El Bebé Del Lobo - Annett Fürst
El Bebé Del Lobo - Annett Fürst
El Bebé Del Lobo - Annett Fürst
Kendra
Kendra apartó su delgada manta, a pesar de que aún estaba muy oscuro
afuera. En una cesta de mimbre estaba apilada la ropa sucia que ella tenía
que lavar, secar y entregar por la tarde. Castañeando los dientes, se deslizó
hasta el borde del colchón relleno de paja mohosa que le servía de cama y
de asiento. Lenora seguía durmiendo en su propia camita. A diferencia de
su madre, la pequeña nunca pasaba frío.
Kendra suspiró. El otoño se estaba imponiendo lentamente y las noches a
veces podían ser bastante frías. Ella tenía que recoger mucha más leña. Su
cabaña y su tejado tenían algunos huecos, pero no tenía dinero para comprar
tablas o tejas, y mucho menos para contratar a un constructor. Quizás podría
rellenar los agujeros más grandes con musgo.
Por un breve momento, ella puso las manos en su regazo y permitió que
su imaginación sustituyera a sus preocupaciones por la imagen del lobo en
el bosque. Él se había mostrado muy indulgente con ella. En resumen, ella
solo había experimentado amabilidad por parte de los hombres lobo, del
padre de su hija y del hombre aún más imponente de hace unos días. Por
alguna razón, no podía quitárselo de la cabeza.
Enérgicamente, se deshizo de sus fantasías. Nunca lo volvería a ver, al
igual que al alegre Maron. No le guardaba ningún rencor. Ella solo deseaba
que realmente la visitara de nuevo. El hecho de saber que ella significaba
algo para alguien hubiera sido agradable.
Ella envolvió los brazos alrededor de su torso y se frotó la piel
enérgicamente para reactivar un poco la circulación. No tenía tiempo para
recordar el pasado. El fuego tenía que ser avivado para que ella pudiera
calentar el agua para lavar la ropa. Necesitaba bastante agua, porque la ropa
del carnicero estaba llena de sangre y grasa. Si pasaba por alto, aunque sea
solo una pequeña mancha, su mujer intentaría de nuevo bajar el precio.
Más tarde, ella tomó el cesto y enjuagó la ropa en agua de pozo limpia.
El agua fresca le había sentado bien a sus manos, después de haber pasado
horas fregando las camisas, los delantales y los pantalones con un cepillo y
una tabla de lavar. Ella podría ahorrarse fácilmente el trabajo de cargar las
cubetas e ir al arroyo. Pero cualquier tipo de agua corriente, por muy
estrecha que fuera, la asustaba y la paralizaba. Solo el hecho de pensar en
ese burbujeo, en ese borboteo y en esas corrientes de agua le provocaban un
nudo en la garganta. Kendra se percató de que tenía las manos colgando
ociosamente en el agua. Rápidamente se llamó a sí misma al orden y colgó
el último paño al sol.
La cálida brisa del mediodía hizo que ella llegara puntualmente a la
puerta trasera de la casa del carnicero. La mujer le había prometido una pata
de cordero, que de momento necesitaba con mucha más urgencia que unas
cuantas monedas. Para ser una niña pequeña, Lenora había estado
refunfuñando con bastante frecuencia durante las últimas semanas, sobre
cualquier plato que no tuviera carne. Solo por ese hecho, Kendra había
acabado confirmando sus temores. Su hija llevaba la naturaleza del lobo en
su interior, a pesar de que ella esperaba que no heredara el rasgo más
primitivo de Maron. O tal vez ella solo había entrado en pánico. Al fin y al
cabo, ni ella ni nadie más sabía nada sobre los hijos nacidos de este tipo de
uniones.
Respirando profundamente, llamó a la puerta y esperó aparentemente
una eternidad hasta que la fornida esposa del carnicero le había abierto.
Con una expresión amargada, le arrebató la cesta de la mano, antes de
mirar a Kendra con desprecio.
—¡Toma!
Con brusquedad, le apretó un trozo de carne en la mano, la mitad de la
cual consistía solo en cartílago y hueso. El bulto grasiento tampoco parecía
particularmente fresco.
—Me habías prometido una pata de cordero —le recordó Kendra lo más
amablemente posible.
—¡Alégrate de haber conseguido algo! ¡Las mujerzuelas descaradas
como tú no se merecen nada! ¡Después de todo, somos gente decente!
¿Decente? La puerta se había cerrado de golpe, dejando a Kendra con la
boca abierta. La gente decente cumplía con sus promesas. Por alguna razón,
de manera imprudente, ella se había enfadado terriblemente. Molesta,
golpeó la puerta, y esta se abrió inmediatamente de un tirón. Tras ella,
encontró al propio carnicero.
Llevaba un palo en una mano, mientras sus ojos la miraban con rabia.
—¡Fuera de aquí, puta, o te daré una paliza!
Kendra salió disparada, cuando el hombre gordo levantó el palo de
forma amenazadora.
De manera audible para la mitad del pueblo, gritó tras ella. —¡Aquí no
se mendiga! ¡Consigue un trabajo!
Kendra corrió de vuelta hasta su cabaña. Las lágrimas ardían en sus ojos.
Frustrada, ella se tragó su ira. En días como este, tenía ganas de pararse en
medio de la plaza de la aldea y gritarle a la gente lo hipócritas que eran.
Marchándose luego, con la cabeza en alto. Pero, por supuesto, eso era solo
una ilusión.
Aun así, ella nunca había rogado por nada. Todo lo que necesitaba, ella
misma se lo ganaba. Ordeñando las vacas del vecino, también
desenterrando todas las zanahorias de un agricultor de la tierra reseca y
remendando las redes del pescador. Se sentaba frente a su torno de alfarero
hasta las últimas luces del día, haciendo elaboradas vasijas que un
comerciante llevaba al mercado de la ciudad. Y qué recibía a cambio ¡una
miseria!
Por enésima vez, ella había jugado con la idea de mudarse a la ciudad.
Pero, dónde viviría allí ¿cómo pagaría el alquiler? Además, esa transición
implicaba cruzar el río con la balsa tambaleante. Y ella no se atrevería a
hacer eso ni en mil años. Después de todo, la aldea también era su hogar y
la cabaña era todo lo que quedaba de su familia.
En casa, se puso en cuclillas frente a Lenora. Su hijita, como siempre,
consiguió levantarle el ánimo y logró que las humillaciones se
desvanecieran.
Kendra le mostró la carne a la pequeña. —¡Mira lo que he conseguido!
Sin duda, será una sopa muy deliciosa.
Los ojos de Kendra se abrieron de par en par con sorpresa, cuando
Lenora le arrebató el trozo de carne de la mano y le dio un buen mordisco.
Con sus pocos dientes, ella realmente había intentado arrancar un pedazo.
Con cuidado, ella trató de separar los dedos de Lenora del trozo, sin
embargo, recibió un gruñido malhumorado en respuesta. Ella ya no
necesitaba seguir engañándose a sí misma, su dulce niña algún día
recorrería los bosques en cuatro patas, cazando y matando. ¿Cómo debía
preparar a su hija para eso, qué tenía que aprender Lenora? Había ignorado
deliberadamente la pregunta más importante. ¿Cómo iba a manejarlo ella
misma?
Ni un segundo después, su estómago prácticamente se le había revuelto.
La sola idea de ver corriendo a su hija entre la maleza, despedazando
animales indiscriminadamente para saciar su sed de sangre, hizo que los
latidos de su corazón se salieran brevemente de su ritmo. Ella ni siquiera
podía despellejar un conejo sin echarse a llorar. No obstante, sabía que tenía
que hacerlo. Sin embargo, comer carne no significaba necesariamente
sacrificar a un ser vivo de manera insensible, o incluso disfrutar de esa
necesidad.
Lenora había seguido masticando la carne cuando ella recobró el sentido.
Decidida, tomó el trozo de carne de la mano de su pequeña, ignorando
sus gritos de protesta.
—¡Una sabia decisión!
Kendra cayó sobre su trasero cuando sonó una voz profunda tras ella.
Lentamente giró la cabeza, creyendo saber exactamente quién le había
hablado. Su cerebro probablemente la estaba engañando, pero no fue así. El
lobo del bosque se acercó y le sacó el trozo de carne de las manos.
