Biografías Normalizadas Discapacidad Dispositivo
Biografías Normalizadas Discapacidad Dispositivo
Biografías Normalizadas Discapacidad Dispositivo
PID 5106
AUTORES2: Facultad de Trabajo Social. Universidad Nacional de Entre Ríos. Almirante Brown Nº 54 - Paraná CP
E3102FMB - Entre Ríos - Argentina (Paraná, Entre Ríos, Argentina).
CONTACTO: [email protected] - [email protected]
Resumen
Esta comunicación recupera aspectos del PID 5016 «Discapacidad e ideología de la normalidad en clave
biográfico Narrativa», desarrollado entre los años 2015 y 2018 en la Facultad de Trabajo Social de la
UNER. Con este proyecto, cuarto en una línea de producción, nos proponemos acercarnos a las expe-
riencias de discapacitadxs en clave biográfico narrativa; a partir de poner en debate las relaciones entre
políticas, discapacidad y estado, y procurando mirar densa y microscópicamente las formas que asumen
estas relaciones en la vida cotidiana.
Buscamos en las experiencias singulares de quienes configuran sus trayectorias en un escenario atra-
vesado por la discapacidad, como dispositivo de control y asignación de identidades devaluadas (Rosato,
A- Angelino MA 2009, Angelino 2014), responder interrogantes tales como ¿Qué biografías construye/
configura esta modalidad patologizante de entender y atender a las subjetividades disidentes? ¿De qué
maneras esta medida constituye la (re) producción y permanencia de modos medicalizados y medicali-
zantes de entender y atender a las singularidades y por ende de producir discapacidad? ¿Qué (des) hacen
los/las discapacitados/as con los mandatos que el dispositivo de la discapacidad les impone?
Nos planteamos seguir la pista de prácticas, procesos y Efectos de Estado para incursionar en la “co-
cina” de la producción y reproducción de sujetos e identidades discapacitadas.
Abstract
This communication retrieves aspects of PID 5016 “Disability and normality ideology in a biographic-na-
rrative key”, developed between 2015 and 2017 in the School of Social Work at the UNER. With his pro-
ject, fourth on a line of research, we set to produce knowledge about the experiences of the disabled in a
biographic-narrative key; by debating the relations between policies, disability and state, and intending
to look, in a both dense and microscopic way, at the forms this relations assume on everyday life.
We look for the singular experiences of those who configure their trajectories in a scenario crossed
by disability, as a control device and attribution of devalued identities (Rosato, A-Angelino MA 2009,
Angelino 2014), to answer questions such as What biographies are built/configured by this pathologizing
Universidad Nacional de Entre Ríos | ISSN 2250-4559 | Eva Perón 24; 3260 FIB Concepción del Uruguay, Entre Ríos, Argentina | (477-496) | 477
Angelino, María Alfonsina et al. | Biografías (a) normalizadas o de cómo sobrevivir al dispositivo de la discapacidad
modality of understanding and attending to dissident subjectivities? How does this constitute the (re)
production and permanence of medicalised and medicalising ways of understanding and attending to
singularities and, as a result, of producing disability? What do the disable (un)do with the mandates that
the disability device imposes upon them?
We intend to follow the lead of practices, processes and state effects to access the behind the scenes
of the production and reproduction of disabled subjects and identities.
I. Introducción
Pensar en el Estado como agente productor de la discapacidad nos posibilitó identificar aquellos
aspectos microscópicos a partir de los cuales se ponen en marcha las prácticas que dan lugar a esta pro-
ducción. Por ello, entendemos que profundizar en el conocimiento de este proceso en clave biográfico
narrativa no solo nos abrirá a las perspectivas que lxs discapacitadxs construyen y narran acerca de la
experiencia de la discapacidad sino también posibilitará otra entrada a las relaciones que las mismas
establecen con el Estado en la búsqueda de reconocimiento y reparación que las políticas ofrecen a
quienes estén dispuestos a dejase certificar bajo esa categoría.
Sobre estas tensiones podríamos reconocer una extensa bibliografía, propia y de una gran número de
investigadores, activistas e intelectuales pero sin duda es aún una vacancia teórica y política y por ello
fundamentalmente ética, el dejar de hablar, al menos un momento, de los discapacitadxs para escuchar
lo que tienen que decir (nos) y tomar esa enunciación con la legitimidad de quien toma para sí la posi-
ción de primera persona, el yo biográfico narrativo.
En este sentido, a lo largo del proceso de investigación, buscamos dialogar con las experiencias sin-
gulares de quienes configuran su vida cotidiana en un escenario atravesado por la discapacidad como
dispositivo de control y asignación de identidades devaluadas (Rosato, A - Angelino MA 2009, Angelino
2014) a fin de responder en esa dialógica ¿Qué biografías construye/configura esta modalidad patologi-
zante de entender y atender a las subjetividades disidentes? ¿De qué maneras esta medida constituye la
(re) producción y permanencia de modos medicalizados y medicalizantes de entender y atender a las
singularidades y por ende de producir discapacidad? ¿Qué (des) hacen los/las discapacitados/as con los
mandatos que el dispositivo de la discapacidad les impone?
La metodología que empleamos fue de tipo etnográfico, lo cual supuso un trabajo de campo centrado
fundamentalmente en la observación participante, la entrevista abierta, además de espacios colectivos
de conversación a partir de talleres de reflexión. Buscamos una comprensión empática sobre visiones,
percepciones, ideas e imágenes acerca de la discapacidad y a partir de allí sostuvimos conversaciones
para relevar qué dicen acerca de sí mismxs y de la discapacidad quienes habitan el dispositivo. A lo largo
de los apartados presentaremos aspectos de esas narrativas.
Trabajamos para ello con cuatro unidades de observación: una escuela pública integral orientada a
personas ciegas, una escuela privada con centro de día orientada a personas con diagnóstico de disca-
pacidad intelectual, una escuela pública orientada a personas sordas, y un espacio social de activismo,
el Observatorio de los Derechos de las Personas con Discapacidad, todas con localización en Paraná,
Entre Ríos.
