Resumen

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Se ve en el teatro el palacio de Agamenón, y en el hueco de la puerta principal el lecho

de Orestes, que yace en él, enfermo, y duerme un sueño inquieto. Delante está sentada
Electra, que se levanta al iniciarse la acción. Tántalo engendró a Pélope10, padre de
Atreo11, condenado por la diosa que hila el fatal estambre a perpetua discordia, y a
hacer la guerra a su hermano Tiestes. Menelao se casó con Helena, aborrecida de los
dioses, y el rey Agamenón con Clitemnestra15, matrimonio famoso entre los griegos.

Cruel dolencia consume desde entonces al mísero Orestes25, y yace en su lecho


delirando por haber derramado la sangre materna, pues temo llamar por su nombre a las
Euménides26-27, causa de su delirio. No obstante, tenemos alguna esperanza de
salvarnos, porque Menelao ha llegado a su patria desde Troya, y llenando con sus naves
el puerto de Nauplia34 ha arribado a la orilla después de andar perdido largo tiempo, y
ha enviado delante a nuestro palacio a la llorosa Helena, amparándose de las tinieblas de
la noche, para que no la vea entrar de día alguno de aquellos cuyos hijos murieron en
Troya por su causa y la maten a pedradas, y está aquí dentro llorando la muerte de su
hermana y las calamidades de su familia. Tiene, sin embargo, algún consuelo en sus
dolores, puesto que Menelao trajo de Esparta a Hermíone, y la dejó en mi palacio
cuando navegó hacia Ilión35, dándola a mi madre para que la educase, y con ella se
con24 suela y se olvida de sus males. Miro con cuidado a lo largo del camino por si
llega Menelao, pues leves son las esperanzas que en los demás ciframos si él no nos
socorre.

HELENA 36. Lloro el destino de Clitemnestra, mi hermana, a la que no veo desde mi


partida a Troya41, cuando la ira divina me obligó a navegar hacia ella, y no
encontrándola, lloro su desgracia. ELECTRA. HELENA.

Ruégale que me sea propicia, y a ti y a mi esposo, y a estos dos desdichados que un dios
ha perdido, y promete ofrecerle todos los fúnebres dones que yo debo a mi
hermana. Ve, pues, ¡oh hija!, apresúrate, y hechas las libaciones al sepulcro, vuelve
cuanto antes.

Aborrézcante los dioses porque me perdiste, y a éste y a toda Grecia. EL CORO.

ORESTES. Subid con vuestras alas a lo alto del Éter, y acusad los oráculos90 de
Febo. Avergüénzome de que compartas la multitud de mis trabajos y de que mi dolencia
moleste a una virgen como tú. Creo que mi mismo padre, si yo le preguntara si había de
matar a mi madre, tocaría muchas veces mi barba, rogándome que no hundiera mi
cuchilla en su cerviz94, puesto que él no recobraría la vida95 y yo había de sufrir tantas
desdichas.
Pero he aquí a mi dueño Menelao, que se acerca, demostrando con su lujo que es uno de
los Tantálidas. MENELAO . Después que arribé a Nauplia107, envié delante a mi
esposa, y cuando esperaba a Orestes, hijo de Agamenón, y a su madre para
abrazarlos, creyéndoles felices, me contó un pescador el impío asesinato de la hija de
Tíndaro. Niño era aún en brazos de Clitemnestra cuando dejé mi patria para bogar hacia
Troya, por cuya razón no lo conocería si lo viese.
ORESTES. Sólo en el nombre son amigos los que no nos socorren en la
desgracia. TÍNDARO .

Su destino es ahora igual al de su madre, porque creyendo, con razón, que era
criminal, él lo ha sido más dándole muerte. Yo, que no lo presencié, derramo lágrimas
de mis arrugados ojos. Confirma también mi parecer que los dioses te aborrecen, y
pagas la pena que debes a tu madre vagando151 aterrado y delirante.

Yo, en verdad, impío por haber asesinado a mi madre, soy piadoso, en otro sentido, por
haber vengado a mi padre. Odiaba a mi madre, y la maté con razón, porque ella faltó a
su esposo, general de todos los griegos161, y ausente antes con su ejército, y no
mantuvo su tálamo inmaculado, y cuando conoció que pecaba, no se castigó a sí
misma, sino que, en vez de expiar su delito, quedó impune y mató a mi padre. Por los
dioses , si callando hubiese yo aprobado el delito de mi madre, ¿qué hubiese hecho
conmigo el muerto? Si me odiaba, ¿no suscitaría contra mí a las Furias? ¿Auxiliarán
acaso a mi madre y no a mi padre, más ofendido y con mejor derecho? Tú, ¡oh
anciano!, que engendraste una hija malvada, tú me has perdido, que por su osadía me
quedé sin padre y fui matricida.

