Trabaja Duro, Trabaja Con Astucia - Curtis Jackson
Trabaja Duro, Trabaja Con Astucia - Curtis Jackson
Trabaja Duro, Trabaja Con Astucia - Curtis Jackson
Hoy tengo cuarenta y cuatro años, una edad que nunca creí siquiera estar
cerca de alcanzar. Carajo, en algún momento me pareció que llegar a los
veintiún años era demasiado pedir. Pero aquí estoy, en mi cuarta década de
vida, con destellos plateados en la barba y arrugas que comienzan a
surcarme el rostro (pero todavía tengo un abdomen de acero y todo mi
cabello, eso sí). Pero estoy cómodo en el lugar en el que estoy. Es una edad
de mayor madurez, que me permite ver la vida y evaluar con precisión lo
que me convirtió en el hombre que soy. Y, cuando intento resumir mi
capacidad para encontrar formas de mantenerme en la cima, puedo ver que
todo se reduce a dos características:
Tengo el corazón de un buscavidas.
Y soy temerario.
Mi principal objetivo con este libro es ayudarte a desarrollar esas
mismas características. Pero antes de adentrarnos en cómo hacerlo, quiero
hablar sobre esas dos palabras: “buscavidas” y “temerario”. Viniendo de mí,
es probable que esas palabras te hagan pensar en 50 Cent, el Pandillero; el
tipo que alardeaba en público de haber sido narcotraficante; al que le dieron
nueve balazos y no pareció importarle mucho; el que entabló guerras con
algunos de los hombres más temidos, tanto en las calles como en el hip-hop,
y que nunca retrocedió ni un centímetro.
Todas esas gestas fueron obra de 50 Cent, una personalidad que adopté
para poder lidiar con el caos y la locura que veía a mi alrededor mientras
iba creciendo. Pero este libro no está diseñado para convertirte en el
próximo 50 Cent.
No te confundas: 50 Cent era, y sigue siendo, una parte real de quien
soy. Pero si esa parte de mí fuera todo lo que soy, nunca habría logrado
mantener el éxito que he conseguido.
Por eso, en este libro, te compartiré tanto el pensamiento de 50 Cent
como el de Curtis Jackson.
No me hice llamar 50 Cent sino hasta que fui mayor, pero, desde que
era niño, siempre sentí que había dos partes de mí, dos identidades con las
que debía sentirme cómodo: el lado que me permitía existir en casa de mi
abuela, donde no se toleraban las groserías y los domingos eran para ir a la
iglesia, y el lado que me permitía sobrevivir en las calles. Necesitaba ambas
partes para salir adelante.
Hubo ocasiones en las que llegué a preguntarme si había algo malo en
mí. ¿Tenía todo el mundo esa dualidad dentro de sí? ¿O estaba yo un poco
mal de la cabeza?
Hoy puedo ver que no tenía nada raro; por el contrario. Mi capacidad
para sacarle partido a mis dos personalidades ha sido una de mis fortalezas
más grandes. 50 Cent me llevó a la cima; Curtis Jackson es el hombre que
ha logrado mantenerme ahí.
En este punto, llevo más tiempo moviéndome en el mundo corporativo
del que estuve afanándome en la calle. Sólo hice dinero sucio entre los doce
y los veinticuatro años. He hecho mi fortuna de forma legal y corporativa
entre los veinticinco y los cuarenta y cuatro años. Es el doble de tiempo que
pasé en las calles.
No es de sorprender que, en este momento, las calles y el mundo de los
negocios no me parezcan tan distintos. En ninguno de los dos se juega
limpio. Los dos son ultracompetitivos. Los dos son despiadados. Y tú
puedes dominarlos si sigues estos principios básicos:
Sé temerario . La mayoría de la gente huye de lo que le da miedo. Yo corro
hacia ello. Eso no significa que crea que soy a prueba de balas (aprendí por
las malas que no lo soy) o que no estoy consciente del peligro. Siento tanto
miedo como cualquier otra persona.
Sin embargo, uno de los peores errores que comete la gente es aprender
a sentirse cómoda con sus miedos. Sea lo que sea que me esté preocupando,
lo enfrento y me involucro hasta que la situación se resuelve. Negarme a
sentirme cómodo con mis miedos me da una ventaja en casi cualquier
circunstancia.
Forma una banda sólida . Tú serás tan fuerte como la persona más débil de
tu grupo. Por eso debes ser sumamente consciente de quiénes te rodean. La
traición nunca está tan lejos como quisiéramos.
Por eso es imperativo encontrar el equilibrio entre generar confianza y
disciplina entre las personas con quienes trabajas y darles la libertad para
que sean ellas mismas. Si logras alcanzar ese equilibrio, estarás en la
posición ideal para obtener lo mejor de tu equipo.
Evita subirte al ladrillo . A mí nadie me dio nada. He tenido que luchar por
todo lo que he conseguido. Por eso, la idea de subirme a un ladrillo y creer
que lo merezco todo nunca se filtró en mi mentalidad. Aun así, sin importar
a donde mire —ya sean las calles o las salas de juntas—, veo mucha gente
que cree que se merece todo.
Nunca lograrás un éxito duradero si no te haces responsable de todo lo
que ocurra en tu vida. Nadie te debe nada, así como tú no le debes nada a
nadie. Una vez que aceptes esa verdad fundamental y que tú tienes el
control de tu destino, tantas puertas que parecían cerradas se abrirán ante ti.
En mi infancia, leer solía ser considerado una tarea que había que soportar y
no una herramienta que podía ayudarte a mejorar tu vida.
Por culpa de esa mentalidad, no importa cuántos secretos comparta en
este libro sobre la felicidad, los negocios o cómo mejorar tu vida; habrá
muchas personas en el barrio que no los van a encontrar. Y es que simple y
sencillamente no se sientan a leer. Pueden pasar junto a un libro como éste
miles de veces, hasta que esté cubierto de polvo, y jamás se les ocurrirá
siquiera pensar en abrirlo.
Tampoco es del todo culpa suya. Muchos libros están escritos con un
lenguaje que no es accesible para todo el mundo. En lo personal, no empecé
a leer sino hasta que encontré a autores como Donald Goines y Iceberg
Slim, quienes escribían en una voz que me resultaba familiar. Su estilo me
hacía sentir cómodo y, una vez que tuve ese confort, adquirí también la
confianza para comenzar a explorar a autores que venían de un contexto
diferente al mío, como don Miguel Ruiz, Paulo Coelho y uno que incluso
llegó a convertirse en buen amigo y colaborador, Robert Greene.
Incluso si no vienes de las calles (y, dado lo diversa que se ha vuelto mi
audiencia, es probable que no sea el caso) diste un paso importante con el
simple hecho de tomar este libro. Hoy en día, mucha gente ha reemplazado
la lectura con los clics: le echan un ojo sólo a la superficie de un tema —tal
vez ven un video corto o leen una página de Wikipedia— y piensan que
hicieron el trabajo necesario.
Lo siento, pero un par de clics o una página de internet no son
suficientes. Me he dado cuenta de que necesitas aprender de diversos
ejemplos y leer sobre varias posibilidades antes de que algunos principios
comiencen a grabarse en tu cerebro.
Cuando termines este libro quizá sólo te quedes con algunos de estos
principios. Tal vez sea sólo uno. Está bien. Ése fue el caso cuando leí Las
48 leyes del poder de Robert. Si me preguntas de qué se trata el libro, lo
único que podría decirte es: “Como alumno, nunca opaques al maestro”.
Había otras cuarenta y siete leyes en ese libro, pero ésa fue la que se me
quedó grabada en el cerebro. Y, ya que nunca la he olvidado, he podido
ponerla en práctica muchas veces a lo largo de los años. Literalmente he
hecho millones al recordar que debo seguir ese principio.
Mi esperanza es que al cerrar este libro te quedes al menos con un
principio fundamental grabado en el cerebro. Tal vez sea ser temerario, tal
vez sea controlar la perspectiva o tal vez sea la importancia de evolucionar.
Sea cual sea el principio que más te resuene, aférrate a él. Llévalo
contigo hasta que se convierta en parte de tu vida.
Cuando llegas a la cima de lo que haces, cuando tienes todo el dinero del
mundo, tu perspectiva cambia y empiezas a mirar hacia lo que en verdad
importa: cómo ayudar a la gente.
No me siento cómodo durmiéndome en mis laureles. Si sigo aquí
cuando tenga setenta años, quiero seguir contribuyendo y participando.
Quizá necesite hacer menos, pero seguiré siendo parte de la cultura y
seguiré ayudando a impulsarla. Quizá ya no me la pase saltando y corriendo
por todas partes, pero seguiré ahí, intentando ayudar.
Tal vez no lo sepas ni hayas oído de qué forma ayudo a la gente. Pero
estoy convencido de que este libro es una de las mejores maneras de
hacerlo, gracias a su largo alcance.
Por cada tweet temerario o una letra osada de 50 Cent, ten por seguro
que Curtis Jackson tenía una estrategia concreta para escribirlo. Tener una
estrategia detrás de cada acción es un método probado y comprobado.
Ésta es mi oportunidad para compartirte esas estrategias para que
puedas moverte por la vida con propósito y confianza.
Me emociona que me acompañes en este viaje.
1
ENCONTRAR AL TEMERARIO
No puedo hacer más que sentir desprecio por quien no siente miedo a veces. El miedo
es el condimento que hace interesante seguir avanzando.
—Daniel Boone
Los deportes en equipo nunca fueron lo mío cuando era niño. No importaba
qué estuviéramos jugando —futbol americano, basquetbol o beisbol—; si
perdíamos, yo siempre era el primero en señalar culpables. “¡Hey!
Perdimos porque tú no puedes defender una mierda”, le decía a alguno de
mis compañeros a quien habían quemado como defensa jugando
basquetbol. “No dejaban de partirte el culo. ¡Perdimos por tu culpa, bro!”
No estaba intentando evadir la responsabilidad. Si hacía una mala
jugada o no lograba defender a mi hombre, era el primero en admitirlo. Era
más bien que no me gustaba pensar que mi triunfo estaba ligado a la
capacidad o incapacidad de alguien más para hacer su trabajo. Es un
sentimiento del que no he podido desprenderme hasta el día de hoy.
Siempre digo que, si voy a apostarle a un caballo, quiero que ese caballo
sea yo, ¡carajo!, porque sé que voy a correr con todas mis fuerzas.
Fui lo suficientemente sensato como para aceptar que no tenía la
inteligencia emocional para dedicarme a los deportes de equipo. Necesitaba
un deporte en el que, si perdía, fuera sólo mi culpa. Nadie a quien conocía
practicaba deportes como el tenis o el golf. (Vivía a veinte minutos de
Flushing, donde se juega el US Open, pero bien pudo haber sido un planeta
distinto.) Y en mi barrio, si te veían corriendo, era porque alguien te venía
persiguiendo.
Sin embargo, había cerca un gimnasio de box de la Liga Atlética de la
Policía, manejado por un pugilista local llamado Allah Understanding.
Venía de los Baisley Projects y creció en la época en la que saber tirar
golpes era algo que la gente respetaba, algo a lo que aspiraba y algo que
temía. Comencé a entrenar con Allah cuando tenía unos doce años, y supe
casi enseguida que el box era para mí.
Un día, cuando estaba en el gimnasio, un tipo de las calles llamado
Black Justice entró al lugar acompañado de uno de sus hombres. Blackie,
como le llamábamos, era uno de los traficantes más respetados de Baisley,
uno de los principales tenientes del Supreme Team, la pandilla más grande
de drogas de Queens en aquel entonces. Su hombre era, en esencia, su
guardaespaldas, una presencia constante que aseguraba que un rival se la
pensaría dos veces antes de retarlo. No debía tener más de dieciocho o
diecinueve años, pero todos en el barrio conocían su reputación. Era justo el
tipo de pandillero joven con el que no querías tener ningún problema.
El gimnasio se quedó en silencio mientras todos veíamos a Blackie y a
su muchacho caminar por ahí. Luego, sin decir una palabra, el hombre de
Blackie se detuvo frente a uno de los sacos y comenzó a golpearlo.
¡Bam bam bam bam!
Al ser el más joven de todos los que estaban ahí, el sentido común
indicaba que debía quedarme callado y sólo observar. Pero, quizá también
porque era el más joven, me dejé llevar por el atrevimiento y mi bocota le
ganó la partida a mi cerebro. En cuanto el tipo dejó de pegarle al saco, le
grité.
—¡Hey! Te ves bien pegándole al saco —dije lo suficientemente fuerte
como para que todos en el gimnasio lo oyeran—. Pero el saco no devuelve
los golpes.
Blackie se dio vuelta de golpe.
—¿Qué dijiste, niño? ¿Me hablas a mí?
—Nah, tú eres un cabrón grandote —respondí de inmediato—. Le hablo
a él —dije, asintiendo en dirección a su chico.
La mayoría de los tipos en su posición me habría dado una paliza —o
algo peor— en ese mismo instante. Pero ellos entendieron qué había detrás
de mi bravuconería. Blackie tenía un espíritu generoso, libre de la codicia
que había contagiado a muchos de sus pares. En vez de ofenderse, los dos
respetaron mi valor desproporcionado.
—Sí, este chico me cae bien —dijo Blackie, señalándome—. De este
gimnasio van a salir varios campeones. Estos cabroncitos están locos —el
reconocimiento por sí solo me habría hecho el día, pero Blackie añadió una
cereza al pastel—: Este gimnasio necesita algunas mejoras si les vamos a
sacar jugo a los peleadores —dijo, mirando el destartalado gimnasio a su
alrededor—. ¿Qué cosas necesitan? Escríbanlas todas.
Dos semanas después, el gimnasio quedó renovado por completo.
Blackie nos había comprado botas nuevas, cuerdas, peras y un nuevo juego
de pesas para reemplazar el antiguo y oxidado juego que seguro estaba ahí
desde los años sesenta. A partir de ese momento, Blackie se hizo cargo de
nosotros. Aunque en teoría el edificio era propiedad del Departamento de
Parques y Actividades, el gimnasio se volvió de Blackie.
No abrí la boca sólo para que me dieran de comer, pero eso fue lo que
terminó sucediendo. Fue una lección importante. Necesitas dominar tus
miedos para convertirlos en momentos de acción ante cualquier
oportunidad; los temerarios no sólo suelen reconocer a quienes son como
ellos, sino que también los recompensan.
Entré al gimnasio de Allah siendo un niño regordete de doce años, y los casi
setenta kilos que llevaba encima me hacían ver mayor de lo que era.
¿Alguna vez has escuchado la expresión “pelear por encima de tu
categoría”? Pues en ese gimnasio yo tuve que pelear por encima de mi
categoría de peso y de edad desde el primer día. No había otros chicos de
mi edad en el programa, así que Allah Understanding me ponía a pelear con
cualquiera que estuviera en mi peso, que por lo regular eran oponentes
cuatro o cinco años mayores que yo. Podrá no parecer mucho, pero hay una
diferencia enorme entre un chico de doce años y uno de diecisiete. Esos
tipos de diecisiete años eran casi hombres, y yo seguía esperando a que me
bajaran las pelotas. Podría haber estado en la misma categoría de peso que
ellos, pero no tenía ni su fuerza ni su madurez. Subirme al ring con ellos era
más que intimidante.
Nunca cedí ante mi miedo y la principal razón era porque Allah
Understanding no me lo permitía. Una de las mejores cosas que él y los
otros entrenadores hicieron fue negarse a mimarme. Si un chico mayor me
pegaba en el rostro mientras entrenábamos, no paraban el encuentro para
preguntarme si estaba bien. Me enseñaban a seguir peleando sin importar
qué tan asustado o lastimado estuviera.
Con esas palizas aprendí una doble lección.
Primero, aprendí que podía sobrevivir a ellas. Sin duda, es desagradable
que te golpeen en la cara. Te deja desorientado. Duele. Incluso puede
sacarte lágrimas. Pero los golpes no me mataron. ¡Carajo, ni siquiera me
noquearon! Una vez que entendí que podía amortiguar los golpes y seguir
adelante, la mayor parte del miedo que llegué a sentir se evaporó.
En segundo lugar —y siempre estaré en deuda con Allah Understanding
por enseñármelo—, aprendí que, si no te gusta que te peguen, tienes que
hacer algo al respeto. “¡Levanta las malditas manos!”, me gritaba si bajaba
la guardia y mi oponente conectaba. Si mi contrincante comenzaba a
golpearme el cuerpo después de atraparme en una esquina, Allah aullaba:
“¡Regresa al centro del ring!”. Allah Understanding me enseñó que no
debía aceptar el castigo con los brazos cruzados; siempre podía hacer algo
al respecto.
Sabían que tenía una desventaja de tamaño y, por lo general, de todo lo
demás, pero se negaban a mimarme o protegerme. ¿Has visto a un niño
caerse y rasparse la rodilla? Su reacción depende en gran medida de la
actitud de sus padres. Si ellos se echan a correr y le preguntan angustiados:
“¿Estás bien, nene?”, lo más probable es que el niño se ponga a llorar. Pero
si su papá o mamá evalúan la situación, concluyen que el niño está bien y
no le preguntan cómo se siente, el niño se sacudirá la tierra de la rodilla y
seguirá jugando como si nada. Ése fue el tipo de padre que Allah
Understanding fue para mí; me enseñó a sacudirme los golpes y a seguir
con lo que estaba haciendo.
Él no estaba siendo desalmado; estaba preparándome para que me
sacudiera los inevitables golpes que la vida me iba a propinar y seguir
adelante hacia donde quería ir y no hacia donde la vida intentaba
empujarme.
Una vez que aprendí a no temerle a los golpes, mejoré mucho como
boxeador. En vez de estar todo el tiempo sobre los talones, preocupado por
lo que mi contrincante iba a hacerme, comencé a darle pelea al rival.
Aprendí a dictar los términos del encuentro. Si perdía, no era porque me
hubieran arrinconado y apaleado; era porque había buscado ganar y
simplemente me enfrenté a alguien con más capacidad que yo.
Hace mucho que no recibo un puñetazo en la cara dentro del ring, pero
he intentado mantener la misma actitud en todo lo que hago. Me niego a
tener miedo a los golpes; sé que vendrán y sé que algunos me harán
tambalear, pero podré soportarlos.
Muchos de ustedes son como el niño que se cayó de la bicicleta y
esperó a que su mamita fuera a preguntarle si estaba bien. Yo no. Si me
caigo, no espero palabras de aliento ni que nadie se preocupe por mí. Me
levanto y sigo mi camino.
He aceptado que la vida me va a tirar golpes y que algunos van a
conectar. Pero siempre sobreviviré y seguiré luchado por las cosas que
quiero. Y tu actitud también tiene que ser ésa.
ENCARAR EL MIEDO
¡LEVANTA LA MANO!
CORAZÓN DE BUSCAVIDAS
A los que esperan pacientemente podrán llegarles cosas, pero sólo serán las sobras que
dejan los que avanzan.
—Anónimo
E n 1978, una joven brasileña llamada Maria das Graças Silva obtuvo una
pasantía en Petrobras, la petrolera y gasera más grande de su país. No le
pagaban, pero esa pasantía representaba un logro enorme para Graças Silva.
Había nacido en una de las infames favelas de Río, los barrios brasileños
asediados por la pobreza extrema que hacen que el Southside de Queens
parezca Beverly Hills. Pasó su infancia recolectando trapos y chatarra para
ayudarle a su familia a pagar su educación. La pasantía representaba un
camino para escapar de los barrios bajos y llegar a un mundo mejor. Estaba
decidida a dar todo de sí.
Graças Silva (después conocida como Graças Foster) terminó pasando
más de treinta años en Petrobras. No le fue fácil ascender por la escalera
corporativa; Brasil tiene una notoria cultura machista en la que las mujeres
con frecuencia enfrentan acoso y discriminación. Pero ella no dejó que nada
de eso la detuviera. Había vivido cosas peores en la favela y estaba decidida
a trabajar más que todos los hombres contra quienes competía. Su
determinación era tal que se ganó el apodo de “Caveirão”, el término que
los brasileños usan para referirse a los vehículos blindados que la policía
usa para dispersar criminales en las favelas. En otras palabras, Maria era
como un tanque: constante, firme y fuerte. Era una trabajadora incansable
que seguía adelante sin importar qué obstáculos encontrara en el camino.
Cuando Graças Silva comenzó a trabajar en Petrobras no gozó de
ninguna ventaja. Venía de las favelas, no de uno de los barrios elegantes del
país. Nunca entraría a formar parte del club de Toby de los ejecutivos de
Petrobras. Tenía todo en su contra. Y todo eso lo superó trabajando más
fuerte que la competencia. Le tomó más de treinta años, pero su ética
laboral la llevó a la cima de su industria.
En 2012, la nombraron ceo de Petrobras y se convirtió en la primera
mujer del mundo en encabezar una de las principales petroleras del mundo.
Forbes la nombraría la decimosexta mujer más poderosa del mundo,
mientras que la revista Time la incluyó en su lista de las cien personas más
influyentes. Después de una infancia recogiendo basura, logró convertirse
en una de las personas más poderosas del mundo.
Cuando le preguntan cómo superó tantos obstáculos, siempre dice que
la respuesta es sencilla: “Ha sido una larguísima historia de trabajo arduo y
sacrificio personal”.
No basta con decir que quieres trabajar duro. Tienes que comprometerte a
tomar decisiones relacionadas con tu estilo de vida que te permitan tener la
energía, la concentración y la resistencia para hacer el trabajo. Mucha gente
valora su estilo de vida por encima del trabajo y después se pregunta por
qué no logra salir adelante.
Hay una razón por la que soy capaz de levantarme e ir al gimnasio
después de haber dormido sólo dos horas, o por la que tengo la fuerza
suficiente para trabajar jornadas consecutivas de dieciocho horas: una de
mis prioridades es tener un estilo de vida limpio.
Contrario a la mayoría de mis colegas, suelo abstenerme de beber
alcohol. Tomo un trago de vez en cuando, pero eso es todo. Nunca he
faltado a una sesión de entrenamiento, a una reunión ni a un vuelo matutino
porque bebí demasiado la noche anterior.
Eso no me impide salir de fiesta; sigo yendo al club a bailar.
Simplemente no necesito alcohol para divertirme. Si estoy en un evento
promocionando coñac Branson o champaña Le Chemin du Roi o alguna
otra marca de licor, sigo siempre la misma rutina: les sirvo tragos de una
botella de champaña a todos los que están en el área vip conmigo. Cuando la
botella se vacía, se la doy a uno de mis muchachos para que, de forma
discreta, la llene de ginger ale. Paso el resto de la noche con esa botella en
la mano. Le doy un trago cada tanto sólo para mantener el ánimo, pero lo
que estoy bebiendo es Canada Dry.
Mi energía es la misma que la de todo el mundo. Sonrío, me río e
incluso me muevo un poco con la música. También estoy al pendiente de
todo lo que ocurre a mi alrededor, mientras hago cientos de microcálculos
mentales.
Muchos artistas quieren alejarse del club cuando se hacen famosos. Ese
mundo comienza a parecerles demasiado caótico, demasiado peligroso.
Prefieren quedarse en casa que estar en un espacio caliente y sudoroso en el
que la energía está a tope, donde algo malo siempre podría desatarse. Ése
nunca ha sido un problema para mí. Siempre tengo la cabeza bien puesta y
no se me nubla el juicio. Puedo ver los problemas a kilómetros y estar bien
lejos antes de que cualquier situación se torne riesgosa.
La verdadera ventaja es pasar el rato con la gente. El club siempre ha
sido y siempre será la incubadora de las tendencias futuras en el hip-hop. Es
muy difícil mantenerte vigente y conectado con la cultura si te da miedo
salir y absorber la música que está sonando en el club.
Quiero ser muy claro: no juzgo a quien le gusta fumar o beber. De hecho,
con gusto te venderé una botella de Le Chemin du Roi para ayudarte a
celebrar la próxima vez que salgas de fiesta. Lo único que pido es que seas
honesto al evaluar el papel que desempeñan las drogas o el alcohol en tu
vida. Hay personas que genuinamente son bebedores o fumadores
“sociales”; disfrutan hacerlo en algunos contextos, pero no tienen ningún
problema con no hacerlo. Pueden tener una botella de alcohol en la cocina o
una bolsa de hierba en el clóset, y nunca sentir la necesidad de consumirlas.
Yo puedo tener cajas de Branson o de Le Chemin de Roi en mi oficina y
no pensar en ellas hasta que organizamos un evento. Otros podrían sentirse
tentados a abrir una botella cada vez que pasen por ahí o beberse una
botella entera cuando nadie los ve.
Si el alcohol o las drogas tienen ese tipo de poder sobre ti, es importante
que lo confrontes. Requerirá mucha disciplina y concentración, pero es
posible forjar un estilo de vida en el que no necesites alcohol ni drogas
como combustible para hacer las cosas.
Entiendo también que puede ser abrumador ser el único de tu círculo
social que no fuma ni bebe. Sí, puede ser difícil, pero yo he sido esa
persona durante años y siempre he logrado abstenerme, así que sí es
posible.
Dudo que haya alguien en la historia de la humanidad que haya
rechazado más porros y tragos que yo. He pasado horas en los “cafés” de
Ámsterdam, con todos los miembros de G-Unit fumando junto a mí porros
tan gruesos como el brazo de un bebé. Quizá me haya mareado con el humo
de segunda mano, pero nunca la fumo. Snoop Dogg, B-Real, Redman,
Method Man, Whiz Khalifa… he estado con todos ellos y más. La pasamos
muy bien, pero siempre elijo no fumar con ellos. Y no vayas a pensar:
“Bueno, te dejan en paz porque eres 50 Cent”. Nada más alejado de la
realidad. Todos quieren ser el primero en hacerme fumar. Soy como la chica
bonita que no sale con nadie, así que todos me invitan, pero yo sigo
diciendo que no.
Por ejemplo, hace poco hice mi fiesta Tycoon en Nueva York, y Snoop
fue uno de mis invitados especiales. Así que, cuando intentó hacerme llegar
uno de sus porros, todos los que estaban a nuestro alrededor comenzaron a
gritar y aplaudir para incitarme a fumar. No queriendo arruinar el ambiente,
le di un buen jalón… pero guardé el humo en la boca antes de sacarlo.
Hasta ahí llegó. Estoy seguro de que Bill Clinton ha inhalado más humo de
marihuana que yo.
A todo el mundo le emocionó que hubiera fumado, pero no estaba
dispuesto a inhalar en realidad ese humo, mucho menos algo tan fuerte
como lo que fuma Snoop. Las pocas veces que he fumado hierba me ha
puesto sumamente paranoico. ¿Por qué, entonces, querría estar drogado y
rodeado de mil personas apretujadas en un evento del que yo estaba a
cargo? De haber inhalado, no habría disfrutado la música; habría perdido la
cabeza por todas las cosas que podrían salir mal en mi evento. Siempre
estoy más cómodo cuando todo en el ambiente está bajo mi control. Y eso
es muy difícil de lograr si estás drogado.
