Cuernos y Placeres Parte I - Sacha Tvoronova

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Este libro contiene material solo apto para el público adulto.

Se trata
de historias reales, de personas ordinarias y sin tabúes, narradas de propia

voz a la autora, dirigidas a mujeres y hombres con algo más que un amplio
criterio.

Advertencia: Se incluye lenguaje y situaciones explícitas, y en algunos

casos, escenas de sexo grupal.

Si no es lo que deseas leer, de cualquier forma, agradezco tu interés

por haberla preseleccionado.

Dra. Sacha Tvoronova.

[email protected]
Encuentros sensuales
del tercer piso.
Anécdotas explícitas de oficina

© 2023 Sacha Tvoronova

RSC2308255139673
I. Chérie.

Mi trabajo en la oficina ya estaba dominado, pero más que un nuevo

reto, a mis treinta y altos, lo que deseaba era dar mayor calidad a mi tiempo

libre. Tenía años de casada y una hija preadolescente; vivía una relación

estable, aunque últimamente sufriendo un poco con las malas, aquellas de


“en las buenas y en las malas”; nada que no se pudiera superar, pero aun

así…

Pongamos un poco de contexto, en aquel tiempo trabajaba en el mismo

lugar que ahora, una compañía de seguros. Tiempo atrás, había superado la

curva de aprendizaje, y salvo los pequeños episodios de envidias y celos

profesionales, el ambiente en la oficina era, digámoslo así: Estable. El

primer inconveniente surgió cuando Alberto, el que había sido mi jefe por

los últimos tres años, anunció que iba a cambiar de empleo. Por un par de

semanas, me pasó por la mente que toda la tranquilidad relativa que había
alcanzado con el esfuerzo del lustro anterior, se vendría abajo con este
movimiento. Así como me había pasado con Alberto en su momento, era

bastante probable que las nuevas ideas, así como la impetuosidad con las

que llega siempre un jefe nuevo, desestabilizarían el modo zen que


mantenía. En el caso del jefe que se iba, no había pasado a mayores, ya que

provenía de otro departamento y conocía gran parte de los procesos, además

de que tenía una nula ambición de trascender; pero si contrataban a alguien

externo, la cosa iba a ser muy diferente, como finalmente fue.

No sé muy bien por qué, pero tardaron un par de meses en contratar al

nuevo; mientras tanto, mi ansiedad no disminuía, sino que iba en sentido

contrario, ya que los superiores me solicitaban información que antes se

canalizaba a través de Alberto. Por un lado, ya quería que lo contrataran,

para que me quitara esa tarea, y no es que no tuviera buena disposición,

sino que esta actividad hacía que me tuviera que quedar tarde casi todos los

días, y no obstante que la relación con mi esposo había mejorado, este paso

hacia atrás, comenzaba a afectarnos de nuevo. Por otro lado, ya era un

hecho que vendría alguien de afuera, lo que implicaría un par de meses de

capacitación, más las ocurrencias con las que vendría.

Justo al tercer mes, después de la partida de Alberto, llegó Éric; tres o

cuatro años mayor que yo, y con una pinta que, si no era la de un galán,

despachaba mucha educación y seguridad. Era muy formal al vestir, ya que


a diario usaba traje completo, y si algo llamaba la atención de las
compañeras, y debo reconocer que la mía también, era su pulcritud y ese

aroma a loción masculina.

Pasaron dos semanas y el tal Éric no se había acercado a mi lugar, es

más, ni siquiera sabía que existía. Lo veía conversar con compañeros de

otros departamentos que también dependían de él, y, sobre todo, me daba

cuenta de las risas que despertaba entre ellos; al parecer, era del tipo que

siempre se quiere hacer el simpático, sin embrago, conmigo estaba

resultando todo lo contrario. También me percataba de su evidente

tendencia a acercarse con las chicas jóvenes, quienes, por alguna extraña

razón, le daban mucha bola, y como te dije antes, no era precisamente un


galán de telenovela.

Una mañana, de pronto lo tenía a mi lado, mirándome. Me giré, y

después de un par de parpadeos, me dijo:

—Yo soy Éric, ¿puedes venir a mi oficina cuando tengas oportunidad?

—Claro, te sigo.

Caminamos sin hablar, y en cuanto nos sentamos en su oficina, me

preguntó:

—¿Cómo se deletrea tu nombre?, me lo dijeron, pero me dio pena

preguntar cómo se escribe.

—C-h-é-r-i-e.

—Como cariño, en francés.


—Como cariño, en francés. —Respondí secamente.

—Pues, ¿qué crees, Chérie?, que nadie me había dicho que también

eres parte de mi equipo.

Dejó escapar una risa odiosa, de esas que tanto repartía, y por unos

segundos, mostró una enorme sonrisa, sin decir nada. No sé si por la

predisposición que había acumulado en ese par de semanas, o porque

realmente no me inspiraba nada de confianza, pero la cosa es que me quedé

seria, esperando lo que tuviera que seguir. Pude notar su incomodidad,

sinceramente me dio pena ver como se borraba lentamente su sonrisa, me

sentí un poco culpable, pero fui incapaz de mostrar mis dientes, ni siquiera

de curvear un poco mis labios.

—Bien, Chérie, ya tengo el acceso al sistema que usas, y ya soy capaz

de generar reportes, por lo pronto, a partir de hoy, yo mismo se los estaré

enviando a la dirección, si es que no tienes algún inconveniente.

—No, ninguno. —Aquello me pescó de sorpresa y mi rostro se

rehusaba a sonreír, aunque quería hacerlo.

—Gracias, Chérie… ¿Lo pronuncio bien, Cheri?

—Sí, así es como lo pronuncian todos, incluyendo mi familia, Cheri.


—Gracias Chérie, puedes continuar con lo tuyo; si tengo alguna duda

te digo, ¿vale?
Solo asentí con la cabeza y regresé a mi lugar. Ese fue el primer día en

semanas, que volví a salir temprano.

Los días siguientes, cuando pasaba por mi lugar, me saludaba muy

serio; creo que de alguna forma se había autoimpuesto una línea imaginaria

que no debería pasar. Cuando coincidíamos con más personas, cambiaba

sus exasperantes risas habituales y modificaba su actitud; si yo me retiraba,

volvía a su comportamiento habitual, así como a sus flagrantes coqueteos

con las chicas, de las cuales, seguía sin explicarme por qué se embobaban
tanto con él.

Una mañana, recibí un texto por el chat de Gmail.


—Hola Chérie, ¿puedes venir a mi oficina, plis?

—¿Quién eres?, no me gusta hablar con desconocidos. —Bromeé.


—Soy el director de operaciones, pero estoy en el lugar de Éric.

—Perdón, perdón; voy para allá.


—¡Espera! Es broma, soy Éric.

El muy cabrón me la devolvió en el mismo instante. Fui a su lugar, sin


poder esconder una gran sonrisa.

—¡Vaya!, veo que puedes sonreír. —Me dijo, mientras me devolvía


otra igual.
—Vine porque el director me dijo que estaba aquí.
Esta vez, su risa no me pareció tan estúpida. Charlamos por casi una
hora, y sin preguntar, ya que vi sus fotos, supe que era casado y tenía tres

hijos. Descubrí que su risa salía muy fácil, tan fácil como era capaz de
sacarte una; empecé a comprender su rápida popularidad.

Al principio solo tocábamos temas de trabajo, pero con los días y la


confianza, la línea imaginaria que habíamos trazado, se desvaneció. Pronto

intercambiamos nuestros WhatsApp personales, entonces, y solo por este


medio, las charlas subieron medio tono; era como si en persona fuéramos
unos, y por el móvil, se tratase de un par de desconocidos. No obstante,

jamás hacíamos referencia a lo que conversábamos por los diferentes


medios, es decir, lo que escribíamos en el celular, se quedaba en el celular.

Por otro lado, siempre respetamos la privacidad de nuestros hogares, nunca


nos mensajeamos mientras no estuviésemos en la oficina.

Una vez que conversábamos en el jardín, mientras tomábamos café,


llegó Rubí, las más zorra de mis compañeras; lo saludó con un beso bien

tronado y casi se le sienta en las piernas.


—Éric, ¿puedes ayudarme con unas fórmulas de Excel? —Dijo con su

tono más coqueto.


—Estamos ocupados, ¿no ves? —Respondí bruscamente antes que él.

—Perdón, tortolitos, no pensé que estuviera interrumpiendo. —


Respondió con sarcasmo.
—Pues ya lo sabes.
La zorra… Perdón, Rubí, se retiró toda encabronada, pero no dejó de

menear el culo, cual cobra al acecho.


—¿Celosa? —Preguntó Éric, con una sonrisita.

—Sí, ¡¿por qué?! —Ni yo misma sabía si estaba bromeando.


—No, no, por nada.

A partir de ese día, se alejó lo más que pudo de las otras chicas, al
menos frente a mí; y cuando llegaba a reunirse con ellas, ya no había tanta

alharaca. Por otro lado, nuestras conversaciones por chat, subieron medio
tono más.

—¿Cómo sé que eres tú en realidad? —Me escribió un día.


—¿Cómo que cómo?, ¿quién más va a ser?

—¿Cómo sé que no eres una impostora?, o peor aún, un marido


celoso.

—Claro que soy yo, ¿quién más va a ser?


—Dame las palabras clave.
—¿Palabras clave?

—O mándame la foto de una teta.


—¡Estás pendejo!

—¿Ves como sí te sabías la contraseña?


—Me estás haciendo reír fuerte y la gente se me queda viendo.
—¿Qué pueden pensar que no sepan ya?, ¿que estás loca?

Me hacía reír mucho con sus ocurrencias, sin contar con que era un
buen jefe, además de ser bastante considerado con mi tiempo; siempre

trataba de que no me quedara más tarde, ya que daba prioridad a la vida


familiar. Y era la vida familiar, la mía, específicamente, lo que me

preocupaba por aquellos días. Pero eso no es lo que me pediste para tu


historia, Sacha, y mucho menos, deseo poner eso como un pretexto por
haber hecho lo que hicimos. No, si llegamos al “tercer piso”, como tú lo

llamas, fue por decisión propia de ambos; ese es un pecado, que al menos
yo, hoy estoy pagando con muchos remordimientos.

Nunca hubo propiamente un enamoramiento, al menos de mi parte; de


su parte no sé, pero tengo mis dudas… No sé, mejor lo dejamos en eso. Sin

embargo, lo que sí hubo, fue una especie de territorialidad, pura básica, e


instintiva territorialidad. No podía acercársele alguien, sin que después yo

le hiciera una escena, y viceversa; lo más gracioso, desde esta perspectiva,


es que en ese momento ni siquiera nos habíamos tocado. No obstante,

siempre cuidamos de ser bastante discretos, ya sabes, una oficina es el


mejor caldo de cultivo para los chismes.

Éramos amigos, buenos amigos, de esos que se llevan algo pesado;


reconozco que había llegado a fantasear, y estoy segura que él también, sin

embargo, había alguna clase de pacto no hablado, en el que, cuando


estábamos en persona, no hacíamos connotaciones sexuales, aunque ese día,

todo se descontroló.
—Hola Chérie!, ¿tienes plan para la hora de comida? —Me escribió.

—¿Quién eres?, no hablo con desconocidos.


—¿Soy Éric?, ¿o qué?, ¿ya me bloqueaste y por eso no sale mi

nombre?
—¿Cómo sé que en realidad eres Éric y no se trata de algún impostor?,

o peor aún, de una esposa celosa.


—¡Soy Éric!

—Dime la contraseña.
—La olvidé.

—Bueno, mándame una foto de tu pene.


Ni en sueños me lo habría imaginado, lo que recibí fue ¡una foto de su

pene! Aquello era surrealista, un hermoso y grueso pene de buen tamaño.


Sentí un par de palpitaciones totalmente involuntarias en mi vagina, y
después de largos segundos, recordé que estaba en medio de una

conversación.
—¿Y cómo sé que esta asquerosidad es tuya?, ¿cómo sé que no bajaste

la foto de alguna página porno?


—¿Asquerosidad?, ¿página porno?... No sé si sentirme halagado u

ofendido. Por cierto, te tardaste mucho en contestar, ya me veía en el


departamento de recursos humanos.
—No me has contestado…

No me contestó, solo se limitó a enviarme otra foto, tomada desde


abajo, en la que se mostraba parte de su rostro.
—Bien, bien, me convenciste, sí eres tú… No, no tengo ningún plan

para la comida; traje mi propio lunch, comeré en el comedor de empleados.


—Ok, voy a pedir algo y te acompaño.

—¿Te puedo hacer una pregunta?


—¿Es íntima?... ja ja ja ja ja.

—Payaso… ¿Por qué tienes fotos de tu pene a la mano?


—¿Qué?, ¿no es normal?

—Tienes razón, en la era de las selfies, lo contrario sería lo anormal.


No era común que comiéramos juntos, es más, casi no lo hacíamos, y

ese día, como siempre que estábamos frente a frente, no tocamos el tema, ni
siquiera tangencialmente. Después de la hora de comida, moría de ganas

por volver a ver aquella delicia, pero tenía mucho trabajo, y por las tardes
había muchas personas rondando por mi lugar, así que me resigné a dejarlo

para después.
Esa misma noche, al llegar a casa, después de convivir con mi hija, y

de intercambiar algunas frases distantes con mi marido, me dispuse a pasar


a mi tableta, las fotos que aquel compañero pervertido me había enviado tan
descaradamente; luego, con dispositivo en mano, me metí a la tina del baño.
Estaba hipnotizada con aquel trozo de piel, músculo y sangre; de pronto

recordé un viejo chiste.


«—Mamá, ¿cómo se llama el trozo de piel que le sobra al pene?»

«—Hombre, hija, se llama hombre.»


No pude evitar una risilla. Tampoco es que supiera mucho de penes;

estaba muy acostumbrada al de mi esposo, y si había conocido algún otro,


ya no lo recordaba con detalles. Descubrí que mi amigo y jefe, tenía una

polla linda, esa era la mejor descripción, sin embargo, aunque ambas eran
buenas tomas, me excitaba bastante en la que aparecía parte de su rostro;

eso le daba el toque de autenticidad.


Pasaba de una a otra, y pronto empecé a fantasear como se introduciría

entre mis piernas; ya estaba húmeda, y mis dedos, que me conocen mejor
que cualquier hombre, se empezaron a deslizar, estimulando mi clítoris…
Así, así, mientras aquel delicioso pene me penetraba a través de mi nervio
óptico. Podía sentir su grosor dentro de mi vagina, en un vaivén de pelvis.

Mi cadera se empezaba a bambolear en aquella penetración tan realista, y


frotar mi clítoris ya no fue suficiente; dos y a veces hasta tres dedos, se
introducían fácilmente, buscando lo más profundo de mí. Dejé la tableta en
un costado de la tina y me coloqué de lado, apretando con los muslos mi

mano, que ya estaba por introducirse en gran parte.


—Quiero que me metas esa verga, Éric. —Murmuré; algo que jamás
había hecho mientras me masturbaba. —Métemela toda… Toda… Toda…

Apreté más fuerte y las luces de colores llegaron a mi cerebro. La


sensación más deliciosa de la creación, invadió todo mi cuerpo, hasta que
caí en una profunda relajación. Ese grandísimo sinvergüenza me había
provocado un orgasmo memorable, ¡sin siquiera tocarme!, ni saber que yo
lo hacía.

Me recosté en la tina, con la cabeza en el borde y me cubrí los ojos con


una toalla de manos. Pensaba en él, pero nada sexual, solo repasaba los
momentos graciosos del día; sonreía. Pude escuchar los pasos de mi esposo
hacia la recámara, siempre se dormía temprano porque debía llevar a

nuestra hija al colegio, para después pasarse a su trabajo. Yo no tenía prisa,


así que continué relajada. Pasó un rato y me sorprendí dormitando; me
disponía a salir de la tina y me enderecé para alcanzar una toalla, vi la
tableta en el tapete, aún encendida. Estaba la foto de Éric, en la que se veía

su cara, y en primero plano, aquella linda verga. Sentí una nueva pulsación
entre las piernas; arrastré la tableta por el suelo hasta la altura de mi cabeza
y me puse en cuatro, observándola. Pronto me vi acariciando nuevamente
mi clítoris, con una rápida y abundante humedad. Me movía hacia atrás y

abría las nalgas, como esperando que Éric me metiera aquella gorda polla.
Me acariciaba e introducía un par de dedos en la vagina, estimulando a
veces hasta el ano. Aparté la vista de aquella foto, para ver mi reflejo en el
espejo; estaba de perrito y entre vaivenes, claramente podía apreciar a Éric

detrás de mí, empujando y empujando, metiendo ese grueso miembro por


mi vagina.
—Cógeme… Cógeme. —No podía evitar murmurar.
Al fin, apreté muslos y nalgas, y de nuevo alcancé aquella explosión de

sensaciones. Me encontraba en plena descenso, cuando:


—¿Mami?, ¿estás bien? —Era mi hija, desde el otro lado de la puerta.
Comprendí que había dejado escapar un par de gemidos y me ruboricé.
—Sí, cariño… Me he machucado el dedo chiquito del pie, pero nada

serio.
—Ok, mami, ya me voy a dormir.
—Descansa.
Aquella llamada de atención me hizo sentir pillada, inmediatamente
apagué la tableta, y al tratar de ponerme de pie, mis rodillas temblaron.

—Ay Éric, que tal si hubiera sido real. —Murmuré.


Me miré al espejo y descubrí una enorme sonrisa en mi rostro.
—Ahora sí, a dormir cansaíta. —Volví a murmurar.
Horas después, desperté como nueva, tiempo tenía sin dormir de

corrido. Escuchaba el agua del baño, mientras mi esposo se duchaba, y


desde la cocina, podía oír a mi hija, viendo las noticias mientras terminaba
de arreglarse. Preparé el desayuno, y cuando estuvieron listos, los despedí

hacia sus respectivas labores.


Tomé mi ducha y salí hacia la alcoba en bata de baño, cuando me senté
frente al espejo, la bata se abrió, dejando descubiertos mis senos, entonces
me llegó una brillante idea. Fui por mi móvil y me tomé varias fotos,
tratando de verme casual; seleccioné la que me pareció más natural y

espontánea, y luego borré las demás. Tenía una enorme sonrisa dibujada en
el rostro, mientras la observaba; dejé el móvil sobre el tocador, y cuando iba
a empezar a maquillarme, surgió otra idea más audaz.
—Ya que andamos en esto… —Musité.

Fui al closet y saqué un hermoso juego de lencería color púrpura, sin


estrenar, que, por cierto, creía que nunca iba a usar. Me hinqué sobre el
taburete, y de espaldas al espejo, ensayé poses sexys; después recargué el
móvil como pude, y me hice una corta sesión de fotos. Como con las fotos

de mis tetas, seleccioné la que a mi juicio era la mejor, y borré las demás.
Me sentía muy bien, primera mañana en mucho tiempo que el
optimismo me rebasaba, hasta que… Mi auto no encendió.
—¡Puta madre! ¡Tan bien que íbamos!

Dejé las llaves en la entrada, pedí un taxi de aplicación y salí hacia la


oficina, ya no tan feliz. Más tarde llamaría al mecánico para que fuera por
el auto, al cabo, mi esposo salía temprano de su trabajo y estaría allí para

entregárselo. No vi a mi jefe, sino hasta media mañana.


—¡Buenos días, Éric!
—¡Buenos días, Chérie!... Alguien desayunó bien, ¿eh?
—Más bien fue el descanso, dormí muy bien.

Vaya, no podía disimular; nos dijimos un par de frases más, y cada


quien se fue a su lugar. Sí, estaba de buen humor. Llamé al mecánico para
decirle que pasara por mi coche, y luego hablé con mi esposo para avisarle,
ambos me dijeron que lo harían sin problema.

—¿Éric?, ¿vas a comer aquí?


—¿Quién eres?, no hablo con extrañas.
—Chérie, ¿quién más?... ¿Te mensajeas con alguien más?
—Contraseña.
«¿Ah sí cabrón?, pues ahí te va mi contraseña», pensé, o más bien, sin

pensarlo ni una fracción de segundo, le envié la foto de mis tetas. Esperaba


que tuviera un poco de titubeo por la sorpresa, pero la sorprendida fui yo.
—Esa es la contraseña de la semana pasada, ¿no te llegó el memo con
las nuevas?

—No me llegó, ¿cuál es?


—Una foto de tu trasero.
«¡Caíste!», pensé, inmediatamente le envié la foto de mi culo. Hubo un

largo silencio, luego, de reojo, alcancé a percibir como cerraba la puerta de


su oficina. Quería privacidad el muy cabrón.
—¿Te desmayaste?, o no es lo que esperabas.
—La verdad me sorprendiste.

—¿Y?, ¿es correcta la contraseña?


—¡Correctísima!... ¡Qué lindas nalgas tienes!
—Tú siempre tan romántico y refinado… ¿Te gustó?
—¡Me encantó!... Me encantas, Chérie.

Ese día también comimos juntos en el comedor de la empresa; ya lo


hacíamos más a menudo, aunque nos dábamos el espacio. Nunca
mencionábamos lo que se escribía por WhatsApp, era nuestro pacto
silencioso; y el otro convenio mudo, era el tema de las familias;

procurábamos mantenerlo alejado, no como si no existiera, simplemente, lo


ignorábamos.
No había nada que me estresara más, que mi auto estuviera estropeado;
el mecánico lo había recogido, pero calculaba de dos a tres días para

repararlo. Al día siguiente tuvimos mucho trabajo y casi no nos vimos, sino
hasta el posterior.
—Hola, te extrañé ayer. —Escribió Éric.
—¿Sí?, ¿qué tanto?
—De aquí al séptimo piso, y de vuelta.
—Mhhh… No es tanto.
—¿Por las escaleras?
—¡Ay!, sí que me extrañaste… Oye, ¿y te gustó la contraseña que te

envié la otra vez?


