Stephen Mitchell
Stephen Mitchell
Stephen Mitchell
Empezaremos por situar rápidamente a Stephen Mitchell. ¿Quién fue y por qué
resulta una figura fundamental para entender la gestación y el desarrollo del psicoanálisis
Psicóloga y psicoterapeuta psicoanalítica. Miembro graduada (GMBPsS) nº569342 de la British Psychological Society. Miembro del Instituto de
Psicoterapia Relacional (IPR). Miembro de IARPP (International Association for Relational Psychoteraypy and Psychoanalysis). Miembro del
IAN-UK (International Attachment Network)
La correspondencia sobre este trabajo debe enviarse a la autora a [email protected]
Aperturas Psicoanalíticas, (74) (2023), e8, 1-22 2023 Sociedad Forum de Psicoterapia Psicoanalítica
ISSN 1699-4825
CONVERSANDO DE PSICOANÁLISIS CON S. A. MITCHELL [LIBERMAN, 2022] 2
Esta parte incluye los tres primeros capítulos: “Del psicoanálisis Interpersonal al
Psicoanálisis relacional: de idas y vueltas”, “¿Por qué hay que elegir un marco de trabajo?
Estrategias conceptuales y políticas para enfrentar los cambios en el pensamiento
psicoanalítico” y “El surgimiento del psicoanálisis relacional”).
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Interacción
Diálogo
El diálogo es otra de las piedras angulares, junto con la idea de interacción, del
pensamiento de Mitchell y, como veremos, formará también parte de los conceptos
clínicos que propone. Liberman recoge la conocida definición que hace Lewis Aron de
su amigo y compañero: Mitchell es un constructor de puentes (p. 25). La forma en la que
Mitchell va elaborando su modelo relacional tiene mucho que ver con su forma de
entender la clínica: como una construcción en colaboración, que surge del diálogo a
cuatro manos, un diálogo que va más allá de un simple hablar, que incluye al otro para
que, de la mutua influencia, surja algo tercero enriquecido por el encuentro.
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Elección de un marco
Destaca Liberman que, para Mitchell, como lo fue para Freud, es necesario que la
teoría psicoanalítica proporcione modelos que respalden la práctica clínica. Mitchell
reflexiona entonces acerca de cómo desarrollar propuestas bajo esta premisa y concluye
que, para empezar, será necesario entender los modelos psicoanalíticos como engranajes
teóricos que ayudan a comprender la realidad y no confundirlos con la realidad misma.
Propone un trabajo a partir de la idea de containers —él los llama así—, marcos teóricos,
que en el caso del psicoanálisis son el pulsional y el relacional, determinados cada uno
por los contextos históricos en los que se generan. Los containers no pueden mezclarse
ni compararse porque responden a paradigmas distintos de comprensión de la psique y la
psicopatología, pero sí pueden albergar los mismos conceptos y/o campos problemáticos
reinterpretados de acuerdo a los principios con los que cada uno trabaja.
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Liberman también señala que el debate que Mitchell plantea no está en si existe o
no aquello que de una forma u otra reconocen todas las teorías psicoanalíticas: lo
intrapsíquico y lo interpersonal. Ambos aspectos forman parte de la experiencia humana
y no se trata de tirar el agua con el bebé dentro, dirá Mitchell con una metáfora que
también es ya un clásico del psicoanálisis relacional. Es decir, considerar lo externo no
es tirar lo interno por el desagüe. Lo que distingue un modelo de otro, el pulsional del
relacional, tiene que ver con el lugar en que se colocan lo intrapsíquico y lo interpersonal,
y cómo se entiende la relación entre ambos. La diferencia fundamental entre ambas
escuelas es dónde se sitúa el origen de la estructuración de la psique, dentro o fuera del
propio aparato psíquico.
