Gabriela y Su Sobrino

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Juan Miguel

%
Godoy Mendoza

A LA SAGRADA MEMORIA DE
GABRIELA, EMELINA Y GRACIELA,
ILUMINADAS EN LA ETERNIDAD.
arraza de

Más de una vez me he referido a Isolina Barraza de


Estay y a su vocación de apasionada estudiosa de todo 10
elquino. Desde muy joven su interés se habia concentrado
en la figura de Gabriela Mistral y fue amontonando recor-
tes de diarios y revistas y anoLando cuidadosamente los re-
cuerdos personales recogidos de boca de quienes habían co-
nocido a Lucila Godoy en su primera época. Esa tarea se
vio singularmente favorecida por su estrecha amistad con
Graciela Barraza, hija de Errielina Molina, hermana mayor
de Gabriela.
Lejos1 estaba Isolina de sospechar, en esa primera
época, la importancia que iba a tomar su archivo. Andan-
do los años comenzó a recibir consultas por correo y los
investigadores de la literatuia no tardaron en presentar-
se personalmente para obtener sus datos. Datos que jamás
fueron mezquindados, porque entre las condiciones perso-
nales de Isolina se destaca ese absoluto desinterés al brin-
dar el fruto de su esfuerzo a los estudiosos, incluso propor-
cionó direcciones y hasta libros, relacionados con Gabriela,
a dos norteamericanos y un chileno, para completar sus té-
sis de doctorado en Castellano, en la Universidad de Ber-
keley y en Madrid.
Ella se habia limitado, siempre, a escribir unos
breves artículos periodísticos, destinados a recordar algún
acontecimiento elquino.
Pero ahora Isolina ha realizado un trabajo de más
aliento. Decidió hacerlo, hace tiempo, ante las aseveracio-
nes de cierto periodismo deseoso de sorprender al público
desprevenido con afirmaciones imprevistas, como la de afir-
mar que Yin-Yin, el sobrino de Gabriela, que se suicidó en
Petrópolis, era en realidad su hijo. Esa afirmación podía
sorprender a quienes no conocieran detalles de la vida y
el carácter de la escritora, pero no a quienes habían podido
valorar su entereza y no dudaban de que si hubiera tenido
un hijo, ante el mundo entero lo hubiera reconocido como
tal.
El traba10 de Isolina no es polémico. Se limita a
referir acontecimientos, apoyándose en datos proporciona-
dos por su archivo y por quienes conocieron bien a Gabrie-
la y sabían de que manera inesperada ese niño había lle-
gado hasta ella. No hay afirmaciones antojadizas. Todos los
hechos están documentados y abarcan la residencia. en Pro-
venza, Madrid y Petrópolis y el inexplicable suicidio del mu-
chacho.
Sabemos que Gabriela nunca se repuso de ese tre-
mendo golpe. Ese dolor le inspiró muchos de sus mejores
poemas. Fueron incluídos en Lagar, publicado en 1954.
Bienvenidas estas páginas de Isolina Barraza de Es-
tay destinadas a arrojar mayor claridad sobre episodios
que algunos se empeñan en ver confusos.

MARTA ELENA SAMATAN


Argentina - Santa Fe - 1978
Recordando a

Fue una tarde estival del año 1925 cuando conoci a


Gabriela Mistral, en Santiago. Fui llevada a su presencia
por su sobrina Grociela Barraza Molina, con quien tenía una
fraternal amistad, iniciada en La Serena. Ella me había
hablado mucho de su famosa tía. Su abuela Petita y Eme-
liiia, su madre, directora de una escuela en La Serena, me
consideraban como de la familia.
Nunca olvidaré aquel instante cuando llegué a su
presencia. Fue tan grande mi emoción que tuve el impul-
so de besarle el vestido o caer de rodillas. Era yo entonces
estudiante universitaria y recitaba con fervor su famoso
“Ruego” y sus “Sonetos” al suicida, con que fuera premia-
da en 1914, cuando los Juegos Florales de Santiago.
Gabriela venía llegando de Europa, después de ha-
ber vivido en México, alfabetizando indígenas en los pue-
blos rurales, acompañada, asistida siempre por esa otra mu-
jer excepcional que fuera la escultora Laurita Rodig.
Pasaron los años, su fulgurante nombre fue repeti-
do con entusiasta admiración en este Continente y en la
mileiiaria Europa. Allá vivió modestamente en pequeñas ciu-
dades o en barrios alejados del ajetreo de las grandes ca-
pitales, como París y Madrid; mas, donde fuera, iba con
ella el murmullo del río Elqui, el tronar de la tempestad
andina, el silbido del viento en los desfiladeros. (musiqui-
lla de los valles como ella dice); el dulzor del higo mora-
do, los rostros campesinos de las “Cuatro Reinas”.
La última guerra la empujó a su América, y Brasil
la recibió como diplomática y relevante intelectual. Ahí en
ese exuberante y hermosísimo país, en la imperial Petró-
polis, vivió los días más amargos de su vida, como también
fue ahí donde supo de la corona para ella, la Única Reina
de Montegrande, que tuvo reino de verdad.
Era demasiado tarde tal noble galardón que le de-
jara Alfredo Nobel: Habia muerto su Único sobrino -chile-
no-catalán- con quien celebrar tan gloriosa distinción. Tam-
bién ya no existían sus amigos Z s i g , muertos, como su so-
brino, por sus propias manos, entre los años 1942 al 43.
Llegó a Suecia a recibir el Premio, sola, huérfana
de efectos familiares, acompañada sí por su Patria, en la
persona del señor Ministro, don Enrique Gajardo Villarroel;
acariciada por los colores de su bandera.

f
Rindió homenaje allá a la gran Selma L gerloff,
premiada, como ella, con el laurel de la Academ a Sueca.
Deshojó pétalos sobre su tumba y pisó reverente el suelo
de Marbacka, donde naciera la autora de Nils Holgerson.
Y otra vez Francia, la capital del mundo. Nápoles,
la costa azul con Rapallo y Niza. De ahí viajó a América,
donde habría de morir.
Y la vimos por segunda vez, en 1954, cuando al ba-
jarse del auto en esta hostería, fui la primera en abra-
zarla y escuchar sus palabras, grabadas en mi alma: “Tú
eres la Única que me queda en esta vida”...
La acompañé hasta Montegrande y al regreso m e
el último abrazo.
En sus cartas me hablaba de Chile y sus gentes, pe-
día datos de plantas y animales autóctonos. La obsesiona-
ba la reforma agraria y el niño. Los niños de su Patria,
de su Montegrande inolvidabie, eran su lacerante preocu-
pación, <‘con sus pies desnudos y bocas pedigüeñas”.
Desde California hizo envios de zapatos y trajes
para los escolares de aquel pueblo, y, en su testamento no
los olvidó, donándoles sus derechos de autor, de lo que se
publicara acá en el Sur de América.
S u f e religiosa era un sentimiento muy suyo: creía
en el más allá, en Buda y Jesucristo. San Francisco era SU
guía y a él lo dejó como su albacea, en la benemérita orden
Franciscana.
En una de sus cartss, desde Monrovia, el 14 de Abril
de 1947, me decía “Mi sentido de la muerte es muy otro del
normal de nuestra gente. A mí me ha costa.do mucho ven-
cer dentro de mi a la muerte fisica, es decir la imagen mór-
bida de eso y cuanto ella contiene. Creo que la he vencido
no hace más de un aíío, después de dos años de sangrea-
miento interior por Juan Miguel. Ahora yo rezo a Emelina
w Yin juntamente, a ambos los invoco y creo que ambos lle-
gan. Y aunque no la vivo como muerta, les pido rezar con-
migo, según reza él desde hace mucho. Yo he perdido el
stpego natural a la vida y creo que más sirvo para la otra
que para ésta. Ella como Yin, me zyudará a la faena que
me quede aquí abajo”.
Cuando nos visitó en 1954 nos dejó estos consejos:
“Al niño no se le reprenda por sus locuras, por nada de
lo que llamamos absuido. El niño es algo aparte. Su sensi-
bilidad es todo, es algo muy grande y muy respetable, La
sensibilidad es algo tan fino como el alma y se confunde con
e11a’’.
Y sabiendo de cerca, en plena guerra europea, lo
que era la xenofobia, nos dijo y encargó: “Nuestra humanl-
e

