Jujeñas Expulsadas Por Espías, Un Episodio de 1814 - Irene Ballatore

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JUJEÑAS DE 1814 EXPULSADAS POR ESPIAS

Por la Prof. Irene Ballatore

La historiografía tradicional de nuestro país que relató los sucesos de la Guerra

de la Independencia poco a nada ha tenido en cuenta el papel de las mujeres.

Aunque cumplieron un rol significativo acompañando a los hombres en las

largas y peligrosas campañas militares, haciendo una inteligencia que fue

crucial para el desenvolvimiento de la llamada “Guerra Gaucha”, ganando

adeptos a la causa revolucionaria, aportando recursos al sostenimiento de los

ejércitos o atendiendo a los heridos, ellas son prácticamente invisibles en las

crónicas de aquellos hechos o han sido reducidas a mera escenografía

romántica de la Historia.

Un episodio que muestra en toda su gran magnitud la implicancia del papel que

cumplieron estas patriotas fue la expulsión de mujeres jujeñas acusadas de

espionaje por los realistas, que ocurrió en junio del año 1814 y del que dan

cuenta numerosos documentos del Archivo Capitular de Jujuy y

comunicaciones de la época.

Es necesario tener en cuenta que en 1814 la suerte de la Independencia

nacional se asomaba nuevamente a un abismo. En marzo regresaba al trono

de sus mayores el rey Fernando VII, tras el largo cautiverio que le había

impuesto Napoleón Bonaparte. Pero lejos de adherir a las ideas liberales que

durante su ausencia habían florecido incluso en la conservadora España, el

monarca abrazó con fervor el absolutismo y se propuso recuperar los reinos


americanos, aplastando sin piedad los movimientos insurgentes que se habían

alzado contra el dominio colonial al producirse el vacío de poder.

En la época que nos ocupa, el panorama era catastrófico en las Provincias

Unidas del Río de la Plata. Como consecuencia de las derrotas del general

Manuel Belgrano en Vilcapugio y Ayohúma, acaecidas en octubre y noviembre

de 1813, el ejército independentista había quedado reducido a menos de 500

hombres; 200 habían muerto en el campo de batalla, 200 fueron heridos y 500

tomados prisioneros. Además, se había perdido casi todo el parque y la

artillería. Los patriotas debieron retroceder hasta Tucumán, quedando los

territorios de Jujuy y Salta nuevamente en manos de las fuerzas realistas.

Dirigidas por el general Joaquín de la Pezuela, un soberbio y cruel militar de

carrera nacido en España, las huestes del Rey tenían planificado seguir hacia

el sur, destrozar lo poco que había quedado del ejército de las Provincias

Unidas, no dejando que se recupere de su “pavor y destrozo”, dirigirse hacia

Buenos Aires y en combinación con la resistencia de Montevideo, ahogar la

insurgencia en su propio nido.

Como consecuencia de la nueva invasión, en Jujuy se producía el Segundo

Éxodo, emigración esta vez espontánea, no organizada, que reeditó los

padecimientos sufridos por el pueblo jujeño en agosto de 1812. Pero no todos

se habían marchado. Desafiando grandes peligros, quedaron mujeres que se

dedicaban al espionaje y a seducir a los soldados realistas, incitándolos a

desertar y pasarse a las filas patriotas. Y en esa misión, ellas no sólo se

expusieron a los crímenes más horrendos sino también al hambre pues el

abandono de los campos a causa de la guerra provocaba la escasez de pan,

carne y otros alimentos.


El orgulloso Pezuela –que ocupaba Jujuy con el grueso de su ejército en mayo

de 1814- pronto descubrió que arrollar los restos de las fuerzas patriotas no iba

a ser tan fácil como creía. El coronel José de San Martín, designado por el

Gobierno de Buenos Aires en reemplazo de Manuel Belgrano, encomendó al

teniente coronel Martín Miguel de Güemes la dirección de una nueva técnica de

lucha que, basándose en el profundo conocimiento del accidentado y espeso

territorio, descargaba rápidos y sorpresivos ataques, impidiendo al enemigo

surtirse de alimentos y caballada, causándole además grandes bajas sin dar

batalla.