Para poder estar genuinamente en una posición que te permita afanarte con
todas tus energías a diario, no basta con evitar (o reducir) el consumo de
alcohol o hierba. También es necesario hacer un esfuerzo consciente por
cuidar el cuerpo, sobre todo cuando empiezas a envejecer. La mejor manera
de hacerlo es comiendo bien y haciendo ejercicio.
Mi dieta es bastante sencilla: evito los carbohidratos y la comida
procesada, y me concentro en elegir tanta comida orgánica y verduras como
sea posible. No soy muy aficionado al desayuno, así que un licuado o
malteada de proteínas me basta en las mañanas. Para la comida, por lo
general elijo una ensalada. Si salgo a cenar, algo que me es muy difícil
evitar, pido algo como un wrap de pollo y lechuga o un filete con
espárragos. Quizá no sea la dieta más emocionante, pero es lo
suficientemente sencilla como para conseguir una versión de ella casi a
diario y contiene ingredientes que están en la mayoría de los menús en
Europa y Estados Unidos. La constancia y la disponibilidad son importantes
cuando pasas mucho tiempo fuera de casa y te enfrentas a la tentación
constante de desviarte de tu régimen.
Si bien puedo desviarme de mi dieta de vez en cuando, mi disciplina
para con el ejercicio es religiosa. Sin importar hasta qué tan tarde me haya
quedado en el estudio o en el club la noche anterior, siempre iré al gimnasio
en la mañana. A veces cambio de gimnasio (de hecho, soy miembro de dos
diferentes cerca de mi departamento) sólo para que las cosas no se vuelvan
repetitivas o se sientan monótonas. Si salgo de gira, voy al gimnasio del
hotel o rento un estudio privado. No importa si tengo jet-lag y problemas
para ajustarme al horario, o si no he dormido bien porque extraño mi cama.
No hay pretextos; siempre hago ejercicio.
Casi a diario tengo una sesión con mi entrenador personal que puede
incluir ejercicio sin peso, como lagartijas, barras, saltar cuerda, golpear con
el mazo y pegarle a un saco de boxeo. Luego, cuando termina esa sesión,
me quedo en el gimnasio y hago pesas por mi cuenta.
Mi rutina habitual implica levantar pesas con descansos muy breves
entre series. Eso me permite tonificar el cuerpo y hacer cardio al mismo
tiempo. Si me estoy preparando para un papel en el que debo verme muy
marcado, entonces trabajo con más peso para aumentar la masa muscular.
Si estoy intentando perder peso para un papel o para una sesión de
fotos, correr se vuelve parte de la rutina también. Por lo general, procuro
recorrer entre cinco y seis kilómetros por sesión. Si estoy en casa, suelo
correr en una caminadora en el gimnasio. De lo contrario, con frecuencia
troto en las calles alrededor de mi hotel. Es una buena forma de salir sin
llamar demasiado la atención. Ha habido ocasiones en las que los fans
abarrotan la entrada del hotel, esperando verme, y yo he pasado trotando
junto a ellos sin que me reconozcan. Todos esperan verme llegar en una
limusina, no que corra junto a ellos en pants y sudadera.
Contrario a mucha gente, no busco energía adicional en la cafeína. El
café nunca ha sido lo mío, y no me verás vaciando botellas de Coca-Cola
Zero durante el día (aunque sí disfruto beber un ginger ale con mi
ensalada). Obtengo la energía del ejercicio, y esa hora o dos horas en la
mañana son suficientes para mantenerme bien durante el resto del día.
En mi caso, el ejercicio no sólo es bueno para la salud, sino que también
es una herramienta de negocios esencial. En pocos lugares me vienen a la
mente ideas tan lúcidas como en el gimnasio. No estoy mirando el teléfono
ni me distraen las llamadas ni debo atender a alguien que entra a mi
despacho para preguntarme algo. El tiempo en el gimnasio me da la
oportunidad de pensar en lo que tengo por delante ese día. En vez de ir a la
oficina tallándome los ojos para despertar y sintiéndome desorientado,
cuando llego ya siento que tengo control de todo, estoy lleno de energía y
me siento mentalmente preparado. Si quieres lograr algo, sólo se vale llegar
a trabajar en esas condiciones.
ENCONTRAR TU ENFOQUE
Algo que siempre intento evaluar en mis nuevos socios es lo que llamo la
“actitud de pasión”; es decir, qué tanto les apasiona que las cosas se hagan.
Alguien con una actitud de pasión débil sin duda se dejará vencer en cuanto
enfrente una ligera resistencia. No me interesa en lo más mínimo rodearme
de gente con ese tipo de energía.
Alguien con una actitud de pasión fuerte, por el contrario, se meterá de
lleno. Plantará los pies y cuadrará los hombros. No importará qué tanta
resistencia oponga el mundo, ni cuánta negatividad le arrojen; no va a
retroceder un centímetro. Ésa es la energía con la que quiero trabajar. Ésas
son las personas en quienes quiero invertir mi dinero. Una actitud de pasión
fuerte es lo que separa a los buscavidas de las personas que parecen estar
estancadas siempre en el mismo lugar.
La pasión fue lo que me permitió perder más de veinte kilos para
representar a un jugador de futbol americano que estaba muriendo de cáncer
en la película All Things Fall Apart . En nueve semanas pasé de 97 a 72
kilos, con ayuda de una dieta líquida y corriendo en la caminadora tres
horas al día. Ahora bien, eso quizá fue más fácil para mí de lo que habría
sido para una persona promedio —ya que me sentía más cómodo con las
dietas líquidas porque tuve que seguir una después de que me dispararan—,
pero no dejaron de ser un par de meses sumamente complicados. Empecé a
bajar de peso como loco, pero todos los días, cuando me miraba en el
espejo, lo único que pensaba era: “Necesito bajar más”. Me apasionaba
hacer mi papel a la perfección.
Una parte de mi motivación era personal. La historia estaba basada en la
vida de un amigo cercano, y yo necesitaba hacerle justicia. Pero la otra
parte era profesional. Nunca había recibido el reconocimiento como actor
que sí me había ganado en el mundo de la música. Por ende, no tenía la
misma confianza como actor que tenía como rapero o empresario.
Sin embargo, mi pasión por la actuación es tan grande como lo es mi
pasión por la música o los negocios. Hay algo en ese arte que siempre me
ha fascinado y que cautiva mi imaginación. Como a tantas otras personas de
mi generación, actores como Robert De Niro y Al Pacino, en sus papeles de
gángsters, fueron una enorme inspiración para mí. Me encantaba ver cómo
lograban transmitir cierta agresión con su lenguaje corporal. Yo quería
llevar esa misma energía a la pantalla.
Sabía que no tenía —y probablemente nunca tendré— el mismo talento
para actuar que Robert De Niro. Pero eso no me impediría hacer todo el
trabajo necesario. Había leído sobre cómo De Niro subió más de veinte
kilos para el papel que le valió un Oscar en Toro salvaje , así que, cuando vi
que mi papel en All Things Fall Apart requería que perdiera peso al pasar
por la quimioterapia, decidí comprometerme de forma física con el papel de
la misma forma que De Niro lo hizo en Toro salvaje .
No gané un Oscar —ni ningún otro premio— por All Things Fall Apart
. Pero no me importó. Me demostré a mí mismo que la actuación me
apasionaba lo suficiente como para hacer todo lo que el papel requiriera.
Algunos intentaron burlarse de mí —“Ese cabrón se cree De Niro o algo
así”— por esforzarme tanto para una película que terminó por no estrenarse
en cines. Pero esas burlas no me dan ni un segundo de pausa. Me queda
muy claro que no soy Robert De Niro. Aun así, voy a seguir trabajando para
llegar a ese nivel. Y, aun si nunca me otorgan un Oscar, mis películas han
ganado más de 500 millones de dólares en taquilla, un número que puedo
afirmar sin temor a equivocarme que a cualquier actor le gustaría ver junto
a su nombre.
De Niro fue, de hecho, una de las personas que me enseñó lo importante
que es la pasión para la actuación. En 2008, se suponía que protagonizaría
con él una película llamada Calles sangrientas . Me invitó a reunirme con
él en su departamento y me preguntó sin preámbulos si me estaba tomando
en serio la película. Quería saber si lo estaba haciendo sólo por dinero o por
fama. Le aseguré que me lo estaba tomando en serio; si quisiera dinero,
habría ganado más haciendo una gira de dos meses que estando en un set.
Aproveché la oportunidad para expresarle cuánto admiraba su trabajo y lo
mucho que me honraba la posibilidad de trabajar con él.
De Niro terminó por no participar en la película por un conflicto en su
calendario (lo reemplazó Val Kilmer, otro actor a quien respeto mucho),
pero nos hicimos amigos después de aquella visita. Al fin pudimos trabajar
juntos en la película Un crimen inesperado , en la que también participó
Forest Whitaker.
Sin embargo, esa visita a De Niro me dejó marcado. Él es una de las
figuras más grandes en la historia del cine, y Calles sangrientas habría sido
una película menor para él, pero de cualquier forma se tomó el tiempo para
llamarme y asegurarse de que me apasionara el proyecto que teníamos por
delante. Ésa es una de las razones por las que él es uno de los más grandes;
De Niro entiende que la película no tendrá éxito si hay un solo miembro del
elenco que únicamente piense en cobrar su cheque. Todo el mundo en el set
debe sentir la misma pasión por el proyecto.
La música es otra área en la que la pasión es fundamental. Piensa en
Tupac. No quiero faltarle al respeto, pero, si lo juzgamos sólo por sus
habilidades, podríamos decir que no fue uno de los MC más grandes de
todos los tiempos. No podía expresar con claridad la vida en las calles como
Nas, ni tenía la elegancia de Jay-Z, ni era tan gracioso como Biggie.
Tampoco podía soltar rimas con la fuerza y velocidad de Eminem. Lo que sí
tenía, y prácticamente desbordaba, era pasión. Cuando rimaba, exudaba
pasión. Aun si en realidad era un estudiante de arte haciéndose pasar por
pandillero, expresaba sus versos con tanta intensidad que cada palabra que
decía te llegaba al alma. Eso lo convirtió en uno de los más grandes de
todos los tiempos.
Muchos raperos han intentado convertirse en estrellas fingiendo ser
tipos rudos de la calle —Ja Rule, por ejemplo—, pero no tenían el mismo
compromiso que ’Pac. Sí, Ja gruñía mucho y se hacía llamar “asesino”, pero
no era verosímil. No tenía la misma hambre que ’Pac.
’Pac se comprometió con su pasión de la misma forma en que De Niro
lo hizo con sus papeles en Casino y Goodfellas . Podría decirse que el
compromiso de ’Pac era tal que terminó costándole la vida.
Yo busco esa misma pasión en las personas con quienes trabajo. Tal vez
no quiero que pongas tu vida en riesgo, pero sí que al menos lo consideres.
Podrá sonar dramático, pero ese nivel de compromiso es el que se necesita.
Para ser un gran buscavidas, debes ser capaz de identificar lo que quieres.
No tiene que ser un gran concepto como la libertad. Puede que haya algo
mucho más específico que tengas en la mira. Tu meta puede ser convertirte
en la primera persona de tu familia que termina la universidad, abrir tu
propio restaurante o ahorrar para viajar por el mundo.
Tengo un amigo que vive con su familia en un departamento en
Brooklyn, y su meta es ganar lo suficiente como para comprarles una casa
con jardín. Nada descabellado, sólo el espacio adecuado para que un perro
pueda correr y para sentarse afuera con una taza de café cuando haya buen
clima. Cuando trabaja hasta tarde o durante el fin de semana, siempre tiene
en mente la imagen de ese jardín, la cual lo impulsa cuando está cansado o
cuando las cosas parecen no salirle bien. Cuando siente que está perdido en
el mar de su carrera, la imagen de ese pequeño jardín es la estrella del norte
que lo guía de vuelta.
Necesitas fijarte una meta. Pregúntate: ¿qué es lo que quiero? Sé
honesto. Puede ser algo que ayude a mucha gente o algo de lo más egoísta.
Puede ser una meta que parezca imposible o algo que esté casi a tu alcance.
Un plan que estés orgulloso de compartir con el mundo o algo que no le
contarás más que a un puñado de personas.
Cualquiera de esas opciones está bien, siempre y cuando tú tengas claro
de qué se trata el camino. Sin esa visión clara, tu trabajo no te llevará a
ningún lugar importante.
También es esencial que aceptes que tu visión puede cambiar… es más,
que debe cambiar. Cuando empecé a vender crack, mis metas eran sencillas.
Primero, necesitaba buenos zapatos deportivos, no los KangaROOs que mi
abuela me compraba, sino Adidas y FILA. Una vez que conseguí los
zapatos deportivos y la ropa que quería, me concentré en la nave. En un
principio sólo quería un auto para no tener que pagarle a un taxi para que
me esperara cuando llevaba a una chica al cine. Un Honda básico era más
que suficiente. Pero, al poco tiempo, necesité un medio de transporte más
llamativo para anunciarle al barrio entero que yo era un tipo de cuidado. Así
que seguí trabajando en las calles hasta que logré andar en un Mercedes 400
SE. (He comprado unos mil autos desde entonces, pero a ese Benz lo sigo
extrañando.)
Una vez que reuní los típicos símbolos de estatus de un narcotraficante,
puse la mira en firmar un contrato con una disquera. Cuando lo conseguí, lo
siguiente era tener un álbum exitoso. Ése era mi deseo; y se hizo realidad, a
lo grande.
De cualquier modo, no podía conformarme. Incluso con los Grammys y
los discos de platino bajo el brazo, me enfoqué en hacer mi propia película.
Y así seguí, hasta llegar al día de hoy, con mi trabajo en televisión.
Diría que mi mayor objetivo ahora es contribuir a la comunidad.
Cuando alcanzas cierto nivel de ingresos, te vuelves más consiente de lo
que está ocurriendo en la comunidad de donde saliste. En vez de
preocuparte por lo que harás después, tu enfoque cambia y se centra en tu
legado y en cómo te recordará la gente. ¿Voy a ser recordado por hacer
canciones populares y vender agua de sabores? ¿O por tener un impacto
positivo en el mundo? Espero que sea por lo segundo. Por eso, a nivel local,
invierto mi dinero en proyectos para limpiar parques y promover estilos de
vida saludables entre los jóvenes. A nivel mundial, he desarrollado
proyectos que promueven el capitalismo consciente (ahondaré en esto
después) y he apoyado el Programa Mundial de Alimentos de las Naciones
Unidas, el cual proveerá una comida por cada bebida energética que se
venda mediante nuestro programa.
Poder comprar un par de zapatos deportivos es una meta muy distinta a
combatir el hambre en el mundo, pero en mi camino las dos han cobrado la
misma importancia y han inspirado el mismo enfoque y trabajo arduo.
La falta de claridad respecto a lo que en verdad se quiere es algo que
detiene a muchas personas. Ni siquiera saben cómo pedir lo que quieren
cuando se presenta la oportunidad. No basta con decirle a alguien que “te
eche una mano” o, peor aún, decir que tu objetivo es “ser famoso”. Para
sacarle el mayor provecho a tu impulso, tienes que ser capaz de definir con
claridad cuál es el objetivo por el que estás trabajando.
Para ejemplos de cómo no hacerlo, puedes echar un vistazo a mi
Instagram. No tienes que navegar mucho para encontrar docenas de
personas que me suplican “¡Hey, Fif, fírmame con tu disquera!” o “Amigo,
tienes que ponerme en Power . Sé actuar”. Lo siento, pero esas peticiones
absurdas no califican como esforzarse.
Es aun peor en persona. La gente me detiene en la calle o incluso se me
acerca cuando estamos grabando un programa de televisión o un video.
Creen que al acercarse a mí y pedirme que “le eche una mano a un
hermano” están haciendo el trabajo o aprovechando una oportunidad. Sin
embargo, en cuanto escucho una de esas peticiones no concretas, sé que
estoy tratando con alguien en quien no vale la pena invertir. Si ni siquiera
puedes articular qué es lo que quieres hacer, ¿por qué intentaría yo
ayudarte?
Quizá parezca algo que yo no haría, pero soy creyente de que los
murales de deseos son una herramienta poderosa para materializar lo que
estás buscando. Cuando te obligas a articular tu visión con palabras, pones
en marcha una poderosa energía. Le das una presencia real en el mundo a
algo que era sólo una idea, o quizá sólo un sentimiento. Lo haces tangible.
Es fácil comenzar a hacerlo en tu computadora. Ve a Google Images y
escribe todo lo que te gustaría tener en tu vida: “casa en la playa”, “Range
Rover”, “cachorro de pitbull”.
¿Y si tu sueño no es algo material? Si quieres conseguir un ascenso
laboral, busca una imagen de una gran oficina. Si quieres diseñar tu propia
línea de ropa urbana, busca una foto de Ronnie Feig o Virgil Abloh. Si
quieres ir a la universidad, busca una imagen de una ceremonia de
graduación de Harvard. Siempre debes aspirar a lo más alto en tus murales.
Si quieres enamorarte, busca una imagen de tu pareja favorita en el cine, o
puedes usar una foto de tus abuelos si llevan unos cincuenta años juntos.
Me parece que los murales de deseos son también una buena manera de
que las parejas estén en sintonía. Haz tu mural y que tu pareja haga el suyo.
Luego, compárenlos. Las cosas que aparezcan en el tuyo y no en el suyo
serán las cosas que tu pareja tendrá que aprender a aceptar sobre ti. Y lo
mismo en sentido contrario. Hacer murales juntos es una buena forma de
lograr que salgan a la luz muchas cosas que no se habían dicho. Una vez le
dije a un reportero de GQ que hiciera uno con su novia. Lo hicieron y luego
él me escribió para decirme que el de ella “tenía más bebés que un
orfanato”. Aún no habían discutido el tema de tener hijos, pero ese mural
puso en primer plano lo que ella quería.
Soy testigo de que los murales marcan una gran diferencia en la vida de
la gente, y las estadísticas respaldan mis palabras. Un estudio de la
Universidad Dominica en Canadá encontró que es cuarenta y dos veces más
probable que alcances tus metas si las pones por escrito. Un estudio del
Psychological Bulletin muestra que las personas son noventa por ciento más
propensas a cumplir metas que sean específicas y desafiantes.
Esto no quiere decir que el universo te dejará una bolsa de diseñador en
el regazo sólo porque dijiste que la querías. Tendrás que hacer el trabajo, y
será mucho trabajo. Al identificar tu visión y nombrarla, estás dando un
gran paso hacia tu objetivo.
Si sientes siquiera un poco de incertidumbre respecto a lo que quieres,
tómate el tiempo para hacer un mural de deseos; su poder es real y muy
accesible.
NO PIERDAS EL PASO
Otra ventaja que obtuve al haber estado activo en las calles fue aprender a
confiar en mis instintos. ¿Alguien me iba a estafar? Tenía que escuchar a mi
intuición. ¿La esquina en la que me iba a instalar sería un blanco de la
policía? Tenía que seguir mi instinto. ¿Podía confiar en que alguien no
hablaría si lo arrestaban? Tenía que escuchar mi instinto.
He notado que muchas personas que no crecieron en un ambiente
callejero han perdido esa conexión con sus instintos. Van a la escuela de
negocios y estudian cómo moverse en el mundo profesional. Quizás
internalicen lo que los profesores les dicen para pasar los exámenes; luego,
lo olvidan en un par de meses.
Incluso si llegan a retener lo que se les enseñó, siguen aprendiendo a
confiar en la instrucción y no en la intuición. Un profesor de negocios
puede tener buenos consejos para ti, pero nada que pueda enseñarte
superará la capacidad de escuchar tus instintos.
El barrio te enseña a seguir siempre la ruta más instintiva. Es un poder
invaluable. Si no tuviste la fortuna de desarrollar tus instintos en las calles,
no te preocupes. Es una habilidad que aún puedes desarrollar.
Siempre que te sientas confundido respecto a una situación, es
imperativo que encuentres la forma de bajar el volumen del mundo y te
reconectes con lo que en verdad estás sintiendo. Hacer ejercicio sin duda
me ayuda a acallar ese ruido. En algún punto del entrenamiento, el esfuerzo
físico al que me someto parece desechar todas las estupideces de mi
sistema. Siento cómo exhalo las distracciones y las expulso de mi mente.
Cuando se van, lo único que queda son las buenas ideas, mis verdaderos
instintos, los pensamientos que debo escuchar con más atención.
Es muy importante que tengas algo similar en tu arsenal. Algunas
personas alcanzan ese estado paseando por el parque, haciendo jardinería o
pintando. Sea lo que sea, tienes que incorporar a tu estilo de vida alguna
actividad que te permita desconectarte del ruido del pasado y del presente, y
reconectarte con lo que sientes por dentro.
Una última nota sobre ser buscavidas: que te esté animando a confiar en tus
instintos no significa que no crea que la estrategia es esencial a la hora de
esforzarte. Cuando la gente oye a los buscavidas decir cosas como “Haz que
suceda” o “El dinero con miedo se queda en casa”, creen que eso indica que
en su mentalidad hay cierta imprudencia. Pero ése no es el caso.
Quizás incluso llegaste a pensarlo si escuchaste a 50 Cent el rapero. A
la gente le encantó cuando solté estas rimas:
Pareciera que estoy tirando el dinero al aire, ¿no? Pero esos versos
simplemente crearon una ilusión . La realidad es que Curtis Jackson no es
imprudente con su dinero, en absoluto. De hecho, sólo pongo mi dinero en
cosas que a ) me apasionan y b ) he investigado a fondo. Aunque los
buscavidas son siempre agresivos, no siempre están apostando. Un
buscavidas talentoso siempre evalúa todos los riesgos y recompensas de
forma estratégica antes de comprometerse con algo.
Si voy a firmar un cheque para apoyar algo, debo entenderlo por
completo. Puedo pasar horas investigando la industria, rastreando su
historia y averiguando quiénes son los jugadores más importantes. Luego
llamo a alguna persona inteligente en quien confíe y que tenga experiencia
en ese campo para intentar aprender de ella. ¿Crees que haya espacio para
crecer o el mercado ya está lleno? ¿Qué oposición enfrentaré si hago una
jugada? ¿Cómo sería esa oposición? ¿A quién necesito tener como aliado?
Una vez que tengo esas respuestas, leo todas las páginas de chismes,
todos los blogs y cualquier fuente que me pueda informar sobre lo que no se
reporta en la prensa tradicional.
Cuando tengo la información completa, si aún siento que puedo tener
presencia e impacto en ese espacio, me meto de lleno. Para mí, eso no es
apostar, sino ponerle dinero a algo seguro.
Al sentir esa mezcla de pasión y comprensión, opero con una confianza
suprema. Tanto así que no me molesto en tener un plan B. ¿Para qué tendría
un plan B si estoy seguro de que el plan A va a funcionar?
Las únicas circunstancias en las que me involucro en algo que no
comprendo por completo es cuando el dinero no sale de mi bolsa. Si alguien
me busca para que sea productor ejecutivo de un proyecto o para que ponga
mi nombre a cambio de acciones, no tengo problemas si implica un riesgo
mayor. Si ya hay un buen equipo y lo único que necesitan es un empujón
mío para dar el brinco, estoy más dispuesto a dar un salto de fe.
Incluso en esas circunstancias, sólo me involucro si lo que voy a hacer
me apasiona. No hago nada sólo por un cheque. Ésa es la forma más
sencilla de diluir tu marca y perder dinero. Tus fans sabrán que no hay nada
orgánico en lo que estás haciendo y no lo van a apoyar.
Y, si la idea no te apasiona, no estarás buscando que te mantengan al
tanto, ni contactando a tus socios para saber si algo ha cambiado. Estás, por
ponerlo de alguna forma, esperando poder hacer dinero y despertar con la
noticia de que alguien dejó un cheque jugoso en tu regazo. Eso tampoco es
apostar, es querer perder tu dinero.
FORMAR TU BANDA
DE VUELTA AL BARRIL
Otro error que la gente comete una y otra vez es que, tras alcanzar el éxito,
sigue sintiendo que tiene una deuda con el lugar del que salió. Esto es
particularmente recurrente en la comunidad afroamericana. Cuando una
persona negra del barrio alcanza cierto nivel de éxito, parece sentirse
obligada a conservar sus raíces.
Es un fenómeno que no se ve tanto en otras comunidades. Si un
inmigrante chino se parte el lomo durante años y crea una cadena de
tiendas, lo más probable es que se mude a una casa grande en los suburbios
en cuanto tenga la oportunidad. No sentirá que le debe nada a otros
inmigrantes en el barrio chino de la ciudad. Hará lo que ellos harían si
tuvieran el dinero también: mudarse a la casa más grande, en el vecindario
más seguro y con las mejores escuelas que pudiera pagar.
Lo mismo ocurriría con una mujer mexicana del barrio. Si gracias a su
forma de afanarse y buscarse la vida termina convirtiéndose en una magnate
de los bienes raíces, lo más probable es que no se quede en su viejo barrio.
No, se va a comprar una casota en un vecindario seguro. Y no se sentirá
culpable por hacerlo.
Cuando los inmigrantes irlandeses, italianos y judíos comenzaron a
ganar dinero, lo primero que hicieron fue escapar a los suburbios.
Parece que sólo los afroamericanos tenemos problemas para alejarnos
de la lucha. Si no nos mantenemos vinculados a esa lucha, de algún modo
perderemos eso que nos hizo exitosos.
Conozco esa sensación muy bien. Ese miedo a cortar el cordón
umbilical con el barrio fue la razón por la que compré la casa de Mike
Tyson. Pero al menos tuve la sensatez de llevar al barrio conmigo y no
quedarme yo en el barrio. He conocido a mucha gente que ha cometido ese
error, y algunos pagaron el precio por su renuencia a alejarse.
Un ejemplo trágico es mi amigo y mentor Jam Master Jay, quien era de
Hollis, Queens. Como miembro de Run-DMC, Jay era la personificación de
la cumbre del éxito en nuestro vecindario. Vendió millones de discos.
Estuvo de gira por todo el mundo y tuvo éxito en escenarios de Europa a
Asia. Como parte del primer grupo de hip-hop de fama internacional en la
historia, fue una inspiración para millones de niños negros en Queens y el
resto del mundo.
Una vez que la armaron en grande, los demás miembros de Run-DMC
dejaron Queens y nunca miraron atrás: Rev Run y DMC se fueron a Nueva
Jersey y Russell Simmons, su manager, se instaló en Manhattan. Pero Jay se
quedó en Queens toda su vida. Abrió un estudio de grabación en el barrio
de Jamaica, donde les enseñaba a aspirantes a raperos —entre los que me
incluyo— sobre los puntos finos de cómo construir una canción.
