Bula Vox in Excelso. Archivo Nacional de ... - Historia Medieval

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Bula Vox in excelso. Archivo Nacional de Francia.

Ese mismo día, el 3 de abril de 1312, y con la promulgación de esta bula, Clemente V
retomaba el asunto del Temple en el Concilio, asunto que suspendió a finales de octubre.
De un solo plumazo, acababa con la Orden del Temple en toda la cristiandad.

Vox in excelso ha sido siempre motivo de estudio, comentada e interpretada por


investigadores e historiadores, por estudiosos y eruditos. Quizás sea la bula más conocida
en cuanto a la historia del Temple se refiere.

Es por ello, que en este número especial no podían faltar los comentarios e
interpretaciones realizadas por dos grandes historiadores e investigadores

En el primero de estos artículos, realizado por el historiador Ricado da Costa, y que lleva
por título “Non sine cordis amaritudine et dolore. No es sin dolor y amargura en el
corazón”, el autor nos muestra su visión particular de Vox in excelso desde un punto de
vista crítico y documentado. Desde luego un trabajo impresionante.

En el segundo de ellos, realizado por el también historiador Carlos Pereira Martínez, se


nos ofrece un pequeño comentario ( y no por ello menos interesante) combinando el dato
histórico con la ironía y la denuncia, extrayendo enseñanzas para el presente. La Historia
al fin y al cabo es una espiral y las situaciones se repiten....
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Non sine cordis amaritudine et dolore.
“No es sin dolor y amargura en el corazón.”

Ricardo da Costa10

Imagen 1

La condena de los templarios en Francia, bajo la presencia del rey Felipe, el Hermoso.
Iluminación Royal 14 E V, f. 492v (siglo XV). La fuerza (auctoritas) de la monarquía francesa es
representada por el tamaño desproporcional del cetro. ¿Dónde está la presencia de la Iglesia
delante la muerte de los suyos?

10 Profesor efectivo de la Universidad Federal del Espíritu Santo (UFES-Brasil); académico correspondiente
n. 85 de la Reial Acadèmia de Bones Lletres de Barcelona. Site: www.ricardocosta.com
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El fin de los templarios es uno de los temas más conocidos de la Historia
Medieval, y por eso, también uno de los más polémicos. La bibliografía es
inconmensurable, las opiniones, divergentes, la mitología abundante y las
pasiones, extremadas. Por eso, es un tanto delicado retornar al tema,
especialmente en un ambiente editorial propicio a la simpatía por la Orden y
también por los desgraciados últimos caballeros templarios condenados en
Francia bajo la implacable persecución del rey Felipe IV, el Hermoso (1268-
1314). Pero la Historia no puede tener aficionados como el fútbol. La Historia
debe ser tratada por espíritus maduros, serenos, contemplativos. La Historia
es conocimiento, conocimiento y madurez. Así pues y dicho esto, (pienso que
ya llegué a mi madurez), creo que estoy psicológicamente preparado para
poder dar mi interpretación de las bulas papales que decretaron la supresión
del Temple.

Sin embargo, debo caminar con cautela, pues me arriesgaré a hacer un


análisis sobre una de las bulas más conocidas de la cancelaría papal: la Vox in
excelso (Voz de las alturas, de 1312), además de ofrecer un breve resumen
histórico-analítico de la supresión de los templarios, vista por los ojos de uno
de los protagonistas de esa tragedia medieval: el papa Clemente V (1264-
1314), el primer papa con una mentalidad moderna.

 La Iglesia, protagonista indirecta de la gestación de la Modernidad

De hecho, el pontificado de Clemente V nació bajo la influencia francesa: la


elección hecha en el cónclave de Perugia (Umbría), lugar de la muerte de
Benedicto XI, se demoró casi once meses (1304-1305), ya que había por aquel
entonces dos grupos enfrentados entre los cardenales. Uno, el de los
“bonifacianos”, defendía un papa italiano que protegiese la memoria de
Bonifacio VIII (c.1235-1303); el otro, defendía que hubiese un papa francés
que fuese favorable a Felipe el Hermoso. Al fin, venció el “grupo francés”,
pues fue escogido el arzobispo de Burdeos (Aquitania), Bertrand de Got,
aparentemente neutral, ya que no despertaba sospechas entre los
“bonifacianos” y era simpático a los franceses.

