La Historia de Un Crimen. El Testimonio de Un Testigo Ocular
La Historia de Un Crimen. El Testimonio de Un Testigo Ocular
La Historia de Un Crimen. El Testimonio de Un Testigo Ocular
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LA EMBOSCADA. CAPITULO 1. “SEGURIDAD” Primero de
diciembre de 1851.
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duda de mi palabra?” no tenemos nada que temer. A esto se
podría responder, los crímenes son cometidos ya sea en gran o
pequeña escala. En la primera categoría hay un Cesar; en la
segunda hay un Mandrin. Cesar sobrepasa a Rubicon, Mandrin los
impugnó. Pero un hombre sabio dijo: “Las conjeturas ofensivas no
nos perjudican? Este hombre ha sido exiliado y desafortunado. El
exilio ilumina, la desgracia corrige.” Por su parte, Louis Bonaparte
protestó enérgicamente. Los hechos a su favor abundaron. ¿Por
qué no actuó de buena fe? Él había hecho promesas
extraordinarias. Hacia el final de octubre, 1848, el entonces
candidato a la presidencia, estaba llamando en la calle de le Tour
d’Auvergne N° 37, a cierto personaje, a quién comento, “Me
gustaría tener una explicación para ti. Ellos me calumniaron. ¿Te
doy la impresión de un hombre loco? Ellos piensan que yo deseo
revivir a Napoleón. Hay dos hombres cuyas ambiciones tan grandes
pueden ser tomados cono ejemplos, Napoleón y Washington. El
primero es un genio, el segundo es un hombre de virtudes. Es
ridículo decir, “seré un genio”; es más honesto decir, “seré un
hombre de virtud.” “¿cuál de estos dos depende de nosotros
mismos?” “Cual de nosotros lo logra por voluntad propia? ¿Ser
genio? No. ¿Ser honesto?, Si. El lograr ser un genio no es posible; el
lograr ser honesto si lo es. ¿Y qué reviviría de Napoleón? Una sola
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cosa- un crimen. ¡Realmente una ambición digna! ¿Por qué debería
ser considerado hombre? La Republica lo ha establecido, No soy un
gran hombre, no debo copiar a Napoleón; pero soy un hombre
honesto. Debo imitar a Washington. Mi nombre, el nombre de
Bonaparte, estarán escritos en dos páginas de la historia de Francia:
en la primera habrá crimen y gloria, en la segunda honestidad y
honor. Y en la segunda tal vez sea mejor que la primera. ¿Por qué?
Porque si Napoleón es un gran hombre, Washington es aún mejor.
Entre el héroe culpable y el ciudadano bueno escojo el ciudadano
bueno. Esa es mi ambición. “desde 1848 hasta 1851 tres años
transcurrieron. La gente había sospechado por mucho tiempo de
Louis Bonaparte; pero cuanto más larga es la sospecha, el intelecto
se despinta y se agotan las alarmas infructuosas. Louis Bonaparte
había tenido Ministros cubiertos como Magne y Rouher; pero
también había tenido Ministros sencillos como León Faucher y
Odilon Barrot, y estos últimos habían afirmado que él era íntegro y
sincero. Él había sido visto golpeándose el pecho delante de las
puertas de su hogar. Su hermana adoptiva, señora Hortense Corny,
escribió a Mieroslawsky, “soy una republicana buena, y puedo
responder por él.” Sus amigos de casa, Peauger, un hombre leal,
declaró, “Louis Bonaparte es incapaz de traicionar.” ¿Acaso Luis
Bonaparte no había escrito la obra titulada “Pauperismo”? En los
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círculos íntimos del Eliseo, el Conde Potocki era un Republicano y
el Conde d’Orsay era liberal: Louis Bonaparte dijo a Potocki, “soy un
hombre de democracia”, y a D’orsay, “son un hombre de libertad”.
El Marqués de Hallays se oponía al golpe de estado, mientras que
la Marquesa de Hallays estaba a favor. Louis Bonaparte dijo al
Marqués, “no hay miedo”(es verdad que suspiró a la marquesa,
“aligera tu mente”). La asamblea, después de haber mostrado aquí
y allá algunos síntomas de inquietud, consiguió la calma. Estaba el
general Neumayer, “quien iba a ser dependiente,” y quien desde su
posición ante Lyons necesitaría marchar hacia Paris. Changarnier
exclamó, “representantes de las personas, deliberen en paz.”
Incluso el mismo Louis Bonaparte había exclamado estas famosas
palabras, “Debería ver a un enemigo de mi país en cualquiera que
cambiase a la fuerza lo que ha sido establecido por ley,” y, más aún,
el ejército era “fuerza,” y el ejército poseía líderes, lideres quienes
eran amados y victoriosos. Lamoricière, Changarnier, Cavaignac,
Leflô, Bedeau, Charras; como podría uno imaginarse al ejército de
África arrestando a los Generales de África? El viernes 28 de
noviembre de 1851, Louis Bonaparte dijo a Michael de Bourges, “Si
quisiera hacer el mal, no podría. Ayer, jueves, Invité a mi mesa a 5
coroneles de la guarnición de París, y me dio el capricho de
preguntar yo mismo a cada uno de ellos. Los cinco declararon que
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el ejército nunca se prestaría a un golpe de estado, ni a atacar a la
inviolabilidad de la Asamblea. Puedes decir esto a tus amigos,” —
“él sonrió,” dijo Michael de Bourges, tranquilo, “y también sonreí.”
Después de esto, Michael de Bourges declaró en el tribunal, “este
es el hombre para mí.” En ese mismo mes de noviembre un diario
satírico, acusado de calumniar al Presidente de la Republica, fue
sentenciado a una multa y a prisión por una caricatura que
representa a una galería de tiro y Louis Bonaparte usando la
Constitución como blanco. Morigny, Ministro del Interior, declaró
en el concejo ante el Presidente “que un Guardián del poder
público nunca debería violar la ley, de lo contrario sería”–“un
hombre deshonesto”, intervino el Presidente. Todas estas palabras
y todos estos hechos fueron notorios. La imposibilidad material y
moral del golpe de estado era manifiesto para todos. ¡Indignar a la
Asamblea Nacional! ¡Arrestar a los representantes! ¡Que locura!
Como hemos visto, Charras, quien había permanecido mucho
tiempo en guardia, descargo sus pistolas. Los sentimientos de
seguridad fueron completos y unánimes. Sin embargo habíamos
algunos de nosotros en la Asamblea quienes teníamos algunas
dudas, y a quienes ocasionalmente nos sacudía las cabezas, pero
fuimos considerados tontos.
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CAPITULO II. PARIS DUERME
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minuto que perder. Ellos fueron a impartir las noticias a Yvan, el
secretario de la Asamblea, quien había sido apuntado por la
izquierda, y quien vivía en la calle de Boursault. Una reunión
inmediata era necesaria. Esos Representantes Republicanos
quienes continuaban en libertad deben ser prevenidos y traídos
juntos sin demora. Versigny dijo, “Iré y encontraré a Víctor Hugo.”
Era las ocho de la mañana., estaba despierto y trabajando en cama.
Me sirviente entró y dijo, con un aire de alarma, -- “Un
Representante del pueblo quien desea hablar con usted está afuera
señor." “¿Quién es?” “el señor Versigny:” “Déjale entrar.” Versigny
entró, y me dijo el estado de las cosas. Salté de la cama. Me dijo de
los “encuentros” en las habitaciones del ex – constituyente Laissac.
“ve inmediatamente e informa a los otros Representantes,” le dije.
El me dejó.
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CAPITULO III. LO QUE HABIA PASADO DURANTE LA NOCHE.
