5.la Doctrina Del Espiritu Santo
5.la Doctrina Del Espiritu Santo
5.la Doctrina Del Espiritu Santo
Él es una persona.
Que el Espíritu sea una persona, a menudo se niega expresando el concepto de que Él es una
personificación, digamos, del poder, muy semejante a la afirmación de que Satanás es una
personificación del mal. Esta negación de su personalidad ha ocurrido a través de la historia de la
iglesia.
1. Él tiene inteligencia.
Conoce y escudriña las cosas de Dios (1 Corintios 2:10–11); posee una mente (Romanos 8:27); y puede
enseñarles a las personas (1 Corintios 2:13).
2. Él demuestra sentimientos.
Puede ser contristado por las acciones de los creyentes (Efesios 4:30 una influencia no puede ser
contristada).
La personalidad genuina posee la inteligencia, los sentimientos y la voluntad, y puesto que el Espíritu
tiene estos atributos, Él tiene que ser una persona.
Estas son actividades que una influencia o una personificación no pudieran hacer, pero la Escritura
demuestra que el Espíritu Santo si puede hacer.
Él es una persona como ellos son personas; sin embargo, Él es una persona distinta e identificable.
2. Con Jesús.
Él se relaciona con el Señor de tal manera que, si el Señor tiene personalidad, uno tiene que concluir
que el Espíritu también la tiene. Sin embargo, Él es distinto de Cristo, Juan 16:14 “El me glorificará;
porque tomará de lo mío, y os lo hará saber”.
Varias veces los escritores del Nuevo Testamento usan un pronombre masculino para referirse al
Espíritu (lo cual es neutro).
El ejemplo más claro de esta excepción al uso gramatical normal es Juan 16:13 y 14, donde se usa el
pronombre masculino demostrativo dos veces para referirse al Espíritu mencionado en el versículo
13. “Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su
propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir.
Él me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber. Todo lo que tiene el Padre es mío; por
eso dije que tomará de lo mío, y os lo hará saber”.
Puesto que los pronombres masculinos usados puede que se refieran a la palabra “Paracleto” (el cual
es masculino, Juan 15:26; 16:7 y 8) o a la palabra “arras” (que también es masculina [en griego], Efesios
1:13 y 14). Sin embargo, la excepción clara al accidente normal en Juan 16:13 y 14 sí respalda la
personalidad real del Espíritu.
Cada una de estas líneas de evidencia escritural nos lleva a la conclusión de que el Espíritu Santo,
aunque un ser espiritual, es una Persona real como el Padre, o el Hijo, o como lo somos nosotros.
El Espíritu no solamente es una persona, sino que es una persona especial, porque Él es Dios.
Pruebas de la personalidad no son necesariamente pruebas de la deidad; pero las pruebas de la deidad
también son pruebas de Su personalidad.
Si Dios es una persona, y si el Espíritu también es Dios, entonces Él también es una persona.
Sus nombres demuestran Su deidad. Los nombres divinos del Espíritu revelan Su deidad. A Él se le
relaciona por nombre con las otras dos personas de la Trinidad dieciséis veces por ejemplo en Filipenses
1:19 dice: “el Espíritu de Jesucristo”, y en 1 Corintios 6:11, “el Espíritu de nuestro Dios”.
Además, la promesa de nuestro Señor en mandar “otro Consolador” (Juan 14:16) usa la palabra “otro”,
que significa uno de la misma clase.
En otras palabras, si Cristo es Dios, entonces el Espíritu, el otro Consolador de la misma clase, también
es Dios.
Sus atributos son los que sólo pertenecen a Dios. Como hemos visto, el Espíritu tiene atributos que
demuestran que Él es realmente una persona, pero también posee atributos que solamente los tiene
Dios, lo cual demuestra que Él es Deidad.
LA OMNISCIENCIA
Observemos este contundente versículo de Apocalipsis 2:23: “y todas las iglesias sabrán que yo soy el
que escudriña la mente y el corazón; y os daré a cada uno según sus obras.” Todos sabemos que, en
esta parte de la Escritura, Jesús está comunicándose mediante unas cartas con las iglesias del Asia
Menor; sin embargo, es sorprendente la manera en la que firma el remitente: “El que tiene oído, oiga lo
que el Espíritu dice a las iglesias.” ¿Qué les dijo el Espíritu? entre muchas cosas que escudriña la mente
y el corazón, y conocía la obra de cada uno de ellos. Aquí podemos ver la omnisciencia del Espíritu
Santo.
