Libro Martín
Libro Martín
Martín Ruta 8
1
¡Con la pluma de mi diestra me siento libre, nada me detiene! Ante tanta confusión y
oscuridad, como rebelde, diviso allá a lo lejos una pequeña luz, eso me mantiene firme
Martín R8
2
Pan y Rosas
entonaba su canción.
Se terminó su función.
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por más que haya represión.
de nuestra Liberación.
Camaradas,
Martín R8
Mujeres de pie
4
que encerraron a María
y se enfrentó a la policía.
Nació en el cañaveral,
en el suelo tucumano.
me la querían acallar.
5
Un grito a la libertad
No la pueden ocultar.
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dejarás de ser esclava.
Es un himno a la protesta
y un grito a la libertad.
Martín R8
La mañana estaba más vale fresca. En mis caminatas diarias recetadas por mi doctor de
cabecera me detenía a contemplar ese tremendo edificio que era el instituto
neuropsiquiátrico. Por ahí desfilaban personas con ciertas alteraciones mentales, yo con
mi visual contemplaba que eran en su mayoría muy jóvenes y muy pocas mayores. De
pronto, a corta distancia mía, cruzó alguien que me pareció conocer. Caminaba como
perdida, daba la impresión que le costaba mover sus pies. Despacio abrió la puerta y
entró a ese instituto.
Sorprendida me quedé, como rastreando en la memoria. Después de algunos instantes
dije para mis adentros: Sí, es Érica Kach. Rápido recordé a esa joven alemana que vivía
en Villa Ballester. Sus padres habían emigrado escapando del horror de la guerra.
Habíamos sido compañeras todo el primario y también el secundario; era una joven muy
alegre, buena compañera, todos la querían. Destacada alumna, pasó por todos los grados
con notas sobresalientes, dueña de una tremenda humildad, nos separamos cuando ella
entró a la facultad. En algún momento alguien me contó que se había recibido de
ingeniera textil y que pasado algún tiempo había contraído matrimonio con un ejecutivo
de una gran empresa. Aquí, en el país, gozaba de un buen pasar económico. No había
conocido lo que era pasar hambre.
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Las dudas y mi fuerte curiosidad sacudieron a toda mi persona, pero no tenía dudas, era
Érica. Había perdido ese atractivo juvenil que la distinguía de todas nosotras, se la veía
muy demacrada, tan propio de un ser que tiene problemas neurológicos.
Regresé a mi casa pensando en ella y mentalmente empecé a hacer cuentas. Claro,
habían pasado varios años, y en todo ese tiempo transcurrido, tantas cosas y muchas de
ellas ya iban siendo solo recuerdos.
No le conté a mi familia que había cruzado a mi amiga de la infancia, pero desde ese día
en mis caminatas cotidianas me detenía mirando el edificio a la distancia. Buscaba con
la vista si aparecía Érica, para mí se había convertido en un trauma. ¡Quería verla!
Necesitaba verla para saciar mis dudas.
Pasaron casi quince días cuando una mañana, exactamente a las diez, apareció sola.
Miraba a lo lejos, como perdida. Cuando la tuve a corta distancia noté que sonreía como
recordando algo personal. Se limpiaba los ojos porque algunas lágrimas, a la ligera,
cruzaban su rostro. Al llegar al instituto abrió despacio la puerta y entró.
En ese momento no le quise hablar y esperé a que saliera. Tardó un poco más de una
hora y cuando la abordé, en medio de la plaza con voz muy suave le dije:
—¿Cómo estás Érica?
Se sorprendió, pero rápido se repuso. Por algunos instantes se quedó como rastreando
en su memoria. Después con una sonrisa sincera en su rostro exclamó:
—¡¿Cómo estás mi querida amiga?!
Me abrazó con mucho cariño y de la emoción algunas lágrimas volvieron a cruzar su
lindo rostro, me acariciaba con la alegría sincera propia del reencuentro.
Pasados esos instantes de euforia, como al descuido exclamó:
—¡No sabés cómo deseaba encontrarte, necesitaba una amiga como vos!
La invité a tomar un café y entramos a un pequeño bar que estaba cruzando la calle,
tomamos asiento y pedí café. Cuando la noté más calmada, mirándola a los ojos le dije:
—Érica, tantos años sin verte, contame algo de tu vida.
Chasqueó una protesta con la lengua, bajó su mirada al suelo y después exclamó:
—Hace más de un año que me trato en este instituto. ¡Estoy mal psicológicamente!
Tomó un sorbo de café y entró a contarme tantos horrores vividos con su esposo que
resultaba imposible creer, con el descuido me fue confesando:
Cuando conocí a Fernando solo con verlo quedé atrapada en un cerco del cual no podía
salir. No lo voy a negar, rápido me enamoré de él, era tan gentil y caballero conmigo,
me sentía en un mundo mágico donde solo existía el amor. Comenzamos a salir al cine,
al teatro, así anduvimos más de un año de novios. Él era ejecutivo de una gran empresa,
yo recién recibida de ingeniera comenzaba a realizar mis primeros trabajos en fábricas.
Con el aval y el visto bueno de mi familia nos casamos, nuestro viaje de boda fue a San
Carlos de Bariloche. Fueron días cargados de placer y yo estaba ciega de amor por mi
pareja. Fernando era todo para mí, nada entorpecía nuestra felicidad.
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Al regresar, retomamos nuestras tareas, solo nos veíamos tarde, casi entrada la noche. A
los cuatro meses de nuestro casamiento, sentí los síntomas de estar embarazada.
Después de algunos análisis el médico me lo confirmó.
Esa tarde, cuando Fernando regresó de su trabajo, yo le había preparado su comida
favorita; es algo que mi madre me enseñó de pequeña. Preparé la mesa lo mejor posible,
un ramo de rosas rojas adornaba el lugar, algunas luces de colores y mi mejor sonrisa
para darle la noticia al futuro papá.
Al abrir la puerta del departamento, ¡la sorpresa que se llevó! Abrió grandes sus ojos,
me miró como preguntando cuál era el motivó. Lo besé con mucho amor, después le
hablé como futura mamá:
—Mi querido Fernando, vas a ser papá, estoy embarazada de dos meses.
Rápido había notado que un rayo de alegría cruzaba todo su rostro, esos recuerdos los
conservo tan frescos en la memoria y no los olvido.
Mi amiga Érica se tomó un tiempo prudente en su relato. Iba desarrollando su drama
vivido, estaba muy sensible y de sus ojos se desprendían algunas lágrimas. Ella era un
ser humano muy sumiso, pero mi tranquilidad escuchándola le daba fuerza y valor para
relatar todo lo sucedido.
Me dejó caer, como al descuido, que frente al psicólogo muchas veces se bloqueaba y
no podía expresar un cúmulo de hechos producidos. En cambio, conmigo, decía, el ser
mujer le permitía expresar mucho mejor su drama vivido.
Estaba tan atrapada con lo que narraba Érica, mi amiga de la infancia, que había perdido
la noción del tiempo transcurrido. El pequeño bar se fue llenando de personas que
llegaban a almorzar desde las fábricas cercanas, el bullicio entorpecía el relato de Érica
que hablada en un tono de voz muy suave. Comprendí que allí no era el lugar indicado,
pagué lo consumido e invité a mi amiga a salir.
Pronto abandonamos ese bar. Caminamos juntas hasta que abordó el micro. Me dió a
entender que si tardaba en regresar su madre se preocuparía. Después de un abrazo
cariñoso quedamos en encontrarnos la próxima semana. Desde arriba del transporte me
saludó con su mano en alto, yo la vi perderse a la distancia dejándome con muchas
dudas. Llegué a pensar que mi amiga de la infancia, Érica, transportaba ese tremendo
peso de sus angustias que la descontrolaba.
Esa semana pasó muy rápido y, no lo puedo negar, yo esperaba ansiosa el día del
encuentro. Mi familia en varias ocasiones me preguntó si algo me ocurría, me notaban
nerviosa. A mi hija mayor algo le di a entender sobre mi amiga. Mi esposo es una
persona muy ocupada en sus negocios, sale bien temprano y regresa entrada la noche.
Pensándolo bien, pasa a ser una visita en el hogar.
Al final llegó el ansiado día del encuentro y yo estaba impaciente en la plaza. El micro
tenía parada a corta distancia y el reloj marcaba las diez cuando Érica descendió de él.
Al verme ensayó una sonrisa, me abrazó y besó repetidas veces, su rostro tenía marcada
la falta de sueño. Hablaba muy pausado y me confesaba la falta de apetito y las pocas
ganas de vivir después de todo lo ocurrido.
Sacando fuerza interna de dentro mío, con firmeza abrí juicio con la intención de que
reaccionara. Le hablé con tono elevado diciéndole:
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—¡Vamos, Érica! ¿Qué te pasa? ¿Acaso tu vida no vale nada? ¿Qué valor tiene un
macho cuando humilla a una mujer embarazada?
Me dio la impresión que mis palabras le tocaron algunas fibras humanas, pues reaccionó
diciendo:
—Tenés razón, mi querida amiga. —dejó pasar algunos instantes y agregó— Después
de todo es una basura humana, no merece perdón.
Pudimos retomar el hilo de lo que había ocurrido al cuarto mes de su embarazo:
Yo notaba que mi vientre se iba agrandando, mi esposo todas las mañanas me agradecía
el hijo que esperábamos, me besaba cariñosamente y partía a su trabajo. Al cumplirse el
cuarto mes, una tarde regresó más temprano que lo normal y con palabras muy
elogiosas me dijo:
—Mi querida Érica, preparate que vamos a cenar a un restaurante del centro —eso me
había tomado por sorpresa porque no esperaba la invitación, recuerdo que reaccioné—.
Querido, Fernando, dejame que me vista lo mejor posible.
—Érica, mi amor, tomate el tiempo necesario que esta noche es toda tuya.
¡Recuerdo tan bien esos momentos! Me puse un perfume muy suave, mientras manejaba
sonriente me hizo una observación en la que sentí el don de caballero homenajeando a
su dama:
—Érica, ¡qué perfume tan agradable usás esta noche! ¡Tengo una grata sorpresa para
vos, mi amor!
Curiosa le pregunté:
—¿De qué se trata, Fernando? —él ensayó una sonrisa, no respondió y siguió
manejando, siempre con cara de mucha alegría, muy cortés exclamó— Después de
cenar, te respondo.
Llegamos al lugar, estacionamos el coche frente al restaurante. Era un lugar muy lujoso,
estaba muy concurrido, las personas vestían muy elegantes allí.
La mañana estaba bañada por un sol radiante, las dos estábamos sentadas en la plaza.
Noté que Érica se ponía nerviosa cuando iba narrando, a pesar del tiempo transcurrido.
Su relato pasaba por el doloroso filtro de la amargura y cuanta más libertad les daba a
sus palabras, más latigazos eran, latigazos despiadados a lo más profundo de su alma.
Esa mañana serena y el banco de la plaza eran los testigos silenciosos del encuentro
entre una mujer torturada por los recuerdos y una amiga que trataba de consolarla, y que
por momentos no sabía cómo hacerlo.
