De La Responsabilidad Extracontractual
De La Responsabilidad Extracontractual
De La Responsabilidad Extracontractual
El daño.
a) Concepto.
Es todo menoscabo que experimente un individuo en su persona y bienes, la pérdida de un beneficio
de índole material o moral, de orden patrimonial o extrapatrimonial.
c) Clases de daño.
El daño puede ser material o moral. El daño material consiste en una lesión de carácter patrimonial. La
víctima sufre un menoscabo o disminución en su patrimonio (daño emergente) o se le priva de la
utilidad que legítimamente podría haber obtenido (lucro cesante). El daño moral consiste en el dolor,
la aflicción, el pesar que causa a la víctima el hecho ilícito. Usualmente, el daño moral y el daño
material se presentan conjuntamente. Así, una persona víctima de una herida en su integridad física,
experimenta un daño moral por la aflicción que le causa la lesión y un daño material a consecuencia de
la disminución temporal o permanente de su capacidad de trabajo.
Pero el daño puede ser puramente material o moral, según las circunstancias.
La indemnización del daño moral se ha ido imponiendo progresivamente en la doctrina y en la
jurisprudencia. Se argumenta para ello que los arts. 2314 y 2329 no distinguen la clase de daño
indemnizable; además, cabe advertir que aún en el caso del art. 2331 del Código Civil, debe
indemnizarse el daño moral, habiéndose declarado inaplicable por inconstitucional el tenor del
precepto, en cuanto excluye tal resarcimiento.
Un daño imputable: la culpa o dolo.
No basta con la existencia del daño para que nazca la responsabilidad: se requiere además que el
perjuicio sea imputable a dolo o culpa.
El art. 44 del Código Civil define el dolo (como elemento de la responsabilidad extracontractual) y la
culpa. En cuanto a ésta, y teniendo presente la triple gradación que opera en el ámbito contractual, el
mismo artículo previene que la expresión “culpa” o “descuido”, sin otra calificación, significa culpa
leve. Tal es entonces la culpa exigida en el ámbito de la responsabilidad extracontractual. Corrobora lo
anterior el art. 2323, al decir “o por haber faltado de otra manera al cuidado de un buen padre de
familia”. Ello es lógico, porque a las personas no puede exigírseles un celo o diligencia sino ordinario o
mediano. No es razonable exigir al hombre medio que emplee en sus actos una diligencia esmerada o
cuidado ejemplar, como la que un hombre juicioso pone en sus negocios importantes. Con todo, la ley
puede exigir un determinado grado de culpa, diferente de la culpa leve, para que pueda originarse
responsabilidad por la comisión de un delito o cuasidelito civil: tal ocurre, en el caso de los hechos
ilícitos ejecutados por uno de los cónyuges en perjuicio del otro o de la sociedad conyugal, según se
desprende de los arts. 1748 y 1771 del Código Civil. En estos preceptos, se exige culpa grave o dolo.
Por ende, si sólo se acredita que el cónyuge actuó con culpa leve, no será responsable.
La relación de causalidad entre el dolo o la culpa y el daño.
No basta con la existencia del daño y del dolo o culpa. Se requiere además que entre ambos elementos
medie un vínculo de causalidad, que el primero sea el resultado del dolo o de la culpa. Es decir, se
producirá esta relación de causalidad cuando el dolo o culpa ha sido la causa necesaria del daño, de
manera que, si no hubiera mediado, el daño no se habría producido.
Esto puede observarse del tenor del art. 2314, cuando señala: “El que ha cometido un delito o
cuasidelito que ha inferido daño a otro”.
Dos consecuencias importantes fluyen ante la falta de relación de causalidad:
i.- La responsabilidad no recaerá en el demandado, cuando el daño es imputable a culpa de la víctima. Tal
exención puede ser total o parcial. Habrá exención total de responsabilidad, cuando la culpa de la víctima
excluya la del demandado; la responsabilidad se atenuará, si la culpa de ambos provocó el daño (art.
2330).
ii.- Si el daño es indirecto, por regla general no es indemnizable. Ahora bien, cuando más se aleja el daño
del hecho inicial que lo originó, más difícil resulta establecer una relación de causalidad.
Capacidad delictual.
Como consecuencia lógica de la doctrina clásica o subjetiva que adopta nuestro Código Civil, es
condición esencial de la responsabilidad que el autor del delito o cuasidelito tenga suficiente
discernimiento. Se responderá entonces de las consecuencias derivadas de los actos que se cometen,
aunque el autor carezca de la capacidad necesaria para actuar por sí solo en la vida jurídica.