dad es tan hermosa, elquinos, como nuestra tierra frutal


y florida. Que nunca veamos aparecer aquí la xenofobia, ni
la guerra civil de otros pueblos. El hecho peor que puede pa-
sar en una escuela es el suicidio de un niño”.
Recordaba, sin duda, con estas palabras, a su ama-
do sobrino Yin-Yin, que se quitó la vida allá en Petr6polis,
en 1943.
Ahora, yace en la privilegiada colina de ‘Monte-
grande, donde llegan, día a &a, chilenos y extranjeros; poe-
tas y artesanos, a depositar su homenaje de admiración ca-
riñosa a la mujer sin tiempo en el recuerdo.
Y he querido publicar los siguientes documentos e
investigaciones personales, probatorios de quienes fueron los
padres de &&e+Miguel, en respuesta a un insidioso artícu-
lo, aparecido en un diario santiaguino, en 1974, con este
abriela Mistral”.
1

Provenza

Provenza, llamada así, porque fue la primera pro-


vincia conquistada por los romanos. Sus habitantes son mez-
cla de iberos, griegos, fenicios e italianos. Aún conservan
la lengua cultivada por los trovadores, la dulce y amorosa
lengua de Oc, de los felibres. , _ .

Es probable que Gabriela haya escogido la Proven-


za, por ser la tierra de Federico Mistral, a quien admiró
tanto, que adoptó su nombre inmortal, y que a su vez la ln-
mortalizó, para vivir días de paz y recorrer los senderos
que llevaban a Maiano, la aldea del romántico escritor y Pre-
mio Nóbel.

B e d a r r i-d e s
En 1928 Gabriela fue a vivir a este pequeño pueblo
de Provenza, de apenas 2.000 habitantes, en el Departamen-
to de Vaucluse, con sus pequeños ríos de Oureza y Sorgue. Tal
como Vicuña de esos años, con sus mlsmos árboles, como
higueras, moreras, naranjos, granados.
AqÚí en esta cálida y amorosa tierra de Mlreya y
Vicente; Calendal y Esterela; con su viento Mistral, corretea-
ba Yin-Yin (1) con sus escasos cuatro años, por el jardín de
la quinta San Luis, acaso chupando moreras o desgranando
granadas, seguido por su amiga chilena, la encantadora ni-
ña Pradera Florida Urquieta Alday, que Gabriela llevó des-
de La Serena y a quien cariñosamente trataba de sobrina.

Pradera, que afortunadamente vive, esposa y madre


feliz, me contó haber estado presente cuando llegó un se-
ñor con Juan Miguel a entregárselo a Gabriela, por encar-
go de su madre moribunda, internada en un sanatorio de
tuberculosos, en Suiza, donde pronto falleció.
Ahí, en esa quinta, lo conoció el joven estudiante
mexicsno Andrés Iduarte, a quien Gabriela, con su genero-
sidad de siempre, le dio hospedaje indefinido, dada su pre-
caria situación económlca.
Después de la muerte de Gabriela, en 1958, Iduarte
piiblicó en “Cuadernos Americanos”, No 100, México, Julio-
Agosto 1958, un articulo titulado “Gabriela Mistral, Santa a
la Jineta” Allí van cartas suyas escritas en esa época y el
diario que llevó en el lugar, del 18 de Abril al 8 de Agosto
de 1929.
Este es un párrafo de una carta del 13 de Mayo de
1929, escrita a Octavio Rivera Soto:
“Dentro de la casa todo marcha bien. La villa Saint-
rLouis es una quinta bastante bonita. Tiene un enorme jar-
dín con el encanto supremo de no estar cultivado con ex-
cesivo esmero, lleno de herbazales en donde tenderse. El
edificio, esto es, la casa propiamente dicha, está bastante
buena. Hr.y de todo lo que el más exigente pueda pedir.. .
La gente es agradable, integrada por la dueña Gabriela Mis-
tral; por su sobrina, una chilenita que lleva el nombre de
Pradera; por un chiquillo de cuatro años, hijo de una ami-
ga de Gabriela, que lo h a encargado a ella, porque está en-
ferma del pecho y curándose en Suiza.
El “Llinllin” (ortografía usada por Iduarte), como se
apoda el chiquillo, es el centro de la casa; vive Jugando con
todo el mundo y está muy consentido; es buena raza: cata-
lán.

(1) Juan Miguel Godoy Mendonza


Yin quiere decir Fiel, en hindú.
En M a d r i d

En 1935, don Luis Enrique Délano, funcionario del


Consulado chileno, que atendía Gabriela, lo recuerda así:
“Yin-Yin asistía a estas lecturas, con sus grandes ojos
claros clavados en mí, en una actitud de expectación. Cuan-
do en la narración había algo heroico, una pelea, un peligro,
se le iluminaba la cara. -¡Bravo, Enrique! - decía con sus
erres afrancesadas. Y cuando terminaba la lectura del ca-
pítulo: -¿Y qué sigue? GQué le va a pasar a los expedicio-
narios?
-No sé, Yin-Yin. Todavía no lo sé.
Yin-Yin había pasado ya de la etapa de las hadas
y los enanos y estaba en la de los detectives y las aventu-
ras en el Africa. Se apasiomba con revistas en las que el
héroe era el Agente Secreto X-9. Cuando Gabriela nos leía
un poema, con su tono tan poco enfático, Yin-Yin escu-
chaba en silencio. Yo no se si entendía la aspereza a veces
oscura de la poesía de su “mamita”, pero oia con respe-
to, como si comprendiera.
Lola (1) iba a dejarlo al colegio en la mañana y a
recogerlo en la tarde. De vuelta paseaban como amigos Y
n veces también se peleaban. Un primero de Noviembre lo
llevé a ver ‘-Don Juan Tenorio”, puesto por la Compañía de
Margarita Xirgú, seguro que la magia de la pleza de Zo-
rrilla, el trkfico de fantasmas y los duelos de espada lo iban
a interesar. Al sentarnos en la platea, escuché un “hola”
español. Era Federico García Lorca, que en su butaca si-
guió con verdadero éxtasis el desarrollo de la obra. A Yin-
Yin, en cambio, terminaron por aburrirle los parlamentos en
versos y al final, a la hora de los fantasmas, estaba medio
dormido”.

(1) Esposa de Délano.