Parece una gran historia: dj local se vuelve famoso, recorre el mundo y
vuelve a su lugar de origen para compartir su talento con la siguiente
generación.
En la realidad, se convirtió en una sentencia de muerte.
Al quedarse en Queens, Jay nunca se separó de los elementos negativos
que rodean al hip-hop, sobre todo en nuestro barrio. En Queens, los
narcotraficantes fueron los primeros en ganar dinero de verdad. El hip-hop
era un hobby, algo que hacías con tu banda en la acera o en el parque. El
dinero de verdad se hacía vendiendo drogas. A la generación de Jay la
inspiró lo que tenían los traficantes: buena ropa, autos imponentes y
mujeres hermosas. Los abrigos y sombreros que Jay contribuyó a hacer
famosos con Run-DMC no eran más que lo que había visto usar a los
narcos. Lo mismo pasó con las cadenas de oro que Run-DMC y después LL
Cool J ayudaron a popularizar. Ellos representaban la moda del narcotráfico
antes de convertirla en la del hip-hop.
Hoy, la realidad es al revés: los raperos pueden ganar mucho más dinero
que los traficantes, gracias en gran medida al camino que abrieron los
primeros pioneros como Jam Master Jay. El error de Jay fue no seguir
avanzando. Si hubiera seguido a Run, Russell y DMC a Jersey, Long Island
o Manhattan, no tengo duda de que seguiría con vida.
En cambio, se quedó cerca de las personas equivocadas, personas que
no sólo no tenían sus mejores intereses en mente, sino que estaban celosas
de su fama y éxito. No celebraban que se hubiera quedado en el barrio para
ser mentor de los jóvenes; lo odiaban por ello. Al quedarse cerca de gente
así, fue inevitable que enfrentara un destino de mierda.
La situación de Nipsey Hussle fue similar. No conocí a Nipsey tan bien
como a Jay, pero parecía un tipo de una sola pieza. Cuando acepté grabar el
video de “Toot It and Boot It” de YG, en el que también aparecía Nipsey, le
dije al tipo de la disquera: “Oye, asegúrate de traer al chico que se parece a
Snoop”. Así fue como nos conocimos en persona. Nipsey era un muy buen
tipo que parecía enfocado en su comunidad y en su familia.
Por desgracia, la misma mierda que le ocurrió a Jay le pasó a Nipsey
también. Cuando lo mataron, la gente empezó a señalar a todo el mundo
menos a los hijos de puta que lo hicieron. Lo primero que veías en Twitter o
Instagram era “¡El gobierno mató a Nipsey!”. La lógica era que Nipsey
estaba trabajando en un documental sobre el Dr. Sebi, el famoso herbolario
hondureño que algunos creían que había sido encarcelado y luego asesinado
por sus controversiales opiniones sobre la medicina occidental. Las
enseñanzas del Dr. Sebi eran una amenaza para la industria farmacéutica,
por lo que Nipsey también debía morir antes de que ayudara a divulgar esas
enseñanzas.
Si escuchas a otras personas, Nipsey era una amenaza para el gobierno
porque le estaba enseñando al barrio sobre el empoderamiento financiero y
la justicia social. Si demasiados jóvenes pobres abrían los ojos gracias al
trabajo de Nipsey, eso pondría en riesgo el statu quo en Los Ángeles. Por
eso tenía que desaparecer.
No hay duda de que Nipsey estaba haciendo un gran trabajo en su
barrio, sobre todo con Vector90, un espacio de coworking y centro de
capacitación en ciencias e ingenierías. Y, aunque no tengo ninguna opinión
concreta sobre el trabajo del Dr. Sebi, no me sorprendería que hubiera cosas
que las farmacéuticas quisieran mantener ocultas.
Sin embargo, cuando la gente dice que el gobierno mató a Nipsey, no
está siendo honesta ni realista. El gobierno no mató a Nipsey. Se dice que
un pedazo de mierda llamado Shitty Cuz lo mató. Ésa es la deprimente
verdad.
Cuz no mató a Nipsey porque Nip fuera una amenaza para el statu quo .
Y nadie le pagó para que matara a Nipsey y con eso protegiera a Pfizer o a
Johnson & Johnson. No, Shitty mató a Nipsey porque era un pedazo de
mierda, ni más ni menos. Era una rata y, cuando Nipsey lo confrontó al
respecto, Shitty reaccionó de forma violenta. No pudo soportar que alguien
tan exitoso y querido como Nipsey no quisiera a alguien tan poco exitoso y
tan poco confiable como él a su alrededor.
La mentalidad de cangrejo en el barril fue lo que mató a Nipsey, como
también mató a Jay y a tantos otros individuos negros exitosos que se
quedaron en sus comunidades después de alcanzar el éxito. Por eso, cuando
comen cé a ganar dinero legal, me fui del barrio y nunca miré atrás. Sí, lo
visito de vez en cuando. Pero nunca me mudaría ahí de forma permanente.
Si lo hubiera hecho, estoy seguro de que habría tenido un impacto negativo
en mi vida.
Entender esa mentalidad es la razón por la que no tengo miramientos
con respecto a haberme ido. ¿Les doy mucho dinero a esas calles por medio
de mis beneficencias? Por supuesto. ¿Trabajo para asegurarme de que esos
chicos tengan mejores oportunidades legales que yo? Sin duda. Pero no me
engaño: en las calles no hay suficiente espacio para que convivan el éxito y
los tontos. Cuanto más pronto entiendas eso, más rápido podrás sacarle todo
el provecho posible a tu historia.
EXIGE DISCIPLINA
No estoy sugiriendo que botes a toda la gente que estuvo contigo desde el
principio en cuanto saborees un poco de éxito. Ésas son las personas que
mejor te conocen y, si son tus verdaderos amigos, siempre serán los más
honestos contigo. Te dirán si tus nuevas rimas son una porquería o si esa
camisa te hace ver viejo o si ese influencer que promete grandes cosas en
realidad es un charlatán.
Ésas son algunas de las cualidades positivas que tus relaciones más
antiguas pueden sumarle a tu equipo. Pero también pueden traer consigo
algunas de las cualidades negativas del barrio: disputas, drama y batallas de
egos. Para evitar que eso suceda, tienes que primero instaurar —y luego
exigir— un sentido de la disciplina al interior de tu equipo.
Eso me quedó claro cuando empezaba mi carrera y se suponía que me
presentaría con Nas en un concierto en Central Park. Poder compartir el
escenario con él era algo muy importante para mí. Al ser una superestrella
que salió de Queens, Nas era alguien a quien en verdad admiraba.
Cuando llegué al lugar, Nas ya estaba ahí y parecía que había llevado a
todo Queensbridge con él. Debían haber sido más de veinte tipos de Bridge
detrás del escenario, bebiendo, fumando y preparándose para el set de Nas.
Noté que no sabían qué hacer con la energía que estaban creando. Era como
si hubieran encendido una fogata que no podían contener. Como era de
esperarse, comenzaron a pelear unos con otros. Queensbridge contra
Queensbridge. Aunque su banda estaba haciendo implosión, Nas no se veía
dispuesto o capaz de apagar el incendio. La policía no tardó en aparecer, y
el concierto se canceló antes de que Nas pusiera un pie en el escenario.
A mi manera de verlo, Nas manejó mal la situación. Entendí por qué
había llevado a tantos tipos de Queensbridge: Central Park es tierra de nadie
y no hay forma de saber con quién se encontrarían ahí. Una banda de
Brooklyn, algunos tipos del Bronx o una banda rival de otro barrio en
Queens. Asegurarse de estar rodeado de su gente era una decisión
inteligente.
Lo que no fue tan brillante fue su incapacidad de mantenerlos bajo
control. Al no poder contener la energía que había llevado consigo, perdió
la oportunidad de hacer su presentación. Seguramente también terminó
costándole dinero. Cuando los promotores se enteran de que hubo un
problema en una sede tan importante como Central Park, lo piensan dos
veces antes de contratarte. Así que, aunque el impulso de llevar a
Queensbridge al concierto fue comprensible, su presencia fue perjudicial
para su crecimiento.
Tras ver a esos tipos de Queensbridge pelear entre ellos, me prometí
que, cuando mi banda y yo saliéramos de gira, habría tolerancia cero para
los conflictos internos. Sabía que, si no podía controlar a mi gente, el techo
para mi marca sería muy bajo.
Además, comprendí que no hay peleas “menores” cuando estás en un
camión de gira conviviendo con otras personas. Digamos que dos de tus
muchachos se pelean por una chica. Uno de ellos abofetea al otro. Quien
sea que haya recibido el golpe se sentirá humillado durante mucho tiempo,
después de que el dolor físico pase. Cada vez que vea al otro tipo en el
autobús, tras bambalinas, en el lobby del hotel, en el aeropuerto, va a querer
recuperar su posición. Ese tipo de resentimiento puede burbujear bajo la
superficie hasta estallar. Y las repercusiones de un estallido serio pueden
descarrilar toda una gira.
Por eso, en cuanto G-Unit se embarcó en su primera gira, dejé muy
clara mi política respecto a las peleas entre ellos. Les dije: “Nos vamos a
encontrar con mucha gente que está celosa de nuestro éxito. Si tienen
alguna frustración que ventilar o descargar, peléense con ellos. Yo los
respaldo, pase lo que pase. Carajo, los respaldo si terminan pegándole a un
desconocido en la cara. Pero, si pelean entre ustedes , se van a casa al día
siguiente. ¡Punto!”.
Durante un tiempo, todo el mundo obedeció. Sí, hubo momentos en los
que pareció que algo iba a reventar, pero siempre me apresuré a recordarles
a los posibles combatientes: “No estoy jugando. Lo tocas y te vas a casa”.
Luego, en los momentos más tranquilos, me llevaba a los chicos a un
lado y les explicaba mis razones. No estaba tratando de controlarlos, sólo
quería ayudarlos. “Estamos intentando construir algo con G-Unit”, les
decía. “Esta gira y toda la atención que va a traernos son los cimientos de
algo especial. Pero, si esos cimientos se mueven, lo que intentemos
construir se vendrá abajo. Entonces vamos a tener que volver a la calle, en
vez de estar comiendo langosta, durmiendo en buenos hoteles y conociendo
mujeres en todas las ciudades”.
Ese pequeño discurso por lo general resonaba con la gente, y no tuve
que mandar a nadie a casa. Hasta que llegamos a Filadelfia.
El problema comenzó cuando Mitchell & Ness, la legendaria compañía
de ropa deportiva con sede en Filadelfia, envió algunos jerseys vintage de
regalo a nuestro hotel. Esto fue en la época en la que un jersey de Mitchell
& Ness era casi el uniforme oficial del hip-hop. Todos querían salir a la
calle con uno, y algunas ediciones especiales podían costar varios miles de
dólares.
Aunque los jerseys eran para mí, el paquete terminó en manos de un
tipo llamado Marcus, el manager de la gira. Él sabía que yo siempre compro
mi propia ropa, así que decidió quedarse con un par. Sentía que, como
manager, eran parte de los beneficios a los que tenía derecho.
Bang ’Em Smurf veía las cosas de forma distinta. Bang ’Em era alguien
de Southside a quien estaba considerando sumar a G-Unit, así que lo llevé a
la gira para que tuviera un poco de visibilidad pública. Bang ’Em tenía
potencial, pero cometió el error de pensar que estar en la gira significaba
que ya había llegado a la cima. Comenzó a creérsela antes de haber
demostrado algo. No tenía un sencillo; no había hecho ruido en la escena.
Las mujeres no lo veían y decían: “¿Quién es ese guapo?”. Para el mundo,
era sólo otro tipo que se paraba detrás de mí en el escenario y gritaba la
última palabra de mis rimas. Esa experiencia le bastó como para crecerse y
pensar que las reglas no aplicaban con él.
La mañana después del concierto en Filadelfia, teníamos programado
subir al autobús a las 5 a.m. para ir a la siguiente ciudad. Pero, en vez de mi
alarma, me despertó el ruido de una pelea afuera de mi ventana. Abrí las
cortinas y me encontré con una escena inesperada: Marcus y Bang ’Em
rodando por las calles, intercambiando golpes por un jersey de Mitchell &
Ness. “¡Es mío!”, oí a Bang ’Em gritar. “¡No, no es tuyo!”, aullaba Marcus.
“El tuyo tenía un chicle pegado. ¡Éste es mío!”.
Al parecer, Bang ’Em había decidido que uno de los jerseys era suyo.
Cuando Marcus no quiso dárselo, Bang ’Em perdió la cabeza. No era algo
con lo que yo quería lidiar antes de que amaneciera. Salí y los separé de
inmediato. Luego le pregunté a Bang ’Em en qué diablos estaba pensando.
—Nada, Fif —Bang ’Em comenzó a explicar—. Se quiere quedar con
mi jersey. Tenía que ponerlo en su lugar.
A mí no me interesaban esas excusas.
—¡Les dije que no quería peleas en la gira! —luego miré a Marcus y le
dije, señalando a Bang ’Em—: Cómprale un boleto de autobús a este idiota.
Se va a casa.
No fue sino hasta ese momento que Bang ’Em entendió que no era un
juego. Cuando dije “tolerancia cero”, significaba tolerancia cero . Si vas a
mantener a tu equipo bajo control, necesitas que la gente sea responsable de
las consecuencias, aun si eso implica quebrantar tu relación con alguien.
Así que Bang ’Em se fue a casa en ese instante. Tendría tiempo de sobra
para pensar en su éxito inexistente cuando estuviera de vuelta en Queens.
Bang ’Em creyó que era más grande que la banda, pero resultó que no sabía
cómo moverse por su cuenta. Comenzó a trabajar con otros raperos locales,
y de vez en cuando me buscaba para que los apoyara, pero nada me llamó la
atención. Sin mi apoyo, nadie quiso darle una oportunidad. En vez de estar
de gira conmigo, ganando dinero legal y conociendo el mundo, se metió en
problemas en Queens. Me pidió que pagara su fianza, pero le expliqué que
ésa no era mi responsabilidad. Terminó por ser deportado a Trinidad, donde
nació. Al día de hoy, me culpa por su situación.
Siempre que alcanzas el éxito en la vida, habrá personas que crean que
una parte de tu éxito les pertenece. Bang ’Em era ese tipo de persona.
Cuando los eliminas de tu vida, en vez de mirarse en el espejo, se molestan
contigo.
Si le hubiera dado sólo una advertencia, habría perdido mi posición de
autoridad. Todos los demás egos en la gira —y había bastantes— habrían
comenzado a hervir. Pronto, no estarían peleando sólo por jerseys de
Mitchell & Ness, se estarían peleando por mujeres, por quién tenía más
tiempo en el escenario, por cuánto estaba ganando cada uno. Ese tipo de
conflictos ha echado por tierra giras previas, e incluso futuras. Yo no estaba
dispuesto a permitir que ese tipo de energía arruinara nuestro ímpetu.
Casi veinte años después, sigo haciendo giras mundiales. Me he
presentado en incontables países frente a millones de personas. Hace poco,
alguien me pagó varios millones de dólares para ir a dar un concierto al otro
lado del mundo. Nada mal por un vuelo en un jet privado y un día de
trabajo. Pero fue también el tipo de pago que sólo llega cuando ya te has
establecido como alguien experimentado, redituable y confiable , que es
justamente la reputación que estaba intentando construir en aquel entonces
en Filadelfia.
Las decisiones que tomes no tienen que ser tan drásticas como
comprarle a alguien un boleto de vuelta a casa. Si eres supervisor en una
empresa, podría ser transferir a la persona a otro departamento. Si eres la
gerente de una tienda departamental, podrías enviar a la persona a otra
sucursal. Si tienes una pequeña empresa, lo más seguro es que signifique
despedir a la persona. No puedes darte el lujo de cargar con alguien que te
está dando menos que el máximo.
Sin importar en qué posición estés, cuando impones reglas para el bien
común, tienes que hacerlas valer. No dejes que alguien que sólo piensa en sí
mismo les arruine las cosas a los demás. Podrán ser reglas difíciles de
seguir, pero hacerlo siempre traerá recompensas.
¿N o sería increíble que siempre te pagaran lo que vales sin tener que
pelear por ello? ¿Que cada vez que busques un nuevo puesto, intentes
negociar un aumento o pidas un bono, te compensen de forma justa?
Por desgracia, la vida no suele funcionar así. Si acaso, ocurre lo
contrario.
Siempre que trabajas para alguien más, esa persona intentará pagarte
menos de lo que vales. No importa si se trata de un “buen tipo”, de un
amigo o, incluso, de un familiar. Si puede ahorrarse unos centavos, intentará
hacerlo a costa tuya. Y ni siquiera se vale que te enojes; así son los
negocios.
Lo que sí puedes hacer es ser estratégico. Asegúrate de que, en vez de
que te pasen por alto, te hagan un lado o te estafen, siempre recibas el
máximo valor por tus esfuerzos.
No es tan difícil como parecería. Lo más sorprendente de todo es que, a
veces, la mejor manera de extraer ese valor máximo es eligiendo no
negociar con tanta dureza como puedas.
Recuerda cómo evalué el trato con Eminem y toma en cuenta los aspectos
positivos en los que me enfoqué: los talentos de élite con los que trabajaría,
la falta de competencia interna y el acceso a una nueva base de fans.
Ahora piensa en lo que no mencioné: el dinero.
Sabía que la cifra que acordáramos terminaría siendo irrelevante en
comparación con lo que ganaría a largo plazo con el plan adecuado. Mi
bono de contratación con Shady Records fue “sólo” de un millón de
dólares. Pero terminé ganando tanto dinero con ese contrato que el bono de
contratación era casi intrascendente.
Podrá sonar ilógico, sobre todo dentro de un capítulo titulado “Saber
cuánto vales”, pero el primer cheque nunca debe ser tu principal
preocupación. Siempre enfócate en el potencial a largo plazo.
Ésa fue la idea en la que basé una las mejores decisiones de negocios
que he tomado en la vida: mi asociación con Vitamin Water en 2004. Hoy
en día, la gente celebra que haya tomado esa decisión, pero, al igual que
cuando firmé con Eminem, al principio estaban confundidos.
Eso incluye a Chris Lighty, quien se mostró escéptico cuando le dije que
quería invertir en una compañía de agua. “¿Vender agua? ¿Vendérsela a
quién?” En aquel entonces, muchos raperos se estaban llenando los bolsillos
promoviendo licores como Hennessy y Courvoisier. En la mente de Chris,
el alcohol era el mercado en el que había que invertir.
Sin embargo, mi idea descabellada tenía fundamentos. Sabía por
experiencia que la gente no siempre toma alcohol en los conciertos. Tal vez
sean menores de edad o no quieren desembolsar veinte dólares por una
cerveza tibia. Y algo que siempre está disponible y es popular en cualquier
concierto es el agua. Es la bebida más vendida en cualquier evento.
Un día, iba caminando por el pasillo del agua en el supermercado
cuando caí en cuenta de que una marca “premier” vendía su agua por tres
dólares. Luego vi que las marcas normales estaban alrededor de 75
centavos. Pensé: Si me vendaras los ojos, no habría forma de distinguir
entre una y otra . La única diferencia era que las marcas premium habían
hecho un mejor trabajo para posicionarse y promoverse. Ésa fue otra
revelación. Nunca se me habría ocurrido, pero, al igual que con el alcohol,
es posible subir el precio del agua para inflar tu marca.
Y eso sin mencionar que el agua representa de forma mucho más
auténtica mi estilo de vida. En realidad casi no tomo alcohol, pero sí bebo
muchísima agua. Y, ya que tomo tanta, sé que sólo tomar agua simple puede
volverse muy aburrido. Para animar un poco las cosas, comencé a tomar
agua saborizada. Un día, mientras entrenaba en un gimnasio en Los
Ángeles, el instructor me dio una botella de algo llamado Vitamin Water. Le
di un sorbo y me gustó tanto que hice la nota mental de que era una
compañía en la que debía invertir. Para asegurarme de no olvidarlo, guardé
la botella vacía en mi maleta del gimnasio.
Cuando regresé al hotel, llamé a Chris y le conté del agua saborizada
que tanto me había gustado. Chris investigó un poco y encontró que la
distribuía una empresa llamada Glacéau, que, coincidentemente, tenía su
sede en Queens. Ante mi insistencia, decidimos que ésa sería la marca con
la que debía trabajar.
Una vez que convencí a Chris de mi visión, hicimos un plan. Durante un
comercial para mis zapatos deportivos Adidas en el que aparecía
entrenando en un gimnasio de boxeo, metimos una toma en la que se me
veía bebiendo Vitamin Water. Duraba apenas medio segundo, pero con eso
bastó. Un amigo de Chris que trabajaba en Glacéau vio el comercial y nos
buscó para saber si nos interesaría un patrocinio. Acababan de desarrollar
un producto llamado Formula 50 (porque contenía 50% de las cantidades
diarias recomendadas de siete vitaminas y minerales). ¿Quién mejor para
vender Formula 50 que 50 Cent?
Acepté, pero hice una contraoferta distinta a los típicos contratos de
patrocinio. En vez de cobrar cinco o seis cifras por aparecer en sus
anuncios, yo quería invertir en la empresa. En vez de aceptar dinero, quería
parte del negocio.
Fue una oferta muy agresiva que tomó a la gente de Glacéau por
sorpresa. No se negaron a ello, pero les ponía nerviosos asociarse conmigo
a ese nivel. Sólo me conocían como el rapero al que le habían disparado
nueve veces y no estaban seguros de querer asociarse con esa energía.
Necesitaba tranquilizarlos, así que concerté una cita con el presidente de
la empresa. No llegué con un gran séquito, sino que sólo fuimos Chris y yo.
Le externé cuánto respetaba su marca —ya era un cliente fiel— y cuánto
estaba dispuesto a esforzarme para hacerla crecer. No proyecté la energía
arrogante o agresiva que seguramente estaba esperando, sino que me
presenté como alguien que veía una oportunidad de negocios especial y
estaba dispuesto a partirse el lomo para hacerla realidad. Y era la verdad.
Mi estrategia les permitió sobreponerse a sus aprensiones, y logramos
concretar el trato. Lo siguiente en la agenda era repensar Formula 50. Para
mí, Vitamin Water era meramente una versión sofisticada de los “cuartitos”,
que eran bebidas saborizadas que comprabas por 25 centavos en las
bodegas del barrio. Como podrá decirte cualquiera en el barrio, el cuartito
más popular siempre ha sido el de uva. Nadie en el barrio quería tomar agua
de lichi o de maracuyá, que era lo que ellos tenían en mente. Formula 50
tenía que ser de uva para conectar con mi base. Glacéau respetó mi visión y
cambió el sabor a uva.
Una vez que todo quedó acordado, promoví Vitamin Water como loco.
Mi cara apareció en espectaculares en todo el país. Grabé un icónico
comercial en el que dirigía a una orquesta que tocaba “In Da Club” mientras
bebía Formula 50. Parecía que, a dondequiera que voltearas, me veías
predicando sobre las virtudes de Vitamin Water.
El dominio de mercado de Glacéau se expandió, y la industria de las
bebidas se dio cuenta, tanto así que, en 2007, Coca-Cola compró Glacéau
por más de cuatro mil millones de dólares. Por supuesto, a mí me tocó una
parte. Quisiera darte la cifra, pero firmé un acuerdo de confidencialidad
para nunca revelar esa cantidad. Digamos nada más que me fue muy bien.
Fue una de las victorias más grandes de mi vida, que luego celebré en
mi canción “I Get Money”:
“¿Qué carajos?” era lo que el resto del mundo del hip-hop se preguntaba
cuando se enteró de cuánto dinero había ganado. Había antecedentes de
grandes negocios en el mundo del hip-hop —Run-DMC con Adidas, LL
Cool J con FUBU—, pero nada le llegaba a los talones a esto. En un
ambiente en donde todos están buscando el siguiente negocio, yo logré
identificar algo que estaba a la vista de todos y que nadie había notado.
En ese entonces, tuve suficiente confianza en mi visión como para no
obsesionarme con el dinero desde el principio. Para ser sincero, estaba en la
cresta de la ola de mi éxito musical y no me urgían otros cien mil dólares.
De cualquier modo, sin importar cuál sea tu situación financiera, si en
verdad crees en algo, siempre recomendaría que busques una parte del
negocio en vez de un pago por adelantado.
Cuando pides acciones, estás apostando por ti mismo. Cuando lo hice
con Vitamin Water, fue una apuesta única. Hoy en día, con la aparición de
las startups , es una forma de compensación a la que mucha gente recurre,
en especial en empresas de tecnología y de medios. Siempre es astuto pedir
una parte del negocio, aunque también hay que elegir con inteligencia qué
tipo de parte es la que vas a obtener, pues no todas las rebanadas del pastel
corporativo son iguales.
Si vas a negociar un trato con una empresa que podría incluir acciones,
lo primero que debes hacer es contratar un abogado. No importa si estás
quebrado; es indispensable. Pide prestado si es necesario. Luego, asegúrate
de que sea un abogado familiarizado en temas corporativos. No contrates a
tu primo que trabaja en bienes raíces ni al tipo que se encargó de tu divorcio
sólo porque podrían ser más baratos. Busca a alguien que se especialice en
ese tipo de contratos. Gastar un poco más en esa primera etapa, incluso si
duele un poco, te ahorrará mucho dinero y dolores de cabeza en el futuro.
Cuando hables con alguien de negocios, también debes familiarizarte
con algunos asuntos básicos para estar bien informado. La mayoría de la
gente no estará en la misma posición en la que estuve yo con Vitamin
Water, la que de hecho me permitió obtener una parte de la empresa.
Es probable, en cambio, que estés en una posición en la que la empresa
te ofrezca un salario más bajo, complementado con opciones de acciones.
Antes de evaluar si se trata de una oferta justa, necesitas saber cuál es la
valoración general de la empresa. Si la empresa ya hizo una oferta pública
inicial, puedes calcular su valor de mercado multiplicando el precio de las
acciones de la empresa por el número de acciones emitidas. Si no se han
emitido acciones aún, la cifra será más difícil de calcular. Quizá tengas que
preguntarles a los fundadores qué método usaron para hacer su tasación. Si
no quieren decírtelo o te dan una respuesta ambigua que no tiene mucho
sentido, es probable que no sea el tipo de trato que quieras cerrar.
Si te ofrecen acciones, necesitas saber si tienen derechos adquiridos o
no. La mayoría de las opciones de acciones tienen derechos adquiridos, lo
que significa que debes permanecer en la empresa durante un cierto periodo
antes de poder liquidarlas. Si tu opción no adquiere sus derechos sino hasta
dentro de cuatro años, tendrás que preguntarte si te sientes cómodo estando
ahí todo ese tiempo. Si la respuesta es no, quizá las acciones no valgan la
pena.
