PASTORESN22
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SUMARIO
Editorial
Acompañar en la esperanza
P. Raúl O. Méndez.
Desde el año pasado, los obispos argentinos, en diversos mensajes al terminar sus reuniones de
Asamblea Plenaria o Comisión Permanente, vienen dando su palabra para iluminar esta crisis que se
vive en Argentina y animar en la esperanza. (cfr. La Nación, el presente y la esperanza, 80º AP,
noviembre de 2000; Hoy la Patria requiere algo inédito, 81º AP, mayo de 2001; Queremos ser Nación,
129º CP, agosto de 2001; Carta al Pueblo de Dios, 82º AP, noviembre de 2001)
“Pero esta crisis no es sólo un problema estadístico. Ante todo es un problema humano. Tiene
nombres, apellidos, espíritus y rostros. Y lamentablemente a los excluidos ya los contamos por
centenares de miles. Acostumbrarnos a vivir en un mundo con excluidos y sin equidad social, es una
grave falta moral que deteriora la dignidad del hombre y compromete la armonía y la paz social.” (La
Nación, el presente y la esperanza, nº 6, parr. c)
“¿Quién piensa el futuro de Argentina? ¿Cuál es el proyecto de país que oriente nuestra acción?
¿Qué hacer para generar esperanza?…” (Hoy la Patria requiere algo inédito, nº 8) “Dado que la crisis
afecta a los vínculos sociales, se hace necesario que, con imaginación y creatividad, todos participemos
en recomponerlos, sea en la familia, que es el fundamento de la sociedad, el barrio, el municipio, el
trabajo o la profesión. Hoy la Patria requiere algo inédito. Dondequiera que estemos podemos hacer
algo para generar mayor comunión. Nosotros mismos, como ministros de reconciliación, unidad y
comunión, nos comprometemos a intensificar nuestro trabajo en la reconstitución de esos vínculos.”
(Hoy la Patria requiere algo inédito, nº 12)
Este número de Pastores pretende ayudar en la reflexión interior para que podamos ser ministros
de consuelo, reconciliación y esperanza. Nosotros, sacerdotes, nos preguntamos también cómo generar
esperanza. Porque cuando ya nadie da respuestas, el pueblo de Dios se acerca a sus ministros para
encontrar una palabra, una acción, un gesto solidario que permita seguir caminando.
Hoy más que nunca nuestro ministerio tiene que estar lleno de acciones que fortalezcan los lazos
y vínculos familiares y sociales. Hoy más que nunca debemos ser ministros de comunión y de esperanza.
Comenzamos este número de Pastores con dos testimonios. El Padre P. Raúl O. Méndez, de la
Diócesis de Formosa, nos presenta una reflexión sobre cómo animar en la esperanza en nuestra tarea
pastoral cotidiana. El P. Andrés Tello Cornejo, de Buenos Aires, comparte su experiencia como
Capellán del Hospital Muñiz, donde acompaña a los enfermos infectados de HIV.
Un estudio del P. Gerardo Ramos SCJ nos permite hacer presente la figura de un pastor muy
querido entre nosotros, que animó en la esperanza a su pueblo: Mons. Gerardo Sueldo, Obispo de
Santiago del Estero (1995-1998).
Terminamos con dos artículos que tratan sobre el manejo de los bienes materiales en la Iglesia.
En medio de la crisis económica y social, donde tantos recursos se necesitan para ayudar a nuestros
hermanos, transcribimos la exposición de Mons. Carmelo Giaquinta, Arzobispo de Resistencia, en la
Asamblea Plenaria de mayo de 2001, donde hace una evaluación del Plan Compartir. Finalmente un
texto del P. Rafael Braun, de Buenos Aires, que reflexiona sobre la tarea del sacerdote como
administrador de bienes materiales en la Iglesia.
Esperamos que este número de Pastores nos ayude a mirar nuestro ministerio pastoral como
instrumento de consuelo y esperanza para el Pueblo de Dios. La Navidad que se acerca, nos ilumine para
crecer en la “esperanza que no defrauda”. ¡Feliz Navidad!
Testimonio
Acompañar en la esperanza
P. Raúl O. Méndez
Diócesis de Formosa
Alégrense en la esperanza (Rom. 12, 12) Que el Dios de la esperanza los llene de alegría y paz en la fe,
para que la esperanza sobreabunde en ustedes, por obra del Espíritu Santo (Rom. 15, 13)
¿Cómo animar a la esperanza si muchas veces nosotros mismos experimentamos el peso del
desaliento? No sólo por alguna limitación o fracaso pastoral sino también por estar palpando
cotidianamente muchas situaciones de impotencia e injusticia que padece la gente de nuestras
comunidades, corremos el riesgo de vernos abrumados y tentados a desesperar.
Sin embargo, frecuentemente vivimos experiencias que nos van dando un poco de luz a la hora
de acompañar pastoralmente y seguir apostando a la esperanza.
Recuerdo que hace pocos meses, cuando la situación económica se fue tornando alarmante, iba a
una comunidad rural muy humilde donde celebramos la misa solamente un domingo al mes. Ese día el
Evangelio hablaba del hombre que quería acumular sus bienes. Venía pensando en el camino cómo
hablar de la codicia, sin caer en acusaciones a los codiciosos del momento.
Al llegar el momento de la homilía hice referencia someramente a la situación económica y el
panorama social del país. Buscaba ser cercano a la vivencia de la gente tratando de identificarme con las
penurias que estaban pasando estos campesinos. Mientras me esforzaba por ser simple y a la vez no
ensombrecer más el panorama, les pregunté qué podíamos hacer como cristianos. Entonces una mujer
me dijo: “Padre, nosotros ya estamos acostumbrados a vivir así, hace mucho que no vemos plata, lo que
tenemos que hacer es dar gracias porque Dios nos da salud que es lo más importante para seguir
viviendo”
De pronto en esa expresión sencilla y lejana de todo conformismo, se me hizo clara la fuerza de
la fe y la confianza en Dios. A la vez me pareció como si yo estuviese en otro mundo y me di cuenta que
estaba transmitiendo vivencias mías y desesperanzas propias. Cuántas veces habré predicado sobre lo
importante y lo fundamental en nuestra vida de cristianos, sin embargo allí me sentía un alumno
aprendiendo de una sabiduría más honda y transparente.
“...lo más importante....” esa expresión no era un dicho más. Surgía del fondo de muchos
despojos y dolores cotidianos, una nitidez que brota del sufrimiento y a la vez de la confianza en quien
no defrauda.
Esa misma semana, hablaba con un hombre joven, que vive de la pesca. Me comentaba que no
había quien compre y que además se sumaba la sequía y el río que retaceaba sus frutos a los pobladores
del lugar. Mientras escuchaba sentía una angustia y un deseo de ofrecer algo y casi espontáneamente
dije: parece que todos los males vienen juntos. Y el muchacho respondió: “Acá lo más importante es que
no nos falta la salud y por eso podemos subsistir, siempre hay alguna manera de armar el puchero.”
Otra vez la misma sensación: tratando de animar a la esperanza resulta que era yo animado a la
esperanza.
“...lo más importante....” no significa desconocer la realidad sino que se trata de poner la mirada
en aquel horizonte que da sentido a todo el paisaje de la vida.
En otra oportunidad celebrábamos el aniversario de una localidad. Tratando de alentar a la gente
propuse hacer memoria de los primeros pobladores. Los familiares traían los nombres de sus abuelos y
recordaban los primeros momentos vividos en esa localidad. Muchos aportaron las distintas vivencias de
esos tiempos duros de colonización, el entusiasmo y la decisión de los abuelos. Pero no faltó quien hizo
nuevamente este aporte: “Tenían mucha fe en Dios y la Virgen y no les faltaba salud.”
Fe y salud. Yo había pensado otras cosas para hablar de la esperanza, tuve que asentir a esa
certeza que experimentan los pobres: Dios nos acompaña dándonos salud, y esto es lo más importante.
Es una certeza que se va aprendiendo en el camino, y que hoy escucho como si fuese una
melodía constante: en las oraciones espontáneas, en las plegarias inocentes de los niños, en los ojos
profundos de los ancianos: con la salud es suficiente.
Y empecé a hablar de la salud que trae Jesús, de la salud del alma que inspiran sus palabras. Y
me di cuenta que tenía que hablar de la vida, y de lo lindo que es ver crecer la vida a pesar de tanta
muerte.
Me llevó a pensar mucho, a veces queremos dramatizar la vida, ciertamente que hay dramas,
pero esta gente me va enseñando a no ser dramático y eso es posible porque la mirada está puesta en
“...lo más importante..”: Dios nos da la salud, que no es solamente la salud física, es el deseo de vivir y
la capacidad de estar en sintonía con todo lo que ello implica.
Pantaleón, un diabético que ya tiene cortadas las dos piernas, cada vez que llego a su casa, en la
que vive solo, me saluda con una sonrisa amplia. Cuando le digo: “Cómo estás” me contesta, “Habiendo
salud, todo está bien.”
Un día él me explicó así la vida eterna: “Cuando me muera voy a andar paseando un tiempo
porque tengo que ir a buscar una pierna que dejé en Resistencia y otra en Formosa; porque en el cielo
dice que uno está enterito, y voy a venir a buscar mi camiseta de River para jugar al fútbol en el cielo.”
Lo recuerdo y mis pequeños dolores parecen desaparecer ante esa certeza de vida plena, ante
“..lo más importante”
Que Dios nos da la salud significa que nos da la vida, y vida que no se acaba.
Todavía me queda mucho para aprender, solo les puedo decir que me parece que alentar en la
esperanza es afirmar la vida y ser discípulos y apóstoles de esta vida en la Iglesia Madre. Me viene como
un grito al corazón la exhortación del apóstol: Alégrense en la esperanza. Allí esta la clave, que Dios nos
libre de ser especialistas en sombras y no testigos de la luz.
Los tiempos duros son como un caminar en el desierto, y se trata de andar allí con una certeza:
que en algún lugar el desierto esconde un pozo de agua fresca.
Los presbíteros conocemos al menos de oídas el secreto para llegar a los pozos. Es que a veces
tenemos que hacer la experiencia de confiarnos totalmente y creer; la certeza aleja las tristezas.
Ayudarnos mutuamente, en nuestros presbiterios, a ver qué es “..lo más importante”.
Jesús en la Eucaristía se sigue haciendo pequeño en nuestras manos como para decirnos: tú eres
grande, recuerda tu dignidad. Creo que alentar la esperanza, desde nuestro ser sacerdotes, hoy significa
hacerse pequeño y sencillo en la comunidad para que así pueda brillar la grandeza de la dignidad de
todos los hijos de Dios.
Cuando sabemos lo que somos, lo que poseemos como don, cuando reconocemos “lo más
importante..”, eso nunca nos puede ser quitado.
Presiento que estas experiencias humanas, vividas en la simplicidad de nuestros postergados
campesinos, tienen un sabor de universalidad; y que en el anuncio del Evangelio hay notas que se
repiten como música de fondo en muchas realidades y tiempos.
Que el Dios de la Esperanza, de la Salud que viene de la Cruz nos sostenga alegres, como el
peregrino que vislumbra la meta, porque la lleva ya desde el comienzo en su corazón, caminando como
quien ya está viendo lo invisible.
Testimonio
Leo la revista, pero no imaginé ser leído: me da un poco de calor. El mes pasado, en la Semana
del Clero, el P. Eguía Seguí, me pidió que escribiera para “Pastores” un testimonio acerca de mi tarea
pastoral y la esperanza.
En marzo del 98 llegué al Hospital Muñiz como capellán. Había estado como seminarista
ayudando al capellán, el P. Jorge, en el 92 y 93, y me quedó ese deseo de “cuando me ordene, me
gustaría volver como sacerdote”.
Al principio, por la noche me venían las imágenes de lo que había vivido durante el día. En el
Muñiz hay mucho dolor, dolor que no podía llegar a imaginar. Tocás en un mismo día el cielo y el
infierno. Aquí el año pasado, el 92 % de los pacientes que se internaron padecían el HIV-SIDA. Se
internan desde niños, muchos de ellos huérfanos, hasta algunos pocos abuelos. La mayoría son jóvenes,
el promedio de edad de pacientes internados del año pasado fue de 28 años.
Me duele que muchos no tuvieran quien les haya enseñado a vivir. Muchos están solos, les
soltaron las manos temprano o ellos se escaparon antes de tiempo.
Algunos con el llanto del dolor aprenden a vivir de nuevo, vuelven a sus familias, cambian de
vida, hacen los tratamientos, descubren a Dios, nacen de nuevo.
Otros quieren, pero no pueden, están tan atrapados en el infierno de la droga, el sexo mal vivido
y la pobreza, y ya no pueden escaparse. ¿Cómo escaparse de la droga cuando ya es parte de tu cuerpo?
¿Cómo escaparse del robo o la prostitución cuando no sabés hacer otra cosa o no te dan trabajo porque
tenés SIDA, y la pensión de cien pesos no te alcanza ni para el boleto?
Hoy HIV no es muerte, pero con estas condiciones de vida, muchas veces sí.
¿Cómo hablar del amor y la misericordia de Dios en medio de este infierno vivido?
Pero descubro que Dios sigue escribiendo en nuestros corazones, sigue hablando hasta que
podamos escucharlo. Todo hombre tiene sed de algo más profundo, tiene sed de EL. Y experimento que
a medida que van desapareciendo las realidades materiales, van aflorando más fácilmente las
espirituales. Y veo como en medio de la gran culpa y el barro, cuando a veces ya no hay fuerzas para
comer ni para drogarse, muchos quieren rezar o aprender a rezar, a leer la Biblia, confesarse, a recibir la
Comunión y la Unción, muchos quieren sentirse cerca, cerca de quien le acaricie una mano, cerca de
Dios.
Es terrible ver morir, más cuando es un ser amado. A diario se vive una familia más sin un hijo,
sin un padre o hermano, sin una mamá o una hermana. Nuestras paredes tienen muchas veces sabor a
llanto. Pero cuando se van los médicos y las enfermeras, cuando te quedás rezando con la familia o
muchas veces solo, vivís la amargura de una vida perdida, que hubiese querido tener una vida distinta, y
la esperanza de un Cielo robado. Descubrís en tu sagrario de cura, que ese pibe o piba que conociste, te
confeso su tormento y terminó en paz, vivió en la miseria y se terminó encontrando con la Misericordia,
vivió en el infierno y terminó en el Cielo. Solo uno conoce como a lo último conoció al Dios que casi
perdió, lo tocó y abrazó. Cómo Jesús transformó su cama de dolor en cruz, hasta casi no haber diferencia
entre Jesús en la Cruz y ese hermano desfigurado en su cama. Cuerpo a cuerpo se tocan y hacen
comunión. Comunión que se convierte en salvación.
Muchos se asustan cuando sus cuerpos se van deteriorando, se van desfigurando; cuando en tres
o cuatro años envejecieron treinta o cuarenta años. Y ahí es cuando les hablo de la resurrección. Que un
día van a tener un cuerpo que nunca más se va a enfermar, que un día Jesús les va a dar un cuerpo sano y
pleno, un cuerpo glorioso; y que se van a encontrar con sus papás, con su pareja o su hijo, con Jesús, la
Virgen y los Santos. Ahí la muerte ya no es más miedo sino espera, ya no es más soledad sino
encuentro.
Por eso, cuando cierro los ojos y `pienso en los cientos y cientos que partieron, vivo ya no el
sabor de la amargura, sino el de la esperanza, con la seguridad de tener muchos amigos en el Cielo,
muchos que nos están esperando.
Estudio
Un pastor que anima la esperanza del pueblo
El Cardenal Pironio y la esperanza
Jesús llamó a algunos hombres para que estuvieran con él, enviarlos a predicar (cf. Mc 3, 14) y
apacentar el pueblo de Dios (cf. Jn 21, 16). Los pastores del nuevo pueblo de Dios reciben un ministerio
para llevar adelante estas tareas. Pero se les pide particularmente que sean testigos de la resurrección de
Jesús (cf. Hech 1, 22).
El Cardenal Pironio vivió predicando la Pascua, diciendo a todos los hombres “resucitó Cristo, mi
esperanza”. ¡Con qué fuerza repetía las palabras de la liturgia en la secuencia del domingo de Pascua:
“dinos, María Magdalena, ¿qué viste en el camino? He visto a los ángeles... Ha resucitado Cristo, mi
esperanza...”! No fue casual que se lo llamara el profeta de la esperanza, porque durante su ministerio
no se cansó de gritar la esperanza y de invitar a toda la Iglesia a vivirla desde la fecundidad de la cruz y
la alegría de la resurrección. Al contrario, él mismo define a los obispos y presbíteros como esenciales
profetas de esperanza “porque son, por definición, los primarios testigos de la Pascua”.1
La finalidad de este artículo es introducirnos al tema de la esperanza en el Cardenal Pironio y desde sus
escritos encontrar los motivos antiguos y siempre nuevos para la esperanza cristiana al comenzar el
nuevo milenio y frente a la realidad de la Argentina que nos duele y golpea. No es un trabajo exhaustivo,
sino sólo indicaciones de las ideas más importantes –según mi entender– que tendrán como
complemento necesario recurrir a la lectura de sus escritos.
Sabemos que la palabra de Mons. Pironio ha sido siempre contextualizada y que ha respondido desde su
magisterio a las situaciones particulares del tiempo que le ha tocado vivir.2 Sin embargo, la temática de
su predicación “tiende a mantener una mirada unificadora de lo múltiple, una mirada sapiencial que
contempla todo desde sus causas supremas: Cristo en su Misterio pascual y el amor del Padre3” que se
manifiesta en su designio salvífico. Lo cual le da estabilidad a su reflexión aunque los contextos
históricos hayan cambiado.
Hoy es muy oportuno que los pastores podamos volver a reflexionar sobre esta virtud teologal y que
dejemos que las palabras y el testimonio de Mons. Pironio, que nos comunica lo que ha contemplado y
1
CARD. EDUARDO F. PIRONIO, Meditación para tiempos difíciles. Centro de Documentación – CIAS, nº doble 40-41,
Buenos Aires 1976, 5.
2
Como fruto de esto nos ha dejado unas reflexiones sobre la Esperanza que indicamos especialmente: “Reflexiones sobre la
esperanza sacerdotal”, (del período previo al Concilio Vaticano II), en Palabras sacerdotales, Buenos Aires 1992, 35-43;
“Mensaje Pascual” a los fieles de la Diócesis de Mar del Plata, pascua de 1975; Queremos ver a Jesús, Madrid 1975, 259-
286; Alegría Cristiana, Buenos Aires 1978, 17-27; “Meditación para tiempos difíciles”, Roma, noviembre de 1976; “La
Iglesia de la Alegría y la Esperanza” en Consagrados en la Iglesia, Madrid 1984, 141-155; “Anunciar y testimoniar a Cristo
hoy”, discurso de apertura al II Forum Internacional de jóvenes en Santiago de Compostela, 13 de agosto de 1989, en Jóvenes
amigos míos... Madrid 1999, 97-115.
3
GERA L., “Presentación”; en CARDENAL PIRONIO, Cristo entre nosotros. PPC, Madrid 1998, 10.
tocado de la Palabra de Vida (1 Jn 1,1), revitalicen nuestro ministerio para encontrar nuevos motivos de
esperanza y, junto con nuestro pueblo, hacer presente al Señor de la historia en la vida.
Cuando se leen sus reflexiones se puede ver que hay una profunda raíz teologal en su pensamiento. El
fundamento de su predicación es bíblico, se basa en textos como el de la resurrección (Lc 24, 13-53),
parábolas tomadas del discurso escatológico (Mt 24 – 25), en las Bienaventuranzas ( Mt 5, 1) y otras
exhortaciones neotestamentarias (Rom 5. 8; Tit 1- 2; 1 Pe 3, 13-15) donde se manifiestan los elementos
que luego serán.
También encontramos consonancia con las enseñanzas conciliares, se perciben principalmente como
trasfondo el capítulo 7 de Lumen Gentium y Gaudium et spes.
“Una Iglesia pascual es esencialmente una Iglesia de la esperanza; es decir, una Iglesia en
camino, que va marchando hacia el encuentro definitivo con el Señor, mientras anuncia
gozosamente a los hombres que Jesús ya vino, murió y resucitó por nosotros, vive y va
peregrinando con nosotros hacia el Padre.
