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(Formosa, Argentina)
Resumen
El artículo constituye una reflexión sobre el modo en que han sido abordadas
las experiencias oníricas en la antropología, retomando mi experiencia de trabajo con muje-
res pilagá de la región del Gran Chaco. Discute la influencia, implícita o explícita, de algunos
enfoques antropológicos en el análisis de los sueños, y la excesiva concentración en sus relacio-
nes con el chamanismo y la mitología. Basado en el material etnográfico recabado con algunas
mujeres pilagá, retoma los lazos establecidos por una de las principales colaboradoras entre so-
ñar, narrar, interpretar, hacer y copiar. Busca enfatizar que las relaciones entre la experiencia
onírica y la acción práctica responden a lo que denomino “pedagogía de la oniromancia”,
categoría que subraya la trama que une la representación al comportamiento y las acciones
vinculadas a la trayectoria de vida y experiencias recientes de las mujeres indígenas.
Palabras clave: sueños, pilagá, conocimiento práctico, mujeres indígenas, Gran Chaco.
(Formosa, Argentina)
Abstract
The article reflects on the way dream experiences have been addressed by an-
thropology, taking up my fieldwork experience with Pilagá women of the Gran Chaco Region.
It discusses the assumptions, implicit or explicit, of some anthropological approaches to the
analysis of dreams and their excessive concentration on the relation of dreams to shamanism
and mythology. Based on ethnographic material obtained with some Pilaga women, it takes up
the links, as established by one of my main collaborators, between dreaming, narrating, inter-
preting, doing, and copying. It aims to emphasize that the relations between dream experience
and practical action correspond to what I call the “pedagogy of oneiromancy”, a category that
stresses the web that connects representations to the behavior and actions associated with the
life trajectories and recent experiences of indigenous women.
Keywords: dreams, Pilaga, practical knowledge, indigenous women, Gran Chaco.
Ana María Spadafora. Antropóloga. Investigadora del Consejo Nacional de Investigación Científica y Técnica
de Argentina. Profesora de la Universidad de Buenos Aires y de la Facultad Latinoamericana de Ciencias
Sociales (sede Argentina). [email protected]
mundo amazónico 1, 2010 | 89-109 | © Ana María Spadafora | issn 2145-5082 | doi:10.5113/ma.1.10458 |
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Introducción
2007, 2008) y con otros grupos étnicos. En este sentido, podemos afirmar que
las experiencias oníricas constituyen un espacio privilegiado para analizar la dis-
cursiva y reflexión sobre la historia reciente, especialmente en aquellos aspectos
vinculados con los profundos cambios en los usos y representaciones del territo-
rio desarrollados a lo largo de las últimas décadas.
A partir de la provincialización de Formosa en 1955, el avance del frente ga-
nadero criollo sobre el centro-este, donde se encontraban emplazados los asenta-
mientos pilagá, se produjo a un ritmo acelerado. En la década de 1980 a los pilagá
se les asignaron tierras bajo la figura jurídica de “comunidades indígenas”, pero se
otorgaron –debido a la temprana privatización– según un patrón disperso, como
si fueran parches o islas dentro de un amplio territorio cada vez más ocupado
por poblaciones mestizas o blancas. En los años 1990, la venta de tierras priva-
das a inversionistas extranjeros condicionó aún más las actividades de “marisca”
–recolección, caza y pesca–. La ya existente y de larga data tensa situación entre
indígenas y sus vecinos criollos se intensificó en las últimas dos décadas, al punto
de complicar o vedar las actividades tradicionales de sobrevivencia dado que, tal
como sintetizan los pilagá, en la actualidad, en muchos casos, “si cruzas el alam-
brado te disparan con armas de fuego”.
Aun así, las actividades de recolección de las mujeres –por lo general, de las
de cuarenta años de edad en adelante– continúan siendo vitales para la repro-
ducción de las unidades domésticas, dado que del monte se obtienen alimentos
y, fundamentalmente, recursos para elaborar artesanías destinadas a la venta.
Estas actividades complementan los beneficios sociales que se obtienen de los
gobiernos nacional y provincial y constituyen el único medio de sustento que
no depende de las prebendas del faccionalismo político provincial y nacional.