El trabajo investigativo resultó un desafío no solo metodológico sino político, el de producir conoci-
mientos respetuoso de las vidas de quienes se narran intentado que esta reconstrucción narrativa im-
pliquen diálogos y exploraciones no intrusivas. No es sencillo. La ciencia, los saberes académicos suelen
ser muy autocentrados y referenciales, por no decir, violentos epistémicamente hablando. Aunque no
solo epistémicamente.
El debate del cómo hacer transversalizó toda la producción del trabajo, y por ello es que sobre este
punto en particular abrimos algunas reflexiones del debate acerca de ¿Cómo producir conocimientos
con otros y no sobre otros cuando estos se configuran como subjetividades subalternizadas? En la bús-
queda de dar espesor a este interrogante vamos trabajando en los distintos apartados; articulando esta
preocupación a los debates teóricos acerca de la subalternidad, la autoridad narrativa y la discapacidad.
Dice Boaventura de Souza Santos (2010) vivimos en tiempos de preguntas fuertes y de respuestas débi-
les. ¿Qué pasa con las palabras que, a veces, hacen política? Palabras que en su ejercicio y circulación,
uso e intercambio, imprimen intencionalidad a las acciones, buscan nombrar definir, señalar, es decir,
producen un trabajo y una política de significación del mundo y de sus actores, sobre todo pueden hacer
e imponer con las palabras, un orden.
En nuestro campo de indagación ¿cuáles son las normas en las que se soporta el lenguaje que nom-
bra la discapacidad? En principio, diremos, las normas que la ideología de la normalidad (Oliver 1998
- Rosato - Angelino 2009, Angelino 2014) construye, permea y legitima, construyendo modos hegemó-
nicos y únicos de ver y ser en discapacidad. Esto podría anticipar que las narrativas de la discapacidad
son las narrativas de los discapacitadxs y que en ese sentido, son todas iguales, las mismas. La ideología
de la normalidad y su socia en la “tragedia de la discapacidad”, la ideología de la lástima inscriben las
historias, las historias discapacitadas (y de discapacitadxs) en territorios desérticos de humanidad (An-
gelino 2014).
En algunos momentos, los relatos de lxs entrevistadxs nos advierten sobre la potencia de los discursos
de imposibilidad y nos muestran cómo la vida se construye en esas profecías que lxs dejan inmóviles e
impotentes. Pero a la vez nos (de) muestran que a fuerza de insistir han torcido ese destino prefigurado.
La mirada que intentamos poner aquí no busca confirmar cuán sujetxs están los entrevistadxs a las
ideologías que lxs nombran, los narran, sino justamente posibilitar la emergencia de las disputas de
sentido y de transformación que ellxs protagonizan. Las propias palabras o las palabras propias o apro-
piadas son capaces de poner en jaque al propio discurso que las contiene, lo deshilacha, lo desnuda y
entonces allí es posible que ocurra, es posible que puedan cambiar de registro
Es por ello que dar espesor al debate de los conceptos implica advertir la acción política de las palabras.
Hemos aprendido que deconstruir conceptos que tienen tanta connotación política (y baja concep-
tualización científica), como es el caso del concepto de discapacidad, conlleva muchas veces ciertas
impugnaciones. La política de lo simbólico es esto: es el trabajo de las palabras (Rivera 2008).
En este sentido es que volvemos sobre la idea de que la investigación social requiere de esta voluntad
de pensar dimensiones de lo no pensado, a fin de buscar nombrar de manera distinta, problemáticas que
las hegemonías y sus políticas de ignorancia obvian mirar (Alonso, G- Díaz, R 2012: 95). Y sin embargo,
esta investigación no está guiada sólo por la pasión por el conocer –que en sí misma es profundamente
desafiante y revulsiva– sino también, por el propósito de transformar para conocer, un modo de hacer
el mundo y así potenciar una intervención que modifique y posibilite otras propuestas de destino en las
experiencias vitales, en las instituciones, en las políticas públicas.
llevan a cabo los reconocidos y sus representantes, prácticas que son al mismo tiempo condición de su
reproducción.
En este caso en particular, nuestro foco de atención son las experiencias de sujetos sociales específi-
cos, lxs discapacitadxs y sus modos de narrar la experiencia de habitar el mundo singularmente pero a
la vez configurados por el dispositivo de la discapacidad. De algún modo buscamos conocer y analizar
los modos en que lxs discapacitadxs hablan de sí mismxs, cómo se (re) presentan. Retomar aquí la idea
de representación que hemos trabajado3 posibilita echar luz sobre algunas hipótesis operativas que
pusimos en juego en el trabajo de campo.
Retomando a Jodelet (2008) tomar como objeto de estudio al sujeto desde esta teoría implicaría
respetar su complejidad y singularidad, rehabilitar la experiencia de los actores sociales retomando el
contexto particular que confiere sentido a esa experiencia. En una palabra: invita a tomarlos como “pen-
santes y actuantes y cuyas reivindicaciones identitarias pueden suponer luchas contra la dominación y
el reconocimiento social. Por ello, rescatamos sus aportes referidos al “papel de las representaciones
en la constitución de las subjetividades y de su afirmación identitaria” a fin de ver “cómo la intervención
sobre las representaciones endosadas por cada quien puede contribuir a un cambio de subjetividad” (Jo-
delet, 2008:49). Para ello es necesario también centrarse, en la dirección inversa, sobre cómo los “modos
de influencia o de procesos de interacción y de negociación de sentido en vista de una resignificación de
la experiencia de los actores sociales” actúan sobre las representaciones sociales o colectivas a través
de trabajos o mecanismos alternativos que pueden corregir las creencias por considerarlas inadecuadas
o falsas revalorizando y replanteando otros saberes de sentido común, redefiniendo estereotipos ideo-
lógicos y reinterpretando ciertas situaciones de vida” (Jodelet, 2008:49).
Mucho del debate que se dio en el primer año de trabajo giró en torno a cómo acceder a ese mundo
habitado del dispositivo, cómo hacer hablar a quienes han sido históricamente hablados por otros:
familias, políticos/políticas, asociaciones y en esa búsqueda hemos recuperado los aportes de Guayatri
Spivak y John Beverley que fuimos mixturando a lo largo de toda la producción con las notas de campo,
los registros de conversaciones y las observaciones realizadas en las distintas unidades de estudio.
Para Collazo (2009) el interrogante de G. Spivak ¿puede el subalterno hablar? Tiene una respuesta
clara, el subalterno “habla”, o puede hacerlo físicamente lo que no quiere decir que adquiera estatus
dialógico.
