Fundamentos en La Comunicación Del Evangelio

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SCRIPTA FULGENTINA

Año XXXI – Nº 61-62 ESTUDIOS


2021
Páginas 177-192

Fundamentos en la comunicación del Evangelio

MIGUEL A. ALACID
Instituto Ciencias Religiosas San Fulgencio
Murcia

Resumen: La tarea evangelizadora compromete a todo cristiano por desig-


nio divino. Esta responsabilidad exige a todos buscar continuamente caminos
que faciliten dicha tarea y la hagan más eficaz. Cualquier acto de comunicación,
desde una homilía, hasta una charla entre amigos en la que surge el tema reli-
gioso, es una oportunidad para la cual necesitamos estar mejor preparados; y,
esta preparación no gira solo entorno al contenido del mensaje que pretendemos
comunicar, sino también y, especialmente, en torno a la forma de comunicarlo.
Por ello, es necesario formarnos para comunicar mejor, utilizando todos los
recursos a nuestro alcance, incluidos aquellos que provienen de la ciencia y de
la cultura no religiosa.
Palabras clave: Evangelio, comunicación, pastoral.

Abstract: Every Christian by divine plan is in commitment to the spreading


of the gospel. This responsibility demands for everyone to facilitate this task
and make it efficient to handle. Every act of communication from a homily or a
talk with friends, in which the religious topic comes up, it’s an opportunity for
which we need to be better prepared; and this preparation is not only around the
content of the message that we are trying to communicate, but also and above
all in the way we communicate it. For that reason, we need to train the skill of
communicating and use every resource available, including the ones that come
from science and different cultures.
Keywords: Gospel, communication, pastoral.

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1. LA RETÓRICA O EL ARTE DE CONVENCER

Desde la época clásica, con Aristóteles, Cicerón y Quintiliano, se desarrollan


importantes obras que recogen recomendaciones para que los ciudadanos se
capaciten en el dominio de las distintas artes de la comunicación. Entre estas
“artes”, además de la dialéctica y la oratoria, centradas en aspectos de lenguaje
y del discurso respectivamente, está la retórica o arte de deleitar, persuadir y
conmover. Así, la retórica se convirtió en esencial para actividades como la
política, la diplomacia y el comercio, ámbitos en los que, no solo se trata de
comunicar enseñanzas o normas, sino que, es necesario convencer y llegar a
acuerdos que producirán cambios en las relaciones personales.
Para comunicar el mensaje cristiano siempre se ha utilizado la retórica de
manera consciente o no, pues el anuncio evangélico es una propuesta de vida
nueva en Cristo que no se puede imponer. Se trata más de persuadir de la
bondad, la belleza, la verdad y la alegría que dicho mensaje encierra, que de
transmitir enseñanzas y normas. Por esta razón, hubo autores cristianos de la
época patrística que recurrieron a la retórica clásica de manera explícita como
San Agustín que, aunque en un principio era reacio a utilizar la retórica por
considerarla un arte mundano, se dio cuenta posteriormente de lo necesaria que
era para comunicar el Evangelio; así que no dudó en recurrir a las enseñanzas
de los sabios griegos sobre retórica, e incluso, dedicó una de sus obras a adaptar
esa retórica clásica al cristianismo1.
No obstante, y por distintas circunstancias, la historia de la Iglesia ha queda-
do marcada por un conflicto continuado entre la fe vivida y la fe memorizada.
Un conflicto crucial para el cristianismo que le ha llevado, en demasiadas oca-
siones, a reducir la comunicación de la fe a un conjunto de verdades y doctrinas
que creer, cuando en realidad, la fe es una respuesta libre a una experiencia:
encuentro personal con el amor de Dios. De esta manera, cuando lo que se pre-
tende transmitir es simplemente una doctrina para memorizar, lo importante se
centra exclusivamente en el mensaje y no en la forma de transmitirlo. Por este
motivo, y por la exclusividad que la Iglesia ha tenido a la hora de comunicar su
mensaje, la preocupación por el “cómo predicar” no ha sido importante durante
largos periodos de la historia.

1 Cf. San Agustín, De Doctrina Christiana, Capítulo IV. En dicha obra, Agustín desarro-
lla y adapta la retórica clásica al cristianismo, insiste en la necesaria coherencia de las palabras
con la vida ejemplar del predicador, defiende la elocuencia de los textos bíblicos y advierte
sobre la necesaria asistencia de la inspiración del Espíritu Santo para el ejercicio de la predi-
cación, sin excluir por supuesto, el estudio de la retórica.

