La Prisionera Del Duque
La Prisionera Del Duque
La Prisionera Del Duque
Ian Wentworth miraba por la ventana del estudio hacia la mañana gris y
aburrida, las colinas de Stamford ocultas por lo que quedaba de una niebla
nocturna. Aún no eran las ocho y ya había estado despierto durante horas,
estudiando minuciosamente libros financieros en un intento por aplacar las dagas
en su mente. Como de costumbre, carecía de la concentración para hacer mucho,
pero era suficiente estar sobrio y vivo. El tiempo sanaba todas las heridas, o al
menos eso era lo que todos decían.
Braetham ofreció un sobre del tamaño de una carta, luego hizo una
reverencia. –¿Debo avivar el fuego, su gracia? hace bastante frío aquí.
Ian ni siquiera se había dado cuenta. –Sí –dijo distraídamente.
Dio media vuelta y regresó a la ventana en busca de una mejor luz, abrió el
sobre y sacó el pequeño trozo de papel con una acción rápida.
Desplegándolo, descubrió que no era para nada lo que temía. Fue peor Una
sola línea de información, completamente inesperada: Ella ya no está de luto.
De pie, miró una vez más por la ventana. –Braetham, envíe otra olla de té y un
desayuno abundante. Quiero huevos y salchichas. Luego, dile a Cummings que
avise al personal de Tarrington Square que llegaremos dentro de una quincena.
Una niebla se posó sobre el pasto al este mientras el sol de la mañana alejaba
la humedad.
Y ahora él tampoco.
Está tan oscuro dentro, tan frío y, en sus sueños, llora. Aunque desearía
poder, no puedo ayudarlo...
Londres, 1856
Sonriendo con una emoción genuina que no había sentido en años, Viola
levantó una copa de champaña de la bandeja de plata de un lacayo al pasar, luego
caminó con perfecta gracia a través de la galería bañada por el sol. La primavera
hasta ahora había sido bastante cálida y disfrutó la oportunidad de estar afuera,
con el aroma de las flores en el aire y un cuarteto de cuerdas tocando suavemente
al costado del balcón. Ésta, se juró, sería la mejor época de su vida.
Viola se inclinó hacia adelante y besó el aire junto a cada una de las mejillas de
Isabella. –Gracias, querida, pero no me importa. –Se puso de pie y tomó un sorbo
de champaña. –Estaba tan cansada de usar desagradables tonos de gris, pensé en
alegrar mi armario. Ser conspicua y todo eso.
Isabella casi rió. –Claro que está. Sabes que nunca se pierde una fiesta en la
que pueda cortejar a una esposa de la sociedad. Y todos saben que ya no estás de
luto.
–Ahhh... –Viola sonrió con comprensión. –¿Esta semana ella piensa casarse
con Lord Neville?
–Así que... ¿qué pasó con su fascinación por Lord Percy? –preguntó Viola, casi
con miedo de la respuesta.
Con un giro dramático de sus ojos, Isabella se inclinó y enunció –Lord Percy, al
parecer, está decidido a cortejar a Anna Tildare esta temporada, ya que Daphne
ahora parece bastante aburrida con él.
Viola abrió la boca, luego levantó una mano enguantada para sofocar una
risita. –Pobre Percy.
–¡Isabella!
–¿Tu madre? –Viola jadeó. Lady Tenby nunca chismorreaba y le decía a su hija
con frecuencia cuánto aborrecía ese rasgo en los demás.
–Tu mayordomo.
Isabella se mordió el labio inferior, mirándola con recelo. –Debe ser una
persona importante, ¿no crees, para ser escoltado por Fairbourne? Es posible que
incluso haya oído hablar de ti y, de hecho, viene a conocerte, aunque, por
supuesto, no podía preguntarle a mamá su nombre. Me regañarían por escuchar a
escondidas.
Viola tomó otro sorbo de champaña, volvió los ojos una vez a la creciente
fiesta frente a ella. Vio a varias personas que conocía, otras no, y casi nadie prestó
especial atención a su llegada más allá de la formalidad esperada. Pero había
aprendido a ser cautelosa de todos modos.
Viola estaba parada cerca de la mesa del buffet, bebiendo su tercera copa de
champaña y sintiéndose maravillosamente mareada. Daphne e Isabella estaban a
su lado, y las tres escudriñaron a la multitud por bocados más deliciosos que los de
sus platos.
–Veo que Lady Anna está coqueteando, como de costumbre –dijo Daphne con
disgusto, lamiendo una cucharada de crema dulce de una cucharadita.
–Y con Seton, nada menos. –Isabella soltó una bocanada de aire, levantando
una gruesa rebanada de pastel de chocolate del aparador. –No sé de dónde saca la
idea de que todo caballero quiere su mano.
–Por el amor de Dios, párate derecha, Isabella –le regañó en voz baja mientras
se acercaba a su hija. –Hay numerosos caballeros titulados presentes, y ningún
caballero de tan alta calidad quiere bailar con una dama que se encorve.
Viola se llevó el vaso de champaña a los labios para sofocar una carcajada y se
dio cuenta de que Daphne hacía lo mismo. Nadie tenía más habilidad para inventar
historias, mentir para su propia diversión, que Isabella. Si ella no hubiera nacido
bien, habría sido actriz.
Lady Tenby suspiró con afectuosa molestia. –Todos sabemos que no hay
pasteles de salmón y eneldo en el menú, Isabella.
–Con suerte muy poco. Ahora deja eso y deja de cotillear –continuó Lady
Tenby, exasperada mientras se daba golpecitos en el cabello canoso. –Ustedes no
deberían pasar tanto tiempo en la mesa del buffet de todos modos. Nunca
encontrarán esposos si no mantienen las figuras esbeltas.
–Y con apenas cuatro años ya tiene un título –intervino Daphne como si eso lo
explicara todo.
Viola se frotó la parte posterior del cuello, sintiendo que la tensión volvía a
subir, como siempre lo hacía cuando se preocupaba por su hijo y su futuro. El
Duque de Fairbourne probablemente ya había llegado, sin ceremonia, como era su
naturaleza, lo que significaba que su amigo vagaba por el salón de baile también.
La mayoría de sus obras de arte recientes no serían consideradas del tipo
coleccionable, aunque si este caballero en particular deseara pintar su jardín, ella
sería a quien contactarían. Lo que la inquietaba, supuso, era que él se llamara a sí
mismo coleccionista de arte. La mayoría de sus ilustraciones originales de V.
Bartlett–James habían sido vendidas a caballeros coleccionistas.
–Oh, cielos ¿quién es ese? –preguntó Daphne con entusiasmo, cortando los
pensamientos de Viola mientras tiraba de su manga.
Viola se volvió hacia la pista de baile, no vio nada más que un movimiento de
faldas coloridas y cabezas rebotando, escuchó el habitual ruido de la conversación
y los estallidos de risa mezclados con un minuet en G de Bach, perfectamente
ejecutado.
–Y viene para acá –añadió Viola, al ver por primera vez la magnífica estatura
del hombre que se paseaba con facilidad alrededor de las parejas persistentes, que
se separaban automáticamente para él.
Daphne no dijo nada a eso, aunque, aún a unos metros de distancia, el duque,
innegablemente guapo, la miraba directamente durante un largo e intimidante
momento.
Viola se dio la vuelta, aturdida por un segundo o dos cuando Lucas Wolffe,
alto y dominante, se paró frente a ella, reconociéndola con una voz profunda y
fría.
–Su gracia –dijo Isabella de inmediato, rompiendo el hechizo primero con una
reverencia adecuada.
Viola automáticamente siguió con la misma, bajando su cuerpo con gracia
mientras inclinaba su cabeza hacia abajo con respeto, el latido de su corazón se
aceleraba como siempre cuando se encontraba en compañía de alguien tan
importante. Y entonces el pasado y el presente chocaron con una fuerza veloz y
brutal, cuando se puso de pie y levantó las pestañas, Fairbourne se movió a su
izquierda para ofrecer una visión completa del hombre que estaba detrás de él.
Me encontró.
Isabella hizo una reverencia otra vez, murmuró algo. Asintió bruscamente en
respuesta, luego lentamente dirigió su atención a Viola.
¡Corre!
Viola se tambaleó cuando dio un paso atrás; la copa de champaña cayó de sus
dedos para romperse en el piso de mármol a sus pies. Y aún así, no podía apartar
la mirada de su rostro. Esa hermosa y expresiva cara, tan cambiada. Perfeccionada
con el tiempo.
–¿Viola?
Isabella le pasó un brazo por los hombros. –¿Estás bien? Parece que te fueses
a desmayar.
–No, estoy... estoy bien. De verdad. –Trató de lamerse los labios aunque su
lengua se sentía espesa y seca. –Simplemente tengo… calor.
Sintiendo que el alivio la inundaba, más segura por el momento, tomó otra
respiración profunda. Luego, mirando sus dedos largos y duros, levantó la mano
enguantada y la colocó con cuidado sobre la suya.
–Su gracia.
–Lady Cheshire.
Él la soltó y dio un paso atrás, de pie con los brazos detrás de él. –Se siente
mejor, espero.
Otro momento tenso pasó. Entonces Isabella dijo –Entonces... ¿Mi madre nos
informó que eres un coleccionista de arte?
Viola sintió la mirada de Ian sobre ella otra vez y forzó una sonrisa sencilla
incluso cuando sintió un calor renovado subir por su cuello.
El tono de su voz la provocó hasta los huesos, tal como lo hizo todos esos
años. Pero también apareció una gran confianza en él. Levantó los párpados para
capturar su mirada una vez más, de inmediato percibió una indefinida audacia en
sus profundidades oscuras, algo calculador que envió una onda de advertencia a
través de su cuerpo.
–Me disculpo si he sido vago –murmuró Ian, con una sonrisa agradable
mientras continuaba escudriñándola. –Pero acabo de regresar a Londres y espero
quedarme solamente por la temporada. Dado que su buena reputación le precede,
quería reunirme con usted inmediatamente, Lady Cheshire, con la esperanza de
poder hablar de la comisión de un trabajo mientras estoy aquí.
Había algo en todo este encuentro que simplemente parecía extraño. Ninguna
mención de su pasado, ningún reconocimiento por parte de él, realmente. Y sin
embargo, sintió una tensión entre ellos que amenazaba su compostura,
obligándola a jugar su mano por el momento.
Él hizo una mueca con los labios. –No tengo ganas de bailar en este momento.
Un alivio palpable la recorrió incluso mientras sentía una leve punzada de
decepción.
Está drogado de nuevo, pero todavía tan inquieto y con gran dolor. Oh, por
favor, Dios, dime qué hacer...
Por fin se detuvo y se volvió hacia ella, apoyó el codo casualmente sobre la
barandilla mientras estudiaba un lado de su rostro. Ella permanecía erguida y
rígida, mirando hacia el sendero que serpenteaba a través del jardín de flores
abajo, con el abanico de Isabella frente a ella. En cualquier momento sospechaba
que él le diría que sabía quién era ella, que la había encontrado deliberadamente
para enfrentarla, que había querido estar a solas con ella afuera para acusarla de
haber tenido conocimiento de su secuestro hace cinco años y no hacer nada para
ayudarlo a escapar. Una parte de ella quería soltar una disculpa antes de que él
pudiera mencionarlo, explicar sus acciones, pero sabía que a estas alturas
parecería vacío, y de todos modos no quería ser ella quien rompiera el silencio.
–Es una noche perfecta para estar afuera –dijo, interrumpiendo sus
pensamientos.
La conversación vacía la desconcertó. –Sí, encantadora.
Luego, frunciendo sus oscuras cejas, murmuró. –Perdóneme por ser franco,
pero hay algo tan... extrañamente familiar en usted. ¿Nos hemos visto antes?
Por segunda vez esa noche, Viola casi se desmaya. Parpadeó rápidamente
varias veces, incapaz de evitar mirarlo boquiabierta mientras la sangre
abandonaba su rostro y una profunda confusión la envolvía. –¿Pe… perdón?
–Me disculpo por mirarla, pero su... cara y su voz me han cautivado. –Sacudió
la cabeza, desconcertado, entornó los ojos. –Sé que te he visto antes.
Simplemente no puedo precisar cuándo, ni dónde pudo haber sido.
–Es viuda –afirmó segundos más tarde –y Fairbourne me dice que ésta es su
primera temporada sin luto.
Él ya lo sabía, pero ella decidió no recordárselo otra vez. –Lo soy, aunque hay
muchos otros que también son muy buenos.
Mirándola a los ojos, preguntó –¿Cuánto cobra por cada retrato?
Con una ligera inclinación de barbilla, ella respondió. –A veces sus esposas me
hornean pasteles, su gracia.
–Lo es.
–Pero también disfruto el de arándano y de manzana –añadió con bastante
picardía. –A veces, si el retrato es muy grande y consume mucho tiempo, exijo un
pastel de cada uno de los tres sabores para satisfacer la deuda.
Él casi se rió; podía verlo luchar contra la risa mientras su mirada recorría su
rostro otra vez, observando cada rasgo, desde los rizos en su cabello, hasta los
diminutos pendientes de perlas que colgaban de sus lóbulos, hasta sus labios
cuando ella los lamía por un repentino nerviosismo.
Él se giró hacia ella una vez más, su sonrisa se desvaneció cuando dio un paso
hacia ella, lo suficientemente cerca para que sus piernas le rozaran el vestido.
Ella no sabía cómo tomar esa declaración en absoluto. Pero estaba bastante
segura de que no quería pintar su retrato. Cada segundo en su presencia
aumentaba el peligro de ser descubierta. Y ahora mismo estaba actuando
demasiado... familiar.
–Una fiesta del chisme, como sabrá. –Continuó, con voz cada vez más
sombría. –Por esa misma razón me he mantenido alejado de la ciudad lo más
posible estos últimos años, negándome a ofrecerme a mis pares como un
espectáculo, o peor, un tema de compasión.
Hizo una pausa cuando una pareja que se reía se paseó junto a ellos, luego se
enderezó y se volvió para mirarla de nuevo. Dio un paso más cerca, aunque juntó
las manos detrás de su espalda para pararse formalmente, con el rostro oscuro,
indescifrable, mientras la miraba de cerca.
–Lady Cheshire, hace varios meses heredé un nuevo título a través de la línea
ancestral escocesa de mi madre –interrumpió con facilidad. –Inusual, sin duda, y
aunque no era desconocido para mí, no lo esperaba tan pronto. Sin embargo, con
este título vino la aceptación de que finalmente debo cumplir con mi deber y
casarme. Es por eso que he venido a Londres para la temporada.
Ella abrió un poco la boca. –¿Está aquí para elegir una esposa?
–Estoy segura de que hay muchas mujeres para elegir, su gracia. –Respondió
con total naturalidad, erguida y abanicándose nuevamente. –También estoy
segura de que cualquiera de ellas estaría orgullosa de ser su duquesa.
No tenía idea de cómo tomar ese comentario, así que lo ignoró. –Quizás
debería decirme qué quiere de mí, su gracia.
Volvió a mirarlo a los ojos, y por un breve momento una corriente pasó entre
ellos. Su mirada oscura recorrió su figura por última vez, y luego, con un
asentimiento, pasó a su lado, dirigiéndose hacia el salón de baile.
Con la cabeza bien alta, fue en busca de Lady Tenby y se excusó, dejando la
fiesta antes de las diez, el brillo y la excitación que había sentido cuando llegó casi
se redujeron a un dolor sordo de remordimientos.
Capítulo 3
Hoy me senté junto a él, por largo tiempo, esperando reconfortarlo, pero él
nunca supo que estuve ahí…
Es cierto que había quedado sorprendido por su belleza, atrapado por sus
llamativos ojos color avellana, brillante cabello negro rizado en una masa sobre su
cabeza, piel blanca sin defectos y remolinos de un rojo brillante que cubría su
cuerpo apropiadamente pero se abrazaba a cada curva a la perfección, solamente
insinuando el tesoro debajo de la seda. Fairbourne le había advertido, llamándola
algo así como una hechicera, pero él había ignorado una noción que no encajaba
en su memoria. Aun así, había logrado ocultar su asombro. En su momento más
débil casi la había besado, sintiendo un impulso rápido y molesto de acercarla y
disfrutar de unos minutos de mutuo deseo. Pero se detuvo recordando quién era y
por qué había acudido a ella. Tendría tiempo de sobra para una seducción
deliberada si decidía acostarse con ella, y moverse demasiado rápido podría ser
peligroso. No sería tan descuidado para olvidar eso de nuevo.
Ian se miró en el espejo, ni feliz ni infeliz con su apariencia. Su belleza, una vez
hermosa, había sido reemplazada hace mucho tiempo por el frío cinismo. A los
treinta y un años, era un hombre completamente crecido, con experiencia en casi
todo lo que importaba, pero anhelando una satisfacción del cuerpo y una paz
mental que permanecía oscura. Su propósito durante los últimos cinco años había
sido curar heridas aterradoras y superar una amargura más difícil de lo que la
mayoría de los hombres de su posición deberían contemplar, pero hasta ahora
había fallado. Su corazón se había endurecido lentamente a medida que sus
esperanzas de cualquier tipo de venganza habían menguado, y con ello había
muerto un sueño de felicidad para toda la vida, por fantasioso que fuera. Incluso
su hermana gemela se había distanciado de él estos últimos años mientras
perseguía implacablemente a sus demonios, sin éxito.
Pero todo había cambiado hace once meses cuando inesperadamente había
heredado un título distinguido y formidable, y toda la riqueza, la tierra y el poder
que lo acompañaban. De repente, tuvo la habilidad y los medios para remodelar su
destino. Y todo se centró en una ruina calculada, lenta y meticulosamente
diseñada de la antigua Viola Bennington–Jones. Ella siguió siendo la única persona
que escapó a la justicia por los errores cometidos hace cinco años cuando, después
de dejarlo inconsciente, sus dos hermanas lo arrastraron a una mazmorra
centenaria, lo encadenaron a una pared, lo drogaron repetidamente y finalmente
lo dejaron por muerto. Y aunque Viola, la más joven de las tres, había sido
inocente del secuestro inicial y del plan para retenerlo a cambio de un rescate, ella
había estado allí de vez en cuando, cuando había despertado de su estupor
drogado y había escuchado su voz tranquilizadora, recordando... una cierta calidez,
incluso vagas impresiones de su rostro y su cuerpo mientras trataba de consolarlo.
Sin embargo, todos sus exiguos esfuerzos por proporcionar algún tipo de consuelo
no habían significado nada cuando ella se negó a liberarlo o a pedir ayuda. En
esencia, ella lo había dejado allí para morir. Sus dos hermanas habían sido
juzgadas, una por el suicidio y la otra por la prisión, pero Viola había negado a las
autoridades que supiera algo al respecto, había mentido para evitar pagar por el
crimen de la falta de acción. Al final, no había ninguna prueba sólida de que ella
hubiera estado involucrada, o incluso testigo del evento. Se había convertido en la
palabra de una niña contra las que él había dicho, un conde con influencia pero
que había estado tan incapacitado y con frecuencia delirante que no tenía ni idea
de cuánto tiempo había pasado hasta que le dijeron. Ella desapareció poco
después de su rescate, dejando la ciudad para escapar del escándalo y
reinventándose a sí misma, casándose muy por encima de su posición, triunfando
como artista y viviendo una vida tranquila incluso cuando él sufría de pesadillas y
un dolor interno que ella nunca pudo imaginarse. Ahora todo eso estaba por
cambiar, para la satisfacción de él, y el bien merecido detrimento de ella.
Sin embargo, la atracción inesperada que sentía por ella lo inquietaba. Era la
única parte de su plan que no había previsto, y lucharía contra esto. Burlarse de
ella, seducirla y acostarse con ella como debe ser sería aceptable; cuidar de un
pequeño mechón de cabello en la cabeza no sería más que abrazar las
indignidades que ella había presenciado y lo obligó a sufrir durante cinco horribles
semanas. Nunca olvidaría cómo lo había permitido pasivamente y observó su gran
humillación en ese momento, y aunque le costara su alma, ahora pagaría por ello.
Su trabajo había sido una sensación, en parte, supuso, por su talento, pero
también porque la identidad oculta del artista había creado una gran cantidad de
intriga y chismes. Incluso las damas habían hablado de Bartlett–James y sus
dibujos, aunque de una manera vaga que la había divertido cuando tuvo la
oportunidad de ser parte de una conversación tan interesante, aunque poco
delicada. El abogado de su esposo había sido quien colocaba su obra, las menos
explícitas en subastas muy respetables, las más lujuriosas y audaces en clubes
exclusivos de caballeros, y aunque se había retirado hace mucho tiempo,
continuaba pagando al hombre lo suficiente como para permanecer en silencio
sobre los detalles por el resto de sus años. La probabilidad de que Ian Wentworth
hubiese descubierto la naturaleza precisa de la riqueza de su esposo parecía
demasiado remota, y sin embargo, ¿por qué el hombre se preguntaba si Henry la
había alentado a dedicarse a su talento como profesión cuando las mujeres no
tenían profesiones? ¿Por qué siquiera mencionaría una conexión entre la finca de
Cheshire y sus obras de arte?
Sola con Chatwin por el momento, hizo un gesto, palmas arriba, a la silla de
cuero verde junto a la rejilla fría. –¿Le gustaría sentarse, su gracia?
Él hizo una reverencia, luego giró sobre los talones y salió rápidamente del
salón, dejando la puerta entreabierta como lo exigía el decoro.
–¿Azúcar, su gracia?
–Por favor.
Ella cumplió, añadiendo una cucharada llena, luego le ofreció la taza, el platillo
y servilleta antes de llenar la suya propia. Hecho eso, se sentó de nuevo para verlo,
tratando de no hacerlo fijamente mientras gentilmente revolvía el azúcar en su
propia infusión caliente.
Él lucía bastante relajado, con los codos reposando sobre los brazos de la silla,
los dedos cónicos, cubiertos con un fino vello oscuro, pellizcando la taza mientras
esperaba que se enfriara el té. Ella nunca antes lo había visto a la luz del día y,
1
Una clase de Té Negro proveniente de la India, específicamente de Bengala Occidental.
aunque estaba filtrada por las cortinas color rosado pálido, un rayo de sol cruzaba
su rostro y pecho desde la ventana a su izquierda, iluminando sus facciones para la
vista de ella. Él realmente se veía espectacular, robusto y saludable. Al menos, en
el exterior, había sanado sin ningún daño en absoluto y seguía siendo uno de los
hombres más atractivos que había visto en su vida.
Bajando su propia taza al regazo, ella replicó. –Tal vez deberíamos discutir mi
precio primero, su gracia.
Él desechó eso con un movimiento de la cabeza. –Eso no será necesario.
Pagaré lo que pida.
Ella elevó las cejas con escepticismo. –¿Lo que sea que yo pida? Me siento
muy halagada por su aparente confianza en mi habilidad, su gracia, pero le
aseguro que no soy Peter Paul Rubens.
Ella había sido más o menos burlona con esa oferta escandalosa, pero él no
parecía desconcertado en absoluto por eso. En cambio, le ofreció una hermosa
sonrisa que casi le quita el aliento.
Ella se llevó la taza a los labios y tomó otro sorbo de té sin apartar la mirada
de la franqueza de la de él. Segundos después, ella respondió. –Si le propone a una
amiga mía, podría estar más dispuesta a darle una oferta generosa.
–¿Ahora es casamentera?
Sin pausa, ella respondió. –¿No lo haría usted si tuviera una hija?
–De acuerdo. –Hizo una pausa, mirándola de cerca, y luego dijo –¿Y qué
piensas de Lady Anna Tildare?
–¿No le agrada ella? –preguntó, con tono cálido y continuo buen humor.
–Por favor perdóneme –dijo con fingida mansedumbre. –Sólo quise decir que
ella es muy sociable. Adora la ciudad y asiste a cada baile y festividad. Usted
mismo me dijo que prefería el campo. Y si bien es cierto que no lo conozco muy
bien, sí conozco a Anna. Simplemente no parece mucho la... pareja adecuada, pero
esa es solamente mi opinión.
–Ahh... Entiendo.
–Y, sin embargo, viene con una dote notable –agregó segundos después.
Así que ya sabía el valor matrimonial de la única hija de Lord Brooksfield. Eso
la irritó más que la idea de cortejar a Isabella.
Él parpadeó, como si no pudiera creer que ella hubiera dicho eso. Luego,
sonriendo ampliamente murmuró. –Gracias por el cumplido, Lady Cheshire.
Pasó una mano por una manga larga. –Debe admitir que sería difícil dejar
pasar esa oportunidad de agrandar mi propio cofre.
Él asintió muy lentamente. –El de ambos, debería pensar.
–Excepto que Lady Anna también es rubia –le recordó. –Y dijo que prefería
mujeres con cabello oscuro. Tampoco la llamaría vibrante.
–Para nada, madam –dijo arrastrando las palabras, levantando una mano para
frotar su barbilla con los dedos y el pulgar. –Disfruté mucho tu visión.
¿Disfrutado su visión?
Ella asintió con movimientos ligeros y espasmódicos, capturados por sus ojos
hipnotizantes.
–Estoy muy ansioso por venir mañana –dijo roncamente. –Hasta entonces.
Ella no discutió. Con una breve reverencia, simplemente murmuró. –Su gracia.
Y finalmente, la soltó y se volvió, saliendo del salón, los zapatos hacían eco en
el suelo de parquet como lo habían hecho a su llegada.
Le tomó unos minutos, al parecer, para que su corazón dejara de latir, para
que su cuerpo se moviera de nuevo. Pero en lugar de abandonar el salón ella
misma, se dejó caer en el sofá, con la falda arrugándose alrededor de ella en un
montón que apenas notó mientras trataba de poner algo de razón detrás de la
conversación más atípica.
Trató de levantarse hoy, pero pronto se dio cuenta de que ellas lo habían
encadenado. Verlo luchar me duele tanto en el corazón...
–Adelante.
Ian miró el gran reloj sobre la repisa de la chimenea. Tres minutos para las
nueve. Como siempre, Cafferty llegó justo a tiempo.
Ian se puso en pie cuando escuchó pasos en el pasillo, fijándose como siempre
lo hacía de la estructura extremadamente delgada y alta del hombre cuando
Braetham lo admitió en el estudio segundos después. Ahora en sus cincuenta, Milo
Cafferty se había retirado de la policía metropolitana hacía unos siete u ocho años
debido a una lesión en el pie durante el colapso de un edificio en los muelles, que
había resultado en una cojera muy pronunciada. Y sin embargo, lo que le llamaba
la atención a Ian cada vez que se encontraba con el hombre era su naturaleza
abiertamente alegre, enfatizada por su bigote aceitoso y delgado, que se curvaba
en la forma de una larga sonrisa frente a sus mejillas. Todo un contraste con la
imagen que uno tendría de un policía retirado y herido que sin duda vivía en una
constante sensación de dolor.
–Buenos días, Mr. Cafferty –respondió Ian, caminando alrededor del escritorio
para saludar al hombre. Después de estrecharle la mano, lo dirigió a una de las
sillas de orejas frente a él.
Cafferty bajó su cuerpo con esfuerzo, luego estiró su pie lesionado frente a él.
–¿Debo comenzar, su gracia?
Ian regresó a su mecedora. –Por favor. ¿Dijo que eran noticias importantes?
Ian levantó las cejas muy lentamente. –Lo he oído. Creo que sus esfuerzos
artísticos limitan con lo inmoral, ¿no es así?
Cafferty se pasó la punta de los dedos por el bigote. –No estoy seguro si se
conocen como artistas profesionales, su gracia. Su identidad es desconocida, al
menos para el público en general. Pero anoche, a través de uno de mis contactos,
me enteré de que Lady Cheshire se reunió con su abogado ayer por la tarde y
durante una conversación de veinte minutos, solicitó que pusiera un raro dibujo
de carbón Bartlett–James que al parecer posee para subasta inmediata.
Cafferty asintió de buena gana. –Estoy muy seguro, su gracia. Mis fuentes son
bastante confiables. Se subastará el sábado, en Brimleys. –Sus espesas cejas se
arrugaron con sus pensamientos. –Sin embargo, un club de caballeros más bien
exclusivo parece ser un lugar extraño para una subasta.
–No necesariamente –sostuvo Ian. –No es para arte exclusivo y sugerente que
sólo los caballeros estarían interesados en comprar. Pero… ¿por qué ahora?
Ian golpeó el escritorio con la punta de los dedos, entrecerrando los ojos. –La
única razón que puedo pensar para vender algo así ahora, y para que ella corra el
riesgo de que la atrapen haciéndolo, es recaudar dinero –dijo. –Montones.
