El Bebé Del Lobo - Annett Fürst

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El Bebé del Lobo

El Reino de los Lobos: Segundo Libro


Una novela romántica paranormal

Por Annett Fürst


1ª edición, 2022
© 2022 Editora, LLC - todos los derechos
reservados.
Editora, LLC
527 21ST ST UNIT 89
GALVESTON, TX 77550
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explotación sin el consentimiento del editor y del autor. Esto se aplica en particular a la reproducción
electrónica o de otro tipo, la traducción, la distribución y la puesta a disposición del público.
Contenido
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Epílogo
Sobre la Autora
Para Lydia, cuyas ideas son inagotables.
Prólogo

Kendra sentó a su pequeña hija en una manta deshilachada debajo de un


umbroso árbol.
La niña la miró alegremente con sus inusuales ojos de color azul oscuro.
—¡Quédate aquí, cariño! —le advirtió Kendra, sonriendo.
Lenora aún no podía caminar bien, pero se escabullía cada vez que tenía
la oportunidad. A ella le gustaba mantenerse entretenida todo el tiempo, así
que Kendra le dio unas castañas para que pudiera jugar con ellas.
Ahora, al final del verano, Kendra encontraba todo tipo de alimentos en
el bosque; bayas, cebollas silvestres e incluso, con suerte, algunas
manzanas. Más adelante, en el otoño, buscaría nueces y hongos. Ella
suspiró, ya que el invierno le arrebataba todos estos alimentos gratuitos de
manera inexorable. El año pasado apenas había logrado subsistir. Pero, en
aquel entonces, todavía estaba amamantado a Lenora. Desafortunadamente,
esta fuente se había agotado rápidamente, ya que ella nunca había tenido
suficiente para comer y su hija estaba creciendo visiblemente. Sin embargo,
quejarse no serviría de nada, ya que tenía cosas más útiles que hacer con su
tiempo.
Kendra lanzó una mirada a su pequeña, que sacudía las castañas con
entusiasmo.
Rápidamente, ella se escabulló entre los arbustos de zarzamora,
ignorando las espinosas enredaderas.
—Vaya, vaya ¿a quién tenemos aquí? —sonó de repente una voz burlona
desde un costado. —¡Pero si es nuestra pequeña puta del pueblo!
Kendra contuvo la respiración, por el susto, antes de percatarse quién era
quien la estaba acechando. Rufus, el miserable incordio, intentaba
convencerla una y otra vez. Ella había rechazado varias veces sus
acercamientos con indignación. Este sujeto hipócrita la había denigrado
igual que a todos los demás en el pueblo. Pero cuando nadie lo veía, él se
acercaba claramente a ella.
—¡Déjame en paz! —le gritó ella, molesta.
Ella ya estaba estirando la mano para tomar la siguiente baya, cuando
Rufus de repente le sujetó con fuerza del antebrazo.
Bruscamente, él la sacó de los arbustos, causándole un largo rasguño en
la cara.
—¡Sujétenla! —gruñó Rufus con una sonrisa malvada.
El canalla había traído refuerzos.
Kendra pudo reconocer al hijo del herrero con su primo, cuyo padre
tenía una quesería.
—¿Qué van a hacerme?
Al principio, ella había estado todavía conmocionada por el ataque, pero
luego trató de liberarse. Sin embargo, los dos inútiles la empujaron de
rodillas con todas sus fuerzas. Su espíritu de lucha se extinguió por un
momento cuando Rufus sacó un cuchillo. Un frío helado se apoderó de sus
músculos, pero luego se resistió con tanta fuerza, que sus hombros casi se
salieron de sus articulaciones.
Desesperada, miró también a su hija, que gritaba con todas sus fuerzas.
—No te preocupes, no lastimaremos a tu mocosa.
Uno de ellos tiró de su larga trenza rubia hacia arriba. —¡Ahora, hazlo
Rufus! ¡La perra se lo merece!
Él sujetó su cabello, y le cortó la trenza de un tirón. Kendra gritó de
dolor, pero no pudo defenderse.
Rufus tiró el cabello a sus pies, y resopló divertido. —Eres una perra
sucia, y ahora al menos todo el mundo podrá verlo.
Él asintió a sus compinches. Y juntos se echaron a reír, antes de
marcharse.
Kendra se quedó inmóvil. Se quedó mirando fijamente su trenza como si
no le perteneciera, como si se hubiera topado con el mechón rubio por pura
casualidad. Temblorosas, sus manos se deslizaron hasta su cuello como si lo
hicieran por sí solas, buscando a tientas los miserables restos de su brillante
cabellera.
Sollozando, ella cayó de rodillas. Con una mano buscó la trenza y la
metió en el bolsillo de su delantal. Una pregunta chillaba dentro de su
cabeza. ¿Cuánto más? ¿Cuánto más podría soportar antes de tirarse al río?
Un suave gemido le proporcionó la respuesta. Soportaría cualquier cosa,
cualquier insulto, cualquier ataque a su dignidad o a su cuerpo. Lo
importante era el bienestar de Lenora. Por ella, Kendra estaba dispuesta a
aguantar incluso mucho más que eso. Si era necesario, llegaría hasta las
puertas del infierno. Enfadada, se secó las lágrimas de las mejillas. Solo era
su cabello ¡no lo necesitaba!
Ella se dirigió a toda prisa hacia su pequeña hija. —¡Todo está bien! ¡No
pasó nada!
Mientras acariciaba la cabeza de Lenora, ella tuvo que tragar saliva. La
niña la miró con cierto escepticismo. Por primera vez, su hija había
intentado responderle.
Kendra apenas pudo creerlo, pero ¿acababa de escuchar a su hija gruñir
en voz baja enfadada?
Capítulo 1
Dayan

Apoyó la espalda contra la parte externa de la valla empalizada, que


rodeaba completamente su asentamiento. En pocos minutos debía
presentarse en la casa principal, donde el Alfa de la manada había
convocado a una repentina reunión. Con nostalgia, Dayan recordó todas las
demás reuniones. Junto con su mejor amigo, siempre se escondían en un
rincón oscuro para hacer bromas cuando el tema era demasiado aburrido
para ellos. Pero esos buenos momentos quedaron atrás hace meses. Su
amigo ahora ya caminaba con los ancestros, y Dayan lo extrañaba
terriblemente.
Un fuerte silbido lo devolvió al presente.
—¡Aquí vamos!
Uno de los miembros de la manada lo saludó con entusiasmo desde una
torre de vigilancia, por lo que se puso de pie de un salto y atravesó la doble
puerta abierta. Él resopló brevemente, ya que sus pasos parecían más
decididos de lo que realmente estaban. Su Alfa los había convocado, y cada
lobo debía obedecer sus órdenes. Por supuesto, él no se opondría pero,
ahora, de alguna manera, todo le parecía triste y poco interesante sin su
amigo Maron.
En la sala de reuniones, Dayan observó pacientemente cómo su Alfa
subía con dificultad los escalones hasta su silla tallada. El viejo líder se
había debilitado físicamente, pero eso no había disminuido su perspicacia.
Sus decisiones siempre se habían basado en muchos años de experiencia,
siempre fueron sensatas y contribuyeron únicamente al bienestar de la
manada. A pesar de ello, Dayan deseaba que de vez en cuando, el Alfa
mirara más hacia el futuro que hacia el pasado. El mundo estaba
cambiando. Por ejemplo, la manada vecina había hecho un convenio con los
humanos. Esto les permitía transportar sus artículos comerciales libremente
a través del territorio de los lobos. De este modo, la manada había ganado
un poderoso aliado, un hecho que hubiera sido impensable hace dos años
atrás.
Finalmente, el Alfa parecía haber encontrado una posición cómoda para
sentarse.
Este miró a sus seguidores con una expresión severa. —Veo aquí a los
mejores lobos, fuertes y unidos en nuestra honorable manada. Así que, les
pregunto ¿quién tomará el mando cuando ya no esté aquí?
Sorprendido, Dayan se paró firmemente de golpe. El Alfa no había
dejado herederos, pero eso no era básicamente un problema. Ya que él
podía nombrar a un digno sucesor. El hecho de que ahora, aparentemente,
pusiera esta importante decisión en manos de todos, le sorprendió
enormemente. De momento, él no se atrevió a juzgar si el Alfa estaba
actuando sabiamente.
Pues él tenía razón. Los hombres lobo necesitaban una jerarquía estricta,
de lo contrario, se pelearían como cachorros por un hueso.
Empezaron a estallar discusiones salvajes, volaron algunos puños y
algunos hasta cambiaron de forma. Tal y como Dayan había temido, los
lobos interpretaron la pregunta del Alfa como una invitación inmediata a
una lucha por el poder.
Al principio, de manera divertida, pero luego cada vez más disgustado,
observó las refriegas. Pero cuando se derramó la primera gota de sangre,
Dayan decidió intervenir.
Él se abrió paso entre los combatientes, y habló con el Alfa. —¿No
quieres poner fin a esto? En mi opinión, esto era exactamente el tipo de
caos que querías evitar al realizar esa pregunta.
Él se inclinó cerca del oído de su líder, ya que el griterío en la sala iba
cada vez más en aumento. El Alfa solo sonrió, como si todo era
exactamente como lo había planeado.
Repentinamente, él soltó un silbido extremadamente agudo, que lastimó
el oído de todos los hombres lobo, atrayendo la atención de la manada.
—¡No me han escuchado! —rugió él—. ¡Solo les he pedido su opinión,
no he ordenado una contienda! Dayan parece ser el único que ha entendido
el significado de mis palabras. Entonces… —Él le guiñó un ojo con
picardía—. ¿Qué propuesta tienes para hacernos, Dayan? ¿Acaso debo
nombrarte como mi sucesor?
¿Qué? Eso no era en absoluto lo que él había querido expresar. Ni en sus
sueños más salvajes se le habría ocurrido esa idea de que podría servir a la
manada como líder. Sus visiones del futuro probablemente parecerían
demasiado audaces para la mayoría de los lobos. Aunque, si ahora él fuera
Alfa… Dayan decidiría aventurarse en una dirección completamente nueva.

En su mente vio a Maron, golpeando sus muslos con entusiasmo. Dayan


había discutido sus ideas solamente con él. Maron siempre había estado de
acuerdo con él, que independientemente de la manada a la que
pertenecieran, los lobos debían enterrar sus diferencias para crecer juntos.
Él respiró profundamente. —Creo que deberíamos volver a
replantearnos eso. ¿Por qué el nuevo Alfa debe ser solamente de nuestras
filas? ¿Por qué no elegimos a uno que ya haya demostrado su valía?
Un silencio sepulcral se apoderó de los presentes, mientras su Alfa lo
animaba a entrar en más detalles con un gesto de la mano.
—Podríamos unirnos a la manada vecina. Conozco a Corbyn, es un Alfa
capaz. Solo imagínense los beneficios que podríamos obtener de una
manada unida, y además con las grandes ciudades de los humanos del sur y
del norte como aliados.
Una fuerte carcajada sonó entre la multitud. —¿Has estado comiendo
acónito? ¿O te has tomado un barril entero de cerveza en el desayuno?
Arak avanzó, mientras los demás también comenzaban a sacudir la
cabeza con incredulidad. Dayan miró al poderoso cambiaforma. Debería
haber adivinado que, el primero en oponer resistencia sería él. Maron
siempre afirmaba que Arak confiaba más en su fuerza muscular que en su
cerebro. Y eso podía ser cierto pero, él también era un miembro respetado
de la manada y luchaba en primera línea cuando era necesario. Si Dayan
lograba convencerlo, hasta el último dudoso cambiaría de opinión.
—Ninguna de las dos cosas, Arak. Solo digo que le ahorremos a nuestra
manada una sangrienta batalla por el liderazgo y nos centremos en lo que
tenemos por delante. He oído hablar en mis excursiones de un nuevo y
poderoso enemigo…
—¡Pah!
Arak hinchó el pecho ante él, lo que lo hizo sonreír internamente. Sabía
cuánto odiaba su interlocutor el hecho de que Dayan no fuera inferior a él,
al menos en altura. Nunca habían medido sus fuerzas ¿y por qué lo harían?
Ningún miembro de la manada era mejor o peor que el otro.
—Rumores ¡no me hagas reír! ¿Ahora tomamos nuestras decisiones
basándonos en chismes de viejas?
Dayan se esforzó por mantener la calma, y no dejarse provocar. —¡Por
supuesto que no! Aun así, no olvidemos que el mundo es probablemente
mucho más grande de lo que pensamos. Nadie sabe qué peligros acechan en
los picos de las montañas heladas o qué criaturas rondan por los desiertos.
Arak resopló divertido. —¡No tenemos que hacerlo! Durante cientos de
años hemos vivido en nuestro territorio ancestral sin miedo. ¿Y ahora
vienes aquí a asustarnos con tus historias de terror? Solo lo comprobado y
verdadero es bueno para la manada.
Se produjeron acaloradas discusiones entre los lobos, la manada se
estaba dividiendo en dos bandos. La intención de Dayan no era esa, la
unidad bajo un Alfa fuerte era el arma más poderosa.
Él levantó ambas manos. —Bueno, no quiero discutir contigo. A fin de
cuentas, lo que hagamos dependerá del Alfa. Solo quería expresar mi
opinión, eso es todo.
Un gruñido perceptible sonó desde la silla del líder.
El Alfa se inclinó hacia delante. —Ambas partes han sido escuchadas.
¿Hay alguien más que desee hablar?
Los murmullos en la manada continuaron, pero aparentemente ningún
otro lobo quiso presentar una tercera opinión.
—Muy bien, entonces ordeno un duelo según la vieja tradición. Dayan y
Arak se enfrentarán entre sí. Y el ganador será mi sucesor.
Dayan lanzó una mirada de desconcierto a su líder. Jamás había
imaginado eso en su vida. Sin embargo, tenía que admitir que el Alfa había
decidido sabiamente. No favoreció su posición ni la de Arak. Con un duelo,
también evitaba que se intensificaran las disputas entre todos los demás
lobos que podrían querer reclamar el liderazgo. Hace mucho tiempo que no
se recurría a la costumbre del duelo, pero quien saliera victorioso se ganaría
de un plumazo el respeto y la lealtad de todos los lobos de la manada. Él
nunca había aspirado al liderazgo, pero al parecer el Alfa lo había
considerado digno. Y ese pensamiento lo llenó repentinamente de orgullo.
—¿Aceptan el desafío? —preguntó el Alfa con una expresión seria.
Dayan inclinó la cabeza. —Sí, acepto.
—Sin duda —rugió Arak con fuerza, señalándolo con el dedo—.
Después de que gane ¡no quiero volver a escuchar esas ideas destructivas!
Él volteó hacia la manada, y miró de manera imperiosa a sus futuros
seguidores.
Dayan tuvo un mal presentimiento, lo que rápidamente atribuyó a este
giro inesperado de los acontecimientos.
—En cuatro semanas se enfrentarán entre sí.
La manada se dispersó, mientras el viejo Alfa se levantaba con dificultad
de su silla.
Él le puso una mano en el hombro. —Esta es tu oportunidad, Dayan. Eso
es todo lo que puedo hacer por ti.
Dayan lo miró sorprendido. Él no tenía idea de que su Alfa estuviera
interesado en las innovaciones. Pero dado el estado de su salud, se le estaba
acabando el tiempo. Su tarea más urgente ahora era poner el destino de la
manada en las capaces manos de un lobo más joven. De hecho, él no podía
tomar en consideración los planes futuros de cada persona.
En este momento, lo que Dayan más necesitaba, era un lugar aislado,
donde pudiera prepararse para ambas cosas, la victoria o la derrota. Dejó
que su lobo decidiera qué lugar era el adecuado. Como tantas veces desde la
muerte de Maron, sus fuertes patas lo llevaron casi instintivamente a un
sector del bosque que, aunque oficialmente formaba parte del territorio de
la manada, no estaba demasiado lejos de una aldea humana. Cuando el río
había sido designado como la frontera en tiempos primitivos, las viviendas
humanas ya habían estado asentadas en el territorio de los lobos. Los lobos
toleraban la presencia del pequeño asentamiento mientras que sus
habitantes no causaran problemas. Las personas que vivían allí conocían su
delicada situación y obedecían la ley no escrita.
Él levantó la nariz en el aire. Uno de ellos, sin embargo, parecía estar
tentando su suerte al máximo. En algún lugar cercano, un humano se
aventuraba indebidamente en el territorio de los lobos. Con los oídos
aguzados, Dayan escuchó las ligeras pisadas, y luego sonrió. Eso había
sonado como un niño que se había adentrado al bosque prohibido a
escondidas. Un peso tan ligero realmente no representaba ninguna amenaza.
Entonces, él decidió simplemente evitar al chiquillo atrevido. Sin embargo,
tan pronto como asumió su forma humana, un trozo de madera de raíz vieja
y podrida lo golpeó en la cabeza.
—¡Lárguense de aquí! ¿No pueden dejarme en paz de una vez por todas?
¡Qué descaro! Ese fue el primer pensamiento que le vino a la cabeza. Al
fin y al cabo, él tenía todo el derecho de estar aquí; y la otra persona era el
intruso. Dos segundos después, se dio cuenta de que había sido una voz
claramente femenina, lo cual fue casi vergonzoso. Una mujer humana se
había acercado a él, y literalmente lo había engañado. Este hecho debilitó la
confianza en sus sentidos superiores. Sin más vueltas, decidió averiguar
cómo la mujer había sido capaz de simular los pasos de un niño.
Entonces, él salió corriendo y después de cincuenta metros la alcanzó.
La mujer se quedó parada con las piernas separadas frente a un arbusto,
mirándolo con evidente perplejidad. Dayan se dio cuenta de inmediato, cuál
había sido la razón del por qué había caminado con tanta ligereza. Le
llegaba como mucho al pecho y apenas pudo detectar en ella algún atributo
femenino. Por su aspecto esbelto, se podría sospechar que estaba un poco
desnutrida.
La mujer miró apresuradamente tras ella, antes de tartamudear. —Yo…
siento… la confusión. No quise… A un lobo nunca le haría…
Aunque se había disculpado, ella no parecía particularmente sumisa, sino
más bien dispuesta a atacar. Él dio tres pasos en su dirección. Y ella volvió
a girar la cabeza hacia los arbustos y se apretó aún más contra las ramas.
Eso le pareció muy sospechoso a Dayan. Él tenía que llegar al fondo del
asunto. Tal vez ella trabajaba para la banda de contrabandistas de la que él
había oído hablar. Sería de gran interés para la manada, determinar si estos
sinvergüenzas habían ampliado su campo de acción. Había rumores de que
comerciaban con armas y plata.
—¿Qué escondes ahí, mujer?
Frunciendo el ceño, él se acercó aún más. —¡Muéstramelo! ¡Ahora!
Él la vio apretar las mandíbulas decidida. —¡No es de tu incumbencia!
¡Solo déjame en paz! —le espetó ella.
Tenía suficiente coraje, él tenía que reconocerlo. Ella no era rival para él,
pero había apretado sus pequeños puños cuya piel parecía enrojecida y
agrietada. Tenía que haber algo muy valioso en los arbustos porque, a pesar
de su inferioridad natural, se esforzaba por ocultárselo a toda costa. Eso
alimentó aún más su interés.
Gruñendo, él la tomó del antebrazo y la arrastró hacia un lado sin
esfuerzo, ignorando su contoneo. Esta mujer realmente no pesaba casi nada.
Él no pudo decir con exactitud lo que esperaba encontrar, pero
ciertamente no algo así. Debajo de las ramas caídas del arbusto estaba
sentada una niña pequeña. La pequeña lo había mirado con franqueza y no
se había puesto a llorar a gritos, como lo hacían a veces los niños pequeños
cuando se encontraban de repente con un desconocido. Además, dos cestas
llenas de bayas y nueces yacían sobre la hierba junto a ella.
—¡Por favor!
La mujer sujetó su mano con una fuerza sorprendente.
Él había sentido su piel áspera, pero sorprendentemente también había
sentido un agradable escalofrío.
—Nos iremos de inmediato. Sé que no deberíamos estar aquí, pero no
encontraba nada más en ninguna parte. ¡No le hagas daño!
Dayan miró los ojos repentinamente suplicantes de la mujer. Sus rasgos
faciales le parecieron muy atractivos, aunque su aspecto era muy pálido y
casi un poco demacrado. Evidentemente, ella estaba buscando algo para
comer, lo cual lo sorprendió. Cerca del río, los aldeanos se dedicaban a la
agricultura y a la cría de ovejas y algo de ganado. No podía imaginarse a
nadie en la aldea pasando hambre. Por supuesto, los lobos cuidaban de los
suyos, pero no sabía exactamente cómo manejaban los humanos esos
asuntos. A él no le pareció que la mujer fuera de las que se pasaban todo día
acostada sin hacer nada.
Sin embargo, le molestó que ella pensara que él atacaría a una niña.
—¿Por quién me tomas? —le espetó él con el debido enfado.
—Eres un lobo, y no te conozco. Y estoy en su territorio. ¿Cómo se
supone que voy a saber cómo reaccionarías?
No hubo ningún reproche en su voz. Por el contrario, simplemente se
había limitado a expresar su preocupación, mientras se agachaba y tomaba a
su hija en brazos. Ella jadeó, sorprendida, cuando la pequeña estiró su
bracito y le clavó un dedo en la mejilla a él. Mientras lo hacía, ella balbuceó
alegremente.
La mujer apartó el brazo de la niña, y se puso roja como un tomate. —
¡Lenora!
Ella tragó saliva con dificultad. —¡Lo siento! Ella a veces es muy…
enérgica.
Dayan sonrió involuntariamente, antes de mirar más de cerca a la niña.
Estaba bien alimentada, limpia como una patena y ella le recordaba a
alguien. No podía recordar dónde había visto brillar antes esos ojos de color
azul oscuro.
Una cosa era segura, la madre y la niña no eran una amenaza ni nada que
pudiera preocuparlo.
—¡Bien, ahora regresa a la aldea y no vuelvas!
La mujer entrecerró los ojos en señal de alivio, y luego asintió de forma
triste pero sincera.
—No lo haré, lo prometo.
Él se dio la vuelta, y se adentró en el denso bosque. Cuando volteó una
vez más, ella seguía allí parada como si estuviera perdida, mirándolo. La
imagen le conmovió el corazón. De repente, Dayan se sintió como un
canalla por haber dejado a ambas atrás de esa manera. Él no pudo encontrar
una explicación para este sentimiento, pero sin muchas vueltas se puso en
marcha.
—El padre de tu hija ¿por qué no se ocupa de ustedes?
La mujer se mordió los labios de manera indecisa antes de responder. —
Él dijo que volvería.
Ella rio entrecortadamente. —Y eso ya fue hace casi dos años. Supongo
que se ha olvidado de mí. Pero estoy acostumbrada al rechazo, puedo
manejarlo.
Ella recogió sus cestas y salió corriendo en dirección a la aldea. Dayan
se quedó mirando tras ella cavilando, mientras admiraba sus delicados
movimientos. Su cabello rubio estaba cortado de forma extraña, pero
brillaba como el oro en el sol poniente.
Él se sentó en la hierba y miró hacia el cielo. Casi dos años había dicho
ella. Entonces la verdad lo golpeó con toda su fuerza. Hace casi dos años,
Maron le había contado sobre su cita con una mujer humana. Él había
querido buscarla nuevamente. Cada pocos meses, Maron dirigía una
pequeña tropa a lo largo de la frontera para buscar cualquier incidente
inusual. Cuando regresaban, pasaban la noche cerca de la aldea. La niña no
solo se parecía a su amigo por su carácter despreocupado, sino
especialmente por sus ojos de color azul oscuro absolutamente únicos.
¡Cómo no se le había ocurrido antes! Maron había sido asesinado
inexplicablemente hace cuatro meses y, ahora, Dayan descubrió que su
mejor amigo había dejado una hija en la tierra. ¿Qué demonios se suponía
que debía hacer con ese conocimiento?
Capítulo 2

Kendra

Kendra apartó su delgada manta, a pesar de que aún estaba muy oscuro
afuera. En una cesta de mimbre estaba apilada la ropa sucia que ella tenía
que lavar, secar y entregar por la tarde. Castañeando los dientes, se deslizó
hasta el borde del colchón relleno de paja mohosa que le servía de cama y
de asiento. Lenora seguía durmiendo en su propia camita. A diferencia de
su madre, la pequeña nunca pasaba frío.
Kendra suspiró. El otoño se estaba imponiendo lentamente y las noches a
veces podían ser bastante frías. Ella tenía que recoger mucha más leña. Su
cabaña y su tejado tenían algunos huecos, pero no tenía dinero para comprar
tablas o tejas, y mucho menos para contratar a un constructor. Quizás podría
rellenar los agujeros más grandes con musgo.
Por un breve momento, ella puso las manos en su regazo y permitió que
su imaginación sustituyera a sus preocupaciones por la imagen del lobo en
el bosque. Él se había mostrado muy indulgente con ella. En resumen, ella
solo había experimentado amabilidad por parte de los hombres lobo, del
padre de su hija y del hombre aún más imponente de hace unos días. Por
alguna razón, no podía quitárselo de la cabeza.
Enérgicamente, se deshizo de sus fantasías. Nunca lo volvería a ver, al
igual que al alegre Maron. No le guardaba ningún rencor. Ella solo deseaba
que realmente la visitara de nuevo. El hecho de saber que ella significaba
algo para alguien hubiera sido agradable.
Ella envolvió los brazos alrededor de su torso y se frotó la piel
enérgicamente para reactivar un poco la circulación. No tenía tiempo para
recordar el pasado. El fuego tenía que ser avivado para que ella pudiera
calentar el agua para lavar la ropa. Necesitaba bastante agua, porque la ropa
del carnicero estaba llena de sangre y grasa. Si pasaba por alto, aunque sea
solo una pequeña mancha, su mujer intentaría de nuevo bajar el precio.
Más tarde, ella tomó el cesto y enjuagó la ropa en agua de pozo limpia.
El agua fresca le había sentado bien a sus manos, después de haber pasado
horas fregando las camisas, los delantales y los pantalones con un cepillo y
una tabla de lavar. Ella podría ahorrarse fácilmente el trabajo de cargar las
cubetas e ir al arroyo. Pero cualquier tipo de agua corriente, por muy
estrecha que fuera, la asustaba y la paralizaba. Solo el hecho de pensar en
ese burbujeo, en ese borboteo y en esas corrientes de agua le provocaban un
nudo en la garganta. Kendra se percató de que tenía las manos colgando
ociosamente en el agua. Rápidamente se llamó a sí misma al orden y colgó
el último paño al sol.
La cálida brisa del mediodía hizo que ella llegara puntualmente a la
puerta trasera de la casa del carnicero. La mujer le había prometido una pata
de cordero, que de momento necesitaba con mucha más urgencia que unas
cuantas monedas. Para ser una niña pequeña, Lenora había estado
refunfuñando con bastante frecuencia durante las últimas semanas, sobre
cualquier plato que no tuviera carne. Solo por ese hecho, Kendra había
acabado confirmando sus temores. Su hija llevaba la naturaleza del lobo en
su interior, a pesar de que ella esperaba que no heredara el rasgo más
primitivo de Maron. O tal vez ella solo había entrado en pánico. Al fin y al
cabo, ni ella ni nadie más sabía nada sobre los hijos nacidos de este tipo de
uniones.
Respirando profundamente, llamó a la puerta y esperó aparentemente
una eternidad hasta que la fornida esposa del carnicero le había abierto.
Con una expresión amargada, le arrebató la cesta de la mano, antes de
mirar a Kendra con desprecio.
—¡Toma!
Con brusquedad, le apretó un trozo de carne en la mano, la mitad de la
cual consistía solo en cartílago y hueso. El bulto grasiento tampoco parecía
particularmente fresco.
—Me habías prometido una pata de cordero —le recordó Kendra lo más
amablemente posible.
—¡Alégrate de haber conseguido algo! ¡Las mujerzuelas descaradas
como tú no se merecen nada! ¡Después de todo, somos gente decente!
¿Decente? La puerta se había cerrado de golpe, dejando a Kendra con la
boca abierta. La gente decente cumplía con sus promesas. Por alguna razón,
de manera imprudente, ella se había enfadado terriblemente. Molesta,
golpeó la puerta, y esta se abrió inmediatamente de un tirón. Tras ella,
encontró al propio carnicero.
Llevaba un palo en una mano, mientras sus ojos la miraban con rabia.
—¡Fuera de aquí, puta, o te daré una paliza!
Kendra salió disparada, cuando el hombre gordo levantó el palo de
forma amenazadora.
De manera audible para la mitad del pueblo, gritó tras ella. —¡Aquí no
se mendiga! ¡Consigue un trabajo!
Kendra corrió de vuelta hasta su cabaña. Las lágrimas ardían en sus ojos.
Frustrada, ella se tragó su ira. En días como este, tenía ganas de pararse en
medio de la plaza de la aldea y gritarle a la gente lo hipócritas que eran.
Marchándose luego, con la cabeza en alto. Pero, por supuesto, eso era solo
una ilusión.
Aun así, ella nunca había rogado por nada. Todo lo que necesitaba, ella
misma se lo ganaba. Ordeñando las vacas del vecino, también
desenterrando todas las zanahorias de un agricultor de la tierra reseca y
remendando las redes del pescador. Se sentaba frente a su torno de alfarero
hasta las últimas luces del día, haciendo elaboradas vasijas que un
comerciante llevaba al mercado de la ciudad. Y qué recibía a cambio ¡una
miseria!
Por enésima vez, ella había jugado con la idea de mudarse a la ciudad.
Pero, dónde viviría allí ¿cómo pagaría el alquiler? Además, esa transición
implicaba cruzar el río con la balsa tambaleante. Y ella no se atrevería a
hacer eso ni en mil años. Después de todo, la aldea también era su hogar y
la cabaña era todo lo que quedaba de su familia.
En casa, se puso en cuclillas frente a Lenora. Su hijita, como siempre,
consiguió levantarle el ánimo y logró que las humillaciones se
desvanecieran.
Kendra le mostró la carne a la pequeña. —¡Mira lo que he conseguido!
Sin duda, será una sopa muy deliciosa.
Los ojos de Kendra se abrieron de par en par con sorpresa, cuando
Lenora le arrebató el trozo de carne de la mano y le dio un buen mordisco.
Con sus pocos dientes, ella realmente había intentado arrancar un pedazo.
Con cuidado, ella trató de separar los dedos de Lenora del trozo, sin
embargo, recibió un gruñido malhumorado en respuesta. Ella ya no
necesitaba seguir engañándose a sí misma, su dulce niña algún día
recorrería los bosques en cuatro patas, cazando y matando. ¿Cómo debía
preparar a su hija para eso, qué tenía que aprender Lenora? Había ignorado
deliberadamente la pregunta más importante. ¿Cómo iba a manejarlo ella
misma?
Ni un segundo después, su estómago prácticamente se le había revuelto.
La sola idea de ver corriendo a su hija entre la maleza, despedazando
animales indiscriminadamente para saciar su sed de sangre, hizo que los
latidos de su corazón se salieran brevemente de su ritmo. Ella ni siquiera
podía despellejar un conejo sin echarse a llorar. No obstante, sabía que tenía
que hacerlo. Sin embargo, comer carne no significaba necesariamente
sacrificar a un ser vivo de manera insensible, o incluso disfrutar de esa
necesidad.
Lenora había seguido masticando la carne cuando ella recobró el sentido.
Decidida, tomó el trozo de carne de la mano de su pequeña, ignorando
sus gritos de protesta.
—¡Una sabia decisión!
Kendra cayó sobre su trasero cuando sonó una voz profunda tras ella.
Lentamente giró la cabeza, creyendo saber exactamente quién le había
hablado. Su cerebro probablemente la estaba engañando, pero no fue así. El
lobo del bosque se acercó y le sacó el trozo de carne de las manos.
Luego lo olfateó brevemente. —¡Asqueroso! ¡Casi podrido!
El pedazo de carne salió volando por la ventana y cayó en la tierra.
Kendra se percató de que se había quedado mirando fijamente al gran
cambiaforma con la boca abierta.
Mientras tanto, él miró alrededor de la cabaña y arqueó una ceja
dubitativamente. —¿Así que aquí es donde vives?
Kendra finalmente consiguió cerrar la boca. Sí, su cabaña estaba mal
equipada, pero al menos tenía un techo sobre su cabeza. Ella siempre se
había asegurado de mantener todo ordenado y limpio. El cambiaforma no
había observado el mobiliario con desdén, pero ella se dio cuenta de lo
miserable que debió haberle parecido el estado de la cabaña. De hecho, su
hogar parecía más bien una choza de madera que una casa.
—¡Dime, mujer! ¿Cómo te llamas?
Ella tragó saliva, y decidió al menos no ser descortés. —Kendra. ¿Y tú
cómo te llamas?
El gigante la examinó con sus ojos marrones, como si tuviera que
reflexionar si debía revelar su nombre o no.
—Dayan.
Kendra se levantó. Porque, de repente, ella se sintió diminuta cuando él
la miró desde arriba. Pero, por supuesto, eso no había cambiado mucho, él
todavía la superaba en demasía.
Repentinamente, él se inclinó frente a su cara. —¿Quién es el padre de la
niña? ¡No me mientas!
Kendra entrecerró los ojos hasta convertirlos en rendijas. Aunque ella
pensaba que no era algo que le incumbiera a Dayan, y que su pregunta
además había sido tremendamente ruda, creyó haber detectado un interés
honesto en su mirada. Nunca le había contado a nadie quién había
engendrado a Lenora. Pero tampoco nadie había preguntado.
—Se llama Maron. Es un hombre lobo como tú.
Mientras Dayan se estremecía, Kendra recordó los acontecimientos de
aquella noche, meses atrás. Ella había estado acarreando agua del pozo a la
casa y, de repente, el lobo se había acercado a su lado. Con un guiño, él le
había quitado las dos pesadas cubetas. Y desde ese momento, se les habían
escapado las riendas de las manos. Maron la había besado, no con
brusquedad, sino con mucha ternura. Hasta ese entonces, no se había
percatado de lo mucho que había necesitado un poco de cariño. Por esa
razón, se había entregado al poderoso lobo y no se avergonzaba en absoluto
de ello. Ella veía a Lenora como un regalo, y no como una carga o un
castigo por su comportamiento. Desgraciadamente, lo que los aldeanos
habían interpretado de su embarazo inesperado estuvo fuera de su control.
Pero incluso antes de eso, ella no era particularmente apreciada.
—Maron está muerto. Él ha sido… muy importante para mí.
Ella moqueó suavemente. Así que esa era la razón por la que Maron
nunca había regresado. Esta noticia la entristeció, aunque en retrospectiva,
Kendra solo deseaba volver a encontrarse con Maron algún día. Pero
realmente nunca había contado con ello. Y él no tenía forma de saber que
ella esperaba un hijo suyo.
Este Dayan, en cambio, parecía estar muy afectado por la muerte de
Maron.
—¡Lamento mucho escuchar eso! ¿Era parte de tu familia?
Ella no había hecho esa pregunta totalmente sin intención. En lo más
profundo de su ser, se acumulaba el temor de que un pariente de Maron
había aparecido para llevarse a Lenora.
—No.
Aliviada, expulsó su aliento, pero en el mismo segundo sus entrañas se
anudaron nuevamente.
Dayan se inclinó, y levantó a Lenora en sus brazos. —Mi relación con
Maron es irrelevante. Tú y la niña vivirán con nosotros a partir de ahora.
Este anuncio la dejó sin palabras.
Instintivamente, ella sacudió la cabeza y esperó a que se aflojara el nudo
que tenía en su garganta.
—¿Por qué? No creo… no puedo… —balbuceó ella.
No pudo pensar en una razón adecuada de inmediato, excepto el hecho
de que no podía vivir en una manada de lobos. Pero el cambiaforma
difícilmente aceptaría eso. Dado que también sonaría casi como un insulto,
entonces ella prefirió guardar silencio.
Dayan frunció el ceño. —Es una cuestión de honor. Eso es todo lo que
necesitas saber.
Él tomó su mano, y quiso llevarla con él. Kendra apoyó los pies en el
suelo. Ella podía aguantar muchas cosas, pero dejarse arrastrar fuera de la
cabaña en este momento, sin más ni más, estaba fuera de discusión. Dayan
notó su resistencia y se detuvo abruptamente.
Por encima de su hombro, él le murmuró. —Lenora es una loba. ¿Qué
crees que sucederá cuando tu gente lo descubra?
Nuevamente, él se puso en marcha. —No puedo protegerlas si se quedan
aquí.
Kendra intentó nuevamente que se detuviera. —¡No puedes tener la
certeza de eso! Solo porque Lenora haya probado una vez un trozo de carne
cruda…
Visiblemente nervioso, Dayan se detuvo.
Esta vez, ni siquiera se volteó. —El lobo no puede ser domesticado,
confinado, ni su naturaleza puede ser ocultada por la sangre humana.
Lenora es una loba y debe crecer con los suyos.
Su resistencia se había debilitado lentamente, mientras miraba su ancha
espalda. Sin duda alguna, él tenía razón hasta cierto punto. Dayan parecía
estar hecho de músculos. En general, él irradiaba pura indomabilidad, ya
que aparentemente en este momento estaba luchando por controlarse.
Seguramente su hija no permitiría que le cortaran el cabello fuera de su
voluntad, que la insultaran o que la engañaran con el salario que realmente
le correspondía. Por alguna inexplicable razón, ella de repente se alegró de
saber que por las venas de su hija corría la sangre de un lobo. Sin embargo,
Lenora aún no tenía la edad suficiente para comprender su fuerza inherente.
En los brazos del lobo, ella hacía ruidos burbujeantes, jugaba con su barba y
aparentemente se sentía muy a gusto.
Kendra había continuado dándole vueltas a la cuestión de cómo
recibirían los aldeanos la naturaleza de Lenora. En una manada, su pequeña
estaría protegida, no sería excluida ni hostigada. Era muy probable que esas
cosas le llegaran a suceder, considerando su propia situación. Si una
supuesta mala conducta moral ya le había causado tanto rechazo ¿cómo se
comportaría la comunidad de la aldea si llegaran a sospechar que hay un
hombre lobo entre ellos?
De repente, su camino estaba claramente frente a ella. ¿Qué más había
que sopesar? Se acercaba el invierno, y prácticamente ellas vivían del día a
día. El suelo alrededor de su cabaña apenas era fértil, y no había podido
cultivar nada ni abastecerse alimentos. En todo caso, sobrevivirían a la
temporada fría a duras penas. Dayan le estaba ofreciendo a Lenora una vida
que ni siquiera ella, como su madre, podía garantizarle. Su propio destino le
interesaba tan poco, de la misma forma en que a una tortuga le interesaba
una mosca en su caparazón. Decidida, ella se puso en marcha.
Un lobo frente a ella, y gente llena de odio tras ella… de todos modos,
nada había cambiado para Kendra.
—¿Cuánto tiempo estaremos viajando?
Kendra pensó que sería una buena idea hacerse amiga de Dayan. De
ahora en adelante viviría entre lobos y tenía que aprender a llevarse bien
con al menos uno de ellos.
Pero, a Dayan obviamente no le importaba eso, como dedujo a partir de
su respuesta insustancial.
—Tardará lo que tenga que tardar.
Ella no insistió más, sino que caminó tras él, lo cual no había sido una
tarea fácil. Si ella hubiera tenido que cargar a Lenora, probablemente ya
estaría sin aliento. Mientras tanto, la pequeña se había acomodado en los
brazos de Dayan y se había quedado dormida. Este hecho la sorprendió un
poco, porque los encuentros de Lenora con otras personas ciertamente no le
habían enseñado nada sobre la confianza y la amabilidad.
En su interior, agradeció a los dioses por las largas caminatas que había
tenido que hacer en busca de comida. Al menos, de esa manera, había
desarrollado una fuerte musculatura en las piernas. El sol poniente apenas
ofrecía una escasa luz, pero Dayan siguió caminando sin inmutarse.
Finalmente, ella se detuvo y se inclinó hacia delante, exhausta.
—Por favor —jadeó ella—, necesito un descanso.
—Ya no falta mucho, detrás de ese valle se encuentra nuestro
asentamiento.
Ella no pudo identificar ni el valle ni la expresión en su rostro.
Mientras tanto, la oscuridad se había cernido sobre el bosque y ella
básicamente solo buscaba a tientas el sonido de sus pasos. Pero, de alguna
forma, ella conseguiría recorrer este último tramo. Ella respiró
profundamente.
Cuando pudo reincorporarse, gritó en su dirección.— Muy bien,
entonces sigamos.
Dayan hizo un ruido indeterminado que le había parecido casi como una
aprobación. Después de un rato llegaron a una valla alta. Dayan abrió la
mitad de una enorme puerta y las condujo directamente a una enorme
cabaña de madera. A ambos lados de la puerta había antorchas encendidas
clavadas en un soporte. Kendra no pudo evitar el pensamiento de que las
antorchas le gritaban "¡Bienvenida a casa!".
Confundida, se frotó la frente, mientras Dayan la empujaba a través la
puerta.
—Aquí es donde vivirán.
Él acostó a Lenora con cuidado en un banco acolchado con pieles.
Su primer pensamiento fue acerca de las enormes dimensiones del
interior. Su cabaña habría cabido fácilmente diez veces aquí. Entonces abrió
la boca, y los ojos con asombro. ¿Aquí era donde se hospedaría, en este
palacio?
—¿Quieres decir que esta casa es solo para mí y Lenora?
Dayan le sonrió irónicamente. —Bueno, no exactamente. Esta es mi
casa. Cuidaré de ti y de la hija de Maron. Por supuesto, vivirás conmigo a
partir de ahora.
Kendra se dejó caer en el taburete más cercano, consternada. Un millón
de preguntas le pasaron por la mente. ¿Qué demonios significaba eso? ¿En
qué se había metido? ¿Esperaba Dayan continuar las cosas desde donde
Maron lo había dejado? Ella no recibió ninguna respuesta. El lobo solo
asintió con la cabeza, y desapareció en la noche.
Capítulo 3