Como regla general, podemos enunciar que la capacidad delictual y cuasidelictual es más amplia que la
capacidad contractual. Dos razones fundamentales justifican lo anterior:
i.- La plena capacidad contractual supone una completa madurez intelectual, mientras que la plena
capacidad delictual sólo requiere tener conciencia del bien y del mal, el poder de discernir entre el acto
lícito y el ilícito.
ii.- El delito y el cuasidelito ponen a la víctima ante un imprevisto deudor; en cambio, se elige a los
deudores contractuales, pero no a los deudores cuya obligación nace de un delito o cuasidelito. Si
exigiéramos al autor la misma plena capacidad que en el ámbito contractual, cada vez que el autor no
tuviera tal capacidad, se privaría a la víctima del daño de la indemnización.
Puesto que los incapaces no responden de los daños que ocasionen, cabe considerar la eventual
responsabilidad de las personas que tienen a su cargo a los incapaces. Al respecto, el art. 2319 establece
que serán responsables si puede imputárseles negligencia. A su vez, el art. 2325 priva al guardián del
derecho a repetir contra el incapaz, pues sólo podría hacerlo si el subordinado fuere “capaz de delito o
cuasidelito, según el artículo 2319”. Se trata por ende de una doble sanción.
En nuestro Derecho, la responsabilidad de las personas jurídicas, por regla general, debe circunscribirse a
la Responsabilidad Civil, puesto que la Responsabilidad Penal solo puede hacerse efectiva en las personas
naturales, únicas capaces de cometer delitos. No obstante, una persona jurídica sí podrá responder
civilmente por aquellos hechos punibles cometidos por aquellos que hubiesen actuado a nombre de la
primera. Dispone al efecto el art. 58 del Código Procesal Penal: “Responsabilidad penal. La acción penal,
fuere pública o privada, no puede entablarse sino contra las personas responsables del delito. / La
responsabilidad penal sólo puede hacerse efectiva en las personas naturales. Por las personas jurídicas
responden los que hubieren intervenido en el acto punible, sin perjuicio de la responsabilidad civil que
las afectare”.
Excepcionalmente, las personas jurídicas pueden tener responsabilidad penal, conforme a lo dispuesto
por la Ley N° 20.393, publicada en el Diario Oficial de fecha 2 de diciembre de 2009. Esta responsabilidad
sólo puede originarse por la comisión de los delitos de lavado de activos, financiamiento del terrorismo y
cohecho a funcionario público nacional e internacional.
En cuanto a la Responsabilidad Civil, se debe distinguir en Responsabilidad Contractual o
Extracontractual.
Tratándose de la Responsabilidad Contractual, deben concurrir dos requisitos fundamentales para que la
persona jurídica sea responsable:
A su vez para que se disponga por el juez el pago de indemnización de perjuicios se requiere acreditar:
i.- Incumplimiento de una obligación;
ii.- Incumplimiento imputable, vale decir culpa o dolo del deudor (el incumplimiento no obedece a casos
fortuitos o fuerza mayor);
iii.- Que el deudor se encuentre en mora;
iv.- Que el incumplimiento ocasione perjuicios al acreedor, esto es daño material o moral.
En cuanto a la Responsabilidad Extracontractual de las personas jurídicas, distinguimos según se trate de
daños ocasionados por delitos o cuasidelitos que son al mismo tiempo penales y civiles o por delitos o
cuasidelitos exclusivamente civiles.
En cuanto a la responsabilidad civil que pueda derivar de la comisión de delitos o cuasidelitos penales y
civiles, debemos atenernos a la regla contemplada en el inc. 2º del art. 58 del Código Procesal Penal, ya
citada, en relación con los artículos 2314 y siguientes del Código Civil.
Respecto de delitos o cuasidelitos exclusivamente civiles, la responsabilidad de las personas jurídicas se
funda en las normas contempladas en los artículos 2314 y siguientes del Código Civil.
Para Carlos Ducci, se incurre en esta responsabilidad por los daños que produzca la actividad de una
persona jurídica realizada por intermedio de cualquiera de las personas que la integran, tengan o no
representación. Como fuente de la obligación se cita el artículo 2320 del Código Civil, uno de cuyos
ejemplos alude a los empresarios y dependientes bajo el cuidado de los primeros.
Alessandri, sin embargo, siguiendo a los autores franceses, señala que el delito o cuasidelito civil que
origina la responsabilidad extracontractual debe haberse cometido por el órgano a través del cual se
manifiesta la voluntad de la persona jurídica, o sea la mayoría del directorio o la asamblea según el caso
y además actuando en el ejercicio de sus funciones.