Analicemos con suma atención el siguiente pasaje de 1 Corintios 2:11-13: “Porque ¿quién de los
hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie
conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios. Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo,
sino el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha concedido, lo cual también
hablamos, no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu,
acomodando lo espiritual a lo espiritual.”
Si el Espíritu puede conocer y enseñar lo profundo de Dios, no sólo demuestra que no es una fuerza y
que es una persona, sino que es Dios mismo.
¿Cómo es esto? Pues ninguna criatura podría conocer a Dios a tal profundidad. Dios es infinito,
imposible de ser conocido y comprendido a plenitud por un ser creado.
LA OMNIPOTENCIA
La omnipotencia es el atributo que indica que para Dios nada es imposible. Él todo lo puede, es decir
él tiene el poder absoluto.
En Romanos 15:13 dice: “Y el Dios de esperanza os llene de todo gozo y paz en el creer, para qué abundéis
en esperanza por el PODER del Espíritu Santo.”
En romanos 15:19 dice: “con potencia de señales y prodigios, en el PODER del Espíritu de Dios.”
En 1 Corintios 2:4 dice: “y ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana
sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de PODER.”
En Miqueas 3:8 dice: “Mas yo estoy lleno de PODER del Espíritu de Jehová, y de juicio y de fuerza”.
Veamos este verso tan claro en donde se evoca al Espíritu Santo, como vimos antes, con inteligencia y
sabiduría, pero también con poder en Isaías 11:12;
“Y reposará sobre él el Espíritu del Señor; espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de
PODER, espíritu de conocimiento y de temor del Señor.”
LA OMNIPRESENCIA
En el Salmo 139:7 y 8
Esta es evidencia fuerte de que los escritores del Nuevo Testamento consideraron que el Espíritu es
Dios.
Como el Espíritu Santo se trata de una persona real y precisa y no de una fuerza impersonal, nosotros
tenemos la posibilidad de disfrutar una relación personal con Él. Pablo le dio su bendición a la iglesia
de Corinto resaltando este hecho en 2 Corintios 13:14 "La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios,
y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros. Amén”.
Tener comunión con alguien es entrar en una relación personal con ese alguien. Además, se nos llama
a no pecar contra el Espíritu Santo, a no resistirle y a no afligirlo. Las fuerzas impersonales no pueden
ser "afligidas". La aflicción únicamente puede ser experimentada por un ser personal.
La Biblia claramente representa al Espíritu Santo como poseyendo los atributos divinos y ejerciendo la
autoridad divina.
En el Antiguo Testamento lo que se nos dice de Dios también es dicho sobre el Espíritu de Dios.
Las expresiones "Dios dijo" y "el Espíritu dijo" son utilizadas indistintamente repetidas veces. En el
Nuevo Testamento este esquema continúa, y posiblemente el pasaje con más fuerza en este sentido
sea el que encontramos en Hechos 5:3 y 4, donde Pedro dice: "Ananías, ¿por qué llenó Satanás tu
corazón para que mintieses al Espíritu Santo, y sustrajeseis del precio de la heredad? No has mentido
a los hombres, sino a Dios". Mentir al Espíritu Santo es mentirle a Dios mismo.
Como el Espíritu Santo es una persona, es posible que le oremos. Su papel en la oración es ayudarnos
a expresarnos de manera adecuada al Padre. Del mismo modo que Jesús intercede por nosotros como
nuestro Sumo Sacerdote, así el Espíritu Santo intercede por nosotros en la oración.
La Biblia también nos habla del Espíritu Santo realizando tareas que solo pueden ser llevadas a cabo
por personas. El Espíritu consuela, guía, y enseña a los elegidos (véase Juan 16). Estas actividades son
desarrolladas de manera tal que involucran la inteligencia, la voluntad, el sentimiento y el poder.
Solo una persona puede hacer tales cosas. La respuesta del cristiano, entonces, no es la mera afirmación
de que tal ser existe, sino obedecer, amar y adorar al Espíritu Santo, la Tercera Persona de la Trinidad.
El testimonio interno del Espíritu no es una huida al misticismo o un escape al subjetivismo, donde los
sentimientos personales son ascendidos a un rango de absoluta autoridad.
Existe una diferencia crucial entre el testimonio del Espíritu Santo a nuestros espíritus y el testimonio
humano de nuestros espíritus. El testimonio del Espíritu Santo es a la Palabra de Dios. Nos viene con la
Palabra y a través de la Palabra. No nos viene por fuera de la Palabra o sin la Palabra.
