Historia de Una Escalera
Historia de Una Escalera
Historia de Una Escalera
ESCALERA
Esta obra se estrenó en Madrid, la noche del 14 de octubre de 1949, en el Teatro Español, con el siguiente
REPARTO
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ACTO PRIMERO
La luz. Cuatro diez.
Un tramo de escalera con dos rellanos, en una casa modesta de GENEROSA.—(Mirando el recibo.) ¡Dios mío! ¡Cada vez más caro! No
vecindad. Los escalones de bajada hacia los pisos inferiores se sé cómo vamos a poder vivir.
encuentran en el primer término izquierdo. La barandilla que los
bordea es muy pobre, con el pasamanos de hierro, y tuerce para correr (Se mete.)
a lo largo de la escena limitando el primer rellano. Cerca del lateral PACA.—¡Ya, ya! (Al COBRADOR.) ¿Es que no saben hacer otra cosa
derecho arranca un tramo completo de unos diez escalones. La que elevar la tarifa? ¡Menuda ladronera es la Compañía! ¡Les debía
barandilla lo separa a su izquierda del hueco de la escalera y a su dar vergüenza chuparnos la sangre de esa manera! (El COBRADOR se
derecha hay una pared que rompe en ángulo junto al primer peldaño, encoge de hombros.) ¡Y todavía se ríe!
formando en el primer término derecho un entrante con una sucia ven- COBRADOR.—No me río, señora. (A ELVIRA, que abrió la puerta II.)
tana lateral. Al final del tramo la barandilla vuelve de nuevo y termina Buenos días. La luz. Seis sesenta y cinco.
en el lateral izquierdo, limitando el segundo rellano. En el borde de
éste, una polvorienta bombilla enrejada pende hacia el hueco de la (ELVIRA, una linda muchacha vestida de calle, recoge el
escalera. En el segundo rellano hay dos puertas: dos laterales y dos recibo y se mete.)
centrales. Las distinguiremos, de derecha a izquierda, con los números
I, II, III y IV. PACA.—Se ríe por dentro. ¡Buenos pájaros son todos ustedes! Esto se
arreglaría como dice mi hijo Urbano: tirando a más de cuatro por el
El espectador asiste, en este acto y en el siguiente, a la galvanización hueco de la escalera.
momentánea de tiempos que han pasado. Los vestidos tienen un vago COBRADOR.—Mire lo que dice, señora. Y no falte.
aire retrospectivo. PACA. —¡Cochinos!
COBRADOR. —Bueno, ¿me paga o no? Tengo prisa.
(Nada más levantarse el telón vemos cruzar y subir PACA.—¡Ya va, hombre! Se aprovechan de que una no es nadie, que si
fatigosamente al COBRADOR DE LA LUZ, portando su no...
grasienta cartera. Se detiene unos segundos para respirar
y llama después con los nudillos en las cuatro puertas. (Se mete rezongando. GENEROSA sale y paga al
Vuelve al I, donde le espera ya en el quicio la SEÑORA COBRADOR. Después cierra la puerta. El COBRADOR
GENEROSA: una pobre mujer de unos cincuenta y cinco aporrea otra vez el IV, que es abierto inmediatamente por
años.) DOÑA ASUNCIÓN, señora de luto, delgada y consumida.)
COBRADOR.—La luz. Dos pesetas. (Le tiende el recibo. La puerta III COBRADOR.—La luz. Tres veinte.
se abre y aparece PACA, mujer de unos cincuenta años, gorda y de DOÑA ASUNCIÓN.—(Cogiendo el recibo.) Sí, claro... Buenos días.
ademanes desenvueltos. El COBRADOR repite, tendiéndole el recibo.) Espere un momento, por favor. Voy adentro...
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COBRADOR. —Perdone, señora, pero tengo prisa.
(Se mete. PACA sale refunfuñando, mientras cuenta las DOÑA ASUNCIÓN.—Sí, sí... Le decía que ahora da la casualidad que no
monedas.) puedo... ¿No podría volver luego?
COBRADOR.—Mire, señora: no es la primera vez que pasa y...
PACA.—¡Ahí va!
DOÑA ASUNCIÓN.—¿Qué dice?
(Se las da de golpe.) COBRADOR. —Sí. Todos los meses es la misma historia. ¡Todos! Y yo
no puedo venir a otra hora ni pagarlo de mi bolsillo. Conque si no me
COBRADOR.—(Después de contarlas.) Está bien. abona tendré que cortarle el fluido.
PACA.—¡Está muy mal! ¡A ver si hay suerte, hombre, al bajar la DOÑA ASUNCIÓN.—¡Pero si es una casualidad, se lo aseguro! Es que
escalera! mi hijo no está, y...
COBRADOR.—¡Basta de monsergas! Esto le pasa por querer gastar
(Cierra con un portazo. ELVIRA sale.)
como una señora en vez de abonarse a tanto alzado. Tendré que
ELVIRA.—Aquí tiene usted. (Contándole la moneda fraccionaria.) cortarle.
Cuarenta..., cincuenta..., sesenta... y cinco.
(ELVIRA habla en voz baja con su padre.)
COBRADOR.—Está bien.
DOÑA ASUNCIÓN.—(Casi perdida la compostura.) ¡No lo haga, por
(Se lleva un dedo a la gorra y se dirige al IV.)
Dios! Yo le prometo...
ELVIRA.—(Hacia dentro.) ¿No sales, papá? COBRADOR. —Pida a algún vecino...
DON MANUEL.—(Después de atender a lo que le susurra su hija.)
(Espera en el quicio. DOÑA ASUNCIÓN vuelve a salir, Perdone que intervenga, señora.
ensayando sonrisas.)
(Cogiéndole el recibo.)
DOÑA ASUNCIÓN.—¡Cuánto lo siento! Me va a tener que perdonar.
Como me ha cogido después de la compra y mi hijo no está... DOÑA ASUNCIÓN.— No, don Manuel. ¡No faltaba más!
DON MANUEL.—¡Si no tiene importancia! Ya me lo devolverá cuando
(DON MANUEL, padre de ELVIRA, sale vestido de calle. Los pueda.
trajes de ambos denotan una posición económica más DOÑA ASUNCIÓN.— Esta misma tarde; de verdad.
holgada que la de los demás vecinos.) DON MANUEL. —Sin prisa, sin prisa. (Al COBRADOR.) Aquí tiene.
COBRADOR.—Está bien. (Se lleva la mano a la gorra.) Buenos días.
DON MANUEL.—(A DOÑA ASUNCIÓN.) Buenos días. (A su hija.)
Vamos. (Se va.)
DOÑA ASUNCIÓN.—¡Buenos días! ¡Buenos días, Elvirita! ¡No te había
DON MANUEL. — (Al COBRADOR.) Buenos días.
visto!
DOÑA ASUNCIÓN.—(Al COBRADOR.) Buenos días. Muchísimas gracias,
ELVIRA.—Buenos días, doña Asunción.
don Manuel. Esta misma tarde...
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DON MANUEL.—(Entregándole el recibo.) ¿Para qué se va a molestar? Fernandito es el que a ti te preocupa.
No merece la pena. Y Fernando, ¿qué se hace? ELVIRA.—Papá, no es un tarambana... Si vieras qué bien habla...
DON MANUEL.—Un tarambana. Eso sabrá hacer él..., hablar. Pero no
(ELVIRA se acerca y le coge del brazo.) tiene donde caerse muerto. Hazme caso, hija; tú te mereces otra cosa.
DOÑA ASUNCIÓN. —En su papelería. Pero no está contento. ¡El sueldo ELVIRA.—(En el rellano ya, da pueriles pataditas.) No quiero que
es tan pequeño! Y no es porque sea mi hijo, pero él vale mucho y hables así de él. Ya verás cómo llega muy lejos. ¡Qué importa que no
merece otra cosa. ¡Tiene muchos proyectos! Quiere ser delineante, tenga dinero! ¿Para qué quiere mi papaíto un yerno rico?
ingeniero, ¡qué sé yo! Y no hace más que leer y pensar. Siempre DON MANUEL. —¡Hija!
tumbado en la cama, pensando en sus proyectos. Y escribe cosas ELVIRA.—Escucha: te voy a pedir un favor muy grande.
también, y poesías. ¡Más bonitas! Ya le diré que dedique alguna a DON MANUEL.—Hija mía, algunas veces no me respetas nada.
Elvirita. ELVIRA.—Pero te quiero, que es mucho mejor. ¿Me harás ese favor?
ELVIRA. — (Turbada.) Déjelo, señora. DON MANUEL.—Depende...
DOÑA ASUNCIÓN.—Te lo mereces, hija. (A DON MANUEL.) No es ELVIRA.—¡Nada! Me lo harás.
porque esté delante, pero ¡qué preciosísima se ha puesto Elvirita! Es DON MANUEL.-¿De qué se trata?
una clavellina. El hombre que se la lleve... ELVIRA.—Es muy fácil, papá. Tú lo que necesitas no es un yerno rico,
DON MANUEL. —Bueno, bueno. No siga, que me la va a malear. Lo sino un muchacho emprendedor que lleve adelante el negocio. Pues
dicho, doña Asunción. (Se quita el sombrero y le da la mano.) sacas a Fernando de la papelería y le colocas, ¡con un buen sueldo!, en
Recuerdos a Fernandito. Buenos días. tu agencia. (Pausa.) ¿Concedido?
ELVIRA.—Buenos días. DON MANUEL. —Pero, Elvira, ¿y si Fernando no quiere? Además...
ELVIRA.—¡Nada! (Tapándose los oídos.) ¡Sorda!
(Inician la marcha.) DON MANUEL.—¡Niña, que soy tu padre!
ELVIRA.—¡Sorda!
DOÑA ASUNCIÓN.—Buenos días. Y un millón de gracias... Adiós. DON MANUEL.—(Quitándole las manos de los oídos.) Ese Fernando os
(Cierra. DON MANUEL y su hija empiezan a bajar. ELVIRA tiene sorbido el seso a todas porque es el chico más guapo de la casa.
se para de pronto para besar y abrazar impulsivamente a Pero no me fío de el. Suponte que no te hiciera caso...
su padre.) ELVIRA.—Haz tu parte, que de eso me encargo yo...
DON MANUEL.-¡Niña!
DON MANUEL.—¡Déjame, locuela! ¡Me vas a tirar!
ELVIRA.—¡Te quiero tanto, papaíto! ¡Eres tan bueno! (Ella rompe a reír. Coge del brazo a su padre y le lleva,
DON MANUEL. —Deja los mimos, picara. Tonto es lo que soy. Siempre entre mimos, al lateral izquierdo. Bajan. Una pausa. TRINI
te saldrás con la tuya. -una joven de aspecto simpático— sale del III con una
ELVIRA.—No llames tontería a una buena acción... Ya ves, los pobres botella en la mano atendiendo a la voz de PACA.)
nunca tienen un cuarto. ¡Me da una lástima doña Asunción! PACA.—(Desde dentro.) ¡Que lo compres tinto! Que ya sabes que a tu
DON MANUEL.—(Levantándole la barbilla.) El tarambana de
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padre no le gusta el blanco. el IV suavemente y aparece FERNANDO, que la mira y
TRINI.—Bueno, madre. cierra la puerta sin ruido. Ella baja apresurada, sin verle,
y sale de escena. El se apoya en la barandilla y sigue con
(Cierra y se dirige a la escalera. GENEROSA sale del I, con la vista la bajada de la muchacha por la escalera.
otra botella.) FERNANDO es, en efecto, un muchacho muy guapo. Viste
GENEROSA. —¡Hola, Trini! pantalón de luto y está en mangas de camisa. El IV vuelve
TRINI.—Buenos, señora Generosa. ¿Por el vino? a abrirse. DOÑA ASUNCIÓN espía a su hijo.)
CARMINA.—(Mirando por el hueco de la escalera.) ¡Madre! ¡Que se (Con un suspiro de disgusto, vuelve a recostarse en el
le olvida la cacharra! ¡Madre! pasamanos. Pausa. URBANO llega al primer rellano. Viste
traje azul mahón. Es un muchacho fuerte y moreno, de
(Con un gesto de contrariedad se despoja del delantal, lo fisonomía ruda, pero expresiva: un proletario. FERNANDO
echa adentro y cierra. Baja por el tramo mientras se abre lo mira avanzar en silencio. URBANO comienza a subir la
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escalera y se detiene al verle.) URBANO.—¿Se puede uno reír?
FERNANDO.—Haz lo que te de la gana.
URBANO. —¡Hola! ¿Qué haces ahí? URBANO.—(Sonriendo.) Escucha, papanatas. Para subir solo, como
FERNANDO.—Hola, Urbano. Nada. dices, tendrías que trabajar todos los días diez horas en la papelería;
URBANO.—Tienes cara de enfado. no podrías faltar nunca, como has hecho hoy...
FERNANDO.—No es nada. FERNANDO.—¿Cómo lo sabes?