Ian se puso de pie y caminó detrás de la mecedora para mirar por la larga
ventana a la mañana gris y brumosa, cruzó los brazos sobre el pecho mientras
miraba cómo las gotas de lluvia golpeaban la acera de su pequeño jardín en un
ritmo que aturdía la mente. Cafferty permaneció en silencio, esperando
comentarios o instrucciones, probablemente tan confundido por esta noticia como
él.
Ian había pagado para que los hombres de Cafferty siguieran a Viola durante
varios meses para conocer sus rutinas establecidas, a quién conocía y los lugares
que frecuentaba. Hasta el momento no había habido nada sorprendente o fuera
de lo común acerca de ella como viuda. Tenía un hijo, a quien mantenía cerca,
pero eso en sí mismo no tenía nada de especial. Pintaba en su propio estudio en la
parte trasera de su casa, vivía de los bienes de su marido, y rara vez se entretenía,
aunque eso sin duda cambiaría a medida que su período de luto terminara. Y toda
esta información le había sido transmitida regularmente mientras esperaba
pacientemente en Stamford, esperando ser recompensado con cualquier noticia
que pudiera usar contra ella. Pero nada sobre sus movimientos o sus hábitos
diarios había sido sorprendente o remotamente interesante… hasta ahora.
Aún así, tenía la ventaja de conocer sus planes antes de las acciones. El
problema para él era cómo usar esta información.
Cafferty parpadeó. –Su gracia, ella está pidiendo dos mil libras como la oferta
inicial por la obra.
Cafferty luchó por sentarse derecho en su silla. –Disculpe, su gracia, pero ¿no
cree que levantará sospechas cuando le revele mi identidad?
–Puede que no venda por esa suma, su gracia, especialmente si cuenta con la
competencia por la pieza para traer más.
Con los ojos entrecerrados, Ian pensó en eso por un segundo o dos, y luego
dijo. –Si no es suficiente, incremente la suma en mil libras hasta que se haga la
venta.
La boca de Cafferty se abrió tanto que su fino bigote se enroscó con fuerza. –
Sir, eso podría convertirse en una cantidad escandalosa de dinero.
–Sí, lo sé –estuvo de acuerdo, con un tono de hecho. –Pero quiero que haga la
oferta y ofrezca contraofertas, hasta que ceda.
Ian sacudió la cabeza mientras caminaba alrededor del escritorio. –No, eso
será todo. Pero hágamelo saber tan pronto como confirme la venta y haré un giro
bancario de inmediato. Si ella insiste en colocarlo en una subasta incluso después
de que continúe haciendo ofertas, o retira la venta por completo, necesito saber
eso también.
Ian se rió entre dientes, extendió la mano y estrechó la mano del investigador.
–Braetham le mostrará la salida.
–Buen día, su gracia –dijo Cafferty con una leve reverencia. Luego,
volviéndose, salió cojeando del estudio.
Con diez minutos faltantes para que tuviera que irse a su sesión, Ian regresó a
la ventana. La lluvia finalmente había disminuido a unas chispas y los colores de su
jardín de flores resplandecían vibrantemente mientras la mañana comenzaba a
brillar. Le recordaba a Viola, tan vibrante, encantadora y llena de color, cuyas
suaves mejillas cubiertas de rocío algún día brillarían con sus lágrimas de tristeza.
Capítulo 5
Le tomó sólo unos minutos bajar las escaleras hasta el primer rellano y
caminar por el pasillo hasta el estudio en el lado este de la casa, una habitación
que había elegido debido a la pared de ventanas largas que capturaban el sol de la
mañana e iluminaba su estación de trabajo, al menos la mayoría de los días.
También iluminó el área al agregar un papel tapiz amarillo adornado con capullos
de rosa, y un sofá de color crema en el que hacía los bocetos antes de pintar. Para
su hijo, había colocado una silla y una mesa pequeña en una esquina para que él
pudiese dibujar con ella cuando se aburriera en la guardería. Era la habitación más
soleada de la casa y muchos días, permanecía allí durante horas.
Hoy, sin embargo, esperaba que el tiempo empleado fuera corto. Había
ordenado a Needham llevar a Chatwin al estudio inmediatamente después de que
llegara, y presumiblemente el hombre ya la esperaba. Cuando se acercó a la
puerta, se detuvo el tiempo suficiente para respirar profundamente en busca de
confianza y luego entró silenciosamente.
–Lady Cheshire –le respondió, estrechó las manos detrás de él, parándose
erguido completamente.
–Ya veo. –Lo estudió por un momento. –¿Cuál es el objetivo de pintar frutas?
–¿Inofensivas?
Él la miró con recelo. –¿Y puedo preguntar, qué tipo de obra de arte no se
puede colgar en cualquier habitación?
Ella vaciló. El doble significado detrás de sus palabras casi la sorprendió, y por
un mínimo segundo ella se preguntó si deliberadamente la tentaba con el
conocimiento del lado más sensual de su obra de arte. Por otra parte,
probablemente estaba exagerando. Él no debería saber nada al respecto.
Le resultaba bastante extraño que no sólo recordara lo que había usado el día
anterior, sino que también recordara el color de cada vestido que había visto en
ella. Los hombres, en su experiencia, no se daban cuenta de tales cosas, ni siquiera
les importaba. Por otra parte, ella siempre lo había considerado extraordinario
caballero, y en este momento apenas podía dejar que el comentario quedara sin
respuesta.
–Es muy... inusual que noten mi gusto por el atuendo, su gracia –dijo
amablemente.
–Me halaga, su gracia –mantuvo con cautela, con un tono y una actitud
formal. –Le agradezco sus amables palabras. –Instintivamente, se alejó de él y se
ocupó de tirar de las cortinas de las ventanas del este, una por una, para dejar
entrar tanta luz como fuera posible. –¿Asumo que quiere un fondo formal, sir?
–Sí, por favor –dijo, colocando el lienzo en el caballete. –La luz de la ventana
es la mejor que tenemos por ahora. Con suerte, cuando comencemos la pintura
real, el sol brillará y se verá más iluminado aquí.
–¿Es por eso que tienes el cómodo sofá y me queda el pequeño taburete de
madera? –preguntó, divertido.
–Ah –respondió casualmente –así que los dos nos sentiremos incómodos.
–Sabe –dijo él, interrumpiendo sus pensamientos –cuanto más la miro, Lady
Cheshire, más me convenzo de que nos hemos conocido antes.
–Me ha halagado demasiado, su gracia –cedió, con la voz tensa y una sonrisa
forzada.
Él se rió entre dientes. –¿Te hace sentir incómoda que mencione mi atracción
hacia ti?
Oh Dios mío.
Ella suspiró, cerrando los ojos por un segundo o dos antes de contestar. –
Quizás es mejor no hablar de tales cosas, su gracia.
Ella se pasó la lengua por los labios, vacilando solo brevemente antes de
volver su atención a su boceto. –De hecho, su gracia, es la verdad.
Mirando a través de sus pestañas, pensó que el comentario fue sincero. –En
realidad, él no está en la ciudad, sino visitando a la familia de mi esposo en el
campo.
–Ah. –Después de una breve pausa, agregó. –¿Y no fue con él?
Ella sopló sobre el boceto para eliminar el polvo del lápiz. –Me reuniré con él
pronto, estoy segura. Pero por ahora tengo que pintar su retrato.
Ella asintió. –Como usted será un padre orgulloso, estoy segura, cuando tenga
sus propios hijos, sir.
Con gusto, respondió. –John Henry Clifford Cress Wald, Lord Cheshire.
Él se rió de nuevo y se pasó los dedos por el pelo. –Querida Lady Cheshire, esa
fue una respuesta tan larga y formal que me pregunto si de hecho es como lo
llama, incluso cuando los dos están solos en la guardería.
Ella apretó los labios para no reírse. –Perdóneme, su gracia, pero como dijo,
soy una madre orgullosa. De hecho, lo llamo John Henry… a menos que, por
supuesto, sea muy travieso, en cuyo caso usar su nombre completo y título tiende
a producir un mejor resultado para lograr que se comporte.
Ella se rió de eso. –Mi querido Lord Chatwin, no hay trucos innatos de
maternidad, se lo aseguro. Hacemos lo mejor que podemos y esperamos que el
amor y la disciplina que brindamos a nuestros preciosos hijos les brinde a cada uno
un corazón digno para construir un futuro sólido y respetable.
Su corazón se derritió por la mera idea de tal regalo. –Más allá de toda
medida, su gracia. Todo lo que hago en mi vida es para él y su bienestar.
Bajando la mirada otra vez hacia su cuaderno de dibujo, dijo con naturalidad.
–No necesariamente. Primero tendría que volver a casarme, lo que por ahora no
es algo que me interese considerar. Y ya tengo un hijo y heredero de las
propiedades de mi difunto esposo.
Su afán por discutir algo tan personal y delicado la hizo recelar, especialmente
a la luz de la formalidad de su relación de trabajo. Francamente, discutir el parto
con cualquier caballero asaltaba su sensibilidad, aunque después de echar un
rápido vistazo a su rostro, ella decidió que realmente parecía curioso y no parecía
nada avergonzado por el tema.
Ella suspiró. –Sí, estuve enferma la mayor parte del tiempo. Él también nació
con los pies primero, después de tres días de trabajo de parto, lo que provocó que
casi muriera en su nacimiento. Le agradezco a Dios todos los días que estaba en la
ciudad y tenía la experiencia de un buen médico a mi disposición. Si hubiera
estado en el campo, sospecho que ambos hubiéramos muerto, como la mayoría
de los niños lo hacen cuando nacen de la manera equivocada.
Entonces Lady Ivy estaba esperando. Viola no estaba dispuesta a pedirle más
información. –Bien, no me entristeceré por ella. Qué bueno por ella.
Sonriendo completamente ante eso, ella comentó. –No hay duda de que lo
está, pero probablemente con alegría si su primer parto no tuvo problemas.
Él respiró hondo, luego lo dejó salir lentamente. –Nunca me ha hecho una sola
pregunta sobre mi pasado o intereses, mi familia o mi hogar en el campo. No me
parecería tan inusual en la mayoría de las circunstancias, pero dado que le dije
explícitamente que creo que nos hemos visto antes, estoy... curioso por saber por
qué es así.
Por un segundo o dos pareció como si fuese a reír. Luego dijo arrastrando las
palabras. –Ciertamente, lo entiendo. Es muy... noble de tu parte respetar mi
posición, Lady Cheshire.
Su uso de tal frase sonaba un poco burlón, y ella resistió el ridículo impulso de
hacerle una profunda reverencia. En lugar de eso, hizo caso omiso de su burlona
alabanza y caminó valientemente hacia él, con el mentón un poco levantado con
confianza y una sonrisa satisfecha plantada en su boca.
–Es solamente una imagen aproximada, pero puede ver mejor cómo lucirá el
retrato.
Ella volvió su atención hacia él. –Tiene una frente buena… no muy ancha ni
larga, y su piel es excelente. Creo que, para un atractivo majestuoso, voy a peinarle
el cabello de la cara para revelarlo. –Ella se inclinó hacia adelante y comenzó a
apartar los sedosos mechones de su frente con los dedos. –Creo…
Ella se sorprendió.
Viola tragó saliva y trató de alejarse, pero él se negó a dejarla ir. Su corazón
comenzó a latir violentamente en el pecho, ahora a solo unos centímetros de su
rostro, sus cuerpos tan cerca que se sintió instantáneamente envuelta, atrapada
por su presencia.
–Lo siento, su gracia –dijo con voz ronca, tratando de remover la muñeca de
su mano sin éxito.
Lentamente, él bajó los párpados y miró sus pechos, sus curvas superiores se
revelaban tentadoramente por su ajustado corpiño escotado. Ella se quedó sin
aliento y cálida por el escrutinio mientras su mirada se paseaba, y por un
momento atemporal temió que en realidad pudiera inclinarse hacia adelante tres
pulgadas y apoyar su mejilla contra sus pechos, y besarlos con necesidad.
–Viola... –murmuró.
Los ojos de ella se abrieron de par en par cuando él susurró su nombre de pila,
pero permaneció quieta, manteniéndose peligrosamente bajo su control, sin saber
qué hacer o decir, en todo caso. Pasaron unos segundos hasta que finalmente él
tomó un profundo respiro y levantó una vez más la vista hacia su rostro.
Él recuerda algo…
Aturdida, las rodillas se debilitaron debajo de ella y casi deja caer el cuaderno
de bocetos al que todavía se aferraba como un bote salvavidas. Pero no podía
mirar hacia otro lado.
–Eres hermosa –susurró. –No puedo evitarlo cuando estás tan cerca.
De alguna manera, ella le creyó, y sin embargo, su atención hacia ella ahora no
se parecía en nada al deseo que instintivamente había sentido por él y que había
visto en sus ojos momentos antes. Ahora parecía forzado… como si sus
pensamientos y sentimientos tuvieran dos lados. Como si sus acciones estuvieran
planeadas.
Él levantó las cejas; sus labios se crisparon. Ella no pudo descifrar si estaba
sorprendido o entretenido, pero si tenía que adivinar, ella diría que él era ambos.
Sin embargo, no se molestó en esperar su respuesta. Rápidamente, pasó por su
lado y caminó de regreso a su pequeño escritorio, colocó el cuaderno de dibujo
sobre éste, tocó el timbre de un sirviente, luego se volvió y lo miró directamente,
con las manos cruzadas frente a ella.
–Creo que hemos terminado por hoy de todos modos. Mi mayordomo le
mostrará la salida...
Tan pronto como la agarró por los antebrazos con ambas manos, la haló
contra él, puso su boca sobre la de ella, no con dureza, sino con firme propósito.
De repente, escuchó una tos leve detrás de él, y al recordar que había tocado
la campana antes de que él la atacara, se dio cuenta, con total mortificación, de
que no estaban solos.
Furiosa, con ganas de golpear su hermoso rostro para tomar ventaja de ella y
avergonzarla, trató de reaccionar, pero se dio cuenta enseguida de que él todavía
la tomaba de las manos. Y luego, mientras él sonreía y la soltaba por completo,
alejándose para permitirle ver a un recién contratado lacayo, inquieto y
tembloroso en la puerta, se retrajo internamente cuando comenzó a entender
exactamente lo que él había hecho. Los criados hablaban y para el final del día,
todo el vecindario sabría que la joven viuda Cheshire, que acababa de salir del
luto, había sido atrapada besando al Duque de Chatwin en el estudio, no
inocentemente, sino con pasión. En una semana, la mayor parte de la buena
sociedad estaría prestando atención a las deliciosas noticias, y aunque
probablemente no la arruinaría, ahora se había convertido en el chisme de la
temporada.
Se aclaró la garganta, luego lanzó una rápida mirada a lacayo antes de mirarla
a los ojos.
Con frialdad, ella respondió. –Tal vez trabajemos en el jardín la próxima vez,
su gracia. Estar al aire libre nos hará bien a los dos, ¿no le parece?
Durante unos segundos no hizo nada mientras una astuta sonrisa se extendía
por su boca. Y luego, para su completo asombro, le guiñó un ojo… luego asintió
una vez, se volvió y se dirigió hacia su lacayo, que lo guio fuera del estudio.
Hoy puse una vela detrás de mí, para que no me pudiera ver el rostro dentro
de la capa. Él preguntó mi nombre, pero no me atrevía a hablar. Está asustado y
su pena es tan intensa...
–Ahh, buenos días, Lady Cheshire –dijo con una gran alegría, tirando de su
chaleco en un intento de cubrir su amplio vientre mientras se dirigía hacia ella.
Ella sonrió y le tendió la mano. –Buenos días, Mr. Duncan. Veo que está muy
bien.
–Al igual que usted, madam –respondió, tomándola por los dedos con los
suyos e inclinándose rápidamente para rozarlos con los labios. –Por favor, tome
asiento.
Ella hizo lo que le indicaba, caminando hacia una gran silla de terciopelo y
bajando su cuerpo con gracia para sentarse en el borde. Él sólo tenía dos sillas en
la habitación además de la suya, y las dos eran tan esponjosas que uno se hundía
naturalmente en ellas, sin elegancia, si no tenías cuidado. De hecho, todo en la
oficina de Duncan era esponjoso, enorme o ambos, incluidas las cortinas, el
escritorio, las sillas, las obras de arte y los marcos, incluso la chimenea, y ella sabía
que, había sido decorada por su esposa. Todo, aparte de su escritorio marrón
oscuro y la gran pintura de rosas rojas sobre la repisa de la chimenea, era del color
del cielo de verano y acentuado con metros de encaje blanco con volantes.
Duncan casi gruñó mientras volcaba otra vez su figura redonda sobre el
asiento de su silla. –De hecho, lo es –respondió, inclinándose hacia adelante para
juntar las manos sobre el papeleo disperso. –Ayer recibí una inusual visita de un
agente de investigación, solicitando que le hablara inmediatamente sobre la venta
del Bartlett–James.
–¿El agente?
Duncan rebuscó entre las hojas de su escritorio hasta que encontró una
tarjeta. –Ah, aquí está. Un tal Mr... Milo Cafferty.
Milo Cafferty. Ella nunca antes había escuchado el nombre. –¿Y dice que
representa a un comprador anónimo?
Ella miró fijamente la tarjeta, viendo nada más que un nombre y un título en
una ordinaria tarjeta blanca y barata.
–¿Por qué un investigador sería contratado por un tercero para hablarle sobre
la compra de arte, incluso arte de esta naturaleza? –preguntó, mirando a Mr.
Duncan. –¿Qué hay que investigar?
–Me pregunté eso a mí mismo –comentó con una media sonrisa. –Incluso para
un trabajo del evasivo Víctor Bartlett–James, esto parece un poco extremo, ¿no?
Sus labios se inclinaron un poco. –No, nadie, aunque estoy segura de que
mucha gente lo sabe ahora, ya que es a menos de una semana.
Esa firme respuesta lo satisfizo por un momento. Luego preguntó. –¿Qué hay
de su personal?
–¿Robado?
Él la miró astutamente. –Me pregunto si éste podría ser el comienzo de algún
tipo de plan de chantaje contra usted.
Esa idea tampoco se le había ocurrido a ella, aunque generó mayores dudas. –
Usted aún es la única persona que sabe que soy la artista real, ¿correcto?
–Por supuesto –dijo con refinada gracia. Era lo más cercano a lo que Duncan
había llegado a hacer en un comentario personal sobre su trabajo, y si no hubiera
estado tan preocupada repentinamente por su futuro, podría haber sonreído ante
su intento de ser discreto. En cambio, ella volvió a su pregunta original.
–Asumamos, Mr. Duncan, que en este momento nadie más que usted y yo
sabemos que soy la artista –sostuvo. –¿Sería entonces posible que Mr. Cafferty
descubriera este secreto como investigador de alguna forma indirecta?
–¿Manera indirecta?
Tragó saliva y evadió la pregunta. –No estoy segura. ¿Es esto para lo que se
contrata a un agente de investigación?
Viola se puso de pie, arrojando los guantes y el bolso sobre el cojín de la silla
antes de caminar lentamente hacia el centro de la pequeña habitación, mirando
los pequeños tulipanes amarillos sobre la alfombra azul claro, con la mano cerrada
sobre la boca mientras comenzaba a poner las piezas del rompecabezas juntos
para formar la imagen más extravagante que se podía imaginar. Y una que en un
instante tuvo tanto sentido.
Él había contratado a alguien para encontrarla, y cuando ese encargo se llevó
a cabo, hizo una gran entrada en su vida, sorprendiéndola en su primera fiesta sin
duelo, pretendiendo no reconocerla, haciendo todo lo posible para controlar sus
discusiones, para confundirla haciéndole creer que su encuentro otra vez había
sido pura coincidencia y que su atracción hacia ella era genuina. Y se había llamado
a sí mismo un coleccionista de arte, justo como este supuesto comprador que
ahora quería comprar su obra de arte, sin ser vista.
Aun así, por el momento ella tenía la ventaja; el rico, distinguido y encantador
Ian Wentworth todavía no sabía que ya había comprendido su plan. Al menos no
parecía haber ninguna razón para pensarlo, aunque tenía que darse cuenta de que
ella no era estúpida ni ingenua, y sin duda estaría escéptica de cada uno de sus
movimientos. Y no podría haber un término medio en sus suposiciones. O ella y
Duncan habían descubierto la verdad de su farsa por sus sospechas y cuidadosas
deducciones, o ella estaba completamente equivocada sobre todo y su
imaginación finalmente había acabado con lo mejor de ella. Lo que ella necesitaba
ahora eran hechos y su propio plan de acción… antes de que él arruine su futuro y
el destino de su hijo, que ella prometió proteger con su vida.
Maldiciendo tanto a sus temores por controlarla como al apuesto hombre que
se continuaba aprovechando y llenándola de recelos, Viola gruñó y puso toda la
cara en sus manos.
–¿Lady Cheshire?
Varios segundos pasaron antes de que ella dijera. –Puede que sepa quién es
esta persona, Mr. Duncan. –Levantando la cabeza y cruzando los brazos sobre los
pechos, miró a su abogado y admitió. –Pero no puedo estar segura, entonces me
perdonará si no le doy su nombre en este momento.
Abruptamente, ella hizo una pausa en su paso y levantó la vista, una pequeña
sonrisa de triunfo se extendió por su boca.
–Mr. Duncan –dijo con total satisfacción, volviendo a su silla –por favor,
informe a Mr. Cafferty que me gustaría mucho aceptar la oferta de su cliente, pero
no me conformaré con nada menos que cinco mil libras por el trabajo, ya que es lo
que esperaría obtener en la subasta.
–Además –continuó, levantando los guantes para ponérselos otra vez –por
favor avise al propietario de Brimleys que su cliente ha vendido el dibujo en
privado y la subasta de este sábado ha sido cancelada. Sin embargo, su cliente
puede estar interesado en subastar una pintura más grande de Bartlett–James en
el futuro cercano, lo que traería sustancialmente más dinero para todos. Eso
debería aplacarlos por el problema.
Él le tomó los dedos entre los suyos y le dio una ligera reverencia. –Muy bien,
madam.
–Por supuesto, Lady Cheshire –respondió sin ningún indicio de ofensa. –Le
enviaré un mensaje tan pronto como sepa si el cliente de Mr. Cafferty ha aceptado
o rechazado su oferta.
Con una inusual sensación de júbilo, Viola le dio los buenos días a su abogado,
luego se volvió y salió rápidamente de la oficina.
Capítulo 7
Hoy robé la llave de la mazmorra y fui con él poco después de que ella lo
drogó. Finalmente, pude cuidar de él y de sus necesidades sin que él lo supiera...
No podía dejar de pensar en ese beso… un beso que nunca había planeado,
pero que deseó con urgencia en el momento en que lo desafió en su estudio. Ella
no sólo había jugado con él tímidamente para tomar su mano; lo había desafiado
directamente, y ningún hombre vivo permitiría que una mujer permaneciera a
cargo después de negar su exigencia con una reprimenda tan sarcástica, aunque
inteligente. Y besarla hasta la sumisión frente a un sirviente solamente ayudó a su
causa. Para entonces, todo el vecindario sabría que la viuda Cheshire no sólo había
salido de luto literalmente, sino que también había comenzado a ofrecer sus
encantos a otro hombre, y uno con un título más grande que el de su difunto
esposo. Al final, tal especulación podría funcionar perfectamente en sus planes.
Sin embargo, lo que le molestaba era darse cuenta de cuánto había disfrutado
besar a una mujer que despreciaba y había jurado arruinar.
Él realmente no quería sentir nada por ella aparte del desprecio, incluso
cuando ahora se daba cuenta de cuán difícil iba a ser mantenerse enfocado en ese
objetivo. Ella sin duda tenía algunas cualidades decentes, sobre todo que amaba a
su hijo y arriesgaría mucho por su bienestar. Pero no necesitaba la complicación de
admirarle por algo que cualquier madre sentiría y exhibiría. Tendría que tener
mucho cuidado de no permitir que la compasión se desarrollara mientras la
perseguía.
Suponía que debió haber esperado que su deseo fuera intenso. No había
estado con una mujer en mucho tiempo, y desde su cautiverio nunca había sentido
nada por ninguna con las que se había acostado más allá de la necesidad del
momento. Habían sido un medio para un fin, como lo sería Viola ahora. Pero para
su consternación, de repente no podía esperar a enterrarse en sus paredes suaves
y cálidas y ceder al momentáneo placer. Y lo que realmente lo enojó fue aceptar el
hecho de que, por el momento, la única persona que quería que lo satisficiera era
Lady Cheshire. Naturalmente, su deseo por ella disminuiría una vez que él se
acostara con ella, como lo había hecho con todas las demás, pero desde esa
primera sesión hace una semana no había sido capaz de concentrarse en nada más
que el recuerdo de sus pechos tentadores tan cerca de su cara, y besando labios
deliciosos que se habían rendido a él sin una verdadera persuasión.
Ian miró el periódico durante un largo momento, con las manos en las
caderas, dudando si abrirlo para ver la pieza erótica de arte famoso que había
comprado a su enemiga por unas escandalosas cinco mil libras. Esperaba que fuera
dinero bien gastado y que de alguna manera él pudiese usar la pieza contra ella.
Con esa idea en mente, levantó el vaso y finalmente tomó un sorbo de whisky,
luego comenzó a tirar de las esquinas del papel hasta que lo arrancó del marco,
exponiendo toda la imagen a su vista.
Sin embargo, algo más que simplemente saber que Viola había visto, poseído
y luego vendido un dibujo tan explícito molestaba su curiosidad y, garantizado o
no, le dio una pausa. Como artista, ella misma tuvo que haber notado la naturaleza
del talento, considerar críticamente cada línea y la mezcla de carbón, tal como lo
había hecho en beneficio de él cuando dibujó el boceto. Sin duda, habría estudiado
el don específico de Bartlett–James para mejorar, independientemente del hecho
de que solamente dibujara y pintara naturalezas muertas y retratos formales.
Y tal vez eso era lo que lo intrigaba. Un artista podría estudiar el arte erótico
por su precisión y elegancia, su belleza y forma. Pero, ¿podría ese mismo artista
hacerlo y no encontrar excitante la imagen en general?
Ian miró por encima del hombro nuevamente hacia el dibujo. Podía imaginar
el preludio de la pasión que el artista había elegido transmitir con cada trazo. Pero,
¿había venido de la memoria o de modelos de pie frente a él? ¿Viola podría
dibujar un retrato tan lascivo si se paga el precio correcto? Una lenta sonrisa de
satisfacción se extendió por su boca ante la idea de ser testigo de su expresión si
realmente le pidiera que lo dibujara desnudo. Y, por supuesto, si iba a verla
dibujarlo así, no podría evitar tener una erección a la vista.
¿Y cómo te pagan?
Pero Víctor Bartlett–James había estado retirado durante varios años, o eso
había dicho Cafferty. Tal vez este dibujo no era uno de los suyos, sino una copia
forjada para traer dinero rápido. ¿Podría una artista femenina ser tan olvidadiza de
su posición como para duplicar intencionalmente una obra de arte erótica en una
subasta? Sí, decidió de inmediato, si esa artista femenina era una dama de la
nobleza y desesperada por proteger a su hijo. Y él había desesperado a Viola.
Trató de mirar el trabajo con escepticismo esta vez, para imaginar la mano del
artista creándolo. Viola le había mostrado las líneas de su rostro en el dibujo que
había hecho de él, y aunque había prestado algo de atención, no podía decir que
este dibujo fuera algo parecido al que ella había creado tan rápidamente para su
beneficio. Eran completamente diferentes, al menos en el tema. Y se le ocurrió un
problema más. Si Víctor Bartlett–James tuviera alguna noción de que se estaba
subastando una falsificación, Lady Cheshire seguramente se encontraría en un
terrible dilema con las autoridades y probablemente fuese acusada de fraude. La
única razón por la que se arriesgaría tanto, concluyó, era si planease abandonar el
país. Si la falsificación era su intención, sin duda le había hecho un enorme favor
comprando el dibujo en privado.
Ian extendió la mano y tocó la imagen con el dedo índice, rozando la figura de
la mujer, excitado de nuevo, no por el dibujo en sí, sino por la intrigante idea de
que Viola podría haber dibujado esta misma imagen, tal vez incluso desde el
recuerdo de un tiempo específico con un hombre.
–Viola, Viola, Viola... –susurró en voz alta, la amargura regresó con una
satisfacción absoluta. –Eres mucho más vulnerable para mí de lo que nunca
sabrás...
Habían pasado semanas desde la última vez que tuvo una de sus pesadillas, las
escenas de la mazmorra tan vívidas que siempre lo hacían despertar en pánico.