Las ciudades de Jujuy y Salta estaban ocupadas pero los realistas, acosados

día y noche por las partidas de gauchos que demostraban conocer al detalle

los movimientos y las órdenes del ejército de Pezuela, se encontraban –en

realidad- virtualmente sitiados y en una situación que se agravaba de un

momento a otro debido al hambre.

En un oficio al virrey del Perú fechado en Jujuy el 26 de julio de 1814 y

hablando de la guerra “lenta y fatigosa” que le hacen los gauchos, el general

Pezuela reconocía que:

“…a todas estas ventajas que nos hacen los enemigos, se agrega otra no

menos perjudicial que es la de ser avisados por horas de nuestros movimientos

y proyectos por medio de los habitantes de estas estancias y principalmente de

las mujeres relacionadas con los vecinos de aquí [Jujuy] y de Salta que se

hallan con ellos, siendo cada una de éstas una espía vigilante y puntual para

transmitir las ocurrencias más diminutas de este ejército”. (Güemes, Luis:

“Güemes Documentado”, tomo II, pag.222).


En su Memoria Militar, Pezuela vuelve a ocuparse de las mujeres:

“En la posición que el Ejército ocupaba de Jujuy a Salta sufría una continua

seducción de los habitantes de ambas ciudades, especialmente en las mujeres

(que era lo único que había quedado, pues los hombres raro era el que se

veía). Belgrano que siempre maquinaba órdenes y cautelas, había arrancado y

llevado a Tucumán y otros puntos interiores todas las familias que se conocían

adictas al Rey, y había dejado las mujeres y familias de los que servían en su

Ejercito; de manera que tenía otras tantas espías como vivientes, que no solo

le deben a su sucesor Rondeau las noticias más menudas de mis movimientos

y fuerza, sino que hasta se presentaban las mujeres a mis oficiales y tropas

con tal que consiguiesen seducirlos de que resultó muchas deserciones

principalmente de los soldados prisioneros que habían tomado voluntariamente

partido con el Ejercito del Rey. Por el contrario nada sabía yo de los enemigos

que permanecían en el Tucumán con su Quartel General ni aun de las

avanzadas que tenía hasta el río del Pasage…”. (Bidondo, Emilio: “General

Juan Guillermo de Marquiegui. Un personaje americano al servicio de España”,

pag. 50).

El historiador español Mariano Torrente, quien por encargo del rey Fernando

VII escribió “Historia de la Revolución Hispanoamericana” –obra publicada en

1829-, también habla del rol de las mujeres patriotas, a las que acusa incluso

de prostituirse por la causa independentista, justificando los destierros que

ordenó Pezuela:
“Se presentó en este tiempo a pervertir la opinión de los pueblos un nuevo

enemigo sumamente peligroso, cual era la intriga agitada por las mujeres y

familias de los que habían seguido las banderas de Belgrano, por medio de las

cuales tenía este caudillo exacto conocimiento de todas las operaciones de sus

contrarios no limitándose a esto solo su maléfico influjo sino extendiéndolo

hasta el extremo de prostituirse a los oficiales y soldados que abandonasen las

filas de los realistas o que les comunicasen avisos de interés: fue preciso por

lo tanto trasladarlas a los pueblos de retaguardia para que fuese menos activa

su venenosa seducción”. El jefe realista, hombre de carácter rudo y colérico,

como describe Bernardo Frías en su “Historia del General Güemes y de la

Provincia de Salta o sea de la Independencia Argentina”, tomó la decisión de

poner fin a las intrigas y al espionaje de las mujeres, ordenando su destierro a

Tarija. Así lo dice en el ya citado oficio del 26 de julio de 1814 al virrey José

Fernando de Abascal:

“En medio de esta guerra sorda mandé que los cabildos constitucionales

formasen una lista de todas las personas de ambos sexos que por su pasada

conducta fuese peligroso conservar entre nosotros para internarlas a algunos

pueblos a la espalda del ejército…”.