URBANO.—Baja al «casinillo». (Señalando el hueco de la ventana.) Te URBANO.—¡Porque lo dice tu cara, simple! Y déjame continuar. No
invito a un cigarro. (Pausa.) ¡Baja, hombre! (FERNANDO empieza a podrías tumbarte a hacer versitos ni a pensar en las musarañas;
bajar sin prisa.) Algo te pasa. (Sacando la petaca.) ¿No se puede buscarías trabajos particulares para redondear el presupuesto y te
saber? acostarías a las tres de la mañana contento de ahorrar sueño y dinero.
FERNANDO.—(Que ha llegado.) Nada, lo de siempre... (Se recuestan Porque tendrías que ahorrar, ahorrar como una urraca; quitándolo de
en la pared del «casinillo». Mientras hacen los pitillos.) ¡Que estoy la comida, del vestido, del tabaco... Y cuando llevases un montón de
harto de todo esto! años haciendo eso, y ensayando negocios y buscando caminos,
URBANO.—(Riendo.) Eso es ya muy viejo. Creí que te ocurría algo. acabarías por verte solicitando cualquier miserable empleo para no
FERNANDO. —Puedes reírte. Pero te aseguro que no sé cómo aguanto. morirte de hambre... No tienes tú madera para esa vida.
(Breve pausa.) En fin, ¡para qué hablar! ¿Qué hay por tu fábrica? FERNANDO.—Ya lo veremos. Desde mañana misma..
URBANO.—¡Muchas cosas! Desde la última huelga de metalúrgicos la URBANO.—(Riendo.) Siempre es desde mañana. ¿Por qué no lo has
gente se sindica a toda prisa. A ver cuándo nos imitáis los hecho desde ayer, o desde hace un mes? (Breve pausa.) Porque no
dependientes. puedes. Porque eres un soñador. ¡Y un gandul! (FERNANDO le mira
FERNANDO.—No me interesan esas cosas. lívido, conteniéndose, y hace un movimiento para marcharse.)
URBANO.—Porque eres tonto. No sé de qué te sirve tanta lectura. ¡Espera, hombre! No te enfades. Todo esto te lo digo como un amigo.
FERNANDO. —¿Me quieres decir lo que sacáis en limpio de esos líos? (Pausa.)
URBANO.—Fernando, eres un desgraciado. Y lo peor es que no lo FERNANDO.—(Más calmado y levemente despreciativo.) ¿Sabes lo que
sabes. Los pobres diablos como nosotros nunca lograremos mejorar de te digo? Que el tiempo lo dirá todo. Y que te emplazo. (URBANO le
vida sin la ayuda mutua. Y eso es el sindicato. ¡Solidaridad! Ésa es mira.) Sí, te emplazo para dentro de... diez años, por ejemplo.
nuestra palabra. Y sería la tuya si te dieses cuenta de que no eres más Veremos, para entonces, quién ha llegado más lejos; si tú con tu
que un triste hortera. ¡Pero como te crees un marqués! sindicato o yo con mis proyectos.
FERNANDO.—No me creo nada. Sólo quiero subir. ¿Comprendes? URBANO.—Ya sé que yo no llegaré muy lejos; y tampoco tú llegarás.
¡Subir! Y dejar toda esta sordidez en que vivimos. Si yo llego, llegaremos todos. Pero lo más fácil es que dentro de diez
URBANO.—Y a los demás que los parta un rayo. años sigamos subiendo esta escalera y fumando en este «casinillo».
FERNANDO. —¿Qué tengo yo que ver con los demás? Nadie hace nada FERNANDO.—Yo, no. (Pausa.) Aunque quizá no sean muchos diez
por nadie. Y vosotros os metéis en el sindicato porque no tenéis años...
arranque para subir solos. Pero ese no es camino para mí. Yo sé que (Pausa)
puedo subir y subiré solo.
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URBANO.—(Riendo.) ¡Vamos! Parece que no estás muy seguro. URBANO. —Ya sé que eres un buen mozo con muchos éxitos. Y eso te
FERNANDO.—No es eso, Urbano. ¡Es que le tengo miedo al tiempo! Es perjudica; eres demasiado buen mozo. Lo que te hace falta es dejar
lo que más me hace sufrir. Ver cómo pasan los días, y los años..., sin todos esos noviazgos y enamorarte de verdad. (Pausa.) Hace tiempo
que nada cambie. Ayer mismo éramos tú y yo dos críos que veníamos que no hablamos de estas cosas... Antes, si a ti o a mí nos gustaba
a fumar aquí, a escondidas, los primeros pitillos... ¡Y hace ya diez Fulanita, nos lo decíamos en seguida. (Pausa.) ¿No hay nada serio
años! Hemos crecido sin darnos cuenta, subiendo y bajando la ahora?
escalera, rodeados siempre de los padres, que no nos entienden; de FERNANDO.—(Reservado.) Pudiera ser.
vecinos que murmuran de nosotros y de quienes murmuramos... URBANO.—No se tratará de mi hermana, ¿verdad?
Buscando mil recursos y soportando humillaciones para poder pagar FERNANDO. —¿De tu hermana? ¿De cuál?
la casa, la luz... y las patatas. (Pausa.) Y mañana, o dentro de diez URBANO. —De Trini.
años que pueden pasar como un día, como han pasado estos últimos..., FERNANDO.—No, no.
¡sería terrible seguir así! Subiendo y bajando la escalera, una escalera URBANO.—Pues de Rosita, ni hablar.
que no conduce a ningún sitio; haciendo trampas en el contador, FERNANDO.—Ni hablar.
aborreciendo el trabajo,.., perdiendo día tras día... (Pausa.) Por eso es
preciso cortar por lo sano. (Pausa.)
URBANO.—¿Y qué vas a hacer? URBANO.—Porque la hija de la señora Generosa no creo que te haya
FERNANDO. —No lo sé. Pero ya haré algo. llamado la atención... (Pausa. Le mira de reojo, con ansiedad.) ¿O es
URBANO.—¿Y quieres hacerlo solo? ella? ¿Es Carmina?
FERNANDO.—Solo.
URBANO.—¿Completamente? (Pausa.)
(Pausa.) FERNANDO. —No.
URBANO.—(Ríe y le palmotea la espalda.) ¡Está bien, hombre! ¡No
FERNANDO. —Claro. busco más! Ya me lo dirás cuando quieras. ¿Otro cigarrillo?
URBANO.—Pues te voy a dar un consejo. Aunque no lo creas, siempre FERNANDO.—No. (Pausa breve.) Alguien sube.
necesitamos de los demás. No podrás luchar solo sin cansarte.
FERNANDO. —¿Me vas a volver a hablar del sindicato? (Miran hacia el hueco.)
URBANO. —No. Quiero decirte que, si verdaderamente vas a luchar, URBANO.—Es mi hermana.
para evitar el desaliento necesitarás...
(Aparece ROSA, que es una mujer joven, guapa y
(Se detiene.) provocativa. Al pasar junto a ellos los saluda
despectivamente, sin detenerse, y comienza a subir el
FERNANDO.—¿Qué? tramo.)
URBANO. —Una mujer.
FERNANDO.—Ése no es problema. Ya sabes que... ROSA.—Hola, chicos.
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FERNANDO. —Hola, Rosita. (Cierra con ímpetu. PEPE baja sonriendo con suficiencia.
URBANO.—¿Ya has pindongueado bastante? Va a pasar de largo, pero URBANO le detiene por la
ROSA. — (Parándose.) |Yo no pindongueo! Y, además, no te importa. manga.)
URBANO. —¡Un día de éstos le voy a romper las muelas a alguien!
ROSA. —¡Qué valiente! Cuídate tú la dentadura por si acaso. URBANO. —No tengas tanta prisa.
PEPE.—(Volviéndose con saña.) ¡Muy bien! ¡Dos contra uno!
(Sube.URBANO se queda estupefacto por su descaro. FERNANDO.—(Presuroso.) No, no, Pepe. (Con sonrisa servil.) Yo no
FERNANDO ríe y le llama a su lado. Antes de llamar ROSA intervengo; no es asunto mío.
en el III se abre el I y sale PEPE. El hermano de CARMINA URBANO.—No. Es mío.
ronda ya los treinta años y es un granuja achulado y PEPE.—Bueno, suelta. ¿Qué quieres?
presuntuoso. Ella se vuelve y se contemplan, muy URBANO. — (Reprimiendo su ira y sin soltarle.) Decirte nada más que
satisfechos. Él va a hablar, pero ella le hace señas de que si la tonta de mi hermana no te conoce, yo sí. Que si ella no quiere
se calle y le señala el «casinillo», donde se encuentran los creer que has estado viviendo de la Luisa y de la Pili después de
dos muchachos ocultos para él. PEPE la invita por señas a lanzarlas a la vida, yo sé que es cierto. ¡Y que como vuelva a verte
bailar para después y ella asiente sin disimular su con Rosa, te juro, por tu madre, que te tiro por el hueco de la escalera!
alegría. En esta expresiva mímica los sorprende PACA, (Lo suelta con violencia.) Puedes largarte.
que abre de improvisto.)
(Le vuelve la espalda.)
PACA. —¡Bonita representación! (Furiosa, zarandea a su hija.)
¡Adentro, condenada! ¡Ya te daré yo diversiones! PEPE.—Será si quiero. ¡Estos mocosos! (Alisándose la manga.) ¡Que
no levantan dos palmos del suelo y quieren medirse con hombres! Si
(FERNANDO y URBANO se asoman.) no mirara...
ROSA. —¡No me empuje! ¡Usted no tiene derecho a maltratarme! (URBANO no le hace caso. FERNANDO interviene, aplacador.)
PACA. —¿Que no tengo derecho?
ROSA.—¡No, señora! ¡Soy mayor de edad! FERNANDO. —Déjalo, Pepe. No te... alteres.Mejor es que te marches.
PACA.—¿Y quién te mantiene? ¡Golfa, más que golfa! PEPE.—Sí. Mejor será. (Inicia la marcha y se vuelve.) El mocoso
ROSA. —¡No insulte! indecente, que cree que me va a meter miedo a mí... (Baja
PACA. — (Metiéndola de un empellón.) ¡Anda para adentro! (A PEPE, protestando.) Un día me voy a liar a mamporros y le demostraré lo
que optó desde el principio por bajar un par de peldaños.) ¡Y tú, que es un hombre...
chulo indecente! ¡Si te vuelvo a ver con mi niña te abro la cabeza de FERNANDO. —No sé por qué te gusta tanto chillar y amenazar.
un sartenazo! ¡Como me llamo Paca! URBANO. — (Seco.) Eso va en gustos. Tampoco me agrada a mí que te
PEPE.—Ya será menos. muestres tan amable con un sinvergüenza como ése.
PACA.—¡Aire! ¡Aire! ¡A escupir a la calle! FERNANDO.—Prefiero eso a lanzar amenazas que luego no se
cumplen.
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URBANO.—¿Que no se cumplen? Recuerdos a su madre.
FERNANDO. —¡Qué van a cumplirse! Cualquier día tiras tú a nadie por FERNANDO.—Muchas gracias. Ustedes sigan bien. (Suben. ELVIRA se
el hueco de la escalera. ¿Todavía no te has dado cuenta de que eres un vuelve con frecuencia para mirarle. Él está de espaldas. DON MANUEL
ser inofensivo? abre el II con su llave y entran. FERNANDO hace un mal gesto y se
apoya en el pasamanos. Pausa. GENEROSA sube. FERNANDO la saluda
(Pausa.) muy sonriente.) Buenos días.
URBANO.—¡No sé cómo nos las arreglamos tú y yo para discutir GENEROSA.—Hola, hijo. ¿Quieres comer?
siempre! Me voy a comer. Abur. FERNANDO. —Gracias, que aproveche. ¿Y el señor Gregorio?
FERNANDO.—(Contento por su pequeña revancha.) ¡Hasta luego, GENEROSA.—Muy disgustado, hijo. Como lo retiran por la edad... Y es
sindicalista! lo que él dice: «¿De qué sirve que un hombre se deje los huesos
conduciendo un tranvía durante cincuenta años, si luego le ponen en la
(URBANO sube y llama al III. PACA abre.) calle?» Y si le dieran un buen retiro... Pero es una miseria, hijo; una
miseria. ¡Y a mi Pepe no hay quien lo encarrile! (Pausa.) ¡Qué vida!
PACA. —Hola, hijo. ¿Traes hambre? No sé cómo vamos a salir adelante.
URBANO.—¡Más que un lobo! FERNANDO.—Lleva usted razón. Menos mal que Carmina...
(Entra y cierra. FERNANDO se recuesta en la barandilla y GENEROSA.—Carmina es nuestra única alegría. Es buena, trabajadora,
mira por el hueco. Con un repentino gesto de desagrado limpia... Si mi Pepe fuese como ella...
se retira al «casinillo» y mira por la ventana, fingiendo FERNANDO. —NO me haga mucho caso, pero creo que Carmina la
distracción. Pausa. DON MANUEL y ELVIRA suben. Ella buscaba antes.
aprieta el brazo de su padre en cuanto ve a FERNANDO. Se GENEROSA.-Sí. Es que se me había olvidado la cacharra de la leche.
detienen un momento; luego continúan.) Ya la he visto. Ahora sube ella. Hasta luego, hijo.
FERNANDO.—Hasta luego.