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quiere?” media hora después el Ayudante mayor volvió. “Bueno”
preguntó el comandante, “¿Qué es lo que el Coronel quería
contigo?” “Nada”, respondió el ayudante, “el esperaba darme
órdenes para los deberes de mañana.” La noche se hizo más
avanzada. Ya para las cuatro el Ayudante Mayor volvió
nuevamente hacia el Mayor. “Mayor,” dijo, “El Coronel preguntó
por mí.” “¡Nuevamente!” exclamó el comandante. “Esto se está
poniendo extraño; sin embargo, ve.” El Ayudante Mayor tenia entre
otras tareas el de dar las instrucciones a los centinelas, y
consecuentemente tenía el poder de prescindir de ellos. Tan pronto
como el Ayudante mayor se había ido, el mayor, muy incómodo,
pensó que era su deber comunicarse con el Comandante Militar del
Palacio. Subió las gradas al departamento del Comandante
Teniente Coronel Niols. El Coronel Niols se había acostado y los
asistentes se habían retirado a sus habitaciones en el ático. El
Mayor, nuevo en el Palacio, hiendo a tientas por los corredores, y
conociendo poco sobre las distintas habitaciones, tocó la puerta
que parecía ser para él la del Comandante Militar. Nadie respondió,
la puerta no estaba abierta, y el mayor volvió abajar, sin haber
hablado con nadie. Por su parte el Ayudante Mayor ingreso
nuevamente al Palacio, pero el Mayor no lo vio. El Ayudante
permaneció cerca de la puerta enrejada de la casa Bourgogne,
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envuelto en su manto, y subiendo y bajando del patio como si
estuviese esperando a alguien. En el momento en que sonó las
cinco en punto en el gran reloj del domo, los soldados que dormían
en el campamento antes de que los Inválidos fuesen despertados
bruscamente. Las órdenes fueron dadas en voz baja en el
campamento para tomar armas, en silencio. Poco después de que
dos regimientos, con mochilas en las espaldas marchaban hacia el
Palacio de la Asamblea; ellos eran el 6to y el 42avo. En este mismo
golpe de cinco, simultáneamente en todos los cuarteles de París,
los soldados de infantería salieron silenciosamente de daca cuartel,
con sus coroneles a la cabeza. Los soldados de campo y oficiales
asistentes de Louis Bonaparte, quienes habían sido distribuidos en
todos los cuarteles, supervisaron esta toma de armas. La caballería
no se puso en marcha sino hasta tres cuartos de hora después de la
infantería, por miedo a que el sonido de los cascos de los caballos
en las piedras despierten a Paris muy pronto. M. de Persigny, quien
había traído desde el Eliseo hasta el campo de los inválidos la orden
de tomar armas, marchó a la cabeza de la 42avo, al lado del
coronel Espinasse. Una historia actual en el ejército, que al
presente, la gente está cansada de incidentes deshonrosos, Estos
hechos todavía se cuentan con cierta indiferencia sombría – la
historia es actual, que al momento de partir con su regimiento,
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uno de los Coroneles quien podría ser nombrado vaciló, y que el
emisario del Eliseo, sacando un paquete sellado de su bolsillo, lo
dijo, “Coronel, Admito que estamos tomando un gran riesgo. En
este sobre, el cual me fue encargado entregarle hay cien mil
francos en billetes para cualquier contingencia.” El sobre fue
aceptado, y el regimiento partió. En la noche del dos de diciembre
el coronel dijo a una dama, “Esta mañana gané cien mil francos y
las charreteras de mi general.” La Dama le mostró la puerta. Xavier
Durrieu, quien nos cuenta esta historia, luego tuvo la curiosidad de
ver a esta señora. Ella confirmó la historia. Si, ¡ciertamente! Ella
había cerrado la puerta en la cara de este infeliz; un soldado, ¡un
traidor a su bandera quien osaba visitarle! ¿Acaso ella recibe a un
hombre así? ¡No! Ella no haría eso, “y,” afirma Xavier Durrieu, ella
añadió, “y sin embargo no tengo nada que perder.” Otro misterio
estaba en progreso en la Prefectura de la Policía. Esos ciudadanos
atrasados del Cité quienes pudieron haber retornado a casa a altas
horas de la noche podrían haber notado un gran número de taxis
en la calle merodeando en grupos en diferentes puntos alrededor
de la Rue de Jerusalem. A partir de las once de la noche, bajo el
pretexto de la llegada de refugiados a Paris de Génova y Londres,
la Brigada de la fianza y los ochocientos sargentos de Ville habían
sido arrestados en la Prefectura. A las tres en punto de la mañana
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una citación había sido enviad a los cuarenta y ocho Comisarios de
Paris y de los suburbios, y también a los oficiales de paz. Una hora
después de que todos ellos llegaran. Fueron conducidos a cuartos
separados, y lo más lejos posible uno del otro. A las cinco en punto
una campana sonó en el gabinete del Prefecto. El Prefecto Maupas
llamó a los Comisarios de la Policía uno después de otro a su
gabinete, les reveló el complot, y asignó a cada uno su parte del
crimen. Ninguno se negó; muchos le agradecieron. Era cuestión de
arrestarles en sus propias casas a setenta y ocho Demócratas que
fueron influenciados en sus distritos, y temidos por el Eliseo como
posibles jefes de barricadas. Era necesario, un ultraje aún más
atrevido, arrestaron en sus casas a dieciséis Representantes del
pueblo. Para la última tarea fueron elegidos entre los Comisarios de
la Policía a aquellos magistrados que parecían los más propensos a
convertirse en rufianes. Entre estos se encontraban divididos los
diputados. Cada uno de ellos tenía a su hombre. El señor Courtille
tenía a Charras, el señor Desgranges tenía a Nadaud, el señor
Habaut el veterano tenía a M. Thiers, y el señor Hubaut el más
joven al General Bedeau, el General Changarnier fue asignado a
lerat, y el General Cavaignac a Colin. El señor Dourlens tomó al
Diputado Valentín, elseñor Benoist al Diputado Miot, el señor Allard
al Diputado Cholat, el señor Barlet tomó a Roger (Du Nord), el
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Geleran Lamoriciere cayó con el Comisario Blanchet, el Comisario
Gronfier tenía al Diputado Greppo, y el Comisario Budrot al
Diputado Lagrange. Los interrogadores fueron asignados de la
misma manera, el señor Baze al señor Primorin, y el General Lefló
al señor Bertoglio. Garantias con los nombres de los Diputados
habían sido elaboradas en el Gabinete Privado del Prefecto. Solo
habían quedado espacios en blanco para los nombres de los
Comisarios. Estos fueron llenados en el momento de salir. Además
de la fuerza armada que fue designada para asistirlos, se había
decidido que cada Comisario debería ser acompañado por dos
escoltas, uno compuesto por los sargentos de la ciudad, el otro por
agentes de la policía vestidos de civil. Como Prefecto Maupas había
dicho a M. Bonaparte, que el Guardia del Capitán de la República,
Baudinet, estaba asociado con el Comisario Leraten el arresto del
General Changarnier. Ya para las cinco y media los carruajes que
estaban a la espera fueron llamados, y todo empezó, cada uno con
sus instrucciones. Durante este tiempo, al otro lado de París – la
antigua Rue du temple - en la vieja Mansion Soubise que había sido
transformada en la Oficina de Imprenta Real, y hoy en día es la
Imprenta Nacional, otra parte del crimen estaba siendo organizada.
Ya para la una de la mañana un transeúnte que había llegado a la
antigua Rue du Temple por la Rue de Vieilles-Haudriettes, notó que
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en la intersección de estas dos calles, varias ventanas largas y altas
estaban con luces encendidas, estas eran las ventadas de las
habitaciones de trabajo de la Imprenta Nacional. El dobló a la
derecha e ingresó a la antigua Rue du Templem y un momento
después hizo una pausa antes de la entrada en forma de media luna
en frente de la imprenta. La puerta principal estaba cerrada, dos
guardias centinelas resguardaban a cada lado de la puerta. A través
de esta pequeña puerta, la cual estaba entreabierta, el echó un
vistazo dentro del patio de la imprenta, y lo vio lleno de soldados.
Los soldados estaban en silencio, ningún sonido se podía escuchar,
pero el brillo de sus bayonetas podían ser vistas. El transeúnte
sorprendido se acercó. Uno de los centinelas lo empujo
bruscamente hacia atrás gritando, “váyase”. Como los sargentos de
Ville en la Prefectura de la Policía, los trabajadores habían sido
retenidos en la Imprenta nacional bajo pena de trabajo nocturno. Al
mismo tiempo de que M. Hippolyte Prevost volvía al Palacio
Legislativo, el Gerente de la Imprenta Nacional volvía a ingresar a
su oficina, también retornando de la Ópera Cómica, donde se había
quedado para ver la nueva obra, ésta fue realizada por su hermano,
M. de St. Georges. Inmediatamente a su vuelta el gerente, a quien
le había llegado una orden de Elysee durante el día, sacó un par de
pistolas de bolsillo y bajó al vestíbulo que comunicaba a pocos
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pasos con el patio. Poco después la puerta que daba a la calle se
abrió, un taxi entro, un hombre que llevaba un gran portafolio
descendió. El gerente subió con el hombre y le dijo, “ eres tú, Señor
de Beville?” “Si,” respondió el hombre. El taxi se acomodó, los
caballos se colocaron en el establo, y el cochero se encerró en una
habitación, done le dieron bebidas, y colocaron una cartera en sus
manos. Botellas de vino y Louis d’or formaban la base de este
ciervo de la política. El cochero bebió y luego se fue a dormir. La
puerta del salón estaba cerrada. La gran puerta del patio de la
imprenta apenas estaba cerrada cuando se volvió a abrir, dio paso a
hombres armados, quienes entraron en silencio y luego la cerraron.
Los que llegaron eran una compañía de la gendarmería móvil, el
cuarto del primer batallón, comandado por el capitán llamado la
Roche d’Oisy. Como puede ser remarcado por el resultado, por
todas las expediciones delicadas los hombres del Golpe de Estado
se encargaron de emplear a la Gendarmería móvil y a la Guardia
Republicana, es decir que los dos cuerpos casi completos
compuestos de ex guardias municipales, guardan en el corazón al
menos un recuerdo vengativo de los acontecimientos de Febrero. El
Capitán La Roche d’Oisy trajo una carta del Ministro de Guerra,
quien puso a sí mismo y a sus soldados a disposición del Gerente de
la Imprenta de la Nación. Los mosquetes eran cargados sin
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pronunciar ni una sola palabra. Centinelas fueron colocados en los
talleres, en los corredores, en las puertas, en las ventanas, de
hecho, en todas partes, dos fueron colocados en la puerta que daba
a la calle. El capitán preguntó que instrucciones debía dar a los
centinelas. “Nada más simple,” dijo el hombre que había venido en
el taxi. “quien sea que intente salir o abrir una ventana, disparas.”
Este hombre quien, de hecho, era De Beville, oficial del régimen
para M. Bonaparte, se retiró con el Gerente al gran gabinete en el
primer piso, una habitación solitaria que miraba hacia el jardín. Ahí,
se comunicó con el Gerente que había traído consigo, el decreto
de la disolución de la Asamblea, el llamado al ejército, el llamado al
pueblo, el decreto que convoca a los electores, y además, la
proclamación del Prefecto Maupas y sus cartas a los Comisarios de
la Policía. Los cuatro primeros documentos fueron enteramente de
puño y letra del Presidente, y se podían notar algunos borrones
aquí y allá. Los compositores estaban esperando. Cada hombre fue
situado entre dos gendarmes, fueron prohibidos de emitir una sola
palabra, y luego los documentos que tenían que ser impresos
fueron distribuidos en toda la habitación, cortados en pequeños
pedazos, de manera tal que las oraciones completas no puedan ser
leídas por un trabajador. El gerente anunció que les daría una hora
para componerlo todo. Los diferentes fragmentos finalmente
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fueron llevados al coronel Baville, quien los puso juntos y corrigió
las hojas de prueba.
