La Prisionera Del Duque

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Prólogo

Ian Wentworth miraba por la ventana del estudio hacia la mañana gris y
aburrida, las colinas de Stamford ocultas por lo que quedaba de una niebla
nocturna. Aún no eran las ocho y ya había estado despierto durante horas,
estudiando minuciosamente libros financieros en un intento por aplacar las dagas
en su mente. Como de costumbre, carecía de la concentración para hacer mucho,
pero era suficiente estar sobrio y vivo. El tiempo sanaba todas las heridas, o al
menos eso era lo que todos decían.

Un golpe en la puerta del estudio lo sobresaltó y la taza de té que tenía en la


mano tintineó sobre el platillo. Dudaba que alguna vez superara ser sorprendido
por un simple ruido, incluso en su propia casa.

–Entre –refunfuñó por encima del hombro.

Braetham, el mayordomo, entró en la habitación. –Perdón, su gracia, pero un


mensajero ha traído una nota.

Ian frunció el ceño y giró –¿Tan temprano?

–Está marcado como urgente –respondió Braetham, las líneas en su rostro


envejecido era inexpresivas y sin compromiso. –El mensajero cabalgó toda la
noche.

El primer pensamiento de Ian fue que una emergencia había golpeado a su


familia, ya que su hermana, Ivy, esperaba su segundo hijo en este mes. Con los
nervios de punta, colocó la taza y platillo sobre el escritorio.

–Dámela –dijo, con la mano extendida mientras cruzaba la habitación,


encontrando a su mayordomo en tres grandes pasos.

Braetham ofreció un sobre del tamaño de una carta, luego hizo una
reverencia. –¿Debo avivar el fuego, su gracia? hace bastante frío aquí.
Ian ni siquiera se había dado cuenta. –Sí –dijo distraídamente.

Dio media vuelta y regresó a la ventana en busca de una mejor luz, abrió el
sobre y sacó el pequeño trozo de papel con una acción rápida.

Desplegándolo, descubrió que no era para nada lo que temía. Fue peor Una
sola línea de información, completamente inesperada: Ella ya no está de luto.

Le tomó cinco segundos reaccionar. En cuestión de minutos, su futuro había


cambiado.

De pie, miró una vez más por la ventana. –Braetham, envíe otra olla de té y un
desayuno abundante. Quiero huevos y salchichas. Luego, dile a Cummings que
avise al personal de Tarrington Square que llegaremos dentro de una quincena.

El atizador de hierro resonó al caer contra la reja. –¿Señor?

Los labios de Ian se elevaron en un extremo. No era fácil sorprender a su


mayordomo de toda la vida. –Vamos a ir a Londres para la temporada –dijo, su voz
no era más que un susurro.

Un asombroso silencio imperó. Entonces Braetham se aclaró la garganta. –Por


supuesto, su gracia. Inmediatamente enviaré el té y el desayuno. ¿Hay algo más
por el momento?

Ian negó con la cabeza vagamente. Segundos después, el mayordomo salió de


la habitación.

Una niebla se posó sobre el pasto al este mientras el sol de la mañana alejaba
la humedad.

Él aplastó la nota en su puño.

Ella ya no está de luto...

Y ahora él tampoco.

Sí. Era hora.


Capítulo 1

Está tan oscuro dentro, tan frío y, en sus sueños, llora. Aunque desearía
poder, no puedo ayudarlo...

Londres, 1856

Su madre siempre la había acusado de ser demasiado caprichosa, no tan


pragmática como debería ser una dama de calidad, pero para la antigua Viola
Bennington–Jones, esos días habían quedado atrás. Enviudando a solo once meses
después de su matrimonio con Lord Henry Cresswald, Barón Cheshire, ella había
logrado escapar de los horrores de su pasado por el nacimiento de su hijo, John
Henry. La viudez le había permitido un tiempo para enamorarse de su hijo, pero
ahora, a los veintitrés, su luto oficial había terminado y esta noche comenzaría a
experimentar el mundo como debería hacerlo una dama de calidad. Su mejor
amiga, Isabella Summerland, única hija del Conde de Tenby, organizaba fiestas
excelentes y ahora podía asistir a ellas de manera espectacular. Para Viola, esta
temporada se convertiría en el debut que nunca tuvo.

Por supuesto, había más en juego que su propia necesidad de compañía, o su


deseo de bailar o tomar un té ocasionalmente con una pizca de chismes.
Necesitaba la facilidad de moverse en los círculos que, con el tiempo, mejorarían la
ubicación de su hijo en la sociedad mientras se mezclaba con aquellos círculos de
élite. Es verdad, John Henry tenía sólo cuatro años, pero como hijo de un barón, se
merecía lo mejor. A pesar de que su vida como madre podría estar morando en
escándalos secretos bien cuidados, se había prometido a sí misma, al nacer el
bebé, que su buen futuro permanecería libre de ellos. Siempre tendría cuidado,
haciendo todo lo necesario para proteger su reputación por encima de todo.
Incluso Isabella, la más cercana de sus amigas, sabía muy poco de los recuerdos
que aún la perseguían, y así era como lo conservaría por el bien de su hijo, quien
un día heredaría todo lo que le merecía su buen título y las conexiones que ella
hizo para él.

Sonriendo con una emoción genuina que no había sentido en años, Viola
levantó una copa de champaña de la bandeja de plata de un lacayo al pasar, luego
caminó con perfecta gracia a través de la galería bañada por el sol. La primavera
hasta ahora había sido bastante cálida y disfrutó la oportunidad de estar afuera,
con el aroma de las flores en el aire y un cuarteto de cuerdas tocando suavemente
al costado del balcón. Ésta, se juró, sería la mejor época de su vida.

A través de una multitud de la élite londinense, vio a su anfitriona, que ahora


estaba parada en medio de un grupo de damas vestidas de colores, todas ansiosas
por ver las últimas noticias de la sociedad. Isabella la divisó de inmediato y sus ojos
se iluminaron de alegría. –Querida, te ves hermosa –dijo, mirando a Viola de arriba
abajo mientras dejaba el grupo y se adelantaba para encontrarse con ella a mitad
de camino. –¡Y ese vestido de rojo rubí! Dios mío, las brujas malhumoradas
hablarán.

Viola se inclinó hacia adelante y besó el aire junto a cada una de las mejillas de
Isabella. –Gracias, querida, pero no me importa. –Se puso de pie y tomó un sorbo
de champaña. –Estaba tan cansada de usar desagradables tonos de gris, pensé en
alegrar mi armario. Ser conspicua y todo eso.

Isabella sonrió y miró a su alrededor. –Bueno, ciertamente eres conspicua. Y si


Miles Whitman te ve así, se pondrá de rodillas y te propondrá matrimonio.

–Que Dios me ayude –Viola arrugó la cara. –¿Él está aquí?

Isabella casi rió. –Claro que está. Sabes que nunca se pierde una fiesta en la
que pueda cortejar a una esposa de la sociedad. Y todos saben que ya no estás de
luto.

Viola no tenía intención de convertirse en la próxima señora de nadie.


Especialmente porque su difunto esposo la había dejado con una propiedad
perfectamente satisfactoria y un hijo para heredarla. No necesitaba nada más en la
vida que su hijo, sus amigos y su pintura, el lado privado de su vida que le levantó
el ánimo cuando más lo necesitaba.

–¿Dónde está Daphne? –preguntó, mirando por encima del hombro y


escudriñando a la multitud en busca de su amiga, la hija del difunto Vizconde
Durham, nieta del anciano pero extremadamente rico Duque de Westchester, y
quien, por lo general se podía encontrar en compañía de un caballero elegible, o
dos, si no estaba al lado de ella o de Isabella. Con su pedigrí, ella podría elegir a
cualquier persona, y ella disfrutaba de ese conocimiento. Y la atención.

Isabella sonrió. –¿Dónde crees? Está decidida a convencer a Lady Hollister


para que le presente a su sobrino.

–Ahhh... –Viola sonrió con comprensión. –¿Esta semana ella piensa casarse
con Lord Neville?

–Supongo –respondió Isabella, levantando un hombro desnudo. –Él también


debería estar aquí esta noche.

–Así que... ¿qué pasó con su fascinación por Lord Percy? –preguntó Viola, casi
con miedo de la respuesta.

Con un giro dramático de sus ojos, Isabella se inclinó y enunció –Lord Percy, al
parecer, está decidido a cortejar a Anna Tildare esta temporada, ya que Daphne
ahora parece bastante aburrida con él.

Viola abrió la boca, luego levantó una mano enguantada para sofocar una
risita. –Pobre Percy.

–Pensé exactamente lo mismo. –Isabella levantó su copa de champaña en un


brindis falso. –Pero brindemos por todos los demás caballeros disponibles que aún
no han sido influidos por la gran fortuna y los diminutos senos de la Dama del
Horror...

–¡Isabella!

Ambas se rieron esta vez mientras Viola agarraba el brazo de su amiga y lo


halaba hacia abajo, mirando alrededor para asegurarse de que no las escucharan
discutir algo tan poco elegante. Frecuentemente llamaban a Lady Anna, hija del
increíblemente rico Conde de Brooksfield, Dama del Horror, debido a su actitud
detestable y su imperioso sentido de autoridad. Que fuese bonita simplemente lo
empeoraba y lo hacía particularmente injusto, aunque era muy cierto que la dama
no tenía pecho. Sin embargo, a pesar de sus modales engreídos y su falta de curvas
femeninas, Anna Tildare generalmente lograba llamar la atención de todos los
caballeros de la habitación. Por esa sola razón, ella indudablemente estaría aquí
esta noche.
–Escuché el chisme más intrigante, de parte de mi madre, si puedes creerlo –
dijo Isabella, volviéndose un poco cautelosa al cambiar de tema.

–¿Tu madre? –Viola jadeó. Lady Tenby nunca chismorreaba y le decía a su hija
con frecuencia cuánto aborrecía ese rasgo en los demás.

Isabella unió sus brazos y acercó a Viola mientras comenzaban a caminar


lentamente por el patio. –Bueno, tal vez no es un chisme, sino más... una noticia
interesante que tiene que ver contigo.

Intrigada, Viola instó –Continúa.

Isabella se inclinó, bajando la voz casi a un susurro. –Escuché a mi madre


hablar con Greeley hace un rato...

–Tu mayordomo.

–…y ordenó un cambio rápido del menú para adecuarse a Fairbourne.

–Fairbourne viene –dijo suavemente, haciendo una pausa en su paso. –


¿Daphne lo sabe?

Isabella sacudió la cabeza. –Aún no. Y tampoco se lo digas. No quiero que se


vaya antes de que comience el baile.

Lucas Wolffe, Duque de Fairbourne, era bien conocido en los círculos de


Londres y, a lo largo de los años, había asistido a varios de los eventos de Lady
Tenby. Viola se había encontrado con él una vez, justo después de su matrimonio,
y lo recordaba como un soltero guapo con un pasado sombrío y riquezas
incalculables que hacían que las mujeres solteras se desmayaran con la mezcla
estándar de timidez y cálculo. Todas las mamás de la tierra lo querían por yerno,
así que no fue ninguna sorpresa que lo invitaran esta noche, lo que Daphne
probablemente sospecharía de todos modos. Pero aunque Viola no conocía bien al
hombre, todos sabían perfectamente que, a pesar de la falta de detalles, una
disputa entre el hermano de Daphne, Justin Marley, el Vizconde Durham y el
Duque de Fairbourne seguía siendo fuerte y amarga. Si los dos tenían que estar en
la misma fiesta, seguramente Daphne querría evitarlo.

–Entonces, ¿qué tiene que ver el gusto de Lord Fairbourne en la comida


conmigo? –preguntó después de un momento, volviendo al tema original.
–No se trata de la comida, Vi. –Las comisuras de la boca de Isabella se
levantaron un poco. –Él traerá un amigo esta noche. Un coleccionista de arte de
considerable riqueza. O eso dijo mi madre.

Una pizca de aprensión la recorrió, aunque Viola se había entrenado en estos


últimos años para ocultar ese miedo dentro de una actitud elegante. En lugar de
reaccionar, suspiró con una sonrisa amable. –¿Eso es? ¿Ese es el chisme?

Isabella se mordió el labio inferior, mirándola con recelo. –Debe ser una
persona importante, ¿no crees, para ser escoltado por Fairbourne? Es posible que
incluso haya oído hablar de ti y, de hecho, viene a conocerte, aunque, por
supuesto, no podía preguntarle a mamá su nombre. Me regañarían por escuchar a
escondidas.

Viola tomó otro sorbo de champaña, volvió los ojos una vez a la creciente
fiesta frente a ella. Vio a varias personas que conocía, otras no, y casi nadie prestó
especial atención a su llegada más allá de la formalidad esperada. Pero había
aprendido a ser cautelosa de todos modos.

Incluso ahora tenía miedo de que la descubrieran como el legendario artista


erótico Víctor Bartlett–James, un miedo bien fundado, aunque generalmente sin
garantía, ya que ese pequeño elemento de su pasado había sido retirado hacía
tiempo. Nadie en la tierra sabía que ella y Víctor Bartlett–James eran la misma
persona, salvo su abogado muy bien pagado, que había sido el hombre que llevaba
su trabajo a las subastas. Cuando su esposo murió, también lo hizo Víctor, y ahí fue
cuando comenzó a desarrollar una carrera mucho más aceptable para su talento, y
un nombre ejemplar para ella como Lady Viola, Baronesa Cheshire, una de las
mejores pintoras de naturaleza muerta y retratos formales de la nobleza de
Inglaterra. Aún así, no podía dejar de lado la idea de que eventualmente sería
descubierta, expuesta como un fraude y, lo que es peor, arruinada socialmente
por ser la artista infame de hombres y mujeres desnudos posando en diversas
posiciones de éxtasis. Y nunca, nunca olvidaba que tal ruina era un peligro para su
hijo. Siempre tendría cuidado, haciendo todo lo necesario para proteger la
reputación de él por encima de todo.

–No mires a todos con tanta sospechosa –murmuró Isabella, exigiendo su


atención una vez más. –Él no está aquí todavía.

Viola miró a su amiga. –¿Cómo lo sabes, si no sabes quién es?


–Porque –enfatizó Isabella con los ojos muy abiertos –si él está con
Fairbourne, puedes estar segura de que mamá nos avisará en el momento en que
lleguen para que podamos comenzar los flirteos apropiados.

Viola sonrió ante la verdad y, en un movimiento de barrido, entrelazó su brazo


con el de Isabella una vez más, volviéndose hacia la fiesta. –Entonces disfrutemos
la noche antes de que nos veamos obligadas a flirtear con galanes arrogantes que
nos harán daño en los dientes.

Durante las siguientes horas, se esforzó por ignorar cierta inquietud


persistente y divertirse. El humor de la celebración la deleitó, y como finalmente
pudo liberarse de la rigidez del luto, saboreó cada bocado de chismes, cada
persona que le presentaban, la comida y el champaña, y finalmente, al anochecer,
el baile mientras la reunión se movía dentro del lujoso salón de baile de Lord
Tenby.

Viola no había bailado en años. Desde la noche del baile de máscaras en


Winter Garden hace cinco años, la noche en que su vida había cambiado para
siempre, había bailado solo una vez en su pequeña boda. Poco después había
ingresado al confinamiento, y no mucho después de que su hijo nació, su esposo
contrajo neumonía y murió repentinamente. Había sido un año muy impactante
en muchos sentidos, pero mantener sus propiedades en funcionamiento y criar a
su hijo había sido agotador, las restricciones del luto deprimentes. Ahora podía
bailar, e incluso sus dos valses con Miles Whitman fueron agradables. Realmente
deseaba que él dirigiera los ojos a su rostro en lugar de su pecho cuando le
hablaba, pero supuso que todos los hombres tenían tal propensión natural. Esa
noche se prometió que no le importaría.

Y luego, a las cinco menos cinco, su cómoda vida se hizo añicos.

Viola estaba parada cerca de la mesa del buffet, bebiendo su tercera copa de
champaña y sintiéndose maravillosamente mareada. Daphne e Isabella estaban a
su lado, y las tres escudriñaron a la multitud por bocados más deliciosos que los de
sus platos.

–Veo que Lady Anna está coqueteando, como de costumbre –dijo Daphne con
disgusto, lamiendo una cucharada de crema dulce de una cucharadita.
–Y con Seton, nada menos. –Isabella soltó una bocanada de aire, levantando
una gruesa rebanada de pastel de chocolate del aparador. –No sé de dónde saca la
idea de que todo caballero quiere su mano.

Viola resopló. –Conociendo la reputación de Lord Seton, no creo que sea su


mano lo que busca.

Isabella y Daphne soltaron una risita, luego se detuvieron bruscamente


cuando Lady Tenby apareció a la vista, avanzando rápidamente hacia ellas, con su
porte erguido, el rostro nervioso casi tan rosado como su ancho y alborotado
vestido.

–Por el amor de Dios, párate derecha, Isabella –le regañó en voz baja mientras
se acercaba a su hija. –Hay numerosos caballeros titulados presentes, y ningún
caballero de tan alta calidad quiere bailar con una dama que se encorve.

Isabella se inclinó para besarle la mejilla. –Nos preguntamos dónde estabas,


madre. Viola y Daphne justo estaban comentando sobre sus pasteles de salmón.
Los disfrutaron, pero creo que esta noche hay demasiado eneldo en la crema.

Viola se llevó el vaso de champaña a los labios para sofocar una carcajada y se
dio cuenta de que Daphne hacía lo mismo. Nadie tenía más habilidad para inventar
historias, mentir para su propia diversión, que Isabella. Si ella no hubiera nacido
bien, habría sido actriz.

Lady Tenby suspiró con afectuosa molestia. –Todos sabemos que no hay
pasteles de salmón y eneldo en el menú, Isabella.

Los ojos de Isabella se iluminaron. –Oh. Bueno, entonces, estoy


completamente confundida. –Miró a Daphne, luego a su plato –¿Qué hemos
estado comiendo?

–Con suerte muy poco. Ahora deja eso y deja de cotillear –continuó Lady
Tenby, exasperada mientras se daba golpecitos en el cabello canoso. –Ustedes no
deberían pasar tanto tiempo en la mesa del buffet de todos modos. Nunca
encontrarán esposos si no mantienen las figuras esbeltas.

Su hija obedeció colocando su pastel todavía intacto en el aparador. –Viola ya


ha experimentado las alegrías del matrimonio, madre –dijo con falsa dulzura. –No
creo que ella necesite o quiera otro esposo.
–Disparates. La alegría no tiene nada que ver con eso –soltó la mujer mayor. –
Todas las mujeres bien educadas necesitan esposos, incluidas las viudas jóvenes.
Ahora detengan la charla impropia y vayan, todas ustedes. Mézclense.

Con esa declaración, Lady Tenby se enderezó, se volvió y desapareció en la


multitud, cada vez mayor, de nobles ebrios pero aparentemente dignos que
necesitaban esposas.

–Ella me agota –dijo Isabella, levantando un abanico y agitándolo frente a ella.

–Las madres siempre lo hacen –Daphne respondió con un gemido.

Viola sonrió. –Cuando ustedes dos se conviertan en madres, lo comprenderán.


No queremos nada más que lo mejor para nuestros hijos.

Isabella se burló. –Tienes un hijo.

–Y con apenas cuatro años ya tiene un título –intervino Daphne como si eso lo
explicara todo.

Viola se frotó la parte posterior del cuello, sintiendo que la tensión volvía a
subir, como siempre lo hacía cuando se preocupaba por su hijo y su futuro. El
Duque de Fairbourne probablemente ya había llegado, sin ceremonia, como era su
naturaleza, lo que significaba que su amigo vagaba por el salón de baile también.
La mayoría de sus obras de arte recientes no serían consideradas del tipo
coleccionable, aunque si este caballero en particular deseara pintar su jardín, ella
sería a quien contactarían. Lo que la inquietaba, supuso, era que él se llamara a sí
mismo coleccionista de arte. La mayoría de sus ilustraciones originales de V.
Bartlett–James habían sido vendidas a caballeros coleccionistas.

–Oh, cielos ¿quién es ese? –preguntó Daphne con entusiasmo, cortando los
pensamientos de Viola mientras tiraba de su manga.

Viola se volvió hacia la pista de baile, no vio nada más que un movimiento de
faldas coloridas y cabezas rebotando, escuchó el habitual ruido de la conversación
y los estallidos de risa mezclados con un minuet en G de Bach, perfectamente
ejecutado.

–¿Quién es quién? –preguntó Isabella, levantándose de puntillas para tratar


de obtener una mejor vista.

–¿Fairbourne? –preguntó Viola.


Daphne negó con la cabeza. –No, alguien más. Alguien mucho más atractivo.
Pero… ahora ha desaparecido.

–Nadie es más atractivo que Fairbourne –dijo Isabella con fuerza.

De repente, Daphne se puso rígida, levantó un poco la barbilla y dijo


rotundamente. –Estaba equivocada. Es él.

–Y viene para acá –añadió Viola, al ver por primera vez la magnífica estatura
del hombre que se paseaba con facilidad alrededor de las parejas persistentes, que
se separaban automáticamente para él.

–Es tan guapo –susurró Isabella con un suspiro.

Daphne no dijo nada a eso, aunque, aún a unos metros de distancia, el duque,
innegablemente guapo, la miraba directamente durante un largo e intimidante
momento.

Abruptamente, Daphne carraspeó y se volvió. Alegremente, dijo. –


Discúlpenme, queridas, pero como me niego a cruzar mi camino con el deplorable
duque, creo que buscaré a Lord Neville. Creo que es hora de nuestro segundo set.

Con eso, se levantó la falda y se deslizó alrededor de la mesa de buffet, con la


cabeza en alto, sus rizos oscuros rebotando con cada paso contundente mientras
desaparecía entre la multitud.

–¿Cuándo terminará su ridícula pelea? –preguntó Isabella segundos después,


con las cejas juntas, mientras la miraba fijamente.

Viola sacudió la cabeza minuciosamente. –Ella está protegiendo a Fairbourne.


Su hermano lo retaría a duelo si el hombre le pedía un baile.

–Lady Isabella y Lady... Cheshire, ¿no es así?

Viola se dio la vuelta, aturdida por un segundo o dos cuando Lucas Wolffe,
alto y dominante, se paró frente a ella, reconociéndola con una voz profunda y
fría.

–Su gracia –dijo Isabella de inmediato, rompiendo el hechizo primero con una
reverencia adecuada.
Viola automáticamente siguió con la misma, bajando su cuerpo con gracia
mientras inclinaba su cabeza hacia abajo con respeto, el latido de su corazón se
aceleraba como siempre cuando se encontraba en compañía de alguien tan
importante. Y entonces el pasado y el presente chocaron con una fuerza veloz y
brutal, cuando se puso de pie y levantó las pestañas, Fairbourne se movió a su
izquierda para ofrecer una visión completa del hombre que estaba detrás de él.

Oh, Dios mío...

Ella parpadeó, instantáneamente hechizada por una irrealidad nueva y vívida.

–Señoras, les presento a Ian Wentworth, Conde de Stamford, Duque de


Chatwin.

La habitación comenzó a girar. Su garganta se tensó. No podía respirar.

Ian Wentworth, Conde de Stamford...

Me encontró.

Isabella hizo una reverencia otra vez, murmuró algo. Asintió bruscamente en
respuesta, luego lentamente dirigió su atención a Viola.

Esos ojos... los ojos de Ian. Suplicantes...

¡Corre!

Ella no podía moverse. Sus miradas se encontraron, y durante un momento


interminable, el tiempo se detuvo entre ellos. La historia de repente se convirtió
en ahora, sus recuerdos compartidos, desagradables y apasionados, temerosos y
vibrantes, pasaron íntimamente entre ellos en un abrir y cerrar de ojos.

Viola se tambaleó cuando dio un paso atrás; la copa de champaña cayó de sus
dedos para romperse en el piso de mármol a sus pies. Y aún así, no podía apartar
la mirada de su rostro. Esa hermosa y expresiva cara, tan cambiada. Perfeccionada
con el tiempo.

–¿Viola?

Los lacayos se dispersaron a su alrededor para barrer rápidamente la copa y el


líquido pálido que se acumulaba en el dobladillo de su vestido; otros a su
alrededor retrocedieron para hacer espacio. El repentino remolino de actividad la
sacudió y parpadeó rápidamente, mirando hacia abajo, desconcertada.

–Lo... lo siento. –Su voz sonó recortada, hueca.

Isabella le pasó un brazo por los hombros. –¿Estás bien? Parece que te fueses
a desmayar.

–No, estoy... estoy bien. De verdad. –Trató de lamerse los labios aunque su
lengua se sentía espesa y seca. –Simplemente tengo… calor.

Preocupada, Isabella abrió su abanico. –Toma esto. Y siéntate. Recupera el


aliento.

Fairbourne se rió entre dientes, interrumpiendo su desorientación mientras


extendió la mano y la agarró del codo, ayudándola a sentarse en una silla que un
lacayo puso al costado de la barra lateral. Ella lo miró, intentando inhalar por
completo mientras se abanicaba sin pensarlo. –Gracias. Yo… me disculpo, su
gracia.

–No, en absoluto, me siento halagado –respondió con afabilidad. –No es


frecuente que tenga tal efecto en una dama.

Ella trató de sonreír… y luego le dio una mirada a la verdadera causa de su


turbación.

Él la miró fijamente, la aguda mirada enfocada intensamente en su rostro, con


expresión ilegible. Luego sus labios se elevaron en una esquina. –Yo tampoco. Te
desmayaste incluso antes de que hubiéramos sido presentados correctamente.
Normalmente tengo que hablar antes de que eso suceda.

Isabella se rió ligeramente de su encanto y astucia. Viola, sin embargo, no


tenía idea de qué decirle. Pero su voz... ¡Oh, cómo recordaba su voz! La
hipnotizaba entonces como lo hacía ahora… suavemente ronca, baja y rica,
rogando…

–Discúlpenme –dijo Fairbourne después de una pausa incómoda, con un tono


ligeramente divertido. –Lady Viola Cheshire, su gracia, el Duque de Chatwin.

El hombre dio un paso adelante para colocarse frente a ella, bloqueando la


brillante araña iluminada con su poderoso cuerpo. Luego, con un suave
asentimiento, extendió la mano con la palma hacia arriba.
Viola la miró por varios segundos, insegura de qué hacer. Pero su cabeza había
comenzado a aclararse. La música tocaba a su alrededor, la champaña fluía y la
fiesta continuaba como el primer gran evento de la temporada. Eran solamente
dos entre muchos. También se dio cuenta de algo más: él había heredado un
nuevo título, y uno importante. Como un caballero de tan distinguido rango,
ciertamente no la expondría a ella, ni a su pasado, frente a sus pares. No esta
noche. No aquí, no así. No tenía idea de por qué actuaba como si no la recordara, y
sin duda disfrutó de su desconcierto, pero por ahora su reputación estaba a salvo,
y eso era todo lo que importaba. Ella tenía tiempo.

Sintiendo que el alivio la inundaba, más segura por el momento, tomó otra
respiración profunda. Luego, mirando sus dedos largos y duros, levantó la mano
enguantada y la colocó con cuidado sobre la suya.

Él cerró su pulgar sobre sus nudillos, luego, segundo a segundo, la ayudó a


levantarse suavemente. De pie frente a él una vez más, ella hizo una reverencia
con elegancia, interpretando el papel que había aprendido.

–Su gracia.

–Lady Cheshire.

Su nombre pareció deslizarse de su lengua como si el sonido lo fascinara. O tal


vez sólo era su imaginación. Pero la fuerza que sentía de él mientras la tocaba
ahora, mano a mano enguantada, impregnaba su piel para impresionarla por
completo, por dentro y por fuera.

Fuerte. Vibrante. Vivo. Por ella.

Él la soltó y dio un paso atrás, de pie con los brazos detrás de él. –Se siente
mejor, espero.

Ella se sacudió y se pasó la mano por el corpiño de su vestido. –En efecto.


Gracias.

Él asintió una vez.

Otro momento tenso pasó. Entonces Isabella dijo –Entonces... ¿Mi madre nos
informó que eres un coleccionista de arte?

–Lo soy –respondió sin mayor detalle.


Viola tragó saliva. –Y un amigo de Lord Fairbourne. Qué delicioso para él…
para ti. Por así decirlo. –Probablemente fue lo más ridículo que había dicho alguna
vez, y sintió ganas de encogerse en el momento en que salió de su boca.

Isabella miró de uno a otro, y afortunadamente la salvó de más vergüenza. –


Uh, Lord Chatwin, Lady Cheshire es una artista excepcional. ¿Quizás ha visto su
trabajo?

Viola sintió la mirada de Ian sobre ella otra vez y forzó una sonrisa sencilla
incluso cuando sintió un calor renovado subir por su cuello.

–No tengo idea –respondió. –¿Acaso es famosa, madam?

El tono de su voz la provocó hasta los huesos, tal como lo hizo todos esos
años. Pero también apareció una gran confianza en él. Levantó los párpados para
capturar su mirada una vez más, de inmediato percibió una indefinida audacia en
sus profundidades oscuras, algo calculador que envió una onda de advertencia a
través de su cuerpo.

Fairbourne, que había estado mirando en silencio durante el último minuto o


dos, cruzó los brazos sobre su abrigo de noche a medida. –No es necesario ser
humilde, Lady Cheshire, puede admitirlo. Ya le dije a Chatwin que pintó la mayoría
de los retratos formales de la nobleza en los últimos años y que se celebra como
una de las mejores artistas de Londres. Es por eso que está aquí.

–¿Por qué está aquí? –repitió Isabella.

Viola extendió la mano para remover un rizo perdido de su frente, no porque


le molestara, sino porque se sentía más incómoda en ese momento que en los
últimos cinco años y necesitaba desesperadamente algo que hacer.

–Me disculpo si he sido vago –murmuró Ian, con una sonrisa agradable
mientras continuaba escudriñándola. –Pero acabo de regresar a Londres y espero
quedarme solamente por la temporada. Dado que su buena reputación le precede,
quería reunirme con usted inmediatamente, Lady Cheshire, con la esperanza de
poder hablar de la comisión de un trabajo mientras estoy aquí.

Nuevamente, se sintió aturdida, entumecida. No tenía intención de trabajar


para él, estar a solas con él. Jamás. Y sin embargo, cuando preguntó así, de pie
frente a ella en un salón de baile lleno de gente, vestido formalmente y
presentándose como un hombre de gran riqueza y poder, ella simplemente no
podía negarle su pedido de una reunión inocente. No si ella iba a mantener su
estado como una dama de calidad y su reputación como artista profesional.

Había algo en todo este encuentro que simplemente parecía extraño. Ninguna
mención de su pasado, ningún reconocimiento por parte de él, realmente. Y sin
embargo, sintió una tensión entre ellos que amenazaba su compostura,
obligándola a jugar su mano por el momento.

Superando su renuencia, asintió una vez, agarrando el abanico de Isabella


contra su cintura en una especie de defensa. –Tendré que revisar mi agenda.

–Por supuesto –respondió de inmediato, como si esperara una respuesta tan


estándar.

La orquesta tocó un vals. Isabella carraspeó y Fairbourne captó la señal.

–¿Me honraría con un baile, mi Lady?

Ella sonrió hermosamente mientras colocaba su mano cubierta de seda sobre


el brazo de él. –Estaría encantada, su gracia.

De repente, viendo a su amiga deambular por el ruidoso grupo de la nobleza


mayormente ebria, Viola se sintió más aislada en el abarrotado salón de baile de lo
que lo hubiera hecho en un bote en medio del mar. Con creciente inquietud,
levantó la vista una vez más, encontrándose con la de él.

No me pidas bailar. Por favor, no me pidas bailar…

–Lady Viola Cheshire –dijo en un susurro.

Ella sintió un trueno instantáneo en el pecho cuando él usó su nombre de pila.


–¿Sí, su gracia?

Él entrecerró los ojos, y muy, muy lentamente, la estudió de arriba a abajo,


desde el dobladillo de su vestido rojo rubí, a través de su corpiño ajustado,
haciendo una breve pausa en su escote redondo y bajo, y el medallón dorado
descansando en el pliegue de su seno antes de subir su garganta a su cara
enrojecida. Cuando por fin la miró a los ojos, su respiración se vio envuelta en un
torbellino de pánico. Por el más mínimo segundo, sintió el deseo dentro de él. No
lujuria como ella lo sabía, sino algo más. Algo que ella no podría definir.

Él hizo una mueca con los labios. –No tengo ganas de bailar en este momento.
Un alivio palpable la recorrió incluso mientras sentía una leve punzada de
decepción.

La voz de él se convirtió en un ronco susurro. –¿Le importaría caminar


conmigo en el jardín en lugar de eso?

Ella tragó, simplemente incapaz de apartar la vista de él, o responder.

Él sonrió de nuevo como si sintiera su vacilación, una hermosa sonrisa que


suavizaba los duros planos de su cara, y luego levantó su brazo hacia ella.

Ella lo tomó porque no se atrevía a negarlo, y en el transcurso de diez


segundos, salían del salón de baile.
Capítulo 2

Está drogado de nuevo, pero todavía tan inquieto y con gran dolor. Oh, por
favor, Dios, dime qué hacer...

La oscuridad había caído y Viola se estremeció al entrar en el aire frío de la


noche. Sin embargo, él no pudo haberlo sentido, ya que ella solamente lo tocaba
con la mano enguantada en su antebrazo. El instinto le decía que necesitaba irse, y
rápido, pero correr le despertaría sospechas. Por el momento, no tenía idea de
qué hacer o qué decir.

Él permaneció en silencio mientras la conducía hacia el borde del balcón, que


daba a un gran jardín y un estanque debajo, iluminado hermosamente por la luz
de antorchas. Había otros a su alrededor, parejas paseándose o mezclándose en la
distancia, risas apagadas y música procedente del salón de baile, y saber que no
estaban completamente solos le daba al menos una pequeña sensación de
seguridad.

Por fin se detuvo y se volvió hacia ella, apoyó el codo casualmente sobre la
barandilla mientras estudiaba un lado de su rostro. Ella permanecía erguida y
rígida, mirando hacia el sendero que serpenteaba a través del jardín de flores
abajo, con el abanico de Isabella frente a ella. En cualquier momento sospechaba
que él le diría que sabía quién era ella, que la había encontrado deliberadamente
para enfrentarla, que había querido estar a solas con ella afuera para acusarla de
haber tenido conocimiento de su secuestro hace cinco años y no hacer nada para
ayudarlo a escapar. Una parte de ella quería soltar una disculpa antes de que él
pudiera mencionarlo, explicar sus acciones, pero sabía que a estas alturas
parecería vacío, y de todos modos no quería ser ella quien rompiera el silencio.

–Es una noche perfecta para estar afuera –dijo, interrumpiendo sus
pensamientos.
La conversación vacía la desconcertó. –Sí, encantadora.

–Lady Viola Cheshire –repitió muy lentamente.

La riqueza de su voz cuando dijo su nombre nuevamente la cautivó.


Valientemente, ella miró su rostro, ahora parcialmente oculto en la sombra,
iluminado sólo por la tenue luz del salón de baile detrás de ella, sin revelar nada en
su expresión. De repente, ella supo que estaba a punto de revelar su intención y
esperó, incapaz de apartar la mirada de la suya. El silencio se prolongó durante
varios segundos insoportables y luego inclinó la cabeza hacia un lado para mirarla
especulativamente. Ella no podía moverse. O respirar.

Luego, frunciendo sus oscuras cejas, murmuró. –Perdóneme por ser franco,
pero hay algo tan... extrañamente familiar en usted. ¿Nos hemos visto antes?

Por segunda vez esa noche, Viola casi se desmaya. Parpadeó rápidamente
varias veces, incapaz de evitar mirarlo boquiabierta mientras la sangre
abandonaba su rostro y una profunda confusión la envolvía. –¿Pe… perdón?

Él continuaba mirándola, aparentemente inconsciente de su incredulidad.

–Me disculpo por mirarla, pero su... cara y su voz me han cautivado. –Sacudió
la cabeza, desconcertado, entornó los ojos. –Sé que te he visto antes.
Simplemente no puedo precisar cuándo, ni dónde pudo haber sido.

Una ráfaga de aire escapó de la boca parcialmente abierta de Viola y se


deprimió momentáneamente en su puesto, sintiendo una repentina e inexplicable
euforia ante la posibilidad de que tal vez él no la recordara realmente, y no
hubiera venido para desafiarla en absoluto. Sin embargo, la mera noción parecía
totalmente increíble. Cierto, había estado drogado casi todo el tiempo que había
estado en cautiverio, en una oscuridad casi total, y ella nunca le había dado su
nombre durante esos pocos respiros solos donde había aparecido más lúcido.
Pero, ¿realmente no podía recordarla como la mujer que había compartido su
horror?

–¿Lady Cheshire? –preguntó en voz baja.

Ella se enderezó, obedeciendo la advertencia de que si realmente no la


reconocía, ella no sería quien lo iluminase. –Lo siento. Estaba pensando, tratando
de ubicarlo, pero, por desgracia, no puedo. –Suspiró y le dedicó una media sonrisa.
–Si nos hemos visto antes, no recuerdo el momento ni las circunstancias.
Él asintió. Los segundos transcurrieron mientras continuaba estudiándola,
haciéndola sentir cada vez más incómoda bajo su escrutinio. Luego sonrió
astutamente. –Quizás tenga razón, aunque rara vez dejo de recordar a mujeres
hermosas, y es usted muy hermosa.

Su inesperado cumplido la calentó por dentro tanto como la sorprendió.


Aparte de la forma de su rostro y su color, no se parecía en nada a como era cinco
años atrás, y nadie le habría dicho hermosa entonces. Bonita tal vez, pero no
hermosa. Aún así, su halago parecía genuino incluso si no entendía hacia dónde se
dirigía la conversación ahora.

–Eso es muy dulce de su parte –murmuró. –Gracias, su gracia.

Continuó mirándola, y ella sostuvo su mirada firmemente, con una sonrisa


educada mientras esperaba su próximo movimiento, el corazón le latía tan fuerte
que podía sentirlo en el pecho.

–Es viuda –afirmó segundos más tarde –y Fairbourne me dice que ésta es su
primera temporada sin luto.

–Es verdad. Mi esposo murió hace casi cuatro años.

–Ya veo –dando la vuelta, se asomó al jardín de abajo y se inclinó un poco,


apoyando los antebrazos en la barandilla, entrelazando los dedos frente a él. –
¿Qué pensaba su esposo de su talento artístico?

Ella parpadeó. –¿Mi talento?

Encogiéndose de un hombro, respondió –¿La animó a que lo siguiera como


profesión?

La línea de sus preguntas la preocupaba, y se sacudió mentalmente,


preparada para ser lo más vaga posible. –No diría que él lo viese como una
profesión, su gracia –respondió con cuidado. –Pero luego murió no mucho
después de que nos casáramos, y en ese momento se convirtió en un punto
discutible.

–Y desde ese momento se ha hecho un nombre y es considerada una de los


mejores artistas de retratos de Londres, ¿no es así?

Él ya lo sabía, pero ella decidió no recordárselo otra vez. –Lo soy, aunque hay
muchos otros que también son muy buenos.
Mirándola a los ojos, preguntó –¿Cuánto cobra por cada retrato?

–Eso depende –respondió honestamente. –Hay varias tarifas involucradas, y


cada situación es diferente, desde la simple a la compleja.

Él la estudió por un momento. –¿Y cómo estas… situaciones difieren


exactamente?

–Bueno –explicó con una larga exhalación –mi tiempo es generalmente en lo


que se basan los costos, aunque también considero cuántas sesiones podrían ser
necesarias, si el sujeto es un niño o adulto, cuántas personas hay en el retrato,
cuán grande será la pintura, el costo de los suministros, los gastos de viaje y la
situación financiera del comprador.

Él levantó las cejas. –¿La situación financiera del comprador?

No debió haber revelado eso. Temblando un poco, dijo vagamente. –Trato de


ser complaciente cuando puedo. Algunas personas son menos afortunadas que
otras, incluso en la nobleza, y estoy segura de que lo sabe.

–Ciertamente, lo sé. –Estuvo de acuerdo, bajando su voz profunda a un


susurro. –¿Y de qué manera los caballeros menos afortunados le pagan por su...
talento complaciente, Lady Cheshire?

Los ojos de Viola se ensancharon una fracción por la sugerencia de la


pregunta. El calor la inundó, trepando por el cuello y las mejillas, aunque se
mantuvo firme, negándose a apartar la mirada o a encogerse de vergüenza, ya que
probablemente él no podía ver cómo se ruborizaba con la tenue luz.

Con una ligera inclinación de barbilla, ella respondió. –A veces sus esposas me
hornean pasteles, su gracia.

Muy lentamente la boca de él se curvó en una sonrisa. –¿Trabaja por pasteles,


madam?

Sus hermosas facciones, atrapadas en genuina diversión, casi hicieron que el


corazón se le detuviera.

–El de cereza es mi favorito.

–Lo es.
–Pero también disfruto el de arándano y de manzana –añadió con bastante
picardía. –A veces, si el retrato es muy grande y consume mucho tiempo, exijo un
pastel de cada uno de los tres sabores para satisfacer la deuda.

Él casi se rió; podía verlo luchar contra la risa mientras su mirada recorría su
rostro otra vez, observando cada rasgo, desde los rizos en su cabello, hasta los
diminutos pendientes de perlas que colgaban de sus lóbulos, hasta sus labios
cuando ella los lamía por un repentino nerviosismo.

Él se giró hacia ella una vez más, su sonrisa se desvaneció cuando dio un paso
hacia ella, lo suficientemente cerca para que sus piernas le rozaran el vestido.

–Asumo que su esposo la dejó en un estado satisfactorio, entonces, ya que


puedes trabajar por pasteles. –Mantuvo la expresión y la posición del cuerpo
ilegible.

La inquietud la llenó de nuevo. Estaba lo suficientemente cerca como para


tocarlo, oler un rastro de su fina colonia, para percibir un significado oculto en las
oscuras profundidades de sus ojos.

Ella tragó saliva, tratando de permanecer serena. –Perdóneme, su gracia, pero


no estoy segura de qué tiene que ver mi gusto por el pastel o el patrimonio de mi
esposo con...

–¿Nosotros? –terminó por ella en un susurro.

Ella no iba a decir eso, y le sorprendió completamente que lo hiciera. Él la


hipnotizaba por completo.

Él sonrió de nuevo, astutamente. –Si voy a encargarle el trabajo, Lady


Cheshire, necesito saber más sobre usted, y cuán complaciente puede ser.

Ella no sabía cómo tomar esa declaración en absoluto. Pero estaba bastante
segura de que no quería pintar su retrato. Cada segundo en su presencia
aumentaba el peligro de ser descubierta. Y ahora mismo estaba actuando
demasiado... familiar.

Ella se alejó un paso y abrió su abanico, refrescándose el rostro,


inmensamente agradecida de que no se lo hubiera devuelto a Isabella. –Como
mencioné antes, su gracia, no estoy segura de que tenga tiempo para comenzar un
nuevo proyecto.
Pensativo, dijo. –He aprendido que el tiempo es ciertamente precioso. Es
viuda, así que estoy seguro de que lo entiende mejor que nadie.

El movimiento del abanico se desaceleró. –Por supuesto.

Dirigió su mirada hacia el jardín, expuso. –No asisto a muchas funciones


formales, Lady Cheshire. Prefiero mantener la residencia en mi propiedad de
campo debido a... una desafortunada experiencia que me cambió cuando casi me
quita la vida en el invierno del cincuenta y dos.

Bajo la suposición de que él no tenía idea de su participación, el impacto de


escucharlo mencionar su secuestro la hizo tambalearse. Instintivamente, extendió
la mano para tomar con su mano la barandilla a su lado.

–Una fiesta del chisme, como sabrá. –Continuó, con voz cada vez más
sombría. –Por esa misma razón me he mantenido alejado de la ciudad lo más
posible estos últimos años, negándome a ofrecerme a mis pares como un
espectáculo, o peor, un tema de compasión.

Hizo una pausa cuando una pareja que se reía se paseó junto a ellos, luego se
enderezó y se volvió para mirarla de nuevo. Dio un paso más cerca, aunque juntó
las manos detrás de su espalda para pararse formalmente, con el rostro oscuro,
indescifrable, mientras la miraba de cerca.

Viola se movió de un pie al otro, incómoda bajo su escrutinio. –Su gracia, no


estoy segura…

–Lady Cheshire, hace varios meses heredé un nuevo título a través de la línea
ancestral escocesa de mi madre –interrumpió con facilidad. –Inusual, sin duda, y
aunque no era desconocido para mí, no lo esperaba tan pronto. Sin embargo, con
este título vino la aceptación de que finalmente debo cumplir con mi deber y
casarme. Es por eso que he venido a Londres para la temporada.

Ella abrió un poco la boca. –¿Está aquí para elegir una esposa?

–Necesito un heredero, madam.

Viola asintió con la cabeza como si entendiera por completo su situación,


aunque de repente experimentó de nuevo todas las emociones vibrantes y
tumultuosas que alguna vez había sentido hacia él, brotando a la superficie,
calentándole la cara y confundiendo su pensamiento racional.
–¿Tiene una dama en mente, su gracia? –preguntó casi en un susurro.

Frunció el ceño, sacudiendo la cabeza. –No por el momento, pero la


temporada apenas ha comenzado.

Un extraño alivio la recorrió, y ella lo anuló de inmediato. –Ya veo.

Segundos después, él preguntó –¿Tiene alguna conocida que recomendaría


para una presentación?

Si ella no hubiera estado tan aturdida por todo este enfrentamiento,


probablemente se hubiese sentido ofendida por su pregunta. Él no había querido
bailar con ella, pero ¿no le costaba pedirle consejos sobre otras damas para
conocer? Viola se sacudió a sí misma. Tal pensamiento era irrelevante. Quien
eligiera para cortejar no era de su incumbencia. Francamente, ella tenía una
preocupación mucho mayor en ese momento, como era hacer lo que pudiera para
calmarlo, y luego alejarse rápidamente, antes de recordar sus anteriores
encuentros.

–Estoy segura de que hay muchas mujeres para elegir, su gracia. –Respondió
con total naturalidad, erguida y abanicándose nuevamente. –También estoy
segura de que cualquiera de ellas estaría orgullosa de ser su duquesa.

Él sonrió de nuevo. –Qué respuesta tan formal, Lady Cheshire.

No tenía idea de cómo tomar ese comentario, así que lo ignoró. –Quizás
debería decirme qué quiere de mí, su gracia.

Él la miró en silencio durante varios segundos, luego respondió. –Me gustaría


que pintara mi retrato ducal para dárselo a mi novia como regalo de bodas, y luego
colgarlo en los pasillos de Chatwin. Por supuesto que le pagaré bien por su tiempo
y el producto final. –Se inclinó un poco para agregar. –No horneo, así que tendré
que pagarle en la forma blanda y ordinaria de un billete de banco.

Ella casi se rió de la idea increíblemente tonta de un duque en la cocina.


Aclarando su garganta, respondió. –Veré qué puedo hacer. Necesitaré...

–Revisar su calendario sí, lo sé –interrumpió, todavía divertido. Luego, metió


la mano en el bolsillo de su abrigo, sacó su tarjeta y se la dio. –Por favor, avíseme
si está disponible lo antes posible. Si no es usted, tendré que encargar el trabajo
en otro lugar.
Echó un vistazo a su tarjeta pero no pudo leerla en la oscuridad. –Enviaré un
mensaje, su gracia.

Él se inclinó levemente. –Hasta entonces, Lady Cheshire.

Volvió a mirarlo a los ojos, y por un breve momento una corriente pasó entre
ellos. Su mirada oscura recorrió su figura por última vez, y luego, con un
asentimiento, pasó a su lado, dirigiéndose hacia el salón de baile.

Viola casi se derrumba en el acto. Tardó varios minutos antes de atreverse a


regresar a las festividades ella misma, y cuando lo logró, sus emociones se llevaron
lo mejor de ella cuando lo sorprendió bailando con Anna Tildare, con una hermosa
sonrisa plantada en su hermoso rostro masculino.

Con la cabeza bien alta, fue en busca de Lady Tenby y se excusó, dejando la
fiesta antes de las diez, el brillo y la excitación que había sentido cuando llegó casi
se redujeron a un dolor sordo de remordimientos.
Capítulo 3

Hoy me senté junto a él, por largo tiempo, esperando reconfortarlo, pero él
nunca supo que estuve ahí…

Ian estaba en su habitación, enderezando su corbata, luego alisándose las


mangas mientras miraba su reflejo en el espejo. Ella había aceptado su oferta, y en
cuestión de minutos iría a su casa de la ciudad para hablar sobre los honorarios y
los detalles del retrato que pintaría. Tenía la intención de llegar tarde, de
mantenerla esperando a propósito, no solamente para aumentar su inquietud,
sino también porque quería aclarar cada detalle en la mente antes de que esta
mascarada final comenzara en su totalidad.

Ella no era para nada como él esperaba, o recordaba. Cierto, su recuerdo de


ella permanecía nebuloso en el mejor de los casos, intermitente y apareciendo
más en sus sueños y pesadillas que en sus pensamientos. Pero no se le había
ocurrido que fuera otra cosa que la tímida niña a la que recordaba vagamente, que
podría haber madurado hasta convertirse en una mujer distinta de su visión de la
abatida joven viuda que engordaba por la pereza, atendía a su hijo, y se mantenía
en casa.

Su sofisticación lo había sorprendido de inmediato. Incluso cuando ella había


gratificado por completo su espera de cinco años para enfrentarla casi
desmayándose en estado de shock al verlo, él aún sintió que una punzada de
consternación lo atravesó cuando la vio por primera vez. Aunque sólo tenía
veintitrés años, emanaba una elegancia, una belleza culta, de alguien diez años
mayor. Para ser sincero consigo mismo, ahora admitía el hecho de que en un
tiempo relativamente corto ella se había transformado magníficamente, de la
tímida y sencilla muchacha del pueblo a la segura e impresionante viuda de la alta
sociedad. Y todo sobre la reacción inicial de él hacia ella la noche anterior lo
enfurecía.

Es cierto que había quedado sorprendido por su belleza, atrapado por sus
llamativos ojos color avellana, brillante cabello negro rizado en una masa sobre su
cabeza, piel blanca sin defectos y remolinos de un rojo brillante que cubría su
cuerpo apropiadamente pero se abrazaba a cada curva a la perfección, solamente
insinuando el tesoro debajo de la seda. Fairbourne le había advertido, llamándola
algo así como una hechicera, pero él había ignorado una noción que no encajaba
en su memoria. Aun así, había logrado ocultar su asombro. En su momento más
débil casi la había besado, sintiendo un impulso rápido y molesto de acercarla y
disfrutar de unos minutos de mutuo deseo. Pero se detuvo recordando quién era y
por qué había acudido a ella. Tendría tiempo de sobra para una seducción
deliberada si decidía acostarse con ella, y moverse demasiado rápido podría ser
peligroso. No sería tan descuidado para olvidar eso de nuevo.

Ian se miró en el espejo, ni feliz ni infeliz con su apariencia. Su belleza, una vez
hermosa, había sido reemplazada hace mucho tiempo por el frío cinismo. A los
treinta y un años, era un hombre completamente crecido, con experiencia en casi
todo lo que importaba, pero anhelando una satisfacción del cuerpo y una paz
mental que permanecía oscura. Su propósito durante los últimos cinco años había
sido curar heridas aterradoras y superar una amargura más difícil de lo que la
mayoría de los hombres de su posición deberían contemplar, pero hasta ahora
había fallado. Su corazón se había endurecido lentamente a medida que sus
esperanzas de cualquier tipo de venganza habían menguado, y con ello había
muerto un sueño de felicidad para toda la vida, por fantasioso que fuera. Incluso
su hermana gemela se había distanciado de él estos últimos años mientras
perseguía implacablemente a sus demonios, sin éxito.

Pero todo había cambiado hace once meses cuando inesperadamente había
heredado un título distinguido y formidable, y toda la riqueza, la tierra y el poder
que lo acompañaban. De repente, tuvo la habilidad y los medios para remodelar su
destino. Y todo se centró en una ruina calculada, lenta y meticulosamente
diseñada de la antigua Viola Bennington–Jones. Ella siguió siendo la única persona
que escapó a la justicia por los errores cometidos hace cinco años cuando, después
de dejarlo inconsciente, sus dos hermanas lo arrastraron a una mazmorra
centenaria, lo encadenaron a una pared, lo drogaron repetidamente y finalmente
lo dejaron por muerto. Y aunque Viola, la más joven de las tres, había sido
inocente del secuestro inicial y del plan para retenerlo a cambio de un rescate, ella
había estado allí de vez en cuando, cuando había despertado de su estupor
drogado y había escuchado su voz tranquilizadora, recordando... una cierta calidez,
incluso vagas impresiones de su rostro y su cuerpo mientras trataba de consolarlo.
Sin embargo, todos sus exiguos esfuerzos por proporcionar algún tipo de consuelo
no habían significado nada cuando ella se negó a liberarlo o a pedir ayuda. En
esencia, ella lo había dejado allí para morir. Sus dos hermanas habían sido
juzgadas, una por el suicidio y la otra por la prisión, pero Viola había negado a las
autoridades que supiera algo al respecto, había mentido para evitar pagar por el
crimen de la falta de acción. Al final, no había ninguna prueba sólida de que ella
hubiera estado involucrada, o incluso testigo del evento. Se había convertido en la
palabra de una niña contra las que él había dicho, un conde con influencia pero
que había estado tan incapacitado y con frecuencia delirante que no tenía ni idea
de cuánto tiempo había pasado hasta que le dijeron. Ella desapareció poco
después de su rescate, dejando la ciudad para escapar del escándalo y
reinventándose a sí misma, casándose muy por encima de su posición, triunfando
como artista y viviendo una vida tranquila incluso cuando él sufría de pesadillas y
un dolor interno que ella nunca pudo imaginarse. Ahora todo eso estaba por
cambiar, para la satisfacción de él, y el bien merecido detrimento de ella.

Sin embargo, la atracción inesperada que sentía por ella lo inquietaba. Era la
única parte de su plan que no había previsto, y lucharía contra esto. Burlarse de
ella, seducirla y acostarse con ella como debe ser sería aceptable; cuidar de un
pequeño mechón de cabello en la cabeza no sería más que abrazar las
indignidades que ella había presenciado y lo obligó a sufrir durante cinco horribles
semanas. Nunca olvidaría cómo lo había permitido pasivamente y observó su gran
humillación en ese momento, y aunque le costara su alma, ahora pagaría por ello.

Ian tomó su chaqueta y se la puso, alisando la seda mientras se ajustaba el


cuello. Luego, sin culpa, con la mente centrada y controlada para la reunión que
tenía por delante, se volvió y salió de su dormitorio.

Viola se paseaba por el salón, mirando fijamente la alfombra de color rosa,


recordándose a sí misma relajarse, pensar a cada tanto. Si usaba la cabeza,
superaría la horrible experiencia por venir con su compostura intacta y su futuro a
salvo. Se negó a aceptar nada menos, y había decidido hace horas que haría lo que
debía para evitar una confrontación que le pudiera costar todo a su hijo. La buena
reputación de su hijo era lo único que le importaba al final.
Una sensación de alarma se había ido acumulando a lo largo del día, mientras
esperaba las dos en punto, la hora señalada para la reunión. Después de una
noche de sueño intermitente, había pasado la mañana discutiendo con los
sirvientes, escribiendo cartas y haciendo planes cuidadosos para enviar a John
Henry a quedarse con la hermana de su difunto esposo, Minerva. A la una y media,
se dirigió escaleras abajo para esperar a su invitado, casi enferma de ansiedad
mientras intentaba controlar sus inquietos pensamientos. Había hecho arreglos
para que le sirvieran el té a su llegada, pero ahora, después de esperar sola
durante tres cuartos de hora, la mayor parte de su nerviosismo había sido
reemplazado por la irritación ante su retraso. Eso probablemente era bueno.

Aparte de las formalidades, no tenía idea de qué podrían discutir, aunque el


miedo crecía que volviese a abrir la herida de su cautiverio en el calabozo en una
elaboración íntima y burda. Que él pareciera no recordar su participación era sin
duda una bendición, pero eso no significaba que no lo recordaría con el tiempo, o
que no estaba mintiendo abiertamente y sabía exactamente quién era, buscando
esta asociación comercial formal con ella por razones funestas. Seguía
reflexionando sobre su conversación en el balcón, tratando de interpretar lo que
podrían haber sido inflexiones únicas en su tono o significados ocultos en sus
palabras. Y aunque sus leves sugerencias sexuales la dejaron un poco nerviosa, lo
único que podía recordar que la inquietaba eran sus preguntas sobre el patrimonio
de su esposo y su profesión.

Ciertamente, obtuvo un ingreso modesto por la venta de retratos adecuados,


pero fue Víctor Bartlett–James, su personaje secreto, quien tomó a Londres por
sorpresa hace cinco años con la subasta de los primeros dibujos en carbón de
amantes abrazados en actos carnales. Su esposo había insistido en hacerse cargo y
desarrollar una especie de carrera para ella, aumentando su patrimonio vendiendo
su arte lascivo, solamente pidiéndole que continuara simulando su mutuo
beneficio financiero. Él era un noble empobrecido cuando se conocieron, pero se
había casado con ella, llevándola lejos de la pesadilla en la que había estado
viviendo, y sólo por esa razón ella había aceptado el riesgo. Por sus esfuerzos
combinados, ahora no solamente tenía un título y un hijo, sino también una
propiedad considerable y libre de deudas que él heredaría.

Su trabajo había sido una sensación, en parte, supuso, por su talento, pero
también porque la identidad oculta del artista había creado una gran cantidad de
intriga y chismes. Incluso las damas habían hablado de Bartlett–James y sus
dibujos, aunque de una manera vaga que la había divertido cuando tuvo la
oportunidad de ser parte de una conversación tan interesante, aunque poco
delicada. El abogado de su esposo había sido quien colocaba su obra, las menos
explícitas en subastas muy respetables, las más lujuriosas y audaces en clubes
exclusivos de caballeros, y aunque se había retirado hace mucho tiempo,
continuaba pagando al hombre lo suficiente como para permanecer en silencio
sobre los detalles por el resto de sus años. La probabilidad de que Ian Wentworth
hubiese descubierto la naturaleza precisa de la riqueza de su esposo parecía
demasiado remota, y sin embargo, ¿por qué el hombre se preguntaba si Henry la
había alentado a dedicarse a su talento como profesión cuando las mujeres no
tenían profesiones? ¿Por qué siquiera mencionaría una conexión entre la finca de
Cheshire y sus obras de arte?

Por supuesto, era completamente posible que estuviera leyendo demasiado


en dos o tres oraciones casuales. Había tenido cuidado y éxito al mantenerse
alejada de él en los últimos años, sabiendo que vivía una vida bastante apartada
en su propiedad en Stamford después de regresar de un largo viaje por el
continente. Después de casarse y dejar Winter Garden hace cinco años, su única
ambición había sido crear una nueva versión de sí misma con la esperanza de no
tener que revelar ninguna parte de su vida anterior, y al hacerlo, nunca tener que
verlo de nuevo. Hasta ahora, había tenido un gran éxito. Nadie en su círculo de
amigos y conocidos sabía quién era, o de dónde venía originalmente. Nunca
hablaba de la época anterior a su matrimonio, aparte de referencias muy
generales cuando se le preguntaba, porque la sola mención de una hermana
enviada a una colonia penal y los horrores que su familia había forzado sobre un
hombre con títulos la arruinarían y destruirían el buen nombre de su hijo. Su
inocencia en el secuestro la había salvado del arresto, y hasta ahora sus mentiras y
elusiones de los detalles habían sido eficaces para ocultar su identidad y su
educación de clase media por una madre que valoraba los modales y la crianza por
encima de todas las cosas, permitiéndole florecer en una clase en la que ella no
había nacido y en realidad no pertenecía.

Desafortunadamente, ahora llevaba dos secretos graves que la deshonrarían


si el Duque de Chatwin, con toda su riqueza e influencia, decidiera investigar su
pasado en detalle y anunciar sus hallazgos a la sociedad. Y si por casualidad él
regresara a su vida para perseguirla y destruirla, ella necesitaría un plan para
salvarse y a su hijo. Se mantendría alerta y atacaría con astucia si fuera necesario.
Un fuerte golpe en la puerta la sacudió de sus pensamientos, e hizo una pausa
en el paso. –Adelante.

Su mayordomo, Needham, entró y ofreció una reverencia rápida. –Madam, su


gracia, el Duque de Chatwin, ha llegado –dijo estoicamente.

Ella asintió una vez. –Hazlo entrar.

Él se volvió, dejándola momentáneamente para esponjarse la falda y pasar las


manos nerviosas por la cintura dentro del estrecho corsé. Se había puesto su
vestido de día más conservador y de cuello alto en un rico satén azul, y había
ordenado a Phoebe, su doncella, que le hiciera trenzas en el cabello y se lo
enrollara cuidadosamente sobre la cabeza. Su apariencia, supuso, podría ser un
poco severa, pero se ajustaba a su estado de ánimo así como a su determinación
de sostener una presencia apropiada e imponente en su presencia. Suponiendo
que tal cosa fuera posible.

Momentos después escuchó sus pasos en el piso de parquet. Haciendo todo lo


posible por controlar un nuevo temblor interior, Viola no pudo evitar mirar
asombrada mientras él entraba en el salón.

El hombre tenía una presencia impresionante, su cuerpo alto y cincelado


llenando su traje hecho a la medida, la seda verde oliva con camisa blanca de lino y
corbata a rayas marrones y verdes proporcionaba un excelente contraste con su
cabello castaño oscuro y los ojos que ella recordaba muy bien.

–Lady Cheshire –se dirigió a ella, con voz profunda y formal.

–Su gracia –respondió con una breve reverencia. Luego, mirando a su


mayordomo dijo –Needham, tomaremos el té de una vez.

–Por supuesto, madam –respondió asintiendo con la cabeza antes de salir de


la habitación.

Sola con Chatwin por el momento, hizo un gesto, palmas arriba, a la silla de
cuero verde junto a la rejilla fría. –¿Le gustaría sentarse, su gracia?

Él marchó con tranquilidad por la alfombra, paseando la mirada alrededor del


salón, observando cada pintura de flores en marcos dorados que ella había
colgado en casi cada espacio disponible en las paredes.

–¿Pintó alguno de éstos? –preguntó él mientras se sentaba en la silla.


–Sí –respondió ella, dirigiéndose al sofá de terciopelo rosado frente a él. Se
sentó con gracia sobre el borde del cojín, extendiendo el vestido alrededor de las
rodillas y los tobillos, evitando hundirse en la suavidad manteniendo la espalda
erecta y la postura rígida. Cruzando las manos sobre el regazo, añadió. –Los pinté
todos, de hecho.

Él elevó las cejas levemente, mientras veía el cuadro de un jardín de flores,


completamente retoñadas, sobre la chimenea. –Muy impresionante.

No elaboró el comentario, lo cual la dejó preguntándose si se refería a su


talento o al gran número de piezas que se desplegaban en una habitación de
tamaño promedio. Afortunadamente, Needham la salvó de responder
inapropiadamente al tocar y entrar una vez más, sus manos rechonchas sostenían
las asas de una gran bandeja de plata.

–¿Necesita algo más por el momento, Lady Cheshire? –preguntó, caminando


hacia la mesa de té entre ellos y colocando la bandeja suavemente sobre el nogal
pulido.

–No, nos serviremos nosotros mismos.

Él hizo una reverencia, luego giró sobre los talones y salió rápidamente del
salón, dejando la puerta entreabierta como lo exigía el decoro.

Ella inmediatamente tomó la tetera y comenzó a verter un Darjeeling 1


perfectamente preparado en una de las delicadas tazas de porcelana, un dulce
aroma floral subía en el vapor.

–¿Azúcar, su gracia?

–Por favor.

Ella cumplió, añadiendo una cucharada llena, luego le ofreció la taza, el platillo
y servilleta antes de llenar la suya propia. Hecho eso, se sentó de nuevo para verlo,
tratando de no hacerlo fijamente mientras gentilmente revolvía el azúcar en su
propia infusión caliente.

Él lucía bastante relajado, con los codos reposando sobre los brazos de la silla,
los dedos cónicos, cubiertos con un fino vello oscuro, pellizcando la taza mientras
esperaba que se enfriara el té. Ella nunca antes lo había visto a la luz del día y,
1
Una clase de Té Negro proveniente de la India, específicamente de Bengala Occidental.
aunque estaba filtrada por las cortinas color rosado pálido, un rayo de sol cruzaba
su rostro y pecho desde la ventana a su izquierda, iluminando sus facciones para la
vista de ella. Él realmente se veía espectacular, robusto y saludable. Al menos, en
el exterior, había sanado sin ningún daño en absoluto y seguía siendo uno de los
hombres más atractivos que había visto en su vida.

Repentinamente, toda la situación le pareció absurda. No solamente le


acababa de servir un té exquisito en una fina vajilla importada a Ian Wentworth, el
hombre que sus hermanas casi habían dejado morir de hambre hace cinco años,
sino que él también había aceptado con gracia su compañía como un alto miembro
de la nobleza. Su madre, Dios la tenga en su Gloria, una mujer que luchó toda su
vida para mejorar su modesta posición social sin éxito, se habría desmayado de
alegría y sorpresa al ver a su hija menor entreteniendo a un duque disponible y tan
maravillosamente apuesto, en su elegante casa en la ciudad.

–Se ve divertida –dijo él, lentamente, levantando la taza a los labios.

Ella sonrió levemente y sacudió la cabeza. –Me disculpo, su gracia, pero no he


entretenido a un invitado en mi salón en mucho tiempo. Acabo de salir del luto
hace poco.

–Ahhh. –Tomó un sorbo de la taza, luego la puso de nuevo en el platillo. –


Bueno, ciertamente estoy encantado y honrado de ser su primera... diversión,
podríamos decir.

Ella bajó la mirada mientras deslizó el borde de su cucharilla por el aro de la


vajilla, luego la colocó en el platillo, asegurándose a sí misma de que no era posible
que él supiera cuánto continuaba incomodándola al usar sus palabras sugestivas
mientras se enfocaba solamente en su persona. Deseó poder saber si estaba
tratando de estremecerla a propósito. Afortunadamente, él la salvó de hacer un
comentario embarazoso al entrar en el punto de su visita.

–Entonces –comenzó, inclinándose hacia adelante para colocar la taza y el


platillo sobre la mesa del té. –Supongo que deberíamos entrar en los detalles de
que exactamente se requiere de mí durante una sesión.

Bajando su propia taza al regazo, ella replicó. –Tal vez deberíamos discutir mi
precio primero, su gracia.
Él desechó eso con un movimiento de la cabeza. –Eso no será necesario.
Pagaré lo que pida.

Ella elevó las cejas con escepticismo. –¿Lo que sea que yo pida? Me siento
muy halagada por su aparente confianza en mi habilidad, su gracia, pero le
aseguro que no soy Peter Paul Rubens.

Un lado de su boca se movió mientras recorría con la mirada su rígido cuerpo,


sentada. –Estoy consciente de eso, Lady Cheshire, aunque después de ver lo que
tiene para ofrecer, estoy seguro de que su talento valdrá cada centavo que gaste.

De nuevo, el doble sentido de su comentario la desconcertó, y un calor


familiar le subió por el cuello y las mejillas. Probablemente él también lo notó, lo
que empeoró el asunto. Ella levantó la taza y tomó un sorbo de té.

Enderezándose un poco, movió su gran cuerpo en la silla. –Pero me doy


cuenta de que mi pedido es repentino, por lo que espero pagar más. El tiempo es
esencial en lo que a mí respecta también.

–Ya veo. –Esperó, evaluándolo a él y su formalidad, especialmente


considerando todo lo que habían compartido en el pasado… un pasado que
afirmaba no recordar. –Así que... si pidiera diez mil libras por un retrato de cuatro
pies, ¿me cumpliría?

Ella había sido más o menos burlona con esa oferta escandalosa, pero él no
parecía desconcertado en absoluto por eso. En cambio, le ofreció una hermosa
sonrisa que casi le quita el aliento.

Bajando la voz, respondió. –Lo haría.

Ella rió. –Eso es ridículo.

Él elevó las cejas, mientras se inclinaba casualmente una vez más,


entrelazando los dedos sobre su estómago. –Creo, madam, que si lo peor que
debo hacer es pagar diez mil libras por el enorme placer de sentarme y mirarle
durante varias horas al día, durante quizás semanas, sería una inversión bien
gastada.

La satisfacción que sintió por su cumplido la envolvió en un calor seductor que


simplemente no podía dejar de lado. Por qué coqueteaba con ella, no lo podía
entender, pero decidió intentar obtener una explicación de él con respecto a su
intención.

–Como ha dicho que el tiempo es esencial, su gracia, y le he hecho saber que


mi tiempo es el mayor costo –expuso con naturalidad. –¿Supongo que se puede
suponer que ha elegido a una dama para cortejar y los planes del matrimonio
están en proceso?

Los ojos de él se ensancharon un poco, y casi pareció sorprendido. Casi. Luego


inclinó la cabeza un poco para mirarla con recelo.

–¿Eso tendría un efecto en el precio?

Ella sonrió. –Quizás.

Él sonrió. –¿Por qué?

Ella se llevó la taza a los labios y tomó otro sorbo de té sin apartar la mirada
de la franqueza de la de él. Segundos después, ella respondió. –Si le propone a una
amiga mía, podría estar más dispuesta a darle una oferta generosa.

–¿Ahora es casamentera?

Ella levantó un hombro delicadamente. –No me llamaría exactamente una


casamentera, pero creo que debería estar bastante satisfecha si alguien que me
importa se casara tan bien.

–Ciertamente. Así que me encontraría una excelente candidata, ¿verdad? –


preguntó, con voz baja y burlona con diversión.

Sin pausa, ella respondió. –¿No lo haría usted si tuviera una hija?

Los ojos de él se iluminaron. –Touché, Lady Cheshire.

Ella asintió una vez, sintiéndose enormemente satisfecha de que él pareciera


admirar su pulida respuesta.

Él la miró de cerca, golpeando los pulgares contra su regazo, entrecerrando los


ojos mientras seguía sonriendo.

Momentos después, comentó. –Lady Isabella es hermosa y es su amiga, ¿no es


así?
El hecho de que mencionara a Isabella como una posible esposa para él le
molestaba por una razón que no podía definir, aunque realmente debería haberlo
esperado. Él había aparecido en su fiesta, después de todo, y ella sería una
excelente pareja para él, al menos socialmente.

–Sí, es en realidad mi mejor amiga, y es hermosa. –Viola acordó


agradablemente, enmascarando sus sentimientos. –Pero debe saber que si
muestra el más mínimo interés en cortejarla, estará siempre a merced de Lady
Tenby.

Él se rió, sus ojos oscuros brillando. –Gracias por la advertencia. Pero


sinceramente, creo que preferiría una esposa que sea más... vibrante.

Ella no tenía idea de lo que eso podría significar. –¿Vibrante, su gracia?

Encogiéndose de hombros, respondió. –Tiendo a preferir a las mujeres con


cabello oscuro, a alguien más parecido a... una encantadora que a un ángel.

El estómago de ella revoloteó, y por una fracción de segundo, Viola se


preguntó si él la consideraba más atractiva que Isabella, aunque en un millón de
años, nunca le preguntaría. En cambio, levantó la taza a los labios, terminó el té de
un trago, luego colocó la taza y el platillo en la mesa de nogal en frente de ella.

