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Ana María Spadafora

Cumplí tu sueño: pedagogía de la oniromancia

y conocimiento práctico entre las mujeres pilagá del Gran Chaco

(Formosa, Argentina)

Resumen

El artículo constituye una reflexión sobre el modo en que han sido abordadas
las experiencias oníricas en la antropología, retomando mi experiencia de trabajo con muje-
res pilagá de la región del Gran Chaco. Discute la influencia, implícita o explícita, de algunos
enfoques antropológicos en el análisis de los sueños, y la excesiva concentración en sus relacio-
nes con el chamanismo y la mitología. Basado en el material etnográfico recabado con algunas
mujeres pilagá, retoma los lazos establecidos por una de las principales colaboradoras entre so-
ñar, narrar, interpretar, hacer y copiar. Busca enfatizar que las relaciones entre la experiencia
onírica y la acción práctica responden a lo que denomino “pedagogía de la oniromancia”,
categoría que subraya la trama que une la representación al comportamiento y las acciones
vinculadas a la trayectoria de vida y experiencias recientes de las mujeres indígenas.
Palabras clave: sueños, pilagá, conocimiento práctico, mujeres indígenas, Gran Chaco.

I Fulfilled Your Dream: The Pedagogy of Oneiromancy

and Practical Knowledge among Pilagá Women of the Gran Chaco

(Formosa, Argentina)

Abstract

The article reflects on the way dream experiences have been addressed by an-
thropology, taking up my fieldwork experience with Pilagá women of the Gran Chaco Region.
It discusses the assumptions, implicit or explicit, of some anthropological approaches to the
analysis of dreams and their excessive concentration on the relation of dreams to shamanism
and mythology. Based on ethnographic material obtained with some Pilaga women, it takes up
the links, as established by one of my main collaborators, between dreaming, narrating, inter-
preting, doing, and copying. It aims to emphasize that the relations between dream experience
and practical action correspond to what I call the “pedagogy of oneiromancy”, a category that
stresses the web that connects representations to the behavior and actions associated with the
life trajectories and recent experiences of indigenous women.
Keywords: dreams, Pilaga, practical knowledge, indigenous women, Gran Chaco.

Ana María Spadafora. Antropóloga. Investigadora del Consejo Nacional de Investigación Científica y Técnica
de Argentina. Profesora de la Universidad de Buenos Aires y de la Facultad Latinoamericana de Ciencias
Sociales (sede Argentina). [email protected]

mundo amazónico 1, 2010 | 89-109 | © Ana María Spadafora | issn 2145-5082 | doi:10.5113/ma.1.10458 |
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Introducción

E ste trabajo se enmarca en una investigación que estoy desarrollando desde


2006 acerca de los conocimientos que tienen y los usos territoriales que
hacen mujeres recolectoras de la etnia pilagá, en los cuales la experiencia onírica
es un espacio decisivo para comprender los vínculos que ellas establecen con el
monte, en especial los relacionados con las transformaciones del espacio territo-
rial y de los conocimientos o saberes femeninos ligados a ellos1.
La importancia de la oniromancia entre los pueblos de las tierras bajas sud-
americanas, y del Gran Chaco en particular, ha sido subrayada por varios auto-
res. La mayor parte de los trabajos destacan sus vínculos con el chamanismo, la
cosmología y la mitología indígena (Califano 1974, 1976, Dasso 1999, Idoyaga
Molina 1978-79, 1993, Wright 1981, 2008). Sin duda, son importantes los lazos
entre las experiencias oníricas con el diagnóstico de las enfermedades ligadas a
la intrusión de objetos, la transgresión de tabúes, las explicaciones acerca de la
fuga del alma, el envío de un mal o daño provocado por chamanes, o la relación
entre las experiencias oníricas y la cosmología y mitología indígenas. No obstan-
te, se ha pasado por alto, además de la importancia y la especificidad del género
femenino, el carácter socializado y democrático de los sueños, que no se ciñen a
un saber de especialistas y forman parte de saberes prácticos que permiten a las
personas explicar y proyectar sus trayectorias de vida.
Siguiendo esta línea de interés e interpretación, analizo la utilización del
recurso onírico por parte de las mujeres pilagá, en términos de lo que denomino
“pedagogía de los sueños”, entendida como un sistema complejo de interpre-
tación-acción que contribuye a dirigir los imponderables de la vida, amoldar
situaciones y acontecimientos respecto del futuro de las personas, adecuarse a
las situaciones diferentes y cambiantes de su historia reciente, modificar el curso
de sus vidas y tutelar su porvenir2.
Sobre esta base, a continuación expongo algunas cuestiones relativas a la
historia reciente y a la situación actual de la etnia, para detenerme luego en
algunos enfoques antropológicos sobre el sueño, subrayando las potencialidades
de la perspectiva y enfoque por el que he optado. Recupero el vínculo particular
que una de mis principales interlocutoras establece entre las acciones de soñar,
de narrar, de interpretar y de hacer, las que, en buena medida, responden al
abultado corpus de información recabado con otras colaboradoras de la misma
generación. Finalmente, subrayo las principales limitaciones etnocéntricas que
se derivan de la consideración de la experiencia onírica en los términos de un
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dominio subsidiario al estado de vigilia, subyacente a nuestra concepción etno-


céntrica sobre la experiencia onírica y que no resume la perspectiva pilagá sobre
los sueños y la ligazón que las mujeres establecen entre ellos y su concepción del
saber o conocimiento. A mi entender, esta perspectiva no se ajusta a la consi-
deración del “conocimiento tradicional” en los términos de un saber cosificado,
inmune a la historia y a la capacidad de acción de los actores, y a las influencias
mutuas que resultan de la labor entre la investigadora de campo y sus interlo-
cutores.

