Arte Negro
Arte Negro
Arte Negro
Estas artes, tan recientemente admitidas como tales, y estas obras con
frecuencia perecederas, datan de antiguo. Tienen lejanos antecesores. Las
pinturas y grabados rupestres no sólo se hallan en la zona sahariana sino en el
África oriental (de mediocre calidad) y meridional - donde debieron de practicarse
desde el paleolítico tardío hasta la época contemporánea - y llevan el arte
animalístico a su perfección. Gracias a ellas, los bosquimanos, desprovistos de
bienes materiales, se imponen, sin embargo, como creadores de civilización. La
arqueología africana comienza a exhumar los productos de sus grandes
civilizaciones perdidas: la de Nok (2ª mitad del Iº milenio a. J.), en Nigeria; la de
los Sao (siglos X-XVI), en la región del Tchad. Enriquecen un panorama del
pasado dominado por las ruinas monumentales y enigmáticas de Zimbabwe en
Zambezia.
Las artes africanas recurren a todos los materiales disponibles y a los modos de
expresión compatibles con el nivel técnico. El cuerpo humano pide el adorno; la
piel (por sus tatuajes) y el peinado (de estructura compleja con frecuencia) son
pretextos propicios para la búsqueda decorativa. Las fibras y otras materias
vegetales son tratadas técnicamente y con intención estética más o menos
manifiesta: “terciopelos” y cesterías de los ba-kuba del Congo, telas de algodón
con temas ornamentales de los senufo, de la Costa de Marfil, etc. La madera-
labrada, pulida, tenida, revestida de metales nobles - es el primero de los
materiales de este arte. Permite la talla directa y es objeto de predilección por
parte de los africanos, lo cual no significa exclusividad. En diversos puntos del
África occidental y de la cuenca congoleña, la piedra blanda es labrada.
En todas partes se busca el marfil; por poseer su pulido y patina una calidad
estética inmediata, su valor comercial le confiere nobleza. La terracota está muy
difundida; pero las estatuas “de alfarería” más bien parecen raras, aunque a
veces alcancen valor de obras maestras, cual las de Ife, y revelan, a pesar del
alejamiento de los centros artísticos, un gran parentesco morfológico. Latón,
bronce y cobre han permitido a los africanos manifestar su talento de fundidores;
esos metales dieron a las civilizaciones de Benin el medio para manifestar su
grandeza, como el oro facilitó a las culturas de la Costa de Oro la posibilidad de
mostrar su esplendor.
GEOGRAFÍA
Continente situado entre 17º 30' oeste y 51º 25' este de longitud y 37º 20' norte y
34º 50' sur de latitud, unido a Asia por el i9stmo de Suez y separado de Europpa
por el mar Mediterraneo; 30.l73.248 Kilòmetros cuadrados, 365.092.000 h.
Las obras de bronce o de oro fundidas a la cera perdida revelan una misma
técnica. El artista modela su obra en cera. Añade una prolongación que servirá de
conducto al metal fundido. Entonces recubre esta armazón de cera con arcilla
pulverizada y mojada, por encima de esta primera capa añade arcilla menos fina
a la que ha agregado barro de kapok. Todo esto se calienta: la cera sale fundida
del molde. El orfebre o el broncista coloca entonces el metal en el crisol que
adapta a la boca del molde, tapando cuidadosamente las dos partes con arcilla.
Lo mete todo con el crisol hacia abajo en el fogón y lo aviva, el oro o el bronce
salen por el hueco dejado por la cera. El molde se rompe cuando el metal se ha
enfriado, la obra se separa del pedúnculo y se desbarba con el cincel.
LA ESTATUARIA
las estatuillas son objetos inmóviles que ocupan un lugar definido en el espacio.
Generalmente también se manipulan por necesidades de cultos privados .
El siguiente postigo resume uno de los mitos de origen, revela que el edificio
sobre el que está colocado se halla dedicado a un nommo. Para relatar el mito e
inscribir en una casta las personas que dependen del santuario, el escultor ha
yuxtapuesto figuras cuyo sentido no aparece individualmente sino que se
desprende una visión de conjunto y de su posición relativa sobre la superficie del
postigo.
MUSICA
JAZZ
Los negros, abolida la esclavitud, llegaron a las ciudades para trabajar en ellas. Y
con los negros, sus canciones: los blues y los spirituals.
El problema de la ignorancia musical tenía difícil solución. Pero el negro tuvo una
idea: tocar como cantaba. ¡Eso es! Los instrumentos musicales serían una
extensión de su voz. Empezó el largo aprendizaje. Un aprendizaje que hizo posible
el milagro del jazz, cuyos sonidos no pueden escribirse.
Si la banda militar salía a la calle para desfilar, el negro se ponía en primera fila y
a escuchar con atención. Si iba a la iglesia, pues a no perderse estrofa de la
música sacra. Poco a poco fue mezclando unos ritmos y otros, añadiendo el batir
de palmas, el golpeteo de los pies. Luego incorporó sus spirituals y blues de la
esclavitud. Su música empezaba a nacer. Salía del alma y era delicadamente
poética.