–Entiendo su punto. –Mantuvo con un suspiro forzado. –Isabella sí parece un


ángel, y es demasiado inocente para que la llamen hechicera.

–De acuerdo. –Hizo una pausa, mirándola de cerca, y luego dijo –¿Y qué
piensas de Lady Anna Tildare?

No pudo haberla sorprendido más. –¿Lady Anna? –dijo bruscamente. Luego,


recuperándose, se alisó la falda y se aclaró la garganta. –Lo siento, su gracia, pero
un hombre de su... um... estatura seguramente puede encontrar a alguien más
adecuado que Lady Anna.

–¿No le agrada ella? –preguntó, con tono cálido y continuo buen humor.

Ella no debió haber dicho nada. Si él le contaba a alguien, los chismes


seguramente se difundirían, y al final, podría ser excluida de ciertos eventos
sociales que sin duda empañarían su reputación impecable. Por otra parte, tal vez
se preocupaba demasiado, aunque nunca estaba de más tener cuidado.
Sonriendo, respondió. –Eso no es lo que quise decir, su gracia. Lady Anna sería
una esposa encantadora, estoy segura.

Él levantó las cejas. –¿Y sin embargo, no es adecuada para alguien de mi


estatura?

Viola no podía decir ahora si él le estaba tomando el pelo o simplemente no


creía en su escasa explicación. De repente, se sintió incómoda en sus estancias y se
removió un poco en el sofá.

–Por favor perdóneme –dijo con fingida mansedumbre. –Sólo quise decir que
ella es muy sociable. Adora la ciudad y asiste a cada baile y festividad. Usted
mismo me dijo que prefería el campo. Y si bien es cierto que no lo conozco muy
bien, sí conozco a Anna. Simplemente no parece mucho la... pareja adecuada, pero
esa es solamente mi opinión.

–Ahh... Entiendo.

Francamente, no podía saber si él entendía o no.

–Y, sin embargo, viene con una dote notable –agregó segundos después.

Así que ya sabía el valor matrimonial de la única hija de Lord Brooksfield. Eso
la irritó más que la idea de cortejar a Isabella.

Ella sonrió rotundamente. –Pero usted no parece necesitarla, su gracia.

Él parpadeó, como si no pudiera creer que ella hubiera dicho eso. Luego,
sonriendo ampliamente murmuró. –Gracias por el cumplido, Lady Cheshire.

Su respuesta bondadosa, cuando pudo haberla reprendido por su obstinada


intervención en sus asuntos personales, la consoló un poco, y decidió
aprovecharse de ello. Con voz baja y conspirador, reconoció. –Y piénselo de esta
manera, si corteja a Lady Anna, tendré que cobrarle más por el retrato, ya que ella
vale una fortuna.

Él sonrió de nuevo, astutamente. –¿De Verdad? ¿Cargarías más de diez mil


libras?

Pasó una mano por una manga larga. –Debe admitir que sería difícil dejar
pasar esa oportunidad de agrandar mi propio cofre.
Él asintió muy lentamente. –El de ambos, debería pensar.

–Excepto que Lady Anna también es rubia –le recordó. –Y dijo que prefería
mujeres con cabello oscuro. Tampoco la llamaría vibrante.

Él no respondió por un momento, solamente continuó mirándola con


franqueza, como si la estudiara por algún propósito desconocido, tratando de
ahondar en sus pensamientos femeninos. No sólo su atención abierta la puso
nerviosa; también la ponía caliente todo el tiempo, e inmediatamente se
arrepintió de llevar un vestido tan conservador, que le rascaba el cuello y no le
permitía respirar. Nunca debió haber permitido que la conversación fuera tan
íntima.

Con un gesto de su mano, ella trató de descartarlo todo. –Por supuesto, a


quién elige cortejar es asunto suyo, su gracia. Y, naturalmente, no le cobraré un
centavo más que a cualquier otra persona, que es mucho menos de diez mil libras.
Sugiero que comencemos con nuestra primera sesión mañana por la mañana, y si
trabajamos rápido, no debería tomar demasiado tiempo para terminar. –Con una
ráfaga de aire, finalizó la reunión diciendo. –Y por favor, perdónenme por infringir
su privacidad. No me corresponde a mí discutirlo.

–Para nada, madam –dijo arrastrando las palabras, levantando una mano para
frotar su barbilla con los dedos y el pulgar. –Disfruté mucho tu visión.

¿Disfrutado su visión?

–Y mirándola retorcerse –continuó mientras su diversión se desvanecía. Se


inclinó hacia adelante, confesó. –Es mucho más inteligente y hermosa que Lady
Anna Tildare, y estoy seguro de que ella lo sabe, por eso la ignora y hace alarde de
su riqueza y clase cada vez que usted está cerca. Usted, a su vez, está nerviosa por
la idea de que ella se case con un hombre al que encuentra atractivo. –Con una
sonrisa mortal, terminó en un susurro. –No debe preocuparse, madam. No le diré
a nadie que trató de disuadirme de sus encantos, sean lo que sean.

Ella se sonrojó profundamente entonces, sus ojos se abrieron con asombro


mientras se hundía en su corsé. Él la había dejado sin palabras, lo que
aparentemente notó o esperaba, porque se paró en ese momento, se ajustó el
abrigo, luego caminó alrededor de la mesa de té para mirarla a la cara. Ella
solamente lo miró, insegura de qué hacer, completamente confundida por sus
motivos. Él extendió la mano, con la palma hacia arriba, y después de varios
segundos de mirarle boquiabierta, se dio cuenta de que él quería que ella la
tomara y se pusiera delante. A regañadientes, ella agarró sus dedos lo más
suavemente posible, y él la ayudó a levantarse sobre sus piernas temblorosas para
encontrarse con el nivel de su mirada, su pulgar cerrándose sobre sus nudillos para
evitar que se alejara.

–Su precio parece razonable y lo acepto, madam –murmuró en voz baja. –


Estaré aquí por la mañana para nuestra primera sesión. ¿Son las diez en punto una
buena hora?

Ella asintió con movimientos ligeros y espasmódicos, capturados por sus ojos
hipnotizantes.

Él levantó la mano de ella hacia su boca, su mirada nunca se apartó mientras


sus labios se demoraban y su cálido aliento acariciaba su delicada piel, haciéndola
estremecerse por dentro.

–Estoy muy ansioso por venir mañana –dijo roncamente. –Hasta entonces.

Ella no discutió. Con una breve reverencia, simplemente murmuró. –Su gracia.

Y finalmente, la soltó y se volvió, saliendo del salón, los zapatos hacían eco en
el suelo de parquet como lo habían hecho a su llegada.

Le tomó unos minutos, al parecer, para que su corazón dejara de latir, para
que su cuerpo se moviera de nuevo. Pero en lugar de abandonar el salón ella
misma, se dejó caer en el sofá, con la falda arrugándose alrededor de ella en un
montón que apenas notó mientras trataba de poner algo de razón detrás de la
conversación más atípica.

Había cambiado dramáticamente del hombre delgado y moribundo que había


intentado ayudar todos esos años atrás. Que él se hubiera llenado de músculos
para convertirse en un caballero majestuoso y viril era una completa
subestimación, aunque no podía decidir por qué ese reconocimiento de su
asombrosa recuperación la intimidaba. Y no era solamente su apariencia lo que le
causaba tanta preocupación. El hecho de que él hubiera vuelto a entrar en su vida
de manera tan inesperada, y de una manera tan peculiar, la hizo cuestionar cada
cosa que él dijo e hizo. Francamente, ella no creía en coincidencias tan grandes, lo
que significaba que no podía confiar en él en absoluto.
Pero ella tenía su propia carta para jugar si la amenazaba de alguna manera.
Después de pasar horas con él en la mazmorra, donde había hablado en una
confusión inducida por las drogas, a veces incoherentemente, a veces claramente,
sabía un secreto o dos acerca de él que, si ponía en peligro su futuro o el de su
hijo, lo usaría como un arma de confrontación. Cierto, sus confusos sentimientos
por él eran tan agudos como lo habían sido cinco años atrás, pero ahora se
entendía mejor a sí misma, y se dio cuenta con fortaleza de que no sería tan rápida
para ser víctima de su atracción esta vez.

No, considerando todo, ella tenía el poder de adelantarse a cualquier juego


que pudiera estar jugando, o peor aún, cualquier guerra que intentara hacer. Con
ese pensamiento en mente, se levantó, se enderezó la falda y salió rápidamente
de su salón para hacer los arreglos necesarios para su primera sesión mañana,
mientras consideraba todos los ángulos posibles para asegurar su supervivencia
social y financiera.
Capítulo 4

Trató de levantarse hoy, pero pronto se dio cuenta de que ellas lo habían
encadenado. Verlo luchar me duele tanto en el corazón...

Ian se sentó en el gran escritorio de roble del estudio, escuchando la lluvia


constante afuera, mirando una carta que estaba tratando de escribir a su
hermana, Ivy. Sin embargo, era inútil, simplemente no podía concentrarse en
temas mundanos que pudieran interesar a una marquesa y futura madre. Y
ciertamente no iba a dejarle saber sobre su contacto con Viola. Las dos mujeres se
habían conocido hace cinco años, durante su cautiverio, mientras Ivy trataba de
encontrarlo y liberarlo, pero incluso como vidente famosa, su hermana nunca
había sentido intención maliciosa alguna por parte de Viola, como lo había hecho
con las hermanas de la mujer. Ivy también podía ser muy obstinada, y sabía por
experiencia, o por alguna intuición compartida, que su gemela estaría muy
enojada con él si se enteraba de que tenía la intención de establecer algo de
justicia propia en lo que concernía a la antigua Miss Bennington–Jones. Pero
incluso mientras intentaba simplemente responder a las preguntas triviales que Ivy
había planteado en su última carta, su mente, generalmente centrada y
controlada, seguía vagando hacia la fascinante Lady Cheshire.

Se iría en breve para su primera sesión para un retrato sentado y esperaba


que ella tratara de mantener la conversación formal entre ellos de temas
generales y de naturaleza social. Sin embargo, mantener sus propias palabras y
pensamientos bajo control probablemente sea difícil. Sabía que la hacía sentir
incómoda cada vez que estaban juntos, y que ella se sentía atraída por él… algo
que utilizaría para su beneficio. Cuando comenzó esta búsqueda de justicia, no
estaba exactamente seguro de cómo se llevarían a cabo los detalles de su plan.
Pero después de pasar un poco de tiempo con ella y presenciar su incapacidad
para ocultar su confusión ante el inesperado regreso a su vida, su inquietante
atracción hacia él y, sobre todo, su miedo a ser descubierta, ahora tenía una mejor
idea de cómo hacer que una mujer como Viola cayera de rodillas.

Un ligero golpe en la puerta del estudio interrumpió sus meditaciones.

–Adelante.

Braetham entró. –Su gracia, Mr. Cafferty ha llegado.

Ian miró el gran reloj sobre la repisa de la chimenea. Tres minutos para las
nueve. Como siempre, Cafferty llegó justo a tiempo.

–Hazlo entrar –dijo, sentándose y acomodándose en una mecedora de roble.

Braetham asintió. –Muy bien, su gracia.

Ian había contratado a Milo Cafferty, un investigador distinguido y bastante


exclusivo que trabajaba solamente para quienes contaban con los medios para
pagarle, para que hiciera todo lo posible para descubrir cada secreto que Lady
Cheshire tenía en su corazón. Había valido la pena el alto gasto, porque el hombre
había sido capaz de descubrir su paradero en Londres cuatro días después de que
lo contrató, algunos de los detalles más íntimos de su matrimonio y el estado de
sus finanzas en menos de dos semanas, y le hizo saber el momento en que
oficialmente había salido de luto. En general, se reunían una vez a la semana para
las actualizaciones, pero a última hora de la noche anterior el hombre había
enviado una nota diciendo que tenía nueva información sobre Lady Cheshire y
había pedido que se reunieran lo antes posible. Ian le había pedido a Cafferty que
estuviera en su casa antes de irse a su sesión. Como siempre, su bien pagado
agente investigador hizo su voluntad sin cuestionar ni discutir.

Ian se puso en pie cuando escuchó pasos en el pasillo, fijándose como siempre
lo hacía de la estructura extremadamente delgada y alta del hombre cuando
Braetham lo admitió en el estudio segundos después. Ahora en sus cincuenta, Milo
Cafferty se había retirado de la policía metropolitana hacía unos siete u ocho años
debido a una lesión en el pie durante el colapso de un edificio en los muelles, que
había resultado en una cojera muy pronunciada. Y sin embargo, lo que le llamaba
la atención a Ian cada vez que se encontraba con el hombre era su naturaleza
abiertamente alegre, enfatizada por su bigote aceitoso y delgado, que se curvaba
en la forma de una larga sonrisa frente a sus mejillas. Todo un contraste con la
imagen que uno tendría de un policía retirado y herido que sin duda vivía en una
constante sensación de dolor.

–Buenos días, su gracia –dijo Cafferty en un buen inglés, tambaleándose un


poco sin elegancia a través de la alfombra persa, con el brazo extendido y la
sonrisa habitual que abarcaba su cara demacrada.

–Buenos días, Mr. Cafferty –respondió Ian, caminando alrededor del escritorio
para saludar al hombre. Después de estrecharle la mano, lo dirigió a una de las
sillas de orejas frente a él.

Cafferty bajó su cuerpo con esfuerzo, luego estiró su pie lesionado frente a él.
–¿Debo comenzar, su gracia?

Ian regresó a su mecedora. –Por favor. ¿Dijo que eran noticias importantes?

–Noticias fascinantes, mejor dicho, su gracia –respondió el hombre, la


excitación mezclada con conspiración cargaba el aire. –Y no estoy seguro de qué
hacer con eso.

Ian permaneció en silencio, permitiendo que el investigador ordenara sus


pensamientos.

Cafferty se tiró del cuello de la camisa como si lo estrangulara. Luego, después


de aclarar su garganta, preguntó –¿Alguna vez ha oído hablar del artista Víctor
Bartlett–James, su gracia?

Ian levantó las cejas muy lentamente. –Lo he oído. Creo que sus esfuerzos
artísticos limitan con lo inmoral, ¿no es así?

–Precisamente –reconoció Cafferty. –La mayor parte de su arte se vendió en


privado, a caballeros de recursos, generalmente en subastas por grandes sumas.
Ahora ha estado retirado por bastante tiempo y como aparentemente ya no
trabaja, sus retratos y dibujos son muy apreciados. –Se rió entre dientes. –Donde
uno pueda colgar un retrato de ese tipo está más allá de mi imaginación, su gracia,
pero ahí lo tiene.

Intrigado pero totalmente perplejo, Ian se recostó en la silla. –¿Y de alguna


manera este artista de trabajo provocativo está conectado con Lady Cheshire?

Cafferty se pasó la punta de los dedos por el bigote. –No estoy seguro si se
conocen como artistas profesionales, su gracia. Su identidad es desconocida, al
menos para el público en general. Pero anoche, a través de uno de mis contactos,
me enteré de que Lady Cheshire se reunió con su abogado ayer por la tarde y
durante una conversación de veinte minutos, solicitó que pusiera un raro dibujo
de carbón Bartlett–James que al parecer posee para subasta inmediata.

Ian lentamente se inclinó hacia delante. –¿Está seguro?

Cafferty asintió de buena gana. –Estoy muy seguro, su gracia. Mis fuentes son
bastante confiables. Se subastará el sábado, en Brimleys. –Sus espesas cejas se
arrugaron con sus pensamientos. –Sin embargo, un club de caballeros más bien
exclusivo parece ser un lugar extraño para una subasta.

–No necesariamente –sostuvo Ian. –No es para arte exclusivo y sugerente que
sólo los caballeros estarían interesados en comprar. Pero… ¿por qué ahora?

El investigador sacudió la cabeza. –No sé qué excusa le dio a su abogado, ya


que mi contacto estaba en el edificio, no en la reunión privada en sí.

Ian golpeó el escritorio con la punta de los dedos, entrecerrando los ojos. –La
única razón que puedo pensar para vender algo así ahora, y para que ella corra el
riesgo de que la atrapen haciéndolo, es recaudar dinero –dijo. –Montones.

–Y rápido –añadió Cafferty en concordancia.

Él permaneció en silencio por varios segundos, su mente corría mientras


intentaba entender el significado de tal acción y las posibilidades que podía usar
para su beneficio.

Ella obviamente tomó esta decisión después del té de ayer. Él no lo sabía


cómo un hecho, pero tenía sentido. Sabía que la había alterado con sus
insinuaciones sexuales que no llegaban a ser avances, aturdiéndola, y quizás
incluso angustiándola, con un descubrimiento tan profundo que se había sentido
amenazada y había tenido que actuar de inmediato. Pero, ¿para qué?

Ian se puso de pie y caminó detrás de la mecedora para mirar por la larga
ventana a la mañana gris y brumosa, cruzó los brazos sobre el pecho mientras
miraba cómo las gotas de lluvia golpeaban la acera de su pequeño jardín en un
ritmo que aturdía la mente. Cafferty permaneció en silencio, esperando
comentarios o instrucciones, probablemente tan confundido por esta noticia como
él.
Ian había pagado para que los hombres de Cafferty siguieran a Viola durante
varios meses para conocer sus rutinas establecidas, a quién conocía y los lugares
que frecuentaba. Hasta el momento no había habido nada sorprendente o fuera
de lo común acerca de ella como viuda. Tenía un hijo, a quien mantenía cerca,
pero eso en sí mismo no tenía nada de especial. Pintaba en su propio estudio en la
parte trasera de su casa, vivía de los bienes de su marido, y rara vez se entretenía,
aunque eso sin duda cambiaría a medida que su período de luto terminara. Y toda
esta información le había sido transmitida regularmente mientras esperaba
pacientemente en Stamford, esperando ser recompensado con cualquier noticia
que pudiera usar contra ella. Pero nada sobre sus movimientos o sus hábitos
diarios había sido sorprendente o remotamente interesante… hasta ahora.

Este desarrollo inusual le preocupaba. Obviamente, ella no podía vender


ciertos activos de la herencia de su marido, ni lo haría, si pudiera, con su hijo como
heredero legal. Pero la venta de una de las extravagancias personales de su
esposo, una que tal vez la había avergonzado en la compra, tenía sentido si
necesitaba dinero rápidamente. Y la única razón por la que podría correr tal riesgo
era si planeaba huir de él. Él podría haber hecho lo mismo si hubiera estado en su
lugar.

Aún así, tenía la ventaja de conocer sus planes antes de las acciones. El
problema para él era cómo usar esta información.

De repente, se volteó para mirar a Cafferty. –¿Cuánto está pidiendo por la


pieza?

Cafferty parpadeó. –Su gracia, ella está pidiendo dos mil libras como la oferta
inicial por la obra.

Ian se rascó la mandíbula, pensando. Entonces la niebla de la incertidumbre se


aclaró en su cabeza, y una pequeña sonrisa de triunfo se extendió por su rostro. –
Necesito que se reúna con el abogado de ella –dijo. –Hoy, si es posible.

Cafferty luchó por sentarse derecho en su silla. –Disculpe, su gracia, pero ¿no
cree que levantará sospechas cuando le revele mi identidad?

–No importa. Estamos haciendo un ajuste al plan –dijo, caminando hacia su


escritorio una vez más. En lugar de sentarse, se paró detrás de la mecedora,
tomando la parte de atrás con ambas manos mientras miraba a Cafferty
directamente. –Quiero que le informe a Lady Cheshire, a través de su abogado,
que usted es un agente de investigación, contratado por el banquero privado de
un comprador secreto. No conoce al comprador, sólo al banquero y su nombre
también es confidencial. Este comprador secreto de obras de arte eróticas se
enteró de la próxima subasta, pero no quiere ofertar por la obra porque la
situación con su esposa es... delicada, y no quiere, de ninguna manera, que ella lo
sepa. En cambio, le pagará al propietario tres mil libras por la pieza de Bartlett–
James antes del final de la semana.

–¿Hacer una oferta para comprar directamente del propietario?

–Precisamente –respondió Ian. –Y usted no sabe quién es el propietario, por


supuesto, solamente que la obra está a la venta.

–Puede que no venda por esa suma, su gracia, especialmente si cuenta con la
competencia por la pieza para traer más.

Con los ojos entrecerrados, Ian pensó en eso por un segundo o dos, y luego
dijo. –Si no es suficiente, incremente la suma en mil libras hasta que se haga la
venta.

La boca de Cafferty se abrió tanto que su fino bigote se enroscó con fuerza. –
Sir, eso podría convertirse en una cantidad escandalosa de dinero.

–Sí, lo sé –estuvo de acuerdo, con un tono de hecho. –Pero quiero que haga la
oferta y ofrezca contraofertas, hasta que ceda.

El investigador sacudió la cabeza, con expresión dudosa. –¿Y si ella pregunta


cómo este... comprador se enteró de la próxima subasta?

Ian se encogió de hombros. –Es irrelevante, aunque probablemente a través


de chismes en Brimleys. Ciertamente, el club espera la publicidad.
Independientemente de cómo, no conoces al comprador de todos modos, por lo
que no puedes saber cómo.

Cafferty asintió. –Siempre existe la posibilidad de que ella no venda en


absoluto…

–Lo hará –interrumpió Ian con seguridad, sintiéndose extrañamente


satisfecho de poder manipular tan fácilmente la situación de la mujer sin que ella
lo supiera. –Si busca recaudar dinero rápidamente, Cafferty, estará más que
ansiosa por aceptar una venta privada que arriesgarse a una subasta pública en la
que alguien pueda saber que es la propietaria, incluso si sospecha de mi
participación, lo cual es poco probable –bajó un poco la voz para agregar con
ironía divertida. –Y si ella se retracta y elige no vender la pieza porque alguien se
ha enterado de su situación, la pondrá en una difícil situación financiera una vez
más, y tendré la ventaja de saber que no está preparada para hacer ningún
movimiento significativo todavía.

Cafferty permaneció en silencio durante un largo momento, parecía dudoso,


incluso un poco incómodo, mientras miraba a Ian de cerca, su sonrisa
característica desapareció de su boca, su cuerpo lacio estaba rígido en la silla. Ian
entendió su preocupación. El hombre no tenía ni idea de por qué el Duque de
Chatwin quería información sobre una viuda aristocrática promedio, tanto que la
hizo seguir durante semanas, y luego pagar una suma tan enorme por una obra de
arte lasciva que ella intentaba vender en secreto. A Cafferty no le pagaban para
hacer preguntas, y hasta el momento no se le había requerido que hiciera nada
peligroso o ilegal. Pero esta nueva solicitud estaba muy cerca de comprometer su
acuerdo de trabajo porque despertaba una sospecha que no había estado allí
antes. E Ian no necesitaba que sospechara.

Sonriendo gratamente, soltó el respaldo de la mecedora, se enderezó y juntó


las manos detrás de él. –No necesita preocuparse, Mr. Cafferty –le aseguró al
hombre, con un tono y porte real. –Mis intenciones hacia Lady Cheshire son
completamente nobles. Pero son privadas y estoy seguro de que también lo
entiende.

El investigador asintió mientras respiraba profundamente, su aprensión fue


sofocada por el momento. –Por supuesto, su gracia –respondió formalmente. –
Velaré por este asunto de inmediato. ¿Hay algo más por el momento?

Ian sacudió la cabeza mientras caminaba alrededor del escritorio. –No, eso
será todo. Pero hágamelo saber tan pronto como confirme la venta y haré un giro
bancario de inmediato. Si ella insiste en colocarlo en una subasta incluso después
de que continúe haciendo ofertas, o retira la venta por completo, necesito saber
eso también.

Cafferty se apoyó pesadamente en el reposabrazos de la silla y se levantó


torpemente. –Haré lo que pueda, su gracia. –Hizo una pausa mientras ajustaba su
postura y ponía peso en su pie lesionado. –¿Supongo que quiere el dibujo?
No había pensado en eso, pero tenerlo en su posesión podría ser útil si
decidiera usarlo contra ella de alguna manera. –Sí, hágalo traer aquí. Pero bajo
ninguna circunstancia, deje que nadie sepa que soy el comprador.

–Ciertamente, su gracia. –La sonrisa de Cafferty iluminó su rostro. –Y les deseo


toda la suerte para encontrar un lugar donde colgarlo.

Ian se rió entre dientes, extendió la mano y estrechó la mano del investigador.
–Braetham le mostrará la salida.

–Buen día, su gracia –dijo Cafferty con una leve reverencia. Luego,
volviéndose, salió cojeando del estudio.

Con diez minutos faltantes para que tuviera que irse a su sesión, Ian regresó a
la ventana. La lluvia finalmente había disminuido a unas chispas y los colores de su
jardín de flores resplandecían vibrantemente mientras la mañana comenzaba a
brillar. Le recordaba a Viola, tan vibrante, encantadora y llena de color, cuyas
suaves mejillas cubiertas de rocío algún día brillarían con sus lágrimas de tristeza.
Capítulo 5

Le hablé por fin, le susurré palabras de confort para tratar de suavizar su


ceño fruncido. Primero me llamó Ivy, luego, abrió los ojos cuando se dio cuenta
que una extraña estaba sentada junto a él...

Viola se paró junto a la ventana de su habitación, empujando la cortina de


lazos a un lado sólo lo suficiente para ver al Duque de Chatwin descender de su
carruaje y marchar con seguridad hacia la puerta principal. No podía verlo muy
claramente, porque él llevaba un abrigo ligero y un sombrero de copa sobre la
frente para protegerse de la niebla persistente, pero incluso la visión de su
poderoso cuerpo hizo que su interior temblara de aprensión. Cada instinto que
poseía le advertía sobre estar en su compañía otra vez, y el hecho de que sintiera
esa cierta atracción extraña con sólo mirarlo a distancia la hacía enojarse consigo
misma por ser tan crédula. Y tal vez estar enojada era lo mejor para mantenerla
alerta.

De repente, justo antes de desaparecer de su vista, él hizo una pausa en su


camino y levantó la vista. Ella rápidamente dejó caer la cortina y retrocedió,
sintiéndose irracionalmente violada mientras el pulso comenzaba a acelerarse, sin
saber si él la había visto o no. Pero no importaba. Ella haría su parte y lo recibiría
como lo haría con un cliente común, fingiría estar enamorada de su buen encanto
mientras mantenía su mente alerta por cualquier razón para escapar. Esa misma
mañana, había enviado a su hijo a quedarse con la hermana de su difunto esposo
por lo menos dos semanas, alejándolo de la ciudad y del desastre que temía
vendría. Si lo necesitaba, estaba preparada para llevarlo al continente por un
tiempo. Por el tiempo que fuese necesario.

Se dio la vuelta y echó un vistazo a su figura en el espejo de cuerpo entero al


lado de su cama y se esponjó la falda. Había escogido un vestido de día amarillo
intenso con volantes y mangas de encaje blanco con la esperanza de mostrar una
disposición alegre en un día tan lúgubre. El hecho de que también tenía un escote
muy bajo y se había puesto su corsé más fino para levantar los pechos para
favorecerla no significaba nada más que desear parecer femenina y sofisticada. O
eso se dijo a sí misma. Con el cabello recogido y trenzado sobre la cabeza y
satisfecha de lucir como la elegante joven viuda, se pellizcó las mejillas, se mordió
los labios ligeramente y abandonó la habitación.

Le tomó sólo unos minutos bajar las escaleras hasta el primer rellano y
caminar por el pasillo hasta el estudio en el lado este de la casa, una habitación
que había elegido debido a la pared de ventanas largas que capturaban el sol de la
mañana e iluminaba su estación de trabajo, al menos la mayoría de los días.
También iluminó el área al agregar un papel tapiz amarillo adornado con capullos
de rosa, y un sofá de color crema en el que hacía los bocetos antes de pintar. Para
su hijo, había colocado una silla y una mesa pequeña en una esquina para que él
pudiese dibujar con ella cuando se aburriera en la guardería. Era la habitación más
soleada de la casa y muchos días, permanecía allí durante horas.

Hoy, sin embargo, esperaba que el tiempo empleado fuera corto. Había
ordenado a Needham llevar a Chatwin al estudio inmediatamente después de que
llegara, y presumiblemente el hombre ya la esperaba. Cuando se acercó a la
puerta, se detuvo el tiempo suficiente para respirar profundamente en busca de
confianza y luego entró silenciosamente.

Lo vio de inmediato, parado frente al caballete principal, mirando una pintura


de naturaleza muerta que había empezado la semana anterior. Vestía finas ropas
de seda negra, con una camisa de seda blanca y una corbata a rayas de color olivo,
blanco y negro, atada a la perfección, resaltando su color y acentuando su rostro
hermoso y cincelado. Por supuesto, sólo vestía ropa tan magnífica a esta hora por
el retrato, pero verlo tan espectacularmente adornado la hizo flaquear. Siempre se
había sentido atraída por él como hombre, aunque ahora la sensación la
preocupaba más no solamente porque él lo sabía, sino también porque se veía tan
formidable y fuerte y poderosamente... sexual. Como un hombre cuya naturaleza
apasionada no puede ser rechazada. Ella sabía las consecuencias de un deseo tan
irresistible, y hasta que lo dejara por última vez, haría todo lo que estuviera a su
alcance para luchar contra esto.
Él levantó la mirada y la atrapó mirándolo, y una sonrisa astuta se extendió
por su rostro. Poniendo una sonrisa agradable en sus labios, fingió no darse cuenta
y actuó indiferente.

–Buenos días, su gracia –ofreció una reverencia.

–Lady Cheshire –le respondió, estrechó las manos detrás de él, parándose
erguido completamente.

–¿Empezamos? –preguntó, caminando hacia él a un ritmo constante.

Cuando ella se acercó, él pasó la mirada suavemente por su figura, luego


volvió su atención al caballete.

–¿Cuánto tiempo toma en una pintura como esta?

Ella se acercó, sosteniendo ligeramente las manos frente a ella. –Depende de


la cantidad de trabajo que pongo todos los días. Si estoy ocupada con otras cosas,
pueden pasar semanas hasta que termine.

–Ya veo. –Lo estudió por un momento. –¿Cuál es el objetivo de pintar frutas?

Ella se rió abiertamente. –No es la fruta lo que es tan intrigante, su gracia, al


menos no para mí. Disfruto de colores vibrantes y mezclas de colores intensos, por
eso pintar flores y frutas es atractivo. –Se encogió de hombros ligeramente. –Y por
supuesto, las frutas y las flores son inofensivas.

–¿Inofensivas?

–La naturaleza muerta atrae a casi todos y se puede colgar en cualquier


habitación de la casa.

Él la miró con recelo. –¿Y puedo preguntar, qué tipo de obra de arte no se
puede colgar en cualquier habitación?

Ella vaciló. El doble significado detrás de sus palabras casi la sorprendió, y por
un mínimo segundo ella se preguntó si deliberadamente la tentaba con el
conocimiento del lado más sensual de su obra de arte. Por otra parte,
probablemente estaba exagerando. Él no debería saber nada al respecto.

Segundos después, ella respondió, –Supongo que cualquier obra de arte se


puede colocar en cualquier habitación que el propietario elija. Pero lo que quise
decir, su gracia, es que cuando una pintura está llena de varios colores, es posible
combinarlos con cualquier decoración, en cualquier habitación. O la mayoría de las
habitaciones. –Ella sonrió. –Quizás sea diferente para otros artistas, pero disfruto
de la audacia de muchos colores en mi trabajo.

Él asintió muy lentamente. –Como obviamente hace en su armario.

Ella parpadeó. –¿Disculpe?

Un lado de su boca se inclinó seductoramente otra vez, haciéndolo parecer


tan guapo de repente que casi le quitó el aliento.

–Solamente quise decir que parece disfrutar colores brillantes en su persona


también –explicó, bajó la voz. –La noche del baile se vistió de escarlata, ayer era de
un azul vivo, hoy soleado amarillo. Obviamente son colores que mejoran su
apariencia y la hacen destacar entre la multitud.

Le resultaba bastante extraño que no sólo recordara lo que había usado el día
anterior, sino que también recordara el color de cada vestido que había visto en
ella. Los hombres, en su experiencia, no se daban cuenta de tales cosas, ni siquiera
les importaba. Por otra parte, ella siempre lo había considerado extraordinario
caballero, y en este momento apenas podía dejar que el comentario quedara sin
respuesta.

–Es muy... inusual que noten mi gusto por el atuendo, su gracia –dijo
amablemente.

–Para nada –replicó de inmediato. –Simplemente se me ocurrió lo difícil que


debe haber sido el luto para usted. Estoy seguro de que estar limitado al negro y al
gris no sería muy atractivo para una joven viuda que prefiere los colores brillantes.

Parecía una respuesta tan seria, y sin embargo, en el fondo de su ser, la


encontró sospechosa.

–Me halaga, su gracia –mantuvo con cautela, con un tono y una actitud
formal. –Le agradezco sus amables palabras. –Instintivamente, se alejó de él y se
ocupó de tirar de las cortinas de las ventanas del este, una por una, para dejar
entrar tanta luz como fuera posible. –¿Asumo que quiere un fondo formal, sir?

–Es la artista, madam. Haré exactamente lo que me diga.


Trató de no sonreír mientras regresaba al caballete, levantó la pintura de
naturaleza muerta y la apoyó contra la pared, luego eligió un lienzo grande y en
blanco para el retrato.

–Si se sienta en el taburete provisto, su gracia, comenzaré.

Echó un vistazo alrededor para observar el taburete de madera al lado de la


ventana que daba al sur. –¿Aquí?

–Sí, por favor –dijo, colocando el lienzo en el caballete. –La luz de la ventana
es la mejor que tenemos por ahora. Con suerte, cuando comencemos la pintura
real, el sol brillará y se verá más iluminado aquí.

–¿No va a pintar ahora? –preguntó mientras caminaba hacia el alto taburete


de madera y se subía a él con facilidad.

Desde el pequeño escritorio a su lado, ella levantó un cuaderno de bocetos y


una cesta de costura, llena de diversos artículos de artesanía y suministros, luego
llevó ambos al sofá, a metro y medio de él, y se sentó cómodamente. –Voy a
esbozar su retrato primero, luego haré a la pintura, aunque probablemente no sea
hoy –aclaró. –Uno no puede pararse, o en su caso sentarse en un taburete, por
tanto tiempo.

–¿Es por eso que tienes el cómodo sofá y me queda el pequeño taburete de
madera? –preguntó, divertido.

Ella sonrió mientras desataba su cesto de costura y comenzó a revolver varios


tipos de pinceles y lápices de carbón de diferentes tamaños hasta que encontró
uno que le gustaba. –Por lo general, también me paro o me siento en un taburete
cuando pinto, su gracia.

–Ah –respondió casualmente –así que los dos nos sentiremos incómodos.

No podía tener idea de lo incómoda que estaba en este momento. –


Ciertamente –ofreció, sentándose para mirarlo, con el cuaderno de dibujo en su
regazo. –Aunque yo estoy acostumbrada, y como me concentro en el proceso,
debo admitir que apenas me doy cuenta.

–Estoy seguro de que es verdad.

Otro comentario formal y muy ordinario que, si lo ponderara, podría contener


un mundo de significados sutiles. Teniendo en cuenta sus antecedentes, estaba
empezando a encontrar sus conversaciones entretenidas en su extremo primor, y
rayaban en lo ridículo. Si no hubiera estado tan dispuesta a huir de él, habría
soltado una carcajada y le habría dicho al hombre que le dijera lo que realmente
pensaba.

Ella trabajó en silencio durante unos minutos, dibujando su cuerpo en la pose


que usaría, si él la aprobaba. Él la miraba desde la distancia, y la parte más
desconcertante fue su atención absorta en ella. Definitivamente, podía sentir su
mirada sobre ella como si estudiara cada mechón de cabello, cada curva de su
cuerpo y la línea de su rostro. En su experiencia, la mayoría de los sujetos, incluso
los adultos, se aburrían o distraían después de un corto tiempo. Algunos se ponían
bastante conversadores o impacientes. La sensación que le dio el Duque de
Chatwin fue que no había otro lugar en el mundo donde preferiría estar en ese
momento.

–Sabe –dijo él, interrumpiendo sus pensamientos –cuanto más la miro, Lady
Cheshire, más me convenzo de que nos hemos conocido antes.

Viola tuvo que obligarse a sí misma a permanecer serena, luchando contra el


impulso de mirarlo directamente a los ojos.

–Supongo que es posible –respondió con cierta vaguedad, dibujando


furiosamente mientras fingía concentrarse en su trabajo.

Pasaron unos pocos segundos en silencio. Luego, él murmuró en voz baja. –


Estoy seguro de que te das cuenta de que disfruto mirándote.

Se quedó sin aliento en el pecho, y detuvo casi imperceptiblemente los trazos


de lápiz, pero no se atrevió a levantar la mirada para revelar cómo su franco
comentario la sorprendió. ¿Y cómo, en nombre del cielo, él esperaba que
respondiera?

–Me ha halagado demasiado, su gracia –cedió, con la voz tensa y una sonrisa
forzada.

Él se rió entre dientes. –¿Te hace sentir incómoda que mencione mi atracción
hacia ti?

Oh Dios mío.
Ella suspiró, cerrando los ojos por un segundo o dos antes de contestar. –
Quizás es mejor no hablar de tales cosas, su gracia.

Él no discutió su declaración, afortunadamente, aunque ella deseó que no la


mirara tan intensamente. En este punto, ella decidió que preferiría mantener sus
interacciones necesarias formales y mundanas. No quería saber en absoluto lo que
él realmente pensaba.

Momentos después, preguntó –¿Espera volver a casarse, madam?

Finalmente. Un tema que podía discutir. –No lo creo, no –respondió sin


reservas. –O al menos no pronto. Mi vida está muy llena en este momento, y estoy
bastante feliz.

–Eso suena como una respuesta que uno le daría a la reina.

Entonces, ella levantó la mirada. –¿Disculpe?

Él encogió un hombro, entrecerró los ojos mientras le sostenía la mirada. –


Parece como si hubiera ensayado esa respuesta para cualquier pregunta formal
sobre el tema.

Ella se pasó la lengua por los labios, vacilando solo brevemente antes de
volver su atención a su boceto. –De hecho, su gracia, es la verdad.

Él esperó y luego preguntó. –¿No disfrutó el matrimonio?

Ella pensó en eso por un momento, decidiendo contestarle honestamente. –


Por el contrario, lo disfruté mucho. Aunque tuvimos poco tiempo juntos antes de
su fallecimiento, mi esposo fue muy amable y generoso. –Sonrió de nuevo. –Y me
enorgullece tener a mi hijo, su heredero, a quien adorar.

–Bueno, o tienes una niñera excelente, o se comporta muy bien. Todavía


tengo que escuchar o ver alguna evidencia de un niño en su casa, Lady Cheshire.

Mirando a través de sus pestañas, pensó que el comentario fue sincero. –En
realidad, él no está en la ciudad, sino visitando a la familia de mi esposo en el
campo.

–Ah. –Después de una breve pausa, agregó. –¿Y no fue con él?
Ella sopló sobre el boceto para eliminar el polvo del lápiz. –Me reuniré con él
pronto, estoy segura. Pero por ahora tengo que pintar su retrato.

–Así que le estoy impidiendo pasar tiempo con su hijo, ¿verdad?

Ella sonrió y levantó la vista. –No se sienta culpable, su gracia. Lo extraño


terriblemente, por supuesto, pero esta es mi primera temporada sin luto, y
francamente, creo que un poco de separación será bueno para él. Tiene casi cinco
años y, como hijo de un barón, necesita comenzar a conocer su lugar en la familia.

–Vaya, de verdad es una madre orgullosa –respondió con diversión.

Ella asintió. –Como usted será un padre orgulloso, estoy segura, cuando tenga
sus propios hijos, sir.

–Supongo que es verdad. –Segundos después, preguntó. –¿Y cuál es su


nombre?

Con gusto, respondió. –John Henry Clifford Cress Wald, Lord Cheshire.

–¿Así es como lo llama?

Ella dejó de dibujar y levantó la vista. –¿Llamarlo?

Él se rió de nuevo y se pasó los dedos por el pelo. –Querida Lady Cheshire, esa
fue una respuesta tan larga y formal que me pregunto si de hecho es como lo
llama, incluso cuando los dos están solos en la guardería.

Ella apretó los labios para no reírse. –Perdóneme, su gracia, pero como dijo,
soy una madre orgullosa. De hecho, lo llamo John Henry… a menos que, por
supuesto, sea muy travieso, en cuyo caso usar su nombre completo y título tiende
a producir un mejor resultado para lograr que se comporte.

–Ya veo. Ustedes usan los trucos innatos de la maternidad, supongo.

Ella se rió de eso. –Mi querido Lord Chatwin, no hay trucos innatos de
maternidad, se lo aseguro. Hacemos lo mejor que podemos y esperamos que el
amor y la disciplina que brindamos a nuestros preciosos hijos les brinde a cada uno
un corazón digno para construir un futuro sólido y respetable.

Él sacudió la cabeza, sonriendo. –Incluso eso suena ensayado.


–Eso es porque lo es –respondió, con un bajo tono conspirador. –Escuché a mi
propia madre decirlo todos los días durante años, aunque nunca usó la palabra
'amor'; ella usó 'ejemplo' en cambio. –Ella frunció el ceño suavemente, luego
agregó. –Nunca entendí cómo podíamos darles a nuestros hijos un corazón digno
si no les mostramos nuestro amor primero. Creo que ese es el mejor ejemplo.

La diversión en su hermoso rostro la capturó, y durante unos segundos se


miraron en silencio, con una especie de conexión mutua e íntima que no podía
definir muy bien ni comprender exactamente.

–Ama mucho a su hijo –afirmó él suavemente.

Su corazón se derritió por la mera idea de tal regalo. –Más allá de toda
medida, su gracia. Todo lo que hago en mi vida es para él y su bienestar.

Durante un largo y prolongado momento, sólo la miró con franqueza. Y luego,


muy lentamente, entrecerró los ojos y su sonrisa comenzó a desvanecerse, como si
hubiera dicho o hecho algo que lo irritó.

Cambiando su peso en el taburete, se sentó un poco más recto. –¿Supongo


que quiere más hijos, entonces?

Su voz se había vuelto más aguda y prevalecía una repentina frialdad. Su


cambio de humor la hizo recordar el lugar que le correspondía en la vida,
recordándole que evitara revelar demasiado sobre sí misma. Cuanto menos
supiera de sus asuntos personales, especialmente de lo lejos que iría para proteger
a John Henry, mejor.

Bajando la mirada otra vez hacia su cuaderno de dibujo, dijo con naturalidad.
–No necesariamente. Primero tendría que volver a casarme, lo que por ahora no
es algo que me interese considerar. Y ya tengo un hijo y heredero de las
propiedades de mi difunto esposo.

–¿No quiere una hija?

Sus labios se levantaron levemente. –Una hija no puede ser garantizada, su


gracia. Y para ser honesta, odié estar embarazada.

Eso lo sorprendió. Podía sentirlo en él sin siquiera levantar la vista.

–Qué extraño escuchar a una dama decir eso –respondió.


Ella se encogió de hombros e inclinó la cabeza un poco hacia un lado. –Tal vez
para la mujer que no tiene dolencias físicas durante su confinamiento y da a luz
con facilidad.

–¿Tuvo problemas físicos?

Su afán por discutir algo tan personal y delicado la hizo recelar, especialmente
a la luz de la formalidad de su relación de trabajo. Francamente, discutir el parto
con cualquier caballero asaltaba su sensibilidad, aunque después de echar un
rápido vistazo a su rostro, ella decidió que realmente parecía curioso y no parecía
nada avergonzado por el tema.

Ella suspiró. –Sí, estuve enferma la mayor parte del tiempo. Él también nació
con los pies primero, después de tres días de trabajo de parto, lo que provocó que
casi muriera en su nacimiento. Le agradezco a Dios todos los días que estaba en la
ciudad y tenía la experiencia de un buen médico a mi disposición. Si hubiera
estado en el campo, sospecho que ambos hubiéramos muerto, como la mayoría
de los niños lo hacen cuando nacen de la manera equivocada.

–Eso es... desafortunado –él murmuró, calmado. –Supongo que su marido


estaba fuera de sí por la preocupación.

Ella se estremeció, como siempre lo hacía con el recuerdo de aquellos días


oscuros. –Estoy segura de que lo estaba –estuvo de acuerdo, probablemente muy
alegremente. –En cualquier caso, la... experiencia fue muy difícil para mí, y no es
algo que anhele repetir.

–Mi hermana está esperando su segundo hijo en cualquier momento y está


eufórica –reveló casi distraídamente. –O eso he escuchado.

Entonces Lady Ivy estaba esperando. Viola no estaba dispuesta a pedirle más
información. –Bien, no me entristeceré por ella. Qué bueno por ella.

–Ciertamente –acordó, asintiendo ligeramente. –Sospecho que su marido


también está fuera de sí.

Sonriendo completamente ante eso, ella comentó. –No hay duda de que lo
está, pero probablemente con alegría si su primer parto no tuvo problemas.

Él no respondió a esa afirmación, sólo continuó observándola, sus facciones


eran ilegibles. Ella volvió su atención al boceto, ahora casi a su satisfacción,
esperando que el hombre entendiera su deseo de dejar en paz el tema del parto,
su hermana, y especialmente el pasado.

–¿Puedo hacerle otra pregunta, Lady Cheshire? –murmuró segundos después.

Ciertamente no esperaba que ella lo negara, con su tono repentinamente


suave como la seda y la intimidad que implicaba. El pulso de ella comenzó a
acelerarse con renovada incertidumbre, pero no se atrevía a mirarlo.

–Por supuesto, su gracia –respondió tan dócil como era posible.

Él respiró hondo, luego lo dejó salir lentamente. –Nunca me ha hecho una sola
pregunta sobre mi pasado o intereses, mi familia o mi hogar en el campo. No me
parecería tan inusual en la mayoría de las circunstancias, pero dado que le dije
explícitamente que creo que nos hemos visto antes, estoy... curioso por saber por
qué es así.

Ella se quedó quieta, mirando el cuaderno de bocetos mientras su boca se


secaba. Tratando de parecer indiferente, admitió. –Realmente… realmente no
había pensado en eso.

–¿No? –insistió. –¿Nunca pensó en hacerme siquiera preguntas generales


sobre mis asuntos diarios o conocidos que pudieran ser mutuos? ¿Nunca pensó en
dónde se pudieron haber cruzado nuestros caminos? Incluso mencioné a mi
hermana y usted no preguntó su nombre, y mucho menos dónde vive o si tiene
títulos.

Su amable afrenta casi la enojó, aunque en realidad la ira debería haber


estado dirigida a ella misma en lugar de a él, porque su pregunta era
perfectamente razonable. Si ella hubiera sido inteligente, habría intercambiado
una breve conversación antes de ahora, y no hacerlo solamente hizo que un
descuido de su parte parezca evasivo. Por otra parte, no tenía motivos para pensar
que él conocía sus motivos, sólo que los cuestionaba.

–Me disculpo, su gracia –dijo con dulzura, colocando su lápiz de carbón de


nuevo en su cesta de costura, y luego se puso de pie, con el cuaderno de bocetos
en la mano. Con la mirada directa, continuó. –Honestamente, nunca lo pensé. Por
supuesto que tengo curiosidad, y simplemente asumí que su hermana tenía un
título y vivía en el campo. –Ella extendió su brazo libre ampliamente. –Pero, como
ya he dicho, si nos hemos visto antes, no puedo recordar nada al respecto. Y, por
supuesto, no estoy en posición de hacer preguntas a los clientes de esa manera, o
ser demasiado entrometida en sus vidas, especialmente aquellos con títulos tan
grandiosos como los suyos. Estoy segura de que lo entiende.

Por un segundo o dos pareció como si fuese a reír. Luego dijo arrastrando las
palabras. –Ciertamente, lo entiendo. Es muy... noble de tu parte respetar mi
posición, Lady Cheshire.

Su uso de tal frase sonaba un poco burlón, y ella resistió el ridículo impulso de
hacerle una profunda reverencia. En lugar de eso, hizo caso omiso de su burlona
alabanza y caminó valientemente hacia él, con el mentón un poco levantado con
confianza y una sonrisa satisfecha plantada en su boca.

–He terminado el primer dibujo, su gracia –dijo mientras caminaba a su lado,


con el cuaderno de bocetos apretado contra su pecho. –¿Quizás le gustaría verlo?

Él levantó las cejas levemente, pero permaneció sentado. –Absolutamente.

Todavía sentado en el taburete, la parte superior de la cabeza de ella se


encontró con su hombro. Se deslizó tan cerca de él como pudo sin tocarlo, luego
sostuvo el cuaderno de bocetos a la distancia para que pudieran verlo juntos.

–Es solamente una imagen aproximada, pero puede ver mejor cómo lucirá el
retrato.

Lo estudió por un momento y luego dijo. –La semejanza es excelente. En


realidad estoy bastante... encantado con su talento.

–Gracias, su gracia –respondió cortésmente, aunque realmente se sentía


molesta, porque si no lo supiera, diría que él sonaba más sorprendido que
complacido. Eso de repente la obligó a explicar su esfuerzo. –¿Puedo mostrarle un
poco del proceso?

Él le lanzó una rápida mirada. –¿El proceso?

–Cómo realicé el dibujo.

La confusión cruzó el rostro de él, y luego accedió. –Por supuesto.

Ella inclinó la cabeza hacia un lado minuciosamente mientras volvía su


atención al dibujo. –El fondo será como le guste, probablemente su cuerpo frente
a una ventana soleada en una biblioteca, o donde quiera. Del mismo modo, los
colores de su atuendo pueden ser de su agrado, independientemente de lo que se
ponga en cada sesión. –Ella comenzó a rozar líneas específicas con la yema del
dedo. –Notará los ángulos de los pómulos y la cuadratura de la mandíbula. Sus
bigotes laterales son un poco cortos para el caballero promedio de hoy, pero el
aspecto es bastante atractivo para usted. También traté de darle profundidad a
sus ojos. Tiene unos ojos asombrososamente oscuros que tienden a mostrar una
gran vitalidad, pero si pinto la ceja demasiado alta o delgada, la imagen del retrato
puede parecer demasiado alegre, y prefiero darle un tono serio a uno tan formal.

Él asintió muy débilmente, aparentemente absorto en el trabajo.

Ella volvió su atención hacia él. –Tiene una frente buena… no muy ancha ni
larga, y su piel es excelente. Creo que, para un atractivo majestuoso, voy a peinarle
el cabello de la cara para revelarlo. –Ella se inclinó hacia adelante y comenzó a
apartar los sedosos mechones de su frente con los dedos. –Creo…

Él la agarró por la muñeca, sacudiendo la cabeza hacia atrás como si ella lo


hubiera quemado.

Ella se sorprendió.

Él no se movió, sólo la sostuvo con fuerza, su mirada intensa, penetrando las


profundidades de ella íntimamente, buscando.

Viola tragó saliva y trató de alejarse, pero él se negó a dejarla ir. Su corazón
comenzó a latir violentamente en el pecho, ahora a solo unos centímetros de su
rostro, sus cuerpos tan cerca que se sintió instantáneamente envuelta, atrapada
por su presencia.

–Lo siento, su gracia –dijo con voz ronca, tratando de remover la muñeca de
su mano sin éxito.

Y luego él parpadeó, sacudiendo la cabeza despreocupadamente, como si


regresara de un trance, frunciendo el ceño con confusión.

–¿Su gracia? –susurró de nuevo.

Lentamente, él bajó los párpados y miró sus pechos, sus curvas superiores se
revelaban tentadoramente por su ajustado corpiño escotado. Ella se quedó sin
aliento y cálida por el escrutinio mientras su mirada se paseaba, y por un
momento atemporal temió que en realidad pudiera inclinarse hacia adelante tres
pulgadas y apoyar su mejilla contra sus pechos, y besarlos con necesidad.

El aire parecía crujir a su alrededor, cargado de recuerdos que guardaba


profundamente en el tiempo en que se había aferrado a ella en su desesperación.
De repente, su mayor temor fue que, al tocarlo inocentemente, había despertado
cualquier parte que él pudiera recordar también.

–Viola... –murmuró.

Los ojos de ella se abrieron de par en par cuando él susurró su nombre de pila,
pero permaneció quieta, manteniéndose peligrosamente bajo su control, sin saber
qué hacer o decir, en todo caso. Pasaron unos segundos hasta que finalmente él
tomó un profundo respiro y levantó una vez más la vista hacia su rostro.

Un intenso calor iluminaba sus ojos cuando su mirada capturó la de ella, y el


hambre intensa que presenció en sus oscuras profundidades hizo que su corazón
saltara un latido y su estómago se torciera en nudos.

Él recuerda algo…

Y luego, abruptamente, el fuego murió. El estado de ánimo en el estudio


cambió cuando vio que sus párpados se entrecerraban seductoramente y su
hermosa boca se ladeaba en una sonrisa irónica. Como si quisiera cambiar por
completo su comportamiento, ya no parecía desorientado ni excitado, sino que
volvía al caballero devastador e intimidante que había sido cuando llegó. Todavía
le sostenía la muñeca, pero la presión se volvió suave cuando comenzó a frotar la
almohadilla de su pulgar sobre su sensible piel. Segundos más tarde, levantó la
mano y con cautela colocó sus suaves labios sobre las puntas de los dedos.

Aturdida, las rodillas se debilitaron debajo de ella y casi deja caer el cuaderno
de bocetos al que todavía se aferraba como un bote salvavidas. Pero no podía
mirar hacia otro lado.

La observó de cerca mientras movía la cabeza hacia adelante y hacia atrás


para acariciarle los nudillos con un delicado roce de lado a lado con la boca. Ella se
estremeció por el contacto, su interior se calentó con un inmediato deseo sexual
que recordaba, pero que no había sentido en años. Luego, levantando su mano
aún más arriba, él ladeó la cabeza ligeramente y le besó la muñeca, después de ese
pequeño beso, su cálido aliento la provocó deliciosamente hasta que casi se
desmayó.

–Eres hermosa –susurró. –No puedo evitarlo cuando estás tan cerca.

De alguna manera, ella le creyó, y sin embargo, su atención hacia ella ahora no
se parecía en nada al deseo que instintivamente había sentido por él y que había
visto en sus ojos momentos antes. Ahora parecía forzado… como si sus
pensamientos y sentimientos tuvieran dos lados. Como si sus acciones estuvieran
planeadas.

Con una fuerza renovada y sus emociones determinadas, intentó apartar


nuevamente su mano de él, y esta vez la soltó.

Él se puso de pie y ella retrocedió un paso y, en una especie de defensa


propia, agarró su cuaderno de bocetos contra su pecho con ambas manos.

–Sabes que quiero besarte, Viola –murmuró roncamente.

Levantó la barbilla un poco, enfurecida con la idea de que él podría dominarla


como quisiera, que ella cumpliría todos sus deseos o caprichos. Ella había
renunciado a tales concesiones cuando había dejado a su dominante familia en
Winter Garden, y por última vez cuando su esposo murió, y no necesitaba que otro
hombre tomara decisiones por ella ahora. Especialmente alguien que usó su
naturaleza femenina contra ella. Pero lo peor de todo, la peor sensación de todas,
después de los últimos momentos, era que no podía estar segura de que él no
estaba actuando. O mintiendo por una aciaga razón.

Sosteniéndole la mirada, con el pulso acelerado y la cara sin duda sonrosada


para la satisfacción de él, sonrió rotundamente y respondió con un sarcasmo
primitivo. –Me parece un hombre que disfrutaría ese tipo de diversión, su gracia,
pero no creo que me convenga dejarlo. Y, por supuesto, se interpondría en el
camino de nuestra relación profesional.

Él levantó las cejas; sus labios se crisparon. Ella no pudo descifrar si estaba
sorprendido o entretenido, pero si tenía que adivinar, ella diría que él era ambos.
Sin embargo, no se molestó en esperar su respuesta. Rápidamente, pasó por su
lado y caminó de regreso a su pequeño escritorio, colocó el cuaderno de dibujo
sobre éste, tocó el timbre de un sirviente, luego se volvió y lo miró directamente,
con las manos cruzadas frente a ella.
–Creo que hemos terminado por hoy de todos modos. Mi mayordomo le
mostrará la salida...

Él llegó hasta ella en tres pasos.

Tan pronto como la agarró por los antebrazos con ambas manos, la haló
contra él, puso su boca sobre la de ella, no con dureza, sino con firme propósito.

Un chillido escapó de ella en el contacto inicial, y por una fracción de segundo,


pensó en empujarlo y gritar. Entonces todos los pensamientos negativos se
desvanecieron cuando él comenzó a persuadir sus labios con los de él, a provocar
su sumisión con una suave insistencia que la derritió dentro y forzó un gemido de
su garganta.

El sonido de su sumisión lo animó. Le soltó los brazos, envolvió el suyo


alrededor de ella y la atrajo más cerca, abrazándola por completo con una mano
en su espalda, la otra en su cuello, rozando el cabello en su nuca con los dedos. Su
boca la asaltó exquisitamente, haciendo que cada nervio de su cuerpo cobrara
vida, recordándole el placer que solamente un hombre podía dar. Su lengua rozó
su labio superior, luego entró, y ella lo recibió como un juego propio, hipnotizada
por su sensación, su gusto, su aroma. Encerrada en su abrazo, ella no podía hacer
nada más que aceptarlo, y justo cuando envolvió los brazos alrededor de su
cintura y se rindió al deseo, él se detuvo, y luego muy lentamente levantó la
cabeza.

Viola lo sintió alcanzar sus manos y apartarlas de él mientras daba un paso


atrás. Sus párpados se abrieron de golpe, y aturdida, lo miró a la cara.

Él le miraba fijamente, con los ojos oscuros e ilegibles, su respiración


acelerada y dura mientras intentaba recuperar su propio control.

De repente, escuchó una tos leve detrás de él, y al recordar que había tocado
la campana antes de que él la atacara, se dio cuenta, con total mortificación, de
que no estaban solos.

–No me subestime, Lady Cheshire –susurró en su oído, con una sonrisa en la


boca. –No se puede deshacer de mí tan fácilmente.

Furiosa, con ganas de golpear su hermoso rostro para tomar ventaja de ella y
avergonzarla, trató de reaccionar, pero se dio cuenta enseguida de que él todavía
la tomaba de las manos. Y luego, mientras él sonreía y la soltaba por completo,
alejándose para permitirle ver a un recién contratado lacayo, inquieto y
tembloroso en la puerta, se retrajo internamente cuando comenzó a entender
exactamente lo que él había hecho. Los criados hablaban y para el final del día,
todo el vecindario sabría que la joven viuda Cheshire, que acababa de salir del
luto, había sido atrapada besando al Duque de Chatwin en el estudio, no
inocentemente, sino con pasión. En una semana, la mayor parte de la buena
sociedad estaría prestando atención a las deliciosas noticias, y aunque
probablemente no la arruinaría, ahora se había convertido en el chisme de la
temporada.

Como si sintiera su furia, su humillación, él dijo lo suficientemente fuerte para


todos. –Perdóneme, madam, pero estaba... vencido por sus encantos. Por
supuesto, no quise aprovecharme.

Se aclaró la garganta, luego lanzó una rápida mirada a lacayo antes de mirarla
a los ojos.

–La veré el viernes para nuestra próxima cita.

Lo había planteado como una afirmación, no como una pregunta, lo cual no le


permitía criticar sus acciones y rechazarlo para salvarse un poco de la vergüenza.
Francamente, él la retó a negarlo, a un hombre de poder y prestigio, sabía que ella
no lo haría.

Con frialdad, ella respondió. –Tal vez trabajemos en el jardín la próxima vez,
su gracia. Estar al aire libre nos hará bien a los dos, ¿no le parece?

Durante unos segundos no hizo nada mientras una astuta sonrisa se extendía
por su boca. Y luego, para su completo asombro, le guiñó un ojo… luego asintió
una vez, se volvió y se dirigió hacia su lacayo, que lo guio fuera del estudio.

Viola apretó los puños a los costados, conteniéndose de no romper las


ventanas en su furia. El hombre tenía coraje, se vio obligada a admitirlo, pero
también era inteligente y no estaría arrinconada tan inteligentemente.

Él había aumentado las apuestas, ciertamente. Pero para el viernes, se


prometió, estaría lista para él.
Capítulo 6

Hoy puse una vela detrás de mí, para que no me pudiera ver el rostro dentro
de la capa. Él preguntó mi nombre, pero no me atrevía a hablar. Está asustado y
su pena es tan intensa...

Viola entró a la oficina en Chelsea de Leopold Duncan, su abogado de muchos


años. La mañana había sido bastante cálida y soleada, y la pequeña habitación en
la que estaba de pie ahora se sentía tan sofocante como el carruaje del que
acababa de salir. Pero eso era irrelevante. No tenía intención de quedarse mucho
tiempo, y no había planeado verlo hoy hasta que recibió una nota urgente de él
insistiendo en una reunión inmediata.

Después de cerrar la sombrilla y colgarla en la percha junto a la puerta, se


quitó los guantes de encaje color melocotón y saludó al asistente del hombre,
Calvin Bartlett, asintiendo con la cabeza y un breve saludo. Momentos después la
condujo al despacho privado de Duncan, donde encontró al hombre sentado
detrás de su enorme escritorio, con la pluma en la mano garabateando en una
hoja de papel.

Levantó la vista cuando la escuchó entrar, luego se levantó bruscamente, con


los brillantes ojos hundidos y su cara redonda y llena de marcas de viruela, alegre
como siempre.

–Ahh, buenos días, Lady Cheshire –dijo con una gran alegría, tirando de su
chaleco en un intento de cubrir su amplio vientre mientras se dirigía hacia ella.

Ella sonrió y le tendió la mano. –Buenos días, Mr. Duncan. Veo que está muy
bien.
–Al igual que usted, madam –respondió, tomándola por los dedos con los
suyos e inclinándose rápidamente para rozarlos con los labios. –Por favor, tome
asiento.

Ella hizo lo que le indicaba, caminando hacia una gran silla de terciopelo y
bajando su cuerpo con gracia para sentarse en el borde. Él sólo tenía dos sillas en
la habitación además de la suya, y las dos eran tan esponjosas que uno se hundía
naturalmente en ellas, sin elegancia, si no tenías cuidado. De hecho, todo en la
oficina de Duncan era esponjoso, enorme o ambos, incluidas las cortinas, el
escritorio, las sillas, las obras de arte y los marcos, incluso la chimenea, y ella sabía
que, había sido decorada por su esposa. Todo, aparte de su escritorio marrón
oscuro y la gran pintura de rosas rojas sobre la repisa de la chimenea, era del color
del cielo de verano y acentuado con metros de encaje blanco con volantes.

–Entonces, ¿qué información tiene para mí que es tan importante? –preguntó


alegremente, cruzando las manos sobre los guantes y el bolso en su regazo. –
¿Supongo que se trata de la subasta del sábado?

Duncan casi gruñó mientras volcaba otra vez su figura redonda sobre el
asiento de su silla. –De hecho, lo es –respondió, inclinándose hacia adelante para
juntar las manos sobre el papeleo disperso. –Ayer recibí una inusual visita de un
agente de investigación, solicitando que le hablara inmediatamente sobre la venta
del Bartlett–James.

Con la frente arrugada, ella repitió. –Un agente de... ¿investigación?

–Un investigador –aclaró. –Contratado por un privado.

Ella sacudió la cabeza, completamente confundida. –Lo siento, Mr. Duncan, no


quiero parecer ignorante, pero... contratado por un privado ¿para hacer qué
exactamente?

–Aparentemente para negociar una compra –respondió de inmediato.

Ella parpadeó. –¿Disculpe?

–Admito que, al principio, yo también estaba un poco desconcertado. Soy un


abogado, no un curador de museo. –Se rió entre dientes, estirando la mano para
rascarse las patillas. –Pero lo que obtuve de nuestra breve conversación es que, al
parecer, este agente trabaja para un banquero que representa a una persona
anónima que desea hacer una oferta para comprar su dibujo antes de la subasta,
sin ser vista. Él también está dispuesto a negociar el precio.

Tardó varios largos momentos en entender completamente las implicaciones


de todo lo que estaba diciendo. Nunca antes se le había acercado personalmente
un comprador para una venta específica, ni en cualquier otro momento, ni en
cualquier otro caso, podría haber borrado esa información como algo
sorprendente pero bastante trivial. Sin embargo, por más de una razón, este
nuevo e inusual desarrollo la inquietó.

–¿Cuál es el nombre del hombre?

–¿El agente?

Ella asintió, esperando, sintiendo una tensión persistente que comenzaba a


enroscarse dentro.

Duncan rebuscó entre las hojas de su escritorio hasta que encontró una
tarjeta. –Ah, aquí está. Un tal Mr... Milo Cafferty.

Milo Cafferty. Ella nunca antes había escuchado el nombre. –¿Y dice que
representa a un comprador anónimo?

Él extendió la mano sobre el escritorio y se lo dio. –En realidad, él representa


al banquero del comprador.

Ella miró fijamente la tarjeta, viendo nada más que un nombre y un título en
una ordinaria tarjeta blanca y barata.

–¿Por qué un investigador sería contratado por un tercero para hablarle sobre
la compra de arte, incluso arte de esta naturaleza? –preguntó, mirando a Mr.
Duncan. –¿Qué hay que investigar?

–Me pregunté eso a mí mismo –comentó con una media sonrisa. –Incluso para
un trabajo del evasivo Víctor Bartlett–James, esto parece un poco extremo, ¿no?

–Ciertamente. –Viola golpeó la tarjeta contra la punta de sus dedos,


pensando. –¿Encontró sospechoso a este Mr. Cafferty?

Él se encogió de hombros. –No particularmente. Parecía un tipo normal. Pero


sí encuentro toda la circunstancia un poco sospechosa.
–¿Cómo es eso?

–Bueno, ¿por qué el comprador potencial simplemente no envió a su


banquero? O, para el caso, ¿por qué no confiar en mí como abogado para
gestionar el anonimato en el mejor interés de ambas partes, comprador y
vendedor? –Sacudió la cabeza y sus rasgos se pusieron serios. –Supongo que se
podría decir que este caballero, supongo que es un caballero, podría ser
simplemente un coleccionista privado con una gran cantidad de dinero e
influencia, tratando de proteger su reputación siendo reservado. Pero lo que me
parece más extraño es que esté pasando por canales tan ridículos y tortuosos para
adquirir algo por lo que un intermediario podría pujar en tan solo unos pocos días.
Incluso si está ocultando tal compra a una esposa sospechosa, seguramente ella
no asistiría a una subasta en Brimleys. –Frunciendo el ceño profundamente, él la
miró con franqueza. –Una cosa es permanecer en el anonimato y otra ocultar la
identidad de uno a este extremo. Cafferty se negó a decirme ni siquiera el nombre
del banquero.

Se produjo un silencio mientras él le daba un momento para analizar sus


palabras. Viola se volvió y miró por la pequeña ventana, viendo solamente la pared
de ladrillo, cubierta de hiedra, del edificio de al lado. No era muy buena vista, pero
permitía que la luz del día entrara a la oficina. Y si nada más, mirar una pared de
ladrillo no permitía distracciones cuando uno intentaba pensar, como lo hizo
ahora.

Aunque este giro de los acontecimientos la perturbaba, se negaba a entrar en


pánico. Era muy posible que este comprador anónimo realmente tuviera razones
para mantener su identidad oculta de todos, especialmente si era un individuo
muy importante, tal vez trabajando en el gobierno o en el alto cargo, o para la
realeza. Por otro lado, con todos los eventos inusuales que habían sucedido en su
vida durante las últimas tres semanas, no podía evitar estar tan dudosa como
parecía estar Duncan. Y ella confiaba en Duncan. Él era la única persona viva que
sabía que ella era la artista real del infame trabajo erótico, y en todos estos años,
nunca la había menospreciado por crearlo, ni la había tratado con desdén por
venderlo o había traicionado su secreto por ningún motivo. Y por su buen juicio,
ella le pagaba generosamente.

Pero esta nueva situación parecía molestarlo, y eso en sí mismo la alarmaba.


Duncan no sabía nada de su pasado y no tenía motivos para preguntarse si lo que
había pasado hacía cinco años la había atrapado de repente en nombre de Ian
Wentworth.

Una repentina idea se le ocurrió, enfriándola lo suficiente como para hacer


que se estremeciera visiblemente. Con una rápida mirada a su abogado, preguntó.
–¿Alguien podría sospechar que yo soy el artista, y luego contratar a un
investigador para averiguar si es cierto viniendo a usted y pretendiendo estar
interesado en una compra?

En lugar de responderle de inmediato, inclinó la cabeza hacia un lado para


mirarla pensativo.

–¿Le mencionó la próxima subasta a alguien, Lady Cheshire?

Sus labios se inclinaron un poco. –No, nadie, aunque estoy segura de que
mucha gente lo sabe ahora, ya que es a menos de una semana.

Él asintió, pensando. –¿Pero no le dijo a nadie?

–Absolutamente no –repitió un poco más enérgicamente. –Creo que sabe que


mi reputación no permanecería intachable si otros se enteraran de mi conexión
con el trabajo de Mr. Bartlett–James.

Esa firme respuesta lo satisfizo por un momento. Luego preguntó. –¿Qué hay
de su personal?

Su ardiente pregunta envió un torbellino de pensamientos nuevos y


atemorizantes a su cabeza. –Mantengo a mi equipo completamente ignorante de
los detalles, pero incluso si supieran que yo soy la artista de ese tipo de trabajo, no
creo que ninguno de ellos sea lo suficientemente temerario como para arriesgar su
empleo sin una referencia, especialmente si no tienen pruebas.

–¿Ha recibido amenazas a su persona o la herencia de su marido?

Sólo el beso amenazador de Ian Wentworth...

Ella se inquietó. –No que yo supiese.

–¿Y nada ha sido robado?

–¿Robado?
Él la miró astutamente. –Me pregunto si éste podría ser el comienzo de algún
tipo de plan de chantaje contra usted.

Ese pensamiento nunca antes se le había ocurrido, y escuchar tal advertencia


en palabras hizo que se le secara la boca y que su cuerpo se enfriara. –En realidad
no mantengo ninguno de mis trabajos de Bartlett–James al aire libre en mi casa –
respondió ella, tratando de controlar el temblor en su voz. –Todas mis pinturas y
bocetos, una vez terminados, están encerrados en mi ático, la única llave está en
mi poder, y nunca dejo el trabajo sin terminar desatendido en mi estudio… por
razones obvias.

Duncan asintió en señal de comprensión. Luego, con una gran inhalación, se


reclinó en su silla, frunció el ceño y las manos descansaron sobre su redondeado
estómago. Después de unos segundos de silencio, declaró sin rodeos. –Espero que
no sospeche que nadie a mi servicio haya sido indiscreto, Lady Cheshire.

Esa idea tampoco se le había ocurrido a ella, aunque generó mayores dudas. –
Usted aún es la única persona que sabe que soy la artista real, ¿correcto?

–Absolutamente –respondió, asintiendo con firmeza. –Nunca le he dicho una


palabra a nadie. Pero mi secretaria y tenedor de libros saben que usted es la
persona que coloca los raros dibujos de Bartlett–James en subasta. Tal
información no podría evitarse, me temo. Le aseguro, sin embargo, que asumen
que le perteneció a su esposo y que ahora simplemente quiere deshacerse de
estas... uh... obras de arte atrevidas. –Se retorció en su silla un poco. –Si me
perdona por ser directo, Lady Cheshire.

–Por supuesto –dijo con refinada gracia. Era lo más cercano a lo que Duncan
había llegado a hacer en un comentario personal sobre su trabajo, y si no hubiera
estado tan preocupada repentinamente por su futuro, podría haber sonreído ante
su intento de ser discreto. En cambio, ella volvió a su pregunta original.