En P e t r ó p o l i s

A retenta y cinco kilómetros de Río de Janeiro, as-


cendiendo por caminos de exuberante vegetación, especial-
mente platanales y cafetales, se llega a la bella ciudad im-
perial de Pedro 11, cuyo palacio conserva religiosamente
los recuerdos del paso por sus habitaciones de sus majesta-
des.
Era el año 1941, plena guerra. Temerosa Gabriela de
sus trágicas consecuencias y pensando, más que en ella, en
su adorado sobrino, se trasladó desde Europa al Brasil, vi-
viendo poco tiempo en Niteroi y definitivamente en Pe-
trópolis: “Donde podré ver una vez más el sol de Amérlca
y sentarme a comer fruta que no sea de lata, de aliñar mi
comida con aceite que no sea mineral, como el que esta-
mos comiendo”. (1)
En una gran clasa toda blanca, con amplios ventana-
les, mirando a una avenida de hermosos árboles, con un
pequeño jardín, que ella gustaba cultivar, como un descan-
so a sus actividades puramente intelectuales, estaba insta-
lado el Consulado de Chile. Ahí vivía feliz con su mimado
Yin-Yin y de Consuelo Saleva (Conniel, que la acompañaba
como su amiga y secretaria.
Muy cerca de ella vivía el ilustre escritor austria-
eo judío Stefan Sweig y su compañera, quien había emigra-
do también de Alemania, donde le habían confiscado sus
1,ienes e incinerado sus preciados libros. Con ellos alternaba
Gabriela muy amistosamente y se cambiaban visitas y me-
ri~ndas.Desgraciadamente, sin que nadie lo presintiera, am-
bus se quitaron la vida, dejando la interrogante de la ver-
dadera causa de su trigica eliminación.
Al contrario de Gabriela, Yin-Yin no gustaba del
puebIo brasilero, ni de su clima, ni idioma y estudiaba con
poco entusiasmo en una escuela agrícola. “Yin-Yin no embo-
nó nunca con el país ni con lo americano en general ...” (2)
Como y a contaba con 18 años, el amor había llama-
do apasionadamente a su corazón y lo había convertido en
un ser irascible y voluntarioso. Un mal día le habló a Ga-
briela, a su “Buda”, como la llamaba a veces, por su actl-
tud hierática, y le declaró su deseo de contraer matrimo-
nio con una niña de ascendencia alemana. . . Oirlo Gabrie-
la, e indignarse fue su reacción; más que nada, por ser aie-
niuna. país causante de la guerra. Pasaron los días y Yin-
Yin, al parecer, ya se habia olvidado del suceso, y al con-
trario le manifestó a Gabriela que ya no pensaba en casar-
se. Ld vida de ambos siguió tranquilamente su curso. co-
nnie ya no estaba con ellos, pues habia aceptado un pues-
to en la Embajada de Estados Unidos, en Río, y quedaron
los dos solos, a la espera ansiosa de la gran amiga Palmi-
ta Guillén, que había anunciado su viaje.
Un día aciago, el 14 de Agosto de 1943, el joven
Juan Miguel Godoy Menüonza, ingirió una fuerte dosis de
arsénico, que lo llevó a la tumba, sin que ciencia médica al-
guna pudiera, rescatarlo a la muerte, ante el estupor y
consternación de Gabriela y sus amigos.
Gabriela habría de exclamar, casi demente: “Por
tercera vez he sido herida por el rayo”. Y en carta, el 17 de
Enero de 1945. R su amigo de confianza, el venerable y san-
to varón, don Zacarías Gómez, residente en Santiago le di-
ce: “Despues de mi duelo (death of Yin-Yin) he debido co-
ger los pedazos de mí misma y rehacer mi mente. Creo que
nuestra vid3 espiritual no anda distante”. (3)
Dos días después del suicidio de Juan Miguel, Con-
suelo Saleva, a pedido de Gabriela, le escribió a don Zaca-
rías Gómez, desde Petrópolis, diciéndole “que Gabriela le
estaría profundamente agradecida si él pudiera informar a
Emelina, acerca de la condición de Juan Miguel: Gabriela
esta muy preocupada y tristísima con la gravedad de Yin-
yjn y me encarga que Ud. se lo escriba a Emelina para que
e i l ~rece por él”. (3)
Be comprende que Gabriela quiso darle la desgracia-
da noticia gradualmente a su hermana.
-
(1) Carta a la escritora y abogado chilena-argentina Marta
Gamatán Madariaga.

(2) Carta a la escritora y abogado chilena-argentina Marta


Samatán Madariaga.

i 37 Gabriela Mistral’s Religious Sensibility.


By Martin Taylor. University of California. Volume 87.
Palma Guillén y Y h Y i n

En un artículo de “El Mercurio”, de fecha 14 de Mar-


LO de 1976, el señor Luis Vargas Saavedra, dice ser poseedor
de algunas fotos de Yin-Yin, donados por Palmita, poco
ti@mpO antes de morir:

Dentro de un sobre en el que Palma (1) escribiera:


‘lo más valioso 57 querido para mí”, estaban guardadas
Cuatro fotos de Yin-Yin chiquito y dos de Gabriela con él:
hierática, como esas madonas catalanas, bajo la resolana
del Midi (iacaso Marsella?), junto a unos bellos muros de
piedra enmalezados (Lacaso los de Arles?), sostiene al ni-
fío sobre su falda. Un manto oscuro sobre las rodillas la ha-
ce todavía más madonesca. Ningún sentimentalismo: no ha-
llaremos alli la exhibición de esa maternidad reprimida que
varios querrian hallarle o achacarle: en vez de eso, una
n’ajer serena, plácida, budica, con un niño juguetón en los
brazos o a los pies.
Yin-Yin era su sobrinastro Juan Miguel Godoy, alle-
gado a vivir con ella, después de la muerte de su madre
española. El padre, hermano ilegítimo de Gabriela, no pu-
diendo hacerse cargo del pequeño de meses, lo cedió a Ga-
brida, bajo promesa de no quitárselo jamás.
Adopción LEGAL, no hubo, y el niño pasó al cuidado
de Gabriela.
Palma me cuenta en una carta de Noviembre de
1365: “El medio hermano de Gabriela andaba por el Africa
del Norte en los años 1926-1927. Le llevó el niño a princi-
pios de 1926. La madre de Yin-Yin, que era española, ha-
bAamuerto y por eso el hermano le llevó el niño. Yo no es-
taba con Gabriela en esos momentos. Ella, por el frío, es-
taba en Marsella. Me llamó por telegrama y cuando llegué
me la encontré muy atareada, porque no tenía pbáctica al-
guna de cuidados de niños y no sabía qué hacer con un
crio de meses, porque Yin-Yin tenía menos de un año -
9 a 10 meses tal vez”.
Muy escasas fotos de Yin-Yin se conocían; estas
sliplen la falta. Muestran n un muchacho de rasgos muy se-
mejantes a los de Gabriela: los ojos claros, la boca con ric-
ttis amargo - q u e se prende en una sonrisa encantadora-
la frente despejada. Y las mismas muñecas anchas y los
huesos ocultos”.

(1) Palma Guillén, primera secretaria de Gabriela, en Mé-


xico, cuando llegó en 1922, invitada por el Sr. Minis-
tro, don José Vasconcelos. Más tarde llegó a ser su más
leal y fraternal amiga. En su testamento la nombró su
albacea, junto con Doris Dana.
Carta Colectiva enviada por 6abriela
a varias amigas e n Chile

Meses después de la muerte de Juan Miguel, recién


Gabriela pudo escribir, contando la tragedia, sufrida por el
suicidio de su sobrino. Lamentablemente, en su dolor, inter-
pretó el hecho muy a su manera:

“Río de Janeiro, 17 de Noviembre de 1943.