DON MANUEL.—(Mirando socarronamente a ELVIRA, que está muy
turbada.) Adiós, Fernandito. (GENEROSA sube, abre su puerta y entra. Pausa. ELVIRA
FERNANDO.—(Se vuelve con desgana. Sin mirar a ELVIRA.) Buenos sale sin hacer ruido al descansillo, dejando su puerta
días. entornada. Se apoya en la barandilla. Él finge no verla.
DON MANUEL. —¿De vuelta del trabajo? Ella le llama por encima del hueco.)
FERNANDO.—(Vacilante.) Sí, señor. ELVIRA. —Fernando.
DON MANUEL. —Está bien, hombre. (Intenta seguir, pero ELVIRA lo FERNANDO.-¡Hola!
retiene tenazmente, indicándole que hable ahora a FERNANDO. A ELVIRA.—¿Podrías acompañarme hoy a comprar un libro? Tengo que
regañadientes, termina el padre por acceder.) Un día de estos tengo hacer un regalo y he pensado que tú me ayudarías muy bien a escoger.
que decirle unas cosillas. FERNANDO. —No sé si podré.
FERNANDO. —Cuando usted disponga.
DON MANUEL. —Bien, bien. No hay prisa; ya le avisaré. Hasta luego. (Pausa.)
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ELVIRA.—Procúralo, por favor. Sin ti no sabré hacerlo. Y tengo que PACA.—A ver si me podía usted dar un poco de sal.
darlo mañana. GENEROSA.—¿De mesa o de la gorda?
FERNANDO.—A pesar de eso no puedo prometerte nada. (Ella hace un PACA.—De la gorda. Es para el guisado. (GENEROSA se mete. PACA,
gesto de contrariedad.) Mejor dicho: casi seguro que no podrás contar alzando la voz.) Un puñadito nada más... (GENEROSA vuelve con un
conmigo. papelillo.) Gracias, mujer.
GENEROSA.—De nada.
(Sigue mirando por el hueco.) PACA.—¿Cuánta luz ha pagado este mes?
ELVIRA.—(Molesta y sonriente.) ¡Qué caro te cotizas! (Pausa.) Mírame GENEROSA.—Dos sesenta. ¡Un disparate! Y eso que procuro encender
un poco, por lo menos. No creo que cueste mucho trabajo mirarme... lo menos posible... Pero nunca consigo quedarme en las dos pesetas.
(Pausa.) ¿Eh? PACA.—No se queje. Yo he pagado cuatro diez.
FERNANDO. — (Levantando la vista.) ¿Qué? GENEROSA.-Ustedes tienen una habitación más y son más que
ELVIRA.—Pero ¿no me escuchabas? ¿O es que no quieres enterarte de nosotros.
lo que te digo? PACA.—¡Y qué! Mi alcoba no la enciendo nunca. Juan y yo nos
FERNANDO.—(Volviéndole la espalda.) Déjame en paz. acostamos a oscuras. A nuestra edad, para lo que hay que ver...
ELVIRA. — (Resentida.) ¡Ah! ¡Qué poco te cuesta humillar a los GENEROSA.—¡Jesús!
demás! ¡Es muy fácil... y muy cruel humillar a los demás! Te PACA.—¿He dicho algo malo?
aprovechas de que te estiman demasiado para devolverte la GENEROSA.—(Riendo débilmente.) No, mujer; pero... ¡qué boca, Paca!
humillación..., pero podría hacerse... PACA.—¿Y para qué sirve la boca, digo yo? Pues para usarla.
FERNANDO. — (Volviéndose furioso.) ¡Explica eso! GENEROSA.—Para usarla bien, mujer.
ELVIRA. —Es muy fácil presumir y despreciar a quien nos quiere, a PACA.-No he insultado a nadie.
quien está dispuesto a ayudarnos... A quien nos ayuda ya... Es muy GENEROSA.-Aun así...
fácil olvidar esas ayudas... PACA. —Mire, Generosa: usted tiene muy poco arranque. ¡Eso es! No
FERNANDO.—(iracundo.) ¿Cómo te atreves a echarme en cara tu se atreve ni a murmurar.
propia ordinariez? ¡No puedo sufrirte! ¡Vete! GENEROSA.—¡El Señor me perdone! Aún murmuro demasiado.
ELVIRA.—(Arrepentida.) ¡Fernando, perdóname, por Dios! Es que... PACA.—¡Si es la sal de la vida! (Con misterio.) A propósito: ¿sabe
FERNANDO.—¡Vete! ¡No puedo soportarte! No puedo resistir vuestros usted que don Manuel le ha pagado la luz a doña Asunción?
favores ni vuestra estupidez. ¡Vete! (Ella ha ido retrocediendo muy (FERNANDO, con creciente expresión de disgusto, no
afectada. Se entra, llorosa y sin poder reprimir apenas sus nervios. pierde palabra.)
FERNANDO, muy alterado también, saca un cigarrillo. Al tiempo de
tirar la cerilla:) ¡Qué vergüenza! GENEROSA.-Ya me lo ha dicho Trini.
PACA.—¡Vaya con Trini! ¡Ya podía haberse tragado la lengua!
(Se vuelve al «casinillo». Pausa. PACA sale de su casa y (Cambiando el tono.) Y, para mí, que fue Elvirita quien se lo pidió a
llama en el I. GENEROSA abre.) su padre.
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GENEROSA.—No es la primera vez que les hacen favores de ésos. calle?» Y el retiro es una miseria, Paca. Ya lo sabe usted. ¡Qué vida,
PACA.—Pero quien lo provocó, en realidad, fue doña Asunción. Dios mío! No sé cómo vamos a salir adelante. Y mi Pepe, que no
GENEROSA. —¿Ella? ayuda nada...
PACA.—¡Pues claro! (Imitando la voz.) «Lo siento, cobrador, no PACA.—Su Pepe es un granuja. Perdone que se lo diga, pero usted ya
puedo ahora. ¡Buenos días, don Manuel! ¡Dios mío, cobrador, si no lo sabe. Ya le he dicho antes que no quiero volver a verle con mi
puedo! ¡Hola, Elvirita, qué guapa estás!» ¡A ver si no lo estaba Rosa.
pidiendo descaradamente! GENEROSA.—(Humillada.) Lleva usted razón. ¡Pobre hijo mío!
GENEROSA. —Es usted muy mal pensada. PACA.-¿Pobre? Como Rosita. Otra que tal. A mí no me duelen
PAJCA.—¿Mal pensada? ¡Si yo no lo censuro! ¿Qué va a hacer una prendas. ¡Pobres de nosotras, Generosa, pobres de nosotras! ¿Qué
mujer como ésa, con setenta y cinco pesetas de pensión y un hijo que hemos hecho para este castigo? ¿Lo sabe usted?
no da golpe? GENEROSA.—Como no sea sufrir por ellos...
GENEROSA.—Fernando trabaja. PACA. —Eso. Sufrir y nada más. ¡Qué asco de vida! Hasta luego,
PACA.-¿Y qué gana? ¡Una miseria! Entre el carbón, la comida y la Generosa. Y gracias.
casa se les va todo. Además, que le descuentan muchos días de GENEROSA. —Hasta luego.
sueldo. Y puede que lo echen de la papelería.
GENEROSA. —iPobre chico! ¿Por qué? (Ambas se meten y cierran. FERNANDO, abrumado, llega a
PACA.—Porque no va nunca. Para mí que ése lo que busca es pescar a recostarse en la barandilla. Pausa. Repentinamente se
Elvirita... y los cuartos de su padre. endereza y espera, de cara al público. CARMINA sube con
GENEROSA. —¿No será al revés? la cacharro. Sus miradas se cruzan. Ella intenta pasar,
PACA.—¡Qué va! Es que ese niño sabe mucha táctica se hace querer. con los ojos bajos. FERNANDO la detiene por un brazo.)
¡Como es tan guapo! Porque lo es; eso no hay que negárselo. FERNANDO.—Carmina.
GENEROSA. — (Se asoma al hueco de la escalera y vuelve.) Y CARMINA.—Déjeme...
Carmina sin venir... Oiga, Paca: ¿es verdad que don Manuel tiene FERNANDO.—No, Carmina. Me huyes constantemente y esta vez
dinero? tienes que escucharme.
PACA.—Mujer, ya sabe usted que era oficinista. Pero con la agencia CARMINA.—Por favor. Fernando... ¡Suélteme!
esa que ha montado se está forrando el riñón. Como tiene tantas FERNANDO.—Cuando éramos chicos nos tuteábamos... ¿Por qué no
relaciones y sabe tanta triquiñuela... me tuteas ahora? (Pausa.) ¿Ya no te acuerdas de aquel tiempo? Yo era
GENEROSA. —Y una agencia, ¿qué es? tu novio y tú eras mi novia... Mi novia... Y nos sentábamos aquí
PACA.—Un sacaperras. Para sacar permisos, certificados... ¡Negocios! (Señalando a los peldaños), en ese escalón, cansados de jugar..., a
Bueno, y me voy, que se hace tarde. (Inicia la marcha y se detiene.) seguir jugando a los novios.
¿Y el señor Gregorio, cómo va? CARMINA.—Cállese.
GENEROSA.—Muy disgustado, el pobre. Como lo retiran por la edad... FERNANDO.—Entonces me tuteabas y... me querías.
Y es lo que él dice: «¿De qué sirve que un hombre se deje los huesos CARMINA.—Era una niña... Ya no me acuerdo.
durante cincuenta años conduciendo un tranvía, si luego le ponen en la
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FERNANDO.— Eras una mujercita preciosa. Y sigues siéndolo. Y no CARMINA. —¿Y Elvira?
puedes haber olvidado. ¡Yo no he olvidado! Carmina, aquel tiempo es FERNANDO. —¡La detesto! Quiere cazarme con su dinero. ¡No la
el único recuerdo maravilloso que conservo en medio de la sordidez puedo ver!
en que vivimos. Y quería decirte... que siempre... has sido para mí lo CARMINA.—(Con una risita.) ¡Yo tampoco!
que eras antes.
(Ríen, felices.)
CARMINA.—¡No te burles de mí!
FERNANDO. —¡Te lo juro! FERNANDO.—Ahora tendría que preguntarte yo: ¿Y Urbano?
CARMINA.—¿Y todas... ésas con quien has paseado y... que has CARMINA.—¡Es un buen chico! ¡Yo estoy loca por él! (FERNANDO se
besado? enfurruña.) ¡Tonto!
FERNANDO. —Tienes razón. Comprendo que no me creas. Pero un FERNANDO.—(Abrazándola por el talle.) Carmina, desde mañana voy
hombre... Es muy difícil de explicar. A ti, precisamente, no podía a trabajar de firme por ti. Quiero salir de esta pobreza, de este sucio
hablarte..., ni besarte... ¡Porque te quería, te quería y te quiero! ambiente. Salir y sacarte a ti. Dejar para siempre los chismorreos, las
CARMINA. —No puedo creerte. broncas entre vecinos... Acabar con la angustia del dinero escaso, de
(Intenta marcharse.) los favores que abochornan como una bofetada, de los padres que nos
abruman con su torpeza y su cariño servil, irracional...
FERNANDO.—No, no. Te lo suplico. No te marches. Es preciso que me CARMINA.— (Reprensiva.) ¡Fernando!
oigas... y que me creas. Ven. (La lleva al primer peldaño.) Como FERNANDO.—Sí. Acabar con todo esto. ¡Ayúdame tú! Escucha: voy a
entonces. estudiar mucho, ¿sabes? Mucho. Primero me haré delineante. ¡Eso es
(Con un ligero forcejeo la obliga a sentarse contra la fácil! En un año... Como para entonces ya ganaré bastante, estudiaré
pared y se sienta a su lado. Le quita la lechera y la deja para aparejador. Tres años. Dentro de cuatro años seré un aparejador
junto a él. Le coge una mano.) solicitado por todos los arquitectos. Ganaré mucho dinero. Por
entonces tú serás ya mi mujercita, y viviremos en otro barrio, en un
CARMINA.—¡Si nos ven! pisito limpio y tranquilo. Yo seguiré estudiando. ¿Quién sabe? Puede
FERNANDO.—¡Qué nos importa! Carmina, por favor, créeme. No que para entonces me haga ingeniero. Y como una cosa no es
puedo vivir sin ti. Estoy desesperado. Me ahoga la ordinariez que nos incompatible con la otra, publicaré un libro de poesías, un libro que
rodea. Necesito que me quieras y que me consueles. Si no me ayudas, tendrá mucho éxito...
no podré salir adelante. CARMINA.—(Que le ha escuchado extasiada.) ¡Qué felices seremos!
CARMINA. —¿Por qué no se lo pides a Elvira? FERNANDO. — ¡Carmina!
(Pausa. Él la mira, excitado y alegre.) (Se inclina para besarla y da un golpe con el pie a la
FERNANDO.—¡Me quieres! ¡Lo sabía! ¡Tenías que quererme! (Le lechera, que se derrama estrepitosamente. Temblorosos,
levanta la cabeza. Ella sonríe involuntariamente.) ¡Carmina, mi se levantan los dos y miran, asombrados, la gran mancha
Carmina! blanca en el suelo.)
(Va a besarla, pero ella le detiene.) TELÓN
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(PACA le hace señas de que calle.)
