Secretaria Del Jeque Brenna Day

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La secretaria del jeque

(Serie Princesas)

Brenna Day
INDICE
La secretaria del jeque
Copyright
Otros libros de la serie Princesas
Capítulo 1
LUANA
Capítulo 2
ZADIR
Capítulo 3
LUANA
Capítulo 4
ZADIR
Capítulo 5
LUANA
Capítulo 6
ZADIR
Capítulo 7
LUANA
Capítulo 8
ZADIR
Capítulo 9
LUANA
Capítulo 10
ZADIR
Capítulo 11
LUANA
Capítulo 12
ZADIR
Capítulo 13
LUANA
Capítulo 14
ZADIR
Capítulo 15
LUANA
Epílogo
ZADIR
Más de Luana y Zadir
Vendida como Mercancía
Capítulo 1
BELLA
Capítulo 2
DUMAR
Capítulo 3
BELLA
Copyright © 2017 Brenna Day
Todos los derechos reservados. Este libro es una obra de ficción.
Nombres, personas, lugares y circunstancias son producto de la
imaginación del autor o están utilizados de manera ficticia. Cualquier
semejanza con personas reales, vivas o muertas, lugares o eventos
es una coincidencia.

Está terminantemente prohibido reproducir cualquier parte de


este libro a través de cualquier medio o forma, eléctronica o
mecánica, sin el permiso expreso del autor, exceptuando breves
citas con fines promocionales o en reseñas literarias.
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Capítulo 1
LUANA

Bufo intentando recogerme en un moño los largos rizos rebeldes


que se niegan a permanecer en su sitio a la vez que sostengo el
tubo del teléfono con el hombro contra mi oreja cuando la voz al otro
lado de la línea vuelve a chillar con estridencia.
—¡Prometo no meterte en problemas si me pones con Zadir! —
aprieto el boli entre mis dientes y pongo los ojos en blanco
suspirando porque mi nuevo puesto de secretaria rápidamente se
está volviendo el trabajo más estresante del mundo—. ¡Te lo suplico
por lo que más quieras! Solo déjame hablar un momento con él…
—Lo siento, alteza —respondo tratando de adoptar una voz
distante y profesional—. Pero ya hemos hablado acerca de esto.
Doy unos golpecitos nerviosos con el boli y miro las luces de la
centralita. Estoy tentada de cortar la comunicación, pero es mi
trabajo atender cada una de las llamadas. He perdido la cuenta ya
de cuantas princesas han llamado en lo que va del día suplicando
para que las ponga con el jeque. Y la verdad es que la paciencia se
me empieza a agotar. Echo un vistazo a mi alrededor. La sala está
repleta de administrativos, todos ellos con las narices metidas en
sus ordenadores, ajenos a los malabares que debo hacer para
aplacar a estas mujeres…
Vaya día he tenido, hoy sí que esto se me ha hecho eterno. Por
fortuna no falta tanto para que acabe mi turno y llegue mi
reemplazo. Qué ganas de salir de aquí, encerrarme en mi cuarto,
tumbarme en el sofá con un libro en las manos y leer hasta
quedarme dormida.
—Debes hacer una excepción conmigo—insiste la princesa.
Suspiro largamente.
—Conoces las reglas, sabes que no puedo poner en contacto a
su majestad con ninguna princesa.
—¡Pero yo no soy cualquier princesa, soy la prima de Zadir!
Cierro los ojos porque no sé qué más decirle. Cuando acepté el
puesto de secretaria mi idea acerca de lo que involucraría era muy
distinta. Pero las cosas han cambiado en el reino desde que el
príncipe Zadir se ha convertido en jeque y ha anunciado que pronto
tomará esposa. Si quiero permanecer aquí y no volver a mi país,
esto es lo que toca.
—Lo siento, pero el jeque lo ha dejado claro. No quiere ver a
ninguna princesa, ni siquiera a su prima —digo con voz cortante
pero al instante me arrepiento de haber sido tan directa. Me muerdo
el labio inferior cuando oigo su gemido de pena y cuando empieza a
sorberse la nariz a punto de romper en llanto, me apresuro a añadir
—. Oye, sé lo difícil que debe ser para ti esta situación, pero créeme
que no puedo hacer nada.
—¿Crees que lo sabes? ¡Pues déjame decirte que tú no tienes ni
puñetera idea! Y te puedes considerar afortunada por ello, porque
ser una princesa no es tan guay como parece. Si tan solo supieras
lo estresante que puede llegar a ser...
Suspiro para mis adentros pensando si tan solo supieras quien
soy en realidad… pero no puedo decírselo a ella ni a nadie porque
estoy aquí de incógnito. Y sí, estoy de acuerdo en que ser una
princesa en estas tierras puede ser una condena. Como heredera
del reino de Nueva Macedonia estoy destinada a casarme mediante
un matrimonio arreglado, igual que lo han hecho mis hermanas.
Pero me resisto a ello. Soy un espíritu libre y el día que me case
quiero estar enamorada de un hombre que me quiera por lo que soy,
y no por razones de estrategia política.
Por eso en cuanto vi la oportunidad de salir de mi casa paterna no
la desperdicié. Cumplidos mis veintiún años pedí permiso a mis
padres para tomar un empleo fuera del reino. Naturalmente se
opusieron rotundamente, no está bien visto que la hija de un rey
renuncie a sus privilegios. Por otra parte siempre he amado el arte y
mis padres me han animado desde niña a que desarrolle mis
talentos artísticos. Así que decidí aplicar a la escuela de Bellas Artes
de Lederland, la más prestigiosa de la región. En cuanto mi
aplicación fue aceptada, a mis padres no les quedó más remedio
que dejarme marchar. ¡Tenía un año para vivir mi vida a mi aire, sin
condicionamientos ni ataduras!
Sin decirle nada a mis padres, en el último momento cancelé mi
matrícula en la escuela y en cambio decidí arriesgarme a venir a
una entrevista de trabajo a Nueva Abisinia para un puesto de
secretaria que, para mi sorpresa, finalmente obtuve.
Ser secretaria de un jeque sonaba exótico y excitante, lo opuesto
de mi vida en casa. Pero aquí estoy, ¡haciendo de celestina entre el
jeque y sus pretendientes! Vaya ironía. Al parecer no puedo huir de
los dramas amorosos.
Miro el teléfono con un suspiro. Me pregunto qué cara pondría
Nadia si le dijera que soy una de las suyas…
—Comprendo, alteza, pero órdenes son órdenes —digo en
cambio, y del otro lado de la línea puedo oír el gemido de frustración
de la princesa.
—¿De verdad él no te ha hablado de mí?
Me quedo en silencio sorprendida por su pregunta. Carraspeo
antes de responder en el mismo tono impersonal de antes.
—Lo siento, pero las secretarias no tenemos permiso para hablar
con su majestad.
O al menos eso creo, pues yo nunca lo he hecho. En lo que llevo
trabajando aquí apenas le he visto una vez, y eso porque era la
ceremonia de su asunción al trono. Recuerdo que yo estaba en la
última fila, más atrás imposible, pues era el sitio que se nos había
indicado a los administrativos. Pero el problema es que soy tan
bajita que ni siquiera en puntillas alcanzaba a distinguir lo que
sucedía allí delante. Al ver mi frustración, Dumar, el jefe de guardias,
se apiadó de mí e hizo que le siguiera hasta uno de los palcos
reservados para los visitantes extranjeros. Y al llegar allí aluciné,
pues el palco estaba justo arriba del escenario y el príncipe estaba
tan pero tan cerca que me parecía que si alargaba el brazo podría
tocarle.
Estaba sentado en un trono antiguo rodeado de su guardia real y
se veía tan grande y musculoso que, aún sentado, su figura
conseguía empequeñecer a todos los demás hombres que estaban
a su lado. El joven príncipe se había ganado su reputación luchando
codo con codo con los guerreros más feroces del reino, y podía
entender su fama, porque en verdad su sola presencia imponía y
transmitía una fuerza descomunal. Sus amplias espaldas y su pecho
macizo hacían que la seda de su túnica negra se tensara hasta con
su movimiento más leve. Era una pared de músculos y cuando se
levantó para recibir la corona de manos de su madre, sentí que las
rodillas se me aflojaban y el pulso se me disparó de tal forma que
me vi obligada a aspirar el aire por la nariz para no desmayarme.
Cada uno de sus pasos resonaban como truenos en la inmensidad
del salón silencioso. El público parecía hipnotizado a la espera de
sus palabras. Y cuando por fin habló, su voz grave y profunda vibró
estremeciendo mis entrañas.
Madre mía, no era así como yo me imaginaba a los reyes en mi
infancia, cuando mi nana me contaba las historias de príncipes
andantes de modales suaves y refinados. Este hombre no tenía
nada de refinado, ¡y mucho menos de suave! Todo lo contrario, se
rumoreaba que el príncipe era un cavernícola sin escrúpulos, un
bruto que cuando quería algo lo reclamaba para sí arrebatándolo sin
miramientos. ¡Y además tenía la boca más sucia que una letrina!
Eso lo sabía yo porque una vez le oí discutir con alguien cuando una
de las líneas telefónicas quedó abierta por accidente. ¡Jamás había
escuchado a alguien usar semejantes palabrotas! Madre mía,
estaba tan avergonzada que tuve que darme aire con ambas manos
para que la cara dejara de arderme.
A pesar de todo lo que se decía acerca del nuevo jeque, desde
aquel día quedé tan impactada por su aura de poder que no pude
evitar empezar a tener fantasías con él. Por las noches cuando no
puedo dormir me siento en la cama, abro mi portátil y me paso horas
mirando fotos del príncipe. En ellas siempre sale serio, con
expresión reconcentrada, como si sonreír fuera un delito. Entonces
amplío las imágenes para tratar de descubrir lo que ocultan esos
ojos color café. ¡Hay tanto misterio en ellos! Un enigma por el que
siento mucha curiosidad y algo de temor. A veces siento que el
corazón se me encoge al pensar que él jamás me dedicará una sola
de sus miradas misteriosas. Mejor así, me digo, porque como lo
hiciera estoy segura que me impondría tanto que probablemente me
quedaría mirándole balbuceando como una tonta.
El sonido de la voz de Nadia al otro lado de la línea vuelve a
sacarme de mis ensueños.
—Oye, tendrías que hablar con mi primo algún día. Es muy majo y
estoy segura que le caerías bien.
¿Majo? ¿El gran Zadir? ¿De veras estamos hablando de la misma
persona? Yo no usaría esa palabra para describirle. Quizás mandón,
bruto, arrogante, cabezota, controlador o excéntrico. ¿Pero majo?
Definitivamente no.
Impaciente echo un vistazo a mi reloj.
—Alteza, debo cortar la comunicación, hay otras prince… eh..
quiero decir otras personas en línea, y casi se me ha hecho la hora
de…
—¡Espera un momento! —desesperada grita a pleno pulmón y del
susto que me he pegado casi me caigo de la silla—. ¡No me
cuelgues, por favor! Hay algo que debes saber. No pensaba
decírtelo, pero me has demostrado que puedo confiar en ti —
entrecierro los ojos porque cuando una princesa empieza a hacerme
la pelota es señal de que nada bueno se trae entre manos—. Es
algo para el jeque —continúa—. Tengo que dárselo cuanto antes
porque lo necesitará si quiere casarse.
Hago una mueca apretando el teléfono en la mano. Vaya, esto es
nuevo… ¿un objeto que necesitará para casarse? ¡Estas princesas
sí que tienen imaginación! Es increíble los disparates que están
dispuestas a decir con tal de obtener una cita con el jeque.
—Ya, me imagino… —respondo irónica con el dedo índice
suspendido sobre el botón rojo lista para cortar la llamada.
—No comprendes. No es ningún pretexto. Tampoco es un juego.
¡Es un asunto de estado! Si no me haces caso, Zadir jamás podrá
tomar esposa. Y como el gabinete se entere de que tú lo has
permitido…
Enderezo mi espalda frunciendo el entrecejo.
—¿Me estás amenazando?
—Solo te estoy advirtiendo de manera amistosa. Oye, Luana, sé
que estás atareada y que hablar todo el día con chaladas como yo
no debe ser nada fácil —sonrío ante sus palabras suavizando mi
expresión tensa—, pero te prometo que no serán más que unos
minutos.
Hago una mueca mirando el tubo del teléfono con perplejidad.
¿Un asunto de estado? ¿Que el jeque no podrá tomar esposa? Esto
sí que se sale de lo habitual.
Suspiro con resignación.
—Vale, tienes treinta segundos para explicarte.
La princesa toma aire y empieza a hablar a toda velocidad.
—Mira, hace años me he quedado con algo que es de Zadir. Él
probablemente se haya olvidado que alguna vez me lo dio. Pero
ahora que sé que le urge tomar esposa me gustaría devolvérselo.
Es un objeto muy significativo para él. Comprenderás que no puedo
decirte qué es por motivos de confidencialidad, pero te aseguro que
le estarás haciendo un gran favor.
—Aún así no puedes ver al jeque…
—No, pero podrías recibirlo tú. Confío en ti y estoy dispuesta a
dejarlo en tus manos. ¿Qué dices?
A decir verdad no suena tan mal, y hasta donde yo sé recibir
paquetes a nombre del jeque forma parte de mis obligaciones.
Resoplo mirando el reloj. Igual puedo hacerlo. Me gustaría ayudar a
la princesa, ella ha sido la única que me ha tratado con respeto y
amabilidad… Además, no estaré haciendo nada en contra del
reglamento. Mordisqueo la punta del boli debatiéndome.
–Por favor, di que sí —suplica la princesa—. ¡Te prometo que
después de esto te dejaré en paz! No sabes lo doloroso que es
tener esto aquí conmigo, sabiendo que él no me quiere…
Oigo que su voz se quiebra en un sollozo. Pronto el llanto es
incontenible, y alejo el tubo del teléfono de mi oído haciendo una
mueca. Incómoda me revuelvo en mi asiento forzando una sonrisa
al darme cuenta que mis compañeras se me han quedado mirando.
Seguro que me han visto gesticular como una trastornada y creerán
que soy demasiado blandengue para cumplir con mi trabajo.
¡Dios mío, odio que la situación se me vaya de las manos! Debo
tomar una decisión de inmediato.
Me aclaro la garganta y añado en un susurro para que nadie más
que la princesa pueda oírme.
—De acuerdo, lo haré. Pero tiene que ser en una hora o así
porque debo esperar a que cambie el turno.
—¡Estupendo, en una hora estoy allí!
—Antes debo pedir autorización para que nos dejen entrar la
encomienda al palacio. ¿Es muy grande el paquete?
—¡No, qué va, si es una cosita de nada! Pero preferiría que esto
quede entre tú y yo. Puedo confiar en ti, ¿verdad?
—Esto… —miro a mi alrededor y bajo la voz hasta que
prácticamente no se me oye—. Vale, espérame al final de la avenida
de entrada, ¡y no te acerques demasiado al palacio, hay guardias
por todos lados!
—¡Sabía que podía contar contigo!
Al colgar el teléfono me dejo caer agotada sobre el respaldo de la
silla. Esto no es vida. Cierro los ojos pensando que estoy a punto de
meter la pata hasta el fondo.
Eres una inconsciente, me digo mordiéndome el labio inferior.
Cuando veo que es la hora meto mis cosas en el bolso y salgo
pitando de la oficina. Ahora me las tendré que apañar para
convencer a Dumar de que haga la vista gorda.
Tratando de no llamar demasiado la atención, recorro los pasillos
del palacio hasta uno de los patios traseros. Al dejar atrás la
frescura del interior siento una oleada de fuego en la cara, es el
viento que sopla sin cesar desde el desierto. Menudo calor,
rápidamente me quito la chaqueta, la doblo y me la cuelgo del brazo
mientras me escabullo entre los guardias buscando con la vista a
Dumar. Sé que las probabilidades de verle por aquí a estas horas no
son muchas, pero él es la única persona que puede ayudarme.
Respiro aliviada cuando le veo allí arriba en una de las torretas de
vigilancia hablando con otro guardia. Me acerco a la muralla y
muevo mis brazos tratando de llamar su atención. Al reconocerme
me saluda con la mano. Rápidamente señalo hacia las puertas con
un dedo y luego junto mis manos a manera de súplica. Contengo la
respiración rezando para que Dumar comprenda mi pedido.
Después de unos segundos oigo sonar el típico cuerno que indica a
los porteros que deben abrir las puertas y franquear la salida.
Le doy las gracias con una sonrisa y camino a toda prisa hacia la
arcada que da a la avenida que cruza el palmar. A poco de andar
por la arena blanca distingo a lo lejos la melena rubia de la princesa.
Al verme salta de su montura, un caballo negro precioso que
relincha y sacude la crin al sentir mi presencia. Nadia se acerca a mí
con una sonrisa radiante.
—Tú eres Luana, ¿verdad?
Asiento con la cabeza y ella me abraza riendo. Sonrío con
timidez, un poco incómoda porque suelo cortarme bastante con
gente que veo por primera vez.
Vaya, me digo al verla de cerca, ella sí que parece una verdadera
princesa. Lleva un vestido blanco de viscosa, pulseras de oro y unas
sandalias romanas plateadas. A su lado me siento tan poca cosa
con mis rizos rojos imposibles de desenredar y mis gafas de pasta.
Suspiro porque lo mismo me sucedía con mis hermanas. De las
tres, siempre he sido la que menos destaca. Ni siquiera hago un
esfuerzo por arreglarme. A veces me pregunto si de veras seré una
princesa… Jamás entendí por qué era tan fascinante para ellas
asistir a aquellas absurdas presentaciones en sociedad que mi
madre solía organizar. Estar en medio de esos hombres y recibir sus
halagos superficiales. ¡Qué ridículo! Será por eso que nunca ningún
hombre me pretendió. Me veían como la hermana sosa, era
demasiado hosca para ellos y ni siquiera se molestaban en dirigirme
la palabra. Mejor así, me digo, más vale sola que mal acompañada.
Al menos aquí en Nueva Abisinia puedo ser yo misma. Además de
que es mucho más fascinante vivir en tierras salvajes y exóticas que
en el aburrido castillo medieval de mi reino.
Veo como Nadia empieza a desatar el paquete que ha traído
sobre el lomo del caballo. Me muerdo las uñas con nerviosismo
porque el paquete ha resultado ser mucho más grande de lo que
imaginaba. Es una caja de cartón bastante grande y me pide ayuda
para bajarla al suelo. Gimiendo la ayudo a cargar la caja que es muy
pesada, mientras ella sigue hablando sin parar acerca de lo feliz que
la pone estar de regreso en el palacio. La noto demasiado
entusiasmada, eso no es una buena señal. ¿Debería detenerla aquí
o permitirle la entrada al palacio?
Pero pronto me doy cuenta que me resultará difícil imponerme a
su arrebatadora energía. Su encanto es capaz de desarmar a
cualquiera, y cuando empieza a avanzar hacia el palacio siento que
es demasiado tarde para echarme atrás.
Regresamos con sigilo cargando la caja entre las dos. A nuestro
paso algunos guardias alzan una ceja y yo rezo en mi interior para
que no nos detengan.
—¡Eh! Vosotras dos. Alto ahí.
¡Mierda! Lentamente me vuelvo hacia ellos sonriendo con
inocencia y veo que hacen un gesto señalando la caja.
—Permítenos echarle un vistazo.
Dejamos caer la caja y retrocedo unos pasos mientras los
guardias la revisan. En ese momento aparece Dumar y hace que
sus hombres se aparten. Tras echar un breve vistazo al contenido,
enseguida levanta la cabeza sorprendido y mira fijamente a Nadia
con una sonrisa enigmática. Intento ver qué hay en la caja pero
Dumar la vuelve a cerrar rápidamente sellándola.
—Adelante, llevar la caja a la sala de paquetes que un mensajero
luego pasará a recogerla. ¡Pero no os demoréis! Especialmente tú
—señala a Nadia que se encoge de hombros y me mira poniendo
los ojos en blanco.—Y mucho ojo con subir a la planta superior. Os
estaré vigilando.
Me doy prisa porque no quiero contrariar a Dumar. Enfilamos por
el pasillo de acceso al ala de servicio, y luego de andar unos
minutos Nadia toma por otro pasillo. Frunzo el cejo porque por aquí
no se llega a la sala de paquetes. Empiezo a inquietarme porque
temo no tener permiso para andar por aquí. Miro a la princesa.
—Será mejor que le dejemos la caja a algún lacayo —sugiero
mirando desesperada a mi alrededor sin ver a un alma. La princesa
no me hace caso y continúa andando como si nada, entonces me
apresuro a añadir—. Si la dejamos aquí mismo estoy segura que
más tarde pasará el mensajero y se la llevará a su majestad.
¿Quieres que te acompañe hasta la salida?
Bufando la princesa me mira por el rabillo del ojo y de un tirón me
quita la caja de las manos dejándome atrás. Doy una carrerilla para
alcanzarla y empiezo a protestar débilmente.
—Oye, sabes que me comprometes…
Ella me corta en mitad de la frase.
—Gracias por tu ayuda, de veras —al ver que no me aparto hace
un gesto de impaciencia—. Ya puedes volver a lo tuyo. Y no te
preocupes por mí, conozco de sobra el camino.
Me quedo mirándola con la boca abierta sin saber qué hacer.
Joder, no me lo puedo creer. Me rasco la cabeza repitiéndome que
aquí debe haber un malentendido. Igual no he sabido explicarme
bien. Carraspeo aclarándome la garganta y vuelvo a intentarlo.
—Nadia, lo que quiero decir es que esta área está restringida al
personal de…
Pero ella vuelve a cortarme abruptamente dejándome con la
palabra en la boca.
—Oye, ¿que no entiendes que soy de la familia? Esas reglas
estúpidas no aplican para mí.
Parpadeo atónita. ¡No puede estar hablando en serio! Madre mía,
ahora sí que me ha entrado la desesperación.
—¡Es que no puedo dejarte subir! ¡Si alguien llegara a enterarse
de hacia donde estamos yendo perdería mi puesto!
Ella se vuelve a mirarme con ojos irónicos.
—Descuida, tú no vas a ninguna parte.
Al ver que la princesa se aleja de mí solo se me ocurre tirar de la
manga de su vestido para detenerla, pero ella consigue librarse de
mí con un movimiento brusco.
—¡Tú no entiendes! —exclama de repente—. ¡Debo hablar con mi
primo! Además, lo que le traigo es demasiado valioso para dejarlo
en manos de un mensajero.
Llegamos al pie de las escaleras doradas que conducen a la
planta donde trabaja el jeque y su gabinete de ministros. Levanto la
cabeza y observo los escalones relucientes que serpentean
interminablemente y siento un vértigo que hace temblar mis rodillas.
Altiva, Nadia echa a andar escaleras arriba como si fuera la dueña
del palacio y dudo si debo seguirla. Al fin y al cabo soy una simple
administrativa y no tengo permiso para subir a las plantas
superiores. Me paso una mano por la frente con impotencia. Solo
atino a gritarle.
—¡Prométeme que no harás una locura!
Lo único que obtengo por respuesta es su risa maliciosa. ¿Qué
narices? La miro con incredulidad. ¿De veras cree que esto es
gracioso para mí? ¡Es mi puesto el que está en juego y ella tan
campante!
Gimo interiormente al imaginarme la cara que pondrá el gran
Zadir al ver entrar a su prima por la puerta de su despacho. ¡Y ni
quiero imaginar cuando descubra que he sido yo quien le ha dejado
pasar! ¡Seguro que mi cabeza rodará por estas mismas escaleras!
Derrotada dejo caer mis brazos a los lados deseando que me
trague la tierra.
Ahora sí que la he cagado...
Suspirando regreso sobre mis pasos dándole vueltas a la cabeza
y temiendo lo peor. Me veo en la calle, sin rumbo, arrastrando mi
maleta sola bajo la noche desértica. ¡Y probablemente será esta
misma noche!
Maldigo mi suerte y regreso a mi habitación tratando de no
cruzarme con nadie por el camino.
Capítulo 2
ZADIR