Un engaño. Bertrand fue coronado como Clemente V en Lyon (noviembre de


1305), lugar propuesto por Felipe IV. Fue la primera vez que el papa no era
coronado en Roma. O sea, un papa francés, con el apoyo del rey francés (y
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que ya había peleado duramente con la Iglesia durante el pontificado de
Bonifacio VIII), y coronado en territorio francés.

Una de las características de la Modernidad fue el vaciamiento del


universalismo católico medieval, idea ya defendida por Dante (1265-1321): los
reyes, a partir de entonces (y cada vez más, por lo menos desde Federico II
(1194-1250)) pasaron a no admitir el arbitraje del papa en los conflictos
“internacionales”. En ese aspecto, la figura de Felipe el Hermoso es la más
paradigmática del nacimiento de esa idea de nación. Y los templarios, los
primeros mártires del naciente nacionalismo.

Sin embargo, para el suceso de los efervescentes nacionalismos, para la


derrota de la Christianitas, era necesario un papa de personalidad débil: el
filósofo José Luis Villacañas (1955- ) ya destacó la importancia, en la Edad
Media, del carisma para la afirmación del poder, ya sea político, o religioso.
En otras palabras, el tiempo histórico de los medievales fue, en esencia, un
péndulo que osciló entre hombres débiles y resolutos, entre el poder feudal y
la monarquía. La actitud personal era determinante. Esto es debido a que
estos hombres tenían siempre que probar su valor delante de los suyos.
Tenían que ser resolutos. Y en ese punto, Clemente V era un apocado, un
servil, pues tenía una actitud casi rastrera, titubeante. Y se comportará así
delante de Felipe el Hermoso, un rey de personalidad abarcadora, y
dominadora, toda una tragedia para la Iglesia. Dos psicologías opuestas.
Veamos pues…

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 Clemente V, pastor sanza legge, y los rumores, desde Esquiu de Floyran.

Imagen 2

Clemente V, representado en un retrato posterior con todas sus insignias papales, incluso su
corona (a la derecha).

Dante Alighieri (c. 1265-1321) hizo una profecía en su Divina Comedia:


Clemente, cuando muriese, iría a parar al Infierno, y su cuerpo cubriría el del
papa Nicolás III (c. 1215-1280), quien ya sufría su pena en la séptima zanja
infernal, lugar de los simoníacos (“ché dopo lui verrà di piú laida opra, di ver
ponente, un pastor sanza legge, / tal che convien che lui e me ricuopra.”,
Canto XIX, 82-84).

De hecho, Clemente no es que fuera un pastor sin ley, pero sí un mal pastor
dentro de la ley. Pues la influencia de la corona de Francia fue, desde el
primer día de su pontificado, más que excesiva. Luego, después de ser
coronado en Lyon, Clemente tuvo un coloquio con Felipe, que, además de
otras cosas, le pidió la supresión de los Templarios, pero ese asunto no volvió
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a ser tratado hasta 1307, año en que Felipe ordenó el aprisionamiento de los
Templarios en Francia.

Así pues, en su ansia de fortalecimiento político, la monarquía francesa se


encontraba con una piedra en su camino. La Orden del Temple debía
satisfacciones solamente al papado, y eso ocasionaba algunas tensiones, es
decir, los privilegios y prerrogativas que la orden tenía en territorio francés.

Sin embargo, hay muchas fantasías con respecto al poder financiero del
Temple, incluso más interpretaciones y elucubraciones que hechos
documentados. Un buen ejemplo de esto es la supuesta veracidad de la
historia de Joan de Tour, tesorero del Temple de París. De Tours prestó
cuatrocientos mil florines de oro a Felipe (sin la autorización del maestre
Jacques de Molay), quien entonces lo expulsó de la orden. Felipe quedó muy
irritado por ello y pidió al maestre que perdonase a Juan de Tour. Molay se
recusó. Felipe se dirigió al papa, quien anuló la sanción contra de Tour. Muy
contento con ello, de Tour fue personalmente a entregar a Molay la carta de
perdón del papa. Rabioso, Molay lanzó la misiva al fuego.

