Canción de Mujer
Canción de Mujer
Canción de Mujer
Ante esta, que se considera a sí misma como la única válida, autorizada, uni-
versal, la cultura popular resulta “contestataria”, en el sentido de que le contra-
pone un sistema distinto y, hasta cierto punto, autónomo.1
Entre la lírica popular hispánica de la Edad Media y la poesía aristocrá-
tica contemporánea el rasgo diferenciador más notable y asombroso es, sin
duda, la presencia, en la primera, de la voz femenina. Se trata, por cierto, de
un hecho no exclusivo de la Península ibérica.2 Esa voz de mujer se contrapo-
ne a la voz de hombre que monopoliza la lírica cortesana paneuropea; esa voz
expresa una serie de actitudes que, a la luz de las leyes y normas que rigen a la
sociedad de entonces, resultan anómalas o incluso francamente subversivas.
Investigaciones recientes han revelado cosas interesantes sobre las leyes
y normas de la España medieval en lo que se refiere a las mujeres humildes.
6 Sabemos —y aquí no puedo sino hablar a grandes rasgos— que las campesi-
nas participaban activamente en los trabajos del campo y que solían intervenir
en ciertas artesanías y en el pequeño comercio. Este papel que desempeñaban
en la producción,3 esta contribución a la economía familiar, y las exigencias
mismas de las actividades que realizaban, daban a las mujeres del pueblo una
cierta libertad de la que no gozaban las pertenecientes a las clases superiores.4
1
Cf. L. M. Lombardi Satríani: “ya con su sola existencia, […] los valores folklóricos mues-
tran los límites de la universalidad de los valores ‘oficiales’” - (Apropiación y destrucción de la
cultura de las clases subalternas. trad. E. Molina, México: Nueva Imagen, 1978, p. 28; cf. pp.
18-22, passim.).
2
Sobre esto es muchísimo lo que se ha escrito; remito a la bibliografía citada en mi libro
Las jarchas mozárabes y los comienzos de la lírica románica. 1a. reimpr., México: El Colegio de
México, 1985, en especial, pp. 78 - 82, y al libro de Ria Lemaire, Passions et positions. Contribu-
tion à une sémiotique du sujet dans la poésie lyrique médiévale en langues romanes. Amsterdam:
Rodopi, 1987.
3
Cf. Alexandra Kollontai, Mujer, historia y sociedad. Sobre la liberación de la mujer, Barce-
lona: Fontamara, 1982, p. 107; “En todos los periodos remotos del desarrollo económico, el
papel de la mujer en la sociedad y sus derechos dependían de su posición en la producción”.
Cf. Eileen Power, Mujeres medievales, trad. C. Graves, Madrid: Ediciones Encuentro, 1979;
Régine Pernoud, La mujer en el tiempo de las catedrales, trad. Marta Vasallo, Buenos Aires:
Granica, 1987; Mercedes Borrero Fernández, “El trabajo de la mujer en el mundo rural se-
villano durante la baja Edad Media”, en Las mujeres medievales y su ámbito jurídico. Actas de
las II Jornadas de Investigación Interdisciplinaria. Madrid: Seminario de Estudios de la Mujer y
Universidad Autónoma, 1984, pp. 191-199.
4
Sobre todo esto, véase, para el Occidente medieval, A. Kollontai, op. cit., pp. 91-106.
Para la Península ibérica: Cristina Segura, Las mujeres en el medievo hispano, Madrid: Marcial
Pons, 1984 (Cuadernos de Investigación Medieval, 1), principalmente pp. 36, 40 - 41; varios
estudios en Las mujeres en las ciudades medievales. Actas de las III Jornadas de investigación in-
terdisciplinaria sobre la mujer, Madrid, 1984 (por ejemplo, el de A. Domínguez Ortiz); otros,
Yo me iba, mi madre
a la romería… (313)
9
Cf. C. Arias, art. cit.: en el Poema del Mio Cid, “la función de los personajes femeninos es
fundamentalmente la espera, actividad pasiva por excelencia…” (p. 373).
10
Cf. mi Corpus de la antigua lírica popular hispánica, Madrid: Castalia, 1987, no. 573. A
esta obra remiten en adelante los números entre paréntesis.
11
Algunos ejemplos: “En el campo de la galana… vi” (74), “En la huerta…/quiérome
ir allá” (8), “entré en la siega” (137), “la moça guardava la viña” (7), “guardando el ganado/
la color perdí” (139), “Ribera de un río / vi moça virgo” (353 B), “En la peña… duerme la
niña…” (19), “Criéme en aldea” (141), “Dícenme que tengo amiga / de dentro de aquesta
villa” (67), “No me habléis, conde, / d’ amor en la calle / catá que os dira[]mal,/ conde, la
mi medre. //Mañana yré, conde, / a lavar al río;/ allá me tenéis, conde, / a vuestro servicio.”
(390). Alguna vez aparece la mujer en el espacio urbano: “De los álamos de Sevilla, / de ver
a mi linda amiga” (309 B), “Fátima… levaros he a Sevilla” (458), “Tres morillas… / en Jaén”
(16 B), “Moças de Toledo” (896).
Yéndome y viniendo
a las mis vacas… (1645 B)
Ibame yo, mi madre
[ ] a vender pan a la villa… (120 B)
Llaman a la puerta 9
y espero yo a mi amor… (292)
No me toquéis la aldaba,
que no soy enamorada (696).
Anoche, amor,
os estuve esperando,
la puerta abierta,
candelas quemando… (661)
12
Cf. Amours légitimes, op. cit., p. 101 (C. Larquié, en la discusión). C. Arias, art. cit., p. 377:
“En el Libro de buen amor y en La Celestina […] se modela un mundo cuya organización social
es relativamente libre y permisiva […]. La ciudad proporciona posibilidades de movimiento
que no existen en la sociedad rural. Por ejemplo, la visita, el mercado, la vida callejera y el vivir
en cierta proximidad facilitan nuevas formas de relaciones interpersonales”.
13
J. - P. Dedieu, en B. Benassar, Inquisición española: poder político y control social, trad. J.
Alfaya, Barcelona: Crítica, 1981, p. 285.