ACTO SEGUNDO GENEROSA.—(Abrazada a su hija.) Solas, hija mía. ¡Solas! (Pausa. De
pronto se desase y sube lo más aprisa que puede la escalera.
CARMINA la sigue. Al tiempo que suben.) Déjeme mirar por su balcón,
Han transcurrido diez años que no se notan en nada: la escalera sigue
Paca. ¡Déjeme mirar!
sucia y pobre, las puertas sin timbre, los cristales de la ventana sin
PACA. —Sí, mujer.
lavar.
(GENEROSA entra presurosa en el III. Tras ella, CARMINA y
(Al comenzar el acto se encuentran en escena GENEROSA,
PACA.)
CARMINA, PACA, TRINI y el SEÑOR JUAN. Éste es un viejo
alto y escuálido, de aire quijotesco, que cultiva unos TRINI.—(A su padre, que se recuesta en la barandilla, pensativo.) ¿No
anacrónicos bigotes lacios. El tiempo transcurrido se entra, padre?
advierte en los demás: PACA y GENEROSA han encanecido SEÑOR JUAN.—No, hija. ¿Para qué? Ya he visto arrancar muchos
mucho. TRINI es ya una mujer madura, aunque airosa. coches fúnebres en esta vida. (Pausa.) ¿Te acuerdas del de doña
CARMINA conserva todavía su belleza: una belleza que Asunción? Fue un entierro de primera, con caja de terciopelo...
empieza a marchitarse. Todos siguen pobremente TRINI. —Dicen que lo pagó don Manuel.
vestidos, aunque con trajes más modernos. Las puertas I y SEÑOR JUAN.—Es muy posible. Aunque el entierro de don Manuel fue
III están abiertas de par en par. Las II y IV, cerradas. menos lujoso.
Todos los presentes se encuentran apoyados en el TRINI.—Es que ése lo pagaron los hijos.
pasamanos, mirando por el hueco. GENEROSA y CARMINA SEÑOR JUAN.—Claro. (Pausa.) Y ahora, Gregorio. No sé cómo ha
están llorando; la hija rodea con un brazo la espalda de podido durar estos diez años. Desde la jubilación no levantó cabeza.
su madre. A poco, GENEROSA baja el tramo y sigue (Pausa.) ¡A todos nos llegará la hora!
mirando desde el primer rellano. CARMINA la sigue TRINI.—(Juntándosele.) ¡Padre, no diga eso!
después.) SEÑOR JUAN. —¡Si es la verdad, hija! Y quizá muy pronto.
TRINI.—No piense en esas cosas. Usted está muy bien todavía...
CARMINA. —Ande, madre... (GENEROSA la aparta, sin dejar de mirar
SEÑOR JUAN.—No lo creas. Eso es por fuera. Por dentro... me duelen
a través de sus lágrimas.) Ande...
muchas cosas. (Se acerca, como al descuido, a la puerta IV. Mira a
(Ella mira también. Sollozan de nuevo y se abrazan a TRINI. — Señala tímidamente a la puerta.) Esto. Esto me matará.
medias, sin dejar de mirar.) TRINI.—(Acercándose.) No, padre. Rosita es buena...
SEÑOR JUAN.— (Separándose de nuevo y con triste sonrisa.) ¡Buena!
GENEROSA. —Ya llegan al portal... (Pausa.) Casi no se le ve... (Se asoma a su casa. Suspira. Pasa junto al II y escucha un
SEÑOR JUAN.—(Arriba, a su mujer.) ¡Cómo sudaban! Se conoce que momento.) Estos no han chistado.
pesa mucho. TRINI. —No.
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(El padre se detiene después ante la puerta I. Apoya las (Pausa.)
manos en el marco y mira al interior vacío.)
GENEROSA.—¡Mi Gregorio!...
SEÑOR JUAN.—¡Ya no jugaremos más a las cartas, viejo amigo! PACA.—Bueno. Se acabó. Vamos adentro. ¿Pasas, Juan?
TRINI.—(Que se le aproxima, entristecida, y tira de él.) Vamos SEÑOR JUAN.—Luego entraré un ratito. ¡Lo dicho, Generosa! ¡Y a
adentro, padre. tener ánimo!
SEÑOR JUAN.—Se quedan con el día y la noche... Con el día y la
noche. (Mirando al I.) Con un hijo que es un bandido... (La abraza.)
TRINI.—Padre, deje eso. GENEROSA.-Gracias...
(Pausa.) (ElSEÑOR JUAN y TRINI entran, en su casa y cierran.
SEÑOR JUAN.—Ya nos llegará a todos. GENEROSA, PACA y CARMINA se dirigen al I.)
(Ella mueve la cabeza, desaprobando. GENEROSA, GENEROSA.—(Antes de entrar.) ¿Qué va a ser de nosotros, Dios mío?
rendida, sale del III, llevando a los lados a PACA y a ¿Y de esta niña? ¡Ay, Paca! ¿Qué va a ser de mi Carmina?
CARMINA.) CARMINA.—No se apure, madre.
PACA.-Claro que no. Ya saldremos todos adelante. Nunca os faltarán
PACA.—¡Ea! No hay que llorar más. Ahora a vivir, A salir adelante. buenos amigos.
GENEROSA.—No tengo fuerzas... GENEROSA.—Todos sois muy buenos.
PACA.—¡Pues se inventan! No faltaba más. PACA.—¡Qué buenos, ni qué... peinetas! ¡Me dan ganas de darle
GENEROSA.—¡Era tan bueno mi Gregorio! azotes como a un crío!
PACA.—Todos nos tenemos que morir. Es ley de vida.
GENEROSA.- Mi Gregorio... (Se meten. La escalera queda sola. Pausa. Se abre el II
PACA.—Hala. Ahora barremos entre las dos la casa. Y mi Trini irá cautelosamente y aparece FERNANDO. Los años han dado
luego por la compra y hará la comida. ¿Me oyes, Trini? a su aspecto un tinte vulgar. Espía el descansillo y sale
TRINI.-Sí, madre. después, diciendo hacia adentro.)
GENEROSA.—Yo me moriré pronto también. FERNANDO.—Puedes salir. No hay nadie.
CARMINA.-¡Madre!
PACA.—¿Quién piensa en morir? (Entonces sale ELVIRA, con un niño de pecho en los
GENEROSA.—Sólo quisiera dejar a esta hija... con un hombre de bien... brazos. FERNANDO y ELVIRA visten con modestia. Ella se
antes de morirme. mantiene hermosa, pero su cara no guarda nada de la
PACA.—¡Mejor sin morirse! antigua vivacidad.)
GENEROSA.-¡Para qué!...
PACA.—¡Para tener nietos, alma mía! ¿No le gustaría tener nietos? ELVIRA.—¿En qué quedamos? Esto es vergonzoso. ¿Les damos o no
les damos el pésame?
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FERNANDO.—Ahora no. En la calle lo decidiremos. (Se dirige al IV, pero luego mira al I, su antigua casa, y
ELVIRA.—¡Lo decidiremos! Tendré que decidir yo, como siempre. se acerca. Tras un segundo de vacilación ante la puerta,
Cuando tú te pones a decidir nunca hacemos nada. (FERNANDO calla, vuelve decididamente al IV y llama. Le abre ROSA, que ha
con la expresión hosca. Inician la bajada.) ¡Decidir! ¿Cuándo vas a adelgazado y empalidecido.)
decidirte a ganar más dinero? Ya ves que así no podemos vivir.
(Pausa.) ¡Claro, el señor contaba con el suegro! Pues el suegro se ROSA.—(Con acritud.) ¿A qué vienes?
acabó, hijo. Y no se te acaba la mujer no sé por qué. PEPE.—A comer, princesa.
FERNANDO.—¡Elvira! ROSA.—A comer, ¿eh? Toda la noche emborrachándote con mujeres y
ELVIRA.—¡Sí, enfádate porque te dicen las verdades! Eso sabrás a la hora de comer, a casita, a ver lo que la Rosa ha podido apañar por
hacer: enfadarte y nada más. Tú ibas a ser aparejador, ingeniero, y ahí.
hasta diputado. ¡Je! Ese era el cuento que colocabas a todas. ¡Tonta de PEPE. —No te enfades, gatita.
mí, que también te hice caso! Si hubiera sabido lo que me llevaba... Si ROSA.—¡Sinvergüenza! ¡Perdido! ¿Y el dinero? ¿Y el dinero para
hubiera sabido que no eras más que un niño mimado... La idiota de tu comer? ¿Tú te crees que se puede poner el puchero sin tener cuartos?
madre no supo hacer otra cosa que eso: mimarte. PEPE.-Mira, niña, ya me estás cansando. Ya te he dicho que la
FERNANDO.—(Deteniéndose.) ¡Elvira, no te consiento que hables así obligación de traer dinero a casa es tan tuya como mía.
de mi madre! ¿Me entiendes? ROSA. —¿Y te atreves...?
ELVIRA.-(Con ira.) ¡Tú me has enseñado! ¡Tú eras el que hablaba mal PEPE.—Déjate de romanticismos. Si me vienes con pegas y con líos,
de ella! me marcharé. Ya lo sabes. (Ella se echa a llorar y le cierra la puerta.
FERNANDO.-(Entre dientes.) Siempre has sido una niña caprichosa y Él se queda divertidamente perplejo frente a ésta. TRINI sale del III
sin educación. con un capacho. PEPE se vuelve.) Hola, Trini.
ELVIRA.—¿Caprichosa? ¡Sólo tuve un capricho! ¡Uno sólo! Y... TRINI. — (Sin dejar de andar.) Hola.
PEPE.—Estás cada día más guapa... Mejoras con los años, como el
(FERNANDO la tira del vestido para avisarle de la vino.
presencia de PEPE, que sube. El aspecto de PEPE denota TRINI.—(Volviéndose de pronto.) Si te has creído que soy tonta como
que lucha victoriosamente contra los años para mantener Rosa, te equivocas.
su prestancia.) PEPE. —No te pongas así, pichón.
TRINI. —¿No te da vergüenza haber estado haciendo el golfo mientras
PEPE.—(Al pasar.) Buenos días. tu padre se moría? ¿No te has dado cuenta de que tu madre y tu
FERNANDO. —Buenos días. hermana están ahí (Señalando), llorando todavía porque hoy le dan
ELVIRA.—Buenos días. tierra? Y ahora, ¿qué van a hacer? Matarse a coser, ¿verdad? (Él se
(Bajan. PEPE mira hacia el hueco de la escalera con encoge de hombros.) A ti no te importa nada. ¡Puah! Me das asco.
placer. Después sube monologando.) PEPE.—Siempre estáis pensando en el dinero. ¡Las mujeres no sabéis
más que pedir dinero!
PEPE.—Se conserva, se conserva la mocita. TRINI.—Y tú no sabes más que sacárselo a las mujeres. ¡Porque eres
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un chulo despreciable! (Se abre el III y sale el SEÑOR JUAN, enloquecido.)
PEPE.—(Sonriendo.) Bueno, pichón, no te enfades. ¡Cómo te pones
por un piropo! SEÑOR JUAN. —¡Callad! ¡Callad ya! ¡Me vais a matar! Sí, me moriré.
¡Me moriré, como Gregorio!
(URBANO, que viene con su ropita de paseo, se ha parado TRINI. — (Se abalanza a hacia él, gritando.) ¡Padre, no!
al escuchar las últimas palabras y sube rabioso mientras SEÑOR JUAN. — (Apartándola.) ¡Déjame! (A PEPE.) ¿Por qué no te la
va diciendo.) llevaste a otra casa? ¡Teníais que quedaros aquí para acabar de
amargarnos la vida!
URBANO. —¡Ese piropo y otros muchos te los vas a tragar ahora TRINI. —¡Calle, padre!
mismo! (Llega a él y le agarra por las solapas, zarandeándole.) ¡No SEÑOR JUAN. —Sí. Mejor es callar. (A URBANO.) Y tú: suelta a ese
quiero verte molestar a Trini! ¿Me oyes? trapo.
PEPE.—Urbano, que no es para tanto... URBANO. — (Lanzando a PEPE sobre ROSA.) Anda. Carga con él.
URBANO. —iCanalla! ¿Qué quieres? ¿Perderla a ella también?
¡Granuja! (Le inclina sobre la barandilla.) ¡Que no has valido ni para (PACA sale del I y cierra.)
venir a presidir el duelo de tu padre! ¡Un día te tiro! ¡Te tiro!
PACA.—¿Qué bronca es ésta? ¿No sabéis que ha habido un muerto
(Sale ROSA, desalada, del IV para interponerse. Intenta aquí? ¡Brutos!
separarlos y golpea a URBANO para que suelte.) URBANO.—Madre tiene razón. No tenemos ningún respeto por el
duelo de esas pobres.
ROSA. —¡Déjale! ¡Tú no tienes que pegarle! PACA. —¡Claro que tengo razón! (A TRINI.) ¿Qué haces aquí todavía?
