La Reconciliación
La Reconciliación
La Reconciliación
Bautismo, Confirmación, Eucaristía (Iniciación Cristiana). Penitencia, Unción de los Enfermos (Curación). Orden
Sacerdotal y Matrimonio (Al servicio de la Comunidad). Fundados por Cristo, corresponden a las etapas y momentos
significativos de la vida de las personas cristianas ya que dan nacimiento, crecimiento, curación, y misión a sus vidas de fe.
Forman un organismo en el cual cada uno de ellos tiene su lugar virtual.
Los Sacramentos de Curación: a través de los sacramentos de la iniciación cristiana, una persona recibe la vida
nueva de Cristo. A pesar de que estemos escondidos con Cristo en Dios, todavía permanecemos en nuestro hogar mortal
sujetos al sufrimiento, a la enfermedad y a la muerte, ésta nueva vida como hijos de Dios puede debilitarse y también
perderse por el pecado. Jesucristo, que perdonó los pecados del paralítico y sanó su cuerpo, quiere que su iglesia continúe,
por el poder del Espíritu Santo, la obra de curación y salvación incluso para sus miembros. Esta es la finalidad de los
sacramentos de curación que corresponde al Sacramento de la Penitencia y de la Unción de los Enfermos.
LA RECONCILIACIÓN
El sacramento de la Penitencia y la Reconciliación (1422-1498) junto con el de la Unción de los Enfermos son los
llamados “Sacramentos de Curación” los cuales los podemos encontrar en el capítulo segundo (1420-1421) en el Catecismo
de la Iglesia Católica.
Se domina Sacramento de Reconciliación porque lleva al pecador el amor de Dios que reconcilia. Quien vive en el
amor misericordioso de Dios está dispuesto a responder a la llamada del Señor: “Ve y haz las paces primero con tu
hermano”. La vida recibida en la iniciación cristiana no anuló nuestra fragilidad, la debilidad por la naturaleza humana ni la
inclinación al pecado, a pesar de habernos hechos santos e inmaculados ante Cristo, que él mismo nos enseñó a orar
diciendo perdona nuestras ofensas. Jesús llama a la conversión que es parte esencial del anuncio del reino: "El tiempo se
ha cumplido y el Reino de Dios se ha acercado; convertíos y creed en el evangelio". En la predicación de la iglesia, este
llamado se dirige a aquellos que aún no conocen a Cristo y su Evangelio. Así, el bautismo es el lugar central de la primera
conversión. Por la fe en el Evangelio y por el Bautismo, se renuncia al mal y se alcanza la salvación, es decir, el perdón de
todos los pecados y el don de la vida nueva. Sin embargo, la llamada de Cristo a la conversión sigue resonando en la vida de
los cristianos, ésta segunda conversión es una misión constante de toda la Iglesia, que acoge en su corazón a los pecadores
y es santa, y al mismo tiempo, necesitada de constante purificación, sin cesar de buscar el arrepentimiento y la renovación.
Este esfuerzo transformador no es solo un acto humano, es el movimiento del corazón contrito, atraído y estimulado por la
gracia en respuesta al amor misericordioso de Dios, que nos amó primero. La segunda conversión también tiene un aspecto
comunitario, esto se ve en el llamado del Señor a toda la Iglesia: "¡Arrepentíos!".
“En la Iglesia existe el agua que corresponde al Bautismo y las lágrimas, a la Penitencia”.
San Ambrosio.
Jesús mira la conversión del corazón que va acompañada de dolor y tristeza saludable, y a la penitencia interior que se
refiere a una reorientación radical de la vida, una conversión a Dios con nuestro corazón, una ruptura con el pecado, una
aversión del mal, repugnancia hacia las malas acciones que cometimos, pero al mismo tiempo, comprende el deseo y la
resolución de cambiar con la esperanza de la misericordia divina y la confianza en la ayuda de su gracia. La conversión es
una obra de la gracia de Dios que hace volver a él nuestros corazones, nos da la fuerza para comenzar de nuevo.