Sea él el impío, y dadle muerte, que él pecó, no yo. Dígote, ¡oh Menelao!, y yo mismo
lo haré, que no los defiendas de la muerte contra los dioses si en algo estimas mi
amistad y mi parentesco, sino que dejes a los ciudadanos que los maten a pedradas, o de
lo contrario, no entres en territorio espartano. No olvides mis palabras, y no prefieras
amigos impíos rechazando los piadosos. Vosotros, servidores, Ilevadme de este
palacio. ORESTES.

MENELAO. Hay ocasiones en que el silencio debe ceder su puesto a las palabras, y
otras en que las palabras han de cederlo al silencio.

No me des nada tuyo, ¡oh Menelao!, sino devuélveme tan sólo lo que recibiste de mi
padre. No hablo de riquezas, que la más preciada es para mí ahora la vida. Obré
mal171, y por esta razón debo sufrir algún daño de tu parte, ya que mi padre
Agamenón, juntando injustamente a los griegos172, fue a Troya, no por falta suya, sino
para enmendar la de tu esposa y su injusticia.

Devuelve mi vida a mi desgraciado padre, y también la de mi hermana, virgen ha largo


tiempo, porque si yo muero, se acaba el linaje de mi padre. Todos los griegos creen que
amas a tu esposa, y no te lo digo por adularte, sino para suplicarte en su nombre. Pido a
los dioses que me lo concedan, aunque sólo traigo mi lanza, y he sufrido infinitas
penalidades y sobrevivido a ellas con un puñado de amigos.

Iré, pues, para persuadir a Tíndaro y a la muchedumbre que moderen sus ímpetus. No lo
conseguiría, como tú crees, empleando la fuerza de las armas, porque una sola lanza no
triunfa de los males que te cercan. En la adversa fortuna, ¡oh padre!, te abandonan tus
amigos.

¡Ay de mí, que me hacen traición y pierdo toda esperanza de escapar al suplicio, a que
me condenan los argivos! Éste era mi único recurso en medio de mis
males. PÍLADES. El hombre que, libre de ese sagrado lazo, sim52 patiza con
nosotros, nos sirve mucho más que un ejército de aquéllos. ELECTRA
201. ELECTRA. EL MENSAJERO.

Pero ¿qué certamen, qué discursos precedieron al decreto de los argivos, que nos
condena a muerte? Di, ¡oh anciano!, si exhalaremos el alma lapidados, o por medio del
hierro, víctimas ambos de una misma desventura.

Ya en la asamblea208 pregunté a uno de los ciudadanos

Luego213 habló el rey Diomedes214, oponiéndose a tu muerte y a la de tu hermano, y


defendiendo por piedad la pena del destierro215. Así debemos juzgar al que más manda
en una ciudad, si examinamos este punto, porque igual es la condición del orador a la
del que desempeña los cargos más importantes. Éste, pues, proponía que tú y Orestes
murieseis a pedradas216, sobornado por Tíndaro217 para que hablase en este sentido y
recayera sentencia de muerte218. « Porque si es lícito a las mujeres asesinar a sus
esposos, pronto moriréis o seréis sus esclavos, y haréis lo contrario de lo que debéis
hacer. »

Mas no persuadió a la muchedumbre, aunque pensaron que hablaba con


cordura, consiguiéndolo aquel malvado que había sostenido que tú y tu hermano debíais
perecer. Con dificultad obtuvo Orestes que no se le apedreara en el acto, prometiendo
que ambos os suicidaríais hoy mismo. ELECTRA. Gima la clamorosa tierra ciclópea, y
corten los argivos sus cabellos.

Sí, la envidia de los dioses y una sentencia inicua y sanguinaria la han derribado en
tierra. Ojalá que yo vea este peñasco227 suspendido entre el cielo y la tierra con
eslabones de oro, montaña pendiente del Olimpo que se revuelve en remolinos, para
aclamar lamentándome a mi viejo abuelo Tántalo, tronco, tronco de mi familia, que
presenció tantas desdichas, cuando Pélope, que llevaba a Mirtilo en ligera cuadriga228
de veloces yeguas, lo precipitó en la mar229, turbando el hinchado Ponto en la costa
espumosa del Geresto. De aquí los llantos y la maldición de mi linaje, cuando en el
rebaño de Atreo, rico en caballos, y por obra del hijo de Maya232, nació un prodigio
mortífero, sí, mortífero, revestido de vellón de oro,233 causa bastante de discordia para
alterar el curso del Sol234, que, en vez de dirigirse por su camino de
Occidente, retrocedió hacia la Aurora, que cabalga en un solo caballo, mientras Zeus
llevaba por otro rumbo a las siete Pléyades235. ORESTES. Pero ya ves cómo hemos
quedado sin amigos, tanto que debemos compartir la misma tumba.

Atento sólo a no perder su cetro, se cuidó de salvar a sus amigos. Gloriosa ha de ser
nuestra muerte y digna de los hijos de Agamenón.

