TFG - Serranos Minguela, Laura
TFG - Serranos Minguela, Laura
TFG - Serranos Minguela, Laura
Madrid
2020/2021
Resumen
Palabras clave: Teoría del apego, psicopatía, conducta antisocial, rasgos callous-unemotional,
trastorno de conducta, intervención, prevención.
Abstract
1
ÍNDICE
1. Introducción ........................................................................................................................... 3
6. Discusión .............................................................................................................................. 23
Referencias ............................................................................................................................... 29
2
1. Introducción
La mayoría de los estudios realizados para conocer la prevalencia del trastorno son en
contexto penitenciario o forense, por lo que faltan datos respecto a la población general, aunque
algunos autores sugieren que el porcentaje está entre el 1% y el 3% (Torrubia y cols., 2010, en
Dujo López y Horcajo Gil, 2017). En concreto, parece que la prevalencia de psicopatía en la
población penitenciaria española es del 18%, aunque en lugares como Estados Unidos llegaría
a alcanzar entre el 20 y el 30% (Dujo López y Horcajo Gil, 2017). Tal vez no resulten unos
porcentajes alarmantes, sin embargo, constituyen una cuestión importante en términos de
reincidencia: tras un año de su puesta en libertad, su probabilidad de volver a delinquir es tres
veces mayor que la del resto de población ex-reclusa, cuatro veces si los delitos son violentos
(Kiehl y Hoffman, 2011). Con el paso del tiempo, además, la proporción se incrementa: al tercer
año de su salida, la reincidencia está entre el 70 y el 80%, y al cuarto y quinto año, entre el 80
y el 90%, destacando especialmente los delitos sexuales, donde se alcanza el 94% (Kiehl y
Hoffman, 2011). Por tanto, la psicopatía conlleva importantes consecuencias negativas, tanto
sociales como económicas (Kiehl y Hoffman, 2011), lo cual resulta aún más grave si se tiene
en cuenta que a día de hoy no se ha conseguido realizar ninguna intervención exitosa con este
tipo de sujetos (Halty y Prieto-Ursúa, 2019).
3
un constructo formado por dos dimensiones: la interpersonal-afectiva, que engloba los rasgos
centrales de la psicopatía, como los de insensibilidad emocional o callous-unemotional y la
manipulación, y la dimensión antisocial, que comprende la desinhibición y la conducta
antisocial crónica. Además, esta escala resulta de gran utilidad para valorar el riesgo de la
conducta criminal, sobre todo ante delitos violentos y reincidencia (Torrubia y Cuquerella,
2008).
Diversos estudios muestran que los rasgos característicos del trastorno ya pueden
observarse desde la infancia y que es posible hablar de psicopatía infanto-juvenil, un concepto
inicialmente cuestionado, pero que en los últimos años ha ido tomando más protagonismo
(Halty y Prieto-Ursúa, 2015). Otros autores, en cambio, prefieren hablar de rasgos psicopáticos
en niños, y los más estudiados han sido los rasgos callous-unemotional o de insensibilidad
emocional (Blair y cols., 2014; Frick y cols., 1994). De hecho, años antes de que Cleckley
conceptualizara la psicopatía, Bowlby (1944), autor de la teoría del apego, estudió a 44
delincuentes juveniles, concluyendo que existía una relación entre la ausencia y separación
temprana de la figura materna y los síntomas que presentaban. Observó que en 40 de ellos
parecía no darse la capacidad de sentir afecto o vincularse a otras personas ni el sentido de
responsabilidad, y cuando preguntó a los padres de los chicos, éstos refirieron que nunca
parecían responder ni al castigo ni al afecto que se les proporcionaba (Bowlby, 1944). Esta
descripción es bastante parecida a la que más tarde daría Cleckley para la psicopatía, aunque,
al contrario que Bowlby, este autor en un principio defendió que el maltrato y las malas
prácticas parentales no eran causas de la psicopatía (van der Zouwen y cols., 2018).
4
prevención temprana del trastorno, explorando qué intervenciones podrían llevarse a cabo con
estos menores para evitar que acaben convirtiéndose en psicópatas criminales en la edad adulta.
Así, con este trabajo se pretende investigar la etiología de la psicopatía desde el punto
de vista de la teoría del apego, explorando su papel en el desarrollo de los rasgos psicopáticos
y, en concreto, de los rasgos callous-unemotional, e indagar las posibles implicaciones que la
teoría del apego puede tener en el tratamiento y prevención de la psicopatía infanto-juvenil,
como método de prevención de la psicopatía adulta.
Para ello, se comenzará exponiendo qué es la teoría del apego y cómo influye en el
desarrollo de la personalidad y sus trastornos, para posteriormente hacer una conceptualización
diferencial entre el trastorno antisocial de la personalidad y la psicopatía, comúnmente
utilizados de forma indiscriminada. Una vez establecidas las características básicas de la
personalidad psicopática se procederá a describir lo que se entiende por psicopatía infanto-
juvenil y la etiología de los rasgos callous-unemotional, para finalmente discutir qué
implicaciones puede tener la teoría del apego en la prevención y tratamiento de la psicopatía y
proponer posibles vías futuras de investigación a este respecto.
La teoría del apego es una teoría etiológica que se centra en las funciones reguladoras y
las consecuencias que tiene el mantener la proximidad con los otros significativos (Mikulincer
y cols., 2003). Bowlby (2009) defiende que los bebés nacen con un repertorio de conductas de
apego orientadas a conseguir y mantener la proximidad a los otros significativos o figuras de
apego. Así, el buscar proximidad es una tendencia innata de los seres humanos que cumple la
función evolutiva de proteger al individuo de las amenazas físicas y psicológicas y de aliviar el
estrés (Mikulincer y cols., 2003).
El buscar cuidados es una tendencia biológica básica de los seres humanos que
comienza en la infancia, cuando se establece el vínculo de apego con los cuidadores principales,
5
pero que continúa a lo largo de toda la vida, influyendo enormemente en el comportamiento
social y sexual (Barg Beltrame, 2011; Bowlby, 2009). De igual forma, la acción de proporcionar
cuidados se considera también básica de la naturaleza humana, al igual que la exploración del
entorno, y todo ello forma parte de la teoría del apego (Bowlby, 2009).
Para Bowlby (2009), cuando el niño consigue la proximidad con su figura de apego se
regula afectivamente, y esto da como resultado un apego seguro, es decir, la sensación de que
el mundo es un lugar seguro y que se puede confiar en los demás, por lo que explorar el entorno
y vincularse a los demás no es algo peligroso. Además de proporcionar un mantenimiento de la
proximidad y un espacio físico y psicológico seguro, la figura de apego también proporciona
una base segura, donde el niño puede explorar y aprender del entorno para desarrollar su
personalidad y capacidades, sabiendo que cuando regrese con sus figuras de apego será bien
recibido (Bowlby, 2009; Mikulincer y cols., 2003). Por tanto, lo esencial de la figura de apego
consistirá en estar accesible o disponible a las necesidades del niño, y la mayoría de las veces
el rol consistirá simplemente en esperar (Bowlby, 2009).