Si entonces, la pregunta de Spivak apunta toda su artillería para derruir el silenciamiento histórico
que en el discurso (occidental europeo) supone el solapamiento de la palabra de lo subalterno, es po-
sible advertir que intentar hacer hablar (legítimamente) al subalterno tiene sus implicancias, cuando no
complicaciones metodológicas, porque es antes que nada una cuestión ideológica, política de gran en-
vergadura. Si el ocultamiento no se da en el plano de la existencia, sino en el plano de la representación
en la ilusión de que lo subalterno podría hablar por sí mismo ¿nos constituimos como interlocutores de
ese discurso? ¿Desde qué lugares? ¿Entre qué contradicciones?
Buscamos a lo largo de todo este tiempo encontrar algunas pistas para recorrer esos interrogantes,
problematizarnos, sin siquiera pretender responderlos sino más bien usarlos de timón o de brújula.
Hemos recurrido a múltiples lecturas que nos aproximaron a la comprensión de la tarea que tenemos
entre manos.
La idea que desplegamos en este apartado nos lleva a la tensión entre subalternidad, discapacidad y
autoridad narrativa porque consideramos que nuestras búsquedas están atravesadas por estos concep-
tos y sus articulaciones.
Podríamos ironizar (nos) y decir enfáticamente ¡les llegó la hora! ¡Hablen pues! ¡Díganse discapacita-
dxs! ¡Lxs escuchamos, díganse en primera persona! ¡Es vuestro turno!
Y sería una apelación correcta y difícilmente permeable a las críticas. Cautela. Buena parte de las
lecturas que pudimos ir tomando en ese tiempo posibilitan advertir sobre este posicionamiento y nos
obligaron a situarnos reflexivamente. En el afán de ahora escuchar podemos reproducir –queriendo
visualizar (los)– miradas y posiciones subalternizantes. ¡Hablen que nosotros escuchamos y luego, otra
vez, ustedes solo escuchen y miren lo que, diremos, solo nosotrxs, de lo que ustedes nos dijeron! Fin
del dialogo o la dialógica.
Advertidos sobre esto, recuperamos algunos de los debates que aporta John Beverley (2013) para
atravesar las conversaciones que mantuvimos con las personas con discapacidad con la idea de testi-
monio.
Dijimos que nuestra mirada es fundamentalmente una mirada etnográfica, y en ese sentido, el nati-
vo, fue nuestro punto de referencia en la conversación. Para Beverley, el testimonio no pretende ser la
reconstrucción de la función antropológica del informante nativo, más bien se trata de una narración
de urgencia –una narrativa de “emergencia”– que involucra un problema de represión, pobreza, mar-
ginalidad, explotación, (discapacidad), o simplemente supervivencia, que está implicado en el acto de
narración misma. Podría decirse que el testimonio coincide con el eslogan feminista “lo personal es
político” (René Jara 1986:3 en Beverley 2013: 344).
Si quien habla testimonialmente, nos pregunta algo a través de ese testimonio. Podría considerarse
que este acto de habla determina demandas éticas y epistemológicas especiales. ¿Cuáles son las de-
mandas éticas y epistemológicas que nos plantean los testimonios de discapacitadxs?
Las vidas que recuperamos aquí no son vidas heroicas de discapacitadxs heroicos o por contrapo-
sición, discapacitadxs avasalladxs. Son vidas, cualquiera y únicas que se narran, cuando quieren, con
nosotrxs en espacio de conversación.
Si el testimonio, tal como firma Beverley, no necesita ni establece una jerarquía de autoridad narra-
tiva, implica que cualquier vida narrada de ese modo puede tener valor simbólico y cognitivo. Cada
testimonio individual evoca la polifonía ausente de otras voces, de otras vidas y experiencias posibles”
(Beverley 2013: 346)
Y eso es en algún sentido lo que buscamos.
La lección dura de asimilar a la que nos empuja Spivak es la de comprender profundamente que es
imprescindible “desaprender nuestro privilegio”, lo cual significa reconocer que no es la intención de la
práctica cultural subalterna simplemente significar su subalternidad respecto de nosotros, no se trata
de “costumbrismo posmoderno” (Sklodowska 1996 en Beverley 2013: 355).
La preocupación con la cuestión de la autoridad y la agencia subalterna en el testimonio depende
más bien de la sospecha de que los intelectuales y las prácticas de escritura son, en sí mismas, cómpli-
ces para mantener las relaciones de dominación y de subalternidad. Algo de esta cuestión es la que se
ponen en juego a lo largo del informe en la reconstrucción de las conversaciones.
Lo que Beverley denomina nueva etnografía bien podría ser un modo de lidiar con esta contradic-
ción a partir de poner el interlocutor dentro del relato, de hacer que la dinámica de las interacción y la
negociación entre el interlocutor y el narrador sea parte integrante de lo que testimonia el testimonio
(2013: 356).
Este modo de construir el material etnográfico (testimonial) pone de manifiesto que lo que sucede
con el testimonio no es solo la representación textual de un “otro doméstico” sino también la confron-
tación, por medio de texto, de una persona (lector /interlocutor inmediato) con otra (narrador/res
directos) en el ámbito de la solidaridad posible.
En este sentido, el testimonio también incluye la nueva posibilidad de agencia política, pero esta po-
sibilidad estará construida necesariamente sobre el reconocimiento de la inconmensurabilidad radical
de la situación de las partes involucradas. No somos ellxs, no necesitamos serlo. Construimos e investi-
gamos como activistas académicos en interacción de reconocimiento recíproco.
cidad es “una categoría dentro de un sistema de clasificación que produce sujetos, a partir de la idea de
‘normalidad única’” (Rosato, A.; Angelino M.A. y otros, 2009b:87) funcionando tanto como parámetro de
medición de lo normal/anormal como de ideología legitimadora de relaciones de asimetría y desigual-
dad inherentes al capitalismo.
Esta clasificación (discapacitadx) asigna una identidad fija de la cual es difícil escapar sin marcas
subjetivas y consecuencias en las condiciones materiales de existencia de quienes son clasificados. Es
decir, se plantea una tensión paradojal que, como telaraña, atrapa a quienes, procurando sostener de-
terminadas condiciones materiales de existencia, solo logran hacerlo a cambio de su sujeción a esta
clasificación que lo fijará en un lugar devaluado.