Sueños: entre la historia reciente


y la recolección femenina

L os pilagá, autodenominados qom o qoml’eq (la gente), forman parte de


la familia lingüística guaycurú, junto con los tobas, los mocovíes y los
desaparecidos abipones, payaguás y mbayás3. Su emplazamiento actual es en
el centro-este de la provincia de Formosa (Argentina), en el área central de la
región del Gran Chaco, territorio que comprende parte del noroeste argentino,
parte del norte de Paraguay y sur de Bolivia4. Actualmente viven en veintidós co-
munidades relativamente cercanas, distribuidas entre los departamentos Patiño
y Bermejo de la provincia de Formosa.
A lo largo de los últimos tres trabajos de campo, desarrollados en 2007,
2008 y 2009, en la colonia indígena periurbana El Ensanche Norte (departa-
mento Patiño), analicé cuestiones vinculadas a lo que se podría denominar una
“antropología de los sueños” y una “antropología de la estética”. En particular,
me interesó recopilar información destinada a analizar la adopción o el rechazo
de ciertos patrones estéticos promovidos por la cultura blanca, concentrándome
en la redefinición de diseños artesanales como producto de la incidencia de esas
valoraciones estéticas en las narrativas sobre las experiencias oníricas de mujeres
recolectoras. Me concentré en el análisis de las narrativas oníricas de las muje-
res debido a que entre los pilagá llama la atención la evocación permanente del
mundo onírico, hecho que irrumpe en toda alocución o intercambio de informa-
ción con las mujeres cuando se busca obtener información acerca de las repre-
sentaciones y usos actuales de los recursos del monte. Además, las narraciones
oníricas guardan un potencial particular cuando se trata de indagar cómo valores
éticos y estéticos surgidos de la adopción del cristianismo evangélico (García y
Spadafora 2008) surgen o son estimulados por la interlocución con otros actores
blancos, incluidos los antropólogos (Spadafora 2005, 2006, Spadafora y Morano
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2007, 2008) y con otros grupos étnicos. En este sentido, podemos afirmar que
las experiencias oníricas constituyen un espacio privilegiado para analizar la dis-
cursiva y reflexión sobre la historia reciente, especialmente en aquellos aspectos
vinculados con los profundos cambios en los usos y representaciones del territo-
rio desarrollados a lo largo de las últimas décadas.
A partir de la provincialización de Formosa en 1955, el avance del frente ga-
nadero criollo sobre el centro-este, donde se encontraban emplazados los asenta-
mientos pilagá, se produjo a un ritmo acelerado. En la década de 1980 a los pilagá
se les asignaron tierras bajo la figura jurídica de “comunidades indígenas”, pero se
otorgaron –debido a la temprana privatización– según un patrón disperso, como
si fueran parches o islas dentro de un amplio territorio cada vez más ocupado
por poblaciones mestizas o blancas. En los años 1990, la venta de tierras priva-
das a inversionistas extranjeros condicionó aún más las actividades de “marisca”
–recolección, caza y pesca–. La ya existente y de larga data tensa situación entre
indígenas y sus vecinos criollos se intensificó en las últimas dos décadas, al punto
de complicar o vedar las actividades tradicionales de sobrevivencia dado que, tal
como sintetizan los pilagá, en la actualidad, en muchos casos, “si cruzas el alam-
brado te disparan con armas de fuego”.
Aun así, las actividades de recolección de las mujeres –por lo general, de las
de cuarenta años de edad en adelante– continúan siendo vitales para la repro-
ducción de las unidades domésticas, dado que del monte se obtienen alimentos
y, fundamentalmente, recursos para elaborar artesanías destinadas a la venta.
Estas actividades complementan los beneficios sociales que se obtienen de los
gobiernos nacional y provincial y constituyen el único medio de sustento que
no depende de las prebendas del faccionalismo político provincial y nacional.
Al margen de estos recursos de manutención para los que utilizan el monte, el
conocimiento ligado al hábitat y los recursos ha perdido continuidad generacio-
nal y vigencia entre las jóvenes, situación que se comprende explicando algunas
particularidades de la producción artesanal.
A pesar de la variedad de situaciones –que, en buena medida, dependen de
la distancia de las comunidades a los centros urbanos–, son notorias la pérdida
de las habilidades técnicas, el olvido del significado de los diseños ligados al te-
jido de mantas, ponchos y tapices en telar, así como el abandono de la cerámica,
utilizada antiguamente para hacer cántaros para el agua. Aun cuando continúan
manufacturando bolsos o yicas con una fibra vegetal denominada chaguar –una
variedad de bromeliácea–5, las pilagá se distinguen, casi exclusivamente, por la
cestería que hacen con base en palma de carandillo o qata (Trithrinax biflabellata).
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De este vegetal aprovechan las hojas para la elaboración de canastos, posa vasos,
posa fuentes, posa pavas y adornos varios, y el cogollo –denominado laqatala-
mo o palmito– para la alimentación6. Si bien en la cestería aún utilizan viejas
técnicas –como la de tejido en espiral–, los motivos actuales se caracterizan por
la incorporación progresiva de diseños figurativos y se elaboran, casi exclusi-
vamente, para la venta. Algunos de los diseños más comunes son cestos para
ropa sucia, canastos para mascotas, alhajeros o cajitas con formas de figuras
zoomorfas u hombrecillos vestidos con las camisetas de los principales equipos
de fútbol argentinos. Estos nuevos motivos se incorporaron porque las mujeres
valoran positivamente los “diseños lindos de los blancos”, y por la intervención
–inconstante pero firme– de diversos actores que, a lo largo de las últimas cinco
décadas, han transitado por la zona implementando proyectos de capacitación y
comercialización artesanal.
El escenario cultural por el que atraviesan los pilagá, y las mujeres recolec-
toras y artesanas en particular, muestra las huellas del incremento significativo
de los valores éticos y estéticos “blancos”, inducidos por la fuerte situación de
dependencia del mundo criollo. Lo cual, sin embargo, lejos de promover la pérdi-
da o el resquebrajamiento del horizonte cultural, ha suscitado una reflexión y la
reconsideración del modo de pensar y vivir. El sueño continúa siendo el recurso
idiosincrático cultural central para reflexionar sobre el pasado y el presente y
posicionarse frente al porvenir, especialmente en las generaciones que tienen
recuerdos vívidos del paso de la trashumancia a la sedentarización. Un eje nodal
de las narraciones oníricas de estas generaciones es que transmiten cierta pers-
pectiva ambivalente sobre el pasado y el presente indígena, ambigüedad que se
debate entre una sobrevaloración de los preceptos morales, religiosos y estéticos
de los blancos, reafirmando una visión negativa del pasado indígena asociado a
la “pobreza” y a una vida pecaminosa desbordada de “vicios”, y la vigencia del
recurso onírico como modo de reflexionar sobre la convivencia intercultural.
Los pilagá suelen decir “antes éramos pobres, ahora en cambio tenemos cosas”,
“antes teníamos el vicio asociado a los rituales festivos, la guerra interétnica o el
consumo de bebidas fermentadas, ahora tenemos a Dios”.
Esta desvalorización del pasado, sin embargo, debe ser tomada con recaudos,
no sólo porque advierte sobre el impacto de la evangelización y la escolariza-
ción, sino también porque presenta fracturas discursivas elocuentes, en particular
ligadas a una posición revisionista que juzga críticamente los sinsabores de la
integración cultural. Esta revisión de la historia reciente es muy llamativa en
las narraciones oníricas femeninas y, tal como queda testimoniado en el caso
que traigo a colación, muestra la vigencia y el vigor de un modo de pensar que
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parece remarcar de qué modo los pilagá, cuanto más han abrevado en la cultura
criolla local, más parecen insistir en volver a sus propias fuentes de pensamien-
to y acción.