Dayan

En su forma de lobo, corrió por el bosque hasta que sus músculos


comenzaron a temblar. Por el momento, necesitaba distanciarse lo más
posible de la mujer y de la niña. Inquieto, él se detuvo y se puso a caminar
de un lado a otro durante un rato, jadeando. Luego volvió a adoptar su
forma humana.
Tumbado de espaldas, trató de comunicarse con el espíritu de Maron.
—Amigo mío —le susurró entre sombras—. De todas las cosas que
podrías haberme dejado ¿por qué precisamente ésto?
Él pudo ver el rostro sonriente de su amigo frente a él pero, por supuesto,
no recibió ninguna respuesta.
—La he traído conmigo, y cuidaré de tu retoño.
Él golpeó el suelo del bosque con la palma de la mano. —¿Como
pudiste? Te lo he dicho una y otra vez, nunca he querido tener un
descendiente ¡ni siquiera una compañera!
Al mismo tiempo, se sintió avergonzado por el reproche. Si Maron
estuviera vivo, se habría hecho cargo de la niña él mismo. Después de todo,
él no había provocado su muerte a propósito.
Apenas el día anterior, Dayan había estado hablando con su hermana
mayor sobre ese asunto. Damaris era una loba orgullosa, valoraba los
vínculos familiares estrechos y ya había dado a luz a tres hijos. Por lo tanto,
pedirle consejos a ella le pareció lo más sensato.
Cuando él le había contado sobre el encuentro con Kendra y la niña, ella
le había respondido de inmediato.
—¿No entiendo qué es lo que tienes que pensar? Maron era tu amigo, era
casi como un hermano para ti. Si mi compañero y yo fuéramos junto a
nuestros antepasados, te perseguiría todas las noches si no cuidaras de mis
hijos.
—No me has escuchado bien ¿verdad? —había gruñido él como
respuesta. —¡Una mujer humana! ¿Qué pensarán nuestros difuntos padres
de mí?
Damaris había fruncido el ceño sin comprender. —Ellos pensarán que
han educado correctamente a su hijo, que nunca olvida sus deberes y su
honor. Además, eso ni siquiera importa. Solo hazte esta pregunta ¿qué
esperaría Maron de su mejor amigo? En el fondo sabes que él haría lo
mismo por ti.
En su interior, él había gruñido. Damaris siempre iba directo al grano,
nunca daba vueltas con largas perífrasis. Le hubiera gustado escucharla
decir que todo ese asunto no era de su incumbencia, aunque lo contrario ya
estaba prácticamente decidido para él.
Pero todavía tenía un argumento para hacerla cambiar de opinión. —¿Y
qué hay del duelo por el puesto de Alfa? ¿Me aceptaría la manada, incluso
si llegara a ganar?
Su hermana había fruncido los labios, y lo había mirado
compasivamente. —¡Por favor! ¡No me vengas con eso ahora! ¿No me has
dicho una y otra vez lo mucho que admiras a Corbyn de la manada vecina?
Su esposa es humana, y nadie se ha ofendido por ello.
Damaris se había sentado más erguida, y lo había tomado de las manos.
—¡Ni se te ocurra pensar que no comparto tus preocupaciones! Esa mujer
no es tuya, y la niña tampoco. Pero ambas te necesitan en este momento,
ellas no tienen la culpa. No es necesario que la declares oficialmente como
tu compañera de inmediato, probablemente ella ni siquiera lo desee.
¡Acógelas, y sé bueno con ellas! ¿Quieres ser un Alfa? Entonces también
tienes que demostrar tu valía fuera de la arena de combate. ¡Demuéstrale a
la manada que no abandonamos a ninguno de los nuestros! El resto,
hermanito, se resolverá solo.
Después de eso, ya no había ninguna objeción por parte de él, y menos
aun después de haber visto las lamentables condiciones en las que vivían
Kendra y su hija. Lenora era la hija de Maron, una loba, una choza como
ésa no era digna de ella. Evidentemente, la pequeña también pasaba
hambre. La imagen de la pequeña, clavando sus pequeños dientes en la
carne casi podrida, le rompió el corazón. No importaba lo que la gente
llegara a pensar, pero ni siquiera los cachorros de los hombres lobo llegaban
a alimentarse de carne cruda. Todavía no podían cambiar de forma. Recién
en la pubertad aprendían a distinguir entre su forma de lobo y su forma
humana. Durante esa época confusa, a veces se daba el caso de que se
comían a un animal sin cocinarlo. Sin embargo, después de unos meses,
perdían ese espíritu juvenil.
Ahora, en cualquier caso, él estaba tumbado sobre agujas de pino en
lugar de estar en su acogedora cama, porque las dudas lo atormentaban de
nuevo. Sin embargo, no tenían nada que ver con su decisión. Su conflicto
interior se basaba más en su mundo emocional. Cuando había cargado a
Lenora durante todo el camino, algo extraño había sucedido. De repente, se
había dado cuenta de que defendería a esa pequeña criatura con su vida, y
no solo por un sentido del deber hacia Maron. Ese pensamiento había
surgido de lo más profundo de su corazón, de donde no esperaba ningún
tipo de emoción.
¿Y Kendra? La mujer se había ganado su respeto. Durante meses ella
había luchado sola, y también había caminado varios kilómetros junto a él
sin quejarse. Él había oído su respiración entrecortada, y el zumbido de su
corazón. Sin embargo, cuando ella prácticamente ya no pudo seguir
avanzando, movilizó sus últimas fuerzas en lugar de simplemente sentarse.
Era una luchadora, aunque su delicada figura no lo reflejara. Le gustaba
mucho ese rasgo de ella, aunque eso a él no le gustaba en lo más mínimo.
Maron debió haberla amado mucho. Rozaba prácticamente el engaño si él
llegara a desarrollar el más mínimo sentimiento por ella.
Además, Dios sabía que había cargas más pesadas sobre sus hombros.
Arak ya había estado reuniendo a los defensores del antiguo sistema. Si él
llegara a ganar la pelea, las visiones que tenía Dayan para la manada
finalmente desaparecerían.
Compungido, él torció las comisuras de su boca. A pesar de todo, tenía
que enfrentarse primero al desafío en su propia casa, antes de poder pensar
en dirigir el destino de todos los lobos de su manada.
—¡Disfruta de tu paz, Maron! Nos volveremos a encontrar, aunque
espero que no tan pronto.
Apenas terminó de hablar, él juró haber escuchado la risa de su amigo.
—Así es, Dayan. Nos volveremos a encontrar, pero todavía no.
Él no había vuelto a la casa hasta el amanecer. Pensó que encontraría a
Kendra todavía dormida. Pero, en lugar de eso, la encontró parada
tímidamente en medio de la habitación, mirándolo a los ojos de forma
despabilada, aunque interrogante.
Por primera vez en su vida, le costó encontrar las palabras adecuadas.
—Sí, bueno… ehm…
—¡Buenos días!
Kendra le sonrió tímidamente, lo que lo desconcertó aún más. Ayer ni
siquiera lo había notado, pero ¡ella simplemente se veía hermosa! Como un
ramo decorativo de flores primaverales, destacaba entre el mobiliario de su
gran casa, que ciertamente estaba algo descuidada. Dayan sintió que su
nuez de Adán rebotaba. Al mismo tiempo, se sintió tonto y abrumado, lo
que convirtió inmediatamente cualquier emoción en hielo.
—¡Familiarízate con todo!
Él se dio la vuelta, se dirigió malhumorado a su habitación y cerró la
puerta estrepitosamente. Con la intención de seguir perfeccionando sus
planes para el futuro, se lanzó enérgicamente sobre el colchón. La cama
crujió en todas sus juntas, como si también tuviera algo que aportar a su
miseria.
¡Maldición! Él no pudo concentrarse, ya que aparentemente la
tranquilidad en su hogar había acabado. En la habitación contigua, escuchó
cómo se abría la puerta de la despensa. A esto le siguieron unos graciosos
chillidos de Lenora y un sorprendido no de Kendra. En ese mismo
momento, se había roto alguna vasija. Ahora él tuvo que sonreír
involuntariamente. Damaris también constantemente estaba ocupada
limpiando los daños que sus hijos causaban. Los lobos jóvenes podían ser
una verdadera molestia, pensó con una sonrisa. Si Lenora había heredado la
energía y la alegría de su padre, aún tenía mucho por delante.
De nuevo, él había enviado a sus pensamientos en un viaje, pero esta vez
al pasado. Maron había sido encontrado con el cuello roto en un desfiladero
rocoso. Nadie podía entender qué hacía deambulando por allí solo o cómo
había ocurrido el desafortunado accidente. Lo único cierto era que había
caído al menos veinte metros. Dayan se preguntó por milésima vez por qué
los instintos de su amigo no le habían advertido sobre el terreno escarpado
con rocas resbaladizas. Bueno, él nunca sabría la razón, y aunque la
descubriera, el resultado no sería diferente.
Unos suaves sonidos de golpes llegaron a sus oídos.
—He hecho el desayuno. ¿Quieres un poco?
No, él no tenía ningún interés en jugar a la familia en ninguna forma.
Pero, su estómago se adelantó a su cerebro en el mismo segundo y gruñó
tan fuerte que Kendra definitivamente no pudo pasarlo por alto. Su risa
reprimida con tanto esfuerzo había proporcionado la prueba inmediata.
Dayan se levantó gruñendo. En primer lugar, no se le había ocurrido una
excusa adecuada y, en segundo lugar, morir de hambre tampoco era útil
para sus planes. Sin embargo, su estado de ánimo seguía cayendo en picada
y no podía explicar qué era exactamente lo que le molestaba tanto.
Una mesa puesta le recibió en el comedor. Kendra había cortado jamón y
pan. En una tetera, el té desprendía su aromático aroma. En un pequeño
cuenco, estaban mezclados pequeños trozos de jamón con migas de pan
para formar una especie de gachas.
Ella se lo dio a Lenora, que lo masticó con gozo.
—¡Un poco escaso! Conseguiré mejor comida.
—¿Escaso? No, no te preocupes. Eso es más que…
Kendra bajó la mirada. —Gracias, estoy realmente agradecida contigo.
Tampoco queremos ser una carga para ti.
Las cejas de él se levantaron. ¿Ella estaba agradecida por un trozo de pan
y un jamón seco? ¿Entonces qué habían comido las dos hasta ahora?
Dayan se sentó en una silla, y masticó su comida durante un rato,
cavilando.
—¿Por qué tu gente no te ha ayudado? —gruñó él de repente.
Kendra suspiró con tristeza. —Es una larga historia. Y prefiero no hablar
de ello.
—Hm. —Él se cruzó de brazos, y la observó discretamente.
Probablemente había más detrás de eso pero, en realidad, no tenía por
qué importarle.
Ahora él era responsable de su bienestar, y quería estar a la altura por el
bien de Lenora.
—¿Qué hay de tus padres? ¿Hermanos?
—No tenemos a nadie, solo somos Lenora y yo. Mis padres murieron
hace mucho tiempo y después de eso, bueno. —Ella soltó una risa amarga.
—No siempre ha sido fácil, pero ¿cuándo algo es fácil?
—¿Eso crees? —se le escapó a él sin querer.
—Por supuesto, la vida no se trata solo de diversión, pero tampoco
debería ser una lucha constante. ¿Y si no, qué sentido tiene? —explicó él su
pregunta.
Ella sentó a Lenora sobre la otra pierna para que ella misma pudiera
comer.
Inconscientemente, él extendió un brazo hacia la niña y la apartó de
Kendra, quien cruzó las manos sobre su regazo.
—Sí, así es como debería ser, solo que no todos tienen tanta suerte.
Luego, ni un segundo después, ella le sonrió. —¿Oh, qué estoy
diciendo? Suena como si mi vida fuera un valle de lágrimas. Tengo una hija
hermosa y saludable. Nos dejas vivir aquí. Un poco más de suerte y
probablemente explotaría.
Su hermana siempre había reiterado la gran bendición que eran los niños.
Dayan compartía su opinión, aunque él nunca había querido tener hijos
propios. Pero él no podía entender el hecho de que Kendra se sintiera tan
feliz sencillamente por el hecho de que él las dejara vivir en su casa. Si ella
fuera su compañera, la colmaría de regalos; pieles, ropa, joyas y todas las
demás cosas que las lobas consideraban esenciales. Todos los cambiaformas
pensaban de esa manera porque, al fin y al cabo, las mujeres eran la piedra
angular de la manada. Conservaban los lazos familiares, cuidaban de la
siguiente generación, cocinaban, mantenían las casas limpias e incluso iban
a la guerra con sus compañeros. Rápidamente, desechó ese pensamiento.
Kendra no era para él, y tampoco la quería.
Justo en ese momento, su sensible oído había percibido algo. En la
distancia aullaban unos lobos, aterrados y llenos de dolor. Sin duda, se
trataba del pequeño grupo perteneciente al reino animal que solía merodear
por su territorio. Sus parientes los lobos solían evitar a los hombres lobo. Ya
que no tenían nada en común.
Aun así, a Dayan le había sorprendido los aullidos a esta hora del día.
Los animales aún no estaban hambrientos, ya que las heladas y la nieve no
ahuyentarían a sus presas hasta dentro de unas semanas. En esa época,
normalmente sus cacerías se hacen más difíciles, y los pequeños lobos
aúllan para mantener el contacto entre ellos o advertirse del peligro. De vez
en cuando, una tropa de su asentamiento iba a investigar esas señales de
alarma pero, en la mayoría de los casos, se debía solo a que los lobos se
habían encontrado con un oso gruñón y malhumorado que había despertado
inesperadamente de su hibernación.
Sin embargo, esto sonaba preocupante.
—Tengo que irme.
Él puso a Lenora sobre una piel, y se dirigió a la casa principal sin
despedirse. Como había sospechado, otros miembros de la manada ya
estaban reunidos allí, hablando ruidosamente sobre posibles amenazas.
Dayan se unió a ellos. Era el Alfa quien decidía los pasos a seguir.
Su adversario Arak, más o menos aburrido, también se sumó al grupo.
—¡Qué alboroto! —resopló él, bostezando—. Las bestias me han
despertado con sus aullidos.
Discretamente, se escondió entre los demás miembros mientras el Alfa
pasaba por la puerta.
—¡Dayan, Arak! ¡Reúnan a dos voluntarios más, y vayan a buscar a los
lobos! Si no sucede nada, bien. Pero, si algo acontece, espero su informe.
Dayan bajó la cabeza y observó a Arak, que puso los ojos en blanco,
molesto. El Alfa había tomado la decisión correcta, incluso el lobo más
estúpido tenía que reconocerlo. Sin embargo, no quería acusar a Arak de ser
estúpido. Este lobo estaba tan convencido de su superioridad que prefería
ignorar todas las precauciones. ¿Qué presumiría si el grupo de búsqueda no
encontrara nada sospechoso?
Cuando salieron del asentamiento ya en su forma de lobo, reinaba un
silencio absoluto en el bosque. Incluso los pájaros no cantaban desde las
ramas como de costumbre. Después de solo media hora, se encontraron con
el suelo del bosque completamente revuelto. El olor cobrizo de la sangre
derramada impregnaba el aire. Dayan avanzó sigilosamente junto a los
demás. Poco después él se quedó paralizado por el horror. Los lobos
estaban todos muertos, degollados y con los cuerpos destrozados. Un lobo
debió haber sido lanzado por los aires. Porque su cuerpo inerte había sido
empalado en una rama rota a unos cinco metros del suelo.
¡Qué acto tan horrible! Él adoptó su forma humana, y se acercó a los
cadáveres, consternado.
—Un oso ¿o qué crees tú? —preguntó uno de sus acompañantes.
Dayan examinó las heridas de las mordeduras más de cerca. —No lo
creo. Ningún oso haría esto. Además, en ese caso, los lobos habrían
sacrificado solo a uno o dos de los suyos de ser necesario. Y el resto habría
huido. ¡Aquí, mira!
Él señaló a uno de los lobos muertos. —Ni un rasguño. Sabes que los
osos atacan a sus enemigos con sus garras antes de morder.
—Sí, claro. —El joven cambiaforma se rascó la nuca—. ¿Qué otro
animal pudo haber sido entonces?
Él no tenía una respuesta para eso.
Sin embargo, antes de que pudiera seguir hablando, Arak llegó
corriendo. —Están todos muertos. ¿Por qué debería de importarnos cómo
murieron? Esos chuchos de todas formas no eran dignos de pisar el mismo
suelo que nosotros. ¿Podemos irnos ya?
Dayan asintió, aunque a Arak probablemente no le importaba su
aprobación. Su agudo olfato no había detectado ningún otro aroma, salvo el
de los lobos. Tal vez habían enfermado, y habían terminado atacándose
unos a otros. Nunca había oído una historia similar, pero eso no significaba
nada. En cualquier caso, le contaría al Alfa sobre sus observaciones. No le
gustó que Arak considerara el asunto como algo irrelevante. A falta de una
explicación plausible, lo mejor hubiese sido que se guardara su opinión.
Mientras los otros tres ya se dirigían a casa, él observó un poco más por
los alrededores. Tenía que haber alguna pista. Descubrió una huella de pata
del tamaño de la suya. Era poco clara, posiblemente se había ensanchado en
el terreno fangoso, y en realidad solo pertenecía a un lobo normal. Por
mucho que le preocupara este asunto, no había nada aquí que justificara una
búsqueda más extensa.
Dayan también se dispuso a volver a casa, cuando de repente escuchó el
crujido de las hojas secas justo al lado de su pie. Rápidamente, metió la
mano en el montón de hojas y sacó un cachorro, que le mordió los dedos
con un gruñido. El cachorro parecía bastante delgado, probablemente era el
más débil de la camada.
Y ante el terrible espectáculo, probablemente este se había escondido y
había permanecido callado.
—Pequeño valiente. Eres todo un luchador ¿no es así?
Totalmente solo, el cachorro no tenía ninguna posibilidad de sobrevivir,
eso era seguro. Entonces, Dayan había decidido llevárselo ya que, por
alguna razón inexplicable, el pequeño le recordaba a alguien.
Capítulo 4

Kendra

Primero mulló algunas almohadas, y luego lavó los platos. Recién


después de una hora, se atrevió a inspeccionar toda la casa. Dayan le había
dado permiso. Pero ella solo era una invitada y como tal, era casi
impertinente mirar en cada rincón.
Kendra se había sentido extrañamente aliviada cuando Dayan había
vuelto a entrar a la casa. Después de todo el trabajo pesado de los últimos
meses y años, ella no sabía qué hacer consigo misma. Además, en este
momento, se reprendió a sí misma por ser tan descuidada. A primera vista,
Dayan la había rescatado de su difícil situación pero, en realidad, ella no lo
conocía a él en absoluto. ¿Qué esperaría o exigiría él a cambio? A ella le
pareció muy reservado. Y tampoco parecía especialmente entusiasmado con
su decisión.
Ahora él estaba allí parado, parecía sorprendido, para no decir asustado.
Bueno, al menos esa era la explicación para la expresión en su rostro,
parecía que primero tenía que digerir la idea de tener dos nuevos
acompañantes en su casa. Fuera de eso, su aspecto le había resultado
inquietantemente atractivo. Ella nunca había visto un cabello tan negro
azulado. Sin embargo, junto con la barba oscura, le daba un aspecto hosco,
que se acentuaba con la cicatriz que le dividía la ceja derecha.
Prácticamente se podría pensar que él observaba todo con un reproche en su
mirada debido a ello.
Kendra se percató de como ella lo miraba con fascinación. Él tampoco se
movió. Este incómodo momento fue interrumpido por un llanto, que había
sonado detrás de Dayan.
Ella inclinó la cabeza interrogativamente, tras lo cual él extendió el
brazo.
—Es un cachorro de lobo, lo he encontrado en el bosque. Aunque tal vez
sería mejor… bueno, ya sabes. Ya que no sobreviviría ahí afuera.
Oh, ella sabía exactamente a qué se refería. ¡Seguro que no estaba
hablando en serio!
Sin pensarlo demasiado, le quitó al pequeño cachorro y comenzó a
reprenderlo.
—¡Todavía es un bebé! ¿Cómo puedes considerar algo así? ¡Por
supuesto que cuidaremos del pequeño hasta que sea lo suficientemente
fuerte!
Inmediatamente después, ella se quedó sin aliento. Esta era la casa de
Dayan, y también era su comida, lo que tan generosamente pensaba
compartir con el cachorro.
—¡Oh! ¡Lo siento! No sé qué me pasó.
Mientras ella abrazaba al cachorro, Dayan entrecerró sus oscuros ojos
marrones, y resopló.
Una pequeña sonrisa torció sus labios poco después. —Bien, como
quieras. Puedes quedártelo.
¡Uf! Ella tuvo suerte de no haber sido reprendida por su comportamiento
tan descarado. Para colmo, le temblaban las yemas de los dedos, con las
cuales había tocado la mano de Dayan. Kendra parpadeó confundida, y
luego puso al pequeño lobo junto a Lenora, quien de inmediato comenzó a
gatear tras el pequeño. El cachorro parecía disfrutar de este juego, ya que
inmediatamente hizo lo mismo.
—Hm, parecen almas gemelas —refunfuñó Dayan, mirándola
profundamente a los ojos.
Kendra se puso roja como un tomate, aunque no entendía por qué había
pensado que ese inocente comentario iba dirigido a ella.
Rápidamente ella cambió de tema. —Antes te habías ido de manera
apresurada. ¿Ha pasado algo?
Su mente trabajaba intensamente, algo le preocupaba. Nadie sabía mejor
que ella que de vez en cuando uno necesitaba a alguien con quien
simplemente uno pueda conversar. Tratar de resolver todos los problemas
uno mismo era agotador. Cuántas veces había deseado tener una amiga con
la que pudiera desahogarse.
Sin vacilar, ella lo tomó de la mano y lo acercó a la mesa. —¡Dime qué
te preocupa!
Dayan resopló como si pensara que era una pérdida de tiempo pero, de
todos modos, luego se dejó caer en una silla.
Kendra le asintió nuevamente con ánimo.
—Hemos encontrado a una manada de lobos, la suya. —Él señaló con la
cabeza al cachorro.
—Estaban todos muertos, masacrados. ¿Quién o qué podría haber hecho
algo así?
Kendra no lo interrumpió mientras él le contaba los detalles. Ella no
quería ni imaginarse esa espantosa imagen. Por supuesto, los lobos
representaban una amenaza, aunque solo fueran la versión más pequeña de
los cambiaformas. Pero, aun así, no se merecían un final como ese, ningún
animal, ningún humano, ningún cambiaforma.
—Entonces —concluyó él su informe—, eso es todo. Ya no debes
preocuparte por eso.
—Yo creo que sí. Al fin y al cabo, si hay una criatura tan malvada ahí
afuera, nos concierne a todos.
Dayan la miró atentamente. —¿Qué quieres decir?
Kendra sonrió, ya que él probablemente no la entendería. Los hombres
lobo no tenían fama de preocuparse mucho por los demás, pero tampoco los
humanos.
Ella misma, en cambio, tenía una opinión diferente. —Muy sencillo. Los
hombres lobo, los humanos y los animales comparten un mundo. Entonces,
lo que le sucede a uno, afecta a todos.
Dayan levantó aún más su ceja cicatrizada, lo que la hizo reír.
—¡No pongas esa mirada de asombro! Sé que soy la única que piensa de
esa forma. Pero, me lo has preguntado.
De repente, le vino a la cabeza una vieja historia. —Una vez había
sucedido algo similar en mi aldea. Una mañana los aldeanos habían
encontrado a doce ovejas muertas. Habían sido terriblemente mutiladas. Al
principio, habían sospechado que un animal salvaje había realizado la
matanza, pero lo raro era que no había faltado ninguna de las ovejas.
Parecía más bien que alguien las había matado solo por diversión. En fin,
resultó que un perro había sido el responsable. Este debió haber estado
completamente loco de la cabeza, quizás también enfermo.
—Lo del bosque, eso no ha sido un perro.
Dayan sacudió la cabeza compasivamente, ante lo cual Kendra intentó
hacer una broma.
—Un perro muy grande, tal vez, o un…
Ella tuvo que toser. Porque a Dayan probablemente no iba a causarle
ninguna gracia su segunda idea.
—O un lobo muy grande —terminó él la frase.
Sin pensarlo, ella puso su mano sobre la de él. —Lo siento, no quise
ofenderte.
Él apartó lentamente la mano, y Kendra apretó la suya en un puño.
—No estoy ofendido. Pero eso es simplemente imposible.
Dicho esto, él se levantó y desapareció en su habitación. Kendra había
mirado la puerta cerrada durante un rato. Ella había metido la pata
terriblemente. No le sorprendería si de ahora en más, él no hablara
absolutamente de nada con ella. Al parecer, estaba en su naturaleza caerle
mal a todo el mundo.
Los días pasaron, y poco a poco se acostumbró a su nueva vida. Dayan
había cumplido su promesa. Se aseguraba de que la despensa estuviera
siempre bien abastecida, le había dado una habitación e incluso le había
comprado ropa nueva a ella y a Lenora. Sin embargo, él apenas
intercambiaba palabras con ella, aunque todos los días se tomaba el tiempo
de jugar con su hija. Solo, en ese momento, dejaba de lado su carácter rudo,
y le contaba a Lenora sobre la vida o las costumbres de la manada. Ella
escuchaba sus historias atentamente, porque así también aprendía. Por lo
demás, Dayan apenas parecía tolerar su presencia. Kendra se esforzaba
mucho para no molestarlo. Lenora crecía cada vez más. Y eso debía ser
suficiente para ella, si no fuera por sus estúpidos sueños.
En ellos, revivía la noche con Maron una y otra vez, solo que no eran sus
manos las que la acariciaban, ni sus labios los que la besaban
apasionadamente. Ese sueño la atormentaba, pues le faltaba un condimento
para la perfección. Luego, cuando despertaba, siempre tenía la sensación de
haber extendido la mano hacia una fruta que colgaba en lo alto. Ella sabía
que el sabor sería celestial pero, por mucho que ella se estirara, siempre
seguía faltando un centímetro para poder alcanzar la exquisitez. El sueño la
dejaba con un anhelo que no podía describir. Dayan había garantizado la
seguridad de su hija, y nunca podría terminar de agradecérselo.
Probablemente su atracción hacia él, se había originado allí, esa era su
teoría.
Hoy no quería dejar que su mente se nublara con pensamientos
agobiantes. La hermana de Dayan la había invitado a pasar unas horas
agradables en su casa. Era su primer contacto oficial con la familia de él, y
ella no quería quedar en ridículo, pareciendo una despistada. Por lo demás,
lo máximo que ella hacía era solo ir al pozo o dar un paseo por la casa. Ella
seguía evitando pasearse abiertamente, ya que no sabía cómo la juzgarían
los lobos.
Con Lenora en brazos y la mirada baja, recorrió a toda prisa la corta
distancia hasta la casa de Damaris. Los lobos que se cruzaron con ella, la
saludaron de forma reservada pero amable, y algunos la miraron con
curiosidad. En general, se aseguró a sí misma, se comportaron con bastante
normalidad con un recién llegado. Hasta que finalmente se cruzó con un
tipo fornido. Éste entrecerró los ojos, y la siguió con la mirada,
visiblemente pensativo. Poco después, se cruzó de brazos y sonrió con
complicidad, o incluso tal vez con un poco de malicia. Kendra pasó
corriendo junto al palurdo pero, al mismo tiempo, se molestó por su
paranoia. Realmente ella no podía seguir pensando que encontraría un
malviviente en cada esquina. Además, ella no conocía en absoluto a ese
cambiaforma.
Las hembras de los lobos evidentemente poseían los mismos sentidos
agudos que los miembros masculinos de su especie.
Porque Damaris ya había abierto la puerta cuando Kendra había girado
hacia el pequeño sendero que conducía a su casa.
—¡Por fin nos conocemos!
Con un cálido abrazo, ella fue dirigida hacia el interior de la casa. Antes
de que Damaris cerrara la puerta tras ella, lanzó una mirada mordaz al
enorme lobo.
Si no fuera una idea tan descabellada, Kendra pensaría que la había
seguido.
—¿Qué es lo que quiere? —siseó la hermana de Dayan.
Tal vez Kendra no se había equivocado del todo con respecto al lobo.
Ella preguntó con cautela. —¿Qué le pasa a ese tipo?
Damaris resopló molesta. —No me agrada ¡por cuestión de principios!
Kendra no pudo evitar reírse. ¿Cómo podía ser posible que a uno no le
agradara alguien por cuestión de principios?
Damaris le cayó bien de inmediato ya que abrió los ojos y resopló, como
si su divertida selección de palabras le hubiera llamado la atención.
—Bueno —soltó ella con una risa—, Arak es el rival de Dayan para el
puesto de Alfa.
Juntas fueron a ver a los hijos de Damaris.
Kendra sentó a su hija en el suelo junto a ellos, y observó contenta cómo
ahora los cuatro jugaban con pequeñas figuras talladas.
—¿Un rival? No lo entiendo.
Ella no tenía la intención de ir directamente al grano o de hacer
preguntas molestas.
Sin embargo, Damaris no parecía ofendida y, al parecer, tampoco estaba
interesada en el mero intercambio de palabras huecas de cortesía.
—Bueno, para el duelo que ha ordenado el Alfa actual.
Ella señaló un cómodo banco con una sonrisa. —¿Dayan no te ha
mencionado nada al respecto?
—No, bueno, para ser sinceras, nosotros solo hablamos de lo esencial.
La hermana de Dayan asintió ligeramente. —Eso es lo que me temía.
Sabes, fue una gran sorpresa para él cuando el Alfa ordenó un duelo por su
sucesión. Dayan tiene su propia opinión sobre el futuro de la manada. Pero
si Arak gana, tendrá que enterrar sus sueños. La muerte de Maron le ha
pesado mucho, y probablemente le recuerdes dolorosamente todos los días
la pérdida de la única persona con ideas afines.
Kendra soltó sin querer un fuerte jadeo. —¡No, no necesariamente!
Damaris le puso suavemente una mano en la mejilla. —De otra manera,
tampoco habría sido diferente, es decir, si él no las hubiera acogido. Habría
ido en contra de su sentido del honor, y luego le habría atormentado de
igual forma.
Kendra moqueó suavemente.
Ella no quería ser la razón por la que Dayan siguiera sufriendo. —To…
do solo por el honor, todo ese dolor… —balbuceó ella.
Damaris ahora la miró con severidad. —El honor, Kendra, no tendría
valor si no tuviera su precio. De lo contrario, la palabra sería solo una frase
vacía sin significado.
No había nada malo en eso. Si lo miraba con más detenimiento, ella
había manejado el honor de la misma manera. Si se hubiera entregado a
Rufus, se hubiera ahorrado muchos problemas. Pero hasta el día de hoy, no
se arrepentía de ello, aunque la negativa le ha puesto algunos grandes
obstáculos en el camino.
Ella se limpió apresuradamente la nariz. —Sí, tienes razón.
Con una sonrisa de satisfacción, Damaris desvió la conversación hacia
un tema menos conflictivo.
Al menos, eso era lo que ella seguramente pensaba. —Háblame de la
aldea humana. ¿Por qué tu gente no ha proveído para tu sustento? ¿Todos
son pobres allí?
A Kendra se le revolvió el estómago. Decirle la verdad a Damaris no era
una buena idea si quería tenerla como amiga, pero tampoco lo era mentirle.
Kendra se rebeló internamente. Lo que la gente decía de ella no era cierto.
Desafortunadamente, había escuchado los rumores tantas veces que hasta a
ella le parecían creíbles. Sin vacilar, ella decidió contarle todo a Damaris,
hablarle de todas las maldades que había soportado a lo largo de los años.
Kendra no tenía nada que reprocharse. Hablar de su pasado sin ningún tipo
de vergüenza era también una cuestión de honor. Al final, Damaris tenía
que hacerse su propia idea sobre ella.
Ella suspiró al ver que Damaris le guiñaba un ojo con interés.
—No, la aldea no es pobre.
Ella jugó brevemente con sus dedos antes de continuar. —Sin embargo,
el hecho de que tengan posesiones no significa que la gente sea más
generosa o tolerante.
Lenora soltó un breve chillido de protesta cuando uno de los niños había
intentado quitarle un juguete. Sin embargo, se lo entregó y se entretuvo con
el siguiente.
—Todo había comenzado hace doce años, cuando mis padres habían
cruzado el río en una balsa. Todavía los estaba saludando con la mano,
cuando de repente desaparecieron, sin más. La corriente se los tragó, ni
siquiera pude enterrarlos.
Kendra sintió cómo Damaris le apretaba la rodilla. Fue solo un pequeño
gesto pero, sin embargo, la animó a seguir hablando.
—No éramos tan adinerados, vivíamos en una pequeña cabaña. Mi padre
tenía una lesión en la rodilla, así que no podía trabajar durante mucho
tiempo ni con tanta fuerza. Pero nuestra vida era tranquila, había suficiente
para comer y nos queríamos.
Ella se sentó más erguida. —Desde entonces he tenido que valerme por
mí misma. Lavando o remendando la ropa de la gente, recogiendo leña,
ayudando con la cosecha, ordeñando las vacas, buscando comida en el
bosque… todo lo que fuese posible. Por la tarde hacía alfarería para después
poder vender los platos.
—Te las arreglaste sola. ¿Y luego qué pasó? —intervino Damaris,
asintiendo.
—Bueno, cumplí quince años.
La hermana de Dayan ladeó la cabeza. Ya que para una loba este día no
era una ocasión especial.
—Participé en la danza de las doncellas. Esa es una vieja costumbre. Las
chicas, que pronto estarán en edad de casarse, bailan alrededor de una
hoguera en la noche del solsticio de verano. Todos los padres y los chicos
observan, y luego se discuten sobre las posibles parejas. Ahí, se rieron de
mí y me echaron porque no aportaría una dote.
—¿Eh?
—Bueno, la dote. Ya sabes, ropa, vajilla, utensilios domésticos, monedas
y, en caso necesario, también tierras.
Damaris soltó una risita divertida. —¿La mujer aporta eso? ¿En serio?
Ningún lobo espera eso de su compañera. Después de todo, ella ya le está
haciendo un gran favor. Es su maldito deber proporcionarle todo lo que ella
necesite. ¡Pero lo siento! ¡Sigue!
—Después de eso, alguien empezó a rumorear que yo —ella no pudo
evitar sonrojarse—, hacía ciertas cosas para conseguir un marido a
cualquier costo. Ya sabes cómo funcionan los rumores, en algún momento
los habitantes comenzaron a creerlos. Desde entonces empezaron a decir
que yo era una mujerzuela. Al principio, no me había importado, pero cada
vez era peor. Me insultaban en plena calle, me tiraban frutas podridas y me
pagaban una miseria por mi trabajo. Luego, cuando quedé embarazada de
Lenora, finalmente también tuvieron su prueba.
Ella miró a Damaris directamente a la cara, mientras se pasaba
tristemente la mano por el cabello, que estaba volviendo a crecer.
—Me llaman puta, deberías saberlo antes de seguir relacionándote
conmigo.
En ese momento, Damaris abrió los ojos de par en par.
—Solo he estado con un hombre una vez, con Maron ¡solo quería que
por un momento alguien viera en mí algo más que la mujer sin dinero y sin
oportunidades que estaba dispuesta a complacer a cualquiera por unas pocas
monedas!
De repente, las lágrimas brotaron de sus ojos.
—¡Pah!
A pesar de su exclamación de horror, la hermana de Dayan la abrazó
inesperadamente, y le frotó la espalda.
Kendra pensó que ella la echaría inmediatamente.
—¡Qué gentuza tan mala! —exclamó Damaris—. ¡Un niño es un regalo
y no una vergüenza! Bueno, lamentablemente tengo que admitir que esos
prejuicios también existen entre los nuestros. Aun así, sin conocer las
circunstancias, nadie tiene derecho a juzgar. Es bueno que estés aquí ahora.
Esa conversación le había hecho bien a Kendra. Mientras ella regresaba
a la casa de Dayan por la tarde, una sonrisa se dibujó en su rostro. Damaris,
ella tenía la certeza, le había creído y no parecía una mujer que se desviara
tan fácilmente de sus convicciones. Mientras paseaba tranquilamente, de
repente notó, esas miradas de los lobos que seguían deambulando por la
zona, recelosas, juzgadoras y en parte llenas de repugnancia. Una mano fría
tocó su corazón, pues ella ya conocía bien esas miradas.
Capítulo 5
Dayan

