El Nahual Errante #10 Homenaje A H.P. Lovecraft
El Nahual Errante #10 Homenaje A H.P. Lovecraft
El Nahual Errante #10 Homenaje A H.P. Lovecraft
El Nahual Errante
Horror Cósmico
homenaje a h.p. Lovecraft
EL ARTE DE LA TRANSFORMACIÓN Y EL MIEDO
Oscar R.
oscar.r_art
Omeyolloa
El terror del Ego 6
Amoxtli
Insignificancia cósmica: En las montañas de la locura 10
Tlatlapana
Un cromatismo inexistente en la Tierra 12
LOVE, DEATH AND ROBOTS 14
Los Nahuales
CONTENIDO
Carta Editorial
4 | EL NAHUAL ERRANTE
|5
Omeyolloa
6 | EL NAHUAL ERRANTE
igual forma aterra la mente de un ser trae a la mesa que, como humanos, nos
incompleto) como el amor, el deseo, el creemos incapaces de cumplir las expec-
bien y el mal, comenzaron a ser repre- tativas deseadas por este ser supremo a
sentados por estas figuras divinas, supe- no ser por el miedo: no tenemos más con-
riores, todopoderosas y, en la mayoría de trol que el mismo miedo.
los casos, indiferentes a la suerte de la Howard Phillips Lovecraft estaba cons-
humanidad. ciente de lo aterrador que era saber que
Es entonces cuando surge el terror cós- no habría ningún tipo de control frente
mico, no como un género literario, sino a algo tan grande, ya sea de tamaño o
como un miedo genuino y ancestral. El de poder. ¿Qué se puede hacer en con-
miedo a saberse una especie pequeña, tra de un ser tan inmenso que destruye
una más del montón, ese miedo que un continente con el solo hecho de cami-
quita lo especial de nuestra existencia y nar? ¿Cómo enfrentar a una criatura cós-
nos vuelve igual de impotentes ante los mica que nos percibe más como polvo
deseos de seres más poderosos. que como, al menos, hormigas huyendo
Con el paso del tiempo el horror cós- por su vida? La falta de control, la impo-
mico nos ha acompañado de cerca. El tencia, la sensación de insignificancia
infierno es un ejemplo de cómo ha mar- era el reflejo perfecto de una sociedad
cado nuestros parámetros éticos y mora- narcisista que crecía despiadadamente
les, frases como “No hay temor de Dios” a pesar de su entorno, destruyendo bos-
OMEYOLLOA | 7
ques, mares, especies. Los relatos love- tro extremidades más parecidas a garras
craftnianos representan la sensación de que a manos, con un rostro repleto de
aquel primer hombre que prestó atención ojos y colmillos. Se mueve sin proble-
a un relámpago en el cielo, así como el mas en el espacio, como si no tuviera
de la hormiga que enfrenta la pisada de que respirar, y aun así, es capaz de rugir
un hombre al caminar sin darse cuenta mientras avanza junto al planeta más
donde pone el pie. cercano, puedes notar que es extraordi-
Conforme avanza la ciencia, la industria nariamente grande, es una criatura tan
y la tecnología, la humanidad va aumen- inmensa que utilizó el satélite de aquel
tando en prepotencia. Como sociedad planeta para impulsarse hacia ti con la
nos creemos más cerca de Dios que del boca abierta dispuesta a devorarte. Y lo
perro, y eso no es otra cosa que ego des- vez, acercándose desde lejos, conforme
medido. Subir tan alto en el pedestal no avanza se vuelve más y más grande a tu
deja otra opción que enfrentar la posible percepción, comienzas a ver el interior de
caída. Resulta que Lovecraft dio en el su boca, sus colmillos, pronto es lo único
blanco con uno de los miedos más primi- que vez, su interior rodeándote, y todo
genios y profundos del ser humano, tal esto parece pasar tan lento como si no
vez más puro, y creó una narrativa com- tuviera fin, pareces ser devorado eterna-
pleta de ello. Su trabajo se ve reflejado mente. No puedes huir, no puedes defen-
hoy en día en distintas formas, desde derte, no puedes pedir ayuda, estás ahí,
un Alíen de Ridley Scott hasta el payaso sólo, sin poder hacer nada, esperando.
Pennywise de Stephen King, criaturas de Ya estabas esperando tranquilamente
otro mundo con capacidades que sobre- tu muerte, ahora esa espera se vuelve
pasan al ser humano que los enfrenta. una tortura, una angustia… un infierno.
¿Resulta ser, entonces, que el terror cós- Ahora esperas con miedo.
mico es el reflejo de nuestro narcisismo
como especie? ¿un miedo hipócrita de
sufrir la misma suerte de nuestras vícti-
mas? ¿O quizá es el miedo a no compren-
der y, por tanto, saberse finitos e incapa-
ces?
Imagínate en medio del espacio. Tras
una explosión en la nave que tripulabas
en dirección a Marte has tenido que huir
en una cápsula al espacio. Te encuen-
tras solo, sin dirección, sin alimentos,
probablemente enfrentando tus últimos
días de vida. Has aceptado tu inminente
muerte por lo que estás tranquilo, espe-
rando, recordando tu vida y tus buenos
momentos, tal vez recreando los malos a
tu favor para visualizar el “¿Cómo hubiera
sido si…?”. En eso un ruido te saca de tus
pensamientos y te hace asomarte por la
pequeña ventanilla que deja ver el espa-
cio, el cosmos. Lo que ves te paraliza, es
un ser vivo, no cabe duda, pues tiene cua-
8 | EL NAHUAL ERRANTE
OMEYOLLOA | 9
Amoxtli
AMOXTLI | 11
Tlatlapana
Un cromatismo inexistente en
la Tierra
Color Out Of Space y el cine Lovecraftiano
Fernando S. Zúñiga
12 | EL NAHUAL ERRANTE
atmosfera misteriosa. Un detalle obvio
pero enriquecedor es que gracias a su
limitado presupuesto la cinta no abusa
de los efectos por computadora, lo que la
hace un trabajo más artesanal. Tanto
en la puesta en escena como en la
creación de monstruos, haciendo refe-
rencia a clásicos del cine de terror
como puede ser The Thing de John
Carpenter.
Tras la caída de la roca espacial, este
comienza a irradiar un color inquietante
que afecta la flora, la fauna y la mente de
los habitantes de la ciudad de Arkham.