“ S i no les escribo así en cuadrilátero, yo no se cuan-


do podría escribirles por separado y es tiempo de sobra de
agradecerles sus cartas y su compañía desde lejos y de con-
tarles en detalle la mala muerte que entró en mi casa por
tercera vez y peor que antes. Mi Yin, mi “niñito”, ahora
más “niñito” que nunca, por la locura que me lo llevó, no
se fue por dolencia, Emita, se me mató. Y escribir estas tres
palabras todavía me parece sueño. Y estaré insensata y no
tocaré fondo de estabilidad para mi misma, mientras no
entienda el absurdo. M e aliviaría, me descansaría sólo con
entender y aunque el entender no tenga nada que hacer con
el recobrar ni el aceptar.
Las razones que me dan, que me agrupan, que me
descubren, casi todas resultan inválidas, o tontas, o débi-
les. La razón de más cuerpo y la más inmediata es la de una
banda de malvados que le maltrataba de palabra en un CO-
legio odioso lleno de xenofobia. Pero yo no lo mandé allí
siquiera, y ‘‘él habría podido dejarlo en cualquier momento”.
Le decían “el francés”, con el dejo de burla que ahora le
dan a la palabra en el mundo exitista; le reían su peque-
ria joroba, que no pasaba de un lomito doblado. Pero uno de
los pícaros se le aparecía en los lugares mundanos, cuando
le veía con muchachas o familias a echarle en cara algún
desliz con mujeres livianas, delante de las señoronas “bigo-
tes”. Estos hechos lo torturaban visiblemente; “su sensibili-
dad, que de excesiva parecía la de un desollado”. Y o le ha-
bia rogado -hacia el final, que fue cuando lo supe- de vi-
r i r en su casa y salir menos. Pero él era sociable e ignora-
ba además la maldad criolla. El no sabía cómo un extran-
jero, aún siendo familia de un cónsul, siempre resulta un
intruso o un vagabundo para el de adentro. (El pecado úni-
co del que me acuso es el de haberle impuesto mi vida
errante, pues habla en él un claro daño hecho por su existen-
cia ambulante, sin raíces, y sin regularidad, por lo tanto). La
banda escolar lo convenció, al final, de que la muchacha a
quien quería, hablaba de él y lo tenía por antipático. Y
más, lo convencieron de que la tal muchacha estaba por
encima de él y era inaccesible. En todo, en clase, en me-
dios de vida, en educación, hasta en físico ella le era in-
ferior de punta a cabo. El creyó, porque su inteligencla
maravillosa “no le sirvió jamás para darse cuenta de sí
mismo”.
Cuando yo vi que su crisis de adolescencia era muy
fuerte, y cuando, en el último tiempo vi su obsesión de aque-
lla muchacha, llegué a decirle que aunque me dolía que fue-
se alemana y aunque nunca la había visto, él podía casar-
se con ella y traerla a este caserón vacío, pues ya hablan
partido la huésped Río Branco y Connie, que trabajaba en
su Embajada de Río. Me contestó que no pensaba en casar-
se,
Vivíamos en una especie de idilio, porque el estar
solos nos había ligado mucho más; él sabía mi dolencia del
corazón y me cuidaba con un primor, con una ternura in-
decibles. Y no hay quien me haga comprender que ese ni-
ño que se levantaba a medianoche por haberme oído res-
pirar mal, se haya matado en ese estado normal sin que lo
hayan enloquecido con una droga cualquiera de las que
abundan en los trópicos o de las que manejan otras ban-
das de hoy. El vivía ahora a todo su gusto; no gustaba de
las visitas y tenía un sentido de la casa que parecía ára-
be; los suyos y ni el aire de afuera.. .
Otra razón, la segunda que me dan, es la de SU
temperalismo. Me la dan los que no conocen a mi gente. Pe-
ro nunca ví a un Godoy que no fuese peor que yo, que nl
viviese torturándose y que no resistiese esta vida hasta 10s
sesenta y los ochenta. “ES nuestra normalidad”. Y yo no me
inquietaba demasiado de las pequeñas rarezas de Yin. Peor
soy yo misma.
Mucho más razonable se me queda la explicación de
su nacimiento, que fue con forceps y estropeó a madre e hi-
jo, y mucho. El tenía su cabecita con cinco o seis daños y
con una cicatriz grande en la nuca. Me cuentan ahora que
eiitre los quince o los veinte años se hace una reacomoda-
ci6n favorable del sistema nervioso de región tan delicada
y que en otros casos el sistema se derrumba. Pero no ha
habido síntomas mayores, palpables, de este derrumbe.
Una mujer francesa, madura o vieja, andaba en SU
busca: le pedía abandonar a su familia e irse con ella, “lo
cual él había rechazado de plano”.
En los Últimos tres días, Yin ha hecho varias cosas
qrie prueban el que no pensaba en el horror que había de
consumar: mudanzas de muebles, para su cuarto, de un piso
a otro; “proyectos en detalle para más tarde”, ingreso en
sociedades, con pago de cuota anual y mucho m5s.
Ustedes me entienden que no pienso en que una dro-
ga lo mató, sino en que le trabajaron el cerebro hasta enlo-
qixecerlo. Y aquí mis sospechas no miran sólo a tres de la
banda, sino a uno de dos grupos que lo buscaban, que co-
rresponden a las serpientes que trabajan el mundo hasta en
sus mínimos rincones”. A un grupo de esos, los eche de es-
t a casa de mala manera; el otro nunca se aparecfo aqui, y
dos de ellos llegaron tarde, y no se con que fin, cuando mi
chiquito estaba ya muerto, con señales claras de lo que son.
Yo estaba en casa, pues en nueve días no pude andar; los
recibieron dos bobos que no conocen l a malicia, Connie y
un amigo y colega de oficio, y nada averiguaron sobre estas
figuras de bajo fondo, que nunca se habían aparecido por
la casa.
Es cuanto en una carta puedo decirles de la mate-
rialidad de los hechos. Como una sonámbula, en la semana
última que me dio de compañía, “tuve con él conversaciones
que habría tenido sólo por adivinación de su riesgo”. Le hi-
ce saber, que por fin, yo había redondeaüo la suma necesa-
ria, que siempre busqué tener para que él acabase su educa-
ción si quería seguir estudios, o bien para que comenzase a
hacer negocios menudos a los cuales se inclinaba, por dejar-
se la vida libre y dado a leer y escribir. (Muy bien, pero muy
bien hacía sus novelas de ensayo, en una lengua limpia y
sobria, sin un solo lugar común, cón un fondo de pesimismo
muy Godoy, con una rara elegancia de sintaxis, sin vicio de
sentimentalismo, con ironía, y adentro con una agudeza y
una sutileza que nunca vi en gente de su edad). Para ali-
gerarle su pena de los malos compañeros le conté minucias
de mi vida y este hecho: que la he hecho entera con sólo
unos seis amigos, que en todo me han valido y que me han
bastado. El tenía.dos, ambos de sangre francesa. (Aqui una
explicación destinada a Victoria: Yin no embonó nunca con
ei país ni con lo sudamericano en general; nuestro confusio-
nismo y nuestro hábito de mentira y de hipocresía, le re-
pugnaban vivamente). Y o tal vez, le sacrifiqué con traerlo
de Europa. Pero ¿cómo iba a quedarme o a dejarlo en me-
dio de la guerra sin superlativo que vino
Don Pedro sabe, Margot, otro tanto, que este niño no
era una porción de mi vida, que era ella misma, que en el
empezaba y que vida personal no tengo de hace tiempo.
Menos que nunca en estos años de Brasil. “La guerra me
h a desnudado tantas tristes verdades de mi gente criolla
americana, me ha hecho verlas tan ciegas y tan sin reme-
dio próximo que la pasión de ella-, que me había absorbl-
do y gastado fue abajándose y apagándose”. La casa era
el, el día él, 1s lectura él. Yo se que Dios castiga ruda-
mente la ídolatría y que ésta no significa únicamente el
culto de las imágenes.
jAy, pero tengo que volver a mi Vieja herejía y Creer
en el karma de las vidas pasadas a fin de entender que de-
lito mío fenomenal, subidísimo, me han castigado con no-
che de agonla de mi Juan Miguel en un hospital, t a n espan-
tosa a pesar del estoicismo increíble con que soportó las bra-
sas del arsénico en su pobrecito cuerpo querido!
Tengo que ‘‘echar atrás mi cristianismo” y dar oído
a los muchos brasileros que me han repetido como en leta-
riía ésto: -No viene de ahora, ni de aquí, sino de una Ori-
11% oscura que Ud. no sabe, este golpe, este azotazo y esta
ceniza.
Por otra parte, no es consuelo lo que busco, “es ver-
lo” Y en el sueño suelo tenerlo, y en sensaciones de presen-
cia en la vigilia también, y de lo que de ambas cosas reci-
bo es de lo que voy viviendo, y de nada más que eso.
Palmita llegó tarde para salvarlo con su camara-
dería, “con su amor lúciüo que no es el mío”. El sabía su
llegada y tampoco puedo yo comprender que se fuese te-
niendo ya la certidumbre de su viaje en dos semanas. El
la adoraba y le daba una confianza plena, más cabal de la
que a mi me daba, como si se tratase de una niña de su
edad.
Ahora no me queda sino una hermana tendida, pos-
trxda y con setenta y dos años. Nunca la poesía fue para
mi algo tan fuerte como para que me reemplace a este nl-
ño precioso con una conversación de niño, de mozo y de
viejo, que nunca se me quedaba atrás en ella. Otro no me pue-
de encandilar como él; no hay compañía que me cubra el cos-
tado derecho como él, cuando yo iba por esas calles de las
estranjerías heladas y duras; no hay tampoco don de ol-
vido en mi para semejante experiencia. La tengo trenzada
conmigo en cada cinco minutos. Y yo voy viviendo en dos
planos, de manera peligrosa. Decirles más es inútil, por-
que no les he dicho nada en tres páginas. “Ustedes recen
por él alguna vez, hasta aquellos de ustedes que no creen
mucho”. Y o vivo mejor que nunca en la certidumbre de la
vida eterna y un pensamiento Único me aplaca y me pone
a dormir cada noche; el de que yo iba a dejarlo pronto y
a vivir sola mi trasmundo y ahora tengo mi trasmundo con
él en poco tiempo, a corto plazo.

