Henry David Thoreau. Poéticas Del Caminar
Henry David Thoreau. Poéticas Del Caminar
Henry David Thoreau. Poéticas Del Caminar
Tabla de contenidos
Poéticas del caminar
Caminar
Una caminata invernal
Noche, luz de la luna
POÉTICAS DEL CAMINAR
Henry David Thoreau
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Es verdad: hoy en día no somos más que cruzados de
corazón débil, incluso los caminantes se embarcan en
empresas en las que no perseveran ni tienen fin. Nuestras
expediciones son solo tours y por la tarde regresamos al
lado de la vieja chimenea desde donde partimos. La
mitad de la caminata no es más que retroceder. Quizás
deberíamos ir por el camino más corto, siguiendo el
espíritu de la aventura inmortal para no volver jamás.
Prepararnos para regresar a nuestros desolados reinos
solo con nuestros corazones embalsamados. Si estás listo
para dejar a tu padre y tu madre, a tu hermano y tu
hermana, a tu esposa, tu hijo y tus amigos3 y no verlos
nunca más; si has pagado tus deudas, hecho tu
testamento, arreglado tus asuntos y eres un humano
libre, entonces estás listo para caminar.
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Cuando, temprano en una tarde de verano, nos
sacudimos el polvo de la aldea de la ropa, pasando
rápido frente a esas casas con fachadas puramente
dóricas o góticas, que tienen tal aire de reposo que
mi compañero susurra que probablemente a esta
hora sus moradores estén todos acostados. Es
cuando aprecio la belleza y la gloria de la
arquitectura, que en sí misma nunca se acuesta, sino
que permanece por siempre erguida, velando por
los durmientes.
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Puedo caminar fácilmente diez, quince, veinte o más
kilómetros, comenzando en mi puerta, sin pasar cerca de
ninguna casa, sin cruzar ningún camino, excepto donde
lo hacen el zorro y el visón. Primero, junto al río, luego al
arroyo, luego la pradera, por el costado del bosque. Hay
kilómetros cuadrados en los alrededores sin habitantes.
Solo desde una colina entre muchas puedo ver la
civilización y las casas del ser humano. Los agricultores y
sus obras pasan casi tan desapercibidos como las
marmotas y sus madrigueras. Me agrada ver el poco
espacio que ocupan en el paisaje el hombre y sus asuntos:
la iglesia y el Estado; la escuela, las transacciones y el
comercio; las industrias y la agricultura, incluso la
política, la más alarmante de todas. La política no es otra
cosa que un campo estrecho, al que conduce un camino
que lo es aún más. A veces dirijo al viajero hacia allá. Si
vas al mundo de la política, sigue la gran carretera, sigue
a ese hombre de mercado, no dejes de mirar la nube de
polvo que levanta frente a tus ojos y te llevará directo
hacia él, porque también ese mundo es limitado, y no
ocupa todo el espacio. Yo paso de largo ante él como si
pasara frente a una plantación de habas en el interior del
bosque y al instante lo olvido. En media hora puedo
caminar a una parte de la superficie Terrestre donde
ningún otro humano ha pisado durante todo un año. No
hay política allí, ella es humo de cigarro.
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No hace falta decirle a los americanos: “Hacia el
oeste la estrella del imperio toma su camino”. Como
verdadero patriota, debería darme vergüenza pensar
que Adán se encontraba, en general, mucho mejor
en el paraíso que un hombre que habita los bosques
de este país.
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Creo en el bosque, creo en la pradera y en la
noche en la que crece el maíz. Necesitamos una
infusión de abeto, de cicuta o poner thuja en
nuestro té. Hay una diferencia entre comer y beber
para fortalecerse y hacerlo por simple goce. Los
hotentotes devoran con avidez la médula cruda del
kudú y de otros antílopes como una cosa habitual.
Algunos de nuestros indios del norte comen cruda la
médula del reno ártico, así como varias otras partes,
incluyendo las puntas de las cuernas mientras sean
blandas. Y aquí tal vez han anticipado a los
cocineros de París. Consiguen lo que usualmente se
usa para alimentar el fuego. Es probable que esto
sea mejor para fortalecer a un hombre que la carne
de vacuno de criadero o el cerdo de matadero.
Denme una naturaleza salvaje cuya visión no
soporte ninguna civilización, como si viviéramos de
devorar la médula cruda de los kudús. Hay algunos
intervalos que limitan con el canto del zorzal a los
que migraría. Tierras silvestres que no han sido
invadidas por ningún colonizador y a las que, me
parece, ya estoy aclimatado.
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Por lo general, preservar la vida de los animales
salvajes implica dejar extensiones de bosques en los
que se puedan internar. Lo mismo ocurre con el ser
humano. Cien años atrás, en las calles se vendían
cortezas arrancadas de nuestros propios bosques. En
el mero aspecto de esas primitivas y ásperas
cortezas había –me parece– un principio curtidor
que endurecía y consolidaba las fibras de los
pensamientos. Cómo no estremecerse por esa época
si hoy, en mi pueblo natal, no es posible conseguir
una carga de corteza de buen grosor, y ya no se
produce alquitrán o aguarrás.
