Trabaja Duro, Trabaja Con Astucia - Curtis Jackson

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Este libro está dedicado a la memoria de mi madre,

Sabrina Jackson, y de mi Nana, Beulah Jackson.


Quizás hayan dejado su forma física, pero su amor,
apoyo y dirección continúan inspirándome día con día.
INTRODUCCIÓN

D urante años, mucha gente ha intentado animarme a escribir un libro de


autoayuda. Algunos me tentaron incluso con un par de cheques de tamaño
considerable.
Siempre me negué.
No es que no hubiera estado cerca de hacerlo algunas veces. De hecho,
soy coautor de uno (La Ley 50 ), junto al increíble Robert Greene, pero
nunca me sentí del todo cómodo escribiendo un libro propio.
No me gustaba la idea de presentarme como un experto de vida.
Parecerá extraño viniendo de alguien que nunca ha tenido problemas en
decir cuánto dinero tiene, cuántos discos ha vendido ni cuántos programas
de televisión ha producido.
Sí, me siento cómodo compartiendo mis éxitos en público, pero en
privado estoy consciente de que esos logros no han hecho que mi vida sea
perfecta. Hay muchas cosas que he echado a perder: finanzas, relaciones,
oportunidades, amistades… lo que se te ocurra.
Sin duda alguna, he fracasado tantas veces como he triunfado.
Y ésa, en última instancia, es la razón por la que decidí escribir un libro.
Pocas personas han vivido el nivel de éxito que he alcanzado. Dentro de ese
grupo de élite, son muchos menos los que han tenido que escalar desde el
fondo, como lo tuve que hacer yo.
Es una historia que he contado muchas veces ya, pero vale la pena
repetirla aquí: mi madre me tuvo apenas a los quince años. Al ser madre
soltera, se vio obligada a vender drogas para sobrevivir. Durante años
prosperó en las calles, pero, como suele pasarles a casi todos, esas mismas
calles le pasaron factura. La mataron cuando yo tenía ocho años, y entonces
tuve que mudarme con mis abuelos, quienes de por sí estaban criando a
nueve hijos propios. Para cuando cumplí diez años, ya vendía drogas en las
mismas calles que me arrebataron a mi madre.
Ése es el tipo de circunstancias que derrumbarían a cualquiera y lo
dejarían tumbado en el piso. Pero yo nunca dejé de empujar. Entré al mundo
del hip-hop, hice un poco de ruido y luego me dieron nueve balazos por una
pelea de barrio. Ése podría haber sido el final del camino para muchos, pero
yo apenas estaba empezando. Me recuperé, seguí trabajando en mi música y
terminé por lanzar uno de los álbumes debut más exitosos de la historia.
Para cuando cumplí treinta años, había vendido decenas de millones de
discos, producido y protagonizado una película basada en mi vida, y me
había convertido en uno de los primeros artistas de hip-hop en volverse una
marca mainstream .
Creí que había dejado la lucha atrás de una vez por todas, pero estaba
equivocado. Durante los siguientes años, mi manager y mentor, Chris
Lighty, murió en circunstancias trágicas, me convertí en blanco de varias
demandas, y el dinero de la industria musical se esfumó cuando los MP3
reemplazaron los cd .
Durante el auge de mi éxito sin precedentes, la gente no se hartaba de
mí. Aun si las cosas se volvían complicadas, mi popularidad seguía en
aumento, pero por las razones equivocadas. Las fuerzas que me habían
forjado ahora se deleitaban con mi posible caída. Nunca toqué fondo de
verdad —muy pocos fondos tienen papel tapiz de Gucci y Lamborghinis en
la cochera—, pero sentía como si mi vida estuviera yendo en la dirección
equivocada.
Y, ¿qué hice entonces?
Reconsideré mi enfoque y me desprendí de personas y del exceso de
equipaje, como las serpientes se desprenden de su vieja piel. Trabajé más
fuerte y con más astucia. Y, al dedicarme a construir una relación con mi
hijo menor, Sire, quiero creer que me convertí en una mejor persona.
En el transcurso de unos cuantos años, realicé una serie de jugadas que
me permitieron tener algunos de los éxitos más grandes de mi carrera. Creé
y produje una exitosa serie para Starz, Power . Pronto estuve por encima de
otras series en los ratings como alguna vez estuve por encima de otros
raperos en las listas de popularidad. Pero Power era sólo el inicio de mi
plan maestro. El octubre pasado, mi compañía, G-Unit Film and Television
Inc, firmó un contrato de cuatro años con Starz/Lionsgate que dicen que
podría ser el contrato más jugoso en la historia de la televisión por cable. Y
ése es sólo uno de varios proyectos que tengo entre manos.
Los más exitosos y afortunados triunfan una vez; yo logré llegar a la
cima dos veces . De cierto modo, estoy más orgulloso de mi segunda
escalada a la cumbre que de la primera.
Mucha gente me dio por perdido. Dijeron que estaba acabado. Decían
incluso —citando una frase extraída de uno de mis álbumes— que me había
autodestruido. Vi todos los titulares. Oí todos los rumores. Me enteré de
todas las celebraciones de mis fracasos.
Eso ha hecho que mis triunfos en el campo de la televisión sean aún
más dulces. Y es parte de lo que me impulsó a escribir este libro. Necesito
que la gente entienda que no existe eso de “lograrlo”; que no importa
cuánto dinero acumules, cuánta fama obtengas ni cuánto éxito saborees, el
futuro traerá consigo más dificultades. Más drama con el cual lidiar. Más
obstáculos en el camino.
La meta no es sólo ser exitoso, sino que también se trata de aprender a
conservar ese éxito.
Ésa fue una habilidad que aprendí por las malas. Y es una habilidad que
te voy a enseñar en este libro.

Hoy tengo cuarenta y cuatro años, una edad que nunca creí siquiera estar
cerca de alcanzar. Carajo, en algún momento me pareció que llegar a los
veintiún años era demasiado pedir. Pero aquí estoy, en mi cuarta década de
vida, con destellos plateados en la barba y arrugas que comienzan a
surcarme el rostro (pero todavía tengo un abdomen de acero y todo mi
cabello, eso sí). Pero estoy cómodo en el lugar en el que estoy. Es una edad
de mayor madurez, que me permite ver la vida y evaluar con precisión lo
que me convirtió en el hombre que soy. Y, cuando intento resumir mi
capacidad para encontrar formas de mantenerme en la cima, puedo ver que
todo se reduce a dos características:
Tengo el corazón de un buscavidas.
Y soy temerario.
Mi principal objetivo con este libro es ayudarte a desarrollar esas
mismas características. Pero antes de adentrarnos en cómo hacerlo, quiero
hablar sobre esas dos palabras: “buscavidas” y “temerario”. Viniendo de mí,
es probable que esas palabras te hagan pensar en 50 Cent, el Pandillero; el
tipo que alardeaba en público de haber sido narcotraficante; al que le dieron
nueve balazos y no pareció importarle mucho; el que entabló guerras con
algunos de los hombres más temidos, tanto en las calles como en el hip-hop,
y que nunca retrocedió ni un centímetro.
Todas esas gestas fueron obra de 50 Cent, una personalidad que adopté
para poder lidiar con el caos y la locura que veía a mi alrededor mientras
iba creciendo. Pero este libro no está diseñado para convertirte en el
próximo 50 Cent.
No te confundas: 50 Cent era, y sigue siendo, una parte real de quien
soy. Pero si esa parte de mí fuera todo lo que soy, nunca habría logrado
mantener el éxito que he conseguido.
Por eso, en este libro, te compartiré tanto el pensamiento de 50 Cent
como el de Curtis Jackson.
No me hice llamar 50 Cent sino hasta que fui mayor, pero, desde que
era niño, siempre sentí que había dos partes de mí, dos identidades con las
que debía sentirme cómodo: el lado que me permitía existir en casa de mi
abuela, donde no se toleraban las groserías y los domingos eran para ir a la
iglesia, y el lado que me permitía sobrevivir en las calles. Necesitaba ambas
partes para salir adelante.
Hubo ocasiones en las que llegué a preguntarme si había algo malo en
mí. ¿Tenía todo el mundo esa dualidad dentro de sí? ¿O estaba yo un poco
mal de la cabeza?
Hoy puedo ver que no tenía nada raro; por el contrario. Mi capacidad
para sacarle partido a mis dos personalidades ha sido una de mis fortalezas
más grandes. 50 Cent me llevó a la cima; Curtis Jackson es el hombre que
ha logrado mantenerme ahí.
En este punto, llevo más tiempo moviéndome en el mundo corporativo
del que estuve afanándome en la calle. Sólo hice dinero sucio entre los doce
y los veinticuatro años. He hecho mi fortuna de forma legal y corporativa
entre los veinticinco y los cuarenta y cuatro años. Es el doble de tiempo que
pasé en las calles.
No es de sorprender que, en este momento, las calles y el mundo de los
negocios no me parezcan tan distintos. En ninguno de los dos se juega
limpio. Los dos son ultracompetitivos. Los dos son despiadados. Y tú
puedes dominarlos si sigues estos principios básicos:
Sé temerario . La mayoría de la gente huye de lo que le da miedo. Yo corro
hacia ello. Eso no significa que crea que soy a prueba de balas (aprendí por
las malas que no lo soy) o que no estoy consciente del peligro. Siento tanto
miedo como cualquier otra persona.
Sin embargo, uno de los peores errores que comete la gente es aprender
a sentirse cómoda con sus miedos. Sea lo que sea que me esté preocupando,
lo enfrento y me involucro hasta que la situación se resuelve. Negarme a
sentirme cómodo con mis miedos me da una ventaja en casi cualquier
circunstancia.

Cultiva el corazón de un buscavidas . Afanarse, o ser un buscavidas, puede


asociarse con el tráfico y la venta de drogas, pero en realidad es un rasgo
que comparten los triunfadores en casi todas las profesiones. Steve Jobs era
tan buscavidas en Apple como lo era yo en las calles.
La clave para desarrollar ese rasgo en tu propia personalidad es aceptar
que nunca estás dirigiéndote hacia una meta particular. Esforzarse es un
motor que tiene que estar encendido dentro de ti todos los días. La pasión es
su combustible. Si puedes mantener ese motor encendido, te llevará a donde
quieras llegar en la vida.

Forma una banda sólida . Tú serás tan fuerte como la persona más débil de
tu grupo. Por eso debes ser sumamente consciente de quiénes te rodean. La
traición nunca está tan lejos como quisiéramos.
Por eso es imperativo encontrar el equilibrio entre generar confianza y
disciplina entre las personas con quienes trabajas y darles la libertad para
que sean ellas mismas. Si logras alcanzar ese equilibrio, estarás en la
posición ideal para obtener lo mejor de tu equipo.

Debes saber cuál es tu valor . Uno de los pilares de mi éxito perdurable es


que nunca me apresuro a cerrar un trato. Aun cuando mi nombre es
sinónimo de “cobrar lo tuyo”, nunca persigo el dinero. Evalúo cada
proyecto basado en su potencial a largo plazo, no según qué tan grande
podría ser el primer cheque.
La razón por la que hago eso es porque tengo una confianza suprema en
mi valor y mis capacidades. Estoy seguro de que, siempre y cuando apueste
por mí, voy a ganar.
Evoluciona o muere . Si hubiera sido incapaz o no hubiera estado dispuesto
a evolucionar como persona, hoy estaría muerto o en la cárcel. Una de las
claves de mi éxito es que en cada etapa de mi vida he estado dispuesto a
evaluar la situación en la que estoy y hacer los ajustes necesarios.
Si bien siempre he tomado cosas de las lecciones que aprendí en la
calle, nunca me he limitado a ellas. En cambio, siempre estoy buscando
absorber nueva información de tantas fuentes como sea posible. No me
importa de dónde vengas ni cómo te veas; si has generado algún tipo de
éxito, quiero aprender de ti.

Moldea la percepción . Todo lo que compartas con el mundo —tus


palabras, tu energía y hasta lo que escuchas— cuenta una historia. Debes
asegurarte de que tu narrativa siempre te presente como quieres ser visto,
incluso si la realidad cuenta una historia un tanto distinta.
Uno de los secretos para obtener lo que quieres en la vida es generar la
percepción de que no necesitas nada. Quizá sea una energía difícil de
proyectar, sobre todo si no la estás pasando muy bien que digamos. Pero
comprometerte con esa percepción te hará más atractivo en lo profesional,
en lo personal y hasta en lo romántico.

No temas competir . A algunas personas les gusta pintarme como un troll ,


pero eso no es lo que soy. Mi primer instinto siempre es construir relaciones
positivas y mutuamente beneficiosas con la gente. Pero si a alguien no le
interesa ser mi amigo, yo no tengo ningún inconveniente con que seamos
enemigos.
Creo que la competencia es saludable para todas las partes involucradas.
Ya sea enfrentándome a raperos bien establecidos o a programas de
televisión exitosos, siempre he alcanzado mis mayores éxitos cuando me he
enfrentado a mis rivales de forma directa y sin vacilar.

Aprende de tus derrotas . A pesar de los muchos triunfos que he tenido a lo


largo de los años, las derrotas han sido mucho más numerosas. Eso no me
convierte en una excepción entre la gente exitosa; me hace parte de la regla.
No conozco a un solo rapero, magnate, ejecutivo o empresario cuyas
derrotas no superen a sus victorias.
Lo que distingue a esas personas del resto es que, en vez de quejarse o
esconderse detrás de sus derrotas, buscan aprender de ellas de forma activa.

Evita subirte al ladrillo . A mí nadie me dio nada. He tenido que luchar por
todo lo que he conseguido. Por eso, la idea de subirme a un ladrillo y creer
que lo merezco todo nunca se filtró en mi mentalidad. Aun así, sin importar
a donde mire —ya sean las calles o las salas de juntas—, veo mucha gente
que cree que se merece todo.
Nunca lograrás un éxito duradero si no te haces responsable de todo lo
que ocurra en tu vida. Nadie te debe nada, así como tú no le debes nada a
nadie. Una vez que aceptes esa verdad fundamental y que tú tienes el
control de tu destino, tantas puertas que parecían cerradas se abrirán ante ti.

En mi infancia, leer solía ser considerado una tarea que había que soportar y
no una herramienta que podía ayudarte a mejorar tu vida.
Por culpa de esa mentalidad, no importa cuántos secretos comparta en
este libro sobre la felicidad, los negocios o cómo mejorar tu vida; habrá
muchas personas en el barrio que no los van a encontrar. Y es que simple y
sencillamente no se sientan a leer. Pueden pasar junto a un libro como éste
miles de veces, hasta que esté cubierto de polvo, y jamás se les ocurrirá
siquiera pensar en abrirlo.
Tampoco es del todo culpa suya. Muchos libros están escritos con un
lenguaje que no es accesible para todo el mundo. En lo personal, no empecé
a leer sino hasta que encontré a autores como Donald Goines y Iceberg
Slim, quienes escribían en una voz que me resultaba familiar. Su estilo me
hacía sentir cómodo y, una vez que tuve ese confort, adquirí también la
confianza para comenzar a explorar a autores que venían de un contexto
diferente al mío, como don Miguel Ruiz, Paulo Coelho y uno que incluso
llegó a convertirse en buen amigo y colaborador, Robert Greene.
Incluso si no vienes de las calles (y, dado lo diversa que se ha vuelto mi
audiencia, es probable que no sea el caso) diste un paso importante con el
simple hecho de tomar este libro. Hoy en día, mucha gente ha reemplazado
la lectura con los clics: le echan un ojo sólo a la superficie de un tema —tal
vez ven un video corto o leen una página de Wikipedia— y piensan que
hicieron el trabajo necesario.
Lo siento, pero un par de clics o una página de internet no son
suficientes. Me he dado cuenta de que necesitas aprender de diversos
ejemplos y leer sobre varias posibilidades antes de que algunos principios
comiencen a grabarse en tu cerebro.
Cuando termines este libro quizá sólo te quedes con algunos de estos
principios. Tal vez sea sólo uno. Está bien. Ése fue el caso cuando leí Las
48 leyes del poder de Robert. Si me preguntas de qué se trata el libro, lo
único que podría decirte es: “Como alumno, nunca opaques al maestro”.
Había otras cuarenta y siete leyes en ese libro, pero ésa fue la que se me
quedó grabada en el cerebro. Y, ya que nunca la he olvidado, he podido
ponerla en práctica muchas veces a lo largo de los años. Literalmente he
hecho millones al recordar que debo seguir ese principio.
Mi esperanza es que al cerrar este libro te quedes al menos con un
principio fundamental grabado en el cerebro. Tal vez sea ser temerario, tal
vez sea controlar la perspectiva o tal vez sea la importancia de evolucionar.
Sea cual sea el principio que más te resuene, aférrate a él. Llévalo
contigo hasta que se convierta en parte de tu vida.

Cuando llegas a la cima de lo que haces, cuando tienes todo el dinero del
mundo, tu perspectiva cambia y empiezas a mirar hacia lo que en verdad
importa: cómo ayudar a la gente.
No me siento cómodo durmiéndome en mis laureles. Si sigo aquí
cuando tenga setenta años, quiero seguir contribuyendo y participando.
Quizá necesite hacer menos, pero seguiré siendo parte de la cultura y
seguiré ayudando a impulsarla. Quizá ya no me la pase saltando y corriendo
por todas partes, pero seguiré ahí, intentando ayudar.
Tal vez no lo sepas ni hayas oído de qué forma ayudo a la gente. Pero
estoy convencido de que este libro es una de las mejores maneras de
hacerlo, gracias a su largo alcance.
Por cada tweet temerario o una letra osada de 50 Cent, ten por seguro
que Curtis Jackson tenía una estrategia concreta para escribirlo. Tener una
estrategia detrás de cada acción es un método probado y comprobado.
Ésta es mi oportunidad para compartirte esas estrategias para que
puedas moverte por la vida con propósito y confianza.
Me emociona que me acompañes en este viaje.
1

ENCONTRAR AL TEMERARIO

No puedo hacer más que sentir desprecio por quien no siente miedo a veces. El miedo
es el condimento que hace interesante seguir avanzando.
—Daniel Boone

H ace años contraté a un tipo francés llamado Corentin Villemeur para


que se hiciera cargo de mi página web. Cuando no se encontraba trabajando
conmigo, uno de los pasatiempos de Corentin era tomarse selfies en los
entornos más espectaculares: parado peligrosamente en la orilla de un risco
o sentado en el techo de un rascacielos con las piernas colgando del borde.
Cuando le enseñaba esas fotografías a la gente de la oficina, ellos
meneaban la cabeza y se reían, diciendo: “Sólo un tipo blanco haría algo
así”. Para ellos era como hacer paracaidismo o intentar acariciar a un
animal salvaje: un riesgo innecesario que sólo tomaría alguien que nunca ha
experimentado un peligro real.
Yo lo veía de otra forma.
Lo veía como una posibilidad de libertad.
Por eso, un día llevé a Corentin al techo de mis antiguas oficinas en
Times Square para que me tomara unas cuantas fotos. Sin embargo, en vez
de sentarme en la orilla con las piernas colgando, decidí elevar la vara.
En el techo había una torre de agua, una estructura de madera en forma
de barril que se elevaba varios metros por encima de nosotros. Sin dudarlo
un segundo, subí por la desvencijada escalera de la torre y me senté en la
orilla. Debo haber estado a unos ciento cuarenta metros por encima del
suelo. Debajo de mí, las personas parecían hormigas en un picnic. Si me
resbalaba, sería un viaje bastante largo hasta el suelo.
El riesgo era tan alto como donde estaba yo, pero no sentí miedo
alguno. En cambio, absorbí la esplendorosa vista. El edificio de The New
York Times se alzaba a mi izquierda, y el río Hudson centelleaba a mis
espaldas. Me sentía increíblemente vivo. Ver mi ciudad desde esa
perspectiva aérea me infundía la misma ambición que sentí cuando era más
joven. Nueva York estaba a mis pies. La ciudad de los sueños. ¡Y yo
seguiría esforzándome hasta cumplir cada uno de los míos!
Me incliné hacia atrás y Corentin tomó una foto espectacular para
Instagram. Cuando volví a mi oficina, la publiqué con el pie de foto:
Vivo al límite. Soy libre sólo porque no tengo miedo.
Todo a lo que le temía ya me ha pasado.
A mucha gente le encantó la publicación. “Eso es real”, escribió
alguien. “Caray, qué poderosas palabras”, añadió alguien más. Pero no todo
el mundo lo apreció. Más o menos una semana después de publicar la
fotografía, recibí una carta de mi aseguradora en la que me explicaban que,
si volvía a arriesgar mi vida de manera consciente, cancelarían mi póliza de
inmediato.
Pero a la compañía de seguros no debió haberle sorprendido. Si hay
algo que me ha caracterizado desde niño es mi temeridad.

Mucha gente probablemente piensa que nací siendo temerario.


Podré proyectar esa energía, pero no es cierto.
Cuando era niño, le tenía miedo a la oscuridad, tanto como me aterraba
que me mataran en las calles, o como me sentía cuando empecé a rapear. He
experimentado ansiedades y angustias de todo tipo.
La diferencia es que me niego a sentirme cómodo con esos miedos. He
aprendido que el confort es un asesino de sueños. Nos drena la ambición,
nos ciega y promueve el conformismo.
La cosa número uno con la que las personas llegan a sentirse cómodas
es el miedo. Aunque la mayoría no lo admitiría. Pregúntale a cualquiera si
vive en un estado constante de miedo y lo más seguro es que te responda:
“Por supuesto que no”. Pero sólo es su orgullo quien habla. El miedo
domina la vida de la mayoría de la gente: el miedo a la pérdida, al fracaso, a
lo desconocido, a la soledad.
No creo que sentir miedo tenga nada de vergonzoso. Un poco de
paranoia es, en realidad, bastante útil. Hay muchos peligros reales en el
mundo y muchas personas con malas intenciones. Estar consciente de esas
posibilidades hace más fácil evitarlas.
Lo que no puedes hacer es volverte conformista con esos miedos.
Aunque le temas a la pérdida, no puedes pasar la vida entera evitando la
intimidad o el amor (algo con lo que yo he batallado). Aunque le temas al
fracaso, no puedes dejar de correr riesgos. Aunque le temas a lo
desconocido, no puedes dejar de vivir experiencias nuevas. “No es a la
muerte a lo que debe tenerle miedo el hombre”, dijo el emperador y filósofo
romano Marco Aurelio, “sino a nunca comenzar a vivir.”
Ubico la raíz de mi propia temeridad en un evento específico: la muerte
de mi madre. Ése es un miedo particular, uno que es difícil de describir.
Más que haber recibido nueve disparos, perder a mi madre es lo más
significativo que me ha pasado. A pesar de ser un hombre de mediana edad,
sigo resintiendo su ausencia.
Sin embargo, con su muerte, mi madre me dio un regalo bastante
inusual: la semilla de la temeridad.
Pasaría mucho tiempo antes de que esa semilla floreciera por completo
en mi interior. Por desgracia, tendría que pasar todavía por muchos
momentos difíciles y peligrosos antes de que se volviera parte de mi
naturaleza.
En este capítulo te compartiré algunas de las experiencias y situaciones
que me ayudaron a desarrollar esas agallas, y que me permitieron aceptar
que lo que está del otro lado del miedo no es el peligro ni la muerte, sino la
libertad.
Quiero demostrarte que ser temerario es una fortaleza que puedes
desarrollar, un músculo que puedes entrenar, con suerte sin tener que pasar
por el trauma que a mí me hizo desarrollarlo tanto. No necesitas perder a tu
madre ni sobrevivir a un tiroteo para desarrollar la creencia de que eres
capaz de superar cualquier cosa que te suceda. Lo único a lo que no puedes
sobreponerte es a no correr riesgos nunca.

NO LE TEMAS A LOS GOLPES

Los deportes en equipo nunca fueron lo mío cuando era niño. No importaba
qué estuviéramos jugando —futbol americano, basquetbol o beisbol—; si
perdíamos, yo siempre era el primero en señalar culpables. “¡Hey!
Perdimos porque tú no puedes defender una mierda”, le decía a alguno de
mis compañeros a quien habían quemado como defensa jugando
basquetbol. “No dejaban de partirte el culo. ¡Perdimos por tu culpa, bro!”
No estaba intentando evadir la responsabilidad. Si hacía una mala
jugada o no lograba defender a mi hombre, era el primero en admitirlo. Era
más bien que no me gustaba pensar que mi triunfo estaba ligado a la
capacidad o incapacidad de alguien más para hacer su trabajo. Es un
sentimiento del que no he podido desprenderme hasta el día de hoy.
Siempre digo que, si voy a apostarle a un caballo, quiero que ese caballo
sea yo, ¡carajo!, porque sé que voy a correr con todas mis fuerzas.
Fui lo suficientemente sensato como para aceptar que no tenía la
inteligencia emocional para dedicarme a los deportes de equipo. Necesitaba
un deporte en el que, si perdía, fuera sólo mi culpa. Nadie a quien conocía
practicaba deportes como el tenis o el golf. (Vivía a veinte minutos de
Flushing, donde se juega el US Open, pero bien pudo haber sido un planeta
distinto.) Y en mi barrio, si te veían corriendo, era porque alguien te venía
persiguiendo.
Sin embargo, había cerca un gimnasio de box de la Liga Atlética de la
Policía, manejado por un pugilista local llamado Allah Understanding.
Venía de los Baisley Projects y creció en la época en la que saber tirar
golpes era algo que la gente respetaba, algo a lo que aspiraba y algo que
temía. Comencé a entrenar con Allah cuando tenía unos doce años, y supe
casi enseguida que el box era para mí.
Un día, cuando estaba en el gimnasio, un tipo de las calles llamado
Black Justice entró al lugar acompañado de uno de sus hombres. Blackie,
como le llamábamos, era uno de los traficantes más respetados de Baisley,
uno de los principales tenientes del Supreme Team, la pandilla más grande
de drogas de Queens en aquel entonces. Su hombre era, en esencia, su
guardaespaldas, una presencia constante que aseguraba que un rival se la
pensaría dos veces antes de retarlo. No debía tener más de dieciocho o
diecinueve años, pero todos en el barrio conocían su reputación. Era justo el
tipo de pandillero joven con el que no querías tener ningún problema.
El gimnasio se quedó en silencio mientras todos veíamos a Blackie y a
su muchacho caminar por ahí. Luego, sin decir una palabra, el hombre de
Blackie se detuvo frente a uno de los sacos y comenzó a golpearlo.
¡Bam bam bam bam!
Al ser el más joven de todos los que estaban ahí, el sentido común
indicaba que debía quedarme callado y sólo observar. Pero, quizá también
porque era el más joven, me dejé llevar por el atrevimiento y mi bocota le
ganó la partida a mi cerebro. En cuanto el tipo dejó de pegarle al saco, le
grité.
—¡Hey! Te ves bien pegándole al saco —dije lo suficientemente fuerte
como para que todos en el gimnasio lo oyeran—. Pero el saco no devuelve
los golpes.
Blackie se dio vuelta de golpe.
—¿Qué dijiste, niño? ¿Me hablas a mí?
—Nah, tú eres un cabrón grandote —respondí de inmediato—. Le hablo
a él —dije, asintiendo en dirección a su chico.
La mayoría de los tipos en su posición me habría dado una paliza —o
algo peor— en ese mismo instante. Pero ellos entendieron qué había detrás
de mi bravuconería. Blackie tenía un espíritu generoso, libre de la codicia
que había contagiado a muchos de sus pares. En vez de ofenderse, los dos
respetaron mi valor desproporcionado.
—Sí, este chico me cae bien —dijo Blackie, señalándome—. De este
gimnasio van a salir varios campeones. Estos cabroncitos están locos —el
reconocimiento por sí solo me habría hecho el día, pero Blackie añadió una
cereza al pastel—: Este gimnasio necesita algunas mejoras si les vamos a
sacar jugo a los peleadores —dijo, mirando el destartalado gimnasio a su
alrededor—. ¿Qué cosas necesitan? Escríbanlas todas.
Dos semanas después, el gimnasio quedó renovado por completo.
Blackie nos había comprado botas nuevas, cuerdas, peras y un nuevo juego
de pesas para reemplazar el antiguo y oxidado juego que seguro estaba ahí
desde los años sesenta. A partir de ese momento, Blackie se hizo cargo de
nosotros. Aunque en teoría el edificio era propiedad del Departamento de
Parques y Actividades, el gimnasio se volvió de Blackie.
No abrí la boca sólo para que me dieran de comer, pero eso fue lo que
terminó sucediendo. Fue una lección importante. Necesitas dominar tus
miedos para convertirlos en momentos de acción ante cualquier
oportunidad; los temerarios no sólo suelen reconocer a quienes son como
ellos, sino que también los recompensan.
Entré al gimnasio de Allah siendo un niño regordete de doce años, y los casi
setenta kilos que llevaba encima me hacían ver mayor de lo que era.
¿Alguna vez has escuchado la expresión “pelear por encima de tu
categoría”? Pues en ese gimnasio yo tuve que pelear por encima de mi
categoría de peso y de edad desde el primer día. No había otros chicos de
mi edad en el programa, así que Allah Understanding me ponía a pelear con
cualquiera que estuviera en mi peso, que por lo regular eran oponentes
cuatro o cinco años mayores que yo. Podrá no parecer mucho, pero hay una
diferencia enorme entre un chico de doce años y uno de diecisiete. Esos
tipos de diecisiete años eran casi hombres, y yo seguía esperando a que me
bajaran las pelotas. Podría haber estado en la misma categoría de peso que
ellos, pero no tenía ni su fuerza ni su madurez. Subirme al ring con ellos era
más que intimidante.
Nunca cedí ante mi miedo y la principal razón era porque Allah
Understanding no me lo permitía. Una de las mejores cosas que él y los
otros entrenadores hicieron fue negarse a mimarme. Si un chico mayor me
pegaba en el rostro mientras entrenábamos, no paraban el encuentro para
preguntarme si estaba bien. Me enseñaban a seguir peleando sin importar
qué tan asustado o lastimado estuviera.
Con esas palizas aprendí una doble lección.
Primero, aprendí que podía sobrevivir a ellas. Sin duda, es desagradable
que te golpeen en la cara. Te deja desorientado. Duele. Incluso puede
sacarte lágrimas. Pero los golpes no me mataron. ¡Carajo, ni siquiera me
noquearon! Una vez que entendí que podía amortiguar los golpes y seguir
adelante, la mayor parte del miedo que llegué a sentir se evaporó.
En segundo lugar —y siempre estaré en deuda con Allah Understanding
por enseñármelo—, aprendí que, si no te gusta que te peguen, tienes que
hacer algo al respeto. “¡Levanta las malditas manos!”, me gritaba si bajaba
la guardia y mi oponente conectaba. Si mi contrincante comenzaba a
golpearme el cuerpo después de atraparme en una esquina, Allah aullaba:
“¡Regresa al centro del ring!”. Allah Understanding me enseñó que no
debía aceptar el castigo con los brazos cruzados; siempre podía hacer algo
al respecto.
Sabían que tenía una desventaja de tamaño y, por lo general, de todo lo
demás, pero se negaban a mimarme o protegerme. ¿Has visto a un niño
caerse y rasparse la rodilla? Su reacción depende en gran medida de la
actitud de sus padres. Si ellos se echan a correr y le preguntan angustiados:
“¿Estás bien, nene?”, lo más probable es que el niño se ponga a llorar. Pero
si su papá o mamá evalúan la situación, concluyen que el niño está bien y
no le preguntan cómo se siente, el niño se sacudirá la tierra de la rodilla y
seguirá jugando como si nada. Ése fue el tipo de padre que Allah
Understanding fue para mí; me enseñó a sacudirme los golpes y a seguir
con lo que estaba haciendo.
Él no estaba siendo desalmado; estaba preparándome para que me
sacudiera los inevitables golpes que la vida me iba a propinar y seguir
adelante hacia donde quería ir y no hacia donde la vida intentaba
empujarme.
Una vez que aprendí a no temerle a los golpes, mejoré mucho como
boxeador. En vez de estar todo el tiempo sobre los talones, preocupado por
lo que mi contrincante iba a hacerme, comencé a darle pelea al rival.
Aprendí a dictar los términos del encuentro. Si perdía, no era porque me
hubieran arrinconado y apaleado; era porque había buscado ganar y
simplemente me enfrenté a alguien con más capacidad que yo.
Hace mucho que no recibo un puñetazo en la cara dentro del ring, pero
he intentado mantener la misma actitud en todo lo que hago. Me niego a
tener miedo a los golpes; sé que vendrán y sé que algunos me harán
tambalear, pero podré soportarlos.
Muchos de ustedes son como el niño que se cayó de la bicicleta y
esperó a que su mamita fuera a preguntarle si estaba bien. Yo no. Si me
caigo, no espero palabras de aliento ni que nadie se preocupe por mí. Me
levanto y sigo mi camino.
He aceptado que la vida me va a tirar golpes y que algunos van a
conectar. Pero siempre sobreviviré y seguiré luchado por las cosas que
quiero. Y tu actitud también tiene que ser ésa.

ENCARAR EL MIEDO

Como ya dije, la muerte de mi madre fue lo que me obligó a desarrollar


inmunidad al miedo. Y aprender a recibir golpes en el rostro no hizo más
que fortalecer esa insensibilidad. Durante un tiempo, parecía que el miedo
era una sensación con la que no tendría que volver a lidiar.
Pero no sería el caso. Sin duda alguna, que me dispararan reavivó esa
sensación dentro de mí.
En primer lugar, durante las semanas posteriores al incidente, les tuve
mucho miedo a las personas que me dispararon. Sabía que seguían allá
afuera, no muy lejos de ahí, y que ansiaban terminar lo que habían
empezado.
Además de la ansiedad emocional, el dolor físico de haber recibido
nueve balazos me familiarizó otra vez con el miedo. No fue en el momento
en el que ocurrió —pues la adrenalina evita que sientas mucho en ese
instante—, sino en los meses siguientes.
Una vez que la adrenalina se desvanece y el doctor te dice que vas a
sobrevivir, entonces empiezas a sentir los efectos de las balas que te
desgarran los músculos y pulverizan los huesos. Sentía dolor en todas
partes, donde entró el plomo en mi pulgar y mi mejilla. Durante meses sentí
como si tuviera jaquecas en todo el cuerpo: pulsaciones incesantes y
profundas que no sabía que se podían sentir en una pierna o una mano.
Cada vez que iba a fisioterapia y debía poner peso sobre la pierna o
desgarrar el tejido cicatricial en el pulgar, me dolía a morir. Me di cuenta de
que me daba miedo tener que pasar por ese proceso otra vez, quizá más que
el que me daba morir.
Sin embargo, conforme fue avanzando la rehabilitación, fui entendiendo
otra verdad importante: no me sentía cómodo sintiendo miedo. Podrá
parecer una obviedad, pero creo que en realidad es algo que me hace único.
La mayoría de la gente está muy cómoda con sus miedos. ¿Miedo a volar?
Evita los aviones. ¿Miedo a los tiburones? No te metas al mar durante tus
vacaciones en el Caribe. ¿Miedo el fracaso? Ni siquiera lo intentes, es
mejor. Muchas personas viven su vida entera así.
Yo no. Odiaba sentir miedo. Odiaba vivir mirando por encima del
hombro. No soportaba la idea de quedarme cerca de casa hasta que las
cosas se tranquilizaran. Para mí, esconderme habría sido casi peor que
haber sido baleado.
De cierta forma, el dolor físico que experimenté fue mi amigo. Me
empujó a ir más lejos de lo que mucha gente está dispuesta a llegar.
Créeme, cuando sufres tanto dolor físico, ocurre un cambio. Quieres
acercarte al problema en vez de huir de él. Y eso es justo lo que hice.
Tras varias semanas de rehabilitación, volví a la casa de mi abuela en
Queens. Literalmente regresé a la escena del crimen. Eso en sí mismo fue
un gran paso para mí en términos psicológicos. Lo más fácil —y, carajo, lo
más sensato también— habría sido irme muy lejos, a un lugar donde nadie,
salvo mis amigos más cercanos, pudiera encontrarme. Ni siquiera
necesitaba estar a demasiados kilómetros de distancia. Pude haberme
mudado al Bronx o a Staten Island y habría sido como si me hubiera ido a
otro país. Estaba decidido a no ceder ni un milímetro ante mis miedos;
volvería a donde quería estar, que era la casa de mi abuela.
Cuando salí de rehabilitación, los doctores me dijeron que necesitaba
empezar a trotar para recuperar mi condición física y la fuerza en las
piernas. Estaba comprometido con el plan, pero casi de inmediato enfrenté
el primer obstáculo. Una mañana, me asomé por la ventana de mi abuela y
vi frente a la casa a alguien a quien no reconocí. A mi parecer, se estaba
esforzando demasiado por pasar inadvertido y no llamar la atención. Es
cierto que yo estaba bastante paranoico en ese momento, así que pudo no
haber sido nada. Pero la paranoia agudiza tus sentidos de la misma forma
que el olfato de un antílope puede identificar a un león a cientos de metros
de distancia. Quizás estaba percibiendo a mi depredador.
Cancelé la salida a correr que había planeado para ese día. Y volví a
hacerlo al día siguiente cuando vi al mismo tipo merodeando por la calle.
Para ese entonces, experimentaba mucha confusión. ¿Estaban mis sentidos
agudizados alertándome de un peligro invisible? ¿O imaginaba una
amenaza que en realidad no estaba ahí? Lo único que sabía a ciencia cierta
era que el miedo comenzaba a consumirme.
Decidí que, si me quedaba en la casa y no seguía adelante con el plan de
rehabilitación, saldría perdiendo. Cuando el miedo interrumpe tu rutina o te
obliga a replantearla de alguna manera significa que te tiene enganchado y
te frenará por siempre. “Los cobardes mueren varias veces antes de
expirar”, escribió Shakespeare. “Los valientes saborean la muerte sólo una
sola vez.” Mi intención no era quedar como un cobarde.
La mejor manera de superar un miedo que te está deteniendo es,
primero, reconocerlo y, después, hacer un plan para vencerlo. Así que eso
hice. Para empezar, reconocí que estaba asustado. Luego, reuní a mis
amigos de más confianza en la sala de mi abuela y les expliqué que
necesitaba que me acompañaran a correr a la mañana siguiente. “Por
supuesto”, dijeron todos. “Volvemos mañana.” Cuando llegó el día
siguiente, sin embargo, sólo uno de ellos apareció: mi amigo Halim. No
creo que a los demás les hubiera dado miedo la amenaza latente, pues ya
habían demostrado su valentía varias veces. Creo que les daba mucho más
miedo pensar en hacer cardio en la mañana. Eso era algo con lo que no se
sentían cómodos.
Decidí salir sólo con Halim, a pesar de que no era el candidato ideal:
estaba en peor forma que yo. Y, sobre todo, tenía serias dudas sobre cómo
reaccionaría Halim si la amenaza se materializaba. A pesar de ser parte de
una banda llena de tipos que buscan cualquier excusa para comenzar a
disparar, la naturaleza de Halim lo llevaba siempre a intentar evitar las
confrontaciones. Halim estaba tan fuera de forma que le di una bicicleta
para que pudiera seguirme el paso. Y, con respecto a mi otra preocupación,
la resolví —literalmente— con mis propias manos.
Encontré una pistola pequeña, me la puse en la mano buena y la envolví
con vendas. Todo el mundo sabía que yo era boxeador, por lo que, para el
observador casual, parecía que me había lastimado en el ring. Me ponía
tantas vendas que el arma se disimulaba dentro del “vendaje” casi por
completo; sólo el cañón se asomaba por debajo. Le dije a Halim que
pedaleara a mi lado y se mantuviera atento en busca de cualquiera que
pareciera como que fuera a salir de entre los arbustos y dispararme. Sólo
tenía que dar la alarma y yo me haría cargo del resto.
Halim y yo seguíamos la misma rutina todas las mañanas. Estaba
decidido a recuperar la fuerza y la condición física, y no iba a permitir que
una amenaza —ya fuera real o imaginaria— se interpusiera entre mis
objetivos y yo. ¿Estaba en realidad asustado cuando salía a correr? Al
principio sí, pero me reconfortaba saber que cada vez que salía había
tomado todas las precauciones necesarias. Tenía un vigía y un arma, que ya
era mucho más que cuando me dispararon.
Era una extensión de lo que Allah Understanding me había enseñado: en
vez de tenerle miedo a los golpes y rendirte, haz las cosas que te convertirán
en un blanco difícil de golpear. En el ring, eso significaba no dejar de
mover los pies y el cuerpo, y mantener la guardia arriba. En las calles,
significaba trotar con un guardaespaldas y una pistola bajo la manga.
Al final nadie me enfrentó y logré recuperar la forma física con esas
salidas. Pero, al recordar esos días, me doy cuenta de que no necesitaba ser
tan agresivo al confrontar mis miedos. No tenía que correr en las mismas
calles en las que me habían disparado; bien podría haber ido a un gimnasio
local o puesto una caminadora en el sótano de mi abuela.
Estaba tan incómodo que cualquier cosa que no fuera correr en las
calles, con la vista puesta en el barrio entero, la habría sentido como una
concesión frente al miedo, una concesión que no estaba dispuesto a hacer.
Hoy en día soy menos propenso a confrontar las cosas con tanta
agresividad. De hecho, para ser honesto, hay miedos que no he enfrentado
aún.

A LO QUE AÚN LE TENGO MIEDO

Podemos pasar la vida entera —como lo hacen muchas personas—


intentando ignorar algo que en realidad cargamos a diario. Pero no puedes
esconderte de aquello que nunca sueltas.
Por poner un ejemplo: cuando me miro al espejo y evalúo con
honestidad dónde estoy en la vida, mi mayor temor tiene que ver con la
familia.
Es un miedo que no he querido admitir abiertamente, pues sé que para
la mayoría de la gente la familia es una increíble fuente de confort y
seguridad que brinda una sensación de bienestar y conexión.
Yo nunca he sentido eso. La noción de familia me pone muy incómodo.
No me hace sentir seguro; me hace sentir en extremo vulnerable.
Dada mi historia, no debería causar sorpresa. El principal miedo de
cualquier niño, sin importar dónde viva o en qué circunstancias, es perder a
su padre o madre. Está inscrito en nuestro adn . No es necesario descargar
esa app; la traes instalada de fábrica. Los psicólogos dicen que el miedo a
perder a un padre es particularmente agudo entre los cuatro y ocho años de
edad. Todos los niños en ese rango de edad comienzan a preocuparse si su
papá o mamá tarda en volver de la tienda o si sale de viaje un par de días.
Por lo regular, el padre vuelve, y el niño deja de obsesionarse con la
posibilidad de que no lo haga. Pero mi madre nunca volvió. Así que,
cuando el peor miedo de cualquier niño se hizo realidad en mi caso, se
volvió sumamente difícil abrirme al tipo de amor que sentía por mi mamá
con alguien más.
Como seguramente habrás deducido, las cosas no se volvieron más
sencillas en casa de mis abuelos. Su amor era incuestionable, pero el
ambiente era caótico, por decir lo menos. Nunca hubo dinero, atención ni
estabilidad suficientes. Pero sí había bastante abuso en el consumo de
drogas y alcohol. Y mucha disfunción. La casa de mis abuelos no era el
lugar ideal para guardarle luto a mi madre.
Sin embargo, ellos eran la única familia que tenía. Nunca conocí a mi
padre; ni siquiera sé quién es. Muchas personas que crecieron sin padre
ansían reconectarse con él cuando son mayores, pero yo nunca lo sentí. De
hecho, me alegra que nunca haya aparecido en mi vida. Todo aquello con lo
que me pudo haber ayudado —y las enseñanzas que me pudo haber dejado
— ha quedado atrás. No creo que haya algo positivo que pudiera sumarle a
mi vida ahora.
Como muchas otras personas, al principio continué con el ciclo de
disfunción que empezó con la muerte de mi madre. Cuando nació mi hijo
Marquise, justo al mismo tiempo que mi carrera en el rap comenzaba a
despegar, creí que había pasado la página. Recuerdo haberle dicho a un
reportero: “Cuando mi hijo llegó a mi vida, mis prioridades cambiaron.
Quería tener la relación con él que no tuve con mi padre”.
Ésa era mi intención, pero no fue lo que sucedió. En cambio, la madre
de Marquise, Shaniqua, y yo nos enfrascamos en una relación sumamente
disfuncional, pero hablaré de mis frustraciones con Shaniqua y Marquise
más adelante. Por ahora, debo admitir que muchas de las críticas que he
recibido por la forma en que lidié con esa situación están justificadas.
Soy una persona muy honesta y transparente; las cosas que he dicho en
público sobre mi hijo mayor son el mismo tipo de cosas que muchos padres
que están atrapados en relaciones poco saludables también sienten y
piensan. Pero ellos no las externan. Eso no significa que esté bien, pero
podría hacerlo más comprensible.
Si algo he hecho bien con respecto a la familia es que he intentado
romper ese ciclo de disfunción con mi hijo menor, Sire. Su madre y yo no
estamos juntos, pero he tratado de estar muy presente en su vida. Él vive
con su mamá, así que voy a verlo siempre que tengo la oportunidad.
Pasamos el rato en la piscina, jugamos videojuegos y vemos deportes.
Cosas normales para padres e hijos. Lo más importante es que no hay
tensión cuando lo veo. Su madre y yo estamos en la misma frecuencia y
hemos aprendido a sobrellevar la crianza compartida. Así que, cuando Sire
ve que me acerco para abrazarlo, sabe que ahí no hay más que amor.
Me hace feliz saber que siempre seré parte importante de su vida y que
estaré con él para ayudarlo a transitar los inevitables picos y valles de la
vida. Quiero asegurarme de que Sire no cometa los mismos errores que yo.
Es lo mismo que quería para Marquise, pero ni su madre ni yo teníamos la
madurez emocional como para darle las bases para que así fuera. La verdad
es que tenía miedo de formar una familia; quizás ella también. Y nuestro
hijo sufrió las consecuencias de ello. Hoy en día, mi relación con Marquise
no es más que un reflejo de la energía negativa que hubo entre su madre y
yo.
La relación con Marquise es el área de mi vida que más trabajo necesita.
Ha habido momentos, incluso en últimas fechas, en los que he considerado
desechar esa relación por completo. No quiero hacerlo, pero, a veces,
cuando te han lastimado demasiado —y tú has lastimado bastante también
—, parecería que lo mejor es simplemente alejarse.
Estuve a punto de hacerlo no hace mucho, después de un encuentro
inesperado con él en el local de mi joyero en Manhattan. Yo no sabía que
estaba en la ciudad, por lo que me sorprendió verlo. Intenté entablar una
conversación, pero Marquise de inmediato me acusó de estarlo siguiendo.
Le dije que eso era una locura, pero todo se derrumbó en ese momento.
La energía entre nosotros era terrible. Incluso dijo: “¿Qué? ¿Se supone
que debo tenerte miedo?”. Fue como una patada en la entrepierna. A pesar
de ser mi hijo, de ser sangre de mi sangre, no podíamos hablar, mucho
menos abrazarnos y sonreírnos tras un encuentro inesperado. Entonces, sin
decir una palabra, huyó de la tienda, y yo me quedé estupefacto.
Un par de mis muchachos salió a la calle para intentar alcanzarlo y
decirle: “¿Qué te pasa? Es tu padre. Entra y habla con él”, pero Marquise ya
había desaparecido. No quería que lo encontraran. Ni siquiera pude
seguirlos; tenía la mente brumosa y no podía pensar bien. Tardé varios
minutos en recobrar la compostura.
Hay muy pocas cosas que me afectan de esa manera tan terrible, y sé
que si pasa algo así es porque siempre hay un asunto familiar de por medio.
Si me topo con un rapero que me insultó o con un empresario con quien
tuve una tensa negociación, sé que voy a estar bien. De hecho, estaré de
maravilla. Esos momentos no me afectan; de hecho, vivo y respiro con tal
de pasar por ellos. Sólo las cosas familiares parecen desconcertarme.
Y no es sólo mi relación con Marquise. Ni siquiera me gusta ir a casa en
las fiestas, pues ver a mi familia me tensa. Visito la vieja casa de mi abuela
días antes de navidad para pasar un rato con mi abuelo, pero no regreso para
las celebraciones. Incluso si llevo sólo vibras positivas a la casa, alguien
siempre usará su negatividad en mi contra. Una tía o un primo dirán: “Estoy
harto de que todos le besen los pies sólo porque es 50 Cent. Carajo, ni que
fuera tan especial”. En vez de celebración, la noche entera se vuelve una
discusión sobre qué hice por una persona y no por todos los demás. Ese tipo
de energía me pone muy incómodo.
Sé que mi miedo a la familia no es saludable y estoy trabajando en ello.
Podría tomarme años, pero estoy comprometido con lograrlo. Así que, para
cuando tenga la edad de mi abuelo, con algo de suerte tendré una relación
sólida con mis hijos y quizá con sus hijos también.

¡LEVANTA LA MANO!

Sé que tengo la reputación de ser un hombre de mecha corta, pero, en


realidad —sin importar en qué avión privado esté volando o en qué sala de
juntas esté sentado— siempre estoy relajado, siempre soy la persona que
opera con la menor cantidad de miedo. Estoy seguro de que nada que se
diga, se amenace o se prometa en esas conversaciones me hará daño. Sí, me
encantaría cerrar tratos de distribución de 30 millones de dólares o
conseguir el mejor papel de mi carrera, pero no me da miedo que esas cosas
se esfumen. ¿Por qué me daría miedo? Ya he pasado por algunas de las
cosas más aterradoras que la vida puede ponerte en el camino.
¿Cómo se logra entonces alcanzar el nivel de confianza que yo tengo en
mí mismo? ¿Cómo se logra mantener la calma en situaciones en las que
otros estarían bañados en sudor? No es física cuántica: la única forma de
alcanzar ese nivel de confianza es hacer el trabajo necesario. Punto.
¿En serio te has dedicado a aprender todo lo posible de tu campo? ¿Das
cien por ciento cada vez que entras a la oficina, te sientas en el salón de
clases o subes al escenario a hacer una audición? Si la respuesta es sí, ¿a
qué podrías tenerle miedo? Ya hiciste todo lo que podías hacer; ahora sólo
necesitas asegurarte de que el mundo lo reconozca.
Eso puede representar un enorme reto, sobre todo si no te educaron
desde pequeño para pensar que perteneces a esos espacios. Si no eres
blanco o no fuiste a la escuela “correcta”, es posible que tengas que
esforzarte aún más para recibir el crédito que mereces. No debería ser así,
pero así es… por ahora.
Tendrás que proyectar una confianza que indique que perteneces ahí,
que tienes las respuestas, aun si las personas con quienes estás hablando no
lo reconocen. Todo tu arduo trabajo no servirá para un carajo si no estás
listo —es más, si no estás decidido— para compartirlo con el mundo.
Te pondré un ejemplo: un tipo en la industria musical, a quien tengo
años de conocer, no ha logrado traducir todo su trabajo arduo y talento en el
éxito que se merece. No mencionaré su nombre porque es un gran tipo y no
quiero dañar su confianza. (¿Ves? Estoy madurando.)
Comenzó en las calles, pero, gracias a su carisma, inteligencia y ética
laboral logró abrirse paso en la industria musical. Se acercó a varios
magnates que de verdad confiábamos en su juicio y gustos. Ganó buen
dinero y era respetado en la industria, pero nunca fue capaz de alcanzar el
mismo nivel de opulencia. Y sé que le resultaba muy frustrante.
Me pedía consejos, pero yo no lograba descifrar qué era lo que lo
detenía. Entonces, un día fuimos a una reunión con algunos ejecutivos
importantes de una disquera, tipos con trajes elegantes y costosos cortes de
cabello que les infundían una enorme confianza en sí mismos.
Tenían confianza, sí, pero en realidad no entendían el proyecto que
íbamos a discutir. Mi muchacho sí. De pies a cabeza, al derecho y al revés.
Habíamos pasado horas hablando de ello, y él lo entendía en el papel y en
las entrañas. Por eso lo llevé conmigo; él podía articular mejor que yo lo
que se necesitaba hacer.
Esperaba que los impresionara, pero, cuando los ejecutivos comenzaron
a hacer preguntas y presentar ideas, se quedó cruzado de brazos. No dijo ni
pío. Cualquiera habría pensado que era sólo un amigo que había ido para
acompañarme y no que en realidad era el único experto en el tema de la
reunión.
En un principio no logré descifrar qué estaba haciendo (o, más bien, no
haciendo). Luego lo entendí: tenía miedo. Tenía miedo de levantar la mano
porque no quería dar una respuesta equivocada. Había hecho todo el
trabajo, pero, frente a la confianza de esos ejecutivos, perdió toda la fe en sí
mismo. Y eso significó que los ejecutivos nunca lo notaran; no hicieron una
nota mental para ponerle atención; nunca le ofrecieron la plataforma que
buscaba y que merecía.
En vez de eso, se quedó atascado en el mismo lugar. Era un buen lugar
al que a mucha gente le habría gustado llegar, pero no era el lugar al que él
aspiraba. Estaba atorado en un nivel que no cuadraba con sus habilidades.
Cuando el dinero de la industria musical comenzó a dejar de fluir, él se
quedó en una posición muy vulnerable. Si hubiera alcanzado el nivel de
magnate, habría estado bien; tendría guardado un fondo de emergencias.
Pero la emergencia llegó y él no estaba preparado. Fue uno de los primeros
en perder su trabajo. (Es genial ser un ejecutivo muy bien pagado, pero,
cuando las cosas se ponen feas, son las primeras cabezas que ruedan. A
veces es mejor ganar un poco menos.) Hoy en día intenta ganarse la vida
como consultor, pero está fuera de toda la acción y se está haciendo viejo en
un espacio que privilegia a la juventud.
No cometas el mismo error. Si hiciste el trabajo y sabes de lo que
hablas, ¡levanta la puta mano! ¡Siempre! No hay nada peor que ser el que
ha pasado horas —incluso de su tiempo libre en casa— estudiando los
reportes de la compañía y, cuando tu jefe pregunta por esa información,
dejes que alguien más se la dé.
Es muy probable que esa persona no se haya esforzado tanto como tú,
pero también que no tenga miedo a equivocarse. Por eso, cuando tu jefe ve
a esa persona, ve a alguien activo, alguien que participa, alguien que parece
apasionado. Cuando te ve a ti, no sabe qué pensar. Tal vez no piense en
nada.
No es justo, pero esa persona que sí levantó la mano conseguirá un
ascenso antes que tú; conseguirá una oficina propia antes que tú; usará esa
oportunidad para negociar un mejor trabajo con la competencia antes de que
tú siquiera consigas un aumento de sueldo. Tú estabas mejor capacitado y
más preparado. ¡Pero no se lo demostraste al mundo porque te daba miedo!
Ese miedo evitará que obtengas el verdadero valor de tu trabajo. No
permitas que eso ocurra.
En la otra cara de esa moneda está la persona que levanta la mano
demasiado rápido. Lo hace porque teme que alguien más reciba el
reconocimiento antes que él o ella. Así que, aunque no sepa la respuesta,
dirá algo.
También conocí a alguien así. Entrábamos a una reunión y se lanzaba a
gritar soluciones antes de que alguien hubiera siquiera identificado el
problema. Sólo quería que lo escucharan. Siempre que empezaba a hacerlo,
yo sólo movía la cabeza y pensaba: “Carajo, ¿qué te pasa?”. Llegó un punto
en el que tuve que decirle a Chris Lighty, mi manager en ese entonces, que
dejara de llevarlo a las reuniones. Fue una lástima, pues era inteligente y
talentoso. Pero estaba esforzándose demasiado. Tenía tanto miedo de que
alguien más recibiera los reflectores que su actitud terminó por costarle
oportunidades.
Ser temeroso te hará tropezar de varias formas, tanto en la vida
profesional como en la personal. Por eso es esencial que identifiques las
cosas que te dan miedo y hagas el trabajo necesario para superarlo. En la
vida personal, liberarte de ese peso será un alivio enorme. No sabrás qué tan
grande era la carga que llevaste encima todos esos años hasta que la sueltes
de una vez por todas. En cuanto lo hagas, no sentirás nada más que libertad.
2

CORAZÓN DE BUSCAVIDAS

A los que esperan pacientemente podrán llegarles cosas, pero sólo serán las sobras que
dejan los que avanzan.
—Anónimo

E n 1978, una joven brasileña llamada Maria das Graças Silva obtuvo una
pasantía en Petrobras, la petrolera y gasera más grande de su país. No le
pagaban, pero esa pasantía representaba un logro enorme para Graças Silva.
Había nacido en una de las infames favelas de Río, los barrios brasileños
asediados por la pobreza extrema que hacen que el Southside de Queens
parezca Beverly Hills. Pasó su infancia recolectando trapos y chatarra para
ayudarle a su familia a pagar su educación. La pasantía representaba un
camino para escapar de los barrios bajos y llegar a un mundo mejor. Estaba
decidida a dar todo de sí.
Graças Silva (después conocida como Graças Foster) terminó pasando
más de treinta años en Petrobras. No le fue fácil ascender por la escalera
corporativa; Brasil tiene una notoria cultura machista en la que las mujeres
con frecuencia enfrentan acoso y discriminación. Pero ella no dejó que nada
de eso la detuviera. Había vivido cosas peores en la favela y estaba decidida
a trabajar más que todos los hombres contra quienes competía. Su
determinación era tal que se ganó el apodo de “Caveirão”, el término que
los brasileños usan para referirse a los vehículos blindados que la policía
usa para dispersar criminales en las favelas. En otras palabras, Maria era
como un tanque: constante, firme y fuerte. Era una trabajadora incansable
que seguía adelante sin importar qué obstáculos encontrara en el camino.
Cuando Graças Silva comenzó a trabajar en Petrobras no gozó de
ninguna ventaja. Venía de las favelas, no de uno de los barrios elegantes del
país. Nunca entraría a formar parte del club de Toby de los ejecutivos de
Petrobras. Tenía todo en su contra. Y todo eso lo superó trabajando más
fuerte que la competencia. Le tomó más de treinta años, pero su ética
laboral la llevó a la cima de su industria.
En 2012, la nombraron ceo de Petrobras y se convirtió en la primera
mujer del mundo en encabezar una de las principales petroleras del mundo.
Forbes la nombraría la decimosexta mujer más poderosa del mundo,
mientras que la revista Time la incluyó en su lista de las cien personas más
influyentes. Después de una infancia recogiendo basura, logró convertirse
en una de las personas más poderosas del mundo.
Cuando le preguntan cómo superó tantos obstáculos, siempre dice que
la respuesta es sencilla: “Ha sido una larguísima historia de trabajo arduo y
sacrificio personal”.

Decir que el trabajo arduo es el ingrediente principal del éxito parece un


cliché, pero es una verdad fundamental que necesitamos repetir una y otra
vez. Si no estás afanándote con todo lo que tienes, nunca alcanzarás todo tu
potencial en la vida.
Ninguna de las estrategias contenidas en este libro que tienen que ver
con trabajar de forma más astuta —construir un grupo sólido, aceptar la
evolución, saber cuál es tu valor o controlar la percepción— puede
implementarse de modo adecuado si no empiezas a afanarte tan tenazmente
como te sea posible.
La ética laboral intachable es el único rasgo que todas las personas
exitosas comparten. Nunca he conocido a nadie que esté en la cima de su
industria que no tenga un compromiso total con su trabajo y que no esté
dispuesto a dar nada menos que el máximo.
Sí, hay personas que triunfan gracias a su talento, a la suerte, a las
circunstancias o a una herencia. Pero esas personas nunca logran aferrarse
al éxito.
Es posible que veas una foto de mi auto nuevo o una vista desde mi
apartamento en Instagram con el hashtag #workhardplayharder (#trabajadur
ojuegamasduro ). Los autos y la vista son reales, pero el hashtag es falso. La
verdad es que me esfuerzo más por trabajar que por divertirme. Y es porque
disfruto más trabajar. Mi actitud con respecto a mi carrera es “silba mientras
trabajas”. Todas las jornadas de dieciocho horas en un set son divertidas
para mí. Cada sesión nocturna en el estudio es una dicha. Cada llamado a
las 4:30 a.m. es una bendición y una señal de que tengo una oportunidad
más para hacer lo que amo.
Me aburro con facilidad cuando no estoy trabajando. Hay lugares a los
que me gusta ir de vacaciones —Montego Bay, Miami y Dubái, por
ejemplo—, pero lo primero que empaco no es el traje de baño, sino mi
computadora. Sé que después del primer día de andar en jet skis o de pasar
el rato en el spa, estaré listo para volver a trabajar. Descifrar cuál será el
siguiente negocio, trabajar en el próximo libreto o planear el siguiente disco
me resulta más emocionante que cualquier playa u hotel de cinco estrellas.
Mi ética laboral puede resultarles complicada a quienes me rodean. En
más de una ocasión, después de un largo día en la oficina seguido de una
noche en el estudio, mi chofer me ha dejado en casa a las 3 a.m. Sea como
sea, siempre le digo: “Hey, hermano, regresa por mí para ir al gimnasio a
las 5 a.m.”. Sé que eso significa que él sólo podrá tomar una breve siesta en
el auto, pero, si quieres estar a mi lado, tienes que estar preparado para
noches así. No conozco otra velocidad que no sea la máxima. Por eso
mucha gente que ha trabajado conmigo me compara con un robot o una
máquina. Soy de carne y hueso como cualquier otro; simplemente quiero
las cosas más que los demás. Lo que en verdad me separa del resto es que
estoy dispuesto a trabajar más duro y hacer más sacrificios que el noventa y
nueve por ciento de la población.
Piénsalo bien: tengo buen oído y un estilo pegadizo, pero debo admitir
que no soy el rapero más talentoso del mundo. Nunca seré tan lírico como
Nas ni tan gracioso como Biggie. Y, aunque me precio de siempre estar en
forma, sé que tampoco soy el artista mejor parecido en la industria.
A pesar de que estoy orgulloso de Power , sé que me falta mucho para
llegar a estar en el mismo nivel que algunos productores de televisión
legendarios.
Entonces, a pesar de no ser el más talentoso, el más guapo ni el más
experimentado, ¿cómo es que sigo alcanzando el éxito en tantas áreas? Me
esfuerzo tanto como puedo, todos los días, todo el día.
Mucha gente podrá rapear mejor que yo, actuar mejor que yo o ser más
inteligente que yo, pero nadie —nadie — trabajará más arduamente que yo.
COMPROMETERSE CON UN ESTILO
DE VIDA LIMPIO

No basta con decir que quieres trabajar duro. Tienes que comprometerte a
tomar decisiones relacionadas con tu estilo de vida que te permitan tener la
energía, la concentración y la resistencia para hacer el trabajo. Mucha gente
valora su estilo de vida por encima del trabajo y después se pregunta por
qué no logra salir adelante.
Hay una razón por la que soy capaz de levantarme e ir al gimnasio
después de haber dormido sólo dos horas, o por la que tengo la fuerza
suficiente para trabajar jornadas consecutivas de dieciocho horas: una de
mis prioridades es tener un estilo de vida limpio.
Contrario a la mayoría de mis colegas, suelo abstenerme de beber
alcohol. Tomo un trago de vez en cuando, pero eso es todo. Nunca he
faltado a una sesión de entrenamiento, a una reunión ni a un vuelo matutino
porque bebí demasiado la noche anterior.
Eso no me impide salir de fiesta; sigo yendo al club a bailar.
Simplemente no necesito alcohol para divertirme. Si estoy en un evento
promocionando coñac Branson o champaña Le Chemin du Roi o alguna
otra marca de licor, sigo siempre la misma rutina: les sirvo tragos de una
botella de champaña a todos los que están en el área vip conmigo. Cuando la
botella se vacía, se la doy a uno de mis muchachos para que, de forma
discreta, la llene de ginger ale. Paso el resto de la noche con esa botella en
la mano. Le doy un trago cada tanto sólo para mantener el ánimo, pero lo
que estoy bebiendo es Canada Dry.
Mi energía es la misma que la de todo el mundo. Sonrío, me río e
incluso me muevo un poco con la música. También estoy al pendiente de
todo lo que ocurre a mi alrededor, mientras hago cientos de microcálculos
mentales.
Muchos artistas quieren alejarse del club cuando se hacen famosos. Ese
mundo comienza a parecerles demasiado caótico, demasiado peligroso.
Prefieren quedarse en casa que estar en un espacio caliente y sudoroso en el
que la energía está a tope, donde algo malo siempre podría desatarse. Ése
nunca ha sido un problema para mí. Siempre tengo la cabeza bien puesta y
no se me nubla el juicio. Puedo ver los problemas a kilómetros y estar bien
lejos antes de que cualquier situación se torne riesgosa.
La verdadera ventaja es pasar el rato con la gente. El club siempre ha
sido y siempre será la incubadora de las tendencias futuras en el hip-hop. Es
muy difícil mantenerte vigente y conectado con la cultura si te da miedo
salir y absorber la música que está sonando en el club.

Mantenerte sobrio en un ambiente en el que todos los demás están bebiendo


puede abrirte todo tipo de puertas. Digamos que tu jefe invita a todos en la
oficina unos tragos un viernes por la noche. En condiciones normales,
podrías sacar el máximo provecho de la tarjeta de crédito de la empresa y
emborracharte. Es comprensible; trabajaste muy duro toda la semana y
quieres desahogarte un poco. Hacerlo con el dinero de la compañía lo
vuelve mucho más atractivo.
Sin embargo, la próxima vez que recibas esa invitación, por tentador
que sea que tu jefe te compre una cerveza o un vodka con jugo de arándano,
pide agua mineral. Ni siquiera necesitas anunciar lo que estás haciendo.
Ponle una rebanada de limón y parecerá que estás disfrutando un gin tonic.
Conforme la noche avance, es probable que comiences a darte cuenta de
lo descuidados que empiezan a volverse los demás, cómo comienzan a dejar
las fachadas que tanto se habían esforzado por mantener en la oficina. Si
buscabas información sobre tus compañeros —e incluso sobre tu jefe—, ése
es el momento para conseguirla. Tus colegas, por lo general callados y
discretos, estarán más que felices de contarte en qué proyectos están
trabajando y qué oyeron al jefe decir sobre el futuro de la compañía. Con un
par de tragos encima, la mayoría de la gente te dirá casi todo sin necesidad
de torcerle el brazo.
Más allá de la ventaja competitiva que trae consigo no beber, también
estoy extremadamente consciente del daño que puede provocar el abuso en
el consumo de alcohol. Lo he visto de primera mano. Cuando me mudé a la
casa de mi abuela después de que muriera mi madre, varios de mis tíos y
tías ya eran alcohólicos.
Tenía un tío en particular que era un buen tipo la mayor parte del
tiempo, pero con dos copas encima de pronto se convertía en Marvin
Hagler. Cualquier comentario, sin importar qué tan inocente fuera, lo
tomaba como un insulto y empezaba a lanzar golpes, aunque fuera con un
niño de nueve años.
Mi reacción fue mantenerme lejos de su camino tanto como pudiera,
pero aun a la distancia veía con claridad cómo el alcohol sacaba a la luz sus
debilidades y le daba un carácter inestable. Y no era sólo él; sin importar a
donde mirara, parecía que todas las personas de mi familia inmediata eran
propensas al alcoholismo.
Hay mucha evidencia que sugiere que el alcoholismo es hereditario. Si
sospechas que lo traes en los genes, tomar sólo ginger ale no sólo te permite
sacar ventaja en los negocios, sino también evitar una vida entera de
disfunción y adicción.

Otra ventaja que tengo frente a la competencia, sobre todo en el hip-hop, es


que no toco las drogas.
Según algunos raperos, las drogas abren caminos hacia la creatividad y
juran que hacen su mejor trabajo cuando las consumen. Quizá se sientan
así, pero, en mi experiencia, las drogas terminan por convertirse en una
muleta, algo en lo que los raperos se apoyan cuando se sienten inseguros o
les falta concentración. Quizá sea útil cuando vas empezando, pero nunca
llegarás muy lejos si necesitas una muleta para avanzar.
Lo veo a diario en el estudio. Conozco a demasiados raperos que en
verdad no se creen capaces de hacer buena música sin estar drogados. No
conciben entrar a la cabina si no hay alcohol para tomar o hierba para
fumar. Les aterra que, sin esa ayuda, no podrán hacer lo suyo ni conectar
con la música que están intentando hacer.
Lo que yo siempre he pensado es: “Supón que esa muleta no está a la
mano”. ¿Y si estás en el estudio y de pronto recibes una llamada en la que
te avisan que Dr. Dre está en camino y quiere que grabes unos versos para
él? ¿O que Just Blaze, Timbaland o Mustard van a caer de visita? ¿Le dirás
a uno de esos monstruos que no puedes grabar nada hasta que alguien salga
a comprarte una botella o hasta que tu dealer traiga tu hierba? Para cuando
tu muchacho regrese con tus estupefacientes, la oportunidad se habrá
esfumado.
Si eres un verdadero creador, tienes que poder practicar tu oficio en
cualquier situación. Es imperativo que seas capaz de crear tu propia zona de
confort sin depender de ninguna sustancia. Sí, quizá creas que la marihuana
te hace mejor escritor o que el licor te ayuda a ser tú mismo, pero también
necesitas la confianza para saber que puedes lograrlo sin ellos. De otro
modo, nunca tendrás el control absoluto de la situación.
Sin importar en qué circunstancia o contexto te encuentres, no querrás
depender de nada —ni de nadie— para sentirte cómodo y bajo control. Esa
seguridad siempre debe venir de adentro y no de una fuente externa.