...Es una Iglesia esencialmente abierta a la segunda venida del Señor. Una Iglesia que se apoya
en la resurrección de Jesús y en la potencia del Espíritu”5
Una Iglesia en esperanza es una Iglesia comprometida, desde la fe y la caridad, en el servicio
integral del hombre y de los pueblos”6
La esperanza define al cristiano que se ha encontrado con Cristo. Para el Apóstol el cristiano es el que
vive “con Dios, con Cristo, con esperanza”. Para Pedro es aquel que sabe dar razón de la esperanza (1 Pe
3, 15), quien ha sido engendrado para una feliz esperanza (1 Pe 1,3).7
Como cristianos nos apoyamos en la Resurrección de Cristo. Hecho que se realizó en la noche de la
Pascua pero que continúa hasta el final de los siglos. Es la certeza que Cristo sigue viviendo con
nosotros y enviándonos desde el Padre al Espíritu que vivifica y renueva todas las cosas:
“Tenemos motivos para esperar. Pero la esperanza cristiana no se apoya en los talentos o la
fuerza de los hombres. Sólo se apoya en la bondad del Padre, para quien nada es imposible (Lc
4
Cf. MONS. EDUARDO F. PIRONIO, Alegría Cristiana. Buenos Aires 1978, 17.
5
E. F. PIRONIO, Queremos ver a Jesús (Retiro en el Vaticano, 1974), Madrid 1980 259.
6
MONS. EDUARDO F. PIRONIO, El hombre nuevo en América Latina. Buenos Aires 1977. 51.
7
Cf. Alegría Cristiana, 18.
1, 37), en la muerte de Cristo que dio su vida para reconciliarnos (Col 1, 20) y en la actividad
incesantemente renovadora del Espíritu Santo que nos ha sido dado (Rom 5, 5).”8
Para esperar es necesario creer en la resurrección de Jesús y tener seguridad en la fuerza transformadora
de su muerte. La cruz es inherente a la esperanza, la hora más difícil de la vida de Jesús es la hora de su
pasión, de la glorificación. La cruz lleva a la Resurrección, porque el Señor se entregó serenamente
como el grano de trigo para dar fruto. Es necesario redescubrir el sentido de la cruz porque en ella el
Señor nos enseña a superar los tiempos difíciles:
“Por su entrega incondicional al Padre en la cruz (Jesús) convierte la muerte en vida, la tristeza
en alegría, la servidumbre en libertad, las tinieblas en luz, la división en unidad, el pecado en
gracia, la violencia en paz, la desesperación en esperanza”9
El misterio de la cruz no es fácil de comprender y aceptar. Es necesario estar desposeído de las propias
seguridades y certezas, hace falta poner toda la confianza en Dios:
La Iglesia es testigo de esta resurrección y por eso es signo e instrumento de la esperanza en el corazón
de la humanidad. Pero al mismo tiempo sabe que espera “los cielos nuevos y la tierra nueva donde
habitará la justicia” (2 Pe 3, 13), su tensión es hacia la plenitud de donde se realice definitivamente lo
que espera.
La vida del cristiano es esperar a “Cristo, nuestra feliz esperanza” (Tit 2, 13), esto nos convierte en
peregrinos de lo eterno, tenemos los ojos abiertos y el corazón tendido hacia la ciudad definitiva.11
Por el bautismo hemos sido constituidos herederos de la promesa, esta vida alcanzará su consumación
plena con la venida del Señor en la gloria. Si bien hemos sido redimidos sólo en esperanza (Rom 8,24)
debemos esperar lo definitivamente nuevo, cuando Cristo vuelva a entregar el Reino al Padre (1 Cor 15,
24).
Pero también esperamos volver al Padre, como Jesús que salió del Padre y vuelve a él (cf. Jn 16, 28). La
filiación adoptiva que hemos recibido en el bautismo es vivida con seguridad y confianza porque nos
sabemos en las manos de nuestro Padre. Nuestra filiación tiene otros dos momentos: el de nuestra
muerte y el de la segunda venida del Señor donde nuestro cuerpo de miseria se transformará en un
cuerpo glorioso.12
8
Alegría Cristiana, 23.
9
Meditación para tiempos difíciles, 7.
10
Meditación para tiempos difíciles, 4.
11
Alegría Cristiana, 19.
12
Cf. Queremos ver a Jesús, 264.
La esperanza nos pone de cara a la Luz definitiva, a la eternidad para la que fuimos
convocados, al Señor en cuya inmediata visión seremos inmensamente felices: “Seremos
semejantes a él, porque le veremos tal cual es” (1 Jn 3,2). La esperanza ilumina las sombras
provisorias –a veces dolorosamente oscuras– de nuestro camino.13
La predicación sobre la vida eterna iba acompañada por un anhelo del Cardenal. Él afirmaba que “la
esperanza es la fruición anticipada del futuro, como la eternidad será la fruición definitiva de lo
esperado”.14 Recuerdo que cuando él hablaba sobre el momento de su “pascua”, su muerte, expresaba un
deseo: deseo que el día de mi muerte sea el Domingo de Pascua, o el día de la Asunción de Nuestra
Señora (la pascua de María) o el día de la Transfiguración. Ponía así de manifiesto su deseo de
participar de la misma suerte del Señor, para contemplar el rostro de Dios, término de su esperanza. Para
él “la vida eterna es ver a Dios como El se ve, amarlo como Él se ama y gozarlo como Él se goza”.15
Al plantear la vida eterna como objeto de la esperanza no tiene una visión espiritualista ni individual
sino que plantea que el fin se realiza en varias dimensiones. La vida eterna tiene una dimensión divina:
la glorificación de la Trinidad, una dimensión personal: nuestra felicidad integral y una dimensión
cósmica: la segunda venida del Señor.16
La redención definitiva se realizará en toda la creación, en todos los pueblos y en toda la Iglesia, será el
triunfo de la comunión universal, del amor verdadero, de la justicia plenamente realizada, de la paz
acabadamente conseguida.17
Para Monseñor Pironio la esperanza es una virtud que se vive en el tiempo pero en tensión de eternidad.
Hay un punto de partida que nos da la certeza: es la obra redentora realizada por Cristo y un punto de
llegada: la contemplación de la gloria; entre ellos la Iglesia está llamada a peregrinar en la historia
asumiéndola y evangelizándola para que sea una historia salvífica. El cristiano y la Iglesia vivimos en
esta historia, en tiempos concretos, muchas veces difíciles y críticos, pero simultáneamente nuevos. Es
en estas circunstancias donde debemos vivir con toda la fuerza la esperanza cristiana.
Al referirse a los tiempos que le han tocado vivir, el profeta de esperanza presentaba una visión realista
y al mismo tiempo esperanzada.
La descripción realista lo llevaba a afirmar que se viven tiempos difíciles, donde abunda el miedo, la
tristeza, el desaliento, la violencia, el cansancio, la evasión, el pesimismo, la desesperanza, la
insensibilidad, la apatía, el desinterés, el sentido del fracaso o la impotencia.18
En la invitación a los religiosos para ser alegres les decía: “Ser alegres en la esperanza. Pero sabiendo
que esto no es humanamente posible en cada momento, porque hay situaciones en las cuales nos
13
Queremos ver a Jesús, 263.
14
Meditación para tiempos difíciles, 9.
15
CARD. EDUARDO F. PIRONIO, Palabras sacerdotales. Buenos Aires 1992, 39.
16
Cf. Palabras sacerdotales, 40.
17
Cf. Alegría Cristiana, 20.
18
Meditación para tiempos difíciles, 4; Alegría Cristiana, 18-19.
sentimos despedazados, desechos, cansados. (...) Hay muchas tarde de crucifixión, de viernes santo, tal
vez la mayor parte”.19
A los jóvenes los exhortaba a gritar la esperanza en una “cultura de crisis”. Porque no es fácil para un
joven de hoy, que vive el fracaso de las personas y el derrumbe de las instituciones y ve que se le cierran
las puertas para una participación activa, seguir gritando la esperanza.20 En lugar de quedarnos
contemplando las ruinas entre lágrimas, hemos de empezar a construir en el esfuerzo, en el amor, en el
sacrificio.21
Cuando muere la esperanza no sólo surge la desesperación; enseguida nace la amargura, la agresividad y
la violencia. La violencia es la negación de la esperanza. Como "el pacifismo" superficial e impuesto es
la negación de la justicia. Como la simple filantropía es la negación de la caridad. Y así se impide que
nazca la paz auténtica, firme y duradera.22
Junto a esta visión realista que hemos descrito en pocas líneas, pero que se encuentran ampliamente
desarrolladas en sus escritos, está la visión esperanzada. Hay un fundamento teológico por el cual es así.
Para él:
“los tiempos muy difíciles son muy evangélicos, porque es cuando el cristiano está llamado a
dar razón de su esperanza, a penetra por la fe y el Espíritu Santo en el escándalo de la cruz y
sacar de allí la certeza inconmovible de la Pascua para comunicarla a otros”. Los tiempos
difíciles pertenecen al designio del Padre y son esencialmente tiempos de gracia y salvación.
Jesús nos abre el camino para vivir con amor y gratitud los tiempos difíciles, y convertirlos en
providenciales tiempos de esperanza.23
Estos tiempos pertenecen al designio del Padre y son tiempos de gracia y salvación. La esperanza se
vive en la historia, sobre todo en los momentos difíciles, dramáticos. Estos son un desafío a la
esperanza. No olvidemos que la esperanza cristiana nace cuando todo humanamente se derrumba.24 Este
es el momento en que se debe gritar a los hombres “en el mundo tendrán que sufrir, pero tengan valor,
yo he vencido al mundo (Jn 16, 33).
La respuesta del cristiano al mundo que le toca vivir se hace desde el dinamismo creador de la
esperanza. Esta exige la fortaleza en el Espíritu y el testimonio que Cristo es la esperanza de la
humanidad.25 Así se va construyendo el futuro, mejor todavía, quien vive la esperanza hace que el futuro
nazca ya como presente. 26 Vivimos tiempos en que hay que confiar más en Dios y en la capacidad
constructiva del hombre.27
19
CARDENAL EDUARDO F. PIRONIO, Consagrados en la Iglesia. Madrid 1984, 146.
20
CARDENAL EDUARDO F. PIRONIO, Jóvenes amigos míos... Madrid 1999, 100.
21
Jóvenes amigos míos..., 75.
22
MONS. EDUARDO PIRONIO, Tiempo de esperanza. Escritos pastorales III. Pastoral de Cuaresma. Buenos Aires 1976, 109.
23
Cf. Meditación para tiempos difíciles, 2-4.
24
CARDENAL PIRONIO, Diálogo con Laicos. Buenos Aires 1986, 92.
25
Jóvenes amigos míos..., 100.
26
Tiempo de esperanza. Escritos pastorales III. Pastoral de Cuaresma, 109.
27
Diálogo con Laicos, 92.
La esperanza es seguridad, confianza, ánimo, coraje, optimismo. Supone la fe en la Resurrección del
Señor, en su vida en medio de nosotros. La evangelización, tiende a la salvación integral del hombre, a
su plena liberación, a la construcción de la civilización del amor. 28
Es esencial a la esperanza lo siguiente: ser activa y creadora, ser fuerte, comprometida y perseverante.
(...) Esto supone apoyarnos confiadamente en Alguien que no cambia y comprometernos cotidianamente
a hacer algo: ayudar al hombre, renovar el mundo, ir humildemente construyendo la historia.29
Pironio es un hombre del Vaticano II, en su planteo de pastor cuando conduce al pueblo tiene
muy en cuenta la enseñanza conciliar. Ha asumido en su enseñanza que "la esperanza escatológica no
merma la importancia de las tareas temporales” (GS 21).
“Pero nuestra esperanza no es únicamente una esperanza escatológica: “algún día vendrán
tiempos nuevos...”. Esperamos que ya aquí, en la tierra, se realicen los cielos nuevos y la tierra
nueva. Esperamos ir haciendo con la solidaridad de todos los hombres de buena voluntad y con
el compromiso concreto de nuestro ministerio sacerdotal, una patria de hermanos, una tierra
solidaria donde los hombres vivan reconciliados con el Padre y con los hermanos. Esperamos
que haya más justicia y más libertad, menos odio y menos violencia, menos destrucción y
menos muerte; esperamos la reconciliación y la paz. Y lo hacemos porque Jesús vino y se
entregó por nosotros a fin de rescatarnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo que
fuese suyo, fervoroso en buenas obras (Tit 2, 14)”.30
La comunión es una exigencia eclesial, una comunidad cristiana se despedaza si pierde la seguridad
creadora de la esperanza, se para liza y se muere.33 La comunidad es un espacio privilegiado para vivir y
renovar la esperanza. Existe una dimensión social de nuestra esperanza: somos un pueblo, una familia,
28
CARD. E. F. PIRONIO, "Meditazione biblica": en PONTIFICIO CONSIGLIO PER I LAICI; Primavera del Vangelo, Servizio di
documentazione 26, Città del Vaticano 1993, 23.
29
Alegría Cristiana, 21.
30
Cristo entre nosotros, 38.
31
Diálogo con Laicos, 83.
32
Cf. El hombre nuevo en América Latina, 54.
33
Cf. Alegría cristiana, 22.
un cuerpo, somos un pueblo que camina.34 Uno solo sería incapaz de esperar, la comunión con Cristo es
también comunión con los hermanos.35
Nunca esperamos solos, siempre lo hacemos con los demás. En la medida en que no dejemos poseer por
el Espíritu de Pentecostés, como María y los apóstoles, formaremos una comunidad de hermanos, “un
solo corazón y una sola alma” (Hech 4, 32), totalmente abierta a la presencia de Jesús Resucitado y
generosamente disponible a las necesidades de los hombres.36
La Pascua toca el misterio de la comunidad cristiana. El Señor resucitado vive en el interior de una
Comunidad invadida por el Espíritu Santo y que permanece unida en la Palabra, la comunión fraterna, la
fracción del Pan y el espíritu misionero.37
La “comunidad cristiana que se siente invadida por la fuerza transformadora del Espíritu de la Pascua y
enciende para el mundo –dividido y en tinieblas- la claridad invariable de un testimonio que esperaba:
“he visto al Señor” (Jn 20, 18).38
El cristiano está exigido por el amor, porque ha conocido el amor que Dios le tiene y ha creído en El (1
Jn 4, 16). La experiencia comunitaria de la virtud de la esperanza pide que se viva
un amor que sea comprensión y ayuda recíproca para “discernir lo que es mejor” aquí y ahora;
que sea unidad y comunión: la hora difícil que vivimos exige de nosotros una grande capacidad
para renunciar a lo nuestro, morir a los individualismos o grupos, para nacer en la comunión
fecunda de la Iglesia. Finalmente, un amor que sea entrega generosa a los hermanos,
disponibilidad para el servicio cotidiano, compromiso auténtico con los más pobres y
necesitados.39
La esperanza no es sólo esperar con los demás, porque nuestra felicidad depende de la glorificación del
cuerpo entero, sino también esperamos para los demás: su conversión, su santificación, su glorificación;
esto es porque la esperanza se funda en la caridad.40
Profetas de esperanza
Pironio era un hombre que anunciaba la esperanza, porque anunciaba a “Jesús, esperanza de la gloria”.
No dejó nunca de expresar que “es urgente descubrir y exponer las razones de la esperanza que llevamos
dentro” (Cf. 1Ped 3,5), no sólo con convicción humana sino la certeza que es fruto de la virtud
cristiana.41
34
Cf. Palabras sacerdotales, 41.
35
Cf. Consagrados en la Iglesia, 152
36
Alegría Cristiana, 94-95.
37
Tiempo de esperanza. Escritos pastorales III. Pastoral de Cuaresma, 24.
38
Tiempo de esperanza. Escritos pastorales III. Mensaje de Pascua, 33.
39
Diálogo con laicos, 84.
40
Cf. Palabras sacerdotales, 42.
41
MORENO L., "Card. Eduardo Francisco Pironio un comunicador del amor de Dios", en Cardenal Eduardo Pironio la
palabra, 24.
Frente a un mundo que transita sus días en medio de muerte y dolor, incertidumbres y oscuridades hoy
hacen falta más que nunca hombres contemplativos y profetas de esperanza.42 Hombres desinstalados y
contemplativos que saben vivir en la pobreza, la fortaleza y el amor del Espíritu Santo, y que por eso se
convierten en serenos y ardientes testigos de la Pascua.43 Es la hora de los hombres poseídos por el
Espíritu que los hace fuertes y audaces. Sólo pueden dar razón de su esperanza los que saben sufrir y
tienen el privilegio de participar muy íntimamente en la pasión del Señor.
Si los cristianos tienen hoy una responsabilidad frente a “la cultura de la muerte” es la de ser mensajeros
de alegría y de esperanza, la de ser, por fidelidad al Evangelio, los auténticos artífices de la Paz.44
El Señor nos dice: griten a los hombres la esperanza porque ya se manifestó la gracia salvadora de Dios,
pero inviten también a la conversión, a vivir en la justicia, en la sensatez y la piedad (cf. Tit 2, 11-12).45
En la vida de la Virgen María se sintetizan las dimensiones de la esperanza. Porque “un camino de
esperanza supone vivir de novedad en novedad”. En María este camino comienza en su Concepción
Inmaculada y culmina en la Asunción; desde este momento se convierte en signo de esperanza y de
consuelo para el pueblo peregrino (LG 68).46 Toda su vida fue vivir al servicio de la voluntad del Padre
que se manifestó en el servicio a los hombres desde el Fiat hasta el Magnificat, palabras que sintetizan
su vida y que irá diciendo cada día con mayor profundidad.47
La Iglesia mira a María y camina con ella porque nos enseña a ser fuertes en la cruz y a caminar alegres
en la esperanza.48
Sabemos que Mons. Pironio ha compuesto muchas oraciones a la Virgen María, entre ellas hizo esta a
María; Madre de la Santa Esperanza como solía nombrarla:
“María de Nazaret, Madre de la Santa Esperanza, Señora nuestra de Luján: gracias por
hacernos vivir en esta hora difícil y decisiva. Gracias por tu presencia de Madre en esta hora.
Ayúdanos a dar siempre razón de la esperanza que hay en nosotros. Que no tengamos miedo,
que confiemos siempre en la bondad del hombre y en el amor del Padre, que aprendamos de
una vez que el mundo se construye desde dentro: desde la profundidad del silencio y la oración,
desde la alegría del amor fraterno, desde la sencillez de la pobreza, desde la fecundidad
insustituible de la cruz. Tú eres la Madre de la Santa Esperanza. Danos siempre a Jesús, nuestra
feliz esperanza.”49
Conclusión
42
Queremos ver a Jesús, 260.
43
Meditación para tiempos difíciles, 4.
44
Alegría Cristiana, 49.
45
Cristo entre nosotros, 39.
46
Cf. Cristo entre nosotros, 167-170.
47
Queremos ver a Jesús, 291
48
Jóvenes amigos míos..., 88.
49
CARDENAL EDUARDO F. PIRONIO, Señor, enséñanos a orar. Madrid 1987, 80.
Al finalizar esta presentación de textos en los cuales “el Profeta de la esperanza” nos invita a vivir esta
virtud teologal deseo presentar algunas conclusiones.
El tema de la esperanza no es para el Cardenal Pironio una declamación homilética sino parte de su etilo
de vida sacerdotal y pastoral. En su testamento espiritual expresa: “he querido ser una simple presencia
de «Cristo, Esperanza de la Gloria». Lo he querido ser siempre, en los servicios que Dios me ha
pedido...”.50
Hoy su palabra sigue siendo una exhortación para todos, en particular para nosotros pastores que
debemos ser fortalecidos desde la Pascua y fortalecer a nuestro pueblo con el anuncio de Cristo
resucitado. Es parte de nuestra espiritualidad sacerdotal que tiene un núcleo que es la “caridad pastoral”.
La caridad pastoral –amor del sacerdote a Dios– en este tiempo de nuestra historia ha de tomar un sesgo
especial: el del amor que llama a la esperanza, el del amor a Cristo, esperanza de la gloria.51
Las reflexiones de Mons. Pironio necesitan ser actualizadas a nuestro contexto del comienzo del nuevo
milenio, nos ha dado claves esenciales para hacerlo. Pero deseo señalar una en particular, debemos
hacerlo comunitariamente, eclesialmente -pastores, consagrados y laicos-, en comunión con todos para
dar razón de nuestra esperanza a todo el que nos la pida.
Que estas palabras del querido Padre y pastor nos impulsen a una nueva evangelización en nuestra
patria.
¡Cómo quisiera que nuestra Iglesia –plenamente consciente de los sufrimientos de los hombres y de la
renovada Pasión de Jesucristo en nuestra historia- respirase fundamentalmente el aire siempre vivo de la
resurrección y predicase fundamentalmente la esperanza!52
50
CARD. E. F. PIRONIO, Testamento Espiritual: en CARD. E. F. PIRONIO, Jóvenes amigos míos..., Madrid 1999, 196.
51
Cf. GERA L., “Presentación”, 12.