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En el siglo XIII, las órdenes mendicantes (franciscanos y dominicos, espe-
cialmente) y la Compañía de Jesús con posterioridad, dieron aire a la evan-
gelización. Fueron órdenes más adaptadas a su sociedad, que comenzaron a
predicar con el ejemplo y la palabra. Otro impulso importante se produjo en el
siglo XVI de la mano del humanismo; con él, aparecieron figuras como la de
Juan de Ávila (1499-1569), gran predicador preocupado por fomentar la forma-
ción en general y la retórica en particular. De esta época son varias obras sobre
retórica cristiana como la de Fray Luis de Granada2. Pero el conflicto con los
protestantes y una interpretación demasiado a la defensiva de Trento, llevó de
nuevo a potenciar una comunicación pastoral basada en conceptos y doctrina,
que funcionó más o menos bien, mientras esta doctrina era el pensamiento único
sin que existiera otra alternativa.
Pero a partir del siglo XVIII y sobre todo a lo largo del XIX surgirán am-
paradas en el pensamiento ilustrado nuevas ideologías críticas o contrarias a
la fe, que pondrán en jaque la primacía del pensamiento y la doctrina cristia-
na. Estos “competidores” ideológicos fueron contemplados como amenazas
a las que combatir y durante muchos años se dedicaron numerosos esfuerzos
en este sentido; pero también desde dentro de la misma Iglesia, se empezó a
comprender que necesitábamos renovar nuestra manera de comunicarnos con
el mundo, y esta idea fue, tal vez, la principal promotora del Concilio Vaticano
II, que supuso el inicio de un proceso de renovación que dará relevancia a una
comunicación pastoral que lleve al encuentro y propicie la experiencia cristiana
por encima de conceptos memorizados.
En este sentido y siguiendo las líneas marcadas por el Concilio, es necesario
replantearnos, una y otra vez, no solo el contenido del mensaje, sino también,
la forma de comunicar el Evangelio. Así lo expresaba Juan XXIII: El supremo
interés del Concilio Ecuménico es que el sagrado depósito de la doctrina cris-
tiana sea custodiado y enseñado en forma cada vez más eficaz… se debe mirar
a lo presente, a las nuevas condiciones y formas de vida introducidas en el
mundo actual, que han abierto nuevos caminos para el apostolado católico…
Una cosa es la substancia de la antigua doctrina y otra la manera de formular
su expresión3. Necesitamos aprovechar todas las oportunidades que nos ofrecen
los nuevos conocimientos en comunicación que nos aporta la ciencia, adaptán-
dolos a la comunicación pastoral.

2 Cf. Fray Luis de Granada, Retórica Eclesiástica. En ella, el dominico ofrece, en la


línea de San Agustín, una adaptación de la retórica clásica a la predicación cristiana, donde
encontramos unas técnicas de comunicación pastoral perfectamente eficaces en la actualidad.
3 Juan XXIII, Discurso en la solemne apertura del Concilio Ecuménico Vaticano II (11
octubre 1962).

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2. FACTORES BÁSICOS DE LA COMUNICACIÓN: EMISOR, MEN-
SAJE Y RECEPTOR

En el siglo XX, el estudio de la comunicación humana se ha centrado en


comprender la comunicación como un proceso dinámico compuesto de elementos
diversos que se relacionan entre sí. Surgen así los llamados modelos de comuni-
cación, que sirven para representar la relación y dinámica entre los componentes
del proceso comunicativo. Algunos son más complejos que otros; sin embargo, en
todos ellos se destacan tres elementos indispensables para que se produzca la co-
municación: emisor, mensaje y receptor. Estos elementos se pueden representar
en un modelo lineal4, que se considera básico en los estudios de comunicación, o
en otro modelo circular5, más avanzado, que es el más utilizado en la actualidad.
Con el modelo circular se pone énfasis en que toda acción comunicativa
y el modo de efectuarla producen un efecto en el receptor, quien llegará a
reaccionar de alguna forma provocando, a la vez, una nueva interacción co-
municativa6. Los mensajes son enviados y recibidos de manera continua, por
lo que se intercambian constantemente los papeles de emisor y receptor, y se
produce una influencia recíproca en la conducta de los participantes en el pro-
ceso comunicativo.

4 El modelo básico de la comunicación desarrollado por Claude Shanon y Warren


Weaver en 1949. Contempla la comunicación en un solo sentido que va del emisor al receptor.
5 Modelos como el de Schramm de 1954, y otros posteriores, postularon la idea de
que no puede comprenderse la comunicación como si comenzara en un lugar y terminara en
otro. Introducen la noción de circularidad con base en la respuesta o “feedback” (retroalimen-
tación) que implica el modelo.
6 S. Fonseca, A. Correa, I. Pineda, F. Lemus, Comunicación oral y escrita. Prentice
Hall México 2011, 7.