Los especialistas afirman que fue en los funerales negros donde empezó a sonar
el jazz. Desde 1980, los funerales tenían música. Se organizaba una larga
procesión al cementerio, con abundante acompañamiento de familiares, amigos y
vecinos. Y una banda: la de la sociedad benéfica, que acompañaba al muerto
tocando himnos lentos y tristes. Todo muy solemne. Al regreso, la banda
comenzaba a tocar de nuevo: marchas de rápido movimiento(de 2/4), melodías y
ragtime, un tipo de música sincopada que no era sino jazz, improvisación. ¿ Falta
de respeto? Nada de eso. porque la opinión general era que el muerto estaba en
el cielo y había que regocijarse con él.
SON
El Son surgió en la Habana, Cuba por los años 1917-1920. Tiene los mismos
elementos que el Danzón pero es diferente en su forma. Se debe al son que los
instrumentos africanos salieron a animar las orquestas típicas y así se reveló el
caudal rítmico enorme que trajeron los esclavos africanos con ellos en su triste
peregrinaje a otras naciones.
Se baila por pareja enlazada, y para producir su música se emplea una amplia
gama instrumental que puede ir de un simple tres o guitarra, a veces
acompañado de marímbula, güiro y bongó, hasta grupos más grandes y complejo.
Según Odilio Urfé el son "es el exponente sonoro más sincrético de la identidad
cultural nacional [...] su existencia verificada comienza concretamente en las
postrimerías del siglo XIX, en una ubicación zonal múltiple que comprende los
suburbios montuneros de algunas ciudades orientales, como Guantánamo (con el
Changuí), Baracoa (lugar donde según Sindo Garay, se originó el tres cubano),
Manzanillo (con su base organera) y Santiago de Cuba con sus barrios folklóricos
de emplazamientos sub-urbano
Revista de Filosofía Open Insight, vol. IX, núm. 16, pp. 11-33, 2018
Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional.
Recepción: 01/02/2017
Aprobación: 19/09/2017
Resumen:Este artículo se estructura a partir de la clasificación de la violencia que realiza Žižek en subjetiva, objetiva,
simbólica y sistémica, para explicitar cómo es que se utiliza la violencia en la denuncia de ésta a través del arte. Se
exploran las obras de cuatro artistas, una por cada forma de violencia: Teresa Margolles, como expositora de la violencia
subjetiva; Cindy Sherman, como la fotógrafa de la violencia objetiva; Hannah Wilke y su denuncia de la violencia
simbólica y Mariana Abramovi´c, quien desencadena la oculta violencia sistémica. Asimismo, se explora el papel que
tiene el espectador frente al arte que requiere de su participación.
Abstract:This paper follows the classification of violence made by Žižek: subjective, objective, symbolic and systemic,
to show how violence is used when it is itself denounced through art. It explores the artworks of four female artists, one
per each type of violence: Teresa Margolles exhibits subjective violence, Cindy Sherman photographs the objective
violence, Hannah Wilke denounces, while she portrays it, symbolic violence and Marina Abramovi´c revealed the hidden
systemic violence. Finally, there is an exploration of the role of the spectator regarding artworks where his/her
participation is required.
Introducción
Los artistas han buscado diversos medios para expresar la realidad de la manera más objetiva
posible. Tal búsqueda de la objetividad derivó en la exploración de formas de arte ahora ya
aceptadas: el performance, las instalaciones y el arte objeto, entre otras; formatos en los que las
feministas de la segunda ola encontraron un espacio prolífico para la expresión.
Hay quienes afirman que es ahí donde mayor libertad encontraron. Incluso Kate Millett, una de
las teóricas más relevantes de este movimiento, presentó una instalación para denunciar la violencia
que se había manifestado en el juicio de Sylvia Likens (Phelan, 2012), en donde el tema parecía
desviarse del hecho de que una adolescente de 16 años había sido asesinada y se centraba en
discutir si, por promiscua, merecía el castigo. Después de la lucha por el voto, a finales del siglo
XIX y principios del siglo XX, las mujeres buscaron una igualdad efectiva en las esferas públicas;
en parte, sus manifestaciones quedaron plasmadas en el arte.
Al tiempo que las mujeres lograron entrar a los museos, se inició un debate respecto a la
legitimidad de lo que estaban presentando. Incluso entre las feministas se discutió el quehacer
artístico de las mujeres, pues en la mayoría de los casos representaba alguna forma de situación
violenta (Phelan, 2012: 15-46). De los sesenta hasta el día de hoy, se mantiene esta discusión. Aún
en obras no feministas surgen las preguntas: ¿estamos frente a piezas de arte o no?, ¿tiene el arte un
papel político?, ¿la categoría de belleza es válida para juzgar el arte contemporáneo?
Este análisis parte de dos afirmaciones. La primera, propuesta por Baudrillard, es que la época de
las liberaciones y de las luchas de las minorías ya sucedió y, oficialmente, les fueron concedidas las
leyes y los mecanismos de protección a tales grupos (1991: 9-19).