52
CARD. E. F. PIRONIO, "Meditazione biblica" : en PONTIFICIO CONSIGLIO PER I LAICI; Primavera del Vangelo, Servizio di
documentazione 26, Città del Vaticano 1993, 14.
Espiritualidad
Testigos del Invisible
-Consuelo y Esperanza-
Iluminados por la experiencia del coloquio de Jesús con Pedro53 (Jn. 21, 15-17) y por la experiencia de
Moisés (Ex. 33, 12-23), sigamos reflexionando sobre el tema de la contemplación apostólica. En efecto,
es muy importante que el pastor, llamado al servicio de la unidad de la Iglesia, comprenda bien este
punto. Después, en estrecha conexión con el tema, haremos una reflexión sobre la vida eterna.
Les propongo un pasaje del Nuevo Testamento, que nos presenta la contemplación apostólica como
fundamento y fuente de la valentía apostólica. Es el comienzo de la segunda carta a los Corintios:
"Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de las misericordias y de toda
consolación, que nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos consolar a cuantos
están atribulados, con el consuelo que nosotros mismos recibimos de Dios" (2 Co. 1, 3-4).
La contemplación apostólica es esa relación íntima, luminosa aunque profunda, no siempre
inmediatamente sensible, con el Dios de la consolación que llena de valentía, de capacidad de consolar y
confortar aun partiendo del propio sufrimiento y en el sufrimiento ajeno. Pablo está sumergido
completamente en los sufrimientos del apostolado, en las incomodidades, en las contradicciones, en los
rechazos que se le presentan.
Toda la segunda carta a los Corintios está llena de estas tensiones, emociones y sufrimientos del
apóstol. Pero en la base de todas se encuentra esta fundamental consolación con que Dios lo alimenta:
"Así como abundan en nosotros los padecimientos de Cristo, así también, por Cristo, abunda nuestra
consolación. Si estamos afligidos es por la consolación de ustedes y por su salvación. Si somos
consolados, es por su consolación que los hace soportar con constancia los mismos padecimientos que
nosotros sufrimos" (vv. 5-6). Aquí aparece claramente también el intercambio entre la mía y la de
ustedes: mi consolación es por ustedes, mi tribulación es por su consolación. Este pasaje puede
ayudarnos a comprender mejor qué se entiende por contemplación apostólica y cómo es de necesaria
para un ministerio apostólico difícil y atormentado, como es el de Pablo en la segunda carta a los
Corintios, con dificultades dentro de la misma comunidad: divisiones, oposiciones, rechazos, insultos,
necesidad de explicarse y de recomenzar las situaciones.
"Pero no queremos, hermanos, que ignoren la tribulación que nos sobrevino en Asia. Nos abatió hasta
tal extremo sobre nuestras fuerzas, que dudamos hasta de nuestra vida. Hasta tuvimos como cierta la
sentencia de muerte, para que no confiemos en nosotros mismos, sino en Dios que resucita los muertos"
53
Cfr. “Itinerario espiritual del cristiano”, Card. Martini, Edic. Paulinas, Bogotá, Colombia, 1986. Cap. 7, “La contemplación
apostólica: Padro y Moisés.”
(vv. 8-9). La confianza en el Dios que resucita los muertos es la contemplación apostólica que así se
llama "consolación", "paráclesi", palabra con la que se designa al Espíritu Santo, al Paráclito.
La contemplación apostólica es, pues, don del Espíritu al pastor, al apóstol, y esto conlleva algunas
consecuencias.
Ante todo, que no puede venir de nosotros, precisamente porque es don de Dios, del Paráclito:
"Igualmente también el Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza, porque nosotros no sabemos qué
pedir para orar según conviene" (Rm. 8, 26). Nosotros no sabemos orar y mucho menos podemos darnos
la contemplación apostólica.
Por otra parte, el Espíritu de oración se nos da como don, como consecuencia de la ordenación
sacerdotal: "El Espíritu mismo intercede con insistencia por nosotros con gemidos inenarrables". El don
de contemplación apostólica no está lejos de nosotros, está dentro de nosotros y hay que darle cabida.
La acción que se nos pide es una acción dispositiva, y, al respecto, quiero sugerir tres actitudes que me
parecen fundamentales.
Primera: la disposición de Pedro: "Señor, apártate de mí que soy un pecador" (Lc. 5): acercarnos a la
oración y disponernos a la contemplación reconociendo que no somos capaces, que es don, que somos
indignos y que nuestros pecados, nuestras negligencias, nuestras morbosidades, nuestro espíritu
posesivo, egoísta, resentido, ha hecho y hace oposición a este don, y por tanto humillarnos delante de
Dios diciendo: "Señor, no soy digno de este don; Señor, con toda razón no has permitido que él se
extienda dentro de mí".
Es la primera actitud fundamental de humildad, de silencio, de adoración, de reconocimiento de
nuestras incapacidades; actitud teologal que desde el punto de vista psicológico es muy importante,
porque significa relajarnos, derretirnos. Con frecuencia, a pesar de la buena voluntad, no se llega al don
de la oración, porque queremos casi arrancar, construir este don. En cambio, debemos relajarnos,
dejarnos derretir a este punto. Digo a este punto, porque evidentemente se supone ya una búsqueda
intensa oración. No se trata del relajamiento moral y ascético: es la tranquilidad sicológica de quien sabe
que se encuentra ante una montaña, pero que la cima de la montaña ya se le ha dado en el don del
Espíritu, y espera que el águila lo lleve a la cima. Si quieren una imagen más fácil, se está como uno que
espera el teleférico para subir y no se esfuerza por subir a pie porque sabe que el teleférico llegará. Es
una actitud que evidentemente puede entenderse mal, pero que tiene su importancia y está unida a la
humildad: Señor, apártate de mí que soy un pecador; Señor, no soy digno de esta gracia; solamente tú
eres bueno, sólo tú santo.
La segunda actitud la podemos expresar refiriéndonos al capítulo 6 de Mateo: “Tú, cuando ores, entra
en tu habitación y, habiendo cerrado la puerta, ora a tu Padre que está presente en el secreto”.(v. 6). Se
subraya evidentemente una actitud exterior; pero en este contexto de Mateo indica sobre todo la
exclusión de cualquier otro fin, aun aparentemente bueno. Si, en efecto, en el momento en que practico
esta forma de oración, de adoración silenciosa, comienzo a pensar en la homilía que tengo que hacer, en
lo que les voy a decir a las personas que encuentre y pienso que la oración me va a dar concretamente las
ayudas necesarias para esta o aquella situación, ya no he cerrado completamente la habitación. Estoy a
nivel de la oración apostólica, pero no de la contemplación apostólica; me he detenido en un nivel útil,
importante, necesario, pero hay momentos en los que se nos invita a pasar a otro nivel, en donde no se
busca nada, ninguna luz particular o ayuda específica, ninguna indicación para problemas concretos.
Sólo se quiere adorar a Dios porque es el Absoluto, el sumamente adorable, y se acepta separarse de
cualquier interés o empeño: creo que esta era la oración de Jesús en la noche, cuando se alejaba hasta de
los apóstoles y permanecía solo.
La tercera actitud consiste en dar tiempo a Dios. Hay que hablar de una paciencia con Dios que no
tienen nuestros tiempos, no tienen nuestros ritmos, por lo que no puedo pretender que ahora, en breve
tiempo, entraré en la contemplación apostólica. Cuando le damos tiempo a Dios, hemos entrado ya en
sus dimensiones, le hemos dado cabida.
Después hace un análisis muy amargo y, me parece, sustancialmente válido de lo que sucede cuando
una situación tal comienza a anidar en el interior del espíritu: he aquí que entonces se afanan como
nunca en discutir, cuestionar, dialogar respecto de la oración, de su naturaleza, de su necesidad. Esto
puede ser un buen signo. Podría también significar que la sombra de Dios no los deja en paz.
Con una alegre superficialidad estos individuos divagan hasta el infinito en debates religiosos, sobre
las nuevas formas de oración: afirman que el concepto de Dios hay que 'desmitizarlo'; que la oración
personal es tiempo perdido, un residuo egoístico y alienante; que vivimos en tiempos secularizados en
los que se acabó definitivamente el elemento religioso; que las formas clásicas de oración son
elucubraciones subjetivas, y así por el estilo. En una palabra, se problematiza y se intelectualiza la
oración. Mala seña.
Se crea "una inversión de valores y desplazamiento de planes. Muchos proclaman: a Dios no hay que
buscarlo sobre la montaña; no hay que buscarlo 'en espíritu y en verdad', sino en el bullicio de la
muchedumbre hambrienta; no existe la salvación de mi alma, sino la liberación del hombre de la
explotación y la miseria; hay que superar la dicotomía entre oración y vida, entre trabajo y oración...
'Teologías' frívolas que caen ante las saetas lanzadas por la autenticidad.
Cuando se produce la 'crisis de Dios', se comienza a contabilizar todo con los criterios de la utilidad.
Pero la Biblia nos recuerda que Dios está muy lejos de las categorías de lo útil o lo inútil. Las Escrituras
afirman solamente una cosa: que Dios existe. Dios escogió un pueblo, cuyo destino final era el de
proclamar al mundo entero que Dios existe. Y el pueblo sirvió sólo para adorarlo, darle gracias, alabarlo
y, ser su testigo. Si olvidamos este destino inútil del pueblo de Dios, siempre caminaremos divagando"
(Muéstrame tu rostro, págs. 29-30).
Pueden parecer palabras muy fuertes. En realidad, nos hacen comprender una crisis sutil de una seudo
religiosidad contemporánea que discute, divaga y habla mucho de compromiso; no porque no sea
importante hablar de compromiso, pero se siente por el modo, por el tono, por el contexto que este
disertar es sólo una sustitución de lo que en realidad ya no es vivo, en el fondo de la conciencia.
Por esto creo que corresponder a la gracia de la contemplación apostólica es ciertamente necesario en
la situación actual de esta crisis tan grave de fe.
La grave crisis de fe actual nos lleva a reflexionar sobre el tema de la vida eterna que ha quedado como
oscurecido, velado. Me limito a alguna breve observación: es indudable que respecto del tema de la vida
eterna hay una crisis de la conciencia contemporánea aun cristiana y se tiene la impresión de que, en la
misma predicación se hable muy poco de ella. A diferencia de la predicación anterior, hoy por lo general
se detiene en el compromiso. Existe una cierta timidez para ir más allá del compromiso del cristiano en
el presente. Esto no es una acusación a la actual predicación, sino la anotación de una cierta molestia al
menos para el lenguaje. Esta molestia llega aun a la mentalidad, como se dijo en la carta escrita (Algunas
cuestiones de escatología, 15 de julio de 1979) por la Congregación de la Fe precisamente sobre el tema
de la vida eterna: "¿Cómo explicar sobre este punto la molestia e inquietud de muchas personas? ¿Quién
no se da cuenta, de que la duda se insinúa sutilmente y muy profundamente en los espíritus? Aunque
afortunadamente en la mayoría de los casos el cristiano todavía no ha llegado a la duda positiva, con
frecuencia él renuncia a pensar en lo que sigue después de la muerte, porque comienza a sentir que en él
surgen interrogantes a los que tienen miedo de responder. ¿Existe algo después de la muerte? ¿Subsiste
algo de nosotros mismos después de esta muerte? ¿No nos esperará la nada?".
La carta parte de una consideración de reflexión global sobre la situación de la Iglesia en general
(particularmente de la Iglesia occidental y tal vez de las Iglesias de los países del norte, del mundo
anglosajón); nota la incomodidad y sugiere que no es solamente en la mentalidad, sino en la raíz, como
concausa de la teología. "En todo esto hay que revisar en parte la repercusión, no querida en los
espíritus, de las controversias teológicas ampliamente difundidas en la opinión pública de las cuales la
mayoría de los fieles no están en capacidad de comprender ni el objeto preciso ni su alcance. Se oye
discutir sobre la existencia del alma, el significado de su supervivencia, se pregunta qué relación hay
entre la muerte del cristiano y la resurrección universal. El pueblo cristiano está desorientado, porque ya
no encuentra su vocabulario ni sus nociones familiares".
Dije incomodidad en la teología o, mejor, en la relación entre teología y pastoral; pero quiero
añadir una última nota sobre este punto: es la incomodidad que el cristiano experimenta (que siempre ha
experimentado, pero más todavía hoy) ante la muerte. El cristiano hoy participa de la tendencia de la
sociedad moderna a exorcizar, a poner aparte, y en cierto modo, a velar la realidad de la muerte y los
problemas que conlleva. Esto se ve en las costumbres, en los anuncios fúnebres, en el modo de
considerar este dramático acontecimiento-límite del hombre. La tentativa de aislarlo, de marginarlo, de
hacer que no ponga interrogantes demasiado crudos a la vida humana, mientras por otra arte los
acontecimientos, las crónicas, las situaciones siguen haciendo resaltar cruda y cruelmente este
interrogante. El hombre trata de exorcizarlo mientras le salta continuamente entre las manos; ustedes
mismos, con su experiencia pastoral, pueden hacer una lista mucho más amplia de estas incomodidades
del pueblo cristiano.
La causa de estas incomodidades e inquietudes (a más de la obvia de la mentalidad laicista) se quisiera
ponerla en una así llamada falta de instrucción catequética; no es muy cierto, porque las fórmulas
catequéticas sobre la vida eterna están siendo transmitidas como debe ser: el problema está más en el
fondo, y es que las fórmulas catequéticas no pegan. El problema fundamental no es que no haya
catequesis (ordinariamente la mayoría de los niños reciben suficientes nociones por medio de la
preparación a la comunión, confesión, confirmación), sino que desaparezca tan rápidamente de la mente,
que se la olvide en la conciencia sucesiva. ¿Por qué no perduran estas nociones catequéticas y se las
olvida tan rápidamente? Es uno de los problemas grandes, fundamentales, que tenemos que afrontar y
que nos hace ver que tenemos que ir más a fondo.
Entonces nos damos cuenta que en la vida del cristiano, en la vida de todos nosotros (pongámonos
todos, porque todos hemos sido bautizados y todos sujetos a estas tentaciones de nuestro tiempo), hay
una cierta falta de espíritu de fe. Nos apegamos a lo que se ve, aun en la vida cristiana, en la vida
eclesial y eclesiástica, porque lo que se ve es inmediato, da la sensación de equilibrio entre las cosas que
se pueden medir. Toda falta de fe produce un apego, un resalte de cosas buenas pero todas visibles; no
digamos falta de fe teologal, sino falta de fe vivida, es decir, ese tejido de fe orgánico, vital, que se
caracteriza por el sentido intenso de Dios, de la oración profunda, de la comunicación de fe.
"Cuando se descuida la oración, Dios termina siendo nadie". Cuando se deja de orar, la vida que no se
ve pierde sentido. Habiendo eliminado del propio organismo cultural esta dimensión, evidentemente ella
gradualmente pierde significado, color, intensidad, vibración; no es sino una posibilidad genérica, una
realidad que se acepta superficialmente, pero que no forma parte de la vida. Es falta de fe vivida al
mismo tiempo y de esperanza, porque la vida eterna es cuestión de esperanza, de haber puesto
totalmente en Dios nuestro tesoro. No queremos denunciar una falta de esperanza plena, porque hay
mucha en las nuevas generaciones: hay mucho sentido de la donación, de la generosidad, y esto supone
esperanza. Lo que falta es un amplio horizonte de esperanza; la esperanza no se proyecta en sus
dimensiones eternas, plenas, definitivas, y uno se contenta con subrayar las dimensiones penúltimas, las
que se pueden controlar más fácilmente. Entonces no es que los hombres no tengan esperanza, porque
existe la esperanza en el corazón del cristiano y existe una fe a veces verdadera, sentida, sufrida; pero a
esta fe y a esta esperanza no se les dan todas las dimensiones que deberían tener. Implícitamente, el
cristiano hace "la cuenta" de la vida eterna: en los momentos de enfermedad y de sufrimiento renace el
pensamiento, pero luego desaparece del horizonte de su reflexión ordinaria. Por otra parte, no se obtiene
un aumento de esperanza estigmatizando la no esperanza; se obtiene un aumento de esperanza
cultivándola, haciendo que ella aumente las propias dimensiones sobre la base de la que ya tiene.
El remedio evangélico profundo para el oscurecimiento del horizonte último es muy semejante a aquel
al que hacíamos alusión hablando de la oración: dar lugar al espíritu de esperanza, de fe y,de oración.
Dar cabida, disponer el corazón para que el espíritu de fe y de esperanza se extienda. Fe, oración y
esperanza son la respiración sobrenatural del alma, del ser profundo del hombre, la trascendencia de lo
visible, la entrega de sí al Invisible, y, por tanto, la entrega del cuerpo y de la vida al Invisible. Entrega
del mundo y de la historia al Invisible para que Dios nos dé la ciudad nueva, la Jerusalén celestial que
desciende de Dios.
Todo esto no es simplemente cuestión de palabras: es una elección profunda, la elección de fe del
hombre que hay que cultivar en sus raíces. Y nosotros (sacerdotes) somos los testigos de esta elección:
todo bautizado, todo confirmado, especialmente todo sacerdote es testigo del Invisible, como Moisés.
De aquí nuestra misión de verificar -en cuanto nuestra fragilidad lo permita y en cuanto dejemos que el
don de Dios obre en nosotros- la definición de Moisés "conductor del pueblo": "Por fe dejó a Egipto..
Por fe celebró la Pascua e hizo la aspersión de la sangre, por fe, atravesaron el Mar Rojo, como si fuera
tierra seca" (Hb. 11, 27-29). Noten el singular y el plural. En parte es la fe de Moisés, en parte es todo el
pueblo; y si leemos atentamente el Éxodo, nos damos cuenta de que, en el fondo, no todos tenían la
esperanza y la fe de Moisés que vela al Invisible; había una cierta forma de confianza, se confiaban en
Dios por medio de Moisés. Moisés llevaba el peso, en parte, de esa esperanza no completa: si Moisés
hubiera tenido que esperar que todos tuvieran la esperanza teologal perfecta para hacerlos pasar el Mar
Rojo, creo que todavía estaría allá esperando y discutiendo con el pueblo. Moisés, como testigo, lleva al
pueblo a un misterioso cambio, de fe a fe, de esperanza a esperanza: hay un organismo de la salvación,
hay un cuerpo místico y en él una participación de los dones. Entonces la poca esperanza de algunos
queda rescatada y apoyada por la mayor esperanza de los otros que son los testigos: a través de este
camino, el pueblo pasa el Mar Rojo y, a pesar de las murmuraciones, la rebeldías, las fatigas, avanza
lentamente hacia la tierra prometida. Vuelve para nosotros la llamada a la importancia de la
contemplación apostólica: ella es el modo como podemos llegar a ser, no por medio de sermones o
verbosidad repetitiva, sino con la vida, testigos del Invisible. A él le pedimos este don, por intercesión
de los grandes testigos de la fe y de la esperanza.
Teología
¿Qué certezas en un mundo de incertidumbres?
Antes que nada el título. ¿Tiene sentido para un cristiano plantearlo cuando a la inseguridad de los
apóstoles, representados por Felipe que alega no saber ni adonde iban ni qué camino seguir, Cristo se
limita a responder: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre si no es por mi" (Jo 14
6)? Respuesta decisiva en verdad sobre la que descansa la certeza de nuestra fe cristiana pero que no es
de fácil comprensión para nosotros, como no lo fue para los discípulos. Baste pensar en la triple actitud
de Pedro quien, luego de haber confesado al Maestro como "Mesías, hijo de Dios vivo" (Mt 16 16),
debió escuchar sin entender mucho más que Felipe el triple y único "Yo soy" arriba indicado, antes de
oirse preguntar tres veces, por el mismo Maestro crucificado y resucitado: "Simón ¿me amas?" (Jo 21
15-17). Ahí, él también, como Tomás, vió y creyó (Jo 20 29). En la fe.
Nos toca, pues, hacer un camino semejante para pasar de nuestra humana incoherencia a la
coherencia superior -teologal- de la fe. Decir incoherencia no significa decir irracionalidad humana ni
arbitrariedad sino indicar el desajuste, la desproporción, diríamos "natural", ordinaria, entre las luces
propias del horizonte connatural de nuestra vida y la desmesura humano-divina en la que introduce el
Evangelio cuando el Señor nos invita a creer en El y a seguirlo. Para ayudar a percibirlo convendrá
también servirse de algunas preguntas típicamente humanas formuladas por contemporáneos y en
cierta manera correlativas a nuestro tema.