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sigiloso delante de la puerta de la Presidencia. Esta emboscada vino
a sorprender a la ley. El centinela, viendo a estos soldados llegar, se
detuvo, pero en el momento en que iba a desafiarlos con sus
propias vidas, el Ayudante Mayor agarró su brazo, y, en su calidad
de funcionario capaz de anular cualquier instrucción, le ordenó que
diera paso libre al 42avo, y que al mismo tiempo ordenó al
asombrado portero abrir la puerta. La puerta giró sobre sus
bisagras, los soldados de dispersaron por la avenida. Persigny entró
y dijo, “está hecho.” La Asamblea Nacional estaba invadida. Con el
ruido de las pisadas el comandante Mennier corrió. “Comandante”,
el Coronoel Espinasse le exclamó, “vengo a revelar a su batallón.” El
comandante se puso pálido por un momento, y sus ojos
permanecieron fijos en el suelo. Luego de pronto puso sus manos
en sus hombros, y le arrancó sus charreteras, sacó su espada, lo
rompió en su rodilla, voto los dos fragmentos en el pavimento, y,
temblando de rabia exclamó con voz solemne, “Coronel, deshonra
el número de su regimiento. “ está bien, está bien” dijo Espinasse.
La puerta de la Presidencia estaba abierta, pero todas las otras
entradas se mantenían cerradas. Todos los guardias fueron
relevados, todos los centinelas cambiados, y el batallón de la
guardia de noche fue enviada de vuelta al campo de los Inválidos,
los soldados apilaron sus armas en la avenida, y en la Cour
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d’Honneur. La 42avo, en profundo silencio, ocupó las puertas de
afuera y de adentro, el salón, la sala de recepción, las galerías,
poco después los pacillos y los pasajes, mientras todos dormían en
el palacio. Poco después llegaron dos de esos pequeños carruajes
denominados “cuarenta hijos,” y dos carretas, escoltadas por dos
destacamentos de la Guardia Republicana y de Chasseurs de
Vincennes, y por varios escuadrones de la policía. Los comisarios
Bertoglio y Primorin bajaron de los dos carros. Como estos
carruajes conducían a un personaje, calvo pero todavía joven,
apareció en la puerta enrejada de la Plaza de Bourgogne. Este
personaje tenía todo el aire de un hombre de ciudad, que acababa
de llegar de la ópera, y de hecho, el había venido de ahí, después
de haber pasado por una guarida. Él venia del Eliseo. Era de
mañana. Por un instante el miró a los soldados apilando sus armas,
y luego se fue a la puerta de la Presidencia. Allá, el intercambió
algunas palabras con M. de Persigny. Un cuarto de hora después,
acompañado por 250 Chasseurs de Vincennes, tomó posesión del
Ministerio del Interior, sobresaltó al señor de Thorigny en su cama,
y se le entregó bruscamente una carta de agradecimiento del Señor
Bonaparte. Algunos días antes, honestamente M. de Thorigny,
cuyas ingeniosas observaciones ya hemos citado, dijo al grupo de
hombres cerca de los cuales M. de Morny estaba pasando,- “¡Cómo
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estos hombres de la montaña calumnian al Presidente! El hombre
que rompería su juramento, quien para lograr un golpe de estado
necesariamente debe ser un desgraciado sin valor.” Habiendo
despertado bruscamente en medio de la noche, y relevado de su
puesto de Ministro como los centinelas de la Asamblea, el digno
hombre, atónito, y frotándose sus ojos murmuró, “¡Eh! Entonces el
presidente es un -- --.” “Si”, dijo Morny, con una carcajada. El que
escribe estas líneas conocía a Morny. Morny y Walewsky ocuparon
en la familia cuasi reinante cargos, uno de bastardo real, el otro de
bastardo imperial. ¿Quién era Morny? Diremos, “Un genio notable,
un integrante, pero de ninguna manera austera, un amigo de
Romieu, y un partidario de Guizot, que posee las costumbres del
mundo y los hábitos de la mesa de la ruleta, satisfecho de sí mismo,
inteligente, combinando una seria libertad de ideas con una
disposición a aceptar crímenes útiles, encontrando medios para
llevar una sonrisa graciosa con mala dentadura, llevando una vida
de placer, disipado pero reservado, feo, bonachón, feroz, bien
vestido, intrépido, dejando voluntariamente a un hermano
prisionero bajo pernos y barras, y dispuesto a arriesgar su cabeza
por un hermano.
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indignación. Coronel Espinaze, dijo, “Usted es un villano, y espero
vivir lo suficiente como para arrancarle los botones de su
uniforme.” El coronel Espinasse bajó la cabeza y tartamudeó: “yo
no lo conozco.” Un comandante agitó su espada y gritó: “Ya hemos
tenido suficiente de abogados y generales.” Algunos soldados
cruzaron sus bayonetas ante el prisionero desarmado, tres
sargentos de Ville lo empujaron a un carretón, y un subteniente
que se acervaba al carruaje, y mirando el rostro del hombre que, si
fuera ciudadano, sería su representante, y si era soldado era su
general, le lanzó esta abominable palabra: “¡Canalla!”
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Apenas pronunciadas estas palabras, un paisano y tres sargentos de
Ville uniformados entraron precipitadamente en su recamara. Los
hombres, abriendo su abrigo, mostraron una bufanda de oficina.,
preguntando a M. Baze, “¿Reconoces esto?” “eres un desgraciado
sin valor” respondió el Questor. Los agentes de policía le pusieron
las manos arriba a M. Baze, “No me vas a llevar”, dijo. “Tú, un
comisario de Policía, tu que eres magistrado, y sabes lo que estás
haciendo, ultrajas a la Asamblea Nacional, violar la ley, ¡eres un
criminal! Siguió una lucha cuerpo a cuerpo: cuatro contra uno,
Señor Baze y sus dos niñas gritando a rienda suelta, el sirviente fue
empujado hacia atrás a golpes por los sargentos del pueblo.
Ustedes son rufianes”, gritó el señor Baze. Se lo llevaron
principalmente por la fuerza en sus brazos, todavía luchando
desnudo, con la bata hecha girones, el cuerpo cubierto de golpes, la
muñeca desgarrada y sangrando. Las escaleras, el rellano, el patio,
estaban llenos de soldados con armas fijas. Bayonetas y armas de
tierra. El Questor les habló. “Sus representantes están siendo
arrestados, no han recibido sus armas para violar las leyes!” Un
sargento vestía una cruz nueva. “¿Te han dado la cruz por esto?” el
sargento respondió: “solo conocemos a un maestro”. “Observo su
número”, continuó M. Baze. “usted es un regimiento deshonrado”.
Los soldados escuchaban con un aire impasible, y parecía aún
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dormido. El comisario Primorin les dijo: “no respondan, esto no
tiene nada que ver con ustedes” Condujeron al Questor al patio, a
la caseta de vigilancia en la puerta norte. Este es el nombre que se
dio a una puertecita artificial bajo la bóveda frente al tesoro de la
Bourgogne, frente a la calle de Lille. Varios centinelas se colocaron
en la puerta de la casa de guardia, y en la parte superior de la
escalera que conducía allí, quedando el señor base allí a cargo de
tres sargentos de Ville. Varios soldados, desarmados y en camisa de
mangas, entraban y salían. El Questor apeló a ellos en nombre de
militares de honor. –No responda- dijo el sargento de Ville a los
soldados. Las dos niñas de M. Baze lo habían seguido con ojos
aterrorizados, y cuando los perdieron de vista la mas joven estalló
en lágrimas. “hermana”, dijo la mayor, que tenía siete años de
edad, “digamos nuestras oraciones”, y las dos niñas juntando sus
manos, se arrodillaron. El comisario Primorin, con su enjambre de
agentes, ingresó en el estudio del Questor y puso sus manos
encima de todo. Los primeros papeles que vio estaban en el centro
de la mesa, de los cuales se apoderó, eran los famosos decretos
que habían sido preparados en caso de que la Asamblea hubiera
votado la propuesta de los Questors. Todos los cajones estaban
abiertos y rebuscados. Esta revisión de los papeles de M. Baze que
el comisario denominó vista domiciliaria, duró más de una hora. La
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ropa de M. Baze había sido llevada con él, y se había vestido.
Cuando la “visita” había terminado, el guardia fue sacado de la
caseta de vigilancia. Había una carea en el patio, en el que entró,
junto con los tres sargentos de Ville. Un vehículo para llegar a la
puerta de presidencia, pasó por la Courd’Honneur y luego por la
Courde Canonis. Ya estaba amaneciendo. M. Baze miro hacia el
patio para ver si el cañón todavía estaba allí. Vio la munición. Los
carros se alineaban en orden con sus ejes levantados, pero los
lugares de los seis cañones y los dos morteros estaban vacíos. En la
avenida de la presidencia el carruaje se detuvo un momento. Dos
filas de soldados, de pie a sus anchas, se alineaban en las aceras de
la avenida. Al pie de un árbol estaban agrupados tres hombres: el
Coronel Espinase, a quien M. Baze conoció y reconoció, una especie
de teniente coronel, que vestía una cinta negra y naranja redonda
en su cuello, y un Mayor de Lanceros, los res con espada en mano
consultando juntos. Las ventanas del Carruaje estaban cerradas; M
Baze deseaba bajarlas para atraer a estos hombres; los sargentos
de Ville lo agarraron de los brazos. El comisario Primorin entonces
se acercó, y estaba a punto de volver a entrar en el carro pequeño
con dos personas que lo habían traído. –Señor Baze- dijo él, con
este tipo de cortesía villana que tenían los agentes del golpe de
estado voluntariamente mezclado con su crimen, “usted debe estar
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incómodo con estos tres hombres en el carruaje. “Usted está
estrecho, entre conmigo.” “Déjeme en paz”, dijo el prisionero. Con
estos tres hombres estoy apretado, contigo estaría contaminado.
“Un escolta de infantería se alineó en ambos lados del carruaje. El
coronel Espinasse llamo al cochero: “conduzca lentamente por el
Qui d’Orsay hasta encontrar a un escolta de caballería. Cuando la
caballería haya asumido la carga, la infantería puede volver”.
Partieron. Cuando el carruaje se dirigió por el Quai d’Orsay, llegó a
toda velocidad una caballería del 7mo de lanceros. Era el escolta: la
tropa rodeó el carruaje y comenzaron a galopear. Durante el
trayecto no se produjo ningún incidente. Aquí y allá, el ruido de los
cascos de los caballos, se abrieron las ventanas y se agacharon las
cabezas; y el prisionero que por fin había logrado bajar una ventana
escuchó voces asustadas que decían: “¿Cuál es el problema?” “El
carruaje se detuvo” “¿Dónde estamos?” Preguntó M. Baze. “En
Mazas” respondió el sargento de Ville. El Questor fue llevado a la
oficina de la prisión. Justo cuando entró, vio a Baune y Nadaud.