En el cuento, el autor describe este color
como “un cromatismo inexistente en la
Tierra”. Pero Richard Stanley se toma
la libertad creativa de asignarle el color
magenta, no porque sea un cineasta
insulso sino porque es un cineasta prag-
mático. Tal vez este sea el paralelismo
más claro para ilustrar la imposibilidad
de moldear el universo Lovecraftiano a
la pantalla grande: La imaginación
triunfa frente a la realidad.
TLATLAPANA | 13
LOVE, DEATH AND ROBOTS
Jorge Luis Lozoya
TLATLAPANA | 15
Icnocuicatl (Canto Triste)
Even death
may die 1
1 Lovecraft, H.P. (2012). La ciudad sin nombre. En Editorial Porrúa. Lovecraft. Relatos de terror/Vol. II
Florencia Frapp
16 | EL NAHUAL ERRANTE
E l álbum conceptual “Las montañas”
de la banda de rock psicodélico, Los
mundos, está basado en la obra de Howard
tiano, ya que hasta Metallica tiene una
pieza instrumental “The call of ktulu”
que, de cierto modo, transporta al escu-
Phillips Lovecraft con canciones tituladas cha a dicho universo de criaturas gigantes
como algunos de los relatos del escritor provenientes de la inmensidad del mar.
estadounidense, Los gatos de Ulthar y El Sin embargo, no es la única pieza en la
color que cayó del espacio son algunas de que el bajista Cliff Burton demuestra su
las rolas incluidas en este disco, aunque uno fanatismo por Lovecraft ya que en “The
esperaría que ésta última hablara sobre el thing that should not be” también hablan
cuento del mismo nombre, más bien, trata sobre los monstruos creados por el autor
sobre alucinaciones, sueños y fiebre como e incluso mencionan una de sus frases
sucede en El llamado de Cthulhu. más icónicas «That is not dead which
Al igual que Los mundos, Reckoning, can eternal lie. And with strange aeons
una banda mexicana de metal también even death may die»2. Aunque “dream no
tiene todo un disco en el cual hacen un more”, musicalmente hablando, no pro-
gran recorrido a través de la obra de Love- voca una sensación de miedo ni remite
craft. Los temas que atrapan la atención a un estado en el que se pueda llegar a
en la primera escucha sin duda son “Pic- imaginar alguno de los monstruos o dio-
kman (Pintor de la muerte)”, “Los otros ses como ocurre con “The call of ktulu”,
dioses” y “Polaris”. se puede escuchar a James Hetfield can-
Pero no son sólo agrupaciones mexi- tando sobre el despertar de Cthulhu y lo
canas y poco conocidas las que dedican que esto implica.
alguno de sus temas al universo lovecraf-
2 Ibid
ICNOCUICATL | 17
La banda danesa de heavy metal Mer-
cyful fate también tiene un par de rolas
relacionadas. En el disco “Time” del año
1994 incluyeron el tema “The Mad Arab”
en la que narran la persecución de Abdul
Alhazred por parte de unos sacerdotes
que realizaban una especie de ritual en
las montañas por las que Alhazred tran-
sitaba. Esta canción incluso tiene una
base melódica un tanto arabesca. Los
daneses volvieron a utilizar la misma
melodía para la rola “Kutulu (The Mad
Arab part two), la cual empieza con los
mismos acordes, pero con un tempo más
rápido; ahora Abdul oye voces y habla
de los dioses antiguos y menciona algo
interesante pero que queda inconcluso
«I must finish this book tonight» con lo
que quizá podrían referirse al Necrono-
micon.
En fin, así como la obra de Lovecraft es
bastante amplia también lo es su legado
y la influencia que tiene sobre escritores,
músicos y cineastas.
18 | EL NAHUAL ERRANTE
| 19
Sasanili o El Arte de Narrar
Invocación
Dayanet Polo Matos
Suena el Zomuscán,
tambor de mi pueblo.
El ritmo te llama.
Ven Xihualpanatl.
Asciende
Rompe
Brota
Desgarra.
Repta hasta mis brazos
único titán.
Muerde.
Devora.
Has crujir los huesos
de estos innombrables
hombres sin valor.
Escucha mi canto
y emerge
Ven a esta devota,
Xihualpanatl.
20 | EL NAHUAL ERRANTE
En tu cerebro
O en tu brazo de diamante.
Mejor, en lo más profundo
que alberga tu simiente.
Ven Xihualpanatl.
Llora Zomuscán.
El tifón se acerca,
tornado, tsunami.
Vienes, Majestad.
Destruyendo todo lo que te estorbe.
Pero yo
seré fiel.
Tómame a mí primero.
Oscar R.
oscar.r_art
SASANILI | 21
Abadón
Leidy Ruiz Machado
Escucho tu llamado
Oh, titiritero de las almas.
Estoy rota.
Introduce tu lengua
en la savia de mis miedos.
No más trajes de carne
sobre mi ventana.
Ni risas de insomnio
columpiándose en la noche.
Ven.
Crecerán hilos dentro
de mi cuerpo
y clavos de sangre
restituirán mi cabeza.
No teman oh pequeños.
Seré su aya entre tanto
él regresa.
Beban de mis huesos,
la ofrenda ante el altar
de sacrificio.
Bulle el éxtasis
en las venas.
Espasmos de dolor
relucen en mi garganta.
Y una barca sepulcral
espera atenta por mi espíritu.
22 | EL NAHUAL ERRANTE
Oscar R.
oscar.r_art
SASANILI | 23
Alejado
Juan Fernando Bastías Cofré
24 | EL NAHUAL ERRANTE
Volví a la nave, tenía que administrar sus reservas de aire. Este era el punto de
riesgo de la operación, en el cual el viaje podía ser solo de ida. El plan original consi-
deraba probar un nuevo sistema, que consistía en que la nave taladraría para hacer
un poco de terraformación, suficiente para obtener aire ilimitado desde el mismo
planeta.
En caso de que algo saliera mal con este proceso (70% de eficacia me dijeron al
despegar) solo tendría dos meses de vida. Dos meses aquí. Cuando estaba en mi
planeta al escuchar este número con un psicólogo espacial, puse en riesgo mi parti-
cipación en el proyecto.
