Jessica Gadziala - Grassi Family 02 - The Woman in The Scope

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Contenido
Sinopsis _____________________________________________________________ 4
1 ___________________________________________________________________ 5
2 __________________________________________________________________ 14
3 __________________________________________________________________ 26
4 __________________________________________________________________ 30
5 __________________________________________________________________ 40
6 __________________________________________________________________ 48
7 __________________________________________________________________ 65
8 __________________________________________________________________ 72
9 __________________________________________________________________ 92
10 ________________________________________________________________ 101
11 ________________________________________________________________ 122 3
12 ________________________________________________________________ 132
13 ________________________________________________________________ 155
14 ________________________________________________________________ 164
15 ________________________________________________________________ 183
16 ________________________________________________________________ 198
Epílogo ___________________________________________________________ 220
Próximo libro ______________________________________________________ 237
Sobre la autora ___________________________________________________ 238
Créditos __________________________________________________________ 239
Sinopsis
Hice un trato con un demonio de traje negro.
Atrapada en una vida que no había sido más que miseria, cuando
vi una oportunidad para liberarme, la agarré con ambas manos.
Esa oportunidad se presentó en la forma de Lucky Grassi, un capo
de la mafia de Nueva Jersey, y el único hombre que podía ayudarme a
sortear los peligros de mi plan.
Nunca planeé que fuera algo más que un arreglo profesional. Un
toque de él me hizo repensar todos mis planes para mi futuro. Pero aún
había peligro por todas partes. No había manera de saber si viviríamos lo
suficiente para explorar lo que estaba creciendo entre nosotros…

4
Grassi Family #2
1
Lucky
—Van a tener un bebé hermoso —me dijo mi madre al oído.
—Sí, lo sé, mamá. Quieres un nieto —dije, caminando por el lote
hacia Famiglia.
—Lucky, lo de playboy estaba bien cuando eras joven, pero ya no
tienes veinticinco años —me dijo—. A tu edad, tenía dos bebés y uno en
camino.
—Mamá, la vida es ajetreada —le recordé, deteniéndome al pie
de las escaleras conduciendo al restaurante, girando el cuello. Era
5
demasiado temprano en la mañana para una conferencia de «¿Cuándo
vas a establecerte?», pero para una mujer que despertaba antes que el
sol, esto era prácticamente la mitad del día.
—No demasiado ocupado para salir y encontrar mujeres al azar
todos los fines de semana.
—¿No eres tú la que sigue diciéndome que cuando encuentre a la
mujer adecuada, lo sabré? Bueno, aún no la he conocido, mamá.
—Está bien, está bien. Eres demasiado inteligente para tu anciana
madre. No olvides la fiesta de cumpleaños de Milo el próximo jueves —
me recordó—. Trae hielo. Y asegúrate de hacer tiempo para sentarte a
comer de vez en cuando. Me preocupo por ti, siempre corriendo.
—Mamá, estoy bien. Pero te lo prometo. Y estaré allí. Tengo una
reunión con Luca y Antony. Me tengo que ir. Te amo.
—Salúdalos de mi parte. También te amo.
Con eso, respiré hondo, subí corriendo las escaleras y me dirigí al
restaurante para encontrar a Antony, Luca, Dario y Michael ya
esperando. Matteo no estaba a la vista.
—Mamá les manda saludos —dije, y todos asintieron, sabiendo que
ella era la razón por la que llegaba tarde—. ¿Estamos esperando a
Matteo? —pregunté, deslizándome al final de la cabina.
—No. Tiene otros asuntos esta semana —dijo mi tío Antony, el padre
de Luca—. Pero estamos esperando…
Mientras lo decía, la puerta se estaba abriendo y Massimo se dirigía
hacia nosotros con su habitual paso de piernas largas.
Massimo medía un metro noventa y era del tipo delgado con
cabello negro, una barba que no era exactamente una barba, sino más
que una sombra incipiente. Lo que lo diferenciaba del resto de nosotros
eran sus ojos. Uno era de color marrón claro, el otro de un tono gris
azulado. Heterocromía. A las chicas les encantaba. Afirmaba que lo
hacía demasiado identificable. Lo cual no era bueno para nadie en
nuestro negocio, pero era especialmente malo para alguien con su
posición.
Massimo era el sicario de la familia.
—¿Qué está pasando? —pregunté, poniéndome rígido. No todos
los días llamábamos a Massimo. Por lo general, no nos ensuciamos las
6
manos. Massimo solo era llamado por una gran mierda.
Claro, la familia de Nueva York estaba en medio de una guerra de
cinco familias, pero eso no nos afectaba. Y, por lo que cualquiera de
nosotros podía decir, no iba a suceder.
—Chicago —dijo Luca con un suspiro.
—¿Ahora qué?
—Se trata del maldito Fiore —continuó Luca, recostándose.
—¿Qué hizo que requiere que traigas a Mass?
—Pero, sin ofender, ¿verdad? —preguntó Massimo,
inspeccionando sus gemelos mientras se apoyaba contra la pared—.
Cualquiera puede hacer mi trabajo y todo.
—Sabes que eso no es lo que quise decir —respondí—. Todos
tendemos a manejar la mayoría de nuestros propios trabajos, eso es todo.
—Pero este no es necesariamente el trabajo de nadie —explicó
Antony—. Esta es una orden de Nueva York. Resulta que Costa tiene
problemas para conseguir la lealtad que quiere de Fiore.
—No es de extrañar. Siempre ha sido un bastardo astuto —dijo
Michael, sacudiendo la cabeza—. ¿Cree que Costa no va a seguir siendo
el jefe? Sé que la mierda se está calentando en la ciudad, pero si alguien
duda de la capacidad de Lorenzo para seguir siendo Capo dei Capi,
está jodidamente delirando.
—Creo que ciertas familias en ciertas ciudades son más cercanas
a las familias Esposito y Lombardi —dijo Luca.
—Pero Arturo está muerto —insistió Michael—. No tiene sentido no
repensar tus viejas lealtades con un nuevo jefe a cargo.
No era un secreto que a casi nadie en ninguna de las familias de
ninguno de los estados le gustaba Arturo Costa. Había sido controlador,
vengativo, arrogante y despiadado con un ego frágil que se magullaba
con demasiada facilidad. A nadie le gustaba.
¿Yo? Odié a ese hombre con cada fibra de mi ser desde el día en
que tenía once años, y mató a mi viejo justo en frente de mí.
No estaba feliz el día que murió Arturo. Pero solo porque no había
podido tener parte en su asesinato. Que debería haber sido prolongado
y tortuoso.
7
Pero su hijo Lorenzo era sensato, inteligente y estable. Era un buen
líder. Él era lo que la organización necesitaba. Nos devolvería a todos a
la edad de oro, cuando todos estábamos prosperando y los hombres no
hablaban con los federales y vendían sus historias al maldito Hollywood.
—Ya sabes cómo son algunos de los viejos jefes —dijo Luca,
dándole a su padre una sonrisa—. Sin ofender.
—¿Qué hizo Fiore? —pregunté, intentando volver al tema. Tenía
que hacer mis rondas en mis pizzerías para recoger el efectivo limpio para
devolvérselo a Antony y Luca.
—Más importante aún, ¿cómo voy a matarlo? —preguntó
Massimo, lanzando una mirada aburrida hacia Luca.
—Está acortando a Costa y canalizando ese dinero hacia la
resistencia que están librando los Esposito y Lombardi —explicó Antony.
—Entre otras cosas —dijo Luca, sacudiendo la cabeza—. Todos
sabemos que el imbécil ha estado pidiendo una bala durante una
década más o menos en este punto.
—Pero, ¿por qué nosotros? No tenemos nada que ver con Chicago
—dije.
—Qué es exactamente por lo que somos nosotros los que lo
hacemos.
—Y puedes llamarlo una prueba de lealtad a Costa —dijo Massimo,
encogiéndose de hombros.
—Sí, algo así —accedió Luca.
—Está bien. ¿Cuándo me voy? ¿Dónde y cómo quieren que lo
haga? —preguntó Massimo.
—Te quiero a ti y a Lucky en Chicago. En auto —añadió Luca—. Ya
que necesitarás llevar un arma.
—Trece horas de viaje —dijo Massimo, mirándome—. Podríamos
manejar nuestros asuntos hoy y salir esta tarde. Estaríamos allí a las tres de
la mañana.
—Ese es el plan —estuvo de acuerdo Luca—. Voy a llamar a Fiore
para una reunión tan pronto como terminemos aquí. Voy a decir que
estoy en Chicago para visitar a la familia de Romy. Esa es una ventaja de
tener una esposa de la que nadie sabe mucho —agregó, con voz más
suave. como siempre hacía cuando hablaba de ella—. Vamos a reservar 8
el patio de Delgato Trattoria. Pero él no lo sabrá hasta que la anfitriona lo
lleve allí. Para entonces, será demasiado tarde.
Usualmente no hacíamos tales ejecuciones públicas. Pero se decía
que Fiore se había vuelto paranoico a medida que envejecía, hasta el
punto de que rara vez salía de su casa a menos que tuviera reuniones.
No hubiera sido posible matarlo dentro de su propia casa con todos sus
hombres alrededor. Tenía que hacerse públicamente.
—¿Por qué necesito una niñera? —preguntó Massimo, insultado.
Nunca había tenido a alguien más acompañando en uno de sus
trabajos—. Parece sencillo.
—Refuerzo en caso de que haya algún problema. Solo una
precaución —dijo Antony.
—Está bien. Prepararé todo. Puedo estar en tu casa a las dos —dijo
Massimo, mirándome—. Estás conduciendo el primer turno. Aún no he
dormido —agregó, sonriendo, y luego se volvió para salir del restaurante.
—Espero que no tuvieras ningún plan —dijo Antony cuando
Massimo se fue.
—Nah. Tengo el cumpleaños de mi hermano la próxima semana,
pero nada urgente hasta entonces. Me da una excusa para
desanimarme un poco. Mi madre me ha estado molestando por darle un
nieto —dije—. Gracias por eso —agregué, mirando a Luca.
—Ya llegarás allí —me dijo, encogiéndose de hombros. No era una
cuestión. Y tampoco nunca había sido una cuestión para mí. Por supuesto
que quería una esposa, hijos, una familia propia. Había sido criado en una
familia gigante, ruidosa y loca. Y quería que mis hijos también lo
conocieran.
Dicho esto, simplemente aún no estaba allí.
Como le dije a mi madre, tenía que encontrar a la mujer
adecuada.
Y mientras esperaba a que ella apareciera, seguiría adelante y
probaría el resto del menú.
—¿Algo más que necesiten que haga cuando esté en Chicago?
—pregunté—. Estoy seguro de que Costa tiene un plan para la familia
Fiore, pero si hay algo que necesitemos hacer, avísenme —ofrecí,
poniéndome de pie.
—Solo asegúrate de que tú y Massimo salgan de allí sin ser vistos por 9
nadie. Nunca se sabe qué tipo de ojos tiene Fiore —advirtió Luca—.
Queremos una llamada tan pronto como termine —agregó.
—Entendido —accedí—. Dejaré el dinero alrededor del mediodía
—le dije a Antony.

Massimo estaba estacionado frente a mi casa cuando llegué


después de terminar mi trabajo del día, su asiento delantero
completamente hacia atrás, inclinado hacia abajo, sus pies sobre el
tablero (zapatos de vestir y todo) y cruzado en el tobillo.
Jodidamente dormido.
Mi nudillo ni siquiera llegó a hacer contacto completo con la
ventana del lado del conductor antes de que un arma me apuntara.
—Pensé que estabas dormido —le dije mientras bajaba el arma y
bajaba la ventanilla.
—Lo estaba —dijo—. Cuando te ganas la vida quitando vidas,
tienes un sexto sentido para saber cuándo alguien podría estar
acercándose sigilosamente —me dijo, apagando el motor, saliendo y
luego alcanzando su bolso en el asiento trasero.
—¿Quieres entrar? Tengo que agarrar mi bolso —le dije.
—Dame tus llaves, así puedo volver a dormir —dijo, esperando
hasta que le arrojé el llavero, luego se dirigió hacia mi auto.
Cuando regresé diez minutos más tarde con mi bolso y un poco de
café para cada uno de nosotros, lo encontré desmayado en el asiento
del pasajero, pero también cambiaron todas mis presintonías en mi radio,
y el aire subió, a pesar de que aún hacía frío de principios de primavera
fuera.
Por lo que pude ver, no se despertó cuando entré, cuando
arranqué, cada vez que me detuve por combustible o comida. Hasta
que, inexplicablemente, se despertó casi exactamente siete horas
después del viaje.
—Estoy despierto —declaró, estirándose, alcanzando el termo de
café que le había traído siete horas antes, bebiendo lo que tenía que ser
10
un líquido frío con unos largos tragos.
Con eso, nos detuvimos y cambiamos de posición.
La próxima vez que me desperté, estábamos manejando dentro de
Chicago.
—Luca nos consiguió habitaciones —me dijo, alcanzando una taza
de café recién hecho—. Te dejaré, así puedo buscar el mejor lugar para
hacer mi movimiento —me dijo—. La reunión es al mediodía. Quiero
hacer el trabajo tan pronto como se siente y el camarero se aleje.
Podemos salir de esta ciudad a las doce y cuarto —dijo, encogiéndose
de hombros.
Dormí un par de horas más en la habitación del hotel,
despertándome y duchándome a las diez, sabiendo que Massimo quería
estar en su lugar a las once.
Terminamos en el techo de una carnicería al lado de la trattoria,
escondidos detrás de una escultura gigante de un cerdo que habían
soldado al techo.
Massimo se estaba instalando mientras yo estaba allí, mirando
hacia el patio del restaurante.
No era un lugar particularmente elegante, pero el patio debe
haber sido un lugar popular en los meses más cálidos. El área de piedra
estaba envuelta en una pared de piedra azul a la altura de la cadera y
cubierta con luces de bombilla Edison a través del toldo ligeramente
cubierto. En los rincones del patio, gigantes barriles de whisky rebosaban
de flores rojas y amarillas. Las seis mesas estaban hechas de hierro forjado,
cada una con una vela blanca en un frasco de vidrio en el centro.
Fue una pena que tuviéramos que mancillar el lugar con un
asesinato.
—Tiempo —ladró Massimo mientras revisaba el viento.
—Las once y cincuenta y dos —dije.
La carnicería era el mejor punto de vista para el patio, pero por la
forma en que estaban situados los edificios, era imposible ver el frente de
la trattoria, por lo que no sabíamos si Fiore ya se había detenido.
—Fuera de mi camino —ladró Massimo, decidiendo en el último
minuto que necesitaba cambiar su posición.
Con eso, retrocedí varios pasos, incapaz de ver nada más allá del 11
cuerpo de Massimo.
—Aquí vamos —susurró en voz baja, haciendo que me enderezara.
Observé cómo su dedo se movía hacia el gatillo, mientras tomaba una
respiración larga y profunda, manteniéndola en la parte superior. Justo
cuando vi su dedo temblar, su aire salió corriendo—. Espera —dijo,
haciéndome dar un respingo, ya que esperaba el estallido sordo del
arma silenciada, no las palabras.
—¿Qué? —pregunté—. ¿Trajo a alguien con él? —pregunté,
agarrando su par de binoculares, levantándolos a mis ojos mientras me
movía para ponerme al lado de Massimo.
—No —dijo, pero antes de que pudiera decir algo más, me
concentré en la mesa en el centro del patio.
—Cristo —siseé.
Habíamos estado cerca, tan jodidamente cerca, de poner una
bala en la cabeza equivocada.
No solo uno de los hombres de Fiore, enviado como suplente.
Oh, no.
Esta era una mujer.
Estaba de espaldas a nosotros, pero pude distinguir los hombros
delgados en una blusa de seda blanca con su largo cabello negro suelto,
la luz del mediodía bailando en los mechones negros como la tinta. Sus
piernas estaban dobladas hacia un lado en pantalones negros, sus
tacones puntiagudos con sus fondos rojos arqueados hacia fuera.
Observé mientras jugaba con su teléfono en la mesa, sus uñas
golpeando en él por un segundo antes de que comenzara a mirar
alrededor.
Al principio, en el patio, probablemente solo absorbiendo el
ambiente. Pero luego, hacia las puertas y ventanas de vidrio que
conducían al restaurante, observando allí durante un momento largo.
Incluso desde la distancia, podía sentir sus engranajes girando,
preguntándose por qué nadie salía al patio en una tarde soleada y cálida
después de un largo y frío invierno.
—Aquí vamos —dijo Massimo, comenzando a desarmar su arma
mientras la mujer se ponía rígida, se enderezaba, sus piernas se deslizaban
hacia atrás frente a su silla. Su mano volvió a alcanzar su teléfono, pero
esta vez lo tomó mientras se movía para ponerse de pie, mirando a su 12
alrededor.
Sabía que no podía vernos, pero su mirada se dirigió directamente
a mí de alguna manera.
Y, maldición, era hermosa.
Tenía una mandíbula afilada, pómulos altos, una nariz discreta,
cejas negras y arqueadas sobre ojos oscuros con pestañas gruesas y
labios demasiado grandes pintados con un lápiz labial carmesí intenso.
Ni un segundo después de que su mirada se moviera hacia mí,
estaba alcanzando su bolso y luego corriendo por el restaurante.
—¿Cuál es el movimiento? —preguntó Massimo, cargando su bolso
sobre su hombro.
Pero ya estaba corriendo.
No sabía cuál era la movida, qué querrían de nosotros en ese
momento Antony o Luca o incluso el mismo Lorenzo Costa.
Pero yo sabía una cosa.
Fiore no estaba en la reunión a la que había accedido.
Y envió a otro en su lugar.
Casi como si hubiera planeado sacrificarla.
Porque sabía que estaba marcado.
¿Pero cómo?
¿Y por qué?
No tenía ni idea.
Pero si esta mujer lo sabía, necesitábamos hablar.

13
2
Via
Había vivido en Chicago toda mi vida, pero de alguna manera
nunca estuve en el patio de esta trattoria en particular.
Fue inesperadamente hermoso desde las luces de cadena hasta
los tulipanes y narcisos en los barriles, recordándome que la primavera
finalmente había llegado después del invierno más largo de mi vida. La
belleza casi compensó el hecho de que tuve que cancelar mis propios
planes para ir a almorzar con alguien de quien nunca había oído hablar
antes. 14
Luke o algo.
Todo fue borroso.
Mi padre acababa de llamarme a su oficina esa mañana, ya con
varios tragos encima, y arrastrando las palabras sobre la reunión.
En ese momento, pensé porque sabía que estaría demasiado
borracho para tener algún tipo de reunión profesional con, imaginé, una
de las otras familias, probablemente de la costa este, dado todo el
drama que estaba pasando con el liderazgo allí.
No tenía idea de por qué diablos elegiría enviarme a mí y no a uno
de sus hombres, todos los cuales eran en realidad parte de la familia,
mientras que la pequeña mujer que era yo ni siquiera se le permitía estar
en el mismo piso que el resto de ellos cuando hablaban de negocios. Eso
era la mayor parte del tiempo. Lo que me convertía en una prisionera en
mi propia casa.
Veintiséis años, y aun viviendo en casa.
No por elección, podría añadir.
Sentí que había dado más que suficiente por la familia que no
quería incluirme, así que ¿por qué estaba sentada sola en un patio,
esperando que algún mafioso viniera y me sermoneara sobre cómo
quería hablar con mi padre, no yo, era una suposición.
Pero sabía que no debía cuestionar las órdenes de mi padre.
La última vez que lo intenté, llevé semanas luciendo un labio
partido.
Mi dedo se deslizó por la pantalla de mi teléfono, comprobando la
hora de nuevo.
Sentí un hormigueo de incomodidad en la base de mi columna.
Algo no se sentía bien.
No solo porque mi cita para el almuerzo no había llegado. Había
aprendido hace mucho tiempo que este tipo de hombres a menudo eran
engreídos, pensando que todo el mundo los esperaba. Y supuse que, en
cierto modo, lo hacían.
Sino porque estaba tan sola.
Este patio tenía que ser un inmueble de primera para este
restaurante. No había forma de que todos los que estaban sentados 15
dentro quisieran estar allí en lugar de aquí fuera con el sol brillante
cayendo sobre ellos, calentando el frío persistente del invierno en sus
huesos.
Claro, quienquiera que fuera este Luke, podría haber reservado
todo el patio.
¿Pero por qué?
Era un comportamiento sospechoso. Y los tipos en la vida, nunca
querían parecer sospechosos, no con lo mucho que trabajaban los
policías para imponer cargos RICO a todos. Se podría argumentar que lo
que sea que quería discutir con mi padre era delicado. Pero las mesas
estaban situadas pensando en la privacidad, dando a cada una el
espacio suficiente para que las voces normales no llegaran ni siquiera al
vecino más cercano.
Sería una estupidez reservar todo el patio.
Quiero decir, si estos fueran tipos de la costa este, tal vez
simplemente no conocían los esquemas del lugar.
Aun así, no podía quitarme ese sentimiento.
En cuestión de segundos, se estaba moviendo hacia arriba,
enderezando mi columna vertebral, cuadrando mis hombros, haciendo
que mi mandíbula se tensara.
Me puse de pie antes de que realmente supiera lo que estaba
haciendo, dando vueltas, observando los alrededores, algo dentro de mí
gritaba que esto era malo, que estaba en un tipo de trampa de alguna
manera, que, sí, este era el lugar perfecto para un asesinato.
Al momento en que el pensamiento aterrizó, estaba agarrando mi
bolso, cargándolo sobre mi hombro y corriendo de regreso a través del
restaurante lleno de gente, el pánico comenzaba a burbujear cuando
los sonidos y los olores me abrumaron mientras captaba fragmentos de
conversación, mientras olía la picante salsa de tomate, el ajo, el romero
y el orégano, y un ligero toque de vino tinto.
—Señorita, ¿está todo…? —comenzó a preguntar la anfitriona
cuando casi me caigo de bruces cuando tropecé con el bolso de
alguien en el suelo a medida que corría hacia la puerta.
No tenía auto.
El chofer de mi padre me había dejado.
16
Las sirenas de advertencia se encendieron en mi cabeza cuando
llegué a la acera, giré inmediatamente hacia la izquierda y me alejé
caminando en tanto intentaba pensar más allá del miedo, intentando
descubrir mi siguiente mejor movimiento.
Necesitaba salir de la calle.
Si había algún tipo de amenaza alrededor, estaba caminando con
un objetivo claro en mi espalda. La mafia había cambiado mucho a lo
largo de los años, pero un buen asesinato desde un auto nunca pasaba
de moda. O, para el caso, alguien caminando detrás de ti, vaciando el
cargador en tu cuerpo y luego saliendo corriendo mientras estallaba el
caos.
Las tiendas por las que pasaba serían inútiles.
También podrían entrar. E incluso si no lo hicieran, tendría que irme
eventualmente. El transporte público sería mejor, pero no había nada
cerca.
El hotel, me di cuenta, mirando hacia la siguiente manzana donde
el edificio de piedra bronceada se alzaba con orgullo sobre las tiendas
que flanqueaban a ambos lados. Solo tenía que llegar al hotel y
apresurarme a conseguir una habitación. Entonces podría subir a una,
cerrar la puerta y averiguar cuál era mi próximo movimiento.
Tomada la decisión, corrí a través de la calle, sintiendo el nudo
deshaciéndose en mi estómago.
Hasta que una mano se extendió, agarrando mi brazo, y
arrastrándome al callejón entre dos edificios.
Fui empujada contra una pared, una mano me tapó la boca antes
de que pudiera respirar para gritar.
—¿Quién eres? —espetó una profunda voz masculina mientras
intentaba concentrarme a través de mi pánico.
No lo reconocí.
Era alto, de cabello oscuro, ojos oscuros, mandíbula afilada y labios
realmente bonitos. El tipo que probablemente era más conocido por
fruncir el ceño que por sonreír, pero ese hecho de alguna manera los
hacía aún más atractivos.
Vestido todo de negro, parecía salido de una revista de moda, no
como alguien que te arrebata de la calle.
17
Hice un murmullo contra su palma, algo que le hizo darse cuenta
de que no podía responder exactamente a su pregunta.
—No voy a lastimarte —me dijo, y estaba bastante segura de que
no logré controlar el poner los ojos en blanco ante sus palabras, pero su
mano cayó de todos modos.
—Los de tu clase siempre dicen eso, ¿no? —pregunté, sintiendo
que mi miedo se convertía en ira, como solía suceder. Supongo que
cuando crecías sabiendo que el asesinato, la violación o la tortura
podrían estar a la vuelta de la esquina, era un mecanismo de
supervivencia convertir tu malestar en algo que te hacía sentir menos
impotente.
—Mi clase —repitió, negándose a dar un paso atrás. Una de sus
manos aún estaba alrededor de mi muñeca, impidiendo escapar.
—Mafiosos —dije, levantando la barbilla, negándome a dejar que
viera mi pánico—. Puedo olerlo en ti desde un kilómetro de distancia.
—Bueno, me tienes —dijo el apuesto extraño, desconcertado—.
¿Pero quién eres tú?
—Tú eres el que me persigue —le recordé—. ¿Eso es típico para ti?
¿Arrebatar mujeres al azar de la calle?
—No, tengo una razón específica para raptarte de la calle —me
dijo.
—Por favor, dime, ¿qué podría ser eso?
—Eras la mujer del patio.
—Claramente —estuve de acuerdo, preguntándome si podría
torcer mi brazo de la manera correcta, para que mi bolso cayera de mi
hombro, y pudiera alcanzar dentro para encontrar el saca-ojos que
guardaba allí.
—Donde se suponía que Frank Fiore iba a estar.
—Sí —concordé.
Un gruñido bajo se movió a través de él ante eso. Impaciencia,
apenas controlada.
—¿Por qué estabas allí en lugar de Fiore?
—Tendrías que preguntarle eso, ¿no? —pregunté, esforzándome
18
por adoptar un tono tranquilo, casi frío.
—Te lo pregunto a ti, ya que eres lo que tengo en este momento.
—No sé por qué no está aquí. Me llamó a su oficina y me dijo dónde
estar.
—¿Desde cuándo Fiore emplea a mujeres? La última vez que lo
comprobé, no era así como operábamos.
—Sí, muy moderno de tu parte —dije, logrando contener el poner
los ojos en blanco—. Supongo que debería presentarme —dije, tirando
de mi muñeca fuera de su agarre, colocándola sobre su hombro,
empujándolo hacia atrás para ofrecerle mi mano—. Via Fiore —dije,
dejando mi mano allí hasta que salió de su estupor y la estrechó.
—¿Eres su hija? —preguntó el hombre en tanto intentaba ignorar la
forma fuerte en que me estrechó la mano. Sentí que las mujeres podían
decir mucho sobre un hombre por la forma en que estrechaban tu mano,
si es que se molestaban en hacerlo. Muchos hombres, la mayoría, para
ser honesta, te daban el apretón más ligero posible sin sacudirla en
absoluto, solo tocando las palmas de las manos. Como si pensaran que
su «fuerza masculina superior» podría dañar tus pobres, delicadas y
femeninas manos. Esos hombres eran los que seguramente te mirarían,
hablarían sobre ti, te subestimarían.
Luego estaban los que parecían intentar lastimarte
deliberadamente. Esos eran depredadores. Conocí a muchos de ellos en
mi día. Los suficientes para saber que lo mejor era alejarse de ellos lo más
lejos y rápido posible.
Pero los hombres que tomaban tu mano con firmeza, le daban el
mismo tipo de apretón que le darían a un hombre, esos eran los raros, los
que probablemente tenían una buena relación con sus madres, los que
respetaban a las mujeres con las que interactuaban, que te dejaría
hablar, y en realidad podría (solo podría aquí, no esperemos milagros)
escuchar lo que tenías que decir.
Este tipo me estrechó la mano como un igual.
Interesante.
—Sí, lo creas o no. Mi madre lo toleró lo suficiente como para
procrear con él.
—Debe ser jodidamente hermosa —dijo—. La última vez que lo 19
comprobé, Frank era una monstruosidad hinchada por el licor y sudorosa
por la carne.
—Lo era —coincidí, sintiendo esa perforación en mi pecho incluso
después de tantos años—. Ahora sabes quién soy. ¿Quién eres tú?
—No importa —dijo, sacudiendo la cabeza.
—Vamos a fingir que me importa —dije arrastrando las palabras,
obteniendo una sonrisa del hombre. Y, maldita sea, si ese hombre no
podía sacar una sonrisa.
—Sí, aún no debería dártelo, nena —dijo, encogiéndose de
hombros.
Sabía lo suficiente sobre este tipo de hombres para saber que no
había manera de persuadirlos. Eran tan testarudos como venían.
Resistiendo el impulso de suspirar, miré hacia la entrada del
callejón, encontrándome reconfortada por el constante tráfico
peatonal, la gente disfrutando del primer rubor de la primavera.
Hasta que otro hombre entró en la entrada del callejón. Alto,
moreno, guapo, con fascinantes ojos de diferentes colores. Y aunque,
normalmente, estaría estudiando un rostro tan hermoso como el suyo, la
bolsa que colgaba de su espalda me hizo ponerme rígida. Porque esa no
era una bolsa normal. No era para el mercado. Y eso no era una simple
mochila o maletín o incluso una cartera de hombre o una bolsa de
mensajero.
Oh, no.
Sabía lo que cabía en bolsas de lona negra como esas.
—Están aquí para matarme, ¿no? —pregunté, el estómago
cayendo en picada mientras me volvía hacia el primer hombre.
—No —dijo. En general, mi detector de tonterías estaba bastante
bien afinado. Era una especie de mecanismo de supervivencia. Siempre
me había servido bien. No detecté una mentira en sus palabras.
Pero, no, por supuesto que no.
No estaban aquí para matarme.
Estaban aquí para matar a mi padre.
—¿Soy libre de irme? —pregunté, comenzando a sentir que mis
paredes se derrumbaban a medida que pensamientos horribles 20
comenzaban a abalanzarse sobre ellas.
El hombre frente a mí se giró para mirar al que tenía la bolsa de
armas. El que estaba en la entrada del callejón se encogió de hombros y
se alejó.
—Voy a necesitar una respuesta —dije, complacida de que mi tono
sonara tan frío y mordaz como lo hizo, aunque sentía que estaba
empezando a desmoronarme.
Ante eso, la mejilla del hombre se contrajo mientras pensaba.
Sabía cómo iba esto.
Los hombres que eran enviados a hacer el trabajo sucio no eran
jefes.
Lo que significaba que tenía que intentar adivinar qué quería su
jefe que hiciera en esta situación.
—Sí, puedes irte, nena —dijo, sonando derrotado.
No esperé a que cambiara de opinión.
Levanté la barbilla, cuadré los hombros y salí tranquilamente de ese
callejón. No fue hasta que estuve de nuevo en la calle que alargué el
paso y entré directamente en el hotel al que planeaba ir.
No pensé que lo necesitaba por seguridad.
No.
Pero sí necesitaba un lugar para recomponerme, un lugar para
pensar.
Así que me dirigí al vestíbulo, sin apenas fijarme en lo que me
rodeaba. Ni siquiera podría decirte si la persona que me registró era un
hombre o una mujer. Cuando entré en el ascensor, mi estómago estaba
trabajando en nudos más apretados.
No fue hasta que me encerré en la habitación, deslicé la cerradura
y luego atasqué la tabla de planchar de cortesía debajo del mango por
si acaso, que sentí que podía comenzar a desmoronarme.
Me moví al baño completamente de vidrio, preguntándome
distraídamente quién diablos quería sentarse en el inodoro cuando
quienquiera que estuviera en la habitación podía verte. Moviéndome 21
frente al espejo redondo con adornos dorados, miré mi reflejo mientras
mis manos agarraban los costados de la fría encimera de cuarzo blanco.
Mi padre me envió a esa reunión.
Mi padre era muchas cosas.
Pero en la parte superior de esa lista estaba el egoísmo.
No habría perdido la oportunidad de sentarse con Nueva York,
Nueva Jersey o Boston, de donde diablos fueran esos tipos. Hubiera
querido sentarse con ellos, ver si podía involucrarse en su negocio,
obtener una porción más grande del pastel.
No se habría emborrachado tanto como para no poder asistir a la
reunión, así que tuvo que enviarme a mí.
Demonios, mi padre era incapaz de admitir que tenía un problema
con el alcohol para empezar.
No me envió porque estaba borracho e inútil.
Me envió porque pensó que la costa este había enviado a alguien
para asesinarlo.
Pero quería estar seguro.
Así que me envió.
Como un maldito sacrificio.
En el espejo, pude ver mi mandíbula temblando, dándome cuenta
de lo cerca que estuve de morir esta tarde.
—Servicio de habitaciones —escuché llamar a través de la puerta,
haciéndome dar cuenta de que debía haber estado tan perdida en mis
pensamientos que me perdí el golpe.
—Gracias —dije, dándole una propina al hombre, ignorando la
mirada de desaprobación a mi pedido de una botella de vino justo
después del mediodía. Con un solo vaso.
Después de cerrar la puerta con llave, me acerqué al escritorio, me
serví un vaso de tinto y luego me senté en la silla del escritorio, frente a las
ventanas que casi llegaban del piso al techo.
Levantando mi brazo, pude escuchar el tintineo de mi anillo en el
costado de la copa de vino de tallo largo. Ignorando el temblor de mi
mano, tomé un largo sorbo.
Rara vez me permitía beber, a una parte de mí le preocupaba que
22
los problemas de mi padre pudieran ser resultado de la herencia, no de
su falta de respeto por la gravedad del alcohol.
El sabor dulce y amargo explotó en mi lengua, ayudándome a
concentrarme, permitiéndome sacar uno de los pensamientos
arremolinados de mi cabeza.
Mi padre me envió a morir hoy.
No era ingenua. Renuncié a cualquier sueño de ser la niña de papá
cuando tenía cinco años y mi padre arrojó mi muñeca favorita a la
chimenea mientras yo lloraba y le rogaba que me la devolviera.
Siempre había sido una amarga decepción de hombre. Cada año
que pasaba me hizo cada vez más consciente de sus defectos no solo
como padre, sino como jodido ser humano.
Pero ¿esto?
Este fue un nuevo mínimo.
Podría haber enviado a cualquiera.
Tenía docenas de hombres trabajando para él.
Cualquiera de ellos habría sido un mejor suplente que yo, a quien
nadie podría confundir con él.
Pero todo volvía a una cosa, ¿no?
Eran hombres.
Y yo, la única mujer en su vida, era mucho más desechable.
Demonios, probablemente habría celebrado mi muerte. Me había
dejado claro toda mi vida que yo era, en el mejor de los casos, una
carga. Él había querido un hijo. Todos los días después de mi nacimiento,
le dejó infinitamente claro a mi madre, hasta su muerte, y a mí, todos los
días desde entonces, que no necesitaba una hija.
La utilidad de las hijas desaparecía cuando los dejábamos
casarnos a todas con el mejor postor.
Me lo había dicho en mi decimosexto cumpleaños.
Frente a los pocos amigos que tenía cuyos padres les dejarían
asociarse con la descendencia de un mafioso conocido. Había estado
demasiado humillada como para invitarlos de nuevo. No pasó mucho
tiempo antes de que perdiéramos el contacto, asegurando aún más mi
23
aislamiento del mundo exterior.
Cuando mis compañeros se fueron a la universidad, recibí un
sermón sobre cómo nunca podría salir de su casa.
No por temor a mi protección.
Sino porque sabía que, si alguna vez me pasaba algo, estaría
obligado por el código de la Cosa Nostra a vengarme. Y él no podía ser
molestado. Era más fácil encerrarme y tirar la llave.
Por supuesto, hasta que pudiera servirle para que me mataran,
¿no?
A eso se reducía todo esto.
No era ningún secreto que Nueva York estaba en medio de una
guerra entre las Cinco Familias con la muerte del anciano Capo dei Capi.
Mi padre era leal a las familias que intentaban derrocar la
ascensión de Lorenzo Costa como nuevo capo.
Si de alguna manera se enteraba de que Lorenzo, o uno de sus
aliados, me había matado, sería la excusa que todos necesitaban para
descender sobre Nueva York y eliminar a Costa.
—Ese hijo de puta —me susurré, vaciando el resto de mi vaso.
Mis manos aún temblaban. Pero ya no por mi casi accidente, no
por el miedo de saber cuán fácilmente podría haber perdido la vida.
No.
Esto era rabia pura, sin diluir, que corría a través de mí, buscando
una salida, haciendo que mis manos, mandíbula y labios temblaran de
furia.
Mi propio padre haría que me mataran para obtener algo tan
patético como el dinero del que ya tenía suficiente y el poder que no
tenía el carácter de poseer.
¿Cuál iba a ser mi movimiento?
¿Cómo manejaba esto?
¿Regresaba allí y decía «Buen intento, papá» y, qué, volvía
directamente a mi prisión?
No.
No, nunca podría dejarme vivir si supiera que estaba tras él.
24
Y si había algo que sabía, era que quería vivir.
Quería vivir lo suficiente para verlo obtener lo que le correspondía.
Tenía que jugar así de inteligente.
Tenía que actuar con la cabeza, no con el corazón que me rogaba
que le clavara un abrecartas en el cerebro a través de la cuenca del ojo.
Siempre había estado de acuerdo con mi propia subyugación
porque simplemente nunca parecía haber una salida. Mi padre era el
hombre más poderoso de Chicago. Nadie me habría ayudado a
escapar. Nadie me hubiera defendido. Siempre había sido
dolorosamente consciente de lo sola que estaba en el mundo. Y, por
culpa de mi padre, qué impotente.
Pero si ya no tenía las protecciones que pensaba que tenía, si había
gente por ahí que lo querían muerto, que querían entregar su poder a
otra persona, entonces tal vez no estaba tan sola.
Tal vez no era tan impotente después de todo.
Pero necesitaba un plan.
Y tenía que ser a prueba de balas.
Porque estoy segura de que yo no lo era.
Mientras miraba hacia la ciudad y bebía mi segunda copa de vino,
supe que mi plan tendría que depender de dos cosas.
Uno, lo bien que podía mentir.
Y dos, ese hombre con los ojos oscuros y esa sonrisa sexy.
Quienquiera que fuera.

25
3
Lucky
—Entonces, era la hija —dijo Massimo, recostándose en la silla de
mi habitación.
No me molesté en preguntar cómo entró sin mi llave. El hombre se
especializaba en golpear a la gente; parte del trabajo incluía entrar en
espacios privados, para poder esconderse y acercarse sigilosamente a
los objetivos.
—Sí —estuve de acuerdo, dejándome caer al borde de la cama,
restregándome los ojos con las palmas de las manos. 26
Necesitábamos llamar a Antony y Luca, pero primero necesitaba
un segundo para entender la situación. Tendrían preguntas. Tener
algunas respuestas sería bueno.
—¿Te reconoció?
—No, no lo creo. O si lo hizo, tiene una gran cara de póquer.
—¿Dijo dónde estaba Fiore?
—Solo que él le pidió que se presentara a la reunión.
—Él lo sabe —dijo Massimo, sacando una navaja de bolsillo,
raspando debajo de sus uñas con el borde letal.
—Así parece.
—¿Quién diablos habría dicho algo?
Esa era la pregunta, ¿no?
La reunión no había sido grande. Pero la noticia podría haber ido
más allá si alguien hubiera preguntado adónde habíamos ido Massimo y
yo. O, también, podría haber sido una filtración en Nueva York.
—No lo sé —dije, alcanzando mi teléfono, llamando a Luca ya que
era más probable que atendiera a esta hora del día. A Antony le gustaba
ser práctico con Famiglia mientras se preparaba para abrir para el día.
—¿Está hecho?
—Problema —dije, quitándome eso del camino—. Hay una fuga en
alguna parte. Nosotros o Nueva York —le dije—. Envió a su hija.
—Ustedes no…
—No, Mass vio que era ella, y retrocedimos. Pero de alguna manera
se le avisó. Necesitamos saber nuestro próximo movimiento.
Luca dejó escapar un suspiro largo ante eso.
—Pasen la noche. Sé que condujeron mucho. Me pondré en
contacto con Costa y veré qué quiere que hagamos. Sin embargo, lo
más probable es que esto esté terminado —dijo—. Conoces a Fiore. Es el
epítome de la paranoia. Nadie se va a acercar lo suficiente a él ahora.
Así que creo que duerman un poco y luego salgan de ahí cuando esté
oscuro. Intenten asegurarse de que nadie los vea. A menos que tengan
noticias mías antes de eso. 27
—Entendido —accedí.
—¿Y?
—Va a hablar con Lorenzo, pero parece que nos vamos a casa.
Massimo emitió un gruñido ante eso, sonando casi decepcionado.
Supongo que no había probado la violencia en mucho tiempo. Algunos
de nosotros hacíamos actos violentos porque teníamos que hacerlo,
porque a veces era parte del trabajo. No lo disfrutábamos. Pero luego
estaban los cabrones como Massimo que vivían para la violencia, que
disfrutaban de la caza, que sentían algún tipo de emoción en la
matanza. Por lo que sabía, no habíamos usado sus habilidades en mucho
tiempo. Tenía picazón en el dedo del gatillo.
—¿Quién crees que tiene la fuga? —preguntó, mirando por la
ventana.
—Espero que Nueva York. Siempre hemos sido bastante
herméticos, pero con toda la mierda que está pasando allí con Lorenzo
tomando el control, puedo ver algunas filtraciones.
Massimo hizo otro ruido evasivo mientras deslizaba su cuchillo y se
ponía de pie.
—Vendré a tu habitación a las nueve si no escuchamos lo contrario
—dijo, dejando caer la tarjeta de acceso que debió haber levantado en
algún momento sobre la cama a mi lado cuando pasó.
Y así, nos dirigíamos de regreso a Navesink Bank como si nada
hubiera pasado.
Me resultó difícil dormir, incluso cuando era mi turno de ir en el
asiento del acompañante, mi mente regresaba a lugares en los que no
tenía por qué estar.
A un par de ojos oscuros e inteligentes. A un rostro hermoso. A un
tono frío y mordaz. Al tipo de confianza helada que sentí que estaba
usando como escudo para ocultar sus verdaderos sentimientos.
Porque ella tuvo que haber juntado las piezas.
Si Fiore sabía que había un golpe contra él, si la envió en su lugar,
entonces su propio maldito padre estaba dispuesto a sacrificarla. No
podía imaginar manejar ese tipo de traición. Sin embargo, ella parecía
desconcertada por eso.
Podría haber sido una tapadera. 28
O tal vez esta no era la primera vez que su padre la traicionaba.
Era un maldito.
No sería sorprendente.
—Estás rechinando los dientes —dijo Massimo con un suspiro,
haciéndome mirar para encontrarlo mirándome con una ceja
levantada—. Era hermosa, ¿eh? —preguntó, con una sonrisa tirando de
sus labios.
—¿De qué estás hablando? —pregunté, desconcertado de que
pudiera leerme tan fácilmente.
—O tal vez no era tan hermosa de cerca —dijo, encogiéndose de
hombros.
—Era hermosa de cerca —dije, sintiendo la extraña necesidad de
defender a la extraña.
—¿Quien? —preguntó, disparándome esa maldita sonrisa de
nuevo.
Bastardo.
Condujimos el resto del camino en silencio.
Y por mucho que intenté obligarlo a no hacerlo, mi mente divagó.
Sobre todo, de vuelta a ella.
A pesar de los juicios de mi madre sobre mi vida personal, en
realidad había pasado un tiempo desde que entretuve a alguien del sexo
opuesto. La familia en su conjunto había estado ocupada, yendo a la
ciudad, reuniéndose con Lorenzo, elaborando nuevos planes de pago,
consolidando nuestra lealtad. Luego, aparte de eso, teníamos nuestro
propio negocio que manejar. Y, para colmo, tenía mi serie de pizzerías
legítimas que requerían más cuidado de niños de lo que te imaginas, ya
que tenía gerentes y personal completamente capacitado.
Tuve muy poco tiempo de inactividad durante los últimos meses
especialmente, así que ni siquiera estaba seguro de cuándo había salido
por última vez, encontré a una mujer y la llevé a su casa para divertirme
un poco.
Por eso estaba obsesionado con una mujer con la que había
pasado dos minutos hablando. No importa lo bonita que fuera.
Aunque, para ser justos, podría haber sido la mujer más hermosa
que jamás hubiese visto. Lo cual decía algo porque Navesink Bank estaba
29
repleto de mujeres atractivas.
Siempre había tenido un tipo. El tipo de mujer de cabello y ojos
oscuros que parecía un poco fría. Porque, en mi experiencia, a las
mujeres les gusta eso, cuando deciden sentirse cómodas contigo,
queman tan jodidamente calientes. No había nada como eso.
Via Fiore encaja perfectamente en ese tipo.
Pero, me recordé, también lo hacían muchas otras mujeres. Solo
necesitaba trabajo y vida para calmarme lo suficiente como para
permitirme salir y encontrar una de ellas. Porque estoy seguro de que no
iba a involucrarme con Via Fiore.
Nunca volvería a ver a la mujer.
O, al menos, eso fue lo que pensé.
Hasta que volvió a mi vida.
4
Via
Estaba completamente sobria cuando salí del taxi frente a la casa
de mi padre, a pesar de la media botella de vino que había bebido sola
en esa habitación de hotel. Podía saborear la amargura en mi lengua
roja, me encontré frotándola contra el paladar, preguntándome si el olor
estaba en mi aliento.
Por otra parte, ¿qué diablos le importaría a mi padre?
Probablemente ya estaba el doble de destrozado que cuando me
fui antes. Si estaba consciente en este momento. 30
Y, oh, qué sorpresa sería que su hija entrara tambaleándose en la
casa cuando se suponía que estaba muerta, una víctima en una guerra
en la que nunca quiso pelear.
—Señorita Fiore —dijo Brad, uno de los guardias de mi padre,
cuando llegué a la puerta. Había existido desde que podía recordar, y
me gustaba pensar que me había vuelto buena leyéndolo a lo largo de
los años. Lo que significaba que estaba bastante segura de que no tenía
idea de que yo era un fantasma caminando.
Mi padre no había sido bueno en guardarse sus planes en el
pasado. Pero parecía que estaba manteniendo su plan para sacrificarme
en secreto incluso de sus hombres más cercanos.
Lo que me llevó a creer dos cosas.
Uno, quería que su conmoción e indignación coincidieran con sus
falsos sentimientos ante la «noticia repentina» de mi asesinato.
Y dos, sabía lo jodido que era dejarme morir solo para tener una
excusa para ir a la guerra con Nueva York.
Esos dos hechos solo cimentaron mi determinación.
Estaba poniendo en marcha mis planes.
Iba a ser un juego largo. Pero al final, finalmente iba a obtener mi
libertad.
Me importaba un carajo a quién tuviera que pisar la garganta para
llegar allí.
El hogar de mi infancia fue un testimonio del control despiadado
de mi padre sobre una docena de estafas en todo Chicago y sus
alrededores. Era un edificio de piedra caliza de tres pisos que valía nueve
millones de dólares, con ventanas a prueba de balas y un patio pequeño,
envidiable, en la parte de atrás. Algunos de mis mejores recuerdos de la
infancia estaban en ese patio que mi madre atendía con tanto cariño.
Me escuchaba balbucear sobre mis esperanzas, sueños e inquietudes de
niña mientras podaba sus rosas. Siempre le había gustado especialmente
su variedad Scentimental: rosas blancas con vetas y manchas rojas. De
niña, siempre me habían hecho pensar que parecían como si alguien se
hubiera pinchado el dedo con las espinas de las bonitas rosas blancas.
Le gustaba decirme que algún día entendería el significado.
Cuando lo hice, ella ya se había ido y no pude decirle que
finalmente entendía.
31
El interior de la casa se abría a un vestíbulo central con suelos de
madera de tablones finos teñidos de un color tan oscuro que parecían
casi negros. Directamente delante estaba la cocina hacia la parte
trasera de la casa. Era una habitación casi sin usar, dado que mi madre
había muerto, y mi padre nunca haría algo tan insignificante como
cocinar. Y yo, una niña sin madre con un tirano por padre, nunca quise
estar a la intemperie el tiempo suficiente para llamar su atención, así que
tampoco aprendí por mi cuenta. El ama de llaves fue la única que lo usó.
E incluso entonces, con moderación.
A la izquierda dentro de la puerta estaba el comedor. Era otra
habitación sin usar, salvo en las raras ocasiones en que mi padre invitaba
a sus hombres, ordenaba que entraran, todos comían y bebían y
armaban tal alboroto que el sueño resultaba ser nada más que una
quimera.
A la derecha estaba la habitación que estaba buscando.
El estudio de mi padre.
Como chica, nunca se me permitió entrar en la habitación. No era
como si alguna vez hubiera querido ir, fíjate. Encontré la habitación
oscura y opresiva con sus paredes de color rojo intenso, los pisos casi
negros, el escritorio que hacía juego, el aparador lleno de botellas que
sabía que hacían que mi padre pasara de ser generalmente
desagradable a un completo monstruo.
Las puertas se hallaban ligeramente entreabiertas, y no pude evitar
preguntarme si escuchó el constante clic de mis tacones en el suelo
mientras me dirigía en esa dirección. Quería que escuchara. Quería que
sintiera confusión. O tal vez incluso algo de pavor. A la idea de que lo
descubrí.
Pero no.
Mi padre siempre pensó que yo era demasiado estúpida para
darme cuenta de nada.
Después de todo, las mujeres eran inútiles para él.
No había manera de que una de nosotras pudiera descifrar los
planes que inventó en su cerebro masculino superior.
Empujando la puerta para abrirla, mi pulso latía con fuerza en mis
sienes. Si eran nervios o simplemente adrenalina, no tenía idea.
Mi padre estaba sentado detrás de su escritorio.
32
Ese hombre de antes, no se había equivocado al estar en shock de
que yo hubiera sido un producto de la genética de mi padre. Era un
testimonio de lo hermosa que había sido mi madre (y ella era mucho más
hermosa que yo) que su belleza compensaba su fealdad.
O, tal vez, alguna vez no fue tan feo. Tal vez cuando eras lo
suficientemente malo, esa fealdad podía filtrarse desde tu alma, alterar
tu apariencia externa.
Mi padre era un hombre más bajo que el promedio de alrededor
de un metro setenta con una cara perpetuamente hinchada por la
bebida. Su estómago había comenzado a derramarse sobre su cintura,
algo que él negaba, por lo que continuaba usando su ropa vieja y que
no le quedaba bien, lo que solo servía para exacerbar el problema. tuvo
una piel horrible cuando era un adulto joven, con la piel llena de hoyuelos
y viruelas a causa de su acné quístico. Tenía el cabello oscuro con solo
un poco de canas en las sienes y tenía ojos negros desagradables bajo
los párpados caídos.
Al sonido de mis tacones en la habitación, su cabeza se levantó de
golpe.
Deseé haber pensado en tener la cámara de mi teléfono lista, para
haber captado la mirada de total sorpresa que cruzó su rostro, haciendo
que sus ojos se salieran de las órbitas, sus delgados labios se abrieran.
—Via —graznó mi nombre, un hombre moribundo que se ahoga
por falta de aire.
Eso era exactamente lo que también iba a ser él, si me salía con la
mía.
—Tu amigo nunca apareció —le dije, dejando que la confusión y
un toque de frustración se filtraran en mi voz—. Esperé durante horas hasta
que finalmente decidí volver a casa.
—Ellos nunca… tú… ¿viste a alguien? —preguntó, luchando para
juntar las piezas.
—¿Aparte de los camareros agitados? No. Fue grosero de tus
amigos reservar todo el patio y no presentarse. El restaurante perdió
dinero por culpa de ellos.
—Me importa una mierda el restaurante —espetó, pasándose una
mano por el cabello. Podía ver los engranajes girando, preguntándome 33
si su información de inteligencia estaba equivocada o si pensaba que lo
habían descubierto—. Solo… sube a tu maldita habitación —espetó,
levantándose de su silla tan rápido que se estrelló contra la pared con un
crujido cuando comenzó a caminar por el espacio frente a su gabinete
de licores antes de detenerse para servirse un vaso—. ¿Necesito decírtelo
otra vez? —rugió, dando un paso amenazante hacia mí.
Podría haber estado muy entusiasmada con la promesa de mis
planes, pero no estaba tan envuelta en ellos como para no ver los
peligros que aún me presentaba hasta que pudiera llevar a cabo mis
planes.
Había conocido el revés y el puño de su ira en mi piel muchas veces
antes. No quería someterme a eso más de lo que tenía que hacerlo
simplemente por existir.
—Por supuesto que no —dije, bajando la voz, adoptando un tono
recatado que generalmente lograba aplacarlo, antes de darme la
vuelta y salir de su estudio hacia la escalera detrás del comedor,
llevándome al segundo piso, luego el tercero, donde estaba encerrada
como la niña no deseada que era.
En estos días no me importaba tanto.
Significaba que tenía un piso entero entre la ira de mi padre y yo y,
a veces, los ojos y las manos errantes de los amigos de mi padre.
Cuando era niña, nunca entendí por qué mi madre me instaló en
el piso más alto en lugar de uno de los muchos dormitorios en el piso con
el dormitorio de ella y mi padre.
Me tomó mucho tiempo entender de cuántas maneras se había
esforzado por protegerme.
Y como adulta, pude apreciar la total privacidad de tener un piso
completo para mí sola. Mi dormitorio tenía su propio baño grande con
todo de mármol y un pequeño balcón que daba al patio. También había
una sala de estar donde ella, inexplicablemente en ese momento, había
instalado una pequeña cocina cuando yo tenía seis o siete años.
—¿No es tan divertido mantener nuestros bocadillos hasta aquí,
escondidos de cualquiera que pueda robarlos? —había preguntado ella,
una madre intentando hacer que algo anormal pareciera menos,
pareciera tal vez incluso algo divertido y travieso, sabiendo que las niñas
pequeñas se sentían atraídas por cosas así.
Tal vez una parte de ella sabía que no siempre estaría cerca de mí.
34
Tal vez vio la oportunidad de crear mi propio apartamento, sabiendo que
mi padre nunca me dejaría ir, pero también que necesitaba cierta
apariencia de normalidad en mi vida. Y, por supuesto, la capacidad de
alimentarme sin tener que aventurarme a bajar al piso principal donde
podría encontrarme con la ira injustificada de los estados de ánimo
volubles de mi padre.
La escalera conducía a un pequeño rellano que tenía una puerta
que conducía a mi «suite». Una puerta que tenía dos cerraduras
instaladas encima de la cerradura del picaporte. Más cosas que, de niña,
nunca había entendido.
Donde mi padre había ido en busca de oscuridad en los otros pisos,
mi madre hizo renovar este espacio para reflejar sus gustos personales. Lo
que significaba que los pisos de madera eran de un tono marrón más
rústico, y las ventanas estaban enmarcadas solo con visillos de gasa. Los
muebles eran de color avena claro con abundantes cojines y algunas
mantas en tonos neutros.
Al lado de la sala de estar estaba la cocina y la mesa de comedor
para dos.
Deslicé las cerraduras de la puerta, puse mi bolso en la mesa de la
consola detrás de ella, luego me quité los tacones, sintiendo mis plantas
y tobillos suspirar de alivio a medida que flexionaba mis pies hacia arriba
y hacia abajo sobre la fría madera dura un par de veces estirando los
músculos cansados.
Cada centímetro de mí se sentía como un nudo.
Siguiendo el malestar, me abrí paso a través de mi habitación con
su cama de tamaño completo con sábanas completamente blancas.
Eran las mismas que había elegido mi madre. Estaban viejas y suaves
como la mantequilla por los muchos lavados, los hilos se soltaban en
algunos lugares. Pero no me atrevía a reemplazarlas. No me deshice de
nada que mi madre eligió para mí. Una parte de mí estaba asustada de
que aún no hubiese descubierto el significado de cada elemento
individual, que tal vez lo haría con el paso del tiempo, aunque una parte
de mí estaba también dolorosamente consciente de que a veces un
edredón era solo un edredón, no un mensaje de mi madre muerta.
Mis dedos estaban desabrochando los botones de mi blusa a
medida que me dirigía al baño, cerrando y bloqueando la puerta por si
acaso. Me acerqué a la bañera, dejé correr el agua hasta casi hervir y
35
luego dejé que se llenara mientras me quitaba la ropa.
Eché aceite de rosas en el agua. Era algo que mi madre siempre
usaba en su propio baño, y solía encontrar el aroma tan reconfortante y
familiar cuando se metía en la cama conmigo, me envolvía y me
contaba historias sobre todas las cosas que haríamos.
Ir a la playa.
Recoger conchas.
Ir a un carnaval y turnarnos en todas las atracciones hasta que nos
sintiéramos enfermas.
Subir a la cima del edificio Empire State y contemplar la ciudad de
Nueva York.
Nunca acabaríamos haciendo ninguna de esas cosas.
Y durante años después de su muerte, el aroma del aceite de rosas
me hizo sentir tan sola que sentí que sus profundidades me atraerían, me
tragarían por completo.
Sin embargo, a medida que los años suavizaron los bordes afilados
de mi dolor, aprendí a encontrar consuelo en ello. Nunca me bañaba sin
él. Compraba el suministro de un año a la vez, preocupada de que
pudieran dejar de hacerlo y necesitaba tenerlo cerca.
Con un profundo suspiro, me metí en el agua demasiado caliente,
sintiendo que aflojaba la tensión en mis músculos a medida que mi mente
repasaba mi plan que ya había pensado demasiado hasta el punto de
lo absurdo en la habitación del hotel. Pero no podía permitirme un error.
Todo tenía que salir exactamente según lo planeado.
Y ese plan comenzó dos días después, cuando casualmente
mencioné que una de mis amigas me había llamado para invitarme a
una escapada de fin de semana. No ofrecí más detalles. Y mi padre, tan
completamente despreocupado por mis acciones, no se molestó en
preguntar.
—Conoces las reglas —se quejó, distraído. Tuve cuidado de
acercarme a él justo después del mediodía, cuando todos los problemas
de todos sus hombres y asociados comenzaban a llegar, distrayéndolo
de mí incluso mientras estaba de pie frente a él.
Había muchas reglas que venían con mi encarcelamiento.
Aquella a la que se refería, sin embargo, era aquel en el que podía
36
pasar una noche, pero solo una.
Lo había superado solo dos veces en mi vida. Una vez, cuando
había estado en el hospital, y una vez cuando mi madre de alguna
manera logró sacarme para el fin de semana de mi cumpleaños.
Nunca como adulta.
Lo había probado una vez cuando era más joven. Testaruda, pensé
que estaba demostrando un punto, o reclamando mi independencia o
alguna otra tontería infantil como esa.
Después de eso tuve un ojo morado y una costilla magullada
durante una semana.
No lo había vuelto a intentar.
Pero esto no era impulsivo.
Había planeado esto con mucho cuidado.
—Sí, por supuesto. Sé que es por mi propia protección. Pero este fin
de semana era el fin de semana en el que tenemos que estar fuera para
restaurar los pisos —le recordé. El plan original era que me quedara en un
hotel. Supuse que él reclutaría a una de sus pobres amantes que, sin
duda, recibía de mi padre el mismo trato que yo. O peor.
—Maldición. Sí —suspiró, pasándose una mano por el cabello—. En
ese caso, no me importa. Pero vuelve el lunes —exigió.
No iba a presionar mi suerte. Lo tomé como una victoria, salí
corriendo de su estudio y me escondí en mi habitación. Si estaba fuera
de la vista, estaba, como decía el dicho, fuera de la mente. Si no me
viera, no tendría razón para pensar en mí y posiblemente cambiar mis
planes.
A partir de ahí, pasé un día en mi habitación con mi computadora
portátil, examinando interminables sitios web y foros dedicados a la
mafia, mirando fotos, intentando encontrar al que estaba buscando.
Pasaron muchas, muchas horas hasta que finalmente me encontré
con un hermoso rostro con su traje completamente negro.
Había un título debajo de la imagen.
Lucky Grassi.
Era de la mafia de Nueva Jersey.
37
Navesink Bank, en particular.
Otro par de horas de búsqueda me dijeron que Lucky Grassi era
dueño de una serie de pizzerías en el área, probablemente utilizadas para
lavar el dinero sucio de la mafia.
Ahí era donde lo encontraría.
A partir de ahí, reservé un vuelo con una tarjeta de crédito de la
que mi padre no sabía nada, conectada a una cuenta bancaria que no
sabía que existía. Había estado canalizando pequeñas sumas de dinero
desde que podía recordar, una parte de mí sabía que, algún día,
necesitaría acceso a dinero del que él no sabía nada.
Ahora era el momento.
Me reservé un auto y una habitación de hotel.
Luego borré mi historial y empaqué.
Pasé el resto de mi tiempo paranoica de que me pudieran
descubrir.
Pero llegó el día de viajar.
Y nadie dijo nada.
Me subí a mi taxi, me subí a mi avión y me dirigí hacia Navesink
Bank.
Era una ciudad en expansión que parecía tener vecindarios para
todos en todos los peldaños de la escala socioeconómica. Las mansiones
en expansión se encontraban con los suburbios y el lado más incompleto
de la ciudad.
Mi hotel se encontraba en una zona bonita, con vistas al río
Navesink, las olas atrapando la brillante luz del sol primaveral. Me quedé
allí durante mucho tiempo, ensayando mi plan una y otra vez en mi
mente hasta que estuve segura de que no había forma de arruinarlo.
Luego subí a mi auto alquilado e hice mi camino hacia el corazón
de Navesink Bank, bajando por una calle lateral y estacionándome en la
calle frente a una tienda de conveniencia.
Al salir, respiré con moderación y descubrí que el aire contenía el
más mínimo rastro de agua de mar.
Sabía que no iba a encontrar a Lucky Grassi en este lugar en este 38
mismo momento. Pero me imaginé que podía tantear al personal,
hacerles creer que tenía algo importante que discutir con él y que
podrían señalarme la dirección en la que podía encontrarlo.
Al entrar, encontré exactamente lo que esperabas de una
pequeña pizzería, si tal vez se hubiera prestado un poco más de atención
a la decoración, todo en una paleta de colores gris y negro más
exclusiva.
Avanzando hacia el área con marco de vidrio donde hombres y
mujeres estaban rodando y tirando masa, sacando pizzas pegajosas de
los muchos hornos, sentí que mi estómago gruñía por el vacío. Había
estado tan concentrada en mis planes, y luego tan paranoica de que se
derrumbaran, que no había comido mucho en unos pocos días. No podía
recordar la última comida completa que había tenido.
Quería algo cursi y descarado, pero de repente me di cuenta
dolorosamente del vestido muy blanco con botones en el frente que
había elegido usar.
Así que me acerqué a la chica de la caja registradora y pedí un
panini de berenjena, pensando que tendría que servir.
—Lucky no estaría aquí, ¿verdad? —pregunté, haciendo mi tono
casual, conversacional.
—Eso depende de quién pregunte —dijo una voz profunda y
masculina detrás de la chica, haciéndome mirar más allá de ella para ver
la espalda de un hombre frente a mí. Un hombre vestido completamente
de negro, definitivamente no destinado a amasar la pila de masa en la
que estaba trabajando actualmente.
No estaba segura de cómo lo había pasado por alto antes. Estaba
tan fuera de lugar entre los demás detrás del mostrador con sus jeans a
juego y camisetas grises con el logo del restaurante en el lado izquierdo
del pecho y en la espalda.
Había estado demasiado ocupada notando el gruñido de mi
estómago, supongo.
Tomando una respiración profunda, luego soltándola lentamente,
seguí adelante y esperaba haber dejado una impresión.
—Via.