Integración y renovación
Una vez revisada de forma crítica la teoría pulsional, incorporados los conceptos
necesarios al marco relacional y renovados bajo el nuevo paradigma, el modelo relacional
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que propone Mitchell se va gestando, como decíamos, a partir del diálogo crítico entre
distintas teorías que estudian la psique en relación. Sin embargo, este diálogo que tiene
lugar en el container relacional no responde simplemente a un afán integrador per se, por
simple sumatoria, sino a la necesidad de enriquecer un nuevo modelo de comprensión de
la mente desde una integración crítica. El psicoanálisis relacional lo entiende Mitchell
como un prisma con varias caras y cada teoría se enfoca en una de las caras: una
motivación, una pasión característicamente humana, que toma formas y significados
específicos en relaciones específicas. Así, como decíamos antes, el marco relacional se
origina principalmente desde la integración de la teoría interpersonal de Sullivan y la
teoría de las relaciones de objeto de Fairbairn, como principales exponentes de la
perspectiva relacional. Pero también tiende puentes y dialoga constantemente con
psicoanalistas como Klein, Winnicott, Balint, Kohut y Loewald. Sin duda en esta lista
que propone Liberman podríamos incluir también a Bowlby (Mitchell, 1999).
Los puentes que Mitchell construye entre teorías permiten explicar la constitución
y la conexión entre lo externo y lo interno, sin negar ninguno de los dos aspectos como
constitutivos de la psique, y esto es fundamental en su propuesta. Los interpersonalistas
clásicos, como Sullivan, ponen el acento en el impacto que tienen los contextos en la
formación de la mente, que no está aislada sino inserta en relaciones interpersonales. La
teoría de las relaciones de objeto de Fairbairn invita a considerar que la libido no es una
buscadora de placer, sino que está al servicio de la búsqueda del vínculo con los objetos.
La búsqueda del placer es una estrategia más que permite conseguir y mantener los
vínculos. Por lo tanto, se considera que la mente se estructura siempre al servicio de
relaciones —internas o externas, presentes o pasadas— y son también las relaciones las
que organizan las psicodinámicas y lo intrapsíquico.
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por la forma en la que el individuo establece y crea sus vínculos, se relaciona consigo
mismo y con los demás. La matriz relacional, la representación interna de quiénes somos
y quiénes son los otros, así como qué relación nos vincula, se va conformando a partir de
la interacción dialéctica entre relaciones internas representadas y relaciones externas
reales, entretejidas las unas en las otras, influyéndose mutuamente y formando un todo
inseparable.
Como otros autores, Mitchell se valió de la metáfora del artista para explicarlo:
todo acto creativo hace uso de medios materiales concretos que responden a momentos
culturales también concretos. Pincel, pigmento, lienzo, ordenador. Estos medios
condicionan lo que se puede hacer —e incluso qué ideas creativas se pueden tener, matiza
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Liberman—. Dentro de ese determinismo, sin embargo, hay libertad de elección y hasta
cierto punto se puede decidir qué se hace con aquello de lo que se dispone. Mitchell aplica
esta metáfora a la mente y considera que ni todas las elecciones están determinadas por
lo previo internalizado, ni todas las elecciones son libres. Activa aquí, de nuevo, el
dispositivo conceptual de la dialéctica, puntualiza Liberman.
El sistema del self (la matriz relacional), según Mitchell, no solo es múltiple (tiene
múltiples configuraciones); además es psicodinámico y sus distintas dimensiones
intrapsíquicas se activan según la situación interpersonal en la que se encuentra el sujeto.
Así lo explica él: los estados o configuraciones del self son en realidad dimensiones
sujeto-objeto-relación, en un campo de interacción, como hemos visto en el punto
anterior. Además, cada estado tiene su propia estructura psicodinámica, una unidad
independiente de motivaciones, experiencias, valores, intenciones, resultado de su propia
historia relacional. Qué forma adquiere cada estado del self, qué conflictos y qué defensas
desarrolla, tiene que ver con lo que el niño tuvo que hacer o a qué tuvo que renunciar para
adaptarse a la naturaleza emocional y psicológica de los cuidadores, para establecer y
conservar el vínculo con ellos.
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psicológico, pues a él no le interesa tanto lo que faltó (que sin duda faltó, desde cierto
esquema de desarrollo), sino lo que “sí hubo en lo que no hubo”. De acuerdo a lo que
hubo, abundancia o carencia como característica específica de las formas de estar con el
otro, la mente se estructura de la manera en la que lo hace.