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En realidad, hay una multitud innumerable de elementos que pueden influir
en el desarrollo de una comunicación y su resultado final a todos los niveles.
No obstante, para conseguir que la comunicación sea lo más eficaz posible,
el emisor debe de comprender y manejarse con una serie de elementos que se
estructuran alrededor de los tres factores básicos de la comunicación (emisor,
mensaje y receptor), y las relaciones que se establecen entre ellos. Identificar
los múltiples engranajes que mantienen el mecanismo de una conversación es
necesario para reconocer los fallos y carencias que nos dificultan alcanzar una
fluidez capaz de una comunicación más eficaz7.
La primera relación, que es base para las otras, es la relación del emisor
consigo mismo. El conocimiento de sí mismo, de las propias capacidades y
posibilidades, así como de las limitaciones, es esencial para que un emisor sea
capaz de comunicar su mensaje con eficacia.
La segunda relación fundamental es la del emisor con el mensaje. El cono-
cimiento del mensaje permite la adecuada utilización de los conceptos que le
dan, a este, consistencia y credibilidad. En otras palabras, el conocimiento y la
experiencia del emisor, sobre los distintos aspectos que incumben al mensaje
que pretende comunicar, son determinantes en el éxito de la comunicación.
Las palabras de Lloyd George8 nos ilustran sobre la necesidad de prepara-
ción tanto de los conceptos externos (conocimiento del mensaje), como del
conocimiento personal o interno (conocimiento de sí mismo): Confiar en la
inspiración del momento, tal es la frase fatal por la que se han arruinado
muchísimas carreras promisorias. El camino más seguro para llegar a la in-
spiración es la preparación…El dominio de la elocuencia no se logra sino por
el dominio del tema que se desea tratar y por el dominio de sí mismo9.
En este sentido, una buena comunicación requiere que el conocimiento y
la experiencia sobre el mensaje que se pretende comunicar, esté en perfecta
coherencia con la actitud y la ética personal del emisor. Estas dos dimensiones
de conocimiento son en la retórica aristotélica dos condiciones imprescindibles
para el buen orador: el Logos, que se ocupa de la construcción argumental y
la lógica del mensaje; y el Ethos, que aporta la credibilidad y la coherencia
personal del emisor10.

7 Poyatos, F. La comunicación no verbal, Vol 1 Cultura, lenguaje y comunicación, Istmo


Madrid 1994, 259.
8 Político liberal británico, gran orador, que fue primer ministro entre 1916 y 1922.
9 Lloyd George, D. citado en: Carnegie, D. Cómo hablar bien en público. Elipse
Edhasa Barcelona 1997, 37.
10 Cf. de Miguel Pascual, R. Fundamentos de la comunicación humana. Editorial Club
Universitario Alicante 2010, 57-58.

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La otra gran relación del emisor es la que establece con el receptor o des-
tinatario del mensaje. El emisor debe adaptar la forma del mensaje a la capa-
cidad de captación del receptor, para ello es imprescindible el conocimiento
del destinatario y todo lo relativo a este; cuanto mayor sea este conocimiento,
mayor será la capacidad de adaptación.
La adaptación al destinatario se desarrolla a múltiples niveles que van
desde lo conceptual, lo cultural, el contexto y las necesidades físicas, hasta
el determinante componente emocional. Podemos afirmar que el proceso
de adaptación al destinatario es una acción que no se agota nunca, siempre
susceptible de mejora, porque abarca desde lo más externo a lo más íntimo
y profundo de la persona. Por eso, es sin duda un proceso importantísimo
para conseguir el éxito comunicativo. En este sentido afirma Dale Carnegie:
Hay una razón por la cual la otra persona piensa y procede como lo hace.
Descubra esa razón oculta y tendrá la llave de sus acciones, quizá de su per-
sonalidad. Trate honradamente de ponerse en el lugar de la otra persona. Si
usted llegara a decirse: “¿Qué pensaría; cómo reaccionaría yo si estuviera
en su lugar?”(empatía), habrá ahorrado mucho tiempo11.
Tal vez, sea el concepto de empatía el más usado a la hora de proponer una
correcta adaptación a nuestro interlocutor. No obstante, el término ha evolucio-
nado en los últimos años para pasar de significar un simple “ponerse en lugar
del otro”, a un concepto de empatía que va más allá, que consiste en sufrir con
el otro, es muy distinta a la simpatía o la sensiblería: El simpático proyecta
su simpatía sin considerar al otro, el sensible sufre porque por el sufrimiento
del otro, pero a su manera, no a la del prójimo12. Más que comprender lo que
siente el otro, es sentir lo que siente el otro.
De hecho, el término empatía viene del griego pathos que significa sufri-
miento o pasión como experiencia vivida. En la retórica de Aristóteles, esto se
traslada a la habilidad del orador o escritor de evocar emociones y sentimientos
en su audiencia. El pathos está asociado con la emoción, da fuerza y poder a la
comunicación, y busca la empatía, que es clave para mejorar la comunicación
interpersonal, mejorando la conexión emocional.
Por último, otro elemento esencial en el desarrollo de una buena comunicación
es la orientación a un objetivo. El emisor necesita tener muy claro el efecto que
pretende conseguir en su interlocutor a través del proceso de comunicación, este
efecto hace referencia a la relación entre el receptor y el mensaje. Tener bien de-
finido lo que se pretende conseguir es la mejor manera de que todo el mensaje, y