Pero este había sido diferente, de naturaleza erótica, y como ahora estaba más
alerta y el terror del momento casi había desaparecido, se dio cuenta de que había
llegado al clímax mientras dormía.
Esa clase de reacción física a un sueño no le había sucedido en años, sin duda
esta vez se debió a la necesidad de una mujer y la naturaleza erótica del dibujo
que solamente unas horas atrás había sacado a la superficie sentimientos tan
básicos. Pero lo que le preocupaba era que esta pesadilla provenía de un recuerdo
que aparentemente había reprimido durante su experiencia en el calabozo. O tal
vez reprimido no era la palabra correcta. Siempre supo que había sido tocado
íntimamente durante ese tiempo, aunque no estaba seguro de si había sido un
acto intencional, criminal en sí mismo o una cuestión de atención. Pero este
recuerdo no caía en ninguna de esas categorías. Independientemente del hecho de
que hubiera sido sexualmente agradable para él, independientemente de la
comodidad que hubiera encontrado en él en ese momento, alguien se había
aprovechado de él de la manera más despreciable posible, dejándolo vulnerable y
humillado. Y debido a la naturaleza de las drogas que le habían dado, y la completa
oscuridad de la mazmorra, no podía recordar los detalles específicos, o quién
exactamente había estado con él.
Apartando las sábanas, Ian se puso de pie y caminó hacia el lavabo al lado de
su armario. Vertió media jarra de agua en el cuenco y se la echó sobre la cara y el
cuello, saboreando el helado temblor que lo atravesaba.
Era hora de que las pesadillas terminaran. Hora de retomar el control de su
vida de aquellas que habían robado su inocencia, haciéndolo enfrentar su propia
mortalidad hace cinco años. Hora de exigir compensación de aquellas que
asaltaron su masculinidad, estimulándolo sexualmente sin su consentimiento.
Me rogó que no lo dejara, así que me senté al pie del catre por un rato y
sostuve su mano hasta que se durmió...
Ella sabía que él debía estar viéndola con los ojos de alguien completamente
consciente de que no solamente había vendido un Bartlett–James original por el
dinero que obtenía sino que, ciertamente, también había examinado la imagen
erótica. Él sabía que le pertenecía a ella, pero aún estaba convencida de que, por
lo menos por ahora, no sospechaba que ella y Bartlett–James era la misma
persona.
Pero ella sólo tenía que soportar el tiempo. Con la ayuda de Duncan, silenciosa
y discretamente, había terminado los preparativos para buscar a su hijo e irse al
continente en menos de treinta días, y aunque la matara, mantendría a Ian
Wentworth ignorante de sus planes. Él sabía que ella mantenía correspondencia
con su abogado, pero únicamente Duncan y ella sabía de los arreglos.
–¿Conocernos?
Ella no quería verlo ahora, así que se enfocó en el trabajo. –Él me invitó a
bailar en una fiesta de máscaras hace varios años.
Él esperó, luego dijo. –Ya veo. ¿Y en cuánto tiempo después del baile le
propuso matrimonio?
Ella rió en un esfuerzo de aligerar el ambiente, tratando lo mejor que podía de
hacerla sonar sincera. –Cielos, ¿porqué todas las preguntas, su gracia? Le aseguro
que mi pasado es bastante aburrido y poco importante.
Él inhaló profundamente, luego bajó la voz para responder. –No para mí.
Él no dijo nada, en lo que parecieron años. Viola se rehusó a verlo a los ojos
por miedo de delatarse a sí misma mostrándole la ansiedad y el deseo de discutir
lo que sea excepto el pasado que compartían.
–Sí.
–Ah. Ya veo. ¿Por cuánto tiempo estuvo casado con su primera esposa?
Ella le dio una breve mirada antes de volverla a la pintura en su mano. –Tal vez
usted pueda decirme primero porqué encuentra a mi difunto esposo tan
fascinante.
–No diría que lo encuentro fascinante, más bien estoy un poco... curioso. –
Levantó un lado de la boca en una sonrisa. –Complázcame, Lady Cheshire.
Ya te complaceré, sin duda...
Cordialmente, ella respondió. –Creo que estuvieron casados por doce o trece
años, aunque realmente no lo sé. Fue hace mucho tiempo, y mucho antes de que
él y yo nos conociéramos.
Él levantó una mano y se pasó los dedos por el cabello. –Él debió haber sido
varios años mayor que usted entonces.
Ella sintió ganas de lanzarle el pincel para que dejara las preguntas sin sentido.
Sin embargo, la buena educación prevaleció y luego de acomodarse en su banco,
le informó. –Era diecisiete años mayor que yo para el momento en que nos
casamos.
Ella no supo cómo tomar ese comentario en absoluto. En algún lugar muy
recóndito, sintió cierto resentimiento hacia él y una curiosidad descarada unida
con una rabia palpable que iba más de lo superficial, como si él estuviese tratando
de determinar el momento de los eventos y cómo se relacionaban éstos con él y su
cautiverio hace cinco años. Si él realmente estaba preparando una venganza
brillante contra ella como la única hija Bennington–Jones que quedaba para
desgraciar, entender la secuencia de cada suceso entre el momento de su captura
y el escape de ella de Winter Garden podía ser vital para cualquier plan que él
pudiese haber avizorado para ella. Y solamente por esa razón, para proteger a
John Henry, ella necesitaría permanecer los más vaga posible.
Ella se relajó un poco en el banco y suspiró. –Tal vez mi matrimonio luzca más
bien romántico en esa luz en particular –dijo calculadamente, viéndolo
directamente –pero no diría que la muerte de mi esposo ha sido afortunada en lo
absoluto, sir. No creo que perder a alguien lo sea.
–Entiendo –accedió solemnemente. Luego de una pausa, sonrió e intentó
calmar el ambiente. –Espero que mis preguntas no la hagan sentir incómoda, Lady
Cheshire.
–¿Va bien? –añadió, más inquisitiva de lo que debería ser. Con el rabillo del
ojo lo vio encogerse de un hombro.
–A este punto creo que Lady Anna es la mejor opción y no hay dudas de que
será una esposa perfectamente adecuada.
Viola hizo una pausa en el trazo y lo miró oblicuamente. –Si ella no le interesa,
su gracia, ¿por qué querría casarse con ella?
–¿Porqué todos se casan? –contó por fin. –Ella viene de una larga línea de
nobleza, una excelente familia con un padre que no lo pensará dos veces para
darme su mano y viene con una gran dote.
–Estoy seguro que sabes que, en nuestra clase, el matrimonio tiene muy poco
que ver con sentimientos tan triviales como disfrutar de la compañía del otro –
interrumpió, con tono pensativo. –Todo tiene que ver con el linaje, los herederos y
la necesidad.
Viola asintió una vez, luego regresó a la pintura, tratando sin éxito de remover
la imagen de un Ian Wentworth desnudo haciendo el amor con la terca y
desagradable Anna que conocía. La idea la hacía sentirse mareada.
–¿La había? –hizo una pausa, luego añadió. –No puedo imaginarme que un
caballero alguna vez logre cansarse de mirarla, Lady Cheshire. Debió haber estado
profundamente contento en su vida de casado con usted calentando su cama
noche tras noche.
Ian rió otra vez por su incomodidad, luego se levantó y comenzó a dirigirse
hacia ella. –Entonces, ¿cómo está quedando el retrato?
–Ciertamente, es muy talentosa con sus pinceladas, ¿no es así, Lady Cheshire?
–dijo, más que preguntar, con voz baja e íntima.
Viola se alejó un poco de su abrumadora cercanía. –Gracias –murmuró, con la
garganta apretada. –Pero tal vez es mejor que se reserve el juicio hasta que haya
terminado, su gracia. –Hizo gestos al banco con la frente. –Por favor.
Él se puso frente a ella para poder verla a la cara. Ella sintió sus ojos sobre sí y
le tomó un largo momento antes de que lograra levantar los párpados y
encontrarse con su mirada.
–Me pregunto si su esposo la admiraba por sus talentos como debió haberlo
hecho –especuló, negándole la sugestión velada de regresar al banco. –¿Lo
satisfizo, Viola?
Sin dudarlo, él tomó la paleta de sus manos, luego se inclinó sobre ella y la
colocó sobre el pequeño escritorio a su lado. Cuando tuvo las manos libres, las
extendió y presionó los dedos gentilmente a través del cabello arrollado
suavemente hasta que tomó sus mejillas con las manos.
Viola jadeaba, temblando, con los ojos muy cerrados mientras sentía su
respiración cálida y rápida sobre la piel, su mirada sobre ella, sus manos
apretándola, sus dedos enredados fuertemente en el cabello. Ella no podía hablar,
no podía mirarlo, pero su postura rígida advertían su rabia.
–Has tomado todo de mí, y aún así te deseo –murmuró, con voz dura y
respiración errática. –Eso es algo que no puedo aceptar.
Hizo una mueca con los labios. –La mascarada se acabó, mi hermosa y astuta
dama. Es hora de quitarse las máscaras.
No tenía idea de lo que traería la noche, aunque Viola estaba segura de que
no estaría comiendo una cena placentera y relajada en el comedor. Al menos eso
dudaba, no había sido capaz de comer nada desde que él se fue ayer. Pero llegaría
como él ordenó, fabulosamente vestida con un traje de corte bajo de satén color
lavanda y volantes de cintas púrpura real, el cabello adornado con perlas y apilado
arriba de la cabeza con rizos sueltos. Él ciertamente podía asustarla con sus
amenazas, pero ella siempre supo que este día podría venir y estaba preparada,
desde hacía mucho tiempo, para contrarrestar cada uno de sus movimientos. O al
menos eso rogó poder hacer esta noche.
Ella se quitó su manta de seda ligera de los hombros y se la pasó a él, mientras
inspeccionaba el recibidor, el enorme candelabro iluminado brillantemente,
irradiando cristalinos diamantes de luz sobre cada muro empapelado de oro, las
ricas y coloridas tapicerías y el piso de mármol marrón y dorado. A primera vista,
Ian Wentworth había heredado bien. Realmente tenía una casa impresionante.
Braetham se dio la vuelta para comenzar una caminata silenciosa por el pasillo
a su izquierda y ella lo siguió. Haciendo un esfuerzo consciente por no estrujarse
las manos en sus guantes de cintas. Trataba de no embobarse con la vista ante
ella, su riqueza tan obvia por las gruesas alfombras persas, los pedestales de hierro
forjado que, cada pocos metros, sostenían jarrones dorados llenos de flores
frescas y de colores vibrantes que aromatizaban el aire como un lozano jardín de
verano. Y este era sólo un pasillo.
Braetham hizo una pausa cuando se acercó al final del corredor, luego alcanzó
la perilla de la puerta y la abrió para ella.
Ella asintió, dio tres pasos hacia adentro y se detuvo en seco, atontada por la
vista ante ella.
Viola se dio la vuelta al sonido de su voz, tan rica y lujosa como el propio
salón, el corazón comenzó a acelerarse repentinamente, abrió los ojos de par en
par al verlo.
Con la boca seca por su concienzudo escrutinio, logró emitir una cortesía. –Su
gracia.
–¿Te gusta?
Por un breve segundo, ella vio sorpresa un sus hermosos ojos marrones y
luego se llenaron de diversión cautelosa mientras comenzó a caminar lentamente
hacia ella.
Ella tragó saliva, apretando las manos enguantadas frente a ella, levantó la
barbilla minuciosamente en un esfuerzo por esconder valientemente el hecho de
que su declaración la había dejado temblando por dentro. –Ciertamente está lleno
de halagos esta noche. Y una plétora de información.
Ella tenía sus sospechas sobre eso, debido a que no creía que él conociera su
ubicación hasta que contrató a Mr. Cafferty. Pero a este punto, tal especulación de
su parte era irrelevante.
–¿Por qué no admite que sabía quién era en la fiesta de Lady Isabella? Debe
saber que no le creería que no me recordara.
Ella sacudió la cabeza, con las cejas fruncidas. –¿Por qué hizo eso? ¿Por qué no
dejar que todos supieran quién soy y crear un escándalo esa noche? –Antes de que
él pudiese responder, un pensamiento repentino se le ocurrió. –A menos que
mencionar su cautiverio le cause... incomodidad.
–Entonces, ¿por qué esta noche? ¿Por qué estoy aquí ahora? –preguntó ella,
sintiéndose audaz a pesar de su cuerpo imponente. –No puedo creer que
simplemente quiere conversar sobre las cosas equivocadas que mi familia le hizo
en una cena prolongada y una botella de vino.
Por un momento largo, no hizo nada más que mirarla a los ojos, con la quijada
fija, irradiando tensión de su cuerpo como un tigre a punto de atacar. Luego, sin
ningún cuidado por el decoro, bajó la mirada a sus pechos, realzados por su
vestido de corte bajo y un corsé ajustado estrechamente y el calor que,
repentinamente, sintió en él casi la hizo desmayarse. Instintivamente, levantó una
mano enguantada y se cubrió el escote de su vista.
Ella no supo como tomar eso al principio. Su corazón palpitó con su revelación
tan honesta, pero la reserva la aferraba a su propia determinación y así,
permaneció indispuesta a divulgar nada sobre sus sentimientos o pensamientos
sin una consideración cuidadosa. Y ciertamente no iba a admitir cuánto le
molestaba también la inexplicable y fascinadora fuerza entre ellos, y siempre lo
había hecho.
Tratando de ser racional, dijo. –Supongo que sería una buena idea discutir lo
que pasó hace cinco años.
Él no dijo nada. Después de un largo momento, ella se tomó las manos, con
los hombros rectos, las piernas temblorosas debajo de la falda, y preguntó
valientemente. –¿Cuánto recuerda?
Él la miró de reojo, con los ojos entrecerrados. –Creo, madam, que recuerdo
las cosas importantes.
Ella tragó saliva. –Entonces debe recordar cuánto hice por usted...
–¿Lo hiciste? –elevó las cejas. –¿Y cómo hiciste eso, exactamente?
Sus oscuros susurros expresaban una separación fría en lugar de una ira
ardiente, y ella dio un paso atrás, asombrada por su comportamiento, y más que
alarmada.
–Tú sabías que yo estaba ahí y no hiciste nada –continuó, con un tono bajo y
una expresión parca. –Protegiste a tu despreciable familia, dejándome sufrir en
cadenas y oscuridad por cinco largas semanas, mientras ellas chantajeaban a mi
hermana para que me cambiara por diamantes. Eso fue lo que hiciste, Viola. Y eres
tan culpable como ellas.
–Lo que sé, Viola, es que escapaste de la justicia por permitir que el tormento
continuara cuando pudiste... debiste haber ayudado a que me rescataran. Y eso es
todo lo que importa ahora.
Al fin lo había dicho, admitir la razón por la que la había cazado después de
todos estos años.
–Excepto tú.
Ella sacudió la cabeza amargamente. –Oh, sir, he sido más castigada de lo que
cree.
–No te burles de mí, Viola –murmuró con hastío. –Tu vida desde que te fuiste
de Winter Garden ha sido un cuento de hadas por el cual cualquier muchacha del
campo con un pasado manchado desconocería a su familia para saborear. Eres una
dama ahora, una dama adinerada además, y has diseñado una vida nueva y
maravillosa para ti. Yo, madam, soy el que ha sufrido y aún sufre.
Aún sufre...
–Así que ahora quiere que yo sufra, ¿es así? –preguntó suavemente.
–Sufrir es una palabra muy dura –reconoció al final –y lo creas o no, nunca
desearía que tú o nadie experimentara lo que pasé en manos de tu familia.
–Pero hay un precio que pagar, Viola –continuó, con voz contemplativa. –He
pasado estos últimos cinco años pensando en ti cada día, tratando de decidir qué
hacer contigo.
Lentamente, él comenzó a caminar hacia ella otra vez, con la mirada aguda
enfocada en la cara de ella. –Te creo. Y aunque es verdad que no estuviste
envuelta en mi secuestro como tus hermanas, no se puede negar que fuiste
negligente, y por esa negligencia, nunca te consideraron responsable. –Sus
facciones se endurecieron cuando añadió. –No ha habido justicia.
–No lo entiendo –susurró ella. –¿Por qué estoy aquí, vestida así, cuando
obviamente me desprecia y cree que causé cada mal recuerdo suyo?
–La primera –continuó, acercándose para detenerse frente a ella otra vez –es
que desgraciarte simplemente arruinándote o haciéndote arrestar, si tal cosa es
posible después de todo este tiempo, no me traería una paz perdurable. Sería muy
rápido, muy poco atractivo, y no me ofrecería satisfacción. La segunda cosa que sé
es que estoy pasmado por el hecho de que te deseo sexualmente y, finalmente,
me he dado cuenta de que no seré capaz de deshacerme de ese deseo hasta que
te tenga en mi cama.
–No inicialmente. Pero al verte después de todos estos años, no puedo evitar
la manera en que mi cuerpo responde, así que he decidido no luchar contra eso.
Él dijo eso en voz tan baja que ella apenas escuchó las palabras. Pero no podía
haber confusión en el sentido y la cruel determinación de verla destruida
lentamente para su gratificación.
Ella reunió fuerza con su audacia. –Oh, ciertamente lucharé contra usted, sir...
–Y perderás...
–Creo que lo mejor para ti sería que te quedaras –dijo en una rápida
respuesta. –No tengo duda de que nuestros invitados están por llegar.
Traté de bañarlo hoy, mientras dormía por las drogas. Es tan masculino, tan
apuesto, pero está comenzando a perder la fuerza. Quiero ayudarlo, pero ellas
me mantendrán alejada de él si hago algo más. Él me necesita, pero estoy tan
asustada...
Ella nunca había conocido a los Quicken, pero les ofreció cortesías a todos
ellos, quienes hacían lo mismo a cambio.
Ella abrió los ojos de impresión; las mejillas hirvieron de nuevo con furia
renovada. Él debió haber esperado su reacción, porque elevó las cejas mientras la
miraba, retándola a dar alguna excusa, desafiarlo frente a todos o escapar de la
vergüenza.
–Ciertamente, estoy honrada de ser incluida entre tales mecenas de arte tan
distinguidos –dijo, la voz sonaba ronca y seca para sí misma. Era una declaración
ridícula, y aún así, había sido tomada completamente desprevenida por la audacia
de Chatwin al asumir que era un fraude que realmente no tenía importancia en el
momento.
–Es un placer verla de nuevo, Lady Cheshire –dijo con una leve reverencia.
Whitman, curador del museo de arte de Londres, se casaría con ella la semana
siguiente, sólo por el prestigio, si ella mostrara el más mínimo interés. No había
visto a ninguno de los hombres desde la fiesta de Isabella, y aunque Fairbourne
lucía sólo ligeramente entretenido por su presencia, Whitman la veía una vez más
con una creciente sonrisa de emoción en su cara redonda de mediana edad,
tocándose su cabello fino y grasoso, y lamiéndose los labios como si no pudiera
esperar para darle una mordida a su cuello.
Ian dio un paso más cerca de ella, de manera que ahora sentía su calor en la
espalda, sus hombros detrás de los de ella, sus piernas presionándose
completamente en los pliegues de su amplia falda.
–Entonces, ¿qué has planeado para nosotros esta noche? –preguntó Whitman
luego de aclarar la garganta, desconcertado abruptamente.
Viola se volvió para ver a Bartholomew St. Giles, Barón Brisbane, caminando
hacia ellos con una pila de comestibles apilados en un pequeño plato, su estatura
corpulenta metida placenteramente en su chaleco y chaqueta de cena. Conocía a
Brisbane porque había pintado el retrato de su esposa el verano pasado. Él
también había sido, años atrás, uno de los primeros en comprar varios de los
bocetos originales de Víctor Bartlett–James como coleccionista altamente
interesado en arte erótico. Por supuesto, él no sabía que ella era la artista de un
trabajo tan arriesgado, al igual que todos los hombres y mujeres que estaban
ahora en el salón del Duque de Chatwin, quienes habían oído de Bartlett–James o
coleccionado varias piezas eróticas pero permanecían ignorantes... al menos hasta
esta noche.
Viola se mordió los labios para evitar reír. Miles la miraba como si acabaran de
anunciar que el entretenimiento de la noche serían bailarines desnudos.
–Todas son damas casadas, Whitman, –respondió Ian –y todas han visto el
cuestionable arte antes.
Ella tomó otro sorbo de champaña. –Estoy segura de que todo el mundo ha
oído de él, sir. Al menos todos en el mundo artístico de Londres.
Brisbane rió entre dientes, luego tosió y se despidió del pequeño grupo
mientras parecía haberse ahogado con el pastel. Los ojos de Whitman se abrieron
y se cambió incómodamente de un pie al otro, su cara redonda enrojecida. Y
aunque ella nunca se había sentido más incómoda en ningún otro momento de su
vida, Viola se las arregló para evitar acobardarse, manteniendo un falso aire de
dignidad.
Fairbourne casi sonrió. Luego, asintió hacia ella una vez y replicó. –No había
pensado en eso, pero supongo que tiene razón, madam.
Ella quiso gritar. En su lugar, se volvió para mirarlo, sus facciones planas. –Si
esta tratando de impresionarme, su gracia, no funcionará –dijo suavemente.
–¿Impresionarte?
Ella inhaló profundamente, luego lo dejó salir con fuerza. –Sabe que soy una
viuda y una artista, por lo tanto, no me impacta en absoluto el arte erótico, o verlo
en público.
Nerviosamente, ella vio alrededor, notando con alivio que nadie estaba lo
suficientemente cerca para oírlos.
–¿Viola?
Ella lo miró otra vez. –Creo que verlo en privado es lo que hacen los
caballeros, su gracia.
–Ah. –Miró otra vez hacia su corpiño. –¿Así que la pieza que compré nunca
colgó en tu recámara para el placer visual tuyo y de tu esposo?
Ella no podía mirarlo, aunque sí se dio cuenta que una o dos personas los
veían con curiosidad. Luchando contra la urgencia de lanzarle lo que le quedaba de
champaña a la cara, suavemente liberó su mano de la de él y murmuró. –Cuélgala
en cualquier maldito lugar que quieras. Ahora déjame en paz. La gente está
mirando.
Dicho eso, se levantó la falda y pasó a su lado hacia la mesa de la comida,
oyendo su risa que, con los nervios punzantes y la carne acalorada, trató de
ignorar a toda costa.
Por tres cuartos de hora, se paseó entre los invitados inquieta, incapaz de
hacer nada más que picar el roast beef, el emparedado de pepino y el pastel de
jengibre que había puesto sobre su plato, escuchando a Lady Freemont y Lady
Brisbane discutir sobre obras de caridad y noticias sociales, mientras permanecían
alejadas de los hombres. Finalmente, las damas se volvieron hacia el objeto de
arte y la conversación se volvió mucho más íntima.
Lady Freemont rió, luego aclaró con emoción susurrada, –¡Una pintura
traviesa!
Lady Brisbane rió como una mujer de la mitad de su edad y Mrs. Quicken
caminó hacia ellas, dejando el lado de su esposo para descubrir qué podría ser tan
entretenido en su discusión.
–Sí, díganos –insistió Lady Brisbane, amontonándose más cerca. –Yo misma
desearía tener la habilidad. ¡Sólo piensen en la diversión que Bartholomew y yo
podríamos tener viéndolo recobrar vida en la punta de mis dedos!
Todas rieron otra vez. Viola forzó una risa, sintiéndose más molesta que
divertida. Mrs. Quicken, más joven que las otras por una década
aproximadamente, tomó un sorbo más bien largo de su copa de champaña, luego
dijo. –Hay muchísimos buenos artistas que pueden emular su estilo, pero me
atrevo a decir que no hay ninguno que capture el ánimo del amor como lo hace
Víctor Bartlett–James.
–¿El ánimo del amor? –Lady Freemont se echó hacia atrás con otra risa,
derramando un poco de su bebida sobre su falda sin darse cuenta. –¡Oh, cielos,
qué idea! –con ojos brillantes, miró a Viola de nuevo. –Vamos, Lady Cheshire,
puede decirnos. ¿Alguna vez ha pensado en crear su propia marca de arte
arriesgado?
–Lo cual significa –dijo Ian detrás de ella –¿qué tal vez lo haya hecho?
Alguien jadeó, luego todas rieron como si hubiesen sido capturadas en una
obscenidad secreta. Excepto ella. Forzando una sonrisa, miró por encima de sus
hombros rígidos para encontrarlo de pie tal vez a poco más de un metro de
distancia, con la champaña en la mano, mirándola con una leve especulación en su
atractiva cara.
–Su gracia –replicó –creo que si intentara recrear el ánimo del amor de Víctor
Bartlett–James, usted sería el último en saberlo.
Ella tuvo problemas para decidir si debía tomar eso como un cumplido,
aunque las damas sí, sin duda. Sonriendo, respondió cuidadosamente. –Tanta
alabanza, viniendo de usted, sir, está más allá de la bondad.
Él levantó una ceja por su rápida y ambigua respuesta y ella sonrió de triunfo
antes de darle la espalda y mirar de nuevo a las damas. Repentinamente, sintió su
mano en su baja espalda e instintivamente se tensó, espantada de que él hiciera
tal despliegue de posesión íntima enfrente de otros. No se movió una pulgada,
rezando para que nadie en las vecindades se diera cuenta.
–Oh, cielos, sí –dijo Lady Freemont, abanicándose con la mano. –No creo que
necesite más champaña.
–De hecho, su esposo y Lord Fairbourne fueron al balcón a disfrutar sus pipas
al aire libre –ofreció Ian, con voz baja y formal. –Acabo de enviar a un lacayo por
ellos.
–Por supuesto, por favor –replicó él de una vez, haciendo un gesto con la
cabeza hacia la mesa de botellas sin abrir.
–Creo que me gustaría tener una palabra en privado con Lady Cheshire –dijo
Ian, segundos después. –¿Si no les importa?
Ambas damas la miraron con los ojos muy abiertos, luego de nuevo a él.
–No, no, por supuesto que no –escupió Lady Brisbane. –¿Si nos disculpa,
entonces?
–Si te mueves lejos de mí, Viola –advirtió suavemente –te tomaré y te besaré
enfrente de todos.
Ella tragó saliva, hirviendo, luego logró murmurar furiosamente. –¿Qué
quiere?
Él se inclinó sobre ella y puso los labios junto a su oreja. –No tengo nada más
que decir. Sólo quiero sentir tu suavidad e imaginarte desnuda y gimiendo por
unos segundos más.
Ella cerró los puños a sus costados para evitar golpearlo. –Prefiero pensar que
disfruta avergonzándome, sir –murmuró estrechamente. –Le ha hecho creer a
todos aquí esta noche que somos íntimos.
Su aliento tibio jugaba con la parte de atrás del cuello de ella. –No
necesariamente. Nadie puede ver mi mano sobre ti, Viola. Todos están frente a
nosotros.
Ella no podía creer que tocarla sobre el vestido por unos pocos segundos
pudiera excitarlo. Pero en silencio, miró hacia abajo para notar la rígida erección
bajo sus pantalones y la boca se abrió ligeramente en conmoción.
–No he estado con una mujer en mucho tiempo –murmuró, con un tono
grueso y bajo. –No toma mucho hacerme responder.
Ella parpadeó, mirando de nuevo a sus ojos, insegura de qué decir, la urgencia
de correr la abrumaba más que en cualquier otro momento desde que él había
regresado a su vida. Aún así, también sentía la aguda atracción entre ellos,
arrastrando el recuerdo de su hermoso cuerpo desnudo a la superficie de sus
pensamientos, recordándole cuánto lo había deseado entonces... y cuán difícil
sería resistirse a él ahora.
Esa certeza devastadora, unida al evidente desprecio que mostraba por ella en
todo lo que hacía y decía, actuó como un congelamiento abrupto de la sangre en
sus venas.
Nada...
Repentinamente, todos los ojos estaban sobre ella mientras se hacía silencio
en el salón.
Ian aclaró la garganta. –Tuve que decirle dónde compré el dibujo, madam –
dijo muy suavemente. –Lo siento.
–¿Lo siente?
–Querida mía –dijo Mr. Quicken. –Me temo que la han engañado. Conozco
muy bien a Víctor Bartlett–James y su trabajo, y este dibujo no fue creado por él.
Es una falsificación.
Por un largo momento, ella tuvo problemas para contener la risa por lo
absurdo. –Eso es imposible –dijo bruscamente, buscando en el grupo algún tipo de
refuerzo. No obtuvo más que miradas que variaban desde la contrariedad hasta la
lástima.