Pues bien. Con su hábil análisis de las fuentes, el historiador Alain Demurger
(1939- ) ya probó que esa historia es enteramente fantasiosa. Esta consta en la
Crónica del templario de Tiro (Gestes de Chiprois). Se trata de un historiador del
siglo XIV de inestimable valor histórico, pero, no en este caso, pues ¡él no
estaba en Francia en aquellos momentos, ya que se encontraba en Chipre!
Además, esta historia no consta en ninguna otra fuente de la época, y, como
afirma Demurger, si fuese verdadera, las crónicas favorables a la monarquía
francesa habrían utilizado más de una vez este “facto” para macular la
imagen de la orden.

Sin embargo, hay más. Nuevos rumores de los vicios de los templarios
empezaron a ser difundidos con más intensidad por Esquiu de Floyran, quien
tendría escuchado en la prisión (pues estaba detenido) muchas acusaciones a
los templarios por parte de uno de ellos, también detenido. Después de ser
liberado, Floyran divulgó esas acusaciones, incluso al rey Jaume II de Aragón
(1267-1327).

A continuación, hizo lo mismo con Felipe el Hermoso, quien confió a


Guillermo de Nogaret la verificación de esas informaciones. Fue cuando un
dossier contra los templarios fue abierto por la monarquía francesa, y
entregado a Guillermo de Nogaret (c. 1260-1314), quizás el burócrata real más

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insidioso y adulador de la Edad Media. Por lo tanto, los rumores, el caso de
los templarios, de hecho, ya “comenzó” en 1305.

 Acumulación de informaciones, falsas o no.

Nogaret, muy conocido por haber participado en el Atentado de Agnani (1303),


se dedicó a dicho asunto con todo su celo. Llenó su dossier con declaraciones
de templarios que abandonaron la Orden o que fueron expulsos por sus
faltas. Mientras tanto, el propio Jacques de Molay solicitó al papa que
instaurase una investigación oficial para absolver su orden de todas las
acusaciones que se multiplicaban en los rumores. Así, el papa Clemente
escribió una carta a Felipe, avisándole de lo que iba a hacer:

¿Recuerdas tú lo que dijiste a nosotros en Lyon y Poitiers con


respecto de los templarios? Aquello nos pareció a nosotros increíble,
imposible. Después quedamos informados de cosas inauditas, pero
somos obligados a hesitar y actuar de acuerdo con los consejos de
nuestros hermanos.

El gran-maestro y los comendadores de la Orden protestaron y


suplicaron que procediésemos a una investigación. Pidieron la
absolución si fuesen inocentes, y la condenación si fuesen culpados
(…) De acuerdo con la opinión de nuestros hermanos cardenales, no
podríamos rehusar a los templarios lo que ellos piden.

De hecho, esta misiva precipitó las cosas. Violando el derecho canónico y las
prerrogativas papales, el rey Felipe el Hermoso, con la ayuda del inquisidor de
Francia, dominico y confesor del rey, Guillermo de Paris, además de algunos
de sus asesores, emitió la orden de prisión de los templarios en territorio
francés (14 de septiembre de 1307). Doscientos treinta y dos caballeros, ciento
treinta y ocho en París y noventa y cuatro en el interior. Las principales
acusaciones fueron: negar y escupir sobre la cruz; besos obscenos, sodomía,
idolatría, enriquecimiento ilícito, y ausencia de caridad. Una patraña, tal y
como dijo el historiador Ricardo García-Villoslada (1901-1991). Se puede
notar claramente la influencia de Nogaret en la construcción de estas
acusaciones, pues son muy semejantes a las hechas contra Bonifacio VIII
algunos años antes.