Quiero ser muy claro: no juzgo a quien le gusta fumar o beber. De hecho,
con gusto te venderé una botella de Le Chemin du Roi para ayudarte a
celebrar la próxima vez que salgas de fiesta. Lo único que pido es que seas
honesto al evaluar el papel que desempeñan las drogas o el alcohol en tu
vida. Hay personas que genuinamente son bebedores o fumadores
“sociales”; disfrutan hacerlo en algunos contextos, pero no tienen ningún
problema con no hacerlo. Pueden tener una botella de alcohol en la cocina o
una bolsa de hierba en el clóset, y nunca sentir la necesidad de consumirlas.
Yo puedo tener cajas de Branson o de Le Chemin de Roi en mi oficina y
no pensar en ellas hasta que organizamos un evento. Otros podrían sentirse
tentados a abrir una botella cada vez que pasen por ahí o beberse una
botella entera cuando nadie los ve.
Si el alcohol o las drogas tienen ese tipo de poder sobre ti, es importante
que lo confrontes. Requerirá mucha disciplina y concentración, pero es
posible forjar un estilo de vida en el que no necesites alcohol ni drogas
como combustible para hacer las cosas.
Entiendo también que puede ser abrumador ser el único de tu círculo
social que no fuma ni bebe. Sí, puede ser difícil, pero yo he sido esa
persona durante años y siempre he logrado abstenerme, así que sí es
posible.
Dudo que haya alguien en la historia de la humanidad que haya
rechazado más porros y tragos que yo. He pasado horas en los “cafés” de
Ámsterdam, con todos los miembros de G-Unit fumando junto a mí porros
tan gruesos como el brazo de un bebé. Quizá me haya mareado con el humo
de segunda mano, pero nunca la fumo. Snoop Dogg, B-Real, Redman,
Method Man, Whiz Khalifa… he estado con todos ellos y más. La pasamos
muy bien, pero siempre elijo no fumar con ellos. Y no vayas a pensar:
“Bueno, te dejan en paz porque eres 50 Cent”. Nada más alejado de la
realidad. Todos quieren ser el primero en hacerme fumar. Soy como la chica
bonita que no sale con nadie, así que todos me invitan, pero yo sigo
diciendo que no.
Por ejemplo, hace poco hice mi fiesta Tycoon en Nueva York, y Snoop
fue uno de mis invitados especiales. Así que, cuando intentó hacerme llegar
uno de sus porros, todos los que estaban a nuestro alrededor comenzaron a
gritar y aplaudir para incitarme a fumar. No queriendo arruinar el ambiente,
le di un buen jalón… pero guardé el humo en la boca antes de sacarlo.
Hasta ahí llegó. Estoy seguro de que Bill Clinton ha inhalado más humo de
marihuana que yo.
A todo el mundo le emocionó que hubiera fumado, pero no estaba
dispuesto a inhalar en realidad ese humo, mucho menos algo tan fuerte
como lo que fuma Snoop. Las pocas veces que he fumado hierba me ha
puesto sumamente paranoico. ¿Por qué, entonces, querría estar drogado y
rodeado de mil personas apretujadas en un evento del que yo estaba a
cargo? De haber inhalado, no habría disfrutado la música; habría perdido la
cabeza por todas las cosas que podrían salir mal en mi evento. Siempre
estoy más cómodo cuando todo en el ambiente está bajo mi control. Y eso
es muy difícil de lograr si estás drogado.

Para poder estar genuinamente en una posición que te permita afanarte con
todas tus energías a diario, no basta con evitar (o reducir) el consumo de
alcohol o hierba. También es necesario hacer un esfuerzo consciente por
cuidar el cuerpo, sobre todo cuando empiezas a envejecer. La mejor manera
de hacerlo es comiendo bien y haciendo ejercicio.
Mi dieta es bastante sencilla: evito los carbohidratos y la comida
procesada, y me concentro en elegir tanta comida orgánica y verduras como
sea posible. No soy muy aficionado al desayuno, así que un licuado o
malteada de proteínas me basta en las mañanas. Para la comida, por lo
general elijo una ensalada. Si salgo a cenar, algo que me es muy difícil
evitar, pido algo como un wrap de pollo y lechuga o un filete con
espárragos. Quizá no sea la dieta más emocionante, pero es lo
suficientemente sencilla como para conseguir una versión de ella casi a
diario y contiene ingredientes que están en la mayoría de los menús en
Europa y Estados Unidos. La constancia y la disponibilidad son importantes
cuando pasas mucho tiempo fuera de casa y te enfrentas a la tentación
constante de desviarte de tu régimen.
Si bien puedo desviarme de mi dieta de vez en cuando, mi disciplina
para con el ejercicio es religiosa. Sin importar hasta qué tan tarde me haya
quedado en el estudio o en el club la noche anterior, siempre iré al gimnasio
en la mañana. A veces cambio de gimnasio (de hecho, soy miembro de dos
diferentes cerca de mi departamento) sólo para que las cosas no se vuelvan
repetitivas o se sientan monótonas. Si salgo de gira, voy al gimnasio del
hotel o rento un estudio privado. No importa si tengo jet-lag y problemas
para ajustarme al horario, o si no he dormido bien porque extraño mi cama.
No hay pretextos; siempre hago ejercicio.
Casi a diario tengo una sesión con mi entrenador personal que puede
incluir ejercicio sin peso, como lagartijas, barras, saltar cuerda, golpear con
el mazo y pegarle a un saco de boxeo. Luego, cuando termina esa sesión,
me quedo en el gimnasio y hago pesas por mi cuenta.
Mi rutina habitual implica levantar pesas con descansos muy breves
entre series. Eso me permite tonificar el cuerpo y hacer cardio al mismo
tiempo. Si me estoy preparando para un papel en el que debo verme muy
marcado, entonces trabajo con más peso para aumentar la masa muscular.
Si estoy intentando perder peso para un papel o para una sesión de
fotos, correr se vuelve parte de la rutina también. Por lo general, procuro
recorrer entre cinco y seis kilómetros por sesión. Si estoy en casa, suelo
correr en una caminadora en el gimnasio. De lo contrario, con frecuencia
troto en las calles alrededor de mi hotel. Es una buena forma de salir sin
llamar demasiado la atención. Ha habido ocasiones en las que los fans
abarrotan la entrada del hotel, esperando verme, y yo he pasado trotando
junto a ellos sin que me reconozcan. Todos esperan verme llegar en una
limusina, no que corra junto a ellos en pants y sudadera.
Contrario a mucha gente, no busco energía adicional en la cafeína. El
café nunca ha sido lo mío, y no me verás vaciando botellas de Coca-Cola
Zero durante el día (aunque sí disfruto beber un ginger ale con mi
ensalada). Obtengo la energía del ejercicio, y esa hora o dos horas en la
mañana son suficientes para mantenerme bien durante el resto del día.
En mi caso, el ejercicio no sólo es bueno para la salud, sino que también
es una herramienta de negocios esencial. En pocos lugares me vienen a la
mente ideas tan lúcidas como en el gimnasio. No estoy mirando el teléfono
ni me distraen las llamadas ni debo atender a alguien que entra a mi
despacho para preguntarme algo. El tiempo en el gimnasio me da la
oportunidad de pensar en lo que tengo por delante ese día. En vez de ir a la
oficina tallándome los ojos para despertar y sintiéndome desorientado,
cuando llego ya siento que tengo control de todo, estoy lleno de energía y
me siento mentalmente preparado. Si quieres lograr algo, sólo se vale llegar
a trabajar en esas condiciones.

Un aspecto de mi estilo de vida que sé que debo mejorar es dormir tanto


como sea posible. Cuando me enfoco en un proyecto, me convierto en
robot. Soy capaz de trabajar dieciocho horas seguidas sin siquiera sentirme
cansado. Me encanta saber que estoy trabajando más que la competencia,
pero también sé que debo lograr que el sueño sea una prioridad. Como
tantos otros fans de Nas, me voló la cabeza el verso “never sleep, ’cause
sleep is the cousin of death” (Nunca duermo, porque el sueño es primo de la
muerte). Sonaba tan profundo y misterioso que mucha gente comenzó a
asociar el pasar la noche entera en vela y andar siempre con el tanque vacío
con el estilo de vida de un buscavidas.
Contribuí a esa falsa idea durante muchos años. Solía decir cosas como
“dormir es para los pobres” y “no me gusta dormir porque podría perderme
la oportunidad de convertir un sueño en realidad”. La motivación básica
detrás de esos mensajes era correcta: si quieres ganar, tienes que estar
dispuesto a esforzarte más que la competencia. Pero no debí haber asociado
la idea de afanarse con la de dormir menos. En años recientes, he aprendido
que algunas de las personas más exitosas del mundo son grandes defensoras
del sueño. Jeff Bezos dice que dormir ocho horas es una de sus prioridades,
pues le permite pensar de forma mucho más clara. La directora de
operaciones de Facebook, Sheryl Sandberg, también prioriza dormir
siempre lo suficiente, pues dice que, si bien pasar toda la noche despierta
puede ayudarle a hacer más cosas en el momento, a la larga resulta ser una
estrategia “contraproducente” que hace que la gente se sienta “ansiosa,
irritable y confundida”. Es un concepto del que el ceo de Google, Eric
Schmidt, también hace eco cuando dice: “El verdadero secreto es que la
gente más exitosa está consciente de lo que su cuerpo necesita y duerme
siempre que es necesario”.
Estoy intentando aprender de esos líderes y ajustar mi enfoque. Tal vez
podía seguir funcionando con pocas horas de sueño cuando era más joven,
sobre todo porque no bebo ni fumo, pero ahora entiendo que es un atajo que
ya no puedo seguir tomando.
Una forma en la que he mejorado ese enfoque es yéndome a la cama
alrededor de la medianoche todos los sábados. Luego, me permito dormir
hasta tarde el domingo —las nueve o diez—, pues es el único día en que no
tengo nada agendado en las mañanas. Mi meta a futuro es extender esas
nueve horas de sueño a dos o tres veces por semana. Estoy seguro de que, si
logro dormir esas horas adicionales, seré aún más productivo cuando esté
despierto. ¡Buena suerte a toda la competencia que trata de seguirme el
paso!

Muchos de los pasos que recomiendo en este capítulo —sobriedad,


ejercicio, alimentación y dormir lo suficiente— pueden parecer intimidantes
si no son parte de tu estilo de vida todavía.
No dejes que eso te desanime. Soy un firme creyente de que no importa
qué tan enormes parezcan, hay muy pocos hábitos negativos que no puedan
romperse en treinta días. Siempre que intento mejorar algún aspecto de mi
vida, la meta que me pongo es de treinta días. Y siempre he logrado cumplir
el objetivo en ese plazo.
La clave está en cómo te enfrentas a la idea de ajustar el hábito.
Digamos que estás intentando mejorar tu dieta, reducir tu consumo de
alcohol o pasar menos tiempo en redes sociales. Hacer grandes
declaraciones como: “Hoy dejo de fumar hierba” o “Voy a volverme
vegano” no es productivo. Ese tipo de pronunciamientos pueden sonar bien
en el momento, pero también resultan tan ambiciosos que te das por
vencido antes de que la transformación comience en realidad.
En vez de decir “Ya no voy a fumar hierba”, puedes decir “No voy a
fumar este mes”. Luego, concéntrate en la semana que tienes por delante. Si
ves que en tu calendario hay una fiesta en la que sabes que todos van a
fumar, decide no asistir. En vez de ir, haz algo con tus amigos no
fumadores.
Después, echa un vistazo a lo que tienes planeado para la semana
siguiente. ¿Fumar antes de ir al club es uno de tus rituales? Planea entonces
una semana en la que tengas otras cosas que hacer durante la tarde. O
quédate en casa a ver televisión si crees que estar con fumadores será
demasiado tentador. Ponte al corriente con las series que has querido ver.
Mejor aún, ve al gimnasio en las noches. En un parpadeo estarás a la mitad
del camino hacia la meta.
Si logras tener esa confianza en tu compromiso, para la tercera semana
será pan comido. Tu evolución llevará cierto empuje. En vez de estar
diciendo: “Caray, quiero encender un porro” todo el tiempo, serás capaz de
evaluar adecuadamente cómo es tu vida sin estar drogado. Quizá se sienta
tan natural que estarás listo para hacer un cambio permanente en tu estilo de
vida. O quizá digas: “Tal vez no necesito dejar la hierba por completo. Sólo
tengo que poner límites a cómo y cuándo la consumo”.
Esa conversación será mucho más productiva en el día treinta que en el
día uno. Sea lo que sea que quieras mejorar o corregir, comprométete con
ello durante treinta días y evalúa cómo cambia tu perspectiva. Date la
oportunidad de identificarte con algo distinto. Verás que algunas de las
cosas “sin las cuales no puedes vivir” en realidad eran un obstáculo entre tú
y una mejor versión de tu vida. Cuando rompas esos hábitos, te sorprenderá
todo lo que puedes lograr al liberar tu enfoque y dedicarle todo tu esfuerzo
a tu trabajo.

ENCONTRAR TU ENFOQUE

El trabajo arduo y la dedicación son dos de las características que


comparten los verdaderos buscavidas. La otra es la concentración: si no
logras enfocarte y encauzar tu trabajo arduo, no importa cuánto te afanes,
porque no lo estarás haciendo de forma inteligente.
Uno de mis ejemplos favoritos de alguien que fue capaz de combinar el
trabajo duro con la concentración es un caballero de nombre Isaac Wright
Jr. A principios de los noventa, a Isaac lo sentenciaron a cadena perpetua
por supuestamente ser un capo de la droga. De hecho, fue una de las
primeras personas en Nueva Jersey en ser sentenciadas bajo ese nuevo
estatuto. El único problema era que Isaac en realidad era inocente.
Isaac se negó a aceptar su sentencia y comenzó a buscar formas de
anularla. A pesar de que no tenía formación legal, se dispuso a aprender
derecho en la biblioteca de la prisión. Aprendió tanto que comenzó a
trabajar como asistente legal en los casos de otros convictos, ayudando a
que se revirtieran las sentencias de varios de ellos.
Llegó a solucionar su propio caso, pero aún había otros cargos que
amenazaban con mantenerlo tras las rejas setenta años más. Isaac siguió sin
darse por vencido. Logró al fin encontrar a un oficial de policía que había
testificado en su contra que estuvo dispuesto a admitir que había actuado de
forma incorrecta y había ocultado evidencia. Nadie es capaz de lograr que
un policía se delate, pero Isaac lo hizo. Fue una victoria increíble —sin
precedentes, a decir verdad— y, después de nueve años tras las rejas y el
suicidio de uno de los fiscales involucrados en su caso, Isaac obtuvo su
libertad. Hoy ejerce como abogado en Nueva Jersey, el mismo estado que lo
sentenció de forma injusta. Su historia me parece tan poderosa que
desarrollé junto con abc un libreto para una serie basada en su historia, el
cual titulé For Life .
Hay demasiadas personas encarceladas de manera injusta que nunca han
estado cerca de luchar como lo hizo Isaac. La única esperanza para la
mayoría de las personas en esa situación es encontrar una organización de
defensa de los derechos de los presidiarios o un despacho legal que tome su
caso pro bono . Isaac no estaba dispuesto a esperar a que alguien más
decidiera si valía la pena luchar por su vida. Tomó su destino en sus propias
manos.
¿Qué le permitió a Isaac lograr lo que tantos otros convictos no
pudieron? La combinación de trabajo arduo y enfoque. Cuando lo
encerraron, Isaac no perdió el tiempo discutiendo con los demás prisioneros
quién era el mejor rapero, ni escribiéndole cartas a su ex en su celda, ni
pasando el rato en el patio. Pasó cada segundo libre que tuvo aprendiendo
sobre leyes. Se negó a que cualquier distracción se interpusiera entre él y su
objetivo. No tenía la menor duda de qué era lo que debía hacer: si no estaba
comiendo, durmiendo o trabajando, tenía la nariz metida en esos libros.
En un principio fue difícil. Los libros de derecho no están escritos para
aficionados; no cualquiera puede entenderlos sin tener educación previa.
Pero, con el tiempo, el lenguaje de los textos comenzó a fluir con más
facilidad. Conforme Isaac empezó a trabajar con los abogados y ver cómo
ayudaban a los otros presos, se fue emocionando. Eso generó un aliento que
lo impulsó a estudiar con más ahínco aún. Terminó cursando los cuatro años
de la carrera de derecho en tan sólo dos gracias a su enfoque inamovible.
Una vez que tuvo toda la información a la mano, pudo poner en marcha el
proceso que derivaría en su liberación.
Nada de eso habría ocurrido si Isaac se hubiera permitido sentirse
derrotado. Si en algún punto del proceso hubiera sentido confusión respecto
a lo que intentaba hacer, no habría podido forjar su propia llave para
marcharse. Todo sucedió gracias a su determinación para salir de la cárcel.
La historia detrás del viaje de Isaac era perfecta para la televisión. Cuando
hicimos una proyección de muestra del piloto, recibió una de las reacciones
más positivas en la historia de la cadena. No me sorprende; la forma en que
Isaac se esforzó para recuperar su vida es inspiradora.
No olvides que Isaac no se estaba afanando por joyas, autos o casas.
Estaba esforzándose en busca de la meta más importante del mundo: su
libertad. Y, gracias a su enfoque, fue capaz de conseguirla a pesar del
sistema corrupto que puso todo en su contra. Sí, Isaac era un buscavidas, un
capo incluso, pero no de la forma en la que el gobierno quiso retratarlo.
Estaba luchando por su libertad.
La historia de Isaac debe obligarte a hacerte esta pregunta: ¿qué podría
lograr yo con ese mismo nivel de concentración? ¿Y si paso siete u ocho
horas al día trabajando en algo sin distracciones? ¿Sin guardias
ordenándome que apague las luces a las 10 p.m.? ¿Sin retortijones por la
horrenda comida de la cárcel ni dolores de espalda causados por los raídos
colchones? ¿Sin alguien en la celda de al lado que me mantenga despierto
todas las noches mientras lucha contra sus demonios internos? ¿O haciendo
un escándalo cuando se masturba con la asquerosa mayonesa de la cocina?
¿Qué podría lograr sin esas distracciones?
Considera después las distracciones que están evitando que te afanes tan
duro como puedes. Ahora mismo. ¿Perder el tiempo en redes sociales?
¿Discutir con tu novio? ¿Sentir ansias de forjar un porro? ¿Dormir hasta
tarde porque estuviste bebiendo la noche anterior?
Si pudieras usar sólo una fracción de la concentración y el enfoque que
tuvo Isaac, después de apenas un mes comenzarás a sentir el mismo empuje
que él. Esa ola puede levantarte y llevarte hasta tus metas.
LA PASIÓN CONDUCE A LA
PERFECCIÓN

Algo que siempre intento evaluar en mis nuevos socios es lo que llamo la
“actitud de pasión”; es decir, qué tanto les apasiona que las cosas se hagan.
Alguien con una actitud de pasión débil sin duda se dejará vencer en cuanto
enfrente una ligera resistencia. No me interesa en lo más mínimo rodearme
de gente con ese tipo de energía.
Alguien con una actitud de pasión fuerte, por el contrario, se meterá de
lleno. Plantará los pies y cuadrará los hombros. No importará qué tanta
resistencia oponga el mundo, ni cuánta negatividad le arrojen; no va a
retroceder un centímetro. Ésa es la energía con la que quiero trabajar. Ésas
son las personas en quienes quiero invertir mi dinero. Una actitud de pasión
fuerte es lo que separa a los buscavidas de las personas que parecen estar
estancadas siempre en el mismo lugar.
La pasión fue lo que me permitió perder más de veinte kilos para
representar a un jugador de futbol americano que estaba muriendo de cáncer
en la película All Things Fall Apart . En nueve semanas pasé de 97 a 72
kilos, con ayuda de una dieta líquida y corriendo en la caminadora tres
horas al día. Ahora bien, eso quizá fue más fácil para mí de lo que habría
sido para una persona promedio —ya que me sentía más cómodo con las
dietas líquidas porque tuve que seguir una después de que me dispararan—,
pero no dejaron de ser un par de meses sumamente complicados. Empecé a
bajar de peso como loco, pero todos los días, cuando me miraba en el
espejo, lo único que pensaba era: “Necesito bajar más”. Me apasionaba
hacer mi papel a la perfección.
Una parte de mi motivación era personal. La historia estaba basada en la
vida de un amigo cercano, y yo necesitaba hacerle justicia. Pero la otra
parte era profesional. Nunca había recibido el reconocimiento como actor
que sí me había ganado en el mundo de la música. Por ende, no tenía la
misma confianza como actor que tenía como rapero o empresario.
Sin embargo, mi pasión por la actuación es tan grande como lo es mi
pasión por la música o los negocios. Hay algo en ese arte que siempre me
ha fascinado y que cautiva mi imaginación. Como a tantas otras personas de
mi generación, actores como Robert De Niro y Al Pacino, en sus papeles de
gángsters, fueron una enorme inspiración para mí. Me encantaba ver cómo
lograban transmitir cierta agresión con su lenguaje corporal. Yo quería
llevar esa misma energía a la pantalla.
Sabía que no tenía —y probablemente nunca tendré— el mismo talento
para actuar que Robert De Niro. Pero eso no me impediría hacer todo el
trabajo necesario. Había leído sobre cómo De Niro subió más de veinte
kilos para el papel que le valió un Oscar en Toro salvaje , así que, cuando vi
que mi papel en All Things Fall Apart requería que perdiera peso al pasar
por la quimioterapia, decidí comprometerme de forma física con el papel de
la misma forma que De Niro lo hizo en Toro salvaje .
No gané un Oscar —ni ningún otro premio— por All Things Fall Apart
. Pero no me importó. Me demostré a mí mismo que la actuación me
apasionaba lo suficiente como para hacer todo lo que el papel requiriera.
Algunos intentaron burlarse de mí —“Ese cabrón se cree De Niro o algo
así”— por esforzarme tanto para una película que terminó por no estrenarse
en cines. Pero esas burlas no me dan ni un segundo de pausa. Me queda
muy claro que no soy Robert De Niro. Aun así, voy a seguir trabajando para
llegar a ese nivel. Y, aun si nunca me otorgan un Oscar, mis películas han
ganado más de 500 millones de dólares en taquilla, un número que puedo
afirmar sin temor a equivocarme que a cualquier actor le gustaría ver junto
a su nombre.
De Niro fue, de hecho, una de las personas que me enseñó lo importante
que es la pasión para la actuación. En 2008, se suponía que protagonizaría
con él una película llamada Calles sangrientas . Me invitó a reunirme con
él en su departamento y me preguntó sin preámbulos si me estaba tomando
en serio la película. Quería saber si lo estaba haciendo sólo por dinero o por
fama. Le aseguré que me lo estaba tomando en serio; si quisiera dinero,
habría ganado más haciendo una gira de dos meses que estando en un set.
Aproveché la oportunidad para expresarle cuánto admiraba su trabajo y lo
mucho que me honraba la posibilidad de trabajar con él.
De Niro terminó por no participar en la película por un conflicto en su
calendario (lo reemplazó Val Kilmer, otro actor a quien respeto mucho),
pero nos hicimos amigos después de aquella visita. Al fin pudimos trabajar
juntos en la película Un crimen inesperado , en la que también participó
Forest Whitaker.
Sin embargo, esa visita a De Niro me dejó marcado. Él es una de las
figuras más grandes en la historia del cine, y Calles sangrientas habría sido
una película menor para él, pero de cualquier forma se tomó el tiempo para
llamarme y asegurarse de que me apasionara el proyecto que teníamos por
delante. Ésa es una de las razones por las que él es uno de los más grandes;
De Niro entiende que la película no tendrá éxito si hay un solo miembro del
elenco que únicamente piense en cobrar su cheque. Todo el mundo en el set
debe sentir la misma pasión por el proyecto.
La música es otra área en la que la pasión es fundamental. Piensa en
Tupac. No quiero faltarle al respeto, pero, si lo juzgamos sólo por sus
habilidades, podríamos decir que no fue uno de los MC más grandes de
todos los tiempos. No podía expresar con claridad la vida en las calles como
Nas, ni tenía la elegancia de Jay-Z, ni era tan gracioso como Biggie.
Tampoco podía soltar rimas con la fuerza y velocidad de Eminem. Lo que sí
tenía, y prácticamente desbordaba, era pasión. Cuando rimaba, exudaba
pasión. Aun si en realidad era un estudiante de arte haciéndose pasar por
pandillero, expresaba sus versos con tanta intensidad que cada palabra que
decía te llegaba al alma. Eso lo convirtió en uno de los más grandes de
todos los tiempos.
Muchos raperos han intentado convertirse en estrellas fingiendo ser
tipos rudos de la calle —Ja Rule, por ejemplo—, pero no tenían el mismo
compromiso que ’Pac. Sí, Ja gruñía mucho y se hacía llamar “asesino”, pero
no era verosímil. No tenía la misma hambre que ’Pac.
’Pac se comprometió con su pasión de la misma forma en que De Niro
lo hizo con sus papeles en Casino y Goodfellas . Podría decirse que el
compromiso de ’Pac era tal que terminó costándole la vida.
Yo busco esa misma pasión en las personas con quienes trabajo. Tal vez
no quiero que pongas tu vida en riesgo, pero sí que al menos lo consideres.
Podrá sonar dramático, pero ese nivel de compromiso es el que se necesita.

¿PARA QUÉ TE ESTÁS AFANANDO?

Hace poco, tras una frenética mañana llena de reuniones, negociaciones de


contratos y una sesión fotográfica, salí de mi oficina en Manhattan para
dirigirme a un estudio de filmación del otro lado del río, en Queens.
Mientras mi auto iba a paso de tortuga por el tráfico en FDR Drive, vi a un
hombre solitario jugado handball en una cancha cerca de la autopista. El
tipo no hacía más que golpear la pelota contra la pared, una y otra vez,
mientras la ciudad zumbaba desenfrenadamente a su alrededor. La escena
me pareció tan impactante que tomé mi teléfono y publiqué lo siguiente en
Instagram: “Hey. Acabo de ver a un hombre adulto oyendo música y
jugando handball en pleno día. Yo he estado trabajando en el teléfono. Su
vida debe de ser mejor que la mía”.
Por supuesto, internet me acusó de ser un troll , como suele hacer.
¿Cómo podría 50 Cent —en su vehículo de lujo, con aire acondicionado y
chofer— estar celoso de un tipo jugando handball?
Entiendo por qué algunas personas lo habrán tomado así, pero juro que
no estaba troleando. Cuando miré a ese tipo, vi a alguien haciendo ejercicio,
escuchando la música que le gusta, tomando aire fresco y disfrutando, todo
sin gastar un centavo.
¿Quién sabe? El tipo podría haber estado ahí porque su esposa lo echó
de la casa y no tenía a donde ir. O quizás acababa de perder su trabajo y
estaba golpeando la pelota sin parar para despejar la mente.
Lo único que sé es que, en el breve instante en el que lo vi a través de
mi ventana polarizada, la única energía que exudaba era de satisfacción. En
serio me hizo preguntarme: “Mierda, ¿en verdad este tipo me está ganando
en la vida?”.
Sentí una mezcla de envidia y competitividad porque parecía tener lo
que yo más ansío en la vida: libertad .
La libertad para hacer lo que quiera, cuando quiera y como quiera.
A pesar de las joyas, los relojes, los autos y las mansiones que se ven en
mis videos o en mi Instagram… ése nunca ha sido mi objetivo.
Por lo que me he esforzado siempre y por lo que sigo afanándome hoy
en día es la libertad.

Para ser un gran buscavidas, debes ser capaz de identificar lo que quieres.
No tiene que ser un gran concepto como la libertad. Puede que haya algo
mucho más específico que tengas en la mira. Tu meta puede ser convertirte
en la primera persona de tu familia que termina la universidad, abrir tu
propio restaurante o ahorrar para viajar por el mundo.
Tengo un amigo que vive con su familia en un departamento en
Brooklyn, y su meta es ganar lo suficiente como para comprarles una casa
con jardín. Nada descabellado, sólo el espacio adecuado para que un perro
pueda correr y para sentarse afuera con una taza de café cuando haya buen
clima. Cuando trabaja hasta tarde o durante el fin de semana, siempre tiene
en mente la imagen de ese jardín, la cual lo impulsa cuando está cansado o
cuando las cosas parecen no salirle bien. Cuando siente que está perdido en
el mar de su carrera, la imagen de ese pequeño jardín es la estrella del norte
que lo guía de vuelta.
Necesitas fijarte una meta. Pregúntate: ¿qué es lo que quiero? Sé
honesto. Puede ser algo que ayude a mucha gente o algo de lo más egoísta.
Puede ser una meta que parezca imposible o algo que esté casi a tu alcance.
Un plan que estés orgulloso de compartir con el mundo o algo que no le
contarás más que a un puñado de personas.
Cualquiera de esas opciones está bien, siempre y cuando tú tengas claro
de qué se trata el camino. Sin esa visión clara, tu trabajo no te llevará a
ningún lugar importante.
También es esencial que aceptes que tu visión puede cambiar… es más,
que debe cambiar. Cuando empecé a vender crack, mis metas eran sencillas.
Primero, necesitaba buenos zapatos deportivos, no los KangaROOs que mi
abuela me compraba, sino Adidas y FILA. Una vez que conseguí los
zapatos deportivos y la ropa que quería, me concentré en la nave. En un
principio sólo quería un auto para no tener que pagarle a un taxi para que
me esperara cuando llevaba a una chica al cine. Un Honda básico era más
que suficiente. Pero, al poco tiempo, necesité un medio de transporte más
llamativo para anunciarle al barrio entero que yo era un tipo de cuidado. Así
que seguí trabajando en las calles hasta que logré andar en un Mercedes 400
SE. (He comprado unos mil autos desde entonces, pero a ese Benz lo sigo
extrañando.)
Una vez que reuní los típicos símbolos de estatus de un narcotraficante,
puse la mira en firmar un contrato con una disquera. Cuando lo conseguí, lo
siguiente era tener un álbum exitoso. Ése era mi deseo; y se hizo realidad, a
lo grande.
De cualquier modo, no podía conformarme. Incluso con los Grammys y
los discos de platino bajo el brazo, me enfoqué en hacer mi propia película.
Y así seguí, hasta llegar al día de hoy, con mi trabajo en televisión.
Diría que mi mayor objetivo ahora es contribuir a la comunidad.
Cuando alcanzas cierto nivel de ingresos, te vuelves más consiente de lo
que está ocurriendo en la comunidad de donde saliste. En vez de
preocuparte por lo que harás después, tu enfoque cambia y se centra en tu
legado y en cómo te recordará la gente. ¿Voy a ser recordado por hacer
canciones populares y vender agua de sabores? ¿O por tener un impacto
positivo en el mundo? Espero que sea por lo segundo. Por eso, a nivel local,
invierto mi dinero en proyectos para limpiar parques y promover estilos de
vida saludables entre los jóvenes. A nivel mundial, he desarrollado
proyectos que promueven el capitalismo consciente (ahondaré en esto
después) y he apoyado el Programa Mundial de Alimentos de las Naciones
Unidas, el cual proveerá una comida por cada bebida energética que se
venda mediante nuestro programa.
Poder comprar un par de zapatos deportivos es una meta muy distinta a
combatir el hambre en el mundo, pero en mi camino las dos han cobrado la
misma importancia y han inspirado el mismo enfoque y trabajo arduo.
La falta de claridad respecto a lo que en verdad se quiere es algo que
detiene a muchas personas. Ni siquiera saben cómo pedir lo que quieren
cuando se presenta la oportunidad. No basta con decirle a alguien que “te
eche una mano” o, peor aún, decir que tu objetivo es “ser famoso”. Para
sacarle el mayor provecho a tu impulso, tienes que ser capaz de definir con
claridad cuál es el objetivo por el que estás trabajando.
Para ejemplos de cómo no hacerlo, puedes echar un vistazo a mi
Instagram. No tienes que navegar mucho para encontrar docenas de
personas que me suplican “¡Hey, Fif, fírmame con tu disquera!” o “Amigo,
tienes que ponerme en Power . Sé actuar”. Lo siento, pero esas peticiones
absurdas no califican como esforzarse.
Es aun peor en persona. La gente me detiene en la calle o incluso se me
acerca cuando estamos grabando un programa de televisión o un video.
Creen que al acercarse a mí y pedirme que “le eche una mano a un
hermano” están haciendo el trabajo o aprovechando una oportunidad. Sin
embargo, en cuanto escucho una de esas peticiones no concretas, sé que
estoy tratando con alguien en quien no vale la pena invertir. Si ni siquiera
puedes articular qué es lo que quieres hacer, ¿por qué intentaría yo
ayudarte?
Quizá parezca algo que yo no haría, pero soy creyente de que los
murales de deseos son una herramienta poderosa para materializar lo que
estás buscando. Cuando te obligas a articular tu visión con palabras, pones
en marcha una poderosa energía. Le das una presencia real en el mundo a
algo que era sólo una idea, o quizá sólo un sentimiento. Lo haces tangible.
Es fácil comenzar a hacerlo en tu computadora. Ve a Google Images y
escribe todo lo que te gustaría tener en tu vida: “casa en la playa”, “Range
Rover”, “cachorro de pitbull”.
¿Y si tu sueño no es algo material? Si quieres conseguir un ascenso
laboral, busca una imagen de una gran oficina. Si quieres diseñar tu propia
línea de ropa urbana, busca una foto de Ronnie Feig o Virgil Abloh. Si
quieres ir a la universidad, busca una imagen de una ceremonia de
graduación de Harvard. Siempre debes aspirar a lo más alto en tus murales.
Si quieres enamorarte, busca una imagen de tu pareja favorita en el cine, o
puedes usar una foto de tus abuelos si llevan unos cincuenta años juntos.
Me parece que los murales de deseos son también una buena manera de
que las parejas estén en sintonía. Haz tu mural y que tu pareja haga el suyo.
Luego, compárenlos. Las cosas que aparezcan en el tuyo y no en el suyo
serán las cosas que tu pareja tendrá que aprender a aceptar sobre ti. Y lo
mismo en sentido contrario. Hacer murales juntos es una buena forma de
lograr que salgan a la luz muchas cosas que no se habían dicho. Una vez le
dije a un reportero de GQ que hiciera uno con su novia. Lo hicieron y luego
él me escribió para decirme que el de ella “tenía más bebés que un
orfanato”. Aún no habían discutido el tema de tener hijos, pero ese mural
puso en primer plano lo que ella quería.
Soy testigo de que los murales marcan una gran diferencia en la vida de
la gente, y las estadísticas respaldan mis palabras. Un estudio de la
Universidad Dominica en Canadá encontró que es cuarenta y dos veces más
probable que alcances tus metas si las pones por escrito. Un estudio del
Psychological Bulletin muestra que las personas son noventa por ciento más
propensas a cumplir metas que sean específicas y desafiantes.
Esto no quiere decir que el universo te dejará una bolsa de diseñador en
el regazo sólo porque dijiste que la querías. Tendrás que hacer el trabajo, y
será mucho trabajo. Al identificar tu visión y nombrarla, estás dando un
gran paso hacia tu objetivo.
Si sientes siquiera un poco de incertidumbre respecto a lo que quieres,
tómate el tiempo para hacer un mural de deseos; su poder es real y muy
accesible.

NO PIERDAS EL PASO

Como seguro ya lo sabes, afanarse también es sinónimo de comerciar


drogas. Mi madre lo hacía en ese sentido. Yo también, al igual que muchos
de mis amigos —y enemigos— en Queens.
Aquí no te voy a dar una introducción al narcotráfico. Ya hablé sobre
esas cosas en mi primer libro, en mi película y en varias de mis canciones.
Lo más probable es que ya hayas oído esas historias.
Lo que quiero tratar aquí es la actitud que necesitas desarrollar para
tener éxito en la venta de drogas: la mentalidad de que, sin importar qué
suceda en las calles, no vas a perder el paso. Digamos que compraste coca
que creíste que era pura, pero en realidad estaba cortada con laxantes. En
vez de lloriquear y quejarte, tienes que enfrentar la situación y decir: “Está
bien. Recupero mi dinero a la próxima”. Ésa debe de ser siempre tu actitud
en las calles: “Lo recupero a la próxima”.
En el que yo llamo el “mundo de los civiles”, muchas veces, cuando la
gente se encuentra con contratiempos, se queda atorada ahí. En vez de pasar
“a la próxima”, se detienen. Si un negocio en el que estaban trabajando no
se concreta o si no reciben un ascenso que creían merecer, dejan que eso
dañe su energía. Empiezan a autocompadecerse. Culpan a otros. Dicen que
la balanza está inclinada en su contra, que su jefe tiene algo personal contra
ellos o que la maestra era prejuiciosa. La lista de pretextos y
racionalizaciones es infinita. Si se topan un pequeñísimo obstáculo en el
camino de la vida, orillan el auto, dan vuelta en U y regresan a casa.
Las calles no te permiten darte el lujo de poner pretextos. Si algo sale
mal y tu reacción es señalar a alguien más como culpable, no pasa nada…
hasta que esa persona se entera y decide pegarte un tiro.
¿Quieres quejarte de que el sistema está en tu contra? Puedes gritar con
todas tus fuerzas el tiempo que quieras, pero nadie en las calles te tendrá
consideraciones por ello. ¡No me digas! ¡Claro que lo está! ¿De verdad no
lo sabías? En vez de quejarte, ponte a trabajar para vencer a todos esos
jueces y políticos que quisieran verte tras las rejas.
En la calle no hay tiempo para tener una mentalidad derrotista y
victimista. Tu actitud diaria debe ser “Lo recupero a la próxima”. De lo
contrario, terminarás de una de tres maneras: muerto, pobre o en la cárcel.
Pasamos mucho tiempo hablando de privilegio y de cómo a algunas
personas les regalan las cosas y las colocan en el lugar preciso para que
ganen. Eso tiene mucho de cierto, pero no estamos viendo la otra cara de la
moneda. Esos chicos y chicas que van a las mejores escuelas y
universidades y después son llevados de la mano a las mejores empresas sin
duda tienen muchas oportunidades. Lo que no tienen es resiliencia ; nunca
han sido puestos a prueba. Sí, han hecho pruebas en el sentido más literal; si
no obtienen buenos resultados en sus exámenes no pueden asistir a la
universidad que esperaban. Pero ¿cómo se compara eso con oír a tu madre
preguntarse cómo va a pagar el recibo de la electricidad o a tu padre
preocuparse por pagar la renta? Ése es otro nivel de dificultad. (Y, siendo
justos, en otros países hay niveles que ni siquiera podemos imaginar. “Nos
van a cortar la luz” no se compara con “Si el Estado islámico cruza esa
montaña, van a matar a todos en la aldea”.)
Si pasaste tu infancia preocupándote por recibos vencidos, familiares en
prisión o balaceras en tu calle, y sigues en el mundo intentando lograr
cosas, tienes resiliencia de verdad. Reconócelo y úsalo a tu favor.
Contrasta tu historia con la de tu compañero del trabajo que siempre ha
tenido ventajas en la vida, lo sepa o no. Quizá consiguió el trabajo porque el
papá de uno de sus compañeros de la escuela está a la cabeza del negocio.
Ese tipo se siente cómodo con el éxito; carajo, espera el éxito. Con lo
que está mucho menos cómodo es con la adversidad, aunque sea sólo un
poco. Si las cosas empiezan a salirle mal, no sabrá qué hacer. Podría
empezar a beber demasiado o tirar todo su dinero en cocaína porque está
confundido. La derrota no estaba en su radar. He visto a tipos de Wall Street
e importantes abogados sufrir una derrota inesperada y estar listos para
tirarse por la ventana de su oficina; un traspié, y están dispuestos a acabar
con todo.
Al venir de donde vengo, jamás permitiría que una derrota o un
tropezón tuviera ese efecto en mí. Y si tú provienes de un contexto similar
tampoco deberías permitirlo. Si por alguna razón lo perdiera todo mañana,
te prometo que no me afectaría.
Mientras escribo esto estoy sentado frente a mi escritorio en mi oficina.
Al asomarme por la ventana alcanzo a ver a un hombre que vende
cacahuates en la acera. Si mañana lo perdiera todo, no voy a lanzarme por
esta ventana. No. Al día siguiente estaría en la otra esquina montando mi
propio puesto de cacahuates. Digamos que se llama “Cacahuates a 50₵”,
porque… ya sabes. Tal vez, para que mi puesto sobresalga, ofrecería
cacahuates cubiertos de chocolate y cerezas también. Ya que estaría
ofreciendo más variedad que mi competencia, la voz comenzaría a correrse
por la calle. Encontraría entonces la forma de llevar los “Cacahuates a 50₵”
al Yankee Stadium y venderlos en las gradas. Después, abriría un
restaurante en el área de comida del estadio. Luego, otro en Manhattan. Y,
en un abrir y cerrar de ojos, tendría una cadena. Con eso: ¡estoy de vuelta
en el ruedo, baby !
Con mi mentalidad de buscavidas, jamás me permitiría pensar: “Mierda,
lo perdí todo. Mis enemigos se van a burlar. Mis críticos la van a pasar de lo
lindo. No sé si puedo seguir con esto”. ¡Jamás! Si todo se esfuma, estoy
seguro de que recuperaría todo mi dinero y hasta más.
Esa mentalidad es la razón por la que personas como Jay-Z, Puffy, Nas,
yo y varios otros hemos tenido tanto éxito en el mundo de los negocios. No
dejamos de encontrar el éxito porque no nos dejamos derrotar por los
inevitables contratiempos de la vida. Ya hemos vivido las experiencias que
una supuesta derrota trae consigo; sabemos que no nos detendrán por
siempre, así que mantenemos la potencia activa.
Mira a Puffy. La percepción popular es que lleva los últimos veinticinco
años en la cima, pero en realidad ha tenido varios tropiezos a lo largo de su
carrera. En 1991, nueve personas fueron pisoteadas a muerte en un
concierto suyo en City College, Nueva York. Se suponía que eso mataría su
carrera. No lo hizo. Luego lo despidieron de Uptown Records —donde
había lanzado las carreras de artistas como Mary J. Blige y Jodeci— por su
mal temperamento. Ése habría sido el capítulo final para muchas personas,
pero no para Puffy. Comenzó Bad Boy Records y llevó su disquera a la
cima. Entonces, asesinaron a Biggie, el artista alrededor del cual había
construido todo un movimiento. Un golpe así habría detenido por completo
a muchos tipos. Puffy no paró ni un segundo. Años después, involucró a
Jennifer Lopez, una de las estrellas más grandes del mundo, en un caso de
intento de homicidio; fue el mismo caso por el que Shyne, su mayor artista
en ese entonces, fue a la cárcel por diez años. Ésa habría sido la gota que
derramara el vaso de la mayoría, pero no para Puffy. Se tragó todas esas
derrotas, probablemente acompañadas de un trago de Cîroc de toronja, y
siguió adelante. Bad Boy ya no produce hits; la gente ya no usa ropa de
Sean John y Cîroc está perdiendo su posición en el mercado, pero Puffy
sigue mirando hacia el futuro. Ahora que sus hijos ya crecieron, está
intentando encaminarlos. Cuando Puffy canta “Can’t stop, won’t stop” (No
puedo parar; me niego a parar), el tipo lo dice en serio. Y yo respeto su
dedicación.
Ése es el meollo del asunto: no importa si eres rapero, corredor de bolsa,
científico, maestro o narcotraficante; vas a transitar por picos y valles.
Incluso si piensas que lo has vivido todo, descubrirás que todavía falta
mucha mierda que debes atravesar.
Una de las cosas más importantes que entendí al principio de mi carrera
en los negocios fue que estoy corriendo en un túnel sin fin. A lo que me
refiero es que comprendí que no existe eso de “…y vivieron felices para
siempre”. No importa cuántos disco venda, cuántas cajas de licor mueva,
cuántas series exitosas produzca… nunca va a llegar un momento en el que
diga: “Bien, éste es el final del camino. Por fin llegué”, y quite el pie del
acelerador. Sé que habrá otro reto a la vuelta de la esquina, y uno más
después de ése.
A algunos, la idea del túnel sin fin podrá parecerles abrumadora o
deprimente. Pasan la vida entera trabajando para poder llegar a “la luz al
final del túnel”, por lo que puede resultarles difícil aceptar que no existe.
Pero la realidad es ésa: no la hay .
A mí, de hecho, me parece liberador saber que estaré jalando el resto de
mi vida. Me hace feliz aceptar que voy a trabajar tan duro como lo hago
hoy (aunque tal vez un poco más lento) a los setenta años. De cierta forma,
saberlo me da la libertad que siempre he buscado.
Espero que entiendas esta actitud de buscavidas que desarrollé en las
calles y logres incorporarla a tu vida. Espero que desarrolles esa resiliencia
y mentalidad positiva sin tener que pasar por las mismas tragedias y el
mismo dolor que yo. Espero que puedas moverte como el buscavidas que
era 50 Cent, pero en los contextos en los que Curtis Jackson lo hace ahora.
CONFÍA EN TUS INSTINTOS

Otra ventaja que obtuve al haber estado activo en las calles fue aprender a
confiar en mis instintos. ¿Alguien me iba a estafar? Tenía que escuchar a mi
intuición. ¿La esquina en la que me iba a instalar sería un blanco de la
policía? Tenía que seguir mi instinto. ¿Podía confiar en que alguien no
hablaría si lo arrestaban? Tenía que escuchar mi instinto.
He notado que muchas personas que no crecieron en un ambiente
callejero han perdido esa conexión con sus instintos. Van a la escuela de
negocios y estudian cómo moverse en el mundo profesional. Quizás
internalicen lo que los profesores les dicen para pasar los exámenes; luego,
lo olvidan en un par de meses.
Incluso si llegan a retener lo que se les enseñó, siguen aprendiendo a
confiar en la instrucción y no en la intuición. Un profesor de negocios
puede tener buenos consejos para ti, pero nada que pueda enseñarte
superará la capacidad de escuchar tus instintos.
El barrio te enseña a seguir siempre la ruta más instintiva. Es un poder
invaluable. Si no tuviste la fortuna de desarrollar tus instintos en las calles,
no te preocupes. Es una habilidad que aún puedes desarrollar.
Siempre que te sientas confundido respecto a una situación, es
imperativo que encuentres la forma de bajar el volumen del mundo y te
reconectes con lo que en verdad estás sintiendo. Hacer ejercicio sin duda
me ayuda a acallar ese ruido. En algún punto del entrenamiento, el esfuerzo
físico al que me someto parece desechar todas las estupideces de mi
sistema. Siento cómo exhalo las distracciones y las expulso de mi mente.
Cuando se van, lo único que queda son las buenas ideas, mis verdaderos
instintos, los pensamientos que debo escuchar con más atención.
Es muy importante que tengas algo similar en tu arsenal. Algunas
personas alcanzan ese estado paseando por el parque, haciendo jardinería o
pintando. Sea lo que sea, tienes que incorporar a tu estilo de vida alguna
actividad que te permita desconectarte del ruido del pasado y del presente, y
reconectarte con lo que sientes por dentro.
Una última nota sobre ser buscavidas: que te esté animando a confiar en tus
instintos no significa que no crea que la estrategia es esencial a la hora de
esforzarte. Cuando la gente oye a los buscavidas decir cosas como “Haz que
suceda” o “El dinero con miedo se queda en casa”, creen que eso indica que
en su mentalidad hay cierta imprudencia. Pero ése no es el caso.
Quizás incluso llegaste a pensarlo si escuchaste a 50 Cent el rapero. A
la gente le encantó cuando solté estas rimas:

Have a baby by me, baby, be a millionaire


I’ll write the check before the baby comes
Who the fuck cares
I’m stanky rich,
I’ma die trying to spend this shit
[Ten un bebé conmigo, nena, sé millonaria.
Te firmo un cheque antes de que nazca.
¿A quién carajos le importa?
Soy tan rico que apesto,
me voy a morir antes de gastármelo todo.]

Pareciera que estoy tirando el dinero al aire, ¿no? Pero esos versos
simplemente crearon una ilusión . La realidad es que Curtis Jackson no es
imprudente con su dinero, en absoluto. De hecho, sólo pongo mi dinero en
cosas que a ) me apasionan y b ) he investigado a fondo. Aunque los
buscavidas son siempre agresivos, no siempre están apostando. Un
buscavidas talentoso siempre evalúa todos los riesgos y recompensas de
forma estratégica antes de comprometerse con algo.
Si voy a firmar un cheque para apoyar algo, debo entenderlo por
completo. Puedo pasar horas investigando la industria, rastreando su
historia y averiguando quiénes son los jugadores más importantes. Luego
llamo a alguna persona inteligente en quien confíe y que tenga experiencia
en ese campo para intentar aprender de ella. ¿Crees que haya espacio para
crecer o el mercado ya está lleno? ¿Qué oposición enfrentaré si hago una
jugada? ¿Cómo sería esa oposición? ¿A quién necesito tener como aliado?
Una vez que tengo esas respuestas, leo todas las páginas de chismes,
todos los blogs y cualquier fuente que me pueda informar sobre lo que no se
reporta en la prensa tradicional.
Cuando tengo la información completa, si aún siento que puedo tener
presencia e impacto en ese espacio, me meto de lleno. Para mí, eso no es
apostar, sino ponerle dinero a algo seguro.
Al sentir esa mezcla de pasión y comprensión, opero con una confianza
suprema. Tanto así que no me molesto en tener un plan B. ¿Para qué tendría
un plan B si estoy seguro de que el plan A va a funcionar?
Las únicas circunstancias en las que me involucro en algo que no
comprendo por completo es cuando el dinero no sale de mi bolsa. Si alguien
me busca para que sea productor ejecutivo de un proyecto o para que ponga
mi nombre a cambio de acciones, no tengo problemas si implica un riesgo
mayor. Si ya hay un buen equipo y lo único que necesitan es un empujón
mío para dar el brinco, estoy más dispuesto a dar un salto de fe.
Incluso en esas circunstancias, sólo me involucro si lo que voy a hacer
me apasiona. No hago nada sólo por un cheque. Ésa es la forma más
sencilla de diluir tu marca y perder dinero. Tus fans sabrán que no hay nada
orgánico en lo que estás haciendo y no lo van a apoyar.
Y, si la idea no te apasiona, no estarás buscando que te mantengan al
tanto, ni contactando a tus socios para saber si algo ha cambiado. Estás, por
ponerlo de alguna forma, esperando poder hacer dinero y despertar con la
noticia de que alguien dejó un cheque jugoso en tu regazo. Eso tampoco es
apostar, es querer perder tu dinero.

La única vez que me acerqué al mundo de las apuestas fue cuando me


juntaba con Floyd Mayweather. Él le apostaba a todo —doscientos
cincuenta mil dólares a que alguien encestaría un tiro de media cancha en el
medio tiempo de un partido de basquetbol, un millón de dólares en un
partido de pretemporada— porque se alimentaba de esa adrenalina.
Cuando ganaba una de esas apuestas, se nutría de esa descarga de
energía durante días: fiestas de toda la noche seguidas de visitas a una
concesionaria de autos al día siguiente. Si perdía, era una historia muy
distinta. Si su equipo perdía a las 8 p.m., él ya estaba en la cama antes de las
nueve, incluso si tenía treinta invitados listos para una fiesta en su suite. La
pérdida le drenaba la vida. La depresión desaparecía unos días después, y
entonces volvía a apostar montañas de dinero en alguna otra locura.
Yo no estoy cortado con esa tijera. Hacía apuestas pequeñas —veinte
mil dólares por aquí y por allá— para hacerle compañía, pero no tenía el
temple para hacerlo como él. En primer lugar, apostar en cosas que no
puedo investigar me provoca ansiedad. ¿Por qué me haría eso? En segundo
lugar, los deportes de equipo nunca han sido muy importantes para mí. En
realidad no me importa quién gane el Super Bowl. No me corto las venas
por los Knicks. Nunca tuve una conexión emocional con esas apuestas.
La única excepción es el boxeo. Siempre me fue bien cuando aposté por
Floyd. Pero luego perdí veinte mil dólares cuando aposté a que Adrien
Broner vencería a Pacquiao en 2019. Con eso, se acabó mi vida de
apostador.
A fin de cuentas, me gusta apostar en cosas seguras, y la única cosa
segura con la que puedes contar siempre, todo el tiempo, eres tú mismo.
3

FORMAR TU BANDA

Si no tienes a la gente correcta a tu alrededor y te estás moviendo a un millón de


kilómetros por hora, puedes perderte a ti mismo.
—Dave Chappelle

P regúntale a cualquier empresario exitoso cuál es su mejor atributo. La


respuesta podría sorprenderte.
No es su capacidad para negociar, su planeación estratégica ni su
capacidad para entender las nuevas tecnologías.
No. Todos te van a contestar lo mismo: su mayor talento es saber
evaluar el carácter de los demás.
Nadie, ni siquiera un rapero, alcanza el éxito por cuenta propia. Sí,
estoy solo en la cabina cuando es momento de soltar mis rimas, pero afuera
hay un pequeño ejército apoyándome. Managers, abogados, agentes,
ingenieros, productores, equipos de giras, asistentes, estilistas, publicistas y
amigos que sé que siempre me dirán la verdad (tal vez los miembros más
valiosos de mi banda).
A la gente le gusta burlarse de los séquitos de los raperos. (Tengo que
admitir que tener a alguien encargado de tu marihuana es ridículo. Yo no
fumo, pero, si lo hiciera, ten por seguro que forjaría mis propios porros.
¿Por qué querría a alguien que tocara y lamiera algo que voy a meterme a la
boca?) Sin embargo, necesitas rodearte de personas que puedan ayudarte a
fortalecer, articular y hacer crecer tu visión.
Elige a las personas correctas y formarás un equipo que te lleve a la
cima. Pero, si escoges a las personas equivocadas, tu visión podría
descarrilarse incluso antes de ponerse en marcha.
Podrás recuperarte de perder un contrato lucrativo, de no notar un
cambio en el mercado o de no haber optimizado tus operaciones.
Desperdiciar ese tipo de oportunidades dolerá, pero te vas a recuperar…
siempre y cuando tengas corazón de buscavidas.
Sin embargo, si eliges a la persona equivocada para un trabajo, sobre
todo para un trabajo crítico, los resultados pueden ser catastróficos. Y eso
ocurre en cualquier tipo de negocio.
Cuando vendía piedra, uno de los trabajos que había que asignar en
cualquier banda era el de “pastor”. Esa persona no maneja drogas ni dinero,
sino que lleva a los clientes con alguien que tenga ambas cosas. Muchos
traficantes no le dedican mucho tiempo o esfuerzo a considerar a quién
contratarán para esa labor: es un trabajo de bajo nivel y cualquiera que se
les acerca es un candidato viable. Si no eres policía: ¡felicidades,
contratado! Hay cero consideraciones sobre el carácter o las referencias de
esa persona.
Sin embargo, el pastoreo representa un riesgo extremo para la
operación. Ya que los pastores son quienes tienen menos tiempo en el
equipo, también tienen el menor compromiso con la banda . Eso significa
que, si los atrapan, tienen pocas razones para no delatar a los demás con la
policía.
Al entender esa vulnerabilidad, en vez de usar a cualquiera a quien me
encontrara, intenté escoger personas que parecían tener un carácter recio,
que proyectaran la capacidad de mantener la calma bajo presión y que
tendrían la seguridad de que yo los iba a sacar del apuro (más adelante
explicaré esto a detalle).
Muchos de mis pastores fueron arrestados, pero, como había evaluado
su carácter antes de contratarlos, no me delataron. ¿Y los traficantes que
contrataban a cualquier pastor sin pensarlo dos veces? No solían durar
demasiado en las calles.
La capacidad para evaluar el carácter —o la ausencia del mismo— es
igualmente importante a nivel corporativo. Digamos que eres el ceo de una
empresa del Fortune 500 y contratas a alguien nuevo como director de
finanzas. Todo puede salir bien durante años. Te comienzas a sentir cómodo
con el tipo. Es bueno para los números, tal vez mejor que tú. Conoces a su
familia y vas a las fiestas de cumpleaños de sus hijos. Es tan capaz que te
permite alejarte un poco de los detalles financieros cotidianos y enfocarte
en el panorama más amplio: fusiones y adquisiciones que te convertirán en
leyenda y galas con celebridades que harán crecer tu marca.
Entonces, un día despiertas y descubres que tu director de finanzas
vació las cuentas de la compañía y huyó a Dubái con su nueva novia. Es
hora de despedirte de tu estatus de leyenda, y quizá de tu trabajo también.
Sí, un verdadero buscavidas puede sobrevivir a un golpe así; encontrará la
forma de hacer más dinero, pues está familiarizado con los espacios que hay
entre los festines y las hambrunas. Pero alguien que sabe afanarse también
preferiría poner a la persona correcta en esa posición para ahorrarse
cualquier drama y no enfrentar traiciones.
La importancia de saber juzgar el carácter ajeno también es esencial en
el matrimonio. Si miras a quienes siempre salen en la portada de Fortune ,
notarás que la columna que revela de dónde vinieron sus pérdidas más
grandes dice siempre lo mismo: el divorcio.
Los billonarios no pierden el grueso de su dinero frente a la
competencia o a nuevas tecnologías; lo pierden a manos de sus exesposas.
Se reporta que el fundador de Amazon, Jeff Bezos, tuvo que pagarle a
MacKenzie 38 mil millones de dólares cuando se separaron. No importa qué
ocurra con Amazon más adelante; es imposible que la compañía vaya a
costarle tanto dinero.
La gente se divorcia por todo tipo de razones, pero muchos individuos
adinerados se casan sin tener muy claras las intenciones de su pareja. Te
puedo asegurar que todos los millonarios que han tenido que desembolsar
enormes cantidades de dinero en sus divorcios quisieran haber tenido una
mayor capacidad para evaluar el carácter de sus parejas antes de decir
“Acepto”.

PREFIERO QUE ME ROBEN

Yo nunca he tenido que litigar un divorcio, pero soy el primero en aceptar


que mi vida personal está llena de problemas. Y en la cima de esa lista están
mis problemas para confiar en mis parejas.
Hace unos años, conversé con una mujer que había tomado algunas
clases de psicología en la universidad. Discutíamos sobre una situación en
la que yo estaba convencido de que alguien cercano me iba a apuñalar por
la espalda.
Cuando terminé de desahogarme, ella me miró y preguntó:
—¿Has oído la palabra “pistantrofobia”?
—No. ¿Qué es eso?
—Lo que tienes. Búscalo.
Lo escribí en mi teléfono y encontré la siguiente definición: “El miedo a
confiar en la gente a causa de experiencias pasadas y relaciones fallidas”.
No voy a mentir: me resonó de inmediato.
Pienso que todos sentimos al menos un poco de miedo a confiar
demasiado en otros, pero mi caso es mucho más grave que el de la mayoría.
A lo largo de mi vida me he sentido traicionado por gente de la que
esperaba —y merecía— cosas mejores: gente a la que le había dado dinero,
oportunidades, amor e incluso la vida. Por ello, durante mucho tiempo, lo
único en lo que tenía confianza era en el dinero. Sólo podía confiar en el
papel verde.
Ésa es una de las razones por las que el tema de la traición es tan
importante en mi serie Power . Es un asunto que siempre tengo en mente,
tanto así que la última temporada se llamó “La traición final”.
Prefiero que me roben a punta de pistola a que me traicionen (no porque
ansíe que lo primero ocurra). ¡Los asaltos al menos son emocionantes! Hay
una innegable descarga de adrenalina cuando alguien saca su fusca y gruñe:
“¡En el pinche piso!”. Cuando termina (siempre y cuando no te hayan
disparado), puedes volver a tu vida y contárselo a tus amigos: “¡Hey! ¡Me
acaban de asaltar!”. Tus bolsillos estarán vacíos, pero serás mucho más
fuerte después de haber sobrevivido a aquella experiencia.
Que te traicionen es diferente. No sales de ahí con una gran anécdota.
Nunca he sabido de alguien a quien le emocione decirles a sus amigos: “No
me lo van a creer, pero mi amigo me apuñaló por la espalda”. No te dan
puntos ni recompensas por sobrevivir a esa mierda. Cuando te abres con
alguien, ya sea en lo económico o en lo emocional, y esa persona te juega
rudo, el dolor es distinto, mucho más dramático que si un ladrón te quita
algo. Como dijo Malcolm X: “Para mí, lo único peor que la muerte es la
traición. Verás, puedo concebir la muerte, pero no la traición”.

Ya que la traición me resulta tan dolorosa, paso mucho tiempo


reflexionando sobre las personas que me rodean. Como detallaré en este
capítulo, cuando estaba comenzando, cometí el error de confundir la lealtad
con la geografía. Es un error en el que muchas personas incurren: quieren
creer que, sólo porque alguien viene de las mismas calles que tú, esa
persona te va a respaldar siempre. Tuve que aprender por las malas que ése
no siempre es el caso. Cierto, si tienes experiencias en común con alguien,
es más probable que exista lealtad y comprensión, pero no está garantizado.
Para alcanzar un éxito duradero, necesitas buscar equilibrio al formar tu
equipo. Si sólo te rodeas de personas de tu pasado, lo más probable es que
te quedes estancado en ese pasado. Pero si abandonas a la gente que estuvo
contigo en las trincheras en favor de gente a la que acabas de conocer —
personas carismáticas, pero que nunca te han demostrado nada—, es
probable que termines herido.
Si miras a mi equipo actual, encontrarás una mezcla de lo nuevo y lo
viejo, soldados curtidos junto a personas impresionantes a quienes conocí
desde que comencé a tener éxito. Si entras a la oficina de G-Unit Records
encontrarás personas que estuvieron a mi lado en las calles de Southside,
demostrando que podían mantener la calma cuando estábamos bajo fuego.
Algunas personas forman ese vínculo cuando van a la misma escuela o
están en un equipo deportivo. El servicio militar sin duda lo provee. Cuando
tu vida está en riesgo y las balas vuelan por todas partes, estableces una
conexión muy profunda con las personas que te apoyan.
Por eso creo que puedes saber mejor de qué está hecho alguien en dos
minutos en las calles que en veinte años en una oficina.
En los negocios, reconocer la verdadera naturaleza de alguien toma
años. En vez de tener el privilegio de ver a alguien en acción, tendrás que
confiar más en tus instintos. Pero, una vez que te sientas seguro de la lealtad
y ética laboral de alguien, ese alguien será una persona importante en tu
equipo. Es una combinación poco usual en el mundo de los negocios, pero
es tan valiosa como escasa.
Por eso, además de los veteranos que han estado ahí desde el primer día,
he intentado completar mi equipo con especialistas en negocios en quienes
siento que puedo confiar, más allá de toda duda. Por ejemplo, mi abogado
principal, Steve, quien se encarga de todos mis asuntos legales y de
negocios; o Amanda, mi publicista, quien nunca pierde la cabeza cuando
publico algo en redes sociales y siempre limpia mis desastres; o Marc, mi
agente literario, quien me ayudó a concretar este proyecto. Ninguno de ellos
ha estado en Southside, pero todos han sido fundamentales para la
expansión de mi marca y para mantenerme en la dirección correcta.
Un buen ejemplo de alguien a quien apenas conocí en los últimos cinco
años, pero que en verdad me ha ayudado a evolucionar, es Chris Albrecht,
ex ceo de Starz Networks. Chris hizo de hbo lo que es hoy antes de
comenzar en Starz. Me ha enseñado muchísimo sobre cómo funciona la
televisión, a la vez que me ha dado la libertad para ser yo mismo. Además,
es de Queens; nuestra relación parece predestinada.
El número de Chris nunca lo voy a borrar de mi teléfono. No importa a
dónde vaya, siempre querré hacer negocios con él. Considero que la
televisión es mi segunda carrera después de la música, y nunca habría
llegado a donde estoy si no hubiera forjado esa relación con él. Sí, somos de
distintas partes de Queens y venimos de contextos muy distintos, pero
hicimos clic desde el primer momento y siempre nos hemos ayudado el uno
al otro. Quizá Chris no haya sido uno de mis hermanos desde el principio,
pero hemos enfrentado guerras juntos y sabemos que siempre nos
apoyaremos.
Si no hubiera estado abierto a incluir en mi vida a gente nueva como
Chris y todo el conocimiento que trae consigo, mi carrera no habría tenido
un segundo acto, ni lo que vaya a venir después.
Si hubiera restringido mi círculo sólo a quienes estuvieron conmigo
desde el principio, las cosas se habrían estancado. Sería un rapero más que
desapareció después de un par de álbumes y nunca volvió a ser relevante.
Quizás haría apariciones ocasionales en la televisión o en un podcast,
quejándome de cómo los raperos de hoy no saben rimar. Tal vez haría un
reality show o dos.
Pero he logrado evitar ese destino. La clave estuvo en encontrar el
equilibrio entre lo nuevo y lo viejo, en no dejar de avanzar sin perder la
base.
En este capítulo te enseñaré mis estrategias para conformar una banda
dedicada, inventiva y confiable que te ayude a construir sobre lo que ya has
hecho y crear nuevas oportunidades.

LLEVAR AL BARRIO CONTIGO


Al haber crecido en Southside, Queens, sabía que, una vez que lograra
hacerla en grande, me llevaría a mi barrio conmigo. En las calles te enseñan
desde pequeño que, cuanto más fuerte es tu banda, más fuerte eres tú . Las
calles son una jungla, y quieres que te vean como parte de una manada
formidable, no como una presa.
Por eso casi todos los grandes raperos de los noventa se empeñaban en
defender a sus barrios. Nas salió y se llevó a Queensbridge consigo. Biggie
firmó un contrato y se llevó a Bedford-Stuyvesant. En Los Ángeles, N.W.A.
puso a Compton en el mapa y Snoop exaltó a Long Beach unos años
después. Yo estaba decidido a hacer lo mismo con Southside. Durante los
primeros años de mi carrera como rapero, a dondequiera que iba, Southside
iba conmigo. Tony Yayo y Lloyd Banks de G-Unit no eran tipos a los que
conocí en una convención del gremio; crecieron a una cuadra de mí. Veías
el barrio en mis videos y en mis conciertos y, sobre todo, lo oías en mi
música. Quería tener esa energía siempre cerca de mí. Hoy llamo a esa
energía el “complejo de chico de barrio”: cuando sientes la necesidad de
tener a tu gente y a tu barrio tan cerca como sea posible.
Mi “complejo del chico de barrio” fue la razón principal por la que
compré la mansión de Mike Tyson en Connecticut. Cuando terminé mi
primera gira con Get Rich or Die Tryin’ , de pronto tuve 38 millones de
dólares en la bolsa. Al mismo tiempo, hice una entrevista con un periodista
quien por casualidad mencionó que Tyson estaba vendiendo su casa. “Ah, la
voy a comprar”, respondí.
Estaba bromeando, pero un par de semanas después estaba en Hartford,
Connecticut. Considero que Hartford es una meca musical. Está cerca de
Nueva York, pero lo suficientemente alejado como para tener su propia
energía y gustos. Me he dado cuenta de que, si una canción de Nueva York
hace ruido en Hartford, tiene posibilidades de estallar en todo el país. Por
ello, intento pasar por ahí tanto como pueda y tomar el pulso de lo que están
escuchando.
En ese viaje, me di cuenta de que no estaba muy lejos de la casa de
Tyson, así que hice que alguien llamara al agente de bienes raíces y fuimos
a visitar la propiedad. Cuando estuve ahí, la vibra y el tamaño del lugar me
parecieron adecuados. El dinero no era problema. La compré de contado
con una transferencia a la semana siguiente.
No tenía familia que viviera conmigo en ese entonces; no necesitaba
una casa con dieciocho habitaciones y veinticinco baños (sin mencionar el
cine, la alberca exterior y la interior, la cancha de basquetbol exterior y la
interior, un club nocturno llamado TKO y diecisiete hectáreas de terreno).
Pero la compré para que todo Southside estuviera bajo el mismo techo que
yo.
Había noches, en medio de la campiña (la ciudad más cercana, Hartford,
Connecticut, estaba a quince kilómetros), en las que, si cerrabas los ojos,
podías jurar que estabas en una esquina en Sutphin Boulevard. La música
sonaba, la gente bailaba y los dados rodaban. Las mismas personas con
quienes crecí comiendo comida china en la acera ahora estaban siendo
atendidas por meseros en mi comedor. Y, en vez de ver un dvd pirata en un
sofá mugroso, podía presentar un estreno en mi propio cine. Hacer cosas así
por la gente con la que crecí me daba más validación que vender millones
de discos.
En aquel momento, me pareció una decisión necesaria. Hoy, he llegado
a aceptar que fue algo que no debí haber hecho.
Para empezar, mantener esa casa costaba demasiado . Gastaba cerca de
setenta mil dólares al mes sólo en mantenimiento. No importa qué tan rico
seas; nunca estará bien pagar setenta mil sólo de servicios cada mes, sobre
todo cuando la mayor parte del tiempo estás de gira. Hasta Bill Gates vería
esa cuenta y diría: “¿Necesitamos tener el aire acondicionado encendido
todo el tiempo?”.
Fue increíble tener dieciocho recámaras a mi disposición, pero sólo
podía dormir en una cada noche. Tuve que aceptar que no estaba usando la
casa como debía.
En muchos sentidos, la propiedad se convirtió en una metáfora de mi
relación con el barrio. Sí, me sirvió en un inicio; recibí mucho apoyo de mis
raíces. Y les di a varias personas oportunidades que nunca habrían
conseguido de otro modo.
Pero era momento de cortar el cordón umbilical.
No le cerré la llave a todo el mundo; el grupo central que ya mencioné
sigue siendo una parte importante de mi vida y de mis negocios. Pero sí
dejé ir a varios que tenían mucho tiempo a mi lado.
La mansión de dieciocho habitaciones se convirtió en un departamento
(un departamento increíble, debo decir). Mi viaje de dos horas al trabajo se
redujo a veinte minutos.
No sé por qué me tomó tanto tiempo tomar la decisión de hacerlo. En un
principio, el dinero fue parte de ello. En algún momento alguien me
convenció de valuar la casa en quince millones de dólares, un precio poco
realista. Cuando alguien te pone un número en la cabeza, cada vez que te
alejas de ese número, sientes que estás perdiendo dinero. Tu mente puede
engañarse.
Podré no haber vendido la propiedad por la cantidad que quería, pero al
final no me importó perder dinero (de cualquier modo, doné lo que obtuve a
la beneficencia). Gané al seguir adelante con mi vida. Limpié el plato y me
reenfoqué en el futuro en vez de quedarme anclado en una reliquia del
pasado.