11 Carnegie, D. Cómo ganar amigos... 201.


12 Lazcano, E. Comunicación Emocional, LID Madrid 2017, 38.

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los diferentes mecanismos que se ponen en marcha para su transmisión, adquieran
la coherencia y claridad necesaria en aras de una mayor eficacia.
En este contexto de orientación al resultado, hablamos de propósito y de
objetivo, entendiendo estos dos conceptos como diferentes, siguiendo la línea
planteada por Eduardo Lazcano en su libro Comunicación Emocional. Por un
lado, el propósito es el fin no alcanzable de manera directa, pues supera los
recursos disponibles, pero que orienta y da sentido a toda acción comunicativa;
mientras que, los objetivos son metas alcanzables y razonables que buscan
contribuir en la dirección marcada por el propósito. Un propósito podría ser,
por ejemplo, conseguir la felicidad del receptor, mientras que uno entre los
muchos objetivos que se podrían proponer en línea con dicho propósito podría
ser: provocar la risa.
La importancia de tener un propósito claro es fundamental en comunicación,
ya que dará sentido a todas las acciones y ayudará a superar todo tipo de posi-
bles dificultades. Tener un propósito es la mejor arma contra el cortoplacismo
y la superficialidad porque el propósito siempre se dibuja en el largo plazo
y fija tanto el destino, que hace que hasta las decisiones más livianas estén
profundamente alineadas con él13.
Estas relaciones entre los factores básicos de comunicación, han sido aplica-
das y adaptadas al mundo comercial con éxito, aportando un esquema práctico
que permite analizar y estructurar adecuadamente cualquier acción de ventas.
En este terreno el emisor es el vendedor, el mensaje es el producto que se pre-
tende vender y el receptor es el cliente. Así, un buen vendedor es aquel que,
por un lado, conoce sus capacidades, y conoce su producto perfectamente; al
mismo tiempo, conoce a sus clientes, lo que les interesa y sus necesidades; y
además, tiene muy claros sus objetivos y lo que pretende conseguir con cada
acción que realiza. De la misma manera podemos aprovechar este esquema para
aplicarlo a la comunicación Pastoral.

3. FACTORES BÁSICOS DE LA COMUNICACIÓN PASTORAL

Los factores básicos de la comunicación pastoral se identifican fácilmente: el


emisor del mensaje es el apóstol, el mensaje es el Evangelio y el receptor es el
mundo entero. las relaciones entre estos factores nos aportarán claves fundamen-
tales para preparar una adecuada y eficaz comunicación del Evangelio. Teniendo
muy claro lo que nos dice Juan Pablo II: No se trata, pues, de inventar un nuevo
programa. El programa ya existe. Es el de siempre, recogido por el Evangelio

13 Lazcano, E. Comunicación Emocional… 106.

183
y la Tradición viva. Se centra, en definitiva, en Cristo mismo, al que hay que
conocer, amar e imitar, para vivir en él la vida trinitaria y transformar con él la
historia hasta su perfeccionamiento en la Jerusalén celeste. Es un programa que
no cambia al variar los tiempos y las culturas, aunque tiene cuenta del tiempo y
de la cultura para un verdadero diálogo y una comunicación eficaz14.
Para comprender mejor la comunicación pastoral necesitamos especificar y
analizar cada uno de los factores básicos en dicha comunicación: Apóstol, Evan-
gelio y Mundo. Estos factores específicos no son invento o adecuación forzosa,
sino que nacen de Cristo y son Cristo mismo; tienen su fundamento bíblico en el
envío misionero que encontramos en los últimos versículos de los evangelios de
Marcos y Mateo; Y les dijo: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva
a toda la creación…» (Mc16,15) son estas palabras, las que llenan de sentido la
comunicación pastoral, y nos indican los factores que la componen.

El emisor es ahora el apóstol. En este sentido es preciso comprender dos


cuestiones complementarias e irrenunciables:
1. Apóstol significa enviado, y Cristo mismo es el apóstol porque Él es el
enviado del Padre y, al mismo tiempo, Él es quien envía: “Id por todo el
mundo”. De tal manera que el emisor del mensaje en toda comunicación
pastoral es un enviado por Cristo.
2. El envío de Cristo no se limita a aquellos discípulos presentes en aquel en-
cuentro, se extiende a todo el que crea y sea bautizado… (Mc16,16), y lo
atestigua de esta manera: Estas son las señales que acompañarán a los que
crean… (16,17). Por eso, todos los cristianos son apóstoles, enviados por
Cristo. Y el mismo Cristo les asegura su presencia y sigue siendo con ellos
el apóstol todos los días hasta el fin del mundo (Mt 28,20).

