Col. 1.1-2. El Poder para Soportar Con Gozo

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El poder para soportar con gozo

1 Pablo, apóstol de Jesucristo por la voluntad


de Dios, y el hermano Timoteo, 2 a los santos y
fieles hermanos en Cristo que están en Colosas:
Gracia y paz sean a vosotros, de Dios nuestro
Padre y del Señor Jesucristo. (Col. 1:1-2)

Introducción

La mayoría de las epístolas que escribió Pablo a las iglesias


fueron dirigidas a aquellas iglesias que él mismo había fundado, pero
no fue él quien comenzó la iglesia en Roma, ni la de Colosas. No se
sabe con certeza quién fundó la iglesia de Colosas, pero es muy
factible que fuese un hombre al que se menciona en algunas de las
otras epístolas de Pablo, Epafrodito o, debido a que ese era un
nombre demasiado largo como para que ni siquiera los griegos lo
pronunciasen, Epafras. Se le menciona en esta epístola como
procedente de Colosas y es el que probablemente fundó esta iglesia.
No sabemos dónde oiría el Evangelio, pero lo que sí es evidente era
que lo había proclamado en su ciudad natal e incluso había
proclamado a Cristo y de dicha proclamación había surgido la iglesia
de Colosas.

Epafrodito había ido a Roma a ver al Apóstol Pablo, que en aquel


entonces se hallaba prisionero, llevándole los informes acerca de la
iglesia en Colosas. Hubo otro hombre que también fue a visitar a
Pablo durante su primer encarcelamiento y que le llevó informes de la
iglesia de Colosas. De modo que fue a estos nuevos cristianos, que
nunca habían conocido al apóstol cara a cara, a los que Pablo escribió
esta epístola desde Roma.
Fue escrita aproximadamente en la misma época en que lo fue la
epístola a los Filipenses y es muy parecida en su estructura y
contenido a la de Efesios. Probablemente fueron escritas en el mismo
período, durante el primer encarcelamiento del apóstol y, por eso, se
las llama las epístolas carcelarias del apóstol Pablo.

La diferencia principal entre la de Efesios y la de Colosenses es


que los colosenses tenían un problema y es precisamente sobre dicho
problema sobre el que se concentra fundamentalmente el apóstol.
Daba la impresión de que no acababan de entender el poder que hacía
posible vivir la vida cristiana. Por lo tanto, esta epístola es la gran
proclamación y la explicación del poder de la vida cristiana
experimentada gracias a Cristo, como el medio del que se puede valer
el cristiano.

El tema de esta epístola se puede expresar por medio de estas


palabras, que forman parte de la oración introductoria del apóstol, al
dirigirse a los cristianos colosenses:

Fortalecidos con todo poder, conforme a la


potencia de su gloria, para toda paciencia y
longanimidad; (v. 11)

I. Recordando quiénes somos

Pablo, apóstol de Jesucristo por la voluntad de


Dios,

Aquí se está identificando el autor. Pablo muestra sus


credenciales: él es un apóstol del Señor. Aquí cabe recordar quiénes
eran los apóstoles: eran aquellas personas que habían estado
directamente con el Señor Jesús y que podían dar un testimonio
directo de sus palabras. Pablo, si bien no pertenecía a uno de los
Doce, sí tuvo un encuentro con el Señor camino de Damasco y esa
era la señal de su apostolado.
Pero “apóstol” significa literalmente “aquél que es enviado, aquél
a quien se le ha encomendado una misión”. Pablo es consciente de
eso. Por eso afirma que es “por la voluntad de Dios”. ¡Estaría loco si
él mismo hubiese elegido esa vida de sacrificios y persecuciones por
sí mismo! Lo que confería autoridad a sus palabras era que había sido
elegido por Dios mismo para llevar Su mensaje a Su pueblo. Y esto,
por pura gracia, no por haberlo merecido, si bien él había sido un
judío cabal en todas las prescripciones de la Ley.

Pero esta introducción es reconfortante porque no es sólo Pablo


quien la escribe:

y el hermano Timoteo

A principio parece que Pablo está escribiendo como un


“ministro”, como alguien especial; ¡pero gracias a Dios porque añade
al “hermano Timoteo”! Este simple “hermano” más tarde sería todo
un pastor a pesar de su juventud y una persona muy apreciada por
Pablo de quién se sentía complacido al llamarlo “hijo”.

Aunque el término “apóstol” llegó a convertirse técnicamente


hablando, en un oficio que ejercían sólo unas pocas personas y en un
momento determinado de la historia, el NT enseña claramente que
todos somos “enviados” por el Señor Jesucristo:

• Todos conocemos a los “apóstoles” Bernabé (Hch. 14:4, 14),


Epafrodito (Fil. 2:25) y Silas y Timoteo (1ª Tes. 2:6). Sin duda
alguna, todos fueron personajes importantes y conocidos en la
iglesia primitiva.
• Pero, ¿quién conoce a los “apóstoles” Andrónico y Junias
mencionados en Ro. 16:7? O ¿quiénes eran los “apóstoles de
las iglesias” de 2ª Co. 8:23? ¡Personajes totalmente anónimos
como lo seremos todos nosotros históricamente hablando!
¡En cuántas ocasiones nos perdemos en los títulos! ¡Cuántos
hermanos hay que padecen de una titulitis aguda! ¡En cuántas
ocasiones nos excusamos ante nuestra responsabilidad diciendo que
eso le corresponde al diácono tal o al pastor! Ciertamente Dios
reparte los dones como quiere y cada uno de ellos conlleva una
responsabilidad diferente, pero los dones son otorgados para el
crecimiento de la iglesia y no para levantar muros de separación o
para servir como excusas simplonas.