DE VUELTA AL BARRIL

Otro error que la gente comete una y otra vez es que, tras alcanzar el éxito,
sigue sintiendo que tiene una deuda con el lugar del que salió. Esto es
particularmente recurrente en la comunidad afroamericana. Cuando una
persona negra del barrio alcanza cierto nivel de éxito, parece sentirse
obligada a conservar sus raíces.
Es un fenómeno que no se ve tanto en otras comunidades. Si un
inmigrante chino se parte el lomo durante años y crea una cadena de
tiendas, lo más probable es que se mude a una casa grande en los suburbios
en cuanto tenga la oportunidad. No sentirá que le debe nada a otros
inmigrantes en el barrio chino de la ciudad. Hará lo que ellos harían si
tuvieran el dinero también: mudarse a la casa más grande, en el vecindario
más seguro y con las mejores escuelas que pudiera pagar.
Lo mismo ocurriría con una mujer mexicana del barrio. Si gracias a su
forma de afanarse y buscarse la vida termina convirtiéndose en una magnate
de los bienes raíces, lo más probable es que no se quede en su viejo barrio.
No, se va a comprar una casota en un vecindario seguro. Y no se sentirá
culpable por hacerlo.
Cuando los inmigrantes irlandeses, italianos y judíos comenzaron a
ganar dinero, lo primero que hicieron fue escapar a los suburbios.
Parece que sólo los afroamericanos tenemos problemas para alejarnos
de la lucha. Si no nos mantenemos vinculados a esa lucha, de algún modo
perderemos eso que nos hizo exitosos.
Conozco esa sensación muy bien. Ese miedo a cortar el cordón
umbilical con el barrio fue la razón por la que compré la casa de Mike
Tyson. Pero al menos tuve la sensatez de llevar al barrio conmigo y no
quedarme yo en el barrio. He conocido a mucha gente que ha cometido ese
error, y algunos pagaron el precio por su renuencia a alejarse.
Un ejemplo trágico es mi amigo y mentor Jam Master Jay, quien era de
Hollis, Queens. Como miembro de Run-DMC, Jay era la personificación de
la cumbre del éxito en nuestro vecindario. Vendió millones de discos.
Estuvo de gira por todo el mundo y tuvo éxito en escenarios de Europa a
Asia. Como parte del primer grupo de hip-hop de fama internacional en la
historia, fue una inspiración para millones de niños negros en Queens y el
resto del mundo.
Una vez que la armaron en grande, los demás miembros de Run-DMC
dejaron Queens y nunca miraron atrás: Rev Run y DMC se fueron a Nueva
Jersey y Russell Simmons, su manager, se instaló en Manhattan. Pero Jay se
quedó en Queens toda su vida. Abrió un estudio de grabación en el barrio
de Jamaica, donde les enseñaba a aspirantes a raperos —entre los que me
incluyo— sobre los puntos finos de cómo construir una canción.
Parece una gran historia: dj local se vuelve famoso, recorre el mundo y
vuelve a su lugar de origen para compartir su talento con la siguiente
generación.
En la realidad, se convirtió en una sentencia de muerte.
Al quedarse en Queens, Jay nunca se separó de los elementos negativos
que rodean al hip-hop, sobre todo en nuestro barrio. En Queens, los
narcotraficantes fueron los primeros en ganar dinero de verdad. El hip-hop
era un hobby, algo que hacías con tu banda en la acera o en el parque. El
dinero de verdad se hacía vendiendo drogas. A la generación de Jay la
inspiró lo que tenían los traficantes: buena ropa, autos imponentes y
mujeres hermosas. Los abrigos y sombreros que Jay contribuyó a hacer
famosos con Run-DMC no eran más que lo que había visto usar a los
narcos. Lo mismo pasó con las cadenas de oro que Run-DMC y después LL
Cool J ayudaron a popularizar. Ellos representaban la moda del narcotráfico
antes de convertirla en la del hip-hop.
Hoy, la realidad es al revés: los raperos pueden ganar mucho más dinero
que los traficantes, gracias en gran medida al camino que abrieron los
primeros pioneros como Jam Master Jay. El error de Jay fue no seguir
avanzando. Si hubiera seguido a Run, Russell y DMC a Jersey, Long Island
o Manhattan, no tengo duda de que seguiría con vida.
En cambio, se quedó cerca de las personas equivocadas, personas que
no sólo no tenían sus mejores intereses en mente, sino que estaban celosas
de su fama y éxito. No celebraban que se hubiera quedado en el barrio para
ser mentor de los jóvenes; lo odiaban por ello. Al quedarse cerca de gente
así, fue inevitable que enfrentara un destino de mierda.
La situación de Nipsey Hussle fue similar. No conocí a Nipsey tan bien
como a Jay, pero parecía un tipo de una sola pieza. Cuando acepté grabar el
video de “Toot It and Boot It” de YG, en el que también aparecía Nipsey, le
dije al tipo de la disquera: “Oye, asegúrate de traer al chico que se parece a
Snoop”. Así fue como nos conocimos en persona. Nipsey era un muy buen
tipo que parecía enfocado en su comunidad y en su familia.
Por desgracia, la misma mierda que le ocurrió a Jay le pasó a Nipsey
también. Cuando lo mataron, la gente empezó a señalar a todo el mundo
menos a los hijos de puta que lo hicieron. Lo primero que veías en Twitter o
Instagram era “¡El gobierno mató a Nipsey!”. La lógica era que Nipsey
estaba trabajando en un documental sobre el Dr. Sebi, el famoso herbolario
hondureño que algunos creían que había sido encarcelado y luego asesinado
por sus controversiales opiniones sobre la medicina occidental. Las
enseñanzas del Dr. Sebi eran una amenaza para la industria farmacéutica,
por lo que Nipsey también debía morir antes de que ayudara a divulgar esas
enseñanzas.
Si escuchas a otras personas, Nipsey era una amenaza para el gobierno
porque le estaba enseñando al barrio sobre el empoderamiento financiero y
la justicia social. Si demasiados jóvenes pobres abrían los ojos gracias al
trabajo de Nipsey, eso pondría en riesgo el statu quo en Los Ángeles. Por
eso tenía que desaparecer.
No hay duda de que Nipsey estaba haciendo un gran trabajo en su
barrio, sobre todo con Vector90, un espacio de coworking y centro de
capacitación en ciencias e ingenierías. Y, aunque no tengo ninguna opinión
concreta sobre el trabajo del Dr. Sebi, no me sorprendería que hubiera cosas
que las farmacéuticas quisieran mantener ocultas.
Sin embargo, cuando la gente dice que el gobierno mató a Nipsey, no
está siendo honesta ni realista. El gobierno no mató a Nipsey. Se dice que
un pedazo de mierda llamado Shitty Cuz lo mató. Ésa es la deprimente
verdad.
Cuz no mató a Nipsey porque Nip fuera una amenaza para el statu quo .
Y nadie le pagó para que matara a Nipsey y con eso protegiera a Pfizer o a
Johnson & Johnson. No, Shitty mató a Nipsey porque era un pedazo de
mierda, ni más ni menos. Era una rata y, cuando Nipsey lo confrontó al
respecto, Shitty reaccionó de forma violenta. No pudo soportar que alguien
tan exitoso y querido como Nipsey no quisiera a alguien tan poco exitoso y
tan poco confiable como él a su alrededor.
La mentalidad de cangrejo en el barril fue lo que mató a Nipsey, como
también mató a Jay y a tantos otros individuos negros exitosos que se
quedaron en sus comunidades después de alcanzar el éxito. Por eso, cuando
comen cé a ganar dinero legal, me fui del barrio y nunca miré atrás. Sí, lo
visito de vez en cuando. Pero nunca me mudaría ahí de forma permanente.
Si lo hubiera hecho, estoy seguro de que habría tenido un impacto negativo
en mi vida.
Entender esa mentalidad es la razón por la que no tengo miramientos
con respecto a haberme ido. ¿Les doy mucho dinero a esas calles por medio
de mis beneficencias? Por supuesto. ¿Trabajo para asegurarme de que esos
chicos tengan mejores oportunidades legales que yo? Sin duda. Pero no me
engaño: en las calles no hay suficiente espacio para que convivan el éxito y
los tontos. Cuanto más pronto entiendas eso, más rápido podrás sacarle todo
el provecho posible a tu historia.

EXIGE DISCIPLINA

No estoy sugiriendo que botes a toda la gente que estuvo contigo desde el
principio en cuanto saborees un poco de éxito. Ésas son las personas que
mejor te conocen y, si son tus verdaderos amigos, siempre serán los más
honestos contigo. Te dirán si tus nuevas rimas son una porquería o si esa
camisa te hace ver viejo o si ese influencer que promete grandes cosas en
realidad es un charlatán.
Ésas son algunas de las cualidades positivas que tus relaciones más
antiguas pueden sumarle a tu equipo. Pero también pueden traer consigo
algunas de las cualidades negativas del barrio: disputas, drama y batallas de
egos. Para evitar que eso suceda, tienes que primero instaurar —y luego
exigir— un sentido de la disciplina al interior de tu equipo.
Eso me quedó claro cuando empezaba mi carrera y se suponía que me
presentaría con Nas en un concierto en Central Park. Poder compartir el
escenario con él era algo muy importante para mí. Al ser una superestrella
que salió de Queens, Nas era alguien a quien en verdad admiraba.
Cuando llegué al lugar, Nas ya estaba ahí y parecía que había llevado a
todo Queensbridge con él. Debían haber sido más de veinte tipos de Bridge
detrás del escenario, bebiendo, fumando y preparándose para el set de Nas.
Noté que no sabían qué hacer con la energía que estaban creando. Era como
si hubieran encendido una fogata que no podían contener. Como era de
esperarse, comenzaron a pelear unos con otros. Queensbridge contra
Queensbridge. Aunque su banda estaba haciendo implosión, Nas no se veía
dispuesto o capaz de apagar el incendio. La policía no tardó en aparecer, y
el concierto se canceló antes de que Nas pusiera un pie en el escenario.
A mi manera de verlo, Nas manejó mal la situación. Entendí por qué
había llevado a tantos tipos de Queensbridge: Central Park es tierra de nadie
y no hay forma de saber con quién se encontrarían ahí. Una banda de
Brooklyn, algunos tipos del Bronx o una banda rival de otro barrio en
Queens. Asegurarse de estar rodeado de su gente era una decisión
inteligente.
Lo que no fue tan brillante fue su incapacidad de mantenerlos bajo
control. Al no poder contener la energía que había llevado consigo, perdió
la oportunidad de hacer su presentación. Seguramente también terminó
costándole dinero. Cuando los promotores se enteran de que hubo un
problema en una sede tan importante como Central Park, lo piensan dos
veces antes de contratarte. Así que, aunque el impulso de llevar a
Queensbridge al concierto fue comprensible, su presencia fue perjudicial
para su crecimiento.
Tras ver a esos tipos de Queensbridge pelear entre ellos, me prometí
que, cuando mi banda y yo saliéramos de gira, habría tolerancia cero para
los conflictos internos. Sabía que, si no podía controlar a mi gente, el techo
para mi marca sería muy bajo.
Además, comprendí que no hay peleas “menores” cuando estás en un
camión de gira conviviendo con otras personas. Digamos que dos de tus
muchachos se pelean por una chica. Uno de ellos abofetea al otro. Quien
sea que haya recibido el golpe se sentirá humillado durante mucho tiempo,
después de que el dolor físico pase. Cada vez que vea al otro tipo en el
autobús, tras bambalinas, en el lobby del hotel, en el aeropuerto, va a querer
recuperar su posición. Ese tipo de resentimiento puede burbujear bajo la
superficie hasta estallar. Y las repercusiones de un estallido serio pueden
descarrilar toda una gira.
Por eso, en cuanto G-Unit se embarcó en su primera gira, dejé muy
clara mi política respecto a las peleas entre ellos. Les dije: “Nos vamos a
encontrar con mucha gente que está celosa de nuestro éxito. Si tienen
alguna frustración que ventilar o descargar, peléense con ellos. Yo los
respaldo, pase lo que pase. Carajo, los respaldo si terminan pegándole a un
desconocido en la cara. Pero, si pelean entre ustedes , se van a casa al día
siguiente. ¡Punto!”.
Durante un tiempo, todo el mundo obedeció. Sí, hubo momentos en los
que pareció que algo iba a reventar, pero siempre me apresuré a recordarles
a los posibles combatientes: “No estoy jugando. Lo tocas y te vas a casa”.
Luego, en los momentos más tranquilos, me llevaba a los chicos a un
lado y les explicaba mis razones. No estaba tratando de controlarlos, sólo
quería ayudarlos. “Estamos intentando construir algo con G-Unit”, les
decía. “Esta gira y toda la atención que va a traernos son los cimientos de
algo especial. Pero, si esos cimientos se mueven, lo que intentemos
construir se vendrá abajo. Entonces vamos a tener que volver a la calle, en
vez de estar comiendo langosta, durmiendo en buenos hoteles y conociendo
mujeres en todas las ciudades”.
Ese pequeño discurso por lo general resonaba con la gente, y no tuve
que mandar a nadie a casa. Hasta que llegamos a Filadelfia.
El problema comenzó cuando Mitchell & Ness, la legendaria compañía
de ropa deportiva con sede en Filadelfia, envió algunos jerseys vintage de
regalo a nuestro hotel. Esto fue en la época en la que un jersey de Mitchell
& Ness era casi el uniforme oficial del hip-hop. Todos querían salir a la
calle con uno, y algunas ediciones especiales podían costar varios miles de
dólares.
Aunque los jerseys eran para mí, el paquete terminó en manos de un
tipo llamado Marcus, el manager de la gira. Él sabía que yo siempre compro
mi propia ropa, así que decidió quedarse con un par. Sentía que, como
manager, eran parte de los beneficios a los que tenía derecho.
Bang ’Em Smurf veía las cosas de forma distinta. Bang ’Em era alguien
de Southside a quien estaba considerando sumar a G-Unit, así que lo llevé a
la gira para que tuviera un poco de visibilidad pública. Bang ’Em tenía
potencial, pero cometió el error de pensar que estar en la gira significaba
que ya había llegado a la cima. Comenzó a creérsela antes de haber
demostrado algo. No tenía un sencillo; no había hecho ruido en la escena.
Las mujeres no lo veían y decían: “¿Quién es ese guapo?”. Para el mundo,
era sólo otro tipo que se paraba detrás de mí en el escenario y gritaba la
última palabra de mis rimas. Esa experiencia le bastó como para crecerse y
pensar que las reglas no aplicaban con él.
La mañana después del concierto en Filadelfia, teníamos programado
subir al autobús a las 5 a.m. para ir a la siguiente ciudad. Pero, en vez de mi
alarma, me despertó el ruido de una pelea afuera de mi ventana. Abrí las
cortinas y me encontré con una escena inesperada: Marcus y Bang ’Em
rodando por las calles, intercambiando golpes por un jersey de Mitchell &
Ness. “¡Es mío!”, oí a Bang ’Em gritar. “¡No, no es tuyo!”, aullaba Marcus.
“El tuyo tenía un chicle pegado. ¡Éste es mío!”.
Al parecer, Bang ’Em había decidido que uno de los jerseys era suyo.
Cuando Marcus no quiso dárselo, Bang ’Em perdió la cabeza. No era algo
con lo que yo quería lidiar antes de que amaneciera. Salí y los separé de
inmediato. Luego le pregunté a Bang ’Em en qué diablos estaba pensando.
—Nada, Fif —Bang ’Em comenzó a explicar—. Se quiere quedar con
mi jersey. Tenía que ponerlo en su lugar.
A mí no me interesaban esas excusas.
—¡Les dije que no quería peleas en la gira! —luego miré a Marcus y le
dije, señalando a Bang ’Em—: Cómprale un boleto de autobús a este idiota.
Se va a casa.
No fue sino hasta ese momento que Bang ’Em entendió que no era un
juego. Cuando dije “tolerancia cero”, significaba tolerancia cero . Si vas a
mantener a tu equipo bajo control, necesitas que la gente sea responsable de
las consecuencias, aun si eso implica quebrantar tu relación con alguien.
Así que Bang ’Em se fue a casa en ese instante. Tendría tiempo de sobra
para pensar en su éxito inexistente cuando estuviera de vuelta en Queens.
Bang ’Em creyó que era más grande que la banda, pero resultó que no sabía
cómo moverse por su cuenta. Comenzó a trabajar con otros raperos locales,
y de vez en cuando me buscaba para que los apoyara, pero nada me llamó la
atención. Sin mi apoyo, nadie quiso darle una oportunidad. En vez de estar
de gira conmigo, ganando dinero legal y conociendo el mundo, se metió en
problemas en Queens. Me pidió que pagara su fianza, pero le expliqué que
ésa no era mi responsabilidad. Terminó por ser deportado a Trinidad, donde
nació. Al día de hoy, me culpa por su situación.
Siempre que alcanzas el éxito en la vida, habrá personas que crean que
una parte de tu éxito les pertenece. Bang ’Em era ese tipo de persona.
Cuando los eliminas de tu vida, en vez de mirarse en el espejo, se molestan
contigo.
Si le hubiera dado sólo una advertencia, habría perdido mi posición de
autoridad. Todos los demás egos en la gira —y había bastantes— habrían
comenzado a hervir. Pronto, no estarían peleando sólo por jerseys de
Mitchell & Ness, se estarían peleando por mujeres, por quién tenía más
tiempo en el escenario, por cuánto estaba ganando cada uno. Ese tipo de
conflictos ha echado por tierra giras previas, e incluso futuras. Yo no estaba
dispuesto a permitir que ese tipo de energía arruinara nuestro ímpetu.
Casi veinte años después, sigo haciendo giras mundiales. Me he
presentado en incontables países frente a millones de personas. Hace poco,
alguien me pagó varios millones de dólares para ir a dar un concierto al otro
lado del mundo. Nada mal por un vuelo en un jet privado y un día de
trabajo. Pero fue también el tipo de pago que sólo llega cuando ya te has
establecido como alguien experimentado, redituable y confiable , que es
justamente la reputación que estaba intentando construir en aquel entonces
en Filadelfia.
Las decisiones que tomes no tienen que ser tan drásticas como
comprarle a alguien un boleto de vuelta a casa. Si eres supervisor en una
empresa, podría ser transferir a la persona a otro departamento. Si eres la
gerente de una tienda departamental, podrías enviar a la persona a otra
sucursal. Si tienes una pequeña empresa, lo más seguro es que signifique
despedir a la persona. No puedes darte el lujo de cargar con alguien que te
está dando menos que el máximo.
Sin importar en qué posición estés, cuando impones reglas para el bien
común, tienes que hacerlas valer. No dejes que alguien que sólo piensa en sí
mismo les arruine las cosas a los demás. Podrán ser reglas difíciles de
seguir, pero hacerlo siempre traerá recompensas.

ENCÁRGATE DE LOS PROBLEMAS


INTERNOS PRIMERO

No importa cuánto crezca tu imperio, nunca serás capaz de mantenerlo si tu


casa no está en orden. Como le dije a Bang ’Em aquel día, si los cimientos
no son sólidos, es cuestión de tiempo antes de que todo se derrumbe.
Un ejemplo clásico de esto fue lo que le ocurrió al rapero de Brooklyn
Tekashi 6ix9ine. Tekashi es un rapero de Brooklyn, mitad mexicano y mitad
puertorriqueño. Su cabello multicolor y energía desenfrenada le valieron
millones de fans por todo el país, en particular entre los chicos blancos.
Esos chicos no podían trenzarse el cabello como Migos, pero sí que podían
tener todos los colores del arcoíris como Tekashi. Pasó de ser un rapero de
SoundCloud casi desconocido a convertirse en una de las estrellas más
grandes en el mundo en poco más de un año.
La imagen de Tekashi era la de un instigador rudo y temerario. En
realidad, en el fondo, era un chico dulce. Era más bien un muchacho
haciendo el papel de un tipo rudo que un verdadero pandillero. Para
fortalecer su imagen, comenzó a rodearse de tipos de la calle.
Pero esos tipos no estaban actuando; eran pandilleros de verdad.
Cuando se dieron cuenta de que Tekashi no lo era, comenzaron a verlo
como una presa. Y nunca debes querer que tipos callejeros de verdad te
vean como una presa.
Conforme su fama creció, Tekashi y yo comenzamos a forjar una
amistad. Me gustaba que fuera insolente, que no tuviera miedo de vivir en
el momento. Mucha gente llegó incluso a decir que Tekashi les recordaba a
mí cuando era más joven.
Un día me llamó para preguntar si podía ir a mi oficina. Había tenido
algunos problemas con la ley y los promotores comenzaban a ponerse
nerviosos con respecto a contratarlo. Necesitaba un consejo.
Cuando llegó, no vi a un joven insolente ni a un rapero arrogante. Vi a
un niño asustado.
Tras sentarse en una silla en mi oficina, Tekashi fue directo al grano:
“¿Qué se supone que haga, 50?”.
Tengo que darle crédito. Actuaba desenfrenado en público, pero frente a
mí estaba dispuesto a ser vulnerable. Era lo suficientemente inteligente
como para saber que estaba rebasado. Él y yo nunca habíamos tenido una
conversación sobre lo que estaba ocurriendo, pero, como observador
experimentado, tenía una idea de cuál era la raíz de sus problemas.
“Tu problema más grande es interno”, le dije. “Tienes a demasiada
gente a tu alrededor, y no te están apoyando. Se supone que son tu equipo,
pero no están pensando en lo que es mejor para ti. Si no arreglas esa
situación, se va a convertir en un problema.”
Se lo dije porque había oído que estaba cambiando demasiado de
bandas. Un mes tenía a un grupo de gente a su alrededor; al mes siguiente,
los reemplazaba con otro grupo nuevo. Cambiaba de bandas como algunas
personas cambian de auto. Lo conduces un rato; lo cambias por uno nuevo.
Tekashi seguro creyó que todo eso era parte de tomar decisiones, pero
yo sabía que era un grave error. Cuando eres rapero y aceptas personas
dentro de tu círculo, ellas llegarán con la expectativa de que les darás
oportunidades, las ayudarás a que las vean como artistas o a establecerse
como figuras importantes tras bambalinas. Esperan que los presentes con
marcas de las que podrían obtener cheques.
Sólo tienes una cantidad limitada de tiempo para cumplir con esas
expectativas. Si no lo haces, la confusión comienza a aflorar. Se hará
incluso más grande si ven que comienzas a darles esas oportunidades a
otras personas. Cuando eso ocurre, tu banda original comenzará a sentir que
es desechable. No quieres que nadie a tu alrededor se sienta así.
Cuando alguien cree que lo consideras desechable, cualquier sentido de
lealtad se esfuma. En vez de esperar por una oportunidad, irán tras de ti con
agresividad, buscando lo que creen que les “debes”. Intentarán cobrar esa
supuesta deuda de cualquier forma.
Puesto que era un chico listo, Tekashi entendió el valor de mi consejo y
aceptó que estaba en un lugar difícil. Comenzó incluso a hacer movimientos
para reemplazar a los tipos que tenían problemas con él. Pero fue
demasiado tarde.
Poco tiempo después de nuestra conversación, Tekashi fue arrestado por
cargos federales de crimen organizado y armas de fuego. En la acusación, el
gobierno incluso externó que algunos de los miembros de su banda habían
hecho planes para matarlo. Estoy seguro de que ésa fue una revelación
aterradora para un chico que creía que estaba jugando a ser luchador de la
wwf , no alguien que estaba en un juego de vida o muerte. Mientras escribo
esto, Tekashi acaba de testificar contra su banda y recibió una sentencia de
dos años en prisión.
Creo que una de las cosas que hizo tropezar a personas como Tekashi y
JA Rule fue que crecieron en la periferia del barrio. No eran del barrio, pero
tuvieron contacto con él. Eso los engañó y les hizo creer que estaban
equipados para manejar situaciones para las que en realidad no estaban
preparados.
Compáralos con alguien como Drake, quien ni siquiera viene de la
periferia del barrio. Es de un ambiente muy distinto. Nunca veo a Drake
acercarse demasiado a los artistas a los que promueve. Siempre mantiene
una buena distancia con los artistas con quienes se asocia en algún
momento. Tiene la inteligencia suficiente como para evaluarse y saber que
hay fuerzas que no va a poder contener.
Tekashi tuvo un gran talento para entender qué era lo que los chicos
blancos querían oír para hacer enojar a sus padres, pero no fue tan talentoso
al evaluar el carácter y las intenciones de la gente a su alrededor. Más triste
aún es que Tekashi es un chico perceptivo. Si hubiera bajado las
revoluciones y se hubiera tomado el tiempo para estudiar a quienes lo
rodeaban y entender su energía, habría reconocido que no eran las personas
correctas. En vez de eso, tenía mucha prisa. Los likes en Instagram y los
retweets llegaban tan rápido que comenzó a confundir las redes sociales con
la realidad.
En las redes sociales, el tipo que está a tu lado aventando mensajes es
parte de tu equipo por siempre, hasta la muerte. En la vida real, las cosas
nunca son tan sencillas. Los celos y la envidia crecen con mucha facilidad,
sobre todo cuando empiezan a saborear el éxito. Si aceptas lobos en tu
círculo, más te vale asegurarte de tenerlos bien alimentados. De otro modo,
no pasará mucho tiempo antes de que la manada se ponga en tu contra.
Si quieres un ejemplo perfecto de la forma correcta de reemplazar una
banda existente con una nueva, considera lo que hizo Jay-Z cuando era
presidente de Def Jam Recordings. En aquel entonces, mucha gente no
entendía por qué un artista tan exitoso como Jay-Z quería cambiar de
posición y tomar un trabajo de escritorio.
Debo admitir que yo tampoco lo entendí en un principio. Pasé un
tiempo a cargo de G-Unit Records y me pareció la experiencia más
estresante del mundo. No importa cuánto te esfuerces por tus artistas, nunca
están satisfechos. Como artista, Jay debía saberlo.
Pero, al observar su paso por Def Jam, comencé a entender cuál era su
plan. No estaba ahí para manejar la disquera, ¡estaba formando un nuevo
equipo! Antes de tomar las riendas de Def Jam, la banda de Jay había
estado conformada en su mayoría por raperos de Filadelfia a los que Jay
había reclutado y preparado bajo la franquicia de State Property; artistas
como Beanie Sigel, Freeway, Chris and Meek y Omillio Sparks.
Esos tipos sin duda eran (y aún son) artistas respetados, pero ninguno
tuvo el éxito comercial que Jay había esperado. Su plan era que uno de ellos
se convirtiera en el siguiente Jay-Z (así como yo esperaba que Tony Yayo se
convirtiera en el siguiente 50 Cent). Pero eso nunca ocurrió.
Al hacerse cargo de Def Jam, Jay se posicionó para convertir a las
superestrellas de ese sello en su nueva banda. En vez de estar asociado con
Beanie Sigel y Freeway, comenzó a asociarse con Kanye y Rihanna. Fue
una enorme mejora en términos comerciales. Y, a diferencia de cuando
estuvo a cargo de Roc-A-Fella Records, no tuvo que invertir tiempo y
dinero para moldearlos y lanzar sus carreras. Def Jam ya lo había hecho.
Fue como mudarse a una casa que ya está amueblada. Y, lo mejor de todo,
cuando salió de Def Jam, Kanye y Rihanna aún lo veían como su jefe. ¡Se
llevó los muebles cuando se mudó!
Felicito a Jay por esa estrategia tan sofisticada. No hubo faltas de ética
ni deslealtades en ella. Les había dado a esos artistas de Filadelfia bastantes
oportunidades cuando estaban en Roc-A-Fella Records.
Pero, al ver que ellos nunca se convirtieron en lo que Jay los había
preparado para ser, tuvo la sensatez para pasar a otra cosa. Mucha gente
vacila al tomar esa decisión. Prefieren mantenerse conectados con el mismo
grupo, incluso si esas personas no las están acercando al éxito. Jay no cayó
en esa trampa. Y sigue sin caer.
OFRECE ALIENTO

Además de mantener la disciplina y la estabilidad al interior de tu banda,


para ser un líder verdaderamente eficaz también debes ser capaz de motivar
y alentar a la gente.
Por más estricto que sea con la gente que no se alinea, también estoy
orgulloso de mi capacidad de dar discursos motivacionales sinceros cuando
es necesario. Si eres famoso por tu disciplina, cuando te salgas de ese papel
y muestres verdadera preocupación por algo tus gestos tendrán un impacto
mucho mayor.
Algunas de las mejores arengas que he dado han sido antes de las peleas
de box. Hay algo en ese ambiente que saca al motivador que llevo dentro.
Una que recuerdo en particular fue cuando estaba en el vestidor con
Deontay Wilder antes de la revancha contra Bermane Stiverne en el
Barclays Center.
Una de las claves de cualquier discurso motivacional de impacto es
interpretar la energía de una habitación. Lo que interpreté aquel día fue que
la energía no estaba donde necesitaba estar. Deontay tenía a todo su séquito
a su lado, y no había concentración. Todos estaban riéndose y diciendo
tonterías, como si estuvieran en una fiesta. Deontay ya había vencido a
Stiverne una vez, y a mí me pareció evidente que todos pensaban que la
pelea estaba terminada antes de que siquiera hubiera comenzado. Pero ésa
es una forma muy peligrosa de enfrentar una pelea. Sí, Deontay ya le había
ganado a Stiverne, pero la pelea se determinó por puntos, la primera vez
que eso ocurría en la carrera de Deontay. Necesitaba estar enfocado en la
tarea que tenía enfrente. Muchos pugilistas terminan en la lona por no
tomarse en serio a su oponente.
Esperé hasta poder hablar con Deontay en un rincón del vestidor,
cuando no había tanta gente alrededor.
—No estás enfocado —le dije con mucha calma—. Te veo golpeando el
saco y demás, pero no estás en la zona, amigo —Deontay no tuvo que decir
nada; sabía que le estaba diciendo la verdad—. Déjate de tonterías. Ese
Stiverne está entre lo que quieres y tú. Por segunda vez. ¿Se lo vas a
permitir?
—No, claro que no —respondió Deontay.
—Bien. Entonces vamos a hacer que pague por su error —le dije,
levantando la voz. De pronto, todos en el vestidor se dieron cuenta de que la
energía estaba cambiando. La habitación se quedó en silencio—.
Escúchame —continué con un tono casi amenazador—. Vas a hacerlo pagar
por haber creído que podía volver a subir al ring contigo. Lo vas a llevar a
aguas profundas y lo vas a ahogar.
Logré enfocarlo. Regresó a golpear el saco, pero ahora lo hacía con
propósito. Luego lo acompañé al ring cantando “Many Men”. La fiesta se
terminó; era hora de trabajar.
No tomó mucho tiempo. Deontay mandó a Stiverne a la lona tres veces
en el primer asalto antes de que el referí parara la pelea. Literalmente tuvo
que montarse en la espalda de Deontay para quitárselo de encima.
Todo ocurrió tan rápido que ni siquiera me dio tiempo de ir del ring a mi
palco. Después de la pelea, Deontay dijo que se sentía “poseído” dentro del
ring. “Estaba como afuera de mi cuerpo, viéndome golpear a ese hombre”,
contó en el podcast In the Corner . Sé que fue capaz de llegar a ese estado
porque yo lo ayudé a llegar a él. Antes de que hablara con él, Deontay iba a
entrar al ring desconcentrado. Después de nuestra charla, subió al
cuadrilátero con una concentración de acero, que es lo que necesitas cuando
tu oponente quiere partirte la cara.
Le di una charla parecida a Floyd Mayweather antes de su pelea con
Victor Ortiz. Cuando entré al vestidor antes de la pelea, de inmediato me
incomodó lo relajado que se veía Floyd. Me quedó claro que Floyd y su
equipo creían que la pelea iba a ser un picnic. Pero yo no iba a permitir que
Floyd cayera en esa trampa.
No fui el único que notó que Floyd estaba demasiado despreocupado.
“Sin duda parece que está en su oficina”, dijo el comentarista de la
televisión mientras Floyd avanzaba lentamente hacia el ring. “No está
preocupado. No hay miedo. No hay mariposas en el estómago.”
La confianza es maravillosa, pero tenerla en exceso puede vulnerar a
cualquier boxeador. Antes de una pelea, el peleador debe sentir mariposas;
debe estar un poco nervioso. Debe sentir que está a punto de encontrarse
con alguien que está intentando matarlo, porque eso es justo lo que va a
pasar. Ni siquiera alguien como Floyd, quizás el mejor boxeador defensivo
de todos los tiempos, puede permitirse sentir que su oponente no es capaz
de arrancarle la cabeza de un golpe.
Necesitaba sacar a Floyd de ese estado. Si no podía asustarlo, supuse
que al menos podría hacerlo enojar. Ortiz no había mostrado ninguna
hostilidad hacia Floyd antes de la pelea; si acaso, la energía de Ortiz decía:
“Gracias, Floyd, en verdad aprecio la oportunidad”. Me preocupaba que
Floyd comenzara a sentir una energía amigable hacia Ortiz. Necesitaba
colocarlo en una mentalidad agresiva.
Si ves el video de esa pelea, mientras Floyd y yo caminamos hacia el
ring, le susurro algo al oído. Las cámaras no lo captaron, pero esto fue lo
que le dije:
—Mata a ese vago. Quiere asegurarse de que tus hijos no tengan que
comer.
—¿Qué dijiste, Fif? —respondió Floyd.
—Ese hijo de puta quiere quitarles a tus hijos la comida de la boca. NO.
LO. DEJES.
Cuando le dije eso, fue como si hubiera entrado en un trance. Primero,
comenzó a pisotear, luego entró corriendo al ring, decidido.
Floyd noqueó a Ortiz en el cuarto asalto.
Después de la pelea, todos nos apretujamos en una camioneta y
volvimos al hotel de Floyd. En cuanto salimos, Floyd comenzó a gritar:
“¡Hey, Fif me dijo montones de mierda!”. Estaba feliz porque sabía que lo
había llevado a la mentalidad correcta. Antes de hablarle al oído, Floyd
probablemente estaba sintiendo algo de lástima por Ortiz. Quizá no quería
darle con todas sus fuerzas. Pero yo corregí esa situación. Noquéalo y
asegúrate de que el dinero vaya a donde tiene que ir. Y eso fue lo que Floyd
hizo.

Cuando comencé a hacer el casting de Power , tenía a una persona en mente


para el papel protagónico, Ghost: Omari Hardwick. Había visto a Omari en
la película Traficantes por error y consideré que podía ser la figura
principal de una serie exitosa.
La cadena tenía a otros actores en mente, pero yo estaba enfocado en
Omari. Para mí, él era la personificación de la inteligencia, masculinidad,
impredecibilidad y violencia de Ghost. Sólo necesitaba lograr que Starz lo
viera así también.
Cuando comenzó el proceso de selección del reparto, llevamos a Joe
Sikora para que leyera el papel de Tommy. No te sorprenderá saber que Joe
lo hizo de forma espectacular. Se sintió comodísimo con el personaje desde
la primera página. La energía en la habitación se volvió eléctrica mientras él
decía sus diálogos. En cuanto salió de la audición, nadie tuvo que decir
nada: Joe tenía el papel.
El siguiente fue Omari. Yo estaba emocionado; había pasado semanas
vendiéndoselo a los ejecutivos del canal. Ahora era su momento para
demostrar que tenía razón. Pero, a diferencia de Joe, la audición de Omari
fue muy plana. Leyó los diálogos, pero le faltaba energía. Era evidente que
no estaba conectando con el personaje. Algo no andaba bien. Cuando la
audición de Omari terminó y él salió de la habitación, uno de los ejecutivos
me miró y dijo: “Lo siento, pero no creemos que él sea el indicado”.
Entendí por qué sintieron eso, pero yo aún creía que Omari podía
interpretar a Ghost. Sólo necesitaba ayudar a Omari a verlo también. Así
que le llamé esa misma noche.
—Hey, ¿estás bien? —le pregunté—. No parecía que lo estuvieras
disfrutando mucho.
—Sí, estoy bien.
—Bueno. Pero me están diciendo que no están seguros de que tú seas lo
que están buscando. ¿Qué vamos a hacer?
—Bueno, si eso es lo que piensan, deberían dárselo a alguien más.
Ésa no era la respuesta que estaba buscando. Significaba que la
conversación iba en la dirección equivocada. Tenía que darle la vuelta a
Omari y prepararlo para pelear por el papel, en vez de sentirse derrotado.
—Hablas de que se lo den a alguien más, pero ¿qué vas a hacer
después? —le pregunté—. ¿Te sientes tan cómodo con el estatus de tu
carrera que eres capaz de alejarte de un papel protagónico sin dar guerra?
¿Tienes un plan B para cuando alguien más consiga el papel y se lleve toda
la gloria? Si es así, qué bien. Si no, más te vale regresar ahí y leer el papel
como sé que puedes.
Omari seguía diciéndome que no le importaba si perdía el papel, pero
yo sabía que en realidad no era lo que pensaba. Era sólo su ego hablando.
Estaba decepcionado de que los ejecutivos no hubieran reaccionado de
forma positiva a su audición. Omari sabía que podía actuar; sólo estaba
internalizando la información en vez de representarla.
—Escúchame, hay una razón por la cual tu nombre es el primero en la
hoja de llamados —le dije—. Yo insistí en que tu nombre fuera el primero.
Y la razón por la que lo hice fue porque te vi en Traficantes por error . Sé
que puedes romperla en este papel. Lo escribimos pensando en ti. Vas a ser
la estrella de una serie de televisión interpretando a Ghost. No dejes que tu
ego te haga tropezar. Si esos ejecutivos no creen que seas el indicado, ve
allá y demuéstrales que lo eres.
Por fin, comenzó a ver las cosas a mi manera. Hablamos sobre las
motivaciones de Ghost y posibles historias futuras. Su energía iba en
aumento. Empezaba a ver lo que yo veía.
—Tienes razón, 50 —me dijo—. Puedo ser este tipo.
Hacia el final de la conversación, estaba emocionado y listo para volver
a leer. Organicé la audición para el día siguiente; esta vez, Omari estaba
enfocado. Tenía porte y se veía amenazador, pero había también una
profunda inteligencia en su mirada. Estaba en la zona. Era Ghost.
Hoy, resulta casi imposible pensar en alguien que no sea Omari para ese
papel. Pero hubo un momento en el que Omari estuvo preparado para dejar
pasar la oportunidad sin oponer resistencia. ¡Qué gran error habría sido! No
sólo habría tenido un impacto negativo en Power , sino que le habría
costado a Omari muchas de las oportunidades que trae consigo ser la
estrella de una serie exitosa. Ahora es un gran nombre, con varias películas
a punto de salir en cine, gracias a lo que ha hecho como Ghost.
Para poder sacar lo mejor de las personas que te rodean, a veces tienes
que expresar con claridad y fuerza las oportunidades que visualizas para
ellas. Que tú las veas no significa que ellas las ven también. Si alguien no
responde o aprovecha esas oportunidades que creaste para él o ella, tendrás
que llevarlos a ese lugar. Es la definición literal de un “líder”.
No puedes formar un equipo y esperar que todos sepan de manera
innata qué es lo que deben hacer. Así es como surgen la confusión y la
frustración. Si alguien no está en modo competitivo, es tu responsabilidad
activar ese modo en él. Ya sea tu lugarteniente o la persona de más bajo
rango en tu organización, necesitas poder expresar no sólo a dónde
necesitas que esa persona vaya, sino también los pasos que necesita
emprender para llegar ahí.
Poner a la gente en el camino correcto requerirá que atenúes su
competitividad y su arrogancia la mayor parte del tiempo. Ayudarlos, como
en el caso de Bang ’Em Smurf, a ser un poco más realistas respecto a sus
capacidades y su posición. Pero, en ocasiones, como con Omari, tendrás
que adoptar el enfoque contrario. Tendrás que elevarlos un poco.
Recuérdales de qué son capaces. Cree en ellos de forma tan explícita que,
con el tiempo, ellos comiencen a creer en sí mismos.
La clave es entender que diferentes personas requieren estrategias
distintas. No puedes entrenar a todos los jugadores de la misma manera. Si
le hubiera ladrado a Omari de la misma forma en que le ladré a Bang ’Em,
Omari nunca habría salido de su caparazón. De igual forma, si hubiera
motivado a Bang ’Em como hice con Omari, Bang ’Em habría estallado.
Acepta que todos en tu equipo van a tener sus propios complejos,
problemas e inseguridades, para luego lidiar con ello con la energía
apropiada. No puedes tener una mentalidad única para ejercer el liderazgo
de forma eficaz. Necesitas ajustar tu enfoque frente a cada persona de tu
equipo para lograr aprovechar su potencial al máximo.

APRENDER A CONFIAR OTRA VEZ

El 30 de agosto de 2012, estaba en mi oficina, trabajando en los planes


promocionales para “New Day”, una canción que había hecho con Alicia
Keys, cuando recibí una llamada urgente de un amigo. Tenía noticias
devastadoras: Chris Lighty, mi gran amigo y manager, había muerto.
Estaba parado en una oficina bulliciosa, pero, cuando oí las palabras
“Chris está muerto”, fue como si todo el ruido que me rodeaba se hubiera
apagado. “No puedo creer que oí lo que acabas de decir”, le dije a mi
amigo. “Repítelo para que me asegure de que te estoy escuchando bien.”
Pero no hubo ningún malentendido, ningún error. Chris Lighty, el
hombre que me ayudó a navegar por los picos y los valles de mi carrera, se
había ido.
Lo más devastador era que decían que se había suicidado. Ese Chris
Lighty, una de las personas más inteligentes, seguras de sí mismas y
motivadas que había conocido, decidió quitarse la vida.
Hasta el día de hoy, hay algo que no me termina de cuadrar.
La muerte de Chris fue un golpe en varios niveles. Lo más devastador, por
supuesto, fue saber lo que su pérdida significaría para sus hijos. Su hija
Tiffany y yo éramos particularmente cercanos, y sé que ella lo idolatraba.
En cuanto supe que había fallecido, juré que siempre cuidaría a Tiffany en
su ausencia. He intentado cumplir con mi promesa y hasta reescribí mi
testamento para incluirla. Apoyo tanto a Tiffany que ni siquiera perdí la
cabeza el día que rompió uno de los espejos de mi Lamborghini cuando la
dejé conducirlo. ¡Así es como sabes que es amor de verdad!
Más allá del impacto en su familia, me preocupaba también lo que la
muerte de Chris significaría para mí. De todos mis colaboradores, Chris era
sin duda el más cercano. Lo conocí al inicio de mi carrera, cuando estaba
promocionando mis mixtapes . A pesar de que él creció en el Bronx y era
un poco mayor que yo, sentí como si llevara toda la vida conociéndolo.
Nuestros contextos y nuestras energías eran muy similares.
Chris, quien entonces se hacía llamar Baby Chris, había surgido del
Bronx con una banda llamada Violators. Pasó de robar cadenas en los
clubes a llevar los discos del legendario dj Red Alert. Esa relación lo
convirtió en el manager de giras de grupos como A Tribe Called Quest y De
La Soul. Después alcanzó el éxito como ejecutivo en Def Jam, antes de
lanzar Violator, su compañía de gestión, junto a Mona Scott.
Así como siempre intento encontrar el equilibrio entre 50 Cent y Curtis
Jackson, dentro de Chris había dos lados muy distintos. Chris Lighty, el
ejecutivo, podía sentarse en una sala de juntas y cerrar un trato
multimillonario sin problemas. Pero Baby Chris, el del Bronx, podía
abofetearte si hacías demasiadas tonterías frente a él. Los dos estábamos
siempre en esa cuerda floja entre respetar nuestras raíces callejeras y
mostrar nuestro carácter corporativo.
Por esa razón, nos entendíamos a un nivel muy profundo.
Con Chris, por primera vez en la vida tuve a alguien fuera de mi familia
inmediata en quien confiaba de forma implícita. Le confiaba mi dinero. Le
confiaba mis visiones. Le confiaba mi futuro. Es una confianza que, como
ya he dicho, me cuesta mucho construir.
No me di cuenta de cuánto confiaba en Chris hasta que, poco después
de que murió, tuve que comparecer en una audiencia sobre uno de mis
negocios. Mientras un abogado me interrogaba sobre cómo operaba mi
empresa, comencé a percatarme de que mi respuesta a casi todas las
preguntas era: “Eso es algo de lo que Chris se encargaba”. Me llevó a
entender el enorme papel que Chris tuvo en mi carrera.
He batallado mucho por llenar ese vacío desde que Chris se fue. Sé que
nunca voy a encontrar a otro manager como él, pero debe haber alguien con
cualidades similares que pueda ayudarme, alguien que pueda quitarme un
poco de la carga y permitirme enfocarme en el panorama más amplio,
alguien que pueda aconsejarme y ayudarme a obtener logros aún más
grandes, alguien que entienda a 50 Cent y a Curtis Jackson.
Comencé este capítulo diciendo que el mejor atributo de los
empresarios exitosos es saber evaluar el carácter de las personas. Así que la
pregunta que tengo que hacerme es: ¿he perdido la fe en mi capacidad para
juzgar a la gente? ¿O he tenido inquietudes al considerar abrirle mi vida y
mi carrera a alguien como hice con Chris? Porque, para dejar que un
manager en verdad haga su trabajo lo mejor posible, tienes que dejarlo
entrar a casi todos los aspectos de tu vida.
Creo que la respuesta es que he sido demasiado cauteloso al intentar
encontrar a otro Chris. Una de las metas que tengo que alcanzar es
recuperar la confianza en mi capacidad para leer y evaluar a la gente.
Siempre he sido muy seguro en esa área, así que necesito aprovechar ese
talento y comenzar el proceso de construir esa confianza con alguien más.
Abrirle tu vida a alguien nuevo puede resultar intimidante, pero, cuando
eliges a la persona correcta, también se vuelve muy provechoso.
4

SABER CUÁNTO VALES

Calcula cuánto vales. Luego, súmale los impuestos.


—Anónimo

¿N o sería increíble que siempre te pagaran lo que vales sin tener que
pelear por ello? ¿Que cada vez que busques un nuevo puesto, intentes
negociar un aumento o pidas un bono, te compensen de forma justa?
Por desgracia, la vida no suele funcionar así. Si acaso, ocurre lo
contrario.
Siempre que trabajas para alguien más, esa persona intentará pagarte
menos de lo que vales. No importa si se trata de un “buen tipo”, de un
amigo o, incluso, de un familiar. Si puede ahorrarse unos centavos, intentará
hacerlo a costa tuya. Y ni siquiera se vale que te enojes; así son los
negocios.
Lo que sí puedes hacer es ser estratégico. Asegúrate de que, en vez de
que te pasen por alto, te hagan un lado o te estafen, siempre recibas el
máximo valor por tus esfuerzos.
No es tan difícil como parecería. Lo más sorprendente de todo es que, a
veces, la mejor manera de extraer ese valor máximo es eligiendo no
negociar con tanta dureza como puedas.

Gimme the loot


[Dame el botín]

I got my mind on my money, and my money on my mind


[Tengo la mente puesta en mi dinero y mi dinero en mente]
Fuck you, pay me!
[¡Vete al carajo y págame!]

Esas letras clásicas del hip-hop y tantas otras similares ayudaron a


reconfigurar la actitud de la gente con respecto a exigir lo que sabían que
merecían. Esa energía es una de las máximas contribuciones culturales del
hip-hop. Los Isley Brothers son lo más funky de lo funky , pero no
proyectan esa energía de “vete al carajo y págame”. Earth, Wind & Fire me
encanta tanto como a cualquiera, pero ellos no incitan a la gente a exigir un
aumento.
El hip-hop sí transmitía esa energía, pero en esteroides y con un chaser
de Red Bull. Hicimos que la idea de cobrar todo lo que había que cobrar
fuera un pilar de nuestra cultura. Los críticos no quieren admitirlo, pero sin
duda el hip-hop empoderó a la gente para que se valiera por sí misma como
no lo había hecho antes ningún otro movimiento artístico.
En mi papel de 50 Cent he fomentado esa mentalidad tanto como los
demás. Desde el primer instante en que tomé un micrófono, me he dedicado
a rapear sobre ganar dinero. Si vas a tu teclado y buscas la palabra
“págame”, mi cara es literalmente una de las primeras cosas que aparecerán
en los gifs. Me enorgullece haber contribuido a esparcir esa energía.
Pero ¿qué ha hecho Curtis Jackson? Él ha adoptado un enfoque más
matizado.
Con los años he aprendido que, aunque la energía de la exigencia de
“págame” es muy poderosa, hay que ponerla en práctica de forma muy
concienzuda. Si me lanzo a una situación con un aura que grita “Dame el
botín, dame el botín”, aunque eso sea propio de la personalidad de 50 Cent,
también podría frenar varias cosas antes de que siquiera comiencen a
moverse hacia el destino deseado.
Hoy en día soy sumamente estratégico con respecto a cómo afrontar las
nuevas oportunidades. En vez de enfocarme en qué tan grande puede ser el
pago inicial, intento evaluar todas las maneras en que la situación podría
beneficiarme, aun si entre ellas no hay un cheque.
Si acaso hay un sello distintivo de mi carrera fuera del rap, es mi
capacidad para saber valorar situaciones inesperadas. Si sólo hubiera
seguido el típico “manual del rapero”, no habría hecho carrera fuera de la
música. Un par de patrocinios y, después de eso, a la comunidad de retiro
del hip-hop.
Sin embargo, siempre tuve otros planes. Estaba dispuesto a obtener todo
el dinero que mi talento merecía, aun si eso significaba dar unos cuantos
pasos poco ortodoxos.

EL TRATO IDEAL EXISTE:


¡ESPÉRALO!

Ya que en la calle me conocen como un tipo bastante agresivo y que


emprende acciones con rapidez, quizá sea raro afirmar que una de mis
principales fortalezas para negociar es, en realidad, mi paciencia.
No importa cuánto dinero haya sobre la mesa, cuánto me estén
presionando o qué tan bien o mal haya salido mi último negocio, siempre
esperaré hasta encontrar el mejor trato antes de comprometerme.
El mejor ejemplo fue mi decisión de firmar con Shady Records, de
Eminem, e Interscope. Es una decisión que, en retrospectiva, parece obvia,
un paso lógico que cualquiera habría dado. Tal vez lo sea, pero te aseguro
que en ese entonces no era tan obvia. Mucha gente (incluyendo a varias
personas muy respetadas en la industria musical) me tildaron de loco por
rechazar algunos de los tratos que me habían ofrecido antes.
Para que entiendas por qué me sentía así, déjame ponerte en contexto.
Mi primer contrato fue con la disquera de Jam Master Jay, JMJ Records,
el cual firmé cuando tenía unos veintiún años. Jay fue quien me enseñó a
armar una canción. Antes de conocerlo, soltaba rimas con un cierto ritmo,
pero sin dirección alguna. Jay me formó. Me hizo bajar las revoluciones y
me enseñó a incorporar melodía y estructura a una canción para que fuera
completa y exitosa.
Para mí era esencial desarrollar esas habilidades, pero, al final del día,
JMJ no era una disquera real . Era más bien una compañía de producción.
Jay tenía un estudio en el que grababa con los artistas (y donde, por
desgracia, lo asesinarían tiempo después). Una vez que consideraba que un
artista estaba lo suficientemente pulido, le llevaba su música a una disquera
“real”, como Atlantic o Def Jam, para vendérsela a su departamento de
desarrollo artístico. Si a la disquera le gustaba el material, Jay firmaba un
contrato a nombre de JMJ. Luego, en teoría, al artista se le pagaría con el
acuerdo de Jay.
Yo no sabía que así funcionaban las cosas; creía que, una vez que había
firmado con Jay, oficialmente había “llegado”. Nunca me atrevería a decir
que soy el más inteligente, pero sí soy capaz de entender las cosas muy
rápido. Una vez que comprendí que JMJ no iba a lanzar mis discos de
forma directa, dije: “No, así no”, y pedí que me liberaran del contrato. Jay
no me quería dejar salir ileso, así que terminé pagándole cincuenta mil
dólares para rescindir el contrato.
Después, me junté con el dúo de productores Trackmasters. A través de
ellos logré conseguir un contrato “real” con Columbia Records. Grabé un
montón de canciones para mi álbum debut, pero luego las cosas se
detuvieron (más adelante te contaré por qué). Antes de que el álbum pudiera
salir al mercado, me dispararon. Cuando comenzaron a circular los rumores
sobre quién me había disparado, Columbia entró en pánico y me dio las
gracias.
En ese momento, yo tenía casi veinticinco años. Era muy joven para ser
maestro, doctor o abogado, pero no tan joven para una cultura tan enfocada
en la juventud como es la del hip-hop. Lo peor de todo es que me veían
como si fuera mercancía dañada. Además de ser baleado, ya había torcido
un brazo para salirme de un contrato y había perdido el otro con una
disquera importante. La mayoría de la gente en la industria no consideraba
que valiera la pena el dolor de cabeza que implicaría contratarme.
Muchos raperos en mi situación se habrían sentido muy inquietos. Se
habrían preocupado por que sus sueños estaban por escurrírseles entre los
dedos. Asediados por la ansiedad y la confusión, si una disquera —la que
fuera— les hubiera ofrecido un contrato, lo habrían firmado ese mismo día.
Sin embargo, yo no pensaba así. No me importaba qué me había
sucedido antes; no estaba dispuesto a firmar nada a menos que supiera que
era el mejor trato para mí, tanto en ese momento como a futuro. Mi pasado
no iba a nublar mi visión para el futuro.
El primer contrato que me ofrecieron fue en Universal. Dijeron que me
querían, pero, cuando un abogado revisó el contrato, descubrí que lo que en
realidad me estaban ofreciendo era un proyecto conjunto por 1.3 millones
de dólares para un disco solista y un proyecto con G-Unit. Me quedó claro
de qué se trataba: era una forma de trabajar conmigo que al mismo tiempo
les permitía proteger su dinero tanto como fuera posible.
Yo no estaba buscando asociarme con alguien que no estuviera
preparado para entrar de lleno conmigo. Rechacé a Def Jam.
Luego un tipo de Capitol Records llamado 3H me buscó. Me llevó a
Los Ángeles, que fue mi primer viaje a la costa oeste. Cuando llegué, me
sorprendió ver que era sólo un niñito blanco. Me pareció una locura que ya
tuviera tanto poder en la industria, pero respeté que hubiera hecho las
maniobras necesarias para llegar hasta ahí. Estaba hambriento y era
arrogante, como yo. Me sentí muy tentado a trabajar con él.
Sin embargo, su jefe en Capitol reculó. Le dijo a 3H que yo era
“demasiado aterrador” y que “no quería guardaespaldas” en su casa. No
estaba del todo equivocado: me rodeaba un aura amenazadora, y llevaba
guardaespaldas a dondequiera que fuera. Además, no intentaría convencer a
alguien que no fuera capaz de ver mi valor. Por más que me agradara 3H,
sabía que Capitol no era el entorno ideal para mí.
En aquel entonces me representaba Violator. Chris era mi manager y
alguien a quien acudía en busca de consejo. Me apoyó cuando no acepté
esas ofertas, pero me di cuenta de que no le fue fácil.
A Chris le preocupaba que invertir en mí valiera la pena. Sí, las calles
estaban locas por mis mixtapes , pero mi pasado me perseguía también. La
movida más segura habría sido aceptar alguna de esas ofertas y lanzar mi
álbum debut.
Las cosas se complicaron todavía más cuando Todd Moscowitz, quien
trabajaba con Chris en Violator, me consiguió una oferta en J Records. Todd
dijo que sería la oportunidad perfecta. Trabajaría con Clive Davis, que es
una leyenda de la industria, lo que apaciguaría muchos de los miedos que la
gente tenía respecto a mí, así que Todd insistió en que firmara con J
Records. Casi al mismo tiempo que Todd hacía su jugada con J Records, me
enteré de que Eminem tenía interés en contratarme con Shady Records, su
sello dentro de Interscope. Supe de inmediato que ésa era la oportunidad
ideal. The Marshall Mathers LP acababa de vender veintidós millones de
copias. Eminem era la razón por la que muchísimos fans blancos
comenzaban a aceptar la cultura del hip-hop. Era el tipo de asociación que
puede presentarse sólo una vez en la vida, si tienes suerte.
Me enfrentaba a una decisión difícil. Hoy en día, la gente cree que
habría tenido éxito sin importar con quién hubiera firmado. Si entras en los
chats y blogs, verás incluso a fans diciendo cosas como “50 estaba tan en
llamas que podría haber firmado con Koch y habría vendido los mismos
discos”.
Sí, estaba en llamas, pero, aunque mi ego querría creer lo contrario, mi
carrera no habría tenido ni remotamente la misma trayectoria si hubiera
firmado con cualquier otra disquera que no fuera Interscope. Ni con Koch,
ni con Def Jam, ni con J Records. Y no era sólo la presencia de Eminem;
Interscope me dio acceso a Dr. Dre, uno de los mejores productores de
todos los tiempos. Ninguna otra oferta habría podido igualar el inmenso
poder de ese equipo.
Sabía que todos mis fracasos y errores me habían preparado para ese
momento. Cuando esa puerta se entreabrió, no necesité ni un pequeño
empujón para aventarme y entrar.
Sin embargo, antes de poder dar ese paso, tenía que quitar a Todd
Moscowitz del camino. El contrato con J Records significaría dinero para
Violator; el contrato con Eminem, no. Todd se negaba a ceder. Así que
algunos miembros de mi banda y yo tuvimos que ir a Violator a discutir la
situación. Todd se mostró agresivo y explicó que teníamos la obligación
contractual de firmar el acuerdo que él había conseguido. Miré a Chris en
busca de ayuda, pero él sólo se encogió de hombros, como para decir que
tenía las manos atadas. Estaba atrapado entre lo que era mejor para su
artista y lo que Todd creía que era mejor para su empresa. Era una situación
surrealista: estaba escuchando a ese tipo con saco y zapatos de vestir
intentando convencerme de dejar pasar una oportunidad única en la vida y
conformarme con lo que yo sabía que era un contrato menos beneficioso.
Lo que Todd dijo no nos sentó bien ni a mi gente ni a mí. Externamos
nuestras inquietudes, y quizá lo hicimos de forma un tanto agresiva:
recuerdo que, en un momento, Todd salió corriendo de su oficina y bajó las
escaleras hacia la calle, haciendo un escándalo en todo el trayecto con sus
zapatos de vestir. Sobra decir que eso fue lo último que oímos sobre la
posibilidad de firmar con J Records. Interscope sería mi nuevo hogar.
Todos sabemos cómo salieron las cosas. Me convertí en una de las
estrellas más grandes en la historia del hip-hop. Pero debo reiterarlo: en ese
momento, la decisión no era tan obvia.
Lo más difícil fue decirle que no a Violator. No me importaba un carajo
lo que Todd Moscowitz quisiera, pero Chris era un buen amigo mío.
Rechazar a J Records lo puso en una situación complicada. Se había
quedado a mi lado cuando muchos otros me abandonaron. Me dijo siempre
la verdad cuando otros sólo querían dorarme la píldora. Habría sido mucho
más fácil firmar con J Records, cobrar un buen cheque y hacerlos felices a
todos. Habría sido una concesión con la que mucha gente habría podido
vivir.
Pero yo no.
No puedes, bajo ninguna circunstancia, hacer concesiones cuando lo
que está en juego es tu visión. Tienes que estar preparado para nadar a
contracorriente y perder dinero —incluso si eso pone en riesgo tus
relaciones— hasta que estés seguro de que encontraste la oportunidad
correcta.
¿Te casarías con alguien sólo porque te pidió matrimonio? ¿O porque a
tus amigos les parece que es un gran partido? Espero que no. Uno no hace
un compromiso así sólo porque alguien más quiere que lo hagas. No
importa si estás soltera, tienes treinta y siete años y, cada vez que hablas con
tu madre, lo primero que sale de su boca es: “¿Y los nietos para cuándo?”.
Tienes que estar cien por ciento convencida de que es la persona correcta
antes de siquiera pensar en decir sí.
¿Harías una oferta para comprar una casa sólo porque el agente de
bienes raíces ya está harto de mostrarte propiedades y quiere su comisión?
¡Ni de broma! Buscas a otro agente y sigues yendo de casa en casa hasta
que encuentres una que esté dentro de tu presupuesto y en la que te
emocione pasar el resto de tu vida.
Cuando te conformas con algo, muestras falta de seguridad. Si tu
camino no ha sido sencillo, quizás empieces a cuestionar qué tan válido es
lo que estás haciendo. Quizá sea mejor que tomes la primera oferta que se te
ponga enfrente, en caso de que no vuelva a haber otra. Cuando empiezas a
pensar así, ya perdiste el espíritu de buscavidas.
Hace poco hablaba con un amigo que estaba teniendo problemas para
encontrar esa seguridad en sí mismo. Había comenzado un negocio desde
cero y le dedicó cuerpo y alma. Tras años de trabajo duro, alcanzó el éxito,
y grandes compañías comenzaron a hacerle ofertas. Estudió hacia dónde iba
la industria y decidió que era el momento correcto para vender. Entró en
negociaciones con una empresa y pasó meses y meses refinando las
condiciones de la venta. Gastó miles de dólares en abogados. Pero luego,
justo antes de firmar los papeles, la otra empresa se retractó. El negocio se
murió.
Mi amigo se quedó anonadado. El asunto lo dejó hecho mierda. Ya
estaba planeando comprar la casa de sus sueños con sus ganancias, así
como las vacaciones que tomaría con sus hijos. Había visualizado todos
esos ceros en su cuenta que en un instante se esfumaron.
Se deprimió. Sentía que había gastado demasiado tiempo y dinero en
vano. La idea de comenzar a negociar otra vez le generaba ansiedad. Les
dijo a sus abogados que encontraran cuanto antes el primer trato que
apareciera. No le importaba si era la oportunidad ideal, ni el potencial que
tendría a largo plazo. Sólo quería concretar algo. Había perdido la confianza
en su valor.
Era el momento de una arenga. Necesitaba reconectarse con el espíritu
de buscavidas que lo había llevado a comenzar aquel negocio. Lo
reconforté diciéndole: “Recuerda que, si a una persona le interesó, eso
significa que tu idea tiene valor. No entres en pánico. No te conformes con
algo si no es lo correcto. Hay compañías que se aprovechan de las personas
que están en tu situación. No caigas en su trampa. Regresa a trabajar y
espera a que aparezca el socio correcto”.
Tuve que decirle algo sobre su incertidumbre porque entendía qué era lo
que estaba sintiendo. Cuando pones todo lo que tienes en algo y ese algo no
resulta, la inseguridad asoma la cabeza. Es cuando estás vulnerable. Los
depredadores percibirán tus titubeos e intentarán aprovecharse de ellos.
Sentí esa misma vulnerabilidad cuando Columbia me dejó ir. La duda
comenzó a sabotear mi energía. Es probable que mis fans no lo notaran,
pero ahí estaba. Por fortuna, mi espíritu de buscavidas fue más fuerte que
cualquier sensación pesimista que pudiera haberse infiltrado en mi alma.
Tuve la confianza y la paciencia suficientes para esperar hasta tener la
oferta correcta enfrente. Creí en mi valor y, con el tiempo, recibí una
recompensa por ello.
En apenas un par de años, pasé de ser abandonado por una disquera a
lanzar uno de los álbumes de hip-hop más exitosos de la historia. ¿Y los
tipos junto a los que me sentaba y con los que trabajaba? Ellos dirían que
tuve suerte de que Interscope me buscara. Pero, como diría mi abuela,
“Genuinamente fuiste bendecido”.

Podrá parecer obvio, pero la gente no siempre entiende el valor de una


asociación sólida. A veces —y esto les ocurre sobre todo a los artistas—
nos enfrascamos tanto en los halagos que recibimos que no creemos
necesitar a nadie que nos apoye. Creemos que son lo único que hace falta
para lograr las cosas. Ser seguro de uno mismo es muy bueno, pero nunca
debes dejar que tu ego te impida formar asociaciones que te harán llegar
más lejos de lo que lo harías por tu cuenta.
Esto lo vi de primera mano con un rapero de Filadelfia llamado Gillie
Da Kid. Apareció en mi radar gracias al legendario dj de Filadelfia Cosmic
Kev. En ese momento, yo estaba en la cima después de mis primeros dos
álbumes, y la gente se interesaba en mostrarme a sus artistas. Kev era un
veterano, así que sabía que la mejor forma de llamar mi atención era
acercándose a mí con humildad. “Hey, nunca te he pedido nada”, me dijo,
cosa que era cierta. “Pero necesito que escuches las rolas de Gillie, porque
la va a armar.”
Respetaba mucho a Kev, así que escuché el material. Tenía razón: tenía
todo para ser un hit. La canción me gustó tanto que decidí llevar a Gillie a
Interscope. Si acaso este término no queda claro, “llevar” significa que, en
vez de que él le presentara su música a alguien en el departamento de
Desarrollo Artístico, yo la llevaría directamente a los altos ejecutivos.
Que alguien te lleve es lo que más quieres cuando eres artista. Te
permite saltarte a todas las personas de nivel bajo y hablar de frente con la
gente de arriba. Es especialmente útil si la persona que te está llevando
acaba de vender veinticinco millones de copias con esa disquera. Eso te
garantiza recibir la atención de todos.
Le puse la canción a uno de los altos ejecutivos. Al principio no estaba
tan convencido como yo, pero luego le conté mi plan.
—Mira, no creo que tenga caso poner a Gillie dentro de G-Unit— le
expliqué. No sabía si su sonido encajaría con lo que estábamos haciendo en
ese entonces—. Pero, si ustedes lo firman, yo le daré todo mi apoyo al
proyecto. Yo le doy la gasolina.
—Ah, eso cambia las cosas. Vamos a hacerlo —me respondió el
ejecutivo.
Si yo le ponía mi sello al proyecto, sabían que iba a vender.
Mandé decirle a Gillie que había una oferta de Interscope sobre la mesa.
No recuerdo cuánto le estaban ofreciendo, pero sí que era una cantidad
justa. Al parecer, Gillie no lo vio de la misma manera. “Nah, a la mierda.
Necesito un millón para firmar con ellos”, respondió cuando Kev le dio la
cifra.
Su respuesta me sorprendió, pero, por respeto a Kev, volví a reunirme
con los ejecutivos y les dije lo que Gillie quería. Les parecía que estaba
fuera de lugar ofrecerle un millón a alguien que aún no tenía mucha
historia. Estaban dispuestos a sumarlo al equipo, pero no por un millón de
dólares de entrada.
Gillie no cedió. La gente intentó convencerlo de que necesitaba impulso
al principio. Pero él tenía la mente fija en ese millón de dólares. Y, cuando
Interscope se negó a dárselo, rechazó la oferta. Fue un grave error de su
parte.
Su equivocación consistió en acomodarse en una zona donde el dinero
lo era todo. Su visión era demasiado limitada. Otro factor fue su entorno.
Fili es una ciudad bastante grande, pero su comunidad de raperos es muy
pequeña. Todo el mundo sabe qué están haciendo los demás, así que Gillie
seguro había oído por cuánto firmó Beanie Sigel o cuánto le habían dado a
Philly’s Most Wanted, y supuso que él tenía que estar al mismo nivel.
Ésa es la forma equivocada de evaluar un contrato. En vez de enfocarse
en cuánto le pagaron al de al lado, debió haberse concentrado en la
oportunidad más grande, que era tenerme detrás de su proyecto. Con el
empuje que yo traía, le habría dado a su proyecto todo el impulso que
necesitaba y hasta más. No tengo duda alguna de que, con mi sello de
aprobación, Gillie habría ganado mucho más que un millón de dólares con
Interscope.
En vez de eso, firmó con otra disquera y varios años después lanzó un
álbum que nunca recibió el apoyo ni la atención necesarios. Y eso fue todo.
Nunca tuvo su gran momento, a pesar de su talento. Hoy, Gillie es un
respetado veterano en la escena de Fili y tiene un podcast popular, pero
como rapero nunca alcanzó el nivel de éxito que debió haber tenido.
ENFÓCATE EN EL POTENCIAL,
NO EN EL CHEQUE

Recuerda cómo evalué el trato con Eminem y toma en cuenta los aspectos
positivos en los que me enfoqué: los talentos de élite con los que trabajaría,
la falta de competencia interna y el acceso a una nueva base de fans.
Ahora piensa en lo que no mencioné: el dinero.
Sabía que la cifra que acordáramos terminaría siendo irrelevante en
comparación con lo que ganaría a largo plazo con el plan adecuado. Mi
bono de contratación con Shady Records fue “sólo” de un millón de
dólares. Pero terminé ganando tanto dinero con ese contrato que el bono de
contratación era casi intrascendente.
Podrá sonar ilógico, sobre todo dentro de un capítulo titulado “Saber
cuánto vales”, pero el primer cheque nunca debe ser tu principal
preocupación. Siempre enfócate en el potencial a largo plazo.
Ésa fue la idea en la que basé una las mejores decisiones de negocios
que he tomado en la vida: mi asociación con Vitamin Water en 2004. Hoy
en día, la gente celebra que haya tomado esa decisión, pero, al igual que
cuando firmé con Eminem, al principio estaban confundidos.
Eso incluye a Chris Lighty, quien se mostró escéptico cuando le dije que
quería invertir en una compañía de agua. “¿Vender agua? ¿Vendérsela a
quién?” En aquel entonces, muchos raperos se estaban llenando los bolsillos
promoviendo licores como Hennessy y Courvoisier. En la mente de Chris,
el alcohol era el mercado en el que había que invertir.
Sin embargo, mi idea descabellada tenía fundamentos. Sabía por
experiencia que la gente no siempre toma alcohol en los conciertos. Tal vez
sean menores de edad o no quieren desembolsar veinte dólares por una
cerveza tibia. Y algo que siempre está disponible y es popular en cualquier
concierto es el agua. Es la bebida más vendida en cualquier evento.
Un día, iba caminando por el pasillo del agua en el supermercado
cuando caí en cuenta de que una marca “premier” vendía su agua por tres
dólares. Luego vi que las marcas normales estaban alrededor de 75
centavos. Pensé: Si me vendaras los ojos, no habría forma de distinguir
entre una y otra . La única diferencia era que las marcas premium habían
hecho un mejor trabajo para posicionarse y promoverse. Ésa fue otra
revelación. Nunca se me habría ocurrido, pero, al igual que con el alcohol,
es posible subir el precio del agua para inflar tu marca.
Y eso sin mencionar que el agua representa de forma mucho más
auténtica mi estilo de vida. En realidad casi no tomo alcohol, pero sí bebo
muchísima agua. Y, ya que tomo tanta, sé que sólo tomar agua simple puede
volverse muy aburrido. Para animar un poco las cosas, comencé a tomar
agua saborizada. Un día, mientras entrenaba en un gimnasio en Los
Ángeles, el instructor me dio una botella de algo llamado Vitamin Water. Le
di un sorbo y me gustó tanto que hice la nota mental de que era una
compañía en la que debía invertir. Para asegurarme de no olvidarlo, guardé
la botella vacía en mi maleta del gimnasio.
Cuando regresé al hotel, llamé a Chris y le conté del agua saborizada
que tanto me había gustado. Chris investigó un poco y encontró que la
distribuía una empresa llamada Glacéau, que, coincidentemente, tenía su
sede en Queens. Ante mi insistencia, decidimos que ésa sería la marca con
la que debía trabajar.
Una vez que convencí a Chris de mi visión, hicimos un plan. Durante un
comercial para mis zapatos deportivos Adidas en el que aparecía
entrenando en un gimnasio de boxeo, metimos una toma en la que se me
veía bebiendo Vitamin Water. Duraba apenas medio segundo, pero con eso
bastó. Un amigo de Chris que trabajaba en Glacéau vio el comercial y nos
buscó para saber si nos interesaría un patrocinio. Acababan de desarrollar
un producto llamado Formula 50 (porque contenía 50% de las cantidades
diarias recomendadas de siete vitaminas y minerales). ¿Quién mejor para
vender Formula 50 que 50 Cent?
Acepté, pero hice una contraoferta distinta a los típicos contratos de
patrocinio. En vez de cobrar cinco o seis cifras por aparecer en sus
anuncios, yo quería invertir en la empresa. En vez de aceptar dinero, quería
parte del negocio.
Fue una oferta muy agresiva que tomó a la gente de Glacéau por
sorpresa. No se negaron a ello, pero les ponía nerviosos asociarse conmigo
a ese nivel. Sólo me conocían como el rapero al que le habían disparado
nueve veces y no estaban seguros de querer asociarse con esa energía.
Necesitaba tranquilizarlos, así que concerté una cita con el presidente de
la empresa. No llegué con un gran séquito, sino que sólo fuimos Chris y yo.
Le externé cuánto respetaba su marca —ya era un cliente fiel— y cuánto
estaba dispuesto a esforzarme para hacerla crecer. No proyecté la energía
arrogante o agresiva que seguramente estaba esperando, sino que me
presenté como alguien que veía una oportunidad de negocios especial y
estaba dispuesto a partirse el lomo para hacerla realidad. Y era la verdad.
Mi estrategia les permitió sobreponerse a sus aprensiones, y logramos
concretar el trato. Lo siguiente en la agenda era repensar Formula 50. Para
mí, Vitamin Water era meramente una versión sofisticada de los “cuartitos”,
que eran bebidas saborizadas que comprabas por 25 centavos en las
bodegas del barrio. Como podrá decirte cualquiera en el barrio, el cuartito
más popular siempre ha sido el de uva. Nadie en el barrio quería tomar agua
de lichi o de maracuyá, que era lo que ellos tenían en mente. Formula 50
tenía que ser de uva para conectar con mi base. Glacéau respetó mi visión y
cambió el sabor a uva.
Una vez que todo quedó acordado, promoví Vitamin Water como loco.
Mi cara apareció en espectaculares en todo el país. Grabé un icónico
comercial en el que dirigía a una orquesta que tocaba “In Da Club” mientras
bebía Formula 50. Parecía que, a dondequiera que voltearas, me veías
predicando sobre las virtudes de Vitamin Water.
El dominio de mercado de Glacéau se expandió, y la industria de las
bebidas se dio cuenta, tanto así que, en 2007, Coca-Cola compró Glacéau
por más de cuatro mil millones de dólares. Por supuesto, a mí me tocó una
parte. Quisiera darte la cifra, pero firmé un acuerdo de confidencialidad
para nunca revelar esa cantidad. Digamos nada más que me fue muy bien.
Fue una de las victorias más grandes de mi vida, que luego celebré en
mi canción “I Get Money”:

I took quarter water, sold it in bottles for 2 bucks


Coca-Cola came and bought it for billions, what the fuck?
[Agarré cuartitos y te los vendí en botella por dos billetes verdes.
Coca-Cola llegó y la compró por miles de millones, ¿qué carajos?]

