Ensayo Sobre La Ceguera, Análisis Literario, Por María Florencia Lujan

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Universidad Nacional de Formosa.

Facultad de Humanidades.
Profesorado en Letras.
Cátedra: Literatura Europea Contemporánea.

Trabajo Práctico n° 4

“Ensayo sobre la ceguera”


de
José Saramago.

Alumna: María Florencia Luján.

2021
Estar ciegos, para ver.

“Creo que nos quedamos ciegos, creo que estamos ciegos.


Ciegos que ven; ciegos que viendo, no ven.”

José Saramago. “Ensayo sobre la ceguera”

Hoy, a veintiséis inviernos desde la publicación de “Ensayo sobre la Ceguera”, me


encuentro por primera vez con esta obra que se me presenta como una de las más
significativas de la literatura contemporánea. Veintiséis inviernos que también son los
míos. Me empapo de la historia, analizo cada frase y reflexiono. ¿Sobre qué? Pues sobre
la misma reflexión, sobre el peso de las palabras, mi percepción de la realidad y la de los
demás, pienso en este mundo que creemos conocer, en el que creemos vivir. Pienso en
las cosas que sé con certeza, en mis vínculos con los demás, mis miedos y mis virtudes,
si es que alguna llegase a tener. Después de tanto pensar vuelvo a la obra, como quien
es sorprendido con una bofetada después de haber sido llamado desde atrás. No podría
describir de otra manera al gran golpe que sus páginas me ha propinado y el impacto que
provoca en quien la lee, por la forma en que nos muestra al ser humano, reducido a su
estado más primitivo, el del instinto, cuando la razón de la que nos vanagloriamos flaquea.
Esta obra de Saramago fue escrita en los albores de un nuevo siglo, y de un nuevo
milenio que se asoma vertiginosamente, con todas las incertidumbres que puede provocar
un incierto porvenir. Sin embargo, hay algo que el autor de esta obra pareciera reconocer
como permanente, inalterable e irremediable, eso es, la naturaleza humana. La voluntad
de sobrevivir a cualquier precio, para preservar “La Piel”, y esa batalla que se libra dentro
nuestro constantemente, entre el instinto y la razón. Es que tantos años han pasado, y
podrían pasar muchos más, y seguiríamos viendo en ella mucho de lo que somos, de lo
que hemos sido siempre: individuos, rodeados de otras individualidades, jugando al juego
eterno de vivir, cumpliendo roles sociales, llenando espacios, acomodando nuestra
humanidad a las normas y los valores, sin pensar en lo que realmente somos o queremos
ser. Y así, nos vamos olvidando y aislando de la vida cada día un poco más, como
caracoles ciegos que van cargando la vida en su lomo, siguiendo el rastro de su propia
baba, en un círculo sin fin.

En esta ocasión Saramago nos presenta a una sociedad sorprendida por una extraña
enfermedad, una ceguera blanca llamada más tarde como el “mal blanco”, que se
apodera, como toda enfermedad, sin aviso, de estos ciudadanos que se nos presentan y
a los cuales vamos conociendo, sin saber nunca de ellos nombre alguno. Un hombre que
se queda ciego en su automóvil, el ladrón que le robó el coche después, un doctor y su
mujer, una muchacha y un niño estrábico. Estos son los primeros en quedar ciegos y en
ser aislados, pero el contagio fue incontenible y la convivencia dentro de los recintos para
aquellos infectados, que cada vez eran más, se volvió pronto una amenaza más grande
que la propia enfermedad. El encierro, como vimos ya en otras obras trabajadas como en
“La Peste” de Daniel Defoe, obliga a los personajes a realizar una mirada hacia adentro,
un trabajo de introspección obligatoria a causa de la ceguera que los invade, pero el
encierro es más que eso, y como bien ya sabemos por experiencia propia, el encierro es
para el ser humano, en apariencia libre, uno de los peores males. Ahora mismo me
encuentro escribiendo estas lineas en la comodidad de una cuarentena, que ya lleva año
y medio, pero, a pesar de que lo afortunado de mi situación particular, no escapa a nadie
el hecho de que ese encierro ha provocado consecuencias negativas para muchos, y que
nos ha afectado a todos, de alguna u otra manera.