Antropología y oniromancia:
saber práctico y pedagogía para la acción

E l carácter reflexivo y el uso práctico de las experiencias oníricas no han


llamado la atención de los especialistas en antropología de la región ni la
de los analistas de otros ámbitos de estudio. Hasta la década de 1960, buena
parte de la antropología de los sueños desestimó el contexto de las narraciones
oníricas (Edgar 1994, Hodes 1989) y no consideró que éstas constituyen, ante
todo, eventos de comunicación que remiten a marcos interpretativos más allá
del acto, la creación y la psico-dinámica de la narración (Tedlock 1987). Parale-
lamente, la antropología se centró excesivamente en la relación entre los sueños
y la institución chamánica, dejando de lado otros usos sociales que van más allá
de su utilización por parte de los especialistas.
Como señalamos en otro trabajo (García y Spadafora 2008), algunos aportes
emblemáticos han subrayado las principales limitaciones de los estudios mencio-
nados. Sin desarrollar in extenso esta trayectoria, baste señalar que los mismos han
encarado el estudio de las experiencias oníricas en diálogo, tácito o explícito, con
la teoría psicoanalítica freudiana (Freud 1997) y el estructuralismo de Lévi-Strauss
(Lévi-Strauss 1977). La influencia de ambos enfoques ha terminado por restringir
el análisis de los sueños a sus vínculos con estructuras míticas (Kuper 1979, Kilbor-
ne 1981, Tedlock 1987, Hodes 1989, Parman 1993) y a desestimar los contextos
en los que tienen lugar las narraciones oníricas (Edgar 1994).
La antropología del Gran Chaco no ha sido ajena a estas limitaciones. Los
trabajos que se refieren a las experiencias y narraciones oníricas se han centra-
do, sobre todo, en el papel y la utilización del sueño para el diagnóstico y cura
de la enfermedad7, la composición, la significación y el uso de la farmacopea
vegetal y animal ligada a las curaciones chamánicas8, y las transformaciones de
la institución chamánica y de sus seguidores a partir de la adopción del cristia-
nismo evangélico y la conformación de iglesias pentecostales nativas. En todos
los casos el centro de las interpretaciones ha sido la importancia de los vínculos
entre la dimensión onírica y la institución chamánica en su “sincretismo” con
el cristianismo evangélico o la “cosmología indígena” (Cordeu y Siffredi 1971,
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Miller 1979, Wright 1984, 1988, 1992a y b, 2005, Tola 2001). De este modo,
los trabajos que analizan la oniromancia se concentran en explicar el papel de la
práctica onírica en la iniciación y en los procedimientos diagnósticos y terapéuti-
cos de los chamanes (Califano 1974, 1976, Dasso 1999, Idoyaga Molina 1978-79,
1993) o, bien, en señalar su estrecha relación con un modo de existencia que,
coherente con la tradición etnológica local, asume “lo indígena” con un “modo
de ser y estar” diametralmente diferente al sustentado por la filosofía y el modo
de vivir de Occidente (Wright 1981, 2008).
En un intento por subsanar algunas dificultades vinculadas con esos sesgos
descontextualizados y excesivamente ligados a la adopción acrítica de la pers-
pectiva psicoanalítica y estructuralista en la antropología, Descola (1986, 1989,
2005) subrayó la necesidad de no extender a otros pueblos nuestras propias
interpretaciones sobre la oniromancia. Con base en su trabajo en el alto Ama-
zonas sostuvo que, a diferencia del interés psicoanalítico, para los achuar jíbaro
los sueños constituyen modos de prefigurar acontecimientos relacionados con
la caza o la guerra, un modo de predecir posibles situaciones que enfrentarán
cotidianamente. En un análisis minucioso resume tres categorías nativas de ex-
periencias oníricas y sostiene que los achuar usan un método de interpretación
similar al utilizado por Lévi-Strauss en su análisis de la mitología, dado que los
achuar procuran “diseccionar las imágenes nocturnas reduciéndolas a unidades
lógicas mínimas” (Descola 1989: 448, mi traducción), recurso que les permite
“codificar la diversidad de lo real en sistemas elementales de relaciones” (Des-
cola 1989: 448, mi traducción). Amén de las incuestionables diferencias entre
casos etnográficos, entiendo que la idea de que los achuar operan según la lógica
metodológica del estructuralismo, buscando decodificar los sueños dentro de un
sistema lógico de relaciones, parece contradecir uno de los problemas más signi-
ficativos que este autor critica al enfoque de Lévi-Strauss. Para Descola (1986) la
cultura y las instituciones sociales no pueden ser explicadas como resultado de
operaciones mentales, dado que las representaciones no son independientes de la
acción. Presuponer que los modelos mentales funcionan a priori de las prácticas
sociales y que éstas constituyen meras puestas en acto de esos modelos represen-
tacionales supone universalizar esquemas de pensamiento y presupuestos episte-
mológicos que independizan los significados de la acción y constituyen un desliz
etnocéntrico (Descola 1986)9. La crítica de este autor a Lévi-Strauss, por ello,
resulta contradictoria con su análisis de la experiencia onírica entre los achuar10.
De ahí que prefiero retomar su sugerente planteamiento respecto al papel mutua-
mente constitutivo de representaciones mentales y prácticas sociales.
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Con base en ese planteamiento propuse, en dos trabajos recientes (Spadafora