Muchas veces, la gente oye las palabras acciones u opciones de compra
y creen que se ganaron la lotería. Es cierto que las acciones y las opciones
de compra son una de las formas más rápidas de ganar mucho dinero, pero
no puedes lanzarte de cabeza y a ciegas a una startup . Tienes que
informarte y hacer muchas preguntas complicadas al inicio del proceso.
Así, si la startup con la que estás trabajando se convierte en una de las
pocas que logra que su valor se dispare, estarás en la posición perfecta para
cosechar tu recompensa.
PODER DE VERDAD
Uno de los mejores negocios que he cerrado en la vida fue el que hice con
Starz para la serie Power . También fue —al menos al principio— uno de
los tratos menos lucrativos que he hecho. Pero eso no me molestó en
absoluto. Cuando comencé a hablar con Starz mi estrategia no era conseguir
el cheque más grande posible, sino generar la oportunidad más grande
posible.
Desde el momento en el que concebí la idea de Power , supe que tenía
algo especial entre manos. Mi objetivo no era lanzar una sola serie; estaba
buscando crear una franquicia en la que los personajes fueran tan atractivos
que pudieran dar pie a sus propios spin-offs . Lo que Marvel había hecho en
el cine, yo quería que Power lo lograra en la televisión. No quería crear un
planeta; quería construir un universo.
Para darle vida a ese universo, tuve que ser muy humilde con mis
primeras exigencias. A pesar de mis éxitos en la música y el cine, mi
historial en televisión no era tan sólido. Mi única expedición previa en ese
mundo —un programa en mtv al estilo de The Apprentice llamado The
Money and the Power — fue cancelada después de una temporada. Debía
reconocer que no estaba en posición de exigir un cheque de superestrella.
Sí, Starz creía en mi visión, pero no estaban listos para tirar la casa por la
ventana. El presupuesto que me ofrecían era muy limitado. Si quería que la
serie fuera un éxito, tendría que distribuir ese dinero de la mejor manera
posible.
Por eso acepté hacer la primera temporada por diecisiete mil dólares por
episodio. Con una temporada de ocho episodios, el costo final fue de ciento
treinta y seis mil dólares. Ten en cuenta que ese dinero no era sólo por
actuar. También incluía ser productor ejecutivo de la serie, lo que implicaba
pasar horas con los escritores y trabajando con Courtney Kemp, la
showrunner . Cuando llegó la hora de promover la serie, tuve que aparecer
en Good Morning America , llamar a estaciones de radio y estrecharles la
mano a los patrocinadores. Mi compromiso con la serie era absoluto. Todo
por ciento treinta y seis mil dólares.
Desde una perspectiva estrictamente económica, parecía un trato
terrible. Podría haber ganado tres veces esa cantidad con un par de
apariciones en un club o un concierto de diez minutos. Olvídate del pago
“justo”. Con todo el tiempo que había invertido, prácticamente me pagué a
mí mismo para hacer esa primera temporada.
La gente se quedó boquiabierta cuando supo por cuánto había aceptado
hacerlo. Creían que pude haberle de dicho a la gente de Starz: “Oye, soy 50
Cent. Puedo entrar a un club, fingir tomarme una copa de champaña durante
cinco minutos y cobrar cincuenta mil dólares por ello. No voy a firmar
esto”. Esa respuesta quizá sería apropiada para 50 Cent, pero habría sido
una estrategia muy miope. Así es como Sha Money o Gillie Da Kid habrían
evaluado la situación. Mas no Curtis Jackson.
Al hacer Power por mucho menos de la tarifa habitual, aposté por mí
otra vez. Y la apuesta pagó con creces. Power se convirtió en la serie con
mejor rating de Starz por un amplio margen. En los últimos cinco años, ha
sido la principal responsable del éxito de la cadena. Esa métrica me ha dado
mucho poder en las negociaciones posteriores. Cuando empecé a negociar,
debía mantener los pies en la tierra. Tan pronto el show estalló, me pude dar
el lujo de ser mucho más agresivo.
Acumulé tanto crédito para negociar que recientemente volví a firmar
con Starz, pero esta vez por ciento cincuenta millones de dólares. El trato
incluye un compromiso de tres series adicionales y un fondo para
desarrollar otros proyectos de G-Unit. Cuando todo esté listo, el contrato sin
duda valdrá muchísimo más.
Incluso mientras trabajaba en el set, con los escritores y en la gira
promocional, jamás pensé que mi verdadero valor fuera de diecisiete mil
dólares por episodio. Ésa fue sólo la cifra que acepté para arrancar el
proceso. Mi verdadero valor sería como productor y estrella de una serie
exitosa que daría vida a más series y a varias fuentes de ingreso adicionales.
Todo lo que hice en la primera temporada me puso en la posición necesaria
para lograr que lo demás se hiciera realidad.
Debo reconocer que pude darme el lujo de trabajar por poco dinero
durante esa primera temporada, pero entiendo que la mayoría de la gente no
está en esa posición. Para ti, aceptar menos dinero al principio puede
implicar que habrá tiempos difíciles en el futuro. Quizá necesites un
segundo empleo para apoyar el proyecto que emprendiste. Tal vez tengas
que pedir un préstamo o dejar tu departamento y mudarte con un amigo. Sé
que esos pasos desmotivan, pero te prometo que a la larga esas decisiones
rendirán frutos. Hacer sacrificios en el momento siempre vale la pena
cuando estás buscando el mejor potencial a largo plazo.
Hoy en día, las pasantías parecen tener mala reputación. Muchos jóvenes se
quejan de que son explotadoras. Algunos incluso quieren lograr que las
pasantías sin paga sean consideradas ilegales.
Me parece una visión miope. Si eres pasante en una industria que te
apasiona, no te están explotando. Depende de ti sacar lo más posible de esa
experiencia. Una pasantía es una puerta abierta. Cuando ya estás dentro, es
tu responsabilidad explorar todas las habitaciones de la casa.
Digamos que quieres ser diseñador de zapatos deportivos. Gracias a tu
empuje, logras conseguir una pasantía en Adidas, pero en el departamento
de marketing. A ti el marketing no te interesa, pero aceptas el puesto de
todos modos. Buena decisión: ahora tienes acceso.
Debes acometer tu trabajo en marketing como si fuera un puesto de
diseño y ganarte el respeto de tus jefes. Luego, aprovecha que estás dentro
del lugar para hacer contactos. Averigua quién trabaja en el departamento
de diseño y acércatele en la cafetería. Hazle cumplidos por sus diseños.
Entabla una conversación. Asegúrate de seguir encontrándote con esa
persona hasta forjar una relación. Cuéntale entonces que tu verdadera
pasión es el diseño. Pregúntale si podrías pasar un día a su oficina sólo a
observar.
Si esa persona percibe que tu hambre es sincera, lo más probable es que
diga que sí. Ahora tienes una entrada. Estás cerca de las personas que están
haciendo lo que tú quieres hacer. Capitaliza la oportunidad. Haz preguntas y
observaciones; absórbelo todo. Incluso si no desemboca en un empleo más
adelante —aunque podría hacerlo—, saldrás de esa pasantía teniendo una
enorme ventaja frente a tu competencia. Tendrás información real sobre
cómo se pone en práctica tu pasión.
EVOLUCIONA O MUERE
Mira a tu alrededor. Todo cambia. Todo en esta tierra está en constante estado de
evolución… No viniste a este planeta a permanecer estático.
—Steve Maraboli
Cuando conseguimos lo que estamos buscando, rara vez nos quedamos satisfechos con eso. Esas cosas so
sólo la carnada. Perseguirlas nos obliga a evolucionar, y es la evolución y no las recompensas mismas
que nos importa a nosotros y a quienes nos rodean. Esto significa que, para la mayoría de la gente, el éxi
es sinónimo de luchar y evolucionar de forma tan eficaz como sea posible.
Te juro que Ray tiene muy claro qué es lo que se necesita. Yo he conseguido
todo lo que he buscado y mucho más. Y sigo sin estar satisfecho con mi
situación.
He vendido casi treinta millones de discos. Es evidente que mi rap les
gusta a algunas personas. Sin embargo, cada vez que entro a la cabina, sigo
intentando crear una rima demoledora. Sigo queriendo demostrar que tengo
los mejores versos.
De igual modo, quiero seguir creando televisión espectacular, vender más
libros y lanzar más marcas de licor. Y, en un par de años, sospecho que tendré
algún proyecto nuevo que estaré por lanzar y me emocionará tanto como me
emocionó firmar con Interscope la primera vez.
El momento en el que cierre la puerta a mi evolución personal será el
momento en que deba colgar la toalla. Pero no veo que esa puerta vaya a
cerrarse pronto.
NEGARSE A EVOLUCIONAR
Si el éxito de Power ha sido uno de mis más grandes logros, una de mis más
grandes decepciones es el potencial desperdiciado de Lloyd Banks y Tony
Yayo de G-Unit.
Tanto el surgimiento de Power como la caída de G-Unit son muestra de
cómo el crecimiento suele ser uno de los elementos clave de cualquier
camino exitoso. Siempre he sentido que, si hubiera hecho un mejor trabajo
enseñándoles a Banks y a Yayo cómo evolucionar y cambiar sus hábitos, los
dos estarían en un mejor lugar en este momento. En cambio, los dos se
quedaron atorados en la misma mentalidad y, por ende, el éxito que tanto
ansiaban los ha eludido.
En el caso de Banks, mucha de su incapacidad para evolucionar como
artista está ligada a su estructura emocional. Banks creció en el mismo
vecindario que yo, pero nunca fue parte del barrio de la misma manera.
Mientras yo estaba afuera afanándome (de hecho, trabajaba con su papá),
Banks se conformaba con sentarse en su pórtico y ver el mundo pasar desde
ahí.
No tiene nada de malo, pero era muestra de un aspecto particular de su
personalidad: Banks quería que las cosas llegaran a él, en vez de salir a
buscarlas. No estoy intentando calumniarlo; el tipo tiene tatuado “Lazy
Lloyd” en el brazo. Lleva la pereza literalmente a flor de piel.
Siempre ha proyectado una poco productiva mezcla de introversión y
arrogancia. Es el tipo de persona que se siente más cómoda siendo cabeza de
ratón. Si Banks estaba en el estudio con un montón de MC desconocidos, se
sentía muy seguro; disfrutaba ser el centro de atención. Pero, si de pronto
aparecía yo, él sentía que lo habían quitado de su puesto. Se frustraba al
sentir que ya no era el más importante.
Lo entiendo. Acaparo el aire dondequiera que esté. El problema es que él
no luchaba por recuperar algo de ese oxígeno, que es justo lo que una estrella
debería hacer.
Mi creencia es que una verdadera estrella debe poseer cuatro habilidades
fundamentales: crear muy buen material, ser un artista en vivo con gran
energía, tener una imagen única y mostrar una personalidad fuerte.
Tupac tenía las cuatro, al igual que Mary J. Blige. Chris Brown también.
Biggie no tenía las cuatro, pero era capaz de compensar las áreas donde
flaqueaba más. Su imagen en un principio no era tan fuerte, así que Bad Boy
le compró suéteres nuevos y le puso lentes de sol para taparle el ojo que se
movía siempre por todos lados. No podía moverse mucho en el escenario
durante los conciertos, así que el líder de su disquera se convirtió en su
bailarín. Era una gran distracción. Todo eso le funcionó a Biggie. Irrumpió en
la escena con material trascendente, y sus colaboradores lograron maquillar
las áreas en las que no era tan fuerte. No necesitó mucha más ayuda para
convertirse en estrella.
Si soy honesto al evaluar a Banks, quizá tiene una de esas cualidades: es
un muy buen compositor. Entre los raperos conocidos como “de punchline ”
(raperos que terminan sus compases con un verso gracioso o irónico”), a
Banks le gusta hacerse llamar el PLK o Punch Line King. No sé si sea el rey,
pero no debe estar muy abajo en la línea de sucesión.
Sin embargo, no es un gran artista en vivo ni alguien que se vista bien, ni
alguien con una gran personalidad. Así que, si no cumple con esos tres
requisitos, ¿cómo va a crecer y convertirse en la estrella que ya es en su
cabeza?
Para mí, la respuesta era cambiar la forma en la que interactuaba con la
cultura. Por eso, hace años le dije que filmara un video sobre su vida y lo
subiera a YouTube. Que le presentara su estilo de vida a la gente. Que dejara
que la cámara lo siguiera un rato para ver cómo se movía. Tal vez algo que
hiciera o dijera crearía una chispa, se haría viral y le daría algo de fuego.
Lo que no quería era que se sentara a escribir punchline tras punchline y
luego se llenara de resentimiento cuando a la gente le dejara de importar sus
mixtapes . Dicen que la locura es hacer lo mismo una y otra vez esperando
resultados distintos. Si es así, sin duda hay algo de locura en el temperamento
de Banks.
No estoy escribiendo aquí nada que no le haya dicho de frente. Una vez
que me senté a hablar con él, justo cuando Instagram estaba por estallar,
intenté dejarle esta joya de sabiduría:
—Tienes que estar en Instagram —lo animé—. Puedes ser un poco torpe
en persona, así que ésa es una gran manera de que te comuniques con la
gente. Sólo publica fotos de lo que te parezca cool . Así puedes controlar la
conversación sin tener que sentirte incómodo. Es perfecto para ti.
—Nah, no quiero —dijo.
—¿Por qué no? Puedes sólo subir la foto y poner cosas graciosas abajo.
Puedes ponerles punchlines a las imágenes. ¡Puedes hacer lo que sabes hacer
y ganar fans!
—Nah, qué cursi —me dijo, antes de agregar—: Biggie y ’Pac no hacían
esa mierda.
—Están muertos, amigo —le dije—. Murieron antes de que inventaran
esta cosa. ¿Cómo sabes que no estarían en Instagram si estuvieran vivos?
Pero Banks estaba terco. Biggie y ’Pac no usaban las redes sociales, así
que él tampoco lo haría.
Su forma de pensar casi me revienta la cabeza. Sugería que, si Tupac es
tuviera vivo, seguiría usando chalecos de cuero y pañoletas rojas en la
cabeza, y les daría su número de bíper a las mujeres. O que Biggie seguiría
llevando suéteres Coogi y jugando Mortal Kombat II todas las noches. Es
absurdo. Esos tipos habrían evolucionado en su música, estilo y personalidad.
Biggie era graciosísimo. Su Instagram sería una de las páginas más
populares de todo el mundo. Creo que ’Pac habría vuelto a sus raíces
revolucionarias y habría tenido un impacto en la sociedad que fuera mucho
más allá de la música.
Diablos, hasta mi actitud con respecto a Instagram ha evolucionado.
Cuando apareció, también me pareció cursi. En 2014, le dije a The Guardian
: “Creo que lo está arruinando todo. Nos provoca hábitos extraños. Le estás
tomando fotografías a cosas que ni siquiera te gustan”.
Eso es lo que pensaba entonces, pero tampoco mantuve la mente cerrada.
Con el tiempo, comencé a darme cuenta de que no entendía la plataforma del
todo. No había intuido los ritmos de cómo publicar o cuál era el contenido
que resonaba con la gente. Lo más importante de todo: no apreciaba lo
efectivo que era estar en contacto directo con la gente por ese medio. Así que
me lancé y me sumergí en la plataforma. Hoy es una de las herramientas más
importantes que tengo para interactuar con el público.
Banks se resistía a ese tipo de evolución. Su mente estaba atorada en los
noventa y no tenía prisa por desatascarla. Para ser justo con Banks, en
realidad era un instinto natural. Los científicos han comenzado a descubrir
que la música que escuchamos cuando somos adolescentes tiene un mayor
impacto en nuestras vidas que aquella que escuchamos en cualquier otro
momento de nuestra vida. Nuestro cerebro se desarrolla con mayor velocidad
entre los doce y los veintidós años, y parece ser que la música que
escuchamos en ese periodo es la que tiende a quedarse grabada en nuestra
mente.
Banks tenía unos catorce años cuando Biggie y ’Pac estaban en la cima,
así que tiene sentido que su música resuene tanto con él. Lo entiendo;
también sigo amando la música de cuando tenía esa edad. La diferencia es
que yo no he moldeado mi carrera a la imagen de KRS-One ni Kool G Rap.
¿Qué sentido tendría? Fueron increíbles en su momento, pero a mí siempre
me ha importado crear mis propios momentos en vez de copiar los suyos.
Cuando Banks me dijo eso, me di cuenta de que había llegado tan lejos como
era capaz. De hecho, lo primero que pensé fue: “Ésa es una persona en la que
no puedo invertir ni un dólar o segundo más”.
Todos conocemos a alguien como Banks, la persona que sólo respeta una
época y piensa que lo demás es basura. Puede ser sobre música, deportes,
televisión, cine o moda. En un principio parece genial que le apasione tanto
proteger un legado, pero se vuelve irritante después de un rato. La mayoría de
la gente no quiere oír sermones sobre cómo eso que están disfrutando en el
presente no es tan bueno como algo que existía antes. Respetar el pasado es
bueno, pero deja de serlo si te impide avanzar hacia el futuro o aprovechar el
presente.
La gente que está atascada en el pasado envejece antes de tiempo. Su
identificación podrá decir que tienen treinta años, pero su mentalidad es más
vieja que la de gente de cincuenta o sesenta. La edad no tiene que ver con el
año en que naciste, sino con cómo enfrentas el año en el que estás. Si te
mantienes abierto a nuevas experiencias, estás dispuesto a correr riesgos y te
dan curiosidad las ideas nuevas, eres joven. Punto.
Por otro lado, si estás atascado en una forma de pensar y no te interesa
probar cosas nuevas, o si crees que ya has aprendido todo lo que necesitas
saber, eres un anciano. De hecho, estás al borde de la muerte.
Mi barba tendrá una que otra cana, pero me mantengo joven. Me siento y
me veo fresco. No sólo porque todavía tengo el abdomen marcado y uso
zapatos deportivos geniales, sino porque mi espíritu es joven. Lo que vaya a
ocurrir este año me emociona tanto como me emocionaba en 2002 o 2012.
Alguien podría mostrarme la música de un rapero nuevo mañana y estaría
tan prendido como lo estuve la primera vez que escuché a Nas. De igual
modo, podría ver una comedia nueva y reírme tanto como la primera vez que
vi Sanford and Son . Nunca me negaré a vivir experiencias nuevas.
En verdad intenté ayudar a Banks, pero no se puede ayudar a alguien que
está casado con cierta mentalidad o época. Si te sientes atascado, debes tener
el valor de salir del cascarón en el que te metiste y vivir todas las emociones
que el mundo aún puede ofrecerte.
Los problemas de Tony Yayo eran un poco distintos. Como Banks, Yayo era
de mi barrio, pero, a diferencia de él, no se quedaba sentado en los escalones.
Estaba afuera, en las calles, buscando tanta acción como fuera posible.
Yayo era salvaje desde que lo conocí. En nuestro mundo, ese
temperamento le vino muy bien. Era capaz de hacer cualquier cosa en
cualquier momento y, por ello, la gente le daba mucho espacio. En aquel
entonces, ayudé a Yayo a ser así de salvaje. Como banda, necesitábamos esa
energía agresiva e impredecible.
Incluso después de que comenzó a llegar el éxito, seguíamos viviendo así.
No veíamos razón alguna para cambiar. Eso significaba que seríamos muy
agresivos al tomar lo que creíamos que nos correspondía. Si alguien nos
faltaba al respeto o se interponía en nuestro camino, lo quitábamos, costara lo
que costara.
Uno de mis talentos es asimilar y procesar información más rápido que la
mayoría. Así que, a pesar de que estábamos rompiéndola en los estadios,
clubes y hoteles de todo el país, comencé a detectar señales de que pronto
tendríamos que cambiar la forma en la que hacíamos las cosas.
La señal más evidente era que había policías a dondequiera que fuéramos.
Pasillos de estadios, lobbies de hoteles, entradas de clubes: la policía siempre
estaba ahí. Uno pensaría que no había muchos crímenes en la ciudad en la
que estábamos, considerando la manera en que nos seguían.
Algunas otras señales no eran tan notorias. Había mucha energía nerviosa
a nuestro alrededor. Es fácil no percibirlo cuando todo se mueve tan aprisa,
pero, cuando ves más allá de la conformidad de la gente, el miedo es
evidente. Lo notaba en los dj de las estaciones de radio, en los ingenieros del
estudio, en los conductores de televisión, en los gerentes de clubes, agentes y
programadores. Querían hacer negocios con nosotros, pero creían que podía
desatarse una balacera en cualquier momento.
Al darme cuenta de ello, acepté que tendría que cambiar mi estrategia
para lidiar con los desacuerdos y confrontaciones. Era hora de expresar mi
descontento de forma distinta. Tendría que presionar para obtener lo que
quería, por medio de managers y agentes. Tendría que pelear con abogados.
Tendría que diversificar mis arsenal estratégico si quería capitalizar las
oportunidades que el éxito nos estaba presentando.
También reconocí que necesitábamos modificar la distribución de nuestro
tiempo. En las calles, si querías empezar a vender crack a la 1 p.m., a esa
hora empezabas. Si querías tomarte un descanso a las 5 p.m., te lo tomabas.
¿Un día no querías trabajar? Allá tú. Sólo asegúrate de vender. Es un estilo de
vida que te condiciona a hacer lo que quieras, cuando quieras, siempre y
cuando muevas la mercancía.
No es, por el contrario, un estilo de vida que sea productivo cuando lidias
con corporaciones. Si una estación de radio te espera a las 8 a.m., no caminas
por la puerta pasado el mediodía, esperando que pongan tu canción de todas
maneras. De igual modo, si una disquera te reserva un estudio de grabación
durante dos semanas, no deberías esperar al décimo día para por fin
aparecerte y comenzar a grabar.
Hacer la transición del estilo de vida callejero a ser una persona púbica
requeriría una nueva mentalidad. Yayo no pareció registrarlo. Si yo tenía
algún desacuerdo con otro artista, la reacción de Yayo era: “Vamos a
balearlo”, porque ésa habría sido su actitud en el barrio también.
Si nos daban cien mil dólares por una serie de presentaciones en clubes,
Yayo no pensaba en guardarlos en el banco. Lo primero que pensaba era:
“Oye, con esto compramos tres kilos y medio de coca. Los revendemos y
vamos a tener dinero de verdad”.
Una y otra vez tuve que decirle: “Yayo, no podemos hacer eso. Nada va a
funcionar si hacemos esas estupideces. Vamos a terminar de regreso en las
calles más rápido de lo que nos tardamos en llegar aquí”.
En la cabeza de Yayo, yo estaba siendo demasiado servil. Siempre
habíamos hecho lo que queríamos, cuando queríamos, como queríamos. Ésa
fue la actitud que nos hizo sobresalir. ¿Por qué cambiarla?
En retrospectiva, gran parte del problema fue que el éxito inicial le llegó
con demasiada facilidad. Cuando lancé Get Rich or Die Tryin’ , Yayo estaba
en la cárcel. En cuanto salió, lo puse en el escenario. No hubo periodo de
transición. No tuvo que pasar tiempo como un MC desconocido, adquiriendo
experiencia de a poco, aprendiendo a interactuar con la gente de la industria y
cómo lidiar con ejecutivos al tanteo.
En cambio, de golpe lo puse justo bajo los reflectores nacionales y le dio
montones de dinero. Debí haber visto que no eran las circunstancias ideales
para pedirle de pronto que cambiara los hábitos que había desarrollado a lo
largo de una vida. Si acaso, debí suponer que esos hábitos se apoderarían aún
más de él.
Aprendí que, cuando las cosas se mueven demasiado rápido y
constantemente cambias de situaciones y ambientes, la mayoría de la gente
vuelve a sus viejos hábitos en vez de desarrollar nuevos.
Después de años de súplicas, negociaciones y amenazas para que
comenzaran a hacer las cosas de otra manera, tuve que aceptar que Yayo y
Banks no serían capaces de hacerlo mucho más de lo que estaban
acostumbrados. Puedes darles las herramientas, pero no realizar el trabajo por
ellos. Ambos tuvieron la caja de herramientas enfrente durante años, pero no
iban a usarla jamás.
Fue muy decepcionante, pero no tuve más opción que aceptar que
muchos de los rasgos dominantes de sus personalidades —imprudencia,
resentimiento e indisciplina— siempre entorpecerían su progreso.
Simplemente era su forma de ser.
Quizá no lo parezca, pero me esforcé mucho por asegurarme de que
fueran exitosos. Como ya dije, me habría encantado que Yayo se convirtiera
en el siguiente 50 Cent. Si Yayo hubiera logrado capitalizar las oportunidades
que tuvo, habría abierto muchísimas puertas y me habría empoderado para
moverme aún más rápido. Habría hecho la transición para aprovechar otras
oportunidades mucho antes. En cambio, terminé siendo 50 Cent durante más
tiempo del que tenía planeado.
Y no fue sólo a Yayo a quien quise impulsar. La idea era que todos los
que estuvieran asociados con G-Unit terminaran convirtiéndose en jefes por
mérito propio. Lo único que tenían que hacer era seguir mi ejemplo. Los
preparé para el éxito al incluirlos en mis discos y dejarlos compartir el
escenario conmigo. Una vez que tuvieran una base sólida, lo único que
faltaba era que reprodujeran la fórmula con nuevos actos que ellos
escogieran, repitiendo el proceso una y otra vez. Nunca lo hicieron. De
cualquier modo, no quisieron hacerlo o no supieron identificar a nuevos
artistas de cuyo pastel les habría correspondido una rebanada.
Mi intención era que G-Unit fuera la primera rama de un árbol
genealógico que comenzara conmigo y lanzara después a generaciones
enteras de raperos. Lo que sucedió en realidad fue que creé un árbol que vivió
sólo una generación antes de morir. Se encogió. Di a luz a mis hijos, pero
ellos no me dieron nietos.
LOS DÍAS NO ESTÁN CONTADOS
En los días del Viejo Testamento, había un rey babilonio llamado Baltasar.
Llevaba una vida decadente, incluso para los estándares de la época. Te estoy
hablando de harenes llenos de mujeres hermosas y orgías alcohólicas que
duraban días.
Un día, Baltasar decidió llevar las locuras de su mandato un poco más
lejos. Solía hacer fiestas en el palacio, pero esa noche decidió tener una en el
templo más sagrado de la ciudad. El rey se embriagó tanto que, en el furor de
la fiesta, comenzó a beber vino de copas sagradas que habían sido llevadas al
templo desde Jerusalén. Se suponía que sólo los sacerdotes del templo podían
usar esas copas, pero Baltasar estaba decidido a demostrar que no había tabú
que no pudiera romper.
Casi inmediatamente después de que terminó de beber de las copas, el rey
vio de pronto una mano que no estaba unida a un cuerpo escribir la siguiente
frase en la pared del templo:
Al principio debió pensar que había bebido demasiado, pero, cuando las
inspeccionó de cerca, vio que las palabras en verdad estaban escritas en la
pared. Eso le quitó la borrachera casi al instante. Llamó a los sabios de su
reino para que le explicaran qué diablos ocurría, pero ellos tampoco lograron
entender qué significaban esas palabras. Llamó entonces al profeta hebreo
Daniel, quien fue capaz de interpretarlas: “Dios ha contado los días de tu
reinado y ha determinado su fin; has sido puesto en la balanza y te ha hallado
falto de peso; tu reino ha sido dividido y entregado”.