Eso es más que suficiente para mí— solté al psicólogo mientras conversábamos en
un monte cubierto de verde.
Parecía no estar alerta, solo se me cayó esa frase. Mi mirada siguió puesta en el
suelo, pero podía sentir cómo los ojos del psicólogo Roldán buscaba alguna res-
puesta o que fuese una frase sin terminar.
Por unos segundos dejé de ver a Roldán como el psicólogo a cargo y pensé que
era una conversación trivial con él. Lo había conocido hace unos 4 años, mientras
realizábamos un magíster sobre la alteración de los sentidos en estados especiales.
Aunque, divergimos en ramas diferentes, él continuó sus estudios enfocado en la
influencia de los satélites naturales u otras fuerzas gravitatorias en las personas.
Mientras que yo terminé estudiando los efectos de la animación suspendida.
Nuestra relación no era de mejores amigos, pero teníamos mucha confianza, o al
menos él lo sentía así. Lo acompañé en el período de separación con su esposa. Me
confió algunos de sus más tristes recuerdos, como haber visto morir a su hermano
en una cámara de gravedad aumentada en mal estado.
Solían existir silencios incómodos en los que me miraba esperando que yo le reve-
lara algo tan profundo como lo que me contaba él, pero no. Terminaba diciéndole
algo casi sin sentido para no permitirle pasar más allá. Lo que hizo que nos alejára-
mos cada vez un poco más.
Los errores y descuidos que cometí azotaron en las vidas de los demás. Algunos
rumores decían que, en parte, yo era culpable de la muerte del hermano de Roldán.
Yo nunca lo vi así o no quería. Necesitaba estar un tiempo aislado, pues parecía que
cada decisión empeoraba la anterior.
En la cámara de limpieza los chorros quitaban todo lo que podía ser contaminante
de mi traje, yo solo extendía los brazos con los ojos cerrados, escuchando los soni-
dos de los líquidos golpear. Hasta que sonaba la alerta, eso significaba que no había
podido ser esterilizado del todo y el proceso volvía a comenzar. Mientras esperaba
el visto bueno de la nave miraba hacia el exterior por una pequeña ventana redonda
que estaba en la puerta. Me perdía en el paisaje azul pálido.
Necesitaba un respiro del mundo, tomar distancia de todo. Pero aquí, con todos
estos colores, texturas y formas, era una nueva realidad y me estaba dejando atra-
par. Mi mente volvió al traje plástico justo a tiempo para escuchar el sonido que
indicaba que todo estaba esterilizado.
SASANILI | 25
Desperté muy tarde, en el exterior no había cambio alguno, siempre estaba ese pai-
saje nocturno, adornado con una hermosa luna roja que algunas noches se dejaba
ver. Los estudios indicaban que cada cuatro meses el lugar se iluminaba por cinco
días, aún faltaba más de 3 meses para ese suceso. El juego era si al despertar vería
la luz del sol algún día.
Pasaron los días, las llamadas de Alzérreca y el marcador sobre mi cama anun-
ciaba el día veinticinco. Cerca del primer mes y ningún indicio de terraformación de
parte de la nave. Las llamadas pasaron de ser largas y tediosas a cortas, llenas de
una especie de ira y desesperación. En sus voces sentía que sabían algo más que yo.
El día cuarenta y cinco me llamaron de la estación, su estrategia parecía haber
cambiado, esta vez era Roldán. En primera instancia me preparaba para “lo peor”.
Mis dos meses se acabarían y yo quedaría aquí. Una placa más de un mártir del
espacio ¿Acaso no sabíamos que esto podría suceder? Desde un comienzo habían
planteado esta misión como un salto al vacío. Ese era el castigo que estimamos a mis
desagravios.
Escuché las palabras entrecortadas del psicólogo que en sus libros no encontró res-
puesta. Hoy es mi último comunicado. Me sigue hablando.
Debo contarte algo más, es parte de mi investigación, la gravedad del satélite natu-
ral puede que…
Pero ya no importa, en el cielo oscuro surge esa luna roja enferma, piel de dragón,
ojos de mis demonios, prisión de mis deseos. En este planeta mis lágrimas formarán
océanos que nunca nadie verá y a nadie le interesará. ¡Oh luna mía! cada dos sema-
nas me dejas ver tu rostro e iluminas mi vida vacía de amores perdidos, de noches
agitadas, remordimientos ocultos bajo mi almohada. Ya estás aquí para escucharme
otra vez, junto con tu presencia llegan esas sombras casi humanas, que con una
sonrisa se ocultan detrás de las piedras. Ellas me susurran verdades que ningún
humano jamás me dijo. Bella de piel roja esta noche dormiré a tu lado, besaré tu
mejilla, este planeta es mío y yo soy de él. La terraformación solo nos daña por eso la
detuve. Preciosa, quiero sentir tu cara, dejé todo atrás por ti, quemé mi pasado, mis
faltas, mi piel te necesita, mi casco estorba, quiero sentir tu tacto, ya nada importa.
Ahora soy tuyo.
26 | EL NAHUAL ERRANTE
El visitante de Tordesillas
Israel Celis Delgado
SASANILI | 27
que antecedió a la aparición de Felipe. Ellas rieron nerviosas e informaron a mi hijo
que su madre estaba más loca que una cabra. Los guardias dijeron no haber visto
nada, pero que se sintieron extrañamente adormecidos en un momento de la noche.