Había una mesa en el centro, en el que el comisario Primorin, que
había seguido al carruaje en su carro, acababa de sentarse.
Mientras que el comisario estaba escribiendo, M. Baze notó sobre
la mesa un papel que evidentemente era un registro de la cárcel, en
el que estaban los nombres escritos en el siguiente orden:
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Lamoriciere, Charras, Cavaginac, Changanier, Leflo, Thiers, Bedeau,
Roger (duNord), Chambolle. Este fue probablemente el orden en
los representantes habían llegado a prisión. Cuando Sieur Primorin
había terminado de escribir, M. Baze dijo: “ahora, serás
suficientemente bueno para escribir mi propuesta, y agregarla a su
informe policial.” “No es un informe oficial”, objeto el comisario,
“es simplemente una orden de ingreso”. “Tengo la intención de
escribir mi apelación de inmediato” respondió M. Baze. “Tendrás
mucho tiempo en tu celda”, comentó un hombre que estaba junto
a la mesa. M. Baze se dio la vuelta. “¿Quién eres tú?”, “soy el
director de la prisión”, dijo el hombre. “en ese caso”, respondió M.
Baze, “me compadezco de ustedes, porque son conscientes del
crimen que están cometiendo”. El hombre palideció y balbuceó
algunas palabras ininteligibles. El comisario se levantó de su
asiento; M. Baze tomó rápidamente posesión de su silla , se sentó
a la mesa y dijo a Sieur Primorin, “usted es un funcionario público;
le ruego que agregue mi protesta a su informe oficial” “muy bien”,
dijo el comisario, “que así sea”. Baze escribió la protesta dela
siguiente manera: “Yo, el que firma al pie, Jean Didier Baze,
representante del pueblo, y Questor de la Asamblea Nacional,
llevado por violencia desde mi residencia en el Palacio de la Nación
y conducido a esta prisión por una fuerza armada que me era
35
imposible resistir, protesto en nombre de la Asamblea Nacional y
en mi propio nombre contra el ultraje sobre la representación
nacional comprometida con mis colegas y sobre mí mismo.” En
Mazas, el dos de diciembre de 1851, a las ocho en punto de la
mañana. Mientras esto tomaba lugar en Mazas, los soldados reían y
bebían en el Patio de la Asamblea. Hicieron su café en cacerolas.
Habían encendido enormes hogueras en el patio; las llamas
avivadas por el viento, llegaban a veces a las paredes de la Cámara.
Un oficial superior de la Questure, un oficial de la Guardia nacional,
Ramond de la Croisette, se atrevió a decirles a ellos. “Incendiaran el
Palacio”, con lo cual un soldado le dio un puñetazo. Cuatro de las
piezas extraídas de la Cour de Cnons se alinearon en orden de
batería contra la Asamblea; dos en la Place de Bourgogne
apuntaban hacia la reja, dos en el Pont de la Concorde señalaban
hacia la gran escalera. Como nota al margen de esta historia
mencionemos un dato curioso. El regimiento número 42 de la línea
era la misma que había arrestado a Louis Bonaparte en Bolougne.
En 1840, este regimiento prestó su ayuda a la ley contra los
conspirados. En 1851 prestó su ayuda al conspirador contra la ley:
tal es la belleza de la obediencia pasiva.
36
CAPITULO IV. OTRAS ACTIVIDADES DE LA NOCHE.
38
delito de violación de sus personas se añadió a esa alta traición, la
violación de la Constitución. No faltó descaro en la perpetración de
estos ultrajes. Los agentes de la policía se reían. Algunos de estos
graciosos bromeaban. En Mazas, los sub-carceleros se burlaban de
Thiers; Nadau los reprendió severamente. El Sieur Hubaut (el más
joven) despertó al general Bedeau, “General, usted es un
prisionero” “mi persona es inviolable”. “A menos que sea atrapado
con las manos en la masa, en acto atroz de estar dormido.” Lo
tomaron por el cuello y lo arrastraron a un carruaje. Al reunirse en
Mazas, nadaud tomó la mano de Greppo y Lagrange cogió la mano
de Lemoriciere. Esto hizo que la nobleza de la policía riera. Un
coronel llamado Thirion, con una cruz de comandante alrededor de
su cuello, ayudo a poner a los Generales y a los Representantes a la
calle. “Mírame a la cara”, dijo Charras a él. Thirion se alejó. Así, sin
contar otros arrestos que dieron lugar más tarde, fueron
encarcelados durante la noche del 2 de diciembre dieciséis
diputados y setenta y ocho ciudadanos. Los dos agentes del crimen
proporcionaron un informe de ello a Louis Bonaparte. Morny
escribió, “Empaquetado”; Maupas escribió “Quadded”. El de la
jerga del salón, el otro en la jerga de las galeras. Graduaciones
sutiles del lenguaje.
39
CAPITULO V. LA OSCURIDAD DEL CRIMEN
40
apretón de manos. Al salir entró Carini. El coronel Carini es un
hombre intrépido. Había mandado la caballería al mando de
Mieroslawsky en la insurrección siciliana. Él ha contado, en unas
pocas conmovedoras y entusiastas páginas, la historia de aquel
noble. Carini es uno de esos italianos que aman a Francia como
nosotros. Los franceses aman Italia. Cada hombre de buen corazón
en este siglo tiene dos patrias: la Roma de ayer y el París de hoy.
“Gracias a Dios”, me dijo Carini, “sigues libre”, y agregó: “el golpe
ha sido asestado de una manera formidable. La Asamblea esta
investida. Yo vengo de allí. El lugar de la Revolución, los Muelles las
Tullerías, los bulevares, se llenaron de tropas. Los soldados tenían
mochilas. La artillería pesada lista para ser usada. Si se inicia una
pelea será de forma desesperada.” Le respondí: “habrá lucha”,
agregó riéndose. “usted ha probado que los coroneles escriben
como poetas; ahora les toca a los poetas pelear como coroneles”.
Entré a la habitación de mi esposa; ella no se había enterado, y
estaba en silencio leyendo su periódico en la cama. Yo había
tomado en mi poder quinientos francos de oro. Los puse en la cama
de mi esposa en una caja que contenía novecientos francos, todo
el dinero que me quedaba, y le dije lo que había pasado. Se puso
pálida y me dijo: “¡¿Qué vas a hacer?” “mi deber”. Ella me abrazó y
solo dijo una palabra “hazlo”. Mi desayuno estaba listo. Me comí
41
una chuleta en dos bocados. Cuando terminé, entro mi hija. Se
sobresaltó por la forma en que la besé y me preguntó “¿Cuál es el
problema?” “tu madre te lo explicará”. Y me marché. La Rue de la
Tour d’Avergne era tan tranquila y desierta como de costumbre. Sin
embargo, cuatro obreros charlaban cerca de mi puerta; me
desearon buenos días. Les grite, “¿Saben lo que esta pasando?”
“Si”, me contestaron. Uno de ellos agregó “lo juramos”.
Mantuvieron su palabra. Se construyeron barricadas en mi calle
(Rue de Tour d’Auvergne), en la Rue des Martyrs, en la cité Rodier,
en el Rue Conquenard, y enNotre-Dame de Lorette.
42
CAPITULO VI. “PANCARTAS”
45
“LOUIS NAPOLEON BONAPARTE” PROCLAMACION DEL
PRESIDENTE DE LA REPUBLICA AL EJERCITO. “
49
de papel. No hay forma de levantar la protesta, no hay forma de
comenzar el combate. El Golpe de Estado se revistió de correo, la
República llevaba una mordaza. ¿Cuál era la tarea asignada? La
edad contra la República, contra la Asamblea, contra el Derecho,
contra la ley, contra el Progreso, contra la Civilización, fueron
comandados por generales africanos. Estos héroes acababan de
demostrar que eran cobardes. Habían tomado bien sus
precauciones. Dolo el miedo puede engendrar tanta habilidad.
Habían arrestado a todos los hombres de guerra de la Asamblea, y
todos los hombres de acción de la izquierda, Baune, Charles
Lagrange, Miot, Valentin, Nadaud, Cholat. Añádase a esto que
todos los posibles jefes de las barricadas estaban en prisión. Los
organizadores de la emboscada se habían dejado cuidadosamente
en libertad a Jules Favre, Michel de Bourges y yo mismo,
juzgándonos ser menos hombres de acción que de tribuno,
deseando dejar a los hombres de izquierda ser capaces de resistir,
pero incapaces de vencer, esperando nos deshonren si no
luchamos, y para fusilarnos si lo hacemos. Sin embargo nadie dudó.