Lo que vivimos ahora, sigue, es la era de los trans, de forma que estamos frente a una
transéstetica,1 por lo que las categorías tradicionales para juzgar el arte son insuficientes y ni
siquiera se recurrirá a ellas, siguiendo lo establecido por Jameson al explicar cómo el arte
contemporáneo no remite a una referencialidad siquiera (1991: 26), de forma que el debate sobre si
la belleza, proporción o sublimidad son o no categorías propias del arte no será relevante en éste
estudio.
La segunda afirmación es el resultado de una conversación entre Carlos Arias, Maris Bustamante,
Mónica Castillo, Lourdes Grobet, Magali Lara, Mónica Mayer y Lorena Wolffer (2001): el arte
feminista es político y, por lo tanto, recurre a la representación, o presentación, de la violencia
como un acto político de denuncia, en el que se espera un papel activo del espectador.
Dado lo anterior, este ensayo presentará cuatro obras de arte de mujeres que trabajan el tema de
la violencia, clasificadas de acuerdo con la estructura propuesta por Žižek (2008) y, si bien no se
trata de una defensa o una explicación de por qué habrían de ser consideradas como arte, sí
pretende justificar el recurrir a la violencia para denunciar la violencia bajo el principio enunciado
por el mismo autor en una conferencia dada en Cincinnati (2013), al comparar las dos películas
sobre la vida de Lincoln recientemente realizadas, la de Spielberg, que se apegó lo más posible a la
realidad y la cómica Lincoln contra los vampiros. De acuerdo con Žižek, la realista llega a tal nivel
de crueldad que el espectador simplemente se aleja y evita identificarse con cualquiera de los
bandos, sea con el del victimario o con el de la víctima, pues uno no quiere responsabilizarse de
causar el dolor, pero tampoco recibirlo, mientras que la segunda es tan fantasiosa que uno puede
comprender el nivel de violencia que se vivió en la guerra de secesión. Es decir, a través de las
metáforas, se accede con mayor facilidad al hecho de lo que a partir de la presentación de éste. Así,
es probable que alguien ajeno a la guerra del narcotráfico pueda acceder mejor a comprenderla a
través de una obra de Margolles que de una nota periodística explícita.
Llegamos a cinco de cinco en homicidios y crímenes violentos y a 4.7 de cinco en muertes por
conflictos extremos. Nuestra situación es la propia de un país en condiciones de guerra, como Siria.
Esta medición reporta algunas de las manifestaciones de violencia subjetiva entendida como
aquella realizada por un agente identificable y sólo apreciable porque existe el grado cero de
violencia (Žižek, 2008: 1/5), es decir, sólo en el sentido de que existen países como Islandia, que de
acuerdo al mismo índice es el menos violento, podemos detectar la situación violenta en México.
La artista Teresa Margolles llevó a cabo obras, sobre todo readymades asistidos e instalaciones,
que retratan la situación de violencia que atraviesa nuestro país. Sus propuestas suelen ser en
extremo polémicas, usualmente por lo violentas que resultan. Pero también por la relación en que
están sus obras con los cuerpos. El cuerpo posee un peso cultural bastante grande, sea como sea
como un medio artístico, como expresión de lo bello e incluso, en muchos religiones, como algo
sagrado... , razón por la que varios ritos funerarios decoran al cuerpo, lo cosmetizan para el
entierro. En una entrevista para la TVE, la artista dijo: “dentro de la morgue, el cuerpo se convierte
en un cuerpo social” (T. Margolles, comunicación personal, 10 de marzo de 2014); es decir, los
cuerpos que resultan de la violencia son, en sí mismos, una denuncia de lo que se vive en México.
Es la misma con la que limpiaron los cadáveres. Carga la memoria de aquellos que no son
recordados: “La sala está llena de vapor, como en noche densa de neblina. El vapor se impregna en
la ropa, la piel, el pelo, las manos, los zapatos. Se queda…” (Rudolf Reust citado por Segura, 2010:
4). Lo que debía aparecer en una lápida envuelve a los espectadores que suspiran la muerte
anónima mucho antes de entrar a la sala, pero sólo se vuelven conscientes cuando el vapor los
obliga a suspirar por quienes nadie ha suspirado. Incorpora en el acto violento aquellos que parecen
ajenos a esta realidad.
En un auto, viaja una familia. Ni siquiera tiene que ser una familia que consuma, venda o
intercambie drogas. Se puede tratar de una familia inocente, que represente el ideal institucional.
Pero que, al cruzar la calle en el momento y lugar inadecuados, se convierten en otras tantas
víctimas de la violencia, tan permanentemente instalada en todos los rincones del país. Ajuste de
cuentas es una pieza de joyería auténticamente mexicana, artesanal, hecha a mano, con piezas
obtenidas en nuestro país; pero no sacadas de una mina, sino de las calles: del pavimento que brilla
gracias a los pedazos de ventanas que restan, como últimos testigos, de balaceras. Con los restos de
los autos, Margolles realiza piezas de joyería que brillan, que lucen y que ostentan, al tiempo que
dan voz a aquellos que mueren sin pertenecer al sistema que perpetúa la violencia.