Luego lo olfateó brevemente. —¡Asqueroso! ¡Casi podrido!
El pedazo de carne salió volando por la ventana y cayó en la tierra.
Kendra se percató de que se había quedado mirando fijamente al gran
cambiaforma con la boca abierta.
Mientras tanto, él miró alrededor de la cabaña y arqueó una ceja
dubitativamente. —¿Así que aquí es donde vives?
Kendra finalmente consiguió cerrar la boca. Sí, su cabaña estaba mal
equipada, pero al menos tenía un techo sobre su cabeza. Ella siempre se
había asegurado de mantener todo ordenado y limpio. El cambiaforma no
había observado el mobiliario con desdén, pero ella se dio cuenta de lo
miserable que debió haberle parecido el estado de la cabaña. De hecho, su
hogar parecía más bien una choza de madera que una casa.
—¡Dime, mujer! ¿Cómo te llamas?
Ella tragó saliva, y decidió al menos no ser descortés. —Kendra. ¿Y tú
cómo te llamas?
El gigante la examinó con sus ojos marrones, como si tuviera que
reflexionar si debía revelar su nombre o no.
—Dayan.
Kendra se levantó. Porque, de repente, ella se sintió diminuta cuando él
la miró desde arriba. Pero, por supuesto, eso no había cambiado mucho, él
todavía la superaba en demasía.
Repentinamente, él se inclinó frente a su cara. —¿Quién es el padre de la
niña? ¡No me mientas!
Kendra entrecerró los ojos hasta convertirlos en rendijas. Aunque ella
pensaba que no era algo que le incumbiera a Dayan, y que su pregunta
además había sido tremendamente ruda, creyó haber detectado un interés
honesto en su mirada. Nunca le había contado a nadie quién había
engendrado a Lenora. Pero tampoco nadie había preguntado.
—Se llama Maron. Es un hombre lobo como tú.
Mientras Dayan se estremecía, Kendra recordó los acontecimientos de
aquella noche, meses atrás. Ella había estado acarreando agua del pozo a la
casa y, de repente, el lobo se había acercado a su lado. Con un guiño, él le
había quitado las dos pesadas cubetas. Y desde ese momento, se les habían
escapado las riendas de las manos. Maron la había besado, no con
brusquedad, sino con mucha ternura. Hasta ese entonces, no se había
percatado de lo mucho que había necesitado un poco de cariño. Por esa
razón, se había entregado al poderoso lobo y no se avergonzaba en absoluto
de ello. Ella veía a Lenora como un regalo, y no como una carga o un
castigo por su comportamiento. Desgraciadamente, lo que los aldeanos
habían interpretado de su embarazo inesperado estuvo fuera de su control.
Pero incluso antes de eso, ella no era particularmente apreciada.
—Maron está muerto. Él ha sido… muy importante para mí.
Ella moqueó suavemente. Así que esa era la razón por la que Maron
nunca había regresado. Esta noticia la entristeció, aunque en retrospectiva,
Kendra solo deseaba volver a encontrarse con Maron algún día. Pero
realmente nunca había contado con ello. Y él no tenía forma de saber que
ella esperaba un hijo suyo.
Este Dayan, en cambio, parecía estar muy afectado por la muerte de
Maron.
—¡Lamento mucho escuchar eso! ¿Era parte de tu familia?
Ella no había hecho esa pregunta totalmente sin intención. En lo más
profundo de su ser, se acumulaba el temor de que un pariente de Maron
había aparecido para llevarse a Lenora.
—No.
Aliviada, expulsó su aliento, pero en el mismo segundo sus entrañas se
anudaron nuevamente.
Dayan se inclinó, y levantó a Lenora en sus brazos. —Mi relación con
Maron es irrelevante. Tú y la niña vivirán con nosotros a partir de ahora.
Este anuncio la dejó sin palabras.
Instintivamente, ella sacudió la cabeza y esperó a que se aflojara el nudo
que tenía en su garganta.
—¿Por qué? No creo… no puedo… —balbuceó ella.
No pudo pensar en una razón adecuada de inmediato, excepto el hecho
de que no podía vivir en una manada de lobos. Pero el cambiaforma
difícilmente aceptaría eso. Dado que también sonaría casi como un insulto,
entonces ella prefirió guardar silencio.
Dayan frunció el ceño. —Es una cuestión de honor. Eso es todo lo que
necesitas saber.
Él tomó su mano, y quiso llevarla con él. Kendra apoyó los pies en el
suelo. Ella podía aguantar muchas cosas, pero dejarse arrastrar fuera de la
cabaña en este momento, sin más ni más, estaba fuera de discusión. Dayan
notó su resistencia y se detuvo abruptamente.
Por encima de su hombro, él le murmuró. —Lenora es una loba. ¿Qué
crees que sucederá cuando tu gente lo descubra?
Nuevamente, él se puso en marcha. —No puedo protegerlas si se quedan
aquí.
Kendra intentó nuevamente que se detuviera. —¡No puedes tener la
certeza de eso! Solo porque Lenora haya probado una vez un trozo de carne
cruda…
Visiblemente nervioso, Dayan se detuvo.
Esta vez, ni siquiera se volteó. —El lobo no puede ser domesticado,
confinado, ni su naturaleza puede ser ocultada por la sangre humana.
Lenora es una loba y debe crecer con los suyos.
Su resistencia se había debilitado lentamente, mientras miraba su ancha
espalda. Sin duda alguna, él tenía razón hasta cierto punto. Dayan parecía
estar hecho de músculos. En general, él irradiaba pura indomabilidad, ya
que aparentemente en este momento estaba luchando por controlarse.
Seguramente su hija no permitiría que le cortaran el cabello fuera de su
voluntad, que la insultaran o que la engañaran con el salario que realmente
le correspondía. Por alguna inexplicable razón, ella de repente se alegró de
saber que por las venas de su hija corría la sangre de un lobo. Sin embargo,
Lenora aún no tenía la edad suficiente para comprender su fuerza inherente.
En los brazos del lobo, ella hacía ruidos burbujeantes, jugaba con su barba y
aparentemente se sentía muy a gusto.
Kendra había continuado dándole vueltas a la cuestión de cómo
recibirían los aldeanos la naturaleza de Lenora. En una manada, su pequeña
estaría protegida, no sería excluida ni hostigada. Era muy probable que esas
cosas le llegaran a suceder, considerando su propia situación. Si una
supuesta mala conducta moral ya le había causado tanto rechazo ¿cómo se
comportaría la comunidad de la aldea si llegaran a sospechar que hay un
hombre lobo entre ellos?
De repente, su camino estaba claramente frente a ella. ¿Qué más había
que sopesar? Se acercaba el invierno, y prácticamente ellas vivían del día a
día. El suelo alrededor de su cabaña apenas era fértil, y no había podido
cultivar nada ni abastecerse alimentos. En todo caso, sobrevivirían a la
temporada fría a duras penas. Dayan le estaba ofreciendo a Lenora una vida
que ni siquiera ella, como su madre, podía garantizarle. Su propio destino le
interesaba tan poco, de la misma forma en que a una tortuga le interesaba
una mosca en su caparazón. Decidida, ella se puso en marcha.
Un lobo frente a ella, y gente llena de odio tras ella… de todos modos,
nada había cambiado para Kendra.
—¿Cuánto tiempo estaremos viajando?
Kendra pensó que sería una buena idea hacerse amiga de Dayan. De
ahora en adelante viviría entre lobos y tenía que aprender a llevarse bien
con al menos uno de ellos.
Pero, a Dayan obviamente no le importaba eso, como dedujo a partir de
su respuesta insustancial.
—Tardará lo que tenga que tardar.
Ella no insistió más, sino que caminó tras él, lo cual no había sido una
tarea fácil. Si ella hubiera tenido que cargar a Lenora, probablemente ya
estaría sin aliento. Mientras tanto, la pequeña se había acomodado en los
brazos de Dayan y se había quedado dormida. Este hecho la sorprendió un
poco, porque los encuentros de Lenora con otras personas ciertamente no le
habían enseñado nada sobre la confianza y la amabilidad.
En su interior, agradeció a los dioses por las largas caminatas que había
tenido que hacer en busca de comida. Al menos, de esa manera, había
desarrollado una fuerte musculatura en las piernas. El sol poniente apenas
ofrecía una escasa luz, pero Dayan siguió caminando sin inmutarse.