Se tomó un respiro y pasado un tiempo prudente retomó su relato. Tomó coraje y con
una sonrisa irónica me dijo:
—Mi querida amiga, aquí viene la gran sorpresa.
Al entrar al restaurante, Fernando le entregó una tarjeta al señor que atendía a la
clientela, nos invitó a que lo siguiéramos y nos condujo hasta la mesa ya reservada por
mi esposo. Él tenía todo planeado en el mayor de los secretos. Yo miraba a mis
alrededores muy sorprendida y, no puedo negarlo, me sentía feliz. Fernando me hizo
señas que pasaba al baño, lo observé cuando se desplazaba. Nadie podía negar que era
un hombre muy elegante, lo que complementaba con esa gentileza que le era propia. Me
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sentía muy orgullosa de que fuera mi compañero, y el hijo que esperábamos muy bien
merecido lo tenía. Yo estaba soñando en un mundo mágico, en mi alegría creía estar
tocando el cielo con las manos.
La cena estuvo exquisita y por mi embarazo, solo tomé algunos sorbos de champán. Él
con mucha delicadeza brindó por esa cena, se puso de pie y extrajo del portafolio un
sobre, dentro de él un pasaje para Alemania por veinte días en Frankfurt. Yo estaba más
que sorprendida, no sabía qué decir. Fernando me abrazó mientras me decía:
—Me vas a dar un hijo, te merecés este viaje, yo te esperaré.
Eran momentos eufóricos, de alegría contagiosa, no había lugar para malos entendidos.
Regresamos pasada la medianoche, durante el viaje lo abrazaba en silencio y no sabía
cómo expresar todo mi cariño y gratitud.
A la mañana siguiente, mi esposo preparó su desayuno, lo tomó en silencio. Tomó su
portafolios, se despidió con un beso y partió hacia su trabajo. Yo hice tiempo para tomar
el desayuno y pasé más tarde a consultarle al médico que me atendía, si podía realizar
ese viaje inesperado, que fue para mí toda una sorpresa. El facultativo me encontró un
poco ansiosa, propio de esa sorpresa. Me tranquilizó y me dio a entender que no
presentaba ningún problema, podía viajar tranquila.
Cuando se lo informé a mi familia, se pusieron todos muy contentos, fue un gran
comentario. Quien estaba fuera de control era mi padre, en este viaje yo abrazaría a su
hermana que vivía en Berlín, capital de Alemania. Entre regalos y preparativos para mi
familia en Alemania llegó el ansiado día de partir. Esa tarde a las diecisiete horas el
avión partió desde el Aeroparque, algo que me extrañó fue que Fernando me pidiera que
no esté presente mi familia. Me dio a entender que las despedidas traen mucha emoción
y no era conveniente para mi embarazo.
Ese día, una hora antes, ya tenía despachadas las valijas. Cuando anunciaron la hora de
partida, Fernando me besó repetidas veces y partió. En esos pocos momentos de soledad
no sé por qué me comenzaron a golpear las dudas y ese instinto femenino, tal vez más
agilizado por mi estado de embarazo. Entré más en duda. Una fuerza interior me
invitaba a no viajar, cuando las azafatas anunciaron que subiéramos a tomar asiento, que
el avión se preparaba a partir, miré hacia atrás y eché a correr hacia la salida. Y no viajé.
Tenía el bolso de mano con mis documentos y las llaves del departamento. Cuando
estuve afuera del aeropuerto con mucha tranquilidad tomé un taxi y regresé a mi hogar,
subí al ascensor, al entrar el reloj marcaba las dieciocho y treinta horas.
Me preparé café mientras entré a pensar que mi esposo regresaría de su trabajo a las
veintiuna horas, no tendría ningún apuro ya que estaba solo. Decidí tomar algunas
precauciones para que él no sospechase que estaba en el departamento, mientras
buscaba qué excusa pondría por no haber viajado. Frente a la cama matrimonial
tenemos un placard muy grande, entro parada cómoda. No lo pensé dos veces. ¡Me
oculto allí!, pensé y esperé su llegada. Pero, ¿por qué?, pensaba para mis adentros. ¡No
tengo nada que ocultar! Toda mujer que espera ser madre se encuentra muy sensible y
llena de temores. ¡Bueno, yo me encuentro en ese estado emocional! Por lo cual decidí
no viajar y no es ningún delito.
La espera para mí era una tortura, daba la sensación de que el tiempo se había detenido.
El reloj marcaba las veintidós horas. Sentí ruido de llaves, que iba a entrar. Rápido
reconocí la voz de Fernando, su risa para mí era inconfundible, y palabras de una mujer,
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que por el timbre de voz era joven. Yo estaba adentro del placard, me acomodé sin
hacer el menor ruido posible, solo respirar y escuchar lo que sucedía.
Entre ambos todo era algarabía, se escuchaba que tomaban vino, cenaron tranquilos. Por
el comentario que él hacía, se habían dado una ducha. Después se fueron a la cama, lo
que escuché no lo podía creer, mi nombre en boca de esa desconocida. Yo era una
prostituta de los bajos fondos, mi esposo quien era el amor de mi vida hasta hacía
algunas horas, le confesaba nuestras intimidades con todo descaro y lujo de detalles,
propio de un cobarde ruin. Yo me contenía, tenía temor de entrar a los gritos por las
infamias que escuchaba, pero me contenía. Me estaba traicionando con otra mujer en
nuestra propia cama, a la vez que me degradaba como mujer contando nuestras
intimidades, propias de cualquier pareja.
Dentro del placard entré a sentirme incómoda. Eran ya las tres de esa noche, escuchando
a mi esposo, lo que nunca lo olvidaré. Cuando amaneció, Fernando, pasadas las ocho
horas, tomó un baño a la ligera, felizmente no fue al placard, tomó un café rápido y fue
a la cama, besó a esa intrusa y partió a su trabajo. La joven que disfrutó de esa noche de
placer, pasadas las diez se levantó, con toda tranquilidad desayunó, después echó llave
al departamento y se alejó.
Cuando todo fue silencio salí del placard toda acalambrada, me fui al baño, los deseos
de orinar eran terribles. Hice despacio algunas flexiones y solté el llanto contenido y
amargo, en pocas horas se vino abajo mi ídolo en la vida. Lo había elegido como mi
compañero y estaba dispuesta a entregarle un hijo, el fruto de nuestro amor. ¡Qué feliz
vivía y no sospechaba, en ese mundo irreal, cuando tan hipócrita él me mentía, y qué
dolor sentía dentro mío, cuando comprobé la triste verdad!
Traté de controlarme, tomé un baño de agua tibia y entré a razonar en esta situación,
tenía que darle un corte drástico. No quise llamar a mis padres para contarles todo lo
sucedido. Me armé de coraje y decidí esperarlo, cuando regresase me debía una
explicación por todo lo que escuché y por la traición con esa joven que compartió mi
cama matrimonial.
Tuve tiempo necesario en ir atando cabos y llegar a la conclusión de que el viaje
inesperado había sido meditado fríamente, según pude escuchar le comentaba a esa
joven que yo no regresaría jamás de Alemania, algo tenía planeado en su mente
enfermiza. A no dudarlo.
Para mí fue un día muy largo, me fui armando de coraje para enfrentar a esa piltrafa
humana que era Fernando. Pasadas las veintiuna y treinta horas sentí que entraba. Abrió
la puerta del departamento y me encontró sentada en una silla pidiéndole una
explicación por su conducta. ¡No lo podía creer! Recuerdo sus ojos desorbitados,
comenzó a gritar una catarata de insultos, le agarró un ataque de nervios. Más se
enfurecía cuantas más explicaciones le pedía sobre esa joven que durmió con él.
Así de enfurecido comenzó a golpearme, en la cara y en el vientre, me rompió toda la
ropa y no paraba de pegarme y de gritar. Tal hecho alarmó a mis vecinos. Casi
arrastrándome me llevó al balcón, yo estaba casi desnuda, con las manos me cubría el
vientre. Varios vecinos de otros departamentos comenzaron a insultarlo y a viva voz le
decían:
—Solo un cobarde puede pegarle a una mujer embarazada.
Alguien dijo también:
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—Es Érica y su esposo, ¿qué les pasó?
Otro vecino llamó a la policía y varios entraron a mi departamento. El portero abrió la
puerta y una señora me trajo una manta para cubrirme el cuerpo, otro vecino me brindó
un departamento para que pasara la noche. La vergüenza de verme desnuda y la golpiza
que recibí me hacían sentir muy mal.
La policía llegó rápido por el comentario de los vecinos, llamaron a mi esposo y
comprobé lo cobarde y ruin que era. Se encerró en el cuarto y no fue capaz de dar la
cara y hacerse cargo de lo ocurrido, no quiso atender a nadie. Lo notificaron, tenía que
presentarse a las autoridades.
Esa noche la pasé en el departamento del vecino que tan gentilmente me lo prestó por el
tiempo que yo dispusiera. De cualquier manera, no pegué los ojos en toda la noche. A la
mañana siguiente, ya más repuesta, tratando de mantener mi equilibrio emocional, llamé
a mi madre. Cuando atendió la llamada telefónica, pensó que estaba en Alemania, pero
le dije que estaba en un departamento prestado. Mi madre no entendía nada, todo era
confusión para ella. Llegaron con mi padre con mucha rapidez, los hice subir y con la
mayor tranquilidad posible les conté todo lo sucedido. No salían de su asombro. Esa
conducta enfermiza era propia de un elemento delirante que tiene que ser tratado por un
psiquiatra.
Yo me dejé llorar con la confesión hecha a mis padres, al hombre al que tanto amor le
había brindado había muerto para mí desde ese momento. Toda mi familia, aunque muy
afectada por lo sucedido, masticó mucha rabia y aceptó calladamente todo lo ocurrido.
Fue un trago muy amargo.
Le pedí a mi madre que me acompañara al médico, quería que me revisara, sentía temor
que los golpes recibidos hubieran afectado a mi hijo, yo sentía los primeros
movimientos en mi vientre.
Ya en presencia del facultativo, él escuchó seriamente el relato sobre la extraña
conducta de mi exesposo. En silencio tomó notas sobre lo ocurrido, pero no abrió
ningún juicio de valor, me notó muy alterada de nervios. Felizmente, la criatura estaba
bien y yo me tenía que tranquilizar. Dejé asentado todo lo ocurrido, cualquier hecho que
surgiera, Fernando sería el culpable.
Al despedirme del doctor me recomendó que me tomara varios días de descanso, un
reposo me haría bien. Subí al coche de mi primo, manejaba en silencio. Mi madre estaba
a mi lado. Anduvimos varias cuadras, de pronto nos topamos con una manifestación de
mujeres que nos impedía avanzar. En su mayoría eran mujeres jóvenes que repartían
volantes a los transeúntes, otras con grandes cartelones exigían que sus derechos fueran
respetados y otros, contra la prepotencia machista. Al leer estos carteles algo sentí
dentro mío, bajé el vidrio del coche y por la ventanilla le pregunté a una joven:
—Escuchame, ¿qué están exigiendo? —impulsiva la joven me respondió— Exigimos
que se respeten nuestros derechos y que los hombres no golpeen a las mujeres.
