sello: Independently published

Primera edición.
Sueña y haz siempre lo que tu corazón desea no importa que todos critiquen tu decisión al final la
vida es sólo tuya.
Contents

Title Page
Copyright
Dedication
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Epílogo
Capítulo 1
No sabía cómo sería capaz de hablar con su padre sobre la estupidez que
cometió, apenas lo había podido confesar ante sus primas, las más allegadas
y parecían tan consternadas y estresadas como lo estaba ella misma. Nunca
pensó ser tan estúpida ¿por qué había caído con esa facilidad ante ese
hombre? Ahora la que tenía el problema era ella, mientras que él seguía en
su ignorancia feliz que le ocasionaba el silencio de Micaela.
Para mucha gente, su solo nombre indicaba un sinfín de palabrería que
terminaba por enfadar a todo cuanto se atreviera a escucharla, Micaela era
una joven hermosa, sí, pero la mayoría de gente la encontraba exasperante,
demasiado chismosa, demasiado franca, tenía una mala combinación de sus
dos padres, Marinett y James Seymour, marqueses de Kent. Ella solo podía
estar de acuerdo, pero tampoco es que hubiese mucho que pudiera hacer por
ello.
Claro, que definitivamente hubiera podido detenerse cuando se enamoró
de ese hombre y le permitió llegar lo más lejos que una pareja podía llegar,
aunque ella no lo supiera en ese momento, sabía que estaba mal desde el
comienzo ¡Era una tonta! Porque, además de haber perdido su doncellez,
había quedado embarazada.
—Micaela, mamá dice que si no bajas en cinco segundos, te castigará
por toda la semana —le dijo Jasón desde su puerta, era su hermano mayor,
él era más bien parecido a su padre, pero con la personalidad de su madre.
—Lo sé —dijo desde el baño, donde la joven se las apañaba sola con las
náuseas matutinas—, voy en seguida.
—¿Te encuentras bien? —preguntó su hermano, cada vez más cerca de
la puerta del baño— Estás rara últimamente.
—Estoy bien Jason, gracias —trató de sonar tranquila, pero su voz
denotaba el nerviosismo en el que se encontrara.
—¿Nuevamente comiste de más? —se preocupó el rubio—, te dije que
era suficiente con tres panecillos ¡pero eres terca!
—Lo sé, bajaré en un momento.
—Bueno, te excusaré con mamá por ahora.
Micaela amaba a su hermano, a ambos, aunque con Héctor solía llevarse
menos, ambos eran muy queridos por ella y al ser la única mujer, tenía el
mismo efecto en ellos, no podía imaginar qué dirían cuando se dieran
cuenta que era una mujer falta de pureza, una tonta que se había metido con
el primer hombre que le habló bonito, porque nadie quería estar con
Micaela nunca, jamás le sacaban platica ¡Qué decir de pedirle un baile!
Estaba más que segura que se quedaría para vestir santos, pero ahora… no,
ahora hasta los santos le harían una cara reprobatoria si tan solo se
acercaba.
—¿Madre? —Micaela abrió el despacho de su padre, donde era común
que su madre se encontrara, usando aquellos pequeños lentes para revisar
las cuentas juntos con su padre—, me dijo Jasón que me estabas buscando.
—Sí —Marinett Seymour entregó un papel a su marido y la miró con
seriedad, su madre había heredado la mirada filosa de su abuelo Hugo
Kügler, lo cual le helaba la sangre—, ha llegado carta de Ashlyn, pidiendo
que la visites por unos días, creo que puedes ir.
—¿En serio? —sonrió Micaela.
—Sí.
—Eso estaría perfecto mamá, me hace mucha ilusión ir con Ashlyn
¿Cuándo podré ir? ¿Será pronto? ¿Me puedo ir hoy mismo?
—Sí Micaela —detuvo su madre—, puedes ir ahora.
—¡Gracias!
La joven salió corriendo del despacho de su padre sin cruzar una palabra
con él, normalmente su cabeza necesitaba estar muy concentrado para poder
seguir el paso que su madre le marcaba, por eso no se atrevió siquiera a
dirigirse a él.
—Me preocupa esa niña —dijo James en cuanto su hija salió—, no veo
que tenga pretendientes y la he notado entristecida estos días, este ha sido
su primer desplante de palabrerías en días.
—Lo sé —Marinett no había dejado de mirar hacía la puerta—, por eso
la he dejado ir con Katherine, sé que, si algo anda mal, ella podrá ayudarla.
—¿Piensas que alguien le rompió el corazón?
—No lo sé, pero si es el caso, la manera de ver las cosas de Katherine la
ayudará.
—Sí tú lo dices…
—Deja de consentirla James, la haces una malcriada y caprichosa.
—No lo puedo evitar —sonrió el hombre, firmando unos papeles—, es
mi única hija ¿qué esperabas?
Marinett suspiró y frunció el ceño, seguía preocupada por la actitud de
Micaela, normalmente no diría que era una muchacha preocupada o que le
alterara que los hombres no le hicieran caso, pero quizá en el fondo era algo
que la afectara y simplemente no se lo contara.
Micaela por su parte estaba agradecida con su prima, era un total alivio
poder estar en su casa y no tener que cuidarse todo el tiempo para que
alguien de su familia notara su estado, claro que tendría que estar al
pendiente de su tía Katherine, quien era sumamente perspicaz y podía
descubrirla con facilidad o peor, su tío Adam, él sí que le daba miedo.
Llegó a casa de los Wellington en solo un pestañeo. Su prima estaba
esperándola ansiosa en la puerta cuando llegó su coche, la ayudó a bajar y
preguntó mediante susurros sobre su estado de salud actual, Micaela sonrió
y siguió caminando hasta la habitación de su prima donde ambas se
encerraron, ni siquiera habían ido con sus tíos para saludarlos.
—¿Cómo estás? —le tocó el hombro su prima pelirroja— ¿Tienes
vómitos?
—Sí, por la mañana.
—Dios Micaela ¿qué harás? —dijo nerviosa—, Blake y Sophia no me
dejan de escribir y estoy volviéndome loca para este momento.
—Imagina como estoy yo —negó—, ni siquiera soy capaz de hablar y
bien sabes cuándo me gustaba hablar ¡Dios santo! Creo que sería mejor que
muriera, pero no puedo morir sin matar al bebé y eso sería crueldad ¿no? Sí,
lo sería.
—Micaela —se notaba incomoda—, ¿Quién es el padre?
—Creí decir que no quería hablar de eso.
—Sí, lo sé, pero ahora parece algo indispensable —suspiró—, creo que
lo mejor es que lo sepamos y a partir de ahí veremos cómo actuar, quizá no
sea mala persona ¿Cuál es si título?
Micaela bajó la cabeza y sus mejillas se sonrojaron visiblemente.
—No tiene ningún título.
—¿Cómo?
—Pues así, no es un noble.
—¿Qué? —Ashlyn se puso en pie—, en serio que estás en graves
problemas ¡Te dije que el mesero de ese café era guapo, pero no era para…!
—¡No es él! —negó Micaela— ¡Pero qué bárbara eres!
—Bueno —sonrió Ashlyn—, era guapísimo.
—¿A qué sí? ¿Te conté que el otro día lo vi? Estaba besándose con una
muchacha, era muy bonita, seguro que se casan pronto y…
—No me interesa —la interrumpió— ¿Quién es el padre?
—Mira Ashlyn, no hará ninguna diferencia el que lo sepas, de igual
forma, él no querrá cumplir conmigo —negó— ¿Por qué lo haría? Solo soy
una parlanchina mujer que, además, no dice nada interesante durante toda
su plática.
—Eso no es cierto, eres una mujer muy inteligente Micaela —le tomó
las manos—, es su responsabilidad como padre del niño.
—No —ella se puso en pie y fue a la ventana—, no iré a rogarle a nadie.
En eso se parecía a su madre, orgullosa y fiera como ella sola, estaba en
problemas, había sido una tonta y desvergonzada, pero sabía que ese
hombre no le cumpliría, quizá hasta se burlaría de ella cuando supiera lo
que sucedía, prefería morirse, había sido una tonta por haberse enamorado
de él, la había encargado con esas palabras, debió saber que era una mentira
para hacerla cometer una idiotez.
—Micaela ¿qué piensas hacer entonces?
La joven pareció pensarlo.
—Me escaparé —asintió—, Sophia podía trabajar por sí misma y sacar
algo de dinero, yo soy educada, podría ser institutriz o quizá…
—Micaela, sabes que nadie en toda Inglaterra aceptaría algo así y mi tío
te buscaría hasta por debajo de las piedras para traerte de regreso, jamás te
permitiría trabajar.
—Papá es más permisivo, la que me matará será mi mamá.
—Cariño, no es por ser mala, pero creo que los dos te matarán.
Micaela suspiró, dándole la razón.
—¿Qué otra cosa puedo hacer? —se tocó el vientre plano—, ya lo tengo,
ahora tengo que encontrar la forma en la que lo pueda hacer feliz.
Ashlyn se sentía tan atrapada como su prima, era una horrible situación
con un fruto hermoso, al final, el bebé no tenía la culpa, pero era el punto
del problema, no solo estaba la falta de pureza de su prima, sino que, al
tener un bebé, simplemente no había remedio alguno para ella.
Capítulo 2
Unos días más tarde, había llegado la invitación a una velada, después de
mucho tiempo, Micaela se sentía con ganas de ir y Ashlyn no había tenido
opción al encontrarse con la cara enfurecida de su madre, quién no le dio
más remedio que cambiarse a unas ropas adecuadas e ir a la velada junto
con su hermano Adrien, el gemelo desastroso de Blake, hermana que se
había casado hacía ya bastante tiempo.
—¡Creo que será genial esta fiesta! —dijo el gemelo—, no puedo
esperar para ver a lady Trimade.
—¿Es tu nueva conquista?
—Lo dices como si fuera malo, hermanita —sonrió el hombre con
encanto—, si es una preciosura.
—Nadie dijo lo contrario —dijo enojada.
—Agh, siempre dicen que las pelirrojas tienen mal carácter ¡Y llevan
toda la razón! Mira cómo eres tú y como es mamá, insoportables.
—¡Déjame en paz! —le apartó las manos a su hermano, puesto que se
había encargado en despeinara.
Micaela iba en un extraño mutismo que los hermanos Wellington dejaron
pasar, Ashlyn la comprendía, mientras que Adrien la prefería de ese modo,
su prima era una buena chica, pero hablaba hasta por los codos, que
estuviera callada era una bendición de los dioses.
Al bajar de la carroza, sólo le tomó dos segundos a Adrien desaparecer,
advirtiéndolas de que no hicieran nada malo y que las veía en la salida a las
dos de la mañana, ni un minuto más, ni uno menos y, en eso, Adrien tendía
a cumplir, era tan puntual como lo era su padre y serían de las pocas cosas
que compartieran.
—Tenemos un buen rato para criticar a la gente Micaela —sonrió
Ashlyn—. ¿Qué dices?
—En realidad, no tengo muchas ganas.
—¿Qué? —se volvió hacia ella—. ¿Te encuentras mal?
—No —sonrió—, sólo me siento un poco ofuscada.
—¿Tú? —frunció el ceño.
—Sí, ¿por qué no vas a bailar? Se nota que esos muchachos quieren
invitarte, pero al estar conmigo, no querrán acercarse.
—No digas tonterías.
—No lo son, es la verdad, no me afecta en verdad —sonrió—, ve con
ellos, creo que el que tiene el moño blanco es bastante guapo ¿A qué sí?
—Micaela —le tomó la mano antes de que se fuera—, prefiero estar
contigo.
—No soy buena compañía ahora, Ashlyn —sonrió—, iré al balcón.
—¿Tú sola?
—Ash, no pueden hacerme nada más de lo que ya he hecho —le dijo con
una sonrisa—: ve.
Micaela tomó camino hacia el balcón y respiró fuertemente el aire puro
de la noche, se sentía un poco perdida, quizá también se debiera al bebé; le
resultaba irracional que tuviera tantas ganas de llorar en ese momento, se
sintió muy tonta cuando sintió las primeras gotas saladas resbalándose por
su mejilla.
—¿Qué te pasa últimamente Micaela? —preguntó de repente la voz
familiar de uno de sus primos.
—¡Archie! —se limpió la cara—, ¡¿Qué haces aquí?!
—Viene a una velada —frunció el ceño—. ¿Por qué lloras?
—Nada, soy una tonta sin remedio.
—No lo eres, eres una parlanchina sin remedio, pero una tonta… no,
tonta no.
—¡Sí! —dijo enojada—. ¡Soy una tonta! ¡Una completa idiota!
—Cálmate Micaela —le tomó los hombros y trató de abrazarla, pero ella
se apartó.
—¡Todos los hombres son idiotas! ¡Todos los son!
—Bien, estoy de acuerdo —levantó las manos—. Pero ¿por qué lo
somos en esta ocasión? ¿Alguien te hizo algo?
Micaela lo miró y expiró fuertemente, sintiéndose atrapada, confiaba en
Archie, pero sabía que reaccionaría como cualquier otro varón de su
familia: furioso.
—No.
—¿No? —sonrió—, es una respuesta demasiado corta para ti.
—Dime Archie, ¿Cómo te tomaste cuando Sophia se salió de tu casa
para trabajar en el teatro?
—¿Y eso a qué viene? —negó confundido.
—Sólo dime.
—Bueno… creo que me dejó algo desconcertado, pero tenía que
apoyarla porque mamá se volvía loca con el asunto, además, a mi padre le
parecía bien, así que no podía decir nada en contra.
—Entonces, seguiste la corriente a mi tío.
—En parte —asintió—, ella no es mi hija, sino de él.
—Entiendo… —lo miró de reojo—, yo quisiera hacer lo mismo.
—¿Teatro? —negó—, no se te da ¿recuerdas lo mala que eras al imitar al
conejo de Alicia?
—Sí, sí —rodó los ojos—, no me refería a la actuación.
—¿Entonces?
—Quiero trabajar.
—¿Por qué?
—¿No puedo?
—No dije eso.
Micaela suspiró, su primo Archivald era un hombre ejemplar, con honor,
muchas mujeres lo perseguían para casarse con él, pero hace ya un tiempo
que la familia sabía que se había comprometido e incluso casado por
poderes con una chica española a la cual nunca había visto, era una apuesta
ambiciosa por parte de los Pemberton, pero Archie era dado a cumplir los
deseos de su padre y en esa ocasión no había sido diferente.
—Necesito hacer esto, Archie —suspiró—, quiero trabajar.
—Mmm… algo me suena raro —se tocó la barba—, pero no soy quién
para decir nada. Creo recordar que te gusta mucho la moda.
—Sí.
—Bueno, la tía Giorgiana tiene tiendas ¿no?
—¡Claro! —tronó los dedos—, ¡Es verdad! Podría trabajar en una de
ellas ¡Eres maravilloso Archie!
—Gracias, pero ahora quiero saber la razón.
—¿La razón? —dijo nerviosa.
—No creo que estés sorda, escuchas demasiados chismes como para
tener mal oído —le dijo con una ceja levantada—, vamos, dime, ¿a qué iba
todo lo del odio a los hombres y tus recientes ganas de trabajar?
—Necesitaré el dinero.
—¿Tú? ¿Para qué? —sonrió—, tú papá te tiene más consentida de lo que
tío Thomas tiene a Kayla y a Aine.
—Mi padre no me querrá dar dinero cuando lo sepa.
—¿Sepa qué cosa? —dijo cada vez más intrigado y nervioso.
—Qué estoy embarazada.
Micaela vio la falta de entendimiento de su primo cuando le reveló
aquello, conocía a Archie, pese a ser algo delicado, el hombre era como su
padre, no contaría el secreto, pero seguro que se molestaría y querría matar
con sus manos al canalla que le había hecho aquello, pero no tenía nada que
ver con un canalla, ella se había dejado llevar, tenía tanta culpa como él.
—¿Qué dijiste?
—Qué estoy embarazada, Archie —asintió.
—Quizá… estés equivocada —dijo apenado—, para estar en cinta
tuviste que haber…
—Sí, lo tuve —asintió segura.
—No… tú... no, no puede ser.
—Pero lo es —dejó salir el aire—, por eso necesitaré el trabajo.
—Micaela —le tomó los hombros y la hizo sentarse en el barandal—.
¿Estás loca? ¿Por qué hiciste algo así?
—Por idiota —negó—, eso ya no importa, ahora tengo que ver cómo
resolver este problema.
—¿Quién es el padre?
—No lo diré.
—Micaela, suelo ser una persona de lo más paciente, no me gusta
meterme en los asuntos de los demás, pero ahora…
—Espero que hagas lo mismo.
—No lo haré.
—¿Qué?
—Es el honor de una prima, si estás embarazada de alguien, me dirás
quién es o será peor después.
—No veo como puede ser peor.
—La gente te conoce Micaela, ¿crees que se lo tomarán a la ligera? ¿Qué
no incordiarán a tu familia? ¿A ti y a tu bebé? —negó—, no hay solución
más que hablar con el padre de tu hijo para que cumpla como es debido.
—¿Una boda? —dijo enojada—, prefiero morir.
—Debiste pensarlo antes.
—No necesito de su protección, puedo salir adelante sola, si tía
Giorgiana no se hubiera casado, de todas formas, sería rica, tendría sus
tiendas y…
—Tú no eres la tía Giorgiana y tampoco puedes serlo, porque estás
embarazada.
—Archie, no me hagas esto —lloró—, no le digas a nadie, por favor.
—Dime el nombre.
—¡No!
—¿Qué pasa aquí? —dijo de pronto otra voz—. ¿Tiene algún problema
señorita?
Micaela se quedó sin habla, se sentía desmayar.
—Soy su primo, señor Rinaldi, no tiene de qué preocuparse.
—¿Es eso verdad? —el hombre miró intransigente a la mujer que
permanecía con ojos y boca entre abiertos—. ¿Señorita?
—Sí —ella movió la cabeza un par de veces para centrarse—, sí, es mi
primo.
—Bien, lo lamento Pemberton, la escuché llorar y no pude evitar
meterme.
—Gracias Rinaldi, pero estamos bien.
—Con su permiso.
Cuando el hombre hubo desaparecido, Micaela miró a su primo.
—¿Lo conoces?
—Sí, es un importante…
—¿Lo conoces tú? —ella se sonrojó—. ¿Es él? ¡No lo puedo creer! ¡Es
él!
—Sshh —le tapó la boca—, cállate Archivald, o nos oirá.
—¡Me va a escuchar! ¡De eso no hay duda!
Archivald se soltó del agarre de su prima y fue detrás del italiano que se
detuvo junto a otro hombre muy parecido a él, pero con más edad, parecía
un hombre rudo, de mirada fuerte y severa, pero eso no frenó a su primo ni
tampoco a ella, intentando detenerlo.
—Señor Rinaldi, al final creo que si debemos hablar.
El hombre frunció el ceño y miró a la mujer que se escondía detrás de la
espalda del importante hombre.
—¿Qué sucede aquí? —se acercó el hombre mayor—. ¿Quién es esta
señorita?
—Micaela Seymour, señor —se presentó ella misma—, un placer.
—Eres una mujer muy hermosa —sonrió—, ¿no me digas que has caído
en los encantos de mi hijo tú también? Te ves más inteligente que las
demás.
No era para nada más inteligente, parecía ser hasta más tonta.
—¿Qué sucede lord Pemberton? —dijo el menor—, dudo que viniera
hasta aquí sólo para presentar a su prima ante mi padre y ante mí.
—Sabe bien para qué he venido, señor Rinaldi, no pretendamos hacernos
tontos.
—¡Bien! —aplaudió el hombre mayor—¸ parece un asunto importante,
discutámoslo en otro lugar, conozco a la gente de la fiesta y seguro que no
les importará que usemos uno de sus salones.
—No es necesario —dijo Micaela, tomando el brazo de su primo—,
nosotros ya nos íbamos.
—Me parece bien ir a otro lugar —asintió Archivald.
Micaela lo miró con molestia y los siguió por los pasillos hasta el
pequeño saloncito donde se encerraron, la joven sentía que se le había
formado un nudo en la garganta, jamás había experimentado lo que era no
poder hablar.
—¿Y bien? —dijo el señor Rinaldi, el mayor—. ¿En qué problemas se
ha metido mi hijo en esta ocasión?
—Me parece que no le hacía falta la presentación de mi prima para
conocerla, ¿me equivoco?
El hombre de mirada verdosa pasó sus ojos de los de Archivald, hacía la
joven.
—No, la había visto antes en otras veladas y reuniones.
—¿En serio?
—Archie, por favor —Micaela le tomó el brazo de nuevo, suplicando
con la mirada.
—¿Qué hiciste Matteo?
—Estoy esperando a saberlo —dijo tranquilamente el muchacho a su
padre.
—¿Se le hace poca cosa el dejar embarazada a mi prima?
Ambos italianos pelaron los ojos y se miraron entre sí por unos segundos
antes de que alguien pudiera hablar.
—¡Archivald! —gritó furiosa.
—¿Es verdad? —dijo el padre del muchacho, adelantándose un poco—.
¿Lo dice en serio?
No entendía por qué el hombre parecía tan ilusionado, no era algo de lo
cual se debiera sentir feliz nadie.
—Sí —se avergonzó la joven y bajó la cabeza—, me temo que sí.
—¡Matteo! —se volvió hacia su hijo—. ¿Escuchaste?
—Lo escuché, padre —suspiró—, y no lo creo.
—¿Qué? —el resto contestó a la vez.
—No quiero ser grosero con una dama presente, pero yo no puedo
engendrar hijos, eso es de lo que tengo conocimiento, no puedo ser el padre
de su hijo, lo siento.
Micaela se sentía mareada y con ganas de aventarse de ese balcón en el
que antes se encontraban, ¿qué él no era el padre de su hijo? ¡Nunca había
tenido una relación con nadie! No podía ser otro además de él…
—Señor, tanto usted como yo sabemos lo que ocurrió… esa noche.
—Sí, lo sé —miró al enfurecido primo—, sé que fue su primera vez
también, lo lamento por eso, pero no puedo ser el padre de su hijo, lo tengo
comprobado, he estado casado antes y mi exmujer jamás quedó embarazada
de mí, pero si de su siguiente pareja.
—Pero… —Micaela parecía confundida—, jamás he tenido ese… tipo
de relación con alguien más, si estoy embarazada, tiene que ser suyo.
—Le digo que no —el hombre parecía enojado para ese punto.
—Matteo —lo tomó con fuerza su padre—, quizá sí lo sea.
—Padre —negó con una sonrisa—, sé cuánto quisieras que fuera verdad,
pero no lo es y lo sabes.
—¿Dice que mi prima es una mentirosa?
—Digo, qué está confundida —el hombre miró a Micaela—, lo siento mi
lady, pero no tengo idea de quién pueda ser el padre de su hijo y si he de
responder con toda su familia por ello, lo haré, pero ese niño no puede ser
mío.
Micaela negó un par de veces, la estaba haciendo parecer una cualquiera,
como si se hubiera acostado con tantos hombres que perdiera la cuenta y no
supiera discernir cual sería el padre de la criatura que llevaba dentro. Ella
dejó salir unas lágrimas y salió de la recámara hecha un sollozo, sabía que
no querría cumplir, sólo la habían humillado y lograron hacerla sentir peor
de lo que ya se sentía.
Capítulo 3
Al llegar a la hermosa mansión de los Rinaldi, el padre del muchacho
que los había hecho ricos, caminaba detrás de su hijo, quien no se detuvo
hasta que llegó a su habitación y se tumbó en la cama, parecía furioso y
fuera de sí, pero el señor Lorenzo no podía estar más que contento, esa
mujer noble aseguraba tener consigo al hijo y futuro heredero del emporio
de los Rinaldi. Era impensable que una noble como ella hiciera tales
barbaries, era una chica que tenía todo en la vida y dudaba mucho que
supiera algo sobre ellos, los Rinaldi eran apenas conocidos en Londres, no
hacía mucho que habían llegado para establecer un negocio en esas tierras.
—Hijo…
—No digas nada padre, por favor —se sobaba la cabeza, Matteo solía
sufrir de migrañas.
—Me parece extraordinario la forma en la que esa muchachita podía
mentir ¿no crees? —el señor Lorenzo se sentó en una silla—, con esa
facilidad y la sinceridad en sus ojos… claro que crearía duda en quién la
escuchara.
—¿A dónde quieres llegar?
—Sí es verdad lo que dice…
—No lo es.
—Escúchame hijo —Matteo sólo pudo suspirar—. Sea verdad o no,
necesitas a alguien a quién heredar todo este imperio que has formado, esa
mujer piensa y dice que su hijo es tuyo, entonces, úsalo a tu beneficio, me
sorprende que no lo hubieras pensado por ti mismo, siendo el hombre de
negocios que eres.
—Lo pensé, pero no creo ser capaz de hacerle eso ella, ese niño no es
mío.
—¿A quién le importa? —negó el hombre—, toda su familia vendrá
contra ti por ello, es de los Bermont, se riegan por el mundo como si fuera
la peste, nos conviene tenerlos de nuestro lado. Aunque no sea tu hijo, te
acostaste con la muchacha ¿Sí o no?
—En mi defensa, no tenía idea de quién era en ese momento.
—Pero lo hiciste.
—Sí —suspiró—, lo hice.
—De todas formas, querrán hacerte cumplir por ello —dijo—, era una
muchacha decente cuando tal tomaste ¿no? Eso dijiste.
—Lo era.
—Bien, tú le robaste el honor, querrán que se case contigo.
—¿Y qué acepte el hijo de otro? —negó—, prefiero batirme a duelo.
—No seas orgulloso, no tienes otra forma de tener hijos, según lo que
dices —hizo ver el padre—, terminarías adoptando a alguien para que
heredara todo tu dinero ¿qué mejor que un hijo que crea que eres su padre?
—¿Me haré cargo del error de otra persona, sólo porque necesito un
hijo? —rodó los ojos—, no lo creo padre.
—¿Crees que la muchacha se metió con más hombres después de ti? ¿En
serio?
—No lo sé, no quiero juzgarla, pero si lo hizo conmigo…
—Oh, vamos Matteo —le quitó relevancia el padre—, además,
agregaríamos algo importante a la familia.
—Si dices que un título…
—Un título.
Matteo dejó salir el aire con molestia y miró hacia otro lado, aún
recostado en la cama.
—Jamás me ha interesado tener una mujer de sangre noble, me da
exactamente lo mismo de qué origen sea.
—Lo sé, pero ahora que se te presenta…
—No.
—¡Vamos Matteo! —dijo el padre con enojo—, sí te quisiste acostar con
ella quiere decir que algún atractivo le encontraste.
—Es guapa, pero habla mucho.
—Sería un cambio interesante ya que tú hablas muy poco.
—¿En serio no te importa tener como nuera a una mujer que puede ser
una perdida? —frunció los ojos—. ¿Qué dirías si se mete con otro hombre
después de casarnos? ¿Seguiré teniendo más hijos de otro hombre, pero de
alguna forma estaré “engendrándolos”?
—Eres un mal pensado, esa muchacha estará tan agradecida que te
besará los pies.
—Lo dudo.
El señor Lorenzo se puso en pie y le dio unas palmadas en el estómago a
su muchacho.
—Piénsalo hijo, me parece una buena idea.
Matteo gruñó a lo bajo y miró hacia el techo de su casa, su padre le había
dejado una buena encrucijada, quizá tuviera algo de rezón, casarse con esa
noble tendría muchos beneficios y el aceptarla junto con su hijo debía ser
suficiente para que ella no le faltara durante el matrimonio… ¿Un hijo? ¿De
él? Sería algo que le encantaría escuchar, pero estaba más que seguro que
no podía ser así.
▪▪▪▪▪۞▪▪▪▪▪
Micaela llegó hecha un mar de lágrimas a casa de los Wellington,
Archivald había estado tan enojado como ella misma lo estaba, no quería
pensar en cuando el resto de su familia se enterará, si su calmado y racional
primo había actuado tan fuera de sí, no quería imaginarse a su hermano,
padre o a otro con menos compostura que Archie. Al menos le había sacado
la promesa que no le diría a nadie por el momento, resolvería el asunto, se
iría de la misma Inglaterra si hacía falta para poder vivir tranquila con ese
bebé, no le importaba criarlo sola, ya lo había pensado de antes, quizá fuera
buena idea comenzar a pensar en cómo escaparse de su hogar.
—¿Estás bien Micaela? —preguntó su prima.
—Sí, sólo necesito dormir.
—¿Me contarás qué fue lo que pasó?
—No… aunque era lo que esperaba, fue duro darme cuenta ¿sabes?
—¿Te encontraste con el padre de tu hijo?
—Naturalmente.
—¿Y?
—Dice que no es suyo… —se limpió la cara y miró a su prima—, parece
ser que él no puede engendrar hijos.
—¿Es estéril? —Ashlyn frunció el ceño—, ¿entonces…?
—No lo sé —dijo Micaela con el corazón en la boca—, no entiendo
nada, pero a lo que él hizo entender, pareciera como si yo fuera un
sinvergüenza que quizá tenía más amantes.
—Lo siento Micaela —la abrazó—, sé que eso no es verdad.
—No lo es —lloró—, pero él lo cree. Tendré que solucionar esto por mi
cuenta, como lo pensé en un inicio.
—¿Qué piensas hacer?
—Lo que tenía planeado, tengo que huir de mi casa.
—¿Qué? —negó Ashlyn—, estás loca Micaela, tú nunca te has ido sola a
ninguna parte.
—He estado visitando varias personas, conozco a una mujer que renta
una casita fuera de Londres, en un pueblito que me parece bien, podría ser
maestra ahí y mi bebé nacería tranquilo y yo también lo estaría.
—No… no me parece buena idea —dijo asustada—, no sabes cuidarte
sola, no tienes idea de lo que será o lo que te esperará.
—Pero nadie debe saber de esto —le dijo—, es importante.
—¿Qué piensas decirles a mis tíos? ¿Simplemente adiós? —negó—, te
descubrirán.
—Diré que iré de vacaciones con mis abuelos —dijo—, es un viaje largo
y la correspondencia tardará una eternidad.
—Dirás que vas a Alemania, eso está bien, pero ¿Cómo harás los
primeros meses de renta? ¿Qué cocinaras? Y…
—Me las arreglaré Ashlyn —le sonrió y se tocó el vientre—, soy su
mamá, tengo que ser fuerte.
—No tan fuerte, quizá tus padres no digan nada, quizá te apoyen.
—O quizá quieran darlo en adopción cuando nazca, o me dejen sin salir
para toda la vida o me desprecien o se humillen por mi culpa… no Ashlyn,
no es opción, qué desaparezca es lo mejor, incluso estoy pensando en la
posibilidad de que puedan creer que morí.
—¡Estás demente! ¡Loca! ¡No te dejaré hacer algo como eso!
—Es lo mejor —la abrazó—, tú lo sabes, en el fondo de tu corazón lo
sabes.
—No —la apretó—, es lo que tú quieres creer, pero ningún padre
preferiría un hijo muerto a uno con una reputación arruinada.
—No le puedo hacer eso a mi familia, a mamá seguro le da un infarto y
mi padre se deprimirá para toda la vida.
—No lo sabes —dijo desesperada—, eso no lo sabes.
—La decisión está tomada, prométemelo Ashlyn, prométeme que no
dirás nada, como lo ha hecho Archie —la pelirroja negó un par de veces,
mordiendo su labio para no dejar salir sus lamentos al estar llorando.
Micaela la abrazó con fuerza y sonrió—. Eres una buena prima Ashlyn, te
quiero.
Esa noche, entre las dos planearon el escape de Micaela, era una forma
en la que la pelirroja había conseguido la posible dirección de su prima para
poderla ir a visitar o regresar de los pelos si era necesario, quería asegurarse
que estaría sana y salva, pero Micaela era obstinada y ni siquiera la dejaría
acompañara puesto que no cuadraba con lo que sucedería después. Su loca
prima estaba pensando en serio en darle la devastadora noticia a sus padres
de que había fallecido en el trayecto a Alemania.
—Bien, parece que tengo todo resuelto.
—No puedo creer que en serio tengas tanto dinero —dijo Ashlyn viendo
las cuentas que había hecho su prima—, eres terriblemente ahorradora.
—Sí —juntó los papeles—, eso debe de ayudarme por lo menos en un
inicio, en lo que encuentro trabajo.
—Cubre por lo menos cuatro meses, pero de ahí en más, necesitarás
trabajar —Ashlyn se mordió la boca y la miró—, pero estarás embarazada
de seis meses para entonces, no creo que te sea tan fácil.
—Claro que me será fácil —se tocó la panza—, mira, ni siquiera se me
nota ahora.
—Pero crecerá eventualmente —Ashlyn se mordió el labio y se puso en
pie, buscando en una de sus gavetas—: toma.
—¿Qué? No —le devolvió el dinero y las joyas que su prima le tendía.
—No seas orgullosa Micaela —le aventó la mano que buscaba
devolverle el dinero—, no es tanto como lo que tú tienes guardado, pero
seguro que junto con las joyas te saca de un apuro.
—No aceptaré esto.
—No lo veas como una donación, sino como la muestra de cariño de tu
prima —Ashlyn le tocó el vientre—, además, necesitarás muchas cosas para
este bebé.
Micaela sonrió y negó un par de veces.
—Gracias Ashlyn, no lo olvidaré.
—Te quiero —la abrazó—, espero que luego pueda visitarte.
Micaela asintió un par de veces y miró su plan, tendría que irse en una
semana de su casa, a partir de ese momento, puesto que había mandado la
misiva preguntando sobre la casa ese mismo día, sólo esperaría la respuesta
de la casera y se iría.
Capítulo 4
Matteo Rinaldi había pensado durante meses sobre la decisión que debió
haber tomado desde el momento en el que esa mujer dijo que el hijo que
llevaba en su vientre era suyo. Quizá eso fuese una mentira, pero como
había dicho su padre, era mucho mejor para ellos que se hiciera responsable
de ello en lugar de simplemente evitarlo. Lo que se le hacía
extremadamente raro era que ningún Seymour se hubiese presentado, ni
siquiera otro miembro de esa familia.
Había seguido viendo a cada uno de ellos en las diversas eventualidades
sociales, pero ninguno había cruzado palabra con él, ni siquiera Archivald
Pemberton, quién había dado la cara por su prima, a ese caballero
simplemente lo notaba sumamente distante y probablemente queriendo
asesinarlo interiormente, lo cual era extraño, debía estar en más de un
enfrentamiento por la reputación de esa joven, fuera como fuera, le había
quitado la doncellez aquel día y para ello no había remedio.
A la que nunca volvió a ver era a Micaela, a esa joven siempre la veía en
cada velada, fiesta o tardeada que hubiera, pero desde el día en el que
rechazó terminantemente ser el padre de su hijo, ella simplemente estaba
desaparecida y parecía no haber dejado pistas, tampoco era como si él
pudiese ir a preguntarle a alguien sobre su paradero, sería demasiado
sospechoso. Tenía que dar gracias que la gente hablara y lo hiciera sin
cuidado, puesto que mientras se encontraba en una que otra velada,
comenzó a recuperar información que probablemente no encontraría en otra
parte.
—Sí, me han dicho que se ha ido con sus abuelos, solo ella —decían en
una bolita de mujeres entrometidas—, es sospechoso ¿verdad?
—Un viaje hasta Alemania suena muy apropiado si una hizo una
fechoría.
—Pero es lady Micaela, a ella nadie la soporta —sonrió una joven—, es
tan enfadosa que cualquier hombre preferiría comprar un pajarraco a tenerla
a ella como compañía.
—Quién sabe y cuando le hacen el amor se queda callada —dijo otra
maliciosa—, quizá por eso logró que alguien le hiciera caso.
A Matteo le molestaron los comentarios, pero al final, eran verdad las
sospechas, si Micaela se había ido, era porque debía cubrir de alguna forma
su embarazo ¿Se lo habría dicho a sus padres? Lo dudaba, a como actuaba
aquella noche, no parecía interesada en decírselo a nadie ¿qué pensaba
hacer esa mujer entonces? No encontraba como una opción que se fuera a
Alemania para tenerlo, seguro que sus abuelos se desmayaban con la
noticia, al igual que cualquier otro.
—¡Basta! —dijo de pronto la voz de una mujer—. ¿Por qué tienen que
ser tan perversas? ¡No saben nada, pero cómo hablan!
—¡Lady Wellington! —la miraron impresionadas—, lo lamentamos, sólo
son cosas que se dicen.
—¡Hagan una vida! —dijo furiosa, dando media vuelta para irse.
—Eso quiere decir que quizá tengamos razón —dijo una en voz baja en
cuanto la pelirroja amenazante se alejó.
—Sí lady Ashlyn se ha puesto así… seguro que la está cubriendo.
—Es la única prima que le quedaba a Micaela, seguro le ha confiado a
ella el secreto.
—Es inútil intentar sacarle algo, es como una piedra.
Matteo decidió intervenir en ese momento.
—Señoritas, es bueno ver lo entretenidas que están, pero obstruyen el
paso en demasía —dijo de pronto, haciendo que las damas dieran un
pequeño brinco.
—¡Ah! ¡Sí es usted señor Rinaldi! —sonrió una mujer—. ¡Nos ha sacado
un buen susto!
—Me doy cuenta —asintió.
—¿Ha venido a invitar a alguien a bailar? —sonrió otra.
—No, me temo que no —apretó los labios—, estoy interesado en
conocer a la señorita que se acaba de marchar ¿quién era?
—¿Lady Wellington? —frunció el ceño una joven—, a ella no le gustará
usted, señor, tiene demasiado dinero.
—¿Disculpe?
—Ashlyn tiene gustos raros, prefiere a un jardinero que, a un marqués, le
parece una aventura mejor.
—Entiendo… de todas formas, me gustaría conocerla.
—Si está tan necio —se inclinó de hombros una con más edad— yo se la
puedo presentar.
—Se lo agradecería señora Hiller.
La mujer caminó a una distancia prudencial de aquel hombre, se sabía
poco de los Rinaldi, pero eran ricos y eso era suficiente para que muchos
hicieran ominosas reverencias ante él a pesar de no tener un título, muchos
decían que, si el hombre quisiera, se compraría uno, pero Matteo Rinaldi no
lo hacía y para las muchachitas nobles era todo un desperdicio, puesto que
sería beneficioso para muchas familias tener la obscena cantidad de dinero
del empresario fuera a dar a una de las barcas pobres de un noble.
—Lady Ashlyn —llamaron a la espalda de una pelirroja—, tengo una
presentación que hacerle.
La joven regresó con una mirada de pocos amigos y frunció aún más el
ceño al ver a Matteo parado frente a ella. Mediatamente se cruzó de brazos
y suspiró cansada.
—¿Sí señora Hiller?
—Este es Matteo Rinaldi —apuntó al hombre—, me ha pedido que se lo
presente.
—Es usted muy amable —Matteo logró percibir el deje de sarcasmo en
su voz—. ¿Y bien señor? ¿Qué quería?
—¿Me permitiría unas palabras?
La seguridad de aquel hombre era abrumadora, tenía unos ojos verdes
tan claros que resultaban hechizantes, parecidos a los de un vampiro sin
alma o corazón, lo siguió por mero interés, no podía negar que era
extremadamente apuesto, sus cabellos cafés claros y esa quijada poderosa le
daban un aire muy masculino, pero aburrido, pera ella seguía siendo
aburrido un hombre como él, con la vida resuelta entre tanto dinero.
—Entonces señor ¿me dirá ahora qué desea conmigo?
—Con usted no —dijo rápidamente—¸ con su prima, Micaela Seymour.
—Q-Qué quiere con ella —se puso inmediatamente nerviosa.
—Quisiera saber a dónde fue de verdad, sé muy bien que no iría a
Alemania considerando que está embarazada.
—¡Sshh! —miró a sus lados—. ¿Cómo…? ¡Es usted!
—Sí, de alguna forma lo soy ¿entonces?
—¡No la quiso aceptar! —dijo furiosa—. ¡Lo mataré ahora mismo!
—¿Qué?
La pelirroja no lo pensó, simplemente sacó una pistola de entre sus
faldas y lo apuntó en medio de ese pasillo desértico, debió pensarlo mejor,
aunque nunca se imaginó que una señorita como lo era lady Wellington
traería un arma de fuego a una fiesta… aunque parecía una buena idea,
corrían tiempos en los que los hombres pedían la cabeza y violaban sin más
miramientos, como fuera, ahora parecía en un aprieto, no lo podía creer.
—La hizo pensar que era una cualquiera —dijo enojada—, es usted un
cerdo ¡Poco hombre!
—Bien, entiendo que esté molesta conmigo —levantó las manos—, pero
no puedo ser el padre de ese niño, por muchas vueltas que le dé, jamás he
tenido un hijo.
—Del que usted se entere, mi lord —dijo enojada—, le quitaré la pena a
otra mujer.
—¡Espere! —dijo al ver que ella en realidad parecía decidida en matarlo
—. Quiero ir por ella, me casaré con ella.
—¿Por qué? —dijo dudosa—, la rechazó la primera vez, no veo que ha
cambiado.
—Nada —sinceró—, pero yo la puedo salvar de la deshonra.
—¿Aceptará un hijo que asegura que no es suyo?
—Sí —suspiró—, necesito un hijo a pesar de todo, adoptaría si no
tuviera al de su prima, así que no veo mayor problema.
—No confío en usted —negó con la pistola en resiste—, Micaela no es
una cualquiera, jamás haría algo como lo que hizo con usted, se sintió
terriblemente afligida cuando se dio cuenta de lo que hizo, ni siquiera sé
cómo fue capaz de convencerla.
Él tampoco recordaba muy bien aquella noche, pero sí que tenía en
mente el cuerpo con el que amaneció al día siguiente y no era otro más que
el de la joven desaparecida.
—Ni yo tampoco lo sé, en verdad no sé cómo llegamos tan lejos, pero yo
no sabía quién era, jamás faltaría a una muchacha como ella, pero pasó,
cumpliré por quitarle su doncellez.
—Sigue sin aceptar lo más importante.
—Lo querré, lo criaré como un hijo mío.
—¿Lo hace para librarse de mí, cobarde?
—No, hasta sería capaz de llevarla conmigo a donde me diga que está
para que dejara de desconfiar, pero sería muy mal visto que lo hiciera, sobre
todo si me pienso casar con ella.
La pelirroja bajó el arma y suspiró.
—Micaela no querrá casarse con usted —le dijo segura—, ya ha hecho
una vida y parece estar acoplándose a ella.
—¿Qué quiere decir?
—Quiere decir —dijo molesta, guardando su pistola—, qué al recibir
una negativa del hombre que la dejó en ese estado, decidió criarlo por sí
misma.
—Es una locura ¿con qué medios?
—Se nota que usted no es de por aquí —dijo con una sonrisa cálida que
no iba para él—, somos Bermont, siempre nos las arreglamos.
—¿Disculpe?
—Para este momento, ella tiene cinco meses de embarazo ¿de qué le
serviría ahora que usted entrara en escena? De todas formas, el rumor se
correrá, usted siguió aquí durante todo este tiempo, lo cual querrá decir que,
si se casa con ella, será por compasión o interés y, obviamente, ese hijo que
lleva habrá sido concebido fuera del matrimonio —suspiró—, si tan solo
hubiera aceptado en el momento en el que se lo dijeron.
—No estaba dispuesto a aceptar una mentira como la que su prima decía
—se rascó el cuello—, pero ahora quiero salvarla y acoger a su hijo.
—Qué generoso —dijo enojada—, ha venido a salvar el día.
—Yo la puedo hacer feliz, señorita —le dijo antes de que se marchara—,
la traería de regreso a casa, por lo menos, no tendría que trabajar para
ganarse la vida mientras está embarazada.
—Ella puede.
—Quizá ahora sí, es una muchacha fuerte, pero el embarazo seguirá y
habrá un momento en el que esté impedida totalmente ¿Qué pasará cuando
nazca el niño?
La pelirroja parecía turbada, estaba seguro que había pensado
exactamente en lo mismo, era una chica lista a los ojos de Matteo y la
necesitaba para encontrar a esa mujer.
—Sí le digo donde está… —ella se mordió el labio—: jamás hará que se
sienta mal nuevamente, tampoco quiero que piense que ese hijo no es de
usted, dirá que reflexionó y que piensa que es su hijo ¿entiende?
—¿Quiere que le mienta?
—Pensé que estaba siendo lo suficientemente clara.
—Lo está siendo, pero no me agrada —dijo Matteo—, no se me da
mentir.
—Tendrá que hacerlo.
—Bien, lo haré —asintió—, le mentiré a su prima, pero eso únicamente
complicará las cosas.
—Me importa poco —dijo la joven.
—Entonces… ¿Dónde está?
Ashlyn no se encontraba del todo convencida, pero era lo mejor que
podía hacer por Micaela, aunque posiblemente la odiara en cuanto se diera
cuenta que fue ella quién le dijo dónde encontrarla.
—Se fue a Bath, en un pueblito llamado Kelston.
—Se lo agradezco.
La joven le tomó el brazo.
—En serio que si la hace llorar de nuevo… tengo buena puntería señor,
muy buena.
—Le creo, yo no sacaría una pistola si no la tuviera.
—Una cosa más —suspiró—, no usa el apellido de su familia, utiliza
Kügler.
—¿Por qué?
—Es el apellido de soltera de su madre, es alemán, nadie lo conoce.
—Gracias.
Ashlyn vio como aquel hombre se marchaba inmediatamente de la fiesta,
se preguntaba si habría hecho bien en decirle el paradero de su prima,
seguramente ella la asesinaría, pero era una buena tirada, los Rinaldi eran
gente rica, poderosa pese a no ser nobles, la sacaría de un apuro.
Dudaba que Micaela fuera a reaccionar bien, pero quizá, y sólo quizá,
por su hijo, caería en las palabras de ese hombre. Tal vez debió haberle
disparado al final. Pero era tarde, terriblemente tarde.
Capítulo 5
Micaela caminaba por el pequeño pueblito al cual se había
acostumbrado, nunca pensó que podría ser feliz lejos de las grandes
ciudades a las que estaba acostumbrada desde que era una niña, viajando de
un lado a otro entre sus familiares, pero ahora, en medio de esa tranquilidad
y la tienda que atendía para ganarse la vida, parecían ser los mejores lugares
del mundo. No ganaba mucho dinero, pero por el momento cubría
perfectamente la renta de la recamara y la comida que consumía.
—Señorita Kügler —le habló su casera en cuanto entró—, que bueno
que ha llegado.
—¿Qué pasa doña Mónica? ¿Hay algún problema?
—No, no, qué va ¡Eres una inquilina perfecta! —sonrió la mujer—, pero
hay un hombre buscándote, ya sabes que no me agrada que las mujeres
tengan visitas masculinas, esta una casa decente.
—Y así seguirá siendo doña Mónica, no sé quién sea este caballero, pero
haré que no vuelva a venir.
La mujer pareció complacida con ello y se marchó, era normal que
pensara que Micaela no era del todo “decente” cuando era más que obvio
que estaba embarazada, había dicho la mentira de que su esposo había
fallecido hace unos meses y ahora ella tendría que trabajar para sacar
adelante a su hijo, la gente se tragó eso por un tiempo, pero cuando se
dieron cuenta de que nunca había trabajado en su vida, las dudas volvieron
a surgir nuevamente; fuese de la manera que fuese, una mujer que no era
noble o rica, debía trabajar aunque estuviera casada, era necesario para
cubrir los gastos del hogar.
Micaela tomó la perilla de la pequeña habitación que hacía de recibidor,
aunque en realidad era la sala, estaba segura de que, si alguien la había
encontrado, era un familiar muy enfurecido suyo, hubiera querido correr,
pero se había establecido bien en ese lugar y no quedaba de otra más que
intentar hacer entender a quién quiera que estuviera del otro lado, que se
tenía que ir.
Cuando abrió la puerta, la joven no pudo más que paralizarse.
—Al fin doy con usted, debo admitir que es una mujer difícil de
encontrar, señorita Seymour.
La joven se quedó pegada a la puerta, sin comprender que hacía ese
hombre ahí.
—¿Señor Rinaldi?
—Sí —tomó asiento—, veo que su embarazo progresa bien.
Micaela instintivamente cubrió su vientre con una mano y se alejó del
hombre que en ese momento consideraba una amenaza a pesar de que
nunca había hecho algo para dañarla.
—¿Qué quiere?
—No vengo a asustarte, sólo quiero hablar contigo.
—¿Sobre qué cosa? Creo que dejó todo muy claro la última vez.
—Sí, digamos que no estaba pensando bien en esa ocasión, me tomó por
sorpresa, pero ahora creo que lo mejor sería que nos casáramos.
—Qué considerado, pero no lo necesito ahora, me hizo descubrir que
puedo hacer las cosas por mí misma… mejor de lo que yo creía, no soy una
completa inútil al final de cuentas.
—Por favor Micaela, sé razonable —dijo tranquilo—, por ahora te va
bien cómo estás, pero ¿qué pasará cuando nazca el bebé?
—Usted no cree que sea suyo, no veo en realidad de qué se preocupa y
mucho menos qué hace aquí.
—Ya se lo he dicho, vengo a proponerle casarse conmigo.
—¿Está usted loco? —negó—, sí, se ha vuelto loco o ha tomado algún
alucinógeno, de ser así, le pido que se marche, estoy bien en esta casa y no
quisiera que por sus andanzas me echaran, me quedaría sin donde vivir y…
—Como dije, he venido por usted, no creo que sea complicado.
—¿Y pensó que aceptaría, así como si nada?
—No, sé que me costará trabajo, pero soy su mejor opción.
—No sea vanidoso. Aunque no lo crea, muchos hombres de aquí me
consideran bonita y he aprendido a callarme… un poquito, así que
cualquiera de ellos me aceptaría como su esposa.
—¿Y usted quiere eso?
—No es como que lo prefiera a usted.
—Al menos yo le gusto… o le gustaba —dijo—, eso ya es mucha
ventaja.
—¿Por qué quiere casarse conmigo ahora?
El hombre recordó la mentira que se suponía que tenía que decir, pero al
final se negó a cumplir y le dijo la verdad, siempre prefería la vedad a una
mentira.
—Porque a ambos nos conviene.
—No veo como, asegura que mi hijo no es de usted y por lo tanto, me
considera una perdida, siendo el caso, nada de eso ha cambiado, mi hijo es
bastardo y yo soy una cualquiera.
—No la considero una cualquiera. Pero no creo que ese niño sea mío—
asintió—, El caso es, que no puedo tener hijos y de todas formas necesitaré
un heredero a quién enseñarle a llevar los negocios Rinaldi y ese podría ser
tú hijo Micaela.
—No —dijo segura y dio media vuelta para salir—. No estaré con un
hombre que piensa que soy alguien que podría meterme con varios hombres
a la vez. No sé si lo recuerde, pero era virgen y con el que desperté fue
usted.
—Sí —suspiró—. Pero cuando yo llegué a esa habitación, usted ya
estaba ahí y, sinceramente, no noté si alguien había estado ahí antes.
—¡Pero si es usted un…!
—No la estoy juzgando, ni siquiera yo sé qué ocurrió esa noche, no
debía estar ahí y supongo que usted tampoco… espero en verdad que nadie
se haya aprovechado de usted antes de que yo llegara, pero…
—Se podría decir que usted se aprovechó de mí.
—No lo recuerdo de esa manera —sonrió de lado—. Usted fue quién se
me aventó encima.
Micaela se sonrojó, sobre todo porque no recordaba si era el caso, pero a
lo que entendía el señor Rinaldi estaba menos ebria que ella o era un
mentiroso desmedido.
—¿Cómo sabe eso? ¿Qué no ha dicho que estaba borracho?
—Sí, pero no tanto como para no saber cuándo una mujer se me insinúa
—suspiró—. La cosa es, que me dijeron que era usted una… mujer de la
vida nocturna.
—¿Una prostituta? —el hombre se aclaró la garganta con incomodidad
—. ¿Recuerda quién se lo dijo? Quizá de esa forma sepamos qué demonios
fue lo que pasó.
—No lo recuerdo —cerró los ojos—. Por más que lo intento…
—Sí —ella suspiró—. Creo que había más que alcohol en esa velada…
aun así, no importa, si usted dice no ser el padre de mi hijo, aunque sé que
lo es, entonces no tiene ningún lugar aquí.
—Piensa en la vida que le daré, será mucho mejor que esto.
—¿Me lo quiere quitar? —dijo horrorizada, alejándose un poco más, se
notaba que estaba volviéndose intransigente.
—¡Claro que no! —se alteró—¸ quiero que seas mi esposa.
Micaela parecía contrariada, el hombre tenía razón, ahora se encontraba
bien, pero ¿qué pasaría cuando el niño creciera? Necesitaba una educación
que no podría pagarle, viviría como hijo de una madre de dudosa
procedencia, las oportunidades que le brindaría no se comparaban con las
que el hombre ofrecía y sabía que no había forma que sus padres lo
reconocieran como Seymour, acabaría con el buen nombre y la reputación
de la familia, aún más de lo que ya lo estaba, estaba atrapada, porque la
solución que le darían, sería que lo diera, para que nadie nunca se diera
cuenta y ella iría a un convento.
—Si aceptara… ¿qué sería de mí?
—Creí mencionar que sería mi esposa.
—Pero…
—Se le tratará como a cualquier mujer que llegara a ser mi esposa, con
el debido respeto —suspiró—, además de que mi padre la estima, por
alguna razón.
—No me conoce —y lo decía enserio, nadie que la conociera le tendría
aprecio a menos que fuera parte de su familia. Suspiró—. ¿Mi hijo… será
tratado como si fuera de usted?
—Sí.
Asintió un par de veces, pero se negaba a aceptar tan rápido.
—¿Si me vuelvo a quedar embarazada…?
—Eso no va a pasar —dijo tranquilo—, se lo aseguro.
Ese hombre seguía sin creerle, pero si ellos legaban a tener intimidad
como cualquier pareja la tenía, seguro que volvía a quedar embarazada, era
una situación imposible de evitar, como no se había podido evitar la vez
anterior.
Sabía que no recordaba nada, la gran mayoría era un borroso recuerdo,
sintió un horrible apretón en el corazón cuando se dio cuenta de la
posibilidad que había de que alguien se hubiese propasado con ella antes de
que el señor Rinaldi llegara, entonces no sería hijo de él, como lo
mencionaba el hombre. Era una incertidumbre desde el día en el que le
confesó a Matteo Rinaldi que el hijo que esperaba era suyo y él le dijo que
era imposible.
¿Sería acaso que era de alguien más? Negó, en su corazón sentía que era
de él, que era del señor Rinaldi… o quizá, eso era lo que quería creer. ¿Qué
demonios había pasado esa noche? ¿Por qué había acabado en esa
situación?
—Lo pensaré.
—Eso era todo lo que esperaba —se puso en pie—, vendré a visitarla
mañana.
—¡No! —el hombre la miró asombrado—. Aquí no se permiten visitas
masculinas, lo siento.
—Entonces, iré a donde trabaja.
Micaela se avergonzó.
—No veo porqué ha de hacer tal esfuerzo.
—No sólo quiero a su hijo, señorita, sino que la tendré como esposa, al
menos quisiera conocerla un poco.
—Me conoce bien —se sonrojó.
—Me refiero —corrigió—, a la forma en la que dos personas interactúan
fuera de la cama, ¿comprende?
—¡Pero qué atrevido!
—Usted inició —sonrió y salió de la pequeña casita.
Micaela se dejó caer sobre el sofá más cercano, sintiendo que su corazón
se salía de su lugar, no sabía qué hacer, no parecía tener malas intenciones,
pero no por ello eran buenas, estaba segura que el hijo que llevaba dentro
era de ese caballero, pero el hombre seguía asegurando que no podía tener
hijos propios y ese era el principal motivo de que la buscaba, quería un hijo
y el suyo venía con su niñera particular, o sea ella, su madre.
Sonaba prometedor si tan sólo no tuviera tanto miedo de que lo fuese a
tratar mal, al fin y al cabo, conocía al hombre de unas cuantas veladas y una
noche en que la dejó embarazada, al menos eso pensaba, había estado tan
borracha que simplemente no lo recordaba del todo, pero había despertado
en los brazos de ese hombre y, aunque no se portó mal al despertar, parecía
haberla rebajado a nada, ¿Sería así si es que se casaban? No quería ni
imaginarlo, quizá ella no llevara pistola como el resto de sus primas, pero si
sabía cómo usar una, lo mataría si hacía que su orgullo se viera herido de
nuevo.
—Micaela —sonrió una de las mujeres que también rentaba—
¿Ayudarías con la comida?
—Sí, lo siento —se puso en pie—, iré en seguida.
—Por cierto ¿quién era ese hombre que ha venido a visitarte?
La joven suspiró.
—Parece ser que un pretendiente.
—¿En verdad? —sonrió—, felicidades, es apuesto y que te quiera pese a
que tengas un niño adentro es honorable.
—Lo dudo Carmen —dijo pesarosa—, quiere al niño porque no puede
tener propios.
—¿Qué tiene de malo eso? —se inclinó de hombros—, solo quiere decir
que querrá a tu hijo como si fuera suyo y lo mime ¿no es lo que quieres para
tu bebé?
—Sí, pero…
—Además, si no podrán tener más, será como un tesoro.
—Puede ser, pero…
—No entiendo por qué tienes “peros”.
—Porque yo también voy en el paquete Carmen —dijo nerviosa—,
quizá quiera a mi hijo ¿Pero yo donde quedo?
—¿Lo conoces de antes?
—Bueno —se sonrojó—, sí.
—¿Es mala persona?
—No que yo sepa, pero sólo lo he visto unas cuantas veces.
—A mi ver, nada tienes de perder.
Micaela no estaba tan segura como lo estaba Carmen, pero no podía más
que tomar en cuenta su opinión y tratar de llegar a una solución. Aún que se
casara con el señor Rinaldi, el problema de su embarazo persistiría y la
sociedad se enteraría que lo concibió antes del matrimonio, estaba
demasiado avanzada como para disimularlo y era imposible que fuera del
señor Rinaldi puesto que el hombre había permanecido en Londres cuando
ella se marchó, nadie creería esa historia, pensó en decírselo mañana en
cuanto lo viera, en ese momento, necesitaba descansar.
A la mañana siguiente, Micaela había olvidado el asunto y se concentró
en su diario proceder, limpiarse, colocarse un vestido austero y bajar a
preparar el desayuno, a ella le tocaba hacerlo los lunes y los miércoles,
había tenido que aprender a la mala y las pobres mujeres de la casa habían
resentido en sus papilas gustativas sus días de práctica, pero ahora aparecía
que había tomado el rumbo de la cocina y hasta solían alabarla.
Al salir de la casa, lista para ir a trabajar, se encontró nuevamente con el
señor Rinaldi, sentado en las escaleras frontales con un cigarro en la mano.
—Es un vicio horrible el que tiene.
Matteo tiró el cigarro y la miró.
—Buenos días.
—No pensé que vendría tan temprano.
—¿Ha pensado lo que le he dicho?
—Sí —se colgó la canasta de las compras en un brazo—, me parece que
hay huecos en su plan, señor, nadie creerá que este hijo es suyo después de
tanto tiempo, menos que nació en el matrimonio.
—Lo tengo previsto, tengo una propiedad por aquí en donde nacerá el
niño y entonces, regresaremos a Londres.
—¿Qué pasará si es niña?
—Me parecerá desafortunado, pero al menos heredaré a alguien y creo
que la puedo enseñar a sobrellevar el negocio, ya será cosa de ella encontrar
un buen hombre que la ayude si es que quiere.
—Tiene un pensamiento muy liberal.
—He viajado lo suficiente por el mundo.
Micaela asintió.
—No lo sé, aún no tengo una respuesta.
—Bien —asintió—, esperaré a que decida.
—Por qué me parece que usted está seguro de que aceptaré.
—Una mujer es siempre complicada de predecir, pero una madre no,
cuando se trata del bienestar de sus hijos… harán lo necesario.
—Es usted un hombre de negocios ¿me equivoco?
—No se equivoca.
—Sabe manipular a la gente a su antojo debido a ello, pero yo no soy un
cliente y mi hijo no es un bien que pueda obtener.
—Lo sé.
—No lo parece señor —suspiró—, pero no estoy en posición de decir
nada por ello, es verdad, las madres somos predecibles, quiero lo mejor para
este bebé y…
—¿Eso es un sí?
—No señor, estoy puntualizando un hecho.
Esperaba no estar cometiendo un terrible error, pese a que ella estaba
negándose en ese momento, lograba ver la victoria en los ojos de aquel
hombre, en serio pensaba que ella aceptaría y era verdad, lo estaba
considerando, era lo mejor para su bebé, pero, no podía simplemente
aceptar, no podía, la había humillado y temía por ella.
Sin embargo, se notaba que no estaba dispuesto a rendirse, era más que
obvio que lo intentaría hasta que triunfara en el asunto, era un hombre de
negocios, estaba acostumbrado a ganar y a argumentar hasta lograr su
cometido.
Su seguridad era algo que comenzaba a aterrarla.
—¿Aquí es dónde trabajas?
—Sí, ¿tiene algún problema con ello?
Matteo veía aquel lugar con ojos reprobatorios, estaba ubicado en una
mala zona y, pese a que parecía que en el interior trabajaban mujeres, había
demasiados hombres a los alrededores, muchos con una procedencia
deplorable o en estado inconveniente.
—Haría bien en aceptar la propuesta lo antes posible.
La joven lo ignoró y entró a la tienda, donde fue rápidamente saludada y
el hombre que la acompañaba, atenido de la mejor forma, era de esperarse,
el señor Rinaldi derrochaba el aura del dinero y, lo que quería la gente de
ese lugar, era vender.
—Micaela, ¿pero a quién has traído? —sonrió una de las intendentas—.
Parece un millonario.
La joven levantó la vista después de haberse colocado su mandil y se
inclinó de hombros.
—No tengo ni la menor idea de quien sea.
Matteo logró escuchar aquello y sonrió.
—Quisiera que fuera ella quién me atendiera —la apuntó.
—Oh, señor, ella es una de las nuevas —dijo una mujer de mayor edad
—. Si en serio quiere escoger buenas telas, una de nosotras le sería de
mucha más ayuda.
—La quiero a ella.
La mujer suspiró.
—Bien —miró a la muchacha en cuestión y le hizo una mirada
amenazadora—. Micaela, atiende bien al señor.
—Sí, señora Martha.
La mujer se posó junto al caballero y sonrió como lo haría con cualquier
otro cliente.
—¿Qué estaba buscando, señor?
—No lo sé, quisiera una tela que le guste a mi futura esposa.
Micaela entrecerró los ojos.
—Bien, ¿qué tipo de mujer es?