—Majestad, ¿qué le ha parecido la princesa de Sabos? Es una


muchacha maravillosa, ¿a que sí?
Me detengo en medio de la estancia para mirar a mi ministro con
incredulidad.
—¿Hablas en serio, Omar? ¿De veras crees que haré mi esposa
a cualquier chiquilla malcriada solo porque a ti te conviene una
alianza con su padre?
Él baja los ojos. El resto del gabinete se queda en silencio cuando
paseo mi mirada en busca de alguien sensato, pero nadie es capaz
de sostenerme la mirada. Frustrado siseo entre dientes soltando un
taco y mis ministros se remueven nerviosos en sus asientos.
Omar vuelve a intentarlo.
—Pero Alteza, comprenderá que debo proteger los intereses del
reino. El sultán Ahmed domina miles de kilómetros de yacimientos
petrolíferos y podríamos...
Pongo los brazos en jarras y le miro fijamente.
—¡Me suda la polla lo que su padre tenga o deje de tener! ¿Acaso
crees que nuestro reino no tiene ya suficientes yacimientos? ¡Omar,
hombre, no me fastidies! ¿Debo sacrificar mi felicidad solo por tener
un poco más de maldito petróleo? —me paso una mano por el
cabello y río incrédulo negando con la cabeza. Mierda, esto está
yendo de mal en peor—. Oye, ya hemos pasado por esto. ¿Cuántas
veces discutiremos lo mismo?
Omar traga saliva hundiendo su nariz en la pantalla de su portátil
buscando en la lista de candidatas tratando de encontrar algún
argumento que me convenza. Pero nada de lo que mis ministros
proponen consigue hacerlo. Sus sugerencias son lógicas y
razonables, lo reconozco. Pero en asuntos del corazón me niego a
ser razonable. ¡Coño, después de todo no estoy decidiendo qué
zapatos ponerme por la mañana! Estoy tratando de escoger a la
persona a la que debo hacer feliz por el resto de mi vida, y esa es
una gran responsabilidad. No puedo elegir esposa por comité, y eso
es justamente lo que ellos no consiguen entender.
—Majestad, mire esto por favor… —Omar insiste una vez más
ampliando una imagen en su pantalla que inmediatamente se
proyecta sobre la pared de mi despacho. Miro con desgana y tuerzo
la boca. ¿De nuevo esa muchacha con los grandes senos de
plástico y la sonrisa falsa? Pero Omar continúa con su discurso
como si nada—. La princesa Keila, por ejemplo, es una candidata
estupenda. Su familia posee tierras en puntos estratégicos de la
región. ¡Si tan solo tuviéramos acceso a ellas nuestro comercio se
triplicaría!
Le miro sin mover un músculo de mi cara hasta que él desvía su
mirada avergonzado. Suspirando empiezo a explicar pacientemente.
—Omar, quiero que respondas a mi pregunta con franqueza —
digo y me vuelvo para señalar la imagen proyectada en la pared—.
¿Engendrarías a tus hijos con una mujer tan superficial y consentida
como ella?
Observo divertido que las mejillas pálidas del viejo Omar se tiñen
de una tonalidad carmesí al tiempo que retuerce sus manos con
pudor.
—Pero alteza, con todo respeto, ¿qué importancia tiene el
carácter de la princesa? Basta con recluirla en un ala apartada del
palacio y aparecer con ella únicamente en ocasiones protocolares.
Suelto la carcajada más bruta porque de verdad encuentro sus
argumentos hilarantes. Los miembros de mi gabinete se miran unos
a otros desconcertados. Estoy comenzando a pensar que no tiene
caso continuar hablando del tema con estos hombres, porque al
parecer jamás han tenido treinta años y son incapaces de
comprender mis necesidades.
Omar hace el gesto de añadir algo más a su sarta de idioteces,
pero se contiene cuando le fulmino con una mirada asesina.
—¡Basta! Hasta aquí hemos llegado. Ya no quiero volver a
repasar tu bendita lista de candidatas. ¿Para qué? Esas golfas me
repugnan. Y os advierto a todos que como sigáis pensando que
tomaré esposa por el tamaño de su dote, podéis consideraros
despedidos —hago una pausa y casi puedo oler el miedo en el
silencio absoluto que hacen mis ministros. Meneo la cabeza antes
de añadir—. Me he comprometido a darlo todo por el reino, mis
horas, mi inteligencia y mi esfuerzo… Pero no me pidáis que
sacrifique mi felicidad porque en eso seré inflexible —les miro a uno
por uno asegurándome de dejarlo claro de una vez y para siempre
—. Quiero una esposa con la que pueda tener hijos, con la que
pueda compartirlo todo. Mi fortuna, mi cama, mis sueños y
proyectos, mis hijos…
Al ver sus ojos vacíos me detengo y levanto mis manos con
exasperación. ¡Vale, me rindo! Está visto que es inútil hablar de
temas personales con esta gente. Con ánimo parco vuelvo a
sentarme en mi sillón y mientras oigo los murmullos confusos de mis
ministros, cierro los ojos apretándome el puente de la nariz con dos
dedos para tratar de aliviar mi jaqueca. Este asunto de tomar
esposa se está convirtiendo en una puta pesadilla. Jamás imaginé
que podría ser tan complicado.
Aspiro el aire por la nariz y pensativo me paso una mano por el
pelo. Sé que debo encontrar una solución cuanto antes, pues estoy
tirando de un hilo muy delicado que pronto se cortará si no tomo una
decisión final. Pero es que la lista de candidatas que me han
presentado es… simplemente inaceptable.
¡Oh, cómo envidio a los jeques que se permiten mantener a un
harem! Esos cabrones lo tienen tan fácil... Sumar mujeres y probar a
cada una hasta dar con la esposa ideal. Desafortunadamente mi
naturaleza no funciona de esa manera. He salido con demasiadas
mujeres durante los últimos diez años de mi vida y si algo me ha
enseñado esa experiencia es que mi deseo de ser fiel a una sola
mujer y dedicarme a ella en cuerpo y alma es hoy más fuerte que
nunca. ¿Por qué no puedo encontrar una mujer por la que merezca
la pena centrar todas mis energías en satisfacerla?
Después de todo, apenas pretendo seguir la tradición de mi linaje,
el ejemplo que me han dejado mis padres. Su unión fue la felicidad
perfecta. Lealtad, pasión y poder. Lograr conjugar esos elementos
en una unión sagrada es el ideal al que aspiro. Y sé que jamás
podré lograrlo si escojo esposa por comité.
No, soy yo quien debe elegir esposa para que esto funcione. No
quiero una esposa trofeo ni una princesa consentida. Necesito una
esposa de verdad, una mujer que me haga hervir la sangre y que
pueda llevar a mis hijos en sus entrañas, una doncella pura a la que
pueda adorar, poseer completamente y someter a mis instintos de
macho…
Joder, todo esto me recuerda que desde que subí al poder no he
probado mujer. Me he prometido que no dejaría que nada me
distrajera de mis obligaciones. Ser el mejor jeque para mi reino es
para lo que mi padre me ha criado. Y estoy cumpliendo su mandato
con mano de hierro. Pero evidentemente la falta de una mujer a mi
lado me está poniendo de los nervios. Si tan solo mi estrella me
pusiera a esa mujer en el camino, juro que no la dejaría escapar…
—¡Señorita, usted no puede estar aquí! ¡Debe retirarse de
inmediato!
¿Qué cojones? El grito de Omar me sacude de mis pensamientos.
Veo que todos mis ministros están de pie, alarmados como si
hubieran visto un fantasma. Sigo la dirección de sus miradas y
entrecierro los ojos al advertir lo que está sucediendo aquí.
—¡Prima! ¿Se puede saber qué haces tú aquí?
Nadia intenta correr a mi encuentro pero mis guardaespaldas la
detienen a mitad de camino. Ella forcejea con ellos en vano y
levanto mi mano abierta pidiendo paz.
—Está bien, soltarla.
Los guardias obedecen y ella les mira con desprecio. Luego se
vuelve hacia mí y poniéndose en puntillas intenta besarme. Aparto
mi rostro y me quedo mirándola sin mover un músculo.
—¡Zadir, mi amor, no imaginas cuánto te he echado de menos!
¿Mi amor?, pienso con disgusto y la alejo de mí. Ella parpadea
poniendo morritos.
—¿Ya no me quieres?
—¿Quién cojones te ha dejado entrar?
—Esto… eh… tu secretaria —dice finalmente y enseguida junta
las manos sobre su pecho en señal de súplica—. ¡Pero ella no tiene
la culpa, por favor no la regañes!
Me vuelvo hacia mis ministros y ellos enderezan la espalda
poniéndose en alerta porque saben que tengo muy malas pulgas.
—¿Cuántas puñeteras veces os he dicho que no toleraré
empleados ineficientes en mi palacio?
Omar se disculpa con un murmullo inaudible y luego me pide
permiso para retirarse. Hastiado les despacho a todos con un gesto
despectivo de la mano. Los guardias vigilan a mi prima Nadia con
suspicacia, como si en cualquier momento fuera a sacar una cuchilla
de su bolso.
—Alteza —dice uno de ellos—, si me necesita no dude en
llamarme. Estaré al otro lado de la puerta.
Asiento con la cabeza y los guardias también se retiran. Cuando
nos quedamos solos, mi prima me dedica una sonrisa pícara. Vaya,
esta niñata me está tocando los cojones, me digo cada vez
cabreándome más haciendo un esfuerzo para controlar mi furia. Al
ver mi gesto adusto Nadia inmediatamente pierde la sonrisa.
—No te enfades conmigo, Zadir.
Me cruzo de brazos y suspiro exasperado.
—A ver, prima, desembucha. ¿Quién es esa secretaria que te ha
hecho pasar?
Nadia hace un gesto con la mano para restarle importancia al
asunto.
—Creo que se llama Luana. Es una chica muy simpática, algo
ingenua quizás.
—¿Luana? —repito acariciando mi barbilla pensativo.
No es un nombre habitual para una secretaria en estas partes del
mundo. Ladeo la cabeza interesado.
—¿Puedes describirla físicamente?
Nadia tuerce la boca haciendo un esfuerzo por recordar.
—Es occidental, un poco más pálida que yo. Tiene rizos rojos, usa
unas gafas grandes que le quedan muy monas y es bajita. Yo diría
que es una tía bastante normal, pero la verdad es que aquí destaca
bastante —se detiene y me mira con ojos implorantes—. Por favor
no la riñas, solo aceptó ayudarme porque yo se lo pedí. ¡Cuando
veas la sorpresa que he traído para ti se te quitará esa cara de ogro!
Sigo la dirección de su mirada y veo el paquete que ha dejado
sobre la alfombra persa. Joder, no me gustan las sorpresas y menos
si vienen de la chalada de mi prima.
—Luego le echaré un vistazo —digo mirando con desagrado la
caja y pensando que esto no tiene buena pinta—. Ahora debes irte.
Ella avanza otro paso hacia mí acercándose peligrosamente y
coge mi brazo con ansiedad.
—¡Pero Zadir, esto es demasiado importante! Quiero que lo abras
delante de mí.
—No lo haré hasta que no me digas de qué se trata.
Ella me guiña un ojo sonriendo.
—Solo te daré una pista. Si vas a tomar esposa lo necesitarás...
Entrecierro los ojos fijamente intentando adivinar qué se trae entre
manos esta vez. Chasqueo la lengua con impaciencia.
—¡Venga, ábrelo y acabemos con esto!
Ella da un saltito de alegría y corre hacia la caja. Lentamente
empieza a abrirla con intención de crear suspense y pongo los ojos
en blanco mirando mi reloj. Al ver que no estoy para bromas se da
prisa en abrirla y luego se aparta para que pueda ver su contenido.
Por un momento la curiosidad me puede y me acerco con
cuidado. Joder… esto sí que no me lo esperaba. Levanto mis ojos
hacia ella y no puedo evitar esbozar una sonrisa.
—Vaya, primita. Enhorabuena, has conseguido sorprenderme.
Ella echa a reír aplaudiendo encantada como una niña. Regreso a
mi sillón detrás del escritorio y cruzo las manos detrás de mi cabeza.
Nadia no me quita ojo mordiéndose nerviosamente las uñas.
—Gracias, casi no lo recordaba, ha sido una grata sorpresa —
digo finalmente—. Pero no era necesario que violaras mis reglas de
seguridad para traerlo hasta aquí. Podrías haberlo enviado por
mensajería, ¿no te parece?
Ella pone morritos y vuelve a acercarse tratando de acortar la
distancia entre nosotros.
—Es que necesitaba verte. ¡Te he echado tanto de menos!
Rodea el escritorio con intención de llegar junto a mí y me veo
obligado a hacer un ademán brusco para advertirle que ni lo piense.
Ella se detiene a mitad de camino bufando y dejando caer los
brazos a los lados regresa a su sitio ante el escritorio de caoba.
—Es que necesito que me escuches…
—No te preocupes, no me estoy quedando sordo. Habla.
—¡Uf, a veces eres tan odioso!
Levanto una ceja irónico.
—¿No has visto el telediario últimamente? —Ella parpadea
confundida—. Para tu información soy el nuevo jeque de Nueva
Abisinia.
—Muy gracioso —responde ella resoplando.
—En serio, Nadia. ¿Crees que dispongo de todo el tiempo del
mundo para ti? ¿No te parece que tengo bastante ya con los
asuntos del país para tener que ocuparme de una chiquilla que se
cuela en mi despacho sin anunciarse?
Nadia abre los ojos indignada y protesta.
—¿Chiquilla yo? ¡Mira quién fue a hablar! ¡Tú eres quien no se ha
dignado recibirme como si de golpe no me conocieras!
Joder, otra vez está consiguiendo sacarme de mis casillas. Niego
con la cabeza viendo que esto está pasando de castaño oscuro y
me pongo en pie porque no pienso tolerar más sus caprichos.
—¿Debo recordarte que te diriges a un jeque? ¡Ten más respeto!
Ella resopla dejándose caer en una de las sillas y se cubre la cara
con las manos.
—¿Es que no te apetece verme feliz? —pregunta con voz
lastimera.
Levanto una ceja.
—¿Qué clase de pregunta es esa? Pues sí, eres mi prima y deseo
verte feliz. ¿Acaso no es obvio?
Sus ojos vuelven a brillar con esperanza.
—¡Pues entonces tómame como esposa y seré la princesa más
feliz!
Aquí vamos de nuevo, pienso con disgusto y me paso una mano
por el cabello sin poder creerme que una vez más estemos
hablando de esto. Muevo la cabeza de un lado a otro porque creí
haberlo dejado bastante claro la última vez. De hecho, he tratado de
disipar sus inapropiadas fantasías románticas en varias ocasiones,
pero con Nadia nunca parece ser suficiente.
—No me lo pongas difícil. Tú ya sabes lo que pienso al respecto.
—No me quieres… Es eso, ¿verdad? ¡Tú nunca me has querido!
Sus ojos están enrojecidos y pacientemente la oigo sonarse la
nariz una y otra vez. Me cago en la leche, pienso caminando de un
lado a otro con los puños apretados, ¡lo que me faltaba, consolar a
una princesa encaprichada! Maldigo entre dientes a la inepta de mi
secretaria. Hoy ha dejado pasar a mi prima, y si me descuido
mañana podría dejar pasar a mi enemigo. Definitivamente debo
deshacerme de ella.
Pero antes debo deshacerme de mi prima. Tomo aire reuniendo lo
poco que me queda de paciencia y con un gesto le indico que se
acerque a mí. Cabizbaja obedece. Levanto su barbilla con un dedo y
frunzo el ceño al ver sus lágrimas. Me mira con los ojos vidriosos.
En ellos puedo ver que no ha perdido la ilusión. Joder, odio tener
que romperle el corazón. Siento afecto por esta niña, sé lo chungo
que lo ha pasado en su vida y la considero casi como una hermana
menor. Pero eso es todo. Si sintiera algo más por ella, me daría
cuenta al instante al tocar su cara o sus manos, porque así es como
sé cuando hay electricidad entre una mujer y yo. Pero al tocar su
barbilla no he sentido nada. Su piel no provoca ningún ansia en mí.
La miro a los ojos y suspiro resignado porque odio ser el villano
del cuento y tener que explicarle con pelos y señales lo que es
evidente para todos menos para ella.
—Tú no te has enamorado de mí, prima. Solo estás encaprichada
conmigo porque soy el único hombre en quien confías.
Ella niega con la cabeza testaruda.
—¡Tú no puedes saber lo que siento!
La miro con pena y la tomo de las manos tratando de que me
escuche.
—Oye, que tengo más experiencia que tú. Sé de estas cosas
mucho más de lo que te imaginas. Eres muy joven y en tu vida
conocerás a muchos chicos, debes darte una oportunidad de
conocerles y ya verás que uno de ellos congeniará contigo y te
querrá como mereces.
—¡Pero no quiero conocer a ningún chico! ¡Te quiero a ti!
—Todos estamos destinados a una persona en particular. Cuando
tu estrella te ponga a esa persona delante, lo sabrás.
—¡Es que ya lo sé! ¡Esa persona eres tú!
—No, no soy yo, eso te lo seguro. Te has equivocado conmigo, es
algo que nos sucede a todos. Pero el destino se encargará de poner
delante de ti al hombre que te merezca.
—¿Y qué haré si no existe ese hombre? —susurra con un hilillo
de voz.
—Te prometo que existe. Ten fe y confía en ello.
Se sorbe la nariz y me mira con sus preciosos ojos violetas
arrasados por las lágrimas.
—¿Y si me vuelvo a equivocar? ¿Cómo sabré cuando tenga a mi
príncipe enfrente?
—Lo sentirás aquí —digo apoyando una mano en mi corazón.
Nadia ladea la cabeza e insiste una vez más.
—¿Y de veras tu corazón no siente que tú y yo estamos
destinados a estar juntos?
Niego con la cabeza, aún a riesgo de herirla prefiero ser directo.
—De veras, prima. Mi corazón no siente eso que dices.
De golpe su rostro se descompone tiñéndose de un rojo intenso y
furiosa avanza hacia mí dándome un empellón.
—¡Eres un maldito, Zadir! ¡Tú no tienes corazón, jamás has
querido a nadie en tu vida ni lo harás!
La dejo que se desahogue observándola dar golpes sobre mi
pecho hasta que se detiene agotada y lentamente se deja caer al
suelo y rompe en un llanto desconsolado.
Resoplando presiono el intercomunicador para llamar a la guardia.
No es mi intención herirla ni verla sufrir, pero esto ha ido demasiado
lejos. Ella ya no escucha razones y no hay más que pueda decir
para consolarla. Solo puedo esperar que con el tiempo pueda darse
cuenta de su error.
La puerta del despacho se abre de inmediato y mi
guardaespaldas echa un vistazo a la princesa espatarrada en el
suelo y hecha un desastre.
—Majestad, ¿se encuentra bien? Sabía que algo así acabaría
ocurriendo, debí haberme quedado aquí —sisea negando con la
cabeza.
—Descuida —le tranquilizo—. Solo necesito que alguien la
acompañe hasta su casa.
El cuerpo de guardias aparece en el rellano y se pone a mis
órdenes llevándose a la princesa. Mientras es conducida fuera de mi
despacho ella se vuelve para señalarme temblando de ira.
—¡Eres un hombre cruel, primo! ¡Bien ganada tienes tu fama de
mujeriego desalmado! ¡Los hombres como tú están destinados a
morir solos e infelices!
La puerta se cierra tras ella y me paso una mano por la cara
dejándome caer en mi sillón. Su última frase queda resonando en mi
mente durante varios minutos. No puedo evitar preguntarme si ella
no tendrá razón. ¿Y si mi destino fuera no encontrar jamás a la
mujer por la que merezca la pena arriesgarlo todo? Un frío recorre
mi espina y aprieto las mandíbulas con fuerza.
Justo en ese momento alguien llama a la puerta sacándome de
mis oscuros pensamientos.
—¡Adelante!
Es Dumar, que entra y se acerca lentamente hasta mi escritorio
con un gesto de preocupación mientras yo le fulmino con la mirada.
—¡Tú eres un cabronazo! —exclamo señalándole con un dedo
acusador—. ¿Crees que ser mi mejor amigo te da derecho a hacer
lo que se te antoje?
Dumar levanta las manos en son de paz.
—Lo siento, Zadir, de verdad. Ya he visto que la reunión con la
princesa ha acabado en desastre. Asumo toda la culpa si eso te
hace sentir mejor.
Le miro incrédulo.
—Sabes perfectamente que no quiero ver a ninguna mujer,
¡mucho menos a mi prima!
—Solo pretendía ayudarte. Permanecer recluido en tu despacho
trabajando veinte horas por día no es saludable para nadie.
Desvío la vista resoplando y me quedo mirando el horizonte del
desierto a través de la ventana. Joder, es que tiene toda la razón.
No puedo seguir así. Como no encuentre una solución a este asunto
acabaré volviéndome loco. Haber anunciado públicamente mi
intención de tomar esposa ha sido un error. Sin querer he provocado
un caos allí fuera y ahora hay decenas de princesas ilusionadas con
ser la esposa del jeque. He abierto la caja de pandora y ahora
tendré que atenerme a las consecuencias. Debo forzarme a escoger
entre aquellas princesas que mi gabinete considere aptas, aunque
con ello esté echando por la borda mis chances de ser feliz.
Mosqueado me vuelvo hacia Dumar cruzándome de brazos.
—Pues si quieres ayudarme dime quien demonios es esa
secretaria extranjera que ha ayudado a Nadia.
Advierto que Dumar reprime una sonrisa.
—¿Te refieres a la princesita?
Le miro desconcertado. ¿Princesita? ¿Qué significa eso?
Él se echa a reír al ver mi confusión.
—¿En serio no te has fijado en ella? Se llama Luana y trabaja
para ti desde hace tres meses.
Resoplo cabreado.
—¿Pretendes que conozca a cada una de las personas que están
bajo mi servicio?
Dumar se sonríe.
—Te aseguro que ella merece la pena.
Le miro intrigado pero carraspeo para disimular mi repentino
interés.
—¡Pues me importa una mierda! Ningún empleado del reino
desoye mis órdenes.
—¡Eh! Métete conmigo si quieres, pero deja a esa pobre
muchacha en paz. Lo más probable es que se haya visto
sobrepasada por la situación.
¿Sobrepasada por la situación? ¡Controlar este tipo de
situaciones es su puñetero trabajo!
—No hay excusas, la ha cagado y tendrá que pagar por su error.
Con los labios apretados pulso el botón del interfono para
comunicarme con la oficina de administración.
Dumar chasquea la lengua.
—Estoy seguro que la pobre no lo ha hecho con mala intención.
—Pues eso mismo me lo tendrá que explicar ahora ella a mí.
Capítulo 3
LUANA

Vaya, así que esta es la última cena, me digo con un suspiro


resignado mientras juego desganada con el tenedor en el plato. Casi
no he probado bocado pensando en el lío en que estoy metida.
—Su té, señorita.
Levanto la cabeza sobresaltada y por poco tiro la bandeja que
trae el sirviente. De inmediato me disculpo y le doy las gracias
cogiendo mi taza caliente, que rodeo con mis dedos temblorosos
dejándolos allí hasta sentir el dolor de la quemazón. Madre mía, ya
no sé qué hacer para calmar estos nervios.
Hace un momento he visto a la princesa Nadia salir del palacio
escoltada por dos guardias. Estaba fuera de sí y les insultaba. Y
todo por mi culpa. Si ese es el trato que ha recibido la mismísima
prima del jeque, no me quiero imaginar la bronca que me llevaré yo
siendo una simple empleada.
Alguien se sienta a mi lado y me da un codazo amistoso.
—Anímate, mujer —al ver que no sonrío el chico ladea su cabeza
preocupado—. ¿Sucede algo?
Le reconozco, es un tío muy simpático del equipo de informáticos
con quien he charlado un par de veces en los tiempos muertos. Pero
ahora no me apetece hablar con nadie.
—No es nada —digo forzando una sonrisa—, solo estoy algo
cansada.
—Las princesas te están tocando las narices, ¿verdad? —
pregunta y al ver que no respondo hace sonar un puño contra la
palma de su mano—. ¡Ya sabía yo que nada bueno podía salir de
aquello! Es increíble, lo han tenido todo servido en bandeja de plata
y aún así jamás he visto a personas más quejicas. ¿Te han dicho
algo ofensivo?
—Nada que no haya oído antes —digo en broma.
El chico frunce el ceño.
—¡Oye, no puedes permitir que te humillen! Esas golfas no son
más que tú, ¡grábatelo a fuego!
Su vehemencia me hace sonreír.
–Gracias por el consejo.
Pero la expresión del informático cambia de repente al levantar la
cabeza y mirar por encima de mi hombro. Le veo apretar los labios y
acomodarse las gafas mientras me indica con la mirada que hay
alguien a mis espaldas. Antes de tener tiempo de volverme, alguien
me toca el hombro y doy un respingo. Un guardia está de pie junto a
mí y me mira con cara de pocos amigos.
—Señorita, necesito que me acompañe de inmediato.
Me vuelvo para mirar a mi alrededor y me doy cuenta que todas
las miradas del comedor se han posado sobre mí. El informático se
levanta de su asiento para interponerse entre el guardia y yo.
—¿A qué viene tanta urgencia si se puede saber? —pregunta
mirando hacia arriba para enfrentar al guardia que le saca al menos
una cabeza.
El guardia le mira brevemente de arriba abajo antes de chasquear
la lengua.
—A ti no te incumbe —dice al tiempo que lleva su mano a la
empuñadura del sable que lleva en el cinturón. —Y más te vale
permanecer sentado.
Amedrentado se deja caer lentamente sobre su asiento
mascullando entre dientes mientras me mira encogiéndose de
hombros como diciendo “ya ves, no se puede hacer nada”. Suspiro
poniéndome de pie. Antes de que se arme un lío más gordo sigo al
guardia fuera del comedor escuchando los murmullos de mis
compañeros a mis espaldas. Camina a toda prisa y trato de
mantener el paso mientras la cabeza me da vueltas temiendo lo
peor. Doblamos por un pasillo en el que nunca he estado antes y
eso me inquieta. Casi sin aliento me atrevo a preguntar al guardia
hacia donde estamos yendo exactamente.
—Al despacho de su majestad —responde sin mirarme.
Trago saliva porque ahora sí que estoy fregada. Si el jeque quiere
verme significa que pronto estaré fuera de aquí de camino a casa.
¡Pero no puedo volver a casa! ¡Al menos no aún! Mis padres
piensan que estoy en Lederland en la escuela de Bellas Artes y que
el curso dura un año. ¡Se darán cuenta de que les he mentido y ya
no volverán a permitirme la salida del palacio! Dios mío, cierro los
ojos y me imagino haciendo autoestop y buscándome la vida de sitio
en sitio como una nómada, contando las monedas para comer,
quizás montando una clase de arte y dibujo en la plaza del pueblo
para sobrevivir… Sacudo la cabeza obligándome a volver a la
realidad porque antes de nada debo sobrevivir al encuentro con el
gran Zadir.
Un escalofrío me recorre el cuerpo al pensar que tendré que
enfrentarme a semejante hombre. Sinceramente no pensé que fuera
tan grave para que el jeque se molestara en citarme personalmente.
Creí que un supervisor sería el encargado de pedirme que junte mis
cosas y me largue de aquí. ¡Jamás pensé que lo haría el jeque en
persona! ¿Qué narices voy a decirle? La verdad, si no queda más
remedio… Tomo aire y miro al guardia de reojo.
—Esto… ¿puedo hacerte una pregunta? —El guardia gruñe y
tomo su gruñido como un sí—. ¿Tú no crees que el jeque esté
enfadado conmigo, verdad?
Gira su cabeza hacia mí para mirarme con curiosidad.
—No se preocupe, su majestad siempre está enfadado.
Me quedo mirándole atónita pero él sigue la marcha como si
nada. ¿Que no me preocupe? ¡Pues para no preocuparme!
Al fin hemos llegado hasta las famosas escaleras por las que la
princesa Nadia se escabulló hacia el despacho de Zadir. Me
detengo y dudo durante un momento pues no me atrevo a subir sin
permiso. Miro al guardia esperando una indicación pero él se limita a
subir los primeros escalones sin siquiera mirarme. Jolín, nunca
pensé que llegaría este día. Siento que estoy caminando derecha al
matadero. Tomo aire y subo el primer escalón, luego el otro. No es
tan difícil, me digo para darme ánimos. Pero a la mitad empiezo a
sentir un extraño mareo y me agarro de la barandilla temiendo que
sea el inicio de un ataque de pánico. Se me reseca tanto la garganta
que me entra un ataque de tos. Al oírme, el guardia se vuelve
frunciendo el entrecejo, pero yo casi no puedo dar un paso más
pues el corazón se me sale del pecho y respiro ruidosamente como
si me fuera a dar algo.
—¿Qué tienes?
—No es nada, ya se me pasará —niego con un gesto de la mano
tratando de disimular que me siento fatal.
El guardia resopla bajando las escaleras hasta donde estoy. Al
verme en semejante estado suaviza su expresión.
—Respira.
—¡Eso es lo que estoy tratando de hacer!
El guardia pone los ojos en blanco.
—Venga, si te quedas aquí es peor —me coge del brazo
arrastrándome hacia arriba con impaciencia—. Es normal tener
miedo, pero te aseguro que no serán más que unos minutos, pues al
jeque no le gusta perder su tiempo. Te dirá lo que deba decirte sin
rodeos y después te dejará ir.
—Vale, me dejas más tranquila —balbuceo más asustada que
nunca. Según el guardia, el gran Zadir es un tío directo, que siempre
está enfadado y que no tiene paciencia para nadie. En conclusión,
que mis expectativas de vida acaban de reducirse en un noventa por
ciento.
Hago un esfuerzo por avanzar y me calmo lo suficiente para subir
hasta arriba del todo y poner pie en la planta real. Recorremos un
pasillo y al llegar ante un par de puertas macizas de roble, levanto la
cabeza silbando asombrada. Son realmente inmensas y pienso que
seguramente se necesitará un gigante para abrirlas. Entonces
recuerdo que el jeque es lo más parecido a un gigante que he visto
en mi vida. Me imagino la cara que pondrá al verme llegar. ¿Qué
puedo decirle a un tío arrogante de más de dos metros que tiene
mal genio y unas maneras de cavernícola? Se me eriza el vello de
los brazos solo de pensarlo. ¡Que Dios me ayude! Me santiguo
repetidamente y a mi lado el guardia me mira como si acabara de
perder el último tornillo. Tras llamar a la puerta del otro lado alguien
responde exclamando.
—¡Contraseña del día!
El guardia recita la contraseña, esperamos unos segundos y las
pesadas hojas de la puerta empiezan a abrirse lentamente. Dos
guardias tiran de ellas con todas sus fuerzas y por sus expresiones
no les resulta nada fácil hacerlo. En cuanto pongo un pie dentro
siento que he atravesado el umbral hacia otro mundo. Husmeo el
aire tratando de reconocer un olor que me resulta muy familiar y
tardo unos segundos en darme cuenta de qué se trata. ¡Huele a
trementina y a pintura fresca! Olores que de inmediato me
transportan a los estudios de artistas que solíamos visitar con mi
padre.
Por un momento pierdo la noción de donde me encuentro en
realidad. Giro sobre mis pies para apreciar mejor la antesala circular.
Está decorada con esculturas abstractas de una belleza tan
absorbente y misteriosa que me cuesta trabajo apartar la mirada de
ellas. Alrededor un sinfín de pasillos relucientes se abren en
distintas direcciones, como si esta fuera la entrada a un laberinto.
Detrás de una puerta entornada alcanzo a ver unos bastidores con
lienzos, parece un atelier. Desde allí debe llegar el olor a pintura.
Maravillada me doy cuenta que aquí arriba el silencio es casi
perfecto, solo se oye el taconear de nuestros zapatos sobre el piso
de mármol de carrara. El ambiente que se respira es de paz y
armonía.
Jamás hubiera asociado un sitio semejante con la personalidad
tormentosa del jeque. Únicamente la presencia de los guardias y de
un detector de metales muy parecido a los que hay en los
aeropuertos, y por el que debo atravesar, me recuerdan que estoy
en la residencia de un poderoso gobernante que no se caracteriza
precisamente por su delicadeza.
El guardia me indica que le siga y tomamos por un pasillo repleto
de obras de arte. Veo pinturas y dibujos colgados de las paredes,
algunos de los cuales alcanzo a reconocer por haberlos visto en
libros de arte. Me restrego los ojos para comprobar que la vista no
me engaña. Es un pasillo interminable que parece un museo con
sus paredes iluminadas. ¡Si hasta en los techos altos y abovedados
hay frescos que quitan el aliento! Madre mía, todo esto debe costar
una fortuna. Nunca vi tanta belleza en tan pocos metros cuadrados.
Podría pasarme horas descubriendo el tesoro que hay aquí.
¡Qué desperdicio! Todas estas piezas deberían estar en museos y
galerías para que el público pudiera disfrutarlas, no acumuladas
aquí como si fueran un botín de guerra. Enfadada me cruzo de
brazos y hago una mueca cuando el guardia me chista urgiéndome
para que me dé prisa.
—Esto no es un paseo —dice cuando le alcanzo—. A su majestad
no le gusta esperar.
Asiento con la cabeza, casi corriendo a la par suya. Tras llegar a
otro salón circular muy parecido al anterior pero aún más grande,
iluminado por caireles en pleno día, el guardia me pide que aguarde
y sale por una de las tantísimas puertas dejándome sola. Levanto la
vista fascinada pensando que esto en verdad es un laberinto.
¡Jamás imaginé que Zadir fuera tan excéntrico!
Durante un buen rato me quedo quieta sin atreverme a tocar nada
por miedo a romper algo, cambiando nerviosa el peso de mi cuerpo
de un pie al otro. De golpe se abre otra puerta distinta a aquella por
la que salió el guardia, y otro guardia diferente se acerca a mí dando
grandes zancadas y con un gesto parco me indica que le siga.
Obedezco pensando en la que me he metido. Este guardia lleva el
uniforme de gala del reino y sus botas hacen un ruido metálico al
golpear contra el suelo. Al traspasar la puerta nos detenemos ante
una recepción donde no hay ningún mobiliario, solo una fila de
guardias flanqueando una alta puerta francesa de madera negra
pulida hasta la obsesión.
Algo en mi estómago me dice que es aquí. ¡Qué nervios! El
guardia me lo confirma al abrir la puerta y apartarse de ella
rápidamente como si fuera la entrada del infierno. Me quedo allí
mirando hacia el interior del despacho sin ver mucho. No me atrevo
a dar un paso cuando de repente oigo un vozarrón desde el interior
que hace que me corra un frío por la espalda como si de golpe la
temperatura hubiera descendido veinte grados.
—¡Entra!
Asustada doy un paso hacia delante y la puerta se cierra tras de
mí con un golpe sordo dejándome sola en este sitio oscuro. De
inmediato miro hacia atrás sintiéndome acorralada.
—¿Acaso te parece que no me has hecho esperar lo suficiente?
Vuelvo a mirar hacia delante, buscando el origen de la voz. Me
quedo de piedra cuando tras decir aquello le oigo soltar un taco,
como aquella vez cuando por accidente escuché su conversación
por teléfono.
—¡Ven aquí!
Trago saliva al oír su orden. Como si un hilo invisible tirara de mí
me muevo deprisa a lo largo del enorme despacho en penumbra.
Tras caminar varios metros sin ver nada más que una alfombra con
motivos geométricos y paredes tan blancas como la leche, me
detengo y miro alrededor empezando a desesperarme.
Disimuladamente me restriego el sudor de las manos contra mi
falda. Aunque no puedo ver al jeque, de alguna manera puedo sentir
que sus ojos están siguiendo cada uno de mis movimientos. Pego
un bote al oír un golpe seco que suena en mi oído como un
estruendo y chillo llevándome una mano al corazón. Una risa suave
llega desde un punto más allá de una pared de cristal que no había
visto hasta ahora. Me doy cuenta que el recinto tiene forma de L y
frunzo el ceño mientras camino a tientas hacia la parte oculta del
despacho. Al girar en un recodo y asomar mi cabeza del otro lado
contengo la respiración.
—¿Te doy miedo? —dice el gran Zadir sonriente e irónico,
sentado detrás de un gran escritorio de caoba. Sin esperar mi
respuesta aplaude una vez y de inmediato veo como las persianas
de las grandes cristaleras se levantan automáticamente revelando
una estupenda vista en panorama del desierto.
La luz entra a raudales y me cubro los ojos. Se me hace muy
difícil verle con el resplandor del sol. Trato de hacer foco en el
hombre que tengo delante. El jeque se encuentra tras su escritorio.
Su perfil dibujado a contraluz deja su cara en sombras y su figura
tiene un halo azulado.
—Acércate a mí, quiero verte.
Su voz de mando es irresistible y camino hacia él como si pisara
sobre nubes. Todo parece tan irreal… ¡No entiendo como aún me
mantengo en pie!
—Princesa Luana, ¿verdad?
Me detengo en seco al oír que me llama princesa y enderezo la
espalda escuchando sonar las alarmas en mi cabeza. ¡Madre mía,
sabe quién soy! ¡Se suponía que nadie debía saberlo! Pensé que
usar mi segundo nombre me protegería. ¿Lo sabría Nadia? No,
imposible, de otro modo no se habría mostrado tan abierta conmigo.
Gimo interiormente, ahora sí que estoy fregada.
Entonces caigo en la cuenta. ¡Dumar! Maldición, el jefe de
guardias lo sabe, por eso me ha ayudado tanto desde que llegué
aquí. Las imágenes de mis padres recibiendo la noticia de que su
hija se encuentra en tierras salvajes y no estudiando arte en
Lederland, giran sin cesar por mi mente hasta hacerme sentir
náuseas. El suelo también empieza a girar de repente, mis rodillas
se tuercen y mis piernas ya no me sostienen mientras trastabillo
hacia delante perdiendo el equilibrio. Me apoyo con las dos manos
en el escritorio para no caer. Parpadeo respirando con dificultad,
siento que el pecho se me cierra cada vez más. El ataque de
pánico... ¡no ahora, por favor! ¡No aquí con él…!
Siento que me desvanezco y cuando vuelvo en mí me encuentro
en brazos del jeque, espatarrada en su regazo como una muñeca
rota. Él me envuelve en su calor y tengo una mejilla aplastada
contra su pecho. ¡Incluso puedo sentir los latidos de su corazón
resonando en mis oídos! Abro los ojos mirándole mientras aspiro su
masculina loción de afeitar soltando un suspiro que no consigo
reprimir.
—¿Mejor? —pregunta él.
Gimoteo soñolienta tratando de incorporarme, pero él no me lo
permite. Entrecierro los ojos mostrándole mi mal humor y él hace
algo que me descoloca completamente. Sonríe. Es una breve
sonrisa que pronto vuelve a perder, pero es suficiente para que su
rostro se ilumine. Por fin puedo verle de cerca. Es muy guapo, que
digo guapo, ¡guapísimo! Y sus ojos color café… ¡Madre mía! Esos
ojos son… absorbentes. Podría perderme en ellos durante días. De
golpe veo que frunce el cejo en un gesto de preocupación sincera.
¿El gran Zadir preocupado por mí? No me lo puedo creer.
—Estoy…eh… creo que estoy bien… al menos no me he muerto
—tartamudeo sonrojándome porque aún estoy tan nerviosa que no
sé qué narices digo. Él levanta la vista al cielo, murmura algo en un
dialecto que no comprendo pero que parece una plegaria, y suspira
aliviado. Luego vuelve a mirarme a los ojos con expresión severa.
—No digas esas cosas ni en broma, ¿me entiendes?
Asustada asiento con la cabeza. Jolín, tampoco es para que se
ponga así.
—¿Necesitas agua? —me pregunta—. ¿Quieres comer algo?
Dios mío, tengo que apartarme de este hombre porque su aroma
y su cercanía están alterando mi sangre y temo volver a
desmayarme si sigo un minuto más en sus brazos.
—No, gracias, solo necesito un poco de aire…
Vuelvo a intentar levantarme y esta vez él me lo permite. Se pone
en pie junto a mí y da un paso hacia atrás para examinarme mejor.
Su estatura es desmesurada y me siento una liliputiense a su lado.
Me estremezco nerviosa mientras él me mira de arriba abajo como
si estuviera apreciando una mercadería y siento un repentino ardor
en las mejillas. ¡Oh, no!, me digo al llevarme una mano a la frente y
advertir que estoy sudando a mares. Seguro que hasta tengo
manchas de sudor en las axilas y en mi blusa blanca se notarán
enseguida. De inmediato pego los brazos a los lados de mi cuerpo
para que él no pueda verme. Pero el jeque ya no me mira, ha ido
hasta un frigorífico y le veo servir agua de una jarra y ponerme luego
el vaso casi en los labios ordenando.
—¡Bebe!
Me bebo el agua de un solo trago tratando de evitar su mirada. Al
devolverle el vaso nuestras manos se tocan por un instante y
levanto la mirada para ver que me está comiendo con los ojos.
Entonces volteo la cara atragantándome con el líquido y me da un
ataque de tos. Rápido de reflejos Zadir avanza hacia mí y me
sostiene por la cintura atrayéndome hacia su cuerpo. Dándome
unos golpecitos precisos en la espalda consigue que expulse el
agua de mis pulmones. Avergonzada levanto la cabeza y le sonrío,
pero él está serio y en sus ojos oscurecidos hay un brillo que me
deja sin aliento. Es tan alto que me duele el cuello solo de mirarle y
me impone tanto que retrocedo. En cuanto lo hago él avanza, como
si no tolerara estar separado de mí por más de unos centímetros. Su
cuerpo se cierne sobre el mío amenazante. Es tan grande y macizo
que no me explico cómo podría estar una mujer debajo de él sin
morir aplastada bajo su peso. Me sonrojo de repente ante la imagen
pecaminosa que conjuro en mi mente y sacudo mi cabeza con
fuerza. No son pensamientos apropiados para este momento. ¡Ni
para ningún otro!
De inmediato intento zafarme de sus grandes manos y consigo
liberarme retrocediendo unos pasos sin dejar de mirarle hasta dar
contra el frío cristal de la ventana. Él me sigue con su mirada con
una expresión enigmática que me resulta indescifrable. Creo que
piensa que volveré a desmayarme o algo así. Pero yo levanto la
barbilla hinchando el pecho para demostrarle que me encuentro
bien. Ya me he avergonzado más de la cuenta delante de este
hombre y no quiero seguir mostrándome como una debilucha.
—Su majestad, usted me ha citado aquí para…
Pero él me corta en mitad de la frase.
—Esto no es una cita.
Me sonrojo furiosamente. ¿Una cita? ¡Yo no quise decir eso! Me
habré expresado mal. Parpadeo tratando de pensar qué decir
porque mi mente está en blanco.
—Creí que usted quería verme...
—Es un reporte —me corrige de mala manera—. Te estás
reportando a mí, que soy tu jefe, porque has desobedecido mis
órdenes y te has portado muy mal —avanza hasta acorralarme de
nuevo contra los cristales y se inclina para hablarme al oído—.
¿Ahora entiendes para que estás aquí? —pregunta con ironía y su
tono me hace subir la temperatura varios grados, no sé si porque
estoy cabreada con su actitud arrogante o porque… bueno, igual
estoy un poco excitada.
—Sí, señor, lo comprendo —agacho mis ojos y musito una
disculpa—. Lo siento mucho, majestad.
¡Venga, Luana, me digo dándome ánimos, un poco de
compostura! No debo dejarme intimidar, debo estar a la altura de la
situación, me repito sin cesar como un mantra, pero la presencia del
gran Zadir es sobrecogedora. Ese mismo aura de poder que advertí
en él cuando le vi asumiendo el trono, aquí se multiplica por mil. Mi
usual timidez también se ha multiplicado y no me deja pensar con
claridad. Tiene que haber una manera de que pueda mantener una
conversación sensata con este hombre. Pero por mucho que me
devane los sesos pensando una alternativa, lo único que se me
ocurre es ser lo más franca posible. Si él es un hombre directo, pues
también yo seré directa y que sea lo que Dios quiera.
—Majestad, por favor escuche…
—Puedes tutearme, no me gusta que seas tan formal conmigo —
dice él sin cortarse ni un poco.
Cuando avanza un paso más hacia mí aplastando mis senos con
su torso, trago saliva pues sentir el peso de su masculinidad contra
mi vientre es demasiado. El pulso se me dispara alocadamente y
respiro con agitación temiendo que en cualquier momento el
corazón vaya a salírseme del pecho.
Madre mía, sentirme a merced del jeque me aterra y excita a la
vez de una manera que no me puedo explicar. ¡Es tan extraño, ni yo
misma sé lo que siento!
—Por favor, majestad… —suplico, pero la forma en que sus ojos
se oscurecen al oír mi súpica me indica que estoy empeorando la
situación. Me remuevo incómoda contra su cuerpo duro y mi bajo
vientre se contrae a pesar de mí.
El jeque me mira desde arriba con sus misteriosos ojos
entornados.
—Quiero oír a la auténtica Luana —susurra mientras acerca sus
labios peligrosamente hacia los míos—. A la princesa, no a la
secretaria remilgada.
Su voz enronquecida hace que mi atención se centre
directamente en sus labios carnosos. Entonces él me coge de la
barbilla haciendo que me sobresalte.
—Te gusta mi boca, ¿verdad? —susurra dibujando con su dedo
índice el contorno de mi mandíbula hasta rozar la parte sensible
debajo de mi oreja y contengo el aliento sintiendo que mis pezones
empiezan a endurecerse. Él ladea su cabeza interesado y me
observa con curiosidad. Las aletas de su nariz tiemblan levemente
al concentrarse en mí y se ve tan sensual que gimo interiormente.
¿Qué hago? Estoy desesperada y me siento obligada a decir algo
para distraerle.
—Me… me dejarás sin mi puesto, ¿verdad? —pregunto con un
hilillo de voz.
Su tacto está afectándome tanto que los ojos se me cierran solos.
Ruego para que la copa preformada de mi sujetador sea lo bastante
robusta para ocultar mi excitación. Haciendo un verdadero esfuerzo
de voluntad me obligo a sostener su mirada tratando de demostrar
firmeza. Él me atraviesa con sus ojos negros que poseen una
intensidad casi sobrenatural. Cuando estoy segura que besará mis
labios se aparta de mí suspirando.
—Tienes razón —dice, y tras volver a examinarme de arriba abajo
anuncia—. Ya no eres mi secretaria.
Parpadeo atónita. Aunque creía estar preparada para lo peor, oír
la noticia de sus labios es un auténtico jarro de agua fría. Retuerzo
mis manos sintiéndome burlada. El jeque ha demostrado que no
siente ningún respeto por mí. Ha actuado con descaro intentando
seducirme para después echarme a la calle como un perro, me digo
sintiendo mucha rabia e impotencia. ¡Y lo peor es que a estas
alturas probablemente mis padres ya estén enterados de todo!
—Muy bien —siseo entre dientes— entonces me largo de aquí.
Furiosa intento cruzar al otro lado del despacho pero él da un
paso lateral bloqueándome el paso. La sangre me hierve y mis ojos
empiezan a escocer. Al darme cuenta que ya no tengo nada que
perder chillo empujándole con todas mis fuerzas y aprovecho su
sorpresa para escabullirme bajo sus brazos. Después echo a correr
a toda pastilla hasta las puertas del despacho.
Antes de salir aferro el pomo con fuerza durante unos instantes
tratando de calmarme, pero el subidón de adrenalina es tan grande
que hace que me vuelva una vez más para mirarle llena de odio.
Una parte de mí sabe que la estoy liando parda, pero no lo puedo
evitar. Una lágrima caliente cae por mi mejilla y es entonces cuando
exploto señalando a Zadir a manera de desafío.
—¡No tienes derecho a tratar así a las personas! —le grito a la
cara temblando de indignación—. ¡Esas pobres muchachas
ilusionadas pidiendo por ti y tú te has reído de todas ellas! ¡Y ahora
te ríes también de mí! ¿Estás satisfecho?
Al oír el escándalo los guardias irrumpen en el despacho
abalanzándose sobre mí y aferrándome de los brazos como si fuera
una loca peligrosa.
—¡No la toquéis! —se oye la orden atronadora del jeque y los
hombres se quedan quietos mirándose entre sí antes de soltarme.
Avergonzada salgo corriendo de allí, deseando huir lo más lejos
posible de aquel hombre terrible.
Capítulo 4
ZADIR

—¿Pero de dónde leches ha salido esta princesita?


