Bruno Bonoris - Que Hace Un Psicoanalista
Bruno Bonoris - Que Hace Un Psicoanalista
Bruno Bonoris - Que Hace Un Psicoanalista
COLOQUIO DE PERROS
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escrito del editor.
Hecho el depósito que establece la ley 11.723
Coloquio de Perros no es una editorial. Es una alianza vital, una
conspiración. El sueño de una contracultura en salud mental. Editar libros
es nuestra estrategia para la liberación anímica. Los libros son prácticas
situadas: tecnologías que conectan ideas y cuerpos, afectos y políticas,
conocimientos y transformaciones. Porque hay letras, imágenes y sonidos
que movilizan. Nuestros amigos andan por ahí, impulsando una escena
psicopolítica alternativa, creando mundos sensoriales y cognitivos en los
márgenes de la ciudad letrada y de los campos disciplinares. Los perros
somos todos aquellos inconscientes que se rebelan. No sabemos ni
podemos encajar en este mundo. Tampoco queremos. Lo demuestran
nuestras ansiedades, depresiones, insomnios, contracturas, apatías,
anorexias... El síntoma es nuestro territorio de investigación y resistencia.
Los perros encontramos en los síntomas un nuevo punto de partida.
Estamos asediados por los espectros de la tradición: hay imágenes de
cambio que impiden cambiar. Cuando la herencia se convierte en
respuesta, entorpece la invención y el contagio de nuevas prácticas
intelectuales y políticas. Sin embargo, existe una experiencia
generacional, ambivalente y dispersa, que nos incita a sentir, pensar y
actuar en común.
Los perros venimos del futuro.
Índice
Cubierta
Portada
Créditos
Dedicatoria
Epígrafe
Prólogo
Soñar. Corte e inicio
Conjeturar. Experiencia y teoría
La teoría, también
Al menos dos
El análisis del analista
Tonterías, empieza ya
Lo que se dice
Abrir. Asociación libre y atención flotante
Una hipótesis y un método
¿Quién sabe?
La conversación analítica
La disponibilidad del analista
La confusión freudiana
El diván
Otri icar. Responsabilidad, recti icación y localización
El punitivismo psi
El inconsciente del lacanismo
¿Quién gana con el síntoma?
Responsabilidad y recti icación
La demanda de análisis
Amar. Introducción al problema de la transferencia
No se puede vivir del amor
Obstáculo y motor
Cuestiones
La transferencia de la transferencia
El bien y el deseo
Causar. El deseo del analista
Los neutrales
La contratransferencia
Un deseo más fuerte
La neurosis del analista
El lugar que le corresponde
Las tetas del analista
Fingir olvidar. El sujeto supuesto saber
La erótica del saber
El engañador engañado
El prejuicio más radical
Una tirada de dados
Entre dos sillas
Interpretar. La lectura analítica
¿Cómo se interpreta hoy?
El método freudiano
El trabajo del texto
Leer al pie de la letra
Interpretación y construcción
Cortar. La escritura analítica
¿Cuándo?
El corte analítico
Resonancias
El sinsentido del signi icante
El relámpago y la verdad
Bibliogra ía
Sobre este libro
Sobre Bruno Bonoris
Coloquio de perros
Para Juana y Elina
Quizá haya mas de un camino bueno, pero sin dudas hay
muchísimos malos, y una comparación entre diversas
técnicas tiene que producir un efecto esclarecedor aunque no
imponga decidirse por un método determinado.
FREUD, El uso de la interpretación de los sueños
AGUSTÍN KRIPPER
Soñar
corte e inicio
La teoría, también
Al menos dos
Por ejemplo, López se sirve de esta cita para a irmar que de las
tres patas de la formación del analista –estudio, supervisión y
análisis personal–, “la más relevante es el pasaje de analizante a
analista en la conclusión de un análisis, siendo cualquier otra
27
condición contingente en comparación”. Yo leo otra cosa: no se
trata de que el pasaje de analizante a analista sea la única
condición necesaria para realizar un acto analítico, sino que el acto
analítico es la condición necesaria para el pasaje de analista a
analizante.
Cuando se discute sobre la necesidad del propio análisis como
eje de la formación del analista, se cae en un falso problema por la
simple razón de que no existe a lo largo y a lo ancho del mundo
psicoanalítico alguna corriente, escuela o autor que sostenga lo
28
contrario. Si hay algo que los analistas hacemos es analizarnos.
De hecho, todavía hoy, algunas personas llegan a nuestros
consultorios con la demanda de ser analistas. Un síntoma para el
psicoanálisis, dije, pero no necesariamente para quien consulta.
Aunque no tengamos la respuesta que explique estas ideas
hipervalentes, al menos podemos señalar cierta correlatividad: la
depreciación de la teoría, el saber, los textos, el pensamiento, o
cualquier cosa que recuerde a alguna abstracción.
¡Pero la teoría es cuerpo! ¿Por qué le quitamos su peso?
Prieto a irma que “nadie se hace analista sólo leyendo libros,
[alguien] se vuelve analista atravesando su propio análisis, sólo de
ese modo se puede ocupar esa posición que implica renunciar a
29
imprimirle al analizante nuestros prejuicios”. Mi opinión es que
nadie queda exento de interpretar al analizante según los propios
prejuicios por el mero hecho de haberse analizado. En general, a
los prejuicios se los cura en la calle y en el escritorio, y a los
síntomas en el diván. El prejuicio del que debe curarse el analista
es el del sujeto supuesto saber, ¿pero bajo qué formas?, ¿solo en su
propio análisis? Considero un error clínico creer que el analista
está a salvo de intervenir desde sus prejuicios únicamente por el
hecho de haberse analizado. Si este fuera el caso, por poner un
ejemplo, los analistas de la segunda generación, que seguro
pasaron por un diván, no hubieran impreso en sus pacientes los
prejuicios heteronormativos y otras tantas normalidades, que de
hecho imprimieron. Podríamos decir que en verdad no se
analizaron, pero entonces deberíamos a irmar que la clínica
psicoanalítica de aquella época estaba íntimamente relacionada
con las teorías equivocadas que sostenían. Supongo que ningún
psicoanalista lacaniano cree que un análisis de la ego psychology
podría transformar a alguien en analista. Preguntarse cuál es la
experiencia indicada para ser analista implica interrogarse por los
fundamentos teóricos que la posibilitan y sus diferencias con otras
experiencias, para el caso, normalizadoras.
Es innegable que en la de inición experiencial del quehacer del
analista y de su formación subyace una teoría no explicitada. Por
más so isticado que se presente, este modelo epistemológico
parece un aggiornamiento del clásico empirismo freudiano:
primero la experiencia, luego la teorización de lo experimentado, y
por último, el retorno a la experiencia acompañado con las
30
hipótesis. Pero como ya sostuvo Bleger en 1969: “de ninguna
manera podemos actualmente aceptar el esquema ingenuo que
supone [...] que los hechos están ahí y que ateniéndonos a la
observación y estudio de los mismos es de donde deducimos las
hipótesis y posteriormente las teorías, que pueden ser validadas o
31
confrontadas volviendo a dichos hechos”.