Escribió Clemente V una carta a Felipe, reprochándole por ello, y diciéndole


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que el rey no tenía competencia para juzgar en materia de religión: “Pero tú,
hijo carísimo, lo decimos con dolor, despreciando toda regla y a pesar de que
nosotros estábamos tan cerca (para que nos consultases), has puesto tu mano
sobre las personas y los bienes de los templarios”.
Tuvo Alain Demurger un mejor entendimiento de ese affaire: ¡esto confirió un
color muy sombrío al reinado de Felipe el Hermoso! Pues su brazo derecho,
Nogaret, al unir magia, herejía y brujería en su dossier, tenía esperanzas de
obtener la victoria – maquiavélica, de hecho – de su rey en ese proceso contra
los templarios, basándose en las creencias populares de su tiempo y
compartidas por prácticamente todos. En ese sentido, el proceso de los
templarios fue un funesto presagio de lo que la Humanidad conocería
doscientos años más tarde, en el “bello siglo XVI” del historiador Fernand
Braudel (1902-1985): la caza a las brujas.

En los primeros interrogatorios, realizados del 19 de octubre al 24 de


noviembre de 1307 y hechos bajo la Inquisición, de los 138 templarios que
comparecieron ante el inquisidor general, sólo cuatro se declararon inocentes.
Incluso Jacques de Molay confesó haber renegado de Cristo y haber escupido
sobre la cruz. Aún peor: envió una carta a todos los templarios exhortándoles
a confesar sus crímenes. Sin embargo, cuando llegaron a París los dos
cardenales enviados por el papa, los templarios, encarcelados, declararon que
habían confesado por miedo a la muerte, y protestaron por su inocencia.

Después de esto, y a partir de entonces, la principal actitud de la Iglesia fue


consistente con la flaqueza personal y subordinante de su líder con la
monarquía francesa: retraso, dudas, indecisiones. Nadie parecía tener prisa.
Pasan dos años, hasta que Clemente, quizás presionado, pero oficialmente
“impaciente” con el retraso de las investigaciones, presionó las comisiones
diocesanas y ordenó la utilización de la tortura.

Pero antes de detenernos en las palabras de Clemente V en su bula Vox in


excelso, tratemos brevemente sobre los trabajos de la comisión de
investigación en París, centro de todo. La comisión estaba formada por ocho
interrogadores presididos por Gilles Aycelin, arzobispo de Narbona. Se
reunieron por primera vez el 12 de noviembre de 1309, aunque el primer
templario se presentó para declarar el día 22; Jacques de Molay se presentó el
día 26. De Molay no tenía mucha formación: muchos textos necesitaron ser
traducidos para él. Su posición fue resoluta: solamente hablaría delante el
papa:

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Yo soy un pobre caballero sin letras; sólo delante del papa diré lo
que pueda por el honor de Cristo y de la Iglesia (…) Por aliviar mi
conciencia, yo os diré tres cosas: la primera es que no conozco
ninguna religión cuyas capillas e iglesias posean más hermosos
ornamentos que las del Templo; sólo las catedrales nos superan; la
segunda, que yo no conozco religión que haga más limosnas que la
nuestra; la tercera, que nadie ha derramado tanta sangre como los
templarios por la fe cristiana.

Una voz le interrumpió: “Eso, sin la fe, de nada sirve para la salvación”.
Presionado, el mismo Molay replicó: “Así es, pero yo creo en Dios, en la santa
Trinidad, en toda la fe católica, un Dios, una fe, una Iglesia”. De Molay se
presentó una última vez el 2 de marzo de 1310, cuando silenció
definitivamente.

Mientras tanto, ocurría una súbita alteración en el curso de los


acontecimientos: ¡más de quinientos caballeros, decididos, querían defender a
su orden, y se presentaban delante de los interrogadores! La comisión no
tuvo más remedio que ordenar que fueran escogidos representantes entre
ellos, “abogados”, pues se veían incapaces de tomar todos los testimonios.
Los trabajos se acumulaban. El papa se veía obligado a retrasar el concilio de
Vienne por este motivo. La defensa del Temple pasaba a la ofensiva, incluso
de modo agresivo contra el rey y el papa.