Para mis adentros había sentido como propia esa respuesta, así que tomé el volante entre
mis manos y después lo guardé mientras les permitíamos el paso a las manifestantes.
Para mis adentros pensaba: ¡Soy una ingeniera textil reconocida por mi capacidad y
recibí una paliza de mi marido! ¿Qué diferencia tengo con una humilde mujer de una
villa que su marido borracho la muela a palos igual que a mí? El machismo está latente
en esta sociedad.
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Esa joven con un simple volante me había abierto los ojos que tenía cerrados. Mi esposo
me había comprado con perfumes caros, sin darme cuenta yo había naturalizado esa
vida, bajando la cabeza, callada sin opinar. Creo que no soy la única que lleva una vida
de mentiras y vulgaridades. Jamás voy a olvidar que una manifestación de mujeres y un
simple volante me cambiaron las formas de ver y pensar.
Entré a razonar mientras el coche avanzaba de regreso al departamento. Trabajo y me
gano la vida como cualquier ser humano. No tengo porqué soportar las injusticias de un
marido, solo porque me casé por la iglesia católica. En poco tiempo seré una mamá.
Primero, tendré a mi hijo, él no pidió venir a este mundo. Mi pareja y yo en un
momento de mucho amor lo buscamos y no me arrepiento.
Cuando retornamos, llamé al señor que tan gentilmente me había prestado el
departamento. Delante de mi madre le agradecí su cordial gentileza y pedí disculpas por
la actitud de ese elemento que era mi marido. Realizó todo un teatro para tratar de
borrar una traición matrimonial, no tiene ningún valor recordar, pero a mi curiosamente
me marcó de por vida ese suceso, y desde aquellos momentos estoy en manos de un
psiquiatra.
Como me fue posible, querida amiga, llevé adelante mi embarazo yo sola. No olvido
que tuve a mi familia a mi lado. Yo arreglé que durante mi embarazo orientaría el
trabajo en la fábrica desde mi hogar y recibiría un buen salario.
Cuando llegó mi hijo todo fue normal, mi madre y el resto de mi familia estaban muy
contentos. El primer descendiente de nuestro hogar, mis padres disfrutaban de la alegría.
Mientras lo amamantaba, yo pensaba: Ese machista que fue mi pareja no puede valorar
esta hermosura que tengo entre mis brazos. ¡Es un enfermo! No, no puede.
Cuando mi hijo cumplió dos meses, me incorporé a mi trabajo, mi madre lo cuidaba con
mucho celo, era su primer nieto. Sano y fuerte creció con mucha rapidez. Yo pasé a
orientar otras fábricas, apliqué algunos métodos en la producción y resultó un éxito.
Viajé a Brasil para ver personalmente cómo funcionaban esas máquinas fabricadas en
Alemania, eran de primera calidad. Eran muy silenciosas y el obrero estaba bien
protegido y su funcionamiento no afectaba sus oídos. Me tomé el trabajo de traer hasta
el último detalle, lo apliqué con mucho éxito en varias fábricas de Villa Lynch, esa zona
textil por excelencia, con resultados asombrosos.
En ningún momento descuidaba a mi hijo que ya empezaba a caminar bajo la atenta
mirada de su abuela que no lo descuidada un solo instante. Me sentía tranquila y me
desplazaba de fábrica de fábrica sin compromisos personales. Sola entre tantos
hombres, me había colocado una coraza contra esos galanteos pobres de contenido que
ni los escuchaba. En cada piropo estaba el rostro Fernando, ese galán de mentiras
baratas. Me sentía tan segura de mí misma que en varias oportunidades salí a disfrutar
de una cena entre compañeros de fábrica. Nadie me faltaba el respeto, yo no le daba
lugar a ningún hombre. A alguno que probó suerte, con palabras equilibradas y precisas,
lo puse en vereda y quedamos como buenos amigos.
Cuando mi hijo cumplió sus siete años, había pasado la etapa de jardín de infantes.
Entró en la escuela primaria, se sentía todo un hombre. El primer día lo acompañé y
también su abuela. De pronto, apareció mi exesposo, Fernando. Con solo verlo me subió
la presión, siempre con esa cara de mentiroso. Cambié mi rostro, ensayé una sonrisa
burlona y delante de varias madres lo ataqué. Esto él no lo esperaba. Yo, levantando la
voz para que los presentes oyeran, exclamé:
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—¿Cómo anda el galán? Siempre mintiendo, en siete años no dio señales de vida y hoy
se acuerda que tiene un hijo.
Acusó el golpe y se puso pálido, cuando todos los presentes lo miraron desapareció la
sonrisa de su rostro. A corta distancia estaba mi hijo del brazo de su abuela, escuchando
la escena. Se puso nervioso por la presencia de ese desconocido que decía ser su padre,
yo tenía fresco en mi memoria las palabras de esa joven que peleaba contra los abusos
machistas y me dio coraje para humillarlo y cobrarme los insultos y golpes recibidos de
ese elemento que varios años fue mi esposo. En esos momentos, yo gozaba como nunca
me había ocurrido en la vida, se me ocurrió preguntarle:
—Decime galán mentiroso, ¿te habías olvidado que tenés un hijo? Retirate de acá,
basura. Tu presencia apesta.
De pronto ocurrió algo que yo no esperaba. Mi hijo dejó a su abuela y rápido se acercó a
Fernando que estaba desorientado y escuchó algo que no esperaba:
—Señor, yo a usted no lo conozco nunca lo ví, retírese por favor, no pierda su tiempo.
Fernando bajó su cabeza humillado, entró a caminar hacia el coche, tenía el rostro
cubierto de lágrimas, parecía que le pasaba caminar. Subió al coche y partió, rápido se
perdió a la distancia. Tomé a mi hijo del brazo y entramos a la escuela. Pronto
olvidamos el mal momento pasado, dimos vuelta la página y comenzamos un nuevo día.
Fueron pasando los años, mi vida era mi hijo, mi trabajo y echar al olvido mi tropiezo
matrimonial, nada empañaba el camino que me había trazado. Christian, mi hijo, entró
en el secundario, mi casa era el refugio de chicos amigos suyos, en mi casa se respiraba
juventud. Yo también me sentía como una más entre ese esplendor del bullicio.
Una mañana, al llegar a una de las fábricas que yo asesoraba, su dueño me invitó a pasar
a su oficina y me comentó que una delegación de doce dueños de fábricas quería viajar
a China, a negociar y comprar maquinarias modernas, y me pidió que fuera para
asesorarlos. Me dejó entrever que me podía ganar una buena comisión. El viaje y la
estadía me los pagaban ellos.
No lo pensé mucho, en pocos días partimos hacia ese gigante asiático. Al pisar suelo
chino, nos recibió una comitiva comercial y nos presentaron a una joven que hablaba en
correcto castellano, esto facilitó el trato. La comitiva que yo acompañaba quedó muy
conforme con las maquinarias compradas. Con la joven china que traducía, llamada Li,
nos hicimos muy amigas, dormía en el mismo hotel que nosotros.
Cuando entramos más en confianza me preguntó si yo no dormía con algunos de la
comitiva que acompañaba, le respondí:
—No, Li. Yo no aceptaría y planteo mi compromiso.
Me miró muy seria, se quedó pensando. Después agregó:
—Si cualquiera de estos señores me quisiera llevar a la cama, no me podría negar.
Me explicó que cuando toman lecciones para ser traductoras, trabajan para el gobierno y
estos señores son clientes que negocian y compran. Hay que complacerlos.
—Si no cumplo, me quedo sin trabajo de inmediato y puede peligrar mi familia —dijo.
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Después de esta confesión bajó la mirada al suelo, con cierta vergüenza, yo la abracé en
silencio y no le pregunté nada más. Li ensayó una sonrisa y continuamos con nuestras
tareas.
Nuestro regreso fue triunfal. La comitiva estaba muy contenta, no había nada que
lamentar. Nos reunimos en un restaurante para hacer un balance, cada dueño comentó
que las máquinas compradas las recibieron en tiempo y forma. Cada uno de los
empresarios dió su punto de vista, mi trabajo y orientación en las compras, cada dueño
expresó conformidad y fui premiada y remunerada. Con el dinero obtenido en ese viaje
a China me compré un coche nuevo y un departamento, mejoró mucho mi salud mental.
Yo no quería dejar el hogar de mi madre por mi hijo Christian, siempre protegido por su
abuela, pero era necesario dejar tranquilos a mis padres que son mayores.
Querida amiga, ayer por la mañana visité una fábrica, su dueño había comprado
maquinaria en China tenía que hablar con él. En la entrada había varias personas que
fueron citadas para contratarlas, yo miré y me pareció conocer a una joven allí presente.
Entré callada y fui derecho a la oficina. El dueño me recibió con una sonrisa y dijo en
idioma chino:
—Nǐ hǎo ma? (Hola, ¿cómo estás?).
Rápido le respondí:
—Parece que recuerda algo de China.
Sonrío y dijo que llegaba en buen momento:
—Voy a contratar algunas personas, estas máquinas necesitan personas preparadas.
Me pidió que lo ayudara y fueron entrando. En su mayoría eran jóvenes, las personas
que buscaban empleo. Cuando entró la joven que me pareció conocer le hice señas de
que me siguiera. Cuando estuvimos a solas me dijo:
—Yo a usted la conozco. Hace tiempo le entregué un volante.
Me apresuré a responderle:
—Yo te reconocí de inmediato, no sabés cuánto me alegra verte.
La tranquilicé diciendo que la recomendaría al patrón, mucho no podía hablar, pero el
puesto era de ella. Dentro de la fábrica poco hablábamos, yo regresaba en coche y a
varias cuadras la levantaba y nos íbamos a un bar a charlar donde me presentó a varias
compañeras de ese movimiento Pan y Rosas. Muchas de ellas eran estudiantes, con un
nivel de cultura elevado, sabían muy bien lo que exigían a las autoridades del gobierno,
eran inquietas y decididas a pelear, tenían la idea fija de ganar el derecho al aborto libre.
Yo que venía de un hogar tradicional, en el que se respetaba la palabra de la iglesia
católica. Primero me chocaba, pero con el correr de los días se me fue cayendo ese
engaño de esta sociedad basada en la mentira y la falsedad.
Recuerdo una joven estudiante, estaría en los 24 años, contó delante de nosotras, allí
presentes, que había estado casada con un joven católico y con mucha sencillez nos
dijo:
—Los primeros meses todo iba bien, pero ¡lo bueno dura poco! A poco de andar, le
afloró ese machismo y prepotencia que tenía bien oculta. Gozaba humillándome delante
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de mis amigos. Un día dije basta y pensé: “A este le pongo el moño”. Sin que él lo
sospechara, tenía una olla con agua caliente, estaba sentado con tres amigos riéndose de
mí.
En un descuido se la puse de sombrero, mientras le decía:
—Andá a reírte de tu madre, machista boludo.
Tomé todas mis pertenencias y regresé a casa de mis padres, desde esos momentos no
tengo pareja estable, cuando salgo bailar consigo alguna pareja para pasar un momento
y sigo sola.