“¿Cómo podríamos ayudar a ubicar ese imposible de soportar en
32
otro sujeto, si antes no hemos pasado por la experiencia?”, se
pregunta Lombardi. Esta inquietud no resultaría tan extraña si se
sostuviera como posición epistemológica que para tratar un
sufrimiento hay que pasar por él. Pero no es así. Ningún
psicoanalista propuso conformar una comunidad de
psicoanalistas anónimos. Lo que se dice es que habría que pasar
por esa experiencia y no otras, la del análisis lacaniano, con sus
fundamentos teóricos, sus conceptos, y sus medios y ines
especí icos. La epistemoempatía de lo real solo valdría para los
lacanianos. “Sentir para creer”, susurran los más descon iados;
pero al inconsciente no hay que rezarle, hay que ponerlo en
marcha. Es sorprendente que este tema no despierte discusiones
en ninguna escuela de psicoanálisis. “No estoy diciendo –aunque
la cosa no es imposible– que la comunidad de psicoanalistas es
33
una Iglesia”, dijo Lacan, que había estudiado muy bien la
verneiunung. Los dogmas están a la orden del día. Tal vez este sea
el más esencial.
Dice Rodríguez Ponte: “El analista se hace en el análisis. Este
para mí es el punto principalísimo [...] es el elemento número uno,
34
y muy lejos del número dos [la formación teórica]”. La causa del
analista, en todos los sentidos aristotélicos, es la experiencia. Si se
sigue esta hipótesis al pie de la letra es posible concluir que si
alguien está bien analizado –aunque sea un comerciante, un
35
abogado o un ingeniero– es un psicoanalista en potencia. Me
pregunto cómo alguien podría analizar sin saber nada sobre teoría
psicoanalítica, cómo podría llevar adelante su práctica sin sus
36
instrumentos de trabajo: los conceptos.
Luego, Rodríguez Ponte aclara que el analista no puede
confundirse con la persona que ejerce ese rol. Se trata de una
posición que sólo puede ocuparse en un momento puntual en el
transcurso de un análisis. Para alcanzar esta posición, que el autor
llama “deseo del analista”, es preciso analizarse. Nuevamente se
nos presenta ese desdoblamiento infranqueable entre el analista y
el clínico; el analista se hace analizándose y el clínico estudiando.
Quiero despejar cualquier ambigüedad: está claro que existe una
diferencia entre ambas instancias, que no es lo mismo analizar
37
que teorizar, pero no se trata de un “divorcio estructural” sino de
una pareja con relaciones íntimas y complejas. Por ejemplo: ¿un
analista no lee un caso del mismo modo en que lee un texto
“teórico”? ¿No leyó Lacan a Freud con el mismo método crítico que
el propio Freud proponía para leer los casos?
La falta de argumentos sólidos para sostener que únicamente el
propio análisis es necesario para alcanzar la verdadera posición
analítica queda expuesta con rapidez: “no digo que es imposible
sin análisis, aclara Rodríguez Ponte, tal vez no esté mal matizar un
38
poco, pero es muy di ícil sin haber pasado por el análisis”. El
pasaje de la imposibilidad a la di icultad es una muestra de la
fragilidad de la teoría sobre la formación del analista. Luego
concluye:
Lo que hay que entender es que el análisis comenzó con alguien que no se analizó.
Hay que partir de esa base: Freud no se analizó, el llamado autoanálisis no es análisis
[...] nos vemos obligados a sostener que puede haber analistas sin haber pasado por
el análisis. Es decir, que hay que admitir un momento misterioso en el comienzo de
la historia del psicoanálisis, o encontrarle la vuelta a sostenerse en una paradoja.39
40
No es un misterio ni una paradoja. Es una contradicción.
Excepto que se admita que Freud es el al menos uno que dice no al
diván –enunciado que forma parte de la lógica neurótica por
excelencia (lado macho)–, nos vemos obligados a a irmar que no
es necesario haber pasado por un análisis para ser analista, y al
mismo tiempo, admitir que no hace falta pasar por un análisis o
inalizarlo para producir ideas psicoanalíticas. Por ejemplo, sería
un absurdo creer que Lacan es el único ser humano que pudo
esbozar una poderosa teoría del in de análisis (la liquidación del
sujeto supuesto saber) sin haber inalizado el suyo. ¿Cómo lo hizo
entonces? Tal vez resulte decepcionante, pero solo hay una
respuesta: investigando, discutiendo y analizando(se). En
de initiva, la formación del analista no puede centrarse en el
propio análisis. En mi opinión es esencial que quien analiza se
haya analizado –y también se analice–, pero no porque esta sea la
vía exclusiva para ser analista.
Tonterías, empieza ya
43
“El analista no se autoriza sino por sí mismo, eso va de suyo”,
dijo Lacan, y quisiera leerlo en su sentido inmediato. Es que
ninguna escuela, institución o universidad garantiza que haya un
analista. Tampoco el estudio o el análisis personal. Nada lo
garantiza, de hecho. Esto no signi ica que no tengamos que
preguntarnos cuáles son las coordenadas que nos permitan
ubicar, cada vez con mayor claridad, dónde y cómo posicionarnos
para ejercer como analistas. Mientras tanto –un interminable
mientras tanto– hay que analizar, analizarse, supervisar e
investigar.
Lo que se dice
13 Ibid.: 25.
14 Ibid.: 24.
15 2013: 16.
16 Lacan, 1958: 561.
17 Lacan, 1974-75: clase del 10 de diciembre de 1974.
18 Nunca podremos saber con certeza si Lacan dijo “y” (et) o “es” (est). La primera versión
parece más correcta gramaticalmente, la segunda, a mi entender, más coherente con
otras ideas de Lacan sobre el tema. Sea como fuere, más allá de lo que Lacan haya
realmente dicho, lo que está en disputa son dos posiciones epistemológicas y clínicas
dentro del lacanismo.
19 Lacan, 1960-61: 97.
20 Lacan, 1964: 130. La misma idea, centrada en el concepto de transferencia, puede
encontrarse en “La dirección de la cura y los principios de su poder”: “Pues este manejo
de la transferencia es inseparable de su noción, y por poco elaborada que sea ésta en la
práctica, no puede dejar de acomodarse a las parcialidades de la teoría” (Lacan, 1958:
575).
21 Cf. Lombardi, 2018: 21.
22 Lacan citado por Lombardi, 2018: 21.
23 “El papel de la escritura es constituir, con todo lo que la lectura ha constituido, un
cuerpo” (Foucault, 1983: 943).
24 Lombardi, 2018: 27.
25 Ibid.: 29.
26 Lacan, 1969: 395.
27 López, 2020: 73.
28 En varias oportunidades, Alfredo Eidelsztein cuestionó la importancia exclusiva que se
le da a la experiencia del propio análisis en detrimento de la investigación y la discusión
de casos. Sin embargo, que yo sepa, nunca dijo que no había que analizarse para ser
analista. Si bien podemos cuestionar la necesidad (en un sentido formal) del propio
análisis, es una insensatez decir que es mejor no analizarse que hacerlo.
29 Prieto, 2016: 25.
30 Cf. Freud, 1933 (1932).
31 Bleger, 1969.
32 Lombardi, 2018: 27.
33 Lacan, 1964: 12.
34 Rodríguez Ponte, 2005: 26.
35 Cf. Suarez, 2005.
36 Lacan lo dice en estos términos: “Con el psicoanálisis sucede como con el arte del buen
cocinero que sabe cómo trinchar el animal, cómo separar la articulación con la menor
resistencia. Se sabe que existe, para cada estructura, un modo de conceptualización que
le es propio [...] Es preciso entender que no disecamos con un cuchillo, sino con
conceptos” (1953-1954: 12).
37 Za ore, 2012: 159.
38 Rodríguez Ponte, 2005: 26.
39 Ibid.: 26-27.
40 Así lo expresó con mucha claridad Morales Montiel: “1. Para volverse psicoanalista es
necesario haber pasado por la experiencia del análisis con un analista. 2. Freud fue el
primer psicoanalista. 3. [...] Para volverse psicoanalista es necesario que Freud haya
pasado por la experiencia del análisis con un analista. 4. [esto] implica que hubo al
menos un psicoanalista antes que Freud. 5. (2) y (4) son contradictorios” (2017).