Al margen de estos recursos de manutención para los que utilizan el monte, el
conocimiento ligado al hábitat y los recursos ha perdido continuidad generacio-
nal y vigencia entre las jóvenes, situación que se comprende explicando algunas
particularidades de la producción artesanal.
A pesar de la variedad de situaciones –que, en buena medida, dependen de
la distancia de las comunidades a los centros urbanos–, son notorias la pérdida
de las habilidades técnicas, el olvido del significado de los diseños ligados al te-
jido de mantas, ponchos y tapices en telar, así como el abandono de la cerámica,
utilizada antiguamente para hacer cántaros para el agua. Aun cuando continúan
manufacturando bolsos o yicas con una fibra vegetal denominada chaguar –una
variedad de bromeliácea–5, las pilagá se distinguen, casi exclusivamente, por la
cestería que hacen con base en palma de carandillo o qata (Trithrinax biflabellata).
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De este vegetal aprovechan las hojas para la elaboración de canastos, posa vasos,
posa fuentes, posa pavas y adornos varios, y el cogollo –denominado laqatala-
mo o palmito– para la alimentación6. Si bien en la cestería aún utilizan viejas
técnicas –como la de tejido en espiral–, los motivos actuales se caracterizan por
la incorporación progresiva de diseños figurativos y se elaboran, casi exclusi-
vamente, para la venta. Algunos de los diseños más comunes son cestos para
ropa sucia, canastos para mascotas, alhajeros o cajitas con formas de figuras
zoomorfas u hombrecillos vestidos con las camisetas de los principales equipos
de fútbol argentinos. Estos nuevos motivos se incorporaron porque las mujeres
valoran positivamente los “diseños lindos de los blancos”, y por la intervención
–inconstante pero firme– de diversos actores que, a lo largo de las últimas cinco
décadas, han transitado por la zona implementando proyectos de capacitación y
comercialización artesanal.
El escenario cultural por el que atraviesan los pilagá, y las mujeres recolec-
toras y artesanas en particular, muestra las huellas del incremento significativo
de los valores éticos y estéticos “blancos”, inducidos por la fuerte situación de
dependencia del mundo criollo. Lo cual, sin embargo, lejos de promover la pérdi-
da o el resquebrajamiento del horizonte cultural, ha suscitado una reflexión y la
reconsideración del modo de pensar y vivir. El sueño continúa siendo el recurso
idiosincrático cultural central para reflexionar sobre el pasado y el presente y
posicionarse frente al porvenir, especialmente en las generaciones que tienen
recuerdos vívidos del paso de la trashumancia a la sedentarización. Un eje nodal
de las narraciones oníricas de estas generaciones es que transmiten cierta pers-
pectiva ambivalente sobre el pasado y el presente indígena, ambigüedad que se
debate entre una sobrevaloración de los preceptos morales, religiosos y estéticos
de los blancos, reafirmando una visión negativa del pasado indígena asociado a
la “pobreza” y a una vida pecaminosa desbordada de “vicios”, y la vigencia del
recurso onírico como modo de reflexionar sobre la convivencia intercultural.
Los pilagá suelen decir “antes éramos pobres, ahora en cambio tenemos cosas”,
“antes teníamos el vicio asociado a los rituales festivos, la guerra interétnica o el
consumo de bebidas fermentadas, ahora tenemos a Dios”.
Esta desvalorización del pasado, sin embargo, debe ser tomada con recaudos,
no sólo porque advierte sobre el impacto de la evangelización y la escolariza-
ción, sino también porque presenta fracturas discursivas elocuentes, en particular
ligadas a una posición revisionista que juzga críticamente los sinsabores de la
integración cultural. Esta revisión de la historia reciente es muy llamativa en
las narraciones oníricas femeninas y, tal como queda testimoniado en el caso
que traigo a colación, muestra la vigencia y el vigor de un modo de pensar que
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parece remarcar de qué modo los pilagá, cuanto más han abrevado en la cultura
criolla local, más parecen insistir en volver a sus propias fuentes de pensamien-
to y acción.
