Fundamentos en La Comunicación Del Evangelio
Fundamentos en La Comunicación Del Evangelio
Fundamentos en La Comunicación Del Evangelio
MIGUEL A. ALACID
Instituto Ciencias Religiosas San Fulgencio
Murcia
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1. LA RETÓRICA O EL ARTE DE CONVENCER
1 Cf. San Agustín, De Doctrina Christiana, Capítulo IV. En dicha obra, Agustín desarro-
lla y adapta la retórica clásica al cristianismo, insiste en la necesaria coherencia de las palabras
con la vida ejemplar del predicador, defiende la elocuencia de los textos bíblicos y advierte
sobre la necesaria asistencia de la inspiración del Espíritu Santo para el ejercicio de la predi-
cación, sin excluir por supuesto, el estudio de la retórica.
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En el siglo XIII, las órdenes mendicantes (franciscanos y dominicos, espe-
cialmente) y la Compañía de Jesús con posterioridad, dieron aire a la evan-
gelización. Fueron órdenes más adaptadas a su sociedad, que comenzaron a
predicar con el ejemplo y la palabra. Otro impulso importante se produjo en el
siglo XVI de la mano del humanismo; con él, aparecieron figuras como la de
Juan de Ávila (1499-1569), gran predicador preocupado por fomentar la forma-
ción en general y la retórica en particular. De esta época son varias obras sobre
retórica cristiana como la de Fray Luis de Granada2. Pero el conflicto con los
protestantes y una interpretación demasiado a la defensiva de Trento, llevó de
nuevo a potenciar una comunicación pastoral basada en conceptos y doctrina,
que funcionó más o menos bien, mientras esta doctrina era el pensamiento único
sin que existiera otra alternativa.
Pero a partir del siglo XVIII y sobre todo a lo largo del XIX surgirán am-
paradas en el pensamiento ilustrado nuevas ideologías críticas o contrarias a
la fe, que pondrán en jaque la primacía del pensamiento y la doctrina cristia-
na. Estos “competidores” ideológicos fueron contemplados como amenazas
a las que combatir y durante muchos años se dedicaron numerosos esfuerzos
en este sentido; pero también desde dentro de la misma Iglesia, se empezó a
comprender que necesitábamos renovar nuestra manera de comunicarnos con
el mundo, y esta idea fue, tal vez, la principal promotora del Concilio Vaticano
II, que supuso el inicio de un proceso de renovación que dará relevancia a una
comunicación pastoral que lleve al encuentro y propicie la experiencia cristiana
por encima de conceptos memorizados.
En este sentido y siguiendo las líneas marcadas por el Concilio, es necesario
replantearnos, una y otra vez, no solo el contenido del mensaje, sino también,
la forma de comunicar el Evangelio. Así lo expresaba Juan XXIII: El supremo
interés del Concilio Ecuménico es que el sagrado depósito de la doctrina cris-
tiana sea custodiado y enseñado en forma cada vez más eficaz… se debe mirar
a lo presente, a las nuevas condiciones y formas de vida introducidas en el
mundo actual, que han abierto nuevos caminos para el apostolado católico…
Una cosa es la substancia de la antigua doctrina y otra la manera de formular
su expresión3. Necesitamos aprovechar todas las oportunidades que nos ofrecen
los nuevos conocimientos en comunicación que nos aporta la ciencia, adaptán-
dolos a la comunicación pastoral.
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2. FACTORES BÁSICOS DE LA COMUNICACIÓN: EMISOR, MEN-
SAJE Y RECEPTOR
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En realidad, hay una multitud innumerable de elementos que pueden influir
en el desarrollo de una comunicación y su resultado final a todos los niveles.
No obstante, para conseguir que la comunicación sea lo más eficaz posible,
el emisor debe de comprender y manejarse con una serie de elementos que se
estructuran alrededor de los tres factores básicos de la comunicación (emisor,
mensaje y receptor), y las relaciones que se establecen entre ellos. Identificar
los múltiples engranajes que mantienen el mecanismo de una conversación es
necesario para reconocer los fallos y carencias que nos dificultan alcanzar una
fluidez capaz de una comunicación más eficaz7.
La primera relación, que es base para las otras, es la relación del emisor
consigo mismo. El conocimiento de sí mismo, de las propias capacidades y
posibilidades, así como de las limitaciones, es esencial para que un emisor sea
capaz de comunicar su mensaje con eficacia.