Por primera vez en su vida adulta, Viola se sintió traicionada hasta el centro de
su alma. Y por un hombre por quien alguna vez se había interesado, afligido e,
incluso por un tiempo, había pensado que amaba.
Bastardo.
Ian estaba de pie en el fondo de la sala, viendo con poco interés mientras el
club gradualmente se llenaba de caballeros muy respetados y finamente vestidos.
Muchos de ellos ya estaban ebrios y aún no eran las seis, aunque la multitud
permanecía con buen comportamiento considerando el objeto de la subasta de
esta noche. Él sólo había tomado un whisky hasta ahora en un intento de
permanecer alerta a través del proceso tan pronto tomara lugar, sus dudas
persistentes superadas sólo por una creciente curiosidad de que lo que estaba a
punto de presenciar.
Desde que ella había salido avergonzada de su casa hace tres noches, él no
había hecho nada más que pensar en su rostro. Su hermosa cara tan asombrada
por las acciones y las intenciones de él, sus brillantes ojos almendra rebosados de
desaliento y confusión y un aborrecimiento centrado en él. Extrañamente, la
ardiente mirada de furia y vulnerabilidad despavorida que ella le había dado
segundos antes de partir lo perseguía, haciéndolo sentir mal consigo mismo por
importarle, más que por otra cosa. Debería estar regocijándose por su lenta
destrucción, como lo había concebido por cinco largos años, pero por el momento
sólo se sentía hueco. Vacío.
La fiesta como tal había continuado bien el resto de la noche, pero su corazón
se había apagado en el minuto en que ella se fue. Él jugó su papel como debía,
aunque con su partida el triunfo y la emoción, al menos para él, se habían
desvanecido rápidamente. Había dormido poco esa noche mientras contemplaba
el siguiente movimiento y se obsesionaba más de lo imaginable sobre cómo podría
responder a él físicamente, sin encontrar ninguna ayuda en el dibujo que había
colgado sobre la chimenea frente a su cama.
El problema, reflexionó, era cómo hacerla venir a él, hacerla arrastrarse entre
sus sábanas y darse a él voluntariamente. No tenía dudas de que podía seducirla y,
por mucho que la despreciara a ella y todo lo que representaba, forzarla no era
una opción. Ella ansiaba su toque tanto como él deseaba el de ella, era algo que
había visto en su mirada la primera vez que la encontró tan hermosa en el salón
verde. Viola lo admiraba, sentía su atracción mutua y claramente lo deseaba.
También había visto eso cuando sus mejillas se sonrojaron y le dio una mirada
llena de lujuria después de que él había hecho nada más que acariciar su trasero
por encima del vestido en un salón lleno de gente, un recuerdo que le divertía aún
ahora. Ella no se había impresionado por su evidente necesidad de ella, sólo
aturdida. Y ese aturdimiento que sentía por él sería su destrucción... si él lograba
descubrir cómo usarlo para su beneficio, un problema sin respuesta, lo cual era la
razón por la cual la había dejado cocerse a fuego lento estos últimos tres días en
lugar de ir a ella con sus exigencias.
Ian sacudió la cabeza, viendo hacia la multitud. –No. Creo que eso sería
imposible, aún para ella –acordó. No había mencionado ni siquiera a su amigo más
cercano que le había pagado a Quicken para negar la autenticidad del dibujo, el
cual, como supo subsecuentemente, era de hecho un original. Ese hecho no
importaba en lo más mínimo para su objetivo, aunque sí encontraba curioso que
ella poseyera más de una pieza del arte de Víctor Bartlett–James, y tenía que creer
que la pintura que iba a ser subastada esta noche tampoco era una falsificación.
Esa pregunta hizo que sus nervios ardieran irritablemente. –No necesitas
preguntar. No hay ninguna relación en absoluto.
–Tal vez no conozca una o dos cosas sobre las damas en sentido general, pero
sí reconozco a una mujer herida cuando la veo. No podría decir si ella quería
besarte o golpearte en tu ridícula fiesta de arte.
Ian rió entre dientes y tomó su vaso. –Quería golpearme. La dama puede
encontrarme físicamente de su gusto, pero la mujer dentro de ella me desprecia.
–¿Porqué?
–Ella tuvo algo que ver con tu secuestro, ¿no es así? –pinchó con tono bajo.
Ian estiró el cuello, listo para saltar fuera de su piel, acalorado y molesto por el
aire lleno de humo y las voces de caballeros escandalosos y ebrios que se elevaban
con cada minuto que pasaba mientras todos esperaban la gran exhibición de nada
más que una pintura excitante. Después de pasarse la mano por la cara, respondió.
–Ella no estuvo involucrada con el secuestro, pero estaba allí.
Fairbourne se rascó la mandíbula. –¿En calidad de qué?
Ian miró a su amigo otra vez. –¿Calidad de qué? Como una maldita ayudante.
–Ya veo. –Segundos más tarde, Fairbourne levantó su vaso y agregó. –Como
ayudante, ¿supongo que ella te cuidó de alguna manera?
Ian frunció el ceño con incredulidad. –Ella me dejó allí para morir, Lucas –dijo
con un amargo susurro. –Participó en un crimen vicioso, y al final nunca fue
encontrada culpable de nada.
–Pero, ¿qué hizo exactamente por lo cual debió haber sido culpada? –insistió.
–Inacción –respondió.
–Ya veo.
–No, no lo ves –replicó sin aclaraciones, sin querer decirle a un alma que creía
que se habían aprovechado de él como hombre. Ni siquiera podía mencionar tal
vergüenza a Lucas, la única persona en el mundo en quien confiaba ahora mismo.
Dando un paso más cerca, Ian miró al hombre con franqueza. –No espero que
lo entiendas, Lucas –dijo con cautela. –Pero sí te pido que te abstengas de
juzgarme a mí o a mis acciones. No estabas allí, y no has vivido en mi infierno
durante los últimos cinco años.
Ian mordió con fuerza para mantener su frustración bajo control. –Debió
haber ido por ayuda. No lo hizo, y ahora debería estar en prisión.
Fairbourne encogió un hombro. –Tal vez. Por otra parte, tal vez como tú, y por
lo que su familia te hizo, ha estado viviendo en ella durante cinco largos años.
Esa noción sacudió a Ian, encendió de nuevo su ira y, sin embargo, no pudo
culpar a su amigo, quien habló con tanta sinceridad.
Sumido, se pasó los dedos por el pelo. –No pretendo destruirla, Lucas, sólo
quiero justicia, para mí y para su crimen.
Fairbourne examinó a la multitud por un segundo o dos, luego lo miró de
nuevo. –Hay una diferencia entre la justicia y la venganza, Ian –argumentó, –y la
venganza es mucho más profunda, termina con consecuencias mucho más graves.
La justicia requiere diligencia, pero la venganza se toma la molestia de gastar los
fondos y el tiempo necesarios, contratar a alguien para hacer o decir cualquier
cosa por el precio correcto, y la planificación calculada independientemente de
todo lo demás. Y has hecho todo eso, ¿no?
Ian sintió como si hubiera sido salpicado con agua helada mientras la
transpiración fría estalló en su cuerpo. Fairbourne no era de los que hablaban de
su propio pasado fracturado, aunque Ian sabía que lo había mencionado aquí en
una advertencia del más auténtico sentido común. Pero él no era Lucas, y no tenía
intención de terminar con el corazón roto o dañar su integridad por una venganza
que había salido mal. Llevar a Viola a la cama tenía menos que ver con desearla
que la necesidad de tomar todo lo que tenía, incluida una pasión íntima que no le
ofrecía a nadie más. Que él la encontrara realmente deseable era simplemente
crema dulce para las bayas. Y dejarla al final sería la parte más fácil, la más dulce
de todas. Con la llegada de una conclusión gratificante por su tiempo en la
mazmorra, él podría seguir adelante, pensar en un futuro digno de su título. Sin
arrepentimientos. Sexualmente saciado. Justicia hecha.
Fairbourne lo estudió durante un largo momento, luego, una vez más, se puso
de pie. Suspirando en señal de conformidad, levantó su vaso vacío. –Eso llama a
otro trago, debería pensar.
Ian no quería beber más, quería llegar a casa, disfrutar de la tranquilidad,
acostarse en su cama y considerar sus planes para la seducción por venir, mirar su
boceto que sabía, sólo lo sabía, Viola había mirado mientras satisfacía su propia
lujuria. Pero no estaba seguro de que las damas hicieran algo así, y tan sólo
imaginarlo ahora, en público, lo excitó lo suficiente como para entregarle el vaso a
Fairbourne para que lo llenara y así poder sofocar la necesidad.
Ian sonrió, calculando que el tamaño de la obra de arte era más grande que su
boceto. –No creo que necesite dos de ellos. Y el costo de uno de éstos es
indignante.
Ian se tensó, dándose cuenta de que sentía la expectativa casi tanto como
aquellos que intentaban comprar. Evidentemente, Viola también había visto esta
pintura erótica, y la idea despertó aún más su interés.
–La oferta de esta noche –continuó el hombre –comenzará en cinco mil libras.
El guardia con los puños de melón se adelantó y agarró la parte inferior del
paño de terciopelo negro. El propietario y subastador estaba parado a un lado, con
una mano levantada. –Ahora les presento la pintura de esta noche, titulada...
¡Caballero encadenado!
Ian sintió que su corazón se detuvo y una capa helada de miedo y terror lo
envolvía. Retrocedió hacia la pared, su copa cayó de su mano y se estrelló en el
suelo de madera a sus pies.
–¿Es... es ella?
Ella lo hizo.
–Creo que sabes que no puedo permitir que nadie más sea dueño de esa pieza
–replicó Ian rápidamente, consumido por la ira. Dio un puñetazo sobre la mesa. –
Jesús, sólo oferta hasta que sea tuyo. Te lo pagaré, cueste lo que cueste.
Fairbourne lo agarró del brazo. –No le hagas daño –le advirtió con cuidado. –
Te lo advierto, Ian, enfréntala si es necesario, pero no la lastimes. Tú empezaste
esta guerra. Recuerda eso.
Ian no pudo responder, no podía pensar con claridad. Halando el brazo para
liberarse una vez más, se volvió y desapareció entre la multitud.
Capítulo 12
Han pasado casi cinco días desde que lo vi. Mamá me mantuvo dentro para
atender sus necesidades, lloriqueando sobre cómo sufre de frío. Temo por él
cuando está solo. La mayor parte del tiempo estoy allí solamente para
escucharlo hablar. A veces me río de sus historias, a veces le cuento una o dos
historias, incluso cuando sé que él no comprende. Estoy empezando a pensar que
me necesita más que cualquier otra persona, o alguna vez lo ha hecho...
–El Duque de Chatwin para ver a Lady Cheshire –dijo, sorprendido de que su
voz sonara mucho más calmada de lo que se sentía.
La niña, que no podía tener más de dieciséis años, hizo una reverencia con
ojos brillantes. –Sir, Lady Cheshire no está en casa.
Primero notó las obras de arte, cuadro tras cuadro de pinturas apiladas a lo
largo de una pared del vestíbulo brillantemente iluminado.
–¿Lady Cheshire está moviendo todo esto? –preguntó, forzando una actitud
agradable y lo que esperaba fuera una sonrisa deslumbrante.
Se mordió el labio, temerosa de haber cometido un error. –Sí, pero creo… creo
que tal vez sea mejor que hable con Needham, sir. Espere aquí, por favor.
La tercera pila captó su atención por más tiempo. Cinco marcos dorados
mostraban retratos de individuos que asumía que eran familia. Reconoció el
primero instantáneamente, provocando que un profundo torrente de angustia
escalofriante lo atravesara mientras veía las caras de sus captoras: las tres
hermanas, luciendo solemnes y contemplativas, Viola tan joven, con expresión
perdida. Él empujó el cuadro fuera de su vista.
La intensidad del color lo golpeó primero: brillantes rojos y azules en todos los
tonos, creaban un impactante retrato de un niño de poco más de cuatro años,
usando pantalones cortos, medias y una chaqueta de terciopelo abotonada hasta
el cuello blanco plisado, mientras se paraba formalmente frente a una enorme
escalera, cada escalón estaba acentuado con un jarrón lleno de florecientes rosas
rojas. A primera vista, el niño se parecía mucho a Viola, especialmente en la sutil
expresión y la tímida inclinación de la cabeza. Pero cuando Ian se enfocó
finalmente en cada aspecto distintivo de su rostro, sintió la agitación de un
recuerdo muy dentro de él.
Con los ojos entrecerrados, estudió el color y el corte de su cabello castaño
claro, la forma de sus ojos almendra, la línea de sus mejillas y barbilla. Y aunque un
niño de su edad aún no ha alcanzado la madurez cuando las características faciales
se definían, si hubiese estado usando un vestido de niña y tuviese lazos en el
cabello, este niño podría haber pasado como su hermana a esa edad.
–¿Su gracia?
Sobresaltado, Ian saltó hacia atrás, volviendo la mirada hacia Needham, quien
ahora caminaba hacia él desde la parte de atrás de la casa.
Needham miró la pila de cuadros. –¿Se refiere al niño? Es Lord John, Barón
Cheshire.
–Ciertamente. Ella pintó este retrato el año pasado. Uno de sus favoritos. –
Needham frunció el ceño. –¿Hay algo mal, su gracia? Luce un poco… sin aliento.
No sin aliento. Alarmado. Solamente podía haber una razón posible por la cual
el niño de Viola no se parecía en nada a su esposo y era muy parecido a Ivy, la
hermana gemela de Ian. Como una bofetada al rostro, todo se volvió muy claro.
–¿Sir?
Ian se tambaleó hacia atrás, turbado internamente, con los ojos muy abiertos
en asombro mientras observaba la pintura. –¿Cuántos años tiene? –preguntó, con
voz ahogada y apenas audible.
–¿Su gracia?
Ian no podía aparatar los ojos del retrato. Ella había dado a luz a su hijo… su
hijo… y ni siquiera podía recordar haber estado con ella. ¿Significaba que ella lo
había forzado? ¿Era posible que una mujer violara a un hombre delirante? ¿Y con
qué propósito, cuando el mayor de los riesgos era quedar embarazada? No podía
imaginar que tal cosa hubiese pasado, y estando encadenado, drogado y en
conjunto indefenso bajo su control. Todas las pesadillas y vagos reflejos que
ocasionalmente surgían de esa época horrible en su pasado, repentinamente,
tenían un significado nuevo y más oscuro.
Este niño era la prueba viviente de que ellos habían estado juntos en la
mazmorra, exactamente como sugería la obra de arte que subastaron esta noche.
Él ya había sospechado que ella lo había tocado íntimamente hasta que
respondiera, pero esto confirmaba sin duda que, al menos una vez, lo había
tomado dentro de ella.
–¿Dónde está Lady Cheshire? –demandó Ian, con voz temblorosa, tomando un
profundo respiro para controlar las náuseas, la amargura interna mientras un
nuevo escalofrío de iluminación se apoderó de él.
El sudor fluyó del cuerpo de Ian y se limpió el labio superior con el dorso de la
mano. –Sí. ¿Dónde está?
Needham aclaró la garganta y elevó la barbilla una fracción. –Dijo que tenía
una diligencia o dos que completar, antes de dejar la ciudad, una de las cuales era
una visita a su abogado. No tengo idea de cuándo regresará.
Por supuesto. Había ido con Duncan, el hombre que vendía sus trabajos y
mantenía sus secretos. Ella tenía intenciones de esconderse ahí, evadir la ira
inmediata de Ian, hacer planes para escapar de la ciudad, incluso del país, mientras
su rabia se enfriaba, pensando que eventualmente él se regresaría a su casa de la
subasta, humillado y derrotado, con la cola entre las piernas. Tenía sentido, y
claramente le había dicho a su personal muy poco sobre sus planes. Duncan sería
la única persona con los detalles, el único hombre en quien ella confiaba.
Viola estaba de pie junto a la ventana en el salón verde del Duque de Chatwin,
mirando hacia el grueso follaje del jardín, que ahora estaba a oscuras, con
excepción de las sombras provocadas por la luz de la luna. Había pasado el día
empacando, haciendo arreglos con los sirvientes, escribiendo cartas, y ocupándose
de las necesidades que tenían que hacerse antes de irse. Pero había venido a su
casa a confrontarlo tan pronto como la subasta había terminado y Mr. Duncan le
había informado que Lucas Wolffe había comprado la pintura en nombre de Ian.
Había estado sola, sentada en su espléndido salón, por casi dos horas ya y aún
no había oído su voz o se había enterado de que finalmente había llegado, y se
estaba poniendo ansiosa. Cierto, él pudo haber ido a la casa de ella a confrontarla,
pero asumió que regresaría aquí después de saber que ella no estaba ahí. Tal vez
esa no había sido un cálculo muy astuto de su parte, pero su principal
preocupación era evitar una confrontación donde sus propios sirvientes pudieran
escuchar o llegar a conclusiones equivocadas. También quería que le regresara su
dibujo, debido a que él esperaba que le devolviera el dinero, y se rehusaba a dejar
esta noche sin eso. Así que, mientras esperaba que comenzara el choque de
voluntades, aceptó dos veces el ofrecimiento de Braetham de un jerez,
sorbiéndolo lentamente para ayudarla a mantener los nervios lo más calmados
posible.
Ella nunca tuvo la intención de vender o subastar sus retratos más íntimos…
los de ella e Ian. Esos siempre habían sido su tesoro personal, creados para darse
consuelo y recordarle la intimidad que los dos habían compartido durante una
época de miedo. Pero no le había dejado opción más que defenderse, después de
prácticamente haberla llamado tramposa y haberla expuesto como un posible
fraude, aunque ahora, tres días después de la fiesta, se sentía más abatida que
molesta. Estaba cansada de pelear y sólo quería irse, salir de la ciudad
rápidamente, buscar a su hijo en Cheshire y dirigirse al continente. Con la venta en
la subasta de esta noche, finalmente, tenía los fondos adecuados y, con su título,
podía establecerse en cualquier cantidad de ciudades, comenzar una vida nueva,
pagar buenos tutores y criar a su hijo hasta una edad en que él pudiese regresar a
su tierra como un joven adulto prometedor. Por supuesto, el Duque de Chatwin
podría seguirla hasta los confines de la tierra, supuso, pero luego de que ella
develara su mayor arma esta noche, frente a sus pares, realmente esperaba que él
entendiera el mensaje de corazón y terminara la alocada persecución hacia ella.
Por unos segundos, no hizo nada. Y luego, muy lentamente, cerró la puerta
tras él, aislándolos del mundo exterior.
–¿Por qué estás aquí? –preguntó él, con la voz baja, controlado.
Con los hombros atrás y la barbilla levantada, desafiante, ella respondió, –Le
ofrezco una tregua.
–¿Una tregua?
Ella se lamió los labios, luego, tragó saliva, insegura sobre cómo responder.
Él entrecerró los ojos mientras la miraba. –Me voy a quedar con el dibujo.
Por supuesto que él llegaría a esa conclusión y ella lo había esperado después
que pusiera los ojos en el retrato en Brimleys. También era su esperanza, al menos
en parte, que pudiera de alguna manera destellar un poco los recuerdos en él, y tal
vez lo había hecho. Aún así, oírlo reconocer que ella era la artista en un tono tan
frío y comedido hizo sonar la primera alarma de advertencia muy dentro de ello.
–No hay manera de que puedas probar que yo soy Víctor Bartlett–James –
replicó audazmente –y estoy segura de que sabes que si tratas de anunciarlo al
mundo, nadie te creerá. También sé que Duncan nunca traicionaría mi confianza y
le daría detalles sobre mí y mi trabajo, mi pasado o mis planes futuros.
–No necesito detalles sobre ti, Viola, o probar nada a nadie –dijo. –Lo que
importa es que ahora soy dueño de ambas piezas de arte, y estoy seguro de que se
da cuenta, madam, que la pintura que compré esta noche nunca más volverá a ver
la luz del día.
–¿Cuántos?
–No tiene más opción que creerme, su gracia –mantuvo, tratando de sonar
más valiente de lo que se sentía. –Y si acepta una tregua entre nosotros, y dejarme
en paz para siempre, se lo garantizaré.
Sus ojos se tornaron borrascosos y su barbilla se tensó más con lo que esa
amenaza implicaba. El silencio reinó por unos segundos hasta que susurró con voz
ronca. –¿Que pasó en el calabozo, Viola? Entre tú y yo.
Ella tragó saliva mientras el calor sofocaba sus mejillas, luego ignoró la
pregunta indecorosa con un movimiento de la muñeca. –Si cree que es usted, es
completamente su propia conclusión.
Ella no dijo nada, sabía que él tenía razón, así como él sabía que humillarlo
había sido su única intensión esta noche.
–... a expensas mías, sabes muy bien que mañana seré, una vez más, la burla y
la lástima e la sociedad. Explotaste mi sufrimiento por lucro, por la risa final, y
tengo intensiones de hacerte pagar por ello.
–¿Pagar por ello? –respondió. –¿Y qué hará? ¿Hacerme arrestar por pintar? –
con la barbilla levantada, sacudió la cabeza, desafiante. –No, no piense en
amenazarme, sir. Todo se había arreglado, todo estaba bien, hasta que vino a
Londres a perseguirme, de arruinarme a propósito. Ahora aquí está, furioso
porque tomé lo mejor de usted en su lugar. Pensó que me avergonzaría y dañaría
mi reputación en su fiesta y tuvo éxito. Yo simplemente me defendí para advertirle
que no me detendré en nada para proteger mi honor y el buen nombre de mi hijo.
En un movimiento veloz, la cálida mano la tomó del cuello y la empujó por los
hombros contra la ventana de vidrio tras ella, sujetándola estrechamente con el
cuerpo, el puño firme e inmóvil sobre su delicada garganta.
–¿Qué pasó en el calabozo, Viola? –demandó con una rabia templada. –Entre
nosotros.
Ella comenzó a temblar, el terror la paralizaba, con los ojos muy abiertos en
conmoción mientras miraba en los de él.
–Dime, Viola Bennington–Jones –susurró con voz ronca –¿me tenían ahí
solamente para su placer? –Tragó saliva tan violentamente que parecía que se iba
a asfixiar. –¿Me drogaron lo suficiente como para afectar mi memoria pero no mi
cuerpo con la esperanza de que una de ustedes se embarazara?
Ella se quedó sin palabras, no podía hacer nada más que mirarlo a los ojos, el
absoluto terror estaba expuesto a su vista, su peso aplastante y su fuerza la
mantenían bajo su control total. Su calor la quemaba a través de las capas del
vestido; la esencia de su piel almizclada le trajo un recuerdo repentino tan potente
que la dejó sin aliento e hizo que se le debilitaran las piernas.
Le tomó un largo tiempo para que esas palabras penetraran, para que ella
comprendiera claramente lo que él estaba diciendo, la línea de su pensamiento,
para captar el fundamento de su furia.
Mi hijo bastardo…
Sus ojos se engrandecieron con un temor nuevo. –No…
Él bramó. –Era un secreto bien guardado, te daré crédito por eso, Viola.
¿Estabas esperando para chantajearme con esa información cuando anunciara mi
compromiso con una dama de calidad, inocente y perfecta? ¿Esperabas que te
pagara por tu silencio?
–Oh, lo sé exactamente –cargó él. –Sé que la única razón por la que tomarías
ventaja de un conde, arriesgándote a quedar embarazada, sería extorsionarlo por
dinero al final. –Las fosas nasales llameaban; sus propios labios temblaban. –
Solamente desearía poder recordar los detalles por la molestia.
Ella apretó los dientes. –No pasó nada. John Henry es mi hijo, el hijo de mi
esposo…
Soltó ligeramente la sujeción sobre ella mientras fruncía el ceño y, por primera
vez desde que entró en el salón verde, lucía menos enfurecido que perplejo.
Él dio un paso atrás, con los brazos a los lados, la mirada nunca se desvió.
Ahora, bien entrada la noche, la única luz en la habitación venía de una tenue
lámpara detrás de él, dejando casi toda su cara en sombras, enmascarando su
expresión, aunque irradiaba una tensión que la envolvía, incitándola a huir.
El pánico se apoderó de ella. –No queda más nada que revelar. O discutir.
–No estoy de acuerdo –dijo muy lentamente –así que informé a Mr. Duncan
que mi hermana, la Marquesa de Rye, ha entrado en confinamiento y necesita tu
asistencia en Winter Garden, donde estás ansiosa de visitarla y a tu… familia
extendida por un tiempo. Y como su bebé está a punto de nacer en cualquier
momento, te necesita en este momento. Esa fue la razón por la cual acudí a él
noche buscándote, y fue por eso que me dijo dónde encontrarte.
–¿Cuál nota?
Él casi sonrió. –Por supuesto que no. Tú vendrás conmigo al campo, a un lugar
que he escogido donde podamos estar solos.
Luego, con tanta dignidad como pudo reunir, se levantó la falda y con porte
real, pasó por su lado hacia la puerta del salón verde.
Capítulo 14
La miró, sentada frente a él, inmóvil y en silencio, con los ojos cerrados
mientras se acurrucaba bajo una manta que él le había arrojado cuando había
tomado asiento, aunque sabía que ella no había dormido desde que dejaron su
casa. Estaba pálida y preocupada, y él esperaba que se quedara por un rato. Al
menos, es lo que seguía diciéndose a sí mismo.
Ella le había dado un hijo. Su primer hijo, un bastardo como él, concebido
durante una unión que no podía recordad exactamente, y en la cual, debido a su
debilidad, muy probablemente había sido forzado. Tal idea lo devastaba, y aún así
el hecho de que ella no reconociera que el niño era suyo lo enfurecía demasiado y
lo hacía racionalizar sus deplorables acciones hacia ella. Y tampoco sabía qué
sentir al respecto. ¿Debería exigirle conocer al niño? ¿Debería tomar alguna
responsabilidad por él, cuando Viola se rehusaba a reconocer la relación? ¿Quería
siquiera conocer al niño? En una noche larga y acontecida, su vida completa había
cambiado para volverse mucho más complicada de lo que se pudo imaginar. Ahora
tenía la mente llena de peguntas sin respuestas aparentes.
Supuso que ella nunca admitiría que él era el padre del niño, y como ahora
había tenido horas para considerarlo racionalmente, finalmente creyó que
entendía la razón. Si ella lo negaba, su hijo crecería siendo un barón y heredaría
todo lo que su apellido y su rango le daban derecho. Sería mucho más inteligente
que clamar que el niño es un bastardo y tratar de chantajear al padre; ella nunca
pudo haberse imaginado casada con él por cualquier razón. Tal vez, el chantaje
había sido su intención inicial, pero al lograr que un caballero con título le
propusiera matrimonio primero, se conformó con el mejor postor. Pero, ¿sabía el
honorable Lord Cheshire este hecho cuando se casaron? ¿Cuándo murió? Tal
especulación sobre cómo y porqué se había arriesgado a quedar embarazada, cada
implicación y detalle, era lo que lo había acosado desde que dejaron la casa.
Ian volvió la mirada hacia la pequeña ventana y vio la oscuridad. No era seguro
viajar de noche, sin embargo, de alguna manera, disfrutaba el peligro,
especialmente si la hacía sentir más incómoda. Los días siguientes iban a ser
miserables para ella y, si podía mantener la culpa suprimida, podría disfrutar su
miseria también.
Él casi rió de una idea tan descabellada. –¿Asesinarte? Por Dios, Viola.
Colocando la manta más cerca del cuello, ella replicó, –Estoy segura de que
puedes ver porqué tengo mis dudas. Claramente me desprecias, me has tomado
prisionera y nadie en el mundo sabe dónde estoy. También tienes suficiente
dinero y autoridad para negar cualquier intervención en mi desaparición y todos te
creerían.
–¿Lo estoy? Como un caballero de alto rango de la nobleza, sabes tan bien
como yo que eres una persona bastante importante. –Suavizó la voz y añadió. –Y
honestamente, ambos sabemos que yo no estaría aquí ahora si no hubieses
tornado tu odio por lo que te pasó en una venganza hacia mí personalmente.
Por unos segundos, él debatió una respuesta agria, luego decidió en contra y
volvió a mirar por la ventana. La tristeza y la frustración que ella exudaba en sus
palabras y su cuerpo cubrían el molesto remordimiento que sentía por llevársela
de la ciudad, recordándole exactamente cuán inocente pensaba ella que era de su
cautiverio hace cinco años. Pero se rehusó a contemplar eso ahora. Ella pronto
entendería su perspectiva.
–Pronto lo harás.
Después de una rápida mirada por la ventana, ella se removió inquieta sobre
la silla de cuero. –Yo… um… necesito refrescarme un poco. Y estoy hambrienta.
