5 - Una Tacita de Chocolate - Laura Arnal

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UNA TACITA DE CHOCOLATE

De Laura Arnal

Comienza noviembre lleno de nuestras tradiciones. Los


altares se yerguen en todos los hogares con las viandas
preferidas de nuestros amados difuntos: calaveras de azúcar,
mole, mezcal y frutas, se mezclan con el aroma de las flores
de cempaxúchitl y los colores del papel picado.

Las familias reunidas comparten recuerdos y merienda, con


los tradicionales tamales, pan de muerto y la imprescindible
taza de chocolate… Ay, el chocolate ¡bebida de los dioses!
¿Pero qué pensarían si les dijera que no todo en la historia
del chocolate es tan dulce cómo su aroma? El chocolate
también tiene su lado oscuro…

Cuentan las leyendas que en el virreinato, las damas de


sociedad se hicieron adictas a dicha bebida. No había familia
de alta alcurnia que no organizara chocolatadas para
agasajar a sus invitados, y la casa de Don Joaquín Cobo de
Guzmán no era la excepción.

Micaela, la cocinera de la casa, estaba muy atareada


preparando pastelillos, turrones y otras delicias para
acompañar al chocolate, cuando llegaron a avisarle que su
madre estaba muy enferma y a punto de expirar. La pobre
mujer dejó la cocina echa un manojo de nervios y se dirigió al
despacho de Don Joaquín para solicitar su venia para ir a
acompañar a su madre en sus últimos momentos. Con
suavidad dio unos golpecillos en la puerta de sólido roble y
esperó a que don Joaquín le permitiera pasar.

Con la mirada baja y estrujando sus manos, le explicó casi


susurrando la terrible situación. Don Joaquín, sin siquiera
darle una mirada a la angustiada Micaela, le dio una fumada
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a su cigarrillo y le respondió que era imposible que dejara la
casa con la visita del señor obispo y otras importantes
familias a quien su mujer Águeda, había invitado a la
chocolatada de la tarde -ya la verás mañana- finalizó
haciendo un movimiento con su mano para que se retirara.

Micaela, enjugando el llanto, continuó con sus tareas


culinarias y a las 6 en punto las doncellas comenzaron a
llevar las viandas al salón para ofrecerlas a los invitados.
Justo estaba Micaela sirviendo las tazas de chocolate,
cuando llegó su madrina llorando a avisarle que su madre
había fallecido y que sus últimas palabras habían sido el
nombre de su hija. Llena de ira y amargura, Mica dejó caer
una solitaria lágrima en la tacita de chocolate que acababa de
llenar y se dirigió al salón para entregársela en manos a don
Joaquín.

Cuando este le dio el primer sorbo a su bebida, casi la


escupe, no pudiendo creer que estuviera tan amargo y
airadamente le llamó la atención a Micaela, por no haber
endulzado el chocolate. Todos los invitados voltearon a verlo
extrañados, incluso el señor obispo dijo que nunca había
probado un chocolate tan dulce y aromático.

A los 20 días de esa noche, en la casa se celebraba el velorio


de don Joaquín, quien había contraído una extraña
enfermedad la cual no le permitía probar bocado sin que lo
devolviera debido a su amargura, aunque su esposa y otros
comieran los mismos platillos y aseguraran que sabían muy
bien.

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