El conocido escritor peruano M. Vargas Llosa escribió hace algunos años en el diario "La
Nación", hacia el tiempo de Navidad, un artículo titulado: ¿La esperanza tiene futuro? Lo que, en el
mundo concreto en que vivimos, significaba y significa: ¿tiene sentido esperar hoy? ¿es creíble esperar
hoy en este mundo en que vivimos? ¿se abren hoy horizontes de esperanza para los hombres? Con otras
palabras, es la misma pregunta de Felipe a Jesús: no sabemos adónde vas ¿cómo vamos a saber el
camino? En un lenguaje más nuestro: ¿qué clase de guía eres si no indicas ni el objetivo hacia el que
vamos ni el camino a seguir?...- Otra referencia, relativa esta vez al orden político. En la década del 70
el entonces presidente francés V. Giscard d'Estaing desconcertaba a menudo a los observadores políticos
por un "estilo" abierto, flexible, dinámico y dialogal en un mundo lleno de problemas nuevos que
generaban incertidumbre en el ámbito político. La pregunta espontánea era entonces: ¿es posible asumir
la gestión de la incertidumbre? ¿Y qué implica esta "gerencia de la incertidumbre"?...
Estas dos preguntas parecen reflejar la situación del hombre contemporáneo, más aun la de todo
hombre en cuanto tal. En efecto, el hombre, sea individual sea colectivo, camina en su vida esperando
llegar a alguna parte, mejor si es posible, y en algún momento, no demasiado tarde ni lejos. Pero esta
esperanza que nos mueve, falta de seguridades absolutas que la funden y sostengan en su marcha, no
puede ser sino "condicional" en cuanto a sus logros a través de los medios o provisiones relativas de que
se dispone en el camino. Vale decir, que a esta esperanza condicional responde necesariamente una
gestión incierta. Tal, como bien lo sabemos por experiencia, el horizonte connatural en que nos
movemos los humanos. Tal la incoherencia a que antes se aludió, y que la esperanza cristiana, gracias y
a través de la Encarnación de Cristo, viene a atravesar - a "cumplir" en sentido neotestamentario -
asumiendo las coordenadas humanas en su limitación para llevarlas ya - el "hoy" bíblico - a su plenitud
escatológico, incipiente pero real.
Antes que nada, para reaclimatar nuestra fe, conviene entonces dejar resonar en el oído interior el
eco del "hoy" que nos viene de las Escrituras. He aquí algunos textos esenciales tomados sobre todo del
evangelio de Lucas, lo que por otra parte ayudará a ponernos en la perspectiva de este año litúrgico (el
ciclo C centrado en Lucas):
- Lc 2 10-11: "el Angel les dijo: "No teman porque les traigo una buena noticia, una gran alegría para
todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor".
- Lc 4 16-21: "Jesús fue a Nazaret... entró en la sinagoga... le presentaron el libro del profeta Isaias y,
abriéndolo, encontró el pasaje ... : "El Espíritu del Señor está sobre mi, porque me ha consagrado por la
unción. El me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres,...... Jesús cerró el Libro, lo devolvió al
ayudante y se sentó. Todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en él. Entonces comenzó a decirles: "Hoy
se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír".
- Lc 13 32-33: "En ese momento se acercaron algunos fariseos que le dijeron: "Aléjate de aquí porque
Herodes quiere matarte". El les respondió: "Vayan a decir a ese zorro: hoy y mañana expulso a los
demonios y realizo curaciones, y al tercer día habré terminado, pero debo seguir mi camino hoy, mañana
y pasado, porque no puede ser que un profeta muera fuera de Jerusalén".
- Lc 19 5.9: Jesús miró hacia arriba y le dijo-. "Zaqueo, baja pronto, porque hoy tengo que alejarme en
tu casa". Zaqueo bajó rápidamente y lo recibió con alegría...... Y Jesús le dijo: "hoy a llegado la
salvación a esta casa, ya que también este hombre es un hijo de Abraham, porque el Hijo del hombre
vino a buscar y salvar lo que estaba perdido".
- Lc 23 42-43: "Y decía (el buen ladrón) a Jesús: "Señor, acuérdate de mi cuando llegues a tu Reino". El
le respondió: "Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso".
Quizás pueda condensarse el eco de este "hoy" a través de la frase inmensa del Salmo 2: "Tu eres
mi hijo, Yo, hoy, te he engendrado", citada, en referencia al Cristo resucitado, en Heb. 1 5 y 5 5, y en
Hech 13 33. Ella expresa lo que sería, para cada uno de nosotros y para toda la humanidad, el horizonte
de su unidad en devenir. A la luz de lo cual, y para no perder de vista nuestro tema, conviene encarar dos
preguntas, tan sencillas como tremendas: ¿qué es, para mi, creer?, ¿qué es, para mi, esperar? Ellas irán
abriendo el camino de nuestra respuesta. Respuesta por supuesto provisoria, tratándose de una fe que
busca entender siempre mejor la propia entrega a Cristo.
Por lo que concierne a la fe, es conveniente sensibilizarse más al movimiento que la impulsa que a
los contenidos, por más importantes que estos sean. En términos técnicos, la "fides qua" antes que la
"fides quae". Creer es, ante todo, un gesto, un movimiento que puede llegar a caracterizar nuestra vida
humana: entregarse a otro, depender de otro para la vida entera. Máxime, como en el caso de la fe
cristiana, cuando se descubre que se juega en ella lo que el mismo Jesús vivió en su relación al Padre: el
lazo libre con la misma Fuente de la Vida y del Ser que se revela ahí mismo como Amor insondable y
fiel para siempre. Es el Dios "más grande que tu corazón" de San Juan (1 Jo 3 20).
Ahora bien, si Dios, a través de Jesús, ha entrado en la historia y se ha hecho uno de nosotros, el
camino que El propone a cada uno ¿no consiste en encarnarnos y hacernos cada día un poco más
presentes en esa sucesión de los "hoy" que forman nuestra vida? Así, al creer en el Dios de Jesús, yo
creo, hoy y cada día, que Dios, habiéndonos llamado a entrar en su vida y en su historia de Dios
encarnado, cree en mi y en cada uno de nosotros. Que El se dice, aquí y ahora, en mi historia y en la
historia de cada hombre. Yo creo pues en cada "hoy", corazón y hogar de una historia siempre nueva, la
de la Alianza entre El y los hombres, jamás trazada de antemano sino siempre en gestación. Creo en y a
través de tantas historias personales que se cruzan y se engendran, tanto en el sufrimiento como en la
alegría, una historia que es la historia de todos nosotros: la que Dios nos ha contado, una vez, en su Hijo,
y que no deja de volver a contar en su creación, en nosotros, hombres y mujeres, que somos sus hijos
"en el Hijo". Y en ambos casos, indisolublemente, cuenta Su Historia. Así, pues, creer es, quizás, esto:
recibir una historia como se recibe la vida de otros, para entrar en ellas y aportar el propio "sí", para
moldearla en consecuencia, apropiársela y luego darla a otros, esperando que ellos sigan el camino de
ese devenir transformante iniciado por el "Sígueme" de Jesús. Invitación donde debe resonar siempre el
eco de la Buena Nueva evangelizadora y que debe ser recibida libremente como promesa de vida y de
belleza. Eso es creer en el Señor Jesús - que es, que era y que viene - como en el "Viviente" para
siempre (Le 24 23.30-3 l). Esa es la certeza básica que sostiene la fe del cristiano y que también podría
formularse así: siguiendo la Buena Nueva de Jesús yo estoy cierto de que todos los hombres somos
llamados a ser felices y que podemos serlo desde ya, siendo propio de cada uno ir descubriendo cómo.
Así se recoge en la propia vida el eco de las Bienaventuranzas.
Pero como es evidente que vivimos en un mundo que está en doloroso proceso de humanización,
donde se codean lo mejor y lo peor, el trabajo de nuestra fe debe unir incansablemente la urgencia de ese
creer recién indicado y el deseo de proponer una fe atenta a los problemas planteados por dicho proceso.
Con la certeza de que el tiempo de la reflexión hace madurar las convicciones, los compromisos y la
audacia de emprender, y que al hacerlo, nos hace reencontrar con lo más profundo de nuestra
personalidad y de nuestra identidad cristiana. Con la certeza también de que, en la historia de los
hombres, lo peor no es siempre lo más cierto, y que nos es requerido trabajar esperando que el engranaje
diabólico de la violencia, cualquiera sea su origen, sea revertido en un proceso de diálogo, donde la
palabra y la negociación pasen por encima del fanatismo y el odio. Tres convicciones fundamentales
sobre el Dios de Jesús deben sostenemos aquí: Dios no pacta con el mal, no es un mero espectador del
mal, y triunfa definitivamente del mal pero no a través de la violencia. Basta contemplar al Crucificado
pascual para entender lo que está aquí en juego.
Es el momento de entrar en el segundo aspecto del tema, dedicado a la esperanza cristiana, cuya
certeza es tradicionalmente formulada como certeza al mismo tiempo "tendencial" y "absoluta" (Santo
Tomás). Lo que trataremos de mostrar presentando algunos rasgos propios del cristiano bajo la figura
del peregrino (homo viator). En efecto, es decisivo captar que si el carácter absoluto de la esperanza se
apoya sobre esa fe en Cristo de la que se acaba de hablar, ese mismo carácter debe impregnarla en
cuanto ella es, esencialmente, tendencia en espera del encuentro final. Aparentemente es extraño.
Parecería que absoluto va con posesión y no con tendencia, e inversamente, que tendencia va con
condicional y no con absoluto. Ahora bien, eso no es así en la esperanza cristiana. Ese carácter
paradójico que aúna dos términos aparentemente contrarios - absoluto y tendencial - se expresa también,
desde el ángulo de la esperanza, en la afirmación central de Cristo: "Yo soy el Camino, la Verdad y la
Vida. Nadie va al Padre si no es por mi”.
¿Es posible iluminar de alguna manera ese carácter paradójico de la esperanza? Lo intentaremos,
no sin indicar antes que de un gran místico medieval, conocido como el Maestro Eckhart (siglo
XIII/XIV), pudo decirse que su pensamiento se deja condensar en dos fórmulas: "identidad peregrinal" y
"alegría errante". Donde lo absoluto de la identidad y la alegría se combina con la tendencia propia del
peregrino y del que anda errante por el camino. Algo así quisiéramos presentar aquí, con una modesta
pretensión fenomenológica, recurriendo a ciertas analogías más cercanas a nuestra experiencia. Todas
ellas relativas a la figura del hombre caminante.
El "turista" ante todo, recorre, observa, escruta, imágenes naturales y/o artísticas, llenando de ellas
su espíritu y descubriendo a veces su belleza. La pregunta que plantea es: ¿cual es su mirada?...
Hacer una "recorrida", dar vueltas, sea con carácter deportivo o simplemente placentero, en auto o
a pie, es algo espontáneo y no intencional como en el turismo, aunque al hacerlo se descubre a veces
sorpresivamente la belleza del mundo. La pregunta sería aquí: ¿hay búsqueda? ¿cual?...
El "paseo" supone en cambio la búsqueda de un marco o tela de fondo, la selección de un lugar
donde descubrirse mejor a si mismo y/o a los otros, solo o en compañía de otros, con el mismo goce que
suscita el paseo. La pregunta correspondiente sería: ¿qué tipo de monólogo o diálogo implica?...
La "errancia" (de errar, como el caballero errante) no supone ni objetivo ni meta, y quizás ni
búsqueda ni guía. Las preguntas "¿adonde vamos"- "qué hacemos?" indican bien ese vagabundeo que
puede transformarse en un laberinto donde se quiere descubrir algo y no se puede, donde a veces ni
siquiera se sabe qué se quiere. La pregunta sería entonces ¿es el equivalente de un éxodo (como Israel
durante sus cuarenta años de desierto), o de un exilio?... En todo caso el carácter incierto parece
dominante.
La "peregrinación" implica el deseo, la espera y la conquista de un término u objetivo que es
importante para el peregrino. Es, además, un recorrido "espiritual" que supone interioridad y gozo. Por
eso el canto y la oración son ingredientes casi infaltables. En ese sentido el "homo viator" cristiano es un
peregrino que espera descubrir a Dios "cara a cara" caminando "detrás" de El. La pregunta
correspondiente es: ¿cuál es el canto peregrinal donde se refleja su alegría errante?... Pregunta
apasionante, imposible de desarrollar aquí pero que se presta a variaciones casi infinitas.
El "itinerario", al interrogarse por el fin o el término, indica una verdadera búsqueda de lo esencial
donde se aglutinan los signos o marcas del fin en el camino contra un puro dar vueltas sin sentido;
implica la búsqueda definida de una dirección a seguir y de un guía que conduzca hacia el fin, lo que
basta para distinguirlo de la simple errancia y del vagabundeo. La pregunta es: ¿cuál es el fin?... Y la
respuesta cristiana es, nuevamente, que coinciden el camino y el fin (Jo 14: "Vía, Veritas, Vita"). Eso
nos remite a la segunda faceta del Maestro Eckhart "la identidad peregrinal" indisolublemente unida a la
"alegría errante". Son como las dos líneas, horizontal y vertical, de una imaginaria "cruz hermenéutica",
donde la "travesía de si a si" (identidad peregrinal) es al mismo tiempo el advenir de si a si" (alegría
errante), donde la sobreabundancia del exceso del don divino y del éxtasis del espíritu humano van
asumiendo, englobando y superando los elementos de éxodo y del exilio propios del mundo en que
vivimos, dejando su traza más o menos profunda en los signos o marcas que señalan nuestro caminar
siguiendo a Cristo.
El carácter simultáneamente absoluto y tendencial de nuestra esperanza cierta parece quedar bien
reflejada, al menos en lo esencial, dentro de esos parámetros. Que Cristo sea "Vía" indica que asume y
transforma la determinación de los elementos horizontales de nuestro caminar en el tiempo histórico (los
signos o señales, la errancia, el exilio, la búsqueda) pero con una dirección segura y bajo su guía (Nadie
va al Padre si no es por mi). Esa transformación horizontal es posible por el advenir vertical del don de
la Buena Nueva que debe resonar sin fin en el suceder cotidiano haciéndonos gustar en nuestra propia
vida el "hoy" de la vida eterna. La que deviene así "alegría errante". Tal me parece, si no la mejor, al
menos una manera convincente de pensar y presentar, gracias a la cruz hermenéutica, lo que podríamos
llamar la fenomenología del cristiano peregrino, del "homo viator". El carácter "teologal" - o si se
prefiere teándrico - de la vida cristiana se impone así por si mismo lo que no significa que sea fácil
vivirlo. Razón por lo será conveniente, para concluir, resumir y completar estas reflexiones con algunas
observaciones que deben ser leídas a la luz de lo que precede.
Las relaciones inseparables entre el "creer" y el "hoy" cristianos pueden también expresarse de la
manera siguiente, que refleja simplemente la fe dicha por cristianos de hoy:
- "Es el "hoy" que para mi da sentido y contenido al "creer", y el "creer" el que da sentido y
contenido al "hoy". Hoy, es el mundo tal cual es, son los otros, soy yo mismo. Sin creer, el hoy se
inquieta, busca un sentido, pero se pierde en su movilidad, su inestabilidad, su evanescencia. Hoy, será
mañana, será ayer... Creer, es el sentido del movimiento que va de ayer a mañana. A la inversa, sin el
hoy, el creer se fija, deviene abstracto, vacío, ciego". Manera original de formular el cruce horizontal-
vertical de la vida cristiana. ¿Coincide con la arriba expuesta?...
- " Desde siempre el HOY - y mañana a su vez va a devenir hoy - es nuevo e intacto, promesa de
vida y de bondad. Y nosotros tenemos que CREER en eso: creer en ese hoy que se nos ofrece sin cesar,
creer en el Señor Jesús, que es, que era y que viene, el Viviente para siempre". ¿Se puede expresar mejor
el hermoso texto de Heb 13 8: "Jesucristo es el Mismo ayer y hoy, y para siempre", que abre y cierra
toda la Carta para el tercer milenio de Juan Pablo II?...
- "Nos encontramos en algún lugar sobre el itinerario que nos lleva a la luz plena. Vemos ahora
como se ve en un espejo deteriorado. En nosotros se mezclan ilusión y verdad, generosidad y avaricia,
impulso e inmovilidad. En nuestro universo espiritual, hay agujeros negros, zonas de sombra. No hay
que asustarse: como las multitudes en el evangelio, estamos en camino, no todavía en el término de la
ruta. Pero con Cristo. Permanezcamos abiertos a lo que viene ". Identidad peregrinal, alegría errante...
Dejemos resonar en fin, en este concierto de la esperanza, algunas voces no confesionales pero
donde la profundidad humana descubre el mismo eco del evangelio. Un gran pensador y dos poetas
serán así nuestros compañeros de viaje:
- "Fecundar el pasado, creando el futuro, que tal sea mi presente" (Nietzsche)...
- "El futuro consistirá en esto:
mirar todo de lejos,
mirar todo de cerca,
y que todo tenga un nombre nuevo" (Apppolinaire)...
- "Lo virgen, lo viviente, lo bello, HOY" (Mallarmé)...
Es claro que, para dar consistencia y espesor concretos a estas reflexiones, habría que interrogar
al menos algunos de los grandes problemas que dan cuerpo y forma a las tremendas incertidumbres
contemporáneas. Encararlas día a día es nuestro pan cotidiano, nuestra tarea ineludible, cada uno de
acuerdo a su propia responsabilidad. Pero es imposible ocuparse ahora de ellas so pena de desbordar los
límites prudentes del presente artículo. Bastará al respecto recoger finalmente la pregunta inicial de
Vargas Llosa: ¿tiene futuro nuestra esperanza?, y, siguiendo el orden de ideas que me parece emanar de
las reflexiones precedentes, arriesgarse a resumir en dos frases lo que constituye para mi lo esencial de
la respuesta:
1/ La esperanza cristiana tiene y tendrá futuro, es decir sentido y credibilidad, mientras haya
quien testimonie hoy y aquí, en este mundo y en esta historia, de "otro mundo" realmente posible del
que su propia manera de vivir da precisamente testimonio concreto.
2/ Esa experiencia concreta, esa vivencia singularmente distinta se carga de un peso doblemente
testimonial cuando el que la encarna manifiesta hacerlo, en dichos y hechos, porque cree en un "mundo
otro" del que vivimos, porque confiesa, en virtud de una Palabra que lo trasciende y lo atraviesa,
"nuevos cielos y nuevas tierras" realmente posibles y entregadas como Promesa a su esperanza.
Si es lícito hablar así, es en la dialéctica entre "otro" mundo y mundo "otro", los dos afirmados
como realmente posibles y mantenidos en el testimonio concreto de la propia vida, que la esperanza
cristiana manifiesta su futuro. La conexión entre ambos polos dialécticos está dada de manera tal que
de la vivencia testimonial surge la posibilidad de la transformación de este mundo en "otro" mundo,
modelado ya por parámetros más cristianos y más humanos. A su vez, esa posibilidad de
transformación, de conversión, para usar el término evangélico adecuado, abre la posibilidad de
cuestionarse más radicalmente sobre la eventualidad de ese mundo "otro" que sostiene en profundidad
la vivencia del primero, es decir de "este" mundo ya transformado en "otro". A falta de espacio para
largos razonamientos y para provecho del lector que percibirá rápida y plásticamente aquello que está
en juego, me permito remitirlo a repensar en dos películas no muy recientes pero que seguramente no
habrá pasado por alto. Me refiero a "El cartero" y a “Mientras estés conmigo". Esta última, verdadera
meditación sobre "crimen y santidad", muestra claramente el valor de la vivencia testimonial para abrir
la posibilidad de construir un mundo "otro" sobre la base de extraordinarias relaciones de solidaridad
que implican la conversión de nuestras mentalidades para encontrar salida a delicados problemas de
orden social. "El cartero", en cambio, muestra en un sutil planteo poético que la simple percepción de
la belleza terrenal en todas sus formas, cuando se tiene antenas para ello, abre el espíritu a
cuestionamientos radicales. "¿Es el mundo metáfora de "otra cosa"?", pregunta el cartero al poeta que
no sabe qué responder en el momento, y que cierra evidentemente el film interrogándose en silencio
sobre la misma cuestión en el mismo escenario de la pregunta. Con el respaldo del testimonio de vida
del cartero, pobre poeta, el gran poeta del premio Nobel (Neruda) accede a aceptar que el
cuestionamiento radical de la esperanza, un mundo "otro", tiene sentido. Esta ha recuperado su
credibilidad, es decir tiene futuro.
He ahí, en pocas palabras y mejor que expresado con puros conceptos, lo esencial de la respuesta
que solo es posible balbucear. Su carácter simultáneamente humano y cristiano resalta sin embargo de
manera neta. De paso, el lector tiene ocasión de reflexionar sobre cómo es posible ayudarse hoy, para
comunicar la Buena Nueva que funda nuestra fe y nuestra esperanza, con los variados recursos que
ofrece la civilización de la imagen. Por supuesto, cuando estos son válidos. Al concluir, nada mejor que
estas ideas para estimular la certeza de que, incluso en tiempos de gran incertidumbre, la fecundidad de
nuestra certeza cristiana sólo reclama de nosotros, hoy, entrega generosa y espíritu de creatividad. En
otro orden de cosas, el ejemplo de la Madre Teresa de Calcuta ¿no es un testimonio acabado de ello?...