Pero nada de luz, o al menos esa es la versión que han contado para que mi hijo o mi
padre no les separe la cabeza del cuerpo. Sin embargo, Felipe siguió visitándome por
muchas noches más y los secretos que me contaba me tenían con demasiados pensa-
mientos introspectivos. Pero lo que más me sorprendió fueron las revelaciones de la
existencia de la humanidad. No puedo contarlas todas, pero escribo esta carta antes
de que mi hijo Carlos ordene suprimir mis herramientas recreativas como la tinta y
el papel. La primera vez que intenté hablar con Carlos, hizo caso omiso a mis adver-
tencias, rió y salió espantado. Su madre estaba más loca de lo que cualquiera hubiera
creído, para ellos el Diablo gobernaba mi vida, el Diablo era mi concubino nocturno,
disfrazado de mi difunto esposo. Pero no es el Diablo, no es Dios. Es mi esposo, el
que a veces presenta un aspecto extraño, el que me visita y me cuenta secretos del
porvenir. Secretos tales como la caída de la Nueva España para dar nacimiento a
una nueva nación. También me habló del monstruo que los germanos están por ado-
rar en unos siglos, un genocida intolerante a las minorías como los judíos. Pero tam-
bién me habló del futuro de nuestra nación y la subyugación de otras naciones bajo
un estandarte de doce estrellas. La última vez que pude ver a Felipe fue la última
noche que disfruté de la tinta y el papel, la misión de mi esposo había concluido y
me pidió que guardara estos documentos, cargados de atávicos secretos que sacu-
dirán las entrañas del hombre, de la mujer y de todo ser pensante. La noche en que
me despedí de mi amado tuve la oportunidad de vislumbrar, de manera breve, el
aspecto atemorizante que mi esposo podía tomar. Mientras la luz escarlata entraba
por la ventana noté que el cabello de su cabeza desaparecía, sus ojos se volvieron dos
címbalos negros y el color pálido de su piel se trastornó en un color verde. La luz y el
sonido de las trompetas impidieron que pudiera contemplar enteramente su partida,
aunque logré ver que un vehículo de luz se lo llevaba al cielo, donde descansan todas
las almas que hay y están por haber. Espero que este documento llegue a manos de
una persona que pueda advertir a los demás, cuando la humanidad esté lista, de los
peligros que están por llegar gracias a la tiranía.
28 | EL NAHUAL ERRANTE
La mascota del señor petro
Eric Michel Villavicencio Reyes
L a señora Martínez era una viejecita adorable que vivía en el número 48 de la calle
Turkey. Tenía muchos amigos, y nunca negaba ayuda a quien la necesitase. Todos
la querían en el vecindario y los niños iban a su casa a menudo para jugar con el columpio
de su jardín.
Un día el señor Petro tocó a su puerta. La señora Martínez le recibió con alegría,
como haría con cualquier otro visitante. Él pidió alguna comida para alimentar a su
mascota, alegó que desde que probara la carne de pollo renegaba de los alimentos
sintéticos. La señora Martínez entró a su casa y regresó en poco tiempo con dos pos-
tas enteras para el señor Petro, quien, agradecido, se fue tan silenciosamente como
había llegado.
A partir de entonces y día tras día el señor Petro visitó a la señora Martínez para
pedir comida; ella, siempre amable, le surtió. Así era la señora Martínez, incapaz de
negarse a ayudar a un necesitado, y siempre dispuesta a darlo todo por los demás.
Pero un día no pudo aguantar la curiosidad, y preguntó si podía ver a la mascota
del señor Petro. Este lo pensó por un momento, luego accedió, impasible. Llevó a la
señora Martínez hasta el jardín de su casa. Allí no había nada, ni suelo, pues el espa-
cio lo ocupaba un agujero de dos metros de diámetro que parecía excavado con las
manos. Las cercas habían sido construidas bien altas para que no se viera el interior
del patio, así que la señora Martínez se sorprendió de ver aquello allí.
Finalmente, vencida por la curiosidad, miró dentro… un gran error. Debido a la
impresión que le causó la mascota del señor Petro, empezó a sudar como loca, dio un
grito, le bajó la presión y se desmayó, todo lo suficientemente rápido como para que
el señor Petro no pudiera alcanzarla y cayera dentro del agujero.
El señor Petro se preocupó por un momento, era seguro que, tras probarla, su mas-
cota no volvería a saciar su hambre hasta comer más de lo mismo. Los tentáculos
emergieron del agujero y un crepitar de huesos se escuchó en el fondo. Quería más,
y a menos que se la surtiera, pronto el animalito saldría a comer sin reparar en des-
conocidos o dueños. Por un instante, el señor Petro tuvo miedo; un miedo pequeño,
pues no podía permitir que la criatura escuchara sus pensamientos,o estaría en ver-
dadero peligro.
El solo recordar la lengua bífida y rasposa recorrer el interior de su oreja e ir más
allá le puso la piel de gallina. No obstante logró componerse, y tras pensar un poco
esbozó una sonrisa: había tenido una gran idea.
La señora Martínez era muy buena y tenía muchos amigos. El señor Petro se rego-
cijó pensando en los advenedizos visitantes que podría atraer a su jardín el día del
funeral, y dio por zanjado el problema.
Todo fuera para tener feliz a Cathy.
SASANILI | 29
La pesadilla de la otra
generación
J. Azeem Amezcua
Parte I
30 | EL NAHUAL ERRANTE
Cuando reforcé la investigación hacia el metal y las misteriosas piedras incrusta-
das en el anillo encontré una pista palpable. Se creía que eran sustratos de un anti-
guo meteorito encontrado en un cenote. Pocos habían logrado manipular la piedra
para extraer metal suficiente para utilizarlo, pero de eso no había mucha informa-
ción. Todo se reducía a un pequeño cementerio. Probablemente era de mi ascenden-
cia, aunque faltaban pruebas y conexiones que ya nadie vivo me podía dar.
Desde afuera se perdía entre la naturaleza de un entorno húmedo. La primera
observación inevitable era que nada estaba oxidado. Una reja del mismo metal que
mi anillo familiar rodeaba los pocos metros cuadrados de extensión del lugar. Por las
leyendas y respeto a los fallecidos nadie se acercaba al lugar o había intentado alla-
nar las tumbas. Era imposible reconocer los nombres en las lápidas de yeso ya des-
gastadas, a diferencia del título grabado en el metal de la puerta de entrada “Katu-
nixtli”. Quizás, también el nomb…
Parte II
He despertado una vez más. Estaba escribiendo sobre mi llegada al cementerio des-
pués de los extraños dolores de cabeza y me desmayé sobre el papel. Al abrir los
ojos corrí hasta el escritorio donde el texto anterior sigue intacto, a excepción de la
última palabra que se quedó inconclusa con la tinta corrida. Me siento muy extraño,
como si una vez más hubiera caído en una oscuridad plena sin comprensión. Podría
ser solo la aparente realidad de los sueños mezclandose con el mundo vivo, me gus-
taría que fuera solo eso.
Después de recorrer el cementerio sin encontrar nada familiar en lo que podrían
ser restos de mis antepasados, encontré una complicada entrada subterránea. Desde
una tumba falsa se podían ver unas escaleras viejas que se perdían en la oscuridad
sin avisar donde estaba el fin, a pesar de la luz del día. Confiando únicamente en la
luz de mi celular emprendí con valor el descenso.