A todo esto es a lo que Bowlby llama modelos operantes internos, una representación
interna de sí mismo y los otros y de sí mismo interactuando con la figura de apego en un
contexto de carga emocional (Pinedo Palacios y Santelices Álvarez, 2006), que guían las
interacciones, proporcionan expectativas sobre las relaciones interpersonales e influyen en la
regulación emocional y el procesamiento cognitivo de la información (Levy y cols., 2015).
6
desarrolló en su infancia con sus figuras de apego, y determina sus estrategias de regulación
emocional (Mikulincer y cols., 2003).
7
Delgado, 2004). Este estilo de apego es el presentado por el 10% de los niños estudiados en
Estados Unidos (Oliva Delgado, 2004).
Apego inseguro desorganizado. Fue introducido por Main y Solomon en 1986, pues
observaron que había niños que no parecían mostrar una estrategia clara ante la separación de
la madre, e incluso presentaban comportamientos bizarros, como quedarse inmóviles, intentar
escaparse de la habitación… Se descubrió que en la mayoría de casos eran niños que habían
sufrido traumas tempranos por parte de su figura de apego, lo cual hace que vivan como
amenazante a la que debería ser su principal fuente de protección (Barg Beltrame, 2011;
Bowlby, 2009; Lorenzini y Fonagy, 2014). Estos niños son los que muestran la mayor
inseguridad y al reunirse con la madre tras la separación despliegan conductas confusas o
contradictorias (Oliva Delgado, 2004).
8
conviertan en una característica relacional del niño y futuro adulto (Pinedo Palacios y Santelices
Álvarez, 2006).
El apego cuenta con correlatos neurológicos, por eso se considera que es una
predisposición innata del ser humano. En concreto, se identifican dos redes neurológicas
implicadas: el sistema dopaminérgico de recompensa y el sistema oxitocinérgico (Fonagy y
cols., 2011). El sistema dopaminérgico de recompensa es el que motiva la reproducción, el
cuidado materno y la supervivencia de los hijos, e impulsa a buscar relaciones con otras
personas, pues esto produce satisfacción y se refuerza dicha conducta (Lorenzini y Fonagy,
2014). La oxitocina, por su parte, es una hormona que se sintetiza en el hipotálamo y se proyecta
a áreas cerebrales relacionadas con las emociones y las conductas sociales, como la amígdala o
el giro cingulado (Fonagy y cols., 2011).
La oxitocina cumple dos funciones esenciales en la creación del apego: activa el sistema
dopaminérgico de recompensa y desactiva los sistemas neuroconductuales implicados en la
evitación social. Además, los receptores de oxitocina abundan en áreas cerebrales relacionadas
con el apego y otras conductas sociales (Fonagy y cols., 2011). Por tanto, podría considerarse
que la oxitocina es la hormona que se encuentre detrás de la formación y el mantenimiento del
apego (Heinrichs y Domes, 2008, en Levy y cols., 2015).
9
de un estilo de apego inseguro en la infancia puede dar lugar a diversas patologías si el niño o
el adulto no consiguen ser capaces de conectar emocionalmente con los demás.
Las intervenciones basadas en el apego se han usado para tratar los trastornos de
personalidad, mostrando resultados satisfactorios, si bien, es cierto que la mayoría de las
propuestas se han centrado en el trastorno límite de personalidad (Levy y cols., 2015). Por ello,
sería de interés intentar desarrollar estrategias basadas en la teoría del apego para abordar el
resto de los trastornos de personalidad, pues podría contribuir a comprender mejor su desarrollo
y elaborar intervenciones más eficaces, dada la visión integradora que proporcionan. En
concreto, en este trabajo nos centraremos en la psicopatía.
10
3.1. Trastorno antisocial de la personalidad (TAP)
Psiquiatría, 2018)
A. Patrón dominante de inatención y vulneración de los derechos de los demás, que se produce desde
antes de los 15 años de edad, y que se manifiesta por tres (o más) de los siguientes hechos:
1. Incumplimiento de las normas sociales respecto a los comportamientos legales, que se
manifiesta por actuaciones repetidas que son motivo de detención.
2. Engaño, que se manifiesta por mentiras repetidas, utilización de alias o estafa para provecho
o placer personal.
3. Impulsividad o incapacidad para planear con antelación.
4. Irritabilidad y agresividad, que se manifiesta por peleas o agresiones físicas repetidas.
5. Desatención imprudente de la seguridad propia o la de los demás.
6. Irresponsabilidad constante, que se manifiesta por la incapacidad repetida de mantener un
comportamiento laboral coherente o cumplir con las obligaciones económicas.
7. Ausencia de remordimientos, que se manifiesta con indiferencia o racionalización del hecho
de haber herido, maltratado o robado a alguien.
B. El individuo tiene como mínimo 18 años.
C. Existen evidencias de la presencia de un trastorno de la conducta con inicio antes de los 15 años.
D. El comportamiento antisocial no aparece exclusivamente en el curso de una esquizofrenia o un
trastorno bipolar.
Es por ello que Esbec y Echuburúa (2010) observan que dentro de las personas
diagnosticadas con TAP se distinguen dos grupos, según si predomina el empleo de la violencia
reactiva o proactiva. La violencia reactiva o emocional es la que surge en respuesta a una
11
situación o amenaza (Blair, 2001) y sería la más frecuente entre los individuos diagnosticados
con TAP por mayoría de ítems conductuales, como la impulsividad o el incumplimiento
repetido de normas sociales (Esbec y Echuburúa, 2010). Sin embargo, la violencia proactiva o
instrumental, que se realiza premeditadamente y para conseguir un objetivo (Blair, 2001), se
asociaría más con los individuos con TAP donde predominan los criterios afectivos de engaño
y ausencia de remordimiento sobre los conductuales, siendo además menos impulsivos, con
bajos niveles de ansiedad y altos niveles de psicopatía (Esbec y Echuburúa, 2010). Por tanto,
parece que este último grupo de sujetos antisociales poseen unos rasgos de personalidad
concretos que son los que originan su inadaptación social, y que el propio DSM-V reconoce
como los característicos de la psicopatía, pero ¿qué es entonces la psicopatía?
3.2. Psicopatía
Para Cleckley (1964), los rasgos más definitorios de la psicopatía eran la insensibilidad
en las relaciones interpersonales y el egocentrismo patológico e incapacidad de afecto, y los
consideraba antecedentes de las conductas violentas y antisociales.