Busco su nombre en internet y aparece la confirmación de que mi
Luana es en verdad la princesa de Nueva Macedonia, un reino
lejano del occidente con quien hasta ahora no habíamos tenido trato
alguno.
Algo me dice que eso cambiará pronto… Sonrío y me humedezco
los labios con anticipación.
Me extraña no ver más fotos de ella. Sus hermanas figuran en
todas las fiestas y eventos sociales, pero mi princesita únicamente
aparece en las ceremonias oficiales protocolares donde la asistencia
es obligatoria. Me reclino en mi sillón y cruzo los brazos sobre mi
pecho recordando con una sonrisa la forma en que su cuerpo
blando y lleno de curvas se estrechó contra el mío, en la docilidad
con la que respondió a mis caricias estremeciéndose de miedo y
placer… Y cada vez que pienso en ello me pongo duro como una
roca. Joder, estas erecciones no son normales. Apago el ordenador
con un chasquido de lengua. ¡Así no hay quien pueda concentrarse!
Si hasta aún puedo oler su perfume en el aire…
Necesito moverme para despejar mi mente. Debo planear mi
siguiente movimiento. Decido suspender mis reuniones del día y
limito todo el trabajo a firmar de forma automática los contratos
previamente aprobados, una mera formalidad que intento quitarme
de encima cuanto antes.
No tengo dudas de lo que quiero. La quiero a ella y pienso tomar
lo que es mío antes de que termine el día.
Pulso el botón del ascensor privado.
—Luana —susurro entre dientes saboreando en mi lengua ese
nombre exótico y sugerente mientras desciendo. Las puertas se
abren directamente a mis jardines. El sol se pone en el desierto y la
brisa caliente me despeina. Energizado aspiro el aire llenando mis
pulmones. ¡Hacía años que no me sentía así por una mujer!
Enseguida saco el móvil y marco el número de Dumar que no tarda
en presentarse con una sonrisa maliciosa en los labios. Entrecierro
mis ojos, el cabrón ya debe estar al corriente de lo que pasó en mi
despacho.
—¿Qué es tan gracioso? —pregunto con brusquedad.
—Que puedo adivinar lo que estás tramando.
—¿Ah, sí? Pues mira, eras brujo y no lo sabía.
—Va, no se necesita ser brujo para ver que te has pillado por la
secretaria.
—Te informo que ya no es mi secretaria —Dumar levanta una ceja
intrigado y añado—. Es ella, amigo, lo siento en la sangre, esa mujer
está destinada a estar conmigo. Es ella quien me dará los hijos que
tanto deseo para continuar con mi linaje.
Él me mira con un brillo de malicia y se sonríe.
—Enhorabuena, es muy guapa.
Al oír aquello le dedico una mirada feroz y cogiéndole del cuello
de su uniforme le advierto.
—Será mejor que te mantengas alejado de ella, ¿comprendes?
Dumar levanta las manos pidiendo paz.
—¡Eh!, que nunca te he visto así. Parece que esto va en serio.
—¿Me ayudarás entonces?
—Claro. ¿Qué puedo hacer?
—Avisa que he dado la orden para poner en marcha el protocolo
de boda real. Y ve preparando un ejército porque pronto tendré que
pedir la mano de la princesa al rey y ya sabes tú lo mal que se me
dan a mí esas cosas.
—¿Un ejército? Estás de coña, ¿verdad?
—Uno nunca sabe lo que podría ocurrir. Mejor ser previsor. ¡Ah! Y
pon fecha para el anuncio público. Quiero que se inicien los
preparativos de la boda cuanto antes.
Mi amigo enarca una ceja y silba largamente.
—Vaya, tú sí que no te andas con rodeos.
Me encojo de hombros.
—Ya me conoces, cabrón. Cuando quiero algo voy a por ello. —
Le miro con una media sonrisa y añado—. Después de todo, tú no
eres tan distinto a mí.
—Se me habrá pegado de ti —repone irónico.
—Vale, ahora la culpa es mía. ¡Serás cabrón!
Seguimos bromeando durante un rato y luego le envío a cumplir
su misión. Dando grandes zancadas me dirijo hacia la sauna. Me
apetece darme un baño relajante aquí mismo, bajo las primeras
estrellas de la tarde, y doy la orden para que mis sirvientes preparen
el haman. Mientras me desvisto le pido a mi ayuda de cámara que
vaya en busca de la princesa. Ya me han advertido que ella cree
que la echaré del palacio por haber reaccionado tan
intempestivamente a mis acercamientos. Sonrío divertido porque no
tiene ni puñetera idea de lo que le espera.
Intento relajarme en medio del denso vapor, pero todo mi cuerpo
está tenso a la espera de mi pequeña princesa. No puedo dejar de
pensar en todo lo que quiero hacer con ella. Cuando a través de las
cristaleras la veo llegar por el sendero que rodea la fuente de los
deseos mi sangre se enciende. La veo detenerse un momento ante
la fuente e inclinarse sobre el borde para sumergir una mano en el
agua. Sonrío porque luce adorable, tan dulce e inocente... A
regañadientes cubro mi desnudez con una toalla porque no quiero
asustarla. Debo ganarme su confianza antes. Paciencia, me digo,
muy pronto habrá ocasión para estar completamente desnudo junto
a ella.
Luana se detiene ante el gran recinto, dudando. Con la mano en
el pomo pero sin atreverse a girarlo, intenta ver algo a través de las
espirales de vapor que giran en el aire caliente. La veo titubear,
confundida, mirando a su alrededor en busca de ayuda. Su timidez
es tan seductora… Pero debo admitir que lo que la hace
verdaderamente especial es su carácter temperamental y su
valentía para desafiarme. El modo en que me enfrentó en el
despacho hizo que confirmara lo que mi cuerpo sintió al verla y
tocarla por primera vez.
Esta mujer tiene que ser mía y de nadie más.
Contengo el impulso de ir a su encuentro. Joder, estoy tan
empalmado que duele. Trato de disimular mi erección lo mejor que
puedo y con el mismo tono que uso para comandar a mis soldados
le ordeno que se presente ante mí. Al oír mi voz de mando su
delicioso cuerpo se sacude como si acabase de recibir una
descarga eléctrica. Por fin abre la puerta de la sauna y la veo
avanzar a tientas, con los brazos extendidos para orientarse y una
expresión de cervatillo asustado que me pone a cien. Sin decir una
palabra dejo que sus manos toquen mi pecho desnudo. Al sentir mi
tacto pega un bote y retira sus manos a toda prisa como si le
quemara. Sonrío por dentro disfrutando de su reacción.
—No te asustes, no voy a comerte —susurro, pero al instante me
doy cuenta que soy un cabronazo porque sí que tengo toda la
intención de comérmela de un bocado.
Zadir, no asustes al cervatillo, me recuerdo ocultando mi sonrisa.
La princesa vuelve a acercarse lo suficiente para verme a través
del vapor. Al fijarse en mi torso desnudo sus ojos se agrandan antes
de bajar la vista al suelo con pudor. Mis músculos se contraen en un
delicioso espasmo de placer que me recorre de arriba abajo. ¡Que
Alá me salve, esta mujer tiene un poder casi sobrenatural sobre mí!
Pero no pienso dejar que vea como me afecta. Al menos no aún.
—En mi cultura es una señal de respeto mirar a los ojos —digo
seriamente.
Rápidamente levanta su cabeza para mirarme.
—Lo siento, vuestra majestad, es que no sabía que estaba… —se
atraganta con sus propias palabras.
—¿Desnudo? —completo yo y ella asiente con la cabeza.
Miro mi cuerpo y luego vuelvo a mirar sus ojos ladeando la
cabeza con interés. ¿Podría ser que nunca haya visto a un hombre
en la intimidad? La posibilidad hace que la boca se me haga agua.
—¿Estás escandalizada, Luana?—pregunto divertido y a
propósito para provocarla añado. —¿Acaso nunca has visto a un
hombre darse un baño?
Al oír mis palabras se sonroja hasta la raíz del cabello y desvía la
vista. Por su reacción ahora sí que estoy seguro que jamás ha visto
a un hombre desnudo en su vida. Siento que la sangre empieza a
fluir con rapidez por mis venas y me acerco otro paso hacia ella.
Avergonzarse le sienta tan bien… La forma en que su piel blanca se
ha tornado de un tinte rosado es fascinante. Joder, casi no puedo
contenerme. Necesito acariciarla, sentir su suavidad con las palmas
de mis manos.
—Acércate a tu jeque —le ordeno en un susurro—. Tenemos que
hablar acerca de lo que sucedió hoy.
Ella traga saliva antes de dar un paso hacia mí y levanta su
cabeza parpadeando rápidamente al verse de repente tan cerca de
mí.
Joder, es absolutamente adorable.
Me siento en el banco de madera y la invito a hacer lo mismo con
un gesto de la mano. Pero ella escoge sentarse en el extremo
opuesto del largo banco y resoplo frustrado. ¡Deseo tanto sentarla
sobre mi regazo! Quiero aprisionarla en mis brazos y hundir mi nariz
en sus rizos sedosos. Maldición, cualquier distancia me parece
excesiva.
Me inclino hacia ella.
—¿Temes mi castigo?
Ella toma aire y niega con la cabeza pero observo que retuerce
sus manos nerviosa y vuelve a bajar la vista. Resoplando alargo mi
mano apoderándome de su delicada barbilla y la obligo a mirarme a
los ojos.
—Te has portado mal, nena.
Ella parpadea como si estuviera mirando directamente al sol.
Puedo ver en su interior una lucha entre su pudor y su curiosidad.
Por fin acaba venciendo su curiosidad. Es una buena señal, me
digo.
Su voz es un hilillo que se pierde en el aire.
—Estoy en problemas, ¿verdad?
Inspiro profundamente.
—¿Tú qué crees?
Ella hace una mueca admitiendo su culpa. Yo la examino de
arriba abajo con descaro, deteniéndome en sus generosos pechos
antes de recorrer con mis ojos entornados la curva de sus caderas.
Humedezco mis labios porque aún lleva la falda de tubo negra de
secretaria. Cierro mis manos en un puño para evitar el impulso de
deslizarlas por debajo de su falda y apretar sus muslos blancos.
Suspiro y vuelvo a mirarla. Se ha quitado las gafas y limpia los
cristales empañados. Está nerviosa y no puede dejar de moverse.
Ahora se ata los rizos rojos en una coleta. Mordisqueo el interior de
mi mejilla observándola. Es un verdadero suplicio tener que resistir
la tentación de tomarla aquí mismo. Carajo, es tan pequeña y
delicada que podría aplastarla con mi tamaño si no soy lo
suficientemente cuidadoso. Necesitaré ser extremadamente suave
con ella.
Me inclino sobre su oído.
—Pues te equivocas porque a partir de ahora tus problemas se
han acabado, nena. No dejaré que nada malo te pase mientras
estés a mi lado.
La princesita frunce su ceño confundida. Pero poco a poco en sus
ojos empieza a aparecer una luz de esperanza.
—¿Eso significa que conservo mi puesto?
—Algo así —no puedo evitar una sonrisa pero vuelvo a ponerme
serio al añadir—. ¿Sabes qué? Hoy he elegido esposa.
Luana ladea su cabeza interesada, aunque no puede ocultar la
sombra de desencanto que nubla sus ojos.
—Enhorabuena, su majestad.
Chasqueo mi lengua negando con la cabeza.
—Para ti soy Zadir. Después de lo que sucedió en mi oficina,
¿crees que aún necesitamos esas formalidades entre nosotros?
Ella se sonroja intensamente pero se corrige con una sonrisa.
—Vale, lo intentaré de nuevo. Enhorabuena, Zadir. ¿Así está
mejor?
Frunzo el ceño porque su felicitación suena forzada. ¿Acaso
siente celos de saber que me caso? Al contemplar esa posibilidad
mi erección se endurece tanto que debo cambiar de postura porque
se ha vuelto demasiado notoria y la toalla apenas me ayuda a
cubrirme.
—Mucho mejor —gruño.
De repente ella endereza la espalda y abre los ojos como si se le
hubiera encendido la bombilla.
—¿Eso significa entonces que ya no tendré que rechazar más a
tus pretendientes?
Suelto la carcajada.
—¿Es eso lo que te preocupa? ¿Tener que lidiar con aquellas
niñatas consentidas?
Ella baja los ojos pero enseguida los vuelve a subir mirándome
con intensidad.
—No me gusta hacer sufrir a nadie, ni siquiera a esas niñatas,
como tú las llamas.
La miro pensativo y asiento con la cabeza.
—Comprendo.
Durante unos momentos me mira seriamente, con el entrecejo
fruncido, pero una sonrisa radiante termina apareciendo en sus
labios.
—Gracias por comprenderme.
Le aparto un rizo de la frente colocándoselo detrás de la oreja.
—A partir de hoy solo tengo ojos y tiempo para una sola mujer…
—ella me mira confundida y alargo mis manos para quitarle las
gafas con cuidado porque quiero ver el efecto de mis siguientes
palabras en sus ojos—. Y esa mujer eres tú. Te he elegido para que
seas mi prometida, la mujer que me dará todo lo que necesito. A
cambio, yo te lo daré todo. Absolutamente todo, nena. Sin
restricciones. Tus deseos son órdenes.
Ella abre la boca y se queda atónita mirándome con una mezcla
de sorpresa y emoción. Lentamente tiendo mi mano con la palma
hacia arriba indicándole con una mirada que ponga su mano sobre
la mía. Ella duda por un instante pero acaba haciéndolo. Su fina y
delicada mano se posa sobre mi gran mano morena y la acaricio
con mis dedos largos y ásperos. Cierro los ojos porque se siente tan
suave… A continuación entrelazo mis dedos con los suyos y ella
gime con el contacto tan íntimo, pero enseguida se relaja. Sonrío
satisfecho porque sé que está disfrutándolo a su pesar.
—Y cuando estés en mi cama, bajo mi cuerpo, en lo último que
pensarás será en escapar de mí, eso te lo aseguro —añado con
malicia—. Entonces por fin podré enseñarte todo lo que sé.
Ella da un tirón y suelta su mano jadeando ofendida. Luego se
pone en pie y me mira desafiante con sus grandes ojos castaños.
—¿Y si ya me han enseñado lo que tú pretendes enseñarme?
Aprieto los labios reprimiendo una mueca de dolor, como si
acabaran de clavarme una daga en el estómago.
—No me provoques, nena —siseo advirtiéndola.
—¡Tú no eres el centro del mundo!
—¿Crees que no lo sé?
Ella me mira poniendo sus brazos en jarra.
—¡Pues te comportas como si no lo supieras! No seré tu
prometida. ¡No tienes derecho a imponer tu voluntad sobre las
personas, por más jeque que seas!
Sus ojos castaños relucen y veo tanto fuego en ellos que siento
que ahora la quiero mil veces más que antes. ¡Joder, cómo la
deseo! Si supiera lo feliz que me hace desafiándome de esta
manera.
Sin pensarlo dos veces y en un solo movimiento, la levanto en vilo
y ella chilla aferrándose a mis hombros. La toalla que me cubre se
desata y cae al suelo.
—¡Suéltame, eres un bruto, no quiero saber nada de ti!
—No me mientas —aprieto mis labios contra su oreja y ella gime
—. Puedo leerte como un libro, nena.
—Por favor, su majestad…
—Shuss —la callo con un beso. Mis labios queman sobre los
suyos, que se abren lentamente como una flor. Quiero que disfrute
de la sensación de mi tacto posesivo. Cuando las puntas de
nuestras lenguas se tocan ella abraza mi cuello. Invado su boca
saboreándola. El beso se hace profundo y dejo que se prolongue
durante unos instantes antes de romperlo bruscamente. Ella ahoga
un suspiro y aspira el aire con fuerza como si acabara de sacar su
cabeza del agua.
—¿Puedes sentir la electricidad? —susurro apoyando mi frente en
la suya.
Ella me mira confundida por un momento, pero lentamente afirma
con la cabeza.
—¿Cómo puedes saberlo?
—Porque yo también lo siento, nena. ¿Te gusta que te toque así?
—pregunto acariciando sus brazos.
Ella niega con la cabeza y yo sonrío entrecerrando los ojos
porque sé que no dice la verdad. Su rubor es tan intenso que se
extiende por su cuello hasta el inicio de su pecho.
—Tu cuerpo no puede mentir, princesita. ¿Sabes por qué te
sientes así?
—¿Por qué?—susurra ella cerrando los ojos y levantando su
cabeza hasta que nuestros labios vuelven a tocarse.
—Porque soy tu dueño.
—Yo no tengo dueño —protesta débilmente.
—Desde este momento lo tienes —digo rozando sus labios
enrojecidos por el beso ardiente—. Eres mía y lo sabes.
Se aparta de mí para mirarme con sus pupilas dilatadas por el
placer.
—Lo siento, es que yo… no puedo.
La miro con el ceño fruncido.
—Nunca más vuelvas a decir eso.
Parpadea sin comprender.
—¿Que no vuelva a decir qué?
—“No puedo”. Tú lo puedes todo, nena. Ve acostumbrándote a
ello porque no habrá límites en lo que podamos hacer juntos.
Sin darle tiempo a responder rodeo su cintura con mis brazos y la
atraigo hacia mí haciéndole sentir todo el peso de mi virilidad.
—Mientras seas mía, tus deseos serán órdenes para mí. Jamás lo
olvides.
El vapor nos envuelve y vuelvo a tomar asiento en el banco
sentando a Luana sobre mis piernas. Ella se acomoda en mi regazo
y sonrío porque por fin tengo a mi princesita exactamente donde la
quería. Su trasero está aplastando mi erección que palpita
incontrolable. Nos miramos a los ojos y su boca carnosa tiembla
entreabriéndose para mí. Capturo su labio inferior entre mis dientes
para hostigarlo, sugiriendo el beso que ella ansía, pero que yo le
niego con crueldad. Frustrada al ver que aparto mis labios, mi
princesa gime y pone morritos. Me sonrío divertido.
—Por hoy ha sido suficiente, nena. Quiero que esta noche me
eches tanto de menos que sueñes con mis besos.
A continuación rozo con mi nariz su delicado cuello y con la punta
de mi lengua humedezco su piel. Ella jadea y echa sus rizos hacia
atrás para facilitarme el acceso. Se estremece gimoteando y yo
mordisqueo su piel erizada una y otra vez hasta que sus gemidos se
vuelven constantes. Ella se abraza aún más fuerte a mí, buscando
el calor de mi cuerpo. Inclino mi boca sobre su oído y lentamente
mordisqueo su lóbulo.
—Nunca ha habido ni habrá otro hombre que no sea yo —gruño
con mi voz enronquecida—. No puedes engañar a tu jeque. Sé que
eres tan pura como la nieve. Puedo olerlo en tu piel.
Vuelvo a aspirar el aroma de la blanca piel de su garganta
mientras arrastro mis dientes desde el punto sensible debajo de su
oreja, pasando por su clavícula hasta llegar al otro lado de su cuello.
Allí hinco mis dientes y chupo con fuerza mientras ella gime
lastimeramente aferrando con fuerza mi espalda desnuda. Poco a
poco aparto mi boca para ver la marca sonrosada que le he dejado y
que pronto se transformará en un chupetón morado. Soplo mi
aliento sobre la piel humedecida y sus gemidos se vuelven súplicas
mascullando mi nombre sin consuelo.
Joder, deseo tanto follarme a esta princesita… Pero eso será
luego, me recuerdo suspirando para mis adentros, cuando pueda
reclamarla como mi esposa.
Luana busca el calor de mi pecho y se arrebuja en él mientras
acaricio su cabeza con ternura. Sentir que busca mi protección es
una sensación intoxicante, incomparable… Jamás he sentido algo
así y no puedo esperar a tomarlo todo.
Tras frotar su nariz en mi cuello se aparta lo suficiente para
mirarme con sus mejillas rosadas y un gesto de preocupación en el
rostro.
—¿Qué haremos, Zadir?
Sonrío acariciándola y ella reclina su mejilla contra la palma de mi
mano.
—Lo primero será mudarte de tu cuarto. Daré la orden para que
preparen tus nuevos aposentos en la planta real. Necesito tenerte
muy cerca de mí, ¿comprendes? —ella asiente sonriendo
tímidamente. La miro seriamente cuando añado—. Es mi deber
satisfacer todos tus deseos.
Capítulo 5
LUANA
Ha sido todo tan vertiginoso que no puedo creer aún que esté
sacando mis cosas del cuarto. Y no precisamente para volver a casa
sino para ir a vivir junto al jeque… ¡en sus aposentos como su
prometida! Vaya tela, me llevo una mano a la frente observando el
pequeño ropero ya casi vacío. Termino de hacer las maletas y me
recojo el pelo en un moño, me miro en el espejo y hago una mueca
negando con la cabeza porque no me gusta cómo ha quedado y
luego vuelvo a soltar mis rizos rojos sacudiéndolos con las manos
para tratar de darles algo de forma. Al hacerlo no puedo evitar
advertir que estoy sonriendo de oreja a oreja como una tonta.
Entonces acerco mi cara al espejo y ajusto mis gafas para echarme
un vistazo de cerca. Mi piel está sonrosada y mis ojos brillan
radiantes. ¡Madre mía, hace tanto que no me sentía tan viva!
Y todo gracias al jeque.
Zadir…
Suspiro porque no puedo pensar en él sin sofocarme. Las
palabrotas que me dijo, sus caricias impertinentes… ¿Estaré
cometiendo una locura? Es un hombre intrigante, y sé que con mi
inexperiencia soy una presa fácil para él. Aunque parece una
persona diferente a lo que su reputación haría suponer.
Me muerdo el labio nerviosa porque no sé qué esperar de él. Me
asusta que sea un hombre tan poderoso. No parece tenerle miedo a
nada ni a nadie y además es muy impredecible. Todo tiene que
hacerse a su aire y si no le gustan las reglas, las desecha y crea las
suyas. Me pregunto como será estar con una persona así y la
cabeza me da vueltas con más preguntas. ¡Menudo cacao mental!
Un momento estoy cabreada con él y le odio porque se comporta
como un arrogante con una boca demasiado sucia, pero al siguiente
me conmuevo con sus muestras de cariño y me muestro tan dócil
como un polluelo. ¡Eso no puede ser normal!
Si pienso en lo diferente que somos debería coger mis maletas
ahora mismo y marcharme del palacio sin volver la vista atrás. En
cambio estoy aquí, arreglándome para empezar mi nueva vida como
su prometida. ¿Qué narices tienes en la cabeza, chica?, me
pregunto mirándome fijamente en el espejo sin encontrar una
respuesta.
Niego con la cabeza mientras me pongo algo de color en las
mejillas y labial rojo. Le tiro un beso al espejo alisando con mis
manos la camisa de seda rosa y recuerdo que él mencionó que le
gustan mis pechos. ¡Pues vaya si esta camisa hace que se vean
más grandes! El espejo me devuelve la imagen de una mujer sexy.
Definitivamente esta no es la Luana de toda la vida, me digo cuando
alguien llama a la puerta y doy un respingo sobresaltada. ¿Será él?
Tomo aire antes de asomarme por la mirilla y lo que veo no me lo
esperaba. Del otro lado hay una niña de unos nueve años que lleva
un shayla color fresa alrededor de los hombros y salta de un pie al
otro con impaciencia esperando a que le abran. Levanto una ceja
con curiosidad y abro la puerta.
—¡Hola, soy Hami!—me dice la niña con una sonrisa y se cuela
en mi habitación sin pedir permiso. La sigo con la mirada mientras
se sienta en mi cama—. Mi tío me ha encargado que te muestre
donde vivirás. ¿Estás lista?
—¿Y quién es tu tío, si se puede saber?
Ella pone los ojos en blanco como si estuviera preguntándole la
cosa más obvia del mundo.
—¡Pues Zadir!
Me quedo de una pieza. La miro de arriba abajo y poco a poco
empiezo a notar el parecido físico. ¡Vaya, pero si hasta tienen los
mismos ojos!
—¿Y tu madre? —pregunto de la forma más casual, tratando de
que no se note demasiado mi interés.
—Murió en un accidente de coches cuando yo era muy pequeña
—dice ella con toda naturalidad.
Trago saliva sintiendo que el corazón se me encoge.
—Lo siento.
Hami se encoge de hombros.
—También yo, pero mi tío siempre dice que a pesar del dolor que
llevamos en el corazón siempre hay que seguir adelante.
Giro mi cabeza disimulando para que la niña no vea que estoy
parpadeando como una loca para que las lágrimas no me salten.
Joder, Zadir no me había hablado acerca de esto. ¿Y por qué habría
de hacerlo? Apenas nos conocemos.
Cuando me compongo me vuelvo sonriente hacia ella que me
mira con curiosidad.
—Vale, estoy casi lista. Pero tendrás que esperar a que termine
de vestirme y recoger mis cosméticos.
—¡Claro que sí!
Su entusiasmo es contagioso y mientras termino de vestirme
charlamos acerca de trivialidades hasta que de repente noto que se
queda callada mirándome con el ceño fruncido.
—¿Eres la novia de Zadir? —me pregunta de sopetón y siento
arder mis mejillas.
—Algo así —hago un gesto con la mano sin darle importancia,
pero por dentro estoy rezando para que no insista con el tema—.
Bueno, ya estoy lista.
Hami me examina con ojo crítico antes de dar su veredicto.
—Eres bonita.
Me echo a reír halagada.
—Pues gracias. También tú eres bonita.
—Y lo mejor es que no eres como esas princesas pijas que
suelen venir por aquí.
Vaya, menos mal que solo soy una secretaria, pienso irónica.
—¿Qué tiene de malo ser una princesa?—pregunto haciéndome
la tonta.
—No lo sé, pero las que he conocido no me han caído nada bien.
—Igual has tenido mala suerte y te han tocado las peores.
Ella se encoge de hombros.
—O quizás todas sean unas pijas sin remedio, ¿quién sabe?
Vale, me ha quedado claro. Creo que por el momento será mejor
dejarlo así. Fingiendo indiferencia empiezo a meter mis cosméticos
en una caja.
—Y dime, ¿vienen muchas de esas princesas por aquí?
—Realmente no muchas. Bueno, antes sí que venían. Y también
se hacían las simpáticas conmigo, pero únicamente porque querían
enternecer a Zadir.
—Ya, comprendo —digo pensativa—. ¿Y él se enternecía?
¡Dios santo, qué pregunta es esa! ¿Por qué le estoy dando la lata
a la pobre niña?
Hami se encoge de hombros.
—A decir verdad no mucho. Sus novias no le duraban más de una
semana. Se aburría, dejaba de coger sus llamadas y pronto se
olvidaba de ellas.
Ahí tienes tú, eso te pasa por preguntar. Confirmado, siempre ha
sido igual, el típico mujeriego que usa a las mujeres y las descarta.
¿Eso te deja más tranquila?
Suspiro mientras cojo el bolso y me lo cuelgo del hombro. ¡Quién
me manda a mí ser tan preguntona!
Hami ladea la cabeza.
—¿Estás celosa?
Me pongo como un tomate. ¡No, claro que no! Apenas le conozco,
¿cómo puedo estar celosa? Maldigo para mis adentros mientras
intento levantar las dos maletas que pesan como un piano y, al
verme, Hami salta de la cama y corre hacia mí quitándome de la
mano una de las maletas.
—Venga, te ayudo.
—Gracias, preciosa —le digo sonriendo y juntas salimos del
cuarto.
Tras dejar atrás las habitaciones de servicio hago el gesto de
enfilar hacia las famosas escaleras doradas por donde tendré que
volver a subir, pero Hami me coge de la mano y en cambio me
arrastra por sitios del palacio que nunca antes he visitado. Al llegar
ante una doble puerta de caoba y cristal ahumado, ella saca un
manojo de llaves del bolsillo delantero de su vestido y mete una
llave en la cerradura. La puerta da a un recinto bastante oscuro y
entrecierro los ojos tratando de ver algo, pero Hami tira de mí
metiéndome dentro a toda prisa y cerrando la puerta tras de
nosotras. A tientas busca el interruptor de la luz y pronto veo que los
caireles del salón empiezan a encenderse uno por uno, sus cristales
Swarovski brillando con mil colores y proyectando sus reflejos en
toda la estancia. ¡Madre mía, es un pedazo de salón de baile que
quita el aliento! Los pisos de madera están tan pulidos que reflejan
los techos en forma de domo, con su impactante entramado de
vigas y arcadas, y cuando alzo la cabeza me veo obligada a
tenerme de la pared porque son tan altos que siento una sensación
de vértigo en el estómago. Las molduras doradas de estilo árabe y
la piedra desnuda de estilo europeo medieval de los muros hacen
un contraste deslumbrante.
—Esto es un sueño —digo llena de admiración.
Hami hincha el pecho orgullosa.
—Pues aquí será la boda.
La miro confundida.
—¿Qué boda?
Ella pone los ojos en blanco.
—¡Tu boda, de quien si no!
Contengo la respiración. No había pensado en ello. En mi reino
los noviazgos pueden durar años, pero quién sabe aquí. Este es
otro mundo completamente diferente. Y lo nuestro no es un
noviazgo convencional ni mucho menos. Me sonrojo tocando la
marca del chupetón oculto bajo el cuello alto de mi camisa,
recordando la pasión del jeque.
Trago saliva repentinamente sofocada y avanzo por el salón
pisando con reverencia mientras Hami se pasea corriendo y
saltando entre las mesas redondas. De repente se detiene ante una
de ellas y coge el arreglo floral abrazándose al ramo y girando sobre
sus pies como si estuviese bailando un vals. Mientras lo hace me
mira guiñándome un ojo y se parte de la risa. Inquieta miro hacia
atrás pensando que en cualquier momento alguien nos escuchará y
vendrá a echarnos a patadas de aquí.
Al pasar junto al magnífico piano de cola lo rozo con mis dedos
sintiendo la caricia de la madera negra. Hami se sienta en el
banquillo y está por abrir la tapa cuando la detengo.
—Oye, ¿no deberíamos subir?
Ella bufa y ladea la cabeza para mirarme.
—¿No te gusta el salón de baile?
—No es eso. Es un sitio precioso, pero si alguien nos viera
merodeando…
La niña chasquea la lengua sin darle importancia a mis
preocupaciones.
—¿Acaso no eres la novia de mi tío? ¿De veras crees que alguien
se atreverá a decirte nada?
Parpadeo sorprendida. ¿Podría ser cierto lo que dice?
Acostumbrada a andar con pies de plomo por el palacio, siempre
con el temor de meterme en un sitio donde una secretaria no
debería estar, tener de repente el privilegio de andar libremente por
donde se me antoje me parece algo irreal.
Echo un vistazo en dirección a la gran escalera doble.
—De todos modos no deberíamos demorarnos.
Hami se encoge de hombros.
—Como tú quieras —tras decir esto salta del banquillo y corre
hacia las escaleras subiendo los escalones de dos en dos. Bufando
cojo las dos maletas una en cada mano y la sigo. Al llegar al primer
descanso ella se vuelve hacia mí con una amplia sonrisa y señala
los escalones con un dedo—. ¿No lo has notado?
Miro hacia bajo para ver a qué se refiere. Uno sí, otro no, los
escalones alternan entre el negro y el blanco. Por curiosidad me
agacho para tocar la superficie con mis manos y abro los ojos
maravillada. ¡Es ébano y marfil, los materiales del teclado de un
piano! De hecho, al mirar a lo largo de la escalera, noto que los
escalones están arreglados como las octavas en el teclado de un
piano. Piso con cuidado sosteniéndome de la barandilla. Esto es
una verdadera obra de arte y me da miedo arruinarlo con mis
tacones. Hami ríe al verme.
—¡No te preocupes, es muy resistente!
—Es fantástico —digo para mí admirada por semejante obra de
arte—. Nada más apropiado para un salón de baile.
La niña sonríe radiante.
—Mi tío se lo ha currado, ¿a que sí?
—¿Esto se le ha ocurrido a él? —pregunto incrédula porque me
parece increíble que alguien tan ocupado se haya detenido a pensar
en un detalle así. Me cuesta conciliar la imagen del Zadir que
conozco con la imagen de una persona tan detallista.
Hami me mira divertida.
—Ha diseñado el salón y todo lo demás. Lo artístico se le da muy
bien.
Parpadeo boquiabierta. De inmediato pienso en las obras de arte
que vi camino a su despacho y todo cobra sentido. ¡Vaya si las
apariencias engañan! En ese momento me doy cuenta que no sé
nada acerca de este hombre. Y mi estómago se llena de mariposas
ante la oportunidad de descubirlo todo acerca de él.
—¡Date prisa! —exclama Hami saliendo del salón por una puerta
al final de la escalera.
Vaya tela, me sonrío, ¿ahora soy yo la que tiene que darse prisa?
Me vuelvo para contemplar el salón desde aquí arriba. Es el sitio
perfecto para celebrar una gala de boda. Tuerzo la boca en una
mueca al pensar que me obligarán a bajar la escalera con la
vestimenta ceremonial típica. Odio ser el centro de atención y quien
sabe qué rituales exóticos y humillantes debe una soportar para
convertirse en la esposa de un jeque.
Pero para eso falta bastante, me recuerdo y suspirando vuelvo a
ponerme en marcha.
Caminamos por pasillos con decenas de puertas. ¿Quiénes
vivirán aquí? Por la mente se me cruza la imagen de Zadir
manteniendo un harem de mujeres preciosas y gruño por lo bajo. Es
absurdo pensar eso, pues los jeques de Nueva Abisinia no son
polígamos, eso lo sabe todo el mundo. Pero no puedo evitar
imaginar tonterías y ponerme celosa por nada. Hami me mira con
una sonrisa pícara como si pudiera leer mis pensamientos.
—Este es el ala oficial —me informa— aquí viven los ministros.
Pero tú vivirás con nosotros en el ala real que es un sitio mucho más
guay.
—Suena estupendo —repongo con una sonrisa.
Según avanzamos los pasillos se van ensanchando hasta que nos
encontramos en un salón espléndido lleno de arabescos y con un
patio de luz en el centro con palmeras y loritos del amor.
—¡Vaya! —miro alucinada dejando las maletas en el suelo.
—¡Y eso que aún no has visto tu apartamento!
—¿Mi apartamento?
Hami asiente y me guía hasta una de las puertas, saca su llavero
y tras abrir se hace a un lado para dejarme entrar primera. Ella viene
tras de mí, curiosa por ver mi reacción. Boquiabierta me llevo las
manos a la cintura y paseo la vista por la inmensa habitación tipo
loft, con alfombras y tapices por doquier y con ambientes separados
en distintos niveles, cada uno iluminado de una forma única. Me
vuelvo hacia Hami sonriendo.
—Esto no es una habitación, ¡es un piso completo!
Me descalzo dejando los zapatos cerca del aparador y recorro los
distintos ambientes siguiendo un camino de kilim, esas alfombrillas
tejidas sobrepuestas que quedan tan monas sobre el piso de parqué
reluciente. Las paredes están pintadas a la cal con un color rosado
muy agradable, y los muebles y la decoración han sido escogidos
con criterio, todo combinado a la perfección. Es un sitio moderno y
acogedor que a la vez exuda carácter y un sentido de la cultura del
país.
Me inclino para examinar con mis manos un secreter que me
llama la atención. Tiene un espejo ovalado con un marco de plata
labrada que me recuerda mucho al que hay en casa y que
pertenecía a mi abuela. Alargo una mano para acariciar el intrincado
patrón de la forja y sonrío con deleite.
Impaciente Hami me jala del ruedo de la camisa y me mira con
sus grandes ojos negros y una sonrisa expectante. Ladeo la cabeza
interesada.
—¿Qué ocurre, preciosa?
—¡Que veas lo que te ha dejado Zadir!
Sigo la dirección de su mirada y veo un paquete sobre la cama.
Subo los escalones de madera que delimitan el ambiente del
dormitorio y me acerco a la cama. Es una maravilla de la herrería
árabe, con sus patas curvas y su cabecero con diseños calados. ¡Si
hasta tiene un dosel! Toco la seda celeste, tan suave al tacto que
parece deshacerse entre mis dedos.
—¡Anda, abre el regalo!
Miro a Hami con los ojos entrecerrados.
—Tú sabes lo que es, ¿verdad?
De inmediato su carita se sonroja porque al parecer he adivinado,
ella lo sabe pero no me lo dirá. Me echo a reír despeinando su
flequillo con una mano.
—Vale, lo abriremos juntas.
Nos sentamos en el borde de la cama, cojo el paquete y lo sopeso
durante un instante. Luego me lo llevo a la nariz y aspiro su
perfume.
—Mmm —digo cerrando los ojos—. Esto huele de maravilla.
Empiezo a desatar la cinta con cuidado, pero Hami resopla
impaciente quitándomelo de las manos y en unos pocos
movimientos arranca el papel del envoltorio.
Sonrío maliciosa al ver la caja de bombones.
—Vaya, ahora entiendo las prisas.
Hami quita la tapa y después de llevarse un bombón a la boca
sonriendo satisfecha, me devuelve el regalo. Miro dentro de la caja y
veo una tarjeta escrita a mano. La leo con disimulo.
“¿Adivina dónde te hincaré mis dientes la próxima vez, nena?”
Siento las mejillas arder y rápidamente guardo la tarjeta en mi
bolsillo. Qué tonto, pienso con una sonrisa de deleite. Detrás de mí,
Hami se pone a saltar sobre la cama.
—¡Ven a saltar conmigo!
Frunzo el ceño y niego con la cabeza.
—¡Anda, es divertido! —insiste la niña tendiéndome su manita.
Finalmente me sonrío meneando la cabeza y pensando qué
narices, la niña tiene toda la razón, debería relajarme y divertirme
más.
Me subo a la cama a cuatro patas mientras Hami se parte de risa.
Saltamos enloquecidas sobre el colchón durante unos minutos hasta
que ya no puedo más y caigo rendida con la lengua fuera y sudando
a chorros.
—¡Definitivamente necesito un baño después de esta sesión de
ejercicio!
Al oírme Hami se baja de un salto de la cama.
—¿Dónde vas? —digo pero la niña ríe como toda respuesta.
Permanezco tumbada en la cama, se siente tan cómoda que
cierro los ojos y me parece que estoy flotando sobre una nube.
Después de unos minutos empiezo a preguntarme dónde se habrá
metido la niña.
—¿Hami? —llamo en voz alta.
—¡Aquí!—grita ella desde algún sitio a mis espaldas.
Me pongo en pie estirándome la camisa y la falda arrugadas. Giro
para dar la vuelta a una columna y detrás del único tabique del
apartamento me encuentro de golpe en el gran cuarto de baño
blanco, reluciente y equipado como un spa. Casi tiemblo de alegría
al ver la enorme bañera de hidromasaje en el centro. ¡Hace cuánto
no me doy un baño en forma! El agua caliente ya ha empañado los
espejos y después de echar unas sales de baño, Hami cierra el
grifo. Sacudiéndose las manos se vuelve a mirarme con una sonrisa
de oreja a oreja.
—¡Todo listo para el gran baño! —dice ella con entusiasmo y
bromea haciendo una reverencia y poniendo la voz muy grave—.
Tus deseos son órdenes.
Abro los ojos con sorpresa porque me doy cuenta que está
imitando a su tío.
—¡Ah, ya veo de donde te viene la locura!—digo sonriendo y
meneando la cabeza.
Hami se encoge de hombros y las dos nos echamos a reír a
carcajadas.
Capítulo 6
ZADIR