“¿Qué carajos?” era lo que el resto del mundo del hip-hop se preguntaba
cuando se enteró de cuánto dinero había ganado. Había antecedentes de
grandes negocios en el mundo del hip-hop —Run-DMC con Adidas, LL
Cool J con FUBU—, pero nada le llegaba a los talones a esto. En un
ambiente en donde todos están buscando el siguiente negocio, yo logré
identificar algo que estaba a la vista de todos y que nadie había notado.
En ese entonces, tuve suficiente confianza en mi visión como para no
obsesionarme con el dinero desde el principio. Para ser sincero, estaba en la
cresta de la ola de mi éxito musical y no me urgían otros cien mil dólares.
De cualquier modo, sin importar cuál sea tu situación financiera, si en
verdad crees en algo, siempre recomendaría que busques una parte del
negocio en vez de un pago por adelantado.
Cuando pides acciones, estás apostando por ti mismo. Cuando lo hice
con Vitamin Water, fue una apuesta única. Hoy en día, con la aparición de
las startups , es una forma de compensación a la que mucha gente recurre,
en especial en empresas de tecnología y de medios. Siempre es astuto pedir
una parte del negocio, aunque también hay que elegir con inteligencia qué
tipo de parte es la que vas a obtener, pues no todas las rebanadas del pastel
corporativo son iguales.
Si vas a negociar un trato con una empresa que podría incluir acciones,
lo primero que debes hacer es contratar un abogado. No importa si estás
quebrado; es indispensable. Pide prestado si es necesario. Luego, asegúrate
de que sea un abogado familiarizado en temas corporativos. No contrates a
tu primo que trabaja en bienes raíces ni al tipo que se encargó de tu divorcio
sólo porque podrían ser más baratos. Busca a alguien que se especialice en
ese tipo de contratos. Gastar un poco más en esa primera etapa, incluso si
duele un poco, te ahorrará mucho dinero y dolores de cabeza en el futuro.
Cuando hables con alguien de negocios, también debes familiarizarte
con algunos asuntos básicos para estar bien informado. La mayoría de la
gente no estará en la misma posición en la que estuve yo con Vitamin
Water, la que de hecho me permitió obtener una parte de la empresa.
Es probable, en cambio, que estés en una posición en la que la empresa
te ofrezca un salario más bajo, complementado con opciones de acciones.
Antes de evaluar si se trata de una oferta justa, necesitas saber cuál es la
valoración general de la empresa. Si la empresa ya hizo una oferta pública
inicial, puedes calcular su valor de mercado multiplicando el precio de las
acciones de la empresa por el número de acciones emitidas. Si no se han
emitido acciones aún, la cifra será más difícil de calcular. Quizá tengas que
preguntarles a los fundadores qué método usaron para hacer su tasación. Si
no quieren decírtelo o te dan una respuesta ambigua que no tiene mucho
sentido, es probable que no sea el tipo de trato que quieras cerrar.
Si te ofrecen acciones, necesitas saber si tienen derechos adquiridos o
no. La mayoría de las opciones de acciones tienen derechos adquiridos, lo
que significa que debes permanecer en la empresa durante un cierto periodo
antes de poder liquidarlas. Si tu opción no adquiere sus derechos sino hasta
dentro de cuatro años, tendrás que preguntarte si te sientes cómodo estando
ahí todo ese tiempo. Si la respuesta es no, quizá las acciones no valgan la
pena.
Muchas veces, la gente oye las palabras acciones u opciones de compra
y creen que se ganaron la lotería. Es cierto que las acciones y las opciones
de compra son una de las formas más rápidas de ganar mucho dinero, pero
no puedes lanzarte de cabeza y a ciegas a una startup . Tienes que
informarte y hacer muchas preguntas complicadas al inicio del proceso.
Así, si la startup con la que estás trabajando se convierte en una de las
pocas que logra que su valor se dispare, estarás en la posición perfecta para
cosechar tu recompensa.

He visto a muchas personas perder oportunidades extraordinarias por


perseguir un cheque en vez de maniobrar para quedarse con un pedazo del
pastel. Tal vez el ejemplo más flagrante sea el de mi otrora socio Sha
Money XL.
Conocí a Sha cuando arrancó en el negocio de la música. Antes de
firmar con Interscope, grabé varias canciones de mis mixtapes en un estudio
que Sha operaba en el sótano de su casa, en Long Island. No era estudio
profesional, pero cumplía su función. Lo más importante era que Sha me
ofrecía un espacio seguro en el que podía grabar en una época en la que
muchos de los estudios grandes no querían tener nada que ver conmigo.
Gracias a su lealtad y constancia durante aquella época difícil, consideré
a Sha mi socio. Nunca formalizamos la relación, pero tenía muy claro que,
cuando firmara otro contrato con una disquera importante, Sha recibiría un
pedazo de ese pastel también.
Imaginarás entonces mi sorpresa cuando lo primero que hizo Sha
cuando firmé con Interscope fue presentarle a la empresa una factura por
cincuenta mil dólares. ¡Quería que le reembolsaran las sesiones de
grabación que hicimos en su casa! Me dejó atónito a varios niveles. En
primer lugar, nunca discutimos que Sha me cobraría por el tiempo en su
estudio. Sin embargo, si él creía que se lo debía, ¿por qué querría cobrar
una cifra tan inflada? ¿Cincuenta mil dólares por grabar en un sótano? Era
una falta de respeto.
Intenté enderezarle las ideas. “Mira, no creí que me fueras a dar una
factura por lo que hicimos en tu casa”, le dije. “Pero, si consideras que
tenemos que pagarte por esas sesiones, toma treinta mil y un punto del
álbum”.
Le estaba ofreciendo menos efectivo del que quería, pero en realidad era
un trato sumamente generoso. Un “punto” en la industria significa que, por
cada disco que vendiera, Sha recibiría uno por ciento de regalías. En la
industria musical, los puntos son lo que todo el mundo está buscando. Si un
álbum la arma en grande, no hay un límite de cuánto podrías ganar con tus
puntos. Y, tomando en cuenta el ruido que mi imagen estaba generando, se
trataba de un álbum que seguro iba a pegar.
Sha no tuvo interés en el punto. Hasta su abogado le dijo que estaba
loco. “Acepta el mugroso punto”, le dijo. “Yo te doy los veinte mil dólares
faltantes por él. ¿Qué carajos te pasa?”
Ni siquiera escuchó a su propio abogado. Sha quería que yo le diera los
cincuenta mil dólares y no estaba dispuesto a negociar. Terminó recibiéndo
los, pero fue un error que le costó muchísimo. Ese punto de Get Rich or Die
Tryin’ terminó valiendo 1.3 millones de dólares.
Y Sha no solamente perdió más de un millón de dólares. Cuando Get
Rich… se empezó a vender como pan caliente, Interscope me ofreció un
contrato de 15 millones para G-Unit Records. Una vez que firmamos, noté
que Sha comenzó a pasar mucho tiempo en mis oficinas; supongo que creyó
que él recibiría parte de ese dinero. Pero no. “No te toca ni un centavo de
este dinero”, le dije de inmediato. “Tú liquidaste tus acciones en este asunto
cuando me exigiste tus cincuenta mil dólares. Ya te pagamos por lo que
hiciste.”
Nuestra relación nunca volvió a ser la misma. En cuestión de meses,
pasé de considerar a Sha un socio con quien estaba dispuesto a compartir
millones de dólares a verlo como un simple contratista.
Sha debilitó su propia posición al no entender cómo negociar. Se obsesionó
con los cincuenta mil dólares y no pudo ver más allá de sus narices.
Ése es uno de los errores más comunes en una negociación: nunca te
claves con una cifra. Quieres que la persona con la que estás negociando
piense que estás clavado, pero, cuando llegue el momento preciso, tienes
que estar preparado para dejarla ir. Eso no es devaluarte; es cuestión de
entender que las negociaciones son un toma y daca. Si te niegas a ceder, la
conversación no va a progresar.
Si Sha hubiera entendido ese principio básico, se habría dado cuenta de
que había un camino muy sencillo para llegar a donde quería y hasta más
lejos. Te mostraré cómo debió haberlo manejado.
Cuando le ofrecí treinta mil y un punto, no debió haberlo rechazado de
buenas a primeras. En cambio, pudo haber respondido con algo de
humildad: “¿Sabes qué, Fif? Me vi muy mal dándote esa factura. Olvídate
de los cincuenta mil”. Aun si no lo creía de corazón, debió haber percibido
que estaba molesto con él y debió bajarle a la intensidad.
Una vez que lograra que yo me relajara un poco, podría haber vuelto
con una petición más agresiva: “Sé que me vi muy avaro cobrándote. Pero
sí trabajé mucho en tu álbum. Estuvimos juntos en las trincheras. Y
agradezco mucho que me hayas ofrecido el punto. Pero, en vez de uno,
¿podrían ser dos?”.
Si me hubiera dicho eso, yo no me habría molestado. A fin de cuentas,
es verdad que estuvo conmigo en las trincheras, y me había demostrado su
valor y su lealtad. Lo más probable es que le hubiera dicho: “Déjame
pensarlo”, y habría presentado una contraoferta con un punto y medio.
Lo más probable es que eso es lo que hubiéramos acordado. Sha habría
salido de ese negocio con dos millones de dólares en la bolsa. Además,
nuestra relación habría seguido en buenos términos y es probable que
también hubiera recibido puntos de mis álbumes posteriores.
En cambio, se fue con una fracción insignificante. Le ofrecí la
oportunidad de alcanzar otro nivel socioeconómico; su estrategia de
negociación, su ego, sus inseguridades y, tal vez, su falta de fe lo hicieron
terminar con centavos. Eso no es afanarse más duro, es afanarse sin ganas.
Creo que una de las razones por las que Sha no logró defender su
verdadero valor en las negociaciones es porque se tomó el proceso de forma
personal. Quizá su orgullo le decía que no tendría por qué pedirme nada.
Tal vez no confiaba en mí. A lo mejor sólo fue avaricia pura y dura.
Sin importar sus razones, es evidente que Sha lo convirtió en algo
personal. Ése es otro gran error que la gente comete cuando comienza a
negociar. Se ofenden por lo que les ofrecen porque sienten que es una
valoración injusta del trabajo que han hecho.
Es importantísimo que te quede bien claro: las negociaciones no son
personales. De nuevo, no importa si estás lidiando con un socio de varios
años, un amigo o un familiar: la otra persona nunca va a partir de una cifra
que consideres justa. Así no funcionan las cosas. Siempre empezará con un
número más bajo, el cual subirá si haces tu parte. Qué tanto suba dependerá
de cuán buen negociador seas. Sin embargo, nunca va a comenzar con ese
número.
Créeme. He participado en miles de negociaciones y ninguna comenzó
donde yo quería. Aun con todo el poder de negociación que tengo como
empresario y artista consumado, todavía tengo que esforzarme para llegar a
la cifra que estoy buscando.
La clave es nunca reaccionar de forma emotiva. Aun si proyecto una
energía de alguien que está enojado y a punto de levantarse de la mesa, por
dentro siempre estoy tranquilo. Sólo quiero ver cómo reciben mi energía. Si
presiono y presiono, y la otra parte sigue sin ceder, entonces me voy. Pero,
la mayoría de las veces, algo de presión me lleva a donde quiero llegar.
Entonces cerramos el trato. Una vez que está hecho, es como si toda la
bravuconería y las amenazas nunca hubieran ocurrido. Todo el mundo se
abraza, brinda y habla de lo emocionado que está por el nuevo negocio.
No voy a mentir. Cuando comencé a operar en el mundo corporativo,
eso me desconcertó un poco. En las calles, si dices ciertas palabras, no hay
vuelta atrás. En la sala de juntas es muy diferente. La gente puede llamarte
“hijo de puta”, “maricón” y “cabrón”, y luego actuar como si no hubiera
pasado nada una vez que se cierra el trato. En las calles, podrían ser tus
últimas palabras si se las dices a la persona equivocada. Pero el mundo
corporativo no es igual. Esas palabras no tienen peso. Todo es parte del
proceso, algo que debe tolerarse para poder alcanzar un punto medio.
Siempre debes luchar por tu valor, pero nunca ofenderte por tener que
luchar. Cuando te ofendes, estás actuando a partir de tus emociones. Podrá
no ser justo , pero, para obtener lo que quieres, sólo puedes actuar de forma
estratégica. Cualquier otra cosa te hará ir en la dirección equivocada.

PODER DE VERDAD

Uno de los mejores negocios que he cerrado en la vida fue el que hice con
Starz para la serie Power . También fue —al menos al principio— uno de
los tratos menos lucrativos que he hecho. Pero eso no me molestó en
absoluto. Cuando comencé a hablar con Starz mi estrategia no era conseguir
el cheque más grande posible, sino generar la oportunidad más grande
posible.
Desde el momento en el que concebí la idea de Power , supe que tenía
algo especial entre manos. Mi objetivo no era lanzar una sola serie; estaba
buscando crear una franquicia en la que los personajes fueran tan atractivos
que pudieran dar pie a sus propios spin-offs . Lo que Marvel había hecho en
el cine, yo quería que Power lo lograra en la televisión. No quería crear un
planeta; quería construir un universo.
Para darle vida a ese universo, tuve que ser muy humilde con mis
primeras exigencias. A pesar de mis éxitos en la música y el cine, mi
historial en televisión no era tan sólido. Mi única expedición previa en ese
mundo —un programa en mtv al estilo de The Apprentice llamado The
Money and the Power — fue cancelada después de una temporada. Debía
reconocer que no estaba en posición de exigir un cheque de superestrella.
Sí, Starz creía en mi visión, pero no estaban listos para tirar la casa por la
ventana. El presupuesto que me ofrecían era muy limitado. Si quería que la
serie fuera un éxito, tendría que distribuir ese dinero de la mejor manera
posible.
Por eso acepté hacer la primera temporada por diecisiete mil dólares por
episodio. Con una temporada de ocho episodios, el costo final fue de ciento
treinta y seis mil dólares. Ten en cuenta que ese dinero no era sólo por
actuar. También incluía ser productor ejecutivo de la serie, lo que implicaba
pasar horas con los escritores y trabajando con Courtney Kemp, la
showrunner . Cuando llegó la hora de promover la serie, tuve que aparecer
en Good Morning America , llamar a estaciones de radio y estrecharles la
mano a los patrocinadores. Mi compromiso con la serie era absoluto. Todo
por ciento treinta y seis mil dólares.
Desde una perspectiva estrictamente económica, parecía un trato
terrible. Podría haber ganado tres veces esa cantidad con un par de
apariciones en un club o un concierto de diez minutos. Olvídate del pago
“justo”. Con todo el tiempo que había invertido, prácticamente me pagué a
mí mismo para hacer esa primera temporada.
La gente se quedó boquiabierta cuando supo por cuánto había aceptado
hacerlo. Creían que pude haberle de dicho a la gente de Starz: “Oye, soy 50
Cent. Puedo entrar a un club, fingir tomarme una copa de champaña durante
cinco minutos y cobrar cincuenta mil dólares por ello. No voy a firmar
esto”. Esa respuesta quizá sería apropiada para 50 Cent, pero habría sido
una estrategia muy miope. Así es como Sha Money o Gillie Da Kid habrían
evaluado la situación. Mas no Curtis Jackson.
Al hacer Power por mucho menos de la tarifa habitual, aposté por mí
otra vez. Y la apuesta pagó con creces. Power se convirtió en la serie con
mejor rating de Starz por un amplio margen. En los últimos cinco años, ha
sido la principal responsable del éxito de la cadena. Esa métrica me ha dado
mucho poder en las negociaciones posteriores. Cuando empecé a negociar,
debía mantener los pies en la tierra. Tan pronto el show estalló, me pude dar
el lujo de ser mucho más agresivo.
Acumulé tanto crédito para negociar que recientemente volví a firmar
con Starz, pero esta vez por ciento cincuenta millones de dólares. El trato
incluye un compromiso de tres series adicionales y un fondo para
desarrollar otros proyectos de G-Unit. Cuando todo esté listo, el contrato sin
duda valdrá muchísimo más.
Incluso mientras trabajaba en el set, con los escritores y en la gira
promocional, jamás pensé que mi verdadero valor fuera de diecisiete mil
dólares por episodio. Ésa fue sólo la cifra que acepté para arrancar el
proceso. Mi verdadero valor sería como productor y estrella de una serie
exitosa que daría vida a más series y a varias fuentes de ingreso adicionales.
Todo lo que hice en la primera temporada me puso en la posición necesaria
para lograr que lo demás se hiciera realidad.
Debo reconocer que pude darme el lujo de trabajar por poco dinero
durante esa primera temporada, pero entiendo que la mayoría de la gente no
está en esa posición. Para ti, aceptar menos dinero al principio puede
implicar que habrá tiempos difíciles en el futuro. Quizá necesites un
segundo empleo para apoyar el proyecto que emprendiste. Tal vez tengas
que pedir un préstamo o dejar tu departamento y mudarte con un amigo. Sé
que esos pasos desmotivan, pero te prometo que a la larga esas decisiones
rendirán frutos. Hacer sacrificios en el momento siempre vale la pena
cuando estás buscando el mejor potencial a largo plazo.

HAZ LAS COSAS

Poco después de que lanzáramos Power , asistí a una fiesta en la casa de


Jamie Foxx en Los Ángeles. En algún momento, comencé a contarles a
Jamie y a algunos miembros de su equipo una versión de esta misma
historia que acabo de narrarte: de cómo fui a Starz con una visión, no me
preocupé por cuánto me iban a pagar y luego usé esa flexibilidad para darle
vida a mi visión.
“¿Vieron? ¿Vieron cómo 50 lo hizo?”, les dijo Jamie a sus amigos
cuando terminé. “Está haciendo las cosas. ¡Tenemos que dejar de pedir y
empezar a hacer! ¡Vamos!”
Jamie trataba de motivar a su gente —la verdad es que él logra que las
cosas se hagan tanto como cualquiera que se esfuerza—, pero en ese
momento logró capturar uno de los principios fundamentales del éxito: ¡haz
las cosas!
Parecerá bastante obvio, pero pasamos demasiado tiempo esperando
recibir permiso para hacerlas en vez de salir y hacerlas. Caemos en la
trampa de pensar que los guardianes —ya sea un jefe, un ejecutivo, un
agente o un crítico— tienen que abrirnos la puerta, cuando muchas veces la
puerta ya está abierta de par en par, esperando a que la crucemos.
Una de las mejores formas de saltarse a esos guardianes es llevarle tus
ideas directamente a la gente que importa. Cuanto más tiempo paso con
ejecutivos, más me doy cuenta de lo poco que saben conectar con el
público. Hacen focus groups , piden estudios de mercado, contratan
influencers … hacen todo menos ir directamente con las personas.
Mi estrategia siempre ha sido la opuesta. Siempre intento conectar con
la gente en el nivel más básico. Pensemos en el ejemplo de cuando me
involucré en la industria de los licores. Cuando comencé a trabajar con
Effen en 2015, el mercado dictaba que la mejor manera de vender vodka era
hacerlo ver como algo aspiracional. El licor premium tenía que representar
un estilo de vida que estaba fuera del alcance de la mayoría.
Quizá los departamentos de marketing pensaban que eso iba a
funcionar, pero yo no estaba dispuesto a hacer las cosas así. Decidí que la
mejor forma de que Effen aumentara su presencia de mercado era ponerme
literalmente al alcance de mis fans. Lo haría presentándome en tantos
eventos promocionales como fuera posible.
Cuando empecé en el mundo de la música, los meet and greets eran una
manera sumamente efectiva de vender discos. Si hacía un evento en Tower
Records, Best Buy o Virgin Megastore, había filas que iban desde la puerta
de la tienda hasta el final de la cuadra. La gente quería darme la mano y
tomarse una foto, conectar conmigo aunque fuera por cinco segundos.
Los MP3 reemplazaron a los cd , y ya no hubo nada que vender en
persona. Los meet and greets pasaron al olvido.
Entendía por qué la industria musical los había dejado atrás, pero ¿por
qué serían útiles para vender licores? Las ventas de discos se acabaron,
pero, hasta donde sé, nadie ha encontrado la forma de hacer un servicio de
streaming para el vodka. Además, cuando la gente hacía fila para comprar
un cd , sólo adquiría uno, pero, si esperas dos horas para conocerme en una
vinatería, lo más probable es que compres más de una botella. Es probable
que pienses: “Voy a comprar una para hoy. Pero mejor compro otras dos
porque se viene la navidad y voy a tener invitados”. Con eso, ya le vendí
tres botellas a una persona. Y la fila le da vuelta a la cuadra.
Mis presentaciones en las tiendas de licores fueron tan exitosas que
Puffy intentó copiarlas, haciendo una en el Bronx con French Montana para
vender Cîroc. Pero no le funcionó. El problema es que French siempre está
en el Bronx. Lo verás ir a la licorería a comprar algo cualquier día de la se
mana, así que ¿para qué hacer fila para verlo? Lo que Puffy debió haber
hecho fue seguir mi ejemplo y hacer su evento en un mercado más pequeño.
Así, habría vendido algunas botellas.
Además de los meet and greets , usé las redes sociales para conectar de
forma directa con el público. Si alguien publicaba en Instagram una foto
con una botella de Effen, le daba la posibilidad de repostearla en mi feed .
Los seguidores de esa persona se disparaban, y eso creaba lealtad hacia la
marca. Otras personas veían lo que ocurría y se animaban a publicar sus
propias fotografías con botellas de Effen. Les enseñé a mis seguidores a ver
los incentivos de apoyar a Effen. Se volvió algo cool . Creé un movimiento
digital sin gastar un centavo en publicidad.
Veo muchos paralelos entre cómo nos movíamos en el mundo del crack
en mis días en las calles y cómo la gente inteligente se mueve hoy en las
redes sociales. La gente se mueve basada en la interacción directa, y no en
lo que un tipo de traje le dice que haga.
El internet está haciendo que los guardianes sean cada vez más
irrelevantes. Por ejemplo, si antes tenías una buena idea para una película,
debías presentársela a un estudio, pues necesitabas acceso a su dinero y a su
capacidad promocional. El estudio era el guardián que confirmaba si tu idea
tenía valor alguno.
Hoy en día, si tienes una idea para una película que te apasiona, no
necesitas un estudio para echarla a andar. Literalmente puedes grabarla con
tu teléfono, editarla en tu computadora y distribuirla en YouTube. Si tu
trabajo es bueno y le dice algo a la audiencia, la gente la verá. Quizá tome
tiempo, pero se correrá la voz de que hiciste algo valioso.
Después de eso, los estudios te buscarán. Les demostraste que tienes un
público. Y, sobre todo, demostraste que sabes hacer las cosas. Eso es
esencial.
Todo tipo de gente tiene ideas. Algunas personas incluso escriben
libretos. Pero muy pocas personas han demostrado que en realidad saben
hacer algo, construirlo desde cero. En realidad, eso es lo más importante
para los estudios. Quieren saber que, si te contratan, no desperdiciarás su
dinero sin entregarles resultados. Sí, preferirían que no fuera una porquería,
pero lo más importante para ellos es que la película se haga. ¿Alguna vez te
has preguntado por qué Hollywood sigue contratando a algunos directores,
a pesar de que no han tenido un éxito desde hace años? Porque el estudio
sabe que, cuando menos, les entregarán algo.
Al crear la película por tu cuenta, ya pasaste esa primera prueba.
Demostraste que puedes hacer algo, que si el estudio te da un cheque
recibirá algo a cambio. Combinas eso con un público establecido y ¡bam! :
tienes poder de negociación. No eres un soñador con una idea, esperando a
que alguien se arriesgue e invierta en ti. Eres un activo probado que puede
sentarse a esperar la mejor oferta.
Estoy usando el cine como ejemplo, pero esa mentalidad de “haz las
cosas” te puede servir en cualquier campo. No te sientes a esperar a que
alguien invierta cientos de miles de dólares en tu idea para un restaurante.
Monta un food truck y asegúrate de que lo que sirvas sea tan bueno que las
filas le den la vuelta a la cuadra. Si lo haces, es sólo cuestión de tiempo para
que aparezca un inversionista con un cheque.
Otro ejemplo que me inspira es el de los blogueros de viajes. Esos
chicos no están esperando a que una gran agencia de viajes o un canal de
televisión les den un cheque. Compraron un boleto de avión y una cámara
decente, fueron a algunos lugares increíbles y empezaron a crear su propio
contenido. Nadie les dijo que lo podían hacer; sólo lo hicieron. De hecho, a
mucha gente mayor le aberraba el concepto. “¿Estos niños quieren que les
paguen por hacer videos de sus vacaciones?”, decían los escépticos. “Que
se consigan un trabajo de verdad.” Pero esos “niños” tenían una visión.
Trabajaron duro y prácticamente crearon su propia industria. Hoy en día,
más de treinta por ciento de los viajeros dicen consultar un blog de viajes
antes de tomar decisiones sobre sus próximas vacaciones. Gracias a eso, las
secretarías de turismo les pagan cientos de millones de dólares a blogueros
de viajes para promover diferentes destinos. Los hoteles les regalan el
hospedaje. Las aerolíneas les dan vuelos gratuitos. Existe una razón por la
que es uno de los trabajos más deseados por los millennials. Pero nada de
eso habría ocurrido si unos cuantos chicos con un boleto y una cámara no
hubieran dicho: “¡Vamos a hacerlo!”.

EL GASTO MÁS IMPORTANTE

A lo largo de los años he comprado muchos artículos de lujo: más cadenas y


relojes de los que puedo contar; suficientes Lamborghini, Rolls Royce,
Maserati y Ferrari como para llenar un estacionamiento público; y una de
las mansiones más opulentas en Estados Unidos.
Sin embargo, lo más caro de todo es mi tiempo.
Le he devuelto cadenas a mi joyero (la mayoría, de hecho). Una vez
incluso regresé un Ferrari a la concesionaria porque no logré descubrir
cómo arrancarlo. Y sí, vendí aquella mansión.
Pero no tengo ningún recibo que pueda devolverme el tiempo que le
invertí a algo. Por eso debes darle un valor especial a la forma en que gastas
el tiempo limitado que tienes.
La persona que hizo que esa lección se me grabara en el cerebro fue
Eminem. Hace muchos años, estaba con él en el estudio y comencé a pensar
en organizar una enorme gira mundial.
—Podríamos ser tú, Dr. Dre, Snoop y yo —le dije—. Ese show llenaría
estadios en todo el mundo. No hay nadie que no quisiera verlo —mientras
le contaba mi idea a Em, visualizaba los estadios llenos de fans
enloquecidos. Imaginaba los millones de dólares que entrarían a nuestras
cuentas de banco. Era como una secuencia onírica en mi mente—. ¡Em,
tenemos que hacerlo! —grité, casi brincando de mi asiento.
Em me escuchó con paciencia.
—Caray, suena muy bien. Suena increíble… pero no quiero hacerlo.
Mi cerebro no pudo procesar su respuesta. ¿Acaba de decir que no
quiere ir por ese dinero? No podía ser verdad.
—¿Por qué no? —le pregunté, incrédulo.
—Porque no quiero estar de gira cuatro meses y volver a casa y que
Hailie haya crecido —me explicó, refiriéndose a su hija.
En ese momento no entendí las razones de Em. Era incapaz de ver más
allá de lo que me parecía una oportunidad desperdiciada. Sin embargo, con
el tiempo llegué a entender mejor su punto de vista.
Sí, siempre es bueno cobrar un cheque. Pero un cheque nunca es más
importante que una experiencia que valores. Es verdad que Em tenía la
ventaja de ya haber ganado varios millones de dólares. No tenía que
preocuparse por cómo le haría para mantener a Hailie. Por ese lado, ya
estaba hecho. Sólo tenía que preocuparse por mantenerla en lo emocional.
Sin embargo, creo que Em habría tomado la misma decisión si hubiera
sido pobre y siguiera viviendo en el Eight Mile Road, en Detroit. Una de las
razones por las que Em ha sido tan exitoso es porque no persigue las cosas.
Nunca ha permitido que factores externos le digan qué es lo que debería
importarle. Está consciente de qué es lo que le importa, y eso es en lo que
se enfoca. Diría incluso que no perseguir el dinero es una de las razones por
las que ha ganado tanto. Si Em hubiera perseguido el dinero “fácil”, su
presentación ante el mundo habría sido como una copia barata de Vanilla
Ice. O habría hecho discos de rock, que era lo que mucha gente le dijo que
tenía que hacer. Pero tenía demasiado talento y respetaba demasiado al hip-
hop como para hacerlo. Estaba dispuesto a esforzarse y establecerse como
un MC de verdad, aun si eso significaba aplazar el dinero en un principio.

El dinero es la meta, pero a veces, para conseguirlo, tienes que reconfigurar


tu cerebro para valorar la experiencia, sobre todo si no naciste en cuna de
oro. Tal vez no tuviste la oportunidad de ir a una universidad en la que tus
amigos pudieran “llevarte” a la empresa de sus padres para conseguir un
buen empleo. Si no tuviste la fortuna de nacer con alguna de esas ventajas,
necesitas encontrar la forma de tener acceso al mundo en el que quieres
aventurarte. Muchas veces, la forma más fácil de abrir esa puerta es trabajar
sin pago, como pasante.
Yo lo hice un par de veces mientras intentaba entrar a la industria
musical. La primera vez fue cuando estaba trabajando con Jam Master Jay.
Me frustraba estar estancado en los estudios de Jay en Queens todo el
tiempo y no poder saborear la escena. Así que Jay me hizo un favor. Era
amigo de un tipo llamado Jesse Itzler, quien era bastante activo en la
industria. Jesse había compuesto varias canciones para artistas como Tone
Loc, además del himno de los Knicks “Go New York Go”. Gracias a eso,
consiguió un trabajo manejando el equipo callejero de los Knicks. Después
de que Jay nos presentara, Jesse me hizo una oferta: si le ayudaba con el
equipo callejero de los Knicks, él me enseñaría a navegar en el mundo de la
música. Me pareció un buen trato, así que todos los días me encontraba con
Jesse y pasaba unas horas recorriendo Nueva York en una camioneta de los
Knicks, repartiendo llaveros y muñequeras del equipo. Luego, íbamos al
estudio de Jesse, donde le ayudaba con la canción en la que estuviera
trabajando en ese momento. Podía ayudarle a encontrar un sample o a
descifrar la mejor forma de armar un coro. Mi único pago fue en mercancía
de los Knicks, pero fue una maravillosa educación para un chico que estaba
intentando entender la composición y la industria musical.
Mi pasantía más valiosa llegó años después, cuando firmé con
Columbia. Una vez que me di cuenta de que estaban atrasando el
lanzamiento de mi álbum, tuve que tomar una decisión: ¿regresaría al barrio
a quejarme de cómo la disquera me estaba jodiendo o haría algo productivo
mientras esperaba? Elegí la ruta productiva. A mi manera de verlo,
Columbia podría estar perdiendo el tiempo, pero yo aún tenía un contrato
con ellos. Todavía tenía acceso a sus oficinas. Y estaba dispuesto a sacarle
el mayor provecho posible a esa entrada.
Nadie me invitó ni me dijo haz las cosas , pero decidí que sería un
pasante no oficial en Columbia Records. Fui pasante no oficial de Jesse
Itzler, que trabajaba sólo por cuenta propia, y aprendí varias lecciones
valiosas, así que, ¿por qué no hacerlo con una empresa grande como
Columbia? ¿Qué iban a hacer? ¿Decirme que no? Sabía que me iban a dejar
ser pasante porque era mucho más sencillo que tener otra conversación
sobre por qué mi álbum no tenía fecha de lanzamiento aún.
Todas las mañanas tomaba el metro desde South Jamaica hasta el
edificio de Sony, en el Midtown de Manhattan. Cuando llegaba, no me
andaba con tonterías, coqueteando con las secretarias ni fumando hierba en
las escaleras como muchos otros de los raperos que iban de visita. No, me
ponía a trabajar. Me metía en todos los departamentos e intentaba absorber
tanta información como fuera posible.
Visitaba a OJ, quien se encargaba de la promoción de la radio callejera.
Lo interrogaba e intentaba entender cómo era su estrategia para hacer que
un sencillo llegara a las personas correctas. Luego iba y me sentaba con
Gail, mi publicista. La observaba hablar por teléfono con editores y
periodistas, intentando colocar historias en las revistas. Gail estaba
trabajando con los proyectos de otras personas, pero yo quería aprender
cómo funcionaba la maquinaria publicitaria.
Después, seguía a Julia, quien estaba a cargo del diseño. Le preguntaba
sobre su proceso creativo al diseñar un álbum. ¿Qué imágenes eran
efectivas para vender discos y cuáles no funcionaban tan bien?
Hice lo mismo en casi todos los departamentos. No dejé de hacer
preguntas ni de absorber información hasta que llegué a una conclusión: la
disquera no podía hacer todo por mí.
Puede parecer una obviedad, pero en ese entonces la mayoría de los
raperos no estaba consciente de las limitaciones de las disqueras. Creían
que, una vez que firmaban con una compañía importante, podían activar el
pilo to automático y la gente de la oficina haría todo. Esos artistas creían
que las disqueras eran Dios, pero, después de escarbar un poco, entendí que
eran completamente humanas. Las disqueras podían hacer algunas cosas
bien, pero otros elementos estaban un tanto fuera de su control.
Gracias a mi “pasantía” entendí que tendría que hacerme de un nombre
antes de que OJ lograra que tocaran mis canciones o de que Gail pudiera
conseguirme portadas en las revistas. Entendí que las disqueras funcionaban
bien a partir del impulso, pero tenían muchas limitaciones para generar esa
fuerza.
Por eso terminé lanzando “How to Rob”. Comprendí que necesitaba
hacer el ruido suficiente como para despertar a la disquera. Necesitaba crear
mi propia energía, en vez de seguir deseando que alguien me conectara a la
corriente.
Jamás habría tenido esa revelación si no hubiera decidido crear también
mi propia pasantía. No me pagaban por ir todos los días, pero la
información que obtuve fue invaluable. Es probable que adquirir ese
conocimiento realista sobre lo que la discográfica no iba a hacer por mí
haya salvado mi carrera.

Hoy en día, las pasantías parecen tener mala reputación. Muchos jóvenes se
quejan de que son explotadoras. Algunos incluso quieren lograr que las
pasantías sin paga sean consideradas ilegales.
Me parece una visión miope. Si eres pasante en una industria que te
apasiona, no te están explotando. Depende de ti sacar lo más posible de esa
experiencia. Una pasantía es una puerta abierta. Cuando ya estás dentro, es
tu responsabilidad explorar todas las habitaciones de la casa.
Digamos que quieres ser diseñador de zapatos deportivos. Gracias a tu
empuje, logras conseguir una pasantía en Adidas, pero en el departamento
de marketing. A ti el marketing no te interesa, pero aceptas el puesto de
todos modos. Buena decisión: ahora tienes acceso.
Debes acometer tu trabajo en marketing como si fuera un puesto de
diseño y ganarte el respeto de tus jefes. Luego, aprovecha que estás dentro
del lugar para hacer contactos. Averigua quién trabaja en el departamento
de diseño y acércatele en la cafetería. Hazle cumplidos por sus diseños.
Entabla una conversación. Asegúrate de seguir encontrándote con esa
persona hasta forjar una relación. Cuéntale entonces que tu verdadera
pasión es el diseño. Pregúntale si podrías pasar un día a su oficina sólo a
observar.
Si esa persona percibe que tu hambre es sincera, lo más probable es que
diga que sí. Ahora tienes una entrada. Estás cerca de las personas que están
haciendo lo que tú quieres hacer. Capitaliza la oportunidad. Haz preguntas y
observaciones; absórbelo todo. Incluso si no desemboca en un empleo más
adelante —aunque podría hacerlo—, saldrás de esa pasantía teniendo una
enorme ventaja frente a tu competencia. Tendrás información real sobre
cómo se pone en práctica tu pasión.

Alguien que verdaderamente logró capitalizar la experiencia de una


pasantía fue Corentin Villemeur, el fotógrafo que mencioné hace algunos
capítulos. Corentin creció en Francia y era fanático del hip-hop. En 2006,
decidió mudarse a Nueva York para estar más cerca de la cultura.
Cuando llegó a Nueva York, una de las primeras cosas que hizo fue
conseguir el teléfono de las oficinas de G-Unit, pues era fan de nuestra
música y de nuestro estilo de vida. Llamó y preguntó si estábamos
contratando, y le dijeron que no había empleos disponibles. Pero Corentin
no aceptó un no como respuesta. En cambio, unos días después, se apersonó
en la oficina y llamó a la puerta con la intención de presentar su caso en
persona. Explicó que acababa de mudarse de Francia, que era un gran fan
de G-Unit y que estaba dispuesto a hacer cualquier cosa con tal de trabajar
con nosotros. Conoció a Nikki Martin, a quien le intrigó su historia, pero,
como de verdad no había trabajos disponibles, le dijo: “Nosotros nos
comunicamos si hay algo”.
Por lo general, esa frase es el fin de la historia, pero Corentin no estaba
dispuesto a darse por vencido. Además de ser fan del hip-hop, Corentin era
también un programador muy bueno. En ese entonces, acabábamos de
lanzar ThisIs50.com, que corría con Flash. Corentin sabía que la página
correría mucho mejor en HTML, aunque muy poca gente conocía bien ese
lenguaje en ese momento.
Por lo tanto, volvió a llamar a la oficina y explicó que sabía cómo
mejorar nuestra página. Entonces recibió toda nuestra atención. Cuando
quedó claro que sabía de qué estaba hablando, le ofrecimos una pasantía
para trabajar en la página. Corentin se abalanzó sobre la oportunidad y, fiel
a su palabra, mejoró la página casi de inmediato.
Eso estableció su valor dentro de la organización. Lo ascendí de pasante
a responsable de todas mis plataformas digitales. Como también era muy
buen fotógrafo, se volvió mi fotógrafo interno. En ese puesto, ha podido
viajar por todo el mundo conmigo, de África a Australia, tomando
fotografías y viviendo el hip-hop a escala mundial.
Corentin fue capaz de hacer realidad el sueño que tuvo en Francia
porque entendió dos conceptos fundamentales. El primero fue la
persistencia. No esperó a que publicáramos una oferta de trabajo en algún
lugar, sino que tomó la iniciativa de llamar a nuestras oficinas sin esperar
que alguien le diera permiso. Como eso no rindió frutos, se presentó en
persona. Esa visita no lo condujo directamente a un empleo, pero le ayudó a
formar una conexión con Nikki; le permitió pasar de ser un nombre en un
correo electrónico a alguien con una historia, alguien que dejó una buena
impresión.
La segunda cosa brillante que hizo Corentin fue que no volvió a
llamarnos pidiendo una pasantía. En cambio, nos ofreció algo. Estudió
nuestra organización, encontró qué necesitábamos mejorar y vio cómo
podía contribuir. No importa si es en el hip-hop, en el cine o en el sector
financiero, si logras explicar de forma convincente por qué serás valioso
para la organización, te abrirán un espacio. Una vez que tengas el espacio,
podrás esforzarte por desarrollar tu valor. Ya sea dentro de esa organización
o en alguna otra, una vez que adquieras algo de experiencia y traigas
referencias bajo el brazo.

TODO POR ESCRITO

Quiero explicar un último punto sobre asegurarte de siempre recibir lo que


vales. Si bien es esencial que establezcas cuál es tu valor, una vez que lo
hagas, lo más importante es tenerlo impreso en papel.
Es primordial tener cualquier trato, promesa y plan en papel y en forma
de contrato con validez legal. Nunca dejes que tu valor esté únicamente en
la “palabra” de alguien.
Demasiados tratos en el hip-hop se han cerrado con un apretón de
manos o un choque de puños en vez de una firma sobre una línea punteada.
He oído incontables promesas que nunca se cumplen. Es fácil
prometerle a alguien la mitad de nada. Es fácil prometerle a alguien que te
harás cargo de él o ella “cuando todo se eche a andar”.
Sin embargo, en cuanto a alguien le empiezan a pagar, a esas palabras se
las lleva el viento. Los tratos de palabra no valen un carajo. Cuando el
dinero empieza a entrar, los cuchillos empiezan a asomar.
Sobre todo en el hip-hop, palabras como familia y por siempre se tiran
al aire todo el tiempo, pero no significan nada. Pregúntales a Freeway,
Beanie Sigel o hasta a Dame Dash qué tan cercana era en realidad Roc-La-
Familia. No mucho.
A Puffy le encantaba decir que era “Bad Boy for Life”. Que Shyne o
Loon te digan cuando duró esa vida entera.
Carajo, si hablas con Young Buck o Lloyd Banks, te dirán que los dejé
botados también. Yo lo veo de forma distinta, como explicaré más adelante,
pero ésa ha sido su perspectiva a veces.
El meollo del asunto es éste: las promesas no valen una mierda. Papelito
habla.
Cuando estás colaborando en un álbum, un libreto, una empresa de
paisajismo o una cervecería, los términos, condiciones y expectativas tienen
que estar en papel antes de que inviertas demasiado tiempo y dinero en ello.
Créeme, al principio todos son siempre los mejores amigos. Ese apretón
de manos parece firme cuando comienzas. Pero los celos y la envidia son
reales. Quizás estén tan enterrados en las profundidades de alguien que
tardarán años en salir a la superficie, pero, si hay dinero de por medio,
encontrarán la forma de hacerlo.
Protégete. Pon todo por escrito.
5

EVOLUCIONA O MUERE

Mira a tu alrededor. Todo cambia. Todo en esta tierra está en constante estado de
evolución… No viniste a este planeta a permanecer estático.
—Steve Maraboli

E n 1974, David Falk estudiaba en la Facultad de Derecho de la George


Washington University. Se le metió en la cabeza que quería trabajar en
ProServ, una pequeña agencia deportiva en Washington, D.C., que se
especializaba en representar a tenistas profesionales. Pasó meses y meses
llamando a las oficinas de ProServ e intentando concertar una reunión con el
fundador de la empresa, Donald Dell. Nunca recibió respuesta. Un día
incluso llamó diecisiete veces en tres horas. Dell, impresionado o quizá
simplemente molesto por la tenacidad de Falk, al fin tomó la llamada.
Cuando terminó esa conversación, Falk logró conseguir una pasantía no
remunerada.
Falk hizo un excelente trabajo y obtuvo un empleo de tiempo completo en
ProServ cuando se graduó de la escuela de derecho. Sin embargo, no era muy
fanático del tenis; su deporte favorito era el basquetbol. Mientras los demás
agentes se enfocaban en firmar a estrellas del tenis, Falk comenzó a buscar
jugadores de basquetbol colegial. Formó una relación con Dean Smith, el
legendario entrenador de la Universidad de Carolina del Norte, y firmó a
varios de sus jugadores cuando fueron a la nba .
Esa relación dio verdaderos frutos cuando Falk consiguió firmar a una
joven estrella de Carolina del Norte llamada Michael Jordan. Durante el
verano previo a la primera temporada profesional de Jordan, Falk se dio a la
tarea de encontrarle un patrocinio con una marca de zapatos.
En aquel entonces, los contratos de patrocinio de los jugadores de la nba
eran bastante sencillos: escogías una marca (Jordan mismo prefería Adidas),
negociabas un contrato y tal vez recibías una dotación de zapatos deportivos
para la temporada. Si eras una superestrella, quizás aparecías también en un
cartel promocional o en un anuncio televisivo.
Las empresas de zapatos no querían establecer grandes compromisos con
los jugadores de la nba , pues existía la creencia tácita de que era difícil
popularizar a un atleta afroamericano en la mayor parte del país.
Falk no tenía interés en el esquema que todos los demás utilizaban. Había
notado que, cuando los agentes de los tenistas en su oficina hacían un trato
con una marca, no era sólo por zapatos. Si un tenista firmaba con Nike,
además de los zapatos, promocionaba también las maletas, los pants, las
camisetas y los calcetines. Los tenistas promovían todo un estilo de vida, y
Frank no veía por qué un jugador de la nba —y en especial uno tan
espectacular como Jordan— no podía hacer lo mismo. Los agentes y las
marcas podían estar estancados en la forma tradicional de hacer las cosas,
pero Falk presentía que el público estaba listo para aceptar y apoyar a atletas
negros de la misma forma en que habían apoyado a iconos blancos como
Mickey Mantle y Joe Namath.
Falk le presentó a Nike un plan que se centraba en que Jordan fuera la
imagen de su propia marca de estilo de vida Nike, a la que luego llamaría
“Air Jordan”. Luego, añadió otro giro: en esos días, los jugadores por lo
regular recibían una tarifa fija por el patrocinio, pero Falk exigió que Jordan
recibiera regalías por cada par de Air Jordans que se vendiera. Nike aceptó
los términos para un contrato de cinco años, pero con una condición: si Nike
no vendía cuatro millones de dólares de Air Jordan en los tres primeros años,
podían anular el contrato. Seguían escépticos de que un atleta negro pudiera
conectar con el público estadunidense.
¡Qué equivocados estaban! ¡Y cuánta razón tuvo Falk! Olvídate de los
tres primeros años: los Air Jordans de Nike vendieron setenta millones en los
dos meses posteriores al lanzamiento de la línea en 1985.
Resulta que los jugadores negros de la nba sí podían crear una marca de
estilo de vida.
Falk se convertiría en uno de los agentes más exitosos y poderosos en la
historia de la nba , y negociaría más de ochocientos millones de dólares en
salarios. Por supuesto, Air Jordan se convertiría en una de las marcas depor
tivas más icónicas de todos los tiempos. De hecho, se espera que haya
generado más de 4.5 mil millones de dólares en ventas en 2020.
La negociación de Falk por Air Jordan es el tipo de trato que cualquier
empresario sueña con lograr. Pero ¿qué le permitió materializar esa visión
ganadora?
Más que cualquier otra cosa, fue su capacidad de evolucionar por encima
de los papeles y expectativas que se le habían impuesto para crear un nuevo
modelo de apoyo para su cliente.
Falk no se abrió un hueco en ProServ para conformarse con la rutina de
representar a tenistas. Si bien el tenis era muy popular en ese momento, él fue
capaz de ver que la nba estaba a punto de estallar. Una vez que cruzó la
puerta, empezó a empujar para que la empresa evolucionara. Al instigar ese
cambio, Falk no sólo logró transformar su carrera, sino revolucionar toda la
industria del marketing deportivo.
En todos los campos y en todas las profesiones, las personas más exitosas
son las que se niegan a apegarse al statu quo , quienes no están satisfechos
cuando logran algo, sino que siempre están buscando la siguiente meta y el
próximo reto.
Por el contrario, la gente que está demasiado cómoda o que no está
dispuesta a adaptarse suele ser la que se queda rezagada.

SABER CUÁNDO CAMBIAR

En 2009 aparecí en el sencillo “Crack a Bottle”, junto a Eminem y Dr. Dre.


Fue un hit enorme. Fue #1 en las listas de popularidad en Estados Unidos,
Reino Unido y Canadá, y ganaría después un Grammy por mejor canción de
rap de un dueto o grupo.
Para capitalizar ese triunfo, hice una breve gira mundial, en la que visité
países como Croacia, Suiza e India. A dondequiera que iba, la gente se volvía
loca con la canción. No hay nada como estar en un escenario en el extranjero
frente a cincuenta mil personas y oírlas cantar tus letras. Es una energía
electrizante que sientes que te recorre el cuerpo.
Cuando regresé a Estados Unidos, decidí salir a hacer unas cuantas
presentaciones más. Sin embargo, al presentar la canción ante el público
estadunidense, la respuesta fue muy distinta. Mientras que las audiencias
internacionales vibraban y retumbaban, las de mi país parecían letárgicas. Era
una canción número uno, pero la gente no reaccionaba a ella.
Habría sido fácil encontrar una explicación racional para esa reacción de
la gente. Eminem y Dre no estaban en el escenario conmigo. No había sido
bien promovida en los mercados urbanos. Estábamos tocando en los locales
equivocados.
Pero cualquiera de ellas habría sido sólo una excusa. Había presentado
canciones sin los artistas invitados anteriormente, así como también había
presentado canciones que no habían sido promovidas de forma correcta en
lugares que no eran del tamaño adecuado. Nada de eso había importado.
Siempre estremecía al público.
Las excusas no me interesan. Lo que me interesa es analizar la
información y llegar a alguna conclusión.
Cuando miré detenidamente mi situación, la respuesta fue clara: la cultura
del hip-hop había decidido oponerme resistencia. Había llegado a ese mundo
como un artista desfavorecido, pero, ahora que era un éxito internacional, no
podían verme de la misma forma. Yo sabía que seguía siendo el mismo, pero
el hip-hop ya había pasado a otra cosa. Era imperativo que me diversificara si
quería seguir creciendo en lo económico y lo profesional.
No fue una conclusión fácil de aceptar, pero la entendí. Soy un estudioso
de nuestra cultura, así que reconocí que mi carrera se había ajustado a un
patrón inconfundible.
Al hip-hop le encanta lo que está dañado. Es el rasgo definitorio de su
cultura. Ha sido así desde en los setenta, cuando algunos hermanos
comenzaron a rimar en eventos en el parque del Bronx, y parece que así
seguirá hasta que alguien le apague la luz a esto que hacemos.
Piénsalo: cada tantos años aparece en la escena un nuevo rapero
“peligroso” o “dañado” que cautiva a toda la cultura. Comenzó en el Bronx a
principios de los ochenta, con grupos como Grandmaster Flash and the
Furious Five. Hoy en día podrán parecerte graciosos, con sus jeans ajustados,
sus botas de cuero a la rodilla y pulseras con estoperoles, pero, cuando
irrumpieron en la escena, eran peligrosos. Estados Unidos nunca había visto
algo como ellos. Y, sobre todo, estaban dañados: “Don’t push me, ’cause I’m
close to the edge. I’m tryin’ not to lose my head” (No me empujes, que estoy
cerca del borde. Estoy intentando no perder la cabeza). Marcaron la pauta
para lo que la cultura esperaría de sus héroes.
Para finales de los ochenta, actos como los Furious Five fueron
desplazados por nuevas promesas, como N.W.A. Nadie había visto a un
grupo tan peligroso y dañado como ellos, y N.W.A. hizo que sus antecesores
parecieran ositos de peluche.
Durante años, N.W.A. fue lo más ardiente del mundo, hasta que Wu Tang
apareció y tomó su lugar. Eran jóvenes salvajes que estaban fuera de control.
La cultura no se saciaba. Luego, ’Pac trajo a la costa oeste de vuelta. Nadie
estaba más brutalmente dañado que ’Pac después de firmar con Death Row.
Les tiraba golpes a los policías encubiertos, se pavoneaba en las cortes y
sobrevivía a intentos de asesinato. No hay forma de saber cuánto habría
durado su reinado si no hubiera muerto.
Después de ’Pac, llegó mi turno. Yo subí los límites del daño tanto como
era posible —“Le dispararon nueve veces y no se murió”—, pero con el
tiempo la cultura dejó de verme de esa forma a mí también.
Podían haberme desplazado, pero el patrón se repitió y se repitió. El
último rapero en utilizar esa energía fue Tekashi, pero no logró controlarla.
Para cuando este libro se publique, seguro otro chico habrá aparecido y estará
ocupando los zapatos de Tekashi. O puede ser una chica también, pues hoy
las raperas como Nicki Minaj y Cardi B hacen hasta lo imposible por hacer
ver que están tan dañadas como los hombres.
El error trágico de muchos raperos es negarse a aceptar que el patrón
existe. Según ellos, siguen dañados y siguen siendo la misma persona que
irrumpió en la escena. Pero, como ya expliqué antes, la gente suele dejar de
verte como ser humano cuando alcanzas el éxito. En la mente del público,
cuando llegas, te compones. Y es momento de pasar al siguiente juguete roto.
Los artistas más perspicaces aceptan esta realidad y evolucionan. Los
menos observadores siguen luchando contra lo inevitable hasta caer en la
oscuridad y el olvido. Si vemos a los raperos del pasado, ¿quiénes siguen
siendo relevantes hasta la fecha? Además de mí, están Ice Cube, Dr. Dre,
Method Man y Snoop. Y no es por su música. Los tiempos cambian y nadie
está buscando su música ya. Es porque los primeros tres reconocieron que sus
días de raperos no serían eternos e hicieron la transición a otras avenidas:
Method Man se dedicó a la actuación; Cube a la actuación y a la liga de
basquetbol Big Three; y Dre le pegó a la lotería con los audífonos y
asociándose con Apple.
Esos tipos tuvieron la inteligencia y humildad suficientes como para
entender que el público nunca se equivoca. Cuando la gente deja de
responder a lo que le das, el mensaje que te transmite fuerte y claro es que ya
pasó a otra cosa. Si no lo oyes es porque no estás poniendo atención.

Hacer música aún me apasiona, pero ya no es lo que me define. Digamos que


entro al estudio una noche y logro capturar la magia que está detrás de
cualquier gran canción. La energía es la correcta, los ritmos están de locura y
suelto algunos de mis mejores versos. Cuando sale el sol, tengo hits en las
manos.
Podré haber creado gran contenido, pero de cualquier modo no lanzaría
las canciones por cuenta propia. Prefiero, en cambio, dárselas a un buen
prospecto joven, a alguien con la cara llena de tatuajes, que se mete molly y
está en forma , que parece que siempre está en modo zombi y que
genuinamente parece dañado.
¿Por qué? Porque soy lo suficientemente realista como para admitir que el
público será más receptivo viniendo de su voz que de la mía. ¿Por qué no
darle a ese joven y talentoso artista algo que pueda llevarlo al siguiente nivel?
Puedo crear una parte de la canción y él puede probar el éxito. Es un buen
negocio para todos.
Debo aceptar que la cultura ya cambió. Eso no significa que no puedo
seguir teniendo un impacto en ella, sólo que necesito utilizar otros métodos.
Sin importar lo que hagas, debes ser capaz de aceptar que tu papel va a
cambiar. Cuando empiezas en un espacio o industria, consideras esa
inevitabilidad como algo positivo. Si el personal de una empresa o de una
organización no evolucionara, jamás tendrías esa primera oportunidad. Esa
constante evolución es la llave que abre las puertas.
Luego, trabajas ahí unos años y comienzas a sentirte cómodo. Desarrollas
hábitos. Si eres bueno, enriquecerás un poco a la compañía, o quizá mucho.
Entonces comenzarás a pensar que la compañía te debe algo, no sólo el
sueldo que te esté pagando en ese momento, sino también por todo lo que
hiciste en el pasado. Tal vez comiences a quitar el pie del acelerador y
empieces a creer que tu historial te mantendrá a salvo en ese lugar por
siempre.
Lo siento, pero así no funcionan las cosas. El mismo cambio que te abrió
la puerta es el mismo que te puede echar a patadas si no sigues empujando
hacia delante. No importa cuántos ascensos hayas recibido, cuántas oficinas
elegantes hayas ocupado ni cuántas veces hayas visto tu cara en la primera
plana: ¡no puedes conformarte nunca ! Debes seguir encontrando desafíos.
Un tipo llamado Ray Dalio está a cargo de Bridgewater Associates, uno
de los fondos de inversión más grandes del mundo. Su fortuna personal es de
unos dieciocho mil millones de dólares, así que algo debe saber sobre qué es
lo que motiva el éxito prolongado. Esto es lo que Dalio piensa sobre la
importancia de la evolución personal:

Cuando conseguimos lo que estamos buscando, rara vez nos quedamos satisfechos con eso. Esas cosas so
sólo la carnada. Perseguirlas nos obliga a evolucionar, y es la evolución y no las recompensas mismas
que nos importa a nosotros y a quienes nos rodean. Esto significa que, para la mayoría de la gente, el éxi
es sinónimo de luchar y evolucionar de forma tan eficaz como sea posible.

Te juro que Ray tiene muy claro qué es lo que se necesita. Yo he conseguido
todo lo que he buscado y mucho más. Y sigo sin estar satisfecho con mi
situación.
He vendido casi treinta millones de discos. Es evidente que mi rap les
gusta a algunas personas. Sin embargo, cada vez que entro a la cabina, sigo
intentando crear una rima demoledora. Sigo queriendo demostrar que tengo
los mejores versos.
De igual modo, quiero seguir creando televisión espectacular, vender más
libros y lanzar más marcas de licor. Y, en un par de años, sospecho que tendré
algún proyecto nuevo que estaré por lanzar y me emocionará tanto como me
emocionó firmar con Interscope la primera vez.
El momento en el que cierre la puerta a mi evolución personal será el
momento en que deba colgar la toalla. Pero no veo que esa puerta vaya a
cerrarse pronto.

CAMBIAR CON LA CULTURA

Estar dispuesto a evolucionar en tu empleo o puesto es sólo parte de la


batalla. También debes estar dispuesto a cambiar con tu cultura.
Hay varias razones por las que Power se ha convertido en un hit
contundente. He recibido mucho apoyo de parte de Starz. Mi showrunner ,
Court ney Kemp, nos ha bendecido con libretos fantásticos. Miembros del
elenco como Omar Hardwick, Joseph Sikora, Naturi Naughton, La La
Anthony y Lela Loren hicieron un trabajo increíble al darle vida a nuestra
visión.
Pero uno de los factores más importantes detrás del éxito de la serie es
que la construí para que reflejara la evolución de mi público.
Concebí Power única y exclusivamente para mi audiencia. No estaba
intentando apelar a un nuevo grupo demográfico ni atraer un público más
amplio. Entendía que sólo tendría una oportunidad para acertar con Power y,
para hacerlo, tenía que hablarle directo a mi gente.
Me sentía muy seguro de mi capacidad para hacerlo. Definitivamente soy
observador, y a lo largo de los años he pasado mucho tiempo prestándoles
atención a mis fans. Cuando empecé, el grueso de mi público era joven:
chicos universitarios o de veintitantos que iban a los clubes por primera vez.
¿Qué hice? Compuse música que sabía que conectaría con ese estilo de
vida. Piensa en los famosos versos “Go shorty, it’s your birthday / We’re
gonna party like it’s your birthday!” (Dale, chaparro, es tu cumple / ¡Vamos a
celebrar como si fuera tu cumple!) Eso tenía que conectar. Mi público estaba
en los clubes y todas las noches tenía que ser el cumpleaños de alguien . Esos
versos eran un reflejo de cómo estaban viviendo y jamás perdería su
relevancia.
Para 2014, mi público ya no estaba en los clubes todas las noches. Si era
su cumpleaños, harían una pequeña reunión en casa con su pareja y sus hijos.
Estaban madurando.
Por eso construí la serie alrededor de temas que le hablarían a un público
mayor. ¿Qué pasa cuando un amor de la juventud reaparece? ¿Cuáles son las
consecuencias de que un esposo y una esposa no tengan la misma visión para
el futuro? ¿O si un hijo traiciona a su padre? Ésos son temas que resuenan
con los adultos.
Al mismo tiempo, necesitaba capturar la energía y la emoción que mi
público sintió cuando todavía estaban afuera, viviendo la vida al máximo, de
fiesta a diario y entre drama y drama. Por eso insistí en que Power fuera muy
gráfico, sobre todo en términos sexuales. La serie necesitaba esa chispa.
Cuando empecé en la industria y rapeaba “I’ll take you to the candy shop,
let you lick the lollipop” (Te llevaré a la dulcería y te dejaré lamer la paleta),
aún se consideraba algo vulgar. Hoy en día, las mujeres cantan “Eat booty
like groceries” (Come culo como si fuera un pastel). La vara está mucho más
alta y Power necesitaba estar a ese nivel.
No fue una tarea sencilla. El sábado en la noche siempre ha sido un
cementerio de ratings. Salvo por Saturday Night Live , ese horario ha
producido muy pocos éxitos a lo largo de los años. Es la noche en la que
menos personas están en casa frente al televisor. Al poner Power en el turno
de sábado por la noche, Starz estaba destinando la serie al fracaso.
Sin embargo, logramos sorprender a la cadena y a la industria entera con
ratings muy impresionantes para el sábado por la noche. Los ejecutivos no
lograban entenderlo en un principio, pero yo sabía a la perfección qué era lo
que estaba ocurriendo: mi público se estaba quedando en casa el sábado en la
noche. Les estaba ofreciendo la misma energía del pasado, pero en la
comodidad y seguridad del sillón de su casa. Luego, los más jóvenes
comenzaron a oír el bullicio y empezaron a grabar la serie en su dvr para
verla al día siguiente. O la veían en su teléfono con la app de Starz. La
estábamos rompiendo en todas las plataformas.
Ha sido una transformación ganadora para Starz también. Les permití
conectar con una audiencia que no tenían antes. Antes de Power , el canal no
tenía una identidad; ahora se está posicionando como una versión más joven
y diversa de hbo . Y todo comenzó con Power .
Pero Power no ha terminado de evolucionar. Vamos a lanzar cuatro spin-
offs en Starz, incluyendo uno protagonizado por Mary J. Blige y Method Man
que me emociona mucho.
También se viene un drama sobre la Black Mafia Family. Es un proyecto
tan orgánico que combina los elementos del rap y de la música que son
fundamentales para el hip-hop. Estoy seguro de que será un jonrón, tal vez
incluso más grande que Power .
Si una generación me conoció como rapero, vendrá otra que me conozca
como un magnate de la televisión. Pero eso es sólo porque estuve dispuesto a
cambiar con los tiempos y de evolucionar de la mano de mi público.

