Claroscuros de AMLO

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Algunos aciertos y errores de la 4T mexicana

Guillermo Knochenhauer M.

Introducción
El proceso electoral mexicano que culminó en 2018, despertó
esperanzas de corrección del rumbo económico del país que había
profundizado las desigualdades, y de renovación de los grupos que
detentaban el poder político, cada vez más alejados de la ciudadanía y
más visiblemente relacionados con actos de corrupción.

La elección de Andrés Manuel López Obrador a la presidencia de la


República alentó ambas expectativas; AMLO se declaraba portador de
un proyecto de transformación económico-político orientado a establecer
equilibrios más justos en la generación y distribución de la riqueza, que
conlleva también modificaciones a la estructura jurídica e institucional
de poder que sirve al régimen que se pretende transformar, todo con la
consigna de evitar la violencia a toda costa.

La transformación ofrecida por López Obrador ha logrado establecer en


cinco años, algunas tendencias congruentes con sus propósitos, que
justifican su consolidación, mientras que otras acciones reclaman
correcciones profundas.

Entre las tendencias positivas vale destacar que, sin caer en populismo
económico ni en satanizar el mercado, se ha actuado para mejorar los
equilibrios en el ámbito laboral (salarios y prestaciones), se han
duplicado los presupuestos asignados a programas de apoyo social y se
han destinado inversiones públicas sin precedentes al sur y sureste del
territorio.
Ya se registran algunos efectos benéficos de esas acciones, muy
insuficientes frente a los problemas reales, pero permiten considerar
que la trayectoria iniciada para abatir la pobreza y marginación con
énfasis en la mejoría de las condiciones laborales y en promover
inversiones en regiones siempre marginadas, es acertada.

También hay que reconocer que las crecidas asignaciones de gasto


social se han logrado manteniendo la estabilidad macroeconómica en un
entorno internacional inflacionario; se ha logrado mediante un manejo
de las finanzas públicas con gasto en general austero y en una mejor
fiscalización de los grandes contribuyentes, que ha permitido elevar la
recaudación. El endeudamiento público se ha mantenido sin cambios
significativos con respecto a la administración anterior.

Por otra parte, con sentido estrictamente político, se ha enfatizado el


protagonismo del poder público, lo cual debe reducir la influencia
excesiva de intereses particulares en la toma de decisiones y permite
recuperar confianza de los sectores sociales mayoritarios en las
instituciones de gobierno.

Más que de izquierda o populistas, los avances logrados durante los


últimos cinco años en los dos frentes, el que busca atemperar las
desigualdades fortaleciendo los ingresos familiares de los sectores
pobres, y el que persigue fortalecer los márgenes de acción política del
gobierno, apuntan a un desarrollo capitalista más moderno y dinámico
que requiere el concurso de inversionistas emprendedores. México
destaca entre las economías de mayor atracción de inversiones
extranjeras directas.

Mejoramiento del ingreso familiar


El propósito declarado de la 4T fue atemperar la pobreza, que afecta a la
mayor parte de los mexicanos y que es mucho más que la falta de
dinero en la economía familiar; aunada a desigualdad de oportunidades,
la pobreza condena a quienes la padecen a la exclusión del mercado de
consumidores, a la estigmatización y a la marginación de toda
participación positiva en la sociedad.

México no es un país pobre, genera un PIB por persona de 224 mil


pesos anuales, pero únicamente el 12 por ciento de la población, menos
de 16 millones de personas, tienen un ingreso que les permite vivir sin
carencias de esparcimiento, vivienda, alimentación, vestido, cuidado de
la salud y acceso a educación de calidad.

La transformación propuesta es crear un entorno de desarrollo


económico con equidad, en el que haya condiciones para salir de la
pobreza y no regresar a ella; hoy por hoy, salir de pobre es
prácticamente imposible por más esfuerzos personales que se hagan, y
los apoyos asistenciales tienen efecto mientras duran. La movilidad
social está estancada desde hace cuarenta años en México, fenómeno
que daña severamente la moral pública al percibirse como como el
despojo de la esperanza y expectativas colectivas en un mejor futuro.