TRINI.—(Con mansedumbre.) Urbano tiene razón... Que no se meta ¡Anda a la compra! (TRINI agacha la cabeza y baja la escalera. PACA
conmigo. interpela a su marido.) ¿Y tú que tienes que ver ni mezclarte con esta
ROSA.—¡Cállate tú, mosquita muerta! basura? (Por PEPE y ROSA. Ésta, al sentirse aludida por su madre,
TRINI. — (Dolida.) ¡Rosa! entra en el IV y cierra de golpe.) ¡Vamos adentro! (Lleva al SEÑOR
ROSA. — (A URBANO.) ¡Déjale, te digo! JUAN a su puerta. Desde allí, a URBANO.) ¿Se acabó ya el entierro?
URBANO.—(Sin soltar a PEPE.) ¡Todavía le defiendes, imbécil! URBANO.—Sí, madre.
PEPE. —¡Sin insultar! PACA.—¿Pues por qué no vas a decirlo?
URBANO.—(Sin hacerle caso.) Venir a perderte por un guiñapo como URBANO. —Ahora mismo.
éste... Por un golfo... Un cobarde.
PEPE.—Urbano, esas palabras... (PEPE empieza a bajar componiéndose el traje. PACA y el
URBANO. —¡Cállate! SEÑOR JUAN se meten y cierran.)
ROSA. —¿Y a ti qué te importa? ¿Me meto yo en tus asuntos? ¿Me
meto en si rondas a Fulanita o te soplan a Menganita? Más vale cargar PEPE.—(Ya en el primer rellano, mirando a URBANO de reojo.)
con Pepe que querer cargar con quien no quiere nadie... ¡Llamarme cobarde a mí, cuando si no me enredo a golpes es por el
URBANO.—¡Rosa! asco que me dan! ¡Cobarde a mí! (Pausa.) ¡Peste de vecinos! Ni
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tienen educación, ni saben tratar a la gente, ni... URBANO.-(Interponiéndose.) Carmina, yo...
(Se va murmurando. Pausa. URBANO se encamina hacia el CARMINA.—(Atajándole rápida.) Tú eres muy bueno. Muy bueno. Has
1. Antes de llegar abre CARMINA, que lleva un capacho en hecho todo lo posible por nosotras. Te lo agradezco mucho.
la mano. Cierra y se enfrentan, en silencio.) URBANO.—Eso no es nada. Aún quisiera hacer mucho más.
CARMINA.—Ya habéis hecho bastante. Gracias de todos modos.
CARMINA.—¿Terminó el...?
URBANO.—Sí. (Se dispone a seguir.)
CARMINA.—(Enjugándose una lágrima.) Muchas gracias, Urbano. Has URBANO.-¡Espera, por favor! (Llevándola al «casinillo.») Carmina,
sido muy bueno con nosotras. yo..., yo te quiero. (Ella sonríe tristemente.) Te quiero hace muchos
URBANO.-(Balbuciente.) No tiene importancia. Ya sabes que yo..., que años, tú lo sabes. Perdona que te lo diga hoy: soy un bruto. Es que no
nosotros... estamos dispuestos... quisiera verte pasar privaciones ni un solo día. Ni a ti ni a tu madre.
CARMINA.—Gracias. Lo sé. Me harías muy feliz si..., si me dijeras... que puedo esperar. (Pausa.
(Pausa. Baja la escalera con él a su lado.) Ella baja la vista.) Ya sé que no me quieres. No me extraña, porque
yo no valgo nada. Soy muy poco para ti. Pero yo procuraría hacerte
URBANO.-¿Vas..., vas a la compra? dichosa. (Pausa.) No me contestas...
CARMINA.-Sí. CARMINA.-Yo... había pensado permanecer soltera.
URBANO.—Déjalo. Luego irá Trini. No os molestéis vosotras por URBANO.—(Inclinando la cabeza.) Quizá continúas queriendo a algún
nada. otro...
CARMINA.-Iba a ir ella, pero se le habrá olvidado. CARMINA. — (Con disgusto.) ¡No, no!
URBANO. —Entonces, es que... te desagrada mi persona.
(Pausa.) CARMINA. —¡Oh, no!
URBANO.—(Parándose.) Carmina... URBANO.—Ya sé que no soy más que un obrero. No tengo cultura ni
CARMINA.—¿Qué? puedo aspirar a ser nada importante... Así es mejor. Así no tendré que
URBANO.-¿Puedo preguntarte... qué vais a hacer ahora? sufrir ninguna decepción, como otros sufren.
CARMINA.-No lo sé... Coseremos. CARMINA.—Urbano, te pido que...
URBANO.-¿Podréis salir adelante? URBANO.—Más vale ser un triste obrero que un señorito inútil... Pero
CARMINA.—No lo sé. si tú me aceptas yo subiré. ¡Subiré, sí! ¡Porque cuando te tenga a mi
URBANO.—La pensión de tu padre no era mucho, pero sin ella... lado me sentiré lleno de energías para trabajar! ¡Para trabajar por ti! Y
CARMINA.-Calla, por favor. me perfeccionaré en la mecánica y ganaré más. (Ella asiente
URBANO.—Dispensa... He hecho mal en recordártelo. tristemente, en silencio, traspasada por el recuerdo de un momento
CARMINA.—No es eso. semejante.) Viviríamos juntos: tu madre, tú y yo. Le daríamos a la
vieja un poco de alegría en los años que le quedasen de vida. Y tú me
(Intenta seguir.) harías feliz. (Pausa.) Acéptame, te lo suplico.
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CARMINA.— ¡Eres muy bueno! PACA. —Trae el capacho. Yo iré. Ve con tu padre, que tú sabes
URBANO.— Carmina, te lo ruego. Consiente en ser mi novia. Déjame consolarle.
ayudarte con ese título. TRINI. —¿Qué le pasa?
CARMINA.— (Llora refugiándose en sus brazos.) ¡Gracias, gracias! PACA. — (Suspirando.) Nada... Lo de Rosa. (Vuelve a suspirar.)
URBANO.— (Enajenado.) Entonces... ¿Sí? (Ella asiente.) ¡Gracias yo a Dame el dinero. (TRINI le da unas monedas y se dispone a seguir.
ti! ¡No te merezco! PACA, confidencial.) Oye: ¿sabes que...?
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usted tenía. ella. Ella no me importa nada, ¿comprendes? Nada. Pero tú sí. Y no
SEÑOR JUAN.-¡Hipócrita! quiero verte con esa preocupación. ¿Me entiendes?
TRINI.—Me lo dijo llorando, padre. TRINI.—Sí, padre.
SEÑOR JUAN.—Las mujeres siempre tienen las lágrimas a punto. SEÑOR JUAN. — (Turbado.) Escucha. Ahí dentro tengo unos durillos...
(Pausa.) Y... ¿qué tal se defiende? Unos durillos ahorrados del café y de las copas...
TRINI.-Muy mal. El sinvergüenza ese no gana y a ella le repugna... TRINI. —¡Padre!
ganarlo de otro modo. SEÑOR JUAN.—¡Calla y déjame hablar! Como el café y el vino no son
SEÑOR JUAN.—(Dolorosamente.) ¡No lo creo! ¡Esa golfa!... ¡Bah! ¡Es buenos a la vejez..., pues los fui guardando. A mí, Rosa no me
una golfa, una golfa! importa nada. Pero si te sirve de consuelo..., puedes dárselos.
TRINI.—No, no, padre. Rosa es algo ligera, pero no ha llegado a eso. TRINI.—¡Sí, sí, padre!
Se juntó con Pepe porque le quería... y aún le quiere. Y él siempre le SEÑOR JUAN.—De modo que voy a buscarlos.
está diciendo que debe ganarlo, y siempre le amenaza con dejarla. Y... TRINI. —¡Qué bueno es usted!
la pega. SEÑOR JUAN.—(Entrando.) No, si lo hago por ti... (Muy conmovida,
SEÑOR JUAN. —¡Canalla! TRINI espera ansiosamente la vuelta de su padre mientras lanza
TRINI. —Y Rosa no quiere que él la deje. Y tampoco quiere echarse a expresivas ojeadas al IV. El SEÑOR JUAN torna con unos billetes en la
la vida... Sufre mucho. mano. Contándolos y sin mirarla, se los da.) Ahí tienes.
SEÑOR JUAN.-¡Todos sufrimos! TRINI.—Sí, padre.
TRINI.—Y, por eso, con lo poco que él le da alguna vez, le va dando SEÑOR JUAN. — (Yendo hacia el I.) Se los das, si quieres.
de comer. Y ella apenas come. Y no cena nunca. ¿No se ha fijado TRINI. —Sí, padre.
usted en lo delgada que se ha quedado? SEÑOR JUAN.—Como cosa tuya, naturalmente.
TRINI. —Sí.
(Pausa.) SEÑOR JUAN. — (Después de llamar en el I, con falsa autoridad.) ¡Y
SEÑOR JUAN.—No. que no se entere tu madre de esto!
TRINI.—¡Se ve en seguida! Y sufre porque él dice que está ya fea y... TRINI. —No, padre.
no viene casi nunca. (Pausa.) ¡La pobre Rosita terminará por echarse (URBANO abre al SEÑOR JUAN.)
a la calle para que él no la abandone!
SEÑOR JUAN.-(Exaltado.) ¿Pobre? ¡No la llames pobre! Ella se lo ha SEÑOR JUAN.-¡Ah! Estás aquí.
buscado. (Pausa. Va a marcharse y se para otra vez.) Sufres mucho URBANO.—Sí, padre.
por ella, ¿verdad?
TRINI.—Me da mucha pena, padre. (El SEÑOR JUAN entra y cierra. TRINI se vuelve, llena de
alegría y llama repetidas veces al IV. Después se da
(Pausa.) cuenta de que su casa ha quedado abierta; la cierra y
torna a llamar. Pausa. ROSA abre.)
SEÑOR JUAN.—(Con los ojos bajos.) Mira, no quiero que sufras por
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TRINI.—¡Rosita! las miraditas que le echas encima, y de cómo procuras hacerte el
ROSA.—Hola, Trini. encontradizo con ella?
TRINI. —¡Rosita! FERNANDO. —Fantasías.
ROSA.—Te agradezco que vengas. Dispensa si antes te falté... ELVIRA.—¿Fantasías? La querías y la sigues queriendo.
TRINI.—¡Eso no importa! FERNANDO.—Elvira, sabes que yo te he...
ROSA.—No me guardes rencor. Ya comprendo que hago mal ELVIRA.—¡A mí nunca me has querido! Te casaste por el dinero de
defendiendo así a Pepe, pero... papá.
TRINI.—¡Rosita! ¡Padre me ha dado dinero para ti! FERNANDO.—¡Elvira!
ROSA. —¿Eh? ELVIRA.—Y, sin embargo, valgo mucho más que ella.
TRINI. —¡Mira! (Le enseña los billetes.) ¡Toma! ¡Son para ti! FERNANDO.—¡Por favor! ¡Pueden escucharnos los vecinos!
ELVIRA.—No me importa.
(Se los pone en la mano.)
(Llegan al descansillo.)
ROSA. — (Casi llorando.) Trini, no..., no puede ser.
TRINI. —Sí puede ser... Padre te quiere... FERNANDO.-Te juro que Carmina y yo no...
ROSA.—No me engañes, Trini. Ese dinero es tuyo. ELVIRA.—(Dando pataditas en el suelo.) ¡No me lo creo! ¡Y eso se
TRINI.—¿Mío? No sé cómo. ¡Me lo dio él! ¡Ahora mismo me lo ha tiene que acabar! (Se dirige a su casa, mas él se queda junto al I.)
dado! (ROSA llora.) Escucha cómo fue. (La empuja para adentro.) Él ¡Abre!
te nombró primero. Dijo que... FERNANDO.—Vamos a dar el pésame; no seas terca.
ELVIRA.—Que no, te digo.
(Entran y cierran. Pausa. ELVIRA y FERNANDO suben.
FERNANDO lleva ahora al niño. Discuten.) (Pausa. Él se aproxima.)
FERNANDO.—Ahora entramos un minuto y les damos el pésame. FERNANDO.-Toma a Fernandito.
ELVIRA. —Ya te he dicho que no.
FERNANDO.—Pues antes querías. (Se lo da y se dispone a abrir.)
ELVIRA.—Y tú no querías. ELVIRA.-(En voz baja y violenta.) ¡Tú tampoco vas! ¿Me has oído? (Él
FERNANDO.—Sin embargo, es lo mejor. Compréndelo, mujer. abre la puerta sin contestar.) ¿Me has oído?
EL VIRA. —Prefiero no entrar. FERNANDO.—¡Entra!
FERNANDO.-Entraré yo solo entonces. ELVIRA.-¡Tú antes! (Se abre el I y aparecen CARMINA y URBANO.
ELVIRA.—¡Tampoco! Eso es lo que tú quieres: ver a Carmina y decirle Están con las manos enlazadas, en una actitud clara. Ante la sorpresa
cositas y tonterías. de FERNANDO, ELVIRA vuelve a cerrar la puerta y se dirige a ellos,
FERNANDO.—Elvira, no te alteres. Entre Carmina y yo terminó todo sonriente.) ¡Qué casualidad, Carmina! Salíamos precisamente para ir a
hace mucho tiempo. casa de ustedes.
ELVIRA.—No te molestes en fingir. ¿Crees que no me doy cuenta de CARMINA.—Muchas gracias.
