Fatiga Crónica
Fatiga Crónica
Fatiga Crónica
Algunos estudios han descrito ciertos factores de riesgo asociados al síndrome post-COVID-19, como
edad avanzada (≥50 años), presencia de múltiples (≥3) comorbilidades, sexo femenino, antecedente de
hospitalización, oxigenoterapia o ventilación mecánica durante la fase aguda de COVID-19. El amplio
espectro de manifestaciones clínicas del síndrome post-COVID-19 puede ser clasificado por aparatos y
sistemas: cardiovascular, respiratorio, neurológico, gastrointestinal, endócrino, nefrourinario y
musculoesquelético. A nivel neurológico, una de las manifestaciones más prevalentes hasta cuatro
semanas después de la infección aguda es la fatiga (hasta en un 50%).
Fatiga: El término “fatiga” puede tomar distintos significados dependiendo del contexto en que se emplea.
Puede hacer referencia al cansancio de la vida diaria (“fatiga cotidiana”), o a aquel que acompaña a la
enfermedad (“fatiga patológica”). Puede ser una sensación puramente subjetiva (síntoma), cuando un
paciente se queja de fatiga, puede referirse a otros tipos de molestias (e.g. debilidad, disnea, dificultad
para concentrarse, somnolencia, ánimo decaído). A pesar de estos problemas semánticos, ha sido el
síntoma más frecuentemente reportado tras recuperarse de COVID-19 en múltiples estudios.
Enfermedad sistémica de intolerancia al esfuerzo (ESIE): Con el paso de los años, este síndrome ha
recibido 3 nombres distintos (síndrome de fatiga crónica/encefalomielitis miálgica/enfermedad sistémica
de intolerancia al esfuerzo), y 9 juegos de criterios diagnósticos (actualizados por última vez en 2015 por
la US National Academy of Medicine; Tabla 25-2).
A pesar de ser una enfermedad que condiciona un grado de morbilidad importante para millones de
personas a nivel mundial, varios clínicos aún no la conocen o dudan de su legitimidad.
Consecuentemente, se estima que hasta 91% de los pacientes afligidos no han sido diagnosticados. Varias
enfermedades infecciosas (e.g. mononucleosis infecciosa, enfermedad de Lyme, COVID-19) pueden
presentar síntomas persistentes (incluyendo fatiga) como secuela. Aunque la fatiga postviral suele
autolimitarse, el riesgo de cronicidad se asocia a factores biológicos, sociales, cognitivos, emocionales y
conductuales; además de la gravedad y duración de la infección aguda.
La ESIE ocurre 3 veces más en mujeres que en hombres; la edad promedio de inicio son los 33 años y
tanto la gente de raza negra como latinos a menudo se ven más frecuentemente y gravemente afectados.
La gravedad del cuadro también es altamente variable, fluctuando desde casos donde los pacientes podrán
seguir trabajando limitando solo ciertas actividades, hasta casos donde se mantendrán postrados la mayor
parte del tiempo. La ESIE se caracteriza por un curso crónico con remisiones y recaídas, con una
probabilidad de recuperación completa del 5%.
Otros tipos de síntomas también complementan la fisiopatología de esta enfermedad y demuestran que no
se trata tan sólo de un ciclo vicioso de desacondicionamiento físico y miedo irracional a la actividad
física, como previamente se creía y por lo que lamentablemente se estigmatizaba a estos pacientes.
Síntomas “inmunológicos”, Las alteraciones del sueño como el insomnio. Hasta 95% de los pacientes
presentarán datos de ortostatismo. El mantener una posición vertical prolongada (de pie o sentado)
tenderá a exacerbar ciertos síntomas (mareo, náusea, fatiga, palpitaciones, alteraciones cognitivas) y el
sentarse/acostarse a menudo los mejorará
Abordaje diagnóstico:
También debe revisarse que los tamizajes adecuados para el paciente se hayan realizado. Estos pueden
incluir pruebas para VIH, hepatitis C, cáncer y depresión. Existen ciertas escalas que pueden ayudar a
distinguir a la fatiga de otros síntomas o identificar si ciertos padecimientos pueden estar contribuyendo a
la misma. Estas incluyen a la Epworth Sleepiness Scale para somnolencia y al Patient Health
Questionnaire-9 para depresión. La Chalder Fatigue Scale puede ser útil para cuantificar el grado de
fatiga de un paciente.
Manejo de la fatiga: cuatro organizaciones enfatizan el hecho de que no existe aún evidencia de un
tratamiento farmacológico específico para síntomas comunes relacionados al síndrome post-COVID-19,
por lo que el tratamiento de estos pacientes debe buscar optimizar su funcionalidad y calidad de vida a
través de equipos multidisciplinarios de rehabilitación con un abordaje físico y psicológico posterior a
descartar condiciones de salud que pongan en riesgo la seguridad del paciente. medidas de higiene del
sueño, relajación y nutrición, así como actividad física supervisada por rehabilitación y terapia
ocupacional.
Manejo de la ESIE: dos medidas que se recomendaban para el manejo de la ESIE eran la terapia cognitiva
conductual y la terapia de ejercicio gradual, pero no funciono. El involucrar a profesionales de otras
ramas como terapia física o terapia ocupacional puede contribuir a que el paciente reciba el apoyo que
requiere para maximizar su funcionalidad y calidad de vida.
Considerando la fisiopatología de esta enfermedad, los pacientes deben planear cómo gastar su reserva
limitada de energía. Usualmente esto implica reducir su actividad total diaria y evitar la exposición a
estímulos que pudieran inducir malestar postesfuerzo. El minimizar la ocurrencia del malestar
postesfuerzo es fundamental, ya que puede ayudar a disminuir fatiga, alteraciones cognitivas, alteraciones
del sueño y dolor. Es importante recordar que los estímulos sensoriales también pueden desencadenar el
malestar postesfuerzo, por lo que el uso de tapones de oídos y/o lentes oscuros y evitar ambientes
perfumados también pueden complementar al manejo. Mantener una buena higiene del sueño también es
importante, pudiendo complementarse con técnicas de meditación o relajación. El uso de tapones de oídos
y/o antifaces también puede ser útil en este contexto. Por último, la fototerapia y/o uso de filtros para luz
azul también pueden ser empleados por su influencia en el ritmo circadiano.
En caso de dolor pueden emplearse medios físicos como calor o frío local. La terapia física, masajes,
liberación miofascial, acupuntura, quiropraxia, meditación, relajación y técnicas de
neurorretroalimentación también pueden ser útiles.