Del mismo modo que el Espíritu Santo da testimonio a nuestros espíritus de que somos hijos de Dios,
confirmando su palabra a nosotros, el Espíritu Santo también nos asegura interiormente que la Biblia
es la Palabra de Dios.
Romanos 8:16
“El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios”.
Cuando hay un corte de electricidad y la casa se sumerge en la oscuridad, pero cuentas con una linterna,
ésta será tu salvavidas. Su función es hacer brillar la luz en la oscuridad para que podamos ver.
Aunque las Escrituras en sí mismas son nuestra luz, todavía tenemos necesidad de iluminación adicional
para que podamos percibir la luz con claridad. El mismo Espíritu Santo que inspira la Escritura, trabaja
para iluminar las Escrituras para nuestro beneficio.
Él hará que la luz original ilumine todavía más. La iluminación es el trabajo del Espíritu Santo. Él nos
ayuda a escuchar, a recibir y a entender adecuadamente el mensaje de la Palabra de Dios, como lo
expresa el apóstol Pablo en 1 Corintios 2:9-11: “Antes bien, cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han
subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman. Pero Dios nos las
reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios. Porque
¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así
tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios”.
Pablo está haciendo una analogía extraída de la experiencia humana. Es posible aprender muchas cosas
nuevas sobre mí observando o escuchando lo que se dice de mí, pero no es posible saber lo que está
ocurriendo en realidad en mi mente ni en mi espíritu a no ser que yo mismo opte por revelarlo.
Solamente yo sé lo que estoy pensando.
El Espíritu Santo conoce los pensamientos más secretos de Dios. Pablo nos dice que el Espíritu
"escudriña" lo profundo de Dios. Esto no significa que el Espíritu Santo deba investigar o estudiar la
mente de Dios para ser instruido. No está buscando información que Él no tenga. "Escudriña" del mismo
modo que lo hace una linterna en la noche para traer a la luz lo que de otro modo quedaría oculto.
La obra de iluminación del Espíritu Santo no es la de proveer nueva información aparte de las que
encontramos en la sagrada Escritura.
El Espíritu está trabajando para iluminar lo que ha sido revelado en la Escritura. El Espíritu nos ayuda a
entender la Biblia, nos convence de la verdad de la Biblia, y aplica esta verdad en nuestras vidas. Trabaja
con la Palabra y a través de la Palabra. Su tarea nunca consiste en enseñar algo contrario a la Palabra.
Por lo tanto, resulta siempre necesario comparar lo que escuchamos con la enseñanza de la Escritura.
✓ Juan 16:13-15
✓ 2 Pedro 1:21
EL BAUTISMO DEL ESPÍRITU SANTO
A cualquier persona hoy en día que se convierta en cristiano tarde o temprano se le hará esta pregunta.
En el libro de Hechos los creyentes que ya habían experimentado la obra de regeneración del Espíritu
con anterioridad a Pentecostés fueron llenos del Espíritu Santo y hablaron en lenguas.
Tenemos que distinguir entre la regeneración del Espíritu Santo y el bautismo del Espíritu Santo. La
regeneración se refiere al Espíritu Santo otorgándole al creyente una nueva vida; resucitando a la vida
a alguien que estaba muerto en el pecado. El bautismo del Espíritu Santo se refiere a Dios dotando a
su pueblo del poder para el ministerio.
Los primeros creyentes no pensaban que los samaritanos, los temerosos de Dios, y los discípulos
gentiles de Juan podían ser cristianos. Por eso, el bautismo del Espíritu Santo sirvió como confirmación
de su calidad de miembros dentro de la iglesia. Como cada uno de estos grupos había experimentado
el bautismo del Espíritu Santo de la misma manera que lo habían experimentado los judíos en
Pentecostés, no había forma de rechazar su inclusión en la iglesia.
Pedro mismo tuvo esta experiencia personalmente. Cuando Pedro vio que el Espíritu Santo había venido
sobre los gentiles temerosos de Dios que estaban en la casa de Cornelio, concluyó que no había ningún
motivo para mantenerlos alejados de la plena comunión en la iglesia. Pedro dijo: "¿Puede acaso alguno
impedir el agua, para que no sean bautizados estos que han recibido el Espíritu Santo también como
nosotros?" (Hechos 10:47).
Los episodios del bautismo del Espíritu Santo subsiguientes a Pentecostés deben ser entendidos como
una prolongación de Pentecostés por medio de la cual todo el cuerpo de Cristo tiene el poder para el
ministerio. En la iglesia del Nuevo Testamento no todos los creyentes hablaban en lenguas, pero todos
los cristianos tenían el don del Espíritu Santo. Se había cumplido así con la profecía de Joel; les invito a
leer Hechos 2:16-21.
