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Exilio - Edmond Hamilton

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Se encontraban cuatro escritores en una cena y cada uno hablaba de temas de

su vida cotidiana pero Edmond desvió la conversación al terreno de la


fantasía. «No era mi intención hacer algo así. Pero había bebido un escocés de
más, y eso siempre me vuelve analítico. Y me divertía la perfecta apariencia
de que los cuatro éramos personas comunes y corrientes». Luego se quedaron
imaginando su propia historia y ahí se quedó atrapado Edmond que nunca
supo cómo salir de ella.

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Edmond Hamilton

Exilio
ePub r1.0
Titivillus 11.08.2020

Página 3
Título original: Exile
Edmond Hamilton, 1943

Editor digital: Titivillus


ePub base r2.1

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Exilio

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¡Lo que daría ahora por no haber hablado de ciencia ficción aquella noche! Si
no lo hubiéramos hecho, en estos momentos no estaría obsesionado con esa
bizarra e imposible historia que nunca podrá ser comprobada ni refutada.
Sin embargo, tratándose de cuatro escritores profesionales de relatos
fantásticos, supongo que el tema resultaba ineludible. A pesar de que
logramos posponerlo durante toda la cena y los tragos que tomamos después,
Madison, gustoso, contó a grandes rasgos su partida de caza, y luego Brazell
inició una discusión sobre los pronósticos de los Dodgers. Más tarde me vi
obligado a desviar la conversación al terreno de la fantasía.
No era mi intención hacer algo así. Pero había bebido un escocés de más,
y eso siempre me vuelve analítico. Y me divertía la perfecta apariencia de que
los cuatro éramos personas comunes y corrientes.
—Camuflaje protector, eso es —anuncié—. ¡Cuánto nos esforzamos por
actuar como chicos buenos, normales y ordinarios!
Brazell me miró, un poco molesto por la abrupta interrupción.
—¿De qué estás hablando?
—De nosotros cuatro —respondí—. ¡Qué espléndida imitación de
ciudadanos hechos y derechos! Pero no estamos contentos con eso… ninguno
de nosotros. Por el contrario, estamos violentamente insatisfechos con la
Tierra y con todas sus obras; por eso nos pasamos la vida creando, uno tras
otro, mundos imaginarios.
—Supongo que el pequeño detalle de hacerlo por dinero no tiene nada que
ver —inquirió Brazell, escéptico.
—Claro que sí —admití—. Todos creamos nuestros mundos y pueblos
imposibles muchísimo antes de escribir una sola línea, ¿verdad? Incluso desde
nuestra infancia, ¿no? Por eso no estamos a gusto aquí.
—Nos sentiríamos mucho peor en algunos de los mundos que describimos
—replicó Madison.
En ese momento, Carrick, el cuarto del grupo, intervino en la
conversación. Estaba sentado en silencio, como de costumbre, copa en mano,
meditabundo, sin prestarnos atención.
Carrick era raro en muchos aspectos. Sabíamos poco de él, pero lo
apreciábamos y admirábamos sus historias. Había escrito algunos relatos
fascinantes, minuciosamente elaborados en su totalidad sobre un planeta
imaginario.
—Lo mismo me ocurrió a mí en una ocasión —dijo a Madison.
—¿Qué? —preguntó Madison.