41 Tomás Pal suele decir que el in de análisis se realiza cuando se terminan las
prestaciones de la prepaga. Es una de inición bastante ajustada a la realidad.
42 Roazen, 1995: 138.
43 Lacan, 1973: 327.
44 Lacan, 1977: 4
45 Schejtman, 2013: 30.
46 Ibid.: 35.
47 Boxaca y Lutereau, 2013: 14.
48 Ibidem.
Abrir
asociación libre y atención flotante
¿Quién sabe?
Freud parte del supuesto de que hay un saber no sabido, y que ese
saber lo poseería, de algún modo, el paciente. “El psicoanálisis
sigue la técnica de hacerse decir por los mismos a quienes estudia,
7
si ello cabe, la solución de sus enigmas”. Parece una gran estafa, ya
que los pacientes nos consultan suponiendo que disponemos de
un saber sobre su deseo. Somos sujeto supuesto saber, y es cierto
que poseemos un saber, pero no ese. Al mismo tiempo, cuando el
analista le dice a su paciente “diga lo que se le ocurra, será
8
maravilloso”, lo está instituyendo como sujeto supuesto saber.
Estos supuestos cruzados que produce la regla fundamental son la
base de la transferencia. Sin embargo, el supuesto subyacente es el
de un saber que nadie tiene pero que podrá ser leído en la medida
que se sorteen ciertos obstáculos. Para ello pondrá a hablar al
paciente. El analista supone un saber sin sujeto: el inconsciente.
El movimiento que resulta novedoso es que para acceder a esta
saber Freud propone tomar una actitud de plena ignorancia frente
al sentido de lo que se dice. Una de sus grandes propuestas fue
tratar a cualquier texto como si fuera un sueño, es decir, como algo
que en principio no se entiende. De hecho, llegó al sueño
secundariamente, una vez que ya había tratado al síntoma como
un lenguaje encriptado (¡como un sueño!). Freud se preguntó:
¿qué quiere decir eso? Trató a la palabra como signi icante, como
algo que en sí mismo no signi ica nada. Así le dio vida al
9
inconsciente.
No hay que comprender demasiado pronto, dirá Lacan. No
debemos saturar el texto con aquello que parece querer decir(nos).
Hay que sostener la rigurosidad conceptual y metódica necesaria
para dejar que el texto se abra. No debemos anticipar la
signi icación con el poder que nos con iere el lugar del oyente.
Ningún saber que creamos poseer previamente a un análisis –
sobre el complejo de Edipo, sobre los tipos clínicos, sobre las
posiciones sexuadas, etc.– puede funcionar, en tanto tal, como
código de lectura. Esto signi ica, en términos freudianos, que la
terapia analítica procede per vi di levare: “no quiere introducir nada
nuevo, sino restar, retirar, y con ese in se preocupa por la génesis
de los síntomas patológicos y la trama psíquica de la idea
10
patógena”. Actúa como un escultor que retira de la piedra lo que
recubre la forma de la estatua contenida en ella; a diferencia de la
sugestión que lo hace per vi di porre, como un pintor que deposita
colores donde antes no había nada. Quien propone un saber que
ya sabe, hace “psicología”. En cambio, el psicoanalista bascula
entre la ignorancia advertida y la conjetura provisoria. Entre
asociación libre e interpretación.
El paciente debe hablar “libremente” para poder comunicarnos
el saber que no sabe. Pero claro, “no le pedimos enseguida que nos
11
diga el sentido”. El problema es evidente: si le solicitamos al
paciente que nos diga qué signi ica un sueño, un lapsus o un
síntoma, responderá que no lo sabe, porque de hecho es así: no lo
sabe. Es muy común que ante nuestra pregunta por el por qué, los
analizantes nos respondan con un simple “no sé”. Por este motivo,
si bien la pregunta de fondo es por la causa del padecimiento,
nuestras intervenciones deberán matizarse para habilitar la
aparición de un decir que importe: ¿qué se lo ocurre con esto?, ¿de
dónde viene tal cosa?, ¿qué signi ica tal otra? No le pedimos al
paciente que reflexione, sino que se observe a sí mismo. No le
pedimos que piense, porque si el Yo “piensa”, eso no puede hacerlo.
La consigna, dice Lacan, es que el sujeto se ausente para que el
12
signi icante pueda hacer su juego. Al inconsciente se llega de
manera indirecta, a través de rodeos.
La conversación analítica
La confusión freudiana
El diván
El punitivismo psi
La demanda de análisis
Obstáculo y motor
Cuestiones
La transferencia de la transferencia
Las teorizaciones de Lacan sobre este concepto se caracterizan, a
mi entender, por dos “transferencias” que franquean su obra: en
primer lugar, el desplazamiento clínico de la pregunta por la
transferencia del analizante hacia la interpelación por la posición
del analista. El analista al banquillo: “nos dimos cuenta de que la
complejidad de la cuestión de la transferencia de ningún modo se
podía limitar a lo que sucede en el sujeto llamado paciente [...] se
plantea la cuestión de articular [...] lo que debe ser el deseo del
50 51
analista”. Lacan muestra la “otra cara” de la transferencia al
a irmar que lo que debemos pensar con seriedad es el deseo del
analista. En segundo lugar, el desplazamiento conceptual desde el
amor hacia el deseo y el saber. El amor no es la sombra de la
transferencia, es un afecto esperable en función de cómo está
estructurado el dispositivo analítico. No es que el amor pierda
importancia como fenómeno, sino que Lacan encuentra una
dimensión “transfenoménica” que explica mejor los problemas
transferenciales a partir de dos conceptos: deseo del analista y
sujeto supuesto saber.
En “Intervención sobre la transferencia” Lacan muestra muy
tempranamente su inquietud por la parte que le toca al analista en
este fenómeno. Dice allí que el psicoanálisis “conserva una
dimensión irreductible a toda psicología considerada como una
52
objetivación de ciertas propiedades del individuo”. Los analistas,
sostiene Lacan, se convencieron de que eran observadores
externos y neutrales de los síntomas, las fantasías y los complejos
del paciente, pero al omitir su participación en los hechos sobre
los que intervenían, no hicieron otra cosa que tratar a sus
pacientes como cosas. El psicoanálisis, inalmente, había creado
un nuevo hombre: el homo psychologicus.
Que el psicoanálisis se convierta en una psicología no es tan
extraño, solo hace falta que el analista haga tres cosas: que omita
su participación –teórica, práctica y subjetiva– en el fenómeno,
que haga algunas inducciones y que confunda su consultorio con
el mundo. Una generalización a partir de una muestra tan
pequeña sirve únicamente para celebrar un prejuicio.
La objetivación del sujeto es el motivo por el cual Lacan empieza
planteando al análisis como un vínculo intersubjetivo que no debe
confundirse con la relación entre el yo y el tú. El análisis no se
reduce al entre dos. La relación intersubjetiva es determinada y se
articula por la incidencia de lo simbólico que “trasciende“ a los
participantes de la misma y los articula a partir de leyes capaces de
ser formalizadas. La transferencia no es ni del analizante ni del
analista, sino que ambos se encuentran tomados por una
imparidad.