La segunda relación fundamental es la del emisor con el mensaje. El cono-
cimiento del mensaje permite la adecuada utilización de los conceptos que le
dan, a este, consistencia y credibilidad. En otras palabras, el conocimiento y la
experiencia del emisor, sobre los distintos aspectos que incumben al mensaje
que pretende comunicar, son determinantes en el éxito de la comunicación.
Las palabras de Lloyd George8 nos ilustran sobre la necesidad de prepara-
ción tanto de los conceptos externos (conocimiento del mensaje), como del
conocimiento personal o interno (conocimiento de sí mismo): Confiar en la
inspiración del momento, tal es la frase fatal por la que se han arruinado
muchísimas carreras promisorias. El camino más seguro para llegar a la in-
spiración es la preparación…El dominio de la elocuencia no se logra sino por
el dominio del tema que se desea tratar y por el dominio de sí mismo9.
En este sentido, una buena comunicación requiere que el conocimiento y
la experiencia sobre el mensaje que se pretende comunicar, esté en perfecta
coherencia con la actitud y la ética personal del emisor. Estas dos dimensiones
de conocimiento son en la retórica aristotélica dos condiciones imprescindibles
para el buen orador: el Logos, que se ocupa de la construcción argumental y
la lógica del mensaje; y el Ethos, que aporta la credibilidad y la coherencia
personal del emisor10.
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La otra gran relación del emisor es la que establece con el receptor o des-
tinatario del mensaje. El emisor debe adaptar la forma del mensaje a la capa-
cidad de captación del receptor, para ello es imprescindible el conocimiento
del destinatario y todo lo relativo a este; cuanto mayor sea este conocimiento,
mayor será la capacidad de adaptación.
La adaptación al destinatario se desarrolla a múltiples niveles que van
desde lo conceptual, lo cultural, el contexto y las necesidades físicas, hasta
el determinante componente emocional. Podemos afirmar que el proceso
de adaptación al destinatario es una acción que no se agota nunca, siempre
susceptible de mejora, porque abarca desde lo más externo a lo más íntimo
y profundo de la persona. Por eso, es sin duda un proceso importantísimo
para conseguir el éxito comunicativo. En este sentido afirma Dale Carnegie:
Hay una razón por la cual la otra persona piensa y procede como lo hace.
Descubra esa razón oculta y tendrá la llave de sus acciones, quizá de su per-
sonalidad. Trate honradamente de ponerse en el lugar de la otra persona. Si
usted llegara a decirse: “¿Qué pensaría; cómo reaccionaría yo si estuviera
en su lugar?”(empatía), habrá ahorrado mucho tiempo11.
Tal vez, sea el concepto de empatía el más usado a la hora de proponer una
correcta adaptación a nuestro interlocutor. No obstante, el término ha evolucio-
nado en los últimos años para pasar de significar un simple “ponerse en lugar
del otro”, a un concepto de empatía que va más allá, que consiste en sufrir con
el otro, es muy distinta a la simpatía o la sensiblería: El simpático proyecta
su simpatía sin considerar al otro, el sensible sufre porque por el sufrimiento
del otro, pero a su manera, no a la del prójimo12. Más que comprender lo que
siente el otro, es sentir lo que siente el otro.
De hecho, el término empatía viene del griego pathos que significa sufri-
miento o pasión como experiencia vivida. En la retórica de Aristóteles, esto se
traslada a la habilidad del orador o escritor de evocar emociones y sentimientos
en su audiencia. El pathos está asociado con la emoción, da fuerza y poder a la
comunicación, y busca la empatía, que es clave para mejorar la comunicación
interpersonal, mejorando la conexión emocional.
Por último, otro elemento esencial en el desarrollo de una buena comunicación
es la orientación a un objetivo. El emisor necesita tener muy claro el efecto que
pretende conseguir en su interlocutor a través del proceso de comunicación, este
efecto hace referencia a la relación entre el receptor y el mensaje. Tener bien de-
finido lo que se pretende conseguir es la mejor manera de que todo el mensaje, y
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los diferentes mecanismos que se ponen en marcha para su transmisión, adquieran
la coherencia y claridad necesaria en aras de una mayor eficacia.
En este contexto de orientación al resultado, hablamos de propósito y de
objetivo, entendiendo estos dos conceptos como diferentes, siguiendo la línea
planteada por Eduardo Lazcano en su libro Comunicación Emocional. Por un
lado, el propósito es el fin no alcanzable de manera directa, pues supera los
recursos disponibles, pero que orienta y da sentido a toda acción comunicativa;
mientras que, los objetivos son metas alcanzables y razonables que buscan
contribuir en la dirección marcada por el propósito. Un propósito podría ser,
por ejemplo, conseguir la felicidad del receptor, mientras que uno entre los
muchos objetivos que se podrían proponer en línea con dicho propósito podría
ser: provocar la risa.