Antropología y oniromancia:
saber práctico y pedagogía para la acción
Miller 1979, Wright 1984, 1988, 1992a y b, 2005, Tola 2001). De este modo,
los trabajos que analizan la oniromancia se concentran en explicar el papel de la
práctica onírica en la iniciación y en los procedimientos diagnósticos y terapéuti-
cos de los chamanes (Califano 1974, 1976, Dasso 1999, Idoyaga Molina 1978-79,
1993) o, bien, en señalar su estrecha relación con un modo de existencia que,
coherente con la tradición etnológica local, asume “lo indígena” con un “modo
de ser y estar” diametralmente diferente al sustentado por la filosofía y el modo
de vivir de Occidente (Wright 1981, 2008).
En un intento por subsanar algunas dificultades vinculadas con esos sesgos
descontextualizados y excesivamente ligados a la adopción acrítica de la pers-
pectiva psicoanalítica y estructuralista en la antropología, Descola (1986, 1989,
2005) subrayó la necesidad de no extender a otros pueblos nuestras propias
interpretaciones sobre la oniromancia. Con base en su trabajo en el alto Ama-
zonas sostuvo que, a diferencia del interés psicoanalítico, para los achuar jíbaro
los sueños constituyen modos de prefigurar acontecimientos relacionados con
la caza o la guerra, un modo de predecir posibles situaciones que enfrentarán
cotidianamente. En un análisis minucioso resume tres categorías nativas de ex-
periencias oníricas y sostiene que los achuar usan un método de interpretación
similar al utilizado por Lévi-Strauss en su análisis de la mitología, dado que los
achuar procuran “diseccionar las imágenes nocturnas reduciéndolas a unidades
lógicas mínimas” (Descola 1989: 448, mi traducción), recurso que les permite
“codificar la diversidad de lo real en sistemas elementales de relaciones” (Des-
cola 1989: 448, mi traducción). Amén de las incuestionables diferencias entre
casos etnográficos, entiendo que la idea de que los achuar operan según la lógica
metodológica del estructuralismo, buscando decodificar los sueños dentro de un
sistema lógico de relaciones, parece contradecir uno de los problemas más signi-
ficativos que este autor critica al enfoque de Lévi-Strauss. Para Descola (1986) la
cultura y las instituciones sociales no pueden ser explicadas como resultado de
operaciones mentales, dado que las representaciones no son independientes de la
acción. Presuponer que los modelos mentales funcionan a priori de las prácticas
sociales y que éstas constituyen meras puestas en acto de esos modelos represen-
tacionales supone universalizar esquemas de pensamiento y presupuestos episte-
mológicos que independizan los significados de la acción y constituyen un desliz
etnocéntrico (Descola 1986)9. La crítica de este autor a Lévi-Strauss, por ello,
resulta contradictoria con su análisis de la experiencia onírica entre los achuar10.
De ahí que prefiero retomar su sugerente planteamiento respecto al papel mutua-
mente constitutivo de representaciones mentales y prácticas sociales.
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Eso había sido que significa el caballo, el caballo no se cansa y ese es el espíritu
que yo tengo. Y porque el caballo significa que no quiero quedarme en casa. Que
tengo que andar. Porque a lo mejor hay un secreto, a lo mejor yo no voy a cum-
plir, porque yo tengo que ir a predicar a tal lugar. Así significa mi sueño. Que
tengo que andar, que soy andariega.
su identidad como mujer recolectora, de ser una “mujer andariega”. Sin duda, la
importancia del “andar” pone en juego valoraciones que hacen a su orgullo de
ser una mujer “guapa” –esto es, que conoce y sabe recorrer el monte porque allí
está la cuantía de la “verdadera mujer pilagá”–, en contraposición a las “prosti-
tutas”, las “arrieras” y las “jóvenes”. Es interesante remarcar el hecho de que en
su discurso los términos “prostitutas” y “arrieras” adquieren un sentido conver-
gente que desdibuja la diferencia entre las mujeres que salen a “buscar hombres”
y aquellas que van detrás de los “favores de la política”13, dos estilos que asume
en clara oposición al deber ser de la condición femenina. En contraposición, re-
prueba el desconocimiento y magro desempeño de las “jóvenes” en el monte: “se
pierden, no tienen interés y esperan que la mamá les traiga la palma para tejer
el carandillo”. O bien acentúa su tendencia a la holgazanería y su ausencia de
autonomía: “lo único que esperan es que la mamá cobre la pensión, cuando la
mamá cobra la pensión, son las primeras que vienen a ayudarla”.