Otra idea fundamental de la intersubjetividad lacaniana es que
la presencia del analista es inseparable del concepto de
inconsciente. Forma parte de él y no puede pensarse sin este. No
hay inconsciente sin analista. Cuando piensa el sueño, por
ejemplo, Lacan propone que el analista es causa y parte del
mismo, y que, en este sentido, el inconsciente es aquello que es y
no es del analizante (¡porque también es del analista!). Una
formación del inconsciente es una immixtion entre el sujeto y el
53
Otro. Esta es la idea que nunca abandonará y que será
fundamental para pensar el problema de la transferencia de inida
54
como “la puesta en acto de la realidad del inconsciente”.
El analista es quien con su mera presencia abre la dimensión del
diálogo. Un psicoanálisis no es mucho más que un intercambio de
palabras. Parece una obviedad, pero no nos cansamos de escuchar
relatos clínicos que parecen monólogos por el silencio sepulcral de
los analistas, o malas performances teatrales debido a la
idealización del acto y del cuerpo real entendidos trivialmente. El
asunto es que en un psicoanálisis no solo se habla, se lo hace
desde un lugar especí ico en función de una escucha especí ica.
Un caso no está en ninguna boca, por lo que no se trata de que
alguien hable y el otro escuche e interprete objetivamente un
material dado. La escucha ya contamina el material, o, mejor dicho,
ya produce un material necesariamente contaminado. No existe
algo así como un material dado que se ofrece a la interpretación. El
texto se hace a partir de una función ético-técnica que llamé
habilitar. No hay neutralidad, y es mejor estar advertido de ello.
Quizá aquí sea necesario aclarar que la equivalencia valorativa que
se monta sobre el texto no supone ninguna neutralidad u
objetividad porque implica un modo único de producción de
textualidad con sus características particulares. El texto analítico
es un forzamiento que se produce sobre el discurso “corriente” en
función de la hipótesis del inconsciente.
El psicoanálisis es una experiencia dialéctica que prosigue su
curso según “las leyes de una gravitación que le es propia y que se
55
llama la verdad”. La dimensión de la verdad ingresa en lo real,
entre sujeto y Otro, a través de inversiones que se producen por
recti icaciones discursivas. Se distingue de la exactitud porque
esta pretende bastarse a sí misma, referir al dato duro, a los
hechos “en tanto tal”. En cambio, la verdad remite al modo en que
los hechos habitan en una red discursiva que les da su valor. Lo
que sabemos los psicoanalistas es que no hay hecho humano que
no esté atravesado por una red discursiva y, por lo tanto, que no
esté ya-siendo-interpretado. “No hay hechos, solo
interpretaciones” podríamos decir, siempre que esto no nos lleve a
un totalitarismo epistemológico ni a un relativismo ingenuo donde
se crea que cada quien interpreta según su forma de ver el mundo.
En este contexto, la transferencia será de inida “como una
56
entidad totalmente relativa a la contratransferencia”, y la
contratransferencia como “la suma de los prejuicios, de las
pasiones, de las perplejidades, incluso de la insu iciente
información del analista”. En su cara resistencial, la transferencia
indica los errores en la posición del analista, inclusive el de querer
el bien del paciente (probablemente el error más común). Por lo
tanto, el enamoramiento y el odio no son fruto de la neurosis, sino
de una incorrecta posición del analista en función de la
contratransferencia. La resistencia es del analista. La transferencia
“no es nada real en el sujeto [...] no remite a ninguna propiedad
misteriosa de la afectividad [...] no toma su sentido sino en función
del momento dialéctico en que se produce”: cuando el analista
pierde su posición de “puro dialéctico”. En este sentido, interpretar
la transferencia no es más que “llenar con un engaño el vacío de
ese punto muerto”.
La transferencia también puede leerse a partir de los registros
imaginario y simbólico. En el Seminario 1 Lacan los presenta como
dos modalidades discursivas, dos polos en los que se ejerce el
intercambio de palabras. Por un lado, el polo imaginario, el de la
conversación cotidiana, que puede presentarse bajo diversas
modalidades como “el llamado, la discusión, el conocimiento, la
57
información”, o cualquier otro intercambio que suponga un
referente, es decir un objeto exterior sobre el que habría que llegar
a un acuerdo (¡la realidad!). En este tipo de comunicación la
palabra tiene la función de mediar entre el yo, el otro, y el mundo
exterior, real y objetivo. La resistencia se encarna en este sistema.
El lenguaje nos arrastra hacia su propio más allá referencial, por
eso las conversaciones tienden a la comprensión, no solo sobre lo
que se dice sino sobre lo que se quiere decir en lo que se dice: “me
dices X, pero lo que me quieres decir es Y, cuando deberías
preocuparte por Z”. Para Lacan este es el modo en que los analistas
solían llevar los análisis: en el eje imaginario, del yo y el tú, de la
comprensión, del aquí y ahora, del presente y la realidad.
Pero existe otra dimensión del diálogo en la que se asienta la
conversación analítica y en donde la palabra adquiere otro valor: el
eje simbólico. Este es el vector del sujeto y del Otro, en donde se
58
constituye “otra faceta de la palabra que es la revelación”, aquella
59
que “realiza la verdad del sujeto”. “La palabra plena es la que hace
acto. Tras su emergencia uno de los sujetos ya no es el que era
60
antes”. Decir una verdad –que una verdad se diga– es atravesar
61
un punto de no retorno. La regla fundamental que instaura la
transferencia simbólica apunta a la disolución de los yoes y de los
cuerpos (piénsese en el diván) para que pueda surgir la dimensión
de un “eso habla”. La transferencia indica el pasaje de una verdad
constitutiva, de una supuesta realidad exterior, a una verdad
inmanente al discurso, que habita en el texto mismo y no en un
“más allá”. La palabra “surgir” puede resultar engañosa, ya que no
se trata de algo que surja por sí mismo, por el mero hecho de
hablar. Se requiere de la habilitación de un determinado tipo de
texto y de su posterior lectura y escritura. Lo que nos enseña la
transferencia, en todo caso, es que tanto la lectura como la
escritura se producen al interior del texto. No se puede salir de allí
porque no hay fuera de texto, y, por lo tanto, no hay fuera de la
transferencia.
La idea de Lacan es que la transferencia se mani iesta como un
62
obstáculo cuando se produce “un giro súbito” en la conversación
analítica desde el eje simbólico hacia el eje imaginario. ¿Por qué se
produce este cambio en la dimensión de la palabra? En principio,
63
la “resistencia emana del proceso mismo del discurso”. Como
dije, el discurso tiende hacia el eje imaginario. El analista que no
esté advertido –o que directamente oriente su práctica hacia allá–
puede dejarse arrastrar por esa tendencia. Además, la resistencia
aumenta con la proximidad a la formulación del algo “más
64
auténtico, más candente”. Esta es una idea bien freudiana: cuanto
más nos acercamos a lo reprimido, mayor es la resistencia.
Observen ustedes lo paradójica que es la posición del analista. Es en el momento en
que la palabra del sujeto es más plena cuando yo, analista, podría intervenir. ¿Pero
sobre qué intervendría?: sobre su discurso. Ahora bien, cuanto más íntimo le es al
sujeto su discurso, más me centro yo sobre este discurso, más me siento llevado, yo
también, a aferrarme al otro, es decir, a hacer lo que siempre se hace en ese famoso
análisis de las resistencias, buscar el más allá del discurso, más allá, piénsenlo bien,
que no se encuentra en ningún sitio.65
El bien y el deseo
Los neutrales
La contratransferencia
61
El deseo del analista es un deseo de “no desear”, pero no es un
deseo neutral. Es el deseo de mantener la máxima distancia entre
el ideal –la trampa signi icante que convierte al neurótico en
objeto de sacri icio del Otro– y el objeto a, causa del deseo, aquello
que nos rescata de la petri icación simbólica. El psicoanálisis es
una ética, y como tal, requiere de un posicionamiento único en la
historia de las prácticas terapéuticas. Posicionamiento informado
por una técnica. Su e icacia depende de mantener hasta las
últimas consecuencias este deseo. “Solo el deseo puede leer el
62
deseo”.