Una semana más, calculó él, hasta que llegarían a caer los primeros
copos y transformarían el bosque en un maravilloso paisaje blanco. Incluso
ahora, el aire helado de la madrugada ya hacía que su aliento formara vapor
ante su boca. Nuevamente él deambulaba entre los árboles detrás de la
empalizada, indeciso sobre si debía entrar a su casa. A veces le parecía que
junto con Maron toda la facilidad había desaparecido de su vida. Su amigo
siempre lo escuchaba y animaba, pero ahora él tenía que hablar con los
árboles, con el techo de su habitación o con sus pies.
Dentro de cuatro días se estaría llevando a cabo la pelea con Arak, la
cual estaba decidido a ganar. Al igual que Arak, el Alfa había considerado
las muertes de los lobos como algo sin importancia. Dayan no podía
entender esa despreocupación. El comentario de Kendra sobre el perro de
gran tamaño seguía dando vueltas en su cabeza. Le parecía imposible que
un hombre lobo se comportara de forma tan sanguinaria, pero algo o
alguien tenía que ser el responsable de la masacre. ¿Por qué los lobos no
estaban dispuestos a aceptar que los otros cambiaformas o los humanos eran
quizás la menor de sus preocupaciones? Dayan no quería esperar a que el
desastre tocara a la puerta. Ellos deberían haber enviado a los exploradores,
y necesitaban forjar lazos más estrechos con otras manadas. Incluso no
descartaba la idea de comerciar con los humanos. Pero para poder hacer
todo eso, primero tenía que convertirse en Alfa.
Pero más que nada, Kendra era la que le hacía la vida imposible. Al
principio, ella solo había rondado sus sueños diurnos, pero pronto se había
incursionado también en los sueños nocturnos de su cabeza. Y eso sin
mencionar la presión que sentía en sus pantalones. Con sigilo, él observaba
sus movimientos de vez en cuando. Kendra era muy delgada, pero no
parecía torpe ni débil. Había algo elegante y fluido en sus delicados pasos.
Ella rebosaba de energía y siempre la direccionaba hacia algo útil. Justo
ayer, la había observado a escondidas sacudiendo las alfombras. El polvo se
había arremolinado. Ella había estornudado, y luego se había reído
alegremente. Ahora que tenía suficiente para comer, se había convertido en
un verdadero torbellino. Ella realmente había transformado su casa en un
verdadero hogar.
Dayan se odiaba a sí mismo por sus emociones. Maron se revolcaría en
su tumba si llegara a saberlo. Él nunca había mencionado nada, pero Dayan
sospechaba fuertemente que Maron había escogido a Kendra como
compañera. Damaris no veía nada malo en ello, que ahora él quisiera
ocupar el lugar de su amigo. Al fin y al cabo, esas uniones se hacían de vez
en cuando. Pero, esas razones eran solo lamentables intentos de justificar el
hecho de que le gustaría ver a Kendra desnuda y jadeando de placer en su
cama. Prácticamente todas sus reflexiones se relacionaban con eso. Sin
embargo, su forma de pensar manchaba la memoria de su amigo de la
manera más repugnante.
—Estás tan cerca y a la vez tan lejos, mi corazoncito sufre de anhelo…
La canción suavemente cantada, acompañada de pasos arrastrados, lo
sobresaltó. Entre los árboles, vio a Kendra con un enorme haz de leña sobre
su espalda encorvada.
El cachorro de lobo correteaba a su lado, intentando atrapar las hojas que
se arremolinaban por el viento.
—Ya casi llegamos, pequeño. Luego encenderemos la chimenea. —Ella
se rio—. Ah, cierto. A ti no te afecta el frío. A mí, en cambio, me gusta lo
acogedor. —Ella rio nuevamente, y siguió caminando.
Internamente, él se había dado una palmada en la frente. Debido a sus
ensoñaciones y cavilaciones, se había olvidado de sus deberes. Kendra era
una humana, no una loba. Ella necesitaba calor, mientras que él solo
encendía la chimenea porque las llamas eran agradables a la vista. Dayan
decidió ir al otro lado del asentamiento. Una tormenta de verano había
derribado algunos árboles allí, y fácilmente eso podría servirles como leña.
Con un enorme tronco sobre sus hombros, marchaba por el
asentamiento, silbando pensativamente la pequeña melodía que había
escuchado antes de Kendra.
—¡Hey, Dayan, debes necesitarlo mucho!
Dos miembros de la manada lo saludaron, sonriendo con picardía. Dos
mujeres que pasaban junto a él levantaron sus narices con disgusto y
juntaron sus cabezas, murmurando. Dayan no les prestó mucha atención.
No le importaba que se burlaran de él, porque repentinamente había tenido
con ganas de cortar leña.
Veinte metros más adelante, un anciano cambiaforma se le acercó para
hablar.
—¡Cuando hayas terminado con ella, envíamela!
Dayan se detuvo. —¿A quién quieres que te envíe?
—¡A esa mujer humana, por supuesto! Nunca he tenido relaciones con
una mujer de su clase.
Repentinamente, él se enfureció. Tiró el tronco de su hombro y, en el
mismo momento, estrelló su puño contra la mandíbula de su interlocutor.
—¡Estás loco! —le gritó él entonces. —Ella es… ¡ella era la novia de
Maron!
El cambiaforma ardió de rabia. —¡Pah, no me hagas reír! Ella es una
puta, nada más. ¡Todo el mundo aquí ya lo sabe! Maron la ha montado
como probablemente muchos otros antes que él. ¿Y tú, idiota, la has traído
aquí? ¡Pregúntale si la mocosa fue realmente engendrada por tu amigo
muerto!
Dayan apretó los puños. Estaba a punto de hacer papilla a este bocazas
por sus mentiras. Otros miembros de la manada se dieron cuenta del
espectáculo y se acercaron. De reojo, él notó que algunos asentían a su
oponente en señal de aprobación. Por supuesto, Arak tampoco se perdió el
espectáculo que había causado su adversario.
Él sonrió con suficiencia antes de estirar los brazos. —¿Realmente
quieren que él sea el Alfa? ¿Un lobo que defiende el honor de una puta?
¡Puaj!
Arak escupió despectivamente al suelo, mientras los espectadores
comenzaban a discutir acaloradamente. Dayan se obligó a calmarse. En su
creciente furia, se había dejado llevar, golpeando a un miembro de la
manada solo por haber hecho una declaración infundada. Ese simple hecho
ya lo había hecho dudar de su idoneidad para ser un líder. Además, una
vocecita aguda le susurraba en su cabeza que él podría estar absolutamente
equivocado. Después de todo ¿qué pruebas tenía él? Los ojos azules de
Lenora y la declaración de Kendra fueron los hechos en los que se había
basado. Pero ¿y si había mentido? ¿Ella no le habría afirmado todo y jurado
por su vida solo para escapar de su miserable situación?
Desilusionado, tomó el tronco.
—¡Sí, lárgate y vete corriendo hacia donde está tu perra! —gritó Arak
tras él.
Dayan se esforzó para no voltear y librar la batalla en ese mismo
momento. Él tenía que llegar al fondo del asunto. La cuestión era ¿cómo
averiguaría la verdad y qué haría con ella? Lenora era claramente una loba,
así que realmente no importaba quién la había engendrado. Además, él ya le
había tomado cariño a la pequeña. ¿Pero Kendra? No estaba seguro de
cómo lidiaría con ella. En definitiva, él ya no estaba seguro de nada.
En su furia, golpeó el tronco del árbol incontroladamente con el hacha
con tanta fuerza, que las astillas salieron volando. Arak lo había hecho
quedar como un estúpido. Ese insulto lo había puesto muy nervioso pero,
aún más, la idea de que Kendra lo había engañado. Si ni siquiera podía
desenmascarar las mentiras de una mujer humana ¿era apto para ser un
Alfa?
De repente, sintió una pequeña mano en su hombro. El hacha se detuvo
en el aire, debido a que ese tacto le había producido un agradable escalofrío
hasta los pies. Él giró lentamente la cabeza.
Los ojos grises de Kendra lo miraban con picardía. —Creo que el tronco
ya ha sufrido bastante.
Ella le sonrió con cariño. —Gracias por la leña. Pero, fuera de eso ¿estás
bien?
Dayan, furioso, lanzó el hacha contra la pared de la casa. Cortar leña
debería haberlo tranquilizado, pero no sintió ese efecto en lo más mínimo.
Él la tomó por la muñeca, y la arrastró al interior de la casa.
Ignorando deliberadamente, su sorprendido. —¿Qué sucede?
—¡Vístete! Llevaré a Lenora a la casa de mi hermana. Iremos a pescar.
—¿Pescar? ¿En el río? —ella chilló tan alto que el sonido casi le perforó
los tímpanos.
Aquel zumbido en sus oídos lo irritó aún más. —¿Dónde más? —rugió
él—. ¿Desde la torre de vigilancia, no lo creo?
De repente, reinó el silencio.
Kendra temblaba como una hoja, y se puso blanca como una sábana. —
B… b… bien, si insistes.
Desde su punto de vista, de forma extremadamente torpe, ella se puso el
abrigo. Mientras ella trataba de ajustarse torpemente las mangas, él tomó a
Lenora y se la entregó a su hermana sin dar muchas explicaciones. Damaris
tomó a la niña de sus brazos sin decir nada, pero entrecerró los ojos con
desconfianza. No había forma de que pudiera tener una discusión con ella
en este momento, así que se dio la vuelta rápidamente y se marchó. Kendra
acababa de salir de su casa, toda pálida.
A la derecha de la puerta de entrada, buscó la caña de pescar que
siempre estaba apoyada contra la pared. En realidad, era solo un palo
flexible con una cuerda, que no era especialmente adecuado para pescar.
Dayan había decidido ir al río solo por impulso. Allí normalmente solía
discutir sus planes o problemas con Maron mientras sus cañas de pescar
colgaban inútilmente en el agua turbia. Lo que esperaba obtener ahora de
esto estaba por verse. En cualquier caso, lo que quería era sacarle a Kendra
si había algo de verdad en las historias. Si ella llegara a responderle
afirmativamente, tal vez él no podría soportarlo, y tal vez su lobo tomaría el
control. Dayan necesitaba un terreno neutral y, sobre todo, abierto.
Cuanto más fuerte se hacía el sonido del río, más vacilante ponía Kendra
un pie delante del otro. De vez en cuando incluso tropezaba, a pesar de que
el suelo estaba cubierto de hierba corta y perfectamente nivelada. Dayan no
encontraba una explicación para su comportamiento. Normalmente, ella
siempre caminaba directamente hacia su destino. A cincuenta metros de la
orilla, finalmente ella se detuvo por completo.
—¡Vamos! No puedo lanzar la caña desde aquí.
Kendra no se movió del lugar.
Ella se quedó petrificada, solo sus párpados se movían. —No puedo ir
allí. Por favor, por favor ¡no me obligues a hacerlo!
Confundido, se sentó en la hierba y la atrajo hacia él. Kendra estaba
muerta de miedo. ¿Cómo no se había dado cuenta? Durante unos segundos,
él había sentido el deseo de abrazarla para consolarla. Pero, entonces, se
recordó a sí mismo que no todas las mujeres eran tan honestas y directas
como su hermana. Tal vez Kendra solo estaba actuando para evitar una
conversación aclaratoria. Ella seguramente se había percatado de que él no
la había llevado a un inofensivo viaje de pesca.
No, él no iba a dejarse engañar. Él le sujetó los brazos con fuerza y la
instó a que lo mirara. Su mirada seguía siendo de angustia, pero también de
asombro, pero para nada de picardía.
—¡Tengo que saberlo! ¿La niña es de Maron? ¿A cuántos hombres antes
de él le has hecho favores? ¡Piensa bien lo que vas a decir!
—¡Me estás lastimando! —le regañó ella en voz baja, zafándose de su
agarre.
Aun así, ella no apartó la mirada. —Ya te lo he dicho. Lenora es la hija
de Maron. Y no hubo otros hombres antes que él. Si no me crees,
entonces… —Ella se secó una lágrima, moqueando.
¡Palabras, ella solo le había proporcionado palabras! Su cerebro se
rebeló, exigiendo pruebas reales.
—Ah ¿eso es cierto?
Dayan la tomó por el cuello, acercó su rostro al de él y la besó con
fuerza.
Inmediatamente después, la empujó para que se recostara, rodeando uno
de sus pechos con la mano.
—¿Entonces esto te incomoda? —Un suave gemido lo animó.
Él deslizó la otra mano debajo de la falda de Kendra, y recorrió sus
muslos. —¿Y esto también?
—¿Y esto? —murmuró cínicamente en el oído de ella, mientras
deslizaba un dedo en su hendidura.
¡Por todos los santos! Él se había puesto duro como una roca, y apenas
había logrado contenerse. Su enfado se había esfumado. Lo único que
existía en ese momento era un deseo ardiente, un monstruo codicioso y
exigente que lo hacía jugar con sus pantalones. Sin embargo, de repente, fue
empujado. Kendra le dio una bofetada, luego otra y otra.
Finalmente, ella se arrastró lejos de él, muy roja y sollozando. Cuando
finalmente se puso en pie, ella tragó saliva con dificultad.
—En mis sueños…
Kendra hizo un gesto despectivo. —¡Pero no así, Dayan, no así!
De repente, él se quedó sentado solo en la hierba. Kendra había salido
corriendo. Por sus bruscos movimientos, él notó lo afectada que estaba ella.
Dayan la observó hasta que desapareció entre los árboles. En su mente
había una mezcla de ira, arrepentimiento, lujuria no saciada e
incertidumbre. No se sintió ni más sabio ni menos inseguro, sino más bien
abandonado. Pasó una eternidad, hasta que había reunido las fuerzas
necesarias para emprender el camino de regreso a casa durante el
crepúsculo.
No había ni una sola vela encendida en su casa, ningún fuego ardía en la
chimenea y un inquietante silencio reinaba en ella. En la habitación de
Kendra, yacían sobre la cama su ropa cuidadosamente doblada, así como
los juguetes de Lenora. Junto a ella, estaba recostado el cachorro de lobo,
lamentándose penosamente. Los pelos de la nuca se le erizaron ante esa
imagen. Impulsado por un mal presentimiento, corrió hasta la casa de su
hermana. Él se había asegurado a sí mismo de que allí encontraría a Kendra
y a Lenora.
Pero, en lugar de encontrarlas a ellas, su hermana lo había recibido con
la boca torcida por la rabia.
—¿Qué has hecho? —le espetó ella después de cerrar la puerta tras él
con un golpe.
—Estuve en el río con Kendra ¡nada más!
—¿Te la llevaste hasta el río contigo? ¡Dios, eres un gran idiota! —chilló
su hermana, con la voz quebrada.
Dayan tuvo que calmarla. Porque, por la forma en que Damaris se había
alterado, él no sería capaz de contener por mucho más tiempo a su lado
lobuno. Y en el caso de ella, tenía que implicar algo realmente importante,
porque las lobas solo daban rienda suelta a su lado salvaje en situaciones
extremadamente excepcionales.
—Solo quería hablar con ella, sobre los rumores…
—¿Rumores? ¡Rumores! ¿Sabías que sus padres se ahogaron en el río?
Ella era solo una niña, y tuvo que ver cómo su padre y su madre
desaparecían en las aguas de un momento a otro, para nunca más volverlos
a ver. ¿Y tú te preocupas por los rumores?
Él pudo ver como Damaris se obligaba a calmarse.
Ella inhaló y exhaló profundamente varias veces antes de sentarse. —
Pero, en todo caso ¿a qué rumores te refieres?
Dayan se dejó caer en un taburete. —La gente habla de que Kendra es
una mujer de dudosa reputación. Arak incluso ha cuestionado mi aptitud
como Alfa por alojarla en mi casa.
Damaris se tocó la nariz. —Ya veo ¿y no te has preguntado, cuán
maravillosamente encajaría eso en sus planes?
—No.
Dayan miró interrogativamente a su hermana. Por supuesto, esa historia
era muy conveniente para Arak, pero si el actual Alfa se hubiera
escandalizado por esa razón, probablemente ya habría cancelado la pelea.
Una cosa no tenía nada que ver con la otra.
—¿Alguna vez le has preguntado a Kendra, por qué es que la ha pasado
tan mal? ¿Alguna vez has hablado realmente con ella?
El reproche en la voz de Damaris volvió a alimentar su ira. —¡Por
supuesto que se lo he preguntado! Pero ella dijo que preferiría no hablar de
ello. Y ahora sé por qué.
—En primer lugar —Damaris lo fulminó con la mirada—, si llegaras a
preguntarme algo con ese tono de voz, tampoco querría confiar en ti. Y, en
segundo lugar, hermanito, si es que Kendra se ganaba la vida de esa
manera, entonces ¿por qué no posee absolutamente nada, eh? Debe ser
bastante mala en su oficio o…
—O ella no ha hecho nada de eso —terminó él automáticamente su
raciocinio.
—Pero ¿dónde está ella ahora?
Damaris le acarició la mano. —Kendra se ha ido, Dayan. Ella vino a
buscar a Lenora y se fue. No pude convencerla para que cambiara de
opinión.
Él sintió escalofríos ante estas palabras. Él, que siempre lo planeaba todo
con anticipación y que deseaba abogar por la tolerancia, la había
ahuyentado con sus prejuicios y una credulidad casi ridícula.
La cruda realidad lo asustaba, y lamentó que Kendra haya tenido que
pagar el precio de este autoconocimiento.
—Bueno, si ese es el caso, tendré que lidiar con ello.
Él se levantó de golpe. Y su hermana también se incorporó.
Ella le dio un doloroso golpecito con el dedo en la frente. —¿Hablas en
serio, hermanito? A veces realmente pienso que no eres capaz de reconocer
lo importante cuando lo tienes delante tuyo.
Decidida, ella lo empujó hacia afuera en la fría noche. Dayan se había
quedado mirando la puerta sin comprender. ¿Desde cuándo su hermana
hablaba con acertijos? Inmediatamente después, él sonrió. Por supuesto,
ella se había referido al honor y al deber, ambos eran importantes para un
lobo. Su deber era cuidar a la hija de su mejor amigo, sin importar lo que la
gente pensara sobre su madre.
Capítulo 6
Kendra

Había avanzado a tientas de árbol en árbol. Como si la oscuridad no


fuese suficiente, las lágrimas nublaban aún más su visión. ¿Por qué estaba
tan triste? ¡Ella debería haberlo sabido desde el principio! Los rumores no
se detendrían en las fronteras de la aldea, sino que llegarían incluso hasta la
manada. Damaris no había divulgado nada, al contrario, ella había intentado
con todas sus fuerzas que las evidentes dudas de Dayan parecieran solo una
nimiedad y un despiste relacionado con el estrés.
Kendra casi había muerto al ir al río. Pero Dayan parecía desearlo
mucho. Entonces ella había pensado que se lo debía. Ella aún no había sido
capaz de superar su pánico, por lo que al principio no había comprendido
sus preguntas. Su beso, sin embargo, la había sorprendido como una ráfaga
de viento inesperada. Por un breve momento, ella lo había tomado a él y a
la mano en su pecho como una señal de su incipiente afecto. No, ella no
podría describir sus sentimientos de manera tan simple ya que, en realidad,
el éxtasis puro había recorrido su cuerpo. Pero sus acciones posteriores
habían ahuyentado su miedo y su creciente lujuria. Él también pensaba que
ella era una simple puta. Pero ella no lo era ¡y tampoco una suya!
Esto no se acabaría nunca, motivo por el cual Kendra solo había visto
una salida para sí misma. Ella conocía a la gente de la aldea y podía llevarse
más o menos bien con ellos. Sencillamente seguiría sobreviviendo como
hasta ahora. A ella le hubiera gustado poder apoyarlo. Dayan se convertiría
en Alfa, ciertamente a él no le faltaba fuerza, valor o ideas. Ahora, sin
embargo, ella era solo una molestia para él, una mancha que le había
costado el respeto de la manada. Ella comprendía sus reparos. Pero lo que
más le había dolido era el hecho de que él, de entre todas las personas,
hubiera dudado de su moral. Todas sus esperanzas habían sido arrastradas
por el viento nocturno y penetrante hacia una tierra sin retorno.
Lenora, de repente, se había inquietado. Si no lo supiera, Kendra
afirmaría que la niña estaba emitiendo sonidos suaves de advertencia. Ella
había atado a su hija a su espalda con un gran paño para que Lenora no se
lastimara en caso de que su madre tropezara o se estrellara de frente contra
el árbol más cercano. Y normalmente, a Lenora le gustaba que la llevaran
de esta manera.
Con las manos extendidas, Kendra siguió avanzando con dificultad.
Tampoco la hacía particularmente feliz vagar por el denso bosque de noche.
Pero no podía quedarse con Dayan ni un minuto más. Ella estaba rezando
para que su espontánea decisión no acabara en un desastre cuando, de
repente, escuchó el crujido de unas ramas secas. Rápidamente se había
escondido detrás de un grueso tronco y había tratado de distinguir algo en la
oscuridad, un esfuerzo inútil, como pudo comprobar de inmediato. Su
corazón latía contra su pecho, y el sudor se formó en su frente. Solo
consiguió ver borrosas siluetas, pero ni el más mínimo movimiento y, sin
embargo, estaba segura de que algo acechaba entre las ramas caídas, listo
para atacar. Era grande ¿un oso quizás, o un puma?
Kendra apretó la cabeza contra la corteza del árbol. En realidad, no
importaba qué depredador la había escogido como su comida. Huir no le
serviría de nada, así que tenía que arreglárselas para subir al árbol. Sus
manos podían alcanzar las ramas más bajas, pero su fuerza no había sido
suficiente como para poder subir. Decidida, clavó los dedos en la corteza e
intentó subir al tronco con los pies. Gracias a la desbordante adrenalina,
finalmente había conseguido subirse a la rama. Sin embargo, éste se
balanceó y crujió sospechosamente bajo el peso adicional.
Justo, en ese momento, ella escuchó una suave advertencia.
—¡Quédense ahí, y no se muevan!
¡Dayan! El nombre se le había quedado atascado en la garganta, ya que
éste se había convertido en un lobo ante sus ojos. Por supuesto, esta
transformación formaba parte de su naturaleza, solo que ella nunca la había
presenciado. Él se había parado sobre cuatro patas en un instante, cubierto
por un pelaje oscuro, cuyo color exacto no había podido distinguir bajo la
mortecina luz de luna. Como una sombra, se había escabullido
inmediatamente, sin hacer ruido, en armonía con la eterna melodía de la
naturaleza.
Kendra se quedó mirando tras él mientras se aferraba a la rama que se
balanceaba.
Durante unos minutos, en los que ella había tratado de fundirse
literalmente con la rama, no había ocurrido nada en absoluto. Sin embargo,
de repente, se había oído un astillamiento en la maleza seca, unos gruñidos
habían roto el silencio y unos dientes habían sido exhibidos de forma
audible. En algún lugar, no muy lejos, se estaba librando una feroz batalla.
Las mandíbulas habían chocado entre sí. Kendra incluso creyó haber
escuchado cómo se arrancaba un trozo de carne de un cuerpo. Ella
probablemente no se había equivocado, ya que inmediatamente después
había sonado un aullido de dolor. Se habían roto más ramas, uno de los
oponentes había huido, pero ¿cuál? Solo en ese momento se había
percatado realmente de que Dayan había estado allí luchando por ella
contra lo que sea que haya sido. Nadie nunca la había defendido. Aquí, en
un momento en el que no se trataba de comida o dinero, sino de simple
supervivencia, ella había admitido que nunca había hecho lo mismo por sí
misma. En ningún momento ella se había defendido de los rumores, ni
había denunciado a nadie por el trato injusto. Ella había soportado cada
insulto sin levantar la voz ni una sola vez.
Con los párpados apretados, rogó a todos los dioses para que Dayan
resultara ileso, y que no sea él quien ahora buscaba su salvación en la huida.
Poco después, ella se había reprendido a sí misma por ser una tonta. Las
oraciones no ayudarían, nunca lo habían hecho. De cualquier manera, ella
no podía quedarse en ese árbol hasta el fin de los tiempos y, además, Dayan
podría necesitar su ayuda. Sin perder el tiempo, había desatado el paño para
luego atarlo al tronco. Ahí arriba, Lenora estaba a salvo por el momento.
Pero si Dayan estuviera malherido y la otra cosa llegara a atrapar a
Kendra, entonces … Se prohibió a sí misma seguir pensando en ello.
Insegura, pero muy decidida a encontrar a Dayan, se deslizó por el tronco,
solo para ser atrapada a mitad de camino por dos fuertes brazos. Ella se
sobresaltó, pero con una sorprendente suavidad, había sido puesta en el
suelo.
Dayan la sujetó por los hombros, y la miró con escepticismo.
—¿Qué haces aquí en medio de la noche? —gruñó él, enfadado.
—Me voy a casa —contestó ella de forma malhumorada.
Hasta hace solo un momento, ella se había alegrado de que él regresara
ileso. Pero el hecho de que ahora la estuviera regañando sin miramientos,
después de que ella hubiera decidido librarle de su presencia en el futuro, le
molestaba a Kendra enormemente.
—Pero si tu casa está allí, y no ahí.
Él había señalado primero en dirección al asentamiento, y luego hacia su
pueblo natal.
Kendra tragó saliva. Eso había sido un gesto amable de su parte, pero
difícilmente creería que Dayan hubiera experimentado un milagroso cambio
de opinión. Ahora quizás había pensado que podía ignorar las voces en su
cabeza que le hablaban de su mala vida. Sin embargo, tarde o temprano le
volvería a preguntar sobre el padre de Lenora. No importaba cuántas veces
ella le repitiera que era Maron, él nunca superaría por completo su
escepticismo.
—No, voy a volver al pueblo. Querías hacer lo correcto, y eso es muy
loable. Pero como pareces tan convencido del tipo de mujer con la que estás
lidiando, ya no es necesario que te preocupes más.
Ella había intentado detectar algún tipo de emoción en su rostro, pero
fracasó. Las ramas del árbol hacían bailar extrañas sombras sobre su rostro,
eso fue todo lo que ella pudo distinguir. De repente, Dayan se había subido
al árbol y había desatado los nudos del paño. Lenora había chillado de
alegría. Cuando los dos habían logrado bajar, la niña le había tocado la
mejilla de Dayan casi con reverencia.
—Ahí… ahí… ahí —balbuceó ella.
Dayan la besó en la cabeza. —Todo está bien, el monstruo se ha ido. Yo
también te extrañé.
Inmediatamente después, él se fue caminando.
Kendra lo siguió a trompicones. —¿No me has escuchado? ¡Regresaré a
mi pueblo!
—¡No, no lo harás! ¡He decidido ocuparme de Lenora, y así seguirá
siendo! Debes pensar también en tu hija.
¡Maldición! Con eso la había atrapado con el argumento más
contundente de todos. Después de todo, la niña era la razón por la que ella
había decidido dejar atrás su antigua vida. A Lenora le esperaba una vida
mejor con Dayan, ella no podía pasar por alto eso. Que Dayan y los demás
cambiaformas siguieran insultándola no tenía importancia. Sin embargo…
—Claro que lo hago, rara vez pienso en otra cosa. ¡Pero Dayan!
Ella lo tomó del brazo, y sintió el cosquilleo debajo de las yemas de sus
dedos, clavándose en sus enormes músculos.
—¡Te convertirás en Alfa! Y las habladurías no cesarán. Si vivo contigo,
eso seguro va a perjudicarte.
Dayan se detuvo abruptamente. Miró la mano de ella que seguía
apretando su brazo, luego la miró a la cara.
Con una mirada inexpresiva, respondió con brusquedad. —¡Deja que yo
me preocupe por eso!
Durante diez minutos, habían marchado sin intercambiar una palabra.
Eso había sido muy molesto y, además, ella se moría de ganas por hacerle
una pregunta.
—¿Qué fue esa criatura de antes? —preguntó ella.
Dayan resopló suavemente, pero no dijo nada al principio.
Habían pasado más segundos antes de que cambiara de opinión. —Un
lobo.
—¿Te refieres a un lobo de verdad?
Sin embargo, en su interior ella pensó que tendría que haber sido un
enorme ejemplar de su especie.
—No, definitivamente un cambiaforma como yo. Nunca había visto uno
así antes.
Había un toque de horror en su voz, no de miedo, sino de pura
conmoción por lo que había encontrado.
—¿Qué era diferente en él?
Dayan resopló nuevamente, pero esta vez respondió de inmediato. —No
era su aspecto, aunque su pelaje me pareció desaliñado, deslucido y casi
sarnoso. Pero la forma en que se movía, la forma en que luchaba… sin
honor, impulsado aparentemente solo por el deseo de hacer daño, de ver
correr sangre. Como si estuviera en un estado de embriaguez,
inmediatamente me ha atacado.
—¡Pero lo ahuyentaste!
Al principio, Kendra no se había dado cuenta de la admiración que había
en su voz.
Dayan se rio suavemente. —No ha sido ninguna hazaña. Sus ataques
eran aleatorios, incontrolados. Como ya lo había dicho antes. Parecía que
no tenía el control sobre sus sentidos.
Ella se mordió el labio inferior, preguntándose si podría corregirlo. Sin
embargo, cualquier información era útil, ya que la manada eventualmente
querría cazar a este lobo.
—Hasta cierto punto, esta bestia sabía exactamente lo que estaba
haciendo. Me ha seguido, Dayan, no hay duda de eso.
—¿Con qué fin, Kendra?
Si sus oídos no le habían fallado, Dayan se había dirigido a ella por su
nombre por primera vez. Sin embargo, con el debido énfasis, se prohibió a
sí misma interpretar un significado más profundo en ello y, en su lugar, se
concentró en su respuesta.
—No lo sé. Quizá la curiosidad o el hambre.
—Pff. —Dayan sacudió ligeramente la cabeza—. Difícilmente habrías
notado a un cambiaformas explorando. ¿Y el hambre? ¡Por favor! ¿Por
quién nos tomas?
Kendra tuvo que reírse cuando Dayan le había dado un empujoncito
juguetón en el costado. Si tan solo pudiera quitarse más a menudo el
escudo, que constantemente llevaba frente a él como una protección.
Entonces probablemente podría encontrar una buena oportunidad para
explicarle que los rumores sobre ella eran completamente infundados.
¡Cuán más fácil podrían entonces tratarse entre ellos! Pero eso era solo un
deseo. Entre los deseos y la realidad se encontraban a menudo un océano
interminable de oportunidades perdidas, palabras no pronunciadas y
acciones desaprovechadas. Ningún ser vivo podía cruzarlo, y a eso
comúnmente se le llama destino.
Ella respiró profundamente, antes de reaccionar. —Los considero, por
muy imposible que te parezca, humanos.
Inmediatamente después, ella se rio brevemente. —A pesar de estar
equipados con algunas habilidades, digamos, no humanas.
—Hm. —Dayan continuó su camino sin inmutarse—. ¿Qué te hace
pensar eso?
—Bueno, es lo lógico. Todos amamos a nuestras familias, discutimos,
reímos, queremos lo mejor para ellos. Protegemos a nuestros hijos.
Sufrimos, lloramos y, a veces, nos hacemos cosas malas los unos a los
otros. Bueno, malo, perezoso, justo, honorable, todas estas cualidades son
inherentes a todo ser racional. La apariencia externa nos hace diferentes,
pero eso es secundario.
Dayan se tomó su tiempo, y parecía querer procesar primero sus
opiniones.
—¿Te das cuenta de lo provocativa que puede parecer esa actitud para
algunos?
—¡Por supuesto! Por eso, en condiciones normales, prefiero guardármela
para mí misma. Además, de cualquier manera, a nadie le interesa mi
postura. ¿A quién le importa la opinión de una puta?
Kendra se tapó la boca con la mano, asustada. Ese último comentario se
le había escapado de la boca, con bastante reproche. Ahora ella había
echado más leña al fuego, para no decir que había hecho una aparente
confesión.
—Lo siento, bueno ya sabes lo que supuestamente hago para ganarme la
vida.
Para su asombro, Dayan no hizo más comentarios.
Él murmuró alguna cosa, y continuó la conversación en el punto en el
que ella aún no había empezado a perder la cabeza.
—¿Entonces no crees en la superioridad de uno u otro?
Kendra se frotó las manos, repentinamente sudorosas, en el vestido y se
ordenó a sí misma controlar sus pensamientos.
Afortunadamente, estaba tan oscuro que Dayan podía, como mucho,
adivinar su rubor febril.
—En general, no. Yo lo veo más bien así; los humanos tienen dones
especiales que los cambiaformas no tienen, y viceversa, por supuesto. Una
cosa es segura, por supuesto. Si los lobos decidieran acabar con los
humanos, probablemente tendrían éxito.
Ella sonrió ligeramente ya que Dayan había parecido crecer unos
centímetros. No podía culparlo por haber interpretado su última frase como
un cumplido, ya que cualquier otra cosa habría sido una mentira.
Su réplica la sorprendió aún más.
—¿No escucho un “pero”?
Durante dos segundos había discutido consigo misma para determinar si
debía seguir explayándose. Finalmente ella había decidido hacerlo. Dayan
pronto se convertiría en Alfa y, de todos modos, tendrá que lidiar con todo
tipo de preguntas. Unos cuantos estímulos para reflexionar no hacían
ningún daño y, de todos modos, hundirse aún más en su estima estaba fuera
de discusión.
—Ciertamente hay un “pero”. Los peces grandes se comen a los
pequeños, ese parece ser un principio irrefutable. Sin embargo, me
pregunto, qué pasará con los peces grandes cuando se hayan comido a todos
los pequeños. ¿Qué les quedará entonces?
—Interesante.
Eso fue todo lo que ella pudo escuchar. Al parecer, él había considerado
que la conversación había terminado, cuando las antorchas junto a la gran
puerta se habían hecho visibles. Kendra buscó un rastro de decepción en su
interior, sin embargo, no sintió nada de eso. Dayan la había perseguido,
había ahuyentado a la bestia entre la maleza y quería seguir cuidando de
Lenora. Él se estaba arriesgando mucho por ella. Sin embargo, lo más
importante era que la había escuchado sin burlarse de ella. Kendra había
disfrutado burlonamente del hecho de que había tenido la primera
conversación en años en la que su moral no había estado en juego, y en la
que no le habían lanzado insultos. Dayan realmente estaba interesado por lo
que ella tenía para decir.
Cuando finalmente entraron en el asentamiento, Kendra esperaba que
Dayan las guiaría sigilosamente a lo largo de la sombra de la empalizada
hasta su casa. Tal vez él había recibido un fuerte golpe en la cabeza durante
la pelea, pensó ella, mientras él las guiaba en medio de las casas a la vista
de todos. Aunque la noche había reemplazado al día hace tiempo, todavía
había bastantes miembros de la manada por ahí, que hablarían de ello
mañana. A Dayan no le molestaron las miradas parcialmente indignadas.
Erguido y como si se tratara de un paseo nocturno, se dirigió con ella hasta
la entrada de su casa.
Allí las empujó hacia el interior, y cerró la puerta lentamente.
—Listo —gruñó Dayan de forma extrañamente burlona, mientras
acostaba a Lenora en su catre.
La pequeña dormía profundamente, pero había rodeado su bracito
alrededor del pequeño lobo, quien se había apretujado contra ella,
gimiendo. Al menos ella parecía estar bastante contenta con lo desarrollado.
Kendra lo siguió hasta su habitación, todavía desconcertada por su
despreocupación. — ¿En qué estabas pensando? La gente va a…
Ella se detuvo abruptamente, porque recién en ese momento había visto
el profundo rasguño en su sien. Sus preocupaciones habían pasado de
inmediato a un segundo plano.
Kendra estiró la mano hacia la herida. —¡Estás herido!
Dayan interceptó sus dedos. Ella no pudo interpretar su mirada. Casi le
parecía que Dayan temiera su contacto.
—No es nada.
Él pasó por delante de ella, con un cuidado casi meticuloso para no
acercarse demasiado.
Sin darse la vuelta de nuevo, él gruñó. —Tu lugar está aquí conmigo.
Kendra tragó saliva mientras él cerraba la puerta tras de sí. Solo el
tiempo lo diría, si Dayan no se había equivocado en su decisión.
Capítulo 7
Dayan