Después de enviar a Hami a dormir, regreso a la mesa y me


siento frente a mi madre que ha venido a cenar. Mientras destapo
una nueva botella de vino me largo a hablar sin respiro acerca de
Luana. Mi madre sonríe escuchándome atentamente y cuando por
fin me callo y la miro interrogante, la veo juntar las manos sobre su
pecho.
Preocupado me inclino sobre la mesa.
—¿Qué te ocurre?
—¡Que por fin tendré a mi segundo nieto!
Suelto la carcajada echándome hacia atrás en el respaldo de la
silla y niego con la cabeza divertido por su reacción. Es verdad, ya
la he hecho esperar demasiado. Ella merece un nuevo nieto. Como
abuela es estupenda y se desvive por Hami, sobre todo después del
accidente fatal de mi hermana, pero hace tiempo que ella viene
insinuando que es hora de que empiece a darle nietos. Hasta hace
poco lo consideraba una posibilidad remota, pero hoy todo ha
cambiado y ahora no puedo esperar a tener mi primogénito con
Luana.
Al verme darle golpecitos a mi copa con ansiedad, ella entrecierra
los ojos.
—Y dime hijo, ¿has pedido la mano de esta chica?
—Estoy en ello —digo bebiendo y limpiándome los labios con una
servilleta.
—¿Quieres que interceda?
—Ya está todo en marcha, madre. De todas maneras agradezco
tu ofrecimiento.
—¡Quiero conocerla!
—Pronto, te lo prometo —hago una pausa para pensar y añado—.
Pero no ahora, es demasiado temprano aún.
Ella levanta una ceja.
—¿Te avergüenzas de tu madre?
—No digas tonterías —digo sonriendo con sus ocurrencias—.
Sabes lo orgulloso que estoy de ti. Solo que todavía tengo trabajo
que hacer para que Luana me acepte incondicionalmente. Debo
hacer que se acostumbre a mí.
—¿Acostumbrarse a ti? —parpadea confundida.
Río por lo bajo mientras bebo otro sorbo de vino. Mi madre
entrecierra los ojos con suspicacia. Seguro que ahora le dará por
pontificar y recordarme que hay protocolos que un jeque debe
cumplir. Antes de que empiece me apresuro a aclarar.
—No haré nada que ella no quiera.
Mi madre suspira negando con la cabeza.
—Te conozco, hijo, y sé lo que estás pensando. Pero no puedes
ver a la novia más que en la presentación formal. ¡Y mucho menos
antes de que su familia acepte tu pedido!
De repente me pongo serio.
—Luana es mía. El destino me ha puesto en el camino a la mujer
con la que siempre he soñado y nadie podrá detenerme ahora, ni
siquiera el rey. Si él no aceptara darme a su hija en matrimonio,
tendré que tomar a la fuerza lo que es mío.
Mi madre resopla cogiendo su bolso y se pone en pie.
—¡Es imposible hablar contigo, Zadir! Eres terco como una mula.
Mi madre chasquea los dedos y de inmediato su asistente llega
corriendo desde un rincón con su abrigo. Miro a mi madre con una
media sonrisa y me cruzo de brazos.
—Es verdad, soy terco. Y mucho más que eso cuando se trata de
luchar por la mujer que quiero. Sabes que no tengo problemas en
dejarme la piel en ello.
Mi madre bufa por toda respuesta. Río para mis adentros porque
es evidente de donde he sacado este carácter.
La despido con un abrazo cariñoso que ella me devuelve a
regañadientes.
—Te ves tan mona cuando te enfadas —comento con una sonrisa
y luego añado—. Disculpa que no te acompañe, pero tengo asuntos
urgentes que atender. El chófer está fuera esperándote.
Ella me mira con reprobación y murmura.
—Espero que no sean los asuntos que imagino.
Me sonrío.
—Pues tienes una gran imaginación, madre.
—¡Ay Zadir! —me mira a los ojos con un gesto de preocupación
—. ¡Me recuerdas cada vez más a tu padre!
Enarco una ceja y ladeo la cabeza.
—¿Y eso es malo?
Ella chasquea la lengua y da media vuelta dirigiéndose hacia la
puerta de salida. Pero un segundo antes de traspasar la puerta se
vuelve hacia mí con un dedo en alto.
—¡Sabes muy bien lo que pienso! No tolero que las reglas no se
cumplan.
—Y tú sabes como soy —repongo encogiéndome de hombros—.
No soporto las reglas absurdas y arcaicas.
—No tienes remedio, hijo —niega con la cabeza—. Por favor
cuida de esa pobre chica. ¡Y sobre todo cuida el nombre de nuestra
familia!
—Descuida, madre. Nos vemos pronto.
Me quedo mirándola mientras su asistente la conduce al
ascensor. En esto jamás nos pondremos de acuerdo. Las únicas
reglas que respeto son las que dicta mi corazón. Y mi corazón no
quiere otra cosa que ver a su princesa cuanto antes.
Regreso a mis aposentos con el corazón a cien por hora sabiendo
lo que estoy a punto de hacer. Sé que no pegaré un ojo hasta no
verla. Tengo que asegurarme de que echa de menos a su jeque. A
pesar de haber cenado muy bien, aún tengo apetito y la boca se me
hace agua cuando pienso en Luana. Necesito con urgencia mi
postre, y nada más dulce que el sabor de mi princesita.
Por supuesto he arreglado que su apartamento esté en suite con
el mío. Me sonrío con malicia mientras giro la llave en la cerradura
tratando de no hacer ruido y al fin me escabullo dentro de la
estancia. Frunzo el ceño al ver que la cama está hecha un desastre,
con la almohada y los edredones por el suelo. ¿Qué leches ha
pasado aquí?
No veo a mi princesita por ninguna parte y me preocupo. La
puerta del cuarto de baño está entornada y alcanzo a entrever su
blusa rosa y su falda negra tiradas en el suelo. ¿Estará dándose un
baño? Mmm, me humedezco los labios porque al parecer he llegado
en el momento perfecto. Llamo antes de entrar.
—¿Luana? ¿Nena, estás ahí?
Al no oír respuesta decido entrar pero me detengo en seco al ver
que se ha quedado dormida dentro de la bañera. El pulso se me
dispara y siento que la sangre baja por mi cuerpo y se concentra
toda en un solo sitio dentro de mis calzoncillos. Me acerco con sigilo
procurando no despertarla y me siento en el borde de la bañera,
luchando interiormente contra el impulso de sacarla de allí y cogerla
entre mis brazos para protegerla. Pero me contengo y la observo
fascinado. Duerme como un ángel con sus ojos cerrados, sus labios
entreabiertos y su pecho apenas cubierto por la espuma. El agua le
llega hasta la altura del ombligo y se ve tan pequeñita y sexy que
debo cerrar mis puños y apretar mis dientes. Frunzo el ceño cuando
advierto que se le ha puesto la carne de gallina y sumerjo una mano
comprobando que el agua no tiene suficiente temperatura. La
pobrecilla debe estar muerta de frío. De inmediato alargo la mano y
abro el grifo del agua caliente.
Mientras espero a que la bañera vuelva a calentarse mis ojos
vuelven una y otra vez a su delicado cuerpo desnudo. Sus senos
redondos son generosos pero estoy seguro que aún así caben
dentro de mis manos. Y sus pezones son tan rosados y tentadores
que siento la urgencia de ponérmelos en la boca. ¡Mierda, esta
mujer es perfecta! Me paso una mano por el pelo pensando que
podría sentarme aquí a mirarla dormir durante el resto de mi vida y
con eso sería el hombre más feliz del mundo.
Pero estoy demasiado empalmado para dejarlo solo en miradas...
Por mis venas corren ríos de fuego y siento un deseo tan oscuro
que empieza a nublar mi juicio.
Necesito. Tener. A. Mi. Princesa.
¡Y lo necesito ya!
Enderezo mi espalda cuando Luana se remueve apenas en el
agua, frunce el ceño y gime murmurando algo entre sueños. ¿Acaso
está teniendo una pesadilla? De inmediato estiro una mano y
acaricio suavemente su mejilla. No soporto verla sufrir, ¡ni siquiera
en sueños! Bajo mis caricias su ceño pronto vuelve a relajarse y es
justo en ese momento cuando la oigo suspirar y su voz temblorosa
pronuncia mi nombre.
Zadir…
Contengo la respiración sin dejar de mirarla. Está soñando
conmigo, me digo con una sonrisa de satisfacción. Ser el dueño de
sus sueños no está nada mal, pero no me conformo. Quiero ocupar
cada uno de sus pensamientos durante el día y por la noche ser
quien gobierne su cuerpo.
El agua ha tomado nuevamente temperatura y unas volutas de
vapor empiezan a elevarse empañando los cristales. Tras quitarme
la túnica me meto en la bañera junto a ella. Cuando nuestras pieles
desnudas entran en contacto gruño sintiendo mi polla pulsar
anhelante ensanchándose cada vez más. El autocontrol que debo
ejercer es una verdadera tortura, pero merece la pena. Me sumerjo
en las burbujas colocándome debajo de Luana y pego su espalda
contra mi pecho envolviéndola en un abrazo. Quiero que despierte
del Zadir de los sueños al Zadir real sintiendo mi calor en todo
momento.
—Despierta, princesa —susurro en su oído colocando los rizos
húmedos detrás de su oreja.
Lentamente abre los ojos y se estira sobre mi cuerpo
desperezándose. Al sentirme debajo suyo parpadea confundida y
abre los ojos como platos al verme dando un respingo. Rápidamente
cubro su boca con mi mano antes de que se ponga a chillar, y la
sujeto con fuerza contra mi cuerpo.
—No sé qué coño me has hecho, nena —digo con la nariz pegada
a su pelo—, porque me resisto a estar lejos de ti. ¿Sabes el
problema que supone para un jeque? Todo un país depende de mí,
y yo solo estoy pendiente de ti.
Ella parece calmarse con mis palabras. Nuestras miradas
permanecen unidas durante un buen rato. Joder, estar así con ella
se siente tan bien...
Sin darle tiempo a reaccionar tomo sus labios con una voracidad
que hace que ella gima en mi boca y enrede sus dedos en mi
cabello mojado revolviéndolo y agarrándolo con desesperación.
Cuando la punta de mi lengua toca la suya siento su cuerpo
estremecerse de la cabeza a los pies. Según el beso se vuelve
profundo, ella va pegándose aún más a mí. Incansablemente la
hostigo con mi lengua hábil, enseñándole como besa un jeque,
marcándola con una pasión ardiente e irrefrenable.
En el momento más caliente del beso me aparto de golpe para
mirarla a los ojos. El deseo que veo en ellos me transforma en un
animal posesivo. Sin ceremonias la levanto del agua cogiéndola por
sus caderas y la siento sobre el borde de mármol colocando sus
piernas encima de mis hombros. Ella abre sus ojos con sorpresa.
Pego mis labios a su oreja.
—Nena, necesito que te abras para mí. Voy a examinarte, quiero
inspeccionar lo que es mío —susurro con la voz enronquecida por el
deseo—. Quiero ver como has sabido resguardar ese delicioso
coñito para tu jeque.
Separo sus muslos con mis manos y ella toma aire siguiendo con
sus ojos la dirección de mi mirada. Su coño rosado tiembla
reluciente completamente expuesto a mí. Con un pulgar separo
apenas sus pequeños labios para sentir como su carne más íntima
pulsa sin control bajo mi áspero toque. Complacido por lo que veo
levanto la cabeza y veo que ella apenas sostiene mi mirada con la
respiración agitada. Humedezco mis labios y sonrío con malicia
mientras introduzco un dedo índice en su interior sintiendo que su
canal se va estirando a medida que entro más profundamente,
convulsionando alrededor de mi largo dedo. Ella arquea su espalda
y echa la cabeza hacia atrás con un gruñido gutural. Tiro de ella
suavemente con mi dedo atrayéndola hacia mí, controlando su
cuerpo que se sumerge de nuevo en el agua caliente.
—¿Te gusta, nena?
Ella gimotea y murmura incoherencias para expresar su placer.
Entonces me inclino hacia delante y beso su ombligo antes de
susurrar.
—Y esto no es nada comparado con lo que te haré a
continuación.
Capítulo 7
LUANA

No debería hacer esto pero mi cuerpo pareciera tener voluntad


propia. Jadeante enrosco mis pies detrás de su cuello y me hundo
en la bañera hasta que el agua me roza la barbilla.
El jeque aferra mis ingles con sus enormes manos morenas y
mira desvergonzadamente mis partes íntimas mientras me dice
cosas que una dama jamás debería escuchar. Desearía poder
cubrirme los oídos cuando dice esas palabrotas para referirse a mi
cuerpo, pero algo en ello me resulta fascinante.
Las cosquillas en mi vientre me torturan y necesito que él me
alivie como lo hacía en mi sueño, pero no sé como pedirle algo así.
Afortunadamente no debo hacerlo, pues tras besar mis muslos muy
lentamente, primero uno y luego el otro, su boca desciende sobre mi
centro y tiemblo por dentro echando hacia atrás la cabeza cuando él
comienza a succionar con fuerza. Gritando acaricio su cabeza con
mis dos manos, entrelazando mis dedos en su pelo negro mojado.
Es el primer beso que un hombre me da allí abajo y no es cualquier
beso. Es un beso adulto lleno de pasión y el jeque lo hace con tal
intensidad que me siento devorada por dentro. ¡Madre mía, se
siente tan diferente a todo! ¿Será esto “hacer el amor”?
—Córrete para mí —me ordena Zadir mordisqueándome.
Abro los ojos como platos. ¿Cómo se supone que debo correrme?
Nunca lo he hecho y tengo miedo siquiera de intentarlo. Ni cuando
me acariciaba de adolescente por las noches, ¡ni siquiera en mis
sueños lo he hecho! Simplemente nunca me he atrevido a perder el
control de esa manera.
Él levanta sus ojos de mi bajo vientre y pasa su lengua caliente
por mi estómago hasta el ombligo. Cuando levanta su cabeza hacia
mí en su mirada hay un fuego que me quita el aliento. Me
estremezco sientiendo espasmos en todo el cuerpo, sobre todo allí
abajo. Muerdo mis labios porque la tensión en mi vientre es tan
fuerte que me hace daño.
—¡Córrete carajo, ahora! —exclama y sus palabras suenan como
un latigazo.
Su vehemencia es el último empellón que necesito para saltar al
precipicio. Es como si algo dentro de mí se desbloqueara y el alivio
llega de golpe como una marea que arrasa con todo mi ser. Mi
mente ya no existe, no puedo pensar porque todo es pura sensación
y aúllo estremeciéndome de placer envuelta entre sus musculosos
brazos bajo el agua caliente. ¡Vaya, si esto es correrse quiero
hacerlo de nuevo! Gimo contra su pecho sintiéndome protegida
como nunca antes.
Yacemos abrazados dentro del agua burbujeante. Nunca he
hecho algo semejante con un hombre y comienzo a entender un
poco más a mis hermanas. ¡Después de todo los hombres no están
nada mal! Al menos el que me ha elegido a mí. Zadir se aparta
levemente para mirarme a los ojos y yo le sonrío. Pero él
permanece serio y de inmediato pierdo la sonrisa levantando mis
cejas. ¿Qué he hecho ahora?
—Dime que eres mi princesa.
Querrás decir tu princesita, le corrijo mentalmente y me sonrío con
malicia. Sus hermosos ojos color café brillan de una forma especial.
Siento que podría perderme en ellos durante horas, como cuando
me pierdo dentro de un buen libro.
—¿Quieres que te diga la verdad? No me gusta demasiado ser
princesa… —suspiro y me encojo de hombros. Él asiente
comprensivo y me acaricia el mentón con un dedo animándome a
continuar—. Prefiero ser una secretaria. O una artista. O enseñar
dibujo a los niños.
Él se sonríe de forma enigmática y desliza su mano por mi
garganta hasta el nacimiento de mi pecho.
—No serás cualquier princesa. Serás mi princesita.
Me muerdo el labio sonrojándome y confieso.
—Me gustaría ser tu princesita.
Sus ojos se iluminan y endereza la espalda hinchando sus
pectorales.
—¿Lo sientes aquí? —dice señalando con una mano su corazón.
No puedo evitar que mis ojos se deslicen a través de la línea de
vello negro que baja desde su amplio pecho hacia su estómago
plano y musculoso, y que luego se pierde sugerente bajo la espuma.
Su voz me saca del trance y levanto la mirada para mirarle a los
ojos—. Luana, ¿puedes sentir en tu corazón que eres mía?
Contengo el aliento. Su pregunta es tan franca y directa que me
coge desprevenida, pero me sorprendo con mi respuesta.
—Sí, Zadir, lo siento aquí —digo cogiendo su mano y colocándola
sobre mi pecho. —Eres mi jeque y yo soy tuya.
Sus manos se deslizan lentamente hacia abajo hasta acunar mis
pechos con sus manos. Gimo cuando él los apretuja dentro de sus
fuertes manos.
Chillo de placer cuando él suelta mis senos y enseguida los
vuelve a coger juntándolos y se queda mirándolos con adoración.
Madre mía, está jugando con ellos como si fuera un chiquillo.
Acaricio su cabello y cierro los ojos sintiendo mis senos más
grandes y pesados de lo normal. Él toma uno en su mano
levantándolo como si lo estuviera exhibiendo y me mira con sus ojos
entornados.
—¿Ves cómo calza perfecto en mi mano?—lo amasa con
brusquedad arrancándome un gemido profundo y luego añade
susurrando—. Nena, estás hecha a mi medida.
Con su pulgar traza unos círculos alrededor de mi pezón que está
tan duro como un guijarro y gimo cuando él lo aplasta bajo la yema.
Mi sangre se inflama y arqueo la espalda jadeando mientras él
continúa manoseándome de la manera más brutal, provocándome
un dolor que logra aumentar mi placer aún más. Es una
contradicción que mi cuerpo disfruta pero que mi mente no
comprende.
Abro los ojos lo suficiente para verle sonreír al tiempo que coge mi
otro pecho envolviéndolo en su mano y apretando con fuerza. Jadeo
apretando su cabeza contra mí. Quiero su boca sobre mi pecho,
necesito calmar el fuego que quema mis entrañas. Cuando Zadir
pasa su lengua por el surco entre mis senos gimo con
desesperación porque el placer es demasiado intenso. Él cubre mi
boca con su mano mientras con la otra continúa torturándome sin
piedad, pellizcando las aureolas de mis pezones hasta que se
ponen tan duras y sensibles que las siento en carne viva. Gimo
contra su mano y él toma un pezón en su boca y comienza a
succionar con fiereza. Arqueo mi espalda sintiendo una presión
insoportable en mi bajo vientre. Con despesperación me aferro a
sus hombros y respiro con agitación porque puedo sentir que en
cualquier momento explotaré de nuevo. Es una sensación tan
poderosa que las lágrimas calientes empiezan a escocer mis ojos.
Justo cuando me siento a punto de estallar en mil pedazos él se
detiene y me mira desde abajo entornando sus ojos.
—¿Te apetecen mis besos?
—Por favor… —suplico sin aliento—. Me apetecen y mucho.
¡Bésame más!
Él aparta su boca con una sonrisa satisfecha en los labios,
dejando mis pezones enrojecidos e hinchados, y vuelve a ponerse
cara a cara conmigo para mirarme directamente a los ojos. Ahora su
boca está a centímetros de la mía y nuestras respiraciones
entrecortadas se confunden. Cierro mis ojos poniendo morritos para
besarle pero él separa su boca de mí riendo. Le miro con los ojos
entrecerrados.
—¡Disfrutas de torturarme! ¡Eres un sádico!
—Esto es solo el comienzo, nena —susurra divertido—. Estás
aprendiendo a responder a mí y tendré que hacer esto contigo
muchas veces más hasta que tu cuerpo me acepte como su dueño
absoluto.
Frustrada dejo caer mis brazos a los lados. Mi cuerpo arde
pidiendo más caricias y besos, pero a él parece no importarle
porque se pone en pie con el agua corriendo como lluvia desde su
cabello a su torso desnudo. Alargo mi mano y él tira de mí para
cogerme entre sus brazos. Contengo la respiración mientras me
levanta en vilo y salimos de la bañera mojándolo todo por el camino.
Zadir es tan grande que levanta mi cuerpo como si estuviera
hecho de pluma. Suavemente me deja caer en la cama y retrocede
unos pasos para examinarme mejor. Durante un rato permanece allí
de pie con los brazos cruzados sobre su pecho. ¡Dios mío, es injusto
que sea tan guapo! Parece un adonis, su cuerpo no podría ser más
perfecto… De repente carraspeo sin poder ocultar mis nervios. Es
que el jeque es muy grande… ¡en todos los sentidos! ¡Y no puedo
evitar mirarle allí abajo! Me reprocho por observarle con tanto
descaro, pero es que es imposible no notar semejante erección.
Reprimo una sonrisa pensando que se ha puesto así por mí. Su
excitación me llena de confianza y otro escalofrío de placer recorre
mi espina al pensar que me encuentro completamente a su merced.
—¿Sabes lo que sucederá ahora? —pregunta él con su voz
enronquecida por el deseo.
Trago saliva y asiento con la cabeza.
—¿Me desvirgarás?
Él levanta una ceja sorprendido por mi franqueza. Madre mía, ¿he
metido la pata? Veo que Zadir se muerde el interior de la mejilla y
entrecierra sus ojos. En cada uno de sus gestos puedo ver que
lucha por controlarse. Me siento tan borde que me disculpo.
—¿Lo quieres de verdad? —pregunta él dejando caer lentamente
un brazo hasta agarrarse con su mano el tronco del miembro.
Trago saliva y cierro los ojos con fuerza para no verle. Al oír su
risa levanto apenas los párpados para espiarle y lo que veo hace
que mi mandíbula caiga hasta el suelo. Está masajeando su gran
polla de arriba hacia abajo, y cada vez que la suelta esta se alza
chocando contra su pelvis con un chasquido obsceno que me
parece de lo más excitante. Me quedo viéndole como una idiota.
¡Madre mía, su miembro pulsa como si tuviera un corazón propio!
Tiemblo de anticipación al pensar que intentará meterlo dentro de
mí.
—¿Tienes idea de cuánto necesito hacerte mía? —pregunta
dando un paso adelante y apoyando una rodilla sobre el colchón
haciendo que la cama tiemble con su peso. De inmediato cubro mi
desnudez con la sábana tratando de protegerme. —No temas, nena.
Tu pureza será preservada hasta la noche en que te conviertas en
mi esposa y pueda tomarte por fin en el Palacio de los Suspiros,
¿estás de acuerdo? —Parpadeo confundida. ¿El Palacio de los
Suspiros? Sin saber qué decir afirmo con la cabeza y entonces él
arranca la sábana de un manotazo dejándome otra vez expuesta a
su mirada penetrante. Sus pupilas negras brillan al añadir—. Pero
eso no me impedirá marcarte ahora como mi propiedad.
Justo en ese momento suenan unos golpes. Zadir y yo nos
miramos antes de volvernos hacia la puerta porque alguien está
llamando al apartamento de manera insistente. Zadir gime de
frustración y resoplando se baja de la cama. Todavía desnudo abre
la puerta con furia.
—¿Qué cojones ocurre?
Del otro lado una voz masculina implora con urgencia.
—Disculpe su majestad, pero acaba de llegar una información
urgente…
—¡Dime qué leches ocurre!
Tras una pausa incómoda el hombre carraspea antes de anunciar.
—El rey de Nueva Macedonia ha declinado el pedido de mano de
la princesa. Lo siento muchísimo, alteza.
Zadir le cierra la puerta en las narices y se vuelve para mirarme.
Contengo el aliento porque hay fuego en sus ojos. Pero ya no es el
fuego de un amante sino el de un guerrero ante una provocación del
enemigo.
Capítulo 8
ZADIR

Miro a Dumar incrédulo sintiendo que la ira me recorre.