El engañador engañado
Estas citas solo sirven para rati icar el desplazamiento que sufre
la transferencia en la obra de Lacan desde el amor hacia el deseo y
el saber. Estoy de acuerdo con Miller cuando a irma que, si existe
en psicoanálisis una fenomenología de la transferencia centrada
en el amor, el sujeto supuesto saber de Lacan “está situado como el
16
fundamento transfenoménico de la transferencia”. La
transferencia tiene efectos constituyentes –el sujeto supuesto
17
saber y el deseo del analista– y efectos constituidos –el amor–. Le
Gaufey también lo dice con mucha claridad: el amor de
transferencia deja “de ocupar el primer plano de la escena con
tanta naturalidad, puesto que adquiere de entrada el rango de
18
efecto”. El amor de transferencia es un efecto imaginario de las
dimensiones simbólica y real: el sujeto supuesto saber y del deseo
del analista. El cierre del inconsciente se explica, entre otras cosas,
por el engaño transferencial a partir del cual el analizante se
presenta como un objeto digno de amor ante quien supone que
posee el objeto del deseo: el analista. De este modo, “intenta
inducir al Otro a una relación de espejismo en la que lo convence
19
de ser amable”. Ya sabemos cómo caer precipitadamente en esa
relación especular: interpretando la transferencia. En verdad, cada
vez que el analista se toma las cosas personales –“me parece que
te pasa x cosa conmigo”, “yo no te dije eso, lo que te quise decir es
que...”, etc.– entra de lleno en la dimensión del engaño.
[...] la transferencia no es, por naturaleza, la sombra de algo vivido antes. Por el
contrario, en tanto está sujeto al deseo del analista, el sujeto desea engañarlo acerca
de esa sujeción haciéndose amar por él, proponiendo motu propio esa falsedad
esencial que es el amor. El efecto de transferencia es ese efecto de engaño que se
repite en el aquí y ahora [...] No es sombra de los viejos engaños del amor. Es
aislamiento en el presente de su puro funcionamiento de engaño.20
Que el saber sea del Otro no signi ica que el Otro sabe. El Otro no
sabe, justamente, porque no es un sujeto. Los poderes subjetivos
que se le trans ieren al Otro son la reflexividad, la voluntad, la
libertad, la intencionalidad, etc. Pero el Otro, en tanto tal, no sabe
ni quiere. Es puro automatismo signi icante.
La función del sujeto supuesto saber es inherente a cualquier
interrogación con respecto al saber, y, como dije, el psicoanálisis es
exactamente eso: “ese sujeto supuesto saber es inminente al inicio
30
mismo del movimiento de la investigación analítica”. El
analizante se articula alrededor de un “yo no sabía” y el analista “es
31
llamado, en la situación, como siendo el sujeto supuesto saber”.
Un síntoma, dice Lacan, puede ser de inido como un saber que el
analizante sabe que le concierne, pero que no sabe de qué saber se
32
trata. El analista “soporta él mismo el síntoma” introduciéndose
como sujeto supuesto saber. Esto quiere decir que el analista
sostiene el prejuicio más radical al mismo tiempo que va en la
dirección contraria, deponiendo parte de su saber y dejándose
llevar por el juego del signi icante –ejerciendo otro saber que le
permita entrar en ese juego–. Nuevamente, la posición del analista
es pendular. Para poder analizar se requiere de un saber que no se
adquiere en el análisis personal ni en la teoría, sino que se extrae
del propio automatismo signi icante. No obstante, para poder leer
ese saber hace falta poseer un saber distinto (teórico) del saber
articulado en el texto analítico. Inclusive hace falta un saber para
habilitar el surgimiento de ese texto.
Los analizantes no les otorgan a los analistas el lugar del sujeto
supuesto saber, es el dispositivo mismo el que lo arrastra hacia allí.
Que sea la lógica del dispositivo el que produce esa tendencia no
signi ica que la cosa vaya de suyo. Los analistas sabemos por
experiencia que muchas veces hay que hacer un gran trabajo para
instalar una pregunta sobre el síntoma en términos de saber. Los
pacientes no llegan necesariamente al análisis haciéndose
preguntas sobre el síntoma y no tienen por qué hacerlo. En
muchas oportunidades la demanda es por la eliminación del
síntoma, sin ninguna inquietud que la acompañe. Me animaría a
decir que la llamada “clínica actual” debe ser pensada desde una
perspectiva epistemológica más que ontológica. El rechazo del
inconsciente no es un atributo inherente a la sintomatología
contemporánea, sino que muestra la posición que asumen los
sujetos con respecto a su sufrimiento: un horror absoluto al saber
que lo constituye. Desde ya que esto habla mucho menos de la
“cobardía moral” de los pacientes que del modo en que el poder
trabaja, ocultando su moterialidad y eliminando la posibilidad de
establecer cualquier interrogante que pudiera ponerlo en
cuestión. El llamado “ in de la teoría” y el “diluvio de datos” es
correlativo del rechazo del inconsciente. Otra de las razones por la
cual el inconsciente es la política. Por lo tanto, el analista debe
otri icar al síntoma para que se instale formalmente el sujeto
supuesto saber. Este es el orden de la cura que propone Lacan:
recti icación de las relaciones del sujeto con lo real, transferencia e
interpretación.
La puesta en marcha del sujeto supuesto saber puede darse con
relativa facilidad o puede ser un arduo proceso. Un análisis no
puede desarrollarse sin que el analista encarne, en menor o mayor
medida, esta función. Si ya está encarnada en otra persona –por
ejemplo, en otro analista con mucho prestigio, en un gurú de la
autoayuda o en Dios– surgirán una serie de di icultades para quien
se encargue del análisis. En de initiva, “para que el análisis
empiece y se sostenga, seguramente el analista es supuesto
33
saber”. Sin embargo, el psicoanálisis sabe que nadie podría ser el
sujeto supuesto saber porque el saber existe sin que ningún sujeto
lo sepa.
No puedo acordar con Miller –y con tantos otros analistas–
34
cuando sostiene que el inconsciente es el sujeto supuesto saber.
Por el contrario, el inconsciente lo refuta como una ilusión que
debe liquidarse para concluir el análisis. La caída del sujeto
supuesto saber no es otra cosa que la caída del determinismo
psíquico. Esto signi ica a su vez que el inconsciente no es ninguna
instancia de determinación. En términos lacanianos, Freud
confundió el inconsciente con el sujeto supuesto saber. Al parecer
esta confusión no está del todo saldada.
Solo puede decirse que el inconsciente es el sujeto supuesto
saber si se confunden el Otro completo con el Otro barrado. La
idea de Lacan es que no hay Otro del Otro, que no hay
metalenguaje, es decir, que no existe el Otro completo. Esto puede
manifestarse de diversas formas: no hay nada ni nadie que
garantice una verdad, no hay un saber absoluto, no hay un sentido
último, etc. De todas formas, que no haya garantías para la verdad
no signi ica que no haya verdades más signi icativas que otras; que
no haya saber absoluto no signi ica que no haya saberes más
relevantes y potentes que otros; que no haya un sentido último no
signi ica que todos los sentidos sean deseables y pertinentes. Este
problema, como puede inferirse, nos dirige hacia la pregunta por
la interpretación. Está claro que el Otro lacaniano no es el Dios de
Descartes. El inconsciente no garantiza ninguna verdad, pero dice
muchas. El Otro barrado existe, es el Otro incompleto e
inconsistente que ofrece una verdad contingente y parcial. En
de initiva, el sujeto supuesto saber es el Otro completo –que no
existe– y el inconsciente es el Otro barrado –que existe–.