¡Faltaban dos días para la decisión! La tensión en la manada no pasó


desapercibida para Dayan. Los lobos se habían dividido en varias facciones.
Un grupo lo apoyaba firmemente, elogiándolo por ofrecer refugio y hogar a
una madre y su hija. Otro apoyaba a Arak, pero incluso este mismo grupo
estaba dividido. Una mitad apoyaba el apego de Arak al camino establecido
y no toleraba los nuevos puntos de vista de Dayan. Y la otra mitad solo se
limitaba a dar énfasis en los supuestos errores de Kendra. Y que una
persona así, no tendría cabida entre ellos y que un Alfa no debería
relacionarse con ella, insistían constantemente estos cambiaformas. Luego,
por supuesto, estaban los indecisos que simplemente querían un líder capaz.
Y el resto estaba formado por los que, de cualquier manera, siempre se
dejaban llevar por la corriente.
Kendra lo había resumido muy bien. Había mucho comportamiento
humano en los cambiaformas, un pensamiento que enfurecería a Arak y a
sus seguidores. Si Dayan llegara a decirlo en voz alta, lo llamarían hereje.
Cuán humanamente se había comportado él mismo era otro asunto. Sin
embargo, tampoco podía seguir negándolo, había una buena razón por la
que inmediatamente había estado dispuesto a considerar la reputación de
Kendra como verdadera. Él la quería tanto, que cualquier excusa le venía
bien para no tener que relacionarse con ella. Maron era su mejor amigo.
Desear a su elegida manchaba su memoria. A pesar de ello, el lugar de
Kendra estaba con él, no podía desviarse de eso. Esperaba que ella hubiera
entendido que él había querido disculparse por sus dudas con esta
declaración. Ella y Lenora no tenían la culpa por sus sentimientos, él tenía
que luchar solo contra ellos.
Dayan no podía entender por qué su gente había aprovechado un
estúpido rumor para distanciarse unos de otros. Al fin y al cabo, no les
concernía, cualquiera de ellos que encontrara a Kendra tan repugnante, no
tenía por qué relacionarse con ella. Además, algunos actuaban como si
todos los lobos tuvieran las manos absolutamente limpias. También había
cambiaformas entre los de su especie a los que se les podía acusar de uno u
otro error. Sin embargo, cada vez que él observaba a los miembros de la
manada, estos estaban peleándose, casi hasta el punto de degollarse unos a
otros. Por supuesto, él había contribuido a ello de forma no despreciable, no
solo porque consideraba que Kendra era inocente, sino también porque
quería transitar por caminos revolucionarios, por así decirlo.
Para no causar más disturbios, él no le había contado a nadie sobre su
encuentro con el extraño lobo en el bosque. Le había pedido lo mismo a
Kendra, sobre todo porque le había contado una gran mentira, no sobre la
apariencia de aquel lobo, sino sobre sus habilidades. La bestia no había
luchado de forma aleatoria, y realmente había tenido una fuerza
considerable. No había sido tan fácil obligar a este cambiaforma a rendirse,
como luego se lo había vendido a Kendra. Varias veces había tenido la
sensación de que el oponente quería probar cuál era la mejor manera de
derrotar a Dayan, como si lo hubiera utilizado solo con fines de práctica.
Él estaba bastante seguro de que ese cambiaforma había acabado con la
manada de los pequeños lobos. Esta explicación coincidía con el relato de
Kendra sobre el perro rabioso de su pueblo. Sin embargo, todo el asunto
seguía siendo muy misterioso. ¿De dónde provenía este lobo? ¿Qué lo ha
hecho tan agresivo? Para obtener respuestas, él se había dirigido
directamente al bosque de los espíritus. Los ancianos afirmaban que allí se
reunían los antepasados para juzgar a los vivos. A nadie le gustaba entrar en
esta parte de su territorio. Los árboles, según contaban, susurraban entre
ellos y uno podía llegar a enloquecer si permanecía demasiado tiempo allí.
Eso también era solo un rumor. Este bosque simplemente era virgen. Los
árboles eran tan densos que el suelo permanecía constantemente húmedo
debido a que el follaje no dejaba pasar los rayos del sol. Los velos de niebla
se extendían entre los troncos, y eso hacía que oliera a humedad.
Se decía que una vieja loba vivía en aquella maraña casi impenetrable.
Damaris había afirmado que era sabia y que conocía secretos que nadie
sabía que existían en la actualidad. Además, una vez le había comentado
que la loba había amado a un humano y que la manada no había aprobado
esa relación. Por ese motivo, en algún momento, ella simplemente había
desaparecido con su compañero. A su hermana le gustaban las historias
antiguas llenas de melancolía y con una pizca de romanticismo. Dayan se
estaba agarrando a un clavo ardiente, al basarse en eso. Pero necesitaba
respuestas. Ni su padre ni su abuelo le habían hablado nunca de un lobo así.
Si esa loba realmente vivía aquí en algún lugar, ha vivido más que cualquier
otro cambiaformas. Por lo tanto, su conocimiento y su experiencia debían
ser enormes. Dayan esperaba poder sacar algo de eso. Si él no podía
encontrarla, en ese momento sonrió ampliamente, al menos habría
adquirido más experiencia.
Tras horas de haber deambulado de manera infructuosa, estuvo a punto
de darse por vencido cuando, de repente, le pareció haber olido una
deliciosa comida. Este aroma era tenue, casi enmascarado por el olor de las
hojas podridas.
Dayan dejó salir a su lobo para avanzar lo más discretamente posible.
—¡Muchacho! —le hablaron de manera inesperada—. Sé que has estado
merodeando por aquí desde hace algún tiempo.
Dayan se estremeció del susto pero, sin embargo, sacó la nariz de la
maleza con cautela.
—Si cambias de forma, podríamos comer juntos.
Sus orejas se levantaron con desconcierto, mientras que la anciana le
sonreía amablemente. Él aceptó su invitación. Después de todo, no quería
comenzar con malos modales.
La anciana vivía en excelente armonía con su entorno. Si ella no lo
hubiera llamado, probablemente no habría visto su escondite. Esa colina
verde, cubierta de hiedra salvaje y musgo, alguna vez debió haber sido una
pequeña cabaña. Pero con el paso de las décadas, la naturaleza había
reclamado cada centímetro. Incluso frente a la entrada, las enredaderas
colgaban como una cortina por la que correteaban ardillas.
—Oye, eres un muchacho muy guapo —continuó charlando alegremente
la anciana—. ¿Qué te trae a mi humilde morada?
Dayan no pudo evitar mirar boquiabierto a la loba. Para sus años, tenía
una boca bastante rápida. Su espalda no estaba encorvada ni se quejaba al
caminar. Su cabello blanco como la nieve caía sobre su espalda en suaves
ondas. Solo las profundas arrugas daban testimonio de una larga vida.
La mujer se rio divertida, y Dayan agachó la cabeza, avergonzado.
—Sí, sí, tengo ciento veinte años ¿o eran ciento treinta? ¿A quién le
interesa contar aquí?
Ella le indicó que entrara. —¡Vamos, muchacho! Mi estómago está
gruñendo.
En el interior poco iluminado de la cabaña, un pensamiento le vino
inmediatamente a la cabeza. ¡La historia de Damaris no había sido un
cuento de hadas! Su hermana tal vez se sorprendería cuando le comentara
sobre la cama matrimonial. Solo se utilizaba una mitad, la otra estaba
protegida bajo una manta bellamente bordada.
La anciana le entregó un plato con sopa.
Solo entonces había sido consciente de su comportamiento.
—Le agradezco su hospitalidad —murmuró él, avergonzado—. Me
llamo Dayan.
Unas risas alegres surgieron de sus labios arrugados.
—¡Oh, él puede hablar después de todo! Temía de que mi primera visita
en cien años fuera muda.
Mientras hablaba, ella espantó a un pequeño mapache por la puerta. —
¡Pequeño bueno para nada!
Asombrosamente ágil, ella se sentó en el suelo, se sirvió la sopa y lo
miró con curiosidad.
Dayan se sentó junto a ella.
Por cortesía, él también sumergió su cuchara en el cuenco y probó el
guiso.
—Estoy buscando respuestas y esperaba encontrarlas contigo.
La loba asintió. —Has recorrido un largo camino. ¿Qué es lo crees que
yo sé, que los ancianos de la manada pudieron no haberte dicho?
—He tenido un encuentro con un hombre lobo que, lo diré de esta
manera, no se parecía en nada a los de nuestra especie.
La anciana dejó su cuenco a un lado, y se limpió la boca
descuidadamente. Dayan reprimió una sonrisa mientras ella también
eructaba satisfecha. La mujer había vivido sola durante mucho tiempo.
¿Quién iba culparla por haber perdido algunas de las normas de buena
conducta?
—¿En qué sentido no coincidía con nuestras características típicas?
Él aprovechó su oportunidad, y le contó sobre la no tan inofensiva
contienda en el bosque, los lobos asesinados y su sospecha de que aquel
cambiaforma en particular podría estar sufriendo una enfermedad mental
desconocida. La mujer escuchó atentamente su relato.
Finalmente, ella levantó ambas cejas, y lo conmocionó con su siguiente
respuesta.
—¡Búscalo! ¡Si lo encuentras, mátalo sin dudarlo!
Dayan la miró fijamente.
La alegría había desaparecido de su rostro; lo había exigido con toda
seriedad.
—¡No me gusta matar a los nuestros, anciana! ¿Qué te ha llevado a hacer
un juicio tan precipitado?
Ella entrecerró los ojos, antes de levantarse de un salto y rebuscar en una
vasija de barro que, junto con otras tantas de ellas, estaba apilada en una
tabla contra la pared. Ella le puso debajo de la nariz una bolsita abierta llena
de un polvo amarillo sucio, que emanaba un olor verdaderamente delicioso.
Dayan sintió la tentación de meter el dedo en él, y luego lamerlo.
—¡No tienes idea con lo que estás tratando, muchacho! ¿Sabes qué es
esto?
Ella volvió a meter la bolsa en la vasija de barro, que tapó
cuidadosamente.
La decepción se extendió en un rincón de su cerebro; le hubiera
encantado probar el polvo.
Rápidamente se deshizo de ese impulso, y negó con la cabeza.
—Lo sentiste ¿verdad? Eso, Dayan, es acónito seco y molido.
Él se estremeció. Todos los niños pequeños aprendían que era mejor
mantenerse alejados del acónito, si no querían quedarse postrados en cama
con convulsiones durante semanas.
—¡Ah, ya veo! Tus padres te han enseñado la vieja creencia popular. Me
temo que tengo que corregirlos. Lo que se cuenta hoy en día sobre la planta
no es del todo cierto.
Ella volvió a poner la vasija junto a las demás, y se sentó nuevamente.
—Es cierto, si te comes la planta, te dan terribles dolores de estómago hasta
que crees que tus intestinos se están licuando. Sin embargo, el efecto
significativamente peor está en la raíz. Procesada en forma de polvo, te da
la sensación de ser invencible en la forma de lobo. Te quita todas las
preocupaciones, y te da la certeza de ello.
Dayan asintió. —Es una especie de intoxicación, supongo.
—Al menos eso es lo que parece. Sin embargo, esa intoxicación lo tienta
a uno a demostrar su supuesta superioridad. Y siempre termina de la misma
manera, con la muerte del que intenta oponerse al intoxicado. En ese estado,
se superan a sí mismos. Debes ser un hombre sorprendentemente fuerte, ya
que has sobrevivido a ese encuentro.
—Tenía que proteger a alguien. Pero tienes razón, no ha sido nada fácil.
La anciana sonrió con aprecio. —Una vez que los lobos empiezan a
ingerir este polvo, no pueden parar. Incluso sin la droga, pronto piensan que
son algo muy especial. Finalmente, y eso es lo peor de todo, renuncian por
completo a su lado humano. La transformación ya no es posible. Solo se
rigen por la sed de sangre, el impulso de matar y de someter todo a sus
mentes retorcidas.
Dayan se estremeció ante la idea. Un lobo así no lucharía con honor, ni
por la tierra ni por su manada. La vieja loba no había exagerado cuando
había exigido su muerte. Sin embargo, solo se trataba de un ejemplar.
Uniendo sus fuerzas, los miembros de su manada podrían acabar con él.
Como si hubiera leído la mente, la anciana continuó. —¡Ten cuidado!
Por tu descripción, el decaimiento aún no está muy avanzado. El lobo
intentará convencer a los demás de que hagan lo mismo. Ya está enfermo de
la cabeza, pero cree que sus opiniones son perfectamente razonables.
Rápidamente, ella lo tomó de la mano. —No hay tiempo que perder.
¡Infórmale a tu Alfa! ¡Envíen un mensaje a otras manadas!
Dayan asintió, sabiendo muy bien que, una vez más, solo unos pocos le
creerían. ¿Y por qué iban a hacerlo? Él había obtenido sus conocimientos
de una anciana que vivía como ermitaña. Su existencia era solo una leyenda
y difícilmente podría llevar a toda la manada hasta su cabaña. Incluso si
llegara a sugerir eso, probablemente nadie lo acompañaría. Solo cuando él
llegara a sentarse en la silla del Alfa tendría el poder para hacerlo. ¡Una
gran suposición!
—Dime ¿cómo es que sabes acerca de esto?
—He aprendido a escuchar. Todo lo que se arrastra y vuela también dice
cosas. Los animales me han hablado de tierras lejanas, de un duelo
próximo, de una niña de ojos azules y de su valiente madre.
Cuando él bajó la mirada, ella soltó una risita divertida.
—Las historias más antiguas provienen de los árboles. Me han hablado
de una época gloriosa, en donde las manadas se habían unido para acabar
con toda una horda de estos lobos rabiosos. Pero su alianza pronto se
desintegró y el horror fue olvidado. Y lo único que quedó fue el miedo al
acónito. ¡No me preguntes cómo se ha enterado este lobo acerca del polvo!
No tengo ningún control sobre los conocimientos que se me otorgan.
Extrañamente, Dayan había creído cada una de sus palabras. Esta vieja
loba había visto y experimentado más de lo que él podía imaginar. Además,
recordó involuntariamente la afirmación de Kendra de que todos los seres
vivos estaban inseparablemente vinculados. ¿Por qué no podrían hablar
entre ellos? Él y todos los demás solo habían olvidado escuchar de manera
consciente los susurros de la naturaleza.
Tras una repentina inspiración, él acarició la pequeña y arrugada mano
de la anciana.
—¿Por qué no vienes conmigo? Una manada podría ofrecerte protección
y muchos podrían beneficiarse de tus conocimientos.
Ella lanzó una triste mirada a su cama, antes de volver a mirarlo. —Ya
he hecho las paces con el mundo. Mi compañero yace allí bajo el nudoso
pino, y pronto descansaré a su lado. Desde el principio supimos que no
había vuelta atrás. Nadie necesita de las historias de una loba que amaba a
un humano. Más bien, me parece que los vivos están deseosos de repetir los
errores de los muertos.
Él no pudo comprender el significado de esta declaración. —¿Qué
quieres decir?
—Siempre es lo mismo. Pequeñas disputas territoriales, el honor, la
dignidad, la gloria, quién se convierte en Alfa, quién firma qué contratos
con quién… en todas esas refriegas, siempre se pierde de vista lo más
importante.
Interesado, él se inclinó hacia delante. —¿Y eso sería?
No obtuvo una respuesta al principio, solo una sonrisa irónica seguida de
un suspiro.
—¡Oh, muchacho! ¡Por qué me preguntas eso! ¿Por qué crees que he
dejado mi manada? Y ahora —ella se sentó más cómodamente—,
¡cuéntame sobre la otra pena que te aflige!
Asombrado, levantó una ceja. Él no había venido a desahogarse y,
ciertamente, no le revelaría nada a una anciana sobre su deseo antinatural
por la casi compañera de su amigo.
La loba agitó la mano enérgicamente. —¡Empieza! ¡Considéralo como
un pago por la información que has recibido de mi parte!
A él se le escapó un gruñido molesto, por el que inmediatamente se
había disculpado en silencio. Además, ésta era una oportunidad excepcional
para que hablara abiertamente sobre sus problemas. Ni siquiera había
querido hablar de ello con Damaris.
Con un poco de suerte, incluso recibiría algunos consejos útiles sobre
cómo mirar a Kendra con una mirada neutral.
—Mi amigo ha fallecido y, como es costumbre, he acogido a su hija y a
su madre. Todos dicen que es una mujer infame, pero no hay nada de cierto
en ello. Sé que mi amigo la habría hecho su compañera. Pero ahora… sueño
con ella, quiero tenerla siempre conmigo, quiero verla en mi cama… —Él
se interrumpió a sí mismo, avergonzado por su confesión.
—¿Qué te hace estar tan seguro de que tu amigo la habría escogido
como compañera?
Dayan puso los ojos en blanco. —¡Solo lo sé!
—¡Lo que tú digas!
Los ojos de la anciana se cerraron, pero siguió murmurando. —Eres un
tonto si crees que lo que te inquieta proviene solo de tu entrepierna.
Además ¿qué piensa ella al respecto?
Luego ella se quedó roncando tranquilamente. Dayan moqueó un poco
enfadado. En primer lugar, él no debería haber sacado el tema. Sin importar
lo que sintiera o pensara, Kendra seguiría siendo una fruta prohibida.
Con cuidado, levantó a la anciana en brazos y la acostó en su cama.
Él había aprendido lo más importante. Ahora, era el momento de
informar a la manada.
Capítulo 8

Kendra

Mañana, Dayan se enfrentaría a su rival. Distraída, alisaba su colcha,


pensando en ello todo el tiempo. Mientras ella se devanaba los sesos
pensando en cómo su reputación lo estaba perjudicando, Dayan no parecía
perder el sueño por ello. Afortunadamente, Lenora aún no se veía afectada
por esos problemas. Su hija solo se ponía de mal humor cuando Dayan se
quedaba fuera de casa por mucho tiempo. Cuando los veía juntos, su
corazón se llenaba de felicidad. A veces, y se avergonzaba por ello, deseaba
que Dayan fuera el padre de Lenora. Y eso también significaría que ella
misma tendría un vínculo más profundo con él, que iría más allá del mero
cumplimiento del deber por su parte. Frecuentemente, ella se dormía con
esta fantasía, llevándola al reino de los sueños. Cuando despertaba a la
mañana siguiente, siempre estaba decidida a reconocer por fin el hecho de
que Dayan no sentía nada por ella, sino que solo la toleraba en memoria de
su amigo. Pero cuando él se cruzaba en su camino, esa intención se
desvanecía en una fracción de segundo.
Así eran las cosas, parecía que solo cambiaba un sueño por otro. Ella
había anhelado el afecto, y lo había recibido de Maron. Más tarde había
deseado seguridad para su hija, y ahora también eso estaba garantizado.
Ahora esperaba el cariño sincero de Dayan. ¿Nunca estaría realmente
satisfecha?
Kendra era consciente de que tenía que encontrar una senda de
ecuanimidad cuando se trataba de Dayan. Él no estaba interesado en ella, y
eso estaba bien. Una vez que él liderara la manada, ella permanecería en la
sombra lo más posible. Ya había conflictos en el asentamiento por culpa
suya. Y, además, Dayan estaría muy ocupado tratando de unir al pueblo
bajo su estandarte. Hacerle ojitos descaradamente sería una carga adicional
para él y, de todos modos, no serviría de nada. Fuera de eso, tuvo que reírse
burlonamente de sí misma, ella no sabía nada sobre las artes de la
seducción.
—¡Ignorantes obstinados!
Toda la casa se sacudió cuando Dayan irrumpió en ella, luego de cerrar
la puerta tras de sí con un estruendo. Kendra se asomó por la esquina.
Refunfuñando para sí mismo, caminaba de un lado a otro, respirando con
dificultad. Con ambas manos se revolvió el brillante cabello negro, mientras
una profunda arruga de ira aparecía entre sus cejas. ¡El Alfa no había
tomado en serio sus advertencias y sugerencias! Esta mañana, Dayan le
había contado las inquietantes noticias que había traído de la anciana del
bosque. Le había costado toda la mañana conseguir que el Alfa hablara con
él. Ella no pudo hacer otra cosa más que estar de acuerdo con Dayan en que
debían informar a las manadas vecinas y a las ciudades humanas, incluso a
su pueblo, del peligro inminente. ¿Acaso todos esperarían hasta que alguien
perdiera la vida? Su encuentro con el cambiaforma fue hace varios días
pero, eso no significaba de que no volvería a atacar en algún momento. Tal
y como ella lo había entendido, él seguiría cediendo a la bestia oscura que
llevaba dentro. Había que detenerlo.
Con cautela, ella se acercó a Dayan.
Tal vez él se calmaría un poco si pudiera gritarle a alguien su frustración.
—¿Qué ha dicho el Alfa? ¿No quiere enviar mensajeros?
Dayan resopló con fuerza, y la miró como si la viera por primera vez.
¡Cielos! Ella se acordó de que solo llevaba una camisita fina. Se había
permitido el lujo de una breve siesta, ya que Lenora estaba jugando con los
niños de Damaris. Y como ahora siempre había un fuego ardiendo en la
casa. En ese agradable ambiente, ni siquiera se había percatado de la escasa
ropa que llevaba puesta.
Dayan giró hacia un lado, y se fijó en un punto en la pared. Kendra sintió
una punzada de decepción en el corazón. Por un lado, estaba avergonzada
por la camisa casi transparente, pero por otro, le hubiera gustado recibir una
mirada de aprecio.
—No, no quiere hacerlo.
A Dayan le había costado responderle, su voz había sonado ronca.
Probablemente la rabia le oprimía la garganta.
—¿Por qué no?
Todavía apartando la mirada, él se cruzó de brazos, sus enormes
músculos se crisparon bajo su piel bronceada. Kendra envidiaba a los lobos
por su resistencia. Incluso ahora, cuando ya había heladas con frecuencia
hasta durante el día, a Dayan le gustaba pasear con el torso desnudo.
—El Alfa le pidió a Arak que asistiera a la charla. Y él solo se retorció
de la risa. Me llamó loco, que le teme a las sombras del bosque. ¡Y que creo
en cuentos de hadas y rumores! Pah!
Él golpeó el puño sobre la mesa. —¡Como si la mitad del asentamiento
no se basara solo en rumores en lo que hablan de ti!
Esa declaración la hizo aguzar el oído. Dayan parecía muy molesto por
ello, y eso que hace poco él también pensaba lo mismo.
La boca de ella empezó a hablar por sí sola, y ya no pudo contener las
palabras. —¡Y tú también!
Consternada por su tono acusador, apretó los dientes y miró al suelo.
¿Justo frente a Dayan tenía que resucitar su espíritu de lucha?
Abruptamente, Dayan puso las manos sobre sus hombros.
Ella levantó la cabeza, esperando una fuerte reprimenda.
—¡Ya no lo hago! He dicho que me perteneces. ¿Qué más esperas?
Esta vez sus labios permanecieron sellados. Dayan siguió sacudiéndola,
hasta que un tirante de su camisa se deslizó sobre sus dedos. De repente, él
se detuvo. Kendra empezó a temblar cuando su mano deslizó la estrecha tira
de tela por su brazo. Dayan siguió con la mirada cómo la delicada
vestimenta dejaba al descubierto sus pechos.
Él tragó saliva y se pasó la lengua por el labio superior. Kendra se quedó
paralizada. ¿Fue por ese pequeño movimiento de su boca o la forma en que
ella se estremeció? A pesar del calor en la habitación, sus pezones se
pusieron rígidos. En ese momento, Dayan gruñó profundamente, un sonido
tentador que hizo que su corazón latiera con fuerza. En ondas más agudas,
ese sonido recorrió sus venas, literalmente le hizo hervir la sangre.
Con la poca sensatez que le quedaba, Kendra tomó el tirante para volver
a deslizarlo hacia arriba.
Pero Dayan interceptó sus dedos. —¡No!
Otro gruñido escapó de su garganta, más oscuro esta vez, incluso
irritado. Pero entonces, de un tirón, él tomó la tela y la desgarró. Kendra
pudo notar cómo la suave tela caía flotando hasta sus pies, antes de que
fuera levantada y llevada por el viento. Cualquier niña decente ya debería
haber estado dando manotazos o pidiendo ayuda a estas alturas, pensó ella.
Pero, en primer lugar, ella no era una niña y, en segundo lugar, ella no
terminó su razonamiento. No era necesaria una razón, y mucho menos una
excusa.
El mundo se redujo a un cuadrado de suaves pieles cuando Dayan la
acostó en su cama. Rápidamente él se despojó de las botas y de los
pantalones, sin apartar la vista de ella. Kendra solo lo veía a él,
empapándose de cada detalle. Ella se deleitó con sus contornos duros como
el acero, su suave piel, y la pronunciada V debajo de su ombligo, cubierta
de vello oscuro. Su mirada se desvió hacia abajo y se detuvo en su miembro
erecto. Estaba bastante claro lo que él tenía en mente pero, sin embargo, ella
creyó detectar una pequeña vacilación. No, Dayan no debería arrepentirse,
no ahora. Tal vez mañana volvería a pensar mal de ella, a pensar que
realmente era una mujer fácil. Ella prohibió a su mente destruir este
precioso momento con sus inútiles amenazas.
Con exigencia, ella estiró los brazos. —¡Ven a mí!
Ella detectó otro destello frenético en sus ojos, pero inmediatamente
después la besó en los labios. Hambriento, apretó el cuerpo de ella contra
sus músculos. Kendra se sintió abrumada por su toque febril, sintiéndose
indefensa y a su merced por un momento. Esta no era la misma forma
amable de Maron para acercarse a ella. Él estaba cubierto de puro deseo
animal, pero ella supo de inmediato que no la lastimaría. Por el contrario,
ella acogió con agrado la fogosidad de Dayan y no se resistió cuando le
había mordido los pezones de forma casi brusca. El leve dolor le produjo
placer, una tormenta se desató en su abdomen que se intensificaba más a
cada segundo. Kendra oyó su gemido suplicante mientras Dayan le abría las
piernas.
Él se arrodilló entre sus piernas abiertas. Kendra respiró con fuerza
cuando sus dedos separaron sus labios mayores, y su lengua acarició su
sensible perla. Ella no había imaginado que se podía recibir placer de esa
manera. No sabía nada en absoluto, tampoco sabía nada acerca de este
sentimiento que de repente se había apoderado de ella. Parecía estar parada
frente a una cortina de gemas brillantes. Que Dayan apartaría y detrás de
ella le esperaba… sí ¿qué? ¿Qué otra cosa había además de los besos, el
agradable calor que desencadenaban las caricias de las yemas de sus dedos
o el electrizante cosquilleo de la piel?
Dayan no se detuvo, incluso cuando ella gimió y su cuerpo se retorció.
Él había continuado frotando su capullo con el pulgar, introduciendo su
lengua en lo más profundo de su ser. Su húmeda abertura vibró, abriéndose
aún más. Desesperada, ella clavó sus dedos en los hombros de él. Ella
estaba tan terriblemente caliente, como si fuera a estallar en llamas en
cualquier momento.
—Yo… por favor… yo… —balbuceó ella.
¿Qué estaba haciendo con ella? Ella prácticamente temía no sobrevivir a
su deseo masculino. Su silenciosa súplica probablemente había dado sus
frutos, pues él la soltó, aunque a pesar de toda lógica, eso la decepcionó
enormemente. Sin embargo, ahora se elevó por encima de ella, examinando
su expresión con una mirada que parecía, por un lado, ansiosa y, por otro,
como si pidiera perdón.
Él gruñó una vez más, le sujetó el trasero e introdujo su poderoso
miembro en su temblorosa gruta. Kendra, involuntariamente, abrió aún más
las piernas. De repente, ella se había sentido completa, su miedo se había
perdido en un remolino de chispas danzantes.
Cuanto más embestía Dayan contra ella, más se acercaba a la cortina.
Sintió que pronto se abriría y podría pasar al otro lado. Dayan comenzó a
rodear su perla nuevamente. Kendra se lanzó hacia él, lo único que
importaba era el deseo intenso de encontrarse finalmente con lo
desconocido. El centro de toda la existencia estaba de repente en su
abdomen. Dayan embistió su miembro dentro de ella una vez más, luego su
mente explotó. Su abertura se contrajo con fuerza, vibrando lujuriosamente.
Kendra gritó, no pudo contenerlo. Tuvo que dar rienda suelta a su arrebato,
así como a su asombro.
Instintivamente, apretó el tenso trasero de Dayan contra ella, empujando
su hombría aún más adentro. Kendra escuchó un fuerte gruñido subiendo
por su garganta. Junto con el rugido, descargó su semilla. Ella sintió su
poderosa efusión en cada fibra de su ser, incluyendo la hinchazón de su
hombría una vez más. Dayan bombeó el preciado líquido dentro de ella
varias veces antes de desplomarse exhausto. Todavía unido a ella, se recostó
de espaldas para que ella pudiera descansar cómodamente sobre su amplio
pecho.
Kendra todavía estaba sorprendida. Maron había sido bueno con ella,
cariñoso. Él también había derramado su semilla dentro de ella, regalándole
así a Lenora. Después de eso, ella había pensado que sabía cómo se sentía
el amor físico. Escuchando las habladurías en el pueblo. Había aprendido
que el dolor que Maron le había causado al principio había sido solo porque
ella no había estado nunca con un hombre. Por supuesto, las mujeres no
daban grandes detalles, decían que simplemente era algo necesario para
concebir un hijo. Sin embargo, ni en sus sueños más salvajes habría sido
capaz de imaginar lo que ocurría realmente entre un hombre y una mujer.
Dayan parecía estar dormido. Sonriendo, ella rodeó su pezón, que se
había puesto inmediatamente rígido. De esa forma ella también podría darle
más placer. Quizás la próxima vez que ellos…
—¡No hagas eso!
Kendra apartó la mano, asustada. Tal vez a las mujeres no se les permitía
hacer esas cosas, y ella lo había ofendido.
—¡Lo siento! Solo quería… ¿No te gustó?
Sonó un resoplido de frustración. —Sí, desgraciadamente sí.
¿Desgraciadamente? Ella ya no entendía nada, y estaba a punto de hacer
otra pregunta, cuando Dayan la empujó hacia la otra mitad de la cama.
—Eres una mujer hermosa, Kendra, llena de pasión. Pero toda mi
atención será para Lenora. Tú y yo ¡eso nunca ocurrirá!
¡Por supuesto! ¡Qué tonta era! Las lágrimas brotaron de sus ojos. Ella no
quería que la viera, así que se puso de lado. A partir de mañana, él dirigiría
la manada como Alfa. No podía darse el lujo de relacionarse con una
mujerzuela de mala reputación como ella. En algún momento, en un futuro
no muy lejano, él tendría que encontrar una compañera, una loba respetada
con quien engendraría a su sucesor. Kendra se preguntó por qué se había
acostado con ella entonces. ¿Fue por la frustración de haber sido insultado
por Arak? ¿Quizás para comprobar de nuevo si había algo de verdad en los
rumores sobre ella?
—Lo siento. He perdido el control. No es tu culpa, y te juro que no
volverá a pasar.
¿Y ahora además se había disculpado? De ello había deducido que no
había querido aprovecharse de ella ni ponerla a prueba. De lo contrario, ella
no podría explicar su comportamiento. ¿Primero se había sumergido en la
lujuria y luego se había arrepentido de ese placer? Ya no pudo identificar
qué demonio la había montado.
Ella se arrastró fuera de las pieles, y lo miró directamente a los ojos. —
Solo para que lo sepas ¡yo no lo siento! Y disfruté mucho de nuestro tiempo
juntos.
Deliberadamente, echó la cabeza hacia atrás y se dirigió tranquilamente
a su habitación. Ella no entendía por qué había estado cada vez más
enfadada. ¿Qué se estaba imaginando Dayan, qué se estaba imaginando
todo el mundo? ¡Ella no era un juguete ni un bloque de madera para
desahogarse cuando uno perdía el control! Al fin y al cabo, ella tampoco
insultaba a nadie cuando su día no iba muy bien. En ese caso, ella tendría
algo de qué quejarse todo el tiempo. Indignada, se echó el vestido por
encima de la cabeza. Ya estaba oscureciendo y tenía que recoger a Lenora.
Ella solía caminar por las afueras del asentamiento para llegar a la casa
de Damaris. Hoy, sin embargo, había decidido no tomar un desvío. Avanzó
audazmente por el camino iluminado con antorchas que atravesaba el centro
del asentamiento. ¡Que se queden mirando, y que digan lo que quieran!
Kendra ya sabía que a muchos lobos tampoco les importaban las
habladurías. Pero los que perjudicaban la pretensión de Dayan de ocupar el
puesto de Alfa también eran decisivos. Era mejor escabullirse con Damaris
en las sombras, pero su ira hacia los humanos y los lobos en general, y
contra Dayan en particular, la había convertido en una testaruda. Entonces
así era cuando uno no se podía autocontrolar.
Justo frente a la residencia del Alfa actual, algunos miembros de la
manada hacían sus recados nocturnos. Algunos la miraron con desprecio,
otros la saludaron cortésmente. Kendra había rozado a una joven, que
inmediatamente saltó a un lado como si hubiera tocado una serpiente
venenosa.
—¡En serio! —gruñó ella exageradamente fuerte—. Eres una desgracia
para nuestra manada ¡indudablemente!
De manera arrogante, miró a Kendra de pies a cabeza.
—¡Y qué, si lo soy!
Kendra se alejó unos pasos cuando la mujer resopló indignada. En ese
momento, su mente se desconectó por completo.
Ella se dio la vuelta una vez más, y le gritó igual de fuerte. —¡Ah, por
cierto! ¡También he escuchado hablar mucho de ti!
La mujer chilló, y se apresuró a seguir su camino.
Ellas no se conocían, pero aparentemente Kendra había tocado un punto
sensible. A pesar de lo bien que se había sentido en ese momento la réplica,
ella se había avergonzado de su arrebato. Así era como surgían los rumores,
no debía iniciar ninguno ella misma. Afortunadamente, nadie había estado
escuchando realmente. En ese momento, se alegró por primera vez de que
nadie valorara sus opiniones.
Capítulo 9
Dayan