–Nunca esperé que el mundo viese el cuadro, Ian –respondió. –Debes saber
eso. Me forzaste a actuar cuando amenazaste mi reputación y todo lo que me es
querido. –Después de una pausa, añadió. –También me hiciste enfurecer.
–¿Ese no? ¿Quieres decir que vio otros? ¿Él estaba consciente de tu arte
erótico?
–No pude haberlos vendido sin que lo supiera –replicó con exasperación.
Los ojos de ella brillaron con irritación renovada. –Creo que debes ser la
última persona que puede juzgar lo que hace un buen hombre, Ian, después de
secuestrarme por un propósito vil. Supongo que no quieres darle estos detalles a
Anna cuando pidas su mano.
Estaba tratando de provocarlo, y verdaderamente, él no quería considerar en
absoluto cuán poco heroico se había comportado estas últimas horas. Justo ahora
todo lo que quería eran respuestas.
–¿Por qué no vio el que subastaste esta noche? –continuó con voz baja.
–¿Porqué?
–No lo sé.
Ella se mofó. –No creo que te importe un bledo mis motivos. Todo lo que
quieres es lastimarme y de cualquier manera posible.
Él no lo negaría aunque quisiera. Pero ya que ella había sido un poco más
abierta, decidió presionarla por detalles más íntimos. –¿Tu esposo sabía que
estabas embarazada de otro hombre cuando se casaron?
–Creo que ya aclaramos este punto –articuló muy lentamente. –John Henry es
el hijo de mi esposo.
–¿Y tu hijo nació casi dos meses antes? Tu esposo debió haber estado muy…
preocupado.
–Mi esposo estaba dichoso.
Recalcó eso con una completa convicción, bajando la voz con cautela, y sin
embargo, Ian no pudo imaginarse al caballero que vio en el retrato dichoso de
nada en absoluto. Aunque, si él creyó que el bebé era suyo y como apenas se
pueden distinguir las facciones en un recién nacido, tal vez simplemente había
estado dichoso de tener un heredero, especialmente cuando su primera esposa
nunca se embarazó. Uno podría pensar que se había sentido sospechoso de que su
segunda esposa diera a luz un hijo tan pronto después de su matrimonio, pero al
final tenía un hijo. Probablemente eso era todo lo que realmente le importaba al
hombre.
Ella suspiró. –Me casé con él por las misma razones que cualquiera se
casaría... compañía, hijos, estabilidad y, sí, amor.
–¿Atractivo?
Ian casi rió. Si había algo que no podía ver en absoluto en el barón, era
encanto. –¿También lo encontraste atractivo?
–Era lo suficientemente atractivo para mis gustos –saltó. –No todas las damas
son agraciadas con la oportunidad de casarse con un hombre tan perfectamente
proporcionado y maravillosamente atractivo como usted, sir.
Ella dijo eso en tono sarcástico para aguijonear y, sin embargo, tal cumplido
inverso viniendo de ella bulló su sangre, haciéndolo sentir profundamente cálido
de la cabeza a los pies. Enmascarando una inmensa satisfacción, él replicó. –
Francamente, creo que eres demasiado hermosa para él. Estoy seguro de que él lo
sabía también, y era una bendición llevarte a la cama cada noche.
Ella no se movió.
–Como ordene, su gracia –replicó el hombre sin ver a Viola siquiera. Segundos
después, azotó las riendas, dio un rápido giro y se regresó a través de los árboles.
Ian comenzó a marchar hacia la cabaña, sosteniendo la mano de ella, más que
un poco impresionado por cómo lograba mantener la cabeza en alto y los hombros
rígidos cuando su piel se sentía fría y debía estar asustada a muerte.
–Es una pequeña cabaña privada –dijo, soltándola y buscando la llave dentro
del bolsillo de su chaqueta.
–No puedes esperar que me quede aquí –comentó, pasando por el umbral
hacia la oscuridad. –Ian, me rehúso...
Ella entrecerró los ojos con sospecha. –¿O para mantener a las damas
encerradas adentro?
Él sonrió. –Eres la primera dama que alguna vez haya permitido entrar a mi
humilde cabaña de pescar, Viola. Deberías sentirte bastante orgullosa de esa
distinción.
Ella sacudió la cabeza con disgusto, cruzando los brazos sobre el pecho. –No
me voy a quedar aquí.
Ella se inquietó. –No hay nada que pueda decirte que no sepas ya, Ian.
Desearía que entendieras eso.
Ella resopló.
Él suspiró ruidosamente. –El catre está limpio y hay una bacinilla debajo de él.
Tal vez querrías dormir por ahora…
–No puedes ganar esta batalla, Viola. Piensa en eso hasta que regrese.
Hombre insufrible.
Hoy su cuerpo respondió a mí otra vez. Estaba tan asustada, asustada de ser
descubierta, pero él me necesitaba, me rogaba y no pude resistir el deseo de
estar con él. Nunca había sentido algo tan intenso y maravilloso y, sin duda,
jamás lo sentiré otra vez...
Tócame...
Déjame sentirte...
Hazme el amor...
Por favor...
Ian abrió la puerta, permitió que sus ojos se ajustaran por varios segundos,
luego la vio sentada sobre el catre, con las manos sobre el regazo y la atención
enfocada en él, aunque no podía interpretar nada de su expresión plácida. Decidió
intentar con la civilidad.
Así que tenía un humor agrio. Ciertamente, no dejaría que eso lo molestara.
Colocando la cesta de comida y la bolsa de provisiones sobre el piso de madera,
dejó la puerta abierta para ver mejor en la habitación mientras entraba.
–¿Te gustaría un poco de té? –le preguntó, caminando hacia la estufa y
levantando la caja de fósforos del estante junto a esta.
–Traje dos tazas. Son viejas, no son dignas de un comedor o recibo, pero
servirán.
Suprimiendo la risa, él asintió una vez y salió. Al menos, ella tenía la sabiduría
de saber que no tenía dónde ir y si trataba de escapar él la encontraría de
cualquier manera. Y arrastrarla de regreso haría las cosas peor, supuso.
Él giró para verla de frente. –Viola, querida, ¿tú me bañaste mientras yacía
encadenado en el calabozo?
Ella lo miró francamente, sus facciones eran tan tirantes como su cuerpo era
rígido. –Por supuesto que lo hice y tú lo sabes muy bien.
Ian trató de no lucir atontado cuando esa confesión dio en el punto. Él nunca
esperó una respuesta tan honesta y directa cuando solamente estaba tratando de
exasperarla. Y aunque no recordaba exactamente haber sido bañado, sabía que no
estaba completamente inmundo y apestoso cuando lo rescataron. Había algo
sobre ser desnudado y aseado íntimamente por ella que lo dejó no sólo
desconcertado sino también profundamente doblegado.
–¿Fue así como me excitaste lo suficiente para embarazarte? –preguntó
naturalmente mientras levantaba la cesta de comida y comenzaba a caminar hacia
ella.
–¿Trajiste una lámpara o esperas que responda todas tus preguntas ridículas
en la oscuridad después de que el sol se ponga?
–Cielos, ciertamente estás briosa hoy –dijo, agachándose para sentarse junto
a ella en el catre.
–Sin duda.
Él sonrió, abrió la cesta para que ella viera. –Traje gallina fría, manzanas,
queso y una hogaza de pan. Nada caliente, excepto por el té, me temo.
Cenaron en silencio por varios minutos hasta que, finalmente entre mordidas,
ella preguntó –¿Por cuánto tiempo planeas mantenerme aquí?
Él no comentó ese hecho evidente. –Lo siento, pero no hay leche ni azúcar.
Bajando la voz, sostuvo. –No puedes mantenerme aquí para siempre, Ian.
–Tengo sueños sobre ti, Viola –dijo muy suave mientras le acercaba una taza
humeante.
Él tomó un sorbo de té. –Si no te sentías segura para hacerme rescatar, pero
en su lugar, como dices, estabas tratando de ayudarme a soportar mi cautiverio,
¿por qué no me llevaste más comida?
Una pregunta tan simple y aún tan profunda, y tan inesperada que paralizó los
movimientos de ella mientras su significado despuntaba. Segundos después, se
lamió el pulgar y, luego de pasarse la servilleta por los labios, puso el plato de pollo
y los restos de pan dentro de la cesta. Él esperó, escudriñándola mientras ella
tomaba el té, sabiendo que la había acorralado pero decidió darle la oportunidad
de responder como pudiera, a su discreción.
–¿Cuántas visitas?
–¿Varias? –levantó las cejas. –¿Qué significa eso? ¿Una vez a la semana? ¿Tres
veces a la semana? ¿Diariamente?
Ella lo miró de arriba abajo, con la taza en los labios. –No los conté.
Ella casi sonrió. Él podía verlo en sus ojos, en la curva de sus labios. Pero
luego, ella dudó, apartándose con timidez de su fija mirada, tomando otro sorbo
lento antes de continuar.
–La verdad es que traté de verte cada dos o tres días –concedió con tono
contemplativo. –No quería que murieras. Pero también debes recordar que sólo
tenía diecinueve años para el momento, muy protegida y bajo el control de una
madre dominante y dos hermanas mayores, una dura y cruel, la otra loca. O eso
pensaba. Mi mayor temor era que me descubrieran y me lanzaran a la calle sin
nada. Por un tiempo consideré decírselo a alguien, hacer que te rescataran pero
no sabía a quién, y temía que fuese arrestada junto con las conspiradoras. Yo era
una muchacha de campo sin ninguna posición social, y realmente sentía que mis
opciones eran limitadas. Aún si hubiese sido encontrada inocente legalmente, mi
madre seguramente me desheredaría por traer la vergüenza sobre mi familia al
acusarlas de crímenes despreciables y nuevamente me quedaría sin nada. –Exhaló
un pesado respiro, luego lo miró francamente. –Nunca hice nada malo, Ian, no
tomé parte en el secuestro y en la planeación del evento, pero en esa época de mi
vida, realmente pensé que no tenía opciones. No veía ninguna salida. Pero pude…
pude ayudarte. Y eso fue lo que hice.
Levantó la mirada para encontrarse con la suya, con los ojos entrecerrados,
inflexibles. –Tomé mis decisiones, su gracia, y debo vivir con las consecuencias
cada día. Creo verdaderamente que hice lo que pude por usted, considerando las
circunstancias, y he pagado por los crímenes de mi familia en muchas maneras,
aunque no sean de su satisfacción. Pero quisiera que pensara que está vivo hoy
porque me ocupé de usted y me rehusé a dejarlo morir. –Dejó salir una risa suave,
amarga. –Irónicamente, aparte de criar un hijo encantador, podría ser la única
cosa que he hecho, y tal vez haga en mi vida, que tenga de alguna manera un valor
consecuente o de redención.
–¿Qué pasó entre nosotros, Viola? –preguntó con calma, sosegado. –Necesito
saber.
Él se inclinó sobre una mano, viendo a sus ojos dilatados de sorpresa mientras
se acercaba a ella. Con voz ronca, dijo. –Hasta que me digas la verdad sobre
nosotros, te haré todo lo que creo que me hiciste. Y hasta que oiga lo contrario, lo
que sé es que tú y tus hermanas me ultrajaron, Viola. Me desnudaron, me tocaron
íntimamente…
–¿No? –se puso de pie para encontrarse con su mirada, la ira hervía una vez
más. –Así que si recuerdo haber sido tocado y excitado, pero tú insistes en que
nadie me molestó, ¿estás sugiriendo entonces que tú y yo hicimos el amor
apasionada y lentamente por consentimiento mutuo? ¿Mientras yacía
encadenado y drogado en una mazmorra? Dime, Viola, ¿cuál es más fácil de creer?
Irritado, se frotó la nuca. –Te estás desviando del punto. A pesar del baño, fui
violado para un propósito siniestro o seducido por alguna razón que no está clara
para mí. ¿Cuál fue?
–Fuiste atendido.
–Tal vez necesito ponértelo más claro, Viola –murmuró con un timbre ronco. –
Mis sueños sobre la época en la mazmorra pueden ser oscuros, eróticos y
confusos, pero no te equivoques: tú estás ahí como parte de ellos. Recuerdo tu
cara entre las sombras junto a la mía, tu suave voz en mi oído, tu cuerpo cálido…
Esa idea claramente la confundió. Sus ojos se abrieron más, y se lamió los
labios con una vergüenza que no podía ocultar aunque tratara. –Ese… ese cuadro…
–No…
–Cada vez que estoy contigo, recuerdo más –continuó, con voz gruesa con
emoción mientras miraba su rostro sonrojado y sorprendido a pulgadas del suyo. –
Y a pesar de la calidez y suavidad, a pesar de mi deseo por ti ahora y la confusión
que continúa plagándome en mis sueños sin claridad o paz, es la idea de que me
hayan excitado a propósito y estimulado hasta el clímax lo que me enferma…
–¡Basta, Ian! –susurró entre dientes apretados, cerrando los ojos con fuerza.
Él la sacudió una vez entre sus brazos, sintiendo una necesidad implacable de
obligarla a confesar. –Es la idea de que pudiera estar cautivo y ser tocado hasta
que pudieras montarme, que me jineteaste hasta que dejé mi semilla dentro de ti
por tus propias razones egoístas, eso me atormenta.
–No… –susurró con angustia. –Déjalo ir, Ian. Por favor. Déjalo ir. Libérame y
déjame en paz. Nunca te molestaré otra vez. Lo juro por la vida de mi hijo.
Por segundos ella no respondió. Luego levantó los párpados, revelando ojos
manchados por las lágrimas llenos no sólo de preocupación y dolor sino también
de fiero desafío. Y eso fue todo lo que se necesitó para convencerlo de que nunca
se rendiría a la petición sola. Estaría forzado a usar medidas extraordinarias para
obtener la verdad.
–¿Qué…? –tragó saliva, mirando alrededor, confusa. –¿Por qué hiciste eso?
Él no podía creer que ella hubiese dicho eso, o creerlo en todo caso. En un
oscuro tono de advertencia, murmuró. –Si esa es tu idea de franqueza, entonces
está claro que necesitas más tiempo para considerar tus propios recuerdos, Viola.
–¿La noche?
Ella no dijo nada, bien sea por que estaba demasiado furiosa o muy impactada
para hacerlo.
–Muy bien, entonces. –Arrojó la bolsa sobre el catre, luego se dio la vuelta y
caminó hacia la puerta. –Regresaré más tarde, Viola. Dulces sueños.
Ian salió, cerrando y asegurando la puerta detrás de él, aunque no sería capaz
de esconder la sonrisa de su cara aunque tratara.
Dos horas. Le daría dos horas para lavarse, cambiarse a una de las viejas batas
de dormir de Ivy, deslizarse bajo las cubiertas, relajarse y considerar la noche que
venía.
Aún, el silencio reinaba. Después de vivir por varios años en la ciudad, se había
acostumbrado a escuchar el ruido de la calle y el tráfico casi a toda hora y, sin esto,
la paz del campo parecía casi ensordecedora. De hecho, en alguna extraña
manera, Ian pudo haberse sentido bendecido por estar drogado la mayor parte del
tiempo en cautiverio. Al menos, no tenía que tratar con el aburrimiento; el paso
del tiempo probablemente había significado poco para él cuando no podía siquiera
comprenderlo.
Encontró una pequeña barra de jabón sencillo, una pequeña toalla y un trapo
para lavarse, un cepillo de dientes, sin polvo, aunque era mejor que nada, supuso;
un cepillo de cabello y una bata de dormir de lino rosa pálido, manga corta, cuello
bajo, que tenía que haber pertenecido a su hermana. Era una bata de verano,
elegante, bonita, de diseño simple y no sólo lucía suave y femenina sino también
cómoda. A este punto, sentía las costillas como si hubiesen sido abrazadas por una
estrecha envoltura de planchas de madera por un mes.
Ahora, después de estar acostada sola con nada más que sus pensamientos
por más de una hora, sus palabras finales aún la roían. Ella no tenía necesidad de
considerar sus recuerdos en absoluto. Sus recuerdos eran mucho mejores que los
de él, por todos los cielos, un hecho que no podía habérsele escapado.
Dios, casi se desmaya por primera vez en su vida cuando le anunció que había
visto el retrato de John Henry y lo reconoció. Estaba consciente de que lucían
como padre e hijo casi al nacer y había aceptado de una vez que nunca, jamás
podría permitir que se viesen cara a cara. Lidiaría con la Casa de los Lores después,
considerando que seguía siendo un problema en los años futuros una posible
confrontación entre ellos como adultos. Pero un encuentro inesperado en su niñez
era algo que consideraba ocasional, para lo cual había tomado una o dos
precauciones necesarias, y una de las razones por las cuales había enviado a su
hijo al campo inmediatamente supo que Ian había regresado a la ciudad y había
venido a buscarla. Pero no se había preparado para que el reconocimiento
sucediera ahora y nunca debido a una pintura. Y por su parte sólo le quedaba
negarlo. El hombre ciertamente no era estúpido; podía verse reflejado en el
retrato y reconocerlo. Pero estaba siendo terco, egoísta e irreflexivo si pensó que
ella simplemente admitiría haberle dado un hijo bastardo.
Deseaba poder decirle todo, deseaba poder explicarle sus acciones de hace
tanto tiempo pero, aún con su silencio, aún con el hecho evidente de que su hijo
se parecía mucho a él, debería saber porqué ella no le había contado, no podía. El
debería saberlo, después de todo: el Duque de Chatwin era un bastardo… su padre
no era el Conde de Stamford. Su madre se había acostado con un hombre que no
era su esposo, resultando en la concepción de Ian y su hermana gemela Ivy.
Solamente un puñado de personas sabían esta indiscreción, incluyéndola, la
antigua Viola Bennington–Jones… porque había escuchado cada turbio detalle que
salió de sus torturados labios mientras yacía casi inconsciente entre los brazos de
ella hace todos esos años y ella había unido los cabos, incluyendo la revelación de
que haber descubierto la verdad en sus veinte, en el lecho de muerte de su madre,
casi lo había destruido como hombre comprometido con el honor.
Cerró los ojos, casi sonriendo cuando recordaba el aspecto de su cara justo
antes de liberarla de su abrazo. Quería besarla desesperadamente y había sido
difícil para él soltarla sin hacerlo. Oh, sí. E indecorosamente, ella había estado tan
ansiosa como él. Habían pasado tantos, tantos años desde que había sido besada
por un hombre, tocada por un hombre y el recuerdo de ello, estando tan cerca de
ese mismo sentimiento esa tarde, las mismas sensaciones que había descubierto
cuando era una virgen de diecinueve años, la hacía estremecerse bajo las sábanas.
Su esposo había sido un amante cuidadoso y ciertamente había encontrado placer
en su cama, pero no había estado nadie más que Ian en sus sueños, en sus
fantasías y con ella en sus recuerdos todos esas noches solitarias cuando yacía sola
y se atrevía a tocar esos lugares secretos y pecaminosos que él había encontrado y
encendido hace tantos años. La había hecho llorar y gritar, y sólo Ian le había dado
un gozo tan inexplicable e íntimo y el deseo de compartir ese gozo a través de su
arte cuando ya no era capaz de compartirlo con él.
Viola se pasó los dedos de ambas manos sobre los pezones, disfrutando de la
sensación de hormigueo, anhelando repentinamente sus labios en los senos, sus
manos rozando cada centímetro del cuerpo. Sintió la oleada de calor entre las
piernas, la creciente necesidad de ser acariciada suavemente por la fantasía, y
finalmente, después de levantarse el camisón hasta la cintura, presionó dos
delicados dedos entre los íntimos pliegues y comenzó a acariciar la húmeda y
cálida suavidad mientras su deseo por él comenzaba a intensificarse.
Ian…
Los ojos de Viola se abrieron de golpe; el corazón se detuvo. Entonces, una luz
repentina llenó la cabaña mientras él entraba, llevando una lámpara, mirándola
directamente desde la puerta.
–¿Viola?
–Una dama necesita un momento, su gracia –dijo con los dientes apretados.
–Ah. –En lugar de cumplir sus órdenes, caminó hacia la estufa y colocó la
lámpara en el estante, en un ángulo y altura que iluminaba la mayor parte de la
habitación.
Él se volvió hacia ella una vez más y, sonriendo maliciosamente, caminó con
confianza hacia el catre. –Quería mostrarte algo, y supuse que ya que habías
dormido la mayor parte del día, probablemente no estabas cansada.
Ella podía sentir que el latido de su corazón comenzaba a acelerarse, tanto por
su cercanía como por su escrutinio. –¿Mi mano? ¿Por qué?
Con una ligera vacilación, ella hizo lo que le ordenó, sacando su mano
izquierda de debajo de las mantas y ofreciéndola con la palma hacia arriba. –¿Vas
a decirme de qué se trata esto?
Sus ojos se estrecharon una fracción mientras envolvía los dedos alrededor de
su muñeca. –¿No puedes adivinar?
–Que… –ella jadeó con incredulidad atónita. –¡Ian, deja esto! ¡No puedes
pensar en atarme como un animal!
Al parecer, él había pensado en eso, sin embargo, así que metió la mano en la
bolsa una vez más y sacó otra cinta, exactamente la misma longitud que la
primera.
–Ahora el otro.
–Creí que estarías feliz de que éstas no sean cadenas –sostuvo con aire casual,
mientras revisaba el nudo y reforzaba la tensión en ambos antes de retroceder
para observarla.
Viola se encogió por dentro. Nunca se había sentido tan humillada y expuesta,
tan indefensa como ahora. Aparte del fino camisón de verano que
afortunadamente había podido bajar a sus tobillos, yacía sobre el colchón
completamente a su merced, atada por ambas muñecas mientras él la miraba con
ojos oscuros y atrevidos que parecían detenerse en cada curva, su mirada le
recorría el cuerpo desde los dedos de los pies hasta el pelo revuelto que se
derramaba sobre la almohada.
–Ahora vamos a hablar, Viola –murmuró, con tono casi aterciopelado mientras
se deleitaba con su poder. –Y creo que el que tú seas la prisionera esta vez ayudará
a ambos con nuestros recuerdos.
Ella se estremeció, con la boca seca, incapaz de pensar con claridad. –Estas
loco.
Todo el humor abandonó su rostro, una vez más, se sentó a su lado, con los
brazos cruzados sobre el pecho. –Si bien creo que es verdad que únicamente una
persona demente puede secuestrar a un noble y mantenerlo encadenado a la
pared durante semanas, alimentarlo sólo con caldo contaminado y migas de pan,
nunca te lastimaría así, Viola. Y lo creas o no, me duele escuchar que sugieras que
podría hacer algo así después de todo lo que hemos compartido, bueno y malo. –
Hizo una pausa, luego se inclinó hacia delante para susurrar. –Especialmente
sabiendo que eres la madre de mi hijo.
Una extraña sensación de calidez la envolvió, junto con una buena dosis de
culpa, que sin duda él tenía la intención de restregárselo en la cara. Pero
sinceramente, no se sintió amenazada físicamente por él en este punto, solamente
aprensiva de su intención inmediata.
Su pulso comenzó a acelerarse. –Por supuesto que no. Te lo dije antes. Yo... te
limpié cuando pude, te cuidé. Eso es todo.
Su mirada oscura se entrecerró astutamente y tomó un profundo respiro y la
mantuvo fija sobre ella. –¿Qué tal cuando estuve semiconsciente o consciente de
que eras tú?
Por segundos no pasó nada. Y luego sintió un levísimo toque con las yemas de
sus dedos cuando le rozó lentamente el seno izquierdo cubierto de lino.
–Mi memoria puede estar nublada –respondió con voz ronca –pero
definitivamente recuerdo la mano de una mujer sobre mi cuerpo. Me gustaría
mucho pensar que era la tuya. Ahora, dime otra vez qué es lo que recuerdas.
–¿Viola?
–Te supliqué.
Ella suspiró. –Quizás es más exacto decir que me suplicaste que me quedara
contigo, para... reconfortarte.
–Ya veo. –Se pasó los dedos por el pelo, notablemente incómodo. –¿Y tú
simplemente te ocupaste mis necesidades físicas a mi pedido?
¿Por qué lo hacía sonar tan desagradable? Irritada, ella respondió. –No fue así.
No fue vulgar, o... inmoral cuidarte, y al principio no había nada de carnal en ello.
Estabas solo y asustado. Tú... estabas... –Hizo una pausa, se mordió el labio
inferior. –¿Realmente no puedes recordar nada de esto?
–¿Me excité?
El calor la sofocó, pero resistió el impulso de apartar la mirada de la severidad
de la suya. –Me pediste que te ayudara a aliviar tú... incomodidad, luego cuando
dudé, tomaste mi mano y... eso… simplemente sucedió…
Él levantó las cejas y casi sonrió. Casi. –Eso es muy dulce, Viola.
Ella se retorció de nuevo. –Sí, bueno, ahora sabes los detalles, así que déjame
ir. Por favor. Mantenerme atada así es absolutamente ridículo. Un
comportamiento verdaderamente horrible para un caballero.
Ella había temido que él le preguntaría algo así. Con un valiente levantamiento
de barbilla, respondió con naturalidad. –Lo estaba cuidando, su gracia. No quería
que se sintiera miserable, y no quería que muriera. Lo consideré más un deber.
Él estalló en carcajadas.
Ella quería esconderse debajo de las mantas. –Por favor, desátame y vete.
Mejor aún, solo llévame a casa.
–Dios, no hay nada más que decir –insistió con los dientes apretados.
Durante varios segundos no dijo nada, luego preguntó. –¿Dónde oíste eso?
–¿Me decías?
–Yo… no sabía.
–¿No lo sabías?
–En ese momento. –Se lamió los labios. –No sabía lo que estaba sucediendo o
qué hacer.
Él hizo una pausa y luego, muy suavemente, le pasó un pulgar sobre el pezón,
de un lado a otro, y un repentino y pesado calor convergió entre sus piernas. La
vergüenza la inundó, pero no pudo mirar hacia otro lado.
–Ya veo.
–Yo no…
Con los ojos muy abiertos y una alarma creciente, murmuró. –Creo que tres
veces. Ian, por favor.
Ella no dijo nada, sólo intentó en vano apartarse de él. Continuó mirándola
intensamente mientras sus dedos comenzaban a acariciarla lentamente por el
pecho, rozando el pezón en débiles y pequeños círculos. En cuestión de segundos,
ella apenas podía respirar.
Nerviosa, ella bajó la vista para darse cuenta de que la había dejado expuesta.
–¿Podrías por favor ofrecerme un poco de decencia y levantar el camisón?
Bajó la mirada. –No lo creo. –Luego, con dedos muy rápidos, haló la parte
superior del camisón para exponer el otro. –Tienes hermosos pechos, Viola. –
Segundos después, se inclinó y besó el espacio entre ellos, acariciándole el escote.
Ella gimió. –Dios, Ian, por favor deja esto. Por favor.
Segundos después, levantó la cabeza una vez más y la miró. –¿Nunca hicimos
el amor así?
–No, lo juro.
Ella no respondió.
Él suspiró. –Viola, ambos sabemos que tu hijo también es mío. ¿Cómo fue
concebido?
Ella levantó los párpados; la boca se le secó mientras lo miraba a los ojos una
vez más, testigo de un desafío que nunca antes había visto en él.
–Por favor, no hagas esto, Ian –susurró, aunque sabía que las palabras
sonaban más como una adecuación forzada y propia de una dama que una
suplicante desesperación.
Él nunca apartó la vista de ella, aunque hizo una pausa en sus movimientos
cuando los dedos llegaron a sus muslos. –Entonces dime honestamente, ¿te
enseñé pasión, Viola? ¿Te toqué como me tocaste?
El calor fluyó por sus venas mientras sacudía la cabeza. –No. Yo… yo no sabía.
–¿No lo sabías?
Durante unos segundos ella no dijo nada, y luego sintió nuevamente las
puntas de sus dedos trazando una línea de tiernos círculos en su muslo. –No sabía
qué esperar. No sabía nada.
Ella gimió cuando de repente lo sintió empujar los dedos hacia arriba y debajo
de su camisón para que rozaran sus íntimos rizos. Ahora expuesta casi a las
caderas, instintivamente cruzó las piernas.
–Eso no funcionará –dijo. Usando ambas manos, presionó entre las rodillas,
las separó con poco esfuerzo, se inclinó sobre una pierna y apoyó su cuerpo entre
ellas, apoyado sobre el codo, para mantenerla abierta de par en par a su vista. –
Dios, esta es una vista encantadora. Podría quedarme aquí y mirar esto todo el día.