39
5
Lucky
Estaba bastante seguro de que me di un maldito latigazo cervical
por darme la vuelta tan rápido.
No había reconocido su voz cuando habló con April, pidió un
panini de berenjena y luego preguntó por mí. Sonaba diferente a lo que
lo hizo en ese callejón en Chicago. Parecía más ligero, más abierto,
conversacional. Por eso no lo había colocado.
Pero nunca había conocido a ninguna otra alma que se hiciera
llamar Via. 40
Y ahí estaba ella, la mujer cuya imagen había estado
atormentando mis sueños desde que la había visto, dejándome
despierto, duro y frustrado más allá de toda explicación.
Imposiblemente, se veía incluso mejor de lo que recordaba con su
vestido de algodón blanco con botones negros que estaba diseñado de
una manera que pretendía ser recatada con su escote casto y un
dobladillo que pasaba por la rodilla, pero en un cuerpo como el de ella,
se las arreglaba para ser sexy.
Su cabello estaba suelto, una lámina de cabello negro brillante
sobre la tela blanca, enmarcando su rostro demasiado bonito con su
discreto maquillaje de ojos y labios de un rojo intenso.
De hecho, parpadeé dos veces, intentando convencerme de que
ella estaba parada allí. En mi pizzería.
Porque no tenía sentido que lo estuviera.
No pertenecía a Navesink Bank.
Pertenecía a Chicago.
Se suponía que nunca la volvería a ver.
Sin embargo, allí estaba independientemente.
Recogí un trapo y me limpié un poco de masa y harina de las
manos.
—Bueno, de todas las pizzerías de todo el país… —dije, lanzándole
una sonrisa, no queriendo decirle al personal que sentía que el mundo
acababa de salirse de su eje—. Via, ¿en qué puedo ayudarte? Aparte
del mejor panini de berenjena que hayas probado. Aparte del de mi
madre —agregué como si ella pudiera haberme escuchado. Me habría
dado con una cuchara de madera en el culo si me hubiera escuchado
casi blasfemar su superioridad culinaria.
—Me preguntaba si podríamos hablar de… patios —dijo, eligiendo
sus palabras con cuidado. Claramente, no había pensado que me
encontraría aquí, no tenía su discurso preparado. Pero entonces su
mirada oscura sostuvo la mía—. Y las cosas que deberían haber pasado
en ellos —añadió, inclinando la cabeza ligeramente hacia un lado
mientras tiraba el trapo.
—Eso suena muy importante. Soy un gran admirador de los patios.
Y de las cosas que deberían haber sucedido —dije, ignorando las miradas 41
confusas, aunque interesadas, de mi personal—. ¿Tal vez deberíamos
hablar de esas cosas mientras damos un pequeño paseo? —sugerí,
saliendo de detrás del mostrador—. Tenemos unos buenos diez minutos
antes de que termine tu pedido —agregué, aunque habría tomado
menos de cinco.
—Perfecto —concordó, ya girando, dirigiéndose hacia la puerta,
dejándome agarrar la chaqueta de mi traje y salir corriendo detrás de
ella.
—Via, ¿qué haces aquí? —pregunté cuando me uní a ella en la
acera, yendo directo al grano.
A eso, su mirada encontró la mía, la sostuvo.
—Tramando el asesinato de mi padre —me dijo, levantando un
poco la barbilla al final de su declaración.
—¿Qué? —pregunté, seguro que la escuché mal.
—Por eso estaban en Chicago, ¿verdad?
—Mi amigo y yo solo estábamos de visita. Viendo los lugares de
interés…
—Caminando con un rifle de francotirador en una bolsa.
Abordando mujeres en la calle —dijo, arqueando una ceja.
—Sí, ya sabes, mierda de vacaciones —dije, sonriendo cuando se
le escapó una risa sorprendida—. Vamos. Tenemos que caminar —dije,
señalando con la cabeza al otro lado de la calle donde estaban parados
unos tipos que se parecían mucho a los miembros de Third Street. Y
aunque esa pandilla en particular carecía notoriamente de un buen
liderazgo, no podías confiar en que no metieran las narices donde no
pertenecían—. Me disculparás por ser escéptico sobre tus motivos aquí,
cariño —le dije cuando comenzamos a caminar, pero no dijo nada.
—¿De que quiera ayudarte a matar a mi padre? —preguntó, a
quemarropa.
—Sí, bueno, me perdonarás, pero parece sospechoso.
—Mi padre me envió a morir en su lugar cuando tú y tu gente
organizaron una reunión con él —dijo, mirando hacia adelante—. Pero si,
tal vez, crees que no es motivo suficiente, déjame darte más detalles. —
Entonces se detuvo, manteniendo un contacto visual casi
desconcertante mientras se lanzaba. 42
—Cuando tenía diecinueve y mi padre se enteró de que perdí la
virginidad, encontró al chico, lo arrastró y lo golpeó hasta casi quitarle la
vida mientras yo miraba y le rogaba que se detuviera. Cuando le dije que
uno de sus hombres había metido su mano debajo de mi falda cuando
yo tenía dieciséis años, en lugar de castigar a su hombre, me golpeó con
el revés lo suficientemente fuerte como para sacarme un diente mientras
me gritaba que dejara de tentarlos. Me partió el labio, me puso los ojos
negros, me magulló las costillas y me dislocó el hombro. Me arrojó al otro
lado de una habitación y me escupió. Me ha mantenido prisionera en mi
propia casa toda mi vida, nunca me ha permitido salir, para tener mi
propia vida. Y no es por amor. Es poder.
Cuando terminó, respiré lenta y profundamente.
—Entonces, quieres ayudarme a matar a tu padre —dije.
—Ahora lo estás entendiendo —estuvo de acuerdo, girándose
para mirar hacia adelante, caminando de nuevo, dejándome seguir
detrás, aun intentando entender sus palabras, la realidad que necesitaba
para vivir.
No podía relacionarme con tener unos padres de mierda. Mi padre,
antes de que lo asesinaran, había sido cariñoso y atento, había hecho
todo lo posible para comenzar a moldearme en el hombre que quería
que fuera. Y mi madre era prácticamente una santa por criarnos a todos
sola después de que él se fuera.
La familia era importante en La Familia por aquí. Hermanos,
hermanas, tías, tíos y un millón de malditos primos. No podía imaginarme
a ninguno de mis parientes abusando de sus hijos. Y supongo que fue
ingenuo de mi parte pensar que el resto de las familias de la mafia serían
todas iguales.
Por otra parte, no debería haber sido una sorpresa.
Poder corrompido. Y había visto a más de un hombre dejar que se
le subiera a la cabeza, volverse malvados. Arturo Costa era un claro
ejemplo de ello. Ese malvado bastardo hizo que cientos, diablos, miles de
vidas fueran miserables durante su reinado. Todos seguíamos lidiando con
las repercusiones de su vida incluso mucho después de su muerte.
—¿Normalmente te toma tanto tiempo procesar la información? —
preguntó Via, con un tono burlón en su voz, y cuando miré, sus labios se
curvaron muy ligeramente hacia un lado.
—Me está costando entender que un padre le levante la mano a
43
su hija —admití.
—¿Tu padre nunca te levantó la mano?
—Tal vez una o dos veces. Una nalgada cuando era pequeño. Lo
mataron cuando era un niño. Pero le gustaba enseñar con palabras. Y
nunca tuvo un problema de ira.
—Debe haber sido un privilegio tener eso —reflexionó, apartando
la mirada de nuevo.
Siempre supuse que me había quedado con el lado corto del palo,
perdiendo a mi viejo cuando aún era tan joven. Pero supongo que once
años con un gran padre superaban a los veintitantos con un verdadero
imbécil.
—Lo fue —estuve de acuerdo—. Tu mamá…
—Muerta —dijo, la frialdad deslizándose en su voz, una guarda
deslizándose en su lugar.
—Entonces, ¿cómo hiciste para actuar con lo del patio cuando
llegaste a casa ese día? Estaba esperando que te mataran.
—Sí. Solo afirmé que nadie apareció, y fue muy grosero. Lo cual es
parcialmente cierto. Cuando llegué a casa ese día, ya había comenzado
mi plan para venir aquí, encontrarte y hablar contigo y tu jefe sobre esto.
Claro.
Tendría que involucrar a Antony y Luca en esto.
Una parte ridícula y egoísta de mí quería manejar esto por mi
cuenta, queriendo mantenerla como un pequeño secreto.
Lo cual era jodidamente absurdo.
Por supuesto que tenía que informales. Si no al propio Lorenzo
Costa.
—Está bien. ¿Cuál es tu marco de tiempo? Dijiste que te mantiene
como prisionera.
—Sí. Solo escapé porque los pisos estaban siendo renovados este
fin de semana. Iba a quedarme en un hotel de todos modos. Tengo que
volver el lunes.
—Mierda, está bien. Ven, vamos a conseguirte tu comida. Puedo 44
escuchar tu estómago gruñendo desde aquí —agregué, girando,
extendiendo una mano, haciendo un gesto hacia el restaurante—.
Mientras comes, llamaré a mis jefes, veré qué podemos hacer. Si se trata
de permanecer en Jersey, es probable que quieran reunirse contigo esta
noche. Si Nueva York quiere participar en esto, podría ser mañana.
—Está bien. No tengo otros planes mientras esté aquí.
—¿No? —pregunté, juntando las cejas—. Después de vivir como
prisionera en Chicago, creo que al menos querrías ver la playa.
—No sé el camino.
—Bueno, si necesitas un guía —le ofrecí a medida que le abría la
puerta—. Estoy libre.
Cristo.
No, no lo estaba.
Tenía demasiada mierda que hacer para darle a una mujer al azar
un recorrido por la puta zona.
—¿Qué? —pregunté cuando se detuvo a mitad de camino en la
puerta, con las cejas fruncidas mientras me miraba.
—¿Por qué me darías un tour? —preguntó—. Ni siquiera me
conoces.
—Tenemos intereses mutuos. Y soy un buen tipo.
—Eso es un oxímoron —dijo, poniendo los ojos en blanco a medida
que se dirigía hacia el mostrador.
—Si esa mujer se va, ven a buscarme de inmediato —le susurré a
uno de los cocineros mientras me dirigía a la parte trasera de mi oficina,
tomé mi teléfono y llamé a Luca.
—¿Sí, Luck?
—Tengo noticias —dije, tomando una respiración profunda—.
¿Recuerdas a la hija de Fiore? Bueno, está aquí. Como en mi pizzería,
queriendo hablar conmigo. Y tú. Y el tío Ant.
—Espera, ¿qué? —preguntó, y pude oírlo alejarse del ruido que lo
rodeaba.
—Sí. Entró buscándome. Dijo que quiere ayudarnos.
—¿Ayudarnos a qué? 45
—Eliminar a su padre —expliqué, esperando que las palabras se
hundieran.
—¿Qué? —siseó.
—Sí. Aparentemente, es un idiota más grande de lo que pensamos.
—¿Lo suficientemente grande como para que su propia hija lo
quiera muerto? —preguntó, desconfiado.
—Es el tipo de anciano que golpea a su hija adulta y se niega a
dejar que se mude de su casa porque le gusta controlarla.
—Imbécil —siseó, luego dejó escapar un suspiro—. Está bien.
Déjame llamar a Nueva York. Si él quiere estar en esto, también
podríamos terminarlo todo en una reunión.
—Eso es lo que pensé.
—Hasta entonces, necesito que la vigiles —dijo.
—Sí. Me ofrecí a mostrarle la zona.
—¿Hiciste qué? —preguntó, cambiando de tono, volviéndose
curioso.
—Ha sido una prisionera toda su vida. Pensé que sería bueno para
ella ver la zona mientras ella esté aquí —dije, encogiéndome de hombros
a pesar de que él no podía verme.
—Sí —dijo, sonando divertido—. Massimo dijo que era hermosa.
—No es así —insistí, mintiendo entre dientes.
—Luck, contigo y las mujeres hermosas, siempre es así —dijo, y ni
siquiera pude discutir con él—. Pero no jodas al activo, ¿de acuerdo? Ella
podría ser importante. No la necesito enojada contigo y arruinando
nuestros planes.
—No estaba planeando follármela —insistí. Quiero decir, no me
preguntó si había pensado en ello.
—Sí, está bien —dijo—. De acuerdo. Déjame llamar a Costa. Te
responderé tan pronto como pueda.
—Suena bien. Estaré atento a mi teléfono.
—Y tus manos fuera del activo —dijo, colgando antes de que
pudiera decir algo.
46
Con eso, terminé el conteo que tenía que hacer antes del final del
día, guardé el efectivo en la caja fuerte para manejarlo por la mañana,
respiré profundamente unas cuantas veces y regresé al restaurante justo
cuando Via estaba tirando su basura.
—Entonces, ¿cuál es el veredicto?
—Si el de tu madre es mejor que ese, debe ser la mejor cocinera de
la costa este —dijo, dándome una sonrisa genuina. Pero solo duró un
segundo, como si se diera cuenta de lo que estaba haciendo, y lo pensó
mejor, haciéndola caer de su hermoso rostro, reemplazado por la
máscara fría.
—Soy parcial, pero creo que sí. De todos modos, hablé con…
nuestros amigos —dije con énfasis, atrayendo su atención hacia los
clientes, hacia mi personal—. Van a hablar con sus amigos y nos
contactarán.
—Está bien. Me imaginé. Te daré el número de mi habitación —
ofreció, volviendo a su mesa para tomar su bolso.
—En realidad, nuestros amigos creen que deberíamos pasar el rato
hasta que tengamos noticias de ellos.
Esperaba que se opusiera, que cuadrara los hombros, que
levantara la barbilla, que me rebanara con unas pocas palabras
cuidadosamente elegidas. Pero simplemente levantó y dejó caer un
hombro delicado antes de colgar su bolso sobre él.
—Entonces supongo que puedes mostrarme los alrededores —dijo,
pasando junto a mí, dejándome para seguirla fuera de mi restaurante.
Mientras lo hacía, tuve el pensamiento más extraño.
Estaría feliz de seguirla a donde quisiera ir.

47
6
Via
No tenía por qué dejar que me guiara por la zona como si fuera un
turista con los ojos muy abiertos. Pero incluso si me opusiera, tenía la
sensación de que él habría insistido.
Además, había pasado toda mi vida con guardias siguiéndome,
así que me había acostumbrado a estar rara vez sola cuando estaba en
público. Y yo siempre había sido buena en ignorarlos. Y, porque me
divertía, y mi vida estaba totalmente desprovista de cosas como la
diversión, les hacía cargar mis bolsas. 48
Sin embargo, me resultaba difícil, bueno, imposible, ignorar a Lucky
Grassi. Esta figura corpulenta y hermosa a mi lado.
También era un buen guía, ya que me acompañó por la calle
hacia el muelle que daba a mi habitación de hotel. Explicó el área de la
ciudad en la que estábamos, el nombre del río y algunas atracciones
locales, luego se quedó en silencio, dejándome sola con mis
pensamientos mientras nos acercábamos al largo muelle de madera
sobre el agua que se movía suavemente.
—Había delfines en el río el año pasado —me dijo, moviéndose a
mi lado, cruzando los brazos sobre la barandilla.
—¿En serio? ¿Es eso normal?
—No. Hubo una vigilancia de delfines para asegurarse de que
pudieran encontrar el camino de regreso al mar nuevamente.
—¿A qué distancia está la playa de aquí? —pregunté, siguiendo
con la mirada el río que parecía seguir para siempre.
—Quince o veinte minutos en esa dirección —respondió,
señalando hacia afuera donde el río se doblaba y desaparecía.
—¿Qué es la uña del pie de una sirena? —pregunté, sorprendida
cuando las palabras escaparon de mis labios.
La cabeza de Lucky se giró, la mirada penetrante.
—Es una concha. Es redondeada e iridiscente. Pueden ser blancas,
amarillas o incluso anaranjadas. Son una concha de ostra —me dijo—.
Algunas personas hacen campanas de viento y otras mierdas. Mis
hermanas son esas personas —agregó.
—¿Tienes muchos hermanos? —pregunté, sin saber por qué estaba
preguntando, por qué estaba interesada. Tal vez fue solo porque había
pasado tanto tiempo desde que tuve una conversación casual con
alguien.
—Depende de tu definición de mucho. Para la familia
estadounidense promedio, ¿sí? ¿Para mi gente? Aproximadamente el
promedio. Somos cinco. Yo, un hermano, dos hermanas, luego un
hermano más.
—Todos deben tener una edad similar si tu padre falleció cuando
tenías once años —dije, haciendo una mueca después de que las
palabras salieron de mi boca, y Lucky me miró fijamente por un momento.
49
Cierto.
Probablemente fue de mala educación comentar sobre su padre
muerto.
Había estado tan aislada del mundo, y de los seres humanos
decentes, que estaba oxidada en mis costumbres sociales.
—Mi hermano más cercano y yo tenemos apenas un año de
diferencia. Luego, mis hermanas tienen como dieciocho meses de
diferencia. Milo es el más joven. Mi madre aún estaba embarazada de él
cuando mataron a mi padre.
—Lo siento —dije, sintiendo que mi estómago se revolvía—. Si estoy
sacando a relucir temas delicados —agregué para mayor claridad. Tenía
una fuerte aversión a que la gente se disculpara conmigo por la muerte
de mi madre, así que nunca le decía eso a nadie más.
—Me gusta lo directo. Es refrescante.
—¿Cuál es tu recuerdo favorito de tu padre? —pregunté. Eso, eso
es lo que me gustaría que la gente me dijera cuando supieran de mi
pérdida. Vivía con el temor constante de que la memoria de mi madre
se desdibujara, de que comenzara a perder algunas de sus historias. Me
hubiera encantado que la gente me pidiera que les contara una, que
me permitiera revivirlo, reforzar todos los detalles en mi mente, para que
nunca los olvidara.
—Ah, vaya —dijo, sorprendido, con las cejas fruncidas. Pensando,
se dio la vuelta, apoyándose contra la barandilla, mirando hacia el
estacionamiento mucho menos atractivo—. Fue un martes al azar. El
primer día realmente agradable de esa primavera después de un duro
invierno. Vino y me sacó temprano de la escuela, haciéndome prometer
que no le diría a mamá. Salimos a comer, hicimos carreras de karts y
fuimos al parque. Pasé tiempo con mi papá antes, por supuesto, pero por
lo general siempre nos interrumpía un hermano o mi mamá, o el trabajo
de mi viejo. Así que tal vez fue la única vez que lo tuve para mí en todo el
día. Sin embargo, mamá pudo oler el buen momento en mí cuando
llegábamos a casa —agregó, sonriendo—. Ella le hizo prometer que no lo
volvería a hacer ya que yo estaba muy atrasado en inglés. Los números
siempre han sido más lo mío —dijo, dándome un guiño que debería haber
sido ridículo, pero de alguna manera me pareció sexy.
—Parece que eran cercanos.
—Lo éramos. Hasta que no pudimos serlo.
50
—Debe haber sido agradable —pensé en voz alta—. Tener una
buena madre y un buen padre —dije, mirando las mansiones que
flanqueaban el otro lado del río, varias de las cuales lucían sus propios
pequeños muelles en el agua.
—Al menos tuviste una buena madre.
—¿Cómo sabes eso? —pregunté, un borde afilado en mi voz.
—Porque nunca hubieras salido decentemente si tuvieras una
madre de mierda y un padre de mierda.
—¿Cómo sabes que resulté decentemente? —pregunté,
levantando la barbilla—. Podría estar conspirando en secreto para
acercarme mucho y luego cortarte la garganta —le dije, observándolo
mientras se giraba a medias, mirándome.
Se deslizó en otro pie.
—Toma, ¿quieres que te lo haga más fácil? —preguntó, inclinando
su cabeza hacia un lado, levantando su barbilla, exponiendo su
yugular—. Podrías tirarme al agua y estar de vuelta en Chicago antes de
que nadie pudiera sospechar de ti.
—Bueno, ahora, eso es bastante tentador —bromeé, mis labios se
curvaron—. Sin embargo, hay una falla en tu plan.
—Soy demasiado guapo para morir. Lo sé, lo sé —bromeó,
sacudiendo la cabeza.
—Estaba pensando que tus compañeros de trabajo podrían
ayudar a dibujar un boceto de mí —dije—. Lamento herir tu ego.
—Ah, cosa bonita, mi ego es jodidamente a prueba de balas —
declaró, en tono ligero.
—No lo dudo —estuve de acuerdo, un escalofrío me recorrió
mientras el viento soplaba sobre el agua, haciendo que mi cabello y mi
falda se levantaran.
—Toma —dijo, quitándose la chaqueta, sosteniéndola hacia
afuera, esperando a que me la pusiera—. Solo uso chaquetas en caso de
que una dama no esté bien vestida para el clima —me informó con esa
suave voz suya en tanto deslizaba mis brazos en las mangas que aún
estaban calientes por su cuerpo—. Se siente bien ser el héroe —agregó,
mientras apenas resistía el impulso de inclinarme y enterrar la nariz en la
tela, respirar el aroma fresco de su colonia.
51
—Yo no iría tan lejos —dije, sintiendo sus manos subiendo por mis
brazos para acomodar la chaqueta más arriba en mi cuello.
—Entonces, ¿qué más te gustaría explorar en esta hermosa ciudad
mía? —preguntó cuando me giré, agitando un brazo—. ¿Quieres ir a
buscar uñas de sirenas?
Quería.
Y, sin embargo, al mismo tiempo, me dolía el pecho ante la idea
de hacer algo que mi madre y yo dijimos que íbamos a hacer juntas, sin
ella.
—Creo que debería volver a mi habitación —dije en su lugar.
—Bueno, ¿no eres atrevida? —preguntó, con los ojos brillantes.
—Eso no es lo que quise decir —insistí, incluso si las palabras no se
sentían del todo ciertas.
Hacía mucho tiempo que no sentía nada parecido al deseo por un
hombre. Ver a mi padre casi matar al primer chico con el que había
estado había deformado mi capacidad de experimentar el sexo de la
forma en que supuse que debía hacerlo. Como algo para traer alegría y
cariño. Porque esas eran cosas que aprendí desde el principio que no
podía tener en la vida, por lo que no eran cosas que sintiera ni asociara
con el sexo.
Para mí, el sexo era impersonal y peligroso.
No podía encariñarme.
Ni siquiera podía pasar la noche.
Y cada vez que pasaba algún tiempo desnuda con un hombre,
tenía que preocuparme de ver a otro hombre arrastrado y golpeado
frente a mí. Por mí.
Entonces, rara vez pasaba ese tipo de tiempo con un hombre.
Claro, estar fuera de la ciudad, lejos del alcance de mi padre,
significaba que en realidad podía llevar a un hombre a mi habitación,
quitarnos la ropa y perdernos en el cuerpo del otro durante unas horas.
Pero esa oportunidad no cambiaba mis problemas con ello, mis temores
rodeándolo.
Uno pensaría que no me importaría si algún hombre al azar que
apenas conocía recibiera una paliza. No era como si significaran algo
52
para mí emocionalmente. Pero no me sentaba bien que un hombre que
inocentemente se llevaba a la cama a una mujer complaciente pagaría
por ello simplemente porque no conocía las ramificaciones de
involucrarse con alguien como yo.
Además, obviamente, esta situación era completamente
diferente.
Porque tenía un plan para involucrarme con Lucky Grassi más allá
de una noche. Nunca había tenido el privilegio, o la desgracia, según se
mire, de pasar más de una noche con un hombre. Me imaginé que habría
incomodidad en torno a eso. De hecho, no necesitaba sentirme
socialmente más inepta de lo que ya me sentía.
Entonces, sí, Lucky Grassi era un hombre ridículamente atractivo.
Y, sí, algo dentro de mí zumbaba con el conocimiento de que él
sería alguien digno de compartir una cama con él.
Pero no iba a suceder.
Lo necesitaba.
Y él me necesitaba.
Si pudiéramos trabajar juntos durante un par de semanas, me
libraría de mi padre para siempre. Mi vida volvería a ser mía. No era tan
ingenua como para pensar que obtendría alguna de sus riquezas, que él
me pondría en su testamento. Pero una parte de mi plan consistía en
empezar a guardar algunos artículos en la casa que creía que valdrían
algo, luego, cuando él se fuera, venderlos y usar ese dinero para ayudar
a establecer mi nueva vida.
Una nueva vida.
Dios, no tenía ni idea de lo que sería.
Pasé gran parte de mi vida creyendo que nada podría cambiar,
sabiendo que incluso si tenía el valor suficiente para huir, él movería cielo
y tierra para encontrarme. Solo para demostrarme que nadie lo
superaba, que nunca podría ser libre. Al igual que mi madre nunca lo fue.
Así que nunca pasé mucho tiempo preguntándome cómo sería
una vida en mis propios términos, además de pensar en lo maravilloso
que sería poder salir por mi cuenta por una oportunidad, sin nadie
mirándome e informando a mi padre.
Pero, ¿adónde iría?
53
Ciertamente, no me quedaría en Chicago. Había demasiados
malos recuerdos, demasiado dolor en cada esquina.
¿Qué debería hacer?
Me habían permitido tomar cursos universitarios en línea, aunque
no tenía experiencia laboral de la que hablar.
—No, no puedes trabajar. ¿Cómo me haría ver eso? —Esa fue la
respuesta de mi padre cuando, a los veinte años, me sentía atascada y
frustrada por tener que esperar a que me diera una mesada como si
fuera una niña.
Después de un tiempo, sin embargo, el despecho hizo efecto, y
obtuve una cierta cantidad de alegría al desperdiciar su dinero siempre
que fue posible. Una vez cargué una pulsera de seis mil dólares en su
cuenta, con la esperanza de que dijera algo. Él nunca lo hizo. Aún tenía
ese brazalete. Pensaba que me ayudaría a pagar el alquiler por un
tiempo.
Dependiendo de cuánto tiempo tomaría todo este plan para
matar a mi padre, podría comenzar a hacer cargos en mi tarjeta de
crédito para compras más grandes que podría cambiar y vender en
efectivo cuando terminara. No vería los cargos hasta la siguiente
declaración. Me daría un poco más de ventaja.
—Pareces asustada —dijo Lucky, sacándome de mis pensamientos
arremolinados—. No quise ofenderte —agregó, refiriéndose a la broma
sobre volver a mi habitación.
—No estoy ofendida. No estaba pensando en ti en absoluto —
admití.
—Auch —dijo, colocando una mano sobre su corazón, dándome
una sonrisa, pero había una especie de confusión en sus ojos,
recordándome nuevamente lo terrible que era en las interacciones con
la gente, con las normas sociales. Simplemente no pude pasar mucho
tiempo con la gente, al menos no desde que terminé la escuela
secundaria. Temía haber estado perdiendo mi habilidad para conversar
durante años. Esto estaba demostrando que esos temores eran válidos.
—Mi mente estaba divagando —le dije.
—¿A qué?
—Cómo sería la vida después de que mi padre se haya ido. 54
—¿Eso te asusta?
—Me aterroriza —dije.
—No me pareces una mujer que se asusta fácilmente.
—Nunca me han permitido vivir sola. No sé cómo hacerlo.
—Via, niños de dieciocho años con mucha menos experiencia en
la vida, y ni una pizca de maldito sentido común, salen y lo averiguan
todos los días. Confío en que lo manejarán mejor que ellos.
Eso era lo suficientemente justo.
¿Qué tan difícil podría ser pagar las cuentas una vez al mes e ir a
trabajar?
Esos eran los dos componentes más importantes para vivir solo.
Una profesión para ganar dinero y asegurarse de que las luces
permanecieran encendidas.
Podría hacer eso.
Sabía que podía.
—¿Te quedarás en Chicago?
—No —dije, la palabra salió disparada antes de que terminara de
preguntar.
—¿Tienes algún lugar en mente?
—Aún no. Necesito investigar un poco. Casi nunca he estado en
ningún lugar. Quiero decir, claramente no estoy destinada a estar en el
campo en ningún lado. Pero alejarse del ruido de las grandes ciudades
podría ser agradable.
—Bueno, puedo recomendar de todo corazón Navesink Bank —
dijo, agitando una mano hacia él—. Y he estado en todas partes —
agregó—. Tienes un poco de todo aquí. Eso es raro. Y si estás ansiosa por
la vida de una gran ciudad, estamos a solo una hora de Nueva York. Es
perfecto. Bueno, si puedes pasar por alto a los indeseables —agregó,
sonriendo.
—¿Como tú? —pregunté, sintiendo mis propios labios contraerse.
—No, cariño, no me gustaría que me pasaras por alto —dijo, ese
encanto que era tan natural para él se filtraba en todas sus palabras—.
En realidad, yo… —comenzó.
55
Nunca supe lo que iba a decir en ese momento. Fue interrumpido
por su teléfono.
—Hola, ¿qué pasa? —preguntó, mirándome mientras hablaba con
su jefe—. Está bien. Sí. Tiene sentido. Oye, cariño, ¿tienes algún plan para
mañana? —preguntó, y me tomó unos sólidos segundos darme cuenta
de que me estaba hablando a mí.
—Yo, ah, no. Solo estoy aquí para la reunión —le recordé.
—Dice que no tiene planes. Exacto. Está bien. Me aseguraré de que
esté allí.
—Ah, lo harás, ¿verdad? —pregunté cuando colgó, metiendo su
teléfono en su bolsillo.
—Tengo mis órdenes —estuvo de acuerdo—. Mañana a las once.
Pasaré a buscarte a las diez y media —me dijo.
—Puedo conducir —insistí. Era tan raro que tuviera la oportunidad
de hacerlo. Lo estaba disfrutando más de lo que podría haberme dado
cuenta.
—Estoy seguro de que puedes. Pero tengo órdenes directas de
asegurar el activo.
—Soy un activo —reflexioné.
—Ahora el más grande que tenemos.
—¿Puedo saber a dónde me escoltarán? ¿Algún cuarto trasero
lúgubre de una carnicería, tal vez? ¿Dejaré esa reunión con todas mis
partes intactas si no les digo a ti y a tus jefes lo que quieren escuchar?
—Nadie te va a hacer daño.
—Sin embargo, no tienes el poder para hacer esas garantías,
¿verdad?
—Puedo decirte que, a menos que apuntes con un arma a uno de
nosotros, estarás bien. No lastimamos a las mujeres.
—La forma en que lo escucho, las cosas no funcionan como lo
hacían en los viejos tiempos. Las mujeres y los niños son un juego limpio
ahora.
—Tal vez así es como tu padre dirige las cosas, pero no es así como
operan Antony y Luca o incluso Lorenzo.
—Tu tocayo estaría orgulloso —reflexioné, pensando en, a falta de 56
un término mejor, el creador del libro de reglas de la mafia
estadounidense: Lucky Luciano.
—Honor entre ladrones y toda esa mierda —asintió—. Entonces, ¿te
estoy mostrando más? —preguntó, con tono esperanzado.
—Puedes mostrarme mi auto —le ofrecí.
—Auch —dijo de nuevo, sacudiendo la cabeza—. Está bien. Puedo
hacer eso.
Con eso, me llevó de regreso a mi auto, recordándome
nuevamente que regresaría para recogerme a la mañana siguiente, y
luego exigió saber el número de mi habitación.
Cuando dudé, incómoda, se encogió de hombros.
—Es el número de la habitación o tu número de teléfono. Necesito
comunicarme contigo en caso de que algo cambie.
Cierto.
Eso tenía sentido.
Estaba siendo paranoica.
No era una sorpresa dada mi educación.
Tal vez debería haberle dado el número de mi habitación. Era una
especie de información de plazo limitado, algo que solo le daba acceso
a mí mientras yo fuera un invitado allí.
Pero en lugar de eso, parloteé mi número de celular, al tiempo que
me decía a mí mismo que era solo porque la comunicación de texto era
bidireccional en caso de que tuviera alguna pregunta o inquietud. Me
daba acceso a él, no solo a él acceso a mí.
Pero había una gran parte de mí que sabía que esa no era la única
razón.
Así que, seguí adelante y no me permití pensar demasiado en eso,
sabiendo que no me iba a sentir completamente cómoda con las
respuestas que se me ocurrieron a las preguntas que no tenía por qué
considerar.
No fue hasta que entré en el ascensor que conducía a mi
habitación que me di cuenta de que nunca me había quitado su
chaqueta.
Y él no había pedido que se la devolviera.
57
Mientras regresaba a mi habitación, mis manos se movieron hacia
sus bolsillos. Tenía más curiosidad de la que debería haber sentido acerca
de lo que un hombre como Lucky Grassi tenía consigo en todo momento.
Encontré una pequeña lata de mentas, un teléfono, un par de
tarjetas de presentación, algunas solo para él con su nombre y número
de teléfono, otras para su cadena de restaurantes, y un clip para billetes
lleno de efectivo.
No deslicé el clip, sino que hojeé el dinero allí y encontré dos mil en
billetes de cien y cincuenta.
Mi mente sospechosa no pudo evitar preguntarse si todo esto era
una especie de prueba, si querían saber si sería digno de confianza, si me
confiarían su dinero, si lo gastaría y actuaría como si nunca lo hubiera
visto, o si devolvería la chaqueta como si ni siquiera supiera que había
dinero en ella.
Aparté la tentación, pero no me quité la chaqueta. Intenté no
pensar por qué era eso, diciéndome a mí misma que tenía frío. Si bien eso
puede haber sido cierto, había empacado mi propio suéter.
De hecho, desperté aun usándola a la mañana siguiente, el aroma
de su colonia aún se adhería a la tela, un aroma íntimo que hizo que mi
cuerpo cobrara vida de una manera que no lo había hecho en tanto
tiempo que tomó unos momentos sólidos para que reconozca las señales.
Fue el calor que se extendió por mi cara, por mi cuello, luego sobre mi
pecho, un calor que se hundió y se reunió en la unión de mis muslos.
Llegó demasiado fuerte y rápido para luchar, y seguramente lo
habría hecho. Sin embargo, antes de que me diera cuenta, mi mano se
deslizaba por la piel sobrecalentada, deslizándose entre mis piernas,
llevándome hacia arriba y sobre el borde, estrellándome contra mi
orgasmo.
Luego pasé los siguientes quince minutos en la ducha intentando
convencerme de que no habían sido las manos de Lucky en las que
había estado pensando mientras me tocaba.
Pasé demasiado tiempo preparándome, secando y peinando
cuidadosamente mi cabello, pintando mis ojos discreto y el labio rojo
audaz, luego metiéndome una falda lápiz negra con un ajustado suéter
rojo de manga tres cuartos con un cuello festoneado que terminaba en
una línea sexy y atrevida. Me puse el collar de una sola perla de mi madre
con una cadena delgada, casi invisible, y un par de pequeños aros de
plata. Me deslicé en mis tacones de aguja negros, luego caminé a través
58
de una pequeña nube de perfume.
Fue entonces cuando escuché el pitido de mi teléfono en la mesita
de noche.
Se podría decir que era raro que mi teléfono realmente sonara por
mensajes de texto. Seguramente, esa fue la única razón por la que
prácticamente me lancé, ingresando el código de acceso incorrecto
dos veces con dedos torpes antes de que finalmente lo hiciera bien.
Lucky: Hola, bella dama. ¿Quieres tomar un café primero?
Me avergüenza admitir que ni siquiera me detuve, no me detuve a
pensarlo por un segundo.
Yo: Sí. El café del hotel apesta.
Esa era una posible mentira. No tenía ni idea ya que no había
tomado ninguno. Ni siquiera era la mayor bebedora de café del mundo.
Lucky: Estaré allí en diez. Espero que no te importe esperar en las
filas.
No sabía cómo responder a eso, así que no lo hice.
Luego me quedé junto a la puerta de mi habitación de hotel con
su chaqueta doblada sobre mi brazo hasta que pasaron cinco minutos
de la hora de la reunión, sin querer parecer tan ansiosa como me sentía.
—Bueno, maldita sea si esto no valió la pena la espera —dijo Lucky
cuando crucé el vestíbulo, mis tacones resonando sobre las baldosas
brillantes.
Estaba vestido de manera similar al día anterior, todo de negro,
pero esta vez, las mangas de su camisa estaban arremangadas para
revelar un forro de rayas blancas y negras. Su sentido de la moda era más
sexy de lo que debería haber sido. Vengo de una ciudad grande. Todos
los hombres de mi padre vestían muy bien. No era como si Lucky Grassi
fuera el primer hombre bien vestido que había visto.
—Tu chaqueta —dije a modo de saludo, ofreciéndola, sintiendo
una punzada de decepción cuando me la quitó.
—¿Vamos? —preguntó, ofreciéndome su brazo. No como si
fuéramos un activo y una niñera. Sino como si fuéramos solo un hombre y
una mujer. Como si estuviéramos en camino a una cita, no a una reunión
que podría tener ramificaciones importantes que impactarían el resto de 59
mi vida.
Pero muy pronto me deslicé en su auto que olía como la colonia
que se pegaba a su chaqueta, y nos pusimos en marcha.
—Ah, ¿no hay cafeterías en Navesink Bank? —pregunté cuando
íbamos cincuenta minutos de viaje, después de haber pasado dos
señales de la ciudad diferentes desde que salimos de Navesink Bank.
—Claro. Pero si fuéramos allí, no podríamos disfrutar de la vista.
—¿Qué vista? —pregunté, sin ver nada más que imponentes
edificios de estuco con balcones frontales.
—Esa —dijo, señalando hacia el parabrisas cuando salimos de un
suburbio y entramos en un puente sobre agua burbujeante.
—Ah —exhalé.
El río era encantador. Pero había visto antes ríos.
Sin embargo, ¿el océano?
Esa era la primera vez para mí.
Parecía extenderse eternamente, las olas agitadas rompiendo en
las playas de arena, la espuma blanca bailando alrededor de los bordes
del agua.
—Hermoso —dijo Lucky.
—Sí —coincidí antes de darme cuenta de que su mirada no estaba
en el océano frente a él, sino en mi perfil, observándome contemplar una
maravilla natural que probablemente había aprendido a dar por
sentada.
—Nunca he visto el océano —admití, moviéndome en mi asiento,
sintiéndome más expuesta de lo que había estado en mucho tiempo.
En mi vida, mostrar cualquier emoción genuina era peligroso.
Podría (y sería) ser usado en mi contra. Había aprendido muy joven a usar
una máscara de indiferencia en todo momento. Nunca quise que mi
padre o sus hombres supieran nada sobre mí, para recopilar información
que pudiera usarse para lastimarme en el futuro.
Y debido a que, después de la muerte de mi madre, mi padre y sus
hombres eran, en su mayor parte, las únicas personas en mi vida, era todo
lo que conocía. Guardias. Máscaras. Paredes. Cualquier cosa y todo
60
para mantenerlos fuera de mi cabeza, mi alma. Sabía que si entraban en
esos lugares, podrían volverme tan malvada como todos ellos. Y mi
madre odiaría eso por mí. Odiaría eso para mí. Así que me volví buena
protegiéndome.
Hasta que, al parecer, dejé Chicago y llegué a Navesink Bank.
Necesitaba controlarme.
El último lugar en el que necesitaba abrirme era en una reunión con
algunos mafiosos desconocidos. Sabía lo suficiente sobre los tipos de
hombres que eligen ese estilo de vida para saber que debía tener
cuidado. No me importaba lo que dijera Lucky acerca de que estos
hombres eran diferentes a los que trabajaban para mi padre. Yo tenía
que ser el juez de eso. Tenía que asegurarme de que no se aprovecharan
de mí ni me usaran de una forma en la que no me sintiera cómoda. Para
hacer eso, necesitaba estar fresca, tranquila y serena.
—¿Por qué haces eso? —preguntó Lucky en tanto yo dominaba mi
rostro en líneas indiferentes.
Mi cara de perra inexpresiva podría intimidar a los hombres desde
una milla sólida de distancia.
—¿Hacer qué? —pregunté, levantando un poco la barbilla, feliz
cuando finalmente puso el auto en marcha otra vez, llevándonos por el
largo puente. Mi estómago se tambaleó un poco a medida que nos
alejábamos de la tierra, pero no lo sabrías al mirarme a la cara. Revisé mi
reflejo en los espejos laterales solo para asegurarme.
—No importa —dijo, suspirando, mientras salía del puente,
conduciendo a lo largo de la costa que estaba en su mayor parte oculta
detrás de un alto muro de roca, probablemente destinado a proteger las
mansiones en expansión al otro lado de la calle del daño del agua si
entraba la marea.
Eventualmente, las mansiones dieron paso a un pueblo pequeño,
donde Lucky estacionó el auto y se apresuró a abrirme la puerta antes
de que yo lo hiciera.
Al salir, el aire con olor a sal flotó a mi alrededor, un olor
extrañamente relajante cuando automáticamente tomé el brazo que
Lucky me ofreció, dejándolo guiarme por la calle hacia donde vi una
línea que parecía envolver la esquina de un lado de la calle.
Mientras caminábamos, capté nuestros reflejos en las ventanas del 61
frente de la tienda. Era ridículo incluso dejar que mi mente divagara allí,
pero no pude evitar notar que nos veíamos bien juntos. Claro,
probablemente era solo el hecho de que ambos estábamos mejor
vestidos que nadie a nuestro alrededor, pero aun así.
—¿Este café vale esta fila? —pregunté, mirando más allá de las
personas frente a nosotros, intentando calcular cuántos clientes había
frente a nosotros. Había al menos veinte.
—Ya veremos.
—Espera —dije, separando mi brazo del suyo, para poder
enfrentarlo completamente—. ¿Nunca has estado aquí? —pregunté, el
hormigueo de la sospecha subiendo por mi columna.
—No —admitió, balanceándose sobre sus talones.
—Entonces, ¿por qué querías venir aquí?
—Pensé que tendríamos algo de tiempo para hablar mientras
esperamos en la fila.
—¿Hablar de qué?
—Cualquier cosa.
—Ni siquiera me conoces.
—Por eso estoy interesado en hablar contigo, para poder
conocerte.
—¿Pero por qué?
—¿Por qué no? Parece una manera decente de pasar la mañana.
¿Por qué sentarme solo en mi casa tomando una taza de café cuando
puedo disfrutar de una conversación y un café con una mujer hermosa?
—No voy a acostarme contigo. —Las palabras salieron de mí de la
nada, mi voz tan fuerte que el par de chicas frente a nosotros medio
miraron por encima del hombro y reprimieron risitas.
—Bueno, si ella no lo hace, seguro que lo haré —la mujer detrás de
nosotros, alguien que tenía que tener más de setenta años con un cuerpo
esbelto y un collar gigante de cuentas de plástico amarillo y lentes rojos
y redondos que ocupaban la mitad de su rostro.
—¡Barb! —objetó su esposo, las mejillas enrojeciéndose.
Lucky pareció divertirse con sus comentarios mientras yo sentía que
mis propias mejillas comenzaban a rivalizar con las del esposo de Barb.
62
Rara vez soltaba cosas sin pensar en ellas. La vergüenza por hablar mal
fue inesperada y me consumió por completo, haciendo que mi
estómago se revolviera, mi piel sintiera picazón e incomodidad de existir
por dentro.
—Via, no te estaba pidiendo que te acostaras conmigo —me dijo,
en voz tan baja que solo yo pude escucharlo. Lo que significaba que se
inclinó más cerca para decirlo, su cálido aliento en mi oído. Lo que solo
hizo que mi cuerpo se sintiera aún más cálido, aunque por razones
completamente diferentes.
—No fue mi intención…
—Entiendo que has tenido una vida difícil. Y tal vez los hombres que
has conocido solo querían pasar tiempo contigo si sacaban algo de eso.
Pero en realidad solo quería pasar un tiempo contigo. Eso es todo. Sin
ataduras. De hecho, creo que tengo órdenes directas de no acostarme
contigo.
Por supuesto que sí.
Fui una idiota por no pensar antes en eso.
Dios, ¿cuándo me volví tan egocéntrica, pensando que el primer
chico al azar con el que me encontraba quería acostarse conmigo?
—Via, está bien —me dijo, empujándome con la cadera—. Ahora,
¿qué tipo de brebaje vas a pedir?
—Por lo general, soy un tipo de persona que toma café simple.
—Voy por algo con tres tipos diferentes de jarabes.
En ese momento pensé que estaba bromeando, que estaba
intentando hacerme sentir cómoda si quería pedir una bebida
«femenina». Pero cuando salimos de allí, tomé un café medio con un
trago de vainilla sin azúcar. Y Lucky sostenía un café helado mezclado
con caramelo, chocolate y jarabe de vainilla. Sin mencionar las virutas
de café y caramelo, la crema batida y la llovizna extra encima.
—Vamos, sabes que quieres —dijo, inclinando la pajilla hacia mí
con una ceja levantada.
Y hacía.
Lo quería.
63
Así que me incliné hacia adelante, sellando mis labios alrededor de
la pajilla.
Y, bueno, sí, mi mirada se deslizó hacia él en el momento más
inoportuno, es decir, mientras un silencioso gemido se me escapó.
Estaba bastante segura de que no me estaba imaginando el calor
que corrió por sus ojos ante eso, dejando en claro que si bien no se le
había permitido dormir conmigo, una parte de él absolutamente quería
hacerlo. Me gustó esa información más de lo que tenía derecho.
—Eso no es café. Eso es postre —le informé, resistiendo el impulso
de tomar otro sorbo, prometiéndome que cuando todo esto estuviera
hecho, y mi vida me perteneciera en mis propios términos, me conseguiría
la más grande de esas bebidas que pudiera encontrar, y beber todo por
mí misma para celebrar.
Pasaron otros cuarenta minutos antes de que me condujeran a
través de un restaurante italiano de lujo, justo hacia una mesa en la parte
de atrás donde estaban sentados otros dos hombres.
Los conocía por la investigación que había hecho antes de planear
este viaje.
Antony, el apuesto hombre mayor.
Luca, su hijo igualmente atractivo, el heredero de su imperio.
—Lorenzo acaba de enviar un mensaje de texto para decir que ya
casi estaba aquí. Buen momento —dijo Luca—. Via, ¿verdad? —
preguntó, tomando mi mano, dándome un apretón similar al que Lucky
me había dado en Chicago.
—Sí, gracias por hacer tiempo para hablar conmigo —dije,
dándole a Antony una sonrisa mientras me acercaba la silla.
—Me ofrecería a traerte un trago, pero parece que Lucky tiene eso
cubierto —dijo Luca, mirando a Lucky con una ceja levantada.
Ni cinco minutos después, la puerta principal del restaurante se
abrió, dos hombres se movieron para flanquear el exterior mientras un
tercero se movía hacia el interior.
Alto, en forma y, de nuevo, atractivo.
Lorenzo Costa.
El Capo dei Capi.
El jefe de todos los jefes. 64
El hombre más poderoso de la mafia americana.
—¿Tu madre era una maldita modelo o algo así? —preguntó a
modo de saludo, deteniéndose en seco al verme.
—O algo así —coincidí, orgullosa de poseer siquiera una onza de
ella dentro de mí.
—Está bien. Via Fiore —dijo, desabrochándose el botón superior
para dejarse caer en la cabecera de la mesa, con las piernas estiradas—
. Hablemos.
7
Lucky
Para su crédito, no parecía intimidada en lo más mínimo al
enfrentarse al jefe más grande de nuestra organización.
Tal vez fue porque sabía que tenía todas las cartas que valía la
pena jugar.
Pero, estaba empezando a sospechar que ella era muy buena
ocultando sus verdaderos sentimientos. Podría haber estado temblando
por dentro, pero estaría condenada si dejaba que se viera algo de eso.
Algún tipo de respuesta traumática por crecer con su padre
65
abusivo y sus hombres de mierda.
Independientemente de cómo se las arregló para conseguirlo, era
una vista impresionante.
—El problema es que ahora sabe que la familia Grassi, si no yo
directamente, lo quiere muerto —dijo Lorenzo, recostándose en su silla—
. Va a ser difícil sacar esto adelante.
—No con alguien dentro —dijo Via, encogiéndose de hombros—.
Si todo lo que se necesita es que alguien deje una puerta o ventana
abierta, puedo hacerlo.
Me di cuenta en ese momento que Costa tenía más en mente que
simplemente que Via le abriera la puerta a Massimo o incluso a su hombre
Brio.
Yo tampoco era la única persona que pensaba eso.
—¿Qué no estás diciendo? —preguntó Via, su fría mirada clavada
en el rostro de Lorenzo, desafiándolo a no decirle.
Demonios, no estaba seguro de que fuera posible negarle a una
mujer como ella todo lo que quisiera.
—Obtuve algo de información sobre tu padre y algunos de sus…
tratos comerciales —dijo Lorenzo, eligiendo sus palabras con cuidado,
haciéndome preguntarme en qué diablos podría haber estado Fiore que
hubiera puesto ese tono extraño en la voz de Lorenzo. .
—¿Qué tipo de negocios? —preguntó Via—. Sé más de lo que mi
padre cree sobre su negocio. Le gusta hablar mucho de sus tratos con
sus hombres en el jardín trasero, olvidando que tengo un balcón sobre él,
o que mi cerebro femenino puede comprender sus complicados asuntos
masculinos.
—Sí, es un verdadero ganador —coincidió Lorenzo—. Mira, hemos
comenzado a sospechar que el cabrón está manejando mujeres sin tener
permiso para hacerlo.
—Por manejar mujeres —dijo Via, con el ceño fruncido—, ¿te
refieres a la prostitución o al tráfico?
—Sí —dijo Lorenzo, sacudiendo la cabeza—. Podría haber sido
persuadido de mirar hacia otro lado acerca de la prostitución si las
mujeres tuvieran la edad suficiente y no fueran tratadas como una
mierda. Aunque, seamos sinceros, con tu viejo… —dijo, recibiendo un 66
asentimiento de Via—. Pero ha habido algunos rumores sobre la cadena
de mujeres que desaparecieron en tu área posiblemente relacionadas
con el crimen organizado. ¿Y esa mierda? Eso no se sostiene. Podríamos
hacer muchas cosas turbias, pero trazo la línea allí. Tal vez tu padre y mi
padre tenían algún acuerdo enfermizo, pero eso ya terminó. Pero
necesito estar seguro. Porque necesito cerrarlo. Sacar a tu viejo no
garantiza que el tráfico, si es que existe, se detiene.
—Está bien. Entonces quieres que espíe por ti —concluyó Via,
yendo al grano.
—Sí, esencialmente —coincidió Lorenzo.
—¿Y cómo haría eso? ¿Cómo te devuelvo la información? En caso
de que no te hayan informado, mi padre me mantiene encerrada. No
puedo confiar en que mis registros telefónicos no estén siendo revisados,
o que no encontraría uno extra si lo tuviera conmigo.
—Sí, no. Quiero que te comuniques con alguien en persona —dijo
Lorenzo—. En caso de que tenga algún papeleo que puedas compartir,
alguna prueba que pueda usar para acercarme a algunas de las otras
familias. Mi esperanza es mitigar cualquier reacción violenta por haber
matado a Fiore mostrándoles lo idiota que era mientras estaba vivo.
—No estoy segura de cómo crees que voy a poder escabullirme
para reuniones en persona todo el tiempo.
—Si tu padre piensa que eres una versión anticuada de la
feminidad que tiene en mente, juega con eso. Ten una cita para la
pedicura o un masaje o un día de spa o alguna mierda. Podemos
engrasar algunas palmas allí para que digan que estás en una habitación
si alguien pregunta, mientras te ayudan a escabullirte para ir a tu reunión.
Via pensó en eso por un segundo, sus uñas moldeadas, pero sin
pintar, golpeando la superficie de la mesa antes de que su mirada
volviera a Lorenzo.
—¿Y qué gano yo con esto? —preguntó, con voz fría—. Quieres que
arriesgue mi vida para espiar por ti. ¿Qué gano yo por correr ese tipo de
riesgos con alguien tan trastornado como mi padre?
—¿Qué quieres? —preguntó Lorenzo.
—Dinero —respondió Via—. Necesitaré dinero para empezar de
nuevo. Y si quieres algo más que una puerta abierta para dejar entrar a
uno de tus sicarios, tendrás que pagarme por ello.
67
—Está bien —dijo Lorenzo, sin siquiera hacer una pausa.
Por supuesto que no se detendría.
El hombre tomaba una parte de cada asalariado debajo de él en
la jerarquía de la mafia.
Sabía a ciencia cierta que algunos de sus capitanes ganaban
millones al mes.
Lorenzo conseguía una parte de todo eso.
No tuvo que pestañear sobre la necesidad de pagarle a alguien
para que lo ayudara.
—¿Está bien? —preguntó Via, arrugando la frente—. Ni siquiera
sabes cuánto quiero.
—Está bien. ¿Cuánto quieres?
—Dos. —Nadie pidió aclaraciones. En este juego, nunca
hablábamos de miles. O incluso cientos de miles.
—Hecho —dijo Lorenzo, dejando a Via suspirar.
—Hubieras pagado más, ¿no? —preguntó.
—Nena, tienes que trabajar en tus habilidades de negociación —
dijo—. Pero para que sea justo, dos por la información. Uno por cualquier
parte que juegues en él siendo eliminado. ¿Eso parece justo?
—Sí —estuvo de acuerdo, y podría haber jurado que había alivio
en sus ojos.
No se me escapó que si hubiera estado prisionera en su propia casa
toda su vida, no podría haber tenido mucho a su nombre. Si iba a
empezar su vida de nuevo, necesitaría dinero en efectivo. Ahora, ella no
tendría ninguna preocupación por eso. ¿Y Lorenzo? Ni siquiera lo echaría
de menos.
—Genial. Viniste hasta aquí por Lucky, ¿verdad? —preguntó,
haciendo un gesto hacia mí—. ¿Con tu plan? —aclaró.
—S-sí —tartamudeó, una pequeña ruptura en su guardia de
indiferencia generalmente a prueba de balas.
—Está bien. Bueno, si Antony y Luca pueden prescindir de él, me
parece bien que él sea tu contacto, ya que probablemente te sientas
más cómoda con alguien que conoces —dijo Lorenzo, poniéndose de
pie, esperando que Via hiciera lo mismo—. Via, tráeme alguna
68
información, y serás una mujer libre en solo un par de semanas.
Con eso, colocó una mano en el hombro de Luca, luego en el mío,
estrechó la mano de Antony y se fue.
A solas, Via recogió su café. Si no hubiera estado prestando tanta
atención, me habría perdido la forma en que su mano temblaba
ligeramente cuando se la llevó a los labios.
—Lucky, ¿tienes algún plan que no te puedes perder? —preguntó
Antony, y supe que el trato estaba sellado, incluso si Luca me estaba
mirando con dureza. Habría una conferencia en mi futuro, podría
garantizarlo.
—Nah. Tengo esa cosa con mi familia mañana, pero puedo irme
entonces. Las pizzerías prácticamente pueden funcionar solas si alguien
más puede intervenir para manejar las entregas —dije, eligiendo mis
palabras con cuidado, no queriendo dar demasiado del negocio
familiar.
—Puedo hacer eso. O hacer que mi hermano pródigo lo haga —
dijo Luca—. Eventualmente, probablemente enviaremos a Massimo de
regreso contigo. Lorenzo también podría querer enviar a Brio,
dependiendo de la situación. Papá, ¿quizás a la señorita Fiore le gustaría
un recorrido por la terraza? —sugirió, haciendo que los labios de Via se
curvaran ligeramente hacia un lado, sabiendo que la estaban
ahuyentando, para que Luca pudiera hablar conmigo en privado.
—Eso sería encantador —dijo, incluso conociendo el juego,
permitiendo que Antony la tomara del brazo y la acompañara afuera.
—¿Tengo que preocuparme por esto? —preguntó Luca.
—¿De qué?
—Por favor —dijo, suspirando—. Tus ojos aún están fijos en ella.
Mierda.
Él tenía razón.
Había estado observando la forma en que su cabello bailaba
alrededor de sus hombros con el viento afuera, la forma en que Antony
se quitó la chaqueta para cubrir sus hombros. ¿Se pegaría su perfume a
él como se pegó al mío? Apenas había resistido el impulso de levantarla
hacia mi cara para respirar hondo cuando me la entregó.
—No va a ser un problema —le aseguré—. Me conoces, no me 69
involucro.
—Sí, bueno, tampoco quiero que la usen y la desprecien. Ahora es
importante para Nueva York, así que también es importante para
nosotros.
Ella era importante, punto.
La mujer merecía la oportunidad de una vida en sus propios
términos después de estar bajo el control de un monstruo durante tanto
tiempo.
—No voy a usarla. Solo creo que es interesante. Eso es todo.
—Sí, bueno, si se vuelve demasiado interesante, es posible que
deba reemplazarte en Chicago. Podría enviar antes a Massimo —dijo,
casi para sí mismo.
—Luca, no necesito una maldita niñera —dije, saliendo impune de
hablarle de esa manera porque nos criamos juntos, porque sabía que
nunca quise faltarle el respeto—. Nunca había jodido un trabajo —
agregué en un tono más tranquilo.
—Lo sé. Solo necesito que esto salga bien. Si llega un punto en el
que crees que la mierda no es tan profesional como sabes que debe ser,
llámame. Enviaré a alguien. Y no estaré enojado. Lo entenderé.
No creía que lo hiciera.
No creía que pudiera.
¿Cómo podía él, cuando yo no lo hacía?
Antes me habían atraído las mujeres, seguro. Por supuesto.
Y antes también me habían intrigado las mujeres.
Pero no estaba seguro de la última vez que había sentido ambas
cosas por una mujer.
Aun así, eso no significaba que fuera algo por lo que
comprometería una tarea importante. Podría mantener la cordura.
Incluso si todo lo relacionado con Via Fiore resultó ser una distracción.
—Tendrás que averiguar qué salón de belleza o spa cree que sería
mejor y engrasar las palmas de las manos tan pronto como llegues allí. Y
sé que la tendremos en esto, y debes mantener la cabeza mientras esté 70
allí, pero cualquier información que puedas observar desde una distancia
segura también sería útil para nosotros. Pero, de nuevo, mantén un perfil
bajo. La gente sabe quién eres. No podemos permitir que se sepa. Dedica
tanto tiempo como puedas en tu hotel.
Había estado en muchos trabajos, había hecho mucho trabajo de
reconocimiento para la organización, pero esta sería la primera vez que
tenía que depender de alguien más que no fuera yo. Iba a ser interesante
pasarle las riendas a Via y sentarme como pasajero, jugueteando con los
pulgares.
—Tenemos que preguntarle a Lorenzo el protocolo si la mierda sale
mal, si parece que Via está comprometida.
—Él no es un imbécil. Querría que la sacáramos. Tal vez esa sea una
razón más para tener más pies en el suelo en esa área más temprano que
tarde. Por si acaso.
—Sabremos más cuando esté allí, y veremos qué información Via
puede obtener de manera segura y con qué rapidez. Si parece que es
más peligroso para ella de lo que creemos, se lo haré saber y podremos
obtener más hombres allá para cuando los necesites.
—Sí, eso suena como un plan —coincidió, suspirando—. No me
gusta tener que usarla. Incluso si ella está dispuesta.
—Yo tampoco. —Especialmente porque sabía que un factor
importante para ella era el dinero que Lorenzo le estaba dando, dinero
que sabía que necesitaría para comenzar su nueva vida. Las personas
desesperadas harían cualquier cosa para salir de una mala situación.
Incluso si eso significaba arriesgar su bienestar o su vida en el proceso.
Simplemente la vigilaría de cerca, me aseguraría de que no pasara
nada malo. Y si tenía alguna sospecha, sonaba como si yo fuera el que
tenía el poder de ponerle fin.
Podría sacarla.
Entonces Massimo o Brio, o quién diablos más viniera a cometer el
asesinato real podría manejar a su padre y sus hombres.
Todo estaría bien.
Ella iba a estar bien.
Mientras mi mente se dirigía a ella, también lo hizo mi mirada.
71
Se había vuelto hacia Antony, mostrándome su perfil. Su cabello se
agitaba detrás de ella mientras escuchaba a Antony hablar. Siempre
había tenido facilidad con las palabras, absorbiéndote en su historia,
haciéndote sentir que eras parte de ella. Via parecía hábil, la diversión y
la consideración se alternaban en su rostro, por lo general tan cauteloso.
Iba a pasar mucho tiempo con ella en las próximas semanas.
Se suponía que estaríamos hablando de su padre. Y lo haríamos.
Pero, por alguna razón, me prometí a mí mismo que haría que ella
me mostrara alguna emoción genuina cuando estuviéramos juntos.
Ese deseo debería haber sido una bandera roja, haciéndome
saber que estaba pisando aguas peligrosas.
Pero incluso si hubiera visto esas banderas rojas, estaba bastante
seguro de que, de todos modos, no les habría prestado atención.
8
Via
La ansiedad vibraba contra cada centímetro de mi piel mientras
regresaba a la casa, echando un vistazo superficial a los pisos recién
renovados en tanto caminaba hacia la escalera.
Solo quería subir a mi habitación.
Quería desempacar.
Quería borrar el viaje. Y, afrontémoslo, la extraña atracción
persistente por un hombre del que no sabía casi nada. 72
Y ahora estaba atrapada con él como una especie de supervisor
mientras espiaba a mi padre y me escabullía para vender sus secretos.
Con los latidos del corazón martilleando en mi pecho, caminé de
puntillas hacia las escaleras, no queriendo llamar la atención
indebidamente con el sonido de mis tacones.
Necesitaba un par de minutos para recuperarme de verdad, para
elaborar un plan. No era lo suficientemente estúpida como para pensar
que podía ponerme un traje completamente negro y esperar hasta que
mi padre se durmiera, para poder revisar su papeleo o esconderme
debajo de su escritorio.
De hecho, iba a ser mucho más difícil de lo que quise decirle a
Lorenzo Costa obtener la información que sabía que él quería, la prueba
que necesitaba para asegurarse la lealtad de las familias anteriormente
dedicadas a mi padre.
Hice que pareciera que no era gran cosa porque sabía que
necesitaba el dinero que me estaba ofreciendo. Intenté convencerme
de que algunos artículos de bolsillo de la casa serían suficientes para
establecerme en algún lugar. Pero el hecho era que no tenía ni idea de
lo que costaba estar viva, de cómo podía seguir ganando dinero incluso
después de que se acabara el dinero del empeño.
Con la cantidad de dinero que me ofreció Lorenzo, podría montar
un negocio, algo que me permitiría ser verdaderamente libre. Libre de no
tener a nadie por encima de mí, siempre diciendo qué hacer. Pero
también, libertad para establecer mis propios horarios, algo que me
permitiría hacer las otras cosas en mi lista. Las cosas de la vida. La «Lista
de deseos» por así decirlo.
Si tuviera cuidado con el dinero, solo consiguiendo algo modesto
para vivir mientras trabajaba para construir mi propio pequeño imperio,
podría tener la vida con la que nunca me hubiera permitido soñar en el
pasado.
Ahora todo era posible.
Solo tenía que ser inteligente.
Debía tener cuidado.
No podía dejarme atrapar.
Y no podía ceder en absoluto a la atracción que surgía de cada
terminación nerviosa cada vez que pensaba en Lucky Grassi.
No iba a ser gran cosa, me aseguré a medida que subía las
73
escaleras sin ser escuchada, encerrándome en mi habitación. Me había
vuelto muy buena rechazando a los hombres, luchando contra mis
propios sentimientos. Me basaría en experiencias anteriores para
ayudarme a construir un muro más fuerte entre Lucky y yo.
Luego, una vez dicho y hecho todo esto, saldría y encontraría al
primer hombre que me atrajera, lo llevaría de vuelta a mi casa y sacaría
de mi sistema toda esta energía sexual que se había estado acumulando
dentro de mí.
Valdría la pena la espera.
Mi deseo en realidad no tenía nada que ver con Lucky, estaba
segura. Era simplemente la culminación de toda una vida negándome lo
que necesitaba. Él era quien estaba alrededor. Era atractivo. Y olía bien.
Eso era todo lo que había al respecto.
Pero si eso era todo, ¿por qué entonces no fantaseaba y me
calentaba al pensar en Luca Grassi, Massimo o Lorenzo Costa? Demonios,
¿incluso Antony Grassi? Todos eran hombres igualmente atractivos que
olían muy bien y vestían bien.
—Suficiente —murmuré para mí misma, moviéndome a mi
habitación para poner mi ropa en mi pila de tintorería, luego saltando a
la ducha.
Aproximadamente una hora más tarde, me estaba acomodando
con mi computadora portátil para explorar los posibles spas que podría
usar como tapadera para reunirme con mi contacto.
Mi contacto.
Esa era la mejor forma posible de empezar a referirme a él en mi
cabeza.
Él era mi contacto.
Nada más.
Porque lo único que importaba era acabar con este trabajo,
conseguir el dinero que me prometió Lorenzo y luego seguir con mi vida.
Eso era todo.
Ese era el punto de todo esto.
Para recuperar mi libertad, para recuperar mi vida.
74
Estaba haciendo una lista de spas en mi bloc de notas en mi
teléfono cuando sonó en mi mano y apareció un pequeño mensaje.
Lucrecia.
Era el nombre de una de nuestras amas de llaves.
Pero tenía su número en mi teléfono como Lucy, porque así le
gustaba que la llamaran. Eso era algo que mi padre no sabía,
probablemente nunca lo sabría, porque ni siquiera notaba a la ayuda a
menos que tuviera algo de qué quejarse con ellos, alguna pelusa de
polvo imaginario para informarles, dándole salida a su ira siempre
presente. Y se lo tomaban con calma porque les había estado dando un
poco de dinero extra como disculpa.
Pero Lucrecia no era Lucy en absoluto.
Era Lucky.
Claro, si los mensajes de texto se volvían demasiado específicos, si
mi padre alguna vez los revisaba, o de alguna manera conseguía una
copia impresa de mis mensajes de texto, conocería la artimaña.
Pero, me recordé, este no era un plan interminable. No era un espía
plantado en el campamento de un enemigo para recopilar información
lentamente durante meses o años.
Lorenzo dijo semanas.
Incluso si mi padre sospechara que algo andaba mal, le tomaría un
tiempo pensar en mí. Tomaría incluso más tiempo obtener mi teléfono o
una copia impresa de mis textos.
Estaba bien.
Yo estaría bien
Lucky: ¿Llegaste bien?
Yo: Hace un rato.
Ignoré el aleteo pequeño en mi estómago ante la idea de que le
importaba. Que a alguien le importaba. Porque desde que murió mi
madre, nadie lo hizo nunca.
Excepto, por supuesto, que tenía que preocuparse. Porque estaba
bajo órdenes de cuidado. Porque probablemente le estaban pagando 75
para cuidar.
No se trataba de mí.
Nunca iba a ser sobre mí.
Lucky: Bien. Iré mañana por la noche. Te avisaré cuando esté
cerca.
Yo: Está bien. Tendré una lista de lugares para ti.
Lucky: Si no tienes nada que decirme, está bien. Pero quiero verte.
Hubo ese maldito aleteo de nuevo.
Mi mente podría haber estado intentando ver la situación de
hecho, pero mi cuerpo parecía decidido a ser emocional al respecto.
Yo: Está bien. Me avisas.
Listo.
Eso era bueno e impersonal, ¿verdad?
No se podía leer nada en eso.
No revelaba nada de mi conflicto interno.
Dios, iban a ser un par de largas semanas si no podía controlarme.
Razón de más para comenzar a trabajar, para obtener la
información que necesitaban lo más rápido posible. Limitaría mi
exposición a Lucky.
Entonces todo habría terminado, y nunca lo volvería a ver.