Uno de los testimonios más interesantes fue el de Ponsard de Gisi. Declaró


que las declaraciones ante la Inquisición eran inválidas. Cuando le
preguntaron si había sido torturado, él contestó:

Sí, tres meses antes de mi confesión me ataron las manos a la


espalda tan apretadamente que me saltaba la sangre por las uñas, y
sujeto con una correa me metieron en una fosa. Si me vuelven a
someter a tales torturas, yo negaré todo lo que ahora digo y diré
todo lo que quieran.

Estoy dispuesto a sufrir cualquier suplicio con tal que sea breve; que
me corten la cabeza o me hagan hervir por el honor de la Orden,
pero yo no puedo soportar suplicios a fuego lento como los que he
padecido en estos dos años de prisión.

Es entonces cuando Felipe el Hermoso interviene, y de modo decisivo. Felipe

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Presiona al papa para nombrar a Felipe de Marigny, arzobispo de Cambray,
arzobispo de Sens. De Marigny es hermanastro de Enguerrand de Marigny
(1260-1315), gran chambelán del rey. El nuevo arzobispo de Sens
bruscamente convoca el concilio de su provincia en París para el 11 de mayo.
Su propósito es confundir los procedimientos jurídicos. Aunque las
investigaciones diocesanas de su provincia habían terminado, Felipe de
Marigny envía a la hoguera a cincuenta y cuatro templarios de Sens que
habían sido detenidos en París y defendido su orden delante de la comisión
pontifical.

Trece templarios más fueron quemados en los días siguientes. El impacto


psicológico fue tremendo. Tras estos hechos, la defensa jurídica de la orden se
debilitó. Muchos incluso huyeron. Los propios abogados antes escogidos
para la defensa desaparecieron. La comisión pontificia amplió sus plazos en
un mes. Fue cuando más de doscientos templarios depusieron, y con miedo,
cambiaron sus declaraciones a favor de la orden, reconociendo entonces casi
todas las acusaciones.

Imagen 3

Templarios en la hoguera. Conocidísima iluminación francesa del siglo XIV (Grandes Chroniques
de France o de St. Denis (British Library Royal 20 C. VII, f. 48r.). Observe la forma de la isla donde

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se queman los dos templarios: es la representación de la Isla de la Cité, en el corazón de Paris,
local de las ejecuciones. Los caballeros muertos son Jacques de Molay y Godofredo Charney
(preceptor de Normandía), los únicos que decidieron reafirmar su inocencia (y de la Orden)
después de confesado que eran culpables.

Sin embargo, después de que las sesiones pontificias empezaran, el primer


testigo, el caballero Aimerico de Villiers-le-Duc, de la diócesis de Langres,
espantó a todos:

Yo he confesado algunos artículos a causa de las torturas que me


infligieron Guillermo de Marcilli y Hugo de la Celle, caballeros del
rey, pero todos los errores atribuidos a la Orden son falsos. Al mirar
ayer cómo eran conducidos a la hoguera 54 freiles por no reconocer
sus supuestos crímenes, he pensado que yo no podré resistir al
espanto del fuego. Lo confesaré todo si quieren, incluso que he
matado a Cristo.
¡Aimerico tenía cerca de cincuenta años, veintiocho como templario!

Su testimonio impactó tanto a los comisarios pontificios, que éstos


interrumpieron las sesiones durante meses. Finalmente, la comisión cerró sus
trabajos el día 26 de mayo de 1311. El resultado fue un dossier de doscientos
diecinueve folios, resumido por otra comisión ad hoc para su lectura en el
concilio de Vienne, encuentro ecuménico abierto por el papa el día 16 de
octubre de 1311.

El dominico y obispo de Torcello, Tolomeo de Lucca (c. 1236-1326), en su


Historia ecclesiastica, nos cuenta que:

Los prelados fueron llamados a discutir con los cardenales con


respecto de los templarios. Los documentos fueron leídos (…) el
pontífice les preguntó si los templarios deberían ser admitidos para
presentar su defensa. Todos los prelados – excepto los da Italia, de
España, de Alemania, de Suecia, de Inglaterra, de Escocia y de
Irlanda tuvieron esa opinión. Del mismo modo los franceses, a
excepción de tres metropolitanos, los de Reims, Sens y Ruan –
estuvieron de acuerdo.