—¿Quieres saber que hice con ella?
—¡Sí!
—La subí a internet.

—¡¿Qué?!
—¡Es broma!, ¿en verdad quieres saber lo que hice con ella?
—¡Claro!
—¿Segura?
—¡Qué sí, con una chingada!

—Vale, vale; va.


Esperaba leer un texto en el que me dijera que se había hecho algunas
pajas, mientras miraba mis fotos, tal como había hecho yo, pero de nuevo
me sorprendió, el muy pervertido me envió un video en el que se estaba

masturbando, ¡y no solo eso!, no sé si lo hizo con esa intención, pero al


momento de eyacular, alguna gota de semen fue a parar hasta la lente de la
cámara, que hasta parpadeé, como si me fuera a alcanzar.
—¿Te gustó? —Preguntó, como si nada.
—Espera… Me salpicó un ojo, deja limpiarme.
Hasta mi lugar pude escuchar su carcajada.
—Perdón, apunté a la boca.
—Haberlo dicho, para abrirla.

—Ya, ya, que se me está parando.


—Me gustaría verlo.
—Mira que te puedo dar una desconocida.
—¿Tienes otra?, porque esa ya la conozco.

Ambos reíamos como locos, convertidos totalmente en un par de


sinvergüenzas. Nos pusimos de acuerdo para comer juntos y continuamos
cada uno con lo suyo.
Más tarde, durante la comida, sonó mi móvil; era el mecánico, que me

decía que mi auto estaría hasta después del fin de semana.


—¡Puta madre!
—¿Qué pasó?
—Mi auto está en el taller y saldrá hasta el lunes.

—Bueno, tranquila, ya es viernes, por lo menos hoy, yo te puedo


acercar a tu casa.
—No quisiera molestarte.
—No me molestas.
Generalmente, Éric se quedaba después de la hora de salida, pero ese
día, supongo que, por consideración, salió a la misma hora que yo. Era una
oscura tarde de otoño, aunque no hacía frío, más que eso, el clima estaba de

un fresco muy agradable. Llegamos a su auto y me abrió la puerta, siempre


tenía ese tipo de atenciones; arrancó el motor y salimos.
Realmente no lo desviaba mucho de su ruta habitual; llevábamos una
agradable charla, y empezó a lloviznar.
—Me encanta este clima. —Dijo, más bien para sí.

—A mí me deprime un poco.
—Suele pasar.
Cuando nos aproximamos a mi vecindario, le pedí que me dejara a la
vuelta de mi casa.

—¿Es muy celoso tu esposo?


—Nada, pero la verdad, prefiero no tener que dar ninguna explicación.
—Bien hecho, pero te vas a mojar.
—Traigo paraguas.

Se estacionó sin apagar el auto, luego, con una enorme sonrisa, me vio
discutir y batallar con el broche del cinturón de seguridad; desabrochó el
suyo para poder maniobrar, y se inclinó para ayudarme a quitarlo. Nuestros
rostros quedaron a pocos centímetros; ambos mirábamos hacia el broche y

cuando nos vimos de frente, suspiramos y nos besamos. Fue el beso más
apasionado de mi vida, no exagero; logró destrabar el cinturón y nos
abrazamos; no decíamos nada, solo hablaron nuestros labios y nuestras
lenguas. Deslizó su mano desde mi hombro hasta mis senos, y los empezó a

acariciar con suavidad; desabotonó la blusa y liberó mis tetas de la prisión


del sostén. Me tocaba delicadamente, haciendo que mis pezones se
endurecieran.
Sus labios bajaron a mi cuello, sin dejar de tocar mis pechos, luego su

boca llegó hasta ellos. Se turnaba con cada uno, succionándolos suavemente
y mordisqueando mis pezones. No es necesario contarte, Sacha, que mi
respiración estaba bastante agitada, ni que la humedad entre mis piernas
estaba en su punto; de vez en cuando volvía a mi boca, desbordando aún

más la pasión.
Mientras besaba mis tetas, subió la falda y llevó su mano hasta mi
vagina. Todo lo hacía lenta y suavemente; acariciaba mi clítoris y me
hundía uno o dos dedos, sin dejar de besarme, o de acariciar mi pecho.

Quise corresponder, y me incliné un poco, llevé mi mano a su


entrepierna, sintiendo por encima del pantalón, aquella verga a la que ya le
había dedicado algunas pajas; sin brusquedad, apartó mi mano y me susurró
al oído:
—Tranquila, cariño, no me gustan las prisas… Solo déjate llevar.
Apenas terminó de decirlo, y contrastando con la delicadeza con que
me había tratado, me sacó las bragas, no con rudeza, sino con una

determinación que me excitó mucho más. Movió la palanca de posición del


asiento, hasta recostarme al máximo; luego, me levantó la falda hasta la
cintura, y cooperando, abrí las piernas lo más que me permitía el interior del
coche, y tal como me había sugerido, me dejé llevar.
Nuestras bocas se unían en apasionados besos, y nuestras lenguas

exploraban nuestros sabores. Aquellos dedos eran mágicos, se deslizaban


como si me conocieran, frotando suavemente mi clítoris, e introduciéndose
de dos en dos. Yo arqueaba mi cuerpo, alzando la pelvis como si estuviera
poseída, tratando cada vez, de que aquella mano me llegara hasta el fondo.

Ardía.
Dejó de besarme y solo me admiraba; abrí los ojos y vi cómo se llevaba
la misma mano hasta su boca, chupando y lamiendo mis jugos.
—Quiero que te vengas para mí. —Dijo en un susurro a mi oído.

Me miraba con mucha atención, deslizó nuevamente su mano hasta mi


vagina y me metió dos dedos, mientras con la palma estimulaba el clítoris;
volví a arquearme y empecé a mecerme al ritmo de su brazo, con las piernas
bien abiertas, gimiendo y casi gritando, ante la protección de la soledad, la

lluvia y el auto.
—Vente… Vente para mí. —Susurraba.
Me dejé llevar, y pronto, un destello de luces de colores brotó desde el
cerebro, para salir por mis ojos, dejándolos en blanco, al tiempo que un

grito ahogado, rebotaba en el interior del coche.


Tardé unos minutos en recuperarme; él solo me observaba. Los muslos
aún me temblaban y el cuello de mi vagina palpitaba.
—¿Qué me hiciste? —Apenas pude preguntar.

—Nada que no me gustaría hacerte muchas veces.


Lo acerqué y nos besamos de nuevo, esta vez, con más paz que pasión.
Me ayudó a enderezar el asiento y yo me acomodé la falda; iba a tomar las
bragas para ponérmelas, pero él las introdujo en mi bolso.

—No se te nota, no te preocupes. —Afirmó.


Nos besamos otra vez y nos despedimos; seguramente lo tendría muy
presente durante el fin de semana.
Pasaron días, quizá un par de semanas, en las que todo transcurrió con

normalidad entre los dos. En cuestión de trabajo, habíamos tenido un curso


en la misma oficina, el cual terminaría el último viernes del mes, que
culminaría con una cena para todos los asistentes, en el salón de un hotel
cercano. Yo ya tenía mi auto, y por la cabeza no me había pasado provocar
otro encuentro, y al parecer, Éric pensaba igual.

El viernes de la clausura del curso, llovía desde la madrugada. Había


decidido ir a trabajar en taxi, ya que seguramente me tomaría un par de
tragos en la cena y no me gustaba conducir con aliento alcohólico.

Acudimos a la sala de juntas, donde estaríamos todo el día tomando el


aburrido curso. Durante la sesión vespertina, entró la asistente de uno de los
directores, y habló con el expositor en privado; luego ya supimos de qué se
trataba el misterio.
—Compañeros, me acaban de informar que el salón del hotel donde se

llevaría a cabo la cena de clausura, se ha inundado; en este momento es


imposible que nos reciban en otro local, y lo que nos ofrecen, es posponerla
para cuando arreglen todos los desperfectos. Lo más probable, es que lo
tengamos que hacer en otro lugar, con fecha por definir.

Muchos de los compañeros se disgustaron y empezaron la rebatiña; a


mí, la verdad, me daba lo mismo. El curso continuó por un par de horas y
nos dejaron marchar.
—Éric, ¿te puedo pedir un favor? —Le dije al verlo.

—Lo que pidas será una orden.


—¿Me puedes acercar a casa?, no traje el auto porque iba
emborracharme en la cena, pero ya ves.
—Sin problema.

Fuimos a nuestras respectivas oficinas para arreglar algunas cosas y


salimos del edificio. Él traía un gran paraguas, con el que me protegió hasta
la puerta del carro, la abrió y me subí. Rodeó el auto, dejó el paraguas en el

asiento trasero y luego subió al suyo.


—¿No te desviaré del camino a tu casa?
—No voy a mi casa.
—¿No?, sí escuchaste que no habrá cena, ¿verdad?

—Sí, pero pocas veces tengo la oportunidad de salir de casa y voy a


aprovechar que no me esperan temprano.

—¿Y a dónde te irás?

—A algún bar, a ver el futbol.


—¡Hombres!

Ya había encendido el motor, y el estacionamiento estaba solo y oscuro,

así que aproveché para propinarle un apasionado beso.


—Anda, llévame a tu bar. —Le dije.

—Mejor vamos a otra parte.


Ya no dijimos nada, solo condujo. Íbamos en total silencio; las calles

estaban muy solas y la lluvia le daba ese tono tan romántico. Me sorprendió

un poco al llegar a una pizzería con drive thru, y luego a una tienda de
conveniencia, donde se bajó solo, y volvió con un par de botellas de vino.

Tendríamos nuestra propia y muy íntima celebración del fin de curso.


Llegamos a un motel, del cual desconocía su existencia, llevándome la

agradable sorpresa de que era un sitio realmente lujoso. En la entrada del


cuarto, había un sofá frente a una gran televisión, con una mesa baja entre

ambos; justo detrás del sillón, estaba una enorme cama, con espejos en

todas las paredes; a un costado de la cama, alejada un par de metros, se


encontraba una tina de jacuzzi; y por último, un hermoso cuarto de baño.

Apenas entramos, y Éric dejó sobre la mesa las pizzas y el vino, luego,
hicimos algo que nunca habíamos hecho, abrazarnos de pie y besarnos. Fue

un beso apasionado que duró mucho tiempo; no tengo que decirte que ya

estaba muy mojada. Empecé a desabotonar su camisa, sin prisa; se la quité


sin dejar de besarlo; desabroché su cinturón, mientras, él bajaba el cierre de

mi vestido por la espalda. Casi al mismo tiempo, vestido y pantalón


reaccionaron a la gravedad. Me quitó el sostén y cada quien se sacó el resto.

Hizo el movimiento de querer sentarse en el sofá, pero lo detuve.

—Te debo algo. —Le susurré.


Me hinqué, y por fin conocí en persona a aquel lindo pene; lo

manipulaba y lo observaba fascinada, y cuando estuvo totalmente erecto,

me lo llevé a la boca. Jamás olvidaré su primer suspiro; empecé a chuparlo


desde la cabeza hasta el tronco, lo metía y lo sacaba, balanceando mi cabeza

y excitándome con sus gemidos. Me sujetaba la cabeza por los lados y


acariciaba mi pelo, mientras, yo, no dejaba escapar ni un milímetro de

verga. Se la estuve mamando por unos minutos y hacía que su dureza me

llegara hasta la garganta, estaba bien caliente y deseaba que explotara


aquella deliciosa cabeza, y desparramara toda esa leche en mi boca, en mi
cara, o donde se le diera la gana; la quería, y la quería ya.

Aceleré mi bamboleo y de pronto sentí que eyacularía, pero

sorpresivamente me detuvo, sacó su pene de mi boca y se sentó en el sofá.


Notó mi mirada extrañada y sonrió.

—No hay prisa, cariño.

Me ayudó a levantarme y me tomó de la cintura, para sentarme encima


de él. Abrí las piernas, y entonces, sentí como aquella gruesa y deliciosa

polla se introducía hasta lo más profundo de mi vagina. Dejé escapar un


grito de placer, y nuestros cuerpos se volvieron uno. Arqueaba mi espalda

mientras ondulaba mis caderas y gritaba cada vez que su verga tocaba

fondo. Él me sujetaba de las nalgas y me las separaba, para impulsarme


hacia arriba y dejarme caer en deliciosos sentones encadenados.

Lo tomaba de los hombros mientras curveaba mi espalda hacia atrás, y


noté que se excitaba cogiéndome las nalgas, entonces disminuí el ritmo.

—¿Te gusta mi culo?

—¡Me encanta!
Detuve las ondulaciones y lo besé; luego me paré frente a él y le di la

espalda; flexioné las rodillas lo más sensualmente que pude, y me metí su

linda verga en el coño. El admiraba mi trasero, y yo me esforzaba para alzar


más las nalgas, en un nuevo balanceo de pura sexualidad. No lo veía, pero
podía adivinar que observaba atentamente como su pene entraba y salía, lo

cual, por la furia con que me cogía, obviamente le había excitado más.

Tomaba mis nalgas y las separaba, como saboreándose también mi ano; yo


no dejaba de flexionar las piernas, para que su gorda polla entrara hasta el

fondo.
—¡Qué hermosas eres! —Logró articular.

Se veía que disfrutaba lo que observaba y que le enloquecían mis

nalgas; realmente lo enloquecían. De pronto, detuvo sus embestidas y me


hincó entre el sofá y la mesa de patas cortas, hizo a un lado la pizza y el

vino, y recargué mis codos sobre la tabla, en posición de perrito. Me metió

la verga en la vagina, y antes de empujar, dijo:


—Quiero que te corras para mí.

Sin más aviso, la metió hasta el fondo, sacándome un grito de placer, y


a partir de ahí, se desató una pasión furiosa. Me introducía el pene en una

sucesión de implacables arremetidas. Podía ver mi reflejo en el cristal de la

televisión apagada, y me excitaba tanto verlo a mi espalda, cogiéndome de


esa manera.

—¡Vente, reina!, ¡vente! —Repetía una y otra vez.

Sus palabras me estimularon demasiado, hasta que una onda de


oscuridad, presagió una explosión de luces multicolores. Por un momento

no supe de mí; lentamente fui siendo consciente de aquella verga que tenía
en mi vagina, y que no dejaba de entrar y salir con fuerza. En un tiempo que

no fui capaz de determinar, unos ligeros gemidos, así como el aumento de


su intensidad, anunciaron su orgasmo. Empezaba a excitarme de nuevo,

cuando aquellos gemidos se transformaron casi en gruñidos, y entonces con


la furia de un volcán, estalló su pene adentro de mí, bombeando sus chorros

de semen caliente. La intensidad se detuvo casi a cero, solo sentí algunos

empujones más, con algunos segundos de diferencia, expulsando cada gota


ardiente hacia mi interior.

Sacó su verga y me abrazó en esa posición, recargando su cabeza sobre

mi espalda. Yo empecé a sentir como escurría aquel líquido caliente hacia


mis muslos, provocándome deseo. Como pudimos, nos logramos sentar en

el sofá, pasó su brazo por detrás de mi cabeza y por minutos, guardamos


silencio; no un silencio incómodo, de esos que muestran vergüenza o

arrepentimiento, sino un silencio romántico, lleno de paz.

—Tengo hambre.
Dijimos al mismo tiempo, continuando con fuertes carcajadas.

Comimos una rebanada de pizza cada uno, luego, como si se le hubiera


encendido una bombilla imaginaria flotando arriba de su cabeza, tomó una

de las botellas de vino, y me extendió la mano libre para ayudarme a

levantar.
—Ven, acompáñame. —Casi ordenó.
—Hey, yo no pienso hacer nada que involucre esa botella.

La miró, confundido, y luego dejó escapar una sonora carcajada.

—Nos la vamos a tomar, tonta, pero en el jacuzzi.


Dejé salir mi propia carcajada por la confusión. Éric abrió las llaves de

la tina y encendió la bomba, luego nos metimos con botella en mano. No

habíamos comprado vasos, así que la compartíamos desde la boquilla.


Primero nos sentamos uno frente al otro, disfrutando de los relajantes

chorros de agua tibia, pero luego me acomodé entre sus piernas, recargando
mi espalda sobre su pecho. Llevábamos una conversación casual, sobre

nuestro día a día, sobre las personas que conocíamos en común, y sobre

aspectos generales; no hablábamos de planes, ni mucho menos,


mencionábamos a nuestras familias.

—¿Sabes?, me encantó cómo me cogiste de perrito. —Dije, como si

nada.
Luego, con el pretexto de ir por el vino, que había dejado sobre el

suelo, en el extremo opuesto al que estábamos, me hinqué hacia afuera de la


tina, haciendo como que alcanzaba la botella, y exhibiendo

desvergonzadamente mis nalgas abiertas; más tardé en tratar de sacar la

tapa del vino, que él en meterme la polla por la vagina. Dejé la botella en
paz, y nuevamente nos dejamos llevar. Realmente disfrutaba esa verga

adentro de mí, aquellas arremetidas furiosas y mis nalgas rebotando contra


sus muslos. Veía nuestro reflejo en el espejo frontal, mi rostro excitado y

mis pezones rozando contra el borde del jacuzzi. Cada empujón era un
gemido, que a veces se transformaban en gritos.

Momentos después, puse atención en el espejo lateral, y recordé la

primera vez que me masturbé pensando en él, justo como cogíamos en ese
momento. Observé su rostro, totalmente enajenado con mis nalgas. Sentí

como me las separó, y cómo sus pulgares acariciaron mi ano, sin dejar de
empujar.

—Quieres partirme el culo, ¿verdad?

—¿Cómo lo sabes? —Dijo, sin dejar de embestir.


—Eres hombre, todos lo desean… Anda, cógeme por el culo.

No sé precisamente que botón presioné, pero aquella verga engordó un


poco más. No era precisamente una adicta al sexo anal, pero deseaba

complacerlo. Se puso de pie adentro de la tina, dispuesto a ayudarme a salir,

pero aprovechando que estaba hincada, lo sorprendí, dándole unas buenas


mamadas, mismas no rechazó. Después de atenderlo un rato, salió el

primero y luego me ayudó; afuera del jacuzzi, me alzó por la cintura y yo lo

abracé con las piernas, para fundirnos en otro excitante beso. Me llevó así
hasta la cama y suavemente me colocó sobre el colchón.

—Desde que te conocí, tengo muchas ganas de hacerte esto…


—¿Cogerme por el culo?
No dijo nada, solo me separó las piernas y llevó su boca hasta mi
vagina. ¡Dios!, si sus manos eran mágicas, y su verga una maravilla, sus

labios y su lengua debían ser de otro mundo; sabía dónde lamer, dónde
chupar y dónde morder. No podía ni abrir los ojos, y solo una vez que lo vi

por el espejo, se podía percibir cuánto le fascinaba hacerlo. Mordisqueaba

mi clítoris, y luego metía la lengua hasta lo más profundo; después,


mientras succionaba mi botoncito de nuevo, me metía un par de dedos,

haciéndome gemir y gritar de placer.

Mientras chupaba, lamía y mordía, tomó mis muslos, empujándolos


hacia mí, levantándome las nalgas, y dejando mi ano expuesto, entonces,

empezó a lamerlo con auténtica pasión. Poco a poco fue introduciendo su


lengua, hasta que llegó al tope, al mismo tiempo que me estimulaba el

clítoris con los dedos; ¡¿qué me estaba haciendo?!, yo que creía que había

conocido el mayor placer sexual, estaba sintiendo algo que jamás había
pasado por mi cabeza.

Empujaba más mis muslos, hasta que mis nalgas se levantaron lo

suficiente, como para ver en el espejo del techo, lo dilatado que ya tenía el
ano, hasta que no pude resistirme más.

—¡Cógeme!, ¡Cógeme!
Se puso de rodillas, y así, con el culo todo dilatado y humedecido, me

metió la verga sin la mayor dificultad. Abro un paréntesis para anotar, que
las pocas veces que había tenido sexo anal, siempre habían empezado con

algo de dolor, aunque luego de relajarme, lo disfrutara; pero con Éric, lo


disfruté desde el momento que su lengua me tocó el culo. Empezó

suavemente, deslizando su miembro hasta la mitad. Su pene no era

extraordinariamente largo, promedio, diría yo, pero el grosor sí se hacía


notar. Realmente lo estaba disfrutando, pero cuando volví a mirar nuestro

reflejo en el espejo del techo, y vi que solo era la mitad, lo abracé con las
piernas y con mis talones empujé sus nalgas para que me la dejara ir toda.

Solo un par de espoleadas fueron necesarias para que comprendiera, y a

partir de ahí, pude observar por el espejo, cómo aquella gorda verga, se
desaparecía adentro de mi culo, excitándome cada vez más, en un ir y venir

que me enloquecía.

Cuando pensé que no podría sentir más, su mano empezó a acariciar mi


clítoris, primero con suavidad, después con un ritmo que combinaba

perfecto, con cada vez que tenía toda su polla hasta adentro. Esta vez no
tuvo que pedírmelo; cuando sentí las leves contracciones en mi vagina,

relajé el cuerpo, y sentí como la ola de oscuridad que precedía a lo

tormenta, se apoderó de mis sentidos. Otra vez, la erupción de luces de


colores me nubló el cerebro; contracciones en el ano y en la vagina, así

como movimientos involuntarios de los hombros, sin omitir los gritos, le


anunciaron a Éric, digamos que, de una forma no tan sutil, que había
alcanzado un orgasmo espectacular.