20
CARMINA.-Por lo menos, tendrá el aire de familia. ¡Decir que se
(Ha intentado desprenderse, pero URBANO la retiene.) parece a mí! ¡Qué disparate!
ELVIRA.—(Con cara de circunstancias.) Sí, hija... Ha sido muy URBANO.—¡Completo!
lamentable... Muy sensible. CARMINA. -(Al borde del llanto.) Me va usted a hacer reír, Fernando,
FERNANDO.—(Reportado.) Mi mujer y yo les acompañamos, en un día como éste.
sinceramente, en el sentimiento. URBANO.—(Con ostensible solicitud.) Carmina, por favor, no te
CARMINA.—(Sin mirarle.) Gracias. afectes. (A FERNANDO.) ¡Es muy sensible!
ELVIRA. —¿Su madre está dentro? CARMINA.—(Con falsa ternura.) Gracias, Urbano.
CARMINA. — Sí; háganme el favor de pasar. Yo entro en seguida. URBANO. — (Con intención.) Repórtate. Piensa en cosas más alegres...
(Con vivacidad.) En cuanto me despida de Urbano. Puedes hacerlo...
ELVIRA.—¿Vamos, Fernando? (Ante el silencio de él.) No te FERNANDO.— (Con la insolencia de un antiguo novio.) Carmina fue
preocupes, hombre. (A CARMINA.) Está preocupado porque al nene le siempre muy sensible.
toca ahora la teta. (Con una tierna mirada para FERNANDO.) Se ELVIRA. — (Que lee en el corazón de la otra.) Pero hoy tiene motivo
desvive por su familia. (A CARMINA.) Le daré el pecho en su casa. No para entristecerse. ¿Entramos, Fernando?
le importa, ¿verdad? FERNANDO. — (Tierno.) Cuando quieras, nena.
CARMINA.-Claro que no. URBANO. —Déjalos pasar, nena.
ELVIRA.—Mire qué rico está mi Fernandito. (CARMINA se acerca (Y aparta a CARMINA, con triunfal solicitud que brinda a
después de lograr desprenderse de URBANO.) Dormidito. No tardará FERNANDO, para dejar pasar al matrimonio.)
en chillar y pedir lo suyo.
CARMINA.-Es una monada. TELÓN
ELVIRA.—Tiene toda la cara de su padre. (A FERNANDO.) Sí, sí;
aunque te empeñes en que no. (A CARMINA.) Él asegura que es igual a
mí. Le agrada mucho que se parezca a mí. Es a él a quien se parece,
¿no cree?
CARMINA.-Pues... no sé. ¿Tú qué crees, Urbano?
URBANO.-No entiendo mucho de eso. Yo creo que todos los niños
pequeños se parecen.
FERNANDO.—(A URBANO.) Claro que sí. Elvira exagera. Lo mismo
puede parecerse a ella, que... a Carmina, por ejemplo.
ELVIRA.—(Violenta.) ¡Ahora dices eso! ¡Pues siempre estás afirmando
que es mi vivo retrato!
21
(Cierra. Pausa. Del IV sale un SEÑOR BIEN VESTIDO. Al
ACTO TERCERO pasar frente al I sale de éste un JOVEN BIEN VESTIDO.)
JOVEN.—Buenos días.
Pasaron velozmente veinte años más. Es ya nuestra época. La escalera SEÑOR.—Buenos días. ¿A la oficina?
sigue siendo una humilde escalera de vecinos. El casero ha JOVEN.—Sí, señor. ¿Usted también?
pretendido, sin éxito, disfrazar su pobreza con algunos nuevos detalles SEÑOR.—Lo mismo. (Bajan emparejados.) ¿Y esos asuntos?
concedidos despaciosamente a lo largo del tiempo: la ventana tiene JOVEN. —Bastante bien. Saco casi otro sueldo. No me puedo quejar.
ahora cristales romboidales coloreados, y en la pared del segundo ¿Y usted?
rellano, frente al tramo, puede leerse la palabra QUINTO en una placa SEÑOR.—Marchando. Sólo necesitaría que alguno de estos vecinos
de metal. Las puertas han sido dotadas de timbre eléctrico, y las antiguos se mudase, para ocupar un exterior. Después de desinfectarlo
paredes, blanqueadas. y pintarlo, podría recibir gente.
JOVEN.—Sí, señor. Lo mismo queremos nosotros.
(Una viejecita consumida y arrugada, de obesidad SEÑOR.—Además, que no hay derecho a pagar tantísimo por un
malsana y cabellos completamente blancos, desemboca, interior, mientras ellos tienen los exteriores casi de balde.
fatigada, en el primer rellano. Es PACA. Camina JOVEN.—Como son vecinos tan antiguos...
lentamente, apoyándose en la barandilla, y lleva en la SEÑOR.—Pues no hay derecho. ¿Es que mi dinero vale menos que el
otra mano un capacho lleno de bultos.) de ellos?
JOVEN.—Además, que son unos indeseables.
PACA.—(Entrecortadamente.) ¡Qué vieja estoy! (Acaricia la
SEÑOR. —No me hable. Si no fuera por ellos... Porque la casa, aunque
barandilla.) ¡Tan vieja como tú! ¡Uf! (Pausa.) ¡Y qué sola! Ya no soy
muy vieja, no está mal.
nada para mis hijos ni para mi nieta. ¡Un estorbo! (Pausa.) ¡Pues no
JOVEN. —No. Los pisos son amplios.
me da la gana de serlo, demontre! (Pausa. Resollando.) ¡Hoj! ¡Qué
SEÑOR. —Únicamente la falta de ascensor.
escalerita! Ya podía poner ascensor el ladrón del casero. Hueco no
JOVEN.—Ya lo pondrán. (Pausa breve.) ¿Ha visto los nuevos modelos
falta. Lo que falta son ganas de rascarse el bolsillo. (Pausa.) En
de automóvil?
cambio, mi Juan la subía de dos en dos... hasta el día mismo de
SEÑOR.—Son magníficos.
morirse. Y yo, que no puedo con ella..., no me muero ni con
JOVEN. —¡Magníficos! Se habrá fijado en que la carrocería es
polvorones. (Pausa.) Bueno, y ahora que no me oye nadie. ¿Yo quiero
completamente...
o no quiero morirme? (Pausa.) Yo no quiero morirme. (Pausa.) Lo
que quiero (Ha llegado al segundo rellano y dedica una ojeada al I), (Se van charlando. Pausa. Salen del III URBANO y
es poder charlar con Generosa, y con Juan... (Pausa. Se encamina a su CARMINA. Son ya casi viejos. Ella se prende familiarmente
puerta.) ¡Pobre Generosa! ¡Ni los huesos quedarán! (Pausa. Abre con de su brazo y bajan. Cuando están a la mitad del tramo,
su llave. Al entrar.) ¡Y que me haga un poco más de caso mi nieta, suben por la izquierda ELVIRA y FERNANDO, también del
demontre! brazo y con las huellas de la edad. Socialmente, su
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aspecto no ha cambiado: son dos viejos matrimonios, de MANOLÍN.—A jugar.
obrero uno y el otro de empleado. Al cruzarse, se saludan ELVIRA. —No tardes.
secamente. CARMINA y URBANO bajan. ELVIRA y MANOLÍN.—No. Hasta luego. (Los padres cierran. Él baja los
FERNANDO llegan en silencio al II y él llama al timbre.) peldaños y se detiene en el «casinillo». Comenta.) ¡Qué roñosos!
ELVIRA.—¿Por qué no abres con el llavín? (Se encoge de hombros y, con cara de satisfacción, saca
FERNANDO.—Manolín nos abrirá. un cigarrillo. Tras una furtiva ojeada hacia arriba, saca
una cerilla y la enciende en la pared. Se pone a fumar
(La puerta es abierta por MANOLÍN, un chico de unos doce muy complacido. Pausa. Salen del III ROSA y TRINI: una
años.) pareja notablemente igualada por las arrugas y la tristeza
MANOLÍN.—(Besando a su padre.) Hola, papá. que la desilusión y las penas han puesto en sus rostros.
FERNANDO.—Hola, hijo. ROSA lleva un capacho.)
MANOLÍN.—(Besando a su madre.) Hola, mamá. TRINI. —¿Para qué vienes, mujer? ¡Si es un momento!
ELVIRA. —Hola. ROSA.—Por respirar un poco el aire de la calle. Me ahogo en casa.
(MANOLÍN se mueve a su alrededor por ver si traen algo.) (Levantando el capacho.) Además, te ayudaré.
TRINI.—Ya ves: yo prefiero, en cambio, estarme en casa.
FERNANDO. —¿Qué buscas? ROSA. —Es que... no me gusta quedarme sola con madre. No me
MANOLÍN. —¿No traéis nada? quiere bien.
FERNANDO.—Ya ves que no. TRINI. —¡Qué disparate!
MANOLÍN.—¿Los traerán ahora? ROSA. —Sí, sí... Desde aquello.
ELVIRA. —¿El qué? TRINI.—¿Quién se acuerda ya de eso?
MANOLÍN. —¡Los pasteles! ROSA. —¡Todos! Siempre lo recordamos y nunca hablamos de ello.
FERNANDO.—¿Pasteles? No, hijo. Están muy caros. TRINI. — (Con un suspiro.) Déjalo. No te preocupes.
MANOLÍN.—¡Pero, papá! ¡Hoy es mi cumpleaños!
FERNANDO.—Sí, hijo. Ya lo sé. (MANOLÍN, que la ve bajar, se interpone en su camino y la
ELVIRA.—Y te guardamos una sorpresa. saluda con alegría. Ellas se paran.)
FERNANDO. —Pero pasteles no pueden ser. MANOLÍN.—¡Hola, Trini!
MANOLÍN. —Pues yo quiero pasteles. TRINI. — (Cariñosa.) ¡Mala
pieza! (Él lanza al aire, con orgullo, una
FERNANDO. —No puede ser. bocanada de humo.) ¡Madre mía! ¿Pues no está fumando? ¡Tira eso
MANOLÍN.—¿Cuál es la sorpresa? en seguida, cochino!
ELVIRA.—Ya la verás luego. Anda adentro.
MANOLÍN.—(Camino de la escalera.) No. (Intenta tirarle el cigarrillo de un manotazo y él se zafa.)
FERNANDO. —¿Dónde vas tú?
MANOLÍN. —¡Es que hoy es mi cumpleaños!
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TRINI. —¡Caramba! ¿Y cuántos cumples? MANOLÍN. —No.
MANOLÍN. —Doce. ¡Ya soy un hombre! TRINI.—(Conmovida.) Sí, hijo, sí. Y cuando tú seas mayor, yo seré
TRINI.—Si te hago un regalo, ¿me lo aceptarás? una ancianita.
MANOLÍN. —¿Qué me vas a dar? MANOLÍN.—No me importa. Yo te quiero mucho.
TRINI. —Te daré dinero para que te compres un pastel. TRINI.—(Muy emocionada y sonriente, le coge la cara entre las
MANOLÍN.—Yo no quiero pasteles. manos y le besa.) ¡Hijo! ¡Qué tonto eres! ¡Tonto! (Besándole.) No
TRINI. —¿No te gustan? digas simplezas. ¡Hijo! (Besándole.) ¡Hijo!
MANOLÍN.—No. Prefiero que me regales una cajetilla de tabaco.
TRINI.—¡Ni lo sueñes! Y tira ya eso. (Se separa y va ligera a emparejar con ROSA.)
MANOLÍN.—No quiero. (Pero ella consigue tirarle el cigarrillo.)
Oye, MANOLÍN. —Oye...
Trini... Tú me quieres mucho, ¿verdad? TRINI.—(Conduciendo a ROSA, que sigue seria.) ¡Calla, simple! Y ya
TRINI .—Naturalmente. veré lo que te regalo: si un pastel... o una cajetilla.
MANOLÍN.—Oye..., quiero preguntarte una cosa.
(Mira de reojo a ROSA y trata de arrastrar a TRINI hacia el (Se van rápidas. MANOLÍN las ve bajar y luego, dándose
«casinillo».) mucha importancia, saca otro cigarrillo y otra cerilla. Se
TRINI.—¿Dónde me llevas? sienta en el suelo del «casinillo» y fuma despacio, perdido
MANOLÍN.—Ven. No quiero que me oiga Rosa. en sus imaginaciones de niño. Se abre el III y sale
ROSA.—¿Por qué? Yo también te quiero mucho. ¿Es que no me CARMINA, hija de CARMINA y de URBANO. Es una
quieres tú? atolondrada chiquilla de unos dieciocho años. PACA la
MANOLÍN. —No. despide desde la puerta.)
ROSA.—¿Por qué?
MANOLÍN.—Porque eres vieja y gruñona. CARMINA, HIJA.—Hasta luego, abuela. (Avanza dando fuertes golpes
en la barandilla, mientras tararea.) La, ra, ra..., la, ra, ra...
(ROSA se muerde los labios y se separa hacia la barandilla.) PACA. —¡Niña!
CARMINA, HIJA. — (Volviéndose.) ¿Qué?