Era una advertencia seria, pero a Baltasar no le preocupó. Él era el rey de
Babilonia. Ningún Dios hebreo le diría qué hacer. Así que dejó que el vino
fluyera y la fiesta continuara. Sin embargo, debió haber escuchado. Harto de
las faltas de respeto, el dios hebreo lo mató ese mismo día y dejó su imperio
en ruinas.
Te comparto esa historia porque representa el origen de la frase “tus días
están contados”. En ese entonces, hablaban de un rey que desafió a Dios. Hoy
la usamos para describir un momento en el que es obvio que las cosas van a
dar un vuelco para mal.
En el contexto de los negocios, podemos decir que los días de BlackBerry
estuvieron contados cuando apareció el iPhone, o que los días de Blockbuster
estuvieron contados cuando la gente comenzó a ver películas en Netflix.
En retrospectiva, es fácil ver qué les ocurrió a los Blackberries y
Blockbusters del mundo e identificar el momento en el que cambió su suerte.
Sin embargo, ubicar ese cambio en tiempo real, sobre todo cuando te está
ocurriendo a ti, es una tarea mucho más complicada.
Eso pasa porque tus días nunca están contados .
Si fuera el caso, sería fácil saber cuándo cambiar tu plan de negocios,
comenzar a buscar otro empleo o incluso terminar una mala relación.
Pero nadie voló un avión sobre las oficinas de Blockbuster con un cartel
que dijera “¡Oye, Blockbuster! Rentar dvd está a punto de ser cosa del
pasado. ¡En el futuro la gente va a ver sus películas por internet!”.
De igual forma, no entrarás a tu lugar de trabajo y encontrarás una nota en
tu escritorio que diga: “Aviso: vamos a hacer recortes el año que viene y tu
puesto va a ser eliminado. Tal vez quieras empezar a buscar otra cosa”.
Y, sobre todo, no vas a llegar a tu casa un día y encontrar una nota en el
refrigerador que diga: “Hola, amorcito. Sólo quería decirte que me estoy
acostando con tu mejor amigo”.
¡No! Si eres el ceo de Blockbuster debes tener la visión necesaria para
entender hacia dónde van las cosas y mover tu negocio a un modelo de
streaming antes de que Netflix acapare el mercado.
Si eres ese empleado, debes tener el dedo en el pulso de la industria, darte
cuenta de que a tu empresa ya no le va tan bien y comenzar a buscar un
nuevo empleo mientras aún tienes poder de negociación.
Si eres esa esposa, necesitas terminar las cosas con el amigo y tener una
conversación seria con tu esposo. O tal vez necesitas sacar a ese hombre de tu
casa.
Sería maravilloso poder tener información privilegiada cuando vamos a
enfrentar un periodo complicado, pero, por desgracia, nadie nos lo va a
advertir de forma tan clara como a Baltasar.
Quizá no entiendas las palabras sobre la pared, pero lo que sí puedes
interpretar es la energía que te rodea. Si estás dispuesto a observar y escuchar,
descubrirás que los mensajes que transmite esa energía son casi tan claros
como la advertencia que recibió Baltasar.
Por ejemplo, regresemos a 2009, el año en que me fui de gira para
promocionar “Crack a Bottle”. Percibí que el público no respondía a mi
música igual que antes, y las ventas lo confirmaron. Cuando lancé Before I
Self Destruct ese mismo año, vendería sólo un millón de copias a nivel
mundial. Es una cifra fantástica para la mayoría de los artistas (sobre todo en
la actualidad), pero para mí era una caída estruendosa. En comparación, en
2003, Get Rich or Die Tryin’ vendió catorce millones; y The Massacre , que
debutó en 2005, vendió once millones de copias a nivel mundial. Era
evidente que mis cifras se estaban moviendo en la dirección equivocada.
Sin embargo, cuando visitaba las oficinas de Interscope, la gente me
seguía hablando como si estuviera vendiendo diez millones de copias. “Te
amamos, 50”, me decía un ejecutivo, mientras que otro me ponía un brazo en
los hombros y decía: “50, queremos estar contigo en este negocio para
siempre”. Era lindo oírlo, pero no era cierto.
Lo que no estaban diciendo era que la industria discográfica estaba en su
lecho de muerte. No eran mis ventas las que estaban cayendo, sino las de
todos. Ninguna disquera iba a ganar tanto dinero monetizando streams como
lo hicieron vendiendo cd .
A diferencia de algunos de sus colegas, el ceo de Interscope, Jimmy
Iovine, identificó la tormenta que se avecinaba. Calculó que, si en el futuro la
mayoría de la gente iba a escuchar música en dispositivos móviles, los
audífonos serían mucho más rentables en el mercado. Basándose en esa
intuición, comenzó a hacer la transición de alguien que vendía discos a
alguien que ofrecía audífonos.
Esa previsión le trajo muchos frutos a Jimmy, pero no le redituó tanto a
los artistas de su disquera. Resulta que no es ideal trabajar con una disquera
que en realidad no está enfocada en vender discos.
Por eso, si mis días hubieran estado contados, cuando aparecí en las
oficinas de Interscope habría encontrado un cartel colgando de una pared que
dijera: “perdón 50, pero ya no nos interesas ”. Eso fue justo lo que sentí,
pero —como ya dije— nadie me lo iba a explicar de frente.
Tuve que descifrar ese mensaje a través de la energía que dirigían hacia
mí. Debí fijarme en las diferencias entre cómo me trataban cuando era
realmente importante para las finanzas de la empresa y cuando sólo fingían
que lo era. Cuando el dinero fluía, me trataban como a su jugador franquicia.
Mi presupuesto de marketing era ilimitado. No me negaban ninguna petición.
Todos los vuelos eran en primera clase; todos los hospedajes eran en la suite
presidencial. Cuando visitaba las oficinas, la gente me atendía como si fuera
de la realeza. Desde la recepcionista hasta Jimmy, a todos les emocionaba
verme y se deshacían en atenciones. ¿Cómo no hacerlo? Les estaba llenando
los bolsillos.
Sin embargo, cuando las ventas comenzaron a caer, sentí el cambio en la
energía. Fue sutil al principio. Los contratos tardaban más en firmarse. Las
respuestas a mis llamadas y correos no llegaban tan rápido. Pasaba más
tiempo reuniéndome con ejecutivos junior que con los dirigentes.
Contrario a muchos artistas, disfruto ser un analista de la industria. Leía
publicaciones como Billboard , Variety y el Hollywood Reporter , y sabía que
las ventas de música habían caído más de cincuenta por ciento, de 14.6 mil
millones de dólares a 6.3 mil millones entre 1999 y 2009. Nadie estaba
vendiendo como lo hacía antes.
Tras tomar en cuenta la energía que había detectado en la oficina —
además de la trayectoria general de la industria—, decidí hacer una jugada.
En vez de esperar a que la inevitable guillotina cayera, decidí adelantarme
a Interscope. Agendé una reunión con Jimmy y le dije que estaba listo para
buscar otros horizontes. “Ustedes ya no están realmente en el negocio de
vender música. Me iría mejor como artista independiente. Además, voy a
empezar a estar más activo en el cine y la televisión. Eso es lo que me
apasiona.”
“Ah, ¿quieres hacer las dos cosas?”, me preguntó. Lo dijo como si le
sorprendiera, pero me di cuenta de que estaba más aliviado que otra cosa.
Supongo que quería quitarse la carga de encima.
Habría sido fácil resentirme en ese momento. Jimmy nunca fue mi jefe;
era mi socio. Y, como socios, nos había ido muy, muy bien juntos. Pude haber
dedicado tiempo a preguntarle por qué, a pesar de todo ese éxito, no siempre
me respaldó y no había hecho más para apoyar mis últimos discos, incluso
mientras tiraba mucho más dinero a proyectos que eran obviamente
inferiores, como Last Train to Paris , de Puffy. (De hecho, sí sé por qué, pero
eso lo guardaré para el próximo libro.) Yo ya estaba enfocado en el futuro, un
futuro en el que me involucraría mucho más en el cine y la televisión.
En vez de perder mi tiempo, leí la energía del lugar, percibí hacia dónde
iba la industria y tomé el control de mi futuro. Siempre es mejor plan que
esperar a que tus días estén contados.
EXPANDIR TU MENTE MEDIANTE TU
CÍRCULO
EL PODER DE LA PERCEPCIÓN
C uando lanzamos Get Rich or Die Tryin’ , yo aún tenía un pie en las
calles. Y esa cercanía con las dificultades me permitía conectar con mi
público.
Sin embargo, una vez que alcancé el éxito, esa conexión se perdió. Con
la fama y la fortuna, dejé de ser humano. Parecía más un personaje de
historieta que alguien con sentimientos reales. La percepción generalizada
era que, si me apuñalabas, no sangraba.
Con el tiempo he logrado dejar atrás los resentimientos relacionados
con aquella idea de que no soy susceptible a los mismos dolores, miedos y
decepciones que el resto del mundo. Acepté que existían prejuicios sobre
mí que no podría cambiar. Lo que sí podía hacer, en cambio, era trabajar
con más astucia para lograr que esas percepciones me beneficiaran.
Uno de los más grandes miedos de muchas personas es ser ellas mismas.
Seguro hay alguien leyendo este libro con la esperanza de convertirse en “el
próximo 50 Cent”. Si eres tú, desecha esa idea de inmediato. Ser como yo
no va a encajar con tu camino, como tampoco lo hará intentar convertirte en
alguien más.
Si cambias para parecerte demasiado a alguien más, estarás proyectando
al mundo una energía débil e infructuosa, y estarás huyendo de tu fuente de
energía más inagotable: ser tú mismo.
Lo que quiero transmitirte en este capítulo es la noción de que ser la
mejor versión posible de ti mismo tendrá un impacto increíble en tu éxito.
Influir en cómo te ve la gente no te hace falso. No te convierte en un
farsante. Te convierte en alguien que sabe controlar la energía a su favor.
Imagina que tu energía es como el agua. Durante miles de años, la
humanidad ha buscado controlar la energía del agua. Los antiguos griegos
construyeron molinos que aprovechaban el poder de los ríos para moler el
trigo y hacer harina. En China, utilizaban tornos para sacarla de los ríos y
llevarla a los canales de irrigación. Los ingenieros musulmanes en África y
el Medio Oriente usaban el poder hidráulico para impulsar “máquinas de
carga”. En tiempos modernos, hemos construido proyectos colosales como
la presa Hoover, que aprovechó la potencia del río Colorado para irrigar
tierras áridas, controlar inundaciones y proveer energía eléctrica a millones
de personas.
Ninguna de esas medidas que cambiaron tanto a la civilización alteraron
la naturaleza básica del agua. Lo único que cambió fue cómo se utilizó.
Intenta concebir así la idea de controlar la energía de cómo te perciben.
La esencia fundamental de quien eres no cambiará; sólo estarás usando su
poder innato de forma más astuta.
MOLDEAR LA PERCEPCIÓN
Después de esa ocasión en la que tuve que usar un plumón para la portada
de The Massacre , mis músculos han sido reales. Debo admitir, sin
embargo, que ha habido ocasiones en las que sí manipulé cómo me percibía
la gente para avanzar en mi carrera.
Una de las primeras veces en que me di cuenta de que podía atraer lo
que quería al proyectar éxito fue cuando estaba intentando hacer la
transición de vender drogas a componer música.
Me iba muy bien en las calles, pero nadie me tomaba en serio como ra
pero aún. Sabía que necesitaba conocer a la gente correcta si quería
progresar. Con esa misión en mente, una noche, mis chicos y yo decidimos
ir a Bentley’s, un club de hip-hop de altos vuelos en Manhattan. Bentley’s
transmitía sus fiestas de los viernes por la noche en la radio, las cuales
atraían a una potente mezcla de raperos, atletas, celebridades y modelos. Si
querías entrar a la escena, Bentley’s era el lugar ideal para hacerlo…
siempre y cuando pudieras pasar la cadena. Sus cadeneros tenían la misión
expresa de evitar que entraran tipos de los barrios de los cinco distritos que
estuvieran buscando firmar con una disquera.
Llegamos en mi Mercedes 400 SE, que era una nave por demás
encantadora. No mucha gente tenía uno de ésos. Al pasar despacio frente al
club, de la nada alguien golpeó el toldo de mi auto. No me gustan las
sorpresas, y creo que la molestia se me notó en el rostro.
—¡Hey, perdón, hijo! —se disculpó el tipo de inmediato—. Pensé que
eras mi amigo Kenny. ¡Tienen la misma nave!
Una vez que pasó la alarma, vi bien al tipo que me estaba hablando:
¡Era Jam Master Jay de Run-DMC! ¡Uno de mis héroes!
Me estacioné, salí del auto y choqué puños con Jay. Le dije que era de
South Jamaica y que siempre había seguido su carrera. Se rio y volvió a
disculparse por asustarme así, y me explicó que creyó que era la estrella de
la nba Kenny Anderson, otro nativo de Queens.
Le pregunté a Jay si iba a entrar a Bentley’s.
—Claro, voy a recorrer el lugar y ver qué onda —dijo.
En ese momento decidí aprovechar la oportunidad.
—Bueno, vamos contigo.
Jay me miró, lo pensó un segundo y dijo:
—Eso es todo. Vamos.
Y así, sin más, pasamos frente a los cadeneros y entramos a Bentley’s.
Jamás habríamos entrado sin él; Jay literalmente me llevó a la industria
musical . Esa noche, Jay y yo forjamos una amistad que me llevaría a firmar
con JMJ Records y daría pie a todo lo que vino después.
Ésta es la cosa: Jay nunca me habría invitado al club si no hubiera
estado conduciendo aquel 400 SE. Si me le hubiera acercado en la acera, no
se habría detenido siquiera a hablar con nosotros, mucho menos nos habría
llevado al club. No lo digo por insultar a Jay ni su juicio; gente extraña se le
acercaba a dondequiera que iba, y era imposible darles gusto a todos.
Sin embargo, que él viera mi auto y lo confundiera con el de Kenny
Anderson fue parte de mi estrategia para moldear la percepción de forma
ingeniosa. Aunque no era el jugador de la nba que él esperaba, seguí siendo
alguien para Jay, alguien que era digno de su atención. Una vez que la tuve,
dependía de mí aprovecharla.
Y lo hice.
Existen ciertos bienes materiales —y los autos están en la cima de esa
lista— que transmiten la idea de que eres digno de que te tomen en serio,
que eres distinto al resto de la manada, sobre todo en Nueva York. No
puedes conducir tu departamento ni una casa por Broadway, pero sin duda
puedes pasar a baja velocidad en tu nave.
Imagínate esto: un tipo rico y mayor está paseando en un Rolls Royce y
me detengo junto a él en una carcacha. De pronto, me doy cuenta de que
están saliendo llamas por debajo de su auto. Si le hago una señal para que
baje su ventana, me echará un vistazo y volverá a mirar hacia el frente.
Aunque esté intentando salvarle la vida, él no me prestará atención. Tiene la
percepción de que no soy alguien con quien debería estar interactuando.
Ahora, supongamos que me detengo junto a él en un Ferrari. Veo que su
auto se está incendiando y le hago una seña para que baje la ventana. Va a
bajar la ventana y me dirá: “¿Qué puedo hacer por ti?” cien por ciento de
las veces. Aunque me vea exactamente igual y proyecte la misma energía,
simplemente bajará la ventana si ve que también voy en un auto de lujo. Lo
que conduzco controla la percepción que él tiene de mí.
Y no pasa sólo con los autos. Hace poco hablaba con una personalidad
famosa en los medios, y me mencionó que siempre nota cuando alguien trae
puesto un buen reloj. Si no sabe quién es esa persona, le entra la curiosidad
de averiguarlo. “Empiezo a preguntarme: ‘¿Qué demonios hará para
ganarse la vida?’”, me dijo. “Y entonces busco la manera de hablar con él,
porque debe saber algo de la vida.”
Hay quienes son así con los zapatos deportivos. Si entras a una
habitación con los zapatos correctos puestos, esa persona te va a notar.
Quizá no hayas dicho una palabra aún, pero esa persona de inmediato te
identificará como alguien que merece su atención.
Para muchas mujeres, los bolsos de mano pueden transmitir una energía
similar. La mayoría no distingue entre una bolsa Birkin de veinte mil
dólares y una bolsa Gucci falsa. Pero, para otras mujeres, la bolsa que otra
lleva dice muchísimo sobre ella. Si entras a una habitación con la bolsa
equivocada, muchas antenas recibirán la señal.
Quizá me dirías: “Pues el tipo del Rolls Royce debió haberte tratado
igual sin importar qué auto tuvieras” o “No debería interesarte alguien sólo
por el reloj que usa”, pero, por desgracia, así no es el mundo en el que
vivimos.
Cada vez que caminas por la calle, vas a algún lugar en tu auto, entras al
supermercado, te ejercitas en el gimnasio o publicas una fotografía en redes
sociales, estás siendo juzgado por unas cuantas personas que conoces y por
otras tantas a las que nunca conocerás. No tiene caso quejarse ni decir que
no es justo. En cambio, tu responsabilidad es aceptar que puedes controlar
cómo te percibe la gente y presentarte de la mejor forma posible.
Debo reconocer, sin tapujos, que juzgo a cualquiera que conozco según
su apariencia. Mientras te estrecho la mano, estoy estudiando tu atuendo
para identificar indicios que digan algo de ti, en especial si estamos en una
reunión para hacer negocios por primera vez. Antes de que abras la boca, tu
apariencia ya entabló una conversación conmigo. Asegúrate de que esté
transmitiendo el mensaje correcto.
También le presto una atención muy particular a la gente que se viste de
forma casual. Digamos que llegas a la reunión con una camiseta y unos
jeans. Eso significa que estás cómodo. No es necesariamente algo malo. Si
presiento que harás un muy buen trabajo, entonces ese nivel de confort es
adecuado. Sin embargo, si no transmites un aire de autoridad, entonces lo
consideraré un riesgo, pues sugiere que no te tomas la situación con la
seriedad necesaria. Te sorprendería saber cuánta gente lo hace.
Una vez, la revista GQ envió a un reportero a entrevistarme. Llegó con
una camiseta, jeans y zapatos deportivos desgastados. Podría haber sido un
atuendo muy popular con sus amigos, pero a mí me decía que no estaba
muy comprometido con su trabajo. En algún momento comenzamos a
hablar sobre la importancia de la presentación, y el reportero me preguntó
qué pensaba de su atuendo. Le dije que tal vez estaba bien que me
entrevistara a mí vestido así, pero que sospechaba que estaba socavando su
autoridad frente a sus colegas en la oficina. “Mira, GQ te puede mandar a
entrevistar a 50 Cent porque te vistes casual”, le expliqué. “Pero seguro que
mandan al tipo que usa trajes a entrevistar a George Clooney”.
El reportero admitió que creía que estaba en lo correcto. Para
comprobarlo, realizó un experimento en el que un día fue al trabajo de traje
en vez de usar sus habituales camisetas, zapatos deportivos y jeans. El
cambio en la percepción de los demás fue inmediato. Varios de sus colegas
se acercaron para hacerle cumplidos por su apariencia, y uno de sus editores
incluso le tomó una fotografía y la publicó en el Instagram de GQ .
Viniendo de GQ , ése es un enorme gesto de aprobación. No sé si alguna
vez lo enviaron a entrevistar a George Clooney, pero no hay duda de que
cambiar la forma en que vestía transformó también la forma en que lo
percibían en el trabajo. Como le dije: si te arreglas, la gente lo nota.
Si veo que alguien hizo un esfuerzo consciente al decidir qué ponerse,
entiendo que esa persona valora nuestra relación. No es relevante si me
gusta o no su estilo. Sólo quiero ver el esfuerzo. El otro día me reuní con un
guionista de televisión para discutir un proyecto. Traía puestos unos jeans,
pero se veían limpios y frescos. Traía zapatos deportivos, pero parecían
recién salidos de la caja. Llevaba un blazer de corte relajado y anteojos de
pasta negra. Todo en su atuendo sugería “elegante, sport e inteligente”.
Proyectaba la energía correcta para el proyecto que queríamos emprender.
Después de conversar un rato y decidir que me caía bien, le dije que me
daba curiosidad saber cuáles eran sus intenciones al escoger ese atuendo.
Tal vez no era la pregunta que esperaba escuchar en una reunión sobre
libretos, pero no le molestó.
—Ah, quería que me tomaras en serio —me dijo, y añadió—: Pero
tampoco quería que creyeras que soy demasiado formal, sino que soy una
persona flexible para trabajar —me dijo también que los anteojos eran una
adición reciente a su look —. Durante mucho tiempo no los usé porque
creía que me hacían ver viejo. Pero hace unos años decidí ponérmelos
porque supuse que me harían ver inteligente, algo que es bueno si quieres
que la gente te pague por tus servicios.
—Pues le diste al clavo. Para mí, no proyectas más que inteligencia —le
dije—. Te veo y pienso: “Ése es un tipo astuto. ¡Se pone los lentes para
poder ver!”.
Que quede claro que no es un atuendo que yo me pondría. Los zapatos
deportivos eran muy simples y nunca me habría sentido cómodo con el
blazer. Pero no necesitaba que él se vistiera como yo. Sólo necesitaba
registrar que su estética era adecuada para el trabajo.
Quizá no estés en posición de comprar ropa a la moda o de traer unos
zapatos deportivos nuevos cada vez que vas a una reunión. Pero eso no es
pretexto. Sea cual sea tu situación, puedes comprar una plancha. Aun si no
tienes la ropa más genial, si me percato de que la lavaste y la planchaste la
noche anterior, me daré cuenta de tus intenciones. Eso transmite que,
aunque no cuentes con un gran presupuesto, tienes la energía correcta. Y
eso es algo con lo que puedo trabajar.
Por el contrario, cuando veo a alguien que siempre está desaliñado y a
quien no parece importarle traer puesta ropa arrugada, lo que entiendo es
que no se valora. Eso dice que no está dispuesto a hacer un mínimo
esfuerzo adicional a diario para mostrar la mejor versión de sí mismo. No
necesitas mucho para planchar tu camisa o limpiar tus zapatos un poco. Si
no valoras tu tiempo y tu apariencia lo suficiente como para hacer esas
pequeñas cosas por la mañana, ¿por qué habría de esperar que me valores a
mí?
CÓMO CONTROLAR LA
CONVERSACIÓN
Bill Gates y Paul Allen eran dos nerds de las computadoras que se
conocieron en la preparatoria en Seattle, donde compartieron el interés y el
gusto por los primeros sistemas computacionales. Varios años después de
graduarse, Allen estaba en Boston trabajando en Honeywell, mientras que
Gates estaba muy cerca, estudiando en Harvard.
Un día, Allen se reunió con Gates para mostrarle el último ejemplar de
la revista Popular Electronics . El reportaje principal era sobre algo de lo
que ninguno de los dos había oído hablar: una “computadora personal”. En
el pasado, las computadoras eran sólo para las grandes empresas o el
gobierno. El artículo presentaba algo que pondría al mundo de cabeza: la
Altair 8800, una computadora personal inventada por una empresa de
Nuevo México llamada Micro Instrumentation and Telemetry Systems (mits
).
Hoy en día, ni siquiera creeríamos que la Altair es una computadora. No
tenía pantalla ni teclado. Se “comunicaba” con unas lucecitas rojas que
parpadeaban en su cuerpo rectangular. Pero, para Allen y Gates, era una
cosa futurista.
También vieron en su lanzamiento una potencial oportunidad. La Altair
corría con un sistema operativo muy lento y poco confiable. Allen y Gates
habían estado trabajando en un programa al que llamaban BASIC, y estaban
convencidos de que convertiría la Altair en una computadora mucho más
fácil de usar.
Decidieron contactar a mits y venderles su programa. Se comunicaron
con el ceo y le explicaron que habían estado trabajando con la Altair y que
habían desarrollado un programa para ella. El ceo de la empresa, Ed
Roberts, estaba intrigado y los invitó a Nuevo México para que le hicieran
una demostración.
Allen y Gates estaban eufóricos, pero tenían un problema: en realidad
nunca compraron una Altair ni habían terminado de diseñar BASIC. En
cuanto colgaron con Roberts, salieron corriendo a comprar una Altair.
Luego, pasaron los siguientes meses escribiendo y codificando BASIC
como locos.
Por supuesto, a Roberts le encantó el programa e incluso contrató a
Allen para que trabajara en mits . Esa experiencia impulsó que Allen y
Gates lanzaran su propia empresa, Microsoft, la cual terminaría
convirtiéndo los en dos de los hombres más ricos del mundo.
Pero Bill Gates y Paul Allen nunca habrían empezado a recorrer ese
camino si no hubieran estado dispuestos a mentirle a Ed Roberts en aquella
primera llamada. No estaban mintiendo sobre su talento como
programadores ni en la confianza que tenían sobre poder mejorar la Altair.
Sin embargo, sí exageraron al hablar de lo que ya habían hecho antes de la
llamada para proyectar la mejor imagen posible. Una de las principales
razones por las que ambos llegaron a tener esas legendarias carreras fue que
entendieron la importancia de construir una narrativa, de presentarse como
si ya hubieran alcanzado cierto éxito que en realidad no habían obtenido.
Con el tiempo, no tendrían que seguir aparentando. Pero, si no se hubieran
arriesgado un poco cuando comenzaban, jamás habrían logrado hacer que
su propia compañía despegara.
Otra técnica útil para conseguir lo que quieres es hacer como si en realidad
no lo necesitaras. Es una técnica que requiere delicadeza, sutileza y una
seguridad inamovible. Úsala de forma adecuada y te dará resultados
incomparables.
Supongamos que vas a una entrevista para el trabajo de tus sueños. Es el
campo ideal para ti y paga mucho más que tu empleo actual. Si lo
consigues, no sólo avanzarás en tu carrera, sino que también podrás saldar
la deuda de tarjetas de crédito que te ha estado ahogando, por no hablar de
que el traslado al trabajo disminuirá de cuarenta y cinco a quince minutos.
Es todo lo que has estado buscando.
Cuando vayas a la entrevista (con tu atuendo recién planchado,
evidentemente), tu instinto será demostrar lo emocionado que estás por el
puesto. Llevas semanas fantaseando cómo será tu vida cuando tengas ese
empleo. Ahora, lo único que quieres es derramar toda esa energía frente a la
persona capaz de lograr que aquello que has imaginado se vuelva realidad.
No cedas ante tu instinto.