Me puse manos a la obra un día y medio después, después de


recibir el mensaje de Lucky de que estaba en la ciudad, y le envié una
lista que había revisado casi obsesivamente, poniéndola en orden
alfabético y luego desarmándola, después ordenándolos por su
proximidad a los principales hoteles, luego, finalmente, poniendo los
malditos nombres en un orden aleatorio con sus números de teléfono y
horarios listados con ellos.
Nunca iba a llegar a ninguna parte si me metía en detalles hasta el
extremo de lo que había hecho con esa lista.
76
Razón de más por la que necesitaba empezar.
Mi padre y varios de sus hombres, incluidos sus dos guardaespaldas
más firmes, habían salido a pasar la noche.
¿Cuánto tiempo? Eso no sabía. Pero acababan de salir veinte
minutos antes. El tiempo suficiente, sentí, que si solo estuvieran haciendo
un recado rápido, ya habrían regresado, pero no tanto como para
perder mi ventana para mirar alrededor.
Con el teléfono agarrado entre dedos sudorosos, bajé las
escaleras.
No descalza, porque nunca estaba descalza, porque si alguien se
quedaba dentro de la casa, lo encontraría sospechoso, pero usando
bailarinas, algo en lo que casi nunca me atraparían.
Mi corazón latía con fuerza en mi pecho cuando mis pies
encontraron el descanso en el nivel inferior.
Necesitaba calmarme.
Si hubiera alguien cerca, inmediatamente sabrían que algo estaba
pasando conmigo si me vieran.
Esta era mi casa.
Me permitían caminar a su alrededor.
Caminaba alrededor.
No tan a menudo como lo haría la mayoría de la gente, pero la
mayoría de la gente no tenía un padre como el mío.
Siempre bajaba cuando él se iba para recoger los comestibles que
Lucy me compraba en la tienda, para poder abastecer mi cocina. De
esa manera, podría quedarme en mi piso cuando él estuviera en casa sin
pasar hambre. También manejaba los paquetes cuando llegaban y
cualquier problema con el personal.
Yo pertenecía.
Solo necesitaba calmarme y actuar como si lo hiciera, para poder
ver a quiénes había dejado como guardias y dónde estaban.
Tomando una respiración profunda, caminé casualmente a través
de la cocina, revisando la lista de compras, anotando algunas cosas en
ella al tiempo que miraba casualmente hacia atrás, viendo a Todd, uno
de los guardias menos atroces de mi padre, encorvado un poco hacia
77
adelante, pegado a su teléfono.
Todd estaba obsesionado con los juegos.
Cuando sabía que mi padre no estaba cerca, rara vez levantaba
la vista a menos que escuchara un ruido.
Si tenía suerte, solo estaría Todd en la parte de atrás y alguien más
sentado al frente. No siempre había hombres en la casa. De hecho, la
mayor parte del tiempo estaba bastante segura de que se suponía que
no debían estar en la casa, pero algunos de ellos se aprovechaban del
hecho de que normalmente estaba arriba y de que evitaba a mi padre
como la peste, así que nunca les decía nada.
Tomé la libreta conmigo en tanto caminaba por la casa, mirando
en los baños, los armarios. Si alguien estuviera mirando, pensaría que
estaba haciendo un inventario de los artículos del hogar. Puede que ni
siquiera piensen en mí entrando casualmente en la oficina de mi padre.
Una vez dentro, me acerqué a la ventana delantera, descorrí la
cortina lo suficiente para ver afuera y encontré a otro de los hombres de
mi padre. Estaba más consciente, sus ojos escaneando la calle. Pero con
suerte, se quedaría afuera.
Dejé el bloc de notas en el borde del escritorio, me moví detrás de
él, abrí el cajón superior y rebusqué entre sus papeles.
Facturas.
Encontré muchas facturas de la casa.
Tomé una foto de uno de sus extractos bancarios, en caso de que
haya algo interesante allí.
Estaba en el cajón más bajo del lado derecho cuando escuché un
portazo y voces masculinas que subían por el camino.
La adrenalina se disparó a través de mi sistema cuando cerré el
cajón.
No tendría suficiente tiempo para salir de su oficina.
Debía tener una razón para estar allí.
Mierda.
Mierda, mierda, mierda.
Guardé mi teléfono, agarré el bloc de notas, me lo metí debajo del 78
brazo y me puse el bolígrafo entre mis dientes y, como no tenía nada más
alrededor, metí la mano dentro de la lámpara de su escritorio y
desenrosqué la bombilla.
Acababa de sacarla cuando mi padre se acercó a la puerta.
—¿Qué diablos estás haciendo aquí? —gruñó, un poco menos
enojado de lo que esperaba. Pero claro, también parecía cansado, un
poco abatido. Tal vez su reunión no había ido como había planeado.
Levantando la mano, saqué el bolígrafo de mi boca.
—Me di cuenta de que nos faltan bombillas —le dije, orgullosa de
lo fuerte que sonaba mi voz. Nadie sabría que mis entrañas se sentían
como si estuvieran temblando—. Quería ver qué vatios prefieres —le dije,
mirándola y luego atornillándola de nuevo.
—Bueno, vete —dijo, agitando una mano desdeñosa.
No iba a probar su humor medio decente.
Salí corriendo de allí, dejé caer el bloc de notas en el mostrador de
la cocina para Lucy y me arrastré escaleras arriba, cerré con llave y luego
colapsé contra mi puerta.
El oficio de espía claramente no era mi fuerte.
No tenía los nervios para ello.
Pero tuve la suerte de que mis habilidades para mentir eran de
primera categoría.
Todo se equilibraría solo.
Al día siguiente, recibí un mensaje de texto de Lucky, diciéndome
que el spa estaba listo con una cita semanal permanente para mí y que
quería verme al día siguiente.
Era como una chica de secundaria a medida que me vestía para
el día, poniéndome un vestido azul oscuro que se abotonaba hasta el
frente. Recatada, pero sexy. Nada demasiado obvio. Nada que delate
el hecho de que pensé demasiado en la maldita cosa durante horas.
Fue Todd quien terminó siendo mi conductor por el día. Cuando le
dije que tenía una hora y media para sí mismo antes de que necesitara
que me recogieran, su espalda se enderezó, sus ojos brillaron,
probablemente pensando en cuántos niveles de su juego podría subir en
ese tiempo.
El hombre apenas redujo la velocidad para dejarme salir antes de 79
irse a estacionar en un café en algún lugar. Preferiblemente cerca de un
enchufe.
No pude evitar preguntarme por qué Lucky había elegido este spa
en particular en comparación con los otros que había enumerado. ¿Qué
tipo de investigación había hecho que le había ayudado a llegar a su
decisión?
Fleur’s.
Era un edificio de estuco gris oscuro ubicado entre una floristería y
una tienda de antigüedades. Las ventanas delanteras estaban
oscurecidas, al igual que la puerta, sin permitir que nadie que pasara
mirara adentro.
Tal vez eso era todo.
La preocupación por la privacidad de sus clientes.
Sin saber exactamente cómo se suponía que debía hacer esto,
seguí adelante y entré, caminando hacia lo que habría sido una sala de
espera, excepto que no había sillas ni sofás.
—Nos enorgullecemos de no dejar esperando a nuestros invitados
—dijo una voz de mujer, haciéndome girar para encontrarla sentada
detrás de una media pared.
Habló una bonita rubia con una melena contundente y grandes
ojos marrones, dándome una sonrisa de complicidad.
—Tú debes ser la señorita Fiore —dijo, revisando su libro y luego
mirándome—. Anna viene ahora mismo a buscarte —anunció, incluso
cuando una puerta zumbó y se abrió, y apareció una mujer con un
uniforme blanco.
—Señorita Fiore —me saludó Anna, una mujer menuda de cabello
negro con un leve acento. —Por favor, ven a la parte de atrás conmigo
—dijo, haciendo que me invadiera una oleada de pánico,
preguntándome si se suponía que debía decir algo, si estas personas
tenían alguna idea de que no estaba aquí para un masaje o un baño de
barro o cualquier servicio que ellos proveen.
El pasillo trasero estaba tan escasamente decorado como el frente.
—Aquí vamos —dijo Anna, llevándome a la última habitación en la
parte de atrás, abriéndome la puerta—.Tu masajista estará aquí en un
80
momento—.
Con eso, se fue, dejándome dejar mi bolso en la mesa de masaje
de aspecto muy resistente, buscando mi teléfono para enviarle un
mensaje de texto a Lucky para informarle que algo salió mal.
La puerta se abrió y mi boca comenzó a abrirse, lista para pedir un
momento.
—Debería haberte advertido sobre la trampa —dijo Lucky,
haciendo que mi cabeza se volviera rápidamente para encontrarlo
cerrando la puerta—. Me preocupaba que tu padre pudiera monitorear
tu teléfono —agregó—. Esto es un spa —me dijo—. En la forma en que
legítimamente hacen masajes y baños de lodo y tratamientos extraños
en los que te azotan con ramitas y esa mierda —dijo, sacudiendo la
cabeza—. Pero es conocido en algunos círculos como una fachada para
que los ultra ricos puedan tener aventuras.
—¿Como aquí? —pregunté, arrebatando mi bolso de la mesa de
masaje posiblemente contaminada.
—Bueno, probablemente —admitió, sonriendo ante mi reacción
exagerada. Incluso si permitían que la gente tuviera sexo en sus
habitaciones, seguramente limpiaban todo después. ¿Verdad?— Pero,
también, tienen un cómodo garaje cubierto en la parte de atrás donde
los clientes pueden escabullirse sin que nadie se dé cuenta, y luego volver
a colarse cuando terminan sus citas.
—¿Cómo lo supiste?
—Te sorprendería el tipo de mierda que puedes descubrir si sabes
dónde buscar —respondió, alcanzando el pomo de la puerta de nuevo—
. ¿Lista para salir de aquí? ¿O preferirías hacer la reunión aquí? —
preguntó, algo en su tono me decía que preferiría lo primero, pero se
conformaría con lo segundo para mi comodidad.
—Vamos —dije, acercándome a él, fingiendo no tomar una
respiración honda cuando pasé.
También seguí adelante y fingí que no sentía un chisporroteo de
calor donde su mano aterrizó en mi espalda baja.
No.
No solo un chisporroteo.
Comenzó así, pero era una llama ardiente, derritiéndose a través
de la tela de mi vestido y hundiéndose profundamente en mi piel a
81
medida que me conducía por la parte de atrás, luego al
estacionamiento, llevándome hacia un sedán negro.
—Lo siento, nena —dijo cuando intenté llegar a la puerta del lado
del pasajero—. Estás en la parte de atrás.
—Claro —accedí, notando el tinte oscuro, irracionalmente
decepcionada de no poder viajar a su lado.
Demonios, aparte del puñado de veces que me permitieron
conducir yo misma a alguna parte, nunca había podido viajar en el
asiento delantero con nadie.
No era decoroso.
Eso era lo que importaba.
Cómo se veían las cosas.
No lo que sentía por ellas.
Pero todo eso estaba terminando.
Esperemos que más pronto que tarde.
—Esa es una mirada oscura —dijo Lucky después de subir y ajustar
el espejo retrovisor—. ¿Qué pasa? Podemos volver a entrar.
—No, está bien.
—Bueno, claramente algo no está bien.
—¿Crees que soy una persona terrible por ayudar a tramar el
asesinato de mi padre? —pregunté.
Allí.
Estaba ahí fuera.
El único pensamiento inquietante que se abría paso en mi cerebro
entre los planes y el siempre presente reconocimiento de mi necesidad
insatisfecha por el toque de un hombre.
Cualquier hombre, por supuesto.
No solo Lucky Grassi.
¿Qué tipo de persona buscaba a alguien con calma y
metódicamente para matar a sus padres?
82
Claro, mi padre era abusivo.
Pero millones de otras personas tenían padres abusivos. Casi
ninguno de ellos recurre al asesinato.
¿Qué decía eso de mí? ¿Sobre mis habilidades de afrontamiento?
¿Sobre mi bondad o maldad fundamental como ser humano?
—Via —dijo, volviendo a estacionar el auto, girándose en su asiento
para mirarme—. Esta no es una situación normal. Tu padre no es un
hombre normal. Si solo fuera tu padre de mierda promedio del que
pudieras alejarte, esta sería una historia diferente. Pero no puedes irte.
Sabes que él nunca te dejaría. La única manera de alejarte de él es que
muera. No es bonito. No es algo en lo que nadie quiera pensar. Pero es la
verdad. Así que, no, no eres una persona terrible. ¿Crees que soy una
persona terrible por ayudar a llevarlo a cabo?
—No.
—Exactamente. Entonces, deja de estresarte por eso. Eres una
persona buena. Simplemente estás atrapada en una mala situación. Y la
única forma de salir de ella es hacer algo que la mayoría de la gente
nunca tendrá que hacer. Así que esas personas no pueden juzgarte por
eso. Quiero decir, de todos modos esas personas nunca lo sabrán,
entonces, que se jodan.
Eso era algo que nunca había considerado.
Iba a empezar mi nueva vida. Eventualmente, habría gente en ella.
Hablaríamos y compartiríamos cosas. Pero habría una cosa grande y
fundamental que nunca podría decirles, que nadie podría saber sobre
mí. Ni siquiera un mejor amigo, un esposo o un hijo, debería tener a alguna
de esas personas en mi vida.
Siempre habría una parte de mi pasado, y por lo tanto una parte
de mí, que estaba fuera de los límites.
—Parece que necesitas café —dijo Lucky, poniendo el auto en
reversa—. Vamos a conseguir eso, entonces podemos hablar.
—¿Cómo no pesas cuatrocientos kilos? —pregunté cuando salimos
de una cafetería y Lucky sostenía otro enorme brebaje congelado que
tenía pequeños trozos de masa para galletas.
—Suerte, supongo. ¿Quieres intentarlo? —preguntó, sosteniéndolo
hacia mí. 83
Quería.
Pero no necesitaba una repetición de la última vez.
No necesitaba volver a ver ese calor en sus ojos.
—No, gracias. ¿Vamos a tener la reunión en el auto o…?
—Mi habitación de hotel —me dijo, abriéndome la puerta del auto.
Lucky tenía el tipo de habitación de hotel que imaginabas que
conseguiría algún tipo rico de la mafia. Una con un piso alto y suficientes
metros cuadrados para hacer un apartamento cómodo. Los negros y
dorados fueron la principal elección de estilo: elegante y atemporal.
—Está bien —dijo, moviéndose para apoyarse en el borde del
escritorio mientras yo me sentaba en el sofá—. Así que…
—Obtuve una captura de pantalla de su extracto bancario —
solté—. No sé si eso será útil o no. Fue todo lo que tuve tiempo de
encontrar cuando él estaba fuera. Pero generalmente sale un par de
horas los viernes y sábados por la noche. Así que, debería poder hacer
más excavaciones entonces.
—Empezando a toda marcha, ¿eh, nena? —preguntó, poniendo
su café congelado en el escritorio, luego moviéndose hacia mí,
dejándose caer en el sofá que de repente se sintió mucho más pequeño
que cuando me senté.
—No quiero perder ninguna oportunidad. Está mucho en casa. E
incluso cuando no lo está, deja hombres estacionados alrededor. Es difícil
mirar a su alrededor sin sospechar. Ya casi me atrapan.
—¿Qué sucedió? —preguntó, la sonrisa cayendo, la preocupación
llenando sus ojos.
—Nada. Llegó a casa cuando yo estaba en su oficina.
—¿Te lastimó? —preguntó, su mirada escaneando mi cara, cuello,
brazos.
—No, estoy bien. Lo convencí de que estaba viendo de qué
potencia era su bombilla en la lámpara de su escritorio. Me he vuelto
buena mintiéndole para evitar algo de su ira.
—¿Te pone las manos encima a menudo? —preguntó, en voz baja,
y no podía decir si era incomodidad o enojo en su voz. 84
—¿Qué es a menudo? —pregunté, observándolo mientras
suspiraba—. No es tan malo. Me agarrará del brazo y me dejará
moretones al menos una o dos veces al mes…
—Via, eso es malo —me interrumpió.
—Pero solo termino realmente lastimada solo unas pocas veces al
año.
—Solo —repitió.
—Podría ser peor.
—También podría ser muchísimo mejor. ¿Puedo hacerte una
pregunta personal?
—Seguro. —Casi nadie lo hacía. Se sentía incómodo, pero
emocionante al mismo tiempo.
—¿Siempre te pegaba? ¿Incluso cuando tu mamá estaba viva?
—Sí. Pero menos entonces.
—Porque ella te protegía.
—Sí. Mi madre siempre tenía moretones o rasguños. De alguna
manera me convenció de que era torpe, que se cayó o chocó con una
puerta. Creo que, cuando era pequeña, estaba demasiado asustada
para permitirme reconocer la verdad. Luego ella se fue, y toda esa rabia
que él guardaba para ella me la transfirió a mí.
—Entonces, ¿era peor?
—No durante el año escolar —admití—. Había sido capaz de
encontrar formas de hacerme daño que no se mostraban. —Como
arrastrarme escaleras arriba por el cabello. Dolía como una madre, pero
nadie se enteraría de lo que pasó después—. Pero, en el verano, todas
las apuestas estaban canceladas.
—¿Pone sus manos en el personal? —preguntó, pero me estaba
costando procesar sus palabras porque su mano había llegado a mi
rodilla. Estaba segura de que se trataba de un gesto tranquilizador, una
señal de simpatía por una yo mucho más joven, sola en el mundo,
abandonada en una casa con un monstruo. Pero seguro como el infierno
que no se sentía casto o calmante. Ah, no. Se sentía como si su toque
estuviera quemando a través del delgado material de mi vestido. Y no
pude evitar preguntarme si me movía un poco si su mano se deslizaría
85
hacia arriba, se deslizaría más arriba de mi muslo, se acercaría al lugar
donde la necesidad comenzaba a acumularse.
—Lo he visto empujar al jardinero.
—¿Pero no el personal femenino?
—No a menudo —respondí, dándome cuenta por primera vez de
lo extraño que probablemente era. Lucy se encontraba aquí ilegalmente.
La hizo algo impotente en su posición en nuestra casa. No era como si
sintiera que podía ir a la policía con reclamos de abuso contra su
empleador. Él podría haberse salido con la suya, por horrible que fuera
siquiera pensar, poniendo sus manos sobre ella en cualquier momento
que quisiera. Pero casi nunca lo hizo.
¿Qué significaba eso?
—¿Te queda algún otro familiar?
—Mi padre tiene hermanos, pero todos son de la familia.
—Y probablemente todos sepan cómo te trató a ti y a tu madre, y
no hicieron una mierda —dijo Lucky.
—Lo más probable es que sí —estuve de acuerdo.
—¿Qué es lo primero que harás cuando estés libre? —preguntó,
haciendo que mi cabeza se sacudiera, mi mirada encontrándose con la
suya, un poco desconcertada por el repentino cambio de tema—.
Aparte de la mierda práctica como encontrar un lugar para dormir por
la noche. ¿Lo primero que harás sin pensar en las consecuencias?
No pensé que fuera el momento adecuado para admitir que
quería tener sexo sin preocupaciones con un hombre guapo. No cuando
su mano aún estaba en mi rodilla, su pulgar moviéndose distraídamente
en el interior de esta. Eso ciertamente no ayudaba al dolor entre mis
muslos que se volvía más y más difícil de ignorar con cada momento que
pasaba.
—Me gustaría ir a un restaurante elegante, comer algo
ridículamente decadente. Y emborracharme maravillosamente. Y luego
tomar una bebida helada de café.
—Me gustaría ver eso —dijo con ojos cálidos.
—Si aún estás en la ciudad, podría disfrutar más la compañía que
la soledad —admití, incapaz de mantener el contacto visual mientras lo
hacía—. He tenido mucho de eso en mi vida —agregué, con la voz en un 86
susurro.
—Dime la hora y el lugar —dijo, apretando con la mano mi rodilla y
mi muslo—. Estaré allí. Creo que hemos establecido que disfruto cualquier
actividad que implique llenar mi estómago —agregó, aligerando el aire
espeso que se había estado formando a nuestro alrededor.
—Entonces, tengo una pregunta.
—¿Sobre?
—Cómo se supone que debo probar que mi padre está traficando
mujeres —admití—. He estado pensando mucho en eso desde que estuve
rebuscando entre sus papeles. No sé qué estaría buscando
exactamente.
—Como el porno, Via, lo sabrás cuando lo veas.
—Eso no ayuda —le dije, resoplando.
—Podría haber fotos. Y algo no se sentirá bien con ellas. Cualquier
lista de nombres femeninos. O papeleo que no se lea bien, como si
estuviera codificado.
—¿Y qué? ¿Emplean descifradores de códigos en la mafia de
Nueva Jersey? —bromeé.
—Cariño, seamos realistas, si alguien tan tonto como Frank puede
crear el código, cualquiera de nosotros puede decodificarlo.
—Eso es lo suficientemente justo.
—También puede haber una lista de frases diferentes. Cosas como
«pisos de madera» y «día soleado» o «escena del crimen».
—¿Quiero saber? —pregunté, haciendo una mueca.
—Los pisos de madera significa que no tienes alfombras —explicó,
sus labios crispándose—. En los días soleados, no necesitas usar…
—Entendido —coincidí, sintiendo que mi cara empezaba a
calentarse.
—Y una escena del crimen sería cuando una mujer está en…
—Oh, Dios. Detente ahí —exigí, haciendo una mueca—. Está bien,
entonces si veo una lista de términos extraños en cualquier forma o
formato, quieres fotos de esos.
—Exactamente.
—Está bien. Eso es útil. Al menos sé lo que estoy buscando.
87
—Además, quiero cualquier ubicación. Cualquiera. Si tiene un
menú para un restaurante en un lugar extraño, tarjetas de presentación,
direcciones anotadas, cualquier cosa. Puedo hacer el trabajo preliminar
en todo eso. Solo necesito saber dónde mirar.
—Está bien. También puedo escribir una lista de sus lugares de
reunión habituales, lugares que ya conozco. En caso de que quieran verlo
o algo así.
—Eso sería útil —estuvo de acuerdo, su mano finalmente dejó mi
rodilla mientras se movía para ponerse de pie.
Seguí adelante y traté de ignorar la decepción que se apoderó de
mi sistema cuando se alejó de mí, yendo hacia el escritorio para agarrar
un bloc de notas y un bolígrafo.
Me los entregó, pero no se unió a mí en el sofá de nuevo mientras
escribía la lista.
—Bueno, eso es un alivio —dijo Lucky, escaneando mi lista de
lugares.
—¿Qué es?
—Que tienes un defecto —dijo, haciendo que frunciera el ceño.
—¿Qué?
—Tu letra, nena —dijo, lanzándome una sonrisa divertida—.
Esperaba una fuente de invitación de boda con remolinos. O tal vez
incluso letras muy pequeñas y ordenadas. Esto hace que mi letra se vea
ordenada —agregó, exagerando.
No me estaba diciendo exactamente ninguna información nueva.
Siempre había tenido esta extraña escritura híbrida que comenzaba en
forma imprenta y luego cambiaba a cursiva. Y nada de eso era claro o
del todo legible para aquellos que no me conocían.
—Mi madre solía decirme que mi mente siempre iba demasiado
rápido para que mi mano pudiera mantener el ritmo.
—Es un buen giro para darle —dijo Lucky—. Quiero decir, ¿cuál es
esta letra? —preguntó, haciendo que me levantara para moverme a su
lado, para poder mirar hacia abajo a la que estaba señalando—. Parece
un pulpo —agregó, haciendo que una carcajada brotara y estallara.
Ese sonido, inesperado para mis propios oídos, y también para los 88
de Lucky, hizo que volviera la cabeza.
Estaba más cerca de lo que me había dado cuenta.
Lo suficientemente cerca como para compartir mi aire.
Lo suficientemente cerca para ver la chispa de necesidad que
debe haber cruzado mis ojos mientras recorría mi sistema una vez más.
Su mirada sostuvo la mía.
Un segundo.
Dos.
Tres.
Y fue entonces cuando te juro que lo vi. Justo cuando la decisión
se estaba tomando en su mente.
Porque ni un respiro después, estaba tirando la libreta y el bolígrafo
hacia la cama, y sus manos se estiraban para enmarcar mi rostro un
segundo antes de que sus labios reclamaran los míos.
Hubo una chispa de necesidad primitiva al contacto que se fundió
en algo más profundo, algo más dulce, cuando mis manos se levantaron,
se movieron para descansar sobre sus brazos, mis dedos se enroscaron en
la tela de su camisa, sintiéndome desestabilizada cuando sus labios se
inclinaron otra vez sobre los míos, sacando un gemido silencioso de algún
lugar profundo dentro de mí.
Mis ojos se entreabrieron, robando una mirada culpable antes de
que las sensaciones hicieran que mis párpados se volvieran demasiado
pesados para mantenerlos abiertos.
Cada uno de nosotros salió a tomar aire por un segundo breve, y el
aroma embriagador de su colonia llenó mis fosas nasales, me hizo sentir
aún más mareada de lo que ya me sentía cuando una de sus manos se
deslizó desde mi mandíbula hasta la parte posterior de mi cuello,
aplicándome presión, tirando de mi cuerpo al ras con el suyo.
El calor se arremolinó en mi centro y se abrió camino hacia arriba,
superándome por completo cuando mis manos se deslizaron hacia
arriba, mis brazos se doblaron alrededor de la parte posterior de su cuello,
usándolo para la estabilidad mientras todo mi cuerpo hormigueaba.
La otra mano de Lucky se deslizó de mi mandíbula, sus dedos
trazaron un camino peligrosamente bajo en mis caderas antes de
envolver su brazo alrededor de mí, casi levantándome en tanto su lengua 89
trazaba la comisura de mis labios, buscando y ganando entrada. El
contacto de su lengua con la mía hizo que un escalofrío sacudiera mi
sistema cuando mis uñas cavaron medias lunas en la parte posterior de
su cuello.
El calor de su aliento, de su cuerpo, de las sensaciones con las que
estaba llenando mi sistema, pareció descongelar algo en lo más
profundo, una pequeña grieta que amenazaba con romperlo todo.
¿Qué quedaría si esa parte de mí se hubiera ido?
Fui sacada del beso por un segundo o dos como mucho. El tiempo
suficiente, al parecer, para que Lucky lo notara, lo malinterpretara.
Sus labios se separaron de los míos cuando dio un paso hacia atrás,
rompiendo todo contacto.
El frío se estrelló contra mi cuerpo sobrecalentado, haciendo que
un tipo diferente de escalofrío me atravesara en el instante que mis
párpados se abrieron para encontrar a Lucky girando hacia otro lado,
con la cabeza agachada, mientras tomaba una respiración larga y
profunda.
Si él se estaba recuperando, yo necesitaba hacer lo mismo. Me
sentía como pequeños pedazos esparcidos por todas partes. Necesitaba
reunirlos a todos y volver a ponerlos en una apariencia de orden.
No podía dejar que viera los restos.
No podía dejar que tuviera ese conocimiento íntimo. Y el poder que
venía con eso. En mi experiencia, los hombres solo usaban eso contra ti.
Cuando Lucky se dio la vuelta, me encontró sacando mi teléfono
de mi bolso, mis movimientos tranquilos y decididos, sin mostrar signos de
los temblores que sentía por dentro.
—Han pasado cincuenta y cinco minutos —anuncié, orgullosa del
tono frío de mi voz. Supongo que no me había derretido después de
todo—. El tráfico se vuelve difícil a esta hora del día. Deberíamos regresar
al spa. ¿Necesitas aclaraciones sobre alguna de esas palabras en el bloc
de notas antes de irnos? —pregunté, agitando una mano hacia donde
él la había tirado en la cama.
—Lo resolveré —dijo, me miraba, penetrante, pero encontrándose
con uno de mis escudos más fuertes, el que usaba cuando me sentía
especialmente débil, demasiado vulnerable para las miradas indiscretas.
90
—Genial. Salgamos —dije, agarrando mi café de la mesa, luego
me dirigí hacia la puerta.
Entonces eso fue lo que hicimos.
Salimos.
En completo y absoluto silencio.
No se dijo nada hasta que Lucky llamó a la puerta trasera del spa.
—Via… —dijo, con voz persuasiva, un tono que sugería que iba a
sacar el tema del beso.
Aún estaba demasiado en carne viva.
Si seguía mirándome con esos ojos dulces, sabía que iba a sentir
que mi guardia se desmoronaba. No podía permitirme eso.
Como si Dios me estuviera sonriendo en ese momento, dándome
un raro atisbo de misericordia, la puerta del spa se abrió y allí estaba
Anna.
—Señorita Fiore. Ha terminado con su terapia solar —dijo, con una
sonrisa de hospitalidad en su lugar. Se mezcló con el humor en sus ojos,
pensando que Lucky y yo nos habíamos escabullido para un rapidito.
—Así es —accedí, cuadrando los hombros.
—Avísame sobre mi próxima cita —dije, ya dándole la espalda a
Lucky.
Aún tenía media hora de sobra.
De modo que Anne me encerró de nuevo en la sala de masajes
donde caminé y me pasé la mano por el cabello durante veinte minutos
antes de volver a juntarlo todo y salir del edificio a grandes zancadas
como si nada hubiera pasado.
Pero en algún lugar muy adentro, sabía que algo había pasado.
Algo más grande de lo que debería haber permitido que
sucediera.
Algo que podría tener repercusiones que nunca podría haber
imaginado.
91
9
Lucky
—Mierda —espeté, golpeando mi puño contra el volante tan
pronto como entré.
Mierda.
No me arrepentía.
Sabía que se suponía que debía hacerlo.
Estaba bajo órdenes directas de mantener la mierda profesional.
Nunca había desobedecido a Luca antes, no así.
92
Debería haberme preocupado por eso, por lo que podría decirle
al respecto si Via de repente decidiera que quería desechar todo el
asunto.
No.
No iba a llegar a eso.
Ya me había dicho que le enviara la hora de la próxima cita.
Estaba bien.
Bueno, el trabajo lo estaba de todos modos.
Sin embargo, había estado tan malditamente fría en mi habitación.
Y en el auto. Y con su despedida.
Fue un shock después de haber estado tan cálida contra mis labios,
tan caliente que casi se sintió febril. Me había estado quemando junto
con ella.
Había pasado mucho tiempo desde que había sentido algo así. O
tal vez, si fuera honesto conmigo mismo, nunca había sentido algo así.
Un beso era un beso.
Por lo general, era solo una muestra, un preámbulo hacia algo más.
Pero besar a Via se sintió diferente.
Se sintió como un evento en sí mismo. Estaba seguro de que, si todo
lo que hubiéramos hecho fuera seguir besándonos, me habría ido
sintiéndome satisfecho, no frustrado como lo haría normalmente.
¿Qué diablos significaba eso?
—Escribe como una niña de cinco años que aún intenta averiguar
cuál es su mano dominante —dijo una voz desde el interior de mi
habitación, haciendo que mi corazón se subiera a mi garganta cuando
mi mirada se posó en el rostro desconocido.
Era alto, nervudo, con cabello negro rapado, ojos de ónix, una
mandíbula afilada y una serie de tatuajes negros y grises en el brazo y en
la garganta. Vestido con jeans, una camiseta negra y Tims, parecía listo
para hacer un poco de aritmética callejera, sin tener nada que ver con
la mafia.
Pero sabía quién era.
Brio.
93
Era uno de los capos de Lorenzo, pero todos sabíamos que en
realidad era más un ejecutor pagado con tendencias psicópatas.
Se decía que el hombre hablaba con los cuerpos después de que
estuvieran muertos.
—Quizás quieras decirle al servicio de limpieza que necesitas
reabastecer tu minibar —dijo la voz de Massimo, viniendo de mi lado.
Debería haber sabido que fue Massimo quien irrumpió.
Esperaba unos días más antes de que Antony, Luca y Lorenzo
enviaran refuerzos. Ahora me preguntaba si lo hicieron por precaución o
porque no confiaban en mí.
—Estuve fuera por media hora. ¿Cuánto daño pudieron haberle
hecho al minibar? —pregunté, pero mientras lo decía, vi los envoltorios y
las mini botellas esparcidas por todas partes.
—Tuvimos un viaje largo —dijo Massimo—. Y tenemos órdenes de
no ser vistos mucho por la ciudad.
—Podrían haber pedido servicio a la habitación.
—Ah, lo hicimos —dijo Massimo, dándome una sonrisa.
—¿Ustedes dos no tienen sus propias habitaciones? —pregunté, sin
saber si estaba molesto por su aparición o agradecido por la distracción.
—El registro está a unas horas de distancia —explicó Massimo.
—¿Los jefes tienen una razón por la que los enviaron temprano? —
pregunté.
—Las cosas se están calentando en Nueva York —dijo Massimo,
encogiéndose de hombros—. Creo que solo quieren que nos aseguremos
de que Fiore no esté avivando las llamas.
No podría haber estado tan caliente en la costa si Lorenzo y Antony
habían enviado a sus mejores asesinos aquí para ayudarme. Lo cual fue
un alivio, supongo. No quería que sucediera una mierda allí sin estar cerca
para ayudar.
Una transición pacífica del poder resultaba difícil de alcanzar en
nuestro mundo.
Demasiados hombres querían el máximo poder.
Y casi ninguno de ellos era capaz de manejarlo correctamente.
94
Lorenzo era el Capo dei Capi correcto.
Cuanto antes se dieran cuenta de eso las demás familias, mejor.
Una vez que elimináramos a Fiore, quien tomara su lugar se vería
obligado a aceptar a Lorenzo como el jefe legítimo de todos los jefes, o
sufriría el mismo destino que su predecesor.
—Oigan, saben, pensé que este lugar me resultaba familiar —dijo
Brio, medio para sí mismo, agitando una mano por la ventana hacia un
almacén al otro lado de la calle—. Colgué a alguien de las bolas al otro
lado de la calle —nos dijo—. Eso fue un pequeño error —agregó,
dándonos una pequeña mueca de culpabilidad—. Le arrancaron el
cuerpo limpiamente. Y luego se cayó y su cabeza se abrió como una
sandía por todo el piso. Tanto jodido peróxido para limpiar los rastros de
la sangre —agregó, sacudiendo la cabeza—. Buenos tiempos —
concluyó.
Y, lo que es más, lo dijo en serio.
Eso fue un gran momento para alguien tan jodidamente retorcido
como Brio.
Las historias que había escuchado sobre el hombre eran suficientes
para darle pesadillas a un criminal de toda la vida como yo.
Incluso Massimo, un asesino empedernido por derecho propio,
levantó las cejas antes de volverse hacia mí, sacudiendo la cabeza.
—Así que tuviste tu primera reunión con ella.
—Sí, aún no tenía mucho con lo que continuar. Esos son los lugares
habituales de Frank que ella conocía de improviso. Le expliqué el tipo de
mierda que estamos buscando, para que sepa qué tipo de mierda
traernos. Aún no he fijado la próxima cita. Pensé que jugaría de oído en
caso de que obtuviera antes lo que necesitábamos. Está… motivada.
—¿Ella sabe que él lo hizo? —preguntó Brio, apoyando sus pies
calzados con zapatos en el brazo del sofá desde su posición en la silla del
escritorio.
—¿Ella sabe que él hizo qué? —pregunté, confundido.
—Mató a su mamá —dijo Brio en el tipo de tono casual que sugería
que era de conocimiento común.
—¿Qué? —espeté, seguro que ella no lo sabía. Lo habría incluido
en la parte superior de sus razones para quererlo muerto cuando
apareció en mi pizzería—. ¿Cómo sabes eso? ¿Cómo lo hizo? 95
—Tuvo un accidente automovilístico —dijo Brio, encogiéndose de
hombros.
—Accidente siendo la palabra clave —dije, no muy convencido.
—Los frenos fallaron. En un automóvil de seis meses —dijo—.
También estuvo dispuesto a sacrificar a uno de sus propios hombres. Su
conductor y guardia. Hijo de puta.
Jesús.
Si eso era cierto, no estaba seguro de cómo manejaría Via esa
información. Me pregunté si era algo que debería decir en absoluto. Tal
vez era más amable dejarla creer que fue un accidente que pensar que
había perdido a la única persona que la amaba porque su padre era un
bastardo asesino.
Incluso si finalmente decidiera decir algo, primero tendría que
investigar, asegurarme de que Brio no se equivocaba.
—No la distraigas de su trabajo —dijo Massimo, leyendo mis
pensamientos—. Si ya está lo suficientemente motivada, no necesita
saber que su padre mató a su madre en este momento. Podría hacer que
cayera en picada. No podemos permitir eso.
No estaba equivocado.
El problema era que si esperaba hasta que su padre muriera,
arruinaría el comienzo de su nueva vida. Pondría una nube oscura de
dolor sobre su libertad ganada con tanto esfuerzo.
Tal vez la respuesta fuera que era más amable no decir nunca
nada. ¿Qué lograría la verdad además de traerle dolor? ¿Y no había
experimentado suficiente de eso en su vida?
—Ah, reconozco esa mirada —dijo Brio, mordiéndose el interior de
la mejilla—. Esa es la mirada que tenía mi jefe cuando encontró a su
mujer.
—No tengo una mirada —objeté—. Estaba pensando si decírselo o
no después de que todo esto terminara.
—¿Qué? —preguntó, sonriendo—. ¿Para que puedas consolarla?
¿Ser el mensajero y el héroe? Mierda, hombre, eso es un chanchullo
decente. Oye, ahí están mis gofres —dijo cuando llamaron a la puerta.
Brio y Massimo comieron al mismo tiempo que miraban una película
de acción mientras abría mi computadora portátil, investigando los 96
lugares en la lista de Via durante un par de horas antes de que Brio y
Massimo bajaran las escaleras para conseguir sus propias habitaciones.
Limpié detrás de ellos, me duché y volví a mi computadora portátil,
fingiendo investigar un poco más sobre los lugares antes de,
inevitablemente, comenzar a indagar en la muerte de la madre de Via.
No había mucho que encontrar. Solo otro accidente inesperado.
Solo la vida de otra mujer hermosa truncada demasiado temprano. Y el
guardia también, pero no pude encontrar tanta lástima por el hombre
que eligió trabajar para tal monstruo.
Sin embargo, había una foto de la madre de Via, Victoria.
Escuché a Via comentar lo hermosa que era su madre. Y era eso.
Pero, objetivamente, Via era aún más impresionante.
Ese cabrón de Fiore no se merecía ni a la madre ni a la hija. Y lo
más probable era que les quitara la vida a ambas de maneras muy
diferentes. Literalmente, con la madre de Via. Pero también se la había
quitado a Via al negarse a dejarla salir y vivir su vida en sus propios
términos como lo habría hecho cualquier otra mujer adulta hace mucho
tiempo.
La ayudaría a conseguir la vida que siempre había merecido.
Mierda.
No, yo no.
Objetivamente, estaba haciendo muy poco por ella.
Serían Massimo y Brio quienes cometieran el asesinato.
Solo era un intermediario.
Dejando escapar un suspiro, cerré mi computadora portátil de
golpe, levantándome para caminar por mi habitación durante unos
minutos, intentando entender bien toda la situación.
Lo cual no fue fácil dado el hecho de que, sin importar cuánto lo
intentara, no podía evitar que mi mente volviera a pensar en ese beso,
en lo que sabía que podría haber sido más.
Pero ella se había endurecido conmigo.
Iba a preguntar por qué, una vez que obtuve el control sobre mí
mismo. Pero luego se deslizó detrás de sus guardas, y no tuve la
oportunidad de preguntar.
Había mencionado casualmente que su padre golpeaba a los
97
hombres que le interesaban. Podía ver cómo eso podría joderle la
cabeza acerca de tener contacto físico con cualquier hombre. Tal vez
eso tuvo la culpa. Y, diablos, tenía que entender eso. No podía imaginar
el trauma por el que había pasado en su vida.
Incluso cuando se liberara, probablemente sería un largo camino
hacia cualquier cosa que se pareciera a la normalidad para ella. Estaría
saltando ante las voces fuertes y mirando alrededor de las esquinas y
teniendo que aprender a confiar en sí misma, en el mundo y
especialmente en los hombres nuevamente.
Debería haberme dado cuenta de eso antes de poner mis manos
sobre ella.
Y entonces… no lo hizo.
No tenía derecho a tocarla.
Porque mis jefes dijeron que no.
Porque ella no estaba lista para eso.
Porque no me iba a quedar.
En mi cama, mi teléfono comenzó a sonar.
No había duda de la esperanza que chisporroteaba en mis
terminaciones nerviosas cuando me dirigí a agarrarlo, sintiéndome
decepcionado cuando no era su nombre en la pantalla. Aunque no
tenía motivos para pensar que Via me llamaría.
—Hola, mamá.
—¿Qué pasa? ¿Qué pasó? —preguntó, haciendo que se me
escapara un resoplido. Debería haber sabido mejor. No podía ocultarle
secretos a mi madre.
—Nada. Estoy en un trabajo —le expliqué, esperando que lo
tomara y lo dejara pasar. Gracias a mi padre, y a la mayor parte de la
familia en su conjunto, ella entendía que había muchas cosas que no
podíamos discutir con ella. Nunca había intentado empujar.
—Hoy escuché algo interesante —dijo en tanto me movía para
dejarme caer en el sofá.
—Ah, ¿sí? ¿Qué será?
—Escuché que te vieron con una mujer muy, muy hermosa. Dos
veces —agregó, la palabra salió más dramática de lo que tenía derecho 98
a ser.
—Sí, ¿y?
—Sí, y a tu madre le gustaría saber quién es y cuándo la traerás a
mi mesa.
—Mamá, no es así.
—Ah, por favor. No soy tan vieja y desactualizada, Luck. Siempre es
así con una mujer hermosa. Especialmente cuando te ven con ella más
de una vez.
—Es… es una cosa del trabajo —expliqué.
—¿Qué cosa del trabajo? ¿Desde cuándo la familia trabaja con