En la obra de Saramago el encierro está representado por la vida dentro del centro de
aislamiento al que son obligados a asistir. La elección más razonable para el gobierno fue
un manicomio, y como si de trastornados de la mente se tratase, todos aquellos ciegos
fueron sentenciados a vivir en aquella especie de infierno laberíntico que representa el
lugar. Saramago nos habla de una ceguera inexplicable, una ceguera blanca que en vez
de tinieblas ofrece a quien la padece una luz perpetua. Esta ceguera encierra a los
personajes en su propio interior, los enfrenta a una verdad tan clara y contundente que no
son capaces de ver, más que como una luz que los aparta del mundo de sombras en el
que vivieron toda su vida. Es esa “razón”, de la que oímos mencionar en palabras de
Platón cuando habla acerca de la alegoría de la caverna.

En cuanto a la cuarentena a la que son sometidos los personajes, hay que comenzar por
destacar la elección del lugar. Un manicomio. Esto ya nos invita a reflexionar acerca de la
naturaleza de esta enfermedad. Si bien el lugar que sería utilizado para el aislamiento,
no es algo premeditado por las autoridades, sino más bien una especie de conveniencia,
el hecho sigue siendo signficativo y nos deja una primera impresión hacia la posibilidad de
que la ceguera no sea un mal físico como tal, sino más bien algo relacionado al espíritu y
a la conciencia de los ciudadanos. Los primeros ciegos son arrojados dentro del recinto, y
tras unas breves instrucciones para su orientación, son abandonados en aquel sitio, bajo
un conjunto de normas rigurosas que deben cumplir. Solos, desamparados por el
Gobierno desde el primer momento en que éste antepone sus derechos a sus
obligaciones, en los mensajes diarios sobre las reglas de convivencia. Los embarga la
confusión, y el temor, pues se encuentran deslumbrados por su ceguera, en un lugar
desconocido, con un montón de personas desconocidas, también ciegas que pronto son
vistas como un amenaza. “Entraron en la sala tropezando, tanteando el
aire, aquí no había cuerda que los guiase, tendrían que ir aprendiendo
a costa de su dolor...” (Saramago, José. 1995). Todas sus particularidades allí son
reducidas, en un rápido proceso de despersonalización; ni siquiera sus nombres les son
útiles. Saramago de esta forma nos muestra una ciudad cualquiera, con personas
cualquieras, que le da ese carácter universal a la historia, de una epidemia de ceguera en
una ciudad cualquiera, con personas cualquieras. Pero, a su vez, nos muestra el poco
valor que tienen las etiquetas sociales para nuestro verdadero ser. Poco importa la
máscara (concepto de Carl Jung) con la que nos presentamos a los demás, si nadie nos
puede ver.
...tan lejos estamos del mundo que pronto empezaremos a no saber quiénes somos, ni
siquiera se nos ha ocurrido preguntarnos nuestros nombres, y para qué, ningún perro
reconoce a otro perro por el nombre que le pusieron, identifica por el olor y por él se da
a identificar, nosotros aquí somos como otra raza de perros, nos conocemos por la
manera de ladrar, por la manera de hablar, lo demás, rasgos de la cara, color de los
ojos, de la piel, del pelo, no cuenta, es como si nada de eso existiera, yo veo, todavía
veo, pero hasta cuándo.
(Ob.cit. 1995: pp.44)

Allí dentro van perdiendo rápidamente su vínculo con el mundo. Algunos intentan llevar el
control de los días con sogas, nudos, entre otros ingenios, mientras, la mujer del doctor
intenta no perder el paso del tiempo en su reloj, pero lo hace y se angustia, como si su
último lazo con el mundo exterior se hubiese ido. En esa especie de “caverna platónica”
se pierde el tiempo, no saben que hora o momento del dia es. Pierden hábitos de higiene,
sufren hambre, enfermedades, son reducidos a cadáveres putrefactos por los policías, y
por ellos mismos mas adelante.

Esta imagen que se construye del hombre entrando a tientas en un mundo


completamente aislado de todo lo demás se asemeja al Infierno dantesco, y al igual que
aquellos condenados que al ingresar deben recorrer el lugar, compuesto de círculos
concétrincos, hasta llegar al lugar de su castigo eterno, este manicomio es trazado y
construido en la mente de los personajes como un laberinto infernal, lleno de salas y
secciones. Sólo la mujer del doctor es capaz de ver todo con claridad, pero incluso ella se
percata de lo lúgubre y complejo del lugar.