La muerte no sólo está contenida en los cadáveres, sino en las cosas que rodean a los muertos,
esas que denuncian sus causas. Si la principal causa de muerte en México siguiera siendo la
diabetes, entonces las jeringas para inyectarse insulina serían un objeto significativo. Pero la
realidad es que los hombres de este país mueren asesinados, muchas veces de forma accidental. En
este sentido, la pieza Ajuste de cuentas resulta iluminadora: somos consumistas, acumulamos
objetos que convertimos en íconos momentáneos de un estatuto social, de la moda e incluso de un
gusto recatado; entre lo más preciado que podemos consumir está la joyería, cuya duración material
es incierta, pero cuya actualidad es breve: diamantes que no desecharíamos, pasan de moda y
pierden su utilidad.
El silencio cómplice es sólo una muestra de nuestra enajenación y, a través de estas obras, aun
cuando todos fuéramos insensibles, los muertos, nuestros muertos, desenajenados, nos interpelan
desde sus restos y sus rastros.
En una entrevista, Margolles afirmó: “el arte tiene las implicaciones que puede tener la prensa o
la arquitectura. Yo apuesto por un arte vivo y crítico” (T. Margolles, comunicación personal, 18 de
febrero de 2014). La utilización de la violencia subjetiva para denunciarla responde a la creación de
un arte vivo y crítico, que permite al espectador experimentar el acto. De esa forma, el desagrado y
la incomodidad provocan en el espectador una reacción similar a aquella producida por las noticias
sobre la guerra contra el narcotráfico para quien no está acostumbrado a ellas.
No se puede afirmar que toda mujer artista sea feminista o que toda obra de autoría femenina
defienda los derechos de la mujer. Sin embargo, sí se puede afirmar que, de una u otra forma, toda
mujer ha sufrido distintos tipos violencia. Desde luego, algunos casos son mucho más severos que
otros, menos consecuentes. Pero la mujer, al pertenecer a una minoría, es hecha objeto de casos de
negligencia, abandono o violencia. Kate Millet, en su libro, Sexual Politics (2000) explica que la
condición de minoría no resulta del número de integrantes de un grupo, sino del número de
representantes en el poder, el peso de las necesidades específicas en reglamentos y constituciones.
Según Millet, mientras la relevancia social y política de un actor social sea poca o nula, entonces
se hablará de una minoría que estará, pues, sometida a la violencia.
Son estas ideas las que impactaron en el pensamiento de las mujeres; sobre todo, de aquellas
estudiosas, académicas y artistas de los Estados Unidos en cuya obra se puede identificar, al menos,
una declaración respecto a la situación que vivían, que denunciaron y contra la que trabaron
polémica: es en el cuerpo en donde se reflejan las consecuencias de la violencia. Por eso es desde el
cuerpo que la denuncia se vuelve explícita.
Hannah Wilke, la artista aquí propuesta, explica la discriminación con la expresión actriz-
cicatriz: “el perjuicio ha provocado guerras, mutilaciones, hostilidad y alienación; todo esto por el
miedo al Otro. El odio a uno mismo es una necesidad financiera, un invento capitalista, totalitario y
religioso, usado para controlar a las masas” (Phelan, 2012: 107). La artista sufrió violencia
interseccional: por ser mujer, por ser judía, por ser atractiva y, finalmente, por estar enferma. Todo
esto quedó marcado en su cuerpo, que exhibe, fotografía y desde el que reta al espectador.
El peso del cuerpo como objeto de violencia y motivo de tal ha sido tratado por Simone de
Beauvoir, mas es Bourdieu quien explica el origen de la discriminación sexual: “La diferencia
biológica entre los sexos, entre los cuerpos masculinos y femeninos y, en particular, la diferencia
anatómica entre los órganos sexuales, puede parecer como la justificación natural de la
diferenciación entre géneros construida socialmente” (Bourdieu, 2007: 24). Al manifestar
físicamente el cuerpo sexuado que se diferencia del varón, se reduce el motivo de crítica o la
justificación de superioridad sexual y, por tanto, el sentido de segregación o discriminación; es
decir nada en la anatomía femenina o masculina parece tener el peso suficiente para sustentar la
desigualdad entre hombres y mujeres.
La reducción del cuerpo a un objeto responde a los estándares mediante su misma «herramienta»:
la propuesta del cuerpo ideal, deseado y sexualizado pertenece a la violencia simbólica en la que se
funda la desigualdad entre hombres y mujeres: “Un modelo sociocultural que enfatiza el corriente
estado social de la delgadez, así como otros estándares de belleza difíciles de conseguir, es
omnipresente y conduce a conductas extremas a las que es imposible adaptarse, todas son
imposibles de conseguir para la mujer promedio” (Thompson y Heinberg, 1995: 340). Esto justifica
y amerita la respuesta artística desde el cuerpo desnudo, que no puede ser más disrruptor en un
museo de lo que es en la publicidad.
