591-Texto Del Artículo-555-1-10-20190219

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Las instituciones como campos de fuerzas

que controlan, socializan y subjetivizan

Javier Ortiz Cárdenas


Rogelio Martínez Flores*

resumen
En este artículo retomamos algunos planteamientos teóricos de Weber, Dubet,
Friedberg, Reynaud y Foucault para trazar algunas líneas de investigación sobre
la institución y los dispositivos de socialización y subjetivación.

palabras claves: organización, institución, dispositivo panóptico y heterotópico.

abstract
In this paper, we broach some theoretical approaches of Weber, Dubet, Friedberg,
Reynaud, and Foucault with the purpose of drawing certain lines of research on
the institution and the devices of socialization and subjectivation.

key words: organization, institution, panoptic and heterotopic devices.

En el discurso actual se consideran a la organizaciones o insti-


tuciones, organismos creadores de formas simbólicas y de valores.
Ahí se encuentran la apreciación de valores que se interiorizan
en los procesos de socialización, porque que contienen referentes
simbólicos, míticos y hasta rituales. Si existieran diferencias entre
institución y organización, la primera generaría procesos de sociali-
zación y la segunda se concebiría como una estructura más bien
formal. Con referencia a los estudios del sociólogo francés François
Dubet, las instituciones serían organizaciones, pero no lo contrario;
es decir, no toda organización es una institución, porque puede

* Profesores-investigadores del área de investigación Educación, cultura y


procesos sociales del Departamento de Relaciones Sociales de la UAM-Xochimilco.

Veredas especial • UAM-Xochimilco • México • 2010 • páginas 227-240


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haber organizaciones que no necesariamente generen sus propias


vías de socialización (Dubet, 2002:23). Para que un conglomerado
sea considerado como institución es necesario que produzca
sus propios caminos de socialización; como la organización de
interacciones. Una de las tesis de Dubet sostiene que existe una
especie de relación inversamente proporcional entre el declive y el
desarrollo de la complejidad de las organizaciones. Recordemos que
su libro lleva como título El declive de la institución; relato interesante
en el que hace un estudio de las profesiones dedicadas al servicio
(profesor, enfermero y trabajador social) y nos conduce por caminos
novedosos, abre la vía para el análisis de lo que denomina “el
programa o la matriz institucional”.
El programa institucional definido por Dubet, es una encrucijada
de elementos, un dispositivo; afirma que “el programa institucional
está situado ‘en uno entre dos’ que engendra un tipo particular de
creencias, de ficciones necesarias en las que los actores realmente
no creen, pero a las que no pueden renunciar so pena de vaciar de
sentido su trabajo” (Dubet, 2002:48). Subrayamos el término ficciones
para no interpretar como cínica la relación entre los actores y los
dispositivos o para aislar el mundo de las representaciones de los
actores; el programa institucional expresa más bien la necesidad que
tienen los actores de alimentar los referentes míticos y simbólicos, de
interiorizar los procesos de socialización. Este enfoque del programa
institucional nos conduce a la interface individuo/organización
–señalada por Mendel y Prades–, a lo que la psicología de grupos
–Max Pagès– y la sociología clínica –Vincent de Gaulejac– se abocan,
y donde las lógicas institucionales e individuales se confrontan y
ajustan. Es la perspectiva que da cuenta de la noción “sistema socio-
mental”, la cual se finca en la idea de la influencia mutua, aun cuando
es irreductible tanto lo social como lo psíquico, entre las estructuras
sociales y las mentales, pero en esa confluencia forman una especie
de sistema (Mendel y Prades, 2002:100).
A partir de la reflexión teórica, Dubet señala que el programa
institucional es un tipo particular de relación social cuya naturaleza
es mágica, porque transforma los valores abstractos en prácticas, las
disciplinas en rituales, y opera más bien en el registro de la disciplina
que socializa al pretender constituir sujetos. François Dubet construye
una sociología menos anclada en lo organizacional y más fuertemente