Les abrazo, les agradezco .sus palabras y los quiero


todo lo que saben y más que eso.
Su Gabriela

Noviembre 16-1943. Mi Yin murió el 14 de Agosto, ha-


ce pues tres meses.
La señora Emelina, hermana de Lucila-Gabriela, me
aecía en Noviembre de 1943, desde La Serena: “Asi como
pensaste, así fue. Miguel se mató por amor. ¡Pobre mi her-
mana, cuánto ha sufrido!”
Defunción de Juan

En 1963 tuve la buena idea de dirigirme al señor


Cónsul de Chile en Petrópolis, solicitándole el certificado de
defunción de Juan Miguel Godoy, por intermedio del jefe
de la Oficina del Registro Civil de esta ciudad de Vicuña,
cuya nota copio de mi archivo:
. República de Chile, Vicuña, Noviembre 21 de 1963
Excelentísimo señor:

S e ha presentado a esta oficina la señora Isolina Ba-


r a z a de Estay, miembro del “Centro Cultural Gabriela Mis-
tral”, de esta ciudad, a solicitar por nuestro intermedio, el
ssvicio que, a mi vez, tengo la honra de transmitir a Ud.:
En 1943 era Cónsul de Chile, en*Petrópolis, nuestra
Compatriota y laureada Premio Nóbel, Gabriela Mistral, quien
vivía con su sobrino JUAN MIGUEL GODOY. Desgraciada-
mente este joven se suicidó, probablemente en el mes de
Agosto de ese año. Se precisa el certificado de defunción
de este ciudadano para incluirlo en el archivo Gabriela Mis-
tral, del Museo de esta ciudad. Si esta gestión tuviera éxi-
to de su parte, yo le ruego tenga l a amabilidad de contes-
tarme cuanto dinero (dólares) tendría que enviar para los
impuestos y envio de DOS certificados, para remitírselos a
la brevedad posible.
Este señalado favor comprometerá la gratitud del Je-
fe de esta Oficina y de la solicitante, señora Barraza de Es-
tay.
Disponga Ud. distinguido señor, de este, su afectísimo
y s. s.
Orlando Rivera Olivares
Oficial del Registro Civil e Identíficaclon
. (Hay un timbre)
Al Excelentísimo señor
Jefe de la Oficina del Consulado de Chile
Petrópolis, Brasil

Con fecha 9 de Enero de 1964, el señor Cónsul de


Chile, don Marcial Rivera Marambio, contestó lo siguiente, in-
cluyendo dos certificados, diciendo lo siguiente:

1CONSULADO DE CHILE
mrm/Idc

No 4 Río de Janeiro, 9 de Enero de 1964


Señor
Orlando Rivera Olivares
Oficial del Registro Civil e Identificación
VICURA

De mi consideración:

Con referencia a su oficio No 1872, del 21 de Noviem-


bre Último, relacionado con la petición de dos certificados
de defuncidn del joven JUAN MIGUEL GODOY, sobrino ae
nuestra distinguida compatriota, Lucila Godoy Alcayaga-Ga-
briela Mistral- me es grato acompañarle adjunto a la pre-
sente, los certificados solicitados.
Le agradeceré, por lo tanto, de acuerdo con el reclbo
adjunto, se sirva hacerme llegar a mi poder la cantidad de
Cr.$! 1.035,00, valor que he cancelado por los certificados del
caso. Por otro lado me permito manifestarle que actualmen-
te no hay Consulado de nuestra Patria en la ciudad de Pe-
trópolis.
En espera de su apreciada respuesta sobre el parti-
cular, me es grato saludarlo muy atentamente
MARCIAL RIVERA MARAMBIO
Cónsul de Chile

Aquí hay un timbre que dice:


(Consulado de Chile en Ríe de Janelro
Brasil
Recibidos los mencionados certificados y hechos los
trámites para conseguir los cruzeiros, me dirigí al señor Or-
lando Rivera Olivares, en los siguientes términos:
Vicuña, 7 de Marzo de 1964

“Distinguido señor y amigo:

Tengo el agrado de adjuntarle cheque del Banco de


Chile de Valparaíso, por la suma de Un mil treinta y cinco
cruzeiros y a la orden del Sr. Marcial Rivera Marambio,
nuestro Cónsul en Río de Janeiro.