–Asumamos, Mr. Duncan, que en este momento nadie más que usted y yo
sabemos que soy la artista –sostuvo. –¿Sería entonces posible que Mr. Cafferty
descubriera este secreto como investigador de alguna forma indirecta?

–¿Manera indirecta?

–Mediante... ¿mantenimiento de registros o libros viejos, tal vez de notas


misceláneas sobre ventas pasadas o consultas?
Frunciendo el ceño, respondió. –Realmente no lo creo. Mantengo los archivos
cerrados y los viejos registros protegidos en una caja de seguridad en todo
momento, e incluso si intentara acceder a mis cuentas o archivos para descubrir
algo incriminador, directa o indirectamente, me enteraría de inmediato.

Ella no sabía si sentirse descorazonada o aliviada. –Ya veo.

Él la escudriñó por un segundo o dos, y luego sugirió. –Quizás sería mejor si lo


vemos desde la perspectiva inversa. ¿Puede pensar en alguien que se tomaría
tantas molestias y le pagaría a un investigador para que descubriera ciertos
secretos sobre usted que luego pudieran usarse en su contra?

No me subestimes, Lady Cheshire...

Tragó saliva y evadió la pregunta. –No estoy segura. ¿Es esto para lo que se
contrata a un agente de investigación?

Sus espesos párpados se entrecerraron cuando lo consideró. –Por lo general,


no, pero supongo que cualquier cosa es posible por el precio correcto. En mi
experiencia, estos investigadores son antiguos delincuentes o policías, contratados
para localizar artículos robados, seguir a sus maridos para enterarse de ciertas
indiscreciones, o encontrar personas desaparecidas, aunque no necesariamente
para investigarlas.

Encontrar personas desaparecidas...

Una violenta ola de incredulidad la cubrió en ese momento.

No me subestimes, Lady Cheshire...

–Imposible... –dijo para sí.

Duncan levantó las cejas. –¿Perdón?

Viola se puso de pie, arrojando los guantes y el bolso sobre el cojín de la silla
antes de caminar lentamente hacia el centro de la pequeña habitación, mirando
los pequeños tulipanes amarillos sobre la alfombra azul claro, con la mano cerrada
sobre la boca mientras comenzaba a poner las piezas del rompecabezas juntos
para formar la imagen más extravagante que se podía imaginar. Y una que en un
instante tuvo tanto sentido.
Él había contratado a alguien para encontrarla, y cuando ese encargo se llevó
a cabo, hizo una gran entrada en su vida, sorprendiéndola en su primera fiesta sin
duelo, pretendiendo no reconocerla, haciendo todo lo posible para controlar sus
discusiones, para confundirla haciéndole creer que su encuentro otra vez había
sido pura coincidencia y que su atracción hacia ella era genuina. Y se había llamado
a sí mismo un coleccionista de arte, justo como este supuesto comprador que
ahora quería comprar su obra de arte, sin ser vista.

La niebla en su mente se levantó cuando de repente todo se volvió tan claro…


cada conversación, cada pregunta y los motivos detrás de cada acción. Él la
culpaba de los actos de su familia hace tantos años, y como ella había sido la que
había escapado indemne, había vuelto a su vida para tomar una especie de
venganza despreciable o costosa. Suponía que siempre había sospechado que
vendría a buscarla algún día, era la razón por la que se había quedado en la ciudad,
pero después de tanto tiempo había bajado lentamente la guardia. Ella realmente
deseaba saber cuánto recordaba él de su confusión inducida por las drogas, cuánto
había descubierto de su investigador sobre ella y su vida, por qué había esperado
tanto tiempo para regresar. En este punto, no tenía pruebas de que él supiera que
ella, una vez, pintaba como el famoso Víctor Bartlett–James, solamente que estaba
intentando vender una, lo cual, como Duncan había confirmado, su investigador
podría haber descubierto con más facilidad siguiéndola simplemente y haciendo
unas cuantas preguntas. Si ese fuera el caso, Chatwin ciertamente querría saber
por qué ella repentinamente intentaba desprenderse de uno. Y hasta que sus
motivos para tratar de comprarle el trabajo directamente se volvieran más claros,
no se atrevía a darle el beneficio de saber que lo había creado. Podía creer
fácilmente que un hombre que había sido mantenido como rehén, congelándose y
muriendo durante cinco largas semanas, buscaría su propia venganza si creía que
no se había hecho justicia, y la mayor venganza que se le ocurriría sería
chantajearla sobre su personaje de Bartlett–James. El hecho de que aún no lo haya
hecho significaba que no tenía la información necesaria para unir las pistas. Sólo
pudo agradecerle a Dios haber tenido el sentido común de enviar a John Henry al
campo antes de que Chatwin se abalanzara. Por ahora su hijo estaba a salvo,
aunque si el hombre decide ir tras él, no sería muy difícil de encontrar.

Aun así, por el momento ella tenía la ventaja; el rico, distinguido y encantador
Ian Wentworth todavía no sabía que ya había comprendido su plan. Al menos no
parecía haber ninguna razón para pensarlo, aunque tenía que darse cuenta de que
ella no era estúpida ni ingenua, y sin duda estaría escéptica de cada uno de sus
movimientos. Y no podría haber un término medio en sus suposiciones. O ella y
Duncan habían descubierto la verdad de su farsa por sus sospechas y cuidadosas
deducciones, o ella estaba completamente equivocada sobre todo y su
imaginación finalmente había acabado con lo mejor de ella. Lo que ella necesitaba
ahora eran hechos y su propio plan de acción… antes de que él arruine su futuro y
el destino de su hijo, que ella prometió proteger con su vida.

Maldiciendo tanto a sus temores por controlarla como al apuesto hombre que
se continuaba aprovechando y llenándola de recelos, Viola gruñó y puso toda la
cara en sus manos.

–¿Lady Cheshire?

Varios segundos pasaron antes de que ella dijera. –Puede que sepa quién es
esta persona, Mr. Duncan. –Levantando la cabeza y cruzando los brazos sobre los
pechos, miró a su abogado y admitió. –Pero no puedo estar segura, entonces me
perdonará si no le doy su nombre en este momento.

Duncan asintió. –Si ese es su deseo.

Él no parecía ofendido o cauteloso en absoluto, y ella supuso que él conocía su


lugar, como cualquier buen abogado.

Comenzó a pasear la alfombra en un gran círculo. Duncan permaneció en su


silla, mirando, esperando comentarios o instrucciones. Finalmente, ella preguntó.
–¿Hay alguna manera de descubrir, más allá de toda duda, quién contrató a este
investigador?

Después de una rápida exhalación, respondió. –Francamente, lo dudo,


especialmente si le pagan bien. La razón principal por la que se retiene a estos
hombres es porque tienden a ser extremadamente discretos.

Por supuesto. Y este ciertamente estaría bien pagado si trabajaba para el


Duque de Chatwin, admitió. Eso significaba que ella podría no saber sobre la
participación definitiva de Ian Wentworth a menos que ella misma lo confrontara.

Abruptamente, ella hizo una pausa en su paso y levantó la vista, una pequeña
sonrisa de triunfo se extendió por su boca.

–Mr. Duncan –dijo con total satisfacción, volviendo a su silla –por favor,
informe a Mr. Cafferty que me gustaría mucho aceptar la oferta de su cliente, pero
no me conformaré con nada menos que cinco mil libras por el trabajo, ya que es lo
que esperaría obtener en la subasta.

Duncan volvió a inclinarse lentamente, asintiendo. –Como desee.

–Además –continuó, levantando los guantes para ponérselos otra vez –por
favor avise al propietario de Brimleys que su cliente ha vendido el dibujo en
privado y la subasta de este sábado ha sido cancelada. Sin embargo, su cliente
puede estar interesado en subastar una pintura más grande de Bartlett–James en
el futuro cercano, lo que traería sustancialmente más dinero para todos. Eso
debería aplacarlos por el problema.

Las cejas de Duncan se levantaron mientras colocaba las manos en el brazo de


su silla y se ponía de pie. –¿Hay alguna necesidad de explicar el cambio?

Ella se encogió de hombros delicadamente. –No lo creo, pero por favor


hágales saber que esta pintura en particular, si elijo venderla, debería sorprender a
los caballeros que frecuentan a Brimleys para que gasten un montón de dinero en
whisky y aumenten el precio final. Como el club recibe el diez por ciento de la
venta, deberían estar más que satisfechos.

–¿Entregará el trabajo aquí para Cafferty como de costumbre? –preguntó


Duncan, tirando de su chaleco.

Ella le ofreció su mano enguantada. –Si el cliente de Mr. Cafferty está de


acuerdo con mis términos, lo enviaré de inmediato.

Él le tomó los dedos entre los suyos y le dio una ligera reverencia. –Muy bien,
madam.

–Y sé que permanecerá tan discreto como siempre.

–Por supuesto, Lady Cheshire –respondió sin ningún indicio de ofensa. –Le
enviaré un mensaje tan pronto como sepa si el cliente de Mr. Cafferty ha aceptado
o rechazado su oferta.

Con una inusual sensación de júbilo, Viola le dio los buenos días a su abogado,
luego se volvió y salió rápidamente de la oficina.
Capítulo 7

Hoy robé la llave de la mazmorra y fui con él poco después de que ella lo
drogó. Finalmente, pude cuidar de él y de sus necesidades sin que él lo supiera...

Ian se sentó en el escritorio del estudio, mirando por la ventana hacia la


oscuridad de la noche, sosteniendo un vaso lleno de whisky en una mano. Se lo
había servido él mismo casi tres cuartos de hora atrás, pero su mente había estado
tan abrumada por pensamientos confusos sobre Viola que realmente no había
estado interesado en tomar un sorbo.

No podía dejar de pensar en ese beso… un beso que nunca había planeado,
pero que deseó con urgencia en el momento en que lo desafió en su estudio. Ella
no sólo había jugado con él tímidamente para tomar su mano; lo había desafiado
directamente, y ningún hombre vivo permitiría que una mujer permaneciera a
cargo después de negar su exigencia con una reprimenda tan sarcástica, aunque
inteligente. Y besarla hasta la sumisión frente a un sirviente solamente ayudó a su
causa. Para entonces, todo el vecindario sabría que la viuda Cheshire no sólo había
salido de luto literalmente, sino que también había comenzado a ofrecer sus
encantos a otro hombre, y uno con un título más grande que el de su difunto
esposo. Al final, tal especulación podría funcionar perfectamente en sus planes.
Sin embargo, lo que le molestaba era darse cuenta de cuánto había disfrutado
besar a una mujer que despreciaba y había jurado arruinar.

Él realmente no quería sentir nada por ella aparte del desprecio, incluso
cuando ahora se daba cuenta de cuán difícil iba a ser mantenerse enfocado en ese
objetivo. Ella sin duda tenía algunas cualidades decentes, sobre todo que amaba a
su hijo y arriesgaría mucho por su bienestar. Pero no necesitaba la complicación de
admirarle por algo que cualquier madre sentiría y exhibiría. Tendría que tener
mucho cuidado de no permitir que la compasión se desarrollara mientras la
perseguía.

Suponía que debió haber esperado que su deseo fuera intenso. No había
estado con una mujer en mucho tiempo, y desde su cautiverio nunca había sentido
nada por ninguna con las que se había acostado más allá de la necesidad del
momento. Habían sido un medio para un fin, como lo sería Viola ahora. Pero para
su consternación, de repente no podía esperar a enterrarse en sus paredes suaves
y cálidas y ceder al momentáneo placer. Y lo que realmente lo enojó fue aceptar el
hecho de que, por el momento, la única persona que quería que lo satisficiera era
Lady Cheshire. Naturalmente, su deseo por ella disminuiría una vez que él se
acostara con ella, como lo había hecho con todas las demás, pero desde esa
primera sesión hace una semana no había sido capaz de concentrarse en nada más
que el recuerdo de sus pechos tentadores tan cerca de su cara, y besando labios
deliciosos que se habían rendido a él sin una verdadera persuasión.

Su desorientación había comenzado en el momento en que ella


inocentemente le tocó la frente. Al quitarle el cabello de la cara, lo desarmó, lo
que provocó un recuerdo de que todavía no podía juntar para formar una imagen
completa. Siempre supo que ella había estado en la mazmorra con él, pero no
sabía con qué frecuencia, ni el tiempo de cada visita, y con toda franqueza, debido
a la oscuridad constante y las drogas que se le daban día a día, a menudo no había
sido capaz de distinguir la diferencia entre ella y sus hermanas. Pero como si
despertara después de una violenta tormenta, recordó un momento específico en
el que ella le había quitado el pelo de la frente mientras él yacía en el catre, la
calidez de su cuerpo mientras le hablaba con voz ininteligible que lo había
tranquilizado independientemente de las palabras que, en ese momento, no había
entendido.

Mañana, en la segunda sesión, tenía la intención de atraerla más a su red.


Todavía no estaba seguro de cómo conseguir que ella sucumbiera a sus encantos
sin forzar el asunto, y no quería asustarla para que huyera antes de su acto final de
venganza. Él necesitaba su confianza. Ahí es cuando sería más vulnerable. Fue
entonces cuando ella lo ayudaría a recordar cada momento horrible que había sido
obligado a vivir… solo, asustado y encadenado en la oscuridad.

Un rápido golpe en la puerta lo sacudió de sus meditaciones y se volvió hacia


su escritorio, con la postura erecta.
–Adelante.

Braetham entró un segundo después. –Perdone la intrusión, su gracia, pero el


paquete que esperaba ha llegado.

Ian se puso de pie inmediatamente, mientras el mayordomo cruzaba la


alfombra hacia él, con el marco, de aproximadamente un metro de largo por dos
de ancho, envuelto en papel de periódico y sostenido firmemente entre las manos.

–Ponlo aquí en mi escritorio –dijo Ian, haciendo espacio moviendo la pluma, el


papel y el vaso de whisky a un lado.

Braetham hizo lo que le ordenó, colocándolo suavemente frente a él.

–¿Algo más, su gracia?

Ian sacudió la cabeza. –No, ahora no. Llamaré si te necesito.

El mayordomo hizo una reverencia, dio media vuelta y abandonó el estudio,


cerrando la puerta detrás de él.

Ian miró el periódico durante un largo momento, con las manos en las
caderas, dudando si abrirlo para ver la pieza erótica de arte famoso que había
comprado a su enemiga por unas escandalosas cinco mil libras. Esperaba que fuera
dinero bien gastado y que de alguna manera él pudiese usar la pieza contra ella.

Con esa idea en mente, levantó el vaso y finalmente tomó un sorbo de whisky,
luego comenzó a tirar de las esquinas del papel hasta que lo arrancó del marco,
exponiendo toda la imagen a su vista.

El asombro puro e inequívoco lo invadió mientras contemplaba el dibujo más


increíble y sexualmente sugerente que había visto en su vida.

El boceto, aunque simple y elegante de diseño, exponía a una mujer desnuda


de cuerpo completo, parada con los pies separados y la cabeza hacia un lado
mientras se apoyaba en el hombro de un hombre escondido detrás de ella, su
largo cabello oscuro de un modo que le oscurecía las facciones del rostro, los
brazos se extendían para agarrar los hombros de él tras de ella. El hombre, con la
cabeza baja, presionaba los labios contra su cuello desnudo, los brazos se
envolvían flojamente alrededor de ella, con una mano apretaba un pecho y los
dedos jugueteaban con su pezón, con la otra mano presionada completamente en
el triángulo oscuro de rizos entre sus piernas, las puntas de los dedos ocultos
dentro de su delicada y femenina calidez.

Ian dio un paso atrás, mirando con completa fascinación un dibujo


espectacularmente bueno. Aunque nunca se llamaría a sí mismo crítico del buen
arte, para él era bastante obvio por qué Víctor Bartlett–James se había convertido
en una sensación. El boceto claramente había sido dibujado por una mano
talentosa, y el tema, aunque ciertamente erótico, logró representar buen gusto
una pose sin hacer que el acto entre los dos parezca libertino.

De hecho, mientras miraba cada intrincado detalle ahora, la forma de reloj de


arena de la hembra, la fuerza de los brazos y las manos del hombre sobre su
cuerpo, su delicado beso y los planos ocultos de su rostro bajo el cabello suelto, lo
golpeó como debería, como se pretendía hacer. Ian sintió que se ponía duro con
una oleada de deseo, no solamente por mirar una imagen tan excitante sino
también porque se le acababa de ocurrir que Lady Cheshire había visto y
probablemente había mirado esta obra con anhelo. Y era la idea de que Viola se
excitara físicamente con tal trabajo, tal como él lo hacía ahora, lo que sedujo su
imaginación, haciéndole preguntarse cómo era en la cama con un marido que le
doblaba la edad, si el hombre con el que se había casado la satisfizo, lo que hacía
ahora para aliviar su propia tensión sexual sin él ni ningún hombre para cumplir
sus fantasías.

Tomando el vaso de whisky, Ian bebió el contenido de un trago, luego se dio la


vuelta, rodeó la silla y se dirigió hacia la ventana para apoyar el hombro en el
marco, con los brazos cruzados sobre el pecho mientras contemplaba la oscuridad
de una noche sin luna.

Se sentía un poco molesto consigo mismo por no considerar nunca que en su


búsqueda de justicia podría descubrir una Viola Bennington–Jones diferente con
sus propios secretos sensuales, que la chica que recordaba de hace cinco años
podría haberse convertido en una mujer fogosa y experimentada. Ella no
solamente había madurado; se había convertido en una viuda independiente que
ahora no sería tan fácilmente manipulada por su ingenuidad. Pero no podía negar
su sexualidad. Nadie que alguna vez haya probado los frutos de la carne podría
renunciar a esa dulzura particular para siempre.

Sin embargo, algo más que simplemente saber que Viola había visto, poseído
y luego vendido un dibujo tan explícito molestaba su curiosidad y, garantizado o
no, le dio una pausa. Como artista, ella misma tuvo que haber notado la naturaleza
del talento, considerar críticamente cada línea y la mezcla de carbón, tal como lo
había hecho en beneficio de él cuando dibujó el boceto. Sin duda, habría estudiado
el don específico de Bartlett–James para mejorar, independientemente del hecho
de que solamente dibujara y pintara naturalezas muertas y retratos formales.

Y tal vez eso era lo que lo intrigaba. Un artista podría estudiar el arte erótico
por su precisión y elegancia, su belleza y forma. Pero, ¿podría ese mismo artista
hacerlo y no encontrar excitante la imagen en general?

Ian miró por encima del hombro nuevamente hacia el dibujo. Podía imaginar
el preludio de la pasión que el artista había elegido transmitir con cada trazo. Pero,
¿había venido de la memoria o de modelos de pie frente a él? ¿Viola podría
dibujar un retrato tan lascivo si se paga el precio correcto? Una lenta sonrisa de
satisfacción se extendió por su boca ante la idea de ser testigo de su expresión si
realmente le pidiera que lo dibujara desnudo. Y, por supuesto, si iba a verla
dibujarlo así, no podría evitar tener una erección a la vista.

De repente, un pensamiento lo golpeó sonoramente.

¿Por qué pintas fruta?

Es inofensivo... se puede colgar en cualquier lugar...

No sólo inofensivo. Era seguro.

Ian rápidamente se movió alrededor de su silla y de vuelta a su escritorio,


mirando la imagen una vez más, una extraña teoría que comenzaba a tomar forma
en su mente.

¿Y cómo te pagan?

Sus esposas me hornean pastel…

Una respuesta coqueta, y, sin embargo, probablemente veraz hasta cierto


punto. Sí, la naturaleza muerta era segura y no pagaba tan bien. Las obras de arte
eróticas aportarían sin duda mucho más dinero como una sensación dentro de la
sociedad.

Pero Víctor Bartlett–James había estado retirado durante varios años, o eso
había dicho Cafferty. Tal vez este dibujo no era uno de los suyos, sino una copia
forjada para traer dinero rápido. ¿Podría una artista femenina ser tan olvidadiza de
su posición como para duplicar intencionalmente una obra de arte erótica en una
subasta? Sí, decidió de inmediato, si esa artista femenina era una dama de la
nobleza y desesperada por proteger a su hijo. Y él había desesperado a Viola.

Trató de mirar el trabajo con escepticismo esta vez, para imaginar la mano del
artista creándolo. Viola le había mostrado las líneas de su rostro en el dibujo que
había hecho de él, y aunque había prestado algo de atención, no podía decir que
este dibujo fuera algo parecido al que ella había creado tan rápidamente para su
beneficio. Eran completamente diferentes, al menos en el tema. Y se le ocurrió un
problema más. Si Víctor Bartlett–James tuviera alguna noción de que se estaba
subastando una falsificación, Lady Cheshire seguramente se encontraría en un
terrible dilema con las autoridades y probablemente fuese acusada de fraude. La
única razón por la que se arriesgaría tanto, concluyó, era si planease abandonar el
país. Si la falsificación era su intención, sin duda le había hecho un enorme favor
comprando el dibujo en privado.

Ian extendió la mano y tocó la imagen con el dedo índice, rozando la figura de
la mujer, excitado de nuevo, no por el dibujo en sí, sino por la intrigante idea de
que Viola podría haber dibujado esta misma imagen, tal vez incluso desde el
recuerdo de un tiempo específico con un hombre.

De hecho, fue un pensamiento increíble, pero no necesariamente imposible


de creer. E incluso si no lo hubiera hecho, si se tratara de un original de Bartlett–
James que había pertenecido a su esposo, todavía podría usar el aspecto de
falsificación contra ella de alguna manera. Sólo necesitaba pensarlo
detenidamente.

–Viola, Viola, Viola... –susurró en voz alta, la amargura regresó con una
satisfacción absoluta. –Eres mucho más vulnerable para mí de lo que nunca
sabrás...

La oscuridad lo envolvió, el frío húmedo lo hizo estremecer. Y entonces, ella se


acurrucó a su lado, ofreciéndole calor y suavidad. Él sintió que lo tocaba en la
mejilla, le cubría la pierna con la suya y le apoyaba la cabeza en el hombro. Su
mano acariciaba su pecho, y él trató de acercarla, pero la cadena lo mantuvo
indefenso, incapaz de responder incluso a su afecto. Ella comenzó a mover su
mano hacia abajo, frotando su estómago sobre su camisa raída, luego sus piernas,
todo en un esfuerzo por mantenerlo caliente. Y luego se dio cuenta de que la
deseaba, y con un suave sonido de su garganta, ella tímidamente cerró su mano
sobre su erección. Él gimió, inseguro del tiempo, de los acontecimientos, ¡pero tan
desesperadamente necesitado! No podía pensar con claridad, no podía hablar,
pero sintió que sus dedos lo exploraban, los labios de ella en su cuello, escuchó un
sonido crudo salir de su garganta cuando él tiró de sus caderas hacia ella…

Ian se despertó con un sobresalto, sentándose rápidamente, respirando


fuertemente mientras miraba a su alrededor en la oscuridad, confundido. Su
corazón latía por el intenso miedo que lo envolvía, y se estremecía por el sudor frío
que cubría su cuerpo. Durante unos segundos se sentó allí, respirando
profundamente para calmar su pulso acelerado, y luego la confusión comenzó a
despejarse y se dio cuenta de que estaba a salvo en su cama, en su casa, y todo
estaba en silencio.

Habían pasado semanas desde la última vez que tuvo una de sus pesadillas, las
escenas de la mazmorra tan vívidas que siempre lo hacían despertar en pánico.
Pero este había sido diferente, de naturaleza erótica, y como ahora estaba más
alerta y el terror del momento casi había desaparecido, se dio cuenta de que había
llegado al clímax mientras dormía.

Esa clase de reacción física a un sueño no le había sucedido en años, sin duda
esta vez se debió a la necesidad de una mujer y la naturaleza erótica del dibujo
que solamente unas horas atrás había sacado a la superficie sentimientos tan
básicos. Pero lo que le preocupaba era que esta pesadilla provenía de un recuerdo
que aparentemente había reprimido durante su experiencia en el calabozo. O tal
vez reprimido no era la palabra correcta. Siempre supo que había sido tocado
íntimamente durante ese tiempo, aunque no estaba seguro de si había sido un
acto intencional, criminal en sí mismo o una cuestión de atención. Pero este
recuerdo no caía en ninguna de esas categorías. Independientemente del hecho de
que hubiera sido sexualmente agradable para él, independientemente de la
comodidad que hubiera encontrado en él en ese momento, alguien se había
aprovechado de él de la manera más despreciable posible, dejándolo vulnerable y
humillado. Y debido a la naturaleza de las drogas que le habían dado, y la completa
oscuridad de la mazmorra, no podía recordar los detalles específicos, o quién
exactamente había estado con él.

Apartando las sábanas, Ian se puso de pie y caminó hacia el lavabo al lado de
su armario. Vertió media jarra de agua en el cuenco y se la echó sobre la cara y el
cuello, saboreando el helado temblor que lo atravesaba.
Era hora de que las pesadillas terminaran. Hora de retomar el control de su
vida de aquellas que habían robado su inocencia, haciéndolo enfrentar su propia
mortalidad hace cinco años. Hora de exigir compensación de aquellas que
asaltaron su masculinidad, estimulándolo sexualmente sin su consentimiento.

Era hora de que Viola pagara.


Capítulo 8

Me rogó que no lo dejara, así que me senté al pie del catre por un rato y
sostuve su mano hasta que se durmió...

Desafortunadamente, debido a una lluvia persistente, no pudieron tener la


sesión en el jardín, afuera a cielo abierto, como ella esperaba y había amenazado
justamente la última vez que estuvieron juntos. Así que, con fortaleza, Viola
enfrentó otra mañana incómoda mientras estaba sentada en su banquillo en el
estudio, a varios metros lejos de él, tratando de concentrarse en la pintura que
finalmente había empezado. Aunque él se lo ponía muy difícil, sólo por su
conducta. No había dicho nada más que las usuales tonterías superficiales que uno
decía cuando saludaba y ella no le había ofrecido nada más. Pero ella estaba muy
nerviosa esta mañana y él probablemente se dio cuenta.

Ella sabía que él debía estar viéndola con los ojos de alguien completamente
consciente de que no solamente había vendido un Bartlett–James original por el
dinero que obtenía sino que, ciertamente, también había examinado la imagen
erótica. Él sabía que le pertenecía a ella, pero aún estaba convencida de que, por
lo menos por ahora, no sospechaba que ella y Bartlett–James era la misma
persona.

Pero ella sólo tenía que soportar el tiempo. Con la ayuda de Duncan, silenciosa
y discretamente, había terminado los preparativos para buscar a su hijo e irse al
continente en menos de treinta días, y aunque la matara, mantendría a Ian
Wentworth ignorante de sus planes. Él sabía que ella mantenía correspondencia
con su abogado, pero únicamente Duncan y ella sabía de los arreglos.

–¿Puedo hacerle una pregunta, Lady Cheshire?


La civilidad permanente en esas circunstancias le molestaba mucho y le tomó
un gran esfuerzo esconder su irritación. Aún así, la manera como él la escudriñaba
en esta mañana en particular le quitaban la elegancia usual a las pinceladas.

Sonriendo simplemente, y enfocada en mezclar un tono de azul sobre la


paleta, replicó. –Por supuesto, su gracia.

Él esperó un momento, luego bajó la voz para continuar. –¿Extraña a su


esposo?

Ella pestañeó mientras lo miraba. –¿Me disculpa?

Él le ofreció una media sonrisa. –Su esposo. ¿Lo extraña?

Aunque su vida dependiera de ello, ella no podría entender por qué él


abandonaría toda formalidad y le preguntaría algo tan personal ahora, así que
para responder rápidamente, se apoyó en la respuesta usual. –Estoy segura de que
todas las viudas extrañan a sus esposos, su gracia, especialmente aquellos que han
fallecido recientemente.

–¿Estaba enamorada de él?

Esa pregunta, viniendo de Ian Wentworth, la sorprendió tanto que casi se le


cae la paleta de pintura de la mano.

–Por supuesto –replicó, reprimiendo el deseo de decirle que eso no era de su


maldita incumbencia. Levantando el pincel, se movió en un intento de cambiar la
conversación. –Ahora, incline su cabeza ligeramente hacia la izquierda.

Él hizo lo que le ordenó. –¿Cómo se conocieron?

–¿Conocernos?

–Su esposo y usted.

Ella no quería verlo ahora, así que se enfocó en el trabajo. –Él me invitó a
bailar en una fiesta de máscaras hace varios años.

Él esperó, luego dijo. –Ya veo. ¿Y en cuánto tiempo después del baile le
propuso matrimonio?
Ella rió en un esfuerzo de aligerar el ambiente, tratando lo mejor que podía de
hacerla sonar sincera. –Cielos, ¿porqué todas las preguntas, su gracia? Le aseguro
que mi pasado es bastante aburrido y poco importante.

Él inhaló profundamente, luego bajó la voz para responder. –No para mí.

El pulso de ella se aceleró; comenzó a sudar sobre el labio superior. Sin


echarle ni una mirada, tomó un pincel más grueso y comenzó a mezclar dos tonos
diferentes de amarillo en la paleta. –¿Y cómo le está yendo en su búsqueda de
esposa?

Él no dijo nada, en lo que parecieron años. Viola se rehusó a verlo a los ojos
por miedo de delatarse a sí misma mostrándole la ansiedad y el deseo de discutir
lo que sea excepto el pasado que compartían.

Finalmente, murmuró. –Responda mi pregunta primero.

Ella contuvo una respuesta aguda. –Lo siento, su gracia...

–¿Cuándo le propuso matrimonio?

Ella tragó saliva por su perseverancia. –Poco después, si recuerdo bien.

–¿Después del baile?

–Sí.

–¿Usted fue su primera esposa? –preguntó él, con el ceño fruncido


pensativamente.

La sospecha comenzó a burbujear dentro de ella, pero como no tenía ninguna


idea de porqué la estaba interrogando sobre su esposo o cuál era su intención,
decidió responder honestamente por ahora. –De hecho, sí estuvo casado una vez
anterior y enviudó antes de conocernos.

–Ah. Ya veo. ¿Por cuánto tiempo estuvo casado con su primera esposa?

Ella le dio una breve mirada antes de volverla a la pintura en su mano. –Tal vez
usted pueda decirme primero porqué encuentra a mi difunto esposo tan
fascinante.

–No diría que lo encuentro fascinante, más bien estoy un poco... curioso. –
Levantó un lado de la boca en una sonrisa. –Complázcame, Lady Cheshire.
Ya te complaceré, sin duda...

Cordialmente, ella respondió. –Creo que estuvieron casados por doce o trece
años, aunque realmente no lo sé. Fue hace mucho tiempo, y mucho antes de que
él y yo nos conociéramos.

Él levantó una mano y se pasó los dedos por el cabello. –Él debió haber sido
varios años mayor que usted entonces.

Ella sintió ganas de lanzarle el pincel para que dejara las preguntas sin sentido.
Sin embargo, la buena educación prevaleció y luego de acomodarse en su banco,
le informó. –Era diecisiete años mayor que yo para el momento en que nos
casamos.

–¿Y no tuvo otros niños con su primer matrimonio?

Ella dudó al responder, luego le dio la respuesta estándar. –


Desafortunadamente, no fueron bendecidos.

Asintiendo, y algo desconcertado, comentó. –Luego la conoció en el baile, la


hizo baronesa y le dio un hijo. Vaya torbellino y muy afortunado para todos
ustedes.

Ella no supo cómo tomar ese comentario en absoluto. En algún lugar muy
recóndito, sintió cierto resentimiento hacia él y una curiosidad descarada unida
con una rabia palpable que iba más de lo superficial, como si él estuviese tratando
de determinar el momento de los eventos y cómo se relacionaban éstos con él y su
cautiverio hace cinco años. Si él realmente estaba preparando una venganza
brillante contra ella como la única hija Bennington–Jones que quedaba para
desgraciar, entender la secuencia de cada suceso entre el momento de su captura
y el escape de ella de Winter Garden podía ser vital para cualquier plan que él
pudiese haber avizorado para ella. Y solamente por esa razón, para proteger a
John Henry, ella necesitaría permanecer los más vaga posible.

Ella se relajó un poco en el banco y suspiró. –Tal vez mi matrimonio luzca más
bien romántico en esa luz en particular –dijo calculadamente, viéndolo
directamente –pero no diría que la muerte de mi esposo ha sido afortunada en lo
absoluto, sir. No creo que perder a alguien lo sea.
–Entiendo –accedió solemnemente. Luego de una pausa, sonrió e intentó
calmar el ambiente. –Espero que mis preguntas no la hagan sentir incómoda, Lady
Cheshire.

–En lo más mínimo –mintió, forzando una sonrisa mientras regresaba la


atención a la pintura. –Pero aún no ha contestado mi duda.

Él se enderezó un poco, tirando de su chaleco. –Ah, sí. La caza de la novia.

–¿Va bien? –añadió, más inquisitiva de lo que debería ser. Con el rabillo del
ojo lo vio encogerse de un hombro.

–A este punto creo que Lady Anna es la mejor opción y no hay dudas de que
será una esposa perfectamente adecuada.

¿Perfectamente adecuada? Ella se turbó por dentro, luego se reprendió a sí


misma por interesarse. –Estoy segura de que así será, su gracia. Lo felicito por su
elección.

Él rió. –¿Me felicita por mi elección?

Ella ignoró eso. –Así que, ¿supongo que ha estado cortejándola?

–No especialmente –respondió, divertido. –Francamente, ella no me interesa


en lo absoluto.

Viola hizo una pausa en el trazo y lo miró oblicuamente. –Si ella no le interesa,
su gracia, ¿por qué querría casarse con ella?

Él continuaba mirándola, intensamente al parecer, el humor se desaparecía de


su atractivo rostro.

–¿Porqué todos se casan? –contó por fin. –Ella viene de una larga línea de
nobleza, una excelente familia con un padre que no lo pensará dos veces para
darme su mano y viene con una gran dote.

Ella arrugó la frente un poco. –Ni siquiera sabe si disfruta su compañía, su


gracia. ¿No sería conveniente cortejarla por al menos una temporada para ver...?

–Estoy seguro que sabes que, en nuestra clase, el matrimonio tiene muy poco
que ver con sentimientos tan triviales como disfrutar de la compañía del otro –
interrumpió, con tono pensativo. –Todo tiene que ver con el linaje, los herederos y
la necesidad.

Y algunas veces, la desesperación...

–Por supuesto, tiene razón –reconoció con un asentimiento. –Y usted está en


necesidad de un heredero.

–Ciertamente, lo estoy. Es la razón más importante para que un hombre se


case, ¿no es así?

Viola asintió una vez, luego regresó a la pintura, tratando sin éxito de remover
la imagen de un Ian Wentworth desnudo haciendo el amor con la terca y
desagradable Anna que conocía. La idea la hacía sentirse mareada.

–¿O su esposo se casó por amor? –preguntó más bien despreocupadamente.

El calor la sofocó, y decidió no mirarlo. –Estoy segura de que también había un


gran monto de deber en su decisión de casarse conmigo, su gracia.

–¿La había? –hizo una pausa, luego añadió. –No puedo imaginarme que un
caballero alguna vez logre cansarse de mirarla, Lady Cheshire. Debió haber estado
profundamente contento en su vida de casado con usted calentando su cama
noche tras noche.

Ella chapuceó el pincel, lanzándolo sin elegancia sobre la paleta dentro de la


pintura amarilla, salpicando gotas sobre el delantal.

Ian rió otra vez por su incomodidad, luego se levantó y comenzó a dirigirse
hacia ella. –Entonces, ¿cómo está quedando el retrato?

Si no fuese por el hecho de que él decidió observar el trabajo más de cerca,


ella pudo haber estado bastante aliviada del sencillo giro al tema seguro de la
pintura. Pero segundos después, sintió su calor en la espalda, su pecho casi
tocándola mientras se asomaba por encima del hombro para ver la obra de arte
que ella había creado tan diligentemente.

–Ciertamente, es muy talentosa con sus pinceladas, ¿no es así, Lady Cheshire?
–dijo, más que preguntar, con voz baja e íntima.
Viola se alejó un poco de su abrumadora cercanía. –Gracias –murmuró, con la
garganta apretada. –Pero tal vez es mejor que se reserve el juicio hasta que haya
terminado, su gracia. –Hizo gestos al banco con la frente. –Por favor.

Él se puso frente a ella para poder verla a la cara. Ella sintió sus ojos sobre sí y
le tomó un largo momento antes de que lograra levantar los párpados y
encontrarse con su mirada.

–Me pregunto si su esposo la admiraba por sus talentos como debió haberlo
hecho –especuló, negándole la sugestión velada de regresar al banco. –¿Lo
satisfizo, Viola?

Su pregunta la dejó sin habla, lo cual él esperaba obviamente, mientras su


hermosa boca se curvaba furtivamente y sus oscuros ojos se entrecerraban.

–Tuve un sueño fascinante anoche, un recuerdo traído a la luz –susurró con un


timbre ronco, extendiendo la mano para remover un rizo de su mejilla. –Sobre una
mujer con dedos muy ágiles y manos suaves, delicadas y... talentosas. Desperté
pensando en ti.

Sus insinuaciones íntimas la dejaron en silencio y, al pararse tan cerca de ella,


bloqueaba todo escape. Un miedo repentino la atravesó. Abrió los ojos
completamente y sentía un cálido rubor subir por el cuello hasta la cara.

Sin dudarlo, él tomó la paleta de sus manos, luego se inclinó sobre ella y la
colocó sobre el pequeño escritorio a su lado. Cuando tuvo las manos libres, las
extendió y presionó los dedos gentilmente a través del cabello arrollado
suavemente hasta que tomó sus mejillas con las manos.

Ella parpadeó rápidamente varias veces y su pulso comenzó a acelerarse. –


¿Que está haciendo? –susurró.

Su mirada se fijó en la de ella. –Sé quién eres.

Le tomó mucho tiempo asimilar esa afirmación. Y luego la claridad la golpeó


como un puño en las entrañas.

Se removió hacia atrás con horror, pero él la sostuvo fuertemente, esperando


su reacción al pronunciamiento susurrado, rehusándose a soltarla o permitirle
moverse.
En un instante, su expresión se hizo de piedra. –Sí. Sé quién eres, Viola. Y esta
vez yo estoy a cargo de tu futuro. Es el momento de que tome todo lo que me
robaste y te dé lo que mereces a cambio.

Ella comenzó a temblar. –No... Su gracia...

Su boca se cerró sobre ella en un beso atormentador y determinado de rudeza


y poder. Ella se sacudió sin éxito; un rápido sollozo de desdén salió de su garganta,
pero él la buscó implacablemente, provocativamente, forzando el deseo sobre ella
hasta que cedió y aceptó su voluntad.

Ella se quedó quieta, permitiéndole tomar lo que él quería, entregándose a la


locura, permitiendo que su lengua buscara la de ella como deseaba. Ella sintió su
necesidad, su rabia y una pasión sin alegría, borne de soledad. Las lágrimas se
arremolinaron en sus ojos, no por la dureza de su exigencia sino por el
conocimiento de lo que él había pasado en manos de ella, de lo que tan
desesperadamente quería que ella experimentara ahora. De cuánto la despreciaba
y resentía todo lo que ella se había convertido por él.

Él suavizó su avance cuando la sintió ceder en su urgencia. Tan pronto como


había comenzado, la alejó.

Viola jadeaba, temblando, con los ojos muy cerrados mientras sentía su
respiración cálida y rápida sobre la piel, su mirada sobre ella, sus manos
apretándola, sus dedos enredados fuertemente en el cabello. Ella no podía hablar,
no podía mirarlo, pero su postura rígida advertían su rabia.

–Has tomado todo de mí, y aún así te deseo –murmuró, con voz dura y
respiración errática. –Eso es algo que no puedo aceptar.

–Por favor... –susurró ella, con una voz apenas audible.

Él relajó su agarre un poco, alejándola más mientras inhalaba profundamente


para calmar la tormenta dentro de él.

–Mírame, Viola –insistió, con un tono bajo y ronco.

Ella abrió los párpados, fijó la mirada en la de él y la frialdad que emitía a


través de esas oscuras profundidades enviaron un miedo helado por su cuerpo.
–No puedes arruinarme como yo puedo arruinarte a ti –susurró. –Mañana en
la noche comienza. Irás a mi casa para la cena a las ocho o te expondré como un
fraude. ¿Está claro?

Ella sintió que el pecho se le contraía, se sintió sofocada, no podía respirar.

Hizo una mueca con los labios. –La mascarada se acabó, mi hermosa y astuta
dama. Es hora de quitarse las máscaras.

La soltó de una vez y su cuerpo casi se derrumba sobre el banco.

Dándose la vuelta, la dejó, entumecida hasta el tuétano y poderosamente


aterrorizada.
Capítulo 9

Lo observé en la oscuridad por un largo tiempo, temerosa de hacerle saber


que estaba ahí. Pero cuando comenzó a temblar por el frío extremo, arriesgué
todo y fui hacia él, acostándome en el catre con él para prestarle mi calor...

No tenía idea de lo que traería la noche, aunque Viola estaba segura de que
no estaría comiendo una cena placentera y relajada en el comedor. Al menos eso
dudaba, no había sido capaz de comer nada desde que él se fue ayer. Pero llegaría
como él ordenó, fabulosamente vestida con un traje de corte bajo de satén color
lavanda y volantes de cintas púrpura real, el cabello adornado con perlas y apilado
arriba de la cabeza con rizos sueltos. Él ciertamente podía asustarla con sus
amenazas, pero ella siempre supo que este día podría venir y estaba preparada,
desde hacía mucho tiempo, para contrarrestar cada uno de sus movimientos. O al
menos eso rogó poder hacer esta noche.

Él había iluminado la casa en Tarrington Square como una antorcha,


reflexionaba mientras miraba por la ventana de su coche privado hacia la hermosa
casa de ladrillos oscuros. La calzada circular, perfectamente curvada a través de
bordes cortados y lozanas camas de flores ante ella, subía y terminaba en las
grandes puertas frontales, al lado de las cuales estaban dos lacayos en prístinas
libreas a punto. Segundos después, uno de ellos le abrió la puerta y le ofreció la
mano y ella se bajó, haciendo una pausa al inicio de los escalones de piedra para
recolectar sus pensamientos, tomando un profundo respiro y esponjándose la
falda para el espectáculo por venir.

Y sería un espectáculo, concluyó después de un día de cuidadoso análisis. No


sabía qué quería él de ella, pero sospechaba que tendría algo que ver con sus
exigentes besos y su profundamente indeseable y, aún así, abrumadora atracción
mutua. Ella, por supuesto, había preparado respuesta a sus demandas, las cuales
eran la única razón por la cual no había huido de la ciudad durante la noche. Eso y
el hecho de que sabía sin duda que él podía dañar su reputación al punto de
arruinarla y creía con todo su corazón que él lo haría si escapaba. Su único
consuelo era saber una o dos cosas sobre él que podía usar en su contra si fuese
necesario. Sus armas no eran tan poderosas como la de él, lo sabía, pero serían de
utilidad en la batalla si llegaran a eso.

La alta puerta frontal se abrió tan pronto llegó al escalón superior y un


anciano mayordomo, canoso y acérrimo, asintió una vez hacia ella, luego se hizo a
un lado para permitirle la entrada.

–Buenas noches, Lady Cheshire. Braetham a su servicio –dijo prosaicamente. –


¿Puedo tomar su abrigo?

Ella se quitó su manta de seda ligera de los hombros y se la pasó a él, mientras
inspeccionaba el recibidor, el enorme candelabro iluminado brillantemente,
irradiando cristalinos diamantes de luz sobre cada muro empapelado de oro, las
ricas y coloridas tapicerías y el piso de mármol marrón y dorado. A primera vista,
Ian Wentworth había heredado bien. Realmente tenía una casa impresionante.

–Sígame, por favor. Su gracia la espera y la recibirá en el salón verde en un


momento.

–Muy bien –respondió, tratando de sonar regia pero probablemente falló


horriblemente. Al menos un buen mayordomo nunca mostraría darse cuenta de su
incomodidad y ella sospechaba que el Duque de Chatwin emplearía al mejor.

Braetham se dio la vuelta para comenzar una caminata silenciosa por el pasillo
a su izquierda y ella lo siguió. Haciendo un esfuerzo consciente por no estrujarse
las manos en sus guantes de cintas. Trataba de no embobarse con la vista ante
ella, su riqueza tan obvia por las gruesas alfombras persas, los pedestales de hierro
forjado que, cada pocos metros, sostenían jarrones dorados llenos de flores
frescas y de colores vibrantes que aromatizaban el aire como un lozano jardín de
verano. Y este era sólo un pasillo.

La turbación continuaba creciendo a medida que se acercaba al salón,


sabiendo que él estaba a punto de recibirla en su grandiosa y elegante casa, no
formalmente como el Duque de Chatwin sino como el hombre dañado de hace
cinco años que la había entrampado astutamente en una intrincada red de
engaños, sorprendiéndola con la exigencia de venir esta noche para un propósito
específico que aún no conocía. Pero ella se había hecho fuerte con los años, había
conquistado cada tormenta que se le había atravesado en su camino con gracia y
fortaleza, y se rehusaba a permitirle destruir la vida que había construido para su
niño por un pasado personal que él no podía superar. El infierno no conocía la
furia de una madre vilipendiada y si él traía la guerra entre ellos, ella lucharía con
las garras.

Braetham hizo una pausa cuando se acercó al final del corredor, luego alcanzó
la perilla de la puerta y la abrió para ella.

–Espere aquí, madam. Su gracia estará con usted en un momento.

Ella asintió, dio tres pasos hacia adentro y se detuvo en seco, atontada por la
vista ante ella.

El salón verde era una habitación magnífica, decorada exquisitamente con


ricos marrones y vivos verdes, con altas ventanas que abarcaban la pared del norte
que miraba hacia un delicioso jardín completo, que ahora lucía como un bosque a
medianoche. En el centro de la habitación, dos sofás de terciopelo que hacían
juego de color verde esmeralda estaban uno frente al otro, una mesa de té oscura
entre ellos, acentuados por dos sillas de cuero marrón en cada extremo. Las
pinturas florales en marcos dorados colgaban en abundancia en las tres paredes
que quedaban, todas tapizadas con terciopelo verde bosque. Pero lo que hacía el
salón lucir tan vibrante eran los materos de todas las formas y tamaños con
plantas verdes vivas, ubicadas en mesas, la mesa de té, la chimenea, incluso sobre
el piso de madera había maceteros dorados, todos ellos le daban una atmósfera
de resplandor botánico. Verdaderamente, su madre se habría desmayado al ver tal
belleza.

–Este es mi habitación favorita en toda la casa.

Viola se dio la vuelta al sonido de su voz, tan rica y lujosa como el propio
salón, el corazón comenzó a acelerarse repentinamente, abrió los ojos de par en
par al verlo.

Estaba de pie en la entrada con porte majestuoso, manos detrás de la espalda,


usando un magnífico traje de cena de seda negra sobre crema, la corbata púrpura
real anudada perfectamente en el cuello. El cabello había sido peinado hacia atrás
para exponer cada plano del duro y atractivo rostro, ahora recién rasurado, con
una expresión ilegible mientras la escudriñaba de arriba a abajo.
Sé quién eres...

Con la boca seca por su concienzudo escrutinio, logró emitir una cortesía. –Su
gracia.

–¿Te gusta?

–¿Sir? –replicó incómodamente, ruborizándose.

Su boca se inclinó casi imperceptiblemente. –El salón verde.

–Oh. –Miró alrededor. –Es... espectacular. Nunca he estado en una habitación


como esta.

–Ciertamente. A menudo vengo a este salón a pensar, a tomar decisiones


difíciles que se deben hacer. –Momentos después, dijo. –Te ves especialmente
hermosa esta noche, Viola.

Ella no podía darse cuenta si lo decía para halagarla o si disparaba palabras


solamente con el propósito de intimidarla. Pero no importaba. Estaba lista para él.

–También se ve especialmente maravilloso esta noche, su gracia. –


Correspondió naturalmente. –Nunca había conocido a un hombre más apuesto en
mi vida.

Por un breve segundo, ella vio sorpresa un sus hermosos ojos marrones y
luego se llenaron de diversión cautelosa mientras comenzó a caminar lentamente
hacia ella.

–Viola Bennington–Jones, ahora la adorable Lady Cheshire, cuánto has


cambiado –dijo, lenta y profundamente. –De una señorita simple de campo a una
viuda elegante y sofisticada; de la mera hermana de unas criminales a la
desafiante protectora de sus secretos. Aquí estás, después de todos estos años,
vestida espléndidamente y luciendo tan... regia en mí casa.

Ella tragó saliva, apretando las manos enguantadas frente a ella, levantó la
barbilla minuciosamente en un esfuerzo por esconder valientemente el hecho de
que su declaración la había dejado temblando por dentro. –Ciertamente está lleno
de halagos esta noche. Y una plétora de información.

Él sonrió mientras se acercaba a ella, totalmente consciente de su miedo e


incertidumbre. –Meras observaciones, querida.
Ella parpadeó por la intimidad que él mostraba sarcásticamente en sus
palabras y gestos, tomó un paso atrás mientras él se acercaba.

–¿Qué quiere de mí? –susurró.

Se detuvo frente a ella, su sonrisa se desvaneció mientras le escudriñaba la


cara con una mirada fría y oscura. –Quiero lo que cualquier hombre en mi posición
querría de ti.

Un temblor de puro terror la atravesó, aunque logró mantenerse firme ante


él, los ojos irradiaban obstinación. –¿Cuál posición sería esa, su gracia? ¿El Duque
de Chatwin está buscando conversación con la artista de su retrato en la cena? ¿O
es usted sólo un alma herida que vive únicamente para la venganza?

Él inclinó la cabeza un poco, estudiando sus facciones intensamente. –Si todo


lo que quisiera fuese venganza, habría ido por ti hace años. Y no estarías frente a
mí ahora.

Ella tenía sus sospechas sobre eso, debido a que no creía que él conociera su
ubicación hasta que contrató a Mr. Cafferty. Pero a este punto, tal especulación de
su parte era irrelevante.

–¿Por qué no admite que sabía quién era en la fiesta de Lady Isabella? Debe
saber que no le creería que no me recordara.

–Y aún así mi evasión funcionó, ¿no es así? –respondió. –Todo lo que


necesitaba era introducir un poco de duda.

Ella sacudió la cabeza, con las cejas fruncidas. –¿Por qué hizo eso? ¿Por qué no
dejar que todos supieran quién soy y crear un escándalo esa noche? –Antes de que
él pudiese responder, un pensamiento repentino se le ocurrió. –A menos que
mencionar su cautiverio le cause... incomodidad.

Su mejilla se movió un poco pero nunca su mirada. –Nunca me avergonzaré de


haber sido una víctima, madam –respondió fríamente. –No, mi intención era
evocar tu curiosidad y confusión, lo cual evitaría que abandonaras la ciudad hasta
que tus miedos fuesen confirmados.

Y ella había hecho exactamente lo que él planeó. Probablemente se habría ido


esa misma noche si él la hubiese confrontado. Pero urdiendo una artimaña tan
elaborada, él la había atraído más a su red, haciéndolo más difícil, o más
complicado para ella irse. Y la única razón que él podría querer para hacer eso
sería traerle la ruina.

Oh, sí. Él lo había organizado meticulosamente, aunque la naturaleza de su


plan aún era un misterio.

–Entonces, ¿por qué esta noche? ¿Por qué estoy aquí ahora? –preguntó ella,
sintiéndose audaz a pesar de su cuerpo imponente. –No puedo creer que
simplemente quiere conversar sobre las cosas equivocadas que mi familia le hizo
en una cena prolongada y una botella de vino.

Por un momento largo, no hizo nada más que mirarla a los ojos, con la quijada
fija, irradiando tensión de su cuerpo como un tigre a punto de atacar. Luego, sin
ningún cuidado por el decoro, bajó la mirada a sus pechos, realzados por su
vestido de corte bajo y un corsé ajustado estrechamente y el calor que,
repentinamente, sintió en él casi la hizo desmayarse. Instintivamente, levantó una
mano enguantada y se cubrió el escote de su vista.

Él rió entre dientes de su vano intento de decencia, luego se alejó de ella y


caminó hacia la ventana, metiendo las manos en los bolsillos de la chaqueta
mientras se asomaba al crepúsculo verde y amenazante. Ella solamente lo veía,
incapaz de moverse, apenas podía respirar.

–Encuentro notable –reveló finalmente –y con un asombroso toque de ironía,


que la única mujer de la que me he sentido atraído en años es la única persona en
todo el mundo que debería despreciar por principios.

Ella no supo como tomar eso al principio. Su corazón palpitó con su revelación
tan honesta, pero la reserva la aferraba a su propia determinación y así,
permaneció indispuesta a divulgar nada sobre sus sentimientos o pensamientos
sin una consideración cuidadosa. Y ciertamente no iba a admitir cuánto le
molestaba también la inexplicable y fascinadora fuerza entre ellos, y siempre lo
había hecho.

Tratando de ser racional, dijo. –Supongo que sería una buena idea discutir lo
que pasó hace cinco años.

Él exhaló profundamente y miró sus zapatos pulidos. –Aunque eso fuese


cierto y discutiésemos cada aspecto de las crueldades que me hicieron, nunca
sería suficiente para resarcir los daños.
–¿Es por eso que estoy aquí? ¿Para ayudarlo a resarcir los daños?

Él no dijo nada. Después de un largo momento, ella se tomó las manos, con
los hombros rectos, las piernas temblorosas debajo de la falda, y preguntó
valientemente. –¿Cuánto recuerda?

Él la miró de reojo, con los ojos entrecerrados. –Creo, madam, que recuerdo
las cosas importantes.

Ella tragó saliva. –Entonces debe recordar cuánto hice por usted...

–¿Cuánto hiciste por mí? –la interrumpió, incrédulo, parándose


completamente erguido y girando para enfrentarla directamente. –Me dejaste ahí
para que muriera, Viola.

El corazón de ella se estrechaba de angustia. –Los ayudé a rescatarlo.

–¿Lo hiciste? –elevó las cejas. –¿Y cómo hiciste eso, exactamente?

Levantando un poco la barbilla, ella replicó, –Dejé la llave...

–No hiciste nada.

Sus oscuros susurros expresaban una separación fría en lugar de una ira
ardiente, y ella dio un paso atrás, asombrada por su comportamiento, y más que
alarmada.

–Tú sabías que yo estaba ahí y no hiciste nada –continuó, con un tono bajo y
una expresión parca. –Protegiste a tu despreciable familia, dejándome sufrir en
cadenas y oscuridad por cinco largas semanas, mientras ellas chantajeaban a mi
hermana para que me cambiara por diamantes. Eso fue lo que hiciste, Viola. Y eres
tan culpable como ellas.

–Si eso es lo que piensa –respondió valientemente, con voz temblorosa, –


entonces no recuerda mucho en lo absoluto.

Sus fosas nasales se abrieron y la quijada se tensó. –Recuerdo que me


abusaron, me hicieron pasar hambre y me drogaron. Recuerdo que me vejaron y
humillaron mientras yacía indefenso sobre un catre frío. Recuerdo que estuve a
punto de morir.

–¿Recuerda que lo alimenté? ¿Lo reconforté? ¿Le hablé?


Un mínimo parpadeo de duda cruzó sus facciones. O tal vez incredulidad. Y
luego desapareció, enmascarada en un cálculo despiadado.

–Lo que sé, Viola, es que escapaste de la justicia por permitir que el tormento
continuara cuando pudiste... debiste haber ayudado a que me rescataran. Y eso es
todo lo que importa ahora.

Al fin lo había dicho, admitir la razón por la que la había cazado después de
todos estos años.

Tensa, ella declaró. –Todos los involucrados han sido castigados...

–Excepto tú.

Ella sacudió la cabeza amargamente. –Oh, sir, he sido más castigada de lo que
cree.

–No te burles de mí, Viola –murmuró con hastío. –Tu vida desde que te fuiste
de Winter Garden ha sido un cuento de hadas por el cual cualquier muchacha del
campo con un pasado manchado desconocería a su familia para saborear. Eres una
dama ahora, una dama adinerada además, y has diseñado una vida nueva y
maravillosa para ti. Yo, madam, soy el que ha sufrido y aún sufre.

Aún sufre...

La pena que él exudaba se enrolló alrededor de ella como una serpiente,


sofocante y dolorosa, estrechándose sobre sus emociones aún mientras luchaba
por idear una explicación de sus motivos todos esos años. Pero claramente no
podía discutir con él ahora, y él obviamente no deseaba oír los detalles como ella
los recordaba, aún los que ella pensaba que eran válidos. Si le dijese algo más, si
trataba de describir desde su perspectiva todo lo que había ocurrido, él
ciertamente no le creería, al menos no ahora, y en su lugar podría usar sus
palabras en su contra.

–Así que ahora quiere que yo sufra, ¿es así? –preguntó suavemente.

Por un largo momento, la miró intensamente, con la cabeza inclinada a un


lado y las manos aún dentro de los bolsillos, su hermosa cara escondida
parcialmente por las plantas de la ventana mientras el anochecer se acentuaba.
Ella esperó, sin expectativas, insegura y temerosa, desesperada por decirle todo
pero sabía que él rechazaría sus palabras estrictamente porque ya había sacado
sus propias conclusiones que encajaban en los hechos como los recordaba.

–Sufrir es una palabra muy dura –reconoció al final –y lo creas o no, nunca
desearía que tú o nadie experimentara lo que pasé en manos de tu familia.

El alivio surgió en ella mientras la sospecha se elevaba.

–Pero hay un precio que pagar, Viola –continuó, con voz contemplativa. –He
pasado estos últimos cinco años pensando en ti cada día, tratando de decidir qué
hacer contigo.

La arrogancia de él le dio una nueva energía a su rabia y empuñó las manos a


sus lados, enfrentándolo directamente. –¿Qué hacer conmigo? ¿Qué derecho
tiene de hacer nada? ¿Por qué no dejarme en paz simplemente? Debe saber que
yo nunca hablaría con nadie de esa época vergonzosa en mi pasado.

Lentamente, él comenzó a caminar hacia ella otra vez, con la mirada aguda
enfocada en la cara de ella. –Te creo. Y aunque es verdad que no estuviste
envuelta en mi secuestro como tus hermanas, no se puede negar que fuiste
negligente, y por esa negligencia, nunca te consideraron responsable. –Sus
facciones se endurecieron cuando añadió. –No ha habido justicia.

–Esto no es sobre justicia, es solamente venganza –replicó, con voz baja y


firme. –Tal vez sería lo mejor para ambos si llega al punto de su pretensión, sir.

Él sonrió. –La venganza nunca es simple. Ese es el punto.

–No lo entiendo –susurró ella. –¿Por qué estoy aquí, vestida así, cuando
obviamente me desprecia y cree que causé cada mal recuerdo suyo?

Él la miró especulativamente por un momento antes de ofrecerle una


encantadora sonrisa. –Porque, Viola querida, hay dos cosas que sé, tanto de mí
como de esta... situación en la cual nos encontramos ahora.

Ella solamente lo miró, exasperada y confundida.

–La primera –continuó, acercándose para detenerse frente a ella otra vez –es
que desgraciarte simplemente arruinándote o haciéndote arrestar, si tal cosa es
posible después de todo este tiempo, no me traería una paz perdurable. Sería muy
rápido, muy poco atractivo, y no me ofrecería satisfacción. La segunda cosa que sé
es que estoy pasmado por el hecho de que te deseo sexualmente y, finalmente,
me he dado cuenta de que no seré capaz de deshacerme de ese deseo hasta que
te tenga en mi cama.

Un pequeño maullido de sorpresa e indefensión se le escapó.

Él rió entre dientes. –Mi confesión no puede sorprenderte tanto.

–¿Eso importa? –susurró, mirándolo. –Creo que sabe que nunca me


arriesgaría a la desgracia social y el buen nombre de mi hijo ofreciéndome a usted
voluntariamente.

Él levantó la mano y se frotó la barbilla, con los ojos entrecerrados,


especulando. –De la misma forma en que sabes que no tienes opción.

Ahogando lágrimas de ansiedad, ella murmuró temblorosa. –Supongo que su


deseo de hacerme su amante es la razón de esta elaborada artimaña.

–No inicialmente. Pero al verte después de todos estos años, no puedo evitar
la manera en que mi cuerpo responde, así que he decidido no luchar contra eso.

–Eso es asqueroso –dijo ella.

Él se encogió de hombros. –Es la naturaleza del hombre, Viola.

Amargamente, ella dijo –Y va a usar esa excusa básica para forzarme...

Su risa la interrumpió. –¿Forzarte? Disfrutaste nuestro beso tanto como yo,


cariño. Creo que sólo me tomaría unos minutos tenerte desnuda en el sofá.

Ella se ruborizó bajo su escrutinio, la verdad detrás de sus palabras la llenaban


de vergüenza. –Para ser perfectamente honesta, su gracia, por el bien de mi hijo,
preferiría casarme con usted y vivir el resto de mi vida con su odio y sus insultos
que subyugarme a usted como su amante.

Su diversión se desvaneció inmediatamente. –Y yo preferiría verte morir en


prisión antes de darte voluntariamente el valor de mi nombre.

Él dijo eso en voz tan baja que ella apenas escuchó las palabras. Pero no podía
haber confusión en el sentido y la cruel determinación de verla destruida
lentamente para su gratificación.

–Es un monstruo –susurró.


–Tal vez –admitió –pero tú y tu amada familia me hicieron así.

Lentamente, ella sacudió la cabeza y replicó. –Nunca aceptaré la culpa de una


situación que estaba fuera de mi control.

Él ignoró eso y susurró. –No puedes luchar contra mí, Viola.

Ella reunió fuerza con su audacia. –Oh, ciertamente lucharé contra usted, sir...

–Y perderás...

Una afirmación final, ofrecida firmemente y con absoluta convicción.


Consternada, se dio cuenta de que él ya había ganado esta batalla, por táctica o
por su propia terquedad, y él sabía que ella había entendido la profundidad de su
propósito. Discutir más con él no traería nada bueno. Ella necesitaba tiempo para
pensar antes de rendirse, tiempo para planear y organizar sus armas contra él.

Inhalando un profundo respiro, con la barbilla elevada, se levantó la falda y


pasó a su lado. –Me voy.

–Creo que lo mejor para ti sería que te quedaras –dijo en una rápida
respuesta. –No tengo duda de que nuestros invitados están por llegar.

Eso la detuvo en seco. Se dio la vuelta en la puerta. –¿Cuáles invitados?

–Estoy dando una pequeña fiesta para artistas y coleccionistas. El pináculo de


la noche será el develamiento de mi pieza más nueva, un original de Víctor
Bartlett–James que te compré a ti.

El corazón de ella pareció detenerse mientras le sostenía la mirada,


definitivamente mortificada por su revelación.

–No puede estar hablando en serio –susurró.

–Oh, estoy hablando muy en serio, madam –replicó mientras comenzaba a


avanzar hacia ella. –¿Pero qué te impacta más? ¿El hecho de que muestre una
pieza de arte erótico con damas presentes, o que yo esté consciente de que sabes
que yo fui el comprador de tu obra?

Dios, ayúdame. Él sabe todo...

Ella comenzó a temblar. –¿Cómo... cómo usted...?


–Soy astuto –terminó por ella muy suavemente. –Y puedo comprar cualquier
información que desee.

Ella luchó contra su propio deseo de abofetearlo, de encogerse vencida, de


estallar contra él con inmensa aversión. Pero se rehusó a bajar la mirada y darle la
satisfacción de saber que realmente estaba indefensa a su voluntad.

–¿Y si me niego a asistir? –cargó ella, con la boca seca y el pulso


repentinamente acelerado.

Él sacudió la cabeza casualmente. –No te arriesgarás, estoy seguro. Si no


asistes, tu curiosidad sobre lo que podría revelar te volvería loca.

Tenía razón, por supuesto. Él no tenía ninguna razón en el mundo para


proteger su virtud o su buen nombre. Ella se había convertido en su marioneta y
ambos lo sabían.

–La profundidad de su humillación hacia mi es impresionante –murmuró ella,


luchando contra las lágrimas.

Él se mordió el labio con fuerza. –Sentí lo mismo hace cinco años.

–Nunca te perdonaré por esto, Ian –susurró con un dolor abyecto.

Sea por su despliegue de indefensión femenina o el uso de su nombre de pila,


por un segundo o dos ella lo vio dudar, notó un destello de duda cruzar sus
facciones. Luego, tan pronto como apareció, se desvaneció.

Con porte rígido y ojos oscuros y desapasionados, replicó. –Eso, madam, no es


algo que me importe.

Acobardándose interiormente, ella le dio la espalda y abrió la puerta,


rehusando su compañía mientras los dos salían en silencio de la oscuridad invasora
del hermoso salón verde.
Capítulo 10

Traté de bañarlo hoy, mientras dormía por las drogas. Es tan masculino, tan
apuesto, pero está comenzando a perder la fuerza. Quiero ayudarlo, pero ellas
me mantendrán alejada de él si hago algo más. Él me necesita, pero estoy tan
asustada...

Viola lo ignoró completamente mientras caminaba a su lado por el pasillo,


pasando por el fabuloso recibidor, y más adentro de la impresionante casa.
Cuando se acercaban al salón, oyó voces en lo que parecía ser una reunión festiva,
luego una profunda risa masculina. Instintivamente, aminoró el paso y se detuvo a
varios pasos de la puerta.

–¿Cuántas personas hay aquí esta noche?

Él se volvió para mirarla. –Contándonos a nosotros, hay diez ahora, aunque


varios otros podrían llegar más tarde esta noche.

Ella lo miró, lívida. –¿Y cómo va a explicar mi participación en esta farsa, su


gracia?

Él se frotó la mejilla con la mano, mirándola especulativamente. –Eso depende


de ti, Viola. Por ahora, simplemente eres mi invitada, como los otros.

Con un rápido respiro, ella demandó. –¿Cuál es su plan?

Él sonrió. –No quisiera arruinar la sorpresa, querida.

–No me llame así –ordenó con enojo.

Sin desconcierto, él extendió y tiró hacia abajo la manilla de la puerta, luego se


hizo atrás y le hizo señas para que entrara.
La vista del salón en sí mismo la impactó primero, asombrándola casi tanto
como lo había hecho el salón verde. No se había escatimado en gastos para la
decoración, tanto elegante como sofisticada, coloreada en rojo profundo y dorado,
con mobiliario de roble marrón oscuro, sofás, sillas y cortinas escarlata, ricas
alfombras persas de diseño suntuoso, dos enormes candelabros de cristal
colgando del techo dorado y una intrincada obra de arte desplegada en cada pared
empapelada. Pero la apreciación de tal belleza rápidamente se volvió inquietud
cuando por fin vio a los invitados de la fiesta. Asumió la escena con una mezcla
extraña de anticipación y sorpresa. Para una fiesta tan pequeña, el Duque de
Chatwin había dispuesto un despliegue, más bien elaborado, de entremeses a un
lado del salón, el aroma de finas carnes y pasteles llenaban el aire, mientras al otro
lado, los lacayos estaban de pie, listos, sirviendo champaña en el aparador. Y junto
a la gran chimenea y la fría rejilla, estaba colocado el gran boceto de Bartlett–
James, sobre un caballete, cubierto con terciopelo negro, listo para ser develado
ante todos.

Repentinamente, ella se sintió como si la hubiesen puesto en una exhibición.


De todos los que había invitado que estaban aquí ahora, a la mayoría los conocía,
tanto personalmente como por reputación, como prominentes miembros de la
sociedad del arte londinense, y a su entrada, todos cesaron sus conversaciones y
se giraron para verlos con diversos grados de curiosidad.

–Damas y caballeros –dijo Chatwin cuando entraba en la habitación –estoy


seguro de que todos conocen a Lady Cheshire, una extraordinaria artista por
derecho propio, quien graciosamente ha aceptado mi invitación a unírsenos esta
noche. –La miró nuevamente, ofreciéndole una sonrisa que nunca alcanzó sus
ojos. –Por supuesto que conoces a Lord Fairbourne, mr. Whitman, del museo de
arte de Londres, Lord y Lady Brisbane, Lord y Lady Freemont, y Mr. Y Mrs. Stanford
Quicken. Los Quicken acaban de regresar del continente con algunas adorables
piezas francesas para añadir a su colección.

Ella nunca había conocido a los Quicken, pero les ofreció cortesías a todos
ellos, quienes hacían lo mismo a cambio.

–Mr. Quicken también es uno de los autenticadores de arte más finos de


Inglaterra –añadió casualmente. –Su experiencia debería ser especialmente útil
esta noche.
La confusión la envolvió, seguida de un sentimiento de turbación fría que se le
asentó en la boca del estómago.

Él se dio cuenta de su duda y explicó. –Espero verificar con certeza de que la


pintura que acabo de comprar es, de hecho, una original y no una imitación, como
temo.

Ella abrió los ojos de impresión; las mejillas hirvieron de nuevo con furia
renovada. Él debió haber esperado su reacción, porque elevó las cejas mientras la
miraba, retándola a dar alguna excusa, desafiarlo frente a todos o escapar de la
vergüenza.

Pero en lugar de darle la satisfacción, se tragó un grito de rabia y, con un


equilibrio notable, liberó la mirada de la penetración de la suya para ofrecer a sus
invitados una sonrisa delicada.

–Ciertamente, estoy honrada de ser incluida entre tales mecenas de arte tan
distinguidos –dijo, la voz sonaba ronca y seca para sí misma. Era una declaración
ridícula, y aún así, había sido tomada completamente desprevenida por la audacia
de Chatwin al asumir que era un fraude que realmente no tenía importancia en el
momento.

Afortunadamente, la fiesta continuó mientras un lacayo anunciaba que los


entremeses serían servidos ahora en el buffet y varias personas se dirigieron hacia
la comida.

Lucas Wolffe, Duque de Fairbourne, en cambio, se acercó a ella.

–Es un placer verla de nuevo, Lady Cheshire –dijo con una leve reverencia.

Ella le hizo una cortesía. –Y a usted, su gracia.

–Y se ve tan adorable como siempre –Miles Whitman añadió mientras se


dirigía a su lado y le ofrecía una copa de champaña. –Me atrevería a decir que es la
más talentosa entre nosotros también. No tenía idea de que estaría con nosotros
en este evento.

Ella sonrió y tomó un trago de la copa.

Whitman, curador del museo de arte de Londres, se casaría con ella la semana
siguiente, sólo por el prestigio, si ella mostrara el más mínimo interés. No había
visto a ninguno de los hombres desde la fiesta de Isabella, y aunque Fairbourne
lucía sólo ligeramente entretenido por su presencia, Whitman la veía una vez más
con una creciente sonrisa de emoción en su cara redonda de mediana edad,
tocándose su cabello fino y grasoso, y lamiéndose los labios como si no pudiera
esperar para darle una mordida a su cuello.

Ian dio un paso más cerca de ella, de manera que ahora sentía su calor en la
espalda, sus hombros detrás de los de ella, sus piernas presionándose
completamente en los pliegues de su amplia falda.

–Lady Cheshire está en proceso de pintar mi retrato formal –sostuvo con


amabilidad –y bajo esa condición, es mi invitada especial esta noche.

Miles alternaba la mirada entre ella e Ian, su semblante se deprimía mientras


lentamente llegaba a la conclusión de que ellos eran, de hecho, pareja,
probablemente como el insufrible hombre había planeado. Repentinamente, se
sintió ahogada, sintió que las mejillas se acaloraban y, si no hubiera sido por la risa
penetrante de Lady Diana Freemont desde la fila del buffet, recordándole a Viola
que estaba en la seguridad de otras damas de su condición, se habría enrollado en
una bola en la esquina, esperando no ser notada hasta que pudiera escapar.