Quería llorar, gritar, desconcertada de por qué un hombre querría mirar las
partes íntimas de una dama por cualquier período de tiempo, y completamente
incapaz de decir si estaba bromeando o en serio o simplemente tratando de
torturarla con mortificación continua. Pero, sobre todo, deseaba
desesperadamente que él se inclinara hacia delante cinco pulgadas y la besara allí.
–¿Su objetivo es humillarme por completo? –se las arregló para susurrar a
medida que cada momento que pasaba bajo su escrutinio se volvía cada vez más
intolerable. –Porque está haciendo un trabajo estupendo, su gracia.
Como el silencio continuó, ella levantó los párpados valientemente para
encontrarlo mirándola, con los ojos entrecerrados y enfocados intensamente en su
rostro.
Y luego sintió el dedo, un dedo sobre ella, cepillando tiernamente los rizos,
como si estuviera tratando de descubrir un tesoro debajo de los pliegues. Inhaló
bruscamente cuando se quedó sin aliento, pero no podía dejar de mirarlo.
Su toque se volvió más audaz a medida que se acercaba. –Te estás poniendo
tan húmeda ahora –dijo. –Dime lo que quiero saber y me detendré.
–Sí.
–No.
Dijo la palabra tan suavemente que ella casi no la escuchó. Y luego sintió su
dedo deslizarse arriba y abajo de ella íntimamente otra vez, luego dos, luego tres
dedos.
–Tengo otra pregunta –susurró, inclinándose para rozar los labios contra su
muslo.
Ella se estremeció.
Ella tiró de las cintas, gimió ligeramente, intentó levantar las caderas para
apartarlo, incluso cuando sabía que él la había inmovilizado tan bien debajo de él
que el acto era infructuoso.
–¿Viola?
Él no había esperado eso. Por una fracción de segundo dudó, sus facciones se
aflojaron cuando una genuina sorpresa cruzó su rostro. Luego tragó saliva y miró
hacia donde sus dedos la acariciaban.
Y sin previo aviso o expectativa, sintió sus labios sobre ella, luego sobre la
lengua, y suavemente gritó con exquisito deleite. Él ignoró su conmoción, su
sorpresa sin aliento mientras separaba sus rodillas para darle un mejor acceso.
Al encontrar su ritmo, comenzó a acariciarla, a hacerle el amor con la boca, y
ella cedió al placer, alzando las caderas para cumplir cada uno de sus movimientos.
Tardó sólo unos segundos para que la tensión volviera a elevarse a deliciosas
alturas. Ella agarró las cintas con sus manos, gimió cuando él la acercó al borde, y
justo cuando sintió su dedo deslizarse dentro de ella, la presión estalló en su
interior.
Su voz permanecía tranquila, pero bajo la valentía masculina, ella pudo sentir
su frustración, su anhelo y un poco de resentimiento. Le tomó todo lo que estaba
dentro de ella para no dejar escapar la verdad.
Con eso, juntó sus cosas y dejó la cabaña sin dar otra mirada en su dirección,
encerrándola una vez más, sola, únicamente con sus pensamientos.
Capítulo 17
Hoy fue el fin de mi inocencia, en todos los sentidos. Fue un fin que él buscó,
pero al cual yo me rendí, con compasión y deseo y amor en mi corazón, y ahora
que acabó, no tengo arrepentimientos, sólo recuerdos que durarán toda la vida...
Hacer el amor con ella no había sido su objetivo principal cuando había ido a
la cabaña para enfrentarla, con sus cintas a cuestas. Simplemente había querido
meterle un poco de miedo, demostrar su poder sobre ella, dejar que
experimentara cómo se sentía ser restringido y a merced de los demás. Y sin duda
habría logrado su objetivo. Su plan había funcionado perfectamente, al menos al
principio. Usar el toque sexualmente sugestivo había sido muy bueno, un bono
añadido de la manipulación, su intención de llevarla tan lejos que mendigaría la
liberación, momento en el que la dejaría con su propia frustración y reflexiones.
Nunca había sido su intención excitarla hasta el clímax… hasta que él se sentó allí e
hizo que su cuerpo cobrara vida con su toque, sintió su humedad, la olió, la probó
y experimentó la palpitante medida de su propio deseo. Eso unido al conocimiento
de que una vez habían estado juntos íntimamente, y de repente él no quiso nada
más que darle el máximo placer físico y verla disfrutarlo.
Sin embargo, fue su reacción hacia ella lo que más le mordió. Es cierto que
necesitaba una mujer, pero no estaba tan desesperado como para tener que
perderse con esta mujer en particular como si hubiera estado enjaulado durante
cinco años sin ningún tipo de diversión por el sexo gentil. Y por su vida, no podía
entender por qué ella, entre todas las damas de la tierra, tenía que ser la que
captara sus pensamientos y atrajera su lujuria tan completamente como si ninguna
otra lo hiciera, o siquiera existiera. Sabía que no la despreciaba como una vez
pensó que lo hacía. No podía despreciar a una mujer y, al mismo tiempo, admirar
sus encantos y querer estar con ella físicamente. Francamente, no tenía idea en lo
absoluto de lo que sentía por ella aparte de la total confusión.
En este punto, lo único que sabía con certeza era que estaba cada vez más
cansado de los juegos. Cansado de tratar de forzar la verdad de ella. Cansado de
no entender por qué sus propios sentimientos de repente no parecían para nada
racionales. Él quería respuestas, y más que nada, en este momento, la deseaba.
Ian gimió y colocó lo que quedaba del whisky en el escritorio. Luego se pasó
los dedos por el pelo y abandonó el estudio… confiado, nervioso con un deseo
renovado y listo para pelear.
–Despierta, Viola.
–Si recuerda, su gracia –dijo bostezando –me dijo que durmiera bien cuando
se fue. Simplemente estaba contenta de hacer lo que me pidió, ¿entonces está
tratando de acecharme incluso mis sueños?
En un tono bajo y áspero, sostuvo. –Eso espero, Viola, ya que has logrado
acechar mis sueños durante cinco largos años.
Ella soltó un bufido y puso los ojos en blanco. –Si eso realmente tiene sentido
para ti, entonces estás bastante borracho.
–Debería pensar –comentó en voz baja –que tú, entre todas las personas,
entenderías cuánta soledad se puede sentir sin emborracharse en absoluto.
–Realmente debería ser ilegal –dijo arrastrando las palabras –que una dama
que luzca como tú, vestida casi con nada, se pare delante de un hombre que no se
ha acostado con nadie en años.
Tratarla como a un idiota la irritaba aún más. –¿Porque no hay nada más que
hacer aquí? –respondió sarcásticamente. –¿Por la forma en que me estás
mirando? –hizo una pausa, y luego agregó. –Es lo que quieres, ¿no? ¿O regresaste
por más té?
Esa declaración susurrada con voz ronca la sacudió por completo. No era
propio de él ser tan evasivo y decir algo de una manera tan íntima como la que un
amante podría usar. Ella solamente podía echarle la culpa a la bebida. –¿Estar
conmigo?
–¿Por qué lo haces sonar tan ofensivo? –preguntó con la voz tensa. –¿Como si
todo lo que quiero de ti es que te acuestes allí como una muñeca de trapo
mientras te uso para algún tipo de liberación física desapasionada?
Con la espalda rígida y los hombros rectos, ella decidió en ese momento dejar
sus sentimientos al descubierto; no tenía nada que perder.
Durante unos segundos, pareció aturdido, tal vez incluso consternado por su
candor mientras la miraba una y otra vez. Entonces, de repente, sus facciones se
endurecieron cuando el aire a su alrededor se cargó con una estática que
definitivamente podía sentir.
–Cielos, eso es... toda una deducción –enunció en un susurro grueso y frío. –
Una reflexión notable teniendo en cuenta tú aparente falta de entendimiento.
–Oh, sé que es más que eso –respondió ella en defensa rápida. –También se
trata de control y humillación.
–Estás hablando con acertijos –dijo, mirándolo con atención mientras su pulso
comenzaba a acelerarse. –Vuelve a la casa, a tu bebida, y déjame en paz.
–Realmente no sabes por qué te traje aquí, ¿verdad? –preguntó, con un tono
ahora helado, controlado.
Exasperada, desconcertada, enojada, ella abrió los brazos de par en par. –No
sé lo que estás preguntando, qué esperas que diga.
–Crees que sabes lo que experimenté hace cinco años –murmuró, con voz baja
y rebosante de dolor. –Piensas que porque todavía sientes algún tipo de empatía,
un poco de culpa por lo que tu familia causó, entiendes. Pero la culpa no es como
la impotencia, Viola, como la desesperanza. La culpa no es para nada como el
terror.
Ella se encogió internamente mientras comenzaba a comprender que él tenía
toda la intención de hacerle sentir su dolor, un dolor de corazón que ella haría
cualquier cosa para evitar. No sabía la profundidad de sus sentimientos hacia él,
cómo el recuerdo de esa época había afectado su vida entera, cómo todos los que
amaban al atormentado experimentaban el terror.
–Nunca has experimentado las pesadillas que aún me persiguen –continuó –la
ansiedad que me envuelve todavía cuando cae la noche y estoy solo en silencio
con recuerdos que parecen ser del día anterior. No despiertas en medio de la
noche, inundada por el pánico, llena de una rabia que no puedes ignorar ni
explicar porque todos los días recuerdas la ocasión en que fuiste violada por un
demonio no visto...
–Lo siento…
–No quiero que sientas lástima por mí –hirvió con los dientes apretados. –
Quiero que sepas lo que experimenté, que conozcas la profundidad de mi ira. –En
un repentino estallido de angustia, golpeó la pared con el puño a su lado. –¡Quiero
que sientas lo que yo sentí!
Las lágrimas llenaron los ojos de ella. Comenzó a temblar, luchando contra él
en un vano intento de separarse de sus garras. Él no la dejaba moverse. En cambio,
la agarró de la mandíbula con la palma de la mano, obligándola a verlo a la cara, a
mirarlo.
–Soy un hombre y, hasta hace cinco años, vivía la vida de alguien con derecho,
un Lord respetado y heredero de un condado. Y luego, dos chicas comunes de
campo lograron burlarme, drogarme, encadenarme y, al hacerlo, robar mi
virilidad...
–Por favor, Ian, detente –suplicó, las lágrimas rodaban por sus mejillas
mientras cerraba los ojos. –No sucedió de esa manera…
–Te busqué para arruinarte, para hacerte sufrir como yo –dijo, con la voz
ahogada por la emoción. –Pero volverte a encontrar me ha desorientado,
despertado mis pasiones, me ha vuelto loco con una necesidad que no entiendo. –
Inclinándose, le susurró al oído –¿Puedes sentir lo que me haces, cariño? ¿Puedes
entender ahora mi confusión, mi humillación e indignación cuando tú, una de las
mujeres que me robó mi virilidad, continúa excitándome así?
Gimiendo suavemente, ella empujó sus caderas contra las de él. –Por favor…
–Por favor, ¿qué? –murmuró en su oído. –¿Dejarte ir? ¿O llevarte aquí, así
rápido y caliente, y satisfacernos a los dos?
–Ian… –Ella jadeó cuando él llevó una mano hacia abajo y pellizcó su pezón,
luego pasó el pulgar por encima.
–De todos modos, sólo es simple lujuria entre nosotros –comentó con
amargura, los labios le rozaron su mandíbula. –Dijiste que no querías o esperabas
un amor apasionado y significativo de mí, pero puedo tomarte tal como lo hiciste
conmigo hace cinco años, satisfacer tu deseo, asegurarme de que lo disfrutes. –
Presionó su erección contra ella de nuevo, suavemente mordió su lóbulo de oreja.
–¿Es eso lo que quieres, Viola? ¿Quieres que te haga venir?
Ella se removió un poco entre sus brazos, levantó una mano y le tomó la
barbilla con fuerza. Él se retiró lo suficiente para mirarla a los ojos.
Con una voz de puro terror mezclada con un deseo sensual ella esperaba en
Dios que él reconociera, ella murmuró con dureza. –Quiero sentir lo que sentiste.
–Estás tan mojada, tan excitada –susurró, con tono bajo y denso. –¿Sientes lo
que sentí, cariño? ¿Ser tocada por alguien invisible hasta que estás al borde del
placer?
Ella quería golpearlo, huir de él, rogarle que le hiciera el amor toda la noche.
En cambio, la tenía atrapada, necesitándolo, desesperada por ser liberada, para
sentirlo dentro de ella. Y él lo sabía.
Ella casi chilló por el contacto, tan cálido, erótico e inesperado. No tenía idea
de cuándo se había quitado la ropa, aunque cuando acomodó su dura y caliente
erección en su trasero, una consideración tan irrelevante y banal se evaporó.
Viola se relajó aún más en él, ajustó el pie en el catre para darle un mejor
acceso, sin saber qué hacer en esta posición, pero al borde del orgasmo y
desesperada por que él estuviera dentro de ella. Nunca había hecho el amor de
pie, haber sido tomada desde atrás y todo eso con Ian, hecho para la experiencia
más carnal y explosiva de su vida. Ella gimió suavemente mientras la besaba,
chupó su lengua, la acarició con un brazo envuelto alrededor de ella, los dedos
entre sus piernas, acariciando, preparándola…
Y luego empujó una, dos veces, y continuó empujando hacia arriba hasta que
la llenó. Ella jadeó, se apartó de su boca, el dolor no era tan intenso como su
primera vez con él, pero lo suficientemente afilado desde años de celibato para
causar que su cuerpo se tensara.
Ella gritó; sus brazos volaron hacia atrás para agarrar su cabeza, los dedos se
apretaron fuertemente en su cabello. Él la acarició, la abrazó mientras temblaba
contra él, se agarró con fuerza a su pecho y pierna mientras él comenzaba a
empujar firmemente dentro de ella.
–Jesús, Viola... –Él contuvo la respiración, con los dientes apretados. –Sólo
sentirte… me hace...
–¿Viola?
–No creo que jamás pueda olvidar tu olor –dijo, con un tono bajo y
contemplativo.
Ella no tenía idea de cómo responder, si él pensaba que su olor particular era
bueno o malo, aunque finalmente sintió que salía de ella la asaltó un poco de alivio
de que ya no estaban unidos íntimamente.
Con un poco de modestia, y sin ofrecerle siquiera una mirada, bajó la pierna
del catre mientras arrastraba el camisón hasta que cayó al suelo.
Había dicho las palabras con absoluta honestidad, sin mucha reflexión, pero
en el momento en que salieron de su boca, se arrepintió.
Se aclaró la garganta. –Supongo que no esperaba que dijeras qué amante tan
maravilloso soy.
Ella levantó la cabeza. Sus miradas se encontraron.
Él se rió entre dientes, pasándose los dedos por el pelo alborotado. –Lo siento.
Ella no tenía idea de qué hacer con esa afirmación, aunque dadas las
circunstancias, solamente podía suponer que tenía la intención de mantenerla aún
más tiempo en esta casucha como su juguete. Ella nunca duraría cinco semanas,
como lo había hecho él en el calabozo. Por primera vez en dos días, sintió el peso
de la impotencia comenzar a asentarse en la boca del estómago.
Ella vaciló solo hasta que él la agarró por el codo, le levantó el brazo y
comenzó a arrastrarla hacia la parte superior del catre. Luego, para su sorpresa, en
lugar de irse, se dirigió hacia la lámpara y apagó la luz antes de sentarse a su lado.
La cerradura hizo un chasquido justo cuando recordaba que Ian había estado
con ella cuando se había quedado dormida al amanecer. Debió haber salido
mientras ella había dormido, aunque por qué golpearía a su regreso...
–Perdóneme, Lady Cheshire, –se escuchó una voz femenina mansa desde la
puerta cuando se abrió lentamente.
–Sí, señora. –Missy cerró la puerta detrás de ella y la cerró con llave, luego
caminó rápidamente hacia la estufa para encenderla. –Al amanecer lo llamaron
urgentemente de la finca y me pidieron que la dejara dormir hasta las diez por lo
menos. Son las diez y media ahora. He traído bollos de arándanos, tocino cocido y
té para preparar. Si me da un momento, conseguiré calentar el agua.
Un poco atónita, Viola vio a la muchacha moverse alrededor de la pequeña
cabaña, dándose cuenta de que debería sentirse aliviada de que él se hubiera ido,
en lugar de sentirse un poco triste e irritada por haberla dejado sin siquiera una
breve explicación o disculpa.
–También traje uno de los vestidos de día de la hermana de Lord Chatwin para
que se ponga, y pediré que le limpien y devuelvan el vestido de noche, como él
ordenó, –continuó la chica alegremente mientras comenzaba a quitar los artículos
de la maleta. –Después de que haya comido, la ayudaré con su aseo, y luego,
cuando lo desee, Larson la llevará a la ciudad y a donde quiera ir.
Así que eso fue todo, se dio cuenta con el corazón deprimido. Su cita había
terminado sin siquiera un adiós. Sólo un desayuno frío, un vestido prestado y un
viaje a casa.
Desde el balcón del piso de arriba, Ian miraba a la multitud creciente, tratando
de pasar inadvertido antes de ser formalmente anunciado en la velada de agosto
de Lady Isabella Summerland. Viola ya había llegado, lo sabía, y aunque todavía no
la había visto, miraba con diligencia, sabiendo que la vería instantáneamente entre
los invitados en el segundo en que se dirigiera a la pista de baile.
Aun, preguntándose si ella había pensado en su última vez juntos tanto como
lo mantuvo en suspenso a él. Nunca en su vida había hecho el amor con una mujer
de pie, teniendo todo el control y con tanta obsesión, poder y hambre animal. Y
cada vez que pensaba en cómo ella se había abandonado a su voluntad y lo había
tomado, había aceptado todo su dolor y su cólera, le había permitido expresar sus
emociones más profundas y su necesidad imperiosa y confusa de ella en una
manera tan cruda, su corazón fue realmente calmado. En ese momento Viola lo
había entendido por completo, le había permitido mostrarle una parte de sí mismo
que había escondido de todos durante cinco largos años. Y lo más impactante de
todo era cómo ahora, después de casi un mes desde que la dejó, en vez de sentirse
sexualmente saciado y orgulloso de lograr su objetivo de humillación y venganza,
listo para deshacerse de su pasado y seguir adelante con su vida, todo en lo que
podía pensar era en lo mucho que quería estar con ella otra vez. No como antes,
no brutalmente rápido y con dominación erótica, sino lentamente, en una cama
suave y lujosa, haciendo un amor lento, apasionado y significativo para ella… algo
que probablemente significaba cosas diferentes para ellos dos pero que, de todos
modos, importaba. Ahora estaba muy claro para él que su futuro seguía tan
estrechamente ligado a la encantadora Lady Cheshire como lo estaba de la tímida
Miss Viola Bennington–Jones hace tantos años. Pero, Dios lo ayude, no tenía idea
de qué hacer al respecto.
Lucas apoyó los codos en el balcón y juntó las manos frente a él, asomándose
por encima del borde a la escena de abajo. –La misma razón por la que estás tú,
supongo.
Ian casi resopló. –¿Para llenar tu estómago con la comida de Lady Tenby?
–No, estoy aquí por la comida –dijo Fairbourne, sonriendo. –Despedí a mi chef
francés la semana pasada.
–Claro –replicó Ian, mirando hacia la pista de baile. –Tú tampoco te mientes
bien.
–¿Cuánto costó?
Fairbourne sonrió con ironía. –Bastante. Pero es una belleza. Uno pensaría
que compré un Rubens original por la forma en que la sociedad ha estado chiflada
estas últimas semanas, todos preguntándose cuánto valdría, cuánto pagué, si la
vendería, y por supuesto, si tú eres el... uh... sujeto. –Él se rió de nuevo, pasándose
los dedos por el cabello. –Tuve que esconderlo en mi ático solamente para evitar
que el personal le echara un vistazo y luego desapareciera para cumplir sus propias
fantasías.
Ian gruñó y miró hacia otro lado, estirando el cuello en círculos como si
repentinamente comenzara a sentirse con su ropa. –Enviaré a alguien a buscarla la
próxima semana, junto con un cheque.
Él bufó. –Tal vez alrededor del cuello suave y encantador de Lady Cheshire.
–Muy gracioso –dijo Fairbourne con una sonrisa –pensé que la buena viuda te
había estado arrastrando desde hace algún tiempo con sus pinturas lascivas atadas
a tu...
–No lo digas, Fairbourne, interrumpió Ian –o el mes que viene encontrarás un
retrato desnudo de ti en una subasta. –Le lanzó una sonrisa a su amigo. –La
encantadora viuda puede ser persuadida para pintar rápidamente y vender.
Hubo un momento de silencio entre ellos, luego Lucas asintió con la cabeza
hacia la puerta y murmuró con indiferencia. –Ahí está, acaba de entrar.
–Te fuiste por mucho tiempo –murmuró Lucas, con tono pensativo.
Lucas se encogió de hombros y se enderezó de nuevo. –Tal vez eso sea cierto.
Probablemente sea más exacto decir que muchas cosas pueden cambiar en muy
poco tiempo.
Ian volvió toda su atención a su amigo, con cuidado de no revelar nada en su
expresión. –¿Qué intentas decirme, Fairbourne? –preguntó con cautela.
Lucas sostuvo su mirada fija, deteniéndose sólo lo suficiente para ordenar sus
pensamientos. –Parece que Mr. Whitman se ha encaprichado de Lady Cheshire.
Lucas se rascó la parte posterior de su cuello. –He oído, sin embargo, que la ha
acompañado a todos los eventos sociales en las últimas tres semanas y que ella ha
dejado bastante claro a todos que si él le preguntaba, ella aceptaría su oferta de
convertirse en su esposa.
Convertirse en su esposa...
Ian sintió que el mundo se detenía, como si hubiera estado viviendo en una
obra de teatro extraña y horrenda que acababa de terminar con una tragedia, sin
resolución satisfactoria, sin aplausos por venir. Y con su trágico final no vino nada
más que agonía y extrañeza y confusión para todos los que observaron, todos los
que participaron. La boca se le secó; no podía moverse, no podía respirar. El
tiempo simplemente se detuvo mientras los dioses veían y se burlaban de él en un
silencioburlón.
Lucas tiró suavemente de sus puños. –Tal vez los amigos de Lady Cheshire no
creen que un matrimonio con Mr. Whitman sea lo mejor para ella. Y si asumen que
él le propondrá matrimonio pronto, tal vez estén un poco... preocupados.
–¿Y tu supones –Ian continuó, con tono sardónico –que pensarían que estaría
inclinado a salvarla proponiéndole matrimonio primero?
–Realmente no tengo idea. Ya sabes cómo las mujeres planean cosas que no
tienen ningún sentido.
–Pero… ¿por qué ahora? –preguntó Ian, más para sí mismo mientras miraba
hacia la distancia. –¿Y Miles Whitman? No tiene títulos, no es rico y ella me dijo
que no está interesada en volver a casarse pronto.
Lucas se acercó a él y bajó la voz para decir con cuidado. –Tal vez ella lo
necesita.
Ian sintió que su cuerpo se enfriaba; sus ojos volvieron a mirar a Fairbourne. –
¿Qué quieres decir?
Le tomó a Ian sólo diez minutos más o menos encontrarla entre la multitud,
bebiendo champaña mientras estaba de pie junto a un aparador, acompañada de
varias damas, incluida la aparentemente confabuladora Lady Isabella. Necesitaba
estar con Viola a solas, pero decidió que podría ayudar a romper el hielo entre
ellos si se sentía obligada a ser educada.
Él casi sonrió mientras miraba alrededor del salón de baile. –Es una fiesta y
creo que fui invitado.
Plantando una sonrisa falsa en su hermoso rostro, ella asintió una vez. –Como
quiera, su gracia.
Se detuvo frente a ella y metió las manos en los bolsillos del abrigo. Después
de una pequeña pausa de confianza, murmuró. –Te ves hermosa esta noche.
Ella sonrió con ironía. –Gracias. Pero seguramente no me trajiste afuera para
decirme eso.
–No. –Miró hacia el césped que se extendía debajo y observó a los lacayos
encendiendo antorchas cuando la oscuridad comenzaba a caer. Luego, volvió a
mirarla a los ojos, su tono se tornó serio. –¿Cómo estás?
Él dio un paso más cerca, mirándola a la cara. Finalmente, dijo con voz ronca.
–Supongo que quiero disculparme.
–Cabaña.
Ella asintió una vez. –Cabaña. De todas esas cosas, ¿se estás disculpando por
dejarme en la cama esa mañana y no hacerme el amor otra vez?
La manera en que ella pronunció las palabras y el temblor en sus labios, que
apretó para no reírse otra vez, lo desinflaron y avergonzaron por completo. Y
experimentar sentimientos tan inesperados en lo que a Viola se refería, cuando
solamente quería explicarse, lo dejó algo desconcertado… e irritado sin medida.
–Ian, por favor –dijo con un suspiro, interrumpiendo sus pensamientos. –Si no
tienes nada más que decir…
–Oh, tengo mucho que decir, Lady Cheshire –dijo arrastrando las palabras,
tratando de recuperar su dignidad antes de que ella lo dejara para exponerlo a sus
amigos como un imbécil tonto, o peor, un perrito enamorado… lo cual no podría
negar sin sonar ridículo. Se acercó aún más a ella, casi atrapándola contra la pared,
sintiendo satisfacción al ver cómo se desvanecía su alegría. –¿Sabes que este es el
mismo balcón donde nos paramos hace meses, cuando nos volvimos a encontrar
en una fiesta como esta y te pedí que pintaras mi retrato?
–Incluso esa noche –continuó con naturalidad, levantando una mano para
frotarse la barbilla con los dedos –sentí una atracción muy extraña hacia ti, Viola.
No entendí en absoluto cómo podía despreciarte tan profundamente, quería verte
arruinada social y financieramente, y sin embargo en esa noche de repente sentía
la necesidad de tomarte en mis brazos y besarte apasionadamente. No tenía
sentido, y realmente me enojó, pero sí quería besarte, y estaba muy consciente de
que en ese momento también estabas ansiosa por que yo lo hiciera.
–No.
Ella apartó la mirada de él, frotándose la parte superior de los brazos con las
manos. –Para ser honesta, he estado muy ocupada. John Henry está de vuelta en
la ciudad y...
–¿Es por eso que estás tan ansiosa por casarte con Miles Whitman? –Añadió
antes de que ella pudiera ofrecer una excusa de respuesta. –¿Porque piensas que
tienes que hacerlo?
Esperó por lo que le parecieron décadas para que ella respondiera, su corazón
latía más fuerte con cada segundo que pasaba. Finalmente, ella se enderezó y dejó
caer los brazos a los costados, alisándose las faldas como si estuviera lista para
alejarse de él.
–Eso no es algo que siquiera sabría aún, su gracia –dijo rotundamente. –Ahora
si me disculpa…
Ella lo miró a los ojos, su expresión ahora tensa con una furia fuertemente
controlada. –¿Por qué me dejaste en la cabaña?
Ella levantó las cejas mientras lo miraba de arriba abajo. –Tiene sirvientes
ejemplares, su gracia. No me dijeron nada.
Muy lentamente, Ian liberó su codo, tan sorprendido por la admisión como
enfurecido de que su personal se hubiera olvidado de informarle que en realidad
no la había dejado pudrirse en la cama y ser arrastrada a casa como una ramera
después de una cita de una noche de borrachos. Y pensar eso por casi tres
semanas…
–No entiendes –interrumpió, estirando la mano para frotarse la nuca con los
dedos tensos. –Mi hermana entró en parto y hubo complicaciones. Su esposo me
envió un mensaje, temiendo que ella muriera. Como pasé la noche contigo en la
cabaña, no recibí su mensaje hasta la mañana. Para entonces temí que ya fuera
demasiado tarde y quería irme de inmediato. Sin embargo, dejé instrucciones
explícitas para que te dijeran el motivo de mi partida apresurada. –Sacudió la
cabeza, extendiendo la mano para tocar su cálida mejilla con el dorso de un dedo.
–Por favor, creeme que nunca te haría el amor y te dejaría, excepto en una
emergencia familiar tan grave.
–Pero fue íntimo, y fue más allá del simple apareamiento –respondió en voz
baja. –Debes admitir eso.
–Estoy muy contenta de escuchar eso –dijo Viola con nostalgia. –Sé lo que es
sufrir así. Gracias a Dios que el bebé está sano.
Con amargura, susurró. –Entonces debes pensar en ello, porque tú, entre
todas las personas, deberías entenderlo.
Los ojos de ella brillaron de ira y apretó las manos enguantadas a los costados.
–Y debe darse cuenta, su gracia, de que lo que yo y mi esposo hacemos en privado
no es asunto suyo.