2008), desplazar el análisis del sueño de la representación de la experiencia oní-
rica a su comprensión en términos de un marco-guía para la acción. Una estruc-
tura práctica destinada a cuestionar, revertir y modificar el curso de la vida de las
personas, y que aquí prefiero redefinir en los términos de una pedagogía11, dado
que ésta alude a un arte de guiar o conducir que no necesariamente está ligado
a la palabra, la arenga o la alocución y que no puede disociarse de la acción. En
efecto, para los pilagá la palabra se relaciona con la enseñanza formal impartida
en las escuelas y con cierto espíritu de imposición autoritaria de las reglas y nor-
mas del aprendizaje. Esta perspectiva no se corresponde con su concepción de
la enseñanza y sus ideas acerca de la adquisición del saber o conocimiento. De
acuerdo con este enfoque, a continuación me detengo en la labor desarrollada
a lo largo de los últimos años con una de mis principales interlocutoras –Lidia
Q.– que condensa la información recabada con otras colaboradoras acerca de la
problemática en cuestión.

Soñar, narrar e interpretar

E l caso que expongo corresponde a una mujer pilagá de cuarenta y cinco


años de edad, oriunda de la comunidad de Pozo Chico Nawagán –situa-
da en la frontera entre Argentina y Paraguay– y que mora actualmente en una
comunidad cercana a la ruta principal que atraviesa la provincia de Formosa.
Lidia vivió sus primeros años en la trashumancia y, como muchas mujeres de su
generación, sufrió el trauma del proceso de sedentarización. En todas nuestras
entrevistas –desarrolladas a lo largo de las tres últimas estancias de campo– las
diferencias entre el modo de vida pasado y el presente tuvieron particular im-
portancia, en especial cuando destaca las diferencias generacionales entre ella y
las mujeres jóvenes, renuentes a la historia de sus padres y a los valores ligados
a ella. Mi trabajo con Lidia se basó en entrevistas y recorridos por la zona con el
objetivo de recoger información acerca de las representaciones y los usos pasados
y actuales del monte. A diferencia de los dos primeros trabajos de campo –en los
que me concentré en recolectar información sobre los sueños–, en el último me
detuve en las diversas técnicas de confección artesanal. El sueño y la experiencia
onírica, sin embargo, continuaron siendo el foco de interés e interpretación de
Lidia y el nudo de nuestra relación.
Durante 2007, Lidia me relató un sueño cuyo énfasis permite sintetizar el
modo en que por medio de él se elabora el trauma de los cambios producidos
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por la sedentarización, y sus consecuencias en su identidad de mujer recolectora


y cristiana. Su relato comenzaba diciendo que ella se sentía “afligida” debido al
fallecimiento de cuatro mujeres de su familia. La “envidia”, engendrada por el
privilegio del que gozaban sus parientas por percibir pensiones estatales, había
llevado a un pi´ogonaq (chamán) a ocasionarles la muerte. Desolada y triste por
la situación, no sabía qué rumbo debía tomar su vida. La angustia la hacía dudar
con respecto a continuar o no con sus compromisos domésticos, y a permanecer
o no junto con su marido y sus hijos. El malestar la enfrentaba a la disyuntiva de
aceptar o rechazar el mensaje cristiano pregonado por el evangelismo, a costa
de renunciar a su propia condición cultural. En ese estado de conmoción, una
noche tuvo un sueño en el que se le presentó un “espíritu” con forma de “caballo
blanco”, del que sólo podía distinguir “el lomo y las cuatro patas”. Descabeza-
do, galopaba nervioso y relinchaba alrededor de su cama. A la noche siguiente,
invadida por la incertidumbre y la inquietud, recibió una “revelación” a la que
refiere con la frase: “el sueño me conversó”.
A partir de ese sueño, Lidia sintió el impulso de viajar por un tiempo largo.
Durante “dos años” recorrió distintas comunidades de las provincias de Formosa
y la vecina provincia del Chaco, intentando encontrar los motivos que la habían
llevado a “andar”. Luego de un deambular incansable logró superar su esta-
do de angustia interpretando lo que el sueño “le significaba”. Ella sintetiza ese
sentimiento con la frase, “ese sueño significa que no puedo quedar acá” porque
“cuando hay campaña12 yo tengo que ir” y porque:

Eso había sido que significa el caballo, el caballo no se cansa y ese es el espíritu
que yo tengo. Y porque el caballo significa que no quiero quedarme en casa. Que
tengo que andar. Porque a lo mejor hay un secreto, a lo mejor yo no voy a cum-
plir, porque yo tengo que ir a predicar a tal lugar. Así significa mi sueño. Que
tengo que andar, que soy andariega.