La gobernanza armoniosa y pacífica, libertaria y democrática requiere la


cimentación sólida de certezas entre los ciudadanos en aspectos
sustanciales, como la movilidad social y medios que la propicien,
destacadamente el acceso a servicios de educación y salud de calidad,
seguridad social que cubra no sólo el retiro digno, sino riesgos
imprevistos como el desempleo, los gastos asociados a la recuperación
de la salud y al cuidado de la vejez, sustentado todo en una
organización equitativa de la economía que sea, a la vez,
ambientalmente sustentable.

El problema es la mala distribución de la riqueza, fenómeno de evidente


carácter económico y político que tiene varias fuentes causales; la más
importante es el modelo laboral, en el que los avances en productividad
y los movimientos salariales llevan trayectorias distintas y hasta
opuestas. En la capacidad y voluntad política de cerrar esa diferencia
radican las posibilidades de mayor impacto en atemperar pobreza y
desigualdades de manera permanente. Los aumentos salariales justos
no sólo no inhiben las inversiones productivas, sino que está
demostrado en otras experiencias que favorecen, además de la inclusión
social y la reducción de la pobreza, el crecimiento del mercado interno,
de la productividad y de la economía de manera sostenible en el largo
plazo.

Desde 2020, se ha promovido el aumento político de los salarios


mínimos. El informe Perspectivas de Empleo 2023 de la Organización
para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), consigna que
entre finales de 2020 y mayo de 2023 se había revalorizado el salario
mínimo un 43.6 por ciento en términos reales, lo cual tiene importancia
como reversión de una tendencia contraria. Sin embargo, el Consejo
Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval)
presenta datos según los cuales, el 38% de la población con empleo no
percibe un salario que le permita cubrir el costo de la canasta
alimentaria.

Para ampliar y consolidar las mejoras de condiciones laborales en


remuneraciones y prestaciones son indispensables dos condiciones: el
diseño jurídico e institucional que haga necesario el promover un nuevo
acuerdo laboral entre empresas y trabajadores, y continuar con la
liberalización del sindicalismo obrero que permita su democratización
para fortalecer su capacidad de negociación.

Si la subida de los salarios mínimos -asociada a otras acciones en el


ámbito laboral, como la reducción del peso de los sindicatos de
protección empresarial y de la práctica del outsourcing- ha tenido bajo
alcance relativo en la superación de la pobreza, aún menor es el cambio
en la desigualdad de ingresos que, conforme a datos del Coneval, no se
debe a que los hogares más pobres estén teniendo más ingresos,
aunque de hecho así ocurre (por vía salarial y por asignaciones de los
programas sociales), sino a que la pandemia hizo que el resto de los
mexicanos ganen menos, particularmente los hogares del decil más alto.

De acuerdo con la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los


Hogares (ENIGH) del INEGI, correspondiente a 2022, el 10 por ciento de
los hogares más pobres vio elevar sus percepciones promedio (salarios y
otras entradas) 4 por ciento, pero el ingreso total de los hogares del
decil más rico habría decrecido 9 por ciento en el trienio.

Está, por otra parte, la informalidad del mercado laboral, en la que


encuentran ocupación 35 millones de personas que no son beneficiarios
de seguridad social, de obligaciones legales de percibir salarios referidos
al mínimo ni, por supuesto, de compensaciones por aumentos de su
productividad laboral. A ese inmenso universo en el que se ocupa la
mayoría de la fuerza laboral del país, sus ingresos no les permiten
superar el umbral de pobreza.

Los programas sociales -segunda vertiente de acción contra la pobreza-


habrían sido un componente de menor impacto que el salarial en
entidades como Nuevo León, Jalisco, Ciudad de México o Estado de
México mientras que, en entidades como Oaxaca, Chiapas y Guerrero, el
aumento de las transferencias en efectivo a campesinos, jóvenes,
personas discapacitadas y de la tercera edad, ha tenido un impacto
mayor.
Las remesas, que en 2018 fueron de 33 mil millones de dólares y de 58
mil 400 millones de dólares en 2022, explican otra parte de la reducción
en pobreza, quizás menos importante de lo que se les atribuye.