—Aún lo estoy descubriendo, ella es un poco rejega, algo vanidosa, muy
caprichosa y normalmente era alegre, aunque ahora que la veo de nuevo,
parece más bien amenazadora… aun así quisiera llevarme lo mejor de su
tienda.
—Me sorprende que, si se casará con ella, no sepa lo que le gusta —
contrapunteó, buscando algunas telas—. Algunos pensarían que no la
conoce en nada y lo hace por otros motivos.
—En mi defensa, se escapó de mi vista cuando menos lo pensé.
Ella lo miró enojada.
—Quizá habrá sido usted un patán.
—¡Micaela! —gritó la dueña—. Oh, señor, le dije que era mejor que lo
atendiera otra persona.
—¿Usted cree? —sonrió Matteo—. En realidad, ella no parece
familiarizada con trabajar, ¿segura que es una buena empleada?
—Lo era —se quejó la mujer.
—Me ha ofendido bastante —sonrió el hombre.
Micaela abrió los ojos y la boca y negó.
—No, señora, lo siento.
—Por cierto, ¿sabe usted mi nombre, señora? —sonrió Matteo.
—No, mi señor, no tengo el placer.
—Soy Matteo Rinaldi.
La mujer pareció alterada, enojada y fuera de sí.
—Oh, por todos los santos, ¡No era su intención insultarle!
—Pero lo ha hecho —apuntó Matteo.
—Le aseguro… —la mujer miró a Micaela—. Estás despedida en este
momento.
—¿Qué? —dijo alterada la joven—. No, señora, por favor…
—No me importa las necesidades que tengas —negó enojada y la tomó
del brazo para acercarla—. ¿No sabes quién es él?
Micaela lo miró con desprecio.
—Creo que es alguien embustero y un dictador.
—¡Definitivamente te marchas ahora mismo! —dictaminó la mujer,
aventándola poco a poco hacía la salida mientras Matteo las seguía de
cerca.
Micaela volvió la cara sólo para ver como la mujer le cerraba la puerta
de cristal en la cara y se reverenciaba ante el hombre que no necesitaba
reverencia, porque ni siquiera las merecía. Blasfemó y se marchó de ahí,
¡No lo podía creer!
—¡Micaela!
—¡No me llame por mi nombre! —le gritó enojada, caminando sin
rumbo fijo por la calle—. ¡Lo ha hecho a posta!
—Por supuesto.
Lo encaró.
—¿Quiere arruinarme la vida?
—Creo que estoy intentando hacer lo contrario —razonó.
—¿A la fuerza? —negó y apuntó la tienda—. Ese era mi empleo, ¿cómo
mantendré a mi hijo ahora? ¿Sabe lo que me costó que me contratarán pese
a estar en cinta?
—Sí, ahora sé que le es más factible mi proposición.
—Está loco —negó—. Y es malvado, demasiado malvado.
—Soy inteligente.
—Es idiota, ya veré que hacer —le dijo enojada—. ¡Y deje de seguirme
de una buena vez o gritaré!
—Los únicos que atenderían a ese llamado son esta bola de depravados
que la miran como si fuera un bocadillo.
La joven siguió caminando y Matteo la siguió hasta su casa, tratando de
dejarla lo más cuidada posible. Sabía que había sido una movida bastante
baja la que había hecho, pero tenía que hacer entender a esa mujer que
estaría bien a su lado, que era lo mejor para ella y… muy en el fondo, le
había encantado verla enfurecida.
Micaela aventó sus cosas tan sólo entrar en la posada y se puso a llorar,
no había nadie en la casa para esas horas, todas estarían trabajando, justo
como ella debía estarlo.
Ahora comprendía que el señor Rinaldi tenía un peso importante entre
los comerciantes del lugar, ¿Cómo haría para conseguir trabajo? Sí él se lo
proponía, nadie se lo daría. Era su idea ahorrar todo lo posible para los días
en los que le fuera imposible trabajar.
Se tocó su vientre y lloró un poco más.
—Todo está bien, pequeño, mamá sabrá que hacer, ya verás.
Capítulo 6
Matteo estaba impresionado por la fuerza de voluntad que lograba tener
esa mujer, había intentado pedir empleo a cuanto lugar se le puso en frente
y, pese a que él había ido previamente para que todos denegaran la
solicitud, Micaela logró que alguien le diera trabajo, debía tener en cuenta
el poder de convencimiento del que era capaz Micaela Seymour.
—No puedes hacer esto —le dijo el hombre.
—¿Va ordenar algo o sólo viene a molestar?
—Vengo a molestar —le dijo—. Deja esto y vamos a casa.
—No tengo una casa en común con usted, señor, ahora, ¿qué le puedo
ofrecer? Las especialidades son…
—Coñac, me quedaré aquí hasta que salgas.
—Tengo el turno de la noche.
—Estás en verdad loca, ¿no sabes lo que estos hombres pueden hacerte?
—¿Dejarme embarazada?
—Pueden violarte pese a ello.
Ella pareció asustarse de momento, pero meneó la cabeza y se enfocó en
lo que hacía, le dejó un vaso de coñac y se marchó. Matteo tomó aire y la
miró trabajar, vigilando fieramente a cuanto se le acercaba, en más de una
ocasión tuvo que ir a sentar a un borracho que intentó tomarla del brazo y la
situación comenzaba a fastidiarlo, ¿podía ser tan orgullosa? ¿Acaso no veía
todo lo que le ofrecería si acaso aceptaba su proposición?
En realidad, Matteo no era de los que rogaba, menos a una mujer y
mucho menos a una embarazada a la que pensaba salvar de la deshonra;
pero Micaela le divertía, era lista y le gustaba que no fuera una interesada.
También se mostraba impresionado por la forma determinada en la que se
manejaba y le era imposible dejar de mirar esa sonrisa extraña que ella solía
tener en los labios.
Era como si detrás de esos dientes blancos se escondieran miles de
secretos que, con sólo abrir ella la boca, serían revelados. Lo cual era de
miedo, porque sabía de sobra que la mujer hablaba y lo hacía bastante.
—Parece que le ha gustado la camarera, señor Rinaldi —se acercó de
pronto el cantinero y dueño del bar.
—Dije que no le dieran trabajo.
—Lo sé —sonrió—. Pero me faltaba personal y esa belleza atrae a
muchos más clientes… espero que no se la tome contra mi negocio, trato de
que esté protegida.
—Lo mataré —le dijo seriamente—. ¿Le parece protegida? Sale de aquí
a altas horas de la madrugada y está rodeada de borrachos.
—Es una mujer embarazada, necesitaba el trabajo, litrarieamente me ha
llorado durante una hora, ¿Qué podía hacer?
—¡Rechazarla como lo ordené!
—Lo siento señor Rinaldi,
El hombre le dejó algo de comer y Matteo simplemente metía el
contenido a su boca, notando que, en realidad, la comida era muy mala,
pero al menos lo mantenía ocupado. Iba por el su tercer vaso de coñac
cuando de pronto se dio cuenta que Micaela no estaba por ninguna parte.
Inmediatamente se puso en pie y miró a sus alrededores, se sintió sólo un
poco más alterado al darse cuenta de la hora que era y, si la muchacha
quería evitarlo, se habría ido sola y casi escabulléndose para que él no la
viera.
Matteo salió del lugar, topándose de cara con otro caballero que parecía
realmente sorprendido.
—Lo lamento, ¿Ha visto a una mujer saliendo de aquí?
—Amigo, hay muchas mujeres saliendo de aquí.
—Lo sé, pero… ¡Maldición! —Matteo se alejó, pero el hombre le tomó
el brazo, frenándolo.
—Se ve que es un caballero poderoso —le dijo—, sé que persigue a la
jovencita bastante hermosa y embarazada de aquí, ¿Es a ella a quién se
refiere?
—Sí, maldición, sí.
—Me pidió que no se lo dijera e incluso que lo retuviera. Amigo, no me
parece adecuado, la mujer está embarazada y no parece interesada; en
realidad, creo que la está asustando.
—Esa mujer… ella… —Matteo apretó los labios, no pudiéndose creer lo
que estaba por decir—: ella… lleva a mi hijo. Es la madre de mi hijo.
—Oh… amigo, lo siento, se fue por allá, de hecho, me parecía algo un
tanto peligroso que…
Matteo ya se había marchado en la dirección que le habían indicado
mientras decía un impropio tras otro, no lo podía creer de esa mujer, incluso
se había tomado la molestia de tener una distracción para que él no la
alcanzara, pero él sabía dónde vivía.
—Ésta mujer está loca, loca de remate y, además, habla como si no
tuviera un mañana y… —Matteo se paró en seco y se puso atento—. ¿Qué
demonios? ¿Micaela…? ¡Micaela!
El hombre corrió desesperado hasta ver a una mujer que estaba recargada
en una pared, parecía tener dolor y no estaba muy estable en sus piernas.
Matteo corrió hacia ella y la abrazó, sosteniéndola de alguna manera para
que no cayera.
—¿Qué hace aquí? —dijo dolorida.
—Al parecer, te salvo la vida.
—Tendrías suerte, de hecho, creo que la tienes, ahora, llévame a un
hospital, creo que algo anda mal con el bebé —ella le pasó un brazo
alrededor del cuello y se apoyó en él—. Tengo miedo, ¿Qué está pasando?
¿Por qué me duele? Creo que…
—Sshh, cálmate Micaela, ¿puedo cargarte?
—No, claro que no, no puedes.
—Bien, lo siento entonces —Matteo se inclinó y la levantó al vilo,
llevándola al hospital más cercano.
—Aquí no hay hospitales, no los hay, moriré y mi hijo morirá conmigo y
tú ¡Tú! No sé por qué me ayudas, ni siquiera crees que sea tuyo. He tenido
que hacer todo esto por tu culpa, si tuviera mi empleo normal esto no estaría
pasando, eres un maldito, un maldito.
—¡Deja de ser tan dramática! ¡Y deja de parlotear!
—No puedo dejar de hablar, es lo que hago, hablo y hablo —le dijo
histérica y asustada—. Perderé a mi bebé, perderé a mi bebé.
—No lo harás, deja de decir tonterías y dime dónde hay un hospital o
algún médico que pueda ayudarte.
—Allá —apuntó en medio de las lágrimas—. Allá, en esa casa de ahí
¿La ves? Es la azul, no la verde, azul.
—Sí, Micaela, sí, lo entiendo, tranquila.
Matteo tocó prácticamente como un desesperado la puerta de madera que
Micaela le había indicado y peleaba porque ella se callara al menos por
unos segundos, si no lo hacía, ese doctor tendría que atender a una
embarazada histérica y un hombre que intentó disparase a sí mismo.
—¿Qué sucede? —dijo un hombre a medio vestir y bastante
malhumorado.
—Parece que ella tiene algún dolor, está embarazada de seis meses y no
puede mantenerse ni en pie.
—¿Micaela? —reconoció el hombre mayor—. Dios santo, muchacho,
pasa, pasa.
—Doctor —lloró la joven—. ¿Qué sucede? ¿Lo perderé?
—¿Roger? —bajó una mujer en bata y miró la escena con espanto—.
¿Qué sucede Micaela? ¿Qué sientes?
—Señora Ana, no lo sé, me… —ella se inclinó hacia adelante y tomó su
vientre, llorando un poco más.
—Dios santo, Roger, ¿Es acaso…?
—Sshh, mujer, déjenme trabajar —dijo el médico, mirando fijamente a
la mujer llorosa y al hombre nervioso junto a ella—. Será mejor que le
demos una habitación esta noche.
—¿Por qué? —dijo asustada Micaela—. ¿Qué pasa? ¿Qué tengo? ¿Es el
bebé? ¿Qué tiene mi bebé?
—Tranquila, niña, tranquila —le tocó los hombros la señora Ana—. Ven,
te llevaré a una habitación.
—Esperen —pidió Matteo—. Me quedaré con ella.
Tanto el anciano como la anciana se miraron perplejos, no permitirían tal
acción en su casa.
—Claro que no —frunció el ceño Micaela—. No lo conozco, aunque le
agradezco que me trajera.
—Micaela, no hagas esto.
—¿Hacer qué…? —ella volvió a chistar y se inclinó de nuevo.
—Nada de enojos —pidió Ana—. Señor, por favor, retírese. Ya vendrá
mañana a visitarla, si quiere.
La señora Ana llevó a la adolorida mujer hasta una habitación y cerró la
puerta, Matteo se había quedado parado en el pasillo junto al viejo que lo
miraba con ojos entrecerrados.
—Eres el padre, ¿verdad? —Matteo bajó la vista hacia el viejo y asintió
—. ¿Por qué la has dejado sola?
—Se ha escapado de mí, no se asuste, no soy un abusador, pero ella tenía
en la cabeza la idea de resolverlo por sí misma, como se dará cuenta, no
estamos casados.
—Sí… mi Ana ya sospechaba que algo así le había pasado… ¿Abusó
usted de ella?
—Jamás he hecho algo como eso, ni lo haría —Matteo suspiró—. Fue un
error, pero pienso enmendarlo.
El anciano asintió.
—Ella puede sufrir un aborto —dijo el hombre.
Matteo sintió de pronto un nudo en la garganta, el médico lo había dicho
con pesar y con tacto, pero para él había sido como un golpe, no sabía desde
cuando le había comenzado a interesar ese niño, que ni era de él; o esa
madre, que le sacaba canas verdes.
—¿Qué se puede hacer?
—Esperar a que todo salga bien, por ahora, la dejaré en reposo —suspiró
—. Si pierde al niño, lo pierde hoy, a juzgar por los dolores.
—Entiendo… —Matteo miró a su alrededor—. Volveré mañana a verla.
—Si me deja la dirección en la que se encuentra, mandaré una misiva en
cualquier circunstancia.
—Bien, se lo agradezco.
Matteo salió de la casita, pero rodeó la entrada y fue hacia la ventana que
esperaba que fuera la de Micaela, se había fijado muy bien en el número de
habitaciones y a ella la habían puesto en el primer piso, debía ser fácil
entrar y lo fue.
—¿Pero qué demonios…?
—Sshh… —Matteo se internó en la habitación y la miró—. ¿Cómo
estás?
—Salga de aquí —se tocó el vientre, pujando un poco. Ella lo miró
desesperada y suspiró—. Sé que el señor Roger le dijo lo que pasa,
dígamelo ahora, nadie quiere decírmelo.
—Estarás bien.
—No es verdad, ¿Cierto? ¿Por qué estaría aquí si eso fuera verdad?
Tiene que haber algo mal y tengo miedo, estoy aterrada ¿Lo estoy
perdiendo? Sí, es eso, estoy perdiendo al bebé.
—No —se acercó y sin que ella pudiera hacer nada para evitarlo, la
abrazó—. No, estarás bien, todo saldrá bien, pero tienes que relajarte y
tratar de dormir.
—Pero me duele.
Matteo miró el abultado vientre y suspiró.
—¿Puedo?
—No.
El hombre alargó la mano y tocó el vientre de la mujer, era suave por la
seda que lo cubría y redondo, parecía palpitar, como si la vida dentro de ella
se hiciera presente. Era algo asombroso y que pensó jamás sentir, acarició
lo largo del vientre y sonrió.
—Va a estar bien.
—Gritaré —le advirtió—. Gritaré en serio.
—Bien, me iré —la miró seriamente—. Pero ahora te vuelvo a proponer
que te cases conmigo. A partir de este momento, no podrás trabajar, habrás
deducido para este momento que no es normal lo que está sucediendo
ahora, tienes que tener cuidado y trabajar no será una opción para ti o el
bebé, entonces, ¿Qué me dices?
Ella apretó los labios y miró hacia su vientre y lo tocó.
—¿Puedo abortar?
—Sí, lo siento Micaela, sé que no es lo que quieres, ¿O…?
—¡No se atreva ni a mencionarlo!
—Está bien, está bien, lo siento.
Ella se acomodó en la cama y siguió mirando su vientre, como si pudiera
conversar con el ser dentro de ella, parecía dudosa y, sin embargo, mostraba
una fortaleza que era abrumadora, incluso para un hombre como Matteo.
En definitiva, una madre era asombrosa, era una lástima que jamás
hubiese conocido a la suya.
—Está bien… seré su esposa —Matteo sonrió triunfal—. No debería
estar tan alegre, no sabe en lo que se acaba de meter al casarse con una
mujer como yo.
—Oh, no —le tocó una mano—. Creo que sé exactamente en lo que me
estoy metiendo.
Capítulo 7
Micaela había dejado la casa, su trabajo y el pueblo en el que había
pasado más de seis meses para irse a vivir con su esposo. Se había casado
ahí mismo, en una pequeña capilla sin más invitados que ellos dos y el hijo
que resguardaba en el vientre, uno qué, pese a su avanzado estado de
gestación, era pequeño a comparación de muchos otros vientres que
Micaela había visto a lo largo de su vida, la señora Carmen le había dicho
que era porque tenía el espacio suficiente en su interior, pero eso no dejaba
de preocuparla pese a que los doctores le decían que todo estaba bien.
En ese momento se dirigían a la lujosa casa que el señor Rinaldi tenía en
Bath para que, su ahora esposa, terminara su embarazo lejos de Londres, y
eso era algo que seguía preocupando a Micaela, regresaría a casa, pero sería
casada y con un hijo, no sonaba nada bien, sobre todo, cuando había dicho a
sus padres que iría a Alemania, seguro que para ese momento ya sabrían
que no se encontraba ahí y estaba en grandes problemas.
—¿Qué te preocupa? ¿Te sientes mal? —dijo preocupado, para ese
momento, sabía que la situación de Micaela y el bebé era delicada, ella
debía descansar y cuidarse.
A pesar de que el médico dijo que quizá sólo hubiese sido un rutinario y
muy común nervio de parto, como muchas otras madres primerizas habían
sentido, eran las contracciones que se esperaban para el día que el niño
nacería, siendo un movimiento normal y que no era preocupante si no
pasaba a un dolor más grave.
—¿A mí? —dijo nerviosa—, nada, nada de nada… más bien todo, siento
que no dejo de cometer errores y por alguna razón, usted sigue estando
presente en todos ellos, es todo un suplicio, mis padres me matarán y lo
matarán de paso a usted.
Matteo suspiró.
—Aceptaba que me hablaras de usted cuando no estábamos casados,
pero ahora me parece una verdadera incoherencia, comienza a tutearme por
favor.
—No puedo hacer algo como eso en tan poco tiempo, lo lamento si lo
molesta, pero es algo fuera de lo que se acostumbra ¿usted acostumbra a
llamar a las personas por su primer nombre desde que las conoce? Es
totalmente maleducado.
—A diferencia de los nobles, no me tomo tantas restricciones, estar
diciendo señorita o mi lady, me parece una tontería y demasiado estresante,
una pérdida de tiempo. Te comenzaré a llamar Micaela desde ahora y no
volveré a hablarte como si fueras una extraña.
—Bien, haga lo que quiera, tengo demasiado en qué pensar como para
corregir su actitud sinvergüenza.
—Me puedes llamar Matteo.
—Claro, lo haré en algún momento, estoy segura.
—¿Sueles hablar tan atropelladamente?
—Sí, puede comenzar a lamentarse de su decisión de casarse conmigo
—dijo la joven—, suelo hablar hasta por los codos, por eso no tenía muchos
pretendientes y cuando usted… no importa, sólo le digo que hablo
demasiado.
—Entiendo.
—¿Esa es la casa? Es muy grande si sólo viviremos nosotros y peor si se
toma en cuenta que viviremos muy poco tiempo ahí —negó—, el estar lejos
de mi casa me dio una dura lección de lo que es no tener nada y tener que
pelear hasta por una hogaza de pan, esto es demasiado para dos personas.
—Somos cuatro personas —dijo Matteo tranquilamente—, mi padre ha
venido y pronto nacerá el bebé, por lo que he contratado una niñera, nodriza
y una partera, además de la servidumbre y… otras personas.
—¿Nodriza? ¿Ha dicho nodriza?
—Así es.
—No creo que la necesitemos cuando bien puedo darle yo.
—Eso… no, no lo creo.
—¿Por qué no?
—Las mujeres ricas no tienen por qué darles pecho a sus hijos.
—En mi familia, eso no importa, nos gusta tener esa conexión con
nuestros hijos, es un vínculo.
—No, esa mujer necesita el empleo.
—Podría contratarla para hacer otra cosa.
—He dicho que no, tengo el suficiente dinero para contratar una nodriza.
—Ese no es el problema…
—Señor Rinaldi —dijo el cochero—, hemos llegado.
—Fin de la discusión —puntualizó Matteo y bajó de la carroza.
—Eso cree usted —Micaela comenzó a susurrar para si misma—, no
tengo porqué pedirle permiso para darle de comer a mi propio hijo, si digo
que le daré de comer, le daré de comer ¡Hasta cree que va a poderme quitar
eso! ¡Loco! ¡Está loco!
—Te estoy escuchando, Micaela.
—No pretendía esconderlo.
Le tomó la mano para ayudarla a bajar y, sin pensarlo, le tocó el vientre
cuando ella lo hizo al estar en el suelo.
—¿Estás bien? Ha sido un largo viaje.
—Bien —dijo sonrojada—, sólo un poco cansada.
—Te llevaré a la habitación.
—Gracias.
Tan solo abrir la puerta, un pequeño desastre se desató, había mujeres
corriendo de un lado a otro, hombre con papeles, niños que se turnaban para
pasar debajo de las piernas del señor Rinaldi y niñas que giraban alrededor
de Micaela y le jalaban el vestido.
—¡Eh! ¡Ha llegado el señor Rinaldi! —gritó alguien—. ¡Tengan
compostura!
Micaela sonrió y miró con el ceño fruncido hacia todas partes,
encontrando magnifico lo que sucedía en el lugar.
—¡Señor! ¡He puesto a prueba el invento que diseñó hace un mes! —
dijo una mujer—, me ha explotado en la cara.
—Lo siento Melody.
—¡Señor! La electricidad ya está en funcionamiento en su despacho.
—Me alegro.
Micaela se impresionó al darse cuenta que todos daban ese tipo de
informes al señor Rinaldi y, pese al desastre, su esposo no parecía nada
contrariado ni molesto, más bien, estaba interesado, quizá porque todos esos
informes eran parte de uno de sus negocios.
—¿Quién es ella? —al fin se interesó una niña, hablando tan alto y
apuntando tan fieramente, que todo mundo le puso atención.
—¡Niña! —dijo uno de los hombres, quitándola de enfrente—, no debes
meterte en lo que no te importa.
—Es mi esposa —contestó Matteo a la niña—. Te caerá en gracia
¿Verdad Frida?
—Mmm… —la niña miraba directamente hacía Micaela—, no lo sé,
tendré que probarla… pero ¿por qué es tan gorda?
Fue Micaela quién soltó una carcajada y se inclinó ante la niña para
quedar a su altura.
—Es un bebé —le tomó la mano y la colocó sobre su vientre abultado—.
¿Lo sientes?
—¡Sí! —dijo con ojos pelados—. ¡Mira como me contesta!
La niña se pegó a Micaela y se quedó escuchando por varios momentos,
otras muchas manitas y cabecitas hicieron lo mismo, desequilibrando un
poco el cuerpo de la mujer embarazada, sólo siendo salvada por la mano de
su esposo, quien rápidamente la detuvo en su lugar.
—Eres descuidada —dijo Matteo cerca de su oído—, vamos ponte de
pie.
—¡No, Matteo! —se quejó una niña—. ¡No he escuchado al bebé!
—Luego lo escucharás ¿de acuerdo? —la niña asintió—. El bebé y su
mamá necesitan descansar.
—Estoy bien —le dijo Micaela, pero Matteo no parecía acostumbrado a
recibir contrarias.
—¡Matteo! ¡Hijo mío! —el hombre de pelo blanco y anteojos redondos
bajó las escaleras con manchas de aceite en las manos, cara y… bueno, todo
el cuerpo—. ¡Al fin llegan! ¡Al fin llegan!
—Papá —se adelantó Matteo—, estás cubierto con aceite de pies a
cabeza.
—¡Ese cacharro y yo tenemos algunas disputas! —dijo enojado, pero, al
mirar a la mujer embarazada, sonrió—, mira que muchacha tan hermosa,
acércate niña para verte mejor.
Micaela se paró justo enfrente del señor Rinaldi, parecía tan diferente a
la vez de la fiesta en donde lo conoció, pero lucía mucho más natural ahora
que cuando estaba en ese traje y perfectamente peinado; muy al contrario de
Matteo, que parecía sentirse cómodo entre las ropas elegantes que estaban a
la altura de cualquier duque.
—Un placer verlo de nuevo, señor.
—¡Oh, pero si es tan… de sociedad! —dijo enternecido—, puedes
llamarme Lorenzo.
—No podría hacer eso jamás —negó Micaela—, es una falta de respeto
hacía alguien mayor que yo, lo lamento, pero jamás le diré de esa forma,
puedo decirle señor Rinaldi, sí quiere.
—¿Y si no quiero?
—Tendrá que aguantarse.
El padre de Matteo peló los ojos y dejó salir una carcajada.
—Eres una chica especial, lo noté en cuanto vi tus ojos.
—¿Mis ojos? —frunció el ceño—, son de un ordinario azul, preferiría
haberlos sacado grises como mi madre, pero salí a mi padre, tengo la
esperanza que los de mi bebé sean grises, pero dependerá del destino.
—Claro, hablando de ello, ¿puedo? —el hombre preguntó, pero posó sin
permiso una mano grasienta sobre el vestido de Micaela, la joven no se
inmutó—, sí, parece crecer grande y fuerte ¡Pero como patea! ¿Lo has
sentido ya hijo?
—No papá y creo que la estás incomodando.
—¿Te incomodo querida?
Micaela negó con la cabeza, pero sus orejas y nariz estaban tan rojas y
calientes que parecía una caricatura del periódico.
—Ven, vamos a la habitación —la apartó de su padre y la guío por las
escaleras.
La casa entera estaba llena de cosas raras, experimentos que rechinaban
o burbujeaban, había pintura regada por una y otra parte, libros por doquier
y papeles clavados en las paredes con cosas extrañas escritas, parecían
intocables puesto que ni siquiera su marido hacía por quitarlas.
La mansión era lujosa, pero con tanto cacharro y cosas regadas, el
encanto se perdía por completo y parecía más bien un basurero, Micaela,
parecida a su madre en cuanto a la limpieza, no lograba concebirlo, se
pondría manos a la obra en cuanto dejara de sentirse tan cansada. No
llegaría un bebé en un lugar como ese.
—Aquí es —le abrió la puerta—, espero que sea de tu agrado, todos
ayudaron a decorarla.
—Gracias —Micaela dio un paso al interior y dio su aceptación con un
cabeceo.
A diferencia del resto de la casa, ahí estaba todo en orden, limpio, con
muebles y decoraciones hermosas y adecuadas, incluso había una cuna de
moisés para cuando llegara el bebé.
—Tiene su habitación, pero supongo que al principio preferirás que esté
aquí —dijo Matteo—, la recámara de la nodriza y la niñera está a un lado.
Micaela volvió la mirada con enojo al escuchar nuevamente el tema de la
nodriza, pero su esposo no estaba prestándole a tención, había encontrado
fascinante un reloj de mesa sobre la chimenea y se distraía con ello.
—Ha tenido todo preparado —se dio cuenta—, jamás pensó en que me
negaría.
—Soy insistente.
Ella asintió un par de veces y miró hacia la cama.
—Me recostaré un rato, si no le molesta.
—No, para eso te he traído, intenta relajarte, ha sido un viaje pesado para
una embarazada.
—Gracias.
Matteo se dirigió a la salida, pero antes de cerrar las puertas, se volvió
hacia ella.
—Te mandaré a tu doncella y… no dejes que mi padre te perturbe, puede
ser demasiado entusiasta con las cosas.
—No me molesta —sonrió.
—Bien, entonces, te dejo.
Micaela se desvistió sola y colocó un camisón que tenía en una de sus
maletas que, casualmente, ya estaban en la habitación, ni siquiera se había
dado cuenta cuando la subieron, pero lo agradecía. Para cuando llegó la
doncella, ella ya estaba metida en la cama, casi cayendo dormida.
—Señora, ¿necesita algo más?
Micaela abrió los ojos y volvió su mirada hacía la puerta, esa doncella no
tendría más de catorce años, era extremadamente joven, pero parecía
encontrar divertido su trabajo, no estaba vestida como una doncella, estaba
manchada con pintura y tenía los ojos vibrantes de una chiquilla llena de
ilusión.
—No —se sentó correctamente—. ¿Cómo te llamas?
—Julieta —sonrió—, soy hija de uno de los inventores.
—¿En verdad? —Micaela tocó dos veces la cama, indicando que se
acercara, la muchacha sonrió y lo hizo con una excesiva hiperactividad,
prácticamente brincó en el lado desocupado de la cama y se recostó al
completo en ella—. ¡Quería hacer esto desde que la tendí! Es tan suave…
—Debo comprender que en realidad no eres doncella.
—No —dijo con una risita—, pero tengo muchísimos hermanos, los
cuido todo el tiempo, seguro que la sé cuidar a usted.
—No necesito que me cuiden —le tocó la cara—, ¿acaso no estudias?
—¡Claro que lo hago! —dijo entusiasmada—, el ingeniero no me libera
de mis lecciones jamás.
—¿El ingeniero?
—Matteo, claro —asintió.
Micaela asintió confundida y suspiro.
—Entonces Julieta ¿te encargaron cuidar de mí?
—Sí —dio un bostezo—, pero no pensé que una persona grande
necesitara cuidados, aunque viendo lo redonda que está, entiendo por qué
Matteo me lo ha pedido.
—¿Duermes bien por las noches Julieta?
—No mucho, mis hermanitos lloran todo el tiempo, pero me
acostumbro.
—¿Quieres dormir un poco?
—¡Pero si es de día! —dijo impresionada—. ¡Hay tantas cosas por
hacer!
—Pero te ves realmente cansada —la recostó de nuevo—. ¿Por qué no
me haces compañía hasta que me duerma? Eso me haría sentirme mejor.
—¿De verdad? —elevó una ceja—, no quieras engañarme para que me
quede dormida, no lo logrará, Matteo me mataría.
—No, te prometo que quiero compañía, me es raro este lugar y preferiría
tener a alguien conmigo.
—Puedo llamar a Matteo, seguro que prefieres a Matteo, es tu esposo
¿Cierto? Mi mamá siempre prefiere a mi papá para dormir.
—Él seguro estará ocupado ahora, no quisiera molestarlo.
—Matteo siempre está ocupado —negó la niña—, tendrá que hacer
espacio para su familia. Pero está bien, eres convincente, vamos, acuéstate,
te arroparé.
Micaela casi cae de la risa al ver como una niña muchos años menor que
ella, la tapaba y le hacía caricias en la nariz y los ojos para que se quedara
dormida, pero al final y como predijo, la que se durmió primero fue Julieta,
lo cual llevó a Micaela a quitarle los zapatos y cubrirla con la manta, le
parecía una niña encantadora, esperaba que, si tenía una hija, se pareciera
un poco a Julieta.
Capítulo 8
Matteo subió pasada las ocho de la noche, se había olvidado por
completo de su esposa, de que necesitaba comer algo antes de dormir y de
que Julieta desapareció después de que la mandó a la habitación para que
viera si Micaela necesitaba algo.
Fue una gran impresión encontrarse con Julieta revoltosamente dormida
en la cama junto con su esposa, quién la mantenía abrazada como podía, no
comprendía, normalmente esa niña no lograba quedarse tranquila por más
de treinta minutos, pero ahora lucía apaciblemente dormida con Micaela.
—Julieta —la movió un poco—, Juli, despierta.
—Déjame tranquila Ross, o te juro que te daré con mi zapato.
—Juli, tienes que irte a casa, tu mamá se preocupará por ti.
La niña abrió los ojos y miró hacia los lados con una cara extrañada.
—Esta no es mi casa.
—No, estás en la habitación con mi esposa.
—¡Ah! Ya recuerdo —miró a la mujer durmiente—¸ es de cuidado, me
engañó.
Julieta dio un brinco y se colocó sus zapatos para salir corriendo de la
habitación, seguramente su madre le daría un buen regaño, ya se encargaría
mañana de eso, por el momento, estaba demasiado cansado y lo único que
quería era entrar a esa cama y dormir un poco.
—Hijo —se escuchó la voz susurrante de su padre.
—¿Qué pasa, papá? —dijo enfadado el muchacho.
—Sólo quería ver como estaba la chiquilla —el hombre sonrió—, pero
veo que está dormida.
—Trata de no asustarla en demasía.
—No, no, le sacaría al bebé antes de tiempo, dejaré los sustos para
después, de todas formas, tenemos una vida para eso.
Matteo se quitaba los zapatos y los calcetines, estirando la espalda para
que los huesos volvieran a su estado natural.
—Tiene es sueño condenadamente pesado —dijo el señor Rinaldi.
—Sí, sal de aquí antes de que se despierte y se dé cuenta que eres un
mirón.
—¡No soy mirón!
—Entonces ¿qué sigues haciendo aquí?
—Qué muchacho ¡Recuerda que yo te eduqué! No me vengas con
tonterías ¡Mirón mis polainas!
Matteo sonrió y cerró la puerta tras su padre, se colocó ropa pada dormir
y se metió en la cama junto a su mujer, ella ocupaba la mayor parte, al
haber estado intentando retener a Julieta, había quedado casi a la mitad de
la cama, por lo cual Matteo tuvo que recurrir a levantarla un poco para
hacerla hacía un lado, increíblemente no se despertó, sólo se quejó, pero
siguió durmiendo cual piedra.
A la mañana siguiente, Micaela despertó con un cierto malestar que la
hizo sentarse en la cama de golpe, respiraba profundamente al sentir
nauseas, para ese mes, ella había dejado de tenerlos y le pareció extraño que
de la nada, estas se volvieran a presentar. Cerró los ojos y se concentró en
respirar profundamente, intentando no vomitar… ahora que lo pensaba, no
había comido nada, quizá lo que sucedía era que tenía hambre.
—¿Estás bien?
Micaela dio un grito tan potente que provocó que muchos de los
empleados y ayudantes de Matteo abrieran la puerta sin permiso y se
introdujeran en la habitación con artefactos que tomaron en el camino, era
una escena muy graciosa que provocó la diversión de la joven que había
dado el grito de alarma.
—¿Qué sucede? —se introdujo Lorenzo Rinaldi—, ¿Hay algún herido?
—No —suspiró Matteo—, la he asustado, ahora, salgan todos de aquí
¿Qué hacen entrando a mi habitación de esta forma?
—¡Todavía aparte de que nos preocupamos! —dijo un hombre con un
florero en mano.
—¡Mal Matteo, eres una mala persona! —dijo otra chica con pintura en
la cara.
—Sí, sí, como sea, salgan de aquí —decía el hombre, presionándolos en
la puerta para después cerrarla de golpe cuando salió el último. Miró a su
esposa—, ¿Por qué has gritado así?
—Es obvio, no me esperaba tenerlo durmiendo en mi cama —se tocó la
barbilla—, aunque creo que es normal ahora que es mi esposo, no podemos
dormir en habitaciones separadas ¿verdad? Sobre todo, si tiene a toda una
familia de extraños que se atreven a entrar a las recámaras sin previo aviso.
—Eh… sí, algo así —negó con la cabeza—, en realidad no, la cosa es,
que simplemente eres mi mujer, así que lo que espero es que duermas
conmigo ¿tienes algún inconveniente?
—No —ella hizo un gesto raro—, mis padres duermen juntos desde
siempre.
—Bien —Matteo fue a un armario y sacó ropa de ahí—. No me
respondiste, te vi algo pálida antes de que gritaras.
—Un mareo anormal, aunque creo que es de hambre, no comí nada
desde ayer.
—Lo siento, debí pedir que te trajeran algo.
—Estaba demasiado dormida como para darme cuenta —Micaela miró
hacia todos lados—, ¿Dónde está Julieta?
—La mandé de regreso a casa en cuanto llegué. Aunque parecía de lo
más cómoda en la cama.
—Dice que no duerme mucho por sus hermanitos, necesitaba un
descanso.
—Estoy de acuerdo.
—Es una buena chica y es muy joven para ser doncella —le dijo—, yo
no necesito a nadie para que me cambie o traiga cosas, puedo hacerlo sola.
—Pensaba que las mujeres de sociedad solían tomarse el gusto de tener
una doncella a su merced.
—Es cierto, pero no me agrada tanto la idea y, ahora que estuve
trabajando, me acostumbré a hacer las cosas sin más ayuda que mis manos.
Micaela, como alma que lleva el viento, sacó unas cuantas prendas de las
que usaba para ir a su antiguo trabajo y se cambió ahí mismo sin más
preocupaciones que el que no se le cayera la ropa al piso, porque eso sí que
era un problema para una embarazada.
—Micaela creo que… ¿Qué haces? —dijo alterado al verla en ropa
interior.
—¿Cómo que qué hago? —dijo conflictuada, tratando que su falda se
acomodara con su abultado vientre—, ¡Me cambio!
—Sí, pero… —suspiró—, bien, déjame ayudarte.
—Es este tonto botón ¿los hombres tienen problemas con los botones al
vestirse? No lo creo, sus ropas son tan fáciles de poner que hasta da risa, las
mujeres tenemos tanta indumentaria que parece que iremos a la guerra de
las telas, es pesado, estorboso y cansado.
—No veo que traigas mucha ropa encima de todas formas.
—Ahora no necesito vestirme así —se apartó de él cuando hubo
terminado—, pienso limpiar de pies a cabeza toda esta casa.
—¿Limpiar?
—¡Esto parece un desastre de años!
—Bueno… esta casa se usa para toda clase de experimentos. La gente
que viste ayer, vive aquí, así que los nuevos somos nosotros, no suelo
quedarme a dormir, por lo cual debe ser raro para todos ellos tenerme aquí
junto con una mujer embarazada.
—Como sea —le quitó importancia con una mano—, no puedo permitir
que la casa siga así, menos que llegue un bebé en estas condiciones.
—Estás embarazada, Micaela, no puedes esforzarte.
—Eso lo sé —se tocó el vientre despreocupadamente—, pero viven
niños aquí, es una irresponsabilidad que tengan todo tan desordenado y
sucio.
—Claro, trata de no presionarte demasiado.
—Mmm… ya veremos.
—Y de no distraer demasiado a mi personal, los necesito en sus puestos
de trabajo, ¿recuerdas?
—Sí, sí, como digas —lo ignoró terminantemente.
Cuando terminaron de arreglarse, la pareja se dedicó a bajar al comedor,
era toda una proeza puesto que esas escaleras estaban invadidas con
elementos que podían hacer caer a cualquier embarazada y Micaela había
tenido que recurrir a aferrarse de su esposo para no sufrir un accidente.
—En verdad es inconcebible —negó—. ¿Cómo esperan que pueda
caminar por aquí?
—No es que esperara que te anduvieras paseando de un lado a otro
Micaela, deberías estar tranquila y descansando.
—¿Pretende mantenerme encerrada hasta que nazca el bebé? —frunció
el ceño y negó—, eso me será imposible.
—¡Buenos días señor Rinaldi! —saludaban alegres las personas que se
topaban por una y otra parte, todas ellas estando sucias, despeinadas y con
gafas extrañas.
—¿No desayunarán? —preguntó la joven.
—Algunos seguramente ya lo han hecho —le dijo tranquilo, enfocado en
que no tropezara con nada—, aquí cada quién se hace el desayuno, muchos
de los inventores se despiertan con ideas extrañas a las cuatro de la mañana,
así que es mejor no tener horarios.
—¿Y los niños?
—Bueno, tienen madres.
—Es demasiado despreocupado todo el manejo de esta casa —negó—,
debo entender que no tienes cocineros.
—No se necesitan en esta casa, todos hacen comidas y sobra mucho,
podemos comer algo de ahí.
Micaela se desmayaría, lo haría al ver la cantidad de comida que parecía
ser desperdiciada, el que todos tuvieran acceso a la cocina y cada quién se
hiciera lo que quería, lograba desabastecer la alacena en tan sólo una
mañana, sin mencionar lo sucio y desastroso que estaba, ¿quién limpiaría
ese desorden?
—Hola Matteo —sonrió Julieta, brincando de uno a otro pie con un
pedazo de pan con mermelada—, me ha dicho mi papá que hoy se hará la
prueba del molino ¿puedo ir cierto?
—Sí, pero sólo si te quedas lejos.
—¡Lo prometo! —la niña iba a correr lejos de ahí, pero Micaela la frenó
en seguida.
—¿Eso es lo que vas a desayunar? —elevó una ceja.
—Bueno, Michel se robó las frambuesas y Ross no come pan, así que sí,
es mi desayuno.
Micaela negó enojada y apartó cosas que le estorbaban para comenzar a
cocinar.
—Micaela, no es necesario.
—¡Sentados los dos! —dijo molesta.
Tanto Matteo como Julieta lo hicieron, se sentaron en la mesa de la
cocina con platos sucios y comida sin terminar. Micaela cocinaba en medio
de réplicas constantes sobre la suciedad, el desorden o simplemente gruñía,
negaba con la cabeza y de repente le salía una que otra “¡Es inconcebible!”
o “¡Los niños necesitan comer bien!”
—¿Qué le pasa? —susurró la niña hacía Matteo.
—No lo sé —se inclinó de hombros—, no la hagas enojar y quédate
quieta.
—¡Los estoy escuchando! —se quejó Micaela.
Después de varios minutos en los que Matteo y Julieta comenzaron a
charlar alegremente sobre algún experimento, Micaela dejó platos bien
abastecidos con un desayuno apropiado para los tres.
—De verdad que hay mucho que cambiar.
—¡Es asombroso! —dijo la niña—. ¡Jamás había tenido algo parecido!
—Eso va a cambiar querida, no te preocupes.
—¿Cómo?
—Micaela…
—No me lo puedes prohibir, sé que de esta forma mejorará el
funcionamiento de la casa, habrá menos gastos y se podrá caminar sin
temor a caer.
—A los inventores no les va a gustar —negó Julieta, disfrutando de su
comida.
—No me importa —Micaela acabó su desayuno—. Esto es un completo
desastre y no pienso tolerarlo, no soy nada tolerante, de hecho, hablando de
tolerancia, ¿Qué se pretende con todo el desastre en la casa? ¿Hay alguna
norma o algo para que todo esté fuera de lugar? No me parece adecuado
para los niños.
—Vaya —se impresionó Juliana—. No he entendido nada de lo que has
dicho.
—Lo siento, suelo hablar aprisa.
Matteo suspiró.
—Micaela, esta no es una casa de vivienda, la agente que ves, está
trabajando, no se preocupa demasiado por la casa.
—Pero si sus hijos viven aquí.
—No creo que ella te vaya a hacer caso Matteo —sonrió Juliana.
—¿Eso piensas? —la miró el hombre—. En ese caso, serás la encargada
de que no se lastime.
—¡¿Qué?! Pero si acabas de decir que podía ir a ver el molino.
—Cambié de opinión.
—¡No es justo! —se quejó la niña.
Micaela miró de uno a otro con molestia y frunció el ceño.
—No he pedido ayuda de nadie, ni tiempo necesito que una niñita me
cuide, ¡Eso sería una locura! Una niña cuidando a una adulta, simplemente
eso está mal.
—Última palabra —miró de una mujer a otra—, para las dos.
Juliana parecía haberse dado por vencida, pero Micaela se levantó de su
asiento cuando se dio cuenta que Matteo lo hacía y lo siguió por la casa,
tratando de hablar con él, pero, en cuanto los inventores lo veían, ellos
simplemente comenzaban a amonestarlo con ideas, papeles y extraños
artefactos.
—¡Señor Rinaldi! —gritó entonces Micaela, un poco enfadada de ser
ignorada.
Matteo en realidad se sorprendió, no había notado que su esposa lo había
estado siguiendo, estaba acostumbrado a que las personas que trabajaran
para él simplemente lo siguieran, intentando darle un reporte o que les
ayudara en algo.
—¿Qué pasa Micaela? —la miró impaciente.
—¿Lo llama señor Rinaldi? —frunció el ceño una mujer cubierta de
aceite—. Eso es raro, está casada con él.
—Bien Warren, ve a hacer tus cosas.
—¡Pero necesitaba tu ayuda con unos cálculos!
—Adiós —levantó las cejas para que se marchara.
La mujer engrasada dio un chasquido con la lengua y se fue de ahí
lanzando impropios muy elevados para ser una mujer tan joven.
—¿Y bien? —elevó una ceja hacia su esposa—. ¿Qué pasa… señora
Rinaldi?
Micaela se avergonzó y lo miró mal.
—No me llame así.
—Tú me has llamado así —se inclinó de hombros—. Si quieres ser
formal, puedo ser formal también.
—Vale, no lo volveré a llamar así… lo llamaré… no sé, ¿Cariño? —ella
elevó la vista hacía el techo—. No, creo que es más íntimo a que le diga su
nombre.
—Micaela —la frenó en su divagación—. ¿Qué pasa?
—¿Qué pasa? —ella frunció el ceño, lo había olvidado, pero tras un
momento de reflexión, lo recordó—: ¡Ah! ¿Cómo te atreves a
desacreditarme de esa forma frente a Juliana?
—No te desacreditaba, Micaela, pero creo que era lo correcto en cuanto
a mandatos, Juliana está encargada de ti.
—Pero es una niña y soy una adulta, creo que sé cuidarme a mí misma,
lo he hecho durante algún tiempo.
—Sé que sabes cuidarte, pero no conoces la casa, ni tampoco a las
personas que trabajan aquí, ¿te parece tan mala idea que alguien esté
apoyándote en eso?
Micaela se quedó callada.
—No —bajó la cabeza—. Pero creo que no confías en mí, sé que sigues
juzgándome porque piensas que me he acostado con mil hombres, porque
piensas que este no es tu hijo, aunque sé que lo es.
Matteo sobó sus sienes y respiró con fuerza, temía porque tuviera otra
jaqueca.
—Cuando me casé contigo, olvidé todo el pasado y jamás he dicho nada
para hacerte pensar lo contrario.
—Lo veo en su mirada —le dijo enojada—. Si no me va a dejar ser su
esposa, entonces, ¿cómo piensa que crecerá… mí hijo, pensando que usted
es su padre?
—¿Por qué demonios estamos discutiendo esto? —se sobó las sienes
nuevamente—. ¿Sólo porque no te he dejado sola al hacer lo que querías?
¡Vale! Dile a Juliana que se venga conmigo y haz lo que quieras en la casa.
Matteo dio media vuelta y pidió a gritos que le trajeran su tónico para la
cabeza, ahora que lo pensaba, debería traerlos a la mano, con esa mujer,
seguro sufriría dolores de cabeza con constancia. Micaela lo miró con enojo
y dio un zapateo en el suelo antes de girarse y notar que Juliana corría hacía
ella, parecía alterada y sin mucho aire.
—¿Qué pasa?
—Mis hermanos se han enojado porque les dije lo que he desayunado, se
quejan de que no les hayas hecho uno igual.
—Vale —sonrió—. Vamos, ¿Cómo cuantos son?
—Bueno, ellos les han dicho a otros niños y digamos que hay un ejército
ahí de mocosos gritones y hambrientos.
—Perfecto.
Matteo estuvo horas enfocado en la implementación del molino, entre
algunos otros inventos y ni siquiera se había dado cuenta que se había
hecho tan tarde, se había brincado la hora de la comida y apenas regresaba a
casa cuando el sol comenzaba a meterse. Pero, al dar un paso en el interior,
sintió que lo había hecho en una casa completamente diferente.
Su mujer había dicho la verdad en cuanto a la limpieza, era verdad que
no estaba del todo terminado y aún se podían ver zonas llenas de artefactos
suciedad y paredes rayadas, pero era un cambio considerable, demasiado
como para que Matteo lo notara tan sólo entrar en ella. Era obvio que no
podía haberlo hecho sola.
—¿Micaela? —le habló en cuanto se dio cuenta de quién era la culpable
de todo aquello—. ¿Micaela?
—¡Aquí estamos! —respondió una voz ajena a la de ella.
—¿Quiénes? —frunció el ceño el hombre, caminando hacia el comedor
lleno de gente, sentada ordenadamente y en espera—. ¿Qué demonios está
pasando aquí?
—Su esposa, señor —dijo uno de los ingenieros, quién estaba aseado y
peinado, parecía algo incómodo, pero no se movía de su lugar o se quejaba
—. Ella es igual a un militar enojado.
—¿Dónde está?
—En la cocina.
Matteo bajó las escaleras que llevaban hacía el lugar y notó que la voz de
su mujer seguía dando órdenes, aunque no sabía a quién, puesto que él no
tenía cocineros… que supiera.
—Por allá, el pollo tiene que estar crujiente, no quemado y más sal para
esa ensalada.
—Micaela Rinaldi, ¿Qué demonios estás haciendo? —dijo el marido,
recostado en el umbral, sin terminar de bajar las escaleras.
—Ah, qué bueno que llegas, al menos para la cena, digo —se quejó un
poco—, como has visto, necesito que al menos te bañes antes de tomar
alguna comida, anda, que estamos por empezar.
—Cariño —dijo más como un regaño—. ¿Qué estás haciendo? Con la
casa, con la gente… ¿Esa es María haciendo puré de patatas?
—Sí señor —dijo con un poco de preocupación—. En la vida había
cocinado, ¿Señora? ¿Debe de verse de esta forma?
Micaela se acercó y miró sobre el tazón.
—Mmm… estará bien por esta ocasión.
—Cariño, ¿me acompañas?
—Pero si estoy…
—Micaela —le advirtió.
—Bien —la joven se quitó el mandil, acariciando sin pensar su dulce
pancita y el resto de las mujeres sonrió como acto reflejo.
—¿No estás muy cansada, Micaela? —preguntó una mujer—. Has
trabajado tanto hoy.
—Estoy bien, Norma, no debes preocuparte.
Matteo alargó una mano y la dejó que subiera primero las escaleras, tenía
miedo que en algún momento se cayera, por lo cual tenía siempre una mano
precavida en su espalda baja.
—Volveré en un momento, lo siento —decía Micaela a los empleados
que estaban charlando y tomando algo de vino y sonriendo como nunca.
—¿Se encuentra mal Micaela? —se pusieron en pie, preocupados—.
¿Necesita algo?
—Quizá fue demasiado para un día, linda —alzó una copa Lorenzo, el
padre de su esposo.
—Ella está bien —dijo Matteo con un dolor de cabeza inminente—. Soy
su esposo, ¿recuerdan?
—Claro —se sentaron de nuevo.
Micaela entró a su habitación y se sentó en la cama con pesadez, dejando
salir el aire de golpe y cerrando los ojos, en realidad le dolían los pies y
estaba algo cansada, quizá demasiado.
—¡Es justo lo que te dije! —la miró preocupado—. Estás agotada, ¿y
sabes qué? Lo entiendo completamente, ¡Porque has reordenado toda la
casa!
—¿No es acaso asombroso? —sonrió—. Todos me han ayudado, ni
siquiera se quejaron… tanto.
—Cariño, creo que tu no entiendes cuando alguien se queja —dijo
alterado—. ¿Y que es esa locura allá abajo, en el comedor?
—¿Eh, la cena? —le dijo obvia.
—Parecen todos muy incomodos al respecto.
—Bueno, debo admitir que les costó un poquito de trabajo lo de
arreglarse para la cena, pero ahora no está tan mal.
—Micaela —estaba a punto de explotar, pero intentó tener paciencia—.
Creí decirte que era importante que no los separaras de sus trabajos, estoy
seguro que ninguno de ellos hizo nada además de limpiar el día de hoy.
—Bueno… quizá.
—¡No quiero que cambies el orden de esta casa! ¡Te lo dije! —alzó un
poco la voz—. Estas personas están trabajando, no quiero que los
interrumpas; este lugar no es una casa de vivienda, es de trabajo, ellos están
aquí por ello.
—Pero si viven aquí también.
—¡Eso no importa!
—¿Qué acaso hice algo tan malo? —ella se puso en pie con dificultad, él
intentó ayudarla, pero lo apartó en seguida—. ¿Qué tiene de malo que haga
algo por la casa o por las personas? ¿No has notado lo contentos que están?
—No necesito que te estés interponiéndote en los negocios que manejo
¿entendido? Te di permiso para que arreglaras la casa o lo que sea que
querías que hacer, pero definitivamente no con mis empleados, mi negocio
y mi trabajo.
Ella cerró la boca y bajó la cabeza, normalmente hubiera podido discutir
por horas sobre lo mismo, pero en ese momento, había comenzado a llorar,
se sentía tan triste que simplemente no lo pudo evitar, no podía dejar de
llorar.
—¡Eres malo! —le gritó y fue a encerrarse en el baño.
Matteo cerró los ojos y la siguió, notando que la puerta estaba trabada y
se dedicó a tocar, pero ella simplemente no le respondía y solamente lloraba
con más fuerza, parecía que lo hacía a propósito.
—Micaela, lo siento, no quería hacerte llorar.
—¡Déjame tranquila!
—Vamos, Micaela, déjame entrar, lo siento cariño.
—¿Por qué me dices cariño? —dijo llorosa—. Lo usas de una forma
equivocada, lo odio.
—Bien, no te lo diré más, ¿podrías salir de ahí?
—No.
—Vamos, prometo que no gritaré más.
—No me gusta que me vean llorar.
—Soy tu esposo, tendré que verte llorar en ocasiones… esta vez es mi
culpa, al menos permite que te consuele.
Ella abrió la puerta mientras limpiaba su rostro y miraba el suelo para
intentar cubrir su azoramiento.
—Eres una mala persona, no debes hablarle de esa forma a una
embarazada, ¿qué no sabes lo sensible que es la mujer en este estado?
—Lo siento —la abrazó con delicadeza—. No estoy acostumbrado a que
se metan en mis asuntos.
—Yo sólo intentaba que las cosas fueran más agradables por aquí —ella
no lo abrazó de regreso—. Ellos parecían felices.
—Quizá… me adelanté y juzgue antes de tiempo, bajaré contigo, me
ducharé y bajaré.
Ella negó.
—No quiero bajar.
—Por favor, Micaela, no seas caprichosa.
—No, en serio, me siento un poco mareada… —ella tapó sus labios con
una mano y fue al lavabo y vomitó—. ¡Dios!
—Lo siento, ¿Ha sido por la pelea? Lo siento, diablos, Micaela —se
acercó Matteo y le sobó la espalda—. ¿Qué debo hacer?
—¿Matteo? ¿Micaela? —se escuchó la voz de Juliana—. ¿Están bien?
¿Dónde están?
—¡Juliana! —gritó Matteo desde el baño—. Trae agua fresca para
Micaela y date prisa.
Su esposa había vuelto a vomitar y parecía tener escalofríos, la niña
había salido corriendo del lugar y, cuando regresó, el resto de los empleados
también se habían internado en la habitación, todos con una gran
preocupación en el rostro.
—Toma, toma —se acercó Juliana al cuerpo que temblaba en contra del
lavabo—. ¿Qué tiene, Matteo?
—Tranquila, está un poco enferma —dijo el hombre tomando el cabello
de su esposa y sobándole la espalda.
—Sí, claro, ¿a quién se lo debo?
—Quizá al esfuerzo desmedido que has hecho el día de hoy —la castigó
el hombre, ayudándola a ponerla de pie y acercándola a su cuerpo—. Ven,
necesitas recostarte, bebe esto, es agua con menta.
—Oh, mi querida —se acercó Lorenzo—, ¿te encuentras bien?
—Ahora sí, señor Rinaldi —sonrió la joven—, pero, por favor, vayan a
cenar, seguro que lo necesitan y verán que les agrada… lamento si los he
forzado a algo como esto.
—Señora, no debe preocuparse, ha sido de lo más agradable.
—¿En serio? —Micaela sonrió con suficiencia hacía Matteo.
—Sí, debo admitir que si era un desastre todo este lugar —asintió María
—. Sé que falta mucho para ser una casa presentable, pero seguro que
logrará que esté impecable en al menos un mes.
—Bien, todos ustedes, vayan a cenar, me quedaré con ella —dijo
Matteo, caminando entre la gente que les abría el paso.
—¿Quieres que les traiga la comida aquí? —preguntó Juliana.
—Sí, gracias Juliana —asintió Matteo.
Micaela había alcanzado la cama por sus propios medios y se dejó caer
con pesadez, le dolía el cuerpo entero, sentía escalofríos y, aunque habían
pasado los mareos, algo estaba mal con ella.
—Llamaré al médico, parece que tienes fiebre.
—Me muero de frío —se cubrió con una manta—. ¿Podrías pasarme mi
camisón? Creo que iré a dormir.
—No dormirás hasta que llegue el médico.
—¿Por qué eres tan mandón? —le dijo con molestia, tomando la prenda
pedida.
—Porque necesito serlo contigo, ya que no haces caso en nada.
Le ayudó a quitarse el vestido y a colocarse el camisón, ella en realidad
no parecía turbada con su desnudez, además de cubrirse los pechos, ella
estaba bien con que él la cambiara. Incluso le había permitido ver un poco
de esa hermosa pancita donde resguardaba al bebé que sería su hijo… era su
hijo desde ese momento, en pocas palabras, ya lo había adoptado.
—No te me acerques, has sido tan grosero y malvado.
—Lo sé —se recostó en la cama junto a ella, donde le daba la espalda—.
Siento haberte hecho llorar, no quise… no fue… Agh, hace demasiado que
no hay una mujer en mi vida.
Ella lo miró con desconfianza.
—Me refiero… a una que pueda interferir en mi vida.
—No hubieras ido tras de mí, entonces.
—Lo sé —la abrazó—. Prometo que lo intentaré, sé que lo haces
pensando en un bien común.
—No volveré a meterme en su vida.
—Vamos, no seas rencorosa —le tocó el vientre y le besó la mejilla—.
¿Podrás perdonarme?
—No.
Matteo sonrió y se recostó en ella. Era extraño para él, pero tenía que
aceptar que había alguien más en la casa que tenía la autoridad de mandar,
no sólo la de él. Definitivamente no quería volverla a hacer llorar.
Capítulo 9
Micaela despertó sintiéndose ansiosa, se quitó de encima las sabanas que
la protegían del frío y miró sobre su hombro, donde descansaba su marido.
Llevaban poco tiempo de conocerse, pero no hacía falta más para que
Micaela pudiera deducir al hombre con el que dormía todas las noches.
Matteo era un hombre rutinario, frío e intransigente; estaba
acostumbrado a hacer su voluntad y no solía pedirle muchas opiniones para
nada en lo general. Tampoco era como si le pusiera demasiada atención, de
hecho, creía haber entablado, cuando mucho, dos conversaciones, lo demás
eran sólo palabras y respuestas monosilábicas, lo cual resultaba ser un
completo reto para Micaela, que solía decir mil palabras para una
contestación normal.
—¿Qué haces despierta tan temprano? —se levantó su marido.
—Oh, no he podido dormir más —se llevó las manos al vientre hinchado
y suspiró—. No es que me deje hacerlo, tampoco.
—¿Necesitas que te traiga algo para que estés más cómoda?
—No.
—Bien.
Y eso era todo, se levantaban, bañaban y vestían, desayunaban juntos,
como lo había establecido Micaela, ahora todos desayunaban juntos a una
misma hora, se habían contratado cocineros y demás personas de limpieza
que mantenían la casa en un orden, a lo cual no muchos estaban
acostumbrados, pero, de hecho, estaban agradecidos con ello, al menos no
sufrían de agruras y dolores de estómago por pasarse horas sin comer y, se
veían un poco más nutridos que antes.
—¡Oh! Mi preciosa Micaela —se acercó el siempre entusiasta Lorenzo
Rinaldi—. Pero mira que hermosura, ¿Cuánto ha crecido?
Ella sonrió y permitió que el hombre colocara las manos sobre su
vientre, mientras el hijo del mismo rodaba los ojos y colocaba una mano en
la espalda baja de Micaela, haciéndole un soporte extra que siempre le
venía bien cuando bajaba las escaleras.
—Papá, ¿podrías al menos dejarla desayunar?
—Sí, claro, seguro que este niño tiene hambre —asintió el padre, con los
cabellos blancos desordenados y llenos de aceite—. Tienes que comer bien
querida, queremos que salga un niño grande y gordo, de mejillas rosadas.
—Eh… lo espero también, creo…
—Papá —Matteo lo regañó una vez más.
—Sí, sí, lo siento —miró a su nuera—. ¿Vamos princesa?
—Sí, señor Lorenzo —sonrió con afabilidad—. ¿Por qué no me dice en
qué está trabajando en esta ocasión?
Para ese momento, Matteo ya se había distraído, a pesar de estar junto a
ellos y tener a su esposa cuidadosamente sostenida por la espalda, le era
muy común no escucharla, sobre todo porque hablaba en demasía y, no era
como si ella le hablara directamente a él.
Sólo se detuvo en el momento en el que sintió que Micaela lo hacía y se
quedaba petrificada en su lugar, y no parecía ser la única, sino que varias
otras personas estaban a su alrededor, con la mano en el vientre de la mujer
y unas sonrisas asombradas.
—¿Qué sucede? —inquirió el hombre.
—¡Se ha movido, Matteo! —se sorprendió el padre—. ¡Le gusta de lo
que hablaba! ¡Será un inventor! ¡Si lo sabré yo!
—¿Movido? —el hombre miró a su esposa, quién sonreía con
tranquilidad y sin ningún tipo de asombro.
—Se refieren al bebé —le explicó ella—. Se ha movido y parece que los
ha cautivado.
—¿Es que lo has sentido antes? —preguntó una niñita, quien permanecía
pegada al vientre hinchado de la mujer.
—Sí, muchas veces hasta ahora, se mueve todo el tiempo, por eso no me
deja dormir, será inquieto, yo soy inquieta así que no podía esperar nada
menos de mi propio bebé.
—¿Lo sabías? —preguntó Lorenzo a su hijo.
Matteo negó un par de veces y miró al vientre de su esposa, creyendo
poco posible aquello, sabía que ahí dentro había un ser vivo, pero el que se
moviera parecía ser toda una quimera, ¿había espacio suficiente como para
que hiciera tal hazaña?
La mano de Matteo se acercó lentamente, provocando que todas las
demás se apartaran, dando espacio al padre del niño, pero, en cuanto este
colocó la mano, no sintió nada, nada por lo que sentirse asombrado o
deslumbrado. Miró a Micaela con la pregunta impresa en su cara, a lo que
ella sólo se inclinó de hombros y negó.
—Justo ahora lo hacía.
—¿En verdad no lo sientes? —se adelantó un niñito—, pero si lo he
sentido hace un momento.
Cuanto Matteo retiró la mano, otras muchas volvieron a posicionarse
sobre el vientre.
—¡Ahí está! —sonrió Lorenzo—. ¡Mira cómo se mueve!