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ligada a la subjetividad de los actores, que por lo demás es una de


las tesis del neoinstitucionalismo (Miranda, 2002).
Dubet (1994) hace el análisis de los procesos a partir de los cuales
los actores-sujetos construyen, ellos mismos, su propia experiencia.
Tal constitución no está desprovista de tensiones y conflictos, pero
siempre estará enmarcada en la institución; ese es precisamente el
tema del declive de la institución. Por otro lado, en uno de los últimos
libros de Kaufmann, La construcción de sí. Una teoría de la identidad,
encontramos el mismo tema de la construcción de la identidad del
sujeto.
Como resultado de las investigaciones empíricas, Dubet distingue
el estatuto que ofrece una institución medida por el programa
institucional y el oficio que no garantiza esta institución. Sugiere que
existe una brecha entre el estatuto asignado por la institución y la no
garantía del desarrollo adecuado en función de las condiciones de
trabajo. Por ejemplo, el caso del profesor cuya función es de impartir
cursos, pero que lo hace en “contextos amenazantes”, porque la
institución no es capaz de asegurar el desarrollo adecuado de los
cursos en razón del número de alumnos que no llegan a cumplir
su papel de estudiantes; en ese sentido, el oficio de alguna manera
está asediado.

La organización pesa desde el exterior por los programas, los exámenes,


la obligación de compartir los cursos y los problemas de disciplina de
los alumnos que desbordan el salón de clase. Cuando la desregulación
de la situación se acrecienta, cada vez más se imponen los problemas
de personalidad, entonces es el profesor el que tiene que hacer frente
a esa situación, debe motivar a los estudiantes sin jugar totalmente
con lo afectivo, con la coexistencia, ni sobre la simple autoridad que
haría que los cursos estuvieran plagados de hostilidad, pero tampoco
demasiado indiferentes o demasiado laxos. Sin considerar la dulzura
de ser amados por los alumnos [Dubet, 2003:323].

Si esta división entre socialización y subjetivación aparece entre


los profesores, sucede lo mismo entre los estudiantes que “[...]
no dejan de limitar, de romper, utilizar el pensamiento, de hacer
semblante de que son dóciles o de estar conformes con el trabajo de
socialización que parece roto” (Dubet, 2002:339). El autor propone
con toda claridad las lógicas del comportamiento de los actores al
interior de los márgenes coercitivos institucionales, pero también los

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juegos multiformes de lógicas, de pensamientos y de racionalida-


des. El mismo autor en otra de sus obras e inspirándose en el libro
de Touraine, La producción de la sociedad, construye una tipología de
la acción y sostiene que la experiencia social es producto de la ar-
ticulación de tres registros o lógicas de la acción: la integración, la
estrategia y la subjetivación. Así, en la lógica de la integración el actor
se define pos sus pertenencias, intenta mantenerlas o reforzarlas en
el seno de una sociedad considerada entonces como un sistema de
integración. En la lógica de la estrategia, el actor intenta realizar la
concepción que tiene sobre sus intereses una sociedad concebida
como un mercado; en el registro de la subjetivación social, el actor
se representa como un sujeto crítico confrontado a una sociedad
definida como un sistema de producción y dominación (Dubet,
1994:111). En ese mismo trabajo llega a afirmar que toda formación
social se define por la copresencia de tres registros: integración co-
munitaria, sistema de competencia regulada y de una cultura que
define la capacidad de crítica y de acción voluntaria.
En los diferentes registros existe cierta racionalidad; ahora bien,
ésta siempre es contextuada y cultural, puesto que tiene relación
con las dimensiones temporalizadas de socialización y subjetivación,
como lo propone Cabin:

La racionalidad de una persona remite a dos dimensiones: por una


parte, al pasado de esta persona, es decir, a su historia personal y a su
“socialización”, las cuales condicionan sus preferencias, sus deseos,
sus objetivos, así como la manera en la que percibe las situaciones y se
ajusta a ello. La racionalidad remite, por otra parte, a las restricciones
y oportunidades del presente, es decir, a la situación de interacción
en la que se encuentra la persona, y ese presente, por poco que dure,
es a su vez fuente de socialización: transforma entonces la identidad
de los individuos.1

Por caminos diferentes Sainsalieu y Olivier (2001) desarrollan la cuestión de la


1

subjetivación a partir de la interiorización de situaciones de trabajo y culturales. Para


ellos las actitudes colectivas de los grupos permiten definir modelos relacionales y
de comprender sus reacciones. Ellos identifican múltiples tipos de conductas, por
ejemplo: la fusión, la negociación, las afinidades y el retraimiento. El enfoque cultural
se interesa por las formas particulares de trabajo de un país, de una tradición. La
cultura designa a la vez, un marco de pensamiento y un sistema de valores de una
sociedad, así como un sistema de reglas que rigen a los grupos.