La mujer del médico, sentada en la cama, al lado del marido, dijo en voz baja, Tenía
que ocurrir, el infierno prometido va a empezar.
(Saramago, José. 1995: pp 52)

Pero a diferencia del Infierno de Dante, donde el cielo no parece ser más que negro, el
lugar del aislamiento se encuentra iluminado por una luz opaca las veinticuatro horas.
Así, la idea del lugar como un infierno es mencionada constantemente, primero como un
lugar al que fueron introducidos a la fuerza, y después como un lugar creado por ellos
mismos.

Porque si todavía tiene algún significado la vergüenza, en este infierno al que nos
arrojaron y que nosotros convertimos en infierno del infierno, es gracias a esa persona,
que tuvo el valor de ir a matar a la hiena en el cubil de la hiena.
(Ob.cit.1995: pp.146)

Como se puede observar en “La Peste” de Camus o en el “Diario del año de la peste” de
Daniel Defoe, la idea del encierro aparece una vez más aquí como una símbolo de esas
ataduras personales y también colectivas que llevamos desde que nacemos. El
encontrarse solo en la nada, que en este caso se trata de un encierro doble, el del ser en
el propio cuerpo y el del espacio físico, lleva a los ciudadanos a pensar en sus actos, en
aquello que los llevó a ese estado. Tal es el caso del ladrón, personaje a quien
conocemos en los primeros capítulos de la obra:
De repente, sin que se apercibiera, su conciencia se despertó y le censuró
ásperamente por haber sido capaz de robar el automóvil a un pobre ciego, Si estoy
ahora en esta situación, argumentó, no es por haberle robado el coche, sino por
haberle acompañado hasta su casa, ése fue mi inmenso error. No estaba la
conciencia para debates casuísticos, sus razones eran simples y claras, Un ciego es
sagrado, a un ciego no se le roba, Técnicamente hablando, no le robé, ni él llevaba el
coche en el bolsillo ni yo le apunté con una pistola, se defendió el acusado, Déjate de
sofismas, rezongó la conciencia, y sigue andando...
(Ob.cit. 1995: pp.56)
Por otra parte, el lugar del encierro se presenta en una primera instancia como un
laberinto de pasillos y salas, abandonado, como los propios personajes. Sin embargo,
con el pasar de los días el espacio comienza a oler mal. Se desprende un olor
nauseabundo, en una combinación fétida del aroma de cuerpos humanos, de los vivos y
el los muertos. El lugar se va tornando cada vez mas inmundo y pestilente, aunque
también desorganizado. Son los hedores de las propias personas, que se dan como una
especie de castigo infernal.

...en un instante el paraíso se convertiría en infierno, segundo lugar éste, conforme


afirman autoridades, en el que el hedor pútrido, nauseabundo, pestilente, fétido, es el
mayor castigo que tienen que soportar las almas condenadas...
(Ob.cit. 1995: pp. 200)

En cuanto al manicomio, este lugar de encierro es quizás un símbolo de la


“Alegoría de las cavernas” de Platón, el mismo Saramago habla al respecto, en
muchas ocasiones:

“Yo creo que no hemos estado nunca en la caverna de Platón como


ahora. Estamos confundiendo imágenes y sombras con la realidad.
De todos modos la realidad no es que no esté ahí, claro que está. Lo
que pasa es que no tenemos ojos para ella... Si pudiésemos
extrapolar el mito de la caverna a la realidad actual, entonces creo
que estamos directamente todos ,sentados sin poder mirar al lado,
atados y más aún, este lugar donde estamos naciendo ya es la
caverna, y vamos a quedarnos, mirando a la pared, viéndonos a
nosotros mismos como si no existiecie nada más.” (José Saramago
en “La Belleza de Pensar”. 2000 )