Comenzó la deliberación. Cada minuto llegaban otros
representantes, Edgar Quinet, Doutre, Pelletier, Cassal, Cruckner,
Baudin, Chauffour.La sala estaba llena, algunos estaban sentados,
la mayoría de pie, en confusión, pero sin tumulto. Fui el primero en
50
hablar. Yo dije que la lucha debe comenzar de inmediato. Golpe por
golpe. Que era mi opinión que los ciento cincuenta representantes
de la izquierda deberían ponerse sus bufandas de oficina, deben
marchar en procesión por las calles desde bulevar hasta la
Madeleine, y gritando “¡Viva la república! ¡Viva la Constitución!”
debemos presentarnos ante las tropas, y solos, tranquilos y
desarmados, deben convocar al poder a obedecer al derecho. Si los
soldados cedieran, deberían ir a la Asamblea y marcar el fin de
Louis Bonaparte. Si los soldados dispararen a sus legisladores,
deberían dispersarse por todo París, gritando “¡A las armas!” y
recurrir a las barricadas. La resistencia debería ser comenzada
constitucionalmente, y si eso falla, debería continuar
revolucionariamente. No hay tiempo que perder. “Alta traición”
dije, yo “debería ser apresado con las manos en la masa, es un gran
error sufrir tal atropello para ser aceptado por las horas a medida
que estas transcurren. Cada minuto que pase es cómplice, y avala el
delito. Cuidado con esa calamidad llamada “Hecho consumado”. ¡A
las armas!” Muchos apoyaron calurosamente este asesoramiento,
Edgar Quinet, Pelletier, and Doutre. Michel de Bourges objetó
seriamente. Mi instinto fue comenzar de inmediato, su consejo fue
esperar y ver. Según él, allí había peligro en acelerar la catástrofe. El
Golpe de Estado fue organizado, y el Pueblo no lo estaba. Habían
51
sido tomados desprevenidos. No debemos caer en la ilusión. Las
masas podrían no ser removidas todavía. Una calma perfecta
reinaba en los arrabales; existía la sorpresa, sí; ira, no. El pueblo de
París, aunque era inteligente, no comprendía. Michel agregó: “no
estamos en 1830. Charles X., al producir el 221, se expuso a este
golpe, la reelección del 221. No estamos en la misma situación. Los
221 eran populares. Esta Asamblea no lo es: una cámara que ha
sido insultantemente disuelta siempre está segura de conquistar, si
el pueblo lo apoya, así se levantó el pueblo en 1830. Hoy esperan.
Son engañados hasta que se convierten en víctimas”. Michel de
Bourges concluyó: “hay que dar tiempo al pueblo. Comprender,
enojarse, levantarse. En cuanto a nosotros, representantes,
debemos ser precipitados para anticipar la situación. Si fuéramos a
marchar inmediatamente hacia las tropas, solo nos estaríamos
fusilando en vano, y la gloriosa insurrección por la derecha será
despojado de antemano de sus líderes naturales: el representante
del pueblo. Deberíamos decapitar al ejército popular. El retraso
temporal, por el contrario, sería beneficioso. Debe evitarse el
exceso de celo, el autocontrol es necesario, ceder sería perder la
batalla sin siquiera antes haberla comenzado. Por ejemplo, no
debemos asistir a la reunión anunciada por la derecha para el
mediodía, todos los que acudan allí serán arrestados. Debemos
52
permanecer libres, estar preparados, debemos mantener la calma,
y debemos actuar esperando el advenimiento del Pueblo. Cuatro
días de esta agitación sin lucha cansaría al ejército”. Michel, sin
embargo, aconsejó un comienzo, simplemente rotulando el artículo
68 de la Constitución. Pero encontraríamos una imprenta? Michel
de Bourges habló con la experiencia de un procedimiento
revolucionario que esperaba por mí. Durante muchos años había
adquirido cierto conocimiento práctico de las asas. Su consejo fue
sabio, hay que añadir toda la información que nos llegó después de
él, y me pareció concluyente. Paris estaba abatido. El ejército del
golpe de Estado la invadió pacíficamente. Incluso los carteles no
fueron derribados. Casi todos los representantes presentes incluso
los más atrevidos, coincidieron con el consejo de Michel, esperar y
ver qué pasaba. “En la noche”, dijeron “comenzará la agitación”, y
concluyeron, como Michel de Bourges, que se le debe dar tiempo al
pueblo para que asimile. Existiría el riesgo el estar solo en un viaje
muy apresurado. No debemos llevar a la gente con nosotros en el
primer momento. Dejemos que la indignación aumente poco a
poco en sus corazones. Así se iniciara prematuramente nuestra
manifestación, fracasaría. Estos fueron los sentimientos de todos.
Para mí, mientras los escuchaba, me sentí sacudido. Quizás tenían
razón. Sería un error dar la señal de combate en vano. ¿De qué
53
sirve el rayo que no va seguido del relámpago? Para alzar la voz, dar
la rienda suelta a un grito, encontrar una imprenta, ahí estaba la
primera pregunta. Pero ¿Todavía existía prensa libre? El valiente
anciano jefe de la 6ta Legión, Coronel Forestier, nos llevó a un lado
a Michel de Borgues y a mí. “escuchen”, nos dijo. “vengo a ustedes.
Me han despedido. Ya no comando más mi legión, sino que me
nombraron de la izquierda, Coronel de la 6ta. Firmaré un pedido e
iré de una vez a llamarlos a las armas. En una hora el regimiento
estará en pie”. “Coronel, respondí, “haré más que firmar una orden,
yo le acompañaré.” Y me volví hacia Charamaule, que tenía un
carruaje esperando. –Ven con nosotros- Dije yo. Forester estaba
seguro de dos mayores de la 6ta. Decidimos conducir hasta ellos,
mientras que Michel y los oros representantes debían esperar por
nosotros en Bonvalet’s, en el Boulevard du Temple, cerca del café
turco. Allí podrían consultar juntos. Empezamos. Nosotros
atravesamos París, donde la gente ya comenzaba a agitarse de
manera amenazante. Los bulevares estaban llenos de una multitud
inquieta. La gente caminaba de un lado a otro, los transeúntes se
abordaban unos a otros sin ningún conocimiento previo, una
notable señal de ansiedad pública; y los grupos hablaban en voz
alta, voces en las esquinas de las calles. Las tiendas estaban siendo
cerradas. “Ven, esto se ve mejor”, gritó Charamaule. Él ha estado
54
deambulando por el pueblo dese la mañana, notó con tristeza la
apatía de las masas. Encontramos a dos mayores en casa con los
que contaba el coronel Forestier. Eran dos opulentos comerciantes
de productos secos que nos recibieron con cierta vergüenza. Los
comerciantes se habían reunido en las ventanas que nos vieron
pasar. Era mera casualidad. Mientras tanto uno de los dos mayores
anuló un viaje que iba a emprender ese día, y nos prometió su
cooperación. “pero” añadió, “no se engañen, uno puede prever que
seremos hechos pedazos. Pocos hombres lo harán marchar”. El
coronel Forestier nos dijo: “Watrin, el actual coronel de la 6ta no le
gusta pelear, tal vez lo haga renunciar el mando amistosamente. Iré
y lo encontraré solo, para asustarlo al menos, y me reuniré con
ustedes en Bonvalet’s.” “Cerca de la Porte St Artin dejamos
nuestro carruaje, y Charamaule observaba los grupos más de cerca
y para juzgar más fácilmente el aspecto de la multitud. La
nivelación reciente de la carretera había convertido al bulevar de la
Porte St. Martin en un profundo corte, comandado por dos
terraplenes, en las cumbres de estos terrapenes estaban las aceras,
provistas de barandillas. Los carruajes conducían a lo largo del
corte, los peatones caminaban por las aceras. Justo cuando
llegamos al bulevar, una larga columna de infantería desfiló en este
barranco con tamborileros a la cabeza. Las espesas olas de
55
bayonetas llenaron la plaza de St. Martin, y se perdieron en lo más
profundo del Boulevrad Bonne Nouvelle. Una multitud enorme y
compacta cubrió las dos aceras del Boulevard San Martin. Gran
multitud de obreros, en camisa, se encontraban ahí, apoyados en
las barandillas. En el momento en que entraba la cabeza de la
columna al desfile antes del Teatro de la Porte St. Martin, un grito
tremendo de ¡Viva la República! Vino de cada boca como si viniese
de un solo hombre. Los soldados continuaban su avance en silencio,
pero podría haberse dicho que su paso se aflojó, y muchos de ellos
miraron la multitud con aire de indecisión. ¡Qué significaba este
grito de ¿Vive le Repúblique? ¿Fue una muestra de ovación? ¿Fue
un grito de desafío? Me pareció que en ese momento la República
levanto su frente, y que el Golpe de Estado agachó la cabeza.
Mientras tanto Charamaule me dijo: “Eres reconocido”. De hecho,
cerca del Chateau d’Eau la multitud me rodeó. Algunos jóvenes
gritaron: “¡Vive Victor Hugo!” uno de ellos preguntó, “ciudadano
Victor Hugo, ¿Qué debemos hacer?” Respondí:” derribar las
pancartas sediciosas del golpe de Estado” y gritar “¡Vive la
Constitutión!” “¿Y si nos disparan?” dijo un joven trabajador. “Se
apresurarán a las armas”. “¡Bravo!” gritó la multitud. Añadí: “Louis
Bonaparte es un rebelde, se ha empapado el mismo hoy en cada
crimen. Nosotros, representantes del Pueblo, declarémoslo fuera
56
de la ley por el mero hecho de su traición. Ciudadanos, tienen dos
manos; tomen en una su derecho y en la otra su fusil y cae sobre
Bonaparte -¡Bravo!” volvió a gritar la gente. Un comerciante que
estaba cerrando su tienda me dijo: “no hables tan alto, si ellos te
escuchan hablar así, te dispararán.” “Bueno, entonces” le respondí,
“harías desfilar mi cuerpo, y mi muerte sería una bendición si la
justicia de Dios pudiera resultar de ello”. Todos gritaron. “¡Larga
vida a Victor Hugo!” “Larga vida a la Constitución”, dije yo. Un gran
grito de “¡Vive la Constitution! ¡Vive la republique!” vino de cada
pecho. Entusiasmo, indignación, ira, brillo en las caras de todos.
Pensé entonces, y sigo pesando, que este, tal vez, fue el momento
supremo. Estuve tentado de llevarme a toda aquella multitud, y
comenzar la batalla. Charlanaule me contuvo. Me susurró:
“Provocarás un fusilamiento inútil. Todos están desarmados. La
infantería está a solo unos pasos de nosotros y mira, aquí viene la
artillería”. Miré alrededor; en verdad varias piezas de cañón
emergieron al trote rápido de la Rue de Bondy, detrás del Chatau
d’Eau. El consejo de abstenerse, dicho por Charamaule, causó una
profunda impresión en mí. Viniendo de un hombre así, y uno tan
intrépido, ciertamente no se debe desconfiar. Además, me sentía
atado por la deliberación que acababa de tener lugar en la reunión
en la Rue Blanche. Me encogí ante la responsabilidad en que debí
57
haber incurrido. Haber aprovechado tal momento podría haber
sido la victoria, también podría haber sido una masacre. ¿Tenía
razón? ¿Estaba equivocado? La multitud se espeso a nuestro
alrededor, y fue difícil seguir adelante. Estábamos ansiosos, pero
por llegar a la cita en casa de Bonvalet’s. De repente, alguien me
toco en el brazo. Ese fue Leopold Duras, del Nacional. “No vayas
más lejos”, dijo susurrando, “el restaurante Bonvalet estaba
rodeado. Michel de Bourges había intentado dirigirse al pueblo,
pero subieron los soldados. Apenas logró escapar. Numerosos
representantes que acudieron a la reunión han sido arrestados.