A la utilización del cuerpo como «lienzo» de denuncia, también corresponde la situación socio-
histórica que vivimos: llámesele hipermodernidad, sobremodernidad, transmodernidad o
posmodernidad (cada una con un peso semántico distinto). La realidad es que hemos perdido los
referentes que nos permitían llevar a cabo el proceso semiótico de desdoblar metáforas o de
distinguir entre el ícono y la creencia. Esto permite el consumismo sobre el consumo, el desprecio
de los valores sin significación por la obtención de un bien y, entre otros, la pérdida del sentido del
cuerpo: “En un momento, el cuerpo fue la metáfora del alma, después se convirtió en la metáfora
del sexo. Hoy en día no es para nada una metáfora” (Baudrillard, 1991: 7). Si el cuerpo no es una
metáfora, puede adquirir una significación arbitraria que permita transformarlo en símbolo de
cualquier cosa, o bien, puede ser resignificado como la metáfora original del alma, psique o mente.
Dada nuestra sensibilidad posmoderna, no se puede afirmar el desnudo como una violencia en sí
misma, sino como parte de un acto antropológico en términos comprensibles para el ser humano.
La obra de Hannah Wilke sugiere una forma más de violencia a la que se enfrenta el cuerpo:
cuando se trata de un cuerpo enfermo que, entonces, no es apetecible. Es curioso, da asco o lástima,
pero no deja de ser objeto. Pasa de ser motivo de placer a ser motivo de ciencia, lo que, para los
términos occidentales, sugiere lo mismo, por lo menos desde lo que establece Foucault acerca de la
scientia sexualis: “Su objetivo no será cómo hacer posible un placer más intenso, sino la verdad de
éste, en el individuo, sobre qué es su sexo o su sexualidad: la verdad del sexo y no la intensidad del
placer” (2007: 19). El cuerpo cancerígeno de Wilke es la verdad del sexo. El interés en la
deformación anatómica, no desde la piedad sino desde el morbo.
No se trata de una mera diferenciación sexual o de una propuesta cosmética, sino de una
manifestación en contra de “instituciones y educación, educación entendida como todo lo que nos
sucede a nosotras (las mujeres) desde el momento en el que entramos a este mundo de símbolos,
señales y signos llenos de significados” (Jones, 2012: 35).
Para comprender plenamente la serie Intra-Venus es necesario analizar obras de Wilke antes del
cáncer. Uno de sus trabajos más importantes es SOS (Starification Object Series). En ella, aparece
con el torso desnudo, posando en distintas posiciones convencionales, cubierta con gomas de
mascar que moldeó a partir de un estudio cultural sobre los órganos genitales femeninos. Ella es la
protagonista del performance y la pieza de éste. Se muestra seductora y se objetiviza frente a la
mirada masculina, igual que hacen las modelos en las páginas de las revistas. Sin embargo, al estar
cubierta de chicles, complica los juicios del espectador, mientras amenaza los símbolos sexuales
convencionales, de forma que la mujer atractiva se opone directamente al sistema de
comercialización humana, considerando que: “El orgullo, el poder y el placer sexual amenazan los
logros culturales, a menos de que puedan ser hechos de una forma que reporte beneficios
económicos y sociales” (Jones, 2012: 107).
“Al relacionarse con alguien que sufre una enfermedad supuestamente misteriosa es
inevitablemente alguna forma de infracción; o el sentimiento de que viola al tabú” (1989:
1).
Se refiere al cáncer como una obscenidad que nadie sabe manejar, que marca como insociables a
los que la padecen. Se trata de un cuerpo que se consume y nos aterroriza.
La serie Intra-Venus nos muestra a una mujer siendo consumida por su propio cuerpo, sin
esperanzas y, al ser su último performance, nos sentimos comprometidos a observar y a escuchar,
pero nunca desde la empatía, pues no empatizamos con lo indeseable. Vemos las cicatrices y
heridas que la sociedad no quiere ver, que se invisibilizan bajo la cosmética:
Al hacer esto, ella nos provee de un vehículo a través del cual respondemos al reconsiderar
lo que entendemos de la enfermedad y el impacto en la identidad. La función simbólica del
exoesqueleto, por tanto, implica la transfiguración de la lectura social del cuerpo a una
escritura afirmativa sobre el cuerpo (Tembeck, 2009: 90).
Las poses en esta última obra no son arbitrarias. Responden a la tradicional personificación de la
belleza, lo místico y lo adorado. Así obligó a los espectadores a observar el estereotipo que, lejos de
aquello que lo volvía tal, se volvía repulsivo. La suya es una respuesta tan violenta como el
encasillamiento de los estereotipos: “El cuerpo empieza a existir en la medida en que siente
repugnancia, rechazo, deseo; sin embargo, devora lo que le asquea y explota este gusto por lo que
disgusta, exponiéndose así al vértigo” (Barthes, 1986: 216).
