Sacramento Del Bautismo
Sacramento Del Bautismo
Sacramento Del Bautismo
PAPA FRANCISCO
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles, 11 de abril de 2018
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Los cincuenta días del tiempo litúrgico pascual son propicios para reflexionar sobre la vida cristiana que,
por su naturaleza, es la vida que proviene de Cristo mismo. Somos, de hecho, cristianos en la medida en
la que dejamos vivir a Jesús en nosotros. ¿De dónde partir entonces para reavivar esta conciencia si no
desde el principio, desde el sacramento que encendió en nosotros la vida cristiana? Eso es el bautismo.
La Pascua de Cristo, con su carga de novedad, nos alcanza a través del bautismo para transformarnos a
su imagen: los bautizados son de Jesucristo, es Él el Señor de su existencia. El bautismo es «el
fundamento de toda la vida cristiana» (Catequismo de la Iglesia Católica, 1213). Y el primero de los
sacramentos, en cuanto a que es la puerta que permite a Cristo Señor establecerse en nuestra persona y a
nosotros sumergirnos en su Misterio.
El verbo griego «bautizar» significa «sumergir» (cf. CCC, 1214). El baño con el agua es un rito común
a varias creencias para expresar el paso de una condición a otra, señal de purificación para un nuevo
inicio. Pero a nosotros cristianos no se nos debe escapar que, si es el cuerpo lo que se sumerge en el agua,
es el alma lo que se sumerge en Cristo para recibir el perdón del pecado y resplandecer de luz divina (cf.
Tertuliano, De resurrectione mortuorum VIII, 3: CCL 2, 931; PL 2, 806). En virtud del Espíritu Santo,
el bautismo nos sumerge en la muerte y resurrección del Señor, ahogando en la fuente bautismal al
hombre viejo, dominado por el pecado que separa de Dios y haciendo nacer al hombre nuevo, recreado
en Jesús. En Él, todos los hijos de Adán están llamados a una vida nueva. El bautismo, es decir, es un
renacimiento. Estoy seguro, segurísimo de que todos nosotros recordamos la fecha de nuestro
nacimiento: seguro. Pero me pregunto yo, un poco dubitativo, y os pregunto a vosotros: ¿cada uno de
vosotros recuerda cuál fue la fecha de su bautismo? Alguno dice que sí, está bien. Pero es un sí un poco
débil porque tal vez muchos no recuerdan esto—. Pero si nosotros festejamos el día del nacimiento,
¿cómo no festejar —al menos recordar— el día del renacimiento? Os daré una tarea para casa, una tarea
hoy para hacer en casa. Aquellos de vosotros que no os acordéis de la fecha del bautismo, que pregunten
a la madre, a los tíos, a los sobrinos, preguntad: «¿Tú sabes cuál es la fecha de mi bautismo?» y no la
olvidéis nunca. Y ese día agradeced al Señor, porque es precisamente el día en el que Jesús entró en mí,
el Espíritu Santo entró en mí. ¿Habéis entendido bien la tarea para casa? Todos debemos saber la fecha
de nuestro bautismo. Es otro cumpleaños: el cumpleaños del renacimiento. No os olvidéis de hacer esto,
por favor.
Recordemos las últimas palabras del Resucitado a los apóstoles, son un mandato preciso: «Id, pues, y
haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo»
(Mateo 28, 19). A través de la pila bautismal, quien cree en Cristo se sumerge en la vida misma de la
Trinidad.
No es, de hecho, un agua cualquiera la del bautismo, sino el agua en la que se ha invocado el Espíritu
que «da la vida» (Credo). Pensemos en lo que Jesús dijo a Nicodemo para explicarle el nacimiento en la
vida divina: «El que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo nacido de la
carne, es carne; lo nacido del Espíritu, es Espíritu» (Juan 3, 5-6). Por eso, el bautismo se llama también
«regeneración»: creemos que Dios nos ha salvado «según su misericordia, por medio del baño de
regeneración y de renovación del Espíritu Santo» (Tito 3, 5).
El bautismo es por eso un signo eficaz de renacimiento, para caminar en novedad de vida. Lo recuerda
san Pablo a los cristianos de Roma: «¿O es que ignoráis que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús,
fuimos bautizados en su muerte? Fuimos, pues, con él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de
que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también
nosotros vivamos una vida nueva» (Romanos 6, 3-4).