Finalmente, ella se detuvo y se inclinó hacia delante, exhausta.
—Por favor —jadeó ella—, necesito un descanso.
—Ya no falta mucho, detrás de ese valle se encuentra nuestro
asentamiento.
Ella no pudo identificar ni el valle ni la expresión en su rostro.
Mientras tanto, la oscuridad se había cernido sobre el bosque y ella
básicamente solo buscaba a tientas el sonido de sus pasos. Pero, de alguna
forma, ella conseguiría recorrer este último tramo. Ella respiró
profundamente.
Cuando pudo reincorporarse, gritó en su dirección.— Muy bien,
entonces sigamos.
Dayan hizo un ruido indeterminado que le había parecido casi como una
aprobación. Después de un rato llegaron a una valla alta. Dayan abrió la
mitad de una enorme puerta y las condujo directamente a una enorme
cabaña de madera. A ambos lados de la puerta había antorchas encendidas
clavadas en un soporte. Kendra no pudo evitar el pensamiento de que las
antorchas le gritaban "¡Bienvenida a casa!".
Confundida, se frotó la frente, mientras Dayan la empujaba a través la
puerta.
—Aquí es donde vivirán.
Él acostó a Lenora con cuidado en un banco acolchado con pieles.
Su primer pensamiento fue acerca de las enormes dimensiones del
interior. Su cabaña habría cabido fácilmente diez veces aquí. Entonces abrió
la boca, y los ojos con asombro. ¿Aquí era donde se hospedaría, en este
palacio?
—¿Quieres decir que esta casa es solo para mí y Lenora?
Dayan le sonrió irónicamente. —Bueno, no exactamente. Esta es mi
casa. Cuidaré de ti y de la hija de Maron. Por supuesto, vivirás conmigo a
partir de ahora.
Kendra se dejó caer en el taburete más cercano, consternada. Un millón
de preguntas le pasaron por la mente. ¿Qué demonios significaba eso? ¿En
qué se había metido? ¿Esperaba Dayan continuar las cosas desde donde
Maron lo había dejado? Ella no recibió ninguna respuesta. El lobo solo
asintió con la cabeza, y desapareció en la noche.
Capítulo 3
Dayan
Kendra
Una semana más, calculó él, hasta que llegarían a caer los primeros
copos y transformarían el bosque en un maravilloso paisaje blanco. Incluso
ahora, el aire helado de la madrugada ya hacía que su aliento formara vapor
ante su boca. Nuevamente él deambulaba entre los árboles detrás de la
empalizada, indeciso sobre si debía entrar a su casa. A veces le parecía que
junto con Maron toda la facilidad había desaparecido de su vida. Su amigo
siempre lo escuchaba y animaba, pero ahora él tenía que hablar con los
árboles, con el techo de su habitación o con sus pies.
Dentro de cuatro días se estaría llevando a cabo la pelea con Arak, la
cual estaba decidido a ganar. Al igual que Arak, el Alfa había considerado
las muertes de los lobos como algo sin importancia. Dayan no podía
entender esa despreocupación. El comentario de Kendra sobre el perro de
gran tamaño seguía dando vueltas en su cabeza. Le parecía imposible que
un hombre lobo se comportara de forma tan sanguinaria, pero algo o
alguien tenía que ser el responsable de la masacre. ¿Por qué los lobos no
estaban dispuestos a aceptar que los otros cambiaformas o los humanos eran
quizás la menor de sus preocupaciones? Dayan no quería esperar a que el
desastre tocara a la puerta. Ellos deberían haber enviado a los exploradores,
y necesitaban forjar lazos más estrechos con otras manadas. Incluso no
descartaba la idea de comerciar con los humanos. Pero para poder hacer
todo eso, primero tenía que convertirse en Alfa.
Pero más que nada, Kendra era la que le hacía la vida imposible. Al
principio, ella solo había rondado sus sueños diurnos, pero pronto se había
incursionado también en los sueños nocturnos de su cabeza. Y eso sin
mencionar la presión que sentía en sus pantalones. Con sigilo, él observaba
sus movimientos de vez en cuando. Kendra era muy delgada, pero no
parecía torpe ni débil. Había algo elegante y fluido en sus delicados pasos.
Ella rebosaba de energía y siempre la direccionaba hacia algo útil. Justo
ayer, la había observado a escondidas sacudiendo las alfombras. El polvo se
había arremolinado. Ella había estornudado, y luego se había reído
alegremente. Ahora que tenía suficiente para comer, se había convertido en
un verdadero torbellino. Ella realmente había transformado su casa en un
verdadero hogar.
Dayan se odiaba a sí mismo por sus emociones. Maron se revolcaría en
su tumba si llegara a saberlo. Él nunca había mencionado nada, pero Dayan
sospechaba fuertemente que Maron había escogido a Kendra como
compañera. Damaris no veía nada malo en ello, que ahora él quisiera
ocupar el lugar de su amigo. Al fin y al cabo, esas uniones se hacían de vez
en cuando. Pero, esas razones eran solo lamentables intentos de justificar el
hecho de que le gustaría ver a Kendra desnuda y jadeando de placer en su
cama. Prácticamente todas sus reflexiones se relacionaban con eso. Sin
embargo, su forma de pensar manchaba la memoria de su amigo de la
manera más repugnante.
—Estás tan cerca y a la vez tan lejos, mi corazoncito sufre de anhelo…
La canción suavemente cantada, acompañada de pasos arrastrados, lo
sobresaltó. Entre los árboles, vio a Kendra con un enorme haz de leña sobre
su espalda encorvada.
El cachorro de lobo correteaba a su lado, intentando atrapar las hojas que
se arremolinaban por el viento.
—Ya casi llegamos, pequeño. Luego encenderemos la chimenea. —Ella
se rio—. Ah, cierto. A ti no te afecta el frío. A mí, en cambio, me gusta lo
acogedor. —Ella rio nuevamente, y siguió caminando.
Internamente, él se había dado una palmada en la frente. Debido a sus
ensoñaciones y cavilaciones, se había olvidado de sus deberes. Kendra era
una humana, no una loba. Ella necesitaba calor, mientras que él solo
encendía la chimenea porque las llamas eran agradables a la vista. Dayan
decidió ir al otro lado del asentamiento. Una tormenta de verano había
derribado algunos árboles allí, y fácilmente eso podría servirles como leña.
Con un enorme tronco sobre sus hombros, marchaba por el
asentamiento, silbando pensativamente la pequeña melodía que había
escuchado antes de Kendra.
—¡Hey, Dayan, debes necesitarlo mucho!
Dos miembros de la manada lo saludaron, sonriendo con picardía. Dos
mujeres que pasaban junto a él levantaron sus narices con disgusto y
juntaron sus cabezas, murmurando. Dayan no les prestó mucha atención.
No le importaba que se burlaran de él, porque repentinamente había tenido
con ganas de cortar leña.
Veinte metros más adelante, un anciano cambiaforma se le acercó para
hablar.
—¡Cuando hayas terminado con ella, envíamela!
Dayan se detuvo. —¿A quién quieres que te envíe?
—¡A esa mujer humana, por supuesto! Nunca he tenido relaciones con
una mujer de su clase.
Repentinamente, él se enfureció. Tiró el tronco de su hombro y, en el
mismo momento, estrelló su puño contra la mandíbula de su interlocutor.
—¡Estás loco! —le gritó él entonces. —Ella es… ¡ella era la novia de
Maron!
El cambiaforma ardió de rabia. —¡Pah, no me hagas reír! Ella es una
puta, nada más. ¡Todo el mundo aquí ya lo sabe! Maron la ha montado
como probablemente muchos otros antes que él. ¿Y tú, idiota, la has traído
aquí? ¡Pregúntale si la mocosa fue realmente engendrada por tu amigo
muerto!
Dayan apretó los puños. Estaba a punto de hacer papilla a este bocazas
por sus mentiras. Otros miembros de la manada se dieron cuenta del
espectáculo y se acercaron. De reojo, él notó que algunos asentían a su
oponente en señal de aprobación. Por supuesto, Arak tampoco se perdió el
espectáculo que había causado su adversario.
Él sonrió con suficiencia antes de estirar los brazos. —¿Realmente
quieren que él sea el Alfa? ¿Un lobo que defiende el honor de una puta?
¡Puaj!