Mientras la artista lució cual modelo, era ignorada; incluso se decía que su mérito era cosmético,
no artístico; fue hasta que su cuerpo dejó de representar las reglas sociales de belleza femenina que
se la tomó en serio y se le consideró una artista seria (Princethal, 2010).
La violencia no es un elemento explícito en estas obras, sino implícito tanto en la obra como en la
mirada provocada. Es a través de un juicio frente a lo que pensamos al verla que nos podemos
volver conscientes de ejercer una violencia que es, primordialmente, simbólica.
Liberados de lo real, podemos pintar más real que lo real: hiperreal. Precisamente todo
comenzó con el hiperrealismo y el pop Art, con el ensalzamiento de la vida cotidiana a la
potencia irónica del realismo fotográfico. Hoy, esta escalada engloba indiferenciadamente
todas las formas de arte y todos los estilos, que entran en el campo transestético de la
simulación (Baudrillard, 1991: 25).
…las simulaciones de los cuerpos artísticos de figuras como Sherman y Koons parecen
reiterar, si bien a través de la exageración paródica –y potencialmente crítica–, la oclusión
del cuerpo como una forma de individualización enferma, dolorida, hedionda, incoherente y
quiásmica tras la superficie corporal diestra y adolorida de la reproducción de masas
(Phelan, 2012: 36).
La violencia presente en la industria cultural que crea productos mediáticos para las masas había
sido anunciada por Adorno y Horkheimer en Dialéctica de la Ilustración (2007); sin embargo, al
insertarse en la cotidianidad social, forma parte de lo que Žižek concibe como violencia objetiva,
que no puede ser apreciada desde la misma perspectiva en la que apreciamos el acto violento:
…la violencia objetiva es precisamente la violencia inherente a este estado “normal” de las
cosas. La violencia objetiva es invisible dado que sostiene el estándar mismo del nivel cero
en el que percibes algo como subjetivamente violento. (2008).4
Es decir, al estar frente a ésta, o bien, frente algunas de las obras de Sherman, no es perceptible la
violencia frente a nosotros porque responde a lo cotidiano, a lo establecido como normal. Por
ejemplo, en su serie Film Stills, en la que reproduce personajes cinematográficos familiares no
identificables, la mayoría de éstos parecen pertenecer a películas clásicas de Hollywood: mujeres
atractivas haciendo labores propiamente femeninas: cocinando, caminando en la calle, alcanzando
un libro, etcétera.
En primera instancia, no hay ningún acto violento; ni siquiera es que se proponga una metáfora
de alguna forma de violencia contra la mujer. Sin embargo, como ella misma lo dijo:
La elección de un personaje de ese tipo tenía que ver con mi propia ambivalencia en
relación con la sexualidad. ¿Cómo voy a ser una buena chica si crecí con una serie de
modelos a seguir, muchos de ellos del mundo del celuloide, que eran como ese personaje?
(Sherman, citada por Phelan, 2012: 151).
La división social por la que los hombres participan en la esfera pública, mientras las mujeres las
mujeres son confinadas a la esfera privada, impide a la mitad de la población la posibilidad de
ejercer la libertad, a favor de mantener el orden estable y «normal» del sistema. Uno de los sexos
tiene que ser el productivo, mientras el otro tiene que encargarse de las labores del hogar y el
cuidado de la familia:
En nuestras sociedades predomina una división del trabajo según el género, confiriéndole
un sesgo masculino a partir de la valoración de categorías liberales (autonomía, actividad
pública, competencia) por encima de la esfera privada, a la que está relegada la mujer, de
la solidaridad familiar, la conexión, la responsabilidad por otros dependientes, el deber de
respetar las costumbres de la comunidad” .(Žižek, 2008).5
En otra de sus series,Distasters, Fairy Tales and Disgust Pictures (Desastres, cuentos de hadas e
imágenes desagradables), la artista nos muestra escenas tras el acto violento. No se trata de una
imagen congelada de la violencia, sino la evidencia de que hubo algún tipo de violencia; justo
como lo hace la postpornografía con la escena sexual. En este sentido, hay dos puntos sobre la
violencia objetiva que destaca Žižek: las consecuencias del consumismo pertenecen a la violencia
objetiva y la escena que sucede al acto de violencia subjetiva deja de ser considerada como tal y,
por lo tanto, se espera su normalización.
En Sin título nº 175, de 1987, lo único que se ve es un tiradero de objetos, un desastre de piezas
rotas, brownies, vómito y, en uno de los lentes, se ve reflejada una mujer con miedo. La recreación
de lo que pudo haber sucedido supera la violencia misma de lo ocurrido, mientras que el miedo es
la única forma en la que puede existir la violencia objetiva.
Marina Abramovi´c es una de las artistas más mediáticas y reconocidas de nuestros días. Su
aparición en videos musicales, programas de televisión y conferencias la han vuelto una referencia
global de la cultura contemporánea. Es imposible hablar del performance sin mencionar su nombre.
El sentido del dolor y la potencialidad violenta de los humanos es lo que inspiraron una de sus
series más famosas, de la que proviene la obra a la que se le dedica gran parte de esta sección:
los Rythms, donde ella se entrega como objeto a los espectadores y permanece vulnerable ante
ellos, sometida a lo inesperado. En esta obra, se arriesga a sentir profundamente, inclusive el dolor.