NEGARSE A EVOLUCIONAR

Si el éxito de Power ha sido uno de mis más grandes logros, una de mis más
grandes decepciones es el potencial desperdiciado de Lloyd Banks y Tony
Yayo de G-Unit.
Tanto el surgimiento de Power como la caída de G-Unit son muestra de
cómo el crecimiento suele ser uno de los elementos clave de cualquier
camino exitoso. Siempre he sentido que, si hubiera hecho un mejor trabajo
enseñándoles a Banks y a Yayo cómo evolucionar y cambiar sus hábitos, los
dos estarían en un mejor lugar en este momento. En cambio, los dos se
quedaron atorados en la misma mentalidad y, por ende, el éxito que tanto
ansiaban los ha eludido.
En el caso de Banks, mucha de su incapacidad para evolucionar como
artista está ligada a su estructura emocional. Banks creció en el mismo
vecindario que yo, pero nunca fue parte del barrio de la misma manera.
Mientras yo estaba afuera afanándome (de hecho, trabajaba con su papá),
Banks se conformaba con sentarse en su pórtico y ver el mundo pasar desde
ahí.
No tiene nada de malo, pero era muestra de un aspecto particular de su
personalidad: Banks quería que las cosas llegaran a él, en vez de salir a
buscarlas. No estoy intentando calumniarlo; el tipo tiene tatuado “Lazy
Lloyd” en el brazo. Lleva la pereza literalmente a flor de piel.
Siempre ha proyectado una poco productiva mezcla de introversión y
arrogancia. Es el tipo de persona que se siente más cómoda siendo cabeza de
ratón. Si Banks estaba en el estudio con un montón de MC desconocidos, se
sentía muy seguro; disfrutaba ser el centro de atención. Pero, si de pronto
aparecía yo, él sentía que lo habían quitado de su puesto. Se frustraba al
sentir que ya no era el más importante.
Lo entiendo. Acaparo el aire dondequiera que esté. El problema es que él
no luchaba por recuperar algo de ese oxígeno, que es justo lo que una estrella
debería hacer.
Mi creencia es que una verdadera estrella debe poseer cuatro habilidades
fundamentales: crear muy buen material, ser un artista en vivo con gran
energía, tener una imagen única y mostrar una personalidad fuerte.
Tupac tenía las cuatro, al igual que Mary J. Blige. Chris Brown también.
Biggie no tenía las cuatro, pero era capaz de compensar las áreas donde
flaqueaba más. Su imagen en un principio no era tan fuerte, así que Bad Boy
le compró suéteres nuevos y le puso lentes de sol para taparle el ojo que se
movía siempre por todos lados. No podía moverse mucho en el escenario
durante los conciertos, así que el líder de su disquera se convirtió en su
bailarín. Era una gran distracción. Todo eso le funcionó a Biggie. Irrumpió en
la escena con material trascendente, y sus colaboradores lograron maquillar
las áreas en las que no era tan fuerte. No necesitó mucha más ayuda para
convertirse en estrella.
Si soy honesto al evaluar a Banks, quizá tiene una de esas cualidades: es
un muy buen compositor. Entre los raperos conocidos como “de punchline ”
(raperos que terminan sus compases con un verso gracioso o irónico”), a
Banks le gusta hacerse llamar el PLK o Punch Line King. No sé si sea el rey,
pero no debe estar muy abajo en la línea de sucesión.
Sin embargo, no es un gran artista en vivo ni alguien que se vista bien, ni
alguien con una gran personalidad. Así que, si no cumple con esos tres
requisitos, ¿cómo va a crecer y convertirse en la estrella que ya es en su
cabeza?
Para mí, la respuesta era cambiar la forma en la que interactuaba con la
cultura. Por eso, hace años le dije que filmara un video sobre su vida y lo
subiera a YouTube. Que le presentara su estilo de vida a la gente. Que dejara
que la cámara lo siguiera un rato para ver cómo se movía. Tal vez algo que
hiciera o dijera crearía una chispa, se haría viral y le daría algo de fuego.
Lo que no quería era que se sentara a escribir punchline tras punchline y
luego se llenara de resentimiento cuando a la gente le dejara de importar sus
mixtapes . Dicen que la locura es hacer lo mismo una y otra vez esperando
resultados distintos. Si es así, sin duda hay algo de locura en el temperamento
de Banks.
No estoy escribiendo aquí nada que no le haya dicho de frente. Una vez
que me senté a hablar con él, justo cuando Instagram estaba por estallar,
intenté dejarle esta joya de sabiduría:
—Tienes que estar en Instagram —lo animé—. Puedes ser un poco torpe
en persona, así que ésa es una gran manera de que te comuniques con la
gente. Sólo publica fotos de lo que te parezca cool . Así puedes controlar la
conversación sin tener que sentirte incómodo. Es perfecto para ti.
—Nah, no quiero —dijo.
—¿Por qué no? Puedes sólo subir la foto y poner cosas graciosas abajo.
Puedes ponerles punchlines a las imágenes. ¡Puedes hacer lo que sabes hacer
y ganar fans!
—Nah, qué cursi —me dijo, antes de agregar—: Biggie y ’Pac no hacían
esa mierda.
—Están muertos, amigo —le dije—. Murieron antes de que inventaran
esta cosa. ¿Cómo sabes que no estarían en Instagram si estuvieran vivos?
Pero Banks estaba terco. Biggie y ’Pac no usaban las redes sociales, así
que él tampoco lo haría.
Su forma de pensar casi me revienta la cabeza. Sugería que, si Tupac es
tuviera vivo, seguiría usando chalecos de cuero y pañoletas rojas en la
cabeza, y les daría su número de bíper a las mujeres. O que Biggie seguiría
llevando suéteres Coogi y jugando Mortal Kombat II todas las noches. Es
absurdo. Esos tipos habrían evolucionado en su música, estilo y personalidad.
Biggie era graciosísimo. Su Instagram sería una de las páginas más
populares de todo el mundo. Creo que ’Pac habría vuelto a sus raíces
revolucionarias y habría tenido un impacto en la sociedad que fuera mucho
más allá de la música.
Diablos, hasta mi actitud con respecto a Instagram ha evolucionado.
Cuando apareció, también me pareció cursi. En 2014, le dije a The Guardian
: “Creo que lo está arruinando todo. Nos provoca hábitos extraños. Le estás
tomando fotografías a cosas que ni siquiera te gustan”.
Eso es lo que pensaba entonces, pero tampoco mantuve la mente cerrada.
Con el tiempo, comencé a darme cuenta de que no entendía la plataforma del
todo. No había intuido los ritmos de cómo publicar o cuál era el contenido
que resonaba con la gente. Lo más importante de todo: no apreciaba lo
efectivo que era estar en contacto directo con la gente por ese medio. Así que
me lancé y me sumergí en la plataforma. Hoy es una de las herramientas más
importantes que tengo para interactuar con el público.
Banks se resistía a ese tipo de evolución. Su mente estaba atorada en los
noventa y no tenía prisa por desatascarla. Para ser justo con Banks, en
realidad era un instinto natural. Los científicos han comenzado a descubrir
que la música que escuchamos cuando somos adolescentes tiene un mayor
impacto en nuestras vidas que aquella que escuchamos en cualquier otro
momento de nuestra vida. Nuestro cerebro se desarrolla con mayor velocidad
entre los doce y los veintidós años, y parece ser que la música que
escuchamos en ese periodo es la que tiende a quedarse grabada en nuestra
mente.
Banks tenía unos catorce años cuando Biggie y ’Pac estaban en la cima,
así que tiene sentido que su música resuene tanto con él. Lo entiendo;
también sigo amando la música de cuando tenía esa edad. La diferencia es
que yo no he moldeado mi carrera a la imagen de KRS-One ni Kool G Rap.
¿Qué sentido tendría? Fueron increíbles en su momento, pero a mí siempre
me ha importado crear mis propios momentos en vez de copiar los suyos.
Cuando Banks me dijo eso, me di cuenta de que había llegado tan lejos como
era capaz. De hecho, lo primero que pensé fue: “Ésa es una persona en la que
no puedo invertir ni un dólar o segundo más”.
Todos conocemos a alguien como Banks, la persona que sólo respeta una
época y piensa que lo demás es basura. Puede ser sobre música, deportes,
televisión, cine o moda. En un principio parece genial que le apasione tanto
proteger un legado, pero se vuelve irritante después de un rato. La mayoría de
la gente no quiere oír sermones sobre cómo eso que están disfrutando en el
presente no es tan bueno como algo que existía antes. Respetar el pasado es
bueno, pero deja de serlo si te impide avanzar hacia el futuro o aprovechar el
presente.
La gente que está atascada en el pasado envejece antes de tiempo. Su
identificación podrá decir que tienen treinta años, pero su mentalidad es más
vieja que la de gente de cincuenta o sesenta. La edad no tiene que ver con el
año en que naciste, sino con cómo enfrentas el año en el que estás. Si te
mantienes abierto a nuevas experiencias, estás dispuesto a correr riesgos y te
dan curiosidad las ideas nuevas, eres joven. Punto.
Por otro lado, si estás atascado en una forma de pensar y no te interesa
probar cosas nuevas, o si crees que ya has aprendido todo lo que necesitas
saber, eres un anciano. De hecho, estás al borde de la muerte.
Mi barba tendrá una que otra cana, pero me mantengo joven. Me siento y
me veo fresco. No sólo porque todavía tengo el abdomen marcado y uso
zapatos deportivos geniales, sino porque mi espíritu es joven. Lo que vaya a
ocurrir este año me emociona tanto como me emocionaba en 2002 o 2012.
Alguien podría mostrarme la música de un rapero nuevo mañana y estaría
tan prendido como lo estuve la primera vez que escuché a Nas. De igual
modo, podría ver una comedia nueva y reírme tanto como la primera vez que
vi Sanford and Son . Nunca me negaré a vivir experiencias nuevas.
En verdad intenté ayudar a Banks, pero no se puede ayudar a alguien que
está casado con cierta mentalidad o época. Si te sientes atascado, debes tener
el valor de salir del cascarón en el que te metiste y vivir todas las emociones
que el mundo aún puede ofrecerte.
Los problemas de Tony Yayo eran un poco distintos. Como Banks, Yayo era
de mi barrio, pero, a diferencia de él, no se quedaba sentado en los escalones.
Estaba afuera, en las calles, buscando tanta acción como fuera posible.
Yayo era salvaje desde que lo conocí. En nuestro mundo, ese
temperamento le vino muy bien. Era capaz de hacer cualquier cosa en
cualquier momento y, por ello, la gente le daba mucho espacio. En aquel
entonces, ayudé a Yayo a ser así de salvaje. Como banda, necesitábamos esa
energía agresiva e impredecible.
Incluso después de que comenzó a llegar el éxito, seguíamos viviendo así.
No veíamos razón alguna para cambiar. Eso significaba que seríamos muy
agresivos al tomar lo que creíamos que nos correspondía. Si alguien nos
faltaba al respeto o se interponía en nuestro camino, lo quitábamos, costara lo
que costara.
Uno de mis talentos es asimilar y procesar información más rápido que la
mayoría. Así que, a pesar de que estábamos rompiéndola en los estadios,
clubes y hoteles de todo el país, comencé a detectar señales de que pronto
tendríamos que cambiar la forma en la que hacíamos las cosas.
La señal más evidente era que había policías a dondequiera que fuéramos.
Pasillos de estadios, lobbies de hoteles, entradas de clubes: la policía siempre
estaba ahí. Uno pensaría que no había muchos crímenes en la ciudad en la
que estábamos, considerando la manera en que nos seguían.
Algunas otras señales no eran tan notorias. Había mucha energía nerviosa
a nuestro alrededor. Es fácil no percibirlo cuando todo se mueve tan aprisa,
pero, cuando ves más allá de la conformidad de la gente, el miedo es
evidente. Lo notaba en los dj de las estaciones de radio, en los ingenieros del
estudio, en los conductores de televisión, en los gerentes de clubes, agentes y
programadores. Querían hacer negocios con nosotros, pero creían que podía
desatarse una balacera en cualquier momento.
Al darme cuenta de ello, acepté que tendría que cambiar mi estrategia
para lidiar con los desacuerdos y confrontaciones. Era hora de expresar mi
descontento de forma distinta. Tendría que presionar para obtener lo que
quería, por medio de managers y agentes. Tendría que pelear con abogados.
Tendría que diversificar mis arsenal estratégico si quería capitalizar las
oportunidades que el éxito nos estaba presentando.
También reconocí que necesitábamos modificar la distribución de nuestro
tiempo. En las calles, si querías empezar a vender crack a la 1 p.m., a esa
hora empezabas. Si querías tomarte un descanso a las 5 p.m., te lo tomabas.

¿Un día no querías trabajar? Allá tú. Sólo asegúrate de vender. Es un estilo de
vida que te condiciona a hacer lo que quieras, cuando quieras, siempre y
cuando muevas la mercancía.
No es, por el contrario, un estilo de vida que sea productivo cuando lidias
con corporaciones. Si una estación de radio te espera a las 8 a.m., no caminas
por la puerta pasado el mediodía, esperando que pongan tu canción de todas
maneras. De igual modo, si una disquera te reserva un estudio de grabación
durante dos semanas, no deberías esperar al décimo día para por fin
aparecerte y comenzar a grabar.
Hacer la transición del estilo de vida callejero a ser una persona púbica
requeriría una nueva mentalidad. Yayo no pareció registrarlo. Si yo tenía
algún desacuerdo con otro artista, la reacción de Yayo era: “Vamos a
balearlo”, porque ésa habría sido su actitud en el barrio también.
Si nos daban cien mil dólares por una serie de presentaciones en clubes,
Yayo no pensaba en guardarlos en el banco. Lo primero que pensaba era:
“Oye, con esto compramos tres kilos y medio de coca. Los revendemos y
vamos a tener dinero de verdad”.
Una y otra vez tuve que decirle: “Yayo, no podemos hacer eso. Nada va a
funcionar si hacemos esas estupideces. Vamos a terminar de regreso en las
calles más rápido de lo que nos tardamos en llegar aquí”.
En la cabeza de Yayo, yo estaba siendo demasiado servil. Siempre
habíamos hecho lo que queríamos, cuando queríamos, como queríamos. Ésa
fue la actitud que nos hizo sobresalir. ¿Por qué cambiarla?
En retrospectiva, gran parte del problema fue que el éxito inicial le llegó
con demasiada facilidad. Cuando lancé Get Rich or Die Tryin’ , Yayo estaba
en la cárcel. En cuanto salió, lo puse en el escenario. No hubo periodo de
transición. No tuvo que pasar tiempo como un MC desconocido, adquiriendo
experiencia de a poco, aprendiendo a interactuar con la gente de la industria y
cómo lidiar con ejecutivos al tanteo.
En cambio, de golpe lo puse justo bajo los reflectores nacionales y le dio
montones de dinero. Debí haber visto que no eran las circunstancias ideales
para pedirle de pronto que cambiara los hábitos que había desarrollado a lo
largo de una vida. Si acaso, debí suponer que esos hábitos se apoderarían aún
más de él.
Aprendí que, cuando las cosas se mueven demasiado rápido y
constantemente cambias de situaciones y ambientes, la mayoría de la gente
vuelve a sus viejos hábitos en vez de desarrollar nuevos.
Después de años de súplicas, negociaciones y amenazas para que
comenzaran a hacer las cosas de otra manera, tuve que aceptar que Yayo y
Banks no serían capaces de hacerlo mucho más de lo que estaban
acostumbrados. Puedes darles las herramientas, pero no realizar el trabajo por
ellos. Ambos tuvieron la caja de herramientas enfrente durante años, pero no
iban a usarla jamás.
Fue muy decepcionante, pero no tuve más opción que aceptar que
muchos de los rasgos dominantes de sus personalidades —imprudencia,
resentimiento e indisciplina— siempre entorpecerían su progreso.
Simplemente era su forma de ser.
Quizá no lo parezca, pero me esforcé mucho por asegurarme de que
fueran exitosos. Como ya dije, me habría encantado que Yayo se convirtiera
en el siguiente 50 Cent. Si Yayo hubiera logrado capitalizar las oportunidades
que tuvo, habría abierto muchísimas puertas y me habría empoderado para
moverme aún más rápido. Habría hecho la transición para aprovechar otras
oportunidades mucho antes. En cambio, terminé siendo 50 Cent durante más
tiempo del que tenía planeado.
Y no fue sólo a Yayo a quien quise impulsar. La idea era que todos los
que estuvieran asociados con G-Unit terminaran convirtiéndose en jefes por
mérito propio. Lo único que tenían que hacer era seguir mi ejemplo. Los
preparé para el éxito al incluirlos en mis discos y dejarlos compartir el
escenario conmigo. Una vez que tuvieran una base sólida, lo único que
faltaba era que reprodujeran la fórmula con nuevos actos que ellos
escogieran, repitiendo el proceso una y otra vez. Nunca lo hicieron. De
cualquier modo, no quisieron hacerlo o no supieron identificar a nuevos
artistas de cuyo pastel les habría correspondido una rebanada.
Mi intención era que G-Unit fuera la primera rama de un árbol
genealógico que comenzara conmigo y lanzara después a generaciones
enteras de raperos. Lo que sucedió en realidad fue que creé un árbol que vivió
sólo una generación antes de morir. Se encogió. Di a luz a mis hijos, pero
ellos no me dieron nietos.
LOS DÍAS NO ESTÁN CONTADOS

En los días del Viejo Testamento, había un rey babilonio llamado Baltasar.
Llevaba una vida decadente, incluso para los estándares de la época. Te estoy
hablando de harenes llenos de mujeres hermosas y orgías alcohólicas que
duraban días.
Un día, Baltasar decidió llevar las locuras de su mandato un poco más
lejos. Solía hacer fiestas en el palacio, pero esa noche decidió tener una en el
templo más sagrado de la ciudad. El rey se embriagó tanto que, en el furor de
la fiesta, comenzó a beber vino de copas sagradas que habían sido llevadas al
templo desde Jerusalén. Se suponía que sólo los sacerdotes del templo podían
usar esas copas, pero Baltasar estaba decidido a demostrar que no había tabú
que no pudiera romper.
Casi inmediatamente después de que terminó de beber de las copas, el rey
vio de pronto una mano que no estaba unida a un cuerpo escribir la siguiente
frase en la pared del templo:

Mené, mené, téquel, fares.

Al principio debió pensar que había bebido demasiado, pero, cuando las
inspeccionó de cerca, vio que las palabras en verdad estaban escritas en la
pared. Eso le quitó la borrachera casi al instante. Llamó a los sabios de su
reino para que le explicaran qué diablos ocurría, pero ellos tampoco lograron
entender qué significaban esas palabras. Llamó entonces al profeta hebreo
Daniel, quien fue capaz de interpretarlas: “Dios ha contado los días de tu
reinado y ha determinado su fin; has sido puesto en la balanza y te ha hallado
falto de peso; tu reino ha sido dividido y entregado”.
Era una advertencia seria, pero a Baltasar no le preocupó. Él era el rey de
Babilonia. Ningún Dios hebreo le diría qué hacer. Así que dejó que el vino
fluyera y la fiesta continuara. Sin embargo, debió haber escuchado. Harto de
las faltas de respeto, el dios hebreo lo mató ese mismo día y dejó su imperio
en ruinas.
Te comparto esa historia porque representa el origen de la frase “tus días
están contados”. En ese entonces, hablaban de un rey que desafió a Dios. Hoy
la usamos para describir un momento en el que es obvio que las cosas van a
dar un vuelco para mal.
En el contexto de los negocios, podemos decir que los días de BlackBerry
estuvieron contados cuando apareció el iPhone, o que los días de Blockbuster
estuvieron contados cuando la gente comenzó a ver películas en Netflix.
En retrospectiva, es fácil ver qué les ocurrió a los Blackberries y
Blockbusters del mundo e identificar el momento en el que cambió su suerte.
Sin embargo, ubicar ese cambio en tiempo real, sobre todo cuando te está
ocurriendo a ti, es una tarea mucho más complicada.
Eso pasa porque tus días nunca están contados .
Si fuera el caso, sería fácil saber cuándo cambiar tu plan de negocios,
comenzar a buscar otro empleo o incluso terminar una mala relación.
Pero nadie voló un avión sobre las oficinas de Blockbuster con un cartel
que dijera “¡Oye, Blockbuster! Rentar dvd está a punto de ser cosa del
pasado. ¡En el futuro la gente va a ver sus películas por internet!”.
De igual forma, no entrarás a tu lugar de trabajo y encontrarás una nota en
tu escritorio que diga: “Aviso: vamos a hacer recortes el año que viene y tu
puesto va a ser eliminado. Tal vez quieras empezar a buscar otra cosa”.
Y, sobre todo, no vas a llegar a tu casa un día y encontrar una nota en el
refrigerador que diga: “Hola, amorcito. Sólo quería decirte que me estoy
acostando con tu mejor amigo”.
¡No! Si eres el ceo de Blockbuster debes tener la visión necesaria para
entender hacia dónde van las cosas y mover tu negocio a un modelo de
streaming antes de que Netflix acapare el mercado.
Si eres ese empleado, debes tener el dedo en el pulso de la industria, darte
cuenta de que a tu empresa ya no le va tan bien y comenzar a buscar un
nuevo empleo mientras aún tienes poder de negociación.
Si eres esa esposa, necesitas terminar las cosas con el amigo y tener una
conversación seria con tu esposo. O tal vez necesitas sacar a ese hombre de tu
casa.
Sería maravilloso poder tener información privilegiada cuando vamos a
enfrentar un periodo complicado, pero, por desgracia, nadie nos lo va a
advertir de forma tan clara como a Baltasar.
Quizá no entiendas las palabras sobre la pared, pero lo que sí puedes
interpretar es la energía que te rodea. Si estás dispuesto a observar y escuchar,
descubrirás que los mensajes que transmite esa energía son casi tan claros
como la advertencia que recibió Baltasar.
Por ejemplo, regresemos a 2009, el año en que me fui de gira para
promocionar “Crack a Bottle”. Percibí que el público no respondía a mi
música igual que antes, y las ventas lo confirmaron. Cuando lancé Before I
Self Destruct ese mismo año, vendería sólo un millón de copias a nivel
mundial. Es una cifra fantástica para la mayoría de los artistas (sobre todo en
la actualidad), pero para mí era una caída estruendosa. En comparación, en
2003, Get Rich or Die Tryin’ vendió catorce millones; y The Massacre , que
debutó en 2005, vendió once millones de copias a nivel mundial. Era
evidente que mis cifras se estaban moviendo en la dirección equivocada.
Sin embargo, cuando visitaba las oficinas de Interscope, la gente me
seguía hablando como si estuviera vendiendo diez millones de copias. “Te
amamos, 50”, me decía un ejecutivo, mientras que otro me ponía un brazo en
los hombros y decía: “50, queremos estar contigo en este negocio para
siempre”. Era lindo oírlo, pero no era cierto.
Lo que no estaban diciendo era que la industria discográfica estaba en su
lecho de muerte. No eran mis ventas las que estaban cayendo, sino las de
todos. Ninguna disquera iba a ganar tanto dinero monetizando streams como
lo hicieron vendiendo cd .
A diferencia de algunos de sus colegas, el ceo de Interscope, Jimmy
Iovine, identificó la tormenta que se avecinaba. Calculó que, si en el futuro la
mayoría de la gente iba a escuchar música en dispositivos móviles, los
audífonos serían mucho más rentables en el mercado. Basándose en esa
intuición, comenzó a hacer la transición de alguien que vendía discos a
alguien que ofrecía audífonos.
Esa previsión le trajo muchos frutos a Jimmy, pero no le redituó tanto a
los artistas de su disquera. Resulta que no es ideal trabajar con una disquera
que en realidad no está enfocada en vender discos.
Por eso, si mis días hubieran estado contados, cuando aparecí en las
oficinas de Interscope habría encontrado un cartel colgando de una pared que
dijera: “perdón 50, pero ya no nos interesas ”. Eso fue justo lo que sentí,
pero —como ya dije— nadie me lo iba a explicar de frente.
Tuve que descifrar ese mensaje a través de la energía que dirigían hacia
mí. Debí fijarme en las diferencias entre cómo me trataban cuando era
realmente importante para las finanzas de la empresa y cuando sólo fingían
que lo era. Cuando el dinero fluía, me trataban como a su jugador franquicia.
Mi presupuesto de marketing era ilimitado. No me negaban ninguna petición.
Todos los vuelos eran en primera clase; todos los hospedajes eran en la suite
presidencial. Cuando visitaba las oficinas, la gente me atendía como si fuera
de la realeza. Desde la recepcionista hasta Jimmy, a todos les emocionaba
verme y se deshacían en atenciones. ¿Cómo no hacerlo? Les estaba llenando
los bolsillos.
Sin embargo, cuando las ventas comenzaron a caer, sentí el cambio en la
energía. Fue sutil al principio. Los contratos tardaban más en firmarse. Las
respuestas a mis llamadas y correos no llegaban tan rápido. Pasaba más
tiempo reuniéndome con ejecutivos junior que con los dirigentes.
Contrario a muchos artistas, disfruto ser un analista de la industria. Leía
publicaciones como Billboard , Variety y el Hollywood Reporter , y sabía que
las ventas de música habían caído más de cincuenta por ciento, de 14.6 mil
millones de dólares a 6.3 mil millones entre 1999 y 2009. Nadie estaba
vendiendo como lo hacía antes.
Tras tomar en cuenta la energía que había detectado en la oficina —
además de la trayectoria general de la industria—, decidí hacer una jugada.
En vez de esperar a que la inevitable guillotina cayera, decidí adelantarme
a Interscope. Agendé una reunión con Jimmy y le dije que estaba listo para
buscar otros horizontes. “Ustedes ya no están realmente en el negocio de
vender música. Me iría mejor como artista independiente. Además, voy a
empezar a estar más activo en el cine y la televisión. Eso es lo que me
apasiona.”
“Ah, ¿quieres hacer las dos cosas?”, me preguntó. Lo dijo como si le
sorprendiera, pero me di cuenta de que estaba más aliviado que otra cosa.
Supongo que quería quitarse la carga de encima.
Habría sido fácil resentirme en ese momento. Jimmy nunca fue mi jefe;
era mi socio. Y, como socios, nos había ido muy, muy bien juntos. Pude haber
dedicado tiempo a preguntarle por qué, a pesar de todo ese éxito, no siempre
me respaldó y no había hecho más para apoyar mis últimos discos, incluso
mientras tiraba mucho más dinero a proyectos que eran obviamente
inferiores, como Last Train to Paris , de Puffy. (De hecho, sí sé por qué, pero
eso lo guardaré para el próximo libro.) Yo ya estaba enfocado en el futuro, un
futuro en el que me involucraría mucho más en el cine y la televisión.
En vez de perder mi tiempo, leí la energía del lugar, percibí hacia dónde
iba la industria y tomé el control de mi futuro. Siempre es mejor plan que
esperar a que tus días estén contados.
EXPANDIR TU MENTE MEDIANTE TU
CÍRCULO

Siempre que escucho a alguien decir que el dinero no lo ha cambiado, pienso


lo mismo: ¡eso quiere decir que no han ganado suficiente!
Créeme, cuando ganas dinero en serio, muchas cosas cambian. Y una de
las más importantes es el tipo de personas con las que te juntas.
He hecho muchos nuevos amigos a lo largo de los últimos quince años.
Muchos son sólo amigos de la industria, gente que veo en los eventos, con
quienes me tomo una selfie y con quienes hablo de cualquier tontería unos
minutos antes de pasar a otra cosa. Pero hay un grupo más reducido de
personas que en verdad ha tenido un impacto positivo en mi vida, amigos que
han transformado de forma sustancial mi forma de ver el mundo al
compartirme sus experiencias, observaciones y filosofías.
Uno de mis nuevos amigos favoritos es Robert Greene, coautor de mi
libro La Ley 50 . Robert no es el tipo de persona que habría sido parte de mi
círculo en el pasado: es un tipo blanco de mediana edad que no tiene nada de
“callejero”. Es un estudioso de la historia y alguien a quien leer y estudiar lo
hace más feliz que cualquier otra cosa.
Antes de relacionarme con Robert, no conocía a nadie como él. Tenía
amigos que habían leído un par de libros por aquí y por allá (incluyendo el
clásico de Robert, Las 48 leyes del poder ), pero no conocía a ningún
académico de verdad, alguien que pudiera hablar con conocimiento de causa
sobre cualquier cantidad de temas y periodos de la historia.
Antes de ser amigo de Robert, nunca me habían interesado mucho los
temas que no tuvieran que ver conmigo. Mi actitud era: “¿Cómo puede algo
que pasó en la Roma antigua o en una dinastía china ser importante en mi
vida?”.
Las historias que Robert me contó me hicieron darme cuenta de que tenía
la mente muy cerrada. En realidad, había una reserva inagotable de
estrategias y técnicas que podía tomar de los ejemplos de la historia. Robert
me explicó que, cuando lees sobre Napoleón o Bismarck, no debes
visualizarlos como tipos blancos y muertos que sólo existen en libros
polvosos, sino como genios que entendieron cómo ajustar sus estrategias
según las circunstancias. Y de eso se trata conservar el poder.
Por supuesto, nuestra relación es de ida y vuelta. Yo le enseñé a Robert
sobre mis experiencias y lo ayudé a distanciarse un poco de los libros. Al
juntarse conmigo, vio a alguien que ponía en práctica en tiempo real las
estrategias que él estudiaba. Creo que le parecía emocionante. Llegó incluso a
decirme una vez: “¿Sabes? En Estados Unidos se supone que tú y yo no
deberíamos ser amigos. La gente quiere que existan muros entre nosotros
porque se supone que venimos de mundos distintos. Se supone que el hip-hop
y la historia no deben coincidir. ¿Por qué no? Los dos tenemos mucho que
aprender el uno del otro. Nuestra amistad es una forma de derribar esos
muros”.
Algo que en verdad aprecio de Robert es que, a pesar de que ha pasado la
vida entera estudiando las distintas formas en las que la gente manipula el
poder, no es el tema que le obsesiona en su vida personal. Cada año vuela por
el mundo para reunirse con reyes, presidentes y jefes de Estado (no puedo
decir cuáles), quienes quieren extraer estrategias de su cerebro. Él les da la
información y vuelve a casa a estar con sus libros. Si acaso, es un poco
demasiado suave, sobre todo en su vida personal. Ha habido unas cuantas
ocasiones en las que he tenido que decirle que está bien ser despiadado. No es
parte de su naturaleza destruir a alguien sólo porque puede. Sabe todo sobre
manipulación, pero en el fondo es un tipo compasivo. Ése es el tipo de
persona que quiero tener como amigo, porque esa energía se contagia y me
ayuda a ser más empático en ciertas situaciones.
Otra persona con quien he forjado una amistad inesperada es Deepak
Chopra, el autor de best sellers y experto en bienestar. Si Robert Greene es
como mi maestro en lo que respecta a la historia, Deepak es mi maestro
espiritual. Una de las cosas más valiosas que me ha enseñado es la
importancia de tener la mente en un espacio de mayor consciencia y
relajación.
Eso siempre se me ha hecho difícil. Soy alguien que todo el tiempo está
pensando y planeando. Incluso suelo sentir que, si me tomo unos segundos
para relajar la mente, alguien más me va a alcanzar y rebasar.
Deepak me ayudó a entender que la mejor manera de tener la mente
siempre a punto es darle un respiro. La técnica que me mostró para darme ese
descanso es la meditación. Me explicó que existen varios tipos de meditación
que se pueden practicar, pero la que me recomendó fue una técnica basada en
mantras.
Si nunca lo has intentado, un mantra es una frase o palabra que repites
una y otra vez hasta que tu mente empieza a serenarse. Muchas veces se trata
de una palabra en sánscrito, pero Deepak me dijo que podía usar la frase “Yo
soy”. Me sugirió que, siempre que sienta que mis pensamientos van más
rápido de lo que quisiera, puedo sentarme en una habitación tranquila, cerrar
los ojos y repetir “Yo soy, yo soy”, hasta que el ruido se apague en mi cabeza.
Intenté seguir sus instrucciones, pero me di cuenta de que, tras decir el
mantra unos minutos, había tantas ideas en mi cabeza que me distraía y
olvidaba qué se suponía que debía estar haciendo. No quise dejarlo, así que le
pedí consejos a Deepak; él me dijo que era normal. El propósito de la
meditación no es “dejar de pensar” o dejar de tener ideas, sino bajar el
volumen de esos pensamientos, de forma que, cuando comiences a sentirte
abrumado por lo que tienes en la cabeza, tengas una herramienta con la que
puedas bajar las revoluciones y pensar con más claridad.
Me pareció que tenía todo el sentido del mundo, tanto así que hice un
pequeño espacio en mi departamento sólo para meditar. Siempre que me
siento un poco estresado, voy a mi cuarto de meditación y repito mi mantra
durante diez o quince minutos. Es una forma sencilla de retomar el control de
mi mente.
Tener ese espacio es genial, pero creo que mis mejores meditaciones
siempre ocurren en los aviones. Al saber que estaré atrapado en el mismo
asiento durante horas, siempre intento pasar una parte del vuelo meditando.
Es tentador abrir la computadora y ver una serie o una película, pero eso no
trae consigo nada de provecho. En cambio, me comprometo con mi mantra
durante al menos media hora. Durante los primeros diez minutos, más o
menos, pierdo el hilo del mantra y mi cabeza vuelve a lo que estaba
pensando. Pero, si persisto, después de un rato encuentro un ritmo. Quizá no
dejo ir mis pensamientos por completo, pero sin duda alcanzo un estado
mental más pacífico. Cuando termino de meditar, siento mayor claridad al
pensar y tomar decisiones. Es una gran estrategia para transformar un vuelo
en algo realmente constructivo.
Cuando era un jovencito en Queens, si me hubieran dicho que terminaría
siendo amigo de un tipo blanco enloquecido por la historia y de un médico
indio al que le encanta la meditación, me habría carcajeado. No concebía
relacionarme con nadie que pareciera “diferente”.
Hoy no puedo imaginar un mundo en el que no tenga amigos como
Robert y Deepak. Ambos, de formas distintas, me han ayudado a reconfigurar
mi forma de ver el mundo e interactuar con él.
Entiendo que estoy en una situación muy distinta a la de la mayoría. Lo
más probable es que tú no tengas la oportunidad de conocer a uno de tus
autores favoritos o a un sanador de fama mundial.
Sin embargo, no hay nada que te impida buscar gente con mayor com
pletitud para volverla parte de tu mundo. No a todos tus amigos tiene que
interesarles lo mismo que a ti.
Por ejemplo, si cada vez que sales con tu gente la conversación gira en
torno al hip-hop o al basquetbol, te hace falta encontrar algo mejor.
De igual forma, si tus amigos van de zapatos deportivos y jeans a
cualquier parte, también tienes que encontrar personas más formales con las
cuales relacionarte. Yo solía ser así. Al crecer en el barrio, los trajes sólo eran
para los funerales y los juicios. Pero me he adaptado conforme he madurado.
He aceptado que habrá ocasiones en las que necesito usar un buen traje con
zapatos de piel. Todavía hay gente que me pregunta: “¿Por qué traes eso
puesto?”, pero no voy a quedarme atascado en un lugar sólo porque ahí es
donde ellos se sienten más cómodos. Aun si mi instinto natural es ponerme
una camiseta, jeans y zapatos deportivos, aprecio a la gente capaz de
presentarme nuevos diseñadores o lugares donde pueda comprar un buen
traje.
Necesitas rodearte de gente que te invite a lugares a los que no irías, que
te envíe artículos que de otra forma no leerías o que te haga probar comida
que nunca pedirías por tu cuenta.
Tienes que encontrar gente que le inyecte nueva energía a tu vida. Porque
si sigues teniendo las mismas conversaciones con las mismas personas año
tras año, tu energía se va a estancar. Tus ideas se harán rancias. Tu empuje se
va a esfumar.

No sólo estoy expandiendo el círculo de gente con la que socializo. También


estoy comprometido con expandir el círculo de gente con quien tengo
interacciones profesionales.
En casi todas las salas de juntas a las que entro, estoy rodeado de gente
que seguramente estudió más que yo, que ha leído más que yo y que ha
estado expuesta a más cultura que yo.
Hubo una época al inicio de mi carrera en la que esas situaciones me
habrían hecho sentir inseguro, en las que tal vez habría buscado una razón
para no entrar a la sala de juntas porque no quería sentirme estúpido o
ignorante.
Logré superar esa inseguridad cuando acepté que esas personas no eran
más cultas que yo, sino que habían vivido en una cultura distinta. La cultura
que yo viví cuando crecí en South Jamaica fue tan real como la cultura de un
chico que creció en Beverly Hills o el Upper East Side de Manhattan. Sólo
tenían diferentes cimientos y prioridades.
También llegué a entender que, así como a mí me intimidaba lo que no
sabía sobre su cultura, ellos podrían sentirse intimidados por lo que no sabían
sobre la mía. Sus hijos podrían ir a una escuela privada en Beverly Hills, pero
lo que escuchaban en el auto de camino a esa escuela era mi música. Eso
significaba que no había desequilibrio y que, en términos culturales,
estábamos en un terreno parejo.
Hoy en día, ya no me intimidan esas diferencias. Por el contrario, busco
salas de juntas en las que todos estén mejor educados y sepan más cosas que
yo. No porque yo no valore mis experiencias, sino porque sé que, cuando me
rodeo de gente educada, podré sacarle el mayor provecho posible a sus
aportaciones. Cuando combino esa información con mis instintos y
experiencias, obtengo la fórmula perfecta para lograr las cosas.
El tiempo que pases recolectando información nunca es tiempo
desperdiciado. Por eso siempre priorizo la información por encima de un
cheque. Hace poco recibí un cheque bastante jugoso por dar un concierto en
Israel. No tenía que presentarme sino hasta el día del concierto, pero le dije a
mi gente que arreglara todo para que llegáramos un día antes.
—¿Quieres pasear? —me preguntaron.
—No es eso —les expliqué—. ¡Quiero conocer al cabrón que puede hacer
un cheque de ese tamaño!
No sabía a qué se dedicaba el tipo, pero sabía que podía aprender algo de
él.
Y no es sólo una prioridad profesional. Me encanta hablar con cualquiera
que pueda darme información que cambie mi perspectiva. Quizás haya temas
de los que crea que sé todo y que no hay forma de que alguien pueda hacerme
cambiar de opinión. Pero luego una persona inteligente me muestra una
nueva perspectiva, un enfoque que no había considerado, y todo cambia.
Eso me pasó hace poco. Estaba hablando con un amigo sobre la noticia de
que el vicepresidente Pence declaró que no se reunía a cenar con una mujer si
su esposa no estaba presente. A la gente le molestó el comentario, pero yo no
entendía por qué hacían tanto alboroto.
—¿Qué tiene de malo? —le pregunté a mi amigo—. Cuando lo dijo, hubo
una parte de mí que se identificó con él. Tiene un sistema que le funciona.
Déjenlo en paz.
Pero mi amigo no estaba dispuesto a dejar en paz ni a Pence ni a mi
visión limitada de las cosas.
—Mira, 50, tienes que verlo desde mi perspectiva —me dijo—. Tengo
dos hijas y no voy a tener más. Ellas dos son mi futuro. Digamos que una de
ellas es muy buena estudiante y decide entrar a la política. Logra ascender
por la escalera política, lo hace todo bien y consigue involucrarse en asuntos
importantes. Entonces tiene la oportunidad de cenar con el vicepresidente. Y
su oficina le dice que su esposa tiene que estar presente o que no habrá
reunión. ¡Eso no es justo!
—¿Por qué no? —pregunté—. Quiere estar concentrado. Está consciente
de sus imperfecciones. Deberíamos celebrarlo, no atacarlo.
—No, se merece que lo critiquen —me respondió—. En primer lugar, él
va a la cena como vicepresidente, no como hombre. Así que, cuando dice que
no puede reunirse con mi hija sin que su esposa esté presente, significa que la
está viendo como un objeto sexual, no como cabildera, experta en la materia,
senadora o lo que sea. La está viendo, en primer y único lugar, como objeto
sexual —era un buen punto. Comencé a entender su punto de vista. Pero no
había terminado—. Hay otro problema, 50. Sabes que la vibra es diferente
cuando sólo hay dos personas hablando de negocios que cuando la pareja de
uno está presente. Cuando sólo están las dos personas, pueden meterse de
lleno. Decir cosas de sus enemigos, conspirar juntos, intercambiar notas y
secretos, discutir cosas de las que no hablarían enfrente de otras personas. Así
es como se hacen muchos negocios en el mundo real. Pero si una pareja está
presente la vibra cambia. La conversación gira en torno a hijos, vacaciones, a
lo que están viendo en la televisión. No se llega al punto. Si mi hija está
hablando con el vicepresidente, quiero que pueda llegar al punto. Quiero que
pueda hablar sobre lograr cosas reales con alguien que está en una posición
de poder. No quiero que la penalicen por ser mujer, que tenga que limitarse a
un tipo de conversación diferente al que tendría un hombre en su misma
posición. ¡Al carajo con eso!
—¡Mierda! ¿Cómo es que no lo vi así? —le pregunté a mi amigo.
Cuando lo puso en esos términos, fue como si una bomba hubiera
estallado en mi cabeza. Había estado viendo el asunto en blanco y negro; él
me ayudó a verlo en tecnicolor.
Mi visión estaba limitada porque me había identificado con Pence como
hombre soltero. Como alguien que sabe lo que es la lujuria, entendí su posi
ción. No logré identificarme con la mujer en esa situación, con cómo estaba
perdiendo sin haber hecho nada malo.
Me fascina vivir momentos así, cuando puedo identificar en qué estaba
equivocado en un tema y evolucionar mi forma de pensar. No me interesa
tener la razón todo el tiempo ni tener a un séquito de lameculos que me
digan: “Así es, jefe”, cuando digo alguna estupidez. ¡No! Quiero que tantas
personas inteligentes como sea posible me hagan expandir mi mente y
cambiar de perspectiva. A dondequiera que voy, estudio a la gente: cómo
dicen las cosas, cuál es su actitud, qué información comparten. Así esté en el
tren, observo a la gente y tomo nota. Así es como aprendí a hacer negocios,
estudiando a la gente que admiraba y la forma en que hacían las cosas. La
gente inteligente revela muchísima información con sus palabras y acciones.
Por lo tanto, atrapa todas las joyas que puedas.
El hip-hop ha propiciado muchos cambios positivos en este país y ha
mejorado incontables vidas. Sin embargo, un área en la que podría mejorar es
dejar de priorizar tanto la idea de ser cool . Nos gusta que nuestros raperos
estén dañados, pero no que sean inseguros o nerds. Tenemos que cambiar eso,
decir que está bien admitir que hay cosas que no sabes, que no tienes todas
las respuestas y que te sientes inseguro en algunas situaciones. Sólo al
admitir que necesitas crecer puedes comenzar el proceso de crecimiento. Hay
quienes siempre quieren ubicarse como la persona más inteligente en el lugar
en el que estén. Lo hacen porque eso calma sus inseguridades. Prefieren dar
la impresión de ser importantes que estar en la posición de crecer.
Nunca seas esa persona. Siempre imponte el desafío de rodearte de
personas que estén informadas de manera distinta que tú, que tengan
experiencias diferentes y, sobre todo, que no les intimide compartirte esa
información. Ésas son las personas que impulsarán tu evolución para que te
conviertas en la mejor versión de ti mismo.
6

EL PODER DE LA PERCEPCIÓN

El mundo te va a ver como tú te veas. Y te va a tratar como tú te trates.


—Beyoncé

C uando lanzamos Get Rich or Die Tryin’ , yo aún tenía un pie en las
calles. Y esa cercanía con las dificultades me permitía conectar con mi
público.
Sin embargo, una vez que alcancé el éxito, esa conexión se perdió. Con
la fama y la fortuna, dejé de ser humano. Parecía más un personaje de
historieta que alguien con sentimientos reales. La percepción generalizada
era que, si me apuñalabas, no sangraba.
Con el tiempo he logrado dejar atrás los resentimientos relacionados
con aquella idea de que no soy susceptible a los mismos dolores, miedos y
decepciones que el resto del mundo. Acepté que existían prejuicios sobre
mí que no podría cambiar. Lo que sí podía hacer, en cambio, era trabajar
con más astucia para lograr que esas percepciones me beneficiaran.

He notado cierta tendencia en la forma en la que la prensa se expresa de mí.


Cuando la estoy rompiendo, me llaman “50 Cent, el magnate de la música”.
Si algo sale mal, me convierto de inmediato en “50 Cent, el rapero”.
Lo más fácil habría sido clavarme para mal con esas discrepancias. En
cambio, lo que vi fue una oportunidad. Al describirme como rapero cuando
hago algo controversial, la prensa me da cierta libertad que otras personas
en mi posición no tienen.
Vivimos en un entorno en el que la mayoría de la gente tiene miedo de
decir lo que piensa, sobre todo las personas en posiciones de poder e
influencia. Temen que si dicen algo equivocado en redes sociales o frente a
la prensa, perderán algo: un patrocinador, amigos, un papel, quizá sus
carreras. Los van a “cancelar”.
A mí nunca me preocupa que me cancelen. He sido muy transparente
con mis problemas desde el principio, así que la gente no espera lo mismo
de mí que de mis pares. Hay cierta creencia de que yo ya estaba mal desde
que empecé.
Si acaso digo algo fuera de lugar, que me llamen “50 Cent, el rapero” se
convierte en un escudo. Bloquea cualquier intento de cancelación. Hasta las
voces más críticas aceptarán que “Así es 50”, y punto.
Esa libertad para ser quien soy, con lo bueno y lo malo, se ha vuelto
muy valiosa. Una de las mejores herramientas que tengo a mi disposición es
mi perfil de Instagram, que tiene veinticinco millones de seguidores. ¿Por
qué tanta gente sigue mi página? ¡Porque siempre está en llamas! Se sienten
atraídos por ella porque soy yo, completo, sin filtros. No hay ningún
publicista que supervise lo que publico o que me diga qué subir y qué bajar;
tampoco hay un community manager de veinticinco años, sentado en un
cubículo, intentando descifrar cómo lograr que una publicación
promocional suene a que la hice yo. Mi Instagram es un verdadero reflejo
de quien soy en la vida cotidiana. Muy pocos de mis colegas pueden decir
lo mismo.
Por si fuera poco, la popularidad de ese perfil ha sido uno de los grandes
impulsores del éxito de Power y el consiguiente megacontrato que firmé
con Starz. Cuando la prensa escribió sobre dicho contrato, imaginarás que
no me llamaron “50 Cent, el rapero”. Mi forma de trabajar había cambiado
la percepción. Quien cerró ese trato con Starz fue Curtis Jackson, el
magnate, hombre de negocios y ejecutivo de la industria del
entretenimiento.
Ahora que reconozco las ventajas que esto trae consigo, me siento
cómodo siendo conocido como 50 Cent y como Curtis Jackson.
50 Cent es la percepción.
Curtis Jackson es la realidad.
Eso no significa que 50 Cent sea falso. Para nada. Noventa por ciento de
las cosas sobre las que he rapeado, las he vivido, sin mencionar que he
experimentado muchas cosas que no han aparecido en mis letras.
Ahora puedo usar a mi favor la personalidad de 50 Cent —una perso
nalidad que me gané a la brava—, con el fin de proteger e impulsar a Curtis
Jackson.

Uno de los más grandes miedos de muchas personas es ser ellas mismas.
Seguro hay alguien leyendo este libro con la esperanza de convertirse en “el
próximo 50 Cent”. Si eres tú, desecha esa idea de inmediato. Ser como yo
no va a encajar con tu camino, como tampoco lo hará intentar convertirte en
alguien más.
Si cambias para parecerte demasiado a alguien más, estarás proyectando
al mundo una energía débil e infructuosa, y estarás huyendo de tu fuente de
energía más inagotable: ser tú mismo.
Lo que quiero transmitirte en este capítulo es la noción de que ser la
mejor versión posible de ti mismo tendrá un impacto increíble en tu éxito.
Influir en cómo te ve la gente no te hace falso. No te convierte en un
farsante. Te convierte en alguien que sabe controlar la energía a su favor.
Imagina que tu energía es como el agua. Durante miles de años, la
humanidad ha buscado controlar la energía del agua. Los antiguos griegos
construyeron molinos que aprovechaban el poder de los ríos para moler el
trigo y hacer harina. En China, utilizaban tornos para sacarla de los ríos y
llevarla a los canales de irrigación. Los ingenieros musulmanes en África y
el Medio Oriente usaban el poder hidráulico para impulsar “máquinas de
carga”. En tiempos modernos, hemos construido proyectos colosales como
la presa Hoover, que aprovechó la potencia del río Colorado para irrigar
tierras áridas, controlar inundaciones y proveer energía eléctrica a millones
de personas.
Ninguna de esas medidas que cambiaron tanto a la civilización alteraron
la naturaleza básica del agua. Lo único que cambió fue cómo se utilizó.
Intenta concebir así la idea de controlar la energía de cómo te perciben.
La esencia fundamental de quien eres no cambiará; sólo estarás usando su
poder innato de forma más astuta.

MOLDEAR LA PERCEPCIÓN

Mi primera experiencia al intentar moldear la percepción de la gente fue


producto de la necesidad. Tenía como doce años y comenzaba a vender
drogas. Era evidente que iba a ganar dinero, pero había un pequeño
problema: no tenía tiempo libre para salir a la esquina a vender.
En ese entonces estudiaba la secundaria, y era impensable que mi
abuela me permitiera abandonar la escuela. El único momento que tenía
para afanar era entre las 3 p.m., cuando salía de la escuela, y las 6 p.m.,
cuando tenía que estar de regreso en casa.
En esa época, mi abuela tenía la costumbre de acompañarme a la
escuela e ir por mí, lo que hacía que escaparme a vender fuera imposible.
Tenía que encontrar una razón para volver a casa solo. Ya pesaba más de
setenta kilos, casi como un adulto, así que le dije a Nana que la gente del
barrio se estaba burlando de mí. “Hay chicos de octavo y noveno grado más
pequeños que yo que caminan solos a su casa”, le dije. “Todos están
empezando a pensar que soy tonto o algo así. Tienes que dejarme ir solo.”
A Nana le fue difícil aceptarlo, pues ir y volver de la escuela se había
convertido en nuestro ritual íntimo. Era cuando hablábamos de lo que me
pasaba a diario o sobre cualquier pregunta que rondara mi joven mente.
Esas caminatas nos permitieron forjar un lazo genuino.
Aun así, ninguna abuela dejaría que a su nieto le hicieran bullying , así
que al final accedió a dejarme ir y volver solo. El siguiente problema que
tuve que resolver fue cómo explicar que no volvía a casa justo después de
salir de la escuela. Podría justificar una hora, más o menos, diciendo que
estaba jugando basquetbol con mis amigos o que me desvié para comprar
dulces, pero no había una razón lógica para explicar por qué llegaría todos
los días después de la hora habitual.
Entonces encontré una solución. Mi escuela tenía un programa
extracurricular que duraba hasta las seis de la tarde en el que los alumnos
podían ponerse al corriente con la tarea o hacer otras actividades. Me
inscribí y le enseñé a Nana los papeles que decían que me quedaría en la
escuela hasta las seis. A ella le encantó la idea de que hiciera trabajo
adicional y firmó los formularios. Fui el primer par de días, pero luego dejé
de presentarme. La dirección de la escuela era mucho más relajada respecto
a la asistencia a las actividades extracurriculares que con las clases
normales. Si no aparecía, no enviarían a nadie a buscarme. Por fin tuve la
libertad para vender a diario entre las 3 y las 6 p.m.
Encontré incluso la manera de escabullirme para no ir a la iglesia todos
los domingos, lo cual era obligatorio en casa de mi abuela. Todos la obede
cieron hasta que un año comenzó a ir a una nueva iglesia. Después de un
par de domingos, me quedó claro que el pastor era también un tanto
buscavidas. Mi abuelo, a quien le desagradaba ir a la iglesia tanto como a
mí, vio su oportunidad. “No tengo que ir a la iglesia el domingo para que
ese tipo intente hablarme sobre Dios”, le dijo a Nana. “Me quedaré en casa
a leer la Biblia yo solo.” Como Nana no opuso resistencia, hice mi jugada.
“¡Me quiero quedar con el abuelo!”, le dije. Mi abuelo se sorprendió, pues
yo nunca había mostrado mucho interés en pasar tiempo con él. “¿El bebé
quiere quedarse conmigo?”, preguntó. Sin embargo, debió percibir que yo
era una especie de cómplice suyo, pues casi de inmediato se impuso a las
objeciones de Nana. “No, no, deja que Curtis se quede conmigo. Le hará
bien al niño”, argumentó.
Lo único que los dos buscábamos era una forma de no ir a la iglesia,
pero esas mañanas del domingo nos permitieron a mi abuelo y a mí
construir una relación verdadera. Antes de eso, era como una figura distante
para mí, alguien que trabajaba casi todo el tiempo. Durante esos domingos
empezamos a conocernos de verdad. Pasamos mucho más tiempo viendo
futbol americano en la tele o pasando el rato en la casa que estudiando la
Biblia, pero mi abuela no tenía por qué saberlo. Estábamos forjando un lazo
que perdura hasta hoy.
Durante este periodo, mi abuelo me enseñó otra valiosa lección sobre la
importancia de controlar la percepción, en especial en las relaciones. Mi
abuelo trabajaba en la fábrica de gmc en la ciudad y todos los viernes tenía
un ritual cuando le pagaban. En cuanto entraba por la puerta, le daba su
cheque a mi abuela. Ella no tenía que insistirle ni molestarlo; él se lo
entregaba de inmediato.
Cuando era niño, yo no lo entendía. “Te partes el lomo toda la semana,
¿y le das tu cheque a alguien más?”, me preguntaba. “¿Qué clase de sistema
es ése?”
Sin embargo, hace poco hicimos un viaje juntos (hacemos un viaje
juntos por lo menos una vez al año), y ahí aproveché para preguntarle al
respecto.
—Oye, nunca entendí por qué le dabas todo tu dinero, así como así.
—No podías entenderlo en ese entonces porque eras demasiado chico
—me explicó—. Pero le daba todo el dinero para que dejara de ver cosas
que yo no podía darle. En vez de que tuviera la cabeza llena de fantasías, la
dejaba trabajar con la realidad . Tener esa paz mental en casa valía más
que tener unos cuantos dólares en el bolsillo.
Al fin comprendí su estrategia. Si hubiera sido más discreto respecto a
cuánto ganaba, habría sido comprensible que mi abuela sospechara que le
estaba ocultando algo de dinero. Podría haberlo fastidiado para que le
comprara un mejor vestido o un costoso par de zapatos. “Seguro que le
alcanza”, habría pensado ella. “Sólo es un tacaño.”
Al mostrarle a mi abuela exactamente cuánto ganaba y dárselo todo a
ella, mi abuelo cambió la energía de la casa. Si ella quería unos mejores
zapatos o un vestido más caro, tendría que justificar la compra frente a sí
misma, no frente a mi abuelo.
Y, al dárselo todo, mi abuelo se convirtió en un puerto seguro para ella.
La mayoría de la gente se queda siempre en un puerto seguro. Al verlo de
esa forma, las acciones de mi abuelo se volvieron completamente lógicas.
Si bien me gustaba llevarme más con mi abuelo al pasar con él esos
domingos, no me encantaba la idea de mentirle a Nana, sobre todo acerca
de lo que en realidad hacía después de clases. Pero había empezado a
entender que, para poder conseguir lo que quería, tendría que aprender a
hacer malabares con la percepción que ella tenía de mí y con la persona en
la que me estaba convirtiendo en las calles. Podría haber hecho lo que
muchos chicos del barrio hacían, que era dejar la escuela y decir: “Me
importa un carajo si a mi familia le parece o no”. Pero mi amor por mi
abuela era muy grande. Tenía que permitirle que me siguiera viendo como
un bebé.
Nana me entendía más que cualquier otra persona en mi vida, aun a
pesar de que intenté ocultarle parte de mi vida. Después de que falleció, mi
tía se puso a leer la Biblia de mi abuela y encontró que había escrito algunas
plegarias en pedacitos de papel que metía entre las páginas. Mi tía me
mostró uno de esos papelitos, en el que Nana escribió: “Por favor, cuida a
Curtis de sí mismo, porque tiene un temperamento difícil. Dios, no es su
culpa; ese niño ha pasado por muchas cosas”.
Leer esa nota ha sido uno de los momentos más fuertes de mi vida.
Habría dado mi vida con tal de salvar la suya en ese instante. Así de
importante era ella para mí.
Mi amor por mi abuela fue la razón por la que me comprometí a
mantener mis dos identidades. En casa continuaría siendo Boo Boo, el chico
dulce que seguía la regla de Nana de no decir groserías en su casa, a quien
le encantaban sus salchichas con frijoles y que era educado y respetuoso.
Fuera de su casa, desarrollé una personalidad distinta. Aún no era co
nocido como 50 Cent, pero ya tenía fama de ser alguien a quien no querías
hacer enojar, alguien que estaba dispuesto a hacer lo que fuera con tal de
conseguir lo que quería.

Aunque Nana me considerara su bebé, fuera de su casa quería que el barrio


me notara y me viera como alguien digno de respeto. Había varios
elementos que sabía que no podía controlar —ser pobre, huérfano y de
aspecto un poco peculiar—, pero estaba decidido a que los elementos que sí
podía controlar, como mi apariencia y mi presentación, quedaran grabados
en la mente de los demás.
Lo primero que me dispuse a cambiar fue mi constitución física. Como
ya he mencionado, estaba pasado de peso cuando era niño. ¿Recuerdas el
verso “I love you like a fat kid loves cake” (Te amo como un niño gordo
ama el pastel) en mi canción “21 Questions”? Yo era ese niño gordo.
Pasaba mucho tiempo en el sofá viendo la televisión mientras tragaba
sándwiches de queso y jugo de arándano. Estaba encaminado hacia la
obesidad, la diabetes y muchos de los problemas que aquejan a incontables
afroamericanos.
Comenzar a boxear corrigió mi presentación física desaliñada. Una vez
que me comprometí a hacer el esfuerzo, pasé de ser un niño gordo de doce
años a ser un joven esbelto y poderoso. Lo que más me sorprendió fue que
empecé a ansiar la disciplina del boxeo más de lo que ansiaba el pastel, las
galletas y los refrescos. El pastel me hacía sentir bien un momento, pero la
subida del azúcar se pasaba rápido. Entrenar y mantenerme en forma me
hacían sentir bien todo el tiempo .
Más allá de la fuerza física que me daba, me gustaba saber que mi
cuerpo podía moldear la forma en la que la gente me veía. Si acaso no
intimidaba a otros hombres, cuando menos me trataban con más respeto.
Muchas mujeres se sentían atraídas hacia mí, y no sólo por el físico, sino
por lo que mis músculos decían de mí: que era alguien disciplinado, que no
le huía a trabajar de forma constante en aquello en lo que me enfocaba. Para
las mujeres es muy atractivo que un hombre tenga esas cualidades, más que
poder frotar un par de bíceps u hombros musculosos.
Desde que empecé a perder kilos en el ring, mantenerme en forma ha
sido un pilar fundamental de mi personalidad. La única vez que tropecé, fue
después de que salí de gira para promocionar Get Rich or Die Tryin’ .
Pasamos más de un año fuera de casa, y yo no estaba bien preparado para
los retos que conllevaban las giras: demasiado servicio a la habitación y
más comida rápida. Volví a caer en los viejos hábitos de mi niñez, y me
permití comer cualquier cosa que quisiera y ejercitarme cada vez menos.
Como era de esperarse, subí mucho de peso. Comencé la gira viéndome
como telonero y terminé pareciendo cadenero. Cuando llegó el momento de
la sesión fotográfica para la portada de mi segundo disco, The Massacre ,
tenía un problema entre manos o, para ser más precisos, en el pecho.
Una de las imágenes que definió Get Rich or Die Tryin’ fue la de la
portada, en la que salía yo, musculoso, sin camisa, con un crucifijo de
diamantes colgando de mi cuello. Ésa era la imagen que la gente asociaba
con 50 Cent. Y estaba comprobado que tenía el empuje suficiente para
vender discos.
La realidad era muy distinta cuando llegó el momento de lanzar The
Massacre . No estaba obeso, pero, donde alguna vez hubo músculo, ahora
había grasa. No podía desprenderme de la idea de aparecer sin camisa, así
que ingenié una solución: usé otra fotografía sin camisa, pero tomé un
plumón y le dibujé encima los músculos que faltaban. Para distraer las
miradas de la grasa, me dibujé definición en los pectorales, hombros y
brazos. También me dibujé guantes, de forma que toda la imagen tuviera
una cualidad caricaturesca.
El engañó funcionó: nadie hablaba de “50 Cent gordo”, sino de la
música. The Massacre vendió 1.5 millones de copias en su primera semana
y terminó vendiendo más de diez millones a nivel mundial. De cualquier
modo, juré que jamás volvería a estar en una situación así.

PROYECTAR LA IMAGEN CORRECTA

Después de esa ocasión en la que tuve que usar un plumón para la portada
de The Massacre , mis músculos han sido reales. Debo admitir, sin
embargo, que ha habido ocasiones en las que sí manipulé cómo me percibía
la gente para avanzar en mi carrera.
Una de las primeras veces en que me di cuenta de que podía atraer lo
que quería al proyectar éxito fue cuando estaba intentando hacer la
transición de vender drogas a componer música.
Me iba muy bien en las calles, pero nadie me tomaba en serio como ra
pero aún. Sabía que necesitaba conocer a la gente correcta si quería
progresar. Con esa misión en mente, una noche, mis chicos y yo decidimos
ir a Bentley’s, un club de hip-hop de altos vuelos en Manhattan. Bentley’s
transmitía sus fiestas de los viernes por la noche en la radio, las cuales
atraían a una potente mezcla de raperos, atletas, celebridades y modelos. Si
querías entrar a la escena, Bentley’s era el lugar ideal para hacerlo…
siempre y cuando pudieras pasar la cadena. Sus cadeneros tenían la misión
expresa de evitar que entraran tipos de los barrios de los cinco distritos que
estuvieran buscando firmar con una disquera.
Llegamos en mi Mercedes 400 SE, que era una nave por demás
encantadora. No mucha gente tenía uno de ésos. Al pasar despacio frente al
club, de la nada alguien golpeó el toldo de mi auto. No me gustan las
sorpresas, y creo que la molestia se me notó en el rostro.
—¡Hey, perdón, hijo! —se disculpó el tipo de inmediato—. Pensé que
eras mi amigo Kenny. ¡Tienen la misma nave!
Una vez que pasó la alarma, vi bien al tipo que me estaba hablando:
¡Era Jam Master Jay de Run-DMC! ¡Uno de mis héroes!
Me estacioné, salí del auto y choqué puños con Jay. Le dije que era de
South Jamaica y que siempre había seguido su carrera. Se rio y volvió a
disculparse por asustarme así, y me explicó que creyó que era la estrella de
la nba Kenny Anderson, otro nativo de Queens.
Le pregunté a Jay si iba a entrar a Bentley’s.
—Claro, voy a recorrer el lugar y ver qué onda —dijo.
En ese momento decidí aprovechar la oportunidad.
—Bueno, vamos contigo.
Jay me miró, lo pensó un segundo y dijo:
—Eso es todo. Vamos.
Y así, sin más, pasamos frente a los cadeneros y entramos a Bentley’s.
Jamás habríamos entrado sin él; Jay literalmente me llevó a la industria
musical . Esa noche, Jay y yo forjamos una amistad que me llevaría a firmar
con JMJ Records y daría pie a todo lo que vino después.
Ésta es la cosa: Jay nunca me habría invitado al club si no hubiera
estado conduciendo aquel 400 SE. Si me le hubiera acercado en la acera, no
se habría detenido siquiera a hablar con nosotros, mucho menos nos habría
llevado al club. No lo digo por insultar a Jay ni su juicio; gente extraña se le
acercaba a dondequiera que iba, y era imposible darles gusto a todos.
Sin embargo, que él viera mi auto y lo confundiera con el de Kenny
Anderson fue parte de mi estrategia para moldear la percepción de forma
ingeniosa. Aunque no era el jugador de la nba que él esperaba, seguí siendo
alguien para Jay, alguien que era digno de su atención. Una vez que la tuve,
dependía de mí aprovecharla.
Y lo hice.
Existen ciertos bienes materiales —y los autos están en la cima de esa
lista— que transmiten la idea de que eres digno de que te tomen en serio,
que eres distinto al resto de la manada, sobre todo en Nueva York. No
puedes conducir tu departamento ni una casa por Broadway, pero sin duda
puedes pasar a baja velocidad en tu nave.
Imagínate esto: un tipo rico y mayor está paseando en un Rolls Royce y
me detengo junto a él en una carcacha. De pronto, me doy cuenta de que
están saliendo llamas por debajo de su auto. Si le hago una señal para que
baje su ventana, me echará un vistazo y volverá a mirar hacia el frente.
Aunque esté intentando salvarle la vida, él no me prestará atención. Tiene la
percepción de que no soy alguien con quien debería estar interactuando.
Ahora, supongamos que me detengo junto a él en un Ferrari. Veo que su
auto se está incendiando y le hago una seña para que baje la ventana. Va a
bajar la ventana y me dirá: “¿Qué puedo hacer por ti?” cien por ciento de
las veces. Aunque me vea exactamente igual y proyecte la misma energía,
simplemente bajará la ventana si ve que también voy en un auto de lujo. Lo
que conduzco controla la percepción que él tiene de mí.
Y no pasa sólo con los autos. Hace poco hablaba con una personalidad
famosa en los medios, y me mencionó que siempre nota cuando alguien trae
puesto un buen reloj. Si no sabe quién es esa persona, le entra la curiosidad
de averiguarlo. “Empiezo a preguntarme: ‘¿Qué demonios hará para
ganarse la vida?’”, me dijo. “Y entonces busco la manera de hablar con él,
porque debe saber algo de la vida.”
Hay quienes son así con los zapatos deportivos. Si entras a una
habitación con los zapatos correctos puestos, esa persona te va a notar.
Quizá no hayas dicho una palabra aún, pero esa persona de inmediato te
identificará como alguien que merece su atención.
Para muchas mujeres, los bolsos de mano pueden transmitir una energía
similar. La mayoría no distingue entre una bolsa Birkin de veinte mil
dólares y una bolsa Gucci falsa. Pero, para otras mujeres, la bolsa que otra
lleva dice muchísimo sobre ella. Si entras a una habitación con la bolsa
equivocada, muchas antenas recibirán la señal.
Quizá me dirías: “Pues el tipo del Rolls Royce debió haberte tratado
igual sin importar qué auto tuvieras” o “No debería interesarte alguien sólo
por el reloj que usa”, pero, por desgracia, así no es el mundo en el que
vivimos.

Cada vez que caminas por la calle, vas a algún lugar en tu auto, entras al
supermercado, te ejercitas en el gimnasio o publicas una fotografía en redes
sociales, estás siendo juzgado por unas cuantas personas que conoces y por
otras tantas a las que nunca conocerás. No tiene caso quejarse ni decir que
no es justo. En cambio, tu responsabilidad es aceptar que puedes controlar
cómo te percibe la gente y presentarte de la mejor forma posible.
Debo reconocer, sin tapujos, que juzgo a cualquiera que conozco según
su apariencia. Mientras te estrecho la mano, estoy estudiando tu atuendo
para identificar indicios que digan algo de ti, en especial si estamos en una
reunión para hacer negocios por primera vez. Antes de que abras la boca, tu
apariencia ya entabló una conversación conmigo. Asegúrate de que esté
transmitiendo el mensaje correcto.
También le presto una atención muy particular a la gente que se viste de
forma casual. Digamos que llegas a la reunión con una camiseta y unos
jeans. Eso significa que estás cómodo. No es necesariamente algo malo. Si
presiento que harás un muy buen trabajo, entonces ese nivel de confort es
adecuado. Sin embargo, si no transmites un aire de autoridad, entonces lo
consideraré un riesgo, pues sugiere que no te tomas la situación con la
seriedad necesaria. Te sorprendería saber cuánta gente lo hace.
Una vez, la revista GQ envió a un reportero a entrevistarme. Llegó con
una camiseta, jeans y zapatos deportivos desgastados. Podría haber sido un
atuendo muy popular con sus amigos, pero a mí me decía que no estaba
muy comprometido con su trabajo. En algún momento comenzamos a
hablar sobre la importancia de la presentación, y el reportero me preguntó
qué pensaba de su atuendo. Le dije que tal vez estaba bien que me
entrevistara a mí vestido así, pero que sospechaba que estaba socavando su
autoridad frente a sus colegas en la oficina. “Mira, GQ te puede mandar a
entrevistar a 50 Cent porque te vistes casual”, le expliqué. “Pero seguro que
mandan al tipo que usa trajes a entrevistar a George Clooney”.
El reportero admitió que creía que estaba en lo correcto. Para
comprobarlo, realizó un experimento en el que un día fue al trabajo de traje
en vez de usar sus habituales camisetas, zapatos deportivos y jeans. El
cambio en la percepción de los demás fue inmediato. Varios de sus colegas
se acercaron para hacerle cumplidos por su apariencia, y uno de sus editores
incluso le tomó una fotografía y la publicó en el Instagram de GQ .
Viniendo de GQ , ése es un enorme gesto de aprobación. No sé si alguna
vez lo enviaron a entrevistar a George Clooney, pero no hay duda de que
cambiar la forma en que vestía transformó también la forma en que lo
percibían en el trabajo. Como le dije: si te arreglas, la gente lo nota.
Si veo que alguien hizo un esfuerzo consciente al decidir qué ponerse,
entiendo que esa persona valora nuestra relación. No es relevante si me
gusta o no su estilo. Sólo quiero ver el esfuerzo. El otro día me reuní con un
guionista de televisión para discutir un proyecto. Traía puestos unos jeans,
pero se veían limpios y frescos. Traía zapatos deportivos, pero parecían
recién salidos de la caja. Llevaba un blazer de corte relajado y anteojos de
pasta negra. Todo en su atuendo sugería “elegante, sport e inteligente”.
Proyectaba la energía correcta para el proyecto que queríamos emprender.
Después de conversar un rato y decidir que me caía bien, le dije que me
daba curiosidad saber cuáles eran sus intenciones al escoger ese atuendo.
Tal vez no era la pregunta que esperaba escuchar en una reunión sobre
libretos, pero no le molestó.
—Ah, quería que me tomaras en serio —me dijo, y añadió—: Pero
tampoco quería que creyeras que soy demasiado formal, sino que soy una
persona flexible para trabajar —me dijo también que los anteojos eran una
adición reciente a su look —. Durante mucho tiempo no los usé porque
creía que me hacían ver viejo. Pero hace unos años decidí ponérmelos
porque supuse que me harían ver inteligente, algo que es bueno si quieres
que la gente te pague por tus servicios.
—Pues le diste al clavo. Para mí, no proyectas más que inteligencia —le
dije—. Te veo y pienso: “Ése es un tipo astuto. ¡Se pone los lentes para
poder ver!”.
Que quede claro que no es un atuendo que yo me pondría. Los zapatos
deportivos eran muy simples y nunca me habría sentido cómodo con el
blazer. Pero no necesitaba que él se vistiera como yo. Sólo necesitaba
registrar que su estética era adecuada para el trabajo.
Quizá no estés en posición de comprar ropa a la moda o de traer unos
zapatos deportivos nuevos cada vez que vas a una reunión. Pero eso no es
pretexto. Sea cual sea tu situación, puedes comprar una plancha. Aun si no
tienes la ropa más genial, si me percato de que la lavaste y la planchaste la
noche anterior, me daré cuenta de tus intenciones. Eso transmite que,
aunque no cuentes con un gran presupuesto, tienes la energía correcta. Y
eso es algo con lo que puedo trabajar.
Por el contrario, cuando veo a alguien que siempre está desaliñado y a
quien no parece importarle traer puesta ropa arrugada, lo que entiendo es
que no se valora. Eso dice que no está dispuesto a hacer un mínimo
esfuerzo adicional a diario para mostrar la mejor versión de sí mismo. No
necesitas mucho para planchar tu camisa o limpiar tus zapatos un poco. Si
no valoras tu tiempo y tu apariencia lo suficiente como para hacer esas
pequeñas cosas por la mañana, ¿por qué habría de esperar que me valores a
mí?

CÓMO CONTROLAR LA
CONVERSACIÓN

Sé cómo me ve la mayor parte de la gente en el mundo corporativo.