Por eso, adaptarnos implica que desarrollaremos aspectos sanos y otros no tanto,
porque el objetivo no es la salud mental —tenga la definición que tenga—, sino conservar
los vínculos significativos que nos permiten sentirnos seres humanos, aunque sea a costa
de nuestra salud. Efectivamente, quedamos condicionados por la naturaleza de nuestras
primeras relaciones significativas, por aquello que nos permitió establecer y mantener los
primeros vínculos, aunque Mitchell puntualiza que las dinámicas relacionales que se
generan en la infancia son importantes porque son las primeras, pero, de nuevo al
contrario de lo que se argumenta a veces desde la psicología del desarrollo, las relaciones
significativas generan, perpetúan o modifican dinámicas internas a lo largo de toda la
vida.
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Así, Mitchell considera que el desarrollo del individuo permite integrar cuatro
modos de interacción cada vez más sofisticados, que en el adulto terminan funcionando
de forma simultánea e integrada. Se parte de un modo no-reflexivo de relacionarse, que
regula automáticamente la interacción y que genera patrones de influencia mutua que no
son conscientes, ni se han simbolizado ni pensado. El segundo modo, que Mitchell llama
de permeabilidad afectiva, es un nivel más complejo de esta interacción no verbal. Los
estados afectivos se contagian entre los participantes de una relación y la interacción
generará modificaciones en ellos, aunque se mantiene fija cierta estructura interna.
Para finalizar esta segunda parte del libro, recordemos que los modos de la
relacionalidad, así como los conceptos de matriz relacional y la multiplicidad del self,
conforman el modelo teórico del conflicto relacional. Esto tendrá una repercusión en la
forma de trabajar con los pacientes, pues el cambio de paradigma afecta también a la
teoría de la técnica, como va a exponer Liberman en el siguiente capítulo. En este sentido,
la idea de una dialéctica entre la rigidez de las configuraciones relacionales y la libertad
condicionada que proporciona la agencia implica que habrá dos momentos en el proceso
analítico relacional: uno de indagación de la naturaleza de la matriz relacional del
paciente, cuando cualquier intervención que haga el analista va a estar irremediablemente
inserta en esa matriz (que recoge el primer sentido de agencia, articulado con la
repetición). Y un segundo momento en el que se trata de poner en cuestión aquello que
parece irremediable, conociendo y reconociendo los patrones internos y su determinismo,
pero generando posibilidades de hacer algo con ellos (segundo sentido de agencia,
articulado con la producción de una diferencia o novedad). Para llevar a cabo este tipo de
trabajo, Mitchell descarta la aspiración a una racionalidad técnica ni a que se puedan
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Esta parte incluye el Capítulo 5: “El modelo del proceso psicoanalítico según
Mitchell: una nueva mirada”.
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es a priori buena o mala y aquí nos advierte Liberman de que uno de los peligros en los
que también podemos caer desde el psicoanálisis relacional: concebir nuestra
participación como una técnica, es decir, como un procedimiento reglado y controlado.
¿Qué nos exige todo esto como psicoanalistas? Tolerar la incertidumbre y la falta
de control, manejarnos en un aparato técnico que no nos va a permitir obtener respuestas
claras. El trabajo analítico, por definición, nos coloca en un lugar de vulnerabilidad y
Mitchell cree que muchos mandatos técnicos tienen que ver con la imposibilidad de
tolerarnos vulnerables. Sin embargo, puntualiza, va a ser necesario tolerarlo porque no
hay verdadero trabajo analítico que no produzca ansiedad.
La relación transferencial
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sentido pensar que la personalidad del terapeuta no afecta la transferencia que desarrolla
el paciente, aunque trate de no hacerlo intencionadamente. No hay lugar para ocultarse,
afirma Liberman citando a Karen Maroda (p. 211). Si no reconocemos esto, tampoco
podremos ver las formas en las que el paciente se acomoda a nosotros, formas no
especialmente saludables y por las que probablemente ha consultado. Negar nuestra
participación inconsciente, dice Mitchell, terminará generando un diálogo paralelo, no
expreso, sobre el vínculo terapéutico. Un diálogo subterráneo que queda escondido y no
puede ser pensado, tampoco analíticamente.