Es precisamente ese dolor el que nos hace interrogarnos sobre la posibilidad de transgredir los
límites morales por amor al arte. Abramovi´c fue terriblemente criticada y acusada de masoquista.
Si ella estaba convencida de que existe el deseo de causar un daño en cada uno de los seres
humanos, por lo menos en la situación social en la que vivimos, Rythm 0 debió confirmarla en su
convicción. (Westcott, 2010).
El performance Rythm 0 es violento, mas no por las acciones de la artista sino por las de los
espectadores. Durante este performance, ella permaneció inmóvil durante 6 horas y dispuso sobre
una mesa 72 objetos, que incluían: un tenedor, una botella de perfume, azúcar, un hacha, una
campana, una pluma, cadenas, alfileres, tijeras, un libro, miel, un martillo, una sierra, el hueso de
un cordero, un periódico, uvas, aceite de oliva, una cámara Polaroid, una rama de romero, un
espejo, una rosa, labial, un collar, una pistola y una bala.
El público sabía que podía hacer lo que quisiera con ella. Se anunció como un objeto y sobre la
pared se leía: «En la mesa hay setenta y dos utensilios que pueden usarse sobre mí como se quiera.
Yo soy el objeto». Las preguntas que motivaron esta investigación tenían que ver con qué sucede
cuando un humano renuncia a su dignidad para dejar de ser un alguien y empezar a ser un algo.
Hasta dónde puede llegar la violencia humana ante un vulnerable y si sólo algunos individuos son
violentos o todos pueden serlo cuando se presenta una víctima.
Las primeras tres horas no sucedió nada extraordinario: la maquillaron, la hicieron verse en el
espejo e incluso la besaron. Sin embargo, conforme transcurría el tiempo, la gente adquirió más
confianza y se volvió más violenta: primero la desvistieron rasgando su ropa; después la cortaron,
la coronaron con espinas y, al final, uno de los espectadores cargó la pistola y le apuntó a la cabeza.
En ese momento, la audiencia puso un alto al performance. Pero permaneció el miedo a las
capacidades humanas y se evidenció que la violencia no estaba contenida en ella, sino en aquellos
que participaban en el performance.
El performance nos lleva a hacernos una pregunta: ¿qué alimenta la violencia? Foucault (2013),
como resultado de sus genealogías sobre la locura y la sexualidad, llega a la conclusión de que
ambas se reducen a las (im)-posibilidades establecidas por el poder. Sin embargo, no refiere al
poder como contenido por un sujeto, sino que ni siquiera es ejercido por alguien en particular; es
decir, no hay un dueño del poder, sino una microfísica del poder, ejercida por instituciones y
estructuras, no por personas. En este sentido, el poder no es otra cosa más que la sumisión del otro
que se consigue por medio de la violencia; es decir, todas aquellas estructuras que mantienen el
poder, lo obtienen mediante el ejercicio de un control violento y, por tanto, resulta utópico afirmar
que nos enfrentamos a todo tipo de abuso y maltrato constantemente, en favor de mantener el
«control », lo que nos lleva a normalizar los actos dañinos como parte del sistema. Así, nada impide
la manifestación violenta de un individuo que se encuentra sometido, más cuando encuentra la
posibilidad de subordinar al otro, de convertirlo en objeto y manipularlo y, por tanto, de integrarse
a la estructura de la microfísica del poder: es el caso de algunos prisioneros de los campos de
concentración, de los obreros enajenados y de los artistas que facilitan el proceso de cosificación de
la obra y no la apreciación estética.
El caso de la violencia sistémica es más complicado, tanto de entender como de visualizar. Está
presente en las consecuencias del sistema económico y político. Pertenece al ámbito de lo
ideológico y, por lo tanto, está presente, de forma implícita, en la producción cultural y en las
acciones políticas, tanto por parte de civiles como por parte del Estado. Si partimos de lo que
describe Foucault en Verdad y Poder (2013: 379-392), la existencia de la violencia sistémica es el
resultado lógico del organismo político que reprime aun cuando parece permitir y que se mantiene
a través de una microfísica que se homogeniza en función de una violencia prevaleciente en cada
acto y que, por supuesto, debe actuar con sutileza para no generar polémica alguna, pero
regularizarlo todo para impedir levantamientos sociales como las manifestaciones del 68.
Žižek define la violencia sistémica a partir del caso Lossky de la siguiente manera:
Mientras Lossky fue sin duda una persona sincera y benevolente, realmente preocupado por
los pobres y por tratar de civilizar la vida rusa, aquella actitud se opone a la desalentadora
insensibilidad que debe seguir la violencia sistémica para garantizar que sea posible
aquella vida cómoda. Estamos hablando aquí de la violencia inherente al sistema: no solo
la violencia física directa, sino también formas más sutiles de coerción que mantienen las
relaciones de explotación y dominación. (2008).6
Sin provocación alguna, los espectadores, se convierten en agentes activos que replican la
violencia latente. El acto sin supervisión que se propone como el último acto antropológico, o como
el último acto del sistema, es un sistema pasivo-agresivo que se sostiene en función de las acciones
de los asistentes y no de la obra en sí misma.