Discapacidad resulta entonces una palabra viscosa, pegajosa, incómoda y simultáneamente parecie-
ra contener cierta transparencia y cierta familiaridad. La hemos escuchado y leído, la hemos pronun-
ciado aún contra nuestra voluntad, la hemos utilizado para describir y nombrar a alguien. Sin embargo,
esa viscosidad siempre nos inquieta. Es posible que no encontremos fácilmente quien se anime, hoy por
hoy –pleno siglo XXI, “Convención Internacional por los Derechos de las Personas con Discapacidad”
mediante– a decir que la discapacidad es una enfermedad o el resultado de una suma de desviaciones,
errores, mutilaciones, defectos (malos o erróneos) hábitos y costumbres de hablar, ver, caminar, o no
hacerlo, (raras) maneras de pensar o no.
Sin embargo, sin la persistencia (solapada) de esta idea, no sería posible entender la necesidad de
certificar médicamente algunas condiciones de existencia, cuando estas disputan ciertas normas y se
alejan de los parámetros de normalidad única. Por eso, aunque no soportemos asumirlo, nuestra mira-
da cotidiana y (sobre todo) las miradas científico/profesionales, organizan quién es quién en clave de
lo que porta o pareciera portar, cómo se mueve o no lo hace, cómo habla o gesticula, cómo piensa o
razona, y eso, que pareciera estar en la naturaleza de quiénes son, está inscripto irremediablemente en
su biología, en su ADN. Y no solo inscripto, sino evidentemente expuesto ahí para que, con solo mirar,
corroboremos su existencia, su visibilidad, su real realidad.
Y ese efecto de evidencia –mejor dicho, efecto de ideología, de la ideología de la normalidad (An-
gelino, M.A. 2009:139)– operará a la hora de la elaboración del diagnóstico médico, ese discurso que,
identificando características típicas de tal o cual clasificación legítima, desencadenará un diagnóstico y
también lo certificará, para así, en ese acto de nominación, producir discapacidad.
Tal como plantea Indiana Vallejos, “si describiéramos ese proceso de producción, podríamos decir
que supone dar por sentado que existe una evidencia corporal de la discapacidad, una marca visible e
incuestionable, pero que –sin embargo– requiere de un aval científico, de una palabra autorizada para
la interpretación de esa evidencia. Una posición que supone que ‘el cuerpo habla por sí mismo’, y que la
discapacidad está dada en ese cuerpo. De algún modo, el médico nombra la discapacidad y la constitu-
ye en el momento de nombrarla” (2009:197). Hacer el mundo nombrándolo. Al respecto, Butler afirma
que el lenguaje adquiere el poder de producir “lo socialmente real” a través de los actos locutorios de
sujetos hablantes (Butler, 2007:231). No cualquiera. La eficacia de los actos de institución es inseparable
de la existencia de una institución que defina las condiciones que deben reunirse para que la magia de
las palabras pueda actuar. Por ello, la performatividad del enunciado “depende del capital simbólico
del agente que enuncia, es decir, del reconocimiento que institucionalizado o no obtiene del grupo”
(Bourdieu, 1999:46).
Los nombres forman las cosas, las clasificaciones, el bien, el mal. Las condiciones de posibilidad tie-
nen que ver con las representaciones del mundo (y viceversa). Ya no hay retorno, no hay relación posible
con la naturaleza que no esté mediada, moldeada y pervertida por el lenguaje. Debemos preguntarnos
si pueden mantenerse inalteradas las prácticas en caso de cambiar los discursos. Sobre todo, teniendo
en cuenta que las prácticas también son discursos, y a la inversa –aunque suela decirse que cambian
más estos últimos que ciertas prácticas (Lipschitz, A., 2010).
Si hay teoría, hay ciencia y viceversa. Si hay ciencia, hay discurso de verdad objetiva. Verdad científica,
verdad médica. Verdad con mayúsculas y unívoca, omnipresente y totalizante.
Y así, habrá formas y modos verdaderos de caminar, hablar, mirar, pensar –podríamos decir– cul-
turalmente aceptadas, consensuadas, naturalizadas, “normales”, y otras alejadas de esa normalidad y
denominadas “diversas”, “diferentes”, “discapacitadas”, en fin, “anormales”. Se configura así un mundo
partido en dos por la ideología de la normalidad.
Pero habitar y transitar la vida de un lado y otro de la clasificación no es lo mismo. Porque podríamos
decir livianamente que en definitiva todos somos discapacitados para algo, dudar de la existencia de
una normalidad y usar las comillas para referirnos a ella, pero difícilmente nos dispondríamos a cambiar
de posición, a intercambiar lugares en la grilla de clasificación. Sobre esas experiencias singulares de
tránsito o devenir por el lado anormalizado del mundo se tratará esta investigación.
Ideología de la normalidad
Sostenemos en las hipótesis planteadas que la “normalidad” –en tanto ideología legitimadora– y la
desigualdad median entre mecanismos de exclusión y discapacidad. Ambas se encuentran entrelazadas
en la producción –como nivel de producción de sentido, de sujetos, de prácticas– y reproducción de la
discapacidad como “dispositivo”.
El concepto “Ideología de la normalidad” lo tomamos prestado desde dos aportes teóricos, por un
lado el sociólogo Mike Oliver (Oliver en Barton1998) quien realiza un análisis materialista sobre la
producción social de la discapacidad y del filósofo George Canguilhem en su obra “lo normal y lo pato-
lógico” (Canguilhem 1966).
El énfasis en “lo ideológico” aparece en función de diferenciar los procesos dinámicos normativos –en
tanto constituyentes de la cultura– de los dispositivos que intentan cristalizar estos procesos con la in-
tencionalidad de imponer de un modo rígido un tipo de normalidad. Esta imposición es posible porque
opera al amparo de la idea de recaída en la inmediatez de Hegel donde lo producido –consensuado o
en disputa– es presentado y representado como dado. Esta imposición es a la vez posibilitada y posibi-
litadora desde relaciones desiguales de poder.