Pílades, preside nuestro suicidio, tributa a nuestros cadáveres los últimos deberes y
entiérranos juntos, llevándonos al sepulcro de mi padre. PÍLADES. Que la dicha te
acompañe, ¡oh Pílades!, nombre grato entre todos mis iguales.
Ya que hemos de morir, discurramos el medio de perder también a Menelao. No es
lícito, no, que Menelao sea nunca feliz, y que perezcan tu padre, tú, tu hermana y tu
madre , y que posea tu palacio, habiendo recobrado su esposa por la lanza de
Agamenón. Porque tú hallaste medio de vengarme de Egisto250, y me ayudaste en el
peligro, y me vuelves a vengar ahora de mis enemigos, y no te alejas de mi lado.
¿Es ésa la causa de los clamores que se oían?

ELECTRA. HERMÍONE. ORESTES .

EL CORO. Justa es la venganza que los dioses toman de Helena, que llenó de lágrimas
a Grecia a causa del funesto, del funesto pastor del Ida. EL FRIGIO . Oye mis
lamentos, oye mis lamentos, mísera fundación de Dárdano, cuna de
Ganimedes270, aficionado a los ejercicios ecuestres y querido de Zeus. Dos leones
griegos gemelos, para contártelo todo, llegaron al palacio, y el uno llevaba el nombre
del capitán de toda Grecia, y el otro era hijo de Estrofio272, pérfido forjador de
males, astuto y doloso como Odiseo, pero amigo fiel, osado en la pelea, hábil en la
guerra y mortífero dragón. Con sus manos suplicantes abrazan las rodillas de Helena
uno y otro, sí, uno y otro. Presurosos acudieron los servidores frigios, presurosos
acudieron y hablaban entre sí temiendo algún lazo. Y los unos creían que no había
motivo de desconfianza, y los demás que el dragón matricida atraería a sus dolosas
redes a la hija de Tíndaro.

Ella hilaba lino con sus dedos y hacía girar la rueca, cayendo en tierra los hilos, porque
quería engalanar con ellos frigios despojos para el túmulo de Clitemnestra, y ofrecerle
un vestido de púrpura. Contra nosotros se adelantó el invencible Pílades278, cual el
frigio Héctor279-280 o cual Áyax, insigne por su casco de tres penachos281, al que yo
vi, sí, yo mismo vi a las puertas de Príamo282, y comenzamos a pelear.

Hermíone, la desventurada, llegó al palacio cuando ya su madre no respiraba, su mísera


madre, la que le dio la vida, y como tierna ciervilla fue arrebatada por ellos, como
ligeras bacantes sin tirsos, e hirieron otra vez a la hija de Zeus283, que desapareció del
lecho, ¡oh Zeus, y Tierra, y Luz, y Noche!, por encanto, o por arte mágica, o por obra de
los dioses. Lo que después sucediera no lo sé, que fugitivo he salido del
palacio. Menelao, víctima de tantas calamidades, ha recobrado inútilmente de los
troyanos su esposa Helena.
EL FRIGIO. ORESTES. Vengo del palacio para que no alborotes con tus gritos, que los
argivos pronto acudirán si te oyen. EL CORO. PRIMER SEMICORO. SEGUNDO
SEMICORO.

Pero veo a Menelao, que se acerca a paso rápido, sabedor acaso de la desgracia que aquí
ha ocurrido.

Cruel es que el hombre, mimado por la fortuna, haga la guerra a quienes, como a ti
ahora, ¡oh Orestes!, se muestra adversa. MENELAO. Pero tú, Electra, incendia este
palacio, y tú, Pílades, el más leal de mis amigos, haz lo mismo con los techos sostenidos
por estos muros. Helena, a quien deseabas matar por vengarte de Menelao, no teme tu
ira, y es ésta que contemplas en los senos etéreos, salvada por mí, y no muerta por tus
manos303.

Elige, pues, otra esposa, ya que los dioses, a causa de su belleza304, hicieron combatir
griegos y frigios y consintieron esos horrores para purgar a la tierra de la soberbia de
tantos mortales. El destino manda, ¡oh Orestes!, que te cases316 con
Hermíone317, cuya cerviz amenazas ahora, pues nunca será esposa de
Neoptólemo318, a pesar de sus esperanzas. Una espada délfica319 lo inmolará cuando
pida que yo sea castigado por la muerte de su padre Aquiles320. Que el himeneo selle la
unión de tu hermana con Pílades321, a quien en otro tiempo la prometiste, y su vida
será feliz en adelante.

Tú, Menelao, deja a Orestes reinar322 en Argos323, y regirás a Esparta324, dote de tu


esposa, causa para ti hasta ahora de incesantes trabajos. Yo arreglaré tus asuntos en
aquella ciudad, puesto que te obligué a matar a tu madre. Perdono a Hermíone la vida, y
será mi esposa si lo aprueba su padre.

APOLO. Zeus, que protegen en el mar a los navegantes.

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