mujeres? ¿Te has vuelto progresista desde la última vez que me registré?
—Sabes que no puedo hablar de eso.
—Sí, sí, sí. Entonces, esta mujer misteriosa. ¿Estás fuera de la ciudad
con ella?
—Estoy en su ciudad —aclaré. No le había dicho a mi madre a
dónde me dirigía cuando me fui, así que sentí que no estaba cruzando la
línea al darle tanto.
—¿Y la ves en su ciudad?
Cristo.
—Una vez a la semana —accedí—. Massimo y Brio también la ven.
¿Te gustaría interrogarlos sobre su relación con ella?
—Por favor —dijo, y pude verla en mi cabeza agitando una mano,
posiblemente con una espátula o una cuchara, ya que mi madre nunca
estaba lejos de su cocina. Cuando no estaba cocinando para su familia
inmediata, estaba preparando comidas congeladas para repartir a
todos los primos varones solteros que no cocinaban, o las mujeres solteras
que perseguían una carrera y no tenían tiempo para cocinar. Hacía
grandes lotes de platos de pasta para el comedor de beneficencia y el
refugio para mujeres. Hacía grandes lotes de comidas para todos los
miembros de su iglesia que tuvieran un bebé o un pariente enfermo. Ella
siempre estaba cocinando—. Esos dos.
—¿Qué pasa con esos dos? —pregunté, un poco sorprendido de
que supiera quién era Brio.
—Massimo nunca se queda en un lugar el tiempo suficiente para
ver a una mujer más de una vez. Y Brio, bueno, creo que eso es evidente.
99
—Sí, eso es justo —acepté, riéndome.
—¿Puedo saber su nombre?
—No, ahora no. Sí, después de que termine el trabajo —le dije.
—¿Es tan hermosa como escuché?
—Más —respondí. No importaba lo que hubiera oído, era más
bonita.
—¿Es agradable?
—Es… es cautelosa y tranquila. Ha sido muy lastimada.
—¿Sabes lo que suele haber detrás de esos guardias y debajo de
ese hielo? Calor como nunca —dijo mi madre, y pude escuchar una
cuchara de metal chocar con una olla varias veces, probablemente
limpiando una gran cantidad de salsa para pasta casera.
—Mamá. Esto es trabajo. Es una… relación de trabajo.
—Sabes, creo que muchas parejas se conocen en el trabajo.
—No este tipo de trabajo.
A eso, obtuve la marca registrada de mi madre «suspiro de mamá
sufrida».
—Bien, bien, bien. Estás teniendo cuidado, ¿verdad?
—Paso la mayor parte de mi tiempo en mi habitación de hotel —le
dije.
—¿Conseguiste al menos una de las habitaciones con cocina?
—No.
—Ah, Luck…
—Mamá, estoy bien. Me mantendré alimentado.
—Si vuelves a casa flaco, hablaré con el tío Ant y Luca.
Muy bien lo haría.
—Estoy a punto de ordenar —le dije.
—Bien. Come algo verde —exigió, haciéndome sonreír.
—Sí, señora.
100
—Llama a tu madre de vez en cuando, así sé que estás bien.
—Lo haré.
—Y sé amable con esa mujer. Parece que lo necesita.
—También haré eso —estuve de acuerdo.
—Bien. Eres un buen chico. Te amo.
—También te amo.
Fue bueno, en cierto modo, que pudiera aplastar ese rumor antes
de que se saliera completamente de control, antes de que mi madre
lograra hacerse ilusiones.
Porque si bien quería una esposa e hijos algún día, el tipo de familia
que mi madre me había enseñado a valorar, sabía que no debía pensar
que Via iba a estar en mi vida a largo plazo.
En un par de semanas, nunca volvería a verla.
O, ya sabes, ese era el plan.
10
Via
Cada día que pasaba sin mirar a mi alrededor me hacía sentir que
estaba fallando de alguna manera. Era ridículo. Tenía toda la semana
para recopilar información. Y nadie esperaba que pudiera obtenerlo
todo en la primera o segunda semana. Por eso habían dicho semanas,
no días.
Estaba inquieta, ansiosa.
Seguí adelante y traté de decirme que era porque estaba muy
cerca de tener lo que había deseado toda mi vida. 101
Pero, al final del día, no podía obligarme a creer eso.
Sabía por qué me sentía inquieta, como si no pudiera quedarme
quieto por mucho tiempo, como si no pudiera relajarme. Y por qué quería
obtener la información para las familias Grassi y Costa.
Lucky.
Todo volvía a él.
Estaba en mi cabeza en momentos en que no tenía por qué estar
allí. Como todas las mañanas en la ducha, mientras mis manos se
deslizaban sobre mi cuerpo, comenzaron a cobrar vida los pensamientos
de sus palmas, dedos, labios, lengua. Hasta que estuve demasiado ida
para dar marcha atrás, hasta que no tuve más remedio que deslizar mis
manos entre mis muslos, intentar aliviar un poco el dolor que se había
acumulado dentro.
Incluso si lograba escapar de él cuando dormía, se abría camino
en mis sueños, ahuyentando el descanso, haciéndome dar vueltas y
vueltas, despertándome acalorada, nerviosa y más frustrada que nunca
en mi vida.
Todo volvía a ese beso.
Si me hubiera movido cuando vi la decisión cruzar sus ojos, todo
esto podría haberse evitado, y habría podido mantener mi cabeza en el
juego.
Sin embargo, incluso a medida que pensaba eso, sabía que no era
cierto. El beso solo consolidó aún más la idea de que había química entre
nosotros, que el calor que sentía no era solo unilateral. Pero si nunca
hubiera sucedido, aún habría estado atormentando mis pensamientos,
robándome pedacitos de mi paz.
Estaba ansiosa e inquieta por obtener información para llevársela
a Lucky.
Porque quería verlo.
Aunque eso no tenía sentido.
A pesar de que me había dicho cien veces desde que me alejé de
él en el spa que iba a ser estrictamente profesional, que nuestras
reuniones nunca volverían a ser físicas.
No tenía sentido.
Mi mente era una intersección sin semáforos, todos los
102
pensamientos venían de direcciones opuestas y chocaban entre sí. Si no
aprendía a navegar con cuidado, podría perder un brazo, una pierna,
un corazón.
Ya había perdido demasiado en mi vida.
Necesitaba controlarme.
Necesitaba hacer su trabajo por ellos.
Era la noche de reunión semanal de mi padre. Él y sus capos se
reunían en la trastienda de su restaurante favorito. Me daría varias horas
de tiempo a solas para mirar alrededor.
Decidí comenzar con su dormitorio en lugar de la oficina. Pasaba
mucho tiempo en su habitación. Escuché a uno de los muchachos
chismorrear sobre cómo hizo que uno de sus vestidores (el de mi madre,
estaba segura) lo destriparan y luego lo reconstruyeran con paredes de
aleación de acero. Como podría haberlo hecho una caja fuerte. La
gente no hacía eso para guardar ropa. Había algo importante allí. Algo
que quería a prueba de fuego.
Mis nervios no estaban tan alterados como la primera noche,
sabiendo que el segundo piso casi siempre estaba vacío cuando mi
padre no estaba en casa. Especialmente por la noche cuando Lucy se
había ido hacía mucho tiempo.
Nunca entraba en la habitación de mi padre. Al menos no desde
que murió mi madre. Cuando ella estaba viva, solía ir a sentarme a los
pies de la cama mientras ella se sentaba en su tocador antiguo con su
espejo triple que siempre envidié, mirando su reflejo a medida que se
maquillaba, en tanto se peinaba el cabello largo y oscuro.
El tocador se había ido.
Esperaba eso, pero la ausencia de eso cortó más profundo de lo
que debería haber hecho dado todos los años. Supongo que siempre
deseé haberlo tomado algún día, usarlo como propio.
Pero, por supuesto, no se lo quedaría.
Él limpió toda la casa de cualquier rastro de ella a las pocas
semanas de su muerte.
Ni siquiera pude encontrar un peine cuando me había desplegado
lo suficiente de mi dolor para intentar ir en busca de recuerdos.
Nunca lo perdonaría por muchas cosas, pero eso estaba en lo más
103
alto de mi lista. Debería haber tenido más cosas de ella para recordarla.
Aparte de que faltaba el tocador, la habitación no era muy
diferente de como la recordaba. Mi padre prefería los colores oscuros,
por lo que los pisos hacían juego con los del nivel inferior. Las paredes eran
de un marrón oscuro. La colcha hacía juego. La cama tamaño King era
de un tono oscuro en la cabecera y los pies que hacían juego con las
mesitas de noche y la cómoda.
Los cojines que solían estar sobre la cama ya no estaban. Al igual
que la mullida alfombra que hacía que el suelo frío fuera más tolerable
para los pies descalzos. No había baratijas por ahí que mi madre solía
coleccionar.
Mirando hacia atrás, me sorprendió que mi padre incluso le
permitiera tenerlas cerca. Le gustaba todo limpio hasta el punto de la
esterilidad, haciendo que la casa pareciera estar perpetuamente
preparada para la venta en lugar de una casa real en la que vivía gente.
Sin embargo, su relación siempre sería un misterio para mí. Era
demasiado joven para preguntar sobre eso entonces. Y ahora, nunca
sería capaz de hacerlo.
Tomando una respiración profunda, me dirigí hacia el viejo armario
de mi madre, mi corazón se aceleró por un momento cuando me
acerqué al teclado, preguntándome si podría haber una cámara
observándome en alguna parte.
Pero no.
Nunca había escuchado a mi padre mencionar las cámaras.
Nunca lo había visto viendo ninguna reproducción de imágenes.
El hombre apenas podía entender cómo funcionaban su teléfono
y su computadora portátil. Dudaba que entendiera cómo lo hacía un
sistema de seguridad. Además, necesitar cámaras sería como admitir
que incluso existía la posibilidad de una brecha de seguridad. Sería
admitir una debilidad potencial.
Mi padre nunca permitiría que nadie pensara en él como débil.
Tomando una respiración profunda, levanté mis dedos hacia el
teclado, con la esperanza de tener razón acerca de que mi padre usó el
mismo código que usaba para el código de acceso del garaje. Nunca lo
admitiría, pero tenía una memoria terrible para pequeños detalles como
ese. Por eso el código había sido el mismo desde antes de que yo
104
naciera.
La punta de mi dedo tocó el último dígito y sentí que mi corazón
latía con fuerza antes de escuchar el pitido y el clic de la cerradura al
abrirse.
Hice una pausa por un segundo, intentando escuchar más allá de
la sangre silbando a través de mis oídos, asegurándome de no escuchar
ninguna voz antes de abrir la puerta.
No sé lo que estaba esperando.
Pero, por supuesto, lo que encontré fue dinero.
Montones y montones y montones de dinero.
Se alineaban en las paredes hasta el final en ambos lados, dos pilas
de profundidad, y se amontonaban más alto que yo.
Los hombres como mi padre, que en su mayoría obtenían su dinero
por medios ilegales, no podían exactamente guardarlo todo en un
banco. El IRS comenzaría a tener preguntas. Por no hablar de los
federales, que siempre buscaban una razón para intentar atrapar a mi
padre, a pesar de que nunca tuvieron suerte.
La curiosidad me hizo alcanzar una pila, encontrando todos los
billetes de veinte y más. Lo que significaba que había millones y millones
de dólares en este armario.
Mis pequeñas juergas de compras tontas de repente se sintieron
mucho menos impactantes ahora. No había hecho mella en su
patrimonio neto, ni siquiera cuando había hecho mi mejor esfuerzo.
Tal vez, cuando todo esto estuviera hecho, Lucky me permitiría un
viaje más de regreso a mi casa, para que pudiera buscar cualquier parte
de mi madre que pudiera estar olvidada en el garaje o en el sótano. Pero
también robar un par de montones de este dinero para dárselo a Lucy.
Ella había sido la única constante en mi vida que se preocupaba aunque
sea un poco por mí. Cuando mi mamá se fue y yo estaba enferma, ella
era la que me traía sopa y medicinas, y hacía las citas médicas. Ella se
quedaría sin trabajo por mi culpa. Si pudiera ayudarla a financiar una
vida mejor para ella, quería poder hacerlo.
Una parte de mí quería robarlo ahora mismo, pero sabía que era
demasiado arriesgado.
En cambio, me concentré más allá del dinero en efectivo, revisé las 105
cajas, encontré armas de todo tipo, identificaciones falsas y otros
documentos gubernamentales. Supongo que ese era su plan de respaldo
si descubría que la ley alguna vez vendría a por él. Tomar el efectivo y la
nueva identidad, y correr.
No se me escapó que no había identificaciones para mí.
Él correría.
Yo me quedaría atrás.
Sin nada.
—Bastardo —gruñí, guardando esa caja.
Encontré tres más con armas y municiones antes de que finalmente
encontrara algún papeleo.
La primera caja era material técnico. La escritura de la casa, su
certificado de nacimiento real, el papeleo de impuestos.
Pero la segunda hacia abajo comenzó a ponerse interesante.
Saqué mi teléfono y comencé a tomar fotos de las listas de nombres
que encontré, los números al lado de ellos.
No encontré ninguna fotografía de mujeres, ni nada codificado,
pero estaba cada vez más cerca de encontrar lo que buscaban Lucky y
su gente.
Fue justo en ese momento que escuché un silbido. Y si mi sentido
de la orientación era correcto, parecía provenir del rellano inferior.
Mi padre no silbaba.
Pero uno de sus guardias lo hacía.
Con el corazón acelerado, arrastré los papeles de vuelta a la caja
con dedos torpes, los guardé y salí corriendo del armario, cerrando la
puerta tan silenciosamente como pude.
Estaba rodeando la cama cuando una figura alta se acercó a la
puerta.
Brant había sido uno de los guardias de mi padre durante años. Si
bien no era tan viejo como mi padre, él era mayor que yo, alto, un poco
fornido sin sobrepasar su cintura.
Odiaba incluso admitirlo, pero objetivamente era un hombre
atractivo con su estructura ósea clásicamente bien parecida y cabello
106
oscuro. Tenía esta característica de nacimiento donde tenía un pequeño
parche de cabello blanco en el borde de la ceja. Tenía que haber sido
algo que había tenido toda su vida ya que ninguno de sus otros cabellos
aún había comenzado a cambiar.
Mira, odiaba admitir que Brant era atractivo porque era uno de los
guardias que me había pillado sola en el pasado, antes de que
aprendiera a ser más cuidadosa, y me agarraba el trasero, me rozaba el
pecho, me hacía comentarios lascivos que me traspasaban la piel,
dejándome con una sensación de frío y babosa.
—Bueno, ¿qué tenemos aquí? —dijo, lanzando una sonrisa
satisfecha en mi dirección—. Tú no perteneces aquí —agregó, haciendo
que mi estómago se tambaleara incluso cuando me obligué a levantar
la barbilla y a levantar los hombros.
—Esta es mi casa —le recordé—. Creo que eres tú el que no
pertenece aquí —agregué, orgullosa que mi voz no delatara el temblor
que sentía por dentro mientras él seguía acercándose.
Si me preguntan, no podría decirte qué tenía él en ese momento
que me puso nerviosa. Sin embargo, había algo depredador en su
mirada, algo amenazante en la forma en que se movía frente a mí,
posicionándose de tal manera que bloqueaba mi camino hacia la salida.
Las sirenas estallaron en mi cabeza, ahogando cualquier
pensamiento, solo logrando que más adrenalina inundara mi sistema. Mis
palmas se sentían sudorosas incluso cuando un escalofrío me recorrió.
—Ahora, me pregunto qué diría tu padre si supiera que estás aquí
cuando él no está en casa —dijo Brant, lanzando la amenaza velada.
En ese momento, supe que esto era peor que una amenaza real.
Si él simplemente dijera que se lo iba a decir a mi padre, eso era un
problema en sí mismo.
Pero algo en la forma en que lo dijo, casi dejándolo colgado,
dándome la oportunidad de rogarle que no dijera nada, me hizo pensar
que quería algo de mí.
Y no quería darle nada a un hombre como Brant, alguien que
manosearía a una mujer, la hija de su jefe, alguien a quien se suponía que
estaba protegiendo, justo en su propia casa.
—Estaba revisando su armario de suministros —le dije, intentando
107
hacer que mi voz fuera tranquila, sin afectarse, sabiendo que los
depredadores como él se excitaban con presas que parecían y sonaban
asustadas. Le daba el poder que estaba buscando.
—Sí, no —dijo, levantando las cejas mientras negaba con la
cabeza—. Esa perra de la cocina es la única que viene aquí.
La ira ahuyentó momentáneamente parte del miedo que se
estaba acumulando en mi sistema.
—Esa perra de la cocina tiene un nombre —le dije, con la voz
hirviendo en voz baja—. Lucy —agregué.
—A quién le importa —replicó—. Pero mira, me importa que estés
aquí. Donde no se supone que debes estar. Me pregunto qué podrías
estar haciendo aquí —agregó, su tono y su sugerencia me pusieron la piel
de gallina hundiéndose a través de capas de piel, nervios y músculos,
asentándose profundamente en mi médula.
—Estaba…
—Me estoy estrujando los sesos aquí, y no puedo pensar en una sola
razón por la que necesites estar aquí. No si fueras una hija buena y
honesta, es decir —me interrumpió.
No iba a rogar.
Me negaba a rogar.
Ni siquiera iba a pedirle que no dijera nada.
El orgullo podría haber sido un pecado, y podría no ser una buena
cualidad para poseer, pero lo tenía a raudales.
No rogaría.
Mi mandíbula comenzó a temblar, haciéndome apretar con fuerza
para mantenerla quieta.
—Sabes, podrías ser capaz de persuadirme para que no diga nada
—dijo, levantando el brazo, apartando el cabello de mi hombro con los
dedos.
Me tomó mucha práctica nunca mostrar mi incomodidad para no
estremecerme.
—No.
—En realidad, no parece que haya muchas opciones aquí. No
desde donde estoy parado.
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Mi estómago cayó mientras mi columna se enderezaba.
—Brant, jódete —espeté, con un tono frío, avanzando,
empujándolo en el hombro, lista para pasarlo y escapar.
Pero él no iba a dejar que me escapara.
Por supuesto que no.
—Preferiría follarte —dijo, agarrando mi brazo lo suficientemente
fuerte como para hacerme gritar antes de arrastrarme hacia atrás,
agarrando mi garganta con la otra mano solo un segundo antes de que
sus labios se estrellaran contra los míos.
La bilis brotó de mi estómago hacia sus labios húmedos y duros,
hacia su agarre inquebrantable.
Había sido muy consciente de mi propia desventaja frente a la ira
de un hombre durante casi todo el tiempo que había estado viva.
Sin embargo, este era un tipo diferente de pánico que me atravesó.
Mi padre solía poner sus manos sobre mí. Me abofeteaba y
golpeaba y me arrastraba por el cabello. Incluso se sabía que
literalmente me pateaba cuando estaba caída.
Pero nunca tuve que temer que fuera más que eso.
¿Este?
Este miedo era abrumador.
Frustrada por mi falta de respuesta, por mis labios apretados, Brant
se echó hacia atrás, con los ojos fríos, antes de retorcerse y arrojarme
sobre la cama.
Su cuerpo estaba sobre el mío antes de que tuviera la oportunidad
de tomar aire.
Su rodilla inmovilizó uno de mis muslos contra el colchón mientras su
peso se posaba sobre mí, su erección apuñalando la parte inferior de mi
estómago, haciendo que la bilis volviera a subir.
Su mano se movió entre nuestros cuerpos, cerrándose sobre mi
pecho, apretando tan fuerte que vi estrellas cuando un gemido se me
escapó.
—Ves, sabía que lo querías —murmuró, frotando su erección contra
mí.
109
Tenía que escapar.
Esto no podía pasar.
No llegué tan lejos, tan cerca de la libertad, solo para que uno de
los hombres de mi padre me hiciera esto.
Mi mente revisó cada película que había visto cuando una mujer
había sido inmovilizada, intentando averiguar cómo podía escapar.
Cuando su peso cambió para poder alcanzar debajo de mi
camiseta, cerrando sus dedos alrededor de mi pezón, había dejado
suficiente espacio para que mi pierna tuviera un poco de libertad.
Cuando todo lo demás fallaba, un rodillazo en las bolas siempre
era una buena idea, ¿verdad?
En realidad, ni siquiera me detuve a pensar en ello, solo moví mis
caderas lo suficiente para tener el espacio que necesitaba, luego
levanté mi rodilla tan rápido y tan bruscamente como pude.
El aullido de dolor fue lo suficientemente fuerte como para
hacerme saltar incluso cuando su cuerpo colapsó hacia adelante un
poco mientras Brant respiraba con dificultad.
No me detuve.
Me alejé y volé de la cama.
—Perra. Maldita perra. Pagarás por esto —gruñó incluso cuando
llegué al pasillo, cerrando la puerta.
No disminuí la velocidad.
En todo caso, mi ritmo se aceleró mientras bajaba corriendo las
escaleras, cruzaba el nivel inferior y salía disparada. El alivio me inundó
cuando no había ningún guardia posicionado en el frente, lo que
significa que no había nadie que me detuviera mientras corría por la
calle, bajando por la calle lateral más cercana para perderme de vista,
volviendo a subir cuando estaba lo suficientemente lejos para sentirse
segura.
No tenía a donde ir.
A ninguna parte excepto a Lucky.
Disminuyendo mi ritmo, intenté devolver la calma a mi sistema.
Estaba bien.
Lejos de Brant. 110
Incluso si me seguía, no era como si pudiera arrebatarme de una
calle llena de gente.
Estaba a salvo por el momento, así que necesitaba calmarme. No
necesitaba llamar la atención sobre mí.
Intenté no dejar que mi mente divagara y no presentarme en la
habitación de hotel de Lucky, mostrándole la información que había
obtenido y diciéndole que sabía dónde buscar más.
No quería pensar en tener que volver a casa, necesitar ver a Brant
de nuevo o, Dios no lo quiera, estar a solas en una casa con él otra vez.
Mi estómago dio un vuelco ante la sola idea.
Iba a estar bien. Esperaría hasta que mi padre estuviera en casa
para regresar. Puede que yo no le importe una mierda, pero no dejaría
que sus hombres me pusieran las manos encima delante de él. Solo por
el bien de las apariencias.
Llegué al hotel lo que me pareció demasiado rápido, entré como
si perteneciera allí y me dirigí a su piso.
No fue hasta que estuve de pie frente a su puerta, con la mano
levantada para tocar, que me preocupé de no ser bienvenida, o de que
esto sería incómodo, de que él podría interpretar que mi aparición
significaba algo diferente de lo que significaba.
No importaba.
Solo diría que me las arreglé para escabullirme, así que no pensé
que tenía ningún sentido quedarme con información importante hasta la
próxima reunión.
El golpe reverberó en mi brazo y en mi pecho cuando escuché un
movimiento en el interior antes de que se deslizaran las cerraduras.
Y allí estaba.
Con sus pantalones negros y una camisa de vestir negra, pero con
dos botones desabrochados.
—Via —dijo, exhalando mi nombre. Como alivio. O tal vez esa fue
mi imaginación.
—Yo, ah, tengo algo de información para mostrarte —me apresuré
a decir, mis palabras tropezaron unas con otras mientras palpaba mis
bolsillos para averiguar dónde había puesto mi teléfono—. Pensé que lo
querrías tan pronto como fuera posi…
111
Mi balbuceo fue interrumpido por el suave toque del dedo índice
torcido de Lucky mientras me levantaba la cabeza.
Cuando lo miré, encontré su mirada en mi cuello.
Cierto.
Mi cuello.
Donde Brant me había agarrado tan fuerte que mi garganta aún
se sentía un poco adolorida.
—¿Tu padre? —preguntó, su voz era un sonido suave y persuasivo.
—No —susurré, haciendo que su cabeza se sacudiera hacia atrás,
sin esperar esa respuesta.
—¿Qué? —preguntó, con la voz más aguda—. Entra —exigió,
alcanzando mi mano, lo que solo hizo que su mirada encontrara los
oscuros moretones en forma de dedo en mi muñeca—. ¿Quién hizo esto?
—preguntó mientras me empujaba adentro, haciéndome dar cuenta por
primera vez de que no estaba solo.
No.
Massimo había llegado a la ciudad.
Estaba mirando por la ventana, girando casualmente una navaja
de bolsillo en su mano.
Pero también había otro hombre en la habitación. Era tan atractivo
como los otros dos, pero estaba muy tatuado y vestía de forma más
informal que los demás.
—No es nada. No importa —le resté importancia, apartando mi
mano de la suya para alcanzar mi teléfono, sabiendo que si seguía siendo
amable conmigo, me iba a derrumbar. No tenía idea de lo que seguiría
si se permitía que eso sucediera—. Aquí, déjame encontrar las fotos que
tomé —dije, buscando a tientas mi código de acceso.
Me quitaron el teléfono de la mano y lo arrojaron sobre la cama
antes de que pudiera descifrarlo.
—Via, nena, a la mierda las fotos —dijo, con tono tenso, pero
manteniendo la calma—. ¿Quiénes te pusieron las manos encima?
—Está bien. Yo…
—Via —dijo, con la voz un poco más firme.
112
—Uno de los hombres de mi padre me atrapó en su habitación —
admití, aspirando una bocanada de aire codicioso, intentando
mantener mi tono lo menos emocional posible.
—¿Uno de los hombres de tu padre te hizo esto? —preguntó
Massimo, acercándose—. ¿Por estar en su habitación?
Apretando la mandíbula, solté la verdad.
—Pensó que como me atrapó en un lugar al que no pertenecía,
podría tomar lo que quisiera de mí a cambio de no decírselo a mi padre.
—Via —la voz de Lucky era un sonido de dolor.
—Yo… está bien. Escapé. Está bien.
—No hay nada de bien en eso —declaró el hombre nuevo. Tenía
una voz única, que de alguna manera era suave y áspera al mismo
tiempo, y hablaba más despacio, dando a las palabras un efecto más
dramático—. Parece que alguien necesita ir a hablar con él, recordarle
que no debemos poner nuestras manos sobre las mujeres.
—Brio —llamó Lucky, con voz autoritaria mientras el hombre se
dirigía a la puerta.
—¿Qué? Solo quiero tener una pequeña charla con el hombre —
dijo Brio, y había algo escalofriante en su voz y en sus ojos oscuros,
mientras decía eso.
—Saben qué —dijo Lucky—. Denme algo de tiempo con Via. Los
llamaré más tarde, ¿de acuerdo? —preguntó Lucky, algo en su voz
revelaba una orden tácita de la que no estaba al tanto.
—Sí, está bien —dijo Brio mientras él y Massimo se dirigían a la
puerta.
Lucky esperó hasta que la puerta se cerró con un clic antes de
volver a hablar.
—¿Estás bien? —preguntó.
Y, sí, eso lo hizo.
Por lo que pasó, seguro.
Pero también porque nunca nadie preguntó.
Porque nunca nadie se preocupó lo suficiente por mí como para
preguntarse si estaba bien. 113
Porque nadie me había mirado nunca de la forma en que Lucky
me miraba en ese momento.
—Ah, cariño —siseó cuando un horrendo gemido entrecortado se
me escapó, mientras mi barbilla caía para intentar ocultar las lágrimas
que brotaron y se desbordaron antes de que pudiera siquiera pensar en
mantenerlas alejadas.
Así como así, sus brazos estaban a mi alrededor, recogiéndome,
acercándome, luego abrazándome fuerte mientras las lágrimas se
negaban a disminuir. Vertí todo sobre él.
No solo por los eventos en la habitación de mi padre, sino por años,
toda una vida, en realidad, de abuso, de nunca sentirme segura, de
tener que curar mis heridas sola, de nunca tener a nadie a quien
importarle una mierda por mí y mis experiencias.
Todo estaba surgiendo y estallando hacia afuera, ahogándonos a
ambos en todo el trauma apenas reconocido, y mucho menos curado.
A través de todo esto, Lucky dijo muy poco, solo murmuró garantías
de que estaba aquí para mí, que estaba a salvo, que iba a hacer que
todo estuviera bien.
En su mayoría, sin embargo, solo me abrazó. Fuerte. Más fuerte de
lo que recordaba haber sido sostenida. Lo suficientemente fuerte como
para mantenerme unida incluso cuando parecía decidida a
desmoronarme.
No fue hasta que las lágrimas desaparecieron y los sollozos
terminaron que me di cuenta de lo que acababa de pasar. La
humillación era un rubor que me recorría el pecho, el cuello y las mejillas,
haciéndome sentir caliente e incómoda.
Nunca lloraba.
Ciertamente nunca lloré sobre un hombre antes.
Esto también fue más que un llanto recatado. Sollocé sobre el
hombre. Un hombre que estaba aquí para trabajar. Un hombre que no
quería tener nada que ver conmigo y mis camiones llenos de equipaje
emocional.
Dios.
Dios.
¿Cómo pude haber dejado que eso sucediera?
114
—Detente —exigió, dándome un apretón cuando sentí que me
ponía rígida—. Tienes permitido estar molesta —agregó.
—Contigo no —objeté, moviendo mis manos entre nosotros,
colocándolas sobre su pecho, una palma encontró la humedad de mis
lágrimas, luego empujé.
No luchó por aferrarse a mí, solo me dejó darme la vuelta y caminar
hacia el baño.
Me tomé demasiado tiempo allí, sonándome la nariz,
presionándome un paño húmedo y frío en los ojos y la cara para intentar
reducir el enrojecimiento y la hinchazón. En vano.
Con un suspiro, dejé caer la toallita en el cesto de la ropa y revisé
el daño.
Mi mirada fue primero a la prueba de mis lágrimas, la vergüenza
era un sentimiento más prominente que el miedo en el momento. Pero
cuando mi mirada se deslizó hacia abajo, encontré los oscuros moretones
en mi cuello, y pude sentir que algo de la impotencia y el miedo
regresaban. Mi mano se movió allí, cubriendo a medias la evidencia de
la ira masculina en mi piel.
Sentí que debería haber estado acostumbrada a verlo.
Pero esto se sentía diferente.
Esto era diferente.
Hubo un golpe suave en la puerta antes de que se abriera,
revelando a Lucky, su mirada en mí.
—¿Te duele la garganta? —preguntó.
—Solo un poco. No está mal.
—¿Qué pasa cuando vas a casa con moretones? —preguntó,
moviéndose hacia adentro, viniendo a pararse detrás de mí, sus dedos
trazando los moretones en mi muñeca.
—Me he vuelto buena cubriendo moretones.
Un suspiro recorrió a Lucky. Y con él parado justo detrás de mí, pude
sentir la ráfaga de su aliento en mi cuello. Apenas logré contener un
escalofrío ante la intimidad de esa sensación.
—Odio eso —me dijo, sus dedos se enroscaron suavemente
alrededor de mi muñeca.
115
—Casi ha terminado —dije, no muy segura de creerlo
completamente. Aunque los planes ya estaban en marcha. Casi parecía
inconcebible que un día cercano, todo sería diferente.
—Sí —estuvo de acuerdo, con voz suave cuando sus dedos dejaron
mi muñeca, subiendo, apartando mi mano suavemente cuando llegó a
mi cuello, las yemas de los dedos rozaron los moretones.
Una mirada oscura y escalofriante cruzó sus ojos por un segundo. Si
no hubiera estado observando su reflejo tan de cerca, me lo habría
perdido.
Tan pronto como estuvo allí, se fue, reemplazado por algo
decididamente más cálido, algo tan cálido que sentí que emanaba de
él y dentro de mí, ahuyentando el frío interior.
—Lucky…
No estaba segura de lo que iba a decir, solo que había que decir
algo.
La mano de Lucky se deslizó a un lado de mi cuello, girándome con
cuidado para mirarlo, apoyándome contra el gabinete del fregadero.
—No he sido capaz de sacarte de mi cabeza —admitió, haciendo
que los latidos de mi corazón se aceleraran en mi pecho—. Sé que se
supone que no debo hacerlo. De hecho, estoy bajo órdenes de no
hacerlo —me dijo, curvando los labios en una pequeña sonrisa—. Sentí
algo aquí —continuó, presionándose más cerca, su cuerpo
encontrándose con el mío desde la rodilla hasta el pecho—. O creo que
lo hice. Si me equivoqué…
—No lo hiciste —le dije, aunque sabía que no se suponía que debía
hacerlo, me había prometido a mí misma que iba a mantener las cosas
estrictamente profesionales de ahora en adelante. Pero, diablos, ya lo
había estropeado cuando lloré sobre él, ¿no?
—¿Estás segura? —preguntó, moviendo los dedos, deslizándose
detrás de mi cuello, jugando con mi cabello—. Te pusiste rígida conmigo
—me recordó.
—No se trataba de ti —le dije.
Sin saber completamente mi intención, mi mano se elevó a un lado
de su rostro, sintiendo su barba atrapar la palma de mi mano a medida
que mis dedos se deslizaban hacia la parte posterior de su cuello, tirando 116
de él hacia adelante, sellando mis labios con los suyos.
Su olor inundó mis fosas nasales en tanto su sabor parecía
ahuyentar todos los pensamientos, racionales y de otro tipo, fuera de mi
cabeza.
Un suspiro entrecortado escapó de Lucky cuando su mano se
apretó en la parte de atrás de mi cuello.
Dando un paso adelante, profundizó el beso, inclinando sus labios
sobre los míos mientras sus dedos comenzaban a masajear los músculos
de la parte de atrás de mi cuello.
Un gemido de objeción se me escapó cuando sus labios se
separaron de los míos. Pero antes de que pudiera darme cuenta de su
intención, sus manos se hundieron en mis caderas, elevándome y
levantándome del suelo, ubicándome en el gabinete, luego presionando
entre mis piernas para reclamar mis labios nuevamente.
Más fuerte.
Más hambriento.
Su control estaba resbalando.
Debería haber sido aterrador.
Los hombres que pierden la calma rara vez significan algo bueno
para mí.
¿Pero Lucky perdiendo el control? ¿Lucky perdiendo el control por
mi culpa? Posiblemente fuera lo más poderosa que jamás me había
sentido en mi vida, saber que podía hacer que un hombre como él se
olvidara de sí mismo, se sintiera abrumado por su necesidad de mí.
Mis manos se deslizaron hacia abajo, deslizándose por su pecho,
bajando por su estómago, sintiendo los músculos tensos a través del
delgado material de su camisa. Mis manos codiciosas se movieron hacia
abajo en sus caderas, moviéndose hacia atrás y hacia abajo,
hundiéndose en su trasero, arrastrando su cuerpo al ras del mío. Un
gemido bajo y ronco se movió a través de mí cuando su dureza presionó
donde mi necesidad palpitaba por liberación.
Un sonido bajo y retumbante escapó de Lucky cuando su lengua
se movió sobre la mía.
Salvaje con la necesidad arañando entre mis muslos, mis piernas se
levantaron, envolviéndose alrededor de su espalda baja, sosteniéndolo
con fuerza contra mí mientras mis caderas comenzaban a frotarse contra 117
él, empujándome hacia arriba.
Ese sonido se movió a través de Lucky una vez más cuando un
gemido bajo se me escapó.
Sus labios se separaron de los míos en tanto tiraba de mi agarre,
rompiendo el contacto que tanto necesitaba.
Pero luego su mano se deslizó entre nosotros, deslizándose por mi
muslo, jugueteando con la suave piel de la parte interna de mi muslo por
un segundo antes de deslizarse entre nosotros, presionando los dedos
contra la tela de mis pantalones y bragas, jugando con mi hendidura a
través del material.
Mis caderas se balancearon contra sus curiosos dedos, pero un
gruñido de frustración se me escapó cuando no tuve la fricción que tan
desesperadamente necesitaba.
—Podemos parar —dijo, dándome una salida, intentando ser
delicado conmigo después de la noche que había tenido.
—No, no podemos —objeté, observándolo mientras me lanzaba
una cálida sonrisa antes de que su mano se deslizara hacia arriba,
liberando mi botón y cremallera, y luego deslizándose dentro.
Se deslizó por debajo de la cintura de mis bragas, su dedo trazó de
arriba abajo por mi hendidura resbaladiza.
Un escalofrío me recorrió cuando la punta de su dedo encontró mi
clítoris, moviéndose a su alrededor en círculos lentos y tentadores,
llevándome hacia arriba con precisión experta mientras sus labios
reclamaban los míos.
Estaba completamente perdida en él, en ese momento.
En la firme presión de sus labios, la persuasión suave de su lengua,
la forma en que su respiración se hizo más dura y rápida junto con la mía.
El tiempo pasó, el mundo entero desapareció, dejando nada más que
nuestros latidos acelerados, nuestros dedos codiciosos, el deseo
compartido que estaba alcanzando un punto álgido.
Sintiéndolo, los dedos de Lucky se movieron de mi clítoris,
arrastrando un extraño gruñido fuera de mí que hizo que una risa se
moviera a través de él cuando sus labios dejaron los míos.
Me tomó un poco de persuasión hacer que mis párpados se
abrieran. Sin embargo, cuando lo hicieron, encontré la intensa mirada de
Lucky sobre mí mientras sus dedos se deslizaban hacia abajo,
118
presionando dentro de mí con un suave movimiento.
Ante el sonido ronco que se me escapó, los párpados de Lucky se
cerraron por un segundo mientras tomaba una respiración profunda y
tranquilizadora, buscando algo de control nuevamente.
Cuando lo encontró, su mirada sostuvo la mía de nuevo en tanto
sus dedos comenzaban a empujar dentro de mí.
No pasó mucho tiempo antes de que mis gemidos se convirtieran
en gemidos a medida que me empujaba hacia arriba.
Su pulgar se movió, comenzando a acariciar mi clítoris mientras
empujaba, dándome más contacto y más presión que antes.
No pasó mucho tiempo entonces.
Dos minutos, tres, tal vez.
Mis paredes se apretaron alrededor de sus dedos al mismo tiempo
que mis caderas trabajaban en pequeños círculos.
—Córrete para mí —exigió, la voz de alguna manera suave y
áspera al mismo tiempo.
Y así como así, lo hice.
El orgasmo golpeó a través de mi sistema con una intensidad que
me robó todo por un momento cegador. Mi visión pareció fallarme, mis
oídos se negaban a escuchar. Todo lo que había en el mundo era el
placer que fluía a través de mí.
Jadeando, un gemido se movió a través de mí cuando mi visión se
aclaró, encontrando la intensa mirada de Lucky en mí en tanto sus dedos
ordeñaban los últimos temblores dentro de mí.
Sus dedos dejaron mis pantalones mientras sus labios se sellaban
con los míos de nuevo. Pero esta vez fue más suave, más dulce.
—Vamos —demandó, dando un paso atrás, dándome espacio
para saltar hacia abajo, pero me quedé justo donde estaba, un poco
abrumada y confundida.
—¿Dónde? —pregunté.
—A la otra habitación. Podemos hablar sobre lo que encontraste.
Quizás ordene algo de comida.
¿Comida?
No quería comida.
119
Lo quería a él.
Quería más.
Lo quería todo.
Pero antes de que pudiera transmitir eso, se dio la vuelta y salió del
baño, dejándome con mi confusión y mi cuerpo sobre estimulado.
Con poco más que hacer, me deslicé del mostrador, volví a
abrocharme los pantalones y luego me giré para mirar mi reflejo. Había
una mirada entrecerrada en mis ojos, una mezcla del llanto anterior y el
alivio sobrante del orgasmo.
Mi cuerpo había obtenido la liberación que quería. ¿Por qué,
entonces, me sentía extrañamente insatisfecha, como si no hubiera
obtenido lo que necesitaba?
Lo cual no tenía sentido.
El objetivo de cualquier acto sexual era la liberación.
Sin embargo, aquí estaba yo, habiendo tenido eso, pero
sintiéndome completamente insatisfecha.
La respuesta no necesitó mucho pensamiento exactamente para
llegar a ella. No era solo el orgasmo lo que quería. Quería sentir los labios
de Lucky en mi cuello, pechos, estómago, entre mis muslos. Quería sus
manos deslizándose sobre mí, trabajando mis pezones en capullos
apretados. Quería el peso de él empujándome contra un colchón.
Quería la plenitud de él mientras se deslizaba dentro de mí. Entonces
quería construir y alcanzar el clímax juntos. Lo quería tan perdido como
yo estuve en el momento.
Simplemente… lo quería.
Y él quería hablar sobre el maldito papeleo.
Tomando una respiración profunda, aplasté mi decepción, forcé
mi rostro en suaves líneas de indiferencia, luego regresé a la suite.
Lucky ya estaba esperando con su celular y un bloc de notas.
Y, en realidad, ¿qué otra opción tenía sino transmitir mi
información?
De todos modos, para eso estábamos aquí, ¿verdad?
Así que, eso fue lo que hicimos.
120
Y cuando estuvimos seguros de que mi padre estaba en casa,
Lucky me llevó a unas cuadras de distancia y me hizo prometer que le
enviaría un mensaje de texto tan pronto como estuviera a salvo en mi
habitación.
El miedo me atravesó, corrí por la casa, casi me caigo por las
escaleras dos veces antes de entrar en mi habitación, deslicé mis
cerraduras, luego revisé hasta el último rincón y grieta del piso superior
para asegurarme de que Brant no había estado al acecho por mí.
Luego le envié un mensaje de texto a Lucky y recibí una respuesta
casi inmediata.
Lucky: Bien. Descansa un poco. Hora habitual.
Intenté no pensar demasiado en ese texto.
Intenté siendo la palabra clave.
Lo pensé demasiado hasta que ya no tenía sentido, hasta que
estaba demasiado exhausta para hacer otra cosa que no fuera
desmayarme.
Luego seguí adelante y me desperté para pensarlo demasiado al
día siguiente.
Y el día después de ese.