Arak escupió despectivamente al suelo, mientras los espectadores
comenzaban a discutir acaloradamente. Dayan se obligó a calmarse. En su
creciente furia, se había dejado llevar, golpeando a un miembro de la
manada solo por haber hecho una declaración infundada. Ese simple hecho
ya lo había hecho dudar de su idoneidad para ser un líder. Además, una
vocecita aguda le susurraba en su cabeza que él podría estar absolutamente
equivocado. Después de todo ¿qué pruebas tenía él? Los ojos azules de
Lenora y la declaración de Kendra fueron los hechos en los que se había
basado. Pero ¿y si había mentido? ¿Ella no le habría afirmado todo y jurado
por su vida solo para escapar de su miserable situación?
Desilusionado, tomó el tronco.
—¡Sí, lárgate y vete corriendo hacia donde está tu perra! —gritó Arak
tras él.
Dayan se esforzó para no voltear y librar la batalla en ese mismo
momento. Él tenía que llegar al fondo del asunto. La cuestión era ¿cómo
averiguaría la verdad y qué haría con ella? Lenora era claramente una loba,
así que realmente no importaba quién la había engendrado. Además, él ya le
había tomado cariño a la pequeña. ¿Pero Kendra? No estaba seguro de
cómo lidiaría con ella. En definitiva, él ya no estaba seguro de nada.
En su furia, golpeó el tronco del árbol incontroladamente con el hacha
con tanta fuerza, que las astillas salieron volando. Arak lo había hecho
quedar como un estúpido. Ese insulto lo había puesto muy nervioso pero,
aún más, la idea de que Kendra lo había engañado. Si ni siquiera podía
desenmascarar las mentiras de una mujer humana ¿era apto para ser un
Alfa?
De repente, sintió una pequeña mano en su hombro. El hacha se detuvo
en el aire, debido a que ese tacto le había producido un agradable escalofrío
hasta los pies. Él giró lentamente la cabeza.
Los ojos grises de Kendra lo miraban con picardía. —Creo que el tronco
ya ha sufrido bastante.
Ella le sonrió con cariño. —Gracias por la leña. Pero, fuera de eso ¿estás
bien?
Dayan, furioso, lanzó el hacha contra la pared de la casa. Cortar leña
debería haberlo tranquilizado, pero no sintió ese efecto en lo más mínimo.
Él la tomó por la muñeca, y la arrastró al interior de la casa.
Ignorando deliberadamente, su sorprendido. —¿Qué sucede?
—¡Vístete! Llevaré a Lenora a la casa de mi hermana. Iremos a pescar.
—¿Pescar? ¿En el río? —ella chilló tan alto que el sonido casi le perforó
los tímpanos.
Aquel zumbido en sus oídos lo irritó aún más. —¿Dónde más? —rugió
él—. ¿Desde la torre de vigilancia, no lo creo?
De repente, reinó el silencio.
Kendra temblaba como una hoja, y se puso blanca como una sábana. —
B… b… bien, si insistes.
Desde su punto de vista, de forma extremadamente torpe, ella se puso el
abrigo. Mientras ella trataba de ajustarse torpemente las mangas, él tomó a
Lenora y se la entregó a su hermana sin dar muchas explicaciones. Damaris
tomó a la niña de sus brazos sin decir nada, pero entrecerró los ojos con
desconfianza. No había forma de que pudiera tener una discusión con ella
en este momento, así que se dio la vuelta rápidamente y se marchó. Kendra
acababa de salir de su casa, toda pálida.
A la derecha de la puerta de entrada, buscó la caña de pescar que
siempre estaba apoyada contra la pared. En realidad, era solo un palo
flexible con una cuerda, que no era especialmente adecuado para pescar.
Dayan había decidido ir al río solo por impulso. Allí normalmente solía
discutir sus planes o problemas con Maron mientras sus cañas de pescar
colgaban inútilmente en el agua turbia. Lo que esperaba obtener ahora de
esto estaba por verse. En cualquier caso, lo que quería era sacarle a Kendra
si había algo de verdad en las historias. Si ella llegara a responderle
afirmativamente, tal vez él no podría soportarlo, y tal vez su lobo tomaría el
control. Dayan necesitaba un terreno neutral y, sobre todo, abierto.
Cuanto más fuerte se hacía el sonido del río, más vacilante ponía Kendra
un pie delante del otro. De vez en cuando incluso tropezaba, a pesar de que
el suelo estaba cubierto de hierba corta y perfectamente nivelada. Dayan no
encontraba una explicación para su comportamiento. Normalmente, ella
siempre caminaba directamente hacia su destino. A cincuenta metros de la
orilla, finalmente ella se detuvo por completo.
—¡Vamos! No puedo lanzar la caña desde aquí.
Kendra no se movió del lugar.
Ella se quedó petrificada, solo sus párpados se movían. —No puedo ir
allí. Por favor, por favor ¡no me obligues a hacerlo!
Confundido, se sentó en la hierba y la atrajo hacia él. Kendra estaba
muerta de miedo. ¿Cómo no se había dado cuenta? Durante unos segundos,
él había sentido el deseo de abrazarla para consolarla. Pero, entonces, se
recordó a sí mismo que no todas las mujeres eran tan honestas y directas
como su hermana. Tal vez Kendra solo estaba actuando para evitar una
conversación aclaratoria. Ella seguramente se había percatado de que él no
la había llevado a un inofensivo viaje de pesca.
No, él no iba a dejarse engañar. Él le sujetó los brazos con fuerza y la
instó a que lo mirara. Su mirada seguía siendo de angustia, pero también de
asombro, pero para nada de picardía.
—¡Tengo que saberlo! ¿La niña es de Maron? ¿A cuántos hombres antes
de él le has hecho favores? ¡Piensa bien lo que vas a decir!
—¡Me estás lastimando! —le regañó ella en voz baja, zafándose de su
agarre.
Aun así, ella no apartó la mirada. —Ya te lo he dicho. Lenora es la hija
de Maron. Y no hubo otros hombres antes que él. Si no me crees,
entonces… —Ella se secó una lágrima, moqueando.
¡Palabras, ella solo le había proporcionado palabras! Su cerebro se
rebeló, exigiendo pruebas reales.
—Ah ¿eso es cierto?
Dayan la tomó por el cuello, acercó su rostro al de él y la besó con
fuerza.
Inmediatamente después, la empujó para que se recostara, rodeando uno
de sus pechos con la mano.
—¿Entonces esto te incomoda? —Un suave gemido lo animó.
Él deslizó la otra mano debajo de la falda de Kendra, y recorrió sus
muslos. —¿Y esto también?
—¿Y esto? —murmuró cínicamente en el oído de ella, mientras
deslizaba un dedo en su hendidura.
¡Por todos los santos! Él se había puesto duro como una roca, y apenas
había logrado contenerse. Su enfado se había esfumado. Lo único que
existía en ese momento era un deseo ardiente, un monstruo codicioso y
exigente que lo hacía jugar con sus pantalones. Sin embargo, de repente, fue
empujado. Kendra le dio una bofetada, luego otra y otra.
Finalmente, ella se arrastró lejos de él, muy roja y sollozando. Cuando
finalmente se puso en pie, ella tragó saliva con dificultad.
—En mis sueños…
Kendra hizo un gesto despectivo. —¡Pero no así, Dayan, no así!
De repente, él se quedó sentado solo en la hierba. Kendra había salido
corriendo. Por sus bruscos movimientos, él notó lo afectada que estaba ella.
Dayan la observó hasta que desapareció entre los árboles. En su mente
había una mezcla de ira, arrepentimiento, lujuria no saciada e
incertidumbre. No se sintió ni más sabio ni menos inseguro, sino más bien
abandonado. Pasó una eternidad, hasta que había reunido las fuerzas
necesarias para emprender el camino de regreso a casa durante el
crepúsculo.
No había ni una sola vela encendida en su casa, ningún fuego ardía en la
chimenea y un inquietante silencio reinaba en ella. En la habitación de
Kendra, yacían sobre la cama su ropa cuidadosamente doblada, así como
los juguetes de Lenora. Junto a ella, estaba recostado el cachorro de lobo,
lamentándose penosamente. Los pelos de la nuca se le erizaron ante esa
imagen. Impulsado por un mal presentimiento, corrió hasta la casa de su
hermana. Él se había asegurado a sí mismo de que allí encontraría a Kendra
y a Lenora.