Lo que sí consigue el arte es enfrentar al espectador con su realidad, positiva o negativa, utópica
o sincera. En el arte encontramos un reflejo de lo que vemos, escuchamos, decimos, sentimos y
olemos. Estamos frente a una comprensión humana de lo que nos rodea, lo que nos permite ver
aquello que no habíamos notado, por decisión propia o por lejanía. El arte exige, y siempre lo ha
hecho, que el espectador no quede inmóvil, que se trastorne. La motivación actual del artista no
parece distinta de aquella que experimentaron los primeros expresionistas como resultado de la
Primera Guerra Mundial, cuando Kirchner afirmó: “El arte es el grito original de la humanidad”
(1979); pues, como recuerda el nombre de la obra de Margolles, ¿de qué más podrían hablar?
Ni la violencia ni el arte son exclusivos de nuestro momento histórico. Han convivido durante
mucho tiempo. No se puede hablar de una inauguración del arte violento en el arte contemporáneo.
Sin embargo, la sensibilidad humana ha cambiado: poco nos sorprende, todo nos aburre. Esperamos
la inmediatez, lo que viene acompañado de subtítulos, lo que podemos experimentar de forma
cercana. Esto justifica que el arte no pueda ser de otra manera: hemos de ver a quien sufre y no sólo
una representación, hemos de participar para acercarnos, hemos de sentir la obra instantánea,
hemos de vernos para reconocernos. La pérdida de referentes nos imposibilita frente a la
simbolización. Requerimos el acto concreto y el objeto concreto para comprender el significado.
Justo como nos describe Bauman en Vida de Consumo (2007).
El segundo argumento tiene que ver con la reacción de aquel que observa el arte. Aunque la
apuesta es que uno podrá asimilar mejor la violencia por medio del arte, lo cierto es que, como
sucede con cualquier otro tipo de arte (sea clásico o de las vanguardias), la visita al museo no puede
esperar a que la obra se resuelva por sí misma: “Y finalmente, en el museo, el visitante sin
coordenadas antropológicas solamente conseguirá un recorrido por un no-lugar, con lo que sería
incapaz de vincular los recuerdos producidos en un diálogo genuino con el artista” (Molatore,
2017: 166). Sin embargo, existe la posibilidad de que las obras expuestas en este artículo se
conviertan en el referente inicial de la situación de violencia que denuncian. Finalmente, se le exige
responsabilidad al espectador. Sin embargo, son el museógrafo y los curadores quienes podrían
garantizar el efecto de la experiencia.
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Notas
1
Baudrillard explica la emergencia de la transéstetica como resultado del estado del arte en el que todo coexiste,
cultura y anticultura, de forma que: “El arte se halla en la misma situación: en la fase de una circulación
superrápida y de un intercambio imposible. Las obras ya no se intercambian, ni entre sí ni en valor referencial.
Ya no tienen la complicidad secreta que constituye la fuerza de una cultura. Ya no las leemos, sólo las
descodificamos de acuerdo con unos criterios cada vez más contradictorios” (Baudrillard, 2007: 21).
2
“The lesson is thus that one should resist the fascination of subjective violence, of violence enacted by social
agents, evil individuals, disciplined repressive apparatuses, fanatical crowds: subjetive violence is just the most
visible of the three” (Žižek, 2008).
3
Traducción hecha por la autora: . “…A fundamental violence exists in this «essencing» ability of language:
our world is given a partial twist, it loses its balanced innocence, one partial colour gives the tone of the
whole” (Žižek, 2008).
4
…objective violence is precisely the violence inherent to this «normal» state of things. Objective violence is
invisible since it sustains the very zero-level standard against which we perceive something subjectively
violent (Žižek, 2008).
5
“ in our societies, a gender division of labour still predominates which confers a male twist on basic liberal
categories (autonomy, public activity, competition), and relegates women to the private sphere of family
solidarity, connection, responsibility for dependent others, the duty to respect the customs of one’s
community. Para la cultura capitalista occidental, la autonomía y la libertad individual es más importante que la
solidaridad colectiva (Žižek, 2008).
6
Traducción hecha por la autora de este artículo: (2008) While Lossky was without a doubt a sincere and
benevolent person, really caring for the poor and trying to civilise Russian life, such an attitude betrays a
breathtaking insensitivity to the systemic violence that had to go on in order for such a comfortable life to be
posible. We’re talking here of the violence inherent to the system: not only direct physical violence, but also the
more subtle forms of coercion that sustain relations of domination and exploitation
7
Traducción hecha por la autora de este artículo: “Last but not least, the lesson of the intricate relationship
between subjective and systemic violence is that violence is not a direct property of some acts, but is distributed
between acts and their contexts, between activity and inactivity” (Žižek, 2008)
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