Pastoral
La esperanza de la comunión y la comunión de la esperanza∗
1- La esperanza de la comunión.
El camino que vamos haciendo como Iglesia Argentina en el intento de renovación de las
primeras LPNE y el proceso que hemos iniciado como Iglesia diocesana hoy lo vamos a iluminar con el
horizonte que -para toda la Iglesia- el Papa Juan Pablo II ha marcado en la Carta Apostólica “Novo
Millennio Ineunte”.
En el primer párrafo del primer número del Documento se afirma que “al comienzo del nuevo
milenio se abre para la Iglesia una nueva etapa de su camino”.54 Esta nueva etapa coincide con el
principio de un nuevo milenio y de un nuevo siglo. Estamos en el comienzo de un nuevo comienzo. En
una singular gracia histórica, inmersos no sólo en una época de cambios sino en un cambio de época, en
una “curva” de la historia en la cual -como en toda curva- no se puede ver lo que se ha dejado atrás, ni
tampoco lo que aún está por venir. Cuando la historia nos permita -en medio de sus sinuosos caminos-
transitar más rectamente, contemplaremos con mayor claridad lo que está por delante. Mientras estemos
en esta “curva” del tiempo, en la transición de un siglo a otro y de un milenio a otro, prevalecerán los
claroscuros y tendremos que vigilar más atentamente para captar las señales del camino. Mientras
navegamos en el tiempo, los cristianos como pacientes peregrinos, debemos mantener vivas las palabras
del Apóstol válidas para cualquier momento: “... He sido alcanzado por Cristo Jesús, aunque
continúo mi carrera por si yo consigo alcanzarlo, sabiendo que no lo he alcanzado todavía. Sin
embargo, olvido lo que dejo atrás y me lanzo a lo que está por delante para tomar lo que Dios me
ofrece desde lo alto en Cristo Jesús...” (Flp 3,12-15). También en el “hoy” de nuestro presente
tenemos que lanzarnos “a lo que está por delante” y discernir todo lo bueno que Dios nos ofrece
“desde lo alto”.
En medio de esta historia tenemos que sentir el “soplo de Dios” que transita por inescrutables
caminos y, como afirma el mismo Papa, “no es raro que el Espíritu de Dios, que sopla donde quiere
(Jn 3,8) suscite en la experiencia humana universal, a pesar de sus múltiples contradicciones,
signos de su presencia. El Concilio Vaticano II se esforzó en leer los signos de los tiempos, incluso
llevando a cabo un laborioso y atento discernimiento para captar los verdaderos signos de la
presencia y del designio de Dios”.55 Ciertamente nadie puede hacer futurología, el profetismo cristiano
tiene que ver con la esperanza y no con las predicciones. Seguimos expectantes en esta inauguración del
nuevo milenio aunque todavía no se vean claras muchas cosas, tampoco “sabemos qué
acontecimientos nos reservará el milenio que está comenzando, pero tenemos la certeza de que
éste permanecerá firmemente en las manos de Cristo, el eje de la historia, con el cual se relacionan
el misterio del principio y del destino final del mundo”.56
∗
Reflexión presentada en la Jornada Pastoral Arquidiocesana de Córdoba, Sábado 8 de Setiembre de 2001
54
Carta Apostólica “Novo Millennio Ineunte” (NMI) N° 1. Roma, 6 de Enero de 2001.
55
Ibíd. N° 56.
56
Ibíd. Nº 35.
Haciendo este sencillo y fundamental acto de fe en Jesucristo, Señor de la historia, debemos
contemplar toda realidad bajo la luz pascual de la fe en el ejercicio mantenido de una renovada
esperanza. El mismo Santo Padre lo exclama: “...¡Caminemos con esperanza! Un nuevo milenio se
abre ante la Iglesia como un océano inmenso en el cual hay que aventurarse...”57. Tenemos que
sumergirnos y bucear en las profundidades abismales de este “océano inmenso” y recóndito del
milenio, llegar al corazón de este mundo salvado y de nuestra época ya redimida con la convicción que
“nuestra andadura, al principio de este nuevo siglo, debe hacerse más rápida al recorrer los
senderos del mundo”.58 No es tiempo de detenernos, el dinamismo de la esperanza nos tira hacia
adelante y nos empuja hacia arriba.
El drama puede ser asumido cristianamente porque el sufrimiento que conlleva es –para decirlo
gráficamente- como “espiralado”, asciende en círculos cada vez más amplios, abriéndose hacia arriba.
En cambio la “tragedia” el sufrimiento que contiene se encuentra lastimado y clausurado, encerrado en
sí mismo, sin posibilidad de ninguna apertura, mostrando la fatalidad irremediable de la finitud y la
contingencia. Esto se puede observar literariamente en todas las tragedias clásicas. Se narran sucesos
fatales, desgraciados e infaustos con un desenlace generalmente funesto entre espada, sangre y veneno.
La Cruz “misterio en el misterio” 60 –en el cual paradójicamente se sostiene nuestra esperanza
57
Ibíd. Nº 58.
58
Idem.
59
Ibíd. Nº 51-52.
60
Ibíd. Nº 25.
cristiana- no es una “tragedia” pagana, verdaderamente es un “drama” de salvación donde entran en
juego la libertad de Dios, del hombre y del mundo. Concretamente es una “teo-dramática”: El drama del
hombre y del mundo asumido y resuelto por Dios hecho hombre en el mundo. Nuestra esperanza es que
Dios se ha hecho hombre. El mundo ya está irrevocablemente salvado; se encuentra absolutamente
redimido, aunque a nuestros ojos aparezca opacado por tantos signos de muerte. La fe nos dice que el
mundo ahora es indeclinablemente de Dios; ha entrado definitivamente en el ámbito de la gracia; en el
horizonte de lo divino.
A partir de este dato fundamental de la fe es que se mantiene victoriosa nuestra esperanza. Los
cristianos en cada inflexión de la historia debemos redimir nuestra frágil esperanza para que -en medio
de los sufrimientos del mundo- estemos siempre “esperando contra toda esperanza” (Rm 4,18)
sabiendo que “el sufrimiento engendra paciencia y la paciencia -como virtud probada- engendra
esperanza y la esperanza no falla porque el amor de Dios ha sido derramado” (5,3-5). La esperanza
que no defrauda tiene su sostén en el amor de Dios. Un amor que abarca todas las esperanzas del mundo.
El cristiano concibe su esperanza centrándola en el Dios de toda espera. Es por eso que “la fe, la
esperanza y la caridad, estas tres” (1 Co 13,13) constituyen las llamadas “virtudes teologales”, las que
tienen a Dios como último destino de su realización. La esperanza para el cristiano no es sólo, ni
principalmente, una virtud humana sino una virtud teologal. Aquí estamos hablando de una “esperanza
ética”. Muchos en la cultura actual postulan una mera esperanza humana sin ninguna responsabilidad en
la construcción solidaria del mundo. La esperanza ética nos debe permitir actuar con una ética de la
esperanza en todas las cosas, especialmente en nuestra mirada del mundo y en nuestra participación en
él.
Hay quienes piensan que, como País, estamos tan mal que más bajo no podemos caer y si cabe
alguna tímida esperanza en esta danza de espectros la única posible es la “esperanza del rebote”. Así
como cuando se arroja una pelota para abajo sólo vuelve a saltar hacia arriba en una altura proporcional
a la caída que tuvo, de igual manera piensan que ésa es la única esperanza que nos queda: La de seguir
rebotando después de la caída, con el mismo impulso, proporcional al se tuvo pero en la dirección
contraria. Ojalá que después de cada caída nos quede el impulso del “rebote” aunque más no sea como
“mecanismo” de esperanza. Sin embargo, eso no basta. Necesitamos la fuerza de una verdadera
esperanza transfiguradora del mundo. No solamente que nos tire hacia arriba sino que también nos
empuje hacia adelante. Hay quienes creen que esperar es “anhelar que ocurra algo” –ya que la angustia y
el estrés, el cansancio y el agobio, las decepciones y las desconfianzas, los escepticismos y las
frustraciones, las incertidumbres y los fracasos van erosionando nuestras ultrajadas energías- no
obstante, la genuina esperanza más que anhelar en una actitud pasiva que ocurra algo consiste “en hacer
que algo ocurra”. La esperanza es activa y dinámica. Esperar es mantener la convicción de que lo mejor
está aún por venir y nosotros desde la fe sabemos que verdaderamente es así. Como rezamos cada día en
la Santa Misa: “... Mientras aguardamos con gozosa esperanza la venida de Nuestro Señor
Jesucristo...” Toda la historia del mundo es un solo adviento. Para los cristianos allí se cobija la única
esperanza. Mientras creemos, como reza el salmo, que alguna suerte puede cambiar ya que “los que
siembran entre lágrimas, cosecharán entre canciones” (126,5).
Este “profetismo de la esperanza” es el aporte que los cristianos en la actualidad podemos dar a
una cultura en vertiginoso proceso de transformación. En este contexto, hay muchos que sostienen que
existe una verdadera y profunda “crisis de valores”. Creo que en vez de hablar de “crisis” es más
apropiado afirmar una necesidad cultural de “re-significación”. En vez de sostener una irremediable
“pérdida de valores” tenemos que procurar un “encuentro de nuevas significaciones”. Los valores no
están en crisis. Lo que está en crisis son las referencias significativas al modo cómo se han vivido hasta
ahora tales valores. Hay que encontrar nuevas maneras de dar significación a valores que -en el
desfasaje de la “trans-culturación” que acontece de una época a otra y en los procesos de adaptación a
nuevos códigos culturales- necesariamente entran en cambio. Nuestro tiempo respecto a los valores –
humanos y cristianos- no es menos “crítica” que otras épocas históricas. Tenemos que dar con modos
inculturados de nuevas significaciones para este tiempo a los valores de siempre. La justicia será
siempre justicia; lo que tenemos que ingeniar es la propuesta de una significación con la cual la justicia
pueda ser verdaderamente un “valor” -algo “valioso”- para el hombre y la sociedad de hoy.
Los jóvenes de la actualidad no es que carezcan de valores sino que poseen un acaudalado
torbellino de experiencias y un cúmulo gigantesco y ecléctico de información sin poder armonizar una
síntesis vital desde una adecuada referencialidad. La esperanza como “eje de sentido” para con la
realidad es la que puede otorgar apertura a nuevos significados, abriendo los espacios vitales a otros
sentidos. En un mundo en el cual se pierde la esperanza, también se pierde el sentido.
Uno de los compromisos de la esperanza cristiana en esta posmodernidad es otorgar una válida
re-significación a la inculturación de valores que necesitan de una nueva “re-adaptación” en la sociedad.
Sólo así se podrá “re-fundar” el deteriorado entretejido del vínculo social en sus estructuras e
instituciones. Es preciso contribuir entre todos a la elaboración de un nuevo proyecto nacional de
identidad de País, de Nación y de Estado. Hemos estrechado tanto los horizontes que actualmente
sufrimos –en el sistema imperante- el ahogo de una extrema “claustrofobia económica”. Si toda la vida
queda sólo medida por el parámetro económico, cuando se cae la economía se deprime gran parte de la
vida. Algunos creen que vivimos en un mundo de “post-ideologías”. En verdad vivimos en un mundo
sin “utopías”, sin sueños colectivos que impulsan la marcha histórica. Sin embargo, sobrevivimos bajo
el régimen globalizado de una “ideología económica imperante” cuyo modelo se plasma en el
consumismo práctico, el individualismo social y el capitalismo neo-liberal. A lo largo de la historia de la
humanidad hemos vivido bajo el influjo de varias utopías. En la Antigüedad imperó la utopía de la
sabiduría y la belleza. En el Medievo, la de la santidad. En la Modernidad, la de la política. En nuestros
tiempos sin utopías, sólo reina la ideología económica.
Nuestra cultura, nuestra sociedad y en muchos aspectos también nuestra Iglesia precisan recorrer
caminos de “re-fundación” para poder estar a la altura de la misión que les toca en este nuevo tiempo. El
proceso de refundación consiste en retornar a los “fundamentos-raíces” como “lugares” de identidad
desde los cuales ubicarse en el “hoy” de cada realidad según “los signos de los tiempos” otorgando una
válida interpelación para el presente. No consiste en realizar una “reforma” en el sentido histórico del
término sino en iniciar un nuevo planteo adecuado a las necesidades imperantes. Es la búsqueda de
nuevas “referencialidades” significativas. Si en el siglo XX el Concilio Vaticano II propuso una
renovación, un “aggiornamento”; en el siglo XXI se requiere de una “re-fundación”. Para los ámbitos
eclesiales la “re-fundación” consiste en reconquistar para nosotros y para el mundo la permanente
interpelación de la Persona del Señor y su estilo de vida para los hombres del tercer milenio. No hay que
pretender colocar otro cimiento “porque un cimiento diferente del ya puesto -Jesucristo- nadie
puede poner” (1 Co 3,11); “Jesucristo es el mismo hoy, ayer y siempre” (Hb 13,8) sin embargo, la
fidelidad al Evangelio, a la Tradición, al Magisterio, a la herencia espiritual de los santos y fundadores,
junto a los reclamos de la realidad de cada contexto exigen reformular renovadas propuestas teológicas,
espirituales y pastorales para dar respuestas a los planteos del mundo.
Estos dos “cauces” mencionados -la “re-significación” de los valores en la cultura y la “re-
fundación” de ámbitos, estructuras e instituciones eclesiales- constituyen dos acciones de la esperanza
cristiana que no pueden esperar. Así lograremos como Iglesia no sólo mostrar a otros nuevos horizontes
de esperanza sino también nosotros emprender ese camino. Nuestro servicio a un crecimiento interior de
la esperanza hacia adentro de la Iglesia debe darse en los procesos de “re-fundación”, mientras que
nuestro aporte hacia afuera de la Iglesia se brindará en las instancias de “re-significación” de los valores
en la sociedad. Así se podrá mostrar la esperanza cristiana como una genuina “audacia profética” y
encontraremos, entre tantas grietas, alguna rajadura luminosa. Hay transparencias de esperanzas que
sólo renacen del dolor. El “factor humano” resolverá la crisis de nuestro mundo. La Iglesia, maestra en
la experiencia de lo humano, tiene mucho que aportar. Nuestro País y nuestra Iglesia argentina poseen
un riquísimo recurso en su gente. La esperanza es, precisamente, el recurso humano por excelencia de
las relaciones. Siempre se puede y se debe esperar algo de sí y de los otros. La esperanza es la
posibilidad de la “otra oportunidad” que tenemos que otorgarnos recíprocamente. La verdadera
esperanza se alimenta con el asombro y el sentido gozoso de la admiración mutua.
Por otra parte, en nuestro País se denota el maltrato social de la esperanza especialmente en el
hecho de que no sólo se han acortado las realidades concretas empobreciéndose hasta límites extremos
sino fundamentalmente en que se han achicado hasta los sueños. En otros tiempos el padre de una
familia anhelaba que su hijo pudiera ser más de lo que él pudo ser. En este ajustado presente los hijos
cada vez pueden menos que sus padres. No sólo en posibilidades sino en realidades. Al estrecharse no
solamente los sueños sino además las realidades la esperanza socialmente se inhibe. Es por eso que se ha
disgregado casi hasta disolverse dando a luz generaciones de muchos jóvenes sin sueños, ni metas y
aquellos que los tienen buscan otros horizontes geográficos donde autoimponerse la solitaria pena del
exilio, forjándose la identidad de la no-identidad, el vínculo de la no-pertenencia.
Hay un salmo que canta a Dios una profunda tristeza hecha interrogante diciendo: “... ¿Harás tú
maravillas por los muertos?, ¿Se conoce tu justicia en el país del olvido?...” (87,13). Cuando uno lo
61
Ibíd. Nº 40.
reza desde este vértice del mundo a veces parece que es Argentina “el país del olvido”. No porque Dios
la haya olvidado sino porque da la impresión que muchos argentinos lo han hecho. “El país del olvido”
de los que están ocupados sólo con la desocupación o de los que encuentran “el pan nuestro de cada día”
hurgando en la basura y revolviendo en las sobras de otros o de las distancias sociales cada vez más
abiertas como lacerantes heridas ya que “entre ustedes y nosotros se abre un inmenso abismo por
más que quieran nadie puede cruzar” (Lc 16,25-26). El “tuve hambre, tuve sed, fui extranjero”(Mt
25,31-6) no sólo son palabras del Evangelio para nosotros son también palabras de la realidad. El
cristiano en Jesucristo une la Palabra de Dios y la palabra del hombre en la carne de un solo Verbo.
Evangelio y realidad: Uno debe ser leído desde el otro. Entre los desafíos actuales tenemos el de recrear
la mutilada esperanza, la cual es un derecho del mundo y un deber de los cristianos. También nosotros
podemos en estas circunstancias tomar las palabras del Apóstol: “... Estamos atribulados en todo, pero
no aplastados; perplejos, pero no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados,
pero no aniquilados...” (2 Co 4,8-9). Que el Señor nos encuentre en la espera de una esperanza,
construyendo la realidad de la esperanza con la esperanza de la realidad. Ojalá que “el Dios de la
esperanza colme nuestra fe de alegría para que con la fuerza del Espíritu Santo también nosotros
desbordemos de esperanza” (Rm 15,13) .
2- La comunión de la esperanza.
La propuesta que nos hace el Santo Padre de una “espiritualidad de la comunión” intentando
“hacer de la Iglesia la casa y escuela de la comunión”62 no nace -en cuanto expresión- con este
Documento sino que la acuñó el Sínodo sobre la vida consagrada en la proposición 28 y se incluyó en la
Exhortación Post-Sinodal “Vita Consecrata” en su número 46. Así aparece el horizonte del ser y del
hacer, de la comunión y la misión de la Iglesia en estos nuevos Documentos. Ciertamente ya el Concilio
Vaticano II presentó a la Iglesia como comunión y la Conferencia General del Episcopado
Latinoamericano realizada en Puebla subrayó este perfil en términos de “comunión y participación”.
62
Ibíd. Nº 43.
63
Ídem.
64
Ibíd. Nº 42.
“metodología orgánica” que -a su vez- se refleje en los horizontes cada vez más abarcativos de una
pastoral en conjunto con acciones comunitarias trabajadas en equipo, buscando nuevas modalidades de
ser y de acción.
Como esto tiene que ver con la realidad concreta de cada Iglesia particular no hay que caer en
inmediatismos reduccionistas y simplistas; o en respuestas ya hechas; tampoco “nos satisface
ciertamente la ingenua convicción de que haya una fórmula mágica para los grandes desafíos de
nuestro tiempo. No será una fórmula la que nos salve. No se trata pues de inventar un nuevo
programa. Sin embargo, es necesario que el programa formule orientaciones pastorales adecuadas
a las condiciones de cada comunidad”.65 El conjunto de estas “orientaciones pastorales adecuadas”
debe suscitar en la comunidad “una nueva acción misionera que no podrá ser delegada a unos pocos
especialistas sino que acabará por implicar la responsabilidad de todos los miembros del Pueblo
de Dios. El cristianismo del tercer milenio debe responder cada vez mejor a esta exigencia de
inculturación”.66
Para esto es preciso en primer lugar pedir a Dios la gracia de la comunión -ya que ante todo es un
don- y en actitud contemplativa escuchar “lo que el Espíritu dice a las Iglesias” (Ap 2,7) para luego
otorgar -dentro de las estructuras eclesiales- las vías de participación, teniendo en cuenta el
requerimiento de lo que tenemos y de lo que nos hace falta, situándonos desde la misión pastoral que
tenemos para con la realidad.
En nuestra Diócesis todo este camino con sus distintos pasos –“espíritu”, “método”, “proyecto”,
“opciones” y “proceso”- se encuentra en su fase preparatoria o inicial. No porque no haya existido aquí
una historia pastoral -sobre todo considerando la antigüedad de nuestra Diócesis- sino porque la
modalidad comunitaria con la que se está encarando es relativamente reciente, además teniendo en
cuenta que los tiempos comunitarios -tanto los institucionales de las estructuras eclesiales como los
tiempos sociales- inciden con cierto condicionamiento. En este camino lo importante es ir descubriendo
cierta continuidad retrospectiva y prospectiva -lo que hemos sido y con lo que queremos llegar a ser-
captando fundamentalmente la continuidad dada por el proyecto común y no por la permanencia de las
personas o situaciones.