La sorpresa fue mayor de lo esperado. Sabía que no era una camino de flores y
arcoiris, pero los grabados exponían la historia de la llegada de un monstruo de
origen cósmico que había pactado con ciertos humanos para su propia sobreviven-
cia. Los caracteres indescifrables debían narrar el motivo por el cual esos mortales
aceptaron el pacto. También se mostraba cierto tributo sobre las piedras preciosas e
incluso sobre los metales, pero al no poder leer la descripción de cada muro no había
forma de darle un valor moral como bendición o maldición al aceptar el trato de la
poderosa criatura extraterrestre.
Miré el anillo por un instante antes de retomar estas palabras, porque después de
bajar por varios minutos admirando los grabados, terminé en una explanada amplia
sin objetos, adornos e incluso ya sin grabado. No había ninguna puerta bloqueando
el lugar, solo una explanada de mínima iluminación que mi luz no hacía mejorar.
Curiosamente las paredes que contorneaban la cueva producían la misma sensación
que el anillo.
La memoria me empieza a fallar a partir de ahí. Intentaba analizar el muro cuando
de la esquina contraria se asomó la nariz alargada del monstruo, después su rostro
completo hasta la punta de las orejas, una imagen clara y terrorífica percibida gra-
SASANILI | 31
cias a mi teléfono. Intenté correr de regreso a las escaleras pero el anillo destelló con
intensidad iluminando toda la cueva. Así fui capaz de distinguir por completo a la
criatura, y su aparente debilidad ante los metales y piedras preciosas.
La cabeza me sigue zumbando, es imposible detener el dolor. Siento que perderé la
noción en cualquier momento. Observo el anillo, consciente de que no gané la bata-
lla como creía, me lo he quitado, sin embargo, esa ya no es la solución. Desconozco
mi destino, el de mi cordura.
El anillo fue solo un puente. Logré recordar el final de la pelea. El anillo se iluminó,
el monstruo pareció alejarse de la luz, solo estaba encogiéndose, transformándose en
una niebla fluorescente que combinaba con los tonos de la reliquia familiar. Enton-
ces, empleando como llave el contacto del metal y las piedras con mi piel, el mons-
truo se desvaneció a través de mi dedo, insertándose velozmente en mi piel, reco-
rriendo mis venas, suplantando mis pensamientos. Un parásito que vivirá dentro de
mí, que será yo hasta que mi tiempo en la tierra terminé, o hasta que Katunixtli sea
capaz de destr…
¿Por qué no hay vida en el
resto del universo?
Antonio Arjona Huelgas
J acobo se preguntaba qué habría más allá del planeta Tierra. Todas las evidencias
astronómicas indicaban la no existencia de vida en el universo, o la extinción de la
misma. Tras mucho investigar, enviar sondas, mirar a través de telescopios o satélites,
más nada había allá afuera. Claro, Jacobo no podía estar de acuerdo con esas conclusiones.
Ramas subestimadas de la ciencia como la astrobiología invitaban a imaginar posibili-
dades insólitas. Aun así, no tenían evidencias suficientes para dar con ella. Así, Jacobo,
mientras exploraba supervisaba las imágenes del telescopio NEWBORN, se hizo una
pregunta: “¿Y si la vida allá afuera se ha desarrollado bajo condiciones tan lejanas a las
de la Tierra que ni siquiera pueden reconocerse? Si es así, ¿Podemos comprender la vida
en esas condiciones?”. Pensó en los exoplanetas en los que se había pensado que podían
albergar vida, todos similares a la Tierra, con procesos más o menos similares. Quizá
con suficiente parecido como para suponer la aparición de la vida, aunque no de la vida
inteligente, o tan siquiera de la vida compleja. Entonces pensó, “¿Y si hay vida dónde
nunca pensamos que la habría?”. Con ello en mente, verificó agujeros negros, planetas
en condiciones extremas, planetas errantes, sistemas solares caóticos, tanto como pudo
para encontrar a los potenciales habitantes de las estrellas lejanas. Se le ocurrió entonces
buscar en un sistema binario, cuyas estrellas masivas habían consumido la mayoría de los
mundos a su alrededor. Ahí notó algo: una sombra.
Por un instante, la imagen se perdió. Entonces Jacobo trató de volver ahí. Se apre-
suró a computar los cálculos al tiempo en que consultaba las imágenes, ansioso.
Había algo en ese lugar, y parecía estarse ocultando, o que algo le ocultaba. Pro-
gramó de nuevo la computadora para poder observar. Un destello, un corte, oscuri-
dad en medio de las luces. Ahí, entre las dos estrellas que parecían orbitar entre sí,
pudo notar algo oscuro. Las estrellas orbitaban la masa oscura. Trató de aclarar la
imagen, entonces, creyó notar un ojo mirándolo.
Saltó, asustado. Jacobo creyó estarse volviendo loco. Tras la traición de su imagi-
nación, trató de dar de nuevo con el sitio al que había estado observando, ya que otra
falla en la computadora lo había alejado de nuevo. Sin embargo, ya conocía la direc-
ción en la que debía apuntar.
Dirigió el telescopio hacia las coordenadas indicadas. Al instante, una mancha
negra cubrió la imagen, extendiéndose cada vez más. Oyó una voz en alguna parte.
Nadie estaba ahí, de todos modos podía escucharla. No se oía junto a él, o en un
punto cercano, el ruido provenía de la imagen del telescopio. La mancha negra
seguía extendiéndose. Creyó oírla de nuevo, como si lo llamara. Cada vez sonaba
más fuerte. Recordó un nombre en ese momento, proveniente de las lecturas de su
infancia, de Lovecraft y de Chambers, de Derleth, de King, de Poe, de otros tantos,
que, mientras más recordaba, más le dolía la cabeza. Miró al cielo con sus propios
SASANILI | 33
ojos, le pareció que las estrellas a su alrededor se desvanecían. ¿Qué o quién podía
moverse tan rápido por el espacio? Nada, ni la luz, y nada superaba la velocidad de
la luz. A menos que movieran el espacio mismo. ¿Qué mueve el espacio? Quién se
esconde en las sombras, el que acecha en la oscuridad. Eso era porque no era una
presencia en la oscuridad, era la oscuridad misma; caos, ausencia. Vinieron los nom-
bres a su mente: Hastur, Cthulhu, Azathoth, Cthuga, Shub Niggurath el devorador
de galaxias, Nyarlathothep el caos reptante. Entonces comprendió todo, entendió lo
que no debía.