Si se cree que el Otro (sin hacer distinción entre ambos) no
existe, lógicamente, se concluye que el inconsciente, como
discurso del Otro, tampoco existe. Según esta perspectiva el
inconsciente sería una ilusión que el analista instala para poder
elaborar momentáneamente un sentido sobre el síntoma con el
in último de advertir que ese sentido podría haber sido cualquier
otro. En palabras de Miller, como el Otro no existe el analizante
debe advertir que “no hay que contar más que consigo mismo […]
saber sostenerse sin pedir perdón, sin excusarse, sin dar
35
explicaciones, sin quejarse”. No sorprende que por esta vía Miller
se encuentre con que “algo cínico surge al in del análisis, una
soledad cínica que proviene de que el Otro es semblante [...]
también que esto se acompañe por un afecto de depresión”. Luego
Miller a irma que el pase sirve para recomponer el lugar del Otro,
“porque sin este Otro los analistas se vuelven locos, y pueden
incluso tener tendencia a creer que ellos son el Otro”. En efecto, la
convicción del que el Otro no existe es la de inición lacaniana de la
locura. Me pregunto qué pasará con las personas que terminan un
análisis milleriano y no hacen el pase. ¡El mundo está lleno de
psicoanalizados sueltos!
Debo insistir: el inconsciente no es ningún sujeto supuesto al
saber sino un saber sin “sujeto”. Como sostuvo Eidelsztein, “el
36
inconsciente revoca el postulado del sujeto supuesto saber”. Es
cierto que el analista acompaña una ilusión, el sujeto supuesto
saber, en la que participan varios “prejuicios” sobre el saber: que ya
está ahí, que alguien lo tiene y que es total. En el in de análisis lo
que se veri ica como una ilusión es el sujeto supuesto saber y no el
inconsciente. ¡Que un análisis termine por comprobar la
inexistencia del inconsciente es el colmo del psicoanalista! Al
contrario: un análisis inaliza cuando se termina por advertir la
e icacia del inconsciente y, en consecuencia, la inexistencia del
Otro del Otro. Si el prejuicio más radical del pensamiento moderno
es el sujeto supuesto saber, el prejuicio más radical del
psicoanálisis contemporáneo es que el inconsciente es el sujeto
saber. Lacan lo plantea con mucha claridad:
No dije que el Otro no sabe. Los que dicen esto son los que no saben gran cosa, pese
a todos mis esfuerzos por enseñarles. Dije que el Otro sabe, como es evidente,
puesto que es el lugar del inconsciente. Solo que no es un sujeto. La negación en la
fórmula no hay sujeto supuesto saber, suponiendo que alguna vez haya dicho esto de
esta forma negativa, recae sobre el sujeto, no sobre el saber. Resulta además fácil de
captar por poco que se tenga una experiencia del inconsciente, ya que esta se
distingue justamente porque no se sabe ahí dentro quién sabe.37
Decir que “el Otro sabe” puede resultar confuso porque, como
Lacan mismo aclara, el Otro no es un sujeto sino un lugar. En el
Otro hay un saber que nadie sabe. Lo que me interesa destacar es
que el “no hay” del sujeto supuesto saber recae sobre el sujeto y no
sobre el saber. En resumen, el sujeto supuesto saber entra en
funcionamiento cada vez que se presenta alguna pregunta
vinculada al progreso del saber, y cobra su valor en el análisis
“justamente porque la existencia del inconsciente lo pone en
38
cuestión”.
¡El inconsciente existe!
El método freudiano
El procedimiento freudiano se divide en dos momentos
claramente diferenciables que parten de una premisa
fundamental: “no hacer caso de lo que el sueño parece querer decir,
sea comprensible o absurdo, claro o confuso, pues nunca será eso
28
lo inconsciente que buscamos”. La signi icación inmediata del
texto del sueño debe ser puesta en suspenso hasta que se
despliegue la textualidad requerida para la lectura. La primera
parte del método consiste en descomponer el texto del sueño en
sus elementos mínimos y pedirle al analizante asociaciones sobre
cada uno de ellos. De algún modo, esta parte del método se
asemeja a la de la interpretación simbólica, con la gran diferencia
de que es el soñante, y no el intérprete, quien debe presentar sus
ocurrencias sobre esos elementos. Este momento corresponde a
lo que llamé la función habilitar: la producción de un texto posible
de ser interpretado por un psicoanalista. Nuevamente: la
interpretación no puede pensarse sin la constitución de la
textualidad del texto analítico.
En un segundo momento el analista interpreta el texto
promovido por las asociaciones. Aquí empiezan las di icultades.
Freud no nos dice explícitamente cuál es su criterio de lectura,
aunque es evidente que lo tiene, por poco formalizado que esté. En
ocasiones llega a decir, incluso, que no hace falta interpretar nada,
que el inconsciente se instalará por sí solo a partir de la asociación
29
libre. La idea de que el inconsciente “emerge” espontáneamente
vía la asociación libre es muy común entre los psicoanalistas. En
verdad, el inconsciente es un efecto de lectoescritura.
“El sueño de la inyección de Irma”, la interpretación
paradigmática de los sueños freudianos, es un claro ejemplo de
este problema. La gran di icultad es que Freud no termina de
distinguir sus asociaciones de sus conjeturas. El hecho de que él
mismo sea el objeto de su propia investigación complica todo el
asunto. Dice, por ejemplo, en una de sus “asociaciones”: “Es como si
yo buscara todas las ocasiones que pudieran atraerme el reproche
30
de falta de probidad médica”. No creo que esta sea propiamente
una asociación, sino una lectura transversal sobre todas las
asociaciones hechas hasta el momento (“todas las ocasiones”); una
primera idea de lo que será, como veremos, la conjetura principal
sobre el sueño. En otro momento dice: “el último fragmento del
sueño aportó el contenido de que los dolores de la paciente se
deben a una grave afección orgánica. Sospecho que también con
31
esto no he querido sino desembarazarme de culpa”. Puede
advertirse la diferencia entre asociación y lectura. La sospecha no
remite a una ocurrencia sino a una conjetura que se establece en
función de los otros elementos del texto, es decir, de las otras
asociaciones. Por algún motivo –que yo adjudico, entre otros, al
hecho de que sea un “autoanálisis”– Freud no puede diferenciar
bien estos dos momentos en el análisis de este sueño, y termina
32
por creer que su sentido emergió a partir de sus ocurrencias. Pero
lo cierto es que Freud asocia, lee y establece una conjetura:
si abarco con la mirada todo eso, se reúne y articula como un único circulo de
pensamientos; por ejemplo, con esta etiqueta: Preocupación por la salud –la propia y
la ajena–, probidad médica [...] es como si me hubiera dicho: “No tomas con la
seriedad su icientes tus deberes médicos, no eres concienzudo, no cumples lo que
prometes”.33
Pero ella, en sus pocas ocurrencias, nos ha aportado material su iciente para que sea
posible a partir de él colegir los pensamientos oníricos latentes.
Interpretación y construcción
¿Cuándo?