Más aún, los enactments también ayudan a que el paciente pueda acceder a aquello
que comprende el analista. Veamos cómo: las herramientas para explicarle al paciente lo
que pensamos que está ocurriendo, y que analiza Liberman en este capítulo, son la
interpretación y las autorrevelaciones. Sin embargo, como nos advierte el autor, lo que se
revela o se interpreta tiene que ver con los aspectos inconscientes, los puntos ciegos de
los patrones relacionales que se han puesto en juego en el enactment. Precisamente por
eso el paciente, de entrada, no puede escuchar o aceptar lo que el analista desea que
entienda. Será necesario encontrar primero alguna alternativa a su forma de relacionarse,
al patrón interno que precisamente le impide tomar conciencia de aquello que necesita
comprender. Mitchell propone una solución a este problema aparentemente irresoluble:
trabajar con las alternativas relacionales que surgen en el intento de solucionar los
enganches o conflictos transferenciales-contratransferenciales de los enactments.
Las intervenciones
Una mirada relacional a las intervenciones del analista nos permite asumir algo
que, una vez lo dice Liberman, resulta evidente: los pacientes no tienen porqué entender
nuestras interpretaciones como tales o incluso si lo hacen, no tienen porqué darles el
mismo sentido que nosotros pretendemos que tengan. Que la interpretación es un acto
neutral de transmisión de información es la premisa equivocada que, para Mitchell,
caracteriza las distintas teorías que reflexionan sobre la herramienta estrella del
psicoanálisis tradicional. Liberman repasa algunas: desde las variantes del concepto de
alianza de trabajo o relación real; pasando por la empatía como provisión de una
experiencia emocional correctiva; hasta la interpretación de cómo se relaciona el paciente
con la propia interpretación. Todas ellas asumen que, de algún modo, el analista, su
subjetividad, puede quedar fuera del acto de interpretar y, en consecuencia, se buscan
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De nuevo, reconocer esto nos permite abrir un espacio para la autorreflexión, para
explorar cómo se enmarca nuestra autorrevelación en la configuración relacional en la
que nos encontramos. La autorrevelación será útil, dice Mitchell, cuando ayuda a articular
la relación transferencial de una forma útil, siempre reconociendo que paciente y analista
no están en igualdad de condiciones. Habrá servido si amplió las vías de exploración y
no habrá servido si ha consolidado las viejas formas de relacionarse. Y, al igual que ocurre
con la interpretación, solo explorando la percepción que tiene el paciente de lo que
autorrevelamos podemos acceder a su significado, que hemos co-construido, y en ese
mismo acto de reconocimiento del otro, ofrecer nuevas posibilidades de relación. Ahí está
su función terapéutica.
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Certezas e incertidumbre
Liberman plantea que el psicoanálisis relacional, por estar basado en los principios
fundamentales de la teoría interpersonal, que ya hemos visto, abre un interrogante acerca
de las certezas del analista. Afirma que, en el psicoanálisis contemporáneo, así como en
otras ciencias del conocimiento, se ha pasado de una racionalidad clásica, que permite —
en teoría— un conocimiento objetivo de la realidad, a un pensamiento hermenéutico-
constructivista, que cuestiona si el analista puede tener certezas. En el pasado, este
problema abrió un debate entre ciencia y religión, como el que mantuvo Freud en sus
escritos. Para Mitchell, sin embargo, hoy la comprensión de la realidad implica no solo
considerar la complejidad de las causas de un comportamiento o un síntoma, como ya
adelantó Freud, sino también la ambigüedad de estas causas.
Así, Mitchell considera que el conocimiento que podemos alcanzar siempre será
sobre una versión posible de la realidad. Para que se dé ese conocimiento, además, será
necesario incluir el reconocimiento de que hay otras posibles versiones y de que a veces
estas son contradictorias. De hecho, dice Liberman, Mitchell cuestiona la posibilidad de
que el conocimiento científico pueda dar respuesta a cuestiones humanas fundamentales.
Y esto atañe también a las versiones del psicoanálisis que dan respuestas definitivas, ya
sean pulsionales o relacionales. Nos invita a cuestionarnos continuamente sobre lo que
damos por hecho, aunque el objeto de cuestionamiento sea la propia teoría relacional.
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Con este asunto, se pone sobre la mesa el debate abierto por el perspectivismo de
la teoría interpersonal, asunto que Mitchell recoge en su revisión crítica del psicoanálisis.