La orden de Pezuela, dada el 8 de junio de 1814, fue tratada dos días después

por el Cabildo realista de Jujuy, integrado por Tomás Games Fernández, Pedro

Antonio de Olañeta, Alexandro Torres, José Diego Ramos, Julián Gregorio de

Zegada, y Juan Antonio Rodrigo. En el acta correspondiente, reproducida en el

tomo II del “Archivo Capitular de Jujuy”, se indica que la expulsión de las

mujeres tiene por objeto:


… “evitar la correspondencia que se le ha informado que hay de esta ciudad a

la parte de los enemigos…”.

A juzgar por el contenido de esta acta del 10 de junio, la medida de Pezuela

causó gran intranquilidad entre los miembros del Cabildo realista, al punto que

pidieron al general del Rey morigerar el castigo haciendo emigrar las mujeres

hasta Huacalera en vez de Tarija. Como gesto de buena voluntad, solicitaron

autorización y la obtuvieron para el envío de un comisionado de paz al cuartel

general de Tucumán, donde estaba estacionado el ejército revolucionario, con

el objeto de pactar el fin de “esta guerra desoladora”. Evidentemente temerosos

del costo político que les depararía el destierro de las patriotas pero en la

necesidad de obedecer al jefe español, dicen en el acta:

“…viendo este ayuntamiento cuanto puede perjudicar a la pacificación general

del reino esta determinación, por el diverso colorido que a la distancia se le

haría y también por evitar en todo lo posible los padecimientos que esta

traslación seguramente acarrearía por el estado de pobreza a que se ve

reducido este pueblo, y por la absoluta escasez de cabalgaduras, mandó a los

señores, su presidente, al defensor de menores y síndico procurador general

de la ciudad para que representando esto mismo solicitasen la venia del señor

gobernador para que este ayuntamiento remitiese a la ciudad de Tucumán al

defensor de Menores con diputación a fin de terminar esta guerra desoladora; y

habiendo vuelto con la respuesta de que tenía su franco permiso para disponer

todo lo que fuese en beneficio de estos pueblos a quienes amaba como a

hermanos, y a quienes deseaba dar los convencimientos más fuertes de que el

gobierno español sería generoso aún con los que más dificultad encontraban

en creerlo, se resolvió por orden del señor General que se verificase la salida
de las familias hasta Huacalera y que cuando quisiera el Cabildo despachase al

diputado: en esta virtud resuelve este ayuntamiento que para mañana 11 a las

8 del día salga el defensor de Menores con las credenciales e instrucciones

necesarias, con dirección al general de las tropas del Tucumán, a su cabildo, y

a todos los emigrados de los demás pueblos que se hallen allí reunidos, y

habiendo aceptado el defensor de Menores esta comisión, se concluyó este

acuerdo”.

En otro gesto que buscaba poner paños fríos, los miembros del Cabildo realista

resolvieron también que:

…”el señor Regidor Fiel ejecutor fuese en compañía de las familias hasta aquel

punto de Huacalera”. (Archivo Capitular de Jujuy, tomo II, pag. 254).

El Éxodo de las Mujeres debió haber sido muy penoso por los fríos, vientos y

heladas de la época invernal en la Quebrada. Los más de cien kilómetros que

separan al pueblo de Jujuy de Huacalera se hicieron a pie, dada la escasez de

cabalgaduras, y en medio de toda clase de privaciones debido a la pobreza de

las familias obligadas a emigrar y el hambre reinante.

Otras actas del Cabildo realista dan cuenta que el destierro de las mujeres

patriotas generó un problema político, sobre el que tanto los miembros del

ayuntamiento como el propio Pezuela, enredados, tuvieron que dar más de una

explicación.