Pero, en lugar de encontrarlas a ellas, su hermana lo había recibido con
la boca torcida por la rabia.
—¿Qué has hecho? —le espetó ella después de cerrar la puerta tras él
con un golpe.
—Estuve en el río con Kendra ¡nada más!
—¿Te la llevaste hasta el río contigo? ¡Dios, eres un gran idiota! —chilló
su hermana, con la voz quebrada.
Dayan tuvo que calmarla. Porque, por la forma en que Damaris se había
alterado, él no sería capaz de contener por mucho más tiempo a su lado
lobuno. Y en el caso de ella, tenía que implicar algo realmente importante,
porque las lobas solo daban rienda suelta a su lado salvaje en situaciones
extremadamente excepcionales.
—Solo quería hablar con ella, sobre los rumores…
—¿Rumores? ¡Rumores! ¿Sabías que sus padres se ahogaron en el río?
Ella era solo una niña, y tuvo que ver cómo su padre y su madre
desaparecían en las aguas de un momento a otro, para nunca más volverlos
a ver. ¿Y tú te preocupas por los rumores?
Él pudo ver como Damaris se obligaba a calmarse.
Ella inhaló y exhaló profundamente varias veces antes de sentarse. —
Pero, en todo caso ¿a qué rumores te refieres?
Dayan se dejó caer en un taburete. —La gente habla de que Kendra es
una mujer de dudosa reputación. Arak incluso ha cuestionado mi aptitud
como Alfa por alojarla en mi casa.
Damaris se tocó la nariz. —Ya veo ¿y no te has preguntado, cuán
maravillosamente encajaría eso en sus planes?
—No.
Dayan miró interrogativamente a su hermana. Por supuesto, esa historia
era muy conveniente para Arak, pero si el actual Alfa se hubiera
escandalizado por esa razón, probablemente ya habría cancelado la pelea.
Una cosa no tenía nada que ver con la otra.
—¿Alguna vez le has preguntado a Kendra, por qué es que la ha pasado
tan mal? ¿Alguna vez has hablado realmente con ella?
El reproche en la voz de Damaris volvió a alimentar su ira. —¡Por
supuesto que se lo he preguntado! Pero ella dijo que preferiría no hablar de
ello. Y ahora sé por qué.
—En primer lugar —Damaris lo fulminó con la mirada—, si llegaras a
preguntarme algo con ese tono de voz, tampoco querría confiar en ti. Y, en
segundo lugar, hermanito, si es que Kendra se ganaba la vida de esa
manera, entonces ¿por qué no posee absolutamente nada, eh? Debe ser
bastante mala en su oficio o…
—O ella no ha hecho nada de eso —terminó él automáticamente su
raciocinio.
—Pero ¿dónde está ella ahora?
Damaris le acarició la mano. —Kendra se ha ido, Dayan. Ella vino a
buscar a Lenora y se fue. No pude convencerla para que cambiara de
opinión.
Él sintió escalofríos ante estas palabras. Él, que siempre lo planeaba todo
con anticipación y que deseaba abogar por la tolerancia, la había
ahuyentado con sus prejuicios y una credulidad casi ridícula.
La cruda realidad lo asustaba, y lamentó que Kendra haya tenido que
pagar el precio de este autoconocimiento.
—Bueno, si ese es el caso, tendré que lidiar con ello.
Él se levantó de golpe. Y su hermana también se incorporó.
Ella le dio un doloroso golpecito con el dedo en la frente. —¿Hablas en
serio, hermanito? A veces realmente pienso que no eres capaz de reconocer
lo importante cuando lo tienes delante tuyo.
Decidida, ella lo empujó hacia afuera en la fría noche. Dayan se había
quedado mirando la puerta sin comprender. ¿Desde cuándo su hermana
hablaba con acertijos? Inmediatamente después, él sonrió. Por supuesto,
ella se había referido al honor y al deber, ambos eran importantes para un
lobo. Su deber era cuidar a la hija de su mejor amigo, sin importar lo que la
gente pensara sobre su madre.
Capítulo 6
Kendra
Kendra
***
Por milésima vez, él se había asomado por detrás del grueso árbol que
debía protegerlo de ser descubierto por los aldeanos. Dayan sabía que, si
una sola de esas personas se acercaba a Kendra de forma poco amable, no
habría forma de detener a su lobo. Sin embargo, parecía que ella tenía todo
bajo control. Ella había sufrido un increíble cambio. Ya no quedaba nada de
esa mujer callada y casi acobardada. Ahora su comportamiento era
enérgico, pero lo que más le gustaba de ella eran sus opiniones. Siempre
coincidían con las suyas, algo que solo había experimentado con Maron.
Seguramente por eso su amigo había decidido vivir con Kendra. Pero
Maron estaba muerto ¡y él no! Si se hubiera convertido en Alfa y la tuviera
a su lado, él habría podido lograr cualquier cosa.
¡Qué pensamiento tan indecente! Dayan había frotado su frente contra la
áspera corteza del árbol. También había decidido acompañar a Kendra con
todo su corazón. Ya que últimamente su mente carecía de perspectiva.
¿Cómo pudo haber permitido que ella interviniera por él, por decirlo de una
forma? Arak era su Alfa, pero eso no significaba que tuviera que bailar a su
son en todos los asuntos. La lealtad y la obediencia absoluta eran la base de
una manada fuerte. ¿Pero qué pasaría si esa obediencia llegara a costar
vidas inútilmente? Esta cuestión, sin embargo, era tan herética como su
deseo por la amada de Maron.
Para lo segundo, él ya se había hecho algunas propuestas sobre cómo
podría recobrar la razón. Pero cada una había sonado más extraña que la
otra: asignarle a Kendra una nueva casa, tratarla de forma irrespetuosa,
asumir inesperadamente la forma de lobo y asustarla. ¡Métodos estúpidos
para un hombre estúpido! Solo conseguiría una cosa, lastimarla. Este
enfoque no le había proporcionado ningún alivio, a no ser que saltara al río
helado varias veces al día. Tal vez eso podría enfriar su deseo. Pero el agua
helada ciertamente no eliminaría la atracción de él hacia Kendra.
Él tuvo que sonreír. Los niños pequeños resolvían tales conflictos con
sorprendente sencillez. Lenora lo había llamado padre, y probablemente no
había sido la primera vez. Kendra había pegado un grito de sorpresa pero,
por otra parte, no había estado tan consternada como si esta expresión de
confianza hubiera sido completamente nueva para ella. Para él, Lenora le
había dado de este modo una maravillosa sorpresa. Él nunca había tomado
en consideración el rol de padre, pero a la pequeña no le habían importado
esas sutilezas. Ella solo decía lo que sentía, sin importar lo que los demás
dijeran o pensaran al respecto. A su edad, no podía fingir, no podía hacerlo
en absoluto. Las afirmaciones contrarias simplemente no encajarían en su
mundo.
Un día, él se juró a sí mismo, le hablaría de Maron. Ella debía saber lo
buen amigo que había sido, y que podía estar orgullosa de él. Mientras
imaginaba qué más podría contarle a Lenora o qué podría enseñarle sobre
ser un lobo, otra voz había hablado en su cabeza. Solo le había hecho una
pregunta. ¿Qué hay de Kendra? Su fantasía de un armonioso vínculo entre
padre e hija se había hecho añicos rápidamente ya que, al fin y al cabo, la
madre también tenía algo que decir al respecto. Kendra debió haberse
sorprendido por el parloteo de Lenora. El hecho de hacerle creer a su hija
que cualquiera era su padre estaba fuera de discusión para ella. Ella
conservaría la memoria de Maron, y mantendría su imagen extremadamente
viva para su hija. Dayan no pudo evitar que cierta envidia lo atormentara.
Volvió a golpear su cabeza varias veces contra el tronco. Él tenía claro lo
que era, un canalla egoísta y un amigo miserable. Había hecho lo correcto al
rechazar el puesto de Alfa.
Unos pasos apresurados le recordaron que debía recuperar la
compostura.
Él se puso de pie con firmeza, y fingió haber estado esperando con total
tranquilidad.
—Entonces ¿cómo te fue? —le preguntó con un tono de conversación lo
más casual posible.
