La Revolución Contra El Facha

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Descubriendo el pastel español.

A la hora de establecer barreras ideológicas no hay quien gane al español, y


parece que Orwell se contagió de esta tendencia castiza. El motivo que
impulsó al escritor inglés a participar en la guerra civil española lo deja
bastante claro: “matar fascistas porque alguien debe hacerlo”. Justificado o
no, esta motivación era comprensible por cualquiera en el contexto europeo
de entonces, especialmente entre aquellos que ostentaban las mismas
tendencias ideológicas que George Orwell, es decir, el comunismo trotskista. A
pesar de todo, la semántica de las palabras varía según el lugar donde se
encuentre cada uno, ya que el contexto particular es un factor fundamental
en la significación de algunos términos.

Orwell llega a Barcelona en diciembre de 1936, unos meses después de la


elección de Manuel Azaña como presidente de la II República española,
cinco meses tras el estallido de la guerra. Es cierto que Orwell quedó en parte
cautivado por el ambiente reinante en Cataluña, pero en términos generales
fue el desencanto con el gobierno lo que se apoderó del escritor inglés. Se
encontró con una izquierda radicalmente dividida, aunque con un mismo
objetivo en apariencia: acabar con el fascismo. El medio directo para
conseguir este objetivo era la guerra, pero el propósito del bloque comunista,
en teoría, debía ser la revolución.

La tesis que desarrolla el escritor en inglés es, principalmente, que el Frente


Popular en el gobierno encarna una fuerza contrarrevolucionaria antes que un
bando cohesionado en guerra contra el fascismo. Aunque es esto lo que el
gobierno republicano quiere hacer creer a comunistas y anarquistas, su
objetivo, más allá de ganar la guerra incluso, es el de evitar una revolución
que rompa el orden establecido por ellos mismos. En este proceso
contrarrevolucionario dirigido por el “gobierno burgués” se emplea un método
principalmente propagandístico y de censura, al cual Orwell considera más
fascista que el propio bloque fascista. Tras la toma de iniciativa por parte del
bloque anarcosindicalista en la revolución social, el gobierno republicano
tomó el control nominal adoptando un carácter reformista burgués. Esto se
tradujo en medidas como la disolución de las Milicias Obreras (donde no
existían diferencias de sueldo según los rangos) en favor del Ejército del Pueblo,
fenómeno que Orwell considera una medida contra el igualitarismo propio del
comunismo. Por otro lado, se produjo una conspiración deliberada por parte
del gobierno para que las medidas contrarrevolucionarias no trascendieran al
extranjero, motivados por el miedo a que se interpretase como “propaganda
fascista”.

Con todo, lo más influyente dentro de este fenómeno que describe Orwell fue
el despliegue propagandístico impulsado por el gobierno. Es cierto que en
cierta medida esto se llevó a cabo a través de periódicos filiales y otros medios
de comunicación accesibles a la masa. Sin embargo, la forma más efectiva
que encontró el gobierno para lograr sus objetivos fue la de capitalizar
máximas éticas, percepciones y expresiones que los caracterizasen como “los
buenos de la película”. Este método era válido para los dos frentes a los que se
enfrentaban: los fascistas y los revolucionarios de izquierda.

A estas alturas del siglo XX, el comunismo ya se encontraba lo suficientemente


dividido como para producir ciertas discrepancias irreconciliables, la primera
fue resultado de la consolidación del estalinismo en oposición al trotskismo.
Digamos que la posición de Stalin era más reacia a una revolución universal,
mientras que Trotski defendía una implantación radical, universal y
revolucionaria de los principios marxistas. El Frente Popular se regía por la
tendencia del marxismo que gobernaba en ese momento en la URSS, es decir,
el estalinismo, postura con la que Orwell era muy crítico.

Habiendo establecido estas premisas, nos será más fácil entender el fenómeno
que nos señala Orwell tocante al calificativo “trotskista”. El novelista británico
señala que el uso de esta palabra por parte de los miembros del Frente
Popular tiene como consecuencia la capitalización de una máxima ética
implícita. Me explico, la izquierda española ya había conseguido que el
calificativo fascista fuese entendido por la masa como aquel que va en contra
de toda libertad, por lo tanto, la máxima ética ya estaba conquistada y gran
parte del pueblo identificaba al fascista (sólo tenía que ser calificado así, no
tenía por qué serlo de facto) con el malo de la película: Frente Nacional. Con
todo, al colectivo republicano estalinista sólo le hizo falta convertir trotskista en
sinónimo de fascista; para esto sólo hizo falta dar entender que todo aquel
que intente dividir la izquierda en favor del enemigo común (con una
revolución, por ejemplo) es fascista.

Este fenómeno no nos puede resultar anacrónico. Tampoco nos ha de


extrañar el hecho de que sea el bloque de la izquierda el que siga
protagonizando este proceso hoy en día, y sí, se trata de la palabra facha y
todos los sinónimos, y sinónimos de los sinónimos. Digo que el protagonista de
esto es la izquierda por el simple hecho de que la historia, entendida en claves
posmodernas, está a su favor.

El caso es que hoy en día solo hace falta que te llamen facha para serlo. ¿Y
por qué motivos pueden llamar a alguien facha en España? Normalmente
responde a declaraciones sacadas de contexto a propósito. Véase, al opinar
acerca de las diferencias étnicas o la inmigración (=racista=facha), opinar
sobre políticas tocantes a la homosexualidad o a las reivindicaciones LGTBI
(=homófobo=facha), defender la familia “tradicional” (=machista=facha) o,
incluso, equivocarte por no haber actualizado tu forma de expresarte
“correctamente” (=x=facha). En definitiva, da la sensación de que los
colectivos revolucionarios de izquierdas han heredado los métodos autoritarios
del gobierno de la II República para llevar a cabo una revolución violenta al
estilo siglo XXI. Y es que, a la hora de establecer barreras ideológicas, no hay
quien gane al español.

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