Este trabajo ideológico borra las huellas de los procesos históricos concretos de producción de la
normalidad y en consecuencia de producción de la discapacidad como uno de los modos en que este
sujeto, situación, cuerpo no se ajusta a la norma. Lo que decimos es que no hay idea de déficit sin idea
de normalidad por lo cual la producción de la norma es concomitante a la producción del déficit. El
efecto de ideología que queremos desentrañar borra estos procesos y naturaliza el déficit por asignarle
un carácter biológico, individual y ahistórico.
Estas huellas (sociales, históricas, políticas) “desaparecen” de los discursos institucionales y comu-
nitarios que se ocupan del tema dejando frente a nosotros la discapacidad, como dato objetivo de la
naturaleza y la normalidad como norma –valga la tautología– transparente. La discapacidad opera
entonces como un genérico, a partir de la definición de una serie de características que engarzan su
sentido en la normalidad.
Se trata entonces de desnaturalizar los supuestos en los que se asienta el discurso hegemónico sobre
la normalidad y sobre la discapacidad y transitar contra su evidencia.
Saber reconocer que lo que a priori se nos presenta como natural es producto de un conjunto de
interacciones materiales y simbólicas históricamente situadas permite socavar la autoridad de las cla-
sificaciones establecidas y de los poderes a ellas asociados, y evita la reificación de las relaciones y la
fetichización de las cosas.
La ideología de la normalidad opera sustentada en una lógica binaria de pares contrapuestos, propo-
niendo una identidad deseable para cada caso y oponiendo su par por defecto, lo indeseable, lo que no
es ni debe ser. El otro de la oposición binaria no existe nunca por fuera del primer término sino dentro
de él, es su imagen velada, su expresión negativa”, la falta, la carencia, y para este segundo término es
siempre necesaria la corrección normalizadora.
En el caso de lxs discapacitadxs, la ideología de la normalidad no solo los define por lo que no tie-
nen: su falta, su déficit, su desviación, su ausencia y su carencia; sino que también y simultáneamente
confirma la completud de los no discapacitadxs, que suelen ser igualados a los normales. La oposición
se expresa entonces, como normal-discapacitado, reemplazando tanto la expresión normal-anormal,
como la originaria normal-patológico.
La operación de reemplazo es un instrumento ideológico que oculta las mediaciones concretas que
hay entre lo anormal/patológico y la discapacidad.
Esta lógica binaria se asienta sobre el “convencimiento” del valor de la normalidad: está bien ser nor-
mal, y si no lo sos, es imperativo hacer los tratamientos de rehabilitación necesarios para acercarse lo
más posible a ese estado/condición. “Desde el punto de vista fáctico, existe entre lo normal y lo anormal
una relación de exclusión. Pero esta relación está subordinada a la operación de negación, a la correc-
ción requerida por la anormalidad” (Canguilhem; 1972:191).
Como ya se ha dicho antes, la exclusión tiene aquí el sentido foucaultiano de la separación y expul-
sión. Sin embargo, esa separación no ubica a los sujetos por fuera de la sociedad. De ser así, la única
forma de exclusión sería la aniquilación física. La expulsión no refiere a un “afuera” de la sociedad, sino
a un exterior de ciertas prácticas sociales y circuitos institucionales.
Si pensamos en los circuitos institucionales existentes encontramos que aquellos denominados co-
munes, competitivos o normales presentan restricciones importantes (ya sean formales o fácticas) para
el ingreso y permanencia de lxs discapacitadxs.
De cualquier manera, tal como venimos trabajando en múltiples escritos (Rosato, A- Angelino MA,
2009; Angelino, MA, 2014) ninguna ideología, por más hegemónica que sea e imbricada en las institucio-
nes y la vida cotidiana que esté, se encuentra fuera de disputa; el de “cultura” es un concepto dinámico,
siempre negociable y en proceso de aprobación, discusión y transformación. Actores diferencialmente
posicionados, con inventivas impredecibles, apelan a, retrabajan y fuerzan en nuevas direcciones los
significados acumulados de “cultura” –incluyendo los viejos y nuevos significados académicos–. En un
proceso de reclamar poder y autoridad, todos están tratando de sostener diferentes definiciones, que
tendrán diferentes resultados materiales (Wright 2004 en Boivin, Rosato y Arribas).
A lo largo de las experiencias de investigación anteriores y también el trabajo territorial y con las per-
sonas discapacitadas en el marco de las acciones de extensión y transferencia que sostenemos, hemos
analizado las relaciones del Estado a través de las políticas con los denominados usuarios o beneficia-
rios de las mismas y los efectos materiales y subjetivos en ellos.
Se configura así un complejo e intrincado laberinto a partir de la permanente articulación y legitima-
ción de los procesos de certificación (de discapacidad) como modo hegemónico de acceso a los bienes
y servicios (en sentido amplio) de rehabilitación /habilitación en sus múltiples dimensiones y facetas:
salud, educación, transporte, recreación solo por mencionar algunas. Sin la certificación no hay posibi-
lidades de conseguir la prestación por discapacidad en las condiciones que la normativa vigente regula.
Esa certificación, el Certificado Único de Discapacidad (CUD) es la principal herramienta para que
las personas con discapacidad puedan acceder a beneficios y prestaciones, pero sobre todo, es su dere-
cho4. El mismo se gestiona en las Juntas Certificadoras creadas para tal fin y dependiente del organismo
estatal que en cada provincial se defina. En Entre Ríos, desde el año 2010 a 2014 se han creado en el
marco del Instituto provincial de Discapacidad de Entre Ríos más de 7 nuevas juntas certificadoras con
el propósito de federalizar el acceso al CUD.
4. Tal como refieren en la página web del Instituto Provincial de Discapacidad de Entre Ríos (IPRODI).
Para quienes se ven obligados a ejercer un derecho humano por medio de la certificación podríamos
pensar que es (en principio) positivo que existan más y más Juntas Certificadoras ya que ello podría
implicar una accesibilidad a la “llave maestra”. Sin duda, si el tipo de relación que el Estado provee a los
discapacitados es este, es positivo. Puestos a reflexionar nos preguntamos ¿esta medida no constituye
en sí la reproducción de un modo medicalizado de entender y atender a las singularidades y de producir
discapacidad? ¿De qué manera opera esta ampliación de acceso concomitantemente en la producción
de nuevas figuras de la discapacidad ante la emergencia de un metalenguaje patologizante que solo ve
diagnósticos?