Se refuta lo anterior, señalándose que para contraer responsabilidad civil extracontractual no se requiere
poseer capacidad para ejecutar o celebrar actos jurídicos considerando que dicha responsabilidad se
origina por hechos jurídicos y no por actos jurídicos.
Presunciones de culpa.
Considerando que se exige al demandante o víctima, por regla general, probar la culpa del demandado o
autor, la ley, en diversas disposiciones, ha invertido tal principio general, con el objeto de asegurar a la
víctima una justa reparación del daño, reglamentado una serie de presunciones de culpabilidad. En virtud
de tales presunciones, a la víctima le bastará con probar la existencia del hecho y el daño causado,
correspondiendo al demandado acreditar que el perjuicio no proviene de sus actos, o que ha empleado
la debida diligencia o cuidado, o, en fin, que no existe una relación de causalidad entre la culpa que se le
imputa y el daño.
Las presunciones de culpa se dividen en tres grupos:
14.1 Responsabilidad por el hecho propio;
14.2 Responsabilidad por el hecho ajeno; y 14.3 Responsabilidad por el hecho de las cosas.
Responsabilidad por el hecho propio.
El art. 2329, ya citado, advierte que se debe responder de todo daño ocasionado a otro, cuando medió
por el autor malicia (dolo) o negligencia. Dispone el artículo:
“Por regla general todo daño que pueda imputarse a malicia o negligencia de otra persona debe ser
reparado por ésta.
Son especialmente obligados a esta reparación:
1º El que dispara imprudentemente un arma de fuego;
2º El que remueve las losas de una acequia o cañería en calle o camino, sin las precauciones necesarias
para que no caigan los que por allí transitan de día o de noche;
3º El que, obligado a la construcción o reparación de un acueducto o puente que atraviesa un camino lo
tiene en estado de causar daño a los que transitan por él”.
Se ha entendido que el inc. 1º no hace sino reiterar el principio general del art. 2314. Por ende, se exige
probar culpa o dolo del autor del hecho.
En cambio, los tres casos que enumera esta disposición en su inc. 2º, constituyen presunciones de
culpabilidad. En tal sentido se interpreta la expresión “especialmente obligados”. La víctima, entonces,
no requiere probar la culpa. Sólo debe acreditar la comisión del hecho, presumiéndose culpa del autor.
Se justifican estas presunciones, porque los tres casos describen situaciones de riesgo en que la víctima
queda expuesta a un daño inminente, como consecuencia de hechos excepcionales que conllevan un
peligro objetivo (disparo, remoción de losas, mal estado de acueductos o puentes). En estos casos, se
sustituye la regla general del inc. 1º propia de la responsabilidad subjetiva, por una presunción de
responsabilidad por el riego creado o provocado, propio de actividades riesgosas. Por ello, para la
doctrina más moderna, las presunciones de responsabilidad por el hecho propio señaladas en este inc. 2º
son meramente ejemplares. De esta manera, toda otra conducta que objetivamente se estime riesgosa,
podría quedar comprendida dentro de esta presunción de culpa por hecho propio. Así, por ejemplo, en el
caso de un agricultor que realiza una quema agrícola de un terreno, debe extremar las medidas de
seguridad para evitar que aquella se propague a campos vecinos; o la empresa de turismo aventura o
que ofrece la práctica de deportes extremos (lanzamiento en paracaídas, “bungee” o saltos al vacío
desde puentes o plataformas, descenso de rápidos en balsas, etc.), debe adoptar las providencias
especiales que suponen actividades objetivamente riesgosas. En cualquiera de estos casos, si una
persona resulta lesionada o incluso falleciere, se presumirá que hubo culpa por el “hecho propio” de
quien llevó a cabo u organizó la actividad.
Por regla general, tal como lo establece el art. 2316, inc. 1°, se responde por hechos propios, no por
hechos ajenos:
“Es obligado a la indemnización el que hizo el daño”.
Excepcionalmente, sin embargo, se debe responder por los hechos ajenos, cuando una persona debe
responder por el “hecho de aquellos que estuvieren a su cuidado” (art. 2320, inc. 1º). El fundamento de
esta disposición descansa en el deber de vigilancia que se tiene respecto de determinadas personas. La
persona que tiene otra a su cuidado, sujeta a su control o dirección, debe vigilarla para impedirle que
cause daños. Y si el daño en definitiva se causa, quiere decir que no empleó la debida vigilancia. Por eso,
señala la doctrina que no estamos estrictamente ante un caso de responsabilidad por hecho ajeno, sino
por un hecho propio, a saber, la falta de cuidado o vigilancia. En tales casos, la doctrina habla de culpa in
vigilando.