La penitencia interior del cristiano son variadas pero hay insistencia en tres formas: el ayuno, la oración y la limosna
que junto a la purificación radical operada por el bautismo o por el martirio refiere como medio de obtener el perdón de los
pecados, los esfuerzos realizados para reconciliarse con el prójimo, las lágrimas de penitencia, la preocupación por la
salvación del prójimo, la intercesión de los santos y la práctica de la caridad que cubre multitud de pecados. La conversión se
realiza en la vida cotidiana mediante gestos de reconciliación como por ejemplo, la atención a los pobres, el examen de
conciencia, la aceptación de los sufrimientos, entre otros. La conversión y la penitencia cotidiana encuentran su fuente y
alimento en la Eucaristía, porque en ella se realiza el sacrificio de Cristo, que nos reconcilió con Dios; por la cual se alimentan
y fortalecen los que viven la vida de Cristo, es la medicina que nos libra de nuestros errores cotidianos y nos protege de los
pecados mortales. Los tiempos y fechas de la penitencia en el año litúrgico son prominentes en la práctica penitencial de la
Iglesia, propicios para los ejercicios espirituales, ritos penitenciales, para las peregrinaciones en señal de arrepentimiento,
para las privaciones voluntarias como el ayuno y la limosna, etc. El proceso de la conversión y la penitencia fue explicado por
Jesús en la parábola llamada “del hijo pródigo” cuyo centro es el “padre misericordioso”. El mejor vestido, el anillo y el
banquete de fiesta son símbolos de esta vida nueva, pura, digna, llena de alegría que es la vida del hombre que vuelve a
Dios y al seno de su familia, que es la Iglesia. Sólo el corazón de Cristo, que conoce las profundidades del amor de su Padre,
pudo revelarnos el abismo de su misericordia de una manera de simplicidad y de belleza.
Este sacramento de la conversión implica a la vez el perdón de Dios y la reconciliación con la Iglesia, que es lo que
expresa y realiza litúrgicamente el sacramento de la Penitencia y de la Reconciliación; porque el pecado es, ante todo, ofensa
a Dios, ruptura de la comunión con Él, y al mismo tiempo, atenta contra la comunión con la Iglesia.
Solo Dios perdona a los pecados. Así también, Jesús porque es el hijo de Dios también lo puede hacer; más aún, en
virtud de su autoridad divina, Jesús confiere este poder a los hombres para que lo ejerzan en su nombre. Confió el ejercicio
del poder de absolución al ministerio apostólico, que está encargado del ¨ministerio de la reconciliación¨. El Apóstol es quien,
a través de él, exhorta y suplica para que nos deje reconciliar con Dios.
El efecto de la Reconciliación, de este perdón, es que a los pecadores que son perdonados los vuelve a integrar en la
comunidad del pueblo de Dios, de donde el pecado los había alejado o incluso excluido. La reconciliación con la Iglesia es
inseparable de la reconciliación con Dios.
El sacramento de la Penitencia ofrece a éstos una nueva posibilidad de convertirse y de recuperar la gracia de la
justificación. Los Padres de la Iglesia presentan este sacramento como la salvación después del naufragio que es la pérdida
de la gracia.
El sacramento se realiza de una manera secreta entre el penitente y el sacerdote. Esta práctica preveía la posibilidad
de la reiteración del sacramento y abría así el camino a una recepción regular del mismo. Permitía integrar en una sola
celebración sacramental el perdón de los pecados graves y de los pecados veniales.
Los sacerdotes deben alentar a los fieles a acceder al sacramento de la Penitencia y deben mostrarse disponibles a
celebrar este sacramento cada vez que los cristianos lo pidan de manera razonable. La Iglesia declara que todo sacerdote
que oye confesiones está obligado a guardar un secreto absoluto sobre los pecados que sus penitentes le han confesado lo
cual se lo denomina como el sigilo sacramental.