12
A nivel interpersonal les caracterizaría su arrogancia, egocentrismo y la tendencia a la
manipulación y a la dominación. En el plano afectivo, las emociones superficiales y lábiles, la
falta de empatía, ansiedad, culpa y remordimiento y la dificultad para vincularse con otras
personas. En el conductual, la irresponsabilidad, impulsividad, búsqueda de sensaciones,
incumplimiento persistente de las normas y un estilo de vida parasitario y carente de
planificación (Halty y Prieto-Ursúa, 2015; Hare, 2003; Torrubia y Cuquerella, 2008).
Tabla 3. Ítems de la escala PCL-R según factores y facetas (Hare y Neumann, 2006)
13
de 0 a 40, siendo el punto de corte para considerar a un individuo psicópata ≥ 30 (Torrubia y
Cuquerella, 2008).
La conceptualización que hacen estos autores de la psicopatía, por tanto, es más cercana
a la propuesta inicialmente por Cleckley (1964), que entendía que las características centrales
de la personalidad psicopática estaban presentes también en personas de cualquier ocupación o
estatus social.
El psicópata que describe Cleckley es el psicópata primario, pues entiende que puede
ser capaz de controlar su conducta, de tal modo que no sólo existen los psicópatas criminales,
sino que también puede haber psicópatas no criminales o psicópatas que cometen delitos pero
que consiguen no ser descubiertos, lo que en la literatura se conoce como psicópatas exitosos
(Hall y Benning, 2006; Ortega-Escobar y Alcázar-Córcoles, 2019). En estos casos, a pesar de
que la persona se muestre adaptada a la sociedad y sincera en su conducta (la “máscara de la
cordura” a la que hacía referencia Cleckley en el título de su libro), a nivel afectivo son estériles
e insensibles emocionalmente (Ortega-Escobar y Alcázar-Córcoles, 2019): a pesar de
14
comprender cognitivamente las emociones de los demás, no son capaces de experimentarlas
como propias (Cleckley, 1964).
Tras haber descrito ambos trastornos, puede comprobarse que psicopatía y TAP no son
exactamente lo mismo: mientras que el TAP basa su diagnóstico principalmente en las
conductas violentas y antisociales, la psicopatía incluye en su conceptualización tanto
conductas antisociales como rasgos interpersonales y afectivos (Torrubia y Cuquerella, 2008).
Aun así, es cierto que sigue habiendo debate en torno al concepto de psicopatía, pero todas las
definiciones, con sus diversos matices, coinciden en una cosa: lo fundamental es el aspecto
emocional, la ausencia de empatía emocional, lo que Hare y Neumann (2006) entienden como
la faceta 2 de la psicopatía. Por ello, puede concluirse que existe una relación asimétrica entre
los criterios diagnósticos de la psicopatía y el TAP (Torrubia y Cuquerella, 2008), dándose los
siguientes supuestos:
Esta distinción resulta interesante, pues indica que en realidad las conductas violentas y
antisociales pueden surgir por diversos motivos, como los rasgos psicopáticos de personalidad,
y que la psicopatía podría tratarse más de un continuo que de un constructo, pudiendo
encontrarse diversos subtipos (Ortega-Escobar y Alcázar-Córcoles, 2019)
15
Además, aunque la psicopatía se considere consecuencia de la compleja interacción
entre factores biológicos y sociales (Hare, 2003), sabemos que la infancia es un período crítico
en nuestra vida para la socialización, y que los acontecimientos que sucedan en este período
tendrán grandes repercusiones para la formación de la personalidad del futuro adulto (Lykken,
2006). Por tanto, ¿es posible que haya niños con rasgos psicopáticos? Y en ese caso, ¿cómo es
el apego y la socialización de estos? ¿Influye eso de algún modo en la manifestación de los
rasgos psicopáticos y la conducta antisocial?
Otros autores, en cambio, defienden que los rasgos característicos de la psicopatía, como
la falta de empatía y de culpa o el encanto superficial (Factor I), pueden observarse ya desde
tempranas edades, por eso defienden que la psicopatía adulta tiene su origen en la infancia y la
temprana adolescencia y que es posible hablar de “características psicopáticas” en población
infanto-juvenil (Johnstone y Cooke, 2004), no queriendo esto decir que el trastorno sea algo
inmutable e irreversible (Salekin, 2006). A continuación, se exponen algunos de los argumentos
a favor de la consideración del constructo de psicopatía en la infancia y la adolescencia.
4.1. Temperamento
16
las emociones morales, como la vergüenza o la culpa, y surge la autoconsciencia, es decir la
toma de perspectiva o separación del yo frente al otro (Halty y Prieto-Ursúa, 2015; Salekin,
2006). Es en este periodo cuando los padres enseñan en qué momentos y cómo se deben
experimentar esas emociones, intentando que aprendan que sus actos generan reacciones
emocionales en los demás y que asocien la culpa al castigo, para que ante la posibilidad de
transgredir una norma sientan miedo del futuro castigo y decidan inhibir su conducta (Halty y
Prieto-Ursúa, 2015). Por tanto, es durante este período cuando también comienza a desarrollarse
la empatía, pues los menores aprenden a mostrar compasión y preocupación por los otros, al
igual que a ser sensibles los deseos y necesidades de los demás (Johnstone y Cooke, 2004;
Salekin, 2006).
Kochanska (1997) distingue entre niños temerosos y niños poco temerosos, los cuales
responderán de forma diferente al proceso de socialización. Normalmente, los niños
experimentan un aumento de su activación general cuando transgreden una norma, pues dan
una respuesta espontánea de ansiedad, algo característico durante la socialización, y esto hace
que inhiban su conducta (Kochanska, 1997). En los niños poco temerosos, en cambio, este
mecanismo de socialización no surte efecto, ya que no experimentan emociones aversivas
cuando transgreden las normas, como la culpa, y por ello no aprenden del castigo y tendrán
dificultades para desarrollar la consciencia (Kochanska, 1997). Serán niños con temperamento
difícil y muy diferentes a los niños “normales”, más traviesos, mentirosos y agresivos que el
resto de niños de su edad, con problemas para relacionarse con los demás y tendentes a desafiar
las normas y a la autoridad (Hare, 2003), un perfil que comparte características con el de la
psicopatía. Por tanto, parece que el temperamento podría ser en parte una de las bases para el
desarrollo de la psicopatía (Salekin, 2006).
17
conducta, como el trastorno negativista desafiante, el explosivo intermitente y el de conducta
(Asociación Americana de Psiquiatría, 2018).