—Tiene que haber una forma pacífica de arreglar este asunto —
dice él.
—¿Quieres que me pase meses negociando con ese rey terco?
—mi amigo me mira con una sonrisa sardónica y resoplo
entrecerrando los ojos amenazante.
—¿Qué coño te causa tanta gracia?
Dumar levanta las palmas de sus manos a modo de disculpa.
—¡Vale, lo siento! Es que no puede ser que acabemos siempre
topándonos con reyes tercos. ¿No es demasiada casualidad?
Suspiro mirándole con cara de pocos amigos. Dumar es mi mejor
amigo pero está empezando a tocarme los cojones.
—Llámame terco si quieres, pero te aseguro que si no tuviera este
carácter, a estas alturas el país estaría gobernado por las tribus
salvajes del desierto y hace tiempo que nuestras cabezas estarían
clavadas en una pica pudriéndose al sol. ¿Preferirías eso? —
pregunto con ironía y veo que traga saliva reconociendo la verdad
de mis palabras—. Mira Dumar, yo solo protejo lo mío y si debo
defenderlo usando la fuerza no lo dudaré. Soy tenaz y persistente, si
para ti eso es ser terco, vale, soy el más terco de todos los jeques.
Dumar asiente con la cabeza.
—Tienes razón, pero en esta ocasión está en juego tu felicidad
personal. Debemos ser extremadamente cuidadosos. Solo te pido
que dejes que tu madre interceda. No pongas esa cara, sabes que
puede ser muy persuasiva. Es la única forma de evitarnos un
derramamiento de sangre innecesario.
Me dejo caer en mi sillón cerrando los ojos. Puede que me haya
apresurado, es que Luana ha cambiado mis prioridades de la noche
a la mañana. Ya no puedo dejar que nadie ni nada me separe de mi
princesa.
—Vale —concedo a regañadientes— mi madre puede ir delante e
intentarlo con palabras y razones. Pero nosotros iremos detrás,
armados y listos para hacernos entender con el sable.
Dumar niega con la cabeza.
—¡Serás cabezota! Mira, Zadir, sería un error estratégico desatar
otra guerra. Ya tenemos a un ejército peleando en el frente oriental.
Si empleamos nuestra reserva en una campaña contra Nueva
Macedonia podríamos quedar vulnerables al ataque de nuestros
vecinos más hostiles.
—Eso no es problema porque no necesitaríamos más de cien
hombres para esta campaña. Yo mismo estoy dispuesto a
encabezar el ataque peleando en el frente codo con codo con mis
guerreros. ¿Qué más pretendes de tu líder?
Mi amigo gime llevándose una mano a la frente.
—¡Esto es una locura! ¡Eres demasiado importante para el reino!
¿Es que no comprendes que no puedes arriesgar tu vida de esa
manera?
Me apoyo en el respaldo de mi sillón y le miro imperturbable.
—Locura sería quedarme de brazos cruzados cuando se trata de
mi felicidad y de la mujer que he elegido. Mi deber es mantenerla a
mi lado y protegerla a sangre y fuego. Si el rey ha decidido jugar sus
cartas de esta manera, pues que se atenga a las consecuencias.
He dicho mi parte y no hay vuelta atrás. Dumar se da cuenta de
ello, y al ver que no puede disuadirme deja caer sus brazos a los
lados suspirando.
—Vale, organizaré una división de quinientos hombres. Pero
prométeme que le darás el tiempo suficiente a tu madre para que
intente convencer al rey.
Resoplo porque no me gusta involucrar a mi madre en esto, pero
acabo cediendo.
—Descuida, tendrá todo el tiempo que necesite.
Visiblemente aliviado, Dumar se inclina sobre mi escritorio
apoyándose en él con sus dos manos y me mira a los ojos.
—Amigo, sabes que comprendo perfectamente tu situación. Si
encontrase a una mujer que me llenase de la forma en que a ti te
llena Luana, sabes que sería capaz de desatar mil guerras por ella.
Pero aquí no te estoy hablando como tu amigo sino como el general
de nuestro ejército, y es mi deber velar por la salud de mi jeque y
por el bienestar del reino.
Suspiro poniéndome en pie.
—Lo sé. Y porque confío en ti a ciegas necesito que seas tú quien
organice esta campaña, quizás la más importante de toda mi vida.
Dumar asiente y sin decir otra palabra sale de mi despacho
cerrando la puerta tras de sí.
Volviéndome hacia la ventana apoyo mis manos sobre los
cristales tibios y durante varios minutos contemplo el horizonte con
el ceño fruncido. Si el rey quería provocar mi ira, lo ha conseguido
con creces. ¡No tiene ni puñetera idea de con quién se ha metido!
Cierro los ojos por un momento y cuando vuelvo a abrirlos casi
me parece ver la figura de la princesa acorralada por mi cuerpo y
sonrío sin poder evitarlo. Mi imaginación regresa una y otra vez a mi
primer encuentro con Luana. Puedo sentir su sabor en mi boca, sus
caricias en mi piel. Me empalmo solo de pensar en la forma en que
dominé su cuerpo para darle placer. El brillo en sus ojos al ver mi
verga dura clamando por su cuerpo. Saber que es pura y está
intacta para mí, que soy el primer y único hombre en quien esos
ojos inocentes se han posado, revoluciona mi sangre. Cada uno de
mis pensamientos pertenece a mi princesita.
Niego con la cabeza incrédulo. ¿Cómo coño ha sucedido esto? Ya
no importa, me digo suspirando. Lo único que cuenta ahora es
tenerla a mi lado. Nuestra unión es sagrada y no dejaré que nadie
se interponga entre nosotros. Si no puedo tenerla por los medios
diplomáticos, estoy dispuesto a arrasar con todo lo que se me ponga
delante.
Esto me obliga a acelerar el proceso. Sé que Luana me necesita,
que su cuerpo ha quedado tan tenso como el mío porque no ha
recibido mis atenciones. No quiero que sufra, por eso no pienso
dejar pasar otra hora sin volver a marcar su piel a fuego.
Además que no me gusta dejar a medias lo que he empezado, me
sonrío con malicia y salgo a toda prisa de mi despacho.
Después de recorrer el ala real sin encontrarla salgo al balcón de
una de las torretas y cojo los binoculares para divisar el gran
parque. Paseo la vista por la fuente de los deseos, pues he notado
que le gusta sentarse en aquel sitio a contemplar la cascada y los
pájaros que retozan al resguardo del sol, pero allí no la encuentro y
dejo escapar un largo suspiro de frustración. Busco en todo el
parque hasta que mi vista se posa en el laberinto de setos. Allí está,
me digo con una sonrisa y sigo cada uno de sus pasos mientras
recorre el gran laberinto hecho de arbustos podados en forma de
esferas y medias lunas que he diseñado para que Hami juegue en
él. Mi Luana lleva un vestido blanco de verano y se ha soltado el
cabello. Distraída va acariciando los setos con la punta de sus
dedos y su mirada tiene ese aire de ensoñación, como si estuviera
pensando profundamente en algo. O en alguien… me digo dándome
cuenta que me he empalmado con la sola idea de que mi princesita
esté pensando en mí.
Bajo las escaleras corriendo a toda velocidad y salgo a los
jardines. Temiendo perderla de vista, recorro el laberinto casi tan
deprisa como los latidos de mi corazón que va a mil. Me detengo en
seco al dar la vuelta a un recodo. Allí está mi princesita. Procurando
no hacer ruido aparezco por detrás y la cojo por la cintura llevándola
hacia donde nadie pueda vernos. Durante unos segundos nos
miramos en silencio con la respiración agitada.
—¿Me echabas de menos, verdad? —susurro trazando el
contorno de su boca con un dedo—. Sabes que tenemos un asunto
pendiente…
Ella asiente con la cabeza y deja que mi dedo entre en su boca
succionándolo suavemente con sus labios. Tomo aire antes de
llevarme una mano dentro de mi túnica liberando mi polla que está
demasiado hinchada. Echo un vistazo rápido a mi alrededor, más
allá de los setos hay jardineros trabajando, algunos de ellos cerca
de nosotros, lo suficiente para oírnos. Miro a Luana a los ojos.
—Sin ruidos, nena, ¿vale?
Ella asiente y deslizo mis manos por debajo de la falda de su
vestido y gruño cuando mis dedos encuentran el encaje de sus
braguitas. Al meter mi mano dentro ella pega un bote aferrándose a
mis hombros mientras la acaricio con suavidad. ¡Oh cielos, amo
cada uno de sus pliegues! Humedezco mis labios anticipando el
placer que le daré y pienso que definitivamente necesito marcarla
antes de partir.
De un tirón le quito sus braguitas empapadas haciéndolas
resbalar por los muslos hasta sus rodillas, mientras ella jadea
echando la cabeza hacia atrás.
—Sé que me necesitas. Odio hacerlo pero tendré que estar lejos
de ti durante un tiempo —al decir esto ella vuelve a levantar su
cabeza para mirarme con preocupación.
—¡Entonces los rumores son ciertos! Mi padre no quiere que me
case contigo.
—Haré lo que sea para que te conviertas en mi esposa. Tú no te
preocupes por ello. Ahora quiero que me des lo que te pido —
ordeno apretando el interior de sus muslos con mis manos.
Ella asiente con la cabeza y flexionando sus rodillas abre sus
piernas aún más para darme acceso a sus partes más íntimas. Con
mis largos dedos separo sus labios hinchados y sonrío al ver su
pequeño coño reluciente con su dulce néctar. Paso mi dedo índice
por sus pliegues antes de llevármelo a la boca y saborear su
preciosa intimidad. Gimo de placer porque su sabor enloquece mis
sentidos y entonces inclino mi cabeza hasta pegar mi frente con la
suya. Mi corazón galopa como un caballo desbocado al mirarla a los
ojos. Ella está por decir algo al sentir mi respiración sobre su boca,
pero con un gesto le indico que permanezca en silencio. A
continuación libero mi polla y abro mi túnica para que mi princesita
pueda verla. La observo fijamente mientras ella traga saliva y me
mira con timidez. Al volver a mirarnos a los ojos puedo ver que me
desea. Empiezo a restregar mi masculinidad con descaro por su
pelvis primero, y luego con una mano la guío directamente a su
entrepierna presionando mi glande hinchado sobre su clítoris.
Observo su reacción. Sus ojos se han cerrado y sus mejillas se tiñen
de un rosa profundo.
Su cuerpo también ha comenzado a reaccionar. Frotándose
contra mí, sus caderas se mueven buscando aumentar nuestro
contacto. La dejo hacer hasta que la fricción es demasiado para mí.
Empuño mi polla con firmeza y veo que en su punta ya han
aparecido unas gotitas blancas de semen. Suspiro porque esta
mujer me pone demasiado…
—Voy a marcarte, nena —resuello sin dejar de observarla—. Te
daré placer y me aseguraré de dejar parte de mí dentro de ti para
que no sufras tanto mi ausencia.
Sus gemidos se vuelven tan fuertes que debo taparle la boca con
una mano. Acometo contra ella con mis caderas como si
estuviéramos follando, una y otra vez repito el mismo movimiento
sintiendo como su coño empapa mis genitales.
—Oh nena, estás tan mojada…
Luana responde mordiendo la palma de mi mano y hago una
mueca de dolor.
—Chica mala, tendré que castigarte —susurro a su oído
sonriendo porque puedo oír sus gemidos ahogados—. No sé que
haré sin ti, mi princesita. Pero debo asegurarme de que nadie se
interponga entre nosotros.
La giro bruscamente haciendo que su trasero choque contra mi
polla. Ella gime y me suplica. Mi mano es tan grande que casi le
cubre toda la cara.
Con cuidado, me recuerdo. Ella es muy frágil y pequeña.
Mi mano libre acaricia sus nalgas blancas y redondeadas. Le
indico que separe sus piernas. Ella se inclina hacia delante
sosteniéndose con sus manos sobre las ramas de los arbustos que
tiene delante. El sol pega fuerte en mi espalda mientras guío mi
verga nuevamente hacia su entrepierna. Durante unos instantes
presiono sobre su entrada hasta que mi glande desaparece en su
interior. Gruño de placer al ver el contraste entre el color morado de
mi piel excitada con el rosado de su coño perfecto. Permanezco
dentro suyo lo suficiente para que le coja el gusto. Y al parecer lo
hace pronto porque escucho que empieza a suplicar contra la palma
de mi mano pidiendo más.
—¿Me necesitas dentro, querida?
Luana afirma varias veces con la cabeza y yo me inclino
pegándome a su espalda para besar su hombro izquierdo y luego
subo mordisqueando la piel sensible de su cuello, sintiendo los
espasmos deliciosos de su centro masajeando la punta de mi
masculinidad.
—Aún no es tiempo, nena. Hay cosas que deben hacerse
únicamente dentro del matrimonio. Tu pureza es demasiado valiosa
para mí, ¿lo entiendes? —Hago una pausa respirando sobre su
oído, cierro mis ojos para aspirar la fragancia de su cabello que aún
huele a champú y mi polla se contrae con un delicioso espasmo—.
Pero aún así nada impedirá que te marque justo aquí…
Y al decir esto empujo con mi polla contra su carne húmeda que
se abre para mí, permitiéndome deslizarme dentro en una caricia
larga y palpitante. Solo al tocar su hímen me detengo aspirando el
aire por la nariz tratando de no perder el control. Suavemente me
retiro para volver a embestirla nuevamente desde atrás disfrutando
de la fricción de nuestros cuerpos, aplastando su trasero con cada
una de mis acometidas. Estoy tocándola muy íntimamente, allí
donde nadie la ha tocado jamás. Ese simple pensamiento casi hace
que me corra. Cuando no puedo contener más el ardor, me aparto
de golpe haciéndola girar otra vez para tenerla cara a cara. La cojo
por su melena de rizos rojos tirando de ella levemente hacia abajo
para que pueda ver con sus propios ojos lo que estoy a punto de
hacer.
—Shusss —le advierto con un siseo antes de quitar mi mano de
su boca.
Quiero oírla gemir mi nombre con desesperación al sentir que la
estoy marcando para siempre. Ella abre sus ojos como platos
cuando me corro sobre su coño, aliviándome sobre su carne
húmeda y tensa que se contrae con fuerza al recibir mi semilla. Con
dos de mis dedos estiro sus pliegues para que puedan recibir todo
mi néctar. ¡Maldición, estoy vaciándome por entero sobre ella! Hacía
tanto tiempo que no me aliviaba así que mi carga continúa
derramándose, salpicando su vientre y dejando un charco en su
precioso ombligo.
Los dos jadeamos con nuestras respiraciones entrecortadas y el
sudor cubre nuestras frentes. Tras guardar mi verga y ajustarme la
túnica acaricio su mejilla fascinado por la belleza de esta mujer
única. Es la mujer que he elegido para mí. Y es perfecta.
Al levantar la cabeza sorprendo a uno de los jardineros
espiándonos. Es un joven de unos veinte años y al parecer ha
dejado de cortar los arbustos para fisgonear. Al ver la severidad de
mi mirada aparta la vista, arroja las tijeras al suelo y dando media
vuelta echa a correr a toda prisa.
—¿Nos ha visto? —jadea Luana ruborizándose hasta la raíz del
pelo.
—¿Qué importancia tiene?
Ella se abraza a mí hundiendo su nariz en mi pecho.
—Es que me muero de vergüenza.
—Y yo me muero de amor por ti.
Luana sonríe radiante y me besa en los labios. Al separarnos me
mira parpadeando rápidamente.
—No quiero que te enfrentes a mi padre. No quiero que los dos
hombres que más quiero en el mundo se hagan daño. Prométeme
que no os pasará nada malo.
La atraigo hacia mí calmándola entre mis brazos. Acaricio con mi
nariz sus rizos sedosos. El corazón se me encoge al verla tan
apenada, pero no puedo prometerle algo que sé que no puedo
cumplir.
Han desafiado mi poder y necesito dejar las cosas claras. Luana
es mía, le pese a quien le pese.
Y si el rey se ha atrevido a desafiarme, pues que se atenga a las
consecuencias.
Capítulo 9
LUANA

—¿Pero qué narices ha ocurrido? —pregunta la princesa Nadia


bajándose de su caballo—. ¡Parece que hubieras visto un fantasma!
Niego con la cabeza intentando contener mis lágrimas.
—Tienes que ayudarme —digo echando un vistazo hacia atrás
asegurándome de que nos encontramos a resguardo y que ningún
guardia puede vernos—. Es Zadir… ¡Irá a enfrentar a mi padre!
La princesa Nadia abre los ojos como platos.
—¡Entonces es verdad lo que he oído! ¡Tú eres la prometida de
mi primo! —me mira de arriba abajo y luego murmura entre dientes
—. No me lo puedo creer.
Avergonzada bajo la mirada.
—Lo siento —digo.
Temía que esto sucediera si acudía en su ayuda, que la princesa
se lo tomara a mal. Pero es que no sé a quién más acudir. Ni Zadir
ni Dumar están dispuestos a contarme los detalles de la campaña
que están preparando contra mi padre. Y si no hago algo pronto
corro el riesgo de perder a las dos personas que más quiero en el
mundo.
Nadia me mira ladeando la cabeza y se acerca cogiéndome de las
manos. La miro sorprendida y ella sonríe negando con la cabeza.
—Es que no me lo creo. ¿Tú y mi primo? ¿De veras?
Doy un paso hacia atrás soltándome de sus manos a la defensiva.
—¿Qué tiene eso de malo?
Nadia se apresura a añadir.
—No me malinterpretes, yo no he dicho que tenga nada de malo.
Solo que jamás se me hubiera pasado por la cabeza.
Suspiro asintiendo, pues debo admitir que tampoco a mí se me
habría pasado por la cabeza tener algo con semejante calibre de
hombre. Ni siquiera de pequeña, cuando soñaba con príncipes
encantados que venían a rescatarme, me atrevía a imaginar un
romance tan apasionado. Desde el primer momento en que Zadir se
fijó en mí no ha dejado de hacerme sentir especial. Ha logrado
hacer que me sienta una mujer deseada y única. ¡Y eso es algo que
jamás había sentido antes! En mi familia, entre mis hermanas tan
perfectas, siempre he sido el bicho raro que debía amoldarse a las
reglas de los demás. En cambio con él soy libre para ser yo misma.
Dejo caer mis brazos y miro a Nadia a los ojos.
—Estoy desolada. Temo perder a Zadir ahora que estoy
empezando a conocerle y a acostumbrarme a su forma de ser tan
particular.
Nadia se cruza de brazos y hace una mueca.
—Pues deberías estar feliz. Mi primo no es un hombre, ¡es un
sueño hecho realidad para cualquier mujer! Pero también es un
guerrero con ansias de dominarlo todo por la fuerza y
lamentablemente ninguna mujer será prioridad en su vida.
Enarco una ceja y la miro con curiosidad.
—¿Tú estás enamorada de él? —pregunto sonrojándome y
arrepintiéndome al instante de meter las narices donde nadie me
llama. ¿Por qué no aprenderé a mantener la boca cerrada?
Abochornada carraspeo. —Lo siento, no tienes por qué decírmelo.
Estoy empezando a actuar como una tonta.
Me doy la vuelta y estoy a punto de marcharme cuando oigo su
risa cristalina a mis espaldas y siento su mano que me coge del
brazo para detenerme.
—¡No eres ninguna tonta, Luana! Oye, es normal que desees
saber una cosa así, no me ofendes en absoluto—me dice con una
sonrisa y luego se muerde el labio inferior riendo para sí como si
estuviera recordando algo indecente—. Sí que he estado
enamorada de él, pero no tienes de qué preocuparte porque eso es
agua pasada. Y todo gracias a ti, que te has arriesgado para que
pudiera entrar a verle en su despacho, pues fue allí donde me di
cuenta que ya no le quería. ¿Sabes cómo?
Nadia me mira por un momento midiendo mi reacción y luego
añade bajando la voz.
—Cuando él intentó besarme sentí de repente que Zadir no es el
hombre que me conviene. Su vida es demasiado complicada y si me
quedase a su lado estoy segura que envejecería prematuramente.
Por eso le rechacé sintiendo que finalmente hacía lo correcto. ¡Pero
no sabes lo feliz que me hace que él haya encontrado a una chica
como tú!
Nadia me abraza dándome la enhorabuena y yo parpadeo
confundida. ¿Zadir intentó besarla hace apenas tres días? Cuando
Nadia vuelve a mirarme fuerzo una sonrisa para no mostrar que sus
palabras me han herido.
Justo en ese momento aparece Hami que baja de un salto de una
palmera cercana tomándonos por sorpresa.
—¡Niña, quieres matarnos del susto! —exclama Nadia y
enseguida miro por encima de mi hombro temiendo que la guardia
pueda oírnos. Me llevo un dedo a los labios y Nadia asiente con la
cabeza bajando su voz hasta un susurro tendiendo sus brazos hacia
Hami—. Venga, ¿no hay un besazo para la tía que te ha echado
tanto de menos?
Hami salta a sus brazos y le planta un beso sonoro en la mejilla.
Después viene hacia mí y hace lo mismo conmigo.
—Tú sí que sabes engatusarnos —digo con una sonrisa mientras
acaricio su cabecita despeinándole el flequillo antes de añadir
seriamente—. Pero debes regresar al palacio. Sabes que no puedes
estar aquí fuera.
Hami me mira frunciendo el ceño.
—¿Estabais cuchicheando acerca de mi tío?
Nadia se agacha hasta ponerse a su altura y se lleva un dedo a
los labios.
—¡Shusss, que estamos jugando al escondite con los guardias!
Súbitamente interesada, Hami abre los ojos como platos.
—¿Me dejáis jugar a mí también? ¡Porfi! ¡Os prometo que no os
fastidiaré!
Nadia me mira cómplice y yo asiento con la cabeza.
—Vale, pero quédate muy quietecita, no vaya ser que nos
descubran. ¡Anda, choca esos cinco! — dice Nadia mostrando las
palmas de sus manos que la niña choca riendo.
Luego Nadia se pone en pie y yo la miro con ojos suplicantes.
—¿Lo harás entonces?
Sé que ella puede hablar con su padre para tratar de detener esta
locura, pues él es el único monarca de la región con la autoridad
suficiente para disuadir a Zadir.
La princesa suspira.
—Vale, hablaré con mi padre esta noche. Pero no te hagas
ilusiones. Zadir es de esos tíos tercos que siempre acaban
saliéndose con la suya.
Al oír esto Hami frunce el ceño y se aparta de nosotras
bruscamente señalándonos a ambas con un dedo.
—¡No os metáis con mi tío! Si seguís hablando mal de él iré a
acusarlas con Dumar y en nada de tiempo los guardias os
encontrarán!
Nadia me mira con asombro.
—¡Menudo carácter se ha echado la pequeña! No hay duda que
lleva sangre real en sus venas—. Luego mira a Hami que se ha
cruzado de brazos con una pose desafiante que me hace mucha
gracia. —¡Ay niña! Eres la digna sobrina de tu tío, eso está más que
claro.
A lo lejos creo escuchar ruidos extraños y levanto una mano
indicándoles que algo sucede. Las tres levantamos la vista al cielo
porque el ruido se ha intensificado sobre nuestras cabezas. Entre el
frondoso palmar podemos divisar un helicóptero que cruza el cielo
en dirección al palacio. Nadia exclama entusiasmada.
—¡Mirad, lleva el blasón del reino!
Lo seguimos con la mirada hasta que desaparece tras los muros
del palacio.
Hami se vuelve hacia nosotras y grita de repente.
—¡Es la abuela que ha venido a visitarme con un obsequio!
—¡Hami, regresa aquí! —grito.
Pero ha echado a correr a toda prisa hacia el portal. Los guardias
la miran pasar sorprendidos dándose cuenta que una vez más la
niña les ha burlado saliendo del palacio sin su permiso.
Miro a Nadia sin saber qué hacer. No quiero dejarla sola aquí,
pero si viene con nosotras podría meterse en problemas. Ella me
coge del brazo.
—No temas, no me pasará nada. Venga, vamos, esto puede ser
importante —dice enganchando su brazo al mío y echamos a correr
hacia las puertas del palacio.
Al llegar al helipuerto vemos que se levanta una nube de polvo.
Intento ver algo pero todo lo que hago es tragar tierra y empiezo a
toser. Luego de unos minutos la nube de polvo ha desaparecido y
vemos que se abre la puerta del helicóptero. La primera en salir es
una señora muy bien vestida que sostiene su sombrero de ala
ancha con una mano para que el viento no se lo lleve.
Siento que Nadia me da un codazo.
—Mala suerte, chica —me dice guiñando el ojo—. Esa es tu
suegra.
Tras ella salen otras dos personas más y es entonces cuando me
quedo de piedra. El estómago se me hace un nudo al reconocer a
mis padres.
—Joder —murmuro, y a mi lado Nadia se echa a reír.
—Por la cara que has puesto apuesto a que son tus padres. ¡Yo
reacciono igual cuando veo a los míos!
Tomo aire antes de ir a su encuentro. Al verme mi madre se pone
a chillar de alegría mientras que mi padre me mira preocupado. Yo
los abrazo a los dos mordiéndome el labio para no llorar.
—¡Os he echado tanto de menos!
Mi madre me acaricia la cabeza emocionada.
—Mi niña…
Pero mi padre dice con severidad.
—Jovencita, tú y yo tenemos mucho de qué hablar.
Trago saliva y me preparo para un largo sermón. Mis
pensamientos vuelan de inmediato hacia Zadir, pues no me atrevo a
imaginar cómo será el encuentro entre ellos. ¡Seguro que chocan!
¿Se desatará la guerra puertas adentro?
Me persigno interiormente y echo a andar junto a mis padres
hacia las puertas del palacio.
Capítulo 10
ZADIR

Le debo una a mi madre.


Aunque me moleste reconocerlo, ella ha sabido como llevar esta
situación mejor que yo. Definitivamente la diplomacia es mi punto
débil. Es que cuando algo se me mete en la cabeza soy capaz de
barrer con lo que se me ponga delante con tal de obtenerlo. Está en
mi naturaleza, no puedo cambiarlo. Soy demasiado posesivo y mi
temperamento no me permite negociar cuando se trata de lo que mi
corazón quiere.
Y mi corazón me dice que Luana es mía.
Por eso cuando el rey se negó a entregarme a su hija en
matrimonio perdí los papeles.
Afortunadamente ahora que está dispuesto a escucharme mi
beligerancia se ha disipado. Esta mañana nos sentamos a discutir
mis intenciones. Desde el primer minuto le he dejado claro que
quiero una vida junto a su hija. Le hablé de los beneficios para su
reino porque me gusta compartir mi riqueza con mi familia. Él me
escuchó con atención, pero en sus ojos podía ver el resquemor
hacia mí y hacia lo que represento, sus vacilaciones acerca de
entregar a su hija al líder de un país que, según su punto de vista,
tiene costumbres salvajes y retrógradas. En fin, su rechazo a mi
cultura y a mi historia.
Pero yo ya he elegido y su hija me ha aceptado, y eso es todo lo
que cuenta. Está claro que al rey no le parece lo mismo porque en
más de una ocasión ha salido pitando de la sala de reuniones todo
enfadado, y su esposa ha debido interceder para hacerle regresar a
la reunión.
Mientras tanto yo caminaba de un lado a otro impaciente, mirando
el reloj y pensando que perdía un tiempo precioso que podría
emplear junto a mi princesita. Cuando el rey volvía y retomábamos
las discusiones, oía sus quejas y condiciones pero me entraban por
un oído y me salían por el otro. Lo cierto es que todas estas
puñeteras negociaciones me ponen de los nervios. Ganarme la
confianza de Luana ha sido algo placentero, una actividad a la que
podría dedicarme durante todo el día sin cansarme jamás. Pero
tratar de convencer a un rey occidental de que no soy un ogro es
una puta tortura.
Justo un minuto antes de perder la paciencia y cuando estaba a
punto de mandarlo a tomar por culo, llegamos a un acuerdo. Y
respiré aliviado cuando los abogados empezaron a preparar los
contratos. Claro está, el rey no ha salido del todo conforme de la
reunión porque no ha conseguido frenar la boda, que era su
propósito. Tanto es así que cuando tocó firmar los documentos que
sellan la alianza entre ambos países, su esposa debió ayudarle
porque su pulso temblaba de ira y echaba chispas por los ojos al
mirarme.
Cuando el abogado preguntó acerca de la fecha de la boda, no
dudé y dije que prefería que se celebrara lo más pronto posible. Al
oír mis palabras, el rey y la reina se miraron. Suspirando con
resignación aceptaron poner fecha para una semana más tarde.
Esto daría tiempo a que llegaran las hermanas de Luana y a que mi
gente pudiera organizar la boda más fastuosa que jamás se haya
celebrado en Nueva Abisinia.
Y por eso hasta hoy la semana ha sido de las más agitadas que
he tenido en mi vida. Desafortunadamente la puñetera tradición me
prohíbe tener tratos con mi prometida hasta que sus padres me la
presenten ante el altar. Y para más inri se la han llevado al ala de
huéspedes para dificultarme el acceso a ella. Están todo el día a su
lado, no la dejan ni a sol ni a sombra. Sobre todo sus hermanas, que
me miran con cara de pocos amigos en cuanto trato de acercarme.
Vale, las tradiciones son importantes, de acuerdo, ¡pero joder, no
pensé que se lo tomarían tan a pecho!
El corazón se me encoge cada vez que cruzo miradas con Luana,
pues puedo notar en sus ojos la necesidad creciente por mí. Se ve
que necesita el alivio que solo mi cuerpo puede darle con la misma
urgencia que lo necesito yo.
—Pronto, mi princesita… Muy pronto… —digo furtivamente en su
oído cada vez que nos vemos a escondidas en alguna cena familiar.
La vez que más cerca estuvimos el uno del otro fue cuando se
realizó el anuncio formal de nuestro casamiento en la gran terraza
del palacio. Las puertas del palacio se abrieron al público para la
ocasión y los jardines iluminados con candiles de colores pronto se
llenaron con miles de personas. Uno por uno salimos al balcón para
saludar a la multitud. Cuando fue el turno de Luana, advertí su
nerviosismo y logré escabullirme a su lado sin que nadie de su
familia lo advirtiera y cogí su mano entre las mías. Ella levantó su
cabeza hacia mí sorprendida y con sus ojos llenos de lágrimas
alcanzó a dibujar con sus labios la palabra “gracias” antes de que el
rey pusiera el grito en el cielo al vernos juntos.
Ahora doy vueltas en mi cama incapaz de conciliar el sueño
porque mañana es el gran día. Imagino a mi Luana suplicando por
mis caricias y mis besos. Cada vez que cierro los ojos puedo ver el
fuego de sus ojos, su cuerpo ardiente enredado con el mío. Alá
dame fuerzas. Falta tan poco para nuestra noche de bodas y ella no
tiene idea de lo que le espera…
Totalmente espabilado me siento de golpe en la cama y bufando
arrojo el edredón al suelo antes de encender la lámpara de la
mesita. ¡A la mierda el protocolo! Están equivocados si piensan que
unas estúpidas reglas van a detenerme. Resuelto me cubro apenas
con una túnica ligera y salgo al pasillo sin hacer ruido,
prometiéndome que no será más que un momento. Solo quiero
tenerla en mis brazos y asegurarle que todo va a estar bien.
A estas horas de la noche no hay nadie deambulando por el ala
real. Los pocos guardias que notan mi presencia hacen de cuenta
que no han visto nada. Recorro los pasillos descalzo sintiendo el
mármol frío en mis pies. Tomo aire al adentrarme en el ala de
huéspedes. Todas las puertas están cerradas y contengo mi
respiración temiendo hacer el menor ruido. Cuando consigo llegar
hasta su puerta sin ser visto respiro aliviado. En el aire flota aún el
dulce aroma de su perfume y sonrío complacido. Luego pruebo a
abrir la puerta y al comprobar que no han echado el cerrojo
humedezco mis labios anticipando el sabor de su piel.
Entro a hurtadillas y en la penumbra puedo oír su respiración.
¿Dormirá? Enseguida obtengo mi respuesta cuando al rozar su
cabello con la punta de mis dedos ella abre los ojos y al verme salta
de la cama colgándose de mi cuello y besándome por toda la cara
susurrando cuanto me ha echado de menos. ¡Lo sabía! Algo en mi
interior me decía que mi princesa estaba tan desvelada como yo y
me esperaba con ansiedad.
—No temas, nena. Ya estoy aquí.
Su sonrisa brilla en la oscuridad.
—Zadir, mi amor, en apenas unas horas seré tu esposa. ¡Me hace
tanta ilusión!
Sus palabras tocan una fibra profunda de mi ser. Mi apetito por
ella es más fuerte que nunca, pero aún más fuerte es mi necesidad
de protegerla y cuidarla. A su lado me siento feliz. Deseo estar junto
a ella sin más, aunque aún no sea el momento de hacerla mía,
simplemente disfrutando de su compañía. ¡Eso jamás me había
ocurrido antes con una mujer!
Hundo mi nariz en su cuello, aspirando su perfume, mientras
deslizo mis manos por su cintura y sus caderas admirando la forma
en que el camisón de algodón se ciñe a su cuerpo. La imagino
llevando en su vientre a mi hijo y ese pensamiento basta para que
mi cuerpo se estremezca de necesidad.
—Eres perfecta —digo metiéndome en su cama bajo las sábanas
tibias y cubro nuestros cuerpos con el edredón. Ella se arrebuja
gimiendo contra mi pecho y su melena de rizos rojos queda
esparcida sobre la almohada. La miro con mis ojos entornados
llenos de deseo y ella me mira anhelante.
—Zadir, creo que no deberíamos…
Trago saliva haciendo un esfuerzo sobrehumano por controlar mi
pasión.
—No deberíamos, pero te mueres por hacerlo. ¿Es eso, mi amor?
Tímidamente sonríe afirmando con la cabeza y yo beso su cuello
gruñendo como un cavernícola en su oído.
—Duerme, nena. Sabes que tú eres todo para mí, pero quiero que
mañana sea el mejor día de nuestras vidas, y para eso necesitas
descansar.
Ella coge mi brazo con ambas manos y juguetonamente se lo
pasa alrededor de su cuerpo para sentir mi abrazo, y yo sonrío
pegándola aún más a mi cuerpo.
—Ahora que estás conmigo me siento en paz—susurra ella—. Por
favor, duerme conmigo hasta mañana.
—Te prometo que no me moveré de aquí. ¿Vale?
Ella sonríe en su almohada y cierra los ojos.
—Vale.
Deslizo mi mano hasta su vientre y la dejo allí pensando en
nuestros futuros hijos.
—Nunca más estarás sola —digo con un nudo de emoción en la
garganta.
Poco a poco su respiración se vuelve más lenta y profunda.
Pronto la veo dormir y sonrío satisfecho. También yo cierro los ojos y
me dejo ir tras ella hacia el mundo de los sueños, donde juntos
esperaremos la mañana.
Capítulo 11
LUANA