14 Juan Pablo II, Carta Apostólica Novo Millennio Ineunte, 2000, 29.

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Así lo expresa el decreto Ad Gentes: La Iglesia entera es misionera, la obra
de evangelización es un deber fundamental del pueblo de Dios... Todos los hijos
de la Iglesia han de tener viva conciencia de su responsabilidad para con el
mundo, han de fomentar en sí mismos el espíritu verdaderamente católico y
consagrar sus fuerzas a la obra de la evangelización15.
De esta manera, la evangelización y la comunicación pastoral incumbe a
todos como derecho y también como deber, y así los recoge el Código de De-
recho Canónico: Todos los fieles tienen el deber y el derecho de trabajar para
que el mensaje divino de salvación alcance más y más a los hombres de todo
tiempo y del orbe entero16. Y este deber no es delegable, no se puede confiar en
que serán otros, ni siquiera en que las gentes recibirán el mensaje por textos u
otros medios, pues los textos didácticos son medios complementarios ofrecidos
a la comunidad cristiana, a la cual incumbe la catequesis. Ningún texto puede
sustituir la comunicación viva del mensaje cristiano17. Porque en la comuni-
cación pastoral el emisor siempre es la persona, testigo que ha creído y se ha
convertido en apóstol.
A pesar de ello, es necesario tener presente que el Espíritu se manifiesta de
modo particular en la Iglesia y en sus miembros; sin embargo, su presencia y
acción son universales, sin límite alguno ni de espacio ni de tiempo18.
El mensaje es ahora el Evangelio, “proclamad la Buena Nueva”, porque
Cristo es la Buena Nueva, Cristo es el Evangelio de la Salvación.
Cristo es el emisor y el mensaje en la comunicación pastoral. La presencia
de Cristo en el anuncio evangélico y en la acción catequética es el fundamento
y el fin de la catequesis. Cristo mismo es el contenido de la catequesis, y tam-
bién, la fuerza que impulsa y capacita al catequista como testigo de la Palabra
revelada del Padre.
Y el mundo es el receptor de la comunicación pastoral, entendiendo el
concepto “mundo” no en el sentido del cuarto evangelio (lo que se opone al
espíritu), sino en el sentido de la Consecratio Mundi, o tarea de influenciar las
realidades temporales con el espíritu cristiano. Todos los hombres son llama-
dos a formar parte del Pueblo de Dios. Por lo cual este Pueblo, siendo uno
y único, ha de abarcar el mundo entero y todos los tiempos para cumplir los

15 Concilio Ecuménico Vaticano II, Decreto Ad Gentes, 35-36. (en adelante AG)
16 Código de Derecho Canónico (1983), Canon 211. BAC Madrid 1983. (en adelante
CDC)
17 Directorio Catequístico General (1971), 120. (en adelante DCG)
18 Juan Pablo II, Encíclica Redemptoris Missio, 1990, 28.

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designios de la voluntad de Dios19. En este sentido, “mundo” se identifica con
“toda la creación”, un destinatario universal. La dimensión universal de la
tarea confiada a los Apóstoles se dirige “a todas las gentes” (Mt 28, 19); “a
toda la creación” (Mc 16, 15); “a todas las naciones” (Mt 24,14). Nadie queda
excluido como destinatario del Evangelio.
El concepto “a toda la creación” parece que va más allá, incluso, del ser
humano y se podría comprender, en cierto sentido, de forma literal. Así, Moisés
comienza diciendo: “Prestad oído, cielos, que hablo yo, escuche la tierra las
palabras de mi boca” (Dt 32,1); y así entendemos las palabras de Pablo: La
creación, expectante, está aguardando la manifestación de los hijos de Dios
(Rm 8,19); y también las de San Francisco de Asís hermano sol, hermana luna,
en el Canto de las Criaturas.
De alguna manera, la predicación, la comunicación del Evangelio nos acerca
a la plenitud de los tiempos: hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza, lo que
está en los cielos y lo que está en la tierra (Ef 1,10).
Podemos resumir que, en la comunicación pastoral, Cristo es el primer emi-
sor de un mensaje que es Él mismo, y que sigue presente en cada cristiano que
le comunica. Y, al mismo tiempo, Cristo, como palabra creadora por quien todo
fue hecho, está presente en toda la creación y en cada uno de los hombres, sus
hermanos, especialmente en aquellos más pobres y necesitados y así lo expresa
el evangelio de Mateo: En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos
hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis (Mt 25,40).
Cristo es al mismo tiempo emisor, mensaje y receptor en toda comunicación
pastoral. Cristo es el «Evangelio eterno» (Ap 14,6), y es «el mismo ayer y hoy
y para siempre» (Hb 13,8), pero su riqueza y su hermosura son inagotables20.

