Lectura 4.2
Lectura 4.2
Lectura 4.2
Instrucción:
Lea cada texto, responde las interrogantes y encierra la alternativa correcta
Texto 1
Desde hace semanas, en las fotos, en los vídeos, en los telediarios, busco cabezas de mujer. En Túnez las vi, cabellos largos
y cortos, rubios y morenos, enmarcando rostros que eran más que dos ojos para mirar a la cámara, más que una boca para
expresar su júbilo. Me emocionaron tanto que seguí buscándolas. Vi algunas en El Cairo durante tres, cuatro días. Luego, a
traición, me asaltaron unos ojos exquisitamente maquillados bajo unas gafas, y el vocabulario rico, preciso, propio de una
intelectual. Todo lo demás era blanco, la túnica, el velo, los guantes de algodón que ocultaban sus manos. En Yemen, en
Omán, en Bahréin ni siquiera he visto eso, porque las mujeres, con velo o sin él, no pisan la calle, ni antes ni ahora ni, a este
paso, jamás. Las revueltas que conmueven al mundo se han convertido, como aquel coñac de mi infancia, en cosa de
hombres.
En este espacio no cabe una tesis, y esta columna no pretende serlo. Me limito a anotar un estado de ánimo, a sabiendas de
que en esta coyuntura no resulta simpático. Pero yo nací en España hace 50 años, y por eso sé que los velos no son una
seña de identidad religiosa, sino una mutilación simbólica. Vi demasiadas veces a mi madre con un pañuelo en la cabeza
como para tragarme lo contrario. Antes de que las mujeres de mi generación nos soltáramos el pelo, las señoras decentes lo
llevaban recogido. Sus maridos, creyentes o no, monopolizaban el privilegio de verlas sin horquillas porque eran los amos de
su cuerpo, y ellas acataban en público ese dominio sometiendo sus cabellos a una disciplina que actuaba como una metáfora
de su destino.
Este es el momento de plantearse la legitimidad de un movimiento democrático que excluye la libertad pública y privada de
las mujeres. Comprendo que pensar en esto no es agradable, pero después, seguramente, será tarde.
Tomado de http://elpais.com/diario/2011/03/07/ultima/1299452402_850215.html
1. ¿De qué países son las mujeres a quien alude el autor del texto?
egipto,tunez,el cairo,yemen,oman
3. De las proposiciones:
I. Los conventos estaban vinculados a la élite.
II. Las mujeres se sentían inferiores a los varones.
III. El Perú colonial era profundamente religioso.
IV. Las beatas eran más piadosas que las monjas.
V. Las mujeres tenían los mismos derechos que los varones.
Son compatibles:
a) I y III b) II y IV c) I ,III
d) III y V e) I y II
TEXTO N° 03
Un hacendado que poseía tierras a lo largo del litoral de un país caribeño, constantemente necesitaba empleados.
La mayoría de las personas estaban poco dispuestas a trabajar en campos a lo largo del Atlántico. Temían las horribles
tempestades que barrían aquella región y que hacían estragos en las construcciones y las plantaciones.
Buscando nuevos empleados, no encontraba a nadie que quisiera aceptar. Finalmente, un hombre bajo y delgado, y de
mediana edad, se aproximó al hacendado.
-¿Usted es un buen labrador? – le preguntó el hacendado.
-Bueno yo puedo dormir cuando el viento sopla.- le respondió el pequeño hombre.
Aunque bastante confuso con la respuesta el hacendado, desesperado por ayuda, lo empleó.
Este pequeño hombre trabajó bien en todo el campo, manteniéndose ocupado desde el amanecer hasta el anochecer.
El hacendado estaba satisfecho con el trabajo del hombre. Pero entonces, una noche el viento sopló ruidosamente. El
hacendado saltó de la cama, agarró una lámpara y corrió hasta el alojamiento del empleado. Sacudió al pequeño hombre y le
gritó:
-¡Levántate! ¡Una tempestad está llegando! ¡Amarra las cosas antes que sean arrastradas!
El hombre se dio vuelta en la cama y le dijo firmemente:
-No, señor. Ya se lo dije: yo puedo dormir cuando el viento sopla.
Enfurecido por la respuesta, el hacendado estuvo tentado a despedirlo inmediatamente. En vez de eso, se apresuró a salir y
preparar el terreno para la tempestad. Del empleado se ocuparía después.
Pero para su asombro encontró que todas las pacas de heno habían sido cubiertas con lonas firmemente atadas al suelo.
Las vacas estaban bien protegidas en el granero, los pollos en el gallinero, y todas las puertas muy bien trabadas. Las
ventanas bien cerradas y aseguradas. Todo estaba amarrado. Nada podría ser arrastrado.
El hacendado entonces entendió lo que su empleado le había querido decir. Y retornó a su cama para también dormir cuando
el viento soplaba.
1. Del labrador se infiere:
a. poseía cautela
b. era diligente
c. tenía necesidades económicas
d. que era prevenido
e. dormía cuando había dificultades
2. La tempestad simboliza:
a. las vicisitudes de la vida
b. conflictos sociales
c. los grandes desafíos
d. la intranquilidad del hombre
e. las adversidades de la vida
TEXTO N° 04
En la comunidad de Papayacu, ubicada en Condorcanqui. Amazonas, los ancianos del pueblo cuentan que hace mucho en
ese lugar vivía un hombre muy malo llamado el “Tunche”. Tenía malos sentimientos y mucho rencor. No respondía cuando lo
saludaban, insultaba a los niños y denigraba a las mujeres. Cuando se emborrachaba buscaba pelea, nunca prestaba nada,
no ayudaba en ningún trabajo; y robaba siempre que podía.
Un día, los hombres del pueblo fueron a cazar a la selva. En el grupo también estaba el “Tunche”, pero iba detrás sin hablar.
De pronto, el “Tunche” se perdió y nadie quiso ir buscarlo. Muchos se acordaron del mal que les había hecho. Algunos dicen
que deambuló por los caminos, gritó y silbó para que lo escuchen, pero finalmente murió.
Dicen que desde ese día su alma vaga por la inmensa selva. Es un espíritu iracundo en el laberinto verde. Cuentan que no
ataca a las personas cuando están en grupo, prefiere atacar a las que caminan solas por lugares ignotos de la selva.
Como es un alma en pena, dicen que puede convertirse en humano o animal. Puede aparecer en medio de una trocha o
pasear por la ribera del río como si fuera uno de tus familiares o amigo o también puede convertirse en mono o perro que te
invita a jugar. Dicen que antes de aparecer, el “Tunche” silba muy fuerte. Además, quienes lo han visto, afirman que, en vez
de pies, ahora tiene patas de cabra.
Por eso, desde aquel remoto tiempo, cada vez que los pobladores de Papayacu, se internan en la selva, lo hacen con mucho
cuidado.