En sentido contrario al abatimiento de la pobreza y de las desigualdades


ha operado el sistema de salud; conforme a los datos del Coneval, 50.4
millones de personas no tienen actualmente acceso a esos servicios.
Podrían ser 30 millones más que en el 2018, al haberse cancelado el
Seguro Popular, un mecanismo de protección económica -mediante
afiliación y el pago de cuotas- a quienes carecen de la seguridad social
con que cuentan quienes tienen empleo formal; la segmentación y el
condicionamiento siguen siendo dos características no resueltas del
sistema mexicano de salud.

El seguro Popular fue remplazado en 2020 por el Instituto de Salud para


el Bienestar (Insabi), que sería gratuito y universal en cobertura de
padecimientos y entrega de medicamentos a la misma población que
por carecer de empleo formal, no es derechohabiente de las
instituciones existentes. Apenas en abril de este 2023, el Insabi
transfirió sus funciones al organismo público IMSS-Bienestar, que
perseguirá los mismos propósitos.

El sistema educativo público es otro factor de desigualdad por


diferencias de calidad de la enseñanza y su incapacidad para evitar el
creciente abandono de jóvenes; un millón y medio de estudiantes han
dejado la escuela desde la ocurrencia de la pandemia.

Otras áreas socialmente sensibles, como las estancias infantiles y el


programa de escuelas de tiempo completo que le facilitaban la vida a
madres trabajadoras, fueron cancelados sin la creación de servicios
alternativos; también las deficiencias de los servicios de infraestructura
como los que llevan agua a casas, afectan, sobre todo, a los más
pobres.

Las desigualdades en nuestro país también se manifiestan


regionalmente; el territorio sureño ha sufrido abandono sempiterno que,
además de ámbito de la mayor marginación y pobreza social entre los
mexicanos, es un desperdicio de recursos naturales. Las inversiones
públicas dirigidas por la actual administración a esa región, que deberían
detonar inversiones privadas, no tienen precedentes.

Gracias a la canalización de tales inversiones, entre el cierre del 2019 y


el inicio del 2023, los estados de Tabasco, Oaxaca y Quintana Roo
tuvieron los mayores aumentos de actividad económica de todo el país.
Según los datos desestacionalizados del INEGI, Tabasco registró el
mayor incremento de su Indicador Trimestral de la Actividad Económica
Estatal (ITAEE) entre el cierre del 2019, previo a la pandemia, y los
primeros tres meses del 2023, con una tasa de 24.3 por ciento
atribuible al empleo en la construcción, vinculada a la refinería Dos
Bocas. Los empleos generados y la derrama económica en la entidad
representan demanda agregada de bienes y servicios que deberían
atraer inversiones de empresas privadas y desencadenar una dinámica
que evite que una vez que la refinería esté funcionando, se pierda el
impulso de desarrollo del estado.

Detrás del ritmo de crecimiento de Tabasco siguieron Oaxaca, que creció


12.6% en el periodo de referencia beneficiado por el Corredor
Interoceánico, y Quintana Roo, con 7.8% de crecimiento atribuible al
Tren Maya y las inversiones hoteleras. Chiapas está 6.7% arriba del
nivel que tenía a fines de 2019, aunque en ese caso tienen mayor
impacto las remesas, que pasaron de 500 millones de dólares en el
primer semestre del 2019 a 2,000 millones en el mismo periodo del
2023.
Como referencia de la importancia de estas cifras, la segunda economía
más importante del país, que es la del Estado de México, ha crecido
apenas 1.8% entre fines del 2019 y principios del 2023.

Un factor clave de una política orientada a la distribución del ingreso es


la estructura fiscal. En México, las empresas deben pagar, en términos
generales, un 30% por concepto de Impuesto sobre la Renta (ISR),
16% de IVA por adquisiciones de bienes o servicios y otro 10% en
Participación de los trabajadores en las Utilidades (PTU).

Durante su campaña presidencial, López Obrador reiteró que al menos


durante los primeros tres años de su gobierno no crearía nuevos
impuestos ni elevaría la tasa de los existentes. Pasados esos tres
primeros años, tampoco se emprendió la considerada por muchos,
indispensable reforma fiscal en México.