4. LAS RELACIONES ENTRE LOS FACTORES BÁSICOS DE LA CO-


MUNICACIÓN PASTORAL

Para este apartado iremos desarrollando el siguiente esquema. La comunica-


ción pastoral prolonga el espíritu de la doxología «Por Cristo, con Cristo y en
Cristo» con la que se expresa solemnemente la glorificación de Dios, y traduce
a la vida la fe celebrada.

19 Concilio Ecuménico Vaticano II, Lumen Gentium, 13. (en adelante LG)
20 Francisco, Francisco, Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, 2013, 11. (en ade-
lante EG)

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La Iglesia Misterio, que se revela en Cristo

La relación del apóstol consigo mismo y con el mensaje, que es Cristo, es


una relación que se sitúa en el ámbito del Misterio21. El conocimiento propio
y el conocimiento de Cristo se basa en una experiencia que trasciende la po-
sibilidad humana intelectual. El ámbito de Misterio desborda los dos niveles
que se complementan en esta relación entre emisor y mensaje: la gracia divina
y el esfuerzo humano.
El Misterio de la gracia divina es experiencia viva de Jesús, el encuentro
con Cristo crucificado-resucitado. Este encuentro capacita y sostiene el proce-
so comunicativo del Evangelio. Hay cosas que sólo se comprenden y valoran
desde esa adhesión a la fe, que es hermana del amor, más allá de la claridad
con que puedan percibirse las razones y argumentos22.
Este ámbito poderoso del Misterio lo conforma el mismo Cristo, auténtica
Sabiduría que abrió la boca de los mudos e hizo claras las lenguas de los
pequeñuelos (Sb 10,21). En Jesucristo, Señor y Maestro, la Iglesia encuentra
la gracia trascendente, la inspiración permanente, el modelo convincente para
toda comunicación de la fe23. Y este Misterio tremendo siempre desborda,
supera expectativas, fascina y al mismo tiempo preocupa, como le ocurre al
profeta Ezequiel, que tiene que comer y asimilar el rollo, y esta experiencia le
sabe dulce, por un lado, pues siente la belleza de la experiencia divina y de su
llamada (Ez 3,2-3), y le llena de abatimiento por otro lado, pues su misión es
difícil y dura (3,15).

21 cf. LG 1-8.
22 EG 42.
23 Congregación para el Clero, Directorio General para la Catequesis, Editrice Roma
1997, 137. (en adelante DGC)

187
Evangelizar es una transmisión de lo que se ha recibido y es lo que expresa
San Pablo cuando dice: “Porque yo recibí del Señor lo que os he transmitido”
(1 Co 11,23). Esta expresión: “recibí del Señor” hace referencia al encuentro
vivido, fundamento primordial. Es el encuentro personal con Cristo el que
nos impulsa a seguir las indicaciones de la primera carta de Pedro: Cristo, en
vuestros corazones, siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida
razón de vuestra esperanza (1 Pe 3,15). Porque el apóstol no enseña la fe, sino
que la transmite como testimonio de vida. Sólo gracias a ese encuentro con
el amor de Dios… somos rescatados de nuestra conciencia aislada y de la
autorreferencialidad. Llegamos a ser plenamente humanos cuando somos más
que humanos, cuando le permitimos a Dios que nos lleve más allá de nosotros
mismos para alcanzar nuestro ser más verdadero. Allí está el manantial de la
acción evangelizadora. Porque, si alguien ha acogido ese amor que le devuelve
el sentido de la vida, ¿cómo puede contener el deseo de comunicarlo a otros?24
Además, el Misterio espera la cooperación y la colaboración del esfuerzo
humano para adquirir la formación más adecuada. El estudio y la reflexión
bíblico-teológica son absolutamente necesarias, mas también inagotables en sí
mismas, ya que forman parte del Misterio divino, como explica San Juan de la
Cruz: Esta espesura de sabiduría y ciencia de Dios es tan profunda e inmensa,
que, aunque más el alma sepa de ella, siempre puede entrar más adentro25.
El Misterio estimula al apóstol a profundizar, a no paralizarse nunca. La
necesidad de formación es vital, el apostolado solamente puede conseguir
plena eficacia con una formación multiforme y completa26, que tiene como
pilar fundamental la Sagrada Escritura, y así lo indica Dei Verbum: (que)
Todos los cristianos, como apóstoles que son, se sumerjan en las Escrituras
con asidua lectura y con estudio diligente, para que ninguno de ellos resulte
“predicador vacío y superfluo de la palabra de Dios que no la escucha en su
interior”, puesto que debe comunicar… las inmensas riquezas de la palabra
divina27. Para poder comunicar el Evangelio, hay que estar dispuesto a dejarse
conmover por la Palabra para que se transforme interiormente en experiencia
vivida, y así no ser ese “predicador vacío y superfluo”, sino testigo vivencial,
porque la primera y principal obligación por la difusión de la fe es vivir pro-
fundamente la vida cristiana28.