Referencias bíblicas:
✓ JoeI 2:28 y 29
✓ Juan 7:37-39
✓ Hechos 2: 1-11
✓ 1 Corintios 12
✓ 1 Corintios 14:26-33
EL ESPÍRITU SANTO COMO EL CONSOLADOR
Jesús en Juan 14:16 expuso sobre el Espíritu Santo: "Y yo rogaré al Padre, y les dará otro Consolador".
La palabra Consolador a veces es traducida como "Ayudador" o "Consejero" y proviene de la palabra
griega paracleto.
Lo primero que nos llama la atención en este pasaje es que Jesús nos promete otro "Paracleto" o
"Ayudador".
El Nuevo Testamento identifica claramente al Primer Ayudador, o Paracleto, con Jesús mismo. Juan
escribe: "Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado
tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo" (l Juan 2:1).
El título de Abogado que se le da a Jesús en esta oportunidad es otra traducción posible de la palabra
griega paracleto. Vemos entonces que Jesús es el primer Paracleto, y Jesús oró para que posteriormente
a su partida de este mundo el Padre proveyera de otro Paracleto en su ausencia. El Espíritu fue enviado
para ser el sustituto de Cristo, Él es el vicario supremo de Cristo sobre la tierra.
En el mundo de la antigüedad, un paracleto era alguien que había sido llamado para brindar su
asistencia en una corte legal. El Espíritu Santo, al desempeñar este papel, cumple con más de una tarea.
Uno de sus trabajos es la ayuda que el Espíritu brinda al creyente que se dirige al Padre. Pablo le escribe
a la iglesia en Romanos 8:26 Y 27:
“Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene,
no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles. Mas el que
escudriña los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios
intercede por los santos”.
El Espíritu Santo también ayuda al creyente a dirigirse al mundo. Habla por nuestro intermedio cuando
nos enfrentamos al conflicto, como lo prometió Jesús en Marcos 13:11, “Pero cuando los trajeren para
entregarles, no se preocupen por lo que tienen de decir, ni lo piensen, sino lo que les fuere dado en
aquella hora, eso digan; porque no son ustedes los que hablan, sino el Espíritu Santo”.
El Espíritu Santo trabaja para reivindicar la justicia frente a los ataques de los impíos.
Es una fuente de descanso para los heridos, los derrotados, y los afligidos.
El segundo aspecto es de igual importancia. La palabra Consolador en su derivado latino significa "con
fuerza". El Espíritu viene a nosotros cuando tenemos necesidad de fuerza. En su papel como el
Consolador, nos consuela y nos da la valentía para que en Cristo seamos más que vencedores (Romanos
8:37).
Referencias bíblicas:
✓ Juan 14:16-18
✓ Hechos 19:1-7
✓ Romanos 8:26 y 27
✓ Gálatas 4:6
Dios llama a todas las personas a reflejar su carácter santo, veamos lo que dice en: 1 Pedro 1:15 y 16:
"Como aquel que les llamó es santo, sean también ustedes santos en toda su manera de vivir; porque
escrito está: sean santos, porque yo soy santo".
Nuestro problema radica en que nosotros mismos no somos santos. Sin embargo, la Biblia se refiere a
nosotros como "santos". El término santo significa "uno que es santo". Como no podemos encontrar la
santidad en nosotros mismos, debemos ser hechos santos. Es el Espíritu Santo el que actúa en nosotros
para hacernos santos y para hacernos conforme a la imagen de Cristo.
Como la Tercera Persona de la Trinidad, el Espíritu Santo no es más santo que el Padre ni que el Hijo.
Sin embargo, no hablamos del Padre Santo, del Hijo Santo y del Espíritu Santo. Al Espíritu de Dios se le
llama el Espíritu Santo no tanto por su persona (que sin duda es santa) sino por su obra, que nos hace
santos.
Es la tarea especial del Espíritu Santo hacernos santos. Él nos consagró. El Espíritu Santo cumple el papel
de santificador. Ser santificado es ser hecho santo, o justo.
El Espíritu Santo mora dentro del creyente, obrando para producir una vida más justa y un corazón más
recto.
El Espíritu está dentro del creyente y obra con el creyente, pero no se convierte en el creyente.
Por medio de nuestra santificación nos hemos de convertir en semejantes a Dios en nuestro carácter.
Referencias bíblicas:
✓ Juan 15:26
✓ 2 Corintios 3:17-18
✓ Gálatas 4:6
✓ Filipenses 2:12-13
✓ 1Pedro 1:15-16