Nada más acertado que decir que estamos dentro de la caverna, hoy, siglo XXI, año 2021,
en el marco de una pandemia que nos ha aislado a todos, tanto del mundo como de los
demás. Vivíamos ya en las cavernas desde siglos atrás, sin sospechar que ahí fuera
había algo más. Hoy vivimos limitados a una pantalla que nos muestra imágenes, de
nuestros seres queridos, colegas, vecinos. Imágenes de todos los que queremos y con
quienes guardamos gratos recuerdos, pero al fin, solo imágenes. Es como si hubiésemos
perdido siquiera la oportunidad de sospechar que hay algo más.
No obstante, así como ocurre en nuestra realidad, también en ese mundo de la historia, y
más aun en aquel micromundo hostil que representa el manicomio, el mundo de las
sombras, la caverna como tal no es solo el encierro obligatorio en el que viven, sino
también el mundo exterior. El personaje principal, desde cuyo foco se nos cuentan la
mayor parte de los hechos, es la única que permanece con la visión de sus ojos, sin
embargo, ella misma percibe su realidad, su vida en confinamiento, como un terreno de
sombras, de oscuridad y siluetas. Las luces de las lámparas son tan tenues que no llegan
a generar luz suficiente para mostrarle las cosas tal cual son. Ella misma se reconoce
como una ciega más, quizás como la mas ciega de todos. Reconoce que se encuentra en
el mundo de las sombras, como aquel esclavo que un día escapa de la cueva y descubre
el mundo luminoso que se escondía detrás suyo.

...las enfermedades podrán ser diferentes de persona a persona,


pero lo que verdaderamente nos está matando ahora es la ceguera,
No somos inmortales, no podemos escapar a la muerte, pero al
menos deberíamos no ser ciegos, dijo la mujer del médico,...
(Saramago.1995: pp. 219)

Dios santo, qué falta nos hacen los ojos, ver, ver, aunque no fuese
más que unas vagas sombras, estar delante de un espejo, mirar una
mancha oscura difusa y poder decir, Ahí está mi cara, lo que tenga
luz no me pertenece.
(Ob.cit. 1995: pp.53-54)

En definitiva, actitudes como estas en que queremos y podemos conformarnos con


simples sombras, son las que solemos encontrar con más frecuencia. No queremos salir
de esa ceguera espiritual, de ese conformismo de no ver más allá de nuestras narices, y
es por esto que, una verdad tan pura y contundente, quedamos nublados, nublados ante
la razón.

Pero hay algo más de lo hay que hablar, es la naturaleza humana. Porque esta obra más
que hablarnos del mundo con aquellas imágenes apocalípticas de las que se va plagando,
lo que hace es desentrañar al ser humano puesto en este contexto. Y una vez más nos
invita a reflexionar acerca de lo que somos y lo que seríamos capaces de hacer ante
situaciones extremas que amenazaran nuestra vida. La noción de “existencia” aparece en
toda la obra, en cada acto, cada pensamiento y decisión que toman los personajes. Bajo
las circunstancias en las que se encuentran la existencia se antepone a la esencia, y aquí
está una de las luchas más antiguas en los debates de la humanidad. Aquellos ciegos,
como dije anteriormente, se van despersonalizando, en el sentido de que dejan de estar
regidos por las normas que les imponen la sociedad. Lo que consideraban correcto e
injusto, lo moral, la noción del bien y el mal, todo ello cambia dentro de aquel caos
cercado y custodiado por quienes en un principio se suponían como buenos, los soldados,
el gobierno, la gente que debía protegerlos pasaron a ser una gran amenaza para los
ciegos del recinto. Y cuando todo en lo que antes se apoya su confianza se derrumba,
solo les queda en ese sentir el desamparo y la desconfianza, su instinto de supervivencia.
La moral de los personajes, uno a uno, se ponen a prueba. Pero ya no se trata de hacer lo
correcto para la sociedad, lo que está bien a los ojos de quienes los gobiernan. Se trata
de hacer lo que tienen que hacer, bajo ese sentido de responsabilidad que posee sobre
todo el personaje de la mujer del doctor, aunque eso implique matar, si es necesario para
seguir viviendo.