24 EG 8.
25 San Juan de la Cruz, Cántico espiritual, 36, 10.
26 Concilio Ecuménico Vaticano II, Decreto Apostolicam Actuositatem, 28. (en ade-
lante AA)
27 Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución Dei Verbum, 25.
28 AG 36.

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La Iglesia Comunión con Cristo

Igual de importante que el mensaje que queremos transmitir es el cómo lo


transmitimos y lo hacemos llegar al corazón de las personas que queremos
que nos escuchen. No pensemos que la relación con el Evangelio es más
importante que la relación con el Mundo porque, a fin de cuentas, de igual
manera que el Evangelio es Cristo, también el otro, aquel a quien predicamos,
es el mismo Cristo.
Por tanto, de la misma manera que la relación del Apóstol con el Evangelio
exigía conocimiento, también la relación del apóstol con el destinatario de la
comunicación pastoral exige el conocimiento profundo de aquellos a quien se
dirige el mensaje evangélico; cuanto más sepamos de ellos mejor, pues necesi-
tamos tener en cuenta todas sus circunstancias y su cultura. Porque la evangeli-
zación pierde mucho de su fuerza y de su eficacia, si no toma en consideración
al pueblo concreto al que se dirige, si no utiliza su “lengua”, sus signos y
símbolos, si no responde a las cuestiones que plantea, no llega a su vida con-
creta29. Incluso el Código de Derecho Canónico reconoce esta necesidad: Para
cumplir diligentemente su función pastoral, procure el párroco conocer a los
fieles que se le encomiendan30.
Agustín de Hipona ya alertaba sobre la necesidad de acomodar el discurso
a las personas y circunstancias, según el nivel de sus conocimientos sobre la
fe, su experiencia, el tiempo disponible y las circunstancias del lugar31. Y Juan
Pablo II lo expresa así: La doctrina debe ser presentada de un modo que sea
comprensible para aquéllos a quienes Dios la destina… Puesto que por su
naturaleza la verdad de fe está destinada a toda la humanidad, exige ser tra-
ducida a todas las culturas32.
La comunicación divina es ejemplo y justificación de esta urgencia de adap-
tación al oyente. Dios ha hablado a los hombres con lenguaje humano y, en
el culmen de esta adaptación, se sitúa el misterio de la Encarnación. Jesús de
Nazaret es el “perfecto comunicador”; porque se ha unido, en cierto modo, con
todo hombre. Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hom-
bre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre33. Desde esta
perfecta cercanía de Dios con el hombre se ilumina la Iglesia como comunión
de Dios con los hombres y comunión de los hombres entre sí.

29 Pablo VI, Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandi, 1975, 63.


30 CDC 529-1.
31 cf. San Agustín, De Catechizandis Rudibus, 11-14.
32 Juan Pablo II, Carta encíclica Ut Unum Sint, 1995, 19.
33 Concilio Vaticano II, Constitución Pastoral Gaudium Et Spes, 22. (en adelante GS)

189
Siguiendo el ejemplo de Cristo, la adaptación al oyente… ha de inspirar
todas las iniciativas particulares, y a su servicio han de ponerse la creatividad
y originalidad34, en una tarea que nunca se puede dar por concluida, y así como
el mismo Cristo escudriñó el corazón de los hombres y los ha conducido con un
coloquio verdaderamente humano a la luz divina, así sus discípulos, inundados
profundamente por el espíritu de Cristo, deben conocer a los hombres entre los
que viven, y tratar con ellos35.
La Comunión va más allá del conocimiento, es testimonio de amor, cercanía,
compartir, sufrir con el otro, acompañar, es la empatía perfecta que hace propias
las emociones de los demás, es la comunión de los discípulos de Cristo que
se unen a toda la humanidad como nos enseña el proemio de la Gaudium et
Spes: Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres
de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez
gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada
hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón36. Solo así,
se actualiza la oración de Jesús al Padre: Para que todos sean uno. Como tú,
Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el
mundo crea que tú me has enviado. (Jn 17,21)

La Iglesia Misión, por Cristo

El fin apostólico de la Iglesia es la evangelización y la santificación de los


hombres. La Misión para la Iglesia no es una característica sino su misma
esencia, la Iglesia es Misión. Y ésta, orienta toda su actividad, que se hace
específica en el apostolado, que ejerce la Iglesia por todos sus miembros y de
diversas maneras; porque la vocación cristiana, por su misma naturaleza, es
también vocación al apostolado37.
Cuando la Iglesia evangeliza, hace suyo el designio amoroso de Dios, que
quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la
verdad. (1Tm 2,4) Esta es la Misión de la Iglesia y el gran propósito, el fin últi-
mo de toda comunicación pastoral, que se convierte en el instrumento capaz de
analizar si una actividad concreta y los esfuerzos que lleva consigo son válidos
para mejorar dicha comunicación.
Además, la Misión se convierte en fuerza que impulsa al evangelizador
el amor de Cristo nos apremia (2Co 5,14), le hace salir de sí mismo, tomar