Este dinero es en cancelación de los dos certificados


de defunción, solicitados por mí, tiempo atrás, del malogra-
do joven Juan Miguel Godoy, sobrino de Gabriela Mistral y
que se consiguieron por intermedio del señor Rivera Maram-
bio, rogándole a Ud., que tan eficazmente, en su calidad de
funcionario del Registro Civjl, colaboró en esta gestión, ha-
cerle llegar este cheque.
Por otra parte, esperando conseguir estos cruzeiros,
no había dado cumplimiento a mi deseo de donar al Museo
Gabriela Mistral este certificado, lo que hago hoy día muy
gustosamente y sin costo alguno para el Museo, y rogándo-
le a Ud., como distinguido miembro de la Biblioteca G. Mis-
tral, de la que depende el Museo, hacer entrega de este do-
cumento, debidamente enmarcado, que hago llegar a sus ma-
mes.
(Considerando una valiosa adquisición para completar
la biografía de nuestra Gabriela, espero que este documento
sea exhibido en una de las vitrinas con llave del Museo.
Agradeciéndole su intervención en este trámite, tie-
ne el agrado de saludarle con especial afecto, S.S.S.

isoiina Barraza de Estay

El certificado de defunción dice así;


POEMA
DE
GABRELA
En sólo una noche brotó de mi pecho,
subió, creció el árbol dr luto,
empujó los huesos, abrió las carnes,
su cogollo llegó a mi cabeza.
Sobre hombros, sobre espaldas,
echó hojazones y ramas,
y en tres días estuve cubierta,
rica de él como de mi sangre.
¿Dónde me palpan ahora?
¿Qué brazo daré que no sea luto?
Igual que las humaredas
y a no soy llama ni brasas.
Soy esta espiral y esta liana
y este ruedo de humo denso.

Todavía los que llegan


me dicen mi nombre, me ven la cara;
pero yo que me ahogo me v,eo
árbol devorado y humoso,
cerrazón de noche, carbón consumado,
enebro denso, ciprés engañoso,
cierto a los ojos, huído en la-mano.
En una pura noche se hizo mi luto
en el dédalo de mi cuerpo
y me cubrió este resuello
noche y humo que ilaman luto
que me envuelve y que me ciega.
Mi Último árbol no está en la tierra
no es de semilla ni de leño,
no se plantó, no tiene riegos.
s o y yo misma mi ciprés
mi sombreadura y mi ruedo,
mi sudario sin costuras,
y mi sueño que camina
árbol de humo y con ojos abiertos.
En lo que dura una noche
cayó mi sol, se fue mi día,
y mi carne se hizo humareda
que corta un niño con la mano.
El color se escapó de mis ropas,
el blanco, el azul, se huyeron
y me encontré en la mañana
vuelta un pino de pavesas.
Ven andar un pino de humo,
me oyen hablar detrás de mi humo
y se cansarán de amarme,
de comer y de vivir,
bajo de triángulo uscuro
falaz y crucificado
que no cría m6s resina
y raíces, no tiene ni brotes.
Un solo color en las estaciones,
Jn solo costado de humo
y nunca un racimo de piñas
para hacer el fuego, la cena y la dicha.
LA LIANA

En el secreto de la noche
mi oración sube como las lianas,
así cayendo y levantando
y atanteos como el ciego,
pero viendo más que el buho.
Por el tallo de la noche
que t ú amabas y que yo amo,
ella sube despedazada
y rehecha, insegura y cierta.
Aquí la rompe una derrota.
más allá un aire l a endereza.
Una camada de aire la aupa,
un no se qué me la derriba.
O ya trepa como la liana
y el geiser a cada salto
recibidos y devueltos.
O ella es y yo no soy;
ella crece y yó perezco.
Pero yo tengo mi duro aliento
1 mi razón, y mi locura,
y la retengo y la rehago
al pie del tallo de la noche.

Y es siempre la misma gloria


de vida y la misma muerte;
t ú que me ves y yo que te oigo,
y la pobre liana que sube
y cayendo remece mi cuerpo.

coge el cabo desfallecido


de mi oración, cuando te alcanza,
para saber que la tomaste
y la sostengas la noche entera.

La noche se hace de pronto dura


como el ipé y el eucalipto;
se vuelve cinta de camino
o queda y dura en río helado
iy mi liana sube y t e alcanza
hasta rasarte los costados!
Cuando se rompe tú me la alzas
con los pulsos que te conozco,
y entonces se doblan mi soplo,
mi calentura y mi mensaje.
Sosiego, te nombro, te digo
uno por uno todos los nombres.
jLa liana alcanza a tu cuello,
lo rodea, lo anuda y se aplaca!
S e aviva entonces mi pobre soplo
y las palabras se hacen río,
y mi oración así arribada
jal fin sosiega, al fin descansa!

Entonces ya se que arriba


la liana oscura de mi sangre
y el rollo roto de mi cuerpo,
en oración desovillado,
y aprendo yo que la paciente
gime cortada, luego se junta
y vuelve a subir, y subienüo
a más padece, más alcanza.
En esta noche tú recoge
mi llamado, tómalo y ténlo;
duerme, mi amor, y por ella
hazme bajar mi propio sueño,
y como era sobre la tierra,
así, amor mío, así quedemos.
UNA PALABRA

Y o tengo una palabra en la garganta


y no la suelto, y no me libro de ella
aunque me empuja s u empellón de sangre.
S i la soltase, quema el pasto vivo,
sangra al cordero, hace caer al pájaro.
Tengo que desprenderla de mi lengua,
hallar un agujero de castores
o sepultarla con cal y mortero,
porque no guarde como el alma el vuelo.
No quiero dar señales de que vivo
mientras que por mi sangre vaya y venga
y suba y baje por mi loco aliento.
Aunque mi padre Job la dijo, ardiendo,
no quiero darle, no, mi pobre boca,
porque no ruede y la hallen las mujeres
que van al río, y se enrede a sus trenzas
o al pobre matorral tuerza y abrase.

Y o quiero echarle violentas semillas


que en una noche la cubran y ahoguen,
sin dejar de ella el cisco de una sílaba.
O rompérmela así, como la víbora
que por mitad se parte entre los dientes.
Y volver a mi casa, entrar, dormirme,
cortada de ella, rebanada de ella,
y despertar después de dos mil días,
recién nacida de sueño y olvido.
¡Sin saber, ay! que tuve una palabra
de yodo y piedra alumbre entre los labios
ni poder acordarme de una noche,
de la morada en país extranjero,
de la celada y el rayo a Ta puerta
y de mi carne marchando sin su alma!
MI ARTESANQ MUERTO

Tenías ay, tenías cielo y tierra


abiertos, y dorados y extendidos:
En tus dos ojos griseaba la caña
y el cafetal estaba en flor y en sangre
y los granados rompían tus aires.

Ahora otros menos que tú heroicos


cogen tus odres, tu lazo, tus redes.
Otros llegaron a tomar las barcas,
los arneses y el cubo de semillas.

Salen y entran por la casa tuya,


silban al alba, arrean y parten
y humean de su sangre y sus alientos.

Has dejado tendidos lecho y mesa.