–Entonces, ¿qué has planeado para nosotros esta noche? –preguntó Whitman
luego de aclarar la garganta, desconcertado abruptamente.

–Escuché que es un Bartlett–James original –interrumpió una voz detrás de


ellos. –Así que, Chatwin, ¿cuándo vamos a ver qué hay detrás del terciopelo?

Viola se volvió para ver a Bartholomew St. Giles, Barón Brisbane, caminando
hacia ellos con una pila de comestibles apilados en un pequeño plato, su estatura
corpulenta metida placenteramente en su chaleco y chaqueta de cena. Conocía a
Brisbane porque había pintado el retrato de su esposa el verano pasado. Él
también había sido, años atrás, uno de los primeros en comprar varios de los
bocetos originales de Víctor Bartlett–James como coleccionista altamente
interesado en arte erótico. Por supuesto, él no sabía que ella era la artista de un
trabajo tan arriesgado, al igual que todos los hombres y mujeres que estaban
ahora en el salón del Duque de Chatwin, quienes habían oído de Bartlett–James o
coleccionado varias piezas eróticas pero permanecían ignorantes... al menos hasta
esta noche.

–Has oído correctamente, Brisbane –replicó Ian.


El barón rió con disfrute mientras Whitman miraba a Ian, boquiabierto. –Hay
damas presentes, Chatwin. Debe... debe ser especialmente... ¿artístico?

Viola se mordió los labios para evitar reír. Miles la miraba como si acabaran de
anunciar que el entretenimiento de la noche serían bailarines desnudos.

–Todas son damas casadas, Whitman, –respondió Ian –y todas han visto el
cuestionable arte antes.

Miles asintió mansamente. –Sí,... supongo. Es arte, después de todo.

–¿Ha oído del artista erótico Víctor Bartlett–James, Lady Cheshire?

Eso vino de Fairbourne, quien continuaba luciendo divertido por todo el


evento.

Ella tomó otro sorbo de champaña. –Estoy segura de que todo el mundo ha
oído de él, sir. Al menos todos en el mundo artístico de Londres.

Segundos después, le preguntó. –¿Dónde supone que uno colgaría su tipo de


arte? Ciertamente no en el recibidor.

Brisbane rió entre dientes, luego tosió y se despidió del pequeño grupo
mientras parecía haberse ahogado con el pastel. Los ojos de Whitman se abrieron
y se cambió incómodamente de un pie al otro, su cara redonda enrojecida. Y
aunque ella nunca se había sentido más incómoda en ningún otro momento de su
vida, Viola se las arregló para evitar acobardarse, manteniendo un falso aire de
dignidad.

Después de aclarar la garganta, sugirió. –Creo que si una persona puede, de


hecho, pagar un Bartlett–James original, podría colgarla en cualquier lugar que
desee, su gracia.

Fairbourne casi sonrió. Luego, asintió hacia ella una vez y replicó. –No había
pensado en eso, pero supongo que tiene razón, madam.

Ella trató de ignorar el rubor en la cara mientras tomaba otro sorbo de su


copa. Afortunadamente, Whitman se volvió a hablar con Mrs. Quicken y
Fairbourne se excusó para ir al buffet. Por un segundo, casi se relajó... hasta que
Ian le recordó que aún estaba de pie, tras ella.
Inclinándose, le susurró en el oído. –Creo que el mejor lugar para colgar arte
erótico podría ser la recámara. ¿Qué opina, Lady Cheshire?

Ella quiso gritar. En su lugar, se volvió para mirarlo, sus facciones planas. –Si
esta tratando de impresionarme, su gracia, no funcionará –dijo suavemente.

–¿Impresionarte?

Ella inhaló profundamente, luego lo dejó salir con fuerza. –Sabe que soy una
viuda y una artista, por lo tanto, no me impacta en absoluto el arte erótico, o verlo
en público.

Sus ojos se hundieron en los de ella. –¿Qué tal verlo en privado?

Nerviosamente, ella vio alrededor, notando con alivio que nadie estaba lo
suficientemente cerca para oírlos.

–¿Viola?

Ella lo miró otra vez. –Creo que verlo en privado es lo que hacen los
caballeros, su gracia.

–Ah. –Miró otra vez hacia su corpiño. –¿Así que la pieza que compré nunca
colgó en tu recámara para el placer visual tuyo y de tu esposo?

Ella se quedó perpleja, luego susurró. –Eso no es de su incumbencia.

Él le dio una sonrisa genuina, la primera que le había visto, y la mirada de


astuto deleite sobre su atractivo rostro la hizo vacilar, repentinamente.

–Estoy hambrienta –mintió, girando para alejarse de él.

Rápidamente, él extendió la mano para tomar la de ella, atrayéndola


gentilmente. Inclinándose, susurró. –Yo también estoy hambriento, Viola, y tu
boceto, el cual voy a colgar en mi habitación después del evento de esta noche, ha
abierto mi apetito.

Ella no podía mirarlo, aunque sí se dio cuenta que una o dos personas los
veían con curiosidad. Luchando contra la urgencia de lanzarle lo que le quedaba de
champaña a la cara, suavemente liberó su mano de la de él y murmuró. –Cuélgala
en cualquier maldito lugar que quieras. Ahora déjame en paz. La gente está
mirando.
Dicho eso, se levantó la falda y pasó a su lado hacia la mesa de la comida,
oyendo su risa que, con los nervios punzantes y la carne acalorada, trató de
ignorar a toda costa.

Por tres cuartos de hora, se paseó entre los invitados inquieta, incapaz de
hacer nada más que picar el roast beef, el emparedado de pepino y el pastel de
jengibre que había puesto sobre su plato, escuchando a Lady Freemont y Lady
Brisbane discutir sobre obras de caridad y noticias sociales, mientras permanecían
alejadas de los hombres. Finalmente, las damas se volvieron hacia el objeto de
arte y la conversación se volvió mucho más íntima.

Lady Freemont, una mujer de casi sesenta años, de caderas y hombros


anchos, grueso cabello plateado apilado sobre la cabeza, y ahora algo más que un
poco mareada por la bebida, se inclinó más cerca para decir en tono conspirador, –
¿Alguna vez ha creado uno de esos, Lady Cheshire?

Viola parpadeó. –¿Disculpe?

Lady Freemont rió, luego aclaró con emoción susurrada, –¡Una pintura
traviesa!

Lady Brisbane rió como una mujer de la mitad de su edad y Mrs. Quicken
caminó hacia ellas, dejando el lado de su esposo para descubrir qué podría ser tan
entretenido en su discusión.

–Sí, díganos –insistió Lady Brisbane, amontonándose más cerca. –Yo misma
desearía tener la habilidad. ¡Sólo piensen en la diversión que Bartholomew y yo
podríamos tener viéndolo recobrar vida en la punta de mis dedos!

Todas rieron otra vez. Viola forzó una risa, sintiéndose más molesta que
divertida. Mrs. Quicken, más joven que las otras por una década
aproximadamente, tomó un sorbo más bien largo de su copa de champaña, luego
dijo. –Hay muchísimos buenos artistas que pueden emular su estilo, pero me
atrevo a decir que no hay ninguno que capture el ánimo del amor como lo hace
Víctor Bartlett–James.

–¿El ánimo del amor? –Lady Freemont se echó hacia atrás con otra risa,
derramando un poco de su bebida sobre su falda sin darse cuenta. –¡Oh, cielos,
qué idea! –con ojos brillantes, miró a Viola de nuevo. –Vamos, Lady Cheshire,
puede decirnos. ¿Alguna vez ha pensado en crear su propia marca de arte
arriesgado?

Sonriendo, ella se encogió de hombros ligeramente. –Estoy segura de que si lo


hiciese no se lo contaría a un alma.

–Lo cual significa –dijo Ian detrás de ella –¿qué tal vez lo haya hecho?

Alguien jadeó, luego todas rieron como si hubiesen sido capturadas en una
obscenidad secreta. Excepto ella. Forzando una sonrisa, miró por encima de sus
hombros rígidos para encontrarlo de pie tal vez a poco más de un metro de
distancia, con la champaña en la mano, mirándola con una leve especulación en su
atractiva cara.

–Su gracia –replicó –creo que si intentara recrear el ánimo del amor de Víctor
Bartlett–James, usted sería el último en saberlo.

Él asintió a su timidez, dando un paso hacia el pequeño grupo. –Debidamente


considerado, madam, aunque después de ver su trabajo en los retratos, sospecho
que su... talento brillaría de cualquier forma.

Ella tuvo problemas para decidir si debía tomar eso como un cumplido,
aunque las damas sí, sin duda. Sonriendo, respondió cuidadosamente. –Tanta
alabanza, viniendo de usted, sir, está más allá de la bondad.

Él levantó una ceja por su rápida y ambigua respuesta y ella sonrió de triunfo
antes de darle la espalda y mirar de nuevo a las damas. Repentinamente, sintió su
mano en su baja espalda e instintivamente se tensó, espantada de que él hiciera
tal despliegue de posesión íntima enfrente de otros. No se movió una pulgada,
rezando para que nadie en las vecindades se diera cuenta.

–Creo que es hora del develamiento, ¿no les parece? –mantuvo él


suavemente por encima del hombro de ella.

–Oh, cielos, sí –dijo Lady Freemont, abanicándose con la mano. –No creo que
necesite más champaña.

Lady Brisbane rió jovialmente, como si encontrara una broma inaudita en el


consumo de bebida de Lady Freemont. Los ojos de Mrs. Quicken se iluminaron
mientras miraba alrededor del salón. –Mi esposo siempre parece desaparecer en
el momento en que se necesita.
Viola abrió la boca para hacer un comentario y, precisamente en ese
momento, sintió la mano de Ian moverse suavemente hacia abajo por el vestido y
descansarla momentáneamente sobre su trasero.

Ella contuvo el aliento y el rostro se ruborizó cálidamente mientras él


acariciaba la mitad inferior de su nalga con los dedos. No se movió, no podía
captar nada excepto la aceleración de su pulso.

–De hecho, su esposo y Lord Fairbourne fueron al balcón a disfrutar sus pipas
al aire libre –ofreció Ian, con voz baja y formal. –Acabo de enviar a un lacayo por
ellos.

–Oh, bien –replicó, tomando un rizo marrón de su mejilla y doblándolo detrás


de la oreja. –Tal vez tome un momento para refrescar mi bebida. ¿Me disculpa, su
gracia?

–Por supuesto, por favor –replicó él de una vez, haciendo un gesto con la
cabeza hacia la mesa de botellas sin abrir.

–Creo que haré lo mismo –dijo Lady Freemont, claramente cambiando de


opinión sobre beber más champaña, luego de tomar el trago final de su copa. –
¿Margaret? ¿Lady Cheshire?

Ella no podía hablar. Él continuaba acariciando sutilmente su trasero y,


aunque la mano y los dedos permanecían sobre capas de satén y enaguas, ella
sentía el toque como una quemadura sobre la piel desnuda.

–Creo que me gustaría tener una palabra en privado con Lady Cheshire –dijo
Ian, segundos después. –¿Si no les importa?

Ambas damas la miraron con los ojos muy abiertos, luego de nuevo a él.

–No, no, por supuesto que no –escupió Lady Brisbane. –¿Si nos disculpa,
entonces?

Hicieron una cortesía al unísono y se alejaron, amontonando las cabezas muy


juntas con palabras susurradas hasta que Margaret rió otra vez mientras se
acercaban a un lado del bar.

–Si te mueves lejos de mí, Viola –advirtió suavemente –te tomaré y te besaré
enfrente de todos.
Ella tragó saliva, hirviendo, luego logró murmurar furiosamente. –¿Qué
quiere?

Él se inclinó sobre ella y puso los labios junto a su oreja. –No tengo nada más
que decir. Sólo quiero sentir tu suavidad e imaginarte desnuda y gimiendo por
unos segundos más.

Ella cerró los puños a sus costados para evitar golpearlo. –Prefiero pensar que
disfruta avergonzándome, sir –murmuró estrechamente. –Le ha hecho creer a
todos aquí esta noche que somos íntimos.

Su aliento tibio jugaba con la parte de atrás del cuello de ella. –No
necesariamente. Nadie puede ver mi mano sobre ti, Viola. Todos están frente a
nosotros.

Tomando un respiro tembloroso, ella giró ligeramente para mirarlo y la lujuria


severa que observó en sus ojos la sorprendió. Repentinamente, él removió la
mano y ella se alejó un paso, girando para enfrentarlo completamente.

Él le sostuvo la mirada por un momento, sus facciones duras, sus labios


entornados severamente, su piel tan sonrojada como la de ella.

Ella no podía creer que tocarla sobre el vestido por unos pocos segundos
pudiera excitarlo. Pero en silencio, miró hacia abajo para notar la rígida erección
bajo sus pantalones y la boca se abrió ligeramente en conmoción.

–No he estado con una mujer en mucho tiempo –murmuró, con un tono
grueso y bajo. –No toma mucho hacerme responder.

Ella parpadeó, mirando de nuevo a sus ojos, insegura de qué decir, la urgencia
de correr la abrumaba más que en cualquier otro momento desde que él había
regresado a su vida. Aún así, también sentía la aguda atracción entre ellos,
arrastrando el recuerdo de su hermoso cuerpo desnudo a la superficie de sus
pensamientos, recordándole cuánto lo había deseado entonces... y cuán difícil
sería resistirse a él ahora.

–¿Cómo puede desearme físicamente y, al mismo tiempo, odiarme tanto


como para humillarme? –susurró mientras una fría confusión la barría.

Él metió las manos dentro de los bolsillos de su chaqueta. –No lo sé.


Ella sacudió la cabeza con incredulidad, notando con pesar en su corazón que
él no negaba en absoluto su necesidad de avergonzarla.

Tomando un largo respiro, admitió solemnemente. –Pero sí sé que solamente


tú servirás y tengo intenciones de poseerte, a pesar de tu clase, tus propios deseos
y tu futuro. A pesar de todo...

Esa certeza devastadora, unida al evidente desprecio que mostraba por ella en
todo lo que hacía y decía, actuó como un congelamiento abrupto de la sangre en
sus venas.

–Lo detesto, Lord Chatwin –dijo en un respiro, las palabras cubiertas de


repulsión. –Y nunca en mi vida he sentido más lástima por un alma tan perdida.

Antes de que él pudiera responder, se dio la vuelta y se alejó, temblando por


dentro, moviéndose tan rápido como pudo hacia el aparador por una gran copa
llena de su excelente champaña, jurando que a esa hora para mañana se habría
ido de su vida para siempre, independientemente del precio que había que pagar.
Nada importaba más ahora que escapar de sus garras con su hijo en protección y
su orgullo intacto.

Nada...

Se reunieron alrededor del caballete cubierto frente a la chimenea, Ian a un


lado y Mr. Quicken al otro. Otras personas se habían unido a la fiesta en la última
media hora, bebiendo y comiendo y esperando la muestra de gran arte erótico.
Viola se mantuvo un poco atrás, entre Fairbourne y Lady Freemont, rehusándose a
mirar a Chatwin ni una vez desde que lo dejó con rabia hacía casi una hora. Pero
podía sentir su mirada en la cara tan intensamente como sentía la expectación en
el aire.

Con la barbilla en alto, esperó mientras Chatwin comenzaba un corto


monólogo de su ambición de comprar excelente arte fino en varias formas, desde
esculturas hasta pinturas, y cómo nunca antes había comprado arte erótico pero
había escuchado de Víctor Bartlett–James y había tomado esta oportunidad de
expandir su colección. Finalmente, levantó la mano y tiró el terciopelo negro del
marco.
Un rumor perceptible se pudo oír entre el grupo... luego comentarios
susurrados de alabanza y un matiz de lenguaje gráfico para describir el dibujo en
detalle mientras todos comenzaban a hablar al mismo tiempo.

Viola sorbió su champaña, asintiendo cuando Lady Freemont le ofreció su


opinión, tratando de permanecer tan inconspicua como pudiera. Al fin, Mr.
Quicken se dirigió a estudiar la obra de arte con la precisión de un autenticador,
escudriñando cada pulgada de la pieza y hablando en tonos muy bajos con
Chatwin. Ella prestó poca atención a sus alrededores, esperando por el momento
perfecto para escabullirse y dirigirse a casa rápidamente, cuando lo escuchó decir
su nombre.

Mr. Quicken se volvió abruptamente y la miró. –¿Lady Cheshire? –repitió, con


sus gruesas cejas fruncidas profundamente.

Repentinamente, todos los ojos estaban sobre ella mientras se hacía silencio
en el salón.

Se le secó la boca. –¿Disculpe?

Ian aclaró la garganta. –Tuve que decirle dónde compré el dibujo, madam –
dijo muy suavemente. –Lo siento.

Ella no tenía idea de lo que estaba pasando. Atontada momentáneamente,


finalmente miró a su Némesis.

Él la miraba con ojos fríamente calculadores y un porte gélido de satisfacción.


Y la mirada que le dio hizo que un estremecimiento de miedo corriera a través de
ella. –Yo... Perdóneme por mi confusión, pero...

–¿Este dibujo pertenecía a su esposo, Lady Cheshire? –preguntó Quicken, con


tono de preocupación.

Ella quedó boquiabierta; sintió que la sangre abandonaba su cara mientras el


impacto de la pregunta calaba. Él había expuesto su secreto, al menos
parcialmente, y no podía negarlo ahora. No frente a todos los asistentes de esta
noche.

Con resolución firme, respondió. –Sí, es cierto. Mi difunto esposo lo compró


hace años y yo acabo de descubrirlo mientras limpiaba el ático. Mi abogado lo
vendió en mi nombre a Lord Chatwin.
Era lo mejor que podía hacer bajo las circunstancias, pero al menos la
explicación sonaba razonable. Mañana lidiaría con los pequeños chismes que su
revelación pudiera crear.

Stanford Quicken se frotó la quijada con sus dedos regordetes, y el ceño


fruncido. –Lo siento mucho, madam.

–¿Lo siente?

Las mejillas del hombre se pusieron rosas mientras se cambiaba de un pie al


otro, dándole una rápida mirada a Ian antes de mirarla una vez más. –Sé que esto
es un poco... entiendo cuán impactante debe ser.

Una quietud incómoda llenó la habitación. Viola miró a su alrededor mientras


que el trazo de temor que la mirada calculadora de Ian había evocado momentos
antes se volvía alarma. –No entiendo, –susurró.

–Querida mía –dijo Mr. Quicken. –Me temo que la han engañado. Conozco
muy bien a Víctor Bartlett–James y su trabajo, y este dibujo no fue creado por él.
Es una falsificación.

Por un largo momento, ella tuvo problemas para contener la risa por lo
absurdo. –Eso es imposible –dijo bruscamente, buscando en el grupo algún tipo de
refuerzo. No obtuvo más que miradas que variaban desde la contrariedad hasta la
lástima.

Quicken se frotaba la nuca, ignorando su insistencia por completo. –Estoy


seguro de que bajo las circunstancias querrá compensar a Lord Chatwin por el...
uh... gazapo.

Y fue entonces cuando entendió... su mentira, su engaño y la suprema


humillación social que había planeado desde el principio.

La pintura era original y ambos lo sabían. También Quicken, si realmente era


un autenticador. Pero Ian Wentworth había plantado la semilla de duda esa noche,
urdiendo una elaborada artimaña para comenzar su ruina social. La había atrapado
para que admitiera que le había vendido el dibujo y ahora todos sabían que
también se esperaba que regresara el pago. Hasta había logrado que las damas
consideraran la posibilidad de que ella misma hubiese creado esa pieza como
imitadora. No había prueba real de que no había engañado al Duque de Chatwin
tratando de venderle su propio arte en lugar de uno original y todas las razones
para dudar de su palabra. Hasta Miles Whitman parecía no poder mirarla mientras
permanecía con la mirada sobre sus zapatos. Y ella no podía contar todo, explicar
nada, sin revelar a todos que ella era el artista Víctor Bartlett–James, lo cual a este
punto, nadie creería.

Por primera vez en su vida adulta, Viola se sintió traicionada hasta el centro de
su alma. Y por un hombre por quien alguna vez se había interesado, afligido e,
incluso por un tiempo, había pensado que amaba.

Lo miró de nuevo, notando su expresión blanda, con los ojos entrecerrados


desafiándola a negar su integridad, a llamar mentiroso a un caballero de su riqueza
y posición en su propia fiesta de gala.

Bastardo.

Aplastando lágrimas de angustia, indefensión y furia creciente, se apartó del


grupo, sin separar la mirada de la de él. Y luego les dio la espalda a todos y salió de
la habitación, con la cabeza en alto, la espalda rígida y una determinación nueva.

Todo había cambiado. Ciertamente no se iría mañana.

Ahora estaban, oficialmente, en guerra.


Capítulo 11

No podía dejar de mirarlo hoy, y cuando finalmente lo toqué para


consolarlo, su cuerpo respondió y me tomó la mano, rogándome en delirios que
lo acariciara. Nunca había experimentado nada tan impactante, tan íntimo, en
mi vida...

Ian estaba de pie en el fondo de la sala, viendo con poco interés mientras el
club gradualmente se llenaba de caballeros muy respetados y finamente vestidos.
Muchos de ellos ya estaban ebrios y aún no eran las seis, aunque la multitud
permanecía con buen comportamiento considerando el objeto de la subasta de
esta noche. Él sólo había tomado un whisky hasta ahora en un intento de
permanecer alerta a través del proceso tan pronto tomara lugar, sus dudas
persistentes superadas sólo por una creciente curiosidad de que lo que estaba a
punto de presenciar.

Se había vestido cuidadosamente, escogiendo un atuendo de noche en seda


blanca y negra, la corbata anudada con precisión y aún así lo hacía sentir
incómodamente ahorcado en el cuello, probablemente debido tanto a la
muchedumbre de la sala llena y su humor agrio. Fairbourne estaba de pie junto a
él, sorbiendo de su vaso, absorto en una discusión política con un caballero mayor
a su lado. Ian no tenía ganas de unírseles, o de hablar en lo absoluto. Aunque la
noche aún estaba por comenzar realmente, sus pensamientos continuaban
desviándose a la ladina Lady Cheshire.

Desde que ella había salido avergonzada de su casa hace tres noches, él no
había hecho nada más que pensar en su rostro. Su hermosa cara tan asombrada
por las acciones y las intenciones de él, sus brillantes ojos almendra rebosados de
desaliento y confusión y un aborrecimiento centrado en él. Extrañamente, la
ardiente mirada de furia y vulnerabilidad despavorida que ella le había dado
segundos antes de partir lo perseguía, haciéndolo sentir mal consigo mismo por
importarle, más que por otra cosa. Debería estar regocijándose por su lenta
destrucción, como lo había concebido por cinco largos años, pero por el momento
sólo se sentía hueco. Vacío.

La fiesta como tal había continuado bien el resto de la noche, pero su corazón
se había apagado en el minuto en que ella se fue. Él jugó su papel como debía,
aunque con su partida el triunfo y la emoción, al menos para él, se habían
desvanecido rápidamente. Había dormido poco esa noche mientras contemplaba
el siguiente movimiento y se obsesionaba más de lo imaginable sobre cómo podría
responder a él físicamente, sin encontrar ninguna ayuda en el dibujo que había
colgado sobre la chimenea frente a su cama.

El problema, reflexionó, era cómo hacerla venir a él, hacerla arrastrarse entre
sus sábanas y darse a él voluntariamente. No tenía dudas de que podía seducirla y,
por mucho que la despreciara a ella y todo lo que representaba, forzarla no era
una opción. Ella ansiaba su toque tanto como él deseaba el de ella, era algo que
había visto en su mirada la primera vez que la encontró tan hermosa en el salón
verde. Viola lo admiraba, sentía su atracción mutua y claramente lo deseaba.
También había visto eso cuando sus mejillas se sonrojaron y le dio una mirada
llena de lujuria después de que él había hecho nada más que acariciar su trasero
por encima del vestido en un salón lleno de gente, un recuerdo que le divertía aún
ahora. Ella no se había impresionado por su evidente necesidad de ella, sólo
aturdida. Y ese aturdimiento que sentía por él sería su destrucción... si él lograba
descubrir cómo usarlo para su beneficio, un problema sin respuesta, lo cual era la
razón por la cual la había dejado cocerse a fuego lento estos últimos tres días en
lugar de ir a ella con sus exigencias.

Ella no se había puesto en contacto con él desde la noche de la fiesta, pero


Cafferty lo mantenía informado de su paradero e intenciones tanto como podía.
Ella había estado en su casa los últimos tres días, excepto ayer en la mañana,
cuando había hecho una corta visita a su abogado. Horas después se corrió la
noticia de que Brimleys sostendría una subasta exclusiva de una preciada pintura
de Víctor Bartlett–James... y la razón por la cual él mismo se encontraba aquí esta
noche, vestido incómodamente, y reconociendo la multitud embriagada con una
anticipación creciente sobre lo que Lady Cheshire había ideado en su astuta mente
femenina.
La pintura que iba a ser presentada ya había creado bastante revuelo, aunque
nadie la había visto aún. Estaba colocada en un gran caballete de madera bajo un
brillante candelabro iluminado, cubierto por un paño de terciopelo negro, y
protegido por un hombre corpulento con puños del tamaño de un melón. Sólo el
misterio por sí mismo había iniciado un hervidero de especulación, debido a que la
mayoría de las subastas permitían a los licitadores ver los artículos antes de
empezar. Aparentemente, una pieza de Víctor Bartlett–James creaba un revoloteo
de excitación, independientemente de cómo lucía, lo cual lograba hacerlo aún más
valioso, supuso. Nada como un poco de emoción para incrementar su valor y, por
ende, la puja.

–¿Crees que es un original?

Ian se enderezó y miró a Fairbourne, quien había tornado la atención del


caballero anciano a él de nuevo.

–¿La pintura? –aclaró él.

Fairbourne asintió una vez y tomó un largo trago de su whisky. –Seguramente


no puede crear una pintura falsa en tres días.

Ian sacudió la cabeza, viendo hacia la multitud. –No. Creo que eso sería
imposible, aún para ella –acordó. No había mencionado ni siquiera a su amigo más
cercano que le había pagado a Quicken para negar la autenticidad del dibujo, el
cual, como supo subsecuentemente, era de hecho un original. Ese hecho no
importaba en lo más mínimo para su objetivo, aunque sí encontraba curioso que
ella poseyera más de una pieza del arte de Víctor Bartlett–James, y tenía que creer
que la pintura que iba a ser subastada esta noche tampoco era una falsificación.

–¿Cuál, si me permites preguntar, es tu... relación con la adorable viuda en


todo caso?

Esa pregunta hizo que sus nervios ardieran irritablemente. –No necesitas
preguntar. No hay ninguna relación en absoluto.

Fairbourne rió abiertamente. –Por Dios, Chatwin, ni siquiera mientes bien


respecto a ella.

Ian se volvió para ponerse directamente frente a su amigo, con el cuerpo


tenso y las facciones parcas. –La verdad es irrelevante –dijo con una dosis de
hostilidad. –Pero el hecho es que no me gusta.
Poniéndose serio nuevamente, Fairbourne lo observó francamente por un
momento, luego se dirigió al bar para rellenar sus vasos. –Creo que ella te
encuentra más bien atractivo, de hecho.

Él casi resopla. –Tampoco mientes bien.

Fairbourne sacudió la cabeza. –Eso... no es mentira. Los vi juntos y aunque tú


escondes bien tus sentimientos, cualesquiera que éstos sean, ella no.

Ian lo miró de reojo. –Francamente, mi amigo, lo que ella piense de mí no es


algo que tú sabrías.

–Tal vez no conozca una o dos cosas sobre las damas en sentido general, pero
sí reconozco a una mujer herida cuando la veo. No podría decir si ella quería
besarte o golpearte en tu ridícula fiesta de arte.

Ian rió entre dientes y tomó su vaso. –Quería golpearme. La dama puede
encontrarme físicamente de su gusto, pero la mujer dentro de ella me desprecia.

–¿Porqué?

Esa sencilla pregunta lo tomó fuera de guardia, haciéndolo darse cuenta de


una vez que no debió haber dicho nada, reconocer nada. Pero Fairbourne, con su
whisky recién servido sin tocar, ahora lucía realmente curioso, hasta preocupado,
mientras inclinaba la cadera contra la pequeña mesa a su lado y cruzaba los brazos
sobre el pecho, esperando una explicación razonable.

Ian exhaló un largo respiro, luego terminó el contenido de su vaso en dos


tragos, sintiendo el ardor repentino bajar por la garganta como un recordatorio
necesario del dolor causado a menudo por las dulces cosas deseadas.

–Es una historia complicada, Fairbourne –admitió al final, lamiendo el borde y


luego colocando el vaso vacío sobre la mesa. –Y no es una que me guste repetir.

–Ella tuvo algo que ver con tu secuestro, ¿no es así? –pinchó con tono bajo.

Ian estiró el cuello, listo para saltar fuera de su piel, acalorado y molesto por el
aire lleno de humo y las voces de caballeros escandalosos y ebrios que se elevaban
con cada minuto que pasaba mientras todos esperaban la gran exhibición de nada
más que una pintura excitante. Después de pasarse la mano por la cara, respondió.
–Ella no estuvo involucrada con el secuestro, pero estaba allí.
Fairbourne se rascó la mandíbula. –¿En calidad de qué?

Ian miró a su amigo otra vez. –¿Calidad de qué? Como una maldita ayudante.

–Ya veo. –Segundos más tarde, Fairbourne levantó su vaso y agregó. –Como
ayudante, ¿supongo que ella te cuidó de alguna manera?

Ian frunció el ceño con incredulidad. –Ella me dejó allí para morir, Lucas –dijo
con un amargo susurro. –Participó en un crimen vicioso, y al final nunca fue
encontrada culpable de nada.

–Pero, ¿qué hizo exactamente por lo cual debió haber sido culpada? –insistió.

–Inacción –respondió.

–¿Y qué más?

Eso lo confundió. –¿Qué más? ¿Qué diablos significa eso?

Fairbourne suspiró. –¿Estaba ella realmente contigo en la mazmorra, o


simplemente consciente de que eras un cautivo?

–Ella estaba allí.

–Entonces, ¿qué te hizo cuando estaba contigo?

Ian resistió el repentino impulso de golpear con el puño la pared de ladrillo a


su lado. En cambio, respiró profundamente y trató de calmar sus nervios como un
caballero.

–La verdad es que no recuerdo claramente –murmuró. –Me mantuvieron


drogado la mayor parte del tiempo.

–Ya veo.

–No, no lo ves –replicó sin aclaraciones, sin querer decirle a un alma que creía
que se habían aprovechado de él como hombre. Ni siquiera podía mencionar tal
vergüenza a Lucas, la única persona en el mundo en quien confiaba ahora mismo.

Fairbourne tomó un sorbo de whisky, mirando a Ian cuidadosamente por


encima del borde de su vaso. Luego, lentamente, lo bajó a la mesa, su expresión se
volvió pensativa. Con la voz subyugada, afirmó. –Y ahora estás aquí, vivo después
de haber sobrevivido a una terrible experiencia, más adinerado que dios, capaz de
vivir el resto de tu vida cómodamente, con cualquier dama de tu elección, y sin
embargo estás persiguiendo implacablemente una joven y bella viuda con un hijo
para arruinarla. ¿Es así?

La manera casual en que su confidente de varios años dijo sus pensamientos


en voz alta, y los pronunció tan desagradablemente, hizo que Ian se encogiera. Tal
vez sonaba como una venganza a Fairbourne, y cuando se lo decía sin rodeos,
alguien ignorante si duda lo encontraría culpable de ofensa, pero la verdad era
simplemente inexplicable.

Dando un paso más cerca, Ian miró al hombre con franqueza. –No espero que
lo entiendas, Lucas –dijo con cautela. –Pero sí te pido que te abstengas de
juzgarme a mí o a mis acciones. No estabas allí, y no has vivido en mi infierno
durante los últimos cinco años.

Durante un largo momento, Fairbourne lo estudió en silencio. Luego, con un


suspiro de aceptación, bajó la mirada hacia la mesa, golpeando la madera con las
yemas de los dedos.

–Nunca presumiría conocer el horror que experimentaste, Ian –dijo en voz


baja –y tal vez ella no sea del todo inocente de tu sufrimiento. –Sus ojos se
elevaron una vez más, entrecerrándose mientras perforaban los de Ian. –Pero creo
que debes tener cuidado. La mujer es joven, inexperta, y siente algo por ti, aparte
de odio. Eso se nota. –Hizo una pausa, luego bajó la voz para agregar. –Puedo
entender tu enojo por su inacción o... incapacidad para liberarte, pero no me
parece que hayas pensado en esto desde su perspectiva, o intentado descubrir si
ella realmente hizo algo por ti para disminuir tu lucha.

Ian mordió con fuerza para mantener su frustración bajo control. –Debió
haber ido por ayuda. No lo hizo, y ahora debería estar en prisión.

Fairbourne encogió un hombro. –Tal vez. Por otra parte, tal vez como tú, y por
lo que su familia te hizo, ha estado viviendo en ella durante cinco largos años.

Esa noción sacudió a Ian, encendió de nuevo su ira y, sin embargo, no pudo
culpar a su amigo, quien habló con tanta sinceridad.

Sumido, se pasó los dedos por el pelo. –No pretendo destruirla, Lucas, sólo
quiero justicia, para mí y para su crimen.
Fairbourne examinó a la multitud por un segundo o dos, luego lo miró de
nuevo. –Hay una diferencia entre la justicia y la venganza, Ian –argumentó, –y la
venganza es mucho más profunda, termina con consecuencias mucho más graves.
La justicia requiere diligencia, pero la venganza se toma la molestia de gastar los
fondos y el tiempo necesarios, contratar a alguien para hacer o decir cualquier
cosa por el precio correcto, y la planificación calculada independientemente de
todo lo demás. Y has hecho todo eso, ¿no?

Ian no dijo nada.

Fairbourne apoyó el antebrazo sobre la mesa y se acercó. –Si intentas llevarla


a la cama en este plan tuyo, ten cuidado. Creo que encontrarás que no es tan fácil
marcharte con tu dignidad intacta después de haber hecho todo lo posible para
arruinarla, especialmente si la seduces y luego descubres que tu deseo por ella
permanece igual porque has empezado a interesarte por ella como mujer. –
Esperó, y luego añadió muy suavemente. –Ella nunca te lo perdonará, y nunca te
dejará volver con ella. La venganza estará completa, pero al final, muy bien podrías
experimentar la pérdida de tu honor, probablemente la mayor pérdida de todas.

Ian sintió como si hubiera sido salpicado con agua helada mientras la
transpiración fría estalló en su cuerpo. Fairbourne no era de los que hablaban de
su propio pasado fracturado, aunque Ian sabía que lo había mencionado aquí en
una advertencia del más auténtico sentido común. Pero él no era Lucas, y no tenía
intención de terminar con el corazón roto o dañar su integridad por una venganza
que había salido mal. Llevar a Viola a la cama tenía menos que ver con desearla
que la necesidad de tomar todo lo que tenía, incluida una pasión íntima que no le
ofrecía a nadie más. Que él la encontrara realmente deseable era simplemente
crema dulce para las bayas. Y dejarla al final sería la parte más fácil, la más dulce
de todas. Con la llegada de una conclusión gratificante por su tiempo en la
mazmorra, él podría seguir adelante, pensar en un futuro digno de su título. Sin
arrepentimientos. Sexualmente saciado. Justicia hecha.

–Sé lo que estoy haciendo –refunfuñó.

Fairbourne lo estudió durante un largo momento, luego, una vez más, se puso
de pie. Suspirando en señal de conformidad, levantó su vaso vacío. –Eso llama a
otro trago, debería pensar.
Ian no quería beber más, quería llegar a casa, disfrutar de la tranquilidad,
acostarse en su cama y considerar sus planes para la seducción por venir, mirar su
boceto que sabía, sólo lo sabía, Viola había mirado mientras satisfacía su propia
lujuria. Pero no estaba seguro de que las damas hicieran algo así, y tan sólo
imaginarlo ahora, en público, lo excitó lo suficiente como para entregarle el vaso a
Fairbourne para que lo llenara y así poder sofocar la necesidad.

Miró alrededor de la habitación, casi lleno hasta el límite, lleno de humo


negro, la charla casi insoportable. Y justo cuando Fairbourne regresaba con su
tercer vaso de whisky, el dueño de Brimleys caminó hacia el estrado junto al
cuadro cubierto e intentó silenciar a la multitud.

–¡Caballeros! –gritó, sus manos hinchadas acariciando el aire frente a él. –


¡Caballeros, por favor!

Una oleada de excitación pulsó a través de la habitación mientras el ruido se


atenuaba. Ian y Fairbourne estaban de pie en la parte posterior, mirando en
silencio, bebiendo sus tragos.

–¿Vas a ofertar? –preguntó Lucas.

Ian sonrió, calculando que el tamaño de la obra de arte era más grande que su
boceto. –No creo que necesite dos de ellos. Y el costo de uno de éstos es
indignante.

–Pero... ¿no devolverá el pago por la falsificación? Ciertamente ahora puedes


comprar un original.

Era un comentario mordaz, destinado a picar, e Ian lo ignoró. –No vine a


comprarlo. Vine a ver qué podría ofrecer esta vez. –Y a descubrir cuánto podría
adquirir para la venta, aunque no lo dijo en voz alta. También tenía que
preguntarse por qué… por qué tenía dos y por qué decidió vender este ahora si no
era para usarlo contra él de una manera nefasta que aún no podía comprender.

–Caballeros –comenzó el fornido propietario –la subasta de esta noche es una


pintura original del célebre artista Víctor Bartlett–James.

Ian se tensó, dándose cuenta de que sentía la expectativa casi tanto como
aquellos que intentaban comprar. Evidentemente, Viola también había visto esta
pintura erótica, y la idea despertó aún más su interés.
–La oferta de esta noche –continuó el hombre –comenzará en cinco mil libras.

Se produjeron silbidos y un estruendo de voces.

–Esto obviamente no es una subasta digna –reflexionó Fairbourne.

–No es arte digno –respondió Ian.

El guardia con los puños de melón se adelantó y agarró la parte inferior del
paño de terciopelo negro. El propietario y subastador estaba parado a un lado, con
una mano levantada. –Ahora les presento la pintura de esta noche, titulada...
¡Caballero encadenado!

La cubierta voló produciendo gritos de asombro.

–Santo Cristo –susurró Fairbourne mientras un murmullo comenzaba a


extenderse entre la multitud.

Ian sintió que su corazón se detuvo y una capa helada de miedo y terror lo
envolvía. Retrocedió hacia la pared, su copa cayó de su mano y se estrelló en el
suelo de madera a sus pies.

En el caballete había un retrato amplio en su mayoría de bronce, castaño y


melocotón, el fondo de color marrón oscuro, de una pareja desnuda en un abrazo
carnal, pintado en una vista lateral. El hombre yacía boca arriba, su brazo derecho
ligeramente levantado y encadenado por la muñeca a la pared de piedra detrás de
él, con la cara de perfil, los ojos cerrados, la mandíbula apretada y la cabeza
levantada a la altura del éxtasis. La mujer de arriba estaba sentada, sus caderas
desnudas se fundían con las suyas mientras apoyaba la pierna visible a un lado de
él, con el pie apuntando hacia él, la cintura larga y esbelta mientras se arqueaba
hacia arriba y adelante, inclinando la cabeza hacia atrás, sedosos mechones de
cabello castaño oscuro apenas rozando sus muslos. La mayor parte de su rostro
permanecía oscurecida en la sombra, aunque sus labios podían ser vistos como la
parte más brillante de la obra de arte, ligeramente separados como si jadearan, y
pintados en un escarlata abrasador. Lo más sorprendente de todo era la
colocación de las manos, la de ella ahuecando sus pechos, con los dedos
pellizcando sus pezones erectos, la mano libre del hombre se perdía entre sus
muslos. Y ambos estaban claramente en el clímax.
La forma era exquisita, los colores, aparte de la boca roja, concentrada y
perfectamente mezclada, la pintura magistral, impactante, oscura y erótica. E Ian
supo de inmediato que el hombre encadenado era él.

De repente, comenzó a temblar de rabia, con confusión y pánico absoluto. Las


características no estaban exactamente definidas, pero toda la sociedad sabía que
lo habían mantenido en una mazmorra, encadenado a una pared, y cualquiera que
mirara este famoso trabajo de Bartlett–James seguramente pensaría en él.

Ella había explotado su terror y ahora pensaba venderlo públicamente con


fines de lucro. Los susurros comenzarían, y pronto todo el país sabría que Víctor
Bartlett–James había creado una pintura erótica a la imagen de Ian Wentworth,
prisionero.

Fairbourne le puso una mano en el hombro. –Ian…

Instintivamente, él retrocedió bruscamente, empujándola hacia un lado. –Ella


hizo esto –susurró con dureza, con los dientes apretados, las manos en puños a los
costados. –Ella me hizo esto.

Las voces se hicieron más fuertes a medida que comenzó la puja.

–¿Es... es ella?

Ian sacudió el cabeza, cegado por la incredulidad, por destellos repentinos de


recuerdos y pensamientos que no podía controlar ni comprender. –No lo sé...

–¿Quién lo pintó? –preguntó Fairbourne, claramente tan consternado y


desconcertado como Ian.

Ian respiró con dificultad, tragó ásperamente. Y luego lo supo.

Ella lo hizo.

–Dios... ella es Bartlett–James.

Fairbourne parpadeó. –¿Qué?

La puja continuó, la fuerte charla creció a un tono ensordecedor. Ian se volvió


hacia Lucas. –Cómpralo. Haz una oferta y cómpralo, sin importar qué tan alto sea
el precio final. –Se restregó una mano en la cara. –Tengo que irme.
–Espera un momento –insistió Lucas, mirando a su alrededor. –¿Qué
demonios está pasando?

–Creo que sabes que no puedo permitir que nadie más sea dueño de esa pieza
–replicó Ian rápidamente, consumido por la ira. Dio un puñetazo sobre la mesa. –
Jesús, sólo oferta hasta que sea tuyo. Te lo pagaré, cueste lo que cueste.

–Vas a ir por ella –dijo Fairbourne en lugar de preguntar.

Ian no respondió, aunque la furia en sus ojos lo decía todo.

Fairbourne lo agarró del brazo. –No le hagas daño –le advirtió con cuidado. –
Te lo advierto, Ian, enfréntala si es necesario, pero no la lastimes. Tú empezaste
esta guerra. Recuerda eso.

Ian no pudo responder, no podía pensar con claridad. Halando el brazo para
liberarse una vez más, se volvió y desapareció entre la multitud.
Capítulo 12

Han pasado casi cinco días desde que lo vi. Mamá me mantuvo dentro para
atender sus necesidades, lloriqueando sobre cómo sufre de frío. Temo por él
cuando está solo. La mayor parte del tiempo estoy allí solamente para
escucharlo hablar. A veces me río de sus historias, a veces le cuento una o dos
historias, incluso cuando sé que él no comprende. Estoy empezando a pensar que
me necesita más que cualquier otra persona, o alguna vez lo ha hecho...

Tardó cuarenta y cinco agonizantes minutos en llegar a su casa de la ciudad. El


tráfico congestionado en la ciudad mantuvo a su conductor a paso de tortuga, y en
un momento casi dejó el coche para caminar. Al final decidió que usaría el tiempo
antes de su confrontación para pensar, centrar sus pensamientos y calmarse, no
fuera que desatara su furia en sus encantos presumidos y engañosos de una
manera poco caballerosa en el momento en que la viese.

Fairbourne tenía razón. Él había comenzado esta guerra, y ella simplemente se


había defendido y había golpeado duro, aunque no estaba en su naturaleza
lastimarla a ella ni a ninguna otra mujer físicamente. Pero conocería su ira, y
después de casi una hora de pensar en la humillación que acababa de ocurrir,
finalmente llegó a la conclusión de que ella probablemente lo había esperado,
tenía que haber sabido que él asistiría a la subasta y estaría esperando a que
llegue a su casa, con las garras afiladas, expuestas y listas para atacar.

Viola Bennington–Jones. Victor Bartlett–James. Dios, debería haberlo


sospechado antes. Pero, ¿algún alma viva imaginaría a una dama pintando arte
obsceno? Por otra parte, objetivamente tuvo que admitir que su trabajo no era
exactamente común en experiencia o tema. Realmente había una belleza en su
forma, un talento que iba más allá de lo vulgar, que, supuso, era la razón del alto
precio que exigía la obra de arte. También explicaba por qué Bartlett–James seguía
siendo un misterio. Difícilmente podía exponerse a sí misma como la artista y
esperar vivir y criar a su hijo en la alta sociedad. ¿Pero lo sabía su difunto esposo?
Ian no podía recordar cuándo apareció por primera vez en escena el trabajo de
Bartlett–James, si fue durante su matrimonio o después de la muerte de Lord
Cheshire. Tales pensamientos le molestaban, y cuanto más tiempo permanecía
sentado en un coche sofocante esperando para enfrentarla, más turbado se volvía,
y más preguntas surgían con la intención de que obtuvieran respuesta antes de
que la noche terminara.

Por fin, giraron en la entrada y se detuvieron frente a la casa brillantemente


iluminada. Ian saltó del coche el segundo que se detuvo y subió los peldaños de
piedra a la gran puerta principal, de dos en dos, antes de golpear fuertemente la
aldaba de bronce. Varios instantes después, la puerta se abrió un poco para
mostrar la expresión de sorpresa en la cara de una doncella.

–El Duque de Chatwin para ver a Lady Cheshire –dijo, sorprendido de que su
voz sonara mucho más calmada de lo que se sentía.

La niña, que no podía tener más de dieciséis años, hizo una reverencia con
ojos brillantes. –Sir, Lady Cheshire no está en casa.

Por supuesto que estaba en casa, probablemente escondiéndose de él, y esta


chica probablemente lo sabía. Le tomó todo su esfuerzo no irrumpir y buscar cada
habitación por sí mismo.

Él sonrió, tratando de parecer encantador mientras respondía. –Pensé que me


estaba esperando. ¿Tal vez podrías consultar con el personal?

Las gruesas cejas marrones de la criada se fruncieron profundamente. –Lo


siento, su gracia. Estoy segura de que salió, pero ¿tal vez le gustaría hablar con Mr.
Needham?

El mayordomo de Viola. Al menos tendría respuestas específicas. –Eso sería


excelente, gracias.

Ella lo miró de arriba abajo, luego, aparentemente decidiendo que no parecía


muy atemorizante, abrió la puerta lo suficiente como para dejarlo entrar.

Primero notó las obras de arte, cuadro tras cuadro de pinturas apiladas a lo
largo de una pared del vestíbulo brillantemente iluminado.
–¿Lady Cheshire está moviendo todo esto? –preguntó, forzando una actitud
agradable y lo que esperaba fuera una sonrisa deslumbrante.

La chica hizo una pausa, moviendo su mirada incómodamente sobre su


hombro hacia atrás. –Nos vamos para el campo dentro de dos días. Estas son las
pinturas que Lady Cheshire se lleva con ella.

–¿Salir para el campo? –repitió, incapaz de ocultar su preocupación y


urgencia. –¿A Cheshire?

Se mordió el labio, temerosa de haber cometido un error. –Sí, pero creo… creo
que tal vez sea mejor que hable con Needham, sir. Espere aquí, por favor.

Con otra reverencia rápida, giró y se escabulló por el pasillo.

Ian la miró alejarse, paralizado por la incertidumbre y con la sensación como si


Viola le hubiese sacado el aire de una patada en el momento en que él se
preparaba para atacar.

Ella está corriendo. Y un paso delante de mí...

Inmediatamente, entró en acción. Si escogió llevarse estos cuadros en


particular, eran importantes, al menos para ella, lo cual significaba que existiese
uno o más retratos o dibujos de él. No podía imaginar que ella expusiera arte
erótico ante los sirvientes dejándolos ahí en el recibidor, pero tal vez todos ellos ya
conocían su personaje y los detalles de su trabajo. O tenía dibujos o pinturas de su
tiempo en la mazmorra que no eran eróticos pero, no obstante, seguían siendo
reveladores. Sin importar sus motivos, él necesitaba saber si tenía algo ahí que
pudiera incriminarlo o exponerlo a una indignidad aún mayor.

Rápidamente, al no oír nada del personal aún, caminó a la primera pila y


comenzó a separar los marcos uno del otro, sólo lo suficiente para echarle una
ojeada del arte antes de moverse al siguiente. La primera fila no eran más que
naturaleza muerta, jardines y estanques, pinturas que las damas muestran en el
salón de té. La segunda pila, más de lo mismo, con un dibujo de cachorros
durmiendo sobre una manta, probablemente algo que había creado para el cuarto
del bebé.

La tercera pila captó su atención por más tiempo. Cinco marcos dorados
mostraban retratos de individuos que asumía que eran familia. Reconoció el
primero instantáneamente, provocando que un profundo torrente de angustia
escalofriante lo atravesara mientras veía las caras de sus captoras: las tres
hermanas, luciendo solemnes y contemplativas, Viola tan joven, con expresión
perdida. Él empujó el cuadro fuera de su vista.

Las siguientes dos pinturas eran de personas que no conocía, seguidas de un


sobresaliente retrato de Viola, su bebé y su esposo, Lord Henry Cresswald, Barón
Cheshire, un hombre que casi le doblaba la edad y tan poco atractivo físicamente
que sorprendió a Ian. Lo observó por un momento, incapaz de imaginar a Viola
casada por gusto con este caballero, tan enjuto con ojos profundamente hundidos,
una barbilla larga y puntiaguda, bigote rizado y delgado y enormes orejas que
trataba de cubrir con un cabello fino y grasoso que peinaba con una línea recta en
el medio desde la cabeza hasta los lóbulos.

Fascinado y ligeramente abatido, Ian volvió la atención hacia Viola,


probablemente no más de veinte años, con una expresión que sugería una sonrisa
pero no revelaba una, su hermoso cabello apilado sobre la cabeza, ojos vibrantes y
enfocados, vestida en un modesto vestido azul y de pie junto a su esposo sentado,
con una mano sobre su hombro y con la otra, sosteniendo a su bebé envuelto.
Hacían una pareja impactante, en todos los sentidos equivocados, y por varios
minutos sintió un espiral de simpatía y tristeza por la joven mujer en el retrato.

Ian se estremeció. Se había acostado, casado por encima de su posición social


y mudado fuera de Winter Garden y su despreciable pasado antes de que él
siquiera hubiese ganado suficiente fuerza para caminar sin ayuda. Él no sentiría
ninguna compasión por ella. Sus decisiones eran de ella y podía sufrir por las
mismas. Con eso en mente, empujó el retrato hacia delante para exponer el último
del grupo.

La intensidad del color lo golpeó primero: brillantes rojos y azules en todos los
tonos, creaban un impactante retrato de un niño de poco más de cuatro años,
usando pantalones cortos, medias y una chaqueta de terciopelo abotonada hasta
el cuello blanco plisado, mientras se paraba formalmente frente a una enorme
escalera, cada escalón estaba acentuado con un jarrón lleno de florecientes rosas
rojas. A primera vista, el niño se parecía mucho a Viola, especialmente en la sutil
expresión y la tímida inclinación de la cabeza. Pero cuando Ian se enfocó
finalmente en cada aspecto distintivo de su rostro, sintió la agitación de un
recuerdo muy dentro de él.
Con los ojos entrecerrados, estudió el color y el corte de su cabello castaño
claro, la forma de sus ojos almendra, la línea de sus mejillas y barbilla. Y aunque un
niño de su edad aún no ha alcanzado la madurez cuando las características faciales
se definían, si hubiese estado usando un vestido de niña y tuviese lazos en el
cabello, este niño podría haber pasado como su hermana a esa edad.

Lucía como Ivy. Lucía… exactamente como Ivy.

–¿Su gracia?

Sobresaltado, Ian saltó hacia atrás, volviendo la mirada hacia Needham, quien
ahora caminaba hacia él desde la parte de atrás de la casa.

–Lo siento, sir, hemos estado preparándonos para regresar al campo y he


estado algo ocupado. ¿Liza dice que busca a Lady Cheshire?

El hombre no captaba las palabras. Momentáneamente desorientado, Ian


parpadeó varias veces, luego miró de nuevo el cuadro. –¿Quién es él?

Needham miró la pila de cuadros. –¿Se refiere al niño? Es Lord John, Barón
Cheshire.

La boca de Ian se secó; el pulso comenzó a acelerarse. –El hijo de Lady


Cheshire –dijo como una confirmación a sí mismo.

–Ciertamente. Ella pintó este retrato el año pasado. Uno de sus favoritos. –
Needham frunció el ceño. –¿Hay algo mal, su gracia? Luce un poco… sin aliento.

No sin aliento. Alarmado. Solamente podía haber una razón posible por la cual
el niño de Viola no se parecía en nada a su esposo y era muy parecido a Ivy, la
hermana gemela de Ian. Como una bofetada al rostro, todo se volvió muy claro.

–Dios mío… –susurró.

–¿Sir?

Ian se tambaleó hacia atrás, turbado internamente, con los ojos muy abiertos
en asombro mientras observaba la pintura. –¿Cuántos años tiene? –preguntó, con
voz ahogada y apenas audible.

Needham se haló la chaqueta, cambiando su peso de un pie al otro,


incómodo. –Cumplirá cinco en octubre.
Cinco en octubre. Ella concibió en enero, hace cinco años.

–Jesús…, –respiró Ian, dando traspiés mientras comenzaba a alejarse.

–¿Su gracia?

Ian no podía aparatar los ojos del retrato. Ella había dado a luz a su hijo… su
hijo… y ni siquiera podía recordar haber estado con ella. ¿Significaba que ella lo
había forzado? ¿Era posible que una mujer violara a un hombre delirante? ¿Y con
qué propósito, cuando el mayor de los riesgos era quedar embarazada? No podía
imaginar que tal cosa hubiese pasado, y estando encadenado, drogado y en
conjunto indefenso bajo su control. Todas las pesadillas y vagos reflejos que
ocasionalmente surgían de esa época horrible en su pasado, repentinamente,
tenían un significado nuevo y más oscuro.

Este niño era la prueba viviente de que ellos habían estado juntos en la
mazmorra, exactamente como sugería la obra de arte que subastaron esta noche.
Él ya había sospechado que ella lo había tocado íntimamente hasta que
respondiera, pero esto confirmaba sin duda que, al menos una vez, lo había
tomado dentro de ella.

La garganta de Ian se estrechó, su estómago se sacudió con una repulsión


repentina mientras también se le ocurría que pudo haber sido abusado por las tres
muchachas en momentos diferentes, acariciado como un juguete hasta que se
endurecía para su disfrute pervertido y asqueroso, luego masturbado o violado
hasta que acabara. Sí, en la oscuridad de un calabozo abandonado y antiguo, había
sido usado sexualmente y, al final, cuando terminaron con él, lo dejaron ahí para
que muriera.

–Su gracia, se ha puesto pálido –dijo Needham, interrumpiendo los


pensamientos de Ian mientras se acercaba a él. –Tal vez deba sentarse…

–¿Dónde está Lady Cheshire? –demandó Ian, con voz temblorosa, tomando un
profundo respiro para controlar las náuseas, la amargura interna mientras un
nuevo escalofrío de iluminación se apoderó de él.

El mayordomo se enderezó, sus facciones se hicieron neutrales con la


repentina y fría formalidad. –No está en casa, sir.

El sudor fluyó del cuerpo de Ian y se limpió el labio superior con el dorso de la
mano. –Sí. ¿Dónde está?
Needham aclaró la garganta y elevó la barbilla una fracción. –Dijo que tenía
una diligencia o dos que completar, antes de dejar la ciudad, una de las cuales era
una visita a su abogado. No tengo idea de cuándo regresará.

Por supuesto. Había ido con Duncan, el hombre que vendía sus trabajos y
mantenía sus secretos. Ella tenía intenciones de esconderse ahí, evadir la ira
inmediata de Ian, hacer planes para escapar de la ciudad, incluso del país, mientras
su rabia se enfriaba, pensando que eventualmente él se regresaría a su casa de la
subasta, humillado y derrotado, con la cola entre las piernas. Tenía sentido, y
claramente le había dicho a su personal muy poco sobre sus planes. Duncan sería
la única persona con los detalles, el único hombre en quien ella confiaba.

Y no había ni una maldita oportunidad en el infierno de que él la dejara


escapar. Ella lo había pintado en su momento más vulnerable, una época donde
ella tenía poder sobre él, luego expuso su retrato al mundo esta noche,
vendiéndolo para obtener ganancia. Y eso después de saber que había tenido a su
hijo. La injusticia estaba hecha, y no podía haber vuelta atrás, para ninguno de los
dos.

Asintiendo hacia Needham, Ian le dio las gracias secamente y se dirigió a la


puerta, la abrió él mismo y bajó los escalones hacia el coche que lo esperaba.
Capítulo 13

Hoy estuvo muy angustiado, inquieto, murmurando incoherencias, tirando


tan fuerte de las cadenas que temí que se fracturase los huesos. Y aún así, me
pregunto qué pasaría con mi vida si lo ayudo a escapar. Mi futuro luce tan
sombrío como el suyo…

Viola estaba de pie junto a la ventana en el salón verde del Duque de Chatwin,
mirando hacia el grueso follaje del jardín, que ahora estaba a oscuras, con
excepción de las sombras provocadas por la luz de la luna. Había pasado el día
empacando, haciendo arreglos con los sirvientes, escribiendo cartas, y ocupándose
de las necesidades que tenían que hacerse antes de irse. Pero había venido a su
casa a confrontarlo tan pronto como la subasta había terminado y Mr. Duncan le
había informado que Lucas Wolffe había comprado la pintura en nombre de Ian.

Había estado sola, sentada en su espléndido salón, por casi dos horas ya y aún
no había oído su voz o se había enterado de que finalmente había llegado, y se
estaba poniendo ansiosa. Cierto, él pudo haber ido a la casa de ella a confrontarla,
pero asumió que regresaría aquí después de saber que ella no estaba ahí. Tal vez
esa no había sido un cálculo muy astuto de su parte, pero su principal
preocupación era evitar una confrontación donde sus propios sirvientes pudieran
escuchar o llegar a conclusiones equivocadas. También quería que le regresara su
dibujo, debido a que él esperaba que le devolviera el dinero, y se rehusaba a dejar
esta noche sin eso. Así que, mientras esperaba que comenzara el choque de
voluntades, aceptó dos veces el ofrecimiento de Braetham de un jerez,
sorbiéndolo lentamente para ayudarla a mantener los nervios lo más calmados
posible.

Ella nunca tuvo la intención de vender o subastar sus retratos más íntimos…
los de ella e Ian. Esos siempre habían sido su tesoro personal, creados para darse
consuelo y recordarle la intimidad que los dos habían compartido durante una
época de miedo. Pero no le había dejado opción más que defenderse, después de
prácticamente haberla llamado tramposa y haberla expuesto como un posible
fraude, aunque ahora, tres días después de la fiesta, se sentía más abatida que
molesta. Estaba cansada de pelear y sólo quería irse, salir de la ciudad
rápidamente, buscar a su hijo en Cheshire y dirigirse al continente. Con la venta en
la subasta de esta noche, finalmente, tenía los fondos adecuados y, con su título,
podía establecerse en cualquier cantidad de ciudades, comenzar una vida nueva,
pagar buenos tutores y criar a su hijo hasta una edad en que él pudiese regresar a
su tierra como un joven adulto prometedor. Por supuesto, el Duque de Chatwin
podría seguirla hasta los confines de la tierra, supuso, pero luego de que ella
develara su mayor arma esta noche, frente a sus pares, realmente esperaba que él
entendiera el mensaje de corazón y terminara la alocada persecución hacia ella.

Realmente no importaba lo que ella le había dicho. Él ignoraba las


explicaciones y nunca la perdonaría por el dolor que la familia de ella le había
causado. Aunque ella revelara todo lo que había pasado en el calabozo,
instintivamente sabía que no le creería. Dejar la ciudad era la única opción que
tenía ahora de vivir una vida normal y, por mucho que ella había esperado tener
una gran temporada luego de salir del luto, la idea se veía tan lejos de su mundo
como lo había sido para la chica del campo de Winter Garden, su pasado de hace
años.

Viola levantó la copa y tomó un sorbo de jerez. Él estaría fuera de sí cuando


finalmente pusiera los ojos sobre ella, aunque se sentía relativamente preparada
para lo que sea que él pudiera hacer o decir, confiando en su atinada intuición de
que no le causaría daño físico en su propio hogar con los sirvientes presentes. Al
final, a pesar de su ira, ella solamente quería dejar atrás esta confrontación para
poder dejarlo en buena lid y por última vez.

El sonido de pasos que se movían lentamente interrumpió sus reflexiones y


miró por encima del hombro, el pulso comenzó a acelerarse segundos después
cuando él finalmente apareció.

Lucía desencajado, la chaqueta de noche removida, el chaleco desabotonado,


la oscura corbata marrón suelta en el cuello y las mangas de la camisa enrolladas
hasta la mitad del antebrazo. La observó desde la puerta por un largo momento, la
tenue luz de una lámpara solitaria sobre el sofá ensombrecía su expresión
mientras muy lentamente sondeaba su figura, desde el tope del cabello
elegantemente alborotado hasta la punta de la falda de satén bordada color
ciruela.

Viola sintió un remolino de incertidumbre en el estómago. Giró el cuerpo para


quedar directamente frente a él, sosteniendo su copa de jerez con ambas manos
para mantenerlas firmes. Finalmente, después de una larga e incómoda pausa, ella
rompió el silencio estático.

–¿Va a hablar, su gracia, o sólo me mirará por un rato?

Por unos segundos, no hizo nada. Y luego, muy lentamente, cerró la puerta
tras él, aislándolos del mundo exterior.

–¿Por qué estás aquí? –preguntó él, con la voz baja, controlado.

Con los hombros atrás y la barbilla levantada, desafiante, ella respondió, –Le
ofrezco una tregua.

–¿Una tregua?

–Sí. Por mi parte, me voy de la ciudad –dijo sin pausa ni pretensiones.

Él asintió casi imperceptiblemente. –Lo sé. Hablé con tu abogado.

Ella parpadeó; boquiabierta. –¿Cómo pudo… por qué?

Él se encogió de hombros. –Te estaba buscando y pensé que podrías estar en


su oficina, esperando información o el pago por la subasta.

Ella se lamió los labios, luego, tragó saliva, insegura sobre cómo responder.

–No te preocupes, querida Viola –dijo lentamente, sonriendo. –Tus secretos


están a salvo con él, aunque sí me informó que venías en camino hacia acá. –La
miró de arriba abajo otra vez. –Para ser sincero, no creí que de hecho tendrías la
audacia de venir aquí a mi casa, después de lo que hiciste esta noche.

Ella no podía descifrar su humor y la noción de que había buscado el consejo


de Duncan sobre ella la hizo inquietarse un poco en su lugar. Obviamente, la había
ido a buscar a su casa y Needham le había dado demasiada información. Para que
su mayordomo de varios años hiciera eso significaba que Chatwin lo había
amenazado o coaccionado de alguna manera inusual. Repentinamente, ella sólo
quería alejarse rápido.
Aclarando la garganta, ella dijo. –He venido aquí a ofrecerle un cheque a
cambio de mi obra de arte.

Él entrecerró los ojos mientras la miraba. –Me voy a quedar con el dibujo.

Esa sencilla declaración la enervó aún más. Él no estaba actuando en absoluto


como ella esperaba. En lugar de una acalorada ira y una rápida demanda de
respuestas, la analizaba con un frío cálculo que la llenaba de un temor creciente y
un arrepentimiento inmediato por provocarlo esta noche. Aún así, era muy tarde
para retractarse ahora. Simplemente no estaba segura de cómo responder a una
calma tan gélida.

Aparentemente, él sintió su confusión. Inhalando profundamente, se tomó las


manos detrás de él y comenzó a avanzar hacia ella, la mirada nunca vaciló.

Viola retrocedió un paso mientras él se acercaba, sintiendo cómo la falda se


extendía hacia adelante mientras el satén y la crinolina se presionaba contra el
vidrio de la ventana detrás de ella. –Discúlpeme, su gracia –replicó cortante –pero
no puedo imaginar que usted quiera conservar una falsificación, la cual usted
probó tan ágilmente, para mi desgracia...

–Ambos sabemos que no es una falsificación –interrumpió, deteniéndose a


menos de un metro frente a ella. –Y ambos sabemos que lo dibujaste tú misma,
como Víctor Bartlett–James, junto con la pintura tan explícita que subastaste esta
noche.

Por supuesto que él llegaría a esa conclusión y ella lo había esperado después
que pusiera los ojos en el retrato en Brimleys. También era su esperanza, al menos
en parte, que pudiera de alguna manera destellar un poco los recuerdos en él, y tal
vez lo había hecho. Aún así, oírlo reconocer que ella era la artista en un tono tan
frío y comedido hizo sonar la primera alarma de advertencia muy dentro de ello.

–No hay manera de que puedas probar que yo soy Víctor Bartlett–James –
replicó audazmente –y estoy segura de que sabes que si tratas de anunciarlo al
mundo, nadie te creerá. También sé que Duncan nunca traicionaría mi confianza y
le daría detalles sobre mí y mi trabajo, mi pasado o mis planes futuros.

–No necesito detalles sobre ti, Viola, o probar nada a nadie –dijo. –Lo que
importa es que ahora soy dueño de ambas piezas de arte, y estoy seguro de que se
da cuenta, madam, que la pintura que compré esta noche nunca más volverá a ver
la luz del día.

Alarmada, dijo bruscamente –No lo destruiría.

Él bajó la mirada brevemente a los pechos de ella, luego la volvió a levantar. –


Pero no puedo venderla, o mostrarla, especialmente cuando fue pintado tan
obviamente parecido a mí, el noble famoso por haber sido secuestrado y
mantenido en cautiverio por mujeres comunes.

Ella se consternó internamente por el comentario tan cruel desbordado de


enemistad.

Él se acercó un paso más. –¿Cuántos más hay, Viola?

–¿Cuántos?

–Sabes lo que te estoy preguntando. –Su mejilla se movió. –¿Cuántas pinturas


y dibujos de mí, de nosotros... creaste de memoria?

El corazón saltó dentro, mientras él de repente se paraba frente a ella. –No


hay más.

Sacudiendo la cabeza, él replicó. –No te creo.

–No tiene más opción que creerme, su gracia –mantuvo, tratando de sonar
más valiente de lo que se sentía. –Y si acepta una tregua entre nosotros, y dejarme
en paz para siempre, se lo garantizaré.

Él inclinó la cabeza un poco, estudiándola intensamente. –Eres una descarada,


¿no es así?

–No tan descarada como determinada –admitió en una respuesta rápida. –Y


usted sabe que ambos tenemos secretos que preferimos no sean revelados.

Sus ojos se tornaron borrascosos y su barbilla se tensó más con lo que esa
amenaza implicaba. El silencio reinó por unos segundos hasta que susurró con voz
ronca. –¿Que pasó en el calabozo, Viola? Entre tú y yo.

Tomó otro sorbo de jerez en un vano intento de esconder su incomodidad. –


No pasó nada.
Incrédulo, elevó las cejas. –¿Nada? –Trajo los brazos hacia el frente y los cruzó
sobre el pecho. –Sé que pasó algo, y tú también, porque tuviste el descaro de
pintarnos juntos, mostrarlo en público y venderlo por una ganancia.

–No hice tal cosa –respondió defensivamente. –Nunca me pintaría a mí misma


en una... posición tan indecente, le aseguro. Pinté el retrato de amantes sin
facciones definidas, y si decide ver que ese hombre es usted, o pensar que así es
como yo creo que luce cuando... cuando...

–¿Cuando hago el amor con una mujer? –terminó por ella.

Ella tragó saliva mientras el calor sofocaba sus mejillas, luego ignoró la
pregunta indecorosa con un movimiento de la muñeca. –Si cree que es usted, es
completamente su propia conclusión.

–Y la conclusión de todos los caballeros en Brimleys esta noche.

Ella no dijo nada, sabía que él tenía razón, así como él sabía que humillarlo
había sido su única intensión esta noche.

El aire se quebró alrededor de ellos, la tensión se hacía palpable mientras ella


luchaba para contener su creciente ansiedad. Aún así, no podía apartar la mirada
de él.

Al fin, él murmuró. –Has hecho un escándalo, Viola...

–Usted ha hecho un escándalo...

–... a expensas mías, sabes muy bien que mañana seré, una vez más, la burla y
la lástima e la sociedad. Explotaste mi sufrimiento por lucro, por la risa final, y
tengo intensiones de hacerte pagar por ello.

–¿Pagar por ello? –respondió. –¿Y qué hará? ¿Hacerme arrestar por pintar? –
con la barbilla levantada, sacudió la cabeza, desafiante. –No, no piense en
amenazarme, sir. Todo se había arreglado, todo estaba bien, hasta que vino a
Londres a perseguirme, de arruinarme a propósito. Ahora aquí está, furioso
porque tomé lo mejor de usted en su lugar. Pensó que me avergonzaría y dañaría
mi reputación en su fiesta y tuvo éxito. Yo simplemente me defendí para advertirle
que no me detendré en nada para proteger mi honor y el buen nombre de mi hijo.

–El buen nombre de tu hijo... –repitió él en un susurro. De repente, se burló. –


No tienes honor. No eres nada más que un fraude y una mentirosa, una hermosa
mujerzuela que haría lo que esté en tu poder para subir en la escalera social a la
cual no perteneces y nunca lo harás.

Ella lo miró atónita, y profundamente herida por su afirmación, más porque


pronunció las palabras con suprema repulsión. Luchando contra las lágrimas de ira
y frustración, ella contraatacó. –No me conoces, Ian. No conoces mi vida ni lo que
he hecho. Estás lleno de una aversión por algo que no puedes definir, por un
pasado que no podías controlar y ahora no puedes escapar y has puesto toda tu
amargura sobre mis hombros, haciéndome sentir culpable por tus sentimientos.
Me he dado cuenta de que has estado equivocado, pero me rehúso a dejar que mi
futuro se arruine por un hombre amargado y solitario y su estúpida búsqueda de
venganza…

Él manoteó el vaso de jerez de las manos de ella. Ella se sorprendió, atónita


mientras se estrellaba sobre el piso, el líquido ámbar salpicó su vestido, sus
zapatos. Y entonces, igual de rápido, se plantó sobre ella.

En un movimiento veloz, la cálida mano la tomó del cuello y la empujó por los
hombros contra la ventana de vidrio tras ella, sujetándola estrechamente con el
cuerpo, el puño firme e inmóvil sobre su delicada garganta.

–¿Qué pasó en el calabozo, Viola? –demandó con una rabia templada. –Entre
nosotros.

Ella comenzó a temblar, el terror la paralizaba, con los ojos muy abiertos en
conmoción mientras miraba en los de él.

Él oprimió más el puño. –¿Qué pasó?

Ella olió el whisky en su aliento, pudo ver la furia controlada en su expresión,


la barbilla endurecida y el cuerpo rígido. Sacudiendo la cabeza, susurró. –No has…
entendido, Ian.

Sus fosas nasales llameaban, los labios adelgazados. –Entiendo la pintura


lasciva que vi. También entiendo que fui violado…

–No –contraatacó ella, su propia rabia por sus terribles conclusiones


aplastaron el miedo. –Me quedé contigo, te cuidé…
–Está mintiendo. Recuerdo que me tocaron íntimamente, Viola, cuando no
podía defenderme. ¿Tú hiciste eso o fue una de tus hermanas? ¿Tal vez fueron las
tres? ¿Tal vez hicieron un juego de ello, una burla de mí?