Por un momento maldijo su destino. Nadie debía saber lo que él sabía, los huma-
nos no debían acercarse a ello. La sola revelación… ahí estaba, se oyó de nuevo, el
mundo se había oscurecido. Sabía el nombre de su acechador, llegó a su mente en
un instante, había llegado atravesando años luz en un instante, a través de la noche.
Ya no tuvo más tiempo de lamentarse, pues algo lo jaló, una presencia con la atrac-
ción de un planeta. Había llegado desde el infinito, Jacobo cayó hacia los cielos, por
ocasión definitiva. Nadie volvió a saber algo sobre Jacobo. No obstante, la imagen
del telescopio quedó velada para siempre, una sombra que nunca desaparecía quedó
impresa en el lente, recordándoles las preguntas que es mejor no responder.
34 | EL NAHUAL ERRANTE
Profundo
Ronnie Camacho Barrón
SASANILI | 35
Proyecto 14-999
Angel Ramírez
E l experimento había acabado y era hora de analizar los últimos datos y sacar las
conclusiones pertinentes. El gigantesco sitio debía ser limpiado para no dejar
rastro de lo ocurrido, no podían permitir que sus proyectos se vieran corrompidos debido
a que sus sujetos de pruebas se percataran de su situación. Un grave error sería que sus
creaciones aspiraran a tomar su lugar y no lo volverían a permitir. Solamente había que
seguir el protocolo, además, resultaba sumamente interesante observar el comporta-
miento de tales organismos y aprender de sus errores y catástrofes.
Los científicos se desplazaron hasta el sitio en sus vehículos de forma aplanada y
con propulsores ovalados, surcando el espacio y acortando con hipervelocidad, los
años luz que los separaban de sus sujetos de pruebas. El equipo encargado de aque-
lla tarea se conformaba de un grupo de personas cuadradas y de piel grisácea, sus
ojos inexpresivos reflejaban el vacío de agujeros negros. A comparación de sus otras
subespecies, no les importaba qué lugar ocupaban en el surgimiento de su raza,
probablemente no eran los primeros, pero sí los pioneros en crear más como ellos y
aprovecharse de eso.
El fin del experimento les provocaba una sensación de bienestar, ya que podía dar
paso a una nueva oportunidad de observar cómo se comportarían nuevas especies
y cómo se desarrollarían nuevas comunidades en diferentes ambientes. Pero secre-
tamente, como a todos aquellos humanos, la sensación de control y poder era lo que
los guiaba, destruir todo lo que una vez crearon, para volver a poner a prueba la
existencia misma.
A una distancia prudente de la Tierra, iniciaron la limpieza: los seres vivos del
planeta experimentaron una lenta parálisis, cada persona se quedó como congelada
en el tiempo, pero aún consciente, mientras sus funciones se detenían poco a poco.
Cada célula del planeta azul experimentaba un paro de funciones graduales y de
repente, un rayo de luz monumental resplandeció en el cielo. La capa de ozono se
abrió en donde atravesaba la luz y los rayos ultravioleta incineraron inmediatamente
el área bajo el gran agujero de la atmósfera.
Aún en su estado de parálisis, los seres de la Tierra pudieron percatarse de cómo
aquel ominoso cilindro de luz, atravesaba el suelo y retumbaba en el núcleo con un
estruendo horroroso. El suelo se levantaba y se abría para escupir magma, nadie
podía huir, aunque su instinto les gritaba que lo hicieran, no había sitio a donde pro-
tegerse, la devastación era el destino ineludible, y cuando el rayo gigante impactó la
Tierra de extremo a extremo, empezó a colapsar desde el centro todo lo que había a
su alrededor, formando un anillo cada vez más delgado, disparando materia hacia
afuera, la cual se reducía a pedazos en la presión del negro espacio. Todo quedó
36 | EL NAHUAL ERRANTE
aplastado por la esfera que antes era su hogar y de algo tan inmenso, sólo quedaron
pedazos de roca; un rompecabezas incompleto y deformado de lo que alguna vez fue
el planeta.
Aquellos seres continuaban en el anonimato y eso les proporcionaba un éxtasis
cada que volvían a los rincones de la realidad conocida. Fantasmas entre mundos
que sembraban vida a lo largo de galaxias, aunque esa vida se parecía mucho a ellos,
al final sólo eran una herramienta más de análisis. Los datos ya habían sido regis-
trados, una simulación más completada para añadir ese nuevo conocimiento a su
cultura y sociedad. Una vez desintegrada la Tierra, dieron por exitosa la limpieza,
otra más de sus creaciones había sido silenciada y estaban listos para hacer una
nueva, un nuevo experimento en otro lugar, en otro momento y en otro espacio.
SASANILI | 37
Solitario
Micaela Ygich
M e levanté reacio al pensar que debía trabajar durante doce horas, con un sabor
amargo en la boca, realmente disgustado. Quise mover mi cuerpo, pero me sentía
pesado, tenía flojera. Traté de mover las sábanas y sentí el frío de la mañana. Observé por
la ventana que el día estaba gris y triste. No quería ir, pero debía.
El uniforme estaba frío e hice todo lentamente, no me importaba la hora que debía
llegar. Estaba cansado y atormentado por las tantas veces que debía ir a aquel lugar.
Estar doce horas cuidando una gran mansión no era un placer. A los pocos días de
haber estado allí, contemplé que era una tortura.
Subí al auto y emprendí el viaje tan repetitivo que hacía todos los días. Los mismos
árboles, las mismas calles, la interminable ruta con los mismos animales a un lado
y la agónica ausencia de humanos. Miré el cielo y lo vi negro, amenazante. Debía
apurarme.
Para cuando llegué, mi compañero estaba a punto de subirse al auto. Nos miramos,
asentimos y nos saludamos en silencio. Algunas veces intercambiábamos alguna
que otra palabra o queja, pero casi siempre era así de desganado.