121
11
Lucky
—Tenemos un nombre completo —dijo Massimo mientras me abría
la puerta, moviéndose a un lado para dejarme entrar.
La rabia era un fuego que ardía a través de mi sistema.
Apenas había sido capaz de contenerlo el tiempo suficiente para
parecer tranquilo y sereno por Via cuando la dejé. Me senté allí en mi
auto, con los nudillos blancos en el volante, la preocupación
despertando cada terminación nerviosa, sin saber si ese bastardo podría
estar al acecho por ella. Pero luego me envió un mensaje de texto, 122
haciéndome saber que estaba a salvo detrás de una puerta cerrada.
Fue entonces cuando permití que la ira se liberara de los límites en
los que la había mantenido restringida.
No tenía muchos factores desencadenantes de mi ira. ¿Pero los
hombres poniendo sus manos en las mujeres? Sí, eso estaba en la parte
superior de mi lista. Era un desencadenante en general, pero nunca se
sintió tan fuerte como en ese momento. Porque mi vida no había sido
afectada por eso. Mi mamá, mis hermanas y mis primas, las mujeres a mi
alrededor estaban tan protegidas que, tuvieron la suerte de nunca tener
moretones en la piel por parte de un hombre de confianza, o incluso de
un extraño.
De hecho, verlo de cerca en una mujer que me importaba, y
simplemente no íbamos a pensar por qué me importaba, era un tipo de
ultraje completamente nuevo y diferente.
—Brant Ricci —continuó Massimo cuando cerró la puerta.
Brio estaba junto a la ventana, engañosamente tranquilo, de pie
con las piernas abiertas y las manos entrelazadas a la espalda. No
conocía bien al hombre, pero sentía que lo conocía lo suficiente como
para darme cuenta de que no había nada tranquilo y sereno en él en
ese momento. No cuando había visto la locura en sus ojos cuando él
había visto los moretones en Via.
—¿Qué más? —exigí, me dolía la mandíbula de tenerla apretada
con tanta fuerza.
—Tengo una dirección. Si ha estado trabajando toda la noche,
probablemente estará durmiendo pronto en casa.
—¿Saben qué sería divertido? —preguntó Brio, su tono
escalofriante. Volviéndose sobre su hombro, terminó con una sonrisa—: Si
despertara en llamas.
—Jesucristo —dijo Massimo, pasando una mano por su cabello.
—¿No? ¿No es suficiente? ¿Aceite de bebé por la garganta? —
preguntó Brio.
—¿Siquiera quiero preguntar? —dije.
—El aceite de bebé es un hidrocarburo —explicó Brio, como si
tuviera alguna idea de lo que podría ser. Ese era el tipo de mierda que
solo conocen los psicópatas—. Se aspira en tus pulmones. Te da
neumonía si solo es un poco. Pero, si es mucho —continuó, la jodida
123
sonrisa que tenía lo suficientemente rara como para enviarme un
escalofrío—, bloquea tus sacos alveolares. Ni el mejor médico puede
hacer nada al respecto.
—¿Por qué molestarse con eso en lugar de simplemente asfixiar a
alguien? —preguntó Massimo, como si esta fuera una conversación
totalmente normal. Supongo que, solo secretos comerciales.
—Lleva más tiempo. Es jodidamente aterrador —explicó Brio, con
esa sonrisa malvada alargándose un poco más—. Aunque, hay muchas
maneras terribles de morir —continuó—. Podría hacer una lista —agregó.
—No tenemos permiso para asesinar a nadie —razoné, ya que
nunca me había molestado la cadena de mando. Pero sabía lo que
dirían Antony, Luca y Lorenzo si llamaba. Todos estarían muertos muy
pronto. Podría activar una alarma si eliminábamos a uno de ellos tan
pronto.
—Podrías usar uno de los trucos de Fiore —sugirió Massimo—. Hacer
que parezca un accidente.
Era perfecto.
Los jefes se enfadarían si se enteraban o cuando se enteraran.
Pero ya habría pasado mucho tiempo desde entonces.
Lo peor que recibiríamos sería un regaño.
—Está bien. ¿Sugerencias? —pregunté—. ¿Sugerencias no
psicópatas? —aclaré, mirando hacia Brio.
—¿Qué? ¿No quieres romperle la cara con un martillo? ¿Por lo que
hizo?
—Créeme, lo hago. Quiero arrancarle la piel al hijo de puta. Pero
eso no puede confundirse con un accidente.
—Atrápalo en la calle, golpéale la cabeza contra el suelo, róbale
las llaves y la billetera, y espera que la policía no lo investigue demasiado,
dadas sus conexiones —ofreció Brio.
—Aun así, dejaría un posible rastro de evidencia —le recordó
Massimo—. Y testigos.
—Bien —suspiró Brio, renunciando a la idea de algo dramático y
feo.
—¿Tienen alguna sugerencia real? 124
—Cuélgalo en casa. Tienes la oportunidad de tomarte tu tiempo,
asegurarte de no dejar evidencia. Empújale algunas pastillas por la
garganta, luego, una vez que se desmaye, cuélgalo. La causa técnica
de la muerte será el ahorcamiento. Es bastante probable que ni se
molesten en investigar más allá de eso.
—Lo has hecho antes, ¿verdad? —preguntó Brio, dándole a
Massimo un asentimiento de complicidad.
—Un par de veces —accedió Massimo—. Prefiero un arma desde
la distancia, pero a veces los jefes tienen otras cosas en mente.
Esto me daría la oportunidad de ser parte de eso. Y lo necesitaba.
Para mí, era personal.
—Está bien. ¿Dónde vive? ¿Sería posible que más de uno de
nosotros entrara y saliera sin ser visto?
—Último piso de un edificio enorme —respondió Massimo—.
Podemos ponernos ropa de entrega y llevar algunas bolsas marrones.
Nadie miraría dos veces.
—De acuerdo. Pero, ¿dónde podemos encontrar ropa de entrega
a esta hora de la noche? —pregunté.
—¿Qué? ¿No viajas con ellas por si acaso? —preguntó Brio,
sonriendo.
Supongo que si mi plan era asesinar a alguien sin que nadie
descubriera que era un asesinato, tenía suerte de tener dos asesinos
profesionales para darme algunos consejos.
Una hora más tarde, Brio y yo nos pusimos ropa de reparto. Una
parte de mí dudaba si debería haber traído conmigo a Massimo, dejando
a Brio vigilando afuera. Pero todos habíamos decidido que con sus
tatuajes distintivos, sería más fácil de identificar si algo sucedía. Los ojos
de Massimo podrían haber sido distintivos, pero era de noche y no
planeaba pararse exactamente debajo de una farola.
—Hay muchas maneras de hacer daño a alguien sin dejar una
marca —dijo Brio, mientras nos dirigíamos al edificio—. Los cuerpos
humanos están plagados de puntos de presión. Apenas tienes que
presionarlos para poner de rodillas a un hombre adulto.
Era tentador.
El dolor debería ser enfrentado con dolor.
125
Alguien que usó su poder contra otra persona debería ser obligado
a soportar el mismo trato.
Pero no teníamos tiempo para joder . Y debíamos tener cuidado.
Estábamos en una ciudad ajena. Aquí no teníamos policías en nuestra
nómina. En todo caso, probablemente estaban en la de Fiore. Si nos
atrapaban y nos arrastraban, todo lo que haría falta sería darle algo de
dinero a un guardia para permitir que uno de los otros hombres de Fiore
entrara y nos matara a golpes en nuestras celdas.
No había tiempo para más dolor.
Entramos en el edificio, subimos las escaleras para evitar toparnos
con nadie y nos abrimos paso por el pasillo vacío.
Ambos nos pusimos los guantes y echamos miradas alrededor para
asegurarnos de que nadie miraba.
Brio ya estaba alcanzando su juego de ganzúas, esperando que
me ubicara de tal manera que nadie que saliera de su apartamento viera
nada más que unos repartidores.
—¿Listo? —susurró, guardando el juego cuando la puerta hizo clic,
alcanzando en su lugar una larga tira de tela. Una mordaza. Dado que
las pastillas tardarían un poco en hacer efecto. Pastillas que también
llevaba en su bolsa de viaje. En realidad, no quería detenerme y
considerar qué parte de esa bolsa inmensa era en realidad ropa, y
cuántos artículos eran usados para matar o mutilar a un hombre.
Asentí, y ni siquiera hubo una pausa antes de que él abriera la
puerta y entrara.
Cerré la puerta lo más silenciosamente posible a medida que Brio
miraba alrededor del lugar, asintiendo cuando dejó su bolso marrón en
el piso, y luego esperó a que yo hiciera lo mismo.
Habíamos revisado los diseños de los apartamentos en su sitio web,
así que caminamos lo más silenciosamente que pudimos a través del gran
apartamento, entrando en el dormitorio donde encontramos al hombre
desmayado en la cama. No se había molestado en quitarse la ropa de
calle.
En retrospectiva, Brio y yo en realidad deberíamos haber elaborado
mejor los detalles, ya que no sabía exactamente cómo se suponía que
debíamos sujetar al hombre sin dejar marcas que indicaran que se
trataba de un homicidio, no de un suicidio.
Dicho esto, Brio claramente ya lo tenía todo planeado cuando
126
entró con confianza en la habitación, encontrando una manta de
repuesto y extendiéndola sobre la cama junto al hombre dormido.
Me quedé allí por un momento largo, intentando controlar mi ira
mientras ardía en llamas una vez más.
Esas eran las manos que habían agarrado a Via, habían dejado
marcas en su piel. Ese era el cuerpo que había intentado forzarse sobre
ella.
De repente, deseé haber aceptado los planes psicópatas de Brio
en lugar de la opción más segura.
—Y acción —dijo Brio, sacándome de mis pensamientos
arremolinados a medida que aplaudía con fuerza.
Brant se levantó de un salto en la cama, desorientado, sin saber
qué lo había despertado, pero de todos modos sobresaltado.
Desafortunadamente para él, Brio era un bastardo rápido, lo
envolvió inmediatamente con la mordaza y luego lo arrojó de espalda al
suelo para hacer rodar al hombre que estaba demasiado asustado para
comenzar a pelear hasta que ya fue demasiado tarde.
Para cuando Brant entendió lo que estaba pasando, Brio ya lo
tenía en un burrito de manta y amordazado.
—Estas mantas son geniales —dijo Brio, dándole palmaditas—.
Tienen suficiente elasticidad para no dejar marcas cuando peleas, pero
lo suficientemente fuertes como para que no vayan a ninguna parte si las
aseguras bien —continuó, hurgando en su bolsillo para sacar unos alfileres
de seguridad de aspecto resistente—. Entonces, crees que está bien
tocar a las chicas sin su consentimiento, ¿eh? —preguntó Brio,
chasqueando la lengua.
Brant estaba gritando contra su mordaza, pero el sonido apenas
llegaba a unos pocos centímetros hacia mí.
—Jefe, ¿quieres ir por un poco de agua? —preguntó—. Las píldoras
bajarán más fácilmente.
Sintiéndome bastante inútil, fui al baño a buscar agua.
—¿Cómo no va a gritar cuando hagamos esto? —pregunté
mientras Brio terminaba de asegurar la manta, sonriéndole a Brant a
medida que se retorcía.
127
—¿Qué? ¿Tu mamá nunca tuvo que obligarte a tomar
medicamentos cuando eras niño? —preguntó mientras sacudía un
puñado pequeño de somníferos en mi mano, luego se inclinó sobre Brant,
apretando sus fosas nasales—. Vamos, ven aquí. Dale un par de segundos
más. Muy bien. Ahora —dijo, usando su mano libre para quitarle la
mordaza.
Sin tener ningún reparo en lo que estaba haciendo porque
fundamentalmente creía que los depredadores sexuales de cualquier
tipo nunca podrían ser redimidos, me acerqué cuando Brant abrió la
boca para jadear y dejé caer las pastillas con un chorro de agua.
—Ahora la mordaza —instruyó Brio, dejándome tantear por un
segundo antes de soltar la nariz de Brant—. Hombre, necesita más que
eso. Dale un segundo y vamos de nuevo. Da miedo, ¿eh, hombrecito? —
preguntó, dirigiéndose a Brant—. Sentirse impotente. ¿A cuántas mujeres
haces sentir de esa manera, eh? ¿Cinco? ¿Diez? ¿Veinte? Los hijos de
puta como tú nunca lo hacen solo una vez. Pero, te diré esto, eso que
hiciste a esa mujer preciosa fue tu última vez —dijo, agarrando su nariz
una vez más.
Esta vez, Brant intentó luchar, intentó gritar cuando la mordaza
cayó, pero también necesitaba tomar aire. Al momento en que hizo eso,
las píldoras estuvieron adentro y la mordaza ya estaba volviendo a su sitio.
—Ahí lo tienes. Bien. Tenemos unos buenos veinte minutos antes de
que empiece a marearse. ¿Estás seguro de que no quieres jugar? —
preguntó Brio, con una sonrisa malvada—. Quiero decir, mira lo divertido
que es esto —continuó, clavando un dedo en el área entre el hombro y
la clavícula de Brant, haciendo que el cuerpo del hombre se sacudiera—
. Quiero decir, es mucho más divertido cuando los escuchas chillar, pero
saber que están sufriendo es agradable.
—Seré quien se encargue de la soga —le dije—. Eso será suficiente
para mí.
—Está bien, está bien, como quieras —dijo Brio, alejándose de
Brant—. Solo me parece un desperdicio.
—Cuanto menos contacto tengamos con él, mejor —razoné.
—Entiendo. Entiendo. No puedo ser demasiado codicioso.
Hablando de codicioso, ¿ves este lugar? —preguntó Brio, mirando
alrededor—. Los guardaespaldas de Fiore hacen dinero.
128
Admito que me costaba mantener una conversación normal
mientras teníamos a un hombre retorciéndose como un pez fuera del
agua frente a nosotros.
Supongo que esa era la diferencia entre las personas como yo, que
torturaban o mataban a propósito, porque tenía órdenes, porque
necesitábamos información, o alguien nos había jodido, y alguien como
Brio. Él era una raza totalmente diferente. Hacía la mierda más fea que
venía con nuestro negocio porque lo necesitaba. Brio lo hacía porque lo
disfrutaba. Le encantaba dolor que infligía; disfrutaba encontrando
formas nuevas de lastimar a la gente.
Supongo que si el mundo debía tener gente como Brio, era bueno
que trabajara para personas que solo lastiman a otras personas malas.
—Hm, ya está disminuyendo la velocidad. Jefe, ¿vas a preparar la
soga? —preguntó Brio, sacándome de mis pensamientos, haciéndome ir
por la bolsa marrón que había traído, encontrando la cuerda—. ¿Alguna
vez has atado la soga de un verdugo?
—No puedo decir que sí.
—Yo sí, así que, haces una especie de ocho así, luego lo envuelves
de esta manera. Después alrededor de esta forma seis veces —me dijo,
demostrándolo—. Entonces, metes este extremo a través del lazo
pequeño para crear un nudo, tiras de él con fuerza, y estás listo. Ven,
inténtalo —dijo, deshaciéndolo todo, y luego entregándome la cuerda.
Solo el maldito Brio usaría un momento como este como una
oportunidad de enseñanza.
—Entonces, ¿qué, aprendes esto sobre la marcha? —pregunté
siguiendo sus instrucciones.
—No, hombre. Estaba en los exploradores.
—Me estás jodiendo.
—Nah. También sé disparar una flecha, tejer una cesta y esas
mierdas —me dijo, sus labios curvándose—. Ahí tienes. Eso aguantará.
—Entonces, ¿dónde colgamos esto? ¿Del ventilador de techo? —
pregunté.
—No siempre aguanta. Lugares como este, se ven muy bien, pero
por lo general es todo superficial. No se puede ni colgar un cuadro, las
129
paredes son muy delgadas. Creo que iremos con la puerta.
—¿La puerta? ¿Cómo diablos funciona eso? Estaría en el suelo.
—Sí, hombre. El sesenta por ciento de los ahorcamientos tienen los
pies en el suelo. Eso hace que la cosa de la silla cayendo debajo de ti
solo pase en las películas y la televisión. En realidad, atas un extremo a la
perilla exterior, la arrojas sobre el puerta, luego rodeas tu cabeza. Todo lo
que tienes que hacer es inclinarte.
—Está bien. Si tú lo dices —accedí, asintiendo.
—Creo que se ve bastante aturdido ahora —decidió Brio un par de
minutos más tarde, después de rebuscar casualmente en la colección de
discos del hombre, arrojando opiniones del personaje basadas en lo que
encontró allí.
Sinatra. Mierda típica de pandilleros.
Tuvo opiniones negativas similares sobre el resto de ellos, pero tuvo
que admitir a regañadientes que Prince era la «bomba».
—Encárgate de la soga, y me encargaré de arrastrarlo —ofreció
Brio, moviéndose hacia la cama.
Sin nada más que hacer, continué y seguí las instrucciones que me
había dado, esperando a que Brio llevara a Brant casi inerte hacia la
puerta, colocándolo ahí.
—Querías encargarte de esto —me recordó Brio cuando hacía una
pausa.
Había matado antes.
Volvería a matar.
Pero esto se sentía más a sangre fría que en el pasado.
—Oye, la misericordia existe para aquellos que se la mostrarían a
los demás —explicó Brio—. ¿Crees que se la habría mostrado a tu chica?
¿Crees que si ella no hubiera tenido suerte de escapar, él habría
escuchado sus gritos para detenerse? —presionó—. Él no le habría
mostrado ninguna maldita misericordia. Tampoco le debes nada.
Tenía razón.
Y el simple hecho de ver la imagen de Via, sola, sin nadie que la
protegiera de un monstruo que se suponía que estaba allí para
mantenerla a salvo, fue suficiente para que mi sangre comenzara a hervir
130
de nuevo a medida que deslizaba la soga sobre la cabeza del hombre.
—Nah, así —dijo Brio, ajustándola—. Hombre, todo se trata de los
ángulos cuando organizas un suicidio —agregó—. Y ahora esperamos.
—Podríamos irnos.
—No, tenemos que esperar. Asegurarnos de que esté hecho. —No
estaba seguro de creer eso. Una parte de mí creía que solo quería ver
morir al hombre—. Muchos ahorcamientos no matan. Solo cortan el
oxígeno el tiempo suficiente para ponerlos en coma de por vida. Ve a
buscar el frasco de píldoras. Vamos a ponerles sus huellas —exigió Brio
mientras comenzaba a desabrochar la manta alrededor de Brant—. Está
bien. Ponlas en la mesita de noche. Déjelo abierto. Ahora trae el vaso
para las huellas —dijo Brio, y observé a medida que envolvía la mano del
moribundo alrededor del vidrio para dejar las huellas correctamente.
—¿Qué estás haciendo? —pregunté cuando la respiración de
Brant finalmente se detuvo, y Brio se acercó al tocadiscos.
—Poniendo esta mierda triste —respondió Brio, sosteniendo un
disco de Johnny Cash con la canción Hurt—. Ya sabes, conseguir el
escenario perfecto, así la policía no tendrá motivos para investigarlo.
—¿Estamos listo? —pregunté mientras reuníamos lo que quedaba
de nuestros suministros, volviendo a meterlos en nuestras bolsas y saliendo
de la habitación.
—Creo que sí —dijo Brio, comprobando el pulso de Brant—. Por el
bien del karma, espero que haya un infierno —dijo, hablando con el
cadáver—. Y espero que lo pases con un atizador caliente en el culo por
la eternidad —terminó, dándole una palmadita en la mejilla a Brant y
luego siguiéndome—. ¿Cuánto tiempo crees que pasará hasta que
alguien extrañe su culo miserable?
—No lo sé. No sabemos lo suficiente sobre Fiore para saber cuán
importantes son cada uno de sus hombres.
—Bueno, esto de todos modos no es un mal movimiento. Es un hijo
de puta menos que no tendremos que eliminar cuando derrotemos a
Fiore —dijo Brio mientras nos dirigíamos al pasillo.
A partir de ahí, condujimos, arrojando los uniformes, guantes y
suministros en varios contenedores de basura por toda la ciudad antes
de regresar a la habitación del hotel.
Donde nos sentamos.
131
Y esperamos a que encontraran los restos.
12
Via
El rugido de mi padre me hizo detenerme con el pie en el tercer
escalón contando desde abajo, sin saber qué tipo de enojo tenía, si era
probable que de alguna manera terminara sobre mí.
Habían pasado dos días desde el incidente con Brant, desde que
corrí hacia Lucky, desde que dejé que las cosas empezaran a progresar
con él.
Se suponía que íbamos a reunirnos esa tarde después de que se
presumiera que mi padre estuviera fuera de la casa. 132
Pasé la mañana conteniendo la respiración, paranoica de que el
guardia con el que me dejaría de nuevo sería Brant. Por eso tenía un
cuchillo de cocina metido en la manga del jersey que llevaba encima
del vestido carmesí.
Se estaba haciendo tarde.
Mi padre debería haber estado saliendo, o ya se habría ido.
Pero estaba en casa.
Incluso mientras pensaba eso, algo voló a través de su estudio y se
estrelló contra la pared, haciéndome retroceder otro escalón.
Esto no era bueno.
—¡Mierda! —gritó, saliendo de su oficina hacia el pasillo—. ¿Cómo
carajo pudo pasar esto? —preguntó a nadie en particular, pero pude ver
los hombros de uno de sus guardias encogerse de hombros—. ¿Sabías
que estaba deprimido? —preguntó, volviéndose hacia el hombre que
había visto encogerse de hombros, señalándolo con un dedo carnoso.
—Ni idea. Pero no lo veía mucho —declaró Hank, un guardia más
nuevo que solo había visto durante los últimos meses.
¿Quién estaba deprimido?
¿Y por qué le importaría a mi padre si alguien lo estaba?
Por lo general, solo le importaba un carajo él mismo.
—¡Maldita sea! Él fue quien me puso en contacto con esa perra de
Justine. Ahora se niega a hablarme —divagó mi padre para sí mismo,
paseando por el pasillo—. ¿Cómo se supone que voy a conseguir que las
chicas no…? —se calló, pero ya había dicho demasiado.
Quienquiera que sea este tipo deprimido era su conexión con una
mujer llamada Justine. Y Justine era alguien que les conseguía chicas. Al
menos eso era lo que pensé que estaba captando. Le diría a Lucky. Él
podría investigar desde allí.
—¿Quién carajo se suicida cuando está ganando la cantidad de
dinero que estaba haciendo ese puto bastardo? —exigió mi padre.
Hm.
Entonces, una de sus conexiones estaba muerta.
Esa era más información para Lucky, si alguna vez podía salir de la 133
casa para encontrarme con él.
—¿Su familia nos contactó? —preguntó mi padre, moviéndose más
abajo en el pasillo.
—Brant no tenía familia —le respondieron.
Brant.
¿Brant?
¿Brant era su conexión con Justine, que era la proveedora de
chicas?
¿Brant tenía depresión?
¿Brant se suicidó?
No.
Incluso cuando las palabras intentaron conectarse en mi cabeza,
supe que no era cierto. No era posible.
No se suicidó.
Alguien lo había matado, y lo había preparado para que pareciera
un suicidio.
Solo había una persona que podría haber hecho eso.
Lucky.
Mi estómago dio un vuelco incluso cuando mi corazón aleteó en
mi pecho.
Lucky mató a Brant.
Lucky mató a Brant por lo que me había hecho.
La realidad de eso fue difícil de entender. Cada vez que un
pensamiento racional intentó abrirse paso, fue ahuyentado por una
docena de pensamientos que no pertenecían allí, en los que no podía
permitirme pensar. Porque si lo hacía, dejaría que me dieran algo mucho
más peligroso que todo lo que había soportado en las paredes de esta
casa. Me darían esperanza.
—Jefe, llegamos tarde a la reunión —le recordó Hank suavemente
a mi padre mientras comenzaba a caminar de nuevo de un lado a otro.
—Maldita sea —siseó mi padre, agarrando algo más y arrojándolo
al otro lado del pasillo. Cualquier cosa que fuera terminó destrozado,
pude escuchar los fragmentos dispersándose—. Randy, haz que esa
134
perra limpie todo esto —exigió mi padre, saliendo furioso por la puerta
principal.
—Ya puedes salir —dijo Randy un momento después, haciendo que
mi pulso se acelerara—. Se ha ido —agregó.
Rara vez tuve la oportunidad de interactuar con Randy. Era uno de
los capos de mi padre, no un guardia, de modo que solo estaba presente
cuando había reuniones para hablar de negocios. Solo lo había visto un
puñado de veces. Y estaba bastante segura de que solo lo había oído
saludarme una vez antes.
El miedo se enroscó en mi estómago, sabiendo que no podía
simplemente volver corriendo a mi habitación, que insultar a un capo
sería peligroso incluso si atrapaba a mi padre en un buen día. Este
claramente no era un buen día.
Bajé las escaleras restantes, tomando una respiración profunda,
quedándome en el lado que me pondría más cerca de la puerta en caso
de que tuviera que salir corriendo.
—Ahí estás —dijo Randy, exhalando un suspiro profundo. Fue un
sonido sufrido. Como si probablemente encontrara la ira de mi padre tan
aburrida como yo.
Randy era un hombre mayor bien parecido. Lo pondría en sus
cuarenta y tantos años, con cabello oscuro salpicado de canas, y uno
de esos rostros bien formados que solo se vuelven más atractivos con la
edad.
—Entonces, ¿eres «esa perra» o es la pobre mujer en la cocina que
ya está intentando limpiar el café que cayó por todas partes cuando
arrojó su taza con las noticias?
—Para mi padre todas somos unas perras —admití, comprendiendo
mi error cuando las palabras salieron de mis labios.
Pero los labios de Randy se curvaron ligeramente hacia arriba en
un extremo.
—Sí, imagino que es cierto. ¿Via, vas a alguna parte? —preguntó,
pareciendo casualmente curioso, no demasiado de una manera que
pudiera ponerme nerviosa.
—Tengo una cita permanente en el spa —respondí.
—Ah, ¿sí? ¿Tienen algún tratamiento para ayudar a sanar esos
moretones? —preguntó, haciendo que mi mano volara a mi garganta. 135
Revisé una y otra vez en el espejo que el maquillaje hubiera hecho un
buen trabajo cubriéndolos—. ¿Tu padre? —preguntó, su voz un poco
oscura.
—No —contesté, levantando la barbilla.
—¿Quién más se atrevería a ponerte las manos encima? —
preguntó Randy, frunciendo el ceño, más molesto de lo que estaría mi
propio padre si supiera.
¿Le decía?
¿Era demasiado arriesgado?
—¿Importa?
—Todo eso de «a los mafiosos no se les pone las manos encima»
también se aplica a sus hijos, así que, sí, ángel, es importante.
—A mi padre no le importaría —comenté, encogiéndome de
hombros.
—Lo cual es una forma cuidadosa de decir que fue uno de sus
hombres —adivinó Randy—. ¿Quién?
—Randy, eso no…
—No me digas que no importa —me interrumpió—. Dame un
nombre.
—Brant —admití.
—Bueno, mierda —dijo, suspirando—. Ahora no puedo hacer nada
al respecto ahora, ¿verdad? —preguntó, sonando genuinamente
decepcionado.
¿De verdad habría hecho algo? ¿Por mí? ¿Por qué? ¿Cuando mi
propio padre hubiera mirado para otro lado?
—Mira cómo giran esos engranajes —dijo Randy, encogiéndose de
hombros—. Verás, tu padre conserva el poder porque tiene gente que
hace cosas por él. Cosas que no puede o no quiere hacer por sí mismo.
Puedes pensar en mí como la brújula moral que no tiene. No puedo hacer
nada en cuanto a cómo te trata tu padre, pero al menos puedo evitar
que nuestros hombres te pongan las manos encima.
—Entonces, ¿te gustaría una lista? —pregunté, mi tono mordaz, y
las palabras hicieron que los hombros de Randy se desplomaran.
—Cristo —suspiró—. ¿Por qué no te dejó ir? 136
—Sí, esa es la pregunta, ¿no? Supongo que quiere que pague por
todos los años que no pudo atormentar a mi madre después de que
muriera —espeté.
Randy miró hacia otro lado ante eso, pasándose una mano por la
nuca.
—Mira, haré correr algunas palabras señalando que estás fuera de
los límites. No puedo garantizar nada…
—No te preocupes. Me estoy volviendo buena cuidando de mí
misma —admití, sacando el cuchillo de mi manga.
—Nada mal —dijo, asintiendo y luego metiendo la mano en su
bolsillo del pecho—. Pero esto sería mejor —añadió, sacando una navaja
de bolsillo—. Tómala.
—¿Por qué?
—Piensa en ello como una disculpa por no ver que te vendría bien
algo de protección adicional antes de ahora —dijo, encogiéndose de
hombros, sosteniéndola hasta que finalmente la tomé.
—Gracias.
—¿Necesitas que te lleve al spa? Creo que se supone que Todd se
quedará aquí.
—Yo, eh, sí, eso sería bueno.
Probablemente no debería haber accedido, pero ya estaba
llegando tarde. No quería que Lucky se fuera cuando tenía tanto que
decirle.
Randy me llevó al spa, holgazaneando en el frente y luego
estirándose para darme un fajo de billetes.
—Consigue un par de tratamientos extra —ofreció—. Has tenido
una vida dura.
—No, de verdad, está bien. Ya está… pago.
—Supongo que es lógico que pague para que te relajes de todo el
estrés por el que te hace pasar —dijo Randy, guardando el dinero—.
¿Está costando una fortuna?
—Una pequeña —respondí. En realidad, solo su vida, y qué
pequeña era esa vida.
137
—Bien. Entonces, disfrútalo.
—Oye, Randy —dije, volviéndome de la puerta.
—¿Sí?
—¿Por qué estás siendo tan amable conmigo?
—Supongo que, nadie más lo ha sido nunca.
—Bueno, gracias —dije, en su mayor parte en serio, aunque
definitivamente iba a mencionar el comportamiento inesperado e inusual
de Randy a Lucky.
—Mantén esa navaja de bolsillo en algún lugar a mano, no
enterrada en tu bolso.
—Entendido —accedí, dándole una sonrisa antes de cerrar la
puerta.
Intenté mantener mi ritmo lento y medido a medida que me dirigía
al spa, aunque todo dentro de mí quería que corriera.
—Señorita Fiore. La hemos estado esperando —dijo Anna,
dándome una sonrisa maliciosa, pensando que estaba aquí para
encontrarme con mi amante después de que mi esposo me dejara. ¿Qué
pensaría si supiera que estaba usando su lugar de trabajo como un medio
para planear un asesinato?
—Lo siento, mi día fue más loco de lo previsto —le dije, siguiéndola
por el pasillo.
—Sucede todo el tiempo. Justo por aquí —dijo, señalando la misma
habitación que la última vez.
No perdí tiempo entrando a toda prisa, lista para llamar a Lucky.
—Estaba preocupado —me saludó en su lugar, haciendo que dos
sensaciones simultáneas me atravesaran a la vez. Sorpresa y placer.
—Hay, eh, mucho de qué hablar —le dije, mirándolo con grandes
ojos y asintiendo hacia la puerta.
—Por supuesto —coincidió, asintiendo, moviéndose hacia la
puerta.
No sé qué me hizo hacerlo. Pero cuando vi su mano alcanzar la
manija de la puerta, la mía salió disparada, cerrándose alrededor de la
suya. El cuerpo de Lucky se sacudió con el contacto, como si pudiera
sentir la sensación eléctrica que también sacudió mi brazo.
138
—Gracias —dije, en voz baja, mi voz empezando a espesarse por
la emoción.
¿Se suponía que debía estar agradecida por un acto tan violento?
¿Debería haber considerado dulce, romántico o lo que sea que hubiera
asesinado a alguien por mí?
No lo sabía.
Todo lo que sabía era que, era la primera vez en mucho tiempo
que alguien quería ayudarme. Y eso significaba más para mí de lo que
podía decirle.
—¿Por qué? —preguntó, frunciendo el ceño, pero sus dedos se
deslizaron entre los míos, curvándose hasta que nuestras palmas se
tocaron.
—Sabes por qué —le dije, mi voz apenas por encima de un susurro.
Su cabeza se inclinó un poco hacia un lado ante eso, queriendo
decir algo, pero sabiendo que podrían estarnos escuchando desde
todas partes. En lugar de decir nada, levantó nuestras manos unidas,
presionando un beso en la parte superior de la mía.
Tengo que decir que, me gustó más ese gesto que cualquier
palabra que pudiera haber dicho en ese momento.
—Vamos —dijo en voz baja a medida que me empujaba por el
pasillo y salía por la puerta trasera hacia su auto esperando. Esta vez, no
me hizo pasar a la parte de atrás, sino que me acomodó en el lado del
pasajero.
Condujimos en silencio, pero la mano de Lucky se negó a soltar la
mía, sino que la apoyó en su rodilla y la mantuvo allí mientras maniobraba
entre el tráfico y luego estacionaba cerca del hotel.
Sin embargo, tan pronto como las puertas del ascensor se cerraron,
sus manos enmarcaron mi cara, sus labios reclamando los míos. No duro
ni hambriento en sí, sino profundo, largo, apasionado. Sentí ese beso en
cada terminación nerviosa. Lo sentí en los dedos de mis pies y en las
yemas de mis dedos.
Mis labios hormigueaban cuando se separó.
Su mano agarró la mía nuevamente, llevándome por el pasillo
hasta su habitación.
139
—Mataste a Brant —declaré, sonando tan sin aliento como me
sentía.
—Para ser justos, Brio y yo lo hicimos —dijo, dándome la más
pequeña de las sonrisas—. Se lo merecía —agregó, algo crudo en su voz.
Como si necesitara que le creyera. Como si necesitara saber que no lo
veía como una especie de monstruo por lo que había hecho.
—Me siento una persona terrible por estar de acuerdo, por pensar
que el mundo está mejor sin él.
—No lo eres. Está mejor sin él —me aseguró.
—Yo, eh, en realidad podría tener una información que confirma
eso —le dije.
—Ven aquí —exigió en voz baja, moviéndose hacia el sofá,
sentándose, palmeando el espacio a su lado.
Ni siquiera dudé.
—Cuando bajaba para dirigirme al spa, mi padre estaba rabioso.
Estaba gritando y rompiendo cosas. Acababa de enterarse del suicidio
de Brant. Normalmente, no esperaría ese tipo de reacción de él. Ha
perdido antes a otros hombres, y apenas se molestó en ir a sus funerales,
y mucho menos romper sus propios muebles. Pero tuvo un desliz mientras
estaba escuchando. Brant tiene… tenía una conexión con esta mujer
llamada Justine. Y Justine, creo, es quien está proporcionando las chicas
a la familia. Pero parece que esta mujer no hablará con mi padre
directamente, así que está enojado. Se trata de dinero. Siempre se trata
de dinero. Y de poder.
—Justine. Está bien. Lo investigaremos. Nena, eso es bueno —
agregó, dándome un apretón en el muslo—. Podemos trabajar con eso.
Si podemos rastrear a esta Justine, podría ser toda la prueba que
necesitamos para quitarnos de encima a los jefes, para que podamos
terminar esto de una vez y… ¿qué hay en tu manga? —preguntó de
repente, haciéndome dar cuenta de que había estado acariciando
distraídamente el bulto que tenía en la manga izquierda.
—Ah, cierto. Esa es otra cosa de la que quiero hablar contigo. Esto
—dije, sacando la navaja de bolsillo—, me lo dio uno de los hombres de
mi padre después de que mi padre se marchara furioso a su reunión.
—¿Qué hombre?
—Randy. 140
—Es un capo, ¿verdad? —dijo Lucky, intentando ordenar todos los
nombres e imágenes en su cabeza. Era más difícil hacer un seguimiento
de todos cuando solo los conocías de una investigación. Me había
sentido así cuando investigué a su familia. Pero ahora que había
conocido a varios miembros, dudaba que alguna vez los mezclaría de
nuevo.
—Sí.
—¿Por qué te dio un cuchillo?
—Me preguntó por mis moretones. Pensé que estaban bien
cubiertos —expliqué.
—Lo están —coincidió Lucky—. No lo sabrías si no estuvieras
mirando. Parecen sombras. Pero como él conoce a tu viejo…
—Sí. Preguntó, y yo, eh, le dije que fue Brant. Probablemente no
debí haber hecho eso.
—Si te pusieran en un aprieto, decir la verdad probablemente sería
mejor que intentar vender una mala mentira. Él lo habría notado. Podría
haber empeorado las cosas. ¿Qué dijo?
—Estaba enojado porque uno de los hombres de mi padre me puso
las manos encima. Y cuando descubrió que tenía un cuchillo, un cuchillo
de cocina normal y corriente, bajo la manga, me dio su navaja en su
lugar.
—¿Has sido unida a Randy? —preguntó Lucky. Si no me equivoco,
hubo un ligero borde en sus palabras, como si tal vez pensara que había
estado ocultando información. O tal vez le preocupaba que hubiera
tenido una aventura con uno de los hombres de mi padre.
—No. Esa es la parte extraña. Casi nunca hemos hablado. También
me llevó después al spa.
—Está bien. Lo investigaremos. No te preocupes —agregó,
lanzándome una sonrisita pequeña cuando debió haber visto un destello
de incertidumbre cruzando mis ojos—. No fingiremos su suicidio. Solo
quiero conocer a los más cercanos a tu padre, y especialmente cuando
parecen querer acercarse a ti.
—Está bien —concordé, sintiendo un poco de alivio y sin saber
cómo sentirme al respecto. Quiero decir, apenas conocía al hombre.
Pero había sido amable conmigo cuando casi todos los demás en mi 141
jodido mundo no me habían mostrado más que indiferencia o agresión.
—Nena, todo esto es muy bueno. Nos estamos acercando. Puede
que todo esto termine pronto.
Cierto.
Pero ahora una parte de mí se sentía desgarrada.
Quería ser libre.
Por supuesto que lo hacía.
Estaba cansada de andar de puntillas por mi propia casa,
eludiendo los fragmentos afilados de la ira de mi padre.
Pero si todo esto terminaba, tampoco volvería a ver a Lucky.
Intenté decirme que no importaba. Apenas conocía al hombre.
Solo habíamos pasado un puñado de horas juntos durante las últimas
semanas. Apenas habíamos tenido contacto físico.
Aun así.
Sentía una conexión con él que no estaba segura de haber sentido
antes. Y, claro, una podría argumentar que mi vida no había sido propicia
antes para fomentar conexiones con los hombres, de modo que podría
haber estado aferrándome desesperadamente a algo que, en el gran
esquema de las cosas, no significaba nada.
Todo lo que sabía era que había sido capaz de bajar la guardia a
su alrededor. Sabía que con él estaba a salvo.
Esas eran cosas que valía la pena explorar.
Y si todo esto terminaba, nunca tendría la oportunidad.
—¿Qué ocurre? —preguntó Lucky, sacándome de mis
pensamientos, encontrando su mirada en mi perfil, penetrante, viendo
más de lo que estaba acostumbrada.
—Nada.
—Tonterías —respondió, levantando una ceja—. ¿No crees que a
estas alturas hemos superado eso? —añadió.
—No sé qué pasará después de que todo esto termine —admití. Era
parcialmente cierto. Simplemente dejé lo que estaba pensando de
verdad. No sé qué pasará con nosotros después de que todo esto
termine.
142
—Bueno, tienes que volver a Navesink Bank —dijo Lucky,
haciéndome retroceder.
—¿Por qué?
—Para reunirte con Lorenzo. No puede enviarte exactamente tanto
dinero por correo —explicó Lucky, sonriendo.
Cierto.
Por supuesto.
—¿Debería preocuparme por poder conseguir una habitación de
hotel a medida que el clima se calienta? —pregunté.
—Para nada. Ya que no te hospedarás en un hotel.
—Entonces, ¿dónde…?
—Conmigo, Via —me interrumpió—. Quiero que te quedes
conmigo.
—¿Por qué?
—Porque quiero poder pasar más de una hora contigo aquí o allá
—respondió—. Y antes de que vuelvas a preguntar, porque creo que aquí
hay algo.
—No me pareces el tipo de hombre que dice «aquí hay algo» —le
dije.
—No lo soy. Por mucho que mi madre quiera que lo sea —agregó,
algo tenso y divertido a la vez en su voz me hizo pensar que
recientemente había tenido una conversación con su madre sobre su
reputación de mujeriego—. Y entiendo que no tiene sentido siquiera
pensar que aquí hay algo cuando apenas nos conocemos, pero aquí
estamos. Este soy yo diciendo que estoy interesado. En pasar tiempo
contigo. En averiguar si hay algo que deberíamos explorar.
—Suenas muy seguro —dije, intentando ocultar el hecho de que mi
estómago dio un vuelco ante sus palabras.
—Sé lo que quiero —dijo, acercándose para agarrar mi barbilla
suavemente, levantándola—. Y te quiero a ti, Via.
—No tienes permitido quererme —le recordé—. ¿Cómo explicarías
que me quedara en tu casa en Navesink Bank cuando te dijeron que te
mantuvieras alejado de mí?
—Eh, esas mierdas pasan —respondió, sonriendo.
143
—Son tus jefes.
—Y Antony es mi tío. Y Luca es mi primo. Y soy una fuente de
ingresos demasiado buena como para que consideren seriamente
sacarme por insubordinado.
Estaba haciendo un buen punto.
Aun así, la parte de mí que no estaba acostumbrada al interés
masculino, que por lo tanto era desconfiada e insegura al respecto,
presionó:
—¿Y si te dicen que ya no puedes verme?
—Nena, el trabajo habrá terminado para entonces. Estás creando
problemas donde no existen. El único problema que puedo ver con esto
es si no quieres.
—Yo… —Dios, ¿cómo podía decirlo? No era buena para las
declaraciones de ningún tipo. Nunca necesité darle una a alguien. Solo
intentar considerarlo pareció borrar mi mente, hizo que mi lengua se
sintiera gorda y poco cooperativa en mi boca.
—Via, ¿me quieres? —preguntó, a quemarropa.
—Sí —admití. Porque no podía negarlo.
Lo quería.
De una manera muy básica, muy primitiva. De la forma en que
cualquier mujer quiere a cualquier hombre.
Pero también de una manera que me resultaba más difícil de
describir. Porque era nuevo. Era nuevo y confuso. Era cualquier cosa
menos racional, que era como me gustaba verlo todo.
Fuera lo que fuera, fue lo que hizo que invadiera mis pensamientos,
se colara en mis sueños, me pusiera ansiosa por verlo.
No lo entendía.
Pero, me consolé al decirme que, Lucky tampoco parecía hacerlo.
Los dos estábamos considerando tropezar voluntariamente con
algo a ciegas, sin saber a dónde podría conducir, qué podríamos
experimentar durante eso, si saldríamos completamente intactos del otro
lado.
Sin embargo, había una especie de consuelo en eso. Si ninguno de
los dos sabía lo que estábamos haciendo o hacia dónde íbamos, ninguno
de los dos tenía la ventaja, ninguno se sentiría tonto por andar a tientas.
144
—¿Qué dices? —dijo Lucky, sacándome de mis propios
pensamientos—. ¿Quieres hacer algo potencialmente estúpido conmigo,
solo para ver cómo podría ser? —preguntó, dándome una sonrisa
juguetona.
—¿A partir de cuándo? —pregunté.
—Mierda, ahora mismo —respondió un segundo antes de que sus
labios se estrellaran contra los míos.
Sus manos fueron codiciosas, deslizándose por mi cuello, por mis
hombros, bajando por mis costados, luego hundiéndose en mis caderas,
tirando hasta que no tuve más remedio que seguir sus instrucciones a
medida que me atraía para sentarme a horcajadas sobre su cintura.
Una vez que estuve situada, sus manos se movieron aún más abajo,
hundiéndose en mi trasero, arrastrándome más cerca hasta que mi
pecho se aplastó contra el suyo, hasta que pude sentir su deseo
presionando contra la unión de mis muslos. Mis caderas se mecieron
descaradamente contra él, obteniendo algo de la fricción que tanto
deseaba cuando los labios de Lucky se inclinaron sobre los míos
nuevamente. Más duro. Más hambriento.
Sentí el mordisco de sus dientes cuando se hundieron en mi labio
inferior, mordiendo lo suficientemente fuerte como para arrancarme un
gemido. Aprovechando la oportunidad, su lengua se deslizó entre mis
labios entreabiertos, reclamando los míos, y su sabor borró todos los
pensamientos de mi mente.
Detrás de mí, sus manos masajearon mi trasero por un momento
antes de apretarme contra su longitud dura. Un escalofrío me recorrió
ante el contacto. No necesité que me guiara la siguiente vez. Mis caderas
se hicieron cargo, frotándose contra él, su pene rozando mi clítoris a
través de mis bragas, llevándome a la cima lentamente.
Los labios de Lucky se separaron de los míos, sus labios bajando por
mi mandíbula, el costado de mi cuello. Sus manos dejaron mi trasero,
deslizándose por mis costados, avanzando hacia adentro a través de mi
pecho, sus dedos amasando mis senos por un momento antes de dejar
escapar un gemido de frustración, desabrochando los botones de mi
vestido y abriendo la tela. Las yemas de sus dedos temblaron sobre mi
piel mientras agarraba el broche delantero de mi sujetador y lo soltaba,
liberando mis senos.
El sonido que escapó de él fue crudo, casi bestial, un bajo gruñido
145
primitivo que hizo que mi sexo se contrajera en respuesta incluso cuando
sus manos se movieron, apretando mis pechos desnudos. Sus pulgares se
movieron, trabajando en círculos alrededor de mis pezones hasta que se
endurecieron. Luego, junto con sus dedos índices, los convirtió en capullos
más apretados, haciendo que mi roce inquieto contra él se volviera un
poco más rápido, más necesitado.
Con un gemido, sus manos se deslizaron para acunar debajo de
mis senos mientras bajaba la cabeza, su rostro hundiéndose en el medio
por un momento, respirando hondo, inhalándome, su aliento cálido
calentando mi piel, después moviéndose hacia un lado para succionar
uno de mis pezones en su boca.
Desvergonzada, necesitada, mi mano fue detrás de su cabeza,
enroscándose en su cabello, sosteniéndolo contra mí como si tuviera
alguna intención de alejarse a medida que sus labios chupaban, a
medida que su lengua se arremolinaba, a medida que sus dientes
rozaban. Se alejó solo por un segundo breve, para moverse sobre mi
pecho y continuar con el tormento.
La necesidad era una sensación de dolor punzante, casi dolorosa,
en la parte baja de mi vientre, entre mis muslos, pero que parecía
ramificarse hacia afuera hasta que sentí una especie de frustración
acalorada recorriendo todo mi cuerpo, golpeando cada terminación
nerviosa agotada.
—Lucky —gemí, frotándome contra él en círculos rápidos,
intentando obtener algún tipo de alivio.
Ante la súplica baja de mi voz, sus labios abandonaron mi pezón
mientras sus manos se hundían en mis caderas una vez más, pero esta vez
levantándome, para poder salir de debajo de mí, luego dejándome caer
sobre el cojín a medida que avanzaba de rodillas en el suelo.
Sus manos se deslizaron por mis muslos, con una lentitud frustrante,
pareciendo disfrutar la forma en que se me puso la piel de gallina detrás
de sus dedos mientras levantaba mi falda hasta que se acumuló
alrededor de mi cintura.
Estirándose, agarró la cinturilla de mis bragas de encaje,
comenzando a tirarlas hacia abajo y luego arrojándolas a un lado antes
de que sus manos me agarraran por las rodillas, empujando mis piernas
sobre su espalda a medida que su rostro se enterraba entre mis muslos.
Exhaló su aliento contra mi piel caliente un segundo antes de que
su lengua se deslizara por mi hendidura para rodear mi clítoris. En círculo,
146
pero sin hacer contacto directo deliberadamente, ni siquiera cuando mis
dedos se cerraron en puños en su cabello, acercándolo más, ni cuando
mis caderas comenzaron a retorcerse inquietamente contra él.
—Lucky, por favor —rogué, siendo la necesidad lo único en lo que
podía pensar en ese momento.
Los dedos de Lucky se movieron entre nosotros, deslizándose
suavemente dentro de mí, curvándose y luego presionando contra mi
pared superior. Sin moverse, simplemente creando una sensación
diferente, igualmente embriagadora y frustrante.
Justo cuando sus dedos comenzaron a hacer una sensación lenta
de balanceo, sus labios se movieron alrededor de mi clítoris y comenzaron
a succionar con movimientos lentos y agonizantes.
Entonces no era nada, sino corrientes de placer a medida que el
orgasmo me recorrió, una palpitación profunda e intensa que comenzó
donde nuestros cuerpos estaban conectados y luego explotó hacia
afuera, superándome por completo cuando mi cuerpo se tensó, cuando
mis gemidos estallaron desde algún lugar muy profundo.
—Mmm —murmuró Lucky contra mí a medida que su lengua daba
una última vuelta antes de alejarse, sentándose sobre sus talones mientras
deslizaba sus dedos en su boca, lamiendo mi sabor en ellos en un
movimiento que no tenía derecho a ser tan sexy como lo era, incluso
cuando aún estaba intentando recuperarme de mi orgasmo
estremecedor.
Lucky se puso de pie, estirando la mano para sacarse la camisa de
los pantalones, desabotonándola lentamente mientras yo observaba.
Estaba montando un espectáculo con la exposición de cada trozo de su
piel, y lo sabía. Sabía exactamente lo que me estaba haciendo mientras
estaba sentada allí, mi respiración volviéndose más y más pesada,
irregular.
Estirándose, deslizó el material de sus hombros, mostrándome el
cuerpo con el que había pasado demasiado tiempo fantaseando. Piel
tensa se estiraba sobre las hendiduras deliciosas de sus músculos,
demostrando que controlaba todos esos postres suyos con café con un
entrenamiento serio con pesas.
Mis ojos codiciosos siguieron la V profunda de su cinturón de Adonis
hasta donde desaparecía en sus pantalones. Pantalones que Lucky se
estaba ocupando de desabrochar, haciendo que la presión comenzara
a regresar a la parte inferior de mi estómago, que la tirantez se acumulara
147
en mi interior.
Un momento después, sus pantalones y calzoncillos estaban en el
suelo, y su polla gruesa se estiraba rígida, prometiendo satisfacción.
Pero aún no.
Enderezándome, mis brazos extendidos, alcanzando sus caderas,
lo acerqué más, hasta que estuvo justo frente a mí.
Inclinándome hacia adelante, agarré su pene por la base mientras
mi lengua se deslizaba sobre su cabeza, sintiendo una oleada de poder
cuando su respiración siseó fuera de sus labios, a medida que su cuerpo
se tensaba.
Envalentonada, mis labios se curvaron alrededor de él, chupándolo
profunda pero lentamente, amando la forma en que una de sus manos
se cerró en mi cabello y la otra magulló mi hombro.
No me dejó trabajar en él por mucho tiempo, usando mi cabello
para apartarme hasta que su polla salió de mi boca. Luego, viendo solo
calor en mis ojos, siguió tirando hasta que tuve que ponerme de pie para
aliviar el escozor en mi cuero cabelludo.
—Quítate el vestido —exigió, con voz profunda, oscura, ronca.
Tal vez debería haber sentido algo de timidez entonces, algo de
incertidumbre, con la intensidad con la que sus ojos me observaban
mientras mis manos se movían por la parte delantera de mi vestido para
continuar desnudándome. Pero no había nada por lo que sentirse
insegura cuando un hombre te miraba con hambre cruda en sus ojos.
Mis dedos liberaron mis botones, y fue entonces cuando Lucky
pareció descongelarse, acercándose más, estirándose para deslizar el
material de mis hombros, dejando que se acumulara a mis pies.
Sus dedos se deslizaron hacia abajo por mis brazos, haciendo que
un escalofrío sacudiera mi sistema, algo que hizo que una pequeña
sonrisa cálida tirara de sus labios. Sus manos fueron a mis caderas,
acercándome más.
El contacto de nuestros cuerpos desnudos fue eléctrico.
Chispeamos ante el contacto. Chisporroteó en cada centímetro de mi
piel incluso cuando los labios de Lucky se sellaron con los míos
nuevamente.
El beso fue suave y dulce al principio, pero aumentó en intensidad
a medida que la necesidad se hizo más fuerte entre nosotros, mientras 148
nuestros cuerpos pedían más.
La mano de Lucky se movió por mi espalda, sus dedos acariciando
mi trasero de nuevo mientras mis manos se movían sobre el bulto de
músculo en sus bíceps, sus hombros, su espalda.
—Llévame a la cama —exigí suavemente contra sus labios.
Necesitaba sentir su peso sobre mí. Necesitaba que me llenara, que se
moviera conmigo.
Dios, solo lo necesitaba.
Más de lo que jamás podría recordar haber necesitado a un
hombre.
Con un ruido retumbante, sus manos se hundieron aún más
profundo en mi trasero, levantándome. Cuando mis piernas se
envolvieron alrededor de su espalda baja, nos dio la vuelta, llevándonos
hacia la cama, bajándome sobre el colchón, su cuerpo cerniéndose al
mío, dándome el peso que había estado deseando.
—He estado jodidamente obsesionado con esto —admitió
mientras sus labios se movían por mi cuello, por mi clavícula, luego por mi
pecho, mi vientre.
—Yo también —coincidí. No había razón para negar la verdad.
Mi espalda se arqueó del colchón cuando sus labios curiosos se
movieron aún más hacia abajo, presionando un beso dulce en el
triángulo sobre mi sexo antes de volver a subir, sellando sus labios sobre
los míos.
Duro.
Hambriento.
Tan desesperado como me sentía cuando mis manos bajaron por
su espalda para hundirse en su trasero, empujándolo con más fuerza
contra mí a medida que mis pies se plantaban, dejándome apretar
contra él, sintiendo su grosor presionar contra mi calor.
—Lucky, por favor —rogué, retorciéndome en círculos
desesperados, necesitando sentirlo dentro de mí.
Con otro de esos ruidos primitivos, alcanzó su billetera en la mesita
de noche, sacó protección y la colocó rápidamente antes de
devolverme su peso nuevamente.
Me besó largo, profundo, antes de empujarse hacia arriba y
149
mirarme a medida que se movía, a medida que la cabeza de su deseo
presionaba contra mí por un momento largo antes de hundirse en mi
interior.
Un profundo gemido gutural se me escapó por la exquisita rectitud
de él llenándome, por la conexión, por compartir el mismo espacio.
—Maldición, Via —siseó Lucky, tomando una bocanada de aire
que sacudió su pecho, buscando el control, intentando mantener la
compostura.
Pero no quería que él mantuviera la compostura.
Quería que ambos la perdiéramos, nos hiciéramos pedazos, nos
convirtiéramos en fragmentos de placer esparcidos por el colchón.
Una de mis manos fue detrás de su cuello, atrayéndolo hacia abajo
para sellar sus labios con los míos mientras mis piernas se envolvían
alrededor de sus caderas, meciéndome contra él.
No necesitó más apremio que eso, comenzando a empujar con
estocadas lentas y medidas por un momento largo antes de que su
control comenzara a ceder, haciéndolo empujar más fuerte, más rápido.
Lucky empujó hacia arriba de repente, el aire fresco de la
habitación bañando mi piel caliente a medida que se ponía de rodillas,
tirando de mis piernas, poniendo mis pies sobre su pecho mientras su
mano pasaba entre mis muslos, agarrando mi clítoris mientras continuaba
empujando, dándome una vista completa de su cuerpo a medida que
se tensaba mientras se movía, cada músculo comprometiéndose al
momento en que me impulsaba a la cima.
Mis músculos se tensaron a su alrededor, arrancando un gemido de
él mientras trabajaba mi clítoris más fuerte y rápido.
—Via, córrete —exigió, empujando profundamente, luego
haciendo un círculo pequeño a medida que su dedo presionaba mi
clítoris.
Así lo hice, el orgasmo me desgarrándome, dejándome gritando
cuando mi mano salió disparada, aferrando su brazo por la muñeca,
sujetándome mientras las olas rompían a través de mí.
Pareció una eternidad antes de que volviera a mí, dándome
cuenta inmediatamente de que él no había terminado conmigo. Aún
estaba duro y aún dentro de mí, esperándome. 150
Inclinándose, agarró uno de mis tobillos, tirando de él hacia arriba,
colocando un beso rápido en la parte exterior de él, un gesto dulce que
hizo que mi corazón se apretara en mi pecho, antes de cruzarlo por mi
cuerpo, presionando mis muslos juntos de lado en el colchón, una
posición que me hizo sentirlo aún más intensamente que antes.
Sabiendo exactamente lo que estaba haciendo, sus labios se
curvaron en una pequeña sonrisa malvada cuando comenzó a embestir
de nuevo. Más rápido, más fuerte, impulsando mi cuerpo agotado hacia
arriba.
Las manos de Lucky bajaron repentinamente, agarrándome por las
caderas, girándome sobre mi vientre, luego arrastrándome hacia arriba
para sentarme en su regazo, haciéndolo deslizarse aún más profundo,
creando otra sensación nueva por la posición cuando sus labios besaron
mi cuello, y su único brazo anclado a través de mi pecho justo debajo de
mis senos.
La otra mano estaba plantada en la parte interna de mi muslo,
pero no tocó donde más lo necesitaba cuando los dientes de Lucky me
mordieron el lóbulo de la oreja.
—Lucky —gemí cuando se quedó quieto, negándose a moverse,
dejándome contoneándome en círculos en su regazo, algo que creo una
oleada intensa de placer, una promesa de más por venir si seguía
moviéndome exactamente de esa manera.
Así que eso fue lo que hice, meciendo mis caderas en círculos sobre
el regazo de Lucky a medida que él lamía y besaba mi cuello, mientras
su mano se movía ligeramente para apretar mi pecho, mientras sus dedos
se clavaban en la parte interna de mi muslo.
Mi brazo se movió hacia arriba y hacia atrás, envolviendo la parte
posterior de su cuello, sosteniéndolo a medida que comenzaba a
bombearme lentamente.
—No te detengas —exigió cuando mis caderas detuvieron sus
círculos pequeños—. Sigue montándome —exigió, mientras sus dedos se
deslizaban entre mis muslos y comenzaban a trabajar en mi clítoris una
vez más.
Hubo una chispa en su toque, un fuego que parpadeó donde
nuestros cuerpos se encontraban, un calor tan intenso que amenazó con
quemarnos por completo, con dejar nada más que brasas a su paso. 151
Pero seguimos avivando las llamas, alimentando el fuego, hasta
que estalló a través de nuestros sistemas, quemándonos por completo.
—Maldición, Via —maldijo Lucky cuando mi orgasmo se estrelló a
través de mí, mis paredes apretándose con fuerza a su alrededor,
ordeñando su orgasmo, su cuerpo tensándose a mi alrededor mientras se
corría.
Nos sentamos allí durante mucho tiempo después, nuestros
cuerpos, nuestras mentes, nuestras mismas almas, intentando recuperarse
de la intensidad de nuestro orgasmo compartido.
—Cristo —dijo Lucky, una risa baja moviéndose a través de él—.
Creo que necesito un cigarrillo —agregó—. Y no fumo.
Una risita ligera, juvenil y completamente desconocida se movió a
través de mí y burbujeó mientras mi cabeza caía hacia atrás sobre el
hombro de Lucky, haciéndome sonreír hacia el techo.
—Si quieres que me mueva, vas a tener que moverme tú mismo —
le dije.
Me sentía completamente flácida, como si todo dentro de mi piel
hubiera dejado de hacer su trabajo, dejándome como una masa sin
huesos de satisfacción postorgasmo.
Otra risa se movió a través de Lucky, retumbando a través de mí.
—Está bien —accedió, presionando un beso en mi sien, luego
bajándome en la cama antes de ir al baño.
A solas, pude sentir el frío de la habitación cosquilleando mi piel
expuesta, haciendo que un escalofrío sacudiera mi sistema. Pero no
había estado mintiendo con que no tenía ganas de moverme, así que
me quedé exactamente donde estaba hasta que Lucky salió del baño.
Se detuvo un momento en medio de la habitación, aun
gloriosamente desnudo, tomándose un momento para devorarme. Seguí
adelante y también devoré lo que me correspondía, antes de que él se
moviera hacia la cama, se subiera, pasara un brazo por debajo de mí y
me acurrucara contra su pecho, sus brazos envolviéndome fuertemente
alrededor de mí.
—Siento que deberíamos estar hablando —murmuró lo que
parecieron horas después.
152
—¿Sueles conversar con las mujeres después del sexo? —pregunté,
viendo mis dedos trazar distraídamente sobre una cicatriz justo debajo de
su clavícula.
—No.
—¿Pero? —pregunté, sintiéndolo colgando en el aire.
—Pero no eres cualquier mujer —respondió.
—No estoy segura de lo que se supone que deba inferir de eso —
admití, sintiendo que mi estómago se apretaba, una parte de mí
preocupada de que fuera a decir algo que arruinaría lo que ambos
acabábamos de compartir.
—No me importaría el silencio después del sexo si todo lo que quiero
de ti es sexo —aclaró Lucky, y mi estómago dio un pequeño vuelco por
sus palabras—. Ya que ese no es el caso, ¿qué tal si tu lindo traserito
piensa en algo de qué hablar?
—¿Por qué tengo que inventar el tema cuando tú eres el que no
quiere el silencio? —disparé de vuelta.
—Oye, no hago las reglas.
—En este momento, eres el que hace literalmente las reglas —le
recordé, girando mi cabeza sobre su pecho para mirarlo.
—Está bien. ¿Qué es lo primero que quieres que te cocine? —
preguntó, sorprendiéndome.
—¿Cocinarás para mí? —pregunté, conmovida, incluso si, para
algunos, que un compañero les preparara una comida era el mínimo
esfuerzo. Nunca había recibido ningún tipo de esfuerzo por parte del sexo
opuesto.
—Me encantaría cocinar para ti —respondió.
—¿Por qué?
—En mi familia, la forma en que se nos muestra afecto o amor
cuando estamos creciendo es siendo alimentados por alguien. Cuando
alguien está enfermo, cocinamos. Cuando está herido, cocinamos.
Cuando está celebrando algo, cocinamos. ¿Tuvimos una discusión y
queremos demostrar que lo sentimos? Cocinamos.
—Eso suena bien.
—Sí, todos tenemos que pasar mucho tiempo en el gimnasio —me
153
dijo, sonriendo—. Entonces, ¿qué querrías?
—¿Qué es lo más difícil de hacer?
—No creo que quiera responder a eso —dijo, conociendo mi juego.
—Lástima. Tienes que hacerlo.
—Lasaña casera. Con salsa y pasta caseras. Que, en opinión de mi
madre, es la única manera de hacer lasaña.
—Bueno, quiero lasaña casera con salsa y pasta caseras. Y pan de
ajo —agregué.
—Ahora solo te estás volviendo codiciosa —dijo, azotando mi
trasero juguetonamente.
—Nunca he tenido a alguien que cocine para mí —admití—.
Quiero decir, no desde que era una niña —aclaré.
—Bueno, entonces te haré lasaña, pan de ajo y algo de postre. Y
todo lo que tienes que hacer es sentarte allí y hacerme compañía.
—Caray, eso podría ser demasiado.
—Será mucho —dijo, sacudiendo la cabeza—. Solo la salsa podría
durar cuatro horas.
—No puedes hablar en serio.
—Bueno, mucho de eso es tiempo de cocción a fuego lento. Creo
que podríamos encontrar una manera de ocuparnos parte de ese
tiempo —dijo, dándome una sonrisa maliciosa.
—Eso suena bien —admití.
En realidad, lo hacía.
No solo la cocina o el sexo, sino alguien que realmente quisiera
pasar tiempo conmigo, alguien que quisiera más de una noche conmigo.
—Entonces, ¿por qué suenas triste? —preguntó, frunciendo el ceño.
—No estoy triste. Solo… me estoy dando cuenta de lo mucho que
me he perdido todos estos años —le dije.
Su brazo se apretó a mi alrededor, y juro que sentí su abrazo en mi
pecho.
—Entonces, tenemos mucho tiempo perdido por compensar —dijo,
154
presionando un beso en la parte superior de mi cabeza—. Y dicho eso.
Creo que has desarrollado algún tipo de condición en la piel que
necesita tratamientos diarios en el spa —añadió, con voz ligera.
—¿Qué tipo de condición en la piel se me podría ocurrir que
necesitara visitas diarias al spa? —disparé de vuelta.
—Mierda. ¿No lo sé? ¿Líneas de expresión? —sugirió, haciendo que
una risa burbujeara y estallara.
Si seguía haciéndome sonreír así, era una posibilidad muy grande.
Pero, de alguna manera, sabía que cada pata de gallo valdría la
pena.
—Pediré la cita —me dijo.
—Allí estaré —le aseguré.
Y lo haría.
Cada día.
Hasta que, un día, no pudiera estar.
13
Lucky
—¿Qué? —espeté, sintiendo las miradas de Brio y Massimo en mi
rostro mientras enviaba un mensaje de texto.
—Estoy esperando tu respuesta sobre lo que acabo de decir —
explicó Massimo.
—Y te responderé tan pronto como termine de decirle a Luca lo
que acabas de decirme —expliqué.
Sabía lo que estaba insinuando. 155
Que no estaba prestando atención.
Que estaba ocupado enviando mensajes de texto a Via cuando
se suponía que debía estar trabajando.
Cuando, casi nunca le enviaba mensajes de texto a Via.
No era seguro hacerlo. No iba a ponerla en riesgo solo porque
quería hablar con ella. Incluso si me estaba matando no poder
mantenerme en contacto solo para asegurarme de que ella estaba bien
dentro de esa prisión a la que llamaba hogar, con ese alcaide conocido
como su padre.
Había parecido calmarse en los cinco días desde que la familia
descubrió el suicidio de Brant.
No sabía si eso era bueno o malo, si ya había encontrado una
forma nueva de encontrar mujeres, viendo que esta mujer, Justine, se
negaba a trabajar con él.
Y, según lo que Massimo y Brio habían conjeturado al investigar un
poco, tenía algún tipo de resentimiento con Fiore. Trabajar a través de
Brant había sido una concesión que había hecho para mantener un
negocio lucrativo sin tener que lidiar personalmente con Frank.
No era difícil imaginar a alguien que no quisiera trabajar con el
padre de Via. Era bien conocido en la parte más vulnerable del crimen
como un cañón suelto, impredecible y violento, alguien con un ego que
se lastimaba con demasiada facilidad, y una incapacidad para
comprender que había obstáculos o circunstancias imprevistas en la vida
y los negocios.
Involucrarse con alguien que no pensaba bien las cosas, que no
estaba dispuesto a comprometerse y que tenía un fusible corto, era una
buena manera de hundir tu negocio.
Por supuesto, el mundo sería un lugar mejor si el negocio de esta
mujer Justine ya no existiera, pero incluso los más duros de nosotros
aceptamos a regañadientes que mientras hubiera un mercado para las
mujeres traficadas, habría una oferta para ello. Por muy jodido que fuera.
Justine, por lo que Mass y Brio habían descubierto, no era de
ninguna manera la jefa de la operación. Si entendimos correctamente,
era más como una reclutadora.
A veces, el tráfico no era tan simple como el secuestro de una
mujer en un estacionamiento o de regreso a casa desde el lugar de un 156
amigo. Muchas veces, comenzaba con una mujer amigable que solo
quería ser tu amiga, que solo quería presentarte a algunos de sus amigos,
personas que, según ella, eran ricas y generosas. Y esta supuesta mujer
amistosa alejaría a las niñas y mujeres vulnerables de sus antiguas vidas,
las volvería adictas y luego se lavaría las manos con las chicas que una
vez confiaron en ella para darles una vida mejor, pero solo lograron
hacerla incluso aún más infernal que antes.
El obstáculo con el que nos habíamos topado hasta ahora era
averiguar a quién le respondía Justine. Y, por lo tanto, con quién estaba
trabajando de verdad Fiore. Porque si la conexión era importante para
este otro imperio, entonces teníamos que preocuparnos por ellos cuando
supieran que éramos nosotros los que derribamos a su socio comercial.
—Está bien —dije, guardando mi teléfono, sabiendo que
probablemente pasarían una o dos horas antes de que obtuviéramos
una respuesta, ya que Luca tenía una política bastante estricta de no
usar teléfonos durante la cena con su mujer, Romy—. Creo que no es una
señal buena que sea tan difícil averiguar para quién trabaja Justine —les
dije—. Implica capas de protección. Y los tipos comunes y corrientes de
bajo nivel no saben lo suficiente de este mundo para construir algo así
alrededor de ellos. Por lo tanto, quienquiera que sea para quien ella
trabaja debe ser un viejo sindicato de algún tipo.
—Lo que podría afectar a nuestras familias si están cabreados
porque eliminamos a Fiore —dedujo Massimo.
—Exactamente. Voy a querer la confirmación de Lorenzo de que
quiere que sigamos cavando antes de continuar.
—¿Qué hay de Via? —preguntó Massimo.
—¿Qué hay de ella? —pregunté, fingiendo que no sentí una ligera
descarga eléctrica en mi pecho al escuchar su nombre.
—¿Seguimos haciéndola cavar, o lo dejamos así?
—No ha podido regresar a la caja fuerte —le expliqué—. Su padre
ha estado teniendo muchas de sus reuniones en casa.
—Lo cual no es normal —dijo Massimo.
—No —coincidí.
—¿Deberíamos estar preocupados por eso? —preguntó.
—No tengo idea —admití.
—¿Tu chica parece preocupada por eso? —preguntó Brio, mirando 157
por la ventana.
Mi chica.
Sabía que se suponía que debía negarlo.
Habían estado intentando tentarme para que lo hiciera durante los
últimos dos días. En ese momento no era ningún secreto que las cosas
con Via y yo habían pasado de ser profesionales a todo lo contrario.
Diablos, en cierto punto estuve bastante seguro de que uno de ellos
había llamado a la puerta mientras yo estaba en la cama con Via.
Sin embargo, hasta ahora me las había arreglado para esquivar sus
comentarios e insinuaciones.
Sabía que tarde o temprano tendría que admitirlo abiertamente,
pero una vez que lo hiciera, significaría que tenía que hablar con Luca al
respecto. Y Luca querría hablar con Lorenzo al respecto. Entonces
podrían decidir sacarme de Chicago para poner a alguien más objetivo
a cargo. No podía dejar que eso sucediera. Por lo tanto, si podía retener
a los muchachos por un poco más de tiempo, tal vez lo suficiente para
que obtengamos las órdenes de seguir adelante para eliminar a Fiore,
eso sería ideal. Prefería pedir perdón que permiso.
—Via no sabe qué pensar al respecto —les dije—. Dijo que no es la
primera vez que realiza todas sus reuniones en casa, pero que solo
sucedió una o dos veces en el pasado.
—Probablemente cuando la mierda estaba a punto de explotar —
concluyó Massimo.
—Eso es lo que estoy pensando.
—De alguna manera refuerza la idea de que Nueva York tiene una
fuga —dijo Massimo, haciéndose eco del pensamiento que había estado
dando vueltas todo el día en mi cabeza—. No pareces ofendido por eso
—agregó, mirando a Brio.
—Hombre, solo hago mi trabajo. No me van las políticas —explicó
Brio—. Pero tal como lo veo, cuando un hombre reemplaza a otro, puede
hacer que la gente se retuerza. No tengo idea de quién podría ser, pero
si existen, y los erradicamos, me divertiré muchísimo descubriendo cómo
extraerles información —dijo Brio, con una sonrisa oscura tirando de sus
labios.
Odiaría ser el hombre que podría estar filtrando información a
extraños una vez que Brio lo tenga en sus manos.
158
—Sin embargo, Lorenzo está al tanto de la posibilidad de que haya
una fuga —dijo Massimo—. ¿Cómo alguien podría obtener información
para pasar si está siendo cuidadoso?
—No lo sé —admití. Lorenzo no era estúpido. Si sospechaba una
filtración de cualquier tipo, solo confiaría en sus cinco mejores hombres
con información clasificada.
—¿Tienes otra reunión con Via esta noche? —preguntó Massimo.
—No. No cree que pueda usar la carta del spa tantos días seguidos
sin que algunas cejas se levanten. Si no de su padre, entonces de algunos
de sus hombres. ¿Encontraste algo más de Randy? —pregunté.
—En este momento, es el que más gana —dijo Massimo—. Y es uno
de los pocos con un negocio legítimo.
—¿Qué negocio?
—Un lavado de autos —respondió Massimo.
—Inteligente —dije, asintiendo. Cuando se trataba de negocios
legítimos en los que querías ayudarte para ocultar tu dinero sucio,
aquellos que operaban con una gran cantidad de efectivo, como
lavados de autos, pizzerías, clubes de striptease y bares, eran el camino
a seguir—. ¿Cuál es su trabajo menos legal?
—Importaciones.
—¿Drogas?
—Sí, sobre todo. Tanto legal como ilegal.
El tráfico legal de drogas estaba cobrando impulso en el país.
Aquellos que no tenían seguro estaban dispuestos a correr el riesgo de
comprar sus medicamentos a través de la mafia para reducir costos.
—¿Encontraste alguna razón para pensar que va a hacer un
movimiento para hacerse cargo? —pregunté. Había sido una idea que
había estado flotando desde que Via me dijo que él fue amable con ella.
El momento simplemente se sintió extraño. Probablemente la conocía de
toda su vida. Seguramente la había visto antes con moretones de su
padre. ¿Por qué ahora se tomaría el tiempo para ser amable? ¿A menos
que estuviera planeando hacerse cargo, y posiblemente liberarla? ¿O
tenía ideas más retorcidas en mente? ¿Quería matar a su viejo, y tomarla
para sí mismo?
159
La ira hirvió en mi sistema ante la idea, sabiendo que tampoco
tendría elección en el asunto.
No es que ahora importara.
Via finalmente obtendría la libertad que le habían negado toda su
vida sin importar lo que sucediera.
Incluso si eso significaba que quería tomar esa libertad y dejarme
atrás.
La idea me molestó más de lo que debería. Quiero decir, solo
conocía a la mujer desde hacía unas pocas semanas. Solo habíamos
tenido intimidad durante unos pocos días.
Pero había una voz extraña, casi primitiva en el fondo de mi cabeza
que la veía como mía, que no escuchaba ningún argumento racional en
sentido contrario.
Aunque, para ser justos, tampoco estaba intentando exactamente
argumentar lo contrario conmigo mismo.
Porque el hecho era que, quería a Via en mi vida. No, no sabía por
cuánto tiempo, pero mientras ella estuviera cerca, no iba a dudar o
mentalizarme.
Era la primera vez que disfrutaba de la compañía de la misma
mujer durante más de un fin de semana largo. Demonios, ni siquiera
estaba seguro de haber pasado algún tiempo con una después de que
terminara el sexo.
Pero había estado pasando mucho tiempo con Via.
Ella bajaba la guardia durante el sexo, y se mantenían bajas
después, dejándome ver que mi madre tenía razón. Había mucha calidez
y suavidad detrás de ellas.
Era entonces cuando sonreía con facilidad, cuando reía
libremente, cuando se permitía hablar del futuro, de qué tipo de hogar
quería, cómo lo decoraría, que era exactamente lo opuesto al estilo
estéril de su padre.
No se tensaba ni se callaba cuando le hacía preguntas, incluso
cuando algunas de las preguntas podrían llamarse un poco personales,
tal vez incluso entrometidas.
Le pregunté si se veía estableciéndose con alguien.
Le pregunté si quería tener hijos. 160
La respuesta a ambas fue un sí tentativo, aunque admitió que
nunca había tenido un bebé en brazos en su vida.
—Solo espero poder ser una décima parte de la madre que fue la
mía —me dijo, con voz baja a medida que revelaba esa pequeña
inseguridad. Y supongo que, en su vida, admitir cualquier tipo de
inseguridad era como admitir una debilidad que algún día podría usarse
en su contra.
—Lo serás —le aseguré.
—Es imposible que lo sepas.
—Lo sé.
—¿Cómo? —había preguntado, y no se podía negar la esperanza
en su voz, como si quisiera que hiciera un buen punto al que pudiera
aferrarse, que ella misma pudiera llegar a creer.
—Porque quieres ser así de buena —respondí.
—Querer hacer algo bien no significa que puedas hacerlo bien.
Quiero poder dibujar bien de verdad. Pero hasta los niños de cinco años
pueden dibujar mejor que yo —me dijo.
—¿Sabes lo que tienen los mejores que no tienen los principiantes?
—había preguntado—. Practica. Solo necesitas pasar un tiempo con
niños. Tendrás más confianza entonces.
—¿Has pasado mucho tiempo con niños?
—Tengo una familia numerosa. Estaba cargando bebés cuando yo
también era un bebé.
—Los quieres, ¿verdad?
—Sí. Me gustaría tener una gran familia como la mía —admití,
notando la forma en que mi estómago se contrajo ante la admisión,
temeroso de su respuesta.
—Eso suena estupendo —había dicho después de un momento
largo—. Recuerdo sentirme a menudo sola cuando era niña. Incluso antes
de que mi madre falleciera. Cuando ella estaba haciendo cosas de
adultos de las que obviamente yo no podía ser parte, siempre estaba por
mi cuenta. Tener un hermano o dos habrían hecho esos tiempos un poco
mejores.
—Sí, nunca tuve escasez de compañeros de juego cuando era 161
pequeño. Siempre andaba con media docena de hermanos o primos.
Nunca estuve solo el tiempo suficiente para sentirme solo.
—Eso suena estupendo.
—Lo fue.
—¿Sigues siendo cercano a tus hermanos?
—¿Has oído lo mucho que mi teléfono siempre está explotando? —
pregunté, sacudiendo la cabeza.
—Pensé que eran tus jefes. O tu madre.
—Ah, créeme. Estoy seguro de que, también hay media docena
de mensajes de mi madre. Recordándome comer, y cuidarme, y
recordar comprar algo para el cumpleaños, el aniversario o la
graduación de quien sea que se acerque.
De hecho, la mayoría de los mensajes probablemente eran sobre
la propia Via, pero no estaba seguro de que eso fuera algo que se
suponía que debía decirle a alguien con quien estaba empezando a
pasar tiempo.
Mi madre era como un perro con un hueso cuando pensaba que
tenía una corazonada sobre algo. Y tenía una corazonada sobre Via. Me
sentía un poco mal por ocultarle que después de todo tenía razón. Pero
supuse que, una vez que el trabajo estuviera hecho, si Via y yo
decidíamos seguir explorando lo que estábamos pasando, mi madre
pronto sabría lo que estaba pasando. Y estaría tan feliz que no le
importaría que se lo ocultara.
—¿Tu mamá envía mensajes así a todos tus hermanos? —preguntó
Via.
—Tal vez incluso más con ellos. Sabe que suelo trabajar, así que le
baja un poco. ¿Pero mis hermanos menores? Reciben montones
recordatorios de la vida. Y mis hermanas y mi madre son muy unidas, así
que envían mensajes de texto y hablan sin parar.
—Eso es en realidad estupendo —había dicho Via, y no había duda
del anhelo en su voz.
Tal vez era demasiado pronto para pensar cosas así, pero quería
darle eso. Quería presentársela a mi familia. Quería que la atrajeran bajo
sus alas, que le mostraran nuevamente de qué se trataba el amor y la
familia. Había estado sola durante tanto tiempo, sin amor y casi olvidada,
que merecía conocer el sentimiento de una familia grande, cariñosa, 162
solidaria y, a veces, entrometida e invasiva.
Tenía el presentimiento de que Via disfrutaría y florecería bajo la
calidez de su atención y afecto. Sería jodidamente hermoso de ver.
—No lo sé —dijo Massimo—. Ha sido más difícil encontrar detalles
personales sobre Randy de lo que pensábamos, considerando que ha
sido parte de esta organización tanto como Fiore. No parece tener
amigos cercanos dentro de la familia.
Tal vez porque solo era un tipo genuinamente decente en una
guarida llena de víboras. Aunque una parte egoísta de mí no quería
pensar en él amablemente.
—¿Tienes que responder eso? —preguntó Brio, arrastrándome fuera
de mis pensamientos, haciéndome consciente de que mi teléfono
sonaba.
—Probablemente sea mi madre.
—Hombre, no ignores a tu madre —dijo Brio, alcanzando mi
teléfono. Sus cejas se fruncieron.
—¿Qué?
—¿Via te llama normalmente? —preguntó.
No.
No, no lo hacía.
La sensación de malestar en mi estómago me hizo inmediatamente
consciente de que algo andaba mal. Esa sensación se extendió por todo
mi cuerpo cuando me levanté de la silla, arrebatándole el teléfono de la
mano a Brio, y casi perdiéndome la llamada cuando me deslicé para
contestar.
—Via, ¿está todo bien?
—No.
Se me cayó el puto corazón.