La importancia de tener un propósito claro es fundamental en comunicación,
ya que dará sentido a todas las acciones y ayudará a superar todo tipo de posi-
bles dificultades. Tener un propósito es la mejor arma contra el cortoplacismo
y la superficialidad porque el propósito siempre se dibuja en el largo plazo
y fija tanto el destino, que hace que hasta las decisiones más livianas estén
profundamente alineadas con él13.
Estas relaciones entre los factores básicos de comunicación, han sido aplica-
das y adaptadas al mundo comercial con éxito, aportando un esquema práctico
que permite analizar y estructurar adecuadamente cualquier acción de ventas.
En este terreno el emisor es el vendedor, el mensaje es el producto que se pre-
tende vender y el receptor es el cliente. Así, un buen vendedor es aquel que,
por un lado, conoce sus capacidades, y conoce su producto perfectamente; al
mismo tiempo, conoce a sus clientes, lo que les interesa y sus necesidades; y
además, tiene muy claros sus objetivos y lo que pretende conseguir con cada
acción que realiza. De la misma manera podemos aprovechar este esquema para
aplicarlo a la comunicación Pastoral.
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y la Tradición viva. Se centra, en definitiva, en Cristo mismo, al que hay que
conocer, amar e imitar, para vivir en él la vida trinitaria y transformar con él la
historia hasta su perfeccionamiento en la Jerusalén celeste. Es un programa que
no cambia al variar los tiempos y las culturas, aunque tiene cuenta del tiempo y
de la cultura para un verdadero diálogo y una comunicación eficaz14.
Para comprender mejor la comunicación pastoral necesitamos especificar y
analizar cada uno de los factores básicos en dicha comunicación: Apóstol, Evan-
gelio y Mundo. Estos factores específicos no son invento o adecuación forzosa,
sino que nacen de Cristo y son Cristo mismo; tienen su fundamento bíblico en el
envío misionero que encontramos en los últimos versículos de los evangelios de
Marcos y Mateo; Y les dijo: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva
a toda la creación…» (Mc16,15) son estas palabras, las que llenan de sentido la
comunicación pastoral, y nos indican los factores que la componen.
14 Juan Pablo II, Carta Apostólica Novo Millennio Ineunte, 2000, 29.
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Así lo expresa el decreto Ad Gentes: La Iglesia entera es misionera, la obra
de evangelización es un deber fundamental del pueblo de Dios... Todos los hijos
de la Iglesia han de tener viva conciencia de su responsabilidad para con el
mundo, han de fomentar en sí mismos el espíritu verdaderamente católico y
consagrar sus fuerzas a la obra de la evangelización15.
De esta manera, la evangelización y la comunicación pastoral incumbe a
todos como derecho y también como deber, y así los recoge el Código de De-
recho Canónico: Todos los fieles tienen el deber y el derecho de trabajar para
que el mensaje divino de salvación alcance más y más a los hombres de todo
tiempo y del orbe entero16. Y este deber no es delegable, no se puede confiar en
que serán otros, ni siquiera en que las gentes recibirán el mensaje por textos u
otros medios, pues los textos didácticos son medios complementarios ofrecidos
a la comunidad cristiana, a la cual incumbe la catequesis. Ningún texto puede
sustituir la comunicación viva del mensaje cristiano17. Porque en la comuni-
cación pastoral el emisor siempre es la persona, testigo que ha creído y se ha
convertido en apóstol.
A pesar de ello, es necesario tener presente que el Espíritu se manifiesta de
modo particular en la Iglesia y en sus miembros; sin embargo, su presencia y
acción son universales, sin límite alguno ni de espacio ni de tiempo18.
El mensaje es ahora el Evangelio, “proclamad la Buena Nueva”, porque
Cristo es la Buena Nueva, Cristo es el Evangelio de la Salvación.
Cristo es el emisor y el mensaje en la comunicación pastoral. La presencia
de Cristo en el anuncio evangélico y en la acción catequética es el fundamento
y el fin de la catequesis. Cristo mismo es el contenido de la catequesis, y tam-
bién, la fuerza que impulsa y capacita al catequista como testigo de la Palabra
revelada del Padre.