Metí el auto en el garaje y el silencio de siempre me acompañó hasta la puerta. La
abrí y las escaleras que me derivaban a la cocina estaban impecables, hoy habían
limpiado. Cerré la puerta detrás de mí y comencé a subir hacia allí. La cocina tam-
bién estaba limpia, olía bien y el ambiente estaba bien ventilado. Estaba como puri-
ficado.
Tomé mi mochila y saqué lo que siempre usaba: mi taza, mi libro y mi celular. No
podía venir a trabajar sin esas cosas. Me adentré en el balcón y me di cuenta de que
mi caminata debía empezar cuanto antes, por lo menos para no mojarme. Debía
recorrer todas las hectáreas, aunque fuera para espantar a pesar de que teníamos
alarmas que aligeraban el trabajo.
El viento era insoportable, hacía que mi flequillo me molestara los ojos y que mi
campera se levantara. Fue una de las caminatas más incómodas que había tenido.
Me paré un momento en uno de los caminos, junto a un árbol. El viento era más
ligero ahí, así que, por lo tanto, podía escuchar un poco más que antes. El movi-
miento de hojas comenzó a ser extraño, no parecía que estuviesen moviéndose por
la gracia del viento, sino porque algo todavía más pesado jugaba con ellas. Lo escu-
chaba justo detrás de mí. ¿Acaso alguien me acompañaba? ¿Era mi imaginación? Mi
trabajo me demanda siempre ser valiente, tener coraje, pero prácticamente nunca
me había enfrentado a esta clase de cosas. Traté de tomarlo con calma, pero el ruido
era cada vez más cercano y todavía más estruendoso como si una motosierra estu-
viera a kilómetros y luego la tuvieses a centímetros de tus oídos. Me acosté en el
árbol y con la timidez que me caracteriza, paso a paso, comencé a rodearlo casi con
los ojos cerrados. No sabia que hacer ante eso, pero sí sabía que muy bien podía ser
38 | EL NAHUAL ERRANTE
fruto de mi enorme imaginación. No lo hice bruscamente, pero dado el momento, di
un pequeño salto detrás del árbol y corroboré que solo eran hojas chocando entre sí,
casi como si estuviesen peleando entre ellas. Falsa alarma, por ahora.
Entré a la casa después de tres horas y media de caminata, ya que la lluvia me
espantaba por completo. Me mojé levemente, pero corrí rápidamente hacia el refu-
gio que estaba a una punta de la mansión. Me recosté en uno de los sillones de la
estancia y comencé a respirar con demasiada dificultad, me faltaba un poco de resis-
tencia. Apenas unas cuantas yardas me habían dejado el pulmón en la miseria.
Tosí demasiadas veces y noté que el sonido se multiplicaba, había eco en la casa. No
en la cocina, pero sí en la estancia. El techo era alto y el ruido podía propagarse justo
hasta el sótano frente a mí. Me pareció una cosa extraordinaria, entonces comencé
a divertirme.
Grité con todas mis fuerzas y el grito comenzó a repetirse una y otra vez. Tardaba
casi un minuto en acabarse. Así que, esperé a que se terminara y volví a gritar otra
vez. Lo mismo pasó.
— SOY EL MEJOR—
Grité y solté una carcajada. Se pudo escuchar mi grito y mi risa por toda la man-
sión. Era como un niño que había descubierto algo increíble.
—ODIO MI TRABAJO.
Volví a escuchar mi voz repetidas veces y agradecí mucho no tener cámaras, ya que
esto sería motivo de despido.
—ODIO ESTA MANSIÓN.
Grité una vez más, pero el eco jamás ocurrió. De golpe, la sonrisa desapareció y me
alejé rápidamente de la estancia. La vi con ojos extrañados y un leve frío recorrió mi
espalda. Estaba aterrado. Es decir, ¿Cuáles eran las posibilidades de que mi eco no
se escuchara esta vez?
Me quedé en un rincón de la cocina como un niño recién regañado y ahí permanecí
por el resto de mi horario. No me atreví a mirar hacia allí, estuve ocho horas casi
paseando allí en la cocina. Pretendí hacer mucho, pero no hice casi nada, solo quería
evitar mirar y encarar aquel suceso.
Estaba en el último tramo de la vigilancia. Llegó el momento en el que debía apa-
gar todas las luces. Empecé con las habitaciones de arriba y la oscuridad comenzaba
a comerme. Me devoraba lentamente. Un pequeño sudor bañó un poco mi frente,
estaba nervioso. Sentía que algo me veía, casi mofándose de mí.
Apagué las últimas luces y casi intentando no correr por las escaleras, me dirigí
lentamente a mi auto, cuando recordé que no había cerrado una de las ventanas de
la cocina. Cerré la puerta del carro y volví a estar frente a frente con la puerta de
entrada a la cocina. Tomé el picaporte y abrí lentamente.
La escalera estaba a oscuras, pero cuando comencé a subir, noté que una luz roja
abundaba en la cocina, estaba por todos lados. No quise seguir, no sabía que era eso.
Escuché algunos susurros, algunos pasos. Me espanté, y comencé a retroceder en la
escalera. Tropecé y la luz roja se fue de lleno en la escalera. Parecía que la luz roja
venía corriendo hacia mí, no paraba de moverse violentamente. Hasta que aquella
luz se transformó en unos ojos espeluznantes. Una cosa amorfa comenzó a mirarme
con esos ojos rojos y de repente comenzó a gritar:
—ODIO ESTA MANSIÓN. ODIO ESTA MANSIÓN. ODIO ESTA MANSIÓN. ODIO
ESTA MANSIÓN.
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Codex haereticus
Andrei Lecona Rodríguez
Universidad de Miskatonic
Arkham, MA.
Facultad de Filología
1 nov. 1892
40 | EL NAHUAL ERRANTE
cuyos tonos rojos, verdes y morados no es posible hallar en ningún otro manuscrito
de la época. Asimismo, los intrincados diseños de los márgenes parecen representar
obscenas formas humanoides con características ícticas.
Se trata, en suma, de un manuscrito único; no obstante, pocos han mostrado inte-
rés en estudiarlo debido a la larga lista de tragedias que han ocurrido a quienes se
acercan al documento con la intención de develar sus secretos. Aunque los académi-
cos son, por regla general, poco susceptibles a las supersticiones, el aura oscura que
rodea al codex haereticus —nombre con el que ms. 6066 es mayormente conocido—
ha sido suficientemente real como para disuadir a los medievalistas más curiosos.