Cabe precisar que esta responsabilidad no se circunscribe a los hechos que enumera el art. 2320, que
debemos considerarlos como menciones a vía ejemplar. El art. 2320 consagra un principio general, que
debemos aplicar en cualquier caso similar.
i.- Relación de dependencia entre el autor del daño y la persona responsable: la persona responsable
debe estar investida de una cierta autoridad y el autor material del daño sujeto a su obediencia. Deberá
probar esta relación la víctima.
ii.- Que ambas partes sean capaces de delito o cuasidelito: si el que tiene a su cuidado a otra persona es
incapaz, es irresponsable. Pero también debe ser capaz el subordinado. Si es incapaz, no se aplican los
artículos 2320 y siguientes, sino el art. 2319, desapareciendo entonces la presunción. En efecto, se
responde por los hechos de los incapaces, siempre que pueda imputarse negligencia a quien los tenía a
su cuidado. En otras palabras, no cabe presumir la culpa del que tiene a un incapaz a su cuidado, para
hacerle responsable, debe probarse su culpa.
iii.- Que se pruebe la culpabilidad del subordinado: la presunción no abarca la conducta del dependiente,
sino que imputa exclusivamente culpa a la persona que tiene a otra a su cuidado. Pero para que
responda, previamente debe acreditarse que el subordinado actuó culpablemente.
Por tanto, el tercero civilmente responsable puede quedar exento de responsabilidad, si prueba que
empleó la diligencia o cuidado debidos: art. 2320, último inciso.
Con todo, el art. 2321 establece una excepción a esta regla, estableciendo una presunción de derecho,
según veremos.
La responsabilidad por el hecho ajeno no excluye la del autor directo del hecho ilícito, siempre que éste
tenga capacidad extracontractual. Ambas responsabilidades coexisten y la víctima puede accionar contra
ambos.
e) Cómo responden ante la víctima quien ejecutó el hecho ilícito y el tercero civilmente
responsable.
No se expresa en el Código Civil cómo han de responder el que ejecutó el hecho ilícito y el tercero
que responde civilmente junto con él. A nivel de la jurisprudencia, se observan dos criterios, que
seguidamente expresamos.
De conformidad a lo dispuesto en el art. 2325, quien responde por los hechos de otro que depende del
primero, tendrá derecho para ser indemnizado sobre los bienes del segundo, siempre y cuando se
cumplan dos requisitos:
i.- Cuando el que perpetró el daño, lo hizo sin orden de la persona a quien debía obediencia; y ii.- Cuando
el que perpetró el daño, era capaz de delito o cuasidelito, según el art. 2319.
Se trata de una aplicación del principio de reparación del enriquecimiento sin causa, pues resultaría
injusto que la indemnización sea soportada, en definitiva, por el patrimonio de una persona distinta de
aquella que realizó el hecho dañoso. El tercero civilmente responsable deberá indemnizar a la víctima,
pero luego, podrá repetir en contra del autor del ilícito civil. Se trata del distingo entre la “obligación a la
deuda” y la “contribución a la deuda”.
El inc. 2º del art. 2320 establece que “... los progenitores son responsables del hecho de los hijos
menores que habiten en la misma casa”.
Debemos relacionar esta disposición con los artículos 222 y siguientes, referidos al cuidado personal y la
educación de los hijos.
Cabe preguntarse también qué ocurre si el hijo menor de edad estuviere casado. En tal caso, queda
emancipado de sus progenitores por el solo ministerio de la ley (art. 270). Sin embargo, el art. 2320 hace
responsable a los progenitores por los actos del hijo menor, sin precisar si está o no emancipado. Así las
cosas, creemos que la emancipación no exonera de responsabilidad a los padres. Como es lógico, en este
caso no podría operar el art. 224 del Código Civil.
De cualquier manera, dos requisitos deben concurrir para hacer efectiva la responsabilidad de los
progenitores: i.- Que el hijo sea menor de edad;
ii.- Que habite la misma casa que la de sus progenitores.34
No obstante que la anterior es una presunción simplemente legal, el art. 2321 establece una presunción
de derecho, bastando en este caso que sean menores, siendo indiferente que habiten en la casa de sus
progenitores. Dispone el artículo: “Los progenitores serán siempre responsables de los delitos o
cuasidelitos cometidos por sus hijos menores, y que conocidamente provengan de mala educación, o de
los hábitos viciosos que les han dejado adquirir”.