Momentos después abrí los ojos, y poco a poco iba distinguiendo su

silueta, que aún se movía y no dejaba de meterme la verga por el culo.


Pronto escuché sus leves gemidos, anunciando su próximo arribo.

—Vente en mi cara. —Pude apenas articular. —Vente en mi cara. —


Repetí más claro, mientras abría la boca, mostrándole dónde quería recibir

aquel jugo.

Aceleró el vaivén, y cuando estaba en su punto, me sacó el pene del


ano, se acomodó con sus rodillas a mis costados, y entre gemidos y

gruñidos, se masturbó, haciendo un esfuerzo por no cerrar los ojos, para ver

como recibía su primer chorro de semen en mi boca, y los posteriores en mi


frente, pómulos y mejillas, alcanzando hasta el pelo.

Cuando exprimió hasta la última gota, se relajó y con una sonrisa boba,
no dejó de observarme. Empujé con mi lengua el semen que había entrado a

mi boca, y lo dejé escurrir por las comisuras de los labios, entonces, como

la ves anterior, casi podía ver su expresión, con la que parecía que se le
encendía un foco, flotando sobre su cabeza.

—Espera, no te muevas. —Dijo, mientras se levantaba con prisa para ir


hasta la mesa, para regresar rápidamente.
—Sonríe. —Pidió, mientras me tomaba una foto con mi rostro cubierto

de su semen.

Sonreí complaciente, luego le pedí que me la mostrara.


—Luces hermosa así. —Aseguró, mientras observaba embobado la

imagen.
Nos duchamos y luego nos acostamos en la cama para descansar. Antes

de la media noche me llevó a casa, y tan solo al salir del auto, ya era la

esposa trabajadora que había salido temprano, por la mañana.


Tuvimos un par de encuentros más, pero por diferentes situaciones, y,

sobre todo, la pérdida de una persona muy importante en mi vida, que me


afectó mucho emocionalmente, me fueron alejando de él. Incluso, un día le

pedí que se deshiciera de mis fotos, aquellas que le había enviado, y

también la que me tomó él mismo, con mi rostro cubierto de su semen.


—Pero… Eso será el único recuerdo que tendré de esta bella época. —

Me dijo, con tono lastimero.

Yo pasaba por un punto de inflexión, en el que debía tomar decisiones


radicales, una especie de momento de redención, e insistí.

—Quiero que te deshagas de ellas, por favor.


—¿Por qué?

—No sé, no quiero que mi imagen vaya a andar rondando por internet.
Al parecer, realmente lo ofendí. Realmente no tenía derecho a dudar de
su caballerosidad. Solo lo miré fijamente, y él, correspondiendo mi mirada,

sacó su móvil, lo desbloqueó y me lo extendió.

—Mira, ese es un subdirectorio oculto, puedes borrarlas tú misma, para


que estés segura que no rondarán por ahí.

Abrí el famoso subdirectorio secreto, y ahí estaban únicamente mis tres

fotos. Las borré, toda llena de dudas.


Haber terminado con Éric me ayudó mucho a alcanzar un poco de paz

que me hacía falta, pero hoy, no estoy segura de que esa decisión fuera la
correcta… Y la verdad, no quiero averiguarlo.

II. Alexa

Mi esposo y yo, ocasionalmente nos escapamos a algún motel; En la


ciudad donde vivimos, hay mucho y muy buenos, y a veces, sobre todo

cuando tienes hijos, es necesario buscar este tipo de privacidad. Esa tarde

de sábado, ya habíamos cogido por un rato y estábamos descansando;


veíamos una película en la tv y nos dio hambre; normalmente llegábamos

con algo de alimentos y gaseosas, pero esta vez, simplemente se nos olvidó.

Javi vio el menú y me preguntó si se me apetecía una hamburguesa.


Pidió las dos, con un par de refrescos y mientras seguíamos con la película.

Él vestía bóxer y yo estaba totalmente desnuda. Cerca de media hora


después, llamaron a la puerta, era el servicio; Javi no dijo nada, y solo se

levantó a abrir. La puerta estaba en el lado opuesto al de la pared donde

colgaba la televisión, por lo que yo quedaba de espaldas a la entrada; estaba


recostada de lado, casi boca abajo, abrazando una gran almohada. Por el

espejo podía ver a Javi acercándose a la puerta y pensé que solo la abriría

un poco, pero cual fue mi sorpresa, cuando la abre de par en par, y no solo
eso, sino que le dice al empleado que pase a dejar la bandeja sobre la mesa.

Debo admitir, que después de la sorpresa inicial, el exhibirme de esa


manera me excitó. Mientras Javi estaba sacando el dinero de su pantalón, el

chico mantenía fija su mirada en mis nalgas, lo cual pude ver por el reflejo,

tanta fue su embelesamiento, que jamás notó que yo lo observaba; algo que
sí notó mi esposo, quien, por cierto, se estaba tardando deliberadamente en

sacar el pago.

Fingiendo ignorancia, levanté más las nalgas y las separé, tratando de


exhibir lo más que podía “mi belleza interior”. Fue obvio el éxito de mi

obra, ya que, de manera bastante evidente, al chico aquel se le había parado


la polla. Me arqueaba más, disimuladamente, como desperezándome,

logrando hacer que el muchacho se tocara la pija despistadamente, por


encima del pantalón. Javi al fin sacó el dinero y le pagó, al salir, el chico

lanzó otra ardiente mirada, como cobrándose alguna propina extra.


Sin siquiera tocar la comida, Javi se sacó el bóxer y se aproximó a la

cama con tremenda erección.

—¡Me encantó eso!


Dijo, mientras me volteaba boca arriba y me ensartaba la verga hasta el

fondo, por la vagina. Entre empujón y empujón, le pregunté:

—¿lo hiciste a propósito?


—¡Claro! —Contestó entre jadeos. —Pero pensé que te ibas a cubrir

con la sábana o alguna almohada.


—La verdad es que me excitó.

—Sí lo noté, ya estabas bien mojada.

Esa tarde, cogimos como nunca. Jamás le había notado una erección
tan extensa y tan dura. Lo hicimos en todas las posiciones que conocíamos,

y hasta descubrimos algunas nuevas; usamos la cama, el sofá, la silla y


hasta la mesa. No hubo rincón sin disfrutar; me hizo tener un par de

orgasmos, sin salirse de mí, y volvimos a la cama, me acostó boca abajo, y

mientras me daba por el ano, susurró:


—¿Sabes?, me encantaría verte coger con otro.
El nivel de mi excitación subió varias rayitas más, y empecé a pedirle
más polla, hasta que al fin, me llenó el culo con su leche calientita. Se salió

de mí y nos recostamos, casi inconscientes; sí que había sido una sesión


inolvidable. Después de un rato, nos levantamos con más hambre que antes

y devoramos las hamburguesas; luego volvimos a ver otra película.

—Era en serio lo que te dije. —Comentó Javi.


—Me dijiste muchas cosas, entre ellas, algunas algo sucias… Hasta

“mi putita”, me llamaste, ¿a qué específicamente te refieres?


—Qué me gustaría verte coger con otro.

—Una cosa es enseñarle las nalgas a un chico, y otra, bastante

diferente, es que me coja.


—Es en serio, me encantaría ver eso.

—No digas cosas de las que luego te puedas arrepentir, y mucho menos

las hagas.
—No me arrepentiría, jamás.

—Eso crees ahora, pero luego se te pasará la calentura, y tal vez hasta
me lo eches en cara.

—Nunca te echaría en cara algo que yo mismo te pedí… Me dijiste que

te excitaste por exhibirte, ¿no crees que serías capaz de excitarte más si lo
haces?
—No quisiera averiguarlo… Prefiero no hacer cosas de las que me

arrepintiera.
—¿Por qué habrías tú de arrepentirte, si yo soy quién te lo está

pidiendo?

—Creo que te lastimaría.


—Si llegara a lastimarme, que estoy seguro no pasaría, sería total y

absolutamente culpa mía.


—¿No vas a dejar de insistir?

—Solo hasta que me des una respuesta convincente, con lo que tú

sintieras, no con lo que yo pudiera o no, sentir.


—Pues, no sé… Supongo que me daría mucha vergüenza que me

vieras mientras cojo con otro.


—Vale, ¿y qué tal si lo haces y luego me cuentas con detalle?... O

mejor aún, ¿qué tal si lo haces y me grabas un video?, aunque sea de una

parte.
Nos quedamos callados por un largo momento.

—Déjame pensarlo… Pero no te prometo nada, ni quiero que me

vuelvas a insistir. Y si pasa al olvido, se olvida y ya.


—Bien, pero piénsalo.
Hola Doctora, lo anterior ha sido una introducción a modo de contexto,
dirigido principalmente a tus lectores. Soy Alexa, casada con Javi, ambos

tenemos cuarenta y cuatro años, y tenemos un hijo y una hija que rondan la
preadolescencia.

Iba a decir que trabajo en una gran compañía, pero si mal no recuerdo,

tú solo trabajas para grandes organizaciones, así que no redundaré. Soy la


encargada de capacitación de personal, y tengo casi quince años de trabajar

en ese lugar.

Lo que más me gusta de mi puesto, es que siempre conozco gente


nueva; la principal de mis funciones, es la de coordinar la capacitación de

cada uno de los elementos de nuevo ingreso, lo cual ocurre a todos los
niveles. Yo, personalmente, participo activamente en los cursos, y para

poder dar abasto, desde hace casi un año, contraté a un compañero para

repartirnos el trabajo. Joel tiene treinta y un años; tiene un par de años de


casado, y es muy formal y bastante dedicado, así como algo serio e

introvertido. No conozco a su esposa, pero sé que viaja mucho por su

empleo, y es por ello que han decidido esperar para tener hijos. Estoy
segura que Joel puede desarrollar más, por lo que estoy a la espera de

alguna buena oportunidad para él, obviamente, adentro de la compañía.


Una buena parte de los cursos de capacitación que impartimos, son en

las sucursales, por lo que es muy común que comamos juntos, logrando un
excelente nivel de confianza. Entre las sesiones matutinas y vespertinas,

solemos dejar de dos a tres horas de receso, mismas que aprovechamos para
tomar nuestro almuerzo, así como para retroalimentarnos respecto al

rendimiento del grupo que estemos capacitando. Un mediodía, que

estábamos en una de las oficinas más aisladas, decidimos pedir comida por
aplicación, y tomarla en la misma sala de juntas en la que nos

encontrábamos.

La sala estaba en un mezanine, desde donde teníamos la perspectiva de


toda la sucursal; cuando el repartidor se aproximaba, Joel acudió a la

recepción para recibir nuestros alimentos. Cuando regresó, traía un gesto de


consternación que no pude dejar pasar, no obstante, no quise preguntar, ya

que asumí que habría tenido algún disgusto con el repartidor, que pronto le

pasaría.
Comimos mientras charlábamos, y solo cuando estábamos entretenidos

con la conversación, Joel se olvidaba del problema, que repentinamente le


había provocado aquel cambio de ánimo. Cuando terminamos, al ver que

persistía su estado, decidí preguntarle.

—¿Qué pasó Joel?, desde que regresaste de la recepción te noto


intranquilo.

—Generalmente, dejaría pasar esta situación, pero la verdad es que me

ha sorprendido algo que vi.


—Lo cual es…
—No quisiera parecer chismoso…

—¡Vamos, Joel!, no me vas a dejar con la duda, ¿verdad?

—Es algo bastante serio.


—Anda, cuéntamelo como amigos, en este momento no somos

compañeros de trabajo.
—Bien, ¿conoces a Rubén Campos?

—¿El gerente de abastecimientos del corporativo?

—El mismo.
—¡Un tipazo!, tiene una carga de presión considerable, y siempre se las

arregla para estar de buen humor… Por cierto, su linda esposa es la

contadora de esta sucursal.


—Precisamente, se trata de ella.

—¿Qué hay con ella?


—Cuando bajé por la comida, la vi.

—Sí, te digo que aquí trabaja.

—La vi entre aquellas tarimas. —Afirmó, mientras señalaba unas


tarimas apiladas en varias columnas, de tres o cuatro metros de alto.

—¿Y?, ¿está bien?


—Estaba con su jefe, besándose y manoseándose.

—¡Madre santa!, ¿te vieron?


—Estoy seguro que no.

—¿Estás seguro de que eran ellos?

—Totalmente, el director traía puesto su traje ridículo a cuadros, ella


aún traía la pañoleta fucsia en la cabeza. No hay ninguna duda.

—Bien, entonces fingiré que no he escuchado nada, y tú deberías hacer


lo mismo.

—Lo intentaré

—Joel, no te pongas así, esto es algo de lo más común en cualquier


lugar de trabajo.

—Lo sé, pero hasta hoy, en todos mis empleos, solo me había tocado
escuchar chismes, nunca lo había experimentado en primera persona.

—Tercera persona, tercera. —Corregí.

—Tienes razón. —Soltó una carcajada. —Primera persona sería yo.


—Correcto. —Confirmé, correspondiendo la carcajada.

Para el final de la tarde ya todo estaba olvidado, y no fue sino hasta que

nos retirábamos, que lo recordamos, ya que, al pasar a la oficina del director


para despedirnos, resultó que estaba con la esposa de Rubén Campos.

—Ingeniero Cortés, muchas gracias por sus atenciones; hoy


concluimos esta parte de la capacitación. Estimamos que en dos o tres

meses regresemos para la última etapa.

—Al contrario, gracias a ustedes, Alexa, Joel.


—Por cierto, —dije, dirigiéndome a la mujer. —tú eres esposa de
Rubén, ¿verdad?

La contadora se sonrojó evidentemente.

—¿Lo conocen? —Preguntó, en vez de afirmar o negar, lo cual la


delató.

—¡Claro!, es un tipazo.

El director carraspeó, e hizo como que buscaba algo en el escritorio;


finalmente nos despedimos y retiramos. En el estacionamiento, apenas al

subir a mi auto, dejamos escapar una carcajada.


—¿Por qué lo hiciste?

—No sé, me pareció divertido.

—¡Claro que lo fue!, ninguno encontraba sitio para esconder la cabeza.


Después de reírnos por un rato, ya en camino a nuestra oficina, Joel

parecía estar tranquilo.

—No le des importancia a estas cosas, amigo, la gente va y viene; las


compañías nacen y mueren. Esto es naturaleza humana, puro instinto.

Ocasionalmente hacíamos viajes a alguna sucursal foránea,


generalmente de dos a tres días. A veces acudía Joel, otras veces yo, y en no

muy raras ocasiones, íbamos ambos. Por otro lado, también había largos

períodos en los que permanecíamos en nuestra oficina, lo cual podía darse


por varias situaciones: Cuando no había proyectos de actualización; cuando
había lapsos sin la entrada de personal nuevo; y cuando estábamos

modernizando o adaptando nuestros manuales de procesos.

Una mañana, mientras actualizábamos algunas carpetas, la


conversación tomó un curso interesante.

—Ayer comí con Rubén. —Comentó Joel.

—Te ha de haber hecho reír mucho.


—Como siempre, pero, ¿sabes?, no debe estar enterado ni pizca, de lo

de su esposa.
—¿Por qué lo dices?

—Habla de ella con mucha ternura, como recién casado.

—O tal vez sí está enterado, y decide pasarlo por alto… O mejor aún,
le agrada que su esposa lo haga.

—¡¿Cómo va a ser posible eso?!, yo no podría compartir a mi esposa.


—Nunca digas, nunca.

—Estoy seguro.

—No digo que no lo estés, pero hay hombres que realmente lo


disfrutan, sin dejar de amar a sus esposas.

En ese momento recordaba lo que Javi me había pedido, meses antes.

La verdad, en mi charla con Joel, fue la primera vez que pasó por mi mente
tal posibilidad. Aunque no había ningún tipo de tensión sexual entre mi

compañero y yo, descubrí que me parecía lindo.


Una semana después, continuábamos con nuestra renovación de

manuales. Esta era la parte más tediosa, ya que permanecíamos encerrados


en la oficina, y como resulta lógico, ya estábamos reciclando los temas de

conversación.
—Esta mañana salió mi esposa de viaje de trabajo. —Comentó Joel, de

forma casual.

Muchas veces salía de viaje, por lo que no era una relevante novedad,
sin embargo, esa mañana, antes de salir de casa, Javi me había dado una

nalgada.

—«¡Pero que culo tan lindo! —Había dicho mi esposo. —Has de ir


derritiendo corazones por el camino».

Solo me reí y me despedí, pero había clavado una muy pequeña y


remota espinita en mi pensamiento. Ahora que estaba con Joel, esa espina

creció un poco.

—¿Y cuándo regresa tu esposa del viaje?


—Hasta el viernes.

Se me ocurrió un plan, pero debería esperar hasta después de la hora de


comida. Esperaba que funcionara, si no, no se me ocurría otra forma de

poder complacer a mi marido. Intencionalmente, desvié la ocasional

conversación que teníamos hacia otros rumbos, esperando con algo de


ansiedad el mediodía.
Joel salió de la oficina para comer; yo había pedido algo, que comí en
nuestra oficina, la cual era una especie de sala de juntas pequeña, con un

par de escritorios que casi no usábamos, porque preferíamos utilizar la


mesa, ya que manejábamos una cantidad considerable de gordas carpetas.

Después de comer, durante la ausencia de mi compañero, retoqué mi

maquillaje y también se me ocurrió un atrevido truco. Desabroché un par de


botones de la blusa y me aflojé el sostén, haciendo que me quedara lo

suficientemente holgado, como para que, al inclinarme un poco, se me


vieran los pezones. Ensayé varias veces, hasta que dominé el movimiento,

tratándole de dar un toque casual.

Cuando regresó, no notó el cambio de inmediato, igual no intenté mi


“maniobra”, al primer instante. Después de un rato, se me estaba

dificultando sacar el tema a relucir, y no quería que expresarlo de forma

obvia.
—¿No te has encontrado a Rubén? —Pregunté, tratando de ser casual.

—Sí, precisamente en el estacionamiento… Todo igual.


—Estaba pensando la otra vez, sobre aquel famoso tema, lo que a ti te

inquietaba, ¿qué era en concreto?

—No lo sé. Tal vez me preocupaba que mi esposa me pudiera hacer


eso.

—No debes preocuparte por cosas de las que no tienes certeza.


—Lo sé, por eso me tranquilicé.

Giré un poco mi cuerpo y practiqué mi movimiento secreto, mientras


examinaba inocentemente una de las carpetas. Él no se dio cuenta, pero

pude ver su reacción en el reflejo de la pared de vidrio.

—No sé, Joel. —Dije, sin separar la vista de la carpeta que tenía en la
mano. —Por ejemplo, tú, durante los próximos dos días, vas a pasar la

noche solo. ¿No te pasa por la cabeza tener alguna aventurilla?


Se quedó callado, pensando, y mirando despistadamente el pezón que

exhibía a medias.

—Es que soy casado, y respeto a mi esposa.


—Todos dicen eso. —Afirmé, después de soltar una carcajada. —Entre

amigos, Joel, puedes confiar en mí.

—No lo sé.
Mientras se decidía a confesarlo, me inclinaba estratégicamente, de

forma que se podía apreciar totalmente mi pezón, estimulándolo un poco…


O un mucho.

—¿No lo sabes? —Yo seguía fingiendo mi atención a la carpeta.

—No lo sé, —Dudaba. —¿tú lo harías?


—Conmigo es diferente. —Afirmé.

—¡Ajá! —Exclamó. —Es exactamente lo mismo.


—Pues fíjate que no, conmigo es diferente.
—¿Por qué es diferente?
—Porque yo tengo permiso de mi esposo. —Lo miré fijamente.

—¿Permiso de tu esposo?

—Sí, permiso de mi esposo.


—¿Para salir con otro hombre?

—Para hacer lo que me plazca con otros hombres.


—¿Otros?

—Los que me plazca.

—Estás bromeando, ¿verdad?


—No.

—¿No te parece algo riesgoso?


—Créeme, sería muy selectiva.

—¿Serías?, o sea que no lo has hecho.


—Es correcto, no lo he hecho… Aún.
—Pero sí lo harías.
—Así es… Pero no me cambies el tema, estamos hablando de ti. —

Hice una maniobra de distracción.


—¿De mí?
—Sí, no me has contestado, si aprovechando que no está tu esposa,

tendrías alguna aventurilla.


—Pues es que si se dan las circunstancias apropiadas…
—¡Anda!, ¿qué te cuesta reconocerlo?... Vamos, dime quién te gusta de
la ofi.

—La verdad, no había contemplado a ninguna compañera.


—No habías, o sea que ya contemplaste a una.
Tragó saliva y se puso en mute. Luego suspiró.

—O sea, sí hay alguien que me gusta desde que entré.


—¿Se puede saber quién es la suertuda?
—No sé si sea apropiado.

—¿Apropiado?, estás casado, ninguna chica sería apropiada, estamos


hablando de clandestinidad.
—Tú. —Dijo a secas.

—¿Yo qué?
—Tú me gustas desde el principio.
—Lo dices solo para halagarme.
—En serio, me gustas desde siempre.

—¿Quieres decir que tendrías esa aventurilla conmigo?


—Así es como tú lo has expuesto, no yo, pero…
—¿Pero?

—Se me hace un poco incomprensible que tu esposo te permita estar


con otro hombre.
—¿No lo crees?... Tienes razón, viéndolo así, podría sonar un poco

extravagante, vamos a solucionarlo.