Aun así, el DSM-V también recoge el trastorno de conducta, caracterizado por ser un
“patrón repetitivo y persistente de comportamiento en el que no se respetan los derechos básicos
de otros, las normas o reglas sociales de la edad” (Asociación Americana de Psiquiatría, 2018,
p. 469). Este comportamiento puede manifestarse en forma de agresión a personas y animales,
destrucción de la propiedad, engaño o robo e incumplimiento grave de las normas, y puede ser
de inicio infantil, adolescente o no especificado, en caso de no poder determinar si la edad de
aparición del primer síntoma fue anterior a los 10 años (Asociación Americana de Psiquiatría,
2018). El trastorno de conducta, en realidad, abarca a un grupo de niños muy heterogéneo, por
eso Frick y cols. (1994) quisieron replicar el análisis factorial de la psicopatía con ellos. Los
autores llegaron de nuevo a dos dimensiones: la de impulsividad y problemas de conducta y la
interpersonal, a la que llamaron insensibilidad afectiva (callous-unemotional, CU). Así,
concluyeron que se podían establecer subgrupos de niños con problemas de conducta, y
especialmente se centraron en el estudio de la dimensión CU, pues vieron que los niños y
adolescentes con problemas de conducta graves que además presentaban los rasgos CU
mostraban importantes déficits en el desarrollo de la empatía y la culpa (Frick y cols., 2014).
18
niños con trastorno de conducta que presentan al menos dos de las siguientes características, de
forma persistente y en diferentes contextos: falta de remordimiento o culpabilidad, insensible o
carente de empatía, despreocupado por su rendimiento y afecto superficial o deficiente
(Asociación Americana de Psiquiatría, 2018). Así, los niveles elevados de rasgos CU designan
a un subgrupo clínica y etiológicamente diferente de los niños y adolescentes que sólo presentan
trastorno de conducta, del mismo modo que el constructo de psicopatía designaba a un subgrupo
específico dentro de los adultos antisociales (Frick y cols., 2018). Este subgrupo representaría
a la psicopatía infanto-juvenil, pues precisamente los rasgos CU o de insensibilidad emocional
son los característicos de la psicopatía (Cleckley, 1964).
Los rasgos callous-unemotional (CU) son entendidos como la falta de empatía, culpa y
remordimientos y la insensibilidad hacia las emociones de los demás, y constituyen la parte
afectiva de la psicopatía (Frick y cols., 1994). Aun así, hay autores que defienden que pueden
ser considerados un constructo de personalidad en sí mismo, independientemente del resto de
facetas de la psicopatía, y que esto podría servir para elaborar modelos evolutivos sobre la
psicopatía y la aparición de problemas de conducta en los niños (Frick y Ray, 2015). Esto es
porque las puntuaciones altas en CU designan a un grupo de niños y adolescentes con conductas
antisociales particularmente severas, estables y agresivas, y el estudio de dichos rasgos parece
ser clave para entender la etiología de la psicopatía (Frick y Ray, 2015).
19
A continuación, se exponen algunos de los modelos más recientes sobre la etiología de los
rasgos CU, que pueden servir para entender los orígenes de la psicopatía adulta desde una
perspectiva multidimensional.
20
que la insensibilidad podría observarse ya desde la temprana infancia (Del Giudice y cols.,
2011; Glenn, 2019). Respecto a este segundo camino surgen varias dudas, pues esto querría
decir que aquellos niños con predisposiciones genéticas desarrollarían los rasgos CU incluso
en ambientes de bajo estrés (Glenn, 2019).
La etiología genética de los rasgos CU aún no está clara, aunque algunos estudios
muestran que la heredabilidad estaría entre el 36 y el 67% y que los sistemas de la oxitocina y
la serotonina podrían estar implicados (Moore y cols., 2019). En lo que sí parece haber consenso
es en que los niños con rasgos CU presentan déficits para atender a la franja de los ojos de las
figuras de apego (Dadds, Allen, y cols., 2014), de igual modo que la preferencia reducida a un
rostro con mirada directa a las 5 semanas de edad se asocia con puntuaciones de rasgos CU más
altas a los 2 años y medio (Bedford y cols., 2015). Todo ello sugiere que algunas diferencias
podrían estar presentes poco después del nacimiento, aunque es posible que esto haya sido
influenciado por factores prenatales o postnatales tempranos (Bedford y cols., 2015). En
concreto, hay autores que sugieren que, a pesar de que la heredabilidad sea de moderada a alta,
existen factores de protección que pueden moderar la influencia genética en la aparición de los
rasgos CU (Viding y McCrory, 2017), como las prácticas parentales y, especialmente, el nivel
de calidez de los padres (Waller y cols., 2018).
Dependencia
Model, STAR) se centra en dos variables Audacia, extroversión,
dominancia social,
patológica, angustia por
separación y necesidad
búsqueda de de relaciones sociales
temperamentales: la sensibilidad al miedo o sensaciones cuya pérdida provoca
miedo
a la amenaza y la sensibilidad a la
recompensa afiliativa (Waller y Wagner, baja Sensibilidad al miedo/amenaza alta
CU serían la baja sensibilidad a las Nota. Adaptado de “The Sensitivity to Threat and Affiliative
amenazas, que es la ausencia de miedo ante Reward (STAR) model and the development of callous-
unemotional traits”, por Waller y Wagner (2019), Neuroscience
las amenazas sociales y no sociales, y la baja and Biobehavioral Reviews, 107.
21
sensibilidad a la recompensa afiliativa, que son los déficits para buscar u obtener placer de la
vinculación social y la cercanía con los demás (Waller y Wagner, 2019). Los niveles bajos en
ambas variables son factores de riesgo necesarios para la aparición de los rasgos CU, no basta
con que una sola sea baja, y se encuentran persistentemente tanto entre informantes (padres
frente a profesores) como entre contextos (hogar frente a escuela) cuando se estudia a los niños
con rasgos CU (Domínguez-Álvarez y cols., 2021; Waller y Wagner, 2019).
El modelo STAR establece sus hipótesis en base a una revisión de los factores
comportamentales, genéticos, neurológicos y ambientales que originan las diferencias
individuales en las dos dimensiones temperamentales que estudia (Waller y Wagner, 2019).
Como se expuso anteriormente en este trabajo, los niños poco temerosos tendrían
dificultades para desarrollar la conciencia, la culpa, la empatía y las conductas prosociales
(Domínguez-Álvarez y cols., 2021; Kochanska, 1997), y estos son aspectos centrales de los
rasgos CU, de ahí que la sensibilidad al miedo o la amenaza se haya incluido como variable del
modelo (Waller y Wagner, 2019). Esta baja sensibilidad surgiría por factores hereditarios, como
alteraciones en la serotonina y otros genes asociados a la sensibilidad al miedo, que podrían
interactuar con los inputs demasiado duros o amenazantes del ambiente, aumentando el riesgo
de desarrollar rasgos CU (Waller y Wagner, 2019). Además, los efectos de dichos factores de
riesgo hereditarios y ambientales estarían mediados por la capacidad de respuesta reducida de
la amígdala y otras regiones cerebrales implicadas en el procesamiento del miedo, la amenaza
y el dolor (Waller y Wagner, 2019). El resultado de todo esto sería el mencionado fracaso de la
socialización, con un niño despreocupado por quebrantar las normas, recibir castigos o producir
daño a los demás (Kochanska, 1997; Waller y Wagner, 2019). Por otro lado, el modelo sostiene
que los rasgos CU surgen de una predisposición heredada de baja sensibilidad a la recompensa
afiliativa, mediada a través de diferencias individuales en los circuitos cerebrales centrales que
sustentan el vínculo social y la recompensa, como los de la amígdala, haciendo que estos niños
muestren menos comportamientos afiliativos, como establecer contacto visual con los demás o
interesarse por incluir a otros niños en los juegos (Dadds y cols., 2012; Domínguez-Álvarez y
cols., 2021; Waller y Wagner, 2019). Esta baja sensibilidad, además, sería acentuada por un
entorno de cuidados con baja calidez parental y afecto o de deprivación, aumentando así el
riesgo de los rasgos CU (Waller y Wagner, 2019).