¡Doy gracias a Dios porque tanto Pablo como Timoteo


cumplieron su misión de proclamación del Evangelio a pesar de ser
diferentes y tener responsabilidades diferentes!

II. Recordando cómo somos

Si comparamos esta carta con las escritas a los Tesalonicenses, a


los Corintios y a los Gálatas, nos damos cuenta de que Pablo hace un
mayor énfasis en los individuos que en las iglesias; Pablo está
escribiendo a todos a “los santos y fieles hermanos en Cristo”.

La iglesia está formada por los individuos a quienes escribe;


parece que Pablo se da cuenta de que ahora las iglesias estaban
constituyéndose más en instituciones religiosas que en comunidades
de fe. Por eso nos recuerda cómo somos:

a los santos

“Santo” es todo aquello que ha sido apartado, separado para el


servicio de Dios. Así, una simple cuchara de madera que se usaba en
el culto a Dios, era santa; una simple copa de plata usada en una
ceremonia religiosa era santificada; una vida que ha cambiado de
rumbo y que ha sido y sigue siendo transformada por el poder de
Dios y camina en el poder de Dios, es santa.
Somos santos cuando somos “diferentes” del mundo, pero en
ocasiones parece que nuestro llamado es a ser “extravagantes” como
una muestra de mayor espiritualidad. Quizá este sea un hecho en el
que debamos reflexionar. Esperemos que sólo sea una moda
pasajera.

y fieles hermanos

Lo mismo podemos decir de fieles: creyentes que deben


manifestar su condición de tales en el mundo. Los creyentes
actuamos por fe, una fe “razonada” pero confiada en Dios y que
espera algo de parte de Dios. Es interesante la siguiente cláusula:

en Cristo

Si algo podemos esperar, si en algo podemos confiar, si realmente


algo somos es “en Cristo”. Si esperamos, si confiamos, si luchamos
con nuestras propias fuerzas, nos cansaremos y desfalleceremos. Pero
si esperamos “en Cristo” obtendremos la “Corona de Vida” como
nos dice el Apocalipsis, es decir, obtendremos aquello por lo que nos
esforzamos y luchamos:

“Porque yo sé los planes que tengo para


vosotros” -- declara el SEÑOR – “planes de
bienestar y no de calamidad, para daros un futuro y
una esperanza”. (Jer. 29:11 LBA)

III. Recordando lo que tenemos

Hasta ahora hemos visto quiénes somos y cómo somos. Ahora


Pablo nos recuerda qué tenemos:

Gracia y paz sean a vosotros, de Dios nuestro


Padre y del Señor Jesucristo
Entre los griegos, la salutación que seguía a los hombres y títulos
del que escribía era: ¡alégrate!, fórmula por la cual los paganos no
deseaban más que un gozo carnal y terrenal. En lugar de esto, los
cristianos deseaban a sus hermanos la gracia, fuente de todo perdón,
de toda salud, y el fruto de esa gracia es la paz, la paz de Dios, la paz
del corazón, la paz con todos los hombres.

Gracia

La gracia es favor, pero no a persona merecedora de ella por


habérsela ganado a pulso como una madre.

Tampoco es favor inmerecido, como el que se hace al pobre


mendigo.

Gracia es favor más excelso, favor desmerecido, como el que se


hace a un delincuente que ha dado muerte a un ser querido y que, en
lugar de darle el castigo que se merece, se le perdona y se le colma de
bondades. ¿No es ésta la descripción del mismísimo hombre que nos
ha robado la esperanza de un mundo feliz, la confianza en la bondad
del hombre, la capacidad de hacer las cosas bien hechas? Sólo hace
falta escuchar los informativos o leer los periódicos. ¿No pensáis algo
así después del atentado y cruel asesinato de ETA el 30D? Pues así
hemos estado atentando en el pasado contra Dios.

Esta palabra nos recuerda la infinita misericordia de Dios para


con nosotros, sus enemigos, y que, al perdonar nuestros delitos y
pecados mediante el sacrificio de Cristo en la cruz, nos da una nueva
esperanza de vida, ¡una nueva vida!

y paz sean a vosotros,

Estas cosas no son subjetivas, sino que la gracia se convierte


amistad con Dios y la paz es la tranquilidad, una posesión nuestra
gracias a los dones divinos.
La gracia no es un mero sentimiento de Dios sino un regalo de
Dios por medio de Jesucristo; la paz no es un estado de ánimo, una
“paz de espíritu”, sino una paz objetiva, algo que podemos ver y que
debemos hacer:

Bienaventurados los que hacen la paz, porque


ellos serán llamados hijos de Dios. (Mt. 5:9 RVA)

¡Ah! ¡Si todos los hombres pudiesen disfrutar de la paz de Dios,


cuántos profesionales de la medicina serían profesionales en otros
campos, cuántos psiquiátricos estarían vacíos, cuántos antidepresivos
dejarían de consumirse vorazmente!

Conclusión

fortalecidos con todo poder, conforme a la


potencia de su gloria, para toda paciencia y
longanimidad; (v. 11)

Pablo está escribiendo a los que han sido enviados por el mismo
Señor Jesucristo a proclamar el mismo evangelio que él está
predicando. Por eso nos recuerda quiénes somos, cómo somos y lo
que podemos disfrutar en Cristo. La vida cristiana no es fácil, hay
infinidad de problemas cuando queremos cumplir la voluntad de Dios
en nuestras vidas. Por eso debemos recordar estas palabras del Señor
Jesús:

Estas cosas os he hablado para que en mí


tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero
confiad, yo he vencido al mundo. (Jn. 16:33)

¡Éste es quién nos envía! ¡Fortalezcámonos en Él!

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