—¿El bebé no quiere a Matteo? —preguntó una niña—. ¿Qué no acaso
tendría que quererlo por ser su papá?
Al instante, Micaela se tensó y Matteo lo hizo también, ambos sabían en
motivo, pero este debía permanecer oculto, la joven levantó la mirada y vio
la incertidumbre en el rostro del padre de su hijo, porque él era el padre…
tenía que serlo.
—Seguro que lo cohíbe su mal humor —bromeó Micaela, sacando
algunas risitas—. Ya le dará la oportunidad de sentirlo.
—Vamos a desayunar —dijo Matteo con demasiada fuerza y seriedad.
Los presentes asintieron y caminaron hacia el comedor, no queriendo
incomodar más al padre, quien parecía ser el único que no lograba sentir a
su propio hijo.
—¿Se habrá enojado porque el bebé no lo quiere? —Matteo escuchó que
uno de los niños le susurraba a otro.
Micaela, sin embargo, no parecía alterada con el suceso y se disponía a
seguir al resto de la gente de la casa; se vio imposibilitada de hacerlo
cuando sintió la mano firme de Matteo sostener su brazo.
—¿Qué sucede? —lo miró extrañada.
—Yo… —la soltó—. Nada.
Ella sonrió con dulzura y suspiró.
—El niño lo querrá —le aseguró—. Será su padre, todo hijo quiere a su
padre.
—No iba a preguntar por eso —intentó zafarse.
—Claro —rodó los ojos—. Entonces, ¿Por qué me ha detenido?
—Sólo quería saber si estás bien —se excusó—. ¿Es normal que sientas
tanto movimiento?
—Sí, muy normal.
—Bien entonces.
Ambos entraron al comedor, se sentaron en sus respectivos asientos y
volvieron a ignorarse. Al menos Micaela lo hizo, puesto que Matteo no
podía quitarle los ojos de encima, creía que, de alguna forma, el niño lo
estaba rechazando y eso le creaba cierto temor, al no ser el padre de ese
bebé… ¿lo sentiría? ¿Sabría que él no era su padre? Pero, nadie más ahí lo
era y ellos sí lo sentían.
—Quizá sea que el bebé siente que tú lo repudias —dijo de pronto el
padre, como si leyera los pensamientos de su único hijo.
—¿Qué?
—El que no lo sientas —se explicó—. Todos aquí ansiamos su llegada,
pero, ¿Tú lo haces? ¿En verdad lo haces?
—Será mi heredero.
—Eso no responde nada.
—¿Qué quieres que te diga, padre? —suspiró—. Es el hijo de alguien
más.
—Pensé que lo habías aceptado ya.
—Parece que no me es tan fácil.
—La chica es encantadora —la apuntó con la mirada—, apenas y te das
tiempo de hablar con ella, sé que no eres de hablar, pero quizá te haría bien
tener una conversación de más de dos minutos.
—Ella habla por los dos.
—En realidad, creo que habla por todos en este salón —se rio el hombre
—. Pero ni siquiera haces por conocerla.
—Cada que entablamos una conversación, terminamos discutiendo
irremediablemente.
—Quizá deberías meditar el porqué de ello —el padre bufó—. Ni
siquiera se atreve a llamarte por tu nombre.
—Le he dicho que puede hacerlo.
—Quizá no te tiene la confianza para hacerlo.
—¿Qué propones?
—No lo sé, ¿tratarla como a una mujer?
—Sé que es una mujer.
—Sí, yo no dije que no lo supieras, dije que la trataras como a una —
suspiró—. ¿La has besado al menos?
—¿Para qué necesitaría besarla?
—Agh, dame fuerza —imploró el padre—. Es tu esposa, no una yegua
de crianza.
Matteo se frotó la frente y asintió.
—Lo sé, lo sé —tomó su café—, pero no sabría que decirle.
—¿No has dicho que habla por los dos?
—Sí, pero cuando está conmigo… es tan callada.
—No seas tan rebuscado en lo que debes decirle, no sólo le preguntes
por el bebé, es una persona, como el resto de las chicas de aquí, tiene ideas,
aspiraciones…
—¿Micaela? —el hombre miró a su esposa, quien no dejaba de sonreír y
comer—. Ella es una chica de sociedad, en lo único en lo que ellas piensan
es en casarse y ya lo logró.
—Se nota que no la conoces nada.
—¿Y es que tú sí?
—Bueno, sí —sonrió—. Y eso que el que se acostó con ella fuiste tú.
—Padre, por favor.
—Ya —asintió—. ¿Por qué no la llevas a ver el automóvil que estás
reparando?
—¿Y eso a ella qué le va a interesar?
—Bueno, es algo que te gusta a ti, quizá sería un buen inicio que ella te
conociera en otros aspectos, además de un ogro, claro.
Matteo miró mal a su padre, pero este ya estaba conversando
alegremente con otra de las chicas que lucía perdida en un libro, intentando
descifrar algo que seguramente Lorenzo le explicaría. Matteo miró a su
mujer y le tocó delicadamente la mano que mantenía sobre la mesa,
sorprendiéndola.
—¿Quieres venir conmigo hoy?
Ella frunció el ceño.
—¿A dónde?
—Yo… bueno, tengo algo de trabajo, si te encuentras cansada, podrías
mejor ir a…
—No —lo interrumpió—. Lo acompañaré.
Matteo asintió y dio por hecho las cosas. Pasó el desayuno sin más
percances y, para cuando este terminó, había olvidado la proposición hecha
a su mujer, puesto que ya lo habían atareado lo suficiente con planos,
preguntas e ideas.
Así que, cuando terminó su segunda taza de café, se puso en pie y salió
sin más, caminando seguro hacía donde tenía que ir, sin notar que su esposa
intentaba seguirle el paso.
—¡Ey! —le gritaron—. ¿Piensa que correré para alcanzarlo? Estoy
embarazada, ¿Recuerda?
Matteo paró en seco y regresó la mirada.
—Oh, cierto, lo había olvidado —se acercó a ella—. En verdad lo siento.
—¿Se cancela? —parecía decaída.
—No —meneó la cabeza para enfocarse—. No, puedes venir conmigo,
como te lo propuse.
—Si siente que interrumpo, de todas formas, tengo cosas que hacer —
aseguró la joven.
—No, no. Está bien si vienes conmigo.
Caminaron en silencio hacia la salida de la casa, pero Matteo notaba
como a ella le llamaba la atención cada utensilio y estructura a medio
construir que se encontraba por la casa.
—Parece que ya te has dado por vencida con eso de limpiar.
—Oh, no —ella sonrió—. Cada día estoy seccionando más la casa para
el tipo de inventores, así les será más fácil comunicarse ideas o pedirse
ayuda.
—Eso parece… inteligente.
—Lo es —asintió.
Llegaron a lo que parecía ser un granero, pero dentro, había autos,
cacharros, metales, forjas y demás indumentaria para los inventores y
constructores.
—¿Qué harás hoy? —preguntó la joven.
—Bueno, estoy preparando un automóvil.
—Oh, pero qué interesante.
—¿En verdad? —la miró impresionado.
—Sí, es un invento alucinante, ¿no le parece?
—Es… único.
Llegaron al lugar de trabajo de Matteo, este se colocó las protecciones
debidas para poderse acercar al artefacto y no salir dañado con ello. Micaela
no se quedó atrás, se puso los mismos utensilios y se acercó a mirar, Matteo
nunca se sintió incomodo porque lo vieran trabajar, muchos de sus
inventores habían aprendido de él en persona, pero el que lo hiciera su
esposa… era extraño.
—Creo que sería mejor si calibrara primero las bujías antes de mover el
motor, los cilindros no se ven del todo bien tampoco.
Matteo dejó lo que estaba haciendo para mirar a su esposa.
—¿Qué dijiste?
—Digo, que si primero…
—No —la interrumpió—. Te he escuchado.
—¿Entonces que…?
—¿Cómo sabes de esto?
—Oh, adoro la mecánica y estudié física.
—¿Qué tú qué?
Ella parpadeó un par de veces y ladeó la cabeza.
—¿Está quedándose sordo?
—No, sólo… no sabía que te gustara algo como… ¿Estudiaste física? —
ella asintió y tomó en sus manos una herramienta y comenzó a hacer el
procedimiento por sí misma.
—A los hombres no les gustan las mujeres inteligentes —dijo la joven,
quitándolo de su camino—, lo entendí desde muy joven, no importaba qué
tanto hablara de física o química, los hombres simplemente se marchaban
de mi lado. Así que entendí que debía hacerme pasar por un poco tonta y
bueno, jamás se me ha dado mal el hablar, así que decidí no hablar de cosas
interesantes y me dediqué a algo más… superfluo.
—¿Cómo los chismes?
—Oh, siento que los chismes reconfortan las mesas incomodas —sonrió
divertida—. Pero una plática de astronomía las deleita.
—¿Con qué tipo de hombres te relacionabas? —dijo estupefacto,
viéndola trabajar.
—Bueno —lo miró con una ceja arqueada—. Con hombres como usted,
claro está.
—A hombres como yo les impresiona todo esto —dijo sincero—. Es
increíble que compartas algo como esto conmigo.
Ella levantó la mirada, se limpió un poco de sudor que le dejó manchada
la cara con aceite y miró con satisfacción el auto.
—Seguro que ahora todo le será más fácil, creo que en realidad el
problema está en el motor, ¿Dice que no enciende? —sonrió con suficiencia
—. Sólo necesita que…
Ella se interrumpió cuando de pronto él la había acercado con lentitud a
su cuerpo, haciendo que la abultada pancita tocara su abdomen fuerte,
Micaela se sonrojó y miró a su alrededor, notando que el resto de los
trabajadores fingía demencia ante tales comportamientos de su jefe.
—Creo que te has manchado un poco —le dijo susurrante—. Deja, te
limpiaré.
—Oh, puedo hacerlo yo… —Matteo ya había comenzado a frotar
tiernamente un trapo en contra de la piel blanquecina de su esposa, siendo
contemplada por ella—. G-Gracias.
—Entonces —se alejó, dejándola con una sensación de necesidad, le
hubiese gustado que la siguiera abrazando de aquella manera—, debo
suponer que lo que haces todo el día es ir y venir entre los inventores.
—Sí… suelo ayudarlos con cálculos y cosas por el estilo —su voz
sonaba rara, como si lo lograra salir con facilidad de su garganta.
—Ahora entiendo por qué me han molestado menos.
—Sí… bueno, creo que tengo que irme.
—Creí que querías pasar el día conmigo.
—¿El día? —ella lo miró—. Pensé que le disgustaba estar conmigo,
bueno, no es que a nadie en particular le guste, suelo hablar demasiado,
pero a usted le gusta mucho menos, creo que es porque le saco dolores de
cabeza cada cinco minutos y… ¿lo ve? He hablado demasiado nuevamente.
—Lamento hacer parecer como si me disgustara estar contigo —la miró
—. No es así, simplemente soy un hombre ocupado.
—Lo sé, si no lo estoy reprochando, ni nada parecido.
—¿Qué te parecería que comiéramos fuera el día de hoy?
—¿Fuera? ¿Se refiere a un restaurante?
—Sí, no estaría mal, no has salido de la casa desde que llegamos a ella,
te haría bien salir un poco y cambiar de aires.
—Pero… —ella bajó la cabeza y tocó su vientre—, la gente comenzará a
hablar.
—La gente siempre habla —le dijo con sinceridad—. Por cierto, ¿has
escrito ya a tus padres? ¿A tu prima loca esa?
—¿Ashlyn? —ella sonrió apretadamente—. Sabía que había sido ella
quién me había delatado con usted, pero no, no me he atrevido a decirles
nada. Sé que me matarán, seguro lo harán, ¿cómo puedo explicar una
situación como la mía? Mi padre se enfadará con usted, mi hermano lo
querrá matar y mi madre quizá morirá.
—De todas formas, tienes que hacerlo.
—Lo sé —bajó la mirada—. Hoy mismo les escribiré.
—¿Diciendo?
Micaela levantó la vista con enojo.
—Que me embaracé y que usted me ha salvado al quererse casar
conmigo —dijo frustrada—. Es la verdad según usted, ¿no?
Matteo apretó los labios y cerró los ojos.
—Sí, pero puedes decir lo que a ti te parezca mejor, si quieres decirles
que el niño es mío, lo aceptaré. De todas formas, hicimos los pasos
pertinentes para crear a uno, sólo que… para mí es imposible.
—Se querrán batir a duelo con usted.
—No lo creo, estamos casados ahora, seguro que se enojan, pero no la
dejarían desprotegida —se inclinó de hombros—, de todas formas, si es su
deseo, lo cumpliré.
—¡Es ilegal! —se alteró—. Y no es lo que quiero, no quiero que nadie
salga herido por… por mi culpa.
—Ha sido culpa mía también.
—Lo sé, eso sólo… no quiero.
—Bien, como dije, estará bien lo que quieras decirles —la miró, se había
puesto pálida y pensativa. Se acercó y le tocó la mejilla con suavidad—.
Todo saldrá bien.
Ella asintió un par de veces y dejó salir el aire.
—Entonces, ¿iremos a comer?
—Sí.
—Avisaré a los cocineros para que descuenten nuestros platos.
—Bien.
Micaela dejó la indumentaria que se había colocado y miró la espalda de
su esposo, quien ya se sumergía en el motor de aquel auto. Sonrió. No
parecía ser un mal hombre, quizá uno demasiado reservado y algo
ensimismado, pero de ahí en más, no había muchas quejas que pudiera
poner.
Era respetuoso, cuidadoso y dedicado; parecía poner atención a cada
persona que se le acercaba, dejaba todo lo que hacía para poner todo su
cerebro a trabajar en lo que fuese que le fueran a cuestionar, era inteligente
y metódico, guapo y fuerte, ¿por qué una mujer lo dejaría? Además de todo
era rico, muy, muy rico.
O quizá… quizá fuera él quien la dejó por no poder tener hijos, pero
cuando se hablaba de ello, parecía ser al revés, como si la mujer se fuese
por ese hecho. En realidad, ahora que lo pensaba, Matteo hablaba de su
antigua mujer con cierta reverencia, ¿la seguiría amando? ¿Quién era ella?
Capítulo 10
Juliana había preparado a Micaela para lo que sería su primera salida de
casa, la niña había logrado percibir el nerviosismo de su señora durante
todo el rato en el que tardó en vestirla y no entendía mucho la razón, sólo
parecía ser una comida, no era nada para lo que una persona normal se
pondría nerviosa.
—¿Es que acaso no sabes comer con normalidad Micaela? —preguntó la
niña en su desesperación al notar que la mujer se movía nuevamente y el
peinado nada más no terminaba de acomodarse.
—¿Qué dices? —sonrió la joven—. Claro que lo sé hacer.
—¿Entonces por qué los nervios?
—Oh… bueno, es debido a que saldré de casa.
—¿Te asusta salir? Matteo es grande, puede defenderte.
—No, no me asusta como piensas que me asusta, más bien es a la gente,
no me gustan la gente que me mirará.
—¿Qué te mirarán?
—Juliana, ¿por qué no vas con los demás? —dijo de pronto la voz de
Matteo, asustándolas a ambas.
—Sí, Matteo.
Micaela se sentó correctamente enfrente de su tocador y prosiguió a
colocarse los aretes.
—Sería mejor que te los quitaras.
—¿Los aretes? No puedo ir sin aretes.
—No irás sin aretes —le colocó una cajita frente a ella—. Te he traído
algo.
Micaela miró con una sonrisa el empaque abierto y se volvió hacia su
marido con ojos resplandecientes.
—Son muy hermosos, te lo agradezco —la joven se sacó las perlas de
los oídos y el collar sencillo que traía puesto.
—¿Me permites? —Matteo tomó el collar de diamantes y apartó el
cabello de su esposa, colocándoselo en el lugar con finos toques que le
daban escalofríos a la joven—. Lista, te ves preciosa.
—Debo agradecerle el vestido también —lo miró mientras se ponía en
pie—. Es precioso en verdad.
—Eres mi esposa, mereces tener todas las condecoraciones.
—Gracias —bajó la mirada apenada.
—¿Vamos? —sonrió.
—Sí.
Ambos bajaron las escaleras y subieron al automóvil de Matteo, tuvieron
una plática amena, en la que ninguno tocó ningún tema que les fuera a
causar un problema.
—¿Iremos a Le Rouses? —dijo impresionada la joven, viendo el
restaurante en el que Matteo había aparcado.
—Sí, ¿no te gusta?
—¿Qué si me gusta? —dijo con burla—. ¡Es el restaurante de moda en
Londres! No puedo creer que haya uno aquí mismo, allá apenas te dejan
entrar con un mes previo de reservación… ¿podremos entrar?
—No creo que haya tanto problema —negó el hombre—, aquí no es
Londres y no hay tanta gente.
—Oh, pero qué comida tan deliciosa tendremos, he escuchado que es
delicioso por aquí, no me ha tocado comer, pero me han dicho conocidos
que es delicioso.
—Eso espero yo —la adelantó con una mano fija en su cintura.
La joven sonrió con soltura y miró a su alrededor con fascinación,
seguro que muchos se morirían por decir que lograron entrar a Le Rouses,
ella podría decirlo.
—Buenas noches —saludó al hombre elegante en la recepción.
—¿Estás seguro que no debemos formarnos como los demás?
—¡Oh! ¡Señor Rinaldi! —saludó el caballero—. ¡Hacía tanto que no nos
deleitaba con su presencia!
—Gracias, ¿está mi mesa lista?
—Sí, por supuesto, mi señor.
Micaela miró a su marido y sonrió con soltura.
—Debí imaginar que te conocerían —rodó los ojos—. ¿Eres cliente
frecuente?
—Sí, algo así.
—Por favor, pasen —escoltó el hombre, señalando una mesa lujosa y
apartada de las demás.
—Vaya —dijo Micaela, aceptando que su marido le retirara la silla en la
que se sentaría—. Debes dejar muy buenas propinas.
—Soy generoso —asintió, sentándose frente a ella.
—¿Le traemos lo de siempre, señor Rinaldi?
—Como verá, mi esposa no puede beber en estos momentos —señaló a
Micaela—, pero nos vendría bien algo de agua.
—Por supuesto —el hombre se inclinó ante Micaela con sorpresa
marcada en la mirada—. Señora.
Cuando el mesero se marchó, la joven pudo dar rienda suelta a su muy
conocida lengua.
—¿Tienes las mismas atenciones en Londres? ¿crees que algún día
podamos ir al de allá? Oh, por favor, mis amigas morirían por entrar a uno
de estos restaurantes, son tan codiciados que pagarían lo que fuera por una
mesa.
—Sí, no creo que haya mayor problema.
—¿En verdad? Por Dios, pero si me han dicho que han rechazado a
nobles ricos, ¿Cómo es que tienes tantas facilidades?
—Bueno…
—¡Oh! ¡Matteo! —hablaron en italiano—. Matteo Rinaldi, pero que
bueno es verte de nuevo por aquí.
—Madalena —sonrió Matteo—, a mí no me parece nada raro
encontrarte a ti por aquí.
La mujer se quedó mirando intensamente hacía Micaela, quién no sólo
sonreía y la miraba con interés.
—¿Y ella es?
—Oh, mi esposa, Micaela —presentó—. Micaela, ella es una muy
querida amiga, Madalena.
—Es un placer —asintió la joven con respeto al reconocer que era un
tanto mayor que ella.
—¿Es inglesa?
—Lo es.
La mujer hizo un puchero, pero asintió sin más
—Le diré a Marcus que venga aquí, ¿Te molesta compartir?
—En realidad… venía con la intensión de estar con mi mujer.
—Servirá para conocerla —dijo la mujer sin dudar y llamó a gritos
hacía otra mesa, donde había otras dos parejas además de un hombre que,
según predijo Micaela, era el marido de Madalena.
Matteo se acercó lentamente hacía su esposa y le tomó la mano.
—Lo siento, no sabía que estarían aquí, pero parece que se sentarán con
nosotros.
—Entiendo, son tus amigos, seguro se alegran de verte.
—Algo así, aunque planeaba estar contigo —dijo sincero—. Se los he
dicho, pero…
—No puedes ser grosero con esto —dijo la joven—. Está bien.
—El problema es… que sólo hablan italiano.
—Oh.
—Sí, lamento eso, será mejor que les diga que no…
—No hay problema, estaré bien.
—¿Aunque no puedas hablar?
Micaela calló por unos momentos, mirando a su marido, pero asintió con
tranquilidad y sonrió.
—Puedo hablar conmigo misma si me aburro.
En ese momento, las parejas se acercaban en la mesa y Micaela se vio en
la necesidad de ponerse en pie para sentarse junto a su esposo, como era
debido, haciendo notorio su avanzado estado de gestación, en el cual todos
repararon y no se detuvieron a ser discretos con su aturdimiento.
—Pero Matteo… ¿Qué demonios? —dijo un caballero.
—Ella es mi esposa Micaela —se adelantó a decir Matteo, mirando a su
esposa y presentando rápidamente a sus amigos.
—Es un placer —dijo tranquila la joven.
—¿No habla italiano? —dijo otro de los hombres.
—No —respondió Matteo.
—Eso será lo mejor —se sentó una mujer—. Pensé que jamás
superarías a Rouse y ahora resulta que te has casado con una mujer
embarazada, claramente el niño no es tuyo.
—No hablemos de eso.
—Pero amigo, ¿Qué demonios estás pensando? Aceptar a una mujer
que es… de ese estilo, no te traerá nada bueno, sé que necesitas un hijo,
pero te vendría mejor adoptar —aconsejó otro de los caballeros.
Matteo miró a su mujer, quién parecía distraída con el mesero que había
llegado a pedirse su orden.
—No es ese estilo de mujer, ella es una noble.
—Bueno, no parece que la hayan educado como tal —dijo otra mujer—.
Además, no le llega ni a los tobillos a Rouse, ella era tan… tan única y
encantadora, a ella…
—No hablaré del tema.
Micaela se mantuvo en un silencio sepulcral, Matteo intentaba entablar
conversaciones con ella en todo lo que le era posible, pero sus amigos eran
demandantes y tendían a llamarlo numerosas veces, haciendo que su esposa
cayera en el silencio eterno que conservó hasta que llegaron a casa y
estuvieron solos en la habitación.
Micaela ya estaba entre la comodidad de las sabanas y colocaba una
crema en sus manos, mientras Matteo terminaba de desvestirse, sentado al
borde de la cama.
—Así que, le has puesto a los restaurantes Le Rouses por tu antigua
esposa —dijo de pronto Micaela.
Matteo volvió la vista hacía su esposa, quién seguía enfocada en colocar
cremas en sus largas y blancas manos.
—¿Cómo…?
—Me fue fácil deducirlo después de un rato de conversación, por cierto,
parece que era una mujer fascinante.
Matteo asintió un par de veces con pesadumbre y suspiró.
—Hablas italiano.
—Abbastanza Fluentemente (con bastante fluidez).
—Micaela, siento lo que has escuchado, déjalo en el olvido, ellos eran
muy adeptos a Rouse, pero eso ya es pasado.
—Parece ser que la amas mucho.
—La amaba —afirmó—. Pero ahora tu eres mi esposa.
—Esposa embarazada de otro hombre, parece.
Matteo cerró los ojos y se acercó al cuerpo de su esposa, quién lo miraba
atenta y quizá, algo herida. Sus amigos no se habían limitado en su
conversación al pensar que Micaela no hablaba el idioma y, ahora que lo
pensaba, pudieron ser bastante ofensivos a pesar de sus intentos por
cambiar el tema o simplemente frenarlos cuando herían la reputación o la
estima de su esposa.
—Tú eres todo lo que importa ahora, tú y el bebé —le acarició el vientre
con ternura.
Ella lo miró si emoción en su mirada, suspiró cansada y se recostó en la
cama, dándole la espalda. Se sentía molesta, no tanto con Matteo, puesto
que lo escuchó defenderla durante toda la noche, pero el escuchar las
opiniones de esas personas, le hicieron entender lo que toda la sociedad
diría para siempre sobre ella.
Matteo se recostó a su lado, mirando hacía el techo que en algún
momento compartía con otra mujer, una a la cual había amado en verdad y,
por azares del destino, había perdido. Se recostó de lado para ver la espalda
de su ahora esposa, era una mujer inteligente y hermosa, pero no lograba
sentirse atraído por ella; quizá fuera el hecho de que llevaba un niño de otro
hombre con ella o, no lo sabía.
Se acercó a ella y la abrazó, dejando su mano en el vientre abultado que
no respondía ante su toque, al parecer el único al que no respondía. Cuando
ella dormía le era más fácil acercarse y tocarla, sobre todo porque no tenía
sus ojos azules atravesándole el alma y su boca parlanchina taladrándole la
cabeza.
—Micaela, no debes sentir zozobras de lo que has escuchado —susurró,
aunque era obvio que dormía, pero quizá lo entendiera en su subconsciente
—. Son gente que piensa que tiene la razón y hablan sin pensar…
El hombre acarició el vientre de su esposa y, nuevamente, no sintió nada,
¿en verdad aquel bebé en el interior de su esposa sentiría su rechazo? ¿lo
rechazaba? Estaba seguro que no, había aceptado a la madre y al hijo, así
que no habría razón para que en su interior no estuviera de acuerdo.
En ese momento su esposa se volvió hacía él y se acercó a su pecho,
aferrándose a su camisa de dormir como si dependiera su vida de ello;
Matteo sonrió, a veces olvidaba lo bonita que era su esposa, solía evitarla
por su parloteo cotidiano, pero… quizá era demasiado duro con ella y con
su hijo.
—Matteo… Matteo… —dijo la joven entre sueños, los cuales parecían
ser malos, puesto que fruncía el ceño.
—Sshh… tranquila, estoy aquí —le acarició la mejilla—. Estás a salvo,
no dejaré que nadie te haga daño.
Ella sonrió y se acurrucó contra él, era sorprendente la forma en la que
ella se relajaba en ese momento, en el que sólo estaban ellos dos, en esa
cama que en ocasiones parecía ser tan grande y, a veces, apenas y se
percataban de la presencia del otro.
Micaela de pronto se sentó en la cama en medio de un gritito que lo
sorprendió, pensó que se había relajado, pero parecía ser que no, así que se
sentó a su lado.
—¿Micaela? ¿Qué sucede?
Ella se tomó el vientre asustada y miró a su alrededor, parecía aliviada
de pronto, así que suspiró y se dejó caer despacio en las almohadas.
—Soñé terriblemente —dijo con la respiración entrecortada—. Una
pesadilla, eso era todo.
—¿De que iba? —se acercó, colocando un beso en su frente,
sorprendiéndola notoriamente—. ¿Qué?
—No, nada, sólo… estás siendo… diferente.
—¿Te parece?
—S-Sí —se incomodó—, estoy bien, lamento despertarte.
—No estaba dormido, me quedé pensando.
—¿Tienes en la mente un proyecto nuevo? —preguntó emocionada—.
¿Te puedo ayudar?
—Sí, en realidad, si tengo un nuevo proyecto —sonrió—. Nuestra
familia. He sido cruel contigo, lo sé, quiero compensarlo.
—P-Pero si usted me ha acogido cuando… —ella negó—. Nos estamos
ajustando, eso es todo.
—Haré un esfuerzo, lo prometo —le tocó el vientre—, por ustedes dos,
cambiaré.
Ella bajó la cabeza y colocó una mano sobre la de él.
—¿Le hizo daño?
—¿De qué hablas?
—Rouse —aclaró—. ¿Le hizo daño?
Matteo alejó la mano y, en sí, todo él se alejó. Micaela se castigó por ser
tan torpe, ¿por qué había preguntado algo así en ese momento en el que al
fin se habían acercado un poco?
—Será mejor que vayamos a dormir —Matteo se acomodó en la cama y
miró al techo, parecía enojado.
—No quise… yo, lo siento, perdona.
—Está bien, Micaela, duérmete.
Ella bajó la cabeza y asintió, dándole la espalda a su marido y
abrazándose a su vientre, su hijo era lo único que tenía, era más que obvio
que su esposo seguía enamorado de su exmujer y ella seguiría siendo
siempre la chica con la que pasó una noche y, de alguna forma, le era
conveniente.
Micaela sintió ganas de llorar por su mala suerte que parecía no acabar,
se había ganado todo el odio debido a su larga lengua, que en ocasiones
decía más de lo indicado, seguro lastimó a alguien y era su turno de sufrir.
Entonces, de la nada, sintió como Matteo se acercaba a ella y la abrazaba,
dejando su mano sobre la que ella descasaba en su vientre; no dijo nada en
lo absoluto y soltó un suspiro que indicaba que estaba a punto de irse a
dormir.
La joven miró sobre su hombro, notándolo cerca y sonrió, sabía que
tenía la sombra de un pasado que Matteo no había querido olvidar, pero al
menos, tenía algo a su favor, él en realidad parecía querer intentar formar
una familia.
Capítulo 11
Micaela estaba metida en una de las habitaciones, donde otros muchos
inventores la rodeaban, intentando comprender lo que les decía, sobre todo
porque ella hablaba en términos físicos y matemáticos que la mayoría no
comprendía del todo.
—¡Mica! ¡Mica! —gritó de pronto Juliana—. ¡Hay una señora estirada y
muy enojada en el salón de visitas!
—¿Una señora estirada? —frunció el ceño—. ¿Te ha dicho su nombre
esta señora estirada?
—Me ha dicho que quería ver a su hija.
La joven sintió que sus piernas tambaleaban, cayendo en los brazos de
uno de los inventores, quien, al igual que los demás, se sintió preocupado.
—¡Llamen a Matteo! —gritó uno de los inventores.
Un niñito salió corriendo con el mandato, mientras Micaela trataba de
volver a tomar color y algo de confianza. Sabía que su madre la mataría en
cuanto leyera la nota que le mandó a Héctor, quién seguro le habría dicho a
Jasón quien le contaría a su padre y este, a su madre.
—¿Micaela? —su marido parecía haber corrido una carrera si se tomaba
en cuenta la forma en la que respiraba—. ¿Qué sucede?
—Me moriré.
—¿Qué? ¿Por qué?
—No lo digo literalmente —negó con la cabeza—. Mi madre está aquí,
si no muero de un ataque de pánico, moriré entre sus manos, ¿Por qué tuvo
que venir ella?
—¿Le temes más a tu madre que a tu padre?
—Mucho más.
—Pero… creí que, si se enteraba tu padre, seguro que…
—Mi madre te querrá matar.
—Sí, me voy familiarizando con que en tu familia las mujeres usen
armas de fuego.
—Mi madre no sabe usarlas, pero eso no impide que lo intente.
—Parece aún más peligroso —sonrió—. Vamos, tenemos que enfrentarla
de un momento a otro.
Ella negó con la cabeza y apartó la mano de las de su marido.
—No estoy lista, pensé que me mandaría una carta regañándome y
demás, pero no que vendría en seguida.
—Vamos, Micaela, estaré contigo.
—No me alivia en nada.
Al final, Matteo al fin logró convencerla, aunque ella dudaba con cada
paso que daba, pero entraron al salón donde la figura ominosa de su madre
los esperaba. Marinett Seymour estaba parada ominosamente frente a una
venta, tenía una presencia misteriosa y un aura de fortaleza; la mujer se dio
vuelta y miró a su hija por largos segundos, para después correr a abrazarla
con fuerza.
—Oh, mi cielo, pensé que te habría perdido para siempre.
—¿Mamá?
—Ashlyn casi me juró que habías muerto —le tomó la cara—. Dios
santo, Micaela, ¿En qué demonios estabas pensando al preferir morir a
decirme…?
Marinett calló al notar el avanzado embarazo de su hija y suspiró,
sonriendo con tristeza y mirándola tranquilizadoramente.
—Parece que cometiste un gran error, ¿cierto cariño?
—Yo… —Micaela lloró—. No sé qué sucedió, mamá, te juro por lo que
más quiero en mi vida, que es mi hijo, que jamás lo premedité, fue algo que
sucedió.
—Al menos el susodicho se hizo cargo del agravio —dijo la madreo con
poca confianza, mirando a Matteo con la intensidad de sus ojos grises.
—Lady Seymour —se inclinó ante la mujer mayor.
—Señor Rinaldi, su reputación lo precede.
—Mamá —se interpuso ante las miradas de ambos—. El señor
Rinaldi… en realidad, tengo que contarte muchas cosas.
—Ashlyn ya lo ha hecho —aseguró la mujer—. Se ha perdido por algún
lugar en la casa.
—¿Ash ha venido?
—Se ha empeñado en ello —asintió su madre y miró nuevamente al
esposo de su hija—. He de decir, señor, que no entiendo su proceder, pero
ha de entender que mi esposo vendrá.
—Lo tengo contemplado, mi lady, lo esperaré con ansias.
—Mamá, ¿papá está…?
—Sí, cariño, como te imaginarás, está enojado, pero no más que tus
hermanos, demos gracias a Dios que no están en Londres.
—Parece que todo está bien ahora —dijo Matteo—. Si me disculpan,
volveré a trabajar.
—Señor Rinaldi —detuvo Marinett a su yerno.
—¿Mi lady?
—Le agradezco… sé que piensa que no es su hijo, pero sé que lo es,
conozco a mi hija.
—No es un tema discutible, mi lady, pero las cosas son así: su hija es mi
esposa y el niño en su vientre, mi hijo. Con su permiso.
—Señor… —se adelantó Micaela, frenando a su esposo de nuevo, pero
en cuanto cautivó su mirada, ella inclinó la cabeza.
—¿Qué sucede? —le tomó la barbilla, levantando su mirada.
—Mi madre y prima… ellas tienen… tendrán que quedarse y… bueno,
sé que la casa no es de huéspedes, pero…
—Es una casa grande, Micaela, hay lugar y sólo hace falta que le pongan
empeño para que lo tengan todo listo, manda hacer las estipulaciones
convenientes.
—Se lo agradezco.
Matteo miró a su suegra, quién observaba atenta la escena, el hombre se
acercó al oído de su esposa y susurró:
—Creo que ahora sería mejor que me llamaras por mi nombre, no creo
que a tu madre le agrade que me sigas llamando de forma tan formal.
Micaela enrojeció de pies a cabeza y asintió un par de veces, tenía razón,
entre más rápido se diera cuenta su madre que las cosas estaban bien entre
ellos, más rápido se marcharía de ahí. No es que no quisiera a su madre,
pero seguro que no la dejaría hacer la mitad de las cosas que hacía durante
el día.
—Sí, creo que es verdad… Matteo.
El hombre sonrió, le tomó la barbilla a su esposa y depositó un rápido
beso en sus labios antes de dejar el lugar. Micaela giró sobre sus tobillos y
miró a su madre.
—Creo que tienes mucho que explicar, Micaela.
—Sí.
—¿Cuántos meses tienes?
—Siete.
—¿Cómo es él contigo?
—Comprensivo y atento.
Marinett miró con tristeza a su hija y sonrió.
—Eres encantadora Micaela.
—No, no lo soy, nadie me tolera y si él está conmigo, es únicamente
porque necesita al bebé que llevo dentro de mí —bajó la mirada—. Asegura
que es estéril, pero siento dentro de mí que es suyo, de nadie más que de él.
—Entonces, así es.
—Eso no hace ninguna diferencia si él no lo cree —negó—. Me cree una
chica fácil, ni siquiera creo que le llame la atención, ni siquiera como
persona, mucho menos como mujer.
—Oh, cielo, no digas eso.
—Mamá, por favor, al menos no me mientas en la cara.
—¿Cómo tú me mentiste a mí? —alzó una ceja la madre.
—Bien, lo sé, pero lo hice pensando en la familia.
—Lo sé, querida.
—Mamá, ¿qué es lo que voy a hacer? —se tapó la cara—. Quiero un
matrimonio normal, como el tuyo y el de papá, que nos amemos… siento
que en cuento dé a luz, pasaré a ser un adorno.
—Querida, hay muchas formas en las que una mujer se hace
imprescindible… y con lo de tu padre y yo, no siempre fue así.
—Ah, ¿no?
—No, nos costó trabajo y sufrí bastante, pero si estamos juntos, es
porque nos amamos de verdad, pese a todos los impedimentos, disputas y
personas secundarias, nos seguimos eligiendo el uno al otro. Eso es lo
importante de verdad.
—Matteo jamás me escogería a mí.
—Debes hacer que así sea.
Micaela miró a su madre y la creyó loca, sabía que su madre la adoraba
por sobre todas las cosas, pero, por el amor de Dios, en verdad creía que
alguien se podía enamorar de ella, eso jamás había pasado y estaba casi
segura de que no sucedería.
No, lo que Micaela planeaba hacer no era enamorar al señor Rinaldi,
sino, buscarse un lugar en su casa, quizá no la quisiera como mujer, pero al
menos la apreciaría como persona, encontraría un lugar entre los inventores,
las artistas y los constructores.
—Debo decir, mamá, que jamás pensé que reaccionarías así.
—¿Y qué creías? De pensar que mi hija estaba muerta a que está
embarazada, ¿qué pensaste que preferiría?
—Sinceramente, lo segundo.
Micaela recibió un fuerte golpe en la cabeza y se quejó por ello.
—Eres mi única hija, Micaela y pese a los errores que puedas cometer,
sigo siendo tu madre.
—Gracias mamá —la abrazó.
—Aunque eso no significa que no me indigne tu comportamiento.
—Lo sé.
Marinett sonrió y miró a su alrededor.
—¿A qué hora se cena por aquí?
Micaela sonrío, en verdad que su madre jamás cambiaría, le daba gusto
que no estuviera a punto de morir bajo sus manos al saberla embarazada y
la había dejado con dudas en su cabeza.
Capítulo 12
—¿Cómo ha ido con tu madre? —dijo Matteo, entrando en la habitación
—. Creo que mejor de lo que esperabas, ¿no es así?
—Sí, ella en realidad está tranquila, dice que me prefiere viva y
embarazada, a muerta… supongo que tiene razón; aunque creo que muchas
madres preferirían lo segundo a la desgracia en la que los sumiré después de
que la sociedad se entere de todo.
—Te preocupas demasiado.
Micaela asintió un par de veces y se removió incomoda en la cama,
mirando a su marido mientras se cambiaba de ropas a unas cómodas para
dormir. Desde hacía meses llevaba sintiendo una ansiedad terrible que
incluso no la dejaban dormir.
—Matteo…
—¿Qué sucede? —la miró cuando ella no habló más.
—No, nada.
—Ibas a decirme algo.
—No. No en realidad.
—Vamos, ¿Qué quieres? Dímelo y lo cumpliré.
—Sólo… quisiera que me abrazara esta noche al dormir.
—Siempre te abrazo al dormir, Micaela.
Ella levantó la vista y lo miró sorprendida.
—Eso… no es verdad.
—Sí, lo es, duermo abrazado a ti todas las noches.
—Pero —ella negó—. No, jamás lo he sentido.
—Eso es porque duermes como una piedra, a menos que se trate del
niño, no te despiertas.
—Está usted mintiendo.
—¿Por qué mentiría con algo así?
Ella bajó la mirada, sintiéndose algo confundida.
—¿Por qué lo haría? ¿Por qué me abrazaría?
—Porque eres mi esposa, porque te dejas de quejar y porque me gustaría
ver si en algún momento ese niño reacciona a mi toque.
Ella sonrió y negó un par de veces.
—Creo que lo de “porque soy su esposa” sale sobrando. En realidad, lo
hace porque de esa forma duermo mejor y quiere sentir al bebé, aunque sea
estando yo dormida —se burló—. ¿Tuvo éxito?
—Ni una sola vez.
—Venga —le estiró una mano. Matteo obedeció y se acercó a la cama,
donde su mujer descansaba contra un montón de almohadas que le eran
necesarias para dormir, o intentar dormir—. Cariño… es tu papá, sé que
parece un gruñón, malvado y frío…
—Gracias por los halagos —se quejó el hombre con la mano sobre el
vientre de su mujer.
—Pero te quiere, sé que te quiere, te ha traído hasta aquí sólo porque
desea con todo su corazón tenerte, no le ha importado nada más que tú —
Matteo la miró, notando como se excluía de aquella oración—. Vamos, dale
una muestra de que lo quieres también.
Cómo si aquel bebé respondiera a la súplica de su madre, el bebé se
movió en el vientre, provocando que Matteo retirara la mano, un tanto
preocupado por la forma en la que se sintió y vio aquello.
—Pero, ¿qué…?
—Oh, gracias mi amor —sonrió la madre hacía si misma—. Gracias, has
sido muy bueno.
Matteo volvió a colocar la mano sobre el vientre y sintió repetidamente,
el movimiento de aquel ser vivo, subió la mirada hacía su esposa,
mostrando su sorpresa a ella, quien sonreía enternecida ante la escena.
El hombre sonrió también, se levantó y besó los labios de su esposa,
había olvidado lo deliciosos que eran esos labios, de hecho, no la besaba de
esa forma desde que… desde aquel día fatídico cuando se despertaron en
los brazos del otro sin saber por qué.
—Oh —la joven despegó los labios y miró a su vientre—, creo que está
celoso.
—O quizá, esté celosa —sonrió él—. Puede que sea niña.
Ella mostró una sonrisa de oreja a oreja y asintió.
—Sí, también cabe esa posibilidad.
—Ven, vamos a dormir.
Ella se recostó normalmente, sobre uno de sus costados, notando como
el cuerpo de su esposo se acercaba a ella hasta abrazarla por la espalda y
masajear el vientre hinchado, donde descansaba el bebé, que más bien se
había tomado muy en serio lo de mostrarse ante su padre, puesto que no
dejaba de moverse y eso ocasionaba pequeñas quejas en Micaela, quién
trataba de descansar.
—¿Estás bien? —la apretó contra sí.
—Creo… que se ha emocionado.
—¿Te sientes mal?
—Es sólo algo incómodo, ugh…
—Lo siento, ¿Hay algo que pueda hacer por ti?
Ella negó un par de veces y se acomodó entre sus brazos, sintiéndose
relajada dentro de lo que cabía.
—Se dormirá, en algún momento lo hará. No se desvele por mí, estaré
bien.
—Pensé que ya habíamos quedado en que comenzarías a tutearme, es
raro que sigas hablándome tan formalmente.
—Lo sé —ella acarició la mano que descansaba en su vientre y sonrió—.
Es sólo que no me es del todo fácil.
Matteo se acercó a ella y le besó la cabeza con cuidado.
—¿Estás cómoda? —Micaela asintió—. ¿Y el bebé?
—Mejor, creo… —suspiró cansada y no dijo nada más, quedándose
dormida en cuestión de segundos.
Matteo la soltó después de unos momentos y se quedó mirando el techo
de su recámara, pensando repentinamente en todo lo que significaba tener a
esa mujer junto a él y al hijo de ella también. La miró de lado y sonrió,
acariciando sutilmente el costado de su esposa y haciéndola suspirar con el
acto.
—¿Micaela?
—¿Mmm…?
Ella estaba más dormida que despierta, lo sabía bien.
—Eres una mujer increíble —ella se acomodó en su almohada,
totalmente dormida—. En verdad lo eres... ¿Por qué no puedo…?
Se quedó callado, razonando su pensamiento, ¿Por qué no podía amarla?
Debería serle sencillo, sobre todo sí se tomaba en cuenta que Micaela había
demostrado ser una mujer inteligente, integrativa y además de todo, era
hermosa y le daría un hijo… de alguna forma se lo estaba dando.
No supo cuánto tiempo duró haciendo cavilaciones, pero sólo el sonido
de la puerta logró desconcentrarlo y lo obligó a levantar la cabeza de la
almohada, al igual que lo hizo su esposa; Matteo la acarició dulcemente,
recostándola en la cama.
—Sshh, duerme Micaela, saldré por un momento.
—Pero…
Matteo se inclinó y la besó en los labios, recostándola de nuevo sobre la
cama; ella lo abrazó como si estuviera desesperada, parecía en serio que no
quería que saliera de esa habitación.
—Micaela —dijo entre sus labios—. Cariño, en serio será por unos
momentos.
—No me gusta cuando me dices así —dijo con los ojos cerrados,
recostándose en la cama—. Siento que lo dices con enojo.
—Lo siento. No lo digo con una mala intención, en serio… —Matteo se
dio cuenta que ella tenía los ojos cerrados y no se movía. Sonrió—: estás
dormida.
Micaela dio un leve suspiro y se acomodó en la cama; Matteo le dio un
beso rápido en la mejilla y tomó una bata para salir a atender la puerta,
donde se veía una desesperada muchacha, caminando de un lado a otro.
—¿Qué demonios sucede? Despertaste a Micaela y ella no duerme bien
últimamente.
—Lo sé, lo sé —dijo la chica—. Pero Lorenzo se ha lastimado y hay
sangre, tanta, tanta sangre que casi vómito y…
—Aria, ¿Dónde está mi padre?
—En… ¿Cómo lo llama ella?
—¡Aria!
—En el cuarto enorme con una cierra industrial rara.
—Vale.
Matteo bajó las escaleras corriendo, con Aria siguiéndole los pasos y
entró a la habitación donde su padre estaba rodeado de trabajadores que
estaban ahí a deshoras; el dueño de la casa prácticamente apartó a todos
hasta llegar a su padre.
—¿Qué demonios pasó?
—Bueno, digamos que fue una buena pelea… y perdí —dijo el hombre,
quién sostenía su mano sangrante.
—¿Alguien llamó ya al médico?
—Sí, sí, viene en camino, pero no deja de sangrar —le dijo otro de los
hombres de ahí.
—Vale, déjame ver esa mano.
—No —apartó Micaela, con una bata sobre su camisón—. Déjame ver a
mí.
—Creí decirte que siguieras durmiendo.
—Escuché los gritos por toda la casa, me asusté —dijo tranquila,
tomando la mano del padre de su marido—. No se preocupe, señor Lorenzo,
estará bien.
—Gracias linda, sólo necesito de un buen cuidado —le sonrió.
—Papá, por favor, te desangras, ¿puedes dejar eso de lado?
—Claro, claro, aunque uno nunca puede dejar de lado una cara bonita
ayudándome a no morir.
—Micaela, no te inclines de esa forma —se adelantó Matteo, harto de su
padre y también enojado por lo descuidada que era la mujer frente a él.
—Sigue saliendo demasiada sangre, necesitamos pararlo, alguien haga
un torniquete en seguida y que me traigan agua o algo con que lavar, no
logro ver la profundidad de la herida.
El médico tardó lo suficiente como para que Micaela se ocupara de las
atenciones inmediatas que todos debían de saber, de hecho, la joven se
impresionó al darse cuenta que nadie las conocía, y eso que todas esas
personas trabajaban con materiales de alto riesgo.
—Eso es descuidado —decía la joven, subiendo las escaleras después de
dejar al padre de Matteo tranquilo y recostado—. Todos los trabajadores
deberían saber al menos las atenciones básicas para situaciones como estas.
—Sí cariño, mañana podrás sermonearme todo lo que quieras respecto al
mal manejo de mi personal —le abrió la puerta—. Ahora necesitas tomar un
baño.
—¿Un baño?
—Si no te has dado cuenta, estás llena de sangre, no puedes ir a la cama
de esa forma.
Micaela se miró a sí misma y asintió.
—¿Me has pedido el baño?
—En realidad, no entiendo por qué te obstinas en que te la llenen con
cubetas de agua, aquí hay tuberías y el agua sale sin más complicaciones
que abrir una llave.
—Costumbre.
—Vamos, es tarde, toma el baño.
—Además, me da algo de terror, siento que en cualquier momento me
aventarán un pez por ese lugar.
Matteo dejó salir una risa que Micaela jamás había escuchado, en
realidad, le era difícil imaginárselo sonriendo, era una locura que ese
hombre supiera reír.
—No es agua marina —dijo aun entre pequeños estragos de risa.
—Yo… —ella estaba impresionada—. Claro, tomaré el baño.
—Te llevaré algo para que te seques.
Micaela se había recostado en aquella tina y se sentía relajada después
del susto que sintió al ver la sangre salir de la palma del padre su marido, se
sentía un poco mareada y tenía un dolor de cabeza persistente.
—¿Qué ocurre? —preguntó el hombre, abriendo la puerta del baño,
Micaela ni siquiera tenía intensión de cubrirse.
—Me siento mal.
—¿Necesitas que traiga algo?
—No… quizá sólo agua fría, ¡No! Mejor quédese conmigo, si me
desmayo y me ahogo, el bebé morirá conmigo… pero me siento tan mal…
quizá un poco de agua.
—Tenemos gente que puede traernos el agua mientras me quedo aquí
contigo —finalizó Matteo, llamando a gritos a alguien desde la puerta de la
habitación y regresando en seguida junto a su esposa, quién parecía haber
empalidecido en cuestión de segundos—. Ven, creo que lo mejor es que
salgas de ahí.
Micaela, estiró una mano para que Matteo lograra ayudarla a ponerse en
pie, el agua escurrió sobre su cuerpo y su marido se encargó de envolverla
en la toalla. Sintió un escalofrío que le recorrió todo el cuerpo y lo miró
asustada.
—Quiero ir a la cama.
—Ven aquí.
Matteo la tomó en brazos y se la llevó de esa forma a la cama, ella
comenzó a temblar por el frío y pidió casi a gritos su ropa de dormir y una
bata, justo en ese momento entraba Juliana con el agua helada para ella.
—¿Qué ha pasado Mica? —preguntó la chiquilla—. Primero el señor
Lorenzo y ahora tú, parece una noche maldita.
—En lugar de maldecir las noches, deberías apurarte y ayudarla a vestir
—se molestó Matteo, dando el vaso de agua a su mujer.
—Vaya, pareces más enojado ahora que cuando el señor Lorenzo se
cortó —sonrió la niña, sacando las ropas de dormir de Micaela—. ¿Es
porque es tu esposa?
—Anda ya, Juliana —pidió la misma Micaela—. No deberías hacer
tantas preguntas, sobre todo cuando no tienen respuesta.
—¿No las tienen? ¿Por qué razón?
—¡Juliana! —gritó la pareja a la par.
—¡Vale! —ella se acercó y comenzó a pasarle las ropas a Micaela, fue
por un peine y otra toalla para secar el cabello mojado de la mujer. Pero
antes de comenzarla a vestir, Juliana miró a Matteo con indecisión—. ¿Te
vas a quedar mientras la cambio? ¿La vas a ver desnuda?
Micaela se avergonzó de pies a cabeza, ya ni siquiera sentía el malestar
pasado, con tantas dudas fuera de lugar de esa niña, era prácticamente
imposible pensar en otra cosa más que en el azoramiento que sentía en ese
momento.
—Bien mocosa insolente —la despeinó Matteo—. Ni siquiera necesito
tu ayuda, la ayudaré yo.
La niña apartó la mano y lo miró perversa.
—Entonces sí que la verás desnuda.
—¡Fuera! —exigió Matteo.
La niña salió corriendo en medio de una risita y cerró la puerta. El
hombre dio un suspiro pesado y miró a su esposa con diversión, pensando
que estaría riéndose al igual que él; sin embargo, Micaela parecía más bien
avergonzada, no levantaba su cabeza del suelo y ya ni siquiera se quejaba
del temblor de su cuerpo.
—Ven, deja que te ayude.
—No, no… puedo hacerlo.
—Vamos Micaela, eres mi esposa y he visto tu cuerpo.
—¡Pero no estaba consciente de ello! De hecho, dudo mucho que usted
lo recuerde y si lo recuerda, simplemente ya no es lo mismo, porque estoy
embarazada, ahora es… diferente.
—Así que piensas que no entiendo que tu cuerpo debe cambiar.
—No digo que no lo entienda, digo que tal vez no le guste lo que vea, y
si es así, no quiero saberlo, es natural en una mujer. Además, créalo o no,
no soy de las que deja que me vean desnuda… no hasta esa noche, que,
sinceramente, no sé qué ocurrió.
—Ahora que lo pienso, que raro que tu madre y prima no se hayan
despertado, ¿no?
—Ellas no están aquí.
—¿Qué?
—Decidieron irse a dormir a una posada, no les pareció adecuado
quedarse aquí si no estaba mi padre.
—¿Por qué razón?
—No sé si no te hayas dado cuenta, pero aquí hay una predominancia de
hombres, cuesta creer que te creas en la libertad de dejarme a solas con
ellos.
—Son de confianza.
—No todos piensan igual que tú.
—Cómo sea, deja que te ponga esto antes de que te resfríes en serio —se
acercó con el camisón cálido que había sacado Juliana y se lo colocó a la
fuerza sobre la cabeza.
—¡Es un bruto!
—Puede ser, pero así acabé de un tirón con las dos partes, no he visto
nada de tu cuerpo y tampoco te sigues muriendo de frío.
La joven seguía teniendo la toalla alrededor de su cuerpo y levantó las
manos para meterlas en las mangas que rápidamente la reconfortaron. Dejó
caer la tela mojada y permito que la calidez la inundara hasta los tobillos,
tomó la ropa íntima de las manos de su marido y se las colocó sola,
volviendo a entrar en la cama de un salto.
—Ya no pareces sentirte mal.
—No, creo que sólo fue una situación momentánea, fueron demasiadas
situaciones estresantes en un día.
—Sí, comprendo bien eso.
—¿Qué le dirá a mi padre cuando llegue?
—Que estamos casados y tendremos un hijo, ¿Qué más?
—Dios santo, parece una pesadilla.
—Estaremos bien.
Micaela se recostó y sintió a Matteo hacer lo mismo, sentía un
nerviosísimo y excitación de ver a su prima de nuevo, necesitaba hablar con
ella de lo que había investigado sobre aquella fiesta fatídica donde había
quedado embarazada, Ashlyn no era la mejor para buscar esa clase de
respuestas, pero seguro que Aine había ayudado un poco en la tarea.
Siendo así, quizá podría saber qué sucedió aquel día en el que amaneció
en los brazos de Matteo, donde quedó embarazada, pero, al parecer, no de
su esposo, puesto que no podía tener hijos.
Capítulo 13
Ashlyn caminaba hacía la casa de su prima, llevaba varios días
intentando hablar con ella, pero era prácticamente imposible, la buscaban
todo el tiempo para hacer una u otra cosa, no era un embarazo normal el
que llevaba, pero, al menos, había podido descubrir algunas cosas mientras
se paseaba por la casa Rinaldi.
—Buenos días Ashlyn —sonrió una de las niñas, ellas se familiarizaban
rápidamente con cualquier persona.
—Hola Isidra —saludó, tocándole la cabeza y siguiendo hacia adelante,
hacía la recamara de máquinas, donde seguramente estaría su loca prima
embarazada.
—¡Micaela! —le gritó sobre el sonido estruendoso de las máquinas en
funcionamiento.
La cabeza de su prima se asomó sobre algunas inclinadas y sonrió al
verla parada ahí.
—Hola, voy contigo en un momento.
Ashlyn no podía dejar de pensar que había sido lo mejor que se casara
con Matteo Rinaldi, nunca había visto a Micaela más feliz que en esa casa,
en medio de motores, máquinas y planos que necesitaban fórmulas y
cuentas. Quizá fuera una de las pocas personas que supieran que, en
realidad, Micaela era un genio; se había esforzado mucho por ocultarlo,
pero sabía que era así, no conocía ser más inteligente que ella.
—Lo lamento —le dijo, limpiando sus manos—. ¿Quieres tomar el té en
el jardín?
—Sí, me parece bien algo de té, siempre es bueno para cuando uno se va
a poner al día con los chismes.
—¿Qué tienes?
—Al menos sé de quién era la fiesta y, aun no entiendo por qué asististe
a ese lugar sin mí.
—Ni siquiera lo recuerdo —se tocó la cabeza—. Mi único recuerdo
nítido es cuando desperté con… bueno…
—Con tu esposo —sonrió la pelirroja—. Sí, lo supongo. ¿Y él?
—Tampoco lo recuerda.
—Vamos al dichoso jardín.
—¿Dónde está mi madre?
—Se ha quedado a esperar al señor Rinaldi junto con tu padre.
Micaela asintió, se sentía más nerviosa que nunca en su vida. No sabía
que le podría decir su padre a Matteo y tampoco sabía cómo podría
reaccionar su marido ante ello. Prácticamente la estaba salvado, pero, para
su padre, no sería lo mismo, él sería el hombre que le faltó a la doncellez de
su hija, pero si se pensaba bien, él no creía ser el único que…
—¡Micaela! —le gritó Ashlyn—. ¿Puedes dejar de pensar? Casi puedo
oír tus pensamientos.
—Lo siento, lo sé, es sólo que estoy preocupada, si acaso algo le pasara
a mi padre o a Matteo… no, simplemente espero que no pase nada, pero
bueno ¿Qué tienes qué decirme?
—Fuiste a una fiesta en la casa de las Sanders.
—¿Qué?
—Yo tampoco entiendo la razón, ellas en serio te odian.
—Pero… no tiene sentido, jamás iría a un lugar así, menos sin ti o
alguna de mis primas.
—Parece ser que muchas personas pasaron por lo mismo, fue una fiesta
de la perdición, creo que hubo alucinógenos por doquier.
—Jamás tomaría alguna de esas cosas.
—No, pero se pueden poner en las bebidas.
Micaela bajó la cabeza.
—¿Es la razón por la cual no recuerdo nada?
—Puede ser… igual que el señor Rinaldi.
—Pero no creo que él asistiera a una fiesta de las Sanders, simplemente a
Matteo jamás lo vi en una velada como las de ellas.
—Quizá estaba en otro lugar y cayó ahí.
—Me parece poco creíble.
—¿Piensas que él tuvo algo que ver con la embaucada que tuviste? —
elevó una ceja—. ¿Crees que quería que te embarazaras para luego casarse
contigo?
—No, no… no lo sé —dijo confundida.
—En realidad, tiene lógica, si él no pude tener hijos como ha dicho,
tener un hijo de una noble no estaría nada mal.
—Pero… no lo creo capaz.
—Quizá no.
Ambas chicas se quedaron pensando en esa posibilidad.
—No, en verdad que no lo creo —reafirmó Micaela—. En verdad
parecía que no quería casarse conmigo por tener el hijo de otra persona.
—Tal vez sólo era actuación.
Micaela negaba con la cabeza, ¿podría ser? ¿Un plan diseñado para que
tuviera un hijo para él? No creía a Matteo capaz de tal barbarie, pero quizá
a…
—¿Qué sabes del señor Lorenzo?
—¿El padre de tu marido?
—Sí.
Ashlyn miró hacia el cielo y negó.
—Nada.
—Es que, él en verdad parecía entusiasmado con la idea de que tuviera
un hijo, quizá y él…
—¿De qué hablaban, señoritas?
—¡De nada! —dijeron al mismo tiempo al darse cuenta que era
precisamente el padre de Matteo quién les hablaba.
—¡Vaya! ¡Eso parece una gran mentira!
—Eh, señor Lorenzo, ¿no está preocupado por su hijo? —preguntó
Ashlyn—. Digo, no es una situación normal.
—¿Por ese muchacho? ¡No! ¡Por Dios! Sería una tontería preocuparse
—manoteó el aire—. Es demasiado inteligente para no saber librarse de este
tipo de problemas.
—Lo cual quiere decir que no le molestaría ponerlo en un aprieto similar
porque sabe que saldrá sin mayores problemas—dijo Ashlyn astutamente,
pero quizá demasiado directo.
—Jamás arriesgaría a mi hijo con tonterías —dijo el padre, ahora a la
defensiva—. ¿Por qué lo dice?
—Oh, nada.
—Niñas, no comiencen a hacerse ideas erróneas, más bien deberían dar
gracias por lo que Dios les ha brindado, que no es poco, dado la condición
de lo acontecido.
El padre de Matteo dio media vuelta y se marchó.
—¿Sonó a amenaza o sólo fui yo? —preguntó Micaela.
—Sí, lo sentí igual, creo que tu querido suegro tiene algo que ver con
todo este embrollo.
—¿En serio lo crees?
—No lo sé, pero lo averiguaremos.
Micaela asintió un par de veces y miró hacia la casa, por donde vio pasar
a Matteo con demasiada decisión hacía un lugar incierto. La joven se puso
en pie, sacando una mirada extrañada a su prima.
—¿Qué ocurre?
—Ya ha llegado Matteo —dijo en un suspiro mientras iba tras de él—.
¡Te veo luego!
—Sí claro, yo estaré aquí, viendo que más investigo… en verdad que
estoy muy aburrida ¡Hasta empiezo a hablar sola!
—¡Matteo! —gritaba la joven—. ¡Matteo!
El hombre volvió la mirada y atrapó a su mujer en su carrera.
—¿Qué ocurre? No deberías correr así, estás embarazada.
—¿Cómo que qué ocurre? —le dijo nerviosa—. ¿Qué te han dicho mis
padres? ¿Qué ha sucedido? No me digas que se han enfrentado, ¿me han
repudiado?
Matteo cerró los ojos y masajeó sus sienes.
—Son demasiadas preguntas.
—¡Contesta alguna!
—Bien, tu padre y madre se mostraron comprensivos con el asunto, de
hecho, se han regresado en seguida a Londres, pero tus hermanos…
—¿Hermanos? Creí escuchar de mamá que no estaban en casa, estaban
de viaje, lo oí decir, estoy segura.
—Parece que han vuelto —le dijo obvio, dando media vuelta hacia el
despacho.
—¿Qué ha pasado? ¿Qué te han dicho?
—Están enojados, cómo es de esperarse.
—Pero… —ella lo miró con ojos desorbitados—. No…
—No es la mejor idea que se les ha ocurrido, pero lo propusieron —
asintió con vehemencia.
—No… no, ¡Es una locura! Sí algo pasara, si algo saliera mal, yo saldría
perdiendo en las dos partes, siempre perdería.
—Por esa razón dejaré escrito un testamento donde te hago la heredera
capitalista en lo que nace el bebé, junto con mi padre manejarás las
empresas, te creo capaz de ello para este momento.
—No, Matteo —le tomó el brazo y la hizo enfrentarla—. No quiero esto,
pensé que querías este bebé porque en serio querías ser padre, no sólo
porque sería tu heredero.
—Tampoco es cómo que me pueda negar a ello.
—Deja que hable con ellos.
—No.
—Matteo, por favor… sí mueres o si muere alguno de ellos…
—No.
—¡¿Es que en serio me odias tanto que prefieres morir a que hable con
mis hermanos?! —le dijo dolida—. ¿Encontraste una forma honorable de
apartarte de mí?
—Qué tonterías estás diciendo.
—Es la verdad, si acaso me quisiera y en serio quisiera a este bebé,
pensaría en una solución donde no nos dejaría desamparados; sin embargo,
parece entusiasmado en cumplir con las estipulaciones de dos hermanos
cegados por los celos.
—¿Qué más da? Estarías siendo la viuda rica de alguien, tu hijo tendrá
apellido e incluso podrías volver a casarte —le dijo molesto por las
cantaletas—. Me parece que todo suena perfecto para ti.