—Le he dicho al jefe del pueblo todo lo que era de importancia. No
puedo juzgar si tomará en serio la advertencia.
Kendra lo miró de reojo.
Aparentemente, ella no se había creído la actuación casi aburrida pero,
para su alivio, ella no hizo más comentarios.
—Su esposa quiere volver a hablar con él sobre el tema. Ella nos
escuchó y, por lo que recuerdo, es una charlatana que no puede guardarse
nada para sí misma. La historia circulará en el pueblo, y luego llegará a la
ciudad.
Kendra sonrió ampliamente. —Así que, podría decirse que la semilla ha
sido sembrada. —Suspirando, ella continuó—: Aun así, no creo que eso sea
suficiente. Tienes que hablar con Arak, Dayan. Después de todo, su trabajo
es proteger a la manada. Has luchado contra el lobo rabioso ¡El Alfa no
puede afirmar que estás mintiendo o viendo fantasmas! ¿No dijiste también
que pronto podría haber más de estos monstruos? ¡Solo imagínate si
llegaran a atacar nuestro hogar! La manada podría ser capaz de vencerlos,
pero esa pequeña aldea de allí atrás estaría condenada.
Una gota de sudor se deslizó por su sien. La insinuación de Kendra le
había llegado como un soplo de aire caliente. Él no solo era un canalla o un
soñador, sino también un cobarde. Él había avanzado a su lado, y realmente
había imaginado que había conseguido algo grandioso solo por
acompañarla. Él había rechazado el puesto de líder por dos razones. La
manada estaba dividida, y él había querido arreglar eso con su renuncia. En
primer lugar, por supuesto, estaba su incuestionablemente debilidad por
Kendra, lo cual era absolutamente indigno de un Alfa. Puede que él fuera
indigno, que tuviera sus defectos, pero no se le podía llamar incompetente o
mentiroso. Con el puesto de Alfa, aparentemente había renunciado a su
sentimiento del honor y a su espíritu de lucha.
Dayan apretó los puños. En algún lugar de su cabeza, una vena palpitó
con pesar al darse cuenta de la maravillosa compañera que podría haber
sido Kendra para él. Él la deseaba, verla era un deleite para sus ojos y para
su entrepierna. Pero también alimentaba su espíritu, y dirigía sus
pensamientos hacia lo importante sin abrumarlo con reproches.
Siguiendo un impulso, él se detuvo y tomó el brazo de Kendra.
Ella lo miró con los ojos bien abiertos, pero le sonrió con picardía. —
¿Qué? ¿Lo ves de manera diferente?
¡Oh, cómo deseaba besarla! En su lugar, apretó los labios contra la
cabeza de Lenora.
—No, en absoluto. Tienes toda la razón. Arak tendrá que volver a
escuchar lo que tengo para informarles, preferiblemente delante de toda la
manada.
Kendra asintió con determinación. —Y yo también estaré allí. Además,
puedo atestiguar todo. Puede que no tenga voz entre los lobos, pero ¿qué
podría hacer Arak? ¿Taparme la boca?
Dayan se rio a carcajadas. Si ella llegara a hablar delante de la manada
con los mismos ojos brillantes, prácticamente nadie se atrevería a detenerla.
Justo cuando estaba a punto de tomar a Lenora en sus brazos, se le erizaron
los pelos de la nuca. Aunque no había olido ni había oído nada, pudo
percibir el peligro. Rápidamente empujó a Kendra detrás de él, y se llevó el
dedo índice a los labios. Ella abrió la boca, pero inmediatamente la volvió a
cerrar. El rostro de ella se volvió pálido cuando sonó un gruñido contenido.
Kendra apretó a Lenora contra ella, pero aun así le puso una mano en el
hombro, como para asegurarle su apoyo.
De repente, unas ramas se rompieron tras ellos, y luego hubo un crujido
en la maleza a su derecha. Dayan daba vueltas en círculos con los ruidos,
tratando de distinguir algo en la densa maleza. ¡Allí! Un mechón de pelaje
opaco, y unos dientes amarillos brillaron entre las ramas cubiertas de nieve.
Apenas le dio tiempo de adoptar su forma de lobo, cuando el atacante se
abalanzó sobre él desde un costado como un rayo.
Kendra gritó cuando los colmillos del otro lobo por poco alcanzaron su
flanco. La fuerza del golpe lo lanzó a varios metros de ella, y se golpeó el
cráneo contra un árbol. La niebla se extendió por su cerebro, sus piernas se
doblaron bajo él.
Con dificultad, buscó a Kendra con la mirada. Y él no pudo verla.
Sabiamente, ella debió haberse refugiado en algún lugar. Sus párpados le
pesaban terriblemente, pero vio al lobo rodeándolo, con los ojos inyectados
en sangre. De sus fauces colgaba una lengua anormalmente descolorida, y
su boca apestaba horriblemente. La anciana del bosque de los espíritus le
había hablado del decaimiento, recordó él. De repente, se dio cuenta del
significado más profundo de esto. El lado humano de este cambiaforma no
estaba decayendo, se estaba pudriendo y, a la vez, envenenando al lobo. Él
tenía que detener a este monstruo.
Dayan se levantó a duras penas al momento en que las mandíbulas de la
bestia volvieron a atacarlo. Se revolcó con él por el suelo, pero no pudo
clavar los dientes en su carne. Afortunadamente, su oponente tampoco pudo
hacerlo. Sin embargo, sus fuerzas no eran en absoluto iguales. Este lobo
tenía una fuerza tremenda, definitivamente había aumentado desde su
último encuentro. Así que Dayan necesitaba obtener una ventaja táctica.
Para ello, primero necesitaba una mejor visión de los movimientos del
cambiaforma. Con bastante esfuerzo, consiguió alejar a su oponente de él.
Ahora, él lo rodeó sigilosamente, observando sus extremidades
crispadas, y su mirada rabiosa. Este lobo no luchaba, no deseaba ganar.
Pura vileza se veía en su rostro mientras la baba goteaba de su boca, ansiaba
la sangre y la muerte, no la superioridad. Eso, se dijo Dayan a sí mismo, era
su debilidad. Algo más le llamó la atención, ya lo había notado en su
encuentro anterior. El lado lobuno del cambiaforma también estaba
decayendo. Su pelaje estaba desgreñado en todos lados, aquí y allá había
incluso zonas alopécicas, que él ahora aprovecharía.
Rápidamente, él se adentró en el bosque en dirección al río, que
serpenteaba hacia el sur, pasando junto a la aldea. La siguiente curva estaba
a no más de quinientos metros de distancia. Satisfecho, escuchó los salvajes
gruñidos y jadeos tras él. Este cambiaforma no se rendía, quería lamer
sangre y por eso se abalanzaría incluso a ciegas sobre él. Además, con eso
lo había alejado de Kendra. Una vez más, tensó los músculos y se lanzó con
un gran salto a las frías aguas. Inmediatamente después, sonó el chapoteo
del agua mientras el cambiaforma lo perseguía. Ahora dependía de Dayan
mantenerlo en el agua el tiempo suficiente, como para que las gélidas
temperaturas congelaran sus músculos. Probablemente, incluso él mismo no
duraría mucho más, aunque su grueso pelaje lo protegiera del frío.
Aparentemente había subestimado al otro lobo. Éste nadaba
inexorablemente hacia él. Pero sus patas, sin embargo, pataleaban de forma
espasmódica y rígida. Dayan no se había equivocado, el frío se estaba
infiltrando en la sangre de su oponente. La mera locura debió haberlo
impulsado, pues no había vuelto a la seguridad de la orilla. Dayan siguió
nadando hacia la mitad del río, si fuese necesario él tenía que seguir
pataleando hasta que el otro se ahogara. La corriente tiraba con más fuerza
aquí, él había luchado por mantenerse a flote. Repentinamente, recibió un
fuerte golpe en la espalda. Se sumergió brevemente, pero luego luchó para
volver a subir. Mientras él luchaba por sacar la cabeza del agua, jadeando,
el cambiaforma había pasado a su lado prácticamente impotente.
Instintivamente, Dayan se abalanzó sobre él, sujetó la punta de su oreja y se
la arrancó de un mordisco. Nuevamente, algo se estrelló contra su cuerpo.
Él se dio la vuelta, y vio pasar un tronco de árbol. Un remolino había
atrapado la madera, haciéndola girar. Y una rama sobresaliente le había
desgarrado el hombro y otra se había estrellado contra su cabeza.