Érica, esta ingeniera textil tan experta en ese gremio, desconocía este mundo nuevo para
ella. Ninguna hablaba de casarse, varias de ellas, que venían de tendencia anarquista,
repetían el lema “Ni dios, ni patrón, ni marido”. Ella era una más del grupo, regresaba
siempre tarde al hogar con otras ideas en su mente, pero contenta, todo era nuevo.
Casi siempre después de esas reuniones, venía en el coche con la joven que trabajaba en
la fábrica que ella asesoraba, se llamaba Noemí, era la responsable del grupo.
Comenzaron a intimar y varias veces se quedó a dormir con ella, era de mucha
confianza, muy buena compañera, tenía mucha calidad política. Tenían un código entre
las dos que respetaban a pie firme, dentro de la fábrica no se hablaban, solo lo justo y
necesario. Cuando Noemí salía del trabajo, Érica la levantaba en un lugar indicado.
Érica iba a las reuniones en coche con ella, varias veces junto a otras compañeras salían
a volantear. Una de esas noches, Érica estaba ocupada en una de esas fábricas y no
participó. En una estación ferroviaria, repartían volantes. Una mujer policía le quiso
quitar los volantes a Noemí, que reaccionó y la golpeó. La policía las detuvo a todas y
fueron a parar al calabozo, allí les tomaron los datos filiatorios y las dejaron encerradas
en una celda. La noticia corrió rápido entre el grupo y a corto plazo más de cien
personas rodearon la comisaría. Los gritos y las fogatas no se hicieron esperar, rápido
llegaron los abogados por los Derechos Humanos.
Dentro del calabozo Noemí tomó la palabra y les habló a las presentes:
Compañeras, tengan calma, no estamos solas. Escuchen los gritos de nuestros
compañeros, ya ven ganar nuestros derechos, estamos detenidas.
La escucharon en silencio, fue como un bálsamo de tranquilidad para todas.
Los abogados pidieron hablar con el comisario, este los recibió en su oficina. Allí
exigieron la libertad de las detenidas. No eran muy graves los cargos contra ellas, solo
desorden público y agresión a las fuerzas del orden. Rápidamente soltaron a todas
menos a Noemí, por lo cual faltó a su trabajo.
Érica llegó a la fábrica pasado el mediodía, ella sabía la detención de su compañera y
cuando entró a la oficina el gerente la llamó y le comunicó la falta, sin causa justificada,
de esa joven llamada Noemí. Ella se hizo la sorprendida y exclamó:
—¡Tal vez se encuentra mal de salud!
El gerente muy serio la interrogó:
—Ingeniera, se lo pregunto porque comprobamos que tiene buena relación con usted.
Érica atenta a la pregunta, fue muy precisa en su respuesta:
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—Sí, sí. Hace más de un mes que le enseño el manejo de esas máquinas chinas, eso es
todo.
El gerente era un perro faldero de la empresa y trató de hacerle soltar la lengua, pero
ella no le dio lugar, se alejó de la oficina y fue a sus tareas cotidianas.
Cuando se iba alejando de la fábrica, se cruzó con el dueño del establecimiento, con ella
tenía un trato muy cordial. Al verla, se saludaron y se entabló una conversación sobre
las máquinas compradas en China. Ella abrió el comentario diciéndole:
—No se puede quejar, usted. Diariamente producen el 25 % más que con las viejas
máquinas. Se gana en tiempo y producción.
El gerente se fue acercando despacio y aprovechó el momento preciso para decir:
—La joven que maneja esa máquina faltó al trabajo.
El dueño miraba a Érica diciéndole qué opinaba:
—Es curioso, esa joven es muy puntual —dijo ella.
El dueño le respondió:
—Bueno, puede haber tenido algún inconveniente.
Y el gerente aprovechó a lanzar su ponzoña:
—Puede ser. Yo tengo mis dudas sobre ella.
Érica saludó y se retiró del establecimiento.
En el camino de regreso llamó al celular de Noemí y no obtuvo respuesta. Insistió con
otra compañera del grupo que le respondió que Noemí era la única que estaba detenida.
Muy preocupada por su amiga llegó al departamento policial para pedir explicaciones.
Detuvo su coche. Cuando se bajó varios compañeros estaban de vigilancia, rápido le
informaron que estaba acusada de resistencia a la autoridad y de golpear a un agente del
orden. Cambió opiniones con ellos y decidió entrar como la dueña de la fábrica. Se hizo
anunciar y pidió hablar con algún superior, la recibió el comisario que, al ver a una
mujer tan elegante y atractiva, no sabía cómo complacerla. Muy cordial le dijo:
—Siéntese, señora. ¿Con quién tengo el gusto de hablar?
Y ella:
—Soy la ingeniera textil de donde trabaja la joven detenida —sin dejar de sonreír ni
perder los buenos modales le respondió.
—Esta joven es activista feminista y golpeó a un agente del orden.
—Yo pregunto cuándo la van a liberar.
—Ingeniera, si se paga la contravención queda libre —le respondió el comisario.
No hubo problema. Érica extendió un cheque, el comisario recibió el importe de esa
multa y dio la orden de dejarla en libertad. Cuando Noemí salió la recibieron sus
compañeras con mucha alegría y rápido se alejaron del puesto policial. Érica a la
distancia la esperó, al verla llegar con sus amigas corrió a su encuentro y la abrazó con
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cálidas palabras de elogio por la decidida valentía que tuvo en el circunstancial encierro
en ese sucio calabozo.
Érica les contó que había pagado la multa para que la soltaran, y todas fueron al local
que el grupo de Pan y Rosas tenía en esa zona. Todo era alegría y anécdotas de lo que
ocurrió en el encierro. La ingeniera, pasado un tiempo prudente, volvió a su puesto de
trabajo, pasó por la oficina y le informó al gerente que había pagado la multa de
“Mónica”, quien al otro día tomaría servicio. El gerente la miró muy serio y le preguntó:
—¿Ingeniera Érica, no pensará usted que la fábrica va a pagar esa multa?
Ella muy atenta tomó esa respuesta como una advertencia y le respondió:
—¿Cuál es el tema? La fábrica necesita de esa obrera por su capacidad.
—Señora Érica, ¿desde cuándo se dedica a defender obreras revoltosas?
El gerente echaba chispas. En esos instantes, los dos callaron cuando apareció el dueño
de la fábrica. El clima no era nada cordial.
El dueño le hizo una seña a Érica de que lo siguiera. Cuando estuvieron a una distancia
prudente, con mucha cordialidad le preguntó:
—Ingeniera, ¿qué pasa con esa joven que faltó al trabajo?
Con mucha sinceridad y con pocas palabras le relató lo sucedido y por qué pagó la
multa, le dijo que era más beneficioso para la empresa. Al dueño no le cayó bien ese
proceder y le declaró:
—Ingeniera, ¡desde cuándo mi fábrica le va a pagar la multa a una revoltosa!
Érica acusó el golpe y reaccionó sin medir las consecuencias:
—A mí me parece injusto que metan presa a una mujer por defender sus derechos.
Era la primera vez que tenía una discusión con ese empresario con quien tenía
confianza, con quien había viajado a China. Ella se había ganado el respeto de toda la
comitiva cuando fueron a dicho país. El dueño no quería contrariarla y aflojó el tono de
voz al decirle:
—Ingeniera, yo la aprecio, pero que vaya a sacar a una obrera del calabozo no lo veo
bien.
Érica no estaba dispuesta a tragarse esa advertencia sin responderle:
—Esa mujer pelea contra el machismo y yo la apoyo —y le recordó que en China varios
de sus compañeros mostraron su personalidad, cuando una joven de ese país tuvo que ir
a la cama con uno de nuestra comitiva, si no la echaban del trabajo. Él se había callado
la boca, cómplice de ese hecho.
Bastante nerviosa se retiró del establecimiento, subió a su coche y regresó al local
donde Noemí estaba rodeada de otras compañeras. Al verla llegar, el grupo se alegró,
ella abrazó a Noemí y le comentó lo sucedido. Todas se preocuparon, Noemí le dijo
preocupada:
—Érica, te pueden dejar cesante y todo por mi culpa.
—No creo, ellos me necesitan. Mañana vos te aparecés en el trabajo —respondió.
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No se habló más del tema y continuaron con las tareas que habían programado.
La posición tomada por Érica, sin pensarlo, suponía comenzar a romper con su clase
social, es decir, con sus explotadores y entrar a defender a los explotados, era una
prueba bastante dura. ¡Ese gran señor que es el tiempo tenía la respuesta! Romper con
su clase tenía su precio, pero esta amable ingeniera de tonta no tenía nada, solo ella
conocía el manejo de las máquinas hasta el último tornillo. Y esto era algo que solo ella
sabía. No se lo había confiado a ningún dueño, en sus manos era un arma poderosa. Ella
enseñaba ciertos manejos y de otros mantenía el secreto.
A la mañana siguiente, Noemí se presentó a su trabajo, tomó turno y nadie le hizo
ninguna objeción, pero el gerente la hacía vigilar discretamente. Cuando Érica visitaba
la fábrica rara vez se acercaba a Noemí, para no dar ningún motivo a la patronal. Pero
había una prueba sobre su protección: la empresa había pagado la multa, cuando esa
obrera cayó detenida, constaba en acta y fue la ingeniera en persona la que extendió el
cheque.
Ella se desplazaba asesorando a varias fábricas que habían comprado máquinas en
China y no cualquier ingeniero tenía conocimiento sobre ese tipo de maquinarias. En
cada fábrica enseñaba lo justo y necesario, todo dependía de ella que tenía un
exhaustivo estudio de cada movimiento. Ese era el punto más débil que tenía la patronal
explotadora.
Dentro del movimiento de mujeres cada día tomaba más tareas, todas la apreciaban. En
el viaje a China, no la habían comprado esos dueños de fábrica y comprobó el
machismo oculto que tenía ese grupo. Las compañeras estaban muy activas para que se
aprobara la ley del aborto y estaban en las calles del país. En esos encuentros pudo
estrechar amistad con las figuras más conocidas del movimiento. A todas ellas, las
encontraba con su grupo en el campo de batalla que era la calle. El movimiento de Pan y
Rosas reunía a miles de mujeres en las calles del país, era imparable. La iglesia católica
perdía terreno cada día más, echaba fuego por la boca y la palabra sagrada carecía de
valor. Las mujeres al grito de “Aborto libre y gratuito” le chamuscaban sus glorias.
Las compañeras de su grupo le hicieron ver el triste papel que la iglesia católica había
jugado durante la dictadura del año 1976, apoyando a los militares golpistas, algunos
muy activamente conocidos como el monseñor Lalli, quien públicamente pregonaba que
el evangelio que él practicaba le permitía tirar subversivos al mar desde los aviones y no
sentía ningún remordimiento. De estos hechos ocurridos en el país, que son de público
conocimiento, sus padres jamás le habían mencionado una sola palabra.