A mi juicio, este relato se articula en torno a su necesidad de conciliar su


pasado y su presente en una nueva identidad, resolviendo las tensiones inheren-
tes al modo de vida trashumante y al sedentarismo actual. Sin desarrollar los
pormenores de tal ambivalencia, conviene subrayar que la superación de ese
estado de malestar se produce mediante su confraternización con el espíritu que
la compele a “andar” y a aceptar el mensaje cristiano y recorrer las comunidades
“llevando la palabra del evangelio”. Aquí, por tanto, la superación de su estado
de ambivalencia y ansiedad se resuelve mediante la reflexión y puesta en acción de
la experiencia onírica, herramienta que le permite conciliar ambas identidades
resolviendo que su nueva condición de mujer cristiana no va en detrimento de
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su identidad como mujer recolectora, de ser una “mujer andariega”. Sin duda, la
importancia del “andar” pone en juego valoraciones que hacen a su orgullo de
ser una mujer “guapa” –esto es, que conoce y sabe recorrer el monte porque allí
está la cuantía de la “verdadera mujer pilagá”–, en contraposición a las “prosti-
tutas”, las “arrieras” y las “jóvenes”. Es interesante remarcar el hecho de que en
su discurso los términos “prostitutas” y “arrieras” adquieren un sentido conver-
gente que desdibuja la diferencia entre las mujeres que salen a “buscar hombres”
y aquellas que van detrás de los “favores de la política”13, dos estilos que asume
en clara oposición al deber ser de la condición femenina. En contraposición, re-
prueba el desconocimiento y magro desempeño de las “jóvenes” en el monte: “se
pierden, no tienen interés y esperan que la mamá les traiga la palma para tejer
el carandillo”. O bien acentúa su tendencia a la holgazanería y su ausencia de
autonomía: “lo único que esperan es que la mamá cobre la pensión, cuando la
mamá cobra la pensión, son las primeras que vienen a ayudarla”.
Su postura crítica hacia las “jóvenes” se intensificó a medida que profundiza-
mos nuestra labor y notaba mi interés por los recursos vinculados a la recolección
con fines alimenticios o artesanales. Esta labor profundizó su auto-reflexión sobre
los bienes derivados de la relación actual con los blancos y las nuevas costumbres
adoptadas por los indígenas merced a esa relación. Este proceso de reflexividad
y autocrítica se desarrolló haciendo hincapié de nuevo en el “modo de ser de las
jóvenes”, subrayando los vínculos entre lo moral y lo estético: las vestimentas, el
modo en que las utilizan14, su agrado por teñirse el cabello de rubio o cortarlo15,
los juzga como comportamientos que promueven la languidez femenina, predis-
poniéndolas a la enfermedad y, en suma, debilitando su condición de mujer en los
términos precisados por mi interlocutora. La ambivalencia frente al pasado y al
presente, expresada mediante las valoraciones éticas y estéticas, se resolvió utili-
zando el recurso onírico como un marco de interpretación-acción.

Interpretar, hacer y copiar

D urante 2009 tuve nuevas entrevistas con ella. Elegí detenerme en recabar
información sobre las diferencias entre los diseños pasados y presentes, y
el modo en que fueron cambiando los motivos de la producción artesanal promo-
vidos por diferentes agentes blancos, con la intención de analizar cómo jugaban
los patrones estéticos propios y aquellos sugeridos por la nueva situación de
interculturalidad. Fiel al espíritu que guiaba mi nuevo interés por obtener infor-
mación sobre estas cuestiones, conté a Lidia el sueño que había tenido unos días
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antes de mi viaje. Con una pobreza narrativa atípica para los pilagá, desarrollé
mi relato onírico diciendo que se iniciaba con una escena que, efectivamente,
había ocurrido el año anterior cuando transitábamos por el monte y yo intentaba
retener información sobre los recursos utilizados para la alimentación, la medici-
na y la artesanía. En esa oportunidad, Lidia se detuvo frente a un gran charco de
lodo y dijo: “No camines más porque te hundís”. Con su mano recogió el lodo y
comenzó a diseñar un cántaro para el agua, una técnica que, como señalé, las pi-
lagá ya no usan. Mientras amasaba el barro maleable (véase la foto 1) me señaló
que esos cántaros eran los que utilizaba su madre y comenzó a explicarme con
detalle la técnica para manufacturarlos. Su destreza frente al cúmulo de fango
desató mi pregunta: “¿Y vos cuántos cántaros has hecho?”. A lo que respondió:
“Nunca hice un cántaro, sólo vi hacerlo a mi madre porque yo siempre tomé
agua de botella de blanco”. Su comentario sobre el agua de “botella de blanco”
adquiere sentido en el contexto del desarrollo de ese recorrido, dado que bajo el

Foto 1
Lidia amasando el barro para confeccionar cántaros (foto tomada por la autora)
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sol abrasador y a una distancia considerable de la comunidad nos quedamos sin