… Qué ha pasado, preguntó el médico, dicen que han matado a un


hombre, Sí, lo he matado yo, Por qué, Alguien tenía que hacerlo, y
no había nadie más, Y ahora, Ahora estamos libres, ellos saben lo
que les espera si quieren servirse de nosotras otra vez, Va a haber
lucha, guerra, Los ciegos están siempre en guerra, siempre lo han
estado, Volverás a matar, Sí, si es preciso, de esa ceguera ya nunca
me libraré...
(Ob.cit. 1995: pp.144)

Y con esta ultima frase de la cita no sólo se evidencia esa responsabilidad de la mujer
ante su vida y la vida de los demás, sino también la crisis que vive. Ella es una persona
en crisis, ciega como los demás, pero a la vez tan distinta, porque ella reconoce su
ceguera aun cuando puede ver, se reconoce una extraña en ese mundo de las cosas
concretas, de las cosas tal cual son y se angustia. La mujer del médico es un personaje al
cual podemos analizar desde la postura existencialista de la filosofía moderna. Y es que
ella reconoce también su corrupción, su quiebre con ese mundo de normas asentadas.
Ella y todos los demás ciegos están corrompidos, infectados por algo más que una
enfermedad de los ojos y se incuba en el interior. La manifestación física de esa
corrupción es el mal olor y la suciedad que los envuelve.
...Te lo vamos a poner todo perdido, y tenía razón, si entrasen con
aquellos zapatos cubiertos de cieno y mierda, en un instante el
paraíso se convertiría en infierno, segundo lugar éste, conforme
afirman autoridades, en el que el hedor pútrido, nauseabundo,
pestilente, fétido, es el mayor castigo que tienen que soportar las
almas condenadas...

...Entrad, entrad, no os preocupéis, lo que se ensucia ya se limpiará,


pero ésta, tanto ella como sus invitados, saben de dónde vienen,
saben que en el mundo en el que viven lo que está sucio acabará
ensuciándose mucho más...
(Ob.cit. 1995: pp.200)

Entiende que no volverá a ser la misma, pero no se queda con el remordimiento, sino que
utiliza ese cambio y se vale de él para la vida que les espera fuera, en el mundo real
donde todo lo que creían conocer se desmorona. Toda la ciudad está afectada por ese
caos, como un desorden de la ideas, y la necesidad de volver a darle sentido, de
recomenzar la existencia. Ahora tienen que aprender a vivir en el nuevo mundo que se les
presenta. Es un recomenzar que los asusta.

Le dices a un ciego, Estás libre, le abres la puerta que lo separaba


del mundo, Vete, estás libre, volvemos a decirle, y no se va, se
queda allí parado en medio de la calle, él y los otros, están
asustados, no saben adónde ir, y es que no hay comparación entre
vivir en un laberinto racional, como es, por definición, un manicomio,
y aventurarse, sin mano de guía ni traílla de perro, en el laberinto
enloquecido de la ciudad, donde de nada va a servir la memoria,
pues sólo será capaz de mostrar la imagen de los lugares y no los
caminos para llegar...
(Ob.cit.1995: pp.162)

Al igual que los esclavos que salen de la caverna y tienen que adaptar la visión
lentamente a las cosas del mundo real, los personajes de esta historia se enfrentan a ese
nuevo orden en el que tienen que sobrevivir, por lo menos hasta que todos los habitantes
de aquella ciudad colapsada por la epidemia recuperan la vista, más también se refleja en
ellos un “abrir de ojos”, como si esta fuese la primera vez en ver. Entonces, la mujer y el
grupo de personas con el que se mantuvo todo ese tiempo comprendieron el valor de
vida, las consecuencias de sus actos, y sobre todo eso que en su ceguera física y
espiritual habían adquirido, la capacidad de mirar dentro suyo y de ver más allá de las
imágenes y sombras, como el esclavo liberado del mito de Platón que una vez superado
el miedo y el asombro logra levantar por primera ves la vista.

...El único milagro a nuestro alcance es seguir viviendo, dijo la mujer,


amparar la fragilidad de la vida un día tras otro, como si fuera ella la
ciega, la que no sabe a dónde ir, y quizá sea así, quizá realmente la
vida no lo sepa, se entregó a nuestras manos tras habernos hecho
inteligentes, y a esto la hemos traído...
(Saramago. 1995: pp. 220)

La lectura se vuelve amena, el lector se abandona en ella, y sin querer, o tal vez con toda
la intención de que así sea, ya se encuentra uno reflexionando, mirando con los ojos de
quien se percata que está ciego, todo aquello que siempre estuvo, pero nunca pudo ver.

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