El hecho debe provenir de la mala educación dada al hijo o de hábitos viciosos que le dejaron adquirir
sus progenitores. Pero, además, el hecho debe provenir “conocidamente” de estas causas. Por lo tanto,
corresponderá a la víctima probar que el hijo recibió una mala educación o que los progenitores lo
dejaron adquirir hábitos viciosos.
Señala el inc. 3º del art. 2320 que “...el tutor o curador es responsable de la conducta del pupilo que vive
bajo su dependencia y cuidado”.
Para que el guardador sea responsable, deben cumplirse los siguientes requisitos:
i.- Que el pupilo viva bajo la dependencia o cuidado del guardador: en consecuencia, esta
responsabilidad no afectará a los guardadores a quienes solamente incumbe la gestión de los bienes del
pupilo, como los curadores de bienes. De acuerdo con lo dispuesto en el artículo 428 del Código Civil, la
responsabilidad recae sobre los tutores o curadores generales, salvo que el pupilo esté bajo el cuidado
de otra persona. La guarda general confiere al guardador la representación del pupilo, la administración
de su patrimonio y el cuidado de su persona (art. 340).
ii.- Que el pupilo sea capaz extracontractualmente: si el pupilo es incapaz, no será responsable el
guardador, sino probándosele culpa.
En todo caso, como también estamos ante una presunción simplemente legal, el guardador podrá
eximirse de responsabilidad probando que no pudo impedir el hecho, pese a que ejercitó la autoridad
derivada de su cargo y empleó el cuidado a que estaba obligado.
Establece el inc. 4º del art. 2320 que “...los jefes de colegios y escuelas responden del hecho de los
discípulos, mientras están bajo su cuidado”.
En este caso, habrá responsabilidad para el jefe de colegio o de escuela, cuando el discípulo esté bajo su
cuidado: mientras el discípulo permanezca en el Cabe señalar que de acuerdo con el art. 224, inc. 1º,
“Toca de consuno a los padres, o al padre o madre sobreviviente, el cuidado personal de sus hijos. Éste
se basará en el principio de corresponsabilidad, en virtud del cual ambos padres, vivan juntos o
separados, participarán en forma activa, equitativa y permanente en la crianza y educación de sus hijos”.
Hay casos especiales, sin embargo:
1º Situación del hijo que goza de filiación no matrimonial: el cuidado personal del hijo no concebido ni
nacido durante el matrimonio, reconocido por uno de los padres, corresponde al padre o madre que lo
haya reconocido (artículo 224, inciso 2º).
2º Situación del hijo que tiene filiación indeterminada: si el hijo no ha sido reconocido por ninguno de
sus padres, la persona que tendrá su cuidado será determinada por el juez (artículo 224, inciso 2º).
3º Situación del hijo, cuando sus padres viven separados (artículo 225): en este caso, ambos
progenitores, actuando de común acuerdo, podrán determinar que el cuidado personal de uno o más
hijos corresponda:
i) al padre;
ii) a la madre; o
iii) a ambos en forma compartida. De no existir acuerdo, el hijo continuará con aquél de los padres con el
cual esté conviviendo. En cualquier caso (vale decir, exista o no acuerdo entre los padres), cuando las
circunstancias lo requieran y el interés superior del hijo lo haga conveniente, el juez podrá atribuir el
cuidado personal del hijo al otro de los padres o radicarlo en uno solo de ellos, si por acuerdo existiere
alguna forma de ejercicio compartido.
establecimiento, durante los viajes de estudio o visitas que efectúe bajo la dirección de los aludidos jefes,
etc.
Como en los dos casos anteriores, puede destruirse la presunción, probando al jefe de colegio o escuela
que no le fue posible evitar el hecho ilícito y que empleó toda la diligencia o cuidado necesarios.
La expresión “colegios y escuelas” no debe interpretarse como relativa sólo a la enseñanza primaria y
secundaria. Bien podría ocurrir que se aplique a los directivos de instituciones de educación superior, es
decir, centros de formación técnica, institutos profesionales y universidades.
Cabe señalar que habrá responsabilidad para el jefe escolar, aun cuando el discípulo sea mayor de edad,
pues el artículo sólo alude a los “discípulos”, sin agregar que deben ser menores de edad.
La víctima también dispondrá de acción en contra de los empleadores de los jefes de colegio o escuela o
en contra de las personas jurídicas que deben ejercitar un deber de vigilancia sobre dichos empleadores.