Él señala que creer que no hay una única verdad cognoscible no es caer en un “todo vale”
ingenuo y radical. En un tratamiento psicoanalítico, afirma, se trata de construir con el
paciente nuevas versiones que sean coherentes con los hechos que forman parte de su
historia relacional. Que no haya una única verdad no quiere decir que no haya verdades
posibles o imposibles. Lo que propone Mitchell no es cambiar lo que ocurrió, sino
derrumbar el orden narrativo establecido, para poder construir otras narraciones con los
mismos materiales, para reorganizar la experiencia y dotarla de nuevos significados.
Por eso hoy la autoridad del analista no puede darse por hecho, afirma Liberman,
y emerge precisamente de su capacidad de negociar con el paciente la construcción
conjunta de salidas distintas a los desencuentros relacionales, salidas que permitan la
exploración y la ampliación de posibilidades, que proporcionen nuevas formas de
relacionarse con uno mismo y con el mundo. En este sentido, el desarrollo de la capacidad
autorreflexiva de tipo psicoanalítico es para Mitchell uno de los objetivos centrales de un
proceso analítico relacional. Esta capacidad no solo nos ayuda a pensar sobre nosotros
mismos, sino también a tolerar la variedad de estados que conforman quiénes somos y a
sostener la tensión de los conflictos entre nuestros distintos estados internos. Articular
una dialéctica que permita integrar la ambigüedad es el arte que el analista relacional
puede llegar a dominar si acepta lo que no va a conseguir nunca dominar: su participación
subjetiva en el camino al cambio.
El cambio
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Por otro lado, Liberman termina con cinco anexos que ocupan una buena parte del
voluminoso libro que tenemos entre manos, que complementan y enriquecen el contenido
que acabamos de sintetizar: I. El contexto histórico y semblanza biográfico-profesional
de Stephen A. Mitchell. II. El modelo clásico del proceso analítico. III. El modelo de
detención del desarrollo, consideraciones sobre el proceso. IV. Culpa, agencia y finitud.
V. Alrededor de la neutralidad: sus orígenes en el pensamiento de Freud.
Comentario crítico
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El recorrido que hace Liberman en estas páginas tiene paradas que permiten al
lector captar la complejidad, las idas y las vueltas, las influencias, y, en definitiva, las
distintas capas que presenta el pensamiento de Mitchell. Iremos ubicándolo como un actor
principal en la articulación del paradigma relacional, marco que integra teorías y autores
que sitúan la interacción en el centro de la escena psicoanalítica. Así, el libro abarca tanto
el análisis de un modelo psicoanalítico fundamental, como el estudio de una figura clave
en la configuración del giro relacional. Su contenido está articulado en tres niveles
narrativos complementarios y mutuamente enriquecedores: el pensamiento de Mitchell,
por un lado; la teoría psicoanalítica relacional, por el otro; y la particular mirada de un
autor —y un clínico relacional—, el propio Liberman. El placer por pensar, que en el
prólogo del libro se destaca como rasgo distintivo de la personalidad de Mitchell,
atraviesa los tres niveles y empapa toda la obra.
Que hay un placer en el pensar se siente desde las primeras páginas. Esto, por
supuesto, tiene que ver con Mitchell, pero también tiene que ver con Liberman. Como
dice Piera Aulagnier (p. 25), la mejor forma de conocer a un autor es pensarlo y,
efectivamente, aquí Liberman “piensa” a Mitchell. Lo hace con un estilo un poco
impresionista, a pinceladas sueltas que van integrándose hasta ir dando forma a lo que
nos quiere contar. Por eso a veces tenemos la sensación, mientras leemos, de que atenerse
a una estructura formal oprime en cierto modo al escritor y entorpece el flujo de una
narrativa que es muy libre. Nos encontramos con que, a menudo, Liberman se sale del
margen que le imponen los subtítulos y los epígrafes y se pone a reflexionar, a cuestionar,
a asociar. Y esto, que podría confundirnos o perdernos, termina proporcionando un relato
que aclara tanto como enriquece.