163
14
Via
Pasé mucho del tiempo que debería haber estado pensando en
intentar volver a la caja fuerte del armario, intentando convencerme de
que todos los sentimientos que de repente se estaban precipitando a
través de mi sistema se debían a las hormonas sexuales felices, y nada
más.
Sin embargo, cada vez me fue más difícil decirme eso, cuando me
encontré atraída constantemente no solo por pensamientos sobre él, sino
también por pensamientos de ser parte de su vida. Lo cual, en mi opinión,
era diferente.
164
No era como si todo lo que pudiera hacer fuera obsesionarme con
su cuerpo o la forma en que me miraba.
Me imaginaba cómo se veía su casa, me preguntaba cuáles eran
sus productos de baño, si era alguien que se levantaba religiosamente
para hacer ejercicio todas las mañanas o si se relajaba cuando prefería
quedarse en cama. Preferiblemente conmigo.
En mi cabeza, le había dado rostros a todos sus hermanos y madre
para ir junto con las personalidades que me había descrito. Imaginaba
que su madre era una mujer externamente fuerte, aunque tal vez un
poco dura, que en el fondo era calidez y amor puros. Quiero decir, una
mujer tenía que ser fuerte para criar a un montón de niños sola, dentro de
una familia mafiosa después de que el amor de su vida fuera asesinado
brutalmente.
Tenía que imaginarla como una mujer increíble que había criado a
un hijo que no podía evitar, pero no solo me gustaba, sino que lo
respetaba.
Trabajaba duro.
Era un buen hermano e hijo.
Era amable y generoso.
¿Cómo no podía no respetarlo?
Claro, una mujer normal podría argumentar que la conexión con la
mafia era más que problemática. Y si su familia era como la familia de mi
padre, podría haber estado de acuerdo. Pero por lo que afirmaba Lucky,
los Grassi eran más de la vieja escuela en cuanto a sus acciones y
creencias. No involucraban a inocentes en sus negocios. Solo lastimaban
a los que estaban en el estilo de vida y los jodieron.
¿Lucky tenía sangre en las manos?
Sí, sin duda.
Pero al crecer de la manera en que lo hice, parecía haber sesgado
mi brújula moral. No me molestaba que hubiera lastimado, o incluso
matado, siempre que la gente fuera culpable de algo.
Quiero decir, ¿qué clase de hipócrita sería para juzgarlo por algo
de lo que estaba a punto de ser culpable? O al menos parcialmente
culpable. Después de todo, estaba ayudándolos a asesinar a mi padre.
Sin embargo, una vez más, mi padre era culpable. Había lastimado
165
y matado u ordenado el asesinato de docenas, si no cientos, de
personas. Además de eso, lastimó a mi madre, me lastimó a mí, y
probablemente era parte de algún tipo de plan de tráfico de personas,
lastimando a toneladas de mujeres inocentes que nunca volverían a ser
las mismas.
Había algunas personas que no pertenecían al mundo.
Un número significativo de veces, eran personas de las que la ley ni
siquiera sabía, o personas como mi padre que eran intocables porque
engrasaban las manos correctas.
Así que, me parecía mucho a Lucky con esa mentalidad
moralmente gris sobre el mundo.
No sentía que nos hiciera a ninguno de los dos peores personas.
Simplemente significaba que nuestra visión era clara, que no estábamos
mirando el mundo a través de lentes de color rosa.
Podía verme estableciéndome con un hombre como él. Uno que
tenía conexiones y tradiciones que yo no tenía, que valoraba a su familia
incluso cuando podían, a veces, entrometerse o ser exigentes con él. No
sonaba como si alguna vez les negara lo que querían, incluso si a veces
se quejaba de ello.
De hecho, hacía todo lo posible para hacerles favores, para pasar
tiempo con ellos. Eso decía mucho de un hombre.
Decía que tal vez, solo tal vez, era el tipo de hombre en el que
podría, con el tiempo, aprender a confiar implícitamente.
Demonios, ya estaba empezando a suceder. Estaba poniendo
mucho en sus manos al permitir que las cosas pasaran de ser profesionales
a todo lo contrario. Especialmente teniendo en cuenta la situación de mi
hogar. En cualquier momento, nos podrían ver, alguien podría descubrir
quién era Lucky, y entonces todo se iría al infierno.
Lo inteligente y racional habría sido esperar para permitir que la
relación física progresara después de que se resolviera toda la situación
con mi padre.
Así que, tomaba mucha confianza saber que él me protegería, que
no me enviaría de vuelta a una situación que él consideraba peligrosa.
Con un poco más de tiempo, sin la amenaza de la violencia
siempre presente, cuando las cosas fueran normales y pudiera ver a
Lucky en su propio elemento, con su propia gente, tenía la sensación de
que el nivel de confianza llegaría fácilmente, incluso aunque nada de mí
166
o mi pasado implicaría que lo haría.
Para ser honesta, no había sido completamente honesta con Lucky
sobre la caja fuerte del armario.
Si hubiera sido muy cuidadosa y silenciosa, probablemente podría
haberme colado para buscar un poco más justo después de que una de
sus reuniones comenzara. Pero si les conseguía la información que
necesitaban, entonces todo esto podría terminar. Una vez que mi padre
muriera, no habría ninguna razón para que Lucky se quedara en
Chicago. Y una parte de mí estaba encontrando difícil creer que él
estaría dispuesto a llevarme de regreso a Navesink Bank, a vivir en su casa
con él, cuando solo me conocía de unas pocas semanas.
Así que, tal vez solo… no me había estado esforzando tanto como
podía.
Como ahora mismo.
Mi padre estaba teniendo otra reunión con algunos de sus capos
en su estudio. Todos habían aparecido unos veinte minutos antes. Había
tenido la ventana perfecta para escabullirme, entrar en la caja fuerte y
volver a salir antes de que nadie se diera cuenta. Podría no haber podido
obtener toda la información con una visita más, pero podría llegar más
lejos de lo que estaba.
Aun así, ni siquiera me había levantado del sofá donde me había
plantado con una taza de café y un bollo de arándanos que Lucy me
había acercado sigilosamente justo antes de que llegaran los hombres
de mi padre.
Intenté convencerme de que estaba haciendo algo tan
importante como entrar en la caja fuerte. Estaba intentando averiguar
qué tipo de negocio quería abrir para ayudar a asegurar mi futuro. Sí, el
dinero de Lorenzo era una gran suma, pero gracias al alto costo de vida
y la inflación interminable, era lo suficientemente racional como para
saber que incluso si era muy frugal, ese dinero se iría con el tiempo.
Necesitaba algo a lo que recurrir. Incluso si no era rica. No necesitaba ser
rica. Solo necesitaba un flujo constante de ingresos para pagar las
facturas y, de vez en cuando, hacer pedidos.
Tendría que aprender a cocinar algo muy básico para reducir los
costos de comidas para llevar. Y tal vez aprender a cortar y teñir mi propio
cabello.
167
Pero estaría bien.
Porque sería una vida que yo había elegido, no una que me fue
impuesta.
Sin embargo, hasta ahora no había encontrado nada para lo que
sintiera que estaba ni remotamente calificada. Ni sabía mucho de algo.
Estaba empezando a sentirme desanimada porque ser dueña de
un negocio estaba en las cartas para mí. Tal vez necesitaba poner mi
mirada en algo más pequeño, más práctico. Tal vez trabajar para otra
persona sería la mejor apuesta.
Pero, ¿quién me contrataría sin antecedentes laborales? ¿A mi
edad?
Tal vez a Antony Grassi le vendría bien alguien para ayudar a la
anfitriona en su restaurante. O podría aprender a hacer pizza en uno de
los lugares de Lucky.
Había una sensación creciente de temor a medida que esta nueva
realidad mía se acercaba. Necesitaba averiguar todos estos detalles. Y
para ser completamente honesta, me estaba sintiendo mucho más
abrumada de lo que pensaba.
—Uf —gruñí, cerrando mi computadora portátil a medida que
alcanzaba lo último de mi bollo.
Estaba de mal humor.
Y estaba intentando con todas mis jodidas fuerzas no admitir la
verdad que sabía que estaba bajo la superficie.
Echaba de menos a Lucky.
Solo había pasado un día sin verlo, pero lo extrañaba. Era algo
nuevo para mí. Extrañar a alguien. Nadie nunca había significado lo
suficiente para mí como para extrañarlo, al menos, no desde que mi
madre falleció.
Pero no podía negar la sensación.
Estaba en el tipo de inquietud melancólica y desolada que había
estado conmigo desde que desperté. Estaba en la forma en que no
podía evitar que mi mente volviera a pensar en él. Incluso estaba en la
corriente de pensamientos necesitados y patéticos que me hizo
preguntarme si él también me estaba extrañando.
Me sentía como una niña en la escuela secundaria que se
168
enamoraba y la tenía dibujando los nombres de ambos en un corazón
en todos sus cuadernos.
No me gustaba pensar en mí de esa manera, incluso si entendía
racionalmente que la razón por la que estaba actuando como si todo
fuera tan nuevo y transcendental era porque lo era. Apenas había tenido
la oportunidad de tener una cita antes de que mi padre distorsionara por
completo mis pensamientos al respecto. Desde entonces, nunca me
permití tener sentimientos, nunca me acerqué a un hombre lo suficiente
como para extrañarlo.
Tenía que darme un poco de gracia.
Pero iba a obligarme a levantarme y ocuparme, de modo que no
me obsesionara más de lo que ya lo estaba.
Tomada la decisión, me puse los zapatos y bajé las escaleras para
correr a la cocina, decidiendo ayudar a Lucy. Mi padre normalmente
pedía algún tipo de comida para ser servida durante sus reuniones. Por lo
general, optaba por cosas rápidas para servir como platos de antipasto.
Lo cual era bastante fácil de preparar, pero tomaba algo de tiempo. No
era hábil cocinando, pero podía enrollar un poco de carne y queso
bastante bien.
—Eres una salvavidas —declaró Lucy cuando me puse a trabajar
inmediatamente en el antipasto mientras ella preparaba el pan crujiente
para el aperitivo con salsa de aceite de oliva—. Solo me dio media hora
de aviso —añadió Lucy—. Tuve que enviar a mi hijo a buscar queso. No
entiendo todas estas reuniones —terminó, con el ceño fruncido.
—Yo tampoco —admití, sacudiendo la cabeza.
—Cambios. Me ponen ansiosa —comentó—. Nunca son buenos.
Por aquí —aclaró—. Algunos cambios son buenos. Pero tu padre…
—Es una criatura de hábitos —terminé por ella. Tenía razón. Le
gustaba que todo fuera predecible. Cualquier cambio importante en los
horarios lo molestaba y lo ponía de muy mal humor. Así que, los evitaba
siempre que podía. Por lo tanto, asumía que estas reuniones se estaban
haciendo en casa porque no podía evitarlo, porque tenía que estar
haciéndolas en casa en lugar de en sus lugares habituales.
Pero ¿por qué?
¿Qué había cambiado?
¿Se había dado cuenta de alguna manera de que las familias de 169
Nueva York y Nueva Jersey habían enviado hombres aquí, que lo estaban
vigilando, posiblemente conspirando para atacarlo?
—¿Necesitan ayuda, señoritas? —dijo una voz masculina,
haciendo que tanto Lucy como yo diéramos un respingo, tan poco
acostumbradas a escuchar hombres en la cocina.
Al darme la vuelta, encontré a Randy allí parado. Estaba vestido
con un traje, pero sus dos primeros botones estaban desabrochados. Su
cabello estaba un poco despeinado, como si hubiera estado pasando
sus manos frustradas por él. Y, supuse, cuando tenías que lidiar con mi
padre, eso tenía sentido.
—No, no, gracias, no —dijo Lucy, con un dejo de pánico en su voz,
sin querer que la sorprendieran hablando con uno de los invitados de mi
padre, sabiendo que sería la castigada por eso, incluso si Randy hubiera
iniciado la conversación.
—Soy un buen cocinero —intentó Randy una vez más,
acercándose mientras Lucy terminaba de colocar el pan en la bandeja
alrededor del tazón de aceite de oliva con especias.
—Ya está todo listo —dijo Lucy, dándole una sonrisa, pero fue tensa
alrededor de sus labios y ojos.
Demostré su punto, dejando caer un frasco de aceitunas en un
tazón en la bandeja enorme para el antipasto.
Justo cuando ambas, tan sintonizadas con sus movimientos,
escuchamos llegar a mi padre.
—¿Dónde carajo está la comida? —rugió, haciendo que los ojos
de Lucy se salieran de las órbitas.
—Vete —le dije, empujándola hacia la puerta.
Conocía ese tono.
Ese era el tono de «estoy enojado por algo que hizo o dijo otra
persona, y necesito desquitarme con alguien más».
Estaba acostumbrada a soportar la peor parte de su ira.
Lucy solo estaba intentando hacer un trabajo, mantenerse a sí
misma y a su familia, no merecía estar en el lado receptor de esto.
—No, fue mi…
—Lucy, vete —exigí, empujándola completamente hacia la
puerta, arrojándole su bolso.
170
Había arrepentimiento en sus ojos, pero dio media vuelta y se fue,
dejándome sola en la cocina.
Bueno, a solas con Randy.
Quien estaba apoyado en la isla como si no tuviera idea de lo que
estaba pasando. Demonios, tal vez no lo hacía. Los hombres a menudo
no tenían que ser víctimas de la violencia como las mujeres. Al menos no
a nivel doméstico.
Así que, no fue el que se puso totalmente rígido cuando la figura
de mi padre se movió hacia la puerta, con el rostro enrojecido por la ira,
por la bebida, o por ambas cosas. Probablemente ambas, conociéndolo.
Pude sentir el pavor floreciendo en mi estómago, una sensación
enfermiza que me hizo desear no haber terminado ese bollo unos
momentos antes cuando la bilis comenzó a subir lentamente.
—¿Dónde está esa perra? —gruñó mi padre.
Tomando una respiración profunda para alejar el dolor de mi
garganta, me enderecé.
—Le dije que llevaría la comida —le informé, levantando la barbilla
cuando su mirada se posó en mí.
—¿Y quién carajo te dio permiso para tomar esa decisión? —
espetó. Fue en ese momento que pareció notar a Randy. Entonces algo
oscuro cruzó sus ojos, algo que se esforzó por ocultar. No era propio de él
ocultar sus emociones. Pero ahora lo estaba intentando. ¿Por qué?
Sin embargo, no tuve mucho tiempo para pensar en eso.
—Randy, ¿por qué no regresas al estudio? —sugirió, solo que no fue
en absoluto una sugerencia.
La mirada de Randy se deslizó hacia mí, cuestionando, pareciendo
sentir que las cosas no estaban bien.
Asentí, sin nada más que hacer.
Estaba tan ocupada viendo a Randy alejarse que, de alguna
manera me perdí lo cargado que se había vuelto el aire en cuestión de
segundos.
—¿Por qué carajo te estaba mirando pidiendo permiso? —espetó
mi padre, en voz engañosamente baja. No iba a gritar, no cuando sus
171
hombres estaban en la otra habitación. No quería que supieran que una
mujer podía provocar ese tipo de reacción en él.
No se equivoquen, me daría una puta paliza. Pero lo haría sin
levantar la voz.
—Solo me estaba mirando, eso es todo —dije, levantando mi
barbilla.
—¿Te estás follando a uno de mis hombres? —preguntó, y un
músculo en su mandíbula comenzó a temblar.
—Por supuesto que no —respondí, insultada a pesar de que
debería haber sabido mejor que no dejar que me sacara de quicio.
—Estúpida puta de mierda. Por supuesto que te lo estás follando.
Eso lo explica todo. No crie a una maldita puta de mierda.
Sabía que mantener la boca cerrada siempre era la mejor opción.
Había aprendido hace mucho tiempo que él no toleraba que le
replicaran.
Pero la parte de mí que estaba a un pie de la puerta ya no quería
estar en silencio, no quería recibir una paliza en silencio ni una maldita vez
más.
—¿Me criaste? —pregunté, resoplando—. Eres una lamentable
excusa de padre. Todo lo que he conocido de ti es un mal genio y un
puño duro.
—Sí, bueno, claramente no lo suficientemente duro.
Se me cayó el estómago por la baja promesa diabólica en su voz.
Sabía que iba a vivir para arrepentirme de mi único momento de
valentía idiota.
Claro está, si vivía en absoluto.
Mi orgullo se negaba a dejarme intentar correr, sabiendo que la
paliza vendría de cualquier manera. Prefería simplemente recibirla ahora,
terminar con esto, que salir corriendo y preocuparme por cuándo
sucedería.
Mientras rodeaba la isla, aflojé mis músculos, intentando hacerme
casi inerte, sabiendo que el daño era peor cuando eras un objetivo tenso.
Después de que los primeros dos puñetazos aterrizaron (uno en mi
mandíbula y el otro en mi sien), no hubo manera de no ponerme rígida
cuando el dolor rebotó en mi cabeza. El dolor me resultó familiar de una
172
manera retorcida, pero de ninguna manera mitigado por mi experiencia
con él.
No pasó mucho tiempo antes de que perdiera el equilibrio en mis
tacones, estrellándome contra el suelo, sintiendo que el dolor explotó en
mi brazo a medida que intentaba contener mi caída.
Roto.
Algo estaba absolutamente roto.
Pero antes de que pudiera tomar aliento para gritar, mi padre
estaba de pie junto a mí.
Y mi padre no creía en muchas cosas.
Como en las peleas justas.
Como en no patear a alguien cuando estaba caído.
Pude sentir el dolor en mi costado, en mi estómago, luego vi que su
pie retrocedió una vez más. Lo vi abalanzarse hacia mi cara.
Pero terminé inconsciente antes de que pudiera siquiera procesar
el dolor.
No estoy seguro si el dolor fue lo que me despertó un tiempo
incalculable más tarde, pero fue lo primero que sentí tan pronto como
estuve consciente.
Al principio, no sabría decirte dónde me dolía más. Todo mi cuerpo
se sentía como una herida abierta. Hubo una sensación palpitante y
punzante que abrumó mi sistema por un momento largo.
Poco a poco, comencé a diferenciar el dolor.
La sensación de picahielo dentro de mi sien era por haber sido
golpeada o pateada. El dolor punzante que me subía por la muñeca y el
brazo era por intentar amortiguar la caída. Las sensaciones palpitantes
en mi mandíbula y estómago eran probablemente moretones.
Ahogando un grito, intenté sentarme, sintiendo que mi visión se
nubló y el dolor en mi sien se intensificó por un momento cegador.
Estaba mal. 173
Me habían lastimado antes, pero esto no era bueno.
La bilis subió por mi garganta, y un par de palabras cruzaron mi
mente. Conmoción cerebral.
Tenía que hacer que me examinaran la cabeza.
Aunque, tal vez incluso más que eso, fue el dolor en mi muñeca y
brazo que me hizo acunarlo contra mi pecho, luchando contra la
avalancha de lágrimas.
Tenía que levantarme.
Y tenía que salir de la casa.
Después, tenía que encontrar una forma de llegar al hospital.
Me tomó unos diez minutos sólidos levantarme del piso con la forma
en que mi visión estaba nadando y los diversos dolores y molestias
atormentando mi sistema.
Pero me levanté.
Y mientras me dirigía hacia la puerta trasera, noté que la isla estaba
completamente vacía.
Es decir, después de que mi padre me golpeara hasta dejarme
inconsciente, tomó la comida que yo ayudaría a preparar y se la llevó a
sus invitados como si nada hubiera pasado.
Supongo que, para él, no.
Siempre había sido, y siempre sería, sin importancia alguna.
Me sentí muy, muy pequeña a medida que salía en silencio por la
puerta trasera, siguiendo el camino que Lucy había tomado antes para
escapar de la ira de mi padre, moviéndome alrededor de la casa,
deteniéndome en la esquina. Apoyándome contra el costado de la
casa, respiré hondo un par de veces, recordándome que podía hacer
esto, que estaba a mitad de camino, antes de mirar alrededor para
asegurarme de que mi padre no estaba al frente.
Sin ver a nadie más que a Todd, que estaba pegado a su teléfono,
me alejé en la dirección opuesta, esperé hasta que vi un taxi, lo detuve y
me subí.
—Cristo. ¿Estás bien? —preguntó el conductor, con los ojos del todo
abiertos mientras me veía. Ni siquiera quería mirar. No quería ver el daño.
Aún no.
174
—¿Puedes llevarme al hospital? —pregunté, sacando mi teléfono
con mi mano buena para encontrar la aplicación listada, para poder
pagarle ya que me había ido sin mi bolso.
—Sí, por supuesto. Por supuesto —dijo, corriendo hacia el tráfico
como si me estuviera desangrando frente a él.
—Puedes reducir la velocidad —le dije después de darle una gran
propina simplemente por estar preocupado—. No está tan mal.
—Supongo que no te has visto —dijo, sacudiendo la cabeza—. No
está nada bien.
No tenía ningún argumento en contra de eso porque
probablemente tenía razón.
Pero menos de diez minutos después, se detuvo frente a las puertas
de la sala de emergencias y me preguntó si necesitaba ayuda para
entrar, y pude sentir el escozor de las lágrimas en mis ojos por su
amabilidad, incluso cuando le aseguré que estaba bien.
No quería ir a la sala de emergencias.
Porque sabía cómo me veía.
Sabía lo que iban a pensar cuando me vieran, cuando escucharan
mi débil excusa por estar en la forma en que estaba.
Mujer maltratada.
Querrían enviarme un abogado, hacerme admitir lo que pasó.
Tendría que soportar su lástima mientras me aferraba a mi historia de
mierda.
Intentaba con todas mis jodidas fuerzas no ir nunca al hospital
después de una paliza. Solo lo había necesitado dos veces antes. Una
vez cuando era niña, una vez como adulto joven. Pero ninguna de esas
veces me sentí tan mal como cuando atravesé las puertas y me dirigí
hacia el escritorio, fingiendo no ver la sorpresa y la furia en el rostro de la
enfermera de triaje.
—¿Qué pasó? —preguntó unos minutos más tarde cuando me
llevó para tomarme la presión arterial, el pulso y la temperatura.
—Choqué con una puerta —respondí, sabiendo que era la peor de
las excusas que podía pensar, pero no podía pensar más allá de los gritos
en mi cabeza, el latido de mi muñeca.
175
Afortunadamente, no curioseó más, simplemente siguió adelante y
me dejó ir a la parte de atrás donde sabía que ocurriría el verdadero
interrogatorio, junto con mi examen.
Nunca me sentí tan sola como entonces, con enfermeras y
médicos pinchándome y revisándome, intentando aclarar mi historia y
descifrar cuáles eran mis lesiones.
Fui a hacerme una tomografía computarizada de la cabeza y una
radiografía de la muñeca y el brazo.
Luego me llevaron de vuelta a mi pequeña habitación privada.
Donde, en un momento de completa desesperación, de necesidad de
conexión, de escuchar la voz de alguien a quien le importaría, tomé mi
teléfono y marqué su número.
Pareció preocupado incluso sin que yo dijera nada.
—Via, ¿está todo bien?
—No. —El sonido fue una cosa rota, ahogada. Nunca me di cuenta
de que tal sonido podría venir de mí. Pero allí estaba.
—¿Dónde estás? —preguntó, listo para entrar en acción.
—En el hospital —admití.
—¿El hospital? —repitió, y pude oír un portazo, el sonido de las
puertas del ascensor—. ¿Por qué? ¿Qué pasó?
—Mi padre —respondí, cerrando los ojos para aliviar el dolor que las
luces fluorescentes estaban creando.
Me habían dado una pastilla para el dolor, pero aún no había
hecho efecto.
—Estaré allí en diez minutos, ¿de acuerdo? Diez minutos.
—No eres un familiar —dije, sin estar segura de que lo dejarían
entrar.
—No te preocupes por eso —me dijo—. Estoy en camino. ¿Quieres
quedarte al teléfono?
—Creo que la enfermera está volviendo —dije, al verla con otra
mujer dirigiéndose hacia mí.
Supuse que, era mi abogada o chaperona o como se llamaran.
—Está bien. Te dejaré ir. Pero allí estaré, ¿de acuerdo?
—Está bien —concordé, parpadeando para contener las lágrimas
176
cuando terminé la llamada.
Pasé los siguientes minutos insistiendo en que había chocado con
una puerta, que no estaba en peligro, que sabía qué recursos estaban
disponibles si quería escapar de mi situación.
—Via —dijo Lucky a medida que se movía detrás de la enfermera
y la chaperona, sin poder ver más allá de ellas.
La enfermera, Laurie, se puso rígida. Incluso le tembló la mandíbula.
—¿Esta la puerta con la que chocaste? —preguntó, incluso
cuando Lucky se deslizó pasando a la chaperona, acercándose lo
suficiente para finalmente verme.
—Ah, nena —dijo Lucky, sus hombros cayendo incluso cuando sentí
que mis paredes se derrumbaban, las lágrimas que había estado
luchando con tanta fuerza, llenaron mis ojos y luego se derramaron por
mis mejillas.
—Tal vez no —murmuró la enfermera a la otra mujer mientras Lucky
se precipitaba hacia mí y luego se detenía.
—No quiero hacerte daño —dijo, sonando impotente.
Lanzando mi brazo bueno alrededor de él, lo atraje lo más cerca
que me permitiría mi posición incómoda en el lado de la mesa de
examen, enterrando mi frente en su pecho a medida que los sollozos se
elevaban y estallaban.
—Está bien —murmuró Lucky, sus dedos acariciando suavemente
mi cabello—. Voy a resolverlo —me aseguró, con un juramento solemne
en su voz—. No volverá a pasarte nada. Jamás —agregó, haciendo que
mi corazón se hinche en mi pecho. Sin embargo, nunca sabrías que eso
era lo que estaba pasando adentro, ya que las lágrimas y los llantos
siguieron llegando. Fueron años, toda una vida, de lágrimas que había
estado acumulando. Finalmente se estaban liberando. Estaba indefensa,
sin nada más que dejarlas en libertad.
En algún momento, escuché a Laurie disculparse, escuché que la
puerta se cerró detrás de ella, dejándome a solas con Lucky.
—¿Te examinaron? ¿Saben lo que está mal? —preguntó,
inclinándose para presionar un beso en la parte superior de mi cabeza.
—Piensan que es una conmoción cerebral y una muñeca rota —
respondí a medida que intentaba recuperarme, sollozando mientras 177
Lucky inclinaba mi cabeza suavemente hacia atrás para poder limpiar
las lágrimas de mis mejillas.
—¿Algo más?
—Tengo las costillas magulladas.
El músculo de la mandíbula de Lucky estaba apretándose.
—¿Te pateó? ¿Cuando ya estabas en el suelo? —preguntó, con
voz dura. Estaba intentando contener su indignación. Apreciaba que
existiera en primer lugar. Pero aún más que eso, me encantó que fuera
capaz de controlarlo, que no se dejara dominar por sus emociones,
independientemente de lo volátiles que fueran. Podía forzar la calma. Y
eso era admirable. Era una cosa más que me gustaba del hombre.
—No sería la primera vez —dije, admitiéndolo sin tener que decirlo
de verdad.
—Será la última —dijo Lucky, otra promesa que sabía que tenía la
intención de cumplir.
—Me duele la cabeza —admití con una voz patética, apoyando
mi sien en su estómago.
—¿No te están dando nada? Si no lo hacen, puedo conseguirte
algo.
Una sonrisa pequeña tiró de mis labios a pesar de mi miseria.
Porque, en realidad, cada mujer merece un hombre que cometería un
crimen para conseguirles la medicina que necesitaban en tiempos de
crisis.
—Aún no hace efecto —le dije.
—Está bien. No pasará mucho tiempo. ¿Puedo hacer algo? —
preguntó.
—¿Te quedas? —pregunté, mi voz apenas audible incluso para mis
propios oídos, tan incómoda con la vulnerabilidad, con necesitar algo de
alguien.
—No iré a ninguna parte —me dijo, moviéndose para sentarse en
el borde de la mesa de examen conmigo, pasando un brazo alrededor
de mi espalda baja, presionando su mejilla contra la parte superior de mi
cabeza cuando me incliné hacia él.
Y se quedó. 178
Se quedó conmigo.
Soportó las miradas sospechosas de las personas en la sala de
emergencias que pensaban que había sido él quien me había lastimado.
Me aseguró que una conmoción cerebral no era tan aterradora
como parecía.
Me dijo que me ayudaría a lavarme el cabello cuando el médico
me dijo que necesitaría un yeso, y me preocupó no poder hacer las
tareas básicas por mí misma.
—No puedes prometer eso —dije, capaz de pensar con un poco
más de claridad después de que el medicamento para el dolor
finalmente hizo efecto—. Puede que no sea capaz de escapar por un
tiempo —añadí, mi estómago retorciéndose una vez más en nudos.
—No vas a volver allí —me dijo, colocando una mano alrededor de
mis caderas a medida que me conducía fuera de la puerta, sosteniendo
mis medicamentos en la otra mano.
—Tengo que volver allí. Vivo allí.
—Ya no. Ya has terminado.
—No puedo terminar. No conseguí lo que necesitabas.
—Ya hiciste suficiente. Ya te has puesto en suficiente peligro.
—Esto no tiene nada que ver contigo y tu familia —le dije—. Esto
solo fue él enojado por algo irracional.
—Me importa una puta mierda cuál fue la razón —dijo, con voz
suave, incluso si sus palabras fueron duras—. Terminaste. No voy a dejar
que vuelvas a eso. No después de esto. De ninguna jodida manera.
—Lucky, en realidad esa no es tu decisión —le recordé, haciendo
una mueca por la posibilidad de herir su orgullo mientras abría la puerta
del pasajero de su auto para que yo entrara.
—Via —dijo, con tono paciente pero firme—. No vas a regresar.
Caso cerrado. Has terminado con toda esa mierda. Nadie jamás volverá
a ponerte las manos encima.
Cerró la puerta después de decir eso, dejándome intentar
procesarlo. Fue más difícil de lo que debería haber sido. Por supuesto, el
plan siempre fue que nunca más un hombre me golpeara cuando todo
esto terminara. Pero, racionalmente, sabía que no había forma de 179
garantizar eso. ¿Pero Lucky? Lucky podía.
Esa sensación de mi corazón hinchándose en mi pecho se extendió
de nuevo. Y esta vez, estaba bastante segura de que lo reconocí por lo
que era.
Amor.
Aunque en sus etapas iniciales, pero innegable.
Lucky se deslizó en el asiento del conductor, dando marcha atrás
para salir de su lugar, luego puso su mano en mi muslo y la dejó allí todo
el viaje de regreso al hotel. Fue tranquilizador y posesivo, y no pude evitar
presionar mi mano en la parte superior de la suya.
—¿Está todo…? —comenzó Massimo cuando Lucky y yo entramos
a la suite—. Jesucristo —siseó a medida que me veía.
—Sí, muy bien —dijo Brio, asintiendo, empujándose de la pared,
con una especie de determinación oscura en su mirada.
—Brio —dijo Lucky, en voz baja y una orden.
—Solo quiero hablar con el hombre —dijo Brio—. Solo él y yo, y una
batería de auto, pequeños clips en las bolas. Una mierda cordial —dijo,
asintiendo—. Si no entiende lo básico, podemos empezar a romperle los
huesos más pequeños. ¿Sabes cuántos huesos hay en el cuerpo? —
preguntó, sus ojos brillando con un deleite perverso ante la idea de
cuántos podría romper—. ¿Cuántos te rompió en la muñeca? —
preguntó, asintiendo hacia mi yeso.
—Solo uno.
—Entonces, cien para él parece justo, ¿verdad? —preguntó,
pareciendo que quería una respuesta real sobre la ética de sus métodos
de tortura.
—Brio, primero tenemos que hablar con Nueva York y Nueva Jersey
—le recordó Lucky.
La mandíbula de Brio se tensó ante eso mientras giraba la cabeza
en un semicírculo, crujiéndose los huesos a medida que avanzaba,
claramente luchando por no salir corriendo a agarrar a mi padre y la
batería de un auto, y lo que fuera que iba a usar para romper uno… no,
cien huesos.
—En este momento, necesito que Via se sienta cómoda —agregó,
haciendo que parte de la furia oscura abandonara el rostro de Brio.
180
—Cierto. Sí. Está bien. ¿Necesitas algunas pastillas? Puedo
conseguirte una mierda mejor que la que te dio el hospital.
—¿Qué tal unos bocadillos? —sugirió Lucky—. Va a estar en reposo
por un tiempo, y funcionando con un brazo bueno. Estará bien si buscas
mierdas que sean fáciles de comer con una sola mano.
—Seguro. Entendido. Pero oye —dijo, deteniéndose en su camino
hacia la puerta para darme una mirada dura—. Si quieres que le saque
los ojos y se los meta por el culo, solo avísame. A la mierda lo que piensen
los jefes —dijo, saliendo.
—Y con esa nota psicótica —dijo Massimo, dándome una mirada
dulce. Compasión. Mi orgullo quería odiarlo. Pero me encontré feliz de
encontrarlo en los rostros de estos hombres fuertes—. Los dejaré a solas.
Lucky, avísame lo que te digan cuando hables con las familias.
—Entendido —concordó Lucky, claramente ansioso por que se
fueran.
—Via, que te mejores —dijo Massimo, dándome una sonrisa tensa
a medida que salía por la puerta.
—¿Qué quieres hacer? —preguntó Lucky—. Podemos envolver ese
brazo, para que puedas tomar un baño. Podría aliviar el dolor en tu
costado.
—La medicina me ayudó con el dolor en mi costado —admití—.
Solo quiero acurrucarme en la cama —le dije.
—Sí, por supuesto. Está bien, quítate esos malditos tacones.
—Te gustan mis malditos tacones —respondí ante su tono—. Si no
recuerdo mal, te gusta follarme con mis tacones —agregué, disparándole
una sonrisa. La última vez que tuvimos sexo, me despojó de todo menos
de los tacones. Luego me había follado contra la ventana de la suite. Por
más horrible que me sintiera, por más exhausta como estaba, tanto física
como emocionalmente, sentí que un rubor se deslizó por mi pecho al
recordarlo.
—Sí —admitió, dándome una sonrisa—. Pero, en este momento,
solo van a aumentar la probabilidad de que te caigas y te lastimes
mucho más.
Podía correr con mis tacones sin caerme. Podía ir al gimnasio en
tacones, hacer un circuito completo y no caerme y lastimarme. Pero
181
estaba siendo dulce. Y no había razón para insistir en un punto estúpido
cuando todo lo que en realidad quería era que él siguiera siendo dulce.
Así que, me quité mis tacones.
Y cuando empezó a desvestirme, también le seguí el juego.
—No puedo estar desnuda —objeté cuando terminó de quitarme
la ropa y se estiró para tirar de las sábanas de la cama.
—Tienes las bragas puestas —respondió, con una sonrisa cálida.
—¿Y si necesitas que Brio o Massimo regresen?
—No lo haré.
—Pero…
—Via, trae tu lindo, y muy lastimado, trasero aquí, y métete en la
cama, así puedo jugar a la enfermera, ¿de acuerdo? —preguntó,
estirándose para comenzar a desabrochar sus botones.
No necesité más estímulo que ese. Me metí en la cama, me
acomodé debajo de las sábanas mientras Lucky me pasaba otra pastilla
para el dolor, insistiendo en que estaba bien, que conseguiría el sueño
que tanto necesitaba, que si se me acababan antes de que el dolor
desapareciera, le pediría a Brio que me consiguiera un poco más.
Se entretuvo un poco después de eso, poniendo mi ropa en una
pila, agarrándome una bebida del minibar en caso de que tuviera sed.
—Brio te traerá uno de todo lo que haya en la tienda de
conveniencia. Es así de exagerado —explicó Lucky a medida que
colocaba mi botella de medicina en la mesita de noche en caso de que
necesitara más durante la noche—. Pero lo hará mañana. Ahora mismo,
necesitas descansar.
—Bueno, entonces ven aquí conmigo, para que pueda hacerlo —
exigí, luego me estremecí por lo desesperado que sonó—. Me estás
poniendo ansiosa moviéndote así de un lado a otro —agregué,
intentando ocultar mi reacción genuina.
—Bueno —dijo, acomodándose a mi lado—, cuando tu mujer te
pide que te unas a ella en la cama, te unes a ella en la cama —dijo,
cubriendo nuestros cuerpos con las mantas después de que me acerqué
a su costado, descansando mi brazo enyesado en su pecho.
Tu mujer.
182
Su mujer.
Eso era lo que estaba diciendo.
Era su mujer.
Había sido un día horrible. A decir verdad, era uno para los libros. Y
eso era decir algo dado lo horrible que había sido a veces mi vida.
Pero con una sola frase, logró darle la vuelta.
Era su mujer.
15
Lucky
Via durmió.
Probablemente por el estrés del día, tanto físico como emocional,
pero también por la pastilla extra para el dolor que probablemente no
necesitaba, pero sabía que la ayudaría a desmayarse en lugar de mirar
al techo, repitiendo todo en su cabeza una y otra vez.
Sabía que era mucho para ella. No solo la golpiza, que debe haber
sido horrible en sí misma. No le había pedido detalles. No quería que
tuviera que revivirlo después de haberlo experimentado. Pero una mirada 183
a ella te decía lo malo que había sido. Podías reconstruirlo a partir de ahí.
Pero era más que el dolor físico.
A Via le gustaba caminar como si nada pudiera hacerle daño. Era
su mecanismo de defensa. Era su habilidad de supervivencia. Le había
servido bien en el pasado. Pero recibir una paliza como la que había
recibido le impedía actuar como si nada hubiera pasado, como si no
tuviera dolor, como si no necesitara la ayuda de nadie más.
Espolvorea el hecho de que tuvo que soportar preguntas y
simpatías de la gente, y tenías la guinda del pastel de su día infernal.
Solo necesitaba una noche entera de descanso. De modo que su
cuerpo pudiera empezar a sanar, sí, pero también su mente. No era tan
estúpido como para pensar que todo se vería mejor por la mañana, pero
al menos estaría descansada.
Sin embargo, no dormí.
No pude dormir.
Me las arreglé para mantener la compostura en el hospital, en el
camino de regreso, en la cama mientras ella se quedaba dormida. Pero
al segundo en que estuvo dormida, fue cuando se rompió mi control.
Estaba demasiado alterado para quedarme en un solo lugar, así
que me deslicé debajo de su cuerpo, tomándome un segundo para
colocar una almohada debajo de su brazo lesionado para mantenerlo
en alto, luego procedí a pasearme alrededor de la suite como un animal
enjaulado, apenas capaz de contenerme y hacer un agujero en la
maldita pared.
Nunca era alguien que luchara por aferrarse a su temperamento.
Pero, supongo, nunca había sido puesto tan a prueba como lo estaba
siendo en ese momento.
Verás, cuando me referí a ella como mía no fue un desliz.
Lo era.
Y nadie, maldita sea nadie, ponía sus manos sobre alguien que era
importante para mí.
Aún estaba despierto cuando la luz comenzó a filtrarse a través de
las cortinas, salpicando la espalda desnuda de Via. Nunca había visto a
una mujer a primera hora de la mañana, nunca quise pasar más de unas
pocas horas envuelto en sábanas con una.
184
Me sentí como un pervertido asqueroso mientras me movía hacia
los pies de la cama, observando la forma en que su cabello oscuro
captaba la luz, mostrando reflejos dorados y rojos que nunca había visto
en los mechones.
No estaba seguro si eran las pastillas, el estrés o cómo siempre
descansaba, pero dormía profundamente, casi sin moverse.
Deseé poder haberme relajado, volver a subir con ella, disfrutar de
una noche completa de sueño con ella acurrucada contra mí.
Pero mi mente no paraba de regresar a la sala de emergencias, y
ver el daño en su rostro hermoso y cuerpo.
Así que, maldición, ¿ver a una mujer tan fuerte destrozada como
ella lo estaba? Juro que aún tenía astillas de su dolor en las telas de mi
camisa, en las suelas de mis zapatos.
Había llorado como una mujer que no podría soportar mucho más.
Era mi lugar asegurarme de que nunca tuviera que hacerlo.
Independientemente de lo cabreados que estuvieran Lorenzo,
Luca o el tío Ant.
Ella había terminado.
Caso cerrado.
Solo estaba esperando mi momento hasta que supiera que Luca y
Lorenzo estarían listos para el día. Ambos eran madrugadores a los que
les gustaba hacer ejercicio para empezar el día. El tío Ant solía trabajar
hasta tarde en Famiglia, de modo que no se levantaría por unas pocas
horas más, pero todos sabíamos que casi siempre aceptaba lo que Luca,
quien eventualmente sería el jefe, pensaba que sería lo mejor.
Tan pronto como dieron las seis y media, llevé mi teléfono al baño
y marqué el número de Luca.
—Tan temprano, no puede ser bueno —dijo Luca, un poco sin
aliento, probablemente ya había comenzado su carrera matutina.
—Fiore atacó anoche a Via —dije, decidiendo lanzarme
directamente a ello. Esta no era exactamente una situación que
requiriera sutileza.
—Mierda —siseó Luca, tomando una respiración profunda—. ¿Qué
tan malo? —preguntó, soltándolo.
—Malo. Me llamó desde el hospital. Conmoción cerebral. Muñeca 185
rota. Costillas magulladas. Mandíbula magullada. Está tomando
analgésicos fuertes.
—Jesucristo. ¿La atrapó intentando espiar?
—No. Solo la atacó por alguna mierda doméstica.
—Está bien, déjame poner a Lorenzo en esto —dijo, marcando a
Lorenzo, haciéndome repetir los eventos del día anterior.
—No va a volver —dije cuando Lorenzo se quedó en silencio ante
la información.
—Cuidado —dijo Lorenzo. Me estaba pasando de la raya, pero me
importaba un carajo.
—Cuando llore a mares sobre ti, puedes decirme que tenga
cuidado —respondí.
—Lucky —advirtió Luca.
—No, está bien. Creo que lo entiendo —dijo Lorenzo—. No eres
bueno con las órdenes directas, ¿eh? —preguntó, sonando divertido—.
Tampoco me preocuparía por mis superiores si mi mujer fuera golpeada
y terminara sangrando en una habitación de hotel. ¿Dónde está Brio? —
preguntó, pareciendo sentir que su ejecutor notoriamente despiadado
tenía un gatillo sensible cuando se trataba de abusar de inocentes.
—Lo envié a hacer un recado justo después de que Via regresara
a mi habitación. Él y Mass acordaron esperar hasta que pudiéramos
comunicarnos contigo.
—Está bien, ¿cuánto tiempo crees que pasará hasta que Fiore se
dé cuenta de que no está? —preguntó Lorenzo.
De hecho, esa era una buena pregunta, una que no sentía que
pudiera responder satisfactoriamente. Sí, vivían en la misma casa. Pero
Via pasaba todo el tiempo en su propio piso. La frecuencia con la que
en realidad se cruzaban estaba más allá de mí. Solo sabía que intentaba
evitarlo cuando podía. Y que los guardias vigilaban sus idas y venidas.
Pero si no bajaba de su piso cuando pensaban que estaba allí, ¿cuánto
tiempo tardaría? ¿Un día? ¿Una semana?
—No lo sé. Pero lo consultaré con Via cuando despierte.
—¿Consultarme sobre qué? —dijo Via detrás de mí, haciéndome
saltar.
186
Al darme la vuelta, la encontré allí parada, mayormente usando mi
camisa del día anterior. Lo que significaba que se las arregló para meter
un brazo y hacer algunos de los botones, pero la manga en su brazo malo
estaba colgando por completo, como si se hubiera dado por vencida.
Ese era otro recado al que podía enviar a Brio para mantenerlo
ocupado. Que vaya y le compre algo de ropa a Via para aguantar hasta
que toda esta mierda termine, y ella pueda recoger sus cosas de la casa
de su padre. Necesitaba algunas camisas sin mangas, o muy anchas, de
modo que pudiera pasar el yeso. También necesitaría bragas, pantalones
y zapatos. Por tanto tiempo como estuviéramos en el área.
—¿Es ella? Pon el teléfono en altavoz —exigió Lorenzo.
Ya lo había empujado con todo esto, así que no discutí con él, solo
presioné el botón.
—Estás en altavoz —le dije.
—Via, nena, ¿estás bien? —preguntó Lorenzo.
—No exactamente —respondió Via, y pude ver el dolor en sus ojos.
Necesitaba otra pastilla para el dolor. Y algo de comida. Teníamos que
terminar esta llamada lo más rápido posible—. Pero estaré bien.
—Lucky te cuidará muy bien —le aseguró Lorenzo—. Nos
preguntábamos cuánto tiempo pasaría antes de que tu padre notara
que no estabas.
—Ah, um. Si nadie tuviera alguna razón para ir a buscarme, y en
realidad nadie lo haría, excepto tal vez el ama de llaves, entonces podría
ser más de una semana.
—Muy bien. Y esta ama de llaves, ¿existe alguna manera de que
puedas ponerte en contacto con ella, ver si puedes pedirle que no tenga
una razón deliberadamente para buscarte?
—Sí.
—¿Estás segura?
—Probablemente iba a recibir esta paliza si no la hubiera empujado
fuera de la casa —explicó Via.
—Entonces, si te viera, y viera de qué la salvaste, podrías persuadirla
—resumió Lorenzo.
—Sí.
187
—Está bien. De acuerdo. Lucky, encargarte de eso.
—Seguro —acepté, alcanzando a Via, metiéndola debajo de mi
brazo, presionando un beso en la parte superior de su cabeza.
—Sin acceso a la bóveda, necesitamos darle a Brio y Mass más
tiempo para vincular toda la mierda —dijo Lorenzo—. Creo que
deberíamos poder terminarlo en una semana. Si no, solo… que se joda —
dijo, suspirando, sonando cansado. Entonces comprendí que esta misión
que se había apoderado de mi vida, la de Massimo y la de Brio solo era
una pequeña parte de toda la mierda con la que él estaba lidiando en
un momento dado. Demonios, solo los problemas con las familias de
Nueva York deben haber sido una fuente de mucho estrés.
—De acuerdo. Prepararé la reunión con el ama de llaves, hablaré
con los chicos y luego les enviaré un mensaje de texto a ambos.
—Suena bien. Tengo que irme. Via, que te mejores. Luck, cuídala —
dijo Lorenzo antes de que su línea terminara la llamada.
—Lucky, quítame del altavoz —exigió Luca, su voz un poco más
oscura de lo que esperaba.
Le hice una mueca a Via, luego salí del baño y cerré la puerta
detrás de mí mientras entraba en la suite.
—Luca, lo sé —dije, tomando una respiración profunda.
—Eres un dolor en mi maldito culo —declaró, haciendo que se me
escapara un resoplido.
—Siempre lo he sido —coincidí.
—No aprecio que me hagas parecer que no puedo controlar a mis
hombres frente a Nueva York —lo regañó.
—Lo entiendo. Luca, me conoces. Nunca lo hubiera hecho,
excepto…
—Sí —dijo, suspirando—. Sí, lo sé. Lo entiendo. Creo que si no
hubiera encontrado a Romy y Lorenzo no hubiera encontrado a Gigi,
ahora estaríamos teniendo una conversación muy diferente. Pero lo
entendemos, así que no insistiremos. Solo sigue las reglas de aquí en
adelante.
—Lo haré.
—Bien. De acuerdo. Consíguele a tu mujer algo de desayuno. Y
luego haz que los muchachos sigan con el nuevo plan.
188
—Considéralo hecho —acepté, terminando la llamada.
—¿Estás en problemas por mi culpa? —preguntó Via, haciéndome
girar para encontrarla arrastrando los pies en la puerta del baño.
—No.
—Parece que estás en problemas por mi culpa —dijo, levantando
una ceja hacia mí, desafiándome a contradecirla.
—No es eso. Es más que debí haberle dicho a Luca que algo estaba
pasando entre nosotros dos. Lo cual no es tu culpa. Pero está bien. Luca
solo quería hacerme saber que no apreciaba que no lo mantuviera
informado.
—¿Siempre requiere que le informes de las mujeres con las que te
acuestas?
—Via, esto no es eso —respondí, observando cómo su mirada se
deslizaba hacia el suelo, pero no antes de que notara un destello de
alivio. Pensé que me había dejado claro la noche anterior, pero tal vez
no, tal vez necesitaba que se lo explicara—. Ven aquí —exigí,
extendiendo un brazo, esperando a que avanzara hacia mí, luego
envolviendo un brazo alrededor de su espalda baja, el otro yendo al lado
de su mandíbula que no estaba magullada, manteniendo su mirada fija
en a mí—. Tú y yo, tenemos algo aquí —le dije—. Comprendo que aún es
nuevo, pero veo que va a alguna parte. Si no es así, necesito que…
—Sí —me interrumpió.
—Está bien. Bien. Entonces, estamos en la misma página. Solo
tenemos que terminar este trabajo —dije—, y luego podemos volver a
Navesink Bank.
—¿Estás seguro de que quieres…?
—Sí —la interrumpí.
—No me dejaste terminar la pregunta.
—Via, estoy seguro de que te quiero. En mi vida. En mi casa. Quiero
ser jodidamente claro al respecto. Sé que no estás acostumbrada a que
a la gente le importe una mierda, así que puede que no sea fácil para ti
aceptar que te quiero conmigo, pero trabajaré para demostrártelo.
Comenzando con algunos analgésicos y comida —agregué,
presionando un beso en su frente—. También enviaré a Brio a buscarte
algo de ropa. Algo que puedas ponerte fácilmente con el yeso. Cuanto
más ocupado lo mantengamos, menos posibilidades tendrá de volverse 189
psicópata.
—Debería estar asustada por él —dijo Via, sacudiendo un poco la
cabeza cuando le entregué una pastilla para el dolor.
—Pero lo encuentras encantador —terminé por ella.
—Sí —dijo, resoplando.
—No serías la primera. Es un maldito lunático. Pero es interesante. Y
es leal. Y le importa una mierda la gente que considera inocente.
—¿Es casado? —preguntó.
—Maldición, no. Cristo. ¿Qué clase de mujer querría establecerse
con un psicópata? —me pregunté en voz alta.
—Tendría curiosidad por ver —dijo Via, refunfuñando a medida que
intentaba abrocharse los botones.
—Ven, déjame —le dije, desabrochando y luego rehaciendo sus
botones correctamente—. Un segundo —agregué, yendo a mi equipaje
para agarrar mi navaja de bolsillo.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó, frunciendo las cejas.
—Haciendo una raja en la manga, para que puedas ponértela.
—No, no arruines tu camisa.
—Cállate —exigí, agarrando la manga para apartar el material de
su cuerpo.
—Es de diseñador.
—Es reemplazable —le dije, cortando la manga rápidamente, de
modo que no se preocupara por eso—. Ahora tienes algo que ponerte.
Mira el menú del servicio de habitaciones mientras le envío un mensaje
de texto a Brio para decirle que es seguro dejar su botín de la tienda.
Veinte minutos después, Brio entraba en la suite.
—Oh, Dios mío —murmuró Via a medida que traía su quinto y último
lote de bolsas.
—¿Dejaste algo en la tienda? —pregunté, sonriéndole mientras las
acomodaba en el sofá.
—Tenía que cubrir todas las bases —respondió, encogiéndose de
hombros—. Eso debería aguantarte un par de días mientras te mejoras.
—Debería durarme un par de meses —replicó Via, dándole la 190
mayor sonrisa que pudo con su mandíbula dolorida—. Gracias, Brio. En
serio lo aprecio.
—Preferiría traerte las tripas de tu viejo como un collar, pero esto
tendrá que funcionar. A menos que quieras sus tripas. Puedo arreglar eso.
—Hombre, controla la locura —le exigí, cuando Via me dio un
codazo en las costillas—. ¿Puedes buscar algo de ropa a Via? —
pregunté—. Algo que se pueda poner fácilmente con el yeso. Unos
pantalones. Bragas. Lo básico —dije, yendo a mi maleta para agarrar un
fajo de billetes mientras lo acompañaba a la puerta—. Y tal vez algo de
mierdas para chicas —agregué a medida que le entregaba el dinero—.
Champú, acondicionador, maquillaje. Esos moretones no desaparecerán
pronto. Querrá cubrirlos con el tiempo.
—Entendido —dijo, guardándose el dinero en efectivo—. Estás
intentando mantenerme ocupado, para que no vaya y empiece a sacar
algunos dientes.
—Sí, algo así —accedí.
—Él se lo merece.
—Lo hace —coincidí.
—Está bien —dijo, suspirando, claramente decepcionado, pero
aceptando su destino—. Estoy contando los días hasta que pueda
ponerle las manos encima.
—Sí, yo también —dije, asintiendo.
—¿A tu chica le gustan las mierdas suaves y esponjosas?
—No… no estoy seguro. ¿Pero no lo hacen todas? —pregunté,
encogiéndome de hombros.
—De acuerdo —concordó, dándose la vuelta para alejarse,
dejándome negar con la cabeza antes de dirigirme a ayudar a Via a
organizar los refrigerios, y luego cortar su desayuno.
Lo comimos en la cama, viendo una película.
Finalmente, se volvió a quedar dormida, lo que me permitió llamar
a Massimo para hablar sobre sus planes para intentar averiguar para
quién trabajaba Justine, y por qué Fiore tenía sus reuniones en casa.
Via me dejó ayudarla a envolver su yeso en una tonelada de bolsas
de plástico y la cinta de envío que Brio tuvo la previsión de agarrar junto
con demasiados bollos de queso caliente, mostrando sus propias
191
preferencias con algunas de sus elecciones.
—Puedo hacerlo —me aseguró Via a medida que comenzaba a
quitarme la ropa mientras ella se metía en la ducha, cuidando mantener
su brazo lesionado alejado del agua.
—Claro que puedes —accedí, arrojando el resto de mi ropa al
suelo, y luego entrando en la ducha—. Pero no puedo decir que sería una
molestia para mí enjabonarte, nena —le dije, gustándome la forma en
que un rubor se movió a través de su pecho ante mis palabras.
—Bueno, en ese caso —murmuró, enviándome una sonrisa
descarada mientras me acercaba, agarrando la barra de jabón que
había traído con ella, haciendo espuma entre mis manos.
De verdad, solo quería echarle una mano.
Pero al segundo en que mi mano tocó su piel, y su cuerpo se tensó,
y su respiración se cortó, perdí de vista mis puras intenciones iniciales.
Mierda, seamos realistas. Cuando se trataba de Via, mis intenciones
nunca eran del todo puras.
Quiero decir, la mujer era jodidamente perfecta. Y prácticamente
ronroneó cuando mis dedos la rozaron. Era difícil mantener mis manos
quietas cuando ella las disfrutaba tanto.
Además, a la mujer le vendría bien un poco de alivio de la
ansiedad y el dolor, ¿verdad?
Mis manos se deslizaron sobre sus pechos, sus pezones
endureciéndose a medida que los rodeaba, haciendo que su respiración
se volviera rápida y superficial.
—Lucky —dijo, apenas capaz de mantener el control—. No
podemos.
—No —concordé—. No podemos. Pero yo puedo —dije, dejando
que mi mano se deslizara por su estómago, avanzando entre sus muslos—
. ¿Ve? —pregunté, con una sonrisa tirando de mis labios mientras ella
dejaba escapar un gemido bajo—. Puedo hacer esto —le dije,
deshaciéndome del jabón, y luego comenzando a trabajar su clítoris en
círculos lentos—. Y puedo hacer esto —añadí, deslizando dos dedos
dentro de ella, girando y frotándolos sobre su pared superior mientras mi
pulgar continuaba trabajando en su clítoris. 192
—Lucky —gimió, su brazo bueno envolviéndose alrededor de mi
cuello, sosteniéndose mientras mis dedos la follaban—. Te necesito dentro
de mí —jadeó, haciendo palpitar mi polla dura.
—Pronto algún día —prometí—. Hasta entonces —dije, frotando su
punto G y su clítoris con más fuerza, sintiendo que sus paredes se
tensaban a mi alrededor a medida que la empujaba a la cima—. ¿Vas a
correrte para mí? —pregunté, mi otro brazo anclándose alrededor de su
espalda baja, sosteniéndola cuando sus piernas comenzaron a temblar.
Se corrió antes de que tuviera la oportunidad de responder, todo
su cuerpo convulsionando una vez cuando sus paredes apretaron mis
dedos a medida que gritaba su orgasmo en mi cuello.
Después de que volvió a bajar, terminé de enjabonarla, incluso
logré hacer un trabajo medianamente decente al lavarle el cabello.
—Creo que tendrás que usar la bata del hotel hasta que regrese
Brio —le dije mientras la secaba cuidadosamente con una toalla. Sin
embargo, sin importar cuán gentil fuera, ella hizo una mueca y contuvo
el aliento cuando la toalla se movió sobre los moretones de color púrpura
oscuro y azul floreciendo en su costado y en la mitad de su vientre.
Ese maldito bastardo.
No podía esperar para hacerle pagar por lo que le había hecho.
Aun así, hasta entonces, iba a ocuparme cuidadosamente del
daño que había hecho y le daría a Via un espacio seguro que nunca
había tenido.
—Ese es Brio —dije unas horas más tarde después de llevarla de
regreso a la cama después de regresar de una llamada telefónica y
encontrarla intentando ordenar la suite.
—¿Cuántas bolsas crees que trae? —preguntó, sonriendo a la pila
de bocadillos en su mesita de noche. Había elegido sus placeres
culpables favoritos: Kit-Kats, Cheez-Its, Star Crunch, avena masticable y
barras de granola con miel, y varias botellas de bebidas de arándano,
frambuesa y manzana.
—Conociéndolo, al menos veinte —respondí, sacudiendo la
cabeza mientras iba a abrir la puerta.
Y allí estaba.
Con una sola bolsa en la mano, aunque una grande de color
marrón. 193
—Ah, Brio, hombre, eso no va a ser suficiente —le dije, frunciendo
el ceño cuando entró en la habitación, yendo directo a Via.
Via me lanzó una mirada confundida, y no pude hacer nada más
que encogerme de hombros a medida que me acercaba.
Brio colocó la bolsa en el borde de la cama, metiendo ambos
brazos dentro. Cuando volvió a sacar los brazos, sus manos estaban llenas
de algo suave y esponjoso.
De hecho, debí haberme dado cuenta de que había sido una
pregunta extraña cuando me preguntó.
Pero no se me había pasado por la cabeza.
Y allí estaba.
Con un pequeño gatito blanco en sus manos, más pelusa que
cuerpo real.
Mi mirada se deslizó inmediatamente hacia Via, que era la viva
imagen de la conmoción con sus labios entreabiertos y sus ojos como
platillos. Fue una mirada tan pronunciada que no tuve idea de qué
sentimientos habrían detrás de la conmoción durante un momento largo
antes de que dejara escapar una especie de chillido inesperado como
el de una niña.
Sí, chilló.
Via, la princesa de la mafia fría, cautelosa, a veces distante, chilló
como una niñita en Navidad cuando le ofrecían una bola de pelo.
—Lucky dijo que te gustaría algo suave y esponjoso —explicó Brio,
pasando el gatito al regazo de Via.
—Ah. Oh, Dios mío. Hola, dulzura —la arrulló mientras acariciaba su
espalda con dedos vacilantes—. Nunca me han permitido tener una
mascota —admitió, mirando a Brio con ojos llorosos.
—Bien. Te gusta —dijo Brio, alejándose de la cama.
—Brio —llamé en voz baja a medida que lo seguía hacia la puerta,
sin querer que Via me oyera, que se estropeara su alegría—. No podemos
tener un gato aquí.
—¿Quién carajo va a saberlo? —preguntó, poniendo sus ojos en
blanco mientras se movía hacia el pasillo, regresando con las bolsas que
había estado esperando—. Y antes de que preguntes, le conseguí todo
194
lo que necesita. Hombre, ella lo quiere —agregó, dándome una mirada
dura.
—Me doy cuenta —concordé, incapaz de detener la sonrisa que
tiró de mis labios cuando el gatito se subió a su pecho, y Via se inclinó
para presionar su rostro contra el pelaje del gatito—. Pero, ¿y si no lo
hiciera? ¿Y si fuera alérgica?
—Compré medicamentos para la alergia. Tres tipos —respondió,
sosteniendo una bolsa de farmacia.
—Brio, eres un hombre confuso —le dije, sacudiendo la cabeza.
Me dio un encogimiento de hombros ante eso a medida que
amontonaba todo en el sofá.
—Caja de arena. Tazones. Comida. Cepillo. Cortaúñas. Juguetes.
Golosinas. Tengo la arena en el auto.
—¿Qué hay de la ropa?
—¿Para el gato? —preguntó, frunciendo el ceño.
—Cristo, no, Brio. Para Via —le recordé.
—Sí, cierto. Le compré algunas camisas, pantalones y bragas. No
tenía un número de zapatos, así que compré zapatillas y pantuflas.
También compré las mierdas para chicas. Todo está aquí. Tengo que ir a
buscar la arena. Ha estado sin su caja por un rato —explicó, dirigiéndose
hacia la puerta.
—Me consiguió un gatito —dijo Via, mirándome con sus grandes
ojos a medida que sacudía la cabeza.
—Sí, lo hizo —dije, también teniendo problemas para entenderlo—
. Y también te consiguió… oh, Jesús —dije, dejando escapar una risa
ahogada cuando me di cuenta de qué tipo de ropa había elegido para
ella.
—¿Qué? ¿Qué es?
—Brio debe pensar que eres una aficionada a los deportes —le dije,
sosteniendo la camiseta sin mangas en un llamativo color rojo.
—Ah, vaya —murmuró, apretando sus labios—. De acuerdo,
supongo que es bueno que nadie vaya a verme —dijo, sacudiendo la
cabeza.
195
Él la había ablandado con el gatito. La Via que conocía y me
importaba no habría estado bien con la ropa de hombre que
probablemente le quedaría como un vestido. Claramente le gustaba su
ropa, y se vestía muy femenina. Pero, supongo, viendo lo herida que
estaba, de todos modos no tenía planes de ser vista en público por un
tiempo, así que ¿qué importaba lo que usara?
—¿Te gustan los gatos? —preguntó Via, y no había duda de la
preocupación en su voz. Porque sabía que planeaba llevarla de regreso
a Navesink Bank, para que se mudara conmigo.
Ella quería eso.
Pero también claramente quería a su gato.
—Mi mamá tiene un par. Son rescatados que se esconden debajo
del sofá cada vez que viene alguien, así que en realidad nunca he
pasado mucho tiempo con ellos. Pero no tengo nada en contra de los
gatos —le dije, moviéndome para sentarme a un lado de la cama,
estirando la mano para acariciar al gato que estaba acurrucado en la
bata entre sus pechos—. Todo lo que importa es si ella te hace feliz.
—Es tu habitación de hotel. Y tu casa —dijo, bajando la mirada.
—Sí, vamos a tener que trabajar en esa mentalidad —dije,
sacudiendo la cabeza—. Si estás aquí o allá, también es tuyo.
—Técnicamente no —especificó.
—Via, nena, técnicamente sí. Así es cómo funciona esto. No
funcionará si siempre ves todo como mío. Entiendo que siempre te hayas
sentido así en tu propia casa, pero no quiero que sigas sintiéndote así.
Quiero decir, tal vez no buscaste al gato rescatado sin consultarme, pero
si quieres un gato, puedes tener uno.
—¿Y si quiero un perro? —preguntó, poniéndome a prueba.
—Entonces cómprate un perro.
—¿Qué tal un pato?
—¿Solo uno? —le respondí, sonriendo cuando soltó una carcajada.
—No, tienes razón. Son un animal de manada, ¿no? Supongo que
necesitaríamos al menos veinte —dijo, claramente jugando. E iba a tomar
como una buena señal que se sintiera lo suficientemente cómoda
conmigo para hacerlo.
196
—Suena perfectamente razonable. Entonces, ¿ya tiene nombre?
—pregunté, acariciando una vez más la cabecita suave del gatito.
—¿Tal vez, Chi? En honor a este lugar del que estoy muy
emocionada de alejarme.
—Suena perfecto. Chi tiene todos sus suministros. Brio solo está
buscando la arena para ella.
—¿En serio estás bien con ella? —preguntó cuando Chi intentó
hundir sus pequeñas garras afiladas en el yeso de Via.
—Absolutamente —accedí, añadiendo en silencio que estaría de
acuerdo con casi cualquier cosa que hiciera que esa luz brillara
alrededor de sus ojos. Después de una vida infernal, se merecía cualquier
cosa que la hiciera un poco feliz—. Esa es la arena —dije cuando
llamaron a la puerta—. Prepararé todas sus cosas —agregué cuando se
movió para salir de la cama—. Chi está aquí para hacerte compañía
mientras descansas —le dije.
—¿Oye, Lucky? —me llamó justo cuando llegaba a la puerta.
—¿Sí, nena?
—Gracias —dijo, parpadeando con fuerza, luchando por contener
más lágrimas—. Nadie nunca ha sido tan amable conmigo.
—Algún día, estarás tan acostumbrada que ya no te hará llorar —
le dije—. Esa es ahora mi nueva misión en la vida —agregué, luego seguí
adelante y dejé que Brio regresara a la habitación.