Vuelvan sobre sus pasos. Estamos volviendo a lo viejo, cita en la
Rue Blanche Te he estado buscando para decirte esto.” Pasaba un
taxi; Charamaule llamó al conductor. Saltamos, seguidos por la
multitud gritando ¡Vive la republique! ¡Vive Victor Hugo! Parece
que justo en ese momento un escuadrón de sargentos de Ville
llegaba al Boulevard para arrestarme. El cochero partió a toda
velocidad. Un cuarto de hora después llegamos a la Rue Blanche.
58
CAPITULO VIII. “VIOLACION DE LA CÁMARA”
60
(du Rhone), y Crestin. Crestin ingreso a la habitación, directamente
a M. Dupin, y le dijo, “Presidente, ¿Sabe usted lo que está
sucediendo? ¿Cómo es eso de que todavía no ha sido convocada la
Asamblea?” M. Dupin se paró, y respondió, encogiendo los
hombros, lo cual era habitual en él, -“No hay nada que hacer”. Y
reanudó su caminar. “Es suficiente,” dijo M. de Rességuier. “Es
demasiado,” dijo Eugene Sue. Todos los representantes salieron de
la habitación. Mientras tanto, el puente de la Concordia se llenó de
soldados. Entre ellos el General Vast-Vimeux, delgado, mayor y
pequeño; su cabello lacio y blanco pegado a sus cienes,
uniformado, con su sombrero de cordones en su cabeza. Cargaba
dos charreteras grandes, y mostró su bufanda, no la de
representante, pero si la de general, dicha chalina, al ser muy larga,
la arrastraba por el suelo. Cruzó el puente caminando, gritando a
los soldados, gritos inarticulados de entusiasmo por el Imperio y
por el Golpe de Estado. Imágenes como estas fueron vistas en
1814. Solo que en vez de usar una gran escarapela tricolor,
utilizaron una gran escarapela blanca. En general el mismo
fenómeno; hombres ancianos gritando “¡Viva el Pasado!” casi al
mismo tiempo M. de Larochejaquelein cruzó la Plaza de la
Concordia, rodeado de cientos de hombres en camisas, a quien lo
seguían en silencio, y con un aire de curiosidad. Numerosos
61
regimientos de Caballería fueron preparados en la gran avenida de
los Campos de Eliseos. A las ocho en punto una fuerza formidable
invadió el Palacio Legislativo. Todos los accesos estaban vigilados,
todas las puertas estaban cerradas. Sin embargo, Algunos
representantes lograron ingresar al interior del Palacio, no como
erróneamente se estableció, por el pasaje de la casa del Presidente,
a un costado de la explanada de los Invalidos, pero por la puerta
pequeña de la Rue de Bourgogne, denominada la Puerta Negra.
Esta puerta, No se si por omisión o por conveniencia, permaneció
abierta hasta la noche del 2 de diciembre. La Rue de Bourgogne sin
embargo estaba llena de tropas. Escuadrones de soldados
esparcidos aquí y allá en la Rue de l’Universite permitieron a los
transeúntes, quienes eran pocos y estaban lejos entrar, usarlo
como vía pública. Los Representantes que ingresaron por la puerta
en la Rue de Bourgogne, ingresaron tan lejos como la Salle des
Conferences, donde se encontraron con sus colegas que salían de
M.Dupin. Un grupo numeroso de hombres, representando todos
los matices de opinión en la Asamblea, rápidamente se reunieron
en este salón, entre quienes estaban MM. Eugene Sue, Richardet,
Fayolle, Jolet, Marc Dufraisse, Benoit (du Rhone), Canet, Ganbon,
d’Adelsward, Créqu, Répellin, Teillard-Laterisse, Rantion, General
Leydet, Paulin Durrieu, Chanay, Brilliez, Collas (de la Gironde),
62
Monet, Gaston, Favrrieu,y Albert d’ Resseguier. Cada recién llegado
abordaba al señor Panat. “¿Dónde está el Vicepresidente?” “en
prisión”. “¿Y los otros dos Questors?” “también en prisión. Y les
pido crean, señores,” añadió M. de Panat, “no he tenido nada que
ver con el insulto que se me ha hecho, al no arrestarme”. La
indignación estaba en su apogeo; todos los matices políticos se
mezclaron en el mismo sentimiento de desprecio e ira, y M. de
Resseguier no fue menos enérgico que Eugene Sue. Por primera vez
la Asamblea parecía tener un solo corazón y una sola voz. Cada uno
al final dijo lo que pensaba del hombre del Eysee, y luego se vio que
durante mucho tiempo en el pasado, Louis Bonaparte había creado
imperceptiblemente una profunda unanimidad en la Asamblea. –la
unanimidad de desprecio. M Collas (of the Gironde) habló y contó
su historia. El vino del Ministro del Interior. Él había visto a M. de
Morny, había hablado con él; y el, M. Collas, estaba indignado más
allá de la medida por el Crimen de M. Bonaparte. Desde entonces,
ese Crimen le había hecho Consejero de Estado. M. de Panat fue de
aquí para allá, entre los grupos, anunciando a los Representantes
que hacia convocado a la Asamblea a la una en punto. Pero era
imposible esperar hasta esa hora. El tiempo presionaba. En el
Palacio Bourbon, así como en la Rue Blanche, estaba el sentimiento
universal que cada hora que pasaba contribuía a realizar el golpe
63
de Estado. Cada uno sintió el reproche del peso de su silencio o de
su falta de acción; el círculo de metal estaba cerrándose, la marea
de soldados crecía incesantemente, y el silencio invadió el Palacio;
a cada instante un centinela mas era encontrado en la puerta, la
misma que hace un instante atrás, había permanecido libre. El
grupo de Representantes, que permanecían juntos en la Salle des
Conferences, todavía eran respetados. Era necesario actuar, hablar,
deliberar, luchar, y no perder ni un solo minuto. Gambon dijo,
“Déjanos tratar una vez más Dupin; él es nuestro hombre oficial,
necesitamos de él.” Fueron a buscarlo, no lo encontraron. Ya no
estaba ahí, había desaparecido, estaba lejos, oculto, agazapado,
acobardado, se había desvanecido, estaba sepultado. ¿Dónde”,
nadie lo sabía. La cobardía tiene huecos desconocidos. De pronto
entró un hombre al salón. Era un hombre extraño para la Asamblea,
en uniforme, vistiendo la charratera de un oficial superior, con una
espada a un costado. Él era el mayor de la 42d, quien vino a pedir a
los representantes que abandonaran sus propias casas. Todos,
Realistas y Republicanos por igual, se abalanzaron sobre él. Tal era
la expresión de un testigo ocular indignado. El General Leydet se
dirigió a él en lenguaje como el que deja una impresión en la mejilla
en lugar de la oreja. “Cumplo con mi deber”, “Cumplo con mis
instrucciones”, tartamudeó el oficial. “Eres un idiota”, si piensas
64
que estas cumpliendo con tus deberes”, le grito Leydet, “y usted es
un sinvergüenza si no sabe que está cometiendo un crimen. ¿Su
nombre?, ¿Cómo se llama? Deme su nombre. “el hombre se negó a
dar su nombre, y respondió, “entonces señores, ¿no se retiraran?”
“No”. “Iré por el ejército” “Hágalo”. Dejó la habitación, y de hecho
se fue a obtener órdenes del Ministerio de Interior. Los
Representantes esperaron en una especie indescriptible de
agitación el cual podría denominarse estrangulamiento de la
Derecha por la Violencia. En poco tiempo uno de los que se habían
ido volvió precipitadamente, y les advirtió que dos compañías de
Gerdarmeria móvil venían armados. Marc Dufraisse gritó, “Que la
indignación sea total. Que el golpe de estado nos encuentre en
nuestros escaños. Vamos a la Salle des Seances” añadió. “Dado que
las cosas han llegado a tal extremo, brindemos un espectáculo
genuino y vivo de 18avo Brumario”. Todos se dirigieron al salón de
la Asamblea. El paso estaba libre. La Salle Casimir-Périer todavía no
estaba ocupado por los soldados. Eran como sesenta. Varios se
rodearon con sus bufandas de oficio. Entraron en el Salón
meditativamente. Ahí, M. de Rességuier, indudablemente con un
buen propósito, y para formar un grupo más compacto, dijo a todos
que deberían instalarse en el lado Derecho. “No”, dijo Marc
Dufraisse”, “Cada uno a su banquillo”. Se dispersaron por el salón,
65
cada uno en su lugar habitual. M. Monet, que se sentó en uno de
los bancos inferiores a la izquierda del centro, tenía en sus manos
una copia de la Constitución. Varios minutos pasaron. Nadie habló.
Era el silencio de la espera lo que precede a hechos decisivos y
crisis finales, y en la cual cada uno parecía escuchar
respetuosamente cada una de las últimas instrucciones de su
conciencia. De pronto los soldados de la Gendarmería Móvil
encabezada por el capitán con su espada desenvainada, apareció
en el umbral. El salón de la Asamblea fue violada. Los
representantes se levantaron de sus asientos simultáneamente,
gritando “¡Vive la Republique!” El representante Monet
permaneció de pie solo, y con una voz alta e indignante, el cual
sonó a través del salón vacío como una trompeta, ordenó a los
soldados detenerse. Los soldados se detuvieron, miraron a los
Representantes desconcertados. Los soldados solo habían
bloqueado el lobby de la izquierda, y no habían pasado más allá de
la Tribuna. Entonces el Representante Monet leyó los artículos 36,
37, y 68 de la Constitución. Los Artículos 36 y 37 establecían la
inviolabilidad de los Representantes. El Artículo 68 destituye al
presidente en caso de traición. Ese momento fue solemne. Los
soldados escucharon en silencio. Los artículos habían sido leídos, el
representante d’Adelsward, quien se sentó en el primen banco
66
inferior de la izquierda, y que estaba más cerca de los soldados, se
volvió hacia ellos y les dijo, -“Soldados, ven que el Presidente de la
República es un traidor, y los hará traidores. Ustedes violan el
precinto sagrado de la Representación racional. En el nombre de la
Constitución, in el nombre de la Ley, les ordeno que se retiren.”