Consternada, levantó la mano para abofetearlo, pero él la capturó, tomándola


por la muñeca y empujándole el brazo contra el vidrio, asegurándola en el lugar sin
defensa. Se inclinó sobre ella, tocándola completamente con su cuerpo, su pecho
contra el de ella, sus piernas envolvían su falda.

–Dime, Viola Bennington–Jones –susurró con voz ronca –¿me tenían ahí
solamente para su placer? –Tragó saliva tan violentamente que parecía que se iba
a asfixiar. –¿Me drogaron lo suficiente como para afectar mi memoria pero no mi
cuerpo con la esperanza de que una de ustedes se embarazara?

Ella se quedó sin palabras, no podía hacer nada más que mirarlo a los ojos, el
absoluto terror estaba expuesto a su vista, su peso aplastante y su fuerza la
mantenían bajo su control total. Su calor la quemaba a través de las capas del
vestido; la esencia de su piel almizclada le trajo un recuerdo repentino tan potente
que la dejó sin aliento e hizo que se le debilitaran las piernas.

Sus ojos oscuros se entrecerraron al mínimo; su frente goteada con


transpiración mientras las venas en su cuello se ponían tirantes con rabia
controlada severamente.

–¿Me ultrajaron, Viola?

Ella temblaba, sin decir nada.

–¿Cómo lo hicieron? –aguijoneó, tentándola, su voz ronca y gruesa mostraba


el más profundo dolor. –¿Cómo una mujer abusa de un hombre?

Ella dijo con los ojos llenos de lágrimas, –Ian… tú no…

–¿Entiendo? –dijo por ella. Frotó el pulgar a lo largo de su cuello,


deteniéndose sobre el veloz pulso bajo su piel. Segundos después, murmuró, –Vi el
retrato de mi hijo, mi hijo bastardo, concebido por prostitución y sin mi elección.

Le tomó un largo tiempo para que esas palabras penetraran, para que ella
comprendiera claramente lo que él estaba diciendo, la línea de su pensamiento,
para captar el fundamento de su furia.

Mi hijo bastardo…
Sus ojos se engrandecieron con un temor nuevo. –No…

Él bramó. –Era un secreto bien guardado, te daré crédito por eso, Viola.
¿Estabas esperando para chantajearme con esa información cuando anunciara mi
compromiso con una dama de calidad, inocente y perfecta? ¿Esperabas que te
pagara por tu silencio?

Aturdida, ella sacudió la cabeza, trató de liberarse de su fuerte opresión. –No


sabes de lo que estás hablando.

–Oh, lo sé exactamente –cargó él. –Sé que la única razón por la que tomarías
ventaja de un conde, arriesgándote a quedar embarazada, sería extorsionarlo por
dinero al final. –Las fosas nasales llameaban; sus propios labios temblaban. –
Solamente desearía poder recordar los detalles por la molestia.

Todo su cuerpo se sonrojó cuando la vergüenza y la rabia renovada radiaban


de cada poro. –No sabes nada, Ian. –Forcejeó de nuevo entre sus brazos, sin éxito.
–Eres despreciable. Déjame ir.

Él sacudió la cabeza. –Quiero la verdad. Exijo saber qué pasó. Exactamente.

Ella apretó los dientes. –No pasó nada. John Henry es mi hijo, el hijo de mi
esposo…

–Quien no se parece en nada a él y es exactamente igual a mí –dijo


socarronamente.

Rehusándose a desviar los ojos de su mirada abrasadora, replicó. –Tu


arrogancia es asombrosa. Mi hijo, Lord Cheshire, es noble de nacimiento y todo el
mundo que conoce a mi hijo dirá, sin la menor duda, de que es igual a mí.

Soltó ligeramente la sujeción sobre ella mientras fruncía el ceño y, por primera
vez desde que entró en el salón verde, lucía menos enfurecido que perplejo.

–¿Realmente estás negando que yo sea su padre?

Después de un largo y estático momento de silencio, de arrepentimiento y


dolor suspendido llenándole el corazón, susurró en un duro intento. –Mi hijo no es
un bastardo. No hay nada más que negar.

Por años, al parecer, él la miró a los ojos, tratando de sondear sus


pensamientos con una intensidad que ella sintió en los huesos. Y luego, con una
aguda inhalación, aparentemente entendió el significado detrás de las palabras
escogidas cuidadosamente, soltándola tan rápida e inesperadamente que ella casi
se desploma.

Él dio un paso atrás, con los brazos a los lados, la mirada nunca se desvió.
Ahora, bien entrada la noche, la única luz en la habitación venía de una tenue
lámpara detrás de él, dejando casi toda su cara en sombras, enmascarando su
expresión, aunque irradiaba una tensión que la envolvía, incitándola a huir.

Viola se enderezó y se esponjó la falda con las manos temblorosas. –Quédate


con el dibujo –dijo con un respiro trémulo mientras lentamente comenzaba a
alejarse de él. –Quédate con todo. Sólo déjame en paz…

–No puedo hacer eso.

Ese poderoso pronunciamiento la detuvo en frío. –¿Qué dijiste?

–Es hora de una revelación completa entre nosotros, Viola.

El pánico se apoderó de ella. –No queda más nada que revelar. O discutir.

–No estoy de acuerdo –dijo muy lentamente –así que informé a Mr. Duncan
que mi hermana, la Marquesa de Rye, ha entrado en confinamiento y necesita tu
asistencia en Winter Garden, donde estás ansiosa de visitarla y a tu… familia
extendida por un tiempo. Y como su bebé está a punto de nacer en cualquier
momento, te necesita en este momento. Esa fue la razón por la cual acudí a él
noche buscándote, y fue por eso que me dijo dónde encontrarte.

–Apenas conozco a tu hermana y no tengo familia extendida –discutió,


sabiendo que lo que decía era algo ridículo, aún cuando su mente comenzaba
aceleradamente a hacer un esfuerzo para entender la profundidad de su
resolución. –Mr. Duncan me conoce bien, y no creería nada de eso.

Él encogió un hombro. –No creo que dude de un caballero de mi posición,


especialmente después que reciba tu nota.

–¿Cuál nota?

Él se acercó, sus ojos comunicaban un cierto deleite espeluznante del poder


que tenía sobre ella. –Solamente necesitas escribir dos, una a Duncan, la otra a tu
personal, y mi mayordomo se ocupará de que sean entregadas esta noche por un
mensajero.
Ella sacudió la cabeza vehementemente. –No voy a regresar a Winter Garden,
nunca regresaré allá.

Él casi sonrió. –Por supuesto que no. Tú vendrás conmigo al campo, a un lugar
que he escogido donde podamos estar solos.

Por fin, entendió. –¿Así que quieres acostarte conmigo a tu gusto?


¿Realmente crees que me voy a rendir hacia ti tan fácilmente?

Él no respondió en el momento, aunque sus ojos se entrecerraron y apretó la


quijada. –Hay mucho más involucrado ahora que simple lujuria, Viola. Todo ha
cambiado entre nosotros.

Nada había cambiado en absoluto y esa marcada declaración la había dejado


trastornada, vergonzosamente intrigada y más que un poco asustada de que todo
lo que era querido para ella estuviera en peligro, amenazado por un hombre que la
culpaba por ciertos errores sobre los cuales ninguno de los dos había tenido
control alguna vez. Haría falta una poderosa influencia para que ella revelara las
verdades detrás de la concepción de John Henry, pero si rechazaba a Ian ahora, el
peligro de que él expusiera cada detalle sospechoso relacionado con el nacimiento
de su hijo se volvía más plausible con cada segundo que pasaba. Repentinamente,
el temor de que sus engaños detenidos e innoble pasado fuesen descubiertos ante
los ojos de la sociedad eclipsaba cualquier otro. Si no más, irse con él al campo le
daría tiempo.

–Si me facilita papel y lápiz, sir –dijo orgullosamente.

Por una fracción de segundo, lució sorprendido de su fácil aceptación. Y luego


asintiendo, le hizo un gesto hacia la puerta.

–En mi estudio, madam.

Lo miró furiosamente por un largo y cargado momento, sintiéndose


impotente pero determinada, y especialmente arrepentida de cuidarlo hace todos
esos años, por preocuparse cuando nadie más lo hacía. Y nunca jamás lo
perdonaría si intentaba destruir el futuro de su hijo.

Bajó los párpados. –Que Dios te ayude.

Luego, con tanta dignidad como pudo reunir, se levantó la falda y con porte
real, pasó por su lado hacia la puerta del salón verde.
Capítulo 14

Hoy me senté junto a él por un largo tiempo, escuchando su respiración


tranquila y estable. Cuando por fin despertó, me atrajo hacia él, envolvió su
brazo y su pierna a mí alrededor y me abrazó muy fuerte. Creo que podría
quedarme en sus brazos para siempre...

Ian estaba muy inquieto sobre el asiento de cuero de su coche privado,


incapaz de encontrar una posición cómoda, aunque afortunadamente el aire se
había enfriado la última hora mientras el conductor serpenteaba a través del
pueblo hacia Stamford. Estaba más cerca de la ciudad que sus tierras en Chatwin, y
menos poblado en esta época del año, exactamente como quería para su
prisionera de los próximos días.

La miró, sentada frente a él, inmóvil y en silencio, con los ojos cerrados
mientras se acurrucaba bajo una manta que él le había arrojado cuando había
tomado asiento, aunque sabía que ella no había dormido desde que dejaron su
casa. Estaba pálida y preocupada, y él esperaba que se quedara por un rato. Al
menos, es lo que seguía diciéndose a sí mismo.

Realmente no había estado preparado para el rango de emociones que lo


había arropado en el momento en que la vio en el salón verde... todo desde furia
hasta arrepentimiento, a franca lujuria y un remolino de algo muy profundo en su
memoria, cálido y reconfortante, que no entendía en absoluto. Ella había estado
completamente preparada para la batalla, supuso, y en cualquier otra situación,
podría haber encontrado atractivo ese valor en una manera dulce y refrescante.
Pero era la creciente atracción física hacia ella lo que le molestaba más que nada
porque simplemente no lo entendía. Al decir de todos, debería encontrar sus
maneras nada atractivas y poco refinadas, su apariencia desagradable y ofensiva
como el de quien le hace daño a un inocente. Pero no era así. Aunque otros
ciertamente la consideraban una mujer adorable, y aunque él conocía varias
damas que consideraría más bellas en un sentido clásico, había algo en Viola que
lo hacía contener el aliento y su corazón latir más rápido cada vez que la veía, y
esta noche no había sido la excepción. A primera vista, se veía perdida, confusa, y
sobre todo deslumbrante con la luz taciturna del anochecer jugando sobre su piel
pálida, su cabello brillante y alborotado, su cuerpo curvilíneo y aquellos ojos
almendrados, temerosos y vívidos. Había sido difícil sofocar el deseo de seducirla
en ese mismo lugar, de olvidarse de sí mismo, de sus metas… hasta que, una vez
más, ella evadió sus preguntas y le negó respuestas.

Él no había planeado forzarla a ir a ningún lado. Había sido una decisión de


último minuto, nacida de la ira, desasosiego y frustración en su inhabilidad de
clavar la daga lo suficiente para su satisfacción, justo cuando se daba cuenta de
que ella lo había vencido una vez más esa noche. Y tal vez nunca estaría satisfecho
ni sería capaz de seguir su vida para construirse un futuro más brillante. Una parte
muy profunda de él quería culparla por sus acciones hacia ella y, sin embargo,
sabía que ella había estado en lo correcto cuando dijo que la culpaba por sus
propios sentimientos. Ese había sido un momento impactante para él, una
bofetada en la cara que lo removió, recordándole claramente que él había sido
quien la puso en el blanco a ella. La había perseguido, con intenciones malignas,
pero esta noche, en el momento en que vio la pintura del hijo de ella, de su propio
hijo, repentinamente quiso explicaciones más que venganza.

Ella le había dado un hijo. Su primer hijo, un bastardo como él, concebido
durante una unión que no podía recordad exactamente, y en la cual, debido a su
debilidad, muy probablemente había sido forzado. Tal idea lo devastaba, y aún así
el hecho de que ella no reconociera que el niño era suyo lo enfurecía demasiado y
lo hacía racionalizar sus deplorables acciones hacia ella. Y tampoco sabía qué
sentir al respecto. ¿Debería exigirle conocer al niño? ¿Debería tomar alguna
responsabilidad por él, cuando Viola se rehusaba a reconocer la relación? ¿Quería
siquiera conocer al niño? En una noche larga y acontecida, su vida completa había
cambiado para volverse mucho más complicada de lo que se pudo imaginar. Ahora
tenía la mente llena de peguntas sin respuestas aparentes.

Supuso que ella nunca admitiría que él era el padre del niño, y como ahora
había tenido horas para considerarlo racionalmente, finalmente creyó que
entendía la razón. Si ella lo negaba, su hijo crecería siendo un barón y heredaría
todo lo que su apellido y su rango le daban derecho. Sería mucho más inteligente
que clamar que el niño es un bastardo y tratar de chantajear al padre; ella nunca
pudo haberse imaginado casada con él por cualquier razón. Tal vez, el chantaje
había sido su intención inicial, pero al lograr que un caballero con título le
propusiera matrimonio primero, se conformó con el mejor postor. Pero, ¿sabía el
honorable Lord Cheshire este hecho cuando se casaron? ¿Cuándo murió? Tal
especulación sobre cómo y porqué se había arriesgado a quedar embarazada, cada
implicación y detalle, era lo que lo había acosado desde que dejaron la casa.

Ian volvió la mirada hacia la pequeña ventana y vio la oscuridad. No era seguro
viajar de noche, sin embargo, de alguna manera, disfrutaba el peligro,
especialmente si la hacía sentir más incómoda. Los días siguientes iban a ser
miserables para ella y, si podía mantener la culpa suprimida, podría disfrutar su
miseria también.

–¿Ya casi llegamos?

Ian se volvió hacia su figura en sombras, sintiendo su mirada sobre él, su


expresión era ilegible en la oscuridad. –Sí, casi.

Ella se encogió más dentro de la manta. –¿A dónde me llevas?

Él no respondió inmediatamente, inseguro de cuánto decirle sobre los días por


venir.

El tono de ella se allanó cuando preguntó. –No estás planeando asesinarme


cuando termines de forzarme, ¿o sí?

Él casi rió de una idea tan descabellada. –¿Asesinarte? Por Dios, Viola.

Colocando la manta más cerca del cuello, ella replicó, –Estoy segura de que
puedes ver porqué tengo mis dudas. Claramente me desprecias, me has tomado
prisionera y nadie en el mundo sabe dónde estoy. También tienes suficiente
dinero y autoridad para negar cualquier intervención en mi desaparición y todos te
creerían.

Él ajustó su gran cuerpo en el asiento. –Estás exagerando tanto mi


importancia como mi disgusto por ti.

–¿Lo estoy? Como un caballero de alto rango de la nobleza, sabes tan bien
como yo que eres una persona bastante importante. –Suavizó la voz y añadió. –Y
honestamente, ambos sabemos que yo no estaría aquí ahora si no hubieses
tornado tu odio por lo que te pasó en una venganza hacia mí personalmente.

Por unos segundos, él debatió una respuesta agria, luego decidió en contra y
volvió a mirar por la ventana. La tristeza y la frustración que ella exudaba en sus
palabras y su cuerpo cubrían el molesto remordimiento que sentía por llevársela
de la ciudad, recordándole exactamente cuán inocente pensaba ella que era de su
cautiverio hace cinco años. Pero se rehusó a contemplar eso ahora. Ella pronto
entendería su perspectiva.

Permanecieron en silencio otra vez la mayor parte de la hora, hasta que


finalmente, él pudo ver la orilla del lago en Stamford a través del mínimo destello
de amanecer que crecía en el cielo del este. Luego, la cabaña de pesca salió a la
vista y él se sentó, viendo su cuerpo acurrucado.

–Llegamos –dijo, tocándole la rodilla con el pie.

Ella parpadeó y se sentó un poco más derecha, mirando alrededor. –¿Estamos


en Stamford?

–Estamos en mi tierra –respondió vagamente. –No vamos a ir a la casa, en


todo caso.

Ella frunció el ceño al capturar su mirada. –No entiendo.

–Pronto lo harás.

Después de una rápida mirada por la ventana, ella se removió inquieta sobre
la silla de cuero. –Yo… um… necesito refrescarme un poco. Y estoy hambrienta.

Él gruñó internamente. No se le había ocurrido que ella podría requerir algo


más que un arbusto para agacharse detrás. Sabía que había una bacinilla en la
cabaña, aunque esperaba en Dios que ella no estuviese en esos días del mes, algo
más que no había considerado en ese fatuo plan de secuestrarla sin pensar.

–Todo a su tiempo, Viola. Ya casi llegamos.

El coche bajó la velocidad mientras crepitaba a través de un matorral de


árboles, el camino se hacía más rocoso a medida que se acercaban al pequeño
lago. Viola se sentó hacia delante para asomarse por la ventana.

–¿Qué planeas exactamente, Ian?


–Ya verás…

–Esta pretensión ya se ha alargado demasiado –manifestó cuando la irritación


tomó cuerpo otra vez. –Me has llevado al campo sin aviso, sin una puntada de
ropa aparte de lo que estoy usando, sin ninguna idea de cuánto tiempo voy a ser
tu prisionera… –contuvo el aliento, sus ojos se abrieron mientras despuntaba el
miedo por sus intensiones. –No vas a encadenarme.

–¿Has sufrido tal indignidad? –replicó de una vez, dejándola dudosa a


propósito. Sarcásticamente, añadió. –Al menos sabes que no tengo talento
artístico y no lo pintaré para que el mundo lo vea.

–Nunca esperé que el mundo viese el cuadro, Ian –respondió. –Debes saber
eso. Me forzaste a actuar cuando amenazaste mi reputación y todo lo que me es
querido. –Después de una pausa, añadió. –También me hiciste enfurecer.

La diversión desapareció de él cuando saboreó esa verdad. Repentinamente,


se interesaba más por sus secretos que por sus motivos. –¿Tu esposo lo vio?

Ella frunció el ceño. –No. Ese no.

–¿Ese no? ¿Quieres decir que vio otros? ¿Él estaba consciente de tu arte
erótico?

–No pude haberlos vendido sin que lo supiera –replicó con exasperación.

Él no había pensado en eso. –¿Él lo… promovió?

Ella se removió sobre la silla de cuero. –Por supuesto que lo promovió. Él


defendió todas mis obras. Como hace un buen esposo.

Ian permitió que esa revelación, y su formal elección de palabras, calaran un


poco antes de decidir que quería saber más. –¿Es eso lo que hace un buen esposo,
Viola? ¿Animar a su esposa a crear arte diseñado a excitar otros hombres?

Los ojos de ella brillaron con irritación renovada. –Creo que debes ser la
última persona que puede juzgar lo que hace un buen hombre, Ian, después de
secuestrarme por un propósito vil. Supongo que no quieres darle estos detalles a
Anna cuando pidas su mano.
Estaba tratando de provocarlo, y verdaderamente, él no quería considerar en
absoluto cuán poco heroico se había comportado estas últimas horas. Justo ahora
todo lo que quería eran respuestas.

–¿Por qué no vio el que subastaste esta noche? –continuó con voz baja.

Sin duda, apartó la mirada y respondió. –Lo pinté después de su muerte.

–¿Porqué?

–No lo sé.

Él no le creyó ni por un segundo. –¿No lo sabes? Ya me dijiste que no tenías


intensiones de venderlo. O tal vez eso no era cierto en lo absoluto y, en lugar de
eso, estabas guardándolo para chantajearme en el caso de que diera un paso
adelante y te denunciara por el crimen.

Ella lo miró de nuevo, frunciendo el rostro, profundamente consternada. –


¿Por qué siempre piensas lo peor de mí?

Cierta culpa le empuñó el pecho, lo cual trató de ignorar. –Sólo espero


entender tus motivos, es todo.

Ella se mofó. –No creo que te importe un bledo mis motivos. Todo lo que
quieres es lastimarme y de cualquier manera posible.

Él no lo negaría aunque quisiera. Pero ya que ella había sido un poco más
abierta, decidió presionarla por detalles más íntimos. –¿Tu esposo sabía que
estabas embarazada de otro hombre cuando se casaron?

–Creo que ya aclaramos este punto –articuló muy lentamente. –John Henry es
el hijo de mi esposo.

Él la miró reflexivamente, con la cabeza inclinada a un lado. –Y sin embargo


concebiste en enero.

Sus facciones se volvieron frágiles cuando lo miró a la luz de la mañana. –


Concebí en mi luna de miel, su gracia, a principios de febrero, aunque eso
realmente no es de su incumbencia.

–¿Y tu hijo nació casi dos meses antes? Tu esposo debió haber estado muy…
preocupado.
–Mi esposo estaba dichoso.

Recalcó eso con una completa convicción, bajando la voz con cautela, y sin
embargo, Ian no pudo imaginarse al caballero que vio en el retrato dichoso de
nada en absoluto. Aunque, si él creyó que el bebé era suyo y como apenas se
pueden distinguir las facciones en un recién nacido, tal vez simplemente había
estado dichoso de tener un heredero, especialmente cuando su primera esposa
nunca se embarazó. Uno podría pensar que se había sentido sospechoso de que su
segunda esposa diera a luz un hijo tan pronto después de su matrimonio, pero al
final tenía un hijo. Probablemente eso era todo lo que realmente le importaba al
hombre.

–¿Te casaste por amor, Viola? –preguntó suavemente.

Logró desconcertarla tanto que se vio momentáneamente confundido por la


repentina intimidad de su pregunta.

–Amé a Lord Cheshire –admitió con la menor duda.

–¿Fue por eso que te casaste?

Ella suspiró. –Me casé con él por las misma razones que cualquiera se
casaría... compañía, hijos, estabilidad y, sí, amor.

–¿Y un título? –dijo lentamente.

La esquina de su boca se elevó una fracción. –Aunque más de una dama


cazaría un esposo con el mayor título, no fue esa la razón por la que me casé.

–¿Entonces, qué encontraste particularmente... atractivo en Lord Cheshire?

–¿Atractivo?

Él se encogió de hombros, mirándola cuidadosamente. –Si no fue su título,


¿qué te atrajo de él?

Ella se agitó un poco en el asiento, volviendo su atención hacia fuera


nuevamente. –Él era muy encantador.

Ian casi rió. Si había algo que no podía ver en absoluto en el barón, era
encanto. –¿También lo encontraste atractivo?
–Era lo suficientemente atractivo para mis gustos –saltó. –No todas las damas
son agraciadas con la oportunidad de casarse con un hombre tan perfectamente
proporcionado y maravillosamente atractivo como usted, sir.

Ella dijo eso en tono sarcástico para aguijonear y, sin embargo, tal cumplido
inverso viniendo de ella bulló su sangre, haciéndolo sentir profundamente cálido
de la cabeza a los pies. Enmascarando una inmensa satisfacción, él replicó. –
Francamente, creo que eres demasiado hermosa para él. Estoy seguro de que él lo
sabía también, y era una bendición llevarte a la cama cada noche.

Después de echarle otra mirada rápida, se encogió más dentro de su manta. –


Creo que es inapropiado hablar de mi difunto esposo de tal manera, su gracia.

Él hubiese debatido eso pero el coche se detuvo abruptamente. –Llegamos. –


Dijo. –Vámonos.

Ella no se movió.

Ian la tomó de la muñeca por debajo de la manta y la haló mientras abría la


puerta del coche, disfrutando de la ráfaga de aire frío del lago que le sopló en la
cara mientras la levantaba y descendían.

–Lleva los caballos al establo, Larson –le ordenó al conductor. –Caminaré a la


casa después.

–Como ordene, su gracia –replicó el hombre sin ver a Viola siquiera. Segundos
después, azotó las riendas, dio un rápido giro y se regresó a través de los árboles.

Ian comenzó a marchar hacia la cabaña, sosteniendo la mano de ella, más que
un poco impresionado por cómo lograba mantener la cabeza en alto y los hombros
rígidos cuando su piel se sentía fría y debía estar asustada a muerte.

–¿Qué es este lugar? –preguntó cuándo llegaron a la pequeña puerta de


madera a seis pies del borde del agua.

–Es una pequeña cabaña privada –dijo, soltándola y buscando la llave dentro
del bolsillo de su chaqueta.

–No luce como una cabaña.


Él no respondió a esa observación indiscutible mientras la puerta rechinaba al
abrirse. La cabaña olía a madera ahumada y pescado, y el pequeño cuarto podría
muy bien caber dentro de la despensa de su casa. Era oscura, fuerte y perfecta.

Tomándola por el codo, casi la empuja adentro.

–No puedes esperar que me quede aquí –comentó, pasando por el umbral
hacia la oscuridad. –Ian, me rehúso...

–Este es el lugar perfecto para una discusión íntima.

–¿Discusión? –dijo incrédula. –No puedes hablar en serio.

Él se dirigió con determinación a la pared este y levantó una gruesa cortina de


hilo negro, permitiendo que la luz del sol se filtrara y calentara la habitación.

–¿Por qué hay barras en la ventana?

–Para mantener a los vagabundos afuera –respondió, volviéndose para estar


de nuevo frente a ella.

Ella entrecerró los ojos con sospecha. –¿O para mantener a las damas
encerradas adentro?

Él sonrió. –Eres la primera dama que alguna vez haya permitido entrar a mi
humilde cabaña de pescar, Viola. Deberías sentirte bastante orgullosa de esa
distinción.

Ella sacudió la cabeza con disgusto, cruzando los brazos sobre el pecho. –No
me voy a quedar aquí.

–Quiero saber qué pasó en la mazmorra –dijo calmadamente, mirándola con


cuidado. –Cada detalle sórdido.

Ella se inquietó. –No hay nada que pueda decirte que no sepas ya, Ian.
Desearía que entendieras eso.

–No sé cómo me forzaste a dejarte embarazada. Eso es algo que me gustaría


discutir.

Ella tragó saliva, la incertidumbre la envolvió. –Nunca te forcé a nada.


Su terquedad lo llevaría a la tumba, pero estaba muy cansado para discutir o
poner en práctica su propio plan de coerción. Era hora de dejarla pensar. Y
preocuparse.

–¿Estás en esos días del mes? –preguntó abruptamente.

Ella resopló.

Él ignoró su sorpresa. –Te sugiero que me respondas con la verdad.

–Yo… eso no es de tu incumbencia.

Él suspiró ruidosamente. –El catre está limpio y hay una bacinilla debajo de él.
Tal vez querrías dormir por ahora…

–No me vas a dejar aquí sola –dijo, alarmada de repente.

–No puedes ganar esta batalla, Viola. Piensa en eso hasta que regrese.

Ella parpadeaba con total incredulidad. Luego arremetió contra él.

Él salió al pórtico y cerró la puerta rápidamente, pasándole cerrojo y poniendo


de nuevo la llave dentro del bolsillo mientras ella golpeaba sobre la madera con
ambos puños.

Ignorando sus gritos de rabia y, sintiéndose mucho más preocupado y mucho


menos convencido de lo que pensó que debería, Ian se alejó de la cabaña de
pescar y comenzó el camino de una milla de largo hacia la casa principal…
descorazonado, irritado e inseguro de cómo diablos iba a obligarla a contarle algo,
mucho menos la verdad.

Viola dejó de golpear la puerta casi inmediatamente, sabía perfectamente


bien que él tenía toda la intención de dejarla pudrirse ahí por un tiempo. Gritar no
haría nada y, como él la había encerrado en un área remota de sus tierras, era
probable que nadie la escuchara en todo caso.

Mirando alrededor de la cabaña, reconoció los alrededores. El aire olía rancio


y húmedo, y su primer pensamiento fue abrir la ventana. Le tomó tres empujones
antes de finalmente levantarla una pulgada, sólo lo justo para que una ligera brisa
se abriera camino hacia adentro. Por ahora, se sentía agotada, más cansada que
asustada o incluso molesta. Él obviamente esperaba que se quedara ahí,
incómoda, sola y sospechosa de cada sonido.
El estómago gruñó y pateó la pared de madera, lo cual no hizo nada más que
recordarle que permanecía atrapada en este cuchitril, sin comida o agua, hasta
que él sintiera la necesidad de vigilarla. Y la forzaba a usar una bacinilla por
primera vez en años. Eso era suficiente indignación por el momento. Gracias a Dios
que los días del mes acababan de terminar, aunque ahora que lo consideraba, se
sintió poderosamente aliviada de que no había discutido su ciclo con él. No podía
creer que le hubiese preguntado eso, aunque tenía sentido si él quería acostarse
con ella y no dejarla embarazada. Si ella mencionaba su miedo de otro embarazo,
tal vez la dejaría tranquila. O tal vez no.

Hombre insufrible.

Repentinamente exhausta, Viola miró el catre por un momento antes de


levantar la colcha magullada y sacudirla de insectos o cualquier otro indeseable
que pudiera estar escondiéndose entre los pliegues. Al menos, el catre y la sábana
debajo parecían limpios.

Se sentó sobre un colchón sorprendentemente suave, esponjó la almohada de


plumas y, luego de ver que ninguna rata había roído el algodón para hacerse una
morada, se acostó sobre la cama circunstancial, se cubrió el cuerpo con la colcha y
cerró los ojos.
Capítulo 15

Hoy su cuerpo respondió a mí otra vez. Estaba tan asustada, asustada de ser
descubierta, pero él me necesitaba, me rogaba y no pude resistir el deseo de
estar con él. Nunca había sentido algo tan intenso y maravilloso y, sin duda,
jamás lo sentiré otra vez...

La visión borrosa de labios cálidos y suaves senos lo removieron casi hasta la


conciencia. Vagamente sabía que permanecía en ese estado donde el sueño y el
despertar se mezclan, aunque quería quedarse sólo por un momento más, para
explorar la imagen oscura de la mujer a su lado, inhalar su dulce esencia, absorber
su calor, escuchar el sonido susurrante de su respiración calmada, disfrutar todo
desde el suave vello entre sus piernas que le acariciaba el muslo hasta la íntima
cercanía de su cara, anidada en la cavidad del cuello, sintiendo ternura y
anticipación fusionada con ardiente y agonizante deseo...

Tócame...

Déjame sentirte...

Hazme el amor...

Por favor...

Ian se sentó de una vez, parpadeando fuertemente, confundido y


momentáneamente inseguro de dónde estaba. El recuerdo colindaba con lo que
quedaba de la fantasía, sacudiéndolo de regreso a la realidad. Se estremeció por el
sudor frío que le bañaba el cuerpo, luego se pasó la mano por la cara y lanzó las
piernas por encima del brazo del sofá de cuero, recordando de repente porqué
había regresado a Stamford y ahora se encontraba a sí mismo en un salón. Al llegar
a la casa, había tenido una comida completa, discutió un par de asuntos de la
hacienda con el mayordomo, luego pensó sólo en descansar la cabeza por unos
minutos antes de planear la noche por venir y regresar con Viola. Claramente,
había estado más exhausto de lo que creía. Con una rápida mirada a la chimenea,
vio la hora en el reloj: tres y media. Había estado durmiendo por más de seis
horas... y ella había pasado casi un día entero sin comida y sin agua.

Viola. Ella era, sin duda, la mujer en su sueño, desnuda y acostada


voluntariamente junto a él, bien sea antes o después de hacerle el amor
ansiosamente. Lo que él no sabía, sin embargo, era si su fantasía había sido creada
de una experiencia olvidada, una situación que de hecho había pasado en el
calabozo, o una ilusión nacida de la lujuria, su mente jugando trucos por la pintura
que ella había creado, porque la deseaba sexualmente y estaba tan cerca en
pensamiento y en presencia. La incertidumbre lo molestaba y como las dudas y el
deseo duraban, era hora de tomar control y ponerlos a descansar.

De pie, todos los trazos de la niebla en su cabeza se aclararon finalmente,


rápidamente dejó la habitación. Después de lavarse, cambiarse a ropa casual,
reunir algunas provisiones y solicitar una cesta con alimentos en la cocina, se
dirigió a la cabaña, esta vez a caballo. El silencio reinaba cuando llegó al pequeño
recinto y, aunque ella lo hubiese oído, no hizo ni un sonido cuando él deslizó la
llave en la cerradura y la giró. Por supuesto que no tenía intenciones de privarla
del sustento por ningún período de tiempo y, aunque trató de convencerse de que
ella lo merecía cuando él había pasado cinco largas semanas sin nada más que un
vicioso caldo de carne y pan, aún se sentía un poco contrito por dejarla sola por
tanto tiempo.

Ian abrió la puerta, permitió que sus ojos se ajustaran por varios segundos,
luego la vio sentada sobre el catre, con las manos sobre el regazo y la atención
enfocada en él, aunque no podía interpretar nada de su expresión plácida. Decidió
intentar con la civilidad.

–Buenas noches, Viola.

–¿Ya es de noche? No podría saberlo.

Así que tenía un humor agrio. Ciertamente, no dejaría que eso lo molestara.
Colocando la cesta de comida y la bolsa de provisiones sobre el piso de madera,
dejó la puerta abierta para ver mejor en la habitación mientras entraba.
–¿Te gustaría un poco de té? –le preguntó, caminando hacia la estufa y
levantando la caja de fósforos del estante junto a esta.

–¿Trajo la vajilla, su gracia? ¿O lo voy a tomar de las manos?

Claramente, su humor había sobrepasado lo agrio para ser sarcástico y


lúgubre. Casi lo hizo sonreír. Por alguna extraña razón, disfrutaba mofarse de ella
cuando estaba molesta con él.

–Traje dos tazas. Son viejas, no son dignas de un comedor o recibo, pero
servirán.

Ella resopló sin responder. Él cerró la puerta de hierro de la estufa,


permitiendo que las brasas se calentaran, luego levantó la vieja tetera del estante
y un cubo debajo y marchó hacia la puerta. –Voy al pozo detrás de la cabaña. No te
molestes en tratar de escapar…

–¿Por qué demonios querría irme antes del té?

Suprimiendo la risa, él asintió una vez y salió. Al menos, ella tenía la sabiduría
de saber que no tenía dónde ir y si trataba de escapar él la encontraría de
cualquier manera. Y arrastrarla de regreso haría las cosas peor, supuso.

Momentos después, regresó y, después de cerrar la puerta y asegurarla, puso


la tetera sobre la estufa y el cubo lleno a su lado mientras la habitación comenzaba
a calentarse.

–¿También trajiste una tina donde pueda bañarme?

Él giró para verla de frente. –Viola, querida, ¿tú me bañaste mientras yacía
encadenado en el calabozo?

Ella lo miró francamente, sus facciones eran tan tirantes como su cuerpo era
rígido. –Por supuesto que lo hice y tú lo sabes muy bien.

Ian trató de no lucir atontado cuando esa confesión dio en el punto. Él nunca
esperó una respuesta tan honesta y directa cuando solamente estaba tratando de
exasperarla. Y aunque no recordaba exactamente haber sido bañado, sabía que no
estaba completamente inmundo y apestoso cuando lo rescataron. Había algo
sobre ser desnudado y aseado íntimamente por ella que lo dejó no sólo
desconcertado sino también profundamente doblegado.
–¿Fue así como me excitaste lo suficiente para embarazarte? –preguntó
naturalmente mientras levantaba la cesta de comida y comenzaba a caminar hacia
ella.

Inmóvil, ella sostuvo su mirada mientras se acercaba.

–¿Trajiste una lámpara o esperas que responda todas tus preguntas ridículas
en la oscuridad después de que el sol se ponga?

Su intrepidez en tratar de engancharlo en una pelea cuando ella estaba en


clara desventaja, incluso desesperada por sus cuidados, continuaba divirtiéndolo,
hasta le encantaba en cierta forma… especialmente porque, a este punto, no lucía
físicamente temerosa de él en lo absoluto. No estaba seguro si se sentía
agradecido o molesto.

–Cielos, ciertamente estás briosa hoy –dijo, agachándose para sentarse junto
a ella en el catre.

Ella se alejó ligeramente de su cercanía, ignorando su comentario mientras


inclinaba la cabeza hacia la cesta. –¿Asumo que trajiste comida?

–Lo hice –admitió con facilidad. –¿Vas a responder mis preguntas?

–Encontrarás que un prisionero responde mejor con el estómago lleno, estoy


segura.

–Algo que aprendiste de la experiencia, sin duda.

–Sin duda.

Él sonrió, abrió la cesta para que ella viera. –Traje gallina fría, manzanas,
queso y una hogaza de pan. Nada caliente, excepto por el té, me temo.

–Es verano, su gracia –replicó, tomando una rebanada de queso con


delicadeza. –Me muero de hambre, pero no me estoy congelando.

–Ah, discúlpame. Supongo que estaba pensando en la época en que tú me


mantuviste cautivo en invierno y me estaba congelando.

Ella suspiró, deprimiéndose en su sitio, el cual le pareció increíblemente


incómodo después de haberlo tenido fijado a sus costillas por casi veinticuatro
horas.
–Nunca te mantuve cautivo –dijo ella, con un tono ligeramente más suave. Le
dio una mordida y masticó, luego de tragar, añadió –traté lo mejor que pude de
ayudarte a soportarlo. ¿Por qué no puedes entender eso?

Él no respondió por un momento mientras extendía un pequeño mantel sobre


la colcha entre ellos y comenzaba a sacar cosas de la cesta, incluyendo dos
pequeños platos, servilletas de lino y las tazas, el té y el colador. Ella lo miró
mientras servía dos platos para ambos, la indignación irradiaba de ella como algo
tangible, sin embargo, empezó a comer con gusto en el momento en que él le
extendió un plato de generosas proporciones.

Cenaron en silencio por varios minutos hasta que, finalmente entre mordidas,
ella preguntó –¿Por cuánto tiempo planeas mantenerme aquí?

La tetera comenzó a hervir. –Hasta que me cuentes todo –respondió sin


pretensiones mientras levantaba las tazas y el té y regresaba a la estufa.

–Así que tenemos un impasse.

Él no comentó ese hecho evidente. –Lo siento, pero no hay leche ni azúcar.

Bajando la voz, sostuvo. –No puedes mantenerme aquí para siempre, Ian.

En lugar de discutir un punto que claramente no los llevaría a ninguna parte,


sirvió el agua, movió el colador adelante y atrás mientras el té se destilaba, luego
se volvió al fin y regresó al catre.

–Tengo sueños sobre ti, Viola –dijo muy suave mientras le acercaba una taza
humeante.

Ella dejó de masticar a la mitad de una mordida, luego tragó –¿Sueños?

Él asintió mientras se sentaba con ella otra vez, mirándola cuidadosamente. –


Varios sueños a través de los años, de hecho, aunque por un largo tiempo no tuve
idea de que estaba soñando contigo.

Ese conocimiento claramente la contrariaba. Frunciendo el ceño


profundamente, colocó la taza sobre el piso junto a ella, luego volvió su atención a
la comida una vez más, separando una pieza de pan con más fuerza de la que
necesitaba.

–De hecho –añadió –algunos de ellos fueron bastante eróticos.


Un pequeño maullido escapó del fondo de su garganta, pero aparte de eso, no
comentó ni lo miró.

–¿Puedo preguntarte algo? –sondeó después de un momento.

Ella tragó. –Supongo que no puedo detenerte.

–No, supongo que no.

Ella le dio una rápida mirada de reojo. –¿Qué es?

Él tomó un sorbo de té. –Si no te sentías segura para hacerme rescatar, pero
en su lugar, como dices, estabas tratando de ayudarme a soportar mi cautiverio,
¿por qué no me llevaste más comida?

Una pregunta tan simple y aún tan profunda, y tan inesperada que paralizó los
movimientos de ella mientras su significado despuntaba. Segundos después, se
lamió el pulgar y, luego de pasarse la servilleta por los labios, puso el plato de pollo
y los restos de pan dentro de la cesta. Él esperó, escudriñándola mientras ella
tomaba el té, sabiendo que la había acorralado pero decidió darle la oportunidad
de responder como pudiera, a su discreción.

Finalmente, mirando la taza, respondió. –Sí te llevé comida, Ian. Te llevé lo


que pude, cuando pude, pero como estuviste drogado la mayor parte del tiempo,
encontraba difícil alimentarte cuando tenías tan poco apetito y yo podía cargar
con muy poco cada visita.

–¿Cuántas visitas?

Ella sopló por el borde, luego tomó un pequeño y cauteloso trago de la


infusión humeante. –Varias.

–¿Varias? –levantó las cejas. –¿Qué significa eso? ¿Una vez a la semana? ¿Tres
veces a la semana? ¿Diariamente?

Ella lo miró de arriba abajo, con la taza en los labios. –No los conté.

–Apostaría mi fortuna a que sí lo hiciste.

Ella casi sonrió. Él podía verlo en sus ojos, en la curva de sus labios. Pero
luego, ella dudó, apartándose con timidez de su fija mirada, tomando otro sorbo
lento antes de continuar.
–La verdad es que traté de verte cada dos o tres días –concedió con tono
contemplativo. –No quería que murieras. Pero también debes recordar que sólo
tenía diecinueve años para el momento, muy protegida y bajo el control de una
madre dominante y dos hermanas mayores, una dura y cruel, la otra loca. O eso
pensaba. Mi mayor temor era que me descubrieran y me lanzaran a la calle sin
nada. Por un tiempo consideré decírselo a alguien, hacer que te rescataran pero
no sabía a quién, y temía que fuese arrestada junto con las conspiradoras. Yo era
una muchacha de campo sin ninguna posición social, y realmente sentía que mis
opciones eran limitadas. Aún si hubiese sido encontrada inocente legalmente, mi
madre seguramente me desheredaría por traer la vergüenza sobre mi familia al
acusarlas de crímenes despreciables y nuevamente me quedaría sin nada. –Exhaló
un pesado respiro, luego lo miró francamente. –Nunca hice nada malo, Ian, no
tomé parte en el secuestro y en la planeación del evento, pero en esa época de mi
vida, realmente pensé que no tenía opciones. No veía ninguna salida. Pero pude…
pude ayudarte. Y eso fue lo que hice.

Él sintió cierta calidez diseminándose dentro de él, no necesariamente por los


eventos que describió, los cuales le seguían pareciendo sospechosos, sino por su
convicción gentil e inocente. –¿Tu familia sabía?

–Eventualmente –admitió sin dudar –cuando robé la llave de tus cadenas a mi


hermana y la dejé junto a ti la noche que te encontraron. Hermione y mi madre
estaban fuera de sí mismas, aunque a los ojos de mi madre fui perdonada en cierta
forma cuando me casé con Lord Cheshire y pude mantenerla hasta su muerte.
Ellas sabían que te ayudé a escapar, pero ninguna supo que te visitaba
frecuentemente, o te atendía. Al menos no lo creo. Nunca le dije a nadie.

Él asintió lentamente, luego preguntó. –¿Y tu hermana, la que fue a prisión,


has oído algo de ella? ¿Te ha perdonado?

Ella levantó una ceja con sospecha. –¿Por qué te interesa?

Él se encogió de hombros. –Simple curiosidad.

Ella casi rió. –Bueno, la respuesta es no –dijo con naturalidad, acomodándose


en su asiento sobre el catre y enfocándose una vez más en el té. –Hermione estaba
furiosa cuando descubrió que yo preparé tu liberación, lo cual en su en su opinión,
me impidió ser procesada por el crimen tal como estaba. Me desprecia por
muchas cosas, Ian, la mayor de las cuales fue mi matrimonio con la nobleza
mientras a ella la transportaron a Queensland por una sentencia a trabajos
forzados. Aún guardo fondos ocasionalmente para una época futura cuando
puedan darle un indulto y le permitan regresar y pudiese necesitar mi ayuda
financiera. Pero lo último que escuché era que se había conseguido un caballero
como su cortesana, se casó y desde entonces se había establecido en una granja.
Dudo que vuelva a verla o saber de ella.

Levantó la mirada para encontrarse con la suya, con los ojos entrecerrados,
inflexibles. –Tomé mis decisiones, su gracia, y debo vivir con las consecuencias
cada día. Creo verdaderamente que hice lo que pude por usted, considerando las
circunstancias, y he pagado por los crímenes de mi familia en muchas maneras,
aunque no sean de su satisfacción. Pero quisiera que pensara que está vivo hoy
porque me ocupé de usted y me rehusé a dejarlo morir. –Dejó salir una risa suave,
amarga. –Irónicamente, aparte de criar un hijo encantador, podría ser la única
cosa que he hecho, y tal vez haga en mi vida, que tenga de alguna manera un valor
consecuente o de redención.

Irónicamente. Quería decir que había perdido su familia, le había devuelto la


vida… solamente para que la cazara años después en un intento calculado por
destruir lo que ella había hecho de sí misma.

Ian la miró por varios e intensos minutos, tan sorprendido de su candidez


como asombrado de sus propios sentimientos de remordimiento y compasión
repentinas por su súplica. Él sabía que su hermana había sido sentenciada a la
colonia penal del oeste y que su madre había muerto poco después del juicio, aún
así nunca antes había pensado en las penas de esta familia desde una perspectiva
diferente a la suya. Y tal vez eso había estado mal de su parte. Viola no tenía
familia viva en quien confiar y su esposo había muerto, realmente no tenía a nadie
que cuidara de ella, que la necesitara, excepto su hijo, a quien obviamente
protegía a toda costa. Lo más notable en este momento, y por primera vez desde
que se había introducido en su vida, era que no creía que estuviese mintiendo.

–¿Qué pasó entre nosotros, Viola? –preguntó con calma, sosegado. –Necesito
saber.

Un lado de su boca se inclinó ligeramente. –¿Vas a violarme?


Él parpadeó, inseguro si debería encontrar irritación o humor en esa pregunta
inesperada. Con una leve sonrisa, respondió. –Violar es una palabra fuerte, ¿no es
así?

–Esa no es una respuesta.

Él se inclinó sobre una mano, viendo a sus ojos dilatados de sorpresa mientras
se acercaba a ella. Con voz ronca, dijo. –Hasta que me digas la verdad sobre
nosotros, te haré todo lo que creo que me hiciste. Y hasta que oiga lo contrario, lo
que sé es que tú y tus hermanas me ultrajaron, Viola. Me desnudaron, me tocaron
íntimamente…

–No hicimos tal cosa –interrumpió, la ligera diversión se volvió frustración


mientras ponía la taza medio llena sobre el piso y prácticamente se levantó de un
salto. Caminó rápidamente a través de la habitación, luego se volvió para verlo de
frente, cruzando los brazos sobre el pecho, de manera protectora. –Nadie abusó
de ti de esa manera, Ian, yo menos que nadie.

–¿No? –se puso de pie para encontrarse con su mirada, la ira hervía una vez
más. –Así que si recuerdo haber sido tocado y excitado, pero tú insistes en que
nadie me molestó, ¿estás sugiriendo entonces que tú y yo hicimos el amor
apasionada y lentamente por consentimiento mutuo? ¿Mientras yacía
encadenado y drogado en una mazmorra? Dime, Viola, ¿cuál es más fácil de creer?

–¿Qué recuerdas? –cargó defensivamente. –Dijiste que has tenido sueños


conmigo; ¿incluyen agua y jabón? ¿Un baño apasionado tal vez? Porque eso fue lo
que hice, me ocupé de ti.

Irritado, se frotó la nuca. –Te estás desviando del punto. A pesar del baño, fui
violado para un propósito siniestro o seducido por alguna razón que no está clara
para mí. ¿Cuál fue?

–Fuiste atendido.

–Una simple atención no es la manera típica como una mujer queda


embarazada, Viola.

–Él no es tu hijo –insistió, con un tono bajo y amenazador.

Lentamente, con la paciencia casi extinta, Ian atravesó la habitación para


ponerse frente a ella, observando su apariencia descuidada, sus mejillas
sonrosadas y brillantes ojos, su vestido arrugado y salpicado de gotas secas de
jerez, su cabello una vez peinado perfectamente, aunque permanecía recogido,
ahora era un desorden revuelto. Ella lo miró tan valerosamente a pesar de su
situación comprometida, y la repentina urgencia de besarla, de tratar una táctica
diferente y engatusarla para sacarle la verdad de los labios con los suyos, se hizo
casi abrumadora. Y sin embargo la suprema inutilidad que sintió por su continua
negación y elusión lo hizo enfurecer. Ella provocó la combinación más extraña de
emociones en él, no todas negativas, aunque cada una intensa.

–Tal vez necesito ponértelo más claro, Viola –murmuró con un timbre ronco. –
Mis sueños sobre la época en la mazmorra pueden ser oscuros, eróticos y
confusos, pero no te equivoques: tú estás ahí como parte de ellos. Recuerdo tu
cara entre las sombras junto a la mía, tu suave voz en mi oído, tu cuerpo cálido…

–Tus sueños están enmarañados, Ian –interrumpió, cambiándose de un pie al


otro mientras su ansiedad crecía. –Desi y yo nos parecíamos mucho entonces y
estoy segura de que tuviste problemas para diferenciarnos en la oscuridad, en tu
apuro. No sabes qué recuerdas.

Con esas palabras se había atrapado en su propia contradicción y él lo


disfrutaba.

–¿Ahora estás sugiriendo que la mujer en la pintura que subastaste anoche


era tu hermana?

Esa idea claramente la confundió. Sus ojos se abrieron más, y se lamió los
labios con una vergüenza que no podía ocultar aunque tratara. –Ese… ese cuadro…

–Era de ti y lo sabes –terminó por ella, sintiéndose repentinamente arrogante


y mucho más convencido de que había sido sólo ella quien se había incrustado tan
profundamente en su memoria. –Ya has negado el hecho de que tus hermanas me
violaron. Si eso es cierto, significa que fuiste tú quien me tocó íntimamente.
Significa que mis recuerdos de tus senos sobre mi pecho y tus manos tibias
acariciándome el cuerpo…

–No…

–Fuiste tú quien me excito, me estimuló, se acostó conmigo…

–Basta –interrumpió, encogiéndose. –Esto es asqueroso.


–Sólo es asqueroso si fui forzado.

Ella lo empujó con la mano, tratando de alejarlo. Él tomó rápidamente su


muñeca con una mano, envolvió el brazo libre alrededor de su cintura y la atrajo
hacia sí.

–Cada vez que estoy contigo, recuerdo más –continuó, con voz gruesa con
emoción mientras miraba su rostro sonrojado y sorprendido a pulgadas del suyo. –
Y a pesar de la calidez y suavidad, a pesar de mi deseo por ti ahora y la confusión
que continúa plagándome en mis sueños sin claridad o paz, es la idea de que me
hayan excitado a propósito y estimulado hasta el clímax lo que me enferma…

–¡Basta, Ian! –susurró entre dientes apretados, cerrando los ojos con fuerza.

Él la sacudió una vez entre sus brazos, sintiendo una necesidad implacable de
obligarla a confesar. –Es la idea de que pudiera estar cautivo y ser tocado hasta
que pudieras montarme, que me jineteaste hasta que dejé mi semilla dentro de ti
por tus propias razones egoístas, eso me atormenta.

Las lágrimas dibujaron las pestañas de Viola mientras sacudía la cabeza


vehementemente.

–Yo estaba a tu merced, Viola –susurró con un tosco respiro de urgencia, –y te


embarazaste con mi hijo. Vi su retrato, sé cómo se concibe un bebé y ahora
necesito que me digas porqué lo hiciste. Necesito que me digas cómo pasó.

–No… –susurró con angustia. –Déjalo ir, Ian. Por favor. Déjalo ir. Libérame y
déjame en paz. Nunca te molestaré otra vez. Lo juro por la vida de mi hijo.

La pasión tenaz por esconder la verdad lo encolerizaba y lo perseguía. Ella lo


desafiaba más de lo que podría entender alguna vez, más de lo que cualquier
mujer lo hubiese hecho. Él la abrazó fuertemente, sintió el calor de su cuerpo, sus
senos estrujados contra el pecho, avergonzado y furioso con él mismo por desearla
incluso ahora. Debería despreciarla por todas las razones imaginables y, sin
embargo, la intención más intensa, la urgencia más poderosa que experimentaba
en ese momento, era mostrarle la agonía y dejarla sentirla por sí misma.

–Mírame –dijo, con voz tirante, retadora.

Por segundos ella no respondió. Luego levantó los párpados, revelando ojos
manchados por las lágrimas llenos no sólo de preocupación y dolor sino también
de fiero desafío. Y eso fue todo lo que se necesitó para convencerlo de que nunca
se rendiría a la petición sola. Estaría forzado a usar medidas extraordinarias para
obtener la verdad.

–Por favor… –susurraba. –Ian…

Muy lentamente, con una intención meticulosa, él susurró –Nunca lo dejaré


ir…

Entonces, contrario a lo que ella quería, esperaba, contrario a lo que el cuerpo


de él ansiaba tan desesperadamente, en lugar de capturar su boca con un beso
ardiente, levantarla y cargarla hasta el catre, él abruptamente la soltó y se alejó.

Ella se tambaleó sobre sus piernas temblorosas, casi desplomándose al suelo


antes de sostenerse del estante junto a la estufa y levantarse con ambas manos.

–¿Qué…? –tragó saliva, mirando alrededor, confusa. –¿Por qué hiciste eso?

Ian tomó un muy profundo respiro, tomando un momento para calmar su


corazón y sus nervios encendidos. Finalmente, con una voz gruesa de ironía,
replicó. –¿Esperabas que te forzara?

Inmediatamente, parpadeó, se enderezó y pasó las manos por la línea de la


cintura de su vestido arrugado. –No estaba esperando que me tirara, su gracia.

El lado de su boca se inclinó una fracción. –Y yo no estaba esperando que me


dieras más evasivas y subterfugios después de abrirme contigo como lo hice.

Una nube de culpa cruzó sus facciones, luego rápidamente desapareció,


reemplazada por obstinación y algo de rabia. –Esa es tu opinión. Yo pensé que
estaba siendo bastante franca.

Él no podía creer que ella hubiese dicho eso, o creerlo en todo caso. En un
oscuro tono de advertencia, murmuró. –Si esa es tu idea de franqueza, entonces
está claro que necesitas más tiempo para considerar tus propios recuerdos, Viola.

Ese comentario definitivamente la confundió. Su frente se arrugó


profundamente; el sudor se percibía en su labio superior mientras lo miraba de
arriba abajo. –¿Qué estás diciendo?
Él se pasó los dedos de ambas manos por el cabello, con rudeza, luego le
ofreció una sonrisa vaga. –Necesitas más tiempo a solas, Viola. Para considerar
porqué te traje aquí…

–Sabemos exactamente porqué me trajo aquí, su gracia, y en el propio


momento en que parecía que quería llevarme en un… –movió una mano hacia él –
un apasionado… abrazo, en su lugar… me… me…

No quería decir que la había sorprendido por su falta de seducción cuando la


esperaba, casi rogaba por ella. Por su parte, él no tenía intenciones de explicarse.
En su lugar, Ian cruzó los brazos sobre el pecho y continuó mirándola a los ojos
hasta que ella se sintió tan insoportablemente incómoda que se ruborizó
intensamente, cambió su peso de un pie al otro y, eventualmente, apartó la
mirada.

Suspirando, se alejó de ella y marchó hacia la bolsa de suministros que había


traído con él desde la casa. –Traje algunos artículos conmigo que pensé que
podrías necesitar por la noche.

–¿La noche?

–¿Quieres que te ayude a desvestirte? Soy muy bueno con el corsé.

Ella no dijo nada, bien sea por que estaba demasiado furiosa o muy impactada
para hacerlo.

–Muy bien, entonces. –Arrojó la bolsa sobre el catre, luego se dio la vuelta y
caminó hacia la puerta. –Regresaré más tarde, Viola. Dulces sueños.

Repentinamente, ella abrió los ojos con pánico. –No. Espera…

Ian salió, cerrando y asegurando la puerta detrás de él, aunque no sería capaz
de esconder la sonrisa de su cara aunque tratara.

Dos horas. Le daría dos horas para lavarse, cambiarse a una de las viejas batas
de dormir de Ivy, deslizarse bajo las cubiertas, relajarse y considerar la noche que
venía.

Serían las dos horas más largas de su vida.


Capítulo 16

Me tocó en lugares donde nunca antes me habían tocado, lugares en mi


cuerpo que nunca he tocado. Siempre pensé que era vergonzoso hacerlo y, sin
embargo, compartió los placeres de lo que seguramente debe ser la vida de
casada. Sé que estoy condenada al infierno eternamente por cometer un pecado
tan grave en sus brazos, pero seguramente iré allá felizmente, voluntariamente,
sabiendo que he compartido estos pecados con un hombre que he aprendido a
amar...

Viola miraba al techo, algo inquieta y nada somnolienta después de haber


dormido casi la mitad del día. Después de que él se fue, encontró una lámpara
sobre un estante en la esquina, aunque decidió no encenderla porque no tenía un
libro para leer o un tejido para trabajar y absolutamente nada para dibujar. Él
realmente estaba tratando de recrear con ella su tiempo en el calabozo, dejándola
sin nada más que sus pensamientos, aunque para darle crédito, al menos, el
colchón era limpio y suave y la cabaña cómodamente tibia.

Aún, el silencio reinaba. Después de vivir por varios años en la ciudad, se había
acostumbrado a escuchar el ruido de la calle y el tráfico casi a toda hora y, sin esto,
la paz del campo parecía casi ensordecedora. De hecho, en alguna extraña
manera, Ian pudo haberse sentido bendecido por estar drogado la mayor parte del
tiempo en cautiverio. Al menos, no tenía que tratar con el aburrimiento; el paso
del tiempo probablemente había significado poco para él cuando no podía siquiera
comprenderlo.

Ella deambuló por varios minutos después de su partida inesperada y bastante


veloz, más temprano esa noche. Entonces, luego de decidir de que no haría ningún
bien morderse las uñas por la continua preocupación y frustración con su
inhabilidad de convencerlo de que simplemente deje que el pasado sea lo que fue
y avanzar, había limpiado los restos de la comida, añadido agua al cubo para
recalentar una tetera completa, vertiendo un poco para una segunda taza de té
mientras guardó el resto para lavarse la cara, el cuello y las partes íntimas cuando
se enfriara un poco y, finalmente, hurgó a través de la bolsa de suministros que le
había dejado sobre el catre. No había mucho, al menos no lo que ella esperaba o
necesitaba como mujer, pero sí había pensado en las necesidades básicas.

Encontró una pequeña barra de jabón sencillo, una pequeña toalla y un trapo
para lavarse, un cepillo de dientes, sin polvo, aunque era mejor que nada, supuso;
un cepillo de cabello y una bata de dormir de lino rosa pálido, manga corta, cuello
bajo, que tenía que haber pertenecido a su hermana. Era una bata de verano,
elegante, bonita, de diseño simple y no sólo lucía suave y femenina sino también
cómoda. A este punto, sentía las costillas como si hubiesen sido abrazadas por una
estrecha envoltura de planchas de madera por un mes.

Se cambió rápidamente, afortunadamente había usado un vestido de noche


que le permitía alcanzar la mayoría de los botones y escurrirse de él con bastante
facilidad, y un corsé con ganchos frontales. Entonces, luego de quitarse las
enaguas, medias y zapatos, se limpió lo mejor que pudo con los mínimos artículos
de aseo, se cepilló el cabello y los dientes, se paso la bata por sobre la cabeza, y se
deslizó bajo las mantas del catre.

Ahora, después de estar acostada sola con nada más que sus pensamientos
por más de una hora, sus palabras finales aún la roían. Ella no tenía necesidad de
considerar sus recuerdos en absoluto. Sus recuerdos eran mucho mejores que los
de él, por todos los cielos, un hecho que no podía habérsele escapado.

Dios, casi se desmaya por primera vez en su vida cuando le anunció que había
visto el retrato de John Henry y lo reconoció. Estaba consciente de que lucían
como padre e hijo casi al nacer y había aceptado de una vez que nunca, jamás
podría permitir que se viesen cara a cara. Lidiaría con la Casa de los Lores después,
considerando que seguía siendo un problema en los años futuros una posible
confrontación entre ellos como adultos. Pero un encuentro inesperado en su niñez
era algo que consideraba ocasional, para lo cual había tomado una o dos
precauciones necesarias, y una de las razones por las cuales había enviado a su
hijo al campo inmediatamente supo que Ian había regresado a la ciudad y había
venido a buscarla. Pero no se había preparado para que el reconocimiento
sucediera ahora y nunca debido a una pintura. Y por su parte sólo le quedaba
negarlo. El hombre ciertamente no era estúpido; podía verse reflejado en el
retrato y reconocerlo. Pero estaba siendo terco, egoísta e irreflexivo si pensó que
ella simplemente admitiría haberle dado un hijo bastardo.

Deseaba poder decirle todo, deseaba poder explicarle sus acciones de hace
tanto tiempo pero, aún con su silencio, aún con el hecho evidente de que su hijo
se parecía mucho a él, debería saber porqué ella no le había contado, no podía. El
debería saberlo, después de todo: el Duque de Chatwin era un bastardo… su padre
no era el Conde de Stamford. Su madre se había acostado con un hombre que no
era su esposo, resultando en la concepción de Ian y su hermana gemela Ivy.
Solamente un puñado de personas sabían esta indiscreción, incluyéndola, la
antigua Viola Bennington–Jones… porque había escuchado cada turbio detalle que
salió de sus torturados labios mientras yacía casi inconsciente entre los brazos de
ella hace todos esos años y ella había unido los cabos, incluyendo la revelación de
que haber descubierto la verdad en sus veinte, en el lecho de muerte de su madre,
casi lo había destruido como hombre comprometido con el honor.

Aunque podría ser posible que él no recordara haberle dicho nada de


importancia durante su época en el calabozo o tener alguna noción de que ella
estaría consciente de su gran secreto como hombre de título, el hecho de que él
supiera que era un bastardo debería ser suficiente para convencerse de que ella
jamás querría que un alma supiera que su hijo podía ser uno también. Él debería
saberlo. Si ella le contara a Ian todo y le ofreciera los detalles, por mucho que
quisiera, simplemente para aliviar su propia culpa y darle un poco de tranquilidad
al saber que no había sido violado como temía, aún quedaba la mínima posibilidad
de que él usara esa información contra ella, tal vez hasta trataria de quitarle su
hijo o hacerla arrestar por algún tipo de fraude o extorsión. Él ya la había
amenazado tanto. Honestamente, no tenía idea si había base legal para hacer tales
cosas sin poder probar la paternidad, pero no podía simplemente ir con Mr.
Duncan, sacar a relucir el asunto y pedirle consejo. El tema iba más allá de la
delicadeza al engaño y, tal vez, hasta la acción criminal. Al final, simplemente sería
lo mejor para todos, especialmente para ella y John Henry, si Ian dejase el pasado
en paz. Aún si no se interesara en absoluto por el niño, lo cual ella no esperaba y
nunca demandaría, por lo menos debería tener consideración por las dificultades
de un bastardo si alguien entre la nobleza se enteraba de la verdad. La sociedad
podía ser muy cruel y ella sólo podía confiar en Dios que si continuaba negando
que él fuera el padre de John Henry, eventualmente lo olvidaría. Simplemente
tendría que aceptarlo.
Viola se acurrucó más entre las sábanas mientras el atardecer finalmente daba
lugar al anochecer y la oscuridad llenaba la cabaña. Extrañamente, no sentía una
pizca de miedo. Tal vez era por el seguro en la puerta o la dureza del refugio en sí
mismo, o el hecho de que simplemente se sentía segura en las tierras de Ian, pero
aún sin él en la habitación, le confortaba saber que él estaba cerca y, al menos, no
iba a dejarla morir de hambre. Y si no iba a dejarla morir de hambre y había tenido
la atención de traerle una bata y un cepillo, probablemente pensaba que ella
estaba segura.

Cerró los ojos, casi sonriendo cuando recordaba el aspecto de su cara justo
antes de liberarla de su abrazo. Quería besarla desesperadamente y había sido
difícil para él soltarla sin hacerlo. Oh, sí. E indecorosamente, ella había estado tan
ansiosa como él. Habían pasado tantos, tantos años desde que había sido besada
por un hombre, tocada por un hombre y el recuerdo de ello, estando tan cerca de
ese mismo sentimiento esa tarde, las mismas sensaciones que había descubierto
cuando era una virgen de diecinueve años, la hacía estremecerse bajo las sábanas.
Su esposo había sido un amante cuidadoso y ciertamente había encontrado placer
en su cama, pero no había estado nadie más que Ian en sus sueños, en sus
fantasías y con ella en sus recuerdos todos esas noches solitarias cuando yacía sola
y se atrevía a tocar esos lugares secretos y pecaminosos que él había encontrado y
encendido hace tantos años. La había hecho llorar y gritar, y sólo Ian le había dado
un gozo tan inexplicable e íntimo y el deseo de compartir ese gozo a través de su
arte cuando ya no era capaz de compartirlo con él.

Ella suspiró, sintiéndose repentinamente sensual, queriendo más y deseando


no haberlo dejado tan rápido. Realmente no le había costado mucho convencerla
de que estar con él otra vez no sería tan horrible, ¡desde luego no sería una
desagradable diversión y satisfaría tantos anhelos ocultos! Siempre se sintió
culpable cuando se tocaba a sí misma, ya que las mujeres nunca debían hacer
cosas tan pecaminosas. Pero el olor de él dentro de la cabaña aún permanecía, la
sensación de su duro cuerpo abrazándola todavía la quemaba, y el tirón de su
propia sexualidad parecía demasiado grande para ignorar esta vez.

Viola se pasó los dedos de ambas manos sobre los pezones, disfrutando de la
sensación de hormigueo, anhelando repentinamente sus labios en los senos, sus
manos rozando cada centímetro del cuerpo. Sintió la oleada de calor entre las
piernas, la creciente necesidad de ser acariciada suavemente por la fantasía, y
finalmente, después de levantarse el camisón hasta la cintura, presionó dos
delicados dedos entre los íntimos pliegues y comenzó a acariciar la húmeda y
cálida suavidad mientras su deseo por él comenzaba a intensificarse.

Ian…

El cerrojo de la puerta hizo un chasquido.

Los ojos de Viola se abrieron de golpe; el corazón se detuvo. Entonces, una luz
repentina llenó la cabaña mientras él entraba, llevando una lámpara, mirándola
directamente desde la puerta.

–Espero que no estés dormida –dijo arrastrando las palabras.

Todo su cuerpo ardía con fuego, pero no se atrevió a moverse, ya que él


podría verla levantar las manos y saber exactamente lo que había estado
haciendo. Por primera vez en su vida, ella quería desaparecer por pura
mortificación.

–¿Viola?

–¿Qué? –susurró, aunque sonaba como un graznido.

Él se rió entre dientes, cerrando y asegurando la puerta detrás de él. –Lo


siento. ¿Interrumpí tus oraciones?

Con la mente despejada, ordenó. –Date la vuelta.

–¿Qué me dé la vuelta? –repitió, caminando lentamente hacia ella.

–Una dama necesita un momento, su gracia –dijo con los dientes apretados.

–Ah. –En lugar de cumplir sus órdenes, caminó hacia la estufa y colocó la
lámpara en el estante, en un ángulo y altura que iluminaba la mayor parte de la
habitación.

Rápidamente, ella bajó el camisón a los tobillos y se sentó un poco, tirando de


las mantas decentemente hacia su cuello. –¿Qué estás haciendo aquí, Ian?

Él se volvió hacia ella una vez más y, sonriendo maliciosamente, caminó con
confianza hacia el catre. –Quería mostrarte algo, y supuse que ya que habías
dormido la mayor parte del día, probablemente no estabas cansada.

Escépticamente, ella preguntó. –¿Qué rayos necesitarías enseñarme ahora?


Él levantó una pequeña bolsa que había traído consigo. –Algo que podría
ayudar con tus recuerdos.

Ella no confiaba en absoluto en esa explicación bastante vaga. –No deberías


estar aquí. No es apropiado Estoy en camisón. En... cama. Si uno pudiera llamar a
esto una cama.

La sonrisa desapareció lentamente de su hermoso rostro mientras la miraba,


estudiando cada rasgo en su rostro. Luego bajó su cuerpo y se sentó junto a ella. –
Déjame ver tu mano.

Ella podía sentir que el latido de su corazón comenzaba a acelerarse, tanto por
su cercanía como por su escrutinio. –¿Mi mano? ¿Por qué?

–Sólo déjame verla, Viola. No discutas.

Con una ligera vacilación, ella hizo lo que le ordenó, sacando su mano
izquierda de debajo de las mantas y ofreciéndola con la palma hacia arriba. –¿Vas
a decirme de qué se trata esto?

Sus ojos se estrecharon una fracción mientras envolvía los dedos alrededor de
su muñeca. –¿No puedes adivinar?

Ella tragó saliva, notando la firmeza de su agarre, su confianza, y de repente


sintió un matiz de inquietud a través de ella. –No. ¿Se supone que debo hacerlo?

Durante varios segundos, continuó mirándola, acariciándole la mano con el


pulgar. Luego se inclinó hacia el suelo, metió la mano en el bolso y sacó una
delgada cinta de satén rojo de unos cinco pies de largo.

–¿Qué estás haciendo? –preguntó, su creciente desconcierto ahora se


derramaba en su voz.

Él no respondió. En cambio, rápidamente envolvió el centro de la cinta


alrededor de su muñeca tres veces, luego lo levantó con su brazo y rápidamente
comenzó a atarla al poste de metal en la parte superior del catre.

–Que… –ella jadeó con incredulidad atónita. –¡Ian, deja esto! ¡No puedes
pensar en atarme como un animal!

–¿Cómo me hiciste a mí? –respondió con naturalidad, asegurando los


extremos con un nudo apretado.
–¡No hice tal cosa! Y eres un caballero. Esto es... –Ella tiró de la cinta sin éxito;
torpemente, trató de elevarse a una posición completamente sentada. –Esto es
absurdo.

Completo el esfuerzo, Ian se recostó y estudió su trabajo. Viola sólo lo miró. El


brazo estaba lo suficientemente suelto como para moverse hacia abajo en un
ángulo recto, y la muñeca estaba estrechamente envuelta, aunque no lo suficiente
como para perder la sensación en ella. Él había atado los extremos de la cinta en
un nudo triple, sujetándola al poste hasta que quisiera soltarla. O hasta ella que
pudiera arrebatar el enredo con los dedos de la mano derecha.

Al parecer, él había pensado en eso, sin embargo, así que metió la mano en la
bolsa una vez más y sacó otra cinta, exactamente la misma longitud que la
primera.

–Ahora el otro.

Sus ojos se abrieron con furia sobresaltada. –Absolutamente no –hirvió. –Ian,


esto es ridículo. Entendí tu punto. Fuiste muy maltratado. Lo admito
completamente. Pero me niego a rendirme ante ti y simplemente permitir…

Él la interrumpió parándose de repente, quitándole las mantas de su cuerpo, y


agarrando su mano derecha tan rápido que ella ni siquiera se dio cuenta de todo lo
que estaba pasando hasta que él envolvió la cuerda de satén alrededor de su
muñeca y comenzó a atar el extremo al poste de hierro opuesto a la derecha de su
cabeza.

–Creí que estarías feliz de que éstas no sean cadenas –sostuvo con aire casual,
mientras revisaba el nudo y reforzaba la tensión en ambos antes de retroceder
para observarla.