¡Había llegado el día que cambiaría su vida! Dentro de unos minutos,


cuando el sol estuviera en su punto más alto, él haría lo que se debería de
hacer. Kendra lo había evitado, limitándose a hurgar ruidosamente en su
habitación. Dayan lo había interpretado como una señal de desinterés.
Había echado un último vistazo a la puerta entreabierta antes de salir. Él no
había podido conciliar el sueño en toda la noche. En su mente, los más
variados pensamientos habían estado librando una batalla. Y no fue hasta la
madrugada que, él había tomado una decisión. Con eso, el peso sobre sus
hombros había disminuido notablemente, pero desgraciadamente no había
podido deshacerse de él por completo.
Casi toda la manada esperaba ansiosamente el duelo entre él y Arak.
Todo el mundo quería ser testigo de la llegada de un nuevo Alfa. Algunos
lobos habían venido incluso desde las tierras más lejanas. Normalmente,
estas familias apreciaban estar retirados del bullicio del asentamiento
principal. Pero, al parecer, no habían querido perderse este espectáculo en
particular. Algunos días, Dayan envidiaba su independencia pero, a pesar de
su estilo de vida, estos cambiaformas se mantenían fieles a su líder.
Su rival Arak había llegado al mismo tiempo que él. Una multitud de sus
fieles seguidores lo acompañaba, animando el ambiente con fuertes gritos y
aullidos. En el fondo, era un comportamiento superfluo, al menos, por el
momento. La tradición del duelo no podía equipararse con una elección. Era
la ley del más fuerte. No obstante, la manada podía rechazar entregar su
lealtad al ganador, si la mayoría lo considerara inadecuado.
El viejo Alfa había salido de la sala, y había bajado los escalones hacia
la arena improvisada. Entre tanto, Dayan solo podía pensar que el anciano
lobo había liderado a la manada con fuerza y sabiduría. Ha habido pocos
enfrentamientos con otros lobos durante su reinado. Además, a excepción
de la trágica muerte de Maron, no habían sufrido ninguna baja. Ahora él
emitiría su última orden, con la que al mismo tiempo renunciaría
voluntariamente a su poder. Tampoco se había aferrado obstinadamente a su
puesto, y su carácter era impecable. La manada era su máxima prioridad, al
igual que lo era para él mismo.
Arak infló su pecho, y lanzó una sonrisa de autosuficiencia a los
presentes.
—¡Dayan, Arak! ¿Están listos?
El Alfa levantó una mano para dar la señal de inicio.
Dayan estaba listo. Decidido, se apartó de Arak, que ya estaba apretando
los puños.
Él se paró en el primer escalón junto al Alfa. —¡No habrá competencia!
¡Renuncio al liderazgo!
—¿Estás seguro? —le gruñó el Alfa al oído, mientras todos los
espectadores quedaban boquiabiertos.
—Absolutamente.
Él señaló a Arak. —¡Será un buen líder para ustedes, fuerte y justo!
Ante los sorprendidos murmullos de los presentes, se acercó con grandes
zancadas a su nuevo líder y dobló las rodillas.
—Te juro mi lealtad, Arak. Juro obedecer tus órdenes, y servir a la
manada.
Cuando se había levantado nuevamente, le pareció haber visto un
destello de furia en los ojos de Arak. Sus manos se retorcieron, como lo
hacían normalmente antes de convertirse en lobo.
Dayan se sacudió, desconcertado. La noche de insomnio debió haber
nublado sus sentidos.
—No eres un verdadero lobo, pero pronto lo serás. —le siseó el nuevo
Alfa.
Con eso sin duda estaba aludiéndose a sus ideas contrarias. Dayan podía
vivir tranquilamente con este gesto amenazante. Ya no perseguiría planes
abstrusos, y no se rebelaría contra Arak.
El predecesor de Arak, en cambio, lo miró inexpresivamente antes de
volver a hablar. —Este mismo día dejo mi puesto en la casa principal. Arak,
la manada y su destino están a partir de ahora en tus manos.
Dayan sabía lo que ahora sucedería. Todos los lobos harían su juramento
de lealtad. No necesitaba ver todo eso. Sin arrepentimientos, abandonó la
ceremonia, pero fue detenido por algunos miembros de la manada.
—¿Por qué has renunciado? Te habríamos seguido de cualquier forma —
le dijeron algunos.
Otros estaban menos afligidos. —¡Cobarde! ¡Has evitado la pelea! Pero
al menos así hemos conseguido al mejor Alfa.
También eso había sido su objetivo. Sin embargo, le dolía que lo
llamaran cobarde. Por otra parte, los motivos de su retirada eran asunto
suyo, por lo que no se defendió de esta infame insinuación. Sin decir una
palabra, siguió trotando. Detrás de una de las casas vio una figura familiar.
Kendra se había escabullido rápidamente detrás de la siguiente pared
cuando había notado su mirada. Él no le había informado sobre su decisión,
pero le afligía que ella no pareciera interesada en su futuro. Aunque no
debería haber sido así, en ese momento, él había sentido un salto de alegría
en su corazón. Indudablemente la batalla más dura estaba aún por delante.
El conocimiento de este desafío le había pinchado en las vísceras como mil
agujas. No tenía la menor idea de cómo dominarlo.
—¿Has perdido el juicio?
Dayan casi resbaló en un charco helado cuando recibió un fuerte
empujón en la espalda. Lo último que quería ahora era tener una de esas
agotadoras conversaciones con su hermana. Ella tenía el talento de sacarle
todos los secretos, por muy ocultos que estuvieran. Él podría mirar
malhumoradamente más allá de ella o hacer bromas, pero eludir sus
preguntas ingeniosas o, más bien, insistentes, rozaría la estupidez.
Damaris se paró frente a él con los brazos cruzados.
La punta de su pie golpeaba la dura tierra de forma casi ensordecedora.
—¡Estoy esperando! —gruñó ella, levantando una ceja.
—Aquí no.
Sería más fácil discutir con un niño terco que con su hermana mayor. El
cerebro de Dayan se había retorcido en todas las direcciones. Él sabía que,
si no respondía a sus preguntas, ella lo seguiría hasta su dormitorio. Sin
embargo, de repente se percató de un aspecto positivo de esta conversación,
probablemente no tan agradable. Era muy posible que Damaris pudiera
darle algún consejo práctico sobre su complicada situación.
Sin vacilar, él le tomó por el codo, y la empujó hacia la casa de ella.
Después de que su hermana se dejara caer en una silla, lo miró con una
crítica no disimulada en sus ojos.
—Bien, ahora que estamos solos. ¿Puedo saber por qué te has
arrodillado ante Arak?
De alguna manera había hecho que sonara como si él se hubiera arrojado
al polvo y hubiera suplicado misericordia.
Dayan se pasó las palmas de las manos por los muslos, y se rascó la
nuca.
—¿Y entonces qué? ¿Se te ocurrió eso esta mañana?
—No, en realidad, en la noche. Y ciertamente no fue fácil.
Ante su tono mordaz, las cejas de Damaris se levantaron aún más. Pero
entonces, ella se inclinó hacia adelante y apoyó la barbilla en su mano
izquierda. Ella nunca se ofendía por mucho tiempo ¡afortunadamente!
—Empezaste a reflexionar justo la noche anterior a la pelea, bueno,
bueno. ¿Qué te hizo cambiar de opinión, Dayan? ¿Explícamelo?
—Compartí la cama con una mujer.
Ante su mueca graciosa, él gruñó entre dientes. —No con cualquier
mujer, con Kendra.
—¿Y eso qué? —Ella se encogió de hombros.
Este gesto tan cotidiano lo había molestado, y una palpitación había
comenzado detrás de su frente. Tal vez se había debido a su impotencia, al
nudo en su cabeza o al hecho de que todo se había complicado.
—¡No lo entiendes! ¡Eres una mujer!
—Evidentemente, lo soy.
Damaris se miró las uñas, tiró de su vestido y luego le sonrió con
dulzura. —Supongo que por eso piensas que soy un poco tonta ¿no es así?
Dayan se rio de forma entrecortada. —No, por supuesto que no. ¿Me
perdonas?
—Eres mi hermano pequeño. ¿Qué te parece?
Amasando sus manos, él respiró profundamente. —Damaris ¿cómo
podría dirigir una manada, hacer justicia o defender nuestros valores?
Después de todo, ni siquiera he podido resistirme a la compañera de otro.
¿Has mirado a tu alrededor últimamente? Todo el mundo se ha enloquecido
por culpa de Kendra. Luego también estoy yo con mis ideas. Lo que ahora
necesitan desesperadamente es paz y estabilidad. Y Arak les ofrecerá eso.
—Pero Kendra no es la compañera de nadie. ¿De qué estás hablando?
Su hermana negó con la cabeza, e hizo un gesto salvaje con una mano.
—Ahora no, pero Maron la habría…
—Para. ¡Para!
Damaris ahora levantó ambas manos. —¿Acaso Maron te había
insinuado algo por el estilo?
—Bueno, no, no lo hizo. Pero se involucró con una mujer humana. No
podría ser más claro que eso. Y luego está Lenora.
Damaris parpadeó varias veces. —Lo entiendo. Crees que eres indigno
porque supuestamente has roto un mandamiento. Si eso es lo que piensas de
ti mismo, tal vez eso es lo que eres.
Él apretó los dientes. En pocas palabras, le hubiera gustado escuchar su
condición expresada en términos menos duros pero, lamentablemente, una
forma más amable de decirlo tampoco hubiera disminuido su vergüenza.
Damaris se levantó, y lo abrazó. —¿Qué podría decirte que no hayas
acordado ya contigo mismo? ¡Pero, piensa en lo siguiente! Alguien que se
crea perfecto, puede que no lo sea.
¡Mujeres! Eso era exactamente lo que él había dicho, que no era
perfecto, que no era lo suficientemente bueno. Él había tomado ese mensaje
de su insinuación. No importaba el orden de los argumentos. La presencia
de Kendra había sembrado la discordia en la manada. Después de haberse
acostado con ella, él no podría presentarse de forma impasible delante de
ella por el momento. Eventualmente, alguien se daría cuenta y provocaría
aún más disturbios. En general, esta circunstancia no creaba buenas
condiciones para convencer a los lobos de sus planes de hacer las paces con
otras manadas. A la hora de la verdad, él había fracasado. Tal vez solo era
un soñador sin agallas, que se imaginaba un mundo que solo existía en su
imaginación.
A pesar de todo, un poco aliviado por haber hecho esa confesión, se
dirigió a su casa. Sus pies lo habían llevado allí automáticamente, aunque
unas horas como lobo le hubieran sentado mejor. El depredador que había
en él anhelaba tener la tierra bajo sus patas, y así podría escapar aunque
fuera por un rato del carrusel de pensamientos. En lugar de eso, se había
enfrentado de forma casi autodestructiva a la mujer que había empezado a
mover el confuso caleidoscopio en su cabeza. Entretanto, las dos mitades de
su ser ahora iban por caminos separados.
Él sintió la atmósfera cargada nada más al cruzar el umbral. Kendra, con
los brazos apoyados en las caderas, lo miraba agresivamente. Sus mejillas
sonrojadas y la niña acostada frente a ella le habían dado un aura
completamente diferente al anterior. Mientras su inseguridad aumentaba, la
de ella parecía desvanecerse. Dayan apenas había podido contener su
entusiasmo ante esta nueva faceta de ella. A su lobo le hubiera encantado
arrastrarla nuevamente a la cama para disfrutar de la salvaje Kendra.
Mientras él luchaba desesperadamente por evitar que la sangre se
precipitara con todas sus fuerzas hacia su hombría, ella ya se abalanzó sobre
él.
—¿Has perdido la razón? ¡De todas las cosas que había querido ver hoy,
la última era verte a ti jurándole lealtad a ese canalla! ¡No puedes pensar
seriamente que Arak será un mejor líder!
—¡Sí, lo pienso! ¡No tienes idea de lo que estás hablando!
Kendra entrecerró los ojos hasta convertirlos en rendijas. —No, tienes
razón. No sé nada sobre liderar una manada. Pero sí sé, cómo se ve alguien
que se mete la cabeza entre los hombros. Y eso es exactamente lo que estás
haciendo en este momento.
Ella le clavó el dedo índice en el pecho. —¿Acaso has tomado esa
decisión por mí? ¿Quizás por lo que ha sucedido anoche? ¿Ahora crees que
soy lo que todos dicen que soy? Si es así, puedes decírmelo ¿Crees que
deshonro a tu hogar? ¿Entonces, por qué no me echas?
¡Preguntas, tantas preguntas! Su cabeza tronaba debido a ello.
Él apenas pudo pronunciar una palabra. —Parcialmente.
Se formaron manchas rojas en su escote.
Kendra le sujetó por la barbilla, y clavó sus dedos en ella. —¿Qué clase
de respuesta es esa? Solo crees parcialmente lo que dicen de mí. ¿Qué parte
exactamente?
Dayan apartó su mano de un tirón.
Incluso el más mínimo contacto de su parte dejaba muy claro lo fuerte
que era su deseo por ella.
—¡Ninguna parte, ese no es el punto!
—¿Entonces de qué se trata?
Las excusas no lo ayudarían. Los ojos de ella brillaban como cometas
amenazantes en el cielo, una palabra equivocada más y ella le tiraría una
silla por la cabeza. ¿Ella también discutía de esa forma con Maron? ¿Le
había permitido ver sus pechos agitados? ¿Había sentido el mismo deseo de
arrancarle la ropa y revolcarse con ella en el suelo, gimiendo? Los celos
surgieron en él, lo que lo hizo recuperar la sobriedad en un instante.
—La manada está dividida por tu culpa, lo sabes. Aun así, no te echaré,
eso está fuera de discusión. Maron me retorcería el cuello. Pero la situación
es delicada. Nuestra fuerza reside en nuestra unidad. Conmigo al mando,
habría demasiadas fricciones. Nadie querría compartir mi visión. ¿Y por
qué lo harían? Todo lo que me he propuesto es en cierto modo infantil, si
uno lo piensa mejor.
Kendra ladeó la cabeza. —Hay algo que me estas ocultando.
—¡No!
Ella no lo había presionado más, pero sus labios fruncidos delataban que,
aunque él había querido sonar creíble, había fracasado. Dayan no se había
atrevido a decirle la razón más importante. A decir verdad, él temía su
reacción. Podría sentirse horrorizada o asqueada. O peor aún ¡que ella
sintiera lo mismo! En ese caso, él no sería capaz de contenerse. Ahora, al
menos la manada solo se reía de él, pero si llegara a hacerla oficialmente su
compañera, la mitad de ellos llegaría a despreciarlo profundamente.
Kendra se dirigió tranquilamente hacia un banco, y se sentó. Su ira
parecía haberse desvanecido.
Sin embargo, ella no se rindió. —Tus sueños no son infantiles, Dayan.
Todo comienza como un sueño. En la ciudad del norte hay una torre que
llega hasta las nubes. También habían tomado a su constructor por loco
cuando le había explicado la construcción a su alcalde. ¿Y ahora? Esa torre
se puede ver desde nuestra aldea en un día despejado.
Dayan resopló con frustración. —Eso es solo un edificio, Kendra. Solo
se puede derrumbar, y ya. Pero si empezara a negociar con otras manadas,
podría acabar en un desastre. Tal vez pensarían que somos débiles y que
necesitamos ayuda. Y quizás intentarían anexionar nuestro territorio.
—O, tal vez, no lo hagan. Si no lo intentas, no lo sabrás. Me has hablado
de los peligros que acechan ahí afuera. ¿Quieres esperar a que lleguen a
nuestras fronteras? Uno ya está llamando a la puerta. ¿Y qué pasará con el
lobo rabioso? Dijiste que Arak no se había creído tu historia. ¿También
quieres dejar pasar eso?
—Es lo justo. Ese lobo es real, pero solo es un caso aislado. Todo lo
demás se basa en rumores.
—Ah, sí. —Ella se rio con un cinismo exagerado.
—Entonces, por favor, explícame por qué la gente cree ciertos rumores,
pero no otros. Muchos creen que soy una mujer de moral dudosa. Eso es
fácil, porque no puedo demostrar lo contrario. Es una bonita historia que, en
el mejor de los casos, les provoca un agradable escalofrío en el cuerpo,
probablemente distrayéndolo a uno de sus propios defectos. Sin embargo, si
llegaras a atrapar a ese lobo, el rumor de repente se haría realidad, y creo
que eso es todo lo que necesitas.
—Lo dices como si fuera muy fácil —resopló él.
No podía discutir su lógica, era irrefutable. De repente, él se sintió
justificadamente reprendido. La manada y su seguridad siempre eran la
prioridad. No pudo evitar preguntarse si había arriesgado ambas cosas por
su salvación. Sin embargo, aún no se consideraba digno de ocupar el puesto
de Alfa. ¿Pero, qué importaba eso cuando había vidas en peligro? ¿Debería
admitir públicamente su debilidad y seguir insistiendo en perseguir la
amenaza? Sin embargo, Arak, no le cabía ninguna duda, no lo dejaría
hablar.
—Es demasiado tarde, Kendra. Arak no me dará el permiso ni los
hombres para ir tras el lobo. Mucho menos me dejará avisar a las otras
manadas. Ahora depende totalmente de él la dirección que tome nuestro
pueblo. No puedo hacer nada. De lo contrario, cuestionará mi lealtad
delante de todos. Y si procedo sin su consentimiento, estaré rompiendo mi
juramento.
Kendra se levantó, y se alisó la ropa. A diferencia de él, ella irradiaba
confianza.
Ella se acercó a él, y le puso una mano en la mejilla. —Tú serías un
mejor Alfa, lo sé. Entiendo que no puedas hacer nada sin romper tu
juramento. Pero yo no soy un lobo, y no pertenezco a la manada. Tú no
puedes hacer nada, pero yo sí.
Capítulo 10
Kendra

Su argumentación no había sonado endeble, y tampoco como una excusa


inventada apresuradamente. Además, Dayan ciertamente no le temía a la
pelea. Pero tampoco decía la verdad en un cien por ciento. Su retirada tenía
algo que ver con ella, y con el hecho de seguir cumpliendo su compromiso
con ella y con Lenora. Ese pensamiento le había producido náuseas; ella no
quería ser la causa del final de sus planes. Por otro lado, no podía ignorar la
creciente alegría. Él había pagado un alto precio por el bienestar de ella y de
Lenora.
Al parecer, la solución era obvia. Ella podría llevarse a Lenora y
abandonar la manada, alejarse en silencio y en secreto, como había hecho
durante años, y así no dar motivos a nadie para hostigarla. Eso había sonado
razonable, pero de repente ya no lo era. Ella ya estaba harta de tener que
aguantar siempre lo mismo. Muchos le habían hecho la vida imposible por
algo que nunca había sucedido. Ahora incluso Dayan había sido arrastrado
dentro de esta vorágine. Eso no era ni correcto ni justo. Además, y ella tenía
que ser honesta con esto, no quería alejarse de él, aunque eso equivaliera a
egoísmo.
Ella seguía mirándolo a la cara. Los músculos de sus mejillas se había
movido rápidamente bajo su barba oscura.
De forma totalmente inesperada, él le acarició el cabello y le sonrió
suavemente. —¿Qué es lo que harás? ¿Cazar al lobo sola?
—No, ese es tu trabajo.
Dayan frunció el ceño. —No puedo ir de caza, ya te lo he explicado. Si
Arak se entera…
Kendra tomó la mano de él, que aún estaba en su mejilla. —¡Escucha!
No tienes que ser un líder, un Alfa, un rey o cualquier otra cosa para hacer
del mundo un lugar mejor. ¡Mira al pequeño!
Ella señaló al cachorro que retozaba. —Tú lo salvaste, Arak habría
terminado con su vida inmediatamente. ¿Dejarías que el pequeño cachorro
muriera hoy solo porque tu Alfa lo ordena? ¡No lo creo! Encontrarías una
solución.
Dayan sonrió. —Sin ti, no habría sabido cómo solucionar el problema.
—Solo dices eso, tú no le habrías hecho nada a esa bolita de pelo, estoy
segura de ello. Pero ese no es el punto ahora. Sabemos que el lobo está ahí
afuera en alguna parte. También sabemos que su agresividad aumentará.
¿De verdad quieres dejar las cosas como están, y quedarte sin hacer nada?
Dayan se quedó mirando su boca, como si allí estuviera el centro del
universo y que él acababa de descubrir como el primero en la historia.
Él tragó saliva y puso los ojos en blanco. Entonces, Kendra había sentido
un escalofrío excitante. Ella se lamió los labios, que se le habían secado
repentinamente. No había nada allí, se aseguró con todas sus fuerzas. No
podía dejar que sus sentimientos la distrajeran.
Antes de perder completamente el hilo de la conversación, se apresuró a
continuar. —Si la bestia ataca en otro lugar y suceden cosas malas, será
nuestra culpa. Comprendo que tienes las manos atadas. Así que iré, y al
menos avisaré a mi antigua aldea.
Su ceja cicatrizada se levantó un poco.
Luego sacudió la cabeza. —¿Por qué quieres ir a ver a esa gente? ¡No les
debes nada!
Ella sintió que sus labios se torcían en una sonrisa de felicidad. A través
de las ventanas, el sol había pintado pequeñas manchas de luz danzantes en
el suelo, y así era exactamente como se sentía por adentro ahora mismo. Él
no podría haberlo expresado mejor. Ella no le debía nada a su aldea. Pero
esa no era la parte esencial de su declaración, sino que había confirmado
desde el fondo de su corazón que creía en ella. Dayan no creía que ella
fuera una mujerzuela.
Cualquier duda que ella aún albergaba, él la barrió con unas pocas
palabras.
—Eso es cierto, Dayan. Aun así, iré a ver al jefe de la aldea.
Una risa amarga subió por su garganta. —Créeme, a veces me gustaría
verlos sufrir, simplemente me encantaría injuriarlos o tirarles una manzana
podrida a la cabeza. Pero eso no cambiaría nada de mi pasado. No quiero
ser así.
Kendra puso una mano en la mejilla de Dayan y, por una milésima de
segundo, creyó sentir que se acurrucaba en su palma.
—Tal vez no me crean, es lo más probable.
Avergonzada, bajó la mano y la ocultó entre los pliegues de su vestido.
—De cualquier manera, hay una cosa buena. La gente hablará y la
historia se difundirá. Y alguien la creerá, siempre es así. No puedo decir si
eso será suficiente, pero no hacer nada… no, esa idea no me agrada en
absoluto.
Dayan aún tenía el ceño fruncido. Él la escuchaba, pero parecía incapaz
de creer lo que ella decía.
Ella no pudo evitar soltar una risita involuntaria. —¿Qué? ¡Así es como
empieza! También querías establecer relaciones más estrechas con los
humanos y otros lobos. Entonces, primero debes dejar que el pasado quede
en el pasado, y luego debes dar algo. La pura voluntad por sí sola no es
suficiente, debes dejar que las acciones hablen por tu causa.
—¿Cuándo quieres ir? —preguntó él, todavía con un poco de reticencia.
—Mañana, cuanto antes mejor.
De repente, Dayan la acercó a su pecho.
Él apoyó la barbilla en su cabeza, y la abrazó con fuerza. —Es
vergonzoso, pero desearía haberte conocido antes. Arderé en el infierno a
causa de este deseo, mis antepasados no me recibirán. Y aun así… —
Repentinamente, él la soltó, acarició su mejilla nuevamente con los dedos y
salió corriendo de la casa.
El sol se había desplazado, los círculos de luz en el suelo se habían
hecho más pequeños y finalmente habían desaparecido por completo. ¿Qué
lo atormentaba tanto? Kendra no entendía por qué veía algo reprochable en
ello, si se hubieran conocido antes.
Lenora y el cachorro de lobo la miraron con los ojos bien abiertos, como
si ambos supieran la respuesta. Su hija había señalado la puerta abierta por
la que Dayan literalmente había huido.
Ella sonrió de oreja a oreja. —Da… Da… Dayan.
Kendra se acuclilló junto a ella. Lenora había dicho su primera palabra y
ella había aplaudido con entusiasmo mientras elogiaba a la pequeña.
Inmediatamente después, su corazón casi se detuvo por la conmoción, ya
que Lenora siguió balbuceando alegremente.
—¡Dayan… papá!
—No, cariño ¡no digas eso! Dayan no es tu padre.
Pronto descubrió que se esforzaba en vano. Lenora era una loba de pies a
cabeza.
Con los puños cerrados, acompañados de un suave gruñido, ella insistió
en su opinión. —¡Dayan… papá!
Kendra suspiró. Lenora todavía era una niña pequeña. No se la podía
culpar por expresar sus deseos. Solo esperaba que Dayan fuera comprensivo
con eso. Después de todo, Lenora no conocía a ningún otro padre más que a
él. Desgraciadamente, las primeras palabras de su hija pequeña también
había reavivado sus propios sueños. Era el momento de enterrarlos
definitivamente. Dayan y ella habían pasado una noche maravillosa juntos,
pero ya no volvería a suceder. Kendra no entendía en absoluto por qué
deseaba secretamente lo contrario. Ella tenía buenos recuerdos de Maron,
pero realmente nunca había suspirado por él. Dayan, en cambio, había
arraigado en todos los rincones de su ser y, si lo pensaba bien, lo había
hecho desde el primer momento.

***

A la mañana siguiente, Kendra había vestido a su hija con ropa abrigada.