El modelo STAR, por tanto, entiende que los rasgos CU pueden aparecer tanto por
factores de riesgo hereditarios como no hereditarios, aunque defiende que un subgrupo de niños
parece exhibir una fuerte predisposición genética a la baja sensibilidad a la amenaza y a la
22
recompensa afiliativa desde la temprana infancia (Waller y Wagner, 2019). Este subgrupo sería
en los niños con rasgos CU primarios (Blair y cols., 2014, Larstone y cols., 2018), y se
corresponderían con el cuadrante izquierdo inferior de la Figura 1. Los rasgos CU secundarios,
en cambio, se corresponderían con cualquiera de los dos cuadrantes derechos de la Figura 1,
pues son el resultado de vivir en contextos de abuso severo o negligencia, institucionalización
o trauma severo desde la temprana infancia, y no de una predisposición a la baja sensibilidad
al miedo o la amenaza (Waller y Wagner, 2019).
6. Discusión
Así, en base a toda la literatura revisada, la Tabla 4 recoge una hipótesis de cómo la
interacción entre los factores genéticos y ambientales puede influir en la aparición de cada tipo
de rasgos CU, y cuál sería el perfil equivalente de esas características infantiles en la edad
adulta, en caso de no realizar ninguna intervención.
23
Tabla 4. Hipótesis de la etiología de la psicopatía y el trastorno antisocial de la personalidad
Sin predisposición TC
Ambiente aversivo TAP
genética CU secundarios con TC
Los factores ambientales han sido incluidos en la hipótesis porque parecen jugar un
papel importante en la aparición y desarrollo de los rasgos CU, siendo determinantes en el caso
de los secundarios, pero moderando también la predisposición genética de los primarios (Hyde
y cols., 2016). En concreto, algunos autores encuentran que el ejercer buenas prácticas
parentales, enfatizando el reforzamiento positivo con estos niños, ayuda a atenuar el riesgo
genético incluso en aquellos con mayor predisposición genética (Hyde y cols., 2016).
Asumir que las prácticas parentales tienen implicaciones en el desarrollo de los rasgos
CU, ya sean primarios o secundarios, otorga gran relevancia a la teoría del apego, dado que el
estilo de apego se forma en la primera infancia según las interacciones del niño con su cuidador
principal (Bowlby, 2009) y determina su desarrollo emocional, siendo este previo a la
internalización de la norma y el desarrollo moral (Larstone y cols., 2018). Viendo las
características de los niños con rasgos CU, es posible que el estilo de apego que desarrollen sea
inseguro. En concreto, Pasalich y cols. (2012) realizaron un estudio con niños con rasgos CU y
problemas de conducta y vieron que la presencia de rasgos CU se asociaba al estilo de apego
desorganizado, aunque no evitativo, como inicialmente hipotetizaron. Asimismo, estudios más
recientes obtienen los mismos resultados, independientemente de la gravedad de los problemas
de conducta (Kohlhoff y cols., 2020).
24
severo, sin encontrar apoyo en sus figuras de apego, posiblemente el sistema de apego se haya
acabado desactivando, reduciendo la motivación del niño para buscar proximidad y seguridad
en su figura de apego (Larstone y cols., 2018). En la hipótesis de la Tabla 4, estos rasgos
secundarios se equiparan al desarrollo del TAP en la adultez porque la aparición de la
insensibilidad emocional surge en respuesta al medio y porque los niños con rasgos CU
secundarios presentan niveles más altos de ansiedad (Bennett y Kerig, 2014), algo incompatible
con el temperamento de insensibilidad al miedo o la amenaza propio de la psicopatía (Cleckley,
1969; Hare, 2003; Waller y Wagner, 2019). El origen más “social” es precisamente lo que se
hipotetiza sobre el TAP o sociopatía (Lykken, 2006), también llamado psicopatía secundaria
(Yildirim y Derksen, 2015), de ahí la hipótesis.
Por otro lado, pensar que los niños con rasgos CU primarios tienen un estilo de apego
desorganizado también sería factible, debido especialmente a las características que presentan
desde el nacimiento, como los déficits en el procesamiento de la mirada de la principal figura
de apego (Dadds y cols., 2012; Dadds, Allen, y cols., 2014), indicadores de un temperamento
con baja sensibilidad a la recompensa afiliativa (Waller y Wagner, 2019). Al ser niños poco
temerosos (Kochanska, 1997) o con baja sensibilidad al miedo o la amenaza (Waller y Wagner,
2019), es posible que no se comuniquen de forma efectiva con sus padres, pues no tenderán a
necesitar su proximidad (Larstone y cols., 2018). Este déficit a su vez hará que la figura de
apego sea menos responsiva a sus necesidades o que sus respuestas no sean las adecuadas, por
lo que, con el tiempo, el niño dejará de acudir a la figura de apego en busca de apoyo y no la
percibirá como una base segura desde la que explorar el mundo (Larstone y cols., 2018).
25
modificaciones artificiales del sistema oxitocinérgico en los rasgos CU y la psicopatía (Dadds,
Moul, y cols., 2014).
26
recompensa afiliativa, haciendo que el niño la valore y se sienta motivado a afiliarse a los
demás, manifestando entonces otros rasgos de la psicopatía, como la audacia, la búsqueda de
sensaciones o la dominancia social, que pueden ser vistos incluso de forma positiva o adaptativa
(Salekin y Lynam, 2010; Skeem y cols., 2011). Este perfil, por tanto, sería más cercano al
cuadrante superior izquierdo del modelo STAR (Waller y Wagner, 2019) (ver Figura 1), y
podría constituir la meta a la que se pretende llegar con la prevención y tratamiento de la
psicopatía infanto-juvenil y posteriormente adulta, pues a pesar de ser un niño con un
temperamento de base difícil de socializar, la combinación fortuita de la competencia y el estilo
parental, el barrio, el grupo de pares y los profesores podrían contribuir a su adecuada
socialización (Lykken, 2006). Por ello, resulta coherente contemplar la teoría del apego como
una posible vía de prevención e intervención, pues la sensibilidad a la recompensa afiliativa y
las prácticas parentales adecuadas y responsivas se relacionan claramente con lo que es la
conducta de apego.