“agua de botella”. La situación, desesperante por momentos, me llevó a apagar
mi sed con el agua de lluvia acumulada en una planta contenedora que Lidia me
había enseñado señalando que, cuando “andaban de aquí para allá” –en referen-
cia a la vida nómada–, bebían agua de esa planta. El hecho de que yo consumiera
agua de la planta la llevó también a tomarla y, luego, a una reflexión respecto
al abandono de las antiguas costumbres, vinculada a la dependencia actual de la
sociedad blanca: “de repente no hace falta andar esperando el agua de los políti-
cos porque si vos tomas también podemos volver a tomarla nosotros”.
Esta escena “real”, ocurrida en 2008, fue el inicio de mi sueño y de mi relato
onírico frente a mi interlocutora durante 2009. Luego de relatarle esta escena
continué narrando el desarrollo de mi experiencia onírica, que proseguía con
una escena en la que ambas, situadas frente al fango del monte, conversábamos
sobre diseños de cántaros y yo la invitaba a elaborar nuevos diseños cerámicos
que podían venderse muy bien en los bazares más refinados de la capital. Una
preocupación propia acerca del problema de la devolución de los antropólogos
para con los indígenas, que se me presenta en relación con la profunda necesidad
que tienen las pilagá de encontrar modos adecuados para la comercialización de
la artesanía y que, esta vez, se expresaba en la misma frecuencia que mi interlo-
cutora: el sueño.
Cerré mi narración onírica sin comentario alguno por parte de Lidia. A los
dos días ella me invitó a que fuera a su casa. Presurosa y alegre me dijo: “Cumplí
tu sueño”. Me acerqué a su fogón y me señaló que había ido al monte a buscar
los materiales que necesitaba para elaborar los cántaros, debido a que mi sueño
significaba que ella debía elaborar cántaros para el agua, tal como lo hacía su
madre. Junto al fuego, en distintas bolsas de plástico yacían los materiales re-
queridos, expuestos para que yo comprendiera las etapas de producción. Sobre
un costado dos pequeños “modelos” de cántaro diseñados por ella mostraban el
resultado del proceso. A su alrededor los incontables nietos e hijas se agolpaban,
mientras Lidia me compelía a “sacar foto” de todo y me invitaba a que le ayudara
a elaborar nuevos diseños (véase la foto 2).
Concluida la puesta en escena de la revitalización de los cántaros y del “cum-
plimiento de mi sueño”, al día siguiente mantuvimos una larga entrevista, en la
que se explayó sobre el sinsentido de mi insistencia en “grabar” sobre los “dise-
ños de antes y su significado”, un aspecto sobre el cual giraban algunas de mis
preguntas. Ella no lo consideraba adecuado, debido a que “no recordaba esos
diseños”, y porque juzgaba que para aprender sobre diseños, motivos o técnicas
pedagogía de la oniromancia | Ana María Spadafora | 101 |

Foto 2
Lidia mostrando los modelos de cántaros (foto tomada por la autora, 2009)

artesanales debía “aprender aprendiendo”, “aprender haciendo como cuando va-


mos al monte”. “El carandillo se teje tejiendo, y los nuevos modelos se hacen
haciéndolos”, sentenció.
Profundizando en las ligazones entre el soñar –asociado al interpretar y so-
cializar la narración– y el saber –asociado a esa socialización de la narración que
no es independiente del hacer, tal como demuestra su necesidad de “cumplir mi
sueño”–, concluyó nuestra conversación vinculando esa trama entre interpretar y
hacer a una sutil reflexión acerca de lo que consideraba signo de inteligencia, ha-
bilidad y creatividad de una mujer. Esta distinción, indisociable de la experien-
cia generacional, se cifró en subrayar que “el trabajo de las mujeres en el monte”
o “tu marisca” (an´epe) y el “trabajo de (artesanía) de las mujeres” (n´ontanaqak
yawodipi) presupone que “hay que pensar para crear”, frase que Lidia asocia a
“mi conocimiento para hacer algo” (yawottonanaqak). Hilvanando la relación
entre pensar, crear y conocer, sostuvo que dado que el pensamiento es acción y
que el proceso de enseñanza involucra, fundamentalmente, la concentración en
la observación de lo que hacen las otras mujeres –madres, abuelas o compue-
blanas–, se podría decir que una artesana habilidosa, creativa y singular en su
capacidad de pensamiento es la que “sabe copiar el diseño de otra” (ilolegeha´) o
“la forma (lasogoq) de las otras”.
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En este punto de la explicación, Lidia agrega una nueva cualidad intrínseca a


la condición del “saber” como “hacer” ligada a la habilidad de imitar concebida
como una acción que, lejos de constituir un mero acto de sustracción al que noso-
tros vinculamos con plagiar, presupone un principio de singularidad y distinción
de la habilidad e inteligencia que define el ideal de mujer. Esta concepción del
conocimiento y el aprendizaje –que, como señalé, distingue claramente en con-
traposición a la enseñanza formal impartida en las escuelas– destaca, por tanto,
el carácter práctico y pragmático del conocimiento, valorando positivamente el
acto de observar, recordar, concentrarse y copiar. Una cadena verbal que subra-
ya la acción y que, además, asume como positiva la incorporación de lo nuevo
o novedoso (dalagaik), el acto de atesorar el propio pensamiento y saber a partir
de la incorporación de lo ajeno. Un ideal de mujer que se dirime, como señalé,
en oposición a las jóvenes (añole) resignadas, en su perspectiva, a no pensar ni a
cultivar su singularidad, a diferencia de las mujeres adultas (yewo) que conocen
el monte, saben discriminar las especies y copiar los diseños de otras. Ideario
que reseña la vinculación entre aprender e imitar, asociando este último al acto
de imaginar e inventar y que –en contradicción con toda lectura sincrónica y co-
sificadora de “saber” o “conocimiento tradicional”– equiparan la incorporación
de lo novedoso, el intercambio de conocimiento e información, incluido con la
antropóloga, al desarrollo de la capacidad intelectual, la autonomía y la creati-
vidad de la mujer.