Sin embargo, sí es importante que dejes en claro que te interesa el
puesto. Haz evidente que, en caso de aceptarlo, tienes la seguridad de no
sólo cumplir con las expectativas del puesto, sino superarlas.
Pero nunca des la impresión de que necesitas ese trabajo, ni de que te
mueres por él, aun si eso es justo lo que sientes.
La necesidad de suprimir ese instinto se basa en una verdad
fundamental: mostrarte necesitado es repelente para todos, menos para los
miembros más compasivos de nuestra sociedad. La mayoría de la gente se
siente atraída por las cosas que no puede tener. No importa el contexto; lo
inalcanzable es un gran afrodisiaco.
Si estás buscando que alguien invierta tiempo, dinero o esfuerzo en ti,
no debes hacerle pensar que te está haciendo un favor. Tienes que hacer que
crea que el favor viene de ti; que, al estar en tu órbita, es él quien se está
posicionando para el éxito.
Tomé conciencia de ese fenómeno cuando alcancé el éxito. Cuando tuve
dificultades, nadie quería darme una oportunidad. Cuando por fin llegué a la
cima, todo el mundo quería hablarme de grandes negocios y oportunidades
extraordinarias. Si voy a una ceremonia de premiación, recibo una bolsa de
regalos que vale decenas de miles de dólares. Los billonarios me invitan a
volar en sus aviones privados y a hospedarme en sus villas de lujo. Los
directores de fondos de inversión me dan consejos sobre cómo administrar
mi dinero. Resulta que todo el mundo te quiere hacer favores cuando menos
los necesitas.
Si escuchas que la gente exitosa, a la que de por sí le va bastante bien,
recibe bolsas de regalos de treinta mil dólares o vuelos gratis en aviones
privados, es fácil quejarse. “Carajo, los ricos siempre se hacen más ricos.”
Pero quejarte no transformará tu realidad. Lo que sí lo hará es encontrar la
forma de proyectar la energía y seguridad que hará que la gente te trate de
esa manera.
Te dejaré una pequeña prueba para saber si has entendido cómo utilizar el
poder de la percepción. Digamos que te doy un millón de dólares, pero
luego te digo que, para quedártelo, tienes un mes para convertirlo en dos
millones. De otro modo, tendrás que regresarme el dinero.
¿Cuál sería tu estrategia para duplicar ese dinero?
¿Intentarías comenzar un negocio con la esperanza de que creciera
deprisa?
¿Se lo darías a un inversionista con la esperanza de que no fuera el
siguiente Bernie Madoff?
¿Comprarías diez kilos de coca para revenderlos?
Espero que no, porque ninguna de ésas es la forma más fácil de
conseguir esos dos millones.
Lo único que tienes que hacer es poner ese dinero en tu cuenta bancaria
y luego ir a tu sucursal. En esta situación, incluso te doy permiso de vestirte
casual. Cuando llegues ahí, pídele al gerente que abra tu cuenta.
Los ojos se le pondrán como platos cuando vea todos esos ceros en la
pantalla. Se volverá súper amigable y estará más que dispuesto a ayudarte
de cualquier forma que pueda.
Debes mantenerte tranquilo y confiado. Después de que te pregunte qué
pueden hacer por ti, con toda calma contestarás: “Necesito un préstamo por
un millón de dólares”.
Parecería una locura pedirlo, pero en realidad te dan ese millón tan
rápido que te dará vértigo. Llenas un par de formularios, hablas de
trivialidades y, en una hora o dos, todo será oficial. Y… bam , lo lograste.
¿Por qué estaría tan ansioso el gerente por darte el dinero? Porque ya
tienes un millón de dólares. No le importa si te lo dio un rapero, lo
heredaste o lo conseguiste vendiendo drogas. Sólo sabe que lo tienes.
Pudiste haber entrado a la sucursal como cualquier cliente normal, pero
esos ceros te hicieron vip de forma instantánea.
(Si de verdad tienes corazón de buscavidas, no te vas a detener ahí. Una
vez que tengas los dos millones, irás a otra sucursal y los convertirás en
tres.)
Lo hago parecer sencillo, pero he visto a la gente utilizar esa técnica en
otras situaciones. Quizá no tengan un millón de dólares, pero saben moldear
la percepción de los demás para hacerse pasar por millonarios. Tal vez se
visten como millonarios o hacen viajes de millonarios o logran mencionar
tantos nombres de gente rica como para generar la impresión de que ellos
también lo son.
¡Diablos, así es como la mitad de Hollywood se hizo de su fortuna! La
gente se hace de algo que vale relativamente poco: un compromiso de
palabra con un actor, el tratamiento para la idea de una película o los
derechos de un libro poco conocido. Pero actúan como si tuvieran una mina
de oro. Luego, negocian y multiplican hasta ser productores de una película
de verdad.
El rasgo más importante que demuestran es el de la confianza en sí
mismos. Cada vez que enfrentan un obstáculo o parecen estar en un callejón
sin salida, esa confianza es lo que les permite seguir adelante.
Además, parecen nunca pedir nada. Siempre proyectan ese aire de
alguien que ya tiene todo lo que necesita. El actor pudo haberle dicho que
estaría en su película cuando estaba ebrio y apenas si recuerda la
conversación, pero ese buscavidas hollywoodense actuará como si tuviera
un contrato firmado. El tratamiento de la película podría tener sólo tres
páginas, pero el buscavidas proyectará la energía de alguien que tiene un
libreto terminado.
Para ser franco, alguna vez alguien me la hizo. Hace varios años, decidí
hacer negocios con un productor al que acababa de conocer, llamado
Randall Emmett. Tenía experiencia produciendo películas, así que, cuando
decidí crear mi propia productora, Cheetah Vision, lo contraté para que me
ayudara a manejarla. Pagué todo, incluyendo una oficina, personal, gastos,
lo que se te ocurra. Incluso actué en películas que produjimos por una tarifa
bastante reducida, todo por el bienestar futuro de lo que estábamos
construyendo.
Randall era un empleado de Cheetah Vision, pero él se presentaba de
forma distinta en público. Dejaba que la gente creyera que era mi nuevo
“socio de producción”. Era una estrategia muy astuta. Cultivar esa
percepción le abrió las puertas para conocer lugares y personas a las que no
habría tenido acceso de otra forma. También hizo que le firmaran cheques
por cifras que jamás habría visto si hubiera estado operando por su cuenta.
Randall terminó independizándose y asociándose con una de las personas
que recaudaba fondos para sus proyectos.
A mí al principio no me molestó, pues entendía cómo funcionaban las
cosas en Hollywood. Comencé a tener problemas con él cuando Randall
quiso atribuirse el crédito de Power y mi contrato con Starz. Él era muy
bueno para hacer películas, pero nunca había logrado concretar nada en
televisión. No estuvo involucrado en el proceso creativo de Power ni tuvo
nada que ver con mis negociaciones con Starz. De hecho, cuando Randall
estuvo ahí, mi primer contrato con Starz resultó ser bastante patético. Me
enteré de eso cuando mi abogado contactó a Starz para negociar y
establecer mi primer contrato general con ellos.
Randall se extralimitó. Durante años me adeudó un millón de dólares de
utilidades de la compañía, pero no me molesté en presionarlo para que me
pagara. Sin embargo, después de que llevaba mucho tiempo soltando la
lengua, se me agotó la paciencia. Hice que mi abogado le llamara y le
pidiera mi dinero, mientras yo escuchaba la conversación a su lado, sin que
Randall lo supiera.
Comenzó la conversación muy agresivo.
—¿Es en serio? Vete a la mierda —le dijo a mi abogado—. ¿Después de
todo lo que he hecho por 50? ¿Después de que le conseguí ciento cincuenta
millones de Starz? ¿Me vas a presionar por un mísero millón? Jódete.
Yo había planeado quedarme callado, pero no podía creer lo que oía.
—¿Qué te pasa, Randall? —intervine con mucha calma. No hubo
respuesta—. Tengo curiosidad. ¿Qué hay con esa bravuconería? —continué
—. Los dos sabemos que así no eres tú. Ya no voy a tratar contigo después
de esto, pero antes de que las cosas empeoren, sugiero que aceptes el plan
de pagos que te estamos ofreciendo.
Randall debió haberse quedado sin palabras cuando se dio cuenta de que
estaba hablando conmigo, pues colgó el teléfono a toda prisa. Luego
comenzó a enviarme mensajes con incontables pretextos de por qué no
podía darme el dinero de inmediato. Había planeado manejar la situación en
privado, pero su actitud me decepcionó tanto que decidí ventilarlo. Así fue
como vio la luz el mensaje “Perdón, Fifty” (más adelante te contaré los
detalles). Por supuesto, terminé recibiendo todo mi dinero.
Proyectar una energía de “no lo necesito” siempre es un acto de
equilibrismo. Si tu convicción no es lo suficientemente sólida, nadie te
creerá. Pero también puedes empezar a creer en tus propias jugadas.
Randall fue tan tonto como para hacer eso. Incluso mientras le estás
diciendo al mundo que no necesitas nada, no puedes olvidar que habrá
personas a las que necesites tener de tu lado. No intentes estafarlas. Debes
tener un grupo reducido con el que siempre seas honesto y humilde.
LO QUE ME ATRAE
Desde que era niño, he sido seductor. Y no lo digo por alardear. Sólo es la
verdad. No tengo aspecto de novio de Barbie, pero nunca he tenido
problemas para conectar con el sexo opuesto. Es probable que así sea
porque siempre me he sentido cómodo conmigo mismo, lo cual es un rasgo
muy atractivo.
Sin embargo, los hombres nos volvemos genuinamente irresistibles
cuando nuestro éxito es de conocimiento público. Así que, cuando me
empezó a ir bien, mi atractivo se disparó a un nuevo nivel. Antes era lindo,
pero, cuando me hice famoso, me convertí en uno de los hombres más
sensuales del planeta. (¡No lo digo yo! ¡Lo dijo Time !) A las mujeres les
atrae la estabilidad que traen consigo el dinero y la fama. En mí veían a
alguien que podía darles todo lo que quisieran o necesitaran.
Y no estoy hablando de las cazafortunas o las groupies . Me perseguían
algunas de las mujeres más increíbles del mundo. No sólo mujeres
físicamente atractivas, sino mujeres muy exitosas por cuenta propia:
abogadas, doctoras, actrices y empresarias. Mujeres que eran lo que
cualquiera podría soñar.
Recuerdo cuando salí de gira con Get Rich or Die Tryin’ . Estaba en una
habitación de hotel con una mujer extraordinariamente atractiva e
inteligente. Justo antes de que las cosas se pusieran serias, me disculpé para
ir al baño. En cuanto cerré la puerta, comencé a hacer un bailecito y sonreí
de oreja a oreja frente al espejo. Estaba tan emocionado que incluso salté y
choqué los talones. Tenía que tomarme un momento para celebrar. No podía
creer el calibre de mujer que me estaba esperando ahí afuera.
Hoy en día soy un poco más relajado en ese tipo de situaciones. Pero
nunca he perdido de vista el hecho de que, a pesar de lo mucho que disfruto
la compañía de las mujeres, mi atractivo siempre estará atado a mi éxito.
Incluso si una mujer se presenta de otra forma en un principio, siempre
sospecharé que ésa es parte de su motivación. Eso hace que sea muy difícil
determinar con quién me gustaría buscar una conexión más profunda.
Siempre estoy preguntándome: “¿Quiere a 50 Cent o a Curtis Jackson?”.
Por ejemplo, mucha gente siente curiosidad por mi relación con la
comediante Chelsea Handler. Supongo que parecíamos una pareja dispareja.
No me importaba qué pensara la gente. Chelsea y yo nos conocimos en
su talk show , y yo empecé a buscarla de inmediato. Le envié cincuenta
rosas blancas. Llamaba a su oficina y pedía hablar con ella. Nunca me
respondió, hasta que logré contactarla cuando estaba por ir a Nashville para
un evento. Le pregunté si podía volar allá y verla; me dijo que sí. Nos
encontramos y la pasamos muy bien juntos. Después de eso, siempre nos
reuníamos cuando los dos estábamos en Los Ángeles. Incluso hice planes
para ir de vacaciones con ella y su familia. (No te preocupes, no estoy
ventilando sus intimidades. Ella ha hablado de todo esto en público.)
Nos divertíamos cuando estábamos juntos, pero lo que en verdad me
atraía de ella era la forma en que se manejaba en lo profesional. Además de
su talk show , tenía un reality y escribía best sellers . Era una jefa. Con todo
lo que trabajaba, debía estar embolsándose unos treinta millones al año. Eso
sí que es sexy para mí.
Lo más importante de todo es que siempre dejó en claro que no
necesitaba nada de mí. Chelsea tenía demasiadas cosas en su vida como
para esperar que yo hiciera algo por ella. Si acaso, yo estaba intentando
absorber un poco de esa energía.
Al final, las cosas no llegaron a ningún lugar serio. Hubo un pequeño
malentendido cuando mi exnovia Ciara estaba por aparecer en su programa
y dejamos de hablarnos después de eso. Pero sigo creyendo que Chelsea es
increíble. Ha logrado muchísimo y lo que la hace más impresionante aún es
que lo ha hecho en sus propios términos.
Nunca he sido un gran defensor del matrimonio. Tal vez soy cínico porque
he pasado mucho tiempo en Hollywood, donde aprendí que “esposo” es
sólo una forma de decir “mi novio un poco más serio”. A fin de cuentas,
considero que el matrimonio es una transacción de negocios, y no es muy
buena si tú eres quien entra a esa relación con más dinero.
Sin embargo, conforme he madurado, he comenzado a abrirme un poco
más a la idea de sentar cabeza y construir una vida familiar más estable.
Cuando repaso la lista mental de cualidades que busco en una potencial
esposa, no comienzo con el físico ni la fama. Esas cualidades ya no son tan
importantes para mí. La cualidad más esencial de cualquier mujer que
pudiera llegar a interesarme es la autosuficiencia, tanto a nivel financiero
como emocional. De otro modo, siempre creeré que sólo está intentando
hacerme firmar uno de esos malos contratos. Como le decía a un amigo
hace poco: “Cuidar a una mujer no es un mal concepto. Pero cuidar a una
mujer que necesita que la cuiden es un concepto terrible ”.
Si sigo repasando los puntos de la lista, debe tener cualidades como
compasión, sentido del humor, amor por la familia y ambición (bueno, sí,
que sea linda no está de más). Pero es la falta de dependencia la que me
hará receptivo a la posibilidad en primer lugar.
Así de poderoso puede ser proyectar un aura de autosuficiencia. Puede
incluso hacer que un soltero cínico como yo piense en anillos y en sentar
cabeza.
ADUÉÑATE DE TU NARRATIVA
Desde que era un adolescente en Italia, Enzo Ferrari tenía una gran pasión
por las carreras de autos. En 1922, a los veinte años, comenzó a trabajar
como piloto de pruebas en Milán y después se sumó a Alfa Romeo como
piloto. Pasó unos años en el circuito de carreras, pero se retiró después del
nacimiento de su primer hijo. Las carreras de autos eran un asunto peligroso
en aquel entonces, por lo que decidió que, en vez de arriesgar su vida todas
las semanas, se enfocaría en el aspecto del desarrollo automotriz del
negocio. En 1940 fundó su propia compañía de manufactura, Ferrari, que se
convertiría en una de las marcas más conocidas y respetadas del mundo.
Casi al mismo tiempo, otro fanático de los autos italiano, Ferruccio
Lamborghini, estaba formando su propio negocio de manufactura. Pero,
contrario a Ferrari, Lamborghini fabricaba tractores, no autos de carreras.
Disfrutaba del automovilismo, pero su pasión se encontraba en el
funcionamiento interno de la maquinaria.
Tras comprar un Ferrari para sí mismo, Lamborghini encontró unos
cuantos defectos en el diseño. Los autos eran demasiado ruidosos y tenían
un clutch demasiado frágil, que tenía que repararse con frecuencia. Cuando
llevó su auto a que los mecánicos de Ferrari lo arreglaran, no le permitieron
observar las reparaciones, lo que lo enfureció.
Ya que los Ferrari eran considerados los mejores autos deportivos de
lujo en el mercado, esos defectos le parecían imperdonables a Lamborghini.
Decidió llevarle sus críticas a Enzo Ferrari mismo. Ferrari se sintió
insultado de que un “mecánico de tractores” creyera que podía decirle algo
sobre autos de carreras y rechazó las sugerencias.
En ese momento se creó una profunda división y rivalidad entre ambos.
Agraviado por la condescendencia de Ferrari, Lamborghini decidió que
haría de su interés en los autos su profesión. No se anduvo con juegos;
cuatro meses después, el Lamborghini 350 GTV debutó en el Autoshow de
Turín.
Enzo Ferrari le llevaba ventaja a Ferruccio Lamborghini en la naciente
rivalidad. Llevaba años en el negocio y tenía muchos más kilómetros de
carreras bajo el brazo. Sin mencionar que ya había hecho una montaña de
dinero.
Lamborghini, por su parte, tenía el conocimiento técnico sobre el
funcionamiento interno de los autos que a Ferrari le faltaba. Se decía que el
edificio de oficinas de Lamborghini fue construido junto a la fábrica de
forma intencional, pues así él podía hacer visitas rápidas al área de
manufactura y trabajar de primera mano con los autos si surgía algún
problema. Tenía disposición a ensuciarse las manos (literalmente) para
cumplir sus sueños.
Al ser rivales competitivos, Ferrari y Lamborghini sacaron lo mejor el
uno del otro. A Ferrari nunca le interesó demasiado fabricar autos de calle,
pues su pasión eran las carreras. Lamborghini estaba más enfocado en la
practicidad y el uso diario. Si él no hubiera empujado al mercado en esa
dirección, Ferrari quizá nunca habría salido de las pistas hacia las calles.
Ese sentido de la competencia los forzó a convertirse en versiones más
fuertes y versátiles de sí mismos. Como dicen, el hierro con hierro se afila.
Los resultados de esa competencia fueron la innovación y la creación de
dos dinastías. Ferrari y Lamborghini pudieron haber sido amigos, pero un
primer encuentro amable y tranquilo jamás habría desembocado en la
creación de algunos de los mejores autos de la historia.
En lo personal, he apoyado a ambas marcas a lo largo de los años. He
tenido unos cuantos Ferrari y otros tantos Lamborghini. Y aunque las dos
son marcas increíbles, en esta competencia particular, tengo que darle la
corona a Lambo. Hace un par de años, compré un espectacular Ferrari 488.
El vendedor me dijo que el auto tenía que estar conectado a la corriente en
mi garaje cuando no estuviera encendido para poder cargar la batería. Seguí
las instrucciones, pero cada vez que intentaba encenderlo, nada ocurría. El
auto se veía increíble, pero ¿qué hago con un auto que no puedo llevar a
ningún lugar? La cosa resultó ser una porquería, así que tuve que
devolverlo. Ferruccio Lamborghini tenía razón, ¡esos Ferrari no siempre
andan bien!
Ferruccio Lamborghini y Enzo Ferrari utilizaron esa competencia para
impulsarse hacia alturas que ni siquiera se habían imaginado cuando
comenzaron. Olvídate de construir empresas exitosas: casi cien años
después, ambos apellidos son sinónimo de calidad y lujo. ¡Eso es tener
impacto!
Estoy convencido de que cuanto mejor es tu oponente, mejor serás tú.
Así ha sido en la industria de los autos de lujo y en casi cualquier otro
campo. Sin duda está siempre en mi cabeza cuando comienzo un nuevo
proyecto.
La música, por ejemplo. Siempre que estoy por entrar al estudio, intento
pensar en todos los grandes momentos musicales que he vivido con
diferentes artistas. Digo “grandes momentos” porque no necesariamente
tengo un artista favorito, pero sí tengo momentos favoritos. Por lo general,
es una canción que me llama la atención y captura un sentimiento que
encuentro inspirador. “Whoa”, de Black Rob, fue eso para mí. No puedo
decir que Rob sea uno de mis artistas favoritos en el mundo, pero durante
los cuatro minutos y siete segundos en que sonaba esa canción, no había
nadie mejor para mí. Lo mismo ocurría con “The Bridge Is Over” de
Boogie Down Productions. A pesar de que KRS-One estaba insultando a
Queens, su agresividad era tan contagiosa que me encantaba la canción.
Escucharla, aun treinta y cinco años después, siempre me pone en un estado
de agresividad y confianza.
Cuando intento entrar en un espacio creativo, catalogo diez de esos
momentos en mi cabeza. Ni siquiera tiene que ser una canción completa;
puede ser un gran verso o un coro pegajoso. Recolecto todos esos
momentos y los defino como mi competencia creativa.
Tengo esos momentos como referencia todo el tiempo que estoy
grabando. Si escucho una rima que acabo de grabar, me pregunto: “¿Estuvo
tan en llamas como ‘Whoa’?”. Si la respuesta es no, entonces necesito
volver a la cabina e intentarlo de nuevo. Lo mismo ocurre con todas las
frases y coros que compongo. Los comparo con los grandes momentos que
he catalogado como tales. Si siento que se quedan cortos, regreso y lo hago
una vez más. No dejo de poner lo que hago frente a esos momentos que
elegí y preguntarme: “¿Es lo suficientemente bueno?”.
Pero para poder impulsarte hacia la grandeza de esa forma, lo primero
que necesitas hacer es apreciar la grandeza de otros. No puedes ir por la
vida creyendo que nadie es tan bueno como tú y, por lo tanto, no tienes que
compararte con nadie. Eso es una estupidez. No importa qué es lo que
hagas, cuál sea tu campo, siempre habrá alguien además de ti que ha
alcanzado la grandeza. Así que, en lugar de marearte con tus propios
humos, encuentra a ese individuo y conviértelo en tu competencia.
La gente dice que soy un hater , pero nada está más alejado de la
verdad. Lo que soy es un apreciador. Siempre aprecio lo que otros están
haciendo. Competir no es odiar; de hecho, es poner en acción la
apreciación.
Tienes que ser un apreciador, hagas lo que hagas. Digamos que eres
novelista. Encuentra a quien consideres que es el o la mejor y compárate
con la obra de esa persona. Si eres arquitecto, camina por tu ciudad y
compara tus diseños con los edificios más hermosos que encuentres.
Necesitas mirar esos edificios y decir: “¿Sabes qué? Esa escalera está
jodidamente bien hecha”, y almacenarla en tu cabeza. Y si en verdad crees
que tu trabajo es mejor que todo lo que ves, compárate con la Torre Eiffel y
el Taj Mahal. No importa cuánto confíes en tus habilidades, siempre habrá
alguien con quien puedas competir.
Nunca pienses que estás por encima de la competencia. Una forma en la
que veo que la gente cae en esa trampa es escuchando a quienes los rodean.
Esto les sucede a los raperos todo el tiempo. Alguien entra a la cabina, tira
un par de rimas, y uno de sus chicos le dice: “¡Hey! Eso estuvo genial”.
¡Bam! Eso es todo lo que hace falta. Ahora, en su cabeza, ese rapero es el
mejor de todos los tiempos.
Sus amigos le dirán que es mejor que cualquier chico de SoundCloud
que esté en rimas en ese momento. El rapero se tragará el cuento completo
y se volverá todavía más arrogante. Pero piensa en lo que su gente no le
está diciendo: que es mejor que Jay, que es mejor que Kendrick, que es
mejor que yo. Ése es el estándar con el que tienes que medirte antes de
empezar a pensar que eres el mejor de todos los tiempos.
Si sólo te comparas con oponentes inferiores, sentirás que estás
logrando algo, cuando en realidad no estás logrando mucho que digamos.
Por eso muchos raperos me retan antes de tiempo. Sus amigos les hacen
creer que están listos cuando en realidad no han conseguido ni una fracción
de lo que yo he logrado. Por mí está bien. Sólo tengo que ponerlos en su
lugar.
No importa qué tanto hayas logrado, nunca terminas de competir. He
vendido más de treinta millones de discos, pero cada vez que entro a la
cabina sé que voy a ser comparado. No con nadie más, sino conmigo
mismo. Siempre que lanzo una canción nueva, la gente dirá: “No está mal,
pero nada como cuando empezabas”. Esa respuesta solía frustrarme, pero
ahora la acepto. No voy a tener otra oportunidad para dejar una primera
impresión. Hasta que deje el micrófono por última vez, estaré enfrascado en
una rivalidad conmigo mismo. Eso ya no me frustra. Soy increíble. ¿Por
qué me molestaría la comparación? Ahora tengo que salir y vencerme.
EL CAMPAMENTO BEARSVILLE
A unas dos horas de Nueva York, a las afueras del pueblo de Woodstock
(cerca del hogar del famoso festival del mismo nombre) encontrarás los
estudios Bearsville. El estudio de grabación, que me recuerda un poco a un
granero, fue fundado en 1969 por Albert Grossman, un legendario promotor
de la industria musical. Grossman es mejor conocido por haber sido el
manager de Bob Dylan, además de ser quien guio las carreras de Janis
Joplin y de estrellas del folk como Peter, Paul and Mary. El sueño de
Grossman era construir un estudio en un ambiente rústico cerca de Nueva
York en el que los artistas de rock pudieran escapar del ruido y las
distracciones de la ciudad. Durante años, el estudio fue considerado uno de
los mejores espacios para grabar rock and roll en todo el país.
Para el año 2000, Grossman tenía mucho tiempo de haber fallecido
(aunque su esposa, Sandy, seguía operando el estudio), pero a él y a Dylan
los habían reemplazado otro tipo de artistas: los raperos de Nueva York.
Como respuesta al mismo impulso que había motivado a Grossman treinta
años antes, el equipo de producción de hip-hop Trackmasters decidió rentar
Bearsville durante tres meses. El dueto, conformado por los productores
Tone y Poke, se adueñó del estudio e invitó a una mezcla de raperos
establecidos y desconocidos a ir a Woodstock a grabar con ellos. No habría
clubes para salir ni séquitos estorbando. Era un campamento de
entrenamiento de hip-hop cuya única agenda sería música, música y más
música. Así fue como terminé ahí con ellos.
Un día vi a Cory Rooney, productor y compositor de Sony, y a Markie
Dee de los Fat Boys en la barbería de mi barrio. Yo acababa de terminar un
demo, y le pregunté a Cory si podía ponérselos. Cory aceptó y nos llevó a
su Mercedes 500 SL convertible que estaba estacionado enfrente. Nos
apretujamos en el auto para escuchar. Un par de segundos después de
iniciada la primera canción, el teléfono de Cory sonó y él contestó. Eso no
me gustó nada. Siguió hablando durante la segunda canción. Mientras tanto,
Markie parecía desinteresado.
Después de escuchar unas canciones más, Cory miró a Markie y dijo:
—No lo sé. ¿Tú qué piensas, amigo?
—No está mal —respondió Markie.
Pero yo ya había visto suficiente. Sabía que yo no era nadie para ellos,
pero no iba a quedarme ahí sentado mientras me faltaban al respeto.