La acción fiscal emprendida ha sido el cobro de adeudos en impuestos a


grandes contribuyentes y la prohibición, por ley, de su condonación; el
Servicio de Administración Tributaria (SAT) elaboró el Plan Maestro 2022
de Grandes Contribuyentes, considerados como tales aquellos que
declaran ingresos por más de 1,500 millones de pesos al año; en ese
padrón figuran 11 mil 028 empresas. El objetivo del plan es, por
supuesto, incrementar la recaudación de ese padrón de causantes
mediante una mejor fiscalización, que ya se venía practicando; durante
el trienio 2019, 2020 y 2021 se recaudó un total de 541 mil 682
millones de pesos, mientras que en todo el sexenio anterior se cobraron
630 mil 784 millones de pesos.

No obstante la importancia de estas medidas fiscales y contra lo que


harían pensar las puntuales alusiones presidenciales a abusos de grupos
empresariales, el Panorama Social 2021 de la Comisión Económica para
América Latina y el Caribe (Cepal), sostiene que los milmillonarios
mexicanos -los grandes contribuyentes- incrementaron su patrimonio 11
por ciento entre 2019 y 2021, mientras la pobreza y la pobreza extrema
también crecieron.

Protagonismo del Estado


Alcanzar la justicia social fue el gran reto de la Revolución Mexicana
hecha gobierno y lo sigue siendo en este Siglo XXI; hoy más que nunca,
en la pobreza y las desigualdades interactúan algunos de los mayores
problemas de México, desde la violencia en sus diversas manifestaciones
-intrafamiliar y social-, el estancamiento desde hace cuarenta años de la
movilidad ascendente de las clases sociales y el descrédito del gobierno
y sus instituciones.

La democracia formal, sin adjetivos, despojada de sustancia social, ha


perdido seguidores interesados ante la manifiesta incapacidad del
Estado para ofrecerle a la sociedad certezas básicas frente a la
proliferación de la violencia, de la corrupción, de los bajos ingresos
familiares y de abusos reconocibles por todos.

Hay que recordar que desde el sexenio de Miguel de la Madrid el PRI, el


PAN y el PRD perdían votos en cada elección que transcurría, un
indicador claro de que habían dejado de representar e inspirar confianza
a millones de personas y de que la política tenía poco que ver con los
intereses sociales mayoritarios.

A fin de restablecer capacidades perdidas del gobierno, dividido en los


poderes ejecutivo, legislativo y judicial, la actual administración
estableció, entre otras medidas, tres a destacar: un nuevo modelo de
comunicación, un distanciamiento más formal que real con el poder
económico, y promovió reformas legales e institucionales, algunas
controversiales.
Empecemos con el modelo de comunicación social instaurado
personalmente por el presidente López Obrador para establecer una
identificación discursiva con los sectores tradicionalmente carentes de
influencia política, para quienes el gobierno era cosa ajena; entre esos
sectores, la aceptación o popularidad del presidente es muy alta y al
parecer corresponde al sentimiento de representación de sectores
populares que lo experimentan por primera vez, y encuentran en el
presidente a quien encarna una serie de anhelos, propuestas y
características morales que lo hacen creíble.

La aceptación popular del presidente eleva el promedio general por


encima del 60 por ciento. El contrapunto de esa representación es que
depende sustancialmente de la personalidad de López Obrador, no de un
sistema institucional, lo que la hace frágil y que, para la continuidad del
proyecto, en caso de que llegue Claudia Sheinbaum a ocupar la
presidencia de la República, las bases de apoyo a AMLO no serán
transferibles y ella tendrá que construir sus propios vínculos de
representación, o quedar como rehén de grupos que las tengan.

Acentúa la condición de fragilidad del poder político del régimen, el


vilipendio reiterado por López Obrador desde las “mañaneras” a sectores
sociales clave para la gobernanza política, como lo son el empresariado
(que en su inmensa mayoría pertenece a las clases medias del país) y
aquellos trabajadores y empleados que en su mayoría se perciben como
integrantes de esas clases medias y que, con todo derecho, reclaman no
estar representadas en el discurso y las acciones del poder público.

Además de su propia experiencia de clases vilipendiadas como


“escaladoras, arribistas y oportunistas”, y castigadas con la caída de sus
ingresos desde la pandemia, los sectores medios tienen como fuente de
información y opinión crítica a los medios de comunicación masiva,
impresos, radiofónicos y televisivos cuyos intereses también fueron
afectados en los presupuestos dedicados a publicidad y propaganda del
gobierno; con muy pocas excepciones, la mayoría de esos medios se ha
convertido en una pertinaz oposición -sin aportar elementos de reflexión
útiles- a todo lo que propone y hace el gobierno.