Diste la espalda a todas tus colinas,
a tu parte de dunas y de pesca,
a tus canteros y tus albañiles.
Oigo picos, y sierras, y molinos,
en rscsgánclose el aire, y no son tuyos
y me remece el trueno de la piedra,
y la mecha y el brazo no son tuyos.
Van a torcer un río, a abrir un cerro,
van a plantar un pueblo como un árbol.
Pararon, jadeando una avalancha,
gritan un ¡aleluya! (y no es tu grito).

Y después de su gloria y de su gozo,


van a pasar delante de tu casa
esta tarde y mañana, ahora y siempre,
y los voy a contar uno por uno
sin verte el rostro, el turno ni la cifra.
En este atardecer todo lo vivo,
va a pasar vivo por tu casa yerta,
también los animales, con sus belfos
y su mirada, hasta las pobres bestias
olfateando mis ropas y tocándome
mugiéndome por ti y echando su hhlito.

Parece como que todo está íntegro;


que nada muere y sólo tú moriste,
que todo acude y sólo tú fallaste,
que corre hasta el castor y baja el topo
y sólo tú, los pies te rebanaste.

En vano vuelan sobre los que pasan


su faena y sus juegos. Pasan henos
cortados, plumaradas de la caña,
vigas airosas y aleros rojos
y detrás y deshechas van tus obras
y voluntades en trapos de niebla.

Ibas a hacerme el establo, la granja,


el colmenar y el vivero de peces,
el pozo para cuando la sequía
y el campo sin arar para mi huesa.
Tú ibas a medir mis doce palmos,
Yo para ti, yo no iba a contarlos.

Quieren saber de ti, se mueven, gimen


hacia mi como rectos animales
en la noche, tus muros, y en el día
la sal me quema las palmas, la fruta
pregunta abierta y reteniendo el jugo;
el bananal bracea averiguándome,
y enrollánse y me siguen tus caminos.

Hay delante una tierra que era tuya,


y se quedó como mujer sin dueño;
hay un taller de oro, unos tendales
de herramientas oscuras y azoradas,
Y hay un olor de cafés y trapiches,
y hay sobre el campo una ancha levadura
que derramada sube, hierve y habla.
A todos los dejaste así de enteros,
así desperdiciados y ofendidos.

Huelen en los rincones los barnices.


Dan lumbres de impaciencia los forrajes
y las cuerdas se atan y desatan.

Y tú no vas ni vienes por este aire


y esta fe, y este ardor, y esta hermosura
sino que llegas con la luz sosegada,
y al cerrarse los puños de la noche,
ave de seda a caer en mi cara
y a repasar el pecho y darme sueño.

Pero mi sueño se rompió en tu cuerpo,


ya ni tú ni yo juntamos sus pedazos,
porque los medio dias y el sol ácido
me muestran y me miden y mi gritan
tu río seco, tu granja aventada,
el fraude, t u huída, tus espaldas
y el pespunte sin fin de tu carrera.
De “Poemes”, trad. et postface de
+ Roger Caillois,
Gallimard, Quinquieme Ed. Octubre
1946, France.
MESA OFENDIDA

A la mesa se han sentado,


sin señal los forasteros,
válidos de casa huérfana
y patrona de ojos ciegos;
y al que es dueño de esta noche
y esta mesa, no le tengo,
no le oigo, no le sirvo,
no le doy su mango ardiendo.
iA qué pasaron, a qué
el umbral de roto espejo
que del animal nocturno
recogió el hedor y el peso,
cuando belfos y pelambres
los dice sus compañeros?

Mi soledad tengo a diestra


en un escarchado helecho,
y delante un pan ladeado
de dos bandas de silencio,
y mi bdbuceo rueda,
como las algas, sin eco.
Nunca me he sentado a mesa
de mayor despojamiento:
la fruta es sin luz, los vasos
llegan a las manos hueros.
Tiene el pan de oro vergüenza
y el mamey un agrio ceño;
en torpe desmaño cumplen
loza, mantel, vino muerto,
y los muros dan la espalda
por no tocar lo protervo.
Y ellos del ama reciben
la respuesta de heno seco
y su mirada perdida
de pura ausencia y destierro.
Por el caído y por mi,
por habernos pecho a pecho,
era esta cita nocturna
en suelo y aire extranjero,
nuestra y de ninguno más.
largo y sollozado encuentro.

Para que él me lo dijese


todo en río de silencio,
en un rodar y rodar
de cordillera en deshielo,
y todo lo recibiese
yo de su alma y de su cuerpo.

Mirándoles y sin verles,


espero el liberamiento:
oir el último paso,
el tropel de los lobemos
y ver que a purificar
la mansión llega su dueño.
EL COSTADO DESNUDO

Otra vez sobre la Tierra


llevo desnudo el costado,
el pobre palmo de carne
donde el morir es más rápido
y la sangre está asomada
como a los bordes del vaso,

Va el costado como un vidrio


de sien a pies alargado
o en el despojo sin voz
del racimo vendimiado,
y más desnudo que nuntca,
igual que lo desollado.

Va expuesto al viento sin tino


que lo befa sobre el flanco,
y, si duermo, queda expuesto
a las malicias del lazo
sin el aspa de ese pecho
a la torre de ese amparo.

Marchábamos sin palabras,


la mano dada a la mano,
y hablaban las sangres nuestras
en los pulsos acordados.
Ahora llevo sin habla
esa diestra, ese costado.

Ahora es ese tantear


con pobres ojos de ocaso,
preguntado por mi .senda
a las bestias y a los pájaros,
y el oír que la respuesta
la dan el pinar o el traro.

Otra vez la escarcha helada


más dura que el aletazo,
el rayo que va siguiéndome
de fuego envalentonado
y la noche que se cierra
en puño oscuro de tártaro.

Ya no más su vertical
como un paso adelantado
abriéndome con su mástil
los duros cielos de estaño
Y conjugando en la marcha
el álamo con el álamo.

Voy sólo llevando el vaho


o el hálito apareado,
sin perfil ni coyunturas
en que llega mi trocado,
niebla de mar o de sierra,
rasando dunas y pastos

Aunque el naranjal me dé,


cuando cruzo, brazo y brazo,
y se allegue el Cireneo
o dé al niño un grito blanco,
¿quién consigue que no vea
con volverme, mi costado?

Cargo la memoria viva


en el tuétano envainado
y a cada noche yo empino
y vierto el profundo vaso,
siendo yo misma l a Hebe
y siendo el vino que escancio.
Me acuerdo al amanecer
Y cuando el mundo es soslayo,
y subiendo y descendiendo
los azules meridianos.
Y a cada día cclmino
lenta, lenta, por el diálogo
en que la memoria mana
a turnos con mi costado.

Cuando me volví memoria


y bajé a tiniebla y vaho,
arafiando entre madréporas
y pulpos envenenados,
volví sin él, pero traje,
desde el Hades, como dádiva,
la ankmona que es de fuego
de la verdad al costado.

Ahora que supe puedo


con lo que falta de tránsito:
apenas tres curvas, tres
blancas lejías de llanto
y se me va apresurando
el correr como el regato.

Han de ponernos en valle


limpio de celada y garlio,
claros, íntegros, fundidos
como en la estrella los radios,
en la blanca geometría
de1 dado junto al dado,
como fuimos en la luz,
el costado en el costado.

Van a descubrirse, juntos


el sol y elCristo velados,
y a fundírsenos enteros
en río de desagravio,
rasgando mi densa noche,
hebra a hebra y gajo a gajo,
y aplacando con respuestas
el grito de mi costado.