Reflexiones finales

A lo largo del artículo señalé que una de las principales limitaciones de los
abordajes de la antropología respecto de las experiencias oníricas consis-
tía en descontextualizar las narraciones de la historia reciente por la que han
atravesado estas poblaciones, y en trasladar algunos prejuicios respecto de nues-
tras concepciones sobre el rol de la experiencia onírica, en especial los surgidos
de la tácita influencia del análisis psicoanalítico y los esquemas de comprensión
y abordaje de la “realidad” propuesta por el estructuralismo y sus derivaciones.
Destaqué que aun cuando esta tendencia continúa vigente subrayando la vin-
culación de las experiencias oníricas al chamanismo, la mitología y el análisis
estructural y sincrónico de las narraciones oníricas, enfoques como el de Descola
(1986) acerca de la vinculación entre las representaciones y las acciones permi-
ten sugerir nuevos caminos de interpretación de las experiencias oníricas que se
adecúan más fielmente a la perspectiva nativa.
pedagogía de la oniromancia | Ana María Spadafora | 103 |

El caso que traje a discusión, y en particular la articulación que mi interlo-


cutora hace entre soñar, pensar, hacer y copiar, deja planteadas algunas limi-
taciones sustantivas respecto a los análisis sobre los saberes o “conocimientos
tradicionales”, en particular su consideración en términos de un saber ancestral
cosificado, folclorizado e inmune a los vaivenes de la historia. Interesándome
especialmente en desandar esas influencias tácitas o expresas, deliberadamente
propuse enfatizar el carácter práctico y pragmático de la experiencia onírica,
subrayando su perfil colectivo –en oposición al conocimiento del saber chamá-
nico–, y destacando su vinculación con un modo de concebir el saber que teje
en una misma trama los actos de pensar y hacer –asociados, a su vez, al acto
de crear concebido como parte de un saber copiar los diseños artesanales de
otras mujeres–. El recorrido que comienza con mi narración onírica y culmina
con la revitalización de una técnica en desuso asociada al pasado indígena,
por tanto, evade el etnocentrismo tácito vigente en algunos análisis de las ex-
periencias oníricas que dan por sentado la preeminencia de la razón sobre la
acción, asociando –implícitamente– a la primera con una facultad inherente al
estado de vigilia sobre la cual la “realidad” onírica no tiene mucho que decir.
Concomitantemente, estimo que la socialización de mi propia narración onírica
permite desestimar algunos presupuestos metodológicos vinculados al rol del
trabajador de campo y su influencia en el interlocutor. Especialmente, a cierto
recaudo respecto a los posibles cambios que el antropólogo pueda producir a lo
largo de su intervención y que, en mi opinión, señalan la persistencia de cierto
espíritu positivista que reniega de las influencias mutuas de la labor etnográ-
fica. En mi caso y en paralelo con la labor psicoanalítica, el trabajo acerca de
estas temáticas no sólo favoreció mi habilidad para soñar y retener los sueños
–algo central al modo de pensar pilagá y psicoanalítico–, sino que, incluso, a
pesar de las diferencias de enfoques entre uno y otro horizonte epistemológico,
propuse a mi psicoanalista incluir las visiones, una habilidad que los pilagá juz-
gan como un estado de ensoñación similar al sueño y que también desarrollé en
paralelo a mi trabajo sobre estas cuestiones. Intento remarcar aquí, por tanto,
las consecuencias metodológicas fértiles que pueden surgir de una perspectiva
más abierta a las mutuas influencias entre el etnógrafo y sus interlocutores
que, además de engolosinarse con el mea culpa de la tradición etnográfica, la
coautoría y el compromiso con el Otro, asuma la apuesta política de J. Fravret-
Saada (1977), quien, en su estudio de la brujería, destaca que una metodología
que intente llegar hasta el final bien podría comenzar por “dejarse afectar”, en
el sentido de no detenerse en aquellas situaciones que comprometen nuestro
propio horizonte o frontera cultural.
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Superar este etnocentrismo requiere, por tanto, recuperar la perspectiva in-


dígena acerca del conocimiento en tanto acción o ensayar nuevas categorías y
apuestas metodológicas para responder de modo más fidedigno al punto de vista
indígena acerca de las nociones de conocimiento e intercambio. Ideas que invitan
a considerar la experiencia onírica no sólo como un repertorio cultural surgido
de lógicas codificantes, sino, principalmente, como una herramienta práctica en
pos de revertir los ejes nodales de la tradición, el curso de la historia y el drama
del presente indígena.

Notas

Agradecimientos: dedico este trabajo a Lidia Q., por los sueños mutuos y compartidos.
Agradezco la corrección de los términos en pilagá a la lingüista Alejandra Vidal, la lectura
del escrito a Rubens Bayardo García, los sugerentes comentarios de Jean Foyer respecto
de mi trabajo y sus vinculaciones con la labor de Jeanne Favret-Saada (1977).