Un gángster. Un pandillero. Un bully .
Si tienen una reunión agendada conmigo, es probable que su prioridad
no sea cerrar el trato, sino salir ilesos del lugar.
Entiendo por qué, y en parte es culpa mía. No me atrevería a decir que
cultivé la imagen de gángster de forma intencional, porque eso suena
demasiado calculador. Pero siempre fui muy honesto con el estilo de vida
que llevaba en Queens. Y la gente que no proviene de esos contextos suele
sentirse atraído hacia esos detalles.
Cuando empecé a tener reuniones frecuentes con ejecutivos, me
sorprendió que todo el mundo en las salas de juntas estaba un tanto nervioso
a mi alrededor. ¿A qué le tenían tanto miedo? Estaba ahí para hablar de
negocios, no para balear el lugar.
Con el tiempo, me di cuenta de que podía manipular esa energía
nerviosa. Si en verdad quería controlar la sala, lo mejor que podía hacer era
proyectar la menor cantidad de energía gangsteril posible.
Si la gente esperaba que irradiara agresividad y arrogancia, les daba en
cambio humildad. Sonreía mucho. Incluso aparentaba ser un poco tímido.
Esos ejecutivos se preparaban mentalmente para enfrentar una ráfaga
ártica, pero lo que recibían era más bien una fresca brisa de verano. La
diferencia entre su percepción y mi realidad los desarmaba.
Al controlar la energía en la sala, aprendí que sería mucho más fácil
establecer mis objetivos. Los ejecutivos se sorprendían tanto con mi
amabilidad que, a nivel inconsciente, se volvían más dóciles y receptivos a
mis propuestas.

Aun cuando estoy sonriendo y siendo gentil, encuentro formas de


comunicarles a los demás que soy yo quien está a cargo. Una de las técnicas
que utilizo es tocar el brazo de la persona con quien estoy hablando. Nunca
es de forma pesada o invasiva; sólo es un toque ligero sobre el antebrazo.
No parecería importar, pero es una forma súper efectiva de dejar una
impresión memorable en la gente.
Y no lo digo a la ligera; las investigaciones científicas demuestran que
el contacto ligero hace que la gente sea mucho más abierta a tus sugerencias
o peticiones. Un estudio de la Sociedad para la Personalidad y la Psicología
Social observó que los meseros y meseras que tocaban con sutileza a las
personas a quienes les servían recibían mejores propinas que los que no lo
hacían. En otro estudio, publicado en el Journal of Nonverbal Behavior , se
demuestra que un toque ligero hace que las personas estén más dispuestas a
ayudar a buscar un objeto perdido o a firmar una petición. En resumen, el
contacto físico pertinente ayuda a que la gente haga lo que quieres que
haga.
¿Por qué? Los científicos creen que es porque, cuando alguien te toca de
la forma correcta (o sea, sin agresividad), el cuerpo secreta sustancias como
dopamina, oxitocina y serotonina que hacen que el cerebro se sienta feliz.
Al mismo tiempo, favorece que sustancias químicas estresoras, como el
cortisol (que se dispararía con un contacto agresivo), se reduzcan. El
resultado es que un simple contacto puede hacer que la otra persona se
relaje y que sea más probable que concuerde con lo que se le propone.
La clave está en hacerlo de forma correcta. En primer lugar, no debes
tocar a la gente en ningún lugar que no sea entre el codo y la muñeca, en
especial si eres un hombre interactuando con una mujer. No le toques a
nadie los hombros, el bíceps o la cara, y mucho menos toques a alguien por
debajo de la cintura. No vayas a hacer alguna estupidez y luego te
justifiques diciendo: “¡50 me dijo que lo hiciera!”. El contacto físico es sólo
en el antebrazo. Sin excepciones.
En segundo lugar, sólo hazlo si estás al lado de la persona o cerca de
ella, para que no sea un gesto torpe. Si tienes que estirarte al otro lado de la
mesa o pasar por encima de otra persona, no va a funcionar. Tiene que
parecer natural, una extensión normal de la conversación. Si te estás
estirando, en realidad vas a poner incómoda a la otra persona y será menos
receptiva a tus palabras. Lo mismo pasa si le aprietas el brazo o intentas
ejercer cualquier control físico sobre ella.
Intenta usar esta técnica la próxima vez que quieras convencer a alguien
de que te ayude con algo. En vez de pedirle a tu mamá que te lleve al centro
comercial, pregúntaselo mientras le tocas el antebrazo discretamente. Sin
importar de qué humor estuviera antes, te prometo que su energía mejorará
y vas a conseguir ese paseo.
Si estás en el trabajo, intentando convencer a tu jefe de que eres la
persona ideal para encargarse de un proyecto, tócale levemente el antebrazo
mientras expones tus argumentos. De nuevo, sólo puede ser en el brazo y
nunca debe parecer sugerente ni coqueto. Tu energía debe ser relajada y
controlada. Si logras hacerlo, no importará qué tan difícil o renuente haya
sido tu jefe en el pasado, verás que su energía cambiará para bien. Te van a
dar esa responsabilidad.
Otra forma de controlar sutilmente la energía de una habitación es hablando
con suavidad. Puede que no sea el consejo que estabas esperando de un
rapero, pero es un truco que he comprobado que funciona.
La persona que me lo enseñó fue el legendario actor Bruce Willis. Bruce
y yo nos conocimos en la filmación de la película The Setup . Una noche,
durante la filmación, todo el equipo de producción y el elenco salimos a
cenar. Yo estaba sentado en la misma mesa que Bruce, y a lo largo de la
noche, la gente fue a la mesa a rendirle respeto. Noté que cada vez que
alguien iniciaba una conversación con él, tenían que acercarse mucho para
entender lo que les estaba diciendo. De igual forma, cuando toda la mesa
estaba metida en la misma conversación, si alguien le pedía a Bruce su
opinión, respondía casi susurrando. Toda la mesa tenía que inclinarse y
acercarse para escuchar.
Después de cenar, Bruce me invitó al lobby de su hotel para compartir
un puro. Mientras fumábamos, le pregunté sobre lo que había observado.
—Dime algo, amigo —le dije—. ¿Por qué cada vez que alguien te
preguntaba algo respondías con un maldito susurro? No hablas así siempre.
Bruce se echó a reír.
—Te diste cuenta, ¿eh? —dijo—. Muy observador. Es algo que aprendí
hace años. Siempre que estés rodeado de mucha gente y todos quieren
hacerse escuchar, el secreto es hablar en voz tan baja como puedas. Cuando
alguien habla así, nuestra reacción natural es acercarnos tanto a esa persona
como sea posible. No lo sabemos en ese momento, pero les estamos
cediendo todo el poder.
—Caray —dije—. Nunca se me había ocurrido. Estoy acostumbrado a
que la gente quiera apoderarse de la habitación hablando como si trajeran
un megáfono.
—Inténtalo —me dijo Bruce—. Entenderás a qué me refiero.
Así que le di una oportunidad a su estrategia, y descubrí que Bruce tenía
toda la razón. Cuanto más suave hablaba, más atención me prestaban las
personas. Al probar la técnica, descubrí que darle a la gente menos de lo
que espera es una estrategia eficaz, no sólo en la comunicación verbal, sino
también con el lenguaje corporal.
Por ejemplo, noté que los ejecutivos siempre responden a señales no
verbales cuando hablan con la gente en una habitación. Si dan una pauta,
esperan algo a cambio. Puede ser una risa, asentir levemente, arquear una
ceja o incluso moverte discretamente en tu asiento, algo que les comunique:
“Sí, persona importante, estoy recibiendo la información”. Incluso si no
estamos conscientes de ello, por lo general les estamos dando la validación
que están buscando.
Decidí hacer un experimento durante una ronda de reuniones con
ejecutivos de televisión. Por alguna razón, parecen ser un poco más
arrogantes que otros ejecutivos, y verdaderamente les gusta controlar la
habitación. Quería averiguar si podía quitarles ese control de las manos sin
que se dieran cuenta. Cada vez que un ejecutivo de cierta importancia
pontificaba sobre sus planes y volteaba a verme en busca de confirmación,
yo me quedaba sentado, incólume, sin risas, sin asentir. No le daba nada.
Los desconcertaba por completo. Se frustraban. Una vez que los
descolocaba, era mucho más sencillo establecer mis objetivos y mover la
con versación en una dirección que me favoreciera. Estaba esforzándome
más fuerte sin siquiera mover un músculo.
Inténtalo. Si estás en una junta y tu jefe te mira en busca de
confirmación, no se la des. Eso no quiere decir que mires tu teléfono o a la
nada mientras te hablan. Por supuesto que debes mantener el contacto
visual y demostrar que estás escuchando. Sólo no ofrezcas
retroalimentación no verbal.
Te prometo que, si lo haces, la persona que está hablando se fijará en ti.
A nivel inconsciente, pensará lo siguiente: “Todos los demás están
validando lo que digo. Pero esta persona no me da nada. ¿Qué pasa?”.
Aunque seas la persona de menor rango en la junta, después de esa
reunión vas a estar presente en la mente de tu jefe. Pensará: “Es una persona
inteligente. Tengo que prestarle más atención”.
De ese modo, habrás dejado una impresión positiva y duradera. Ahora
dependerá de ti capitalizar esa oportunidad que ya creaste. Si después de esa
reunión no aportas ideas sobresalientes ni demuestras tener una buena ética
laboral, esa impresión no valdrá de mucho. Por el contrario, si aprovechas
el flamante interés de tu jefe para demostrarle el buen trabajo que has
estado haciendo, eso podría impulsar tu trayectoria profesional.
FINGE HASTA QUE DEJE DE SER
MERA APARIENCIA

Bill Gates y Paul Allen eran dos nerds de las computadoras que se
conocieron en la preparatoria en Seattle, donde compartieron el interés y el
gusto por los primeros sistemas computacionales. Varios años después de
graduarse, Allen estaba en Boston trabajando en Honeywell, mientras que
Gates estaba muy cerca, estudiando en Harvard.
Un día, Allen se reunió con Gates para mostrarle el último ejemplar de
la revista Popular Electronics . El reportaje principal era sobre algo de lo
que ninguno de los dos había oído hablar: una “computadora personal”. En
el pasado, las computadoras eran sólo para las grandes empresas o el
gobierno. El artículo presentaba algo que pondría al mundo de cabeza: la
Altair 8800, una computadora personal inventada por una empresa de
Nuevo México llamada Micro Instrumentation and Telemetry Systems (mits
).
Hoy en día, ni siquiera creeríamos que la Altair es una computadora. No
tenía pantalla ni teclado. Se “comunicaba” con unas lucecitas rojas que
parpadeaban en su cuerpo rectangular. Pero, para Allen y Gates, era una
cosa futurista.
También vieron en su lanzamiento una potencial oportunidad. La Altair
corría con un sistema operativo muy lento y poco confiable. Allen y Gates
habían estado trabajando en un programa al que llamaban BASIC, y estaban
convencidos de que convertiría la Altair en una computadora mucho más
fácil de usar.
Decidieron contactar a mits y venderles su programa. Se comunicaron
con el ceo y le explicaron que habían estado trabajando con la Altair y que
habían desarrollado un programa para ella. El ceo de la empresa, Ed
Roberts, estaba intrigado y los invitó a Nuevo México para que le hicieran
una demostración.
Allen y Gates estaban eufóricos, pero tenían un problema: en realidad
nunca compraron una Altair ni habían terminado de diseñar BASIC. En
cuanto colgaron con Roberts, salieron corriendo a comprar una Altair.
Luego, pasaron los siguientes meses escribiendo y codificando BASIC
como locos.
Por supuesto, a Roberts le encantó el programa e incluso contrató a
Allen para que trabajara en mits . Esa experiencia impulsó que Allen y
Gates lanzaran su propia empresa, Microsoft, la cual terminaría
convirtiéndo los en dos de los hombres más ricos del mundo.
Pero Bill Gates y Paul Allen nunca habrían empezado a recorrer ese
camino si no hubieran estado dispuestos a mentirle a Ed Roberts en aquella
primera llamada. No estaban mintiendo sobre su talento como
programadores ni en la confianza que tenían sobre poder mejorar la Altair.
Sin embargo, sí exageraron al hablar de lo que ya habían hecho antes de la
llamada para proyectar la mejor imagen posible. Una de las principales
razones por las que ambos llegaron a tener esas legendarias carreras fue que
entendieron la importancia de construir una narrativa, de presentarse como
si ya hubieran alcanzado cierto éxito que en realidad no habían obtenido.
Con el tiempo, no tendrían que seguir aparentando. Pero, si no se hubieran
arriesgado un poco cuando comenzaban, jamás habrían logrado hacer que
su propia compañía despegara.

Una de las expresiones favoritas del hip-hop es “Aparenta hasta que ya no


sea apariencia”, que es justo lo que Bill Gates y Paul Allen hicieron. La
idea es que, aun si tus circunstancias son poco ventajosas o te falta
experiencia, siempre y cuando proyectes la seguridad y la energía de
alguien exitoso, es sólo cuestión de tiempo para que el verdadero éxito te
alcance.
Es una expresión tan utilizada que se ha convertido en un cliché. Pero
no te dejes engañar por el lugar común. Te prometo que el principio es
válido, incluso después de que lo “logras”.
Un muy buen ejemplo es cuando lancé el mixtape 50 Cent Is the Future
. Fue el primer proyecto que hice después de que Columbia me soltara.
Estaba en uno de los momentos más vulnerables de mi vida y sabía que
tenía que hacer algo para captar la atención de la industria.
En aquel entonces, la piratería era un gran problema para el mundo del
hip-hop. Gente dentro de la industria robaba los discos antes de su
lanzamiento oficial y se los vendía a los piratas. Esos piratas vendían el
disco con una portada falsa por cinco o diez dólares, en vez de los veinte
que costaría un cd en Best Buy o en Virgin Megastore. Eso provocaba que
el artista perdiera ganancias desde el principio.
Los piratas querían vender lo que tuviera más empuje dentro de las
disqueras, discos como Country Grammar , de Nelly, o Stillmatic , de Nas.
Esos artistas —Nas en especial— hacían entonces todo lo posible para
evitar que su música llegara a manos de los piratas. Y, si se encontraban con
un pobre inmigrante vendiendo su disco de forma ilegal, el resultado solía
ser una golpiza.
Yo veía la situación de forma muy distinta a esos artistas de grandes
disqueras. Ya que necesitaba hacer ruido, era preciso que piratearan mi
música. Para lograrlo, armé un plan.
Nadie quería darme un contrato, pero decidí lanzar The Future por mi
cuenta de todos modos. La clave era hacer hasta lo imposible para que
pareciera un lanzamiento de una disquera importante. Contraté a un
fotógrafo para la imagen de portada y a un diseñador para que creara un
empaque que hiciera que el disco pareciera un lanzamiento genuino. Le
puse incluso un código de barras falso a la contraportada para que se viera
oficial. Luego hice que mi gente le “filtrara” el disco a cualquier pirata que
lo quisiera.
El plan funcionó a la perfección. Los piratas comenzaron de inmediato a
promocionar mi “álbum” sin darse cuenta de que se habían “robado” algo
que en realidad yo estaba regalándoles. Por toda la ciudad, en distintos
barrios y esquinas, comenzó a correrse la voz sobre un nuevo disco de 50
Cent que no estaba disponible en las tiendas. Debías conocer al pirata
correcto para conseguirlo. Ya que era tan difícil de encontrar, se convirtió
en un objeto muy deseado. Esa percepción de exclusividad sólo hizo que el
interés aumentara.
De repente, esa sensación cobró demasiada fuerza. Uno de mis
muchachos estaba caminando por Jamaica Avenue y vio a un tipo africano
vendiendo The Future en una mesa. Al no saber de mi plan, mi amigo pensó
que el tipo me estaba robando. Corrió hasta donde estaba el pirata, volteó su
mesa y lo golpeó en la cara. Terminó tirándole los dientes.
Luego, mi amigo me reportó lo sucedido, creyendo que yo estaría
complacido.
—¿Por qué hiciste eso? —lo regañé—. Tonto. Necesitamos que venda
los cd porque no tenemos contrato con nadie. Estamos intentando hacer
ruido. ¡No vuelvas a pegarle a nadie! ¡Estás arruinando el plan!
Mi amigo se mostró arrepentido.
—Ay, perdón, 50. Pensé que estaba intentando robarte.
—Nah, todo es parte de mi estrategia —le dije—. De hecho, regresa ahí
y cómprale unos cuantos para que él y su gente sepan que las calles lo
quieren.
Mi estrategia con los piratas era mucho más relajada. Una vez, iba
caminando hacia la oficina de Chris Lighty en Manhattan cuando vi a un
tipo con un montón de cd extendidos en la acera.
—¿Qué tienes? —le pregunté.
—Ah, sí. Tengo lo nuevo de 50 Cent, amigo. ¡La bomba! —me dijo, sin
darse cuenta de con quién estaba hablando.
—¿En serio? Déjame verlo —le dije.
Y, sí, tenía 50 Cent Is The Future . Me encantó saber que mi cd era el
primero que promocionaba. Le sonreí y le compré dos copias. ¡Hay que
mantener esa demanda!
Una de las grandes ventajas que las disqueras les ofrecían a los artistas
era las redes de distribución. Las disqueras controlaban qué discos iban a
las mejores tiendas, además de cómo se exhibían y promocionaban. Al
filtrar mi propia música, logré sacarle la vuelta a ese proceso. Esos piratas
se convirtieron en mi red personal de distribuidores. Siempre y cuando
hubiera demanda, ellos seguirían haciendo copias y promocionando mi
música (y mi nombre, sin duda).
Estoy seguro de que el éxito de mi álbum “pirata” es lo que me ayudó a
entrar en el radar de Eminem e Interscope. No me conformé con quedarme
quieto y esperar a que alguien más decidiera que mi música debía causar
conmoción; decidí prender la flama por mi cuenta. Al crear esa percepción
de que estaba tan en llamas como los artistas de las grandes disqueras, abrí
la puerta para convertirme en uno de ellos.

HAZ COMO SI NO LO NECESITARAS

Otra técnica útil para conseguir lo que quieres es hacer como si en realidad
no lo necesitaras. Es una técnica que requiere delicadeza, sutileza y una
seguridad inamovible. Úsala de forma adecuada y te dará resultados
incomparables.
Supongamos que vas a una entrevista para el trabajo de tus sueños. Es el
campo ideal para ti y paga mucho más que tu empleo actual. Si lo
consigues, no sólo avanzarás en tu carrera, sino que también podrás saldar
la deuda de tarjetas de crédito que te ha estado ahogando, por no hablar de
que el traslado al trabajo disminuirá de cuarenta y cinco a quince minutos.
Es todo lo que has estado buscando.
Cuando vayas a la entrevista (con tu atuendo recién planchado,
evidentemente), tu instinto será demostrar lo emocionado que estás por el
puesto. Llevas semanas fantaseando cómo será tu vida cuando tengas ese
empleo. Ahora, lo único que quieres es derramar toda esa energía frente a la
persona capaz de lograr que aquello que has imaginado se vuelva realidad.
No cedas ante tu instinto.
Sin embargo, sí es importante que dejes en claro que te interesa el
puesto. Haz evidente que, en caso de aceptarlo, tienes la seguridad de no
sólo cumplir con las expectativas del puesto, sino superarlas.
Pero nunca des la impresión de que necesitas ese trabajo, ni de que te
mueres por él, aun si eso es justo lo que sientes.
La necesidad de suprimir ese instinto se basa en una verdad
fundamental: mostrarte necesitado es repelente para todos, menos para los
miembros más compasivos de nuestra sociedad. La mayoría de la gente se
siente atraída por las cosas que no puede tener. No importa el contexto; lo
inalcanzable es un gran afrodisiaco.
Si estás buscando que alguien invierta tiempo, dinero o esfuerzo en ti,
no debes hacerle pensar que te está haciendo un favor. Tienes que hacer que
crea que el favor viene de ti; que, al estar en tu órbita, es él quien se está
posicionando para el éxito.
Tomé conciencia de ese fenómeno cuando alcancé el éxito. Cuando tuve
dificultades, nadie quería darme una oportunidad. Cuando por fin llegué a la
cima, todo el mundo quería hablarme de grandes negocios y oportunidades
extraordinarias. Si voy a una ceremonia de premiación, recibo una bolsa de
regalos que vale decenas de miles de dólares. Los billonarios me invitan a
volar en sus aviones privados y a hospedarme en sus villas de lujo. Los
directores de fondos de inversión me dan consejos sobre cómo administrar
mi dinero. Resulta que todo el mundo te quiere hacer favores cuando menos
los necesitas.
Si escuchas que la gente exitosa, a la que de por sí le va bastante bien,
recibe bolsas de regalos de treinta mil dólares o vuelos gratis en aviones
privados, es fácil quejarse. “Carajo, los ricos siempre se hacen más ricos.”
Pero quejarte no transformará tu realidad. Lo que sí lo hará es encontrar la
forma de proyectar la energía y seguridad que hará que la gente te trate de
esa manera.

Uno de los grandes magos de la estrategia de “haz como si no lo


necesitaras” fue el financiero Bernie Madoff. Él fue el cerebro detrás de la
estafa piramidal que le sacó más de sesenta y cuatro mil millones de dólares
a la gente. Lo leíste bien: sesenta y cuatro mil millones de dólares.
No estoy celebrando lo que hizo. Arruinó a muchas personas y
empresas vulnerables, e incluso contribuyó al suicidio de su propio hijo.
Pero, cuando leí su historia, no pude evitar notar la maestría con la que
empleaba la mentalidad de “no lo necesito” para hacer que la gente le diera
dinero.
En términos muy llanos, la estafa de Madoff funcionaba así: animaba a
la gente a invertir en su fondo, pero, en vez de poner su dinero en la bolsa,
lo ponía en su cuenta personal. Luego inventaba reportes de mercado falsos
que mostraban que sus inversionistas estaban recibiendo utilidades
extraordinarias. Supuso acertadamente que, siempre y cuando la gente viera
que su dinero crecía por encima de las tasas del mercado, le permitirían
quedárselo por más tiempo.
El problema surgía cuando la gente pedía que le devolviera el dinero. Ya
que Madoff nunca invirtió ese dinero, le sería imposible liquidar esas inver
siones. Ese dinero ya no estaba en su cuenta; se lo había gastado en casas,
autos, aviones y demás cosas buenas. Para mantener el esquema a flote,
tenía que lograr que inversionistas nuevos entraran todo el tiempo para que
el flujo de efectivo no terminara.
Ya que necesitaba tantos inversionistas como fuera posible para evitar
que todo se derrumbara, pensarías que Madoff era muy agresivo al buscar
nuevos blancos, sobre todo para convencer a la gente adinerada que conocía
en fiestas y galas en Manhattan, Hollywood y los Hamptons. Supondrías
que los llevaba a cenar, les regalaba asientos de primera fila en eventos
deportivos, los paseaba en su avión privado, les conseguía mujeres o
cualquier cosa que se te ocurra para seducirlos.
Pero no. Él hacía justo lo contrario. Siempre que una de esas personas
con carteras grandes y bolsillos profundos se le acercaba para invertir con
él, Madoff lo rechazaba. Le decía que el fondo estaba lleno, que era
imposible aceptar nuevos inversionistas. Se disculpaba porque no podía
hacer negocios con ellos.
Eso volvía locos a los millonarios. Recuerda, eran personas poderosas
que no estaban acostumbradas a que les dijeran que no. En vez de alejarlas,
las hacía querer trabajar con él aún más. Se convencían de que Madoff tenía
una operación mucho más lucrativa de lo que habían creído en un principio.
Digamos que algún ricachón ofrecía invertir cinco millones la primera
vez que se acercaba a Madoff, un nivel de inversión que haría que la
mayoría de los directores de fondos se abalanzara sobre él de inmediato.
Después del rechazo, el tipo volvía con una oferta de diez millones. ¡Nadie
le dice que no a una inversión de diez millones de dólares! Pero Madoff
seguía fingiendo que no le interesaba. El ricachón estaba a punto de volarse
la cabeza. Se volvía insistente. Hacía que sus amigos en común lo llamaran
y abogaran por él. Estaba decidido a darle tanto dinero como fuera posible,
pues su actitud lo había convencido de que tenía que ser algún tipo de
mente maestra. ¿Quién más rechazaría tanto dinero?
Al fin, solamente cuando la cifra era justo lo que necesitaba, Madoff
fingía ceder. “Bueno, está bien”, decía. “Puedes entrar con quince millones.
Pero no se lo digas a nadie. Esto es sólo para ti.” Y así, se llevaba al tipo al
despeñadero. El ricachón bien podría haberle dicho “¿Quieres robarte mi
dinero, Bernie?”.
Madoff le hizo eso a gente muy brillante: directores de Hollywood,
dueños de equipos profesionales de beisbol y futbol americano, actores y
actrices, gente muy inteligente y exitosa en su área. Nada de eso importó. A
todos los embaucó alguien que hizo como si no los necesitara.
Él lo hizo en la alta sociedad, pero he visto que este principio funciona
también en contextos callejeros. En la calle, la gente está acostumbrada a
que todo el tiempo le pidan cosas. “Oye, hazme un favor” o “Amigo,
préstame para terminar la semana”. La gente siempre está en guardia para
asegurarse de que nadie los engañe o los estafe.
Si entiendes ese instinto, puedes usarlo a tu favor. Digamos que un
estafador se encuentra a uno de sus viejos amigos en el bar y ve la
oportunidad de poner en práctica su magia. Primero, le compraría a su
amigo unas cuantas rondas. Licor premium , no cerveza ni porquerías. Tiene
que dar la impresión de que el dinero no es problema. Después de algunos
tragos, mencionaría de forma casual el Benz que tiene estacionado afuera o
el viaje a Aruba que hizo con su novia. Toda esa energía y esas palabras
proyectarían la imagen de que está operando desde la opulencia. El extremo
opuesto de alguien que está buscando dádivas.
Después de un tiempo, el amigo querrá saber cómo está financiando ese
estilo de vida. El estafador responderá, con mucha humildad, que le va bien
en el negocio de los bienes raíces. No dirá mucho más; en cambio, intentará
llevar la conversación de vuelta a las anécdotas graciosas, como aquella vez
que llevaron a unas chicas a Coney Island o la vez que se desató una pelea
en el parque.
Pero el amigo mantendrá su fijación en el dinero.
—Oye, ¿qué tipo de negocios estás haciendo con los bienes raíces? —
preguntará.
Entonces el estafador hará su movida.
—Ah, es complicado. Pero, básicamente, revendo propiedades que eran
del gobierno —dirá—. Sí, esto que hago va muy bien. Tengo un par de
contactos en el gobierno de la ciudad y ellos me avisan cuando hay buenas
oportunidades. Sobre todo con un nuevo desarrollo para el que estoy
reuniendo fondos. Creo que va a ser un jonrón.
La trampa está puesta. Y, la mayoría de las veces, la persona necesitada
caerá en ella.
—Oye, amigo, ¿qué pasa? ¡Tienes que dejarme entrar!
El estafador le dará otro trago a su bebida y fingirá considerarlo.
—Mira, sólo porque hemos sido amigos mucho tiempo, si quieres
entrar, te puedo ayudar. Pero lo máximo que puedo dejarte poner son diez
mil dólares. Lo siento, pero el resto del negocio ya está repartido.
—¡Hecho! —dirá su amigo y comenzará a hacer los arreglos necesarios
para conseguir el dinero.
Y, así sin más, lo estafaron. La razón por la que cayó con tanta facilidad
es porque el estafador actuó como si no quisiera nada. Si hubiera dicho:
“Oye, dame todo el dinero que puedas conseguir” o si hubiera presionado a
su amigo para que le diera una cierta cantidad, eso habría encendido la
alarma. Al no ejercer presión, fue capaz de sacarle la vuelta a todos los
sistemas de seguridad de su amigo. El tipo estaba tan condicionado a que la
gente le pidiera cosas y lo presionara que nunca se le ocurrió cuidarse de
quien no le pedía nada.

Te dejaré una pequeña prueba para saber si has entendido cómo utilizar el
poder de la percepción. Digamos que te doy un millón de dólares, pero
luego te digo que, para quedártelo, tienes un mes para convertirlo en dos
millones. De otro modo, tendrás que regresarme el dinero.
¿Cuál sería tu estrategia para duplicar ese dinero?
¿Intentarías comenzar un negocio con la esperanza de que creciera
deprisa?
¿Se lo darías a un inversionista con la esperanza de que no fuera el
siguiente Bernie Madoff?
¿Comprarías diez kilos de coca para revenderlos?
Espero que no, porque ninguna de ésas es la forma más fácil de
conseguir esos dos millones.
Lo único que tienes que hacer es poner ese dinero en tu cuenta bancaria
y luego ir a tu sucursal. En esta situación, incluso te doy permiso de vestirte
casual. Cuando llegues ahí, pídele al gerente que abra tu cuenta.
Los ojos se le pondrán como platos cuando vea todos esos ceros en la
pantalla. Se volverá súper amigable y estará más que dispuesto a ayudarte
de cualquier forma que pueda.
Debes mantenerte tranquilo y confiado. Después de que te pregunte qué
pueden hacer por ti, con toda calma contestarás: “Necesito un préstamo por
un millón de dólares”.
Parecería una locura pedirlo, pero en realidad te dan ese millón tan
rápido que te dará vértigo. Llenas un par de formularios, hablas de
trivialidades y, en una hora o dos, todo será oficial. Y… bam , lo lograste.
¿Por qué estaría tan ansioso el gerente por darte el dinero? Porque ya
tienes un millón de dólares. No le importa si te lo dio un rapero, lo
heredaste o lo conseguiste vendiendo drogas. Sólo sabe que lo tienes.
Pudiste haber entrado a la sucursal como cualquier cliente normal, pero
esos ceros te hicieron vip de forma instantánea.
(Si de verdad tienes corazón de buscavidas, no te vas a detener ahí. Una
vez que tengas los dos millones, irás a otra sucursal y los convertirás en
tres.)
Lo hago parecer sencillo, pero he visto a la gente utilizar esa técnica en
otras situaciones. Quizá no tengan un millón de dólares, pero saben moldear
la percepción de los demás para hacerse pasar por millonarios. Tal vez se
visten como millonarios o hacen viajes de millonarios o logran mencionar
tantos nombres de gente rica como para generar la impresión de que ellos
también lo son.
¡Diablos, así es como la mitad de Hollywood se hizo de su fortuna! La
gente se hace de algo que vale relativamente poco: un compromiso de
palabra con un actor, el tratamiento para la idea de una película o los
derechos de un libro poco conocido. Pero actúan como si tuvieran una mina
de oro. Luego, negocian y multiplican hasta ser productores de una película
de verdad.
El rasgo más importante que demuestran es el de la confianza en sí
mismos. Cada vez que enfrentan un obstáculo o parecen estar en un callejón
sin salida, esa confianza es lo que les permite seguir adelante.
Además, parecen nunca pedir nada. Siempre proyectan ese aire de
alguien que ya tiene todo lo que necesita. El actor pudo haberle dicho que
estaría en su película cuando estaba ebrio y apenas si recuerda la
conversación, pero ese buscavidas hollywoodense actuará como si tuviera
un contrato firmado. El tratamiento de la película podría tener sólo tres
páginas, pero el buscavidas proyectará la energía de alguien que tiene un
libreto terminado.
Para ser franco, alguna vez alguien me la hizo. Hace varios años, decidí
hacer negocios con un productor al que acababa de conocer, llamado
Randall Emmett. Tenía experiencia produciendo películas, así que, cuando
decidí crear mi propia productora, Cheetah Vision, lo contraté para que me
ayudara a manejarla. Pagué todo, incluyendo una oficina, personal, gastos,
lo que se te ocurra. Incluso actué en películas que produjimos por una tarifa
bastante reducida, todo por el bienestar futuro de lo que estábamos
construyendo.
Randall era un empleado de Cheetah Vision, pero él se presentaba de
forma distinta en público. Dejaba que la gente creyera que era mi nuevo
“socio de producción”. Era una estrategia muy astuta. Cultivar esa
percepción le abrió las puertas para conocer lugares y personas a las que no
habría tenido acceso de otra forma. También hizo que le firmaran cheques
por cifras que jamás habría visto si hubiera estado operando por su cuenta.
Randall terminó independizándose y asociándose con una de las personas
que recaudaba fondos para sus proyectos.
A mí al principio no me molestó, pues entendía cómo funcionaban las
cosas en Hollywood. Comencé a tener problemas con él cuando Randall
quiso atribuirse el crédito de Power y mi contrato con Starz. Él era muy
bueno para hacer películas, pero nunca había logrado concretar nada en
televisión. No estuvo involucrado en el proceso creativo de Power ni tuvo
nada que ver con mis negociaciones con Starz. De hecho, cuando Randall
estuvo ahí, mi primer contrato con Starz resultó ser bastante patético. Me
enteré de eso cuando mi abogado contactó a Starz para negociar y
establecer mi primer contrato general con ellos.
Randall se extralimitó. Durante años me adeudó un millón de dólares de
utilidades de la compañía, pero no me molesté en presionarlo para que me
pagara. Sin embargo, después de que llevaba mucho tiempo soltando la
lengua, se me agotó la paciencia. Hice que mi abogado le llamara y le
pidiera mi dinero, mientras yo escuchaba la conversación a su lado, sin que
Randall lo supiera.
Comenzó la conversación muy agresivo.
—¿Es en serio? Vete a la mierda —le dijo a mi abogado—. ¿Después de
todo lo que he hecho por 50? ¿Después de que le conseguí ciento cincuenta
millones de Starz? ¿Me vas a presionar por un mísero millón? Jódete.
Yo había planeado quedarme callado, pero no podía creer lo que oía.
—¿Qué te pasa, Randall? —intervine con mucha calma. No hubo
respuesta—. Tengo curiosidad. ¿Qué hay con esa bravuconería? —continué
—. Los dos sabemos que así no eres tú. Ya no voy a tratar contigo después
de esto, pero antes de que las cosas empeoren, sugiero que aceptes el plan
de pagos que te estamos ofreciendo.
Randall debió haberse quedado sin palabras cuando se dio cuenta de que
estaba hablando conmigo, pues colgó el teléfono a toda prisa. Luego
comenzó a enviarme mensajes con incontables pretextos de por qué no
podía darme el dinero de inmediato. Había planeado manejar la situación en
privado, pero su actitud me decepcionó tanto que decidí ventilarlo. Así fue
como vio la luz el mensaje “Perdón, Fifty” (más adelante te contaré los
detalles). Por supuesto, terminé recibiendo todo mi dinero.
Proyectar una energía de “no lo necesito” siempre es un acto de
equilibrismo. Si tu convicción no es lo suficientemente sólida, nadie te
creerá. Pero también puedes empezar a creer en tus propias jugadas.
Randall fue tan tonto como para hacer eso. Incluso mientras le estás
diciendo al mundo que no necesitas nada, no puedes olvidar que habrá
personas a las que necesites tener de tu lado. No intentes estafarlas. Debes
tener un grupo reducido con el que siempre seas honesto y humilde.

LO QUE ME ATRAE

Desde que era niño, he sido seductor. Y no lo digo por alardear. Sólo es la
verdad. No tengo aspecto de novio de Barbie, pero nunca he tenido
problemas para conectar con el sexo opuesto. Es probable que así sea
porque siempre me he sentido cómodo conmigo mismo, lo cual es un rasgo
muy atractivo.
Sin embargo, los hombres nos volvemos genuinamente irresistibles
cuando nuestro éxito es de conocimiento público. Así que, cuando me
empezó a ir bien, mi atractivo se disparó a un nuevo nivel. Antes era lindo,
pero, cuando me hice famoso, me convertí en uno de los hombres más
sensuales del planeta. (¡No lo digo yo! ¡Lo dijo Time !) A las mujeres les
atrae la estabilidad que traen consigo el dinero y la fama. En mí veían a
alguien que podía darles todo lo que quisieran o necesitaran.
Y no estoy hablando de las cazafortunas o las groupies . Me perseguían
algunas de las mujeres más increíbles del mundo. No sólo mujeres
físicamente atractivas, sino mujeres muy exitosas por cuenta propia:
abogadas, doctoras, actrices y empresarias. Mujeres que eran lo que
cualquiera podría soñar.
Recuerdo cuando salí de gira con Get Rich or Die Tryin’ . Estaba en una
habitación de hotel con una mujer extraordinariamente atractiva e
inteligente. Justo antes de que las cosas se pusieran serias, me disculpé para
ir al baño. En cuanto cerré la puerta, comencé a hacer un bailecito y sonreí
de oreja a oreja frente al espejo. Estaba tan emocionado que incluso salté y
choqué los talones. Tenía que tomarme un momento para celebrar. No podía
creer el calibre de mujer que me estaba esperando ahí afuera.
Hoy en día soy un poco más relajado en ese tipo de situaciones. Pero
nunca he perdido de vista el hecho de que, a pesar de lo mucho que disfruto
la compañía de las mujeres, mi atractivo siempre estará atado a mi éxito.
Incluso si una mujer se presenta de otra forma en un principio, siempre
sospecharé que ésa es parte de su motivación. Eso hace que sea muy difícil
determinar con quién me gustaría buscar una conexión más profunda.
Siempre estoy preguntándome: “¿Quiere a 50 Cent o a Curtis Jackson?”.
Por ejemplo, mucha gente siente curiosidad por mi relación con la
comediante Chelsea Handler. Supongo que parecíamos una pareja dispareja.
No me importaba qué pensara la gente. Chelsea y yo nos conocimos en
su talk show , y yo empecé a buscarla de inmediato. Le envié cincuenta
rosas blancas. Llamaba a su oficina y pedía hablar con ella. Nunca me
respondió, hasta que logré contactarla cuando estaba por ir a Nashville para
un evento. Le pregunté si podía volar allá y verla; me dijo que sí. Nos
encontramos y la pasamos muy bien juntos. Después de eso, siempre nos
reuníamos cuando los dos estábamos en Los Ángeles. Incluso hice planes
para ir de vacaciones con ella y su familia. (No te preocupes, no estoy
ventilando sus intimidades. Ella ha hablado de todo esto en público.)
Nos divertíamos cuando estábamos juntos, pero lo que en verdad me
atraía de ella era la forma en que se manejaba en lo profesional. Además de
su talk show , tenía un reality y escribía best sellers . Era una jefa. Con todo
lo que trabajaba, debía estar embolsándose unos treinta millones al año. Eso
sí que es sexy para mí.
Lo más importante de todo es que siempre dejó en claro que no
necesitaba nada de mí. Chelsea tenía demasiadas cosas en su vida como
para esperar que yo hiciera algo por ella. Si acaso, yo estaba intentando
absorber un poco de esa energía.
Al final, las cosas no llegaron a ningún lugar serio. Hubo un pequeño
malentendido cuando mi exnovia Ciara estaba por aparecer en su programa
y dejamos de hablarnos después de eso. Pero sigo creyendo que Chelsea es
increíble. Ha logrado muchísimo y lo que la hace más impresionante aún es
que lo ha hecho en sus propios términos.
Nunca he sido un gran defensor del matrimonio. Tal vez soy cínico porque
he pasado mucho tiempo en Hollywood, donde aprendí que “esposo” es
sólo una forma de decir “mi novio un poco más serio”. A fin de cuentas,
considero que el matrimonio es una transacción de negocios, y no es muy
buena si tú eres quien entra a esa relación con más dinero.
Sin embargo, conforme he madurado, he comenzado a abrirme un poco
más a la idea de sentar cabeza y construir una vida familiar más estable.
Cuando repaso la lista mental de cualidades que busco en una potencial
esposa, no comienzo con el físico ni la fama. Esas cualidades ya no son tan
importantes para mí. La cualidad más esencial de cualquier mujer que
pudiera llegar a interesarme es la autosuficiencia, tanto a nivel financiero
como emocional. De otro modo, siempre creeré que sólo está intentando
hacerme firmar uno de esos malos contratos. Como le decía a un amigo
hace poco: “Cuidar a una mujer no es un mal concepto. Pero cuidar a una
mujer que necesita que la cuiden es un concepto terrible ”.
Si sigo repasando los puntos de la lista, debe tener cualidades como
compasión, sentido del humor, amor por la familia y ambición (bueno, sí,
que sea linda no está de más). Pero es la falta de dependencia la que me
hará receptivo a la posibilidad en primer lugar.
Así de poderoso puede ser proyectar un aura de autosuficiencia. Puede
incluso hacer que un soltero cínico como yo piense en anillos y en sentar
cabeza.

ADUÉÑATE DE TU NARRATIVA

Hemos estado hablado de por qué es importante que forjes tu propia


identidad, y ahora quiero darte algunos ejemplos de personas que han
sufrido por permitir que otras fuerzas controlen cómo las percibe el público.
Suelo pensar en mi buen amigo, el difunto Prodigy, de Mobb Deep. El
dueto, que incluía a su compañero Havoc, era legendario por sus duras
representaciones de la vida en los infames proyectos residenciales de
Queensbridge, en Queens. Prodigy era un artista increíble y, sin duda, uno
de los mejores raperos de su generación. Pero, para mucha gente, el
momento definitivo de su carrera llegó en 2001, cuando Jay-Z se burló de él
“poniéndolo en la pantalla de Summer Jam”.
Si no estás familiarizado con la historia, Jay-Z y Mobb Deep tenían una
disputa pública en aquel entonces, lo que llevó a Jay a rapear lo siguiente
sobre Prodigy: “When I was pushin’ weight, back in ’88, you was a
ballerina / I got the pictures, I seen ya” (Cuando en ’88, yo estaba
levantando pesas, tú eras una bailarina / Tengo las fotos, te he visto). Era
una referencia al hecho de que Prodigy había sido bailarín en el estudio de
danza de su madre, en Queens. Y, sí, Jay había conseguido una fotografía de
Prodigy con leotardo, la cual proyectó después en Summer Jam.
La implicación era obvia. Prodigy habla en su música de lo gángster que
era, pero en el fondo tenía el corazón blando. Y en el hip-hop no hay nada
más blando que ser una bailarina.
Prodigy le respondió a Jay, pero no logró reparar el daño. Esa fotografía
suya con mallas de ballet en la pantalla de Summer Jam fue un duro golpe,
y nunca logró recuperarse del todo.
Siempre he pensado que no debió haber sido tan dañino. Sí, era cierto
que la madre de Prodigy tenía un estudio de danza. También era cierto que
él tomó clases ahí. ¿Qué tiene de vergonzoso? Tuvo una mamá que lo crio
en las artes. Tenía cultura. Para mí, parece una infancia increíble, no algo de
lo cual avergonzarse.
Si acaso, sentía que la historia de Prodigy en las artes lo había
preparado como artista más que a todos los demás. Era un huracán en el
estudio, donde siempre estaba inventando rimas y conceptos nuevos.
Recuerdo incluso haber ido a su casa un día y ver varios libretos tirados en
el piso.
—¿Cuándo aprendiste a escribir libretos? —le pregunté.
—Ah, leí un libro sobre cómo hacerlo —respondió en tono casual—.
Los he estado escribiendo desde entonces.
Ése era el tipo de talento que tenía. Podía tomar un libro, digerirlo y
empezar a producir libretos como si fuera cualquier cosa. La mayoría de los
raperos tiene problemas para escribir doce compases, no se diga una
película. Carecían de esa tradición artística para echar mano de ella.
Siento que Prodigy debió haber aceptado más su pasado. Era lo que lo
hacía especial y lo que le habría permitido crear más arte trascendental. En
cambio, sintió que Jay y otros lo presionaron para estar a la altura de la
personalidad que había creado con su música.
Tupac se enfrentó a un dilema similar. Como Prodigy, tuvo una madre
culta que lo educó para que estuviera siempre bien informado sobre las
artes y la política. No creció escribiendo rap; creció escribiendo poemas
introspectivos y revolucionarios. Estuvo expuesto a la misma energía que
Prodigy.
Siempre he sentido que ’Pac y Prodigy eran estudiantes de arte que
adoptaron el pandillerismo como tema. En vez de aceptar la cultura y el
orgullo al que habían sido expuestos durante su infancia, intentaron correr
en la dirección opuesta. Al hacerlo, cayeron en una trampa. En el caso de
Prodigy, se tradujo en una batalla con Jay-Z que no tenía esperanzas de
ganar. Una vez que Jay descubrió que sólo estaba representando un tema,
supo cómo arruinar su imagen pública.
’Pac pagó un precio mucho mayor. Al ondear la bandera del
pandillerismo con tanto ímpetu, envió una señal muy peligrosa que atrajo a
los pandilleros de verdad. Una vez que estuvieron ahí, no hubo manera de
controlar esa energía. Le habría resultado difícil a un verdadero gángster,
pero para un chico artístico como ’Pac, fue imposible. Y esa energía le
costó la vida.
Prodigy y yo éramos amigos cercanos y lo extraño mucho. Era un tipo
de lo más interesante y muy completo. Cada conversación que tuve con él
me enseñó algo nuevo. Si de algo me arrepiento es de no haberlo animado
con más fuerza a dejar atrás la pinta de tipo rudo y acercarse más a sus
verdaderas raíces. Si lo hubiera hecho, no sólo habría revivido su carrera,
sino también todo el panorama del hip-hop. Le habría enseñado a una nueva
generación de raperos que estar orgulloso de sus orígenes está bien, sin
importar de dónde vengan.

DEJA QUE LAS PERSONAS SEAN


HONESTAS
ACERCA DE SÍ MISMAS

Hubo una época en la que no entendía la importancia de dejar que las


personas fueran ellas mismas. A principios de la década de 2000, el dj de
G-Unit era un tipo llamado Whoo Kid. Además de tocar, uno de los trabajos
de Whoo Kid era lanzar mixtapes , que eran muy populares en ese entonces
y fueron esenciales para que G-Unit hiciera ruido. Un día, Whoo Kid estaba
hablando con un tipo del departamento de desarrollo artístico en Atlantic
Records y vio que el nuevo sencillo de Terror Squad de Fat Joe estaba sobre
el escritorio de esa persona. Whoo Kid sabía que era una exclusiva valiosa;
cuando el tipo de Atlantic se distrajo, ¡se lo robó!
Por supuesto, Fat Joe, Big Pun y el resto de Terror Squad se enfadaron
cuando la canción se filtró en el siguiente mixtape de Whoo Kid. ¡Querían
sangre! Así que, cuando lo vieron en un club semanas después, de
inmediato intentaron agarrarlo y patearlo sin piedad.
Whoo Kid era de Queens, pero de Queens Village, que no es tan rudo
como Southside. Alguien de Southside habría recibido la paliza con tal de
asegurarse de conectar unos cuantos golpes propios. Pero no Whoo Kid.
Cuando vio que Terror Squad iba por él, se echó a correr tan rápido como
pudo. Terror Squad no le puso siquiera un dedo encima. (Whoo Kid no
podría huir por siempre. Big Pun terminó encontrándolo y metiéndolo en la
parte trasera de una camioneta. Pero Whoo Kid logró convencerlo de que lo
dejara ir.)
Por lo general, oír que alguien de tu banda evitó una paliza sería motivo
de celebración. Pero no en G-Unit. En vez de eso, me enfureció enterarme
de lo que Whoo Kid había hecho.
—Oye, hermano, me dicen que huiste de Terror Squad —le dije.
—Sí, eso hice —respondió.
—¿Qué ? —pregunté, incrédulo—. ¿Eres un maricón?
—¡Sí! —contestó de inmediato—. ¡Eso es justo lo que soy!
Me quedé estupefacto. No supe cómo responderle. De donde yo venía,
nunca jamás podías aceptar que tenías miedo. Una vez que lo hacías, te
convertías en presa fácil; todos tomarían un bocado de ti hasta que no
quedara nada.
Ser cobarde iba en contra de lo que me enseñaron en mi infancia. Era
como decirle a un niño al que le inculcan la religión que Dios no existe, o
decirle a un niño que creció en Chicago en los noventa que Jordan era
pésimo en la duela. Blasfemia.
Evidentemente, la experiencia de Whoo Kid fue un poco distinta a la
mía. No le importaba que lo vieran así. La diferencia de perspectivas me
dejó perplejo. ¿Cómo era posible que alguien a quien no le importaba que le
dijeran maricón representara a G-Unit? Mi reacción inicial fue despedirlo
en ese instante, darle el proverbial boleto de autobús.
A veces puedo parecer imprudente, pero la verdad es que no me gusta
tomar decisiones apresuradas a menos que el ambiente me obligue a
hacerlo. Nadie me estaba presionando, así que me di tiempo para
reflexionar si no estaría exagerando. ¿Cuál era el trabajo de Whoo Kid
dentro de G-Unit? ¿Pelear? No.
Su trabajo era tocar música, alborotar al público. Y era muy bueno para
hacerlo. Whoo Kid era un profesional en subir la temperatura y la energía
hasta el límite.
Su trabajo era también lanzar mixtapes que hicieran ruido para G-Unit
en las calles. Era obvio que se tomaba ese trabajo muy en serio. ¿Qué
importaba que le diera miedo pelear?
No mucho, para ser franco.
Whoo Kid nunca recibió ese boleto para volver a casa. De hecho, llegué
incluso a respetarlo por su honestidad. Le habría sido muy fácil decir algo
como: “No, amigo, no soy ningún maricón. Sólo dicen que corrí. Estaba a
punto de tronarlos, pero se escaparon antes de que pudiera golpearlos”.
A lo largo de los años, mucha gente me ha mentido así, jurando que
estaban a punto de encargarse de cosas que no tenían intención de llevar a
cabo. Se hacían los rudos porque creían que eso era lo que 50 Cent quería
oír, no porque eso fuera lo que estaba en sus corazones.
Es cierto que 50 Cent quiere rodearse de tipos que no se dejan intimidar.
Ese tipo de personas siempre ha estado a mi alrededor y siempre lo estará.
Curtis Jackson, por su parte, ha llegado a entender que necesita distintos
tipos de energía en su equipo, gente que no siempre busca conflictos, pero
que puede conseguir las cosas por otros medios. Quiero ambos tipos de
personas en mi equipo. Lo único que necesito saber es quién es quién.
Esa experiencia con Whoo Kid me enseñó que, como líder, tenía que
empoderar a la gente para que fueran ellos mismos. Si la gente siente que
sólo respeto un tipo de energía, eso limita lo que pueden lograr en conjunto.
Whoo Kid me dijo su verdad, y gracias a su honestidad hemos tenido una
relación muy productiva durante casi veinte años.
Otra persona que fue muy honesta conmigo fue Jimmy Iovine, quien
estaba a cargo de Interscope cuando yo vendía millones de discos. Él se
sentía cómodo trabajando con gángsters y haciendo música que reflejara su
estilo de vida, pero tenía claro que él no era uno de ellos. Si Jimmy
escuchaba una conversación que devenía en asuntos serios de la calle, se
apresuraba a decirles a todos: “Hey, cuidado con lo que dicen cuando están
cerca de mí. Soy una rata. No me digan nada, porque los voy a delatar si
tengo que hacerlo”.
Mucha gente se reía cuando decía eso, pues les sonaba ridículo a
quienes habían crecido en las calles. Nos habían enseñado que ser rata era
lo peor que podías ser, ni se diga aceptar que lo eres.
Pero yo aprecié la honestidad de Jimmy, incluso si a algunos les parecía
algo hipócrita. “Hey, sé un gángster en las canciones, pero no conmigo en la
vida real.” Prefiero saber dónde está parado alguien y hacer los ajustes
necesarios que pensar que estoy operando bajo una serie de normas cuando
no es así.
Algunas personas dijeron: “Que Jimmy se vaya a la mierda si no le
molesta ser una rata”. Mi reacción fue: “Mejor no discutas tus negocios si
Jimmy está ahí”. Me parece sensato. Jimmy y yo estábamos vendiendo
millones de discos juntos. ¿Por qué me alejaría de eso o del dinero sólo
porque dijo algo que sería inaceptable en otro contexto? Habría sido una
tontería.
En cambio, me hice consciente de ello y seguí haciendo negocios con
él. Cuando llegó a tomar decisiones que eran buenas para él, pero no
necesariamente para mí, estaba preparado.
Seas un jefe, un socio o sólo un empleado, tienes que crear un ambiente
en el que la gente pueda ser honesta sobre su carácter. De otro modo, darás
pie a situaciones insostenibles.
Eso fue lo que arruinó la carrera de Ja Rule.
Ja creció siendo testigo de Jehová en una mejor zona de Queens que en
la que crecí. Las únicas veces en las que cruzaba hacia mi parte de la ciudad
era cuando iba de puerta en puerta intentando vender copias de La atalaya .
Un buen niño religioso. Y eso no tiene nada de malo.
Pero la gente que lo rodeaba, como Irv, intentaron que negara su
naturaleza sensible y convertirlo en un gángster. En vez de aceptar sus
bendiciones —su talento para hacer música divertida y destinada a las
mujeres—, estaban decididos a convertirlo en algo negativo.
Cuando consiguieron un contrato con Def Jam, ¿cómo lo nombraron?
Murder Inc. Records. Tenían un camino abierto frente a ellos, pero
decidieron arrinconarse en un lugar muy peligroso. Ya que ninguno de ellos
era un asesino de verdad, comenzaron a buscar gente que sí tuviera esa
energía. Terminaron por encontrar lo que estaban buscando y casi arrasaron
con toda la empresa.
Si observas de cerca a tipos como Ja Rule, verás que caminaban
apoyados en una muleta. En este caso, era la imagen de gángster. Tomó la
vibra de DMX, se vestía como Tupac e intentó rapear sobre el estilo de vida
de otras personas. Le funcionó un rato, pero, como ya dije, si caminas con
una muleta, tus horizontes tienen un límite.
Si la gente que rodeaba a Ja lo hubiera entendido y le hubiera dado la
confianza para aceptar su verdadera naturaleza, las cosas habrían salido
mucho mejor para todos. Podrían haber seguido haciendo música divertida
para mujeres durante años. Esos discos nunca pasan de moda. En cambio,
Murder Inc. tiene más de diez años sin lanzar un disco, y Ja Rule es
conocido como el idiota que se burla de sí mismo en los documentales
sobre el Fyre Festival.
Siempre es mejor empoderar a la gente que te rodea para que viva su
verdad. Cuando los obligas a perpetuar un papel, la gente se dará cuenta de
la verdad.
Una de las razones por las que siempre seré relevante es porque nadie
puede ser un mejor 50 Cent que yo. Podrán ser más jóvenes, vestirse mejor
y tener mejor oído para rapear. Pero no pueden ser un mejor 50 Cent que yo
(aunque eso no ha evitado que muchos lo intenten). Siempre y cuando sea
yo mismo, nadie puede ganarme en eso.
Siempre que estés cómodo viviendo tu verdad, nadie te ganará en ser
quien eres.
7

SI NO PODEMOS SER AMIGOS…

Los desacuerdos son normales.


—Dalái Lama

D urante años, Oprah Winfrey no me cayó bien.


No es el tipo de persona (fuerte, inteligente y poderosa) con quien
quisieras tener problemas, pero algo me provocaba la forma en que se había
referido al hip-hop.
Parecía que cada vez que Oprah comenzaba a hablar sobre cómo el hip-
hop era misógino y estaba arruinando a la juventud de Estados Unidos,
estaba hablando de las cosas que venían en mi álbum.
Lo que en realidad me molestaba es que me tenían vetado de su
programa. Quería aparecer en él.
Oprah era donde la gente importante iba a promocionar sus proyectos,
vender libros, mover discos, anunciar películas. Yo me consideraba una
persona importante, ¿cómo se vería si no estaba ahí también?
Sentí que debía explicarle esta ausencia a mi público. Así que, como
suelo hacer, fui honesto y directo con la situación. Di un par de entrevistas
en las que dije que la razón por la que Oprah no me invitaba a su programa
era porque ella es un reflejo de su audiencia, que está conformada en su
mayoría por mujeres blancas de mediana edad. A ese grupo le resulto
aterrador, así que suponía que Oprah también me tendría un poco de miedo.
(También bauticé a una de mis perras como ella, pero debo admitir que eso
quizá fue demasiado.)
Después de hacer esos comentarios, no pasé mucho tiempo
preocupándome por cómo los recibiría Oprah. Ella ya había dejado en claro
que no iba a invitarme al programa, ¿qué más me daba hacerla enojar? Ella
tenía negocios que atender (por cierto, me parece que debió haber
conservado su programa de las tardes cuando lanzó OWN), y yo también.
Entonces, una noche estaba en Nueva York en un evento para recaudar
fondos para nyrp , una organización sin fines de lucro fundada por Bette
Middler. Es una organización fantástica que apoya proyectos de renovación
para parques y zonas descuidadas en Nueva York.
No era mi escena habitual —mucha gente blanca de cierta edad con
esmoquin—, pero adoro a Bette y respeto la causa, así que compré una
mesa. En algún momento de la noche me encontré con Gayle King, la mejor
amiga de Oprah. Gayle no es ningún chiste; es una mujer sofisticada,
confiada e inteligente. No le teme a ninguna situación (como demostró en
su entrevista con R. Kelly), así que caminó hasta donde estaba yo y me dijo:
“¿Por qué estás hablando estupideces de mi amiga?”. Tuve que explicarle a
Gayle que no tenía un verdadero problema con Oprah.
—Mira, me encantaría ser su amigo —continué—. Pero, si no podemos
ser amigos, ¿podemos al menos ser enemigos?
Cuando dije eso, vi que Gayle arqueó las cejas y me miró de forma un
poco distinta. Entendió que, aunque pudiera haber estado diciendo cosas
sobre su amiga, había una estrategia detrás de mis acciones.
—Okey. Eres diferente a lo que había pensado —me dijo—. Le voy a
decir a Oprah que necesita conocerte. Ustedes dos tienen que hablar.
Fiel a su palabra, Gayle hizo los arreglos para que apareciera en el
programa de Oprah. Fue un gran episodio. Oprah visitó mi vieja casa en
Queens, conoció a mi abuela y recorrió el barrio conmigo. Al fin, llegamos
al tema de nuestra relación.
—¿Dijiste cosas para ser proactivo? —me preguntó—. ¿O sólo yo no te
agradaba?
—Veía los momentos en los que discutías sobre lo que pensabas de la
cultura, la cultura del rap, y todo lo que está mal con la cultura aparece en
mi disco —le dije con una sonrisa—. Y fue como: “Ah, no le agrado”.
—¿Te refieres a la palabra con N? —preguntó Oprah—. ¿A la
misoginia?
—Todas esas cosas.
—Las afrentas contra las mujeres. Violencia… Ya sabes, cosas así —
respondió Oprah, sin dar un paso atrás.
—Sólo esas pequeñas cosas —dije, riéndome—. En ese momento pensé
“No le agrado”, porque hay muchas sensaciones distintas… y no que esas
cosas estuvieran mal, pero me hicieron decir: “Si no vamos a ser amigos,
deja que seamos enemigos”… para poder coexistir contigo —dije, antes de
añadir—: Sólo lo uso como estrategia.
—¡Ah! Eso es interesante —dijo Oprah, mirando a uno de sus
productores fuera de cámara.
La razón por la que Gayle y Oprah estaba tan intrigadas con esa frase es
porque contradecía todas sus preconcepciones sobre mí. Antes de
conocerme, se habían creído el acto de 50 Cent, alguien que entraba en
peleas y disputas porque no podía evitarlo.
Pero, cuando dije “deja que seamos enemigos”, entendieron que cuando
yo comenzaba una disputa, jamás me motivaba la emoción. En cambio, me
movía siempre la estrategia.
Mi estrategia era bastante sencilla: siempre voy a preferir ser amigo de
alguien, pero si a esa persona no le interesa, entonces la segunda mejor
opción es que seamos enemigos. ¿Por qué? Porque, si me odias, es más
probable que hables de mí.
Si tienes fuertes sentimientos negativos hacia mí, en algún momento le
vas a decir a tu amigo: “Carajo, no soporto a 50 Cent”. Tu amigo te
preguntará por qué y, así, me he convertido en un tema de conversación. Es
todo lo que pido.
Ya tengo un pie en la puerta. Tal vez, después de escuchar sobre mí, tu
amigo no tendrá una opinión tan mala. Quizá piense: “Este tipo suena
interesante. Voy a escuchar su música o puedo ver Power ”. Tal vez así fue
como llegaste a este libro, por medio de un amigo.
Esa conversación jamás habría ocurrido si fueras neutral respecto a mí.
Nadie les pregunta a sus amigos si han escuchado una canción de un artista
por el que no siente nada. Nadie menciona a un escritor y diseñador que no
le provoca una reacción fuerte.
Sólo mencionamos las cosas que amamos… y las que odiamos.
Siempre voy a preferir el amor. Pero si no lo consigo, aceptaré el odio.
Siempre existe la posibilidad de que logre convertir ese odio en algo
positivo.
Los antiguos griegos creían en el concepto de agón , que puede traducirse
en la idea de que las personas se reúnen con el propósito de competir.
Para los griegos, la energía más básica del mundo era una batalla entre
dos fuerzas. Un debate era una pelea entre dos partes por una idea. El
ejercicio es una pelea entre la energía y la fatiga. El estudio es una batalla
entre el material y tú. Cada día es una lucha entre la luz y la oscuridad.
Los griegos no les rehuían a esas batallas. Creían que la competencia,
en la forma que fuera, siempre era provechosa. El ejemplo más famoso de
poner en práctica esa idea es la competencia atlética que crearon, que hoy
conocemos como los Juegos Olímpicos. Los griegos le daban tanto valor a
los Juegos Olímpicos que llegaban a detener batallas para que los
competidores pudieran llegar ilesos a la justa.
Hoy en día, los Juegos Olímpicos premian al segundo y tercer lugar con
medallas de plata y bronce. Los griegos antiguos no creían en los premios
por participar. Cada competencia tenía sólo un ganador. El vencedor
regresaba a su aldea como un héroe; los demás volvían a casa como
perdedores.
Esa actitud frente a la competencia me recuerda a la cultura del hip-hop
en el presente. Desde el primer día, cualquier rapero que toma el micrófono
quiere ser reconocido como el mejor de todos. Ningún rapero compite por
el bronce o la plata. Cada uno de nosotros entró al juego buscando el oro.
Esa mentalidad nació en las raíces callejeras del hip-hop. Esa dinámica,
para bien o para mal, preserva la juventud de la cultura. A menos de que
puedas aferrarte al trono, lo nuevo siempre desplazará a lo viejo.
Dada mi crianza, me siento muy cómodo con la idea de competir. No
importa si es en la música, la televisión, la ropa, el licor o los zapatos
deportivos: si estoy buscando entrar a un espacio que alguien más está
ocupando, puedes ver lo poco que me tardaré en convertirlo en una
competencia.
Algunas personas le temen o le huyen a los retos, pero yo siempre
camino con confianza hacia ellos.
Es una sensibilidad que me ha valido la reputación de bully en la cabeza
de muchas personas. No suelo objetar el título, pero es una simplificación
de la realidad. No despierto en las mañanas buscando pelear con alguien.
No celebro el conflicto. Repito: preferiría que fuéramos amigos. Pero si
alguien dice que quiere problemas conmigo, no tengo inconveniente.
Para mí, competir nunca es problema.

LA COMPETENCIA SACA LO MEJOR


DE TI

Desde que era un adolescente en Italia, Enzo Ferrari tenía una gran pasión
por las carreras de autos. En 1922, a los veinte años, comenzó a trabajar
como piloto de pruebas en Milán y después se sumó a Alfa Romeo como
piloto. Pasó unos años en el circuito de carreras, pero se retiró después del
nacimiento de su primer hijo. Las carreras de autos eran un asunto peligroso
en aquel entonces, por lo que decidió que, en vez de arriesgar su vida todas
las semanas, se enfocaría en el aspecto del desarrollo automotriz del
negocio. En 1940 fundó su propia compañía de manufactura, Ferrari, que se
convertiría en una de las marcas más conocidas y respetadas del mundo.
Casi al mismo tiempo, otro fanático de los autos italiano, Ferruccio
Lamborghini, estaba formando su propio negocio de manufactura. Pero,
contrario a Ferrari, Lamborghini fabricaba tractores, no autos de carreras.
Disfrutaba del automovilismo, pero su pasión se encontraba en el
funcionamiento interno de la maquinaria.
Tras comprar un Ferrari para sí mismo, Lamborghini encontró unos
cuantos defectos en el diseño. Los autos eran demasiado ruidosos y tenían
un clutch demasiado frágil, que tenía que repararse con frecuencia. Cuando
llevó su auto a que los mecánicos de Ferrari lo arreglaran, no le permitieron
observar las reparaciones, lo que lo enfureció.
Ya que los Ferrari eran considerados los mejores autos deportivos de
lujo en el mercado, esos defectos le parecían imperdonables a Lamborghini.
Decidió llevarle sus críticas a Enzo Ferrari mismo. Ferrari se sintió
insultado de que un “mecánico de tractores” creyera que podía decirle algo
sobre autos de carreras y rechazó las sugerencias.
En ese momento se creó una profunda división y rivalidad entre ambos.
Agraviado por la condescendencia de Ferrari, Lamborghini decidió que
haría de su interés en los autos su profesión. No se anduvo con juegos;
cuatro meses después, el Lamborghini 350 GTV debutó en el Autoshow de
Turín.
Enzo Ferrari le llevaba ventaja a Ferruccio Lamborghini en la naciente
rivalidad. Llevaba años en el negocio y tenía muchos más kilómetros de
carreras bajo el brazo. Sin mencionar que ya había hecho una montaña de
dinero.
Lamborghini, por su parte, tenía el conocimiento técnico sobre el
funcionamiento interno de los autos que a Ferrari le faltaba. Se decía que el
edificio de oficinas de Lamborghini fue construido junto a la fábrica de
forma intencional, pues así él podía hacer visitas rápidas al área de
manufactura y trabajar de primera mano con los autos si surgía algún
problema. Tenía disposición a ensuciarse las manos (literalmente) para
cumplir sus sueños.
Al ser rivales competitivos, Ferrari y Lamborghini sacaron lo mejor el
uno del otro. A Ferrari nunca le interesó demasiado fabricar autos de calle,
pues su pasión eran las carreras. Lamborghini estaba más enfocado en la
practicidad y el uso diario. Si él no hubiera empujado al mercado en esa
dirección, Ferrari quizá nunca habría salido de las pistas hacia las calles.
Ese sentido de la competencia los forzó a convertirse en versiones más
fuertes y versátiles de sí mismos. Como dicen, el hierro con hierro se afila.
Los resultados de esa competencia fueron la innovación y la creación de
dos dinastías. Ferrari y Lamborghini pudieron haber sido amigos, pero un
primer encuentro amable y tranquilo jamás habría desembocado en la
creación de algunos de los mejores autos de la historia.
En lo personal, he apoyado a ambas marcas a lo largo de los años. He
tenido unos cuantos Ferrari y otros tantos Lamborghini. Y aunque las dos
son marcas increíbles, en esta competencia particular, tengo que darle la
corona a Lambo. Hace un par de años, compré un espectacular Ferrari 488.
El vendedor me dijo que el auto tenía que estar conectado a la corriente en
mi garaje cuando no estuviera encendido para poder cargar la batería. Seguí
las instrucciones, pero cada vez que intentaba encenderlo, nada ocurría. El
auto se veía increíble, pero ¿qué hago con un auto que no puedo llevar a
ningún lugar? La cosa resultó ser una porquería, así que tuve que
devolverlo. Ferruccio Lamborghini tenía razón, ¡esos Ferrari no siempre
andan bien!
Ferruccio Lamborghini y Enzo Ferrari utilizaron esa competencia para
impulsarse hacia alturas que ni siquiera se habían imaginado cuando
comenzaron. Olvídate de construir empresas exitosas: casi cien años
después, ambos apellidos son sinónimo de calidad y lujo. ¡Eso es tener
impacto!
Estoy convencido de que cuanto mejor es tu oponente, mejor serás tú.
Así ha sido en la industria de los autos de lujo y en casi cualquier otro
campo. Sin duda está siempre en mi cabeza cuando comienzo un nuevo
proyecto.
La música, por ejemplo. Siempre que estoy por entrar al estudio, intento
pensar en todos los grandes momentos musicales que he vivido con
diferentes artistas. Digo “grandes momentos” porque no necesariamente
tengo un artista favorito, pero sí tengo momentos favoritos. Por lo general,
es una canción que me llama la atención y captura un sentimiento que
encuentro inspirador. “Whoa”, de Black Rob, fue eso para mí. No puedo
decir que Rob sea uno de mis artistas favoritos en el mundo, pero durante
los cuatro minutos y siete segundos en que sonaba esa canción, no había
nadie mejor para mí. Lo mismo ocurría con “The Bridge Is Over” de
Boogie Down Productions. A pesar de que KRS-One estaba insultando a
Queens, su agresividad era tan contagiosa que me encantaba la canción.
Escucharla, aun treinta y cinco años después, siempre me pone en un estado
de agresividad y confianza.
Cuando intento entrar en un espacio creativo, catalogo diez de esos
momentos en mi cabeza. Ni siquiera tiene que ser una canción completa;
puede ser un gran verso o un coro pegajoso. Recolecto todos esos
momentos y los defino como mi competencia creativa.
Tengo esos momentos como referencia todo el tiempo que estoy
grabando. Si escucho una rima que acabo de grabar, me pregunto: “¿Estuvo
tan en llamas como ‘Whoa’?”. Si la respuesta es no, entonces necesito
volver a la cabina e intentarlo de nuevo. Lo mismo ocurre con todas las
frases y coros que compongo. Los comparo con los grandes momentos que
he catalogado como tales. Si siento que se quedan cortos, regreso y lo hago
una vez más. No dejo de poner lo que hago frente a esos momentos que
elegí y preguntarme: “¿Es lo suficientemente bueno?”.
Pero para poder impulsarte hacia la grandeza de esa forma, lo primero
que necesitas hacer es apreciar la grandeza de otros. No puedes ir por la
vida creyendo que nadie es tan bueno como tú y, por lo tanto, no tienes que
compararte con nadie. Eso es una estupidez. No importa qué es lo que
hagas, cuál sea tu campo, siempre habrá alguien además de ti que ha
alcanzado la grandeza. Así que, en lugar de marearte con tus propios
humos, encuentra a ese individuo y conviértelo en tu competencia.
La gente dice que soy un hater , pero nada está más alejado de la
verdad. Lo que soy es un apreciador. Siempre aprecio lo que otros están
haciendo. Competir no es odiar; de hecho, es poner en acción la
apreciación.
Tienes que ser un apreciador, hagas lo que hagas. Digamos que eres
novelista. Encuentra a quien consideres que es el o la mejor y compárate
con la obra de esa persona. Si eres arquitecto, camina por tu ciudad y
compara tus diseños con los edificios más hermosos que encuentres.
Necesitas mirar esos edificios y decir: “¿Sabes qué? Esa escalera está
jodidamente bien hecha”, y almacenarla en tu cabeza. Y si en verdad crees
que tu trabajo es mejor que todo lo que ves, compárate con la Torre Eiffel y
el Taj Mahal. No importa cuánto confíes en tus habilidades, siempre habrá
alguien con quien puedas competir.
Nunca pienses que estás por encima de la competencia. Una forma en la
que veo que la gente cae en esa trampa es escuchando a quienes los rodean.
Esto les sucede a los raperos todo el tiempo. Alguien entra a la cabina, tira
un par de rimas, y uno de sus chicos le dice: “¡Hey! Eso estuvo genial”.
¡Bam! Eso es todo lo que hace falta. Ahora, en su cabeza, ese rapero es el
mejor de todos los tiempos.
Sus amigos le dirán que es mejor que cualquier chico de SoundCloud
que esté en rimas en ese momento. El rapero se tragará el cuento completo
y se volverá todavía más arrogante. Pero piensa en lo que su gente no le
está diciendo: que es mejor que Jay, que es mejor que Kendrick, que es
mejor que yo. Ése es el estándar con el que tienes que medirte antes de
empezar a pensar que eres el mejor de todos los tiempos.
Si sólo te comparas con oponentes inferiores, sentirás que estás
logrando algo, cuando en realidad no estás logrando mucho que digamos.
Por eso muchos raperos me retan antes de tiempo. Sus amigos les hacen
creer que están listos cuando en realidad no han conseguido ni una fracción
de lo que yo he logrado. Por mí está bien. Sólo tengo que ponerlos en su
lugar.
No importa qué tanto hayas logrado, nunca terminas de competir. He
vendido más de treinta millones de discos, pero cada vez que entro a la
cabina sé que voy a ser comparado. No con nadie más, sino conmigo
mismo. Siempre que lanzo una canción nueva, la gente dirá: “No está mal,
pero nada como cuando empezabas”. Esa respuesta solía frustrarme, pero
ahora la acepto. No voy a tener otra oportunidad para dejar una primera
impresión. Hasta que deje el micrófono por última vez, estaré enfrascado en
una rivalidad conmigo mismo. Eso ya no me frustra. Soy increíble. ¿Por
qué me molestaría la comparación? Ahora tengo que salir y vencerme.