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Esta idea se encuentra también en Dubet –cuando enuncia el


programa y la acción institucional–, pues afirma que la “concepción
de la acción institucional se desliza en una tradición teórica según
la cual la socialización se hace primero por una interiorización de lo
social, por una interiorización de la cultura que instituye a los actores
sociales como tales” (Dubet, 2002:24), aun cuando se reconozca que
eso se realiza de una manera contradictoria.
En efecto, la experiencia de socialización es fundamental porque
esta mediación crea reglas colectivas y llega hasta la interiorización,
puesto que hace posible la historización de situaciones en general,
y la del trabajo profesional, en particular. Dicha experiencia está
adherida a las relaciones cotidianas de poder y a una serie de
aprendizajes colectivos.
Este punto de vista de la institución está cercano a las perspectivas
que subrayan el lugar que todo individuo, actor, agente o sujeto
adoptan en la organización. También es cercano a las perspectivas
que analizan la cultura y la identidad de los sujetos, como a la teoría
sobre el equilibrio social de Reynaud (1988, 1993), entre otros.

la negociación en tanto estrategia


de construcción de la organización y del sujeto

El tema de la negociación como estrategia de construcción institu-


cional y de los sujetos es importante porque toma como referente
las coerciones institucionales, la racionalidad limitada de Simon
(1982) y la manera en la que los sujetos hacen uso de esos elementos.
Las restricciones organizacionales son necesarias para el éxito de
los objetivos colectivos; además, son el punto nodal del recorrido
obligado de las relaciones de poder que ligan a los actores entre sí
y que determinan sus estrategias (Friedberg, 1988:52). Ahora bien,
las coacciones organizacionales se formulan en reglas formales e
informales. Éstas se imponen a los participantes que logran sortearlas
para conducir y orientar sus propias estrategias de poder. Para
este autor, el sistema de restricciones constituye una especie de
codificación provisoria que fija las relaciones de fuerza y establece
cierto equilibrio entre los actores e intereses en juego (Friedberg,
1988:53); así, el funcionamiento de la organización es comprendida
como compleja y tiene como resultado un estado de equilibrio en las

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estrategias y relaciones de poder que hacen oponer a los miembros.


Este equilibrio se encarniza – diría Friedberg – en cierto número de
reglas del juego.2

[éstas] estructuran las estrategias y las relaciones que entablan unos


y otros en el seno de la organización. Esas reglas son el resultado, a la
vez, de las restricciones organizacionales y del sistema de relaciones
de poder que existe en las organizaciones, y es a través de ellas que
sólo se puede entender el funcionamiento del sistema social de acción
colectiva que constituye una organización [Friedberg, 1988:53-54].

Es así que el funcionamiento de una organización se articula


alrededor del equilibrio de poder y de negociaciones en las que
los participantes pueden llegar, aun si el autor habla más bien de
marchandage o mercadeo, en lugar de negociación, nos parece que
va más allá del intercambio de mercancía. En efecto, subraya el
autor que el análisis organizacional llega a una visión mucho menos
absoluta que a la que llegó la organización científica del trabajo o el
movimiento de las “relaciones humanas”. Una organización no es
un dato o fenómeno intangible ni la expresión de una racionalidad
única que agenciaría los medios disponibles de la mejor manera
posible en la perspectiva de lograr sus objetivos. Es, por el contrario,
“la culminación de una serie de aproximaciones, de mercadeos
[negociaciones, diríamos nosotros] múltiples entre racionalidades
divergentes pero igualmente legítimas” (Friedberg, 1988:70).

los dispositivos como mediadores entre estructura y actores

Hacia fines de la década de 1980 y durante la de 1990, Reynaud


hizo algunos aportes al análisis de la regulación autónoma, a la
que denomina “regulación conjunta”; nociones que nos parecen
claves para entender el dispositivo. Se podría relacionar, sin forzar el

De acuerdo con Friedberg, “las reglas del juego organizacional caracterizan las
2

relaciones entre los miembros de la organización. Éstos saben intuitivamente que


pueden llegar a ciertos objetivos, que hay cosas que pueden hacer y otras que no
deben hacerse” (1988:53). Las reglas del juego están articuladas al juego político, que
es una práctica decisional en la que la decisión es la apuesta de lucha por el poder
entre los grupos y los individuos al interior de la organización.