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—Lo que acabas de sugerir… Una vez escribí sobre un mundo imaginario
y luego me vi obligado a vivir en él —contestó Carrick.
Madison soltó una carcajada.
—Espero que haya sido un sitio más habitable que los escalofriantes
planetas en los que yo planteo mis embustes.
Carrick ni siquiera sonrió.
—De haber sabido que viviría en él, lo habría creado muy distinto —
murmuró.
Brazell, tras dirigir una mirada significativa a la copa vacía de Carrick,
nos guiñó un ojo y pidió, voz melosa:
—Cuéntanos cómo fue, Carrick.
Carrick no apartó la mirada de su copa, mientras la giraba entre sus dedos
al hablar. Se detenía entre una frase y otra.
—Sucedió inmediatamente después de que me mudara junto a la Gran
Central de Energía. A simple vista, parecía un lugar ruidoso, pero, en
realidad, se vivía muy tranquilo en las afueras de la ciudad. Y yo necesitaba
tranquilidad para escribir mis historias.
»Me dispuse a trabajar en la nueva serie que había comenzado, una
Colección de relatos que ocurrirían en aquel mundo imaginario. Empecé por
crear detalladamente todas las características físicas de ese mundo, y del
universo que lo contenía. Pasé todo el día concentrado en ello. Y cuando
terminé, ¡algo en mi mente hizo clic!
»Esa breve y extraña sensación me pareció una súbita materialización. Me
quedé allí, inmovilizado, al tiempo que me preguntaba si estaría
enloqueciendo, pues tuve la repentina seguridad de que el mundo que yo
había creado durante todo el día acababa de cristalizar en una existencia
concreta, en alguna parte.
»Por supuesto, ignoré esa extraña idea, salí de casa y me olvidé del
asunto. Pero al día siguiente sucedió de nuevo. Dediqué la mayor parte del
tiempo a la creación de los habitantes del mundo de mi historia. Sin duda los
había imaginado humanos, aunque decidí que no fueran demasiado
civilizados, pues eso imposibilitaría los conflictos y la violencia indispensable
para mi trama.
»Así pues, había gestado mi mundo imaginario, un mundo de gente que
estaba a medio civilizar. Imaginé todas sus crueldades y supersticiones. Erigí
sus bárbaras y pintorescas ciudades. Y, justo cuando terminé, aquel clic
resonó de nuevo en mi mente.

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»Entonces sí me asusté de verdad, pues sentí con mayor fuerza que la
primera vez esa extraña convicción de que mis sueños se habían materializado
para dar paso a una realidad sólida. Sabía que era una locura; sin embargo, en
mi mente tenía la increíble certeza. No podía abandonar esa idea.
»Traté de convencerme de descartar tan loca convicción. Si en verdad
había creado un mundo y un universo con solo imaginarlos, ¿dónde se
hallaban? Desde luego no en mi propio cosmos. No podría contener dos
universos… completamente distintos el uno del otro.
»Pero ¿y si este mundo y este universo de mi imaginación se habían
concretado en la realidad en otro cosmos vacío? ¿Un cosmos localizado en
una dimensión diferente a la mía? ¿Uno que contuviera solamente átomos
libres, materia informe que no había adquirido forma hasta que, de alguna
manera, mis concentrados pensamientos les hicieron tomar las imágenes que
yo había soñado?
»Medité esa idea de la extraña manera en que se aplican las leyes de la
lógica a las cosas imposibles. ¿Por qué los relatos que yo imaginaba no se
habían vuelto realidad en ocasiones anteriores y solo ahora habían empezado
a hacerlo? Bueno, para eso había una explicación plausible. Vivía cerca de la
Gran Central de Energía. Alguna insospechada corriente de energía emanada
de ella dirigía mi imaginación condensada, como una fuerza
superamplificadora, hacia un cosmos vacío donde conmocionó la masa
informe y la hizo apropiarse de aquellas formas que yo soñaba.
»¿Creía en eso? No. Por supuesto que no, pero lo sabía. Hay una gran
diferencia entre el conocimiento y la creencia; como alguien dijo: “Todos los
hombres saben que un día morirán y ninguno cree que llegará ese día”. Pues
conmigo ocurrió exactamente lo mismo. Me daba cuenta que no era posible
que mi mundo fantástico hubiese adquirido una existencia física en un cosmos
dimensional diferente, aunque, al mismo tiempo, yo tenía la extraña
convicción de que así era.
»Y entonces se me ocurrió algo que me pareció entretenido e interesante.
¿Y si me creaba a mí mismo en ese otro mundo? ¿También sería yo real en
él? Lo intenté. Me senté ante mi escritorio y me imaginé a mí mismo como
uno más entre los millones de individuos de ese mundo ficticio; pude crear
todo un trasfondo familiar e histórico coherente para mí en aquel lugar. ¡Y
algo en mi mente hizo clic!».
Carrick hizo una pausa. Todavía contemplaba la copa vacía que agitaba
lentamente entre sus dedos.
Madison le incitó a continuar:

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—Y seguro que despertaste allí y una hermosa muchacha se acercó a ti, y
preguntaste: «¿Dónde estoy?».
—No sucedió así —respondió Carrick sombrío—. No fue así en absoluto.
Desperté en ese otro mundo, sí. Pero no fue como un despertar real.
Simplemente, aparecí allí de repente.
»Seguía siendo yo. Pero, sin embargo, era el yo imaginado por mí para
ese otro mundo. Se trataba de otro yo que siempre había vivido allí… del
mismo modo que sus antepasados. Verán, yo lo había creado todo.
»Y mi otro yo era tan real en ese mundo imaginario creado por mí como
lo había sido en el mío propio. Eso fue lo peor. Todo en ese mundo a medio
civilizar era tan vulgar dentro de su realidad…».
Hizo una nueva pausa.
—Al principio, me resultó sumamente extraño. Caminé por las calles de
aquellas bárbaras ciudades y miré los rostros de las personas con un
imperioso y acuciante deseo de gritar en voz alta: «¡Yo los imaginé a todos!
¡Ninguno de ustedes existía hasta que yo los soñé!».
»Sin embargo, no lo hice. Sin duda, no me habrían creído. Para ellos, yo
no era más que un miembro insignificante de su raza. ¿Cómo podían pensar
que ellos, sus tradiciones y su historia, su mundo y su universo, habían
surgido súbitamente gracias a mi imaginación?
»Cuando cesó mi turbación inicial, me desagradó el lugar. Resulta que lo
había creado demasiado bárbaro. Las salvajes violencias y crueldades que me
habían parecido tan seductoras como material para la historia, eran aberrantes
y repulsivas al vivir en mi propia carne. Solo deseaba volver a mi mundo.
»¡Y no pude regresar! No había forma. Tuve vaga sensación de, que
podría imaginarme de vuelta en mi mundo así como había imaginado mi viaje
a ese otro. Pero fue en vano. La extraña fuerza que había propiciado el
milagro no funcionaba en dirección contraria.
Lo pasé bastante mal al percatarme de que estaba atrapado en un mundo
desagradable, extenuado y bárbaro. Primero pensé en suicidarme. Sin
embargo, no lo hice. El hombre se adapta a todo. Y me acoplé lo mejor que
pude al mundo creado por mí».
—¿Qué hiciste allí? Quiero decir: ¿qué función cumpliste? —preguntó
Brazell.
Carrick se encogió de hombros.
—No dominaba las habilidades y destrezas del mundo que había creado.
Solo poseía mi propio oficio… el de contar historias.
»Empecé a sonreír.

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—¿No querrás decir que empezaste a escribir historias fantásticas?
Él asintió, sombrío.
—No me quedó más remedio. Sin duda, aquello era lo único que podía
hacer, dadas las circunstancias. Escribí historias sobre mi propio mundo real.
Para esa gente, mis relatos eran de una imaginación desbordante… y les
gustaron.
Nos echamos a reír. Pero Carrick permaneció mortalmente serio.
Madison llevó la broma hasta sus últimas consecuencias.
—¿Y cómo te las arreglaste para regresar finalmente a casa desde ese otro
mundo que habías creado?
—¡Nunca regresé a casa! —respondió Carrick con un amargo suspiro.

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EDMOND MOORE HAMILTON (21 de octubre de 1904 - 1 de febrero de
1977) popular y prolífico autor estadounidense de relatos y novelas de ciencia
ficción.
Comenzó su andadura en el género de la literatura fantástica con el número
del mes de agosto de 1926 de la revista Weird Tales y rápidamente se
convirtió en uno de los pilares de la publicación, junto con H. P. Lovecraft y
Robert E. Howard, escribiendo 79 obras de ficción entre 1926 y 1948.
Se le considera, junto a E. E. «Doc» Smith, el creador del subgénero de la
«space opera», es decir, de grandes y extravagantes aventuras espaciales
tratadas de forma romántica en las que aparecen los arquetipos del
héroe-villano, y con argumentos típicos que tratan sobre viajes estelares,
batallas con razas extraterrestres o imperios galácticos.
Su personaje más famoso de este subgénero es el Capitán Futuro (Captain
Future) Curtis Newton, del cual se publicaron 27 relatos entre 1940 y 1951
(no todos escritos por Hamilton) y que se convertiría en una serie de dibujos
animados japonesa en 1978 con 52 episodios, tras la muerte del autor.
Hamilton fue el primer ganador de un premio de literatura fantástica (el Julio
Verne, antecesor de los Hugos) con su relato «The Island of Unreason»
(Wonder Stories, mayo de 1933).

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En 1946 Hamilton inició una colaboración con DC Comics que duraría hasta
1966 y realizó numerosos guiones para Superman y Batman.

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