Por la mañana abro los ojos estirando mis brazos con cuidado
para no despertarle. Me vuelvo en la cama con una sonrisa
esperando verle, pero hago una mueca al descubrir que se ha ido.
Confundida me siento en la cama mirando el espacio vacío donde
él estuvo anoche y paso mi mano por él comprobando que aún está
tibio. Bostezando pongo mis pies en la alfombra y camino hasta el
espejo de cuerpo entero. Sonrío al ver mi imagen con el pelo
revuelto y las mejillas sonrosadas. Pocas veces antes he
descansado tan profundamente. Ha sido un sueño reparador, justo
lo que necesitaba para estar espléndida en el día más importante de
mi vida. Por primera vez en mucho tiempo me gusta la imagen que
el espejo me devuelve y sonrío de oreja a oreja. Me siento hermosa
y querida, una combinación de sentimientos que nunca había
experimentado antes. ¡Y se siente fenomenal!
A las siete en punto una criada llama a la puerta trayendo el
desayuno y me lo sirve en la cama mientras disfruto de los pocos
minutos de paz de que dispongo antes de que mi día se transforme
en un verdadero caos.
Al bajar a la planta baja todo el mundo va de un lado a otro con
los nervios de punta. No bien se percatan de mi presencia los
organizadores me rodean con preguntas de todo tipo. Durante unos
instantes me veo abrumada por la situación, pero pronto me calmo y
empiezo a tomar decisiones y dar órdenes a la mujer alta y
sofisticada que dirige al ejército de hombres y mujeres que trabajan
en los distintos salones y en la cocina para que todo esté en
perfectas condiciones a la hora de la ceremonia.
—¡Ven a ver esto! —exclama Hami sorprendiéndome mientras tira
de mi manga. Levanto una ceja interrogante y ella me arrastra hacia
los jardines.
—¿Qué ocurre, preciosa? —pregunto mientras doy una carrerita
detrás de la niña que corre sin parar, pero Hami se limita a sonreír
sin decir ni media palabra.
Caminamos durante un rato rodeando el lago y al otro lado, en un
sector del parque que no había visitado antes, llegamos a un palmar
y detrás de él entreveo un edificio de estilo árabe que me quita el
aliento. Es un palacete en miniatura que con sus columnas y sus
arcos rosados se asemeja a una bandada de flamencos.
—Vaya, ¿de dónde ha salido esto? —pregunto boquiabierta
admirando las cúpulas doradas. Aquello no puede estar hecho de
oro. ¿O sí? Conociendo a Zadir todo puede ser posible.
Hami se encoge de hombros.
—No lo sé, pero han estado trabajando sin descanso para
acondicionarlo para ti. Es estupendo, ¿a que sí?
—Maravilloso —concuerdo—. Echémosle un vistazo.
Empujo la primera puerta y lentamente atravieso una especie de
recibidor en cuyo extremo hay una segunda puerta. La abro con
cuidado y veo una cama redonda inmensa con sábanas de seda
negras. Junto a ella hay un gran jacuzzi iluminado y una hilera de
velas rojas rodeando su borde. Mi corazón da un vuelco al descubrir
que el techo está cubierto por un espejo de cuerpo entero, y de
golpe caigo en la cuenta del verdadero propósito del palacete. Me
tapo la boca con una mano. ¡Jolines, este debe ser el misterioso
Palacio de los Suspiros que mencionó Zadir! Madre mía, es tan
lujoso y sensual... ¿De veras pasaremos aquí nuestra noche de
bodas?
La voz de Hami me sobresalta.
—Oye Luana, yo también quiero ver, ¿qué hay aquí dentro?
Me vuelvo bruscamente antes de que la niña pueda entrar y cojo
su manita arrastrándola hacia fuera.
—Esto… nada interesante… una habitación en refacción… Está
todo sucio, será mejor que nos marchemos o acabaremos las dos
con las ropas manchadas de yeso.
Logro arrastrarla hacia fuera. Hami levanta su barbilla y me mira
desafiante.
—¿Por qué no puedo ver? ¿Acaso es secreto?
Afirmo con la cabeza sin saber qué decirle.
—Es un secreto entre tu tío y yo.
La niña se encoge de hombros, da media vuelta y empieza
caminar ofendida.
—Pues por lo que me importa…
Corro hacia ella para alcanzarla y le cojo la manito sonriéndole.
—¡No seas tonta, no es nada! Aquí viviré con Zadir por unos días
después de la boda, solo es eso —me agacho hasta quedar a la
altura de los ojos de la niña y añado—. ¿Me echarás de menos?
Su ceño fruncido se suaviza y al hacerle unas cosquillas debajo
de los brazos echa a reír y me abraza.
—¡Claro que te echaré de menos! — Se aparta para mirarme con
sus grandes ojos negros—. ¿Podré visitaros mientras tanto?
—¡Por supuesto! Serás nuestra huésped de honor. ¿Trato hecho?
Alargo mi mano y Hami me la estrecha sonriente.
—¡Hecho!
De camino al palacio ella se detiene de golpe y me mira con un
brillo pícaro en los ojos.
—Si me prometes que guardarás el secreto, puedo enseñarte el
atajo por el que puedo salirme del palacio sin que los guardias me
vean.
Intrigada la observo durante unos segundos con los ojos
entrecerrados.
—Prometido —digo llevándome una mano al corazón y ella sonríe
dando un saltito de alegría antes de arrastrarme en dirección a la
muralla.
Al llegar a un sitio bastante alejado y oculto entre arbustos, Hami
se detiene y tras asegurarse que nadie nos ve, tira de una cadena
escondida en la tierra y de repente se abre una cubierta de madera
llena de polvo dando acceso a un pasadizo en el suelo. Lo examino
poniendo mis brazos en jarras. Al parecer es lo suficientemente
ancho como para que quepa una persona adulta.
Impresionada me vuelvo hacia la niña.
—Jolín, ¿lo has hecho tú?
—¡Qué va! Mi tío dice que este hueco debe llevar muchísimo
tiempo aquí, desde antes de que nuestra familia comprara estas
tierras. ¡Pero he sido yo quien lo ha descubierto! —añade con una
sonrisa orgullosa.
La miro atónita y levanto las palmas al aire.
—Espera un momento. ¿Quieres decir que tu tío sabe que te
escapas del palacio por aquí?
—Claro que sí —ríe divertida al ver mi estupor—. Él me ha dado
permiso para usarlo. Dice que soy la sobrina de un guerrero y que
tengo que aprender a valerme por mí misma.
Frunzo el ceño y niego con la cabeza.
—Vaya tela. Ya os daré a vosotros con eso de guerreros.
—¡Tú también eres guerrera! Si no lo fueras mi tío no te habría
elegido como esposa.
Sonrío emocionada ante sus palabras tan bonitas y la miro
tragando el nudo que se me ha puesto en la garganta.
—Pues pensándomelo bien, sí que soy capaz de dar guerra.
Sobre todo cuando tu tío se pasa de listo —le guiño un ojo y ella ríe
a carcajadas. De repente me pongo seria y añado—. Pero aún así
prefiero la paz de la familia.
Hami entonces baja los ojos y retuerce sus manitas tímidamente
como si no se atreviera a preguntarme algo muy importante. Me
agacho de nuevo poniéndome a su altura y le cojo las manitas.
—Dime, corazón, ¿qué tienes?
—Es que… me preguntaba si… —toma aire y se arma de valor
para mirarme a los ojos —…si después del casamiento tú y yo
seremos familia.
Parpadeo sorprendida y me emociono al ver que en sus pupilas
hay un brillo de esperanza. Limpiándome los ojos que han
empezado a escocerme exclamo sonriendo.
—¡Claro, tú y yo seremos familia! ¡Te prometo que nada podrá
separarnos!
La niña me abraza plantándome un beso sonoro en la mejilla y
regresamos al palacio tomadas del brazo como dos grandes
amigas.
Una hora antes de la ceremonia estoy paseándome de un lado a
otro comiéndome las uñas y repasando en mi mente una y otra vez
las palabras que deberé decir ante el altar. Justo en ese momento
mis hermanas irrumpen en mi habitación y pongo los ojos en blanco
sabiendo que lograrán ponerme aún más nerviosa.
—¡Luana, corazón —exclama Anastasia— te has echado un novio
guapísimo!
Sigil, mi hermana mayor, le da un codazo fulminándola con la
mirada.
—No seas tan babosa que le contaré a tu marido que le has
echado el ojo al novio de la peque.
Abro los ojos como platos sin creerme lo que estoy oyendo.
—¡Que es mi esposo! —exclamo indignada.
Las dos se miran con culpa y después se acercan para
abrazarme.
—Vale, niña, no te pongas así. Era solo una broma.
Mosqueada las miro primero a una y luego a la otra.
—¡Me caso en pocos minutos! ¿Creéis que estoy para bromas?
Las dos se vuelven a mirar y echan a reír incontrolablemente.
Bufo golpeando mis manos en mis rodillas.
—¡Dejarlo ya, que acabaréis volviéndome loca!
Mi estallido solo logra que mis hermanas rían con más fuerza aún.
Las miro de forma desafiante con una mano en mi cintura. Al ver
que no estoy bromeando, se acercan y cada una me coge de una
mano.
—Lo sentimos, hermanita —dice Sigil—. Es que estamos un poco
celosas porque nuestra boda no fue tan opulenta.
Anastasia exclama entusiasmada.
—¡Si parece una boda de cuento de hadas!
Sus palabras me halagan y me sonrío sin poder evitarlo. Ellas me
abrazan riendo conmigo.
—Vale —suelto un suspiro profundo— podéis quedaros, pero solo
si me ayudáis con este condenado vestido —digo llevándome las
manos a la cremallera de la espalda y tirando del cierre en vano.
—¡Luana, suelta que acabarás arruinándolo! A ver, déjame a mí.
Anastasia termina de ponerme el vestido de alta costura que
mezcla el estilo occidental con toques del estilo local más
conservador. Es una verdadera preciosidad, y aunque se ajusta a la
cintura acentuando mis curvas, no llevo escote y eso me da un aire
más enigmático. La falda tiene un vuelo de satén y cae en una cola
suntuosa de varios metros con un tejido de perlas de agua dulce y
cristales Swarovski. ¡Me pregunto cómo haré para cargar con todo
esto yo sola!
—Mmm, creo que aún falta algo —digo echando un vistazo por
encima de mi hombro. Mis hermanas siguen la dirección de mi
mirada hasta dar con el paquete que Zadir me ha enviado con un
mensajero hace menos de una hora.
—¿A qué esperas? ¡Ábrelo ya o moriremos de la intriga!
—Vale —sonrío y me vuelvo hacia el misterioso paquete.
Con manos temblorosas deshago el envoltorio y dentro veo algo
que parece un paño de tela negra. Casi al unísono mis hermanas se
llevan una mano al pecho.
—¡Oh, un velo árabe! ¡Como el de la princesa Yasmina! —
exclama mi hermana mayor.
Anastasia se vuelve hacia mí y nos miramos durante un momento
antes de soltar la carcajada. Las tres acabamos rodando de risa
sobre la cama. Cuando nos calmamos, me levanto para probarme el
velo frente al espejo.
—Es un niqab —les digo mientras me cubro el rostro con él—. Y
Zadir quiere que lo use esta noche en homenaje a su tradición.
—¿Y lo harás? —pregunta Sigil.
Sonrío orgullosa.
—Por supuesto, los deseos de mi esposo son órdenes.
Mis hermanas se miran suspirando y corren a abrazarme.
—¡Qué bonito! ¡Todo es tan romántico!
Entrecierro los ojos mirándolas fijamente y tratando de adivinar si
hablan en serio o están de coña. Al ver que va en serio me relajo y
examino con calma como me queda el conjunto completo. Camino
unos pasos y luego giro mirándome en el espejo observando como
el vuelo de la cola del vestido flota detrás de mí.
—Es perfecto —dicen mis hermanas a coro—. Ahora luces como
una princesa —comentan con una sonrisa guiñándome un ojo.
Hago una mueca poniendo los ojos en blanco, pero por dentro no
puedo evitar sonreír porque ellas tienen razón. Al fin me siento como
una princesa de verdad, con mi vestido soñado y con mi príncipe
azul. Suspiro porque jamás pensé que llegaría el día en el que me
sintiera de esta manera. Pero Zadir ha logrado que cambie mi punto
de vista y acabe aceptando que la vida de princesa no está tan mal
después de todo.
Cuando se abren las puertas de la sala donde se celebrará la
boda aprieto nerviosa el ramo que llevo en las manos. El sitio es
muy pequeñito y acogedor. La mayor parte de los invitados aguarda
en el salón de baile donde se hará la fiesta. Es costumbre que
únicamente a las personas más allegadas a los novios se les
permita asistir a la unión sagrada del matrimonio. A mi lado están
mis padres, que se ven incluso más nerviosos que yo, y me vuelvo
hacia ellos cogiéndoles de la mano para darles ánimo.
—Saldrá todo bien —les aseguro.
Mi madre me sonríe apretando mi mano con lágrimas en los ojos
y al ver que está a punto de llorar frunzo el ceño inclinándome para
limpiar su rostro.
—¡Mami, que se te correrá el rímel y quedarás hecha un desastre!
—No me importa, hija —niega con la cabeza sonriendo—. Déjame
disfrutar de este momento a mi aire, porque llevo deseándolo desde
que eras una niña.
Sonrío a mi vez emocionada, sorbiendo por la nariz y luchando
por contener las lágrimas.
—Te amo, mami. Gracias por todo.
—Y yo te amo a ti, querida. Eres un sol para mí y para tu padre.
La música empieza a sonar y tomo aire antes de empezar a
caminar hacia el altar donde nos espera el oficiante vestido con un
gran turbante blanco. Con la mirada busco a Zadir sin verle, y
cuando al fin le veo mi corazón da un vuelco y en mi estómago
revolotean cien mariposas. ¡Vaya, está más guapo que nunca! Su
presencia quita el aliento, le veo tan majestuoso como el día de su
asunción al trono. Pero esta vez en sus ojos no hay frialdad, qué va,
lo que hay es una calidez y una emoción tan palpables que me las
transmite con cada mirada.
Mi padre me sacude del brazo delicadamente y me mira
preocupado porque la mandíbula se me ha caído al suelo al ver a mi
futuro esposo. Consigo componerme y enderezo la espalda para
reanudar la marcha sin poder apartar los ojos del jeque. ¡Dios mío,
es tan grande que domina el recinto! A su lado todos
empequeñecemos, incluso los guardias. Siento que camino entre
algodones y si mis padres no me sostuvieran de seguro ya habría
caído redonda sobre el suelo.
Al llegar junto a Zadir mis padres están obligados a hacer una
reverencia al jeque, que toma mi mano para que subamos juntos la
pequeña escalinata hacia el altar. Levanto mi cabeza y él me mira a
los ojos antes de quitarme el velo sonriendo. No puedo dejar de
admirar su belleza, y por su reacción estoy segura que a él le
sucede lo mismo conmigo. El oficiante carraspea y nos volvemos
hacia él.
La ceremonia se conduce mitad en árabe y mitad en mi idioma
para que mi familia también pueda entender lo que ocurre. El
oficiante cuenta historias del Corán y habla acerca de promesas y
juramentos, de momentos felices y momentos difíciles, pero hay dos
palabras que repite a menudo y cada vez que lo hace miro de reojo
a Zadir para observar su reacción. Esas dos palabras son “Para
siempre”.
Me emociona pensar que estaré junto a mi esposo para siempre,
pero a la vez mi corazón tiembla al pensar en la posibilidad de que
su compromiso no sea tan fuerte como el mío. Es entonces cuando
las palabras de Nadia vuelven a resonar en mi cabeza llenándome
de dudas. Intento alejarlas de mi mente y observo los ojos de Zadir
buscando esa confirmación que tanto necesito. Sonrío al
encontrarla, pues todo lo que veo en sus ojos es adoración y una
dedicación exclusiva a mí. Suspiro aliviada decidiendo que confiaré
en él sin reservas, y de esta manera ahuyento los malos
pensamientos, justo a tiempo porque en este mismo instante el
oficiante se dirige a Zadir diciendo que si él me acepta, a partir de
este momento me convertiré en su esposa, y él tendrá la obligación
de cuidarme suceda lo que suceda.
Temblando de anticipación me vuelvo hacia él, que me mira con
su firmeza y seguridad características.
—Te acepto como mi esposa, mi adorada Luana. Y prometo
cuidarte para siempre.
La sala ha desaparecido y siento que solo Zadir y yo existimos
cuando alargo mi mano para que me coloque la alianza que me
unirá definitivamente a él. Tras ello, Zadir coge mi barbilla y yo cierro
los ojos al sentir su respiración sobre mi boca. Va a besarme ante
todos y suavemente apoyo mis labios en los suyos. Al sentir su
contacto me estremezco y suspirando abro mi boca para dejarle
saborearme a su antojo. Pero Zadir apenas permite que nuestras
lenguas se toquen levemente. Luego se aparta sonriendo con
malicia, pero en sus ojos puedo ver la promesa de una noche
inolvidable.
Zadir me coge de la mano y juntos bajamos las escalinatas hacia
donde la gente nos espera para darnos la enhorabuena. Fuera de la
sala y en medio de la multitud que nos rodea, mi flamante esposo no
se aparta ni un segundo de mí, rodeando mi cintura por detrás con
sus grandes brazos, tan protector como siempre. De repente le
siento inclinarse sobre mi oído y susurrar con su voz grave.
—No puedo esperar más, nena.
No necesita decir más porque con su mirada sugiere el resto. Le
devuelvo una mirada pícara porque es lo mismo que siento yo. No
puedo esperar a estar junto a él, por primera vez como esposos.
Después de recorrer todas las mesas del gran salón, recibiendo
los buenos augurios de los invitados, por fin tomamos asiento en
nuestra mesa por la que los camareros desfilan dejando a su paso
manjares exquisitos. Saboreo el salmón con trufas y salsa de cava
gimiendo de placer, pero al ver que Zadir no prueba bocado me
quedo mirándole y cuando le veo ponerse en pie frunzo el ceño.
—¿Dónde vas, mi amor?
—Ya regreso, nena. No te muevas de aquí.
Ladeo la cabeza intrigada.
—¿Sucede algo?
—Todo está bien —dice guiñándome un ojo—. Regreso en un
momento.
—Vale, aquí te espero —pongo morritos y añado—. Pero te aviso
que para consolarme tendré que encargarme de aquel trozo de
pastel de chocolate.
Él acaricia mi mejilla con una mirada de satisfacción.
—Así me gusta, nena. Aliméntate bien porque esta noche
necesitarás de todas tus energías.
Con una sonrisita tonta en los labios le sigo con la mirada hasta
que sale del salón. Meneo la cabeza sin poder creérmelo. Ahora soy
la esposa de ese hombretón maravilloso, pienso llena de orgullo y
levanto mi mano para examinar de cerca el anillo que reluce en mi
dedo. Es un aro de oro y diamantes con una gran piedra roja
engarzada. Me ha dicho que ha escogido el rubí porque simboliza la
pasión que nos tendremos de por vida. ¡Madre mía, al final mis
hermanas tenían razón! ¡Me he casado con un hombre de lo más
romántico!
Río para mis adentros en tanto los invitados siguen acercándose
a la mesa para darme la enhorabuena. Converso con varios de ellos
aunque mi atención continúa centrada en la puerta por donde ha
salido mi esposo. No han transcurrido más de dos minutos cuando
advierto que Nadia de repente se levanta de su mesa cogiendo su
bolso y empieza a andar hacia la salida. El corazón se me encoge y
siento un calor ardiente en mis mejillas. Durante unos minutos me
debato porque no sé si seguir aquí sentada charlando con los
invitados como si nada, o ir a ver qué narices está sucediendo allí
fuera. Cuando ya no puedo soportar la ansiedad me disculpo
poniéndome en pie ante la mirada curiosa de mis acompañantes y
enfilo a toda prisa hacia la puerta. A mitad de camino me detengo
pensativa y vuelvo sobre mis pasos para dar un rodeo que me
permita salir por la puerta trasera. Es mejor que nadie sospeche que
estoy siguiendo a mi esposo.
Empiezo a bajar las escaleras, pero en uno de los descansos hay
una cristalera enorme que da directamente a los jardines. Antes de
dar un paso más decido echar un vistazo y me llevo una mano al
pecho porque veo algo que hace que me corra un frío por la espina.
Lejos del sendero que dibujan las farolas, la princesa Nadia se ha
encontrado con mi esposo y le coge de la mano conduciéndole en
dirección al lago.
El Palacio de los Suspiros, pienso de inmediato y cierro los puños
con furia echando a correr escaleras abajo.
Por favor no, por favor no… Que no sea cierto, me repito sin cesar
mientras les sigo alrededor del lago hasta que al final del camino me
detengo temblando de rabia y dolor al verles entrar en el palacete.
Una lágrima caliente cae por mi mejilla y me quito los tacones
para regresar al palacio corriendo, arrastrando la cola de mi vestido
de bodas por el suelo sin importarme que se estropee.
Mis peores temores se han hecho realidad. Me maldigo porque en
el fondo sabía que todo esto era demasiado bueno para ser
verdadero. Las lágrimas no me dejan ver por donde ando y me las
limpio con furia. En vez de regresar al salón decido ir directamente a
la habitación de huéspedes. Tras cerrar con un portazo empiezo a
quitarme el vestido a toda prisa para ponerme mi antigua falda de
secretaria, una blusa y un abrigo. Meto el resto de mis pertenencias
en la maleta con intención de partir esta misma noche, pero en el
último momento decido que no necesito llevarme nada de aquí y tiro
a un lado la maleta aún abierta.
Al salir de la habitación dudo y me detengo junto al aparador.
Quiero salir lo antes posible de este sueño hecho pesadilla, pero
antes de hacerlo debo asegurarme que Zadir no me busque. Sin
pensarlo cojo una hoja de papel y un boli. Entrecerrando los ojos
con rabia empiezo a escribir a borbotones. Pongo que le he visto
con su prima, que les seguí hasta el Palacio de los Suspiros, que
jamás debí confiar en él y que ahora que lo veo todo claro, lo que
había entre nosotros se ha acabado. También le suplico que no me
busque, que no quiero volver a verle jamás.
Me detengo mordisqueando la punta del boli releyendo lo que
acabo de escribir. Con mano temblorosa firmo el mensaje antes de
escabullirme fuera del palacio tratando de no ser vista. Mientras
atravieso el jardín trato de orientarme buscando el sitio donde se
encuentra el pasadizo de Hami. Al pasar junto a la fuente de los
deseos me detengo para recuperar el aliento, y pasándome una
mano por la frente sudorosa me quedo observando mi anillo de
boda. Resuelta me lo quito del dedo de un tirón y lo arrojo al agua.
Luego volteo a mirar por última vez hacia el palacio lleno de luces y
música festiva.
Me aparto de allí a toda prisa, refugiándome en las sombras. Con
suerte en unas horas estaré muy lejos de este maldito reino, en
algún sitio donde Zadir jamás pueda encontrarme.
Capítulo 12
ZADIR

Miro el tosco objeto envuelto en papel de seda rosado con un


gran moño color borgoña ubicado justo en medio de la cama
redonda y sonrío.
—Joder, ha quedado estupendo. Debo admitir que tienes buen
gusto, prima.
Nadia me guiña un ojo sonriendo.
—¡Ay, primo, qué sería de ti sin mi valiosa ayuda!
La miro con el ceño fruncido.
—No te pases de lista —le advierto y ella se encoge de hombros y
sonríe. Sin dejar de mirar el envoltorio añado—. Me imagino la cara
que pondrá Luana al encontrarse semejante obsequio.
—¿A qué esperas? —dice mi prima dándome un codazo para
animarme—. Tu esposa debe estar tan ansiosa como tú. ¡Anda, ve a
buscarla! Es tu deber hacerla la mujer más feliz del mundo—dice
Nadia con una sonrisa llena de emoción.
Miro a mi prima con orgullo. Ya no hay rastros de aquella chiquilla
insufrible y caprichosa que me hacía la vida imposible. Agradezco al
cielo que se haya dado cuenta a tiempo que mi corazón es de una
sola mujer. En sus ojos puedo ver que su alegría por Luana y por mí
es sincera.
—Tienes razón, la he hecho esperar demasiado—digo—. Iré a
buscarla. Gracias por ayudarme a planear la noche perfecta, primita.
Ella baja la mirada tímidamente.
—No es nada, Zadir. Sabes que te quiero mucho.
—Y yo a ti.
Salimos al jardín para volver a la fiesta, pero a mitad de camino
veo que uno de los guardias llega corriendo hasta nosotros con una
expresión preocupada. Me detengo y le miro con impaciencia.
—¿Qué rayos ocurre?
—Es vuestra esposa, alteza…
Mi corazón se salta un latido al oír la mención de mi Luana. De
inmediato cojo al guardia por las solapas de su uniforme.
—¡Habla, carajo!
Tartamudeando me informa de que mi esposa ha sido vista a una
legua del palacio. Dos guardias que patrullaban la zona se
acercaron para interrogarla, pero ella les convenció de que solo
estaba dando un paseo y les ordenó regresar al palacio. Los
guardias pensaron que vuestra majestad estaría cerca de ella y no
les quedó más remedio que obedecer la orden. Creo que ha sido un
error de nuestra parte dejarla ir…
Siento un ramalazo de terror mezclado con cólera que me recorre
el cuerpo.
—¿Un error? —pregunto con sarcasmo y aprieto cada vez más
fuerte el uniforme del guardia—. ¿Un puto error? ¡Sois unos ineptos!
Estoy tan tenso que he levantado en vilo al guardia y sus botas no
tocan el suelo. Lo suelto con un bufido dándome la vuelta y echo a
andar en dirección a la caseta de los guardias para ver a Dumar.
¡Mierda, esto no puede estar ocurriendo! ¿Qué estaría haciendo mi
Luana allí fuera?
Al advertir que Nadia corre tras de mí me vuelvo molesto hacia
ella y le indico con un gesto brusco que regrese al salón y se
asegure de que nadie sepa lo que está ocurriendo. Echo a correr a
toda velocidad y llego a las puertas del palacio en menos de un
minuto. Al encontrarme con Dumar nos basta una mirada para
comunicarnos. Él ya ha reunido a sus hombres organizándoles en
patrullas de búsqueda. Me paseo delante de ellos como su general y
se cuadran ante mí con sus espaldas erguidas y la mirada alerta.
—¡Atención! ¡Os quiero a todos dando vuestro mayor esfuerzo!
¡Traer a mi esposa sana y salva antes de medianoche!
Luego me vuelvo hacia Dumar que pone una mano sobre mi
hombro reasegurándome.
—Tranquilo, amigo. Estaré al mando de la búsqueda y te prometo
que pronto la encontraremos.
Asiento mirándole con agradecimiento y luego salimos corriendo
en direcciones opuestas. Dando grandes zancadas entro en el
palacio y sin perder un momento subo las escaleras dirigiéndome
directamente a la habitación donde Luana ha estado las últimas
horas. La puerta está cerrada y maldigo entre dientes arremetiendo
contra ella con tanta fuerza que la dejo hecha astillas. Examino la
habitación de un vistazo y el corazón se me encoge al comprobar
que Luana no está aquí.
Estoy a punto de volver a salir cuando alcanzo a ver sobre el
aparador una hoja de papel doblada en dos partes con mi nombre
manuscrito. Me paso una mano por el pelo temiendo lo peor, luego
empiezo a leer.
La caligrafía es temblorosa y estoy tan agitado que necesito leer
cada línea más de una vez. Pone que me ha visto con Nadia y
piensa que la he traicionado con ella. Cierro los ojos al darme
cuenta de mi error. Debí haberme quedado con Luana en todo
momento y olvidar aquella estúpida promesa infantil. Furioso
conmigo mismo arrugo la hoja de papel en un puño y me la guardo
en el bolsillo.
¡Es absurdo pensar que podría ser feliz con otra mujer después
de conocer a mi Luana! Pero ahora me doy cuenta que no he sido lo
suficientemente transparente con ella. No he abierto mi corazón
como lo tendría que haber hecho. ¡Si ni siquiera le he dicho aún que
la amo! Todo esto ha sido mi culpa y si no lo arreglo pronto no me lo
perdonaré jamás.
Maldiciendo para mis adentros me dejo caer en la cama donde
aún puedo sentir su perfume en la almohada, y me tomo la cabeza
con las manos sintiéndome derrotado. Si algo le llegara a pasar a mi
Luana allí fuera… ¡No, no puedo siquiera pensar en esa posibilidad!
Levanto mis ojos al cielo suplicando que nada malo le suceda a mi
esposa.
De golpe siento un ruido a mis espaldas y me tenso volviéndome
expectante.
—¡Aquí estás! ¡Dime qué cojones le has hecho a mi niña!
Me pongo en pie de un salto al ver entrar al rey que observa la
puerta hecha trizas con preocupación y luego me mira
fulminándome con sus ojos claros.
—Se ha ido —digo apenado—. Pero he enviado patrullas a
buscarla y no descansaré hasta encontrarla.
—Ya la hemos encontrado —repone el rey con calma.
Abro mis ojos con sorpresa y me acerco a él exigiéndole que me
explique qué leches ocurre aquí.
—Supe que Luana se había ido antes que tú, gracias a ella —el
rey se aparta y detrás suyo puedo ver a Hami que me mira
tímidamente como si pensara que ella es la culpable de lo que está
ocurriendo. Tiendo mis brazos hacia ella y, después de vacilar
durante un instante, corre hacia mí y se abraza contra mi pecho
llorando desconsoladamente.
—Ella aún te quiere, ¿verdad tío Zadir? —pregunta con labios
temblorosos y sorbiendo por la nariz.
Miro sus grandes ojos enrojecidos por la tristeza y se me encoge
el corazón. Antes de responder debo tragar saliva.
—No lo sé —digo al fin.
Ella me aprieta más fuerte tratando de consolarme.
—No te preocupes, tío. Verás que pronto regresará.
El rey se acerca a nosotros y pone una mano sobre mi hombro.
—Zadir, te aseguro que Luana está a salvo. Cuando Hami se dio
cuenta de que mi hija no estaba en el salón, salió a buscarla y la vio
justo en el momento en que tomaba un pasadizo subterráneo que
cruza la muralla —abro los ojos sorprendido y antes de que pueda
interrumpirle él prosigue—. Asustada corrió a darnos aviso y de
inmediato envié a mi chófer a rastrearla. La encontró en la carretera,
no estaba demasiado lejos de aquí, pero ella no ha querido regresar.
Una de sus hermanas y su esposo han decidido quedarse junto a
ella. Esta noche se alojarán en el hotel del pueblo.
—¡Debemos ir para allá! —digo alzando a Hami en un brazo, listo
para partir hacia el pueblo.
El rey hace un gesto con la mano para detenerme.
—Es mejor no apresurarse. Debemos dejar pasar unos días. La
herida está abierta y puedes hacerla más profunda si no tienes
cuidado.
El rey me mira con ojos suplicantes, haciendo un esfuerzo por
calmar mis ánimos. Es un hombre alto y corpulento, pero a mi lado
parece pequeño y frágil. Sabe que no puede imponer su autoridad
sobre la mía, y que cualquier intento de detenerme por la fuerza
será en vano. Nuestras culturas son muy distintas pero sé que
nuestro temperamento es muy parecido, y por ello aprecio el
esfuerzo que está haciendo por razonar conmigo. Debo refrenar mis
impulsos si no quiero perder a Luana para siempre. Es un alivio
saber que mi esposa está a salvo con su familia, pero también sé
que soy su hombre y ella nunca se sentirá verdaderamente a salvo
si no es a mi lado.
Según se marchan los invitados permanezco aislado en mi
terraza, mirando el horizonte sin luna, maldiciendo a mi estrella que
me ha dado a la mujer más especial que he conocido jamás solo
para luego quitármela sin piedad dejando un vacío en mi vida.
Al día siguiente amanezco con el cuerpo adolorido, pues me he
quedado dormido en uno de los sillones de la terraza. En cuanto
termino de vestirme ordeno a mi gabinete que se presente en la sala
de juntas. He decidido que hoy será un día como cualquier otro en
mi reinado. Trabajaré como si nada ocurriera para ocupar mi mente
en algo productivo, porque sé que como me detenga a pensar por
un segundo en mi esposa no tardaré en derrumbarme.
El día transcurre lentamente, arrastrándose sobre su panza como
un caracol. Por momentos el dolor me deja respirar, pero enseguida
la imagen de Luana invade hasta el último rincón de mi mente y el
alma se me vuelve a caer a los pies. Al caer la tarde decido salir a
tomar el aire para despejarme y acabo sentado en el borde de la
fuente de los deseos, pensando en lo maravilloso que sería si solo
bastara con tirar una moneda y pedir un deseo para traer a mi
esposa de vuelta. Es entonces cuando noto un extraño resplandor
rojizo en el interior de la fuente y me enderezo examinando el agua
transparente con atención. Al descubrir el anillo de boda de Luana
en el fondo siento un repentino dolor en el pecho, como si una mano
invisible me desgarrara para arrancarme el corazón. Casi sin aliento
lo recojo y me quedo mirándolo durante un buen rato pensando en
nuestra unión sagrada y en como lo he arruinado todo en un
instante. Después de guardar el anillo con cuidado regreso abatido a
mi despacho.
Los días siguientes se me hacen eternos y me siento como si
estuviera atrapado dentro de una pesadilla. Cumplo con mis
deberes de forma automática sintiendo que la vida ha cesado de
tener sentido. Pero me debo a mi pueblo, y a pesar del dolor que me
causa la ausencia de mi esposa, debo seguir gobernando.
Cada día recibo un informe con noticias de Luana. Varias veces
he pedido que se ponga al teléfono, pero ella se resiste a hablar
conmigo y termino hablando con su padre para desahogarme. El rey
me escucha pacientemente y me aconseja tener prudencia.
¡Prudencia, prudencia! ¡Estoy hasta los cojones de ir con tanta
prudencia! Reprimir mis impulsos de salir a buscarla y tomar lo que
es mío me está matando. Es cierto que la he cagado y no he
pensado en las consecuencias de mis actos, por más inocentes que
hayan sido, pero no puedo permanecer de brazos cruzados. Ese no
es mi estilo. Jamás nadie me ha limitado, ni siquiera mis enemigos.
Encerrado en mi despacho me siento como una fiera enjaulada. Doy
un golpe a la mesa soltando un taco. No poder desplegar todo mi
poder me llena de infinita frustración.
Tomo aire y miro el desierto inmenso a través de mi ventana. Esto
no puede seguir así. Necesito ver a mi esposa o acabaré
enloqueciendo.
Sin pensarlo cojo el móvil y vuelvo a llamar a mi suegro. Insisto
tanto que para calmarme acaba invitándome a su castillo. De
inmediato suspendo todos los compromisos del día y en menos de
una hora el helicóptero está preparado para mi partida.
Pasado el mediodía aterrizo en los jardines de la residencia real.
Al bajar del vehículo miro a mi alrededor con la esperanza de verla a
ella, pero solo veo a una comitiva de ministros y a los reyes que han
salido a darme una bienvenida formal. Me acerco a ellos y bufando
con mal genio pregunto.
—¿Dónde está ella?
El rey y la reina se miran y luego se vuelven hacia mí
carraspeando nerviosos. Al ver que no me dicen nada me
impaciento.
—¿Qué cojones ocurre aquí? —siseo con el ceño fruncido
reprochándoles su actitud. Avanzo decidido y mis suegros
retroceden intimidados por mi vehemencia. Los guardias reales se
interponen entre nosotros y me miran de forma amenazante. Al ver
que está a punto de liarse una muy gorda el rey interviene
levantando las manos en señal de paz y me pide que entremos para
hablar como personas civilizadas. Enfurruñado les sigo hasta la sala
real donde me invitan a sentarme frente a la chimenea, y mientras el
rey echa leños para alimentar el fuego yo me quedo de pie y
empiezo a pasearme inquieto de un lado a otro.
—Toma asiento, por favor —insiste la reina.
Desafiante pongo mis brazos en jarras y les miro echando
chispas.
—Mi esposa no está aquí, ¿verdad?
Tanto el rey como la reina permanecen cabizbajos. Al no recibir
respuesta estallo.
—¡Debéis decirme dónde coño tenéis a mi esposa! ¡Es mi
derecho saberlo!
El rey se pone en pie para enfrentarme.
—Luana no está aquí, Zadir. Lo siento. Se ha ido a vivir al pueblo.
Al ver que cierro mis puños con furia, el rey se apresura a
calmarme.
—Descuida, ella está a salvo. Hay guardias protegiéndola y te
aseguro que vive tranquila y no le falta nada.
Frunzo el ceño incrédulo. ¿Hombres protegiéndola? ¡Aquí el único
hombre que puede proteger a mi esposa soy yo! Indignado señalo al
rey con un dedo.
—¿Que no le falta nada? —pregunto cabreado y luego exclamo
batiendo mi pecho con fuerza—. ¡Le falto yo! ¡Y sin mí le falta todo!
La reina intenta apaciguarme.
—Luana es feliz a su manera, joven. Por favor no complique más
las cosas. Enseña arte y dibujo a los niños en un colegio y sus
alumnos la adoran. Se lo ruego, ya la ha herido una vez, no vuelva a
hacerlo de nuevo.
Niego con incredulidad. ¿De veras cree que su hija puede ser feliz
sin mí? Luana necesita a su esposo y yo necesito llegar a ella.
—Llevarme con ella —digo mirando a los padres de Luana a los
ojos.
Alarmada la reina se levanta de su asiento.
—Zadir, por favor, es mejor no empeorar las cosas…
—¿Empeorar las cosas? ¿Acaso no os dais cuenta que las cosas
ya no pueden estar peor? —me vuelvo hacia el rey que se ha
acercado a su esposa y la abraza protector—. ¡No tenéis ni
puñetera idea de la tortura que significa para mí el paso de las
horas! ¿Es que no entendéis lo que estoy sufriendo sin vuestra hija?
Los reyes aspiran el aire ofendidos porque nadie nunca les ha
hablado de una forma tan franca. Pasándome una mano por la
frente, me siento frente a ellos y respiro para calmar mi
temperamento.
—Lo siento. Disculpar mi falta de decoro, pero es que no sé
hablar de otra manera. Quiero a vuestra hija con el alma. La amo
como nunca amé a ninguna mujer en mi vida. ¿Acaso eso no es
suficiente para vosotros?
El rey da un paso hacia mí.
—Entiendo como te sientes, Zadir —mira a su esposa antes de
añadir—. Créeme que lo entiendo.
Parpadeo sorprendido porque al mirar sus ojos de golpe puedo
ver en ellos una sabiduría que hasta este momento no había
percibido. ¿También ha tenido él que luchar para que su esposa le
aceptara? Le miro esperanzado.
—¿Me llevará hasta ella entonces?
El viejo aprieta los labios y se queda mirando el suelo como si
estuviera debatiendo consigo mismo antes de enderezar la cabeza
para consultar con una mirada a su esposa, que tras mirarme
durante un momento asiente levemente con un gesto. El rey se
vuelve entonces hacia mí con un nuevo brillo en sus ojos.
—Ahora mismo lo arreglaré todo.
Respiro aliviado y me pongo en pie para estrecharles la mano
agradeciéndoles su comprensión.
Unos minutos más tarde estoy en los jardines caminando de un
lado a otro y mirando mi reloj esperando impaciente por el rey que
ha ido a prepararse para el viaje al pueblo. Para mi sorpresa
aparece vestido con ropas de jinete y me conduce al establo real
donde los cuadreros ensillan dos caballos purasangre para
nosotros.
—No podemos llegar al pueblo en helicóptero sin levantar
sospechas — dice el rey y tras ello se monta hábilmente en su
caballo.
Hago lo propio y tomamos la carretera privada que conduce hacia
el pueblo. Iremos solo nosotros dos, me informa el rey, sin guardias
ni protección alguna, puesto que desea aprovechar el trayecto para
hablar conmigo acerca de algo importante.
Vale, me digo, lo que sea por volver a ver a mi esposa.
Capítulo 13
LUANA