Proyecté el contenido de mi lap top en una pantalla en la pared opuesta,
la cual, permanecía visible solo para nosotros. Activé el WhatsApp web e

inicié una conversación con mi esposo.


—Hola mi amor.
—¡Hola cielo!, ¿qué tal tu día?

—¡Excelente!, tú qué tal.


—Bien, pero mejor ahora que me escribes.
—Javi, tenemos por acá una ligera vacilación sobre un tema.
—Dime, ¿en qué les puedo ayudar?

—Me pregunta mi compañero si en realidad tengo tu permiso.


—¿Mi permiso?
—Sí, que si me das permiso de chuparle el pene.

Joel casi se cae de su asiento, al leer el mensaje.


—Espero que me estés hablando en serio, de lo contrario, romperás mi
corazón.

—Es en serio, ¿me das permiso de chuparle el pene?


—¡Por supuesto!, dale una buena mamada, hasta que se le suman los
ojos.

—¿Puede ser esta noche?


—¡Cuándo tú quieras!, ¿segura que será esta noche?, para llegar por
pizza para los niños.
Hice una pausa en el teclado, y miré a Joel, esperando una respuesta. Él

solo asintió con la cabeza, como temiendo que Javi lo fuera a escuchar, lo
cual me causó gracia.
—Sí, mi amor, será esta noche. —Volví a escribir.

—¡Me haces muy feliz, cielo!, denle tranqui. Te esperaré ansioso…


Pero ya sabes, el trato.
—Sí, mi vida, lo intentaré, pero no te garantizo nada… Te amo.
—Yo también te amo.

Desactivé el WhatsApp web y dejé de proyectar en la pantalla.


—Pues esta noche será. —Dije.
Joel no salía de su sorpresa y me miraba aún incrédulo.

—¿De qué trato hablaba tu marido?


—Nada raro ni peligroso, algo simple, esta noche te lo diré.
El resto de la tarde trabajamos como si nada, y solo hasta unos minutos

antes de salir, nos pusimos de acuerdo. Quedamos en que dejaríamos mi


auto en alguna parte segura, para irnos en su carro a un motel, ya que
tampoco queríamos ser tan descarados como para hacerlo en su casa. La

verdad es que estaba nerviosa, era la primera vez que haría algo como
aquello, así que tampoco es que se tratara de algo sencillo de hacer.
Joel me preguntó si nos deteníamos por algo de comer y beber, pero le
hice saber que no tenía hambre, así que condujo hasta el motel. Me sentía

como una adolescente que lo iba a hacer por primera vez, y al parecer, él no
iba con tanta confianza en sí mismo.
Entramos al cuarto, y después de examinarlo todo, más con
nerviosismo, que, por curiosidad, nos sentamos a cada lado de la cama.

Conversamos de cosas realmente absurdas y aburridas, hasta que Joel


recordó algo.
—¿Cuál es el trato entre tú y tu marido?

—Quiere un video… Un video que lo excite.


—¿Vamos a grabar todo?
—No, no, mira…

Crucé la enorme cama, gateando, hasta llegar a su lado. Tomé mi móvil


y lo coloqué sobre el buró, luego hice varios ensayos, para determinar la
distancia y la inclinación.

—Ven.
Lo hice que se pusiera de pie a un costado de la cama, luego hice un
ajuste final en la inclinación del teléfono celular… Me hinqué frente a él, y

empecé a grabar.
Mientras desabrochaba su pantalón y bajaba la cremallera, lo miraba
hacia arriba, directo a sus ojos, luego miraba a la cámara para no salirme de
la toma. Bajé su pantalón hasta los tobillos, y al bajar su bóxer, su verga

salió de un salto, sorprendiéndome. No era algo extraordinario ni fuera de


lo común, pero efectivamente, se veía muy apetecible. La tomé con una
mano y la acaricié, luego miré hacia la lente, con una sonrisa, dedicada a mi
amado esposo. Empecé a manipular su pene con las dos manos, y cuando lo

sentí suficientemente duro, me lo llevé suavemente a la boca. ¡Qué delicia!


Así inicié una estupenda mamada; una mamada solicitada por mi marido.
En el interior de mi boca, pude sentir como aquella polla creció y se

endureció un poco más. De vez en cuando, con la boca llena de verga,


volteaba como podía hacia la cámara; sabía que esto excitaría bastante a
Javi. Me la metía y sacaba, ondeando mi cuello, excitándome más, con los

gemidos de placer emitidos por Joel.


En momentos, sacaba la verga de mi boca y daba unos golpecitos en
mis mejillas, para luego volver al ataque. Otras ocasiones, me la metía toda

en la boca, hasta la garganta, y sujetando a Joel por las nalgas, lo giraba un


poco para mover los ojos hacia el móvil.
Cuando sentí un aumento en sus gemidos, aumenté la intensidad,
moviendo la cabeza atrás y adelante, sin dejar de mamar. Una ligera

contracción en su ingle, me indicó que ya estaba a punto. Me saqué aquel


jugoso pene de la boca y lo empecé a jalar con fuerza, con la mano que no
obstruía la cámara.
—Échamelo en la cara, échamelo en la cara.

Le dije, mientras seguía jalando y abría la boca; esto lo excitó más y


me hizo que lo soltara, empezando a masturbarse frente a mi boca. El
primer gruñido salió de su garganta, así como el primer potente chorro de

semen, salió de su pene directo a mi boca. Las subsecuentes salpicaduras,


siempre acompañadas de gemidos, fueron todas a parar a mi cara. Cuando
ya no hubo más remojo, me giré para acercarme a la cámara. De mi cara,

escurría semen desde mis pómulos, hasta quedar colgado de mi mentón y


mis mejillas, para después caer hasta mi blusa, que, por ser negra, hacía un
lindo contraste. Había guardado el primer chorro que recibí en la boca, el

más grande, y lo mostré a la cámara sobre mi lengua, con los ojos


sensualmente medio cerrados y una muy ligera sonrisa, luego lo tragué,
para después jugar con los dedos, con lo que me escurría por la barbilla.

Joel seguía de pie, ya tenía solo media erección, y colgaba de la punta


una tira de semen, lo aproximé a la cámara, y con la lengua, se lo lamí y
también lo tragué, hasta dejarlo reluciente. Me exhibí por última vez ante la
cámara, con el rostro escurriendo, y paré la grabación.

—¡Listo! —Exclamé. —Esto fue para mi amorcito, ahora seguimos


nosotros.
Me sequé la cara con una toalla y luego me enjuagué, después me quité

la blusa y con un poco de agua limpié las gotas de semen. Cuando salí del
baño, Joel ya estaba acostado totalmente desnudo sobre la cama, con la
verga bien parada; solo de verlo me volví a mojar. Me quité el pantalón y
las bragas, y casi corrí para montarme en aquella delicia.

Apenas me lo metí todo, y los gemidos de Joel se empezaron a mezclar


con los míos. Sentada encima de él, con su miembro hasta el fondo de mi
vagina, empecé a ondular mis caderas para que no quedara ni un solo

milímetro afuera. Me agarraba las nalgas y las apretaba, luego me agarraba


las tetas, dándoles el mismo trato.
Me salí un poco, para luego empezar con una serie de furiosos

sentones, que hacían que su polla entrara y saliera casi en su totalidad,


sacándome gritos de placer. Sin sacarme la verga, me ayudó a girarme para
quedar en sentido contrario, con las nalgas apuntando a su rostro. Volví a
darme tremendos sentones por un rato, luego él me inclinó hacia adelante, y

yo abría las nalgas, invitándolo. Por la posición me movía más lento, pero
cuando me introdujo un par de dedos por la vagina, aceleré el bamboleo,
para disfrutar de pene y dedos al mismo tiempo. Ya con los dedos bien

lubricados, los extrajo, y lentamente me los introdujo por el ano. Aquello


era la gloria. Me arrancaba gritos y gemidos, que obviamente él disfrutaba y
lo excitaba, ya que me metía ambos dedos hasta el fondo.

Mis jadeos lo hicieron aumentar la intensidad, y así alcancé mi primer


orgasmo. Me sacó los dedos del culo, pero no me sacó el pene de la vagina,
solo me dejó reponerme un poco, para que luego, sin dejar de penetrarme,
me volviera a girar para quedar cara a cara. Por muy raro que parezca, fue

la primera vez que nos fundimos en un beso.


Su verga seguía bien parada y adentro de mí, pero ninguno de los dos
se movía más allá de un ligero balanceo, con el fin de que continuara así, lo

cual era un verdadero deleite. Poco a poco me fui recuperando, y cuando


volví a mi punto, se salió de mí, entonces no pude evitar una expresión de
tristeza, que desapareció en cuanto se giró debajo de mí, para quedar en un

placentero sesenta y nueve.


Su lengua se deslizaba de mi clítoris hasta el interior de la vagina,
introduciéndola lo más que se podía. Me mordisqueaba los labios y me
succionaba, haciéndome gemir, mientras me llenaba la boca de verga.

Luego me metió dos dedos en la vagina, y empezó a lamerme el ano;


aquello fue sensacional. Mis sentidos estaban a flor de piel y pronto se
anunciaba un nuevo orgasmo. Dejé de chupársela y él aumentó la intensidad

en su lengua; cuando sintió que llegaba, me sacó los dedos del culo, y
continuó introduciendo la lengua hasta el fondo, mientras con sus dedos
volvía a frotar mi clítoris. Finalmente, mis ojos se pusieron en blanco y

alcancé de nuevo las estrellas.


Sin recuperarme aún, traté de mamarle nuevamente la verga, pero no
me dejó, al contrario, me apartó, me dejó boca abajo, me separó las piernas,
para meterme de un solo empujón, toda la polla por la vagina. No había

terminado de recuperarme, cuando ya bombeaba con fuerza.


—¡Córrete!, ¡vente otra vez! —Me pidió.
No pude hacer otra cosa que obedecerlo, pronto volví a alcanzar el

clímax. Estaba en un estado casi de inconsciencia, y aún lo sentía adentro


de mí, embistiendo duramente, hasta que momentos después, entre jadeos y
gruñidos, pude sentir los chorros de semen caliente buscando derramarse en
mi interior. El bombeo disminuyó, hasta que la última gota de leche llegó a

mi poder.
Se quedó un rato adentro de mí, recostado. Luego se salió y se acostó a
mi lado. Nos giramos para quedar de frente, y nos abrazamos y besamos

tiernamente por unos minutos.


—Me alegra que tu esposo te haya dado permiso.
—Me alegra que tu esposa esté de viaje.

Ambos reímos; ninguno de los dos se había imaginado esta sensacional


follada. Casi una hora descansamos, solo abrazados, sin decir nada. No
había, por parte de ambos, ninguna señal o rastro de remordimiento.

—Tengo hambre. —Me dijo.


—Pide algo.
Tomó la carta y luego llamó al servicio para ordenar un par de

sándwiches y gaseosas. A la media hora, llamaron a la puerta, y de pronto,


tuve un momento de iluminación.
—Dile que pase a dejar la comida sobre la mesa. —Murmuré.
Luego salí de la cama, y me dirigí a la tina del jacuzzi, que estaba a un

costado de la cama, a nivel del suelo, pero lo suficientemente expuesta. Joel


solo se sonrió, comprendiendo mi acto. Mientras él se dirigía a la puerta, yo
me inclinaba y abría la llave del agua, abriendo mis nalgas
desvergonzadamente, exhibiendo el culo y la vagina. Joel abrió la puerta,

afortunadamente era un hombre que rondaba los cincuenta; mi amigo le


indicó que dejara la charola sobre la mesa, y no tardó en encontrarme con la
mirada. Yo lo veía por el espejo, fingiendo que regulaba el agua, mientras

paraba más las nalgas y las contoneaba. Nunca me quitó la mirada del culo,
ni cuando Joel le pagó. Cuando se retiró el empleado, mi amigo/amante me
sonrió.

—¿Te gusta exhibirte?


—No lo sabía, hasta que Javi me exhibió de una manera similar. Me
excitó mucho.

Lo que jamás me esperé, fue que Joel también se excitara de esa


manera. Me colocó como estaba cuando entró aquel hombre, y me empezó
a coger duramente de perrito, junto a la tina. Podría jurar que su verga
creció un par de centímetros más, y de la dureza ni hablar. Me daba casi con
furia, hasta que me hizo correrme de nuevo. No dejó de embestir, hasta que
sintió que iba a terminar. Se puso de pie e hizo que me hincara frente a él.

—Abre la boca, abre… —Pudo apenas decir.


Obedecí y la abrí ampliamente, finalmente, esta vez, todos los chorros
de semen fueron a parar al interior de mi boca. Exprimió su pene hasta que
la última gota cayó sobre mi lengua, se apresuró para coger mi móvil del

buró y empezó a grabar mi rostro. Yo mantenía la boca bien abierta, y


mostraba la leche sobre mi lengua, intentando sonreír.
—Un regalo para tu esposo. —Dijo, para que quedara grabada su voz.

Entonces, abriendo más la boca, y mostrando todo el semen, me lo


tragué, completito. Volví a abrir la boca para mostrarla vacía a la cámara y
dejé escapar una fuerte risa y un beso. Joel giró un poco la cámara, e hizo

que me tragara también, los gruesos hilos que le escurrían de la punta del
pene, hasta la última gota, y al fin, paró la grabación.
Llegué a casa un poco antes de le medianoche; los niños ya estaban

dormidos, y Javi estaba en nuestra habitación, viendo una serie de Netflix,


tratando de esconder infructuosamente su ansiedad por conocer la historia.
—¡¿Cómo te fue?!. ¡¿cómo te fue?!
—¡Simplemente maravilloso!

—¿Y pudiste grabar algo? —Preguntó con cierta timidez.


—No, mi amor, me distraía. —Mentí.
Noté algo de consternación en su rostro.
—No importa, mi vida, ya será en otra. —Comentó, resignado. —Pero,

cuéntame, quiero saber cada detalle. —Se había restablecido una parte de su
ánimo.
—Deja ducharme y ponerme cómoda, para contarte sin tanto semen

encima. —Bromeé.
Cuando salí del baño, estaba recostado en la cama, a leguas se podía
percibir su ansiedad. A propósito, aplazaba el relato, volví a encender la tv

y cogí mi móvil.
—Mira, todo empezó así.
Fingí que le iba empezar a contar, pero en lugar de esto, empecé a

reproducir los videos en la enorme pantalla. Tardó un par de segundos en


percatarse, pero cuando lo hizo, se quedó con la boca abierta y la verga bien
parada. Yo no había visto el par de videos, y hacerlo, me excitó de nuevo.
De Javi ni hablar, tuvo una erección tan dura, que me dio por donde quiso, y

cuanto quiso, volviéndome a llenar todos los orificios de leche, algo a lo


que ya le estaba tomando cierta adicción.
Finalmente, Sacha, te cuento que Joel y yo seguimos trabajando juntos.

Nuestra relación no ha afectado en lo más mínimo a nuestro desempeño en


el trabajo, porque esto es algo que hemos respetado, de vez en cuando nos
damos una escapada, siempre, con el conocimiento y consentimiento de
Javi; y no te cuento acerca de los viajes de trabajo que hacemos juntos, ahí

es donde realmente damos rienda suelta a toda nuestra sexualidad.

III. Charlie.
Mi esposa murió durante la pandemia; nunca pudimos tener hijos. Se
ha de comprender la profundidad de la depresión en que me sumergí, no

obstante, no estoy tratando de justificar cualquier acto que haya sucedido.


Soy Carlos, tengo cuarenta y tres años, y soy profesional de la
informática. Después del fallecimiento de mi amada esposa, perdí todo

interés en la vida y fui despedido de la compañía para la que trabajaba.


Durante el último remanente de la pandemia, logré colocarme en una
compañía emergente de grandes aspiraciones. Me contrataron justo al inicio

de operaciones, previniendo un rápido y abundante crecimiento. Los


propietarios eran de otra ciudad, y en ella tenían sus principales oficinas,
donde, además, administraban otros negocios de diversas índoles.
Habíamos arrancado con algunas sucursales de atención a clientes, con

la intención de multiplicarlas en el corto plazo. Muy pronto, la carga de


trabajo me rebasó, teniendo que empezar a contratar algunos asistentes para
diferentes áreas, como recursos humanos, administración y almacén.

Al principio, los socios accionistas acudían frecuentemente a nuestras


oficinas locales, después, me gané su confianza y sus visitas se volvieron
muy esporádicas. Por mi parte, viajaba continuamente a las oficinas

centrales, para tratar variados asuntos. Mis constantes ausencias me


orillaron a contratar a una asistente de amplia visión, que me cubriera la
espalda cuando yo no estaba, y a quien iría promoviendo, conforme yo
mismo avanzara.

De todos los candidatos, quien mayormente cumplió con mis


expectativas, fue una chica de veinte años, que estaba por terminar su
carrera de ingeniería industrial. Se trataba de la típica nerd, muy flaquita y

con lentes de aumento; era demasiado inteligente y, en sus exámenes,


demostró grandes capacidades de adaptación y aprendizaje. Solo tenía una
particularidad, era muy gruñona, de lo cual me percaté después de haberla

contratado. Su nombre es Giselle, y solía llamarla Gis… O mi flaquita.


La oficina regional era muy pequeña. Estaba en el centro de la ciudad,
y apenas daba cabida a no más de diez empleados. La operación importante

se daba en las sucursales, que, en el transcurso de cinco o seis meses,


sumaban la veintena, llegando a contar con más de sesenta trabajadores en
total.

No sé si fue por el reto de emprender una nueva compañía, o debido


que las contrataciones de las personas que formaban mi círculo más cercano
eran muy jóvenes, el asunto, es que los rastros de mi depresión iban
desapareciendo.

La misma diferencia de edad, provocaba que ninguno de los empleados


se dirigiera a mí con entera confianza, solo Gis lo hacía; así mismo, su
carácter gruñón la aislaba del resto. Sin pretenderlo, poco a poco fuimos

fortaleciendo nuestra relación. Siempre comíamos juntos, la mayor parte de


las veces solos, sin embargo, en ocasiones nos acompañaban uno o dos de
los otros.

Creo que la conocí muy bien, es más, podría asegurar que, hasta esa
época, yo fui la persona que mejor la conoció. Provenía de una familia muy
unida y alegre, de sólidos valores morales, aunque nunca los conocí

personalmente. Tenía un grupo muy reducido de fieles amigos, con los que
se reunía a menudo, y de los cuales, solo conocí a un par. Su prioridad,
después de su familia, era su carrera, la cual casi terminaba.
Ella no buscaba el amor, actuaba como si tuviera la certeza de que éste

la alcanzaría, justo en el momento adecuado; no llevaba prisa, algo que


resultaba bastante singular, tratándose de una chica de veinte años.
Estaba seguro de que no la veía de otra forma, que no fuera una

excelente profesional, así como una agradable compañía; seguridad que se


derrumbó un día, cuando regresaba de una de las sucursales, y me encontré
con que un chico, que trabajaba en otra sucursal, estaba sentado sobre su
escritorio, llevando lo que parecía ser una amena charla. Para mí era muy

raro verla sonreír… De hecho, era muy raro que cualquiera la viera
haciéndolo, por lo que quedé un tanto desconcertado al primer impacto.
—Buenas tardes. —Me saludó el chico muy sonriente.

—Bájate de ahí. —Respondí bruscamente.


—Perdón, perdón, de hecho, ya me voy, solo vine a dejar este sobre.
—Qué te vaya bien. —Me pasé de largo a mi oficina.

Cuando se retiró, Gis se dirigió rápidamente a mi despacho, y desde la


puerta me protestó.
—¡Fue muy grosero con él!

Me quedé sentado sin decirle nada, lanzándole mi mirada más


intimidatoria, la cual no funcionó.
—Debería disculparse.
—Ja, ja, ja, qué disculpa ni qué nada. No lo quiero volver a ver aquí,
¿quedó claro?
La mirada de ella, en cambio, sí me intimidó.
—¿Quedó claro? —Repetí.

—Sí… ¿Es todo?


—Tú fuiste la que vino a mi lugar… Y no es todo. No quiero que te
vea, ni aquí, ni fuera de aquí.

—¡Tú no me mandas! —Era la primera vez que me tuteaba y tuvo que


elegir ese momento.
—Le dices tú, o le digo yo. Tú decides.

Aunque la puerta estaba abierta antes de que se acercara, la tomó del


pomo y le dio un estruendoso cerrón, mientras hacía un gesto de enfado.
Primero me enojé mucho; luego me dio mucha risa; finalmente, comprendí

que me había puesto celoso, sin tener ningún derecho.


Su lugar estaba a unos cuantos pasos de mi privado; salí y me
aproximé. Estaba trabajando en su ordenador y unas gruesas lágrimas

cruzaban sus mejillas. Siempre que teníamos que hablar en su lugar, lo


hacía desde la parte frontal de su escritorio, pero esta vez, me acerqué por
un lado y me hinqué, pero no de una forma indigna, sino para buscar más
intimidad. Le pasé la mano por el hombro y acerqué un poco su cabeza.

—Perdóname, Gis. Fui muy grosero contigo.


Se quitó los lentes y se secó las lágrimas con las mangas de su blusa,
pero, al parecer, éstas destaparon un chorro más grande, ya que empezó a
llorar entre sollozos. La abracé de costado y recargué mi barbilla en su

hombro; no sabía cómo consolarla. Se giró un poco y me abrazó de frente,


sin dejar de llorar. Cuando se calmó un poco, acercó su boca a mi oído.
—Perdóname tú.

—No tengo nada que perdonarte, flaquita.


—Le di un cerrón a tu puerta.
—No te preocupes… ¿Me perdonas?

—Sí, ¿me perdonas tú?