Ella levantó la mano y la estampó contra la mejilla de ese hombre que la
había lastimado.
—Nunca he sido una oportunista —le dijo con lágrimas en los ojos—.
Yo no pedí venir aquí, usted me trajo aquí, me hizo acostumbrarme a usted,
a sus atenciones y ahora…
—¿Estás diciendo que te enamoraste de mí? —elevó una ceja.
—No —dijo segura—. Pero al menos le tenía un cariño, pensé que
habría desarrollado algo parecido por mí… actuaba tan… pero supongo que
era eso, actuación.
Micaela salió del lugar con lágrimas en los ojos, estaba tan molesta que
incluso no podía controlar su respiración. Ese hombre era un idiota, la
dejaría a la buena de Dios, nadie querría hacerse cargo del hijo de otro…
ahora entendía bien el sentir de Matteo, pero bueno, quizá con el dinero que
pensaba dejarle, algún caza fortunas sería capaz de hacerlo, pero ella no
quería eso, le quería a él.
Era una idiota, había confundido sus atenciones con cariño, Matteo
jamás había sido malo con ella, todo lo contrario, era amable, cuidadoso e,
inclusive, tierno. Por un momento pensó que una vida junto a él no sería
mala, que, si llegaba a enamorarse de Matteo, no sería la cosa más
espantosa.
Era verdad que se había comportado como un patán en un principio, pero
si en realidad creía que ese hijo no era suyo, la verdad, le debía sus respetos
por aceptarla y tratarla como una esposa a la cual apreciaba, no todos los
hombres harían algo parecido.
Pero eran pensamientos que sólo serían de ella, puesto que Matteo jamás
mostró otro interés, ahora que lo pensaba, era bastante medido en cuanto a
cariños hacía ella, no le daba besos, apenas y la abrazaba por las noches, le
dirigía una que otra frase amistosa y en realidad no se veían.
¿Cómo la había conquistado?
Desde antes le gustaba, eso sí, pero el quererlo… no lo sabía, lo veía
siempre tan empoderado, lleno de energía, siendo bueno con las personas,
con su padre e incluso con ella. Era un buen hombre, cualquiera caería ante
él… además, estaba embarazada, estaba segura que tenía algo que ver con
la debilidad que sentía por él.
—Micaela… —la joven se sentó correctamente en el sofá en el que
estaba y miró hacia el ventanal. Sintió como Matteo se acercaba a ella y se
acuclillaba a su lado, tomándole las manos. ¿Hacía cuanto se había quedado
mirando por esa venta? Ni siquiera recordaba haber llegado ahí—. Cariño,
en serio que no lo hago para librarme de ti, tienes que entender, tus
hermanos sienten la necesidad de vengarte y yo se las tengo que dar, por el
cariño que te tengo, tengo que cumplir con ello.
Ella bajó la cabeza y negó.
—Yo también te aprecio, Micaela, sé que no lo expreso todo el tiempo,
pero me siento feliz contigo a mi lado, eres una mujer que no imaginé.
—Te sigo dando jaquecas —dijo ella, mientras derramaba una lágrima.
—Seguirás dándomelas —se la limpió y la hizo mirarlo—. Te lo
prometo, volveré.
—Pero eso significaría que…
—Todos volveremos —le acarició la mejilla—. Necesito que estés
tranquila, que vayas a dormir y descanses.
—No podré hacerlo.
—Le diré a Ashlyn que se quede esta noche contigo.
—¿Y tú?
—Tengo que dormir solo esta noche —sonrió—. Pero mañana estaré
feliz de compartir la cama contigo.
Ella asintió un par de veces y lo abrazó con fuerza, sintiendo cómo las
manos de su esposo, suavemente la envolvían y permitía que su nariz se
inundara con el olor de ella.
—Matteo… gracias por lo que has hecho por mí.
El hombre se separó de ella y la miró a los ojos.
—Gracias a ti también.
—¿Por qué? —ella ladeó la cabeza.
—Porque no sabes todo lo que has hecho por mí.
Micaela sonrió y lo abrazó de nuevo, no supo cuánto tiempo se quedaron
en esa misma posición, pero no quería que acabara jamás; sin embargo, el
día proseguía y ambos tenían cosas que hacer antes de comer y también
antes de la cena, donde se separarían por el resto de la noche, de hecho, no
se volvieron a ver en todo el día.
Ella apenas había podido sonreír después de hablar con él, sentía una
extraña añoranza y un mal presentimiento, sus hermanos, aunque fueran un
par de locos, tenían buena puntería, demasiado buena para ser verdad,
incluso ebrios podían acertar. No tenía conocimiento de la habilidad de su
esposo, pero sabía que era un duelo difícil.
—Deja de preocuparte mujer —dijo Ashlyn, tirándose a la cama que
fuera de la pareja—. Estarán bien, los hombres son idiotas y necesitan cosas
como estas para sentirse importantes.
—No lo entenderás hasta que te pase a ti.
—No me casaré con un noble como para que sienta esa necesidad de
proteger su honor —rodó los ojos—. Probablemente yo huya por ahí con
alguien sin que nadie se dé cuenta.
—Oh, por Dios, no comiences a estresarme.
—Es lo que has hecho tú, querida.
—Y ha resultado en un duelo —elevó la ceja—. ¿Qué crees que haría
Adrien en una situación similar?
—No sé, ¿reír?
—Lo dudo mucho —Micaela se puso una bata encima—. Vuelvo en
seguida.
—Sí, claro, me iré durmiendo, ni pienses que te esperaré.
—¡Ashlyn!
—Es la verdad, así que déjame tranquila —se recostó, pero rápidamente
volvió a levantarse—. Y ni piensen en volver aquí a hacer sus cosas sucias,
esta recámara es mía.
—No pensaba en algo como eso.
—Claro, bueno, seguro que él lo hará.
—Dijo que quería estar solo.
—Sí claro, porque a los hombres no les encanta…
—Muy bien, Ashlyn, boca cerrada.
Micaela salió en conjunto con la carcajada de su prima. Ella en serio no
pensaba en algo como aquello, estaba embarazada y su esposo estaba a
punto de ir a un duelo con sus hermanos, no debía pensar en algo tan
vergonzoso.
—¿Matteo? —tocó la puerta.
—¿Micaela? ¿Pasa algo malo? —le abrió en seguida.
Ella bajó la cabeza y lo miró.
—En realidad… sólo quería ver cómo estabas.
—Estaré bien —le tomó la cara y la besó—. Te lo dije.
Micaela permaneció con los ojos cerrados, saboreando aquellos labios
que acababan de besarla con tanta ternura y lo decidió en ese momento, se
aventó a sus brazos y lo besó de nuevo, provocando que Matteo se abrazara
a ella y siguiera el ritmo desesperado que marcaba su esposa.
—Micaela, ¿Qué…?
—Quiero recordarlo —se agachó—. Sé que no recuerdas haber estado
conmigo y quizá no quieras recordarlo, pero...
Matteo la tomó de la cintura y la atrajo a su cuerpo, besándola
dulcemente hasta que tuvo que separarse para poder respirar.
—¿Estás segura? —le tocó el vientre.
—Sólo si… bueno, si tú quieres… me dijiste que necesitabas estar solo
esta noche, así que pensé en venir a despedirme, pero…
—Micaela, cariño, ¿Cuándo pararás de hablar? —sonrió.
—No lo sé, quizá cuando no pares de besarme.
—Me parece bien.
Ella asintió contenta y volvió a besarlo.
Capítulo 14
Matteo no sabía que era lo que pasaba por la cabeza de esa mujer cuando
pensó que no querría estar con ella en esa noche, se alejaba de ella porque,
normalmente, cuando estaban a solas en su habitación, él tenía todos esos
pensamientos que podían llegar a ser un tanto inadecuados de hacer con una
mujer embarazada, pero ahí estaba ella, dispuesta a estar con él, ansiosa
incluso.
Micaela sintió como de pronto su marido la llevaba lentamente hasta la
cama y la recostaba con muchísimo cuidado, sonrió hacia él cuando lo vio
dudar, pero fue ella quien se quitó el camisón sin ningún miramiento y se
recostó en la cama de nuevo; había estado esperando por ello durante tanto
tiempo, que incluso sentía que se volvería loca de un momento a otro.
—Matteo, por favor…
—Micaela, ¿estás segura de esto? El bebé…
—Estará bien, lo sé —lo jaló para que le diera otro beso—, por favor, no
te detengas, ¿quieres?
Él sonrió y se recostó a su lado con lentitud, acariciando sus mejillas y el
largo cabello que se esparcía por la cama, la besó dulcemente y tocó el
cuerpo de su mujer como si fuera la primera vez, sentía que sería la primera
vez, puesto que casi no recordaba aquella otra ocasión.
Le era extraño el tenerla con el vientre abultado, pero no dejaba de
parecerle una sensación única y le gustaba más de lo que pensaría el
acariciarla, el verla sonreír, gemir e incluso hablar, porque Micaela tampoco
se callaba cuando estaban haciéndole el amor; sin embargo, a Matteo no le
molestaba, le parecía dulce y hasta tierno que no pudiera contener sus
palabras, aunque lo intentara.
—Está bien —la besó—. Puedes hablarme, cariño, no te preocupes por
ello.
—Pero… —se avergonzó—. Te dolerá la cabeza.
—No, estaré bien.
Matteo recorrió el cuerpo de su esposa con sus manos, con sus labios y
con su alma, la sentía conectada a él de una forma que no sabía explicar; le
gustaba todo de ella y nunca se sintió más satisfecho que cuando se
profundizó dentro de su alma, de su ser y de su corazón; porque la sentía
unida a él en todas aquellas formas.
—Matteo… —lo miró con ojos brillantes y lo acercó a ella para seguir
susurrando mientras los movimientos excitantes seguían golpeando contra
su razón—. Gracias… eres un hombre bueno, no sabes cuánto… cuanto te
quiero.
Micaela sentía el cuerpo grande de su esposo contra el de ella, llevándola
a lugares que jamás imaginó, ni siquiera recordaba haber sentido algo igual
y eso que pareciese que ya había dormido con él en otra ocasión, pero nada
era comparable con esa ocasión, en la cual los dos se entregaban a
sabiendas de lo que hacían, sin miedo ni restricciones, sólo dos personas
amándose.
Matteo gruñó fuertemente al mismo tiempo que su esposa dejó salir un
grito contenido y lo acercó a ella, presa de una felicidad que no quería soltar
y tampoco parecía con ganas de soltarlo a él.
—¿Estás bien, Micaela?
—Sí, sí —dijo con una sonrisa y ojos cerrados—. Más que bien.
—¿Y el bebé? —le acarició el vientre abultado.
—Bien, estamos bien.
Matteo se quitó de encima y se recostó a su lado, sintiéndola respirar
pesadamente y lentamente volviendo a la realidad de la recámara, junto a él.
—Gracias Micaela.
—¿Gracias? —ella lo miró extrañada—. ¿Gracias por qué?
—Me hiciste recordar porqué tengo que regresar.
Ella sonrió.
—Lamento haber irrumpido así en tu habitación.
—No lo lamentes, yo no lo hago.
—Si lo prefieres, puedo regresar a la recámara con Ashlyn.
—¿Por qué querría algo así? —negó—. Cuando dos personas hacen el
amor, es para quedarse juntas el resto de la noche, al menos eso pienso yo.
—¿Quieres quedarte conmigo el resto de la noche?
—Siempre lo hago, ¿no?
Ella asintió alegre y se acomodó entre los brazos de su marido, sintiendo
un poco de vergüenza, pero, al final de cuentas, sabiendo que le
correspondía ese lugar, que no estaba faltando a nadie ni a nada al dormir
desnuda junto a su marido.
Matteo la dejó descansar, se sentía extrañamente conectado a ella, había
sido un reencuentro pasional que no tenía en mente, ni siquiera podría haber
imaginado algo como ello, mucho menos viniendo de una persona como
Micaela, quién normalmente era distante y calculadora en sus movimientos
para con él.
La abrazó un poco más a su cuerpo y suspiró. Debía pensar con más
detenimiento lo que ella representaba en su vida, ahora que había estado
con ella, creía imposible el poder detenerse, pero… aún no sentía que la
amaba, de hecho, se había cerrado a ello desde que su antigua mujer decidió
dejarlo, no podía abrirse a nadie desde entonces; tenía conquistas, eso era
verdad, pero de ahí en más, un cariño como el que su esposa le pedía y
parecía profesarle… no.
¿Qué haría? ¿Se dejaría embaucar por la sonrisa hermosa, el habla
imparable y los ojos azules de Micaela Seymour?
La miró descansando a su lado y, repentinamente, se le escapó una
sonrisa; no podía creerlo ni él mismo, le sonreía a una mujer. ¿Era tiempo
de dejar ir el pasado y confiar de nuevo en el sexo femenino? Francamente,
la vez pasada, lo habían destrozado en el camino, si volvía a abrir su
corazón y Micaela decidía destrozarlo, posiblemente no podría recuperarse.
Micaela despertó y, al hacerlo, se dio cuenta de que estaba sola, se sentó
en la cama y maldijo a lo bajo, pensó que podría detenerlo, pero, Matteo se
había logrado levantar e incluso le había dejado un jugo de naranja y un
pedazo de pastel.
—¡Maldición! —se dijo y colocó su camisón—. Maldito.
—¿Micela? —Juliana abrió la puerta y sonrió—. Hoy durmió hasta
tarde, ¿no es así? Matteo dijo que no la despertáramos, pero he venido a
traer el desayuno, mamá dice que una embarazada…
—¿Tan tarde es Juliana? ¿Qué hora es? ¿A qué hora partió Matteo de
aquí?
—Oh, antes del amanecer —sonrió la chica—, pero ya ha vuelto, por
cierto, que ha regresado con dos hombres muy guapos.
—¿Qué él qué? —ella la miró impresionada—. ¿Dónde están?
—En el comedor, creo que están tomando esas cosas que a los adultos
les gustan, en lo particular a mí me sabe detestable, pero…
—Juliana —tomó a la niña por los hombros—. ¿Alguien se ve herido?
¿Cómo son esos hombres? ¿Se parecen a mí?
—Oh… no lo sé, Matteo me ha sacado en cuanto le dije a uno que si se
quería casar conmigo.
—¡Dios santo! ¡Rápido Juliana, algo para ponerme! Es más, sólo la bata,
pásame esa bata.
—¿Piensas salir así? —frunció el ceño la chica—. A Matteo le dará un
infarto si es que…
Micaela había dejado a la niña con las palabras en la boca y bajó las
escaleras casi corriendo, entrando al comedor con un estruendoso proceder
muy típico de ella.
—¡Mica! —gritó alegremente Héctor—. ¡Mira nada más que gorda
estás! Sabía que comer tanto algún día haría efecto en ti.
—Pero… —ella miraba sorprendida a los hombres ahí sentados,
parecían tranquilos y estaban tomando coñac—. ¿Qué…?
—Estás en bata —Matteo hizo hincapié en ello.
—Oh, ella solía hacer eso todo el tiempo —dijo Jasón—, siempre le
gustó desayunar de esa forma.
—Matteo… —dijo confundida.
—Ven, vamos para que te cambies —su marido se puso en pie y dejó de
lado su vaso de coñac.
Micaela tomó la mano de su marido y lo siguió en silencio hasta la
habitación que ambos compartían; cuando entraron, la joven se abrazó al
cuerpo de su marido y lo miró confundida.
—No entiendo… ¿Qué ha sucedido?
—¿Por qué bajaste así?
—Porque… ¿En serio en eso te fijas? ¡Estaba preocupada! No sabía que
era lo que podía estar pasando y tenía que…
—Y decidiste correr por toda la casa con una bata encima, me parece
una idea genial.
—Matteo —se acercó y le tomó los hombros—, si no me dices qué
demonios pasó, este bebé saldrá antes de tiempo.
—Estoy seguro que te acabas de levantar, aún hueles a mí —negó
enojado—. Estás siendo demasiado descuidada, en esta casa hay muchos
más hombres que mujeres y…
—¡Me estás desquiciando justo ahora!
—Digo lo mismo —la miró seriamente.
Micaela suspiró y asintió.
—Bien, no lo volveré a hacer, ¿de acuerdo?
—Hablé con tus hermanos, no hubo enfrentamiento alguno, Héctor
incluso manejó mi automóvil y Jasón planea acabar con todo el vino que
tenga en la casa.
—¿Cómo… cómo has logrado algo así?
—Soy un negociador, sé arreglar los conflictos.
—¿Desde ayer tenías pensado hacerlo?
—No, debo admitir que pensaba batirme a duelo —la miró—. Cambié
de opinión a último momento.
Ella se sonrojó y miró hacia otro lado.
—¿Tengo algo que ver?
—Tienes todo que ver.
—¿En verdad?
—Sí, me dejaste muy en claro tu opinión el día de ayer —le dijo,
cambiándose de ropas—. Me pareció adecuado tomarte en cuenta.
—Ja, pues muchas gracias en verdad —rodó los ojos.
—¿Cuándo piensas comenzar a cambiarte? Tus hermanos seguirán
esperándonos allá abajo.
Ella asintió y lo miró.
—Gracias… por no batirse a duelo con ninguno de ellos, yo… sólo se lo
agradezco.
—¿Podrías dejar de hablarme tan formal? ¿Qué es esa manía tuya en la
que me tuteas y luego vuelvas a las formalidades?
—No lo sé —ella negó mientras bajaba la cabeza—, supongo que en
ocasiones me atemoriza demasiado y en otras no tanto.
—¿Te atemorizo?
—¿Lo pregunta en serio?
—Estoy realmente sorprendido, no pensaría que es así… mucho menos
por la forma en la que te presentaste anoche, creería que me tienes toda la
confianza.
—No, en realidad lo de ayer fue más una moneda al aire, me quedé por
más de quince minutos parada frente a su puerta antes de poder hablarle.
—Yo… lamento que te haga sentir tan insegura.
—Creo que es cosa de su personalidad, le gusta infundir miedo a los
demás, supongo que en los negocios eso es algo sumamente positivo, pero
con la gente que lo quiere…
—¿Me quieres? —sonrió de lado.
Ella bajó la cabeza y se sonrojó notoriamente.
—No estaba hablando de ello.
—Pero es así —se acercó a ella y la rodeó con sus brazos—. ¿Sabes?
Mientras estaba hablando con tus hermanos, no podía dejar de pensar en lo
mucho que me hubiera gustado estar presente cuando te despertaras después
de una noche de hacerte el amor.
—Ahora sabe que si hubiese subido las escaleras en cuanto llegó, me
habría alcanzado a ver aún dormida, no sé qué es lo que me está sucediendo
con eso del sueño, me encanta estar en la cama y dormir por largas horas.
—Supongo que son cosas del bebé.
—Sí —ella bajó la cabeza—. Por cierto… ¿Cómo se siente respecto a
ello?
—¿Al bebé? —frunció el ceño.
—Sí, ya sabe, todo el tema que hemos tenido a costa de eso… sé que le
sería beneficioso el tenerlo, pero, quisiera que fuera más que un bien más,
será un ser humano y…
—Sé que es un ser humano, no pensaría que darías a luz a un pez o algo
así —bromeó.
—Por favor, hablo en serio.
Matteo suspiró cansado.
—Creí que habíamos zanjado el tema, pero si sigues sacándolo
constantemente, sólo ocasionarás problemas.
—Si me da las respuestas equivocadas, sí.
—Micaela, ese bebé es mío, fin de la conversación.
Ella asintió, sabía que había sacado el tema en innumerables ocasiones,
pero no podía dejar de sentirse tensa por ello, Matteo parecía ser un hombre
que no cambiaba rápidamente de ideas, por decir que nunca lo hacía;
incluso seguía viendo a la mujer que sería la nodriza del bebé cuando
naciera, pese a que en reiteradas ocasiones le había dicho que ella le daría al
bebé.
—Bien, lo lamento.
Matteo sonrió y suspiró.
—Entiendo la preocupación, ¿vale? Eres su madre, es tu deber el cuidar
de él, pero los quiero, a ambos.
Ella asintió y le acarició la mejilla.
—No sabes cuánto te agradezco el que nadie saliera herido, me has dado
un hermoso regalo.
—Bueno, será mejor que te termines de cambiar, tenemos que bajar
antes de que ellos suban.
—Oh, no te preocupes, estoy más que segura que encontrarán con qué
entretenerse —dijo la joven, yendo hacia su armario.
En ese momento, se escuchó una explosión y un grito de excitación,
Micaela miró a su marido con una sonrisa, haciéndole entender que no se
preocupara, estaba segura que tenía todo que ver con Héctor, su hermano
menor, el más loco y parecido su padre, incluso, en varias ocasiones, su
madre los regañaba a ambos por las tonterías que hacían juntos.
—Te lo dije.
—Iré a ver que hicieron.
Micaela asintió un par de veces y esperó a que Matteo terminara de salir
para seguir cambiándose, se sentía extrañamente feliz, de hecho, no
recordaba hacía cuanto no se sentía plenamente feliz como en ese momento.
—Así que, hubo un reencuentro marital —Micaela gritó, puesto que no
se dio cuenta en qué momento había entrado su prima—. Agh, ¿Tienes que
gritar tan fuerte?
—Ni siquiera te he oído.
—No, eso es obvio, estabas como boba sonriendo hacia la nada.
—Digamos… que no estuvo mal.
—¿No estuvo mal? Sí parece que resplandeces, no deberías cambiarte,
deberías bañarte.
Micaela se sonrojó y tomó el concejo de su prima, incluso su marido le
había dicho que seguía oliendo a él. Tomó un baño, en donde su prima
tampoco la dejó tranquila y no pudo más que reír ante sus insinuaciones y
preguntas que no podía contestar. Bajaron juntas, encontrándose el hogar en
una total soledad, incluso no había nadie de los ingenieros y demás personal
de la casa.
Las primas se miraron con extrañeza y salieron al jardín, donde la casa
entera intentaba apagar un fuego que parecía no tener final.
—¿Qué demonios sucedió? —se impresionó Ashlyn.
—Seguro que Héctor tiene todo que ver.
—Sí, eso no lo dudes.
Ambas chicas se acercaron para intentar ayudar, pero Matteo se acercó
en cuanto vio a su esposa y la alejó de la escena.
—Quédate aquí —casi le ordenó.
—Puedo ayudar.
—No.
—Pero…
—No.
Matteo se alejó y volvió a ayudar, había varias personas que gritaban por
agua e incluso veía a sus hermanos metidos en la acción de querer apagar el
fuego, ocasionando nerviosismo en la única persona que no podía ayudar,
incluso Ashlyn había corrido hasta ahí.
Se sentía impotente y comenzó a caminar de un lado a otro, el humo
negro era asfixiante incluso para ella que se encontraba lejos, caían partes
de la máquina, lo cual hacía gritar a todos, para que se alejaran. Micaela
estaba a punto de desmayarse y, lo que bastó para colmar sus nervios, fue
cuando vio que Matteo salía herido gracias a que una parte de aquella
maquina caía sin pena ni gloria sobre uno de sus brazos y lo hacía gritar.
—¡Matteo! —gritó Lorenzo preocupado.
La joven llegó entonces, sin hacer caso a nadie de los que intentaron
detenerla y miró a su esposo, quién parecía sumamente enojado y se
quejaba de sus quemaduras.
—¡Maldición!
—Déjame ver —se acercó Micaela, agachándose despreocupadamente
hasta el suelo, haciéndola sentir una punzada de advertencia.
—Micaela —gruñó—. ¿No te dije que te quedaras fuera de esto?
—Estás herido —dijo nerviosa.
—Levántate —dijo enojado—. Maldición, Micaela, sólo lo estás
empeorando ¿entiendes?
—Puedo ayudar.
—No —dijo Jasón—. No puedes, ¿Qué demonios haces agachándote
así? Estás embarazada.
Cuando su hermano intentó levantarla, Micaela sintió una fuerte punzada
que la hizo doblarse hacia adelante y se quejó, tomando su vientre, lo cual
atrajo la atención lejos de Matteo, incluso él mismo había vuelto la vista
hacia su esposa.
—¿Qué sucede? —dijo Héctor, con aspecto preocupado.
—Llévenla adentro —se quejó Matteo, dolorido.
—¡Está manchada! —señaló una niña.
—Dios mío —llegó Ashlyn—, ¡Un médico!
Micaela se asustó en cuanto se dio cuenta de lo que decían y por lo que
todos se preocupaban, miró hacía su vestido y se dio cuenta que tenían
razón, en su vestido claro, había unas pequeñas manchitas de sangre,
exactamente en la zona por donde el bebé tendría que salir.
—Venga —la cargó Jason—. No te asustes, tranquila, no te asustes, todo
estará bien.
—Pero… esto, no…
—Relájate Micaela, sólo será peor si te estresas, dijo Héctor, corriendo
con sus hermanos hacía la casa.
—Esto le pasó a… es lo mismo.
—No —dijo Jason con potencia—. No será lo mismo, me moriría si esto
me volviera a ocurrir.
—Jasón… esto le pasó también a ella… lo sabes, ella…
—Dije que no.
—Matteo… —ella miró sobre el hombro de su hermano, pero su marido
seguía en el suelo, estaba herido, pero no dejaba de verla a ella mientras
trataban de calmarlo y mantenerlo quieto.
—Él estará bien —aseguró Héctor—. Ashlyn ya ha ido por el médico
junto con Lorenzo.
Micaela cerró los ojos, dejando salir unas lágrimas. Sí ella perdía al
bebé, ¿Qué haría Matteo? ¿Buscaría a otra embarazada?
Capítulo 15
Micaela despertó sintiéndose un poco desorientada, como cada vez desde
que tuvo la amenaza de aborto. Matteo estaba a su lado, dormido
tranquilamente sin apenas tocarla, él prácticamente no la tocaba en ningún
sentido desde que ella casi pierde al bebé, lo cual era otra de sus tristezas.
En realidad, él no era malo con ella, ni siquiera podía decir que fuera
distante, simplemente, se limitaba a estar a su alrededor, pero no de una
forma romántica o cariñosa, le daba besos en la frente, ocasionalmente en
los labios, pero de ahí en más, él ni siquiera la abrazaba o tocaba su vientre.
—Matteo…
—¿Qué? ¿Qué sucede? —abrió los ojos preocupado, revisándola de
arriba abajo.
—Tuve una pesadilla.
Matteo se sentó lentamente y prendió la luz de la lámpara, mirándola de
reojo, acomodándose en la cama lentamente para no lastimarse el brazo que
había resultado herido por el accidente de la máquina que le había caído
encima. No había sido algo grave, pero se rompió el brazo, además de las
quemaduras.
—¿Quieres hablar de ello?
—Es lo mismo de siempre.
El hombre suspiró.
—Sólo tienes que tener cuidado, sé que no te gusta estar encerrada o en
cama, pero es lo mejor, además, falta poco para que des a luz y todo esto
acabará.
—Matteo…
—Dime —la animó al ver que se le iba la voz.
—¿Me culpas porque casi pierda al bebé?
—¿Qué? —la miró con las cejas muy juntas.
—Desde ese día… casi no me hablas, tampoco eres… bueno, eres
diferente a… —ella negó y se recostó de nuevo—. Nada.
—No te culpo —se acercó a ella, nuevamente sin apenas rozarla—.
Intento cuidarte, estoy preocupado.
—Lo sé, pero te siento tan distante… cuando al fin pensaba que nos
habíamos acercado un poco.
—No estoy distante, tengo precauciones.
—A penas y me tocas desde aquella ocasión.
Matteo cerró los ojos y asintió.
—Lo sé.
—¿Por qué? —ella lo miró sobre su hombro.
—Porque siento que, si lo hago, no podría parar.
Ella se sonrojó y sonrió.
—Oh.
—Sí, oh —le acarició con cuidado el brazo expuesto—. Trata de dormir,
lo necesitas.
Micaela sabía que no podría dormir, se sentía demasiado incomoda en
esa noche, estaba en el último mes de su embarazo y le era prácticamente
imposible hacer algo; además, el estar confinada en una cama, bajo las
atenciones de su madre, quién había regresado al enterarse de que ella
estaba con peligro de aborto. Todo el asunto sólo la hacía sentir una niña
pequeña que parecía perdida en la vida, incluso sus hermanos la hacían
sentir de esa forma.
Escuchó un leve suspirar que indicaba que su esposo había vuelto a caer
dormido, la joven apartó las sabanas de su cuerpo y salió de la recámara,
buscando reconfortarse a sí misma con algo de comer, seguro que podía
encontrar algo en esa cocina.
—¿Micaela? —la siguió su prima por la oscura mansión—. ¿Qué haces
despierta a esta hora?
—Puedo preguntar lo mismo —frunció el ceño—. ¿Qué haces fuera de
tus cámaras?
—Bueno… —Ashlyn miró hacia los lados—. En realidad, estaba
investigando algunas cositas.
—¿Investigando?
—Bueno, sí —la tomó de la mano y la llevó directa a la cocina, donde
sabía que su prima se dirigía—. Ya ves que me habías contado sobre tu
suegro y también sobre el alejamiento de Matteo y lo raro que era con el
tema de su esposa.
—Sí.
—Bueno, tengo cosas nuevas que decirte.
—En serio que no tienes nada que hacer, ¿verdad?
—¡Qué te sucede! Todavía que me pongo a ayudarte —se indignó por
unos segundos—. Pero sí, la vida es condenadamente aburrida, ¿a que sí?
—Normalmente lo es —asintió Micaela.
—Bueno, parece ser que tu marido estuvo casado con una mujer llamada
Rouse, la describen como guapa y amable.
—¿Quién la describe así?
—Hay gente en esta casa que la conoció, parece ser que se enamoró de
uno de los amigos de Matteo, los Rinaldi no eran ricos en ese tiempo, pero
al final, terminó yéndose con él y Matteo les dio su autorización.
—¿Qué hay de los embarazos? ¿Por qué está tan seguro que no puede
tener hijos?
—Resulta ser que ella no quedó embarazada durante dos años de
matrimonio, fueron a múltiples doctores que no sabían discernir si era a
causa de Matteo o de Rouse que no pudieran tener hijos, pero, al final,
cuando se separan y ella se vuelve a casar, ella queda embarazada y bueno,
el único culpable resultó ser Matteo.
—Pero… ¿Por qué él la dejaría ir sin más? —Micaela bajó la cabeza—.
En realidad, él parece haberla querido mucho.
—Quizá por eso mismo la dejó ir.
—No lo creo, Matteo es vanidoso y muy orgulloso, no lo haría por un
buen corazón, tuvo que haber algo más.
—Bueno, si dices que es vanidoso y orgulloso, ¿a qué hombre le gusta
ser comparado con otro por su propia mujer?
—Tienes razón —asintió la chica—. Me preocupa todo esto, sabes,
cuando mi embarazo termine, volveremos a ser una pareja normal… espero;
pero temo el qué pasará si salgo embarazada de nuevo, él jamás me creerá,
simplemente pensará lo peor.
—Pero, sí le explicas…
Micaela negó.
—No me creerá nunca.
—Dios… me parece que tendrás algunos problemas —Ashlyn miró
pensativa hacía el suelo—. ¿Es realmente necesario eso de ser una pareja
normal? ¿En verdad es tan agradable estar con un hombre en la cama?
—¡Ashlyn!
—¿Qué? Me da curiosidad, nadie quiere hablar de eso conmigo, se me
hace muy poco inteligente, por estas razones estamos enredadas en este tipo
de líos.
Micaela no podía más que darle la razón, pero entendía también porque
era tan vergonzoso para las madres hablar sobre ello, era algo tan… íntimo
que no era fácil de platicar.
—¿Qué sabes del padre? —preguntó entonces Micaela.
—No mucho, sólo sé que son unidos, eso es todo.
—¿De qué hablan ustedes dos? —dijo de pronto Héctor, quién tenía una
bata mal amarrada y el cabello desordenado.
—¿Y tú de dónde vienes? —frunció el ceño Micaela.
El chico sonrió vanidoso y elevó una ceja.
—Mejor que ni lo sepas.
—Por Dios —negó la mayor—. La mayoría de estas mujeres está
casada, sólo he de recordártelo.
—Sí, sí —ignoró el menor—. ¿Dónde ponen el queso en este lugar?
Tardaré horas en abrir todas esas gavetas.
—Por allá —señaló Ashlyn.
—¿Hay reunión familiar o algo parecido? —bajó entonces Jason—.
Pásame un vaso Héctor y si le pones agua, sería genial.
Micaela sonrió, se sintió como en casa por unos segundos, sus hermanos
vagando por el lugar, Ashlyn hablando impropiamente de asuntos que no le
convenían, incluso haciendo preguntas inapropiadas para sus hermanos
quienes sonreían y la ignoraban.
Por un momento extrañó Londres, su casa, sus padres y su vida relajada
y llena de risas, extravagancia y diversión. Estar con los Rinaldi no era
malo, había logrado desarrollar una parte de ella que jamás le sería
permitido en otro lugar, pero, no se sentía en casa, Matteo se encargaba de
alguna forma de hacerla sentir una extraña.
—¿Qué sucede? —le tocó la mano su prima.
—Oh, nada, estoy algo cansada, creo que iré a la cama.
—¿Te sientes mal? —preguntó Jasón—. No debiste levantarte.
—Puedo bajar por agua sin desmayarme, Jasón.
—No veo que lleves nada en las manos —notó Héctor.
Micaela tomó el vaso de agua y se apuró a subir las escaleras, seguro que
Matteo la querría matar si es que se deba cuenta de sus escapadas
nocturnas. Iba a la mitad de las escaleras, cuando de pronto sintió un dolor
punzante en el vientre, apretó fuertemente el vidrio del vaso hasta que se le
pusieron los nudillos en blanco.
—Dios mío —se quejó—. ¿Qué demonios es esto?
Se detuvo ahí, pensando que se le pasaría en un momento, y así fue,
lastimosamente, no logró dar ni dos pasos cuando terminó de subir las
escaleras, nuevamente sintió dolor que la hizo recostarse en una pared y
tirar el vaso al suelo.
—¡Matteo! —gritó un poco bajo—. ¡Matteo, ven aquí ahora!
—¿Micaela?
—Matteo… ayúdame.
—¿Qué haces ahí? ¿Por qué saliste de la cama?
Ella rodeó con su brazo el hombro de su marido y pujó fuertemente,
dándose cuenta que era el momento de que el bebé naciera, necesitaba a su
madre, a su prima y quizá a un médico… sí, más bien primero al médico.
—Matteo, tengo miedo, ¿Y si no puedo con el parto? ¿Y si nace muerto?
¿Y si está enfermo?
—Cálmate.
—Si muero en el parto lo cuidarás, ¿verdad?
—No digas tonterías.
—¿Lo harás?
—No morirás.
—Oh, Matteo, siento que lo haré, pero necesito estar tranquila, mi bebé,
por favor, necesito… sino, que se lo lleve mi madre, dáselo y ella se hará
cargo, ¿dónde está mi madre? Llama a Ashlyn, la necesito conmigo.
—No puede entrar, Ash aún no está casada.
—La necesito y a mi madre, ¡Mamá! ¡Mami!
—Cálmate, Micaela, no te asustes.
—No has llamado a un médico, no lo has hecho, tengo miedo, necesito
que… ¡Ay! ¡Auch! —Matteo la recostaba en la cama en ese momento y la
miró con preocupación.
—Llamaré a un médico.
Para cuando Matteo salió de la habitación, había muchas caras
preocupadas que hacían fila para ver al interior, ya habían mandado llamar
al médico y sus cuñados se encontraban ahí, ansiosos y tomando, Dios sabía
de donde habían conseguido esa botella, pero seguro que era de sus
reservas.
—Hijo, ¿Qué ha pasado?
—El bebé viene en camino.
—Oh, abran paso para la madre —gritó Marinett con potencia, entrando
a la habitación.
—Será mejor que no nos interpongamos en su camino —apuntó Lorenzo
—. Ven, tienes que tomar una copa.
—¿Qué? —frunció el ceño—. Creo que es el peor momento para
emborracharse.
En ese momento, Micaela dio un grito potente mientras otras mujeres se
metían a la habitación con utensilios para el parto, Matteo sentía una
preocupación extraña, se había instalado una mala sensación en su
estómago y temía, en serio temía porque algo saliera mal, como lo había
sugerido la loca de su mujer.
Debía tratar de olvidar sus palabras.
—Toma hijo, esto ayudará.
Matteo empinó el vaso que su padre le tendía, el licor recorrió
reconfortantemente su cuerpo, el calor del alcohol y el sabor dulzón le
calentó el alma, fue una sensación de segundos, puesto que su esposa volvió
a gritar desesperada.
—¡Es el doctor! —apuntaba Ashlyn al hombre con el maletín y pelo ralo
—. Abran paso, es el doctor.
—Eh, ¿A dónde crees que vas? —la retuvo Jasón.
—¿Qué? ¿Sólo por ser soltera me están discriminado?
—Créeme niña, si tú ves lo que sucederá ahí, no querrás tener hijos
nunca —explicó Lorenzo.
—Desde ahora no los quiero —dijo la joven, escuchando los gritos de su
prima con espanto.
El parto parecía eterno; los gritos de Micaela, imparables; y los nervios
de Matteo, en aumento. No sabía cuánto tiempo había pasado, ni tampoco
cuanto vino había ingerido, de lo único de lo que era consciente era que esa
silla estaba pasando a formar parte de su cuerpo y ese vino parecía no tener
alcohol, puesto que no hacía ningún efecto en él.
—Recuerdo bien cuando tu madre te dio a luz, Matteo; estaba tan
nervioso como tú ahora, todo este preludio es de muerte, pero te aseguro
que en cuanto veas a ese bebé, todo pasará y ella pensará igual, todo el
sufrimiento se va, es como si jamás hubiese existido.
—Yo… no sé qué es lo que siento —Matteo miró sobre su hombro,
donde los hermanos de su esposa tenían una batalla contra el sueño, la cual
Ashlyn había perdido—. Quizá es porque no es mi hijo natural.
—Oh, Matteo, sigues con lo mismo.
—No es eso… quiero a ese bebé, pero, no sé si estoy actuando
preocupado por él o por ella.
—Bueno, eso es totalmente normal, tienes una mujer hermosa e
inteligente a tu lado, puedes estar preocupado por ambas cosas.
—Supongo.
Dentro de Matteo, algo se sentía diferente, vacío y quería de alguna
forma eliminarlo. En realidad, apreciaba a la mujer ahí dentro, lo había
conquistado de una forma casi imperceptible para él, pero, la duda y el
sentimiento de lo mucho que podía sufrir seguía presente.
—Debes perdonarte eso, Matteo —dijo el padre de pronto—. Ella no es
Rouse.
Matteo lo miró mal.
—No vuelvas a mencionar su nombre.
—Sí tan sólo lo hubieras olvidado, no sería necesario mencionarlo —
hizo ver Lorenzo—. Tienes que sanarte para que dejes entrar cosas buenas a
tu vida. Ella es algo bueno, ese niño también es algo bueno.
—Lo sé, es sólo…
—Sé que da miedo, enamorarse da miedo —asintió el hombre mirando a
su hijo—. Pero es de tontos no intentarlo.
—Ya una vez fui un tonto por enamorarme.
—Y lo tienes que seguir siendo, si por quemarte una vez bajo el sol, no
quieres volver a salir al exterior, te perderás de la belleza del mundo —
elevó una ceja—. Dale una oportunidad a la muchacha, intenta formar una
familia, derriba todas esas barreras absurdas que has formado a tu alrededor
y déjala entrar en ti.
—No me es posible hacer algo así.
—Permítele conocerte.
—No creo que le agrade lo que hay en el interior.
—Sólo hay una forma de averiguarlo.
Matteo empinó otro vaso de coñac y suspiró, ¿estaría bien Micaela?
¿Estaría bien el bebé? Un extraño escalofrío recorrió su espalda cuando de
pronto, después de horas de espera, un llanto potente y dulce inundó la
habitación, despertando a Ashlyn y a los casi inconscientes hermanos.
—Nació —dijo la pelirroja—. Después de… ¡Santo cielo! Pero si
llevamos una eternidad aquí.
—Ve Matteo —Lorenzo palmeó la espalda a su hijo.
El hombre no podía ponerse en pie, se sentía pegado a esa silla. Las
miradas habían caído en él, pero eso no lo amedrentaba o hacía que
reaccionara. A su tiempo y muy lentamente, se puso en pie, nadie había
salido aún de la habitación y temía por malas noticias de la única que no
emitía sonido en ese momento: su esposa.
Capítulo 16
Antes de que Matteo pudiera girar la perilla de la puerta, esta se abrió
por sí misma, mostrando a la madre de Micaela con una sonrisa placentera;
Matteo sintió de pronto que el alma le volvía al cuerpo y esperó a que la
mujer le dijera algo.
—Ha sido una niña, mi lord —le dijo con temor.
—¿Micaela?
—Está dormida, hizo un buen trabajo.
Matteo no se movió nuevamente, ocasionado que Marinett Seymour se
sintiera aún más nerviosa. No había hablado de ello con su hija, pero sabía
que ese hombre buscaba un heredero y, una mujer no era lo que se esperaba
para ello, el mutismo del caballero quizá significara decepción y eso hacía
que la madre se preocupara por el futuro de su hija.
—¿La niña?
—Ella está bien, la está atendiendo el doctor.
—¿Puedo pasar?
—Oh, señor, por supuesto —Marinett se hizo a un lado, dejando pasar al
hombre con intimidante presencia.
Matteo miró detenidamente el rostro durmiente de su esposa, parecía
exhausta y sudorosa, pero feliz, de alguna forma estaba feliz. El pequeño
sonido del bebé se hizo presente, la niña venía envuelta en una mantita en
los brazos de una de las mujeres de los inventores, quién sonreía y miraba al
bebé con esplendo.
—Oh, Matteo, es tan bella, es preciosa —decía la mujer—. Han hecho
un buen trabajo con ella, ¡Mira nada más esa boquita!
Matteo se acercó y miró por encima la delicada carita de la bebé, era tan
pequeña, rosada y regordeta, que no pudo reprimir una sonrisa bobalicona.
—¿Me permites? —la mujer asintió y entregó el bultito al padre.
—Tómale la cabeza, así, ¡Cuidado! La dejarás caer.
—Es tan… pequeña —frunció el ceño—. Demasiado pequeña.
—Está saludable, señor, no debe preocuparse, también está en peso y
tamaño, así que sólo es la impresión del primer vistazo —dijo el médico,
limpiando sus manos—. Su esposa estará bien, necesita un descanso, estará
exhausta, han sido muchas horas en espera.
—Gracias —dijo sin mirarlo, ensimismado con la niña en sus brazos—.
Eh, lo llamaré si hay algún problema.
—No se diga más —asintió el doctor y dejó al padre con su hija.
Matteo se quedó en soledad de un momento a otro, sólo siendo
acompañado por su durmiente esposa. Fue a sentarse a una silla y miró
prolongadamente a la bebé, quién parecía tranquila.
—¿Estás segura que eres hija de tu madre? —sonrío—. Para este
momento pensé que ya estarías hablando… aunque supongo que es una
tontería, ya que ni siquiera puedes sostenerte.
Matteo apartó la manta de la cabeza de la bebé y acarició el ralo cabello,
la niña se movió entre sus brazos y abrió una manita, aceptando el dedo
grande que se posó en ella y cerrándola posesivamente a su alrededor,
provocando que el hombre sintiera una extraña sensación que lo hacía feliz,
demasiado feliz para ser verdad.
—¿Matteo?
—Micaela —sonrió—. ¿Cómo te sientes?
—¿Dónde está? ¿Está bien?
—Es perfecta —Micaela quitó la sonrisa de sus labios y lo miró con
miedo, lo cual él no lograba comprender—. ¿Qué sucede?
—Es… ¿niña?
—Sí.
—Tú… —bajó la mirada—. ¿Estás enojado?
Matteo se puso en pie, aún con la niña en brazos y se sentó en la cama,
muy cerca de su esposa.
—Creo que nunca me había enamorado tan rápido en mi vida.
—¿En verdad? —sonrió la madre—. ¡Oh! ¡Gracias al cielo! Pensé por
un momento que estarías corriéndome de esta casa, pero te gusta la bebé,
oh, seguro es preciosa, ¿lo es? No puedo cargarla ahora, me siento tan
cansada que la tiraría, pero enséñamela, por favor, quiero verla.
Su marido se inclinó y descubrió la carita para que su madre lograra
verla. Ella sonrió, parecía exhausta pero increíblemente feliz; Matteo iba a
dirigirle unas palabras, pero entonces se dio cuenta que había caído
dormida, el hombre sonrió, se puso en pie y abrió la puerta, sosteniendo a la
bebé con cuidado y miró sonriente a Ashlyn, quién estaba ansiosa por
entrar.
—¿Podrías sostenerla por un momento?
—Oh, por Dios, sí —la pelirroja tomó a la bebé y sonrió—. Es preciosa,
en verdad lo es.
—Tengo que entrar con Micaela, volveré por ella en un minuto.
—No te preocupes —dijo la mujer, mirando a la bebé—. Tía Marinett no
te dejará oportunidad, se ha ido a cambiar, pero en cuanto la tenga en
brazos, no la cederá a nadie.
Matteo sonrió y asintió, entrando de nuevo en la habitación, quería
arropar adecuadamente a su esposa y quizá, hacerla tomar algo, quizá
tuviera hambre, pero, cuando entró, ella estaba roncando suavemente, lo
cual era extraño, puesto que su esposa no lo hacía con normalidad, eso daba
a entrever lo exhausta que estaba.
La ayudó a acomodarse en la cama, la arropó y le dio un suave beso en
su frente, sabía que la bebé la reclamaría en unas horas y era mejor que ella
descansara lo más posible para ese momento.
—Matteo —Lorenzo abrió la puerta—. Oh, está dormida, merece ese
descanso.
—Sí.
—Felicidades, hijo, ella es hermosa.
—Lo es en verdad —sonrió complacido el hombre.
—Me parece que estás feliz.
—Sí, lo estoy… ni siquiera lo sé explicar —miró a su esposa y negó un
par de veces—. Sería bueno que la nodriza esté lista, quiero que ella
descanse lo necesario.
—Se molestará, no quiere tener nodriza.
—Está agotada, necesita descansar, me apañaré con su disgusto después
—aceptó.
—Bien, mandaré decirle a su madre tus deseos.
Matteo asintió y fue a sentarse en una silla, mirando desde lejos a su
esposa, quién dormía tranquilamente, después de un rato, Ashlyn trajo a la
niña de regreso, revisó a su prima y después, llegó Marinett, quién se
excusó después de unos momentos de ver a su hija descansando, para
mandar una carta a su marido para que llegara en seguida a ver a su nieta.
—Me enteré de lo de la nodriza —le dijo la prima pelirroja de su mujer
—. Espero que comprenda que ella se va a enojar.
—¿Tienes corazón para despertarla y hacerla atender a un bebé?
Ashlyn miró a su prima, parecía cansada y el sueño en el que había caído
era profundo y pesado.
—Supongo que no.
—¿Dónde están sus hermanos?
—Tomando, están contentos por la noticia, pero ¿Qué nombre tendrá la
bebé? No me gusta llamarla “la bebé”.
—No lo sé, en realidad no hemos compartido los nombres.
—¿Compartido? —sonrió—. Eso quiere decir que tiene algo pensado,
¿no es así?
—No en realidad.
La pelirroja asintió lentamente y fue a recostar a la bebé en la pequeña
cunita que Micaela había acomodado en la habitación.
—¿Le ha molestado que fuera niña?
—Para nada.
—Dice que no puede tener hijos, ¿cierto?
Matteo la miró seriamente y asintió.
—¿Qué con eso?
—Que no tendrá varones, según lo que usted dice.
—Lo he hablado ya con su prima, no me place volverlo a decir.
Ashlyn sonrió complacida, sabía que no sería un hueso suave de roer,
pero no se daría por vencida.
—Claro, claro. No debo meterme en asuntos que no me incumben —
dijo, caminando por la habitación—. ¿Qué le parece el nombre de Rouse,
para la bebé?
Matteo se volvió hacía ella y negó con una sonrisa.
—Sé lo que buscas, pero no harás que me moleste, Ashlyn, por mucho
que quieras ver mis reacciones, no te lo permitiré —elevó una ceja—. Y
jamás me ha gustado ese nombre, me parece anticuado.
—Bien, entonces seré directa —se posó frente a él—. Escuché que está
de vuelta a este lugar, mi prima no lo sabe, pero no quisiera darle malas
noticias después de dar a luz.
—No tenía idea de sus movimientos, como sabrás, hace mucho que nos
separamos, no es como que le siguiera la pista.
—¿Por qué podría volver?
—Tiene familia aquí.
—¿Usted, quiere decir? —Matteo no respondió aquello y fue directo
hacía la salida de la habitación—. ¿Es por eso que compró una casa aquí?
Porque quería que, cuando ella regresase a ver a sus familiares, usted
siempre estuviera cerca, ¿o no?
—Ashlyn, deberías encontrar algo que hacer —le dijo—. Además de
molestarme, claro.
—Me preocupo por ella —apuntó hacía la cama.
—Yo también, por eso mismo te lo digo, deja de meterle ideas a la
cabeza, eso sólo la hace sufrir, de por si no está en una posición sencilla, si
tú comienzas a incluirle inseguridades, la harás infeliz.
Ashlyn no apartó la mirada del intimidante hombre, pero a ella nada la
intimidaba.
—Haré lo necesario para protegerla, Matteo, espero que lo entiendas
bien —le dijo segura.
—Entonces, hazlo y no la estreses.
En ese momento, llegó una mujer con una sonrisa, las dos personas
despiertas la miraron con seriedad que la hizo sentir incomoda, se excusó
con algunas palabras y fue por la niña, quién había comenzado a quejarse
un poco y se la llevó.
—¿Matteo? —se escuchó la voz de Micaela.
—Oh, ¿cómo te sientes, primita? —sonrió Ashlyn tomándole la mano y
besándosela.
—Estoy bien, ¿dónde está la bebé?
—Se la han llevado para alimentarla.
—¿Qué? —Ashlyn miró con una sonrisa a Matteo y elevó una ceja—.
Matteo, te lo había dicho.
—Vale, los dejo —la pelirroja salió, dejando a la pareja.
Matteo esperó a que la prima salir antes de acercarse a su esposa y darle
un beso dulce en los labios.
—Es preciosa, Micaela, en verdad —la miró—. Gracias.
Ella simplemente sonrió.
—Matteo, quiero que me la traigan.
—Necesitas descansar.
—Sí, pero la quiero cerca.
—Lo sé, sólo espera a que la traigan.
Micaela no parecía convencida, pero asintió y se acomodó con dolor
sobre la cama, quejándose un poco y suspirando con fuerza.
—Dios santo, esto es una pesadilla.
—Bueno, has traído una vida, es algo grande.
—Demasiado grande —Matteo dejó salir una pequeña risa.
—Me han preguntado por su nombre.
—Oh, es verdad —ella lo miró—. ¿Has pensado en alguno?
—No, lo siento.
—Mmm… había pensado en Antonella.
—Me agrada.
—Es hermoso, en realidad lo leí en un libro cuando era niña y me gustó
tanto, que siempre dije que si tenía una hija le pondría así, es un alivio que
te guste entonces, porque soy cabeza dura y tiendo a querer cumplir con mi
voluntad.
—Sí, cariño, lo sé.
—Te he dicho que no me digas así —le dijo refunfuña—. Siempre me lo
dices cuando estás enfadado.
—¿Eso crees?
—Es la realidad, da la casualidad que me lo dices cuando te estoy
enfadando —se cruzó de brazos y miró hacia la puerta—. ¿Cuánto crees
que tarden en traérmela? Qué sepas que no lo volveré a permitir, la bebé
estará aquí y seguro despertará, así que, si quieres dormir, sería buena idea
que tomes otra habitación.
—¿Tan pronto te quieres deshacer de mí?
—Me preocupa que duermas, sé que te despiertas temprano y trabajas
todo el día; yo me quedaré con ella.
—Me quedaré, recuerda que pensé que jamás tendría hijos, quiero
vivirlo en su totalidad.
Ella asintió contenta y volvió a mirar hacia la puerta, lo cual hizo
suspirar a su marido y se puso en pie.
—Iré por ella.
—Gracias.
Micaela esperó pacientemente en lo que su marido llegaba, pero, quién
cruzó la puerta con la niña no fue su marido, sino su madre, con una sonrisa
y le entregó a la bebé a su hija.
—Me ha dicho tu marido que se llamará Antonella.
—Sí, ¿Dónde está él?
—Lo han capturado, parece que alguien ha llegado a buscarlo.
Ella frunció el ceño.
—¿Qué hora es?
—Bueno, más tarde de lo que piensas que es —Marinett abrió las
cortinas, dejando pasar la luz del sol.
—Dios Santo, pero si es de día, por un segundo pensé que seguía siendo
de madrugada. Parece que tarde bástate en dar a luz.
—Algo, pero ha salido bien.
—Mira madre, tiene una carita preciosa.
—Sí, pero necesitas descansar, sobre todo ahora que está dormida —
observó la madre—. No tendrás tantas oportunidades como ahora para
hacerlo.
—Lo sé… creo que Matteo está feliz, ¿tú que dices?
—Creo que lo está.
Ella asintió.
—¿Me podrían acercar la cuna? Creo que no podré pararme en un año,
duele más de lo que pensé.
Su madre sonrió y acercó la cuna a su hija y ella misma depositó el
pequeño cuerpecito en el lugar, notando como Micaela no le apartaba los
ojos, lo cual era normal, una madre primeriza siempre tenía miedo por su
bebé.
—Ella estará bien.
—Oh —la observó su hija—, lo sé, lo sé… es que no puedo creer que
saliera de mí, que la haya formado dentro de mí.
—Es maravilloso.
—¿Quién ha venido a buscar a Matteo?
—Es su exesposa —dijo de pronto Ashlyn, recargada en el umbral de la
puerta—. La he visto.
—¿Cómo sabes que es ella? —frunció el ceño Micaela.
—Bueno, no lo sé, pero ¿quién más? Me he enterado que estaba en el
lugar —elevó una ceja—. Parece mucha casualidad que justo después
llegue una mujer aquí.
—No debes hablar tan despreocupadamente Ashlyn, puedes crear
problemas con ello —regañó su tía Marinett.
—Pero…
—No se hagan ideas —las miró la madre—. Traten de pensar
positivamente, veo a el señor Rinaldi feliz por el nacimiento, aunque fuera
su exmujer, puede no pasar nada malo.
—Él está enamorado de ella, mamá, lo sé.
—Quizá lo estaba, pero le has dado una hija.
—En realidad no —ella bajó la mirada—. Siempre ha dicho que no es el
padre biológico.
—Te lo repito, Micaela, deja de hacerte ideas en la cabeza y muéstrate
segura con tu posición, sí es verdad que es esa mujer, debes estar más
plantada que nunca en ello.
Micaela asintió y, después de que a hicieran comer un poco, la dejaron
tranquila y con la bebé dormida. Era un problema que ella no consiguiera
caer en el sueño y mirara ansiosa hacía la puerta, la cual jamás se abrió e,
incluso, no se dio cuenta cuando se había quedado dormida, esperando a
que su marido llegase en algún momento y le contara sobre la visita que
había tenido.
Capítulo 17
Matteo era una persona tranquila y solía ser bastante pragmático al
hablar, pero, cuando vio a Rouse sentada en la silla de su despacho,
simplemente había perdido la calma y automáticamente se quedó sin
palabras al sentirse furioso.
—Parece que has visto a un fantasma.
—Casi lo eres para mí —le dijo—. Deberías levantarte de mí silla ahora
mismo.
Ella sonrió y se puso en pie, dejando libre el asiento de cuero y
sentándose enfrente del escritorio lleno de inventos, notas y demás partes
sin armar.
—Eres igual de malvado que cuando estábamos casados.
—¿Qué quieres?
—He venido a felicitarte por tu boda y… ¿Por tu hijo o hija? —frunció
el ceño—. Me lo han dicho mis familiares tan sólo llegar.
—Qué amables, ahora dime, ¿qué haces en verdad aquí?
—En verdad sólo quería felicitarte, me apreció adecuado después de
todo lo que hemos pasado.
Matteo se mostró serio y juntó sus manos, dejándolas sobre el escritorio
en un acto de dominancia.
—¿Cómo está Tadeo?
Ella se sonrojó.
—Bastante bien —bajó la mirada—. ¿Por qué buscas incomodarme?
—Porque tú haces lo mismo para conmigo.
—¿Cómo se llama tu nueva esposa?
—Micaela.
—¿Es bonita?
—Preciosa.
—¿Te gusta en serio? —sonrió—. Sé que no habías logrado casarte y
ahora…
—No es relevante. ¿Qué quieres?
—¿Puedes dejar de ser tan grosero?
—Sí, sólo hace falta que te vayas.
Ella lo miró con una sonrisa, como si se estuviera dirigiendo a un niño
berrinchudo.
—Bueno, en realidad estoy interesada en los nuevos inventos; tanto
Tadeo como yo deseamos invertir.
—Sabes que hay un día en específico para eso, no pienso darte una
vuelta antes de tiempo, presionaría a mí personal.
—¿Sabes? Cuándo estábamos juntos y esto apenas se echaba a andar,
eras un poco más complaciente.
—Tenía qué, ahora me puedo tomar ciertas comodidades.
—Sí —bajó la mirada—. Te has hecho increíblemente rico.
Matteo no respondió a ello.
—¡Matteo! —entró de pronto Ashlyn—. Mi prima clama por ti, no sé
qué le pasa, pero quiere que subas.
El hombre se puso en pie en seguida, pero no quería dejar a Ashlyn a
solas con Rouse, así que se paró junto a la segunda, indicando que la
esperaba para que saliera de su casa cuanto antes. La mujer lo miró con una
ceja elevada, pero se puso en pie con lentitud y caminó hacía la salida,
donde la bella pelirroja la veía con interés, estaba segura que tenía algo que
decirle, pero Matteo no les estaba dando la oportunidad.
Ashlyn siguió a la pareja hasta que el hombre prácticamente le azotó la
puerta en la cara y dio media vuelta para regresar a sus habitaciones, pero
antes de comenzar a subir, miró a la prima de su mujer, amenazándola para
que no saliera detrás de la mujer que se acababa de marchar.
—¿Qué? —le dijo a la defensiva.
—Deja las cosas como están, Ashlyn.
—Uy, no creo poder, me atrae, no lo puedo evitar —dijo
dramáticamente, actuando como si algo la jalara hacía la puerta, por donde
salió con una sonrisa y prácticamente corrió.
Matteo rodó los ojos y subió las escaleras, entrando a la habitación,
donde vio a su esposa dormida, lo cual quería decir que Ashlyn le había
mentido y ahora sólo le había quitado algo de tiempo, aunque no podía
decir que era un desperdicio, puesto que ver a Micaela abrazando tan
tiernamente a su hija mientras ambas dormían era un escenario único y
pacífico. Pero al final, salió de ahí y siguió con su día de trabajo.
Ashlyn había alcanzado a la mujer antes de que subiera a su carroza, de
hecho, parecía que ella la había estado esperando. Rouse la miró con una
sonrisa y una ceja elevada.
—Supongo que quieres decirme algo.
—En realidad, necesito que tú me digas algunas cosas.
—¿En serio? Ni siquiera sé quién eres.
—Digamos que soy alguien irrelevante, pero te conozco… a medias y
me gustaría hacerlo al completo.
—Así que eres la prima de la esposa de Matteo —la miró de arriba hacia
abajo y sonrió—. Ustedes son de la alta sociedad, ¿verdad? Se nota a
leguas.
—No es relevante.
—Creo que sí lo es. Jamás imaginé que Matteo se quisiera casar con una
noble, no es de su gusto; supongo que algo debió de hacer esa chiquilla para
conquistarlo.
—¿Por qué has venido hoy? ¿Por qué dejaste a Matteo?
La mujer sonrió.
—Creo que, es algo personal, lo siento, pero no puedo ir contando mi
vida privada sólo porque tienes curiosidad.
—Vale, entiendo. Entonces he de advertirte: no puedes venir a esta casa
sólo porque conoces a Matteo, ahora tiene esposa.
—Lo sé, he venido a felicitarlo.
—No parecía feliz de verte.
—Quizá porque sigue sintiéndose enojado porque me fui —Ashlyn la
dejó subir a la carroza y la miró con enemistad. La mujer cerró la puerta y
volvió la mirada hacía la pelirroja—. Lo siento linda, pero no creo que
puedas tener una victoria cuando vas contra mí; no sólo soy más grande,
sino que soy más inteligente.
—No lo creo, sólo eres más pretenciosa.
Rouse sonrió y dejó salir una pequeña carcajada.
—Me agradas, mándale saludos a tu prima.
—No hare algo como eso.
—Bueno, no hace falta, nos toparemos en algún momento.
—¿Por qué has venido a fastidiar? Pensé que te habías ido con el amigo
de Matteo porque lo amabas, al menos que te gusté más el dinero que tiene
ahora mi querido primo.
La mujer borró su sonrisa.
—No te metas conmigo niña, en serio, no me quieres como enemiga —
ella se había acercado peligrosamente a la cara de Ashlyn, quién se posaba
frente a la ventanilla de la mujer.
—He tenido a gente peor como enemiga.
—No lo des por sentado.
La mujer partió, dejando a Ashlyn con el ceño fruncido y un poco sacada
de su posición, ¿por qué esa mujer le estaría tirando batalla si se suponía
que había dejado a Matteo? ¿Deseaba volver?
—Te dije que no te metieras con ella.
—Me parece interesante su forma de hablar, parece que desea volver con
usted.
—No lo creo, sé que algo quiere, pero no sé qué es.
—¿Cómo está mi prima?
—Siguen dormidas.
Ashlyn asintió.
—¿A qué cree que ha venido?
—No lo sé, pero si Rouse volvió, no es por nada bueno.
Matteo dio media vuelta y entró a la mansión para seguir trabajando;
Ashlyn levantó entonces la vista hacía la ventana de la habitación principal,
donde Micaela se asomaba y parecía haber estado en el lugar desde hacía
unos minutos.
Micaela se había mantenido entretenida por los constantes cuidados que
pedía su hija, daba gracias a Dios que su madre la estuviese ayudando, pero
era difícil concentrarse cuando tenía la mete fija en otra parte.
—Cariño, si no acomodas bien a la bebé, te será muy incómodo.
—Oh, lo siento.
—Bien, creo que es momento de hablar.
—¿De qué?
—De lo que sea que tengas en la cabeza.
Micaela suspiró y acarició la cabecita de su hija, quién se mantenía
pegada a ella con dulzura.
—Vi a una mujer… creo que es del pasado de Matteo.
—¿Del pasado? —la madre frunció el ceño, mientras doblaba unas
toallitas—. ¿Qué quieres decir?