Josef, uno de los niños más traviesos, se da prisa en terminar su


dibujo porque quiere ser el primero en pasar al frente de la clase.
Con una sonrisa pone su dibujo sobre mi escritorio.
—¿Señorita, a que no adivina lo que he dibujado?
Cojo la hoja con interés y entrecierro los ojos intentando descifrar
el dibujo del niño. Es una mezcla de formas y colores que
representa un animal, de eso estoy segura, aunque no podría decir
cuál de todos ellos.
—¿Un oso? —arriesgo, pero al ver la cara del niño contraerse en
una mueca de decepción sonrío añadiendo—. Vale, un oso no es,
pero ruge, ¿verdad?
El niño abre los ojos como platos y con una sonrisa radiante
exclama.
—¡Sí que ruge porque es un león! ¡Sabía que lo adivinaría!
Los demás niños levantan sus brazos agitando sus dibujos en el
aire reclamando mi atención.
—¡De a uno, niños! Os aseguro que los veré todos —digo
tratando de hacerme oír entre tanta gritería, cuando unos golpecitos
en la puerta me hacen desviar la mirada hacia el otro extremo del
aula. Lo que veo del otro lado del cristal hace que se me pare el
corazón.
Madre mía, no puede ser…
Zadir me observa sin decir una palabra. Trago saliva haciendo un
esfuerzo para ponerme en pie y camino hasta la puerta mientras los
niños hacen silencio y curiosos se vuelven a mirar al hombretón de
vestimenta extraña que les debe parecer un gigante. Tomo aire
antes de abrir la puerta.
—¿Qué haces aquí? —susurro sintiéndome tan nerviosa que no
puedo mirarle a los ojos—. Estoy trabajando, no puedo verte ahora.
Una de las niñas se cruza de brazos, y después de examinar a
Zadir con ojo crítico, se vuelve hacia mí.
—Es guapo. ¿Es su novio?
Sonrojándome miro a Zadir sin saber qué responder. Él levanta
una ceja y se dirige a la niña con su voz grave y atronadora.
—Luana es mi esposa. Y he venido a reclamarla.
Los niños abren los ojos como platos y yo me muerdo el labio
temblando de indignación. ¡Qué descaro! Fulmino a Zadir con la
mirada antes de volverme hacia mis alumnos.
—¡La clase ha terminado, niños, podéis salir al patio!
Los niños recogen sus cosas y pasan entre nosotros mirándonos
con sus grandes sonrisas mientras yo permanezco seria como la
muerte mirando a Zadir. Tras salir el último niño, Zadir cierra la
puerta y se acerca a mí, pero yo retrocedo unos pasos extendiendo
los brazos hacia delante para protegerme.
—No te acerques más, por favor —intento que mi voz suene firme
sin conseguirlo.
Él se queda en su sitio examinándome con un brillo curioso en
sus ojos mientras regreso a mi silla detrás del escritorio fingiendo
que ordeno unos papeles. Mi respiración se acelera al darme cuenta
que él se ha acercado y cuando veo que apoya sus grandes manos
morenas sobre la mesa levanto la cabeza y le veo mirándome
fijamente. Está demasiado cerca y su presencia me impone tanto
que no puedo parar de removerme nerviosa en mi asiento.
—Te he echado mucho de menos, nena —dice desnudándome
con la mirada.
Me estremezco al oír sus palabras pero intento disimularlo
endureciendo el tono de voz al responder.
—Igual que echabas de menos a Nadia, ¿no es así?
Él endereza su espalda y me mira con una expresión seria y
reconcentrada. Dios mío, se ve tan guapo que cuando alarga su
mano para tocar mi mejilla casi cedo a la tentación de recostar mi
cara en su palma, pero consigo apartarme justo a tiempo.
—Luana, solo te pido que me escuches. Lo que viste la noche de
nuestra boda no es lo que parece. A mi prima la quiero como una
hermana, no hay nada más. Y ella te respeta a ti como mi esposa —
cuando dice aquello aparto la vista mirándome las uñas enfadada
conmigo misma porque siento que los ojos se me llenan de lágrimas
y no quiero llorar. Él insiste—. Nena, mírame a los ojos. Jamás se
me ocurriría traicionarte. No está en mi naturaleza hacerlo. He sido
un estúpido por querer apresurarlo todo y no he dejado que me
conozcas en profundidad. Jamás debí suponer que puedes leer mis
pensamientos y saber todo lo que pasa por mi cabeza, lo que de
verdad siento por ti… —niega con la cabeza con frustración como si
no encontrase las palabras adecuadas y luego añade—. No sé
cómo expresar con palabras mis emociones, pero debes entender
que jamás te cambiaría por ninguna otra mujer.
Me trago las lágrimas. ¡No quiero verme tan débil delante de él!
Más tarde, cuando vuelva a estar sola en mi cuarto, tendré tiempo
de sobra para llorar por él, ¡pero no ahora!
De repente él coge mis manos en las suyas acercando su rostro
al mío con una expresión de sincero dolor, y no puedo evitar que se
me corte el aliento.
—Luana, mi vida, tú eres la única mujer para mí. Te he elegido
para que seas mi esposa, la madre de mis hijos. ¿Sabes lo
importante que esa decisión ha sido para mí? ¿Los años que he
esperado a una mujer como tú? Mi vida sin ti no tiene sentido, nena.
Eres tú o la muerte, esas son mis únicas opciones.
Su determinación me hace levantar la cabeza y mirarle a los ojos.
Esas palabras han dado justo en la diana y mi corazón late
enloquecido. ¡Madre mía, debo calmarme o me dará algo! Respiro
profundamente y cierro los ojos tratando de recuperar el aplomo,
pero la frustración se apodera de mi cuerpo y empieza a recorrerme
la rabia como un veneno. Puedo sentir en mi garganta la bilis de las
palabras que estoy a punto de soltar, pero no puedo hacer nada
para detenerlas.
—¿Aún tienes el descaro de negarlo? —pregunto amargamente
—. Te vi con mis propios ojos, entrabas al Palacio de los Suspiros
con ella… ¡Si hasta ibais cogidos de la mano! Te has burlado de mi
amor, Zadir. ¿Cómo narices podría perdonarte después de eso? —
Ya no puedo contener las lágrimas que empiezan a caer por mis
mejillas. El dique se ha roto y el llanto casi no me permite hablar.
Pero necesito quitarme esta mala sangre del sistema o acabaré
enloqueciendo. Sorbo por la nariz y le señalo golpeando su pecho
con mi dedo índice—. ¡Tú no tienes idea de la humillación que he
sentido! ¡El día más especial de mi vida convertido en el recuerdo
más doloroso! ¡Jamás te perdonaré! ¡Jamás!
Intento levantarme de la silla pero Zadir captura mi cara entre sus
manos. Me agito tratando de liberarme, pero él me sostiene
susurrando palabras dulces para tratar de calmarme, y por un
momento funciona porque me abandono a su tacto recostándome
en su calor.
¡Dios mío, cómo le echo de menos! Si tan solo pudiera creerle,
me digo. Si tan solo pudiera volver a confiar…
—Luana, mi amor —susurra él llamándome. Le miro a los ojos y
su expresión es tan intensa y sincera que juraría que puedo verle el
alma—. ¿Sabes lo que hacía allí con mi prima? Es muy tonto
confesarlo, pero si me dejas contarte una pequeña historia de mi
niñez, estoy seguro que me entenderás mucho mejor.
Sus palabras consiguen picar mi curiosidad y ladeo mi cabeza
interesada.
—¿Una historia de tu niñez?
—Sí, necesito que sepas cuán importante es para mí haberte
encontrado.
Cada vez más intrigada me limpio las lágrimas con la manga de
mi blusa.
—Vale, pues desembucha —digo y me cruzo de brazos de mala
manera.
Él me observa durante unos segundos para confirmar que de
verdad estoy prestándole atención. Luego se aclara la voz y
empieza a hablar en un tono pausado y seguro.
—Cuando de niño iba de visita al palacio de mis tíos, veía a mis
primas, entre ellas a Nadia, y a un montón de otros niños con
quienes hacíamos excursiones al desierto de Karam. Allí había un
peñasco rojizo que nos gustaba escalar porque en la cima había
una piedra en forma de corazón. Recuerdo que cada uno de los
niños se turnaba para intentar arrancarla, pero la piedra estaba
demasiado unida al peñasco y nadie hasta el momento lo había
logrado. Cuanto más miraba esa piedra más me convencía de que
era yo quien debía arrancarla del peñasco. Se me ocurrió que sería
un excelente regalo para mi futura esposa, que en ese momento de
inocencia pensaba que sería mi prima Nadia, ya que me parecía la
más guapa de sus hermanas. Para alardear frente a los demás
niños le dije a mi prima que yo arrancaría esa roca para regalársela
a Nadia. Los demás niños se rieron de mí, pero durante aquel
verano regresé cada día al peñasco y lo intenté con todas mis
fuerzas.
Zadir respira profundamente y se queda observando un punto en
el vacío durante varios segundos. Quiero saber como sigue su
historia así que toco su hombro con un dedo para sacarlo de sus
pensamientos.
—¿Y lo conseguiste? —pregunto tímidamente.
Sus ojos color café brillan al mirarme y una sonrisa radiante se
forma en sus labios.
—No aquel verano. Debió pasar otro año hasta que llegaron las
vacaciones y pude regresar al palacio de mis tíos. No me había
olvidado de esa piedra. Aunque en mi interior ya no creía que Nadia
estuviera destinada a ser mi esposa, sí creía que esa piedra en
forma de corazón debía ser mía. Había adquirido un gran significado
para mí, pues consideraba que simbolizaba mi esfuerzo y mi
tenacidad, las características de un príncipe guerrero, y sería el
regalo perfecto para mi futura esposa, aquella que algún día mi
estrella pondría en mi camino. Definitivamente no estaba dispuesto
a volver a casa sin esa piedra. Luché contra la roca hasta que logré
desprenderla de la peña. Cuando Nadia vio que tenía la piedra en
mis manos me la pidió recordándome que había prometido dársela a
ella, pero yo se la negué. Ella se descompuso y pronto enfermó.
Durante los últimos días de mi estadía en el palacio ella ya no comía
y cada día estaba más débil. Al ver su estado finalmente decidí
entregarle la roca en forma de corazón. Ese mismo día se levantó
de la cama completamente recuperada. Los doctores se miraban
desconcertados mientras ella volvía a correr y jugar con nosotros
como si nada. Esa es toda mi historia con Nadia. Luego en mi
adolescencia entré en las milicias y pronto mi interés en la vida
militar y en el combate me absorbió por entero. Olvidé la existencia
de la piedra durante muchos años hasta que Nadia me la trajo a mi
despacho. Podrás imaginar mi asombro al verla.
—Ella me dijo que intentaste besarla… —digo y las palabras son
tan dolorosas que casi me atraganto con ellas.
La expresión de Zadir permanece seria y reflexiva, con su ceño
algo arrugado, pero en sus ojos no veo dudas cuando finalmente
dice.
—Pues eso se lo ha tenido que inventar, pues jamás se me
hubiera ocurrido hacer algo así. Nadia no me interesa como mujer.
Es mi prima y la quiero como a una hermana pequeña algo
descarriada. Hay una sola mujer a la que deseo en este mundo y
necesito tenerla de vuelta en mi vida. Quiero a mi esposa conmigo.
Te quiero a ti, Luana.
Su mirada llena de amor y ternura me atraviesa como un rayo y
me estremezco sintiendo el llanto arder nuevamente detrás de mis
ojos. Desvío la mirada pero basta un parpadeo para que las
lágrimas empiecen a correr por mis mejillas. Él me coge de la
barbilla obligándome a mirarle. Trago saliva antes de admitir con un
hilillo de voz.
—Quiero creerte, mi amor. No sabes cuánto lo deseo… Pero
estoy herida y he perdido la confianza. ¡Por favor haz algo para que
pueda creerte!
Luchando por contener los sollozos me cubro la cara con las
manos y gimo de dolor y frustración porque sé que aún le amo y es
por eso que mi corazón está hecho jirones.
En ese momento oigo abrirse la puerta del aula y a continuación
el sonido de unas pesadas botas que se acercan hacia mí hace que
levante la vista. Zadir se aparta y unos metros más atrás aparece mi
padre, que me mira emocionado llevando en sus manos una gran
piedra rojiza en forma de corazón.
—Hija, tu esposo dice la verdad. He hablado con él acerca de ti y
me he dado cuenta que él te quiere y jamás haría nada para hacerte
daño. Y sé que tú también le quieres y que estar con él es lo único
que te hará realmente feliz —se detiene tragando un nudo de
emoción y toma aire para añadir con una sonrisa—. Y aunque jamás
le hubiera elegido para que sea tu esposo, debo aceptar tu decisión,
hija, pues soy tu padre y tu felicidad es más importante que
cualquier otra cosa para mí.
Zadir entonces se adelanta para coger la piedra que ha arrancado
con sus propias manos y con una reverencia la pone a mis pies.
—Mi intuición me decía que era importante obtener esta piedra. Y
no me equivocaba, pues gracias a ello he podido conocerte. Es para
ti, mi princesa. Quiero que la tengas contigo. Ya sabes cuánto
significa para mí —hace una pausa y traga saliva antes de preguntar
en un susurro tan dulce que me desarma—. ¿Me harás el honor de
aceptarla?
Es tanta la emoción que siento que me quedo mirándole a los ojos
incapaz de reaccionar. Lentamente vuelvo en mí y levanto la piedra
en mis manos. Tras admirar su belleza la dejo en el escritorio y
levanto mis ojos hacia Zadir, que me mira alargando sus brazos
hacia mí. Echando a reír de felicidad rodeo la mesa para abrazar a
mi esposo, quien poniendo sus manos bajo mi trasero me alza en
vilo hasta que mis ojos quedan a la altura de los suyos.
—¿Es esto un sí, nena? —pregunta con su sonrisa de lado
incapaz de ocultar su emoción.
—¡Claro! —estallo abrazándole por el cuello y besándole por toda
la cara.
Él se aparta un momento para observarme con un brillo especial
en sus ojos.
—Nena, quiero que sepas que tú eres mi destino y jamás te
cambiaría por nadie.
Asiento sonriendo a mi vez.
—Ahora lo sé.
Capítulo 14
ZADIR

Regreso a casa con mi esposa mientras el sol se pone sobre el


desierto. La miro de reojo mientras hago las maniobras para
aterrizar el helicóptero. Está más bella que nunca y viendo su
radiante sonrisa me digo que he hecho lo correcto al prometerle que
una vez por semana podría regresar al pueblo para dar sus clases
de dibujo a los niños. Le aseguré que yo mismo la llevaría, esperaría
por ella y la traería de regreso a casa, pues no quiero volver a estar
separado de mi esposa.
El helicóptero se detiene y antes de bajar Luana se abraza a mí
rozando su nariz en mi cuello y gimiendo de felicidad. No puedo
evitar imaginarla tumbada en la cama redonda del Palacio de los
Suspiros gritando de placer debajo de mi cuerpo cuando la tome por
primera vez.
Siento mi sangre agolparse en mis partes nobles, haciéndome
remover incómodo en el asiento. Joder, necesito hacerla mía y ya no
puedo esperar hasta esta noche.
Con ese pensamiento en mente aprieto su mano y ella me mira
con ojos interrogantes mientras cruzamos la avenida de entrada del
palacio a paso firme.
—¿Me llevas donde pienso?
Sonrío con malicia.
—Nena, ¡vaya pensamientos pecaminosos tienes!
Echando a reír se aferra a mi brazo mientras caminamos por la
orilla del lago. Al pasar cerca del laberinto de arbustos nos miramos
y sonreímos recordando nuestro encuentro íntimo entre los setos.
Ella me aprieta con fuerza y siento mi polla saltar con anticipación
dentro de mis calzoncillos. Unos metros más y al fin estaremos
solos como esposos donde nadie pueda molestarnos.
Pero nuestro deseo es tan fuerte que a mitad de camino nos
miramos con picardía, entonces me detengo y la pego a la pared.
Ella gime al verse atrapada contra mi gran cuerpo tenso y
rápidamente levanta sus manos para acariciar mi pecho duro, pero
yo sujeto sus manos por encima de su cabeza y ella jadea
mirándome suplicante con sus grandes ojos castaños.
—¿Me tomarás aquí? —pregunta con su voz desfalleciente por el
intenso deseo.
Hundo mi nariz en sus suaves rizos.
—Aquí y en cada sitio donde se me antoje.
Ella arquea su espalda y sus caderas empujan contra mi
masculinidad que pulsa ardiente.
—Te necesito, mi amor.
Miro su pequeña boca roja y humedezco mis labios.
—Lo sé. ¿Quieres entrar conmigo al Palacio de los Suspiros? —
digo y me aplasto más contra su cuerpo dándole un anticipo de lo
que estoy por hacerle allí dentro—. ¿O prefieres que tome tu
inocencia aquí mismo?
Respirando con dificultad mete su mano por debajo de mi túnica y
trata de envolver mi polla hinchada con sus pequeños dedos.
—Estar sin ti ha sido una agonía, mi amor —susurra contra mi
cuello.
Cierro los ojos y gruño mientras disfruto de sus tiernas caricias
virginales. Al volver a abrir mis ojos veo que el rubor se ha esparcido
por todo su rostro hasta la raíz del cabello.
—Te deseo tanto, Zadir…
Bruscamente aparto su mano de mi cuerpo porque falta poco para
que pierda el control y no quiero desperdiciar mi simiente de esta
manera. En cambio levanto en vilo a mi esposa y me la cargo sobre
un hombro. Ella jadea sorprendida.
—¡Eres un bruto!
Suelto una carcajada y echo a andar con grandes zancadas hasta
el palacete donde cierro la puerta tras de mí, sonriendo al dejar
fuera el mundo exterior y sus problemas para concentrarme por fin
en mi princesita.
—Soy un bruto y a ti te encanta, nena —digo mirándola a los ojos
antes de tirarla sobre la inmensa cama. Ella chilla al caer de
espaldas entre las almohadas con sus rizos rojos esparcidos a su
alrededor y enseguida se echa a reír encantada. Al ver que empiezo
a desvestirme ella pierde la sonrisa y se pone seria mirando
fijamente mi cuerpo desnudo. Luego extiende sus brazos hacia mí.
—Ven, mi amor, estoy lista. Enséñame a amar.
No necesita decir más para que me mueva como un león sobre la
cama y arranque de un tirón su falda negra de tubo. Luego hago lo
mismo con sus braguitas y ella jadea cuando se rompe el elástico.
Acaricio la prenda húmeda en mi mano palpando la suavidad del
encaje y ella gime abriendo sus piernas con necesidad. Pongo mis
manos morenas en sus muslos blanquísimos mientras examino su
entrepierna desnuda. Su pequeño coño rosado está hinchado y
empapado de su néctar. La boca se me hace agua pero no hay
tiempo para preámbulos, me digo y acorto la distancia que nos
separa pegándome a ella. Mi enorme cuerpo la aplasta clavándola a
la cama y ella gime al ver que ha quedado completamente a mi
merced.
—Estás tan mojada, querida… Eres perfecta para mí.
Luana responde a mis palabras acariciando mi espalda,
arañándome levemente con sus uñas y yo la aferro de sus caderas
para amasar con mis ásperas palmas su redondeado trasero. Me
excita la forma en la que su piel se eriza bajo mi tacto. Me llevo una
mano a mi polla palpitante y coloco mi glande en posición. Trazo
unos círculos rápidos alrededor de su clítoris con la yema de mi
dedo pulgar y ella chilla meneando sus caderas enloquecidamente.
—Tranquila, nena. Solo podrás aliviarte cuando yo lo ordene,
¿entendido?
Ella asiente mordiéndose el labio inferior y yo deslizo mi cuerpo
sobre el suyo teniendo cuidado de sostenerme en mis brazos para
no asfixiarla bajo mi peso. Ella jadea debajo de mí mientras me
aseguro de que se acostumbre a la sensación de ser llenada y
estirada de esta manera por mi virilidad ardiente. Sé que lo que haré
a continuación le dolerá, y eso hace que mi corazón se encoja
porque no quiero hacerla sufrir, ni siquiera durante el instante que
tardaré en penetrarla.
Ahora nuestras bocas respiran a centímetros de distancia. Sus
ojos entornados me miran con un brillo suplicante.
—No te contengas, por favor. Te necesito dentro de mí.
Su centro se contrae con fuerza alrededor de mi masculinidad y
esa es toda la señal que necesito para dejarme ir. Con una fuerte
embestida de mis caderas penetro su barrera y me hundo dentro de
ella conteniendo la respiración. Ella se abraza a mí ahogando un
grito y ladea su cabeza para morder la almohada. Permanezco
quieto durante un rato expandiéndola, dejando que su interior se
ajuste a mi tamaño.
Vuelvo a observarla y frunciendo el ceño tomo un puñado de sus
rizos rojos haciendo que sus pequeños dientes suelten la almohada
y la obligo a girar su cabeza hacia mi pecho invitándola a morder
mis pectorales musculosos. Sonrío con deleite al sentir que clava
sus perfectos dientes blancos sobre mi piel dorada. En ese
momento vuelvo a repetir el anterior movimiento deslizándome fuera
de ella solo para volver a hundirme dentro suyo, esta vez sin
encontrar resistencia alguna. Sus caderas responden al ritmo que
les impongo y lentamente nos acoplamos en una danza salvaje.
Entonces tomo su boca violentamente acariciándola con mi lengua
ávida de su sabor, mordiéndola y adueñándome de sus suspiros,
buscando desesperadamente hacerla parte de mi ser.
Según aumenta nuestra velocidad, mi control se va esfumando y
tengo que hacer un gran esfuerzo para no correrme antes de
tiempo. Bombeo sobre ella dejando que mi cuerpo la aplaste un
poco más. Ahora sus gritos apasionados llenan la habitación y me
aparto para ordenar con voz firme.
—Quiero que te corras para mí, nena. ¡Hazlo ahora!
Acelero el ritmo y es entonces cuando siento sus convulsiones,
unos espasmos que me aprietan deliciosamente. Estoy tan profundo
dentro de ella que no hay rincón de su intimidad que mi miembro no
acaricie. Abandonándome a mi propio placer embisto jadeando y
gruñendo hasta correrme en su interior con un último empellón,
haciendo que mi orgasmo prolongue el suyo aún más.
Abrazados y temblando de placer fundimos nuestros cuerpos por
completo. Después de unos minutos ruedo exhausto a un lado de su
cuerpo sintiendo que amo a esta mujer como nunca he amado a
nadie. La abrazo por detrás y yacemos tumbados envueltos en
sudor y respirando con dificultad, gozando del contacto más íntimo
de nuestros cuerpos.
—¿Sabes qué, nena? —Ella se vuelve y me mira parpadeando
muy rápidamente. —Contigo me siento completo.
Puedo ver la emoción en sus ojos cuando se abraza a mí con
fuerza y sonriendo de manera triunfal exclama:
—¡Yo también te amo!
Ella se aparta para mirarme y yo levanto una ceja confundido.
—¡Me amas, tonto! ¡Y yo te amo a ti! Eso es lo que me dirías si
pudieras, pero por algún motivo te resulta difícil pronunciar esas
palabras, ¿me equivoco?
Río hundiendo mi nariz entre sus rizos porque tiene toda la razón.
Luego me incorporo sobre un codo y aparto el cabello de su frente
para mirarla fijamente a los ojos.
—Nena… eres increíble. Es verdad, esas palabras son tan
sagradas e importantes para mí que nunca se las he dicho a
ninguna mujer. Pero esta es la primera vez que siento necesidad de
decirlas—. Tomo aire temiendo que la garganta se me cierre de los
nervios y ella me mira expectante. De golpe las palabras parecen
fluir desde mi interior con una naturalidad inesperada—. Yo también
te amo, Luana. Y te amaré por siempre.
Ella gime de felicidad buscando mis labios. Rodamos en la cama
entre risas hasta que ella está de nuevo debajo de mí, justo como
más me gusta, y me pierdo en su piel mientras pienso en lo
venturosa y excitante que será nuestra vida juntos.
Capítulo 15
LUANA

Despierto en sus brazos, pero antes de abrir los ojos me quedo


quieta durante unos momentos sintiendo la felicidad de estar
tumbada sobre el pecho de este hombre maravilloso.
Aspiro el aroma a sándalo de su piel y eso basta para que mis
adoloridos interiores se contraigan con fuerza. Hago una mueca de
dolor al sentir la irritación, pero no me quejo porque ha merecido la
pena. ¡Vaya tela, quién iba a decir que hacer el amor sería algo tan
maravilloso e inesperado! Jamás lo hubiera imaginado de esta
manera.
Me estiro desperezándome envuelta en las sábanas de seda y me
vuelvo sobre su cuerpo estremeciéndome cuando mis senos se
aplastan sobre su firme abdomen y su brazo musculoso me aferra
pegándome aún más a su cuerpo. Me sonrío arrebujándome en su
calor. Madre mía, podría quedarme a vivir en esta cama junto a él.
Después de tanto sufrir, encontrar la dicha junto a mi jeque me hace
sentir la mujer más afortunada del mundo.
Pero mi esposo gruñe reclamando mi atención y me incorporo
apenas para deslizarme lentamente por su torso hasta quedar cara
a cara con él, sintiendo el poderoso movimiento de su pecho que
sube y baja con cada respiración.
—Te he echado de menos —dice él con una sinceridad y una
ternura que me desarman.
Vuelvo a maravillarme con este hombre. ¿Cómo un tío tan hosco
y brusco en sus maneras puede a la vez ser capaz de tanta ternura?
—¡Y yo a ti, mi amor, no imaginas cuánto!
Con una sonrisa de satisfacción me aprieta el trasero con su
mano fuerte y doy un gritito de la sorpresa. En broma jadeo
indignada y araño su pecho. A él parece encantarle porque desliza
una mano por detrás de mis glúteos hasta tocar mi entrepierna con
sus dedos. De inmediato cierro mis ojos haciendo una mueca de
placer porque su tacto posesivo provoca en mí un millón de
sensaciones placenteras. Mi centro se contrae con necesidad y
gimo con una mezcla de goce y dolor que me impulsa a buscar su
boca con desesperación. Pero él se aparta de golpe para
preguntarme preocupado.
—¿Estás adolorida, nena?
Niego con la cabeza mintiéndole porque necesito sentir otra vez
aquello que me hizo anoche. Es lo más delicioso que he
experimentado en mi vida, y aunque vuelva a dolerme necesito
tenerle dentro de mí y que llene mi cuerpo de esa forma tan sensual.
Muy lentamente Zadir busca mi entrada con su miembro y gimo
cuando le siento deslizarse por mi interior. Su piel es ardiente y firme
pero suave como la seda, y consigue estirarme deliciosamente.
Gimoteo desconsolada sintiendo como la tensión aumenta en mi
vientre y mis entrañas se hacen un nudo que únicamente mi jeque
sabe desatar.
Sin poder soportar más esta tortura enderezo mi espalda
sacudiendo mi melena hacia atrás y me monto sobre él como si
estuviera cabalgando. Empiezo a mecerme sobre su cuerpo
moviendo mis caderas sensualmente con intención de provocarle. Al
parecer mi provocación causa efecto, porque después de un rato
sus gemidos se hacen constantes hasta que me sujeta por la cintura
y gruñendo me gira sobre la cama, poniéndome de nuevo boca
arriba y aplastándome con su pesado cuerpo. Le miro a los ojos
encantada de que me tome de esta manera tan bruta, porque me
hace sentir deseada y protegida a la vez.
Cierro los ojos cuando empieza a embestir contra mí con fuerza y
arqueo la espalda contrayendo mis músculos a su alrededor,
sintiendo como mi vientre se pega a su estómago duro. Él
desciende con su boca sobre mi pecho para chupar y succionar mis
pezones quitándome el aliento con cada caricia.
—Tengo tanta hambre de ti, querida —gruñe mientras mordisquea
la punta de mi pecho con una voracidad feroz mientras que sigue
bombeando dentro de mí sin pausa.
Incapaz de tolerar esta agonía por más tiempo, me pego a él
derritiéndome en sus brazos y exploto en mil pedazos con un grito
de liberación. El nudo en mis entrañas se deshace por fin,
desatando una ola de placer que recorre mi cuerpo. Me siento
desmayar cuando él anuncia en mi oído.
—Voy a correrme dentro de ti para hacerte un hijo. Será el
primero de muchos. Quieres llevar a mis hijos en tus entrañas,
¿verdad?
Con un grito desgarrado respondo que sí, aferrándome a sus
hombros con uñas y dientes mientras él se desahoga con mi cuerpo,
derramando su semilla caliente en mi interior.
Mientras recuperamos el aliento él acaricia mi mejilla con sus
dedos y mis ojos se llenan de lágrimas al pensar en tener un bebé
con mi esposo. Al verme así frunce el ceño preocupado, pero me
apresuro a tranquilizarle, asegurándole que todo está bien.
Cuando él hace un gesto para levantarse de la cama alargo mi
mano para detenerle, pues no quiero que me deje sola. Pronto
advierto que solo se ha movido para abrir el cajón de la mesita y
enseguida vuelve a tumbarse junto a mí. Me mira con una sonrisa y
abre su mano enseñándome lo que lleva en la palma. Llevándome
una mano al pecho le miro con la boca abierta.
—Dios mío…
Sin poder contener la emoción le observo colocar sobre mi dedo
el anillo de boda que en mi despecho arrojé a la fuente de los
deseos la noche de nuestra boda. Me siento tan avergonzada y
culpable que me pongo como un tomate y empiezo a tartamudear.
—Zadir, lo siento tanto… He sido una idiota… Yo no…
Con el dedo índice cierra mis labios y sonríe de medio lado al
decirme.
—Jamás vuelvas a disculparte conmigo. No debes sentir
vergüenza por tu carácter impulsivo. Nena, eres como yo. Estamos
hechos el uno para el otro, nunca lo olvides.
Temblando sigo su mirada que baja hacia el anillo mientras le oigo
decir.
—Este anillo simboliza nuestra unión—. Entrelaza sus dedos con
los míos y veo relucir a los dos anillos juntos. Son dos piezas
distintas, la suya lleva una piedra negra de obsidiana que me intriga
—. ¿Sabes por qué los he escogido?
Niego con la cabeza y con mucho interés le animo a continuar. Él
toma aire antes de decir:
—Esta es la unión de dos pasiones. La tuya es una pasión
femenina y delicada. Maternal. Y la mía… bueno, la mía es una
pasión masculina y oscura que solo tú has conseguido transformar
en algo positivo.
Parpadeo azorada. Jamás pensé que yo podría afectar a un
hombre tan poderoso de esa forma. ¡Dios mío, es la mejor
declaración de amor que alguien me podría hacer! Me sonrío
sintiendo una felicidad indescriptible. Le he vuelto mejor persona, y
eso me enorgullece tanto que no quepo en mí.
—Eres la única persona capaz de darme todo lo que necesito sin
yo misma saber que me faltaba —le confieso.
Él sonríe ante mis palabras y aprieta mi mano. Los anillos relucen
cada uno con su brillo particular, pero juntos adquieren una belleza
única y especial. Una belleza incomparable.
Mi corazón late con fuerza sintiendo que este es el comienzo de
nuestra propia familia.
¡Y no podría ser un comienzo más feliz!
Epílogo
ZADIR
Seis meses después…