TRINI.—(Enfadada.) ¡Manolín! PACA.—No des así en la barandilla. ¡La vas a romper! ¿No ves que
MANOLÍN.—(Tirando de TRINI.) Ven... (Ella le sigue, sonriente. Él la está muy vieja?
detiene con mucho misterio.) ¿Te casarás conmigo cuando sea mayor? CARMINA, HIJA.—Que pongan otra.
(TRINI rompe a reír. ROSA, con cara triste, los mira desde PACA.—Que pongan otra... Los jóvenes, en cuanto una cosa está vieja,
la barandilla.) sólo sabéis tirarla. ¡Pues las cosas viejas hay que conservarlas! ¿Te
enteras?
TRINI. — (Risueña, a su hermana.) ¡Una declaración! CARMINA, HIJA.—A ti, como eres vieja, te gustan las vejeces.
MANOLÍN. — (Colorado.) No te rías y contéstame. PACA.—Lo que quiero es que tengas más respeto para... la vejez.
TRINI. —¡Qué tontería! ¿No ves que ya soy vieja? CARMINA, HIJA.—(Que se vuelve rápidamente y la abruma a besos.)
24
¡Boba! ¡Vieja guapa! a la puerta de su casa.) ¡No mires más! No hay nadie.
PACA.—(Ganada, pretende desasirse.) ¡Quita, quita, hipócrita! ¡Ahora CARMINA, HIJA.—Fernando, déjame ahora. Esta tarde podremos
vienes con cariñitos! vernos donde el último día.
CARMINA, HIJA.—Anda para adentro. FERNANDO, HIJO.—De acuerdo. Pero ahora me vas a decir por qué no
PACA.—¡Qué falta de vergüenza! ¿Crees que vas a mandar en mí? has venido estos días.
(Forcejean.) ¡Déjame!
CARMINA, HIJA. —Entra... (Ella consigue bajar unos peldaños más. Él la retiene y la
sujeta contra la barandilla.)
(La resistencia de PACA acaba en una débil risilla de anciana.)
CARMINA, HIJA. —¡Fernando!
PACA.—(Vencida.) ¡No te olvides de comprar ajos! FERNANDO, Hijo. —iDímelo! ¿Es que ya no me quieres? (Pausa.) No
me has querido nunca, ¿verdad? Ésa es la razón. ¡Has querido
(CARMINA cierra la puerta en sus narices. Vuelve a bajar, coquetear conmigo, divertirte conmigo!
rápida, sin dejar sus golpes al pasamanos ni su tarareo. CARMINA, HIJA. —No, no...
La puerta del II se abre por FERNANDO, hijo de FERNANDO FERNANDO, HIJO. —Sí. Eso es. (Pausa.) ¡Pues no te saldrás con la
y ELVIRA. Sale en mangas de camisa. Es arrogante y tuya!
pueril. Tiene veintiún años.) CARMINA, HIJA.—Fernando, yo te quiero. ¡Pero déjame! ¡Lo nuestro
FERNANDO, HIJO.-Carmina. no puede ser!
FERNANDO, HIJO. —¿Por qué no puede ser?
(Ella, en los primeros escalones aún, se inmoviliza y CARMINA, HIJA.—Mis padres no quieren.
calla, temblorosa, sin volver la cabeza. Él baja en seguida FERNANDO, HIJO. —¿Y qué? Eso es un pretexto. ¡Un mal pretexto!
a su altura. MANOLÍN se disimula y escucha con infantil CARMINA, HIJA.—No, no..., de verdad. Te lo juro.
picardía.) FERNANDO, HIJO. —Si me quisieras de verdad no te importaría.
CARMINA, HIJA. — (Sollozando.) Es que... me han amenazado y... me
CARMINA, HIJA.-¡Déjame, Fernando! Aquí, no. Nos pueden ver. han pegado...
FERNANDO, HIJO.—¡Qué nos importa! FERNANDO, HIJO.—¡Cómo!
CARMINA, HIJA. —Déjame. CARMINA, HIJA.—Sí. Y hablan mal de ti... y de tus padres... ¡Déjame,
(Intenta seguir. Él la detiene con brusquedad.) Fernando! (Se desprende. Él está paralizado.) Olvida lo nuestro. No
puede ser... Tengo miedo...
FERNANDO, HIJO.—¡Escúchame, te digo! ¡Te estoy hablando!
CARMINA, HIJA.— (Asustada.) Por favor, Fernando. (Se va rápidamente, llorosa. FERNANDO llega hasta el
FERNANDO, HIJO. —No. Tiene que ser ahora. Tienes que decirme en rellano y la mira bajar, abstraído. Después se vuelve y ve
seguida por qué me has esquivado estos días. (Ella mira, angustiada, a MANOLÍN. Su expresión se endurece.)
por el hueco de la escalera.) ¡Vamos, contesta! ¿Por qué? (Ella mira FERNANDO, HIJO. —¿Qué haces aquí?
25
MANOLÍN. — (Muy divertido.) Nada. MANOLÍN.—No. Además, esos pitillos no son míos.
FERNANDO, HIJO. —Anda para casa. FERNANDO, HIJO.—¡Baja!
MANOLÍN. —No quiero.
FERNANDO, HIJO.—¡Arriba, te digo! (FERNANDO, el padre, abre la puerta.)
MANOLÍN.—Es mi cumpleaños y hago lo que quiero. ¡Y tú no tienes MANOLÍN.—¡Papá, Fernando estaba besándose con Carmina en la
derecho a mandarme! escalera!
(Pausa.) FERNANDO, HIJO. —¡Embustero!
MANOLÍN.—Sí, papá. Yo no los veía porque estaba en el «casinillo»;
FERNANDO, HIJO.—Si no fueras el favorito... ya te daría yo pero...
cumpleaños. FERNANDO. — (A MANOLÍN.) Pasa para dentro.
MANOLÍN. —Papá, te aseguro que es verdad.
(Pausa. Comienza a subir mirando a MANOLÍN con FERNANDO. —Adentro. (Con un gesto de burla a su hermano,
suspicacia. Éste contiene con trabajo la risa.) MANOLÍN entra.) Y tú, sube.
MANOLÍN.—(Envalentonado.) ¡Qué entusiasmado estás con Carmina! FERNANDO, HIJO.—Papá, no es cierto que me estuviera besando con
FERNANDO, HIJO. — (Bajando al instante.) ¡Te voy a cortar la lengua! Carmina.
MANOLÍN.—(Con regocijo.) ¡Parecíais dos novios de película! (En (Empieza a subir.)
tono cómico.) «¡No me abandones, Nelly! ¡Te quiero, Bob!»
(FERNANDO le da una bofetada. A MANOLÍN se le saltan las lágrimas y FERNANDO. —¿Estabas con ella?
se esfuerza, rabioso, en patear las espinillas y los pies de su her- FERNANDO, HIJO.—Sí.
mano.) ¡Bruto! FERNANDO.—¿Recuerdas que te hemos dicho muchas veces que no
FERNANDO, HIJO.—(Sujetándole.) ¿Qué hacías en el «casinillo»? tontearas con ella?
MANOLÍN.—¡No te importa! ¡Bruto! ¡Idiota!... ¡¡Romántico!! FERNANDO, HIJO. — (Que ha llegado al rellano.) Sí.
FERNANDO, HIJO.—Fumando, ¿eh? (Señala las colillas en el suelo.) FERNANDO.—Y has desobedecido...
Ya verás cuando se entere papá. FERNANDO, HIJO.—Papá... Yo...
MANOLÍN.—¡Y yo le diré que sigues siendo novio de Carmina! FERNANDO.—Entra. (Pausa.) ¿Has oído?
FERNANDO, HIJO.—(Apretándole un brazo.) ¡Qué bien trasteas a los FERNANDO, HIJO. — (Rebelándose.) ¡No quiero! ¡Se acabó!
padres, marrano, hipócrita! ¡Pero los pitillos te van a costar caros! FERNANDO. —¿Qué dices?
MANOLÍN. — (Que se desase y sube presuroso el tramo.) ¡No te tengo FERNANDO, HIJO.—¡No quiero entrar! ¡Ya estoy harto de vuestras
miedo! Y diré lo de Carmina. ¡Lo diré ahora mismo! estúpidas prohibiciones!
FERNANDO.—(Conteniéndose.) Supongo que no querrás escandalizar
(Llama con apremio al timbre de su casa.) para los vecinos...
FERNANDO, HIJO.—(Desde la barandilla del primer rellano.) ¡Baja, FERNANDO, HIJO. —¡No me importa! ¡También estoy harto de esos
chivato! miedos! (ELVIRA, avisada sin duda por MANOLÍN, sale a la puerta.)
26
¿Por qué no puedo hablar con Carmina, vamos a ver? ¡Ya soy un TRINI. —¿Y no le has vuelto a ver?
hombre! ROSA.—¡Muchas veces! Al principio no me saludaba, me evitaba. Y
ELVIRA.—(Que interviene con acritud.) ¡No para Carmina! yo, como una tonta, le buscaba. Ahora es al revés.
FERNANDO. — (A ELVIRA.) ¡Calla! (A su hijo.) Y tú, entra. Aquí no TRINI. —¿Te busca él?
podemos dar voces. ROSA.—Ahora me saluda, y yo a él no. ¡Canalla! Me ha entretenido
FERNANDO, HIJO.—¿Qué tengo yo que ver con vuestros rencores y durante años para dejarme cuando ya no me mira a la cara nadie.
vuestros viejos prejuicios? ¿Por qué no vamos a poder querernos TRINI. —Estará ya viejo...
Carmina y yo? ROSA.—¡Muy viejo! Y muy gastado. Porque sigue bebiendo y
ELVIRA.—¡Nunca! trasnochando...
FERNANDO.—No puede ser, hijo. TRINI.—¡Qué vida!
FERNANDO, HIJO. —Pero ¿por qué? ROSA.—Casi me alegro de no haber tenido hijos con él. No habrían
FERNANDO. —Tú no lo entiendes. Pero entre esa familia y nosotros no salido sanos. (Pausa.) ¡Pero yo hubiera querido tener un niño, Trini!
puede haber noviazgos. Y hubiera querido que él no fuese como era... y que el niño se le
FERNANDO, HIJO. —Pues os tratáis. hubiese parecido.
FERNANDO.—Nos saludamos, nada más. (Pausa.) A mí, realmente, no TRINI.—Las cosas nunca suceden a nuestro gusto.
me importaría demasiado. Es tu madre... ROSA.—No. (Pausa.) ¡Pero, al menos, un niño! ¡Mi vida se habría
ELVIRA. —Claro que no. ¡Ni hablar de la cosa! llenado con un niño!
FERNANDO.—Los padres de ella tampoco lo consentirían. Puedes estar
(Pausa.)
seguro.
ELVIRA.—Y tú debías ser el primero en prohibírselo, en vez de TRINI.—... La mía también.
halagarle con esas blanduras improcedentes. ROSA. —¿Eh? (Pausa breve.) Claro. ¡Pobre Trini! ¡Qué lástima que no
FERNANDO. —¡Elvira! te hayas casado!
ELVIRA.—¡Improcedentes! (A su hijo.) Entra, hijo. TRINI.—(Deteniéndose, sonríe con pena.) ¡Qué iguales somos en el
FERNANDO, HIJO.—Pero, mamá... Papá... ¡Cada vez lo entiendo fondo tú y yo!
menos! Os empeñáis en no comprender que yo..., ¡no puedo vivir sin ROSA.—Todas las mujeres somos iguales en el fondo.
Carmina! TRINI.—Sí... Tú has sido el escándalo de la familia y yo la víctima. Tú
FERNANDO.—Eres tú el que no nos comprendes. Yo te lo explicaré quisiste vivir tu vida y yo me dediqué a la de los demás. Te juntaste
todo, hijo. con un hombre y yo sólo conozco el olor de los de la casa... Ya ves: al
ELVIRA.—¡No tienes que explicar nada! (A su hijo.) Entra. final hemos venido a fracasar de igual manera.
FERNANDO. —Hay que explicarle, mujer... (A su hijo.) Entra, hijo.
(ROSA la enlaza y aprieta suavemente el talle. TRINI la
FERNANDO, HIJO. —(Entrando, vencido.) No os comprendo... No os
imita. Llegan enlazadas a la puerta.)
comprendo...
ROSA.—(Suspirando.) Abre...
(Cierran. Pausa. TRINI y ROSA vuelven de la compra.)
TRINI.—(Suspirando.) Sí... Ahora mismo.
27
(Abre con el llavín y entran. Pausa. Suben URBANO, (Pausa.)
CARMINA y su hija. El padre viene riñendo a la muchacha,
que atiende tristemente sumisa. La madre se muestra ja- URBANO. —¿Cuándo estaremos de acuerdo tú y yo en algo?
deante y muy cansada.) CARMINA. — (Con amargura.) Nunca.
URBANO.—Cuando pienso lo que pudiste haber sido para mí... ¿Por
URBANO.—¡Y no quiero que vuelvas a pensar en Fernando! Es como qué te casaste conmigo si no me querías?
su padre: un inútil. CARMINA. — (Seca.) No te engañé. Tú te empeñaste.