El presidente ha confiado en las “benditas” -así les llama- redes sociales,


pero es cada vez más claro que su creciente protagonismo es
totalmente independiente de lo que convenga o perjudique al gobierno.

***

Una segunda línea de acción de AMLO para recuperar márgenes de


acción política del poder público ha perseguido un mejor equilibrio del
balance de poder entre el gobierno (poderes Ejecutivo, Legislativo y
Judicial federales), y los grandes intereses económicos que desde el
mercado han ejercido una influencia excesiva en las políticas públicas
durante décadas.

Con el propósito -independiente de otros- de dejar establecido el


alcance del poder del gobierno, se han realizado acciones puntuales en
el ámbito de poder de los grandes capitales; la primera con la que el
nuevo gobierno quiso dejar establecido “quien manda”, fue la
cancelación de la construcción del Nuevo Aeropuerto Internacional de la
Ciudad de México a partir de una consulta popular orientada a rechazar
el proyecto como un plan de negocios abusivo; también es verdad que
era técnicamente desaconsejable construirlo en el vaso de Texcoco.

Además, se confrontó al oligopolio que participaba en la compra de


medicamentos para el sector público para centralizar las compras, lo
que ocasionó desorden administrativo durante un año y desabasto de
diversos medicamentos; también se forzó la renegociación de contratos
que se consideraron leoninos para el país, y que muy probablemente lo
eran, como los gasoductos y la administración privada de reclusorios.
Aunque es muy pronto para hacer una evaluación sobre el impacto que
esas medidas haya tenido en el poder económico y retracción política de
los grupos afectados, hay que decir que los mayores capitales de México
tienen sus mayores intereses en áreas como banca, telecomunicaciones
y medios masivos de comunicación.

***

La tercera línea seguida para ampliar márgenes de acción del sector


público ha consistido en promover reformas legales, así como la
modificación de la dinámica y funciones de diversas instituciones, entre
las que destaca el caso de las fuerzas armadas del país.

En el apogeo del poder presidencial al contar con mayoría calificada en


el Congreso, el presidente promovió la reforma de más de 55 artículos
de la Constitución en diversas materias, entre las que figuran las
relativas a la consulta popular, a la revocación de mandato, la
eliminación del fuero presidencial y la de las partidas secretas, las cuales
generaron polémica en torno al argumento de que hacen vulnerable al
poder ejecutivo.

Lo más inquietante, sin embargo, es lo tocante al orden institucional en


el que se les han transferido al Ejército y a la Armada responsabilidades
y recursos que están fuera de su naturaleza y misión. Se les ha
encargado la seguridad pública y patrullajes militares en las calles,
tareas con lo que esas instituciones han manifestado incomodidad y, en
compensación, al Ejército se le han asignado proyectos de ingeniería
civil con inmensos presupuestos, mientras que la Secretaría de Marina
ya no solo vigila la seguridad de los puertos mercantiles y aduanas
marítimas, sino que también hace las funciones administrativas.

Es cada vez más evidente que al fortalecimiento económico de las


fuerzas armadas va correspondiendo un acrecentamiento de su peso
político; el Ejército va adquiriendo un poder que no tenía, mientras que
el de las autoridades civiles se ha fragmentado por la corrupción
vinculada a la delincuencia organizada.

Reflexión final
El problema socioeconómico de México es la pobreza y las desigualdades
y, aunque la dirección de las acciones en favor de mejorar las
condiciones laborales, asistir con programas de apoyo a la población de
muy bajos ingresos y promover el desarrollo regional ha sido acertada,
de lo que se ha logrado importan las tendencias establecidas y
considerar que su consolidación significaría una profunda actualización
del pacto social, un nuevo orden de institucionalización de los conflictos
para que tengan solución.

El propósito de mejorar la distribución del ingreso para abatir pobreza y


desigualdades requiere nada menos que un nuevo consenso social,
mayores márgenes de acción del poder público y consecuentemente, un
nuevo orden de libertades democráticas más amplias con nuevos
equilibrios de fuerzas económico-políticas.

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