—Creo que era su antigua esposa.
—Oh… —sonrió su Marinett—. ¿Y eso te molesta?
—¿A ti no te molestaría? ¿Qué dirías si papá de pronto llegara con una
mujer que amó en el pasado?
Marinett dejó salir una fuerte carcajada y la miró con suficiencia,
tomando a su nieta, dándole leves golpecitos en la espalda para que la niña
sacara el aire.
—Cariño, la vida que tenemos tu padre y yo ahora no es la misma que
cuando nos casamos, tuvimos muchos problemas y, en definitiva, tuve una
de esas en mi vida.
—¡¿Mi papá tuvo otra esposa?!
—Oh, no cariño, pero sí alguien importante.
—Ah, debes especificar esas cosas si no quieres que se malentienda todo
—la señaló.
—Lo que quiero que entiendas es que no importa cuántas veces vuelvan
mujeres de su pasado, sí él piensa que tú eres su futuro, no tienes nada de
qué preocuparte.
—No tengo idea si piensa que soy su futuro, ni siquiera sé si piensa algo
con respecto a mí.
—Oh, cariño, estarás bien. Si tienes dudas, sólo pregúntale.
—No le tengo la confianza.
—Vamos cariño, él se ve contento, seguro que te cumplirá cualquier
deseo y responderá cualquier cosa que necesites saber.
—¿Qué me quieres preguntar? —dijo de pronto Matteo, entrado a la
habitación y sonriendo a su suegra y tomando a la bebé en sus brazos con
emoción—. ¿Cómo estás pequeña?
—Los dejaré solos.
Marinett alentó a su hija con la mirada y una sonrisa mientras salía de la
habitación, Micaela no se sentía tan segura cómo su madre, pero tenía
razón, debía exponer lo que sentía.
—Matteo… ¿Quién era la mujer con la que estabas?
—¿Ashlyn te ha venido con el chisme? —le dijo sin mirarla.
—De todas formas, los he visto.
Matteo suspiró y la miró.
—Era Rouse, dice que ha venido por los nuevos inventos, pero siento
que algo oculta, ella siempre oculta algo.
—Y… ¿Qué piensas?
—¿De qué? —Matteo besó la cabecita de la niña y sonrió, parecía en
verdad fascinado con la bebé.
—De… de cómo afecta en nuestra vida —dijo nerviosa.
—¿Por qué tendría que afectar nuestra vida?
—Bueno, ya sabes… tú la amabas.
—Creo que lo has dicho bien, está en tiempo pasado.
Micaela se puso en pie y limpió sus manos sudorosas en su vestido
holgado, acercándose lentamente a donde su esposo e hija se encontraban,
tocó dulcemente la mejilla regordeta de la bebé.
—Pareces encantado —sonrió la joven.
—Es preciosa, en verdad lo es.
La joven tomó a la bebé con cuidado y la dejó en la cunita, donde quedó
apacible y regresó a su marido, a quién besó. Matteo se mostró sorprendido
en un momento, pero abrazó el cuerpo de su esposa y dominó el beso que
ella había iniciado.
—¿Cómo has estado el día de hoy? —dijo Matteo al separarse.
—Me has hecho falta…
—¿En serio?
—Yo… no sé, supongo que me he sentido sola.
—Pensé que tu madre estaba aquí —le dijo, caminando hacia el ropero
para cambiarse a ropa de dormir.
—Sí, pero… no sé, te he echado de menos a ti.
Matteo sonrió y fue al baño a cambiarse, Micaela se puso nerviosa, su
esposo actuaba normal hasta cierto punto, le gustaría que de alguna forma
le correspondiera a su añoranza, que le dijera algo agradable o dulce, pero
ese no era Matteo, nunca lo había sido.
—¿No piensas cambiarte a ropa de dormir? —Matteo estaba
completamente cambiado, con pantalón y camisa de pijama.
—Oh… bueno, en realidad esto es casi un camisón.
—Pero no lo es.
—Sí —ella bajó la cabeza y fue a cambiarse.
Aún tenía ciertas incomodidades, por lo que echó de menos a su madre,
pero logró colocarse el camisón al final de cuentas y, cuando regresó la
mirada hacía la cama, Matteo ya estaba recostado y parecía que casi
dormido, le estaba dando la espalda a lo que sería el lado que ella ocuparía
en la cama.
La joven suspiró y se metió entre las sábanas e intentó dormir, pero,
aunque se sintiera cansada, no lo lograba, se giró y miró la espalda de su
esposo; cuando había estado embarazada, él no se perdía la oportunidad de
abrazarla por las noches, era atento y dulce, ¿acaso todo el cariño de su
marido se basaba en la vida que llevaba dentro? Ahora que ya había dado a
luz, no necesitaba dárselo a ella.
—Bien, qué te sucede, casi puedo oír tus pensamientos —dijo de pronto
su marido.
Ella se espantó un poco y se volvió aprisa para que no viera el
sufrimiento en su mirada.
—Nada, sólo tengo insomnio.
—No te creo.
—En verdad —dijo la joven—. Vuelve a dormir.
—La que debería dormir eres tú, la bebé despertará dentro de poco y, ya
que no quieres aceptar nodriza o niñera, lo tendrás que hacer tú y bueno, yo.
—Lo sé, lo sé, ve a dormir.
Matteo suspiró y volvió a recostarse, pero viendo a su mujer dándole la
espalda, ¿acaso estaba herida por Rouse? No había hecho nada para
deshonrarla o hacerla sentir mal.
—¿Quieres que te abrace?
—¿Mmm…?
—Eso siempre te hace dormir con mayor rapidez.
—Oh… bueno, no quisiera incomodarte.
—No me es incómodo —se acercó a ella—. Me agrada abrazarte, sobre
todo si sé que ayuda.
Micaela sonrió un poco, así era Matteo, práctico, certero y puntual; había
entendido que abrazarla la hacía dormir y si ella tenía insomnio, el darle ese
cariño lograría el objetivo.
—Gracias.
—Descansa.
Capítulo 18
Micaela había estado de un humor un tanto insoportable desde que la
bebé llegó a sus vidas, era normal, según decía su madre, puesto que dormía
muy poco, cargaba a la bebé la mayor parte del tiempo, la cambiaba y la
escuchaba llorar las veinticuatro horas del día. Era para volverse locos.
Sin embargo, la joven madre había notado algarabía y felicidad en la
casa desde hacía algunas semanas. Ese día en específico, ella bajó las
escaleras, notando como la gente se quitaba a su paso, lo entendía, en esos
momentos sería capaz de mandar un regaño hasta por estornudar.
—Micaela… —sonrió Ashlyn al verla entrar en el comedor—, luces
fatal en verdad.
—Gracias Ash, no sabes cuánto me reconfortas.
—De nada —asintió.
—Me alegra ver que bajes, niña, toma asiento y toma un buen desayuno
para variar —invitó Lorenzo—. ¿Cómo está mi nieta?
—Dormida, tuvo una mala noche —la joven buscó a los alrededores,
dándose cuenta que no sólo faltaba Matteo, sino que había muy poca gente
en el comedor—. ¿Dónde están todos?
—Es la feria —explicó Juliana, entrando al lugar con un vestido limpio y
una cara sonriente—. Es hoy.
—¿Feria?
—Sí, hoy enseñamos todos los inventos, viene mucha gente, se hace toda
una festividad, mira, mi trabajo es apuntar a las personas interesadas —
señaló un cuaderno—. También los tengo que llevar a que conozcan los
inventos.
—Vaya, es un trabajo importante… ¿por qué no sabía nada?
—Porque en los últimos días, entrar en tu recámara era como escoger
voluntariamente ser balaceado —sonrió Ashlyn.
Micaela la miró ferozmente, lo cual hizo que su prima levantara las
manos en rendición y sonriera.
—¿Mis hermanos?
—Fascinados con todo eso, de hecho, están bastante impresionados por
algunos de los inventos en los que fuiste fundamental para la elaboración.
—¿Lo saben?
—¡Claro que lo saben! —dijo Lorenzo—. Aquí damos honores a quién
lo merece, nadie se roba ideas o el crédito de nadie.
—Oh, eso es… inesperado.
—Bueno, si quieres ver a mi hijo, seguro está en el jardín, dirigiendo la
orquesta.
—Claro —asintió la joven—. Iré con él.
—No, primero desayuna —indicó Marinett, entrando en el comedor—.
Eres madre antes que inventora.
—Lo sé, mamá —rodó los ojos—. Ya no soy una niña.
—Me lo pareces en este preciso instante.
Micaela tomó rápidamente su desayuno, incluso se atragantó un poco
con una tostada, pero el final, terminó todo el contenido de su plato y fue
hacia el jardín, quedándose impresionada.
—Esto es increíble —dijo en voz alta.
En aquel jardín se habían montado altos toldos de colores que cubrían
los inventos del sol o cualquier tempestad que mostrara el clima de
Londres. Había gente, mucha gente vagando de un lado a otro, colocando
comida, sirviendo vino en vasos, ordenando cosas. Prácticamente una
algarabía alegre que mandaba sensaciones emocionantes al cuerpo de la
joven muchacha.
Mientras caminaba con ojos iluminados, las sonrisas de los empleados y
los saludos alegres, vio a su marido, dando órdenes a base de gritos y
gesticulaciones firmes. La joven llegó hasta él y se posó a su lado, Matteo
no se dio cuenta de ella por largo rato, hasta que de pronto fue Micaela
misma quién dio una orden para que elevaran más el toldo.
—Hola —sonrió el hombre, dándole un beso rápido en los labios—. ¿La
bebé?
—Está dormida, al cuidado de su nana.
—Así que al fin has aceptado algo de ayuda.
—No estoy totalmente de acuerdo, pero me dio tiempo de darme cuenta
de todo esto —se cruzó de brazos y lo miró incriminatoria.
—¿Qué? —sonrió con una ceja elevada—. No pensé que fueras a salir
de todas formas.
—Así que decidiste no decírmelo.
—Bueno… sí.
Ella apretó sus labios hasta formar una fina línea.
—Me interesa saber de tu vida, Matteo, quisiera que al menos me
integraras un poco —lo miró entristecida—. ¿En serio piensas que sólo soy
la madre de la bebé?
—Dios, Micaela, pero qué dramática te has vuelto —le besó la mejilla
—. Tan sólo pensé que no era momento de contar sobre mí.
—Esto también me gusta, amo a mi bebé, pero soy mucho más que una
madre y una esposa.
—Lo sé, tienes el crédito que te mereces en los experimentos.
—Pero no me cuentas tus cosas.
—Bien, cariño, lo haré de ahora en adelante, ¿Quieres no ponerte a
pelear ahora? Este es el día más importante para nosotros.
Ella bajó la mirada y suspiró, Matteo simplemente estaba pasando a
segundo plano el tema; la joven se entristeció sólo por unos segundos hasta
que sintió las manos de su marido sobre sus hombros, obligándola a
levantar la mirada.
—Eh, lo siento, ¿vale? No quería hacerte sentir excluida —ella sintió un
par de veces y sonrió—. Ven, te mostraré el lugar.
Su maridó tomó su mano y la escoltó por el jardín, explicándole las
generalidades del evento, mostrándose alegre por el interés que su mujer
mostraba por cada una de las estaciones.
—¿A qué hora comenzará?
—En unas horas.
—Debes sentirte muy satisfecho.
—Sí, esto siempre me causa alegría —asintió—. Después se hace una
fiesta por aquí, ¿ves allá? Ahí estará la pista y están colgando las luces, se
verá increíble, también habrá fuegos artificiales y algunas otras sorpresas.
—Seguro que será la velada de la temporada.
—Es el objetivo.
—Bastante astuto, atraer a gente que le interesa y a gente que no le
interesa, al fin todos vendrán a la fiesta y verán las innovaciones.
—Así es.
—Bien, entonces, te dejo para que sigas con la organización —se soltó
del agarre de su marido—. Iré con la bebé.
—Espera —le tomó la mano nuevamente—, bajarás cuando todo esto
comience, ¿verdad?
—¿Me quieres aquí?
—Claro, eres mi esposa y mereces estar aquí —le tocó la mejilla con
cariño—. La bebé estará bien con tu madre.
—Creo que ella querrá bajar.
—Bueno, la nana también sería de ayuda —elevó una ceja.
—Me preocupa dejar a la nena con una desconocida.
—Cariño, yo la conozco bastante bien.
—No me digas así —pidió distraída—. Es que… ¿y si le pasa algo? ¿Y
si me necesita? ¿Y si…?
—Micaela —le tomó los hombros—. Estará bien y, si llegase a ocurrir
algo, bastará con que la mujer baje y nos hable.
Micaela asintió un par de veces y lo miró.
—¿Qué debo ponerme?
—Te verás hermosa con cualquier cosa.
—No estés tan seguro, mi cuerpo ha cambiado desde… desde la bebé —
se miró a sí misma.
—Por favor, estás perfecta.
—Eso es porque no me has visto sin camisón —dijo sin pensar,
avergonzándose inmediatamente.
—¿Es una invitación? —le dijo burlesco.
Pero Micaela no se amedrento y se inclinó de hombros.
—¿Por qué no?
Matteo dejó salir una carcajada y tomó la cintura de su esposa,
acercándola a su cuerpo y susurrando a su oído.
—¿Crees que la bebé nos dé la oportunidad?
Ella se movió para lograr mirarlo y sonrió.
—Quizá.
—No estoy tomando a la ligera tus palabras.
—No lo hagas.
La joven sonrió y se zafó de los brazos de su esposo para volver al
interior de la casa, dejando a Matteo con una cara embobada que era notoria
a distancia.
—Me parece de lo más graciosa tu cara en este momento.
La sonrisa del hombre se borró en seguida y miró a la intrusa.
—¿Qué haces aquí?
—Paseo.
—No pasees por mi casa.
—Bueno, sólo quería ver como avanzaban las cosas —Rouse miró a su
alrededor—. Y quería decirte algo.
—Date prisa, estoy ocupado.
—Bien, seré directa —lo siguió, puesto que Matteo pretendía ignorarla
—: sé quién es el padre de esa niña que según tú es tuya.
Matteo se detuvo y se volvió con rapidez hacía la mujer.
—¿Qué dijiste?
—¿Al fin tuve tu atención?
—Explícate.
—Sé que esa niña no es tuya —elevó una ceja—. Por obvias razones. Y
te digo que sé quién es el padre, porque vendrá hoy.
—¿En serio? Ahora resulta que has investigado a mi esposa, mi hija y
con quién he estado o no en la cama.
—Puede que estuvieras con ella, pero…
—No te permito que digas nada más.
—Vamos, Matteo, sé que tienes curiosidad, el hombre vendrá aquí,
aunque dudo que sepa que es el padre.
—Yo soy el padre.
—Sabes que no.
—No, estoy más que seguro que lo soy —le dijo, acercándose hasta
intimidarla—. Si vuelves a hacer una insinuación como esta, no seré tan
piadoso como lo seré ahora. Lárgate.
—El que estés tan molesto sólo me da la razón, no eres el padre y sabes
que alguien más puede serlo.
—¿Por qué el interés? ¿Qué te importa lo que haga o deje de hacer con
mi vida?
—Pese a lo que pienses, te tengo aprecio y no me agrada que te estén
viendo la cara, esa niña te está utilizando.
—Nadie me ve la cara, ¿no se te ha ocurrido que, en todo caso de que
tengas razón, yo estoy de acuerdo con ello?
—Entonces eres un tonto.
—Quizá lo sea —se dio vuelta para irse, pero al final le gritó con
potencia—: ¡Ahora vete!
Rouse lo miró con enojo y se cruzó de brazos.
—En verdad que estás idiotizado.
—¿Qué ocurrió Rouse? —se acercó un hombre alto y buen mozo, quién
le pasó una mano por la cintura—. He visto a Matteo muy enojado.
—Nada, mi amor —sonrió—. Tan sólo pongo en orden algunas cosas
importantes.
—Rouse, trata de no meterte en la boca del lobo, sabes que a nadie le
conviene que Matteo se ponga en su contra, menos nosotros.
—Lo sé, no es lo que hago.
—¿Entonces?
—Lo aprecio, no quiero que sufra; eres su mejor amigo, ¿no piensas lo
mismo que yo?
—Claro, pero no creo que él me considere su amigo y, tampoco creo que
le agrade que alguien se meta en su vida.
—Sí… pero esto es necesario.
—¿Necesario?
—No lo entenderías mi amor, pero tranquilo, yo me ocupo de esto —se
cruzó de brazos y miró hacia el hombre que se había alejado de ella y que,
además, la había corrido.
Jamás pensó que Matteo lograría superarla, lograba molestarla un poco,
pero ciertamente no para arruinar su propio matrimonio.
Micaela estaba arrullando a la bebé y pensando en la conversación
subida de tono que había tenido con su marido. Se sonrojó al recordar la
mirada de Matteo, quién parecía complacido con el hecho de volver a hacer
el amor con ella, después de tanto tiempo, había notado en él un deseo que
pensó que se había extinguido por completo.
En ese momento, el dueño de sus pensamientos entró a la habitación e,
instintivamente, la hizo sonreír.
—¿Está todo listo? —le preguntó, acercándose para que él tomara a la
niña, como acostumbraba. Pero Matteo no lo hizo, asintió sin decir palabra
y se metió al cuarto de baño, dejándola algo confundida—. ¿Matteo?
¿Quieres que te saque la ropa que te vas a poner? Estaba pensando en hacer
que combinara tu pajarita con el color del vestido que he escogido. Incluso
he pensado en bajar a la bebé un rato y ella irá con el mismo color.
—Como quieras —él había respondido desde dentro del baño y Micaela
escuchó el agua caer en la tina, lo cual la hizo entender que estaría ahí un
buen rato.
No le pareció extraño el mutismo y la lejanía de su marido, así que
decidió hacer lo que quería y sacó el traje de su marido y la pajarita que
quería que usara. Ella ya estaba bañada, al igual que Antonella, a quién
comenzó a cambiar con su vestidito color azul.
Después de lo que fue media hora, su marido salió, ella estaba casi
terminada y la bebé dormía con su vestido seleccionado.
—Al fin sales, mira, te he dejado todo ahí —apuntó con la mirada
mientras ella seguía sentada frente a su tocador.
—Sí, gracias.
—¿Sucede algo?
—No.
—Pareces más… distante de lo normal.
—¿Soy distante normalmente?
—Bueno, sí.
Matteo negó con la cabeza y sonrío hacia su mujer, quién seguía
mirándolo de forma extraña, sus ojos azules eran como grandes esferas
analizadores que trataban de sacarle sus más profundos sentimientos, tuvo
la necesidad de apartarse, yendo hacia la cama, dónde descansaban sus
ropas.
—¿Estás lista?
Micela suspiró cansada y asintió.
—Sí, más que lista.
—Bien, no tardaré ni quince minutos, ¿por qué no bajas?
—¿Sin ti?
—No veo razón para que estés aquí, seguro que abajo habrá algo en qué
ocuparte.
—Claro —negó con desilusión—. Nos vemos en un rato.
Micaela fue hasta la bebé que dormitaba en su cunita y la acomodó en
sus brazos, cubriéndola con otra mantita del mismo color que los vestidos
que ella había elegido. Matteo las observó salir y se dejó caer en la cama,
pasando las manos por su cabello de forma desesperada. Odiaba a Rouse y
su constante intromisión en su vida, ¿por qué tenía que ir a decirle algo
como eso? Sólo lograba hacerlo actuar de esa forma distante con Micaela y
ella no había hecho nada.
Se puso en pie y cambió sus ropas, colocando la pajarita que su esposa
quería que usara ese día y se dispuso a bajar las escaleras, topándose
rápidamente con Tadeo, aquel que en algún tiempo pensó que era su mejor
amigo, resultando ser una gran mentira.
—Matteo —sonrió el hombre de cabellos rubios y amarrados en una
restirada coleta—. Me alegra verte.
—Sí, igual —lo pasó de largo, buscando entre la gente a alguien con
quien en verdad quisiera entablar una conversación.
—He saludado a tu esposa, es una mujer muy bella en verdad.
—Sí, lo es —Matteo en realidad estaba tratando de sacarse a Tadeo de
encima, pero parecía no entender la indirecta.
—Me han dicho que incluso ha ayudado en varios de los proyectos, la
gente de aquí habla de ella con alabanza.
—Como se esperaría.
—Bien, Matteo, sé que no ha sido lo mejor que ha pasado en nuestra
relación el que me casara con Rouse, pero en realidad te sigo apreciando
como antes, somos amigos desde que tenemos seis años.
—Que disfrutes del evento —le dijo sin más—. Sabes que, si tienes duda
sobre algún invento, me puedes preguntar.
Sin más, Matteo se marchó, se había hartado de los intentos de Tadeo
por volver a ser su amigo. Cada año, en cada evento que realizaba, la pareja
que más detestaba se presentaba en su casa, imposibilitándolo de actuar
como un hombre normal; le encantaría golpearlo, matarlo o insultarlo, pero
eran tan inteligentes que venían en un día en el que le era imposible actuar
de forma visceral, había demasiada gente que lo respetaba y sería un
desastre que lo vieran fuera de control.
—He visto a tu hija —Matteo rodó los ojos al darse cuenta que Tadeo no
se daría por vencido—. Es en verdad preciosa.
—Muy bien Tadeo, ¿Qué demonios quieres? —lo enfrentó.
—Trato de hablar contigo, es obvio.
—Creo que es más obvio que no quiero que lo hagas.
—Lo sé —suspiró—, pero no dejaré de intentarlo.
—¡Matteo! —llegó de pronto Micaela con la bebé en sus brazos—. Te
he buscado por todas partes, creo que una de las máquinas necesita que…
oh, hola, lo lamento, pero qué maleducada soy, Micaela Rinaldi, es un
placer.
—Señora —inclinó la cabeza—. Tadeo Figoretti, soy el mejor amigo de
su marido desde que teníamos seis años.
—Oh —ella tomó la mano del hombre y sonrió—. Es un placer en
verdad, no conozco muchos amigos de Matteo, menos uno de la infancia,
me alegra conocerlo.
—¿Puedo ver a la nenita?
—Claro —Micaela se iba a acercar, pero la mano de su marido se lo
impidió, pasándola por su cintura y pegándola a él.
—¿Qué decías de la máquina?
—Que…
—Vamos entonces, parece importante.
—Pero…
—Vamos.
Micaela frunció el ceño hacía su marido, sobre todo porque
prácticamente la jaló, impidiéndole despedirse del supuesto mejor amigo,
quien permaneció sonriéndole hasta que ella se distrajo por el constante
jaloneo de su marido.
—¿Qué ocurre? —se soltó—. Estás a punto de hacerme caer con todo y
Antonella.
Matteo regresó la mirada hacía su familia, notando que Micaela se
acomodaba el vestido y colocaba de forma adecuada a la bebé en sus
brazos. Inmediatamente se enterneció por la simple visión de ambas
mujeres frente a él, su hija y esposa eran un tesoro que jamás pensó tener
consigo, quizá no amaba a Micaela como alguna vez amó a Rouse, pero la
apreciaba tanto que se odiaría si la lastimaba.
—Lo lamento cariño, pero quiero que todo esté perfecto y, si has dicho
que algo andaba mal con una de las máquinas…
—Eso no me hace comprender tu comportamiento allá con el señor
Tadeo, ¿es acaso que no quieres presentármelo?
—No todo gira en torno a ti, Micaela.
Ella movió su cabeza de forma que demostraba impresión y, al mismo
tiempo, indignación.
—No, sé muy bien eso —la joven volvió a acomodar a la bebé y se
marchó de su lado.
Matteo cerró los ojos y maldijo a lo bajo, pero siguió con su día, como le
había explicado a su esposa, era el día más importante y, era normal que
todos le buscaran a él para hacer preguntas, cerrar negocios y hablar de
presupuestos a gran escala.
De cuando en cuando, mientras hablaba con una u otra persona,
encontraba la figura refinada de Micaela, caminando por alguna parte, con
una sonrisa deslumbrante y su hija en brazos; parecía acoplarse a la
perfección en la situación, por no decir que la dominaba al completo.
Había tratado de ir a disculparse con ella, pero su mujer lo evitaba en
todo lo que le era posible, complicándole las cosas, de hecho, parecía que
ella se empeñaba en querer desquiciarlo, puesto que se la había topado en
variadas ocasiones en el mismo círculo social que Tadeo y no había visto a
Rouse por ninguna parte, pero en serio esperaba que no se apareciera nunca.
—¡Matteo Rinaldi! —le tocaron la espalda con decisión—. Me alegro de
verte y me da tiempo de felicitarte por tu boda y tu hija.
—Gracias Mirmont.
—Pero si ni siquiera me he enterado de la boda.
—Fue algo personal, sólo familia.
—Me insulta, pensé que me considerabas como un hermano.
—En tus sueños Mirmont —sonrió Matteo.
—Cómo sea, no hay hombre o mujer que no esté hablando de ello, les
parece extraño tu apresurada decisión, pero yo la entiendo, si tuviera frente
a mí a una preciosura como tu esposa, no perdería el tiempo tampoco.
—Esperaba que vinieras a hablar de negocios y no de mi familia —
sonrió Matteo—. Que desilusión, pensaba que eras alguien más interesante
que el resto de los de aquí.
—Tampoco vengas a insultarme, Matteo, no te lo permito —dijo el
bigotudo con una gran sonrisa—. En realidad, sí que he venido por
negocios, así que dime, ¿Cuántas de estas máquinas estás dispuesto a
construirme?
—Todas las que quieras —sonrió con suficiencia.
Matteo se había enfocado en una y otra conversación de negocios, ese
evento estaba establecido meramente para eso; había mucha gente
capacitada para hacer lo mismo que él, pero el evento era concurrido y
mucha gente iba a preguntar idioteces que lo entretenían en vano, tal era el
caso de Rouse, quien llegó colgada del brazo de un caballero, distrayéndolo
de su verdadero trabajo.
—Matteo, te presento al barón de Culmont.
—Un placer —asintió el caballero.
—Lo mismo digo —Matteo dio un firme apretón en la mano del hombre,
juzgando que eran un blandengue sin mucho carácter.
Con el tiempo, Matteo había aprendido que un apretón de manos podía
decir mucho más que el aspecto físico o las palabras de una persona, la
firmeza de este era clave para las negociaciones.
—El barón está interesado en varias cosas en tu casa —sonrió Rouse,
haciendo énfasis en lo último. Matteo no era idiota, había entendido a la
perfección la presentación de ese hombre.
—¿En verdad? —se cruzó de brazos—. ¿Qué le interesaría?
—En realidad, sólo estoy obsesionado con uno de los inventos en los que
su esposa tuvo colaboración —dijo el hombre—. He de decir que conozco a
la muchacha y, jamás pensé que tuviera cabeza más que para los chismes de
Londres.
—Se dará cuenta que no la conoce lo suficiente —dijo Matteo.
—Supongo, debo admitir que la pretendí bastante por un tiempo —le
dijo—, es bonita, pero tiene una forma de hablar que desesperaría a
cualquiera.
—No todos logran entender mucho de lo que dice mi esposa,
normalmente habla en un lenguaje bastante avanzado cuando se trata de
algo importante.
—Nunca la escuché hablar de algo importante o medianamente
interesante… sin ofender.
—No me ofende, ella sabe bien seleccionar su tipo de conversación para
adecuarla a la persona con la que está.
El barón asintió, al aparecer, sin entender del todo bien el insulto que
aquel hombre acababa de dirigirle. Matteo estaba por explotar, no podía
creer que Rouse estuviera dispuesta incluso a llevarlo frente a él para
presentárselo, ¿acaso sabía que lo desquiciaba? ¿Quería arruinar su
matrimonio?
—Matteo, pensé que sería bueno que…
El hombre volvió la mirada hacía su esposa, quién se mostró perturbada
al momento de notar la presencia de aquel hombre.
—Pero si es lady Seymour —sonrió el caballero.
—A-Ahora soy Rinaldi, mi lord.
—Claro, claro —asintió el hombre alto y bigotudo—. Toda una mujer,
justo en este momento le decía a su marido que la conozco de bastante
tiempo.
—Así es —dijo con desgana.
—De hecho, le comentaba que en algún momento la pretendí —Micaela
bajó la mirada y respiró profundamente, evitando contestar a ello, cosa que
Matteo notó—. ¿Es esa tu hija?
Micaela dio un paso atrás para que no pudiera ver a la niña que
permanecía cubierta entre las mantas, sonrió forzosamente y trató de irse,
pero entonces, Rouse comenzó una conversación directa con ella, la cual no
le dejaba escapatoria más que atender.
—¡Es una coincidencia! —sonrió—. Así que el barón conoce de mucho
tiempo a la señora Rinaldi y yo conozco de mucho tiempo al señor Rinaldi,
¿no es gracioso?
—Claro —tronó los dedos el barón—. Pero si ustedes eran un
matrimonio, ¿no es verdad?
—Así es, pero ahora sólo somos amigos.
Micaela por poco deja caer su quijada al mostrar su impresión, ¿había
estado parada frente a la mujer que su marido amaba? No pudo dejar de
sentirse incomoda, la miró detenidamente y se sintió poca cosa junto a ella.
Rouse era hermosa, mayor que ella por algunos años, pero seguía
conservando una figura definida y curvilínea, su rostro era precioso, como
de una muñequita, de cabellos rubios y ojos azules. Hablaba con tanta
seguridad y se movía con tanta gracia, que llamaba la atención de todos los
hombres del lugar, sin poderlo evitar, agachó la cabeza y fijó la mirada en la
bebé que se removía inquieta entre sus brazos. Sonrió. Antonella era mucho
más hermosa que ella.
—Creo que tengo que retirarme —interrumpió la conversación que el
resto del grupo mantenía sin ella. Matteo miró intensamente a su esposa,
acentuando el agarre que tenía sobre su cintura para que no se marchara—.
Llevaré a la bebé a recostar, con su permiso.
—Micaela —su marido la tomó del brazo—. ¿Estás bien?
—Sí, sí —ella sonrió falsamente—. Volveré en seguida.
—Iré contigo —Matteo volvió la mirada hacia Rouse y el barón—. Ha
sido un placer, los veré después.
Matteo y Micaela caminaron hacia la casa, ambos metidos en sus propias
ideas que tenían que ver con la persona a su lado.
Capítulo 19
Micaela entró a la habitación de la nana y dejó a la bebé a su cuidado,
todo bajo la atenta mirada de su marido, quien se mantenía al margen y con
una mirada incriminatoria que la joven no terminaba de comprender.
—¿Qué sucede? —le dijo ella con seriedad, cruzándose de brazos—.
¿Por qué me miras de esa forma?
—No parecías complacida de ver al barón de nuevo.
Ella rodó los ojos y asintió.
—Pero qué perceptivo eres, no pensé que lo notaras estando Rouse en el
lugar —le echó en cara.
—¿Qué tiene que ver ella?
—Ni siquiera me la has presentado, he quedado como una tonta frente a
ella —negó—. Parece que se burlaba de mí.
—Claro que no, en todo caso, creo que es más importante saber del
interés que tenía el barón por ti.
—Agh, ese hombre siempre me persiguió, siempre me repetía que jamás
lograría casarme con nadie y él era mi mejor opción.
—No digas mentiras, sé que… ¿Qué dijiste?
—Jamás digo mentiras.
—¿Te decía algo como eso?
—¿Crees que era el único? —elevó una ceja y se cruzó de brazos—. Yo
no era tan perfecta o hermosa como Rouse.
—Son tonterías y por qué estás metiendo a Rouse en todo esto.
—Porque veo cómo te mueve el alma.
—Por favor, deja de decir tonterías, lo único que sé, es que estaba
ansiosa por presentarme a ese dichoso barón, ¿sabes por qué?
—No tengo idea.
—Porque dice que es el padre de la bebé.
Micaela abrió los ojos en su máximo esplendor, para después cambiar su
faz a una de decepción y tristeza.
—Así que por eso estabas tan distante, porque piensas que es verdad lo
que ha dicho ella —negó—. Rouse ni siquiera sabe lo que pasó, pero le
crees, es más, creo que le creerías a cualquiera menos a mí, ¿verdad? Es
algo que te será imposible.
—No es verdad.
—Por favor, Matteo, lo creíste y si llega otra persona y te cuenta una
historia diferente, lo creerás, porque simplemente piensas que soy una
cualquiera que se pudo meter con un sinfín de hombres.
—Dije que no.
—Por más que me digas que no puedes tener hijos, no me metí con otro
hombre además de ti, tómalo como un milagro o lo que tú quieras, pero
Antonella sólo puede ser tuya.
El hombre apartó la mirada de ella, estaba enojado y frustrado, lo que
decía Micaela tenían sentido, él había creído con demasiada facilidad a las
palabras de una mentirosa como Rouse.
—Lamento haber creído algo como eso, debí preguntártelo.
—¡No! —le gritó—. No debiste preguntar, porque quiero que entiendas
que esa bebé es tuya, Matteo, sólo tuya.
El hombre apretó los labios en una fina línea y negó.
—Eso no es posible.
—¿No? ¿Por qué no? —se acercó enojada—. ¿Por qué Rouse dijo que
no podías tener hijos? Según lo que sé, te mintió en otras cosas, ¿Por qué no
hacerlo en esto también?
—¿Cómo podría mentir en algo así?
—Se puede, sé que se tiene que poder de alguna forma.
—Dices tonterías, hablas como desesperada.
—Sí, estoy desesperada, harta de vivir así, de que te alejes por nada, de
que me mires extraño cada vez que alguien te mete una idea a la cabeza.
—Te defendí en cada ocasión.
—Sí, pero ¿quién me defenderá de ti?
—Dejemos el tema.
—No, eso quiere decir que lo evitarás hasta que algo nuevo pase —puso
su cuerpo como barrera—. Qué pasará si vuelvo a quedar embarazada,
¿pensarás que me he acostado con otra persona?
Matteo apretó la quijada con fuerza.
—No habrá de qué preocuparse —le dijo enojado—. Me voy de aquí,
hazte a un lado.
—¿Qué quiere decir eso?
—Me estás desquiciando Micaela, apártate de mi camino.
—¿Estás insinuando que me abandonas? —ella mostraba una mirada
firme, pero sus manos temblaban sin cesar.
—Micaela —le dijo cada vez más enojado—. No quiero decir algo de lo
que me vaya a arrepentir, así que quítate de en medio.
Ella se movió, dejándolo pasar y sintiéndose tan enojada y fuera de sí,
que dio un grito de impotencia que Matteo alcanzó a escuchar, pero ignoró.
Ambos trataron de estar en aquel evento con una sonrisa y el mejor de los
humores, pero se notaba a leguas que no querían estar cerca del otro y eso
hacía sonreír a Rouse, quién se paseaba con su marido tranquilamente.
—¿Qué has hecho Rouse?
—Tan sólo lo que creía correcto.
—Parecen disgustados el uno con el otro.
—No es mi culpa, te aseguro que, si discutieron, ha sido sólo por ellos
mismos —sonrió, tomando un canapé de una bandeja.
—Espero que lo resuelvan.
—No digas tonterías, Tadeo, es obvio que ellos no están destinados a
estar juntos.
—Tienen una hija en común —Tadeo la miró con advertencia— y no
deberías meterte, porque sabes que es así.
—Hago lo que es mejor para nuestro amigo, ¿no es lo que más te
importa? ¿Recuperar su amistad?
—Sí, pero no a costa de su felicidad.
—¿Lo crees feliz?
—Sí —la miró—. La verdad, creo que podría llegar a ser muy feliz si
permite que esa mujer entre en su vida.
—Se ha construido una muralla que nadie puede atravesar —dijo la
joven—. Ni siquiera se ha ablandado ante ti.
Tadeo suspiró.
—Lo sé, eso me preocupa.
Matteo se sentía satisfecho hasta cierto punto por el éxito obtenido en el
evento, había varios tratos cerrados, algunos en proceso y otros interesados.
Lastimosamente, no se podía sentir plenamente feliz debido a su esposa,
quien estaba más que furiosa y él, por su parte, no podía sentirse diferente.
Estaban en medio de la fiesta después del evento, la bebida, el baile y la
comida estaban a la orden de la noche, los meseros pasaban de un lado a
otro, había risas, diversión y emoción por doquier.
Cundo empezaron los fuegos artificiales, la gente se mostraba feliz y
llena de impresión, no había duda que había sido una velada perfecta y, la
pareja Rinaldi había triunfado, puesto que nadie podría poner una queja de
ninguno de los dos, exceptuando la parte en la que Micaela era peor que un
perico bien educado, eran perfectos.
Matteo miraba de reojo a su esposa, quién traía consigo a su hija y estaba
rodeada por sus familiares, quienes la hacían sonreír constantemente y
alababan a la bebé en sus brazos.
—Deberías estar ahí, Matteo.
—Papá, no me molestes ahora —se cruzó de brazos—. Deberías
felicitarme, se han hecho muchas inversiones hoy.
—Oh, por eso estoy más que orgulloso, sé que tu vida profesional
marcha como viento en popa, pero… ¿Tu vida personal?
—Tengo una mujer, una hija y te tengo a ti, ¿qué más quiero?
—No te veo con ellas.
—Tuvimos una discusión.
—No quiero pensar por quién fue ocasionada.
—Rouse no tiene nada que ver.
—Ajá, no sé por qué no puedo creer eso —sonrió el hombre mayor,
quién estaba bastante arreglado para la ocasión, Matteo estaba seguro que
su esposa había tenido algo que ver—. Me resulta extraño su forma de
aparecer cada vez que quieres retomar tu vida.
—¿Qué quieres decir?
—Quiero decir —lo miró—, que a esa mujer no le agrada el hecho de
que seas feliz y tú has sido lo suficientemente estúpido para permitírselo.
—Ella no toma las decisiones por mí.
—¿Seguro?
Matteo vio a su arreglado padre irse de su lado, instintivamente buscó a
Rouse, quién sonreía tomada del brazo de su marido. ¿Era acaso idiota? Su
padre tenía razón, ¿por qué debía ser el único que no estuviera con su
familia? En ese momento debería estar disfrutando los fuegos artificiales
con ella.
El hombre dio un paso para acercarse a su mujer, cuando de pronto, un
fuerte estallido propició el grito de los presentes, no pasaron más de dos
segundos para que la gente comenzara a gritar y correr desaforadas, presas
del pánico que ocasionaba un incendio.
Fue cuestión de segundos cuando el desastre se desató, había gente
corriendo y gritando para diferentes direcciones y Matteo no lograba ver la
razón del fuego o qué se estaba haciendo para apagarlo, pero eso no
importaba, quería ver a Micaela, quería ver si estaba bien, pero no la
encontraba, no encontraba a nadie.
—¡Matteo! —le gritó Juliana—. ¡Han hecho explotar un tanque de
aceite! ¡Lo han hecho a posta!
—¿Dónde?
—Allá —apuntó—. Creo que hay una mujer herida.
Matteo corrió a la dirección señalada, notando de inmediato que la gente
al fin reaccionaba para apagar el incendio en una de los toldos y, al mismo
tiempo, atendían a una mujer que yacía en el suelo, inconsciente.
—¿Rouse? —se extrañó.
—Matteo —lo miró un asustado Tadeo—. No tengo idea de lo que
sucedió.
—¡Un médico! —gritó el dueño de la casa y terminó de acercarse al
cuerpo tendido, quien era atendido con primeros auxilios por su esposa.
—Micaela…
—Necesito que despejen el área, no la dejan respirar —pidió sin mirar a
su marido—. No le ha pasado nada, se incendió un poco su vestido, pero no
la ha quemado, se ha asustado, eso es todo.
Matteo y Tadeo se ocuparon de alejar a los mirones, dándole espacio a
Rouse para recuperarse del espanto de verse a sí misma quemada. Micaela
abanicaba su rostro y golpeaba ligeramente el rostro de la desmayada, le
hablaba pese a que ella no respondía.
—¡Las sales que pidió, señora! —dijo alguien, pasándole un pomito a
Micaela.
La joven pasó los fuertes líquidos por la nariz de Rouse, la cual despertó
en seguida y miró asustada a su alrededor.
—¿Qué pasó?
—Todo está bien, mi amor —la abrazó Tadeo—. Gracias, Micaela, en
serio, gracias.
La joven asintió una vez y se puso en pie, mirando a su alrededor con
una sonrisa tranquilizadora.
—Todo está bien, no ha pasado nada, sigan con la fiesta —cuando la
gente comenzó a dispersarse, la joven miró hacia algunos empleados y
dictaminó con rapidez—: busquen al barón, creo que tiene algunas cosas
que explicar. ¡Y que alguien lance una cubeta de agua a ese humo! Me
dolerá la cabeza en cuestión de segundos.
Matteo había visto la escena como si no pudiese intervenir en ella, se
sentía paralizado y al mismo tiempo hechizado por su esposa, pero, cuando
vio que ella partía, algo dentro de él la hizo seguirla.
—Micaela.
—¿Qué quieres? —lo miró—. ¿Algo nuevo de lo que me tenga que
defender? ¿Acaso piensas que yo ocasioné eso? ¿Te han dicho que la quería
lastimar de alguna forma?
—Por favor, Micaela, no empieces de nuevo.
—No he sido yo la que empezó nada.
El hombre cerró los ojos y asintió.
—Bien, si quieres seguir discutiendo, entonces mejor me voy.
—Como quieras.
Ella se dio media vuelta y fue hacia su madre, quien sostenía a una
inquieta bebé, Matteo vio cómo su esposa tomaba a la bebé y entraba a la
casa, seguramente para irse a descansar. El hombre cerró los ojos y
blasfemó en su cabeza, deseando que las cosas fueran sencillas, como
cuando no estaba casado y su única preocupación fuera su trabajo.
—Matteo —la voz melódica de Rouse sonó a su espalda.
—¿Qué quieres?
—Quería saber dónde está Micaela, quería agradecerle.
—Se ha ido a la cama.
—Pero… creo que iba a hablar con ese hombre, con el barón.
Matteo se volvía hacía ella.
—¿Qué?
—Dijo que lo buscaran ¿no? Quiere decir que desea hablar con él —se
cruzó de brazos—. En realidad, me parece peligroso, ese hombre siempre le
ha traído ganas.
—¿Tú cómo sabes eso?
—Todo el mundo lo sabe.
—¿Ahora resulta que te importa mi esposa?
—Resulta, que me salvó la vida —elevó la nariz con indignación—.
Digamos que es vida por vida.
—No te salvó nada, porque no te pasó nada.
—Creo que fue bastante heroica.
—Dime, Rouse, ¿qué plan tienes? Primero la atacas sin piedad y ahora
vienes con el cuento de que te preocupas por ella.
—Bueno, soy cambiante.
—Aleja tus cambios de mí y mi familia.
Micela entraba en el despacho de su marido, ahí dentro, preso entre las
manos poderosas de dos curtidos inventores, estaba el barón, quién parecía
furioso por ser retenido en contra de su voluntad, pero, en cuanto vio a la
joven que entraba por aquella puerta, se relajó y sonrió.
—Me honra con su presencia, lady Seymour.
—Soy Rinaldi ahora, mi lord.
—Por supuesto, señora Rinaldi, ¿A qué debo su… amistosa invitación
para estar en su presencia?
—Pueden soltarlo, hablaré con él a solas.
—Micaela —dijo uno de los inventores—. Podría ser peligroso.
—No creo que el barón sea tan estúpido como para atacarme en mi
propia casa, ¿cierto, barón?
—No la atacaría en ninguna parte, mi lady.
Los dos hombres, nada convencidos, salieron del lugar, esperando a las
afueras, si escuchaban algo extraño, entrarían sin dudar a la habitación.
Micaela miraba de forma intransigente al hombre que ya había tomado
asiento en una de las sillas de cuero en el despacho, parecía cómodo y
complacido con la situación, lo cual la desquiciaba.
—¿Por qué ha dicho Rouse Figoretti que mi hija es suya?
—¿Se supone que tengo que tener idea de por qué diría algo así? —
frunció el ceño el hombre—. ¿Por qué habría de ser mía si está usted casada
con el Rinaldi?
En el interior de Micaela, un gran peso se le quitó de encima, el hombre
ni siquiera sabía de lo que hablaba, ni siquiera sospechaba que pudiera ser
de él; sabía que, si ese hombre tuviera la oportunidad, seguro le echaría en
cara que se había acostado con él antes que, con su marido, pero, era obvio
que ni siquiera estaba enterado de la horrible situación en la que se había
metido antes del matrimonio.
—No sé porque alguien inventaría una cosa así —intentó zafarse—. Pero
no entiendo su presencia aquí.
—Esa mujer me ha invitado, en realidad, pienso comprar algunas cosas a
su marido.
—Pero… —ella parecía confundida—. El incendio.
—Ah, ya veo, intenta culparme por ello —negó—. Es guapa, señora,
pero no tanto como para obsesionarme con usted y querer asesinar a una
persona por ello.
—Me dijeron que alguien lo vio.
—Quizá estaba cerca, pero no tengo nada que ver, incluso hay una mujer
con la que estaba hablando y puede dar crédito de mí.
—Espero en serio que eso sea verdad.
El barón sonrió.
—A mí lo que parece una casualidad, es que fuera precisamente la
señora Figoretti quién saliera lastimada, ¿no?
Micaela pensaba exactamente lo mismo, había sido una estrategia para
llamar la atención de Matteo, debía ser por eso, pero… ¿por qué razón? Ella
se veía felizmente casada, ¿era caso que no planeaba dejarlo ser feliz con
nadie?
—Le agradezco su tiempo, barón, y lamento haberlo separado de su
pareja esta noche.
—No se preocupe, la puedo recuperar prontamente.
La joven asintió y dejó que el caballero se marchara.
—Oh, señor Rinaldi —escuchó al barón—. Una velada impecable, a
excepción del pequeño incidente, todo fue magnifico.
—Me alegra que pasara una buena velada.
Micaela no se volvió hacía ellos, en su lugar, recogió un par de hojas que
le pertenecían del escritorio de su marido, tratando todo lo posible de
evitarlo. Sin embargo, Matteo quería hacerse presente, haciéndose notar al
pasar suavemente sus manos por la cintura de su esposa, hasta acogerla en
un abrazo por la espalda y colocarle un beso en la base de su cuello.
—¿Dónde está Antonella?
—Dormida, en su recámara —ella se apartó—. ¿Buscaba algo?
—En realidad, te buscaba a ti.
—Me encontraste —elevó las cejas—. ¿Qué quería?
—Micela —la tomó de la cintura—. Lamento haber desconfiado de ti,
no debí… simplemente me dieron celos.
Ella bajó la mirada.
—No diría que fueron celos.
—Micaela, por favor.
La joven suspiró.
—Es verdad, no quiero discutir esta noche, estoy en realidad agotada, ¿te
molestaría que me retire?
—No.
—Bien.
Micela pasó por su lado para intentar salir, cuando fue tomada
nuevamente por su marido, reteniéndola muy cerca de él.
—¿Estarás enojada conmigo mucho tiempo?
—No sé qué esperabas.
—Entiendo que estés molesta, no fue la mejor forma de hablar, prometo
que no volveré a desconfiar de ti.
—Lo harás, Matteo, sabes que lo harás.
—No —le tomó la cara y la miró a los ojos—. No lo haré, es verdad que
me fue fácil caer en la trampa de Rouse, pero eso sólo fue porque me he
dado cuenta de lo mucho que me importas.
Ella frunció el ceño.
—¿Te importo?
—Tanto… que me da miedo imaginar que puedas mentirme, cómo lo
han hecho en el pasado.
—Yo no soy ella.
—No, eso lo sé, pero no me es fácil confiar en nadie, mucho menos
abrirme a alguien, sé que puede ser una locura y no te mereces vivir así,
pero… planeo ser diferente, planeo que este matrimonio prospere y que
nuestra hija crezca feliz entre una familia amorosa.
Micaela bajó la cabeza y asintió un par de veces.
—¿Con lo de los embarazos?
—Sé que quisieras tener más hijos, me mata decirlo, pero no puedo
dártelos, ¿estarás bien con ello?
Ella sintió una presión en su corazón, pero asintió. Matteo parecía tan
seguro con el asunto, que de pronto se permitió darle la razón, lo cual la
frustraba, puesto que era aceptar que su hija no era de él, pero si no era de
su esposo, ¿de quién era? Y, algo mucho más importante, ¿cómo habían
hecho para engañarlos de esa forma?
Capítulo 20
Micela despertó ese día sólo para atender a la bebé que ya lograba
ponerse en pie en su cuna y llorar desesperada, aferrada a los barrotes de la
misma, esperando a que uno de sus padres la sacara de la prisión temporal
que era su cama. La joven estaba por ponerse de pie, cuando de pronto
sintió que el brazo que se mantenía sobre su cintura se separaba
cuidadosamente de ella y la voz de su marido se hacía escuchar
tiernamente.
—Muy bien, Antonella, ya voy, ya voy.
La joven madre sonrió. Matteo había cumplido su promesa, desde aquel
día en el que expusieron muchos de sus temores, se había creado un
ambiente de confianza y cercanía en el cual los dos se sentían felices y,
aunque no eran afectos a demostrar cariño en público, Micaela podía decir
que su marido era un hombre que demostraba su preocupación o amor de
una forma diferente a la normal, él era más de cuestiones prácticas y
cotidianas que le hacían entender a su esposa lo mucho que la apreciaba.
Como en ese momento, en el que era él quien se levantaba para atender a
la bebé, tratando de no despertarla y darle la oportunidad de tener unas
horas extras de sueño.
Sí, Micaela agradecía todo aquello, agradecía el nacimiento de su hija, el
comportamiento de su marido, su casa, los inventos y el que Rouse se
hubiese alejado de escena, al menos en alguna medida. Lo que en realidad
le preocupaba, era que ella y su marido tenían una relación normal, en la
que solían compartir sus noches entre los brazos del otro y, aunque era una
constante la intimidad, ella no había vuelto a quedar embarazada, a pesar
del tiempo que tenían de convivencia y tomando en cuenta que Antonella
ya podía caminar con normalidad.
La preocupaba, más por el hecho de saber que Matteo no había mentido
y ella en verdad había tenido a su hija con otra persona, sabía que Matteo
también lo pensaba, pero jamás se lo decía, según lo que alcanzaba a
entender, él ya había aceptado todo ese hecho y continuaba con su vida de
la mejor manera.
En realidad, Matteo estaba encantado con Antonella y con ella era
cariñoso, cercano y atento. No podía pedir nada más… no debía pedir nada
más, pero, Micaela no podía estar tranquila pese a que todos los demás
parecían sugerirle que dejara las cosas como estaban; si ella se empeñaba
con buscar al verdadero padre de Antonella, su marido podría malpensar la
situación y por supuesto que ella no propiciaría un problema como ese. Por
lo cual, pidió a Ashlyn que enfocara su aburrimiento en otras cosas y dejara
el tema por la paz.
—Buenos días —se levantó la joven, acercándose al cuerpo que se mecía
con la bebé en brazos.
—Hola —Matteo dio un beso suave a su esposa—. Parece que alguien
está inquieta por el día de hoy.
Micaela sonrió con trabajo.
—Yo también lo estoy.
—Sabías que teníamos que regresar en algún momento —le acarició la
mejilla—. Las cosas funcionan bien por aquí y es momento de que regrese a
la capital para revisar el resto de los negocios que tengo.
—Lo sé —asintió—. En serio, sólo… me siento nerviosa.
—Tranquila, al menos allá tendrás a toda tu familia para acogerte —le
sonrió y entregó a la bebé, yendo hacia el baño.
Micaela meció a la niña en sus brazos y miró a la ventana. Era verdad
que regresaría a la protección de su familia, pero no había un lugar mejor
que Londres para comérsela viva, seguro sería la comidilla de todo el
mundo y no bastaría que todos los Bermont la protegieran para salvarla de
ello.
—Señora —entró de pronto Juliana—. He traído esto para que no vaya
con el estómago vacío a su viaje, me ha dicho Lucila que le encantan los
jugos, así que decidí traerlo para usted.
—Oh, Juliana, lamento tanto que no pueda llevarte conmigo.
La niña bajó la cabeza.
—Me entristece saber que ya no te veré, pero me han dicho que Matteo
aceptó llevar a Lucila con ustedes, lo cual me parece una barbaridad,
porque yo la atiendo mejor que ella.
—Es verdad —le dijo con compasión—. Pero Lucila es una persona
experimentada en esto y tú eres una niña, tienes que ir a la escuela y
aprender de los inventores.
—Lo sé, Matteo me lo ha dicho también, eso no quita que la vaya a
extrañar… y también a Antonella.
Micaela sonrió.
—¿Por qué no la llevas con su nana para que la cambié y luego te quedas
con ella?
—¿De verdad?
—Me parece que eres una niña grande, puedes con Antonella —asintió
—. Tómale la mano, está inquieta por querer caminar.
—Vale —sonrió—. Vamos Antonella, es hora de ponerte bonita para
Londres.
Micaela sonrió y fue directa al baño, donde su esposo seguía relajándose
en la tina, ella dejó caer su bata y camisón bajo la atenta mirada de su
marido y se metió con él, sacándole una sonrisa y provocando un beso.
—Es una buena forma de comenzar la mañana, Micaela, me pregunto
por qué no lo haces tan seguido —acomodó el cuerpo de su esposa sobre él,
de tal forma que se encontrara con la espalda recostada en su pecho y
comenzó a bañarla.
—Normalmente no te alcanzo por las mañanas —sonrió, aceptando que
él pasara el jabón por su cuerpo—. Nunca me despiertas para acompañarte.
—Creo que agradeces más el sueño.
Ella volvió un poco la cabeza para alcanzar a verlo y negó.
—No —se volvió hacia él—. Prefiero estar de esta forma, contigo, lo
prefiero un millón de veces.
—Haberlo dicho antes —sonrió y la acercó para darle un beso.
Micaela disfrutó en los brazos de su marido, podía decir que agradecía
su pequeño error y descuido de la juventud, si eso significaba seguir
haciendo el amor con la persona que la abrazaba y besaba en esos
momentos, lo volvería a hacer sin pensarlo dos veces. Matteo era en verdad
un especialista en hacerla sentir fuera de sí, a desearlo con locura y tenerla
bajo su completo control; no sabía si él era consciente de ello, pero si no lo
era, le parecía mejor que nunca se enterara o podría usarlo en su contra.
Ella permaneció recostada en el hombro de su marido por largo rato,
disfrutando de tenerlo cerca, esparciendo besos por donde alcanzara y
escuchado de sus labios las palabras más tranquilizadoras y cariñosas que
jamás escuchaba durante el día.
—Tenemos que salir —dijo Matteo—. El agua se ha puesto fría y la
carroza nos está esperando.
—Lo sé —lo abrazó—. Pero salir significa perderte.
Matteo se alejó un poco y buscó su mirada.
—¿Eso qué significa?
—Bueno, sí aquí me costaba trabajo saber dónde estabas y cómo
encontrarte, no me puedo imaginar en un Londres.
—De todas formas, siempre regresaré a ti —elevó una ceja—. Jamás he
faltado una noche a tu lado.
Ella sonrió con encanto y lo besó.
—Eso lo sé bien.
Ambos salieron de la tina, se colocaron ropas limpias y mandaron llamar
a los mozos para que bajaran los baúles de la familia que se marchaba de su
adorada casa donde convivían con los inventores de los Rinaldi. Estaba por
demás decir que el más entristecido con el asunto era Lorenzo, quién no
gustaba de Londres.
—Micaela, el jugo —le recordó Matteo antes de salir de la recámara—.
No quiero otro desmayo.
—Esa ocasión fue especial, llevaba un día entero sin comer.
—Tómatelo.
—Lo sé, lo sé —rodó los ojos—. No me imagino lo triste que se pondría
Juliana si se diera cuenta que no me lo tomé.
—¿Sigue molesta? —preguntó distraído, leyendo algunos papeles que
estaba guardando.
—Sí, más bien está triste.
—Bueno, no hay más que hacer, tomate eso y vamos, tengo que llegar a
Londres para una reunión.
Micaela hizo caso al mandato, entendía perfectamente que su marido
tuviera variadas ocupaciones, ella solía tenerlas ahí también, se preguntaba
si cuando llegara a Londres seguiría teniendo las mismas libertades que
gozaba ahí, rodeada de inventos, personas inteligentes e interesantes.
—No entiendo por qué he de ir yo —se quejaba Lorenzo, batallando en
colocarse la corbata—. Soy un hombre mayor, ¿no me pueden dejar morir
donde me gusta estar?
—Aún es joven, señor Lorenzo, no está por morir.
—Sí voy a Londres, lo estaré, moriré de aburrimiento.
—Vas a ir padre, y se acabó el asunto.
Estaban todos afuera, esperando a que terminaran de cargar la carroza y
luchando para que Lorenzo no se escapara, cuando llegó Juliana, llorando y
con la bebé en los brazos, llorando igualmente.
—¿Qué sucedió? —se acercó Micaela, tomando a la bebé.
—No lo sé, comenzó a llorar y yo comencé a hacerlo después.
La joven sonrió hacia su marido quién rodó los ojos con una sonrisa y
despidió a su esposa para que lo dejara a solas con la niña.
—Juli, volveremos, te lo prometo.
—Es mentira, siempre me dices mentiras —se enjuagó la cara.
—No, siento honesto, no me gusta mucho Londres, y a mi padre
tampoco, Micaela casi va a fuerzas, todos preferimos estar aquí, no te
preocupes, en menos de lo que piensas, volveremos.
—¿En verdad?
—Sí.
La niña saltó a sus brazos y lloró un poco sobre el hombro de Matteo,
quién lanzaba miradas tranquilizadoras a los padres de Juliana, quiénes iban
en dirección a apartarla de él.
—No se te olvide darle jugos a Micaela, le encantan; y a Antonella le
gusta mucho la mermelada, siempre ten en la alacena.
—Anotado.
—Y también…. —la niña bajó la cabeza—. Le he hecho esto a
Antonella, ¿crees que le guste?
Matteo tomó el conejo tejido y bastante bonito, seguro que la madre de
Juliana había ayudado a hacerlo.
—Claro que le gustará.
—Bien —se alejó, tomando la mano a su madre—. Hasta luego.
Los Rinaldi se partieron entonces, esperando volver prontamente, puesto
que Matteo había dicho la verdad, todos preferirían seguir viviendo ahí,
pero era necesario partir.
—Es hermoso el conejito —dijo Micaela—. Ha sido muy dulce de parte
de Juliana.
—Sí —Matteo ya se había enfrascado en dar lectura a varios
documentos de los que tendría que discutir al llegar a Londres.
—Me parece que ella podría venir con nosotros la siguiente vez, ya no es
tan niña al final de cuentas.
—Puede ser.
—Me parecería agradable pasar unos días con mis padres.
—Podrás visitarlos.
Micaela rodó los ojos y miró a su esposo, quizá parecía distraído en sus
propias cosas, pero jamás lograba hacerlo que picara en las pequeñas tretas
que intentaba tenderle. Solía comenzar conversaciones parecidas para
pedirle cosas, que la llevara a lugares o comprometerlo a hacer algo,
lastimosamente no había llegado el día en el que lograra su objetivo.
—¿Puedo ir a la reunión?
Matteo entonces despegó la mirada de los documentos y la miró con una
sonrisa dudosa.
—¿Segura?
—Bueno, soy inteligente, quizá pueda librarte de uno que otro aprieto —
sonrió con suficiencia.
—¿Qué te hace creer que estoy en un aprieto?
Micaela acomodó a la bebé en su regazo y miró hacia los papeles que su
esposo no paraba de revisar.
—Porque tienes una inconsistencia ahí y eso te preocupa.
—Me temo que puedan estar robando.
—¿Me los prestas?
Matteo dio los papeles a su esposa y cogió a la niña en brazos, revisando
juntos el problema. Era usual verlos hacer algo parecido, ambos aceptaban
la inteligencia del otro y era común que se ayudaran cuando alguno tenía
una dificultad. Los hacía una pareja fuerte e inquebrantable, al menos en
ese sentido.
Llegaron a Londres entrada las doce del día, la casa de los Rinaldi en la
capital distaba mucho de estar llena de inventores, pintura o gente
engrasada pasando con maquinaria pesada; no, ahí todo era ordenado,
impecable y lujoso, igual a la casa de cualquier noble, quizá más exuberante
que la de algunos de ellos, se sabía bien que la nobleza comenzaba a perder
la fortuna, mientras que los comerciantes, cómo lo eran los Rinaldi, subían
en la escala social sin que nadie pudiera hacer algo al respecto.
—Te acompañaré a la habitación antes de salir —dijo Matteo.
—Pensé que iría contigo.
—En esta ocasión no, Micaela, necesitamos hacernos presentes en
algunas veladas para que sepan que nos hemos casado —elevó una ceja—.
No olvides que Londres no sabe que eres una Rinaldi ahora y no tomarán
con ojos alegres el que saltes sus reglas de etiqueta y decencia.
—Creo que pensarán desde el primer minuto que no soy decente,
¿recuerdas? Tengo una hija que tiene más edad que lo que yo tengo de
casada.
—Nadie tiene por qué saber eso.
—Lo descubrirán eventualmente, la gente habla y… creo que estoy
preparada.
—No te predispongas —le acarició la mejilla—. Tengo que irme,
volveré por ti a las ocho.
—¿A dónde iremos a las ocho?
—Compré boletos para la ópera, se abrió la temporada hace poco y será
una ocasión perfecta para presentarnos como pareja.
—Supongo.
—Bien —le besó la mejilla—. Nos vemos en un rato, ¡Papá! ¡Hora de
irse!
—No pretendo seguirte por estos caminos horribles, odio Londres,
quiero regresar.
Micaela escuchó el regaño que su marido dio a su padre y, después, la
salida de ambos hombres de la casa. La joven se sitió abrumada
prontamente, no había mucho personal en ese momento, su única compañía
sería Lucila, pero ella no era muy platicadora y no era cómo si pudiera
entablar una conversación con Antonella, quién en ese momento estaba bajo
el cuidado de la primera. Quizá debería mandar una carta a sus familiares
para avisar que había llegado a Londres.
Estaba pensando en hacerlo, cuando de pronto escuchó que se abría la
puerta de la entrada y comenzaba a escucharse un gran escándalo. Micaela
sonrió y bajó corriendo las escaleras, abrazándose rápidamente a Sophia.
—¿Cómo sabías que llegué?
—Pasaba de casualidad por aquí… por no decir que acampé afuera,
sabía que tenías que volver, mi esposo tiene negocios con el tuyo y se
citaron el día de hoy.
—Oh, no tenía idea.
Ambas chicas pasaron a uno de los saloncitos que ni siquiera Micaela
conocía, incluso tuvieron que quitar las telas que cubrían los sofás para
lograr sentarse en uno de ellos.