Viola se encogió por dentro. Nunca se había sentido tan humillada y expuesta,
tan indefensa como ahora. Aparte del fino camisón de verano que
afortunadamente había podido bajar a sus tobillos, yacía sobre el colchón
completamente a su merced, atada por ambas muñecas mientras él la miraba con
ojos oscuros y atrevidos que parecían detenerse en cada curva, su mirada le
recorría el cuerpo desde los dedos de los pies hasta el pelo revuelto que se
derramaba sobre la almohada.
–Ahora vamos a hablar, Viola –murmuró, con tono casi aterciopelado mientras
se deleitaba con su poder. –Y creo que el que tú seas la prisionera esta vez ayudará
a ambos con nuestros recuerdos.

Ella se estremeció, con la boca seca, incapaz de pensar con claridad. –Estas
loco.

Él se rió entre dientes. –Eso es divertido.

–¿Gracioso? ¿Me mantendrás atada durante semanas? ¿Alimentarme con pan


y caldo? ¿Dejarme aquí hasta que muera?

Todo el humor abandonó su rostro, una vez más, se sentó a su lado, con los
brazos cruzados sobre el pecho. –Si bien creo que es verdad que únicamente una
persona demente puede secuestrar a un noble y mantenerlo encadenado a la
pared durante semanas, alimentarlo sólo con caldo contaminado y migas de pan,
nunca te lastimaría así, Viola. Y lo creas o no, me duele escuchar que sugieras que
podría hacer algo así después de todo lo que hemos compartido, bueno y malo. –
Hizo una pausa, luego se inclinó hacia delante para susurrar. –Especialmente
sabiendo que eres la madre de mi hijo.

Una extraña sensación de calidez la envolvió, junto con una buena dosis de
culpa, que sin duda él tenía la intención de restregárselo en la cara. Pero
sinceramente, no se sintió amenazada físicamente por él en este punto, solamente
aprensiva de su intención inmediata.

–Ahora –comenzó –voy a hacer preguntas, y vas a responderlas, sincera y


completamente.

Con la esperanza de que él no se diera cuenta, ella tiró suavemente de una de


las cintas para comprobar su fuerza. No se movió.

–Quiero saber –continuó, mirándola directamente a los ojos, –si te


aprovechaste de mí íntimamente, en una… manera sexual, mientras estaba
inconsciente en la mazmorra.

Su pulso comenzó a acelerarse. –Por supuesto que no. Te lo dije antes. Yo... te
limpié cuando pude, te cuidé. Eso es todo.
Su mirada oscura se entrecerró astutamente y tomó un profundo respiro y la
mantuvo fija sobre ella. –¿Qué tal cuando estuve semiconsciente o consciente de
que eras tú?

Ella tragó saliva. –No.

Un lado de su boca se elevó una fracción. –Y sin embargo, como discutimos


hoy, recuerdo haber sido acariciado por la mano de una mujer hasta que llegué al
clímax, Viola. ¿Por qué me mentirías ahora en lugar de admitirlo simplemente?

Completamente avergonzada por su lenguaje explícito, sintió que la cara se


ruborizaba de color y cerró los ojos, sacudió la cabeza en negación. –Además del
hecho de que tu memoria está nublada, Ian, me niego a hablar de algo tan privado
e inapropiado.

Por segundos no pasó nada. Y luego sintió un levísimo toque con las yemas de
sus dedos cuando le rozó lentamente el seno izquierdo cubierto de lino.

Ella jadeó completamente sorprendida; abrió los ojos de golpe. Él la miró


fijamente, su mirada ya no sólo se enfocaba en ella sino que era notablemente
intensa.

–Mi memoria puede estar nublada –respondió con voz ronca –pero
definitivamente recuerdo la mano de una mujer sobre mi cuerpo. Me gustaría
mucho pensar que era la tuya. Ahora, dime otra vez qué es lo que recuerdas.

Ella se retorció un poco, incapaz de mover su cuerpo ni siquiera por el toque.


–Ian, por favor, no...

Él la interrumpió girando la mano y rozando con los nudillos el mismo seno


con un poco más de presión, haciendo que el pezón se endureciera debajo de la
tela y dejándola sin aliento.

–¿Viola?

Ahora entendía su intención, sabía que él continuaría asaltándola


deliciosamente hasta que ella le diera toda la información que deseaba. Podía
mentir, por supuesto, o decirle lo que anhelaba oír, o podía dejar que le hiciera el
amor así, entregándose a él mientras permanecía atada a un poste de la cama en
una cabaña sin nadie cerca a kilómetros de distancia. Cinco años atrás, ella había
poseído en sus manos el poder de amarlo o liberarlo, y ahora él lo llevaba consigo.
Y él lo sabía. Este control total sobre ella, para usarla y arruinarla si así lo deseaba,
había sido su plan desde el principio.

Por fin cediendo, observándolo de cerca, murmuró. –Me suplicaste que te


tocara, Ian.

Por un momento o dos, pareció incapaz de captar el significado de sus


palabras. Luego se sentó un poco, apartó la mano de su pecho mientras sus cejas
se fruncían.

–Te supliqué.

Lo dijo como una afirmación, no como una pregunta, y por la expresión de su


rostro y el tono de su voz, supo que su respuesta inesperada no solo lo había
sorprendido por completo; también lo había dejado perplejo.

Ella suspiró. –Quizás es más exacto decir que me suplicaste que me quedara
contigo, para... reconfortarte.

–Ya veo. –Se pasó los dedos por el pelo, notablemente incómodo. –¿Y tú
simplemente te ocupaste mis necesidades físicas a mi pedido?

¿Por qué lo hacía sonar tan desagradable? Irritada, ella respondió. –No fue así.
No fue vulgar, o... inmoral cuidarte, y al principio no había nada de carnal en ello.
Estabas solo y asustado. Tú... estabas... –Hizo una pausa, se mordió el labio
inferior. –¿Realmente no puedes recordar nada de esto?

Negó con la cabeza minuciosamente. –No todos los detalles. Probablemente


solamente lo suficiente como para saber si estás mintiendo.

Aunque no tuvo más remedio que creerle, le picaba la nariz, y de repente lo


maldijo por ser un asno autoritario y ponerla en una situación tan poco femenina.

–Realmente no hay más detalles que contar, Ian –continuó, exasperada. –


Estabas desesperado. Habías estado allí por unos días, a veces consciente, a veces
no. Te bañé, me acosté a tu lado, te calenté en ocasiones cuando estuviste
especialmente frío, te abracé cuando necesitaste a alguien cercano y me lo
pediste. Eventualmente, una cosa llevó a la otra, y en algún momento, mientras yo
estaba a tu lado, tú… tú te...

–¿Me excité?
El calor la sofocó, pero resistió el impulso de apartar la mirada de la severidad
de la suya. –Me pediste que te ayudara a aliviar tú... incomodidad, luego cuando
dudé, tomaste mi mano y... eso… simplemente sucedió…

Él levantó las cejas y casi sonrió. Casi. –Eso es muy dulce, Viola.

Ella se retorció de nuevo. –Sí, bueno, ahora sabes los detalles, así que déjame
ir. Por favor. Mantenerme atada así es absolutamente ridículo. Un
comportamiento verdaderamente horrible para un caballero.

Ignoró su demanda. –¿Disfrutaste la intimidad también?

Ella había temido que él le preguntaría algo así. Con un valiente levantamiento
de barbilla, respondió con naturalidad. –Lo estaba cuidando, su gracia. No quería
que se sintiera miserable, y no quería que muriera. Lo consideré más un deber.

Él estalló en carcajadas.

Ella quería esconderse debajo de las mantas. –Por favor, desátame y vete.
Mejor aún, solo llévame a casa.

–Oh, no en tu vida, cariño –dijo entre risas. –Recién estamos comenzando.

–Dios, no hay nada más que decir –insistió con los dientes apretados.

Su risa se desvaneció mientras continuaba estudiándola. Finalmente, dijo


sombríamente. –Eres una joya, ¿verdad?

Ella puso la cabeza de nuevo sobre la almohada, una ola de melancolía la


recorrió. –Una joya sin pulir es sólo otra roca.

Durante varios segundos no dijo nada, luego preguntó. –¿Dónde oíste eso?

–De mi madre –respondió sin pausa. –Recordándonos siempre que mis


hermanas y yo no nacimos damas y por eso tuvimos que infiltrarnos en la
sociedad, aprender sus secretos y pretender ser una. –Sonrió, mirando una de las
cintas, luego a la pared de la cabaña. Con voz rebosante de frustración, añadió
sarcásticamente. –Y a pesar de todos mis esfuerzos por complacerla, solo mira
dónde estoy ahora. Realmente estaría horrorizada.

Exhalando un rápido aliento, él se inclinó para capturar su mirada con la suya.


–En realidad, si hay algo que admiro mucho de ti, Viola, es que estás muy pulida.
Bellamente. Cada vez que te miro no veo una piedra sino un rubí, un diamante o
una esmeralda. Brillante, encantadora, sofisticada. Has logrado convertirte en una
dama de una señorita del campo, una hazaña que no se logra fácilmente. –Con
cuidado, colocó una mano sobre su estómago y le acarició las costillas con el
pulgar. –Eres una de las mujeres más impresionantes que he conocido, y me
atrevo a decir que no fue algo que aprendiste y estás pretendiendo ser. Es quien
eres.

El tono de su voz la embelesó, derritiéndola por dentro, haciéndola sentir, al


menos por el momento, como una mujer hermosa y deseable. Y no importaba
cuánto pueda despreciarla como persona, con respecto a esto, él hablaba en serio.
Ella lo sabía instintivamente.

–Ahora –casi susurró, –Quiero que me digas si disfrutaste la caricia íntima


como yo lo hice.

Ella vaciló. –Ian, no quiero hablar de...

Él la interrumpió levantando la mano de su estómago al seno, cerrándola


sobre ella suavemente, inmóvil.

Ella contuvo el aliento; sus ojos se agrandaron.

–¿Me decías?

–Yo… no sabía.

–¿No lo sabías?

–En ese momento. –Se lamió los labios. –No sabía lo que estaba sucediendo o
qué hacer.

–Porque eras virgen.

Ella asintió con la cabeza.

Él hizo una pausa y luego, muy suavemente, le pasó un pulgar sobre el pezón,
de un lado a otro, y un repentino y pesado calor convergió entre sus piernas. La
vergüenza la inundó, pero no pudo mirar hacia otro lado.

–¿Te enseñé algo? –preguntó con voz ronca, segundos después.


–Tú... me enseñaste –respondió ella. –Yo… yo solo te abracé y tú hiciste la
mayoría de... del movimiento.

–Ya veo.

Sus ojos se habían oscurecido y su respiración se había acelerado mientras la


escuchaba, mientras continuaba acariciándola ligeramente. Él se estaba excitando
tanto como ella, y aunque se sentía delicioso, también la asustaba.

–¿Cuántas veces sucedió eso? –continuó.

–Yo no…

Él bajó la parte superior de su camisón, expuso seno pecho completo, y lo


cubrió con la cálida mano.

Con los ojos muy abiertos y una alarma creciente, murmuró. –Creo que tres
veces. Ian, por favor.

–¿Por favor qué?

Ella tragó saliva. –Por favor, no me lastimes…

Su expresión se volvió grave, preguntó con un timbre ronco. –¿Esto duele?

Ella parpadeó, confundida. –No...

Él sonrió vagamente. –Entonces puedes estar segura de que no voy a


lastimarte, Viola.

Ella no dijo nada, sólo intentó en vano apartarse de él. Continuó mirándola
intensamente mientras sus dedos comenzaban a acariciarla lentamente por el
pecho, rozando el pezón en débiles y pequeños círculos. En cuestión de segundos,
ella apenas podía respirar.

–¿Te lo supliqué las tres veces?

Ella comenzaba a encontrar muy difícil entenderlo. –¿Q…qué?

–¿Te supliqué que me acariciaras las tres veces, o tomaste la iniciativa en


alguna ocasión?

Ella no podía recordar. De verdad. –No lo sé, Ian. No lo sé. Honestamente.


Él bruscamente removió la mano, y un pequeño gemido escapó de su
garganta.

–Ahora, hablemos de esa pintura.

Nerviosa, ella bajó la vista para darse cuenta de que la había dejado expuesta.
–¿Podrías por favor ofrecerme un poco de decencia y levantar el camisón?

Bajó la mirada. –No lo creo. –Luego, con dedos muy rápidos, haló la parte
superior del camisón para exponer el otro. –Tienes hermosos pechos, Viola. –
Segundos después, se inclinó y besó el espacio entre ellos, acariciándole el escote.

Ella gimió. –Dios, Ian, por favor deja esto. Por favor.

Él levantó la cabeza un poco y levantó la vista. –Entonces cuéntame sobre esa


pintura.

–¿Qué…? –jadeó ella. –¿Qué quieres saber?

Sin pausa, él preguntó, –¿Éramos tú y yo, juntos?

–No –afirmó enfáticamente.

Él le pasó la lengua encontró el pezón, casi sacudiéndola del colchón.


Obviamente, no le creyó.

–Fue una fantasía –susurró.

Segundos después, levantó la cabeza una vez más y la miró. –¿Nunca hicimos
el amor así?

–No, lo juro.

La observó de cerca, tratando de descifrar si ella le decía la verdad. Luego


preguntó en voz baja. –¿Fue algo que nos imaginaste haciendo?

Ella vaciló, y justo cuando sintió que su mano comenzaba a levantarle el


camisón sobre los tobillos, admitió. –Era mi sueño, Ian, sí. Yo quería estar contigo
así. Pero fue hace mucho tiempo, cuando era joven e ingenua.

Él sonrió. –La pintura ciertamente no representa la de un artista ingenuo.

Ella miró al techo.


–Entonces –continuó él –si no hicimos el amor en esa... posición en particular,
¿cómo lo hicimos?

Ella no respondió.

Él suspiró. –Viola, ambos sabemos que tu hijo también es mío. ¿Cómo fue
concebido?

Ella cerró los ojos. –Él no es tu hijo.

Durante mucho tiempo, al parecer, él permaneció inmóvil y silencioso junto a


ella. Podía sentir su mirada sobre ella, como si estuviera tratando de penetrar su
mente, tal vez tratando de decidir si él debería continuar este ridículo juego o
liberarla sabiendo que nunca conseguiría que divulgara sus secretos. Y entonces,
justo cuando estaba a punto de sugerir una tregua, sintió que sus dedos le tiraban
del dobladillo del camisón mientras lentamente comenzaba a levantarlo.

Ella levantó los párpados; la boca se le secó mientras lo miraba a los ojos una
vez más, testigo de un desafío que nunca antes había visto en él.

–Como te niegas a decirme la verdad, y mucho menos los detalles –murmuró


–parece que tendré que intentar recordarlo yo mismo.

–No hay nada que recordar –dijo, intentando ser racional.

Él la ignoró, continuaba levantando la suave ropa más allá de sus pantorrillas,


sus rodillas.

–Por favor, no hagas esto, Ian –susurró, aunque sabía que las palabras
sonaban más como una adecuación forzada y propia de una dama que una
suplicante desesperación.

Él nunca apartó la vista de ella, aunque hizo una pausa en sus movimientos
cuando los dedos llegaron a sus muslos. –Entonces dime honestamente, ¿te
enseñé pasión, Viola? ¿Te toqué como me tocaste?

Realmente no creía que importara ahora si mentía o no. –Sí.

El más ligero destello de sorpresa cruzó sus facciones. –¿Me lo suplicaste?

El calor fluyó por sus venas mientras sacudía la cabeza. –No. Yo… yo no sabía.

–¿No lo sabías?
Durante unos segundos ella no dijo nada, y luego sintió nuevamente las
puntas de sus dedos trazando una línea de tiernos círculos en su muslo. –No sabía
qué esperar. No sabía nada.

Él respiró profundamente. –Ya veo. ¿No sabías lo que era un orgasmo?

Cerrando los ojos, susurró. –No puedo hablar de esto.

Él continuó acariciándola. Luego, con una voz suave y aterciopelada, preguntó.


–¿Te di tu primer orgasmo, Viola? ¿Te hice acabar?

Ella sacudió la cabeza.

–¿No fui capaz de darte placer?

Él sonaba casi incrédulo. Con una creciente sensación de culpa, vergüenza y


desesperación, dijo. –No recuerdo, Ian, fue hace tanto tiempo...

Su risa la interrumpió. –Estás mintiendo otra vez, mi querida Lady Cheshire.


Puede que no sea el mejor amante del mundo, pero no soy un inepto, incluso
cuando estoy físicamente impedido, como lo estaba entonces. Y si te hiciera llegar
al clímax, lo recordarías.

Ella gimió cuando de repente lo sintió empujar los dedos hacia arriba y debajo
de su camisón para que rozaran sus íntimos rizos. Ahora expuesta casi a las
caderas, instintivamente cruzó las piernas.

–Eso no funcionará –dijo. Usando ambas manos, presionó entre las rodillas,
las separó con poco esfuerzo, se inclinó sobre una pierna y apoyó su cuerpo entre
ellas, apoyado sobre el codo, para mantenerla abierta de par en par a su vista. –
Dios, esta es una vista encantadora. Podría quedarme aquí y mirar esto todo el día.

Quería llorar, gritar, desconcertada de por qué un hombre querría mirar las
partes íntimas de una dama por cualquier período de tiempo, y completamente
incapaz de decir si estaba bromeando o en serio o simplemente tratando de
torturarla con mortificación continua. Pero, sobre todo, deseaba
desesperadamente que él se inclinara hacia delante cinco pulgadas y la besara allí.

–¿Su objetivo es humillarme por completo? –se las arregló para susurrar a
medida que cada momento que pasaba bajo su escrutinio se volvía cada vez más
intolerable. –Porque está haciendo un trabajo estupendo, su gracia.
Como el silencio continuó, ella levantó los párpados valientemente para
encontrarlo mirándola, con los ojos entrecerrados y enfocados intensamente en su
rostro.

–Puedo oler tu aroma, Viola.

Ella se calmó internamente. No fue como si esas palabras la sorprendieran


más que las demás, sino que su tono había cambiado tan abruptamente, se había
alterado de manera tan dramática en intensidad, que se dio cuenta de que él
repentinamente había recordado algo íntimo sobre ella y su tiempo en la
mazmorra. Con los nervios ardiendo, se lamió los labios y no dijo nada.

Y luego sintió el dedo, un dedo sobre ella, cepillando tiernamente los rizos,
como si estuviera tratando de descubrir un tesoro debajo de los pliegues. Inhaló
bruscamente cuando se quedó sin aliento, pero no podía dejar de mirarlo.

–Responde mi pregunta –dijo, con voz baja y áspera.

Ella no podía recordar la pregunta en absoluto. –No puedo... pensar, Ian.

Su mandíbula se crispó. –¿Te complací? –preguntó de nuevo, todavía


burlándose de ella íntimamente con el dedo.

–Dios, ¿por qué estás haciendo esto? –preguntó en un gemido.

Su toque se volvió más audaz a medida que se acercaba. –Te estás poniendo
tan húmeda ahora –dijo. –Dime lo que quiero saber y me detendré.

¡Ella no quería que se detuviera! Pero ella no podía moverse en absoluto, no


podía resistir, no podía desafiarlo. Cerrando los ojos una vez más, volvió la cabeza
hacia un lado. –Sí.

Haciendo una pausa, él se retiró un poco. –¿Sí? ¿Te hice venir?

–Sí.

Se le escapó un suave gemido, y no pudo entender si él estaba perturbado,


por alguna razón le perturbaba la revelación o si se sentía triunfante como
hombre. Pero ella no se atrevió a mirarlo.

–Por favor, vete, Ian.

–No.
Dijo la palabra tan suavemente que ella casi no la escuchó. Y luego sintió su
dedo deslizarse arriba y abajo de ella íntimamente otra vez, luego dos, luego tres
dedos.

Él comenzó a acariciarla lentamente. Ella gimió, sacudió la cabeza y cerró los


ojos. –Ian... no…

–Tengo otra pregunta –susurró, inclinándose para rozar los labios contra su
muslo.

Ella se estremeció.

–Cuando te tocas ahora, así, ¿piensas en mí?

Ella tiró de las cintas, gimió ligeramente, intentó levantar las caderas para
apartarlo, incluso cuando sabía que él la había inmovilizado tan bien debajo de él
que el acto era infructuoso.

–¿Viola?

La tensión comenzó a enrollarse dentro. Su respiración y su pulso se


aceleraron. Finalmente, ella levantó los párpados lo suficiente como para
encontrarlo mirándola a la cara, su mirada concentrada, grave.

–¿Alguna vez piensas en mí haciéndote el amor? –preguntó en un profundo


susurro. –¿Miras tus cuadros y te tocas pensando en mí?

No podía creer que él le estuviera preguntando esto, acariciándola


íntimamente, mirándola mientras la llevaba a las alturas de la felicidad con un
propósito tan ferviente que ella podía verlo en su expresión, sentir que irradiaba
de él. De repente, se hizo evidente cuán desesperadamente la deseaba. Entonces y
ahora.

–Siempre –respiró –y solamente contigo…

Él no había esperado eso. Por una fracción de segundo dudó, sus facciones se
aflojaron cuando una genuina sorpresa cruzó su rostro. Luego tragó saliva y miró
hacia donde sus dedos la acariciaban.

Y sin previo aviso o expectativa, sintió sus labios sobre ella, luego sobre la
lengua, y suavemente gritó con exquisito deleite. Él ignoró su conmoción, su
sorpresa sin aliento mientras separaba sus rodillas para darle un mejor acceso.
Al encontrar su ritmo, comenzó a acariciarla, a hacerle el amor con la boca, y
ella cedió al placer, alzando las caderas para cumplir cada uno de sus movimientos.
Tardó sólo unos segundos para que la tensión volviera a elevarse a deliciosas
alturas. Ella agarró las cintas con sus manos, gimió cuando él la acercó al borde, y
justo cuando sintió su dedo deslizarse dentro de ella, la presión estalló en su
interior.

Ella se arqueó hacia atrás, gimiendo, sintiendo cada poderoso impulso al


recorrerla. Él continuó su glorioso asalto durante varios segundos hasta que sintió
que ella comenzaba a relajarse, oyó que su respiración era lenta. Finalmente él se
apartó y se sentó un poco. Se limpió la boca en la sábana y miró su cara
enrojecida.

–Eres muy hermosa, Viola –dijo contemplativamente.

Con los sentidos volviendo, de repente se sintió expuesta, abrumada,


avergonzada. Cerró los ojos y giró la cabeza otra vez, sin tener idea de qué decir.

–Dime lo que pasó. Dime que es mi hijo.

Su voz permanecía tranquila, pero bajo la valentía masculina, ella pudo sentir
su frustración, su anhelo y un poco de resentimiento. Le tomó todo lo que estaba
dentro de ella para no dejar escapar la verdad.

–¿Supongo que quieres tomarme ahora, atada y a tu antojo? –preguntó sin


mirarlo.

Después de varios segundos de silencio forzado, lo escuchó alcanzar la bolsa.


Abrió los ojos para ver cómo sacaba un cuchillo de seis pulgadas. Rápidamente, se
inclinó sobre ella y cortó ambas cintas a la mitad.

–Duerma bien, señora –dijo.

Con eso, juntó sus cosas y dejó la cabaña sin dar otra mirada en su dirección,
encerrándola una vez más, sola, únicamente con sus pensamientos.
Capítulo 17

Hoy fue el fin de mi inocencia, en todos los sentidos. Fue un fin que él buscó,
pero al cual yo me rendí, con compasión y deseo y amor en mi corazón, y ahora
que acabó, no tengo arrepentimientos, sólo recuerdos que durarán toda la vida...

Ian recorría el piso de su estudio, demasiado ansioso para dormir, incapaz de


concentrarse en otra cosa que no fuese ella y la miserable posición en la que se
había metido cuando decidió burlarse de ella, saborearla, luego dejarla en lugar de
salirse con la suya con su delicioso cuerpo y aliviando la tensión sexual que se
había ido acumulando dentro de él desde que Fairbourne se la había presentado
hace semanas como la bella y sensual Lady Cheshire. Ahora, después de horas
tratando de racionalizarlo todo, se sentía aún más confundido por su
comportamiento hacia ella, y enojado por negar sus propias necesidades por el
bien de... ¿qué? ¿Su honor? ¿El de ella? Qué maldita burla.

No podía sacársela de la mente. Su aroma se le quedó en la piel, el sonido de


su clímax sin aliento le suavizó e irritó los sentidos al mismo tiempo, haciendo que
le doliera más la cabeza que la media botella de whisky que había bebido desde
que la había dejado. Y todo eso revolvió su memoria olvidada, convirtiendo su
cerebro usualmente práctico e inteligente en un charco fangoso de aguda
distracción y leve desconcierto.

Hacer el amor con ella no había sido su objetivo principal cuando había ido a
la cabaña para enfrentarla, con sus cintas a cuestas. Simplemente había querido
meterle un poco de miedo, demostrar su poder sobre ella, dejar que
experimentara cómo se sentía ser restringido y a merced de los demás. Y sin duda
habría logrado su objetivo. Su plan había funcionado perfectamente, al menos al
principio. Usar el toque sexualmente sugestivo había sido muy bueno, un bono
añadido de la manipulación, su intención de llevarla tan lejos que mendigaría la
liberación, momento en el que la dejaría con su propia frustración y reflexiones.
Nunca había sido su intención excitarla hasta el clímax… hasta que él se sentó allí e
hizo que su cuerpo cobrara vida con su toque, sintió su humedad, la olió, la probó
y experimentó la palpitante medida de su propio deseo. Eso unido al conocimiento
de que una vez habían estado juntos íntimamente, y de repente él no quiso nada
más que darle el máximo placer físico y verla disfrutarlo.

Le habría hecho el amor toda la noche, también, tomando todo su tiempo


dentro de ella, de no haber sonado tan práctica y no afectada por él a raíz de su
atención, esperando ser utilizada como si la hubiera recogido por un precio en los
muelles. Por otra parte, tal vez ella tenía razón, ya que ambos sabían que
inicialmente la había traído a Stamford para obtener respuestas y hacerla suya sin
su consentimiento. Simplemente, ya no sabía qué hacer con la encantadora,
obstinada y deseable Lady Cheshire, que sin duda alguna era la razón por la que se
encontraba solo y bebiendo whisky insatisfactorio en su estudio en mitad de la
noche en lugar de estar sexualmente saciado y durmiendo pacíficamente en los
brazos de ella.

Sin embargo, fue su reacción hacia ella lo que más le mordió. Es cierto que
necesitaba una mujer, pero no estaba tan desesperado como para tener que
perderse con esta mujer en particular como si hubiera estado enjaulado durante
cinco años sin ningún tipo de diversión por el sexo gentil. Y por su vida, no podía
entender por qué ella, entre todas las damas de la tierra, tenía que ser la que
captara sus pensamientos y atrajera su lujuria tan completamente como si ninguna
otra lo hiciera, o siquiera existiera. Sabía que no la despreciaba como una vez
pensó que lo hacía. No podía despreciar a una mujer y, al mismo tiempo, admirar
sus encantos y querer estar con ella físicamente. Francamente, no tenía idea en lo
absoluto de lo que sentía por ella aparte de la total confusión.

Ni siquiera podía decir ya, que quería arruinarla, lo cual, en sí mismo, lo


desconcertaba. Arruinarla había perdido todo significado, supuso, en el momento
en que descubrió que la cara del retrato del hijo de ella era su propia imagen
especular. Destruirla a ella significaba destruir a su hijo, y la verdad es que no
estaba en él hacer ninguna de las dos cosas. Por un momento fugaz, el matrimonio
le cruzó la mente, pero rápidamente desapareció. Probablemente nunca estaría de
acuerdo, especialmente después de que él le dijera que preferiría verla morir en
prisión que darle su apellido; ella no necesitaba su dinero ni su título, y se ofendió
por completo. Además, él había vivido su vida estos últimos años sabiendo que
tenía que casarse bien, necesitaba casarse con una noble de línea pura. Era un
bastardo y conocer esa verdad de adulto sólo había solidificado lo que esperaba
para su futuro. Casarse con una mujer común, independientemente del título con
el que ella se había casado una vez, le recordaría todos los días la mentira que vivía
y quería más para sus hijos legítimos. ¿Pero qué hay del chico? ¿Qué debería o
podría hacer… qué quería hacer él… acerca de su hijo bastardo? ¿Especialmente
cuando ella todavía no admitía que era suyo?

Jesús, qué maldito desastre.

Ian dejó de caminar frente a su escritorio, tomó un trago largo y completo de


su botella, luego, entrecerrando los ojos, miró el reloj sobre la repisa de la
chimenea. Pensó que decía casi las tres, pero era difícil de decir. Demasiado
whisky y poca luz. Él maldijo en voz alta y se restregó una palma en la cara.

En este punto, lo único que sabía con certeza era que estaba cada vez más
cansado de los juegos. Cansado de tratar de forzar la verdad de ella. Cansado de
no entender por qué sus propios sentimientos de repente no parecían para nada
racionales. Él quería respuestas, y más que nada, en este momento, la deseaba.

Siempre, y sólo contigo...

Ian gimió y colocó lo que quedaba del whisky en el escritorio. Luego se pasó
los dedos por el pelo y abandonó el estudio… confiado, nervioso con un deseo
renovado y listo para pelear.

–Despierta, Viola.

Se removió, insegura de si sólo estaba soñando que oyó su voz, sintió su


presencia, hasta que parpadeó y vio su rostro ensombrecido. Estaba parado frente
a ella, sosteniendo una lámpara tenuemente iluminada mientras se alzaba sobre el
catre.

–¿Por qué estás aquí? –murmuró, sentándose un poco, quitándose mechones


de cabello de la frente y mejillas. –¿Qué hora es?

–Alrededor de las tres y media –dijo con indiferencia. Apartándose, caminó


hacia la estufa, colocó la lámpara sobre la superficie fría, luego se volvió y la miró
directamente. –No pude dormir después de nuestro último... encuentro, aunque
veo que no tuviste problemas.
Eso la puso nerviosa un poco. No podía leer su estado de ánimo, sobre todo
porque la había despertado de un sueño profundo y aún tenía que alertarse un
poco.

–Si recuerda, su gracia –dijo bostezando –me dijo que durmiera bien cuando
se fue. Simplemente estaba contenta de hacer lo que me pidió, ¿entonces está
tratando de acecharme incluso mis sueños?

En un tono bajo y áspero, sostuvo. –Eso espero, Viola, ya que has logrado
acechar mis sueños durante cinco largos años.

Ella lo había dicho bromeando un poco, pero él se mantuvo sombrío,


aparentemente listo para continuar una discusión sobre su pasado. Eso significaba
que probablemente había regresado para discutir. Pero, ¿por qué ahora? Ella lo
miró con franqueza por un momento o dos, notando su cuerpo tenso y su cabello
revuelto. Todavía llevaba el mismo pantalón oscuro y camisa de lino informal, pero
ahora ambos estaban arrugados, con las mangas sueltas y levantadas hasta los
codos, el cuello desabrochado para mostrar un mechón de pelo. Parecía bastante
preocupado por algo, y aunque su mirada nunca se apartó de la de ella, en una
repentina explicación de todo, se tambaleó cuando alzó la mano para frotarse la
nuca.

–¿Estás borracho, Ian?

Él le dio una media sonrisa. –Realmente no. Solamente lo suficientemente


insensible como para hacerme reflexionar sobre cuán solitaria puede ser la vida
solo.

Ella soltó un bufido y puso los ojos en blanco. –Si eso realmente tiene sentido
para ti, entonces estás bastante borracho.

–Debería pensar –comentó en voz baja –que tú, entre todas las personas,
entenderías cuánta soledad se puede sentir sin emborracharse en absoluto.

Ella sintió desplomarse cuando esa declaración alcanzó su objetivo.


Dependiendo de cuánto licor había consumido, esta conversación podría picar
amargamente. Pero si quería pelear, ella suponía que no podría detenerlo, y
probablemente sería mejor enfrentarse a él en lugar de acobardarse. Segundos
después, ella empujó las mantas hasta los tobillos y se puso de pie para mirarlo sin
miedo, con las manos en las caderas.
–Así que ve al grano. ¿Por qué estás aquí? –preguntó de nuevo, con tono
firme a causa de su creciente irritación.

Inmediatamente, los ojos de él brillaron con una evidente hambre sexual. Su


mirada descendió lentamente y luego hacia arriba a lo largo de su cuerpo,
haciéndola que de repente deseara no haber abandonado el catre.

–Realmente debería ser ilegal –dijo arrastrando las palabras –que una dama
que luzca como tú, vestida casi con nada, se pare delante de un hombre que no se
ha acostado con nadie en años.

Ella titubeó, sintiendo que el pulso comenzaba a acelerarse. Cruzando los


brazos sobre los pechos, se movió de un pie al otro cuando la verdadera razón de
su regreso inesperado comenzó a ocurrírsele y se dio cuenta de lo expuesta que
estaba realmente.

–Así que, eso es todo –afirmó rotundamente, levantando la barbilla con


fingida confianza. –Has venido a acostarte conmigo ahora, para tomarme en el
momento de tu elección, pillándome desprevenida porque estaba durmiendo,
probando algún tipo de control completo al despertarme para eso.

Él sonrió. –¿Por qué asumirías que lo único que quiero de ti ahora es


acostarme contigo?

Tratarla como a un idiota la irritaba aún más. –¿Porque no hay nada más que
hacer aquí? –respondió sarcásticamente. –¿Por la forma en que me estás
mirando? –hizo una pausa, y luego agregó. –Es lo que quieres, ¿no? ¿O regresaste
por más té?

–Regresé para estar contigo.

Esa declaración susurrada con voz ronca la sacudió por completo. No era
propio de él ser tan evasivo y decir algo de una manera tan íntima como la que un
amante podría usar. Ella solamente podía echarle la culpa a la bebida. –¿Estar
conmigo?

Sacudió la cabeza. –Viola, estás haciendo esto muy difícil…

–¿Estoy haciendo difícil qué? –interrumpió, incrédula de que él la acusara de


cualquier cosa en este momento, especialmente cuando él era el que no tenía
ningún sentido. –No puedes esperar que crea que volviste a charlar sobre el clima
cálido del verano, o para ir a pescar contigo al amanecer. –Ella sacudió la cabeza
lentamente, finalmente entendió su táctica nocturna. –No, su gracia. Volvió a
molestarme, a regodearse en su poder sobre mi capacidad de descansar al
despertarme, a enorgullecerse del hecho de que estoy encerrada bajo sus
órdenes, y luego a usar mi cuerpo para satisfacer su deseo carnal, la primera de
muchas veces en que puede sentir la necesidad de seducirme a su antojo hasta
que se canse de mí y decida enviarme a casa. ¿Estoy en lo cierto?

Aparentemente tocó un nervio cuando deliberadamente tocó cada uno de sus


motivos. Sus ojos se volvieron tormentosos y su mandíbula se endureció mientras
apretaba los labios.

–¿Por qué lo haces sonar tan ofensivo? –preguntó con la voz tensa. –¿Como si
todo lo que quiero de ti es que te acuestes allí como una muñeca de trapo
mientras te uso para algún tipo de liberación física desapasionada?

Con la espalda rígida y los hombros rectos, ella decidió en ese momento dejar
sus sentimientos al descubierto; no tenía nada que perder.

–Porque, Ian –reveló casi en un susurro, su tono se desbordaba de emoción


cruda –en el corazón de todo entre nosotros sólo hay dolor y pena,
arrepentimiento y, para ti, venganza. No somos amantes y creo que sabes que no
soy el tipo de mujer que necesita o quiere convertirse en la amante de ningún
hombre. Puedes desearme, pero eso únicamente es lujuria masculina. Ambos
sabemos que lo último que quieres hacer es hacerme el amor lento, apasionado y
significativo. No me trajiste aquí para ese propósito y no soy tan ingenua como
para esperarlo de ti.

Durante unos segundos, pareció aturdido, tal vez incluso consternado por su
candor mientras la miraba una y otra vez. Entonces, de repente, sus facciones se
endurecieron cuando el aire a su alrededor se cargó con una estática que
definitivamente podía sentir.

–Cielos, eso es... toda una deducción –enunció en un susurro grueso y frío. –
Una reflexión notable teniendo en cuenta tú aparente falta de entendimiento.

¿Falta de entendimiento? Ella frunció el ceño levemente, la incertidumbre


crecía con su brusco giro de enfoque y cambio de humor. Aún así, ella se negó a
acobardarse ante él. –No soy una idiota, Ian.
Él sonrió. –Pero eres ingenua si crees que la única razón por la que estás aquí
es por una cópula desapasionada.

–Oh, sé que es más que eso –respondió ella en defensa rápida. –También se
trata de control y humillación.

–Estás completamente equivocada si piensas que tu cautiverio es sobre mi


satisfacción y necesidad de venganza. –Sacudió la cabeza lentamente, su boca se
curvó con amargo desprecio. –Esto no se trata de mí, se trata de ti.

–Estás hablando con acertijos –dijo, mirándolo con atención mientras su pulso
comenzaba a acelerarse. –Vuelve a la casa, a tu bebida, y déjame en paz.

Con un propósito renovado, comenzó a caminar hacia ella, toda embriaguez


aparente había desaparecido, reemplazada por determinación.

–Realmente no sabes por qué te traje aquí, ¿verdad? –preguntó, con un tono
ahora helado, controlado.

Una oleada de inquietud la envolvió y muy sutilmente comenzó a alejarse de


su cuerpo que se acercaba lentamente. Estaba intentando confundirla, tomarla
desprevenida, pero su intención final permanecía incierto.

–Respóndeme, Viola –susurró.

Exasperada, desconcertada, enojada, ella abrió los brazos de par en par. –No
sé lo que estás preguntando, qué esperas que diga.

Él no respondió de inmediato. En cambio, continuó cerrando el espacio entre


ellos hasta que se paró directamente enfrente, elevándose sobre ella, con los ojos
entrecerrados y la mandíbula tensa, los hombros encogidos involuntariamente, los
cuales le apretaban la camisa de lino alrededor de los músculos del pecho y
brazos. Ella tragó saliva, sostuvo su mirada, apenas podía respirar cuando se dio
cuenta de que la había acorralado contra la pared, arrinconándola al lado del
catre.

–Crees que sabes lo que experimenté hace cinco años –murmuró, con voz baja
y rebosante de dolor. –Piensas que porque todavía sientes algún tipo de empatía,
un poco de culpa por lo que tu familia causó, entiendes. Pero la culpa no es como
la impotencia, Viola, como la desesperanza. La culpa no es para nada como el
terror.
Ella se encogió internamente mientras comenzaba a comprender que él tenía
toda la intención de hacerle sentir su dolor, un dolor de corazón que ella haría
cualquier cosa para evitar. No sabía la profundidad de sus sentimientos hacia él,
cómo el recuerdo de esa época había afectado su vida entera, cómo todos los que
amaban al atormentado experimentaban el terror.

–Nunca has experimentado las pesadillas que aún me persiguen –continuó –la
ansiedad que me envuelve todavía cuando cae la noche y estoy solo en silencio
con recuerdos que parecen ser del día anterior. No despiertas en medio de la
noche, inundada por el pánico, llena de una rabia que no puedes ignorar ni
explicar porque todos los días recuerdas la ocasión en que fuiste violada por un
demonio no visto...

–Detente, Ian –suplicó en un susurro, presionando las manos contra su pecho


mientras intentaba alejarlo.

En cambio, él se movió más cerca, rozando todo su cuerpo contra el de ella.


Totalmente a su merced, podía oler el leve rastro de whisky y el embriagador
almizcle masculino, podía sentir el calor de su cuerpo emanar de cada músculo
apretado mientras él la dominaba con su fuerza, mientras su pecho le rozaba los
senos y el calor de su aliento le acariciaba la mejilla y la mandíbula mientras ella
volvía la cabeza en un intento de evitarlo.

–Quiero que sientas mi miedo, Viola –mantuvo implacablemente. –Quiero que


sientas mi impotencia, que experimentes el terror absoluto de no tener todo lo
que eres como una persona de dignidad.

–Lo siento…

–No quiero que sientas lástima por mí –hirvió con los dientes apretados. –
Quiero que sepas lo que experimenté, que conozcas la profundidad de mi ira. –En
un repentino estallido de angustia, golpeó la pared con el puño a su lado. –¡Quiero
que sientas lo que yo sentí!

Las lágrimas llenaron los ojos de ella. Comenzó a temblar, luchando contra él
en un vano intento de separarse de sus garras. Él no la dejaba moverse. En cambio,
la agarró de la mandíbula con la palma de la mano, obligándola a verlo a la cara, a
mirarlo.
–Soy un hombre y, hasta hace cinco años, vivía la vida de alguien con derecho,
un Lord respetado y heredero de un condado. Y luego, dos chicas comunes de
campo lograron burlarme, drogarme, encadenarme y, al hacerlo, robar mi
virilidad...

–Eso no es verdad –susurró.

–Tus hermanas me vejaron, Viola. Ya sea física o sólo en lo profundo de mi


mente, me violaron. Y durante ese tiempo de horror, viniste y tomaste mi semilla
sin mi consentimiento o completa conciencia...

–Por favor, Ian, detente –suplicó, las lágrimas rodaban por sus mejillas
mientras cerraba los ojos. –No sucedió de esa manera…

–¡Pasó de esa manera para mí!

Ella sacudió la cabeza ferozmente, aunque él continuó sosteniéndola


firmemente bajo su control. Y luego, para gran asombro, él empujó sus caderas
contra las de ella, obligándola a notar su rígida erección mientras la apretaba
contra su vientre. Ella gimió mientras un repentino calor la inundaba, mientras su
respiración se aceleraba y sus piernas se debilitaban debajo de ella.

–Te busqué para arruinarte, para hacerte sufrir como yo –dijo, con la voz
ahogada por la emoción. –Pero volverte a encontrar me ha desorientado,
despertado mis pasiones, me ha vuelto loco con una necesidad que no entiendo. –
Inclinándose, le susurró al oído –¿Puedes sentir lo que me haces, cariño? ¿Puedes
entender ahora mi confusión, mi humillación e indignación cuando tú, una de las
mujeres que me robó mi virilidad, continúa excitándome así?

Abruptamente, antes de que ella pudiera pronunciar una respuesta, él soltó su


mandíbula y se pasó los dedos de ambas manos por el pelo, inmovilizándola contra
la pared.

–Siempre es parte de mí ahora –dijo él mientras frotaba la punta de la nariz a


lo largo de su oreja y su sien, su voz una mezcla ronca de ira, frustración y ardiente
deseo. –Y lo que más me enfurece es que en cinco largos años eres la única mujer
que me atormenta, despierto y dormido. Eres la única mujer con quien quiero
satisfacer mi lujuria. ¿Puedes imaginar algo más absurdo? –se rió entre dientes
con disgusto. –Eres el demonio de mis pesadillas, Viola, y sin embargo, mi mayor
error personal es que no me atrevo a odiarte. Y cuando te toco así, te tengo cerca
de mí así, casi desnuda y toda para mí... –Él colocó el rostro en el hueco de su
cuello e inhaló profundamente, luego deslizó la lengua por un lado de su garganta.
–Cuando puedo saborearte, oler y sentirte así, me temo que nunca podré
deshacerme de ti, que seguirás atormentándome noche tras noche para siempre.

Gimiendo suavemente, ella empujó sus caderas contra las de él. –Por favor…

–Por favor, ¿qué? –murmuró en su oído. –¿Dejarte ir? ¿O llevarte aquí, así
rápido y caliente, y satisfacernos a los dos?

–Ian… –Ella jadeó cuando él llevó una mano hacia abajo y pellizcó su pezón,
luego pasó el pulgar por encima.

–De todos modos, sólo es simple lujuria entre nosotros –comentó con
amargura, los labios le rozaron su mandíbula. –Dijiste que no querías o esperabas
un amor apasionado y significativo de mí, pero puedo tomarte tal como lo hiciste
conmigo hace cinco años, satisfacer tu deseo, asegurarme de que lo disfrutes. –
Presionó su erección contra ella de nuevo, suavemente mordió su lóbulo de oreja.
–¿Es eso lo que quieres, Viola? ¿Quieres que te haga venir?

Ella no podía respirar, no podía pensar, apenas podía moverse en su apretada


mano, su cuerpo presionado contra el de ella, una mano enhebrada a través de su
pelo, la otra acariciando su pecho. La hizo enloquecer de necesidad, desesperada
por que solamente la besara, la tocara por todos lados y la provocara hasta el
olvido. Pero sobre todo, ella sintió absolutamente toda medida de su frustración y
desesperanza dentro de ella, su ira por ser usado e incapaz de perdonar a sus
captoras de hace tanto tiempo, y de repente se dio cuenta de que la única manera
que ella conocía de ayudarlo a salvar su alma era aceptar sus sentimientos como él
quería que los experimentara, ahora y de esta manera.

Ella se removió un poco entre sus brazos, levantó una mano y le tomó la
barbilla con fuerza. Él se retiró lo suficiente para mirarla a los ojos.

Con una voz de puro terror mezclada con un deseo sensual ella esperaba en
Dios que él reconociera, ella murmuró con dureza. –Quiero sentir lo que sentiste.

Por una fracción de segundo, la sorpresa brilló en su dura mirada. Y luego


gimió bajo en su pecho y la soltó, haciéndola girar tan rápido e inesperadamente
que ella se sorprendió. Antes de que pudiera siquiera comenzar a predecir su
intención, él aplanó sus brazos en la pared, las manos a los lados de sus hombros,
luego levantó su camisón con facilidad y lo apretó contra sus costillas,
exponiéndola debajo de su cintura. Rápidamente, la envolvió con sus brazos y tiró
de su cuerpo hacia él una o dos pulgadas para darle acceso, empujando una de las
manos hacia arriba para agarrar un pecho mientras levantaba su pierna derecha
por la rodilla y apoyaba el pie en el borde del catre para apoyarse con el otro.
Cuando la tuvo en posición, él presionó los labios sobre su cuello y audazmente se
inclinó hasta que los dedos de su mano libre comenzaron a explorarla desde atrás.

Inhaló bruscamente cuando finalmente la tocó íntimamente; ella se


estremeció por el contacto, tan acalorada y rápida, tan impactante y totalmente
fuera de su control. Parecía perdido con el propósito, impulsado por el momento,
implacable en su búsqueda, acariciando su pecho con una mano mientras usaba
movimientos suaves para separarla y explorarla más completamente con las
yemas de los dedos de la otra.

Él comenzó a besarle el cuello y el hombro en suaves besos, chuparle el lóbulo


de la oreja mientras la acariciaba con una intensidad cada vez mayor. La mantuvo
cautiva a su capricho, incapaz de moverse, de mirarlo a los ojos y de ser testigo de
sus sentimientos mientras la acercaba deliberadamente al borde de la cordura. Le
tomó solamente unos segundos para que la respiración de ella se volviera rápida e
irregular, su cuerpo sucumbiera a su ritmo, se concentrara en cada toque, cada
toque de sus dedos en cada punto sensible y delicado de su cuerpo, mientras la
acercaba más y más a la cima…

De repente, la soltó. Ella gimió en dichosa agonía, aunque igual de rápido, él


sacó la mano de su pecho y la envolvió en su pelo, enroscando sus dedos a través
de sus largas trenzas.

–Estás tan mojada, tan excitada –susurró, con tono bajo y denso. –¿Sientes lo
que sentí, cariño? ¿Ser tocada por alguien invisible hasta que estás al borde del
placer?

Ella quería golpearlo, huir de él, rogarle que le hiciera el amor toda la noche.
En cambio, la tenía atrapada, necesitándolo, desesperada por ser liberada, para
sentirlo dentro de ella. Y él lo sabía.

Tomando un aliento tembloroso, ella murmuró sobre el hombro. –A decir


verdad, nunca he deseado más a un hombre, Ian. Pero a diferencia de ti en esa
mazmorra, nunca, jamás te rogaré.
Le tomó unos segundos, al parecer, comprender lo que dijo. Y luego, muy
lentamente, sintió que sus dedos le apretaban el cabello hasta el punto de un
dolor suave. Ella cerró los ojos con fuerza, casi esperando ser arrojada al otro lado
de la habitación en un ataque de ira. En cambio, gruñó profundamente en la
garganta, envolvió su brazo libre alrededor de sus caderas, y tiró de ella hacia su
cuerpo desnudo.

Ella casi chilló por el contacto, tan cálido, erótico e inesperado. No tenía idea
de cuándo se había quitado la ropa, aunque cuando acomodó su dura y caliente
erección en su trasero, una consideración tan irrelevante y banal se evaporó.

De repente, sus dedos estaban en los rizos íntimos, jugando, acariciando,


moviéndose más abajo para separarla y encontrar el centro de su placer. Él le tiró
la cabeza hacia atrás un poco para acceder a su rostro, presionando los labios
contra su mandíbula, chupando el lóbulo de su oreja, su garganta y su hombro. Su
aliento caliente se volvió errático, mezclándose con el de ella mientras la llevaba
rápidamente una vez más al borde.

Ella comenzó a mover sus caderas en ritmo, gimiendo suavemente,


apoyándose en su hombro para darle acceso al cuello y mandíbula. Sus labios
jugueteaban con la carne suave, chupando, besando, lamiendo, hasta que al fin,
cuando ella comenzó a gemir, el cuerpo se puso tenso, la mente tambaleándose
mientras se acercaba a las alturas del éxtasis, él tiró de su pelo otra vez, justo lo
suficiente para girar su cara y capturar su boca con la de él en un beso abrasador.

Él gimió de nuevo, inflamando su placer. Y entonces, de repente, sintió que él


movía su punta entre las piernas.

Viola se relajó aún más en él, ajustó el pie en el catre para darle un mejor
acceso, sin saber qué hacer en esta posición, pero al borde del orgasmo y
desesperada por que él estuviera dentro de ella. Nunca había hecho el amor de
pie, haber sido tomada desde atrás y todo eso con Ian, hecho para la experiencia
más carnal y explosiva de su vida. Ella gimió suavemente mientras la besaba,
chupó su lengua, la acarició con un brazo envuelto alrededor de ella, los dedos
entre sus piernas, acariciando, preparándola…

Y luego empujó una, dos veces, y continuó empujando hacia arriba hasta que
la llenó. Ella jadeó, se apartó de su boca, el dolor no era tan intenso como su
primera vez con él, pero lo suficientemente afilado desde años de celibato para
causar que su cuerpo se tensara.

Él se quedó quieto una vez que entró profundamente, desenredando los


dedos de su cabello y envolviendo el brazo alrededor de ella, agarrando su pecho
mientras comenzaba a juguetear con el pezón. En cuestión de segundos, el dolor
disminuyó y una vez más comenzó a acariciarla entre las piernas, rápidamente
llevándola de nuevo al borde.

Viola cerró los ojos, perdiéndose en la sensación de él detrás de ella,


tocándola internamente mientras se mantenía firme para llevarla al clímax
primero. Y justo cuando él comenzó a correr la lengua por su garganta, gemir en su
oído con un cálido aliento de su creciente deseo por ella, llegó a su punto máximo
y el placer estalló en su interior.

Ella gritó; sus brazos volaron hacia atrás para agarrar su cabeza, los dedos se
apretaron fuertemente en su cabello. Él la acarició, la abrazó mientras temblaba
contra él, se agarró con fuerza a su pecho y pierna mientras él comenzaba a
empujar firmemente dentro de ella.

–Jesús, Viola... –Él contuvo la respiración, con los dientes apretados. –Sólo
sentirte… me hace...

Dejó escapar un gruñido, viniendo rápido y duro dentro de ella, chupando su


cuello, aferrándose a ella con una posesión salvaje que le hacía casi imposible
respirar. Ella tragó aire mientras él se estremecía contra ella, empujando hacia
arriba por última vez, jadeando, el rostro enterrado en su cabello.

Ella permaneció quieta, luchando contra un impulso repentino de llorar,


aunque no tenía idea de por qué. No habían hecho el amor; no había nada
romántico o emocionalmente cercano en lo que habían hecho, y sin embargo,
mientras permanecían juntos, todavía unidos físicamente contra la pared de una
cabaña de pescadores, se sentía más unida a él que a cualquier otro hombre en su
vida. Algo más que la mala suerte o la casualidad o la fuerza de dos voluntades
seguían uniéndolos, y la parte más triste de todo era que nada significativo, o
incluso bueno, podría obtenerse. No había afecto entre ellos, ninguna esperanza
de un futuro de felicidad. La despreciaba y la deseaba al mismo tiempo, una
combinación que no traía más que pena y remordimiento. Ella siempre lo había
amado, pero le resultó mucho más fácil mantenerse alejado de él que él de ella. Si
sólo Dios escuchara sus oraciones y sofocara su insaciable necesidad de
perseguirla hasta la tumba...

–¿Viola?

Ella se estremeció contra él e intentó apartarlo con el hombro. Él no pareció


darse cuenta mientras continuaba abrazándola con fuerza, pasando la nariz por la
línea de su cabello en la base de su cuello, inhalando profundamente.

–No creo que jamás pueda olvidar tu olor –dijo, con un tono bajo y
contemplativo.

Ella no tenía idea de cómo responder, si él pensaba que su olor particular era
bueno o malo, aunque finalmente sintió que salía de ella la asaltó un poco de alivio
de que ya no estaban unidos íntimamente.

–¿Vas a decir algo? –dijo arrastrando las palabras, liberándola lentamente y


retrocediendo para alcanzar la ropa.

Con un poco de modestia, y sin ofrecerle siquiera una mirada, bajó la pierna
del catre mientras arrastraba el camisón hasta que cayó al suelo.

–No estoy segura de qué decir –respondió sinceramente, notando cómo el


momento repentinamente se había vuelto tan incómodo que sintió ganas de salir
de su piel.

Él no respondió a eso y comenzó a vestirse. Ella se pasó los dedos por el


cabello, luego se sentó en el borde del catre y cruzó las manos en su regazo,
mirando al suelo, pero con una sensación de que su mirada se centraba en ella,
observando, esperando.

–¿Qué estás pensando? –preguntó él solemnemente, segundos más tarde.

Irritada, se pasó una mano por la frente. –Que mi mente es un revoltijo en


este momento, Ian. Que mis nervios están en carne viva, y que cuando pienso en
ti, ya no sé qué sentir.

Había dicho las palabras con absoluta honestidad, sin mucha reflexión, pero
en el momento en que salieron de su boca, se arrepintió.

Se aclaró la garganta. –Supongo que no esperaba que dijeras qué amante tan
maravilloso soy.
Ella levantó la cabeza. Sus miradas se encontraron.

Él se rió entre dientes, pasándose los dedos por el pelo alborotado. –Lo siento.

No se le había ocurrido que él también podría encontrar el episodio


incómodo, y su aparente timidez la sorprendió, incluso le calentó un poco el
corazón.

–Quiero irme a casa –dijo muy suavemente.

Para su alivio, ni su ira ni su amargura resurgieron, aunque su expresión


tranquila se desvaneció lentamente cuando comenzó a caminar hacia ella. Ella se
mantuvo firme, sentándose un poco más recta, completamente insegura de su
estado de ánimo. Cuando se detuvo directamente frente a ella, él tomó un
mechón de su cabello, entrelazándolo con sus dedos mientras sus cejas se fruncían
gradualmente en contemplación.

–Tal vez no estoy listo para dejarte ir –finalmente respondió en casi un


susurro.

Ella no tenía idea de qué hacer con esa afirmación, aunque dadas las
circunstancias, solamente podía suponer que tenía la intención de mantenerla aún
más tiempo en esta casucha como su juguete. Ella nunca duraría cinco semanas,
como lo había hecho él en el calabozo. Por primera vez en dos días, sintió el peso
de la impotencia comenzar a asentarse en la boca del estómago.

–Ian, por favor, es suficiente –dijo, esperando sonar severa y no desesperada.


–Necesito un baño, ropa limpia, ver a mi hijo. No puedo quedarme aquí, otro...

–Viola, acuéstate –interrumpió suavemente.

Ella frunció el ceño. –¿Qué… por qué?

Él suspiró y desenredó los dedos de su pelo. –Ambos estamos cansados y no


quiero hablar de esto ahora.

Ella vaciló solo hasta que él la agarró por el codo, le levantó el brazo y
comenzó a arrastrarla hacia la parte superior del catre. Luego, para su sorpresa, en
lugar de irse, se dirigió hacia la lámpara y apagó la luz antes de sentarse a su lado.

–Tenemos que hablar…


–Mmmm... Ve a dormir...

Se volvió hacia la pared y él se deslizó para acomodarse a su espalda,


colocando la colcha sobre ambos, luego colocó su brazo sobre su cintura y le
plantó la cara en el cuello y el pelo. Lo último que recordó fue el reconfortante
sonido de su respiración lenta y constante antes de que el sueño la alcanzara una
vez más.

Un fuerte golpe en la puerta la sacudió para despertarla. Sobresaltada, se


sentó bruscamente, insegura de dónde estaba por un momento hasta que se
apartó el pelo suelto de la cara y sus ojos se ajustaron a los rayos de sol brillante
que brillaban a través de los barrotes de la ventana.

La cerradura hizo un chasquido justo cuando recordaba que Ian había estado
con ella cuando se había quedado dormida al amanecer. Debió haber salido
mientras ella había dormido, aunque por qué golpearía a su regreso...

–Perdóneme, Lady Cheshire, –se escuchó una voz femenina mansa desde la
puerta cuando se abrió lentamente.

Viola se agarró la colcha al cuello. –¿Quién eres tú?

Una muchacha de unos dieciséis años entró, sonriendo bellamente, su pelo


rubio fuertemente anudado en su nuca, su ropa limpia y perfectamente apretada.
En una mano llevaba una pequeña canasta de picnic, en la otra una gran valija de
cuero sobre la cual estaba colocado lo que parecía ser un vestido cubierto con una
bolsa de viaje de lino. Ella rápidamente colocó los artículos en el suelo, se limpió
las manos una vez en la falda y luego hizo una reverencia.

–Mi nombre es Missy Stone, mi Lady. Lamento molestarla, pero su gracia me


envió desde la casa para atender sus necesidades esta mañana.

Viola parpadeó, confundida. –¿Para atender mis necesidades?

–Sí, señora. –Missy cerró la puerta detrás de ella y la cerró con llave, luego
caminó rápidamente hacia la estufa para encenderla. –Al amanecer lo llamaron
urgentemente de la finca y me pidieron que la dejara dormir hasta las diez por lo
menos. Son las diez y media ahora. He traído bollos de arándanos, tocino cocido y
té para preparar. Si me da un momento, conseguiré calentar el agua.
Un poco atónita, Viola vio a la muchacha moverse alrededor de la pequeña
cabaña, dándose cuenta de que debería sentirse aliviada de que él se hubiera ido,
en lugar de sentirse un poco triste e irritada por haberla dejado sin siquiera una
breve explicación o disculpa.

–También traje uno de los vestidos de día de la hermana de Lord Chatwin para
que se ponga, y pediré que le limpien y devuelvan el vestido de noche, como él
ordenó, –continuó la chica alegremente mientras comenzaba a quitar los artículos
de la maleta. –Después de que haya comido, la ayudaré con su aseo, y luego,
cuando lo desee, Larson la llevará a la ciudad y a donde quiera ir.

Así que eso fue todo, se dio cuenta con el corazón deprimido. Su cita había
terminado sin siquiera un adiós. Sólo un desayuno frío, un vestido prestado y un
viaje a casa.

–No tiene que preocuparse, mi Lady –agregó Missy segundos después,


escudriñando la expresión de su rostro. –Lord Chatwin contrata solamente a los
sirvientes que son extremadamente discretos.

–Por supuesto –dijo Viola de inmediato, ignorando el rubor en sus mejillas y


tratando de sonar indiferente cuando finalmente se levantó del catre. Necesitaba
usar el orinal y quería lavarse, pero prefería esperar a que el agua se calentara. Y
estaba hambrienta de repente. –¿Dijiste que trajiste bollos?

–Sí, señora. –Missy dirigió su atención a la cesta de picnic y buscó dentro. –


Son bastante deliciosos, si lo digo yo misma. Mi madre los hornea para su gracia
cada…

–Entonces, ¿a dónde se fue su gracia tan rápido esta mañana?

La mirada de Missy se elevó desde la canasta, una sonrisa de comprensión


surgió a través de su amplia boca. –Estoy segura de que no lo sabría, mi Lady.

Viola casi se pateó a sí misma por su absoluta estupidez. Ella no estaba


probando a la chica; ella realmente quería la respuesta, necesitaba la respuesta
por todos los complejos motivos que se le escapaban en ese momento,
independientemente de si era de su incumbencia.

Pero al final, sus actos siguieron siendo su asunto o se lo habría dicho a él


mismo. Ella no era una relación, ni su esposa, ni su amante, ni siquiera su
obligación. Terminó con ella, obviamente lavó sus manos de ella, y ahora solo
necesitaba verla empacar y llevarla a su casa lo antes posible.

Entonces, en ese pensamiento confusamente lúgubre, guardó silencio, se


permitió comer sus deliciosos bollos, para ser vestida y arreglada por la doncella
del duque de Chatwin en su cabaña de pescadores, de todos los lugares, sabiendo
que toda su casa pronto estaría enterada de lo ocurrido pero mantendría su
misterioso enlace de dos días con Lady Cheshire de Londres bajo las escaleras de
su casa de campo. Probablemente.

En cualquier caso, el asunto había terminado y, finalmente, había conseguido


lo que había deseado todo el tiempo. Probablemente pronto la olvidaría como un
triunfo sexual y un trofeo ganado. Una venganza completa.

Ahora necesitaba volver a la rutina de su propia vida ocupada y hacer todo lo


posible para tratar de olvidar que alguna vez había conocido al bastardo Ian
Wentworth.
Capítulo 18

Hermione me acusó de tratar de ayudarlo a escapar hoy. Lo negué, por


supuesto, pero ahora sospecha de mis visitas y me amenazó con decirle a Desi. Él
está afligido y debo hacer todo lo que pueda para sacarlo de ahí. La mascarada
será la próxima semana, y con la casa llena, espero pensar un plan para que lo
rescaten, así nadie saldrá herido.

Aguanta, Ian. La ayuda viene en camino. Por favor, mi hombre valiente,


aguanta...

Desde el balcón del piso de arriba, Ian miraba a la multitud creciente, tratando
de pasar inadvertido antes de ser formalmente anunciado en la velada de agosto
de Lady Isabella Summerland. Viola ya había llegado, lo sabía, y aunque todavía no
la había visto, miraba con diligencia, sabiendo que la vería instantáneamente entre
los invitados en el segundo en que se dirigiera a la pista de baile.

Habían pasado casi tres semanas desde su encuentro íntimo, y en ese


momento él había pensado poco en otra cosa… sus conversaciones apasionadas,
aunque esclarecedoras, el aroma de su piel, sus suspiros y gemidos de éxtasis, y la
belleza inocente de su cara cuando se durmió. La había observado por un buen
rato esa mañana antes de dejar la cabaña. Su intención había sido alejarse de su
lado el tiempo suficiente para preparar un desayuno caliente para los dos antes de
involucrarla en otra ronda de sexo, sabiendo que la había encarcelado demasiado
tiempo y que necesitaba llevarla a casa. Pero cuando llegó a la casa, recibió la nota
que lo hizo salir de forma tan rápida e inesperada. Él había querido explicar, pero
no había habido tiempo. Y ahora, cuando finalmente había llegado a Londres para
discutir cosas con ella y disculparse por su salida precipitada esa mañana, no tenía
idea de cómo acercarse, o incluso qué decir. Por eso ahora se encontraba
actuando como un escolar inexperto con nervios exacerbados, escondiéndose
detrás de los pilares sobre la pista de baile sólo para mirarla primero.

Aun, preguntándose si ella había pensado en su última vez juntos tanto como
lo mantuvo en suspenso a él. Nunca en su vida había hecho el amor con una mujer
de pie, teniendo todo el control y con tanta obsesión, poder y hambre animal. Y
cada vez que pensaba en cómo ella se había abandonado a su voluntad y lo había
tomado, había aceptado todo su dolor y su cólera, le había permitido expresar sus
emociones más profundas y su necesidad imperiosa y confusa de ella en una
manera tan cruda, su corazón fue realmente calmado. En ese momento Viola lo
había entendido por completo, le había permitido mostrarle una parte de sí mismo
que había escondido de todos durante cinco largos años. Y lo más impactante de
todo era cómo ahora, después de casi un mes desde que la dejó, en vez de sentirse
sexualmente saciado y orgulloso de lograr su objetivo de humillación y venganza,
listo para deshacerse de su pasado y seguir adelante con su vida, todo en lo que
podía pensar era en lo mucho que quería estar con ella otra vez. No como antes,
no brutalmente rápido y con dominación erótica, sino lentamente, en una cama
suave y lujosa, haciendo un amor lento, apasionado y significativo para ella… algo
que probablemente significaba cosas diferentes para ellos dos pero que, de todos
modos, importaba. Ahora estaba muy claro para él que su futuro seguía tan
estrechamente ligado a la encantadora Lady Cheshire como lo estaba de la tímida
Miss Viola Bennington–Jones hace tantos años. Pero, Dios lo ayude, no tenía idea
de qué hacer al respecto.

–Pensé que te encontraría aquí solo.

Ian sonrió a medias, agradecido por la interrupción de pensamientos


demasiado complicado, aunque no se volvió a mirar a su amigo que lentamente
caminó a su lado.

–Buenas noches, Fairbourne –respondió. –Desprecio estas cosas.

Lucas suspiró. –Igual que yo.

–Entonces, ¿por qué estás aquí? –preguntó Ian, moviéndose un poco a su


derecha para darle al hombre espacio para pararse a su lado.

Lucas apoyó los codos en el balcón y juntó las manos frente a él, asomándose
por encima del borde a la escena de abajo. –La misma razón por la que estás tú,
supongo.
Ian casi resopló. –¿Para llenar tu estómago con la comida de Lady Tenby?

Lucas se rió entre dientes. –No mientes bien, Chatwin.

–Bueno, sé que no estás aquí para bailar –sostuvo Ian, volviéndose


ligeramente para mirar a su amigo con recelo.

–No, estoy aquí por la comida –dijo Fairbourne, sonriendo. –Despedí a mi chef
francés la semana pasada.

–Claro –replicó Ian, mirando hacia la pista de baile. –Tú tampoco te mientes
bien.

–Cierto –admitió Lucas. –Quería recordarle que todavía estoy esperando el


pago por la pintura que compré para ti en Brimleys.

Dios, la pintura. Se había olvidado de eso.

–¿Cuánto costó?

Fairbourne sonrió con ironía. –Bastante. Pero es una belleza. Uno pensaría
que compré un Rubens original por la forma en que la sociedad ha estado chiflada
estas últimas semanas, todos preguntándose cuánto valdría, cuánto pagué, si la
vendería, y por supuesto, si tú eres el... uh... sujeto. –Él se rió de nuevo, pasándose
los dedos por el cabello. –Tuve que esconderlo en mi ático solamente para evitar
que el personal le echara un vistazo y luego desapareciera para cumplir sus propias
fantasías.

Ian gruñó y miró hacia otro lado, estirando el cuello en círculos como si
repentinamente comenzara a sentirse con su ropa. –Enviaré a alguien a buscarla la
próxima semana, junto con un cheque.

Lucas se aclaró la garganta. –¿Lo colgarás?

Él bufó. –Tal vez alrededor del cuello suave y encantador de Lady Cheshire.

–Muy gracioso –dijo Fairbourne con una sonrisa –pensé que la buena viuda te
había estado arrastrando desde hace algún tiempo con sus pinturas lascivas atadas
a tu...
–No lo digas, Fairbourne, interrumpió Ian –o el mes que viene encontrarás un
retrato desnudo de ti en una subasta. –Le lanzó una sonrisa a su amigo. –La
encantadora viuda puede ser persuadida para pintar rápidamente y vender.

Lucas asintió una vez y cedió. –Siempre es bueno saberlo, mi amigo.

Hubo un momento de silencio entre ellos, luego Lucas asintió con la cabeza
hacia la puerta y murmuró con indiferencia. –Ahí está, acaba de entrar.

Ian inmediatamente se concentró en la entrada norte, al principio no vio nada


más que un remolino de coloridas faldas y un grupo de galanes tratando de hacer
la conversación perfecta para impresionar. Y luego, como atraído por un poder
inexplicable, la vio, y se quedó sin aliento.

Se veía radiante, vestida enteramente de azul marino, el vestido abrazado a


un corsé apretado y atado a su cadera izquierda con un gran lazo de satén color
crema que combinaba con los volantes de su falda, sus largos guantes de seda y el
ala ancha de su sombrero. No podía ver su cabello ni sus ojos, pero no tuvo
problemas para identificar la línea de su mandíbula y la exquisitez de sus labios
rosados, ahora levantados en una sonrisa bastante seductora y juguetona.

El pulso de Ian comenzó a acelerarse mientras sentía que el sudor comenzaba


a brotar por su cuerpo. Cierto, estaba nervioso, por razones que él más o menos
entendía, pero de repente también se puso furioso cuando se dio cuenta de que
caminaba cogida del brazo de Miles Whitman, usando esa sonrisa seductora sobre
él como miel tibia… una miel tibia y dulce que fluía sobre la carne crujiente del pan
añejo.

De repente, inexplicablemente, nada en su vida tenía sentido, nada en su


cabeza tenía sentido.

–Te fuiste por mucho tiempo –murmuró Lucas, con tono pensativo.

–Tres semanas no es mucho tiempo –acusó en una rápida respuesta, incapaz


de apartar los ojos de Viola hasta que caminó por debajo del balcón y desapareció
de la vista.

Lucas se encogió de hombros y se enderezó de nuevo. –Tal vez eso sea cierto.
Probablemente sea más exacto decir que muchas cosas pueden cambiar en muy
poco tiempo.
Ian volvió toda su atención a su amigo, con cuidado de no revelar nada en su
expresión. –¿Qué intentas decirme, Fairbourne? –preguntó con cautela.

Lucas sostuvo su mirada fija, deteniéndose sólo lo suficiente para ordenar sus
pensamientos. –Parece que Mr. Whitman se ha encaprichado de Lady Cheshire.

–El caballero la ha admirado por un tiempo, como muchos lo hacen –


respondió Ian, un poco a la defensiva. –¿Y qué?

Lucas se rascó la parte posterior de su cuello. –He oído, sin embargo, que la ha
acompañado a todos los eventos sociales en las últimas tres semanas y que ella ha
dejado bastante claro a todos que si él le preguntaba, ella aceptaría su oferta de
convertirse en su esposa.

Convertirse en su esposa...

–Eso es absurdo –dijo Ian en un gruñido, casi en un susurro.

Lucas sacudió la cabeza. –No lo creo.

Ian sintió que el mundo se detenía, como si hubiera estado viviendo en una
obra de teatro extraña y horrenda que acababa de terminar con una tragedia, sin
resolución satisfactoria, sin aplausos por venir. Y con su trágico final no vino nada
más que agonía y extrañeza y confusión para todos los que observaron, todos los
que participaron. La boca se le secó; no podía moverse, no podía respirar. El
tiempo simplemente se detuvo mientras los dioses veían y se burlaban de él en un
silencioburlón.

Y entonces todo se tambaleó… el ruido tumultuoso y discordante del salón de


baile de abajo, los fuertes latidos de su corazón en el pecho, la sangre corriendo
por sus venas. Escuchó la risa abajo y supo de inmediato que no eran los dioses
sino sus pares, que se burlaban de él, de su vida y de la broma en que se había
convertido.

–¿Quién te dijo esto? –preguntó por fin, su voz sonaba tranquila y


notablemente firme.

Fairbourne lo estudió de cerca. –Lady Isabella lo mencionó cuando llegué hace


aproximadamente una hora.