—Devuélvanme mi demo —gruñí mientras sacaba el casete del estéreo
—. Están anticuados —tomé mi demo y bajé del auto.
Fue una forma impetuosa —y algunos dirían que tonta— de tratar a dos
veteranos de la industria. Supuse que nunca volvería a saber de ellos. Pero,
unos días después, me enteré de que me estaban buscando. Resulta que
Cory sí había estado escuchando (supongo que podía hacer más de una cosa
a la vez) y le había dado mi demo a Tone y Poke. Cory me dijo por teléfono
que les gustó lo que habían oído y querían que fuera a Woodstock a trabajar
con ellos para crear música nueva.
Me emocionaba que les hubiera gustado mi música, pero también me
sonó a que era una trampa. Yo acababa de insultarlos ¿y ahora querían que
saliera de viaje con ellos? Parecía un viaje del que podría no regresar.
Estaba indeciso. Mis instintos callejeros estaban en alerta máxima, pero
Tone y Poke eran productores respetados que habían tenido una serie de
éxitos con Nas, Will Smith y R. Kelly. De verdad quería trabajar con ellos.
Invité a Cory y a Markie a que volvieran a la barbería para tomarles el pulso
antes de aceptar hacer cualquier cosa. Cuando llegaron, no parecían
molestos. De hecho, parecían ansiosos por que fuera con ellos. Mis instintos
me dijeron que estaría a salvo. Empaqué una maleta pequeña y nos fuimos
esa misma tarde.
Terminé quedándome dieciocho días en Bearsville. Albert Grossman
pudo haber concebido el estudio como un retiro, pero el tiempo que pasé
ahí fue uno de los periodos más competitivos y creativos de mi vida. Llegué
a Bearsville como un MC cuya reputación difícilmente llegaba más allá de
su propio barrio. De pronto, me vi rodeado de algunos pesos pesados de la
industria. No eran sólo Tone y Poke, sino también productores bien
establecidos como L.E.S., Al West y Kurt Gowdy, profesionales que sabían
lo que hacían en el estudio y que creaban beats de la más alta calidad.
También había raperos como N.O.R.E., Slick Rick y, luego, Nas, quienes ya
tenían un lugar dentro de la cultura.
Habría sido muy fácil —comprensible incluso— que el ambiente en
Bearsville me intimidara. Estaba lejos de casa, en un estudio en medio del
bosque. Casi todos los demás estaban muy por delante de mí en términos de
éxito. Muchos raperos en esa situación habrían mirado a su alrededor, se
habrían desconcertado y luego habrían tomado el primer autobús de vuelta a
casa, huyendo de vuelta a la seguridad de su barrio en vez de someterse a la
intensidad de estar encerrados con su competencia durante dos semanas.
Yo no iba a ir a ningún lado. Bearsville era como el paraíso para mí. Me
encantaba estar en medio de la nada y que no hubiera otra cosa en que
enfocarse más que en la música. Estaba concentrado. No era el rapero más
pulido ni el mejor letrista de quienes estaban ahí, pero estaba decidido a
trabajar más duro que todos los demás.
Otros podían empezar sus días con resacas o sentados en su habitación
fumando hierba, pero yo no quería saber nada de ese tipo de distracciones.
Cuando despertaba, lo único que hacía era salir a correr al bosque. Luego,
era hora de ir al estudio. Por lo general era el primero en llegar.
Una vez que me presentaba, iba de habitación en habitación,
preguntándole a cada productor si podía escuchar lo último en lo que
estaban trabajando. Una vez que lo había escuchado un par de veces, iba a
sentarme en un rincón para intentar escribir un verso para esos ritmos.
Cuando terminaba, volvía al estudio y le preguntaba al productor si
podía grabar lo que acababa de escribir. Era un grupo muy difícil de
impresionar, pero estaba decidido a destacar. Quería oír que alguien dijera:
“El chico sabe lo que hace”, cada vez que terminaba de soltar una rima.
Fui una bestia absoluta, día tras día. Llegó el punto en el que había
grabado versos sobre todas las pistas que Tone y Poke habían hecho y aún
quería más. Terminé rimando sobre pistas sin terminar —puros tambores—,
pues mis jugos creativos estaban fluyendo con tanta fuerza que desbordaba
material.
Grabé más de treinta y seis canciones en Bearsville, muchas de las
cuales terminarían apareciendo en Power of the Dollar . Llegué al
campamento como un virtual desconocido, seguro de mis habilidades, pero
también inseguro de dónde estaba parado como MC. Tras esos dieciocho
días, estaba más seguro de que pertenecía a ese grupo.
Es muy poderoso medirte de frente con la competencia y alejarte de la
confrontación sabiendo que estás a la altura. Esa confianza se queda contigo
un largo tiempo.
El tiempo que pasé en Bearsville me dejó con material más que suficiente
para lo que se suponía sería mi debut con Columbia. Enviamos la música y
la disquera me dio una fecha de lanzamiento. Comencé a prepararme para
lo que sabía iba a ser un lanzamiento enorme. Pero, conforme la fecha se
acercaba, se volvió evidente que yo era el único que se preparaba.
Columbia nunca me entendió del todo como artista. Pude ver que iban a
tirar el álbum al mundo con la esperanza de que algo hiciera clic. Si
sucedía, bien; si no, me iría.
Tal vez así se hacían las cosas, pero a mí no me parecía un método
aceptable. Di todo lo que tenía en esos días en Bearsville y sabía que el
material era el correcto. Toda mi vida dependía de que ese disco fuera un
éxito. Si me iban a lanzar contra la pared con la esperanza de que me
pegara, entonces me iba a convertir en el Hombre Araña.
No tenía un Plan B por si el álbum no funcionaba. Así que comencé a
buscar formas de convertirme en una prioridad; iba a crear mi propio
pegamento.
En ese entonces, la gente del hip-hop era cautelosa después de las
muertes de Biggie y Tupac. Todos estaban temerosos de que se desatara una
nueva guerra y mencionar a otro rapero en tus canciones se volvió tabú. Si
la gente se lanzaba dardos, era de forma tan sutil que sólo un verdadero
fanático entendería. Por ejemplo, cuando Nas quiso insultar a Jay-Z, no lo
hizo usando su nombre. En cambio, rimó algo como: “20 G bets I’m
winning them / threats I’m sending them / Lex with TV sets, the minimum /
Ill sex adrenaline” (Las apuestas de veinte mil las gano / las amenazas las
envío / un Lex con tele, lo mínimo / adrenalina sexual enferma). Para el
mundo exterior, eso no sonaba a nada, pero quienes conocíamos la cultura
sabíamos que Jay-Z andaba en un Lexus con televisión. Así que era un
golpe velado a Jay.
Nas podía haber sido sutil con sus ataques, pero en el vacío creado por
esa tregua tácita entre los raperos, vi una oportunidad. Yo no había firmado
ninguna tregua. No había raperos que tuvieran valor para mí como amigos.
Pero como enemigos… ésa era otra historia.
Sabía que si alguien tenía la confianza como para salir de entre las
sombras y recuperar la tradición de tirar golpes directos en el hip-hop, el
ruido sería ensordecedor. Decidí convertirme en esa persona.
“How to Rob” no estaba pensada como un insulto a una persona, sino a
toda la industria. Fue como si dijera: “Si ninguno de ustedes quiere ser mi
amigo, todos serán mis enemigos”. Le tiré a casi todo el mundo: Jay-Z,
WuTang, Big Pun, Missy Elliott, Will Smith, Jada Pinkett, Slick Rick.
DMX, Bobby Brown y Whitney Houston, todos oyeron su nombre en mi
voz.
Para mostrar que sólo me interesaba la competencia y no la hostilidad,
incluimos una frase (“He estado engañado a Tone y Poke desde que me
encontraron”) dirigida a los Trackmasters también. Fue sólo para mostrar
que ni siquiera mi gente se salvaba de los insultos. Luego pusimos a Mad
Rapper en el coro diciendo “This ain’t serious / Being broke can make you
delirious” (No va en serio / estar quebrado trae consigo delirio), para darle
un poco de ligereza a la situación.
Aun con esos descargos de responsabilidad, la canción creó un revuelo
desde que sonó en Hot 97, la estación de radio más importante en Nueva
York en ese entonces. La mayoría de esos artistas no estaba preparada para
que alguien dijera sus nombres en una canción. Todos en la cultura se
preguntaban: “¿Quién es ese tipo nuevo? ¡Dice los nombres de todos y no le
importa nada!”. Algunos de los nombres más grandes, incluidos Jay-Z, Big
Pun y Wu-Tang, me respondieron, que era justo lo que quería.
Necesitaba algo que atrajera atención hacia mí, y “How to Rob” me lo
consiguió de inmediato. Columbia tomó la canción y la puso en el
soundtrack de Juego de confidencias , lo que me expuso a una audiencia
mucho mayor. Todo estaba saliendo acorde al plan… pero entonces me
dispararon, lo que descarriló todo lo que había puesto en marcha.
Pasarían unos cuantos años más antes de que tuviera el exitoso debut
por el que tanto había trabajado. Pero aprendí una valiosa lección con “How
to Rob”: la gente siempre responde a un competidor. Cuando te ven como
alguien que entrará al ruedo en vez de huir de él, siempre habrá ojos sobre
ti. Sea en el rap, los deportes, la política o los negocios, siempre habrá
público para alguien que no teme enfrentarse a sus rivales.
Todo lo que tienes que hacer para capitalizar esa sed de acción es
mantener tus emociones fuera del proceso. Yo no tenía problemas con la
mayoría de los artistas que mencioné en esa canción; respetaba muchísimo
a tipos como Jay, Pun y Raekwon. Pero ser respetuoso no me iba a poner en
la posición en la que necesitaba estar para materializar mis sueños. Tenía
que demostrar mi competitividad para que la industria me notara. Y eso fue
justo lo que hice.
No han dejado de ponerme atención desde entonces.
CURTIS LANNISTER
LLEVA UN LIBRO
Los errores son parte de la vida. Lo que cuenta es cómo respondemos al error.
—Nikki Giovanni
D esde que era muy pequeño, Soichiro Honda estuvo obsesionado con los
autos. (Y lo entiendo a la perfección.) Honda creció en el campo japonés,
donde aprendió a fabricar partes de bicicleta y de motores en la herrería de
su padre. Honda no era muy buen estudiante y nunca logró terminar la
primaria. Pasaba casi todo su tiempo jugueteando con los repuestos e
intentando construir cosas en el taller de su padre.
En 1922, cuando tenía apenas quince años, Honda se fue de casa para
trabajar en Art Shokai, uno de los primeros talleres automotores de Tokio.
Al no tener una educación formal, Honda tuvo que comenzar barriendo
pisos, pero, con el paso de los años, se forjó una reputación como un
trabajador serio y creativo. Una de las formas en las que se probó fue
ayudando a diseñar uno de los primeros autos de carreras hecho en Japón,
llamado —y no estoy bromeado— ¡el Curtis!
Tras unos cuantos años. Honda fue puesto a cargo de una nueva sucursal
de Art Shokai en la ciudad de Hamamatsu. A la sucursal de Honda le fue
muy bien y, cuando sintió que al fin se había ganado el respeto de sus jefes,
decidió presentarles una idea que había estado cocinando en su cabeza. A
partir de sus experiencias en la herrería de su padre y de haber trabajado en
el Curtis, Honda les presentó a sus jefes una nueva forma de diseñar
pistones. La retroalimentación no fue positiva; le dijeron que su idea no
funcionaría y se negaron a apoyarlo.
Honda estaba convencido de que tenía una buena idea, así que renunció
a su empleo y creó su propia empresa, Tokai Seiki, para producir sus
pistones. Le puso todo lo que tenía a la nueva compañía, incluso llegó a
empeñar las joyas de su esposa. Pasó varias noches en su taller hasta que
sintió que los pistones estuvieron listos. Empacó treinta mil de ellos en
varios camiones y viajó a Tokio, donde se los presentó a un potencial
comprador en una nueva empresa automotriz llamada Toyota. El comprador
examinó los pistones y le dio malas noticias: el diseño de Honda era poco
óptimo. Tras revisar los pistones, Toyota decidió que sólo tres de todo el
lote estaban a la altura de sus estándares. Rechazaron el cargamento.
Honda estaba en una posición muy complicada. Había puesto todo su
dinero en la fabricación de esos pistones, y le acababan de decir que no
valían un centavo. La mayoría de las personas en su situación habrían
buscado controlar el daño y bajado el telón de su negocio. Pero no Honda.
En vez de alejarse, decidió examinar muy a fondo qué había salido mal. Si
sus pistones habían sido declarados muertos, él iba a hacerles una autopsia
antes de abandonar su sueño.
Cuando Honda revisó su diseño, logró identificar dónde se había
equivocado. Se había apoyado demasiado en sus experiencias de primera
mano en el taller de su padre y en Art Shokai. No había pasado suficiente
tiempo estudiando la teoría ingenieril detrás de sus diseños. La pasión no
iba a ser suficiente; necesitaba educación también.
En vez de cerrar su empresa, Honda se comprometió a aprender más
sobre diseño y manufactura. Pasó los siguientes años viajando por todo
Japón, tomando clases de ingeniería y visitando acererías, intentando
absorber tanta información como pudiera.
Tras años de estudio y observación, Honda se sintió listo para volver al
pizarrón. Esta vez fue capaz de superar los problemas de diseño y
manufactura que lo hicieron tropezar la primera vez y produjo un lote de
pistones funcionales que le valió un nuevo contrato con Toyota.
Pero las épocas complicadas para Honda no habían terminado. En 1944,
hacia el final de la Segunda Guerra Mundial, una de sus fábricas de pistones
quedó destruida tras un bombardeo estadunidense. Luego, menos de un año
después, un enorme terremoto destruyó otra de sus fábricas.
Perder dos fábricas en dos años habría sido la gota que derramara el
vaso para muchas personas. Hasta el buscavidas más recio podría no
haberse re cuperado, pero Honda se negó a quedarse tirado. Le vendió a
Toyota lo que quedaba de su compañía por sólo 450,000 yenes. Con lo que
obtuvo de esa venta, fundó una nueva empresa, a la que llamó el Instituto
de Investigaciones Técnicas Honda.
Conocida como “Honda”, para abreviar, la empresa se convertiría en
una de las productoras automotrices más redituables de la historia. Honda
llegaría a ser juzgado como el “Henry Ford japonés” y sería reconocido
como uno de los hombres de negocios más innovadores del siglo xxi .
Cuando, hacia el final de su vida, le preguntaron cuál fue la lección más
importante que aprendió en el camino, Honda nombró el momento en que le
entregó los pistones defectuosos a Toyota. Había fracasado, pero su
decisión de aprender de su descalabro lo transformó en un mejor
emprendedor. “Mucha gente sueña con el éxito. Para mí, el éxito sólo puede
alcanzarse a través de los fracasos constantes y la introspección”, dijo
Honda. “De hecho, el éxito representa uno por ciento de tu trabajo y es
resultado del otro noventa y nueve por ciento que se llama fracaso.”
La historia de Soichiro Honda en verdad conecta conmigo; sé lo difícil
que es lograr lo que hizo.
Mucha gente tiene grandes ideas. Sólo un pequeño porcentaje de esa
gente tiene la pasión y la disciplina para seguir adelante y hacerlas realidad.
De ese selecto grupo, todos cometerán errores o vivirán algún tipo de
fracaso durante la lucha por consolidar su idea. Lo que determina el
resultado de su historia es cómo esa persona responde a él.
¿Van a permitir que mate su pasión? ¿Ese fracaso los hará conformarse
con algo menos arriesgado, como trabajar en una oficina para alguien más?
¿O tendrán una reacción aún más severa que el obstáculo? Quizá la
persona se deprima tanto que se derrumbe y empiece a beber y fumar hierba
todos los días. O podría estresarse tanto que encuentre a Dios y lo deje todo
atrás.
Ésas son las reacciones que la mayoría de la gente —incluso las
personas más motivadas— tiene cuando fracasan. No dejes que ésa sea tu
reacción. Afronta el fracaso de la misma forma en que lo hizo Honda:
tómalo como una herramienta que te ayude a hacerlo bien la próxima vez.
Lo tratamos como si fuera lo más aterrador el mundo. Freddy Krueger,
Pennywise y Michael Myers todos en un solo cuerpo. Menciona su nombre
y la gente se echa a correr.
No veas al fracaso como algo de lo que tienes que distanciarte. Intenta
abrirle la puerta. Envuélvelo en tus brazos y examínalo. Confía en que
puedes usarlo para reconstruir tu idea y llevarla a un nivel más elevado de
lo que imaginaste en un principio.
Ése es el enfoque de los verdaderos ganadores. Fue la actitud de Honda
cuando dijo: “Nada me emociona más que planear algo y que falle. Mi
mente se llena entonces de ideas sobre cómo puedo mejorarlo.”
Piénsalo. Honda no veía sus fracasos como tropiezos o derrotas; le
emocionaban. Imagina si pudieras ver tu vida así. Nada podría descarrilarte.
Tal vez haya una infinidad de razones por las que tu plan no se hizo
realidad. Pudo haber sido el momento equivocado; quizá no ejecutaste el
plan de forma correcta. Alguien con quien contabas pudo haberte fallado. El
mercado pudo haber cambiado. Demonios, pudieron haber bombardeado tu
fábrica.
El punto es que, sea que empezaste en el basurero o naciste en cuna de
oro, vas a encontrar obstáculos. Todas las personas exitosas tienen cicatrices
de esos encuentros; sólo que no puedes ver la mayoría. Yo sin duda las
tengo. Hay algunas que apenas comienzo a mostrarle al mundo.
Durante muchos años, en el barrio les llamábamos “D” a los fracasos, como
abreviación de “derrotas”. El término se ha convertido en sinónimo de algo
que no quieres que se asocie contigo. “Caray, se llevó una D.”
Lo que necesitamos hacer es poner el concepto de cabeza. En vez
preocuparte por “llevarte una D”, enfócate en aprender de la D, pues las D
son las mejores maestras que encontrarás.
En el momento no se siente así, pero vivir contratiempos, fracasos y
decepciones sin duda te hará mucho más fuerte a la larga. Lo sé gracias a
mis experiencias y observaciones; incluso la ciencia ha comenzado a darme
la razón. Un estudio reciente publicado en Nature Communications muestra
que las personas que se encuentran con fracasos al inicio de sus carreras en
realidad tienen más éxito a largo plazo que quienes no experimentan
fracasos en un principio.
“Nos dimos cuenta de que habíamos logrado entender el éxito, pero
habíamos fracasado al entender el fracaso”, le dijo el doctor Dashun Wang,
uno de los autores del estudio y profesor en la Kellogg School of
Management, a The New York Times . “Sabemos que el éxito produce éxito.
Pero quizá no hemos observado lo suficiente a la gente que fracasa.”
ACEPTA CUANDO TE EQUIVOCAS
El trabajo trae consigo felicidad. Lo único que nos alegra es saber que hemos logrado
algo.
—Henry Ford
Cuando me junté con Shaniqua, ninguno de los dos tenía gran cosa. Ambos
vivíamos en lo más bajo de lo bajo, y nuestras metas consistían en tener un
lugar decente donde dormir y ropa limpia.
Pero luego las cosas cambiaron, y entonces tuve recursos al alcance de
la mano. Muchos recursos. Quise compartirlos con Shaniqua, porque,
aunque ya no éramos pareja, seguía siendo la madre de mi hijo. Ella me
acompañó antes de que me hiciera famoso, y eso es algo que reconozco y
respeto. Me vio ascender a la fama, y yo quería ayudarla a que ella también
alcanzara el éxito.
Con esa idea en mente, le pregunté: “¿Qué quieres hacer de tu vida?”.
¿Querría estudiar? ¿Querría aprender sobre diseño de interiores? ¿O sobre
moda? Insistí en que encontrara una ocupación que le diera sentido a su
vida y que le permitiera tanto hacer dinero como sentirse satisfecha a nivel
personal.
Era algo que no sólo la beneficiaría a nivel individual, sino que mi
intención era que a mi hijo lo criara una mujer que tuviera una carrera
propia. Sin embargo, sin importar cuántas veces se lo preguntara, Shaniqua
nunca sabía qué responder. Le presentaba distintos escenarios y
posibilidades, pero nada le entusiasmaba.
Era sumamente frustrante. Me enfurecía tener que enviarle cada mes un
cheque a alguien que no tenía el menor interés en trabajar. Bien podría
haber vuelto al barrio y depender de los programas de asistencia del
gobierno. La única diferencia es que el cheque que yo le daba tenía más
ceros que el que le habría dado el Tío Sam.
Finalmente, cuando fui a visitarlos a Marquise y a ella un fin de semana,
me topé con la cruda realidad.
—¿Qué quieres hacer entonces? —le pregunté de nuevo.
Volteó a verme, puso los ojos en blanco y contestó:
—Nadie trabaja por gusto, ¿eh?
—¡No jodas! —exclamé. Sospechaba que había gente que pensaba así,
pero nunca nadie había tenido los cojones para decirlo en voz alta en mi
presencia.
—Tú ya la armaste —dijo con voz firme—. ¿Para qué quiero armarla yo
también? Así estamos bien.
Aunque parezca exageración, ha sido una de las conversaciones más
traumáticas que he tenido en la vida. Y eso que he tenido conversaciones
que para mucha gente serían sumamente traumáticas.
Me tomo con absoluta seriedad el valor del trabajo arduo, pues creo que
no sólo genera éxito, sino también felicidad. Jamás podrás sentirte
satisfecho si no estás haciendo algo que te apasione.
Cuando Shaniqua me dijo que “nadie trabaja por gusto”, fue como si
mandara al carajo todas mis creencias. En ese instante, supe que las cosas
jamás volverían a estar del todo bien entre nosotros. Veíamos el mundo de
distinta forma. Me repugnaba que ella no quisiera trabajar, mientras que a
ella le repugnaba que yo quisiera que lo hiciera.
Estaba consciente de que la responsabilidad de la crianza de nuestro hijo
había recaído principalmente en ella, y por eso, cuando él era más pequeño,
la presionaba menos. Sin embargo, cuando entró a la adolescencia y ya no
necesitó que lo llevaran de la mano, esperé que Shaniqua por fin mostrara
alguna ambición.
Durante una época habló un poco de dedicarse a los bienes raíces. Pensé
que sería una gran idea, pues el mercado en Atlanta estaba creciendo, e
incluso ofrecí pagarle cursos para que obtuviera su licencia. Sin embargo,
después de unos cuantos meses, me quedó claro que tampoco le apasionaba.
No le emocionaba conocer las propiedades por primera vez ni visualizar
todo su potencial, como tampoco le interesaba renovar propiedades antiguas
para revenderlas por mucho más. Simplemente le gustaba el hecho de que
ser agente de bienes raíces es algo que se puede hacer desde la comodidad
de la casa. Como era de esperarse, aquello no prosperó.
Al verlo en retrospectiva, tengo claro que cuando Shaniqua dijo “nadie
trabaja por gusto” nuestra relación se fue al carajo. Hasta ese entonces,
albergaba la creencia de que podíamos armar algún tipo de alianza; quizá no
romántica, pero al menos sí parental con objetivos en común. Creía que
podríamos emprender algún negocio que beneficiara a nuestro hijo.
Una vez que fue evidente que ella no sólo no compartía mi punto de
vista sino que le ofendía , mi actitud hacia ella dio un giro de ciento ochenta
grados. Me volví mezquino. Era como si yo fuera un fisicoculturista y ella
fuera una mujer con obesidad mórbida. Cada vez que tomaba una galleta,
de inmediato me le iba encima: “¿En serio quieres esa galleta? Se te va a ir
directo a los muslos”.
En ese entonces no estaba consciente de ello, pero era hostil con ella
con la esperanza de que la vergüenza la obligara a moverse de alguna
forma. Sin embargo, tuvo el efecto opuesto. Cuanto más le recriminaba su
falta de empuje, ella se resentía más conmigo. Ese resentimiento se fue
acumulando hasta convertirse en odio, un odio que sigue vivo hasta la
fecha.
Lo más molesto no es que nuestra relación se haya vuelto tóxica, sino
que ella le heredó ese resentimiento y engreimiento a nuestro hijo. Él ha
tenido todo lo que ha querido en la vida, así como muchísimas más ventajas
que casi cualquier muchacho del gueto, pero sigue sintiendo que yo lo
engañé y le robé algo.
Nunca creí estar en esa posición con mi primogénito, pero así son las
cosas.
Nunca nada me ha dolido tanto ni afectado con sensaciones tan agudas algo como encontrarme
abandonado en la vejez por mi único hijo; y no sólo verme abandonado, sino verlo tomar las
armas en mi contra, en una causa en la que mi buena fama, fortuna y vida estaban en juego.
ACEPTAR LA RESPONSABILIDAD
En palabras de Sigmund Freud: “La mayoría de la gente en realidad no
quiere ser libre, porque la libertad implica responsabilidad, y a la mayoría
de la gente le aterra la responsabilidad”.
Supongo que yo no soy parte de esa mayoría, pues ya sabes lo que
pienso de la libertad. Y, definitivamente, también me encanta la
responsabilidad. Quiero tener tantas responsabilidades como sea posible.
Estoy convencido de que responsabilizarte por completo de tu vida es la
mejor forma de asegurarse de nunca caer en la trampa del ladrillo.
Para ser un verdadero buscavidas, hay que buscar la gratificación que
trae consigo el hacer que las cosas ocurran por cuenta propia, cuando tienes
una visión que nadie más logra comprender y te entregas en cuerpo y alma
a materializarla. Quizá pasas de valle en valle y nunca ves la cima de una
montaña. Pero sigues adelante, hasta que por fin llega el día en el que
alcanzas la cima. ¡Te juro que vas a ver el paisaje más hermoso que has
visto en tu perra vida! Absorberás hasta la última bocanada de aire
montañoso y disfrutarás cada centímetro del paisaje que tienes delante.
Pero ¿qué crees que pasaría si te llevan en auto a aquella cima? ¿Y si no
hicieras más que poner las nalgas en el asiento, prender el aire
acondicionado y dejar que te lleven hasta la cima? No sería igual. No hubo
sudor de por medio ni sacrificio alguno. El sorbo de agua que tomaras en la
cima no sería igual de refrescante. El aire no sería tan delicioso. La vista no
sería igual de inspiradora. Sólo se puede alcanzar la satisfacción y la
felicidad genuinas cuando disfrutas los logros que obtuviste por tus propios
medios.
IMPORTAR EL EMPUJE
Dudo que alguno de mis lectores haya recibido todo en bandeja de plata,
como les ocurrió a Marquise y a la G-Unit.
¿Tu padre te compró el inventario de una tienda física para que lanzaras
tu propia tienda electrónica?
¿Debutaste frente a ochenta mil fanáticos entusiasmados?
No creo.