La teoría del apego dice que los niños tienen la tendencia innata de buscar la proximidad
física de sus figuras de apego para asegurarse la supervivencia y aliviar sus niveles de estrés
ante situaciones amenazantes (Bowlby, 2009; Mikulincer y cols., 2003). Esto último parecería
estar alterado en los niños con CU primarios y en los adultos con psicopatía, debido a su
temperamento con baja sensibilidad al miedo o poco temeroso (Kochanska, 1997; Waller y
Wagner, 2019). Sin embargo, la tendencia biológica a la supervivencia seguiría estando, por lo
que el niño con rasgos CU primarios seguiría necesitando esa proximidad, aunque su
motivación principal sea diferente, y sería durante estas interacciones cuando se podría
intervenir para promover la creación de un apego seguro (Bowlby, 2009). De hecho, hay autores
que sostienen que la motivación podría ser uno de los factores que influyen en el desarrollo de
rasgos CU antisociales o no antisociales (Salekin y Lynam, 2010).
Las variables que parecen haber demostrado cambios importantes en los niveles de
rasgos CU han sido la sensibilidad materna (Bedford y cols., 2015) y la calidez parental (Waller
y cols., 2018), dos factores característicos de la teoría del apego y esenciales para el desarrollo
de un estilo de apego seguro. Sin embargo, ambas pueden acabar deteriorándose cuando se trata
de cuidar a un niño con rasgos CU, debido a las propias características del infante. Así, los
rasgos CU y las prácticas parentales podrían influirse recíprocamente, pues al igual que los
rasgos CU secundarios surgían de una parentalidad negligente o demasiado severa, las prácticas
parentales más duras, frías o de abandono podrían ser el resultado de los rasgos psicopáticos
27
del niño en el caso de los CU primarios, aumentando además el riesgo de los problemas de
conducta (López-Romero y cols., 2012).
Algunas de las propuestas actuales de tratamiento para niños con problemas de conducta
tienen en cuenta todo esto, y se centran en desarrollar programas focalizados en enseñar a los
padres técnicas de crianza adecuadas para sus hijos. Por ejemplo, Dadds y Hawes (2006)
desarrollaron un programa de intervención integral basado en la teoría del apego, la
socialización, aspectos estructurales de la familia y las atribuciones cognitivas (especialmente
las negativas) que construyen respecto a sus hijos. Por otro lado, Dadds y cols. (2019) realizaron
una intervención centrada en promover el contacto visual diario de las díadas padre-hijo y
madre-hijo y en enseñar a los padres a apoyar el juego libre de sus hijos de forma no directiva,
centrándose en el niño y sin abordar directamente el compromiso emocional. A pesar de que la
permanencia del contacto visual volvió a los niveles iniciales tras terminar el tratamiento, la
segunda estrategia mejoró el apoyo de los padres a sus hijos en el juego libre y el juego positivo
de los niños, al igual que ambas intervenciones redujeron los problemas de conducta y los
niveles de rasgos CU. Del mismo modo, Gallego-Matellán y cols. (2019) muestran en un
estudio de caso que el entrenamiento parental y el entrenamiento en reconocimiento emocional
en un niño de 11 años con grave comportamiento disruptivo y altos rasgos CU mejoró su
desarrollo socioafectivo y disminuyó los problemas de conducta, favoreciendo su adaptación,
al menos a corto plazo. Por tanto, parece que las líneas actuales de investigación están optando
por centrarse más en los déficits en el contacto visual, factor fundamental en el establecimiento
del vínculo de apego, y en la intervención temprana.
28
clínica sería de utilidad para encontrar factores protectores al desarrollo de las conductas
disruptivas, como se sugería al exponer el caso de la psicopatía de éxito no criminal (Hall y
Benning, 2006).
Referencias
Aguilar, M. M. (2017). La inadecuada identificación de la psicopatía con el trastorno antisocial de la
personalidad. Revista electrónica de ciencia penal y criminología, 13(19), 1-40. https://n9.cl/09qe
Ainsworth, M. D. S., Blehar, M. C., Waters, E., y Wall, S. N. (1978). Patterns of Attachment. A
Psychological Study of the Strange Situation. Psychology Press.
https://doi.org/10.4324/9780203758045
Asociación Americana de Psiquiatría. (2018). Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos
Mentales DSM-V (5.a ed.). Editorial Médica Panamericana.
Barg Beltrame, G. (2011). Bases neurobiológicas del apego. Revisión temática. Ciencias Psicológicas,
5(1), 69-81. https://n9.cl/dz6x6
Bedford, R., Pickles, A., Sharp, H., Wright, N., y Hill, J. (2015). Reduced Face Preference in Infancy:
A Developmental Precursor to Callous-Unemotional Traits? Biological Psychiatry, 78(2), 144-
150. https://doi.org/10.1016/j.biopsych.2014.09.022
Bennett, D. C., y Kerig, P. K. (2014). Investigating the Construct of Trauma-Related Acquired
Callousness Among Delinquent Youth: Differences in Emotion Processing. Journal of Traumatic
Stress, 27, 415-422. https://doi.org/10.1002/jts.21931
Blair, R. J. R. (2001). Neurocognitive models of aggression, the antisocial personality disorders, and
psychopathy. Journal of Neurology, Neurosurgery and Psychiatry, 71(6), 727-731.
https://doi.org/10.1136/jnnp.71.6.727
Blair, R. J. R., Leibenluft, E., y Pine, D. S. (2014). Conduct Disorder and Callous–Unemotional Traits
in Youth. New England Journal of Medicine, 371(23), 2207-2216.
https://doi.org/10.1056/nejmra1315612
Bowlby, J. (1944). Forty-Four Juvenile Thieves: Their Character and Home-Life. International Journal
of Psychoanalysis, 25, 19-52, 107-127. https://doi.org/10.4324/9780203779958-9
Bowlby, J. (1970). Disruption of affectional bonds and its effects on behavior. Journal of Contemporary
29
Psychotherapy, 2(2), 75-86. https://doi.org/10.1007/BF02118173
Bowlby, J. (2009). Una base segura. Aplicaciones clínicas de una teoría del apego. Paidós.
Cleckley, H. (1964). The mask of sanity: an attempt to clarify some issues about the so-called
psychopathic personality. Ravenio Books.
Cooke, D. J., y Michie, C. (2001). Refining the construct of psychopathy: Towards a hierarchical model.
Psychological Assessment, 13(2), 171-188. https://doi.org/10.1037/1040-3590.13.2.171
Dadds, M. R., Allen, J. L., McGregor, K., Woolgar, M., Viding, E., y Scott, S. (2014). Callous-
unemotional traits in children and mechanisms of impaired eye contact during expressions of love:
A treatment target? Journal of Child Psychology and Psychiatry and Allied Disciplines, 55(7),
771-780. https://doi.org/10.1111/jcpp.12155
Dadds, M. R., Allen, J. L., Oliver, B. R., Faulkner, N., Legge, K., Moul, C., Woolgar, M., y Scott, S.