65
Ibíd. Nº 29.
66
Ibíd. Nº 40.
67
Ibíd. Nº 43.
“una espiritualidad de la comunión como principio educativo en todos los lugares donde se forma
el hombre y el cristiano. Sin este camino espiritual de poco servirían los instrumentos externos de
la comunión. Se convertirían en medios sin alma, máscaras de comunión, más que sus modos de
expresión y crecimiento”.68
Esta gracia de vínculo fraterno que genera en la Iglesia una verdadera “espiritualidad de la
comunión” tiene como consecuencia el desarrollo de una genuina “mística”. El Santo Padre la designa
como un camino de santidad de la cual se deriva todo un itinerario pastoral, “no dudo en decir que la
perspectiva en la que debe situarse el camino pastoral es el de la santidad. Recordar esta verdad
fundamental, poniéndola como fundamento de la programación pastoral que nos atañe al inicio
del nuevo milenio, podría parecer, en un primer momento, algo poco práctico. ¿Acaso se puede
programar la santidad?, ¿qué puede significar esta palabra en la lógica de un plan pastoral? En
realidad, poner la programación pastoral bajo el signo de la santidad es una opción llena de
consecuencias”.69 En primer lugar, “en la programación que nos espera significa respetar un
principio esencial de la visión cristiana de la vida: La primacía de la gracia. Hay una tentación
que insidia siempre todo camino espiritual y la acción pastoral misma: Pensar que los resultados
dependen de nuestra capacidad de hacer y programar”.70 La “primacía de la gracia” que hay que
rescatar -por sobre la planificación de las acciones y la evaluación de sus resultados- se centra,
fundamentalmente, en los vínculos que sostienen las personas en el núcleo eclesial. De esto depende que
exista verdadera comunión o no.
Esta “espiritualidad de la comunión” eclesial se puede entender como una “mística de la Alianza
fraterna” que al ser incorporada como parte esencial del plan pastoral se transforma en una “pedagogía
de la santidad”,71 en una experiencia de aprendizaje recíproco a través de los caminos transitados por
aquellos que -en el estilo de la gracia de los vínculos evangélicos- teniendo vocaciones diversas trabajan
en una misión eclesial común. Al hablar de “mística” nos referimos a una gracia capaz de generar una
“espiritualidad”, un modo de vivir la totalidad de la vida cristiana desde un determinado don
configurando todo un estilo evangélico y pastoral.
Esta “mística de la comunión” no anula la distinción necesaria que existe en la pluralidad eclesial
de personas, carismas, vocaciones y ministerios. El mismo Santo Padre afirma que “no es uniformidad
sino integración orgánica de las legítimas diversidades”.72 Cada persona en el misterio inédito de su
singularidad es absolutamente distinta de cualquier otra que exista, que haya existido o que podrá existir
en este vasto universo. Esta singularidad particularísima de cada persona se pone aún más de relieve
cuando es amada gratuitamente por sí misma, por lo que ella simple y absolutamente es. El amor marca
de manera única la singularidad de cada persona a tal punto que la comunión con otro se logra de
manera más perfecta cuando cada uno en el amor se revela como distinto del otro. El verdadero amor
nos preserva de la indistinción y de la masificación. Nos singulariza las diferencias proponiéndolas no
como obstáculo sino como posibilidades de integrarnos a una unidad en donde cada uno no renuncie a
nada de lo que verdaderamente es. A veces creemos que el amor nos transforma en el otro. En verdad,
nos transforma más en nosotros mismos. El que no llega a ser amado continúa siendo su persona una
68
Ídem.
69
Ibíd. Nº 30-31.
70
Ibíd. Nº 38.
71
Cf. Ibíd. Nº 31-32.
72
Ibíd. Nº 46.
diferencia más en la desigualdad del mundo que todos conformamos. El que es amado, en cambio, se
manifiesta como una distinción en la unidad. La comunión requiere de una unidad a la cual le es esencial
la distinción. Esta verdad nos viene como un dato de la fe en el misterio del mismo Dios Uno y Trino.
La unidad del único Dios se define por la distinción de las Personas en la comunión. El Padre, el Hijo y
el Espíritu son Personas distintas en la unidad del amor. La Escritura afirma que “Dios es amor” (1 Jn
4,8) -si el amor singulariza de manera especial la distinción de cada uno- en el amor que es Dios esto
acontece de manera suprema. Se distingue tan particularmente la singularidad de cada uno que se
preserva absolutamente la distinción aunque -como no podría ser de otra manera- en el amor se crea y se
recrea verdaderamente la comunión. La unidad de Dios es la comunión de todos en la distinción de cada
uno.
Nuestro amor humano -como un limitado reflejo de esta realidad- cuando es verdadero funda
distinción y comunión entre las personas. Nos reunimos por nuestras afinidades pero nos unimos por
nuestras diferencias. Somos cada uno en la medida en que podamos ser nosotros y somos nosotros en la
medida en que no dejemos de ser cada uno. Esta doble garantía sólo la otorga el amor. Por eso Dios no
es otra realidad sino amor. Es “un cada uno” y es un “nosotros” a la vez.
Esta “mística de la integración” en la que nadie pueda ser dejado de lado genera además una
“mística de la inclusión” donde nadie pueda ser -ni sentirse- excluido. El “católico” -el que es
“universal”- se encuentra abierto a la posibilidad de todos. El horizonte de la comunión asume en su
seno todas las posibles distinciones, porque “si amamos sólo a los que nos aman, ¿qué hacemos de
extraordinario?, ¿acaso no es esto lo que hacen también los pecadores? (Mt 5,46-47). Para el
Evangelio no existen los “marginales” –los que puedan situarse al margen del amor de Dios- y mucho
menos los “excluidos”. El Santo Padre nos lo recuerda cuando dice que “no debe olvidarse que,
ciertamente, nadie puede ser excluido de nuestro amor, desde el momento que “con la
Encarnación el Hijo de Dios se ha unido en cierto modo a cada hombre” (Cf. GS 22)”73. Ya que en el
imperante sistema social globalizado existen los “excluidos” tenemos que recordar que -en cambio- para
los cristianos no puede ni debe ser así. Hay quienes afirman que en vez de hablar de “opción
preferencial por los pobres” habría que decir “amor preferencial por los pobres”. Para un cristiano no
es una opción –si se abraza el Evangelio- elegir o no la caridad hacia los más pobres. Si se opta por el
Evangelio no es optativo el amor a los pobres. Sin embargo esta preferencia no es exclusiva ni
excluyente sino “inclusiva” e integradora. El amor a los pobres es constitutivo de la caridad cristiana
formando parte integral del mensaje de la Buena Nueva y consiste en “la práctica de un amor activo y
73
Ibíd. Nº 49.
concreto con cada ser humano”74. Es por eso que “el siglo y el milenio que comienzan tendrán que
ver todavía a qué grado de entrega puede llegar la caridad hacia los más pobres. En efecto, en
nuestro tiempo son muchas las necesidades que interpelan la sensibilidad cristiana. Nuestro
mundo empieza el nuevo milenio cargado de contradicciones. El panorama de la pobreza puede
extenderse indefinidamente si a las antiguas añadimos las nuevas pobrezas”75. En nuestro País
tenemos más de un ejemplo de “nuevas pobrezas” encarnadas en la crucifixión social de los“nuevos
pobres”. Nuestra pastoral en esto “requiere hoy de mayor creatividad. Es la hora de una mayor
imaginación de la caridad. Sin esta forma de evangelización el Evangelio corre el riesgo de ser
incomprendido o de ahogarse en el mar de palabras al que la actual sociedad de comunicación nos
somete cada día”76.
Estas palabras del Santo Padre -“mayor imaginación” y “mayor creatividad”- nos abren a la
perspectiva de recrear nuestro abrazo a los hombres en una “inclusión” tan “católica” como su
omniabarcante amor, ya que “Dios encerró a todos los hombres en la rebeldía para usar con todos la
misericordia” (Rm 11,32). Dios permitió que todos entráramos en la “exclusión” del pecado realizada
por nuestra libertad para cobijarnos a todos -por su gracia- en la “inclusión” redentora de su amor. Así
ingresamos al misterio de la comunión de Dios que se revela igualmente como una “unidad inclusiva”:
“... Que todos sean uno, como tú Padre en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros...”
(Jn 17,21). Esta “inclusión trinitaria” de una Persona divina en su recíproca apertura a las otras descubre
para nosotros un dinamismo que nos lleva más allá de nosotros mismos. La inclusión como apertura nos
ensancha el corazón para incorporar toda la realidad en su totalidad. Esta es la expresión de la
catolicidad de la unidad abriéndose a la perspectiva de la santidad comunitaria en la gracia de una
fraternidad “inclusiva” y contenedora. Una “inclusión” para la mutua complementación donde no se
anulan las diferencias sino que se las hace comunión.
Todos los misterios de Dios iluminan esta “inclusión” empezando por la Trinidad donde se
contempla siempre a una Persona divina en co-implicancia con las otras dos. Por la Encarnación existe
una “inclusión” de la condición humana en la Persona del Hijo desde la cual se otorga a cada hombre la
capacidad de co-incluirse eclesialmente en Cristo con los otros hombres convertidos en hermanos. El
misterio de la Redención es “inclusión” del pecado en la historia salvífica de la gracia. La Cruz y el
descenso a los infiernos nos revelan hasta qué punto Dios incluyó el pecado del mundo en la muerte del
Hijo. El desenlace del Misterio Pascual en la Resurrección nos muestra el destino de la inclusión
definitiva del mundo en Dios. Y en el más allá de la historia se dará la plena y máxima “inclusión”
donde Dios será todo en todos (Cf. 1 Co 12,6; 15,28; Ef 1,23; Col 13,11). La eternidad se desplegará
entonces como la “inclusión” definitiva en Dios y en su infinito amor.
Todos estos fundamentos en los misterios de Dios nos hacen ver que en toda espiritualidad y
praxis de comunión y participación antes de ser vividas como un hecho pastoral programático deben ser
pedidas y recibidas como un don eclesial con toda la riqueza espiritual que supone el proceso de la
gracia de la fraternidad, capaz de ser reflejado vincularmente en los lazos vitales de las relaciones,
pudiendo ser vivido como una “mística de la Alianza”, una “mística de la integración” y una “mística de
la inclusión”. Sin lugar a dudas que vivir esta espiritualidad que conlleva una modalidad pastoral –ya
que toda espiritualidad debe traducirse en una pastoral y toda pastoral debe sostenerse en una
74
Ídem.
75
Ídem.
76
Ídem.
espiritualidad- nos tiene que hacer discernir cuáles son los modelos eclesiales que manejamos y sus
correspondientes estilos de vinculación, de conducción y de corresponsabilidad que reflejan. Es bueno
dialogar sobre el modelo de Iglesia que queremos en esta legítima pluralidad de caminos teológicos y
pastorales posibles. La Iglesia Universal que es Una puede y debe ser entendida y vivida de muchas
maneras posibles según sea la inculturación de las Iglesias particulares en su contexto. Así se podrá
apreciar la “integración orgánica de las legítimas diversidades”77 en la matriz de la unidad eclesial y
aunque los senderos por los que “cada una de nuestras Iglesias camina, son muchos; sin embargo,
no hay distancias entre quienes están unidos por la única comunión”78. Lo universal y lo particular
están mutuamente “incluidos” en la catolicidad eclesial.
No obstante, hay que ser cuidadosos con esta experiencia espiritual y pastoral y reflexionarla en
la medida en que la vamos viviendo y no al revés porque se corre el peligro hasta de vaciar las palabras
del profundo sentido teológico que tienen a fuerza de trivializarlas. La comunión se propone y se
construye, no se “codifica” o se declama. En estos tiempos de cambios, épocas que son como una
“bisagra” que une a lo que viene a continuación y aún no sabemos, nos es muy necesario aprender de los
otros que están también aprendiendo junto a nosotros. Nadie tiene una respuesta definitiva. Una vez más
se nos abre aquí la perspectiva de la esperanza, la cual no sólo tiene que ver con el futuro sino que -en
cuanto asume la realidad- tiene que ver profundamente con el presente. La esperanza es posible en la
medida en que se tiene humildad, o sea adecuación con la realidad. Necesitamos una esperanza madura
y no ingenua que asuma este presente del mundo en el permanente presente de Dios. La esperanza
cristiana tiene la forma de la cruz, dramáticamente asume la configuración intrínseca del mundo. Sólo
así es posible tener aquí y ahora una esperanza solidaria y corresponsable que posibilite la búsqueda de
un bien cada vez más común y comunitario.
Tenemos que adentrarnos en este océano inmenso del nuevo mundo y del nuevo tiempo como
sostiene el Santo Padre79 ahondando aún más en el océano igualmente inmenso de una dilatada
esperanza tan vasta como el mundo y como Dios. Sabemos que “un nuevo siglo y un nuevo milenio se
abren a la luz de Cristo. Pero no todos ven esta luz. Nosotros tenemos el maravilloso y exigente
cometido de ser su reflejo. Cuando los Santos Padres hablaban de la Iglesia como el misterio de la
luna indicaban con esta imagen que la Iglesia dependía de Cristo, Sol del cual ella refleja la luz.
Era un modo de expresar lo que Cristo mismo dice, al presentarse como “luz del mundo” (Jn 8,12)
y al pedir a sus discípulos que fueran “la luz del mundo” (Mt 5,14). Ésta es una tarea que nos hace
temblar si nos fijamos en la debilidad que tan a menudo nos vuelve opacos y llenos de sombras.
Pero es una tarea posible si, expuestos a la luz de Cristo, sabemos abrirnos a su gracia”80. Ojalá
que María -Mujer del nuevo milenio, Estrella de esta reciente aurora, Lucero virginal de la alborada y
Centinela del amanecer- con su nacimiento nos regale el nacimiento de una buena nueva para este
tiempo porque nosotros todavía creemos que la esperanza es aquél soplo de la belleza de Dios que se
levanta sobre el mundo y nos invita a seguir bendiciendo la luz.
77
Ibíd. Nº 46.
78
Ibíd. Nº 58.
79
Ídem.
80
Ibíd. Nº 54.
Semblanza
Por ser “un tiempo privilegiado de salvación”82 para “confesar y anunciar nuestra fe en Cristo (...)
que está entre nosotros viviente y operante”83, el Jubileo del 2000 se convirtió en una especie de leit
motiv en el ministerio profético de Sueldo. En él destaca los aspectos de alabanza y acción de gracias,
gozo y conversión; expresiones que tienen como centro y fundamento la celebración del nacimiento del
Hijo de Dios y la Redención por él realizada84. Además, el jubileo tendrá una repercusión concreta en la
81
Tomaré como base la compilación Diálogos teológicos. ‘Ministerio profético y Reino. Legado de Monseñor Sueldo’,
Instituto ‘San Martín de Porres’, Santiago del Estero, 1999.
82
Mes del Rosario 1/10/95, 4.
83
Saludo de Navidad 25/12/95, 3.
84
Cf Santiago apóstol 25/07/95, 12.
vida de la Iglesia presente en Santiago, la cual descubre en este ‘Año de Gracia del Señor’ un tiempo
privilegiado de salvación y renovación en la fe85, y un incentivo evidente para profundizar su vocación
transformadora en favor de la dignidad de tantos hombres y mujeres cuyas vidas y fe están
amenazadas86.
“Nuestra querida comunidad eclesial santiagueña es presencia de la Iglesia universal de Cristo que
se prepara a celebrar el nacimiento de su Señor el año dos mil. Preparación que nos invita a crecer
en júbilo y alegría, por eso se llama ‘Jubileo’, pero también a examinar nuestro caminar
evangelizador en medio de la humanidad. Esa humanidad que no es algo abstracto o diluido en un
falso sentido de lo ‘espiritual’, sino ese hombre y esa mujer, ese joven y ese niño, ese anciano de
carne y huesos que cada día vemos y oímos, tocamos y rozamos al pasar. Jubileo que nos
interrogará sobre nuestro trabajo evangelizador frente a cada santiagueño y frente a la comunidad
toda” (Santiago apóstol 25/07/96, 2).
b. La Pascua
Para Sueldo, la Pascua es no solamente el triunfo de Cristo sobre la muerte, sino que también es
–y está llamada a ser cada vez más- el triunfo del hombre sobre todo lo que atenta contra su dignidad
de hijo e hija de Dios. De ello la Iglesia está llamada a ser testigo como comunidad y en cada uno de
sus miembros, aunque esto le cueste sufrimiento y persecución87. “El Señor de la Pascua no es el Señor
que domina, sino el que sirve”88. Sin embargo, -constata el pastor-, la realidad de las cosas nos hace
ver que aún estamos lejos de vivir una vinculación existencial entre cristología y antropología en torno
a este acontecimiento central de la fe: las diferentes expresiones de servilismo muestran que los
creyentes no han internalizado suficientemente el único señorío de Cristo89.
“La Pascua, no sólo nos presenta a Jesús resucitado, sino nos lleva al contenido fundamental de su
triunfo. El triunfo de la vida sobre la muerte y de la fe sobre la oscuridad de la incredulidad y de la
duda. (...) Por ello hoy, la Iglesia juntamente con la victoria de Jesús, celebra la victoria del
hombre, vencedor, por Cristo, de la muerte y de la incredulidad a través del bautismo que da el
triunfo a la fe y a la vida. (...) También desde esa perspectiva pascual, es que la Iglesia, a través de
sus hijos, denunciará todo lo que pone en peligro la vida y lo que le da sentido que es el creer”
(Saludo pascual 16/04/95, 2 y 4).
c. La Navidad
En íntima conexión con la Pascua, Sueldo se detiene en el de la Navidad. Ésta es expresión del
‘camino de despojo y humillación’ elegido por el Hijo de Dios; despojo y humillación a través de los
cuales Él mismo nos reveló el fundamento de nuestra dignidad como personas e hijos/as de Dios90.
Saliendo al encuentro del hombre en la persona de Jesucristo Dios, se solidariza con el destino del
hombre, de cada hombre y mujer concretos –particularmente los de su diócesis-, especialmente ‘con los
85
Cf Saludo pascual 7/04/96, 7.
86
Cf Santiago apóstol 25/07/96, 2; Saludo de Navidad 25/12/96, 6.
87
Cf Santiago apóstol 25/07/96, 4-5.
88
Cf Saludo pascual 7/04/96, 10 y 12.
89
Cf Saludo pascual 30/03/97, 2,7-8.
90
Cf Saludo de Navidad 25/12/95, 5.
pobres, humillados y perseguidos’91; es más, ‘en ellos oculta su gloria’92. Así, a partir de Jesucristo no
habrá ya nada de profundamente humano que no halle su eco en el corazón de Dios, ni nada divino que
no tenga una concreta y verdadera repercusión antropológica: “Cristo en su misterio no nos permite
separar a Dios del hombre, ni de la humanidad, ni de todo lo humano”93.
“El Dios que celebramos en Jesucristo, es el Dios que sale ‘al encuentro del hombre’. No espera
que el hombre vaya a Él. Dice el Papa, ‘en Jesucristo Dios no sólo habla al hombre, sino que lo
busca. La encarnación –y el Nacimiento- del Hijo de Dios testimonia que Dios busca al hombre’
(TMA 7). Por eso Jesús, nacido en Belén es el punto de ‘encuentro’. Él mismo, su Persona es un
‘Encuentro’ viviente y siempre actual de Dios con la humanidad. (...) Por esta comunión total y
profunda con el hombre, desde Jesús en adelante, nada que afecte al hombre será ajeno a Dios, y
nada del hombre estará fuera de la esfera salvadora de Dios. (...) Cristo, nacido como Hombre, nos
reveló nuestra dignidad como personas e hijos de Dios (...); nos reveló los derechos y
responsabilidades de personas e hijos de Dios” (Saludo de Navidad 25/12/96, 8-10).
Por último, Sueldo explicita el fundamento último que en Cristo tenemos de nuestra dignidad: en
Él ‘hemos sido elegidos, bendecidos y predestinados para ser alabanza y gloria de Dios’. Este es el
motivo de la ‘grandeza’ de cada persona humana, y la razón última del ‘respeto’ que ésta merece. De
este modo, el hombre pasa a ser parte del misterio de Dios, que ya no quiere entenderse a sí mismo sin
esta vinculación ontológica y existencial con el hombre. Defender la dignidad humana –propia y ajena-
pasa a ser una exigencia básica de la fe; y atentar contra ella se convierte en ofensa directa al Creador
y Redentor del hombre, como así también en una apostasía práctica.