Antes de que esas palabras calaran en él, ella le dio la espalda y se alejó, con la
cabeza en alto, con dignidad y gracia como una princesa podría despedir a un
repugnante sinvergüenza que trató de robarle un beso.
Sus palabras lo perseguían ahora, sólo unas horas después de que las había
dicho. De hecho, la más mínima imagen de Viola en la cama con Miles Whitman, o
en verdad, cualquier hombre, lo perturbaba tanto que solamente podía concluir
que la maldita mujer lo había sometido a algún tipo de hechizo sexual femenino. O
algo por el estilo. Pero ya no podía negar que pensar en ella en los brazos de otro
hombre lo volvía loco, y ella aparentemente lo sabía, lo cual lo irritaba. Pero al
final no importaba. Se negaba a verla casada con Miles Whitman… a menos que
Miles Whitman demostrara ser un excelente esposo y padre para su hijo. Al menos
eso es lo que se dijo a sí mismo. Y así, con el interés de conocer las intenciones del
hombre, se obligó a sí mismo a permanecer en la fiesta mucho más tiempo de lo
que pretendía y descubrir lo que pudo del hombre mismo.
Ian no podía leer la disposición del hombre después de que recuperó su porte,
o si quiso burlarse de su declaración. Francamente, nunca pensó que Miles
Whitman fuera lo suficientemente inteligente para el sarcasmo y el significado
subyacente, humorístico o no.
–Pensé que podría tener una palabra en privado, y así lo seguí, en realidad –
respondió Ian, decidiendo ir directamente al grano. Perder el tiempo charlando
sobre la lluvia u otras tonterías con un conservador del museo parecía poco
atractivo en este momento.
Whitman sonrió rotundamente, una sonrisa que Ian asumió que usaba
oficialmente cuando lidiaba con transacciones comerciales molestas y con aquellos
que lo molestaban. –Por supuesto, Lord Chatwin, estoy a su servicio –dijo con un
leve asentimiento.
Ian se frotó la barbilla con la mano, pensando. O al menos quería dar esa
impresión. –Por supuesto, como caballeros, no tengo que mencionar que cualquier
cosa que se diga con confianza entre nosotros se mantendrá como tales.
Ian no había esperado una respuesta tan arrogante, pero no dejó que eso lo
desconcertara. Apoyando un codo en la barandilla del balcón, miró hacia el césped
que se extendía debajo. –Y sin embargo, el hecho de que plantee el problema
debería significar que es una preocupación.
–¿Sus amigas? ¿La hija de Lady Tenby? –Whitman preguntó con rigidez.
–Ya veo. –Ian golpeó con los dedos la barandilla. –Nunca me di cuenta de que
solo sentía afecto por Lady Cheshire. Al menos no lo suficientemente profundo
como para proponer matrimonio.
–Entonces, supongo que habrá discutido este acuerdo con Lady Cheshire, –
afirmó en lugar de preguntar, manteniendo la mirada en el césped de abajo.
Eso lo explicó todo. Ian no podía estar seguro de si Whitman sabía que Viola
era la famosa artista erótica… de hecho, probablemente no, ya que no había forma
de que él descubriera su secreto, salvo que ella se lo dijera. Pero sabía o
sospechaba que tenía otros artículos, bocetos y pinturas para vender en una
subasta, lo que sería la clave de su ganancia financiera a través del matrimonio. O
eso pensaba él.
–¿Qué le hace pensar que tiene otros? –preguntó Ian con cautela.
–Pero, Mr. Whitman –dijo Ian, en voz baja con fingida preocupación, –si ese es
el caso, ¿no está un poco preocupado de que la… poco convencional obra de arte
que Lady Cheshire mencionó pudiera ser falsificada? Estuvo allí en la pequeña
reunión en mi casa donde estaba el boceto que ella me vendió quedó... expuesto.
Whitman lo miró fijamente, con la mandíbula rígida mientras sacaba una pipa
del bolsillo superior de su chaqueta de noche y la golpeaba suavemente en la
barandilla.
–Su gracia, puede que no sea de su clase, pero soy un hombre educado,
especialmente en lo que se refiere al buen arte –respondió con gruesa
enunciación. Se rió de nuevo a sabiendas, y luego comentó. –Ambos sabemos que
el boceto que presentó en su fiesta era, de hecho, un Víctor Bartlett–James
original.
–¿Se dio cuenta de que el boceto era original en ese momento? –preguntó Ian
mientras una idea comenzaba a formularse rápidamente.
Ian volvió a meterse las manos en los bolsillos y se miró los pies, aplastando
bajo la suela de su zapato un insecto nocturno que se había atrevido a arrastrarse
por un patio a oscuras.
–Sí, el boceto es original –explicó, con una voz llena de profunda preocupación
–y lo compré de buena fe. Y fue entonces cuando descubrí la verdad sobre Lady
Cheshire y los bienes de su marido. Antes de la fiesta, hice que mi abogado se
contactara con ella, un Mr. Leopold Duncan, para descubrir si Lady Cheshire era la
dueña de la pieza o si, como me lo imaginaba, pertenecía a la propiedad de su
marido. –Sonrió sombríamente. –Un comprador de una obra de arte tan
extravagante y costoso debe ser demasiado cuidadoso.
–Ambos somos caballeros –continuó Ian –así que entenderá por qué yo, como
caballero, decidí hacer arreglos para que alguien declarara el boceto como una
falsificación, y decidí que sería mejor exponer a Lady Cheshire con una ligera
reprimenda que dejar que alguien sepa que vendió una propiedad que no le
pertenece. Ella podría haber sido encarcelada por fraude.
–Lo siento, su gracia –dijo mientras extendía la mano para frotarse el cuello
con la palma de la mano. –Pero no veo qué tiene que ver su cena y un boceto
único de Bartlett–James con mi matrimonio con Viola.
Manteniendo su ira cruda bajo control, Ian simplemente miró al hombre como
si fuese un idiota.
–Esto es absurdo –dijo Whitman, tragando saliva. –¿Por qué Lady Cheshire se
arriesgaría tanto? No puedo creerlo.
Ian sacudió la cabeza, frunciendo el ceño. –¿Por qué las mujeres hacen todo?
Todas son bastante frívolas, estoy seguro de que lo sabe. Y tal vez hasta ese
momento ella no estaba al tanto de sus limitaciones. Tal vez después de mi fiesta,
cuando se enteró de que no podía vender el boceto, decidió que un matrimonio
con usted la ayudaría a vender sus pinturas de naturaleza muerta y retratos
familiares, o quizás colgarlos en tu museo de historia moderna. En ese sentido,
tiene perfecto sentido por qué repentinamente ha pensado en usted como un
buen compañero y está considerando casarse ahora. Además de su estipendio
mensual, Lady Cheshire prácticamente no tiene un céntimo.
El aire pareció crujir entre ellos, y por un segundo o dos, Ian pensó que
Whitman podría golpearlo. O tratar de hacerlo. El cuerpo entero del hombre se
había vuelto rígido como la piedra. Incluso su pipa parecía como si estuviera
aplastada dentro de su puño repentinamente apretado.
Luego, sin esperar una respuesta, Whitman asintió con la cabeza rígidamente,
pasó junto a Ian y caminó una vez más hacia el salón de baile.
Capítulo 19
Viola esperó con tanta paciencia como creía humanamente posible para que
el Duque de Chatwin se encontrara con ella en su impresionante salón verde.
Intentaba no inquietarse ni llorar, lágrimas no de tristeza, sino de ira y frustración,
e incluso un poco de miedo por lo que estaba a punto de hacer. Ella había venido a
su casa hoy inesperadamente, con la esperanza de atraparlo por sorpresa, pero en
cambio la había mantenido esperando durante casi veinte minutos, sin duda
deliberadamente, ya que era su naturaleza torturarla con agitación a cada paso.
Miró por las grandes ventanas hacia el verde jardín más allá. Aunque todavía
era temprano en la tarde, la lluvia torrencial oscurecía la vista, como lo había
hecho durante todo el día, el clima miserable que coincidía con su estado de
ánimo y lo que temía que ahora podría ser un triste futuro.
–Viola.
–Su gracia –respondió ella, ofreciéndole una reverencia mientras calmaba con
fuerza sus nervios. –No lo oí entrar. Espero no molestarlo.
El costado de su boca se movió ligeramente mientras se paraba y entraba a la
habitación. –Para nada. –Su mirada la recorrió de arriba a abajo. –Te ves bien.
El calor inundó sus mejillas, pero ella lo ignoró. –Gracias. Usted también –
respondió correctamente, notando que no se veía solamente sano; se veía
maravillosamente guapo con pantalones casuales de color azul marino y una
camisa gris claro desabrochada en el cuello, las mangas arremangadas hasta los
antebrazos. Y aunque Dios podría abatirla por vanidad, de repente se sintió
bastante agradecida de haber elegido usar su vestido de ciruela escotado y un
corsé de cintura estrecha para esta reunión. Al menos se sentía mejor preparada
para la batalla vestida con algo que creía que le complacería visualmente.
–Entonces, ¿qué puedo hacer por ti hoy? –preguntó mientras caminaba hasta
su lado.
Se quedó tan cerca de ella ahora que incluso los débiles rastros de su colonia
la desconcertaban. Sacudiéndose, se apartó de él con la mayor despreocupación
posible y caminó hacia el otro lado de la habitación para pararse detrás de una de
las sillas de ala de cuero marrón. Girando para mirarlo, colocó las manos en el
espaldar para mayor comodidad.
Con determinación intrépida, pulso acelerado, dijo –Ian, quiero que me digas
exactamente lo que le dijiste a Mr. Whitman que lo hizo decidir que sería una
esposa indigna.
Por unos segundos, él no dijo nada. Luego inclinó la cabeza hacia un lado una
fracción y preguntó con cautela. –¿Qué te hace pensar que dije algo?
Un destello de ira la atravesó. –Destruir mi vida es un juego para ti, ¿no es así?
Pareció pensar en eso por un momento, luego, dejando caer los brazos a los
costados, respondió –Viola, no importa lo que responda, no lo creerías.
Ella tragó saliva. –Esa es probablemente lo más honesto que me has dicho.
Él casi sonrió. Sobriamente, admitió. –Si es la verdad lo que quieres, entonces
es cierto que vine a la ciudad, de vuelta a tu vida, para destruirla.
Él se pasó una mano por la cara. –No puedo responder eso ahora.
Los labios de Viola mostraban disgusto. –Nada de esto se trata de ti, excepto
donde disfrutas del poder que has tenido al cambiar mi futuro para destruir
cualquier seguridad o felicidad que pueda haber encontrado con Mr. Whitman.
Ella entrecerró los ojos para mirarlo. –Entonces, ¿es por eso que le dijiste a
Mr. Whitman que yo soy Víctor Bartlett–James? ¿Porque te preocupas tanto por
mi felicidad?
Ian se rió entre dientes, y casi tomó la lámpara a su lado para arrojarsela a su
hermoso rostro.
Ella no se movió, sólo juntó las manos frente a ella, manteniendo su mirada
fija en la de él.
–Hablé con Whitman –admitió en voz baja, mirándola de cerca –no solamente
porque tus amigas estaban preocupados respecto a él, sino porque un matrimonio
con él parecía extrañamente programado...
–No hice tal cosa. –Suspiró, y luego dijo –Miles Whitman admitió sin reservas
que tenía la intención de casarse contigo por tu colección de arte, principalmente
para vender. Te quería sólo para obtener ganancias financieras, Viola.
Simplemente le dije que toda la obra de arte que creía que era tuya en realidad le
pertenece a tu hijo. Él sabía que el boceto era original porque conoce el buen arte,
eso es todo. Él no sabe que eres el artista Bartlett–James, al menos no por nada
que le haya dicho.
Viola continuó mirando sus hermosos ojos, sin ver ningún engaño, pero
perfectamente consciente de que podía estar ocultándole detalles para su propio
beneficio.
Él parpadeó. –El hombre quería casarse contigo por tu fortuna. Él fue bastante
honesto acerca de su propósito.
–Tal vez ese hecho es irrelevante para mí –ella respondió con los ojos
brillantes. –No tienes el derecho de interferir con mi futuro. No intervine cuando
dijiste que estabas ansioso por cortejar a Lady Anna, una dama que, por cierto, es
absolutamente incorrecta para ti en todos los aspectos.
–Ah. –Se aclaró la garganta. –Bueno, sólo para que tengamos claro el asunto,
nunca tuve la intención de cortejar, o casarme con Lady Anna –reveló, en tono
bajo. –Admito que implicar un interés era un medio para llegar a ti. Pero incluso si
la hubiera encontrado remotamente atractiva, no se puede comparar con tu
elegancia, tu ingenio y nivel de pasión. Ella es, como dices, completamente
incorrecta para mí en todos los aspectos.
–Lo que te dije fue algo realmente horrible, Viola –susurró roncamente. –Por
favor, quiero que sepas que hablé tan groseramente por la ira y un malentendido
de tus intenciones en ese momento. En realidad, no quise decirlo. –Respiró hondo
y volvió a mirarla a los ojos. –No tengo ningún deseo de controlarte tampoco, pero
por razones que me desconciertan, sí quiero estar contigo. Simplemente no sé lo
que eso significa todavía.
Él le dio una media sonrisa. –Es cierto –estuvo de acuerdo, levantándose para
pararse a su lado, aunque manteniéndola a un brazo de distancia al negarse a
soltar su muñeca. –Pero quiero que me digas, sin prevaricación, lo que pasó para
que cambiaras de opinión.
–Somos una pareja extraña, ¿no? –dijo segundos después, con voz sedosa y
reflexiva. –Quiero sacarte de mi mente y no puedo dejar de pensar en ti. Estás
felizmente viuda, pero vuelvo a tu vida y de repente quieres casarte con un
hombre que no amas, deseas o necesitas por algún motivo, un hombre que
solamente desea tu fortuna, sólo para deshacerte de mí.
–Pero lo que más quiero, Viola –susurró, inclinándose para acariciar su oreja –
es verte feliz, escucharte reír, no por sarcasmo o ansiedad, sino por alegría. Tengo
sueños de eso, tal vez recuerdos de eso. No lo sé. Pero desde que volví a tu vida,
nunca te he oído reír de pura felicidad, y nada, en este momento, me atormenta
más.
Él comenzó a dejar caer pequeños besos en su cuello, pasando sus labios por
la delicada piel, y sus piernas se debilitaron. Debió haber esperado que ella se
derrumbara contra él, porque parecía estar soportando su peso de repente
cuando sus labios se encontraron.
Ella no podría resistirse si lo intentara. Estar con Ian se sentía como una
alegría en la mañana, y nunca antes había sido tan dulce y precioso como se sentía
en este momento. La besó con una mezcla de pasión y ternura, deseo urgente y
necesidad gentil, su lengua burlándose suavemente, sus dedos rozando su mejilla
como si la encontrara invaluable a su toque. Y cuando por fin ella gimió
suavemente y susurró su nombre contra sus labios, él se apartó, descansando su
frente contra la de ella por varios largos momentos antes de dejar suaves besos en
su frente, sus pestañas, nariz y mejillas.
Como él no dijo nada sobre eso, finalmente levantó los párpados y se atrevió a
mirarlo a los ojos. Él la estudiaba atentamente, con el rostro todavía sonrojado por
el beso, sus ojos aún ardiendo bellamente, y tomó todo lo que estaba dentro de
ella para no arrojarse en sus brazos otra vez.
Tratando de sonar valiente y realista, ella dijo. –Con este retrato terminado,
no tengo otras obligaciones financieras aquí, y John Henry necesita estar en el
campo donde pueda montar y jugar y prosperar en un espacio mayor. Y para ser
sincera, tu alteración de mi futuro al arruinar la posibilidad de un matrimonio
perfecto para mí es la última batalla que deseo entre nosotros. He venido a decirte
que me rindo, Ian. Has ganado la guerra.
–No he ganado nada –sostuvo con súbita y tranquila furia –si te llevas a mi
hijo antes de que lo conozca siquiera.
Esa declaración, pronunciada con tanta angustia sincera, la derritió hasta los
huesos. Y tal vez por todo lo que habían compartido recientemente, tal vez porque
siempre le había importado tan profundamente por razones que nunca había
entendido del todo, esta vez realmente sintió su dolor y no se atrevió a negarlo.
Estoy muy asustada, por ambos. Tengo tres semanas de retraso en mi mes, y
ahora temo estar esperando su hijo. Todo parece tan desierto ahora, aunque
ruego porque lo rescaten mientras salgo a la fiesta de máscaras. Por favor, Dios,
acompáñanos a ambos esta noche.
Es hora...
Viola se sentó en un banco de madera, mirando a John Henry jugar con otros
niños cerca del arenero. Afortunadamente, muchas otras madres y niñeras habían
aprovechado el hermoso día y se habían aventurado también, permitiéndole la
oportunidad de sentarse simplemente, mirar y disfrutar el momento tranquilo a
solas.
Hubo momentos como este en que ella se ponía melancólica y soñaba con una
vida diferente, donde Ian criara a su hijo y la amara, se casara con ella y vivieran
una vida llena de diferencias de opinión, alegría y sorpresas.
El sonido de la voz de Ian detrás de ella la sorprendió tanto que jadeó en voz
alta y saltó del banco, girando rápidamente para mirarlo, boquiabierta, con el
corazón latiéndole con fuerza.
Estaba de pie apoyado contra un árbol, vestido casualmente con una camisa
de lino color crema y pantalones marrones, los brazos cruzados sobre el pecho, el
pelo alborotado por la brisa ligera.
De repente, sintió un intenso color inundar sus mejillas, y cruzó los brazos
sobre los pechos con una leve protección.
–¿Cuánto tiempo has estado parado allí? –preguntó a la defensiva, con voz
ronca.
–¿Un tiempo? –miró preocupada a John Henry, quien había logrado arrebatar
la pala a las chicas, pero ahora no le importaba mientras miraba con curiosidad a
Ian.
Su sonrisa se desvaneció cuando bajó la voz. –De eso y ver a mi hijo jugar en la
tierra y coquetear con chicas por primera vez.
–Está bien, Viola –dijo con dulzura. –No estoy aquí para interferir.
Ian asintió, incapaz de apartar los ojos del niño mientras saltaba a su lado y
envolvía sus brazos alrededor de las piernas de ella.
–Bueno, antes de irse –dijo en una voz bastante lejana –tendrá que resolver el
problema con mi retrato formal, Lady Cheshire.
–Ya veo –murmuró Ian, divertido. –Bueno, entonces, Lord Cheshire, estoy muy
contento de conocer a alguien de tu prestigio.
Sonriendo, ella aclaró –Pres–tigio. Ser muy prestigioso es ser muy importante.
John Henry se rió, luego soltó la mano de Ian y dio una voltereta, plantando su
cabeza en la hierba para ver el mundo al revés.
Ian la miró con curiosidad. Ella se encogió de hombros. –Él hace eso, me temo.
Sólo tiene cinco años, ¿sabes?
–Sí, lo sé.
Durante varios segundos, él la miró fijamente a los ojos, hasta que ella se
sacudió y regresó al momento. –Entonces, perdóneme, su gracia, pero ¿cuál es el
problema con el retrato?
Con las cejas fruncidas, inspiró profundamente y cruzó los brazos sobre el
pecho. –Bueno, aunque tiene un excelente parecido, como dijiste, parece que los
colores están completamente equivocados y... no era lo que esperaba. Los tonos
no coinciden con la decoración de la habitación en la que me gustaría colgarlo.
Bajó la mirada hacia John Henry, observando al niño cuando de repente saltó
dos veces, luego corrió de regreso al arenero.
–¿Tú… quieres que pinte otro retrato porque no estás satisfecho con los tonos
de color, tonos, debo agregar, que inicialmente habías aprobado?
Nunca en su vida Viola había estado tan indignada por lo que ella consideraba
un intento directo de atraerla. El color era completamente satisfactorio y el retrato
en general encantador. Incluso había considerado guardarlo para ella y pintarle
otro para poder tener algo que ver cuando trabajara en su estudio todos los días.
La única razón por la que había decidido no continuar con semejante idea había
tenido tanto que ver con su propio dolor como con el conocimiento de que cuando
John Henry creciera, él y cualquier otra persona que pudiese echar un vistazo, se
preguntarían por el parecido. Simplemente sería demasiado.
Pero esta ridícula preocupación de Ian parecía nada más que otra táctica para
inquietarla y herirla. Y ya había tenido suficiente de toda la confusión interna que
podía tomar del Duque de Chatwin.
–¿Por qué estás haciendo esto, Ian? –murmuró en voz tan baja que solamente
él podía oír.
Sonriendo débilmente, él respondió. –Simplemente no quiero que te vayas
hasta que esté satisfecho de que todo está arreglado entre nosotros.
Ella no había esperado una respuesta tan rápida y honesta. Pero el significado
implícito y no dicho que enhebraba sus palabras vibró a través de ella, causando
que temblara y tropezara con una respuesta. Puso los brazos alrededor de ella
para consolarse, lanzándole una rápida mirada a su hijo, quien una vez más había
empezado a pelear ruidosamente con las chicas en la caja de arena. Una dama
educada y su niñera, que estaba empujando un coche, pasaron por delante de Ian,
y él se movió a su izquierda, fuera del camino y tan cerca de Viola que de repente
podía sentir el calor de su cuerpo.
Sin palabras y nerviosa hasta los huesos, Viola volvió a sentarse en el banco y
contempló maravillada cómo el duque de Chatwin se hacía cargo de la caja y en
cuestión de minutos los niños y niñas juntos hacían castillos en la arena.
Capítulo 21
Sin embargo, mucho podría cambiar… había cambiado en cinco años. Ella se
había preocupado por él hace mucho tiempo, pero él necesitaba aprender la
certeza y profundidad de los sentimientos de ella hacia él ahora y el camino a ese
descubrimiento hasta el día de hoy, lo había eludido. Le había llevado una semana
de consideración e indecisión antes de decidir un plan de acción. Secuestrarla de
nuevo sólo probaría lo que no había cambiado entre ellos y pedirle que
simplemente le dijera cómo se sentía únicamente conduciría a más evasión,
discusión y desconfianza. Pero apostaría su fortuna a que no podría ocultar sus
sentimientos si le hacía el amor.
Así que esta noche, con ese plan en mente, esperó a su llegada a la casa de
campo, paseando por el piso del salón, el corazón le latía con fuerza por la
ansiedad mientras miraba nuevamente el reloj en la repisa de la chimenea. Había
enviado una nota solicitando una reunión después de las ocho, y ahora era casi la
media hora. Había escogido la hora específicamente, deseando llegar tarde para
despedir a todos los sirvientes menos esenciales para la noche. Braetham la
recibiría, le diría al conductor que se pusiera cómodo y luego ordenaría al resto del
personal que se quedara escaleras abajo hasta la mañana. Era un plan excelente, si
ella se molestaba en visitarlo.
Ian se dirigió hacia la ventana y miró hacia el camino de la entrada. Gran parte
permanecía oscurecida por los robles y la oscuridad de la noche, pero después de
un momento o dos de intentar respirar profundamente y contemplar diferentes
opciones de seducción en caso de que esta fallara, vio al cochero doblar la esquina
y se detuvo junto a los escalones de piedra.
–Su gracia –dijo Braetham después de tocar por cortesía –Lady Cheshire está
aquí para verlo.
Ella alzó las cejas y se las arregló para parecer algo divertida, si no demasiado
curiosa. –Dijo que era importante.
Ian miró a Braetham, que estaba de pie en la puerta con aspecto apropiado. –
Eso será todo por ahora –le informó Ian.
Ella miró a su alrededor por primera vez, tocando los hilos de su pequeño
bolso en su única muestra de desconcierto. Él la miró especulativamente, notando
lo encantadora que se veía con un escotado vestido de noche de satén color
bronce y volantes de color amarillo pálido, con el pelo recogido en rizos. Deseó
tener un brillante collar de topacio dorado y pendientes para regalarle y completar
la imagen, luego, con ella en su brazo, la llevaría a encontrarse con la reina. Y por
lo que parece, decidió con cierto humor, que una presentación de ese tipo en la
corte podría ser más rápida que sacarla del artilugio que llevaba puesto. No podía
esperar para ver su corsé…
–¿Su gracia?
Sus labios se redujeron en enojo. –¿Le pregunté si hay algo que pueda hacer
por usted esta noche?
Oh, cariño...
Sonriendo, comenzó a caminar lentamente hacia ella. –Te ves adorable esta
noche –comentó con indiferencia. –Espero no apartarte de una función social
importante.
–Ya veo. –Él esperó, y cuando ella no ofreció nada más, no pudo evitar
intervenir. –¿Con otro posible esposo?
No iba a ir tan lejos como para preguntar por los invitados de Lady Tenby, sin
importar cuán curioso estuviese por saber si había sido escoltada por otro
caballero. Con un poco de suerte, no importaría por la mañana.
De pie frente a ella ahora, él miró hacia abajo a sus ojos cautelosos y sonrió. –
Bueno, entonces, me disculpo por la interrupción, pero estoy muy contento de
saber que no te tragaron en una larga noche de chismes sin sentido.
Ella suspiró en su puesto. –Ian, ¿por qué estoy aquí? ¿Qué es tan importante
que deba discutirse esta noche?
Él le sonrió. –Arriba.
–¿Arriba?
Ella miró nerviosamente alrededor de la casa silenciosa, luego, sin más pausa,
se levantó la falda con la mano libre y comenzó a subir los escalones junto a él.
Mirándolo con recelo, incapaz de esconder una sonrisa irónica, entró y luego…
se detuvo tan rápido que las faldas rebotaron en sus espinillas.
Ella miró a su izquierda, observando su gran cama con dosel durante varios
segundos antes de girarse para mirarlo.
–Es una habitación encantadora –dijo en un audaz aliento de ira. –¿Por qué
estoy aquí?
Este es el momento...
Él se rió entre dientes. –Absolutamente no. Quiero que sea lo último que vea
antes de dormir todas las noches. –Se puso serio una vez más y añadió. –Me
recuerda a ti.
Esa audaz declaración la hizo sentir incómoda. Ella se alejó un paso, mirando
hacia la cama, luego otra vez, sus facciones oscuras y embrujadas a la luz de la
lámpara.
El momento de la verdad...
Muy lentamente, él comenzó a tirar de los dedos del guante de ella. –Quería
comenzar disculpándome por llevarte a mi cabaña en contra de tu voluntad.
–No tienes que disculparte por eso en tu casa, mucho menos en tu dormitorio.
Él leyó el escepticismo en su voz, pero ella no apartó la mano cuando logró
quitarle el guante y tomar el otro.
–Es cierto –dijo, concentrándose en quitar el encaje de sus dedos. –Pero este
es un ambiente muy íntimo, y lo que tengo que decir y hacer, requiere intimidad.
Ella no dijo nada a eso, pero él podía sentir su mirada en el rostro, estudiando
su expresión. Cuando finalmente le quitó los guantes, los arrojó a la mesita de
noche con su bolso, luego levantó ambas manos para poder colocar los labios
primero en una muñeca y luego en la otra.
Él la miró a los ojos y susurró contra su suave piel. –Te estoy besando.
Ella frunció el ceño. –Lo sé, pero quiero decir, ¿qué cosa íntima podrías querer
decir?
A pesar de que ella trató de sonar con la mayor naturalidad, él notó que su
respiración se aceleraba mientras bajaba la guardia. Suavemente, la atrajo hacia
él, lo suficientemente cerca para que sus faldas le cubrieran los muslos. –Quiero
agradecerte –dijo con voz ronca, la boca aún rozándole la muñeca –por ayudarme
todos esos años atrás.
–Quiero.
Por un momento ella lo miró a los ojos, preocupada, buscando. Él sintió que el
corazón le latía con fuerza en el pecho, sabiendo que como había dejado al
descubierto su deseo por ella, muy bien podría dar un paso atrás y marcharse. Si lo
hiciera, se dio cuenta, sería una de las mayores desilusiones de su vida.
Y luego, como si aceptara el destino que los unía, ella bajó los párpados, se
inclinó hacia delante y colocó los labios sobre los suyos.
Le tomó varios segundos en darse cuenta de que ella se entregaba a él sin
reservas ni argumentos, aunque solamente fuera esta vez, y con una repentina
urgencia que lo hizo tambalear, luego su cuerpo cobró vida.
Ella abrió los párpados y lo miró, sus ojos transmitían un atisbo de vacilación.
Bajó la mano hasta el escote con volantes de su vestido, luego cerró la palma de su
mano sobre su pecho cubierto de satén.