Como decíamos al inicio de esta reseña, el libro invita a sus lectores a participar
de una animada conversación. No solo la de Mitchell con sus interlocutores, de su pasado
y de su presente, del psicoanálisis y de otras disciplinas; sino también la que sostiene
Liberman con Mitchell. Es una charla entre viejos amigos, pues el autor muestra un
conocimiento muy profundo de la teoría y de la obra de Mitchell, lo que nos permite
comprender cómo se va gestando y desarrollando su pensamiento: con quién habla, a
quién está respondiendo, cuáles son sus acuerdos y sus desacuerdos, en quién está
pensando cuando afirma tal o cual cosa. Dice Liberman que no es fácil pensar a Mitchell
por lo complejo y rico de sus reflexiones, por los muchos entramados en los que transita.
Sin embargo, ha conseguido salir airoso del intento, porque también él despliega un
asombroso conocimiento de la historia del psicoanálisis, de teorías y autores que pone en
relación y analiza a varios niveles: ideas, controversias, contextos de producción.
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A este placer por pensar se une el afán de dialogar, que Mitchell entiende como
un intercambio crítico, pero horizontal e integrador. Un diálogo que da lugar al otro en
discordia, que permite avanzar, sin cerrar puertas. Se transforma así en dialéctica, pues
una parte resignificará la contraria, complementándose ambas. Esto incluye la capacidad
de conjugar lo nuevo con lo viejo, lo novedoso con lo anterior y Mitchell, buscando la
coherencia con sus contextos contemporáneos, revisita el presente y el pasado de la
historia del psicoanálisis. Desde lo nuevo, “reorganiza lo previo” y va tendiendo puentes.
También los tiende Liberman, respecto al pensamiento de Mitchell.
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CONVERSANDO DE PSICOANÁLISIS CON S. A. MITCHELL [LIBERMAN, 2022] 21
Con el giro relacional empieza a considerarse que la mente no está aislada, sino
situada en relaciones reales, aunque para Mitchell el mundo interno tiene tanta
importancia como el externo. Liberman señala que no deberíamos identificar lo
inconsciente solo con lo pulsional y que la teoría relacional propone su propio modelo
del intrapsíquico. La diferencia elemental entre ambas escuelas, pulsional y relacional, es
dónde sitúan el origen. Como hemos visto, en el modelo del conflicto relacional se
argumenta que cualquier contenido interno, incluso las “pulsiones”, son expresiones o
respuestas a experiencias relacionales externas, a partir de las cuales se configuran las
fantasías y las defensas internas, es decir, las psicodinámicas.
Para finalizar, recogemos algo que en distintos momentos del libro señala
Liberman: Mitchell siempre pensaba en la utilidad clínica de sus ideas. El modelo
relacional le gustaba más porque le resultaba más útil en el contexto histórico, social,
cultural y clínico que le tocaba vivir. La perspectiva relacional, más acorde a las formas
actuales de pensar al ser humano, nos permite comprender que el paciente trae a consulta
su patrón relacional, es decir, la manera en la que sabe establecer sus vínculos; que ese
patrón generará algún tipo de conflicto relacional en el que, lo queramos o no,
participaremos nosotros; que en nuestra participación se jugarán aspectos inconscientes
propios que no podemos controlar; que además no hay técnicas efectivas a priori, pues
es imposible prever el efecto que tendrán nuestras intervenciones; y, sin embargo,
podemos aprovechar nuestra participación inevitable para proporcionar al paciente algo
nuevo, una alternativa relacional construida a cuatro manos, que le permita recuperar su
sentido de agencia. El análisis queda así constituido relacionalmente como un proceso
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Por un lado, trabajar de esta forma nos da libertad, al aceptar la inevitabilidad del
impacto de nuestra subjetividad en los procesos terapéuticos de los que participamos. Por
otro, nos coloca en una posición vulnerable, donde ya no tenemos certezas y se nos exige
un compromiso genuino. La incertidumbre y la implicación, inherentes por principio a
todo proceso psicoanalítico relacional, hará que a veces nos sintamos perdidos o
asustados. En nuestra experiencia, leer —o releer— a Mitchell siempre resulta inspirador
y lo es aún más en esos momentos difíciles que se presentan en todo análisis.
Referencias
Aperturas Psicoanalíticas, (74) (2023), e8, 1-22 2023 Sociedad Forum de Psicoterapia Psicoanalítica
ISSN 1699-4825