Sería muy agotador cargar a la niña hasta la aldea. Pero Dayan no había
regresado, y pedirle a Damaris que vigilara a Lenora sería demasiado
atrevido. Confiaba en ella, pero no quería involucrar a la hermana de Dayan
en su plan. Damaris pertenecía a la manada, y debía mantenerse leal al Alfa.
Kendra había luchado consigo misma para saber si debía presentarle alguna
excusa creíble, pero luego se había abstenido de hacerlo. Mentir no era su
fuerte. Damaris descubriría su mentira, y se sentiría muy decepcionada. Y
ella no quería correr ese riesgo. Además, no era correcto mentirle a su única
amiga. Después de todo, nadie había afirmado que ayudar a Dayan sería
una tarea fácil.
Había caído nieve durante la noche, y ahora eso amortiguaba sus pasos.
Ella sonrió al pasar por la gran puerta. Nadie la detuvo, ni le preguntó hacia
dónde se dirigía, ni le habían advertido sobre las ventiscas. Con la dimisión
de Dayan, gran parte del interés hacia ella parecía haberse extinguido.
Precisamente hoy, eso le resultaba inmensamente conveniente.
Desde la empalizada, bajando la colina, se había deslizado con más o
menos elegancia. El tramo de pradera hasta el borde del bosque había sido
un poco más difícil. La nieve se pegaba a sus botas y Lenora había vuelto a
subir de peso. Pronto haría sus primeros intentos de caminar. Y entonces
nada la detendría, le había asegurado Damaris, poniendo los ojos en blanco.
Lenora podría retozar con los otros niños, una diversión que sin duda se le
habría negado en el pueblo.
Ella había avanzado más rápido entre los árboles. Por el momento, los
gruesos copos de nieve aún se aferraban a las agujas de los pinos y abetos,
solo unos pocos habían caído al suelo. Ya se podía intuir el brillo del
esplendor blanco que llegaría a cubrirlo todo en la noche. Sin embargo, ella
solo había podido conjurar a medias este paisaje de ensueño. Ella ya no
recordaba el lugar exacto en el que Dayan había puesto en fuga a aquel lobo
antinatural, pero sí recordaba con mayor intensidad la espeluznante
sensación de ser acechada. Sus músculos se habían vuelto flácidos, mientras
que en la nuca había sentido un desagradable cosquilleo como de mil
picaduras de hormiga. Incluso, en este momento, no estaba del todo libre de
ello, ya que la comunidad de la aldea seguramente no le daría una cálida
bienvenida. Nadie allí quería matarla, pero sin duda la atacarían de una u
otra manera. Sin embargo, ella quería transmitir su mensaje. La descripción
de Dayan sobre los lobos masacrados aún seguía demasiado clara en su
mente. Ningún ser vivo debía sufrir una muerte así, ni siquiera las personas
que la habían lastimado tanto.
Decidida, ella continuó su camino. De la nada, escuchó un suave y
alegre jadeo detrás de ella. Una mirada por encima de su hombro fue
suficiente para dibujar una sonrisa en su rostro. Mantener al cachorro de
lobo en la casa había sido simplemente imposible. Siempre encontraba una
oportunidad para escapar. Todos los días Kendra temía que el cachorro
terminara muerto en algún lugar del bosque. Pero regularmente como
mucho regresaba al anochecer.
—Eres un pequeño travieso —le regañó, riendo—. Aun así, gracias por
el apoyo.
—¡Un lobo un poco más grande podría ofrecer un mejor respaldo!
Aunque su corazón había latido con fuerza, Kendra trató de parecer lo
más serena posible. —¡Ya lo creo!
Ella no pudo evitar darle una pequeña reprimenda. —¡No deberías
acompañarme, Dayan! Si esto sale a la luz…
Él se quedó mirando al frente, pero desechó su objeción con una sonrisa
irónica. —Este es el territorio de la manada. Y puedo ir a donde quiera.
Inmediatamente después, él le quitó a Lenora.
La niña había soltado inmediatamente un aluvión de balbuceos
entusiastas que, para sorpresa de Kendra, habían terminado de forma
bastante inapropiada.
—¡Papá!
Kendra se puso roja como un tomate.
Ella tenía que explicarle, disculparse y, de alguna manera, minimizar
esta vergüenza de inmediato. —Lo siento. ¡Mejor no la escuches! Ella ni
siquiera sabe de lo que está hablando.
Dayan le dio un toquecito en la nariz a Lenora, antes de girar la cabeza
hacia ella. —Está todo bien.
Kendra no podía creer lo que estaba escuchando, en ese momento, él le
hizo cosquillas en la barbilla a Lenora.
—Sabes exactamente de lo que estás hablando ¿verdad?
De a poco, ella había empezado a sudar. Su grueso abrigo de pieles casi
la había aplastado. Dayan no había corregido a Lenora, cosa que debería
haber hecho. En un siguiente momento inoportuno, Lenora seguramente
soltaría su primera palabra donde otros miembros de la manada pudieran
escucharlo. Entonces Dayan probablemente ya no lo encontraría tan lindo.
Además, su hija también tendría una impresión equivocada. La verdad la
golpearía aún más fuerte en el futuro. Kendra había decidido hablar con
Dayan sobre el tema, no precisamente ahora, sino tal vez mañana o al día
siguiente. Por ahora, solo disfrutaría del hecho de no tener que caminar sola
hasta la aldea. En el pasado, a menudo se había aventurado en las
profundidades del bosque. Siempre la había acompañado el miedo
subyacente de encontrarse con una bestia hambrienta y feroz. Con Dayan a
su lado, de repente, se sentía protegida. Él no permitiría que nadie se
acercara a ella o a Lenora.
Cuando el pueblo ya estaba a la vista, ella extendió los brazos hacia
Lenora.
—¡Dámela! No deberías ir más lejos.
Dayan asintió. —Esperaré aquí hasta que vuelvas. Volverás ¿no es así?
¿Por qué había preguntado eso? ¿No debería estar contento de liberarse
de ella? De repente, el último nudo en su cerebro que la había mantenido
cautiva hasta ahora se había aflojado. Dayan quería cuidar de ella y de
Lenora, sin importar su reputación. Su futuro estaba con él. Al aceptarlo
finalmente, toda inseguridad se había desprendido de ella. Durante años, la
gente la había pisoteado y, aunque fuera solo de manera inconsciente, había
temido que el mal habitara en su interior. Pero ella era un ser humano como
todos los demás, no era perfecta, pero tampoco era vil o inmoral.
—Por supuesto. —Ella sonrió—. Mi lugar está contigo.
Kendra marchó con la cabeza en alto directamente a la casa del jefe de la
aldea. La gente la miraba como si fuera una extraña aparición, como si no
pudieran creer que no estuviera correteando por ahí con la cabeza gacha
como un conejito asustado, como de costumbre.
Solo Rufus se interpuso en su camino. —¿Qué es lo que quieres? En
nuestra aldea no queremos ninguna pu…
Con una mano ella lo hizo a un lado. —¡Apártate de mi camino! ¡Corre a
casa a quejarte con tu padre!
Ella siguió adelante, pero había oído a algunas personas reírse. Rufus era
un vago mimado, todo el mundo lo sabía. Pero nadie le decía nada, porque
su padre era el hombre más rico de la aldea. Y si alguien se atrevía a
hacerlo, después Rufus iba a quejarse en su casa. Lo único que él podía
hacerle a una mujer como ella era cortarle el cabello.
Por supuesto, ella no esperaba una bienvenida amistosa en la casa del
jefe de la aldea. Pero, al menos, el hombre estuvo dispuesto a escuchar su
historia después de que ella le había señalado debidamente su
responsabilidad.
Finalmente, ella le volvió a hablar con insistencia. —¡Deben tener
cuidado! ¡Cierren las puertas por las noches, y lleven a los animales a sus
corrales! ¡No se alejen demasiado del pueblo en la oscuridad!
El jefe la miró, negando con la cabeza, antes de cruzar las manos sobre
su gorda barriga. —¡No creerás en serio en esos disparates! Ahora vives
con la manada, eso debió haber nublado tu mente. Y además ¿por qué
debería confiar en las palabras de una puta?
Kendra sonrió suavemente. El insulto había rebotado en ella.
Con gran lentitud, levantó a Lenora sobre su otra cadera. —No me
importa si me tomas en serio. ¡Pero no digan después que nadie les había
advertido! Vine por respeto, la aldea era mi hogar, el hogar de mi familia.
Ya dependerá de ti lo que hagas con mis palabras.
Eso era todo lo que ella podía hacer. Si el cobarde no quería escuchar,
ella tenía las manos atadas. Sin embargo, no se le había ocurrido nadie más
que pudiera prestarle atención. Un poco frustrada, ella se dio la vuelta.
Parecía que había venido hasta aquí para nada.
Afuera, casi había chocado con la esposa del jefe de la aldea. Intentó
zafarse de ella, pero la mujer le había sujetado del brazo. Kendra la miró
malhumoradamente. No tenía muchas ganas de escuchar ninguna regañina.
Pero cuando la mujer comenzó a hablar, su disgusto se esfumó.
—¡Gracias, Kendra! Los escuché, porque quería saber qué era lo que te
había traído hasta aquí después de todo… ya sabes.
Ella bajó la mirada, avergonzada, y siguió murmurando. —Es muy
valiente de tu parte, y desinteresado. No entiendo por qué lo has hecho,
pero hablaré con mi esposo.
—¡Deberías hacerlo!
Kendra miró hacia la plaza de la aldea. Allí atrás, estaba su choza
inclinada, que probablemente no sobreviviría el invierno. Y la mujer del
carnicero arrastraba su cesta de ropa sucia hacia la casa. Algunos niños le
lanzaban bolas de nieve a sus amplias caderas. Era extraño, pero ella ya no
sentía ningún tipo de apego por este lugar. Aparentemente, ahora podía
despedirse por completo de su antiguo hogar, junto con los malos
recuerdos. Su espíritu ahora era libre, y ya volaba delante de ella hacia el
bosque, donde Dayan la esperaba. Puede que ella no tuviera un futuro con
él pero, al menos, sí junto a él. No iba a ser fácil. Pero ella tenía que
aprender a verlo por lo que era, un protector para ella y Lenora, nada más.
Capítulo 11
Dayan

Por milésima vez, él se había asomado por detrás del grueso árbol que
debía protegerlo de ser descubierto por los aldeanos. Dayan sabía que, si
una sola de esas personas se acercaba a Kendra de forma poco amable, no
habría forma de detener a su lobo. Sin embargo, parecía que ella tenía todo
bajo control. Ella había sufrido un increíble cambio. Ya no quedaba nada de
esa mujer callada y casi acobardada. Ahora su comportamiento era
enérgico, pero lo que más le gustaba de ella eran sus opiniones. Siempre
coincidían con las suyas, algo que solo había experimentado con Maron.
Seguramente por eso su amigo había decidido vivir con Kendra. Pero
Maron estaba muerto ¡y él no! Si se hubiera convertido en Alfa y la tuviera
a su lado, él habría podido lograr cualquier cosa.
¡Qué pensamiento tan indecente! Dayan había frotado su frente contra la
áspera corteza del árbol. También había decidido acompañar a Kendra con
todo su corazón. Ya que últimamente su mente carecía de perspectiva.
¿Cómo pudo haber permitido que ella interviniera por él, por decirlo de una
forma? Arak era su Alfa, pero eso no significaba que tuviera que bailar a su
son en todos los asuntos. La lealtad y la obediencia absoluta eran la base de
una manada fuerte. ¿Pero qué pasaría si esa obediencia llegara a costar
vidas inútilmente? Esta cuestión, sin embargo, era tan herética como su
deseo por la amada de Maron.
Para lo segundo, él ya se había hecho algunas propuestas sobre cómo
podría recobrar la razón. Pero cada una había sonado más extraña que la
otra: asignarle a Kendra una nueva casa, tratarla de forma irrespetuosa,
asumir inesperadamente la forma de lobo y asustarla. ¡Métodos estúpidos
para un hombre estúpido! Solo conseguiría una cosa, lastimarla. Este
enfoque no le había proporcionado ningún alivio, a no ser que saltara al río
helado varias veces al día. Tal vez eso podría enfriar su deseo. Pero el agua
helada ciertamente no eliminaría la atracción de él hacia Kendra.
Él tuvo que sonreír. Los niños pequeños resolvían tales conflictos con
sorprendente sencillez. Lenora lo había llamado padre, y probablemente no
había sido la primera vez. Kendra había pegado un grito de sorpresa pero,
por otra parte, no había estado tan consternada como si esta expresión de
confianza hubiera sido completamente nueva para ella. Para él, Lenora le
había dado de este modo una maravillosa sorpresa. Él nunca había tomado
en consideración el rol de padre, pero a la pequeña no le habían importado
esas sutilezas. Ella solo decía lo que sentía, sin importar lo que los demás
dijeran o pensaran al respecto. A su edad, no podía fingir, no podía hacerlo
en absoluto. Las afirmaciones contrarias simplemente no encajarían en su
mundo.
Un día, él se juró a sí mismo, le hablaría de Maron. Ella debía saber lo
buen amigo que había sido, y que podía estar orgullosa de él. Mientras
imaginaba qué más podría contarle a Lenora o qué podría enseñarle sobre
ser un lobo, otra voz había hablado en su cabeza. Solo le había hecho una
pregunta. ¿Qué hay de Kendra? Su fantasía de un armonioso vínculo entre
padre e hija se había hecho añicos rápidamente ya que, al fin y al cabo, la
madre también tenía algo que decir al respecto. Kendra debió haberse
sorprendido por el parloteo de Lenora. El hecho de hacerle creer a su hija
que cualquiera era su padre estaba fuera de discusión para ella. Ella
conservaría la memoria de Maron, y mantendría su imagen extremadamente
viva para su hija. Dayan no pudo evitar que cierta envidia lo atormentara.
Volvió a golpear su cabeza varias veces contra el tronco. Él tenía claro lo
que era, un canalla egoísta y un amigo miserable. Había hecho lo correcto al
rechazar el puesto de Alfa.
Unos pasos apresurados le recordaron que debía recuperar la
compostura.
Él se puso de pie con firmeza, y fingió haber estado esperando con total
tranquilidad.
—Entonces ¿cómo te fue? —le preguntó con un tono de conversación lo
más casual posible.
—Le he dicho al jefe del pueblo todo lo que era de importancia. No
puedo juzgar si tomará en serio la advertencia.
Kendra lo miró de reojo.
Aparentemente, ella no se había creído la actuación casi aburrida pero,
para su alivio, ella no hizo más comentarios.
—Su esposa quiere volver a hablar con él sobre el tema. Ella nos
escuchó y, por lo que recuerdo, es una charlatana que no puede guardarse
nada para sí misma. La historia circulará en el pueblo, y luego llegará a la
ciudad.
Kendra sonrió ampliamente. —Así que, podría decirse que la semilla ha
sido sembrada. —Suspirando, ella continuó—: Aun así, no creo que eso sea
suficiente. Tienes que hablar con Arak, Dayan. Después de todo, su trabajo
es proteger a la manada. Has luchado contra el lobo rabioso ¡El Alfa no
puede afirmar que estás mintiendo o viendo fantasmas! ¿No dijiste también
que pronto podría haber más de estos monstruos? ¡Solo imagínate si
llegaran a atacar nuestro hogar! La manada podría ser capaz de vencerlos,
pero esa pequeña aldea de allí atrás estaría condenada.
Una gota de sudor se deslizó por su sien. La insinuación de Kendra le
había llegado como un soplo de aire caliente. Él no solo era un canalla o un
soñador, sino también un cobarde. Él había avanzado a su lado, y realmente
había imaginado que había conseguido algo grandioso solo por
acompañarla. Él había rechazado el puesto de líder por dos razones. La
manada estaba dividida, y él había querido arreglar eso con su renuncia. En
primer lugar, por supuesto, estaba su incuestionablemente debilidad por
Kendra, lo cual era absolutamente indigno de un Alfa. Puede que él fuera
indigno, que tuviera sus defectos, pero no se le podía llamar incompetente o
mentiroso. Con el puesto de Alfa, aparentemente había renunciado a su
sentimiento del honor y a su espíritu de lucha.
Dayan apretó los puños. En algún lugar de su cabeza, una vena palpitó
con pesar al darse cuenta de la maravillosa compañera que podría haber
sido Kendra para él. Él la deseaba, verla era un deleite para sus ojos y para
su entrepierna. Pero también alimentaba su espíritu, y dirigía sus
pensamientos hacia lo importante sin abrumarlo con reproches.
Siguiendo un impulso, él se detuvo y tomó el brazo de Kendra.
Ella lo miró con los ojos bien abiertos, pero le sonrió con picardía. —
¿Qué? ¿Lo ves de manera diferente?
¡Oh, cómo deseaba besarla! En su lugar, apretó los labios contra la
cabeza de Lenora.
—No, en absoluto. Tienes toda la razón. Arak tendrá que volver a
escuchar lo que tengo para informarles, preferiblemente delante de toda la
manada.
Kendra asintió con determinación. —Y yo también estaré allí. Además,
puedo atestiguar todo. Puede que no tenga voz entre los lobos, pero ¿qué
podría hacer Arak? ¿Taparme la boca?
Dayan se rio a carcajadas. Si ella llegara a hablar delante de la manada
con los mismos ojos brillantes, prácticamente nadie se atrevería a detenerla.
Justo cuando estaba a punto de tomar a Lenora en sus brazos, se le erizaron
los pelos de la nuca. Aunque no había olido ni había oído nada, pudo
percibir el peligro. Rápidamente empujó a Kendra detrás de él, y se llevó el
dedo índice a los labios. Ella abrió la boca, pero inmediatamente la volvió a
cerrar. El rostro de ella se volvió pálido cuando sonó un gruñido contenido.
Kendra apretó a Lenora contra ella, pero aun así le puso una mano en el
hombro, como para asegurarle su apoyo.
De repente, unas ramas se rompieron tras ellos, y luego hubo un crujido
en la maleza a su derecha. Dayan daba vueltas en círculos con los ruidos,
tratando de distinguir algo en la densa maleza. ¡Allí! Un mechón de pelaje
opaco, y unos dientes amarillos brillaron entre las ramas cubiertas de nieve.
Apenas le dio tiempo de adoptar su forma de lobo, cuando el atacante se
abalanzó sobre él desde un costado como un rayo.
Kendra gritó cuando los colmillos del otro lobo por poco alcanzaron su
flanco. La fuerza del golpe lo lanzó a varios metros de ella, y se golpeó el
cráneo contra un árbol. La niebla se extendió por su cerebro, sus piernas se
doblaron bajo él.
Con dificultad, buscó a Kendra con la mirada. Y él no pudo verla.
Sabiamente, ella debió haberse refugiado en algún lugar. Sus párpados le
pesaban terriblemente, pero vio al lobo rodeándolo, con los ojos inyectados
en sangre. De sus fauces colgaba una lengua anormalmente descolorida, y
su boca apestaba horriblemente. La anciana del bosque de los espíritus le
había hablado del decaimiento, recordó él. De repente, se dio cuenta del
significado más profundo de esto. El lado humano de este cambiaforma no
estaba decayendo, se estaba pudriendo y, a la vez, envenenando al lobo. Él
tenía que detener a este monstruo.
Dayan se levantó a duras penas al momento en que las mandíbulas de la
bestia volvieron a atacarlo. Se revolcó con él por el suelo, pero no pudo
clavar los dientes en su carne. Afortunadamente, su oponente tampoco pudo
hacerlo. Sin embargo, sus fuerzas no eran en absoluto iguales. Este lobo
tenía una fuerza tremenda, definitivamente había aumentado desde su
último encuentro. Así que Dayan necesitaba obtener una ventaja táctica.
Para ello, primero necesitaba una mejor visión de los movimientos del
cambiaforma. Con bastante esfuerzo, consiguió alejar a su oponente de él.
Ahora, él lo rodeó sigilosamente, observando sus extremidades
crispadas, y su mirada rabiosa. Este lobo no luchaba, no deseaba ganar.
Pura vileza se veía en su rostro mientras la baba goteaba de su boca, ansiaba
la sangre y la muerte, no la superioridad. Eso, se dijo Dayan a sí mismo, era
su debilidad. Algo más le llamó la atención, ya lo había notado en su
encuentro anterior. El lado lobuno del cambiaforma también estaba
decayendo. Su pelaje estaba desgreñado en todos lados, aquí y allá había
incluso zonas alopécicas, que él ahora aprovecharía.
Rápidamente, él se adentró en el bosque en dirección al río, que
serpenteaba hacia el sur, pasando junto a la aldea. La siguiente curva estaba
a no más de quinientos metros de distancia. Satisfecho, escuchó los salvajes
gruñidos y jadeos tras él. Este cambiaforma no se rendía, quería lamer
sangre y por eso se abalanzaría incluso a ciegas sobre él. Además, con eso
lo había alejado de Kendra. Una vez más, tensó los músculos y se lanzó con
un gran salto a las frías aguas. Inmediatamente después, sonó el chapoteo
del agua mientras el cambiaforma lo perseguía. Ahora dependía de Dayan
mantenerlo en el agua el tiempo suficiente, como para que las gélidas
temperaturas congelaran sus músculos. Probablemente, incluso él mismo no
duraría mucho más, aunque su grueso pelaje lo protegiera del frío.
Aparentemente había subestimado al otro lobo. Éste nadaba
inexorablemente hacia él. Pero sus patas, sin embargo, pataleaban de forma
espasmódica y rígida. Dayan no se había equivocado, el frío se estaba
infiltrando en la sangre de su oponente. La mera locura debió haberlo
impulsado, pues no había vuelto a la seguridad de la orilla. Dayan siguió
nadando hacia la mitad del río, si fuese necesario él tenía que seguir
pataleando hasta que el otro se ahogara. La corriente tiraba con más fuerza
aquí, él había luchado por mantenerse a flote. Repentinamente, recibió un
fuerte golpe en la espalda. Se sumergió brevemente, pero luego luchó para
volver a subir. Mientras él luchaba por sacar la cabeza del agua, jadeando,
el cambiaforma había pasado a su lado prácticamente impotente.
Instintivamente, Dayan se abalanzó sobre él, sujetó la punta de su oreja y se
la arrancó de un mordisco. Nuevamente, algo se estrelló contra su cuerpo.
Él se dio la vuelta, y vio pasar un tronco de árbol. Un remolino había
atrapado la madera, haciéndola girar. Y una rama sobresaliente le había
desgarrado el hombro y otra se había estrellado contra su cabeza.
Después de eso, Dayan perdió la orientación. El río que borboteaba lo
arrastraba de un lado a otro. Ya no podía mover una de sus patas, la herida
en el hombro era profunda, y debió cortarle un tendón. Su pelaje ahora
estaba completamente empapado y estaba siendo arrastrado
inevitablemente. El frío estaba convirtiendo su sangre en hielo, éste fluía
cada vez más lento por su cuerpo. Esta sensación no era tan desagradable,
su corazón latía lentamente, y un agradable sentimiento de cansancio se
extendía por su cabeza. Su último pensamiento era para Kendra y Lenora.
Sin importar a dónde fuera ahora, él las extrañaría a ambas terriblemente.
Entonces se apagó la última chispa de vida en él.

***

Sus pies, y no sus patas, habían sido arrastrados por el suelo arenoso,
poco a poco había sido arrastrado. En su final, todos los cambiaformas
adoptaban su forma humana, así que él debía estar muerto.
Alguien sollozó, y le acarició la cara.
—¿Dayan? ¡Abre los ojos, te lo ruego! ¡Ábrelos!
Él conocía esa voz. Era dulce, como música para sus oídos. Él no sabía
nada del más allá, pero si los antepasados le hablaban con esa voz,
probablemente estaba en el paraíso. ¡O tal vez no!
Ella le dio una fuerte bofetada en la cara. —¡Abre los ojos, ahora! No
estás muerto. ¡Probablemente seas demasiado testarudo para eso!
Sus párpados se movieron, mientras aún se preguntaba con qué había
enfurecido tanto a sus antepasados para que lo acogieran en sus filas con
una bofetada. Unos ojos grises se clavaron en los suyos. Las lágrimas
brillaban en el rabillo de sus ojos. ¡Los ojos de Kendra! Él no estaba
muerto. ¿O acaso el cambiaforma la había atrapado antes y ahora ella
también estaba en el otro mundo? Él se incorporó bruscamente, y de
inmediato fue abrazado efusivamente. Un sinfín de besos le cubrieron el
rostro. Su hombro palpitaba, y un reguero de sangre corría por su brazo.
—¡Tú… tú… ¡estás loco!
Recién en ese momento vio sus pálidos labios. Sus dientes castañeaban
tan rápido como los pájaros carpinteros martillando la madera. Ella estaba
empapada hasta la cintura, y temblaba como una hoja.
Él miró rápidamente a su alrededor. —¿Y Lenora?
Kendra señaló más arriba. La pequeña estaba sentada en un lugar libre
de nieve, cantando alegremente.
—¿Me has sacado del agua?
—Bueno ¿qué se supone que debía hacer? ¿Dejar que te ahogaras?
Dayan la miró con incredulidad. Debió haberle costado una fuerza casi
sobrehumana superar su miedo al agua. Hace solo unos días, ella ni siquiera
había estado dispuesta a acercarse a menos de cincuenta metros del río ¿y
ahora esto? Ella reía y lloraba al mismo tiempo, pero si él seguía
cuestionando sus motivos, ella moriría congelada, y solo por haberlo
salvado.
—Son tres horas de caminata para llegar hasta la casa. ¿Podrás hacerlo?
—¿Si podré hacerlo? ¡Por supuesto! ¿Qué hay de ti?
Ella señaló su herida. Dayan trató de mover su hombro a modo de
prueba. La rama le había desgarrado la carne pero, aparte de eso, no sentía
ningún dolor. La conmoción debió haber restringido temporalmente sus
movimientos pero, por lo demás, estaba mejorando visiblemente. Su
naturaleza de lobo haría que la herida sanara rápidamente.
Kendra lo ayudó a ponerse de pie. Ella estaba helada hasta los huesos
pero, aun así, le había sonreído con tanta alegría que él no pudo contenerse.
Esta mujer y su pequeña hija eran todo lo que él necesitaba. Él no podía
tenerla, pero ahora mismo el deseo de besarla era irresistible. Con avidez,
conquistó sus labios, esperando que ella lo tomara solo como gratitud. Ella
se acurrucó contra su pecho, y le devolvió el beso con un suave gemido. Un
segundo más, y él la tomaría en ese mismo lugar. Ya no tenía nada de frío.
Cuando apartó a Kendra de él, ella solo lo había mirado con los labios
ligeramente abiertos. Y sus siguientes palabras lo dejaron sin aliento y, al
mismo tiempo, lo dejaron sumido en la más profunda confusión.
—Me lanzaría al agua una y otra vez por ti. Nunca te abandonaré.
Luego ella se dio la vuelta, y se dirigió a Lenora. Él la siguió, con las
piernas rígidas. Ninguna palabra de amor, por muy romántica que fuese,
sonaría más dulce a sus oídos que la promesa de ella de ponerse en peligro
por él las veces que fuese necesario. ¿Por qué Maron no había declarado
inmediatamente a esta mujer como su compañera? ¿Su amigo no se había
dado cuenta del tesoro que había encontrado? Maron, él siempre se rio de
eso, tenía una gran afición hacia las mujeres. Sin duda, se había dado cuenta
de que Kendra destacaba entre todas sus otras conquistas. ¿Qué demonios le
había impulsado a dejar que una rosa como ella viviera en esa miserable
choza siquiera un día más?
Solo podría entenderlo si le preguntara a Kendra al respecto. Pero
entonces ella podría pensar que él era grosero e irrespetuoso. Él debía
pensarlo, sopesar los pros y los contras. Mientras tanto, un pequeño
diablillo reía a carcajadas en su cabeza. ¿Cuántas veces cavilaría antes de
admitir que su corazón ya la había declarado suya hace tiempo?
Capítulo 12
Kendra

Kendra había estornudado y se había reído al mismo tiempo, mientras


Damaris intentaba darle un poco de sopa. El baño involuntario en el río le
había causado un fuerte resfriado. Estaba tan congelada que Dayan había
tenido que cargarla a ella y a Lenora el último tramo del camino. Desde
entonces, él no le había permitido salir de la cama. Ni él ni su hermana
sabían mucho sobre qué hacer con su estornudo, su tos y su falta de apetito.
Pero, por la forma en que se comportaban los dos, parecía como si
sospecharan de una enfermedad mortal detrás de los estornudos y la fiebre
ligera.
Mientras Dayan cuidaba de Lenora, Damaris se había convertido en una
gallina clueca preocupada. Las objeciones y garantías de Kendra de que
todo terminaría al cabo de unos días, no habían sido aceptadas. El
comportamiento de ambos, aunque era exagerado, la había conmovido
profundamente. Ella no recordaba la última vez que la habían cuidado así, o
que había permanecido en cama durante su recuperación.
—Has salvado a mi hermano. ¿Ya te he dado las gracias
apropiadamente?
Damaris puso la sopa en la mesita de noche, y le apretó la mano.
—Ya, como mil veces.
Kendra sonrió, ya que Damaris realmente hacía esto cada dos frases.
—Pero ¿cómo? ¿Cómo lo hiciste?
—Bueno ¿cómo crees? Salté al agua, y lo saqué. Y eso ha sido bastante
difícil. Lo que quiero decir es que tu hermano no es precisamente una
pluma.
Ella sonrió irónicamente, cuando Damaris sacudió la cabeza. —No me
refería a eso.
Kendra se frotó los labios. Apenas podía explicárselo a sí misma.
Además, nunca le había confesado a Damaris su pánico hacia las corrientes
de agua. Al parecer, la hermana de Dayan lo había deducido ella misma,
posteriormente a haberse enterado cómo habían muerto sus padres. Kendra
le había tomado aún más cariño por ello. Damaris era una mujer alta, con
ideas claras y una opinión firme. Algunos podrían deducir, solo por su
apariencia, de que ella no sabría cómo manejar esas emociones. Además,
Damaris era una madre estricta pero cariñosa, que permanecía fielmente al
lado de su compañero. Dentro de ella había una loba orgullosa con un gran
corazón. Probablemente por eso a Kendra le había gustado desde el
principio.
—No pensé, solo corrí tras él.
Ella tragó saliva, cuando la imagen volvió a su mente, Dayan
chapoteando desesperadamente mientras al final se quedaba sin fuerzas y se
hundía. En ese momento, no le había importado en absoluto que él siguiera
luchando por sobrevivir en su forma de lobo. Para ella, su apariencia era lo
de menos, lobo o humano, ambos eran Dayan. Solo había sido una
afortunada coincidencia que el río no lo hubiera arrastrado, y que lo haya
acercado a la orilla. Kendra jamás había considerado aprender a nadar. Pero
meterse hasta la cintura en el agua helada para arrastrar a Dayan a un lugar
seguro, de repente le había resultado muy fácil.
Cuando sus padres se habían ahogado, ella no había hecho nada.
Después de eso, nadie le había hablado, nadie le había consolado, ni le
había dicho que solo habría seguido a su madre y a su padre hasta la muerte
si se hubiera lanzado a las aguas. Inconscientemente, había sido
atormentada todos estos años por la culpa de no haber hecho nada mientras
su familia se ahogaba. Eso había alimentado su miedo a las corrientes de
agua. Si no lo hacía, nunca más se encontraría en una situación como esa.
Ella no podría ver, temblando y sin poder moverse, cómo el río se cobraba
otra víctima. Había sentido miedo y pánico mientras Dayan luchaba por
mantenerse a flote. Perderlo no solo habría sido imperdonable, sino que la
habría marcado como una patética cobarde. Al fin y al cabo, ya no era una
niña, y si dejaba que sus demonios tomaran el control, se tragarían todo lo
que apreciaba.
—Era necesario —murmuró ella sin ton ni son.
Damaris no cedió.
Ella apretó su mano con más fuerza. —Sí, pero ¿por qué?
—¡Él es el único que puede atestiguar el ataque de ese lobo, por segunda
vez! Tiene que hacer cambiar de opinión al Alfa. No has visto al
monstruo…
—Muy bien —la interrumpió Damaris—. Esa es la razón objetiva, y
suena razonable. Aun así, te lo volveré a preguntar. ¿Cómo te has superado
a ti misma?
Kendra arrugó la colcha con su mano libre. ¿Qué otra cosa podía decir
para evitar que Damaris siguiera indagando más?
—¿Porque entonces Lenora habría perdido a su protector?
A su tono inseguro, le siguió un ceño fruncido por parte de ella.
—¡Porque ella lo habría perdido!
Así que, ahora lo dijo. Esperaba que Damaris estuviera satisfecha con
esa respuesta. ¡Pero nada de eso!
—Bueno, eso no sería un drama tan grande. Mi compañero y yo nos
hubiéramos hecho cargo de los deberes de Dayan. Por ese lado, puedes
quedarte tranquila. Perder a Dayan no comprometería tu seguridad ni la de
Lenora. Por supuesto, seguirías viviendo con nosotros.
Ella se quedó boquiabierta, sin palabras. ¿Damaris no podía pensar
realmente que ella lo había hecho por la simple satisfacción de ciertas
necesidades, como un techo sobre su cabeza, ropa o comida? ¡Era una
broma, tenía que serla!
De repente, un temblor se apoderó de ella.
—Dayan me ha ofrecido voluntariamente su apoyo. Pero si crees que me
estoy aprovechando de eso de manera egoísta, entonces…
Damaris se rio a carcajadas. —¡Mírate! Te deslizas como una anguila
por la hierba húmeda solo para evitar confesarme la verdad.
—¿Qué verdad, por favor? —gruñó ella, enfadada.
—Todo lo que has presentado como motivo puede que sea cierto. Pero la
verdadera razón, la que te ha impulsado a lanzarte al agua a pesar de tus
temores, es otra muy distinta. Y es la única razón que importa.
—¿Y cuál sería?
—Lo amas.
Damaris abrió los ojos de par en par con una sonrisa astuta, extendiendo
también las manos.
El sudor brotó de cada uno de los poros de Kendra, y ciertamente no se
había debido a la fiebre.
Ella hizo un último intento de parecer divertida. —¡Jaja! ¿Qué te hace
pensar eso?
—Tengo ojos en mi cabeza, Kendra. Y ahora tengo la prueba. Ningún
humano se lanzaría voluntariamente al río por un lobo. Podrías haber
muerto de frío, tampoco se puede subestimar a la corriente en la orilla. Y no
eres estúpida, seguramente te has percatado de todo eso. Y, sin embargo,
ignoraste el peligro. Eso es lo que uno hace por la familia, por las personas
o por los lobos que lo son todo para nosotros. Comúnmente, a tales acciones
se les denomina amor.
Kendra se sentó y clavó los dedos en los brazos de Damaris. —¡No
puedes contarle esto a Dayan! Él no lo entendería. Yo no significo nada
para él, solo se ha quedado conmigo por cumplir con su amigo. No quiero
que mis sentimientos, que yo sé que están fuera de lugar, lo distraigan de
sus responsabilidades. Ya es bastante malo que haya renunciado al puesto
de Alfa por mi culpa.
—¿Crees que renunció por ti? ¡Oh, Kendra! Eso no es cierto, al menos,
no del todo. Y hablando de Maron ¿lo amabas?
—¡Cielos, no! —se le escapó inmediatamente la respuesta—. Solo
estuvimos juntos una noche. No lo había conocido hasta entonces, y nunca
más lo volví a ver después. Es el padre de Lenora, pero estoy segura de que
no planeó eso.
Suspirando, ella continuó. —Estuve sola, durante mucho tiempo. Maron,
bueno, fue un buen amante. No me avergüenzo de haber disfrutado de sus
caricias. Pero no habría sido nada más que eso.
Últimamente ella había estado pensando mucho en ello. Maron le había
prometido volver a visitarla en algún momento, enfatizando justamente ese
“en algún momento”. Su inesperada muerte, lógicamente, le había impedido
hacerlo. Pero, de cualquier forma, ella creía de que lo habría vuelto a ver.
Aquella noche se habían dado mutuamente algo que ambos necesitaban.
Había sido hermoso pero, después de Dayan, ella supo que la unión con su
amigo no podía llamarse impresionante. Ella hace tiempo que había dejado
de lamentarse por esa visita no realizada. Lo que realmente le entristecía era
la pérdida que Dayan había sufrido. Los buenos amigos no suelen brotar de
la tierra como hierbas, por esa razón suelen ser irremplazables. Damaris
había tenido razón cuando había pensado que, a Dayan, su presencia le
recordaría dolorosamente a su amigo. Por esa razón él no podía enterarse
sobre su amor, pues probablemente ya le resultaba indescriptiblemente
difícil soportarla a su alrededor todos los días.
La venda se le cayó de los ojos, porque finalmente comprendió por qué
él se había acostado con ella. Había querido evocar el espíritu de su mejor
amigo, para mirar dentro de su alma por última vez. Y ella le había servido
como una especie de médium. ¿Podía estar enfadada con él por eso? Kendra
buscó un indicio de ira o humillación. Pero ella no sintió nada de eso.
Porque Dayan también le había dado un regalo con ello. Ella quería dejarlo
así, ya que nunca volvería a ocurrir. Maron había muerto, y Dayan había
asumido desinteresadamente la responsabilidad de su hija. Ya no debía darle
más vueltas al asunto.
Damaris la miró, sonriendo.
Kendra no necesitaba fingir ante ella, y además podía confiar en su
silencio. —Sí, lo amo. ¿Pero eso qué importa? ¡Hay cosas mucho más
importantes en juego que mis sentimientos!
Damaris ladeó la cabeza antes de asentir.
—No voy a interferir, te doy mi palabra. Pero —ella miró sus manos y
luego la miró a los ojos con una mirada brillante—, me alegra saber que
Dayan ha encontrado en ti a una compañera leal. Lo que le espera a él
podría costarle mucho más que una simple reprimenda de Arak delante de
todos. Él te necesita, aunque no lo parezca.
Kendra no pudo evitar sentir un poco de incredulidad. Ella había salvado
a Dayan de una situación peligrosa, una acción puntual que tenía poco en
común con la necesidad. Por el contrario, tenía mucho más sentido. Ella lo
necesitaba a él, no por el alojamiento ni por cosas tan prácticas como la
comida o la leña. Ella atesoraba las escasas conversaciones, lo amaba por su
inquebrantable creencia en su integridad, sin mencionar la alegría que le
brindaba a Lenora.
Damaris la había mirado fijamente todo el tiempo, como si pudiera leer
cada palabra en su frente. Kendra se sonrojó, pues sus pensamientos se
adelantaron más rápido de lo que ella hubiera querido. Había visto a Dayan
ante ella, desnudo y con una figura que ni el más talentoso escultor podría
realizar. Sería una mentira si ella negara que también estaba totalmente
enamorada de su físico.
La hermana de Dayan se levantó abruptamente. —Muy bien, duerme un
poco más. Volveré más tarde.
Al salir, ella se dio la vuelta y entrecerró traviesamente un ojo. —Te
dejaré con tus fantasías.
Damaris había cerrado la puerta, riendo. Kendra se dio cuenta de que
había estado conteniendo la respiración, desconcertada. Inhalando, golpeó
las palmas de las manos sobre la cama. Sí, así es, ella realmente tenía
sueños en abundancia, sueños infantiles sobre Dayan como el padre de
Lenora y como su compañero, sueños eróticos, sueños de un futuro mejor
para los humanos y los lobos. Ella nunca se había preocupado por su
cuerpo, pero Dayan una vez la había calificado de hermosa. De forma
disimulada, ella apartó la sábana y ajustó el camisón a su cuerpo.
No había mucho que admirar allí, pensó ella. Había aumentado un poco
de peso, pero sus curvas aún seguían pareciendo más a las de una niña que a
las de una mujer. Sus pechos eran pequeños, aunque firmes, sus caderas un
poco estrechas, sus brazos y sus piernas eran más nervudos que femeninos
para su gusto. Al menos, su cabello estaba volviendo a crecer poco a poco.
En general, ella no se consideraba hermosa. Tampoco se consideraba
realmente fea, pero cuando miraba a Damaris y a todas las demás lobas bien
dotadas, no sabía qué era lo que Dayan había visto en ella.
Kendra frunció los labios y subió la manta hasta la barbilla. Ya tenía
suficientes tonterías en su cabeza. Si ahora también llegara a desear el
cuerpo de una diosa, solo estaría agregando una cosa más a todo lo demás,
que ciertamente no sucedería.
De repente, sonó un suave golpe en la puerta, y ella se estremeció.
Dayan entró, y ella se esforzó por dar una impresión serena.
—¿Cómo estás? —preguntó él con voz ronca, tras mirarla con
insistencia.
—¡Mucho mejor! ¿Y cómo está tu herida? —Ella señaló su hombro.
—Todo bien.
Él sonrió ampliamente, y agitó los brazos. —Lenora está durmiendo su
siesta. Solo quería saber si necesitas algo.
Kendra puso los ojos en blanco. Llevaba así durante tres días. Él entraba
brevemente, intercambiaban trivialidades y luego desaparecía.
Incluso, en este momento, él estaba a punto de volver a dar media vuelta
y marcharse. —¡Espera!
Dayan resopló y apretó la frente contra el marco de la puerta, como si
ella le robara el tiempo o le pusiera de los nervios.
A ella no le importó en ese momento. —¿Ya pudiste hablar con el Alfa?
Si es así, estaría bastante enfadada contigo. Realmente quiero estar allí.
Dayan giró ligeramente la cabeza hacia ella e intentó hacer una
miserable broma. —¿Enfadarte conmigo, después de que probablemente te
deba la vida? Prefiero no arriesgarme.
—¡Vamos, cuéntame!
Finalmente, dirigió toda su atención hacia ella. —No, me ha rechazado
constantemente. Pero hoy habrá una reunión de la manada en la que todos
pueden presentar sus inquietudes e ideas. Aprovecharé esa oportunidad.
—¡Quieres decir que vamos a aprovechar esa oportunidad!
Kendra echó la manta hacia atrás, y se sentó. Los ojos de Dayan se
fijaron bruscamente hacia el suelo. ¿Qué es lo que le pasaba? Ya la había
visto con poca ropa antes. Por lo tanto, su aspecto ya no debería impactarle
tanto.
—No creo que sea una buena idea. Muchos podrían tratarte con
hostilidad o incluso podrían exigir que te echen de la sala. En la reunión de
la manada, es un derecho que todos tienen. No puedo protegerte allí.
Kendra se sentó con las piernas cruzadas sobre la cama. —¡Mírame,
Dayan!
Por la forma en que él la miraba entrecerrando los ojos por debajo de las
pestañas, casi parecía que le temía.
Kendra hizo a un lado ese ridículo pensamiento. —¿Y qué? ¡Que me
insulten! Estoy acostumbrada a eso, ya nadie puede lastimarme con eso.
Tenemos que contarle la historia a la manada y lo haremos juntos. No
puedes protegerme de todo y de todos. La gente hablará de cualquier
manera. ¡Al menos les daremos una razón importante de qué hablar!
Los rasgos faciales de Dayan se suavizaron repentinamente. —No podré
disuadirte de esto ¿verdad?
—No, no lo harás. Si vas solo, algunos solo te acusarán de haber visto
cualquier otra cosa, en lugar de un lobo. Pero tienes la herida o, al menos, lo
que queda de ella. No entiendo cómo puedes sanar tan rápido, pero de igual
forma sigue siendo increíble.
Ella sonrió cuando Dayan le presentó su hombro con orgullo. Otros
lobos ciertamente no encontrarían nada inusual en ello.
A ella no le importó que él disfrutara de su admiración por un momento.
—Y tú me tienes a mí. Pueden llamarme de muchas maneras, pero no soy
una mentirosa. ¡No toleraré eso! Incluso si alguien lo hace, ya te lo he
explicado. No importa lo que uno cuente, no importa lo fantástico que
suene, siempre alguien lo creerá y mantendrá los ojos bien abiertos.
Las comisuras de la boca de Dayan se crisparon. Tal vez lo divirtió su
apasionado discurso.
Pero luego inclinó la cabeza. —No creo que nadie pueda oponerse a ti.
Nos vamos en una hora.
Aunque la ocasión no tenía nada que ver con una fiesta fastuosa, Kendra
había decidido sacar lo mejor de su apariencia. Dayan le había regalado
algunos vestidos, seguramente Damaris le había aconsejado, pensó con una
risita. Ella había escogido el más bonito. Nunca había visto uno igual, y
mucho menos había tenido uno. Hasta hoy, solo había contemplado con
admiración el vestido azul celeste. Maravillosos bordados de hilo blanco
adornaban el cierre frontal, así como las largas y anchas mangas. Una
estrecha franja de piel blanca estaba fijada al cuello. Kendra se metió en él
y se sintió bien preparada para enfrentarse a la manada. Rápidamente se
cepilló el cabello y se pellizcó las mejillas para hacer desaparecer su palidez
enfermiza.
Cuando Dayan volvió a llamar a la puerta, se sintió repentinamente
tonta. Se había arreglado y no había considerado que tal apariencia podría
no ser bien recibida por los lobos.
Pero todo eso quedó inmediatamente olvidado, cuando Dayan la miró
boquiabierto.
—Te ves… bastante encantadora.
Ella parpadeó tímidamente. —¿No crees que mi vestido es exagerado?
—Las lobas no son precisamente famosas por su modestia, querida.
¿La había comparado con una loba y la había llamado querida? Kendra
caminó felizmente a su lado, y se prohibió pensar en el mañana.
Capítulo 13
Dayan