Y el mundo es el receptor de la comunicación pastoral, entendiendo el
concepto “mundo” no en el sentido del cuarto evangelio (lo que se opone al
espíritu), sino en el sentido de la Consecratio Mundi, o tarea de influenciar las
realidades temporales con el espíritu cristiano. Todos los hombres son llama-
dos a formar parte del Pueblo de Dios. Por lo cual este Pueblo, siendo uno
y único, ha de abarcar el mundo entero y todos los tiempos para cumplir los
15 Concilio Ecuménico Vaticano II, Decreto Ad Gentes, 35-36. (en adelante AG)
16 Código de Derecho Canónico (1983), Canon 211. BAC Madrid 1983. (en adelante
CDC)
17 Directorio Catequístico General (1971), 120. (en adelante DCG)
18 Juan Pablo II, Encíclica Redemptoris Missio, 1990, 28.
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designios de la voluntad de Dios19. En este sentido, “mundo” se identifica con
“toda la creación”, un destinatario universal. La dimensión universal de la
tarea confiada a los Apóstoles se dirige “a todas las gentes” (Mt 28, 19); “a
toda la creación” (Mc 16, 15); “a todas las naciones” (Mt 24,14). Nadie queda
excluido como destinatario del Evangelio.
El concepto “a toda la creación” parece que va más allá, incluso, del ser
humano y se podría comprender, en cierto sentido, de forma literal. Así, Moisés
comienza diciendo: “Prestad oído, cielos, que hablo yo, escuche la tierra las
palabras de mi boca” (Dt 32,1); y así entendemos las palabras de Pablo: La
creación, expectante, está aguardando la manifestación de los hijos de Dios
(Rm 8,19); y también las de San Francisco de Asís hermano sol, hermana luna,
en el Canto de las Criaturas.
De alguna manera, la predicación, la comunicación del Evangelio nos acerca
a la plenitud de los tiempos: hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza, lo que
está en los cielos y lo que está en la tierra (Ef 1,10).
Podemos resumir que, en la comunicación pastoral, Cristo es el primer emi-
sor de un mensaje que es Él mismo, y que sigue presente en cada cristiano que
le comunica. Y, al mismo tiempo, Cristo, como palabra creadora por quien todo
fue hecho, está presente en toda la creación y en cada uno de los hombres, sus
hermanos, especialmente en aquellos más pobres y necesitados y así lo expresa
el evangelio de Mateo: En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos
hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis (Mt 25,40).
Cristo es al mismo tiempo emisor, mensaje y receptor en toda comunicación
pastoral. Cristo es el «Evangelio eterno» (Ap 14,6), y es «el mismo ayer y hoy
y para siempre» (Hb 13,8), pero su riqueza y su hermosura son inagotables20.
19 Concilio Ecuménico Vaticano II, Lumen Gentium, 13. (en adelante LG)
20 Francisco, Francisco, Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, 2013, 11. (en ade-
lante EG)
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La Iglesia Misterio, que se revela en Cristo
21 cf. LG 1-8.
22 EG 42.
23 Congregación para el Clero, Directorio General para la Catequesis, Editrice Roma
1997, 137. (en adelante DGC)
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Evangelizar es una transmisión de lo que se ha recibido y es lo que expresa
San Pablo cuando dice: “Porque yo recibí del Señor lo que os he transmitido”
(1 Co 11,23). Esta expresión: “recibí del Señor” hace referencia al encuentro
vivido, fundamento primordial. Es el encuentro personal con Cristo el que
nos impulsa a seguir las indicaciones de la primera carta de Pedro: Cristo, en
vuestros corazones, siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida
razón de vuestra esperanza (1 Pe 3,15). Porque el apóstol no enseña la fe, sino
que la transmite como testimonio de vida. Sólo gracias a ese encuentro con
el amor de Dios… somos rescatados de nuestra conciencia aislada y de la
autorreferencialidad. Llegamos a ser plenamente humanos cuando somos más
que humanos, cuando le permitimos a Dios que nos lleve más allá de nosotros
mismos para alcanzar nuestro ser más verdadero. Allí está el manantial de la
acción evangelizadora. Porque, si alguien ha acogido ese amor que le devuelve
el sentido de la vida, ¿cómo puede contener el deseo de comunicarlo a otros?24
Además, el Misterio espera la cooperación y la colaboración del esfuerzo
humano para adquirir la formación más adecuada. El estudio y la reflexión
bíblico-teológica son absolutamente necesarias, mas también inagotables en sí
mismas, ya que forman parte del Misterio divino, como explica San Juan de la
Cruz: Esta espesura de sabiduría y ciencia de Dios es tan profunda e inmensa,
que, aunque más el alma sepa de ella, siempre puede entrar más adentro25.