Sumergiéndonos en Cristo, el bautismo nos convierte también en miembros de su Cuerpo, que es la
Iglesia y partícipes de su misión en el mundo (cf. CCC, 1213). Nosotros bautizados no estamos aislados:
somos miembros del Cuerpo de Cristo. La vitalidad que brota de la fuente bautismal está ilustrada por
estas palabras de Jesús: «Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ese
da mucho fruto» (cf. Juan 15, 5). Una misma vida, la del Espíritu Santo, corre de Cristo a los bautizados,
uniéndolos en un solo Cuerpo (cf. 1 Corintios 12, 13), ungido con la santa unción y alimentado en el
banquete eucarístico.
El bautismo permite a Cristo vivir en nosotros y a nosotros vivir unidos a Él, para colaborar en la Iglesia,
cada uno según la propia condición, en la transformación del mundo. Recibido una sola vez, el lavado
bautismal ilumina toda nuestra vida, guiando nuestros pasos hasta la Jerusalén del Cielo. Hay un antes y
un después del bautismo. El sacramento supone un camino de fe, que llamamos catecumenado, evidente
cuando es un adulto quien pide el bautismo. Pero también los niños, desde la antigüedad son bautizados
en la fe de los padres (cf. Rito del Bautismo de los niños. Introducción, 2). Y sobre esto yo quisiera
deciros una cosa. Algunos piensan: ¿Pero por qué bautizar a un niño que no entiende? Esperemos a que
crezca, que entienda y sea él mismo quien pida el bautismo. Pero esto significa no tener confianza en el
Espíritu Santo, porque cuando nosotros bautizamos a un niño, en ese niño entra el Espíritu Santo y el
Espíritu Santo hace crecer en ese niño, desde niño, virtudes cristianas que después florecen. Siempre se
debe dar esta oportunidad a todos, a todos los niños, de tener dentro el Espíritu Santo que les guíe durante
la vida. ¡No os olvidéis de bautizar a los niños! Nadie merece el bautismo, que es siempre un don para
todos, adultos y recién nacidos. Pero como sucede con una semilla llena de vida, este don emana y da
fruto en un terreno alimentado por la fe. Las promesas bautismales que cada año renovamos en la Vigilia
Pascual deben ser reiniciadas cada día para que el bautismo «cristifique»: no debemos tener miedo de
esta palabra; el bautismo nos «cristifica», quien ha recibido el bautismo y va «cristificado». Se asemeja
a Cristo, se transforma en Cristo y lo convierte verdaderamente en otro Cristo.
CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA
EL SACRAMENTO DEL BAUTISMO
1213. El santo Bautismo es el fundamento de toda la vida cristiana, el pórtico de la vida en el espíritu
("vitae spiritualis ianua") y la puerta que abre el acceso a los otros sacramentos. Por el Bautismo somos
liberados del pecado y regenerados como hijos de Dios, llegamos a ser miembros de Cristo y somos
incorporados a la Iglesia y hechos partícipes de su misión (cf Concilio de Florencia: DS 1314; CIC, can
204,1; 849; CCEO 675,1): Baptismus est sacramentum regenerationis per aquam in verbo" ("El bautismo
es el sacramento del nuevo nacimiento por el agua y la palabra": Catecismo Romano 2,2,5).
1214. Este sacramento recibe el nombre de Bautismo en razón del carácter del rito central mediante el
que se celebra: bautizar (baptizein en griego) significa "sumergir", "introducir dentro del agua"; la
"inmersión" en el agua simboliza el acto de sepultar al catecúmeno en la muerte de Cristo, de donde sale
por la resurrección con Él (cf Rm 6,3-4; Col 2,12) como "nueva criatura" (2 Co 5,17; Ga 6,15).
1215. Este sacramento es llamado también “baño de regeneración y de renovación del Espíritu Santo”
(Tt 3,5), porque significa y realiza ese nacimiento del agua y del Espíritu sin el cual "nadie puede entrar
en el Reino de Dios" (Jn 3,5).
1216 "Este baño es llamado iluminación porque quienes reciben esta enseñanza (catequética) su espíritu
es iluminado" (San Justino, Apología 1,61). Habiendo recibido en el Bautismo al Verbo, "la luz verdadera
que ilumina a todo hombre" (Jn 1,9), el bautizado, "tras haber sido iluminado" (Hb 10,32), se convierte
en "hijo de la luz" (1 Ts 5,5), y en "luz" él mismo (Ef 5,8):
El Bautismo «es el más bello y magnífico de los dones de Dios [...] lo llamamos don, gracia, unción,
iluminación, vestidura de incorruptibilidad, baño de regeneración, sello y todo lo más precioso que hay.