—Sí.
Besé su mejilla, sequé su rostro con la manga de mi camisa y

sonreímos. Esa fue nuestra primera discusión.


Veintitrés años le llevaba… Le llevo aún. Has de comprender, Sacha,
que no era, para nada, una sencilla situación. Sobra decir que, a partir de
aquel momento, ninguno de los dos, volvió a ver al otro de la misma forma.

En adelante, cuando llegaba algún chico a dejar algún encargo, ella los
despachaba rápido de regreso, y por ningún motivo, permitía que se
sentaran sobre su escritorio, o que rebasaran los límites de su espacio

personal.
Los meses transcurrieron y se graduó, por lo que le regalé un bonito
reloj. Luego estábamos en vísperas de navidad, y organizamos la fiesta

regional en un lujoso restaurante. Acudirían alrededor de setenta personas y


sortearíamos regalos. Un día, faltando un poco más de una semana, fuimos
a comer a un centro comercial, y luego recorrimos las tiendas. No me pasó

inadvertido que se detuvo frente a un escaparate a ver un lindo vestido.


—¿Te gusta?
—Para la fiesta de navidad, ¿cómo ves?

—Me encanta.
—El fin de semana vendré con mis amigas a comprarlo. —Dijo, con
ilusión.

—Vamos, pruébatelo de una vez.


Dudó un momento y entramos; lo pidió a la dependienta y fuimos a los
vestidores; cuando salió, simplemente me quedé maravillado. Nunca la
había visto con ropa que no fueran pantalones y blusas de vestir; lucía

hermosa. A ella le encantó también; cuando entró al vestidor para


cambiarse, lo pagué. No tienes idea de lo que batallamos la vendedora y yo,
para que lo aceptase.

Ya de salida, después de pasar frente a una tienda de ropa para


hombres, me hizo que nos regresáramos para ver una camisa; era casual
pero elegante, en verdad me gustó.
—¡Vamos!, pruébatela.

Entramos y la pedimos en mi talla, preguntamos por los probadores y


nos dirigimos al fondo de la tienda. Lo que nunca esperé, fue que ella se
internara junto conmigo hasta el interior. Me quedé un poco pasmado.

—¡Anda!, ¡pruébatela!
Mientras yo desabotonaba la camisa que traía, ella hacía lo mismo con
la otra. Quedé con mi torso desnudo, y no pude dejar de notar cómo me

miró detenidamente, antes de pasarme la nueva. Me la puse, y con sus


manos me arregló el cuello y estiró un poco las mangas.
—¡Listo! Te queda muy bien. —Dijo, contenta.
Al salir, ella se adelantó a la caja, con su tarjeta ya en mano; apenas iba

a reclamar, y poniéndose el índice sobre los labios, me hizo callar, sin decir
nada.
Así era ella… No sé si aún lo sea.

Llegó la fiesta de navidad, casi todos vestían sus mejores galas; mi


flaquita destacó bastante, sobre todo, porque como yo, nadie la había
apreciado con vestido. Lucía hermosa.

Habían venido algunos de los socios y de vez en cuando, me detenían


para conversar, aunque disimuladamente no dejaba de buscar a Gis, por lo
que pude darme cuenta, de que ya se había tomado algunos tragos;

aparentemente se la estaba pasando bien.


Antes de la media noche, los directivos foráneos se retiraron y salí con
ellos para despedirlos. Cuando volví, lo primero que buscaron mis ojos, fue
a “mi chica”, y lo que descubrí, me botó el tapón de la cordura. Ella estaba

en el mismo lugar, solo que las personas que había tenido a sus lados toda la
noche, se habían movido a otras sillas de la misma mesa, dejando ambos
sitios para el muchacho aquel que había tratado mal meses atrás, y a un

amigo de éste. Ambos se turnaban para hablarle al oído, mientras ella se


sonrojaba y reía; obviamente ya se había pasado de copas.
—Giselle, te llevo a tu casa.
—Todavía no, por favor. —Respondió, arrastrando las palabras.

—No pregunté, dije que ya te llevo a tu casa.


—¡Tú no me mandas!
—Estás borracha, no me hagas esto.

—¡Tú no la mandas! —Se atrevió a decirme el tipo ese, mientras se


intentó parar para retarme.
Antes de que el chico se pusiera de pie completamente, con un brusco

apretón en el interior de la clavícula, lo devolví dolorosamente al asiento. El


otro muchacho se paró y puso tierra de por medio, ya que aparte de ser el
jefe de todos ellos, sabían que yo también tenía un carácter de la chingada.

—Aquí no soy tu jefe. —Murmuré a su oído, sin dejar de sumir mi


pulgar. —Por lo que te puedo partir la madre, y te aseguro que nadie de los
que está aquí, va a decir nada.
Lo solté y se frotó la adolorida clavícula, luego se retiró

silenciosamente. Gis estaba más sorprendida que enojada, y me siguió


mansamente. Al salir, el golpe de aire frío la abofeteó con un fuerte mareo,
y se detuvo indecisa antes de las escalinatas.

—No puedo bajar. —Volvió a arrastrar cada sílaba,


La cargué en brazos y descendí los escalones, luego me dirigí al
estacionamiento.
—Nunca te habías emborrachado, ¿verdad? —Dije, al llegar a mi auto.

—Nunca. —Respondió, con una ligera sonrisa y los ojos entrecerrados.


La ayudé a subir y nos marchamos, esperando que se recuperara un
poco antes de llegar a su casa. Una esquina antes, me detuve para

examinarla. Tenía los ojos cerrados y al sentir que me acercaba, recargó su


cabeza en mi pecho. La enderecé un poco para ver su rostro y cerciorarme;
abrió los ojos y me brindó la más hermosa de las sonrisas que había visto en

mi vida. La abracé, juntando nuestras mejillas, y ella correspondió. Un


momento después, besé su mejilla y poco a poco me acerqué a sus labios,
pero me detuve, no la besé. Volvió a sonreír y se separó de mí, recargando

su cabeza en la ventanilla de su lado. No podía creerlo, se quedó dormida.


—Te amo, Giselle. —Murmuré.
Esperé una media hora, solo admirándola, luego la desperté.
—¿Qué van a decir tus papás por verte así?

—No van a decir nada. —Respondió con los ojos cerrados, ya sin
arrastrar las palabras. —Hoy duermen en la casa de mis abuelos.
Eso me dio la tranquilidad suficiente; fuimos a su casa y la ayudé a
salir, confirmando que estaba mejor, y esperé a que entrara.

—Hasta mañana. —Me dijo, dándome un beso en la mejilla. —Gracias


por eso.
Nunca supe a que se refería.

El día siguiente fue una fecha inolvidable. Solíamos llegar mucho antes
que los demás, pero como había sido la fiesta una noche anterior, les había
permitido llegar hasta mediodía. Pensé que ella también llegaría tarde, así

que me resigné a estar solo toda la mañana. Pero cual sería mi sorpresa, mi
hermosa flaquita llegó temprano.
Imaginé que cuando la viera, la iba a encontrar seria, o hasta un poco

apenada, pero fue todo lo contrario, entró con su radiante sonrisa. Yo estaba
poniendo la cafetera y se aproximó a mí; dejé lo que traía en las manos y mi
sorpresa creció cuando fui favorecido con un fuerte abrazo. La correspondí
apretándola igual, luego se separó un poco, y me miró con esa sonrisa que

me sigue quitando el sueño, aún hoy, que ya pasaron años.


—Yo también te amo. —Dijo.
Entonces, nos dimos el primer beso.
—Me he pasado toda la noche planeando como te lo diría, pero se me
olvidó. —Nos reímos por su comentario.
—Entonces, ¿me escuchaste?
—Todo; también vi cómo me respetaste y no te propasaste, teniendo la

oportunidad. Seguramente nos hubiéramos besado, y no sé qué más, pero


no hubiera sido lo mismo.
No nos separábamos, nos fuimos a mi privado y me senté en el sillón,

trayéndola a mis piernas. Yo le rodeaba la cintura con los brazos y ella a mí


el cuello. Conversábamos y reíamos, olvidándonos de todo. Nos besábamos
apasionadamente y, poco a poco, la pequeña brasa que aún quedaba en mi

interior, brotó en una pequeña llama. Empecé a besar su cuello; ella cerraba
los ojos y respiraba agitadamente. Desabroché su blusa e hice a un lado su
sostén, liberando esas pequeñas y hermosas tetitas. Besé y mordí sus

pezones, escuchando por primera vez sus gemidos. Llevé la mano hasta su
vientre e intenté deslizarla al interior de sus pantalones, pero estaban muy
ajustados, así que se los desabroché, pudiendo entrar con más libertad.
—¿Qué es esto? —Preguntó con tono travieso.

—¿Qué cosa? —Pregunté entre jadeos, sin dejar de morder sus


pezones, ni dejar de estimular su clítoris con la mano.
—Esto. —Dijo, dando un ligero sentón.

—Ah, eso. —Te mostraré.


Algo debió activarse en su cerebro, porque de inmediato reaccionó.
—Amor, no quiero que me penetres.
—Jamás haré algo que no quieras, o que no me pidas expresamente.

Entonces, me levanté de la silla, la cargué por la cintura, y la senté


sobre mi escritorio y le quité la blusa, dejando solo el sostén aflojado y las
tetas expuestas. Posteriormente la acosté a lo largo y saqué sus pantalones,

junto con sus bragas. Acerqué una silla, me senté, levanté sus piernas y las
separé, para descubrir aquella hermosa y húmeda vagina. Me entregué
totalmente al placer de lamerla y disfrutar su delicioso sabor. Lamía y

succionaba su clítoris, y mordisqueaba sus labios, luego insertaba mi lengua


hasta el fondo, enajenándome con sus melodiosos gemidos. Ella se
arqueaba y gozaba realmente de aquellas caricias, pidiendo más con la

ondulación de sus caderas.


Se sostuvo las corvas y se separó totalmente las piernas,
permitiéndome introducirle la totalidad de mi lengua, finalmente, me tomó
por la nuca con las dos manos, y me apretó contra su vagina, hasta que un

fantástico orgasmo, llegó junto con escandalosos gritos.


Al separarme, pude ver como su vagina pulsaba, como en la réplica de
un terremoto. Ella se quedó muy quieta, con los ojos cerrados, y yo recosté

mi cabeza sobre su vientre, acariciando su cadera, mientras ella descansaba


los pies, sobre los descansabrazos del sillón.
Después de un par de minutos, sin moverse, ni cambiarse de posición,
me dijo:

—Ven.
Me levanté, me tomó la mano y me guio hasta un costado del
escritorio, a la altura de su cabeza. Intentó desabrochar mi pantalón, pero no

pudo, así que lo hice yo mismo. Agarró mi pene y me estiró hasta ella,
luego se lo llevó a la boca y empezó a chupármelo. Lo hizo que se
agrandara al máximo, y luego comenzó a mecer la cabeza delicadamente,

primero, luego más duro, hasta que alcanzaba su garganta.


Ante mis primeros gemidos volvió a reaccionar; levantó sus pies, que
habían estado apoyados en el sillón, y separó las piernas, con las rodillas
dobladas, mostrándome nuevamente su deliciosa vagina; así, mientras ella

continuaba meneando la cabeza para llenarse la boca de verga, con mi mano


volví a tocar su vagina, frotando su clítoris, y estimulando sus labios. Yo ya
estaba a punto de terminar, así que le introduje un par de dedos y fue

cuando enloqueció. Me empezó a mamar con auténtica violencia, al tiempo


que yo le metía y sacaba los dedos en la vagina. Ella iba a llegar primero, se
sacó el pene de la boca y empezó a jalarlo con fuerza; yo no dejaba de

estimularla con la mano, hasta que entre escandalosos gritos, estaba


alcanzando su clímax, y un par de segundos después de seguir
masturbándome, mientras yo extendía su orgasmo, los chorros de semen

que eyaculaba, caían sobre la mejilla, pelo y oreja que estaban de ese lado.
Durante meses, nuestros encuentros se concretaron a partir de la hora
de salida, cuando todos se retiraban. Habíamos hecho una especie de pacto,

en el que, un día uno le proporcionaba placer al otro, y al día siguiente a la


inversa, así que era muy común que llegáramos a la oficina y nos dijéramos
con una enorme sonrisa.

—¡Hoy me toca!
Pero nada dura para siempre, mucho menos lo que nos resulta bello. De
alguna manera, los chismes empezaron a afectarnos; sabíamos que hablaban
de nosotros, incluso, hubo personas que, por separado, nos preguntaban

directamente si manteníamos una relación. Más tarde me enteré, que la


mayor parte de las críticas estaban dirigidas hacia la gran diferencia de
edades. Comprenderás que asumí toda la culpa, ¿cómo había sido posible

que sedujera a una jovencita?


Un día, descubrí que aquella niña flaquita que había entrevistado, ya
había desarrollado pechos y caderas, adquiriendo una hermosa figura. Fue

el primer paso al remordimiento, ya que eso debió pasar con alguien de su


edad. Al mismo tiempo, supuse que a ella también le afectaron las
habladurías, ya que empezó a mostrarse distante.

El socio mayoritario me llamó una tarde.


—Charlie, vamos a iniciar operaciones en otro estado y hemos pensado
en replicar el modelo que implementaron ustedes, ¿nos pueden apoyar por
un par de semanas?

Percibí esa invitación como una doble alternativa. La primera, era


llevarme a Gis por ese tiempo, y tratar de salvar nuestra relación; la
segunda, dado el aprecio que me tenían los propietarios, era un hecho que,
si les pedía mi cambio a otra plaza, me lo darían sin dudar, teniendo la

oportunidad de establecer una relación lejos de las personas que nos


conocían.
—Nos están pidiendo apoyo para iniciar operaciones en otro estado,

¿crees que me puedas acompañar?


—¡Por supuesto!
Partimos, y con todo el profesionalismo que ambos teníamos,

apoyamos al equipo local para obtener un arranque exitoso. No lo comenté,


pero en el aspecto laboral, éramos algo más que buenos empleados, ya que
logramos un crecimiento muy por arriba de lo que los socios habían

pronosticado, de ahí la deferencia hacia nosotros.


Durante esas dos semanas, estábamos ocupando dos cuartos separados,
en el hotel donde nos hospedábamos, sin embargo, cada noche nos

reuníamos en su habitación, para pasar las horas brindándonos placer, de la


forma que ya te conté. Por las mañanas, me iba a mi cuarto para bañarme e
iniciar el nuevo día.

Durante una fiesta organizada por uno de los dueños, en su propia casa,
se me acercó el socio principal, que era con el que tenía mayor confianza:
—¿Y qué tal tu luna de miel? —Preguntó, mientras me guiñaba un ojo.
—Tremendo culo te estás desayunando.

Al decir esto, señaló con el mentón a mi Gis, que conversaba en el


jardín, con la señora de la casa. Jamás dejé de ver a mi nena como aquella
flaquita, y este cabrón vino a recordarme, que hiciera lo que hiciera, y fuera

a donde fuera, las personas jamás dejarían de percibirnos de esta manera.


En ese momento, tomé la peor decisión de mi vida.
La siguiente, era nuestra última noche en la ciudad. Como cada vez,

después de cenar y ducharnos, me dirigí a su cuarto; me esperaba una


sorpresa. Yo tenía llave de su habitación y ella de la mía, así que nos
visitábamos sin tocar la puerta. Ella ya sabía que llegaría, lo que yo no

sabía, era que ella había acudido a una tienda de lencería. Es lo más
hermoso que he visto; estaba recostada de lado, tenía la boca entreabierta y
una mirada que solo expresaba deseo. El traje dejaba ver sus pezones, y por
el espejo, podía apreciar sus lindas nalgas, divididas por una sensual tanga

azul.
Me desvestí y fui tras ella. Nos besamos con mucha pasión, como
nunca antes. Besé su cuello, sus orejas, su espalda; toda sabía a miel. No

quería desvestirla, me enloquecía mirarla de esa forma. Así que liberé sus
tetas y me las comí, con el hambre de siempre. Esta vez, sus gemidos me
recordaron a los primeros que le había arrancado. Me fui deslizando,

besando su estómago y luego su vientre; ella jadeaba de una forma


diferente, podía sentirlo. Llegué a su pubis, hice a un lado el hilo de la
tanga, y sumergí toda mi lengua en su vagina, entonces gritó; estaba

demasiado sensible, lo que me excitaba aún más. Ella arqueaba la espalda y


jadeaba, mientas levantaba la pelvis para que mi lengua se sumergiera toda,
entre sus piernas. Era tanta su sensibilidad, que pronto me tomó por la nuca

para hacerme beber de su orgasmo, en medio de sus escandalosos gritos.


Cuando dejó de convulsionarse, porque era eso lo que hacía, me atrajo
hacia ella.

—Sentí mucho, mi amor, más que nunca.


Nos besamos otra vez; yo traía la verga bien parada y ella empezó a
manipularla. Sola se inclinó y empezó a mamármela, como solo ella podía.
Mirarla por el espejo me excitaba más, porque nunca la había visto con

lencería; esto me provocó y sin sacar el pene de su boca, me giré, quedando


frente a su vagina, haciendo el más delicioso de los sesenta y nueves.
Ambos mecíamos la cabeza, sin embargo, a mí me calentaba bastante
escuchar sus gemidos apagados por lo que tenía en la boca. Entonces, en

una perfecta muestra de nuestra sincronía, por primera vez, nos corrimos al
mismo tiempo. Bajamos el ritmo en el movimiento de nuestras caderas,
hasta que nos quedamos inmóviles.

Me temblaban las piernas, y como pude, me giré de nuevo, para


recostarme a su lado. La observé detenidamente, su pecho, su rostro, su
pelo, y ella notó mi expresión de asombro.

—Me lo tragué. —Dijo con una sonrisa.


Nos dormimos, saldríamos al aeropuerto al mediodía siguiente, así que
no llevábamos prisa. No sentí cuando se levantó; cuando yo desperté,

acababa de ducharse y estaba totalmente desnuda frente al espejo del baño,


aplicándose alguna crema. Simplemente no lo pude resistir. Me acerqué
silenciosamente y me hinqué detrás de ella; se sorprendió, pero al ver mis
intenciones, recargó las manos sobre el lavabo y paró las nalgas; se las

separé y comencé a lamer su ano, primero lentamente, después con fuerza,


haciendo que mi lengua le entrara hasta el fondo. Ella se mecía y gemía,
pidiéndome más y más. La incliné un poco y empecé a lamer su vagina,

luego intercalaba entre culo y concha.


—Cógeme. —Murmuró entre jadeos.
Yo no había escuchado bien, así que me separé y busqué su mirada en

el reflejo del espejo.


—Cógeme. —Repitió, esta vez más alto.
Me puse de pie y ella apoyó los codos en el lavabo, ofreciéndome las
nalgas. No lo dudé, era la primera vez que la iba a penetrar, y suavemente,

introduje mi pene en su lubricada vagina. Soltó uno de sus escandalosos


gritos de placer, que no hizo más que aumentar mi excitación. Empecé a
bombear cada vez con mayor intensidad, en una perfecta sincronización de

nuestros cuerpos. Yo miraba su rostro por el espejo, y ella el mío; verla


morderse los labios, provocaba que me calentara más y arreciara con mis
embestidas. Sus jadeos, gemidos y gritos, seguramente eran escuchados en

los cuartos vecinos, lo cual no nos importó.


Me separé, la volteé hacia mí y la cargué de la cintura; la senté sobre el
lavabo y volví a insertarle el pene hasta el fondo, mientras ella recargaba
sus brazos en mis hombros. Nos mecíamos como uno solo, y otra vez, como

uno solo, volvimos a alcanzar el orgasmo al mismo tiempo. Esa fue la


segunda y última vez que lo logramos… De hecho, esa fue la primera y
última vez que hicimos el amor, porque yo realmente la amaba.

Me Salí de ella, dejando su vagina llena de mi semen, que lentamente


se deslizaba por sus muslos. Nuevamente nos fundimos en un apasionado
beso, sin saber que esa era nuestra despedida.

Cuando volvimos, la ola de murmullos se había vuelto un tsunami.


Incluso llegó a recibir insultos directos, lo cual mermó bastante su
desempeño, pero más importante aún, su autoestima. Yo ya lo había
decidido cuando aquel socio me mencionara eso; así que logré, para su

provecho, conseguirle una beneficiosa liquidación, para que se retirara sin


apuro por conseguir otro empleo. Por mi parte, renuncié, sin hacer caso a
las jugosas propuestas que me hicieron los socios.

Permanecimos en contacto por un tiempo, luego me enteré que se casó


con un hombre mayor, aunque sin una escandalosa diferencia de edades.
Hace unos meses, la contacté con la única finalidad de cerrar ese círculo. Le
dije que había sido muy afortunada de encontrar a su gran amor, pero más

afortunada por no haber permitido que yo le desgraciara la vida.


¿Sabes, Sacha? Aún la extraño mucho.
AVISO IMPORTANTE

La sexualidad es una infinidad de opciones, decisiones, gustos y


demás, por ello es que considero importante advertir a los lectores, que las

dos próximas anécdotas, contienen escenas que pudieran herir alguna


susceptibilidad, dado que se trata de encuentros, con la participación de
más que solo una pareja.
IIII. Tamara
Hola Sacha, lo que te voy a contar, ocurrió en mi lugar de trabajo
actual, que es la empresa donde te conocí. No fue en el domicilio de la
compañía, más bien, fue durante la pandemia, cuando la mayoría del mundo

estábamos confinados en nuestros hogares, haciendo, los que podíamos,


trabajo a distancia. Me parece que, por la naturaleza de tu libro, mi historia
podría resultarte interesante, ya que todo lo que sucedió, fue en mi horario

de trabajo, durante uno de los momentos más difíciles a nivel mundial de


los últimos tiempos.
Iniciaba el confinamiento, a mis cuarenta y más o menos, el encierro,

no era precisamente algo que me abrumara. Trabajo en una cadena


internacional de restaurantes, y soy gerente de una de las seis zonas, dentro
del área metropolitana de la ciudad donde resido.