Los ojos de Ian se entrecerraron mientras su mente comenzaba a agitarse con


preguntas. –¿Lady Isabella?
–De hecho –continuó Fairbourne, sus labios se curvaron astutamente –creo
que me estaba esperando en la puerta. Solamente puedo suponer que esperaba
que te transmitiera las noticias lo más pronto posible.

–A mí –repitió Ian. Se puso rígido e inhaló profundamente, metiendo los


puños en los bolsillos. Lentamente, preguntó. –¿Y por qué crees que ella esperaría
eso?

Lucas tiró suavemente de sus puños. –Tal vez los amigos de Lady Cheshire no
creen que un matrimonio con Mr. Whitman sea lo mejor para ella. Y si asumen que
él le propondrá matrimonio pronto, tal vez estén un poco... preocupados.

–¿Y tu supones –Ian continuó, con tono sardónico –que pensarían que estaría
inclinado a salvarla proponiéndole matrimonio primero?

Los ojos de Fairbourne se abrieron en una profunda sorpresa que no pudo


ocultar. Luego se rió suavemente y sacudió la cabeza. –Realmente lo dudo,
Chatwin. No puedo imaginar que haya un alma en la tierra que piense que tendrías
el menor interés en casarte, especialmente con Lady Cheshire. Llevarla a la cama,
sin duda; tomarla por amante, tal vez. Pero nunca matrimonio. La has expuesto
como un fraude y claramente la desprecias. Al menos... eso es lo que le has hecho
creer a ella y a sus amigos.

Lo cual probablemente era la verdad, si Ian lo consideraba más. Si ella hubiera


sido alguna otra intrigante señorita de la sociedad, podría haber creído que todos
intentaban coaccionarlo para que le propusiera matrimonio a una mujer que él
deseaba desesperadamente, sólo para evitar que se casara con otro. Pero no Viola.
Nunca le había dado ninguna indicación de que pudiera considerar buscarla como
esposa. De hecho, todo lo que había hecho desde que había regresado a su vida
había apoyado todo lo contrario. Incluso lo había dicho. Ella nunca, en incontables
años, esperaría que él le pidiera la mano.

Pero Jesús... ¿matrimonio con Miles Whitman? Solamente de recordar cómo


ella había sonreído seductoramente al hombre momentos antes, y la idea de Viola
en la cama con él, gimiendo mientras la tocaba íntimamente, la acariciaba, la
excitaba, la penetraba...

El sudor brotó por el labio superior y se lo limpió con el dorso de la mano.


Sintió náuseas de repente, desesperado y totalmente desconcertado.
–Entonces ¿qué, en el nombre de Cristo, piensan que se supone que debo
hacer al respecto? –se quejó, mirando la pista de baile otra vez, sin ver nada.

–Realmente no tengo idea. Ya sabes cómo las mujeres planean cosas que no
tienen ningún sentido.

–Pero… ¿por qué ahora? –preguntó Ian, más para sí mismo mientras miraba
hacia la distancia. –¿Y Miles Whitman? No tiene títulos, no es rico y ella me dijo
que no está interesada en volver a casarse pronto.

Lucas se acercó a él y bajó la voz para decir con cuidado. –Tal vez ella lo
necesita.

Ian sintió que su cuerpo se enfriaba; sus ojos volvieron a mirar a Fairbourne. –
¿Qué quieres decir?

Lucas inhaló profundamente y deslizó las manos en los bolsillos de su


chaqueta. –Si no puedes darte cuenta, o simplemente no quieres que te molesten,
siempre puedes volver al campo y saborear el hecho de que si está ansiosa por
tener un esposo, debe estar desesperada. Las mujeres desesperadas se casan
incluso con hombres sin un centavo, aquellos socialmente por debajo de ellas, o
aquellos por quienes no tienen absolutamente ningún afecto, lo que sospecho que
es el caso de Whitman. Si eso es realmente lo que está pasando, entonces usted,
mi amigo, debería estar muy satisfecho. Puedes saborear el hecho de que, al final,
tuviste la venganza final.

Con eso, Fairbourne lo rozó y se alejó.

Le tomó a Ian sólo diez minutos más o menos encontrarla entre la multitud,
bebiendo champaña mientras estaba de pie junto a un aparador, acompañada de
varias damas, incluida la aparentemente confabuladora Lady Isabella. Necesitaba
estar con Viola a solas, pero decidió que podría ayudar a romper el hielo entre
ellos si se sentía obligada a ser educada.

Y así, con una respiración profunda en un intento de calmar sus nervios, se


enderezó, tiró de los bordes del chaleco y caminó casualmente hacia el grupo de
chismosas.

Lady Isabella lo notó primero y dejó de hablar en mitad de la frase, abriendo


mucho los ojos por la sorpresa.
Se detuvo directamente detrás de Viola y se llevó las manos a la espalda. –
Buenas noches, ladies –dijo arrastrando las palabras.

Viola giró en redondo ante el sonido de su voz, mirándolo boquiabierta,


incapaz de ocultar su sorpresa en sus mejillas sonrojadas. Los otros recordaron su
buena crianza y le hicieron una reverencia adecuada.

–¿Por qué... qué estás haciendo aquí? –Viola tartamudeó.

Él casi sonrió mientras miraba alrededor del salón de baile. –Es una fiesta y
creo que fui invitado.

Lanzó una mirada fulminante a Isabella, quien se encogió de hombros y se


limitó a sacudir la cabeza.

Él se aclaró la garganta. –Lady Cheshire, ¿puedo hablar en privado?

La vio morderse el labio inferior y fruncir el ceño ligeramente con vacilación, y


durante un segundo o dos, pensó que en realidad podría rechazar su invitación.
Pero como sus amigas no dijeron nada para disuadirla y se negaron a defenderla,
se dio cuenta de que no tenía otra opción.

Plantando una sonrisa falsa en su hermoso rostro, ella asintió una vez. –Como
quiera, su gracia.

–Discúlpenos, ladies –dijo, sintiendo una genuina sensación de alivio cuando


levantó el codo.

Evitando su mirada, con cautela colocó la mano enguantada sobre su


antebrazo, y con eso, la alejó de la seguridad de sus compañeras y hacia las
puertas francesas abiertas orientadas al sur.

–¿A dónde me llevas? –preguntó con rigidez mientras salían al balcón.

–Pensé que un poco de aire fresco y privacidad sería bueno –respondió


después de un momento.

–¿Agradable para qué?

Él suspiró. –¿Siempre debes sentirte obligada a discutir conmigo, Viola?


Para su gran sorpresa, ella no respondió, aunque permaneció con una posición
distante y rígida, manteniéndose a una buena distancia de él mientras caminaban
lado a lado.

La brisa fresca lo recibió, lo ayudó a respirar mejor, se relajó un poco, se


concentró en lo que quería decir, a pesar de que realmente no tenía idea de cómo
comenzar. Ella le ahorró el problema de repente liberándose de su brazo y
alejándose rápidamente para pararse junto a la pared del balcón.

–¿Qué quieres, Ian? –preguntó cautelosamente, volteándose para mirarlo


directamente.

Se detuvo frente a ella y metió las manos en los bolsillos del abrigo. Después
de una pequeña pausa de confianza, murmuró. –Te ves hermosa esta noche.

Ella sonrió con ironía. –Gracias. Pero seguramente no me trajiste afuera para
decirme eso.

–No. –Miró hacia el césped que se extendía debajo y observó a los lacayos
encendiendo antorchas cuando la oscuridad comenzaba a caer. Luego, volvió a
mirarla a los ojos, su tono se tornó serio. –¿Cómo estás?

Ella levantó las cejas. –Estoy muy bien gracias.

Su cortesía comenzaba a irritarlo. –Deja de ser tímida, Viola.

–¿Qué quieres, Ian? –repitió, la molestia cubría sus palabras.

Él dio un paso más cerca, mirándola a la cara. Finalmente, dijo con voz ronca.
–Supongo que quiero disculparme.

Esa confesión pareció incomodarla. Apartó la mirada de él, cambiándose de


un pie al otro, mientras se cruzaba de brazos.

–¿Por qué? –preguntó en voz baja.

Él pensó en eso por un momento, luego decidió ser honesto. –Probablemente


lamento mucho haberte dejado en la cama esa última mañana, cuando todo lo
que quería era hacerte el amor otra vez.
Si esperaba que ella sucumbiera dulcemente a su encanto y revelación veraz,
había calculado mal. En cambio, se rió sarcásticamente, levantando el dorso de su
mano enguantada para cubrirse la boca mientras lo hacía.

Él se puso rígido. –¿Encuentra mi honestidad divertida, madam?

Ella aclaró la garganta. –Lo siento, su gracia –dijo, enderezándose y mirando a


su alrededor para asegurarse de que no los escucharan. Bajando su voz hasta casi
susurrar, agregó –Pero en realidad, de todas las... cosas cuestionables que me hizo
en el transcurso de dos días, como rehén en su choza de pesca...

–Cabaña.

Ella asintió una vez. –Cabaña. De todas esas cosas, ¿se estás disculpando por
dejarme en la cama esa mañana y no hacerme el amor otra vez?

La manera en que ella pronunció las palabras y el temblor en sus labios, que
apretó para no reírse otra vez, lo desinflaron y avergonzaron por completo. Y
experimentar sentimientos tan inesperados en lo que a Viola se refería, cuando
solamente quería explicarse, lo dejó algo desconcertado… e irritado sin medida.

–Ian, por favor –dijo con un suspiro, interrumpiendo sus pensamientos. –Si no
tienes nada más que decir…

–Oh, tengo mucho que decir, Lady Cheshire –dijo arrastrando las palabras,
tratando de recuperar su dignidad antes de que ella lo dejara para exponerlo a sus
amigos como un imbécil tonto, o peor, un perrito enamorado… lo cual no podría
negar sin sonar ridículo. Se acercó aún más a ella, casi atrapándola contra la pared,
sintiendo satisfacción al ver cómo se desvanecía su alegría. –¿Sabes que este es el
mismo balcón donde nos paramos hace meses, cuando nos volvimos a encontrar
en una fiesta como esta y te pedí que pintaras mi retrato?

Ella no dijo nada, solamente lo miró nerviosamente después de echar un


vistazo rápido a la pared y luego al césped de abajo.

–Incluso esa noche –continuó con naturalidad, levantando una mano para
frotarse la barbilla con los dedos –sentí una atracción muy extraña hacia ti, Viola.
No entendí en absoluto cómo podía despreciarte tan profundamente, quería verte
arruinada social y financieramente, y sin embargo en esa noche de repente sentía
la necesidad de tomarte en mis brazos y besarte apasionadamente. No tenía
sentido, y realmente me enojó, pero sí quería besarte, y estaba muy consciente de
que en ese momento también estabas ansiosa por que yo lo hiciera.

Ella titubeó con esa admisión, pestañeando rápidamente mientras comenzaba


a retorcerse las manos frente al estómago.

–Y eso es lo que encontré aún más extraño –continuó en un ronco susurro,


mirándola de cerca. –Debajo de tu nerviosismo y confusión al verme de nuevo,
irradiabas una atracción muy fuerte hacia mí.

Ella tragó saliva, aparentemente hipnotizada por su mirada. Luego,


recuperándose, bajó los párpados y sacudió la cabeza.

–No, Ian, estás equivocado. Lo que sentiste de mí entonces fue miedo y


desesperación al saber que me habías descubierto. También me sentí confundida,
cierto, porque no entendía por qué no me reconociste, pero eso es todo. Cualquier
otra cosa es parte de tu imaginación.

–Estás mintiendo, Viola –dijo, ignorando el matiz de dolor por su negación


apasionada mientras lanzaba una rápida mirada hacia el salón de baile. Luego,
mirando a sus hermosos ojos, apretó las manos juntas en los bolsillos para evitar
acercarse a ella. –No puedes convencerme de que incluso ahora no nos deseamos.
Puedo sentirlo, y tú también.

Ella sonrió sarcásticamente. –Es tan arrogante, su gracia. No lo deseo en


absoluto. ¿No está eso perfectamente claro? ¿No puede dejarme en paz, como
estoy tratando de hacer con usted?

–No.

Esa respuesta simple, tan silenciosa y rápida, la tomó completamente


desprevenida. Incluso en el brillo oscuro de una tarde de verano, él podía ver que
su cuerpo comenzaba a temblar.

–¿Has pensado en mí estas últimas semanas? –preguntó gentilmente.

Ella apartó la mirada de él, frotándose la parte superior de los brazos con las
manos. –Para ser honesta, he estado muy ocupada. John Henry está de vuelta en
la ciudad y...

–¿Estás embarazada de mi hijo, Viola? –susurró.


Parecía inmóvil ante él, luego, muy lentamente, se volvió para mirarlo una vez
más, con los ojos asustados y abiertos de par en par, la piel repentinamente se
tornó pálida.

–¿Es por eso que estás tan ansiosa por casarte con Miles Whitman? –Añadió
antes de que ella pudiera ofrecer una excusa de respuesta. –¿Porque piensas que
tienes que hacerlo?

Esperó por lo que le parecieron décadas para que ella respondiera, su corazón
latía más fuerte con cada segundo que pasaba. Finalmente, ella se enderezó y dejó
caer los brazos a los costados, alisándose las faldas como si estuviera lista para
alejarse de él.

–Eso no es algo que siquiera sabría aún, su gracia –dijo rotundamente. –Ahora
si me disculpa…

Él extendió la mano y la agarró por el codo, acercándola más. –Entonces, ¿por


qué de repente planeas casarte con un hombre que no hace nada para mejorarte
social o financieramente? –bajando la voz hasta un susurro, agregó. –Sé que no
estás enamorada de él.

Ella lo miró a los ojos, su expresión ahora tensa con una furia fuertemente
controlada. –¿Por qué me dejaste en la cabaña?

La pregunta lo sorprendió. –Eso no es una respuesta. Estás cambiando el


tema.

–No, no lo hago. Es la respuesta.

Él no entendía en absoluto su mente femenina, y cuanto más evadía sus


preguntas fáciles de contestar, más enfadado se volvía. Inhalando profundamente
para contener su temperamento, respondió –Me fui por las razones que te
dijeron, Viola.

Ella levantó las cejas mientras lo miraba de arriba abajo. –Tiene sirvientes
ejemplares, su gracia. No me dijeron nada.

Muy lentamente, Ian liberó su codo, tan sorprendido por la admisión como
enfurecido de que su personal se hubiera olvidado de informarle que en realidad
no la había dejado pudrirse en la cama y ser arrastrada a casa como una ramera
después de una cita de una noche de borrachos. Y pensar eso por casi tres
semanas…

–Jesús, Viola, lo siento…

–Yo no –dijo bruscamente, alejándose un paso de él. –En estas circunstancias,


es probablemente algo muy bueno que sean tan discretos. Estoy en casa ahora, y
está olvidado. Es asunto tuyo a dónde vas...

–No entiendes –interrumpió, estirando la mano para frotarse la nuca con los
dedos tensos. –Mi hermana entró en parto y hubo complicaciones. Su esposo me
envió un mensaje, temiendo que ella muriera. Como pasé la noche contigo en la
cabaña, no recibí su mensaje hasta la mañana. Para entonces temí que ya fuera
demasiado tarde y quería irme de inmediato. Sin embargo, dejé instrucciones
explícitas para que te dijeran el motivo de mi partida apresurada. –Sacudió la
cabeza, extendiendo la mano para tocar su cálida mejilla con el dorso de un dedo.
–Por favor, creeme que nunca te haría el amor y te dejaría, excepto en una
emergencia familiar tan grave.

Aunque ella no se estremeció por su caricia, se apartó un poco de él.

–Lo que hicimos no fue hacer el amor, Ian.

–Pero fue íntimo, y fue más allá del simple apareamiento –respondió en voz
baja. –Debes admitir eso.

Ella no lo hizo, sólo movió el cuerpo nerviosamente, echó un vistazo al salón


de baile otra vez.

–¿Cómo está Lady Ivy?

Con un suspiro, él respondió –Mejorando. Ella y Rye tienen un hijo y ahora


una nueva hija sana, así que no sé si tendrán más. El parto fue muy duro para ella y
apenas sobrevivió.

–Estoy muy contenta de escuchar eso –dijo Viola con nostalgia. –Sé lo que es
sufrir así. Gracias a Dios que el bebé está sano.

Él había olvidado su historia de cómo ella misma había experimentado un


parto difícil. Ahora que sabía que ella había sufrido en el parto de su hijo, pensar
en ello desde esa perspectiva derretía su corazón un poco. De hecho, tuvo que
evitar acercarse y atraerla hacia él.
Con una voz profunda y tranquila, regresó al punto más molesto de todos. –
¿Por qué en nombre de Dios quieres casarte con Miles Whitman? ¿Miles
Whitman?

Ella lo miró a los ojos, su mirada se suavizó, aunque el pliegue en la frente


revelaba una tensión dentro que deseaba haber entendido.

Con una voz llena de tristeza, respondió. –Porque me dejaste, Ian.

Él se frotó los ojos brevemente con los dedos y el pulgar, sacudiendo la


cabeza. –No te entiendo.

Con amargura, susurró. –Entonces debes pensar en ello, porque tú, entre
todas las personas, deberías entenderlo.

El hecho de que ella hablara en círculos, a propósito, solamente lograba


aumentar su irritación. Por un momento le pasó por la cabeza que ella podría estar
tratando de ponerlo celoso al permitir que Whitman la cortejara abiertamente,
como cualquier otra dama en su posición, pero eso tampoco tenía sentido. Ella no
sabía que él regresaría a la ciudad, y no había ninguna razón para que pensara que
él tendría ningún interés en ella románticamente, especialmente la loca idea de
que podría pedirle la mano cuando supiera lo del interés de Whitman, o cualquier
otro caballero. No, había algo más involucrado, algo más profundo y complejo, y
ella esperaba que él lo descubriera sin que nadie lo dijera.

Se acercó más a ella, el vestido se deslizaba alrededor de sus piernas. –Se da


cuenta, madam, que se le pedirá que sucumba a las necesidades de él.

Los ojos de ella brillaron de ira y apretó las manos enguantadas a los costados.
–Y debe darse cuenta, su gracia, de que lo que yo y mi esposo hacemos en privado
no es asunto suyo.

–Cierto –asintió con dulzura, sonriendo maliciosamente –pero me pregunto si


sabrá que cuando te tome por esposa, estarás pensando en otro hombre.

Eso la enfureció. Podía verlo en sus ojos, en su expresión apretada y su forma


rígida. Por un momento, sospechó que ella podría golpearlo.

Levantando la mano, él deslizó el dedo índice sobre su hombro desnudo. –


¿Has considerado eso, Viola? ¿Pensaste en mí mientras estaba fuera?

Ella comenzó a temblar, por rabia, deseo o miedo, no podía adivinar.


Finalmente, con una voz cruda cargada de emoción, ella reveló. –He pensado
en ti cada minuto de cada día durante los últimos cinco años, Ian. Y sólo porque sé
que te cortará hasta los huesos, quiero decirte esto: cada vez que Miles me tome
como su esposa, se suba a mi cama y me haga el amor, el recuerdo de ti me
atormentará, aún cuando esté dispuesta y sea fiel a él como mi esposo cada vez
que me necesite para la intimidad. Únicamente puedo esperar que ese
pensamiento de mí, acostada desnuda y saciada en sus brazos, te atormente
también, todos los días, todas las noches, por el resto de tu vida.

Antes de que esas palabras calaran en él, ella le dio la espalda y se alejó, con la
cabeza en alto, con dignidad y gracia como una princesa podría despedir a un
repugnante sinvergüenza que trató de robarle un beso.

Sus palabras lo perseguían ahora, sólo unas horas después de que las había
dicho. De hecho, la más mínima imagen de Viola en la cama con Miles Whitman, o
en verdad, cualquier hombre, lo perturbaba tanto que solamente podía concluir
que la maldita mujer lo había sometido a algún tipo de hechizo sexual femenino. O
algo por el estilo. Pero ya no podía negar que pensar en ella en los brazos de otro
hombre lo volvía loco, y ella aparentemente lo sabía, lo cual lo irritaba. Pero al
final no importaba. Se negaba a verla casada con Miles Whitman… a menos que
Miles Whitman demostrara ser un excelente esposo y padre para su hijo. Al menos
eso es lo que se dijo a sí mismo. Y así, con el interés de conocer las intenciones del
hombre, se obligó a sí mismo a permanecer en la fiesta mucho más tiempo de lo
que pretendía y descubrir lo que pudo del hombre mismo.

La multitud en el salón de baile se había reducido a medida que se acercaba la


medianoche. La mayoría de las damas se habían retirado, incluida Viola, hacía más
de dos horas, y la mayoría de los caballeros estaban en la sala de fumadores o
cerca de la barra lateral y el buffet, aumentando su embriaguez y llenándose el
estómago. Había visto a Miles aferrándose a Lord Tenby, su anfitrión, durante los
últimos cuarenta y cinco minutos, y había considerado interrumpirlo para llamar al
hombre al patio para conversar, pero no quería parecer obvio por el bien de Viola.
O, tal vez más honestamente, por su propio bien, si fracasaba en su esfuerzo por
conocer el nivel de intimidad entre ellos dos. Pero, al fin, Tenby logró escapar, y
Whitman, con las manos metidas en los bolsillos del abrigo, se dirigió hacia la
entrada del balcón, dándole a Ian la primera oportunidad de arrinconar al hombre
solo.
Una lluvia neblinosa había empezado a caer, enfriando y refrescando el aire, e
Ian respiró profundamente para despejarse la cabeza para la conversación por
venir. Siguió a Whitman hacia la misma barandilla donde él y Viola habían
conversado unas horas antes, acercándose hasta pararse junto al hombre mientras
miraba hacia el jardín de abajo.

–Buenas noches, Whitman –dijo casualmente.

El caballero mayor se dio la vuelta, con una mirada de genuina sorpresa


recorrió su rostro corpulento. –Buenas noches, su gracia –dijo asintiendo, dándose
golpecitos en el chaleco. –Me agrada encontrarlo en el balcón a medianoche.

Ian no podía leer la disposición del hombre después de que recuperó su porte,
o si quiso burlarse de su declaración. Francamente, nunca pensó que Miles
Whitman fuera lo suficientemente inteligente para el sarcasmo y el significado
subyacente, humorístico o no.

–Pensé que podría tener una palabra en privado, y así lo seguí, en realidad –
respondió Ian, decidiendo ir directamente al grano. Perder el tiempo charlando
sobre la lluvia u otras tonterías con un conservador del museo parecía poco
atractivo en este momento.

Whitman sonrió rotundamente, una sonrisa que Ian asumió que usaba
oficialmente cuando lidiaba con transacciones comerciales molestas y con aquellos
que lo molestaban. –Por supuesto, Lord Chatwin, estoy a su servicio –dijo con un
leve asentimiento.

Ian se frotó la barbilla con la mano, pensando. O al menos quería dar esa
impresión. –Por supuesto, como caballeros, no tengo que mencionar que cualquier
cosa que se diga con confianza entre nosotros se mantendrá como tales.

Whitman frunció el ceño tan profundamente que sus cejas se convirtieron en


una línea gruesa en su frente. –Oh, absolutamente, su gracia. Estoy seguro de que
sabe que mi prominencia en el mundo del arte no sería lo que es hoy sin mi sólida
reputación de discreción.

–Por supuesto –estuvo de acuerdo Ian, nuevamente preguntándose si


Whitman pretendía burlarse intencional o si sólo era un hombre que había
aprendido cómo pacificar a la aristocracia. En cualquier caso, no importaba. Tenía
que llegar al punto, recordando que tenía la ventaja de saber cosas sobre Viola
que este hombre no sabía y nunca lo haría.

–Mr. Whitman –comenzó a decir, mirando al hombre con franqueza –esta


tarde supe que podría estar considerando pedirle matrimonio a Lady Cheshire. ¿Es
esto cierto?

La boca de Whitman se abrió un poco y luego volvió a cerrarse y sus ojos se


entrecerraron sospechosamente. –Lo siento, su gracia, pero eso es... realmente no
creo que sea de su incumbencia.

Ian no había esperado una respuesta tan arrogante, pero no dejó que eso lo
desconcertara. Apoyando un codo en la barandilla del balcón, miró hacia el césped
que se extendía debajo. –Y sin embargo, el hecho de que plantee el problema
debería significar que es una preocupación.

Whitman se rió entre dientes. –¿Por qué, su gracia?

Nuevamente, Ian se sorprendió por la actitud astuta del hombre,


especialmente considerando la diferencia en la posición. Encogiéndose de
hombros despreocupadamente, él respondió. –Supongo que la única razón por la
que lo menciono es porque las amigas de Lady Cheshire lo estaban discutiendo
esta tarde y me sorprendió. Pensé que tal vez yo mismo se lo preguntaría.

–¿Sus amigas? ¿La hija de Lady Tenby? –Whitman preguntó con rigidez.

Ian obvió la aclaración mientras miraba al hombre. –¿Es verdad?

Whitman inspiró profundamente e intentó hinchar su pecho. –Lo estoy


considerando, su gracia, si debe saberlo. Pero solamente porque Lady Cheshire
parece... bastante dispuesta a aceptar una oferta si decido proponerla.

–Ya veo. –Ian golpeó con los dedos la barandilla. –Nunca me di cuenta de que
solo sentía afecto por Lady Cheshire. Al menos no lo suficientemente profundo
como para proponer matrimonio.

Whitman se rió. –Tengo un profundo y permanente afecto por Lady Cheshire y


sus... activos, digamos.

Ian no sabía si estar intrigado o consternado. –¿Activos? ¿Se refiere


financieros?
Whitman se acarició la nuca aceitada, mirándolo especulativamente mientras
su risa se desvanecía gradualmente. –Vamos, su gracia, usted y yo sabemos que
hay más en el matrimonio que la cariñosa compañía a medida que envejecemos.
En lo que concierne a Lady Cheshire, sin duda disfrutaré de su buena devoción en
el lecho conyugal, del mismo modo que esperaré toda su atención en el museo. –
Sonrió. –Y como un caballero educado y... de mundo, estoy seguro de que sabe
cómo el buen nombre de su difunto esposo puede ayudarnos a adquirir piezas que
antes no podíamos. Y luego está su colección privada, que sin duda será un recurso
fabuloso para el museo, o la casa de subastas en caso de que decidamos vender.

Frunció el ceño en la oscuridad. –¿Colección privada?

Whitman hizo una pausa como si no estuviera seguro de cuánto revelar, y


luego dijo. –Las obras de arte privadas de Lady Cheshire. Estoy seguro de que sabe
que su difunto esposo la dejó con un ingreso sustancial de las piezas invaluables
que coleccionó a través de los años.

Ian asintió, intentando parecer tranquilo mientras una cascada de


pensamientos alarmantes comenzaba a inundar su mente. No tenía idea de si el
fallecido Barón Cheshire había coleccionado algún arte más allá del trabajo erótico
secreto y preciado de Viola, o si Whitman sabía algo sobre las finanzas de Viola
que él no conocía. Pero tratar de imaginarse a Viola dando a Miles Whitman
acceso a su fortuna mientras ella voluntariamente le daba acceso a su hermoso
cuerpo hizo que a Ian se le erizara la piel. Simplemente no estaba seguro de qué
hacer ahora cuando realmente no tenía derecho a hacer nada. Si Viola realmente
quería al hombre como esposo, no podría evitar que aceptara una propuesta suya.
Y no se le ocurría ninguna razón en la tierra sobre cómo disuadir a Miles Whitman
de un matrimonio con Viola cuando ella tenía casi todo lo que un hombre sin título
podría desear en una esposa. Tampoco estaba en posición de hacerlo, a menos
que todo lo que Whitman realmente quisiera fuese su fortuna. En tal caso, Ian
probablemente podría convencerse a sí mismo de que estaba obligado a salvarla
de tal unión porque se había enterado. No querría ver a una viuda inocente robada
a ciegas.

–Entonces, supongo que habrá discutido este acuerdo con Lady Cheshire, –
afirmó en lugar de preguntar, manteniendo la mirada en el césped de abajo.

Whitman suspiró. –Un poco, supongo, especialmente durante la última


quincena más o menos, desde que la he visto con bastante frecuencia. Es una
excelente combinación entre nosotros, realmente, y ella no podría estar más de
acuerdo.

La última quincena. Le había permitido deliberadamente cortejarla durante


quince días. ¿Por qué? ¿Por qué, por qué, por qué?

Porque me dejaste, Ian...

–¿Esperaba colgar la colección privada del barón en el museo? –preguntó,


pensando furiosamente.

Whitman se aclaró la garganta. –Algo de eso, especialmente la obra de arte


respetable. Pero estoy seguro de que habrá piezas, incluidas otras obras de
Bartlett–James, que deberán venderse.

Eso lo explicó todo. Ian no podía estar seguro de si Whitman sabía que Viola
era la famosa artista erótica… de hecho, probablemente no, ya que no había forma
de que él descubriera su secreto, salvo que ella se lo dijera. Pero sabía o
sospechaba que tenía otros artículos, bocetos y pinturas para vender en una
subasta, lo que sería la clave de su ganancia financiera a través del matrimonio. O
eso pensaba él.

–¿Qué le hace pensar que tiene otros? –preguntó Ian con cautela.

El hombre mayor sonrió. –Lady Cheshire ha reconocido que su difunto esposo


era fanático de Bartlett–James y su trabajo, y como coleccionista de obras de arte
en general, uno sólo puede suponer que tiene varias piezas excelentes.

–Pero, Mr. Whitman –dijo Ian, en voz baja con fingida preocupación, –si ese es
el caso, ¿no está un poco preocupado de que la… poco convencional obra de arte
que Lady Cheshire mencionó pudiera ser falsificada? Estuvo allí en la pequeña
reunión en mi casa donde estaba el boceto que ella me vendió quedó... expuesto.

Whitman lo miró fijamente, con la mandíbula rígida mientras sacaba una pipa
del bolsillo superior de su chaqueta de noche y la golpeaba suavemente en la
barandilla.

–Su gracia, puede que no sea de su clase, pero soy un hombre educado,
especialmente en lo que se refiere al buen arte –respondió con gruesa
enunciación. Se rió de nuevo a sabiendas, y luego comentó. –Ambos sabemos que
el boceto que presentó en su fiesta era, de hecho, un Víctor Bartlett–James
original.

Ian se tensó, sintiendo que su estómago se apretaba en un nudo de repulsión.


Miles Whitman era realmente inteligente, y sabía exactamente cómo se tomaría
cada palabra que hablaba. Puede que no sea un marido insatisfactorio para una
dama, pero nunca demostraría ser un hombre confiable. Y nunca merecería a
Viola.

–¿Se dio cuenta de que el boceto era original en ese momento? –preguntó Ian
mientras una idea comenzaba a formularse rápidamente.

Whitman se encogió de hombros. –Lo sospeché. Sé que parecía haber una


gran tensión entre usted y Lady Cheshire. Y el hecho de que usted lo haya
comprado, luego lo hizo autenticar por un inglés al que incluso yo, en mi profesión
de veinte años, nunca había escuchado, frente a sus pares, parecía un poco...
¿extraño, podríamos decir?

Extraño, realmente. Y mientras Ian lo pensaba en retrospectiva, era


terriblemente injusto para ella, cuando ella no había hecho nada en ese momento
para merecer una exposición tan repentina y nada halagadora. Ahora entendía por
qué nunca había disfrutado realmente esa noche, y cómo la venganza en última
instancia deshonra a los honorables.

Después de exhalar profundamente, dijo. –Tiene razón, Whitman. Es un


hombre educado y lo felicito por descubrir algo que esperaba que fuera
confidencial. Por el bien de Lady Cheshire, por supuesto. Y como a los dos nos
preocupa que continúe su excelente reputación, espero que mantenga este asunto
entre nosotros esta noche.

Ese elogio absoluto seguido de más misterio dejó perplejo al hombre. Él


parpadeó; sus cejas se crisparon.

Ian volvió a meterse las manos en los bolsillos y se miró los pies, aplastando
bajo la suela de su zapato un insecto nocturno que se había atrevido a arrastrarse
por un patio a oscuras.

–Sí, el boceto es original –explicó, con una voz llena de profunda preocupación
–y lo compré de buena fe. Y fue entonces cuando descubrí la verdad sobre Lady
Cheshire y los bienes de su marido. Antes de la fiesta, hice que mi abogado se
contactara con ella, un Mr. Leopold Duncan, para descubrir si Lady Cheshire era la
dueña de la pieza o si, como me lo imaginaba, pertenecía a la propiedad de su
marido. –Sonrió sombríamente. –Un comprador de una obra de arte tan
extravagante y costoso debe ser demasiado cuidadoso.

Whitman cambió su gran estatura en el patio, claramente agitado y


repentinamente inseguro. Dio un golpecito a su pipa sobre la barandilla de nuevo,
aunque nunca buscó el tabaco para llenarlo, simplemente lo dejó colgando a su
lado.

–Ambos somos caballeros –continuó Ian –así que entenderá por qué yo, como
caballero, decidí hacer arreglos para que alguien declarara el boceto como una
falsificación, y decidí que sería mejor exponer a Lady Cheshire con una ligera
reprimenda que dejar que alguien sepa que vendió una propiedad que no le
pertenece. Ella podría haber sido encarcelada por fraude.

Ian observó a Whitman de cerca. Aunque las antorchas permanecían


encendidas en el jardín de abajo, y las luces todavía brillaban desde el salón de
baile a su derecha, la oscuridad que las rodeaba aún le dificultaba medir la
expresión del hombre. Pero notó que apretaba la pipa en su mano repetidamente.

Whitman no entendía. Y era demasiado arrogante para admitirlo.

Segundos después, Whitman forzó otra risa y sacudió la cabeza,


aparentemente recuperando su pomposidad.

–Lo siento, su gracia –dijo mientras extendía la mano para frotarse el cuello
con la palma de la mano. –Pero no veo qué tiene que ver su cena y un boceto
único de Bartlett–James con mi matrimonio con Viola.

El hecho de que usara el nombre de la dama mientras promocionaba un


próximo matrimonio como si se tratara de un evento dado implicaba una
intimidad que desafiaba el reclamo de Ian de conocer más a Viola y sus
intenciones. Era una declaración calculada, que evocaba celos y posesión, y ambos
lo sabían.

Manteniendo su ira cruda bajo control, Ian simplemente miró al hombre como
si fuese un idiota.

–Mr. Whitman –reveló gravemente –Lady Cheshire no tiene obras de arte


para vender. Su difunto esposo dejó todo su patrimonio y todas sus riquezas a su
hijo. Ella recibe un estipendio cada mes, una cantidad excelente de acuerdo con su
abogado que lo supervisa, para pagarle a su modista y comprar otras pequeñas
cantidades de ropa femenina que pueda necesitar. –Hizo una pausa, luego se pasó
los dedos por el pelo. –Naturalmente, no sabría tal... información personal si no
hubiera investigado el boceto de Bartlett–James, y naturalmente hasta este
momento, no le he contado a nadie. No es asunto de un caballero entrometerse
en el estado financiero de una viuda que no es pariente. Pero en este caso inusual,
su abogado, que normalmente guardaría silencio sobre ese asunto, estuvo de
acuerdo en que Lady Cheshire podría poner en peligro su buen nombre y su
reputación. Solamente la expuse la noche de la fiesta para protegerla. Puede
haber sentido vergüenza y parecer tonta, pero parecer tonto está muy lejos de ser
socialmente deshonrado, o peor, arrestado.

–Esto es absurdo –dijo Whitman, tragando saliva. –¿Por qué Lady Cheshire se
arriesgaría tanto? No puedo creerlo.

Ian sacudió la cabeza, frunciendo el ceño. –¿Por qué las mujeres hacen todo?
Todas son bastante frívolas, estoy seguro de que lo sabe. Y tal vez hasta ese
momento ella no estaba al tanto de sus limitaciones. Tal vez después de mi fiesta,
cuando se enteró de que no podía vender el boceto, decidió que un matrimonio
con usted la ayudaría a vender sus pinturas de naturaleza muerta y retratos
familiares, o quizás colgarlos en tu museo de historia moderna. En ese sentido,
tiene perfecto sentido por qué repentinamente ha pensado en usted como un
buen compañero y está considerando casarse ahora. Además de su estipendio
mensual, Lady Cheshire prácticamente no tiene un céntimo.

El aire pareció crujir entre ellos, y por un segundo o dos, Ian pensó que
Whitman podría golpearlo. O tratar de hacerlo. El cuerpo entero del hombre se
había vuelto rígido como la piedra. Incluso su pipa parecía como si estuviera
aplastada dentro de su puño repentinamente apretado.

Pero el cálculo de Ian funcionó. Whitman parecía furioso, confundido, y no


tenía idea de qué decir o qué hacer. También sabía que no tenía ninguna manera a
su disposición para demostrar la verdad detrás de las afirmaciones de Ian. Su
abogado no hablaría, Viola estaría lívida, pero incluso si lo negaba, el hombre
nunca podría estar seguro de la situación hasta después de haber hecho sus votos.
Su título no significaba nada para él, aparte de tener una esposa con título, y si no
tenía fortuna, al final podría quedar atascado no sólo con su mocoso sino también
con sus deudas… y una casa londinense llena de gloriosas obras de arte que él se
vería forzado a admirar todos los días, pero de lo que nunca podría sacar
provecho.

De repente, el matrimonio con Lady Cheshire pareció desagradable para Miles


Whitman. Ian podía leerlo en su expresión endurecida, verlo en su penetrante
mirada. Y como no sentía verdadero amor por Viola, se dio cuenta de que tal vez
ella solamente tuviera su propia obra de arte trivial para vender, esta nueva
revelación de que podría estar usándolo para ganar cerró el trato para él. Sus
pinturas de naturalezas muertas y bocetos de cachorros no pagarían sus zapatos.

–Bueno –dijo Whitman, con tono ronco. –Agradezco tanta información


sincera, su gracia, y, naturalmente, se mantendrá entre nosotros. Ahora, si me
disculpa, recuerdo haberle dicho a Lord Tenby que lo encontraría para jugar cartas
a las doce y media, y no me gustaría retenerlo.

Luego, sin esperar una respuesta, Whitman asintió con la cabeza rígidamente,
pasó junto a Ian y caminó una vez más hacia el salón de baile.
Capítulo 19

La fiesta es mañana en la noche. De alguna manera, haré que lo rescaten,


aún si tengo que desafiar a mi familia y destruir mi futuro. No puedo dejarlo
morir. Él ahora significa demasiado para mí...

Viola esperó con tanta paciencia como creía humanamente posible para que
el Duque de Chatwin se encontrara con ella en su impresionante salón verde.
Intentaba no inquietarse ni llorar, lágrimas no de tristeza, sino de ira y frustración,
e incluso un poco de miedo por lo que estaba a punto de hacer. Ella había venido a
su casa hoy inesperadamente, con la esperanza de atraparlo por sorpresa, pero en
cambio la había mantenido esperando durante casi veinte minutos, sin duda
deliberadamente, ya que era su naturaleza torturarla con agitación a cada paso.

Miró por las grandes ventanas hacia el verde jardín más allá. Aunque todavía
era temprano en la tarde, la lluvia torrencial oscurecía la vista, como lo había
hecho durante todo el día, el clima miserable que coincidía con su estado de
ánimo y lo que temía que ahora podría ser un triste futuro.

–Viola.

Se volvió bruscamente ante el sonido de su voz, tan sorprendida de que no


hubiera escuchado sus pasos desde el pasillo como de la manera íntima en que él
suavemente dijo su nombre. Se quedó apoyado contra la puerta, mirándola con
franqueza, cruzando los brazos casualmente sobre el pecho, la expresión de su
hermoso rostro era de suave especulación. No podía adivinar cuánto tiempo había
estado parado allí antes de revelarse, y la idea hizo que su estómago se revolviera,
le hormigueaba la piel.

–Su gracia –respondió ella, ofreciéndole una reverencia mientras calmaba con
fuerza sus nervios. –No lo oí entrar. Espero no molestarlo.
El costado de su boca se movió ligeramente mientras se paraba y entraba a la
habitación. –Para nada. –Su mirada la recorrió de arriba a abajo. –Te ves bien.

El calor inundó sus mejillas, pero ella lo ignoró. –Gracias. Usted también –
respondió correctamente, notando que no se veía solamente sano; se veía
maravillosamente guapo con pantalones casuales de color azul marino y una
camisa gris claro desabrochada en el cuello, las mangas arremangadas hasta los
antebrazos. Y aunque Dios podría abatirla por vanidad, de repente se sintió
bastante agradecida de haber elegido usar su vestido de ciruela escotado y un
corsé de cintura estrecha para esta reunión. Al menos se sentía mejor preparada
para la batalla vestida con algo que creía que le complacería visualmente.

–Entonces, ¿qué puedo hacer por ti hoy? –preguntó mientras caminaba hasta
su lado.

Ella se enderezó, valientemente sosteniendo su mirada. –Esta no es una visita


social agradable.

Él exhaló un largo suspiro. –Bueno, después de nuestro encuentro en el baile


de Lord Tenby la semana pasada, no se me había ocurrido recibir una agradable
visita social.

Se quedó tan cerca de ella ahora que incluso los débiles rastros de su colonia
la desconcertaban. Sacudiéndose, se apartó de él con la mayor despreocupación
posible y caminó hacia el otro lado de la habitación para pararse detrás de una de
las sillas de ala de cuero marrón. Girando para mirarlo, colocó las manos en el
espaldar para mayor comodidad.

Con determinación intrépida, pulso acelerado, dijo –Ian, quiero que me digas
exactamente lo que le dijiste a Mr. Whitman que lo hizo decidir que sería una
esposa indigna.

Por unos segundos, él no dijo nada. Luego inclinó la cabeza hacia un lado una
fracción y preguntó con cautela. –¿Qué te hace pensar que dije algo?

Un destello de ira la atravesó. –Destruir mi vida es un juego para ti, ¿no es así?

Pareció pensar en eso por un momento, luego, dejando caer los brazos a los
costados, respondió –Viola, no importa lo que responda, no lo creerías.

Ella tragó saliva. –Esa es probablemente lo más honesto que me has dicho.
Él casi sonrió. Sobriamente, admitió. –Si es la verdad lo que quieres, entonces
es cierto que vine a la ciudad, de vuelta a tu vida, para destruirla.

El corazón de ella se tambaleó y su garganta se tensó con la súbita emoción de


escucharlo.

–Pero eso no es lo que quiero para ti ahora –continuó en un ronco casi


susurro. –Créelo o no, me has enseñado mucho sobre mí en estas últimas
semanas, y si reconozco por qué hago ciertas cosas, sí sé que me importa tu
futuro. Yo solo... no quería verte casada con Miles Whitman.

–No es de tu incumbencia con quien me case –dijo, apretando el respaldo de


la silla –mucho menos si elijo hacerlo o no.

–Eso es verdad –admitió.

–Entonces, ¿por qué te involucraste en algo que no es de tu incumbencia? –


preguntó después de segundos de incredulidad.

Él se pasó una mano por la cara. –No puedo responder eso ahora.

Ella sacudió la cabeza y se encogió de hombros. –O tal vez estás mintiendo


sobre todo. ¿Cómo podría saberlo en este momento?

Sus ojos se entrecerraron mientras la miraba de cerca. –Estoy tratando de ser


honesto contigo, Viola. Pero hay algunas cosas entre nosotros que necesitan
discusión, que debemos resolver. No ayudará si no puedes creerme cuando te digo
que estar contigo nuevamente me ha ayudado a ver claramente que destruir tu
futuro no cambiará mi pasado. O hacerme feliz.

Los labios de Viola mostraban disgusto. –Nada de esto se trata de ti, excepto
donde disfrutas del poder que has tenido al cambiar mi futuro para destruir
cualquier seguridad o felicidad que pueda haber encontrado con Mr. Whitman.

Él sonrió. –Creo que ambos sabemos que no hubieras encontrado ninguna


felicidad con el hombre.

Ella entrecerró los ojos para mirarlo. –Entonces, ¿es por eso que le dijiste a
Mr. Whitman que yo soy Víctor Bartlett–James? ¿Porque te preocupas tanto por
mi felicidad?

Toda la cara de Ian se puso lánguida. –No le dije eso.


Ella estaba impávida. –Dijo que sabía que el boceto que te vendí era original, y
que no puede cortejar a una dama a la que no se puede confiar que conozca su
lugar cuando se trata de la venta de buen arte.

Ian se rió entre dientes, y casi tomó la lámpara a su lado para arrojarsela a su
hermoso rostro.

–¿Te parece gracioso? Él podría decirle a cualquiera…

–Él no sabe nada –dijo suavemente mientras se acercaba aún más.

–¿Qué le dijiste, Ian? –preguntó de nuevo.

–Siéntate y te lo diré –ordenó.

Ella no se movió, sólo juntó las manos frente a ella, manteniendo su mirada
fija en la de él.

–Por favor –dijo señalando el sofá mientras suavizaba su pedido.

A regañadientes, ella se paró frente a él y se sentó sobre el cojín con gracia,


abriendo sus faldas alrededor de sus piernas y pies más por hábito que necesidad.
Como temía, él se sentó a su lado, aunque afortunadamente se mantuvo a una
distancia respetable. Ella esperó, con el cuerpo rígido, las manos en el regazo,
mirándolo, oliendo su colonia de nuevo, deseando extender la mano
repentinamente y tocar su cara.

–Hablé con Whitman –admitió en voz baja, mirándola de cerca –no solamente
porque tus amigas estaban preocupados respecto a él, sino porque un matrimonio
con él parecía extrañamente programado...

–No es asunto tuyo –interrumpió, irritada.

Él levantó un brazo y lo extendió sobre el respaldo del sofá. –No es asunto


mío, cierto, y sin embargo me importa.

Ella sacudió la cabeza, confundida. –¿Te importa tanto que destruyes mi


reputación?

–No hice tal cosa. –Suspiró, y luego dijo –Miles Whitman admitió sin reservas
que tenía la intención de casarse contigo por tu colección de arte, principalmente
para vender. Te quería sólo para obtener ganancias financieras, Viola.
Simplemente le dije que toda la obra de arte que creía que era tuya en realidad le
pertenece a tu hijo. Él sabía que el boceto era original porque conoce el buen arte,
eso es todo. Él no sabe que eres el artista Bartlett–James, al menos no por nada
que le haya dicho.

Viola continuó mirando sus hermosos ojos, sin ver ningún engaño, pero
perfectamente consciente de que podía estar ocultándole detalles para su propio
beneficio.

–No tenías ningún derecho a intervenir de esa manera Ian.

Él parpadeó. –El hombre quería casarse contigo por tu fortuna. Él fue bastante
honesto acerca de su propósito.

–Tal vez ese hecho es irrelevante para mí –ella respondió con los ojos
brillantes. –No tienes el derecho de interferir con mi futuro. No intervine cuando
dijiste que estabas ansioso por cortejar a Lady Anna, una dama que, por cierto, es
absolutamente incorrecta para ti en todos los aspectos.

–Así es –afirmó en lugar de preguntar.

Sintiendo una súbita oleada de calor en sus mejillas, Viola rápidamente


respondió. –Pero, de nuevo, no es mi deber determinar tus necesidades en una
esposa. A quién eliges es tu problema.

–Ah. –Se aclaró la garganta. –Bueno, sólo para que tengamos claro el asunto,
nunca tuve la intención de cortejar, o casarme con Lady Anna –reveló, en tono
bajo. –Admito que implicar un interés era un medio para llegar a ti. Pero incluso si
la hubiera encontrado remotamente atractiva, no se puede comparar con tu
elegancia, tu ingenio y nivel de pasión. Ella es, como dices, completamente
incorrecta para mí en todos los aspectos.

Viola se retorció un poco en su puesto, encontrando que era honestamente


convincente pero totalmente incapaz de comprender su propósito final. Sus
instintos femeninos la impulsaron a preguntar qué pensaba de su ingenio,
elegancia y nivel de pasión, como si importara horriblemente, pero su naturaleza
sensata ganó la batalla.

–No te entiendo –dijo, volviendo al punto. –No tienes intención de casarte


conmigo, incluso has declarado explícitamente que preferirías verme muerta antes
que darme tu apellido, y aun así interfieres intencionalmente en mi vida para
negarme un matrimonio con un hombre de mi elección. –Ella abrió los brazos con
asombro. –¿Todavía piensas en mantenerme como tu amante? ¿Llevarme a la
cama a tu antojo con ímpetu subyacente detrás de tu deseo de control? ¿Crees
que no tengo voz en este asunto?

Las cejas de él se fruncieron levemente y vaciló. Por un momento le pareció


que en realidad parecía dividido por la indecisión. Luego, suspiró suavemente y
extendió la mano, la tomó y acarició sus dedos mientras los miraba.

–Lo que te dije fue algo realmente horrible, Viola –susurró roncamente. –Por
favor, quiero que sepas que hablé tan groseramente por la ira y un malentendido
de tus intenciones en ese momento. En realidad, no quise decirlo. –Respiró hondo
y volvió a mirarla a los ojos. –No tengo ningún deseo de controlarte tampoco, pero
por razones que me desconciertan, sí quiero estar contigo. Simplemente no sé lo
que eso significa todavía.

Ella sintió una conmoción dentro de su propia tristeza y remordimiento,


queriendo creerle de todo corazón porque su voz y sus palabras no expresaban
nada más que honesta confusión y remordimiento. Sin embargo, incluso con una
disculpa tan sincera, aún tenía que explicarle la manipulación de su futuro con
cualquier comprensión que ella pudiera tener.

–Ahora es el momento de que me hables con total honestidad –dijo él,


interrumpiendo sus pensamientos.

En una respuesta nerviosa, ella trató de retirar discretamente su mano de él,


sin éxito, mientras movía la palma de su mano hacia su muñeca y la agarraba.

–Me gustaría saber –continuó lentamente, sosteniendo su mirada –¿por qué


una vez dijiste, no hace mucho tiempo, que tienes poco deseo de volver a casarte,
y sin embargo, sólo unas semanas después de esa declaración, perseguiste con
vigor la oportunidad casarse con Miles Whitman?

Un rastro de terror la atravesó. Ella recordaba la conversación en el estudio,


cómo había tratado de ser vaga sobre su pasado y su futuro, sin darse cuenta de lo
mucho que él había escuchado su balbuceo y de que un día le pediría que
respondiera. Pero no tenía intención de revelar demasiado ahora. Solamente
podría empeorar las cosas.
Con dignidad, ella se levantó. –No importa, aunque si debes saberlo,
simplemente cambié de opinión. Las mujeres lo hacen todo el tiempo.

Él le dio una media sonrisa. –Es cierto –estuvo de acuerdo, levantándose para
pararse a su lado, aunque manteniéndola a un brazo de distancia al negarse a
soltar su muñeca. –Pero quiero que me digas, sin prevaricación, lo que pasó para
que cambiaras de opinión.

Ella se tragó las lágrimas de frustración, negándose a apartar la mirada de su


desafiante mirada. –¿Para que puedas burlarte de mí?

–Así sabré lo que hay en tu corazón.

Derritiéndose internamente, ella cedió. –Ocurriste tú, Ian.

Los ojos de él se agrandaron minuciosamente, como si no acabara de creer


que ella le ofreciera esa verdad tan simplemente. Y luego su expresión se nubló, y,
de manera bastante inesperada, extendió la mano y pasó el pulgar suavemente
sobre sus labios. Ella se estremeció y bajó la cabeza.

–Somos una pareja extraña, ¿no? –dijo segundos después, con voz sedosa y
reflexiva. –Quiero sacarte de mi mente y no puedo dejar de pensar en ti. Estás
felizmente viuda, pero vuelvo a tu vida y de repente quieres casarte con un
hombre que no amas, deseas o necesitas por algún motivo, un hombre que
solamente desea tu fortuna, sólo para deshacerte de mí.

–Ian, detente. Es más complicado que eso.

–Estoy de acuerdo, pero no puedo parar –susurró. Lentamente comenzó a


frotar el pulgar sobre su muñeca con movimientos ligeros. –Sé que falta algo entre
nosotros, pero no estoy seguro de qué es. A veces creo que los dos nos anhelamos
el uno al otro, pero tememos lo que nos pueda hacer si actuamos. Nuestra historia
en conjunto proviene de algo tan miserable. A veces pienso que volver a
acostarme contigo es la respuesta, pero sé que sólo me dejará con ganas de más, y
al final el vacío seguirá siendo negro, y las noches solas.

Ella trató de alejarse nuevamente, pero en lugar de soltarla, él envolvió el


brazo libre alrededor de su cintura y la atrajo contra su duro cuerpo.

–Pero lo que más quiero, Viola –susurró, inclinándose para acariciar su oreja –
es verte feliz, escucharte reír, no por sarcasmo o ansiedad, sino por alegría. Tengo
sueños de eso, tal vez recuerdos de eso. No lo sé. Pero desde que volví a tu vida,
nunca te he oído reír de pura felicidad, y nada, en este momento, me atormenta
más.

Él comenzó a dejar caer pequeños besos en su cuello, pasando sus labios por
la delicada piel, y sus piernas se debilitaron. Debió haber esperado que ella se
derrumbara contra él, porque parecía estar soportando su peso de repente
cuando sus labios se encontraron.

Ella no podría resistirse si lo intentara. Estar con Ian se sentía como una
alegría en la mañana, y nunca antes había sido tan dulce y precioso como se sentía
en este momento. La besó con una mezcla de pasión y ternura, deseo urgente y
necesidad gentil, su lengua burlándose suavemente, sus dedos rozando su mejilla
como si la encontrara invaluable a su toque. Y cuando por fin ella gimió
suavemente y susurró su nombre contra sus labios, él se apartó, descansando su
frente contra la de ella por varios largos momentos antes de dejar suaves besos en
su frente, sus pestañas, nariz y mejillas.

–Eres tan hermosa y suave...

Ella gimió, la incertidumbre la llenó mientras gentilmente empujaba contra su


pecho. –Tengo que irme, Ian –dijo con voz temblorosa.

A través de un bajo suspiro cedió, liberándola gradualmente.

Una sensación de profunda soledad la envolvió cuando finalmente la dejó ir.


Incapaz de mirarlo, inclinó la cabeza hacia la pared junto a la puerta. –Traje tu
retrato, completo y, creo, un excelente parecido. –Respirando largamente para
tener confianza, añadió –Y quería que supieras que John Henry y yo vamos a irnos
pronto de la ciudad.

Como él no dijo nada sobre eso, finalmente levantó los párpados y se atrevió a
mirarlo a los ojos. Él la estudiaba atentamente, con el rostro todavía sonrojado por
el beso, sus ojos aún ardiendo bellamente, y tomó todo lo que estaba dentro de
ella para no arrojarse en sus brazos otra vez.

Lentamente se enderezó y juntó formalmente sus manos detrás de su espalda,


sus facciones se endurecieron. –¿A dónde van?
Ella tragó todas las emociones torrenciales que amenazaban con salir a la
superficie. –Primero a Cheshire para el invierno. Después de eso, no sé, aunque tal
vez a algún lugar del continente.

–Ya veo. –Segundos después preguntó. –¿Puedo preguntar por qué?

Tratando de sonar valiente y realista, ella dijo. –Con este retrato terminado,
no tengo otras obligaciones financieras aquí, y John Henry necesita estar en el
campo donde pueda montar y jugar y prosperar en un espacio mayor. Y para ser
sincera, tu alteración de mi futuro al arruinar la posibilidad de un matrimonio
perfecto para mí es la última batalla que deseo entre nosotros. He venido a decirte
que me rindo, Ian. Has ganado la guerra.

–No he ganado nada –sostuvo con súbita y tranquila furia –si te llevas a mi
hijo antes de que lo conozca siquiera.

Esa declaración, pronunciada con tanta angustia sincera, la derritió hasta los
huesos. Y tal vez por todo lo que habían compartido recientemente, tal vez porque
siempre le había importado tan profundamente por razones que nunca había
entendido del todo, esta vez realmente sintió su dolor y no se atrevió a negarlo.

Bajando sus párpados para evitar su penetrante mirada, le dio la espalda y


salió de su hermoso salón verde por última vez, su dulce beso aún permanecía en
sus labios, el recuerdo del cual esperaba duraría toda la vida.
Capítulo 20

Estoy muy asustada, por ambos. Tengo tres semanas de retraso en mi mes, y
ahora temo estar esperando su hijo. Todo parece tan desierto ahora, aunque
ruego porque lo rescaten mientras salgo a la fiesta de máscaras. Por favor, Dios,
acompáñanos a ambos esta noche.

Es hora...

Después de días de cielos nublados y, en general, de un clima lúgubre que


hacía juego con su estado de ánimo, el sol brillaba al despertarse esta mañana, y
Viola decidió llevar a John Henry al parque con la niñera. Les haría bien a ambos
recibir un poco de sol y aire fresco, y la oportunidad de dibujar por primera vez en
años podría distraer su mente de sus problemas.

No quería irse de la ciudad o Inglaterra. Francamente, no quería dejar a Ian,


pero no podía negar la ansiedad que despertaba sólo sabiendo el poder que él
tenía sobre ella cuando se trataba de su hijo. Pero todo pronto quedaría en el
pasado. Esta mañana, juró, con el frío del otoño en el aire y la tibieza del sol en la
cara, que su vida estaba a punto de comenzar de nuevo y la disfrutaría.

Viola se sentó en un banco de madera, mirando a John Henry jugar con otros
niños cerca del arenero. Afortunadamente, muchas otras madres y niñeras habían
aprovechado el hermoso día y se habían aventurado también, permitiéndole la
oportunidad de sentarse simplemente, mirar y disfrutar el momento tranquilo a
solas.

No pudo evitar sonreír cuando vio jugar a su hijo. En muchos sentidos, él se


parecía mucho a ella, especialmente con su mente creativa, la manera que
pensaba del mundo y su naturaleza muy comunicativa. Pero en otras formas,
principalmente en el físico, no podría haber ninguna duda de que él era el hijo de
Ian. Cada vez que su hijo se enojaba por algo sus cejas se juntaban, él fruncía el
ceño con la cabeza inclinada exactamente en el mismo ángulo que su padre, con
las manos en apretados puños a los costados. Cuando sonreía, podía ver el mismo
hoyuelo en su mejilla izquierda y cuando contemplaba algo que ella dijo que él no
entendía, su frente se arrugaba y la miraba fijamente como si no tuviera cerebro. Y
ambos tenían la misma pequeña marca de nacimiento con forma de llave en su
muslo izquierdo.

Hubo momentos como este en que ella se ponía melancólica y soñaba con una
vida diferente, donde Ian criara a su hijo y la amara, se casara con ella y vivieran
una vida llena de diferencias de opinión, alegría y sorpresas.

Y entonces la realidad interfería con sus ensoñaciones, como ahora, cuando


John Henry comenzó a llorar y patear con los pies, tirando de una pala mientras
luchaba con dos niñas pequeñas por su posesión.

–¿Te gustaría que lo rescate?

El sonido de la voz de Ian detrás de ella la sorprendió tanto que jadeó en voz
alta y saltó del banco, girando rápidamente para mirarlo, boquiabierta, con el
corazón latiéndole con fuerza.

Estaba de pie apoyado contra un árbol, vestido casualmente con una camisa
de lino color crema y pantalones marrones, los brazos cruzados sobre el pecho, el
pelo alborotado por la brisa ligera.

Él le sonrió traviesamente, casi... íntimamente, escudriñando cada facción,


cada curva, como si la vieras por primera vez.

De repente, sintió un intenso color inundar sus mejillas, y cruzó los brazos
sobre los pechos con una leve protección.

–¿Cuánto tiempo has estado parado allí? –preguntó a la defensiva, con voz
ronca.

Él se encogió de hombros. –Por un tiempo.

–¿Un tiempo? –miró preocupada a John Henry, quien había logrado arrebatar
la pala a las chicas, pero ahora no le importaba mientras miraba con curiosidad a
Ian.

–¿Me estás siguiendo? –preguntó ella, mirando a Ian a los ojos.


–¿Un hombre no puede pasear por el parque en un día hermoso? –Replicó él,
poniéndose de pie y acercándose a ella.

Ella se mantuvo firme. –Perdóneme, su gracia, pero no estaba paseando.

–Ah, de acuerdo, Lady Cheshire –estuvo de acuerdo mientras se detenía


frente a ella. –Pero estaba disfrutando de la vista.

Ella levantó las cejas. –¿De la parte de atrás de mi cabeza?

Su sonrisa se desvaneció cuando bajó la voz. –De eso y ver a mi hijo jugar en la
tierra y coquetear con chicas por primera vez.

Un cierto temor se apoderó de ella, haciéndola tambalearse sobre sus pies,


mirar nerviosamente por encima de su hombro hacia John Henry otra vez, se frotó
los brazos con las manos.

–Está bien, Viola –dijo con dulzura. –No estoy aquí para interferir.

–¿Por qué estás aquí? –preguntó ella mientras su nerviosismo aumentaba.


John Henry comenzó a saltar en su dirección.

–La última vez que hablamos dijiste que te mudarías al Continente –


respondió, mirando al niño acercarse. –¿Eso todavía está en consideración?

Viola podía sentir el corazón latiéndole fuertemente en el pecho. La boca se le


había secado debido a que sus nervios se habían incendiado, y cada instinto que
poseía como madre le decía que agarrara a su hijo y corriera. En cambio, la
curiosidad ganó por el momento y se mantuvo tranquila, lamiéndose los labios
antes de contestar. –Sí, ¿por qué?

Ian asintió, incapaz de apartar los ojos del niño mientras saltaba a su lado y
envolvía sus brazos alrededor de las piernas de ella.

–Bueno, antes de irse –dijo en una voz bastante lejana –tendrá que resolver el
problema con mi retrato formal, Lady Cheshire.

Ella lo miró, insegura, confundida y ahora, sin previo aviso, experimentaba el


mayor temor en su vida que había jurado evitar… el momento en que Ian se
encontraría con su hijo. Y no podía pensar absolutamente nada que decir.
Ian levantó la mirada, y luego las cejas, en una dura pregunta. –¿Vas a
presentarnos?

No sabía si debería sentirse manipulada y furiosa, o emocionada y aliviada.


Pero con una sonrisa burlona, ella respondió –¿John Henry? Conoce a Lord
Chatwin. Usa tus modales, por favor.

El chico se asomó por sus faldas. –¿Es potante?

Ella juguetonamente le frotó la cabeza, la sonrisa en su rostro se convirtió en


una sonrisa genuina. –Él piensa que lo es.

Ian miró de uno a otro. –¿Potante?

–Me preguntó si eres importante.

–Ah. –Ian extendió su mano. –¿Y quién eres tú?

Tímidamente, el chico miró hacia ella en busca de dirección, y con un


asentimiento ella lo instó suavemente a seguir. –John Henry, Lord Chatwin es un
caballero muy importante. ¿Qué se supone que debes hacer?

Segundos después, el niño puso su pequeña mano en la de Ian, se sacudió una


vez y se inclinó rígidamente. –Soy John Henry Cresswald, barón Cheshire, y algún
día también seré potante.

–Ya veo –murmuró Ian, divertido. –Bueno, entonces, Lord Cheshire, estoy muy
contento de conocer a alguien de tu prestigio.

Él la miró. –¿Qué es un pestigio?

Sonriendo, ella aclaró –Pres–tigio. Ser muy prestigioso es ser muy importante.

John Henry se rió, luego soltó la mano de Ian y dio una voltereta, plantando su
cabeza en la hierba para ver el mundo al revés.

Ian la miró con curiosidad. Ella se encogió de hombros. –Él hace eso, me temo.
Sólo tiene cinco años, ¿sabes?

–Sí, lo sé.
Durante varios segundos, él la miró fijamente a los ojos, hasta que ella se
sacudió y regresó al momento. –Entonces, perdóneme, su gracia, pero ¿cuál es el
problema con el retrato?

Con las cejas fruncidas, inspiró profundamente y cruzó los brazos sobre el
pecho. –Bueno, aunque tiene un excelente parecido, como dijiste, parece que los
colores están completamente equivocados y... no era lo que esperaba. Los tonos
no coinciden con la decoración de la habitación en la que me gustaría colgarlo.

Ella lo miró boquiabierta. –¿Le ruego me disculpe?

Bajó la mirada hacia John Henry, observando al niño cuando de repente saltó
dos veces, luego corrió de regreso al arenero.

–Estoy seguro de que se da cuenta, Lady Cheshire –explicó, volviendo a


centrar su atención en ella –que pagué una gran cantidad de dinero por el retrato
y espero que sea de mi total aprobación.

–¿Tú… quieres que pinte otro retrato porque no estás satisfecho con los tonos
de color, tonos, debo agregar, que inicialmente habías aprobado?

Él se encogió de hombros con total inocencia. –Si eso es lo que se necesita.


Podríamos comenzar mañana si lo desea, por decir... ¿a las diez?

Nunca en su vida Viola había estado tan indignada por lo que ella consideraba
un intento directo de atraerla. El color era completamente satisfactorio y el retrato
en general encantador. Incluso había considerado guardarlo para ella y pintarle
otro para poder tener algo que ver cuando trabajara en su estudio todos los días.
La única razón por la que había decidido no continuar con semejante idea había
tenido tanto que ver con su propio dolor como con el conocimiento de que cuando
John Henry creciera, él y cualquier otra persona que pudiese echar un vistazo, se
preguntarían por el parecido. Simplemente sería demasiado.

Pero esta ridícula preocupación de Ian parecía nada más que otra táctica para
inquietarla y herirla. Y ya había tenido suficiente de toda la confusión interna que
podía tomar del Duque de Chatwin.

–¿Por qué estás haciendo esto, Ian? –murmuró en voz tan baja que solamente
él podía oír.
Sonriendo débilmente, él respondió. –Simplemente no quiero que te vayas
hasta que esté satisfecho de que todo está arreglado entre nosotros.

Ella no había esperado una respuesta tan rápida y honesta. Pero el significado
implícito y no dicho que enhebraba sus palabras vibró a través de ella, causando
que temblara y tropezara con una respuesta. Puso los brazos alrededor de ella
para consolarse, lanzándole una rápida mirada a su hijo, quien una vez más había
empezado a pelear ruidosamente con las chicas en la caja de arena. Una dama
educada y su niñera, que estaba empujando un coche, pasaron por delante de Ian,
y él se movió a su izquierda, fuera del camino y tan cerca de Viola que de repente
podía sentir el calor de su cuerpo.

–Creo que ahora –murmuró afable –antes de arriesgarme a un escándalo


tomándote en mis brazos y besándote en público, voy a ir al arenero y enseñarle a
mi hijo que aprendí que es mucho más fácil ganar la admiración de una dama
construyéndole un castillo que luchando y haciéndola llorar.

Dicho eso, le guiñó un ojo, se dio la vuelta y se alejó.

Sin palabras y nerviosa hasta los huesos, Viola volvió a sentarse en el banco y
contempló maravillada cómo el duque de Chatwin se hacía cargo de la caja y en
cuestión de minutos los niños y niñas juntos hacían castillos en la arena.
Capítulo 21

Lo rescataron anoche y, aunque ayudé a liberarlo, para hacerlo se hizo


necesario exponer a mis hermanas y las maldades que han cometido. He
desgraciado a mi familia y temo que pueda quedar desheredada y sola. Con un
bebé dentro de mí, solamente puedo esperar encontrar un esposo rápidamente.
Nuestro futuro completo ahora descansa en las manos de Dios...

No tenía idea de cómo seducirla. O dónde, o en qué momento. Se había


reunido con ella una vez al día durante la última semana para las sesiones, pero
ella había sido cordial y educada, no estaba particularmente ansiosa por entablar
conversación sobre temas informales y, ciertamente, no estaba dispuesta a
discutir nada personal entre ellos. Tan reacia, de hecho, que durante casi todo el
tiempo, uno o más sirvientes habían recorrido el estudio… una interrupción que,
sospechaba, había sido preparada por completo.

Pero cada día que se sentaba delante de ella, escuchándola hablar de


trivialidades, viéndola tratar de mantenerse concentrada en su trabajo cuando él
obviamente la ponía nerviosa por su presencia, se desesperaba cada vez más por
abrazarla, hacerle el amor y mostrarle cómo sin intentarlo había logrado
transformar sus sentimientos por ella. En lo que no estaba del todo seguro, pero
quería descubrirlo desesperadamente. Quería decirle que sólo el sonido de su voz
llevaba consigo un manto instantáneo de consuelo, y la idea de que ella dejara su
vida para siempre le enviaba una oleada de temor tan poderoso que le dolía. No
tenía ninguna explicación para este nuevo rayo de emociones que nunca había
experimentado antes, y francamente no podía ponerlas en palabras si lo
intentaba, pero ciertamente iban más allá de la lujuria, y no era tan estúpido como
para rechazarlas. No estaba dispuesto a lanzar todo lo que estaba a su alcance
simplemente porque durante tanto tiempo se había equivocado y había pensado
de manera diferente sobre la mujer que estaba en el centro. Estaba claro que sus
suposiciones sobre el papel de ella en su cautiverio habían sido, si no del todo
incorrectas, entonces alteradas por recuerdos vagos y su propio deseo equivocado
de venganza.

Sin embargo, mucho podría cambiar… había cambiado en cinco años. Ella se
había preocupado por él hace mucho tiempo, pero él necesitaba aprender la
certeza y profundidad de los sentimientos de ella hacia él ahora y el camino a ese
descubrimiento hasta el día de hoy, lo había eludido. Le había llevado una semana
de consideración e indecisión antes de decidir un plan de acción. Secuestrarla de
nuevo sólo probaría lo que no había cambiado entre ellos y pedirle que
simplemente le dijera cómo se sentía únicamente conduciría a más evasión,
discusión y desconfianza. Pero apostaría su fortuna a que no podría ocultar sus
sentimientos si le hacía el amor.

Así que esta noche, con ese plan en mente, esperó a su llegada a la casa de
campo, paseando por el piso del salón, el corazón le latía con fuerza por la
ansiedad mientras miraba nuevamente el reloj en la repisa de la chimenea. Había
enviado una nota solicitando una reunión después de las ocho, y ahora era casi la
media hora. Había escogido la hora específicamente, deseando llegar tarde para
despedir a todos los sirvientes menos esenciales para la noche. Braetham la
recibiría, le diría al conductor que se pusiera cómodo y luego ordenaría al resto del
personal que se quedara escaleras abajo hasta la mañana. Era un plan excelente, si
ella se molestaba en visitarlo.

Ian se dirigió hacia la ventana y miró hacia el camino de la entrada. Gran parte
permanecía oscurecida por los robles y la oscuridad de la noche, pero después de
un momento o dos de intentar respirar profundamente y contemplar diferentes
opciones de seducción en caso de que esta fallara, vio al cochero doblar la esquina
y se detuvo junto a los escalones de piedra.

Alejándose rápidamente de la ventana, caminó hacia el centro de la


habitación y se tranquilizó, esperando con las manos a la espalda, sintiéndose
sorprendentemente nervioso y preocupado por su habilidad para seducir a la única
mujer en la tierra cuyo rechazo lo inquietaría indefinidamente. Tenía que hacer
que importara.
De repente, sus pasos resonaron en el suelo de mármol de la entrada. Se le
secó la boca y el pulso del corazón se aceleró, y se volvió hacia la puerta abierta
mientras fingía una calma que no sentía en absoluto.

–Su gracia –dijo Braetham después de tocar por cortesía –Lady Cheshire está
aquí para verlo.

–Hazla pasar –respondió Ian, con voz notablemente estable.

El mayordomo se movió a su derecha, y segundos después ella se deslizó hacia


su salón.

Ian se quedó sin aliento cuando la vio, luciendo hermosamente pulida y


aparentemente despreocupada, pero se las arregló para ocultar su admiración por
su figura con una sonrisa graciosa y un asentimiento. –Lady Cheshire. Estoy tan
contento de que puedas venir con tan poco tiempo de aviso.