—Bueno, ¿cómo has estado? ¿Y la bebé?
—Estará con su nana y estoy bastante bien.
—¿Desde cuando eres tan parca al hablar?
Micaela se dio cuenta que tenía razón, hacía mucho que no hacía un
desplegado de palabrerías sin sentido, quizá desde que llegó a casa de los
Rinaldi que no hablaba sin pensar.
—Supongo que agoto mis palabras en cosas de importancia.
—Así que al fin has dejado trabajar ese cerebro en cosas que en realidad
importan —asintió—. Siempre supe que eras extraordinaria, me parecía
raro que dedicaras tanto tiempo al ocio.
—¡No es verdad!
—Claro que lo era, por algo terminaste donde estás.
—No es que tú hicieras algo mejor, tu matrimonio lo arreglaste tú misma
porque te comprometiste con una ilusión.
Sophia entrecerró los ojos y sonrió de forma que le sacaba escalofríos a
Micaela.
—Es verdad —asintió—. ¿Entonces? ¿Cómo te va con el Reinaldito?
—Es un buen hombre.
—Me lo parece —asintió—. ¿Ya ha aceptado que es el padre de la bebé?
—No —Micaela bajó la mirada—. Y comienzo a creer que en realidad
no lo es.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Bueno, llevamos mucho tiempo de casados y bastante desde que
Antonella nació, somos una pareja normal y no he quedado embarazada
nuevamente.
—¿Por qué la gente quiere tantos bebés? —renegó Sophia—. ¿No les
basta con una vez de sufrimiento?
—Tú tienes dos hijas.
—Pero las tuve en combo —apuntó—. Jamás por separado, me parece
una locura.
—¿Quiere decir que no piensas tener más hijos?
—Bueno, no es que sepa cómo evitarlo... y la abstinencia no es lo mío
que digamos.
—¡Sophia!
—¿Qué? ¿Lo negarás? ¿No es lo más delicioso que existe en este
planeta? Sí no fuera por ello, los hombres no servirían para nada.
—Eres mala, sé que amas a tu esposo.
Sophia sonrió y asintió levemente.
—¿Entonces crees que en realidad es estéril?
—No lo sé, siempre pensé que Antonella era en realidad suya, pero
ahora, después de tanto tiempo y sigo sin quedar embarazada… sólo puedo
pensar que él tiene razón y yo soy una descarriada a la cual en verdad salvó.
—No digas tonterías, en verdad todo el asunto es extraño —la miró—.
¿Segura que no puedes embarazarte por otra razón?
—¿Cuál sería otra razón?
—No lo sé, quizá que él se retire antes, o que…
—Por favor, Sophia, no comiences con barbaries.
—Es esencial que lo escuches, pese a que estás casada, jamás has estado
en los bajos mundos, unos donde yo he interactuado, sé que se puede perder
a un bebé de forma innatural, sé que hay métodos para impedir
embarazarse… son bastante grotescos y dudo que los uses o los use él,
seguro que se notaría…
—No te entiendo nada.
—Digo, que quizá haya un método que se pueda utilizar sin ser un
artefacto como tal.
—Sigo en las mismas, además, yo no tomo o hago nada para no estar
embarazada.
—No tienes que ser tú precisamente… ¡Agh! Bien, ayudaré por un
tiempo, al menos mientras me quedo en Londres, ya sabes que a John le
encanta Easton Hall.
—¿Dónde están tus hijas, por cierto?
—Con su nana —le restó importancia—. No sé qué haría sin ella, en
verdad, me volvería loca.
—Hablas como una deslamada.
—Amo a mis hijas.
—¿Cómo conseguirás la información?
—Bueno, preguntando, es obvio —sonrió la chica.
—No me digas que a tu marido —regañó.
—Claro que no, él es hombre, ¿qué demonios le va importar que quedara
o no embarazada una de las… amigas con las que convivía antes de mí? No,
las que se cuidan son ellas, las que llevan al bebé son ellas, el hombre se
puede deslindar con las manos en la cintura.
—Pareces enojada.
—¿No lo estás también? Es tan injusto.
—Sophia.
—Sí, sí —rodó los ojos—. Lo descubriré, si hay una forma en la que
puedas evitar un embarazo, lo sabré… y mientras tanto puedes seguir
intentando una y otra vez con tu marido, quizá en alguna resulte —sonrió
malvadamente.
—¡Oh, Sophia!
—¡Ya, ya! —Sophia se defendió de los golpes de su prima—. Estaba
bromeando, tranquila.
Micaela dio un fuerte suspiro y se dejó caer en el sofá, tendría que
confiar en Sophia en esa ocasión.
Capítulo 21
Micaela se había arreglado espectacularmente para la velada que su
marido había prometido, la ópera no era un acontecimiento casual, mucho
menos un lugar al que alguien iría con la intensión de pasar desapercibido,
no, todo lo contrario, era un evento social de la más alta estirpe de gente y
era idea de Matteo presentarse ahí como pareja formalizada, la joven se
quería morir.
—Se ve preciosa, señora —sonrió Lucila, quién traía en brazos a la
dormida Antonella.
—¿Te lo parece, Lucila? —la miró nerviosa—. ¿No crees que me veo
espantosa? Porque yo lo creo.
—No entiendo tu tendencia de autocriticarte —dijo de pronto la voz de
su marido, entrando a la habitación.
La doncella se inclinó ante él y se apuró a salir, no sin antes entregarle la
niña a su padre, quien la esperaba con los brazos abiertos y una sonrisa
complacida.
—No sabes todo lo que se dirá de mí, no tienes ni la menor idea.
—Es verdad, no suele interesarme demasiado en lo que dice la gente,
tienden a ser ordinarios.
—Oh, no eres mujer, a ti te pondrán como un santo, yo soy la que sale
afectada en todo esto.
—Podrían decir que soy un tonto.
—No —ella lo miró—. En todo caso eres listo, tienes una hija, una
mujer rica y noble que además debería besarte los pies por aceptarla en las
condiciones en las que estaba.
Matteo se echó a reír y negó.
—Tramas demasiado en tu contra, cariño, seguro no son tan
benevolentes conmigo.
Micaela le quitó importancia con un movimiento de mano y quitó a la
bebé de los brazos de su padre, arrullándola tiernamente para recostarla en
su cunita.
—Deberías estarte arreglando.
—Claro, ¿me haces un favor?
—¿Qué pasa?
—¿Podrías pasarme la nota que dejé en el bolsillo del chaleco? Lo
necesito para verificar algo.
—Claro.
La joven fue hacia la prenda que había sido desprendida de su dueño tan
sólo entrar en la habitación, pero, al levantarla se dio cuenta que algo caía a
la alfombra, se agachó para recogerlo, notando que era una alargada cajita
de joyería.
—¿Por qué no la abres?
—¡Oh, Matteo! —sonrió—. Pero si son preciosos.
—Ven, deja que te lo ponga —la joven entregó la cajita a su marido y se
volvió para que logara colocarle el collar de diamantes que le había
regalado—. Luces preciosa, ¿ves? Toda una señora.
—Gracias —tocó la joya que adornaba su cuello y comenzó a colocar los
aretes—. Me encantan.
—¿No crees que merezco algo?
Ella sonrió mientras se acercaba a él con lentitud.
—Mmm… no lo sé.
—Ven aquí —la tomó de la cintura y la besó con cariño.
—Se hace tarde —lo separó al momento de darse cuenta que su esposo
quería profundizar la caricia.
—Comienzo a recordar que no me gusta la ópera.
—No seas mentiroso —se rio la joven—. Anda.
Los Rinaldi bajaban las escaleras entre las telas hermosas y joyas
preciosas que los envolvían ese día, Micaela iba enfocada en decirle mil y
una indicaciones a Lucila sobre la bebé, sería la primera vez que en realidad
se separarían. No era que Micaela estuviera pegada a la bebé todo el día,
pero siempre estaba cerca.
—Y recuerda que, si llora más agudo, quizá sólo me extrañe, cárgala,
eso puede servir —le decía nerviosa—. Y sí se pone enferma, mandas
llamar a alguien de la casa Hamilton y también me avisas a mí, ¿recuerdas
el nombre del lugar?
—Sí, señora.
—Micaela, la niña estará bien —la tomó de la cintura—. Ahora vamos,
es hora de irnos.
La joven miró escaleras arriba una vez más y salió, sintiéndose fatal por
dejar a su propia hija en casa, sólo para ir a divertirse en la ópera, ni
siquiera le gustaba tanto, prefería oír llorar a su bebé. Matteo sonrió ante la
figura alejada de su mujer y se volvió hacia Lucila, quien también parecía
divertida.
—Recuerda que no duerme sin esa manta rosada y el conejo —advirtió
presuroso antes de salir, también se veía nervioso.
—Sí, señor.
En cuanto Matteo subió a la carroza, inició su viaje, llevando a dos
nerviosos padres en el interior.
—¿Le he dicho acaso a qué temperatura le gusta la leche?
—Sí.
—¡Creo que olvidé decirle que la cambie antes de acostarla!
—No lo olvidaste.
—¿Sabes qué? Creo que mejor regresaré.
—No.
—Pero…
—Estará bien, Micaela —le tomó la mano—, estará bien cuidada,
conozco a Lucila desde hace mucho tiempo.
—Es sólo que no me había ido por tanto tiempo, ¡Serán horas!
—Necesitas distracción.
Micaela asintió y se quedó callada el resto del camino, demostrando de
esa forma lo nerviosa que se sentía, la mano de su marido no abandonó la
suya y ella se encargó de estrujarla todo el tiempo para tratar de controlarse.
—Bien, llegamos —Matteo bajó y le tendió la mano—. No piensas huir
de regreso, ¿o sí?
—Me lo estoy planteando —le dio la mano y bajó—. Pero sé que irías
por mí y me traerías de regreso.
—Qué bueno que lo entiendas tan bien.
—¡Matteo Rinaldi! —saludó un desconocido para Micaela—. Es bueno
verte por la ciudad y… ¿Lady Seymour?
—En realidad, es Rinaldi ahora —dijo Matteo—. Micaela, es un amigo
de la universidad, Fausto Micadoni.
—Un placer señora —se inclinó el hombre—. No pensé que Matteo
pudiese conquistar a una noble.
—Creo que lo he conquistado yo a él —sonrió Micaela.
El hombre y Matteo siguieron en una charla amena, ella sonreía, pero en
realidad, no seguía la conversación, estaba más enfocada en ver todas
aquellas miradas que repentinamente se posaban en ella y, después,
comenzaban a cuchichear, poniéndola nerviosa.
—Vamos, pasemos al palco —dijo de pronto su marido.
—Todos nos miran.
—No lo creo.
—Matteo, es bastante obvio.
—Entonces ignóralos, es lo mejor que puedes hacer en estos casos —
suspiró—. No puedo creer lo ociosos que son estos londinenses, mira que
enfocarse en nosotros…
—Somos la novedad —defendió Micaela—. Y recuerda que yo soy de
aquí, no vengas con insultos.
—¿Ahora los defiendes?
Ambos pasaron a su palco y tomaron asiento, notando las miradas y los
susurros a su alrededor, era algo más que obvio, Micaela incluso estaba
tentada a regresar al saloncito privado detrás del palco, quizá si desaparecía
lo suficiente, dejaran de ponerle atención o al menos, ella dejaría de
ponerles atención.
—Ni siquiera lo pienses.
—¿Cómo sabes lo que estoy pensando?
—Eres predecible.
—Quiero irme.
—No.
—Matteo, creme que sé lo que dice la gente de mí y prefiero que me
sigan insultando a mis espaldas que en mi cara.
—No digas eso, es de cobardes.
—Entonces soy una cobarde.
—No, eres una persona que toma demasiado en cuenta la opinión de los
demás, pero no eres cobarde —la miró y sonrió—. Lo supe desde el día en
el que huiste estando embarazada y comenzaste a trabajar para mantenerte.
—Eso sólo me hace una madre.
—Una que no teme hacer lo necesario; te hace una mujer —le acarició la
mano que tenía aprisionada—. Además, pronto se enfocarán en la gente
cantando en el escenario.
Micaela asintió y trató de ignorar las miradas que se dirigían a ellos de
forma poco agradable, ante los nervios de su esposa, Matteo intentó
hablarle lo más que pudo, le acariciaba la mano o el muslo, buscando
tranquilizarla, pero Micaela parecía abstraída en las habladurías, era como
si fuese lo único que escuchara, pese a que la ópera estaba en medio de su
apogeo.
—Mírame, Micaela —había tomado su barbilla en un momento
determinado y la obligó a volverse—: todo estará bien.
—Sí… lo sé, es sólo que…
—Dime qué es lo que te preocupa de esta forma, ¿por qué pones tanta
atención a lo que ellos dicen?
—Siempre… —ella perdió la voz.
—¿Qué?
—Siempre me han criticado —lo miró con una sonrisa triste—. Sus
críticas son como cuchilladas en mi espalda, dejando heridas, no todo el
tiempo duelen, pero siempre están presentes.
—¿Por qué dejas que te afecten?
—Por mucho tiempo, fue lo único que escuché —se inclinó de hombros
—. Cuando eres joven, lo que escuchas es lo que crees.
—¿Qué escuchabas?
Ella sonrió.
—Nada positivo, eso te lo aseguro.
En ese momento, los aplausos invadieron el teatro, lanzando una ovación
para quién lo merecía; Micaela había logrado ver a su prima Sophia en el
palco de su marido, ella parecía enfocada en todo menos en la obra que
habían ido a ver.
—Parece que tu prima tiene que hablar contigo —Matteo dejó salir una
pequeña sonrisa—. Está a punto de caer del palco con tal de llamarte la
atención.
—Sí… seguro no es nada importante.
—Me parece que lo es.
—Bien, al menos tendré un escudo viviente para cuando entremos a la
velada a la que pretendes asistir.
—¿Acaso quieres marcharte?
—Si te dijera que sí, ¿nos iríamos?
—Lo siento, Micaela, tengo que hablar con algunas personas que
asistirán a esta velada.
—Está bien, de todas formas, estarán mis primas por aquí.
—Trataré de zafarme de los asuntos lo antes posible.
—Gracias.
Los Rinaldi caminaron hacia los salones inferiores, dónde se celebraría
una velada propiciada por los patrocinadores de la ópera; los nobles y la
gente rica asistían a ellas con la alevosía de saberse en medio de un caos
que era siempre ocasionado por las excéntricas personalidades de los
artistas.
—Te veré en un rato —le susurró su marido al oído antes de separarse de
ella y perderse entre la gente.
—Pero miren quién ha regresado a Londres —dijo una voz a sus
espaldas—. La mismísima Micaela parlanchina.
—No tengo humor de tratar contigo Regina.
—Pero qué dices, tenemos tanto de que hablar —la hermosa mujer se
puso enfrente de ella, acorralándola en conjunto con otras dos mujeres de su
compañía—. Te he visto en uno de los palcos, pensé que era necesario tener
sangre noble para reservar uno de ellos y, a lo que sé, tu marido no lo es.
—Se nota que estás desactualizada, Regina, cualquiera puede tener
acceso a esos palcos si tienes capital para pagarlos.
—Claro, pero eso no quita que te casaras con alguien que tiene mucha
menos categoría de la que se esperaría de una Seymour.
—Mis padres se muestran complacidos con la unión.
—De eso no tengo duda alguna —sonrió—. Seguro brincaron de alegría
al saber que alguien quería casarse contigo.
Micaela bajó la cabeza y negó un par de veces, tratando de irse de ahí,
no quería discutir con personas como ellas.
—¿Te vas tan pronto? —la retuvo otra de las mujeres—. Creímos que
nos contarías de la forma en la que conquistaste al señor Rinaldi; aunque
tenemos una pequeña sospecha.
—Sí —sonrió la tercera—. ¿Cómo está la niña? Fue bastante rápido tu
embarazo.
Micaela se cruzó de brazos y sonrió.
—Bueno, sí, cuando se tiene a un marido joven y apuesto, es fácil
embarazarse rápido, claro que no lo pueden saber, puesto que sus maridos
son vejestorios, supongo que el pensamiento de nobles con nobles ha hecho
que caigan en tal desgracia, con su permiso.
Micaela tomó sus faldas y se marchó con una sonrisa. Nada como un
chisme bien utilizado, al menos la habían dejado tranquila por el momento,
pero sabía que regresarían o, de alguna forma la incordiarían
indirectamente, ya lo habían hecho en el pasado.
—¡¿Dónde estabas?! —se quejó Sophia, tomándola por sorpresa de los
brazos—. Tengo cosas qué decir.
—Estaba…
—Sí, te he visto con esas mujerzuelas —rodó los ojos—. Siempre te han
tenido celos y ahora que te has casado con un ricachón, seguro que están
insufribles.
—Cuestionaron su linaje.
—¡Ja! —se burló—. Cómo si ellas se lo hubieran pensado.
—Bueno, ¿qué tienes que decirme?
—Investigué un poco con algunos contactos.
—¿Tan pronto?
—¿Acaso no me conoces? —rodó los ojos—. Resulta que hay formas de
no embarazarse que no tienen nada que ver con ninguna de las
asquerosidades que había leído.
—¿Por qué habías leído cosas así?
—Bah, una nunca sabe —se justificó.
—¿Entonces?
—Las brujas, bueno, las curanderas o como quieras llamarlo, tienen
métodos que pueden ser ingeridos, ¿lo puedes creer? Previenen el
embarazo, aunque no siempre es factible, a la larga es funcional.
—Pero, tiene que ver con que la mujer lo ingiera y yo no tomo nada
como eso.
—No tienes que ser tú quien lo disponga, alguien puede estarlo poniendo
para ti y, estoy casi segura que la exmujer de Rinaldi hacía lo mismo.
Micaela la miró meditabunda.
—No hay forma en la que pueda comprobárselo.
—Pues no, pero ¿dónde crees que pueda estar el anti-bebé?
—No lo sé.
—En el jugo —dijo de pronto Ashlyn—. El jugo que casualmente
siempre te dan por las mañanas.
—Pero…
—Sí —chasqueó los dedos Sophia—. Eso puede ser.
—Pero significaría que Lucila me lo pone y yo…
—Ella era de las que estaba presente cuando Rouse era la señora de
Rinaldi, la aprecia y, quizá, si ella se lo pide, seguro que lo hace.
—¿Por qué razón Rouse haría algo así? —se preguntó Micaela.
—Para ocultar lo suyo —dijo Sophia—. Se descubriría que ella utilizó
ese método para no concebir hijos de tu marido.
—Nada tiene sentido, ¿por qué se casaría con él si no quería tener a sus
hijos? Si amaba a otro.
—Interés —se inclinó de hombros Ashlyn—. Aunque también puede ser
que se enamorara después del señor Tadeo, creo entender que era muy
amigo de Matteo.
—Sí.
—Bueno, la cosa es fácil, déjate de tomar ese jugo y veamos si te
embarazas, es la única solución, si nada sucede, entonces sabremos que
Matteo en verdad no pude tener hijos y Antonella es hija de otro hombre y
todos decían la verdad.
Micaela se movió incomoda y algo nerviosa, descubrir algo como
aquello era un peso para su corazón, pero no podía seguir cargando con esa
duda, quería poder decir a ciencia cierta a su marido que era el padre de su
hija, pero, si no, le agradecería toda la vida por lo que había hecho por ellas
al acogerlas.
—Bien, parece que tenemos un plan.
—¿Qué plan? —llegó Matteo, sonriendo hacia las damas.
—Quedamos para desayunar mañana —sonrió Sophia, la más rápida en
cuanto a decir mentiras se refería.
—¿Cree que pueda permitirnos a nuestra prima por unos momentos? —
pestañeó alegremente Ashlyn.
—No veo mayor inconveniente —asintió—. Por ahora, creo que
podemos retirarnos, he terminado mis asuntos aquí.
—Sí —Micaela miró a sus primas—. Creo que yo también.
Los Rinaldi llegaron a su casa y prácticamente corrieron a la habitación
de su pequeña hija, quién dormitaba tranquila y parecía no haberlo
extrañado para nada, lo cual los hería y relajaba al mismo tiempo. Micaela
la tomó en brazos y se la llevó a sus cámaras, seguida por Matteo, quién
sonreía a la beba.
—¿Ves? No ha ido tan mal —le dijo mientras se cambiaba.
—Sí, supongo que tienes razón —Micaela se mecía dulcemente por la
habitación mientras la bebé se aferraba a ella.
—Micaela, sé que enfrentas otros tipos de miedos cuando se trata de
habladurías y chismes, pero entiende algo: no importa qué tanto digan o
dejen de decir, sólo tú y yo sabemos lo que somos —miró a la bebé—. Lo
que tenemos y lo que nos queremos.
Micaela levantó la mirada y sonrió, sonrojada.
—Eres bueno con las palabras, Matteo Rinaldi ¿Lo usaste mucho en tus
tiempos de libertino?
—Jamás fui un libertino, no tenía tiempo para estupideces.
La joven recostó a la bebé en la cunita que tenía en la habitación y se
acercó a su marido con una seductora ceja levantada y una mirada llena de
un brillo peligroso.
—¿Estupideces, dices? —lo empujó suavemente hacia la cama y se
subió a él hasta quedar sentada en su abdomen—. ¿Seguro?
Matteo tomó su cintura y la hizo quedar sobre el colchón con un
movimiento rápido, sonreía de lado y la miraba deseoso.
—Sí, seguro, porque no me molesté en perder mi tiempo con miles de
mujeres, en cambio, esperé pacientemente por la indicada —elevó una ceja
—. ¿No te complace?
—¿Debería?
—Yo digo que sí —sonrió y comenzó a besarla.
Ambos sabían que no harían el amor, estaba la bebé y había sido un día
agotador, pero les gustaba compartir el cariño que se tenían, les gustaba
estar el uno con el otro y les fascinaba besarse y acariciarse hasta quedarse
dormidos en los brazos del otro.
Capítulo 22
Micaela se había dejado de tomar el jugo hacía más de dos meses, no se
sentía diferente en ningún sentido, pero tenía la esperanza de sus primas no
estuvieran equivocadas y que en realidad Matteo fuera capaz de tener más
hijos, que se comprobara de esa forma que Antonella era suya y había
vivido en una gran mentira a manos de su antigua esposa.
—Buenos días —besó a su esposo en cuanto él abrió los ojos.
—¿A qué se debe tu buen humor?
—No lo sé —se cubrió con las sabanas y se recostó en él—. Me haces
feliz, supongo.
—¿Supones? —la miró en su pecho.
—Bueno, es un hecho.
Matteo asintió y la abrazó un poco, volviendo a cerrar los ojos y
respirando profundamente ante la vista de un nuevo amanecer.
—¿Tienes que salir hoy? —le preguntó después de un largo silencio en
su tranquilo despertar.
—Sí, pensé que querías ir conmigo.
—Tengo que dejar a Antonella con mis padres, pero te alcanzaré allá —
aseguró la joven.
—¿Por qué el afán de llevar a la niña hasta allá? Pensé que comenzaba a
gradarte Lucila, la estás dejando sin trabajo.
—Mis padres merecen ver a Antonella, al menos en el tiempo en el que
estemos aquí, ¿no crees? —sonrió—. Además, a Héctor y Jasón les hace
bien verla, quizá y así planeen un hijo en su vida.
—Puede ser —la miró fijamente—. Pero sé que algo ocultas.
Ella se removió incómoda y se puso en pie para comenzar su día, su
esposo hizo lo propio y la siguió en su rutina mañanera, ambos sabían
perfectamente que, en menos de treinta minutos, su hijita estaría caminando
directa hacia ellos para absorber el resto del tiempo libre.
—Hola hija —Matteo fue el primero en tomarla en brazos al verla venir
de la mano de Lucila—. ¿Quieres ir con papá?
—Matteo, al comedor, recuerda que tiene que desayunar.
—Sí, sí —el hombre rodó los ojos y miró a la bebé—. Tu madre me
habla como si también fuera su hijo, ¿Te das cuenta?
Micaela sonrió hacia ellos y los vio salir en medio de burucas de su hija
y un interés permanente del padre por entenderla.
—Señora, le he traído lo de siempre —Lucila dejó el jugo y unas galletas
sobre la mesa de la salita.
—Oh, gracias Lucila.
La doncella salió del lugar y Micaela hizo lo que llevaba haciendo desde
que habló con sus primas: tirar el jugo e incluso las galletas, no quería
margen de errores. La joven bajó después de unos minutos, topándose la
espantosa visión de tener a la exmujer de su esposo justo en la puerta,
siendo atendido por Matteo en persona y con su hija en brazos.
Micaela no dudó y fue a tomar a la bebé, la quería todo lo lejos posible
de esa mujer que, a lo que entendía y suponía, la había estado incapacitando
para tener más hijos de su marido. Sin embargo, toda su amargura pasó a
segundo plano cuando la vio llorar desesperada.
—Trata de calmarte, Rouse, no logro entenderte —pedía Matteo y miró a
su esposa—. Pide un té a la cocina, Micaela.
La joven asintió nada convencida, pero se marchó, mirando un par de
veces hacía la pareja que formaban las dos personas en la puerta,
sintiéndose instantáneamente celosa.
—Lucila —llamó sin gritar al estar la mujer cerca de donde ella se
encaminó—: llévate a la niña y pide un té relajante para la señora Rouse,
que lo lleven al salón de estar.
—Sí, señora.
Micaela regresó sobre sus pasos y se posó junto a su marido, mirando a
la mujer que lloraba y se abrazaba a él de forma desgarradora que no
provocaba compasión en ella, en verdad que se sentía bastante celosa.
—¿Por qué no pasamos al salón? —dijo la joven—. He pedido que
lleven ahí el té.
—Lo siento tanto —lloraba la mujer—. Es que… Tadeo… él…
—¿Qué sucedió con él?
La mujer negaba un par de veces y volvía a llorar.
—¿Necesita ayuda? —dijo impaciente Micaela, pero la mujer volvió a
negar.
—¿Le sucedió algo? —preguntó Matteo, a lo que Rouse asintió con
pesar—. ¿Está en el hospital?
—No —lo miró desolada—. Está muerto, Tadeo murió.
—¿Qué? —Matteo se puso en pie y frunció el ceño—. No es verdad…
eso no puede ser verdad.
—Él… cayó, se cayó —lloró—. En el caballo, él…
Micaela tapó su boca con horror y se puso en pie, cuando alguien moría
por caída de caballo, jamás era una situación agradable, solían lesionarse la
espalda o partirse el cuello, en ocasiones tenían una muerte dolorosa y una
agonía larga.
—Ven Rouse —la levantó Micaela al ver que su esposo no reaccionaba
—. Te llevaré a que descanses.
—¿Dónde está? —preguntó Matteo antes de que salieran—. Tadeo…
¿Dónde está? ¿Por qué has venido aquí si él…?
—Matteo —interrumpió Micaela, era cruel que le preguntara así algo a
la viuda destrozada.
—No sabía a dónde ir, yo… fue lo primero que pensé, él…
—Iré a ver qué sucedió —Matteo tomó sus cosas para salir, pero antes,
regresó hasta su esposa y la miró avergonzado—. ¿Está bien que ella se
quede aquí en lo que voy?
—Sí, estaremos bien.
Matteo dio un asentimiento rápido y entonces se marchó, dejándola sola
con la persona que ella consideraba su mayor enemiga. Pero no había
tiempo para dramatismos, en realidad la mujer parecía devastada e
inconsolable.
—Mis hijos… —lloró la mujer—. Debería ir con ellos.
—Mandaré a que los traigan, no te preocupes.
—Gracias, Micaela, en serio, gracias.
—No te preocupes.
Micaela esperaba impaciente el regreso de su marido, mirando
inquisidora a la casa de enfrente a la de ellos, ¿sería casualidad que la casa
de Rouse estuviera tan cerca de la de su marido? Fue algo calculado por su
marido o por la mujer que lloraba destrozada en el sofá de su sala.
La miró de reojo, tenía a sus dos hijos varones acogidos en un abrazo
interminable, seguía llorando silenciosamente y no apartaba la vista de un
punto fijo en el suelo, parecía realmente triste. Lorenzo Rinaldi entró
entonces a la habitación, yendo directamente hacia su nuera y sonriéndole
torcidamente antes de dirigir la mirada hacia donde ella veía.
—Eran mejores amigos desde que tenían cinco años —le explicó el
padre—, muy unidos, por no decir que inseparables. Creo que Tadeo jamás
pudo perdonarse el quitarle a su esposa, por tal razón lo perseguía
constantemente para recuperar su amistad.
—¿Lo logró?
—Nunca. Matteo suele ser una persona rencorosa —sonrió—. Imagina
lo enojado que estaba cuando compraron una casa enfrente de la de él.
El corazón de Micaela se relajó y miró con una sonrisa cómplice al
hombre junto a ella.
—¿Es usted adivino o lo hace sin pensar?
—Digamos que soy viejo, muchacha.
—Gracias, señor Lorenzo —le besó la mejilla—. No sabe cuan fácil
hace mi vida entre ustedes.
—Yo también tengo cosas que agradecerte, niña, mi hijo luce feliz
después de mucho tiempo —miró con molestia a la madre que lloraba junto
a sus dos pequeños hijos.
—Supongo que no fue una situación agradable de ver.
—Claro que no —dijo Lorenzo con molestia—. A ningún padre le gusta
ver sufrir a sus hijos.
—No me imagino si algo le pasara a Antonella, seguramente sería
imparable con tal de hacer sufrir a quién la dañó.
Lorenzo sonrió con ternura hacia la joven madre y le tocó un hombro
con delicadeza.
—Estoy seguro que él te necesita justo ahora.
—¿Qué vaya allá?
—Sí —la impulsó hacia adelante—. Ve, yo cuidaré de mi nieta.
—Yo… no estoy segura.
—Sé lo que te digo, hazlo.
Micaela no estaba del todo convencida, pero asintió un par de veces y
colocó su sombrero y chal para salir a la calle, sabía que sólo debía cruzar
la avenida para llegar a la casa del fallecido, pero la gente se había
acumulado en el lugar y era mejor que la vieran a la altura de la situación.
La joven pasó entre la gente y entró a la casa a empujones, topándose
entonces con la cara desencajada de su marido, quién parecía haber ganado
años y perdido peso en cuestión de horas.
—Matteo…
El hombre la miró, parecía que estaba feliz de verla, pero, al mismo
tiempo, su semblante denotaba la tristeza que sentía; caminó hasta ella y la
abrazó con fuerza, enterrando su nariz en los risos negros y el cuello
delgado y blanco.
—Ha muerto, Micaela, en verdad murió.
—Lo siento —lo abrazó con ternura—. Lo siento tanto.
—Fui un idiota por no querer hablar con él, lo intentó tantas veces, pero
yo… fui demasiado orgulloso, ahora jamás lo volveré a ver, jamás podré
hablar con él.
—Seguro que lo entiende, Matteo, no fue algo simple lo que sucedió
entre ustedes.
—Pero era mi mejor amigo —la apretó contra sí—. Debí…
—No te tortures con ello —acarició su cabello—, él sabe que lo querías
y tú debes quedarte con el cariño que él también te profesaba.
—Me ha encargado todo —se separó de ella—. Quiere que cuide de
Rouse y sus hijos… no puedo hacer algo como eso.
Micaela miro hacia el suelo, estaba totalmente de acuerdo con ello, no
pensaba tener a la antigua esposa de su marido en su casa, eso ni pensarlo.
—¿Qué harás?
Matteo la miró.
—Trataré de dejarle las cosas en orden y explicarle cómo funcionan,
después, será su problema —asintió.
—No pareces convencido.
—¿Qué más podría hacer? —dijo desquiciado—. Quiero seguir la última
voluntad de mi amigo, pero no puedo hacerlo si se trata de esa mujer,
¿comprendes?
—Sí, comprendo —le tomó la cara y lo hizo mirarla—. No tienes que
resolverlo todo de golpe, permítete sentir el dolor y cuando todo esté más
tranquilo, podrás decidir tu hacer.
Matteo sonrió.
—Sabía que tenía a una mujer sumamente inteligente —la tomó de la
cintura y la besó—. ¿Vamos a casa? Lo único que deseo antes de venir al
funeral es estar contigo y Antonella.
—Rouse está en la casa, parece destrozada.
—La mandaré de regreso aquí, he dejado todo estipulado para el velorio
y la recepción, pero ella tiene que estar presente.
Los Rinaldi volvieron a su casa, indicando a la dolorida madre y viuda
que debía regresar a su casa cuanto antes para dirigir el acomodo y estar
junto a su marido el tiempo que le quedase antes de que lo perdiera de vista
para la eternidad.
Matteo parecía derrotado, subió las escaleras con pesadez, incluso
cuando llegó a su recámara y se recostó, no lograba descansar, al menos su
mente no lo hacía. Micaela se había acostado junto a él, le acariciaba el
cabello y la cara, buscando calmarlo y distraerlo, pero nada funcionaba.
De pronto, la puerta de su habitación se abrió, dejando entrar a una
tambaleante Antonella, quién iba con los bracitos levantados y una sonrisa
duradera hasta que llegó a la cama, donde se aferró a las sabanas y buscaba
subir su piernita de alguna manera.
Micaela miró a su suegro, quién sonreía y volvía a cerrar la puerta de la
habitación, dejándolos en soledad. La joven estiró los brazos y subió a la
bebé, quién rápidamente gateó hasta donde estaba su padre y comenzó a
juguetear con los botones de su camisa. Matteo parecía ensimismado en el
techo, pero había pasado un fuerte brazo alrededor de la niña y la mantenía
segura cerca de él.
—¿Puedo ayudarte de alguna manera?
—No —suspiró, mirando a la bebé—. ¿Qué haces Antonella? Estás
desarreglando el atuendo de papá.
—Creo que lo que quiere es recostarse en ti —sonrió la joven,
acercándose a él para recostar la cabeza en su hombro—. ¿Cierto hija?
¿Planeas poner feliz a papá?
Matteo sonrió y miró a su esposa con cariño, quizá no se diera cuenta,
pero sólo ella lo hacía ponerse feliz, su hija lo llenaba de alegría y su esposa
lograba hacerlo sentir dichoso, sumamente dichoso, por lo cual las abrazó a
ambas y suspiró tranquilo.
Quizá había perdido a manos de su mejor amigo a la persona que él creía
amar, pero ahora, gracias a aquella traición, había logrado formar una
familia con una mujer que parecía apreciarlo en verdad y una hija, no era
tan malo del todo.
—¿En qué piensas? —le dijo ella, Matteo no había notado que lo estaba
mirando desde hace más de cinco minutos.
—En cuanto las quiero —le besó la cabeza y acarició la mejilla de la
bebé, quien seguía entretenida con los botones de su padre.
—Matteo —se sentó de lado—. ¿No deberíamos alistarnos para…? Ya
sabes.
—Sí —suspiró cansado—. Preferiría no ir, pero, si estarás conmigo, la
velada promete ser menos terrible.
Ella se sonrojó.
—¿En serio lo crees?
—¿Por qué lo diría sino? —se sentó, haciendo que Antonella sacara un
puchero.
—Llévala con nosotros, quizá me distraiga en un momento de tensión en
esa casa.
—¿Estás seguro?
—Sí —se puso en pie y fue a sacar su traje negro—. Quiero a mi familia
presente en esto, al menos esto he sacado después de todo el dolor que
sentí.
—¿Somos tu recompensa?
—Más bien —se acercó a ella con una sonrisa y le besó los labios—: son
mi premio.
Micaela se puso en pie, sintiéndose contenta a pesar de ser una situación
funesta. Se cambió rápidamente y también arregló a la pequeña Antonella
para asistir, no le gustaba para nada llevar a la bebé a un lugar como ese,
pero si Matteo pensaba que su presencia lo ayudaría en algo, nada podía
hacer para limitarlo.
—¿Estás lista?
—Sí —suspiró, cargando a la bebé—. Listas.
Matteo pasó una mano por la cintura de su esposa y la llevó de esa forma
hasta llegar a casa de los Figoretti, para ese momento, la gente comenzaba a
llegar y daba el pésame a la pobre viuda que parecía inconsolable.
Micaela nunca había sabido comportarse en situaciones como aquellas,
se ponía demasiado nerviosa y tendía a hablar cuando estaba nerviosa, cosa
poco aceptada dentro de un funeral. Se aferró con fuerza a la bebé en sus
brazos y pasó a la estancia donde estaba Rouse con sus dos hijos
flanqueándola en ese sillón.
—Matteo… —susurró la viuda al verlos entrar.
Micaela logró percibir dentro de esos ojos la esperanza y añoranza que la
joven viuda comenzaba a sentir en su esposo, lo cual no le agradaba para
nada. Comprendía el actuar de Matteo y la obligación que sentiría para con
esa familia, pero ella no dejaba de ser su antigua mujer y eso la hacía sentir
incomoda, por no decir que muy celosa.
—Tranquilízate Micaela —le susurró al oído—. Estoy contigo.
—Lo sé.
—Oh, Matteo —se acercó Rouse y le dio un tierno abrazo que los abarcó
a ambos—. Gracias por venir, yo…
—Tranquila, Rouse —sentenció el hombre—. Estaremos por aquí si
necesitas algo.
La mujer asintió un par de veces en silencio y miró a Micaela.
—Te lo agradezco… son reconfortantes para mí —miró a Matteo, quién
ya se marchaba—, a pesar de que me odie aún más.
—Está conmocionado con todo esto —lo excusó la joven—. No debes
sentirte herida por ello.
—Oh, querida, tengo demasiado de conocerlo, sé perfectamente que está
disgustado, pero te agradezco el intento por hacerme sentir mejor —la
mujer miró hacia sus piernas, donde dos niños se aferraban con miedo—.
Vengan, les presentaré a alguien.
—¿Es la esposa de tío Matteo?
—Sí —sonrió la madre—. Y su prima Antonella.
Micaela no sabía que decir ante aquella presentación, no quería negar
todo aquello en ese momento, pero definitivamente sería algo complicado
de entender para el resto del mundo, ¿la nueva esposa era tía de los hijos de
la antigua? La cual, por cierto, escapó con el mejor amigo del esposo que
ahora estaba muerto.
En definitiva, no sonaba nada bien.
—Mi tío Matteo no nos va a dejar, ¿verdad? —uno de los niños la
miraba con tanta esperanza e ilusión, que Micaela no pudo más que asentir
para no tener que mentir con las palabras.
—Vengan niños, hay que hacer oración para su padre.
Micaela se quedó estática por un buen rato y, después, fue a buscar a su
marido, elementalmente para matarlo por haberla dejado, pero, cuando al
fin lo había encontrado y se acercó para amonestarlo, notó que estaba
llorando.
Jamás pensó que Matteo fuera alguien que pudiese llorar, bueno,
biológicamente lo tenía que ser, pero él siempre era tan frío y distante, que
nunca imaginó la posibilidad de que un sentimiento pudiera ser lo
suficientemente fuerte como para debilitarlo.
—Oh, Matteo —la joven lo abrazó como pudo al tener a Antonella en
brazos—. Lo siento tanto.
—Estoy bien —se limpió rápidamente—. Lamento dejarte con Rouse,
simplemente…
—Entiendo perfectamente por lo que estás pasando, no estoy enojada —
al menos ya no lo estaba.
Matteo tomó a la bebé y abrazó a su esposa, dirigiéndose nuevamente al
interior de la casa, tratando de estar al margen de la situación, sin acercarse
demasiado con nada, ni con nadie. Pasadas las doce de la noche, los Rinaldi
iban de salida, cuando de pronto Matteo sintió que algo se aferraba a su
pierna.
—No te vayas, por favor.
El hijo menor de los Figoretti abrazaba con tanto fervor al hombre, que
Micaela suspiró con una sonrisa entristecida.
—Regresaremos mañana, Bernard —le acarició la cabeza—. Deberías
volver con tu madre.
—Pero…
—¡Bernard! —le gritó Rouse—. Pero qué susto me has dado, vuelve
aquí en seguida, hijo, ¿qué estás pensando?
—Quiero que Matteo se quede.
—No puede hacer algo así, tesoro, por favor, ven aquí.
—Pero… —el niño regresó una mirada suplicante que sometería a
cualquiera, pero Matteo simplemente le meneó la melena castaña, tomó a su
propia hija en brazos y salió de ahí.
Micaela suspiró fuertemente, viendo la desilusión en la mirada del
pequeño; no podía simplemente dejarlo de esa forma, así que se agachó
lentamente hasta quedar a su altura y le sonrió.
—Está triste también, cariño —le dijo—. Tu papá era alguien importante
para él y ahora no puede consolarte, pero siempre estará si lo necesitas, de
eso seguro.
El niño limpió sus lágrimas y asintió.
—Gracias, señora.
Micaela miró a Rouse una vez más y se alejó de la casa, entrando a la
suya propia, dándose cuenta que Matteo la había esperado sólo lo necesario
y ahora subía las escaleras, metido en una charla sin sentido con Antonella.
—Lucila —llamó a la nana—. Ve por la bebé y duérmela, se quedará
esta noche contigo.
—Está bien, señora.
Micaela se distrajo todavía otro rato en poner en orden algunas cuentas y
pendientes de su marido y de ella misma, desde hacía tiempo que trabajaban
codo a codo, pero dudaba que Matteo estuviera en condiciones de pensar en
números después de un suceso tan importante como la muerte de Tadeo y,
parecía que el señor Lorenzo pensaba exactamente lo mismo.
—¿Cómo ha ido?
—Nada bien —suspiró la joven—. Lo he visto llorar.
—Sí —suspiró—, no es usual, pero puede hacerlo.
—Fue… impactante ver a alguien como él de esa forma —negó—,
siempre lo tengo presente con esa imagen de duro empresario sin piedad
alguna, pero… tiene corazón.
—Claro que lo tiene, Matteo es mucho más sensible de lo que pensarías,
se ha dedicado mucho para forjar esa capa de hierro que tiene sobre su
corazón —el padre miró a su nuera con una sonrisa complacida—. Aunque,
conozco a cierta dama que ha logrado al menos agujerar dicha armadura.
Micaela sonrió sin mostrar los dientes y dejando a la vista sus hoyuelos
bien marcados.
—Seguro que eso le gustaría pensar, señor Lorenzo, pero esa dama sólo
puede ser Antonella.
—¡Oh! Cielos, tienes razón, son dos damitas —elevó una ceja y le quitó
los papeles de las manos—. Yo termino con eso, ve con él.
La joven asintió lentamente y salió de ahí, no sin antes regresar y darle
un beso en la mejilla a ese hombre, jamás pensó llevarse tan bien con su
suegro, pero él había sido alguien que lo aceptó desde el principio, aun
cuando Matteo no lo había hecho.
Micaela entró a la habitación, encontrándose con la sorpresa de no ver a
su marido ahí. Frunció el ceño y miró hacia todos lados, ¿habría vuelto a
salir? Quizá regresó a la casa de los Figoretti, sintió un gran dolor, pero,
entonces, sintió como lentamente le rodeaban la cintura y le plantaban un
beso en la nuca.
—Oh, Matteo, me has asustado.
—Lo siento —le susurró en el oído—. ¿Te encuentras cansada?
Él seguía regando besos alrededor de su cuello y oído, eran bastante
claras las intenciones que tenía.
—No… —dijo casi en un suspiro—. Pero, ¿estás seguro de esto? Creo
que te encuentras triste y…
—Quiero hacerle el amor a mi esposa, ¿puedo hacerlo?
—Sí —se volvió hacia él—. Claro que puedes, pero…
—No digas nada más —le besó los labios tiernamente—. Por favor, no
me cuestiones en esto.
Ella apretó los labios y asintió, rodeándole el cuello con sus brazos y
acercándose lo más posible a él, a su olor, a su calor y a la forma dulce en la
que la acariciaba y la enredaba en el deleite. Matteo la llevó lentamente
hacia la cama, besándola mientras le sacaba el vestido negro que jamás
quería volverle a ver encima; su esposa era una mujer alegre, ese color era
demasiado triste para ella.
Micaela lo observó desvestirse, parecía desesperado por seguirla en la
desnudez, así que lo esperó con paciencia, deleitándose con la visión que le
ofrecía y gimiendo complacida cuando su cuerpo se encontró con el de ella.
La joven se deleitaba con los juegos amorosos que él marcaba para ella,
mientras tanto, se distraía en acariciarlo, en reconocer cada borde, cada
cicatriz y cada parte sensible de su marido, lo observó como nunca antes,
incluso cuando él parecía estar fuera de sí, sintiendo placer fuera de ese
mundo, ella lo observó a detalle.
Su rostro parecía conflictuarse cuando estaba enterrado en ella, gruñía, la
besaba y separaba los labios, a veces sin decir ni una palabra o expirar ni un
sonido, quizá sólo extasiado; a ella le pareció lo más increíble que hubiese
visto, se preguntó si acaso él la observaría de vez en cuando de la misma
forma, tan embelesada como lo estaba ella.
Matteo cayó rendido sobre el cuerpo de su esposa, siendo sostenido por
sus codos para no aplastarla por completo, la observó con una sonrisa, ella
precia en verdad concentrada, así que la besó.
—Me parece de muy mal gusto que estés pensando en otras cosas
mientras estoy dentro de ti —le dijo a broma.
—Oh, créeme, no estaba concentrada en nada además de en ti.
—¿En mí? —sonrió, dejando salir una pequeña risa—. ¿Eso qué quiere
decir?
—Parece que te sientes bien cuando estás conmigo…
Él la miró de lado y asintió.
—Por supuesto que me siento bien, eres increíblemente excitante para
mí, me vuelves loco con una mirada.
—Matteo… —ella se sentó sobre la cama y se acercó a él, su marido
levantó un brazo, pensando que se recostaría sobre su pecho, pero ella no lo
hizo.
—¿Qué ocurre?
Ella pensó en contarle su descubrimiento, de que tal vez pudiera tener
hijos y ella posiblemente estuviera embarazada dentro de poco… pero, no
pudo. No podía afirmarlo, porque desde hacía meses que ella no se tomaba
el famoso jugo y no había logrado quedar en cinta nuevamente. ¿Y si estaba
en un error?
—¿Micaela? —le acarició la cintura—. ¿Qué pasa?
—Oh —despertó de sus miedos—. Nada, lo siento.
—Parecía que tenías algo importante que decir.
—No —sonrió—. Bueno, sí, pero no ahora.
—¿No ahora? —le dijo juguetón—. ¿Es qué estás pensando en algo más
importante para este momento?
—Matteo… —se avergonzó—. ¿En serio?
—Sí —se levantó y la besó—. ¿Alguna oposición? Sí la tienes, me
detendré, pero te advierto que no quiero.
Ella dejó salir una risita y le pasó los brazos por el cuello para jalarlo
hasta ella y volver a hacer el amor, al fin de cuentas, si quería un hijo,
debían hacer precisamente eso las veces que fuera necesarias, cuantas más
mejor.
Capítulo 23
Micaela caminaba por el jardín con su hija tomada de la mano, la
pequeña daba buenas zancadas durante todo el día, por no decir que no la
dejaba tranquila en ningún momento, resultaba ser que Antonella era tan
hiperactiva como lo era su padre.
En ese momento, iban en busca de Matteo, quién solía esconderse entre
sus inventos para no tener que lidiar con nada más, dejando esa tarea a su
esposa, en quién confiaba plenamente. Micaela había notado que, desde la
muerte de Tadeo, su marido se mostraba extraño, distante y pensativo;
sonreía cuando estaba con ellas, pero sólo hacía falta que se distrajera un
poco para que su sonrisa desapareciera y se mostrara realmente triste.
Micaela dejó a su bebé sobre el césped y se acercó a su marido, sonrió
mientras le acariciaba las mejillas, llamándole la atención.
—Matteo —le dijo—. ¿Necesitas que te ayude en algo?
—No, cariño —le apartó las manos—. Estoy bien, lo siento.
—¿Por qué no confías en mí y me dices la verdad? —le sonrió
dulcemente—. Quizá pueda ayudar más de lo que te imaginas.
—Ya me ayudas —la acercó lentamente y le depositó un beso en los
labios—. El que estés cerca me es de ayuda.
—¡Pa! —gritó Antonella, poniéndose de pie con dificultad, aferrándose
al pantalón de su padre.
Matteo se agachó y tomó a la bebé en brazos, justo en el momento en el
que dos niños corrían en medio de gritos y sonrisas hacia ellos, lanzándose
a las piernas de su marido.
—¡He ganado! —gritó el mayor—. ¿Verdad, papá?
Micaela frunció el ceño y miró hacia su marido, quién se encontraba en
las mismas.
—¡Niños! —se oyó la voz de Rouse, a quien le parecía faltar el aire—.
Les dije que no corrieran.
—Rouse, ¿unas palabras? —dijo Matteo.
—Claro, en realidad veníamos por…
—Primero las palabras —la interrumpió y le entregó a la niña a su
esposa, quién hubiese querido ir con ellos, pero Matteo le indicó que
distrajera a los niños de Rouse.
—Eh… hola niños.
—Tú eres la que está usurpando el lugar de mami junto a mi papá —se
quejó el menor.
—¿Qué? —sonrió confundida—. ¿De qué hablas?
—Nosotros somos los herederos de este lugar y esa niña ni siquiera es de
papá.
—Matteo no es su papá —dijo la joven.
—Sí que lo es, mamá lo ha dicho.
—Quizá se estén confundiendo, pero Tadeo es su papá, no Matteo —
señaló Micaela.
—No, Matteo es papá, eso fue lo que nos dijo mamá y, al ser hombres, él
nos sabrá preferir para heredarnos.
—Por Dios…
Micaela volvió la vista hacia dónde la pareja discutía acaloradamente,
¿por qué Rouse inventaría una mentira tan tonta? Era obvio que a los niños
se los podía engañar, pero al resto del mundo no, ¿qué estaba planeando?
—No sé qué demonios esté pasando por tu cabeza, pero si esos niños me
vuelven a llamar de esa forma, no sé cómo reaccionaré.
—Lo lamento, no quise que ellos pensaran de esa forma —suspiró—.
Pero estaban tan tristes y de un momento a otro ellos se aferraron a esa idea
y no tuve el corazón para negarlo.
—Tenlo, esto es incómodo, no sólo para mí, sino para mi esposa y, sin
mencionar que jamás podré tratarlos como si fueran míos, ni siquiera los
puedo comparar con Antonella.
—Antonella tampoco es tu hija —dijo ponzoñosa cuando se dio cuenta
de que regresaba con su esposa.
—¿Qué dijiste?
—Antonella no es tu hija —le dijo enojada—. Al menos, si adoptas a los
míos, serían varones, podrías heredarlos.
—No hablas en serio —negó con una sonrisa estupefacta—. ¿Te has
vuelto completamente loca? ¿En qué mundo pensaste que yo heredaría a tus
hijos? ¿Por qué razón?
—Sé que aún sientes algo por mí.
—Sí, enojo. No hagas que comience a sentir lástima.
Matteo dio media vuelta y caminó hasta su familia, tocó las cabecitas de
los niños que fueran hijos de su mejor amigo e incitó a su mujer a volver a
la casa, ayudándola con la bebé para que avanzara más rápido y sin
dificultad.
Rouse apretó su quijada y miró hacia la pareja que seguía hasta su casa y
cerraba la puerta trasera para que ninguno de ellos pensara siquiera en
seguirlos.
—¿Señora?
—Lucila… creo que llegó el momento de que la señora vuelva a
embarazarse, ¿no crees?
—¿Mi señora?
—¿Hace cuánto que se ha dejado de tomar el jugo?
—Creo lo suficiente como para que ya hubiese vuelto a quedar
embarazada —asintió la mujer.
—¿No sospecha que lo pones en otros lugares?
—No, señora, es lo único que evita ingerir.
—Bien, entonces, quiero que esperes otro mes y después, lo dejes de
hacer —sonrió—. Creo que le haría bien otro bebé.
—Sí, mi señora.
—Avísame cuando la bomba explote, ¿sí?
—Cómo usted diga, mi señora.
Micaela le contó a su marido lo que los niños le habían dicho y él
simplemente asintió, dando su confirmación a lo sucedido.
—No sé qué estará pensando esa mujer, pero seguro que no es nada
bueno —Matteo dejó a la niña dentro de su cuna—. No nos importa, no
pienso heredar a esos niños y creo que has demostrado que una mujer está a
la altura de liderar las empresas Rinaldi.
—¿Te lo parece? —sonrió la joven—. Bueno, me alegra que estés
conforme con mis resultados, pero me gustaría que volvieras para trabajar a
tu lado.
—Lo sé… es sólo que me siento distraído.
—¿Quieres hablarlo?
Matteo negó y le tomó la cintura.
—Quiero hacer otras cosas.
—Matteo, la solución a tu tristeza no es tener amores conmigo.
—Me parece un buen método de sanación.
—No lo es, estás evitando la realidad.
—En ese caso, me agrada evitarla —sonrió—. Digamos que es nuestra
luna de miel, cuando nos casamos estabas embarazada, por no mencionar
que casi no nos conocíamos, ahora pienso que sería buena idea retomar lo
perdido.
—Matteo… —se sonrojó—. Alguien podría escucharnos.
—Al diablo con todos —la besó mientras intentaba quitarle el vestido,
pero ella lo detuvo—. ¿Qué pasa?
—¿Es que piensas hacerlo en la recámara con Antonella?
El hombre miró a la pequeña niña que los miraba con sus grandes ojos
azules y sonrió hacia su esposa.
—Creo que no es una buena idea.
—No —susurró—. No lo es.
—Vámonos de aquí.
—Pero…
—¡Lucila! —gritó y en dos segundos, la mujer llegó—. Cuida a la niña,
nosotros estaremos ocupados.
La doncella se inclinó avergonzada, al igual que Micaela, pero siguió a
su marido por la casa hasta llegar a sus habitaciones, donde su marido
desbordó toda su pasión, tirándola en la cama y comenzando a besarla casi
con ansias en todo su cuerpo.
Le gustaba la pasión de su marido, pero sabía que mucha de ella era
ocasionada por sus constantes ganas de huir de sus verdaderos sentimientos,
del verdadero dolor. De hecho, estaba tan afanado en despejar su mente, que
casi no se percata cuando los gritos de Micaela cambiaron del placer, al
dolor.
—Por favor, Matteo —se aferró a su espalda y se retorció—. Sé… más
amable, yo…
De pronto su marido la miró y se avergonzó por su actuar.
—Lo siento, Micaela —se escondió en su hombro—. Lo siento, soy un
idiota, lo lamento.
—Creo… que, en esta ocasión, es mejor que yo dirija esto.
Matteo levantó la vista y frunció el ceño.
—Ah, ¿sí? ¿Cómo piensas hacerlo? —sonrió.
—Vamos, ayúdame, ponme sobre ti —Matteo intercambió sus
posiciones, encontrando casi irresistible el rubor en las mejillas de su
esposa y, en sí, el cuerpo de ella en todo su esplendor frente a él—. Sí, creo
que puedo hacerlo.
—¿Qué debo hacer yo?
Ella lo miró con reproche.
—Sabes qué hacer, tampoco quieras… —él se levantó y le plantó un
beso tranquilo y dulce antes de volverse a recostar.
—Indícamelo.
Micaela se movió insinuantemente sobre él y sonrió al darse cuenta que
casi le sacaba un gemido que terminó siendo contenido en su garganta, ella
le tomó una mano y la dirigió hacia sí, provocando que la tocara.
Su marido le permitió que lo guiara por un rato, pero no pudo resistirlo y
se sentó, acogiéndola en sus brazos y haciéndole el amor
descontroladamente; ahora que lo pensaba, con Micaela siempre era algo
descontrolado, no le era posible dominar sus emociones y sensaciones,
como le había dicho, lo volvía loco.
—Micaela… —le buscó la cara en medio de su maraña de cabello y
suspiró alegre al verla presa de su propio goce—. Te amo… ¿me escuchas?
Ella lo miró sorprendida y frunció el ceño.
—¿Qué dijiste?
—Te amo —asintió—. En serio, creo que lo hago.
Ella sonrió con ternura.
—Creo que estás confundiéndolo, para amar a alguien no tienes que
sentirlo sólo en la cama.
—Lo sé, te amo en todos los aspectos en los que se pueden amar a una
persona —la abrazó a su cuerpo, pero seguía viéndola—. Me gusta todo de
ti.
—Eso… ¿En verdad?
—¿Por qué lo dudas? —elevó una ceja.
—Porque… pues, porque soy yo.
—Por eso mismo es que estoy enamorado de ti —la besó—. Me
conquistaste Micaela, lo hiciste al completo y pese a los obstáculos, te has
sabido meter entre mis huesos, recorrer mis venas e instalarte
permanentemente en el corazón.
—¿Lo dices de verdad? —Micaela sonrió y contuvo las lágrimas en sus
orbes azules—. No estás jugando, ¿cierto?
—Mi amor —la abrazó con más fuerza—, te lo digo en serio.
—Oh, Matteo —escondió su cabeza en su hombro—. Al fin puedo
decirte cuanto te amo yo a ti, desde hace tanto tiempo…
—¿Por qué no me lo habías dicho?
—Creí que tu corazón siempre pertenecería a otra persona, me hería
pensar que no fueras a corresponder a mis sentimientos.
—Lo siento —le acarició el cabello—. Jamás quise hacerte sentir tan
insegura.
Ella dejó escapar una risa de alegría y lloró un poco cuando levantó la
cabeza y lo besó llena de una felicidad que no podía contener dentro de sí.
—Te amo.
—No llores, Micaela —le limpió las mejillas—. No por mí, jamás por
mí.
—Estas lágrimas valen la pena, puesto que son de alegría.
Matteo dejó salir un suspiró que se llevaba parte de sus sentimientos
acumulados, la recostó en la cama y se abrazó a ella, agradecido por tenerla
junto a él y, por al fin haber admitido que la quería… no, que la amaba, le
había sorprendido descubrirlo, pero, cuando de pronto lo supo, no pudo
contenerlo más tiempo para él.
Capítulo 24
Matteo había cumplido su palabra al decir que sería su luna de miel, no
había día en el que no hicieran el amor, incluso, Micaela tenía que aceptar
con vergüenza que lo hacían a horas indebidas y en lugares poco comunes,
pero valía la pena, no cambiaría ni un segundo entre los brazos de su
esposo, sus palabras, sus caricias y las sonrisas que se le escapaban con
cada pícara excusa que daba para ausentarse junto con ella.
—Matteo —le acarició lo largo de su nariz, ambos recostados, después
de hacer el amor—. He visto que los niños de los Figoretti vienen a
menudo… ¿a qué se debe?
Su marido abrió los ojos con pesadez y la abrazó tiernamente,
acomodándola sobre su pecho para seguir durmiendo, al menos era lo que
planeaba después de un día entero de trabajo y una noche entre los brazos
de su esposa.
—Vienen a aprender, su madre quiere hacerlos inventores.
—Y tú… simplemente aceptaste.
—Sí.
—Oh.
—¿Oh? —levanto la cabeza para mirarla—. ¿Hay algún problema con
ello?
—No, no —le acarició el pecho—. Bueno, quizá sí.
—Me lo temía, ¿de qué va?
—Bueno… ellos son hombres y claro, entiendo que te apasione que
aprendan algo que te gusta y bueno, lo prometiste a tu amigo y debes
cumplir…
—¿Pero…?
—Yo… no sé, me siento algo incómoda con la situación, Antonella…
bueno, ella es mujer y sé que los hombres gustan pasar su legado a…
—Antonella será mi heredera, Micaela, cuando tenga edad de aprender,
lo hará, por el momento, dejemos que siga mordiendo mamilas y jugando
con tapaderas de la leche.
—Lo sé, sé que te suena tonto, pero…
—Micaela —le levantó la barbilla—. Antonella es mi única hija,
¿entendido? Todo lo que tengo, irá a parar en sus manos, nadie más podrá
quitarle ese derecho, por más hombres que sean.
Ella bajó la mirada apenada.
—Lo siento.
—Me siento responsable por los niños, sé que Tadeo hubiera hecho lo
mismo por mí si la situación fuera invertida, así que no puedo dejarlos a la
deriva.
—¡No estaba pidiendo eso!
—Estás celosa, lo comprendo —la abrazó—, pero entiende: mi familia,
sólo son ustedes y eso no cambiará pese a nada.
—Antonella se muestra cada vez más parecida a ti —sonrió—. Incluso
tu padre dice que es idéntica a cuando eras bebé.
Matteo sonrió y la abrazó sin decir una palabra, no quería contradecirla
en ello y era mejor callar para no lastimarla con lo que pudiera decir.
—Espero que se parezca a su madre —dijo—. Con tu tenacidad,
inteligencia y dotes de mando, ella podrá sobrellevar las empresas sola, si
es lo que quiere, claro.
—Lo hará, estoy segura que lo hará —ella lo miró con dudas y una
sonrisa burlona—. Aunque pensé que esperabas que no se pareciera en lo
parlanchina que soy.
—¿Acaso me lo oíste mencionar entre los dones que quiero que le
heredes? —bromeó y recibió el golpe de su esposa con gusto—. En
realidad, esa boca tuya ha cerrado varios negocios importantes, no me
molestaría que Antonella la tuviera.
—Ella será parecida a ti —le dijo en un bostezo—. Lo sé.
Matteo la abrazó hasta que se quedó dormida, después, la colocó sobre la
cama, puso ropa sobre su cuerpo y salió de la habitación, yendo
directamente hacia la recámara de su hija, donde era custodiada por su
nana.
—Mi señor —Lucila se levantó de la mecedora en la que se encontraba
—, ¿algún problema?
—No, vengo por ella, puede ir a descansar.
El hombre tomó a su hija y la meció en sus brazos, pensando en las
palabras de su esposa, extrañándose al darse cuenta que, en realidad, la niña
si se parecía en algo a él, quizá fuera que comenzaba a creérselo después de
tantas veces en las que su padre y esposa se lo hacían notar.
—¿Qué dices Antonella, te pareces a mí?
La niña lo miraba intrigada, era obvio que no se había dormido en
ningún momento; amaba a esa pequeña más que a su vida, incluso le
conflictuaba pensar un día en que no pudiera verla.
—Vamos a la cama con mamá, seguro que la extrañas —sonrió—. Yo
también la extraño cuando no he podido dormir con ella, aunque eso casi no
pasa… ¿Sabes Antonella? Serás una niña un tanto solitaria, lastimosamente,
no puedo darte hermanos, pero te aseguro que no te harán falta con lo
consentida que serás.
—¿Matteo? —se escuchó la voz somnolienta de su esposa—. ¿Estaba
llorando?
Micaela había estirado las manos hacia la niña y Matteo se la entregó en
seguida.
—No, quería traerla a dormir con nosotros.
—En verdad —lo regañó con la mirada—, si sigues así, jamás aprenderá
a dormir en su cuna.
—Es mi única hija, ¿qué esperabas?
Micaela mordió su labio y acomodó a la niña en medio de ellos.