CARMINA. —¡Eso! URBANO.—Sí. Supuse que podría hacerte olvidar otras cosas... Y
URBANO. —Más de un pitillo nos hemos fumado el padre y yo ahí esperaba más correspondencia, más...
mismo (Señala al «casinillo»), cuando éramos jóvenes. Me acuerdo CARMINA.—Más agradecimiento.
muy bien. Tenía muchos pajaritos en la cabeza. Y su hijo es como él: URBANO. —No es eso. (Suspira.) En fin, paciencia.
un gandul. Así es que no quiero ni oírte su nombre. ¿Entendido? CARMINA. —Paciencia.
CARMINA, HIJA.—Sí, padre.
(PACA se asoma y los mira. Con voz débil, que contrasta
(La madre se apoya, agotada, en el pasamanos.) con la fuerza de una pregunta igual hecha veinte años
antes:)
URBANO.—¿Te cansas?
CARMINA. —Un poco. PACA.—¿No subís?
URBANO. —Un esfuerzo. Ya no queda nada. (A la hija, dándole la URBANO.—Sí.
llave.) Toma, ve abriendo. (Mientras la muchacha sube y entra, CARMINA. —Sí. Ahora mismo.
dejando la puerta entornada.) ¿Te duele el corazón? (PACA se mete.)
CARMINA. —Un poquillo...
URBANO.—¡Dichoso corazón! URBANO.—¿Puedes ya?
CARMINA.—No es nada. Ahora se pasará. CARMINA. —Sí.
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URBANO.—Es sólo un minuto. FERNANDO.—Sí; como tú. También tú ibas a llegar muy lejos con el
FERNANDO.—¿Qué quieres? sindicato y la solidaridad. (Irónico.) Ibais a arreglar las cosas para
URBANO.—Quiero hablarte de tu hijo. todos... Hasta para mí.
FERNANDO.—¿De cuál de los dos? URBANO.—¡Sí! ¡Hasta para los zánganos y cobardes como tú!
URBANO.—De Fernando.
FERNANDO.—¿Y qué tienes que decir de Fernando? (CARMINA, la madre, sale al descansillo después de
URBANO.—Que harías bien impidiéndole que sonsacase a mi Carmina. escuchar un segundo e interviene. El altercado crece en
FERNANDO.—¿Acaso crees que me gusta la cosa? Ya le hemos dicho violencia hasta su final.)
todo lo necesario. No podemos hacer más. CARMINA.—¡Eso! ¡Un cobarde! ¡Eso es lo que has sido siempre! ¡Un
URBANO.—¿Luego lo sabías? gandul y un cobarde!
FERNANDO.—Claro que lo sé. Haría falta estar ciego... URBANO.—¡Tú, cállate!
URBANO.—Lo sabías y te alegrabas, ¿no? CARMINA.—¡No quiero! Tenía que decírselo. (A FERNANDO.) ¡Has
FERNANDO.—¿Que me alegraba? sido un cobarde toda tu vida! Lo has sido para las cosas más
URBANO.—¡Sí! Te alegrabas. Te alegrabas de ver a tu hijo tan insignificantes... y para las más importantes. (Lacrimosa.) ¡Te
parecido a ti mismo... De encontrarle tan irresistible como lo eras tú asustaste como una gallina cuando hacía falta ser un gallo con cresta y
hace treinta años. espolones!
(Pausa.) URBANO.—(Furioso.) ¡Métete para adentro!
CARMINA. —¡No quiero! (A FERNANDO.) Y tu hijo es como tú: un
FERNANDO.—No quiero escucharte. Adiós. (Va a marcharse.)
cobarde, un vago y un embustero. Nunca se casará con mi hija,
URBANO.—¡Espera! Antes hay que dejar terminada esta cuestión. Tu
¿entiendes? (Se detiene, jadeante.)
hijo...
FERNANDO. —Ya procuraré yo que no haga esa tontería.
FERNANDO.—(Sube y se enfrenta con él.) Mi hijo es una víctima,
URBANO. —Para vosotros no sería una tontería, porque ella vale mil
como lo fui yo. A mi hijo le gusta Carmina porque ella se le ha puesto
veces más que él.
delante. Ella es quien le saca de sus casillas. Con mucha mayor razón
FERNANDO.—Es tu opinión de padre. Muy respetable. (Se abre el II y
podría yo decirte que la vigilases.
aparece ELVIRA, que escucha y los contempla.) Pero Carmina es de la
URBANO. —¡Ah, en cuanto a ella puedes estar seguro! Antes la
pasta de su familia. Es como Rosita...
deslomo que permitir que se entienda con tu Fernandito. Es a él a
URBANO. — (Que se acerca a él rojo de rabia.) Te voy a...
quien tienes que sujetar y encarrilar. Porque es como tú eras: un
tenorio y un vago. (Su mujer le sujeta.)
FERNANDO.—¿Yo un vago?
URBANO.—Sí. ¿Dónde han ido a parar tus proyectos de trabajo? No FERNANDO. —¡Sí! ¡A tirar por el hueco de la escalera! Es tu amenaza
has sabido hacer más que mirar por encima del hombro a los demás. favorita. Otra de las cosas que no has sido capaz de hacer con nadie.
¡Pero no te has emancipado, no te has libertado! (Pegando en el ELVIRA.—(Avanzando.) ¿Por qué te avienes a discutir con semejante
pasamanos.) ¡Sigues amarrado a esta escalera, como yo, como todos! gentuza? (FERNANDO, HIJO, y MANOLÍN, ocupan la puerta y presencian
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la escena con disgustado asombro.) Vete a lo tuyo. mirar, tanteando la pared a sus espaldas. Con
CARMINA. —¡Una gentuza a la que no tiene usted derecho a hablar! desesperada actitud sigue escuchando desde el
ELVIRA. —Y no la hablo. «casinillo» la disputa de los mayores.)
CARMINA. —¡Debería darle vergüenza! ¡Porque usted tiene la culpa de
todo esto! FERNANDO. —¡Basta! ¡Basta ya!
ELVIRA. —¿Yo? URBANO. — (A los suyos.) ¡Adentro todos!
CARMINA.—Sí, usted, que ha sido siempre una zalamera y una ROSA.—(A ELVIRA.) ¡Si yo me junté con Pepe y me salió mal, usted
entrometida... cazó a Fernando!
ELVIRA. —¿Y usted qué ha sido? ¡Una mosquita muerta! Pero le salió ELVIRA.—¡Yo no he cazado a nadie!
mal la combinación. ROSA.—¡A Fernando!
FERNANDO. — (A su mujer.) Estáis diciendo muchas tonterías... CARMINA. —¡Sí! ¡A Fernando!
ROSA.—Y le ha durado. Pero es tan chulo como Pepe.
(CARMINA, HIJA; PACA, ROSA y TRINI se agolpan en su puerta.) FERNANDO. — ¿Cómo?
URBANO.—(Enfrentándose con él.) ¡Claro que sí! ¡En eso llevan
ELVIRA. —¡Tú te callas! (A CARMINA, por FERNANDO.) ¿Cree usted razón! Has sido un cazador de dotes. En el fondo, igual que Pepe.
que se lo quité? ¡Se lo regalaría de buena gana! ¡Peor! ¡Porque tú has sabido nadar y guardar la ropa!
FERNANDO.—¡Elvira, cállate! ¡Es vergonzoso! FERNANDO. —¡No te parto la cabeza porque...!
URBANO. — (A su mujer.) ¡Carmina, no discutas eso!
ELVIRA. —(Sin atender a su marido.) Fue usted, que nunca supo (Las mujeres los sujetan ahora.)
retener a nadie, que no ha sido capaz de conmover a nadie..., ni de
conmoverse. URBANO.—¡Porque no puedes! ¡Porque no te atreves! ¡Pero a tu niño
CARMINA.—¡Usted, en cambio, se conmovió a tiempo! ¡Por eso se lo se la partiré yo como le vea rondar a Carmina!
llevó! PACA. —¡Eso! ¡A limpiarse de mi nieta!
ELVIRA.—¡Cállese! ¡No tiene derecho a hablar! Ni usted ni nadie de URBANO.—(Con grandes voces.) ¡Y se acabó! ¡Adentro todos! (Los
su familia puede rozarse con personas decentes. Paca ha sido toda su empuja rudamente.)
vida una murmuradora... y una consentidora. (A URBANO.) ¡Como ROSA. — (Antes de entrar, a ELVIRA.) ¡Pécora!
usted! Consentidores de los caprichos de Rosita... ¡Una cualquiera! CARMINA.—(Lo mismo.) ¡Enredadora!
ROSA. —¡Deslenguada! ¡Víbora! ELVIRA.—¡Escandalosas! ¡Ordinarias!
(Se abalanza y la agarra del pelo. Todos vocean. (URBANO logra hacer entrar a los suyos y cierra con un
CARMINA pretende pegar a ELVIRA. URBANO trata de tremendo portazo.)
separarlas. FERNANDO sujeta a su mujer. Entre los dos FERNANDO.-(A ELVIRA y MANOLÍN.) ¡Vosotros, para dentro también!
consiguen separarlas a medias. FERNANDO, HIJO, con el ELVIRA.—(Después de considerarle un momento con desprecio.) ¡Y
asco y la amargura pintados en su faz, avanza despacio tú a lo tuyo, que ni para eso vales!
por detrás del grupo y baja los escalones, sin dejar de
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(Su marido la mira violento. Ella mete a MANOLÍN de un Después, él la lleva al primer escalón y la sienta junto a la pared,
empujón y cierra también con un portazo. FERNANDO baja sentándose a su lado. Se cogen las manos y se miran arrobados.)
tembloroso la escalera, con la lentitud de un vencido. Su Carmina, voy a empezar en seguida a trabajar por ti. ¡Tengo muchos
hijo, FERNANDO, le ve cruzar y desaparecer con una proyectos! (CARMINA, la madre, sale de su casa con expresión
mirada de espanto. La escalera queda en silencio. inquieta y los divisa, entre disgustada y angustiada. Ellos no se dan
FERNANDO, HIJO, oculta la cabeza entre las manos. Pausa cuenta.) Saldré de aquí. Dejaré a mis padres. No los quiero. Y te
larga. CARMINA, HIJA, sale con mucho sigilo de su casa y salvaré a ti. Vendrás conmigo. Abandonaremos este nido de rencores
cierra la puerta sin ruido. Su cara no está menos y de brutalidad.
descompuesta que la de FERNANDO. Mira por el hueco y CARMINA, HIJA.—¡Fernando!
después fija su vista, con ansiedad, en la esquina del
«casinillo». Baja tímidamente unos peldaños, sin dejar de (FERNANDO, el padre, que sube la escalera, se detiene,
mirar. FERNANDO la siente y se asoma.) estupefacto, al entrar en escena.)
FERNANDO, HIJO.—¡Carmina! (Aunque esperaba su presencia, ella no FERNANDO, HIJO.—Sí, Carmina. Aquí sólo hay brutalidad e
puede reprimir un suspiro de susto. Se miran un momento y en incomprensión para nosotros. Escúchame. Si tu cariño no me falta,
seguida ella baja corriendo y se arroja en sus brazos.) ¡Carmina!... emprenderé muchas cosas. Primero me haré aparejador. ¡No es difícil!
CARMINA, HIJA.—¡Fernando! Ya ves... Ya ves que no puede ser. En unos años me haré un buen aparejador. Ganaré mucho dinero y me
FERNANDO, HIJO.—¡Sí puede ser! No te dejes vencer por su sordidez. solicitarán todas las empresas constructoras. Para entonces ya
¿Qué puede haber de común entre ellos y nosotros? ¡Nada! Ellos son estaremos casados... Tendremos nuestro hogar, alegre y limpio..., lejos
viejos y torpes. No comprenden... Yo lucharé para vencer. Lucharé de aquí. Pero no dejaré de estudiar por eso. ¡No, no, Carmina!
por ti y por mí. Pero tienes que ayudarme, Carmina. Tienes que Entonces me haré ingeniero. Seré el mejor ingeniero del país y tú
confiar en mí y en nuestro cariño. serás mi adorada mujercita...
CARMINA, HIJA. —¡No podré! CARMINA, HIJA.—¡Fernando! ¡Qué felicidad!... ¡Qué felicidad!
FERNANDO, HIJO. —Podrás. Podrás... porque yo te lo pido. Tenemos FERNANDO, HIJO. —¡Carmina!
que ser más fuertes que nuestros padres. Ellos se han dejado vencer (Se contemplan extasiados, próximos a besarse. Los
por la vida. Han pasado treinta años subiendo y bajando esta esca- padres se miran y vuelven a observarlos. Se miran de
lera... Haciéndose cada día más mezquinos y más vulgares. Pero nuevo, largamente. Sus miradas, cargadas de una infinita
nosotros no nos dejaremos vencer por este ambiente. ¡No! Porque nos melancolía, se cruzan sobre el hueco de la escalera sin
marcharemos de aquí. Nos apoyaremos el uno en el otro. Me ayudarás rozar el grupo ilusionado de los hijos.)
a subir, a dejar para siempre esta casa miserable, estas broncas
constantes, estas estrecheces. Me ayudarás, ¿verdad? Dime que sí, por
favor. ¡Dímelo! TELÓN
CARMINA, HIJA.—¡Te necesito, Fernando! ¡No me dejes!
FERNANDO, HIJO.—¡Pequeña! (Quedan un momento abrazados.
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