34 DGC 169.
35 AG 11.
36 GS 1.
37 AA, 2.

190
la iniciativa sin miedo, salir al encuentro, buscar a los lejanos y llegar a los
cruces de los caminos para invitar a los excluidos. Vive un deseo inagotable
de brindar misericordia, fruto de haber experimentado la infinita misericordia
del Padre y su fuerza difusiva… La comunidad evangelizadora siempre está
atenta a los frutos, porque el Señor la quiere fecunda38. Y en el corazón de
todos los cristianos deben resonar las palabras de Pablo: Predicar el Evangelio
no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe,
porque ¡ay de mí si no predicara el Evangelio! (1Co 9,16).
Es conveniente matizar que la Misión no es la predicación en sí misma, sino
el objetivo de ésta. La Iglesia no realiza la Misión con la comunicación del
Evangelio, sino por medio de ella; la misión es por Cristo, su cuerpo místico
edificado en la santidad. El predicador tiene la hermosísima y difícil misión de
aunar los corazones que se aman, el del Señor y los de su pueblo39.

CONCLUSIÓN

Para comunicar el Evangelio al mundo de hoy, se hace especialmente ne-


cesario, fundamentarse en aquello que nos constituye como Iglesia: en Cristo,
con Cristo y por Cristo, situándonos en el ámbito del Misterio, la Comunión
y la Misión:
1. La relación del apóstol con el Evangelio se sitúa en el ámbito del Misterio.
La formación y la experiencia del apóstol le trascienden, y se iluminan en
Cristo desde el doble ámbito de la gracia divina y el esfuerzo humano.
2. La relación del apóstol con el mundo entra en la dimensión de Comunión.
Comunión que emana de Cristo que, con su encarnación se ha unido, en
cierto modo, con todo hombre40 y, con Cristo, el apóstol encuentra la capa-
cidad para adaptarse “a todas las gentes”.
3. La relación del mundo con el Evangelio es la Misión. La Iglesia es Misión
porque participa del designio divino de salvación para todos los hombres. La
Misión es el propósito que marca la dirección de toda acción comunicativa
en la Iglesia y los objetivos concretos a realizar. El apóstol vive por Cristo,
orientado a la Misión que Él le encomienda.

Este esquema es sencillo y fácilmente aplicable para analizar cualquier


actividad pastoral que se lleve a cabo o se pretenda poner en práctica, es nece-

38 EG 24.
39 EG 143.
40 GS 22.

191
sario no dar las cosas por sabidas o conseguidas, y conviene repasar aspectos
fundamentales:
− ¿Me he preparado adecuadamente?
− ¿Conozco lo mejor posible a aquellos a quienes me voy a dirigir?
− ¿Soy consciente de lo que pretendo conseguir?

Si aplicamos este esquema rápidamente notaremos sus efectos y nos será


más fácil identificar aquellas cosas que ya hacemos, que van bien y debemos de
continuar practicando; aquellas otras que no hacemos y deberíamos incorporar a
nuestra actividad venciendo el miedo a la novedad y acogiendo la creatividad; y,
lo más difícil, identificar aquellas cosas que necesitamos dejar de hacer porque
sencillamente ya no nos valen.
Es verdad, la comunicación pastoral no es fácil; necesitamos preocuparnos
de multitud de detalles, y comprender que un discurso de verdades y normas
ya no es eficaz en la sociedad actual. Sin embargo, a las personas de hoy les es
más fácil identificar la belleza porque tiene una conexión directa con las emo-
ciones. No en vano, las proféticas palabras de Dostoyevski: la belleza salvará
al mundo, fueron citadas por el Cardenal Ratzinger, identificando esa belleza
con el rostro de Cristo:

En este rostro tan desfigurado aparece la auténtica belleza: la belleza


del amor que llega “hasta el final” y que se revela más fuerte que la
mentira y la violencia.41

Esta sociedad necesita, anhela, conocer la belleza del rostro de Cristo, mas
parece que no llegará a ella por la lógica del razonamiento, sin antes pasar por
la emoción que habla directamente al corazón. Recordemos que:

El evangelio solo es Evangelio si, al entregarlo, es recibido y acep-


tado, llenando primero el corazón, y transformando después, la vida
de las personas.

41 Ratzinger, J. Mensaje para el Meeting por la Amistad entre los Pueblos, organizado
por Comunión y Liberación en Rimini. (21 agosto de 2002).

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