Conforme al inc. 4º del art. 2320, responden también “...los artesanos y empresarios del hecho de sus
aprendices o dependientes, en el mismo caso (o sea, mientras estén bajo el cuidado de los primeros)”.
Para que respondan los artesanos o empresarios, es necesario:
i.- Que los aprendices o dependientes estén bajo el cuidado del artesano o empresario, lo que quiere
decir que cumplan una actividad laboral bajo subordinación o dependencia; ii.- Que se trate de hechos
realizados por los aprendices o dependientes mientras están bajo el cuidado del artesano o empresario,
o sea, mientras cumplen con su jornada laboral, hecho que deberá probar la víctima.
Como en los tres casos anteriores, cesa la responsabilidad del artesano o empresario, acreditando que
no pudo impedir el hecho ilícito, no obstante, su cuidado y haber ejercitado su autoridad.
Dispone el art. 2322 que “Los amos responderán de la conducta de sus criados o sirvientes, en el
ejercicio de sus respectivas funciones”. Se denomina amo a la persona que tiene a su servicio empleados
domésticos, criados o dependientes, o en lenguaje contemporáneo, trabajadores de casa particular. El
amo es responsable solamente en los actos ejecutados por el sirviente a condición de que el hecho ilícito
se verifique mientras desempeña sus labores o cumple sus órdenes, o sea, cuando el criado actúa “en el
ejercicio de sus respectivas funciones”.
No cabe al amo responsabilidad por los actos ajenos a las funciones del criado o que importan un abuso
de las mismas, como, por ejemplo, si el chofer sustrae el automóvil de su patrón, contraviniendo sus
órdenes y atropella a un transeúnte. El amo puede eximirse de responsabilidad probando:
i.- Que el criado ejecutó sus funciones de un modo impropio; ii.- Que el amo no tenía medio de prever o
impedir el ejercicio abusivo de sus funciones por parte del sirviente; y iii.- Que empleó la autoridad
inherente a su condición y el cuidado de una persona prudente para lograr que el sirviente ejerciera sus
funciones con propiedad.
El dueño de un vehículo será solidariamente responsable con el conductor, por los daños que ocasione.
La responsabilidad del dueño del vehículo es sin perjuicio de la que quepa a otras personas, en virtud del
derecho común. En otras palabras, puede coexistir con la que establece el art. 2320. La víctima, por
tanto, podrá accionar, a su arbitrio, contra la persona que tenga al conductor a su cuidado, o contra el
dueño del vehículo o, como ocurre usualmente, contra ambos.
Sin embargo, el propietario del vehículo puede eximirse de responsabilidad, si acredita que le fue
tomado contra su voluntad o sin autorización expresa o tácita.
Dispone al efecto el art. 174, inc. 2º de la Ley Nº 18.290, “Ley del Tránsito”: “El conductor, el propietario
del vehículo y el tenedor del mismo a cualquier título, a menos que estos últimos acrediten que el
vehículo fue usado contra su voluntad, son solidariamente responsables de los daños o perjuicios que se
ocasionen con su uso, sin perjuicio de la responsabilidad de terceros de conformidad a la legislación
vigente”.
a) Fundamento.
Se es responsable también del hecho de las cosas de que una persona es dueña o, no siéndolo, que están
a su servicio. El propietario o la persona que se sirve de la cosa, debe vigilarla y mantenerla en el estado
de que no cause daño. De tal forma, el daño que produzca la cosa denotaría omisión o falta de cuidado y
por ello la ley entra a presumir la culpabilidad de quien tenía a su cargo la cosa.
A diferencia de lo que ocurre con la presunción general de culpabilidad por el hecho ajeno, de una
persona que se encuentra bajo vigilancia o cuidado (art. 2320), tratándose de las cosas, la ley se limita a
señalar algunos casos en los cuales se presume culpabilidad del que las tiene a su cuidado. Por tanto, sólo
en ellos puede presumirse culpabilidad y en cualquiera otro, deberá esta probarse por la víctima.
b.1.1) Requisitos.
Se refiere a este caso el art. 2323. Deben cumplirse los siguientes requisitos:
i.- La cosa que ocasiona el daño, debe ser un edificio, es decir, una obra fruto de la industria humana,
destinada a la habitación o a fines análogos, y que adhiera permanentemente al suelo;
ii.- El daño debe tener por origen la ruina del edificio, vale decir, su caída o destrucción, su deterioro debe
causar el daño;
iii.- Que el dueño haya dejado de hacer las reparaciones necesarias, o en general, faltado al cuidado de un
buen padre de familia.