Don, porque es conferido a los que no aportan nada; gracia, porque es dado incluso a culpables; bautismo,
porque el pecado es sepultado en el agua; unción, porque es sagrado y real (tales son los que son ungidos);
iluminación, porque es luz resplandeciente; vestidura, porque cubre nuestra vergüenza; baño, porque
lava; sello, porque nos guarda y es el signo de la soberanía de Dios» (San Gregorio Nacianceno, Oratio
40,3-4).
«¡Oh Dios! [...] que realizas en tus sacramentos obras admirables con tu poder invisible, y de diversos
modos te has servido de tu criatura el agua para significar la gracia del bautismo» (Vigilia Pascual,
Bendición del agua: Misal Romano).
1218. Desde el origen del mundo, el agua, criatura humilde y admirable, es la fuente de la vida y de la
fecundidad. La Sagrada Escritura dice que el Espíritu de Dios "se cernía" sobre ella (cf. Gn 1,2):
«¡Oh Dios!, cuyo Espíritu, en los orígenes del mundo, se cernía sobre las aguas, para que ya desde
entonces concibieran el poder de santificar» (Vigilia Pascual, Bendición del agua: Misal Romano).
1219. La Iglesia ha visto en el arca de Noé una prefiguración de la salvación por el bautismo. En efecto,
por medio de ella "unos pocos, es decir, ocho personas, fueron salvados a través del agua" (1 P 3,20):
«¡Oh Dios!, que incluso en las aguas torrenciales del diluvio prefiguraste el nacimiento de la nueva
humanidad, de modo que una misma agua pusiera fin al pecado y diera origen a la santidad (Vigilia
Pascual, Bendición del agua: Misal Romano).
1220 Si el agua de manantial simboliza la vida, el agua del mar es un símbolo de la muerte. Por lo cual,
pudo ser símbolo del misterio de la Cruz. Por este simbolismo el bautismo significa la comunión con la
muerte de Cristo.
1221 Sobre todo el paso del mar Rojo, verdadera liberación de Israel de la esclavitud de Egipto, es el que
anuncia la liberación obrada por el bautismo:
«Oh Dios!, que hiciste pasar a pie enjuto por el mar Rojo a los hijos de Abraham, para que el pueblo
liberado de la esclavitud del faraón fuera imagen de la familia de los bautizados» (Vigilia Pascual,
Bendición del agua: Misal Romano).
1222 Finalmente, el Bautismo es prefigurado en el paso del Jordán, por el que el pueblo de Dios recibe
el don de la tierra prometida a la descendencia de Abraham, imagen de la vida eterna. La promesa de
esta herencia bienaventurada se cumple en la nueva Alianza.
El Bautismo de Cristo
1223 Todas las prefiguraciones de la Antigua Alianza culminan en Cristo Jesús. Comienza su vida
pública después de hacerse bautizar por san Juan el Bautista en el Jordán (cf. Mt 3,13 ) y, después de su
Resurrección, confiere esta misión a sus Apóstoles: "Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes
bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo
que yo os he mandado" (Mt 28,19-20; cf Mc 16,15-16).
1224 Nuestro Señor se sometió voluntariamente al Bautismo de san Juan, destinado a los pecadores, para
"cumplir toda justicia" (Mt 3,15). Este gesto de Jesús es una manifestación de su "anonadamiento" (Flp
2,7). El Espíritu que se cernía sobre las aguas de la primera creación desciende entonces sobre Cristo,
como preludio de la nueva creación, y el Padre manifiesta a Jesús como su "Hijo amado" (Mt 3,16-17).
1225 En su Pascua, Cristo abrió a todos los hombres las fuentes del Bautismo. En efecto, había hablado
ya de su pasión que iba a sufrir en Jerusalén como de un "Bautismo" con que debía ser bautizado (Mc
10,38; cf Lc 12,50). La sangre y el agua que brotaron del costado traspasado de Jesús crucificado (cf. Jn
19,34) son figuras del Bautismo y de la Eucaristía, sacramentos de la vida nueva (cf 1 Jn 5,6-8): desde
entonces, es posible "nacer del agua y del Espíritu" para entrar en el Reino de Dios (Jn 3,5).
«Considera dónde eres bautizado, de dónde viene el Bautismo: de la cruz de Cristo, de la muerte de
Cristo. Ahí está todo el misterio: Él padeció por ti. En él eres rescatado, en él eres salvado. (San
Ambrosio, De sacramentis 2, 2, 6).