197
16
Via
Si me hubieras dicho solo una o dos semanas antes que pasaría de
estar sola en el mundo, a estar locamente enamorada de dos seres vivos,
me habría reído en tu cara. Te habría llamado delirante.
Sin embargo, allí estaba yo, recuperándome lentamente en una
habitación de hotel, compartiendo cama con Lucky y Chi, los dos nuevos
amores de mi vida.
La recuperación también fue lenta. Incluso cuatro días después, no
podía moverme sin que me doliera el costado y el estómago, no podía 198
pasarme los dedos por la mandíbula o la sien sin que el dolor rebotara en
mis terminaciones nerviosas. Los moretones parecieron oscurecerse,
aunque el azul y el púrpura habían comenzado a tener un halo de verde
y amarillo. Sabía por experiencias pasadas que pronto, esos colores
tomarían el control, y un tiempo después de eso, mi propio tono de piel
volvería.
Mi muñeca era un calvario de varios meses. Seis semanas con yeso,
y luego probablemente algo de fisioterapia para recuperar mi fuerza.
El yeso fue más problemático de lo que quería admitir,
principalmente porque Lucky ya se estaba portando muy bien, y no
quería quejarme.
El hombre limpió la suite él solo ahora que no podíamos tener el
servicio de mucama por Chi. Limpió la caja de arena y me ayudó a
ducharme y vestirme. Me cortó la maldita comida.
Prácticamente nunca había tenido ayuda, desde que era una
niña. Sin importar lo que estuviera mal conmigo, tuve que encontrar la
manera de manejarlo por mi cuenta.
Esa independencia me convirtió en una paciente terrible, porque
me molestaba que, de hecho, necesitara ayuda. Y también me hizo sentir
increíblemente culpable de que era, ya sea que Lucky quisiera admitirlo
o no, una carga al momento.
Por eso estaba luchando activamente con mi botella de
ibuprofeno por mi cuenta, porque no quería tener que llamar a Lucky
para que lo hiciera por mí cuando estaba hablando por teléfono con
Lorenzo.
Se escuchó un pitido seguido de la apertura de la puerta.
Massimo y Brio se habían quedado con la llave de repuesto de
Lucky, usándola para ir y venir cuando lo necesitaban.
Había superado mi timidez sobre mis atuendos ridículos gracias al
absurdo sentido de la moda de Brio. Esa mañana en particular, vestía
unos bonitos pantalones de pijama de seda rosa con una camiseta de
baloncesto azul brillante sin mangas.
—Sabes, a él no le importa —dijo Massimo, acercándose para
quitarme la botella de las manos—. Cuidar de ti —agregó, sacudiendo
un par de pastillas en mi mano. A veces, el dolor era lo suficientemente
fuerte como para que aún pudiera haber estado usando la medicina
para el dolor, pero siempre había estado un poco paranoica de que la
199
personalidad adictiva de mi padre fuera genética, que pudiera volverme
dependiente de las sustancias fácilmente si no tenía cuidado.
—Ya está haciendo mucho —dije, encogiéndome de hombros—.
Lo menos que puedo hacer es intentar medicarme sin molestarlo.
—Ese es mi punto, no es una molestia —aclaró—. Quiere hacerlo.
—Tiene trabajo que hacer.
—Puede hablar por teléfono y abrir tu botella de pastillas. Deja de
ser tan terca.
—No soy terca —insistí, pero sabía que no estaba siendo en lo más
mínimo convincente.
—Ah, ¿no? —preguntó—. ¿No fuiste tú a quien Lucky atrapó
intentando lavarse el cabello con una sola mano porque no querías
molestarlo?
—Estaba en medio de limpiar la caja de arena.
—Terca —dijo Massimo, sacudiendo la cabeza.
—Bien —me quejé, sabiendo que no era algo inexacto decir de mí.
Más que nada, estaba acostumbrada a hacer las cosas a mi manera.
Probablemente provenía de vivir, para todos los efectos, por mi cuenta,
sin mucho aporte de los demás.
—Es bueno ser independiente —dijo Massimo, colocando la botella
de nuevo en la mesita de noche, agachándose para darle a Chi una
palmada en la cabeza—. Pero es importante comprender que tienes
personas en las que puedes confiar. Tarde o temprano lo descubrirás
como parte de esta familia —agregó, alejándose para encontrar a Lucky.
Todos hablaban en términos de certeza cuando hablaban de mi
relación con Lucky. Como si fuera algo ya grabado en piedra, con
cimientos sólidos, cuando todo era aún muy nuevo.
Tenía dos sentimientos encontrados al respecto. Por un lado, era
más reconfortante de lo que podría haber anticipado, ver cuán
fácilmente me llevaron a su redil, me aceptaron como uno de los suyos.
Sin embargo, por otro lado, estaba aterrorizada de que me
acostumbraría demasiado, me enamoraría demasiado de todos ellos,
solo para que me lo quitaran todo, dejándome una vez más sola en el
mundo, pero esta vez sería muy consciente de lo que me estaba
perdiendo.
200
Quería dejar ir todos los miedos, las inseguridades que
amenazaban con comerme viva cuando no las combatía activamente.
Quería darle a esta relación en ciernes el tipo de optimismo entusiasta
que se merecía. Pero era difícil dejar ir a tus guardias cuando habían sido
lo único manteniéndote con vida. Servían a un propósito. Solo necesitaría
aprender cuándo era prudente tenerlas levantadas y cuándo me
impedían poder disfrutar de mi vida plenamente.
—Entonces —dijo Lucky, disponiéndose a sentarse a mi lado en la
cama—. ¿Ya tienes claustrofobia? —preguntó.
—Estoy bastante acostumbrada a estar encerrada —le recordé.
—Entonces, ¿ya te cansaste de nosotros tres? —preguntó en su
lugar.
Aparte de la reunión con Lucy que había durado cinco minutos,
donde me trajo mi cartera y algunos artículos importantes que
pertenecían a mi madre, y estuvo plagada de lágrimas y asegurando de
su parte que haría que pareciera que estaba en casa cuando no lo
estaba, Lucky, Brio y Massimo habían sido las únicas caras que había visto
en días.
Habíamos tenido cuidado de evitar que el servicio de habitaciones
me viera, sabiendo que probablemente lo informarían a la gerencia,
quien podría investigarlo y ver que también habíamos rechazado el
servicio de habitaciones, haciéndoles preguntarse si una mujer estaba
siendo retenida en contra de su voluntad.
No queríamos ese tipo de atención.
No había manera de saber quién en la fuerza policial estaba en el
bolsillo de mi padre. Activaría alarmas. Sería una pesadilla.
—No —respondí, sacudiendo la cabeza—. Me estoy cansando del
yeso y aún me duelen las costillas, pero me gusta estar aquí. Me gusta
estar contigo. Y los muchachos —agregué, sintiendo que me estaba
volviendo demasiado vulnerable con él. Me iba a llevar un tiempo
acostumbrarme a ser completamente abierta con él. Solo tenía que
esperar que fuera un hombre paciente—. Me he acostumbrada tanto a
estar sola. Todo el tiempo. Es muy agradable no estarlo.
—Nena, a mí también me gusta estar aquí contigo —dijo, besando
mis labios suavemente—. Aunque, no voy a mentir, estaré más feliz de salir
de esta puta habitación de hotel, de esta ciudad y de regreso a casa. 201
Donde pueda llevarte a salir de nuevo. Hasta entonces te deberé una
cena elegante y una borrachera.
—Con un postre con café —le recordé.
—¿Cómo podría olvidarlo? —dijo, sonriendo—. Está bien. ¿Quieres
tomar ese baño del que has estado hablando? —preguntó—. Puedo
intentar atar tu cabello sin dejarte calva —ofreció.
—Creo que estoy mejor por mi cuenta —respondí, levantándome—
. Eres hábil en muchas cosas, el cuidado del cabello femenino no es una
de ellas —añadí, sonriendo a medida que agarraba la bolsa de
implementos que Brio me había comprado y me dirigía al baño, dejando
la puerta entreabierta mientras ordenaba las cosas, tomándome un
segundo para meter con cuidado el collar de perlas de mi madre en el
compartimento de los tampones de mi bolso a medida que me lo
quitaba, sin querer correr ningún riesgo con él.
Llamaron a la puerta. Comida probablemente. Lucky parecía estar
en una misión de un solo hombre para hacerme ganar diez kilos mientras
estaba encerrada con él. Juro que el hombre pedía comida cinco veces
al día. Independientemente de mis objeciones.
Estaba inclinada sobre la bañera para abrir el grifo cuando
escuché la voz de Lucky.
No saludando al servicio de habitaciones con su amable eficiencia
habitual, nunca haciendo un poco de charla, simplemente dando las
gracias y una propina, y luego siguiendo con su vida.
No.
Este fue un tono que nunca había escuchado a Lucky usar.
Me heló la sangre.
Los latidos de mi corazón se dispararon a toda marcha. La sangre
corría a toda prisa en mis oídos, haciéndome imposible oír hasta que
respiré lenta y profundamente mientras me acercaba de puntillas a la
puerta, algo diciéndome que las cosas habían salido muy, muy mal.
Y entonces lo escuché.
La voz de mi padre.
Sentí como si alguien me hubiera echado agua helada encima. Un
escalofrío fuerte sacudió mi sistema cuando me di cuenta de lo que 202
estaba pasando.
Mi padre había sorprendido a Lucky.
Su arma probablemente aún estaba dentro de la mesita de noche
donde la había dejado.
Estaba desarmado.
Y mi padre era demasiado cobarde para ir solo a ninguna parte.
Massimo y Brio no estaban por ninguna parte.
Mierda.
Mierda, mierda, mierda.
—¿Dónde carajo está? —espetó mi padre, haciendo que se me
encogiera el estómago.
Mi mano fue a mi bolso, moviendo con cuidado algunos artículos
hasta que localicé la navaja de bolsillo que Randy me había dado.
—Devuélvela, y no tendremos ningún problema aquí. Ella es la que
se prostituye.
Ah.
¿Él no sabía?
De alguna manera me había rastreado, ¿pero no conocía a Lucky?
Imaginé que era imposible hacer un seguimiento de cada miembro de
cada familia en los Estados Unidos. Especialmente los de ciudades tan
lejanas.
Si no sabía quién era Lucky, y por qué estaba con él, entonces tenía
la oportunidad de salvarlo.
Si mi padre pensaba que solo era un imbécil al que derribé con mis
artimañas femeninas, tal vez lo dejaría ileso. Si iba con él, claro,
probablemente soportaría otra paliza, pero Lucky y sus hombres estarían
justo detrás de nosotros, listos para irrumpir y salvarme.
Podría recibir otro par de golpes para salvar a Lucky.
En realidad, no había ningún debate.
—No tengo idea de a quién estás buscando… —comenzó a insistir
Lucky, sintiendo el mismo malentendido que yo.
Sin embargo, no tuvo la oportunidad de terminar su declaración
porque avancé a la puerta.
203
Pude ver la mirada de terror puro en los ojos de Lucky, y me recordé
que esa era exactamente la razón por la que estaba haciendo esto.
Porque era un hombre bueno. Porque le importaba. Porque quería tanto
protegerme.
Así como quería tanto protegerlo como pudiera.
Y podía hacerlo en esta situación.
Estaba tan absorta intentando transmitirle mi plan a Lucky que de
alguna manera había pasado por alto a los otros hombres en la
habitación además de él y mi padre.
—Ahí está —dijo mi tío Robert, dándome una mirada malvada.
Como si estuviera contento de encontrarme con las manos en la masa,
como si supiera lo que iba a pasarme por eso.
Nunca me había gustado ninguno de mis tíos. Pero mi tío Robert
era el peor del grupo. Lo había sorprendido a menudo observándome
con miradas que tuve que intentar convencerme de que no eran
lascivas. Siempre me había propuesto mantenerme lejos de él cuando no
hubiera nadie cerca.
Sin embargo, no fue su presencia lo que hizo que se me revolviera
el estómago.
Oh, no.
Ese honor fue para el hombre al otro lado de mi padre.
Randy.
Supongo que una parte ingenua de mí había estado soñando
despierta con él siendo un hombre bueno, uno que podría poner su
brújula moral por encima de sus órdenes, sin importar las consecuencias.
Un hombre como Lucky, Brio y Massimo y todos los demás de Navesink
Bank y Nueva York.
Debí haberlo sabido.
En la familia de mi padre no había hombres buenos.
Había sido una idiota por pensar lo contrario.
Fue a él a quien dirigí mi ira cuando levanté la barbilla y cuadré los
hombros.
—Están aquí para arrastrar a la puta de la familia a casa, ¿verdad?
204
—pregunté, viendo una mirada cruzar el rostro de Randy por un
momento. Una parte pequeña de mí quería creer que era
arrepentimiento. Pero se fue demasiado rápido, reemplazada por una
indiferencia fría.
Ningún hombre bueno, ningún hombre con una pizca de
humanidad, se sentiría indiferente ante lo que sabían que iba a pasarme.
—Traes vergüenza a esta maldita familia —espetó mi tío, estirando
la mano para agarrarme, sus dedos cerrándose lo suficiente como para
magullarme.
Pude ver a Lucky dar un respingo, como si fuera a avanzar, pero el
arma de mi padre se amartilló en señal de advertencia.
—No intentes ser un héroe. Ella no vale la pena —dijo mi padre,
haciéndome apretar los dientes para evitar que se me escaparan más
comentarios. No necesitaba empeorarlo más de lo que ya iba a ser para
mí.
Claro, Lucky y sus hombres estarían justo detrás de nosotros, pero
mi padre siempre había sido capaz de causar la máxima cantidad de
daño en la mínima cantidad de tiempo.
Estaba bien.
Todo terminaría pronto.
—Solo quédate ahí y déjame llevar a mi hija a casa, y no tendremos
ningún problema —dijo a medida que mi tío me arrastraba hacia la
puerta.
Le di a Lucky una última mirada suplicante, con la esperanza de
que me conociera lo suficientemente bien en este punto para saber lo
que estaba intentando transmitir, antes de que mi tío me arrastrara por el
pasillo. Randy se movió detrás.
Pensé que esto era todo.
En serio pensé que iba a ser eso.
Hasta que escuché el ruido metálico sordo.
Lo conocía.
Conocía ese ruido.
Una bala escapando de un arma silenciada.
205
—¡No! —grité, intentando alejarme de mi tío mientras sentía el terror
inundando mi sistema.
—Cierra la puta boca —espetó mi tío, clavando un codazo en mi
costado, en mi riñón, casi haciéndome perder el conocimiento con el
dolor repentino cuando mi respiración se atascó.
Me arrastraron hasta el hueco de la escalera antes de que pudiera
volver a respirar.
Estaba en la parte trasera de un auto alejándose de la acera a
toda velocidad antes de que pudiera siquiera concentrarme en lo que
acababa de suceder.
Mi padre le había disparado a Lucky.
Le había disparado.
Lucky.
Mi Lucky.
Tampoco había oído un grito, un gruñido, una maldición, nada.
Nadie recibía una bala sin hacer algún tipo de ruido.
Eso solo podía significar una cosa.
Había matado a Lucky.
El dolor fue inesperadamente abrumador. Fue un maremoto que
me empujó bajo la superficie, que me hizo rodar hasta que me
desorientó, hasta que no supe en qué dirección estaba, hasta que me
ahogué con agua salada.
No se me ocurrió hasta que me arrastraron fuera del auto por mi
brazo y mi cabello que el agua salada en la que me había estado
ahogando eran mis propias lágrimas a medida que corrían por mi rostro,
se deslizaban entre mis labios.
Lucky se había ido.
Lucky se había ido y con él, todas las esperanzas y sueños que tenía
para el futuro, toda la felicidad que sabía que solo podía tener con él.
Apenas lo sentí cuando me empujaron hacia adelante, cuando
me estrellé contra la mesa en el pasillo antes de caer al suelo de lado.
Ningún dolor físico podía acercarse a lo que estaba sintiendo en mi
corazón, en mi alma.
Lo peor era que no se trataba solo de mí, de las esperanzas y los
206
sueños que murieron con él. Era intrascendente en el gran esquema de
las cosas. No le importaba a nadie ahora que él se había ido.
¿Pero Lucky?
Lucky le importaba a mucha gente.
A su familia, los hombres con los que había trabajado toda su vida.
A sus hermanos.
A su mamá.
Su mamá que ya había soportado suficiente pérdida, que lo
amaba con cada fibra de su ser.
Él estando conmigo, preocupándose por mí, había sido un error
fatal, uno que su familia y amigos tendrían que pagar.
El dolor fue una sensación punzante en mi estómago una y otra vez,
lo suficientemente fuerte como para que la bilis subiera por mi garganta,
dejándome seca mientras me acurrucaba como una bola, intentando
aliviar un poco el dolor.
—Jodidamente patética —espetó mi tío—. Llora como una perra
porque sabe lo que va a pasarle.
Algo se agrietó en algún lugar muy profundo en mí. Me tomó
mucho tiempo reconocerlo como la última de mis guardias, mis defensas
finales, cualquier parte de mí a la que le importaba un carajo mi
supervivencia.
—¿Crees que me importa una mierda lo que me hagas? —espeté,
incluso a través del torrente de lágrimas—. Me han quitado todo. No me
queda nada. Solo ya mátenme —grité, empujándome para sentarme, sin
importarme que sonara desquiciada. Lo estaba. No quedaba ni un solo
pensamiento racional en mi cabeza. Todo lo que tenía era pena, era
desesperanza, era la sensación de haber. Terminado. Con. Toda. Esta.
Puta. Mierda.
—¿Vas a dejar que te hable así? —preguntó mi tío cuando mi
padre me observó por un momento en un silencio atónito, tan poco
acostumbrado a que yo respondiera, que perdiera la calma. Sin
embargo, esas palabras lo sacaron de su estupor. Mi padre siempre se
había preocupado y siempre se preocuparía demasiado por las
opiniones de los demás.
Era un hombre patéticamente pequeño con un ego enorme.
207
Y la mirada de rabia en su rostro decía que estaba listo para darme
lo que quería. Iba a terminar con todo esto por mí, de una vez por todas.
Estaba casi terminado.
No tendría que soportarlo a él, ni a ninguno de ellos, ni a nada en
absoluto, por mucho más tiempo.
—Debí haberte hecho ver mientras le metía una bala a tu amigo —
espetó a medida que se inclinaba hacia mí, altísimo, amenazante.
Verás.
Había solo una cosa que pudo hacer en ese momento que podía
sacarme de mi dolor, que podía ayudarme a aprovechar mi ira
justificada una vez más.
Mencionar a Lucky.
El bueno, leal, honesto, cariñoso, hermoso Lucky.
No tenía derecho a hablar nunca de él.
Jamás.
Nunca volvería a hablar mal de él.
Incluso antes de que terminara de pensar en eso, mi mano estaba
deslizándose en mi yeso, encontrando la navaja de bolsillo, abriéndola.
Sabía que iba a terminar para mí al segundo en que amenazara al
jefe de la mafia de Chicago, sea mi padre o no.
Pero no importaba.
Nada importaba.
Más que dejarle muy claro que nunca podría hablar mal de Lucky.
Maldita sea, nunca más.
Con mi mano buena curvándose con fuerza alrededor de la
empuñadura del cuchillo, estiré mi mano enyesada, ignorando el dolor
que me recorrió el brazo a medida que aferraba el cabello en la parte
posterior de la cabeza de mi padre con las yemas de los dedos,
inclinando su cabeza hacia un lado, dejando al descubierto el costado
de su cuello.
Solo por una fracción de segundo.
Aun así, el tiempo suficiente para que él viera el destello del
cuchillo, para que el miedo se apoderase de su sistema.
208
Antes de hundirlo a un lado de su garganta.
La sangre arterial salió disparada, salpicándome la cara, el pecho,
mientras el horror cruzaba el rostro de mi padre.
Levantó la mano, sacando el cuchillo a medida que la sangre de
su vida brotaba de él.
No pasó mucho tiempo.
Debería haber durado.
Debería haberlo hecho sufrir.
Por horas.
Por días.
Por años.
Ese era el único castigo justo para un hombre tan diabólico como
él.
Pero esa no fue la oportunidad que tuve.
Tuve la oportunidad de hacerlo, pero tuvo que ser rápido.
Y vi como la vida huyó de sus ojos incluso cuando su cuerpo caía
al suelo, muerto incluso antes de que golpeara.
Hubo un momento de silencio conmocionado mientras mi tío y la
mirada de Randy se deslizaban hacia el cuerpo de mi padre, mientras
procesaban lo que acababa de suceder.
Casi había terminado.
Me matarían.
Y todo terminaría finalmente.
—¡Maldita perra! —rugió mi tío, el sonido lo suficientemente fuerte
como para hacer que mis hombros se elevaran hacia mis oídos—. ¿Qué
has hecho? —gritó, metiendo la mano en su bolsillo.
Sí.
Bien.
Solo tenía que esperar que fuera bueno disparando, o se acercara
a mí, se asegurara de que fuera fatal.
Levanté la cabeza para él, le ofrecí la frente cuando sacó un arma.
209
—Vas a pagar por… —comenzó mientras su brazo se levantaba, la
pistola reflejando la luz sobre nosotros.
Pero cuando sonó la bala, cuando sentí una oleada de alivio al
saber que había terminado, no sentí que me atravesó.
Tampoco la segunda.
Me tomó un momento comprender que no era porque mi tío fuera
malo disparando.
Oh, no.
Fue porque no había tenido la oportunidad de disparar en
absoluto.
Porque tenía dos agujeros de bala en el pecho y la frente.
Observé en un silencio atónito cómo su cuerpo se tambaleó y cayó
casi perfectamente junto al cuerpo de mi padre.
Mi mirada voló alrededor, encontrando a Randy allí parado, su
brazo bajando, guardando su arma.
—Bien por ti —dijo, asintiendo.
No.
No.
Nonononono.
Así no era cómo se suponía que iba a suceder.
Se suponía que yo también moriría.
No podía seguir viviendo, sabiendo que había sido la razón por la
que alguien como Lucky ya no podía hacerlo.
—No —grité, presionando mi mano contra mi pecho a medida que
el dolor amenazaba con partirme en dos—. Solo… también dispárame a
mí —supliqué, inclinándome hacia delante mientras los sollozos
aumentaban, salvajes, casi animales.
Fue entonces cuando escuché la puerta cerrarse de golpe,
escuché pasos corriendo en nuestra dirección.
Bien.
Guardias.
210
Alguien lo terminaría por mí.
—Via —llamó una voz mientras unas manos enmarcaban mi cara,
tirando de ella hacia arriba. Pero mis ojos estaban cerrados con fuerza.
Las lágrimas se derramaban a pesar del hecho, corriendo por mis mejillas,
deslizándose por mi barbilla y mandíbula—. Via, ¿estás bien?
—No está herida —dijo otra voz, fuerte, insistente.
—Via, abre los ojos —volvió a exigir la primera voz, más firme—.
Nena, abre tus malditos ojos —suplicó, sacudiendo un poco mi cabeza.
¿Nena?
Nadie me llamaba nena.
Nadie.
Excepto…
Mis ojos se abrieron de golpe, dejándome luchando por ver más
allá de las lágrimas en mis ojos.
Pero entonces se despejaron.
Y allí estaba.
Vivo.
Vivo.
Pero no.
No, eso no tenía sentido.
—Ahí estás —murmuró, limpiando mis mejillas—. ¿Estás bien? ¿Estás
herida? Estás ensangrentada —agregó mientras mi cerebro luchaba por
aceptar esta realidad nueva. Una en que Lucky no estaba muerto. Una
en que sus seres queridos no tendrían que llorar su pérdida por el resto de
sus vidas.
—No es de ella —insistió la otra voz, y pude reconocerla como
Randy.
—Nena, ¿de quién es esta sangre? —preguntó Lucky.
—Te dispararon —susurré, las palabras un graznido de dolor. Mi
garganta estaba en carne viva por los sollozos, por los gritos.
—Sí, es una suerte que tu viejo tenga una puntería de mierda —dijo
Lucky, dándome una sonrisa, aunque todo lo que vi en sus ojos fue 211
preocupación—. Tenía —corrigió.
—Te dispararon —repetí una vez más.
—Nena, me dio en el hombro —me dijo, su voz cada vez más
preocupada—. Estoy bien. Hice que pareciera que era más serio, solo
para que se fuera. Planeaba apresurarme y ser el héroe —agregó,
resoplando—. Parece que Randy consiguió ese honor, ¿eh? —preguntó,
limpiando mi mejilla otra vez.
—Bueno, conseguí al tío —dijo Randy, sonando demasiado casual
dada la situación—. Via fue la que clavó un cuchillo en el cuello de su
padre —explicó, y vi cómo la sorpresa cruzó el rostro de Lucky—. Él selló
su destino cuando dijo algo de ti —agregó Randy.
—¿De mí? —repitió Lucky.
—Pensé que estabas muerto —le dije, sintiendo las lágrimas brotar
nuevamente de mis ojos—. Pensé que era mi culpa.
—No —dijo Lucky, deslizando su mano hacia mi nuca,
atrayéndome hacia adelante, enterrando mi rostro en su cuello a medida
que las lágrimas comenzaban a caer de nuevo—. Estoy bien. E incluso si
no lo estuviera, no habría sido culpa tuya. Está bien. Todo está bien —
agregó, pasando una mano por mi espalda mientras los sollozos
comenzaban una vez más, indeseados, pero incontrolables—. Se acabó.
Todo se acabó.
No podría decirte cuántas veces me murmuró eso a medida que
lloraba, pero parecía como si estuviera en un bucle sin fin.
—Ahora podemos ir a casa —agregó, apretando mi cuerpo. Y sentí
como si apenas estuviera arreglándoselas para mantenerme otra vez
unida, detener el desmoronamiento.
—¿A casa? —repetí, apenas reconociendo mi propia voz cruda.
—Sí. A casa. Nena, solo un par de horas más. Solo aguanta
conmigo un par de horas más, ¿de acuerdo? —preguntó.
—De acuerdo —coincidí, sintiendo que el impacto comenzaba a
retroceder como una niebla con el primer beso del sol de la mañana.
—¿De acuerdo? —preguntó de nuevo, dándome otro apretón.
—Sí —respondí, sollozando con fuerza antes de que retrocediera y
me mirara.
—¿Estás bien? 212
—No —contesté, porque era la verdad—. Pero lo estaré —agregué,
tomando una respiración tan profunda que sacudió todo mi pecho.
—Muy bien. Vamos. Levantémonos —dijo, poniéndome de pie.
Fue entonces cuando vi el dolor cruzar su rostro mientras se movía.
—No, está bien —me dijo cuando mis manos fueron a intentar
revisar la herida—. Via, está bien —insistió nuevamente, con voz más
firme.
—Hay que revisarlo —dije.
—Lo haré. Una vez que nos encarguemos de algunas cosas —dijo,
girándonos lentamente hacia donde Brio venía desde atrás, arrastrando
a uno de los guardias de mi padre detrás de él por la pierna, como lo
haría una niña pequeña con su muñeca favorita.
—Ah, mírate —dijo, sonriendo hacia el cuerpo de mi padre—. Se
siente diferente cuando eres tú quien sufre, ¿eh? —preguntó, pateando
la pierna de mi padre.
—Hace eso —explicó Lucky—. Habla con los cuerpos —aclaró—.
Se va a poner bastante loco aquí abajo en un minuto —agregó—.
¿Puedo llevarte a tu piso? —preguntó—. Puedes asearte, ponerte ropa
limpia, tal vez empacar algunas cosas, ¿sí? —añadió.
Entendía cómo funcionaba esto lo suficiente como para saber que
aunque lo estaba formulando como una pregunta, no era en absoluto
una sugerencia.
Ahora había cosas que todos tendrían que hacer.
No se suponía que fuera parte de eso.
—Sí —accedí, asintiendo.
—Está bien —dijo, llevándome hacia los escalones, presionando un
beso a un lado de mi cabeza.
—Espera, Lucky —dije, sintiendo la ansiedad hormiguear en mi piel,
pero sabiendo que tenía que decirlo.
—¿Sí, nena? —preguntó, el tono un poco distraído antes de girarse
para enfocarme.
—Cuando pensé que estabas muerto, me di cuenta de que nunca
tuve la oportunidad de decirte algo —le dije, mi estómago revolviéndose 213
a un ritmo nauseabundo.
—¿Qué es lo que querías decirme? —preguntó, sus cejas
frunciéndose.
—Que te amo —declaré, luego me di la vuelta y corrí escaleras
arriba tan rápido como mi cuerpo agotado me lo permitió.
¿Era cobarde?
Absolutamente.
Pero todo esto de comunicar mis sentimientos era nuevo para mí.
Supuse que lo importante era pronunciar las palabras, no ser demasiado
elocuente al respecto.
A solas, hice lo que Lucky sugirió.
Me duché, restregándome los lugares donde había estado la
sangre mucho tiempo después de que se hubiera ido, y solo solté la
toallita cuando mi piel se vio en carne viva por el restregado.
Me cambié y me puse unos pantalones negros y una blusa de seda
negra, sintiendo que coincidía con el estado de ánimo de la noche.
Después, lentamente porque solo tenía un brazo bueno, y el malo ya me
dolía de haberlo usado para agarrar la cabeza de mi padre, guardé mi
ropa con cuidado, mis recuerdos, incluso enrollé mi amado edredón y lo
até a mi maleta con cinturones.
Cuando terminé, habían pasado varias horas y la mayor parte del
bullicio que había estado escuchando dos pisos más abajo se había
calmado.
Un golpe en mi puerta hizo que mi corazón se acelerara antes de
que la puerta se abriera, revelando a Massimo, no a Lucky.
—Oye, necesito tu ropa. La que estabas usando antes —aclaró—.
Y después necesito fregar tu baño —explicó—. Lucky dijo que nos
reuniéramos con él abajo. No —dijo cuando intenté agarrar algunos de
mis bolsos—. Déjalos. Los llevaré abajo cuando termine —dijo, señalando
con la cabeza hacia la puerta, dejando en claro que quería que me
fuera, para poder ponerse a trabajar.
Seguí los sonidos de la voz de Lucky y Randy hasta la cocina donde
los encontré sosteniendo una taza de café a medida que hablaban en
un tono aparentemente cordial.
—Oye, te ves mejor —dijo Lucky, extendiendo un brazo,
atrayéndome a su lado cuando me acerqué.
214
—¿Qué está sucediendo? —pregunté, mirando a Randy quien
parecía sorprendentemente relajado con los eventos de la noche.
—Aparentemente —comenzó Lucky—, no éramos los únicos que
planeaban acabar con tu padre —explicó.
—Ah —dije, las piezas cayendo juntas.
Randy.
Randy quería matar a mi padre.
Eso tenía mucho sentido.
Por qué a Randy de repente pareció importarle una mierda mi
bienestar, por qué mi padre sospechó tanto cuando me encontró con él
en la cocina.
—Fue tu tío quien te rastreó hasta el hotel. Era un hijo de puta idiota,
pero tenía algunos tipos inteligentes trabajando para él que hicieron el
trabajo preliminar. Pensé que eso me daría la oportunidad de protegerte
en tu regreso. He fallado lo suficiente en eso a través de los años.
—No era tu trabajo protegerme —dije, encogiéndome de
hombros.
—Es el trabajo de todos hacer algo cuando sucede una mierda
como esa. Me siento culpable por cada vez que te vi con un moretón,
pero no era el momento adecuado para eliminar a Frank. Las cosas han
sido… complicadas.
—Sí, estoy empezando a comprenderlo —accedí.
—He estado trabajando activamente en ello durante solo unos
meses. Al hacerlo, he compilado una lista de aquellos que serían leales a
mí, y aquellos que intentarían vengar a Frank. La cual le proporcionaré a
Nueva York, pero es probable que lo maneje incluso antes de que
regreses a Jersey —explicó Randy a Lucky.
—No puedo imaginar que a Lorenzo le importe una mierda cómo
se hace el trabajo, siempre y cuando los problemas aquí hayan
terminado.
—Han terminado.
—Y él no quiere que trafiques con mujeres.
—Eso está en mi agenda. Aunque, podría pedir ayuda a Nueva
York para eso. Los rusos son los proveedores. Y una vez que hagamos 215
nuestro barrido, nuestros números se reducirán significativamente.
—Te pondré en contacto con Lorenzo para arreglar los detalles —
explicó Lucky, ya alcanzando su teléfono—. ¿Algo más?
—¿Contigo? No ahora mismo. Pero con Via —dijo, dándome una
sonrisa forzada.
—Ya te disculpaste —le recordé mientras Lucky disparaba un
mensaje de texto rápido.
—No es eso. Mientras investigaba en mis planes para tomar el
control, me encontré con algo que siento que necesito compartir
contigo. Podría… podría mejorar un poco las cosas. O tal vez hacerlas
mucho peor. Sinceramente, no lo sé.
—¿Qué es? —pregunté cuando Lucky terminó el mensaje, y miró
entre los dos. Su brazo se apretó a mi alrededor, como si supiera que iba
a necesitar estabilidad. ¿Él también sabía algo?
—Tu madre —empezó, inclinando un poco la cabeza hacia un
lado—. Y tu padre.
—¿Qué hay de ellos? —pregunté, mi mirada moviéndose hacia el
vestíbulo principal. Los cuerpos ya no estaban. No tenía que preguntar
para saber quién se había ido con ellos. Brio no estaba a la vista.
Probablemente los estaba enterrando en algún lugar mientras se burlaba
de ellos desde más allá de la tumba.
—Está bien. No hay una manera fácil de decir esto, y has
demostrado que eres mucho más fuerte de lo que la mayoría de la gente
cree, así que voy a lanzarme directamente. Frank no era tu padre.
—¿Espera… qué? —pregunté, sacudiendo la cabeza, sacando el
pensamiento de nuevo, segura de que no pertenecía allí.
—Sí, no. Aparentemente, tu madre de hecho no tuvo mucho que
decir en su matrimonio. Los detalles son confusos después de todo este
tiempo, pero creo que su propio padre se la dio a tu padre. ¿Por qué? No
estoy seguro. Pero ella definitivamente no eligió estar con Frank. Mierda,
es jodidamente seguro decir que nunca amó a ese hombre. No creo que
sea posible amar a alguien como él. De todos modos. Ella amaba a
alguien más.
Lo sabía.
Lo supe antes de que terminara.
216
Todo finalmente, por fin, encajó.
—El guardia —dije, sintiéndome un poco fuera de lugar—. El
guardia que murió en el accidente con mi madre. Ese era mi verdadero
padre.
—Sí —dijo Randy, asintiendo—. Habían tenido una aventura
durante mucho tiempo.
Por supuesto que sí.
Jesús.
Por supuesto.
Me había escapado de la casa por más de una noche solo dos
veces.
Una vez, cuando estaba en el hospital.
Y una vez para una escapada de fin de semana.
En la que el guardia había estado con nosotras.
No sé por qué esa parte del recuerdo se había vuelto tan borroso
cuando recordaba vívidamente a mi madre en ese viaje. Pero él también
había estado allí. Justo a su lado. Justo conmigo. Comprándome helado.
Ganándome un peluche en una máquina de garras. Jugando al tres en
raya conmigo en el menú infantil de mi restaurante.
Ahora todo tenía mucho más sentido.
Un sentido horrible, brutal y doloroso.
Pero no obstante sentido.
La muerte de mi madre se había sentido como un horrible giro del
destino, solo un accidente sin sentido. Lo que había hecho que fuera tan
difícil de afrontar.
Pero no fue eso en absoluto, ¿verdad?
—Hizo que los mataran —dije, tomando una respiración profunda,
soltándola lentamente, intentando enfrentarme a esta realidad nueva.
—Lo hizo —coincidió Randy, asintiendo.
—Y es por eso que mi padre, Frank, me odiaba tanto. Porque no
era suya, pero todos pensaban que lo era. Porque era evidencia de la
forma en que mi madre lo dejó en ridículo durante años. Por eso se
desquitó conmigo tan duro. 217
Todo tenía mucho sentido.
Tanto que me irritó un poco que nunca se me hubiera ocurrido.
Supongo que antes había estado tan metida en esto que fue
imposible verlo todo desde diferentes ángulos racionales.
—Oye, ¿estás bien? —preguntó Lucky, dándome otro apretón.
—No. Y sí. Y no otra vez —admití—. Esto es mucho —agregué.
—Sí —concordó, presionando un beso en mi cabello húmedo—.
¿Qué puedo hacer?
—Quiero postre con café. —Lo solté sin siquiera darme cuenta de
lo que iba a decir. Pero ahí estaba. Todo ahí. Por absurdo que fuera.
Una risa sorprendida recorrió a Lucky ante eso.
—Un postre con café —repitió—. Creo que puedo manejar eso —
dijo—. ¿Estarás bien aquí por un rato? —le preguntó a Randy.
—Sí. Tengo un montón de mierdas que resolver.
—Empezando con una llamada de Lorenzo —dijo Lucky, mirando
su teléfono. Recitó un número, y esperó a que Randy comenzara la
llamada, antes de guiarme por la puerta trasera hacia el patio, luego
alrededor de la casa—. ¿Estás segura de que estás bien? —preguntó,
arrastrándome al interior de su auto.
—No —respondí mientras se deslizaba a mi lado—. Pero lo estaré.
—Un postre con café podría no ayudar —dijo, dándome un
apretón en el muslo—, pero seguro que no puede doler —agregó.
Así que buscamos mi postre con café.
Regresamos a la casa de mi infancia, pero todos acordamos en
silencio que no iba a volver a entrar.
Estaba hecho.
Había terminado.
Así que, me senté en el auto a medida que Massimo lo cargaba
con todas mis pertenencias, mientras un par de hombres de Frank, ahora
de Randy, iban y venían.
Brio volvió a aparecer, y me trajo a Chi para que me hiciera
compañía mientras esperaba. 218
Un par de horas más tarde, Lucky, Massimo y Brio se dirigían hacia
el auto.
—¿Lista para ir a casa? —preguntó Lucky, subiéndose al asiento del
conductor.
—Más de lo que sabes —accedí.
Fue un viaje largo, en el que todos cambiamos de lugar varias
veces para turnarnos para dormir y conducir. Me desperté de una siesta
muy necesaria para encontrar que mi yeso se había transformado por
completo.
Todo el auto apestaba a marcadores permanentes.
Porque Brio se había encargado de decorar mi yeso por mí.
—Pensé que sería apropiado —dijo, poniendo una tapa en el
marcador azul.
Había convertido mi brazo en una escena familiar.
El muelle al que Lucky me acompañó en mi viaje a Navesink Bank.
—Guau —dije, sacudiendo la cabeza—. Esto es hermoso. —Era casi
difícil creer que algo tan hermoso viniera de un alma tan oscura como la
suya.
—Un pequeño regalo de despedida —dijo, encogiéndose de
hombros.
—Ah, cierto. Estás en Nueva York —recordé, sintiendo que la
decepción me invadía.
—No te preocupes. Pasaré de vez en cuando —dijo, leyéndome—
. Chi tiene que ver a su tío Brio —agregó, sacándola del asiento para
presionarla sobre mi regazo una vez más antes de que el auto aminorara
la velocidad y los hombres cambiaran de asientos nuevamente.
Esta vez, Lucky se acomodó a mi lado, acurrucándome cerca.
Permanecimos así durante las dos horas restantes del viaje.
Antes de oler el agua salada en el aire.
Entonces vi las olas rompiendo contra la playa.
—Estamos en casa —dijo Lucky, besando mi sien. 219
Sí.
Lo estábamos.
Epílogo
Lucky
Un día