Este nuevo proyecto surgió en este sentido, de la preocupación de quienes como investigadores y
activistas del campo de la discapacidad advertimos la creciente emergencia de nuevas figuras de la dis-
capacidad, en un aumento escalofriante de los diagnósticos tempranos, la clasificación y la certificación
de esas subjetividades como discapacitadas.
Al respecto Oliver refiere que “la discapacidad siga estando medicalizada es testimonio tanto del
poder de la profesión médica como de la continua necesidad del Estado de restringir el acceso a la
categoría “discapacidad” (2008:26).
Desnaturalizar/deconstruir la perspectiva biologicista no es eludir el componente biológico orgánico
que algún padecimiento puedo tener, sino exponenciarlo como una de la dimensiones que interjuegan.
No es este un debate de las ciencias sociales sobre las disciplinas médicas o las perspectivas organi-
cistas en determinadas problemáticas (caso del autismo), sino advertir de qué modos y con qué conse-
cuencias, la atadura a una sola dimensión reduce un fenómeno complejo y proyecta sujetos atados a un
diagnóstico perforante de singularidades y experiencias.
Los diagnósticos, cualquiera sean, son la materialización de un constructo teórico/disciplinar sobre el
cual es preciso ejercer una vigilancia epistemológica estricta y sostenida.
En discapacidad, los diagnósticos operan como asignadores de identidades fijas y permanentes, y
aquí también el CUD hace lo suyo. Entre ser síndrome de down o portar ese diagnóstico como lectura
de una dimensión de la existencia hay diferencias.
A partir de los hallazgos (fundamentalmente de los dos últimos proyectos de investigación desarro-
llados por este equipo) podemos afirmar que la ideología de la normalidad impone un modo específico
de reconocimiento de la discapacidad, el déficit, dotando de una herramienta fundamental a la produc-
ción social de la discapacidad. Y en ese proceso, los/las discapacitados/as articulan acciones diversas
de reproducción y subversión de las imágenes que circulan en torno a la discapacidad como dispositivo
y a los/las discapacitados/as como portadores de.
Es decir entendemos que –y aquí podría configurarse parte de la hipótesis más operativa– aquellos
que se nuclean alrededor de la/una “discapacidad” intervienen en él activamente como parte fun-
damental de la producción y como agentes de reproducción de dicha ideología. Pero lo hacen de modo
diverso. Sobre esto, entre otras cuestiones, buscamos conversar con lxs discapacitadxs.
La metodología utilizada se inscribe dentro del tipo etnográfico, entendiendo por etnografía a un tipo
de análisis que da por supuesta la diversidad de lo real y trata de aprehenderla. La investigación etno-
gráfica supone la realización de un trabajo de campo centrado fundamentalmente en las técnicas de
observación participante y de entrevista abierta que garantizan la exposición directa del investigador
a esa diversidad que se aspira aprehender. En esa aprehensión se busca acceder a las “perspectivas de
los propios actores”, que constituyen el centro de gravedad de todo análisis propiamente antropológico.
Se emplearon técnicas vinculadas a espacios colectivos como talleres, grupos de discusión e instancias
lúdicas y recreativas especialmente cuando involucraron a jóvenes y niños en el trabajo de campo.
El trabajo en terreno entonces constituye la parte central de la estrategia metodológica y una etapa
en sí misma, la selección de informantes, la elaboración de entrevistas, la realización de las mismas y el
análisis de la información, la puesta en marcha de actividades grupales, la planificación de las mismas, el
registro de lo que sucedió durante el desarrollo, los ajustes necesarios, la definición de nuevas entrevistas
o selección de nuevos entrevistados. El horizonte fue capturar los datos sobre las percepciones de los
actores desde adentro a través de una profunda atención, de comprensión empática acerca del objeto de
investigación: las visiones, percepciones, ideas, imágenes que los propios discapacitadxs relataron, narra-
ron, pusieron en acto acerca de su existencia dentro de la clasificación estatal.
En este sentido esta metodología apuntó a construir una mirada antropológica para capturar sentidos y
acciones, las formas de obrar, dentro del entramado de significados en el cual surge cada acción. Es decir,
se trata de una investigación en la que los énfasis en cada momento de su devenir, estuvieron signados por
la búsqueda de una comprensión compleja y situada de los mundos vividos por lxs discapacitadxs y narra-
dos por ellxs, en diferentes instancias de conversación reflexiva e interactiva. Todo el trabajo estuvo orien-
tado a la búsqueda de una mejor y más profunda comprensión de esas experiencias o mundos narrados.
A partir de este enfoque, el trabajo de campo se realizó en distintos ámbitos de inserción que como
equipo de extensión tenemos en el campo de la discapacidad. Los espacios seleccionados son institu-
ciones de educación especial donde se desarrollan tareas con jóvenes, adultxs y niñxs discapacitadxs.
Los criterios de selección de los espacios de trabajo estuvieron vinculados a las posibilidades de ac-
ceso, dado que, como se explicitó anteriormente, tanto como equipo de investigación consolidado en la
temática en la ciudad, como de extensión sobre la temática discapacidad, para estas instituciones que
trabajan con discapacitadxs representamos un equipo conocido, con quienes se viene trabajando desde
hace varios años en diferentes acciones y actividades. Este punto se constituye en una fortaleza para el
desarrollo del trabajo de investigación en esta oportunidad con las propias personas que concurren a
las organizaciones institucionales.
Nuestro espacio fue centrado y concentrado en estas instituciones, no obstante esa acotación pensó
flexible en el sentido de que partimos de universos de observación que etnográficamente se redefinen
en el mismo campo, en función de aquellos límites que los propios actores van trazando en su relación
con las políticas estatales (Barth, 2000); sin ser “una etnografía meramente móvil, que sigue procesos
a través de sitios”, seguiremos conexiones y relaciones “que no están dadas, sino que son encontradas”
(Marcus, 2008: 33). Por ello, construimos los casos partiendo de estos espacios institucionales, siguiendo
a nuestros propios interlocutores de campo, trasladándonos a otros espacios y entramados de vínculos
por los que ellos mismos transitan o a los que hacen referencia.