La víctima del daño deberá probar que se cumplen estos tres requisitos.
Las normas del Código Civil acerca de la ruina de un edificio deben complementase también con las
contempladas en el párrafo 7º de la Ley General de Urbanismo y Construcciones, artículos 148 a 157. En
ellas, se establece que, hecha la denuncia, la Dirección de Obras deberá inspeccionar el inmueble y si
correspondiere, con el mérito de dicho informe, disponer el Alcalde la demolición de la construcción
ruinosa.
En la misma Ley General de Urbanismo y Construcciones, Dispone su art. 81: “Para prevenir el deterioro
progresivo de un sector o barrio la Municipalidad podrá ejercer las siguientes facultades:
a) Fijar plazo a los propietarios para efectuar las reparaciones necesarias para evitar el colapso parcial o
total de una construcción;
b) Ordenar la construcción de cierros exteriores en los sitios eriazos, en plazos no inferiores a seis meses,
con las características que señale el Plan Regulador y su
Ordenanza Local, o las que se fijen a falta de aquéllos;
c) Fijar plazo para conectarse a las redes públicas de agua potable y alcantarillado, cuando éstas existan, y
d) Ordenar demoler las construcciones que amenacen ruina, o aquéllas construidas ilegalmente
vulnerando las disposiciones del Plan Regulador, bajo apercibimiento de ejecutar derechamente la
demolición por cuenta del rebelde.
En el ejercicio de estas facultades, la Municipalidad podrá apercibir a los propietarios con la aplicación de
una multa si no cumplieren con lo ordenado, la que se hará efectiva administrativamente a beneficio
municipal”.
b. 2) Responsabilidad por el hecho de la cosa que cae o es arrojada de la parte superior de un edificio :
art. 2328.
Dispone este precepto: “El daño causado por una cosa que cae o se arroja de la parte superior de un
edificio, es imputable a todas las personas que habitan la misma parte del edificio, y la indemnización se
dividirá entre todas ellas; a menos que se pruebe que el hecho se debe a la culpa o mala intención de
alguna persona exclusivamente, en cuyo caso será responsable está sola. / Si hubiere alguna cosa que, de
la parte superior de un edificio o de otro paraje elevado, amenace caída y daño, podrá ser obligado a
removerla el dueño del edificio o del sitio, o su inquilino, o la persona a quien perteneciere la cosa o que
se sirviere de ella; y cualquiera del pueblo tendrá derecho para pedir la remoción”.
Se precisa que tratándose de cosas que se arrojan, en realidad no se responde por el hecho de las cosas,
sino por el hecho ajeno, puesto que siempre una persona debe arrojar la cosa en cuestión. La
responsabilidad recae sobre todas las personas que habiten la misma parte del edificio desde la que cayó
o se arrojó la cosa (podría tratarse, por ende, del dueño, o arrendatario, o comodatario, o usufructuario,
etc.). Los responsables dividirán entre sí la indemnización.
Nada impide sin embargo singularizar la responsabilidad en una o más personas determinadas, si se
acreditó que el hecho acaeció exclusivamente por dolo o culpa de las mismas. Cuando no es posible
probarlo, se genera, en opinión de Rodríguez Grez, un caso de responsabilidad objetiva subsidiaria:
obligación de reparar un daño sin atender ni a la causa física que lo provoca ni al elemento subjetivo
(dolo o culpa) de la responsabilidad. En este caso, el legislador privilegia la situación de la víctima, que de
otra manera se habría visto privada de toda reparación posible. Esta responsabilidad objetiva, muy
excepcionalmente, no exige ni siquiera una vinculación material con el daño. Basta que la cosa haya
caído o haya sido arrojada de una parte del edificio para que la responsabilidad afecte a todos quienes
moran o residen en él. Se podría decir que el riesgo es inherente a los edificios en altura. La
responsabilidad no tiene otro fundamento que el interés social y el amparo a quienes sufren el daño. Por
lo mismo, no se aceptará probar por alguno de los moradores que él adoptó medidas de seguridad de tal
naturaleza que excluían absolutamente la posibilidad de ser autor del daño. Es este un caso típico de
responsabilidad objetiva.
El art. 2328 concede una acción popular, es decir, que cualquier persona puede interponer, destinada a
evitar la caída de la cosa.
Las normas del Código Civil acerca de esta materia deben complementarse por las de la Ley Nº 21.442,
sobre “Copropiedad Inmobiliaria”. Conforme a estas normas, la víctima podrá accionar también contra la
administración del condominio, para obtener el resarcimiento del daño que se le ha causado.