1 Es llamativa la poca atención que ha recibido la problemática de género en socieda-


des cazadoras recolectoras, especialmente las vinculadas a las labores femeninas. Al-
gunos trabajos recientes, sin embargo, apuntan a llenar ese vacío. En la antropología
local cabe destacar el trabajo de M. Gómez sobre los usos territoriales de las mujeres
toba del oeste de la provincia de Formosa (2006) y la reciente compilación realizada
por S. Hirsch sobre las mujeres indígenas en Argentina (2008).
2 Acuerdo, en este sentido, con la tendencia a subrayar la idea de que los indígenas su-
puestamente se distinguen por sus “peculiaridades” respecto de otros grupos sociales
debido a la prevalencia de una forma de “pensamiento mítico-chamánica” (Botero
y Echeverri 2002: 271) de carácter eminentemente “sagrado” (Ibídem: 272), una
tendencia que tiende a desdibujar la confluencia de intereses entre indígenas y otros
grupos sociales y el papel de la historia en la redefinición de las identidades étnicas.
3 El etnólogo suizo A. Métraux (1937, 1946), advertido de la proximidad cultural que
los pilagá guardan con los toba, empleó el término toba-pilagá para referirse a los
grupos situados en el borde sur de un humedal denominado Bañado La Estrella (pite-
lagateg). Ni antropólogos ni lingüistas parecen haber aclarado aún, de manera satis-
factoria, las diferencias entre los grupos pilagá y su relación con los toba (Messineo
1991, Censabella 2000).
4 La región del Gran Chaco y su diversidad étnica y cultural han suscitado un interés
tardío en los diferentes frentes colonizadores de los estados de los cuales forma parte
–noreste de Argentina, Paraguay y una proporción menor de Bolivia– y un espacio
marginal dentro de la antropología de las tierras bajas sudamericanas. El poco interés
por la región en comparación con la Amazonia se debe, en buena medida, a la pre-
pedagogía de la oniromancia | Ana María Spadafora | 105 |

valencia dentro de los estudios americanistas de la idea de que la diversidad cultural


y biológica de la Amazonia supera con creces a la del Gran Chaco. Tal argumento,
sesgado por la ideología nacionalista brasileña –país que posee la mayor parte del
territorio en cuestión– olvida que el Chaco constituye una región de 100.000 km2,
cuya diversidad biológica es muy significativa y cuya presencia indígena alcanza las
cincuenta etnias (Spadafora y Matarrese 2008).
5 Del chaguar se extraen las fibras para la confección de yicas y otros objetos como re-
des de pesca y frenos de caballos. La variedad más resistente utilizada con estos fines
es Deinacanthon urbanianum (Arenas 2003: 463). Actualmente, las yicas manufactu-
radas para la venta artesanal son elaboradas con una variedad menos resistente que
puede encontrarse con más facilidad en la zona y que, según algunas mujeres, sirven
porque aun cuando son endebles “los blancos no distinguen el chaguar y se los puede
engañar fácilmente”.
6 A diferencia de los dos otros grupos étnicos (toba y whichí), los pilagá son grandes
consumidores de cogollo de palma (Copernicia alba). El del carandillo (Trithrinax bi-
flabellata) es muy escaso actualmente en el oeste de la provincia, donde se encuentran
asentados los tobas que antaño fueron grandes consumidores. Por su parte, los wichí
no la consumían ni consumen debido a que la consideran prohibida (Arenas 2003:
155). De modo que la especialización artesanal con base en la fibra por parte de las
pilagá va de la mano del alto consumo del laqatalamo o palmito, por su disponibilidad
y por su propia historia cultural.
7 Véanse los trabajos de Idoyaga Molina (1993, 1978/79) o de Tola (2001), entre
otros.
8 Los grupos de filiación guaycurú fueron motivo de varios estudios centrados en los
aspectos socioreligiosos y la utilización de farmacopea. En el caso de los pilagá cabe
destacar los aportes de Filipov (1994, 1997) y las contribuciones sobre etnomedi-
cina de Idoyaga Molina (1976-77, 1978-79, 1999, 2000). En relación con los toba-
pilagá, se destaca el trabajo de Pastor Arenas (2003) y de Scarpa y Arenas (2004).
En relación con los aspectos socioreligiosos, la mayor parte de los trabajos retoman
específicamente el caso de los toba, destacando la relación entre el chamanismo y el
cristianismo evangélico.
9 Apelando a lo que denomina como schemata de la praxis sugiere que el modo de pen-
sar achuar se cifra en retener ciertas propiedades de la objetivación de las prácticas
sociales, diagramas cognitivos o representaciones intermedias que ayudan a subsumir
la diversidad de la vida real en un conjunto básico de categorías de relación que no
necesariamente se explican por la prevalencia de la representación sobre la acción ni
de la acción sobre el pensamiento (Descola 1986).
10 En efecto, la analogía del autor entre la oniromancia achuar y el método de análisis del
mito de Lévi-Strauss reafirma la tendencia de los estudios mencionados, especialmente
por el énfasis en las estructuras clasificatorias del pensamiento onírico, descon-
textualizándolas de las acciones desarrolladas por los sujetos. Análisis que deja
abierta la pregunta sobre en qué medida un modo de pensamiento que vincula la
| 106 | mundo amazónico 1: 89-109, 2010 |

representación a la acción podría estructurarse en torno a categorías mentales que


desplazan el contenido manifiesto del sueño sin ir en detrimento de la “inventiva”
de los interlocutores y de su capacidad para “augurarse una posesión sobre el futuro”
(Descola 2005: 113).
11 Es decir, un proceso mediante el cual el sujeto pasa de una conciencia en sí a una
conciencia para sí con el fin de reconocer su lugar en el mundo pero también de cons-
truirlo y transformarlo (Hegel 1966) mediante la acción práctica.
12 “Campaña” se refiere aquí expresamente a la misión de llevar la palabra de Dios a
otros compueblanos con el fin de convertirlos al cristianismo evangélico.
13 Como señalé, la política es concebida como un espacio de pertenencia de los hom-
bres, no sólo por parte de los políticos blancos, sino también por parte de los hombres
indígenas.
14 Las mujeres adultas visten polleras largas, siendo excepcional el uso de pantalones,
generalmente utilizados por las jóvenes. Tampoco se tiñen el cabello, actitud que de-
muestra una clara inclinación de las jóvenes por identificarse con las jóvenes criollas
con quienes comparten la escolarización.
15 Es importante señalar que la longitud del cabello revierte sobre criterios estéticos y
éticos dado que, además de considerar “bello” el pelo largo y de color negro, juzgan
que sólo puede o debe ser cortado en ocasión del luto por la muerte de un familiar,
especialmente la madre o hermanas.

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