EL CAMPAMENTO BEARSVILLE

A unas dos horas de Nueva York, a las afueras del pueblo de Woodstock
(cerca del hogar del famoso festival del mismo nombre) encontrarás los
estudios Bearsville. El estudio de grabación, que me recuerda un poco a un
granero, fue fundado en 1969 por Albert Grossman, un legendario promotor
de la industria musical. Grossman es mejor conocido por haber sido el
manager de Bob Dylan, además de ser quien guio las carreras de Janis
Joplin y de estrellas del folk como Peter, Paul and Mary. El sueño de
Grossman era construir un estudio en un ambiente rústico cerca de Nueva
York en el que los artistas de rock pudieran escapar del ruido y las
distracciones de la ciudad. Durante años, el estudio fue considerado uno de
los mejores espacios para grabar rock and roll en todo el país.
Para el año 2000, Grossman tenía mucho tiempo de haber fallecido
(aunque su esposa, Sandy, seguía operando el estudio), pero a él y a Dylan
los habían reemplazado otro tipo de artistas: los raperos de Nueva York.
Como respuesta al mismo impulso que había motivado a Grossman treinta
años antes, el equipo de producción de hip-hop Trackmasters decidió rentar
Bearsville durante tres meses. El dueto, conformado por los productores
Tone y Poke, se adueñó del estudio e invitó a una mezcla de raperos
establecidos y desconocidos a ir a Woodstock a grabar con ellos. No habría
clubes para salir ni séquitos estorbando. Era un campamento de
entrenamiento de hip-hop cuya única agenda sería música, música y más
música. Así fue como terminé ahí con ellos.
Un día vi a Cory Rooney, productor y compositor de Sony, y a Markie
Dee de los Fat Boys en la barbería de mi barrio. Yo acababa de terminar un
demo, y le pregunté a Cory si podía ponérselos. Cory aceptó y nos llevó a
su Mercedes 500 SL convertible que estaba estacionado enfrente. Nos
apretujamos en el auto para escuchar. Un par de segundos después de
iniciada la primera canción, el teléfono de Cory sonó y él contestó. Eso no
me gustó nada. Siguió hablando durante la segunda canción. Mientras tanto,
Markie parecía desinteresado.
Después de escuchar unas canciones más, Cory miró a Markie y dijo:
—No lo sé. ¿Tú qué piensas, amigo?
—No está mal —respondió Markie.
Pero yo ya había visto suficiente. Sabía que yo no era nadie para ellos,
pero no iba a quedarme ahí sentado mientras me faltaban al respeto.
—Devuélvanme mi demo —gruñí mientras sacaba el casete del estéreo
—. Están anticuados —tomé mi demo y bajé del auto.
Fue una forma impetuosa —y algunos dirían que tonta— de tratar a dos
veteranos de la industria. Supuse que nunca volvería a saber de ellos. Pero,
unos días después, me enteré de que me estaban buscando. Resulta que
Cory sí había estado escuchando (supongo que podía hacer más de una cosa
a la vez) y le había dado mi demo a Tone y Poke. Cory me dijo por teléfono
que les gustó lo que habían oído y querían que fuera a Woodstock a trabajar
con ellos para crear música nueva.
Me emocionaba que les hubiera gustado mi música, pero también me
sonó a que era una trampa. Yo acababa de insultarlos ¿y ahora querían que
saliera de viaje con ellos? Parecía un viaje del que podría no regresar.
Estaba indeciso. Mis instintos callejeros estaban en alerta máxima, pero
Tone y Poke eran productores respetados que habían tenido una serie de
éxitos con Nas, Will Smith y R. Kelly. De verdad quería trabajar con ellos.
Invité a Cory y a Markie a que volvieran a la barbería para tomarles el pulso
antes de aceptar hacer cualquier cosa. Cuando llegaron, no parecían
molestos. De hecho, parecían ansiosos por que fuera con ellos. Mis instintos
me dijeron que estaría a salvo. Empaqué una maleta pequeña y nos fuimos
esa misma tarde.
Terminé quedándome dieciocho días en Bearsville. Albert Grossman
pudo haber concebido el estudio como un retiro, pero el tiempo que pasé
ahí fue uno de los periodos más competitivos y creativos de mi vida. Llegué
a Bearsville como un MC cuya reputación difícilmente llegaba más allá de
su propio barrio. De pronto, me vi rodeado de algunos pesos pesados de la
industria. No eran sólo Tone y Poke, sino también productores bien
establecidos como L.E.S., Al West y Kurt Gowdy, profesionales que sabían
lo que hacían en el estudio y que creaban beats de la más alta calidad.
También había raperos como N.O.R.E., Slick Rick y, luego, Nas, quienes ya
tenían un lugar dentro de la cultura.
Habría sido muy fácil —comprensible incluso— que el ambiente en
Bearsville me intimidara. Estaba lejos de casa, en un estudio en medio del
bosque. Casi todos los demás estaban muy por delante de mí en términos de
éxito. Muchos raperos en esa situación habrían mirado a su alrededor, se
habrían desconcertado y luego habrían tomado el primer autobús de vuelta a
casa, huyendo de vuelta a la seguridad de su barrio en vez de someterse a la
intensidad de estar encerrados con su competencia durante dos semanas.
Yo no iba a ir a ningún lado. Bearsville era como el paraíso para mí. Me
encantaba estar en medio de la nada y que no hubiera otra cosa en que
enfocarse más que en la música. Estaba concentrado. No era el rapero más
pulido ni el mejor letrista de quienes estaban ahí, pero estaba decidido a
trabajar más duro que todos los demás.
Otros podían empezar sus días con resacas o sentados en su habitación
fumando hierba, pero yo no quería saber nada de ese tipo de distracciones.
Cuando despertaba, lo único que hacía era salir a correr al bosque. Luego,
era hora de ir al estudio. Por lo general era el primero en llegar.
Una vez que me presentaba, iba de habitación en habitación,
preguntándole a cada productor si podía escuchar lo último en lo que
estaban trabajando. Una vez que lo había escuchado un par de veces, iba a
sentarme en un rincón para intentar escribir un verso para esos ritmos.
Cuando terminaba, volvía al estudio y le preguntaba al productor si
podía grabar lo que acababa de escribir. Era un grupo muy difícil de
impresionar, pero estaba decidido a destacar. Quería oír que alguien dijera:
“El chico sabe lo que hace”, cada vez que terminaba de soltar una rima.
Fui una bestia absoluta, día tras día. Llegó el punto en el que había
grabado versos sobre todas las pistas que Tone y Poke habían hecho y aún
quería más. Terminé rimando sobre pistas sin terminar —puros tambores—,
pues mis jugos creativos estaban fluyendo con tanta fuerza que desbordaba
material.
Grabé más de treinta y seis canciones en Bearsville, muchas de las
cuales terminarían apareciendo en Power of the Dollar . Llegué al
campamento como un virtual desconocido, seguro de mis habilidades, pero
también inseguro de dónde estaba parado como MC. Tras esos dieciocho
días, estaba más seguro de que pertenecía a ese grupo.
Es muy poderoso medirte de frente con la competencia y alejarte de la
confrontación sabiendo que estás a la altura. Esa confianza se queda contigo
un largo tiempo.

El tiempo que pasé en Bearsville me dejó con material más que suficiente
para lo que se suponía sería mi debut con Columbia. Enviamos la música y
la disquera me dio una fecha de lanzamiento. Comencé a prepararme para
lo que sabía iba a ser un lanzamiento enorme. Pero, conforme la fecha se
acercaba, se volvió evidente que yo era el único que se preparaba.
Columbia nunca me entendió del todo como artista. Pude ver que iban a
tirar el álbum al mundo con la esperanza de que algo hiciera clic. Si
sucedía, bien; si no, me iría.
Tal vez así se hacían las cosas, pero a mí no me parecía un método
aceptable. Di todo lo que tenía en esos días en Bearsville y sabía que el
material era el correcto. Toda mi vida dependía de que ese disco fuera un
éxito. Si me iban a lanzar contra la pared con la esperanza de que me
pegara, entonces me iba a convertir en el Hombre Araña.
No tenía un Plan B por si el álbum no funcionaba. Así que comencé a
buscar formas de convertirme en una prioridad; iba a crear mi propio
pegamento.
En ese entonces, la gente del hip-hop era cautelosa después de las
muertes de Biggie y Tupac. Todos estaban temerosos de que se desatara una
nueva guerra y mencionar a otro rapero en tus canciones se volvió tabú. Si
la gente se lanzaba dardos, era de forma tan sutil que sólo un verdadero
fanático entendería. Por ejemplo, cuando Nas quiso insultar a Jay-Z, no lo
hizo usando su nombre. En cambio, rimó algo como: “20 G bets I’m
winning them / threats I’m sending them / Lex with TV sets, the minimum /
Ill sex adrenaline” (Las apuestas de veinte mil las gano / las amenazas las
envío / un Lex con tele, lo mínimo / adrenalina sexual enferma). Para el
mundo exterior, eso no sonaba a nada, pero quienes conocíamos la cultura
sabíamos que Jay-Z andaba en un Lexus con televisión. Así que era un
golpe velado a Jay.
Nas podía haber sido sutil con sus ataques, pero en el vacío creado por
esa tregua tácita entre los raperos, vi una oportunidad. Yo no había firmado
ninguna tregua. No había raperos que tuvieran valor para mí como amigos.
Pero como enemigos… ésa era otra historia.
Sabía que si alguien tenía la confianza como para salir de entre las
sombras y recuperar la tradición de tirar golpes directos en el hip-hop, el
ruido sería ensordecedor. Decidí convertirme en esa persona.
“How to Rob” no estaba pensada como un insulto a una persona, sino a
toda la industria. Fue como si dijera: “Si ninguno de ustedes quiere ser mi
amigo, todos serán mis enemigos”. Le tiré a casi todo el mundo: Jay-Z,
WuTang, Big Pun, Missy Elliott, Will Smith, Jada Pinkett, Slick Rick.
DMX, Bobby Brown y Whitney Houston, todos oyeron su nombre en mi
voz.
Para mostrar que sólo me interesaba la competencia y no la hostilidad,
incluimos una frase (“He estado engañado a Tone y Poke desde que me
encontraron”) dirigida a los Trackmasters también. Fue sólo para mostrar
que ni siquiera mi gente se salvaba de los insultos. Luego pusimos a Mad
Rapper en el coro diciendo “This ain’t serious / Being broke can make you
delirious” (No va en serio / estar quebrado trae consigo delirio), para darle
un poco de ligereza a la situación.
Aun con esos descargos de responsabilidad, la canción creó un revuelo
desde que sonó en Hot 97, la estación de radio más importante en Nueva
York en ese entonces. La mayoría de esos artistas no estaba preparada para
que alguien dijera sus nombres en una canción. Todos en la cultura se
preguntaban: “¿Quién es ese tipo nuevo? ¡Dice los nombres de todos y no le
importa nada!”. Algunos de los nombres más grandes, incluidos Jay-Z, Big
Pun y Wu-Tang, me respondieron, que era justo lo que quería.
Necesitaba algo que atrajera atención hacia mí, y “How to Rob” me lo
consiguió de inmediato. Columbia tomó la canción y la puso en el
soundtrack de Juego de confidencias , lo que me expuso a una audiencia
mucho mayor. Todo estaba saliendo acorde al plan… pero entonces me
dispararon, lo que descarriló todo lo que había puesto en marcha.
Pasarían unos cuantos años más antes de que tuviera el exitoso debut
por el que tanto había trabajado. Pero aprendí una valiosa lección con “How
to Rob”: la gente siempre responde a un competidor. Cuando te ven como
alguien que entrará al ruedo en vez de huir de él, siempre habrá ojos sobre
ti. Sea en el rap, los deportes, la política o los negocios, siempre habrá
público para alguien que no teme enfrentarse a sus rivales.
Todo lo que tienes que hacer para capitalizar esa sed de acción es
mantener tus emociones fuera del proceso. Yo no tenía problemas con la
mayoría de los artistas que mencioné en esa canción; respetaba muchísimo
a tipos como Jay, Pun y Raekwon. Pero ser respetuoso no me iba a poner en
la posición en la que necesitaba estar para materializar mis sueños. Tenía
que demostrar mi competitividad para que la industria me notara. Y eso fue
justo lo que hice.
No han dejado de ponerme atención desde entonces.

CURTIS VS. GRADUATION

Si “How to Rob” le anunció mi naturaleza competitiva a la cultura del hip-


hop, mi competencia con Kanye West se la presentó a todo el país.
Nuestra batalla ocurrió en 2007, cuando el tercer álbum de Kanye,
Graduation , estaba programado para aparecer una semana después de mi
tercer álbum, Curtis . Cuando vi que las fechas eran tan cercanas, me di
cuenta de que teníamos una oportunidad de hacer algo especial al convertir
los lanzamientos en una competencia mano a mano.
Le presenté a Kanye el concepto: los dos lanzaríamos los discos el
mismo día. Al ser también un pensador independiente, Kanye vio el valor
de mi visión y aceptó adelantar su lanzamiento. Comprendió que juntos
podíamos hacer mucho más ruido si promocionábamos la batalla en vez de
hacer nuestras giras promocionales de forma individual.
A los medios les encanta el espectáculo, y pocas cosas prometían un
show más grande que Kanye y yo frente a frente. Los dos llevamos a cabo
todo lo que debíamos hacer: nos presentamos juntos y adoptamos el papel
de dos boxeadores antes de una gran pelea. Para ser claro, no había ningún
problema entre nosotros. Kanye nunca expresó molestia alguna con mi
éxito y yo lo respetaba como artista. Fue en verdad un caso de dos personas
sintiéndose cómodas con la idea de competir la una contra la otra.
En lo personal, sabía que la competencia era lo que necesitaba en ese
punto de mi carrera. Me encontraba en uno de los estados más vulnerables
que puede experimentar un artista: confundido. Había ocurrido tanto en tan
poco tiempo que había perdido el contacto conmigo mismo. La
competencia me ayudaría a volver a mis raíces. Para recuperar esa chispa,
incluso me mudé de vuelta a la casa de mi abuela en Queens un tiempo para
absorber un poco de esa vieja energía.
Kanye estaba en un punto distinto en su carrera, pero se tomó la
competencia con la misma seriedad que yo. En las semanas previas al
lanzamiento, se encerró en su estudio para rehacer las mezclas y hacer que
su disco sonara tan bien como fuera posible. Se dice que mezcló “Stronger”
más de cincuenta veces antes de quedar satisfecho. Para ninguno de los dos
era sólo un ardid publicitario; estábamos jugando para ganar.
Al final, Kanye se llevó el oro. Graduation vendió 957,000 unidades en
su primera semana, mientras que Curtis vendió 691,000 unidades. Fue la
primera vez desde 1991 que dos artistas vendieron más de 600,000
unidades en la misma semana.
Hoy, vender 691,000 copias en tu primera semana sería considerado un
éxito gigantesco, pero en ese momento la narrativa era que Kanye me había
derrotado sin problemas. Por supuesto que me venció, pero lo que el
público no pudo ver fue que yo también me llevé una victoria enorme.
La verdad es que, para cuando Curtis estaba por salir al mercado,
Interscope ya comenzaba a alejarse de mí. Estábamos en números negros,
pues mis primeros dos discos habían vendido veinte millones de copias.
Pero, a pesar de ese éxito, quedaba a discreción de la disquera si querían
seguir gastando dinero de marketing en mí. Sin importar mis éxitos
anteriores, decidieron reducir el flujo de efectivo.
Peor que haber reducido mi presupuesto de marketing fue que estaban
socavando mi estrategia promocional para el álbum. Mi plan era comenzar
a hacer ruido con la canción “Straight to the Bank”, que le hablaba a mi
audiencia más devota. Una vez que esa canción tuviera un poco de empuje,
mi idea era lanzar “Amusement Park”, que tenía una sensibilidad más pop.
Era la misma estrategia que usé cuando lancé “Wanksta” antes de “In Da
Club”. Atrapa primero a tu audiencia existente y luego produce algo para un
público más amplio.
Interscope debió haber apoyado mi plan —había funcionado en el
pasado— pero cuando “Amusement Park” no llegó al primer lugar tan
pronto como habían esperado, comenzaron a dudar de la estrategia. Para
empeorar aún más las cosas, cuando el disco se iba a imprimir, el álbum
completo se filtró antes de tiempo. Esas canciones debieron haber salido
antes de que Curtis llegara al mercado, no en las semanas previas.
Cuando ocurrió la filtración, estuve en un lugar complicado. El público
no sabía nada, pero yo tenía claro que Interscope había dañado mi
lanzamiento. Por fortuna, sabía a la perfección qué tenía que hacer. En vez
de quedarme sentado y quejarme por mi disquera, tomé cartas en el asunto.
Así como hice siete años antes, cuando Columbia estaba metiendo la pata,
creé una competencia que generaría la electricidad que la disquera no había
querido darme.
Lo que es más, estaba compitiendo contra un artista cuya disquera
estaba haciendo todo —y en verdad quiero decir todo— para asegurarse de
que me venciera. A Jimmy Iovine podía no importarle que yo le ganara a
Kanye, pero a Jay-Z, que estaba a la cabeza de Def Jam en ese entonces, sí
que le interesaba ganarme. Jay tenía años sintiéndose incómodo con mi
éxito en Nueva York, así que hizo todo lo posible, y un poco más, para
asegurarse de vencerme por medio de Kanye.
Entendí a qué me estaba enfrentando en las semanas previas al
lanzamiento, cuando Kanye y yo aceptamos aparecer juntos en BET. Yo
había planeado llevar a Eminem conmigo, pero BET le dijo a Interscope
que no podíamos invitar a nadie. Interscope aceptó las reglas y le dijo a Em
que no fuera conmigo. Entonces, el día del programa, llegué para
encontrarme con que Jay iba a presentarse con Kanye. Era obvio que Jay se
había esforzado en darle la vuelta a la regla de no invitados, mientras que
Interscope no hizo nada. No estaban tan motivados como Jay.
Jay se enorgulleció mucho del triunfo de Kanye. Creo que es una de las
razones por las que está tan decepcionado con Kanye hoy en día. Jay sabe
cuánto apoyó a Ye en ese entonces, pero no fue suficiente para Ye. Eso
debió de haber lastimado a Jay.
Jay incluso mencionó mi batalla con Kanye en su libro Decoded ,
tirándome un pequeño dardo al escribir: “Los raperos que usan las disputas
como estrategia promocional pueden conseguir algo de prensa en el
momento, pero no entienden nada”.
Felicito a Jay por apoyar a su artista en esa situación, pero creo que es él
quien no entendió. En primer lugar, como ya dije, no hubo disputa real en
esa competencia. En segundo lugar, sin esa competencia, no tengo duda que
mis ventas habrían sido mucho menores, debido a los errores de Interscope.
Nuestra competencia convirtió lo que habría sido una semana muy
complicada para mí en una semana bastante respetable. Si hubiera dejado
que Interscope hiciera lo que pudiera, tal vez habría vendido 400,000 copias
en esa semana. En cambio, logré tomar una situación complicada y
convertirla en un momento histórico. Como le dije después a un reportero:
“Kanye se lleva el trofeo. ¡50 Cent se lleva el cheque!”. Eso no es un
insulto para Kanye (quien también hizo mucho dinero), pero es un
intercambio que aceptaría siempre.

CURTIS LANNISTER

A veces, como en el caso de Curtis vs. Graduation , puedes crear tu propia


competencia. En otras ocasiones, el mundo intentará escoger a tu oponente
por ti. Cuando eso sucede, tienes que esforzarte de forma más inteligente
que nunca. Si bien jamás debes huir de la competencia, sí tienes que dictar
quién será tu oponente siempre que puedas. No puedes permitirte entrar en
una batalla con alguien sólo porque eso es lo que quieren ver los medios o
los fans. Tienes que colocarte frente a un oponente que no sólo te dé una
buena oportunidad de ganar, sino que también te deje en una posición
favorable aun si terminas perdiendo.
Cuando Power debutó en Starz en 2014, no parecía tener competencia
directa. Luego, Empire apareció en fox en 2015 y de pronto todo el mundo
quería enfrentar a una serie con la otra. En la superficie, las comparaciones
parecían razonables. Ambos programas se centraban en personajes
femeninos fuertes; ambos tenían bandas sonoras que eran esenciales para la
energía del show; ambos tenían productores ejecutivos afroamericanos.
Entendí por qué la gente quería enfrentarnos.
Al principio estaba feliz de jugar con esa percepción. fox estaba
gastando mucho más dinero en Empire de lo que Starz estaba destinando
para Power , por lo que era beneficioso para nosotros hacer uso de esa
publicidad. También noté que fox intentaba cooptar algo de nuestra
narrativa cuando lanzaron una campaña que decía “Los imperios se fundan
en el poder”. Incluso hicieron una sesión fotográfica casi idéntica a una que
yo había hecho con G-Unit. Eso resultó en que Taraji P. Henson y yo nos
divirtiéramos un poco intercambiando palabras en las redes sociales.
Si bien estaba cómodo manipulando la potencia de Empire a mi favor,
no quería que me asociaran demasiado con ellos en el largo plazo. Para
empezar, me preocupaba que nos enfrentaran con otra serie sólo porque
ambas tenían elencos afroamericanos. En segundo lugar, a pesar de las
similitudes culturales, yo entendía a Empire y a Power como series con
diferencias fundamentales. Empire estaba en fox , lo que significaba que era
programación gratuita en la televisión abierta. El contenido que podía
mostrar estaba limitado. Power estaba en Starz, un canal de cable premium .
Y gracias a eso, podíamos presentar un paquete mucho más arriesgado y
gráfico. Como escribí en Instagram, “EMPIRE es mi a que puedes
conseguir gratis. Vale la pena pagar por POWER, Starz, cable premium ”.
¿Por qué competiría contra un programa gratuito en fox cuando yo tenía
un programa en cable premium ? Si iba a competir con otra serie, debía ser
una que estuviera en el mismo espacio que yo ocupaba. Así que miré a mi
alrededor y decidí atacar al rival más grande que encontré.
Si vas a competir, hazlo contra los mejores. Y no había nadie mejor en
cable premium que Juego de tronos de hbo . Así que me di a la tarea de ir
tras ellos una y otra vez.
No dejaba pasar una oportunidad para poner a Power en la misma
conversación que GOT. Después de que alguien tuviera la idea de
superponer mi cara en el cuerpo de Tyrion Lannister, me fui a la ofensiva en
Instagram. “Esta mierda no es más que algo de un estúpido fan de GOT con
demasiado tiempo en las manos, enojado porque POWER es #1. Vete a la
mierda con todo y tus dragones voladores. Aquí hablamos de la vida real,
perra.”
La gente se lo tragó completo. Lo que no mencioné fue que el ingenioso
bromista era en realidad un artista en mi nómina al que le pagaba para crear
momentos virales como ése.
A la gente le gusta decir que soy un bully , pero no tengo problemas
para burlarme de mí mismo si va a hacer algo de ruido. Un bully de verdad
no tiene ese nivel de consciencia. Son demasiado sensibles como para
publicar una foto así de sí mismos. Pero a mí no me mueven las emociones;
tengo la piel lo suficientemente gruesa como para hacer lo que sea
necesario para mantener mi marca en la cima.
Todo lo que publiqué respecto a GOT fue un ejercicio bien pensado para
asegurarme de que mis fans, rivales y medios supieran que nuestra
intención con Power no tenía que ver con triunfar en silencio. Los críticos
pudieron no haber colocado a Power al mismo nivel que Juego de tronos ,
pero yo logré dirigir la conversación a un lugar que sí nos puso codo a
codo.
El impacto fue considerable. hbo tenía una base de suscriptores mucho
más grande y un presupuesto mucho, mucho mayor, pero Power logró
derrotar al dragón un par de veces en los ratings. Aun mejor, desde que la
serie de fantasía llegó a su fin en 2019, la audiencia de Power ha superado
con frecuencia a cualquier otra cosa que hbo ha puesto frente a nosotros.
Tengo confianza en la promoción de boca en boca de nuestra serie gracias a
la pasión que muestro y al apoyo de nuestros fans.
Al recordarlo, es poco probable que los recursos limitados y el menor
impacto de Power fueran a derrotar al canal de cable por suscripción más
antiguo del país, pero así funciona la competencia. Puedes entrar a una
pelea que perderás y de todas maneras salir de ella con algo de valor.

Mencioné que no quería que Power fuera catalogado como un “programa


negro”. Hay una buena razón para ello. La competencia más larga y
celebrada en Estados Unidos es la de blanco contra negro. Es también la
única en la que escojo no participar. Es la única que sé que está arreglada en
mi contra.
Eso no significa que no estoy orgulloso de mi raza ni que no apoye a
artistas afroamericanos. Para nada. Power es, sin duda, en el fondo, un
programa negro. Soy el productor ejecutivo. Courtney Kemp, una mujer
afroamericana, es la showrunner y escribe los guiones. Todas las estrellas,
con excepción de Joseph Sikora, son personas de color. La serie les ha dado
trabajo a muchas personas afroamericanas muy talentosas, al igual que
todos mis demás programas de televisión.
De todos modos, no quiero que Power sea conocido como un
“programa negro”.
Si así fuera, el programa quedaría dentro de una caja, una caja de la que
es casi imposible salir.
Fue lo que me ocurrió con Get Rich or Die Tryin’ . Recuerda esa
película. Estaba estelarizada por mí, un hombre de color, y trataba de un
rapero luchando por llegar a la cima. Fue dirigida por Jim Sheridan, un
pequeño irlandés con gran espíritu combativo que había estado al frente de
películas galardonadas como Mi pie izquierdo y En el nombre del padre .
La música corrió a cargo de Quincy Jones, alguien que ha logrado conectar
con el público estadunidense en todos los niveles. El guion fue obra de
Terence Winter, escritor y productor ejecutivo de Los Soprano y Boardwalk
Empire . La fotografía estuvo a cargo de Declan Quinn, un cinematógrafo
irlandés que ha ganado varios premios.
En sus cimientos, Get Rich or Die Tryin’ era una película comercial…
pero Hollywood no la vio así. La vio como una película negra. Y las
películas negras no se proyectan en la misma cantidad de pantallas que las
comerciales. Por eso, cuando Get Rich estrenó, lo hizo en unos mil
setecientos cines.
Ahora, compara eso con otra película sobre otro rapero que lucha por
llegar a la cima, 8 Mile . Esa película tenía todos los mismos elementos que
Get Rich . La gran diferencia fue que Eminem era blanco. 8 Mile estrenó en
más de tres mil pantallas.
Eso significa que 8 Mile tuvo el doble de oportunidad en su primera
semana en las taquillas de la que tuvo Get Rich .
No tengo ningún problema con Em por esa situación; tengo un
problema muy grande con el sistema que decidió que mi película sólo era
atractiva para un público de color. La razón por la que me ofrecieron un
contrato para hacer la película no fue porque era negro, sino porque era una
superestrella.
Y era una superestrella porque decenas de millones de chicos blancos
habían comprado mi álbum. Y la razón por la que compraron mi álbum fue
porque estaban fascinados con mi vida. ¿Cómo entonces una película sobre
mi vida no iba a atraer a los mismos chicos blancos? No hay razón para
ello. Es un sistema ilógico que evita que los artistas compitan en un terreno
parejo.
Así que es un terreno que intento evitar.
Siempre voy a contratar a actores, directores y showrunners de color.
Pero no estoy ciego ante las realidades que persisten en este mundo.
Cuando hicieron el póster de Power me aseguré de que el personaje de Joe
Sikora, Tommy, apareciera en él, así como Russell Crowe estaba en el
póster de Gángster americano , a pesar de que el protagonista de la película
era Denzel Washington. Mi meta nunca ha sido ser el mejor en una
categoría o nicho. Mi único objetivo con Power , como con todo lo que
hago, es hacerlo más y más grande y atraer a la audiencia más amplia
posible.

NO DEJES VIVIR A LA COMPETENCIA

Uno de mis defectos es que puedo disfrutar demasiado de la competencia. A


veces termino ayudando a mi competencia, manteniéndola en mi órbita
durante más tiempo del que merece.
He tenido disputas públicas con varios artistas que se han beneficiado
más de esos encuentros que yo. Me recuerdan a esos organismos parásitos
que se alimentan de un animal más grande. Siempre y cuando estén atados
al organismo huésped, están bien. Pero en cuanto el organismo más grande
se aleja o el parásito pierde el agarre, mueren.
Así es como veo mi relación con artistas como Ja Rule, Rick Ross, Jim
Jones, French Montana y los Lox. Ninguno de ellos logró encontrar una
estrategia a largo plazo para generar interés en lo que hacían, más allá de
enfrascarse en guerras de palabras conmigo.
Todos han intentado diversificarse en otros negocios, pero su función
principal es vender discos. Y saben que decirme algo mantiene a la
audiencia que compra discos pendiente de ellos. Así que me atacan.
Entiendo por qué lo hacen —todos quieren mantenerse vigentes—, pero
a la larga es un plan defectuoso. Si todo tu brillo viene del sol de alguien
más, ¿qué pasa cuando esa persona se aleja? Una vez que los dejas, es como
si esas personas dejaran de existir. La gente dirá: “¿Dónde están los Lox?
¿Desaparecieron del planeta?”.
Eso fue lo que les ocurrió a todos ellos. Una vez que mi enfoque se
dirigió al cine y la televisión, fue como si sus carreras se hubieran estrellado
con el iceberg que hundió al Titanic . Sin mí como rival manteniéndolos a
flote, se hundieron.
Gianni Versace dijo alguna vez: “Es bueno tener competencia válida; te
lleva a ser mejor”. Estoy de acuerdo con él. El problema es cuando te
enfrascas en una competencia intrascendente. En una batalla así no hay
victorias para la parte más establecida.
Necesito trabajar en ser más disciplinado para no morder el anzuelo.
Hace unos días, Rick Ross intentó atraerme de vuelta al ruedo diciendo que
yo ya no era relevante en la cultura. Fue fácil ver qué era lo que estaba
intentando hacer. Es él quien es irrelevante, así que necesitaba de mí para
devolverle un poco de esa relevancia.
A pesar de que identifiqué su estrategia, le tiré un par de golpes. Nada
emocional. No hubo tensión real. Sólo apunté que los artistas como él
necesitan posicionarse junto a quienes tienen la fuerza e intentar sobrevivir
de ello. No hice más que señalar lo que debía ser obvio.
Pero no debí siquiera darles tanta consideración a sus comentarios.
Tengo que ser mejor para alejarme de competencias como ésa. Cuanto más
tiempo me mantengan enganchado, más tiempo se mantendrán relevantes.
¿Por qué me permitiría enfrascarme en una competencia con Rick Ross? Él
está intentando vender discos. Yo estoy intentando vender programas de
televisión y construir redes y canales. Él quiere competir, pero estamos
participando en dos juegos muy distintos.

A veces, la jugada correcta es desentenderte de la competencia


intrascendente. En otras situaciones, debes de ser muy firme al establecer tu
dominancia.
Mucha gente se pregunta por qué ataqué con tanta fuerza a Teairra Marí
en las redes sociales, cuando parecía que ella era una oponente de poco
peso. Bueno, déjame explicarte qué ocurrió y por qué ocurrió así.
Teairra, alguna vez cantante y estrella de reality shows , me demandó
alegando que había conspirado con su exnovio para publicar un video
sexual en las redes sociales. No lo hice. Un juez vio sus intenciones y no
sólo desechó el caso, sino que le ordenó pagarme treinta mil dólares por los
gastos legales que derogué para defenderme. De hecho, al día de hoy, esa
suma no ha hecho más que crecer.
Teairra dijo estar quebrada. En todas las redes sociales la gente me
pedía que perdonara su deuda. “Diablos, 50. No los tiene”, decía una
persona. “Ya déjalo, hermano”, escribía otra. “No necesitas esos treinta
mil.”
Esas personas no entendían el punto. O varios puntos. En primer lugar,
yo no le dije que me pagara treinta mil dólares; la ley le dijo que lo hiciera.
No me corresponde condonar esa deuda. Como la gente podía entender qué
significa no tener esa cantidad de dinero, la compasión se dirigió hacia ella,
a pesar de que ella fue quien había hecho algo incorrecto. Tampoco estaría
“dándome” nada; tan sólo le habían ordenado devolverme lo que me había
hecho gastar por sus caprichos.
En segundo lugar, tenía que mandar un mensaje contundente con mi
forma de manejar la situación. No tengo dudas en mi corazón de que la
única razón por la que me demandó fue porque yo tenía una diana enorme
en la espalda. Ésa es la realidad de este país. Si tienes dinero, alguien va a
intentar alguna maniobra legal con la esperanza de tener algo de suerte.
Así que, sí, lamento que estuviera quebrada, pero yo tenía planeado
cobrar hasta el último centavo de esos treinta mil dólares. No porque los
necesitara, sino porque quería que el público entendiera que, si vas a
intentar conectarme con un golpe frívolo, lo vas a pagar. No me limitaré a
ignorar una acción así; voy a ganar y voy a cobrar.
Hablando de cobrar, estaba intentando mandar un mensaje parecido con
mi campaña en Instagram “Págame antes del lunes”. Si la forma en que
manejé la situación con Teairra Marí fue una advertencia para el público, la
campaña fue una advertencia para personas que conocía de frente: no
quieras pedirme prestado y luego hacerte el loco.
El mensaje fue recibido. Créeme, por tantas personas que ventilé como
deudoras, hubo muchas más a las que no exhibí. Pero después de que me
vieron hacerlo con Randall Emmett y el comediante Jackie Long, se
aseguraron de establecer un plan de pago privado.
Lo interesante es que la gente no respondió de la misma forma cuando
fui tras Randall que cuando fui tras Teairra. No, les encantó que él estuviera
tan asustado que me llamó “Fofty” en sus mensajes. Les encantó que me
rogara que le quitara el pie del cuello. ¿Por qué? Porque todos
comprendemos la situación en la que alguien irrespetuoso nos debe dinero,
en especial alguien que sí lo tiene, pero decide no pagarte. Eso es algo con
lo que todos podemos relacionarnos. No importa quién seas, siempre habrá
alguien que te deba dinero y no parezca muy apresurado por pagártelo.
Pueden sonreírte y abrazarte siempre que te ven y nunca mencionar el tema.
Coño, pueden incluso sentarse en la sala de tu casa, con los pies sobre la
mesa de centro, y hacer como si no tuvieran una sola deuda en el mundo.
Mientras tanto, tu cabeza está a punto de estallar por la falta de respeto.
Así que, cuando me pongo firme y digo: “¡Al diablo con eso! ¡Quiero
mi dinero de vuelta, por favor!”, ése es un sentimiento que casi todos
pueden entender.

LLEVA UN LIBRO

En algún momento de tu vida quizá tuviste una camiseta de Lacoste. Ya


sabes, las que tienen el cocodrilo bordado. Pero tal vez no conozcas la
historia de la empresa. Lacoste fue fundada en los años treinta por un
tenista francés llamado René Lacoste. Su apodo cuando jugaba era
Cocodrilo por su tenacidad en la cancha. De ahí el distintivo en las
camisetas.
Lacoste ya era una estrella internacional cuando lanzó su marca, pero
una década antes, más o menos, no era considerado uno de los mejores
jugadores. La mayoría de los jugadores a los que se enfrentaba lo
despachaban sin problemas. Decidió que necesitaba una nueva estrategia
para competir.
Se dio cuenta de que su mejor oportunidad para tener una ventaja era
crear un “libro” sobre sus oponentes. Cada vez que se enfrentaba a un
jugador, o que lo observaba como espectador, hacía una entrada sobre esa
persona en su libro. Enumeraba sus fortalezas y debilidades. Estudiaba su
temperamento y cómo reaccionaban en distintas situaciones.
El libro de Lacoste se convirtió en su arma secreta. En una era anterior a
la televisión y resúmenes de los partidos, la mayoría de los tenistas
operaban a ciegas cuando se enfrentaban a un nuevo oponente. No había
forma de conocer las tácticas o los hábitos de alguien, de sus fortalezas y
vulnerabilidades.
Gracias a su libro, Lacoste tenía una ventaja particular durante sus
partidos. Con su combinación de conocimiento y tenacidad, se convirtió en
uno de los mejores jugadores de su generación, ganando veinticuatro
títulos, incluyendo Wimbledon y Roland Garros.
Hoy, la técnica de Lacoste de crear un “libro” sobre sus oponentes es
una regla en los deportes. Casi todos los equipos, desde las ligas infantiles
hasta las Grandes Ligas, tienen un “libro” sobre sus oponentes. Hoy les
llamamos “reportes de scouting”, pero el principio fundamental es el
mismo: tener un registro de las fortalezas y debilidades de tus oponentes
para poner ese conocimiento en práctica cuando compitas contra ellos.
Los libros o reportes de scouting ahora son omnipresentes en los
deportes, pero no son muy utilizados en otras situaciones competitivas. Lo
que ha resultado ser eficaz en el beisbol o el futbol americano podría
funcionar en el cine, la televisión, la moda, el marketing, etcétera, si se
aplica de la misma forma.
Yo sin duda llevo un libro mental de los individuos a quienes considero
mi competencia. Sigo con mucha atención todos sus movimientos. Si
alguien hace algo que me parece inteligente, hago una nota mental de ello e
intento pensar en cómo podría hacer algo similar. Si veo que mi
competencia hace algo que considero tonto, también tomo nota de ello. Y
luego busco la forma de explotar esa vulnerabilidad más adelante.
La clave es eliminar las emociones de la ecuación al hacer mis notas
mentales. No me pongo celoso cuando alguien hace una jugada inteligente,
así como no me emociono cuando veo a alguien tropezar. Sólo tomo nota de
lo que ocurre y lo almaceno para después.
Lo hago con mi competencia en el hip-hop, como Puffy o Jay, pero
también en el cine y la televisión. Siempre veo a los productores ejecutivos
exitosos como Shonda Rhimes, Dick Wolf, Tyler Perry y Ryan Murphy.
Anoto a los escritores con los que les gusta trabajar y en qué tipo de
material se enfocan. Observo cómo presentan sus nuevos programas y cómo
identifican los mensajes efectivos y los que no parecen conectar con el
público. Estudio cómo navegan sus relaciones con las cadenas y cómo
crean ventajas para ellos mismos.
Cuando me siento en las noches a ver televisión, no la veo como un fan
casual. Estoy estudiando cada programa como René Lacoste estudiaba a los
demás tenistas, como un scout de la nfl observa a los oponentes de su
equipo para el siguiente domingo. Ése es el nivel de compromiso necesario
para separarte de tu competencia. Si quieres ser escritor, tienes que hacer
notas de todos los autores que leas. Si quieres ser chef, cada vez que comas
en un restaurante, tienes que estar pensando en cómo usa tu competencia los
sabores, las texturas, la presentación y los ingredientes. Si quieres ser un
ejecutivo en el mundo de la publicidad, no puedes pasar junto a un anuncio
en el andén del metro sin prestarle atención; tienes que estudiar cada póster,
cada aparador en el supermercado y todas las paradas de autobús que veas y
tomar nota de qué llama tu atención y qué no.
No te quejes de que eso le quita toda la diversión a comer en un
restaurante o a ver un tonto programa de televisión al final de un largo día.
Si en verdad te apasiona tu sueño, querrás analizar tantos programas de
televisión como sea posible, o ir a tantos restaurantes de vanguardia como
puedas. Cuando te esfuerzas tanto como puedes, vas a interactuar y
observar cualquier cosa que te dé siquiera la más mínima ventaja.
Yo guardo mis notas en mi cabeza, pero literalmente escribir un libro
sobre tu competencia es un ejercicio poderoso. Si alguien en tu empresa
tiene un puesto importante que a ti te gustaría ocupar, escribe un libro sobre
esa persona. Intenta identificar las cosas constructivas que hace todos los
días y que la tienen en esa posición. ¿Llega más temprano que tú? ¿Tiene
una mejor relación con el jefe? ¿Es más extrovertida? ¿Tiene una tendencia
a adelantarse a los problemas? ¿Hace sus presentaciones con confianza?
Anota cualquier cosa que haga bien.
Luego, toma nota de sus debilidades. ¿Tiende a prometer más de lo que
puede cumplir? ¿Le gusta salir temprano? ¿Les delega demasiadas cosas a
sus subordinados? ¿Es un poco descuidada con la tarjeta de crédito de la
empresa? ¿Se involucra en relaciones en la oficina en las que quizá no
debería?
Anótalo todo también. Y estudia esa lista. Ahí tienes la información que
necesitas para mejorar tu desempeño. Tienes también la información que te
revelará los momentos más adecuados para atacar cuando estés listo para
tomar ese puesto.
Siempre que escribes algo, fomentas una manera de pensar más
centrada. Cuando las ideas viven sólo en tu mente, es fácil perder el hilo.
Incluso si son ideas muy poderosas, pueden perderse en el caudal de
información que está entrando en tu cabeza todo el tiempo. Puedes tener
una idea increíble sobre cómo conseguir un ascenso, pero podría
desaparecer para cuando empieces a pensar en qué vas a cenar. Entonces,
esa idea con tanto potencial quedará arrumbada junto a las montañas de
ideas que todos tenemos abarrotando nuestras consciencias. Quizá vuelvas a
la idea increíble; quizá no.
Escribir esas ideas te protege de la posibilidad de que se pierdan. Una
vez que están en papel o en un archivo en tu computadora, estarán ahí por
siempre, mirándote de vuelta cada que las leas. Que hagas o no algo al
respecto dependerá de ti, pero al menos no las olvidarás. Una vez que las
tengas sobre papel, estarás preparándote para lograr algo de valor.
8

APRENDER DE TUS DERROTAS

Los errores son parte de la vida. Lo que cuenta es cómo respondemos al error.
—Nikki Giovanni

D esde que era muy pequeño, Soichiro Honda estuvo obsesionado con los
autos. (Y lo entiendo a la perfección.) Honda creció en el campo japonés,
donde aprendió a fabricar partes de bicicleta y de motores en la herrería de
su padre. Honda no era muy buen estudiante y nunca logró terminar la
primaria. Pasaba casi todo su tiempo jugueteando con los repuestos e
intentando construir cosas en el taller de su padre.
En 1922, cuando tenía apenas quince años, Honda se fue de casa para
trabajar en Art Shokai, uno de los primeros talleres automotores de Tokio.
Al no tener una educación formal, Honda tuvo que comenzar barriendo
pisos, pero, con el paso de los años, se forjó una reputación como un
trabajador serio y creativo. Una de las formas en las que se probó fue
ayudando a diseñar uno de los primeros autos de carreras hecho en Japón,
llamado —y no estoy bromeado— ¡el Curtis!
Tras unos cuantos años. Honda fue puesto a cargo de una nueva sucursal
de Art Shokai en la ciudad de Hamamatsu. A la sucursal de Honda le fue
muy bien y, cuando sintió que al fin se había ganado el respeto de sus jefes,
decidió presentarles una idea que había estado cocinando en su cabeza. A
partir de sus experiencias en la herrería de su padre y de haber trabajado en
el Curtis, Honda les presentó a sus jefes una nueva forma de diseñar
pistones. La retroalimentación no fue positiva; le dijeron que su idea no
funcionaría y se negaron a apoyarlo.
Honda estaba convencido de que tenía una buena idea, así que renunció
a su empleo y creó su propia empresa, Tokai Seiki, para producir sus
pistones. Le puso todo lo que tenía a la nueva compañía, incluso llegó a
empeñar las joyas de su esposa. Pasó varias noches en su taller hasta que
sintió que los pistones estuvieron listos. Empacó treinta mil de ellos en
varios camiones y viajó a Tokio, donde se los presentó a un potencial
comprador en una nueva empresa automotriz llamada Toyota. El comprador
examinó los pistones y le dio malas noticias: el diseño de Honda era poco
óptimo. Tras revisar los pistones, Toyota decidió que sólo tres de todo el
lote estaban a la altura de sus estándares. Rechazaron el cargamento.
Honda estaba en una posición muy complicada. Había puesto todo su
dinero en la fabricación de esos pistones, y le acababan de decir que no
valían un centavo. La mayoría de las personas en su situación habrían
buscado controlar el daño y bajado el telón de su negocio. Pero no Honda.
En vez de alejarse, decidió examinar muy a fondo qué había salido mal. Si
sus pistones habían sido declarados muertos, él iba a hacerles una autopsia
antes de abandonar su sueño.
Cuando Honda revisó su diseño, logró identificar dónde se había
equivocado. Se había apoyado demasiado en sus experiencias de primera
mano en el taller de su padre y en Art Shokai. No había pasado suficiente
tiempo estudiando la teoría ingenieril detrás de sus diseños. La pasión no
iba a ser suficiente; necesitaba educación también.
En vez de cerrar su empresa, Honda se comprometió a aprender más
sobre diseño y manufactura. Pasó los siguientes años viajando por todo
Japón, tomando clases de ingeniería y visitando acererías, intentando
absorber tanta información como pudiera.
Tras años de estudio y observación, Honda se sintió listo para volver al
pizarrón. Esta vez fue capaz de superar los problemas de diseño y
manufactura que lo hicieron tropezar la primera vez y produjo un lote de
pistones funcionales que le valió un nuevo contrato con Toyota.
Pero las épocas complicadas para Honda no habían terminado. En 1944,
hacia el final de la Segunda Guerra Mundial, una de sus fábricas de pistones
quedó destruida tras un bombardeo estadunidense. Luego, menos de un año
después, un enorme terremoto destruyó otra de sus fábricas.
Perder dos fábricas en dos años habría sido la gota que derramara el
vaso para muchas personas. Hasta el buscavidas más recio podría no
haberse re cuperado, pero Honda se negó a quedarse tirado. Le vendió a
Toyota lo que quedaba de su compañía por sólo 450,000 yenes. Con lo que
obtuvo de esa venta, fundó una nueva empresa, a la que llamó el Instituto
de Investigaciones Técnicas Honda.
Conocida como “Honda”, para abreviar, la empresa se convertiría en
una de las productoras automotrices más redituables de la historia. Honda
llegaría a ser juzgado como el “Henry Ford japonés” y sería reconocido
como uno de los hombres de negocios más innovadores del siglo xxi .
Cuando, hacia el final de su vida, le preguntaron cuál fue la lección más
importante que aprendió en el camino, Honda nombró el momento en que le
entregó los pistones defectuosos a Toyota. Había fracasado, pero su
decisión de aprender de su descalabro lo transformó en un mejor
emprendedor. “Mucha gente sueña con el éxito. Para mí, el éxito sólo puede
alcanzarse a través de los fracasos constantes y la introspección”, dijo
Honda. “De hecho, el éxito representa uno por ciento de tu trabajo y es
resultado del otro noventa y nueve por ciento que se llama fracaso.”
La historia de Soichiro Honda en verdad conecta conmigo; sé lo difícil
que es lograr lo que hizo.
Mucha gente tiene grandes ideas. Sólo un pequeño porcentaje de esa
gente tiene la pasión y la disciplina para seguir adelante y hacerlas realidad.
De ese selecto grupo, todos cometerán errores o vivirán algún tipo de
fracaso durante la lucha por consolidar su idea. Lo que determina el
resultado de su historia es cómo esa persona responde a él.
¿Van a permitir que mate su pasión? ¿Ese fracaso los hará conformarse
con algo menos arriesgado, como trabajar en una oficina para alguien más?
¿O tendrán una reacción aún más severa que el obstáculo? Quizá la
persona se deprima tanto que se derrumbe y empiece a beber y fumar hierba
todos los días. O podría estresarse tanto que encuentre a Dios y lo deje todo
atrás.
Ésas son las reacciones que la mayoría de la gente —incluso las
personas más motivadas— tiene cuando fracasan. No dejes que ésa sea tu
reacción. Afronta el fracaso de la misma forma en que lo hizo Honda:
tómalo como una herramienta que te ayude a hacerlo bien la próxima vez.
Lo tratamos como si fuera lo más aterrador el mundo. Freddy Krueger,
Pennywise y Michael Myers todos en un solo cuerpo. Menciona su nombre
y la gente se echa a correr.
No veas al fracaso como algo de lo que tienes que distanciarte. Intenta
abrirle la puerta. Envuélvelo en tus brazos y examínalo. Confía en que
puedes usarlo para reconstruir tu idea y llevarla a un nivel más elevado de
lo que imaginaste en un principio.
Ése es el enfoque de los verdaderos ganadores. Fue la actitud de Honda
cuando dijo: “Nada me emociona más que planear algo y que falle. Mi
mente se llena entonces de ideas sobre cómo puedo mejorarlo.”
Piénsalo. Honda no veía sus fracasos como tropiezos o derrotas; le
emocionaban. Imagina si pudieras ver tu vida así. Nada podría descarrilarte.
Tal vez haya una infinidad de razones por las que tu plan no se hizo
realidad. Pudo haber sido el momento equivocado; quizá no ejecutaste el
plan de forma correcta. Alguien con quien contabas pudo haberte fallado. El
mercado pudo haber cambiado. Demonios, pudieron haber bombardeado tu
fábrica.
El punto es que, sea que empezaste en el basurero o naciste en cuna de
oro, vas a encontrar obstáculos. Todas las personas exitosas tienen cicatrices
de esos encuentros; sólo que no puedes ver la mayoría. Yo sin duda las
tengo. Hay algunas que apenas comienzo a mostrarle al mundo.

Durante muchos años, en el barrio les llamábamos “D” a los fracasos, como
abreviación de “derrotas”. El término se ha convertido en sinónimo de algo
que no quieres que se asocie contigo. “Caray, se llevó una D.”
Lo que necesitamos hacer es poner el concepto de cabeza. En vez
preocuparte por “llevarte una D”, enfócate en aprender de la D, pues las D
son las mejores maestras que encontrarás.
En el momento no se siente así, pero vivir contratiempos, fracasos y
decepciones sin duda te hará mucho más fuerte a la larga. Lo sé gracias a
mis experiencias y observaciones; incluso la ciencia ha comenzado a darme
la razón. Un estudio reciente publicado en Nature Communications muestra
que las personas que se encuentran con fracasos al inicio de sus carreras en
realidad tienen más éxito a largo plazo que quienes no experimentan
fracasos en un principio.
“Nos dimos cuenta de que habíamos logrado entender el éxito, pero
habíamos fracasado al entender el fracaso”, le dijo el doctor Dashun Wang,
uno de los autores del estudio y profesor en la Kellogg School of
Management, a The New York Times . “Sabemos que el éxito produce éxito.
Pero quizá no hemos observado lo suficiente a la gente que fracasa.”
ACEPTA CUANDO TE EQUIVOCAS

El primer paso —y el más importante— al aprender de tus D es identificar


que cometiste un error. Tal vez parezca demasiado obvio, pero en realidad
es un paso que mucha gente no está dispuesta a dar.
Digamos que tú y yo salimos a dar un paseo en auto. Si doy una vuelta
equivocada y terminamos en un vecindario que no conozco, voltearé a verte
y diré: “Oye, me equivoqué. No sé qué hice, pero estamos perdidos.
Déjame poner la dirección en Google Maps para saber a dónde tenemos que
ir”.
No me avergüenza aceptar que di una vuelta equivocada. No me
preocupa quedar como tonto. Identifiqué que estoy en un área desconocida
y quiero que lleguemos a nuestro destino. Haré lo que sea necesario para
corregir mi error.
Mucha gente no tiene esa respuesta. Conducirán en círculos durante
horas y nunca aceptarán que están perdidos. Puedes estar mirando por la
ventana y pensar: “Sé que éste no es el camino”, pero esa persona no dejará
de decirte que lo tiene todo bajo control. Ese individuo seguirá conduciendo
en la dirección equivocada, pasando todo tipo de puntos de referencia y
señalizaciones, hasta quedarse sin gasolina. Los dos estarán varados y
llamando a una grúa sólo porque esa persona no quiso aceptar sus errores.
Conozco gente así. He estado con personas que conducen una hora en la
dirección equivocada sólo por no querer admitir que están perdidas. Si
intentas decírselo, se empeñarán aún más en no dar la vuelta.
Es muy difícil aprender de tus errores si tienes a un montón de
lameculos a tu alrededor. Por eso es muy importante que tus amigos y
socios sientan que tienen la libertad de darte críticas constructivas y de
mostrarte un poco de ti mismo.
Por eso es importante que no seas un jefe o líder que les grite o intimide
a sus subordinados. Quizá te sientas poderoso por unos momentos, pero
tendrá un alto costo en el largo plazo.
Una persona a la que he observado haciendo esto es Floyd Mayweather.
Tiene a un tipo que trabaja para él —llamémosle Bobby, por respeto— a
quien siempre sobaja frente a todo el mundo. Floyd por lo general es
respetuoso con la gente que trabaja con él, pero le dice todo tipo de locuras
a Bobby. Si un problema menor se presenta, Floyd bombardea a Bobby con
insultos. “¿Qué coños, Bobby?”, grita para que todos lo escuchen. “¿Qué
carajos te pasa? ¡Arregla esa mierda!” Bobby sólo masculla: “Perdón,
campeón”, y se va a “arreglar” lo que se supone está mal. Ambos están
enfrascados en una relación disfuncional. Floyd no despide a Bobby, Bobby
no renuncia. Se quedan atorados en un ciclo en el que Floyd avergüenza a
Bobby y Bobby lo acepta.
El problema es que, aunque Floyd sólo se dirige a Bobby, todos los
demás pueden oírlo. Registran que, aunque Floyd dice estar molesto, nunca
hace nada al respecto. Eso les dice a los demás empleados que a Floyd no le
interesan ni el desempeño ni la productividad, sólo quiere tener a un niño de
los azotes. “Mejor agacho la cabeza y me concentro en la tarea que tengo
enfrente. No quiero que me traten como a Bobby”, comenzarán a pensar.
“Ni loco le diría a Floyd que está cometiendo un error.”
Ésa es la peor mentalidad que tus empleados podrían tener: andar de
puntitas con la esperanza de no ser tu siguiente víctima. Quieres que se
sientan respetados y que tengan la libertad de dar sus opiniones y
percepciones. Tienes que recordar que están junto a ti todos los días y que
podrían ver cosas que tú no notaste, lo que significa que podrían identificar
algunos errores antes que tú. Empodéralos para que puedan externarte esas
opiniones. Si puedes promover el diálogo e incentivar la retroalimentación,
podrías obtener información valiosa que podría ayudarte a evitar obstáculos
antes de chocar con ellos.
En la otra cara de la moneda, si eres el empleado al que le gritan todo el
tiempo, necesitas evaluar tu situación. Mírate en el espejo y pregúntate:
“¿Por qué terminé en esta situación?”. No te entrevistaste para el trabajo de
niño de los azotes, pero es el lugar en el que estás.
(Una nota breve sobre el término “niño de los azotes”. Podría pensarse
que viene de la esclavitud, pero en realidad se refiere a una práctica común
entre los jóvenes príncipes de la Europa renacentista. Si el príncipe
reprobaba un examen, su maestro no podía azotarlo, que era el castigo
habitual en esas épocas. No podía ponerle las manos encima a un príncipe,
así que debía azotar a su sirviente, que era el niño de los azotes. ¡Ése sí que
es un trabajo de mierda!)
Tienes que preguntarte cómo llegaste ahí. ¿Qué clase de energía
proyectaste que tu jefe tradujo como que tú eres la persona a quien debía
gritarle? ¿Te presentaste como alguien tímido y que no opondría
resistencia? ¿O diste la imagen de alguien que buscaría confrontaciones?
(Recuerda, muchas personas, aunque no lo hagan de forma consciente,
buscan personas con las que puedan tener conflictos.)
Sea cual sea la energía que logres identificar, tienes que cambiarla.
Intenta proyectar la energía de una voluntad más firme o menos servil,
dependiendo de la situación. Si no notas un cambio en la actitud de tu jefe
en treinta días, es momento de buscar otro trabajo.
Una vez que se te asigna el papel de niño o niña de los azotes, es muy
difícil asumir otra posición después. Con seguridad Floyd no empezará a
tratar a Bobby de otra forma o lo ascenderá a otro puesto. Bobby satisface
una extraña necesidad emocional para Floyd, y él lo va a mantener justo
donde está.
No te conviertas en el Bobby de tu lugar de trabajo. Acepta que
cometiste un error con la energía que presentaste en un inicio y busca la
forma de seguir adelante. Pero, de cualquier modo, asegúrate de aprender
de la situación. La próxima vez que vayas a una entrevista, tienes que dejar
claro que estás ahí para producir, no para ser el tiradero de los desechos
emocionales de alguien más.

Ahora, la promoción de boxeo es una de las industrias más despiadadas que


existen. Yo estuve involucrado en ella un tiempo y puedo dar fe de que es
tan salvaje como el hip-hop o el narcotráfico.
Mira a Mike Tyson. No es el tipo de persona al que querrías robarle
dinero. Mike es todo menos tonto. Pero hasta a él lo estafó Don King.
Como peleador, es muy difícil eludirlo.
El box no es como los otros deportes profesionales, en los que existe
una liga o federación que supervisa el lado financiero de las cosas. Si eres
un novato en la nba y tienes un pésimo agente, te van a pagar de todos
modos. Lo mismo ocurre en la nfl . La liga tiene todo tipo de medidas de
seguridad —escalas para los contratos de los novatos, salarios mínimos,
etcétera— para, en pocas palabras, protegerte de ti mismo. No te dejan nada
de la planeación y la estrategia. Sólo tienes que presentarte a entrenar y
jugar.
El boxeo no provee ese tipo de infraestructura. Eres, en esencia, un
contratista independiente y depende de ti hacer los acuerdos necesarios,
decidir contra quién pelear, cuándo pelear y por cuánto pelear.
Para las personas con poca experiencia en los negocios, eso es
demasiado en que pensar. No es que los boxeadores sean tontos; pelear
requiere de una enorme energía mental. En el basquetbol puedes descansar
durante un par de jugadas; en el futbol americano puedes correr un par de
rutas a media velocidad. Pero si te tomas unos segundos en el boxeo, es
posible que te noqueen. Los boxeadores tienen que darlo todo en el ring,
todo el tiempo. No tienen el ancho de banda para concentrarse de la misma
forma en los detalles fuera del cuadrilátero. Sienten la necesidad de tener a
alguien que se haga cargo de los negocios por ellos.
Por eso a gente como Don King y Bob Arum le es tan fácil llenar ese
hueco. El box es el único deporte en el que los leones les temen a los
ratones. Los peleadores hacen el dinero, pero no confían en sí mismos para
cerrar los tratos, aun si así es como se presentan frente al público. Dependen
casi de forma total de alguien más que se haga cargo de los billetes.
Una vez Floyd me pidió que lo acompañara a una reunión con una
compañía que quería comenzar una línea de equipo de boxeo con él. Iban a
poner su nombre en guantes, botellas, pantaloncillos y otros artículos y
venderlos en tiendas como Walmart. Fue una presentación muy profesional,
y Floyd se mostró interesado todo el tiempo. Asintió frente a los ejecutivos
cuando se dirigieron a él e incluso hizo un par de preguntas aquí y allá.
Sin embargo, cuando volvimos a su auto después de la reunión, me miró
y dijo: “Oye, 50… ¿de qué estaban hablando?”. Me pareció que, aunque
parecía concentrado y siguió la conversación, no estaba seguro de haber
entendido lo que escuchó. Necesitaba que alguien en quien confiaba le
confirmara la información.
Se sentía seguro preguntándomelo a mí porque éramos amigos en ese
momento. Podía confiar en que yo no lo llevaría por el camino equivocado
ni querría quedarme con una rebanada demasiado grande de su pastel. Yo
tenía mi propio dinero y no tenía necesidad de ser un parásito de mi amigo.
La mayoría de la gente no está en mi situación… y la mayoría de la gente
no es amiga de Floyd. Eso significa que, casi siempre que Floyd entra a una
reunión, depende de alguien que le confirme lo que escuchó. Es una
posición demasiado riesgosa.
Podrás estarte preguntando cómo es que alguien en la posición de Floyd
no tiene a una persona dedicada a cuidar su dinero. La respuesta es que ese
alguien sí existe. El asunto es que a esa persona le conviene que el dinero
desaparezca. ¿Por qué? Porque, si de Floyd dependiera, no volvería a
pelear. Tiene un récord invicto, algo de lo que está más que orgulloso. Así
que, si lo ves aceptando una pelea que parece no tener sentido —como
contra la estrella de la UFC Conor McGregor o el kickboxer japonés
Tenshin Nasukawa— significa una cosa: el dinero ya desapareció.
Por eso es conveniente para su manager, promotor y contador que Floyd
siga quebrado. De otro modo, nunca volverá a ponerse los guantes para
producir otro cheque gigantesco.
9

LA TRAMPA DEL LADRILLO

El trabajo trae consigo felicidad. Lo único que nos alegra es saber que hemos logrado
algo.
—Henry Ford

N unca tuve muchas expectativas respecto a la mediana edad.


Cuando era adolescente, suponía que a los cuarenta estaría muerto o en
la cárcel.
A pesar de haber tenido éxito como rapero, suponía que a los cuarenta
estaría acabado. Creía que me la pasaría relajado en una isla tropical,
comiendo galletas y con una panza enorme sobresaliendo del traje de baño.
Es verdad que la isla tropical sonaba mejor que una tumba o una celda,
pero no puedo decir que me entusiasmaba la idea de envejecer. Daba por
sentado que todas las cosas emocionantes de la vida me ocurrirían entre los
veinte y los treinta y cinco.
Aun así, sigo aquí, y ahora miro la mediana edad de frente con el mismo
entusiasmo con el que he enfrentado las otras etapas de mi vida.
Siento que otra vez voy camino hacia la cima. Y esta vez llegaré más
alto que antes.
Por eso me niego a seguir cargando con pesos muertos.
Quizás en público parezco brusco e insensible, pero detrás de cámaras
siempre he sido bastante sensible. Por eso desarrollé el mal hábito de tolerar
las cualidades improductivas de la gente, porque me sentía mal por los
demás. Es casi como si me echara la culpa de su incapacidad para cumplir
sus sueños. Por eso ahora digo que sentir lástima te empuja a hacer
concesiones estúpidas.
No obstante, conforme envejezco, me queda cada vez más claro que no
le debo nada a nadie.
Y tú deberías darte cuenta de lo mismo.

Algunas personas no están hechas para triunfar.


Sonará cruel, pero la experiencia me ha demostrado que así es.
No importa cuánto las apoyes ni cuánto amor les profeses, sus hábitos
más nocivos las van a arrastrar de nuevo a la mierda de la que salieron.
Por eso una de las claves para trabajar con más astucia es aprender a
identificar a estas personas antes de que te lleven consigo al fondo del barril
de cangrejos.
Una de las primeras reglas para salvaguardar tu vida es jamás acercarte
demasiado a alguien que se está ahogando. ¿Por qué? Porque si la alcanzas
en el instante mismo en el que está por sumergirse, esa persona se te
abalanzará y provocará que ambos se hundan. Siempre querrás que haya
algo entre la persona que estás intentando rescatar y tú, ya sea una tabla de
flotación o un trozo de madera. Si la otra persona se te acerca demasiado,
noquéala de un golpe y quítatela de encima. De otro modo, ambos morirán.
Lo mismo ocurre en otros aspectos de la vida. Querrás salvar a otros,
pero para lograrlo sin que ambos se hundan necesitas mantener cierta
distancia.
Eso no significa que no deberías ayudar a otros, porque es muy
satisfactorio ayudar a alguien a aprovechar una nueva oportunidad. Es lo
que llevo toda mi carrera intentando hacer. Cuando jugaba básquet, me daba
más satisfacción una asistencia que anotar.
Sin embargo, si la otra persona siempre falla las anotaciones cuando le
das pases, no es tu responsabilidad seguirle dando el balón. Hay muchos
otros jugadores, y la idea es ganar los partidos, no pasar la vida entera
corriendo por la cancha con los payasos de siempre que son incapaces de
anotar. Es hora de sustituirlos.

Es un hecho que a la mayoría de la gente no le gusta que la sustituyan y


cree que debería seguir jugando sin importar cuántos tiros falle o cuántas
veces meta la pata. Siente que tiene derecho a estar en la cancha.
He visto a mucha gente desperdiciar su potencial después de probar las
mieles de la victoria. Al menos eso le ha pasado a muchas personas con las
que me he relacionado a lo largo de los años.
Incluso le ocurrió a mi hijo.
Lo que tienen que entender, y quiero que te quede bien claro en este
capítulo, es que jamás deben sentir que el mundo les debe algo.
Porque no es así.
No hay un mundo en donde esforzarse más duro y mejor implique creer
que los demás harán las cosas por ti. Tienes que reconocer que todo
depende de ti.
Quizá parezca una mentalidad muy cínica, pero estoy convencido de
que es muy liberadora.
Sólo te sientes traicionado si crees que alguien te debe algo.
Únicamente albergas resentimientos si tenías la expectativa de que
alguien te echara la mano.
Cuando aceptas que todo depende de ti, entonces tienes la libertad de
concentrarte cien por ciento en convertirte en la mejor versión de ti mismo.