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pensamiento del autor, entre regulación autónoma con racionalidad


tradicional de Weber, ligada a su vez a la comunidad, y por otra parte
la regulación con la racionalidad con arreglo a fines, que Habermas
llamará instrumental, y que es fundamentalmente técnica, calcu-
ladora y propia de la sociedad moderna (Weber, 1977:21).
La regulación o el control llamado “autónomo”, es un proceso
llevado a cabo por aquellos que están comprometidos en una
situación dada, es decir, por los actores sociales que producen
las reglas que permiten el funcionamiento efectivo de la acción
colectiva. Esta regulación se inserta en el sentido mismo de la
acción y para aquellos que viven la situación, se trata de un proceso
racional. La cuestión es asegurar el éxito de la acción a pesar de las
normas oficiales o los procedimientos escritos, para transgredirlos
en parte o al menos para traducirlos en reglas de acción adaptadas
a su vivencia. Es autónoma por cuanto manifiesta el deseo común
de decidir modalidades prácticas de una acción colectiva, sin
imposición externa;3 implica también, negociaciones horizontales
entre los participantes de la acción para que haya compromiso entre
las diferentes partes de la situación.
Las diferentes definiciones de la situación nos conducen a un
problema polémico y complejo, el de la representación social –tratado
en varios artículos de este número, como el de Margarita Castellanos
y el de José Luis Cisneros y que, al mismo tiempo, es estudiado por
la psicología social, la antropología y la sociología–; por el momento,
baste señalar que la representación no es solamente una reificación
simple del contexto social, sino es también una creación personal
de los individuos. Cuando el individuo personaliza sus ideas sobre
las imágenes que circulan en la institución o en el contexto social, lo
hace al pensar en una representación, porque está en contacto con
la situación, pero recibe simultáneamente ideas que circulan en el
grupo de pertenencia; escoge los componentes de la situación que le
parecen importantes, es por lo que la representación es un producto
de mecanismos psicológicos y sociales (Abric, 1987; en Bonardi y
Roussiau, 1999:18).

3
Weber habla de una asociación autónoma, completamente lo contrario a la
heterónoma, en tanto que como el orden de la asociación no es otorgado –impuesto–
por alguien que está fuera de la organización, sino por sus propios miembros en
virtud de su cualidad, sea la que sea la forma que tenga (1977:40).

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Regresemos ahora al hilo del discurso sobre el control autónomo.


Éste puede ser informal y aquellos implicados en la situación no
tienen necesariamente la misma definición de autonomía; pero
la acción realizada resulta de la negociación de sentido entre los
participantes con el fin de obtener compatibilidad y armonización
entre las autonomías, siempre que se asegure que el producto de
la acción resulte satisfactorio para todos. Con todo, para Reynaud,
las negociaciones más o menos informales no son suficientes para
garantizar el éxito de la acción colectiva. Es necesario que haya una
regulación de “control”, cuyo papel tiene un carácter socialmente
coercitivo o restrictivo. La regulación de control consiste en conjuntar
y utilizar instrumentos de gestión para conocer, darle seguimiento
y verificar las condiciones de operación de la organización y, sobre
todo, para lograr los objetivos definidos. La regulación implica
entonces una doble negociación: por una parte, la negociación
horizontal y, por la otra, la vertical entre cada participante, la jerarquía
o la dirección, lo que implica que esa negociación es mediada por
una serie de dispositivos de gestión.
Reynaud analiza la manera en la que se articulan lo dos tipos de
negociaciones, pero lo que nos interesa es lo que propone el autor
sobre la regulación entre gestión y dispositivos, pues habla de
dispositivos que objetivan y hacen desfilar las operaciones de los
actores.4 Si nuestra lectura de Raynaud es correcta, los dispositivos
consisten, utilizando la jerga planificadora, en la planificación
estratégica y la operacional, pasaje de la representación de un estado
futuro de la institución y su puesta en marcha, lo que implica el
diseño y aplicación de procedimientos que traducen las estrategias
en matrices de acción controladas por los servicios, departamentos
y unidades, en el marco de las actividades de una institución.

dispositivos institucionales

La noción de dispositivo ha sido utilizada en campos muy diferentes,


en la armada, la prisión, la escuela y hasta en la cibernética. Es

Si se nos permite expresarlo así, se diría que los dispositivos procedurizan o hacen
4

que las operaciones sigan determinados procedimientos, en el sentido de multiplicar


las formalidades (Le Petit Robert, 1991:1534).