Hacia ese mediodía


y esa eternidad sin gasto,
camino con cada aliento,
sin l a deuda del tardado,
en este segundo cuerpo
de yodo y sal devorado,
que va de Gea hasta Dios
rectamente como el dardo,
!así ligero de ser
sólo el filo de un costado!
k

Cuando va acabando el día a

María Madre sin marcha ni senda,


llega trayéndolo consigo.
No hace ruta y siempre llega.

Van llegando, blanqui-azulados ,


J
de crepúsculo o de ausencia,
con los visos del eucalipto,
y sin pasos como la niebla.

Madre María, hilos azules,


salvia en rama, cosa ligera,
nada dice, nada responde,
me lo adelanta y me lo entrega.

Se derriten las palabras,


se me deshacen como la arena
y en yéndose acuden otras
que saltarán ¡Dios mío! de ella.

Miguel y yo nos miramos


como era antes, cuando la tierra,
cuando la carne, cuando el Tiempo,
y la noche sin sus estrellas.

Ella azulada como los vidrios,


parecida al agua quieta,
dándole a mí, dándome a 61,
calla, alienta y reverbera.
Ni se mueve ni se cansa,
brecha divina, rama entreabierta.

Con el corazón los llamo,


sin gesto, silbo, ni grito
y el venir es el doblarse
y ser los dos siendo que es ella.

Es mi día, hora por hora


esperarles tras una puerta
segura de ellos como de mí,
ojos, oídos y alma ciertas.

El crepúsculo se me tarda
o se me apura sobre la tierra.
Maduro en fruta nunca ViSta
fija, alba, calenturienta.
Todavía, Miguel, me valen,
como al que fue saqueado,
el voleo de tus voces,
las saetas de tus pasos
y unos cabellos quedados,
por lo que reste del tiempo
y albee de eternidades.

Todavía siento extraííeza


de no apartar tus naranjas
ni comer tu pan sobrado
y de abrir y de cerrar
por mano mía tu casa.
Me asombra el que, contra el logro
de Muerte y de matadores,
sigas quedado y erguido,
caña o junco no cascado
y que, llamado con voz
y con silencio me acudas.

Todavía no me vuelven
marcha mía, cuerpo mío
Todavía estoy contigo
parada y fija en tu trance,
detenidos como en puente,
sin decidirte tu a seguir,
y yo negada a devolverme.

Todavía somos el Tiempo,


pero probamos ya el sorbo
primero, y damos el paso
adelantado y medroso.
Y una luz llega anticipada
de la Mayor que da la mano,
y convida, y toma, y lleva.
Todavía como en esa
mañana de techo herido
y de muros humeantes,
seguimos, mano a la mano,
escarnecidos, robados,
y los dos rectos e íntegros.

Sin saber tú que vas yéndote,


sin saber yo que te sigo,
dueños ya de claridades
y de abrm inefables
o resbalamos un campo
que no ataja con linderos
ni con el término aflige.
Y seguimos, y seguimos,
ni dormidos ni despiertos,
hacia la cita e ignorando
que ya somos arribados.
Y del silencio perfecto,
y de la carne falta,
la llamada aún no se oye
ni el Llamador da su rostro.

¡Pero tal vez esto sea,


¡ay! amor mío, la dhdiva
del Rostro eterno y sin gestos
y del reino sin contorno!
Ahora voy a aprenderme
el país de la acedía,
Y a desaprender tu amor
que era la sola lengua mía,
como río que olvidase
lecho, corriente y orlllas.
¿Por qué trajiste tesoros
si el olvido no acarrearías?
Todo me sobra y yo me sobro
como traje de fiesta para fiesta no habida;
itanto, Dios mío, que me sobra
mi vida desde el primer día!
Dénme ahora las palabras
que no me dio la nodriza.
Las balbucearé demente
de la sílaba a la sílaba:
palabra “expolio”, palabra “nada”,
y palabra “postrimería”,
jaunque se tuerzan en mi boca
como las víboras mordidas!
Me he sentado a mitad de la Tierra,
amor mío. a mitad de la vida,
a abrir mis venas y mi pecho,
a mondarme en granada viva,
y a romper la caoba roja
de mis huesos que te querían.
Estoy quemando lo que tuvimos:
Los anchos muros, las altas vigas,
descuajando una por una
las doce puertas que abrías
y cegando a golpes de hacha
el aljibe de la alegría.
Voy a esparcir, voleada,
la cosecha ayer cogida,
a vaciar odres de vino
Y a soltar aves cautivas;
a romper como mi cuerpo
los miembros de la “masía”
y a medir con brazos altos
la parva de las cenizas.

!Cómo duele, cómo cuesta,


cómo eran las cosas divinas,
- y no quieren morir, y se quejan muriendo,
y abren sus entrañas vívidas!
Los leños entienden y hablan,
el vino empinándose mira,
y la banda pájaros sube
torpe y rota como neblina.

Venga el viento, arda mi casa .


mejor que bosque de resinas;
caigan rojos y sesgados
el molino y la torre madrina.
¡Mi noche, apurada del fuego,
mi pobre noche no llegue al día!
Dejo a otros -con más suerte que y o - el averiguar
en Barcelona el año exacto del nacimiento de Juan Miguel
Godoy Mendonza, pues la carta que dirigí al Cónsul Gene-
ral chileno, en Barcelona, solicitándole este certificado, no
iue contestada (9 de Octubre de 1974).
Estimo sí que debe haber nacido en 1925, puesto que
falleció de 18 años.
Sabemos si, por 1Ó consignado en el certificado de de-
función, que sus padres fueron Carlos Miguel Godoy y Mar-
tha Mendonza.
Carlos Miguel seria hijo ilegítimo de don Jeronimo,
nacido probablemente. en Huasco o Tierra Amarilla, lugar
este último, donde falleció el padre de Gabriela, el 29 de
Agosto de 1911.
Todos sabemos que don Jerónimo abandonó a, su ?a-
milia cuando Lucila tenía tres años, y allh en Atacama
formó otra familia.
Para terminar, quiero expresar mi anhelo de que el
señor Luis Vargas Saavedra, haga donación de aquellas fo-
tos y cartas, que recuerdan a Gabriela y Yin-Yin, a este Mu-
seo, aún cuando fueran copias, ya que nuestra vlda es tran-
sitoria y debemos considerar a las generaciones futuras, le-
gitimas herederas del pasxlo, tan glorioso y emotivo en este
caso.

Isolina Barraza de Estay


I N D l C E

Página NS
1) Juan Miguel Godoy Mendoza
(Yiri . Yin) .................................. 5
Isolina Barraza de Estay ......................7
Recordando a Gabriela ...................... 9
Provenza
Bedarrides ................................ 13
En Madrid ................................. 15
En Petrópolis .............................. 17
Palma Griillén y Yin-Yin .(................... 19
Carta Colectiva enviada por Gabriela
a varias amigas en Chile .................... 21
9) Defunción de Juan Miguel ................... 27
10) Poemas de Gabriela
Recordando a Juan Miguel ................... 33
11) Luto ...................................... 35
12) La Liana ................................... 37
13) Una Palabra ................................ 39
14) Mi Artesano Muerto ......................... 41
15) Mesa Ofendida ............................... 45
16) El Costado Desnudo ........................... 47
17) Los Dos ..................................... 51
18) Aniversario .................................. 53
19) La Abandonada ............................... 55
20) Palabras Finales ............................. 57

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