VEINTE AÑOS DE VACACIONES

Cuando me junté con Shaniqua, ninguno de los dos tenía gran cosa. Ambos
vivíamos en lo más bajo de lo bajo, y nuestras metas consistían en tener un
lugar decente donde dormir y ropa limpia.
Pero luego las cosas cambiaron, y entonces tuve recursos al alcance de
la mano. Muchos recursos. Quise compartirlos con Shaniqua, porque,
aunque ya no éramos pareja, seguía siendo la madre de mi hijo. Ella me
acompañó antes de que me hiciera famoso, y eso es algo que reconozco y
respeto. Me vio ascender a la fama, y yo quería ayudarla a que ella también
alcanzara el éxito.
Con esa idea en mente, le pregunté: “¿Qué quieres hacer de tu vida?”.
¿Querría estudiar? ¿Querría aprender sobre diseño de interiores? ¿O sobre
moda? Insistí en que encontrara una ocupación que le diera sentido a su
vida y que le permitiera tanto hacer dinero como sentirse satisfecha a nivel
personal.
Era algo que no sólo la beneficiaría a nivel individual, sino que mi
intención era que a mi hijo lo criara una mujer que tuviera una carrera
propia. Sin embargo, sin importar cuántas veces se lo preguntara, Shaniqua
nunca sabía qué responder. Le presentaba distintos escenarios y
posibilidades, pero nada le entusiasmaba.
Era sumamente frustrante. Me enfurecía tener que enviarle cada mes un
cheque a alguien que no tenía el menor interés en trabajar. Bien podría
haber vuelto al barrio y depender de los programas de asistencia del
gobierno. La única diferencia es que el cheque que yo le daba tenía más
ceros que el que le habría dado el Tío Sam.
Finalmente, cuando fui a visitarlos a Marquise y a ella un fin de semana,
me topé con la cruda realidad.
—¿Qué quieres hacer entonces? —le pregunté de nuevo.
Volteó a verme, puso los ojos en blanco y contestó:
—Nadie trabaja por gusto, ¿eh?
—¡No jodas! —exclamé. Sospechaba que había gente que pensaba así,
pero nunca nadie había tenido los cojones para decirlo en voz alta en mi
presencia.
—Tú ya la armaste —dijo con voz firme—. ¿Para qué quiero armarla yo
también? Así estamos bien.
Aunque parezca exageración, ha sido una de las conversaciones más
traumáticas que he tenido en la vida. Y eso que he tenido conversaciones
que para mucha gente serían sumamente traumáticas.
Me tomo con absoluta seriedad el valor del trabajo arduo, pues creo que
no sólo genera éxito, sino también felicidad. Jamás podrás sentirte
satisfecho si no estás haciendo algo que te apasione.
Cuando Shaniqua me dijo que “nadie trabaja por gusto”, fue como si
mandara al carajo todas mis creencias. En ese instante, supe que las cosas
jamás volverían a estar del todo bien entre nosotros. Veíamos el mundo de
distinta forma. Me repugnaba que ella no quisiera trabajar, mientras que a
ella le repugnaba que yo quisiera que lo hiciera.
Estaba consciente de que la responsabilidad de la crianza de nuestro hijo
había recaído principalmente en ella, y por eso, cuando él era más pequeño,
la presionaba menos. Sin embargo, cuando entró a la adolescencia y ya no
necesitó que lo llevaran de la mano, esperé que Shaniqua por fin mostrara
alguna ambición.
Durante una época habló un poco de dedicarse a los bienes raíces. Pensé
que sería una gran idea, pues el mercado en Atlanta estaba creciendo, e
incluso ofrecí pagarle cursos para que obtuviera su licencia. Sin embargo,
después de unos cuantos meses, me quedó claro que tampoco le apasionaba.
No le emocionaba conocer las propiedades por primera vez ni visualizar
todo su potencial, como tampoco le interesaba renovar propiedades antiguas
para revenderlas por mucho más. Simplemente le gustaba el hecho de que
ser agente de bienes raíces es algo que se puede hacer desde la comodidad
de la casa. Como era de esperarse, aquello no prosperó.
Al verlo en retrospectiva, tengo claro que cuando Shaniqua dijo “nadie
trabaja por gusto” nuestra relación se fue al carajo. Hasta ese entonces,
albergaba la creencia de que podíamos armar algún tipo de alianza; quizá no
romántica, pero al menos sí parental con objetivos en común. Creía que
podríamos emprender algún negocio que beneficiara a nuestro hijo.
Una vez que fue evidente que ella no sólo no compartía mi punto de
vista sino que le ofendía , mi actitud hacia ella dio un giro de ciento ochenta
grados. Me volví mezquino. Era como si yo fuera un fisicoculturista y ella
fuera una mujer con obesidad mórbida. Cada vez que tomaba una galleta,
de inmediato me le iba encima: “¿En serio quieres esa galleta? Se te va a ir
directo a los muslos”.
En ese entonces no estaba consciente de ello, pero era hostil con ella
con la esperanza de que la vergüenza la obligara a moverse de alguna
forma. Sin embargo, tuvo el efecto opuesto. Cuanto más le recriminaba su
falta de empuje, ella se resentía más conmigo. Ese resentimiento se fue
acumulando hasta convertirse en odio, un odio que sigue vivo hasta la
fecha.
Lo más molesto no es que nuestra relación se haya vuelto tóxica, sino
que ella le heredó ese resentimiento y engreimiento a nuestro hijo. Él ha
tenido todo lo que ha querido en la vida, así como muchísimas más ventajas
que casi cualquier muchacho del gueto, pero sigue sintiendo que yo lo
engañé y le robé algo.
Nunca creí estar en esa posición con mi primogénito, pero así son las
cosas.

LOS PRIVILEGIOS ENGENDRAN


RESENTIMIENTO
En los últimos años, ha habido muchos momentos decepcionantes en mi
relación con Marquise. El peor de todos fue cuando vi una foto suya con
Kyle McGriff, el hijo de Kenneth “Supreme” McGriff. Sin ahondar mucho
en su pasado oscuro, basta con decir que Kenneth McGriff fue uno de los
mayores capos de la droga en Queens, además de ser el tipo que las
autoridades creen que orquestó el atentado contra mi vida. Al posar con su
hijo, Marquise básicamente validó al individuo que al parecer mandó matar
a su padre.
Sé que Marquise me guardaba cierto rencor, pero jamás imaginé que
podría odiarme tanto como para permitir que mi enemigo lo usara como
títere. Hace poco alguien me envió una frase célebre de Benjamin Franklin
que me resonó de inmediato. El hijo de Franklin se alió con los británicos
durante la guerra de independencia estadunidense, a pesar de que su padre
era uno de los líderes de la resistencia. Eso jodió a Franklin por el resto de
sus días:

Nunca nada me ha dolido tanto ni afectado con sensaciones tan agudas algo como encontrarme
abandonado en la vejez por mi único hijo; y no sólo verme abandonado, sino verlo tomar las
armas en mi contra, en una causa en la que mi buena fama, fortuna y vida estaban en juego.

Quizá Marquise no se levantó literalmente en armas en mi contra, pero


estaba parado junto al hijo de quien presuntamente sí lo hizo. Compartí
entonces con Franklin ese dolor tan intenso.
He pasado muchas horas rebuscando en mi alma, intentando entender
qué podría provocar que un hijo apuñale a su propio padre de esa manera.
Intenté ponerme en los zapatos de Marquise. Así como él no sabe lo que fue
crecer en las circunstancias en las que yo me crie, yo no sé qué se siente
crecer siendo hijo de 50 Cent. Es un hecho que por fuera tiene todo lo que
quiere, pero debe haber experimentado presiones e inseguridades con las
que no logro empatizar. Y tengo que aceptarlo.
Aun así, sigo sin entender por qué esas presiones e inseguridades
obligarían a un hijo a volcarse así contra su propio padre, sobre todo si es
un padre que le ha dado todo. Al repasar mentalmente nuestra relación, la
única respuesta que puedo dar es que quizás hice demasiado por Marquise.
¿Cómo haces que un niño privilegiado se sienta vacío y furioso?
Supongo que dándole absolutamente todo lo que quiere.
Como muchos otros chicos de su generación, a Marquise siempre le han
gustado los zapatos deportivos. Dado que es mi hijo, tampoco podía salir a
la calle con cualquier par de zapatos. Si salía un nuevo par de Air Jordans,
era de los primeros en tenerlos. Si Marquise los pedía el lunes, su mamá se
aseguraba de que los estuviera calzando el martes.
Pero ni eso lo hacía feliz. En lugar de emocionarse por presumir su
nuevo par de Jordans, lo único en lo que podía pensar era en el par de
Jordans retro que no tenía. Sólo pensaba en los modelos y colores que no
tenía en su clóset. En lugar de sentirse agradecido, sólo se sentía
decepcionado.
Yo no lo entendía. No tenía que trabajar, pero ¿igual quería traer zapatos
deportivos de trescientos dólares? ¿Y no lo hacía feliz recibirlos ? Su
mentalidad me era completamente ajena.
No me queda más que suponer que su madre es la fuente de aquella
decepción. Le hizo creer que podía hacerse de cualquier par de zapatos
deportivos que quisiera, aunque no se los hubiera ganado. “No es un chico
cualquiera”, me decía ella si le preguntaba por qué necesitaba un par nuevo.
“Es tu hijo”. Con eso estableció el patrón de que no es necesario trabajar
para obtener las cosas, y Marquise no hacía más que seguir su ejemplo.
No quería que ese engreimiento se volviera parte central de su
personalidad y estaba decidido a ayudarlo a aprender que sería más feliz si
se esforzaba por obtener las cosas que quisiera, pues así su valor se
incrementaría exponencialmente.
Un día iba conduciendo por Harlem cuando de pronto vi que una
pequeña tienda de zapatos deportivos en la calle 125 estaba a punto de
quebrar. De inmediato pensé en mi hijo: “A Marquise le encantan”, así que
me estacioné para ver si podía comprarle uno o dos pares con descuento.
Mi naturaleza inquisitiva me llevó a preguntarle al dueño por qué estaba
quebrando su negocio si los zapatos deportivos son tan populares. Me
explicó que había elegido el local equivocado y que nunca pasaban
suficientes peatones como para que funcionara.
Empecé a hacer cuentas.
—¿Cuánto pagas por un par de Air Force 1? —le pregunté.
—Como cuarenta billetes —me dijo.
—¿Y por cuánto los vendes?
—Como por ochenta.
Parecía un margen de ganancia bastante decente.
—¿Qué vas a hacer ahora con todos estos Air Force? —le pregunté.
—Ni idea —dijo—. Probablemente los guarde en el sótano hasta que se
me ocurra qué hacer con ellos.
—Te ofrezco un trago —le dije—. Te compro el resto de tu inventario al
costo. Ahorita mismo.
El tipo se sobresaltó al oír mi oferta. De pronto me convertí en dueño de
unos doscientos pares de Nike.
Desarrollé un plan. Marquise estaba en Atlanta, donde la renta de
almacenes es muy barata. Se los enviaría para que los pusiera en un
almacén. En lugar de abrir una tienda física, lo que requeriría una fuerte
inversión y dependía del paso de peatones frente a la tienda, podría armar
un sitio de internet para venderlos. Es lo que se conoce como venta directa
al consumidor. Sólo necesitaría administrar el sitio y quizá contratar a un
amigo para que le manejara el almacén. Creí que era una idea ganadora.
Tan pronto salí de la tienda, llamé a mi hijo. “¿Qué hay, Marquise?
Recordé que te encantan los zapatos deportivos”, dije. “Pensé en una
estrategia para que consigas dinero suficiente para comprar los que te
gustan y te ganes unos centavos”.
Le expliqué el plan de pies a cabeza. Señalé que era una gran
oportunidad que no sólo encajaba con su pasión, sino que le permitiría
aprender las minucias de los negocios. “Es un empujón. Pocas tiendas
empiezan con inventario gratis. Creo que puedes armar algo con esto. Si
tanto te gustan los zapatos deportivos, es hora de que lo demuestres.”
Por teléfono me dijo todo lo que esperaba escuchar, que le emocionaba
mucho y que parecía una gran oportunidad. Mandé entonces los zapatos a
Atlanta. Y luego, no supe nada de nada. Pasaron semanas y luego meses.
Finalmente, un día su madre me llamó y me dijo que había estado hablando
con Marquise.
En vez de una tienda virtual de zapatos deportivos, querían abrir una
boutique de ropa en Atlanta. No lo podía creer. Mi plan no la incluía.
Quería que nuestro hijo aprendiera a ser responsable por sus propios
medios. Al involucrarse, lo único que estaba logrando su madre era
impedirle madurar.
Aun así, como quería que Marquise adquiriera un poco de experiencia,
le dije que sí. “De acuerdo. Avísame si necesitan algo.” Como era de
esperarse, nunca armaron la boutique, ni tampoco la tienda por internet.
No me molestaba que Marquise quisiera tener muchos zapatos deporti
vos. Cuando era niño, a mí también me emocionaban. La diferencia es que
yo estaba dispuesto y completamente decidido a hacer el esfuerzo necesario
para conseguirlos. Jamás querría que Marquise tuviera que recurrir al tipo
de trabajo que yo hice para conseguir mis zapatos. En ese entonces,
consideraba que vender drogas era la única opción viable a mi alrededor, así
que eso hice. Marquise tenía incontables oportunidades enfrente, a
diferencia de mí. Lo único que quería era que eligiera una y se esforzara.
No hay nada de malo en querer tener cosas. Ese “deseo” puede ser una
herramienta sumamente motivadora, y sentir que necesitas más de lo que
posees es lo que impide que nos volvamos conformistas.
Yo básicamente lo tengo todo, pero siento que no. Cuando era joven,
siempre quería más cosas materiales. Hoy en día, lo que quiero es
validación a borbotones. No importa cuántos premios, reconocimientos o
encabezados haya… nunca son suficientes. Me sigue obsesionando sentir
que tengo el show más hot o que estoy lanzando las rimas más cabronas.
Ansiar el respeto de mis pares y su reflejo en las ventas es lo que me
impulsa a seguir esforzándome. Necesito sentir que me ven y dicen: “50
Cent la hizo de nuevo”. Eso me pone más que cualquier droga.
Lo que me distingue es que nunca he esperado que alguien más me dé
esos reconocimientos. Salgo a diario dispuesto a hacer el esfuerzo necesario
para ganarme la validación que tanto deseo.
Si se trata de desear obtener cosas, Marquise no parece astilla de este
palo ni hijo de este tigre. Aunque cualquiera creería que es poca cosa que
nunca le diera seguimiento al negocio de los zapatos deportivos, porque
podría decirse que es el tipo de irresponsabilidad y falta de iniciativa de los
adolescentes y jóvenes de todo el mundo, para mí fue una enorme
decepción.
Más allá de que pudiera comprarse su propia colección de zapatos
deportivos, esa tienda virtual podría habernos hecho millones. Fue hace
años que tuvimos aquella conversación. Desde entonces, los sitios de venta
de zapatos deportivos se han vuelto sumamente lucrativos. GOAT.com vale
550 millones de dólares, mientras que StockX está por el millar de millón.
Si Marquise hubiera hecho lo que discutimos, sería parte de esa
conversación. Sería rico por mérito propio. Es más, podría mandarme al
carajo con todo y mi cartera si es lo que desea.
Estoy seguro de que Marquise sabe lo de GOAT y lo de StockX, y que
en el fondo está consciente de que tengo razón. Quizá le ha pasado por la
mente la idea de “¿Por qué no le hice caso a mi padre y armé esa maldita
tienda?”. Pero no creo que se atreva a decirlo en voz alta.
No creo que sea capaz de reconocer que, sin importar los altibajos de
nuestra relación, siempre he querido lo mejor para él. Nada me haría más
feliz que verlo prosperar. Ningún Grammy, Emmy o portada de Forbes me
traería tanta satisfacción como ver que mi hijo se convierte en la persona
que estoy seguro que puede ser.

EN LA GUARIDA DEL LEÓN

Otro pariente que no se mete conmigo porque es muy engreído es mi primo


Michael Junior, un rapero que se hace llamar 25. Su problema es que
siempre ha intentado que le arme su carrera, en lugar de armarla por cuenta
propia. Cree que no lo he respaldado lo suficiente, así que por eso ya no nos
hablamos.
Michael está resentido desde que estudiábamos el bachillerato en
Queens. Un día me dijo que unos chicos lo estaban molestando.
—¿En serio? —contesté.
—Sí, bueno… ya sabes… —dijo, y siguió con lo suyo. No volvió a
tocar el tema, así que yo tampoco lo hice.
Meses después, alguien me contó que Michael andaba por las calles con
una fusca en el bolsillo. Se había unido a una pandilla, los Bloods. Se lo
dije a su madre, mi tía Geraldine, y ambos hablamos con él para intentar
sacarlo de ese mundo. En lugar de tomarlo a bien, Michael se desquitó
conmigo.
—¿Recuerdas cuando te dije que me estaban molestando en la escuela?
—preguntó, furioso—. Pues nunca fuiste a ayudarme. Ellos sí.
No podía creerlo.
—Michael, no es mi trabajo ir a tu escuela a arreglar tus pleitos —le
dije—. En todo caso, aparecerme ahí te habría vuelto más vulnerable.
Podrías haberlo resuelto tú. Si crees que ser parte de Bloods mejorará las
cosas, piénsalo dos veces. Pero a ver cómo te va.
Michael no quiso hacernos caso. Incluso se enojó con su madre y le
recriminó que me quería más a mí que a él. Según él, ella se había
encariñado conmigo cuando me cuidó en mi infancia, y jamás había
desarrollado ese mismo afecto hacia él. Era una idiotez. Mientras ella le
suplicaba que cambiara de rumbo, él le decía que ella nunca lo había
querido. Ése es otro ejemplo de esas ideas descabelladas que se nos meten
en la cabeza cuando somos niños y que nos joden la vida adulta si no
cambiamos nuestra forma de pensar.
Michael empezó a comportarse como si fuera un gángster y a verter ese
personaje en su música. Cuando yo rapeaba, hablaba de cosas de la calle,
pero sólo de las que había experimentado o visto en persona. Michael sólo
inventaba cosas, y ese juego es muy peligroso.
Me preocupaba que estuviera tomando ese rumbo, así que no lo ayudé
de la forma en la que él esperaba. En lugar de aceptar que el rap no era lo
suyo, se empeñó en firmar con una disquera. Esa búsqueda lo llevó a la
oficina de Jimmy Henchman. Hoy en día, Jimmy está en la cárcel,
encerrado de por vida por asesinato doble, pero en ese entonces era un
enemigo feroz, y su oficina era el peor lugar al que pudo llegar Michael.
Al no ser genuinamente de la calle, Michael no se percató del peligro en
el que se estaba metiendo. Estaba en la boca del león, pero no sentía las
fauces que pendían sobre su cabeza.
—Así que eres primo de 50, ¿verdad? —le preguntó Jimmy en tono
casual en algún momento—. ¿Cuándo fue la última vez que lo viste?
Por fortuna, Michael fue honesto con él.
—Para ser franco, no me llevo con 50 —contestó—. Nos vemos en las
fiestas y así, pero es todo.
No se dio cuenta de que era la única respuesta correcta. Había gente de
pocas pulgas en la habitación que le habría hecho daño si les hubiera hecho
creer que éramos como uña y mugre.
Michael ha sido incapaz de hacer ruido como rapero, aunque no se
atreve a mirarse al espejo y admitir que no es su vocación. A veces dice que
no logra armarla porque la gente le recrimina que es mi primo. A veces dice
que su falta de éxito es consecuencia de mi falta de apoyo. Sin importar
cuál sea la teoría del momento, jamás tiene que ver con su falta de empuje,
ambición o talento. La culpa siempre es de alguien más.

¿EN QUÉ MOMENTO ME VOLVÍ


RESPONSABLE?

Si le suplicas a Dios que te vuelva exitoso, no le estás pidiendo que también


te vuelva receloso y engreído. Sin embargo, si obtienes éxito, el recelo y el
engreimiento suelen acompañarlo.
Si acaso alcanzas un nivel como el mío, la gente siempre sentirá que le
debes algo. Si les compras un automóvil, aceptarán las llaves, pero también
dirán: “Qué buena onda, pero, caray, podrías mejor haberme comprado una
casa”.
Al oír esas cosas, mi primera reacción es: “A ver, aguanta. ¿En qué
momento me volví responsable de tu vida entera? Nunca acepté esa
responsabilidad. ¿Por qué esperas eso de mí?”.
Alguien dirá cosas como “50 era mi compadre. Yo lo mantuve”. Sin
embargo, al examinar esa afirmación más de cerca, ¿qué diablos significa?
No metiste los puños cuando se me fueron encima. No me trajiste algún
negocio redituable. No escribiste mi nueva canción… Entonces, ¿qué es lo
que sí hiciste? ¿Darme apoyo moral?
Lo pregunto porque no sé cómo compensar a quienes habrían hecho
algo. Sólo sé cuidar a quienes sí hicieron algo.
He observado que una de las principales razones por las cuales la gente
se vuelve engreída es porque sus amistades meten cizaña. Lo he visto
incontables veces. Digamos que alguien era mi amigo en los viejos tiempos
e incluso me acompañó alguna vez en mis primeras giras. No destacaron de
ninguna forma; básicamente se dedicaban a mirar e intentar conocer chicas
después del concierto.
Quizá no hicieron mucho más que eso, pero cada vez que aparezco en
los titulares con un nuevo contrato o proyecto, los amigos de esa persona le
hablan de mí. “No jodas, hermano. Tú fuiste compadre de 50 desde el
principio. Te debería estar cuidando. ¿No podrá darte un papel en su
programa?”. Y esa persona contesta: “Sí, sin duda, tengo que hablar con él
de eso”. Empezará a pensar que puede abordarlo de alguna forma que no se
le haya ocurrido antes. Aunque en realidad nunca hubiera sentido que le
debía algo, su amigo metiche le hizo creer que sí.
Y entonces termino teniendo conversaciones muy incómodas. Un tipo al
que conozco desde hace muchos años me contacta y pide que nos
reunamos. Nos vemos y, después de hablar de trivialidades, empieza a
musitar cosas: “Hombre, hermano, mira, no sé, ya ves que somos
compadres desde siempre, y pensé que, no sé, tú sabes…”.
No, no sé.
Al final lo escupe. Quiere que le dé trabajo. O un préstamo. O que le
ayude a pagar una deuda. O que le pague una factura. O que le dé un papel
en Power . O que le preste para sacar a su hermano de la cárcel. Puede ser
cualquier cosa. Me han pedido de todo.
A veces les doy lo que me piden. Otras veces digo que no puedo
ayudarlos y sigo con mi vida.
Pero hay una constante: esas conversaciones siempre me deprimen. Por
un lado, sé que no le debo nada a nadie por el simple hecho de que me
acompañó en una gira hace veinte años o porque alguna vez vendimos
drogas juntos. Pero, por otro lado, también empiezo a pensar: “Es verdad
que nos conocemos de toda la vida…”. Y entonces a veces titubeo. Y me
pregunto si acaso estaré siendo egoísta .
Cuando se me meten esas ideas a la cabeza, necesito inhalar profundo y
reorganizarme. Si acaso me siento inquieto, intento encontrar una base
mental sólida en la cual apoyarme.
Sé que técnicamente la depresión es un lujo que podría darme. Claro
que puedo pagarle a un terapeuta para hablar de cómo me siento, pero no
me refiero a una depresión clínica. (Si tú, en cambio, sientes que padeces
depresión clínica, sugiero que busques de inmediato ayuda médica.) Me
refiero a esa sensación de quedar drenado. De perder el entusiasmo. De que
me roben la pasión con su falta de empuje.
Lo siento, pero no puedo darme el lujo de sentir ese tipo de confusión.
No me importa que tengamos siglos de conocernos. Te sacaré de mi vida
para siempre si por un instante siento que me estás impidiendo avanzar.

ACEPTAR LA RESPONSABILIDAD
En palabras de Sigmund Freud: “La mayoría de la gente en realidad no
quiere ser libre, porque la libertad implica responsabilidad, y a la mayoría
de la gente le aterra la responsabilidad”.
Supongo que yo no soy parte de esa mayoría, pues ya sabes lo que
pienso de la libertad. Y, definitivamente, también me encanta la
responsabilidad. Quiero tener tantas responsabilidades como sea posible.
Estoy convencido de que responsabilizarte por completo de tu vida es la
mejor forma de asegurarse de nunca caer en la trampa del ladrillo.
Para ser un verdadero buscavidas, hay que buscar la gratificación que
trae consigo el hacer que las cosas ocurran por cuenta propia, cuando tienes
una visión que nadie más logra comprender y te entregas en cuerpo y alma
a materializarla. Quizá pasas de valle en valle y nunca ves la cima de una
montaña. Pero sigues adelante, hasta que por fin llega el día en el que
alcanzas la cima. ¡Te juro que vas a ver el paisaje más hermoso que has
visto en tu perra vida! Absorberás hasta la última bocanada de aire
montañoso y disfrutarás cada centímetro del paisaje que tienes delante.
Pero ¿qué crees que pasaría si te llevan en auto a aquella cima? ¿Y si no
hicieras más que poner las nalgas en el asiento, prender el aire
acondicionado y dejar que te lleven hasta la cima? No sería igual. No hubo
sudor de por medio ni sacrificio alguno. El sorbo de agua que tomaras en la
cima no sería igual de refrescante. El aire no sería tan delicioso. La vista no
sería igual de inspiradora. Sólo se puede alcanzar la satisfacción y la
felicidad genuinas cuando disfrutas los logros que obtuviste por tus propios
medios.

Déjame presentarte otro escenario. Digamos que acabas de arrancar una


empresa de marketing con un amigo cercano. Acuerdan dividir las
responsabilidades y las ganancias por igual. Tú te encargarás de los clientes,
y tu amigo se hará cargo de las finanzas y el papeleo. Empiezan con muy
poco capital, pero trabajan día y noche hasta construir un negocio. Luego
empiezan a recibir clientes y a hacerse de una buena reputación. Después de
un año de partirse el lomo, otros despachos más grandes empiezan a
husmear y a insinuar que quieren comprarlos. Parecieras estar al borde del
éxito que tanto te has esmerado por conseguir.
Pero luego, un día tu amigo te confiesa algo. Están quebrados. ¡¿Qué?!
Se suponía que las ganancias habían aumentado año con año. Además,
tienen varios clientes importantes. ¿Cómo es posible que estén en
bancarrota? Tu amigo se quiebra y te lo cuenta todo. Te ha estado ocultado
su problema de alcoholismo. Hace rato que dejó de prestarle atención a la
contabilidad de la empresa. Y hace años que no paga algunas facturas. Los
cobradores quieren que rueden las cabezas de ambos. Lo único que pueden
hacer es saldar sus deudas y cerrar el negocio.
¿Cómo reaccionarías en ese caso? Seguramente tu primer instinto sería
gritonearle a tu socio. Quizás incluso querrías ahorcarlo, pero ¿de qué
serviría? Al principio podrías sentirte mejor, pero no te devolvería tu dinero.
Sólo empeoraría las cosas.
¿Empezarías a señalar culpables? ¿Te quejarías con todos tus clientes y
conocidos de cómo esta persona te arruinó la vida? Sería una reacción
comprensible, pero tampoco resolvería nada.
¿Te dejarías llevar por el resentimiento? ¿Permitirías que tu único
pensamiento en la vida sea cómo te jodió esa persona? Arruinó tus sueños.
Saboteó todo lo que construyeron juntos. Y nadie te culparía por sentirte
así, pero, de igual modo, no resolvería nada.
No. Frente a una situación así, lo que hay que hacer es emprender los
siguientes pasos:
Agarra el dinero que tengas y escápate unos días o unas semanas a
algún lugar tranquilo para relajarte. Quizá parezca imposible, dadas las
circunstancias, pero debes obligarte a hacer una pausa. No recobrarás lo
perdido en unas cuantas semanas, así que, ¿qué más da? Es mejor que te
regales esas semanas para limpiar tu energía. Saca toda esa ira, ese rencor y
esa confusión de tu sistema. Es necesario que hagas espacio para la llegada
de una nueva energía.
Una vez que el espacio esté listo, vuelve a casa y comienza a rearmar tu
sueño. Si estás quebrado, trabaja en tu nueva empresa de día y conduce un
Uber de noche. O entrega pizzas. No creas que son trabajos insignificantes.
No te permitas jamás obsesionarte con la idea de que hace un par de meses
ibas a vender tu empresa por millones y ahora conduces un Uber. Entiende
que no conducirás ese Uber ni entregarás pizzas por el resto de tu vida. Sólo
son escalones que necesitas subir para regresar adonde estabas antes.
No dejes que te deprima la idea de tener que volver a empezar. Toma en
cuenta que la mayor parte de la gente exitosa persigue el mismo sueño
varias veces antes de que se materialice. Piensa también que lo que parecía
una tragedia en realidad era un bache temporal que cualquier buscavidas
enfrenta. No eres ni mejor ni peor que nadie.
Ahorra y sigue afanándote hasta volver a armar tu negocio. Esta vez,
elige a tus socios con más cuidado. Tendrás que prestar más atención a la
contabilidad y asegurarte de que todos están haciendo lo que les
corresponde. Ese nuevo modelo será más fuerte y tendrá mejor
infraestructura. Y, cuando las grandes compañías vuelvan a acercarse,
estarás en una mejor posición que antes para vender.
Si eres un poco mezquino, cuando vendas puedes invitar a tu antiguo
socio a la celebración. Sin embargo, no te lo recomiendo. Probablemente
esté consciente de su error sin que tengas que repetírselo.
La clave está en que el escenario que acabo de plantearte sólo puede
ocurrir si te responsabilizas por completo de lo que le ocurrió a la primera
empresa. Sí, es cierto que no fuiste tú quien metió la pata. Fue tu amigo. Y
sí, no fuiste tú quien olvidó pagar esas facturas ni fuiste tú quien desarrolló
malos hábitos y se los ocultó a su socio. Fue tu amigo quien hizo esas cosas.
Sin embargo, resolver los problemas sólo depende de ti. Si no vuelves
de inmediato al ruedo y te haces responsable de arreglar lo que se rompió,
serás el único que sufra las consecuencias de ello.
No puedes darte el lujo de caer en la trampa del resentimiento, aunque
parezca lo más lógico. La única forma de ser verdaderamente libre, como
dijo Freud, es aceptar que la responsabilidad absoluta de crear dicha
libertad es tuya.

IMPORTAR EL EMPUJE

Dudo que alguno de mis lectores haya recibido todo en bandeja de plata,
como les ocurrió a Marquise y a la G-Unit.
¿Tu padre te compró el inventario de una tienda física para que lanzaras
tu propia tienda electrónica?
¿Debutaste frente a ochenta mil fanáticos entusiasmados?
No creo.
Aun así, aunque no hayas tenido esas ventajas, es probable que alguna
vez te hayas resentido o hayas sido engreído, igual que ellos.
Es lo más probable si tienes entre veinte y treinta y pocos. Existe la
noción generalizada de que los millennials carecen de la ética laboral de
generaciones previas. Una encuesta de Reason-Rupe reveló que sesenta y
cinco por ciento de los adultos estadunidenses cree que esa generación es
muy pretenciosa.
Aunque las encuestan digan misa, no podemos culpar de todo a los hijos
del internet. Shaniqua no es millennial, como tampoco lo son los tipos de la
G-Unit. Son de mi generación, y a todos nos criaron con las mismas
expectativas.
También existe el prejuicio de que la arrogancia es una cualidad de los
niños ricos blancos. Tampoco creo que sea cierto. Mi hijo es rico, pero no
es blanco. Ninguno de los tipos de Queens con los que crecí eran blancos.
No creo que la arrogancia sea una cosa de juventud o madurez, ni una
cosa de blancos o negros. En todo caso, es un problema de los
estadunidenses en general.
Parece que en este país nos enfurece tener que esforzarnos para alcanzar
el éxito. Nos maravillan los trabajos glamorosos y los puestos de alto perfil,
mientras que despreciamos el trabajo pesado de nueve a cinco. Nos parece
poca cosa llenar estantes en el supermercado o recoger los boletos en el
cine. A menos que nuestro trabajo refleje exactamente lo que creemos
merecer (lo cual rara vez ocurre, si somos sinceros), nos comportamos
como si fuera una pérdida de tiempo.
No se percibe esa misma energía en otros países. Probablemente he
recorrido el mundo entero tres o cuatro veces. He comido en miles de
restaurantes en el extranjero, me he hospedado en miles de hoteles y me he
subido a miles de autos. Y puedo afirmar sin temor a equivocarme que la
actitud frente al trabajo es distinta en otras latitudes. La gente se toma su
trabajo en serio, sin importar en qué nivel de la escala esté. Lo he visto en
lugares como Japón, Taiwán y Singapur. Desde los barrenderos hasta los
emprendedores, todos parecen trabajar igual de duro . Nadie se comporta
como si detestara su trabajo. Todos intentan salir adelante.
Es igual en los países africanos y de Medio Oriente que he visitado. Así
sean los vendedores de agua de las esquinas o las empleadas de las tiendas
de los hoteles, nadie pierde el tiempo. Todos se comprometen con la
responsabilidad que tienen enfrente.
¿Te acuerdas del puesto de cacahuates imaginario del que hablamos
antes? ¿El que pondría si estuviera quebrado? Bueno, cuando sales del país
parecería que todo el mundo piensa así. Aceptan que hay que trabajar y lo
hacen sin chistar. Y así viven, día tras día, año tras año, con la creencia de
que pueden esforzarse lo suficiente como para tener una mejor vida. A
pesar de las oportunidades que tenemos en Estados Unidos, no creo que mis
compatriotas tengan esa misma confianza.
Aquí hay gente arrogante en todos los estratos de la sociedad. Yo lo veo
mucho entre los ricos. Pareciera que la gente que vive en penthouses de un
millón de dólares siente que tiene derecho a vivir ahí. Su identidad se basa
en no perder esa posición, y creen que ese estilo de vida lo obtuvieron por
derecho divino.
De igual modo, la gente de los barrios más bajos siente que, sin
importar lo que haga, jamás llegará a vivir en uno de esos penthouses . Así
que, en vez de trabajar más duro, lo mandan todo al carajo. Es uno de los
efectos más duraderos que tuvo la esclavitud en la población afroamericana.
Si tu gente se partió el lomo durante trescientos años y no subió ni un
peldaño en la escalera al éxito, se te queda grabado en el espíritu. Esa
sensación de que “no importa cuánto me esfuerce, no servirá de nada” se
vuelve parte de la mentalidad de la gente. Por eso mucha gente en el barrio
pierde la ambición de seguir esforzándose, y se enfrentan a un tipo de
arrogancia diferente: sienten que jamás triunfarán y que alguien más tendrá
que darles las cosas en la boca.
Los inmigrantes, por ejemplo, no se identifican con ninguna de esas dos
mentalidades. Desde su punto de vista, no hay diferencia entre los ladrillos
del rascacielos y los del edificio de interés social. El país entero les parece
el lugar más hermoso del mundo en comparación con los lugares de donde
provienen muchos de ellos.
Eso ocurre mucho en Nueva York. Por eso hay decenas de miles de
personas que tratan de instalarse aquí a diario. Viajan medio mundo para
buscar las oportunidades resplandecientes que nosotros pasamos por alto.
Tienen claro que es una “Ciudad de Gran Riqueza” y quieren una rebanada
del pastel. Considero que los inmigrantes son la columna vertebral de la
ciudad de Nueva York y son quienes mantienen vivo el espíritu de
buscavidas. Por lo regular admiramos a los hombres de Wall Street y a los
ceo de empresas de tecnología, pero quienes realmente lo sostienen todo
son los inmigrantes. Según un estudio del Centro de Emprendimiento
Estadunidense, cincuenta y seis por ciento de las compañías de la lista de
Fortune 500 que están en el área metropolitana de Nueva York fueron
fundadas por inmigrantes. ¿Qué hay del tipo africano a quien mi amigo le
tiró los dientes por andar vendiendo mi disco pirata hace unos años? Estoy
seguro de que al día siguiente regresó a seguir vendiendo cd . Y siguió
haciéndolo día tras días hasta que pudo abrir su propia cadena de tiendas.
Seguramente hoy tiene una de esas grandes empresas. O tal vez volvió a su
lugar de origen y abrió la cadena de tiendas allá.
Hemos exportado con mucho éxito nuestra cultura a todo el mundo.
Pero, al final del día, Estados Unidos no es otra cosa que sus ciudadanos.
Lo que exportamos es un estilo de vida. Un sueño. Ya no creamos cosas de
verdad.
Por eso es hora de que importemos algo del empuje que parece ser tan
abundante en el resto del mundo. Y así dejaremos de sentir que la gente nos
debe algo y nos daremos cuenta de que el impulso propio nos llevará hasta
donde queramos.

¿ESTÁN HACIENDO UN DEPÓSITO?

La principal pregunta que debes hacerte respecto a todas las personas que
forman parte de tu vida es la siguiente, sin importar cuánto tiempo tengas
de conocerlas: ¿hacen depósitos en tu vida, o sólo retiros?
Si la respuesta es “retiros”, entonces debes distanciarte de esas personas
de inmediato. Recuerda que nadie hace un único retiro y se va. ¿Irías tú sólo
una vez a un cajero que se la pasa arrojando dinero gratis? ¡Obvio que no!
Irías a diario hasta que el banco se diera cuenta. La gente funciona igual. Si
no les retiras la bandeja, siguen tomando y tomando hasta que se acaba.
Procuro deshacerme de la gente que sólo hace retiros. He perdido ya a
las personas que lo eran todo para mí (es decir, mi madre y mi abuela), y
estoy bien. Por lo tanto, no hay razón alguna para conservar a gente que
intenta drenarme en lugar de contribuir a mi vida con algo.
Por eso no tengo especial interés en que mi padre aparezca de pronto.
En este momento, sólo lo haría para hacer retiros. No hay nada que pudiera
depositar.
Ya hay suficiente gente así en mi vida. A diario intentan hacer retiros
del banco de 50 Cent. Y ya hablé de la gente que directamente busca que le
dé dinero, pero con mucha frecuencia también es gente que busca asociarse
con mi imagen: “Mira, tenemos esta idea increíble que va a ser un exitazo y
nos dará mucho dinero”, dicen, antes de ir al grano. “Sólo te necesitamos
para que funcione”.
Ya no quiero asociarme con ese tipo de gente. Quiero asociarme con
conceptos e ideas que puedan funcionar conmigo o sin mí. Quiero rodearme
de gente talentosa que me eleve, no gente que quiera enriquecerse a mis
costillas.
El día que vi a Mark Wahlberg por primera vez fue en una cena con
personas a las que acababa de conocer. Comí lo que tenía enfrente, me
quedé ahí un rato y luego fui al baño. Al volver, decidí que ya era hora de
irme, así que pagué la cuenta. Cuando regresé a la mesa, les dije a los
presentes: “Ya me voy. Luego nos vemos. Un gusto conocerlos. No se
preocupen por la cuenta. Ya está pagada”. No lo hice por engreído, sino
porque me siento cómodo siendo así.
Mark se quedó atónito. “¿Que hiciste qué?”, dijo y se puso casi de
inmediato de pie. “A ver, a ver, a ver. Por fin encontré a un tipo que trae
bien puesta la cartera, ¿y ya se va? No, amigo, tenemos que juntarnos. Hay
que armar algo juntos.” Se emocionó porque la gente siempre esperaba que
fuera él quien pagara la cuenta. Y por fin alguien había hecho un depósito
en su vida, así que eso le llamó la atención.
Terminamos siendo buenos amigos esa noche, y desde entonces Mark
ha hecho muchos depósitos en mi vida. Es alguien que ya atravesó el
camino de rapero que se convierte en ejecutivo de televisión con series
como Entourage y Boardwalk Empire , así que me ha dado consejos
invaluables.
Jamás habría entablado esa conexión con él si no hubiera sacado la
cartera esa noche. Sé que no cualquiera tiene los recursos para pagar una
cena costosa en un restaurante de Los Ángeles, pero hasta tú tienes las
herramientas necesarias para hacer depósitos en la vida de las personas
indicadas.
A nivel profesional, siempre puedes contribuir subiendo el ánimo de la
gente, sin importar en dónde estés parado. Si formas parte de un equipo, no
te cuesta un centavo ser quien mantenga una actitud positiva. Eso no
significa que debas ser un lambiscón ni un hipócrita. Sólo se trata de
mantener una buena actitud. Sé la persona que no se la pasa haciendo
berrinches o quejándose cuando le asignan un trabajo. Sé la persona que
sonríe y está dispuesta a interactuar con sus colegas, en lugar de ponerse los
audífonos y esconderse detrás de la pantalla. Sé diplomático e intenta
mediar cuando tus compañeros tengan desacuerdos.
El depósito laboral más sencillo de hacer y que te traerá muchas
recompensas a largo plazo es llegar siempre a tiempo. No tienes idea de
cuán molesto es que los empleados lleguen cuando se les antoja. A veces es
tentador pensar: “Bueno, si fuera mi empresa llegaría temprano, pero ¿por
qué tengo que apurarme para enriquecer a otros?”. Si tienes esa actitud,
nunca serás dueño de tu propia empresa.
Es un problema que enfrento con mis propios empleados. Como ya dije,
una de mis debilidades es que necesito sentirme cómodo en mi entorno
laboral y me gusta rodearme de gente en la que confío. Por desgracia, esa
comodidad que busco puede hacer que otros se relajen demasiado. Después
de un rato, a la gente se le olvida que le estoy pagando para que cumpla con
responsabilidades de verdad.
En ese momento, se ajustan a horarios impuestos por ellos mismos. Tal
vez creen que no me doy cuenta, pero te aseguro que sí lo noto. Y no lo
señalo mientras las cosas sigan funcionando. Sin embargo, si a diario te
apareces entre las 10 u 11 y no estás siendo muy productivo, entonces
tendremos problemas. Te di chance de que llegaras a la hora que querías,
pero al darte la mano te tomaste el pie.
A menos que contribuyas directamente a las ganancias de tu empresa y
lo hagas de forma significativa, no caigas en el engaño de creer que puedes
llegar cuando se te antoje. En vez de eso, asegúrate de ser la persona más
comprometida en la oficina y llegar a tiempo. Basta con poner la alarma
quince minutos antes cada mañana. Si adquieres el hábito de llegar a
tiempo, tu jefe valorará ese depósito sin duda alguna.
Siempre y cuando hagas depósitos constantes, se vale que te acerques al
jefe y le pidas un aumento. Sin embargo, hagas lo que hagas, no empieces
diciéndole cuánto tiempo llevas en la empresa. Si alguien se me acerca y
me habla de lo mucho que lleva en la empresa, lo único que hace es
confirmar que ha llegado la hora de que se busque la vida en otro lado. Si
llevas la vida entera trabajando para mí y no te he aumentado el sueldo por
decisión personal, seguramente hay una razón.
Cuando tengas esa conversación, enfócate en tus contribuciones. Claro
que las ganancias importan y quizá sean lo más evidente. Pero también
puedes incluir las cosas no transaccionales que ya mencionamos, como la
energía positiva, la diplomacia, la puntualidad y la creatividad. Si haces
esos depósitos de forma constante, es probable que destaques entre los
demás. Y recibirás recompensas mucho antes que cualquiera que lleve la
vida entera en esa empresa y a quien sólo le interesa cobrar un cheque cada
quincena.

Hay que recordar que no todos los depósitos que la gente hará en tu vida
serán monetarios. Quizá no te den un centavo, pero te bendicen de otras
formas.
Mi tía Geraldine y mi tío Mike depositaron mucha energía afirmativa en
mi vida sin pedirme nada a cambio. ¡Cosa rara en mi familia! Los tres
debimos haber bebido de un pozo diferente que el resto de la familia.
Tenemos claro que, sin importar lo que te ocurra en la vida, jamás se
justifica creer que está bien dejar de esforzarse y estirar la mano para pedir
caridad.
El tío Michael y la tía Geraldine lo demostraron cuando ganaron un
millón de dólares con un raspadito que Michael compró. Recuerdo
emocionarme mucho por él cuando me lo contó. “¡Es casi un milagro!”,
dije. “¡Es increíble!”
Le dio un toque de mayor comodidad a su estilo de vida. Mi tía y él se
compraron una casa un poco más grande y cambiaron dos de sus autos por
uno más agradable. Pero eso fue todo. Simplemente hicieron algunas
mejoras. No renunciaron a su trabajo ni dijeron: “¡Ya la armamos!”, e
intentaron tomarse una de esas vacaciones de veinte años. Tuvieron la
sensatez suficiente para entender que, aunque ese dinero extra era una
bendición, se acabaría en unos años y su vida seguiría adelante.
Es muy fácil acabarse un millón de dólares en este país. De hecho, a
ellos les pasó. Por fortuna, nunca dejaron de trabajar, así que están muy
bien.
Gracias a su fuerte sentido de autosuficiencia, jamás enfrentaron los
problemas que yo he tenido con otros miembros de la familia. Mi tía y mi
tío no buscan recibir cosas de mi parte. Sólo me dan.
Así ha sido siempre. Hasta la fecha, mi tía Geraldine me sigue
comprando calcetines en navidad e intenta cocinar cosas que me gustan. No
necesito los calcetines ni una chef personal, pero no se trata de eso. Es un
símbolo del amor que siente por mí. Siempre ha querido cuidarme y
proveerme, desde que era pequeño. Fue ella quien me apodó Boo Boo.
Parecerá una tontería, pero, para un niño que acaba de perder a su madre,
ese apodo afectuoso fue muy importante. Hasta la fecha, la gente más
cercana aún me conoce como Boo Boo (¡y son los únicos que pueden
decirme así! ¿Entendido?).
Mi hijo Sire también le ha traído vibras positivas a mi vida. Todo está
puesto para que tengamos una relación saludable y amorosa. Cada vez que
lo veo, es pura felicidad y emoción. No está buscando que le dé cosas.
Simplemente quiere mostrarme el diente que se le cayó o un dibujo que
hizo en la escuela. No hay nada mejor que sentarse en el sofá a ver tele y
que llegue él a acurrucarse conmigo. No me pide nada: ni dinero, ni
favores, ni que le eche la mano. Lo único que quiere es estar cerca de su
padre. No estoy acostumbrado a ser quien recibe ese tipo de amor
incondicional, pero cada vez lo acepto con más entusiasmo.

AYUDAR AL PRÓJIMO

Tengo que reconocer que no siempre he sido el más caritativo. Si voy por la
calle y veo a un tipo con un cartel chistoso y una taza para que le den
dinero, mi reacción inmediata suele ser: “No me dan ganas de ayudarlo
porque ya perdió el espíritu. No importa cuánto dinero ponga en esa taza;
no servirá de nada”. Si alguien tiene la capacidad de escribir algo tan
gracioso que logre que un neoyorquino desalmado saque unos centavos de
su bolsillo, esa persona tiene talento. Por desgracia, sólo usa su talento para
pedir dinero, en lugar de salir al mundo y aprovecharlo para cosas más
productivas o constructivas. No es el tipo de energía que quiero respaldar.
No obstante, con el paso de los años he aprendido que esa actitud no
siempre es útil. Si bien hay gente capaz de aprovecharse de la compasión
ajena en lugar de esforzarse, eso no significa que no haya muchísima gente
en el mundo que sí tenga la ética laboral y el espíritu de buscavidas que
promuevo, pero que ha terminado en circunstancias que estuvieron fuera de
sus manos. Y necesitan un empujón.
Al estar en una posición de abundancia, cada vez más me concentro en
ayudar a ese tipo de gente. Cuando experimentas el éxito y la validación
durante mucho tiempo, eres capaz de dejar de pensar todo el tiempo en ti
mismo y de volverte más consciente de lo que está ocurriendo en las
comunidades que te rodean.
Cuanto más maduro, menos me impresiona la gente que amasa fortunas
y más me inspiran quienes están comprometidos con ayudar a los demás.
Nunca había sido consciente de ello, pero ahora entiendo que la gente que
da de sí misma es la que tendrá una presencia más fuerte cuando esté
ausente. Después de su muerte, la gente seguirá hablando de ellos en un
tono reverencial. Dentro de cincuenta años, la gente recordará a Bill Gates
más por su labor en favor de la agricultura sustentable en el mundo que por
lo que hizo con las computadoras. El magnate de la música David Geffen
no será recordado por producir los discos más exitosos, sino que se
celebrarán los avances médicos que promovió. Aunque Warren Buffet tenga
una fortuna obscena, está comprometido a donar noventa y nueve por ciento
de su dinero a organizaciones de beneficencia antes de morir. Hasta la fecha
ha cumplido su palabra y ha hecho de la filantropía su vocación, además de
que ha inspirado a otros millonarios a hacer lo mismo con su Giving
Pledge, un compromiso de donación.
Esos ejemplos me obligaron a ser más consciente de mi propio legado.
Tuve que preguntarme: “¿Cómo quiero que me recuerden? ¿Como alguien
que vendió muchos discos e hizo muchos programas de televisión
exitosos?”. En algún punto, la respuesta habría sido: “¡Carajo, sí!”. Sigo
valorando esa experiencia, pero ahora también me importa que me vean
como alguien que ha hecho cosas positivas con la fortuna que ha amasado.
No basta con decir “Voy a donar algo para demostrarle a la gente que es
posible llegar del fondo del barril a la cima de la montaña”. Necesito hacer
mucho más que eso. He adquirido el compromiso de aprovechar el dinero,
los recursos y las relaciones sociales que he acumulado a lo largo de los
años para invertirlos en los más pobres, de modo que quienes viven en el
fondo del barril tengan más oportunidades para salir de él.

Una de las primeras veces en las que me interesó el concepto de filantropía


fue después de viajar a Nigeria. En ese entonces no sabía mucho sobre ese
país, pero Heineken me pagaría cuatro millones para dar cuatro conciertos
ahí, así que no dudé en hacer la maleta y subirme al avión.
Durante una de las primeras noches que pasamos en Lagos, decidí pedir
servicio a la habitación del hotel y relajarme. El hotel me llevó la comida a
la suite, y cuando estaba a punto de meterle el cuchillo al pollo me di cuenta
de que no había sido desplumado por completo. Sentí náuseas. Perdí el
apetito y me dieron ganas de salir de ahí para tomar aire fresco.
De pronto me vino una idea a la mente. Le dije al encargado de la gira,
Barry, que agarrara quince mil dólares del efectivo que llevábamos para
entretenimiento, los metiera en una bolsa y preparara el auto. Una vez que
Barry tuvo el dinero listo, nos reunimos en el lobby, nos subimos al auto y
le dijimos al chofer: “Llévanos a los barrios bajos”.
Había visto barrios marginales antes, pero nunca nada tan brutal como
lo que vi ese día. Nada comparado con los departamentos de interés social
del Bronx donde el elevador apesta a orines. Estas personas vivían en
chozas hechas de láminas de metal corrugado. No tenían aire
acondicionado, ventanas ni agua corriente. Por si fuera poco, frente a ellas
corría un riachuelo de orines y mierda. Los edificios de Baisley en Queens
parecen mansiones en comparación con las casas en las que vivían estas
personas.
Mientras conducíamos, me di cuenta de que la gente llevaba sobre la
cabeza las cosas pesadas que debía trasladar. Si alguien tenía un paquete de
quince kilos que necesitaba transportar al otro lado de la ciudad, no llamaba
a FedEx. Se lo ponía sobre la cabeza y cruzaba la ciudad de esa forma. Eso
me dejó atónito.
De pronto tuvimos que bajar la velocidad porque la calle se convirtió en
callejones lodosos. Saqué dinero de la bolsa, bajé las ventanas y empecé a
entregarles billetes de cien dólares a quienes se acercaran al auto.
Cuando la gente del barrio se dio cuenta de lo que estaba pasando, la
energía fue explosiva. Hubo más potencia que en cualquier concierto en el
que me he presentado. Era un país en donde tener cuarenta billetes verdes
extra podía cambiarte la vida durante varios meses. Y yo les estaba
regalando billetes de cien como si fueran dulces en Halloween.
Se corrió la voz de que estaba regalando dinero, así que, para cuando
volvimos al hotel, había unas tres mil o cuatro mil personas esperándonos.
Era una locura. Después de que se acabara el dinero, la gente simplemente
quería tocarme. No de forma negativa ni amenazante, sino que querían
compartir su energía conmigo. Un tipo me quitó la bandana de la cabeza
con un movimiento tan veloz que ni siquiera me movió la cachucha que
traía debajo. Fue increíble.
Mis acciones causaron tales disturbios que tuvimos que cancelar la
última presentación de la gira y volver a casa. Eran ríos de gente los que
querían acercarse para ver si regalaría más dinero.
Era muy satisfactorio saber que había ayudado a mucha gente en muy
poco tiempo, pero también me di cuenta de que ir por los barrios pobres
aventando billetes no era la forma más astuta ni eficaz de usar mi dinero
para ayudar a la sociedad. Necesita un mejor plan.

Antes solía pensar que yo venía de los barrios más bajos, pero viajar a
África me hizo abrir los ojos. Resulta que no tenía idea de lo que implicaba
ser pobre. Mis hermanos y hermanas africanas enfrentaban dificultades que
yo ni siquiera creía posibles.
La gente del barrio quizá no pueda entenderlo. Cuando les hablo de lo
que vi en África, me contestan: “No jodas, Fif, aquí también tenemos
hambre”. ¡No! Tú crees que tienes hambre. Pero en África cientos de miles
de personas mueren cada año de inanición. Ésa es la verdadera hambre.
Entendí aún más lo mal que estaban las cosas cuando colaboré en 2012
con el Programa de Alimentación Mundial y viajé a Kenia y Somalia para
atestiguar el impacto de la crisis alimentaria en esos países. Pensé que la
experiencia en Nigeria me había preparado, pero al estar en Kenia y
Somalia no pude dar crédito de lo que vi.
En Kenia, visité una escuela donde los quinientos niños que asistían
eran huérfanos y cuarenta y ocho de ellos eran vih positivo. Cada uno
recibía una comida al día: harina de maíz con proteína en polvo. No había
otra cosa en el menú. Era lo único que recibían a diario.
Nunca he sido testigo de tanta carencia. Aun así, esos niños tenían una
energía extraordinaria. Les pregunté qué querían ser de grandes, y me
contestaron cosas como “Voy a ser doctor” o “Voy a ser abogada”. Les
había tocado la peor suerte, pero seguían optimistas y les entusiasmaba el
futuro.
Esa falta absoluta de resentimiento me hizo recordar los berrinches que
yo hacía por tener que usar KangaROO en lugar de Nike. O la tristeza que
le daba a Marquise no traer puestos los Jordans correctos. Si todos los
chicos estadunidenses pasaran cinco minutos en una escuela como la que
visité en Kenia, se avergonzarían de ser tan engreídos. Eso fue justo lo que
me pasó a mí.
Después de ese viaje, me comprometí a colaborar con el Programa de
Alimentación Mundial para combatir la hambruna en el mundo entero, pero
sobre todo en África. En ese entonces, acababa de lanzar al mercado la
bebida energética Street King. Mi campaña decía que, por cada bebida que
se vendiera, donaría una fracción de las ganancias para alimentar a un niño
hambriento. Para arrancar con el pie derecho, hice un cheque que cubría el
costo de 2.5 millones de comidas.
Con ese programa, pudimos alimentar a muchos niños hambrientos,
pero claro que aún queda mucho por hacer. Tengo la esperanza de que
programas como el que armamos con Street King sirvan de base para lo que
llamo “capitalismo consciente”. El capitalismo consciente consiste en que,
en lugar de llegar a la marca del millar de millón de dólares y dormirse en
sus laureles, los ceo empiecen a incluir donativos en sus planes de negocio
para ayudar a la sociedad. El Banco Mundial afirma que, si las empresas de
la lista de Fortune 500 donaran apenas uno por ciento de sus ganancias a
organizaciones de beneficencia, se resolvería el problema de la pobreza
extrema en el mundo entero. ¡Es sólo uno por ciento! No creo que sea
mucho para esas empresas.
Me importan los resultados tanto como a cualquier emprendedor, pero
nadie necesita ese uno por ciento tanto como para no usarlo para ayudar a
esos niños. Lo que pasa es que muchas de las personas más ricas del mundo
no están preparadas para donar lo que tienen. Su mentalidad se asemeja a la
que yo tenía cuando pasaba junto a un pordiosero: “Yo me lo gané con mi
esfuerzo. Estos otros sólo se sentaron a mirar y no se enfocaron en lo que
querían. Entonces, ¿por qué tendría que darles yo la solución?”.
Mi respuesta es: agarra parte de tu dinero y viaja a África para pasar
tiempo en la escuela de esos niños. O conoce niños de Medio Oriente, Asia
o Sudamérica que viven en condiciones similares. Si experimentas la
energía que transmiten esos niños a pesar de las dificultades, te darás cuenta
de que no es una cuestión de ética laboral o falta de ella. Se trata de
reconocer que eres muy afortunado de poder poner en práctica tu ética
laboral en un país que brinda tantas oportunidades como Estados Unidos.
Cuando pienso en esos niños, cuestiono las motivaciones que
impulsaron muchas de mis decisiones cuando empecé mi carrera. Todo lo
que hice alguna vez fue para demostrar que tenía más que los demás. Pero
ahora que soy más maduro y tengo más experiencia, ese tipo de mentalidad
ya no encaja con mi sentido de lo que es correcto.
Tampoco quiero que parezca que sólo me interesa ayudar a los niños de
África. Cuando vendí mi mansión en Connecticut, doné esos tres millones
de dólares a la G-Unity Foundation. Ese dinero terminó apoyando
programas de fortalecimiento académico en zonas pobres de Estados
Unidos. También he donado mucho dinero, casi un millón de dólares, a la
remodelación de parques públicos en la zona de Queens donde crecí.
Quiero que los chicos que vayan ahí ahora tengan espacios verdes en donde
se sientan cómodos jugando y que les permitan entrar en contacto con la
naturaleza.
Siento que es lo que debo hacer con mi dinero. Una vez que he
asegurado mi futuro y el de mis hijos, ¿cuántos juguetes más puedo
necesitar? No muchos, la verdad. Lo que necesito es encontrar más formas
de contribuir a la sociedad.
Antes no solía hablar del trabajo de beneficencia que hacía porque no
quería rodearme de un halo de arrogancia. No quería que la gente creyera
que era mi responsabilidad darles dinero, ya fuera a nivel personal u
organizacional.
Ya no me preocupan esas presiones. De hecho, las celebro. Quiero que
me reconozcan por los cheques que hago a las organizaciones que los
necesitan. Quiero que me conozcan como filántropo. En mis tiempos, he
logrado poner muchas cosas de moda, como usar sonsonetes en mis raps.
Los chalecos antibalas. Pagar tus deudas antes del lunes.
Quiero que la filantropía se ponga de moda. Si lo consigo, ése será mi
mayor logro en la vida.
RECUERDA:
SÉ TEMERARIO

La mayoría de la gente huye de lo que le da miedo. Yo corro hacia ello.


Eso no significa que crea que soy a prueba de balas (aprendí por las malas

que no lo soy) o que no estoy consciente del peligro. Siento tanto miedo

como cualquier otra persona.

Sin embargo, uno de peores errores que comete la gente es aprender a

sentirse cómoda con sus miedos. Sea lo que sea que me esté preocupando,

lo enfrento y me involucro en ello hasta que la situación se resuelve.

Negarme a sentirme cómodo con mis miedos me da una ventaja en casi

cualquier situación.
CULTIVA EL CORAZÓN DE UN
BUSCAVIDAS

Afanarse, o ser un buscavidas, puede asociarse con el tráfico y la venta de

drogas, pero en realidad es un rasgo que comparten los triunfadores en casi

todas las profesiones. Steve Jobs era tan buscavidas en Apple como lo era

yo en las calles.

La clave para desarrollar ese rasgo en tu propia personalidad es aceptar

que nunca estás dirigiéndote hacia una meta particular. Esforzarse es un

motor que tiene que estar encendido dentro de ti todos los días. La pasión

es su combustible. Si puedes mantener ese motor encendido, te llevará a

donde quieras llegar en la vida.


FORMA UNA BANDA SÓLIDA

Tú serás tan fuerte como la persona más débil de tu banda. Por eso debes

ser sumamente consciente de quiénes te rodean. La traición nunca está tan

lejos como quisiéramos.

Por eso es imperativo encontrar el equilibrio entre generar confianza y


disciplina entre las personas con quienes trabajas y darles la libertad para

que sean ellas mismas. Si logras alcanzar ese equilibrio, estarás en la

posición ideal para recibir lo mejor de tu equipo.


DEBES SABER CUÁL ES TU VALOR

Uno de los pilares de mi éxito prolongado es que nunca me apresuro a

cerrar un trato. Aun cuando mi nombre es sinónimo de “cobrar lo tuyo”,

nunca persigo el dinero. Evalúo cada proyecto basado en su potencial a

largo plazo, no según qué tan grande podría ser el primer cheque.

La razón por la que hago eso es porque tengo una confianza suprema

en mi valor y mis capacidades. Estoy seguro de que, siempre y cuando

apueste por mí, voy a ganar.


EVOLUCIONA O MUERE

Si hubiera sido incapaz o no hubiera estado dispuesto a evolucionar como

persona, hoy estaría muerto o en la cárcel. Una de las claves de mi éxito es

que en cada etapa de mi vida he estado dispuesto a evaluar la situación en

la que estoy y hacer los ajustes necesarios.

Si bien siempre he tomado cosas de las lecciones que aprendí en la

calle, nunca me he limitado a ellas. En cambio, siempre estoy buscando

absorber nueva información de tantas fuentes como sea posible. No me


importa de dónde vengas ni cómo te veas; si has alcanzado algún tipo de

éxito, quiero aprender de ti.


MOLDEA LA PERCEPCIÓN

Todo lo que compartas con el mundo —tus palabras, tu energía y hasta lo

que escuchas— cuenta una historia. Debes asegurarte de que tu narrativa

siempre te presente como quieres ser visto, aun si la realidad cuenta un

relato un tanto distinto.

Uno de los secretos para obtener lo que quieres en la vida es generar la

percepción de que no necesitas nada. Quizá sea una energía difícil de

proyectar, sobre todo si no la estás pasando muy bien que digamos. Pero

comprometerte con esa percepción te hará más atractivo en lo profesional,

en lo personal y hasta en lo romántico.


NO TEMAS COMPETIR

A algunas personas les gusta pintarme como un troll , pero eso no es lo

que soy. Mi primer instinto, siempre, es construir relaciones positivas y

mutuamente beneficiosas con la gente. Pero, si a alguien no le interesa ser

mi amigo, yo no tengo ningún inconveniente con que seamos enemigos.

Creo que la competencia es saludable para todas las partes

involucradas. Ya sea enfrentándome a raperos bien establecidos o a

programas de televisión exitosos, siempre he alcanzado mis mayores

éxitos cuando me he enfrentado a mis rivales de forma directa y sin

vacilar.
APRENDE DE TUS DERROTAS

A pesar de los muchos triunfos que he tenido, las derrotas han sido más

numerosas. Eso no me convierte en una excepción entre la gente exitosa;

me hace parte de la regla. No conozco a un solo rapero, magnate, ejecutivo

o empresario cuyas derrotas no superen a sus victorias.

Lo que distingue a esas personas del resto es que, en vez de quejarse o

esconderse de sus derrotas, buscan aprender de ellas de forma activa.


EVITA SUBIRTE AL LADRILLO

A mí nadie me dio nada. He tenido que luchar por todo lo que he

conseguido. Por eso, la idea de subirme a un ladrillo y creer que lo

merezco todo nunca se ha filtrado en mi mentalidad. Aun así, sin importar

a donde mire —ya sean las calles o las salas de juntas—, veo mucha gente

que cree que se merece todo.

Nunca lograrás un éxito prolongado si no te haces responsable de todo

lo que ocurra en tu vida. Nadie te debe nada, así como tú no le debes nada

a nadie. Una vez que aceptes esa verdad fundamental y que tú tienes el

control de tu destino, tantas puertas que parecían cerradas se abrirán frente

a tus ojos.
AGRADECIMIENTOS

Q uiero agradecerle al equipo que me ayudó a armar este proyecto: Marc


Gerald, mi agente literario; Chris Morrow, quien me ayudó a materializar
mi visión en este libro; y Patrik Henry Bass, editor en jefe de Amistad.
También le agradezco a Brian Murray, presidente y ceo de HarperCollins, y
a Judith Curr, presidenta y editora de HarperOne Group.
Curtis “50 Cent” Jackson es un rapero, actor, productor y empresario
nacido en Queens, Nueva York. Multipremiado y reconocido como uno de
los músicos más talentosos y prolíficos de su generación, llegó a la fama
con su disco debut, Get Rich or Die Tryin’ . Es fundador y CEO de la
disquera G-Unit Records y la productora G-Unit Film & Television, Inc.
Actualmente es productor ejecutivo, director y protagonista de la serie
televisiva Power . Como emprendedor, su marca comprende un gran
abanico de negocios, entre ellos ropa, calzado, perfumes, juegos de video,
audífonos, bebidas saludables y de lujo, y una empresa de merchandising.
Es coautor, junto con Robert Greene, de La ley 50 .

50cent.com
@50cent
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TRABAJA DURO, TRABAJA CON ASTUCIA

Título original: HUSTLE HARDER, HUSTLE SMARTER

© 2020, Curtis J. Jackson III. Todos los derechos reservados.

Publicado según acuerdo con Amistad, un sello de HarperCollins

Traducción: Wendolín Perla

Fotografías de portada: © Mark Seliger

D. R. © 2021, Editorial Océano de México, S.A. de C.V.


Guillermo Barroso 17-5, Col. Industrial Las Armas
Tlalnepantla de Baz, 54080, Estado de México
[email protected]
www.oceano.mx

Primera edición en libro electrónico: mayo, 2021

ISBN: 9786075573335

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida,
almacenada o trasmitida en manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico,
mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo y por escrito del editor.

Libro convertido a ePub por: Capture, S. A. de C. V.


Índice

Portada

Página de título

Dedicatoria
Introducción

1. Encontrar al temerario

2. Corazón de buscavidas
3. Formar tu banda

4. Saber cuánto vales


5. Evoluciona o muere

6. El poder de la percepción

7. Si no podemos ser amigos…


8. Aprender de tus derrotas

9. La trampa del ladrillo

Agradecimientos

Datos del autor

Página de créditos
Mi novia, la tristeza
Loaeza, Guadalupe
9786074007992
440 Páginas

Cómpralo y empieza a leer

El recuento biográfico más completo, informado y original que se haya


escrito sobre Agustín Lara.

Más allá de la mera semblanza biográfica o la simple colección de


anécdotas, estas páginas significan el encuentro más pleno y emotivo que se
haya elaborado hasta hoy con la figura de Agustín Lara. Es una pintura
vivaz e informada del gran compositor, del México que le tocó vivir, de su
música, de sus intérpretes, de las películas en las que participó, así como de
los avatares de una existencia de alguna manera marcada por la búsqueda
de un ideal amoroso que se vislumbra en la letra de sus canciones. Hay, por
tanto, aquí un minucioso retrato de las mujeres que amó y que marcaron su
existencia. Verdadera leyenda viva, Agustín Lara seguirá en la memoria de
todos gracias al trabajo que consigna Mi novia, la tristeza.

Cómpralo y empieza a leer


Las 48 leyes del poder
Greene, Robert
9786075276960
632 Páginas

Cómpralo y empieza a leer

El best seller mundial para los que quieren obtener, estudiar o combatir el
poder absoluto.

Amoral, inmisericorde, despiadada y, sobre todo, muy instructiva, esta


incisiva obra concentra tres mil años de historia del poder en cuarenta y
ocho leyes claras y concisas. Robert Greene detalla las leyes del poder en su
esencia más cruda, sintetizando el pensamiento de Maquiavelo, Sun Tzu,
Carl von Clausewitz y otros grandes teóricos y estrategas. Algunas leyes
sugieren la prudencia ("Ley n° 1: nunca le haga sombra a su amo"); otras, el
sigilo ("Ley n° 3: disimule sus intenciones"); otras más, una total falta de
piedad ("Ley n° 15: aplaste por completo a su enemigo"). Pero, nos guste o
no, todas tienen aplicaciones en la vida cotidiana. Ilustradas mediante
anécdotas de Isabel II, Henry Kissinger, P.T. Barnum y otras figuras que
han esgrimido el poder (o que lo han padecido), estas leyes fascinarán a
cualquiera que se interese en todas las manifestaciones del control total.

Cómpralo y empieza a leer


Ya te dije adiós, ahora cómo te olvido
Riso, Walter
9786075272573
196 Páginas

Cómpralo y empieza a leer

Vuelve Walter Riso con un nuevo título que explora de manera magistral el
tema de la separación y el duelo.

Más de 400, 000 ejemplares vendidos en México.


Walter Riso analiza el fenómeno de la separación, porque si bien tomar la
decisión de terminar una relación puede ser extremadamente difícil, se trata
sólo del primer paso. Tras la separación es fundamental hacer un proceso de
duelo que nos permita identificar el valor de esa persona que ya no está en
nuestra vida. Además de reconocer y enfrentar el dolor que la pérdida nos
puede estar ocasionando. Como suele hacer, el autor presenta casos clínicos
y anécdotas personales para ejemplificar sus afirmaciones.

Sin duda, este nuevo título de Walter Riso será tan bien recibido por sus
lectores como lo han sido todos sus demás libros.

Cómpralo y empieza a leer


Dinero feliz
Honda, Ken
9786075570518
196 Páginas

Cómpralo y empieza a leer

A menudo permitimos que el dinero tenga un papel negativo en nuestras


vidas. Es una causa constante de angustia, miedo, estrés y rabia, capaz de
destruir relaciones y hasta de arruinar vidas de manera irreversible. Pero no
tiene por qué ser así: por el contrario, podemos ver en el dinero algo que va
más allá de un número y un pedazo de papel: algo cargado de emociones
que también puede llenarnos de gratitud y felicidad, si lo damos con el
mismo entusiasmo con el que lo recibimos.
Como explica Ken Honda, uno de los gurús del desarrollo personal más
leídos en Japón, el dinero lleva una carga de energía que puede
proporcionar felicidad o sentimientos negativos. Y lo que vuelve a tu dinero
triste o feliz no es cuánto tienes, sino la energía con que lo das y lo recibes.
En este libro inspirador aprenderás a tratarlo como un huésped, a quien
debes dar la bienvenida y dejarlo llegar y partir con respeto y sin
resentimiento. Si logras interrogarte honestamente sobre lo que significa el
dinero para ti, y sobre las formas en que lo ganas, lo inviertes y lo ahorras,
podrás tener una relación armónica con él y alcanzar una vida feliz, plena,
próspera y llena de propósito.

Cómpralo y empieza a leer


Scrum
Sutherland, Jeff
9786077355557
220 Páginas

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El autor de este libro se ha interesado en el tema de la gestión empresarial y


en los últimos años desarrolló un método llamado "Scrum" que le ha
permitido a numerosas compañías obtener resultados sobresalientes. Se
trata de un método de gestión de proyectos que se basa en la
responsabilidad del equipo y la participación del cliente. La eficacia de tal
sistema no se aplica sólo a las empresas, sino también fuera de ellas.

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