Por lo pronto, el general del Rey no estaba conforme con lo actuado en esta

cuestión y pidió que se le mandara la lista de las expulsadas. En el oficio del 26

de julio de 1814 al virrey del Perú, Pezuela asegura que muchas mujeres
condenadas al destierro lograron evadir la orden y culpaba a los miembros del

ayuntamiento:

“…conozco que sus individuos, ya sea por ocultamente más adictos al

enemigo, o por indiscretamente compasivos, han desempeñado mal la

confianza, exceptuando a muchas, que según noticias privadas que tengo

debieran haber salido; subsistiendo por esta causa la perniciosa

comunicación”. (Güemes, Luis: “Güemes Documentado”, tomo II, pag.222).

La polémica en torno a la expulsión siguió hasta pocos días antes que las

tropas realistas tuvieran que dejar precipitadamente el territorio de Jujuy, al

conocerse que Montevideo había caído en manos de los revolucionarios y con

ello el plan de apoderarse de Buenos Aires con una invasión desde el norte.

Los cabildantes se reunieron otra vez para tratar el asunto el 15 de julio de

1814, sesión en la que se aclaró que:

“… este ayuntamiento no había tenido otra intervención en el asunto que

nombrar un regidor para evitarles [a las mujeres] algún vejamen o para

proporcionarles algún auxilio a las familias que se mandaban salir por el

General sin réplica ni excusa como se hizo entender en el acto de manifestar la

orden; que el nombrar al Regidor que las había de acompañar al punto de

Huacalera que es el único punto que se dejó a la resolución del Cabildo…”.

(Archivo Capitular de Jujuy, Tomo II, pag. 253).

Pezuela, con sangrientas insurrecciones en el Alto Perú a sus espaldas, la

caída de Montevideo en manos de los patriotas, la escasez de alimentos para


la tropa y de forrajes para los animales, la falta de refuerzos solicitados al virrey

Abascal y el feroz hostigamiento de los gauchos, decidió la retirada hacia el

norte, dejando territorio jujeño el 3 de agosto de 1814, tras una campaña de

siete meses que terminaba con su derrota sin haber librado ni una sola batalla.

En correspondencia al general José Rondeau, datada en Jujuy el 16 de agosto

de 1814, Güemes daba cuenta de la vergonzosa retirada de las tropas del Rey

y daba noticia de las mujeres desterradas en Huacalera:

“Por parte que acabo de recibir del teniente comandante de la partida

avanzada, me hallo informado que el enemigo presurosamente se retira hacia

el interior, dejando en su tránsito tiendas de campaña y otros útiles que no

pueden llevar por la falta de cabalgaduras que experimentan.

Consecuentemente a esto he mandado una partida de caballería compuesta de

70 hombres que los persigan y hostilicen en su retirada. Ellos huyen

precipitadamente; han saqueado a las familias que llevaron de Salta y de Jujuy;

las han abandonado en Humahuaca, de donde cuatro días hace salió parte del

ejército que allí estaba; y sólo ha quedado un corto piquete como de

espectador. Yo no he podido adelantar mis tropas y dar alcance a aquellos

cobardes por la falta de cabalgaduras propias para las sierras a pesar de los

mayores esfuerzos y activas providencias que he tomado al efecto”. (Güemes

Documentado, Tomo II, pág. 173).

De este modo, terminaba la tercera invasión realista que ostentosamente se

había lanzado desde el Virreinato del Perú con intenciones de ahogar el

movimiento revolucionario en la misma Buenos Aires. Varios factores habían


influido en el desenlace, pero es indudable que la participación de los pueblos

había sido un elemento crucial. La preocupación de Pezuela por las

conspiraciones de las mujeres patriotas no deja dudas acerca de ello y en

particular, el “Éxodo de las Mujeres” de 1814 llama la atención sobre

protagonismos extraordinarios que es preciso sacar de un injusto olvido.

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