Ambos habíamos estado tan agotados por los locos eventos de la


noche anterior, así como por el viaje de regreso a Navesink Bank, que no
estaba seguro de que ninguno de los dos se fijara en nuestro entorno
cuando llegamos a mi casa, subiendo las escaleras al segundo piso,
dejando la caja de arena y los platos de Chi, y luego simplemente nos
dormimos.
220
Desperté alrededor de las cuatro de la mañana siguiente con el
sonido de Chi maullando en mi oído, haciéndome saber que quería algo
de comida.
Salí de la cama con cuidado, sin querer molestar a Via quien,
objetivamente, tuvo una noche más traumática que yo.
Quiero decir, claro, me dispararon. Luego soporté los cuidados de
mierda de Massimo mientras clavaba una navaja de bolsillo empapada
en vodka en la herida para sacar la bala, y después intentaba suturar la
herida con brusquedad, pero ya me habían disparado. Y ya había tenido
noches llenas de acción y suspenso. No era común para mí, pero
tampoco era completamente nuevo.
Lo era para Via. Aún estaba herida, aun recuperándose, y además
de eso, había sufrido la confusión de creer que estaba muerto. Y, por lo
que me dijo Randy, sonó como si prácticamente le hubiera estado
pidiendo a su padre o a su tío que la mataran, que terminaran con todo
de una vez. Ese tipo de dolor emocional tenía que pasarte factura.
Si eso no fuera lo suficientemente malo, luego había ido y
asesinado a alguien, algo que nunca había hecho en su vida, algo con
lo que estaba seguro de que podría tener problemas una vez que
durmiera un poco, fuera capaz de asimilar los acontecimientos de la
noche sin que la conmoción inundara su sistema.
Entonces, como la guinda del pastel de todo ese trauma, supo la
verdad sobre su madre, sobre su verdadero padre, sobre la mentira que
se había visto obligada a vivir toda su vida.
Era mucho.
Era más de lo que la mayoría de la gente podría manejar, y salir del
otro lado con incluso un poco de su cordura restante.
Así que, quería que durmiera tanto como fuera posible.
Luego tenía que conseguir algo de comida para ella.
Y, finalmente, debíamos tener una conversación sobre todo eso,
de modo que pudiera evaluar dónde estaba su cabeza al respecto,
averiguar si necesitaba buscar ayuda profesional para ella o no. Esa
mierda podría ser complicada con la familia. Cualquiera que viera a un
psiquiatra era una causa casi inmediata para que le dieran un golpe.
Pero esto era diferente. Y lucharía por su derecho a hablar con alguien,
aunque tuviera que hacerlo en términos vagos, si resultaba que lo 221
necesitaba.
Sin embargo, tenía la sensación de que una vez que tuviera un
poco de tiempo y espacio entre ellos, sería capaz de llegar a un acuerdo
con todo. Sobre todo porque no tendría que hacerlo sola. Ella me tenía.
Tendría a Massimo si lo quisiera. Luca, Antony, Matteo si su culo alguna
vez salía del agujero en el que se había metido, Romy, la esposa de Luca.
Y, no olvidemos, a mi gigante familia cariñosa y entrometida.
Lo que me recordó, me di cuenta después de ducharme y bajar las
escaleras para preparar el café y desayuno, que necesitaba llamar para
reportarme.
Mamá era una de las pocas personas que conocía que estaría
despierta a esa hora.
—Sabes, tu primo fue el que me llamó y me dijo que te dispararon
—espetó mi madre en mi oído, enojada, pero la conocía lo suficiente
como para saber que había mucho miedo y preocupación debajo de
ello.
Maldito Luca.
Yo mismo lo habría manejado.
—Mamá, iba a llamar —le aseguré—. No puedo decir mucho, pero
puedo decir que fue una noche difícil.
—No me jodas —dijo, haciendo que una risa sorprendida se
moviera a través de mis labios, tan poco acostumbrado a sus palabrotas.
—Y fue el tipo de noche difícil en el que tuve mucho que resolver.
Y tenía que cuidar de Via —agregué, sabiendo que eso sería lo único que
podría ablandarla, hacer que fuera más fácil para mí.
—Oh, no. ¿Está bien?
—Sí, físicamente. El jurado está deliberando con la parte
emocional. Aún está durmiendo.
—¿En tu cama?
—Sí, mamá, en mi cama —respondí, sacudiendo la cabeza
mientras ponía café molido en la máquina.
—Bien. Eso es bueno. Estoy tan feliz de saber que tiene a alguien
como tú para cuidarla. ¿Vas a alimentarla?
—No, mamá, voy a dejar que se muera de hambre —le dije, 222
riéndome.
—A ella le gustará que le cocines. Ese es justo el tipo de cosas que
necesitará en este momento. —Mi madre creía que la comida podía
curar casi cualquier cosa. Y no estaría equivocada en cuanto a eso en
mi vida—. Pasaré a la hora del almuerzo.
—Mamá…
—¡Ni siquiera voy a entrar! —insistió, mi herida de bala casi olvidada
a medida que su voz se elevaba, alegre, emocionada ante la
perspectiva de que tuviera a una mujer en mi vida—. Solo pasaré a dejar
algunas cosas, para que ustedes dos puedan pasar tiempo juntos sin
necesidad de estar en la cocina tres veces al día.
—Mamá, eso sería estupendo. Te lo agradezco.
—¿Lasaña? —preguntó, y ya podía escucharla agarrando sus
llaves, lista para ir a la tienda de comestibles abierta toda la noche.
—Mamá, eso lleva todo el día —objeté—. Haz algo más sencillo.
—Absolutamente no —objetó ella—. Quiero hacerle algo bueno.
—En ese caso, ¿puedes agregar un poco de pan de ajo? —sugerí,
comprobando si había algo en mi refrigerador que pudiera cocinar ya
que había estado fuera por tanto tiempo. Al final, parecía que iban a ser
panqueques. Panqueques simples y aburridos. Y tal vez algunas papas si
cortaba las partes germinadas.
—Como si fuera a hacerte lasaña sin pan —resopló mi madre—.
¿Qué tal tu nevera? —preguntó, teniendo un sexto sentido con ese tipo
de cosas.
—¿Honestamente? Vacía.
—Te llevaré algunas cosas —me dijo. Y conocía a mi madre lo
suficientemente bien como para saber que «algunas cosas» terminarían
siendo comestibles por valor de trescientos dólares o más. Pero parecía
que permanecería mucho con Via mientras se recuperaba (en cuerpo y
mente), así que estaría cocinando muy seguido.
—Eres la mejor —le dije.
—Lo sé —concordó, haciéndome sonreír—. Ahora ve a cuidar de
tu mujer. ¿Y Luck?
—¿Sí?
—No dejes que esa maldita herida de bala se infecte.
223
—No lo haré —le aseguré—. Te amo.
—Te amo más —dijo, terminando la llamada.
—¿Tu mamá? —preguntó Via detrás de mí, suave, aún medio
dormida.
—La única otra persona que conozco que está levantada y
moviéndose a esta hora —le dije, volteándome para encontrarla
acurrucando a Chi contra su pecho mientras permanecía insegura en el
escalón más bajo de la escalera trasera.
—Ven. Estoy haciendo café y panqueques.
—Siento que no debería tener hambre —murmuró—. Con lo locas
que han sido las cosas —agregó, moviéndose para sentarse en la mesa
pequeña de la cocina, dejando a Chi cuando se agitó, queriendo ir y
explorar el espacio mucho más grande después de estar encerrada en
la habitación del hotel durante tanto tiempo.
—Sí, lo entiendo —coincidí—. Pero una cosa con la que puedes
contar, sin importar cuán loca se vuelva la vida, es que siempre tendrás
hambre. Creo que también podría hacer algunas papas para el
desayuno. Mamá vendrá a dejar las compras y una lasaña más tarde. No
te preocupes. No quiere molestarnos, solo va a dejarlo afuera.
—Quiero conocer a tu madre —dijo Via, haciendo que mi corazón
se apretara en mi pecho ante la admisión—. Solo que, tal vez no cuando
me veo así —dijo, señalando su rostro.
—Estás hermosa —le dije, sacudiendo la cabeza.
—Tengo los ojos casi cerrados por la hinchazón de tanto llorar —
objetó—. Y mis mejillas están en carne viva por las lágrimas.
—Aun así, preciosa.
—Eres ridículo —declaró, pero me estaba dando una sonrisa
dulce—. Por cierto, tu madre preparándonos una lasaña no te libera de
hacerme una a mí —añadió, dándome una sonrisita descarada.
—Maldita sea —dije, preparándole una taza de café—. ¿Cómo te
sientes?
—Sinceramente, un poco entumecida —respondió, sosteniendo la
taza entre sus manos cuando me senté a su lado en la mesa—. Un poco
desapegada de todo. Como si hubiera sucedido en una película, no a
224
mí.
—Creo que probablemente sea normal. Pero si continúa y no estás
bien con eso, podemos hacer que hables con alguien —le dije,
extendiendo mi mano sobre la mesa para tomar la suya.
—Creo que estaré bien. Sé que debería sentir algo por matar a mi
padre, pero…
—No era tu padre. Era tu guardia de prisión —le recordé—. Sé que
eso no borra todos los años que pasaste pensando que era tu padre, y
todo el trauma que conlleva, pero estoy seguro de que eso te ayudará a
ponerlo en perspectiva.
—Él no me importa —admitió, encogiéndose de hombros—. Tal vez
debería, pero no lo hago. Lo que me importaba eras tú. Eso fue lo peor
de anoche. Así que, una vez que supe que estabas bien, todo se sintió
mucho más fácil de lidiar.
—No me gustó lo que escuché anoche de que querías morir —le
dije, dándole un apretón en la mano cuando se estremeció.
—Yo… yo pensé que estaba condenada a una vida peor que la
que ya tenía, Lucky. No podía vivir así. No podría. Prefería que me
mataran antes que someterme a eso.
Y, sinceramente, lo entiendo.
Ya había soportado demasiado.
Y cuando se enfrentaba a cosas peores mientras también la
consumía la pena, podía ver cómo su mente pensó en querer liberarse
de todo.
—Está bien —dije, levantando su mano para besar la parte
superior—. Pero si vuelves a tener esos pensamientos, quiero saberlo.
—Nunca había tenido pensamientos así, sin importar lo mal que
fuera —insistió—. Y ahora todo ha terminado. Y tengo mucho por delante.
Como verte trabajar como un esclavo en la cocina durante diez horas,
haciéndome la cena.
—De verdad vas a insistir en eso.
—Tengo hambre —dijo, sonriendo.
225
—Entonces será mejor que me ponga a trabajar en esos
panqueques.
Nunca había tenido una mujer en mi casa. Supuse que habría
algún tipo de incomodidad al respecto, pero todo en ese día se sintió
normal, natural, como si siempre hubiera tenido que ser así.
Via me vio cocinar. Comimos juntos. Luego pidió un recorrido por
la casa. Trabajamos juntos para guardar sus cosas en los armarios y
cómodas. Guardamos las compras y comimos lasaña. Después nos
acurrucamos en la cama. Se quedó dormida en mi pecho. Chi, por
alguna razón, se durmió sobre mi cabeza en la almohada.
Y todo fue… tan correcto.
Había tenido razón cuando hablé con mamá antes de que todo
esto comenzara.
Reconocería a la mujer adecuada cuando la conociera.
Y era la que dormía sobre mi pecho.
Via
Tres semanas

—Ese es el decimoquinto cambio de ropa —dijo Lucky, riéndose


cuando levanté los brazos después de jugar con mi camisa que
simplemente no quedaría bien.
—Quiero verme bien —insistí.
—Nena, siempre te ves bien —me dijo, viniendo detrás de mí a
medida que me paraba frente al espejo, sintiendo de repente que todo
mi guardarropa me estaba defraudando. Porque no tenía ni una sola
cosa que me pareciera adecuada para conocer a la madre y los
hermanos del hombre al que amaba más de lo que nunca podría haber
anticipado amar.
226
Por supuesto, había estado allí incluso cuando estábamos en
Chicago. Pero solo fue un capullo comenzando a desplegarse. Había
estado disfrutando del calor de vivir con Lucky desde entonces,
creciendo, convirtiéndose en algo demasiado hermoso para las
palabras.
¿Qué se ponía una mujer para transmitirle a la persona que trajo un
hombre al mundo que estabas perdidamente enamorada de ellos?
No lo sabía, pero era jodidamente seguro que no eran los
pantalones negros y la estúpida camisa con volantes que llevaba puesta.
—¿Puedo hacer una sugerencia? —preguntó Lucky, plantando un
beso en mi mejilla.
—Aceptaré toda la ayuda que pueda obtener.
—¿Qué tal el vestido rojo? —sugirió.
Era un vestido color vino. Y, maldita sea, tenía razón. Era casual,
pero elegante, coqueto, pero no sexy. Iba bien con mi coloración y mi
maquillaje. Era perfecto.
—Puedo ver por tu ceño fruncido que acabo de resolver un
problema de dos horas en cinco segundos —dijo, sonriéndome en el
espejo.
—Sí, sí, sí, eres perfecto en todo —gruñí, mirándolo con los ojos
entrecerrados.
—Es bueno que te des cuenta —dijo, su mano deslizándose
alrededor de mis caderas hacia mi vientre—. ¿Qué tal si te ayudo a
quitarte este atuendo? —sugirió, haciendo que la necesidad vibrara a
través de mi sistema. En serio, era así de fácil con él. Una mirada, una frase
sugerente, y era un charco de necesidad.
—No tenemos tiempo —le dije.
—Claro que sí. Mamá dice a las tres, pero todos llegan poco a
poco. Necesita unos veinte minutos enteros para sermonear a Milo con
eso de que tiene que establecerse y encontrar una mujer buena ahora
que yo ya lo he hecho. Y después les gritará órdenes a mis hermanas y
primas, saludar a mis tíos. Es todo un protocolo. Tenemos al menos veinte
minutos extra. ¿Quieres ver cuántas veces puedo hacer que te corras en
ese tiempo? 227
Lo quería.
En serio, de verdad lo hacía.
Especialmente cuando su mano desabrochó mis pantalones,
comenzó a tirar de ellos y mis bragas por mis piernas. También me quitó
la camisa, me rodeó para deslizar sus dedos debajo de las copas de mi
sujetador, apretando, rodando, pellizcando, hasta que estaba meciendo
impacientemente mi trasero contra su dureza.
—Lucky, por favor —supliqué.
Ese sonido bajo y gruñido se movió a través de él a medida que
una de sus manos bajaba por mi vientre para deslizarse entre mis muslos.
La otra fue detrás de mí, librándolo de sus pantalones.
—Tócate —exigió, presionando mi mano entre mis muslos mientras
miraba en el espejo.
Sus dos manos se ocuparon con el condón, pero su mirada se
dirigió constantemente a nuestros reflejos, su mirada codiciosa en mi
cara, luego entre mis muslos donde me estaba empujando aún más lejos
en la cima como él había exigido.
Mi mano enyesada solo permaneció allí sin fuerzas, inútilmente a mi
lado. No podía esperar el día en que pudiera usarla otra vez, pudiera
deslizar mis dedos por su espalda, pudiera agarrar su trasero mientras
empujaba dentro de mí.
Pero en este momento, no necesitaba mi otro brazo cuando Lucky
deslizó su pene entre mis muslos y empujó dentro de mí, haciendo que mi
cabeza cayera sobre su hombro con un gemido gutural.
—Tres —me dijo a medida que comenzaba a empujar—. Quiero
que te corras tres veces —exigió cuando su mano presionó la mía entre
mis muslos, marcando el ritmo mientras comenzaba a follarme.
Al principio fue lento, mesurado, deliberado, arrastrando mi primer
orgasmo fácilmente dado que ya había estado tan cerca.
Sin embargo, no pasó mucho tiempo antes de que comenzara a
bombear más fuerte, más salvajemente, su otra mano inclinándome
ligeramente hacia adelante, agarrando mi hombro para mantenerme en
el lugar a medida que ambos lo veíamos follarme. Más rápido, más
exigente, haciendo que el segundo orgasmo me atravesara sin previo
aviso, haciendo que mis piernas temblaran con su intensidad. 228
—Una más —gruñó, deslizando su mano en mi cabello para
arrastrarme hacia atrás hasta que mi espalda estuvo contra su pecho—.
Mueve tus caderas —exigió, esperando que las moviera en círculos
impacientes a medida que él seguía empujando dentro de mí, seguía
trabajando en mi clítoris—. Eso —dijo con voz áspera, sintiendo mis
paredes tensarse por tercera vez—. Córrete, nena —exigió, sonando listo
para también correrse.
Mis caderas se mecieron, él embistió y su pulgar golpearon mi
clítoris justo a la perfección.
Y me derrumbé.
Cada pensamiento salió volando de mi mente por un momento
largo, dejándome temblando, totalmente dependiente de él para
mantenerme erguida mientras bajaba de la dicha.
—Misión cumplida —murmuró Lucky en mi oído, sonando orgulloso
de sí mismo. Y, bueno, debería haberlo estado. Porque incluso tenía
tiempo de sobra—. Y ahora ya no estás tan tensa.
—Debí haber sabido que tenías motivos ocultos —dije mientras se
deslizaba fuera de mí.
—Via, cuando se trata de ti, usaré cualquier excusa que pueda
encontrar para follarte —me aseguró, lanzándome una sonrisa a medida
que se movía hacia el baño, dejándome recoger mis bragas y luego
sacar el vestido rojo.
Aun así, tenía razón, estaba mucho más relajada, más
concentrada.
Mis nervios de hecho no comenzaron a saltar hasta que estuvimos
avanzando por el camino a la casa de su madre.
Los autos se agolpaban en el camino de entrada, se alineaban
calle abajo, e incluso a través de la puerta cerrada, podía escuchar el
estruendo de voces adentro. Mezclado con los chillidos de las risas de los
niños en el patio trasero, haciéndome sentir más que un poco abrumada.
—Sobreviviste toda una vida atrapada en una prisión con un
monstruo. Mi familia debería ser pan comido en comparación con eso —
me aseguró Lucky, presionándome un beso en la sien antes de
arrastrarme adentro.
Conocí al menos a veinte personas desde la puerta principal hasta
la cocina, ninguna de las cuales recordaría al día siguiente con lo
229
abrumada que me sentía por toda su atención. Había pasado gran parte
de mi vida sola y olvidada, se sentía extraño ser alguien que despertaba
tanto interés.
Para cuando me arrastró a la cocina enorme, me sentía más que
un poco agotada.
—Toma. El vino ayuda —dijo una voz femenina.
—Hola, Romy —dijo Lucky, sonriendo a la mujer embarazada—.
¿Cómo te sientes?
—Gorda. Gracias por recordármelo —respondió, pero estaba
sonriendo.
—Eres la esposa de Luca —dije, recordando que la mencionaron
varias veces.
—Lo soy —accedió, sus ojos suavizándose—. ¿Y tú eres Via? —
preguntó, pronunciándolo Vy-uh.
—V-uh —corregí con una sonrisa, ofreciéndole mi mano.
—Via —repitió ella—. Sé lo abrumador que es esto. Bebe tu vino.
Porque Lucky está a punto de abandonarte, y dejarte con las mujeres —
dijo.
Cuando me volví para mirar a Lucky, tenía la culpa grabada en
toda la cara.
—Es la tradición —dijo, dándome un abrazo lateral.
—Tú, sucio mentiroso de mierda —dije. Había dicho que estaría a
mi lado.
—Oye, estaba…
—¡Lucky! —llamó otra voz, que se elevó por encima de todas las
demás.
Y allí estaba ella.
La mamá de Lucky.
Adrian.
—¡Ahí estás! Finalmente —continuó, limpiándose las manos en el
delantal mientras rodeaba la isla que estaba repleta de mujeres que se
230
volvieron para mirar.
Avanzó directamente hacia su hijo, agarrando ambos lados de su
cara, dándole una inspección larga antes de acariciar una de sus
mejillas, y luego besar la otra.
—Está bien, basta de ti. Quiero conocer a tu mujer —dijo de una
manera mordaz que dejó en claro que él necesitaba hacer las
presentaciones.
—Mamá, esta es Via. Via, esta es mi mamá, Adrian.
—Ah, eres aún más hermosa de lo que me dijeron —dijo su madre,
extendiendo la mano, alejándome de Lucky y ahogándome en un largo
abrazo apretado.
Era familiar, pero casi olvidado.
Un abrazo de mamá.
Eran diferentes a cualquier otro tipo de abrazo.
Me sentí casi abrumada por eso, en realidad tuve que parpadear
para contener las lágrimas cuando se formaron.
—¿Cómo está tu muñeca? —preguntó, apartándome para
inspeccionar mi yeso.
—Está mejorando —respondí—. Ya no duele. Ahora solo es
frustrante.
—Ah, dulce niña, aprovéchalo mientras puedas. Haz que mi hijo te
lleve las pantuflas, te pinte las uñas y limpie la caja de arena. Ha sido
bueno contigo, ¿no? —preguntó, lanzándole una mirada con una ceja
levantada.
—Es el mejor —le dije, y todo mi corazón estaba en mis palabras.
—Lo es, ¿verdad? —preguntó, dándome una suave sonrisa
maternal—. Ahora puede salir de mi cocina —declaró—. Ya se ha
quedado más tiempo de lo esperado.
—Te lo dije —dijo Lucky, inclinándose para besarme en la sien y
apretar mi cadera antes de alejarse.
—Entonces, entiendo que no has tenido la oportunidad de
aprender a cocinar —dijo, y sentí que mi corazón se hinchó un poco por
su frase. No «entonces, escuché que no sabes cocinar», sino «no has 231
tenido la oportunidad de aprender a hacerlo».
—No lo he hecho —coincidí—. Temo que mis habilidades en
realidad solo implican enrollar carne y queso para el antipasto.
—Bueno, entonces, ese puede ser por hoy tu trabajo —declaró
Adrian, agitando un brazo hacia todas las mujeres en la cocina—. Todas
tenemos una especialidad. Excepto Lana —dijo, señalando a una
hermosa mujer de cabello negro que parecía la versión femenina de
Lucky—. De alguna manera, quema el agua.
—Puedo cortar una buena ensalada —declaró Lana, lanzando
una rodaja de pepino en un tazón grande de lechuga y rodajas de
zanahoria.
—Via, quédate con nosotras —dijo Adrian—. Te enseñaremos todo
lo que necesitas saber.
También lo harían.
No solo cómo hacer, cortar y cocinar los fideos perfectos, o crear
mi propia salsa casera para pasta, o incluso cómo cortar una ensalada.
No.
Me enseñaron la amistad, la hermandad, la familia, la conexión y
el amor, todas las cosas que mi vida nunca me había brindado.
Y lo aprendí todo allí mismo.
En la cocina de Adrian.

Lucky
Once años

—¿Quiero saber lo que les está enseñando Brio? —pregunté a


medida que salía a la terraza trasera donde Via estaba apilando las tazas
y los platos para la barbacoa.
—Ah, vamos. Se ha vuelto menos… 232
—Psicópata —supliqué cuando buscó a tientas la palabra
correcta.
—Sí, eso —concordó, disparándome una sonrisa—. Les está
enseñando a dibujar —me dijo—. Qué, no lo sé. Probablemente debería
haber preguntado antes de estar de acuerdo —admitió—. Bueno, tres de
ellos son demasiado jóvenes para terminar demasiado traumatizados —
decidió, encogiéndose de hombros.
Nos pusimos manos a la obra cuando se trató de construir nuestra
familia. Ambos queríamos que fuera grande, loca y ruidosa. Una vez que
se acostumbró a mi familia, decidió que nunca quería caminar en nuestra
casa sin escuchar un ruido, afirmó que el silencio le daba dolor de
cabeza.
Así que, nos las arreglamos para tener cuatro hijos en los ocho años
posteriores a que decidimos comenzar.
Un hijo, dos niñas y luego otro niño.
El jurado no sabía cuál era el sexo del bebé que actualmente tiene
a Via despierta por las noches con acidez estomacal crónica. Tuvimos
tres ultrasonidos, y el bebé giró su trasero hacia la sonda durante cada
uno.
Lo veríamos por nosotros mismos en unas pocas semanas.
—Desde que se estableció ha controlado mucho la locura —dijo
Via, intentando convencerse de que el hombre no estaba dibujando
escenas horribles de mutilaciones corporales.
Estaba seguro de que controlaba la locura en casa, pero las
leyendas sobre su depravación nunca se detuvieron en lo más mínimo,
por mucho que su mujer hubiera traído amor y luz a su mundo.
—¿Cómo va la comida? —preguntó, atrayendo mi atención hacia
ella, notando la sonrisa tirando de sus labios.
Su trasero malvado de alguna manera me había hecho aceptar
hacer algo especial para nuestra fiesta, la primera fiesta oficial en la casa
nueva dado que habíamos estado a punto de estallar en la anterior.
Había costado una gran suma de dinero. Sin embargo,
afortunadamente para nosotros, Randy había aceptado que el dinero
en la caja fuerte del armario le pertenecía legítimamente a Via por haber
tenido que vivir en un infierno durante tanto tiempo sin que nadie
interviniera.
233
Nos compró una linda casa, un todoterreno lo suficientemente
grande para el equipo de fútbol de niños que estábamos formando. Y
financió enormes fondos universitarios para cada uno de ellos. Y en honor
a la mamá de Via, añadimos una adición nueva al albergue local para
mujeres.
Incluso habíamos derrochado en una piscina.
Que era la razón principal por la que todos los que conocíamos, y
todos sus amigos, venían a nuestra fiesta de inauguración.
Via me había convencido de que no estaba segura de qué quería
que hiciéramos como uno de los platos principales. Hasta el día anterior.
Cuando finalmente me dijo lo que quería.
Una maldita lasaña.
—He estado despierto desde las cuatro —me quejé.
—Escuché que intentaste hacer que tu madre la hiciera por ti —
dijo, haciendo que se me escapara una carcajada.
Se había encariñado con mi madre.
Lo suficientemente fuerte como para también llamarla mamá,
sabiendo que su propia madre habría estado bien con eso, con su
pequeña niña solitaria, infeliz y abusada finalmente consiguiendo una
familia, amor y felicidad.
Y, maldita sea, había sido algo hermoso ver a Via florecer de la
forma en que siempre supe que lo haría una vez que le dieran algo de
amor, algo de luz, algo de libertad.
Se había volcado de todo corazón en aprender a cocinar junto a
mi madre tan pronto como le quitaron el yeso. Ayudó a cocinar por lotes
para la caridad, para los primos, para las nuevas mamás que acababan
de tener bebés. Ayudó a planear fiestas de cumpleaños y dio consejos a
las niñas más jóvenes. Arrulló a los bebés y jugó con los niños.
Luego siguió adelante y tuvo los suyos propios, convirtiéndose en el
tipo de madre de la que su madre habría estado orgullosa, de la que mi
madre estaba orgullosa.
Y a pesar de todo, se veía jodidamente radiante.
—¿Qué fue eso? —pregunté, escuchando un ruido extraño
alrededor del costado de la terraza.
—Los patos —respondió Via casualmente, girándose para ajustar el 234
plato de verduras cortadas y salsa.
—¿Los… qué?
—Los patos —repitió—. ¿Recuerdas los patos?
—Ah, no estoy seguro de que lo haga —admití, devanándome los
sesos.
—Bueno, recuerdo claramente una conversación que tuvimos una
vez. Donde dijiste que podía tener un gato. —Lo cual teníamos. De
hecho, tres—. Y un perro —continuó. Teníamos dos de esos,
principalmente porque los niños nos habían molestado hasta que nos
rendimos. Estaban ocupados cavando un hoyo del tamaño de una
piscina en el patio lateral—. Entonces sugerí un pato. Y dijiste…
—¿Solo uno? —repetí, el recuerdo regresando.
—Y, por supuesto, no podíamos tener solo uno. Quiero decir, nos va
a llevar mucho tiempo llegar a veinte, pero cuatro es un buen comienzo
—declaró, sonriendo—. Oye, no me culpes. Tu hermano fue quien me
arrastró a la tienda de alimentos. ¿De verdad pensaste que me iría de allí
sin algo como eso? —preguntó, chasqueando la lengua.
—No, por supuesto que no —concordé, estirándome para
agarrarla cuando iba a pasar junto a mí, girándola, atrayendo su espalda
contra mi pecho, de modo que pudiéramos ver nuestra tierra. Que, sin
duda, tenía un arroyo bonito atravesándola ideal para los patos—.
Nuestra vida no podría estar completa sin patos.
—Exactamente —coincidió, relajándose en mí, respirando lenta y
profundamente—. Hemos construido algo realmente increíble aquí, ¿no?
—preguntó.
—Así es —accedí, presionando un beso a un lado de su cabeza.
Habíamos creado algo mejor de lo que jamás podría haber
soñado.
—¿No deberías estar revisando el pan de ajo? —preguntó,
repentinamente sospechosa.
—Yo, eh, olvidé comprar el pan —admití, haciendo una mueca.
—Creo que hace muchos años me prometiste pan de ajo con la
lasaña. Es el combo perfecto —agregó, dándose la vuelta para
dispararme una ceja levantada, incluso a medida que intentaba evitar 235
que sus labios se crisparan divertidos.
—Entonces, supongo que tendré que ir corriendo a la tienda —
accedí, asintiendo.
—Ah, ¿y puedes traerme un postre de regreso? —preguntó, con un
tono fingido de inocencia.
—Planeaste esto todo el tiempo, ¿no? —la acusé, mis labios
curvándose hacia arriba.
—¿Por qué crees que olvidé convenientemente agregar pan
italiano a la lista de compras? —dijo.
—Via Grassi, eres una mujer malvada —declaré, acercándola para
besarla.
—Te encanta —replicó.
Y lo hacía.
Y siempre lo haría.
Porque cuando conoces a la mujer adecuada, nunca la dejas ir.
Sin importar cuántas veces te enviara a buscar postre.
O te engañara para que hicieras una lasaña casera.
Con pan de ajo.

236
Próximo libro

237

No creía que Matteo Grassi estuviera en la mafia.


Solo era mi jefe.
Mi jefe super sexy y muy agradable.
Definitivamente no un miembro de la mafia.
Y seguí adelante y lo creí hasta la noche en que lo sorprendí
haciendo algo que se suponía que nunca debía ver.
Y al hacerlo, no solo supe sin lugar a duda que Matteo estaba en
la mafia, sino que también me vi arrastrada a ella.
A medida que pasó el tiempo, mis sentimientos por Matteo se
volvieron cada vez más confusos, incluso cuando pareció cada vez
menos probable que pudiera salir con vida de toda esta situación…

Grassi Family #3
Sobre la autora

Jessica Gadziala es una escritora a tiempo completo, entusiasta de


238
las charlas repetitivas, y bebedora de café de Nueva Jersey. Disfruta de
paseos cortos a las librerías, las canciones tristes y el clima frío.
Es una gran creyente en los fuertes personajes secundarios difíciles,
y las mujeres de armas a tomar.
Está muy activa en Goodreads, Facebook, así como en sus grupos
personales en esos sitios. Únete. Es amable.
La puedes encontrar en:
Facebook: https: //www.facebook.com/Jessica-Gadz…
Twitter: https://twitter.com/JessicaGadziala
Su grupo GR: https://www.goodreads.com/group/show/…
Créditos
Moderación
LizC

Traducción
LizC y Lyla

Corrección, recopilación y revisión


LizC y Vickyra 239

DISEÑO
Bruja_Luna_
240

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