—¿Qué sucede? ¿Por qué te has mordido el labio?
—¿Qué tiene eso?
—Eso haces cuando no quieres decir algo.
—Claro que no.
—Es un tic bastante notorio, amor, no puedes engañarme.
—No es nada, ¿vienes a la cama?
—Sí —Matteo se metió a la cama y se quedó dormido en cuanto hija y
madre estuvieron entre sus brazos.
Micaela permaneció mirando a su familia durante largo tiempo, no sabía
cómo decirlo, no sabía cómo avisar a Matteo que esperaba un hijo, que le
era posible concebir y que estaba segura de ello, no había encontrado el
momento indicado para decirlo y eso comenzaba a volverla un poco loca,
sentía que le mentía en la cara constantemente.
Se haría la promesa de decírselo cuanto antes, el doctor le había dicho
que era cuestión de tiempo para que su estómago comenzara a brotar y no
quería que Matteo se llevara una impresión inadecuada, estaba consciente
de que sería una noticia que no se esperaba, pero debía hacerlo de una
forma que lo entendiera, que al menos la escuchara como era debido.
A la mañana siguiente, cuando despertó, se encontró en la soledad de su
habitación, no estaban ni Matteo, ni su hija. Se levantó adormilada, a
sabiendas de que quizá su marido la hubiese dejado descansar, últimamente
no podía evitar caer dormida en todas partes, incluso le había costado la
vida permanecer despierta mientras estaba en extensas reuniones de
negocios en conjunto con su marido.
—Buenos días, señora —entró Lucila—. Le he traído su jugo.
—Gracias —sonrió forzada y miró el jugo con desazón—. ¿Dónde está
el señor Rinaldi?
—En su despacho, mi señora.
La joven asintió y se levantó rápidamente, yendo al baño donde no pudo
evitar vomitar, la joven Lucila sonrió y comenzó a buscar la ropa de su
señora, sabía que desde hacía días ella se había sentido indispuesta, pero se
había designado a no decir nada.
Micaela salió en un total mutismo, permitió que la cambiara y salió de la
habitación, yendo hacia el comedor, donde seguramente se encontraría con
su marido, quizá terminando de desayunar, puesto que era lo
suficientemente tarde.
—Buenos días —sonrió al ver a Matteo, pero su sonrisa se paralizó
cuando vio de pronto a los dos niños Figoretti y a su madre, sentados en su
mesa.
—Oh, Micaela, que bueno verte ¿Dónde está la pequeña Antonella? —
sonrió la madre.
—Su nana la tiene.
—Claro, era de esperarse que siendo de alta sociedad, prefieras que la
niña se la pase con sus nanas.
Ella lo había dicho con una sonrisa, pero denotaba la queja y la clara
burla hacía la joven madre.
—A Micaela en realidad no le gusta —dijo Matteo—, jamás le agradó la
idea y lo aceptó gracias a mí, creo yo.
—¡Oh! Yo jamás lo hubiese permitido —acarició la mejilla de uno de
sus hijos y miró a Micaela—. Me sería imposible.
—¿Qué haces aquí, Rouse? —la joven fue a sentarse con su marido—.
No pensé que estuvieras atendiendo las enseñanzas de tus hijos el día de
hoy.
—Me dieron ganas de saber que hacen durante el día.
Micaela asintió un poco enojada, pero su marido le tomó la mano y la
miró con disculpas, ella negó disimuladamente y se dedicó a ingerir su
desayuno con pocas ganas y algo de nauseas.
—¿Te sientes mal, Micaela? —preguntó la joven—. Te noto algo pálida.
—Estoy bien.
Matteo la observaba atentamente, en realidad, él también la había notado
la reticencia de Micaela a desayunar, lo cual era poco común, puesto que su
esposa era de buen apetito.
—¿Estás segura? ¿Quieres que llame al médico?
—No, en serio, estoy bien —ella bajó la cabeza—. En realidad, creo que
cené demasiado la noche anterior.
Matteo asintió y siguió tomando su café sin dar más importancia al
asunto, en realidad, era más que normal que ella se enfermara de esa forma
por comer golosinas.
Al acabar el desayuno, las personas en la mesa se separaron a sus propias
obligaciones, Micaela yendo hacia donde sabía que encontraría a Lorenzo
trabajando, al menos eso era lo que esperaba, pero, cuando entró al
despacho del hombre, notó que, en realidad, el padre estaba empacando
presurosamente y la miró sólo de reojo.
—Oh, querida Micaela —sonrió—. Tan radiante cómo siempre.
—Señor Lorenzo, ¿Qué hace?
—Tengo que ir a Italia de urgencia, posiblemente vuelva dentro de un
mes —le dijo presuroso.
—Parece feliz.
—Lo estoy, en verdad que me encanta mi lugar natal.
—¿Necesita ayuda?
—No, no —fue hacia ella y le entregó algunos papeles—. ¿Te harás
cargo de mi parte del trabajo?
—Claro —sonrió—. Gracias por la confianza.
—¡Pero claro! Te lo has ganado por completo —le palmeó el hombro y
siguió haciendo sus cosas—. Lo que no entiendo es la presencia de esa
mujer en esta casa.
—Ni siquiera yo lo sé —dijo con tristeza.
—No pensarás…
—Oh, no —ella se sonrojó—. Matteo parece comprometido con su
familia en estos momentos.
—Estoy seguro de ello —sonrió—. No lo había visto tan feliz.
—Eso es lo que espero —sin pensarlo, la joven llevó la mano hacia su
vientre, cosa que no pasó desapercibida del padre.
—Él será feliz mientras esté a tu lado.
Micaela no entendió si este hombre lo decía por otra razón o porque la
había visto, pero se puso sumamente nerviosa y apresuró una disculpa para
salir presurosa del lugar. Eso sólo le había recordado que tendría que decirle
a Matteo dentro de poco que estaba embarazada… embarazada de él.
El resto del día, la joven la pasó en medio de papeles, reuniones y
trabajo, apreciaba mucho la confianza que los Rinaldi le habían conferido,
prácticamente la dejaban cerrar tratos, manejar cuentas, incluso invertir y,
ahora que el señor Lorenzo se había marchado, tenía aún más
responsabilidades encima.
Estaba metida en ello, cuando de pronto escuchó un grito llamando su
nombre, la joven frunció el ceño y miró a su hijita, la cual descansaba en la
cuna provisional que tenía en su despacho personal. Con el corazón en la
mano, la joven se puso en pie, pero antes de que pudiera salir a ver lo que
sucedía, Matteo entró.
—¿Qué sucede? —dijo con temor al ver la cara de furia de su marido,
quién la veía extrañamente.
—Supongo que tienes que decirme algo.
—¿Algo? —ella respiró irregularmente—. ¿Algo de qué?
—Tu doncella Lucila ha venido a informarme algo.
Micaela miró enseguida hacia la mujer que miraba hacia el suelo,
aparentemente apenada por la situación y por estar ahí.
—¿De qué habla mi esposo, Lucila?
La mujer levantó la mirada, nerviosa y miró rápidamente hacia el señor
de la casa, el cual levantó una mano, silenciándola.
—Dime, mi amor, ¿qué escondes?
—Matteo…
—Embarazada —negó con enojo—. ¿Pensaste que podrías ocultármelo
por siempre?
—Pensaba decírtelo —se intentó acercar, pero Matteo dio un paso hacia
atrás—. Matteo, es tuyo.
—¡Por Dios, Micaela! —su marido miró a Lucila y la corrió con un
movimiento de su cabeza.
—Matteo, mírame a los ojos y dime si en verdad piensas que yo podría
engañarte —le dijo desesperada—. Dímelo, sí logras decírmelo, entonces,
me iré.
—No tengo idea de qué puede ser verdad o no… pero yo jamás he
podido tener hijo —dijo sin mirarla.
—Matteo… de la única mujer de la que estás seguro que no tuviste hijos,
es de Rouse, pero creo que ella lo evitaba.
—Por mucho tiempo tú tampoco lo lograste —le dijo obvio—.
¿Milagrosamente sucedió? Es muy fácil culpar de todo a Rouse.
—¡Porque ella la tiene! —dijo histérica—. Creo que también hacía algo
para que yo no me pudiera embarazar después del nacimiento de Antonella.
—Qué conveniente.
—Matteo, ¿te es más fácil creer en ella que en mí?
El hombre no la miraba, parecía preso en su ira, la cual intentaba
contener de alguna forma.
—Saldré de viaje.
—Por favor, no hagas esto, es tuyo, cree en mí, por favor…
—No puedo… —cerró los ojos con pesar—. No puedo creerte.
—Te he dicho que te amo, lo sabes, ¿por qué te engañaría?
—Por tener otro hijo —la miró con tristeza—. Sé que lo querías, sé que
es algo que anhelabas y era algo que yo no te podía dar.
—No —se acercó de nuevo—. No, no me importaría no tener más hijos,
con estar a tu lado y tener a Antonella me es más que suficiente, lo son todo
para mí… pero sabía que eras capaz de tener hijos, sabía que ella mentía y
sabía que Antonella sólo podía ser tuya.
—Saldré en media hora.
Matteo dio media vuelta y no volvió más, dejando a Micaela presa del
llanto y la desolación, miró enfurecida a la doncella que permanecía en el
pasillo, viendo a su señora en el suelo.
—¡¿Qué le has dicho?!
—Mi señora… sólo le expuse mis dudas sobre su retraso de periodo y
sus nauseas.
—¡No te correspondía! —le gritó enojada.
—Mi señora, mi lealtad siempre estará para con mi señor.
—No —la joven se acercó peligrosamente y amenazó con la mirada—.
Eres leal hacia tu antigua señora, así que lárgate con ella.
—¿M-Mi señora?
—¿No entiendes? ¡Lárgate! —le dijo furiosa—. Lastimosamente para ti,
la que manda soy yo, no ella. Así que fuera.
La doncella parecía no creerse lo que su señora le decía, pero bajó la
cabeza y se marchó del lugar, dejando a su furibunda y alterada señora a
solas.
Micaela tomó sus vestidos y subió a su habitación, donde sabía que su
marido estaría haciendo las maletas para marcharse cuento antes. La joven
cerró la puerta tras de ella y lo miró.
—No te irás, Matteo —le dijo fuera de sí—. Te juro que, si te vas, te
arrepentirás, porque no estaré aquí, no verás a tu hijo nacer…
—Deberías relajarte, estás embarazada.
—No me relajaré hasta que me pongas atención, hasta que recuperes la
razón.
—Te pido que no hagas tonterías, recuerda que sigues casada y lo peor
que puedes hacer es actuar imprudentemente, sobre todo si dices que estás
en espera de nuevo.
—Matteo…
—Volveré en un par de meses.
—Estás mintiendo… sé cuándo mientes.
—Me tengo que ir, Micaela.
—Matteo, ¿A dónde vas? —lo siguió por las escaleras.
—Fuera de la ciudad.
—Por favor, escúchame.
—No, Micaela, por el momento no puedo escucharte.
Su marido salió de la casa y Micaela colocó ambas manos sobre la
madera. Cerró los ojos y tomó aire con fuerza. Si su esposo se iba,
entonces, cuando él quisiera escucharla, ella tal vez no estuviera dispuesta a
hablar.
—¡Fregot! —gritó a uno de sus mozos.
—¿Mi señora?
—Quiero que cambie las chapas de todas las habitaciones de la casa, de
todas las puertas y me dé una copia a mí.
—Pero…
Micaela lo miró furiosa y el mozo simplemente asintió y se marchó para
buscar quién le hiciera el trabajo. La joven acomodó su vestido, peinó su
cabello y enderezó su espalda hasta retomar su postura garbosa.
Tenía dos hijos y no había cabida a la debilidad.
Capítulo 25
Micaela caminaba por las calles de Londres mientras empujaba una
carriola con una sonrisa, su pancita era cada vez más notoria y lograba
cansarla al límite de mandarla a la cama a dormir por horas, lo cual la hacía
sentirse un poco ansiosa, puesto que no estaba acostumbrada a tomar siestas
y sentía que le quitaban gran parte del día, sin embargo, si era lo que el bebé
necesitaba, entonces lo haría, no era tampoco como si pudiera evitarlo.
—Micaela —saludó de pronto Ashlyn, quién caminaba por las calles en
aparente soledad—. ¿Cómo te encuentras?
—Bien —tocó su pancita y sonrió—, en espera.
—Claro, ¿no te da miedo? —le dijo, llevando la carriola por ella
mientras seguían caminando—. Es muy desafortunado que tu marido
tuviera que irse de viaje justo cuando estás embarazada.
—Sí… muy desafortunado —ella bajó la cabeza.
Mentirle a su familia era horrible, incluso se había inventado variadas
ocasiones en las que decía que su marido volvía, sólo para volverse a
marchar a los días y seguir trabajando. Quizá esa mentira era una fuente de
esperanzas que ella almacenaba para sí misma, pero ya habían pasado
varios meses y ella seguía estando sola.
Tan sólo le llegaba una carta de él cada semana, informándole sus
movimientos y haciéndola participe de los negocios que concretaba,
también le mandaba dinero y, en ocasiones, regalos.
Era una situación extraña pero que hacía más razonable su mentira ante
sus familiares, Ashlyn había estado presente en varias ocasiones en las
cuales las cartas o paquetes llegaban a la casa.
—¿Te encuentras mal? Mira que de la nada te has puesto pálida como la
leche, ¿Quieres que te compre algo?
—No —sonrió—, quizá sólo descansar un poco.
Ambas se sentaron en una de las bancas del parque y sacaron a
Antonella de su prisión para que pudiera correr y jugar con los otros niños
que ya la llamaban a gritos. Pese a su corta edad, Antonella era capaz de
caminar perfectamente e incluso hablaba mejor de lo que nadie se esperaría
en una niña tan diminuta.
—Oye Mica, ¿planeas seguir yendo a reuniones de negocios aun estando
en cinta? ¿No es muy pesado para ti?
—Bueno, ahora que Matteo no está, la que tiene que dar la cara soy yo
—dijo como si nada—, además, es algo que amo.
—Lo sé, pero… ¿no sería mejor que el señor Lorenzo volviera? ¿Quizá
si le mandas una carta a Matteo diciendo…?
—No.
—Lo sabía, sabía que él no lo había entendido —la acusó al ver su
tajante respuesta—. ¿Te abandonó?
—No… no del todo.
—¿Cómo que no del todo? ¿Acaso llevas inventando todo eso de las
cartas y los paquetes? ¿Estás loca?
—Esa parte es verdad —le aseguró—, él no ha dejado de escribir y
mandarme dinero… pero, no creo que quiera volver.
—¡Lo sabía! ¡Lo sabía! —se puso en pie—. Era obvio que pensaría que
el bebé no es suyo, ¿al menos te dejó explicar?
Micaela negó en silencio.
—Estaba tan furioso… no me hizo daño, pero sé perfectamente que le he
herido —Micaela dejó caer su cabeza entre sus manos y lloró un poco—.
Ahora estoy sola con un bebé en camino.
—No estás sola —Ashlyn se sentó a su lado y la abrazó—. ¿Por qué no
te vas a casa de tus padres?
—No, eso sería admitir que me abandonó —dijo segura, mirándola con
determinación—, sea como sea, Antonella sigue siendo la “única hija de
Matteo” no permitiré que esa arpía y sus hijos se lleven lo que por derecho
es de mi hija.
—Así que sigue ahí —negó Ashlyn con una sonrisa—, no se piensa ir
jamás, ¿verdad?
—¡Me vigila día y noche! —dijo desesperada—. Siento su mirada desde
la otra calle, siempre en las ventanas, al igual que esos horribles niños.
—Oye, ¿eso lo dices en serio o sólo como parte de tu drama?
—¡Ya ni siquiera lo sé!
—Eso es peligroso, ella podría estar loca.
—No está loca, sólo quiere volverme loca a mí.
—Es una buena movida —asintió la pelirroja, lo que ocasionó que
Micaela la mirara con desagrado—. Mira primita, lo único que sé, es que
Matteo no ha dejado de quererte, es más que obvio puesto que no te permite
olvidarlo con todas esas cartas que te manda.
—Es responsable, lo hace por Antonella.
—Lo hace por ti —negó la pelirroja—, en fin, podrías pedirle que
vuelva, sé que regresará.
—No lo hará.
—¿Y qué pierdes con intentarlo?
Micaela bajó la cabeza y en su cabeza respondió a su prima: el orgullo,
eso era lo que perdería y no estaba dispuesta a ello.
—¡Tía Ash! —gritó Antonella apuntando alegre hacia un cachorrito—.
¡Guau, guau!
—Pero claro Antonella, es un perro, pero veamos si podemos llevarnos
uno a casa.
—Ashlyn, por favor no la entusiasmes con mentiras.
—¿Mentiras? —ella frunció el ceño—, nadie habló de mentiras, la niña
necesita un perro, ya que su padre se fue…
—¡Ashlyn! —la retó enojada, pero la pelirroja corrió, tomó a la niña en
brazos y fueron a ver los perros.
Micaela se dejó caer en la banca con cuidado, tomando su abultado
vientre y suspirando, era cuestión de tiempo para que Ashlyn se diera
cuenta de su mentira, quizá el resto de Londres sospechara lo mismo, pero
por la boca de ella no saldría nada, seguiría asegurando tener el cariño de su
marido, además de su protección y nadie la sacaría de ello.
Tenía que cuidar a sus hijas, era todo lo que le interesaba y, si acaso
perdía el apellido de su marido, le sería imposible hasta trabajar en lo que
tanto amaba. No, en definitiva, no se lo podía permitir, debía seguir con la
fachada de esposa feliz.
▪▪▪▪▪۞▪▪▪▪▪
Matteo miró hacia el cielo nocturno desde su habitación del hostal, para
ese momento, su esposa debía de tener algunos meses de embarazo encima,
quizá hasta pudiera ser notoria la hermosa pancita con la que la había visto
formar a Antonella.
Sin pensarlo, apretó su mano hasta hacerla cambiar de color y expiró una
maldición al pensar que ella, la mujer de la que se había enamorado, lo
había engañado con otro… lo veía imposible, pero el que estuviera
embarazada sólo le daba señales a que así era.
Era prácticamente innegable, puesto que su hija Antonella había
cumplido casi los dos años antes de que milagrosamente su esposa quedara
embarazada, ¿dos años después? Sería una tontería pensar que era de él, por
mucho que su corazón así quisiera engañarlo para poder volver a su lado, su
razón no lo permitía, se sentía engañado y un imbécil por haberle creído,
por haberse enamorado de ella.
—¿Mi señor? —sonrió una dama que de pronto entró a su habitación sin
siquiera haber tocado antes.
—¿Qué deseas? —elevó una ceja.
—Bueno, me han mandado a complacerle, mi lord.
—No necesito que me complazcan, vengo por negocios.
—Oh, lo sé, es su cliente quién me manda a satisfacerlo.
Matteo dejó salir un profundo suspiro y miró a la hermosa mujer que se
le insinuaba de forma tan abierta. Nada en ella podía tentarlo, no era su
esposa, por tanto, no era la mujer que en realidad deseaba.
—Ahórrate la molestia, mujer, te pagaré, pero no quiero yacer contigo,
lo siento.
—Sí no lo hago, me castigarán, señor —dijo temerosa.
—Entonces, finge que te has quedado, pero procura hablarme poco,
estoy pensando.
La joven se sentó en una esquina de la habitación, admirando al hombre
que permanecía perdido en sus pensamientos, le parecía imposible no
admirarle mientras él no le hacía caso alguno; tenía fuertes manos y unos
penetrantes ojos, el cabello desordenados y con cuerpo delgado y fuerte,
pero parecía triste, sumamente triste.
—¿Algo le perturba, señor?
—¿Disculpa? —él en verdad parecía perdido.
—Parece que algo le preocupa.
—Eh, sí, supongo que así es.
—¿Acaso es una mujer?
Matteo suspiró y sonrió.
—Sí, dos mujeres, en realidad.
—¿Dos? —se sorprendió.
—Tengo una hija.
—Oh —sonrió con dulzura—. ¿Qué hace aquí, señor, si parece que
añora tanto a esas dos mujeres?
—No creo que pueda volver con ellas.
—¿Por qué razón?
—Es complicado —la mujer asintió un par de veces y se dispuso a no
hablar, como el mismo hombre se lo había pedido, pero entonces, fue él
quien le habló directamente—: ¿Cómo haces para no embarazarte?
La muchacha se sonrojó de pies a cabeza, raro puesto que esa era su
forma de vida, pero Matteo lo entendió y le permitió recuperarse de la
sorpresa inicial.
—Bueno… hay muchas formas.
—¿Cuáles?
—Bueno, puedo usar… cosas para no quedar embarazada, pero son
incomodas y en muchos casos asquerosas… pero, lo que más se utiliza es el
tónico.
—¿Tónico?
—Sí… se bebe, lo único que debes hacer es ser constante con ello, ya
sabe, tomarlo todos los días y cosas por el estilo.
—¿Daños a largo plazo?
—Supongo que, si no se hace correctamente, la gente puede morir,
conozco a una mujer que fue a parar al hospital, pero todo depende de la
bruja que te lo venda.
—¿Puede ingerirse sin que alguien sea consciente de ello?
—Bueno, tiene un sabor particular, pero se puede disimular, sí.
El corazón de Matteo latía desenfrenado en su pecho, ¿acaso su esposa
había dicho la verdad? ¿Rouse de alguna forma había evitado su embarazo
durante tanto tiempo? ¿Él en verdad podía tener más hijos? Jamás se dio la
oportunidad de comprobarlo, nunca tuvo tiempo para pasarlo con mujeres y
era algo que francamente le disgustaba, no le gustaba pensar que compraba
amor o lo que sea que esas mujeres desearan entregarle.
¿Por qué entonces, sí había estado provocado que Micaela no se
embarazara de él, lo había permitido después de tanto tiempo? Y entonces,
lo entendió. Rouse sabía perfectamente que él pendía de un hilo con
Micaela, sabía que no creía en realidad que Antonella fuese su hija y
tampoco creería que de la nada se volvió a embarazar.
No entendía qué ganaba de todo aquello.
Matteo se puso en pie, entonces, si su mujer decía la verdad, quizá ese
segundo embarazo podría ser de él… realmente de él. Antonella había sido
concebida bajo circunstancias que él aún no alcanzaba a comprender, pero
seguro que esta segunda sí era suya, quizá fuera suya, ¿Podría ser cierto?
¿En verdad tendría un hijo?
Capítulo 26
Micaela había logrado dormir a Antonella después de casi dos horas, la
niña era sumamente hiperactiva, por lo cual debía cansarla en exceso para
lograr que cerrara los ojos por más de media hora. Era difícil si se tomaba
en cuenta que ella estaba embarazada y su bebé se empecinaba en hacerla
tan débil y dormilona como un perezoso.
Ella regresó a su habitación y se metió en la bañera, al fin se había
acostumbrado a la comodidad que era no tener que hablarle a doncellas o
sirvientes para llenarle la tina, en realidad, era mágico que de la nada saliera
agua caliente a su entera disposición.
Cuando salió del baño, era lo suficientemente tarde como para que la
casa estuviera en total silencio, por un segundo disfrutó de aquella paz y se
cambió con tranquilidad, mirando hacia la ventana de su habitación, la cual
daba a la calle.
La luna iluminaba aquel adoquinado pasar, las carrozas seguían dando su
traqueteo al traer o llevar personalidades hacia fiestas o eventos, algunos de
los lores incluso caminaban, presos entre el alcohol y las mujeres. Apretó
los labios y recostó su frente en el frío vidrio, ¿Matteo estaría haciendo lo
mismo? ¿Disfrutaría sus noches entre mujeres y el vino?
Un movimiento en la ventana de la casa contigua le llamó la atención,
dándose cuenta que, al igual que ella, otra persona veía la calle o, más
concretamente, a ella. Micaela sintió un extraño escalofrío a lo largo de su
cuerpo al darse cuenta que Rouse no le quitaba la vista de encima, era casi
como si la golpeara con ella.
Sin pensarlo se alejó de la ventana, presa de un miedo desarrollado de la
nada y tocó su vientre, protegiéndolo.
El ladrido profundo de un perro le sacó un grito y también un brinco, se
tocó el pecho con susto y miró al san Bernardo que Ashlyn había logrado
comprarle a Antonella hacía tiempo, el cachorro pasó de ser bebé a
monstruo en cuestión de meses y, debía aceptar, que ella lo adoraba, incluso
más de lo que lo adoraba Antonella.
—Venga, a la cama —llamó al perro que rápidamente dio un salto a la
cama y se acomodó—. Debes protegerme de cualquier cosa, pulgas, nadie
debe entrar aquí sin que me lo avises.
Micaela miró hacia la ventana y la imagen de Rouse mirándola desde el
otro lado de la calle le volvió a sacar escalofríos. Aun así, estaba demasiado
cansada y quedarse dormida no era un trabajo sumamente difícil para ella.
Matteo llegó a su casa en medio de la madrugada.
La oscuridad de la calle le reconfortaba, el no ser visto por nadie o preso
de rumores le daba cierto sosiego, sin embargo, Londres era conocido por
sus muchos ojos escondidos y, en cuanto le vieron, corrió el rumor de que la
señora Rinaldi no mentía y su marido en verdad volvía por las noches para
después irse.
El hombre rápidamente fue recibido por el mayordomo, el cual lo vio
por uno de los ventanales, se mostró sorprendido, pero intentó ocultarlo
cuando estuvo enfrente de su señor.
—Darío, ¿Cómo está todo por aquí? —miró a sus alrededores, notando
los cambios en el hogar—. ¿Mi mujer y mi hija?
—Todo está en orden, mi señor, y las señoras están dormidas.
Matteo asintió y subió las escaleras lentamente, tratando de no hacer
ruidos y, acompañado del mayordomo, fue primero a la habitación que
ocupaba su pequeña hija. Antonella dormitaba tranquilamente en su cama,
custodiada por una niñera que igualmente dormía en la habitación.
El hombre no pudo evitar acercarse y acariciar dulcemente el cabello
negro de su hija, la cual dio un profundo suspiro y se acomodó de una
mejor forma en la cama. Instantáneamente le sacó una sonrisa y se inclinó
para darle un beso y marcharse.
El mayordomo decidió que su amo no necesitaba ser guiado hacia la
habitación de su esposa, así que lo dejó en soledad, sin saber que Matteo en
realidad no sabía qué hacer. Miró hacia la habitación que resguardaría a su
mujer y suspiró, al menos tenía que verla.
Se acercó lentamente y abrió la puerta, dándose cuenta rápidamente que
su mujer estaba dormida, más bien casi muerta, pero lo más importante era
la forma protectora en la que acogía su pancita.
Había un enorme perro que rápidamente había levantado la cabeza al
escucharlo entrar, pero, simplemente no hizo nada y volvió a caer dormido,
colocando una cabeza en una pierna de Micaela.
El hombre se acercó y la miró desde su altura, era preciosa, igual que lo
era su hija, el corazón se le aceleró sin remedio alguno y le dieron ganas de
despertarla y besarla, pero se resistió y simplemente acarició su mejilla y
salió de ahí.
Micaela despertó ante los rayos del sol, se estiró y se levantó lentamente,
la joven se sintió repentinamente observada, por lo que se fue a la ventana
para ver si Rouse otra vez la veía por ahí, pero no, no había nadie. La mujer
se relajó y trató de seguir con su día lo mejor que pudo.
Tan sólo dieron las nueve de la mañana, su hija entró corriendo a su
recamara, vestida sólo con su camisón de noche y abrazó al perro qué
rápidamente comenzó a jugar con ella. Micaela sonrió y siguió en lo suyo
para después terminar de vestir a Antonella y alistarla para bajar a
desayunar.
—Mamá, soñé a papá.
—¿En verdad, querida? —la mujer intentó sonreír.
—¡Sí! Él regresaba y sonreía.
—Lo hará, mi cielo, lo prometo.
La niña asintió complacida y brincó hasta el comedor, dónde ambas
tomaban sus desayunos de la forma más rápida posible y, después salían de
la casa para separase. Micaela no podía encargarse de Antonella durante el
día, por lo cual solía llevarla con su madre y padre, a quienes les encantaba
pasar tiempo con ella.
—Pórtate bien, Antonella, sabes que abuelo no puede correr tras de ti
todo el día —advirtió al colocarle el sombrero sobre su pequeña cabecita—,
tampoco subas a ponis sin permiso.
—Sí mami, lo prometo.
Su madre esperaba a Antonella desde la entrada de la casa de su padre, la
niña corrió alegre y se abrazó a su abuela, a la cual comenzó a contarse su
sueño. Micaela sintió la mirada de su madre sobre ella, sabiendo que algo
sospechaba, pero la más joven la evitó e indicó su camino con rapidez.
Era una mujer ocupada, demasiado ocupada, solía pasar el día entero
entre citas de negocios, visitas a los mercaderes, a sus empleados y a los
inventores. Incluso se daba tiempo de esquematizar sus propias ideas.
Ese día, cuando entró a una de las juntas, se encontró con la sorpresa de
que no era la única Rinaldi en el lugar. Sintió de pronto como si alguien la
golpeara y necesitase salir corriendo. Sin embargo, la joven tomó una
profunda respiración y fue a sentarse junto a su marido, bajo su atenta y
penetrante mirada.
—¿Qué estás haciendo aquí? —susurró a lo bajo y hacia él.
—Pensé que esto también era parte de mi negocio.
—Lo es —bajó la cabeza y lo miró incriminatoria—. ¿Por qué volviste?
En realidad, no tengo problemas para manejar esto.
—Estoy al corriente de ello —asintió y se acomodó en su silla, viendo a
los inversionistas sacar sus libretas y apuntes—, pero quería regresar a casa.
—¿Casa? —frunció el ceño—. ¿Volver a casa, dices?
—Desde ayer que estoy ahí —la miró—, ¿Qué demonios hace un perro
durmiendo en nuestra cama?
—Es mi cama —dijo, con la mandíbula apretada.
—¿En serio? —sonrió perverso—, recuerdo bien muchas ocasiones en
las que ambos estuvimos ahí, no precisamente durmiendo.
—¡Cállate! —le reprochó—. No es momento de hablar de temas sin
sentido, enfoquémonos en la reunión.
—Cómo ordene, señora mía.
Ella lo miró con desagrado y negó con la cabeza, enfocándose en sus
propias notas y planteamientos para la sesión.
—¡Es una alegría que al fin regresara, señor Rinaldi! —el hombre tomó
la mano de Matteo con energía—. A pesar de que estábamos felices con la
señora Rinaldi, está embarazada, no es bueno que esté bajo tanta presión.
—Pienso lo mismo, señor, he regresado por ello —la miró—, para cuidar
de ella en este proceso tan delicado.
Ella entornó los ojos y se separó de él, yendo a platicar con otro de sus
colaboradores y dando indicaciones.
—Es una mujer impresionante en verdad, señor —le dijo el mismo
caballero—, nos ha dejado impresionados en más de una ocasión, apenas y
logramos contradecirla.
—Sí, puede ser muy determinada —la miró.
—De igual forma nos mantendremos en contacto, mi lord.
Matteo se despidió cordialmente de todos los presentes, tomando como
ventaja la situación para poder ponerle las manos encima a su mujer,
aunque de ella emanara un aura destructiva.
—¿Por qué place en perturbar mi día? —le dijo en cuanto estuvieron
solos en la carroza a la que él se había afanado en subir.
—Estoy haciéndote compañía.
—No entiendo el por qué, señor.
—Porque eres mi esposa y este es mi negocio —sonrió—. Tengo todos
los derechos de mi lado.
Micaela miró hacia la ventana.
—¿Cuándo piensa irse?
—Nunca, al menos que tú me acompañes.
—¿Por qué habría de hacer algo así? —elevó una ceja—. ¿Acaso olvida
que nos abandonó?
Matteo suspiró con fuerza y la enfrentó.
—Es verdad, me fui, pero jamás las abandoné.
—No fue lo que entendí.
—Lo lamento Micaela, lamento haberte herido al marcharme… pero
trata de entenderme, ¿qué sentirías de ser al contrario?
Ella bajó la mirada y se volvió nuevamente hacia la ventana. No podía
imaginar el dolor que le ocasionaría el saber o pensar que su esposo le fue
infiel, de hecho, no se veía siendo capaz de hacer lo que él hizo, aceptar un
hijo que no pesara que fuera suyo.
—Al menos habría creído en ti.
—Yo no puedo creer en nadie… para mí fue como revivir la traición de
Rouse, no pensé, sólo no quise lastimarte en mi proceso de dolor, por eso
me marché.
Ella asintió un par de veces y trató de ignorarlo el resto del camino tanto
como pudo, puesto que él no se callaba.
—¿Piensa seguir hablándome todo el rato?
—Hasta que me contestes.
—Estoy contestando ahora, y le digo que ya me ha enfadado.
—¿Te encuentras cansada por el bebé?
—Estoy bien —se tocó el vientre y cerró los ojos.
Pensó que se quedaría dormida, cuando de pronto sintió la mano de su
esposo caer sobre el vientre abultado, haciendo que abriera los ojos y
pensara en quitarle la mano, pero entonces, el bebé se movió, lo hizo por
primera vez, lo cual la sorprendió.
—Parece que a este si le agrado —dijo Matteo, sonriendo hacia el
vientre que respondía a su tacto.
—Aparte su mano.
—Micaela —la miró con ojos iluminados y se acercó hasta hacer chocar
sus frentes—. He regresado a recuperar a mi familia.
Ella no se movió ni un ápice y negó con estupefacción.
—¿Qué?
—Te amo —le dijo con simpleza y acarició el vientre—, no quiero
perderte… a ninguno de ustedes.
—¿Has bebido antes de la reunión? —dijo ceñuda—, creo que te ha
afectado demasiado.
La joven tomó sus faldas y bajó de la carroza con prontitud, dándose
cuenta que su admiradora secreta estaba nuevamente en la ventana, pero, al
notar que Matteo estaba ahí, pareció iluminársele la cara que ya parecía
consumida por el dolor.
—¡Matteo! —gritó desde la otra cuadra, llamando demasiado la atención
—. ¡Matteo, has vuelto!
Micaela caminó hacia la casa, pasando por alto la escena, pero su marido
alcanzó a interceptarla y la abrazó con fuerza para que no pudiera caminar
lejos de él.
—Rouse, ¿por qué mirabas tan frenéticamente hacia la casa?
—Esperaba el día en el que pudiera verte de nuevo —la mujer miró a
Micaela—. Veo que su embarazo progresa de maravilla.
—¿Por qué no se quedan charlando mientras yo veo que Antonella ya
esté en casa y comiendo algo? —dijo con una sonrisa fingida, pisando
fuertemente a su marido para que la soltara.
Este lo hizo con una queja y miró con cansancio hacia Rouse.
—¿Qué quieres?
—¿Por qué eres así conmigo? —le reprochó—. No he hecho nada para
ser tratada así.
—¿En serio? —le dijo sarcástico—. ¿Estás acaso loca u olvidas a
conveniencia las cosas?
—Ni una, ni la otra —se cruzó de brazos—. En realidad, no pensé que
regresarías con ella después de lo que hizo.
—¿Qué se supone que hizo?
—Bueno, está embarazada de nuevo, ¿no?
—¿Y eso qué?
Rouse parecía contrariada, como si no terminara de entender las
respuestas de Matteo.
—Que te engañó —explicó como si él no lo supiera—, tú no puedes
tener hijos.
—No —se acercó intimidantemente—. Lo que yo creo, es que tú no
querías tener a mis hijos y no sé cómo demonios lo hiciste, pero te
interpusiste en mi camino, de nuevo.
—¿Qué se supone que puedo hacer? —le dijo tranquila—. Yo no vivo en
tu casa, ni tampoco sé nada de cómo no tener hijos.
—No te creo —susurró con odio—. No tengo idea porqué demonios no
querías tener hijos conmigo y estoy aún más perdido con el tema de
Micaela. Dime, Rouse, ¿Qué ganabas con arruinarnos la vida de esa forma?
—Exacto —le dijo segura—. ¿Qué ganaba yo?
—No tengo idea, pero desde que tengo conocimiento de que te casaste
con Tadeo, te has esforzado por hacerme la vida imposible.
—Yo no tenía nada que ver, tú simplemente no podías olvidarme —se
acercó—. Sé que aún estás en lo mismo.
Matteo la alejó de sí y apuntó hacia la casa.
—La única mujer que amo está ahí dentro, odiándome por tu culpa —
negó—, porque sé que tienes algo que ver… ahora lo sé.
—¿Estás seguro? Es fácil echarme la culpa.
Matteo la miró con resentimiento y le cerró la puerta, esperando que se
fuera y que, con sus palabras decidiera no volver a hablar con él, porque
sabía que era una arpía envidiosa y ahora que ella estaba en medio del
dolor, deseaba el dolor para los demás.
—Micaela —se acercó a la cama donde estaba recostada, dándole la
espalda, pero ella no contestó—. ¿Cariño?
Al acercarse a la cama, notó que nuevamente estaba el perro
custodiándolas a ella y a su pequeña hija, ambas dormían plácidamente,
parecían exhaustas. Su pecho se infló de la más pura alegría, deseo poderse
meter a la cama con ellas, pero sabía que Micaela lo prohibiría y ese perro
seguro lo mordería.
—Deja de mirarnos, me es perturbador.
—Micaela… —se sentó al borde de la cama, vigilando como el perro
volvía la cabeza hacia él—. ¿Cómo te sientes?
—Quiero dormir, pero no puedo hacerlo si alguien me observa como si
fuera algo comestible.
—¿Quieres que lleve a Antonella a dormir?
—Puedo hacerlo —se quiso poner en pie, pero Matteo la detuvo.
—Déjame, ella… no me ha visto.
Micaela pestañeó un par de veces y asintió, tenía razón, no se habían
visto porque sus padres habían traído a Antonella a casa y cuando llegaron,
ella ya estaba cenada, bañada y a punto de irse a la cama, tan sólo esperaba
a su madre, sin saber que su padre había llegado a la ciudad también.
—Trata de no despertarla.
Matteo asintió y tomó a la pequeña en brazos, susurrándole palabras de
cariño y besándole la carita dormida. Al final, Antonella despertó y se
mostró más que feliz de ver a su padre, al cual abrazó y besó y no dejó ir.
Micaela había intentado hacerla dormir de nuevo, pero la niña se negaba y
se aferraba al cuello de Matteo, no permitía que ninguno de sus padres se
marchara de su habitación.
—Mami, quiero dormir con ustedes, ¿por favor?
—Cariño… papá vendrá cansado, necesita descansar bien —intentó la
joven, no pensaba dormir con él.
—Por mí no hay ningún problema.
—¿Ves? ¿puedo? ¿puedo? ¿puedo?
—Bueno, si quieres, puedes dormir con ella, seguro que Antonella
extrañaría su cama —intentó Micaela.
—¡No! Quiero a mamá y a papá
Micaela se sintió rápidamente atrapada y quiso tirarse por la ventana, si
no fuera porque estaba embarazada lo haría.
—Está bien —suspiró derrotada.
—¡Sí! —sonrió la niña y abrazó a su padre.
Matteo y Antonella avanzaron primero a la habitación, dejándola a ella
en la habitación de su hija, sintiéndose extraña y desconfiada, quería correr,
gritar y quizá llorar, porque ella misma se sentía feliz, ¿era estúpida? Sí,
debía serlo, de nada le había servido ser inteligente en otras partes de su
vida si actuaba como idiota ante un hombre como Matteo, un hombre que
desconfió de ella.
Entró a la habitación y se encontró con la niña y el padre ya en la cama,
él parecía estarle contando una historia que lentamente la estaba haciendo
dormir y para cuando ella terminó de hacerse tonta, Antonella se había
dormido en medio de la cama.
—¿Piensas evadir la cama toda la noche?
—Te has aprovechado de la situación.
—Ciertamente.
—Deja de hacerlo —lo apuntó—. No te funcionará.
—Al menos te he desconcertado y podré dormir junto a ti.
—¿Por qué quieres hacerlo? ¿Qué no te fuiste porque pensabas que te
había traicionado? —se tocó el vientre—. Porque pensabas que este bebé no
podía ser tuyo.
—Sí, me marché por ello… —aceptó—. Pero la pasé terrible en todo el
tiempo en el que no te vi, en el que no te abracé y no estuve cerca de
Antonella.
—Ese es tu problema.
—Es verdad y vine a remediarlo.
—¿Y qué esperabas? ¿Qué yo dijera: bienvenido?
—No, en realidad esperaba un buen golpe, pero creo que no eres ese
estilo de mujer.
—¿Por qué habría de lastimarme la mano con alguna parte de tu cuerpo?
Negó, tengo que cuidar de mí.
—Entiendo, ¿puedes venir a la cama? No lo estás haciendo por mí, sino
por Antonella.
—No uses a mi propia hija en mi contra.
—Diría que es a nuestro favor —le estiró una mano—. Sé que lo estás
evitando, pero quieres en verdad estar aquí.
—Eres demasiado confiado y vanidoso para creer eso.
La joven se acercó, se recostó del lado vacío de la cama y le dio la
espalda incluso a su pequeña hija.
—Buenas noches, mi amor.
—No me llames así.
—Pensé que lo que no te gustaba era cariño.
—Tampoco me agrada que me digan mentiras.
Ella no se volvió y Matteo se dio la oportunidad de observarla en todo
momento. Le gustaba su esposa, mucho más que nunca, adoraba a su hija y
seguramente amaría al niño que ella fuese a dar a luz, de eso no tenía duda
alguna, porque todo lo que viniera de ella, le parecía único y asombroso, era
una extensión de sí misma y no podía más que amar todo lo que ella hiciera,
dijera o pensara.
Estiró una mano y rozó suavemente la espalda fresca y suave de su
esposa, la cual se retorció ante su tacto y chistó un poco entre sueños. Tenía
que recuperarla, encontraría la forma de hacerlo.
Capítulo 27
Matteo despertó sabiendo que era su cumpleaños, nunca fue dado a
festejarlo, no tenía el tiempo y tampoco le era muy divertido, puesto que
Rouse se había marchado en uno de sus cumpleaños, dejándole una
amargura que pensó que no superaría.
Pero en ese momento, cuando de pronto entraba a la habitación una
pequeña niña con un pastelillo en las manos y una vela encendida en el
medio, no pudo imaginarse sintiéndose más feliz. Su esposa estaba detrás
de la niña, sonriendo mientras acariciaba suavemente su vientre, quizá en
un movimiento que para ella ya fuera imperceptible, pero para él lo era
todo.
—¡Felicidades papá! —gritó Antonella, colocando el pastel en el borde
de la cama e intentando subir a ella.
—¡Antonella, tirarás el pastel! —Micaela se adelantó, pero Matteo fue
más rápido y tomó el pastel y a la niña con prodigioso movimiento que dio
estabilidad a todo.
—¡Papá! ¡Pide un deseo! —le gritó alegre, como si nada hubiese pasado
—. ¡Pide algo para mí!
—Antonella, se supone que papá debe pedir algo para él —sonrió la
madre, acariciando la mejilla de su hija.
La niña, aún en camisón y con el cabello hecho un desastre, miró a los
ojos a su padre, frunciendo el ceño.
—¿Papá no pedirá algo para Antonella?
—Sí, pediré algo por ti, mi felicidad eres tú, al final de cuentas.
—¿Ves mamá? Pedirá algo por mí.
—Sí, sí, cariño, ya escuché.
Matteo sopló la vela y sonrió hacia su hija, quién seguía parloteando
como loca sobre algo que le había enseñado el abuelo James en su casa.
Micaela le ponía una total atención y la niña se entusiasmaba aún más con
ello.
—Papá —se acercó y tomó un poco de betún del pastel y se lo embarró
en la nariz y la mejilla—. ¡Listo! ¡papá con pastel!
—Anda ya pilluela, a cambiarte —la bajó Micaela—, no querrás que
papá se ponga triste porque no te pones bonita para él.
La niña ahogó un grito y salió corriendo de la habitación, pidiendo a
gritos sus vestidos de colores. Matteo sonrió y se limpió un poco el betún
que su hija le había embarrado.
—Gracias, Micaela.
—No he hecho nada —dijo sonrojada y altanera.
—No creo que una niña de tres años recuerde el cumpleaños de su papá
—elevó una ceja.
—Los empleados lo recordaron.
—Claro —se puso en pie y se acercó a ella, intimidándola y haciéndola
sonrojar—. No te creo nada.
Entonces, él la embarró del betún, sacándole una risa instantánea que
pareció escapársele de los labios.
—¿Qué crees que haces? — recuperó su postura.
—Hacía mucho que no te escuchaba reír.
—Te esperaré abajo.
—No —la abrazó y sintió una extraña sensación al sentir el vientre
prominente tocando su propio abdomen, recordándole la nueva vida por
llegar—. ¿No me vas a dar un regalo?
—¿Por qué habría de…?
Se quedó a la mitad de su réplica, puesto que él la había besado sin más.
Micaela sintió que aquel beso no era uno de cariño o saludo, era a todas
luces un beso pasional que la dejaba debilitada, que le entumecía las piernas
y le provocaba aferrarse con fuerza a los brazos de su marido por el simple
miedo de caer.
Matteo la apretó y comió sus labios, disfrutando de ella, de la aceptación
momentánea que tenía y de la forma en la que lentamente perdía la fuerza
para separarlo de ella. Al sentir que flanqueaba, Matteo caminó lentamente
hacia la cama y la recostó, aún con los labios pegados a ella, sin poder
despegarse a menos que se refiriera besar otra parte de su cuerpo.
—Matteo… —gimió dulcemente, quizá estaría pidiéndole que se alejara,
pero ella no podía cometer ninguna acción para darle validez a ello.
El hombre elevó lentamente el camisón de su esposa y acarició lo largo
de su pierna mientras besaba todo cuanto tuviera al alcance, haciéndola
suspirar y gemir despacio, sólo para él, para que él la escuchara al estar tan
cerca de sus labios.
Sabía que, en esos momentos, Micaela no podría decir que no a nada, si
acaso decidía hacerle el amor, su esposa no tendría la voluntad para decirle
que no, pero no podría hacerle algo así, no cuando sabía que estaba tan
molesta, al menos, no sin pedirle permiso, sin hacerla entender lo que
estaba permitiendo.
—¿Me lo permites, Micaela? —la besó en los labios—. ¿Me dejarás
hacerte el amor?
La razón volvió lentamente a los ojos de la joven, haciendo entender a
Matteo que debía quitarse de encima para dejarla levantar y probablemente
irse de ahí.
—Yo… iré a ver si está listo el desayuno.
—Bien, mi amor.
Ella lo miró confundida y salió de ahí en seguida. Matteo se dejó caer en
la cama y dejó salir el aire abruptamente, definitivamente se tenía que dar
una ducha fría… cuanto antes.
Matteo bajó las escaleras después de media hora, escuchaba desde lejos
los gritos de su pequeña hija y las ordenes de Micaela, sonrió nuevamente.
Ella aún lo quería, sabía que la había lastimado al irse, pero no podía evitar
sentirse alegre al saber que, por lo menos, aún deseaba estar con él.
—¡Felicidades señor! —gritó la servidumbre de la casa, todos con
sonrisas alegres y papel picado que Antonella disfrutaba más que nadie en
la habitación.
Tomaron un desayuno en el que sólo estuvo presente la familia Rinaldi,
haciendo reír a los padres con las ocurrencias de la niña.
—Papá, quiero ir a montar.
—Haremos lo que tú quieras.
—¡Bien! —la niña bailó alrededor del salón—. ¿Mami también irá con
nosotros?
—Por supuesto —aceptó el padre sin pedir permiso a Micaela.
—En realidad…
—He mandado cancelar todas tus citas —dijo el hombre—, lo siento,
pero hoy pasarás el día conmigo.
—¿Es una orden?
—Una petición —dijo tranquilo.
—Mamá, es cumpleaños de papá, se hace lo que él dice.
—Pero si montar lo has dicho tú —le dijo con una sonrisa.
—Pero papá hace lo que yo digo.
De eso no había duda alguna, lo cual hizo reír al resto de la gente que
estaba por ahí, sirviendo vasos o cambiando platos.
La familia salió al jardín para atender un día entero en medio de la
naturaleza, Micaela había visto cómo su hija sonreía más ampliamente
cuando estaba sentada en el regazo de su padre mientras ambos montaban
por la zona.
—¡Mamá! ¡Ven al caballo!
—No puedo hija, tu hermanito se sentiría incómodo.
La niña frunció el ceño y miró a su papá.
—Odio a bebé, siempre hace que mami no haga cosas.
Matteo desmontó y tomó a la niña en brazos, acercándola a la manta
donde Micaela estaba sentada, preparándoles algo para comer.
—Sólo será por un tiempo —del dijo—. Mamá volverá a hacer todo lo
que le gustaba antes de que te des cuenta.
—Pero ahora habrá un bebé.
—Sí —le dijo Micaela, entregándole una fresa—. Pero será adorable, lo
vas a querer mucho.
—¡No!
—Oh, Antonella, sé qué serás una gran hermana mayor —dijo Matteo—,
estaría muy orgulloso de ti.
La niña lo miró con inocencia y deseos de complacerlo.
—¿De verdad?
—Sí, eso me haría más feliz que nunca.
Micaela sonrió, Matteo sabía lo que hacía, la única ilusión de su hija
mayor, era que su padre se sintiera feliz y orgulloso de ella.
—¡Querré mucho al bebé! —abrazó el vientre de su madre—. ¿El bebé
me querrá mucho a mí?
—Pero claro, cariño —asintió Micaela.
Después de esa conversación, la niña salió corriendo presurosa a jugar a
algún lugar, dejando a los padres solos por unos momentos, su plática se
derivó a algo tranquilo y sin demasiada importancia. Era más que nada de
negocios, pero se vieron rápidamente interrumpidos al escuchar el llanto de
su hija y el grito que llamaba a su madre.
Micaela se puso en pie en seguida y corrió al lugar donde su hija estaba
en el suelo frente al menor de los hijos Figoretti, parecía haber caído, pero
ambos padres pudieron predecir que no llegó ahí sola.
—¡Mamá! —la niña corrió y se abrazó a las piernas de Micaela—.
¡Mamá él dice que no soy hija de papá y él sí!
La joven mujer sintió que le corría fuego por la sangre, estuvo a punto de
gritar en contra de ese niño, pero Matteo fue más rápido y tomó a su hija
por los hombros, agachándose a su altura y sonriéndole a pesar de que
Antonella seguía llorando.
—Cariño, mírame —la niña se limpió las lágrimas y miró entristecida a
Matteo—. ¿Cómo no podrías ser mi hija, mi amor?
—¡Él lo ha dicho! —apuntó, pero el niño había salido corriendo—. ¡Me
ha dicho que no eras mi papá!
—Son mentiras, soy tu papá, no debes de llorar por mentiras, Antonella,
jamás debes aceptar que alguien te diga algo así.
—Pero…
—Nada de peros, ¿por qué te tendría aquí en casa y con mamá si no
fueras hija mía?
—Papá —se echó a sus brazos—. ¡Yo quiero que seas mi papá!
—Lo soy hija —la levantó y la pegó a su pecho—. Lo soy.
Micaela cubrió su boca con una mano, aguantando las lágrimas, sabía
que su embarazo la hacía mucho más sensible, pero de todas formas no
podía evitar sentirse pésimo por verlas llorar. Matteo suspiró y la atrajo
también a su pecho, sintiendo un fastidio inimaginable porque algo las
hiciera llorar.
—Tranquilas —les besó la cabeza—. Lo son todo para mí.
Micaela se llevó a Antonella a cambiarse, dándole la oportunidad a
Matteo de ir a la casa de Rouse y enfrentarla.
—¡Matteo! —sonrió la mujer.
—Muy bien, ya basta —la miró enojado—. No sé qué demonios te pase
por la cabeza, pero has ido demasiado lejos.
—¿De qué hablas?
—Tus hijos tienen prohibido ir de nuevo a mi casa.
—¿Qué?
—No quiero que hablen con Antonella, ni tampoco que vayas a pedir
cosas, ¿Por qué vigilabas a mi esposa?
—Yo no hacía eso.
—Me lo ha dicho —la miró furioso—. ¡Basta de tonterías!
—Matteo… te juro que…
—No me jures nada, sólo haz lo que te digo si no quieres que haya una
represaría mayor.
Matteo regresó a su casa y sintió que el mundo se le venía abajo cuando
se encontró a su esposa sentada en el recibidor, esperando por él
pacientemente.
—¿Qué haces, Micaela?
—Quería darte esto —le tendió un sobre.
Matteo los miró insinuantemente y negó.
—No, jamás firmaré.
—Matteo… no quiero ver a mi hija llorar por eso toda la vida, quizá
sufra un poco al principio, pero…
—No te irás, jamás te lo permitiré, Micaela, son mías, todos ustedes son
parte de mí ahora —la abrazó—, deshazte de esas tonterías, jamás lo
consentiré.
Micaela lloró y apretó los papeles en sus manos.
—¿Qué quieres de mí?
—Definitivamente, no el divorcio —le tomó la cara y sonrió al verla
llorar—. Te amo, Micaela, de eso no debes tener dudas.
La abrazó de nuevo y suspiró lentamente, no sabía lo que haría para que
la situación se mejorara, pero haría lo que estuviera en sus manos para
averiguarlo. Entre más rápido supiera la verdad, menos incordiarían a las
personas que amaba, jamás permitiría que una tontería como la de esa tarde
volviera suceder, ni a su hija, ni a la madre de la misma.
Capítulo 28
Micaela despertó sintiéndose apretada, abrió los ojos y sintió de pronto
la mano invasiva de su marido sobre su vientre abultado. ¿Cómo demonios
había hecho para alcanzarla? Se volvió un poco, notando la falta del cuerpo
de su hija y la única presencia de Matteo.
La joven se puso en pie con rapidez y sin tomarlo en cuenta, en verdad
quería despertarlo para poderle gritar a su gusto.
—Demonios… —dijo adormilado—. Qué forma tan abrupta de salir de
la cama.
—¿Dónde está Antonella? —le dijo con fastidio.
—La llevé a su recámara en la noche.
—¡Pero si…! —elle enrojeció de furia, negó y fue hasta el baño.
Matteo se volvió a recostar y sonrió plácidamente, le había encantado
volver a dormir con su esposa, de hecho, no recordaba un momento en el
que hubiese dormido mejor que cuando estaba entre sus brazos cálidos y
duces.
Sabía que no podía estarla molestando constantemente, pero era la única
forma en la que ella le permitía acercarse. Se puso en pie y fue hasta el
baño, abriéndolo con normalidad y ella tampoco hizo escándalo por ello.
Comenzó a retocarse la barba y la miraba de reojo, sabía que ella lo estaba
observando y eso lo complacía.
—Saldré hoy.
Ella pareció salir de su ensoñación.
—No entiendo por qué piensas que debes informarme.
—Eres mi mujer —la miró—. Volveré pasadas las ocho.
—¿Esperas que te haga una fiesta o algo parecido?
Matteo sonrió.
—¿Qué harás hoy?
—Es mí día de quedarme en casa.
—¿Por qué no me lo dijiste? —frunció el ceño—. Habría cancelado las
citas.
—Ahí está tu razón, además, ¿por qué te lo diría?
—Bien, señora —se acercó a la tina y se acuclilló, quedando cerca de su
mirada amenazadora—. Luces más que hermosa esta mañana, ¿Cómo te
encuentras?
—Me encontraría mejor si estuvieras tomando camino a la salida —dijo
orgullosa.
—Tampoco es que me fuera por tanto tiempo, mi amor —le dijo con una
sonrisa—. Necesitaba pensar las cosas.
—¿Eso quita el hecho de que me sintiera abandonada? ¿Qué hubieras
hecho si hubiese partido y jamás me hubieras vuelto a ver?
—¿Bromeas? Estás siendo vigilada, jamás dejé de saber tus movimientos
—elevó una ceja—. Soy condenadamente rico, puedo hacer esa clase de
tonterías.
—Eres patético —negó—. ¿Así que has dejado a Rouse vigilando? Vaya
forma de hacerme sentir incómoda.
—¿Por qué la dejaría a ella? —frunció el ceño.
—Ella me vigila todo el tiempo —lo miró—. Ahora entiendo el porqué,
se lo has dejado dicho.
—¿Cómo te vigila?
—Por las ventanas de su casa, en ocasiones viene a pedir tonterías de la
cocina, como si no supiera donde está el mercado o una tienda —negó.
El corazón de Matteo dio un vuelco traicionero y sintió angustia por su
esposa, no sabía que Rouse hacía algo como aquello y eso lo aterró, no
sabía qué estaba dispuesta a hacer esa mujer.
—Micaela, ¿Te quedarás en casa?
—Creí decirte eso mismo hace unos segundos.
—Por favor, no salgas.
—¿Es una orden?
—Dije: por favor.
—¿Por qué no habría de salir?
—Sólo hazlo por esta ocasión, descansa un poco y quédate con
Antonella —le tocó la mejilla y sin pensarlo, la besó, entendiendo que había
sido demasiado rápido y Micaela lo iba a apartar.
Pero ella no lo hizo, al menos no inmediatamente. Ella le correspondió
por unos segundos en los que la caricia se profundizó y ella se removió
incomoda en la tina, gimiendo suavemente en sus labios. Matteo conocía
bien que ella estaba en meses… hormonales, podía ser que ni siquiera
estuviera pensando correctamente en esos momentos, pero no sería él quién
la hiciera recapacitar.
Matteo metió la mano lentamente hacia el agua de la tina y acarició el
muslo de su mujer, ella dio un sonido de aceptación, lo besó y, sin pensarlo,
se expuso ante él, deseando ser complacida.
Pero entonces, la razón volvió a ella y agachó la cabeza, cortando el
beso, a la vez que tomaba la muñeca de su esposo y lo alejaba de ella;
Micaela respiraba agitadamente y su corazón era audible para él.
—Vete… —le susurró poco convencida.
—Puedo complacerte —le besó la frente—, te amo, puedo hacerlo, si te
hará sentir mejor, lo haré.
—No me hará sentir mejor —tomó una fuerte respiración—, por favor
vete.
Él se levantó y le acarició la mejilla antes de salir del cuarto del baño,
dejándola en medio de una fragilidad que se le pasó en cuanto volvió a
colocarse ropas y salió de la habitación, pero él ya no estaba.
Matteo salió con la decisión de buscar a la única persona en la que su
esposa confiaba plenamente, y esa persona era precisamente Ashlyn
Collingwood, que sólo Dios sabría dónde encontrarla o, quizá, más bien el
diablo, aunque ya le habían dado una idea.
—¡Aja! ¡Págame maldito bastardo! —se escuchó la voz hermosa de la
pelirroja—. Ajá, dame todo, no seas llorón.
—Señorita Collingwood.
—Uff, no me llame así —la mujer se volvió y miró con asombro al
hombre que se paraba frente a ella mientras seguían dándole dinero—.
¿Qué hace aquí?
—Vengo a que me ayude.
—Como verá, señor, estoy ocupada ahora… ¡Ey! ¡Julián, ven a terminar
de pagar, maldito imberbe!
—No diría que está ocupada y no creo que esta… cantina, sea lugar para
alguien como usted.
—Tranquilice su moral, he estado aquí desde hace mucho, además, estoy
esperando a Aine.
—¿Aine? —frunció el ceño—. ¿La hija de Thomas Hamilton?
—Pero qué listo resultó ser, me impresiona —dijo sarcástica, tomando
asiento y barajeando las cartas—. Vale, ¿Qué quiere?
El hombre notó que ella comenzaba a repartirle cartas, un juego sólo
entre ellos, Matteo dudó, nunca había sido afecto de esa clase de
diversiones, pero parecía ser la única forma en la que Ashlyn se sentaría
con él.
—Bien —dijo enojado—. ¿De cuánto es su apuesta?
—Usted es rico —dijo sonriente—, puedo pedirle lo que quiera.
—Vale, lo que sea, necesito que me diga lo que sucedió con su segundo
embarazo, seguro que usted sabe algo.
—Ah, sí, se refiere al guapetón con el que lo engañó —Matteo la miró
seriamente, sabía que ella estaba bromeando, pero no le agradaba para nada
—. Vale, de todas formas, es lo que usted cree.
—Por favor, intento saber lo que sucede.
—Yo sólo le puedo decir lo que sospechamos nosotras.
—¿Quiénes?
—Bueno, Aine, Sophia y yo —se inclinó de hombros—. Creemos que su
exesposa tiene que ver.
—Entiendo esa parte, pero cómo.
—Tenía una sirvienta, ¿no? ¿Por qué no habla con ella?
—¿Sirvienta a servicio de Rouse?
—Sí… la que cuidaba a Antonella, ¿cómo se llamaba?
—¿Lucila?
—¡Sí! Lucila —Ashlyn lo miró con severidad—. ¿Por qué hasta ahora
comienza a interesarse?
—En realidad, perdí demasiado tiempo consumiéndome a mí mismo,
disfrutando de un dolor que pude haber ahorrado y que pude haberle
ahorrado a mi familia, aparentemente.
—Es idiota —sonrió.
—Sí, tal parece que sí.
—En realidad —dijo avergonzada al darse cuenta de que él le daba la
razón—, entiendo su actuar… a nadie le gusta saberse engañado, es un
sentimiento horrible y no te deja confiar en nadie más. No me es
desconocido, créame.
—¿Un hombre la lastimó?
—No creí que estuviéramos hablando de mí.
—Es verdad… no he visto a Lucila desde que regresé.
—Mi prima la echó de su propiedad —le sinceró—. La he visto
trabajando en uno de esos lugares… ya sabe de cuales hablo.
—No tengo idea porqué ha ido ahí, pero ¿podría ser más específica en
cuál de ellos?
—Iré con usted.
—Ni lo piense.
—¿Qué? ¿Por qué? —se cruzó de brazos y tiró una corrida ganadora—.
Gane, págueme y lléveme.
—No lo creo, señorita.
—Mire, señor, yo no confío en los hombres, es verdad ¿Y usted cree que
me quedaré tranquila sabiendo que irá a uno de esos lugares siendo usted el
esposo de mi amada prima?
—No me va a convencer.
—Ah, señor, no me conoce.
Capítulo 29
Debía recordarse que esa familia estaba llena de mujeres determinadas…
más bien muy tercas, porque cuando se vio parado a las afueras de ese
burdel en compañía de la prima de su mujer, se sintió completamente
estúpido por haberle negado en primer lugar, parecía un tonto al no poder
sostener su palabra.
—¿Vamos?
—¿Cómo se supone que la van a dejar pasar?
—Usted camine.
Llegaron a la entrada del lugar y la joven pelirroja sonrió con encanto y
saludó al hombre que custodiaba la entrada.
—¿Ha venido a limpiar a los hombres nuevamente, señorita?