De este modo construimos, al mismo tiempo, las unidades de observación y las unidades de análisis, algo
que Malinowski (1984) denominó “contexto de situación” y que posteriormente Gluckman (1987) denomi-
nara “situaciones sociales”, esto es: tomar el material en crudo, proveniente de registros de observación o
entrevistas, tales como acontecimientos/eventos, y tratarlos como “situación social” a ser analizada en sus
relaciones con otras situaciones sociales en contextos determinados, y como parte del campo socioló-
gico, en fin, a “ser tomada como un comportamiento –en cierta ocasión– de personas pertenecientes a
una sociedad” que pueden ser comparadas con otros.
Nuestro análisis requirió, además, el uso del método comparativo, puesto que consideramos que un
análisis etnográfico “situacional” o “multi-situado” no puede ser completo si no es comparativo. La com-
paración permite hacer de la etnografía una instancia analítica, no meramente descriptiva, dando así
pleno valor a la indagación intensiva desarrollada en el campo (Barth, 2000; Geertz, 2001; Peirano, 1995;
Bourdieu y Wacquant, 1995). Para ampliar la comparación incluimos información proveniente de los
ámbitos que en proyectos anteriores fueron nuestras unidades de observación (por ejemplo, el Espacio
de Asesoramiento Interdisciplinario para la Validación de Derechos –ECADis– del propio equipo de ex-
tensión en el cual estamos involucrados y/o el círculo de sordos de Paraná).
Las historias que construimos sobre nuestras vidas han sido postuladas como uno de los instrumentos
esenciales para conocer las diferentes experiencias de vida. Para Ricoeur (1984) la narrativa es uno de
los esquemas cognoscitivos más importantes con que cuentan los seres humanos en tanto posibilita la
comprensión del mundo; de modo que las acciones humanas se entrecruzan de acuerdo a su efecto en
la consecución de metas y deseos.
La ciencia ha difamado a la experiencia por ser “siempre impura, confusa, demasiado ligada al tiem-
po, a la fugacidad y la mutabilidad del tiempo, demasiado ligada a situaciones concretas, particulares,
contextuales, demasiado vinculada a nuestro cuerpo, a nuestras pasiones, a nuestros amores y a nues-
tros odios” (Larrosa, J. 2003:03). Y es justamente allí donde encontramos la riqueza de pensar en esta
clave la idea de experiencia, pensarla en términos de incertidumbre, algo jamás plausible de ser objeti-
vado, la experiencia es siempre una construcción subjetiva, inscripta en un contexto particular, narrada
y construida por el sujeto que la vive.
A partir de las conversaciones políticamente sensibles con diferentes personas con discapacidad en
distintos escenarios y registros narrativos, reconstruimos 3 narrativas biográficas (o de cómo se vive, (so-
bre) vive y refunda el dispositivo) y desde allí entretejemos algunas puntas de análisis a modo de síntesis
provisoria acerca las dimensiones político ideológicas de producción de discapacidad, las politicidades
que las biografías contienen y despliegan y los desafíos para quienes reivindicamos nuestro activismo
académico en este campo de saberes, disputas y tensiones.
Al tiempo que la muerte hizo lo que hace con aquellos que se afectan, la realidad de Pablo era triste-
za. Andaba con tristeza, caminaba con tristeza, trabajaba con tristeza y hablaba de tristeza.
Un día se acerca un compañero de trabajo y me dice que Pablo “estaba muy mal” y que si podía dar-
me una vuelta a conversar con él porque “sólo mira una caja de fotos”. Demoré un rato en llegar.
En ese espacio hay una alfombra gigante donde hacen ejercicios de teatro. Él estaba allí, sentado en
el piso. Era el punto de inicio y final de un gran círculo de fotografías sobre la alfombra. Entré y pregunté
si me podía sentar. Dijo que sí. Me senté a su derecha. Hubo silencio un tiempo y luego Pablo me dice: “a
vos que te gustan las fotos te estaba esperando. Mira, quiero mostrarte quién soy”.
Durante una media hora, empezando un recorrido desde su izquierda, fue relatando y contando
quién, cómo, cuándo, dónde estaba mientras iba creciendo. Recién nacido, bañándose, en fiestas de
cumpleaños, primera comunión, etc, etc. En todas estaba su padre.
Toma la última fotografía, me mira con esos faroles colmados de lágrimas y dice: “y acá estamos
ahora...” Creo que sonreí. Le pregunté: ¿dónde está para vos tu viejo ahora? En el cielo y en todas mis
fotos, responde.
Es muy fácil recorrer un álbum de fotos donde todo está ordenado y casi no hay forma de alterar el
tiempo. Difícil es reconocerse en tiempos, formas, sentires dentro de una caja repleta de fotos y darle
orden, prioridad, en un círculo que tiene inicio y final, y no en una línea desencontrada de uno mismo.
Las fotografías permiten, de alguna manera, detener ese tiempo en el que suceden las cosas para
hacerlo más reflexivo; habilitando interpretaciones. Barthes sostiene que el poder de dicha reflexión
reside en el “poder” de pensar contra el poder de certeza que nos dan tanto las imágenes como las
imágenes fotográficas.
Sostener cada fotografía, mirarla y mirarse al contorno del círculo hizo que recuerde este planteo, en
consumirse ante nuevas interpretaciones y nuevos caminos.
“Querer mostrarse” es algo cotidiano en Pablo. La radicalidad reside, ahora, en otro punto. Justo en
aquel que desplaza mi caracterización y conocimiento aflorando con su versión afirmativa; y uno se dis-
pone, simplemente, a ver y escuchar. De esta masa de imágenes emerge imponente una escena. Una más.
Esa noche escribí lo que pasó de este modo: Costó mucho. Costó detenerme de lo importante y callar
las voces de mi cabeza alardeando sobre la pérdida de tiempo que iba a acontecer cuando ese otro se
dispuso a conversar con uno y el desconocido contenido ya fue vorazmente evaluado como no impor-
tante. Es que ya nadie conversa. Ya nadie conversa ni para debatir. Me detuve a conversar, y fue cons-
ciente. Y hasta el cuerpo todo se apoderó de mi cuerpo y se desparramó en tono conversativo. El cuerpo
es otro cuando se conversa. Y pude mirar a los ojos y escuchar ese tartamudeo estruendoso. Es que ya
nadie parece escuchar. No se escucha ni para gritarle a otro. Y es porque ya nadie conversa. Abunda-
ron detalles. Costó mucho soportar cuánto y cómo disfruto de los detalles, porque no son importantes.