(2012). Love, eye contact and the developmental origins of empathy v. psychopathy. British
Journal of Psychiatry, 200(3), 191-196. https://doi.org/10.1192/bjp.bp.110.085720
Dadds, M. R., English, T., Wimalaweera, S., Schollar-Root, O., y Hawes, D. J. (2019). Can reciprocated
parent–child eye gaze and emotional engagement enhance treatment for children with conduct
problems and callous-unemotional traits: a proof-of-concept trial. Journal of Child Psychology
and Psychiatry and Allied Disciplines, 60(6), 676-685. https://doi.org/10.1111/jcpp.13023
Dadds, M. R., y Hawes, D. J. (2006). Integrated family intervention for child conduct problems: A
behaviour-attachment-systems intervention for parents. Brisbane: Australian Academic Press.
Dadds, M. R., Moul, C., Cauchi, A., Dobson-Stone, C., Hawes, D. J., Brennan, J., y Ebstein, R. E.
(2014). Methylation of the oxytocin receptor gene and oxytocin blood levels in the development
of psychopathy. Development and Psychopathology, 26(1), 33-40.
https://doi.org/10.1017/S0954579413000497
Del Giudice, M., Ellis, B. J., y Shirtcliff, E. A. (2011). The Adaptive Calibration Model of stress
responsivity. Neuroscience and Biobehavioral Reviews, 35(7), 1562-1592.
https://doi.org/10.1016/j.neubiorev.2010.11.007
Domínguez-Álvarez, B., Romero, E., López-Romero, L., Isdahl-Troye, A., Wagner, N. J., y Waller, R.
(2021). A Cross-Sectional and Longitudinal Test of the Low Sensitivity to Threat and Affiliative
Reward (STAR) Model of Callous-Unemotional Traits Among Spanish Preschoolers. Research
on Child and Adolescent Psychopathology. https://doi.org/10.1007/s10802-021-00785-1
Dujo López, V., y Horcajo Gil, P. J. (2017). La psicopatía en la la actualidad: Abordaje clínico-legal y
repercusiones forenses en el ámbito penal. Psicopatología Clínica, Legal y Forense, 17, 69-88.
https://n9.cl/l777
Esbec, E., y Echuburúa, E. (2010). Violencia y trastornos de personalidad: Implicaciones clínicas y
forenses. Actas Españolas de Psiquiatría, 38(5), 249-261. https://n9.cl/c4y5
Fonagy, P., Luyten, P., y Strathearn, L. (2011). Borderline personality disorder, mentalization, and the
neurobiology of attachment. Infant mental health journal, 32(1), 47-69.
https://doi.org/10.1002/imhj.
Frick, P. J., O’Brien, B. S., Wootton, J. M., y McBurnett, K. (1994). Psychopathy and Conduct Problems
in Children. Journal of Abnormal Psychology, 103(4), 700-707. https://doi.org/10.1037/0021-
843X.103.4.700
Frick, P. J., y Ray, J. V. (2015). Evaluating Callous-Unemotional Traits as a Personality Construct.
Journal of Personality, 83(6), 710-722. https://doi.org/10.1111/jopy.12114
Frick, P. J., Ray, J. V., Thornton, L. C., y Kahn, R. E. (2014). Annual research review: A developmental
psychopathology approach to understanding callous-unemotional traits in children and adolescents
with serious conduct problems. Journal of Child Psychology and Psychiatry and Allied
Disciplines, 55(6), 532-548. https://doi.org/10.1111/jcpp.12152
Frick, P. J., Robertson, E. L., y Clark, J. E. (2018). Callous-unemotional traits. En Developmental
Pathways to Disruptive, Impulse-Control, and Conduct Disorders. Elsevier Inc.
https://doi.org/10.1016/B978-0-12-811323-3.00006-7
Gallego-Matellán, M. del M., López-Romero, L., y León-Mejía, A. C. (2019). Socioemotional
30
development in children with callous-unemotional traits: A case study of a multimodal
intervention. Revista de Psicología Clínica con Niños y Adolescentes, 6(1), 57-63.
https://doi.org/10.21134/rpcna.2019.06.1.8
Glenn, A. L. (2019). Early life predictors of callous-unemotional and psychopathic traits. Infant Mental
Health Journal, 40(1), 39-53. https://doi.org/10.1002/imhj.21757
Hall, J. R., y Benning, S. D. (2006). The «Successful» Psychopath. En C. J. Patrick (Ed.), Handbook of
Psychopathy (pp. 459-478). The Guilford Press.
Halty, L., y Prieto-Ursúa, M. (2015). Psicopatía infanto-juvenil: Evaluación y tratamiento. Papeles del
psicólogo, 36(2), 117-124. http://psiqu.com/2-43715
Hare, R. D. (2003). Sin conciencia. El inquietante mundo de los psicópatas que nos rodean. Paidós.
Hare, R. D., y Neumann, C. (2006). The PCL-R assessment of psychopathy. Development, structural
properties and new directions. En C. J. Patrick (Ed.), Handbook of Psychopathy (pp. 58-88). The
Guilford Press.
Hyde, L. W., Waller, R., Trentacosta, C. J., Shaw, D. S., Neiderhiser, J. M., Ganiban, J. M., Reiss, D.,
y Leve, L. D. (2016). Heritable and nonheritable pathways to early callous-unemotional behaviors.
American Journal of Psychiatry, 173(9), 903-910.
https://doi.org/10.1176/appi.ajp.2016.15111381
Johnstone, L., y Cooke, D. J. (2004). Psychopathic-Like Traits in Childhood: Conceptual and
Measurement Concerns. Behavioral Sciences and the Law, 22(1), 103-125.
https://doi.org/10.1002/bsl.577
Kahn, R. E., Frick, P. J., Youngstrom, E. A., Youngstrom, J. K., Feeny, N. C., y Findling, R. L. (2013).
Distinguishing primary and secondary variants of callous-unemotional traits among adolescents in
a clinic-referred sample. Psychological Assessment, 25(3), 966-978.
https://doi.org/10.1037/a0032880
Kiehl, K. A., y Hoffman, M. B. (2011). The criminal psychopath: History, neuroscience, treatment, and
economics. Jurimetrics, 51, 355-397. https://n9.cl/vmb7q
Kochanska, G. (1997). Multiple pathways to conscience for children with different temperaments: from
toddlerhood to age 5. Developmental psychology, 33(2), 228-240. https://doi.org/10.1037/0012-
1649.33.2.228
Kohlhoff, J., Mahmood, D., Kimonis, E., Hawes, D. J., Morgan, S., Egan, R., Niec, L. N., y Eapen, V.