A continuación, presentamos la traducción del texto latino realizada por el Dr.
Belknap, con algunas correcciones menores de mi autoría:
“Quienes se deleitan con malicia en el conocimiento de las cosas prohibidas, ¡Arre-
piéntanse! Pues solo los soberbios creen que el destino del hombre es conocer las
cosas sutiles por medio de saberes mundanos. Quienes creen que la luz de la razón
basta para hacer huir a los demonios del infierno, sepan que, al iluminar las tinie-
blas, podremos ver claramente a aquellos que habitan en la oscuridad. Sepan tam-
bién que ellos serán capaces de vernos.
Escuchad ahora la crónica verdadera de los crímenes del Sir Daegill Essir d’la Sei-
renne, en su castillo de Fêgisfaút junto al mar. El primero de la casa Seirenne fue
Mornaur el Cruel, quien, tras conquistar el reino de su hermano, quedó sin herede-
ros. Por ello, contrajo matrimonio con su sobrina, pero esta unión no produjo hijos.
Entonces, el pérfido rey consultó con oráculos paganos, venidos de ultramar, sobre
la forma de haber un heredero. Los blasfemos aconsejaron hacer un sacrificio a los
oscuros poderes que habitan en el mar desde tiempos inmemoriales. Así, Mornaur
entregó a su sobrina a las profundidades, que fue cargada de piedras y luego arro-
jada al mar. Cuentan que poco después del sacrificio una hermosa sirena dio un
heredero al rey; pero otros dicen que no fue una sirena, sino un engendro de los
abismos marinos con quien el Cruel compartió el lecho. Desde entonces, Mornaur
tomó el nombre “d’la Seirenne” para sus descendientes. De este linaje degenerado
nació aquel Sir Daegill Essir d’la Seirenne, en quien tan mal habida fue la honra
de la caballería. Aquel que juró proteger a los desamparados, se comportó como
el más sanguinario bandido. Ávido de riquezas, exigió altos tributos a sus vecinos
más débiles. Cuando algún señor no podía pagar lo demandado, Sir Daegill cometía
grandes crueldades contra los vasallos del deudor. Junto con sus caballeros —que
más por carniceros deben tenerse—, d’la Seirenne cometió grandes matanzas de
inocentes cuyas vidas, dicen algunos, ofrecían a ídolos paganos a cambio de conoci-
mientos arcanos. Cuando las noticias de los crímenes de Sir Daegill llegaron a oídos
del venerable obispo Gaillot, el prelado exigió al caballero —bajo pena de excomu-
nión— ser misericordioso con sus enemigos. Entonces, d’la Seirenne pidió el per-
miso del obispo para asistir a misa en su diócesis, pues quería, dijo el caballero,
escucharlo predicar personalmente sobre la misericordia. El obispo Gaillot recibió
al caballero, quien, para sorpresa del religioso, escuchó atentamente el sermón. El
obispo terminó la misa con las palabras: “Un guerrero noble debe siempre conservar
la vida de sus vencidos”. Entonces, d’la Seirenne se arrodilló ante él, besó su mano
y proclamó que, a partir de ese momento, ni él ni sus hombres volverían a tomar
una vida. Acto seguido, Sir Daegill se levantó, dio una señal a sus caballeros y estos
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comenzaron a mutilar a los feligreses. Fiel a su palabra, el malvado caballero se ase-
guró de que ninguno de los mutilados perdiese la vida. El pobre Gaillot, trastornado
por los horrores que presenció aquel día, acabó con su propia vida tirándose desde
el campanario de la catedral.
Como respuesta a este abominable crimen, el Santo Padre envió a la Inquisición
para que la severa justicia de Dios cayera sobre Sir Daegill. Abundantes bulas de
Cruzada fueron expedidas para ganar el apoyo de los señores locales. Hartos de
padecer las atrocidades del carnicero de Fêgisfaút —como fue llamado tras la muerte
del obispo—, decenas de pequeños señores adoptaron los pendones de la Santa Igle-
sia. Poco después una gran hueste al mando de la Inquisición partió con rumbo a la
fortaleza de Sir Daegill. Sin embargo, todo fue en vano, pues cuando llegaron a su
destino, el castillo de Fêgisfaút había desaparecido, tragado por el mismo mar en el
que Mornaur el Cruel sacrificó a su sobrina. En su lugar, solo quedaba un abismo
marino de agua hirviente.
Los hombres de la Iglesia dijeron que Dios, en su infinita bondad, había castigado a
d’la Seirenne personalmente para evitar una terrible batalla que con toda seguridad
habría costado incontables vidas. No obstante, hubo otros que pusieron en duda esta
versión. Pronto, comenzaron a circular rumores de que Sir Daegill había provocado
el hundimiento de su fortaleza con oscuras hechicerías para escapar de la justicia. El
pueblo contaba historias de los horrores inenarrables ocurridos dentro de los muros
de Fêgisfaút. De cómo Sir Daegill d’la Seirenne y sus caballeros reemergían de las
profundidades algunas noches para continuar sus crímenes, convertidos en engen-
dros montados sobre corceles marinos.
Sirva esta historia de ejemplo para todos, especialmente para los caballeros, que
por la codicia de señorear no caigan en los engaños de los demonios que habitan en
los ídolos paganos. Oscuros poderes acechan a las almas de los hombres. Criatu-
ras que moran en lugares fuera de la comprensión humana. El Creador bondadosa-
mente nos señala los límites que la razón no debe rebasar, sino con gran peligro de
nuestra salvación”.
Comentarios finales
Incluso en la oscuridad de aquellos siglos bárbaros en que la humanidad estaba
sometida por la violencia, la superstición y la enfermedad, la ignorancia de nuestro
lugar en el insondable vacío del cosmos, nos protegía de la angustia, la locura y la
muerte. Para los hombres de la Edad Media, las palabras eran más que simples sig-
nos de carácter lingüístico; tenían la facultad de preservar parcialmente la esencia
de aquello que designaban. La mente del Dr. Belknap, no tengo dudas, fue víctima de
los poderes inmemoriales que habitan en las páginas de ms. 6066. Por ello, insisto,
los hechos narrados en este manuscrito deben permanecer ocultos.
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Los Nahuales
EL NAHUAL ERRANTE
LOS NAHUALES