Una tarde, cuando regresaban al local después de un volanteo, ella con varias
compañeras la encontraron a Noemí muy ocupada haciendo invitaciones para el fin de
semana. Érica dejó algunos volantes que le sobraron sobre la mesa y le preguntó a qué
se debía su apuro. Casi sin mirarla, le respondió:
—Vamos a tener un invitado de honor, es historiador, viene a dar una conferencia sobre
mujeres de la historia.
Érica curiosa le devolvió otra pregunta:
—¿Vos lo conocés a ese hombre?
—Sí. —le contestó —Es militante de un partido de izquierda, es un obrero muy culto,
escribió algunos libros. No faltes Érica, te puede ser útil.
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Ella se tomaría muy en serio esa invitación.
Llegó el día indicado para satisfacer su curiosidad. El local estaba lleno, se habían dado
cita más de ochenta personas en su mayoría eran mujeres jóvenes. Pasadas las
diecinueve horas hizo su aparición el hombre que iba a dar la conferencia. Érica lo
miraba con mucha atención, era un hombre morocho, tal vez de 1,65 cm de altura, de
ojos claros y vivaces. Lo acompañaba un joven de origen ucraniano. Cambió algunas
palabras con él, tomaron asiento.
Una joven tomó el micrófono y comenzó diciendo que este señor recorría varios países
y contaba con amplios conocimientos culturales. Esto produjo un fuerte comentario
entre los presentes. La joven le pasó el micrófono, pero el comentario seguía. Quien iba
a hacer uso de la palabra tomó el micrófono diciendo en tono elevado:
—Rabindranath Tagore, premio Nobel de Literatura en el año 1913, en uno de sus
prefacios dijo: “Yo tengo dos formas de estar callado, una cuando no hablo y otra
cuando quiero hablar y no me escuchan”.
El mensaje enviado causó una fuerte impresión, aprovechando el silencio logrado atacó:
—Dice el querido poeta, don José Hernández, en su inmortal Martín Fierro…
Con estas breves palabras había logrado callar al auditorio, sonrío con mucha
tranquilidad y abrió la charla diciendo:
—Tienen que saber todos ustedes que no puede haber cambios sociales si no participan
las mujeres, y muchas de ellas han tenido un rol preponderante en un país machista
como el nuestro. Esto no se tiene en cuenta, el trabajo de la mujer es siempre mal pago.
Yo me voy a referir a heroicas mujeres que entregaron su vida en aras de la Libertad.
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—Comenzaré hablando de Zoia —prosiguió el historiador—, una valiente guerrillera
rusa que cuando las tropas alemanas ocuparon la tierra que la vio nacer encabezó un
grupo de compañeras, se armaron con bidones de nafta intentando quemar el
campamento donde descansaban las tropas enemigas. Fue detenida y torturada. Aún con
vida la ataron a un árbol hasta que murió de frío, tenía en el rostro marcado su odio por
el enemigo fascista.
Después habló de una prostituta china, llamada Si Si Jin, que reclutaba compañeras de
oficio en las calles de Shangai, logrando hacer un pequeño ejército de quince mujeres
que pelearon a favor de Mao Tse Tung, cuando este dirigente inició el gran Salto: como
se le llamó y ocupó el gobierno. Sabían que las sacarían de ese infame trabajo que es la
prostitución.
Érica estaba muy atenta y sorprendida por los datos que escuchaba y por cada palabra
que el orador entregaba a los oyentes sobre el origen de la explotación hacia las
mujeres. El orador entró a detallar la Revolución mexicana, el importante papel que
jugó la mujer. No solo habían empuñado las armas, algunas de ellas muy avanzadas,
como la poetisa nacida en San Luis de Potosí, Dolores Jiménez y Muro, que escribió el
prólogo del famoso Plan de Ayala, que era la entrega de tierras a los campesinos
mexicanos. Esta mujer se unió al ejército de Emiliano Zapata y obtuvo el grado de
Coronel, dirigiendo una división compuesta por mujeres.
Y para finalizar la charla le dio lugar a la señora Ngu Zi Bin, nacida en Vietnam,
guerrillera desde los diecisiete años, que peleó contra los franceses primero y después
contra los japoneses, y la echaron del país. Francia cayó derrotada en la famosa batalla
de Dien Bien Phu, fue un desastre para los franceses que dejó miles de combatientes en
el campo de batalla. Después vino la ocupación de los Estados Unidos, que duró casi
siete años. Durante la ocupación estuvieron como responsables de la misma, el
secretario de defensa de ese país, Robert McNamara; después, el general Taylor y por
último, el general Westmoreland. Durante estos hechos sangrientos, de simple guerrilla,
la señora Ngu Zi Bin fue destacándose como una experta en el campo militar.
Conociendo muy bien el terreno que pisaba, emboscó y derrotó a los americanos,
obtuvo el grado de comandante del sur. Ella dirigía a los vietcom; entiéndase
combatientes vietnamitas.
Cuando se hizo un alto el fuego y se firmó el tratado de paz que se llevó a cabo en
Francia, el diplomático de los Estados Unidos no quería que participara la señora Ngu
Zi Bin, que para ellos era presencia de la humillación de su país y de la derrota de la
potencia militar del planeta por un pequeño ejército guerrillero. En la diplomacia, se
hablaba de la mesa de tres patas, es decir, sentarse Francia, los Estados Unidos y un
gobierno pelele, dejando afuera a la señora Bin. Ella pedía la mesa de cuatro patas,
donde tuviera la palabra la representante de los vietcom, los verdaderos héroes de la
victoria. Después de muchas idas y vueltas la señora Bin pudo sentarse a discutir los
acuerdos diplomáticos para retirar las tropas yanquis de suelo vietnamita. La señora Bin,
cuando terminó el conflicto bélico, en su vida privada, se dedicó a organizar a las
mujeres en su país.
El orador agradeció a todos los presentes y pidió mucha ayuda a ese movimiento de
mujeres. Un aplauso general cubrió la sala, muchos jóvenes querían sacarse fotos con el
charlista que los abrazaba afectuosamente. Pasados algunos instantes, Érica, que estaba
conmovida y emocionada, lo vio venir hacia ella. En correcto idioma alemán le expresó
con una sonrisa en su cara:
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—Gute nog frau (Buenas noches, señora). Videt esquier (¿Estás bien?).
Maravillada ella le respondió:
—Sí, sí, pero muy sorprendida por los datos que dejaste ver —le respondió en
castellano, mientras la rodeaban varios compañeros que no entendían el alemán.
Érica estaba como enajenada escuchando a este hombre que brindaba cordialidad, con
una atrapante y fogosa oratoria. Ella se encontraba encantada y no podía romper ese
cerco invisible y cautivante desplegado por ese ser humano dotado de una exquisita
cultura.
Noemí, más tranquila, se puso a su lado cuando el orador se despidió de ese grupo. Con
mucha cordialidad, Érica le pasó una tarjeta suya y le pidió que la llamara cuando le
fuera posible.
Cuando ese hombre se alejó, quedó entre los presentes un vacío, pero llenos de
admiración y preguntas. ¡Qué don poseía ese extraño ser humano!, dotado de un cúmulo
de información tan clara y precisa que nadie dudaba. A primera vista, podría confundir a
cualquiera, no era muy alto. De reflejos rápidos, con las primeras palabras sentaba un
precedente dejando entrever sus conocimientos, y Érica estaba comenzando a descubrir
un mundo nuevo, fascinante, que empezaba a hacerlo suyo.
Regresó en su coche con Noemí, quien la encontró muy emocionada, y un poco en
serio, un poco en broma, le dijo:
—Érica, parece que el historiador te movió el piso.
Esta no tardó en responderle:
—Noemí, me movió toda la estantería.
Después razonando más seria expresó:
—No sé qué tiene ese hombre, pero me atrae. Le di mi tarjeta, estoy ansiosa por que me
llame.
Todo era alegría dentro del coche y bromas a ella. Por momentos, parecía una colegiala
enamorada. Noemí se quedó a dormir en su casa.
Entre semana el grupo se reunió para hacer un balance de lo que había dejado la
conferencia. Tuvo su lado positivo y varias cosas que corregir, nuevos contactos y
varias estudiantes que tomarían tareas para hacer avanzar al agrupamiento Pan y Rosas.
Varias estudiantes se inclinaron por un festival para reunir fondos, el dinero hacía falta
para volantes y otros gastos. Pusieron fecha, se habló de invitar algunos grupos de
cumbia y folclóricos, poetas y cantores. Todo el mundo colaboró y se puso fecha el
festival.
La semana pasaba rápido y estuvo movida, entre invitaciones a artistas, ya se habían
anotado varios grupos y todo marchaba bien. Ese día Noemí y Érica fueron las primeras
en llegar. La ingeniera era muy elegante y atractiva, se destacaba por su belleza natural.
Cada una ocupó un puesto para ayudar, rápido fueron apareciendo varios grupos
musicales y ya a las veintiún horas estaba lleno el centro cultural. El lugar se llenó del
murmullo de los comentarios y pronto la cumbia se adueñó del lugar. Rápido varias
parejas salieron a bailar, entre ellos la ingeniera movía su cuerpo al compás de la música
tropical. Algunos obreros textiles comentaban:
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—Mirá la ingeniera, ¡quién lo hubiera pensado! Tan seria en la fábrica y aquí parece un
demonio bailando.
Terminó ese conjunto y subieron al escenario otros: zambas, cuecas norteñas, todos
fueron muy aplaudidos. Después desfilaron otros grupos, la fiesta estaba en pleno furor
y de pronto quien dirigía la fiesta pidió silencio diciendo:
—Señoras y señores, invitamos a nuestro amigo, David Suárez Alfaro, a subir al
escenario. Hoy nos va a recitar poesías del poeta granadino, Federico García Lorca —y
todos los presentes se llamaron a silencio.
Cuando apareció el hombre que había dado la charla en ese local, traía del brazo a un
joven no vidente que en su mano tenía una guitarra. Érica al verlo corrió a su encuentro,
lo abrazó y besó la mejilla. David era un hombre entrado en años, pero mantenía ese
fragor de juventud que lo hacía muy atractivo, tenía una voz cautivante y unos reflejos
mentales rápidos y precisos. Él también la besó en la mejilla y en voz baja le dijo al
oído:
—Te voy a recitar una poesía, espero que sea de tu agrado.
Después avanzó hacia el escenario mientras un fuerte comentario corría entre los
presentes. Con mucha amabilidad ayudó a su compañero a sostener una silla destinada a
él, tomó el micrófono y con voz firme pidió silencio:
—Estimados amigos, les presento con mucho orgullo a mi amigo que tiene la desgracia
de no ver, pero posee muy buenos sentimientos. Cuando le informé el motivo del
festival, gustoso quiso también hacer su modesto aporte a esta justa causa.
El joven saludó al público presente mientras tomaba entre sus manos el micrófono.
Despacio les comentaba que era un estudioso de ese poeta español nacido en Granada,
que fue un hombre de letras españolas conocido en todo el mundo. Durante la Guerra
Civil española fue un activo militante en favor de la República, cuando Franco tomó el
poder este hijo de España fue asesinado. Todos escuchaban en silencio y atentos. Érica
estaba asombrada y nerviosa, el joven no vidente pulsó el instrumento y una brisa de
música española cubrió el lugar. El joven también era un maestro interpretando ese
ritmo cautivador del Concierto de Aranjuez y dio un tono especial para que David
pudiera recitar las letras de esas maravillosas poesías. David, con mucho aplomo, recitó
“La casada infiel”:
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Los árboles han crecido
un horizonte de perros
ladran muy lejos del río.