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un campo de estudio emergente en plena evolución y desarrollo


teórico, su uso mutidisciplinario es rico en significados. A veces su
uso está ligado a una instalación o a la aprensión de un proceso bajo
la forma de experiencia, o todavía más como la parte dinámica de
un sistema.5 Su origen es atribuido a la corriente posestructuralista
de Foucault y los acercamientos actuales que articulan ciencias de
la comunicación con educación (Alava, 2000:17-44).
En 1998 el Grupo de investigación en mediaciones de saberes,
de la Universidad Católica de Lovaina, y el Grupo de investigación
sobre el aprendizaje y los medios, de la Universidad de París viii,
organizaron un coloquio sobre los dispositivos de mediación de
saberes cuyas principales contribuciones se encuentran en el número
25 de la revista Hermès, del Centro de Investigación Científica
de Francia. En el mismo año, la Sociedad Francesa de Ciencias
de la Información y de la Comunicación organiza sus jornadas
sobre el tema de la mediación cultural y de la gestión; uno de los
representantes fue precisamente Reynaud.
Michel Foucault, uno de los primeros en tematizar el dispositivo,
señala que el primero en hablar de ello fue Bentham en los siglos
XVIII y XIX, quien promueve el liberalismo en toda la vida social
de Inglaterra de aquel momento. Gilles Deleuze amplificará su
análisis sobre la “sociedad de control” y, más recientemente, Lyon
–un estudioso estadounidense–, sobre la “vigilancia electrónica”.
Por lo que constatamos que existen diferentes tipos de dispositivos,
de manera que por sus rasgos es posible distinguir el panóptico y
el heterotópico, que al mismo tiempo es heterocrónico. El primero
es más jerárquico y el segundo más rizosómico u horizontal; si
seguimos a Reynaud, el primero conlleva una regulación de control,
mientas que el segundo, la regulación autónoma.6 El panóptico es

5
Esos atributos son de uso común en la informática, en las redes digitales [www.
x-orn/w/dispositif].
6
Hay que recordar que Weber propone que la organización estructurada
jerárquicamente es el modelo más racional de un poder legitimado por la legalidad
(1977:175-241). Para que eso suceda deben converger dos requisitos fundamentales:
la obediencia rápida y automática, y el saber especializado. Pero ¿qué sucede en
organizaciones mixtas donde coexisten los órganos unipersonales con los colegiados?
Sin la intención de transgredir el principio de contradicción, sin embargo, podemos
decir que en ese caso la institución no es rígidamente monocrática –en tanto que no
tiene un solo punto político geodésico– dada esa coexistencia de instancias colegiadas

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un lugar en el que todo es vigilado y controlado por quien ejerce el


poder y que constituye un saber sobre aquellos que vigila (Foucault,
1986:100). Dicho saber se organiza alrededor de la determinación de
lo que es normal y lo que no lo es, de lo que es incorrecto y lo que sí
es adecuado, de lo que hay que hacer y no hacer. No se trata de la
norma abstracta e incorpórea, y si es sutil, es porque se desliza de
manera suave a través de toda la malla institucional, es el ojo que
abraza y recrimina, que se muestra autoritario o amorosamente
recriminatorio, pero siempre es eficaz.
El dispositivo heterotópico, apenas esbozado por Foucault,
va a ser desarrollado en el coloquio al que hacíamos referencia,
especialmente por Peeters y Charlier (1999), Berten (1999) y Tisseront
(1999). Este tipo de dispositivo se ancla sobre una nueva relación
con el mundo material y es el modo de la experiencia, del juego, de
la negociación y del bienestar.
Aun si los dispositivos son los más coercitivos o los más sofistica-
dos, ofrecen una fuente de legitimidad del control social. De hecho,
el uso de dispositivos de gestión garantiza el reconocimiento de la
legitimidad de un proyecto dado por parte de los actores. De esa
manera, son ellos quienes aseguran el funcionamiento correcto de
la institución al persuadir e incitar la voluntad de los actores.7 Si es

con las jerarquías unipersonales, por tanto la obediencia ni es rápida y mucho menos
automática, de ahí que es necesario matizar lo relativo a la legitimidad. Por esa razón
habría que acercarse a una lógica más bien de la paradoja que de la contradicción, tal
como lo hacen Foucault y Deleuze. Además, no se nos escapa la referencia que hace
Dubet sobre Reynaut a propósito del tipo ideal weberiano. Lo que dice Reynaut es
antidialéctico, no contradictorio, por tanto está lejos de ser un tipo ideal histórico
(Dubet, 1994:110).
7
Se emplean de forma deliberada los términos de persuasión e incitación, en
lugar de inculcación y determinación, porque los dispositivos desencadenan también
reacciones imprevisibles y porque la institución, es preciso subrayar, es también un
campo abierto a la acción y a la libertad. En este punto nos acercamos a Renaut,
quien parafraseando la idea que Von Humboldt tenía de la universidad, dice: “en
la concepción humboldtiana de la universidad moderna, la noción de libertad
académica representa una exigencia de autonomía institucional de la universidad,
de independencia de esta última en relación con el Estado y las autoridades públicas.
Esta autonomía es considerada como una condición indispensable para el desarrollo
de una investigación de calidad y creativa, porque esta última puede entonces
desplegarse fuera de restricciones limitativas del poder a corto plazo” (Renaut,
2008:130). Esta exigencia de autonomía se extiende también al individuo, que en