(2020). Callous–Unemotional Traits and Disorganized Attachment: Links with Disruptive
Behaviors in Toddlers. Child Psychiatry and Human Development, 51(3), 399-406.
https://doi.org/10.1007/s10578-019-00951-z
Larstone, R. M., Craig, S. G., y Moretti, M. M. (2018). An attachment perspective on callous and
unemotional characteristics across development. En W. J. Livesley y R. M. Larstone (Eds.),
Handbook of personality disorders: Theory, research, and treatment (2.a ed., pp. 324-336). The
Guilford Press.
Levy, K. N., Johnson, B. N., Clouthier, T. L., Scala, J. W., y Temes, C. M. (2015). An attachment
theoretical framework for personality disorders. Canadian Psychology/Psychologie canadienne,
56(2), 197-207. https://doi.org/10.1037/cap0000025
Liu, J. C. J., McErlean, R. A., y Dadds, M. R. (2012). Are We There Yet? The Clinical Potential of
Intranasal Oxytocin in Psychiatry. Current Psychiatry Reviews, 8(1), 37-48.
https://doi.org/10.2174/157340012798994902
López-Romero, L., Romero, E., y Villar, P. (2012). Relaciones Entre Estilos Educativos Parentales y
Rasgos Psicopáticos en la Infancia. Behavioral Psychology, 20(3), 603-623. https://n9.cl/xmts
López Miguel, M. J., y Núñez Gaitán, M. del C. (2009). Psicopatía versus trastorno antisocial de la
personalidad. Revista Española De Investigación Criminológica, 7, 1-17.
https://doi.org/10.46381/reic.v7i0.49
Lorenzini, N., y Fonagy, P. (2014). Apego y trastornos de la personalidad: breve revisión. Revista
Mentalización. https://n9.cl/b9hz4
Lykken, D. T. (2006). Psychopathic Personality. The Scope of the Problem. En C. J. Patrick (Ed.),
31
Handbook of Psychopathy (pp. 3-13). The Guilford Press.
Mikulincer, M., Shaver, P. R., y Pereg, D. (2003). Attachment Theory and Affect Regulation: The
Dynamics, Development, and Cognitive Consequences of Attachment-Related Strategies.
Motivation and Emotion, 27(2), 77-102. https://doi.org/10.1023/A:1024515519160
Moore, A. A., Blair, R. J., Hettema, J. M., y Roberson-Nay, R. (2019). The genetic underpinnings of
callous-unemotional traits: A systematic research review. Neuroscience and Biobehavioral
Reviews, 100(2019), 85-97. https://doi.org/10.1016/j.neubiorev.2019.02.018
Oliva Delgado, A. (2004). Estado actual de la teoría del apego. Revista de Psiquiatría y Psicología del
Niño y del Adolescente, 4(1), 65-84. https://n9.cl/5cebm
Ortega-Escobar, J., y Alcázar-Córcoles, M. Á. (2019). Psicopatía. En J. Ortega-Escobar y M. Á.
Alcázar-Córcoles (Eds.), Agresión y psicopatía. Aspectos psicológicos, neurobiológicos y legales.
(pp. 71-90). Pirámide.
Pasalich, D. S., Dadds, M. R., Hawes, D. J., y Brennan, J. (2012). Attachment and callous-unemotional
traits in children with early-onset conduct problems. Journal of Child Psychology and Psychiatry
and Allied Disciplines, 53(8), 838-845. https://doi.org/10.1111/j.1469-7610.2012.02544.x
Peñaranda Ramos, E., y Puente Rodríguez, L. (2019). Psicopatía y Derecho penal: algunas
consideraciones normativas a partir del estado actual de los conocimientos científicos. En J.
Ortega-Escobar y M. Á. Alcázar-Córcoles (Eds.), Agresión y psicopatía. Aspectos psicológicos,
neurobiológicos y legales. (pp. 139-178). Pirámide.
Pinedo Palacios, J. R., y Santelices Álvarez, M. P. (2006). Apego adulto: Los Modelos Operantes
Internos y la Teoría de la Mente. Sociedad Chilena de Psicología Clínica, 24(2), 201-209.
https://www.redalyc.org/articulo.oa?id=78524210
Salekin, R. T. (2006). Psychopathy in Children and Adolescents. Key Issues in Conceptualization and
Assessment. En C. J. Patrick (Ed.), Handbook of Psychopathy (pp. 389-415). The Guilford Press.
Salekin, R. T., y Lynam, D. R. (2010). Child and Adolescent Psychopathy: The road ahead. En R. T.
Salekin y D. R. Lynam (Eds.), Handbook of Child and Adolescent Psychopathy (pp. 401-419). The
Guilford Press.
Seagrave, D., y Grisso, T. (2002). Adolescent development and the measurement of juvenile
psychopathy. Law and Human Behavior, 26(2), 219-239.
https://doi.org/10.1023/A:1014696110850
Skeem, J. L., Polaschek, D. L. L., Patrick, C. J., y Lilienfeld, S. O. (2011). Psychopathic Personality:
Bridging the Gap Between Scientific Evidence and Public Policy. Psychological Science in the
Public Interest, Supplement, 12(3), 95-162. https://doi.org/10.1177/1529100611426706
Torrubia, R., y Cuquerella, À. (2008). Psicopatía: una entidad clínica controvertida pero necesaria en
psiquiatría forense. Revista Española de Medicina Legal, 34(1), 25-35.
https://doi.org/10.1016/s0377-4732(08)70023-3
van der Zouwen, M., Hoeve, M., Hendriks, A. M., Asscher, J. J., y Stams, G. J. J. M. (2018). The
association between attachment and psychopathic traits. Aggression and Violent Behavior, 43, 45-
55. https://doi.org/10.1016/j.avb.2018.09.002
Viding, E., y McCrory, E. J. (2017). Understanding the development of psychopathy: Progress and
challenges. Psychological Medicine, 48(4), 566-577.
https://doi.org/10.1017/S0033291717002847
Waller, R., Hyde, L. W., Klump, K. L., y Burt, S. A. (2018). Parenting is an Environmental Predictor
of Callous-Unemotional Traits and Aggression: A Monozygotic Twin Differences Study.
Physiology y behavior, 57(12), 955-963. https://doi.org/10.1016/j.jaac.2018.07.882.Parenting
Waller, R., y Wagner, N. (2019). The Sensitivity to Threat and Affiliative Reward (STAR) model and
the development of callous-unemotional traits. Neuroscience and Biobehavioral Reviews, 107,
656-671. https://doi.org/10.1016/j.neubiorev.2019.10.005
Yildirim, B. O., y Derksen, J. J. L. (2015). Clarifying the heterogeneity in psychopathic samples:
Towards a new continuum of primary and secondary psychopathy. Aggression and Violent
Behavior, 24, 9-41. https://doi.org/10.1016/j.avb.2015.05.001
32