Resonancias
No basta con que una verdad sea verdadera para que sea admitida
como tal, esto lo sabemos por experiencia propia. Que la verdad
nos despierte o nos adormezca, “depende del tono con el que es
26
dicha”. La interpretación analítica debe prestar atención tanto al
contenido de la verdad –lo que se dice– como a los tiempos y a los
modos en que se expresa –cuándo y cómo se lo dice–. Llegó la
hora de preguntarnos por la estética del corte analítico.
En la obra de Lacan hay un concepto que resulta clave para
pensar este problema: la resonancia. La tercera sección de
“Función y campo de la palabra y del lenguaje” tiene por título “Las
resonancias de la interpretación y el tiempo del sujeto en la
experiencia psicoanalítica”, lo que he intentado delimitar como las
preguntas por el cuándo y por el cómo. Allí Lacan dice que “el
analista puede jugar con el poder del símbolo evocándolo de una
manera calculada en las resonancias semánticas de sus
27
expresiones”. Cálculo, evocación y resonancia. En ese mismo
texto, la noción de resonancia aparece en varias oportunidades y
28
por diversas razones. Como mostró Kripper, la resonancia podría
ser considerada un concepto por el valor que tiene a la hora de
pensar “los usos y efectos del lenguaje en la teoría y la práctica
29
psicoanalítica”, y en un sentido más especí ico, la interpretación.
En principio, Lacan se sirve de ella para referirse a su disputa en
relación al modo de leer a Freud, a irmando que los conceptos
freudianos deben ser revisados, puesto que al conservar “la
ambigüedad de la lengua vulgar, se aprovechan de esas
30
resonancias no sin incurrir en malentendidos”. Palabras como
inconsciente, deseo, amor, repetición, etc., son de uso cotidiano y
arrastran consigo su sentido común y el sentido particular de cada
quien. Toda vez que escuchamos o leemos una de estas palabras
puede resonar en “nosotros” cada uno de estos sentidos, más allá
del sentido especí ico que tienen estas palabras al interior de una
teoría. Por eso es necesario un esfuerzo de lectura y de
conceptualización, una idelidad rigurosa al texto que nos permita
extraer el sentido que tiene en ese texto. Otra oportunidad en la
que aparece esta noción es cuando Lacan de ine a la telepatía
como “un caso de resonancia en las redes comunicantes del
31
discurso”. Esta de inición es concomitante con el modelo
topológico que él mismo utiliza para pensar los vínculos humanos:
“agentes integrados, eslabones, soportes, anillos de un mismo
círculo de discurso [...] el inconsciente es el discurso del otro. Este
discurso del otro [...] es el discurso del circuito en el cual estoy
32
integrado. Soy uno de sus eslabones” (equivalente, al mismo
tiempo, al modelo de los dos toros abrazados). La telepatía no es
una transmisión de pensamiento de una persona a otra, sino la
resonancia de un mismo pensamiento en ambas personas. Si
entre el analista y el analizante acontecen fenómenos telepáticos
no es porque el primero pueda escuchar con su inconsciente el
inconsciente del otro. Hay telepatía porque ambos habitan el
mismo saber sin saberlo, forman parte del mismo texto. Que algo
resuene signi ica que nos evoca otra cosa en un sentido ideativo
pero al mismo tiempo sensible. La resonancia produce una
evocación vibrante, como nos pasa con algunos olores, y lugares, y
melodías, y palabras.
Para pensar el problema de la resonancia en la interpretación
Lacan se sirve de un concepto de la tradición estética hindú: la
dhvani. Este concepto remite rápidamente a la sonoridad –al eco,
al sonido de un tambor–, a la reverberación que producen las
palabras en los cuerpos. Lacan la de ine como “esa propiedad de la
33
palabra de hacer entender lo que no dice”.
La mayor parte de las escuelas de iloso ía de la antigua India,
explica Kripper, admitían para las palabras dos tipos de sentido: el
sentido primario –denotación– llamado vacyartha, y el sentido
secundario –¿connotación?– llamado laksyartha. Un ejemplo del
primer caso sería la frase “ahí está la vaca”, en donde la palabra
vaca denota... a una vaca. En cambio, para el segundo tipo, un
ejemplo podría ser: “Una aldea sobre el Ganges”, en donde la
palabra “sobre” sustituye a “a orillas de”. El sentido secundario, si
bien no es la denotación, se relaciona con ella vía una metáfora. En
la expresión “el león entre los hombres” ocurre los mismo, está
claro que no estamos hablando de un león en tanto tal sino de una
persona que posee los atributos de un león: fuerza, valentía,
autoridad, etc.
Otros ilósofos sostienen la existencia de un tercer sentido de las
palabras y las oraciones que no se reduce a la denotación ni stricto
sensu a la connotación: el dhvani, el sentido poético. Se trata de “lo
34
que es sugerido pero no puede ser derivado de la denotación”.
Todos los sentidos, el literal, el igurado, y el poético, se
experimentan al mismo tiempo. “El sentido literal es aprehendido,
el sentido poético es sugerido; el primero es fácilmente accesible
para el lector, el segundo solo lo es para el lector cultivado. Ambos,
35
como la luz y la oscuridad, coexisten, como en el crepúsculo”. La
idea de que el sentido poético es accesible solo al lector cultivado
es muy útil para la clínica. En un análisis se aprende a leer
analíticamente. No es que el paciente deba ser o transformarse en
alguien erudito, inteligente, culto, con “tela simbólica”, etc. sino
que, como había advertido Freud, requiere de cierta preparación
para convertirse en analizante. Debe aprender las reglas del juego
vinculadas a la producción, la lectura y la escritura del texto en el
que él mismo participa. Esto no va de suyo y es tarea del analista
familiarizarlo con las funciones analíticas. A veces, cuando un
analizante quiere desdecirse o aclarar lo que realmente quiso
decir frente a un lapsus o alguna ambigüedad, les digo,
sencillamente, que “eso no forma parte de las reglas del juego”.
36
El dhvani es un “fracaso logrado” en la medida en que
transmite algo intransmisible por el sentido literal, algo que no
coincide con ninguna de sus palabras pero que habita entre ellas,
que solo resuena en un lector atento a las entrelineas. Las
referencias de Lacan a la tradición a la iloso ía hindú son muy
ilustrativas. La primera dice:
Una muchacha, dícese, espera a su amante al borde de un río, cuando ve a un
brahma que avanza por allí. Va hacia él y exclama con el tono de la más amable
acogida: “¡Qué feliz día el de hoy! El perro que en esta orilla os asustaba con sus
ladridos ya no estará, pues acaba de devorarlo un león que frecuenta los parajes...!”.
La ausencia del león puede pues tener tantos efectos como el salto que, de estar
presente, sólo daría una vez, según aquel proverbio que Freud apreciaba.37
“Da, dijo Prajapâti, el dios del trueno. ¿Me habéis entendido?” Y los Devas
contestaron: “Nos has dicho: Damyata, domaos” —con lo cual el texto sagrado quiere
decir que los poderes de arriba se someten a la ley de la palabra.
“Da, dijo Prajapâti, el dios del trueno. ¿Me habéis entendido?” Y los hombres
respondieron: “Nos has dicho: Datta, dad” —con lo cual el texto sagrado quiere decir
que los hombres se reconocen por el don de la palabra.
“Da, dijo Prajapâti, el dios del trueno. ¿Me habéis entendido?” Y los Asuras
respondieron: “Nos has dicho: Dayadhvam, haced merced” —con lo cual el texto
sagrado quiere decir que los poderes de abajo resuenan en la invocación de la
palabra.
Esto es, prosigue el texto, lo que la voz divina hace oír en el trueno: sumisión, don,
merced. Da da da.