Ian retrocedió un poco y una vez más le dio la vuelta para tenerla de frente.
Ella permaneció sin vergüenza, los senos expuestos pero el resto del cuerpo
cubierto de cintura para abajo en una tela de encaje. Con dedos ágiles, él se
desabrochó la camisa y se la quitó, todo el tiempo mirándola a los ojos, testigo de
su incertidumbre incluso mientras sostenía audazmente su mirada.
Miró hacia abajo, a sus hermosos senos, expuestos, cada pezón duro por el
frío en la habitación, y cuidadosamente cerró sus manos sobre ambos para
calentarse, acariciar, provocar cada pico con las yemas de sus pulgares.
Ella gimió suavemente y cerró los ojos, echando la cabeza hacia atrás mientras
cedía al momento.
Sin levantar los párpados, susurró. –Contigo me gusta todo. Bésame, Ian...
Ella arqueó la espalda en respuesta, pasándose los dedos por el pelo mientras
tomaba un pezón en la boca y comenzaba a chupar ligeramente, a tomarlo con la
lengua y luego a trazarlo con los labios.
–¿Tienes frío?
Yacía uno al lado del otro en sus almohadas, uno frente al otro, aunque ella
mantenía los ojos cerrados. Él la miró por unos segundos, todavía sin tocarse
mucho, la mente era un repentino revoltijo de emociones mezcladas, todas ellas
inquietantes y maravillosas. Entonces, como si sintiera su mirada en el rostro, ella
abrió los párpados y lo miró a los ojos.
–Mucho.
Durante unos segundos ella no dijo nada, sólo estudió las facciones de su
rostro. Y luego extendió la mano y con mucha cautela colocó la mano extendida
sobre su pecho desnudo tan cerca de ella.
–Estoy pensando –susurró –que aunque es peligroso para mí estar aquí, tengo
confianza porque nunca me he sentido más segura en mi vida que en tus brazos.
–Viola…
Ella se inclinó hacia adelante y colocó los labios sobre los suyos. Él respondió
con un beso prolongado, intensificando la pasión lentamente, deleitándose en su
deseo de entregarse completamente a él a pesar de los riesgos. Ella le acarició el
pecho con las yemas de los dedos mientras movía sus propias manos, una hacia su
pecho, la otra hacia la parte posterior de su cabeza, enhebrando con los dedos el
sedoso cabello.
Él jugueteó con el pezón una vez más hasta que se hizo un pico y lo apretó
suavemente, escuchando el sonido de sus respiraciones aceleradas y suaves
gemidos de placer mientras su propio corazón comenzaba a latir rápido y fuerte
otra vez.
Estiró la pierna un poco para cubrir las de ella, halándolas hacia él para
acercarla. Ella movió la lengua sobre su labio superior, y en respuesta él se
sumergió profundamente para agarrar la de ella y chupársela. Ella gimió y levantó
la mano de su pecho a su mejilla, luego la movió detrás de su cabeza para
sostenerlo con fuerza.
Te amo, Ian...
Tan hermosa...
Ella lo miró intensamente, con la cara enrojecida, los ojos oscurecidos por el
deseo, las cejas fruncidas al sentir la extraña y gloriosa transformación en él. Luego
ella llevó la mano hacia adelante y tocó sus labios con los dedos.
Él los besó, rozó sus labios a lo largo de las yemas, le sostuvo la mirada viva
mientras dibujaba con el dedo anular ligeramente en su boca para chupar
suavemente. Ella inhaló temblorosa cuando comenzó a trazarle pequeños círculos
sobre su pezón con la yema del pulgar, luego lo rozó con los nudillos antes de
ahuecar la suave carne con la palma de su mano.
Ella gimió de nuevo, absorbiendo cada sensación al máximo. La sangre corría
por las venas de él, el corazón se aceleraba ante el sonido de su voz, la visión de su
placer, y de repente, con urgencia, necesitaba estar dentro de ella.
Bajando la mano, tomó la base de su erección, ajustó las caderas para que la
rodilla de ella se levantara un poco, y se empujó entre sus piernas.
Como si sintiera sus pensamientos, ella se lamió los labios, y ya sea por
instinto o por pura excitación, comenzó a acariciarlo moviendo cautelosamente las
caderas contra las suyas, sofocándolo con un calor húmedo y resbaladizo. Él
apretó la mandíbula y gimió bajo en el pecho mientras ella deliberadamente lo
acosaba, en silencio le rogó que entrara. Y luego, con la delicada elevación del
muslo para darle acceso, ella hizo lo que él quería y ansiaba desesperadamente, y
presionó hacia arriba, encontrando el centro de ella, y muy lentamente él se
deslizó dentro de sus dulces y cálidas paredes.
Bajó la mano desde su cabeza hasta su trasero, tirando de ella lo más cerca
posible de él, lo que le permitió marcar el ritmo. Él le acarició el seno, acarició el
pezón, trazó la lengua sobre sus labios, y luego se sumergió profundamente
mientras ella gemía de nuevo en abandono. Sintió que su propia pasión crecía con
cada ligero empujón de sus caderas, cada suave gemido en los oídos, y supo que
en unos momentos ella lo llevaría al límite.
De repente ella apartó la boca de la suya y jadeó. Lo miró a los ojos, sostuvo
su mirada, meció sus caderas más rápido.
–Ian…
Ella gimió, abrió más los ojos, apretó los músculos de su pecho.
–Ian…
Y con eso ella gritó de placer, aferrándose a él, mirándolo a los ojos.
Él explotó dentro, cerrando los ojos con fuerza, gimiendo a través de cada ola
de éxtasis, abrazándola con fuerza mientras la empujaba una y otra vez con total
abandono. Su aliento se mezcló con el de ella, los gemidos de su garganta
coincidían con los de ella, y se aferraron entre sí por cada vaivén de sus caderas,
con cada movimiento de piernas y manos, cada roce de labios y yemas de los
dedos, hasta que sus cuerpos, juntos, se quedaron quietos.
Ian permitió que el latido del corazón se desacelerara, luego envolvió los
brazos alrededor de ella y jaló su cabeza hacia la curva de su propio cuello, girando
lo suficiente para que estuvieran cómodos pero no lo suficiente como para escapar
de ella. Luego, apoyando la cabeza en la de ella, le tomó la palma de la mano y le
acarició la mejilla, escuchando el suave sonido de su respiración hasta que el
sueño se apoderó de él.
Abrió los ojos, parpadeó rápidamente y luego recordó todo mientras miraba la
hermosa cara de Viola iluminada por la luz de la lámpara.
Se sentó y se pasó una mano por la cara. –No tienes que irte.
Lanzándole una sonrisa irónica, ella tomó sus guantes y su bolso en la mesita
de noche. –Por supuesto que me tengo que ir. Debería haberme ido hace horas.
–No –replicó –deberías estar en esta cama y lista para otra ronda de sexo.
Ella se mordió el labio inferior con vacilación y luego murmuró. –No puedo.
Lanzando las mantas a un lado, balanceó las piernas sobre el borde y se puso
de pie para mirarla.
–Sí, fue maravilloso –acordó roncamente –y seguro que será maravilloso la
próxima vez. Te necesito, Viola.
Él puso las manos en las caderas, exhaló un aliento rápido. –¿Por qué estás tan
despreocupada sobre lo que sucedió anoche?
Gruñendo, él se frotó los ojos con las yemas de los dedos. –Entonces te traeré
de vuelta esta noche.
Ella soltó una suave risa mientras se ponía los guantes. –Eso no es práctico. No
soy tu amante a quien ordenar, Ian, y no puedo entrar aquí a tu antojo noche tras
noche. Incluso si no tuviera otros compromisos, piensa en el problema, en los
inconvenientes para ambos, sin mencionar el escándalo que podría crear para mí
en caso de que nos descubrieran, o algo peor.
O algo peor. Él sabía lo que ella quería decir. Embarazarla otra vez, aun
cuando todavía se negara a reconocer a su hijo como de él.
–¿Viola?
–¿Supones?
De repente se sintió ridículo, de pie desnudo ante ella, dándose cuenta de que
no era la manera más romántica de pedir la mano de una dama, ni el momento
más adecuado, y sin embargo, le parecía que todavía debería estar contenta. –
Seríamos una buena pareja –respondió con decisión.
Sin volver a mirarlo, ella enderezó los hombros, levantó un poco la barbilla y
salió majestuosamente de su dormitorio.
Capítulo 22
Cierro este diario omitiendo el secreto más grave que él susurró en su delirio.
No puedo mencionar lo que sé, porque si alguien descubriera la verdad detrás de
su secreto familiar, seguramente sería su ruina. Lo amo demasiado para
arriesgarme a revelar todo...
Él sonrió, aunque se negó a abrir los ojos que se sentían como plomo. –No
quiero té. Quiero un baño y una noche de sueño.
–Oh, por el amor de Dios.
–Siéntate, Ivy.
Ella resopló y se movió hacia él. –¿Por qué estás tan enojado?
–Ridículo –respondió ella, inclinándose para besar su mejilla. –Yo soy la que
casi no duerme nada. Puedes quejarte cuando tengas un bebé recién nacido en la
habitación. Y sí –añadió mientras retrocedía y se sentaba con gracia cultivada hacia
la silla frente a su relajado cuerpo –necesitas un baño.
Ella ladeó un poco la cabeza, poniéndose seria. –Te ves cansado. No estás
durmiendo bien, ¿verdad?
Irritado, se sentó y cruzó una pierna sobre la otra, luego pasó los dedos con
fuerza por el cabello. –Tienes que preocuparte por ti misma. ¿Cómo estás, por
cierto?
Ella ondeó una mano en el aire. –Estoy bien. Rye es un esposo cariñoso, en
realidad, así que estoy como nueva, y el bebé es perfecto.
Con sincero alivio, le ofreció una sonrisa genuina. –Estoy contento. Te ves
feliz.
–Pero no me pediste que viniera con urgencia a Rye para decirme eso –dijo
arrastrando las palabras.
Ella lo miró con franqueza. –Hay algo acerca de tu recuperación que nunca te
dije, pero lo voy a hacer ahora porque... ha salido a la luz nueva información y creo
que es importante.
Ella hizo una pausa por un momento y luego murmuró. –Durante esas
primeras horas después de que fuiste rescatado, cuando estaba al lado de tu cama
y estabas delirando y tan cerca de la muerte, te cuidé y te sostuve la mano, e
intenté alimentarte con caldo. ¿Te acuerdas?
–En ese momento –continuó –no sabía qué pensar de nada de lo que me
dijiste cuando eras incoherente, la mayoría era ahogado y confuso. Sólo quería
mantenerte con vida, ayudarte a ganar fuerza y cuidarte, hasta que recuperaras la
salud. Pensé que tal vez llamabas a Viola Bennington–Jones, pero eso no tenía
sentido para mí porque ella participó en tu secuestro...
–Ella no –respondió. –Sus hermanas lo hicieron.
Ivy inclinó la cabeza hacia un lado, una fracción, mirándolo con curiosidad. –Ya
veo. Bueno, entonces quizás todo esto tenga sentido.
Ella giró nerviosamente su anillo de bodas y luego suspiró. –Sé que te mudaste
de Stamford a Tarrington Square por la temporada porque Lady Cheshire había
salido del luto.
Ian sintió como si ella le hubiese sacado el aliento con esa revelación. Su
hermana nunca había sido alguien que interfiriera en sus aventuras, las pocas que
había tenido desde su secuestro, y siempre había sido bastante silenciosa con
respecto a su decisión, hasta ahora, de permanecer soltero. Así que este
asombroso reconocimiento de su parte lo dejó preguntándose si debería pedirle
que se explicara a sí misma o que se ocupara de sus propios asuntos. La curiosidad
ganó.
–¿Lo hiciste?
–Me preocupas tú, Ian. –Se dejó caer un poco en su corsé. –¿Pensabas
cortejarla o arruinarla?
Con los nervios encendidos, Ian salió disparado del sofá. No tenía idea de por
qué Ivy estaba involucrada ahora, pero la mención de su pasado, la mazmorra, y el
conocimiento de que su hermana sabía algo acerca de sus intenciones hacia Viola
y la intimidad entre ellos le hizo sentir ganas de saltar de su piel. Y la falta de
control en el asunto lo enfurecía.
Caminó rígidamente hacia la ventana, apoyó las palmas de las manos sobre el
panel y miró hacia el césped recién cortado que se extendía debajo. Su sobrino,
James, que ahora tiene casi cuatro años, estaba de pie con su padre y dos lacayos
mientras Rye daba una conferencia, con cierto disgusto en su rostro, sobre la
sofisticación de usar adecuadamente una brida. O algo así. De repente, el niño
rompió a llorar, y unos segundos más tarde, Rye lo levantó en los brazos y lo puso
sobre sus hombros. Fue suficiente entrenamiento para el día, aparentemente,
mientras el marqués despedía a los lacayos con un gesto de la mano. Luego,
cuando su hijo se enjugó las lágrimas y lo abrazó con la mejilla sobre la cabeza de
su padre, los dos se dirigieron hacia la casa, Rye hablándole y consolándolo, hasta
que pasaron por debajo de la ventana y se perdieron de vista.
Suspirando, ella respondió. –No estoy segura de tus intenciones hacia Lady
Cheshire, y ciertamente no es de mi incumbencia…
–Cierto.
Ella lo miró como lo hacía a menudo, su expresión era firme, como si estuviera
lista para regañar. Él casi sonrió. Gracias a Dios por Ivy en su vida.
Ella le ofreció una sonrisa orgullosa. –Porque, querido hermano, contacté a las
buenas modistas en Londres y envié consultas. Es un vestido único, muy bonito, y
si fuera mío, me gustaría que me lo devolvieran.
Ella se burló. –Por supuesto que no. Me limité a decir que había visto el
vestido en una fiesta, que no recordaba quién lo había llevado puesto y, como
estaba considerando comprar uno hecho de manera similar y por una modista tan
buena, quería hablar con la dama que poseía ese.
Ian exhaló un largo suspiro y se pasó una mano por la cara cansada, luego se
puso de pie y regresó al sofá para sentarse de nuevo. Apoyándose contra el cojín,
miró a su hermana con aire de suficiencia. –No me digas que me trajiste aquí
simplemente para darme el vestido para devolvérselo.
–No –dijo en voz baja, su expresión se puso seria de nuevo. –Pero al saber
quién era la dueña, comencé a comprender más de lo que te sucedió hace tantos
años, y empecé a preocuparme por ti y por tus intenciones hacia Lady Cheshire.
Fue entonces cuando recordé algo encontrado en el calabozo cuando Rye lo selló.
Él asintió con la cabeza hacia los libros en su regazo. –¿Ésos?
Ella los miró. –Éstos han estado en un baúl en mi ático por cuatro años, Ian.
Cuando los descubrimos mucho después de tu rescate, solamente pudimos
adivinar su significado, y decidimos que era mejor no exponer a nadie, o
devolverlos a su dueña. Acababa de perder a su marido, y su hijo, ahora el Barón
Cheshire, merecía una vida libre del horrible pasado de su familia. Tampoco
estábamos seguros de que si se los devolvíamos a ella, no los usaría contra ti de
alguna manera inimaginable. Pero, como verás, simplemente no podríamos
destruirlos.
–Antes de que veas esto, ten en cuenta que nunca quisimos ocultarte nada.
No era cuestión de protegerte, ni siquiera a ella, era dejar el pasado. Y nadie ha
visto estos libros, pero Rye y yo...
Ella los empujó hacia delante, hacia su mano que esperaba, luego se levantó.
–Te dejaré solo para examinarlos. Cuando estés listo, haré que Mason te
prepare un baño y te envíe a una comida a tu habitación habitual. –Le dedicó una
última sonrisa llena de amor y preocupación, y añadió. –Sospecho que querrás irte
para la ciudad al amanecer.
Durante varios largos momentos Ian miró los dos libros, dándose cuenta de
que las manos le temblaban ligeramente mientras los separaba para estudiarlos
individualmente. Uno era una agenda o diario de algún tipo, y el otro un cuaderno
de bocetos, el cual eligió abrir primero.
Se quedó sin aliento cuando vio el primer boceto, creado por la talentosa
mano de Viola, y reconoció la casa solariega de Winter Garden que Rye tenía
ahora, debajo de la cual había estado cautivo durante cinco largas semanas. Era un
dibujo inofensivo de la parte exterior del edificio y, sin embargo, envió una
instantánea sacudida de temor a través de su cuerpo.
Comenzó a hojear las páginas, cada una más gráfica que la anterior, hasta que
llegó al primero de ellos juntos... Viola y él, abrazados en el catre.
Era el dibujo más erótico que había visto en su vida, y era de Viola y él
haciendo el amor. Lo sabía ahora porque lo había recordado hace unos días
cuando ella yacía en sus brazos en la cama. Había percibido la familiaridad, los dos
juntos, abrazados, tocándose, acariciándose y permaneciendo unidos, uno al lado
del otro, como amantes que aún no estaban listos para separarse. No es una
relación rápida y sin pasión, sino significativa. Y la habían compartido hace años,
como lo habían hecho recientemente.
Está tan oscuro dentro, tan frío y, en sus sueños, llora. Aunque desearía
poder, no puedo ayudarlo...
Ian sintió que se le secaba la boca, el corazón comenzó a latirle con fuerza.
Pasó la página y leyó más.
Le hablé por fin, le susurré palabras de confort para tratar de suavizar su ceño
fruncido. Primero me llamó Ivy, luego, abrió los ojos cuando se dio cuenta que una
extraña estaba sentada junto a él... Hoy puse una vela detrás de mí, para que no
me pudiera ver el rostro dentro de la capa. Él preguntó mi nombre, pero no me
atrevía a hablar. Está asustado y su pena es tan intensa...
Hoy robé la llave de la mazmorra y fui con él poco después de que ella lo
drogó. Finalmente, pude cuidarlo a él y de sus necesidades sin que él lo supiera...
Me rogó que no lo dejara... arriesgué todo y fui hacia él, acostándome en el catre
con él para prestarle mi calor...
–Jesús..., –susurró. Todo su cuerpo temblaba ahora, sentía frío por dentro.
Empezó a hojear las páginas más rápido, procesando la verdad lo más rápido que
pudo, tratando de ubicar la información, envolverla en su propio recuerdo velado.
Traté de bañarlo hoy, mientras dormía por las drogas. Es tan masculino, tan
apuesto, pero está comenzando a perder la fuerza. Quiero ayudarlo, pero ellas me
mantendrán alejada de él si hago algo más. Él me necesita, pero estoy tan
asustada...
…Temo por él cuando está solo. La mayor parte del tiempo estoy allí
solamente para escucharlo hablar…
…me pregunto qué pasaría con mi vida si lo ayudo a escapar. Mi futuro luce
tan sombrío como el suyo…
…me necesitaba, me rogaba y no pude resistir el deseo de estar con él. Nunca
había sentido algo tan intenso y maravilloso y, sin duda, jamás lo sentiré otra vez...
Hoy fue el fin de mi inocencia, en todos los sentidos. Fue un fin que él buscó,
pero al cual yo me rendí, con compasión y deseo y amor en mi corazón, y ahora
que acabó, no tengo arrepentimientos, sólo recuerdos que durarán toda la vida...
Él está afligido y debo hacer todo lo que pueda para sacarlo de ahí... Aguanta,
Ian. La ayuda viene en camino. Por favor, mi hombre valiente, aguanta...
Estoy muy asustada, por ambos. Tengo tres semanas de retraso en mi mes, y
ahora temo estar esperando su hijo.
–Viola... –susurró, tocando las palabras con las yemas de los dedos como si
fueran parte de ella.
Había vuelto de Rye con los libros y el vestido de Viola, con la intención de
usarlos como excusa para verla si lo necesitaba, pero al llegar a Tarrington Square
dos noches atrás, había recibido su invitación. Había terminado un segundo
retrato, el que estaban a punto de ver en una deslumbrante exhibición que había
planeado, y ahora tenía su propia exposición y usaría esta noche para revelarlo.
Era hora de la verdad, de que se tomaran decisiones, y para él, la primera
comenzaría con su hijo.
–Me gustaría hablar con Lord Cheshire a solas –dijo, quedándose de pie junto
al columpio. –Lo llevaré a la casa conmigo en unos minutos.
Sonriendo, Ian juntó las manos detrás de la chaqueta formal. –¿Cómo puedes
adivinar?
John Henry soltó una risita. –Mamá dice que vas a quedar sopendido.
–Tengo algo que preguntarle, Lord Cheshire –dijo muy formalmente. –Y debe
mantener esto en secreto entre caballeros. ¿Cree que pueda hacer eso?
John Henry de repente se dio vuelta en su columpio, luego se puso de pie y
saltó sobre el asiento de madera para mirarlo.
–Tupongo.
Ian aclaró la garganta y bajó la voz. –Me preguntaba si te gustaría venir a vivir
conmigo en el campo por un tiempo. Tengo una gran casa y muchos caballos para
montar. Incluso tengo un sobrino de tu edad que probablemente sabe mucho
sobre columpios y juguetes y escalar árboles en el exterior. Estoy seguro de que le
gustaría conocerte.
John Henry volteó de nuevo, luego saltó hacia atrás y cayó sobre su trasero en
la tierra. Ian extendió la mano y le ofreció su mano.
–Ah.
John Henry se frotó la espalda, luego se inclinó sobre su cabeza otra vez para
mirar al mundo al revés.
Sin avisar, John Henry extendió la mano para tomar la mano de Ian, luego
saltó a su lado mientras vagaban por el jardín hacia la casa.
Viola se dirigió al salón para tomar nota de los arreglos de la noche y
asegurarse de que todo estuviera en orden. Ahora, cerca de las seis, tenía poco
más de una hora antes de que los invitados comenzaran a llegar para el evento. La
reunión sería pequeña, con solo doce personas más o menos, pero quería que
fuera una noche inolvidable, especialmente para Ian. Eso es lo que la aterrorizaba.
Para esta noche, sin embargo, haría todo lo posible por seducirlo como lo
haría cualquier mujer inteligente cuando quiere la atención del hombre que ama.
Se había decidido por el mismo vestido escarlata que había llevado a la fiesta de
Lady Tenby la noche en que lo había visto otra vez, esta vez añadiendo pendientes
de rubíes y un collar de lágrima de rubí para llamar su atención sobre sus pechos
alzados, tan obvio como sea posible por su corsé bien dibujado. Con el pelo
recogido en rizos, decidió usar el más mínimo rastro de colorete en sus mejillas y
kohl en sus párpados para realzar su color a la luz de las velas. Al final, parecía
sofisticada, confiada y radiante. Sólo esperaba que él se diera cuenta.
El día había estado bastante cálido para finales de agosto, así que caminó
hacia las amplias puertas francesas hacia el oeste y las abrió, entrando en el patio
para tomar un poco de aire fresco. Aunque todavía no estaba oscuro, el sol se
había puesto detrás de los árboles, y las luces de la ciudad habían empezado a
brillar. Se paró en la barandilla y cerró los ojos.
–¿Viola?
Ella parpadeó, sintiendo una oleada de calor llenar sus mejillas cuando se dio
cuenta de que se había quedado mirando. Con una rápida reverencia, murmuró, –
Perdón, su gracia, pero... ¿cuándo llegó? ¿Por qué no lo anunciaron?
Ella sonrió, juntando las manos cubiertas de encaje frente a ella cuando se
volvió para mirarlo. –No es un desnudo, Lord Chatwin, puede estar seguro. Pero
modifiqué el fondo, ya que parece tener problemas con los contrastes de color y
los matices.
–Ya no.
Con una vaga sonrisa, respondió. –Ahora me doy cuenta de lo innecesario que
era preocuparse de que otro caballero pudiera robarte el corazón.
Acercándose más a ella, miró hacia el rubí que colgaba entre su pecho
levantado, luego lo alcanzó, acunándolo entre los dedos mientras miraba el
intrincado corte en forma de diamante de la piedra.
Suavemente, pensativo, dijo –Una gema sin pulir es solamente otra roca.
Bruscamente, dejó caer el rubí. –Quiero contarte algo sobre mí, Viola. Algo
que nunca le he contado a nadie.
Se metió las manos en los bolsillos del abrigo de noche y dirigió su atención al
jardín de nuevo, mirando a través de los árboles hacia el parque de la ciudad más
allá, absorto en sus pensamientos.
–Ian…
Ella comenzó a temblar. Las lágrimas llenaron sus ojos y apartó la mirada de
él, abrazándose con los brazos cerrados sobre su estómago.
Él dio un paso más cerca, sus piernas presionaban los pliegues de su falda, la
yema del pulgar acariciaba sus labios.
–Eras tan joven –susurró con fervor –tan valiente, y debes haber estado tan
asustada. Y, sin embargo, te entregaste a mí cuando te necesitaba, aceptando los
riesgos, ofreciéndome una última esperanza de pasión y consuelo. –Él inhaló con
un suspiro tembloroso, luego tomó su mentón e inclinó su cabeza hacia arriba.
Dejó caer suaves besos sobre sus pestañas mojadas, sus mejillas, y finalmente sus
labios antes de echarse hacia atrás otra vez y descansar su frente contra la de ella.
–Me amabas, Viola –dijo en un soplo de anhelo –y necesitaba ese amor para
salvarme. Y cuando te diste cuenta de que llevabas a mi hijo bastardo, hiciste lo
único que pudiste y te casaste con un hombre que te ofreció criarlo a cambio de
dibujos y pinturas que podría vender. Es por eso que estabas tan ansiosa por
casarte después de que te dejé en la cabaña, temerosa de que te hubiera dejado
llevar de nuevo sin esperanza de un futuro conmigo.
–Ian...
–Y sé –admitió al fin –que es por eso que nunca podrías decirme que tu
hermoso hijo es mío. El amor de una madre es inherentemente protector, y las
heridas causadas por tal revelación son demasiado grandes. Aprendiste mucho de
mí. Pero incluso si todos lo conocen como el Barón Cheshire, tú y yo siempre
sabremos y guardaremos el secreto de que fue concebido del amor y es mi hijo.
Ella se llevó una mano a los labios y cerró los ojos mientras las lágrimas
comenzaban a rodar por sus mejillas.
–Lamento mucho haberte lastimado, cariño –dijo, con voz llena de emoción ya
no controlada. –Pero me doy cuenta de que ahora una disculpa por todo lo que te
he hecho nunca será suficiente. Necesito pedir perdón en su lugar.
Era un retrato de él, muy bien hecho. Sentado en un taburete, pero en lugar
de un atuendo de noche, llevaba un delantal de panadero. En las dos manos
levantadas, sostenía dos pasteles humeantes, mientras que en el rostro, lucía la
sonrisa más ridícula y tonta que dejaba al descubierto dos hileras de dientes
grandes y relucientes.
Ruborizado con su propia vergüenza, Ian volvió su mirada hacia Viola, que se
acurrucaba junto a Lady Tenby y su hija Isabella.
Eso provocó otro rugido de risitas del grupo, y con eso, Ian decidió que amaba
el sonido de su risa sincera y alegre casi tanto como la amaba a ella.
En dos pasos estuvo sobre ella. Antes de que se diera cuenta de su intención,
él la tomó de la cabeza y hundió los dedos en su pelo, tirándola con fuerza hacia él
y besándola en la boca.
Los ojos de Viola brillaban divertidos. –Tal vez, su gracia, prefiero vender esta
obra maestra...
Él la interrumpió con otro toque dulce de sus labios en los de ella. Al diablo el
escándalo.
Ian miró el retrato frente a él. El retrato real que ella había completado y
revelado a todos sus invitados después del chiste que había jugado tan bien hacía
horas. Éste, en comparación, se colgaría con orgullo en su casa, junto a uno que
ella misma pintaría como la duquesa de Chatwin y sus hijos. Había tomado el
original que él había rechazado obstinadamente y había cambiado el fondo, de
modo que ahora estaba digno ante la ventana de su salón verde, frente al vívido
bosque de jardín. Se había superado a sí misma, y el resultado final resultó
magnífico.
Ella sonrió y tomó su mano. –No podría casarme contigo por lástima o lujuria,
Ian. Pero me casaré contigo por amor. Sólo desearía poder comenzar desde el
principio, hacer todo de nuevo. Ojalá no hubiéramos perdido cinco años.
Él la atrajo hacia sí, envolviendo su cintura con un brazo y tomando su mentón
para sostener su mirada.
–El dolor nos hizo más fuertes, nos enseñó mucho –respondió. –Y si podemos
amarnos uno al otro a través de todo lo que hemos compartido, podemos
amarnos a través de cualquier cosa. Nunca he tenido más esperanzas en el futuro.