Después de eso, Dayan perdió la orientación. El río que borboteaba lo
arrastraba de un lado a otro. Ya no podía mover una de sus patas, la herida
en el hombro era profunda, y debió cortarle un tendón. Su pelaje ahora
estaba completamente empapado y estaba siendo arrastrado
inevitablemente. El frío estaba convirtiendo su sangre en hielo, éste fluía
cada vez más lento por su cuerpo. Esta sensación no era tan desagradable,
su corazón latía lentamente, y un agradable sentimiento de cansancio se
extendía por su cabeza. Su último pensamiento era para Kendra y Lenora.
Sin importar a dónde fuera ahora, él las extrañaría a ambas terriblemente.
Entonces se apagó la última chispa de vida en él.
***
Sus pies, y no sus patas, habían sido arrastrados por el suelo arenoso,
poco a poco había sido arrastrado. En su final, todos los cambiaformas
adoptaban su forma humana, así que él debía estar muerto.
Alguien sollozó, y le acarició la cara.
—¿Dayan? ¡Abre los ojos, te lo ruego! ¡Ábrelos!
Él conocía esa voz. Era dulce, como música para sus oídos. Él no sabía
nada del más allá, pero si los antepasados le hablaban con esa voz,
probablemente estaba en el paraíso. ¡O tal vez no!
Ella le dio una fuerte bofetada en la cara. —¡Abre los ojos, ahora! No
estás muerto. ¡Probablemente seas demasiado testarudo para eso!
Sus párpados se movieron, mientras aún se preguntaba con qué había
enfurecido tanto a sus antepasados para que lo acogieran en sus filas con
una bofetada. Unos ojos grises se clavaron en los suyos. Las lágrimas
brillaban en el rabillo de sus ojos. ¡Los ojos de Kendra! Él no estaba
muerto. ¿O acaso el cambiaforma la había atrapado antes y ahora ella
también estaba en el otro mundo? Él se incorporó bruscamente, y de
inmediato fue abrazado efusivamente. Un sinfín de besos le cubrieron el
rostro. Su hombro palpitaba, y un reguero de sangre corría por su brazo.
—¡Tú… tú… ¡estás loco!
Recién en ese momento vio sus pálidos labios. Sus dientes castañeaban
tan rápido como los pájaros carpinteros martillando la madera. Ella estaba
empapada hasta la cintura, y temblaba como una hoja.
Él miró rápidamente a su alrededor. —¿Y Lenora?
Kendra señaló más arriba. La pequeña estaba sentada en un lugar libre
de nieve, cantando alegremente.
—¿Me has sacado del agua?
—Bueno ¿qué se supone que debía hacer? ¿Dejar que te ahogaras?
Dayan la miró con incredulidad. Debió haberle costado una fuerza casi
sobrehumana superar su miedo al agua. Hace solo unos días, ella ni siquiera
había estado dispuesta a acercarse a menos de cincuenta metros del río ¿y
ahora esto? Ella reía y lloraba al mismo tiempo, pero si él seguía
cuestionando sus motivos, ella moriría congelada, y solo por haberlo
salvado.
—Son tres horas de caminata para llegar hasta la casa. ¿Podrás hacerlo?
—¿Si podré hacerlo? ¡Por supuesto! ¿Qué hay de ti?
Ella señaló su herida. Dayan trató de mover su hombro a modo de
prueba. La rama le había desgarrado la carne pero, aparte de eso, no sentía
ningún dolor. La conmoción debió haber restringido temporalmente sus
movimientos pero, por lo demás, estaba mejorando visiblemente. Su
naturaleza de lobo haría que la herida sanara rápidamente.
Kendra lo ayudó a ponerse de pie. Ella estaba helada hasta los huesos
pero, aun así, le había sonreído con tanta alegría que él no pudo contenerse.
Esta mujer y su pequeña hija eran todo lo que él necesitaba. Él no podía
tenerla, pero ahora mismo el deseo de besarla era irresistible. Con avidez,
conquistó sus labios, esperando que ella lo tomara solo como gratitud. Ella
se acurrucó contra su pecho, y le devolvió el beso con un suave gemido. Un
segundo más, y él la tomaría en ese mismo lugar. Ya no tenía nada de frío.
Cuando apartó a Kendra de él, ella solo lo había mirado con los labios
ligeramente abiertos. Y sus siguientes palabras lo dejaron sin aliento y, al
mismo tiempo, lo dejaron sumido en la más profunda confusión.
—Me lanzaría al agua una y otra vez por ti. Nunca te abandonaré.
Luego ella se dio la vuelta, y se dirigió a Lenora. Él la siguió, con las
piernas rígidas. Ninguna palabra de amor, por muy romántica que fuese,
sonaría más dulce a sus oídos que la promesa de ella de ponerse en peligro
por él las veces que fuese necesario. ¿Por qué Maron no había declarado
inmediatamente a esta mujer como su compañera? ¿Su amigo no se había
dado cuenta del tesoro que había encontrado? Maron, él siempre se rio de
eso, tenía una gran afición hacia las mujeres. Sin duda, se había dado cuenta
de que Kendra destacaba entre todas sus otras conquistas. ¿Qué demonios le
había impulsado a dejar que una rosa como ella viviera en esa miserable
choza siquiera un día más?
Solo podría entenderlo si le preguntara a Kendra al respecto. Pero
entonces ella podría pensar que él era grosero e irrespetuoso. Él debía
pensarlo, sopesar los pros y los contras. Mientras tanto, un pequeño
diablillo reía a carcajadas en su cabeza. ¿Cuántas veces cavilaría antes de
admitir que su corazón ya la había declarado suya hace tiempo?
Capítulo 12
Kendra
De hecho, esa pregunta había rondado por su cabeza desde que Dayan
había expresado esa abstrusa idea en la reunión. Todo lo demás era
secundario para ella por el momento. ¿Para qué discutir lo obvio y
deshacerlo en pedazos? Ese tal Arak era un zoquete grosero con opiniones
machistas. No guiaría a la manada hacia el futuro, sino hacia una época en
la que ni la ley ni la justicia eran válidas, y la única forma de asegurar su
progreso era a través de una crueldad brutal. Para Kendra estaba más claro
que el agua que Dayan tenía que asumir el poder.
Ella se cruzó de brazos y lo miró fijamente a los ojos. Dayan abrió y
cerró la boca varias veces, como si no pudiera pensar en las palabras
adecuadas. Todo en ella exigía una respuesta, tanto que sus músculos se
habían tensado. Su cara parecía una tabla, ni siquiera el parpadeo natural
había tenido éxito. Una sensación de hormigueo apareció en su lengua,
como si pequeños insectos bailaran una loca danza circular. No podía
entender por qué estaba tan interesada en la información. Sin embargo, una
sensación subliminal la había hecho pensar que con eso podría dar un giro
decisivo a los acontecimientos.
—Bueno, lo he asumido … entonces…
Dayan se aclaró la garganta varias veces, cuando repentinamente ella se
puso de malas. ¿Qué, qué has asumido? Solo su lengua, que de momento
parecía un trozo de arcilla seca, le había impedido gritar.
—¡Tenía que haber sido así! —exclamó Dayan—. Está Lenora y tu
forma de ser… ¡Maron no podía haber tenido otra cosa en mente!
Los labios de Kendra comenzaron a crisparse involuntariamente. Una
risita subió por su garganta, y estalló en una carcajada. No fue porque ella
había encontrado divertida su conclusión. Sino porque Dayan se veía tan
infeliz, prácticamente devastado. Ella prácticamente podía asumir que él
había luchado con esa idea durante semanas, y que lo había paralizado de
alguna manera. Eso no le pareció para nada comprensible.
Cuando ella se calmó, sacudió la cabeza. —Lenora es el resultado de una
sola noche, Dayan. Maron y yo nunca hemos sido una pareja. Y
probablemente tampoco nos habríamos convertido en una.
Dayan permaneció sentado, totalmente inmóvil. Tenía los puños
apretados sobre las rodillas y la miraba fijamente con una intensidad que la
había hecho sentirse acalorada. Le pareció apropiado tener que convencerlo
aún más.