Su postura crítica hacia las “jóvenes” se intensificó a medida que profundiza-
mos nuestra labor y notaba mi interés por los recursos vinculados a la recolección
con fines alimenticios o artesanales. Esta labor profundizó su auto-reflexión sobre
los bienes derivados de la relación actual con los blancos y las nuevas costumbres
adoptadas por los indígenas merced a esa relación. Este proceso de reflexividad
y autocrítica se desarrolló haciendo hincapié de nuevo en el “modo de ser de las
jóvenes”, subrayando los vínculos entre lo moral y lo estético: las vestimentas, el
modo en que las utilizan14, su agrado por teñirse el cabello de rubio o cortarlo15,
los juzga como comportamientos que promueven la languidez femenina, predis-
poniéndolas a la enfermedad y, en suma, debilitando su condición de mujer en los
términos precisados por mi interlocutora. La ambivalencia frente al pasado y al
presente, expresada mediante las valoraciones éticas y estéticas, se resolvió utili-
zando el recurso onírico como un marco de interpretación-acción.
D urante 2009 tuve nuevas entrevistas con ella. Elegí detenerme en recabar
información sobre las diferencias entre los diseños pasados y presentes, y
el modo en que fueron cambiando los motivos de la producción artesanal promo-
vidos por diferentes agentes blancos, con la intención de analizar cómo jugaban
los patrones estéticos propios y aquellos sugeridos por la nueva situación de
interculturalidad. Fiel al espíritu que guiaba mi nuevo interés por obtener infor-
mación sobre estas cuestiones, conté a Lidia el sueño que había tenido unos días
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antes de mi viaje. Con una pobreza narrativa atípica para los pilagá, desarrollé
mi relato onírico diciendo que se iniciaba con una escena que, efectivamente,
había ocurrido el año anterior cuando transitábamos por el monte y yo intentaba
retener información sobre los recursos utilizados para la alimentación, la medici-
na y la artesanía. En esa oportunidad, Lidia se detuvo frente a un gran charco de
lodo y dijo: “No camines más porque te hundís”. Con su mano recogió el lodo y
comenzó a diseñar un cántaro para el agua, una técnica que, como señalé, las pi-
lagá ya no usan. Mientras amasaba el barro maleable (véase la foto 1) me señaló
que esos cántaros eran los que utilizaba su madre y comenzó a explicarme con
detalle la técnica para manufacturarlos. Su destreza frente al cúmulo de fango
desató mi pregunta: “¿Y vos cuántos cántaros has hecho?”. A lo que respondió:
“Nunca hice un cántaro, sólo vi hacerlo a mi madre porque yo siempre tomé
agua de botella de blanco”. Su comentario sobre el agua de “botella de blanco”
adquiere sentido en el contexto del desarrollo de ese recorrido, dado que bajo el
Foto 1
Lidia amasando el barro para confeccionar cántaros (foto tomada por la autora)
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Foto 2
Lidia mostrando los modelos de cántaros (foto tomada por la autora, 2009)
Reflexiones finales
A lo largo del artículo señalé que una de las principales limitaciones de los
abordajes de la antropología respecto de las experiencias oníricas consis-
tía en descontextualizar las narraciones de la historia reciente por la que han
atravesado estas poblaciones, y en trasladar algunos prejuicios respecto de nues-
tras concepciones sobre el rol de la experiencia onírica, en especial los surgidos
de la tácita influencia del análisis psicoanalítico y los esquemas de comprensión
y abordaje de la “realidad” propuesta por el estructuralismo y sus derivaciones.
Destaqué que aun cuando esta tendencia continúa vigente subrayando la vin-
culación de las experiencias oníricas al chamanismo, la mitología y el análisis
estructural y sincrónico de las narraciones oníricas, enfoques como el de Descola
(1986) acerca de la vinculación entre las representaciones y las acciones permi-
ten sugerir nuevos caminos de interpretación de las experiencias oníricas que se
adecúan más fielmente a la perspectiva nativa.
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Notas
Agradecimientos: dedico este trabajo a Lidia Q., por los sueños mutuos y compartidos.
Agradezco la corrección de los términos en pilagá a la lingüista Alejandra Vidal, la lectura
del escrito a Rubens Bayardo García, los sugerentes comentarios de Jean Foyer respecto
de mi trabajo y sus vinculaciones con la labor de Jeanne Favret-Saada (1977).
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