“Ésta es la grandeza y ésta es la razón del respeto fundamental de cada una de las personas y de
cada uno de nosotros: el saber que, desde Dios, hemos sido elegidos, bendecidos y predestinados
para ser alabanza y gloria de Dios y revelar así la Voluntad salvadora y dignificadora de nuestro
Dios. Por eso, todo aquello que atente contra la imagen viviente de Dios en cada hombre y en cada
mujer es negar el contenido de nuestra fe. (...) Al mismo tiempo, se nos pide a nosotros mismos,
como compromiso, saber defender esa dignidad que Dios nos ha dado y defenderla dentro de la
debilidad y pobreza que tenemos”(Por el derecho a la vida 12/7/97,7-8).
Después de haber presentado a Jesucristo como fuente de dignidad para el hombre, buscaré
profundizar el modo concreto en que este proceso está llamado a realizarse a través del servicio
insustituible de la Iglesia; como así también el contenido preciso que en la sociedad santiagueña la
justicia correspondiente a tal dignidad exige en vista al Reino.
Partiré del concepto Nueva Evangelización, como de hecho lo hizo Sueldo en su ministerio
profético; me detendré en la sociedad concreta en que él vivió y –siguiendo la voz del pastor- haré una
lectura creyente de algunas de sus situaciones más relevantes. Descubriremos en el pensamiento de
Sueldo el perfil de Iglesia necesario para responder a los desafíos presentados por el contexto socio-
91
Cf Saludo de navidad 25/12/96, 2,5-7.
92
Saludo de Navidad 25/12/95, 5.
93
Saludo de navidad 25/12/95, 4.
político-cultural; los ámbitos de reflexión que él considera más importantes y los criterios y opciones
pastorales más relevantes.
1. El Misterio de la Iglesia...
Recordando las afirmaciones conciliares fundamentales sobre la Iglesia, Sueldo subraya que
ésta es el ‘ámbito de comunión de Dios con los hombres y de los hombres entre sí', participación de la
vida del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo94. Por eso ‘Dios reina’ en ella y está llamado a reinar cada
vez más como su único Señor95; de modo que pueda ella misma sentirse enviada al mundo para
renovarlo y transformarlo con el ‘anuncio de la buena Noticia a todas las gentes’ y por la fuerza del
Espíritu que la guía y acompaña96. En ella todos “debemos comprometernos a presentar al Dios
misericordioso y consolador”97.
Sueldo destacó –en comunión con la Iglesia universal- el desafío de una Nueva Evangelización,
particularmente en el inicio de su magisterio profético; y cada vez más lo fue traduciendo en la
exigencia de ‘obras concretas’ en favor del hombre recreado en Cristo98: a esto lo llamó justicia. Según
él, hablar de Nueva Evangelización es “hablar, pensar y sentir a Cristo”99. Ésta exige una lectura
creyente respecto de la realidad que nos toca vivir –por lo que habrá que conocerla e interpretarla-;
como así también una estrategia pastoral que, ‘mirando hacia delante’ e inspirándose en el misterio de
Jesucristo, pueda irla transformando –en este caso la realidad de la sociedad santiagueña– en vista al
‘Reino y su justicia’.
“Un pueblo con vocación servil (...) permitirá y justificará la impunidad sin reclamar; apaludirá y
votará la dádiva y la dependencia (...), aceptará como normal la compra y venta de personas (...);
se someterá siempre a la represión del estado, del poder económico, de la tradición del apellido o
de otros poderes (...), nunca cuestionará la competencia o incompetencia de sus funcionarios; (...)
gozará haciendo el papel de ‘cándido’ abanderando y aplaudiendo todas las obras y placas que
reinaugura su líder (...); aceptará medios de comunicación social sumisos y entregados (...); se
admirará de los funcionarios que siendo corruptos saben ‘zafarse’ y quedan muy bien (...);
alrededor del caudillo o autoritario de turno creará un culto a la persona que lo llenará de miedo y
reverencia (...). Una sociedad que tenga esa vocación servil, no podrá sino crear instituciones y
poderes que respondan a esa actitud (...): una justicia sometida y manejable (...); una Cámara de
Representantes que no representa a nadie porque es inoperante y obsecuente” (Saludo pascual
30/3/97, 8).
Desde la realidad que acabamos de describir, la Iglesia que peregrina en Santiago del Estero
tendrá que hacer presente a Cristo110; a partir de su propia maduración creyente, y del potencial que la
fe tiene para ‘sanar, afianzar y promover la dignidad del hombre’111. Para ello se hará ‘prójima’ de los
hombres y mujeres concretos, de cada ‘individualidad’ y no solamente del ‘montón’112; y a la inversa,
desde las personas concretas, hijos e hijas de Dios, buscará renovarse en la fe, descubriendo el
100
Cf Santiago apóstol 25/07/95, 9.
101
Cf Aniversario del 16 de diciembre 16/12/94, 4; Mes del Rosario 1/10/95,4; Saludo de Navidad 25/12/95, 7-8;
Desempleados 28/01/96, 1 y 7.
102
“Ustedes conocen ‘el adversario’: la postergación, la pobreza, la manipulación de las personas, el soborno, la compra y
venta de la dignidad” (Clausura 8° Semana de Pastoral 22/10/9, 6).
103
Cf Saludo pascual 12/0/98, 4.
104
Cf Santiago apóstol 25/07/96, 10.
105
Cf Santiago apóstol 25/07/95, 11.
106
Municipales de Loreto y Choya 6/09/96, 7-8.
107
Cf Saludo de navidad 25/12/95, 7.
108
Cf Saludo de Navidad 25/12/96, 13.
109
Cf Desocupados en la Catedral.
110
Cf Misa crismal 13/04/95, 3.
111
Cf Aniversario del 16 de diciembre 16/12/94, 7; Saludo de Navidad 25/12/95, 4.
112
Cf Apertura 10° Semana de pastoral 6/11/97, 5.
potencial liberador de la misma113. Para ello será imprescindible ‘acercarse’, ‘ver’, y meterse en la
vida de quienes ‘tienen la vida y la fe amenazadas’114; sin tener miedo a ser una Iglesia que “como las
aguas vivas produce y defiende la vida”115. En su servicio pastoral, deberá reflexionar periódicamente
acerca de la fidelidad a su misión; la cual, como la del Hijo de Dios, ‘siempre tocará lo temporal’.
“El servicio evangelizador de la Iglesia tocará siempre lo temporal, y esta preocupación por lo
temporal se convertirá también en preocupación para el evangelizador” (Santiago apóstol
25/07/95, 8). “Cuando la Iglesia invita a no perder la dignidad por la obsecuencia y servilismo
frente al poder de todo tipo, está anunciando su fe. Cuando observa cómo se va profundizando una
cultura de la dependencia y el sometimiento con refinados métodos de la dádiva que crean la
pasividad y hacen sentir al otro deudor por siempre, está anunciando su fe” (Santiago apóstol
25/07/96, 7).
Esta maduración en la fe de la Iglesia santiagueña está llamada a realizarse en cada uno de sus
miembros: obispo, sacerdotes, religiosos/as, laicos. Desde la especificidad eclesial de cada una de estas
vocaciones, todos están llamados a vivir un testimonio profético. El obispo con su presencia y palabra,
comprometiendo su propia persona en el ‘aquí estoy’ sacerdotal116. Los presbíteros haciendo carne en
sus vidas lo que anuncian y celebran y como los consagrados/as, con un testimonio radical de vida
inmune a la crítica y a la calumnia, y abierto como el del Hijo de Dios incluso a la posibilidad del
martirio117;. Los laicos, -‘discípulos de Jesús’ y muchos de ellos ‘estrechos colaboradores del ministerio
pastoral del obispo’-, tomando consciencia de la dignidad de sus personas y de sus familias, y
defendiéndola contra toda forma de manipulación por parte de los ‘poderosos de turno’118.
113
Cf Aniversario de Cabezas 23/01/98, 2.
114
Cf Clausura 9° Semana de pastoral 6/11/97, 5.
115
Cf Clausura 10° Semana de pastoral 9/11/97, 5.
116
Cf Inicio gobierno en la diócesis 30/11/94, 3; Homilía al llegar a la diócesis, 2; Saludo de Navidad 25/12/95, 9; Marcha
por la justicia 29/05/98, 2-3.
117
Cf Misa crismal 13/04/95, 4-7; Municipales de Loreto y Choya 6/09/96, 4; 1° Encuentro diocesano Derechos Humanos
13/12/97, 2.
118
Cf Municipales de Loreto y Choya 6/09/96, 3; Marcha por la Justicia 29/05/98, 4.
119
Cf Saludo de Navidad 25/12/95, 5; Desempleados 28/01/96, 4.
120
Cf Santiago apóstol 25/07/95, 10.
121
Cf Santiago apóstol 25/07/98, 6.
e. Ambitos de reflexión y discernimiento
Madurar un estilo de ser Iglesia en Santiago ‘en favor de los que tienen la vida y la fe amenazadas’
exige crear ámbitos de reflexión y discernimiento, tanto para los criterios como para las estrategias
concretas que se van asumiendo. A respecto, el obispo descubre en las Semanas de Pastoral lugares
privilegiados para este esfuerzo, en los que la Iglesia diocesana se pregunta acerca del servicio que está
prestando, revisa la eficacia de lo que ha hecho (=mirada retrospectiva), y proyecta pastoralmente las
opciones aparentemente más conducentes (=mirada prospectiva)122. Sueldo es exigente sobre todo en lo
que atañe a la evaluación pastoral, ya que de esto depende el posicionarse bien en el presente (=tiempo
salvífico): “un desafío para nuestra Iglesia diocesana es revisar continuamente su servicio”123.
En esta línea de revisión llega a preguntarse: “¿Qué ha cambiado en Santiago del Estero en los
últimos diez años?”; a lo cual parecería querer responder/se -sin tener miedo a la verdad de la historia-
que no muchas cosas124...
“Debemos preguntarnos ante Dios y la comunidad santiagueña qué estamos haciendo para
‘madurar una Iglesia en Santiago del Estero comunitaria y misionera, pobre y solidaria, que se
nutre de la Palabra de Dios y los Sacramentos, para el servicio de los que tienen la vida y la fe
amenazadas’. Éste es el rumbo evangelizador que a lo largo de ocho Semanas Diocesanas de
Pastoral se ha ido delineando. Este examen de conciencia lo hemos iniciado el año pasado y lo
seguiremos en la próxima 9ª Semana de Pastoral” (Santiago apóstol 25/07/96, 3).
“El trabajo pastoral de la Iglesia nunca podrá ser una huida de las realidades del mundo, al
contrario, como lo hizo Cristo con la fuerza del Espíritu desde el primer momento, será enfrentarse
con esas realidades para iluminarlas con la luz del Espíritu” (Saludo de Navidad 25/12/97, 7).
Del magisterio profético de Sueldo surgen algunas líneas pastorales muy claras, y que él
explicita en diferentes circunstancias. Ante la urgencia de muchos de los desafíos esbozados a partir de
una lectura interpretativa y creyente de la realidad, el obispo advierte que las respuestas deben ser
rápidas; y que por estar inspiradas en el misterio de Jesucristo ‘fuente de dignidad y justicia’ tienen que
estar avaladas por la coherencia y santidad de vida de los evangelizadores125.
Estas respuestas responderán a una acción pastoral común madurada en el seno de la vida de la
Iglesia presente en Santiago, involucrando así a la mayor cantidad posible de sus miembros. Supondrá
la defensa y promoción de la dignidad de cada persona en los más variados ámbitos de la vida –
especialmente la de aquellas que se encuentran en situaciones de mayor indefensión-126; como así
también una conscientización pública para que ‘no nos dejemos manipular’ ni entremos en
complicidades127 -ya que “nada tan anticristiano como la obsecuencia que exigen ciertos ‘señoríos’”128.
Esta defensa profética de la dignidad de hijo/a de Dios presente en cada hombre y mujer santiagueños
122
Cf Mes del Rosario 1/10/95, 4.
123
Santiago apóstol 25/07/96, 12.
124
Cf Apertura 9° Semana pastoral 10/10/96, 4; Apertura 10° Semana pastoral 7/11/97, 3.
125
Cf Homilía al llegar a la diócesis, 9; Aniversario del 16 de diciembre 16/12/94, 8.
126
Cf Homilía al llegar a la diócesis, 10; Al iniciar el gobierno de la diócesis 30/11/94, 8.
127
Cf Saludo pascual 16/04/95, 7; Aniversario Cabezas 23/01/98, 1.
128
Saludo pascual 7/04/96, 10.
frente a toda forma y tentación de sometimiento a ‘vasallaje’, constituirá el testimonio de fe que la
Iglesia tendrá que dar ‘con audacia’129, con coordinadas ‘acciones comunes’130, para preparar de un
modo comprometido el Gran Jubileo del 2000.
Conclusión
Puedo concluir afirmando que el legado teológico pastoral de monseñor Sueldo es doble. Al releer
sus homilías descubro, por una parte, el legado de un contenido cristológico-antropológico que se
convierte en eje hermenéutico de su magisterio pastoral. Por otra, encuentro el legado de un método que
a partir de la fe se desarrolla sobre el eje histórico de su praxis pastoral.
Tal vez este legado no fue comprendido suficientemente en su momento y por eso mismo es
‘legado’. Puede ser que por esto monseñor Sueldo quedó un poco sólo en su ministerio y vida profética:
tal vez porque quiso ir demasiado rápido, tal vez porque el pueblo de Dios fue demasiado lento. Es
posible, incluso, que inconscientemente haya asumido esa misma actitud caudillezca que trataba de
denunciar en la sociedad, o que el pueblo de Dios haya ‘delegado’ en él –con bastante elegancia- la
responsabilidad de su propio protagonismo social. Probablemente se dio de todo esto un poco.
Creo que la deuda pendiente de la Iglesia en Santiago frente a este ‘legado teológico-pastoral’ es el
de hacerlo más suyo, fortaleciendo los ámbitos de reflexión, discernimiento y decisión comunitaria en
los cuales pueda vivirse y aplicarse, sin esperarlo todo de su nuevo pastor.
129
Cf Segundo día 10° Semana pastoral 7/11/97, 6.
130
Cf Clausura 8° Semana de pastoral 22/10/95, 5.
Informe
La Reforma Económica de la Iglesia en la Argentina
Evaluación del Plan “COMPARTIR”131
Primeros pasos
l. Hace cuatro años, el 16 de junio de 1997, me visitaron en Resistencia tres miembros de la Comisión
formada para colaborar con el Consejo Episcopal de Asuntos Económicos e imaginar el Proyecto de
Reforma Económica de la Iglesia encomendado por el Episcopado. Eran los señores Eduardo Casabal,
José Luis Picone y el P. Rafael Braun. Invité a una reunión con ellos a los miembros de varios entes
eclesiales: Consejo Presbiteral, Consejo Arquidiocesano de Pastoral, Consejo Arquidiocesano de
Asuntos Económicos, Junta de Laicos, y a algunos otros laicos entendidos en materia económica, con la
intención de someter a la discusión una idea que ellos traían de lo que podría ser el Proyecto de
Reforma. “Pareciera - dijeron- que el Proyecto de Reforma Económica de la Iglesia habría de consistir
sustancialmente en la formación de agentes pastorales con una nueva mentalidad en lo referente a la
economía eclesiástica, que sea acorde con el espíritu del Evangelio, ajustada a las normas canónicas y a
la ciencia y práctica de la administración propia de los hombres honestos. En la Argentina tenemos
alrededor de 2.500 Parroquias. Si formásemos en esa nueva mentalidad a 10 agentes por Parroquia,
tendríamos pronto 25.000 nuevos agentes, que hoy no contamos. Si formásemos a 20, tendríamos
50.000. Y así consecutivamente. Entonces el Proyecto tendría un sustento real. De lo contrario, aunque
juntásemos una gran suma de dinero para solucionar los problemas económicos que hoy tiene la Iglesia
argentina, pronto esa suma desaparecería como el agua en la arena. Y el problema persistiría. ¿Qué
opinan Uds.".
2. El planteo mereció amplio consenso, en especial por parte de los laicos. Apuntaba directamente a la
formación de un capital humano, que no se devalúa, capaz de generar el capital dinerario con el que hoy
nos manejamos los hombres y que también la Iglesia necesita para la obra evangelizadora. El enfoque
coincidía con la intuición que yo había tenido en noviembre de 1996 cuando acepté el cargo de
Presidente del Consejo. Entonces les había dicho a mis hermanos Obispos que aceptaba el cargo si el
Proyecto de Reforma económica incluía instaurar en la Iglesia argentina la correspondiente catequesis
131
Esta evaluación retoma la presentada por Mons. Giaquinta ante la Asamblea Plenaria del Episcopado, el 10
de mayo de 2001.
sobre el uso del dinero. Y de hecho, así fue resuelto: "Se encomienda al Consejo de Asuntos
Económicos que estudie el tema del sostenimiento de la Iglesia Argentina, incluyendo la preparación
catequética correspondiente" (72a. Asamblea Plenaria, 4-9 noviembre 1996, Resolución 14).
3. Poco después, en agosto de 1997, nos reunimos los Obispos miembros del Consejo y dimos el okey a
esta idea, y nos avenimos a llevarlo a la práctica en nuestras Diócesis, a manera de experiencia “piloto”:
Alto Valle, Resistencia y San Isidro. Y, a inicios de septiembre, presentamos el Proyecto a la Asamblea
Plenaria del Episcopado. Éste lo aprobó en líneas generales, prácticamente por unanimidad, y quedó
bautizado con el nombre de “Plan COMPARTIR”. No faltó el comentario risueño de algún Obispo: “El
Plan es estupendo en la presentación con transparentes a colores. Esperemos que no quede sólo en eso”.
Necesidad de evaluar
5. A casi cinco años de la decisión del Episcopado de emprender la Reforma económica, y a casi cuatro
de la aprobación en general del Plan COMPARTIR:
a) ¿qué sentimos hoy los Obispos frente a dicha Reforma? ¿la seguimos sintiendo necesaria?
b) ¿cuál es el punto en que se encuentra?
c) ¿cómo asumen la Reforma Económica los sacerdotes?
d) ¿cómo la asumen los laicos?
e) ¿y frente al Plan COMPARTIR: nos parece un instrumento adecuado para lograr la Reforma? ¿los
Obispos asumimos el liderazgo necesario? ¿los sacerdotes secundan? ¿los laicos acompañan?
f) ¿cuáles son los frutos del Plan? ¿cuáles las dificultades a superar?
Dejaré que la Comisión Nacional del Plan Compartir y que el Equipo Nacional de Trabajo hagan su
propia evaluación. Yo procuraré hacerla desde mi propia perspectiva.
6. Para hacer una buena evaluación, conviene tener presentes los propósitos y criterios aprobados por el
Episcopado, tanto en el Planteo General de la Reforma económica (septiembre 1997), cuanto en la Carta
pastoral colectiva “Compartir la multiforme gracia de Dios”, sobre el sostenimiento de la Obra
evangelizadora de la Iglesia” (octubre 1998). Acudiré, sobre todo, a ésta última. En ella los Obispos
nos propusimos tres objetivos. Uno de ellos es “explicitar el fundamento teológico-pastoral en el que se
basa el Plan Compartir” para “llevar adelante el proceso de reforma económica” (n° 3c).
Ateniéndonos al texto de la Carta, podemos decir que el Plan:
Evitar confusiones
7. A lo largo de estos años, he advertido una dificultad recurrente cuando se presenta el Plan Compartir,
que por momentos se vuelve un tanto filosa. Y esto tanto entre laicos, como entre clérigos. A saber: ¿el
Plan trata sólo de promover una espiritualidad de comunión, cuyo fruto será un día la Reforma
económica de la Iglesia? Lo es, por el contrario, un Plan netamente económico, pero camuflado bajo
apariencias espirituales porque el católico argentino no querría oír hablar de dinero?. Ni lo uno, ni lo
otro. El Plan COMPARTIR es un Plan de Reforma Económica profundamente imbuido de una
espiritualidad de comunión que brota del Evangelio.
8. Para que no quepa la menor duda de lo que se propone el Plan Compartir, recuerdo la resolución de la
74a. Asamblea Plenaria del Episcopado: “Se aprueba el planteo general propuesto por el Consejo de
Asuntos Económicos a seguir para lograr una Reforma Económica de la Iglesia en la Argentina, en
vista del sostenimiento de su obra evangelizadora. En cuanto al Proyecto Compartir, se aprueba
genéricamente el Plan presentado, cuya aplicación deberá ser revisada periódicamente. Asimismo, se
encomienda al Consejo de Asuntos Económicos elaborar un proyecto de Carta al Pueblo de Dios sobre
e1 sostenimiento de la obra evangelizadora y la comunión de bienes en la Iglesia” (74a. Asamblea
Plenaria, 1-3 septiembre 1997; Resolución 3 ). Por su parte, la Carta del Episcopado se propone como
objetivos: “a) iluminar a los fieles en orden a acrecentar el espíritu de comunión de bienes (personas,
talentos, tiempos y dinero); b),facilitar un proceso de Reforma económica en la Iglesia en la Argentina,
cuyo fruto sea el sostenimiento integral y permanente de la obra evangelizadora; c) explicitar el
fundamento teológico-pastoral en el que se basa el Plan Compartir” (n° 3). Es decir, el Episcopado
pensó desde el principio en un Plan de Reforma Económica con alma cristiana.