Se sentía bastante liberador saber que Kendra estaba a su lado. Nunca


había recibido ningún apoyo de este tipo. Maron siempre lo había
escuchado, y había discutido sus planes con él en detalle. Pero él no era un
lobo al que le gustara hablar abiertamente frente a los demás. Dayan no le
guardaba rencor por este rasgo, todo el mundo tenía sus virtudes y sus
defectos. Sencillamente, nunca se le había ocurrido cuánta seguridad podía
ofrecerle a uno el hecho de no estar completamente solo. Kendra irradiaba
confianza y no se rendiría fácilmente, no era una loba de nacimiento, pero
llevaba en su interior una naturaleza pura de lobo. Una vez más había
deseado que ella fuera suya.
En la casa principal se habían reunido todos aquellos que tenían cierto
rango y nombre, cuantos más, mejor para su informe. Por supuesto, todo el
mundo quería asistir a la primera reunión del nuevo Alfa. De cualquier
manera, Arak había tardado mucho en hacerlo. Con el cambio de liderazgo,
había que reorganizar muchos asuntos. Cada lobo aprovechaba la
oportunidad para proponer cambios al nuevo Alfa o para repetir peticiones
previamente rechazadas. El Alfa recién nombrado también anunciaba
entonces sus órdenes. Dayan se preguntaba por qué Arak había tardado
tantos días en seguir esta costumbre.
Al entrar al salón, había rodeado a Kendra con su brazo sin pensarlo dos
veces. Ella era valiente, pero él era más escéptico. Algunos prácticamente
les habían disparado con los ojos. Otros les habían saludado de forma
contenida. Nada había cambiado. Era necesario que Arak dirigiera la
atención de la manada hacia asuntos más urgentes.
Damaris sorprendió a todos desde el principio. Se acercó a ellos, y besó
a Kendra en la mejilla. Su compañero, que normalmente solía ser muy
reservado, también se había puesto a su lado de forma demostrativa. Ambos
habían provocado alguno que otro ceño fruncido con sus acciones.
Dayan sonrió. ¡La familia! Nada ofrecía mejor apoyo en tiempos
difíciles. Sin duda, Kendra y Lenora formaban parte de ella, algo que
Damaris acababa de dejar bien en claro a la manada.
Después de un retraso considerable, Arak finalmente había aparecido. A
Dayan le sorprendió mucho esta descortesía. Arak normalmente solía darle
mucha importancia a las tradiciones lobunas. La costumbre del primer
encuentro con el nuevo Alfa ya existía desde que se habían unido las
primeras manadas. Uno supondría de que él convocaría a sus súbditos a la
sala inmediatamente después de su nombramiento.
—¡Muy bien! ¡Acabemos con este fastidioso asunto! —dijo Arak en voz
alta al grupo, dejándose caer de manera aburrida en su silla.
Algunos de los ancianos susurraron, juntando sus cabezas, a lo cual Arak
respondió con una mirada compasiva. A Dayan le había parecido un gesto
miserable. Los viejos lobos ya no podían luchar, y a veces necesitaban
ayuda. Pero también eran la memoria viviente de la manada con sus años de
experiencia. Sus conocimientos podrían ser utilizados por cualquier Alfa
como inspiración para tomar decisiones importantes.
Uno de los cazadores fue el primero en pedir la palabra. —Tenemos que
comprobar que está pasando con la fauna silvestre. En nuestras excursiones,
estamos capturando cada vez menos presas. Es como si algo los estuviera
ahuyentando de nuestro territorio.
—Está bien —refunfuñó Arak—. Comprueben todo lo que quieran. Pero
tal vez también debería reemplazar a los cazadores, ya que evidentemente
son unos incompetentes.
Su interlocutor jadeó indignado, pero se retiró sin rechistar.
Otro lobo dio un paso adelante. Dayan lo conocía bastante bien. El
chistoso cambiaforma había controlado de vez en cuando las fronteras con
Maron y algunos otros. En la manada, era conocido por sus chistes y las
bromas que hacía. Prácticamente nadie se salvaba de ellas.
—Estaba pensando que podríamos seguir el ejemplo de la manada
vecina. Corbyn, el Alfa de allí, ha establecido una tropa fronteriza
permanente. Deberíamos hacer lo mismo. Haría nuestras fronteras más
seguras y, sobre todo, haría más difícil la vida para los contrabandistas.
Dayan asintió inconscientemente. Esa idea también se le había ocurrido
a él. Estos contrabandistas no solo transportaban la plata prohibida a los
humanos, sino que se dedicaban cada vez más a los hurtos. Y dado que las
manadas casi no mantenían contacto unos con otros, también era imposible
ponerle fin a las actividades de estos criminales. Nadie tenía ni idea de
dónde estaba su base o quién los dirigía.
Mientras pensaba en ello, casi se le había escapado cómo Arak se había
levantado de un salto, con la cara distorsionada por la ira.
—¿Es esta otra de tus locuras? ¡No voy a seguir el ejemplo de ese traidor
de Corbyn! Él ha firmado acuerdos con las ciudades, e incluso ha tomado a
una escoria humana como su compañera.
Dayan buscó a tientas la mano de Kendra mientras la escuchaba jadear
horrorizada. Era cierto, Corbyn había tomado decisiones inusuales, pero eso
no significaba que hubiera traicionado a los lobos.
El comportamiento de Arak era indecoroso. Rechazaba inmediatamente
cualquier sugerencia. Nada le parecía sensato o ventajoso, y mucho menos
digno de discusión. Eso no solo era estúpido, sino francamente arrogante.
—¿Alguien más que quiera robar mi precioso tiempo? —rugió con
sorna.
—¡Sí, yo!
Dayan tiró de Kendra más hacia el frente.
Arak se frotó la frente con una sonrisa malvada. —¡Dios mío! ¡Espero
que no sea otra de tus historias de terror!
—¡No es una historia de terror, sino la pura verdad!
Dayan ignoró las risas de algunos de los cambiaformas. Él habló sobre
sus experiencias con el lobo rabioso, su visita a la mujer sabia en el bosque
de los espíritus y sobre sus palabras de advertencia.
Finalmente les mostró su herida recién curada. —Como ya te lo he dicho
anteriormente ¡No podemos dejar pasar por alto esto, Arak! La anciana ha
dicho que este lobo perderá toda su humanidad y contagiará a otros.
Arak soltó un bufido. —¿Has estado en el bosque de los espíritus? Por
supuesto, eso explica tus alucinaciones.
Ese comentario lo dejó sin palabras. Arak lo había acusado de tener
confusión mental delante de todos y había ridiculizado su informe.
Estaba a punto de olvidarse de su buena educación y hacer callar a su
Alfa, preferiblemente con el puño, cuando Kendra intervino.
—Con el debido respeto, esa es la verdad. Ya es la segunda vez que ese
lobo nos ataca. ¿Realmente solo reaccionarás cuando le suceda a alguien
más? ¿A una mujer o a niños jugando que no podrán siquiera defenderse?
¡No puedes hablar en serio! ¡Eres el Alfa, y debes proteger a tu manada de
cualquier peligro!
Se escucharon murmullos de aprobación, los cuales fueron acallados por
Arak con un gesto imperioso.
—¡No me des lecciones sobre lo que debo hacer o no , humana! —gritó
él, como si estuviera fuera de sí.
Los que estaban más cerca retrocedieron cuando él mostró sus colmillos.
—¡Mantén a tu puta bajo control, Dayan, o lo haré yo!
Al principio, Dayan solo sintió una ligera palpitación detrás de sus ojos.
Pero, pronto toda su cabeza había retumbado, como si se anunciara una
tormenta en su interior. Él se estremeció brevemente antes de perder los
estribos. Subió con rabia los escalones hasta la silla de Arak, apartando a
los dos esbirros que últimamente parecían estar lamiendo las botas del Alfa.
—¡No la llames así! ¡Ella no es una puta! Kendra tiene todo el derecho
de hablar aquí. Maron la escogió como su compañera y, según nuestras
leyes, eso la convierte en miembro de pleno derecho de la manada.
Dayan miró a Arak con agresividad. Pero éste no había dado señales de
querer reprenderlo de ninguna manera. Casi parecía como si el Alfa temiera
una confrontación física con él. Los miembros de la manada se quedaron
perplejos mirando a su Alfa, quien debería haber reaccionado
inmediatamente ante su comportamiento irrespetuoso. Como él no se
movió, Dayan se dio la vuelta. Los ojos de Kendra lo miraban con
perplejidad.
—¡Y solo para que lo sepan! Voy a adoptar a Lenora. ¡A partir de hoy
soy su padre, y cualquiera que se dirija a la niña o a su madre de forma
irrespetuosa, puede esperar represalias de mi parte!
Él bajó los escalones y se acercó a Kendra, cuyos ojos se llenaron de
lágrimas. No había tomado esa decisión de manera espontánea, pero
tampoco había hablado con ella sobre el tema previamente, lo que hubiera
sido aconsejable. ¿Puede que ahora ella estuviera justificadamente enfadada
y llorando por ello? Sin embargo, se alegró de ver cómo ella entrelazaba sus
dedos con los de él. Aliviado, se dispuso a volver con su hermana, pero
Kendra aparentemente era imparable.
—Arak —dijo ella con voz firme para que todos pudieran oírla—. No
tienes que creernos. Pero no pienses ni en sueños que nos someteremos a tu
voluntad, solo porque nos declares locos. Nosotros haremos todo lo posible
para encontrar a esa bestia. ¡Cuando arrojemos su cadáver a tus pies, te
darás cuenta de tu error!
Arak se limitó a resoplar. —¡No tienes nada que decir aquí! Por cierto, lo
mismo va para todas las demás mujeres a partir de hoy. ¡Somos lobos! Y las
hembras solo sirven para dar a luz a nuestra descendencia. No sirven para
nada más. ¡Soy su Alfa, y mi palabra es la ley! ¡Cualquier violación será
castigada con el destierro o la muerte!
Un silencio sepulcral se apoderó de todos los presentes. Nadie se había
atrevido a replicar, mientras Arak echaba la cabeza hacia atrás y aullaba
imperiosamente. Dayan le lanzó una mirada de consternación y se quedó
paralizado. ¿Estaba equivocado o al Alfa le faltaba un pedazo de su oreja?
Arak había desaparecido en su habitación tan rápidamente que no pudo
comprobar su observación una vez más. La manada había salido del salón
muy aturdida. De repente, Dayan se sintió muy avergonzado. Él mismo
había alabado a Arak como un Alfa bueno y justo. ¿Qué le había pasado a
ese lobo gruñón para que el poder se le subiera a la cabeza de esa forma? La
creencia de Arak en las viejas costumbres siempre le había parecido
anacrónica, pero degradar a los miembros femeninos de la manada a una
carga casi innecesaria, rebasaba todos los límites. Damaris seguro perdería
los estribos, y no solamente ella.
Sus sospechas se confirmaron inmediatamente cuando entró a su casa.
Allí lo esperaban su hermana y otras once o doce mujeres con sus
compañeros. Una Damaris muy sobresaltada lo había señalado con el dedo
tan pronto como cerró la puerta de la casa. En este momento, para su
fortuna, se había librado de una discusión con Kendra, ya que había
declarado que su hija era suya sin su consentimiento, pero ahora estaba
atrapado.
—¡Tú! —Su hermana se atragantó de la rabia—. ¡Vas a ponerle fin a
esto inmediatamente! Ese tipo no es un Alfa, es… ¡Grr! —Ella gritó—. ¡Ni
siquiera se me ocurre una palabra adecuada!
Resoplando, Damaris caminaba de un lado a otro. —Esta es Luisa, una
de nuestras cazadoras más hábiles. La que está sentada allí es Maira. No
solo es una excelente cocinera, sino que también entrena a los más jóvenes
a atacar en manada de forma coordinada. ¡Este canalla ahora exige que nos
quedemos sentadas en casa, que sonriamos con cariño y que abramos las
piernas obedientemente! ¡No puedo creerlo! Ni una sola palabra salió de tu
boca. ¿Acaso crees que está bien?
—¡Nadie más tampoco se defendió!
Dayan sabía que ese lamentable intento de justificación podría
fácilmente costarle una patada en la espinilla. Solo que, allí en el salón, por
un momento realmente había creído que Arak solo les estaba tomando el
pelo a todos.
—¡No argumentes ahora que no querías liderar a la manada para evitar
conflictos! ¡Porque esto es mucho peor!
Él contuvo la respiración, asustado. Si Damaris seguía enfureciéndose
aún más, podría revelar la verdadera razón de su renuncia.
Él levantó una mano de forma apaciguadora cuando otro visitante se
puso de pie.
—Ella tiene razón, Dayan. Arak ha perdido la cabeza o el poder nubló su
juicio. Solo unidos somos fuertes, lo que por supuesto también incluye a
nuestras mujeres. ¡Esa orden es absurda!
—Todos lo presenciamos, Dayan. Ese no era el Arak que conocíamos,
un poco arrogante, sí, pero siempre leal a la manada. Tal y como se está
comportando en este momento, nos llevará a la ruina.
Siron hizo un gesto nervioso. Los mechones blancos en su cabello, que
ni siquiera desaparecían cuando estaba en su forma de lobo, lo hacían
parecer más viejo de lo que realmente era.
—Lo admito —continuó él, asintiendo en señal de disculpa en dirección
a Kendra—. Al principio, también me había horrorizado la idea de obedecer
a un Alfa que está con una mujer… bueno, ya sabes. Pero has dicho que ella
estaba libre de culpa y, además, delante de todos. Nunca harías una
confesión tan abierta si albergaras alguna duda. Por eso te creo.
Continuó hablando con más insistencia. —El viejo Alfa te ha sugerido
como su sucesor y, por eso, creo que podemos estar tranquilos. Ahora
debemos tomar una decisión. Obedeceremos al nuevo Alfa solo porque
tiene el título, o le exigiremos que deje su puesto.
Dayan miró los rostros llenos de expectación.
Aunque esta confianza lo llenaba de orgullo, el mismo sentimiento de
indignidad seguía atormentándolo.
—Lo que ustedes están pidiendo comúnmente se llama motín —señaló
él.
—¡No, ningún motín! La mayoría puede exigir la dimisión de un Alfa.
—¡Miren a su alrededor! —Sonrió él con los labios apretados—. Ni
siquiera somos la mitad de la manada. Además —él miró a sus pies—, yo
tenía razones fundadas para no enfrentarme con Arak.
—Estoy seguro de ello —contestó Siron—. Y eso es exactamente lo que
te convierte en el Alfa perfecto. No te crees infalible, entonces escucharás a
todos los miembros de la manada y sopesarás tus decisiones
cuidadosamente.
Algo en esa declaración le había resultado bastante familiar. Solo había
vuelto a recordarlo, al ver el ligero movimiento de las comisuras de la boca
de Damaris. Alguien que se crea perfecto puede que no lo sea. Lo único que
hacía Arak era creerse grandioso. ¿Por qué nunca lo había considerado un
riesgo? Si no hubiera estado tan confundido en aquel momento, habría
entendido mejor el significado detrás de las palabras de su hermana. En
cualquier caso, los últimos arrebatos de Arak no solo demostraban un
pronunciado narcisismo. Tras ello había abismos mucho más oscuros.
Él respiró profundamente. —Les agradezco la confianza. Denme tiempo
para pensarlo.
—El tiempo, hermanito, es un lujo que no nos podemos permitir. ¿Quién
sabe qué más estará tramando Arak? Y tampoco debes olvidar a ese
cambiaforma del que hablaste. ¡Así que piensa rápidamente si tus razones
para renunciar siguen siendo más importantes que el bienestar de nuestra
gente! Mientras tanto, nos encargaremos de que más lobos se unan a nuestra
causa. No creo que eso resulte difícil.
La insinuación de su hermana lo había golpeado hasta la médula. Los
nervios de su cabeza se crisparon por el susto. Tuvo suerte de que ella no se
hubiera expresado con mayor franqueza. Sin embargo, ella no estaba muy
equivocada. Hace unos días él había creído que había dejado el liderazgo a
un lobo mejor y más digno. Pero ese argumento probablemente ya no
contaba después de los acontecimientos de hoy.
Después de que los rebeldes, conspiradores, o como sea que deberían
llamarse, abandonaran la casa, se dio cuenta de que ese grupo no esperaba
nada malo de él. Lanzó una mirada a la cuna de Lenora, frente a la cual el
cachorro se había acurrucado y lo miraba de forma casi severa. La pequeña
dormía tranquilamente, sabiendo que su pequeño protector no dejaría que
nadie se le acercara. Él mismo, en realidad, no debería estar cavilando si
podía o quería hacer lo mismo por su familia y los otros lobos.
En la sala de estar se encontraba Kendra, con las manos cruzadas,
cambiando impacientemente el peso de un pie sobre otro. Ella había
guardado silencio sobre todo este asunto hasta ahora. Pero estaba reflejado
en su rostro que tenía algo que aportar. Su opinión era sumamente
importante para él, después de todo, ella era la razón por la que había
renunciado al puesto de Alfa, y, por otro lado, también era la razón por la
que posiblemente ahora tenía que sacar a Arak fuera del trono.
Él se sentó, ansioso por escuchar que pensaba ella de la situación. —
Entonces, Kendra ¿qué piensas?
—Creo que no hace falta que repita las palabras de los preopinantes. En
lo que a mí respecta, no tienes ninguna opción.
Sin embargo, su siguiente pregunta lo hizo sudar mucho, ya que nunca
pensó que valiera la pena hacerla.
—¿De dónde sacaste la idea para decir que Maron me había escogido
como su compañera? ¿Cómo es que sabes más que yo sobre eso?
Capítulo 14
Kendra

De hecho, esa pregunta había rondado por su cabeza desde que Dayan
había expresado esa abstrusa idea en la reunión. Todo lo demás era
secundario para ella por el momento. ¿Para qué discutir lo obvio y
deshacerlo en pedazos? Ese tal Arak era un zoquete grosero con opiniones
machistas. No guiaría a la manada hacia el futuro, sino hacia una época en
la que ni la ley ni la justicia eran válidas, y la única forma de asegurar su
progreso era a través de una crueldad brutal. Para Kendra estaba más claro
que el agua que Dayan tenía que asumir el poder.
Ella se cruzó de brazos y lo miró fijamente a los ojos. Dayan abrió y
cerró la boca varias veces, como si no pudiera pensar en las palabras
adecuadas. Todo en ella exigía una respuesta, tanto que sus músculos se
habían tensado. Su cara parecía una tabla, ni siquiera el parpadeo natural
había tenido éxito. Una sensación de hormigueo apareció en su lengua,
como si pequeños insectos bailaran una loca danza circular. No podía
entender por qué estaba tan interesada en la información. Sin embargo, una
sensación subliminal la había hecho pensar que con eso podría dar un giro
decisivo a los acontecimientos.
—Bueno, lo he asumido … entonces…
Dayan se aclaró la garganta varias veces, cuando repentinamente ella se
puso de malas. ¿Qué, qué has asumido? Solo su lengua, que de momento
parecía un trozo de arcilla seca, le había impedido gritar.
—¡Tenía que haber sido así! —exclamó Dayan—. Está Lenora y tu
forma de ser… ¡Maron no podía haber tenido otra cosa en mente!
Los labios de Kendra comenzaron a crisparse involuntariamente. Una
risita subió por su garganta, y estalló en una carcajada. No fue porque ella
había encontrado divertida su conclusión. Sino porque Dayan se veía tan
infeliz, prácticamente devastado. Ella prácticamente podía asumir que él
había luchado con esa idea durante semanas, y que lo había paralizado de
alguna manera. Eso no le pareció para nada comprensible.
Cuando ella se calmó, sacudió la cabeza. —Lenora es el resultado de una
sola noche, Dayan. Maron y yo nunca hemos sido una pareja. Y
probablemente tampoco nos habríamos convertido en una.
Dayan permaneció sentado, totalmente inmóvil. Tenía los puños
apretados sobre las rodillas y la miraba fijamente con una intensidad que la
había hecho sentirse acalorada. Le pareció apropiado tener que convencerlo
aún más.
Ella jugó con sus dedos, buscando pruebas más sólidas. —Sabes,
siempre he estado sola. Después de tantos años, finalmente había aparecido
un hombre que quería pasar tiempo conmigo. Yo nunca he estado —ella
tragó saliva—, con un hombre antes. Para él, al menos, eso es lo que pienso
hoy, simplemente había estado en el lugar adecuado en el momento
adecuado. Los sentimientos reales no habían jugado un rol importante ese
día ¿entiendes?
Kendra apretó los labios.
Su siguiente frase fue embarazosa, pero necesaria. —Estoy segura de
que tú también te has acostado con otras mujeres, sin sentir verdadero amor
o querer compartir inmediatamente tu vida con ellas.
Tras una breve pausa, ella añadió involuntariamente con reproche. —Te
acostaste conmigo sin…
Dayan se levantó de golpe, y corrió hacia ella. Sujetándola por los
hombros, él la sacudió enérgicamente. ¿Ella había ido demasiado lejos o
qué lo había molestado tanto?
—¡Después de ti, no he compartido la cama con nadie más!
Él la soltó, y dio un paso atrás. —Supongo que no podría hacerlo.
De repente a ella se le aflojaron las rodillas. Apenas logró acercarse a él,
y poner las manos sobre su pecho. Su corazón palpitaba contra sus dedos
como los cascos de unos caballos al galope.
—¿Por qué no?
Él se rio atormentado. —¿Qué mujer podría compararse contigo? Pero
debo preservar la memoria de mi amigo, y no debo tomar lo que le ha
pertenecido.
Kendra le acarició la mejilla.
Dayan seguía sin entender, pero había dicho todo lo que ella necesitaba
saber.
—Maron está muerto, Dayan. Nosotros estamos vivos. Nunca le he
pertenecido, entonces no puedes quitarle nada. Pero seré tuya, si así lo
quieres.
Dayan le tomó la mano, y le apretó dolorosamente los dedos. Kendra le
sonrió suavemente.
Ella le acarició los labios con el pulgar de la otra mano. —¡Y ahora
bésame, lobo grande y tonto, antes de que cambie de opinión!
De repente, todo fue como siempre debió haber sido. Dayan inclinó la
cabeza, y la besó tan apasionadamente que se sintió mareada. Kendra sintió
que su corazón latía con fuerza contra sus costillas. Ella sintió calor y frío al
mismo tiempo, un ardor lujurioso se extendió por su vientre. Ni un segundo
después, Dayan la levantó en sus brazos. El bulto claramente visible en sus
pantalones había revelado que él también apenas podía contenerse.
En su dormitorio soplaba el aire frío del invierno a través de la ventana
abierta, pero eso no fue suficiente para refrescar su mente acalorada. Un
suave y excitado suspiro escapó de su boca. Dayan la miró con
indisimulado deseo después de haberla puesto en pie. Él todavía parecía
desconcertado, por no decir indeciso, sobre si realmente podía acercarse a
ella. Sin dudarlo, Kendra se echó el vestido por encima de la cabeza. Su
gruñido ronco fue suficiente estímulo para ella. Con una valentía
desconocida, ella le desprendió los pantalones. Lentamente, deslizó el fino
cuero por sus fuertes piernas. Igual de lento, se levantó de nuevo, dejando
que su cuerpo acariciara su rígido miembro.
Sus músculos se tensaron cada vez más. Jadeó por la excitación
contenida. Kendra lo tomó de las manos y lo llevó a la cama. Luego de
acostarse, lo arrastró con ella. Ella lo deseaba como nunca había deseado
nada en su vida. El hecho de que él siguiera luchando por controlarse, la
estimulaba aún más. Con un movimiento fluido, subió encima de él. Ella
llevó las manos de él hacia sus pechos, cuyos pezones estaban rígidos y
duros, anhelando su contacto. Sus palmas le frotaron sensualmente los
duros botones, haciéndola ver puntos de colores brillantes rebotando detrás
de sus párpados cerrados.
Entre sus nalgas, su miembro se hinchó hasta alcanzar un tamaño
enorme. Esta sensación embriagó a Kendra y la volvió cada vez más
desenfrenada. Ella sacudió salvajemente su abdomen, hasta que Dayan la
tomó de las caderas. La levantó sobre sus rodillas y empujó su cabeza bajo
su pubis. Su lengua penetró en su abertura, lamiendo alternativamente su
clítoris e introduciéndose en lo más profundo de su interior. Mientras lo
hacía, Dayan emitió suaves y seductores sonidos que le nublaron la mente.
Kendra se escuchó a sí misma respirar con dificultad, su vientre se retorcía,
más que listo para recibir la enorme prueba de su hombría.
Dayan parecía estar esperando solo este momento. Con cuidado, pero
con determinación, la empujó hacia abajo. Kendra se deslizó sobre su
miembro, disfrutando cada centímetro de él con su temblorosa abertura.
¡Esto tenía que ser magia! La nieve que estaba fuera de la ventana
centelleaba, arrojando un brillo mágico sobre el pecho de Dayan.
Lentamente, Dayan comenzó a penetrarla.
Ella lo observó, y vio que sus ojos se abrían de par en par con asombro.
Kendra se inclinó hacia atrás. Ella quería más, así que movió sus caderas
más rápido, acelerando el ritmo.
—No tan rápido, pequeña loba —murmuró él con voz ronca.
Dayan la sujetó firmemente sobre su miembro con una mano,
estimulando nuevamente su clítoris con la otra. Kendra se aferró a sus
muslos, clavándole las uñas. El placer que le generaba la estaba volviendo
loca. Gimiendo, ella le arañó la piel. Dayan respiró con fuerza y gruñó con
entusiasmo. Rápidamente la tumbó de espaldas. De un solo y fuerte
empujón, volvió a embestir su miembro dentro de ella. Él puso una de las
piernas de ella sobre su hombro para poder penetrarla aún más profundo.
Gruñendo salvajemente, la embistió, una y otra vez, hasta que Kendra
explotó, gritando. Destellos de luz danzaban ante sus ojos, el orgasmo
corrió por sus venas como un torrente de lujuria y amor. Dayan también se
había corrido solo un momento después, su cuerpo brillaba empapado en
sudor mientras los temblores de éxtasis lo recorrían.
Kendra de repente se había sentido muy feliz cuando él se había
acostado sobre ella. Su hombría seguía palpitando y, por muy tonto que
sonara, ella lo había tomado como una señal inequívoca. Dayan también
quería pertenecerle. La pasión que habían compartido provenía de lo más
profundo de sus almas. No había sido solo la lujuria lo que los había unido.
Ella buscaba eso, y finalmente encontró la paz en sus brazos.
—Tal vez —murmuró Dayan en el hueco de su cuello—, fue el destino.
O quizás fue Maron quien quiso que te encontrara.
Kendra le pasó la mano por su cabello húmedo. —Era tu mejor amigo. Y
una parte de él seguirá viviendo en Lenora, pero ella siempre será tu hija.
No conocí bien a Maron, pero estoy segura de que le gustaría.
Dayan se rio abiertamente, y la besó en la punta de la nariz. —De seguro
le gustaría. Él nunca entendió la razón del por qué yo no quería una
compañera. No me extrañaría que hubiera ayudado un poco.
—¿Compañera? —ella sonrió con picardía.
Dayan tenía una forma muy extraña de expresar sus deseos.
Sin embargo, ella esperaba no haberlo malinterpretado.
—Antes, dijiste que serías mía si yo lo quería. Y no quiero nada más.
Entonces ¿serás mía, como yo seré tuyo de ahora en adelante?
Un ligero y ansioso nerviosismo en su voz acompañó su pregunta.
Kendra cerró los ojos por un momento, porque todo a su alrededor se
nubló debido a la alegría.
—Sí —respondió ella con total convicción—. Desde ahora hasta el
último de nuestros días.