Me porté como quién soy
como hombre decidido
y no quise enamorarme
porque tenía marido
me dijo que era mozuela
cuando la llevaba al río.
Calló David y estalló un aplauso general. Los más jóvenes estaban cautivados con los
dos, tanto por el jóven maestro de la guitarra como por el intérprete de la poesía. Érica
abrazaba a Noemí y algo le comentaba. David miraba al público pensando en el efecto
producido por su mensaje, le habló al joven de la guitarra, este entendió el siguiente
paso y de nuevo la copla se hizo dueña del auditorio. El poeta dijo a su público:
— “El romance de la pena negra”.
De inmediato, todo fue silencio, el guitarrero dejaba sus notas musicales a ese conjunto
de personas atenta a cada movimiento. David elevó su voz diciendo:
25
caballo que se desboca
Qué pena me estoy poniendo
de azabache, carne y ropa
Soledad lava tu cuerpo
con agua de las alondras
y deja en paz tu corazón
para tu bien Soledad Montoya.
Todito yo te consiento
menos faltarle a mi madre
por favor no la avasalle
a la madre de mi alma
la quiero como a ninguna
la quiero desde la cuna
y a ti te encontré en la calle...
Con las primeras estrofas, a Érica le rodaron dos lágrimas por su rosadas mejillas, igual
seguía escuchando de pie. David continuó:
No me importa que la gente
Ande por mí pregonando
Que soy para ti un muñeco
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tengo yo un par de agujeros
donde se van a ramales
el valor del dinero
pues en las candelas
de su alma
quemó ella su juventud
cuando era cuarenta veces
más guapa y linda que tú.
27
—Cuando diste la charla sobre mujeres de la historia me propuse conquistarte.
Y comenzó a besarlo como hacía mucho no lo hacía. Tenía tanto amor acumulado y
había encontrado al hombre de sus sueños. David no podía imaginar la pasión que había
desatado en esa ingeniera codiciada por tantos galanes y tan reservada en su lugar de
trabajo. Las palabras estaban de más, fueron a la cama y dieron rienda suelta a sus
deseos amorosos.
El nuevo día los sorprendió felices y contentos. David preparó el desayuno y llevó café
con leche a la cama. A Érica nunca la habían atendido así. Sonó su celular y atendió.
Era Noemí y otras compañeras para saber cómo la habían pasado:
—Pasé una noche maravillosa. David es todo amor.
Noemí y el grupo le respondieron:
—¡Cómo te envidiamos! ¡Vos no sabés quién es! —las demás le enviaban todo tipo de
bromas.
Érica sonrió, lo tomó a la ligera, eran bromas sanas, nada tenían de malo. David
sonriendo le insinuó:
—Me imagino lo que te dicen tus compañeras. Son solo bromas.
Los dos se echaron a reír. Érica, más enamorada que una adolescente lo cubría con
besos y caricias. Él era buen cocinero y preparó una cazuela de mariscos.
Por la tarde, decidieron viajar a la capital para visitar el museo de Bellas Artes. Al
entrar, fueron hasta una pintura famosa, el cuadro Sin pan y sin trabajo. Es toda una
denuncia a la opresión capitalista. Los dos comentaban esa fuerte denuncia que expresa
la pintura. David le comentaba que en su viaje a México le mostraron murales de
Orozco, quien a través de sus pinturas hacía fuertes denuncias del maltrato a los pueblos
originarios. Ella quedó sorprendida cuando él le dijo:
—El arte tiene la obligación moral de denunciar los atropellos cometidos a los más
explotados de la sociedad.
Érica escuchaba atenta cada palabra de su amigo y no reparó en una pareja que los
estaba observando con mucha insistencia. Era un dueño de fábrica que viajó con ella a
China. Él la sorprendió con una observación:
—Caramba, no sabía que la ingeniera gustaba del arte.
Ella se dio vuelta y lo reconoció:
—¿Cómo está usted? Estamos contemplando tanta cultura maravillosa.
El hombre, que estaba con su esposa del brazo, le dijo a su mujer:
—Con Érica viajamos juntos a China, ella habló por nosotros. —la señora sonrió y él
continuó en uso de la palabra— Érica, presénteme a este hombre que conquistó su
corazón.
David le respondió:
—Somos buenos amigos, eso es todo.
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Como para probar quién era este dichoso amigo de Érica, el dueño de fábrica ensayó
una broma en inglés, como provocando a David, este le respondió en perfecto inglés y
después, con cierta ironía, le preguntó si quería tener algún cambio de opiniones en
alemán. El dueño de la fábrica le respondió que no hablaba ese idioma, le dijo entonces
que podía ser en ruso. Muy nervioso, le respondió que no. David, en tono de broma, le
dijo:
—Qué sorpresa, usted me ha defraudado. Yo pensé que un dueño de fábrica hablaría
varios idiomas. Claro, no tiene tiempo para la cultura, gasta su tiempo explotando
obreros.
—Yo con los obreros tengo muy buen trato —dijo el dueño de fábrica, que reaccionó
nervioso, había recibido un golpe que no esperaba.
Con cierta soltura en el trato, David le dejó bien en claro:
—Señor, no trate de buscar excusas, entre explotadores y explotados hay una línea
divisoria marcada a fuego.
Érica comprendió que el encuentro no había sido cordial, ensayando una sonrisa se
despidieron de este dueño de fábrica y de su esposa.
Mientras la pareja se alejaba, muy ofuscados y ofendidos por las palabras de David,
Érica en voz baja lo felicitó por su respuesta a este explotador que había tenido esa tarde
un mal encuentro. Se había llevado por delante a un ser humano sencillo, aparentemente
insignificante, pero dotado de una cultura exquisita y de una firmeza admirable para
defender a su clase, la clase obrera.
Regresaron al departamento después de un domingo de placer. Mientras tomaban café,
intercambiaron:
—Creo que vas a tener problemas con ese empresario.
—Quedate tranquilo, David. No puede decirme nada —le respondió.
En ese momento, le comentó de lo que había sido testigo en ese viaje a China, allí
obligaron a una obrera de una fábrica a ir a la cama con él porque le gustaba.
Cuando se despidió le dijo:
—Érica, gracias por los momentos tan agradables que pasamos.
—La agradecida soy yo, mi corazón a gritos pedía amor y lo encontré en este albañil
poeta.
Mientras lo abrazaba y besaba le dijo que había encontrado una vida que merecía ser
vivida:
—Muy atrás dejé a ese mundo hipócrita donde solo eran perfumes caros, hoteles de lujo
y viajes por el mundo, solo por placer.
Él sonriendo le dijo:
—Bien Érica. Yo tengo mis compromisos en la vida y tenés que conocer.
Ella lo besó con cariño mientras le decía:
—Te comprendo, pero nada nos puede separar, yo tengo por qué luchar.
29
David se despidió con un beso y se alejó.
El día lunes la ingeniera desplegó sus tareas visitando distintas fábricas que requerían de
su asesoramiento. En cada lugar que visitó todo marchaba con normalidad. Notó cierto
frío en el trato, pero eso no le preocupaba demasiado. Pasado el mediodía llegó a la
fábrica del empresario que habían cruzado en Bellas Artes con David, quien con un par
de palabras lo había puesto en vereda y le había demostrado el triste papel que
realizaron los explotadores chupando el sudor al pobre asalariado.
La ingeniera estaba hablando con el encargado cuando llegó la secretaria del dueño.
Con mucha cortesía le dijo:
—Señora, buenos días. El señor Aníbal pide verla en su oficina.
Siempre con una sonrisa a flor de labios, le respondió:
—Sí, sí. En cuanto termine de asesorar al encargado paso a verlo.
Terminó su tarea y fue al encuentro del señor Aníbal que la recibió con cierta ironía en
el trato:
—Buen día, ingeniera. Usted siempre está bien acompañada.
Ella entendió la insinuación y la respuesta no se hizo esperar:
—Si usted se refiere a David, es una persona muy culta, yo me siento muy bien con su
compañía.
Mientras le servía café le preguntó:
—¿En qué trabaja ese señor?
—Es albañil, obrero de la construcción —respondió ella.
—¡No me joda Érica, es un dirigente de izquierda!
La ingeniera se quedó meditando la respuesta:
—Hace dos meses dio una charla sobre mujeres de la historia…
Después le siguió narrando que era un profundo conocedor de la vida del poeta García
Lorca, muerto durante la Guerra Civil española, y terminó diciéndole que además tenía
una voz que cautivaba cuando recitaba.
Aníbal, bastante nervioso le preguntó:
—Pero, Érica, ¿quién es este albañil, que es poeta, habla varios idiomas y es amante de
la poesía? —se quedó como meditando y terminó diciendo— ¡Qué albañil tan culto!
Érica venía acumulando ciertas broncas y en ese instante las puso de manifiesto:
—Señor Aníbal, de la comitiva que viajamos a China, ¿a ninguno se le cruzó la idea de
conocer la cultura de ese país? —empezó a soltar lo que tenía guardado y le dijo— La
única idea era hacer buenos negocios, ganar dinero y tirarse una aventura amorosa lejos
de su esposa. Cuando conocí a David rápido me informó por qué se hicieron las
murallas chinas, que fue para detener las tropas de Atila, rey de los Unos, arduos
salvajes que asolaban esa región. Ese país tiene una cultura propia y merece ser
estudiada. Yo recibí respeto de toda la comitiva, pero la insinuación de sí quería tener
una aventura amorosa estaba siempre presente, dependía de mí. Señor Aníbal, tuvimos
30
tantas horas de vuelo y nadie del grupo me habló de ese inmenso país que es China.
Tiene mil cuatrocientos millones de bocas para alimentar diariamente, eso sí que es un
problema. Le voy a confiar un secreto, me gustaría que no trascienda. En mi casa tenía
que colocar algunas cerámicas y lo llamé a David, cuando se enteró que estuve en ese
país me obsequió dos libros del gran escritor Lin Yutang. Uno de los libros es Una hoja
en la tormenta y el otro, Reflexiones de un disconforme, en este narra que los cambios
sociales lo realizaban los disconformes. Este hecho me llamó mucho la atención, un
sencillo albañil me hablaba con un profundo conocimiento de ese país y los señores
dueños de fábrica tratando de seducirme con viajes a varios países, perfumes caros y
hoteles lujosos. Yo conocí esa vida llena de mentiras donde aflora el machismo a cada
instante y la mujer está para callarse y obedecer. Ese mundo hipócrita, cuando lo
recuerdo me dan ganas de vomitar.
El señor Aníbal no sabía qué opinar ni qué decir. El razonamiento de esta simpática y
atractiva ingeniera lo sorprendía. Bajó la mirada al suelo y atinó a decir:
—Hace tiempo la notamos diferente en el trato. Usted es dueña de elegir al hombre de
sus sueños.