Ella alzó las cejas y se las arregló para parecer algo divertida, si no demasiado
curiosa. –Dijo que era importante.

Ian miró a Braetham, que estaba de pie en la puerta con aspecto apropiado. –
Eso será todo por ahora –le informó Ian.

El hombre se inclinó. –Por supuesto, su gracia. –Luego se dio la vuelta y cerró


la puerta detrás de él, dejándolos solos y encerrados en el silencioso salón.

Ella miró a su alrededor por primera vez, tocando los hilos de su pequeño
bolso en su única muestra de desconcierto. Él la miró especulativamente, notando
lo encantadora que se veía con un escotado vestido de noche de satén color
bronce y volantes de color amarillo pálido, con el pelo recogido en rizos. Deseó
tener un brillante collar de topacio dorado y pendientes para regalarle y completar
la imagen, luego, con ella en su brazo, la llevaría a encontrarse con la reina. Y por
lo que parece, decidió con cierto humor, que una presentación de ese tipo en la
corte podría ser más rápida que sacarla del artilugio que llevaba puesto. No podía
esperar para ver su corsé…

–¿Su gracia?

Él parpadeó. –¿Lo siento?

Sus labios se redujeron en enojo. –¿Le pregunté si hay algo que pueda hacer
por usted esta noche?
Oh, cariño...

Sonriendo, comenzó a caminar lentamente hacia ella. –Te ves adorable esta
noche –comentó con indiferencia. –Espero no apartarte de una función social
importante.

–Solamente de una cena –dijo, mirándolo con los ojos ligeramente


entrecerrados.

–Ya veo. –Él esperó, y cuando ella no ofreció nada más, no pudo evitar
intervenir. –¿Con otro posible esposo?

Su mirada repentinamente sospechosa lo observó de arriba a abajo. –Con


Lady Tenby y varios de sus invitados, si debe saberlo.

No iba a ir tan lejos como para preguntar por los invitados de Lady Tenby, sin
importar cuán curioso estuviese por saber si había sido escoltada por otro
caballero. Con un poco de suerte, no importaría por la mañana.

De pie frente a ella ahora, él miró hacia abajo a sus ojos cautelosos y sonrió. –
Bueno, entonces, me disculpo por la interrupción, pero estoy muy contento de
saber que no te tragaron en una larga noche de chismes sin sentido.

Ella suspiró en su puesto. –Ian, ¿por qué estoy aquí? ¿Qué es tan importante
que deba discutirse esta noche?

Sintió un rápido e instantáneo ataque de pánico a través de él. Nunca en sus


treinta y un años había sentido realmente como si su futuro descansara en el
destino de un evento, como lo hacía ahora. Era hora de detener su propia charla
sin sentido y hacer el amor.

–Necesito mostrarte algo –reveló suavemente.

Ella frunció el ceño mientras examinaba cada rasgo de su cara. –¿Mostrarme


algo? ¿Aquí?

–Sí. –Levantó el codo. –¿Vienes?

Ella vaciló por un segundo o dos, luego colocó suavemente la mano


enguantada sobre su antebrazo y le permitió llevarla fuera del salón y hacia el
vestíbulo.
–¿A dónde vamos? –preguntó mientras se acercaban a la gran escalera de
mármol.

Él le sonrió. –Arriba.

–¿Arriba?

–Al piso superior…

–Ian, no creo que…

–Confía en mí, Viola –instó en un susurro.

Ella miró nerviosamente alrededor de la casa silenciosa, luego, sin más pausa,
se levantó la falda con la mano libre y comenzó a subir los escalones junto a él.

Silenciosamente, la llevó hasta el tercer rellano, luego por el largo pasillo


hasta la puerta cerrada en la última habitación.

Él podía sentir la creciente preocupación de ella. Parte de eso, sin duda, se


debía a la falta de ayuda obvia. Si ella gritaba, nadie vendría en su rescate. Él
solamente podía esperar hacerla gritar de placer pronto, en cuyo caso estaría
absolutamente agradecida de que hubieran dejado la casa.

–¿Por qué sigues sonriendo? –preguntó con desconfianza.

Se detuvo frente a la puerta. –¿Sonriendo?

–No vas a matarme aquí, ¿o sí? –Ella respondió con brusquedad.

–No esta noche –respondió mientras alcanzaba el pestillo y lo empujaba hacia


abajo.

Mirándolo con recelo, incapaz de esconder una sonrisa irónica, entró y luego…
se detuvo tan rápido que las faldas rebotaron en sus espinillas.

Miró fijamente la repisa de la chimenea a tres metros delante de ella, donde


el primer boceto que le había comprado colgaba en toda su gloriosa belleza,
iluminado a ambos lados por la luz de la lámpara como punto focal de toda la
habitación.

–Este es tu dormitorio, ¿verdad?


–Sí. –Muy silenciosamente, cerró la puerta detrás de él, la cerró con llave, y se
paró frente a ella para bloquear su salida si ella intentaba huir antes de decir algo.

Ella miró a su izquierda, observando su gran cama con dosel durante varios
segundos antes de girarse para mirarlo.

–Es una habitación encantadora –dijo en un audaz aliento de ira. –¿Por qué
estoy aquí?

Este es el momento...

–Quería mostrarte dónde elegí colgar tu boceto.

Ella sacudió la cabeza minuciosamente, confundida. –¿Por qué? Si digo que se


muestra desagradablemente encima de tu chimenea, ¿me la devolverás?

Él se rió entre dientes. –Absolutamente no. Quiero que sea lo último que vea
antes de dormir todas las noches. –Se puso serio una vez más y añadió. –Me
recuerda a ti.

Esa audaz declaración la hizo sentir incómoda. Ella se alejó un paso, mirando
hacia la cama, luego otra vez, sus facciones oscuras y embrujadas a la luz de la
lámpara.

–¿Me trajiste aquí para seducirme, Ian? –Preguntó en voz baja.

El momento de la verdad...

–Te traje aquí por mucho más que eso.

Ella removió nerviosamente las cuerdas de su retículo y él extendió la mano


para tomar la pequeña bolsa de sus manos, dejándola caer sobre la mesita de
noche detrás de él.

–No seré tu amante –dijo temblorosa, a la defensiva.

Él suspiró. –Nunca traería una amante a mi cama privada, Viola.

–Entonces, ¿por qué estoy aquí?

Muy lentamente, él comenzó a tirar de los dedos del guante de ella. –Quería
comenzar disculpándome por llevarte a mi cabaña en contra de tu voluntad.

–No tienes que disculparte por eso en tu casa, mucho menos en tu dormitorio.
Él leyó el escepticismo en su voz, pero ella no apartó la mano cuando logró
quitarle el guante y tomar el otro.

–Es cierto –dijo, concentrándose en quitar el encaje de sus dedos. –Pero este
es un ambiente muy íntimo, y lo que tengo que decir y hacer, requiere intimidad.

Ella no dijo nada a eso, pero él podía sentir su mirada en el rostro, estudiando
su expresión. Cuando finalmente le quitó los guantes, los arrojó a la mesita de
noche con su bolso, luego levantó ambas manos para poder colocar los labios
primero en una muñeca y luego en la otra.

Ella se estremeció. –¿Qué estás haciendo, Ian?

Él la miró a los ojos y susurró contra su suave piel. –Te estoy besando.

Ella frunció el ceño. –Lo sé, pero quiero decir, ¿qué cosa íntima podrías querer
decir?

A pesar de que ella trató de sonar con la mayor naturalidad, él notó que su
respiración se aceleraba mientras bajaba la guardia. Suavemente, la atrajo hacia
él, lo suficientemente cerca para que sus faldas le cubrieran los muslos. –Quiero
agradecerte –dijo con voz ronca, la boca aún rozándole la muñeca –por ayudarme
todos esos años atrás.

Ella tragó saliva, hipnotizada de repente. –Necesitabas ayuda.

Él se apartó un poco y le sonrió, luego envolvió un brazo alrededor de su


cintura para acercarla aún más. –Quiero mostrarte lo que significa para mí.

Con una exhalación temblorosa, ella murmuró. –Quieres hacer el amor


conmigo...

–Quiero.

Por un momento ella lo miró a los ojos, preocupada, buscando. Él sintió que el
corazón le latía con fuerza en el pecho, sabiendo que como había dejado al
descubierto su deseo por ella, muy bien podría dar un paso atrás y marcharse. Si lo
hiciera, se dio cuenta, sería una de las mayores desilusiones de su vida.

Y luego, como si aceptara el destino que los unía, ella bajó los párpados, se
inclinó hacia delante y colocó los labios sobre los suyos.
Le tomó varios segundos en darse cuenta de que ella se entregaba a él sin
reservas ni argumentos, aunque solamente fuera esta vez, y con una repentina
urgencia que lo hizo tambalear, luego su cuerpo cobró vida.

Él envolvió sus brazos alrededor de ella y la atrajo con fuerza, saboreando la


suavidad de sus labios, el aroma dulce y floral de su piel. Ella levantó las manos
para agarrar ligeramente sus mejillas mientras su boca se detenía en la de ella,
saboreando, acariciando, tomando el tiempo para saborear. La lengua se movía
sobre su labio superior y ella se abrió para él, dándole acceso mientras presionaba
el cuerpo contra el suyo con su propia necesidad creciente. Él reprimió su
ansiedad, temeroso de moverse demasiado rápido, hasta que gimió suavemente y
empujó sus caderas hacia adelante en demanda de más.

Rápidamente, él rompió el beso y levantó la cabeza, mirando su rostro


enrojecido.

–Date la vuelta –susurró, con voz ronca. –Voy a desnudarte.

Ella abrió los párpados y lo miró, sus ojos transmitían un atisbo de vacilación.
Bajó la mano hasta el escote con volantes de su vestido, luego cerró la palma de su
mano sobre su pecho cubierto de satén.

Ella jadeó ligeramente cuando él comenzó a acariciarla. Él la observó de cerca


mientras su deseo se intensificaba, y luego en un rápido movimiento, la agarró por
la parte superior del brazo con una mano libre y le dio la vuelta, la mano nunca
abandonó su seno mientras la empujaba contra su pecho.

Se inclinó para dejarle suaves besos en la nuca, el hombro desnudo, mientras


él comenzaba a abrir con habilidad cada botón con dedos ágiles.

Ansiosamente, ella comenzó a ayudarlo, deslizando el vestido sobre los brazos


mientras se aflojaba. Él le mordisqueó el lóbulo de la oreja, lo sacudió con la
lengua y luego deslizó los labios por el cuello hasta la parte superior de su hombro.
En cuestión de segundos, el vestido de noche se cayó a sus pies, y para su gran
sorpresa, se desabrochó el corsé de encaje blanco en el frente y lo dejó caer a un
lado.

Ian retrocedió un poco y una vez más le dio la vuelta para tenerla de frente.
Ella permaneció sin vergüenza, los senos expuestos pero el resto del cuerpo
cubierto de cintura para abajo en una tela de encaje. Con dedos ágiles, él se
desabrochó la camisa y se la quitó, todo el tiempo mirándola a los ojos, testigo de
su incertidumbre incluso mientras sostenía audazmente su mirada.

Miró hacia abajo, a sus hermosos senos, expuestos, cada pezón duro por el
frío en la habitación, y cuidadosamente cerró sus manos sobre ambos para
calentarse, acariciar, provocar cada pico con las yemas de sus pulgares.

Ella gimió suavemente y cerró los ojos, echando la cabeza hacia atrás mientras
cedía al momento.

–Dime lo que te gusta –dijo él con un timbre ronco.

Sin levantar los párpados, susurró. –Contigo me gusta todo. Bésame, Ian...

Él no necesitaba ninguna otra urgencia. Bajando la cabeza, capturó su boca


otra vez, jugando con sus labios, su lengua, saboreando su suavidad, sus
respiraciones rápidas, sus cálidas manos suavemente enmarcando las mejillas de
él mientras su mutua pasión crecía en intensidad. Luego, de forma arrolladora, él
se inclinó y la tomó en sus brazos, llevándola a la cama y colocándola sobre la
colcha antes de soltar sus deliciosos labios en un esfuerzo por atraer una cadena
de suaves besos por su mandíbula y garganta, su pecho y el valle entre sus senos.

Ella arqueó la espalda en respuesta, pasándose los dedos por el pelo mientras
tomaba un pezón en la boca y comenzaba a chupar ligeramente, a tomarlo con la
lengua y luego a trazarlo con los labios.

Ella comenzó a gemir, a empujar sus caderas hacia él en abandono. En una


acción rápida, se levantó lo suficiente como para tirar de la parte superior de sus
enaguas, aflojarlas y halarlas junto con las medias por las caderas y las piernas
para exponer la longitud de su hermoso cuerpo a su vista.

Ella se veía maravillosa a la luz de la lámpara, y él acariciaba cada curva y


sombra con su mirada, luego bajó la cabeza y dejó caer un beso sobre el montón
de oscuros rizos entre sus piernas.

Ella inspiró profundamente y se estremeció.

–¿Tienes frío?

–Un poco –respondió ella en un susurro de seda.

Él levantó la mano y tiró de la colcha. –Métete debajo de las mantas.


Sin mirarlo, ella hizo lo que le ordenó, y con la misma rapidez se desabrochó
los botones de los pantalones, se quitó el resto de la ropa y se acurrucó a su lado,
cubriéndose ambos hasta el cuello.

Yacía uno al lado del otro en sus almohadas, uno frente al otro, aunque ella
mantenía los ojos cerrados. Él la miró por unos segundos, todavía sin tocarse
mucho, la mente era un repentino revoltijo de emociones mezcladas, todas ellas
inquietantes y maravillosas. Entonces, como si sintiera su mirada en el rostro, ella
abrió los párpados y lo miró a los ojos.

Él sonrió, y ella hizo lo mismo, haciendo que el corazón de él se sacudiera en


su pecho.

–¿Más cálida? –susurró.

–Mucho.

La sonrisa de Ian se desvaneció, y preguntó. –¿Qué estás pensando?

Durante unos segundos ella no dijo nada, sólo estudió las facciones de su
rostro. Y luego extendió la mano y con mucha cautela colocó la mano extendida
sobre su pecho desnudo tan cerca de ella.

–Estoy pensando –susurró –que aunque es peligroso para mí estar aquí, tengo
confianza porque nunca me he sentido más segura en mi vida que en tus brazos.

Su garganta se contrajo cuando una oleada de ternura se apoderó de él. No


esperaba nada tan íntimo, tan completamente honesto, y no tenía idea de qué
decir.

Dándole una sonrisa vacilante, añadió tímidamente. –Y no quiero


decepcionarte.

Algo en lo más profundo de él se derritió en ese momento. No podía


entenderlo ni ponerle palabras, pero lo dejó sin aliento.

–Viola…

Ella se inclinó hacia adelante y colocó los labios sobre los suyos. Él respondió
con un beso prolongado, intensificando la pasión lentamente, deleitándose en su
deseo de entregarse completamente a él a pesar de los riesgos. Ella le acarició el
pecho con las yemas de los dedos mientras movía sus propias manos, una hacia su
pecho, la otra hacia la parte posterior de su cabeza, enhebrando con los dedos el
sedoso cabello.

Él jugueteó con el pezón una vez más hasta que se hizo un pico y lo apretó
suavemente, escuchando el sonido de sus respiraciones aceleradas y suaves
gemidos de placer mientras su propio corazón comenzaba a latir rápido y fuerte
otra vez.

Estiró la pierna un poco para cubrir las de ella, halándolas hacia él para
acercarla. Ella movió la lengua sobre su labio superior, y en respuesta él se
sumergió profundamente para agarrar la de ella y chupársela. Ella gimió y levantó
la mano de su pecho a su mejilla, luego la movió detrás de su cabeza para
sostenerlo con fuerza.

Él la acarició, probó, provocó como ella, y finalmente, cuando ya no pudo


aguantar la espera, se inclinó, agarró la parte posterior de su rodilla y la levantó,
tirando de ella contra él para que su muslo le cubriera la cadera y la gruesa
erección enclavada en sus suaves y femeninos rizos. Con un grito ahogado, ella
apartó los labios de él, levantó los párpados y lo miró a los ojos.

En ese segundo, una chispa de memoria parpadeó, lo capturó. Y en ella, un


susurro de un fragmento en el tiempo hace mucho tiempo…

Te amo, Ian...

Él respiró hondo cuando la incredulidad y el asombro, la confusión y el


sentimiento de pertenencia le atravesaron la mente, el corazón.

Tan hermosa...

Ella lo miró intensamente, con la cara enrojecida, los ojos oscurecidos por el
deseo, las cejas fruncidas al sentir la extraña y gloriosa transformación en él. Luego
ella llevó la mano hacia adelante y tocó sus labios con los dedos.

Él los besó, rozó sus labios a lo largo de las yemas, le sostuvo la mirada viva
mientras dibujaba con el dedo anular ligeramente en su boca para chupar
suavemente. Ella inhaló temblorosa cuando comenzó a trazarle pequeños círculos
sobre su pezón con la yema del pulgar, luego lo rozó con los nudillos antes de
ahuecar la suave carne con la palma de su mano.
Ella gimió de nuevo, absorbiendo cada sensación al máximo. La sangre corría
por las venas de él, el corazón se aceleraba ante el sonido de su voz, la visión de su
placer, y de repente, con urgencia, necesitaba estar dentro de ella.

Bajando la mano, tomó la base de su erección, ajustó las caderas para que la
rodilla de ella se levantara un poco, y se empujó entre sus piernas.

Ella lo acunó instintivamente en las cálidas y húmedas paredes de su


hendidura. Durante varios largos segundos se mantuvo quieto, temeroso de
moverse, de respirar, para no acabar demasiado rápido. Nunca había hecho el
amor al lado de la pareja, sin embargo, todo lo relacionado con su cercanía, la cara
de ella a pocos centímetros de la suya, los ojos capaces de contemplar, las manos y
los dedos capaces de tocar, dar y aceptar libremente, logró intensificar su
necesidad.

Como si sintiera sus pensamientos, ella se lamió los labios, y ya sea por
instinto o por pura excitación, comenzó a acariciarlo moviendo cautelosamente las
caderas contra las suyas, sofocándolo con un calor húmedo y resbaladizo. Él
apretó la mandíbula y gimió bajo en el pecho mientras ella deliberadamente lo
acosaba, en silencio le rogó que entrara. Y luego, con la delicada elevación del
muslo para darle acceso, ella hizo lo que él quería y ansiaba desesperadamente, y
presionó hacia arriba, encontrando el centro de ella, y muy lentamente él se
deslizó dentro de sus dulces y cálidas paredes.

Ella gimió, brevemente tensa. Él alcanzó su rodilla y la levantó hacia el pecho,


permitiéndole llenarla profundamente. Durante unos segundos, ninguno de los
dos se movió, aunque ella mantuvo su mirada fija en la de él, como si necesitara
ver todas sus reacciones a tan exquisita tortura. Con una mano todavía
acariciándole el seno, él movió la otra de su pierna a su mejilla, ahuecando su
rostro, rozando el pulgar a lo largo de sus labios.

–Podría quedarme así para siempre –murmuró ella suavemente contra su


sensible piel.

Él tragó saliva, incapaz de poner sus sentimientos en palabras. Nunca en su


vida había experimentado un momento de intimidad más perfecto que este.

–Viola... –dijo en un lejano susurro –tan hermosa…


Un rastro de confusión parpadeó en los ojos de ella. Y luego se llenaron de
lágrimas.

Acunando su cabeza, él le capturó la boca una vez más, saboreó la dulzura de


sus labios, sintió su respiración rápida y cálida en su rostro, sintió la presencia de
anhelo dentro de ella. Ella le presionó las caderas contra las suyas, y luego
comenzó a moverlas a medida que el deseo volvía a renovarse.

Bajó la mano desde su cabeza hasta su trasero, tirando de ella lo más cerca
posible de él, lo que le permitió marcar el ritmo. Él le acarició el seno, acarició el
pezón, trazó la lengua sobre sus labios, y luego se sumergió profundamente
mientras ella gemía de nuevo en abandono. Sintió que su propia pasión crecía con
cada ligero empujón de sus caderas, cada suave gemido en los oídos, y supo que
en unos momentos ella lo llevaría al límite.

De repente ella apartó la boca de la suya y jadeó. Lo miró a los ojos, sostuvo
su mirada, meció sus caderas más rápido.

–Ian…

Él mordió con fuerza para contenerse y la vio llegar al borde de su liberación.

Ella gimió, abrió más los ojos, apretó los músculos de su pecho.

–Sí, –respiró él.

–Ian…

Y con eso ella gritó de placer, aferrándose a él, mirándolo a los ojos.

Él fue testigo de la emoción, sintió cada pulso de su orgasmo dentro,


agarrándolo, arrastrándolo con ella.

–Oh, sí, cariño... –Él se tensó. –Oh, sí…

Él explotó dentro, cerrando los ojos con fuerza, gimiendo a través de cada ola
de éxtasis, abrazándola con fuerza mientras la empujaba una y otra vez con total
abandono. Su aliento se mezcló con el de ella, los gemidos de su garganta
coincidían con los de ella, y se aferraron entre sí por cada vaivén de sus caderas,
con cada movimiento de piernas y manos, cada roce de labios y yemas de los
dedos, hasta que sus cuerpos, juntos, se quedaron quietos.
Ian permitió que el latido del corazón se desacelerara, luego envolvió los
brazos alrededor de ella y jaló su cabeza hacia la curva de su propio cuello, girando
lo suficiente para que estuvieran cómodos pero no lo suficiente como para escapar
de ella. Luego, apoyando la cabeza en la de ella, le tomó la palma de la mano y le
acarició la mejilla, escuchando el suave sonido de su respiración hasta que el
sueño se apoderó de él.

La suavidad de sus labios sobre los de él agitó sus sentidos.

–Despierta, Ian –susurró desde arriba.

Abrió los ojos, parpadeó rápidamente y luego recordó todo mientras miraba la
hermosa cara de Viola iluminada por la luz de la lámpara.

–¿Qué hora es? –preguntó aturdido, notando de repente que no solamente


estaba de pie junto a su cama, sino que también había logrado hacer un trabajo
adecuado de vestirse sin su ayuda.

–Ya casi amanece, creo –dijo ella, enderezándose.

Se sentó y se pasó una mano por la cara. –No tienes que irte.

Lanzándole una sonrisa irónica, ella tomó sus guantes y su bolso en la mesita
de noche. –Por supuesto que me tengo que ir. Debería haberme ido hace horas.

–No –replicó –deberías estar en esta cama y lista para otra ronda de sexo.

Su sonrisa se desvaneció mientras lo miraba directamente. –Fue maravilloso,


pero una noche en tu cama no cambia nada. Deberías saber eso. Y tengo que
llegar a casa antes de que el personal despierte. Mi cabello es un desastre y…

–Tu cabello es un hermoso desastre. Regresa a la cama.

Ella se mordió el labio inferior con vacilación y luego murmuró. –No puedo.

El deseo de ella de irse tan rápido después de la intimidad que habían


compartido le molestaba más de lo que quería admitir. A él no le importaba su
cabello, su personal o el de él. Ahora la quería de vuelta en la cama con él,
desnuda y dispuesta.

Lanzando las mantas a un lado, balanceó las piernas sobre el borde y se puso
de pie para mirarla.
–Sí, fue maravilloso –acordó roncamente –y seguro que será maravilloso la
próxima vez. Te necesito, Viola.

Frunciendo el ceño despreciativamente, ella se acercó y tocó delicadamente


su rostro. –Tengo que irme.

Él puso las manos en las caderas, exhaló un aliento rápido. –¿Por qué estás tan
despreocupada sobre lo que sucedió anoche?

Los ojos de ella se agrandaron y apartó la mano, completamente sorprendida.


–¿Despreocupada? No estoy despreocupada, estoy siendo práctica. Es casi de
mañana y tengo un niño, un estudio, un programa social y un hogar que llevar.

Gruñendo, él se frotó los ojos con las yemas de los dedos. –Entonces te traeré
de vuelta esta noche.

Ella soltó una suave risa mientras se ponía los guantes. –Eso no es práctico. No
soy tu amante a quien ordenar, Ian, y no puedo entrar aquí a tu antojo noche tras
noche. Incluso si no tuviera otros compromisos, piensa en el problema, en los
inconvenientes para ambos, sin mencionar el escándalo que podría crear para mí
en caso de que nos descubrieran, o algo peor.

O algo peor. Él sabía lo que ella quería decir. Embarazarla otra vez, aun
cuando todavía se negara a reconocer a su hijo como de él.

Habían llegado a un punto muerto, obviamente, y el hecho de que ella


pareciera tan reacia a tirar la precaución al viento y convertirse en su amante
dispuesta le irritaba irracionalmente. Ella lo quería, lo necesitaba, tanto como él.
Estaba seguro de ello. Sin embargo, no podría seducirla una y otra vez; tendría que
acercarse a él voluntariamente.

–¿Qué hay del deseo? –murmuró él.

Su ligero humor se desvaneció. –El deseo es algo fugaz. Compromisos y


aspectos prácticos no lo son. Tú lo sabes tan bien como yo.

La dura verdad de esa declaración le corroía las tripas. –Podrías casarte


conmigo.

El aire entre ellos se electrificó de inmediato. Ella parpadeó, luego sacudió la


cabeza minuciosamente, como si no pudiera comprender lo que él había dicho.
El tragó saliva; el corazón comenzó a latirle con fuerza. Las palabras se le
habían escapado tan suavemente como el flujo de la seda, y sin embargo, mientras
miraba con audacia a sus grandes ojos atónitos, no podía arrepentirse. Todo había
cambiado entre ellos desde que había comenzado su absurda búsqueda de
venganza, ya que había aprendido y había conocido a su hijo. Y si se casaba con él,
no podría abandonar la ciudad o el país a voluntad. Sí, decidió, el matrimonio
entre ellos tenía un sentido muy práctico.

–¿Viola?

–No estoy... ¿Eso es una propuesta? –preguntó desconcertada.

Nerviosamente, él se masajeó la nuca. –Sí. Supongo.

–¿Supones?

De repente se sintió ridículo, de pie desnudo ante ella, dándose cuenta de que
no era la manera más romántica de pedir la mano de una dama, ni el momento
más adecuado, y sin embargo, le parecía que todavía debería estar contenta. –
Seríamos una buena pareja –respondió con decisión.

Durante varios segundos largos e incómodos, ella lo miró fijamente. Y luego,


muy suavemente, asintió con la cabeza y respondió. –Sí, sería una pareja
excelente, bastante sensata, realmente, por una variedad de razones.

La relevación lo atravesó, hasta que bajó los párpados y se volvió hacia la


puerta.

–¿A dónde vas?

–Me voy a casa, Ian –dijo. –Adiós.

Sin volver a mirarlo, ella enderezó los hombros, levantó un poco la barbilla y
salió majestuosamente de su dormitorio.
Capítulo 22

Cierro este diario omitiendo el secreto más grave que él susurró en su delirio.
No puedo mencionar lo que sé, porque si alguien descubriera la verdad detrás de
su secreto familiar, seguramente sería su ruina. Lo amo demasiado para
arriesgarme a revelar todo...

Ian entró en el salón, decididamente irritable simplemente porque su


hermana, Ivy, la Marquesa de Rye, hizo todo lo posible por hacer que la habitación
fuera alegre y animada, y no se sentía nada alegre. Especialmente cuando había
tenido que viajar a la costa sur para verla y no le había gustado abandonar la
ciudad después de que su seducción de Viola, tres días atrás, se hubiese tornado
tan horriblemente mal. Todavía tenían mucho de qué hablar, lo supiera o no, pero
la nota de Ivy decía que necesitaba hablar con él rápidamente. Como su gemela,
siempre estaría cerca de ella, preocupado cuando necesitaba algo urgente, y no
ella no podía dejar su propia casa con un recién nacido para visitarlo.

La habitación estaba decorada en tonos melocotón, amarillo y con un extraño


tono rosado que nunca antes había visto. Sucumbió a su cansancio y caminó
directamente hacia un sofá de terciopelo blanco, cayó sobre él y extendió los
brazos, cerrando los ojos mientras reclinaba la cabeza sobre el almohadón,
esperando que su hermana no lo mantuviera esperando.

Ella no lo decepcionó. Unos momentos después oyó sus pasos en el suelo de


parquet mientras entraba rápidamente al salón y de repente se detuvo en seco.

–¿Mason no te ofreció té?

Él sonrió, aunque se negó a abrir los ojos que se sentían como plomo. –No
quiero té. Quiero un baño y una noche de sueño.
–Oh, por el amor de Dios.

–Siéntate, Ivy.

Ella resopló y se movió hacia él. –¿Por qué estás tan enojado?

Él abrió los ojos de par en par. –Estoy cansado.

–Ridículo –respondió ella, inclinándose para besar su mejilla. –Yo soy la que
casi no duerme nada. Puedes quejarte cuando tengas un bebé recién nacido en la
habitación. Y sí –añadió mientras retrocedía y se sentaba con gracia cultivada hacia
la silla frente a su relajado cuerpo –necesitas un baño.

Le dio una sonrisa graciosa. –Gracias por tan cordial acuerdo.

Ella ladeó un poco la cabeza, poniéndose seria. –Te ves cansado. No estás
durmiendo bien, ¿verdad?

Irritado, se sentó y cruzó una pierna sobre la otra, luego pasó los dedos con
fuerza por el cabello. –Tienes que preocuparte por ti misma. ¿Cómo estás, por
cierto?

Ella ondeó una mano en el aire. –Estoy bien. Rye es un esposo cariñoso, en
realidad, así que estoy como nueva, y el bebé es perfecto.

Con sincero alivio, le ofreció una sonrisa genuina. –Estoy contento. Te ves
feliz.

Ella sonrió también. –Estoy inmensamente feliz, gracias.

–Pero no me pediste que viniera con urgencia a Rye para decirme eso –dijo
arrastrando las palabras.

Tímidamente, ella respondió. –No, quería hablar de otra cosa, en realidad.

Se movió nerviosamente, sentada perfectamente derecha en su silla, y por


primera vez se dio cuenta de que llevaba dos cosas que parecían libros delgados,
ahora agarradas en su regazo como si temiera que él las agarrara y corriera.

–¿Que son esos? –preguntó asintiendo.

–Umm... Te lo diré en un momento.


Él esperó, mirando el pliegue en la frente de su hermana. Ella estudió la mesa
de té frente a ellos, mordiéndose suavemente el labio inferior como solía hacer
cuando estaba preocupada por darle noticias imprevistas, y la intriga de Ian
comenzó a crecer.

Suspiró con impaciencia. –Ivy…

–¿Qué recuerdas de el tiempo que estuviste en el calabozo, Ian?

La temperatura en el salón se volvió repentinamente caliente y espesa,


sofocando su capacidad para respirar, y tiró del cuello de la camisa para aflojarlo.

–¿Por qué? –preguntó segundos después.

Ella lo miró con franqueza. –Hay algo acerca de tu recuperación que nunca te
dije, pero lo voy a hacer ahora porque... ha salido a la luz nueva información y creo
que es importante.

–¿Nueva información sobre qué? –preguntó cautelosamente, apaciguando


una chispa de terror.

Ella hizo una pausa por un momento y luego murmuró. –Durante esas
primeras horas después de que fuiste rescatado, cuando estaba al lado de tu cama
y estabas delirando y tan cerca de la muerte, te cuidé y te sostuve la mano, e
intenté alimentarte con caldo. ¿Te acuerdas?

Agitado, golpeó los pulgares en su regazo. –No, realmente. Ve al grano, Ivy.

–Llorabas, Ian –dijo, bajando la voz con preocupación. –Y seguías preguntando


por Viola.

Todo su cuerpo se tensó reflexivamente. No tenía idea de qué decir a tal


revelación, o incluso qué sentir. Pero nunca dudaría de su hermana cuando tuvo su
horrible experiencia hace cinco años. Ella lo había salvado, y él vivía hoy gracias a
ella.

–En ese momento –continuó –no sabía qué pensar de nada de lo que me
dijiste cuando eras incoherente, la mayoría era ahogado y confuso. Sólo quería
mantenerte con vida, ayudarte a ganar fuerza y cuidarte, hasta que recuperaras la
salud. Pensé que tal vez llamabas a Viola Bennington–Jones, pero eso no tenía
sentido para mí porque ella participó en tu secuestro...
–Ella no –respondió. –Sus hermanas lo hicieron.

Ivy inclinó la cabeza hacia un lado, una fracción, mirándolo con curiosidad. –Ya
veo. Bueno, entonces quizás todo esto tenga sentido.

–¿Qué tiene sentido?

Ella giró nerviosamente su anillo de bodas y luego suspiró. –Sé que te mudaste
de Stamford a Tarrington Square por la temporada porque Lady Cheshire había
salido del luto.

Ian sintió como si ella le hubiese sacado el aliento con esa revelación. Su
hermana nunca había sido alguien que interfiriera en sus aventuras, las pocas que
había tenido desde su secuestro, y siempre había sido bastante silenciosa con
respecto a su decisión, hasta ahora, de permanecer soltero. Así que este
asombroso reconocimiento de su parte lo dejó preguntándose si debería pedirle
que se explicara a sí misma o que se ocupara de sus propios asuntos. La curiosidad
ganó.

–¿Qué te hace pensar que fui a Londres por ella?

–¿Lo hiciste?

Él la estudió por un momento, su irritación burbujeaba la superficie. Bajando


su voz, dijo –¿Por qué no me dices qué te preocupa?

–Me preocupas tú, Ian. –Se dejó caer un poco en su corsé. –¿Pensabas
cortejarla o arruinarla?

–¿Por qué me preguntas eso? –le respondió con brusquedad.

Sin perder el ritmo, ella sonrió débilmente y respondió. –Porque el amor y el


odio son pasiones que se pueden difuminar fácilmente, especialmente cuando la
memoria se ve afectada.

Con los nervios encendidos, Ian salió disparado del sofá. No tenía idea de por
qué Ivy estaba involucrada ahora, pero la mención de su pasado, la mazmorra, y el
conocimiento de que su hermana sabía algo acerca de sus intenciones hacia Viola
y la intimidad entre ellos le hizo sentir ganas de saltar de su piel. Y la falta de
control en el asunto lo enfurecía.
Caminó rígidamente hacia la ventana, apoyó las palmas de las manos sobre el
panel y miró hacia el césped recién cortado que se extendía debajo. Su sobrino,
James, que ahora tiene casi cuatro años, estaba de pie con su padre y dos lacayos
mientras Rye daba una conferencia, con cierto disgusto en su rostro, sobre la
sofisticación de usar adecuadamente una brida. O algo así. De repente, el niño
rompió a llorar, y unos segundos más tarde, Rye lo levantó en los brazos y lo puso
sobre sus hombros. Fue suficiente entrenamiento para el día, aparentemente,
mientras el marqués despedía a los lacayos con un gesto de la mano. Luego,
cuando su hijo se enjugó las lágrimas y lo abrazó con la mejilla sobre la cabeza de
su padre, los dos se dirigieron hacia la casa, Rye hablándole y consolándolo, hasta
que pasaron por debajo de la ventana y se perdieron de vista.

–¿Qué estás mirando?

Sueños que se hacen realidad para otras personas...

–Nada –dijo, volviéndose para mirarla. Apoyó la cadera en el alféizar de la


ventana y cruzó los brazos sobre el pecho. –¿Por qué necesitabas verme tan
urgentemente, Ivy?

Suspirando, ella respondió. –No estoy segura de tus intenciones hacia Lady
Cheshire, y ciertamente no es de mi incumbencia…

–Cierto.

Ella lo miró como lo hacía a menudo, su expresión era firme, como si estuviera
lista para regañar. Él casi sonrió. Gracias a Dios por Ivy en su vida.

–Como estaba diciendo, tus amantes no son de mi incumbencia.

–Lady Cheshire no es la amante de nadie.

La boca de Ivy se alzó minuciosamente. –Estoy seguro de que no lo es. Sin


embargo, hace tres semanas, recibí un paquete de tu casa en Chatwin. Contenía
un hermoso vestido de noche, de color ciruela, con hermosos bordados en la falda,
lavado y planchado.

Él frunció el ceño, pensando. –¿Y qué?

–No es mío. –Se aclaró la garganta y se enderezó de nuevo. –Tiene sirvientes


excepcionalmente diligentes, su gracia, pero aparentemente están confundidos
acerca de las damas en su vida.
El vestido de Viola. Recordó que lo llevaba puesto la noche que la llevó de
Tarrington Square a la cabaña de pesca de Chatwin. Ella había usado prestado uno
de los camisones viejos de Ivy, y luego un vestido de día cuando ella se fue, y ahora
recordaba haberle dicho a una de las jóvenes criadas que lo limpiaran, para tratar
de quitar las manchas de jerez de la falda: un derrame que él había causado.
Claramente, durante el proceso, uno de sus sirvientes, ignorante de la estancia de
Viola, había supuesto que Ivy había dejado un costoso vestido de noche en su
última visita y querría que se lo devolvieran. Y Viola nunca le había mencionado
esto, posiblemente olvidándolo, o, más probablemente, asumiendo que no le
importaría lo suficiente como para que se lo enviaran. O simplemente había
querido olvidar la experiencia por completo. En cualquier caso, el error de su
personal había expuesto sus acciones deplorables a su hermana.

–¿Por qué estás asegura de que es el vestido de Lady Cheshire? –preguntó en


voz baja.

Ella le ofreció una sonrisa orgullosa. –Porque, querido hermano, contacté a las
buenas modistas en Londres y envié consultas. Es un vestido único, muy bonito, y
si fuera mío, me gustaría que me lo devolvieran.

Entonces eso era todo. Su hermana inteligente había conectado puntos y al


hacerlo había dibujado una muy buena imagen de su aventura.

–Espero que no hayas dicho nada... impropio en tu aguda investigación –dijo


arrastrando las palabras.

Ella se burló. –Por supuesto que no. Me limité a decir que había visto el
vestido en una fiesta, que no recordaba quién lo había llevado puesto y, como
estaba considerando comprar uno hecho de manera similar y por una modista tan
buena, quería hablar con la dama que poseía ese.

Ian exhaló un largo suspiro y se pasó una mano por la cara cansada, luego se
puso de pie y regresó al sofá para sentarse de nuevo. Apoyándose contra el cojín,
miró a su hermana con aire de suficiencia. –No me digas que me trajiste aquí
simplemente para darme el vestido para devolvérselo.

–No –dijo en voz baja, su expresión se puso seria de nuevo. –Pero al saber
quién era la dueña, comencé a comprender más de lo que te sucedió hace tantos
años, y empecé a preocuparme por ti y por tus intenciones hacia Lady Cheshire.
Fue entonces cuando recordé algo encontrado en el calabozo cuando Rye lo selló.
Él asintió con la cabeza hacia los libros en su regazo. –¿Ésos?

Ella los miró. –Éstos han estado en un baúl en mi ático por cuatro años, Ian.
Cuando los descubrimos mucho después de tu rescate, solamente pudimos
adivinar su significado, y decidimos que era mejor no exponer a nadie, o
devolverlos a su dueña. Acababa de perder a su marido, y su hijo, ahora el Barón
Cheshire, merecía una vida libre del horrible pasado de su familia. Tampoco
estábamos seguros de que si se los devolvíamos a ella, no los usaría contra ti de
alguna manera inimaginable. Pero, como verás, simplemente no podríamos
destruirlos.

Su curiosidad despertó, se inclinó hacia adelante de inmediato, con la mano


extendida. –Dámelos.

–Espera –dijo ella, apretándolos contra el pecho. –Una cosa más.

Él no se movió. –¿Qué es?

–Antes de que veas esto, ten en cuenta que nunca quisimos ocultarte nada.
No era cuestión de protegerte, ni siquiera a ella, era dejar el pasado. Y nadie ha
visto estos libros, pero Rye y yo...

–Ivy, por el amor de Dios…

Ella los empujó hacia delante, hacia su mano que esperaba, luego se levantó.

–Te dejaré solo para examinarlos. Cuando estés listo, haré que Mason te
prepare un baño y te envíe a una comida a tu habitación habitual. –Le dedicó una
última sonrisa llena de amor y preocupación, y añadió. –Sospecho que querrás irte
para la ciudad al amanecer.

Dicho eso, se dio la vuelta y salió de su salón, cerrando la puerta detrás de


ella.

Durante varios largos momentos Ian miró los dos libros, dándose cuenta de
que las manos le temblaban ligeramente mientras los separaba para estudiarlos
individualmente. Uno era una agenda o diario de algún tipo, y el otro un cuaderno
de bocetos, el cual eligió abrir primero.

Se quedó sin aliento cuando vio el primer boceto, creado por la talentosa
mano de Viola, y reconoció la casa solariega de Winter Garden que Rye tenía
ahora, debajo de la cual había estado cautivo durante cinco largas semanas. Era un
dibujo inofensivo de la parte exterior del edificio y, sin embargo, envió una
instantánea sacudida de temor a través de su cuerpo.

Cerró los ojos brevemente, respirando profundamente, luego pasó a la


segunda página.

Y allí estaba él, bosquejado en forma perfecta, encadenado y acostado en el


catre en el calabozo, aparentemente dormido.

Tragó saliva, sintiéndose repentinamente abrumado por emociones que iban


desde el miedo a la impotencia, de la rabia al dolor.

Comenzó a hojear las páginas, cada una más gráfica que la anterior, hasta que
llegó al primero de ellos juntos... Viola y él, abrazados en el catre.

Ian lo miró con asombro absoluto, asombrado por la sensual belleza. Él la


abrazaba, ambos desnudos, con el brazo derecho esposado, pero el izquierdo la
rodeaba por la cintura, el seno derecho de ella escondido, el seno izquierdo
descansando sobre su pecho mientras ella se recostaba de costado a lo largo de él.
Con ternura, ella ahuecaba su cabeza con sus manos, descansando la frente en su
sien, presionando los labios suavemente contra su mejilla, con los ojos cerrados
mientras parecían fundirse el uno con el otro. Pero el aspecto más revelador del
boceto para él mostraba su pierna izquierda cruzada sobre la cintura, exponiendo
una sombra de su hendidura, su pierna derecha levantada para poder mantener la
erección firmemente encerrada dentro de ella.

Era el dibujo más erótico que había visto en su vida, y era de Viola y él
haciendo el amor. Lo sabía ahora porque lo había recordado hace unos días
cuando ella yacía en sus brazos en la cama. Había percibido la familiaridad, los dos
juntos, abrazados, tocándose, acariciándose y permaneciendo unidos, uno al lado
del otro, como amantes que aún no estaban listos para separarse. No es una
relación rápida y sin pasión, sino significativa. Y la habían compartido hace años,
como lo habían hecho recientemente.

Sacudido, cerró el libro de bocetos, sintiéndose repentinamente agotado,


exhausto y expuesto, dándose cuenta ahora de lo que Ivy había querido decir
cuando dijo que únicamente ella y su esposo habían visto esto y habían evitado su
exposición. Le había ahorrado un posible escándalo y, sin embargo, no pudo evitar
sentirse avergonzado al saber que ella había visto un dibujo de él desnudo y en
posición carnal, independientemente de su precisión. Aún así, no había sido
subastado en Brimleys, gracias a Dios.

Sin pausa, siguió con el diario, abriéndolo a la primera página escrita.


Inmediatamente, su inquietud se convirtió en asombro, luego en impresión
silenciosa cuando comenzó a leer:

Está tan oscuro dentro, tan frío y, en sus sueños, llora. Aunque desearía
poder, no puedo ayudarlo...

Ian sintió que se le secaba la boca, el corazón comenzó a latirle con fuerza.
Pasó la página y leyó más.

Le hablé por fin, le susurré palabras de confort para tratar de suavizar su ceño
fruncido. Primero me llamó Ivy, luego, abrió los ojos cuando se dio cuenta que una
extraña estaba sentada junto a él... Hoy puse una vela detrás de mí, para que no
me pudiera ver el rostro dentro de la capa. Él preguntó mi nombre, pero no me
atrevía a hablar. Está asustado y su pena es tan intensa...

Hoy robé la llave de la mazmorra y fui con él poco después de que ella lo
drogó. Finalmente, pude cuidarlo a él y de sus necesidades sin que él lo supiera...
Me rogó que no lo dejara... arriesgué todo y fui hacia él, acostándome en el catre
con él para prestarle mi calor...

–Jesús..., –susurró. Todo su cuerpo temblaba ahora, sentía frío por dentro.
Empezó a hojear las páginas más rápido, procesando la verdad lo más rápido que
pudo, tratando de ubicar la información, envolverla en su propio recuerdo velado.

Traté de bañarlo hoy, mientras dormía por las drogas. Es tan masculino, tan
apuesto, pero está comenzando a perder la fuerza. Quiero ayudarlo, pero ellas me
mantendrán alejada de él si hago algo más. Él me necesita, pero estoy tan
asustada...

No podía dejar de mirarlo hoy, y cuando finalmente lo toqué para consolarlo,


su cuerpo respondió y me tomó la mano, rogándome en delirios que lo acariciara.
Nunca había experimentado nada tan impactante, tan íntimo, en mi vida...

…Temo por él cuando está solo. La mayor parte del tiempo estoy allí
solamente para escucharlo hablar…
…me pregunto qué pasaría con mi vida si lo ayudo a escapar. Mi futuro luce
tan sombrío como el suyo…

Hoy me senté junto a él por un largo tiempo…

Creo que podría quedarme en sus brazos para siempre...

…su cuerpo respondió…

…me necesitaba, me rogaba y no pude resistir el deseo de estar con él. Nunca
había sentido algo tan intenso y maravilloso y, sin duda, jamás lo sentiré otra vez...

Me tocó en lugares donde nunca antes me habían tocado, lugares en mi


cuerpo que nunca he tocado… he compartido estos pecados con un hombre que
he aprendido a amar...

Hoy fue el fin de mi inocencia, en todos los sentidos. Fue un fin que él buscó,
pero al cual yo me rendí, con compasión y deseo y amor en mi corazón, y ahora
que acabó, no tengo arrepentimientos, sólo recuerdos que durarán toda la vida...

Él está afligido y debo hacer todo lo que pueda para sacarlo de ahí... Aguanta,
Ian. La ayuda viene en camino. Por favor, mi hombre valiente, aguanta...

La fiesta es mañana en la noche. De alguna manera, haré que lo rescaten, aún


si tengo que desafiar a mi familia y destruir mi futuro. No puedo dejarlo morir. Él
ahora significa demasiado para mí...

Estoy muy asustada, por ambos. Tengo tres semanas de retraso en mi mes, y
ahora temo estar esperando su hijo.

–Viola... –susurró, tocando las palabras con las yemas de los dedos como si
fueran parte de ella.

Lo rescataron anoche y, aunque ayudé a liberarlo, para hacerlo se hizo


necesario exponer a mis hermanas y las maldades que han cometido. He
desgraciado a mi familia y temo que pueda quedar desheredada y sola. Con un
bebé dentro de mí, solamente puedo esperar encontrar un esposo rápidamente.
Nuestro futuro completo ahora descansa en las manos de Dios...

Y luego, por fin, llegó a la respuesta a todo:


Cierro este diario omitiendo el secreto más grave que él susurró en su delirio.
No puedo mencionar lo que sé, porque si alguien descubriera la verdad detrás de
su secreto familiar, seguramente sería su ruina. Por ahora, comienza un nuevo
viaje para mí, viviré en silencio, sabiendo que yo, una dama común de medios
modestos, salvó la vida del noble Conde de Stamford. Mi nuevo esposo aceptó
guardar mi secreto y criar a mi hijo bastardo como si fuera suyo, siempre que yo
pintara y dibujara arte lascivo para venderlo. Él prácticamente no tiene un
céntimo, pero tiene un título y mi madre insistió en emparejarme por ese motivo.
Ella, ni nadie, nunca sabrán la verdad, pero importa poco para mí siempre que
tenga a mi bebé. Dios, gracias por darme esta preciosa vida en mi interior para
atesorar siempre, concebida desde el corazón del hombre que nunca conocerá a
su hijo, pero que siempre será mi mayor deseo y mi más profundo amor...

Tembloroso, con la mente entumecida, Ian cerró el diario y lo abrazó mientras


lo sostenía con fuerza contra el pecho. Durante un buen rato se limitó a mirar
fijamente, sin pestañear, a la mesa de té frente a él, sin ver nada a través de las
lágrimas que llenaban sus ojos cansados.
Capítulo 23

La invitación a la fiesta de inauguración decía a las siete, pero Ian había


llegado temprano, quería tener unos momentos a solas con su hijo antes de hablar
con Viola. Ian no estaba exactamente seguro de lo que le diría al chico, que apenas
tenía cinco años, pero asumió que la conversación con John Henry no sería
demasiado difícil. O tal vez lo opuesto. Realmente no tenía idea, ya que rara vez se
encontraba en compañía de niños.

Había vuelto de Rye con los libros y el vestido de Viola, con la intención de
usarlos como excusa para verla si lo necesitaba, pero al llegar a Tarrington Square
dos noches atrás, había recibido su invitación. Había terminado un segundo
retrato, el que estaban a punto de ver en una deslumbrante exhibición que había
planeado, y ahora tenía su propia exposición y usaría esta noche para revelarlo.
Era hora de la verdad, de que se tomaran decisiones, y para él, la primera
comenzaría con su hijo.

Afortunadamente, no tuvo que pedir encontrarse con el niño dentro de la


casa, una situación que sin duda albergaría especulaciones y chismes entre el
personal. Tan pronto como el coche se detuvo en el camino, vio a John Henry en el
pequeño jardín al costado de la casa, colgando de un columpio mientras dos
criadas conversaban cerca. Una oportunidad perfecta.

Ian salió al momento en que el conductor se detuvo, luego recorrió el camino


de vuelta por donde había venido. Vio al niño justo cuando las chicas,
probablemente no mayores de dieciséis años, notaron que entraba por la puerta
de hierro forjado. Dejaron de hablar a la vez, con la boca abierta por la sorpresa.

–Me gustaría hablar con Lord Cheshire a solas –dijo, quedándose de pie junto
al columpio. –Lo llevaré a la casa conmigo en unos minutos.

Las chicas parecieron momentáneamente confundidas. Luego, aparentemente


entrando en razón, cada una de ellas hizo una reverencia, y respondieron
dócilmente. –Sí, su gracia –y rápidamente salieron del jardín a través de la puerta.
Miró al chico, que ahora había torcido la cuerda del columpio con tanta fuerza
que lo puso de puntillas. De repente, saltó, levantó los pies del suelo y giró, riendo
tontamente mientras la cuerda retorcida lo balanceaba media docena de veces
antes de girar en la otra dirección.

–¿Es divertido? –preguntó Ian, entretenido.

John Henry levantó la vista, sonriendo. –¡Claro!

Dios, se parecía a Ivy. O, probablemente más exactamente, se parecía a él.


Otros lo notarían, algunos hablarían, pero al final nada de eso importaba. Quería a
su hijo en su vida tanto como quería a la madre del niño.

–¿Vas a la fiesta? –preguntó John Henry.

Sonriendo, Ian juntó las manos detrás de la chaqueta formal. –¿Cómo puedes
adivinar?

John Henry soltó una risita. –Mamá dice que vas a quedar sopendido.

Frunciendo el ceño, aclaró. –¿Sorprendido?

John Henry comenzó a balancearse de nuevo, concentrándose en sus pies. –


Sopendido cuando veas la pintura.

Eso intrigó completamente a Ian. –¿Es así? ¿La has visto?

El chico lo miró, sonriendo. –Sí. Es graciosa.

–Graciosa, ¿eh? –Por un segundo se le ocurrió que ella había hecho lo


impensable y le había pintado un retrato formal en toda su gloria desnuda, con la
intención de revelarlo esta noche. Sin duda sería la mayor humillación frente a
amigos y conocidos sociales que no necesitaban conocer el tamaño de sus partes
íntimas de acuerdo con su imaginación. Eso seguramente haría reír a todos. Pero
tal idea rápidamente desapareció, por dos razones. Primero, si ella planeaba
humillarlo, nunca lo haría delante de su hijo, o con su conocimiento. Y en segundo
lugar, habían ido más allá de tratar de lastimarse uno al otro. Independientemente
de lo que el futuro les deparara a los dos, a partir de ahora sólo incluiría alegría y
deleite que los satisficiera a ambos. Él se aseguraría de eso.

–Tengo algo que preguntarle, Lord Cheshire –dijo muy formalmente. –Y debe
mantener esto en secreto entre caballeros. ¿Cree que pueda hacer eso?
John Henry de repente se dio vuelta en su columpio, luego se puso de pie y
saltó sobre el asiento de madera para mirarlo.

–Tupongo.

Ian aclaró la garganta y bajó la voz. –Me preguntaba si te gustaría venir a vivir
conmigo en el campo por un tiempo. Tengo una gran casa y muchos caballos para
montar. Incluso tengo un sobrino de tu edad que probablemente sabe mucho
sobre columpios y juguetes y escalar árboles en el exterior. Estoy seguro de que le
gustaría conocerte.

John Henry se apoyó en la cuerda, mirándolo con sospecha, su pequeño rostro


arrugado mientras consideraba la oferta. –¿Puede venir mamá también?

–Espero sinceramente que lo haga –respondió Ian exhalando largamente. –


Pero debes mantenerlo en secreto hasta que yo mismo lo pregunte. ¿Eso es
entendido?

John Henry sonrió de nuevo y comenzó a balancearse. –¿Un secreto ente


cadalleros?

Ian asintió. –Exactamente. Es un secreto entre caballeros.

John Henry volteó de nuevo, luego saltó hacia atrás y cayó sobre su trasero en
la tierra. Ian extendió la mano y le ofreció su mano.

–¿Te dolió? –preguntó, divertido.

El chico se levantó. –No. Me caigo a veces.

–Ah.

John Henry se frotó la espalda, luego se inclinó sobre su cabeza otra vez para
mirar al mundo al revés.

Ian sonrió. –¿Vamos a entrar, John Henry? Estoy hambriento.

El chico inmediatamente se puso de pie. –Yo también. Vamo.

Sin avisar, John Henry extendió la mano para tomar la mano de Ian, luego
saltó a su lado mientras vagaban por el jardín hacia la casa.
Viola se dirigió al salón para tomar nota de los arreglos de la noche y
asegurarse de que todo estuviera en orden. Ahora, cerca de las seis, tenía poco
más de una hora antes de que los invitados comenzaran a llegar para el evento. La
reunión sería pequeña, con solo doce personas más o menos, pero quería que
fuera una noche inolvidable, especialmente para Ian. Eso es lo que la aterrorizaba.

No había visto ni hablado con él durante la semana transcurrida desde que


salió de su habitación después de su ridícula sugerencia de matrimonio, y
sinceramente, no podía esperar para volver a verlo. Lo echaba de menos, una
revelación propia que se hacía más aguda todos los días. Sólo deseaba saber la
profundidad de sus sentimientos hacia ella, y dónde, por todos los cielos, irían
desde allí.

Parte de ella se dio cuenta de que se había enamorado de ella, aunque no


sabía si eso había sucedido hace años o recientemente. Pero no podía
simplemente decirle qué, o cómo se sentía. Tenía que reconocerlo por sí mismo. Y
tal vez nunca lo haría. Ella lo había visto cuando le hizo el amor, cuando había
estado dentro de ella y había experimentado una conexión de almas tan poderosa.
Tal vez solamente una mujer podía entender, pero en los últimos días había
pensado en esa noche con frecuencia, recordando cada momento intenso, cada
sensación deliciosa y la expresión de sentimientos entre ellos, y si había una cosa
que conocía como un hecho, era que él no quería vivir sin ella.

Para esta noche, sin embargo, haría todo lo posible por seducirlo como lo
haría cualquier mujer inteligente cuando quiere la atención del hombre que ama.
Se había decidido por el mismo vestido escarlata que había llevado a la fiesta de
Lady Tenby la noche en que lo había visto otra vez, esta vez añadiendo pendientes
de rubíes y un collar de lágrima de rubí para llamar su atención sobre sus pechos
alzados, tan obvio como sea posible por su corsé bien dibujado. Con el pelo
recogido en rizos, decidió usar el más mínimo rastro de colorete en sus mejillas y
kohl en sus párpados para realzar su color a la luz de las velas. Al final, parecía
sofisticada, confiada y radiante. Sólo esperaba que él se diera cuenta.

Viola entró en el salón, ya olía a canela y clavo de olor, y examinó los


alrededores. Dos sirvientes estaban ocupados preparando el buffet con
entremeses y champañas en una esquina, y en la otra, junto a la repisa de la
chimenea, estaba el caballete sobre el que descansaba el cuadro, cubierto por una
cortina de terciopelo rojo. Después de una rápida consulta con la hija de la
cocinera, Molly, el equipo abandonó el salón, dejándola sola con sus
pensamientos.

El día había estado bastante cálido para finales de agosto, así que caminó
hacia las amplias puertas francesas hacia el oeste y las abrió, entrando en el patio
para tomar un poco de aire fresco. Aunque todavía no estaba oscuro, el sol se
había puesto detrás de los árboles, y las luces de la ciudad habían empezado a
brillar. Se paró en la barandilla y cerró los ojos.

–Se ve impresionante, madam.

Viola giró en redondo al oír su voz, el latido de su corazón se aceleró al ver su


espléndida figura de pie en la entrada, vestido completamente de negro, salvo por
una corbata de rayas grises y blancas. El cabello estaba peinado hacia atrás para
exponer toda la cara bien afeitada, y cuando un rastro de su colonia picante la
alcanzó, tuvo que luchar contra el impulso repentino de caminar hacia sus brazos.

–¿Viola?

Ella parpadeó, sintiendo una oleada de calor llenar sus mejillas cuando se dio
cuenta de que se había quedado mirando. Con una rápida reverencia, murmuró, –
Perdón, su gracia, pero... ¿cuándo llegó? ¿Por qué no lo anunciaron?

–Quería hablar contigo antes de que comenzara la fiesta –respondió con un


leve encogimiento de hombros –y pedí verte a solas. Needham me acompañó al
salón y me dijo dónde estabas.

Toda la situación la confundió. Su mayordomo debería haberlo presentado,


pero eso fue repentinamente irrelevante. Ian parecía diferente en sus modales,
subyugado, sonriendo débilmente mientras lentamente la miraba de arriba abajo,
observando cada curva como si nunca la hubiera visto antes. La hizo sentir
increíblemente incómoda.

–¿Supongo que no miraste la pintura?

Se apartó de las puertas francesas y salió al patio. –¿Todavía estaría aquí si lo


hubiese hecho?

Ella casi se rió, pero su incapacidad para comprender su humor la mantuvo


cautelosa. –Lo dudo.
Caminó con facilidad a su lado, cubrió la barandilla con las manos y miró hacia
el jardín de abajo. –¿Qué tipo de retrato vas a exponer al mundo, Viola? Debería
temer que me hayas pintado... ¿demasiado pequeño?

Ella sonrió, juntando las manos cubiertas de encaje frente a ella cuando se
volvió para mirarlo. –No es un desnudo, Lord Chatwin, puede estar seguro. Pero
modifiqué el fondo, ya que parece tener problemas con los contrastes de color y
los matices.

Su boca se elevó una fracción mientras la miraba de reojo. –No tengo


problemas con los contrastes de color y los matices, cariño –dijo arrastrando las
palabras. –De hecho, déjame decirte que te ves verdaderamente impresionante en
ese tono de rojo.

Su corazón dio un vuelco, y por un momento no tuvo idea de qué decir.

Él inhaló profundamente y se volvió hacia ella, manteniendo la distancia,


aunque bajando la voz. –¿Miles Whitman asistirá esta noche?

–No. ¿Importaría si lo hiciera?

–Ya no.

Ella se alejó un poco. –¿Qué significa eso?

Con una vaga sonrisa, respondió. –Ahora me doy cuenta de lo innecesario que
era preocuparse de que otro caballero pudiera robarte el corazón.

Ella lo estudió de nuevo, con expresión pensativa, su manera íntima que no


implicaba nada. Algo muy importante había cambiado en él desde su último
encuentro, ya que ella lo había abandonado después de hacerle el amor. Y no
tenía ni idea de qué pensar de eso, ni a dónde conducían sus pensamientos.

–No entiendo –murmuró.

Acercándose más a ella, miró hacia el rubí que colgaba entre su pecho
levantado, luego lo alcanzó, acunándolo entre los dedos mientras miraba el
intrincado corte en forma de diamante de la piedra.

Suavemente, pensativo, dijo –Una gema sin pulir es solamente otra roca.

Ella se quedó quieta mientras una cierta inquietud brotaba dentro.


–Creo –agregó unos segundos más tarde, levantando la mirada para
encontrarse con la de ella una vez más –que nunca se dijeron palabras más
verdaderas.

–¿Qué pasó, Ian? –preguntó, con voz baja y grave.

Bruscamente, dejó caer el rubí. –Quiero contarte algo sobre mí, Viola. Algo
que nunca le he contado a nadie.

Ella no dijo nada, sólo lo miró.

Se metió las manos en los bolsillos del abrigo de noche y dirigió su atención al
jardín de nuevo, mirando a través de los árboles hacia el parque de la ciudad más
allá, absorto en sus pensamientos.

–Siempre he culpado a tus hermanas, e incluso a ti, por mi cautiverio –


comenzó. –Pero la verdad es que, en parte, yo tuve la culpa, porque estaba allí en
ese momento.

–Ian…

–Sólo escucha –él la tranquilizó, lanzándole una mirada rápida.

Ella asintió con la cabeza, cediendo.

Él suspiró. –Había estado en un camino destructivo durante mucho tiempo, y


encontrar los diamantes se había convertido en una obsesión para mí.

Los diamantes Martello, recordó. Robados por Benedict Sharon, el hombre


que había sido dueño de la propiedad en Winter Garden. Ian había regresado allí,
siguiendo a Sharon para enfrentarlo y recuperar las joyas, solamente para
encontrarlo muerto. Fue entonces cuando sus hermanas sorprendieron a Ian, lo
golpearon y lo arrastraron a la mazmorra debajo de la casa. Viola lo había
descubierto al día siguiente.

–Cuando me desperté y me encontré perdido –continuó –sometido,


encadenado a la pared de la muñeca en la oscuridad absoluta, me di cuenta de
que mi vida probablemente había terminado. No veía salida y esperaba morir, y
todo por un puñado de rocas pulidas. Durante el primer día, antes de que
comenzaran a drogarme, no tenía más que horas en la oscuridad total y fría para
detenerme en mi pasado y en un futuro que podría haber sido. Fue un momento
horrible, y el miedo inconmensurable.
La garganta de se le estrechó con emoción, y se agarró las manos delante de
ella para evitar tocarlo.

–Durante ese tiempo de miedo e incertidumbre –reveló, bajando la voz hasta


casi un susurro –pude reflexionar sobre cada error, cada decisión que pudo haber
sido, y me di cuenta de que la única razón por la que me había vuelto tan decidido
en la búsqueda y había permitido ser capturado, primero por joyas brillantes y
luego por tus hermanas, fue porque había perdido la fe en lo que importaba, perdí
la fe en mí mismo. –Él volvió a mirarla a los ojos, con una mirada intensa. –Y
cuando perdí la fe en mí mismo, Viola, me convertí en un hombre vagabundo e
imprudente, debido a la simple confesión de mi madre en su lecho de muerte unos
pocos años antes, cuando Ivy y yo descubrimos que no éramos los hijos legítimos
del Conde de Stamford. Yo era un bastardo, un fraude que llevaba el título
solamente de nombre, y durante años un hombre confundido que no podía
compartir la angustia y la ira con otra alma viviente. –Extendió la mano y le tocó la
mejilla con la punta de los dedos. –Hasta que te encontré a ti.

Ella comenzó a temblar. Las lágrimas llenaron sus ojos y apartó la mirada de
él, abrazándose con los brazos cerrados sobre su estómago.

Él dio un paso más cerca, sus piernas presionaban los pliegues de su falda, la
yema del pulgar acariciaba sus labios.

–Te lo dije en la mazmorra, ¿no? –susurró roncamente. –Y hasta hoy, nunca se


lo has mencionado a nadie.

Valientemente, ella se enderezó y sacudió la cabeza. –No importa, Ian, y


aunque le dijera a todos los que conocía, nadie me creería y eso no cambiaría
nada.

–Estás equivocada –enfatizó con total convicción. –Nunca se lo hubieras


contado a nadie porque te habías enamorado de mí y te importaba lo suficiente
como para mantener mi secreto como propio. Y tu amor, tu devoción, es lo que
importa. Me importaba entonces, y ahora es más importante para mí.

La intensidad detrás de sus palabras la dejó sin aliento. Instintivamente,


extendió la mano y colocó la mano enguantada sobre su pecho, sobre su corazón
palpitante, cerrando los ojos a las lágrimas que amenazaban sus párpados.
Con eso, él extendió la mano y envolvió los brazos alrededor de su cintura,
atrayéndola hacia él.

–Eras tan joven –susurró con fervor –tan valiente, y debes haber estado tan
asustada. Y, sin embargo, te entregaste a mí cuando te necesitaba, aceptando los
riesgos, ofreciéndome una última esperanza de pasión y consuelo. –Él inhaló con
un suspiro tembloroso, luego tomó su mentón e inclinó su cabeza hacia arriba.
Dejó caer suaves besos sobre sus pestañas mojadas, sus mejillas, y finalmente sus
labios antes de echarse hacia atrás otra vez y descansar su frente contra la de ella.

–Me amabas, Viola –dijo en un soplo de anhelo –y necesitaba ese amor para
salvarme. Y cuando te diste cuenta de que llevabas a mi hijo bastardo, hiciste lo
único que pudiste y te casaste con un hombre que te ofreció criarlo a cambio de
dibujos y pinturas que podría vender. Es por eso que estabas tan ansiosa por
casarte después de que te dejé en la cabaña, temerosa de que te hubiera dejado
llevar de nuevo sin esperanza de un futuro conmigo.

–Ian...

–Y sé –admitió al fin –que es por eso que nunca podrías decirme que tu
hermoso hijo es mío. El amor de una madre es inherentemente protector, y las
heridas causadas por tal revelación son demasiado grandes. Aprendiste mucho de
mí. Pero incluso si todos lo conocen como el Barón Cheshire, tú y yo siempre
sabremos y guardaremos el secreto de que fue concebido del amor y es mi hijo.

Ella se llevó una mano a los labios y cerró los ojos mientras las lágrimas
comenzaban a rodar por sus mejillas.

Él la abrazó contra su pecho, la mejilla descansando sobre su cabeza.

–Lamento mucho haberte lastimado, cariño –dijo, con voz llena de emoción ya
no controlada. –Pero me doy cuenta de que ahora una disculpa por todo lo que te
he hecho nunca será suficiente. Necesito pedir perdón en su lugar.

Ella se fundió con él, escuchando el sonido de su corazón latiendo,


absorbiendo su calor.

–Te amo, Ian –susurró en la tranquila y fría noche.

Él se quedó sin aliento, y luego susurró a su vez –Yo también te amo...


Todos estaban de pie frente al retrato envuelto en terciopelo rojo que
descansaba en el caballete del salón. Ian estaba junto a Viola, que se las arregló
para parecer digna y adorable, incluso cuando todavía tenía que haberse
recuperado de su confesión hace una hora. Quería tocarla, tomarla en sus brazos,
pero eso llegaría más tarde.

Mientras todos permanecían en silencio para la vista, Viola dijo algunas


palabras sobre su nuevo empeño con un toque artístico, y luego asintió con la
cabeza a un lacayo. Después de uno o dos segundos de anticipación, agarró la
cortina en la parte inferior y luego la levantó rápidamente para la sorpresa de
todos los asistentes.

Durante unos segundos reinó el silencio. Entonces, la risa suave de Fairbourne


desde el fondo de la sala rompió el hielo y todos comenzaron a reírse a la vez.

Ian no pudo evitarlo. Él comenzó a reírse entre dientes, luego estalló en su


propia risa cariñosa ante la pintura más divertida que había visto en su vida.

Era un retrato de él, muy bien hecho. Sentado en un taburete, pero en lugar
de un atuendo de noche, llevaba un delantal de panadero. En las dos manos
levantadas, sostenía dos pasteles humeantes, mientras que en el rostro, lucía la
sonrisa más ridícula y tonta que dejaba al descubierto dos hileras de dientes
grandes y relucientes.

Era monstruosamente espantoso e histéricamente divertido. Y supuso que se


lo merecía por haberla hecho pintar. Sí, ella había trabajado por pastel.

Ruborizado con su propia vergüenza, Ian volvió su mirada hacia Viola, que se
acurrucaba junto a Lady Tenby y su hija Isabella.

Se aclaró la garganta mientras mordía con fuerza para ocultar su humor. –


¿Exactamente dónde, madam, cree que puedo colgarlo?

Viola estalló en su propio ataque de risitas y, a través de ellas, logró resoplar –


¿En la cocina?

–Recuérdele al cocinero todos los días su importancia –ofreció Lord Tenby.

Eso provocó otro rugido de risitas del grupo, y con eso, Ian decidió que amaba
el sonido de su risa sincera y alegre casi tanto como la amaba a ella.
En dos pasos estuvo sobre ella. Antes de que se diera cuenta de su intención,
él la tomó de la cabeza y hundió los dedos en su pelo, tirándola con fuerza hacia él
y besándola en la boca.

Lady Tenby chilló. Isabella jadeó y susurró. –Oh, Dios mío...

Él se echó hacia atrás y miró su rostro sonrojado, sonriendo perversamente.

–Está bien, Lady Tenby –dijo. –Lady Cheshire ha consentido en convertirse en


mi esposa. Simplemente estoy agradeciéndole por un regalo de compromiso tan
reflexivo.

Los ojos de Viola brillaban divertidos. –Tal vez, su gracia, prefiero vender esta
obra maestra...

Él la interrumpió con otro toque dulce de sus labios en los de ella. Al diablo el
escándalo.

Ian miró el retrato frente a él. El retrato real que ella había completado y
revelado a todos sus invitados después del chiste que había jugado tan bien hacía
horas. Éste, en comparación, se colgaría con orgullo en su casa, junto a uno que
ella misma pintaría como la duquesa de Chatwin y sus hijos. Había tomado el
original que él había rechazado obstinadamente y había cambiado el fondo, de
modo que ahora estaba digno ante la ventana de su salón verde, frente al vívido
bosque de jardín. Se había superado a sí misma, y el resultado final resultó
magnífico.

Por fin, solo, se volvió para estudiarla a la luz de las velas.

–Eres hermosa –susurró.

Ella lo miró de reojo. –¿No estás enojado?

–¿Por mi completa humillación frente a mis compañeros? Por supuesto que


no. Sucede con frecuencia en lo que a ti te concierne, y estoy cada vez más
divertido. Además –añadió tímidamente –me lo merecía después de ofrecerte una
propuesta de matrimonio tan ridícula la primera vez.

Ella sonrió y tomó su mano. –No podría casarme contigo por lástima o lujuria,
Ian. Pero me casaré contigo por amor. Sólo desearía poder comenzar desde el
principio, hacer todo de nuevo. Ojalá no hubiéramos perdido cinco años.
Él la atrajo hacia sí, envolviendo su cintura con un brazo y tomando su mentón
para sostener su mirada.

–El dolor nos hizo más fuertes, nos enseñó mucho –respondió. –Y si podemos
amarnos uno al otro a través de todo lo que hemos compartido, podemos
amarnos a través de cualquier cosa. Nunca he tenido más esperanzas en el futuro.

Ella sonrió suavemente y le tocó la cara. –Yo tampoco...

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