El Bautismo en la Iglesia
1226 Desde el día de Pentecostés la Iglesia ha celebrado y administrado el santo Bautismo. En efecto,
san Pedro declara a la multitud conmovida por su predicación: "Convertíos [...] y que cada uno de
vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para remisión de vuestros pecados; y recibiréis el
don del Espíritu Santo" (Hch 2,38). Los Apóstoles y sus colaboradores ofrecen el bautismo a quien crea
en Jesús: judíos, hombres temerosos de Dios, paganos (Hch 2,41; 8,12-13; 10,48; 16,15). El Bautismo
aparece siempre ligado a la fe: "Ten fe en el Señor Jesús y te salvarás tú y tu casa", declara san. Pablo a
su carcelero en Filipos. El relato continúa: "el carcelero inmediatamente recibió el bautismo, él y todos
los suyos" (Hch 16,31-33).
1227 Según el apóstol san Pablo, por el Bautismo el creyente participa en la muerte de Cristo; es
sepultado y resucita con Él:
«¿O es que ignoráis que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte?
Fuimos, pues, con él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue
resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida
nueva» (Rm 6,3-4; cf Col 2,12).
Los bautizados se han "revestido de Cristo" (Ga 3,27). Por el Espíritu Santo, el Bautismo es un baño que
purifica, santifica y justifica (cf 1 Co 6,11; 12,13).
1228 El Bautismo es, pues, un baño de agua en el que la "semilla incorruptible" de la Palabra de Dios
produce su efecto vivificador (cf. 1 P 1,23; Ef 5,26). San Agustín dirá del Bautismo: Accedit verbum ad
elementum, et fit sacramentum ("Se une la palabra a la materia, y se hace el sacramento", In Iohannis
evangelium tractatus 80, 3 ).
La iniciación cristiana
1229 Desde los tiempos apostólicos, para llegar a ser cristiano se sigue un camino y una iniciación que
consta de varias etapas. Este camino puede ser recorrido rápida o lentamente. Y comprende siempre
algunos elementos esenciales: el anuncio de la Palabra, la acogida del Evangelio que lleva a la
conversión, la profesión de fe, el Bautismo, la efusión del Espíritu Santo, el acceso a la comunión
eucarística.
1230 Esta iniciación ha variado mucho a lo largo de los siglos y según las circunstancias. En los primeros
siglos de la Iglesia, la iniciación cristiana conoció un gran desarrollo, con un largo periodo de
catecumenado, y una serie de ritos preparatorios que jalonaban litúrgicamente el camino de la
preparación catecumenal y que desembocaban en la celebración de los sacramentos de la iniciación
cristiana.
1231 Desde que el Bautismo de los niños vino a ser la forma habitual de celebración de este sacramento,
ésta se ha convertido en un acto único que integra de manera muy abreviada las etapas previas a la
iniciación cristiana. Por su naturaleza misma, el Bautismo de niños exige un catecumenado
postbautismal. No se trata sólo de la necesidad de una instrucción posterior al Bautismo, sino del
desarrollo necesario de la gracia bautismal en el crecimiento de la persona. Es el momento propio de la
catequesis.
1232 El Concilio Vaticano II ha restaurado para la Iglesia latina, "el catecumenado de adultos, dividido
en diversos grados" (SC 64). Sus ritos se encuentran en el Ritual de la iniciación cristiana de adultos
(1972). Por otra parte, el Concilio ha permitido que "en tierras de misión, además de los elementos de
iniciación contenidos en la tradición cristiana, pueden admitirse también aquellos que se encuentran en
uso en cada pueblo siempre que puedan acomodarse al rito cristiano" (SC 65; cf. SC 37-40).
1233 Hoy, pues, en todos los ritos latinos y orientales, la iniciación cristiana de adultos comienza con su
entrada en el catecumenado, para alcanzar su punto culminante en una sola celebración de los tres
sacramentos del Bautismo, de la Confirmación y de la Eucaristía (cf. AG 14; CIC can.851. 865-866). En
los ritos orientales la iniciación cristiana de los niños comienza con el Bautismo, seguido inmediatamente
por la Confirmación y la Eucaristía, mientras que en el rito romano se continúa durante unos años de
catequesis, para acabar más tarde con la Confirmación y la Eucaristía, cima de su iniciación cristiana (cf.
CIC can.851, 2. 868).