Clemente V se encuentra entonces en medio de una difícil situación política,


debido a las discusiones “simpáticas” a los templarios en el concilio y a las
constantes presiones del rey (quien sustituyó a Guillermo de Nogaret por
Enguerrand de Marigny en el acompañamiento del caso, quizás
impresionado por la “eficiencia” de su hermanastro con la quema de los
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templarios). Para empeorar la situación, el día 20 de marzo Felipe el Hermoso
anuncia que irá a Vienne.

Así, abruptamente, el papa decide una “tercera vía”: publica la bula Vox in
excelso y suprime los templarios.

 Non sine cordis amaritudine et dolore.

Las palabras. Mentirosas, verdaderas o no, son ellas las que nos revelan, nos
desvelan, nos manifiestan el pasado. Ya nos enseñó Georges Duby (1919-
1996) que meditar las palabras es el métier par excellence del historiador.

Las palabras de Clemente V no son fáciles de estructurar. El papa empieza su


discurso de modo resonante, casi apocalíptico – quizás para ocultar todo el
drama de su época, encubrir toda esa tragedia que marcó el fin de la Edad
Media.

Esta edición de Abacus aporta una importante contribución académica: las


traducciones al español de las bulas papales Vox in excelso (22 de marzo de
1312), Ad providam (02 de mayo), Considerantes (06 de mayo), Nuper in concilio
(16 de mayo) y Licet dudum (18 de diciembre), todas a cargo de D. Antonio
Galera Gracia. Haremos pues los comentarios de nuestra interpretación
histórica de Vox in Excelso a partir de esta bella traducción.

En Vox in excelso, Clemente clama a los cielos. Inicia su bula de modo


retumbante, quizás para disfrazar el drama de los caballeros, el drama de su
Iglesia, sojuzgada por la monarquía, por los poderes laicos. Nuestro “mundo
moderno”, empieza con estas palabras: “He oído una voz que ha venido de lo
alto, llena de lamentaciones y gemidos amargos, diciendo que el tiempo está
cerca, y he oído cómo el Señor se quejaba a través de su profeta”. Retórica
pura después de conocer los meandros de la política papal y monárquica
francesa del siglo XIV…

De cara, Clemente acepta todas las acusaciones – satanismo, homosexualidad,


apostasía, etc. – y demuestra estupefacción. Además, se pone claramente bajo
el poder del rey francés, llamándolo “nuestro hijo querido en Cristo, Felipe, el
rey ilustre de Francia”, y eso después de todo el caso de Bonifacio VIII, cuyos
detalles escapan del estudio de este texto: “Él ardía con el celo de la fe
ortodoxa, siguiendo los pasos bien marcados de sus antepasados. Él obtuvo
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tanta información como legalmente pudo. Y para aportar más luz a este tema,
nos envió información muy valiosa a través de sus correos y de sus cartas”.

Ninguna palabra al respecto de la prisión ilegal, ninguna queja por los


encarcelamientos indebidos. De hecho, estamos delante de la completa
subordinación del poder espiritual al poder material, cosa que, doscientos
años antes, haría arder de pasión a un Bernardo de Claraval (1090-1153) o a
un Inocencio III (c. 1161-1216). Clemente alude al testimonio de Esquiu de
Floyran, y miente:

Lo hizo incluso con uno de los caballeros, hombre de sangre noble y


con mucha reputación en la orden, que atestiguó secretamente y
bajo juramento en nuestra presencia, que en su recepción el
caballero que lo recibió le ordenó que renegara de Cristo en
presencia de otros caballeros del Templo.