Aun así, aunque no hayas tenido esas ventajas, es probable que alguna
vez te hayas resentido o hayas sido engreído, igual que ellos.
Es lo más probable si tienes entre veinte y treinta y pocos. Existe la
noción generalizada de que los millennials carecen de la ética laboral de
generaciones previas. Una encuesta de Reason-Rupe reveló que sesenta y
cinco por ciento de los adultos estadunidenses cree que esa generación es
muy pretenciosa.
Aunque las encuestan digan misa, no podemos culpar de todo a los hijos
del internet. Shaniqua no es millennial, como tampoco lo son los tipos de la
G-Unit. Son de mi generación, y a todos nos criaron con las mismas
expectativas.
También existe el prejuicio de que la arrogancia es una cualidad de los
niños ricos blancos. Tampoco creo que sea cierto. Mi hijo es rico, pero no
es blanco. Ninguno de los tipos de Queens con los que crecí eran blancos.
No creo que la arrogancia sea una cosa de juventud o madurez, ni una
cosa de blancos o negros. En todo caso, es un problema de los
estadunidenses en general.
Parece que en este país nos enfurece tener que esforzarnos para alcanzar
el éxito. Nos maravillan los trabajos glamorosos y los puestos de alto perfil,
mientras que despreciamos el trabajo pesado de nueve a cinco. Nos parece
poca cosa llenar estantes en el supermercado o recoger los boletos en el
cine. A menos que nuestro trabajo refleje exactamente lo que creemos
merecer (lo cual rara vez ocurre, si somos sinceros), nos comportamos
como si fuera una pérdida de tiempo.
No se percibe esa misma energía en otros países. Probablemente he
recorrido el mundo entero tres o cuatro veces. He comido en miles de
restaurantes en el extranjero, me he hospedado en miles de hoteles y me he
subido a miles de autos. Y puedo afirmar sin temor a equivocarme que la
actitud frente al trabajo es distinta en otras latitudes. La gente se toma su
trabajo en serio, sin importar en qué nivel de la escala esté. Lo he visto en
lugares como Japón, Taiwán y Singapur. Desde los barrenderos hasta los
emprendedores, todos parecen trabajar igual de duro . Nadie se comporta
como si detestara su trabajo. Todos intentan salir adelante.
Es igual en los países africanos y de Medio Oriente que he visitado. Así
sean los vendedores de agua de las esquinas o las empleadas de las tiendas
de los hoteles, nadie pierde el tiempo. Todos se comprometen con la
responsabilidad que tienen enfrente.
¿Te acuerdas del puesto de cacahuates imaginario del que hablamos
antes? ¿El que pondría si estuviera quebrado? Bueno, cuando sales del país
parecería que todo el mundo piensa así. Aceptan que hay que trabajar y lo
hacen sin chistar. Y así viven, día tras día, año tras año, con la creencia de
que pueden esforzarse lo suficiente como para tener una mejor vida. A
pesar de las oportunidades que tenemos en Estados Unidos, no creo que mis
compatriotas tengan esa misma confianza.
Aquí hay gente arrogante en todos los estratos de la sociedad. Yo lo veo
mucho entre los ricos. Pareciera que la gente que vive en penthouses de un
millón de dólares siente que tiene derecho a vivir ahí. Su identidad se basa
en no perder esa posición, y creen que ese estilo de vida lo obtuvieron por
derecho divino.
De igual modo, la gente de los barrios más bajos siente que, sin
importar lo que haga, jamás llegará a vivir en uno de esos penthouses . Así
que, en vez de trabajar más duro, lo mandan todo al carajo. Es uno de los
efectos más duraderos que tuvo la esclavitud en la población afroamericana.
Si tu gente se partió el lomo durante trescientos años y no subió ni un
peldaño en la escalera al éxito, se te queda grabado en el espíritu. Esa
sensación de que “no importa cuánto me esfuerce, no servirá de nada” se
vuelve parte de la mentalidad de la gente. Por eso mucha gente en el barrio
pierde la ambición de seguir esforzándose, y se enfrentan a un tipo de
arrogancia diferente: sienten que jamás triunfarán y que alguien más tendrá
que darles las cosas en la boca.
Los inmigrantes, por ejemplo, no se identifican con ninguna de esas dos
mentalidades. Desde su punto de vista, no hay diferencia entre los ladrillos
del rascacielos y los del edificio de interés social. El país entero les parece
el lugar más hermoso del mundo en comparación con los lugares de donde
provienen muchos de ellos.
Eso ocurre mucho en Nueva York. Por eso hay decenas de miles de
personas que tratan de instalarse aquí a diario. Viajan medio mundo para
buscar las oportunidades resplandecientes que nosotros pasamos por alto.
Tienen claro que es una “Ciudad de Gran Riqueza” y quieren una rebanada
del pastel. Considero que los inmigrantes son la columna vertebral de la
ciudad de Nueva York y son quienes mantienen vivo el espíritu de
buscavidas. Por lo regular admiramos a los hombres de Wall Street y a los
ceo de empresas de tecnología, pero quienes realmente lo sostienen todo
son los inmigrantes. Según un estudio del Centro de Emprendimiento
Estadunidense, cincuenta y seis por ciento de las compañías de la lista de
Fortune 500 que están en el área metropolitana de Nueva York fueron
fundadas por inmigrantes. ¿Qué hay del tipo africano a quien mi amigo le
tiró los dientes por andar vendiendo mi disco pirata hace unos años? Estoy
seguro de que al día siguiente regresó a seguir vendiendo cd . Y siguió
haciéndolo día tras días hasta que pudo abrir su propia cadena de tiendas.
Seguramente hoy tiene una de esas grandes empresas. O tal vez volvió a su
lugar de origen y abrió la cadena de tiendas allá.
Hemos exportado con mucho éxito nuestra cultura a todo el mundo.
Pero, al final del día, Estados Unidos no es otra cosa que sus ciudadanos.
Lo que exportamos es un estilo de vida. Un sueño. Ya no creamos cosas de
verdad.
Por eso es hora de que importemos algo del empuje que parece ser tan
abundante en el resto del mundo. Y así dejaremos de sentir que la gente nos
debe algo y nos daremos cuenta de que el impulso propio nos llevará hasta
donde queramos.
La principal pregunta que debes hacerte respecto a todas las personas que
forman parte de tu vida es la siguiente, sin importar cuánto tiempo tengas
de conocerlas: ¿hacen depósitos en tu vida, o sólo retiros?
Si la respuesta es “retiros”, entonces debes distanciarte de esas personas
de inmediato. Recuerda que nadie hace un único retiro y se va. ¿Irías tú sólo
una vez a un cajero que se la pasa arrojando dinero gratis? ¡Obvio que no!
Irías a diario hasta que el banco se diera cuenta. La gente funciona igual. Si
no les retiras la bandeja, siguen tomando y tomando hasta que se acaba.
Procuro deshacerme de la gente que sólo hace retiros. He perdido ya a
las personas que lo eran todo para mí (es decir, mi madre y mi abuela), y
estoy bien. Por lo tanto, no hay razón alguna para conservar a gente que
intenta drenarme en lugar de contribuir a mi vida con algo.
Por eso no tengo especial interés en que mi padre aparezca de pronto.
En este momento, sólo lo haría para hacer retiros. No hay nada que pudiera
depositar.
Ya hay suficiente gente así en mi vida. A diario intentan hacer retiros
del banco de 50 Cent. Y ya hablé de la gente que directamente busca que le
dé dinero, pero con mucha frecuencia también es gente que busca asociarse
con mi imagen: “Mira, tenemos esta idea increíble que va a ser un exitazo y
nos dará mucho dinero”, dicen, antes de ir al grano. “Sólo te necesitamos
para que funcione”.
Ya no quiero asociarme con ese tipo de gente. Quiero asociarme con
conceptos e ideas que puedan funcionar conmigo o sin mí. Quiero rodearme
de gente talentosa que me eleve, no gente que quiera enriquecerse a mis
costillas.
El día que vi a Mark Wahlberg por primera vez fue en una cena con
personas a las que acababa de conocer. Comí lo que tenía enfrente, me
quedé ahí un rato y luego fui al baño. Al volver, decidí que ya era hora de
irme, así que pagué la cuenta. Cuando regresé a la mesa, les dije a los
presentes: “Ya me voy. Luego nos vemos. Un gusto conocerlos. No se
preocupen por la cuenta. Ya está pagada”. No lo hice por engreído, sino
porque me siento cómodo siendo así.
Mark se quedó atónito. “¿Que hiciste qué?”, dijo y se puso casi de
inmediato de pie. “A ver, a ver, a ver. Por fin encontré a un tipo que trae
bien puesta la cartera, ¿y ya se va? No, amigo, tenemos que juntarnos. Hay
que armar algo juntos.” Se emocionó porque la gente siempre esperaba que
fuera él quien pagara la cuenta. Y por fin alguien había hecho un depósito
en su vida, así que eso le llamó la atención.
Terminamos siendo buenos amigos esa noche, y desde entonces Mark
ha hecho muchos depósitos en mi vida. Es alguien que ya atravesó el
camino de rapero que se convierte en ejecutivo de televisión con series
como Entourage y Boardwalk Empire , así que me ha dado consejos
invaluables.
Jamás habría entablado esa conexión con él si no hubiera sacado la
cartera esa noche. Sé que no cualquiera tiene los recursos para pagar una
cena costosa en un restaurante de Los Ángeles, pero hasta tú tienes las
herramientas necesarias para hacer depósitos en la vida de las personas
indicadas.
A nivel profesional, siempre puedes contribuir subiendo el ánimo de la
gente, sin importar en dónde estés parado. Si formas parte de un equipo, no
te cuesta un centavo ser quien mantenga una actitud positiva. Eso no
significa que debas ser un lambiscón ni un hipócrita. Sólo se trata de
mantener una buena actitud. Sé la persona que no se la pasa haciendo
berrinches o quejándose cuando le asignan un trabajo. Sé la persona que
sonríe y está dispuesta a interactuar con sus colegas, en lugar de ponerse los
audífonos y esconderse detrás de la pantalla. Sé diplomático e intenta
mediar cuando tus compañeros tengan desacuerdos.
El depósito laboral más sencillo de hacer y que te traerá muchas
recompensas a largo plazo es llegar siempre a tiempo. No tienes idea de
cuán molesto es que los empleados lleguen cuando se les antoja. A veces es
tentador pensar: “Bueno, si fuera mi empresa llegaría temprano, pero ¿por
qué tengo que apurarme para enriquecer a otros?”. Si tienes esa actitud,
nunca serás dueño de tu propia empresa.
Es un problema que enfrento con mis propios empleados. Como ya dije,
una de mis debilidades es que necesito sentirme cómodo en mi entorno
laboral y me gusta rodearme de gente en la que confío. Por desgracia, esa
comodidad que busco puede hacer que otros se relajen demasiado. Después
de un rato, a la gente se le olvida que le estoy pagando para que cumpla con
responsabilidades de verdad.
En ese momento, se ajustan a horarios impuestos por ellos mismos. Tal
vez creen que no me doy cuenta, pero te aseguro que sí lo noto. Y no lo
señalo mientras las cosas sigan funcionando. Sin embargo, si a diario te
apareces entre las 10 u 11 y no estás siendo muy productivo, entonces
tendremos problemas. Te di chance de que llegaras a la hora que querías,
pero al darte la mano te tomaste el pie.
A menos que contribuyas directamente a las ganancias de tu empresa y
lo hagas de forma significativa, no caigas en el engaño de creer que puedes
llegar cuando se te antoje. En vez de eso, asegúrate de ser la persona más
comprometida en la oficina y llegar a tiempo. Basta con poner la alarma
quince minutos antes cada mañana. Si adquieres el hábito de llegar a
tiempo, tu jefe valorará ese depósito sin duda alguna.
Siempre y cuando hagas depósitos constantes, se vale que te acerques al
jefe y le pidas un aumento. Sin embargo, hagas lo que hagas, no empieces
diciéndole cuánto tiempo llevas en la empresa. Si alguien se me acerca y
me habla de lo mucho que lleva en la empresa, lo único que hace es
confirmar que ha llegado la hora de que se busque la vida en otro lado. Si
llevas la vida entera trabajando para mí y no te he aumentado el sueldo por
decisión personal, seguramente hay una razón.
Cuando tengas esa conversación, enfócate en tus contribuciones. Claro
que las ganancias importan y quizá sean lo más evidente. Pero también
puedes incluir las cosas no transaccionales que ya mencionamos, como la
energía positiva, la diplomacia, la puntualidad y la creatividad. Si haces
esos depósitos de forma constante, es probable que destaques entre los
demás. Y recibirás recompensas mucho antes que cualquiera que lleve la
vida entera en esa empresa y a quien sólo le interesa cobrar un cheque cada
quincena.
Hay que recordar que no todos los depósitos que la gente hará en tu vida
serán monetarios. Quizá no te den un centavo, pero te bendicen de otras
formas.
Mi tía Geraldine y mi tío Mike depositaron mucha energía afirmativa en
mi vida sin pedirme nada a cambio. ¡Cosa rara en mi familia! Los tres
debimos haber bebido de un pozo diferente que el resto de la familia.
Tenemos claro que, sin importar lo que te ocurra en la vida, jamás se
justifica creer que está bien dejar de esforzarse y estirar la mano para pedir
caridad.
El tío Michael y la tía Geraldine lo demostraron cuando ganaron un
millón de dólares con un raspadito que Michael compró. Recuerdo
emocionarme mucho por él cuando me lo contó. “¡Es casi un milagro!”,
dije. “¡Es increíble!”
Le dio un toque de mayor comodidad a su estilo de vida. Mi tía y él se
compraron una casa un poco más grande y cambiaron dos de sus autos por
uno más agradable. Pero eso fue todo. Simplemente hicieron algunas
mejoras. No renunciaron a su trabajo ni dijeron: “¡Ya la armamos!”, e
intentaron tomarse una de esas vacaciones de veinte años. Tuvieron la
sensatez suficiente para entender que, aunque ese dinero extra era una
bendición, se acabaría en unos años y su vida seguiría adelante.
Es muy fácil acabarse un millón de dólares en este país. De hecho, a
ellos les pasó. Por fortuna, nunca dejaron de trabajar, así que están muy
bien.
Gracias a su fuerte sentido de autosuficiencia, jamás enfrentaron los
problemas que yo he tenido con otros miembros de la familia. Mi tía y mi
tío no buscan recibir cosas de mi parte. Sólo me dan.
Así ha sido siempre. Hasta la fecha, mi tía Geraldine me sigue
comprando calcetines en navidad e intenta cocinar cosas que me gustan. No
necesito los calcetines ni una chef personal, pero no se trata de eso. Es un
símbolo del amor que siente por mí. Siempre ha querido cuidarme y
proveerme, desde que era pequeño. Fue ella quien me apodó Boo Boo.
Parecerá una tontería, pero, para un niño que acaba de perder a su madre,
ese apodo afectuoso fue muy importante. Hasta la fecha, la gente más
cercana aún me conoce como Boo Boo (¡y son los únicos que pueden
decirme así! ¿Entendido?).
Mi hijo Sire también le ha traído vibras positivas a mi vida. Todo está
puesto para que tengamos una relación saludable y amorosa. Cada vez que
lo veo, es pura felicidad y emoción. No está buscando que le dé cosas.
Simplemente quiere mostrarme el diente que se le cayó o un dibujo que
hizo en la escuela. No hay nada mejor que sentarse en el sofá a ver tele y
que llegue él a acurrucarse conmigo. No me pide nada: ni dinero, ni
favores, ni que le eche la mano. Lo único que quiere es estar cerca de su
padre. No estoy acostumbrado a ser quien recibe ese tipo de amor
incondicional, pero cada vez lo acepto con más entusiasmo.
AYUDAR AL PRÓJIMO
Tengo que reconocer que no siempre he sido el más caritativo. Si voy por la
calle y veo a un tipo con un cartel chistoso y una taza para que le den
dinero, mi reacción inmediata suele ser: “No me dan ganas de ayudarlo
porque ya perdió el espíritu. No importa cuánto dinero ponga en esa taza;
no servirá de nada”. Si alguien tiene la capacidad de escribir algo tan
gracioso que logre que un neoyorquino desalmado saque unos centavos de
su bolsillo, esa persona tiene talento. Por desgracia, sólo usa su talento para
pedir dinero, en lugar de salir al mundo y aprovecharlo para cosas más
productivas o constructivas. No es el tipo de energía que quiero respaldar.
No obstante, con el paso de los años he aprendido que esa actitud no
siempre es útil. Si bien hay gente capaz de aprovecharse de la compasión
ajena en lugar de esforzarse, eso no significa que no haya muchísima gente
en el mundo que sí tenga la ética laboral y el espíritu de buscavidas que
promuevo, pero que ha terminado en circunstancias que estuvieron fuera de
sus manos. Y necesitan un empujón.
Al estar en una posición de abundancia, cada vez más me concentro en
ayudar a ese tipo de gente. Cuando experimentas el éxito y la validación
durante mucho tiempo, eres capaz de dejar de pensar todo el tiempo en ti
mismo y de volverte más consciente de lo que está ocurriendo en las
comunidades que te rodean.
Cuanto más maduro, menos me impresiona la gente que amasa fortunas
y más me inspiran quienes están comprometidos con ayudar a los demás.
Nunca había sido consciente de ello, pero ahora entiendo que la gente que
da de sí misma es la que tendrá una presencia más fuerte cuando esté
ausente. Después de su muerte, la gente seguirá hablando de ellos en un
tono reverencial. Dentro de cincuenta años, la gente recordará a Bill Gates
más por su labor en favor de la agricultura sustentable en el mundo que por
lo que hizo con las computadoras. El magnate de la música David Geffen
no será recordado por producir los discos más exitosos, sino que se
celebrarán los avances médicos que promovió. Aunque Warren Buffet tenga
una fortuna obscena, está comprometido a donar noventa y nueve por ciento
de su dinero a organizaciones de beneficencia antes de morir. Hasta la fecha
ha cumplido su palabra y ha hecho de la filantropía su vocación, además de
que ha inspirado a otros millonarios a hacer lo mismo con su Giving
Pledge, un compromiso de donación.
Esos ejemplos me obligaron a ser más consciente de mi propio legado.
Tuve que preguntarme: “¿Cómo quiero que me recuerden? ¿Como alguien
que vendió muchos discos e hizo muchos programas de televisión
exitosos?”. En algún punto, la respuesta habría sido: “¡Carajo, sí!”. Sigo
valorando esa experiencia, pero ahora también me importa que me vean
como alguien que ha hecho cosas positivas con la fortuna que ha amasado.
No basta con decir “Voy a donar algo para demostrarle a la gente que es
posible llegar del fondo del barril a la cima de la montaña”. Necesito hacer
mucho más que eso. He adquirido el compromiso de aprovechar el dinero,
los recursos y las relaciones sociales que he acumulado a lo largo de los
años para invertirlos en los más pobres, de modo que quienes viven en el
fondo del barril tengan más oportunidades para salir de él.
Antes solía pensar que yo venía de los barrios más bajos, pero viajar a
África me hizo abrir los ojos. Resulta que no tenía idea de lo que implicaba
ser pobre. Mis hermanos y hermanas africanas enfrentaban dificultades que
yo ni siquiera creía posibles.
La gente del barrio quizá no pueda entenderlo. Cuando les hablo de lo
que vi en África, me contestan: “No jodas, Fif, aquí también tenemos
hambre”. ¡No! Tú crees que tienes hambre. Pero en África cientos de miles
de personas mueren cada año de inanición. Ésa es la verdadera hambre.
Entendí aún más lo mal que estaban las cosas cuando colaboré en 2012
con el Programa de Alimentación Mundial y viajé a Kenia y Somalia para
atestiguar el impacto de la crisis alimentaria en esos países. Pensé que la
experiencia en Nigeria me había preparado, pero al estar en Kenia y
Somalia no pude dar crédito de lo que vi.
En Kenia, visité una escuela donde los quinientos niños que asistían
eran huérfanos y cuarenta y ocho de ellos eran vih positivo. Cada uno
recibía una comida al día: harina de maíz con proteína en polvo. No había
otra cosa en el menú. Era lo único que recibían a diario.
Nunca he sido testigo de tanta carencia. Aun así, esos niños tenían una
energía extraordinaria. Les pregunté qué querían ser de grandes, y me
contestaron cosas como “Voy a ser doctor” o “Voy a ser abogada”. Les
había tocado la peor suerte, pero seguían optimistas y les entusiasmaba el
futuro.
Esa falta absoluta de resentimiento me hizo recordar los berrinches que
yo hacía por tener que usar KangaROO en lugar de Nike. O la tristeza que
le daba a Marquise no traer puestos los Jordans correctos. Si todos los
chicos estadunidenses pasaran cinco minutos en una escuela como la que
visité en Kenia, se avergonzarían de ser tan engreídos. Eso fue justo lo que
me pasó a mí.
Después de ese viaje, me comprometí a colaborar con el Programa de
Alimentación Mundial para combatir la hambruna en el mundo entero, pero
sobre todo en África. En ese entonces, acababa de lanzar al mercado la
bebida energética Street King. Mi campaña decía que, por cada bebida que
se vendiera, donaría una fracción de las ganancias para alimentar a un niño
hambriento. Para arrancar con el pie derecho, hice un cheque que cubría el
costo de 2.5 millones de comidas.
Con ese programa, pudimos alimentar a muchos niños hambrientos,
pero claro que aún queda mucho por hacer. Tengo la esperanza de que
programas como el que armamos con Street King sirvan de base para lo que
llamo “capitalismo consciente”. El capitalismo consciente consiste en que,
en lugar de llegar a la marca del millar de millón de dólares y dormirse en
sus laureles, los ceo empiecen a incluir donativos en sus planes de negocio
para ayudar a la sociedad. El Banco Mundial afirma que, si las empresas de
la lista de Fortune 500 donaran apenas uno por ciento de sus ganancias a
organizaciones de beneficencia, se resolvería el problema de la pobreza
extrema en el mundo entero. ¡Es sólo uno por ciento! No creo que sea
mucho para esas empresas.
Me importan los resultados tanto como a cualquier emprendedor, pero
nadie necesita ese uno por ciento tanto como para no usarlo para ayudar a
esos niños. Lo que pasa es que muchas de las personas más ricas del mundo
no están preparadas para donar lo que tienen. Su mentalidad se asemeja a la
que yo tenía cuando pasaba junto a un pordiosero: “Yo me lo gané con mi
esfuerzo. Estos otros sólo se sentaron a mirar y no se enfocaron en lo que
querían. Entonces, ¿por qué tendría que darles yo la solución?”.
Mi respuesta es: agarra parte de tu dinero y viaja a África para pasar
tiempo en la escuela de esos niños. O conoce niños de Medio Oriente, Asia
o Sudamérica que viven en condiciones similares. Si experimentas la
energía que transmiten esos niños a pesar de las dificultades, te darás cuenta
de que no es una cuestión de ética laboral o falta de ella. Se trata de
reconocer que eres muy afortunado de poder poner en práctica tu ética
laboral en un país que brinda tantas oportunidades como Estados Unidos.
Cuando pienso en esos niños, cuestiono las motivaciones que
impulsaron muchas de mis decisiones cuando empecé mi carrera. Todo lo
que hice alguna vez fue para demostrar que tenía más que los demás. Pero
ahora que soy más maduro y tengo más experiencia, ese tipo de mentalidad
ya no encaja con mi sentido de lo que es correcto.
Tampoco quiero que parezca que sólo me interesa ayudar a los niños de
África. Cuando vendí mi mansión en Connecticut, doné esos tres millones
de dólares a la G-Unity Foundation. Ese dinero terminó apoyando
programas de fortalecimiento académico en zonas pobres de Estados
Unidos. También he donado mucho dinero, casi un millón de dólares, a la
remodelación de parques públicos en la zona de Queens donde crecí.
Quiero que los chicos que vayan ahí ahora tengan espacios verdes en donde
se sientan cómodos jugando y que les permitan entrar en contacto con la
naturaleza.
Siento que es lo que debo hacer con mi dinero. Una vez que he
asegurado mi futuro y el de mis hijos, ¿cuántos juguetes más puedo
necesitar? No muchos, la verdad. Lo que necesito es encontrar más formas
de contribuir a la sociedad.
Antes no solía hablar del trabajo de beneficencia que hacía porque no
quería rodearme de un halo de arrogancia. No quería que la gente creyera
que era mi responsabilidad darles dinero, ya fuera a nivel personal u
organizacional.
Ya no me preocupan esas presiones. De hecho, las celebro. Quiero que
me reconozcan por los cheques que hago a las organizaciones que los
necesitan. Quiero que me conozcan como filántropo. En mis tiempos, he
logrado poner muchas cosas de moda, como usar sonsonetes en mis raps.
Los chalecos antibalas. Pagar tus deudas antes del lunes.
Quiero que la filantropía se ponga de moda. Si lo consigo, ése será mi
mayor logro en la vida.
RECUERDA:
SÉ TEMERARIO
que no lo soy) o que no estoy consciente del peligro. Siento tanto miedo
sentirse cómoda con sus miedos. Sea lo que sea que me esté preocupando,
cualquier situación.
CULTIVA EL CORAZÓN DE UN
BUSCAVIDAS
todas las profesiones. Steve Jobs era tan buscavidas en Apple como lo era
yo en las calles.
motor que tiene que estar encendido dentro de ti todos los días. La pasión
Tú serás tan fuerte como la persona más débil de tu banda. Por eso debes
largo plazo, no según qué tan grande podría ser el primer cheque.
La razón por la que hago eso es porque tengo una confianza suprema
proyectar, sobre todo si no la estás pasando muy bien que digamos. Pero
vacilar.
APRENDE DE TUS DERROTAS
A pesar de los muchos triunfos que he tenido, las derrotas han sido más
a donde mire —ya sean las calles o las salas de juntas—, veo mucha gente
lo que ocurra en tu vida. Nadie te debe nada, así como tú no le debes nada
a nadie. Una vez que aceptes esa verdad fundamental y que tú tienes el
a tus ojos.
AGRADECIMIENTOS
50cent.com
@50cent
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TRABAJA DURO, TRABAJA CON ASTUCIA
ISBN: 9786075573335
Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida,
almacenada o trasmitida en manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico,
mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo y por escrito del editor.
Portada
Página de título
Dedicatoria
Introducción
1. Encontrar al temerario
2. Corazón de buscavidas
3. Formar tu banda
6. El poder de la percepción
Agradecimientos
Página de créditos
Mi novia, la tristeza
Loaeza, Guadalupe
9786074007992
440 Páginas
El best seller mundial para los que quieren obtener, estudiar o combatir el
poder absoluto.
Vuelve Walter Riso con un nuevo título que explora de manera magistral el
tema de la separación y el duelo.
Sin duda, este nuevo título de Walter Riso será tan bien recibido por sus
lectores como lo han sido todos sus demás libros.