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verdad que los dispositivos organizan la adhesión de los actores,


según Vandendorpe, tales dispositivos permiten que se lleve a cabo
una gestión del entorno de manera que se ofrezcan las mejores
condiciones de realización de algunas acciones o algunos eventos
(1999:199), y ofrecen, paradójicamente, una apertura para que
los actores se comprometan libremente o no a la institución y, en
todo caso, para que se comprometan de manera diferente o que la
rechacen.
El heterotópico incita al juego de los desplazamientos y de la
astucia donde se esgrimen ardides para evitar la obediencia ciega.
El pecado está ahí, parafraseando a Eugène Enriquez en su estudio
sobre el poder, no para cometerlo, sino al mismo tiempo para
distraerse de él, para tenerlo como referente. La astucia supone una
“casuística informulada”, así lo expresa Vignaux, y “permite a los
hombres cambiar las reglas que no les convienen [...] permite, frente
a las circunstancias, sustituir o crear sus propios espacios de libertad
[...] es un sistema de causalidades recíprocas –véase antagónicas– de
manera que se induzca a una trayectoria deseada, pero sobre todo
presentada como deseable” (2001:36-37).

conclusión

En relación con lo que hemos enunciado hasta aquí, podemos enten-


der a las instituciones como organizaciones abiertas y dinámicas,
como un terreno simbólico y social, constituido por un sistema
de interacciones que producen flujos y juegos de fuerza en las
situaciones en las que los sujetos convergen, acuerdan, consienten
y difieren en campos de interés múltiples, y en la respuesta que,
en tanto conglomerado, ofrece a sus propias necesidades, así como
a la institución misma y a la sociedad; necesidades y demandas
traducidas diferencialmente; en consecuencia, la institución como

el seno de la universidad debe poder proseguir su investigación “en la soledad y


la libertad”, “sin que se le imponga alguna restricción o fin determinado” (Renaut,
1995:130). Al respecto, consideramos que aun cuando esto fuera sólo una declaración
retórica, los actores que en realidad hacen funcionar las instituciones por sus acciones
emergentes se inscriben en esta línea.

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espacio relacional y simbólico –que genera dispositivos de mediación


para socializar y lograr la subjetivación–, espacio de poder y de
articulación de elementos –algunos opuestos y heterogéneos– que
intentan responder a las exigencias –que le impone el Estado, el
mercado, la autodefinición–, de identidad y de reconocimiento por
parte de quienes en ella participan, en una palabra, de la sociedad.
Esta situación de exigencia y de urgencia implica un juego estratégico
operable por medio de dispositivos, cruzamientos concretos,
anclados en la dimensión espacio-temporal y en la interrelación de
mundos sociales, de objetos reales y sujetos. Dicho de otro modo,
el campo de fuerzas institucionales configura dispositivos para
gestionar pensamientos y cuerpos con el fin de constituir sujetos.
Esos dispositivos organizan el espacio en un soporte de tareas que
definen tiempos, ciclos, ritmos y espacios. Pero funcionan también
como catalizadores de toma de posiciones en todos los niveles,
en la medida que pueden ordenar de manera diferente no sólo el
espacio y el tiempo, sino también el objeto propio de esa institución.
Eso sucede si los dispositivos están abiertos, son innovadores o
heterotópicos como lo sugieren Barbot y Camatarri. Si es así, pueden
ser reveladores de posiciones, de opciones axiológicas y de cambios
(Barbot y Camatarri, 1999:161).
Llegados a este momento, se constata que el campo de investigación
institucional se organiza alrededor del poder, del saber, de la cultura y
aun de la identidad de individuos y grupos. La institución, entonces,
es considerada como una entidad compleja que crea valores y cuya
cultura cubre cierto tipo específico de socialización, la cual constituye
dispositivos. Si eso es válido, entonces es necesario comprender la
relación entre la gestión moderada por los dispositivos y el deber
sufrido, asumido o recreado por los actores o participantes en ella.

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