De Floyran, como sabemos, fue expulso de la Orden: ¡no es posible que el


papa no supiese de su condición! Sin embargo, en dos pasajes de Vox in
excelso Clemente hace alusión al ambiente político de esos difíciles tiempos.
Por ejemplo, cuando afirma que habló personalmente con caballeros
templarios y les dijo que ellos no tenían nada que temer y podrían decir la
verdad (“les hicimos saber que estaban en un lugar seguro y conveniente en
donde no tenían nada que temer a pesar de las confesiones que antes habían
hecho a otros”).

Y más adelante, cuando revela que algunos caballeros estaban enfermos y no


podían montar a caballo “ni ser traídos convenientemente a nuestra
presencia”. ¿Por qué el silencio ante las torturas si jurídicamente no había
problema en relación a ello? Ante esto, pasajes como “luego fueron pasando,
uno tras otro, a la presencia de los cardenales, y libre y espontáneamente, sin
coacción o miedo” suenan casi como un descaro.

Sin embargo, cuando el papa discurre con respecto del inicio del concilio de
Vienne, no puede hablar de otra cosa excepto de los hechos:

Reunimos por lo tanto a dichos cardenales, patriarcas, arzobispos y


obispos, los abades exentos y no exentos, y los otros prelados y
procuradores, y reunimos también el consejo para que fuese
considerado este asunto, y les preguntamos, en el curso de una
consulta secreta en nuestra presencia, cómo deberíamos proceder,

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teniendo en cuenta el hecho de que los Templarios se presentaban
para defender a su orden.

La mayor parte de los cardenales y casi todo el consejo, que eran


aquellos que fueron elegidos por el consejo entero y representaban
al consejo entero para analizar esta pregunta, llegaron al acuerdo,
casi unánime, de que a la orden se le debería de dar una
oportunidad de defenderse a sí misma y que no podía ser
condenada, sobre la base de la prueba proporcionada hasta ahora,
por las herejías que habían sido el sujeto de la pregunta, por la
ofensa a Dios e injusticia.

Clemente deja escapar el difícil ambiente del concilio en pequeñas y sutiles


expresiones (“Reunimos a dichos cardenales, patriarcas, arzobispos y
obispos, los abades exentos y no exentos”). Es decir: tenía conocimiento que, en
este tema, ¡habían religiosos no exentos! Sin embargo, todavía hay más: un
grupo de ellos defendía que los templarios no deberían tener derecho a
defensa en el concilio. Pero, en ese mismo momento de digresión factual,
Clemente reafirma que los caballeros confesaron espontáneamente y
totalmente libres. No pasa un párrafo sin volver a acentuar la “libertad”
confesional de los caballeros.

A partir de ese momento, el papa subrayará las circunstancias políticas que a


partir de entonces envolverían a la Orden para siempre: después de esto
nadie desearía entrar en la orden, su nombre estaba maculado, los caballeros
serían sospechosos delante de todos y su misión mayor, la cruzada, quedaría
inútil. Es decir: Clemente salió de la circunscripción de la Justicia para entrar
en las digresiones políticas.

Así, el papa afirmaba que “maduró por mucho tiempo” sus consideraciones
en este asunto y decidió proceder por “vía de provisión y ordenanza” para
acabar con el escándalo y salvaguardar la fe cristiana. Por lo tanto, decidió,
con el apoyo de poco más del 40 por ciento (según sus propias palabras, es
decir, con menos de la mayoría), suprimir la Orden, no sin dolor y amargura
en el corazón. Para él, fue preferible hacer esto que permitir el derecho de la
defensa por parte de los caballeros.

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 Conclusión.

En definitiva: los templarios fueron los primeros mártires del naciente estado
nacional europeo. Todas las circunstancias en las cuales se desarrollaron
tanto el proceso como las interferencias políticas por parte de la monarquía
francesa, los boatos, las difamaciones, incluso las indecisiones del propio
Jacques de Molay, todo ello marca el fin de una época. De hecho, muchas
cosas presentes en ese drama ya existían en la Edad Media. Por ejemplo,
basta recordar la Querella de las Investiduras (c. 1073-1122) para percibir que la
Iglesia siempre tuvo interferencias seculares, pero casi siempre luchó contra
ellas, de acuerdo con la fuerza personal del pontífice que ocupaba la silla de
San Pedro y la cohesión de su cuerpo místico cristiano (la Christianitas).