Mientras Adelsward hablaba, el comandante mayor de
Gendarmería Móvil había entrado. “Señores”, dijo, “tengo ordenes
de solicitarles que se retiren, y si no se retiran por propia voluntad,
los expulsare”. “¡Ordenes de expulsarnos!” exclamo Adelsward; y
todos los Representantes añadieron, “Ordenes de quien; déjenos
ver las ordenes. ¿Quién firmó las ordenes?” El mayor sacó un papel
y lo desdobló. Apenas lo había desdoblado, intentó colocarlo
nuevamente en su bolsillo, pero el General Leydet se arrojó sobre
él y lo tomó del brazo. Muchos Representantes se inclinaron hacia
adelante, y leyeron la orden de expulsión de la Asamblea, firmada
por “Fortoul, Ministro de la Marina”. Marc Dufraisse, se volcó hacia
los Gendarmes Móviles, y les gritó, -“Soldados, su mera presencia
aquí es un acto de traición. ¡Salgan del salon!”. Luego empezó una
indescriptible pelea mano a mano entre los gendarmes y los
legisladores. Los soldados, con sus pistolas en sus manos,
invadieron los asientos de los Senadores. Repellin, Chanay, Rantion,
fueron sacados a la fuerza de sus asientos. Dos gendarmes
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corrieron tras Marc Dufraise, tos hacia Gambon. Una gran pelea se
dio lugar en el primer asiento de la Derecha, el mismo lugar donde
MM. Odilon Barrot y Abbatucci solían sentarse. Paulin Durrieu
opuso a la violencia por la fuerza, se necesitó tres hombres para
sacarlo de su asiento. Monet fue arrojado sobre los bancos de los
comisarios. Ellos agarraron a Adelsward por la garganta, y lo
sacaron del salón. Richardet, un hombre débil, fue sacado y
brutalmente tratado. Algunos fueron punzados por las puntas de
las bayonetas; casi todos tenían sus ropas rasgadas. El comandante
les gritó a los soldados, “sáquenlos”. Fue así que sesenta
representantes del pueblo fueron tomados por el cuello por el
Golpe de Estado, y expulsados de sus sillas. La manera en la cual la
escritura fue ejecutada completó la traición. El desempeño físico
fue digno del desempeño moral. Los tres últimos en salir fueron
Fayolle, Teillard-Laterisse, y Paulin Durrie. Se les permitió pasar por
la gran puerta del Palacio, y se encontraron en la Plaza Bourgogne.
La Plaza Bourgogne fue ocupada por el Regimiento en línea 42d,
bajo las órdenes del Coronel Garderens. Entre el Palacio y la estatua
de la República, que ocupa el centro de la plaza. Se apuntó una
pieza de artillería a la Asamblea Opositora de la Gran puerta. Al
lado del cañón Chasseurs de Vincennes cargaban sus armas y
mordían sus cartuchos. El Coronel Garderens estaba a caballo cerca
68
del grupo de soldados, lo cual atrajo la atención de los
Representantes Teillard-Latesisse, Fayole, y Paulina. En medio de
este grupo de tres hombres, que fueron arrestados, luchaban
gritando “¡Viva la Constitution! ¡Vive la Republique!” Fayolle, Paulin
Durrieu, y Teillard- Laterisse se acercaron, y reconocieron en los
tres prisioneros, tres miembros de la mayoría, Representantes
Toupet-des-Vignes Raboubt, Lafosse, y Arbey. El representante
Arbey se encontraba protestando acaloradamente. Así como subía
el todo de mi voz, el Coronel Garderens lo cortaba con estas
palabras, que son dignos de ser conservadas – “! Cierra tu boca!
¡Una palabra más y te golpeare con la culata” Los tres
Representantes de la izquierda llamaron indignados al coronel para
que suelte a sus compañeros “Coronel” dijo Fayolle, “usted rompe
la ley triple” “la comparé 6 veces” respondió el coronel y arrestó a
Fayolle, Durrieu y Teillard-Laterise. Se ordenó a los soldados que los
condujeran a la caseta de vigilancia en ese entonces construida en
el Palacio para el Ministro de Relaciones Exteriores. En el camino
los seis prisioneros, marchando entre una doble fila de bayonetas,
se reunieron con tres de sus colegas, Representantes Eugene Sue,
Chanay y Benoist (de Ródano). Eugene Sue se colocó ante el oficial
que comandaba el destacamento y le dijo. “te convocamos para
que pongas a nuestros compañeros en libertad”. “No puedo
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hacerlo”, respondió el oficial. “En ese caso completar sus
crímenes”, dijo Eugene Sue, “los convocamos a arrestarnos
también a nosotros”. El oficial los arrestó. Fueron llevados a la
caseta der Vigilancia del Ministro de Relaciones Exteriores, y, más
tarde, hasta el Cuartel del Quai d’Orsay. No fue hasta la coche que
dos empresas de la línea que vinieron a trasladarnos, este último
lugar de descanso. Mientras los colocaban entre sus soldados, el
oficial al mando se inclinó hasta el suelo, cortésmente contestando:
el oficial al mando se inclinó hasta el suelo, cortésmente,
comentando “Caballeros, las armas de mis hombres están
cargadas”. El desalojo de la sala se llevó a cabo, como hemos dicho,
desordenadamente, los soldados empujaban a os Representantes
ante ellos a través de todas las salidas. Algunos, y entre los
números que acabamos de hablar, salieron por la Rue de
Bourgogne, otros fueron arrastrados a través de Salles des Pas
Perdus, hacia la puerta enrejada frente al Pont de la Concorde. La
Salle des Pas Perdus tiene una ante-cámara, una especia de salón
transversal, sobre la que se abría la escalera del Alto Tribunal, y
varias puertas, entre otras la gran puerta e vidrio de la galería que
conduce a los apartamentos del Presidente de la Asamblea, tan
pronto como ellos habían llegado a este salón transversal, que
colinda con la pequeña rotonda, donde se situaba la puerta lateral
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de salida del Palacio, los soldados liberaron a los Representantes.
Ahí, en unos momentos, se formó un grupo, en el que los
diputados Canet y Favreau comenzaron a hablar. Un grito universal
se elevó, “busquemos a Dupin, Arrastrémoslo aquí si es necesario.”
Abrieron la puerta de cristal y corrieron a la galería. Esta vez, M.
Dupin estaba en casa. M. Dupin, al enterarse de que los soldados
habían despejado la sala, había salido de su escondite. Siendo la
Asamblea postrada, Dupin se mantuvo erguido. La ley que lo hizo
prisionero, este hombre se sintió liberado. El grupo de
Representantes, encabezado por MM. Canet y Favreau, lo
encontraron en su estudio. Allí se entabló un dialogo. Los
representantes convocaron al Presidente para que se pusiera a la
cabeza y volvieran a entrar al Salón, él, el hombre de la Asamblea,
con ellos, el hombre de la Nación. M. Dupin se negó rotundamente,
mantuvo su postura, era muy fuerte, y se aferró valientemente a su
nulidad. “¿Qué quieren que haga?” les dijo, combinando en sus
protestas alarmadas muchas máximas de ley y citas en latín, un
instinto de cuervos parlanchines, quienes vierten todo su
vocabulario cuando tienen miedo. “¿Qué quieren que haga? ¿Quién
soy yo? ¿Qué puedo hacer? No soy nada. Nadie es nada. Ubi nihil,
nihil. Puede que esté ahí. Donde hay poder el pueblo pierde sus
derechos. Novus nascitur ordo. En consecuencia, dale forma a tu
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curso. Estoy obligado a someterme. La Ley es dura pero es ley.
Admitimos una ley de necesidad, pero no una ley de derecho. Pero
¿Qué se puede hacer? Pido que me dejen en paz. No puedo hacer
nada. Hago lo que puedo. No me falta buena voluntad. Si hubiese
tenido un cabo y cuatro hombres, los habría matado.” “Este
hombre solo reconoce la fuerza”. Dijeron los Representantes. “muy
bien, empleemos la fuerza”. Usaron violencia con él, lo ciñeron con
una bufanda como si fuese un cordón alrededor de su cuello, y,
como habían dicho, lo arrastraron hacia el Salón, rogando por su
“libertad” gimiendo, pateando, -yo diría una lucha libre, si la
palabra no fuera muy exagerada. Algunos minutos después de
claridad, esta Salle des Pas Perdus, que acababa de presenciar
pasar a los representantes en la tensión de los gendarmes, vio a M.
Dupin en la tensión de los Representantes. No llegaron muy lejos.
Los soldados bloquearon las grandes puertas plegables. El coronel
Espinassse se apresuró allí, el comandante de la gendarmería llegó.
Las culatas de un par de pistolas se veían en el bolsillo del
comandante. El coronel estaba pálido, el comandante estaba
pálido, M. Dupin estaba furioso. Ambos bandos estaban temerosos.