Ella la siguió:
—Señor Aníbal, desde que lo conocí es mi guía espiritual.
Terminó su café, saludó y se fue a otras fábricas que asesoraba. Terminada su tarea,
pasó por el local a ver a Noemí. La encontró en compañía de otras militantes de Pan y
Rosas, estaban planeando hacer una agitación en una estación ferroviaria. Cuando la
vieron llegar la recibieron con mucha alegría, una de ellas le dijo en broma:
—Érica, ¡cómo te envidio, conquistaste al poeta!
Ella sonrió y con mucha humildad le respondió:
—David es puro amor, tenemos charlas muy interesantes.
La misma joven le hizo un nuevo comentario:
—Yo lo vi hablar en un estadio deportivo, es un orador que motiva mucho a los
jóvenes, nosotros lo admiramos y lo queremos.
La joven le relató el hecho:
—La primera teleconferencia se había realizado en la cancha de Argentinos Juniors, y
desde allí se conectaron con Mendoza, Córdoba, Neuquén y la Capital. Desde cada
lugar, a través de una pantalla gigante, se podía escuchar y ver. Fueron quince oradores
en total, y a David le dieron solo diez minutos. Cuando subió al palco, miles de
personas pudieron escuchar la palabra de un obrero rebelde al que le latía en su corazón
un fervoroso optimismo revolucionario. Ese fuego que llevaba dentro suyo lo compartía
con cada ser humano que quisiera pelear por un mundo que mereciera ser vivido.
Cuando Érica escuchaba hablar de él se ponía de muy buen humor. La respuesta fue en
tono jocoso:
—Veo que lo tengo que cuidar o me lo van a robar.
Todo eran comentarios alegres, mientras preparaban los volantes para ir al piqueteo.
Eran ocho compañeras. Ella también quiso participar, dejó el coche en el local y se
echaron a caminar. Fueron hablando con el público mientras entregaban volantes
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camino a la estación ferroviaria. Ella era una más entregando esos volantes, cuando de
pronto se le acercó un joven que le dijo:
—Ingeniera, ¿usted volanteando en la calle?
Lo miró y notó que era un obrero de la fábrica de Aníbal. Le respondió:
—Sí, sí, estamos peleando por los derechos de las mujeres junto a otras compañeras.
—La respeto, señora, yo la veo en la fábrica tan seria… Jamás lo hubiese pensado.
Tomó el volante en sus manos mientras ella, con un tono jovial, le dijo:
—Vos no me viste, ¿entendés?
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—Yo venía buscando una luz en el camino, por eso la tarde que te escuché dar la
primera conferencia quedé atrapada en tus planteos y, no lo puedo negar, en tu voz.
Sonriendo él le decía:
—Soy un militante de una corriente política de izquierda, mi tarea es formar militantes
y hacer cada día más grande el partido. —y le advertía sin ocultarle nada— Tenemos
dos diferencias y esto puede ser un problema para vos.
Ella lo abrazó y besó con mucho cariño, muy segura de sí misma le respondió:
—Yo te elegí consciente y eso basta y sobra, te voy a defender con uñas y dientes.
Luego él siguió:
—Lo primero, yo soy un albañil y pensá cómo le puede caer eso a tu familia.
Ella no se hizo esperar para responderle:
—Tenés un conocimiento intelectual que yo siento vergüenza de mi ignorancia.
—Y soy un poco mayor que vos —dijo David en tono reflexivo.
—¡Cuando el amor llega de esta manera nadie tiene la culpa! —ella siguió en tono
alegre, festejando haberlo encontrado— El amor no tiene horario ni fecha en el
calendario, en tan poco tiempo aprendí más que en mis años de casamiento. Más vale
olvidar todo eso. —y le recordó— David, yo no miré nunca esas diferencias, tenés otros
valores que ellos jamás podrían tener.
Se hizo una pausa, lo acarició y le preguntó:
—Mi querido David, ¿alguna vez sentiste miedo?
Él sonrió y después le respondió:
—Miedo no, siempre alguien me protege y nos cuidamos entre todos.
Ella quería saber qué ocurría en las manifestaciones, si reprimían las fuerzas del orden.
Muy firme en sus respuestas él le comentaba:
—Algunos empujones y bastonazos recibimos, no lo niego. Imaginate si tenemos el
coraje de enfrentarlos con las manos limpias, si tendríamos un arma y siendo miles en la
calle.
Le contaba que los reclamos eran pacíficos, pero cuando el hambre golpeaba los
hogares más humildes la situación se ponía explosiva.
—Yo creo que los obreros han esperado más de lo necesario. ¡Está llegando el momento
de hacer lo que sea necesario! —después David, pacientemente le contaba que se
necesitaban obreros rebeldes, con claridad política, que no se dejaran engañar por sus
enemigos de clase, es decir, la burguesía. Esto traería para los esclavos asalariados una
vida mejor, en la actualidad entregaban sus vidas a un trajín sin recompensa.
David chasqueó una protesta con la lengua como forma de soltar sus broncas
contenidas.
Entonces Érica le preguntó:
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—David, tu prédica me entusiasma, ¿cómo podría ser parte de ese grupo de esclavos
rebeldes?
Él le respondió:
—Mi amor, tenés en tus manos un arma de mucho valor —preguntándole— ¿Cuántas
fábricas asesorás?
Érica le dijo que eran doce fábricas las que compraron maquinarias en China.
—¿Y con quiénes tenés mayor trato?
Ella le respondió:
—Con los capataces y encargados. Si necesito mover alguna máquina, me dan dos o tres
ayudantes.
David continuó:
—Buscate los más lúcidos y entrá en confianza con ellos. Tené mucho cuidado con los
alcahuetes y con los delegados, la mayoría están comprados por la patronal. Si querés
hacer un buen trabajo para nuestro grupo, dejá tu lenguaje burgués con los obreros. Usá
el lenguaje de la fábrica, que sea a tono con ellos, y si tratás con las mujeres es para vos
mucho más fácil.
Ella se quedó pensando, después en tono de bromas le dijo:
—Si le busco trato a los obreros van a pensar que quiero levantarme alguno.
Él, siempre en tono jovial, le respondió:
—Érica, en esta contienda el fin justifica los medios. —y le aclaró— El fin que persigo
justifica los medios que utilizo.
Ella quedó sorprendida, pensando. David insistió:
—Mañana mismo ponelo en práctica. Con la patronal mantené una prudente distancia,
pero con los obreros tratá de ser más cordial y ganate su confianza.
Érica iba asimilando esa teoría rebelde de alguien que venía de un gremio muy
combativo, como era el de la construcción. En el año 1936, había comenzado una
huelga que se mantuvo noventa y tres días, dirigida por obreros muy lúcidos. Mateo
Fossa o Espedición González, solo por nombrar algunos, y se ganó ese conflicto
marcando un triunfo de los obreros. Esto figura en el historial de la lucha entre las
clases.
Pasaron más de una hora en ese bar, y después se subieron al coche. Decidieron
encontrarse con Noemí y varias compañeras más que se estaban preparando para el
Encuentro Nacional de Mujeres, que ese año se llevaría a cabo en Misiones. La llegada
de la pareja fue bien recibida con abrazos y afectuosos saludos.
El día fue bastante agradable para ellos. Érica no se cansaba de preguntarle a David
cómo había sido su vida, sus amores, cómo investigó tanta historia, qué fuerza interior
lo motivaba a continuar esa tarea que se había trazado. Él con palabras muy sencillas le
contaba:
—Cuando uno abre los ojos y toma conciencia de las miserias humanas que tiene este
sistema, por nada se puede dejar de luchar.
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A las veintidós horas regresaron a su departamento y tomaron el café que preparó Érica.
Cuando David se iba a retirar, ella lo abrazó con mucho cariño y le dijo que cada día se
convencía más de pelear para terminar con estas formas de vida, donde el machismo
tiene un lugar privilegiado, pero tenía que ayudarla. David, loco de contento, la abrazó y
le prometió ayudarla en todo lo que él pudiera.
El día lunes, Érica se preparó y trazó un plan para llevarlo a la práctica. Llegó puntual a
la fábrica, el dueño la esperaba en su oficina. Él le informó que una máquina había
empezado a funcionar mal. Él mismo la acompañó a la sección para hablar con el
capataz, este le informó:
—Ingeniera Érica, esta máquina comenzó a calentar mucho y no funciona bien.
Cuando el dueño se retiró, ella miró los controles. Alguien los había colocado mal por
lo cual no funcionaban bien. Estaba a las claras que era un sabotaje a la producción.
Para sí misma se dijo: “esta es la mía”, y aprovechó diciéndole:
—Manuel, ¿quién cambió las piezas del control? Alguien lo hizo.
El capataz comenzó a ponerse nervioso, no tenía una explicación lógica, estaba en
aprietos y en manos de ella. Más aún cuando muy seria le dijo:
—Lo lamento, tendré que informar al jefe.
El capataz entró a recular en chancletas y todo sumiso le respondió:
—Ingeniera, no se lo diga al patrón, me puede echar del trabajo —y entró a confesarle
que la patronal adeudaba cierto dinero a todo el personal, y que en un acto de bronca
quiso perjudicar a la fábrica, que por allí venía la protesta.
Ella le preguntó:
—Manuel, ¿por qué los delegados no le reclaman a la patronal?
Él le respondió:
—Hace años que están vendidos a la patronal y se callan.
En esos momentos, Érica recordó a Martín Fierro cuando dice “La ocasión es como el
hierro, hay que machacar en caliente”, y le dijo:
—Manuel esto queda entre nosotros, yo te voy a sacar las castañas del fuego.
Le pidió que buscase tres operarios de su confianza, para hacer un poco de teatro y
desmontar una parte de la máquina. Cuando llegaron las personas indicadas, les pidió a
todos:
—Desde este momento para todos yo soy Érica, se terminó eso de ingeniera.
Todos quedaron de acuerdo, y desde ese momento la comenzaron a tratar de igual a
igual, como una operaría más. Desmontaron una parte de la máquina y colocaron los
controles. Al segundo día, se estaba produciendo con normalidad. Ella pasó el informe
ocultando la verdad al patrón, quien nunca se enteró y todo continuó normalmente.
Érica, al fin de la semana, esperó al capataz cuando iba a tomar el colectivo y lo invitó
con un café para cambiar opiniones entre ellos. Primero se sorprendió, después entró en
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confianza. Ella se había ganado ese lugar, llevaba muchos años en esa fábrica, conocía
la vida y milagros de todos quienes eran los buchones del jefe. Ella, en pocos minutos,
se enteró de las cosas más necesarias, y vio cómo organizar el descontento.
Terminado el café, Érica lo invitó, para más tranquilidad, al local donde ella se reunía
con sus compañeras. Quedaron en encontrarse el día sábado por la tarde junto a los
operarios que habían charlado cuando desmontaron la máquina.
Cuando ella, muy entusiasmada, le contó a David el trabajo que había realizado, sin
poder evitarlo, él le dijo:
—Mi querida Érica, estás hecha una revolucionaria.
Entre los dos entraron a planificar qué plantearles a los operarios para que se
organizaran.