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Se dice que la labor del americano es “trabajar el suelo
virgen” y que “la agricultura ya ha alcanzado
proporciones desconocidas en el resto del mundo”. Yo
pienso que el granjero desplaza al indio porque este
redime a la pradera, haciéndose más fuerte y en algunos
aspectos, más natural. Hace unos días, estuve haciendo
trabajos de medición para un hombre: una línea recta de
seiscientos sesenta y cuatro metros de longitud a través
de un pantano en cuya entrada podrían haber estado
escritas las palabras que Dante leyó al ingresar a las
regiones infernales: “Abandonen toda esperanza de
volver a salir, ustedes que aquí entran”, y donde una vez
vi a mi empleador cubierto hasta el cuello, intentando
nadar para salvar su vida, aunque aún era invierno. Tenía
otro pantano similar que no pude medir porque estaba
completamente cubierto de agua, y ante a un tercer
pantano que solo pude medir desde lejos, fue enfático al
afirmar que, fiel a sus instintos, no lo vendería bajo
ninguna circunstancia debido al barro que contenía. Este
hombre pretende cavar alrededor una zanja circular a lo
largo de cuarenta meses, y así redimirlo mediante la
magia de su pala.
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Las armas con las que hemos conseguido nuestras
victorias más importantes, que debieran ser legadas
como reliquias de padre a hijo, no son la espada y la
lanza, sino el machete, la cortadora de pasto, la pala y el
rastrillo. Oxidados con la sangre de tantas praderas y
ennegrecidos con el polvo de miles de campos de dura
batalla. El mismo viento empujó el maizal del indio
hacia la pradera y señaló un camino que este no
pudo seguir por carecer de las habilidades. El indio
no tenía más herramientas para surcar la tierra que
una concha de almeja. Pero el granjero está armado
con arado y pala.
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Los sueños más extraños del hombre silvestre no
son menos ciertos, aunque puedan no ser
recomendables a la sensibilidad más común entre
los ingleses y estadounidenses del presente. No
todas las verdades son recomendables para el
sentido común. La naturaleza tiene un lugar tanto
para la clemátide salvaje como para las coles.
Algunas expresiones de la verdad son evocadoras,
otras simplemente sensibles, como se dice, y otras,
vaticinadoras. Algunas formas de enfermedad
incluso pueden ser profecías de salud. Los geólogos
han descubierto que las figuras de serpientes,
dragones voladores y otros adornos fantásticos de la
heráldica tienen sus prototipos en las formas de
especies fósiles extintas antes de que el ser humano
fuese creado y, por lo tanto, “indican un
conocimiento ligero y oscuro de una etapa previa de
existencia orgánica”. Los hindúes soñaban que la
Tierra descansaba sobre un elefante, el elefante
sobre una tortuga y la tortuga sobre una serpiente; y
aunque pueda parecer una coincidencia de poca
importancia, no está fuera de lugar decir que se ha
encontrado en Asia un fósil de tortuga tan grande
como para sostener a un elefante. Confieso que me
gustan estas fantasías salvajes que trascienden el
orden del tiempo y del progreso. Son las creaciones
más sublimes del intelecto. La perdiz ama las
arvejas, pero no aquellas que van con ella en la olla.
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III
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En las mejores instituciones humanas de la
sociedad, es fácil detectar cierta anticipación.
Cuando aún debiéramos ser niños creciendo, ya
somos jovencitos. Denme una cultura que traiga
mucho estiércol desde las praderas y profundice en
la tierra; no una que solo confíe en calentar el
abono e implementar métodos de cultivo
mejorados.
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Siento que vivo una especie de vida fronteriza con
respecto a la naturaleza. En los confines de un
mundo al que solo entro de manera fugaz, y que mi
lealtad al estado en cuyos territorios parezco
replegarme, son los de un merodeador. Seguiría con
gusto incluso a un fuego fatuo38 a través de
pantanos y lodazales inimaginables, hacia una vida
que pueda llamar natural, pero ni la luna ni la
luciérnaga me han mostrado el camino hacia ella. La
naturaleza es un personaje tan vasto y universal que
aún no hemos visto ninguna de sus características.
El caminante, que se mueve por los campos que le
son familiares, y que se extienden alrededor de mi
pueblo, se encuentra a veces en una tierra distinta a
lo que se describe en la escritura de propiedad,
como si estuviera en algún lugar lejano en los
confines de Concord, donde termina su jurisdicción,
donde solo la idea de la palabra “Concord” deja de
tener sentido. Estas granjas que yo mismo he
medido, estos límites que he establecido, aparecen
imperturbables en la penumbra como a través de la
niebla. Pero no hay química que los fije, se
desvanecen de la superficie del cristal y la imagen
que el pintor retrató aparece vagamente por debajo.
El mundo al que estamos acostumbrados no deja
rastros, y no tendrá un aniversario.
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El mérito del canto del gallo radica en su total ausencia
de melancolía. Un cantante puede llevarnos fácilmente a
las lágrimas o a la risa, pero ¿dónde está el que puede
causarnos un disfrute matutino puro? Cuando estoy
deprimido y oigo –ya sea de lejos o de cerca– el cantar
del gallo rompiendo la horrorosa quietud de un domingo
–o quizás como un observador en la funeraria– pienso: al
menos uno de nosotros está bien. Y con un repentino
entusiasmo, vuelvo a ser yo mismo.
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