9. El Plan COMPARTIR pretende una Reforma económica, pero no cualquier reforma. Tiene un espíritu
propio que fluye del Evangelio: la comunión de bienes. Por ello, en la Carta se propone la Reforma
económica desde el primer objetivo (cf. N°3a). Y vuelve continuamente sobre ella. Así, después de
tratar ampliamente sobre el dinero en la Iglesia (cf. N°s 13- 26), la Carta menciona expresamente la
Reforma económica en los n°s 27 y 28, pero uniéndola profundamente a su espíritu, enunciándolo allí
como “conversión al Evangelio de Jesús” (n° 28).
Una objeción
11. Otra dificultad a considerar es la extrañeza que a veces causa que, en la Carta del Episcopado y en el
Plan COMPARTIR, se dé amplio espacio a los talentos y al tiempo como dones a poner al servicio de la
obra evangelizadora.(cf. N°s 7-12). Si el propósito es lograr una Reforma económica de la Iglesia, ¿no
sería mejor hablar sólo de los aportes en dinero?
Respuesta
12. En primer lugar, la Carta desde su título habla de “sostenimiento de la obra evangelizadora”. Y ésta
no se sostiene sólo ni primeramente con dinero. Si así fuese, los apóstoles de Jesús no habrían realizado
ninguna de las misiones que narra el Nuevo Testamento. Y la inmensa mayoría de los actuales ministros
del Evangelio de la Argentina hace mucho tiempo habríamos dejado de fatigarnos por él. Por gracia de
Dios, grande es nuestra alegría en trabajar por el Evangelio, incluso renunciando parcial o totalmente al
derecho que Jesús nos dio a vivir de él, como lo hizo y escribió el apóstol San Pablo: “El Señor ordenó
a los que anuncian e1 Evangelio que vivan del Evangelio. A pesar de todo, no he usado de ninguno de
estos derechos... Si anuncio el Evangelio, no lo hago para gloriarme: al contrario, es para mi una
necesidad imperiosa. ¡Ay de mi si no predicara el Evangelio!” (1 Co 9,14-16)
13. En segundo lugar, los talentos y el tiempo son hoy bienes mensurables económicamente. Si la Iglesia
pidiese hoy a los fieles mayores aportes en dinero, pero no agradeciese los que éstos ya hacen en
talentos y en tiempo, ello denotaría una visión un tanto miope sobre el sostenimiento de la obra
evangelizadora. Si bien ésta tiene carencias en el orden financiero, tiene una gran riqueza en el orden del
voluntariado. Y ello debe ser ponderado y agradecido.
Por fortuna, uno de los párrafos más bellos de la Carta del Episcopado está dedicado al agradecimiento:
“Hemos de recordar con admiración y agradecimiento a tantos cristianos, varones y mujeres, que
colaboran con desinterés en la Evangelización, poniendo al servicio de 1a misma sus capacidades y
parte de su tiempo... Sin esta colaboración espontánea, multiforme, alegre y competente del Pueblo de
Dios, seria imposible comprender la vitalidad de nuestras Parroquias” (n° 12). Y al Episcopado no le
pareció un despropósito imaginar que todo lo que se hace voluntariamente en la Iglesia, podría ser
mensurado económicamente: “Si midiésemos en términos económicos 1os tiempos y talentos que
voluntariamente ponen en común tantos fieles, quedaríamos atónitos ante el aporte que el Pueblo de
Dios ya hace en favor de la obra evangelizadora de la Iglesia” (n° 14).
14. En tercer lugar, porque el talento y el tiempo son bienes superiores al dinero. Éste se hace con
talento y con tiempo, y no viceversa. El aportar estos bienes a la obra evangelizadora indica una
disposición profunda del alma creyente a ponerse toda entera a disposición de ella, según su propia
vocación, e incluso a donar su dinero. Si el cristiano aporta al Evangelio lo más, que es su persona con
su talento y su tiempo, más fácilmente aportará lo menos, que es el dinero. Si esto último no acontece en
la Argentina en el grado deseable, habrá que estudiar sus causas, pero no por ello dejar de agradecer los
aportes que el cristiano ya hace en talentos y en tiempo.
V. Un Plan eficaz
No basta el voluntarismo
15. La Reforma Económica no consiste sólo en un propósito interior de hacer mejor las cosas referidas a
la economía eclesiástica. El voluntarismo ha sido un defecto muy propio del Clero desde la formación
recibida en el Seminario. Es decir, pensar que basta que algo sea claro a la inteligencia y querido por la
voluntad para que acontezca en la realidad, sin pensar en los procesos y en los medios necesarios para
alcanzarlo. Sin bien hay esfuerzos renovadores en la formación pastoral del futuro Clero, que incluye
una preparación elemental en cuanto a la administración, no pareciera que esta falla haya sido superada
del todo. Y aparece en toda su gravedad si se tiene en cuenta la cultura moderna, en cuyo medio hemos
de actuar los pastores,: la cual estudia la acción humana al detalle para que sea eficaz y provechosa.
Superar el maniqueísmo
16. A1 voluntarismo, muchas veces se ha sumado un cierto maniqueísmo con respecto a los bienes de
este mundo y a su administración. Y esto también desde el Seminario, incluso bajo el disfraz de pobreza
evangélica o de espíritu pastoral. De allí, el desconocimiento y, a veces, el desprecio de las normas
canónicas y civiles relativas a la administración de los bienes materiales de la Iglesia por parte de no
pocos miembros del Clero. Todo lo cual ya ha acarreado a no pocas Parroquias y Obispados cuantiosas
deudas por juicios civiles inútilmente provocados y perdidos. Si se sumasen tales pérdidas y
erogaciones, quedaríamos aterrados por el daño material y espiritual a la evangelización que tales
actitudes han ocasionado. Y ello sin hablar del dolor y fatiga que le provoca a un Párroco o a un Obispo
tener que pagar ese tipo de deudas con recursos inexistentes.
Ser eficaces
19. En la Carta se destacan “algunos criterios a tener muy en cuenta para alcanzar y permanecer en el
espíritu de conversión permanente en esta materia” económica. Y se citan seis: 1° pobreza evangélica;
2° corresponsabilidad; 3° ejemplaridad; 4° transparencia; 5° solidaridad; 6° eficacia.
Entre todos me parece útil subrayar el último, la eficacia, porque en nuestro mundo eclesiástico hasta
puede sonar como una noción excesivamente mundana, o neoliberal como se dice hoy. En la Carta
decimos: “La eficacia en los medios adecuados es otro de 1os criterios necesarios para juzgar que se
ha abrazado de veras la conversión en e1 renglón de la economía eclesiástica”. La Iglesia “no puede
contentarse con predicar el espíritu evangélico de la comunión de bienes. Necesita implementar planes
concretos, acordes con 1o que pretende. De allí ha surgido el Plan Compartir" (n° 29,6°).
Integral
23. El Plan es integral por múltiples capítulos:
a) porque “atiende a todos los fines para los cuales la Iglesia tiene derecho a poseer y administrar
bienes materiales”, (Planteo General, punto 1 ). Y, por ello, “no se circunscribe a buscar primero una
solución financiera inmediata a cuestiones puntuales, aunque sean importantes” (Punto 6), por ejemplo,
Curias, Seminarios, C.E.A., aunque tampoco los olvida (cf. Punto 11);
b) porque es realizado por todo el Pueblo de Dios, pastores y fieles, y no sólo por un sector del mismo;
c) porque es económico a la vez que catequético.
Un Plan tan abarcativo no puede excluir las tensiones.
Secuencial
24. El hecho de que se haya optado por centrar el Plan en la formación de agentes pastorales con una
nueva mentalidad en cuanto al uso del dinero en la Iglesia, ha llevado a que el mismo tuviese que ser
implementado a partir de las Diócesis y de sus respectivas Parroquias. Y ello a medida que las Diócesis
solicitasen el apoyo del Equipo Nacional Compartir, y éste combinase con ellas la fecha conveniente
para visitarlas y prestarles el servicio que necesitasen.
Esta característica del Plan, a la vez que lo hace atractivo, actúa como de freno de sí mismo, como un
ómnibus de larga distancia impedido técnicamente de pasar de cierta velocidad. Esto tiene como
consecuencia que no se habla del Plan de Reforma económica al unísono en toda la Iglesia de la
República. Lo cual priva al Plan de una fuerza que necesita. Tal vez con menos inversión de esfuerzo, -
que lo hubo mucho y bueno -, el Encuentro Eucarístico Nacional del año pasado impactó a la Iglesia
argentina más que el Plan de Reforma económica, en el que quizá ya se invirtió más tiempo y dinero.
A medida
25. Si bien el Plan parte de elementos comunes, quiere adaptarse a la particular situación de cada
Diócesis. Esto tiene una ventaja clara: respeta la naturaleza propia de cada Iglesia diocesana. Pero
también tiene sus límites: impone una diversidad enorme de esfuerzos al Equipo Nacional
COMPARTIR.
De las tres características mencionadas, las dos últimas, - "secuencial" y "a medida" - merecerían ser
analizadas a la luz de la experiencia. No para suprimirlas, sino para tomar conciencia de las dificultades
que cada de una de ellas debe enfrentar, y hacer entonces los ajustes necesarios en el modo de
implementar el Plan.
Compromiso conciliar
29. La Reforma económica de la Iglesia es una deuda pendiente que contrajimos los Obispos con el
Concilio. Apenas éste concluyó, la prometimos al Pueblo de Dios en la Asamblea de mayo de 1966, en
el documento “La Iglesia en el periodo posconciliar”: “Los Obispos argentinos, en el deseo de
fomentar el espíritu de servicio evangélico, deseamos encarar también la reforma y organización de1
sistema económico de nuestras comunidades” (III,d).
Si bien el Episcopado, posteriormente en el documento de San Miguel (1969), dio orientaciones
preciosas para concretar la Reforma del sistema económico (cf. III, Pobreza de la Iglesia), ésta nunca se
llevó a cabo. Ello es explicable por dos motivos. Primero, porque, lamentablemente desde el año 1969,
el País comenzó a verse envuelto en la vorágine de la violencia, cuya contención demandó esfuerzos
enormes al Episcopado durante muchos años. Segundo, porque el Episcopado entonces no superó el
voluntarismo al no adoptar un plan para concretar la Reforma prometida.
Restaurada la democracia, en 1983, los Obispos volvimos reiteradas veces sobre el tema de la Reforma
económica, centrándola en algunos aspectos que sentíamos más urgentes: la financiación de los
Seminarios, de las Curias y de la CEA. Y ello bajo la conducción de los Obispos MM. A. Canale, R. Di
Monte y D. Collino. A fines de 1996, los Obispos retomamos el tema, y optamos por una Reforma
económica integral. Y desde entonces en diversas Asambleas plenarias dimos nuevos pasos para
implementarla:
a) decisión de Reforma económica integral (noviembre 1996);
b) aprobación del Planteo General de Reforma económica (septiembre 1997);
c) Carta Pastoral “Compartir la Multiforme gracia de Dios, sobre el sostenimiento de la obra
evangelizadora” (octubre 1998);
d) Jornada sobre “El Obispo y la administración de los bienes eclesiásticos" (abril 2000);
e) evaluación del Plan COMPARTIR (mayo 2001).
Nos corresponde ahora renovar el paso y continuar el camino.
32. Durante la discusión sobre la Reforma Económica de la Iglesia, en noviembre de 1996, y luego en
varias ocasiones, algunos hermanos Obispos, expresaron que ésta debía ser una de las señales más
perceptibles de la conversión de la Iglesia argentina a raíz del Gran Jubileo.
Éste ya concluyó como hecho eclesiástico, y quedó registrado en la historia. Pero como hecho
sacramental perdura, y perdurará por mucho tiempo. Por ello nos sigue urgiendo a los pastores para que
nuestras Iglesias profundicen en él y se aprovechen de sus frutos.
Yo siento igual que lo que expresaron entonces algunos Obispos. En un mundo donde el Dinero es un
dios absoluto, una especie de Moloc que se lo traga todo, la Reforma económica está llamada a ser un
gesto profético contundente por parte de nuestra Iglesia: que Dios es uno solo, y que “no se puede servir
a dos señores, ... a Dios y al dinero” (Lc 16, 13 ), y que éste debe estar subordinado a Él, como todas las
demás cosas. Y, por tanto, debe mantenerse al servicio del hombre, y no viceversa, como está
aconteciendo. ¿Qué mejor manera de expresar este convencimiento fundamental de la fe cristiana que
con la Reforma económica tan largamente anunciada y esperada?
Introducción
Me he tomado la libertad de modificar el título que se me había sugerido para esta exposición, ya
que la hipótesis que quiero adelantar desde el comienzo es que para mí el problema central que se nos
presenta en la Iglesia en esta materia no es con los fieles sino con nosotros, los pastores, quienes, como
obispos y párrocos, somos por derecho los administradores públicos de los bienes eclesiales a nosotros
confiados. Voy a explorar, por lo tanto, nuestra propia espiritualidad en este campo, que nos resulta tan
difícil de abordar en la práctica.
∗
Exposición realizada ante los obispos chilenos reunidos en 80º Asamblea Plenaria. 23 de noviembre de 2000, Punta de
Tralca, Chile.
materiales, que siempre son escasos en relación con las necesidades a cubrir. Lo exige la opción
preferencial por los pobres.
El destino universal de los bienes, que grava a la propiedad eclesial con una “hipoteca social”,
exige del propietario que tenga una conciencia de administrador. En el caso de la Iglesia, no sólo de
bienes confiados por Dios, sino de bienes pertenecientes a la comunidad eclesial. Por eso los he
denominado “administradores públicos”, ya que se asemejan en su función a la tarea encomendada a los
funcionarios públicos que gestionan los recursos de la comunidad en el Estado.
* * *
Es hora de concluir. Lo haré enunciando los que creo conceptos centrales de mi exposición.
Destino universal y comunión de bienes, corresponsabilidad, espíritu de servicio, pobreza de espíritu,
desapego, mediaciones racionales, conversión espiritual y cultural, opción preferencial por los pobres.
Recension
El coraje de ser testigos
Testigos de esperanza
Mons. F.X. Nguyen van Thuan
Ciudad Nueva
Buenos Aires, 2001 - 249 pags.
Uno de los best sellers de los últimos meses ha sido el libro “Testigos de esperanza” que recoge
los ejercicios espirituales predicados en el Vaticano en presencia de Juan Pablo II al comenzar la
Cuaresma del año 2000 por monseñor François Xavier Nguyen Van Thuan, presidente del Pontificio
consejo de la Justicia y de la Paz.
El arzobispo vietnamita fue creado cardenal en el histórico Consistorio del 21 de febrero del
corriente junto con otros 43 prelados de todo el mundo.
No sin razón se ha dicho que no ha tenido necesidad de vestir los atuendos cardenalicios para
conocer el significado del rojo de los mismos. Sabido es que, al ser investidos de esa dignidad, los
elegidos se comprometen a “ser fieles hasta el derramamiento de su sangre”.
Durante trece años, en un perdido lugar de Vietnam del norte, su “catedral” fue una celda, sus
fieles los otros presos y los carceleros, a algunos de los cuales logró convertir sólo con la fuerza de
“poner la otra mejilla”.
La razón de todo ello fue haber sido nombrado arzobispo coadjutor de Saigon el mismo día (24
de abril de 1975) en que la capital de Vietnam del sur caía en manos del Vietcong.
El arresto, la detención y trece largos años de prisión de la cual fue liberado después de trece
años culminaron con su elección, por parte de Juan Pablo II, como vicepresidente (1994) y después
presidente (1998) del dicasterio vaticano encargado de la promoción de la justicia y la paz en el mundo.
Refiriéndose a su tarea en el mismo ha dicho: “en el primer lugar pongo la lucha contra la
pobreza que no se encuentra solamente en los países del Tercer mundo. Lázaro se encuentra en todas
partes y a menudo la pobreza es fruto de la falta de trabajo que origina otros fenómenos negativos como
la criminalidad, el analfabetismo, las enfermedades, el AIDS. En Africa está disminuyendo la
expectativa de vida y miles de millones de personas que viven con un dólar al día. Tenemos que tomar
conciencia que la humanidad es una gran familia y dependemos los unos de los otros”.
Al recordar sus años de prisión dice que esa experiencia le enseñó que cuando nos parece que
estamos abandonados y tratados injustamente como Jesús en la cruz es justamente cuando estamos más
acompañados por Dios que nunca deja de ser fiel.
Ahora, como cardenal, promete “estar siempre cerca de los que sufren y en particular de aquellos
que son perseguidos a causa del evangelio. Cuando estaba preso me confortaba saber que, como dicen
los Hechos de los apóstoles, “toda la Iglesia oraba por Pedro”.
Es muy hermoso lo que dice cuando se encontró con la responsabilidad de predicar el retiro
cuaresmal nada menos que al Papa y a toda la Curia romana: “los asiáticos no razonan mediante
conceptos, narran una historia, una parábola y la conclusión brota claramente. Así hablaron Confucio,
Buda y Gandhi y así hablaba también Jesús. Traté de hacerlo lo mejor que pueda pero el pobre cocinero
no puede hacer nada sin el fuego: el Espíritu Santo”.
Van Thuan celebraba la misa con tres gotas de vino y una gota de agua en la palma de la mano y
usaba como sagrario un paquete de cigarrillos en la cárcel.
Hoy es una de las figuras más representativas de la Iglesia que vale la pena conocer para afrontar
los tiempos oscuros que nos toca vivir para que encontremos la fuerza interior que nos está haciendo
falta y que se sintetizan en la dedicatoria del libro: “a mi madre Elizabeht que me educó desde que
estaba en su seno. Me enseñaba todas las noches las historias de la Biblia, me contaba las memorias de
nuestros mártires, me enseñaba el amor a la tierra, me presentaba a Teresa del Niño Jesús como modelo
de virtudes cristianas. Es la mujer fuerte que sepultó a sus hermanos, masacrados por los traidores, a los
que luego perdonó de corazón. Cuando estaba en la prisión, era mi gran consuelo y les decía a todos:
“recen por mi hijo para que sea fiel a la Iglesia y permanezca donde Dios quiera que esté”.
Noticias
Desde el año 1998 la Comisión Episcopal de Ministerios, a través del Secretariado Nacional para
la Formación Permanente de los Presbíteros, viene organizando estos talleres, en donde con una
metodología de intercambio, trabajo personal y en grupo, se busca ofrecer elementos formativos para la
gestión de los párrocos en el campo pastoral, jurídico y organizacional.
Taller I:
Metodología:
A través del método de “taller”, se trata de una semana de capacitación para la conducción
a partir de las experiencias compartidas con un facilitador del diálogo para reconocer los desafíos
que se nos presentan en la actualidad y proponer caminos de solución.
Taller II:
Este taller consiste en una semana de reflexión personal y grupal a partir de temas y dinámicas
orientados a la búsqueda, comprensión y aceptación de uno mismo, con el objetivo de lograr un
crecimiento personal, desde las propias posibilidades, fortaleciendo las que tienen que ver con la tarea
de ser Pastor en un ámbito concreto como es la Parroquia.
Este taller fue surgiendo a partir de las inquietudes de aquellos que hicieron el Taller I, sobre
todo la necesidad de entender y revisar los procesos que se iban dando en el ejercicio del rol de párroco.
No siempre es fácil este ejercicio del rol y en muchos casos tiene más que ver con uno mismo que con lo
externo (llámese a esto habilidades a adquirir, personas, contexto, etc.) si bien lo externo condiciona.
Este taller busca descubrir qué nos pasa con lo que hacemos y con nuestras limitaciones; es un camino
de autoconocimiento desde nuestra tarea de párrocos, que puede ayudar para un crecimiento interior.
Todo esto realizado en el marco de una espiritualidad evangélica desde la figura Cristo, Buen Pastor.
Este Taller II (ya se realizo el año pasado) se ofrece a quienes ya hicieron el Taller I.
Quienes deseen ampliar esta información o ponerse en contacto con el Secretariado Nacional de
FPP pueden dirigirse personalmente o por correo a Suipacha 1034 - 1008 Buenos Aires. Teléfono: (011)
4328.0859 /2015/ 5823/ 0993; fax: (011) 4328.9570
Fechas:
Taller I
♦ 1 al 5 de Julio, en Córdoba.
Taller II