El relámpago y la verdad
¿Qué hay de cierto en que una interpretación larga pierde su
efecto? Es probable que un discurso muy prolongado acabe en
rodeos y variaciones de lo mismo y que, por lo tanto, pierda fuerza
de impacto. También es verdad que algunos discursos, más allá de
su larga duración, mantienen su vitalidad. Es di ícil sostener que
únicamente las palabras breves producen afecciones. Lo cierto es
que lo que parece generar el impacto suelen ser unas pocas
palabras y las que las rodean pueden ser un excelente preparativo
para estas, como jabs a la espera de un uppercut o el puente de un
estribillo. La diferencia es que en general no sabemos con
precisión cuál será el golpe de suerte o el coro de nuestra canción.
Ahora bien, no veo ninguna necesidad de que el analista
permanezca silente o solo abra la boca para cortar la sesión o para
decir cosas misteriosas e incomprensibles. Muchas veces el
analista debe intervenir para poner en marcha o relanzar el juego
analítico; otras, para apaciguar y contener angustias desbordantes;
otras, para preparar el terreno para la incorporación sugerente de
la conjetura; otras, para salir del terreno imaginario de las
pasiones en transferencia, etc.
No hace falta decir que la intervención debe ser breve. La
interpretación es breve y brusca por defecto más allá de las
palabras que contenga. Digamos que, muchas veces, el que aclara
oscurece, y que unas pocas palabras suelen ser más efectivas que
extensas argumentaciones. Ninguna posibilidad está proscrita de
entrada. Cuando un analizante me dice que no entendió lo que le
dije por haber sido algo enigmático o escueto, le respondo que las
aclaraciones –con muy pocas excepciones– no forman parte de las
reglas del juego para ninguna de las partes y que surgirá otra
oportunidad para trabajar esa ocurrencia.
Lacan dijo que la interpretación, “para descifrar la diacronía de
las repeticiones inconscientes, debe introducir en la sincronía de
los signi icantes que allí se componen algo que bruscamente haga
56
posible su traducción”. Bruscamente puede referir al estilo de la
interpretación, a su carácter breve, repentino e inesperado, o a su
“esencia”, es decir, al hecho de que la interpretación en tanto tal
produce repentinamente un nuevo sentido del texto. En el camino
hacia la localización de los signi icantes amos las lectoescrituras
del material producen nuevos sentidos que “estrechan” los otros
sentidos. La ubicación de las constantes discursivas acota la
multiplicidad de sentidos que se mani iestan a partir de la
apertura del texto. La producción de nuevos sentidos en el camino
hacia el sinsentido no es una contradicción. Asimismo, el nuevo
sentido que se produce no responde tanto a un querer-decir sino a
una orientación, una tendencia, una intención... del texto.
La imagen más bella para pensar estas cuestiones la ofreció
Lacan: “La interpretación, o sea, aquella adición mediante la cual
surge algo que da sentido a lo que creen ustedes saber, y hace
surgir en un relámpago lo que es posible captar más allá de los
57
límites del saber”. Yo diría, haciendo una pequeña modi icación
de esta metáfora, que la interpretación es un rayo: primero asoma
el relámpago que ilumina fugaz y sorpresivamente el texto, luego,
no se sabe bien cuándo, percibimos el trueno: el estruendo y sus
resonancias. El efecto de una buena lectura del material, tanto en
el propio análisis como en una supervisión, se siente del siguiente
modo: “no puedo entender cómo no lo vi antes, estuvo siempre al
alcance de mis ojos, solo hacía falta leer el material en función de
esta clave”. Luego, por supuesto, volvemos a la opacidad inherente
del material, pero con la orientación que nos brindó ese instante
de luz.
La interpretación produce una verdad –parcial y contingente–
con la correlativa transmutación del sujeto, entendido en un doble
sentido: tanto en el analizante como en el asunto del texto. No
obstante, ¿cómo saber si fue “verdadera”, pertinente o efectiva? La
interpretación se mide según sus efectos, se repite una y otra vez.
¿Pero cuáles deben ser esos efectos a partir de los cuales podemos
medirla? Algunos colegas creen que la interpretación se veri ica en
la medida en que el analizante continúa asociando libremente,
entendiendo por ello un “desplazamiento en el tema” de la
conversación, es decir, que hable de otra cosa, y de otra cosa, y de
otra cosa, y de otra cosa... No estoy de acuerdo con esta idea. Lo
repito: nadie se cura asociando libremente.
¿Acaso podemos iarnos de la aprobación o la negativa del
analizante? Veamos qué dice Freud:
[El] «Sí» sólo posee valor cuando es seguido por corroboraciones indirectas; cuando
el paciente produce, acoplados inmediatamente a su «Sí», recuerdos nuevos que
complementan y amplían la construcción. Sólo en este caso reconocemos al «Sí»
como la tramitación cabal del punto en cuestión. El «No» del analizado es
igualmente multívoco y, en verdad, todavía menos utilizable que su «Sí». Rara vez
expresa una desautorización justi icada; muchísimo más a menudo exterioriza una
resistencia que es provocada por el contenido de la construcción que se ha
comunicado, pero que de igual manera puede provenir de otro factor de la situación
analítica compleja [...] Una con irmación igualmente valiosa, esta vez de expresión
positiva, es que el analizado responda con una asociación que incluya algo
semejante o análogo al contenido de la construcción.58
En de initiva, para Freud no es tan relevante el “sí” o el “no”. Lo
importante es que el analizante produzca nuevo material textual
que complemente y amplíe la conjetura, que traiga una asociación
que incluya “algo semejante o análogo al contenido de la
construcción”. Nada más lejos de que el paciente produzca un
59
desplazamiento del tema. Por el contrario, debe darnos otro
indicio a favor de nuestra conjetura. Lacan lo dice aún más claro:
“Es imposible en la experiencia analítica considerar el cambio de
estilo del sujeto como prueba de la justeza de una interpretación.
Considero que lo que prueba la justeza de una interpretación es
60
que el sujeto traiga un material que la con irme”. Y aún esto debe
ser matizado, agrega Lacan. Lo que sucede es que no hay nada,
absolutamente nada, que garantice que las transformaciones del
sujeto se deban a las interpretaciones. Esta es la castración del
analista: la imposibilidad de prever con certeza los efectos de una
interpretación, y de saber con certidumbre si los cambios se
debieron a ella. Nos manejamos en el orden de la conjetura, no del
calculo lógico-matemático o probabilístico. Nuestro trabajo tiene
algo de artesanal, cada caso tiene algo distinto de los demás. No
hacemos trabajos en serie, no contamos con manuales de
tratamiento ni realizamos intervenciones “tipo”. Todo esto no quita
que no nos exijamos “un rigor en cierto modo ético, fuera del cual
toda cura, incluso atiborrada de conocimientos psicoanalíticos, no
sería sino psicoterapia. Este rigor exigiría una formalización,
61
teórica según la entendemos”.
Las funciones analíticas, habilitar, desear, leer y escribir, no son
más que una propuesta teórica para que los psicoanalistas nos
orientemos mejor en nuestra práctica. La renuncia radical al poder
que requiere la posición ética del analista no se logra únicamente
por las virtudes personales o por el propio análisis. Hay que a inar
los conceptos, y que los ideafectos vibren, y que los cuerpos
resuenen, y que los deseos bailen.
Suspendamos el tiempo, realicemos la ceremonia, hagamos el
duelo.
¿Un psicoanálisis no es una iesta?
Buenos Aires
Diciembre de 2021
@coloquiodeperroseditorial
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