El Misterio estimula al apóstol a profundizar, a no paralizarse nunca. La
necesidad de formación es vital, el apostolado solamente puede conseguir
plena eficacia con una formación multiforme y completa26, que tiene como
pilar fundamental la Sagrada Escritura, y así lo indica Dei Verbum: (que)
Todos los cristianos, como apóstoles que son, se sumerjan en las Escrituras
con asidua lectura y con estudio diligente, para que ninguno de ellos resulte
“predicador vacío y superfluo de la palabra de Dios que no la escucha en su
interior”, puesto que debe comunicar… las inmensas riquezas de la palabra
divina27. Para poder comunicar el Evangelio, hay que estar dispuesto a dejarse
conmover por la Palabra para que se transforme interiormente en experiencia
vivida, y así no ser ese “predicador vacío y superfluo”, sino testigo vivencial,
porque la primera y principal obligación por la difusión de la fe es vivir pro-
fundamente la vida cristiana28.
24 EG 8.
25 San Juan de la Cruz, Cántico espiritual, 36, 10.
26 Concilio Ecuménico Vaticano II, Decreto Apostolicam Actuositatem, 28. (en ade-
lante AA)
27 Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución Dei Verbum, 25.
28 AG 36.
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La Iglesia Comunión con Cristo
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Siguiendo el ejemplo de Cristo, la adaptación al oyente… ha de inspirar
todas las iniciativas particulares, y a su servicio han de ponerse la creatividad
y originalidad34, en una tarea que nunca se puede dar por concluida, y así como
el mismo Cristo escudriñó el corazón de los hombres y los ha conducido con un
coloquio verdaderamente humano a la luz divina, así sus discípulos, inundados
profundamente por el espíritu de Cristo, deben conocer a los hombres entre los
que viven, y tratar con ellos35.
La Comunión va más allá del conocimiento, es testimonio de amor, cercanía,
compartir, sufrir con el otro, acompañar, es la empatía perfecta que hace propias
las emociones de los demás, es la comunión de los discípulos de Cristo que
se unen a toda la humanidad como nos enseña el proemio de la Gaudium et
Spes: Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres
de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez
gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada
hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón36. Solo así,
se actualiza la oración de Jesús al Padre: Para que todos sean uno. Como tú,
Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el
mundo crea que tú me has enviado. (Jn 17,21)
34 DGC 169.
35 AG 11.
36 GS 1.
37 AA, 2.
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la iniciativa sin miedo, salir al encuentro, buscar a los lejanos y llegar a los
cruces de los caminos para invitar a los excluidos. Vive un deseo inagotable
de brindar misericordia, fruto de haber experimentado la infinita misericordia
del Padre y su fuerza difusiva… La comunidad evangelizadora siempre está
atenta a los frutos, porque el Señor la quiere fecunda38. Y en el corazón de
todos los cristianos deben resonar las palabras de Pablo: Predicar el Evangelio
no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe,
porque ¡ay de mí si no predicara el Evangelio! (1Co 9,16).
Es conveniente matizar que la Misión no es la predicación en sí misma, sino
el objetivo de ésta. La Iglesia no realiza la Misión con la comunicación del
Evangelio, sino por medio de ella; la misión es por Cristo, su cuerpo místico
edificado en la santidad. El predicador tiene la hermosísima y difícil misión de
aunar los corazones que se aman, el del Señor y los de su pueblo39.
CONCLUSIÓN
38 EG 24.
39 EG 143.
40 GS 22.
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sario no dar las cosas por sabidas o conseguidas, y conviene repasar aspectos
fundamentales:
− ¿Me he preparado adecuadamente?
− ¿Conozco lo mejor posible a aquellos a quienes me voy a dirigir?
− ¿Soy consciente de lo que pretendo conseguir?
Esta sociedad necesita, anhela, conocer la belleza del rostro de Cristo, mas
parece que no llegará a ella por la lógica del razonamiento, sin antes pasar por
la emoción que habla directamente al corazón. Recordemos que:
41 Ratzinger, J. Mensaje para el Meeting por la Amistad entre los Pueblos, organizado
por Comunión y Liberación en Rimini. (21 agosto de 2002).
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