Mi empleo consiste, como ya sabes, en coordinar y administrar la


operación de todos los restaurantes que estén en mi cuadrante; en época
normal, esto sería mediante constantes visitas a cada uno, sin embargo, ante
esta inesperada contingencia, las reglas cambiaron. En principio, todas las
sucursales fueron cerradas totalmente en forma provisional, y nuestra
historia, es precisamente en esta etapa.
Mi esposo Mike, de mí misma edad, proporcionaba mantenimiento a

las redes de datos en la compañía para la que todavía trabaja, así que sus
actividades, exigían, no solo su presencia en las diferentes oficinas, e
incluso en algunas foráneas, sino que, durante los primeros meses de la

pandemia, se vio obligado a cumplir con jornadas largas y pesadas.


Por otro lado, nuestras dos hijas, ya se habían independizado; la mayor
estaba casada y se había mudado a otro estado; y la menor, estudiaba una

maestría en el extranjero. Por ello es que nuestra casa, era muy cómoda para
el trabajo remoto.
Volviendo a mi empleo; debíamos analizar e implementar un plan de

emergencia, ya que, si nos manteníamos así, seguramente perderíamos


nuestra fuente de empleo, y de otros miles de personas más.
Diseñar un plan no era el problema, el verdadero reto, sería
documentarlo e implementarlo al mismo tiempo en todas las sucursales, no

obstante, las dichosas reuniones vía zoom, no eran lo suficientemente


eficaces, y solo nos retrasábamos con discusiones insustanciales, sin contar
con la deficiente conexión entre ordenadores.

Estar en casa no me molestaba, lo que realmente me desesperaba, era el


poco avance que se lograba, y esto repercutió hasta las oficinas centrales en
Estados Unidos.
Una mañana, los otros cinco gerentes de zona y yo, recibimos un

mensaje de WhatsApp urgente, en el que nos “invitaban” a una


videoconferencia. Afortunadamente, aunque no vestía formal, estaba
presentable, así que me ahorré un cambio de ropa. Nuestro gerente regional,

el mismo que nos había enviado el mensaje urgente, organizó la reunión


virtual, asegurándose de conectarse primero con nosotros.
—Buenos días, Tamara; buenos días caballeros. —Éramos cinco

hombres y solo yo, de mujer. —No es necesario recordarles la seriedad de


esta situación, tanta, que el director para Latinoamérica, nos ha solicitado
llevar a cabo esta junta, así que, por favor, hagan su mejor esfuerzo.

Cuando salió el señor gringo en la pantalla, todos nos movimos


incómodos en nuestros asientos; el tipo estaba obviamente en su casa ¡y
usaba traje! Por nuestra parte, todos, incluyendo a nuestro jefe, vestíamos
casual.

La reunión fue en inglés y empezó calmada, sin embargo, conforme fue


avanzando, el rostro de aquel hombre comenzó a transformarse: primero su
color, que se tornó casi en un rojo escarlata; luego su ceño, que, de fruncirse

más, hubiera parecido un shar pei; por último, el tono de su voz.


En pocas palabras, lo que el jefe de mi jefe quería, era que lanzásemos
el plan emergente para el viernes, o sea, teníamos tres días hábiles para
concluirlo. El shar pei sufrió una nueva metamorfosis, recuperó su color

habitual, se planchó la frente, y nos habló con calma, solo para felicitarnos
y despedirse.
—Chinga tu madre. —Dije, cuando se desconectó.

Todos se rieron, hasta mi jefe.


—Bien, ya escucharon, tienen hasta el viernes para entregar la nueva
carpeta.

—¿Tienen? —Preguntó Paco.


—Tendré que salir de la ciudad, me exigieron presencia en los estados
vecinos.

—¿Y no nos vas a ayudar?, ¿ni de lejos? —Preguntó Julio. —Se nos
está complicando mucho ponernos de acuerdo en el zoom.
—Olvidé decirles, deberán reunirse para trabajar.
Todos empezamos a maldecir.

—¿Y está abierto el corporativo?


—Uy, creo que también olvidé decirles que nuestras oficinas no son
opción, ya que estaremos con el riesgo de ganarnos una enorme multa.

—Bien, pongámonos en chinga, vénganse a mi casa. —Se ofreció José


Luis.
Antes del mediodía, ya estábamos los seis reunidos en la casa de José

Luis. Su esposa también estaba trabajando a distancia, por lo que se encerró


en su recámara, para evitar nuestro barullo. Sus hijos gemelos, tomaban sus
clases desde la estancia de la tv; y nosotros, nos apropiamos del comedor,
donde apenas cabíamos.

El primer paso, era definir el plan de emergencia, que era lo que


haríamos ese día. Al día siguiente lo redactaríamos, y el viernes, lo
imprimiríamos y armaríamos en una carpeta para cada sucursal. Un

problema con el que no contamos, fue que en cuanto los gemelos


terminaron su turno en la escuela, se desataron, como si su segunda
responsabilidad, fuese la de entorpecer nuestra misión.
Por mucho que José Luis trató de calmarlos, y ante su negativa a

nuestra propuesta de que los drogásemos, tuvimos que continuar, luchando


por nuestro trabajo como verdaderos espartanos. Por cierto, la esposa de
José Luis, al solo escuchar a la maestra de los niños despidiéndose, cerró la

puerta de la alcoba con llave, para no ser interrumpida en su trabajo.


—Desgraciada. —Dije entre dientes, cuando se escuchó el cerrojo.
Todos rieron, hasta el dueño de la casa. No te he comentado esto,

Sacha, los chicos, a quienes llevaba entre doce y quince años, y yo, en
época normal, nos reuníamos una vez a la semana en el corporativo;
teníamos años de conocernos y habíamos desarrollado un fuerte lazo de

camaradería, llegando a llevarnos pesado, por lo que no era extraño que


maldijéramos, e incluso, nos dijéramos cosas en doble sentido. No obstante,
por puro sentido común, no nos comportábamos así frente a nuestras
parejas; como en este caso, en alguno de nuestros hogares.

El grupo estaba compuesto por José Luis, Paco, Julio, Roge y Alexis,
casi todos casados, Roge era divorciado y Julio vivía con su novia.
Como era de esperarse, nos llevamos todo el día, casi hasta la media

noche, para concluir la primera etapa.


—Mañana nos vemos a las ocho. —Nos dijo José Luis.
—Mhhh… Los invito mejor a mi casa…—Intervino Paco. —Para no
abusar.

—Por los niños, ¿verdad? —Preguntó José Luis.


—Por los niños. —Respondimos todos.
Un par de minutos después de que llegué a casa, llegó Mike, que, para

él, era habitual llegar a esa hora. Nos saludamos, charlamos sobre nuestros
respectivos días, y nos fuimos a dormir.
Paco no tenía hijos, su esposa era maestra y estaba en su primer

trimestre de embarazo. Igual que la esposa de José Luis, solo por ese día,
acondicionó una habitación como salón de clases virtuales, ya que
generalmente usaba el comedor.

Esa jornada nos tocaba redactar los manuales, mismos que iban
fluyendo satisfactoriamente… Hasta que la señora de la casa terminó el
turno de sus clases, y comenzó el turno de los achaques.
“Mi amor, ¿me traes un poco de agua porfis?”, “Cielo, ¿me traes

hielo?”, “Amor, me duelen los pies, tráeme por fa la pomada”. Y así, toda la
tarde.
—Mi amor. —Lo llamó por enésima vez. —No encuentro el control
remoto.

Roge fingió perder la paciencia y acercándose a Paco le dijo en voz


baja:
—Ve y cógetela otra vez, a ver si deja de joder.

Todos nos reímos con el mute activado; parecíamos un grupo de


muppets con alguna especie de ataque.
—No wey. —Rebatió Alexis. —Precisamente por cogérsela se cree con

derecho de esclavizarlo.
El ataque de risa muda previo, se volvió a desatar, incluyendo a Paco.
—Como serán pendejos. —Expresé. —¿Saben qué?, mañana nos

veremos en mi casa.
Otra vez llegué a casa antes de la media noche, aunque Mike había
llegado un momento antes.

—Les he dicho a los compañeros que mañana nos reuniremos aquí.


—Sin problema, cielo, ¿qué van a hacer?
—Ya tenemos casi todo listo, solo nos falta imprimir y armar las
carpetas.
Mike se quedó pensando un momento.
—¿Y tienen impresoras?
—Pasarán por una en la mañana a la oficina; y por todo lo demás, ¿Por
qué?

—Mañana salgo del estado, aunque no creo llegar más tarde que estos
días.
Mi esposo salió desde las cinco de la mañana; ya que haría unas dos

horas de camino a una ciudad vecina. Como estaba en mi territorio, me


vestí con mayor comodidad; me puse un vestido suelto de tirantitos y unas
simples sandalias. A las ocho en punto fueron llegando.

Aunque fuera de una sola planta, nuestra casa era considerablemente


más amplia que las de mis compañeros, por lo que nos pudimos distribuir
cómodamente en la sala y el comedor adjunto. Conectamos la impresora en

una mesita, y colocamos todas las carpetas vacías sobre la mesa principal.
Solo para imprimir, nos íbamos a llevar, tal vez, la mañana entera. Antes de
las nueve, la impresora inició su larga misión.
Permanecíamos en silencio, cada quién inmerso en su lap top, o en su

móvil, seguramente revisando las redes sociales. Cuando llegaron, les había
indicado donde estaba la cocina y los baños, así mismo, que podía sentirse
libre de tomar lo que desearan de la nevera.

—Voy a la nevera, ¿quieren algo? —Preguntó Alexis.


Nadie aceptó por lo que entró a la cocina. Cuando venía de regreso, se
detuvo detrás de Paco, que era el que estaba más apartado, tan absorto como
cada uno de nosotros en su dispositivo.

—¿Qué estás mirando, enfermo? —Le cuestionó Alexis a Paco.


Éste solo sonrió, sin separar la vista de la pantalla de su móvil.
—¿Qué está viendo?, ¿qué está viendo? —Preguntamos.

—Está viendo puras mamadas. —Respondió Alexis. —Literalmente,


puras mamadas.
—A ver, a ver. —Dije.

Paco giró el celular para que lo pudiéramos ver; era un close up de una
chica que estaba chupando una polla.
—Necesito una de estas. —Volvió a girar el móvil. —¿De estas no

tienes en la nevera?
Todos nos reímos con libertad, no como en las casas de mis colegas.
Paco no quitaba la mirada de la escena.
—Hazme una mamada, Tamara. —Ni así dejó de mirar la pantalla.

—Eso es acoso, cabrón.


Haré una pausa a mi anécdota, Sacha, para contextualizar un poco. Yo
me sentía muy segura en mi hogar, ya que estaba en mi terreno. Cuando

Paco dijo eso, me di cuenta de dos cosas: Uno, realmente nos llevábamos
pesado, sin embargo, esa era la primera vez que alguno de ellos me hacía
una propuesta sexual, aunque fuera en broma; y dos, en ese momento, me
imaginé que lo hacía, y descubrí que no me desagradaría hacerlo. Este era el

momento de inflexión.
—Anda Tamarita, una chupadita.
—Vas y le dices a tu madre que te la de.

Todos se rieron.
—Paco. —Intervino Julio, imitando la voz del chavo del ocho. —¿A tú
mamá le gusta dar mamadas?

Las carcajadas nos atacaron de nuevo, y conforme cada uno se iba


calmando, volvía a su lap top o celular. Una media hora después, revisamos
las impresiones, no íbamos ni a la mitad. Julio iba a la cocina y aprovechó
para burlarse de Paco:

—Voy a la nevera, ¿quieres algo?


Nuevamente nos reímos, aunque no con tanta intensidad.
—Lo que quiero, solo Tamara me lo puede dar.

Me estaba tentando, tal vez si hubiéramos estado solos, y yo hubiera


tenido esa predisposición, se la hubiera mamado desde la primera vez que
me lo pidió. Pero no podía mostrar ni una pizca de ansiedad.

—Le hubieras dicho a tu esposa que te la chupara antes de venir.


—Desde que se embarazó no me lo ha hecho.
—Pobre. —Comentó José Luis.
Ya estaba muy excitada, y el esfuerzo que hacía por disimular me

empezaba a traicionar.
—Voy a pedir algo de comer. —Anunció Julio. —¿Por qué votan?
Paco me miró, fingiendo tristeza y dijo:

—Yo lo que quiero…


Entonces José Luis lo interrumpió:
—¡Ay ya!, ¡ya!, ¡ya mámasela Tamara, por favor!

Todos se rieron por la escena tan dramática, aunque la mía era más bien
por los nervios de que se me fuera a notar el deseo. Cuando nos calmamos,
Paco volvió al ataque.
—¿Ves Tamara?, ya se enojó José Luis por tu culpa.

¡Qué ganas tenía de hacerlo! Entonces, tuve un momento de


iluminación.
—Ay Paquito, si piensas que te la voy a mamar aquí frente a todos,

estás bien pendejo.


—No, aquí no, allá en el cuarto, si te da pena.
Todos sonrieron nerviosos, ya que había admitido de cierta forma que

estaba dispuesta a hacerlo, y esperaron ansiosos mi respuesta. El cuarto al


que se refería mi compañero, era el de una de mis hijas, y desde la sala, se
podía ver la puerta al final del pasillo.
—A ver. —Me levanté del sillón. —Si no lo hago vas a estar jodiendo
todo el día.
Todos se quedaron sentados, con su entera atención hacia mí,

incluyendo a Paco.
—¿No? —Hice el ademán de volverme a sentar, y Paco saltó de la
silla.

Lo conduje por el pasillo, pero no quería voltear hacia atrás.


Desde esa perspectiva, lo que ellos presenciaron fue a mí, conduciendo
a Paco hasta el cuarto; la puerta estaba orientada hacia la sala; pasando ésta,
hacia el lado derecho, está la pared que limita a la habitación, y hacia la

izquierda, está el interior de esa alcoba. Adentro, justo en la pared del lado
de la entrada, casi llegando a la puerta, está una cama. Lo hice que se parara
en el espacio entre la puerta y la cama, por lo que él quedó casi oculto de

las miradas; entonces me hinqué y desabroché su pantalón; finalmente, sin


mucho preámbulo, me llevé su verga a la boca.
Estaba ardiendo, tanto como yo. En ese momento comprendí que ya no

había vuelta atrás. La verdad es que estaba bastante excitada y no me


importaba mucho que me vieran. Los otros chicos se habían amontonado
para poder ver desde el inicio del pasillo, con celular en mano.

Desde su ángulo, solo me veían a mí, hincada, propinando tremenda


mamada a nuestro compañero de trabajo. Me lo metía y sacaba de la boca,
meneando la cabeza rítmicamente. En cierto momento, dado el silencio que
había en la sala, sin dejar de chupar, moví los ojos en esa dirección;

entonces vi a los cuatro totalmente embobados, mirándome, mientras uno


de ellos nos filmaba. Ese fue el verdadero momento en que todo se salió de
control. Hice que Paco quedara expuesto, para que nuestros amigos nos
vieran completamente, y aumente la intensidad de mis chupadas. Pronto, mi

colega empezó a jadear y me saqué el pene de la boca, para continuar con


mi mano, hasta que un gran chorro de semen se fue directo a mi barbilla, el
resto salió en todas direcciones, principalmente sobre la parte superior de

mi vestido.
Paco se dejó caer de espaldas sobre la cama, y yo me levanté. Estiré mi
vestido y me sequé la barbilla. Sabía que no había retorno, por ello, cuando

hacía como que iba a cambiarme y asearme. Me detuve frente al grupo.


—¿Alguien más va a querer? —Pregunté, como si aquello no me
hubiera dado pena, aunque ardientemente, deseaba hacérselo a todos. —

Díganme antes de que me cambie de ropa.


Entonces, como si se hubiesen quedado mudos, los cuatro levantaron la
mano, sin dejar de mirarme, como si no creyeran lo que acababan de
presenciar. Estaba bien caliente, y no quería que se me pasara, así que, sin

dudarlo, me hinqué frente a José Luis, le saqué desesperadamente la verga,


y comencé a mamar con furia. Meneaba la cabeza, mientras me entraba
hasta la garganta. No tardó mucho mi amigo en correrse, desparramando su

leche calientita en mi cuello y mi vestido.


Julio, Roge y Alexis, ya tenían desenfundadas sus armas. Alexis había
grabado la mamada que le hice a José Luis, y ahora este le devolvía el
favor. Yo seguía de rodillas, solo me giré un poco, para disponerme a

exprimir esa otra polla. Mientras me la engullía toda, me mojaba más, solo
de pensar que solo los estaba complaciendo, cual puta de preparatoria sin
inhibiciones.

Balanceaba la cabeza con la boca llena de verga, y cuando sentía que se


correría, me la sacaba y terminaba la obra con las manos, procurando que
me derramaran su semen en el cuello y el pecho, mojando toda la parte

superior de mi vestido.
Julio fue el siguiente, pero para atenderlo, me senté en el borde de uno
de los sillones, para estar más cómoda. Los demás no dejaban de observar y

de grabar, y cada vez que me metía la verga hasta la garganta, dejaban


escapar leves gemidos de excitación.
Al escuchar sus gruñidos de advertencia, empecé a mamar con más
violencia, para luego jalársela tan rápido, que, aunque logré evitar que el

primer chorro se me fuera a la boca, éste cruzó mi cara, y el resto fue a


acumularse al vestido.
Roge fue con el que menos batallé, supongo que, por ser el último,

estaba más caliente, así que no tardé mucho en hacerlo que se corriera.
Cuando terminé de complacerlos, me paré del sillón y al verme llena de
semen, sobre todo en el vestido, empezaron a tomarme fotos y videos.

—Quiero que me compartan todas esas imágenes, ¿eh?, porque esta fue
la primera y última vez que lo haremos.
Caminé hacia el baño con el cuello cansado y tenso. Antes de

desaparecer de su vista, les dije:


—Supongo que he quedado exenta de terminar el trabajo, así que me
iré a dormir, mientras terminan sus carpetas y las mías.

No hubo objeción alguna, estaban más que bien pagados. Antes de


meterme a la ducha, me quité el vestido y lo pegué a mi cuerpo y a mi cara;
yo seguía bastante excitada, deseaba con todas mis fuerzas, que aquellos

cinco hombres me cogieran duro, pero no encontraba la forma de decirlo.


Lo sé, Sacha, ¿cómo es que después de haberles hecho tan buenas
mamadas, no tenía la confianza de pedirlo?, pues porque lo otro había
salido de ellos, y no me sentía tan audaz como para solicitarlo.

Me duché, pensé en salir desnuda, a ver si entendía la indirecta, pero al


último momento, me arrepentí y me envolví en una toalla, luego me fui a la
habitación a descansar, dejando la puerta abierta.
Pasando el mediodía, dejé de escuchar el ruido de las carpetas al ser
armadas. Momentos después, me empezaron a llegar los mensajes de mis
compañeros, con las fotos y videos que me habían tomado. No las había

visto, y aquello provocó que la excitación me volviera de golpe.


—¿Tamara? —Me llamaba José Luis.
Iba a contestar, pero me llegó un segundo momento de iluminación.

Rápidamente arrojé la toalla al suelo y me coloqué de espalda a la puerta;


quedando de medio costado, separando y parando las nalgas lo más que
podía; luego me hice la dormida. Escuché unos pasos, y después en voz

baja:
—¿Tamara?, ya terminamos.
Era José Luis, pero por el eco y la distancia, detecté que aún no se
asomaba al interior de mi habitación. Sentí una pisada silenciosa en la

puerta, luego silencio. Posteriormente alcancé a escuchar una especie de


murmullo, para después oír más pisadas silenciosas. Ahora sí, podía
escuchar sus respiraciones. Los muy cabrones estaban amontonados en la

puerta, observándome totalmente desnuda.


Desde su perspectiva, y con la posición que había asumido, los chicos
podían apreciar mi ano.

—Mira que lindo culo. —No distinguí al emisor del murmullo.


—Como para chupárselo todo. —Dijo otro murmullo.
Ya te imaginarás cómo me puse al escuchar aquello, de pronto, sentí
que mi vagina se deshacía en su jugo.

—Anda, ve y chúpaselo.
—¿Y si despierta?

—Pues le decimos que si nos deja cogérnosla.


Mi corazón se desbordaba, y ya sentía que estaba mojando la sábana.

Me daban ganas de gritarles que me cogieran de una buena vez, pero logré

contenerme.
—Anda, vamos a chuparle el culo, se ve muy rico.

Escuché el sonido de pies sin zapatos dirigiéndose a donde estaba. Una

ligera presión en la cama, detrás de mí; luego un momento de titubeo;


finalmente, una lengua bien caliente que buscaba introducirse suavemente

entre mis nalgas. No pude evitar un estremecimiento, aunque seguí

fingiendo.
Paré un poco más las nalgas, como si me desperezara un poco, y

entonces, sentí como se metía esa lengua hasta el fondo de mi culo. Emití
un gran suspiro y me giré, fingiendo que me despertaba sorprendida.

Aunque sí me sorprendí al ver a tres de los chicos parapetados en la puerta,

grabándome con sus celulares. De los otros dos, ya sabía que estaban a mi
lado.