En ese punto, Clemente V fue un papa tergiversador. Débil y sumiso al poder


secular francés. Bernardo de Claraval, si hubiese vivido, seguramente hubiera
sido muy incisivo con Clemente. Quizás la mejor imagen sea la que nos da
Alain Demurger: Clemente fue una caña que se curvó, pero no se rompió. Por
poner un ejemplo, consiguió impedir el proceso contra Bonifacio VIII,
persecución tan deseada por Felipe el Hermoso.

Pero sin embargo, para eso tuvo que sacrificar a los templarios. Ciertamente
el papa sabía que los caballeros eran inocentes. Y esto la Justicia histórica no
lo perdona. El Templo murió víctima de la flaqueza personal del papa y de la
fuerza del estado moderno naciente. Las palabras de Jacques de Molay
delante del tribunal cardenalicio en marzo de 1314 resuenan en nosotros de
modo melancólico: “Nosotros no somos culpados de los crímenes que nos
imputan; nuestro gran crimen consiste en haber traicionado, por miedo de la
muerte, a nuestra Orden, que es inocente y santa; todas las acusaciones son
absurdas, y falsas todas las confesiones”.

Concluyo mi corto ensayo de esa triste historia, de miedos y temblores,


vacilaciones y sumisión, con la descripción de la ejecución de Jacques de
Molay y Godofredo Charney (Felipe el Hermoso no quiso esperar ni un día
para quemar los templarios reincidentes). Después que supo de la
declaración de inocencia del gran-maestro, ordenó la ejecución. El cronista
Geoffrey de Paris († c. 1320) testimonio ocular de la cena, la describió así, en
su Chronique metrique:

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El maestro, luego que miró el fuego listo,
Se despojó si miedo.
Y, de la manera como yo he visto, se puso
desnudo, solamente de camisa,
libremente y con buena apariencia;
no tremió ni un solo momento,
aunque lo pujasen y lo empujasen.
Lo sacaron para atarlo en el poste,
Y él se dejó atar sin temor.
Ataron sus manos con una cuerda,
Pero él dijo: “Señores, por lo menos
dejad unir un poco mis manos
Y a Dios hacer una oración,
pues esa es la época y la ocasión.
Miro acá mi juzgamiento
en que morir me conviene libremente;
Dios sabe quien erró y quien pecó.
Luego llegará el infortunio
Para aquellos que condenaron a nosotros erróneamente:
Dios se vengará nuestra muerte”.
“Señores”, dijo él, “sabed, sin calar,
que todos que son contrarios a nosotros
por nuestra causa irán sufrir.
Con esa fe yo quiero morir.
Aquí está mía fe, y pido a vosotros
que para la Virgen María,
De quien nuestro Señor Jesucristo nació,
volváis mi rostro”.
Satisficieron su pedido.
Y tan blandamente la muerte lo tomó
que todos quedaron maravillados. (vv. 5.711-5.742)

Ábacus, revista digital de la asociación BAUCAN, filosofía de las armas templarias. 56


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“¡Oh, Libertad!, ¡cuántos crímenes se cometen en tu nombre!”, diría Madame
Roland (1754-1793) poco antes de ser guillotinada, en 1793. Yo acreciento:
¡cuántos crímenes serían aún necesarios para la implantación del estado laico!
Los templarios solamente fueron los pioneros mártires en sufrir la
supremacía del “interés común”. Clemente V, quien murió poco después –
así como Felipe el Hermoso – se llevó para el más allá su participación en esa
tragedia que marcó el fin de la Edad Media. A partir de entonces, la
Humanidad asistiría cada vez más a crímenes y genocidios en nombre del
Estado.

Ese artículo es dedicado a Josep Serrano i Daura, jurista,


amigo y maestro de mi trabajo pos-doctoral titulado “Ramón
Llull y la Orden del Temple (siglos XIII-XIV)” presentado a
Universitat Internacional de Catalunya (UIC) en 2005.

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