—¿A qué más vendría Arthur? —dijo alegre.
Matteo frunció el ceño cuando la seguía en el interior del lugar y la tomó
del brazo para detenerla.
—No entiendo qué demonios pasa, pero no me agrada, ¿Estás loca? —le
dijo histérico.
—Relájese, estoy protegida, un treinta por ciento de lo que gano va para
los malditos de este lugar, así que no me hacen nada.
—Pueden pasar muchas eventualidades.
—¡Allá está! —apuntó la joven.
Matteo volvió la vista hacia la mujer que alguna vez trabajó en su hogar;
vestía igual que cualquier otra mujer de ahí, con vestidos escotados y
demasiado ceñidos, no le agradaba del todo verla así, pero si tenía algo que
ver con lo ocurrido con su esposa, la mataría.
—Lucila —la llamó, pero al verlo, la joven corrió.
—¡Atrápenla! —gritó la pelirroja con una sonrisa.
—¿Crees que es un juego? —la siguió Matteo.
—¡No! ¡Es una cacería! —Ashlyn literalmente se le echó encima y la
tiró al suelo, haciendo un terrible estruendo que llamó la atención de los
clientes.
—Lo siento caballeros, sigan con sus deplorables vidas —sonrió Ashlyn
cuando pudo levantarse del cuerpo de Lucila, quién ya era atrapada por
Matteo.
Los hombres se interesaron sólo quince segundos en ellos y siguieron
con lo que hacían. Lucila parecía en verdad enojada y trataba de zafarse del
agarre de Matteo, pero este la llevó hasta una de las habitaciones vacías y
Ashlyn cerró la puerta.
—Bien, Lucila, ¿Qué demonios ha pasado en mi casa cuando estabas en
ella? —le dijo Matteo.
—¡Yo no sé nada!
—¿A quién le tienes miedo?
—Déjeme tranquila, no puede retenerme aquí.
—No estás retenida, pero necesito saber lo que sucedía, ¿acaso tiene
algo que ver con Rouse?
La mujer bajó la cabeza y soltó un suspiro cansado, dejándose caer en la
cama y mirándolos con fastidio.
—Bien, ¿qué quieren?
—¿Qué hiciste a mi esposa?
—Lo que la señora Rouse me pidió.
—¿Por qué le hacías caso a ella? —frunció el ceño Ashlyn—. ¿Qué
ventaja podías sacar de ello? En todo caso te era más beneficioso
congraciarte con Micaela.
—No, no lo era.
—Explícate.
—Yo siempre estuve apegada a la señora Rouse, siempre la quise y haría
lo que fuera por ella.
—¿Lo has perdido todo sólo porque era buena cuando era la esposa de
Rinaldi?
—Ella… nunca la entendieron.
—Por favor, Lucila, ¿puedes enfocarte en lo que interesa? —exigió
Matteo—. Dime la verdad y te sacaré de aquí, te llevaré a casa.
—No quiero ir a casa.
—Muy bien chica, se te agotó el tiempo —dijo Ashlyn, sacando una
daga de entre su vestido y acercándola a la mejilla de Lucila.
—¡Ashlyn! —se la quitó Matteo—. ¿Qué haces?
—La hago hablar —apuntó con la mirada.
—No la vamos a amenazar.
—Por favor, iban a ser ligeros cortesitos.
—No.
—Si les digo lo que sé, ¿Se irán? —dijo enfadada la mujer.
—¡Sí! —gritó Ashlyn—, con un demonio a eso venimos.
—Bien —se puso en pie y los miró desafiantes—. Yo ponía el líquido en
los alimentos de la señora Micaela, soy experta haciéndolos, así que por eso
no se pudo embarazar. Cuando a la señora Rouse le pareció oportuno, quité
la dosis y ¡listo! Bebé a la orden ¿felices?
—¿Hiciste lo mismo mientras estuve casado con Rouse?
—Sí —lo miró con lástima—. Ella nunca lo quiso, estaba enamorada de
Tadeo desde un inicio, pero él no lo aceptaba debido a que usted la amaba.
—Yo era más rico que Tadeo —entendió—. Pero cuando comencé la
empresa y a invertir, las cosas fueron más estrechas y entonces ella tenía
que irse.
—Sí, cuando la separación llegara, usted le daría dinero porque aún la
amaba y se sentiría culpable por no darle hijos a pesar de que ella los
ansiaba tanto—asintió—. Ella me tenía confianza, me decía que lo era todo
para ella y al final…
—¿Por qué deseaba hacer que Micaela no se embarazara? ¿En qué le
beneficiaba meterse en mi vida de nuevo?
—Bueno… ella no quería que usted la descubriera, si acaso la señora
Micaela tenía hijos, se sabría engañado y le quitaría su favor al señor Tadeo
y ellos no estaban bien económicamente.
—¿Así que tú le dabas el brebaje sin que ella se diera cuenta?
—Al principio era en el jugo —asintió—, pero luego la señora lo notó,
así que comencé a ponérselo en otras cosas.
—Pudiste haberla matado.
—No, sé hacer esto.
—¿Por qué paraste?
—Cuando el señor Tadeo falleció, la señora Rouse quiso recuperarlo
para que adoptara a sus hijos como suyos, pero la señora Micaela estorbaba.
—Así que le dejaste de dar el brebaje, se embarazó y yo la acusé de
haberme traicionado —dijo pesaroso, sintiéndose un idiota.
—Sí, la señora pensaba que usted la despreciaría, pero…
—Jamás lo haría —la miró—. Yo la amo.
Lucila asintió un par de veces.
—Me di cuenta, los meses que se fue, la señora Micaela jamás habló de
una separación, la señora Rouse la vigila, esperando el día en el que salga
de la casa, corrida por usted… —bajó la cabeza—, ella no me ayudó
cuando la señora Micaela me dejó en la calle.
—¿Qué crees que haga al notar que no obtuvo lo que quería? —dijo
Ashlyn—. ¿De qué es capaz?
—Cuando se casó con el señor Rinaldi, antes de que supiera que yo sabía
cómo evitar que tuviera hijos, provocó un aborto…
Matteo sintió de pronto que la sangre se le helaba.
—¿Mató a un hijo mío?
—Sí —bajó la cabeza—, le ayudé.
—Por Dios mujer, seguro que no le temes al infierno —dijo Ashlyn—,
debes amarla mucho.
—Sé que ahora no está bien, ojalá puedan ayudarla. Está deprimida,
piensa que todo en su vida ha salido mal.
—Y me pregunto por qué será —sonrió Ashlyn.
—Lucila… gracias por decirnos esto —dijo Matteo—. Aunque no
agradezco lo que has hecho en mi familia.
—Lo lamento, a usted también le tengo un gran respeto y cariño, por eso
mismo se lo he dicho.
Matteo tenía que volver a su casa y rogar por el perdón de su esposa,
Micaela jamás lo engañó, no podría hacerlo, lo amaba y él también lo hacía.
Habían convivido con mentiras toda la vida, le habían dejado un
resentimiento hacia las mujeres y probablemente no merecía el perdón de su
mujer, pero no sabría vivir sin ella.
—Señor —le dijo antes de que saliera—. El señor Tadeo nunca le haría
algo tan bajo como encargarle a la señora Rouse y a sus hijos.
Matteo se detuvo y la miró.
—¿Qué dices?
—El señor Tadeo jamás haría algo así, se arrepintió toda la vida por lo
que hizo, no le dejaría esa responsabilidad.
—Pero…
—La señora Rouse es muy inteligente, mi señor, así que no dude que
todo lo que usted piensa que es verdad, en realidad, ha sido mentira —se
inclinó—, con su permiso.
Matteo se quedó ensimismado por otro buen rato hasta que decidió salir
de ahí en compañía de la prima de su mujer, quién parecía alegre y
extasiada con su aventura del día.
—ME parece que aquí se cortan nuestros caminos —dijo la mujer—.
Tengo que ir a otra parte.
—¿A esta hora?
—¿Es acaso mi padre? —le dijo ceñuda—. Adiós señor Rinaldi.
Decidió no meterse más con la pelirroja y simplemente se fue de ahí,
tenía que volver a su casa, le había dicho a Micaela que regresaría a las
ocho, pero ciertamente pasaba de esa hora. Al entrar a la casa Rinaldi, un
mayordomo acudió con prontitud y lo miró preocupado, lo cual lo altero
interiormente.
—¿Qué sucede?
—La señora ha ido a la casa de la señora Rouse, parece que uno de los
niños se ha puesto mal y han venido a buscar a la señora para que ayudase.
—¿Por qué a mi mujer? ¿Por qué no llamaron a un médico?
—Acaba de suceder, mi señor, pero sí, la señora mandó llamar a alguien
—aseguró el hombre.
—¿Dónde está Antonella?
—La señora la llevó consigo.
Matteo sintió que todo estaba mal, temía por su mujer y su hija, pero
cuando corrió a casa de los Figoretti, la misma Micaela abrió la puerta,
esperanzada, pensando seguramente que era el médico.
—Oh, Matteo, al fin llegas —lo introdujo a la casa—. Está mal, no tengo
idea de cómo ayudar, sé cosas básicas, pero no soy enfermera, mucho
menos un médico.
—¿Por qué has venido? ¿Dónde está Antonella?
Ella frunció el ceño.
—No iba dejar morir a un niño —se tocó el vientre—. ¿Cómo se te
ocurre pensar tan mal de mí?
—No lo decía por eso…
La puerta volvió a sonar y Micaela fue corriendo hacia la puerta.
—¡Al fin llegas Publio!
—Sabía que eras buena, pero no sabía que eras tonta.
—Deja tus cosas para después —le ordenó.
—Mira que ser tan servicial con la mujer que quiere arrebatarte a tu
marido… —negó mientras entraba a la habitación—, sí, eres demasiado
tonta o buena, aún no sé cuál gana.
—¡Haz tu trabajo! —le gritó.
Matteo lo reconoció en seguida, pese a que no había visto a Publio
Hamilton más de una vez, era una cara conocida y temida no sólo en
Londres, muchos sabían que a los Hamilton se les facilitaba la medicina,
pero, en su mayoría, no eran médicos, era más una extensión de su
verdadera labor. Pero también sabía que no se debía de meter con ninguno
de ellos, era mejor preguntarles poco.
Matteo se acercó a su esposa.
—Micaela, deberías volver a casa, llévate a Antonella.
—Pero…
—Has hecho todo lo que podías por ellos, vamos, estás embarazada,
tengo que llevarte a casa.
—Estoy de acuerdo con tu marido —asintió Publio—, no recomiendo
que estés aquí, menos en tu estado.
—Ahora resulta que te intereso.
—Jamás dije lo contrario —se sentó tranquilamente en las escaleras—.
Lo esperaré aquí, señor Rinaldi.
—¿No deberías entrar a ver al niño?
—No, es necesario que esté Rinaldi.
—Pero…
—Anda Micaela, ¿no ves que un niño se muere por aquí?
La joven asintió y tomó de la mano a Antonella, quién parecía
impresionada por todo lo que sucedía. Matteo escoltó a su esposa y ayudó a
meter a su hija a la cama, después, tomó la cara de Micaela y la besó sin
previo aviso.
—¿Qué haces? —lo apartó.
—Te amo, Micaela, soy un idiota.
—Sé que lo eres —lo miró escudriñó—. Estás raro.
—Es porque sé que me he equivocado en todo contigo —ella bajó la
cabeza y le colocó las manos en el pecho, tratando de alejarlo de su
persona, porque la hacía débil y lograría hacerla flanquear en cualquier
momento—. Desde aquella noche hasta ahora con el bebé.
—¿De qué hablas? —lo miró impresionada y con el ceño fruncido,
parecía incluso nerviosa—. ¿Qué sabes?
—Mi padre… él confesó, dijo tantas cosas, todo comienza a cuadrar
ahora, comienzo incluso a recordar.
Ella levantó la vista.
—¿De qué hablas?
—Hablaremos de eso mañana, por ahora, iré a despedir a tu primo, quizá
hasta necesite que lo lleve o lo hospedemos.
—Publio no necesita ninguna de esas cosas —sonrió—. Pero estaría bien
ofrecerlas.
—Vuelvo en seguida.
—Bien.
Matteo volvió a la casa y miró al hombre que esperaba pacientemente en
las escaleras, justo donde lo habían dejado.
—¿Por qué es necesario que esté yo presente?
—Bueno, es una teoría —se puso en pie—. ¿Vamos?
En cuanto Rouse vio al señor Hamilton, se puso en pie y en seriedad,
parecía que ella si conocía la parte escabrosa de esa familia. Sin embargo,
se mostró complacida y sonrió ante el apuesto caballero que acaba de
ingresar a la habitación de su hijo.
—Gracias por venir, señor Hamilton.
—Sin problemas —dijo el hombre, enfocado en el pequeño que sudaba y
tosía en la cama—. ¿Qué sucede?
—No lo sé, de la nada se ha puesto de esta manera.
—Bien… ¿Cómo se llama?
—Tadeo.
—¿Cuánto tiempo lleva sin poder reaccionar? ¿ha delirado?
—Sí, no para de hacerlo.
—Mami… —suplicaba el niño—. Mami…
La madre tapó sus labios y lloró un poco en dirección al médico que
parecía revisar la habitación con ojos de águila.
—Bien —se acercó a la cama—. Dime, Tadeo, ¿qué comiste?
—Ha comido lo mismo que su hermano menor y yo.
—¿Qué otra cosa comiste además de lo normal? —dijo Publio.
El niño deliraba, Matteo no sabía cómo era que esperaba que le
contestara, pero al final, el chiquillo apuntó hacia algún lugar y bajó su
mano con debilidad.
—¿Mami? —dijo el hombre—. ¿Mami te ha dado algo?
—¡Yo no he hecho nada! —reaccionó en seguida la mujer.
El pequeño abrió los ojos y miró al hombre que, pese a que daba miedo,
parecía tener una mirada dulcificada hacia él; tenía miedo, demasiado
miedo y Publio podía notarlo.
—¿Acaso mami te ha dado algo para enfermarte? —el niño desvió la
vista—. No te preocupes, mientras esté yo aquí, mami no podrá hacerte
nada, así que dime la verdad.
Matteo miró impresionado hacia el hombre.
—Pero, ¡qué está insinuando! —gritó nuevamente la mujer.
—¿Me harían el favor de salir de aquí? —pidió Publio con muy poco
tacto al hablar.
—Ven Rouse —dijo Matteo—. Creo que él sabe lo que hace.
—¡No! Está intentando incriminarme, ¡Quiere hacerme esto porque es
primo de tu mujer!
Matteo logró sacarla de la habitación e intentó calmarla al cambiarle el
tema, pero nada parecía funcionar, Rouse tenía la vista fija en la puerta
cerrad donde se escondía su hijo y Publio.
—Rouse, ¿Puedo preguntarte algo?
—¡Te digo que no es verdad! ¡Yo no le he dado nada a mi hijo!
—No es de eso.
La mujer cerró la boca y lo miró dudosa.
—¿Entonces qué?
—Acaso… cuando estábamos casados, ¿evitaste de alguna forma el
tener hijos?
—Matteo… ¿crees que es momento para esto?
—Sí, gracias a ti, mi matrimonio está yendo al declive, porque estoy
seguro de que has sido tú quién ha hecho lo mismo con Micaela.
Ella elevó una ceja.
—¿Cómo puedes estar tan seguro? ¿Por qué ella te lo ha dicho?
—No me ha dicho nada, quizá lo insinuó, pero…
—Es obvio que quiere ocultar la verdad —dijo enojada—, no es mi
culpa que ella sea una perdida.
—Jamás vuelvas a llamarla de esa manera, gracias a ella estás salvando a
tu hijo.
Rouse suspiró.
—No me embarres en sus peleas tontas, yo no tengo nada que ver,
¿entendido?
Matteo se quedó callado por un prolongado momento, no podía creer que
Rouse no flanqueara incluso en esos momentos, pensó que, de alguna
forma, estando en la debilidad de una madre acongojada, ella cedería y
admitiría las cosas, no quería arrastrarla hasta el punto donde saltara a la
histeria, estaba impresionada por el alcance de su maldad; podía matar a un
hijo que no quisiera, podía provocar que otros no lo tuvieran y, a lo que
sugería el Hamilton, podía hacer que su propio hijo enfermara.
Publio salió de la habitación después de unas cuantas horas, parecía
satisfecho y sonreía, incluso traía un frasco en la mano, el cual parecía
contento de mover y mostrar a los demás, Matteo ni siquiera quiso
preguntar lo que era o de dónde provenía.
—¿Qué ha pasado?
—Algo le ha caído mal en el estómago —dijo Publio—, habrá que
revisar algunas cosas, pero por ahora, que no coma nada que le caiga de
peso.
La madre pasó presurosa a la habitación de su hijo, dejando a los dos
hombres en soledad en el pasillo. Publio no parecía interesado en hablar con
Matteo, estaba concentrado en revolver el líquido asqueroso en el frasco.
—¿Y bien? —dijo ya impaciente.
—¿Qué? —lo miró Publio—. Ah, sí, seguro que ella le ha dado algo para
que se pusiera mal, estoy seguro que, si analizo esto, saldrá lo que le ha
puesto en esa galleta.
—¿Cómo sabías que era algo así?
—La actitud de la madre es obvia —sonrió— y los niños no dicen
mentiras cuando están muriendo.
—¿Corren peligro estando con ella?
—¿Y usted qué piensa si le estoy diciendo que le ha puesto algo para
enfermarlo? —el hombre guardó el frasco y lo miró—. Sé que su amigo se
los ha encargado, pero debería pensar en la seguridad de su propia familia,
esa mujer puede perder la cabeza.
—No entiendo por qué la perdería por mí.
—Bueno, tiene dinero y ella dos hijos —se inclinó de hombros—, no lo
sé bien, pero he escuchado que usted asegura que no puede tener hijos, así
que… Bah, me parece un buen plan enemistarlo con mi prima para terminar
siendo heredera ella.
—Jamás haría algo como eso.
—Ella no piensa igual, creo que piensa que aún la quiere y, con sus
actitudes, yo lo pensaría también.
—¿Actitudes?
—¿Qué sigue haciendo aquí cuando tiene una esposa embarazada y una
hija pequeña en casa? —elevó una ceja—. Bueno, adiós, ha sido todo un
placer.
Matteo odió a ese hombre, pero le dio la razón.
—Espere.
—¿Qué quiere ahora? ¿Sabe la hora que es?
—Me gustaría preguntarle algo —el hombre mostró una extraña sonrisa
de placer, los ojos azules lanzaron chispas de interés y asintió y esperó—.
¿Qué sabe usted sobre aquella noche? Aquella en la que Micaela y yo nos
vimos envueltos en esta locura.
—Vaya, al fin me hace las preguntas adecuadas —rodó los ojos y sonrió
—. En verdad los considero bastante tontos, considerando que yo son quién
soy y Micaela es mi prima, me sorprende que no me lo preguntaran antes.
Si me disculpa, tengo muchas cosas que hacer y ya perdí mi tiempo con
usted.
Matteo lo observó salir y miró hacia la habitación del niño que
aparentemente dormía tranquilo en los brazos de su madre. Esperaba que en
serio Rouse no hubiese llegado al extremo de lastimar a sus propios hijos,
pero, por el momento, no podía ocuparse de ello.
Capítulo 30
Matteo regresó a su casa sintiéndose un idiota por culpa del primo de su
mujer. Tenía razón, quizá Micaela pensara que Rouse siempre tendría un
lugar importante en su vida, pero la verdad no era así, la única razón por la
cual él se la topaba, era debido a los hijos que su mejor amigo le había
encargado, únicamente eso.
Cuando abrió la recamara dónde sabía que Micaela dormía, se encontró
con su esposa e hija totalmente dormidas en la cama, parecían disfrutarse la
una a la otra, sin mencionar al enorme perro que acogía a la más chica,
incluso pensó que podría asfixiarla de un momento a otro.
Se acercó y abrazó a Antonella para llevarla a su habitación, la niña se
quejó un poco, pero continuó dormida y se dejó envolver por las sabanas
conocidas de su cama. Cuando regresó a la habitación, Micaela había
despertado y lo esperaba pacientemente mientras acariciaba al perro
durmiente.
—¿Qué ha sucedido? —cuestionó en cuanto él entró.
—Parece que tu primo piensa que ella se lo ha provocado.
—¿Enfermar a su propio hijo? —se sorprendió—. Sí que quería llamar
tu atención, ¿Verdad?
—Micaela… sé que piensas que ella es importante para mí, pero no es
así, lo hago por la promesa que le hice a Tadeo.
—Lo sé.
—¿Lo sabes?
—Sí, no soy tonta, sé que te sientes comprometido por ello —lo miró—.
No soy irracional, Matteo, sé lo que sucede, pero no tiene que agradarme.
—No quiero hacer algo que te desagrade —se sentó junto a ella.
Ella lo miró fijamente por unos segundos para después volver la mirada
hacia el perro y seguir acariciándolo.
—Has dicho que tu padre te contó algo sobre esa noche, ¿Cierto? —lo
miró apenada—. ¿Qué ha sido?
—Creo que Publio te ha dado mejor información, ¿no es así?
—Dijo algunas cosas —asintió—, comienzo a recordar otras, pero
definitivamente quiero saber lo que dice el señor Lorenzo.
Matteo se sentó en la cama junto a ella y sonrió con ternura.
—Justo ahora, el tema queda en segundo plano —bajó la cabeza y negó
un par de veces—. Encontré a Lucila.
Su mujer frunció la nariz, como si hubiese olido algo desagradable y
miró hacia otro lado.
—Supongo que está bajo el ala de Rouse.
—En realidad, ella la desamparó, trabaja en un burdel —Micaela regresó
una mirada de sorpresa—. Resulta ser… que es una habida hacedora de
brebajes para evitar los embarazos.
Micaela bajó la mirada y presionó su mano sobre su vientre.
—Así que lo confesó.
—Sí —cerró los ojos con pesar—, debí haberte creído.
—Así es —lo miró—. Debiste.
—Yo… simplemente me parecía una irrealidad.
—Ella lo planificó correctamente, es verdad, todo apuntaba a que yo
decía mentiras —aceptó—. Me alegra que encontraras una manera factible
de saber que tu esposa no es una ramera.
—No digas tonterías, Micaela, jamás creí eso de ti.
—Eso es decir mentiras —le dijo con una sonrisa extraña—. Ahora,
Matteo, si me haces el favor, me encuentro agotada.
—¿Me corres?
—Te pido amablemente que te vayas.
Matteo se puso en pie y la miró.
—Sé que no merezco tu perdón, Micaela, pese a todo, eres mi esposa y
jamás debí irme, espero que comprendas las razones por las que lo hice,
pero volví porque te amo y no me importa nada más —ella lo observaba sin
un movimiento en su rostro—. He hablado con Publio, no recordaba donde
lo había visto, ni siquiera en la boda, pero sabía que de antes lo conocía.
Estuvo ahí el día del primer evento, le he preguntado por ello, pero dice que
sólo hablará contigo… harías bien en preguntarle, sé que siempre has tenido
curiosidad.
—Pensé que habías dicho que tu padre te contó la verdad, se nota que
sigues desconfiando de mí, porque necesitas ir preguntarle a todo mundo
sobre ello.
—No —se acercó—, no me importaría nunca enterarme de nada, pero
busco mi paz y la tuya. Si fue en busca de Lucila, fue por las acusaciones
que hacías hacia Rouse, me atemoricé de lo que pudiera hacerte y tenía que
comprobar qué tan lejos estaba dispuesta a llegar, ahora sé que es peligrosa.
—Te lo dije yo antes.
—¿Qué no puedes intentar entenderme ni un poco? —la miró un tanto
enojado, tratando de controlarse—. ¿No te das cuenta que mi vida entera ha
estado llena de mentiras? Todos a mi alrededor me han mentido, incluso tú
no me dijiste la verdad cuando supiste que estabas embarazada, cuando
sospechabas lo que podía estar pasando.
Ella se impresionó entonces, jamás lo había pensado de esa forma, pero
tenía razón, debía sentirse sumamente engañado por todos a su alrededor,
pero lo que más la intrigaba era su padre.
—Lo siento, no pensé que fueras a creerme… debí decírtelo, debí
confesarte mis sospechas.
Matteo la miró por un prolongado momento y cerró los ojos, moderando
su mal humor y dejando salir el aire.
—No importa ya —le tocó la mejilla—. Ve a descansar, el bebé lo
necesita y tú también.
Micaela cerró la puerta en cuanto él salió y después, fue a cambiarse a
todas prisas. ¡Cómo no lo había pensado antes! Su primo Publio, su primo
Publio debía saber más de lo que él mismo quisiera.
—Cuando se necesita a Aine, ella decide desaparecer —dijo Micaela con
reclamo.
Ni siquiera Ashlyn, que era una chismosa, podría descifrar cosas como
lo hacían los Hamilton, ellos parecían tener una habilidad especial y ella
sabía cómo hacer que Publio cediera ante ella. Abrió la puerta con cuidado
de no ser escuchada y tocó su pancita con dulzura, a sabiendas de lo que
estaba haciendo.
—Bien, bebé, tendrás que cooperar con tu alocada madre.
La joven tomó una carroza en medio de la oscuridad de la noche y salió
en dirección de la casa de Publio, tenía que dar gracias que su primo no era
un loco como su hermano Terry, tendría problemas en encontrarlo si así
fuera, pero Publio era tranquilo, un científico que adoraba su casa y su
laboratorio.
—¡Publio abre la puerta! —ella prácticamente aporreaba la puerta de la
entrada.
—¿Por qué los Rinaldi me molestan a deshoras? ¿No sabes que me
duermo temprano?
—Me importa poco —entró a la casa—. Dime lo que sabes, ¿No está
Ayla?
—No terminaría de hablar si te dijera todo lo que sé, primita —se cruzó
de brazos con suficiencia—. Y con lo de tu pregunta, supongo que está
dormida, como las personas normales.
—Agh, que insoportable eres a veces.
—Sólo cuando me despiertan.
—Sobre ese día, sobre el día en el que quedé embarazada —lo apuntó—.
Dime lo que sabes.
—Tardaste más de la cuenta en venir, ¿eres tonta o qué?
—A veces creo que sí —se recriminó—. Aunque la verdad no me
acordaba que habías estado ahí esa noche.
—Sí, digamos que me fui temprano, de no ser así, habría evitado toda
esta estupidez del embarazo.
—Publio…
—Mira Micaela, no sé qué demonios quieres de mí, pero ¿Podría esperar
hasta mañana?
—¡No!
—Bien, pero sabes que la forma de hacerme hablar es con algo de
comer, necesito comer y creo que tengo ganas de un buen caldo.
—¿En serio? ¿Un caldo a estas horas?
—¿En serio? ¿Hacerme hablar a estas horas?
Micaela rodó los ojos y asintió.
—Vale, un caldo será, ¿tienes los ingredientes?
—Los tenía preparados para ti desde hace tiempo.
—Eres insoportable.
—Lo sé —Publio se inclinó de hombros e hizo una seña para que
comenzara a cocinarle mientras él se sentaba cómodamente en la mesa de la
cocina, esperando por el caldo—. Sabes, puedes comenzar a hablar mientras
cocino esto.
—No, prefiero esperar.
—Vamos, Publio, por favor.
El chico rodó los ojos y asintió, sentándose cómodo en su propia cocina
y tiró la cabeza para atrás, recordando el día.
—Vaya, prima, en verdad que siempre te faltó un tornillo.
—¡Publio!
—¡Ya! —dijo con una sonrisa—. Aunque te interesará saber que no es
seguro dejar a tu hija sola en casa en estos momentos.
—No está sola, ¿De qué hablas?
—De que, tú estás aquí y, por lo que sospecho, tu esposo no tarda en
llegar, así que, ¿quién cuida de Antonella?
—Matteo no vendrá.
—Mi señor —se inclinó el mayordomo—. Lo buscan en la puerta, ¿debo
decir que no son horas?
—No, debe decirle que entre y se lleve a su mujer —Micaela se puso en
pie y salió corriendo—. ¡Ey! ¿No terminarás el caldo?
La joven se encontró de cara con su marido, ambos mostrándose
sorprendidos por la presencia del otro.
—¿Qué haces aquí? —dijeron al mismo tiempo.
—Creo que queremos lo mismo de la misma persona —dijo Micaela—.
Pero Publio me ha dicho que Antonella no debe quedarse sola en casa.
—Estará su nana.
—No creo que sea suficiente —dijo Publio—. Para estos momentos,
Rouse Figoretti se habrá dado cuenta que toda su artimaña se vino abajo.
—¿Cómo sabe eso?
—Porque le voy a quitar a sus hijos esta noche.
—¿Qué? —ambos lo miraron con asombro.
—No pensaban que dejaría a una mujer enloquecida con dos niños
pequeños a su cargo, ¿o sí? —negó—. Los reubicaré.
—Pero… no tienes autoridad para hacer eso —frunció el ceño Micaela
—. ¿O sí?
—Yo puedo hacer lo que quiera, de hecho —sonrió—. Y, además,
contaré con la aprobación de su tutor legal.
Micaela frunció el ceño y miró a Matteo, quién parecía bastante serio y
no la miraba a los ojos.
—No pensé que fueras actuar esta noche.
—¿Querías que esperara a que muriera alguno?
—No. Ciertamente no.
—Como sea, les dije que tienen que volver, Antonella no estará a salvo
del todo, ella lo sospecha, estoy seguro.
Los padres tomaron sus cosas y salieron presurosos del lugar, siendo
acompañados por Publio, quién mostraba una tranquilidad que los estaba
desquiciando a ambos.
Matteo abrió la puerta de su casa, dejando entrar a su mujer y
encontrándose con la calma poco confortante de una tragedia. Ambos se
miraron con terror y entraron a la vez, encontrándose con la calma, la
oscuridad y un terrible presentimiento.
Ambos padres subieron las escaleras hasta la habitación de su hija,
encontrándola vacía. Micaela sintió que las alertas saltaban a su cabeza y se
desmayaría de un momento a otro.
—¡Antonella! —gritó—. ¡Hija!
—Tranquilízate, Micaela —pidió Matteo a sabiendas de que era
imposible y ni siquiera él estaba tranquilo, pero su mujer estaba
embarazada.
—¡¿Cómo quieres que me calme?!
—Publio… —Matteo intentó hablar con el hombre, pero este había
desaparecido por completo—. Micaela, cálmate, la encontraré, ¿entendido?
La voy a encontrar.
—¡Señora! —llegó una llorosa mujer—. Oh, señora, no la encuentro por
ninguna parte, no está.
—¿La están buscando? ¿Dónde la han buscado?
—Por toda la casa, mi señora, salimos al jardín, pero nadie la encuentra,
nadie sabe dónde está.
—Es una niña de dos años, no pudo haber escapado —se quejó Matteo
—, vamos, sigan buscando.
—¿Cómo es que no escuchaste nada? —decía Micaela en medio del
llanto—. ¿Cómo la perdiste de vista?
—No lo sé, mi señora, me quedé dormida sólo por unos minutos.
—Vamos —Matteo abrazó a su mujer—, sigamos buscando.
En ese momento, el estallido de una ventana asustó a todos los presentes,
Micaela se volvió rápidamente, notando que no parecía haber sido de su
casa.
—¡Fuego! —gritaron desde la calle—. ¡fuego!
—¡Es la casa de los Figoretti! —dijo una mujer.
Micaela y Matteo se asomaron sólo para confirmar lo que decían, era
verdad, la casa se había encendido en llamas de un momento a otro, el
fuego parecía propagarse con demasiada rapidez que parecía imposible o
provocado.
—Oh, por Dios —dijo Micaela, mirado a su marido con desesperación
—. ¿Y si ella la tiene? ¿Si ella se la llevó?
—Pero ¿cómo pudo entrar a la propiedad? —negó el hombre.
—Ambos salimos en la noche, dejamos sola a la bebé y ella lo sabía —
dijo Micaela—, ella conoce esta casa y conoce empleados de aquí, como lo
era Lucila.
—Nadie la dejaría pasar.
—Señora, ¿y si entró por la cocina? El señor Efort siempre cocina de
noche y los víveres están fuera de la casa, en cuarto frío.
—¡Mi hija está en esa casa y esa casa se está quemando! —gritó Micaela
—. ¡Sácala de ahí ahora!
Matteo no cuestionó a su esposa y se dispuso a ir a la casa, tenía dudas
de ello, pero todo se vio dispersado cuando los gritos de una niña salieron
entremezclados con los de varones.
—¡Es Antonella! —Micaela intentó correr hacia la casa, pero se vio
frenada por su marido y la entregó a los vecinos que ya salían para ayudar
al desafortunado que perdería todo.
—Matteo, las puertas han sido cerradas —dijo Publio, apareciendo de la
nada—, ya tengo a gente entrando en el lugar y sacando a los empleados,
pero no encontramos a tu hija.
—Tengo que entrar, sé dónde estarán… al menos tengo una idea —dijo
ansioso, tratando de evadir los brazos de los bomberos.
—Te ayudaré —asintió.
Matteo mojó algunas de sus ropas y evitó a los bomberos que luchaban
contra el fuego, las personas habían traído cubetas con agua e intentaban lo
mejor que podían ayudar, pero la casa Figoretti era enorme y lo único que
se podía hacer era sacar a las personas y observarla mientras se quedaba en
ruinas.
—¡Señor! ¡El fuego es demasiado intenso! —gritó alguien que intentó
detenerlo, pero Publio le abrió camino y lo dejó pasar.
Matteo tirando la puerta que eran un impedimento.
—¡Antonella! —gritó—. ¡Habla a papá, Antonella!
—¡Papi! —gritó la niña—. ¡Papá!
Parecía que Antonella dejaría los pulmones con esos gritos, pero lo
ayudaron a orientarse. El fuego en el interior no estaba tan expandido como
lo parecía en el exterior, pero el humo comenzaba a invadir las habitaciones
y eso era peligroso. Veía a los hombres del Hamilton ayudando a la gente a
salir, algunos llevaban a niños y mujeres a cuestas en su espalda, pero eso
no era de importancia para él en ese momento, aunque sí un alivio.
—¿Antonella?
—¡Papi! —gritó de nuevo, conduciéndolo a una habitación que parecía
vacía.
—Está ahí —la voz de Rouse salió osca y profunda. Estaba sentada en
medio de una gran cama, con la cabeza entre sus rodillas y lloraba
desesperada.
Matteo miró con cautela a figura de la mujer, en esa habitación casi no
había fuego, ni tampoco humo, pero había apuntado hacia un armario, el
cual abrió y encontró a tres niños, su hija estaba siendo abrazada por el
mayor de los hijos de su mejor amigo, el niño parecía casi inconsciente.
—¡Papi! ¡Tadeo no contesta! —lloraba inocentemente—. ¡Él quería
salvarme de su mami y ahora no contesta!
—Eh, ven, tranquila, saldremos de aquí —miró al menor de los hijos
Figoretti—. Vamos, ven conmigo.
—¿Mi hermano murió? —lloriqueó—. Mamá lo golpeó y no contesta,
¿mi hermano murió?
—No —Matteo lo tomó en brazos—, está vivo, ahora sal de ahí,
vámonos ahora.
En ese momento, escuchó un golpe en la ventana y, al mirar, se dio
cuenta que Publio estaba poniendo una escalera justo en esa ventana,
Micaela estaba abajo, parecía angustiada. No tenía idea cómo Publio se
había dado cuenta que estaba ahí, pero lo agradecía enormemente.
Matteo abrió la ventana y pasó a su hija al Hamilton para que saliera de
ahí, la niña fue de brazo en brazo hasta quedar atrapada entre un abrazo de
su madre, después hizo bajar al menor de los Figoretti, quién no dejaba de
llorar y mirar a su madre, quién no se movía en aquella cama, donde
permanecía en posición fetal.
—Está inconsciente —dijo Matteo cuando pasó a Tadeo a brazos de
Publio—, no sé cómo se ha logrado mover después de lo sucedido con el
envenenamiento.
—Tranquilo Matteo, yo me haré cargo de él —dijo tranquilo.
Matteo asintió y se volvió hacia Rouse, dándose cuenta que el fuego
comenzaba a acercarse y de un momento a otro invadiría la habitación en la
que estaban.
—No quería, no quería, no quería.
—Rouse, tenemos que salir de aquí.
—No, no era yo, no quería, ¿Dónde está Tadeo?
—Rouse.
—¡No! —levantó la cabeza con ojos cristalizados—. Soy una mala
madre, quería lo mejor para ellos y casi lo mato.
—Estará bien, todos estarán bien, tenemos que salir de aquí.
—Yo me llevé a tu hija, Matteo, ¿Sabes qué hizo mi querido Tadeo? —
negó la madre—. La ocultó de mí, se ocultó con ella en esta habitación y la
obligó a estar calladita, estando él enfermo, la defendió de mí.
—Vamos, Rouse, no hay tiempo.
—Tadeo murió, mis hijos me tienen miedo y tú ya tienes esposa e
hijos… la vida continua sin mí.
—Tienes dos hijos que aún dependen de ti.
—Ni siquiera Tadeo se preocupaba por ellos, nunca quiso dejarlos a tu
cuidado, pensó que lo rechazarías.
—Ya sé que lo inventaste todo Rouse, sé lo que has hecho, pero debemos
irnos.
—¡Matteo! —se escuchó la voz de Micaela, parecía desesperada y
ansiosa.
—Ella es buena, te hace bien.
—Lo sé —asintió—. Vamos.
—No, quiero morir.
—No vas a morir —la tomó con fuerza de los brazos y la colocó sobre
su hombro, se impresionó por lo delgada que estaba.
—¡Déjame! ¡Déjame!
Matteo pasó el cuerpo de la mujer a las personas que estaban en espera
en las escaleras y miró al interior de la casa, dándose cuenta de que sería
pérdida total de un momento a otro.
Bajó por las mismas escaleras que los demás y miró con tranquilidad a
los hijos de Rouse abrazándola, llorando y muertos de miedo, incluso ella
parecía contrariada al darse cuenta que seguían queriéndola con vida, la
preferían a su lado.
—¡Matteo! ¡Dios santo! —Micaela se lanzó a sus brazos, al igual que su
hijita—. ¿Por qué no bajabas? ¡¿Acaso deseabas darme un infarto?! Estoy
embarazada, ¿lo olvidas?
Matteo besó los labios de su esposa y se agachó para cargar a su hija,
quién lloraba y se aferraba a él.
—Jamás olvidaría algo como eso, Micaela.
Ella bajó la mirada y suspiró.
—Tenemos que hablar.
—Lo sé —asintió el hombre—. También tengo cosas que decir, pero
antes, creo que debo solucionar esto, tu primo necesita mi autorización para
cualquier movimiento.
—Te estaré esperando.
Matteo se entretuvo más de lo que pensó, puesto que no sólo tuvo que
hacer papeleos sobre la custodia de los niños, sino que tuvo que declarar,
ver los daños a la propiedad y velar a los hijos de su mejor amigo, incluso
tuvo que estar presente cuando se llevaron a la joven madre hacia una
institución de sanación mental.
Pero sabía que Micaela estaba en buenas manos, su primo Publio se
había quedado con ella, argumentando algo sobre un caldo, lo cual no
entendió del todo, pero lo dejó.
Matteo entró a su casa con el salir del sol, habían pasado una noche
terrible, la pobre Antonella no dejaba de llorar y no quiso dormir en otra
parte que no fueran los brazos de su madre.
—Micaela —le susurró para no despertar a Antonella, quién estaba feliz
en la cama de la pareja y despertando a su mujer de paso—. Lamento haber
dudado de ti.
La joven levantó la cabeza y elevó una ceja, se mostró cansada y con
ojos casi cerrados, pero le contestó:
—¿Qué dices?
—Se… que he sido una persona insoportable, entiendo por qué quisieras
separarte de mí, pero… viví toda una vida siendo engañado y simplemente
no podía confiar en nadie.
—¿Qué te han dicho? —dijo nerviosa.
—Sólo sé que fui un imbécil.
—Yo también lo fui.
—¿Qué? —la miró.
—¿Qué ha sido lo que te dijo tu padre sobre aquella noche?
—Bueno… la verdad era que ese día estaba totalmente ebrio,
simplemente no podía con mi vida, cuando me encontró, prácticamente me
tiró a un canal para que recuperara la consciencia.
—Me parece una actitud que va mucho con el señor Lorenzo —sonrió la
joven.
—Me explicó sobre esa noche, me dijo que desde hacía tiempo que
notaba cuanto me gustabas, pero simplemente estaba planificando mi auto
destrucción, como de costumbre. Así que esa noche, después de que nos
sobrepasamos de todo, él fue quién te llevó a mi habitación y… pasó lo que
pasó.
Micaela sonrió y bajó la cabeza, negando un par de veces.
—Eso no fue lo que pasó.
—¿Qué?
—De hecho —ella caminó hacia el escritorio y volvió a sacar los papeles
de divorcio, los cuales Matteo miró con desazón—, quizá los quieras para
cuando termine de contarte.
—No lo creo.
—Oh, Matteo, no estés tan seguro.
—No podrías decirme nada con lo que no esté de acuerdo ahora —se
acercó y la tomó en sus brazos—, te quiero Micaela, en serio te adoro y no
soportaría estar sin ti. Ni siquiera necesito saber algo más.
Ella lo miró dulcemente, pero se alejó de él.
—Esa noche, cuando llegué a la velada, mi única intención era buscarte
y pasearme las veces que fueran necesarias frente a ti. Todo el mundo sabía
que te adoraba y que tú no me hacías ningún caso, así que solían burlarse de
mí.
—Yo…
—Bueno, veamos, como decía, esa noche…
Capítulo 31
Dos años atrás
Micaela se había arreglado especialmente para la velada en la que se
aseguraba la presencia del señor Rinaldi, el primer y único flechazo que la
joven Seymour había sentido. Todo cuanto la conocía sabía perfectamente
que Micaela era pura cabeza, era una intelectual escondida en una capa de
superficialidad y tonterías.
—¿Estás segura que quieres asistir? —negaba Ashlyn—, a mí no me han
dado permiso y sabes que Regina no se limitará en molestarte.
—Sé cuidarme sola, Ash, puedo con esto.
—Lo dudo.
—Además, algunos de nuestros primos estarán por ahí, seguro que nada
sale mal.
—Ajá, si te refieres al cabezota de mi hermano y el resto de nuestros
primos con la cabeza entre las piernas, entonces sí, estás súper cuidada —
dijo con sarcasmo.
—Estaré bien, dime ¿qué podría hacer? —la miró—, sabes que nadie en
realidad quiere hablar conmigo y si lo hacen, sólo es para hacerme rabiar
con algo.
—Entonces, ¿por qué vas? —Micaela se sonrojó y se volvió hacia el
espejo, donde siguió pintándose con cuidado los labios—. Ah, así que a la
científica le gusta alguien.
—¡No es verdad!
—Claro que sí, nunca te pones colorete y mira nada más, pareces un
payaso andando.
—¿En verdad? —dijo preocupada.
—Claro que no, te ves preciosa —sonrió la pelirroja—, ¿Quién puede
gustarte? Todos los que asisten a esa fiesta son unos tontos.
—Es porque a ti no te gusta la sociedad, Ash, pero no son tontos.
—Sólo piensan en caballos, dinero y sus guerras, no tienen nada en la
cabeza, nada interesantes para mí, no me puedo imaginar lo aburridos que
son para ti.
—Hay algunos con conversaciones interesantes.
—Claro… seguro te impresiona las variadas formas de cazar a un zorro
y lo mucho que se tardan en elegir el color de sus trajes.
Micaela dejó salir una pequeña carcajada y miró a su prima con una
sonrisa, en verdad que no sabía qué le deparaba el futuro a su prima, pero
seguro que sería toda una aventura.
En realidad, se sentía un tanto desprotegida al no tener a Ashlyn a su
lado, pero en cierta forma, lo encontró como algo positivo, tenía que
comenzar a dejar de ser dependiente de ella, debía aprender a defenderse a
sí misma y seguir con su vida.
—¡Mamá! ¡Me voy a la velada! —dijo a la mujer que tranquilamente
cosía en la sala en conjunto con su padre, quién alzó rápidamente la mirada
de su libro.
—¿No irá Ashlyn? —elevó la ceja James.
—No, ella… está castigada, como siempre.
—¿Con quién irás, entonces? —se sorprendió Marinett.
—Bueno, casi todos mis primos estarán ahí, incluso creo que Héctor ha
salido para allá.
—¿Y por qué no te ha esperado? —frunció el ceño James.
—Ya lo saben… le avergüenzo.
—¡Qué tontería! —se molestó la madre.
—En realidad, hace bien, puesto que siempre busco hacerlo quedar en
ridículo.
Los padres suspiraron y miraron a su hija con preocupación.
—No irás sola, alguien debe ir contigo ahora.
—Pero…
—No sé cómo le harás, Micaela —advirtió James—, pero no saldrás de
esta casa sin compañía.
La joven pensó por un momento que su velada sería arruinada y ella no
sería capaz de ver al señor Rinaldi, de nuevo… pero entonces, alguien tocó
a la puerta, pese a ser de noche y que nadie esperaba visitas. Los padres
fruncieron el ceño, pero Micaela gritó de emoción al ver a Terry entrando a
casa.
—¡Oh! ¡Publio irá conmigo! —lo abrazó.
—¿Qué? ¿A dónde iré? —dijo extrañado—, venía a entregarle esto a tío
James.
—¡No importa! —sonrió—. ¡Irás!
—No apoyo las reuniones sociales, me son inútiles y hostigosas.
—Irás conmigo —le apretó el brazo.
—No.
—Vamos, Publio, por favor.
—No —dijo con molestia.
—Vale… pero deja de mirarme así, me molesta.
—¡Sí! —sonrió la joven con alegría—. ¡Gracias, gracias!
—Tampoco me abraces —le dijo un poco hostigado.
—Vaya, Publio no sé cómo le harás cuando te cases.
—Si es que me caso —la apartó con tranquilidad.
La chica se inclinó de hombros y miró a sus padres.
—¡Sí! Irá conmigo, ¿Puedo? ¿Puedo? ¿Puedo?
—Sí, lo escuchamos —asintió James—, tengan cuidado.
Micaela sabía que Publio no era la opción más segura como
acompañante, seguramente se perdería en la inmensidad de su éxito
inminente como partido de matrimonio, pero al menos le haría compañía en
lo que le era necesario.
—No sabía que te desagradara tanto ir a reuniones.
—Pierdo mi tiempo, soy un hombre ocupado, así que en realidad sólo te
estoy haciendo un favor, lo cual me hace sentir extraño.
—Vamos Publio, no seas malvado, sé que me quieres.
—Sí, te quiero y te hago el favor sólo porque sé que te gusta ese tipo
italiano —se burló— y a ti no te había gustado nadie.
—¡Oye!
—Es verdad, aunque no pensé que nadie pudiera conquistar esta enorme
cabezota que tienes.
Micaela sonrió y bajó la cabeza.
—Él también tiene un gran cerebro.
—Así que te ha conquistado con la cabeza… impresionante.
—No me avergüences, por favor.
—No lo hago —se inclinó de hombros—. Vale, suerte con ello.
Ambos bajaron y se perdieron entre la gente, Micaela se enfocó en su
objetivo, tenía que encontrar al señor Rinaldi y tratar de hablar con él de
algo más inteligente de lo que normalmente le escuchaba hablar a ella.
—Ah, Micaela, pensé que no vendrías sin tu guardiana.
—Regina, ¿no puedes tener un día sin que sea el centro de tu mundo? —
dijo la joven con suficiencia.
—¿Bromeas? —sonrió—, justo ahora yo soy el centro del mundo de
demasiados hombres, mientras tu…
—Bueno, no es de tu incumbencia.
—Supongo que no —la mujer levantó la vista y sonrió—. ¡Oh! ¡Señor
Rinaldi! Me da gusto que pudiera lograrlo.
—Ha sido un honor haber sido invitado —dijo el hombre con un
marcado acento italiano.
—Es usted centro de atención de muchas miradas —dijo Regina,
mirando a Micaela, quién parecía muda pese a su muy conocida lengua—.
Como ella, quién se ha quedado sin palabras, lo cual es sumamente raro, se
lo aseguro.
—La he escuchado —asintió Matteo, viendo a la joven con interés, cosa
que Micaela no notó y pensó que se estaba burlando.
—Lamento si mi lengua le molesta, señor, pero soy alguien que siempre
tiene algo interesante que decir.
Matteo elevó una ceja en sorpresa y sonrió.
—No lo dudo —asintió—, ¿De qué le gusta hablar?
—De los demás —aseguró Regina con una risotada.
—¡Claro que no! —dijo enojada—. Sé mucho más en este momento de
lo que tú jamás aprenderás en toda tu vida.
—¿Ah sí? —se burló—, ¿Cómo qué?
—Como, por ejemplo, que ese colorete que te has puesto, es sumamente
dañino para la salud, los químicos en él te matarán.
—¡Por favor! ¿Tú que vas a saber de eso?
—Vale, no me hagas caso, pero se te caerán los labios, ya lo verás, deja
de usarlo —miró a Matteo—. Con su permiso.
El hombre sonrió sin remedio alguno y se disculpó con Regina, quién
parecía un tanto alterada por lo dicho.
—Señorita Seymour —la llamó—. ¿Me permite un segundo?
—¿Qué sucede? —dijo molesta, pensando que quería seguir burlándose
de ella.
—¿Cómo lo ha sabido?
—¿El qué?
—El que el lápiz labial tiene elementos altamente dañinos.
—Sé cómo se hacen —suspiró—. ¿Algo más?
—¿Le interesa la forma en la que se elaboran las cosas?
—Sí, me da curiosidad.
—Es… extraño en una mujer.
—Se habrá dado cuenta que soy extraña… y parlanchina.
—Sí, eso no tiene que ser malo del todo.
Micaela lo miró con asombro, pero entonces, alguien requirió su
atención, dejándola con las mejillas sonrojadas y el corazón palpitándole a
tope en su pecho.
La fiesta prosiguió sin que ellos volvieran a toparse, pero ella jamás lo
perdía de vista; lo veía reír, bailar, caminar e incluso beber, ella lo hizo
bastante también, el seguir a una persona por todos lados daba sed y ella
tenía que disimular.
Tenía que dar gracias nadie la buscara normalmente, puesto que la
evitaban para no tener una interminable conversación que empezaba y
terminaba con las palabras de Micaela. Lo que la joven no sabía, era que
ella también había sido observada durante toda la noche, Matteo la buscaba
entre la gente, encontrándola siempre en soledad, pero extrañamente, ella se
la pasaba observando algo que, en algún momento, a él mismo le había
llamado la atención.
—Parece una chica interesante, Matteo.
—Papá —se asustó—. Sí, es extraña, ¿no te parece?
—Le llaman la atención cosas que no a cualquier mujer le interesaría —
sonrió—. Me parece perfecta para ti.
Matteo quitó la sonrisa y lo miró con seriedad.
—Sabes lo que pienso —suspiró—, ella es una mujer joven, seguro que
quiere tener hijos y yo no puedo dárselos.
—Creo que ella podría cambiar eso.
—Padre, por favor, ¿de la nada me haré fértil?
—Quizá ella comparta fertilidad, ¡Mira que rozagante y preciosa es! ¿No
piensas que es preciosa?
—Es hermosa en verdad.
—¿No te parece que sería una esposa increíble?
—Seguramente lo será.
—Podría ser tuya.
—No.
—Matteo…
—No.
El hombre se dio media vuelta y siguió bebiendo, al igual que lo hacía
Micaela y todo aquel en esa fiesta. Y no nada más eso, había varios
alucinógenos que descontroló por completo la fiesta, mandando a muchos a
la demencia momentánea y a los gritos.
La joven Micaela ya no lograba coordinar bien, no podía ni hablar,
miraba todo con ojos entrecerrados, puesto que la cabeza le daba vueltas sin
remedio alguno, se sentía mareada, se le adormecía la cara y las manos y se
sentía ligera, increíblemente ligera.
—¿Se encuentra bien? —sintió que le hablaban en la lejanía.
—¿Quién…?
—Soy Matteo Rinaldi, ¿necesita que busque a alguien?
—Yo… mis primos… no sé dónde están.
Matteo rebuscó en el salón, pero al igual que la muchacha, él tampoco
estaba en sus cabales y, en realidad, la fiesta era un desastre en la que la
gente brincaba, se desnudaba y lanzaba vino por los aires. Le era
imprescindible mandar a esa joven de regreso a casa, pero no conocía a sus
familiares y estaba seguro de que ella tampoco podría describirlos o
siquiera reconocerlos.
—¿Se quedará a dormir aquí? —le preguntó a Micaela.
—Sí, he recibido la invitación.
—Vale… yo también la tengo.
—Creo que mi recámara era en el segundo piso, junto al cuadro freo de
un niño jugando.
—Creo que lo podré encontrar.
La joven asintió un par de veces y siguió al hombre, en realidad, sí que
la habían invitado a quedar, pero no tenía el permiso para hacerlo, debía
volver a su casa, pero le era prácticamente imposible caminar, no
encontraba a nadie y estaba por desmayarse.
Matteo la ayudó a subir las escaleras y la sostuvo lo mejor que pudo
durante todo el trayecto, seguro que no era buena idea que se quedara sola,
debía encontrar a alguien que la conociera, pero se sentía tan mal, que no se
creía capaz de hacerlo. Ojalá su padre estuviera por ahí, seguro que él se
burlaría, pero lo ayudaría.
—Señorita, creo que es aquí.
La mujer entrecerró los ojos, miró el retrato del niño feo y asintió con
una sonrisa.
—¡Sí! ¡Aquí es!
—Será mejor que entre y se encierre —indicó—. No le abra a nadie en
lo absoluto, trataré de encontrar a sus primos.
—Es usted un encanto —le dijo tambaleante—. ¡Y muy guapo!
—Gracias. Entre a la habitación.
Matteo se sintió tranquilo cuando escuchó que la joven ponía el seguro a
la puerta, esperaba que siguiera sus indicaciones y no abriera a nadie. Sin
poder hacer nada más, regresó a su habitación, esperando que su padre
estuviera ahí, pero al entrar, se encontró con la soledad, pensó en volver
sobre sus pasos y buscarlo, pero entonces, se encontró con la presencia de
Micaela, justo detrás de él.
—Pero, ¿qué…?
Micaela se lanzó a sus brazos y comenzó a besarlo, impresionando al
hombre, pero al final, terminó correspondiendo al cariño de la joven.
Aquella muchacha era preciosa, le había llamado la atención lo suficiente
como para preocuparse por ella, su cuerpo era perfecto, sus labios eran
suaves y sus acciones lo desquiciaban.
Ya no cabía lo decente, el bien o el mal, simplemente se dejó llevar por
ella y la recostó en la cama, olvidándose de todo mientras hacia el amor con
esa preciosa y dulce mujer.
▪▪▪▪▪۞▪▪▪▪▪
Micaela miró a su marido, sintiéndose avergonzada por lo que había
contado y aún más al darse cuenta de la impresión de su marido, parecía
haber recordado lo mismo que ella había recordado.
—Tú padre intentó encubrir a la verdadera culpable de todo —dijo con
la garganta apretada—. Fui yo, nadie más que yo.
—Pero…
—Estaba enamorada de ti y… no lo sé, fuiste tan amable y dulce que no
lo pude resistir y fui tras de ti.
—Micaela, no es tu culpa.
—¿Cómo puedes decir eso?
—Para que algo así suceda, tiene que ser intervención de dos, decisión
de dos —la miró—. Yo lo decidí, a mí también me gustabas.
—¿De verdad? —elevó la mirada.
—Sí, de verdad.
—Pero, ¿no me odias? Gracias a mí es que estás preso entre este
matrimonio que no querías.
—Me has dado todo lo que quería en la vida: una familia, una mujer
increíble y dos hijos, no puedo pedir nada más.
—Yo… no sé qué decir.
—Podrías empezar tirando esos odiosos papeles de divorcio.
Micaela miró lo que había entre sus manos y sonrió.
—¿Estás seguro?
—Más que seguro.
Epílogo
—¡Qué demonios está sucediendo aquí! —gritó Lorenzo después de
unas semanas de paz—. Me voy unos días y todo recae en el desastre, no
cabe duda que aún necesitan de mí.
—¡Oh! ¡Señor Lorenzo! —Micaela se desprendió de los brazos de su
marido y corrió para abrazar a su suegro.
—¡Micaela, no corras por Dios, estás embarazada! —se quejó Matteo,
tratando de seguirle la pista a su mujer.
Cuando llegó a su lado, Micaela y su padre se envolvían en un abrazo
dulce y lleno de cariño.
—Has puesto la vida de mi hijo de cabeza, señorita.
—Lo sé —Micaela miró a su esposo y se acercó a él—. Pero creo que no
se arrepiente.
—Ni un sólo momento —sonrió Matteo, dándole un beso en la mejilla y
mirando a su padre con seriedad.
—Sí, claro —dijo Lorenzo—, hijo, necesito hablar contigo.
—¿Sin mí? —se ofendió Micaela.
—¿Por qué no vas a recostarte un rato? —pidió Matteo—. Estás a nada
de dar a luz y necesitas descanso.
—Iré a ver cómo están las negociaciones con los Newman —dijo
orgullosa—, si me disculpan.
Matteo observó con una sonrisa el caminar de su esposa y negó un par de
veces antes de volverse con su padre.
—Pareces feliz.
—Lo soy —sinceró—, aunque, la historia no es como me la has contado,
padre, ¿por qué mentir?
—No quería que hubiera más cabos sueltos, así que decidí atarlos por mí
mismo.
—¿Tú sabías desde un inicio que Antonella era mía?
—Claro, desde que los encontré en esa comprometedora situación, no
hice más que vigilarla y la chiquilla no volvió a salir hasta el día en el que
tú te enteraste que estaba embarazada.
—Ella… no tengo idea cómo me ha perdonado después de todo lo que
hice.
—Hijo —le tocó el hombro—. En primer lugar, esa mujer te ama; y en
segundo, ella sabe que estar en tu posición no era lo más fácil, el que tu
estuvieras tan seguro que no podías tener hijos sólo te hacía una buena
persona por aceptarla.
—Fui un idiota, jamás intenté contradecir a Rouse.
—Eres un buen hombre, Matteo.
—Sí la hubiese desmentido antes, ella no habría sufrido.
—Las cosas suceden como deben de suceder —se inclinó de hombros el
padre—, pero no debes masacrarte la cabeza.
Matteo asintió sin mucho convencimiento, pero en ese momento, una
pequeña niña bajaba las escaleras tomada de la mano de una doncella y
corrió hasta los brazos de su abuelo, en medio de sonrisas y felicidad.
—Pero qué grande está mi nieta —le dijo con la niña en sus brazos—.
¿Acaso estás lista para ser hermana mayor?
—El bebé está por nacer —aseguró—, mamá está cansada todo el
tiempo y se pone de mal humor.
—Sí —se rio Lorenzo—, esa es ella.
—Pero quiero al bebé, cuando me pongo a escuchar en la pancita, el
bebé se mueve y se mueve. Mami dice que es porque me quiere mucho.
—No lo dudo ni por un segundo.
La niña se dedicó a relatarle a su abuelo los últimos acontecimientos
relevantes en su vida, impactando al anciano quien volvió la vista hacia su
hijo para darle veracidad a las palabras de una infanta como lo era su nieta.
—¿Qué es eso de que la raptó Rouse? —preguntó Lorenzo en cuanto la
niña salió corriendo hacia el jardín.
—Lo hizo —asintió—, se coló a la casa y se la llevó cuando Micaela y
yo no estábamos.
—¿Nadie la escuchó?
—Se la llevó dormida, sabes que Antonella no se despierta con facilidad,
habrá pensado que era Micaela.
—¿Qué ha sucedido con Rouse?
—Encerrada… en un manicomio, parece que ha caído en una depresión
que la hace peligrosa por sus reacciones —miró a su padre—, incluso
enfermó a Tadeo.
—¿Su propio hijo?
—Y incendió su casa —agregó.
—Por Dios. ¿dónde están los niños?
—Los tienen sus tíos, parece que ellos se harán cargo.
—Lamento la situación de los niños y, por más que odiara a Rouse,
jamás le desearía una condición mental.
—Debo admitir que, desde que ella se fue, Micaela está más tranquila y
algo más feliz.
—Es obvio, me alegra que al fin te libraras de su sombra.
—Me acosó por el tiempo suficiente.
—¡Hola! ¡Hola! —sonrió Ashlyn, entrando de la mano con otra de las
primas de su mujer.
—Hola —sonrió Matteo—. ¿Han quedado con Micaela?
—No es que vengamos a verte a ti —dijo la pelirroja, mirando por la
casa.
—Creo que Micaela lo olvidó, porque ha salido.
—¿Estando embarazada? —se admiró Sophia.
—Es impredecible —asintió Matteo.
—Hola, señor Rinaldi, supongo que no me conoce.
—Blake Hillenburg —asintió Matteo—. Es un placer, conozco bien a su
marido.
—Calder me ha dicho que se reunirán hoy —asintió la hermosa joven—.
El esposo de Sophia también irá, a lo que entiendo.
—Pensamos emprender algunos negocios juntos.
—Bueno, les deseo suerte —dijo Sophia—, aunque no creo que John
esté listo para confiar en Calder.
—¡No es así de malo! —se quejó la esposa.
—Bueno, todos sabemos los rumores que lo rondan.
—No es cómo que tu esposo se libre de rumores —le echó en cara—.
Además, creo que se conocieron de antes.
—Bueno, damas —Matteo comenzaba a sentir las migrañas de las que
jamás se libraría—. Me temo que he de marcharme, pero se quedan en su
casa, seguro que mi padre puede entretenerlas hasta que Micaela regrese.
—¿Me las dejas a mí? —se quejó Lorenzo.
—Oh, señor Lorenzo, no sea exagerado, si le encanta chismear con
nosotras —sonrió Ashlyn.
Matteo salió de la casa y caminó por las calles de Londres, sonriendo y
saludando a cuanto lo saludase, encontrándose de pronto con su mujer,
quién traía algunas compras en las manos.
—Creo que te están esperando en casa.
—¡Lo sé! ¡Lo he olvidado! —se quejó—. Diré que he salido
personalmente a comprar el postre, ¿crees que me crean?
—No.
—Bueno —le quitó importancia—. He cerrado el trato, pero necesito tu
firma en estos papeles, si quieres revísalos, ¿Vale?
—Bien —Matteo se acercó a su esposa y tocó suavemente su vientre—.
Eres la esposa perfecta, Micaela.
Ella sonrió de lado e inclinó la cabeza.
—Lo sé, Matteo —lo abrazó—. Tú tampoco estás nada mal.
Su esposo sonrió y la besó con ternura, en verdad que no podía ser más
feliz que en ese momento.

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