El art. 2326 contiene dos reglas, la primera aplicable al dueño y la segunda a un mero tenedor:
i.- Responde el dueño del animal, aún por los daños ocasionados por éste después de haberse soltado o
extraviado. Con todo, su responsabilidad cesará, si acredita que adoptó todas las providencias para
impedir el daño.
ii.- La misma responsabilidad recae sobre el que se sirve de un animal ajeno. Pero tal persona tiene
derecho a repetir contra el dueño, si el daño fue producto de un vicio del animal que el dueño, con
mediano cuidado, debió conocer o prever. Pero si el dueño informó al usuario del animal del vicio, éste
no tendrá derecho a repetir contra el primero.
El art. 2327, por su parte, también contempla dos reglas, la primera referida a un animal fiero que no
reporta utilidad para un predio y la segunda relativa a dicho animal cuando sí reporta utilidad:
i.- Establece que siempre se responderá por el daño causado por un animal fiero, siempre que de este no
se reporte utilidad para la guarda o servicio de un predio: “El daño causado por un animal fiero, de que
no se reporta utilidad para la guarda o servicio de un predio, será siempre imputable al que lo tenga, y si
alegare que no le fue posible evitar el daño, no será oído”. De los daños responderá quien tenga el
animal, sea o no su dueño y se sirva o no de él. La disposición establece una presunción de derecho, pues
no se admite probar que fue imposible evitar el daño. Se trata, por ende, de un caso de responsabilidad
objetiva. En efecto, como señala Rodríguez Grez, en esta hipótesis, es la mantención de un animal fiero,
creando una situación de riesgo de la que no se obtiene beneficio alguno, la que justifica la
responsabilidad que se le impone el tenedor del animal.
ii.- Pero si el animal fiero reporta beneficio, la responsabilidad se transformará en subjetiva, y sólo se
responderá si el daño causado por el animal tiene como antecedente la culpa del tenedor. De tal forma,
dándose los supuestos del art. 2327 (que se trate de un animal fiero y que no esté destinado a la guarda
o servicio de un predio), la responsabilidad será objetiva.
Debemos tener presente aquí lo dispuesto en el artículo 608, que define qué se entiende por animales
bravíos o salvajes, domésticos y domesticados. Según el Diccionario de la Lengua Española, animal fiero,
es el animal no domesticado. Al efecto, si bien es probable que un animal bravío o salvaje sea al mismo
tiempo fiero (como un puma o un tigre), puede ocurrir que algunas especies de animales bravíos o
salvajes no lo sean (como la mayoría de las aves). En cuanto a los domésticos y domesticados, tampoco
puede plantearse una regla general. En estos casos, es menos probable que sean fieros, pero no
imposible. Así, ciertos canes de razas particularmente agresivas son animales domésticos, pero al mismo
tiempo podrían ser fieros. Con todo, como usualmente los perros están adiestrados para resguardar un
predio, no operaría la hipótesis de responsabilidad objetiva, sino la regla general de la responsabilidad
subjetiva.
Las normas del Código Civil acerca de esta materia deben complementarse también con lo dispuesto en
la Ley N° 21.020, “Sobre Tenencia Responsable de Mascotas y Animales de Compañía”, publicada en el
Diario Oficial de fecha 2 de agosto de 2017. Las normas atinentes a la responsabilidad son las siguientes:
i.- El art. 1, al señalar que la ley tiene por objeto establecer normas destinadas a: regular la
responsabilidad por los daños a las personas y a la propiedad que sean consecuencia de la acción de
mascotas o animales de compañía”.
ii.- La ley contempla la categoría de “animal potencialmente peligroso”, definiéndolo en los siguientes
términos: “toda mascota o animal de compañía que ha sido calificado como tal por la autoridad sanitaria,
de acuerdo con la información científica disponible, la opinión de expertos y los parámetros
mencionados en el artículo 6°, de conformidad con el procedimiento que fije el reglamento” (art. 2, N°
6).
El art. 6, dispone por su parte: “El reglamento deberá, asimismo, calificar a ciertos especímenes caninos
como potencialmente peligrosos en base a las siguientes características:
b) Características físicas tales como el tamaño o la potencia de la mandíbula, las cuales puedan causar
lesiones a personas o daños de consideración a otros animales de su misma especie. Quedarán
exceptuados de la calificación de caninos potencialmente peligrosos, bajo las características
establecidas en esta letra, los perros de asistencia para personas con discapacidad.