El fin y el efecto de este sacramento son, por un lado la reconciliación con Dios, lo cual produce una verdadera
resurrección espiritual, una restitución de la dignidad y de los bienes de la vida de los hijos de Dios; y por otro lado, reconcilia
con la Iglesia al penitente. El pecado rompe la comunión fraterna. El sacramento la repara.
El sacramento de la Penitencia está constituido por el conjunto de tres actos realizados por el penitente, y por la
absolución del sacerdote. Los actos del penitente son: el arrepentimiento, la confesión o manifestación de los pecados al
sacerdote y el propósito de realizar la reparación y las obras de penitencia. Con respecto a la celebración del sacramento de
la Penitencia, como todo sacramento, es una acción litúrgica y los elementos de su celebración son: aludo y bendición del
sacerdote, lectura de la Palabra de Dios, la confesión que reconoce los pecados y los manifiesta al sacerdote, la imposición y
la aceptación de la penitencia, la absolución del sacerdote, alabanza de acción de gracias y despedida con la bendición del
sacerdote. El sacramento también puede celebrarse en el marco de una celebración comunitaria, en la que los penitentes se
preparan a la confesión y juntos dan gracias por el perdón recibido. O en casos de necesidad extrema, como lo es un peligro
inminente de muerte sin que los sacerdotes tengan tiempo suficiente para oír la confesión de cada penitente, se puede
recurrir a la celebración comunitaria de la reconciliación con confesión y absolución general.
Tema de Escatología:
EL CIELO
Los que mueren en la gracia y amistad de Dios, y se encuentran purificados, viven para siempre cn Cristo, son
semejantes a Dios porque lo ven tal cual es, cara a cara.
Con la autoridad Apóstolica definen que, según la dispocisión general de Dios, las almas de los santos y fieles muertos
después de recibir el Baustismo en los que no habia nada que purificar cuando murieron; o en caso de que tuvieran o tengan
algo que purificar, una vez que se encuentren purificados después de la muerte aún antes de la reasunción de sus cuerpos y
del juicio final, después de la Ascensión al cielo del Salvador, Jesucristo nuestro Señor, estuvieron, están y estarán en el
cielo, en el Reino de los Cielos y paraíso celestial con Cristo. Y después de la muerte y pasión del Señor Jesucristo vieron y
ven la divina esencia con una visión intuitiva y cara a cara, sin mediación de ninguna criatura.
El cielo es el fin último y la realización de las aspiraciones más profundas del hombre, el estado supremo y definitivo de
dicha. Es la vida perfecta junto a la Santísima Trinidad, Comunión de la vida y el amor con ella, con la Virgen María, los
ángeles y bienaventurados
Vivir allí es estar con Cristo, los elegidos viven en él, incluso encuentran su verdadera identidad y su propio nombre.
Por su muerte y resurrección, Jesucristo nos ha abierto el cielo. La vida de los bienaventurados consiste en la posesión
de los frutoss de laredención realizada por Cristo, quien asocia su glorificación celestial a aquellos que han creído en él y han
permanecido fieles a su voluntad. El cielo es la comunidad bienaventurada de todos los que están incorporados a él. Esto
sobrepasa toda comprensión y representación. La escritura nos habla de ella en imágenes como la vida, la luz, lapaz, un
banquete de bodas, vino del Reino, casa del Padre, Jerusalém celeste, paraíso.
A causa de su transcendencia, Dios no puede ser visto tal cual es más que cuando el mism abre su Misterio a la
contemplación inmediata del hombre y le da la capacidad para ello, llamada “La Visión beatífica”.
En la gloria del cielo, los bienaventurados continúan cumplimendo con alegría la voluntad de Dios en relación a los
demás hombres y a la creación entera. Ya reinan con Cristo, co él