—Tamara, no te asustes, queríamos pedirte algo.


—Si así despiertan a sus esposas, qué afortunadas.

—Queremos saber si aceptarías participar en un ganbang.


—¿Un qué?

—Gangbang, es una práctica sexual, en la que una sola chica, tiene

relaciones con más de dos hombres.


—¿Y no fue eso precisamente lo que hicimos hace rato?

—Bueno, en parte, pero generalmente hay penetraciones y dobles

penetraciones… Y así.
—¿Dobles penetraciones?

—Bueno, si no quieres dobles penetraciones, pues no, pero…

—¡Ya, ya, ya!, ¡sí quiero!, quiero sentir sus vergas en cada hoyo, y que
me follen bien duro. —Definitivamente, jamás me había excitado de esa

manera. —Pero antes, Roge, sigue con lo que hacías.

Me puso de costado, él se acostó a mi espalda, pero de cabeza, y


entonces me abrió las nalgas para meter libremente su deliciosa lengua en

mi ano. El placer que me provocaba, hacía que arqueara la espalda y

emitiera fuertes gemidos. Con las manos, me agarraba y me apretaba las


nalgas con fuerza, como si estuviera desesperado por insertar toda su lengua

y atravesarme.

Paco, que era el otro que se había aproximado antes, se colocó igual,
solo que frente a mí. Me separó las piernas y empezó a lamer mi vagina.
Aquello era la locura y no sabía para donde balancear mi pelvis, lo único

que deseaba, era que no pararan. Por un momento, en el que Paco acercó su

verga a mi cara, me la llevé a la boca y le di unas mamadas; entonces, me di


cuenta de que, al hacerlo, mi amigo aumentaba la intensidad, así que me

llevé de nuevo su pena hasta la garganta, haciendo que se alocara y me

comiera el coño con auténtica locura.


Jamás, en ninguna de mis relaciones sexuales, había experimentado un

orgasmo simultáneo con la pareja en turno. Esa fue la primera vez.

Mantenía su pene adentro de mi boca, pero no meneaba la cabeza, ya que


prefería disfrutar lo que ambos me estaban dando. De esta manera, Paco me

clavaba su lengua en la vagina, alternando con un empujón de pelvis, para

hacerme llegar su polla hasta la garganta.


Ese día, hasta el momento, había evitado recibir semen en la boca, pero

aquello era simplemente irresistible, y así fue, como mi memorable


orgasmo, coincidió con la eyaculación de Paco en mi garganta, forzándome

a tragar.

Cuando se vació, me lo sacó de la boca y nos dimos un momento de


reposo. La verga de Paco se había reducido a media erección, entonces, me

aproximé y con los dedos la exprimí un poco, extrayendo un par de gruesas

gotas, las cuales lamí y tragué también.


Roge seguía en mi ano, que ya estaba bastante dilatado, entonces se

hincó detrás de mí, y de un solo empujón, me ensartó todo el pene. Los

otros chicos no dejaban de grabar; después vi como aquella verga se


desaparecía en mi culo con rítmicos empujones.

Sin sacármela, me cargó y tomó el puesto de abajo, sosteniéndome

encima de él, con mi espalda sobre su pecho, mientras seguía penetrándome


el culo. José Luis e aproximó, me separó las piernas y me introdujo su verga

por la vagina. “Así que esto se siente con una doble penetración”, pensé. Si

doble sexo oral era una locura, la doble penetración, era la doble locura.
Me estaban haciendo ver las estrellas, gemía, jadeaba y gritaba; Roge

no se movía, se concretaba a mantener toda su polla hasta el fondo de mi

culo, aprovechando las furiosas embestidas que me daba José Luis por el
otro lado.

Ahí estaba, con las piernas abiertas, y un par de pollas adentro de mí,

¿qué más podía pedir?, pues eso, otro viaje a las nubes. Cuando aumenté
mis jadeos, José Luis hizo lo mismo, mientras Roge no permitía que ni un

milímetro de verga me abandonara. El orgasmo llegó, dejándome casi

inconsciente. En el rostro de José Luis, descubrí que estaba a punto de


correrse, lo cual hizo entre escandalosos gruñidos.

La verdad, ya estaba cansada. Tan pronto como se salió José Luis, tomó

turno Alexis. Con el fin de estimularlo, me arqueaba tanto como Roge me


lo permitía, diciéndole cosas:
—Cógeme Alexis, cógeme más duro… Así, así, papi… Dame toda la

verga… Anda, lléname el coño de semen.

Funcionó, y Alexis se anotó otro gol, vaciando hasta la última gota en


mi interior. Julio inmediatamente tomó su turno. Sin preámbulos, me sujetó

de las corvas, las alzó, y me dejó ir su polla hasta el fondo. Volví a

estimularlo con frases sucias, logrando una especie de tiempo record en


venirse, al menos durante ese día. Los chicos no dejaban de tomar fotos y

videos. Julio se salió de mi coño, Roge aprovechó para voltearme boca


abajo, y entonces, con la furia de los cinco, bombeó y bombeó, hasta vaciar

toda esa leche caliente en mi lubricado y muy dilatado culo.

No tenía fuerzas para moverme. Mis amigos, compañeros, y ahora


también, amantes, se encargaron de arreglar la sala y todo por lo que

originalmente nos habíamos reunido. Eran casi las seis de la tarde, yo me

mantenía inmóvil, descansando. Realmente lo había disfrutado; los amaba a


todos… Es un decir.

Se despidieron, dejándome ahí, completamente desnuda y totalmente

rendida. Creo que dormí algunos minutos. Cambié las sábanas y puse en la
lavadora las otras, junto con mi vestido. Esa era la desventaja de hacer un

“gangbang” en casa, hay que lavar todo para que no se entere tu marido.
Desde que mis amigos se marcharon, me empezaron a llegar las fotos y
videos que grabamos. No los quise ver, sino hasta que tuviese un momento

de tranquilidad, lo cual se presentó un poco antes de la medianoche.

Los vi en orden cronológico; a veces me sorprendí a mí misma por


tanta desvergüenza, pero he de aceptar cínicamente, que no me arrepiento,

no tengo ningún remordimiento y que, además, realmente lo disfruté

mucho.
Cuando llegué a la última grabación, mi botón de la excitación se puso

en “on”. En el video, estaba acostada boca abajo, con las piernas abiertas, el

culo aún dilatado y el semen de cuatro de mis cinco amigos, chorreando


ardientemente desde mi interior, hasta las sábanas. No podía más, apenas

me iba a masturbar, cuando escuché el auto de Mike, entrando a la

cochera… ¿Qué crees que descubrí esa noche?, que a Mike le excita mucho
que me trague su semen.

P.D. Mis amigos y yo, ya no hemos tenido encuentros, sobre todo,

porque no hemos podido coincidir con las circunstancias propicias. No me


interesa tener amantes, ni mucho menos, experimentar con otros grupos. A

veces, alguno de mis colegas me pide sexo, pero invariablemente le

contesto:
—Con los cinco, o con ninguno.
IIIII. Armando
Doc, sé perfectamente que no eres psicóloga, sin embargo, relatarte

esta historia me ha servido de catarsis. No es que tenga algún

remordimiento, no obstante, en ocasiones, al escuchar algún comentario


entre mis conocidos, relacionado con lo que te contaré, no puedo dejar de

experimentar una ligera ansiedad. Comprendo perfectamente que no se trata

de ningún estudio estadístico, o alguna de esas cosas que realizas, ni mucho


menos, que se trate de un psicoanálisis o terapia de ayuda; queda

perfectamente entendido que solo es un proyecto editorial, con la única

finalidad de dejar estas experiencias registradas.


Dicho lo anterior, procedo.
Tengo cuarenta y pocos años, estoy casado con Flor, una hermosa

mujer que es nutrióloga, a la que le llevo cuatro años. No tenemos hijos por
decisión de ambos, y lo más probable es que no los vayamos a tener. Desde

hace aproximadamente cinco años, trabajo para una trasnacional,

coordinando un call center de servicio a clientes, en el que me he


desarrollado satisfactoriamente.

Por la naturaleza de tu trabajo, sabes que laborar en un lugar como este,

es demasiado desgastante, sobre todo para los operadores, ya que es una


constante batalla con los clientes, y la predisposición conocida

universalmente, que tienen éstos para enfadarse a la menor provocación.

Casi es una regla generalizada, que un noventa por ciento de los


empleados de este tipo de oficinas, son muy jóvenes. También es un hecho,

que la gran mayoría, se interesan en estos puestos solo de forma

provisional, de ahí el alto índice de rotación.


Son cerca de cien operadores telefónicos, los cuales son supervisados

por cinco coordinadores que dependen directamente de mí, tres de los


cuales, entraron casi al mismo tiempo que yo y hemos logrado un nivel de

camaradería bastante estrecho. Todos los días, en la hora de la comida, los

cuatro salimos juntos a comer, casi siempre en lugares cercanos a la oficina.


Un buen día, los tres, Juan, Pepe y César, pasaron por mi oficina, pero

les dije que tardaría unos minutos y que era mejor que se adelantasen.
—Vamos a la fonda de Lucho, ahí te vemos.

La fondita estaba a dos calles, así que podíamos ir caminando. Me


apuré con un correo que tenía que enviar y finalmente salí a alcanzarlos.

—Buenas tardes, Lucho, ¿dónde están los tres mosqueteros?

—Qué hay, Mando, están allá atrás. ¿Qué te sirvo?


—La del día, por fa.

La fonda estaba en una casa acondicionada con mesas; normalmente

preferíamos estar adentro, pero ese día el clima estaba bastante agradable, y
los muchachos se habían ido hasta el patio, donde había solo una mesa a la

sombra de un encino. Cuando llegué hasta donde estaban, Pepe estaba

sentado en una silla, de espaldas al encino, y los otros dos se equilibraban


de cuclillas a sus lados, todos atentos al móvil del primero. No pestañeaban,

diría que ni siquiera respiraban, hasta que César dijo:

—Se ve que lo está gozando.


—Claro que no, se ve a leguas que está fingiendo. —Contradijo Pepe.

—Yo voto porque finge. —Se sumó Juan.

—A ver, jefe, ¿tú por quién votas?


Pepe me pasó el móvil y me dijo que pulsara play al video. En él,

aparecía una chica con tres tipos; uno de los hombres estaba recostado en

un sofá, la chica lo montaba mientras éste la penetraba por la vagina; un


segundo sujeto, se acerca por detrás de la mujer, le abre las nalgas y la
penetra por el ano; la chica gemía y ponía los ojos en blanco, sin dejar de

ondular su cuerpo, facilitando ambas penetraciones. El tercer tipo se

acercaba desde atrás del respaldo del sofá, y la chica buscaba su verga con
la boca.

—¿Qué piensas, jefe?, ¿finge o lo disfruta? —Preguntó César, que

votaba porque lo gozaba.


—No sé. —Contesté. —Si ven, es un video casero. Normalmente en

los profesionales todo es actuado… No podría confirmar ni lo uno, ni lo

otro.
—Pregúntale a tu esposa, César. —Bromeó Pepe.

—Pregúntale a la tuya, pendejo. —Respondió César, haciéndonos reír a


todos.

Yo no había dejado de ver el video, al final de éste, después de que los

tres tipos se habían corrido en la cara de la chica, me percaté de algo en lo


que no había reparado, un cuarto hombre era el que estaba grabando la

escena, y pude ver como parte de su rostro salió a cuadro, y besó

tiernamente a la mujer en la boca. Solo podría ser su esposo, pero ya no le


di importancia.

—¿Creen que las mujeres tengan ese tipo de fantasías? —Preguntó

César.
—Seguramente, así como nosotros tenemos la fantasía de estar con dos

mujeres.

—¿Tienes esa fantasía, Pepe? —Preguntó Juan.


—¿Tú no?

—¡Si batallo con una!

Todos nos reímos.


—Bueno, yo les llevo cinco años, y la verdad, como dice Juan,

complacer a dos o más chicas al mismo tiempo, debe ser más complicado

que a la inversa. —Sugerí.


—Yo creo que las mujeres sí deben tener esa fantasía. —Supuso César.

—Puede ser, habrá quienes la tengan, así como los hombres. —

Concluí.
Olvidamos el tema, comimos y regresamos a la oficina. De acuerdo

con las estadísticas, el horario después de la comida era el de mayor flujo de

llamadas, así que solo nos quedaba agarrar al toro por los cuernos. Cada
final de día, era una pequeña victoria, y así tratábamos de trasmitirlo a toda

la fuerza de trabajo.

Había alcanzado un ritmo de vida que a veces me parecía monótono,


sin embargo, a mí la rutina no me afectaba de manera especial, al contrario,

me permitía prepararme más, para aspirar al siguiente puesto, y eso, era

algo alcanzable.
De lo que no había duda, era que aquellos compañeros de trabajo,
realmente hacían más llevaderos los días. La hora de comida, era, por

mucho, el momento de relax más valioso de cada jornada, algo así como la

calma que precedía a las tormentas vespertinas, que ya sabíamos que


ocurrirían.

Generalmente, en el receso de comida, muestras conversaciones eran


bastante divertidas y no dejábamos de reír. Siempre iban en torno a temas

realmente irrelevantes, que en ocasiones llegaban a lo absurdo, como una

vez, que Juan, era el único que no aceptaba que la lucha libre era un deporte
con un guion.

—Pero, ¿cómo creen que es falso?, si hasta ha habido muertes en el

cuadrilátero.
—No son reales, usan cuerpos de goma para actuarlos. —Se burló

Pepe.

—No digas pendejadas.


—Son accidentes. —Intervine. —No pongo en duda la capacidad de

los luchadores, ni mucho menos los riesgos, que son reales, pero de que

siguen un guion, lo siguen.


—Ya sé cómo lo vamos a definir, vamos a hacer una encuesta, y lo que

diga la mayoría, eso será.


Antes de que Lucho, el dueño de la fonda, nos trajera los platillos,
César preguntó a varios comensales, todos hombres, y todos coincidieron

en que la lucha libre era falsa.

—Es que preguntas solo a hombres. —Reclamó Juan. —Debes


preguntar a las mujeres, ellas son más objetivas.

Después de la hora de comida, cuando llegamos al call center, César y

Juan pasaron rápidamente por los lugares, realizando una breve pregunta,
exclusivamente a las mujeres. Increíblemente, contando a los encuestados

de la fonda, habíamos alcanzado un empate, así que no se había

determinado si la lucha libre era real, o era actuada… Así eran nuestras
discusiones filosóficas.

Meses después era mi cumpleaños; nunca he sido muy adepto a

grandes celebraciones, pero mis camaradas insistieron en que debíamos


festejarlo. Ya nos habíamos reunido otras veces, casi siempre en algún bar,

billar o en los bolos, hasta en una ocasión, nos habíamos reunido junto con

nuestras respectivas esposas; estábamos en otra fonda y salió el tema.


—No quiero nada en grande. —Los amenacé. —Algo tranquilo, pero,

¿dónde?
—¿Cómo que dónde?, pues en tu casa, tú eres el que cumple años. —

Comentó Pepe descaradamente.

—¿Y por qué tu cumple lo celebramos en el billar?


—¿Les tengo que recordar que mi suegra se mudó a casa?
—¡Qué conveniente! —Exclamó César.

—Está bien, solo déjenme preguntarle a Flor, a ver si no tiene planes.

—Va.
Regresamos a la oficina y nos anotamos otro pequeño triunfo al

terminar el día. Esa misma noche le comenté a Flor lo que querían los

muchachos.
—¿Vendrán sus esposas? —Me preguntó

—No, solo ellos.

—Está bien, entonces invitaré a mis amigas al cine o a cenar, para que
ustedes se sientan más libres.

—Ok, mañana les confirmo que será la siguiente semana, el sábado en

la noche.
No requeríamos mucho para celebrar, suficiente cerveza, música y

comida pedida por aplicación. Cuando nos reuníamos en mi casa,

generalmente era en el patio trasero, ya que, hacia un costado, había un


terreno sin construcción; hacia el otro, estaba una casa deshabitada en

venta; y hacia atrás, estaba la barda perimetral de la privada; sin contar con

que había mandado elevar las bardas de los costados, así que podíamos
explayarnos sin problemas.
Teníamos un espacio agradable, con el pasto siempre recortado, y

diferentes muebles de jardín. Había un asador al fondo, pero no tenía


intención de preparar nada en él para ese día. Por todo ello, ese mismo día

podríamos preparar todo.

Durante esa semana y media, en la oficina tuvimos algunos


contratiempos. El más importante, fue la renuncia de una buena cantidad de

operadores, lo que provocó un conflicto relevante, ya que teníamos que

cubrir a veces algunos puestos, además de presionar al departamento de


recursos humanos para que consiguiera rápidamente los reemplazos, sin

contar con el tiempo invertido para las entrevistas a los candidatos.

Fueron días muy estresantes; los sábados trabajábamos regularmente


hasta el mediodía, pero todo pintaba para que el día de mi cumpleaños, lo

trabajásemos completo, por lo que estuve a punto de cancelar la reunión.


—No, Mando, no digas eso. Esta semana ha sido muy estresante,

necesitamos esa distracción. —Propuso César.

—Mira, aunque salgamos a las siete, nos reunimos. —Comentó Juan.


Afortunadamente solo trabajamos hasta las cinco. Los compañeros

quedaron en que solo irían a sus casas a ducharse y cambiarse el uniforme.

—Nos vemos a las siete.


Flor y yo llegamos casi al mismo tiempo a casa; ella regresaba del

supermercado y la ayudé con las bolsas.


—Les compré snacks.

—Gracias, amor.
Desempacamos todo y dejé que ella se duchara primero, para que

tuviera más tiempo de arreglarse. Mientras, saqué una hielera grande al

patio y la llené con cerveza y hielo; luego sacudí el polvo de los sillones y
la mesa jardinera. Fui por el amplificador para la música y lo conecté, luego

puse música antigua de fondo.

Flor terminó de ducharse, e inmediatamente tomé mi turno. Fue un


baño muy relajante; ya iban a ser las siete y sabía cómo eran mis

compañeros de trabajo de puntuales. Apenas terminé de vestirme y se

escuchó el timbre de la puerta. Era César, que llegaba con más cerveza y
snacks; aún no terminábamos de meter las cervezas a la hielera, cuando

llegaron Juan y Pepe.

Flor terminó de arreglarse y salió a saludar a mis amigos, quienes se


quedaron impresionados, claro, sin decir nada. Se había puesto un vestido

suelto, corto a medio muslo, que contrastaba coquetamente con unas botas

tipo industriales.
—¿Los recuerdas? —Pregunté, ya que solo se habían visto una vez.

—Me sé los nombres, César, Pepe y Juan… Lo que no recuerdo es

quién es quién.
Todos nos reímos por su franqueza, como solía ser. Se despidió por el

momento, y me dijo que cuando se fuera a ir, vendría a avisarme.

Nos acomodamos y al fin, empezamos a expulsar todo el estrés


acumulado de los días anteriores. La noche era templada y los muebles eran

muy cómodos, seguramente nos iba a ayudar bastante para conseguir esa

cura.
Estábamos en medio de una de esas discusiones totalmente

irrelevantes, a las que estábamos acostumbrados, la verdad, hoy no recuerdo


sobre qué, el caso es que Flor salió al patio, pensé que se despediría, pero

hizo una especie de puchero con los labios.

—¿Qué pasó amor?


—Cancelaron.

—¡¿Todas?!

—¿Recuerdas que el fin pasado nos invitaron a una fiesta infantil?


—También recuerdo que no fuimos… ¿Se sintieron por eso?

—No, no, amor, todos sus hijos se contagiaron de varicela.

—Ay, qué bueno que no fuimos.


—Bueno, me iré al cuarto a ver Netflix.

—Quédate con nosotros.

—No, no. Es noche de chicos.


—En serio. —Dijo Juan. —Quédate con nosotros.
—Una cosa te aseguro, no te aburrirás. —Aseguró César.

—Anda, déjame ir a la cocina por una de tus botellas de vino. —

Concluí.
Al fin aceptó, y en verdad no se aburría, ni se limitaba solo a escuchar.

Muy pronto se adaptó a nuestras discusiones sobre temas de lo más

irrelevantes, que casi siempre terminaban en carcajadas. En una ocasión, se


levantó para seleccionar la música y puso una melodía lidereada por un

saxofón; nos daba la espalda, ignorando que la mirábamos, y se puso a

bailar despacio. Una lámpara de piso del jardín, traslució su vestido,


dejando apreciar su diminuta ropa interior. Mis tres compañeros se

voltearon discretamente, para continuar con nuestra conversación, mientras

yo no le di más importancia. Flor volvió y se sentó en el mismo lugar que


estaba.

Ninguno de los que estábamos ahí era un gran bebedor de alcohol; solo

tomábamos lo suficiente, como para relajarnos y aligerar el ambiente.


Íbamos de asunto en asunto, con los argumentos más simplistas que pudiera

generar la mente humana; desde las más absurdas teorías conspirativas,

hasta la más irrelevante cuestión de la vida diaria. Todo fluía entre risas y
carcajadas, hasta que…

—A ver, César. —Incitó Juan. —Vamos a desempatar un asunto que


tenemos pendiente, hagamos la encuesta a Flor.
—¿Cuál encuesta? —Preguntó confundido.
—La que iniciamos en la fonda de Lucho el otro día, que solo haríamos

a las mujeres.
—¡Ah!, ya.. ¿Estás lista Flor?

—Dale. —Contestó mi mujercita.

—Bien, tú como mujer, ¿crees que las mujeres tienen la fantasía de


estar con varios hombres a la vez?