***

A la mañana siguiente, y al siguiente, la recibió un coro de ángeles


cantantes al amanecer, pensó Kendra. La nieve resplandecía más blanca, el
sol brillaba aún más y el fuego de la chimenea crepitaba con más energía.
Dayan no se había apartado de su lado esos dos días. Incluso Lenora había
sentido el aura de felicidad que, al parecer, también hacía irradiar hasta los
muebles. Con la ayuda de Dayan, Lenora había estado dando sus primeros
pasos. Sus ojos brillantes, debido a la perspectiva completamente nueva,
hicieron que Kendra riera y llorara de igual manera. Sin embargo, una cosa
estaba clara; no podían ignorar la realidad para siempre, y ésta parecía estar
alcanzándolos más rápido de lo que sospechaban.
Kendra escuchó gritos desde el exterior, gritos furiosos para ser exactos.
Dayan le lanzó una rápida mirada, puso a Lenora sobre una piel y salió
corriendo.
Kendra lo siguió, ya que semejante tumulto no auguraba nada bueno.
Varios cambiaformas estaban reunidos en un círculo, aparentemente
gritándole a un visitante. Kendra tuvo que abrirse paso a la fuerza entre
ellos, para poder ver el objetivo de su disgusto.
Inmediatamente, ella dio rienda suelta a su sorpresa. —¡Rufus! ¡Has
perdido la cabeza! ¿Qué haces aquí?
—¿Conoces a este humano? —Dayan se puso a su lado.
—Sí, este bastardo es el que me ha cortado el cabello —se le escapó a
ella.
Dayan inmediatamente se enfureció. Él agarró al tembloroso Rufus por
el cuello, lo levantó un poco del suelo y estaba a punto de retorcerle el
cuello. Por un breve momento, ella se permitió disfrutar de la mirada
llorosa e impotente de Rufus. Sin embargo, luego recapacitó.
Decidida, empujó el brazo de Dayan hacia abajo. —¡Déjalo! Él es un
llorón, y además un cobarde. Si se ha atrevido a venir hasta nosotros, es
porque algo extraordinario debió haber sucedido. Deberíamos escuchar qué
lo ha traído hasta aquí.
Su compañero, ella saboreó internamente esa palabra, puso en pie al
jadeante y evidentemente asustado Rufus, pero siguió sujetándolo.
—Entonces, maldito ¿por qué estás aquí?
Rufus colgaba rígidamente del puño de Dayan, pero sus ojos giraban
como locos en sus cuencas mientras hablaba de manera incoherente. —Salí
corriendo, sin parar. Llegaron justo antes del amanecer. Mi padre está
muerto, había sangre por todas partes. Todavía puedo oír los gritos. Había
dos de ellos, enormes y apestosos monstruos. Kendra nos lo advirtió. —Él
la señaló—. Pero quién iba a creerle a una put…
Dayan apretó el cuello de Rufus. —¡No te atrevas! ¿Qué fue lo que los
atacó?
—Lobos —dijo el joven, luchando por respirar—. No como ustedes.
Su compañero aflojó la mano, respirando profundamente. Rufus cayó
bruscamente al suelo, y se arrastró a cuatro patas tras ella.
Kendra no le prestó mayor atención, aunque por un segundo había tenido
ganas de reírse.
—¿Dos? ¿Dijo dos? —En lugar de eso, ella se dirigió a Dayan, ya que
no podía creer lo que había oído.
Él no le había dado una respuesta, porque justo en ese momento el Alfa
se había acercado caminando.
—¿Qué es todo este alboroto? Regresen a sus casas —rugió él, mirando
a las lobas presentes.
—Este humano afirma que su pueblo ha sido atacado por dos lobos. Eso
suena a lo mismo que nos ha contado Dayan.
Kendra no alcanzó a ver quién había hablado.
Pero lo único que importaba era que Arak finalmente tomara medidas.
—¿Quién es este gusano? ¿Uno de tus amantes? —Con una sonrisa de
satisfacción, el Alfa levantó la barbilla en su dirección.
Un fuerte estallido sonó en la cabeza de ella. Ella estaba harta de este
ignorante imitador de líder. Ella no le dio tiempo a Dayan para que
interviniera, y se liberó de la falda, a la que Rufus se había aferrado con sus
manos.
Con todas sus fuerzas, ella golpeó a Arak en el pecho.
—¡Maldito idiota! Los humanos no significan nada para ti, eso está
claro. ¿Pero qué pasa con la manada? ¿Tampoco te importa? ¿Crees que un
Alfa solo debe sentarse en su trono y gritar órdenes incoherentes?
Ella acababa de hablar demasiado, pero si no dejaba salir su ira, ésta
acabaría asfixiándola.
—¡No eres un lobo en absoluto, solo eres un perro rabioso que ataca a
cualquiera que se le acerque demasiado!
Un inquietante silencio se extendió a su alrededor. Ella se había pasado
de la raya. Arak estaba literalmente hirviendo, su piel se abultó en algunos
lugares como si fueran pústulas de peste. Sus mandíbulas se abrieron y sus
colmillos amarillentos empezaron a crecer. Kendra dio un paso atrás cuando
las manos de Arak también cambiaron. Ella no lo había notado antes, pero
Arak emanaba un fuerte olor a enfermedad y podredumbre. Su sucio
cabello castaño colgaba sobre sus hombros, sin brillo y desgreñado.
De repente, ella fue sujetada y arrastrada.
—¡Tócala y serás hombre muerto! —Dayan se interpuso entre ella y
Arak.
Luego él sonrió con lástima. —¿Qué sucede contigo? ¿Quieres atacar a
una mujer? ¿Incluso cambias de forma solo por una crítica que, en mi
opinión, no es tan injustificada?
Algunos gritos resonaron entre la multitud.
Entretanto, prácticamente todo el asentamiento se había reunido.
—¡Él tiene razón!
—¡Eso no es lo que hace un Alfa!
—¡No deberías ser nuestro líder!
Arak gruñó a su alrededor, moviendo bruscamente la cabeza de un lado a
otro.
Kendra no pudo evitarlo, realmente él le recordaba a un perro rabioso.
Finalmente, él logró controlarse. —¡Soy su Alfa! ¡Obedezcan o mueran!
Un callejón se formó cuando el antiguo Alfa había llegado caminando,
apoyándose en un palo. Kendra solo lo había visto una vez. Desde que Arak
había asumido el mando, rara vez salía de su casa. Damaris le había contado
de que muchos en la manada lo apreciaban.
—¿Morir? ¿Desde cuándo castigamos a los nuestros con la muerte, solo
por expresar algunas dudas? —gritó con una voz sorprendentemente
estruendosa.
El viejo lobo se acercó cojeando. —¡No he dejado mi puesto para
permitir semejantes métodos, Arak! —reprendió a su sucesor delante de
todos, antes de dirigirse a los espectadores.
—¿Están a favor de ignorar la renuncia de Dayan y aceptar que se
produzca un nuevo combate?
Al principio con cautela, pero luego con creciente vehemencia, los lobos
expresaron su acuerdo.
—¡Me niego! —rugió Arak—. Dayan me ha cedido el liderazgo. Él vive
con una puta, e incluso ha adoptado a su hija como suya. ¡Soy el más fuerte
entre ustedes!
Kendra comenzó a arder como si se hubiera metido en un baño
demasiado caliente. Ella lo había olvidado por completo. Posiblemente la
mayoría seguía dudando de su virtud, y volverían a retirarle su apoyo a
Dayan. Pero nada de eso sucedió. Los llamamientos por una batalla decisiva
no cesaron.
El viejo Alfa puso fin a la discusión.
—¡Entonces mañana al mediodía! —A Arak le dirigió algunas palabras
más—. Puede que seas el más fuerte, pero tengo mis dudas de que seas el
mejor. Pronto lo sabremos.
Él asintió con ánimo a Dayan, y siguió su camino. Arak enfureció, y
exigió a los cambiaformas que se opusieran al combate. Algunos se
marcharon sin decir nada, y otros hicieron gestos despectivos. Sin embargo,
de forma totalmente inesperada para ella, su compañero se hizo cargo de
una situación que, indudablemente, ningún lobo había tomado en
consideración antes.
—¡Siron! —gritó él, como si fuera la cosa más normal del mundo—.
¡Toma a dos hombres, y dirígete a la aldea para ver si necesitan ayuda!
El hombre al que se había dirigido inclinó la cabeza, pero salió trotando
inmediatamente.
Dayan tomó la mano de ella.
Él parecía preocupado, aunque ella no creía que su temor se debiera a la
pelea de mañana.
—¡Vamos! Hay algo que tenemos que hacer primero.
Capítulo 15
Dayan

Había vigilado con atención a Arak todo el tiempo, mientras Kendra lo


había hecho pedazos de forma retórica. Ella era su compañera, tenía que
protegerla y alejarla de cualquier iniquidad. El espectáculo de la pelea solo
le había afectado marginalmente. Arak le pareció excesivamente
descontrolado. Cada lobo tenía su naturaleza salvaje más o menos bajo
control, pero el actual Alfa, al menos eso era lo que parecía, no lo tenía. Si
no fuera absolutamente impensable, entonces… Dayan se resistió a sus
sospechas con uñas y dientes. ¡Eso sí que sería una historia de terror
ficticia!
—¿A dónde vamos? ¡Lenora está sola en casa!
Dayan sonrió. —Ella es parte de la manada, como nosotros. Así que
nadie nunca está realmente solo y, además, su amiguito la cuidará. No
tomará mucho tiempo.
Kendra caminó a su lado. A veces solo bastaba con mirarla para que se
quedara sin palabras.
De un momento a otro, ella había disipado su resentimiento por su
relación y, para ser sinceros, a él tampoco le quedaban fuerzas para acallar
su corazón.
—Solo nos adentraremos un poco en el bosque. Necesito una
confirmación, o quizás una absolución.
Por supuesto, ella no entendió lo que él había querido decir, pero no
indagó más. Él también la apreciaba por eso. Kendra tenía un excelente
sentido para identificar los momentos en los que no se necesitaban palabras,
sino solo confianza. De igual forma Dayan confiaba en ella, esta relación
íntima no se podía comparar ni con todo el oro del mundo.
Poco tiempo después había descubierto el lugar adecuado. El pequeño
claro era perfecto. La luz de la luna hacía brillar la nieve de forma azulada,
mientras las coníferas heladas crujían y tintineaban una suave melodía.
—¡Siéntate, y cierra los ojos!
Kendra sonrió, y se dejó caer en la nieve. Dayan se sentó frente a ella.
Él también cerró los ojos, tomando sus manos. —La anciana del bosque
de los espíritus me había dicho que los árboles son capaces de hablarnos.
Los lobos creemos que las almas de nuestros antepasados caminan
invisiblemente entre ellos. Intentaré escuchar los susurros del pasado.
Una vez más, respiró profundamente e imaginó el rostro de Maron.
—Amigo mío —dijo Dayan en su mente—. Tu hija ahora es mía, y su
madre también. Vamos hacia el futuro sin ti. ¡Si supieras lo mucho que he
echado de menos tus consejos! Pero Kendra ahora es mi confidente más
cercana, mi compañera, mi amada. Desearía que aún estuvieras aquí y
pudieras compartir mi felicidad. Y como eso no es posible, entonces pido tu
bendición. Espero que me recibas con los brazos abiertos cuando algún día
me una a nuestros antepasados.
Dayan aguzó el oído y miró a su alrededor. No sabía lo que escucharía,
en todo caso, no esperaba una voz real. Durante un tiempo, no pasó nada en
absoluto. Solo una suave brisa doblaba las copas de los árboles de un lado a
otro. De repente, cayeron unos copos de nieve de un pino cuando un gran
búho se posó en la rama más baja. Unas sombras cubrieron el claro, debido
a que la luna había quedado oculta por un banco de nubes dispersas.
De repente, Kendra abrió los ojos de par en par. A través de un agujero
entre las nubes, una luz concentrada de luna cayó directamente sobre ellos.
Él escuchó el aullido de un lobo. Parecía venir de todas partes, lo cual era
simplemente imposible. Solo cuando escuchó con más atención, se dio
cuenta de que conocía muy bien ese aullido. Maron y él siempre se
comunicaban de esa forma, cuando vagaban por el territorio de la manada
como lobos. Si se perdían de vista uno del otro, cada uno emitía un
determinado sonido. El aullido de su amigo era inconfundible y eso
significaba una sola cosa; Dayan no tenía de que preocuparse, Maron estaba
bien.
Dayan llenó sus pulmones con el aire fresco de la noche de invierno.
Sonrió, y ahora también aulló su saludo hacia la oscuridad. El búho
extendió sus alas, alejándose silenciosamente como un fantasma
emplumado. Las nubes se dispersaron y, de repente, los sonidos
completamente normales del bosque volvieron a resonar en sus oídos.
Kendra parpadeó confundida, y sacudió la cabeza varias veces.
—¿También has escuchado algo? —le preguntó ella.
Una lágrima se deslizó por su mejilla pero, repentinamente, ella sonrió
de oreja a oreja. —Yo… creo que he oído a mis padres. Dijeron que estaban
felices por mí. ¿Cómo es posible, Dayan?
—Todo está conectado, querida; las plantas, los animales, las personas y
los cambiaformas, esas fueron tus palabras ¿recuerdas? Creo que nada
realmente desaparece, y cuando alguien que significaba mucho para
nosotros muere, en realidad, no se va del todo.
Los ojos de Kendra brillaron de alegría cuando él la levantó, y le besó
las yemas de los dedos.
—¿Pudiste averiguar lo que querías? —preguntó ella.
—Sí, Maron es muy hablador.
Él le guiñó un ojo con picardía.
Kendra se sonrojó, y le dio un ligero puñetazo en el costado. —Oh,
ustedes no habrán…
Dayan la levantó y la hizo girar, haciéndola reír felizmente. —No, es mi
mejor amigo, pero eso no es realmente de su incumbencia.
Tomados de la mano, regresaron a casa. Dayan se sentía más fuerte que
nunca. Mañana planeaba enmendar su error y asumir el liderazgo de la
manada. Arak era uno de los lobos más fuertes que conocía, pero no dejaría
que eso lo alterara.

***

Tenía que ser cerca de la medianoche, pensó Dayan, cuando se despertó


inesperadamente. Se frotó los ojos, y le lanzó una rápida mirada a Kendra.
Estaba profundamente dormida. Él se levantó, y miró a Lenora. Estaba
sentada en su cuna, mirándolo con los ojos asustados. El cachorro de lobo
también parecía alarmado. Estaba tumbado frente a la cama de su amiga
con el pelaje del cuello erizado, gruñendo cautelosamente. Dayan avanzó a
hurtadillas hacia la sala de estar y allí lo olió; ese seductor aroma a polvo de
acónito. ¿Estaba equivocado? ¿Cómo pudo haber llegado esa cosa a su
casa?
Mientras todavía pensaba en ello, un brazo le rodeó el cuello.
De la boca de su atacante salía un aliento fétido. —¡Trágate esto, y
aprende el verdadero poder del lobo!
Instintivamente, apretó las mandíbulas, aunque todo en él gritaba que
cediera a la tentación. Pero, después de todo, él conocía los efectos
destructivos de esa droga; y nunca querría perder su naturaleza humana.
Echó las manos hacia atrás, sujetó el cuello de su atacante y lo arrojó por
encima de su cabeza contra la pared.
—¡Arak! —gritó él moderadamente sorprendido—. ¡Detén esta locura!
Tira el polvo al río, y me encargaré de que te mejores rápidamente.
Arak lo rodeó.
Él le habló con una voz casi persuasiva. —¿Por qué debería hacerlo?
¿Acaso no lo hueles? El polvo significa poder puro, con él podemos ocupar
nuestro lugar como gobernantes del mundo. Únete a mí, Dayan, conviértete
en un puro y verdadero lobo sin esos inútiles rasgos humanos, que solo nos
hacen débiles.
—¿Qué clase de gobierno tienes en mente, Arak? Uno con asesinatos y
violencia ¿y eso hasta que no quede nada?
—¡No lo comprendes! Limpiaremos el mundo de todo lo que no se
someta voluntariamente a nosotros. Incluyendo a criaturas tan inútiles como
ella. —Él señaló a Kendra, que estaba parada en la puerta, horrorizada.
—¿Y sabes qué? —Arak sonrió maliciosamente—. Fue divertido ver a
tu amigo volar por el acantilado agitando los brazos.
Dayan entrecerró los ojos con rabia. —¿Mataste a Maron? ¿Por qué?
—¡Solo por diversión! Y, por supuesto, porque sabía que eso te
molestaría.
¿Por diversión? ¿Porque eso lo molestaría? Arak había matado a Maron
y, aunque se suponía que debía hacerlo, esa declaración no le había afectado
especialmente. Lo que lo había molestado mucho más fue la forma en que
lo había expresado Arak. Había perdido toda noción del bien y del mal, y
no le importaba en absoluto la superioridad de los cambiaformas. Nada le
importaba, excepto matar.
En este momento, mientras Arak daba un paso hacia Kendra, Dayan
supo que no más había alternativas.
—¡Tócala, y te mato! ¡Lo estoy diciendo absolutamente en serio! —Él le
indicó a Kendra con un gesto de la cabeza que entrara al dormitorio.
Aliviado, la oyó deslizar el pestillo.
Arak se rio. —¿Aún no lo has entendido? No puedes detenerme, ya no.
¡Toma el polvo, es mi última oferta!
Dayan sabía que, si se quedaba en la casa, Kendra y Lenora estarían en
grave peligro. Por lo tanto, hizo lo único sensato. Salió corriendo de la casa,
aunque había parecido una huida. Arak lo persiguió con rabia, ya que no
pensaba con claridad. Fácilmente podría haber entrado al dormitorio y
haberle hecho algo terrible a Kendra. Pero Dayan había contado firmemente
con que Arak ya no sería capaz de llegar a tal conclusión.
Cuando ya puso suficiente distancia entre él y su casa, se detuvo y se dio
la vuelta. Les esperaba una pelea. Sin embargo, a él le hubiera gustado
luchar con honor y en presencia de la manada.
Arak ya se había abalanzado sobre él, una figura extrañamente
deformada que, de momento, ya no tenía rasgos humanos ni lobunos. Al
parecer, solo quería derribarlo. Dayan lo esquivó, haciendo que Arak se
estrellara directamente contra el pesado caldero de hierro que colgaba sobre
el fuego ya apagado. Durante el día, las mujeres calentaban allí el agua para
lavar la ropa o teñir las telas, agregando ciertas flores o raíces machacadas.
El caldero se soltó de su soporte y rodó estrepitosamente por el duro suelo.
El sonido había sido tan ensordecedor como las campanas del templo de la
ciudad del norte en donde los humanos ponían en práctica su religión. En
pocos minutos, se abrieron las puertas de varias casas, y los lobos curiosos
y somnolientos buscaron la causa de la perturbación nocturna de su
descanso.
Arak era impredecible, Dayan no podía exponer a su gente a ningún
peligro. Rápidamente llamó a su lobo en busca de ayuda, transformándose
tan rápidamente como nunca antes. Encorvado, rodeó a Arak, con el pelaje
erizado en señal de advertencia. Los espectadores involuntarios lanzaron
gritos de conmoción y, en parte, de horror. La transformación de su
oponente estuvo acompañada de ruidos repugnantes, los huesos parecían
romperse, y las articulaciones se separaron. Sus ojos se pusieron en blanco,
sus venas estallaron hasta que solo se podían ver los globos oculares, rojos
como el fuego. El cuerpo de Arak se retorció hacia atrás en un ángulo
agudo, solo para doblarse hacia adelante inmediatamente después. Su piel
se separó, del cual salió un monstruo repugnante y sin pelo, que solo se
parecía remotamente a un lobo.
Dayan no solo se horrorizó por un momento, sino que se sintió
verdaderamente asqueado. ¿Arak le llamaba a esto ser un lobo puro?
Normalmente, el lobo y el humano formaban una unidad en los
cambiaformas. Cuando cambiaban de forma, el proceso era fluido y nada
doloroso. Uno asumía el control mientras el otro se retiraba
voluntariamente. En el caso de Arak, parecía que esa criatura que llevaba
dentro había emergido violentamente. No le importaba el permiso de la otra
mitad. Ahora él también había comprendido la advertencia de la anciana.
En algún momento, el lado humano ya no lograría recuperar el control.
Quedaría encerrado, se marchitaría y, finalmente, moriría. Y lo que queda
solo podría describirse como una bestia, a la que jamás se debería dejar
escapar.
Dayan clavó sus patas traseras en el suelo y saltó con fuerza. Como en
cámara lenta, vio que Arak hacía lo mismo. Los dos chocaron en el aire.
Dayan sintió un feroz mordisco en el costado de su cuello pero, al mismo
tiempo, clavó sus colmillos en el hombro de su oponente. Hincándose los
dientes el uno al otro, se golpearon con fuerza y rodaron por el suelo.
Dayan sintió el sabor de la sangre mezclada con el acónito en su boca.
Goteaba dulcemente sobre su lengua. Él había sentido el impulso de lamer
la herida del hombro de Arak para saborear más.
Con todas sus fuerzas se liberó de las fauces fuertemente cerradas de la
bestia, y regurgitó lo que ya había tragado. Debía tener cuidado para no
dejar que la codicia por la sangre se apoderara de él, y lo dejara distraído.
¿Pero cómo se suponía que vencería a Arak si no podía morderlo?
La solución era simple, aunque arriesgada. Él tenía que seguir luchando,
pero como humano. Corbyn, de la manada vecina, entrenaba a su gente con
espadas, pero Dayan nunca había aprendido este arte. Entonces la consigna
principal ahora era arreglárselas con lo que tenía a su disposición.
Cuando había vuelto a su forma humana, algunos miembros de la
manada se pusieron a su lado.
—¡Quédense atrás! —gritó él, cuando Arak lanzó su siguiente ataque.
Esta era su prueba definitiva. Si ganaba la pelea, se ganaría el puesto de
Alfa honradamente y no ascendería simplemente porque su predecesor
había resultado ser un psicópata.
Arak se abalanzó sobre él, con las mandíbulas abiertas de forma
antinatural. Inclinándose hacia un lado, Dayan le dio una patada asesina en
las costillas con ambas piernas. Sin embargo, nada parecía suficiente como
para detener al monstruo, casi como si no sintiera dolor. Los puñetazos o las
patadas solo paralizaban al monstruo por un breve momento. Dayan
prácticamente no sabía qué más hacer, aunque sus fuerzas aún no se habían
agotado por completo. Sin embargo, eventualmente desaparecerían, si la
situación se prolongaba demasiado. Él ya estaba jadeando, mientras los
ataques se repetían en una sucesión cada vez más rápida.
Él se tomó un segundo para mirar hacia su casa. Kendra lo observaba
desde allí, gesticulando ansiosamente, señalaba una y otra vez un punto
determinado. Él siguió su indicación. Y una sonrisa torció sus labios.
Ciertamente, ya había pensado en el hacha como un arma, pero que estaba
demasiado lejos, en la parte trasera de su casa. Sin embargo, la idea de
Kendra era igual de brillante.
Él se precipitó hacia la fogata, y el jadeo asesino de Arak ya le
acariciaba la nuca. Con un gran salto se lanzó a las frías cenizas y, mientras
rodaba, arrancó la enorme cadena de la que el pesado caldero solía colgar
entre los gruesos postes. Rápidamente se levantó de un salto. Hizo girar la
cadena en círculos, mientras Arak se acercaba a él, enseñando los dientes.
Él podía tener una fuerza extraordinaria pero, finalmente, solo estaba hecho
de carne, huesos y sangre; no era invulnerable.
El hecho de que aún no había podido causarle ningún daño significativo
a Dayan parecía enfurecerlo y, de alguna forma, lo había vuelto imprudente.
Arak solo se limitaba a mirarlo fijamente, ignorando totalmente la
herramienta que tenía en la mano. Este era el momento que había esperado.
Dayan lanzó la cadena apuntando al cuello de Arak, envolviéndola dos
veces alrededor de su nuca. Rugiendo, se abalanzó sobre el furioso
cambiaforma y tomó los extremos sueltos del lazo improvisado. Juntos
cayeron hacia un lado, y Dayan tiró con todas sus fuerzas. En este
momento, la perdición de Arak había sido que su débil humano no pudiera
emerger. No contaba con las manos que podían haber sujetado los eslabones
que le rodeaban el cuello. Aunque sus patas se agitaban salvajemente, se
debilitaban cada vez más a medida que se quedaba sin aire. Su lengua ya
estaba colgando sin fuerzas fuera de su boca, cuando Dayan se sintió
invadido por la duda. Arak era parte de la manada. ¿No deberían buscar una
cura para él? Pero las palabras de la anciana lo devolvieron a la realidad.
Arak no era ni lobo ni hombre, ni siquiera, un animal salvaje. Solo lo
dominaban, el deseo de matar y la sangre, un hambre que nadie podría
llegar a satisfacer. Una vez más tensó sus músculos. Con un fuerte tirón,
apretó la cadena hasta que el cuello de Arak ya no pudo soportar la presión.
Con un escalofriante sonido de gorgoteo, el antes respetado cambiaforma
había exhalado su último suspiro.
Un escalofrío se apoderó de Dayan, había ganado, había protegido a la
manada, y de ahora en adelante ese sería su deber. Sin embargo, aún
quedaba una cosa por hacer.
—¡Ustedes cuatro! Busquen a sus secuaces, pero ¡tengan cuidado! No
deben escapar. En cualquier caso, uno de ellos ya ha tomado el polvo.
Apenas había dado su primera orden, y casi se cayó cuando Kendra se
lanzó contra su pecho.
—¡Oh, fue horrible! ¡Y has sido tan valiente! Y…¡oh, estás sangrando!
Ella le llenó la cara de besos, al tiempo que intentaba limpiarle la herida
con su falda.
—¡Me parece que pronto habrá una boda! —gritaron desde la multitud.
—¡Sí! El Alfa y su compañera ¡Será como Dios manda!
—¡Hoho, exactamente! La cerveza fluyendo en abundancia, un jabalí
grillado al asador…
Dayan se rio a carcajadas. Todas sus preocupaciones se desvanecieron.
—¿Una boda? —Kendra parpadeó con incredulidad, aunque no había
reprimido el brillo entusiasta en sus ojos.
—Ciertamente, pero más bien será una ceremonia para celebrar nuestro
compromiso con todos. Ahora soy el Alfa, y después de este susto todos nos
merecemos un alegre banquete ¿no crees?
—Claro, mi compañero ¡lo que tú quieras! —Ella se rio.
—Oh, lo siento, no puedo comportarme de forma tan devota. ¿Una
boda? Estoy muy emocionada, sobre todo porque siempre pensé que
nunca… ¡Necesito hablar con Damaris, necesito un vestido! ¡Cielos! ¿A
quién invitaremos?
Dayan puso los ojos en blanco. ¡Él había puesto en marcha algo
interesante! Pero todo lobo macho tenía que pasar por ello una vez en su
vida. Las lobas le arrojarían piedras si solo realizara una fiesta modesta,
principalmente su hermana. Además, Kendra era su compañera. Si ella
deseara cubiertos de oro, piedras preciosas o las estrellas, por supuesto, lo
conseguiría.
Epílogo
Habían pasado dos semanas desde la violenta, pero necesaria, muerte de
Arak. Al menos había obtenido algo bueno de eso. La manada ahora
apoyaba colectivamente a Dayan, y ya no se oponía a sus ideas. Siron había
demostrado ser un apoyo extraordinario. Él y otros lobos habían ayudado a
reparar los daños que Arak y su camarada habían causado en la aldea. Los
muertos habían sido enterrados, y Dayan había prometido su apoyo en caso
de que la aldea sufriera algún otro tipo de emergencia. A cambio, lo único
que había pedido era que la comunidad apoyara a cualquiera que sufriera
sin merecerlo. Kendra había estado presente en las negociaciones. Ella
estaba bastante segura de que la gente de la aldea cumpliría el trato. Dayan
gobernaba como Alfa en este territorio, y verla a ella como su compañera
les había abierto los ojos a algunos; en cualquier caso, eso era un primer
paso hacia unas relaciones más amistosas.
Kendra daba vueltas de un lado a otro frente al espejo. Ella no podía
creer lo que estaba viendo. Dejó que sus dedos se deslizaran por el vestido
gris claro y cubierto de joyas, que ondeaba como una neblina de gotas de
lluvia brillantes, halagando el color de sus ojos. Damaris alisó algunos
pliegues aquí y allá, antes de agregarle unos cuantos rizos más a su peinado.
—¡Hermosa! —exhaló ella—. Dayan tendrá dificultades para llegar
hasta el final.
—¿Eh?
Ante su tono interrogativo, Damaris soltó una risita pícara. —Es que la
noche de bodas recién comienza cuando el último invitado esté en estado de
embriaguez.
Kendra puso los ojos en blanco. —Ah ¿en serio? Quizá yo tampoco
quiera esperar tanto.
—¡Pero tienes que hacerlo!
Juntas se echaron a reír.
Damaris miró nuevamente en el espejo por encima de los hombros de
Kendra, y le presionó levemente los hombros.
—¿Lista?
Kendra asintió. Después de todo, declarar abiertamente su amor no era
un desafío, sino un privilegio. Aun así, su corazón latía con fuerza. ¡Ella se
casaría! Además, estaba muy ansiosa por conocer a los invitados. Como
Alfa, Dayan había tomado otra decisión, hasta ahora incalificable. Corbyn,
el Alfa de la manada que se encontraba al otro lado del río, y su compañera
Annabell habían sido invitados. Annabell era una humana como ella, y
seguramente tendrían mucho de qué hablar. Kendra también esperaba
algunos consejos de su parte sobre cómo comportarse como la compañera
de un Alfa.
Frente a la puerta los esperaba un cambiaforma desconocido, quien
parecía bastante malhumorado, pero luego trató de sonreír.
—Con tu permiso. —Él inclinó levemente la cabeza—. Soy Corbyn.
Sería un honor para mí llevarte hasta tu compañero.
—Para mí también.
Kendra se sonrojó, avergonzada.
El Alfa de la manada vecina se había acercado a ellos, lo que ya
representaba una enorme concesión, y ella solo había podido decir dos
míseras palabras.
Sin embargo, Corbyn sonrió y colocó la mano de ella sobre su antebrazo.
—Ahora vamos a casarte oficialmente —bromeó Damaris, dándole una
palmadita burlona en su trasero antes de adelantarse corriendo hacia el
salón.
Corbyn la acompañó al podio, donde el viejo Alfa la uniría a Dayan por
el resto de su vida. Kendra lanzó una rápida mirada a su alrededor. Lenora
estaba sentada entre su sobrina y sus dos sobrinos. Alguien le había puesto
una corona de flores sobre la cabeza, incluso el cachorro de lobo llevaba
una corona alrededor del cuello. Pero luego, ella volvió a mirar al frente y
suprimió todo lo demás. Este momento les pertenecía a ella y a Dayan. Sus
ojos oscuros la mantuvieron cautiva, incluso cuando tomó su mano, parecía
que él solo la veía a ella. Dios, se preguntó Kendra ¿podía uno enamorarse
aún más de golpe?
—¿Quién entrega a esta mujer a nuestro Alfa? —planteó formalmente el
predecesor de Dayan.
—Yo, Corbyn. —Su padrino de bodas, le guiñó un ojo a Dayan con una
sonrisa—. También un Alfa.
En su voz se notaba el orgullo. Él sonrió ampliamente cuando sus lobos,
que habían venido con él a la celebración, aullaron brevemente y se dieron
palmadas en los muslos.
Luego, puso una cadena de oro alrededor de la muñeca de ella y la de
Dayan, le dio un beso en la frente y se retiró.
—Dayan ¿aceptas a esta mujer como tuya?
—Sí, acepto.
Dayan apretó su mano con más fuerza alrededor de la de ella.
Kendra tuvo la sensación de que estaba a punto de flotar de la felicidad.
Y casi se había perdido sus propios votos.
—Kendra ¿aceptas a este hombre como tuyo?
—Sí, acepto.
—¡Mamá, papá! —gritó Lenora en voz alta, aplaudiendo un poco antes
de tiempo, lo que hizo reír a todos.
—¡Dicho y hecho! —anunció el viejo Alfa con satisfacción—.
¡Apóyense el uno al otro, y defiendan la manada!
Apenas había pronunciado la última palabra y los labios de Dayan ya
estaban sobre los de ella. Casi no pudo respirar, ya que él la abrazó con
tanta fuerza. ¿O había sido por el jugueteo ardiente de su lengua? A ella no
le había importado y, de repente, se había olvidado de la ceremonia, de los
invitados, y de las mesas dobladas por tanta comida. Solo una pequeña tos
audible hizo que Dayan y ella volvieran a la realidad.
Riendo, Dayan inclinó la cabeza hacia atrás mientras giraba hacia los
presentes.
—¡Mi querida Alfa! —rugió él, llevándola escaleras abajo.
En ese mismo momento, estallaron los aplausos, un staccato de manos
aplaudiendo, aullidos alegres y fuertes gritos.
—¡Coman, beban, celebren! ¡A partir de mañana iremos hacia futuro!
La gente se precipitó hacia la comida, aullando. Dayan condujo a su
compañera a las mesas.
Corbyn y Annabell ya habían tomado asiento.
—¿El futuro, Dayan? ¿Cómo te lo imaginas?
—Primeramente, empecemos con una alianza entre tu manada y la mía.
Pudimos capturar a los dos lobos que también creían en las visiones de
Arak. La condición de ellos no les dio otra opción a los perseguidores. No
querían rendirse ni ser sanados. La cuestión es ¿cómo consiguieron el
polvo? Creo que juntos tenemos mejores posibilidades de averiguarlo.
Además, espero que tus lobos enseñen a los míos a usar la espada.
Las cejas de Corbyn se dispararon. —¿Esperas que les transmita un
conocimiento que podrían usarlo contra nosotros?
—¡Puede que suene así, pero no! Espero una alianza contra todos los
enemigos que podamos encontrar, sin cuestionar tu soberanía o la mía.
Dayan señaló con la barbilla a Kendra y Annabell, que conversaban
animadamente.
—No es tan inimaginable ¿verdad?
—Aparentemente no. —Corbyn frunció las cejas—. Tengo que hablar
con mi manada sobre el tema, y también necesito la opinión de mi
compañera. Comprenderás que no puedo realizar un acuerdo como éste de
improviso entre cervezas y asados.
—Lo entiendo perfectamente, pero no esperes tanto tiempo. Como
puedes ver, las circunstancias a veces pueden cambiar más rápido de lo que
uno quisiera. Como manada somos fuertes, pero no invencibles. Dos
manadas, en cambio, o incluso tres…
Dayan no terminó la frase. Corbyn no era un tonto. Él ya podía ver cómo
cavilaba.
—Hay alguien esperando fuera del salón que necesita hablar contigo —
le murmuró de repente uno de sus lobos al oído.
Dayan estaba de buen humor. En Kendra y Lenora había encontrado todo
lo que su alma necesitaba. Además, Corbyn no se había mostrado reacio a
sus propuestas. Hoy nadie podría alterar su estado de ánimo.
—¡Oh, un visitante misterioso!
Se levantó con una sonrisa, y asintió con la cabeza a Corbyn.
Luego besó a Kendra en la coronilla. —¡Querida, nos espera un invitado
sorpresa!
Juntos salieron del salón, donde los primeros invitados ya se estaban
cayendo de sus sillas. Un tipo enorme con rizos rubios dorados estaba
parado frente a la puerta. Por su estatura, Dayan había concluido que el
visitante no podía ser humano.
Sin embargo, tampoco percibió un lobo.
—Bueno ¿a quién debemos agradecer las felicitaciones?
—No estoy aquí para celebrar, y mi nombre es irrelevante.
Dayan gruñó suavemente ante esta grosera respuesta, pero Kendra le
acarició el brazo para tranquilizarlo.
—Entonces ¿cómo podemos ayudarte?
—¡Cuéntenme sobre la cosa que ha afligido a su manada! —exigió
bruscamente el visitante nocturno.
Una vez más, fue Kendra quien le había impedido que expulsara al tipo
sin rodeos del asentamiento. Ella le había hablado con franqueza sobre
Arak, el acónito y las horribles consecuencias.
Dayan pudo ver cómo el gigante fruncía el ceño al oír hablar del polvo.
—¿Sabes algo al respecto? —le preguntó Kendra amablemente.
—Puede que sí, puede que no. Ese tal Arak y sus secuaces no han sido
las primeras víctimas del polvo. Y posiblemente tampoco sean las últimas.
Con estas palabras de mal agüero, el tipo dio media vuelta y desapareció
como un rayo en la oscuridad.
Kendra sacudió la cabeza. —¡Que tipo tan extraño! De cualquier
manera, es evidente que sabía mucho más de lo que nos ha dicho.
—No podría estar más de acuerdo. Se lo contaré a Corbyn.
Kendra se rio cuando su compañero la levantó, y la besó
apasionadamente.
—Pero ¿sabes qué? No será hoy, ni tampoco mañana.
Dayan apretó su miembro hinchado contra su cuerpo.
—¿Qué te parece? ¿Nos escabullimos, y nos olvidamos de la fiesta? —
murmuró él prometedoramente contra su boca.
Kendra sintió un tentador cosquilleo en el vientre. Gimiendo
suavemente, ella se apoyó contra él. ¡Qué bueno que nunca había cedido al
impulso de tirarse al río! ¡Qué pena que ahora también tuviera que rechazar
la exhortación de Dayan!
—¡Debes controlarte, compañero mío! ¡Eres el Alfa, y debes recordar las
tradiciones!
—Eso ahora mismo no me agrada para nada —refunfuñó Dayan—. Solo
que desgraciadamente, una vez más, vuelves a tener razón.
—Te amo —le susurró Kendra con devoción—. ¿Eso te reconforta?
—Por supuesto, porque yo también te amo.

***
FIN
Gracias por leer.

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del Lobo, el tercer libro de la serie, ya está listo para ti.

Si te ha gustado este libro, te agradecería que te tomaras unos minutos para


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La Novia del Lobo (Libro 1)


El Bebé del Lobo (Libro 2)
La Hija del Lobo (Libro 3)
La Niñera del Lobo (Libro 4)
El Rey de los Lobos (Libro 5)

Novelas del Universo de los Guerreros Dragón:

Ofrenda para el Dragón (Libro 1)


Esclava del Dragón (Libro 2)
Prisionera del Dragón (Libro 3)
Víctima de los Dragones (Libro 4)
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Secuestradas por los Guerreros Dragón:

La Novia Humana del Dragón (Libro 1)

Encadenada por los Dragones (Libro 2)

Bajo el Hechizo del Dragón (Libro 3)

Cautiva del Dragón (Libro 4)

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Sobre la autora

Annett Fürst creció en la costa báltica alemana. La vista del mar embravecido con los barcos que

pasaban y los paseos por los bosques de pinos naturales despertaron su anhelo de mundos místicos y
lugares exóticos a una edad temprana.

Además de escribir, le encantan los caballos, su creciente manada de perros, los domingos en la cama

y, por último, pero no menos importante, su comprensivo marido.

A Annett Fürst le gusta sobre todo escribir historias de amor oscuras en las que ella (o más bien sus

protagonistas) puedan liberarse de verdad, y a través de las cuales, las pasiones y las necesidades más

ocultas de los humanos -y de los seres paranormales- puedan salir a la luz.

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