Los niños contienen el aliento a mi alrededor mientras le doy los


toques finales al cuadro. El lienzo está húmedo y las figuras relucen
contra el horizonte monocromo. Es una caravana cruzando el
desierto con dromedarios, caballos, hombres, mujeres y niños.
He estado pintando durante casi tres horas y los niños se han
quedado todo el tiempo mirando con sus ojos abiertos como platos y
haciendo preguntas a cada momento. Me lo tomo como una
práctica, pues pronto tendré que responder preguntas de mis
propios hijos y quiero estar en forma.
Hablando de hijos, no puedo esperar a conocer a mis
primogénitos. Desde que hemos descubierto que seremos padres
de gemelos, mi vida se ha puesto patas arriba. Tengo la mente
ocupada en los preparativos para recibir a los bebés porque quiero
asegurarme de que lleguen al mejor hogar del mundo. Me he
prometido ser un gran padre para ellos, igual que mi padre lo ha
sido para mí.
Me vuelvo para mirar a Luana, que está verdaderamente radiante.
Más bella que nunca con su barriga redonda, se encarga de explicar
a los niños cada técnica que he utilizado para componer la imagen
que ven en el lienzo.
Sonrío porque la visita al taller está resultando más instructiva de
lo que ella imaginaba, y en su expresión se transparenta claramente
su alegría. Se nota que mi princesa está en su elemento, y yo estoy
complacido de hacerla tan feliz.
Al advertir mi mirada, Luana se acerca hacia donde estoy sentado
abrazándome por el cuello e inclinándose sobre mi oído con una
sonrisa.
—¡Eres un gran artista! Mmm, estoy tan orgullosa de ti…
Me aparto del lienzo y ella me planta un beso en los labios.
Levanto una ceja mirándola sorprendida.
—Te lo mereces —repone ella—. Nos estás haciendo pasar un
día soñado. ¿Verdad, niños?
Veinte voces chillan a coro encantados. Uno de ellos se acerca a
Luana que se agacha para que el niño pueda decirle algo en
secreto. Aguzo el oído y alcanzo a oír sus palabras susurradas.
—Señorita, ¿podría darle al jeque la enhorabuena de mi parte? ¡Y
dígale que es un máquina y que alucino por cómo se lo ha currado!
Luana echa a reír revolviendo con su mano el pelo del niño.
—Oye, ¿y no quieres dárselas tú mismo? Mi esposo parece un
ogro pero te aseguro que no va a morderte.
El niño levanta su cabeza para mirarme. De repente se cuadra
poniéndose muy serio y me tiende su manita. Yo se la estrecho con
la misma formalidad.
—Muchas gracias, su majestad —dice el niño tras armarse de
valor para hablarme.
—¿Te gustaría aprender a pintar así?
El niño suspira.
—Claro, sería genial aprender a hacerlo.
—Vale —cojo la paleta de colores y los pinceles y se los entrego
—. Pues serás mi ayudante. A pintar se aprende pintando, así que
hazme el favor y ponle un poco más de azul al cielo, ¿de acuerdo?
El niño se queda mirándome con la boca abierta mientras me
pongo en pie y levanto a mi esposa en brazos echando a andar
luego en dirección a nuestros aposentos.
—¡Qué haces, estás chiflado! —susurra divertida.
—Tengo una sorpresa para ti, nena. Quiero que veas algo. Te
aseguro que merece la pena.
—¡Pero debo quedarme con los niños!
—No te preocupes por ellos. Está todo arreglado.
De inmediato llamo a mis empleadas y les indico que es hora de
empezar la visita guiada de mi colección de obras de arte. Una de
ellas se vuelve hacia los niños aplaudiendo con entusiasmo.
—¡Venga peñita, todos a la galería! La colección del jeque es
única en Nueva Abisinia. ¡Fliparéis con los cuadros que tenemos
aquí, os lo prometo!
Con una sonrisa satisfecha me vuelvo hacia mi esposa.
—¿Ves? Solucionado.
Ella suspira mirando a sus alumnos y se vuelve hacia mí poniendo
morritos.
—Es que con los niños nos lo estábamos pasando tan bien.
—Pues te aseguro que conmigo te lo pasarás estupendo.
Unos metros antes de llegar a nuestro dormitorio me detengo.
Luana frunce el ceño cuando tapo sus ojos con una mano.
—Ibriel, ¿qué te traes entre manos?
—No puedo decírtelo, se perdería la sorpresa.
—¡Vaya, cuánto misterio!
—Ten paciencia, mi amor, ya casi llegamos —susurro con una
sonrisa.
La llevo hasta el sitio donde he ubicado la sorpresa, justo enfrente
de nuestra cama. Bañada por la claridad que entra a través de las
ventanas, la cunita de ébano que he diseñado y labrado con mis
propias manos luce aún más guapa.
Luana ni se lo imagina. Me he despertado una hora antes cada
mañana para poder trabajar en secreto. Y ha merecido la pena
porque me ha quedado tal como la imaginé.
Luana se impacienta.
—¿Ya puedo ver?
Poco a poco voy quitando la venda de sus ojos y ladeo mi cabeza
para no perderme su reacción. Al ver la cuna con doble
compartimiento para los gemelos, se lleva una mano a la boca
quedándose tiesa. Frunzo el entrecejo con preocupación y por un
momento temo haberla cagado. ¿Igual ella prefería que
encargáramos una al artesano del pueblo?
Pero entonces se vuelve hacia mí con sus ojos empañados y
coge mi mano apretándola con fuerza, tan conmovida que casi no
puede hablar.
—¡Es un sueño! —dice al fin limpiándose las lágrimas que han
empezado a correr por sus mejillas. Lentamente rodea la cuna
tocándolo todo con sus manos, maravillándose pues he puesto
mucho mimo en cada detalle: las guardas y los sonajeros azules
repletos de cascabeles pintados a mano, el dosel alegre y colorido,
las patas torneadas de estilo antiguo y las tallas de los barrotes en
forma de jirafas y delfines. Todo lo he hecho con el mayor cuidado y
cariño porque se trata de mi obra de arte más importante.
Expectante observo a mi esposa y de repente veo que se vuelve
hacia mí con la barbilla levantada en actitud desafiante.
—¿Cómo lo haces?
Parpadeo confundido porque su pregunta suena a reproche. Ella
echa a reír al ver mi reacción y salta abrazándose a mi cuello. Yo la
sostengo en el aire y ella se aparta lo suficiente para mirarme a los
ojos con una sonrisa de oreja a oreja.
—¿Cómo haces para hacerme tan feliz?
Sonriendo me encojo de hombros.
—Supongo que se me da bien.
—¡Lo que a ti se te da bien es malcriarme!
—Pues será mejor que te acostumbres, nena, porque pienso
seguir haciéndolo durante toda la vida. Me encantará malcriaros a ti
y a los gemelos, y luego a todos los niños que quieras darme.
Ella me besa profundamente y yo acaricio su trasero mientras la
sostengo contra mí de forma posesiva. El olor de su piel me excita y
me empalmo con una erección tan dura como una roca.
—Nena, tengo que soltarte porque estás alterando mi sangre.
—¿No me digas? —dice ella sonriendo con malicia. La suelto a
regañadientes pero ella no se aparta de mí. Mordiéndose el labio
inferior levanta el ruedo de mi camisa manchada de pintura, dejando
al descubierto mi estómago plano y duro. Lentamente pasa sus
manos por mis abdominales musculosos y luego las desliza hacia
arriba hasta mis pectorales.
—Mmm… —gime suspirando profundamente y nos miramos
durante unos segundos intensos. Puedo ver un brillo de deseo en
sus ojos cuando añade—. Creo que tengo un nuevo antojo.
Entorno los ojos con una media sonrisa.
—¿Otro más? Anoche debí salir de urgencia a buscar fresas con
nata. ¿Recuerdas lo que acabamos haciendo con ellas?
Ella baja la mirada tímidamente, seguramente reviviendo nuestra
noche de pasión desenfrenada. Cuando vuelve a levantar su rostro
veo que sus mejillas tienen un tinte rosado y humedezco mis labios
anticipando el exquisito sabor de su piel.
—Ya no quiero fresas —dice ella con un hilo de voz—. Ahora te
necesito a ti…
Sin decir una palabra más vuelvo a cargarla en mis brazos y la
llevo hacia nuestra cama. Ella me besa de camino gimiendo con
anticipación. Empiezo a desvestirla lentamente, jugando con cada
prenda que le quito. Ella mira hacia la puerta con preocupación.
—¿No crees que debemos darnos prisa?
Niego con la cabeza.
—Relájate, nena. Pienso tomarme mi tiempo contigo. No quiero
correr el riesgo de que nuestros niños nazcan con un antojo.
Se vuelve hacia mí sonriendo.
—En eso tienes toda la razón —tras decir aquello se tumba en la
cama mientras mordisqueo y beso el interior de sus muslos. Entre
gemidos añade—. Soy toda tuya, mi amor. A cambio solo te pido
que me ames para siempre…
Me sonrío complacido por sus palabras y continúo plantando
besos sugerentes en su piel sensible mientras sus manos revuelven
mi pelo.
—Tus deseos son órdenes, nena —gruño con voz ronca y luego
hundo mi nariz en su centro agradeciendo al cielo porque me ha
dado a esta mujer maravillosa que pienso proteger con todo mi
corazón.
Por supuesto que la amaré para siempre, me digo sonriendo. No
necesita pedírmelo dos veces.

FIN
(Da la vuelta a la página porque aún hay más…)
¿Te apetece seguir leyendo la historia de Zadir y Luana?
Hay un epílogo adicional donde cuento qué ha sido de la vida de
los protas. ¿Habrán tenido más hijos? ¿Seguirán siendo felices?
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TRES CAPITULOS DE

VENDIDA COMO
MERCANCIA
Si te gustó Esposa Humillada, esta nueva novela te va a
encantar.

Lee el comienzo de la increíble historia de Bella y Dumar a


continuación:
Capítulo 1
BELLA

Un año después…

—No es posible. Debe haber un error —me repito mirando por la


ventana como si temiese que en cualquier momento pudiera llegar
Dumar, el hombre que ha hecho el arreglo con mi padre para
comprarme.
Mi hermana Theresa salta de la cama.
—No es ningún error. Te quiere a ti y eso lo ha dejado claro.
Mi hermana Sara me mira resoplando.
—El único error es no haber aceptado al príncipe Ferdinand
cuando te pidió en matrimonio.
Me muerdo el labio inferior pensando que igual tiene razón. Debí
haber aprovechado cuando las cosas marchaban bien y mi padre
era un rey popular y querido, sin deudas ni problemas. Después de
todo Ferdinand es uno de los príncipes más importantes de la región
y yo no soy precisamente una de esas princesas deslumbrantes por
las que los hombres se vuelven locos. Más bien todo lo contrario,
soy bastante retraída y no me gusta ser el centro de atención.
Cuando el príncipe Ferdinand me pidió como esposa le rechacé
porque no quería separarme aún de mis hermanas pequeñas. No
estaba preparada para la vida en matrimonio. A mis veinte años
creía que tendría varios años por delante antes de tener que
casarme con alguien. Pero ahora con casi veinticuatro me encuentro
en una situación que jamás hubiera anticipado.
—Mira el lado positivo. Al menos con él no te faltará el dinero—
comenta Theresa tratando de hacerme sentir mejor. Me vuelvo para
mirarla con el ceño fruncido.
—¿De veras crees que me importa su dinero?
Sara se pone en pie.
—Pues entonces estás fregada porque dinero es lo único que
podrá ofrecerte ese troglodita —dice cruzándose de brazos—. Me
dan escalofríos de solo imaginarme a solas junto a ese hombre…
—¿Qué sabes tú?—interviene Theresa fulminando a Sara con la
mirada antes de venir a sentarse a mi lado—. Nada de lo que dices
ocurrirá. Déjala en paz —luego me mira a mí y me abraza dándome
ánimos–. Tú no le hagas caso. Verás que todo saldrá bien.
La miro con incredulidad.
—Sara puede ser una borde pero en el fondo tiene razón. ¡Yo no
quiero irme con ese monstruo! ¡Quiero quedarme a vivir aquí con
vosotras! Quiero mi cuarto, mis vestidos, mis juegos y paseos.
¿Acaso es tan difícil que nuestro padre lo comprenda?
Sara y Theresa se miran frunciendo la nariz.
—Pues como las cosas continúen así, acabará vendiéndonos a
las tres —dice Sara con amargura.
Theresa suspira con sus grandes ojos de cervatillo.
—Padre solo quiere lo mejor para nosotras.
Miro a mi hermanita enarcando una ceja con incredulidad.
—Querrás decir para vosotras dos. Porque entregarme a ese
bruto es lo peor que podría haberme hecho —digo apoyando mi
barbilla sobre mis manos—. ¡Dios mío, mi vida está arruinada!
Theresa desvía su vista sin responder porque sabe que tengo
razón. Ellas se quedarán aquí y todo seguirá igual hasta que algún
príncipe azul llegue a pedirlas en matrimonio para llevárselas luego
a un sitio civilizado donde serán tratadas como reinas y vivirán
felices para siempre.
En cambio yo ya no podré tener nada de todo aquello. Estoy
condenada a pasar el resto de mis días entre salvajes junto a ese
bruto que ha dejado claro con su comportamiento ruin que no tiene
ningún escrúpulo en hacer lo que sea por salirse con la suya.
Sara hace un gesto restándole importancia a mis palabras.
—¡Bella, por favor no seas tan dramática!
Theresa gira su cabeza hacia ella con una mirada asesina
indicándole que calle y Sara se encoge de hombros. A continuación
Theresa coge su portátil de la mesilla y lo coloca sobre mi falda.
—Mira, no todo es tan malo como parece. ¿A que es guapo?
Echo un vistazo a la imagen que aparece en la pantalla. Es el
mismo tío grandote y serio que tiempo atrás vi en Nueva Abisinia.
En la foto sale con su uniforme de la guardia real y destaca por su
altura y por su cuerpazo, debe medir al menos dos metros, yo diría
que bastante más, con unos brazos y piernas increíblemente
musculosas, y de espaldas tan amplias como una pared.
Suspiro con un estremecimiento que me recorre el cuerpo entero.
¡Es un gigante y yo soy tan pequeña que a su lado me siento casi
insignificante! Dios mío, no comprendo cómo alguien así puede
haberse fijado en mí. ¿Qué podría ofrecerme semejante bruto?
Somos tan distintos que no debería encontrarlo atractivo. Y sin
embargo…
Vuelvo a mirar la imagen y la amplío aún más para concentrarme
en su rostro que parece tallado en bronce. Es moreno y lleva el pelo
corto y algo revuelto al estilo de los hombres de su país. Su
mandíbula es cuadrada y fuerte, su nariz es agradable aunque su
tabique parece estar ligeramente torcido, como si se lo hubiese roto
en plena batalla.
Al llegar a sus ojos debo detenerme para tragar saliva. Madre
mía, recuerdo esa mirada lobuna... Aquellos ojos grises, casi
transparentes, recorrían mi cuerpo de arriba abajo con insolencia,
como si ya en aquel momento estuviera poniéndome precio. Amplío
la foto en la pantalla y noto que tiene una ceja partida. Me
estremezco porque ese detalle solo logra acentuar aún más su aire
misterioso y atormentado.
Tuerzo la boca y niego con la cabeza. No, este hombre no se
parece en nada a mi ideal de chico guapo. De niña crecí esperando
al príncipe azul y me lo imaginaba con cara de ángel, espigado,
gentil y de buenas maneras. Un príncipe dispuesto a cortejarme,
que se interesara por mis aficiones y me conquistara con su
conversación inteligente y respetuosa. En resumidas cuentas, un
hombre inofensivo.
Pero este hombre no tiene nada de inofensivo, me inquieta a tal
punto que jamás querría estar a solas con él.
—¿Qué te parece? —pregunta Theresa dándome un codazo. Le
miro con expresión preocupada.
—Pues que sigue pareciéndome un bruto.
Ella chasquea la lengua impaciente y se pone a buscar entre las
otras fotos que aparecen en internet.
—Fíjate, aquí sale más favorecido, no digas que no.
—Mmm… —dudo pero ya no quiero seguir mirando sus fotos. Me
resulta tan peligroso que prefiero alejarle todo lo posible de mis
pensamientos.
Theresa me mira y frunce el entrecejo.
—Creo que le has tomado ojeriza, hermana, porque yo no lo veo
tan mal.
—Pues quédate con él si tanto te gusta —digo levantándome
mosqueada.
Mi hermanita levanta su vista de la pantalla para seguirme con la
mirada.
—¡Pero es que este hombre se ha gastado una pasta para estar
contigo, Bella!
Bajo la vista sonrojándome. Cada vez que recuerdo que Dumar
ha pagado una fortuna solo para vivir conmigo, me abochorna tanto
la idea que desearía que me tragara la tierra.
Con un bufido Sara se deja caer en la cama y perdiendo la
paciencia nos mira con ojos irónicos.
—¡Qué narices importa que sea guapo! No es más que un
soldado que ha hecho su fortuna en una guerra. No es un príncipe y
por consiguiente no puedes casarte con él. Eso jamás cambiará. Te
ha comprado, Bella, ¿sabes lo que eso significa? ¡No serás su
esposa, serás su…!
Theresa se lleva su mano a la boca y Sara se detiene antes de
decir una barbaridad.
—¡Calla Sara, eres una borde! —chilla Theresa con lágrimas en
los ojos.
Mi hermana se sonroja dándose cuenta que acaba de pasarse
tres pueblos.
—Perdona, Bella, es que no quiero que te vayas con ese tío. Tú te
mereces un príncipe que te ame y respete.
Miro a mis hermanas y suspiro. Ellas no tienen la culpa. Las
pobrecillas están tan confundidas como yo, que llevo días dándole
vueltas a la cabeza sin ver una salida clara a esta situación.
—Venga, darme un abrazo —les digo y las dos se abalanzan
sobre mí. Durante un rato nos abrazamos haciéndonos cosquillas y
riendo nuevamente como cuando éramos felices y no teníamos este
tipo de problemas.
Sara sonríe y me aparta un mechón de la frente.
—Todo esto pasará y al final del camino te encontrarás con tu
príncipe azul, ya lo verás.
Theresa se entusiasma.
—¡Tú no te preocupes, nosotras te ayudaremos a escapar de ese
bruto! Aunque debamos cavar un foso de tres metros y tenerte
escondida allí durante años.
—Vaya, pues gracias —repongo irónica—. Vivir en un foso
durante años es lo último que me faltaba…
En ese momento suena un portazo que hace que las tres
peguemos un bote en la cama. Un grupo de guardias irrumpe en
nuestra habitación y sin decir agua va comienzan a abrir los cajones
del armario desordenándolo todo y sacando mi ropa para meterla
luego dentro de una maleta.
—¿Qué narices es esto? ¡Dejar aquello en su sitio! —exclamo al
ver que comienzan a sacar mis braguitas del cajón de la ropa
interior.
Teresa se arroja contra uno de los guardias y se monta sobre sus
espaldas gritándole al oído.
—¡¿Acaso eres sordo?!
—Solo cumplo órdenes, Alteza —el hombre masculla entre
dientes y continúa metiendo ropa en la maleta como si nada.
Cuando otro de los guardias acude al rescate de su compañero
cogiendo a Theresa del brazo, Sara salta de la cama como una fiera
y embiste contra él. El hombre se la quita de encima sin ceremonias
y Sara cae de culo sobre la moqueta jadeando indignada.
—¡Me has lastimado, bastardo! ¡Veremos que dice mi padre
cuando le cuente que le pegas a sus hijas!
—Pues diré que las tres necesitáis un buen zarandeo —dice mi
padre entrando en el dormitorio con el entrecejo fruncido y
señalando a mis hermanas con un dedo acusador añade—. Si ya
habéis acabado de hacer el payaso, dejar trabajar a mis hombres en
paz.
Sara mira a mi padre con la boca abierta antes de ponerse a
chillar como una marrana.
—¡Deprisa! —ordena mi padre a los guardias sin hacer caso de
Sara, mirando su reloj y chasqueando la lengua impaciente.
Theresa viene a mi lado y se abraza a mí con ojos llorosos. Mis
ojos también se llenan de lágrimas al darme cuenta que esta es
nuestra despedida.
—¡¿Dónde la lleváis?! —pregunta Theresa desesperada al ver
que los guardias me cogen separándome de ella, pero a pesar de
sus protestas los guardias logran sacarme del dormitorio por la
fuerza arrastrándome por los pasillos a toda prisa. Mi padre viene
detrás meneando su cabeza como si se avergonzara del
comportamiento de sus hijas.
Salimos del palacio y mientras los guardias meten mis cosas en el
maletero de un coche negro sin distintivos oficiales, mi padre abre la
portezuela e intenta empujarme dentro pero yo me resisto
agarrándome del marco con todas mis fuerzas. Finalmente deben
acudir los guardias en su ayuda y entre todos logran meterme a la
fuerza en el asiento trasero dando luego un portazo.
Mientras mi padre se sienta en el asiento del copiloto, lloro y
pataleo golpeando el respaldo de la butaca. Se vuelve en mi
dirección resoplando exasperado.
—¡Desagradecidas! ¡Eso es lo que sois! ¡Después de todo lo que
me he sacrificado por vosotras!
Tras recriminarme se vuelve hacia el chófer haciéndole un gesto
para que se ponga en marcha de inmediato.
Me hago un ovillo en un rincón de la amplia butaca mirando a mi
padre con odio sin poder creerme que me esté haciendo esto.
—Limpia tus lágrimas y arréglate el cabello. No quiero que mi hija
vaya dando lástima por ahí —luego añade entre dientes para sí
aunque alcanzo a escucharle—. No vaya ser que Dumar se
arrepienta y acabe devolviéndote…
En un último intento desesperado por salir de aquí me aferro a la
manilla y sacudo la puerta con furia pero el chófer ha activado los
cerrojos y acelera el coche haciendo chirriar los neumáticos en la
gravilla. Giramos alrededor de la gran fuente redonda para enfilar la
larga avenida de entrada. A lo lejos los portones automáticos que
custodian la entrada comienzan a abrirse lentamente. Los guardias
saludan a mi padre con una reverencia mientras salimos a la calle
poniendo rumbo quién sabe dónde. Me siento como una mercancía
con destino a un sitio infernal y tiemblo de miedo imaginando el
momento de encontrarme con el bruto que me ha comprado.
Cierro los ojos y puedo ver su rostro acercarse al mío,
traspasándome con sus malditos ojos grises, mientras la sombra de
su cuerpazo se cierne amenazante sobre mí como una tormenta.
Capítulo 2
DUMAR

—Te echaremos de menos.


Miro a mi mejor amigo y a su esposa y asiento con la cabeza
removiéndome incómodo en mi sitio. ¡Maldición!, nunca pensé que
la despedida fuese tan difícil. Tengo un puñetero nudo en la
garganta y no sé qué hacer con él. Jamás me emociono. Pero es
que nunca nadie me había dicho tan abiertamente lo importante que
puedo ser para alguien. Y ahora, al dejar a mis únicos amigos en el
mundo, a las únicas personas a quienes les importo de verdad,
siento un gran peso en mi alma. Otro dolor más con el que cargar…
Mierda, tengo que dejarles ahora mismo o acabaré
comportándome como un idiota.
A lo mejor en un futuro podría traer a Bella aquí y pasar un tiempo
en el palacio con ella. No, eso sería imposible, tendría que dar
demasiadas explicaciones, y no soy un hombre al que le guste
explicarse.
Luana me mira con preocupación.
—¿Estás seguro de esto?
—Es lo que debo hacer.
Ella me mira asintiendo antes de añadir.
—¿Sabes? Eres tan cabezota como mi esposo. Compadezco a
esa pobre princesa que se ha enamorado de ti. Pobrecilla, no sabe
dónde se mete.
Aunque sus palabras son en tono de broma, se clavan en mi
pecho como cien dardos envenenados.
Joder, te has convertido en un despreciable mentiroso, me digo
mientras me recuerdo por enésima vez que debo evitar preguntas
sobre mi relación con la princesa Bella. El acuerdo comercial es un
secreto y he prometido al rey no divulgarlo. Esa fue la condición
principal para finalizar la transacción y sellar el acuerdo.
Coño, estoy arriesgando mi posición y mi capital por una mujer
que ni siquiera me quiere.
Aún, me corrijo rápidamente. No me quiere aún. Será mi deber
asegurarme que aprenda a hacerlo.
Miro a mis amigos forzando una sonrisa.
—Pues ella no se ha quejado hasta ahora —miento con descaro.
Luana pone una mano en su cintura y ladea su cabeza para
mirarnos a los dos con una sonrisa.
—Sois unos cabritos, ¿verdad?
Zadir me mira con complicidad antes de abrazar a su esposa por
la cintura.
—Pero te encanta, nena, no digas que no.
Luana acaricia su rostro.
—Sabes que sí.
Ese pequeño gesto de amor remueve algo en mi interior. Envidia.
Una feroz necesidad de que la princesa Bella me admire y me ame
de esa manera. La necesidad de hacerla mía en cuerpo y alma.
Entonces el corazón se me encoge dolorosamente porque para
ella solo soy un canalla despreciable. Aunque el rey ha aceptado
entregarme a la princesa por un precio, sé muy bien que me he
apropiado de ella contra su voluntad.
Si quiero hacerla mía, verdaderamente mía, y no solo poseerla
como una mercancía, tendré que trabajar duro para ganarme su
confianza.
Tomo aire y miro a Zadir. Para él tampoco ha sido nada fácil su
relación con Luana. Pero si para él fue difícil, para mí es casi
imposible.
Desde el momento en que puse mis ojos en la hija mayor del rey
Darío supe que ya no me conformaría con ninguna otra mujer. Y que
aquello me traería un sinfín de problemas porque no soy un príncipe
y eso me impide pedir su mano formalmente. Reconozco que antes
de la guerra, hubiera sido insensato pretender a una princesa como
Bella, pero ahora las cosas han cambiado. Tras conquistar nuevas
tierras y riqueza para mi reino, me he vuelto un hombre acaudalado
más allá de todas mis fantasías. Y lo que me ha sido negado a
causa de mi humilde linaje, puedo tomarlo por la fuerza usando mi
dinero.
Aun así, no puedo evitar sentir una punzada de culpa por lo que
estoy a punto de hacer. ¡Joder, si tan solo se me permitiera
cortejarla por las vías normales…!
Pero jamás he pedido permiso para nada, mucho menos para
reclamar lo que considero mío. Y aunque en un principio deba
forzarla a estar junto a mí de una forma tan vil, estoy dispuesto a
hacer todo para que Bella acabe entregándose a mí, pues mi
corazón sabe que es nuestro destino estar juntos.
Me vuelvo hacia mis amigos.
—Jamás olvidéis que sois familia para mí —les digo.
Zadir sonríe emocionado y me da unas palmadas en la espalda.
—Viejo amigo, se te echará mucho de menos. ¡Pero todo sea por
tu felicidad!
Estrecho la mano de mi amigo tragando saliva porque sé que
probablemente no regresaré.
Luego me alejo de ellos con todo pesar, entro en mi todoterreno y
lo pongo en marcha. Lentamente dejo atrás a mis amigos que
continúan despidiéndose de mí con una mano en alto. Al salir de la
residencia real y enfilar la carretera pierdo la sonrisa respirando
profundamente por la nariz. Es hora de enfrentar tu destino, me digo
apretando las manos sobre el volante.
Pongo en el GPS la dirección del punto de encuentro acordado
con el rey. Mi pulso se acelera al pensar en lo que estoy a punto de
hacer. Tantas noches pensando en ella, sacando fuerzas de su
imagen para resistir el fragor de la batalla. Y ahora que estoy tan
cerca de obtener lo que quiero siento que el tiempo se ha detenido.
Como si el destino me advirtiese del peligro de tomar algo que está
prohibido para mí, una mujer que no debería ser mía.
Pero sé que Bella está destinada para mí. Lo siento en mi sangre
y en mis entrañas. Y si algo he aprendido peleando para mi reino en
tierras enemigas es que jamás debo ignorar mis instintos.
¿Recibiré eventualmente mi castigo por atreverme a desafiar las
convenciones?
El tiempo lo dirá.
Solo una cosa es segura. ¡No pienso detenerme ante nada ni
nadie!
Después de varias horas de viaje por carreteras polvorientas la
voz del GPS anuncia que estoy llegando al sitio indicado.
Estoy cada vez más cerca de la costa y si cierro los ojos puedo
oler el mar. Salgo de la carretera por un desvío. Este sitio es un
maldito páramo, no hay señalización ni otras personas a la vista.
Giro por un camino de gravilla que desemboca a lo lejos en una
playa de arenas amarillas. Soy el único coche que circula por la
zona y eso me inquieta. ¿Por dónde demonios llegarán?
Finalmente aparco a metros del mar entre dunas. Aquí es, el sitio
convenido. Solo se ven gaviotas, espuma blanca y arena.
Tamborileo sobre el volante nervioso mirando hacia todos lados
buscando rastros del coche del rey.
Cuando estoy a punto de dar marcha atrás para desandar el
camino de repente alguien aparece frente a mi ventanilla.
Permanezco alerta al ver a dos tíos de aspecto atlético haciéndome
señas para que abra las puertas del coche. Van de civil pero por su
postura y actitud asumo que son parte de la guardia real. Con el
entrecejo fruncido y mi cuchillo desenvainado presiono el mando
para abrir los cerrojos. Sin decir agua va alguien abre la puerta
trasera y arroja una maleta dentro. Unos segundos después veo
aparecer a la princesa que aterriza sobre el asiento jadeando de
indignación. Antes de que pueda ver quién la ha empujado dentro
cierran con un portazo y sin decir media palabra los hombres
vuelven a desaparecer detrás de las dunas.
Salgo del coche y corro tras ellos pero no alcanzo a verles por
ninguna parte. ¡Pero qué cojones es todo esto!
Comprendo que el rey no haya querido arriesgarse a ser
reconocido, pero esta vez el cabrón ha ido demasiado lejos.
Regreso a mi sitio frente al volante y me vuelvo para observar a la
princesa con preocupación. Aunque evita mi mirada estirando el
vestido sobre sus rodillas, alcanzo a notar que sus ojos están
enrojecidos, como si hubiera llorado durante horas, y el rímel se le
ha corrido. Sintiendo una repentina punzada de furia me remuevo en
el asiento debatiéndome entre ir a buscar a esos hijos de puta que
han hecho sufrir a mi princesa o salir de aquí cuanto antes y tomar
la carretera para llevármela de regreso a mi tierra.
Finalmente decido calmarme. Debo tener la cabeza fría para
trasladarla a salvo hasta mi país. Me vuelvo para mirarla una vez
más. ¡Madre mía, es tan hermosa que me quita el aliento!
Carraspeo antes de hablarle.
—¿Te encuentras bien? ¿Necesitas algo antes de partir?
Ella alza su barbilla lentamente y se limita a hacer una mueca de
dolor. Preocupado me adelanto hacia ella y alargo mi mano con la
intención de apartar el cabello de su frente para verla mejor, pero
antes de que pueda tocarla ella da un respingo y rápidamente se
desliza al extremo opuesto de la butaca, mirándome con sus ojos
entrecerrados como si yo fuera una especie de monstruo a punto de
atacarla.
—Bella, no voy a hacerte daño.
Ella se encoge contra el respaldo y tiembla como un pajarillo.
Joder, me digo pasándome una mano por el pelo. Esta muchacha
tiene los nervios destrozados. ¿Qué le han hecho a mi princesa?
Sabía que ella no estaría precisamente feliz de tener que dejar su
palacio para venir con un extraño, pero jamás imaginé encontrarla
en este estado. Aprieto mis dientes pensando que alguien pudo
haberla maltratado y la sangre hierve en mis venas. ¡Mierda!, esto
no está saliendo como lo había planeado. Pongo el coche en
marcha tratando de ahuyentar esos pensamientos oscuros. Al llegar
a la carretera principal el tráfico vuelve a ser normal. No dejo de
vigilar a la princesa en todo momento. Por el retrovisor veo que se
ha sentado con la espalda erguida y parece algo más tranquila.
Respiro aliviado.
Ahora estás conmigo, nena. Y mientras estés a mi lado juro que
nadie volverá a hacerte daño.
Capítulo 3
BELLA

Dumar conduce en silencio. Hace varios minutos que andamos


por la carretera y aún no me atrevo siquiera a respirar por temor a
hacer ruido y llamar su atención.
Miro por la ventanilla concentrada en el zumbido del motor casi
inaudible. No sé hacia dónde vamos y estoy muy asustada. Hemos
salido del reino, de eso estoy segura. Pero es que no conozco las
tierras que se extienden más allá de las fronteras de mi país. La
parte salvaje, como le llama mi padre, donde gobiernan los jeques
del desierto con mano de hierro y las costumbres del pueblo son
retrógradas y bárbaras.
Esperaba ver sol y desierto durante quilómetros, pero me
sorprendo con un prado verde con colinas que se alzan a ambos
lados de la carretera. Señales de tráfico indican la distancia entre
distintas ciudades con flechas apuntando hacia arriba y hacia los
lados. No puedo leerlos porque están escritos en lo que parece ser
otro alfabeto. Y eso me hace sentir tan extraña como si estuviera en
otro planeta.
Me recuesto en el respaldo cerrando los ojos y unas lágrimas
caen por mis mejillas. Madre mía, me siento tan vulnerable… Estoy
a merced de este hombre, tiemblo de solo pensarlo. Miro de reojo a
mi comprador. No conozco el temperamento de Dumar, no sé si es
de fiar ni qué intenciones tiene conmigo…
No seas ingenua, me digo amargamente. Si te ha comprado no
será porque quiera tenerte como adorno. Querrá hacerte su mujer
en cuanto se presente la primera ocasión. Mis mejillas arden y
nerviosa me retuerzo los dedos. Tengo que dejarle claro que sé que
ha firmado un contrato y eso significa que no puede hacer conmigo
lo que quiera. ¡Eso es! El contrato me protege. Me aferro a esa idea
como un náufrago a un leño y muy despacio giro mis ojos en su
dirección.
Desde aquí es poco lo que puedo ver de él más allá de las manos
sobre el volante y su perfil apenas vislumbrado. Noto que es
demasiado grande para caber en su asiento como una persona
normal. Su espalda sobresale bastante del respaldo y sus hombros
son muy anchos. Los músculos se le marcan a través de la ropa. Me
inclino hacia delante imperceptiblemente y advierto que la parte
superior de su túnica está abierta, dejando su cuello moreno y parte
de su pecho al descubierto. Disimuladamente le estudio hasta que
sus ojos captan mi movimiento y se vuelve hacia mí
sorprendiéndome. Sobresaltada vuelvo a recostarme contra el
respaldo de mi butaca con el pulso enloquecido. Tomo aire
intentando calmarme repitiéndome sin cesar que no puede hacerme
daño mientras conduce. Él me mira fijamente con una ceja
levantada y tras unos segundos muy incómodos vuelve a girar su
cabeza para mirar el camino.
Estoy a salvo… al menos de momento.
De a poco vuelvo a armarme de valor para mirarle nuevamente.
Su piel bronceada contrasta con la claridad del lino de su túnica.
Lleva el pelo negro peinado hacia atrás y con frecuencia le cae
algún mechón sobre la frente que rápidamente aparta soplando el
aire por un costado de su boca. Es un gesto que me resulta… muy
masculino. Su pelo se ve espeso y sedoso y huele a una mezcla de
sándalo y menta. De repente caigo en la cuenta de que nunca antes
he estado a solas con un hombre así. Trago saliva y me sonrojo
sintiendo que vuelven a encenderse las alarmas en mi mente.
Alerta, Bella, recuerda que estás sola con este bruto en medio de la
nada. Respiro para calmarme, pero mis rodillas tiemblan sin control.

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