M. Dupin temía del coronel; el coronel seguramente no temía de
M. Dupin, pero detrás de esta risible y miserable figura vio a un
terrible fantasma levantarse –su crimen, y tembló. En Homero hay
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una escena donde Nemesis aparece detrás de Thersites. M. Dupin
permaneció por algunos momentos estupefacto, desconcertado y
sin habla. El Representante Gambon le dijo, -“ahora bien, habla, M
Dupin, la Izquierda no te interrumpe”. Luego, con las palabras de
los Representantes a sus espaldas, y las bayonetas de los soldados
en su pecho, el triste hombre habló. Lo que su boca pronunció en
ese momento, lo que el Presidente de la Asamblea Soberana de
Francia tartamudeó a los gendarmes en este momento
intensamente crítico, nadie pudo reunir. Aquellos que escucharon
los últimos jadeos de su moribunda cobardía, apresuró a purificar
sus oídos. Sin embargo, parece que tartamudeó algo como esto: -
“Ustedes son Might, tienen bayonetas; invoco a la Derecha y los
dejo. Tengo el honor de desearles un buen día”. Él se retiró. Ellos le
dejaron ir. En el momento en que se retiraba, se volteó y solo unas
pocas palabras más. No las recogeremos. La historia no tiene cesta
de trapero.
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CAPITULO IX UN FINAL PEOR QUE LA MUERTE.
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CAPITULO X. LA PUERTA NEGRA
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el hombro con la culata de un mosquete. Podemos añadir que una
semana después M. Etienne era miembro de esa empresa a la que
denominaron Comité Consultivo. Encontró el Golpe de Estado a su
gusto, incluido el golpe con el mosquete. Volvieron a la casa de M.
Daru, y en el camino se reagrupo el grupo disperso, y fue incluso
reforzado por algunos recién llegados. “Señores”, dijo M. Daru, “el
presidente nos ha fallado, el salón se cerró ante nosotros. Soy el
Vicepresidente, mi casa es el Palacio de la Asamblea.” Abrió una
gran puerta, y allá los Representantes de la Derecha se instalaron.
Al principio las discusiones eran algo ruidosas. M. Daru, sin
embargo. Observó que los momentos eran preciosos, y el silencio
se restauró. La primera medida a tomarse era evidentemente la
deposición del Presidente de la República en virtud del artículo 68
de la Constitución. Algunos de los Representantes del partido
quienes eran llamados Burgraves se sentaron alrededor de la mesa
y prepararon el acta de deposición. En cuanto se disponían a leerla
en voz alta, un Representante que venía de afuera apareció en la
puerta del salón, y anunció a la Asamblea que la Rue de Lille se
llenaba de tropas, y que la casa estaba siendo rodeada. No había
tiempo que perder. M. Benoist-d’Azy dijo, “Señores, vayamos a la
Municipalidad del décimo distrito; ahí podremos deliberar bajo la
protección de la décima legión, del cual nuestro colega, General
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Lauriston, es el Coronel.” La casa de M. Daru tenía una entrada
trasera con una pequeña puerta que se encontraba al pie del jardín.
La mayoría de los Representantes salieron por ahí. M. Daru estaba
punto de seguirlos. Solo el, M. Odilon Barrot, y dos o tres de ellos
permanecieron en la sala, cuando la puerta se abrió. Un capitán
ingresó, y dijo a M. Daru, -“Señor, usted es mi prisionero”. “¿Dónde
lo sigo?” preguntó M.Daru. “Tengo ordenes de vigilarlo en su
propia casa.” La casa, en realidad, estaba militarmente ocupada, y
fue así como M. Daru fue impedido de participar en la sesión en el
Mairie en el décimo distrito. El oficial permitió a M. Odilon Barrot
retirarse.
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CAPITULO XI EL TRIBUNAL SUPERIOR DE JUSTICIA
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estatua conducía a un vestíbulo sinuoso terminado en una especie
de pasadizo ciego, que aparentemente estaba cerrado por dos
puertas dobles. En la puerta de la derecha se podía leer, “Sala del
Primer Presidente”, en la puerta de la izquierda, “Consejo de
Cámara”. Entre estas dos puertas, para conveniencia de los
abogados del Salón a la Sala Civil, que anteriormente fue la Gran
Cámara del Parlamento, se había creado un pasadizo angosto y
oscuro, en al cual, como uno de ellos remarcaba, “todo crimen
podría ser cometido con impunidad”. Dejando a un lado la Primera
Sala del Presidente y abriendo la puerta que llevaba la inscripción
“Sala del Consejo”, una gran sala atravesaba, amoblada con una
enorme mesa de herradura, rodeada de sillas verdes. Al final de
esta sala, que en 1793 servía como Sala de Deliberación para los
jurados del Tribunal Revolucionario, había una puerta colocada en
el revestimiento de madera, el cual conducía a un pequeño
vestíbulo donde habían dos puertas, a la derecha la puerta de la
sala perteneciente al Presidente de la Sala Penal, a la izquierda la
puerta de la Sala de Descanso. “¡Sentenciado a muerte! – ¡ahora
vayamos a cenar!”. Estas dos ideas, muerte y cena, se han
enfrentado unas a otras durante siglos. Una tercera puerta cerrada
al extremo de este vestíbulo. Esta puerta era, por así decirlo, la
última del Palacio de Justicia, la más lejana, la menos conocida, la
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más oculta; eso se abría a lo que se llamaba Biblioteca de la Corte
de Casación, una gran sala cuadrada iluminada por dos ventanas
con vistas al gran patio interior de la Conciergerie, amoblada con
unas sillas de cuero, una gran mesa cubierta de tela verde y con
libros de leyes que recubren las paredes desde el piso hasta el
techo. Esta habitación, como puede verse, es la más apartada y la
mejor escondida de cualquiera en el Palacio. Fue aquí, en esta
habitación, que llegaron sucesivamente el 2 de diciembre, hacia las
once de la mañana, numerosos hombres vestidos de negro, sin
túnicas, sin insignias de oficio, asustados, desconcertados,
sacudiendo la cabeza y susurrando juntos. Estos hombres
temblorosos eran del Tribunal Superior de Justicia. El tribunal
Superior de Justicia de acuerdo a los términos de la Constitución,
fue compuesta por siete magistrados; un Presidente, cuatro jueces,
y dos Asistentes, elegidos por la Corte de Casación entre sus
propios miembros y renovados cada año. En diciembre de 1851,
estos siete jueces nombrados fueron: Hardouin, Pataille, Moreau,
Delapalme, Cauchy, Grandet, y Quesnaut, los dos últimos fueron
nombrados Asistentes. Estos hombres, casi desconocidos, nunca
tuvieron antecedentes. M. Caughy, algunos años atrás fue
Presidente de la Cámara de la Corte Real de París, hombre amable
y fácilmente asustadizo, era el hermano del matemático, miembro
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del Instituto, a quien le debemos el cómputo de ondas sonoras, y al
Ex Registrador de Archivos de la Cámara de Pares. M. Delapalme
había sido Abogado General, y había tomado parte importante en
los juicos de prensa bajo la Restauración; M Patalille, había sido
diputado del Centro bajo la Monarquía de Julio; M. Moeau (dela
Seine) fue digno de mención, en la medida en la que lo habían
apodado “de la Seine” para distinguirlo de M. Moreau (de la
Meurthe), quien por su parte era digno de mención, por cuanto
había sido apodado “de la Meurthe” para distinguirlo de M.
Moreau (de la Seine). El primer Asistente, M. Grandet, había sido
Presidente de la Cámara en Paris. He leído este panegírico de él: él
es conocido por no poseer individualidad y opinión propia alguna”.
El segundo Asistente, M. Quesnault, un liberal, un diputado, un
funcionario público, Abogado General, un Conservador, erudito,
obediente, había alcanzado esto haciendo un trampolín de cada
uno de estos atributos, a la Sala Penal de la Corte de Casación,
donde era conocido como uno de los miembros más severos. En
1848 había conmocionado su noción de Derecha, él ha renunciado
después del 24 de febrero; el no renunció después del 2 de
diciembre. M. Hardouin, quien presidió el tribunal Superior, era un
Ex Presidente de Assizes, un hombre religioso, un rígido jansenista,
señalado entre sus colegas como un “magistrado escrupuloso”, que
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vive en Port Royal, un lector diligente de Nicolle, perteneciente a la
raza de los antiguos Parlamentarios de Marais, quien solía ir al
Palacio de Justicia montado en una mula; la mula, la mula había
pasado de moda, y quien sea que visitaba al Presidente Hardouin
no habría encontrado más obstinación en su seguridad que en su
conciencia. En la mañana del 2 de diciembre, a las nueve en punto,
dos hombres subieron las gradas de la casa de M. Hardouin, N° 10,
Rue de Condé, y se reunieron en su puerta. Uno era M. Pataille; el
otro, uno de los más prominentes miembros del Colegio de
Abogados del Tribunal de Casación, era el Ex constituyente Martin
(de Strasbourg). M. Pataille acababa de ponerse a disposición de M.
Hardouin. El primer pensamiento de Martin, mientras leía las
pancartas del Golpe de Estado, había sido para la Corte Suprema.
M Hardouin hizo pasar a M. Martin (de Strasbourg) para convocar a
la Corte Suprema, él le imploró que lo dejara en paz, declarando
que el Tribunal Superior “Cumpliría con su deber”, pero que
primero debe “consultar con sus colegas” concluyendo con esta
expresión “será hecho hoy o mañana”. “¡Hoy o mañana!” exclamó
Martin (de Strasbourg); “Señor Presidente, la seguridad de la
República, la seguridad del país, tal vez, dependa de lo que la Corte
Suprema haga o no. Su responsabilidad es grande; tómelo en
cuenta. La Corte Suprema de Justicia no cumple con su deber hoy o
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mañana; lo hace de una vez, en el momento, sin perder ni un
minuto, sin un instante de duda”. Martin (de Strasbourg) tenía
razón, la justicia siempre pertenece a este día. Martin (de
Strasbourg) añadió, “si quiere un hombre para un trabajo activo,
estoy a su servicio”. M. Hardouin declinó su oferta; declaró que el
no perdería ni un momento, y rogó a Martin (de Strasbourg) que lo
deje “consultar” con su colega, M. Pataille. De hecho, Convocó al
Tribunal Superior para las once en punto, y fue establecido que la
reunión debería realizarse en el Salón de la Biblioteca. Los jueces
estaban puntuales. A las once y cuarto, todos ellos estaban
reunidos. M. Pataille llegó al último. Se sentaron al final de la gran
mesa verde.
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