Hubo música, recuerdos, fotos, muerte y serenidad. Hubo torta de cumpleaños y deseos concisos. Y volví
a creer desconociendo cuánto dure. Creer (a lo caótico) que esas miradas y ese tiempo fue creado por
vos, Pablo.
Repito y completo: Toma la última fotografía, me mira con esos faroles colmados de lágrimas y dice:
“y acá estamos ahora... y (señalando con el dedo) mi mamá es esa mujer hermosa, bella que cuido aho-
ra.” Creo que sonreí. Le pregunté: ¿dónde está para vos tu viejo ahora? En el cielo y en todas mis fotos,
responde.
cesidad la agobia. No poder cerrar ciclos y que queden cosas inconclusas no es algo que la gratifique.
Está aprendiendo a manejar varias variables a la vez y la organización para mantener la autonomía es
ciertamente una de sus preocupaciones más latente y presente en su relato.
Valerse por sí misma es un aprendizaje que lleva tiempo dice Lea y aunque asume que aún está in-
tentando no se arrepiente de las decisiones que ha ido tomando y que la ponen hoy en este lugar. Cam-
biaría ciertas cosas dice, pero en términos generales, aceptemos lo que nos toca, la vida como viene!
Derechos y obligaciones van juntos, dice. Nada de “pobrecita Leita porque es discapacitada”. Muchas
personas con discapacidad se escudan en esto y eso me indigna, menciona enfática.
Y por eso la militancia en el observatorio es para Lea una forma de activar discusiones y definiciones
de un colectivo muy heterogéneo de experiencias. No entiende por qué estamos todos separados, cada
uno con su problema. El observatorio es la oportunidad de nuclear en torno a la discapacidad que es
lo común.
Piensa que esa individualidad está asociada a los devenires y complejidades con que cada uno tiene
que lidiar cada día. Te enfocas en lo tuyo y no podes ver más allá, dice Lea. Encontrarse con otros (otros
observatorios, otras PCD) ayuda a ver en perspectiva y definir agendas en común. Lo colectivo, además
de aunar esfuerzos, posibilita descentrase, afirma Lea. Ver a otras en otras situaciones y dificultades
amplifica las miradas y las acciones. Muchas personas con discapacidad ni siquiera tienen CUD o no
saben que podrían tenerlo y para qué sirve, y por eso entiende que el Observatorio brinda un servicio
a la comunidad.
Sin embargo para Lea sobrevivir al dispositivo tiene una gran cuota individual, cada uno vive su dis-
capacidad de manera distinta y depende mucho de su propio entorno.
Ella por ejemplo, recuerda que tuvo que hacerse a la idea de usar la silla ya que hasta los 8 años más
o menos podía caminar con bastones. Hasta ese momento, mamá o papá ayudaban hasta que crecer
fue el límite. Si la rehabilitación se hubiese extendido en tiempo e intensidad quizás hubiese podido
caminar, llegue a hacerlo con andador. Pero no llegue, piensa recordando. Siempre fue así en mi vida,
volver a empezar.
Haciendo una suerte de síntesis al respecto afirma que a ella no le costó tanto (la idea de usar silla
de ruedas) sí a su mamá y redobla su posición cero drama: la uso por comodidad aunque también por
obligación. No fue mi decisión, mi elección… sí mi aceptación, afirma Lea.
Y con crecer y mudar vuelve a aparecer la referencia al trabajo como ordenador. Conseguir trabajo,
trabajar es algo muy difícil para una PCD, es una de las batallas del Observatorio, dice. Pero también
cree que hay algunos que están contentos así, sin (tener/poder) trabajar, con la pensión (por incapaci-
dad laboral).
El profesorado de inglés hubiese sido una posibilidad laboral de haberlo terminado y aunque asume
su responsabilidad en esta no conclusión, el recuerdo la vuelve a traer a la las escenas de los discursos
de la imposibilidad: desde el vamos fui discriminada dice Lea y de parte de las personas de las que
menos lo esperaba. ¿Qué tiene que ver ser profesora de inglés con caminar en dos pies?!!! El examen
psicofísico le puso un límite, o mejor dicho, se transformó en un límite ridículo! Toda la vida te evalúan,
te preguntan si estás haciendo algo, si estas estudiando y cuando querés hacerlo te dicen que no podes.
Suspira largo para despejar el fastidio.
De alguna manera, los obstáculos y los no, te fortalecen y te forjas una coraza, afirma Lea. Se sobre-
vive por la fortaleza de los desafíos que te impusieron dice con seguridad. Si no hubiese existido ese mo-
tor, no sé si podría haber sobrevivido a la indiferencia, a que nadie espere nada de vos, reflexiona Lea.
La haría feliz saber que arranca mañana a trabajar pero esa imagen de felicidad, para Lea está aún
(demasiado) lejos. El trabajo (me) posibilitaría sentirme realizada como persona dice. Y esta afirmación
retumba como narrativa de urgencia y denuncia. Ni más ni menos.
Nos encontramos con relatos intensos, corporalidades impregnadas de discursos y voces que suelen
ser acalladas5. La interpelación radica en cómo construir otras formas de producir discursos y cono-
cimientos en clave colaborativa, de reciprocidad de saberes y emancipatoria. “Es entonces la renuncia
al intento de escudarse en el espacio de lo fijo e inevitable e implica una apuesta –sin duda más que una
apuesta conceptual una apuesta política– de reivindicar modos otros, miradas otras, lenguajes otros, es
decir, de radicalizar las diferencias” (Angelino, 2009:151).
Los testimonios que aquí ponemos en juego incluyen la posibilidad de agencia política, posibilidad
construida necesariamente sobre el reconocimiento de la inconmensurabilidad radical de la situación
en que nos involucramos. No somos ellxs, no necesitamos serlo. Construimos e investigamos como ac-
tivistas académicos en interacción de reconocimiento reciproco.
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Codirectora
ROSATO, Ana
Unidad Ejecutora
Facultad de Trabajo Social
Dependencia
Universidad Nacional de Entre Ríos
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