Juan y Pepe, que estaban dando un trago a sus cervezas, escupieron

todo de golpe. César los miró, perplejo; después, pude ver los diferentes
tonos de rojo que adquirió su rostro, y al parecer, comprendió su error

demasiado tarde. Por mi parte, miraba interesado la expresión seria de Flor.

Aunque todo esto no llevó más de dos segundos, quiero pensar que a todos
se nos hizo una eternidad.

—Las demás, no sé… —Dijo mi esposa, midiendo sus palabras. —Yo

sí las tengo.
Esta vez. el silencio fue un poco incómodo; sentí una pulsación en la

ingle, ¿era posible que aquello me excitara? Luego, César, tratando de

enmendar su error, solo pudo hacer más profunda su propia tumba.


—Claro… Pero… Mando, ¿tú lo aceptarías?

—Yo creo que esa pregunta no se la debes hacer a él. —Respondió

Flor.
—Va, va, lo planteé mal... Mando, ¿tú cómo lo tomarías?
—La verdad, no lo sé. —Simplemente respondí lo que sentía en ese

momento.

Di otro sorbo a mi trago y me mantuve lo más ecuánime que pude.


—¿Y? —Dijo mi amada. —¿Todo era un plan para seducirme en

grupo?, o ¿solo era otra de sus tontos debates?

Me limité a encoger los hombros y mostrar las palmas, como diciendo:


“a mí no me veas, los pendejos son ellos”. Mis amigos, sin excepción, se

miraron los zapatos. Entonces, Flor me miró y sonrió.

—¿Me lo permitirías?
—¿Cuándo te he negado algo?

Todos voltearon e intercalaban sus miradas hacia ella y hacia mí, pero

estaban mudos.
—Vamos a ver qué traen. —Dijo mi Florecita, envalentonada.

Paseó su mirada por todos nosotros, y al ver que nadie decía nada,
remató:

—¿No van a complacer mi fantasía de estar con varios hombres?, pues

quiero ver qué armas traen.


—Por lo pronto yo solo me limitaré a ver. —Dije tranquilo.

Pepe fue el primero que se animó a sacar su pene. A mí me interesaba

observar las expresiones de mi esposa, y pude ver cómo le brillaron los


ojos. Los otros dos extrajeron sus pollas al mismo tiempo. Flor vio la de
Juan y se lamió los labios, y al ver la de César, exclamó:

—¡Qué esposa tan suertuda tienes!

Por muy bien que me llevara con mis amigos, jamás nos habíamos
visto los penes, así que Juan, Pepe y yo, exclamamos al mismo tiempo, al

ver a César:

—¡Ah cabrón!
Flor se sumió en el sillón hasta que sus nalgas casi llegaron al extremo

del asiento, dobló las rodillas y colocó los pies separados en el borde,

mientras se levantaba la corta falda y se hacía a un lado la tanga. Pepe no lo


dudó, e inmediatamente se hincó frente a ella y empezó a besar su vagina.

Cuando ella empezó a gemir, ya no tuve duda alguna, aquello me excitaba.

Mi amada esposa se dejaba lamer, sosteniendo a mi amigo por la nuca, con


los ojos cerrados. Ondulaba su pelvis, exigiendo mayor profundidad,

mientras Juan y César miraban embobados. Se arqueaba de placer y en una

oportunidad que abrió los ojos, me miró fijamente, luego hizo el gesto a
César para que se aproximara por su costado izquierdo; éste se aproximó, y

entendiendo que iba a recibir una mamada, se colocó cerca de su boca. Flor

se tuvo que enderezar un poco, y sin una pizca de titubeo, se llevó la gran
verga de mi amigo a la boca, sin dejar de manipularla con las manos.

Empezó a sacarla y meterla, y solo se detenía cuando Pepe le arrancaba


algún gemido o suspiro de placer, para luego continuar mamando aquella

polla, que, por cierto, había crecido aún más con aquella estimulación. En
un momento, mientras se la llevaba una y otra vez a la boca, me lanzó otra

mirada, luego, con la cabeza, hizo la seña a Juan para que se aproximara por

el otro costado. Mi amigo ya estaba muy excitado también, y llegó directo a


que le diera su correspondiente chupada.

Sin dejar de tomar con su mano izquierda la verga de César, le dedicó

el mismo esmero a Juan. Esa escena de mi esposa cumpliendo su fantasía,


donde, mientras uno el lamía la vagina, y otros dos le introducían sus penes

en la boca, no podía quedarse para el olvido. Tomé mi móvil y empecé a


grabarlo en video. Me coloqué frente al grupo y procuré el mejor ángulo.

Flor intercalaba ambas vergas en su boca, y era tanto su esmero y goce, que

tardó en percatarse de mi posición; cuando me vio, cogió cada verga con la


mano respectiva, y me dedicó la mirada de excitación más intensa que le

había conocido. Permanecía sentada con las piernas abiertas, mientras Pepe

la complacía con la lengua, y miraba a la cámara con los ojos medio


cerrados, emanando pura sensualidad. Para mi fortuna, Juan le sacó los

tirantes al vestido y se lo bajó con todo y sostén, dejando descubiertos sus

hermosas tetas; como si lo fuera a premiar por aquella acción, se volvió a


llevar su polla a la boca, balaceando la cabeza y dándole placer, pero esta

ocasión, de vez en cuando lanzaba excitadas miradas a la lente del móvil.


Luego dedicó otra apasionada mamada a la gran verga de César, volviendo

a tentarme, mirando hacia la cámara.


—A ver, Pepe. —Pudo apenas articular. —Vamos a darte placer.

Se levantó del sillón e hizo que mi compañero se sentara en la orilla; se

le aproximó de espaldas, y descaradamente le ofreció las nalgas; Pepe, ni


tardo ni perezoso, se las agarró y la acomodó para penetrarla por la vagina,

que no se había cansado de saborear. Ella estaba de pie, flexionando las

piernas y se daba sentones, mientras gemía y suspiraba de placer. Yo estaba


de frente y entonces, mientras se la estaba cogiendo mi amigo, me lanzó

otra vez aquella mirada de ojos entrecerrados que tanto me estaba

excitando.
César se colocó frente a ella, y Flor no tardó en continuar con su

mamada; Juan hizo lo mismo, y entonces volvió a intercalar entre ambos,

para detenerse de vez en cuando, cada vez que Pepe le sacaba algún
gemido. Me cambié a un costado para mejorar el ángulo, y ella volteaba de

vez en vez para mirar el móvil.

Pepe no dejaba de arremeter, ni ella de gemir. Un momento después, se


apartó un poco y se volteó, se hincó sobre el césped para quedar frente a

Pepe, y se la empezó a chupar con verdadera pasión, chupaba y chupaba,

sin dejar de estimular también con las manos. Juan y César, comprendiendo
que Pepe ya se iba a correr, no se atrevieron a interrumpir.
Flor mecía la cabeza, introduciendo la polla de mi amigo hasta la

garganta, entonces, me acerqué para grabar y no perder detalle; cuando

sintió que Pepe empezaba a ceder, se sacó la verga de la boca y comenzó a


masturbarlo, pegando sus lindas tetas a aquel miembro erecto, hasta que,

entre gemidos y gruñidos, Pepe expulsó varios chorros de semen caliente,

hasta que lo vació todo en su pecho. Ella continuó jalándole la verga


suavemente, mirando embobada el semen en sus tetas y exprimiendo hasta

la última gota, luego miró sonriente hacia la cámara, con una expresión de
triunfo.

Se puso de pie, se sacó la tanga, se quitó el sostén y el vestido, y con

éste, se limpió el semen que Pepe le había obsequiado. Se quedó solo con
sus botitas industriales, lo cual, por alguna muy extraña razón, aumentó mi

excitación. Mi amigo se quedó sentado en el sillón, reponiéndose, mientras

Flor hizo que Juan se aproximara a un sillón doble, sin respaldo ni


descansabrazos, lo sentó en un extremo, y ella se hincó a su lado, de

costado. Juan apoyo sus manos por la espalda, sobre el borde trasero del

asiento y ella empezó otra vez a mamársela. Me posicioné frente a ellos con
la cámara del móvil, quedando en la toma, Juan sentado de frente, y Flor

hincada a su lado en el otro asiento, brindándole apasionadas chupadas.

Resultó una toma hermosa.


Después de un rato, por lo que vimos, Juan tardaría más en correrse.

Sin dejar de mamarle la verga a mi amigo, dedicó una mirada casi

suplicante a César, quien se acercó por detrás de ella. Flor levantó más su
culo, invitador, y mi otro compañero, dando un par de golpecitos con su

polla en cada nalga, se aventuró a preguntar, por si acaso era su día de

suerte.
—¿Por dónde la quieres?

Flor suspendió la chupada un breve momento y dijo después de un

hondo suspiro.
—Por donde quieras.

“¡¿Por donde quieras?!, ¡¿por donde quieras?!”, pensé, incrédulo. ¡A

mi jamás me había permitido cogérmela por el ano!, en fin, aquella era la


ventaja de tener una verga grande.

César tardó en comprender, pero cuando le cayó el veinte, se inclinó,

hasta alcanzar con su boca aquel precioso culo, y lo empezó a lamer con
desesperación. Al parecer, Flor no se esperaba aquello, y se arqueó, dejando

de chuparle la polla a Juan, mientras hacía una clara expresión de sorpresa y


placer. Se mantuvo un par de minutos en esa posición, de perrito, con las

nalgas bien paradas, una mano en el muslo de Juan, y la otra sosteniendo su

verga, mientras el rostro miraba hacia las estrellas.


—¡Ven, Mando! —Exclamó César, que había visto que yo no dejaba de
filmar. —Debes grabar esto.

Me acerqué, sin dejar de grabar, mientras mi amigo separaba las nalgas


de Flor. Me mostraba su ano bien dilatado, como orgulloso de su trabajo.

—¡Mira, Mando, ¡está bien abierto!, ¡qué ricura!

—¡Quiero ver!, ¡quiero ver! —Dijo Flor, con la curiosidad de una niña.
Permanecía en la misma posición, y yo me acerqué para reproducir

frente a ella esa parte del video. Juan, igual de curioso, también lo vio.

—Mmmhhh. —Sonrió Flor, y empezó a mamar la verga de Juan con


mayor intensidad, como si aquella imagen la hubiese excitado más.

César le separó las nalgas, y sin dificultad, se la pudo introducir hasta

la mitad; Flor gemía y realmente lo disfrutaba.


—Toda. —Logró pedir Flor, que por un segundo se había sacado la otra

verga de la boca. —Toda… Toda.

César se subió a la orilla del sillón, para quedar más arriba que mi
esposa, empujó la espalda de ella para que se le alzaran las nalgas, y le dejó

ir toda la verga. Ella gritó de dolor y se sacó un poco.

—¿Te duele?, ¿te la saco?


—¡No te atrevas!, dale otra vez, toda, pero despacio.

Mi amigo empujó despacio, y en esta ocasión se le fue toda sin mayor

problema. Flor había dejado de mamar a Juan, quien al parecer le quedaba


mucha cuerda. Me fui por detrás de Flor y César, me hinqué sobre el pasto y
empecé a grabar aquella partida de culo que le estaban dando a mi esposa.

Desde mi perspectiva, se podía apreciar cómo la gran verga de mi

compañero, se introducía totalmente, hasta rebotar sus testículos en aquella


mojada vagina.

Flor se esmeraba con la polla de Juan, mientras César le daba duro por

el culo. Después de un rato, dijo:


—Ya me cansé.

—Espera. —Sugirió Juan.

Éste se levantó del sillón y se paró; César le sacó el pene del ano y
también se paró.

—Cárgala. —Dijo Juan a César.

Obedeció y la cargó de frente, mientras ella lo abrazaba por la cintura


con las piernas y los pies, aún con botas. La penetró con su masiva verga

por la vagina y ella empezó a arquearse de nuevo, gimiendo y suspirando


por el placer que le brindaba ese gordo miembro.

Mi compañero de trabajo la mecía, y con cada balanceo, le insertaba

toda la polla. Cuando más gemía, Juan se aproximó por la espalada de ella,
y César, adivinando su intención, paró un momento, quedando con el pene

hasta el fondo de la intimidad de mi mujer. El otro le separó las nalgas, y de

un solo empujón, le metió toda la verga por el culo a mi amada esposa.


Entonces ambos empezaron a embestir a un ritmo, mientras ella se
arqueaba, gemía, y miraba al cielo. Como pude, coloqué el móvil desde

abajo, logrando obtener una estupenda toma de aquella doble penetración.

Pepe ya estaba junto a mí, como un espectador más, con su miembro a


toda asta. Comencé a tomar desde un costado y lo que salió fue una escena

espectacular, mis dos amigos de pie, y me esposa en medio, abrazada con

las piernas de uno, vistiendo tan solo sus botitas industriales (aún no sé por
qué me excitaba tanto eso), siendo penetrada por la vagina y por el culo al

mismo tiempo, arqueándose de placer.

Cuando sus gemidos aumentaron la intensidad, y sus jadeos fueron más


continuos, las embestidas de mis colegas también arreciaron, las nalgas y

las tetas de mi esposa, cada vez rebotaban más fuerte, recibiendo con cada

empujón, ese par de vergas hasta el fondo.


Momentos después, entre gruñidos de ellos, y gemidos de ella, arqueó

la espalda como si estuviera poseída, y dejó escapar un grito contenido y un

“ah” muy alargado, para después aflojar el cuerpo, sin dejar de abrazar con
las piernas a César.

—Te está palpitando la vagina. —Observó César, sin dejar de embestir.

—También el culo. —Dijo Juan, que tampoco cedía.


Ella se dejaba penetrar por ambos lados, mientras miraba al cielo,

extasiada, y cuando escuchó que ambos iniciaban un coro de gemidos y


gruñidos más intenso, empezó a cooperar de nuevo, ondulando la cadera,

haciendo que aquellas pollas se introdujesen hasta el tope. Pronto, mis


compañeros de oficina explotaron en eyaculaciones casi simultáneas,

inyectando sus chorros de semen en ambos orificios de mi querida mujer.

Redujeron su bombeo hasta un par esporádico, como exprimirle cada


gota, sin que se desperdiciara nada. Finalmente, un bombeo final de cada

uno, para quedarse inmóviles, en un abrazo de serenidad. Juan fue el

primero en sacarle la verga del culo, luego César hizo lo mismo desde la
vagina. Flor soltó el abrazo con las piernas, pero al tratar de ponerse de pie,

éstas le temblaban.
—Te pareces a Bambi. —Le dije en forma cariñosa.

Entre ambos la ayudaron a caminar, mientras le escurrían los chorros

de semen por los muslos; y la acercaron hasta uno de los sillones para
recostarse. Se tendió boca arriba, y el resto de nosotros hizo lo mismo.

Nadie decía nada, de hecho, me sorprendí a mí mismo por estar tan

contento. Me había fascinado lo que había hecho mi esposa, no había duda,


ambos lo habíamos disfrutado, si es válido decirlo, hasta un doscientos por

ciento.

Permanecimos una media hora, cada quien, con una expresión de


satisfacción, descansando y grabando el acontecimiento en la memoria. De
vez en cuando volteaba a verla, no sabía si dormía, pero de que no tenía

ninguna muestra de pena o arrepentimiento, no había duda.


Momentos después se levantó con algo de dificultad; creo que todos

pensamos que se iba a despedir, y solo le dedicamos una intensa mirada a

ese hermoso cuerpo desnudo, que solo vestía un par de botas industriales.
Se acercó a mi sillón y se hincó en el césped, frente a mí; luego me miró

con ojos inocentes.

—¿Te enojaste? —Preguntó, con sinceridad, pero sin remordimiento.


—No, mi amor. —Murmuré. —Al contrario, me hiciste muy feliz.

Ojalá y en otra ocasión se pudiera repetir.

—¿En otra ocasión?... —Preguntó, traviesa. —¿Es que ya te vas?


Hasta cuando empezó a desabrocharme el pantalón lo comprendí. Mi

verga ya estaba bien dura para cuando se la llevó a la boca. ¡Qué rica

mamada! Meneaba la cabeza con tanta maestría, que me hacía dudar que se
tratara de mi esposa. Yo la acariciaba del pelo y se lo hacía a un lado para

ver todo su rostro. Se metía todo el pene hasta la garganta y lo sacaba

lentamente, luego aumentaba la intensidad en su vaivén de cuello. Extendió


un poco las rodillas hacia atrás, sin dejar de chuparme, y quedó con las

nalgas abiertas, totalmente expuestas a mis amigos. Pepe, que había sido el

primer afortunado, no dudó en aproximarse; se hincó detrás de ella, y sin


preguntar, se le empezó a coger por el culo. Ella se mecía hacia adelante y

atrás, sin sacarse mi polla de la boca. Así estuvimos unos minutos.

—Mando, préstame el móvil. —Pidió Pepe.


Se lo extendí, y sin dejar de disfrutar aquella mamada, vi a mi amigo

tomándole fotos al culo de mi esposa.


—¡Qué belleza! —Exclamó Pepe al ver aquel culo tan dilatado.

—¡A ver, a ver! —Volvió a exclamar Flor, curiosa.

Le mostró las fotos y mostró una enorme sonrisa, luego, se volvió a


meter mi pene en la boca, mientras Pepe, se la empezaba a coger con más

fuerza, hasta que por fin estalló, hasta llenarle el culo de semen. Juan y

César ya estaban a ambos lados de Pepe, esperando su turno. Cuando éste


dejó de bombear, Juan tomó su lugar, y le metió el pene por la vagina; Flor

se dejaba hacer y se meneaba con el fin de que se le fuera toda hasta

adentro. Yo me excitaba al ver a mis amigos cogiéndosela de perrito.


Juan aceleró sus embestidas y pronto volvió a llenar su vagina de leche.

Redujo sus empujones, hasta que se aseguró de dejarle adentro cada gota de

líquido caliente. Sacó su pene y se dejó caer rendido, hacia un costado.


César volvió a tomar su turno y Flor no dejaba de chuparme. Mi colega esta

vez no preguntó, solo apuntó bien, y de un solo empujón, le mandó la verga

hasta el fondo de ese culo ya muy lubricado. Ella detuvo la mamada, gimió
y abrió mucho los ojos, mirándome de cerca. César no se detuvo, al
contrario, empezó a empujar suavemente, hasta que el ano de mi esposa se

volvió a acostumbrar.

—¿Te enojaste porque tú no me has cogido por el culo? —Preguntó


con su mirada inocente, mientras era penetrada con fuerza.

—No, en realidad me gusta ver cómo te comes una gran verga por el

ano.
—Sí… Lo noté. —Dijo entre gemidos, volviendo a llevarse la mía a la

boca. —Pero te regalaré otra cosa que tampoco te he dado.

Sabía perfectamente a lo que se refería, así que ya no quise distraerla.


César cambió de hoyo, y empezó a cogérsela con cierta rudeza por la

vagina. Flor gemía con mi polla en la boca y yo me excitaba aún más, hasta

que, al fin, pude eyacular en su boca. Ella siguió chupando, sin dejar
escapar ni una sola gota de semen; así como iba fluyendo, así se lo iba

tragando todo, no dejaba nada, mientras mi amigo empezó a embestir con

más rapidez. Flor cerró los ojos y apretó mi pene con la mano, soltó un par
de “ah’s”, y pronto puso los ojos en blanco, al alcanzar un nuevo y excitante

orgasmo. Recargó su cabeza en mi vientre; César seguía empujando, hasta


que, un par de minutos después, volvió a eyacular en la vagina de mi mujer.

Fue disminuyendo sus embestidas, hasta que salió la última gota. Le sacó la

verga y también se desplomó, pero al lado opuesto de Juan.


Pepe, grababa con mi celular el semen que le escurría desde la vagina y

el culo, y Flor, se enderezó un poco, para lamer las últimas gotas de mi

leche, y tragarlas con anhelo.


Una media hora después, Flor se levantó exhausta, tomó su ropa y nos

lanzó un beso. Todos la vimos cuando se alejaba desnuda, con las piernas

temblorosas y el semen escurriendo entre sus muslos; entonces volvimos a


tener una erección, pero la dejamos partir.

—No quiero miradas extrañas, ni comentarios a mis espaldas, ¿vale?

—No te preocupes, Mando, seremos unas tumbas.


Cuando se marcharon y subí a nuestra habitación, Flor estaba recostada

sobre la cama, se había tomado una ducha y tenía el pelo mojado.

—No dirán nada, ¿verdad?


—No, mi amor, no te preocupes, les recordé sutilmente que los tengo

grabados en video.

—Bien por nosotros… Te amo.


—Yo te amo más.

—Sí, lo sé. —Dijo ella, burlonamente.

—¿Sabes?, esto no debió pasar.


—¿Te arrepientes?

—No, lo que pasa es que la pregunta que te hizo César, originalmente

era. “¿Crees que la lucha libre es real o es actuada?”.


—¡Pues bendita equivocación! —Exclamó mi mujercita. —Jamás
habría cumplido mi fantasía.

—Por cierto, me debes algo, mi amor…

—¿Ah sí?, no sé de qué hablas.


Se volteó en la cama, como si se estuviera preparando para dormir, y

paró las nalgas, abriéndolas, para mostrarme aquel hermoso ano. Desde que

iba subiendo las escaleras, yo ya iba con una tremenda erección.


Esa, por mucho, ha sido la mejor de mis noches. No lo hemos vuelto a

hacer, y tanto mis amigos, como nosotros, ni siquiera hemos tocado el tema

de lo sucedido, pero igual no te lo voy a negar, Doctora Tvoronova, estoy


seguro que me encantaría repetirlo.

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