Ella jugó con sus dedos, buscando pruebas más sólidas. —Sabes,
siempre he estado sola. Después de tantos años, finalmente había aparecido
un hombre que quería pasar tiempo conmigo. Yo nunca he estado —ella
tragó saliva—, con un hombre antes. Para él, al menos, eso es lo que pienso
hoy, simplemente había estado en el lugar adecuado en el momento
adecuado. Los sentimientos reales no habían jugado un rol importante ese
día ¿entiendes?
Kendra apretó los labios.
Su siguiente frase fue embarazosa, pero necesaria. —Estoy segura de
que tú también te has acostado con otras mujeres, sin sentir verdadero amor
o querer compartir inmediatamente tu vida con ellas.
Tras una breve pausa, ella añadió involuntariamente con reproche. —Te
acostaste conmigo sin…
Dayan se levantó de golpe, y corrió hacia ella. Sujetándola por los
hombros, él la sacudió enérgicamente. ¿Ella había ido demasiado lejos o
qué lo había molestado tanto?
—¡Después de ti, no he compartido la cama con nadie más!
Él la soltó, y dio un paso atrás. —Supongo que no podría hacerlo.
De repente a ella se le aflojaron las rodillas. Apenas logró acercarse a él,
y poner las manos sobre su pecho. Su corazón palpitaba contra sus dedos
como los cascos de unos caballos al galope.
—¿Por qué no?
Él se rio atormentado. —¿Qué mujer podría compararse contigo? Pero
debo preservar la memoria de mi amigo, y no debo tomar lo que le ha
pertenecido.
Kendra le acarició la mejilla.
Dayan seguía sin entender, pero había dicho todo lo que ella necesitaba
saber.
—Maron está muerto, Dayan. Nosotros estamos vivos. Nunca le he
pertenecido, entonces no puedes quitarle nada. Pero seré tuya, si así lo
quieres.
Dayan le tomó la mano, y le apretó dolorosamente los dedos. Kendra le
sonrió suavemente.
Ella le acarició los labios con el pulgar de la otra mano. —¡Y ahora
bésame, lobo grande y tonto, antes de que cambie de opinión!
De repente, todo fue como siempre debió haber sido. Dayan inclinó la
cabeza, y la besó tan apasionadamente que se sintió mareada. Kendra sintió
que su corazón latía con fuerza contra sus costillas. Ella sintió calor y frío al
mismo tiempo, un ardor lujurioso se extendió por su vientre. Ni un segundo
después, Dayan la levantó en sus brazos. El bulto claramente visible en sus
pantalones había revelado que él también apenas podía contenerse.
En su dormitorio soplaba el aire frío del invierno a través de la ventana
abierta, pero eso no fue suficiente para refrescar su mente acalorada. Un
suave y excitado suspiro escapó de su boca. Dayan la miró con
indisimulado deseo después de haberla puesto en pie. Él todavía parecía
desconcertado, por no decir indeciso, sobre si realmente podía acercarse a
ella. Sin dudarlo, Kendra se echó el vestido por encima de la cabeza. Su
gruñido ronco fue suficiente estímulo para ella. Con una valentía
desconocida, ella le desprendió los pantalones. Lentamente, deslizó el fino
cuero por sus fuertes piernas. Igual de lento, se levantó de nuevo, dejando
que su cuerpo acariciara su rígido miembro.
Sus músculos se tensaron cada vez más. Jadeó por la excitación
contenida. Kendra lo tomó de las manos y lo llevó a la cama. Luego de
acostarse, lo arrastró con ella. Ella lo deseaba como nunca había deseado
nada en su vida. El hecho de que él siguiera luchando por controlarse, la
estimulaba aún más. Con un movimiento fluido, subió encima de él. Ella
llevó las manos de él hacia sus pechos, cuyos pezones estaban rígidos y
duros, anhelando su contacto. Sus palmas le frotaron sensualmente los
duros botones, haciéndola ver puntos de colores brillantes rebotando detrás
de sus párpados cerrados.
Entre sus nalgas, su miembro se hinchó hasta alcanzar un tamaño
enorme. Esta sensación embriagó a Kendra y la volvió cada vez más
desenfrenada. Ella sacudió salvajemente su abdomen, hasta que Dayan la
tomó de las caderas. La levantó sobre sus rodillas y empujó su cabeza bajo
su pubis. Su lengua penetró en su abertura, lamiendo alternativamente su
clítoris e introduciéndose en lo más profundo de su interior. Mientras lo
hacía, Dayan emitió suaves y seductores sonidos que le nublaron la mente.
Kendra se escuchó a sí misma respirar con dificultad, su vientre se retorcía,
más que listo para recibir la enorme prueba de su hombría.
Dayan parecía estar esperando solo este momento. Con cuidado, pero
con determinación, la empujó hacia abajo. Kendra se deslizó sobre su
miembro, disfrutando cada centímetro de él con su temblorosa abertura.
¡Esto tenía que ser magia! La nieve que estaba fuera de la ventana
centelleaba, arrojando un brillo mágico sobre el pecho de Dayan.
Lentamente, Dayan comenzó a penetrarla.
Ella lo observó, y vio que sus ojos se abrían de par en par con asombro.
Kendra se inclinó hacia atrás. Ella quería más, así que movió sus caderas
más rápido, acelerando el ritmo.
—No tan rápido, pequeña loba —murmuró él con voz ronca.
Dayan la sujetó firmemente sobre su miembro con una mano,
estimulando nuevamente su clítoris con la otra. Kendra se aferró a sus
muslos, clavándole las uñas. El placer que le generaba la estaba volviendo
loca. Gimiendo, ella le arañó la piel. Dayan respiró con fuerza y gruñó con
entusiasmo. Rápidamente la tumbó de espaldas. De un solo y fuerte
empujón, volvió a embestir su miembro dentro de ella. Él puso una de las
piernas de ella sobre su hombro para poder penetrarla aún más profundo.
Gruñendo salvajemente, la embistió, una y otra vez, hasta que Kendra
explotó, gritando. Destellos de luz danzaban ante sus ojos, el orgasmo
corrió por sus venas como un torrente de lujuria y amor. Dayan también se
había corrido solo un momento después, su cuerpo brillaba empapado en
sudor mientras los temblores de éxtasis lo recorrían.
Kendra de repente se había sentido muy feliz cuando él se había
acostado sobre ella. Su hombría seguía palpitando y, por muy tonto que
sonara, ella lo había tomado como una señal inequívoca. Dayan también
quería pertenecerle. La pasión que habían compartido provenía de lo más
profundo de sus almas. No había sido solo la lujuria lo que los había unido.
Ella buscaba eso, y finalmente encontró la paz en sus brazos.
—Tal vez —murmuró Dayan en el hueco de su cuello—, fue el destino.
O quizás fue Maron quien quiso que te encontrara.
Kendra le pasó la mano por su cabello húmedo. —Era tu mejor amigo. Y
una parte de él seguirá viviendo en Lenora, pero ella siempre será tu hija.
No conocí bien a Maron, pero estoy segura de que le gustaría.
Dayan se rio abiertamente, y la besó en la punta de la nariz. —De seguro
le gustaría. Él nunca entendió la razón del por qué yo no quería una
compañera. No me extrañaría que hubiera ayudado un poco.
—¿Compañera? —ella sonrió con picardía.
Dayan tenía una forma muy extraña de expresar sus deseos.
Sin embargo, ella esperaba no haberlo malinterpretado.
—Antes, dijiste que serías mía si yo lo quería. Y no quiero nada más.
Entonces ¿serás mía, como yo seré tuyo de ahora en adelante?
Un ligero y ansioso nerviosismo en su voz acompañó su pregunta.
Kendra cerró los ojos por un momento, porque todo a su alrededor se
nubló debido a la alegría.
—Sí —respondió ella con total convicción—. Desde ahora hasta el
último de nuestros días.
***
***
***
FIN
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Sobre la autora
Annett Fürst creció en la costa báltica alemana. La vista del mar embravecido con los barcos que
pasaban y los paseos por los bosques de pinos naturales despertaron su anhelo de mundos místicos y
lugares exóticos a una edad temprana.
Además de escribir, le encantan los caballos, su creciente manada de perros, los domingos en la cama
A Annett Fürst le gusta sobre todo escribir historias de amor oscuras en las que ella (o más bien sus
protagonistas) puedan liberarse de verdad, y a través de las cuales, las pasiones y las necesidades más