Llegó el anunciado sábado, los invitados fueron puntuales y Érica salió a su encuentro.
Le dió un beso a cada uno y después le habló a Manuel:
—Aquí nos reunimos aquellos que cuestionamos este sistema.
Estaban sorprendidos, la ingeniera era tan seria en la fábrica y en este lugar, era otra
persona. A poco de andar el mate era el dueño y señor del lugar.
David les explicaba por qué los obreros tenían que unirse y pelear juntos contra su
enemigo. Manuel, tal vez el más tímido, pero también era el más observador, tenía más
clara la explotación capitalista.
Los tres hicieron pocas preguntas sobre cosas puntuales, se los notaba bien. Pasadas las
veintidós horas pidieron retirarse. Érica con su coche los alcanzó para tomar el micro y
les pidió mucha reserva sobre la conversación en este local partidario.
Cuando regresó junto a David y los otros compañeros, todo eran dudas. Cómo iban a
reaccionar estos obreros. Érica tenía ciertos temores, pero a corto plazo tendrían
respuestas.
Cuando visitó la fábrica, el dueño la atendió con mucha amabilidad, saludó y entró a la
sección de producción observando cómo las máquinas producían. Se acercó a Manuel,
este la atendió con cierta frialdad. Hablaron lo justo y necesario, los otros operarios casi
no la miraron. Después se dirigió a la sección donde trabaja Noemí, al verla esta le cerró
un ojo y despacio, casi al oído, le dijo:
— Afuera hablamos.
La esperó donde tomaba el colectivo. Cuando subió al coche bastante nerviosa le
comentó que en la fábrica había un malestar que la patronal no sabía cómo resolver.
Los buchones de la patronal habían entrado muy confiados al baño, entre varios los
estaban esperando, les taparon la cabeza con un toallón y recibieron una paliza que
nadie escuchó y estaban internados en el hospital.
Los delegados fueron llamados de urgencia, para que dieran alguna explicación, nadie
sabía nada, todo era sospechas.
La patronal no se había repuesto de esa sorpresa, cuando una mañana, muy preocupado
un delegado pidió su liquidación y se retiró de la fábrica. A este delegado lo llamaban
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Leo y era confidente del gerente, sobre él pesaba la sospecha bien fundada de que hizo
echar a varios compañeros. Sorprendido el gerente le preguntó:
—¿Qué pasa Leo? ¿Por qué quiere dejar su trabajo? La empresa necesita sus servicios.
Casi al borde del llanto, le comentó que cuando su esposa llevaba a su hija a la escuela
bajó de un coche una joven desconocida para ella y le entregó una carta.
—Era para mí y en letra muy clara me amenazaban con tomar represalia sobre mi
familia y que ustedes no me van a proteger.
El gerente se quedó sin respuesta.
De esto Noemí no sabía casi nada, pero le dijo a Érica que en los baños había pintadas
que llamaban a organizarse y pedir por los derechos que hacía varios años no se
cumplían.
Érica comprendió de inmediato que los obreros que habían hablado con David habían
entendido muy bien la orientación sobre cómo organizarse en el mayor secreto. Dos
golpes precisos aplicados a esta patronal negrera.
La llevó a Noemí para tomar el micro, después llamó de inmediato a David. Él la
recibió muy contento y le contó muy tranquilo:
—Manuel me tiene bien informado de todos los movimientos dentro de la fábrica. —en
tono de broma, le dijo— A vos no te nombran, ya no sos más Érica ni la ingeniera, te
dicen la zurdita. Están convencidos que sos una pieza clave para la tarea que están
llevando adelante.
Este pequeño grupo de obreros comenzó a entender lo que nunca habían comprendido y
estaban dando sus primeros pasos en una fábrica que parecía una tumba por el rol
traidor que jugaba la burocracia sindical vendida a la patronal. Para finalizar la charla en
tono de broma le dijo:
—¡Mi querida zurdita, cuando menos lo esperes te vas a llevar una sorpresa!
Tomando precaución, la ingeniera dejó pasar unos quince días. Cuando regresaron a la
fábrica en la que trabajaba Noemí, su dueño, Aníbal, estaba echando espuma por la boca
de bronca y se paseaba en la oficina de un lado para otro. A su lado, estaba el jefe de
personal y el gerente. Ella entró y saludó, como al descuido preguntó:
—¿Qué pasa Aníbal?
Con cierta ironía, este le respondió:
—¿Qué puede pasar? —y entra a largar el rollo— La fábrica está tomada y no produce,
no podemos cumplir con los compromisos contraídos.
En pocas palabras, la fábrica en pocas horas fue puesta patas para arriba. Todo el
personal de paro, entre varios operarios echaron a los delegados a la calle a empujones.
Cobraron una soberana paliza y lo más insultante para ellos fue que les tiraron sus
pertenencias a la calle.
Todo el personal se reunió y se formó una comisión provisoria. El paro era pacífico,
nadie alteró el orden, se hizo el reclamo exigiendo sueldos atrasados y horas extras que
la fábrica les debía a casi todo el personal. Exigían cobrar lo adeudado. La comisión de
reclamo estaba compuesta por personal de muchos años en esa fábrica y la encabezaba
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Manuel, que era el más esclarecido. Este operario era la gran preocupación del dueño de
la fábrica.
De pronto, la miró a la ingeniera y le preguntó:
—Érica, ¿usted arregló la máquina en su sección?
Ella le respondió que sí.
—¿Y usted ingeniera no notó algo fuera de lugar?
Ella fue cortante en su respuesta:
—Con el capataz Manuel hablé lo justo y necesario.
Pero intervino el jefe de personal como acusándola:
—Ingeniera, los operarios que participaron hablan muy bien de usted.
Rápido reaccionó diciendo:
—Yo los trato con respeto y ellos me respetan, eso es todo —saludó y por prudencia
abandonó el establecimiento, tenía que visitar otras fábricas.
Cuando visitó otra fábrica, al entrar a la oficina su dueño la apuró con preguntas:
—Buen día, Érica. ¿Usted viene de la fábrica de Aníbal? ¿Qué pasa allí?
Sin ocultarle nada le respondió que el personal estaba de paro y que querían cobrar algo
que la patronal les debía. El dueño chasqueó una protesta con la lengua y exclamó
bastante preocupado:
—¡Este Aníbal! Siempre el mismo… —y le confesó que el reclamo era justo, que el
dueño tenía cierto arreglo con el gremio textil.
Los dirigentes gremiales sabían todo y callaban estos manoseos oscuros y ya era tiempo
de pagar. Lo peligroso era que fueran a un paro provincial, le aclaró a Érica y después le
dijo:
—Según me cuenta Aníbal, a ese Manuel alguien de afuera le está marcando cómo
proceder.
El dueño se quedó pensando, mientras Érica muy atenta lo escuchaba, y le confesó que
Manuel llevaba varios años trabajando con Aníbal y que era de mucha confianza.
—Pero de la noche a la mañana cambió su actitud, de un hombre sumiso se transformó
en el dirigente de fábrica, todos lo apoyan, reúne a todo el personal y da órdenes
precisas. Los burócratas del gremio no pueden con él. Los compañeros lo protegen y el
más sorprendido es Aníbal.
La ingeniera sabía que estaba la mano de David ayudando. Para sus adentros sonrió y
aprovechó el momento para opinar:
—Yo del convenio no entiendo, pero la fábrica parada pierde más.
—Mire ingeniera, Aníbal tiene comprada la comisión interna, pero esto es un peligro
para todos nosotros —retrucó.
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Ella estaba comenzando a sentir el embriagador sabor de lo prohibido que le hacía
mucho ruido dentro de sí misma. Trató de mantener el equilibrio en sus respuestas y
como probando la actitud del dueño le dijo:
—Yo creo que tienen que tomar medidas más fuertes —se lo dijo con una sonrisa
cómplice y dio el golpe en el clavo.
—Sí, sí, ingeniera. Yo llamo a Aníbal para que saque a esos revoltosos con la policía.
Con pocas palabras se mostró tal cual era: frío, calculador, dueño de un egoísmo a
prueba de balas, su lema en la vida era primero él. Para él los obreros eran abejas
laboriosas, nacieron para agachar sumisamente sus espaldas y producir. Él como dueño
podía hacer lo que quisiera. En su viaje a China, una obrera tuvo que ir a la cama con
ese sujeto y ella tuvo que complacer sus deseos amorosos porque era el empresario.
Érica estaba informada del hecho y en esos momentos, dentro de su memoria, afloraron
las palabras de David: "El sistema capitalista es inhumano por lo cual merece ser
reemplazado por un sistema más justo y tienen que ser los propios explotados los que
lleven adelante esos cambios".
Érica había dado un paso muy importante dentro de la lucha entre las clases enfrentadas.
Se despidió del dueño, pasó a mirar algunas máquinas y se fue a visitar otras fábricas
que era su trabajo cotidiano.
Cuando regresó a su hogar rápido se comunicó con David, en pocas palabras le informó
todo lo ocurrido. Ella tenía el temor de que Aníbal llamase a la policía para desalojar a
los obreros.
David la escuchó y entre bromas la tranquilizó, diciéndole que Manuel y otros
compañeros estaban preparados, conocían muy bien la fábrica. Podían trabar los
portones por dentro y tenían bidones con nafta, estaba entre los planes tomar de rehenes
a varios ejecutivos, entre ellos el jefe de personal y el gerente, dándole a entender a la
empresa que la mano venía pesada. Si llamaban a la policía iba a entrar en acción el
grupo Pan y Rosas para enfrentar a la policía.
Muy temprano salió un grupo a repartir un volante a las fábricas vecinas para hacer
conocido el conflicto. La más activa del grupo era Noemí, quien motivaba y se
preocupaba por dar a conocer el conflicto, y también Manuel, entre los operarios de su
planta.
La patronal estaba muy nerviosa y le había entrado el pánico. Algunos buchones tenían
informados a los patrones por la disciplina reinante. Aníbal es un viejo dueño de la
fábrica y fue sorprendido por el accionar de los operarios que actuaron con métodos
nuevos y que, a la burocracia sindical de la prepotencia, en esta fábrica, no la dejaban ni
pisar la vereda. Esos sindicalistas fueron corridos a empujones y cobraron sin ser fin de
mes.
Aníbal estaba reunido con otros dueños de fábrica que llegaron con urgencia en su
ayuda. Uno de ellos, muy prepotente, le sugirió que llamara a algún responsable de la
nueva comisión que encabezaba Manuel. El emisario enviado por Aníbal era un viejo
empleado, le transmitió las órdenes estrictas del dueño para que se presentara en la
oficina para escucharlos y llegar a un acuerdo gremial.
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Manuel tenía en ese lugar muchos años vendiendo el único bien que poseía, su fuerza de
trabajo. El jornal que recibía no era para amasar una fortuna, solamente era para
mantener a su familia y parar de contar.
El dueño le echó mano al viejo recurso de comprarlo, si venía solo a su oficina. Pero se
llevó una sorpresa con la respuesta que recibió:
—Decile a tu patrón que venga él, todos queremos escucharlo.
El empleado insistió:
—El señor Aníbal quiere hablar con Manuel.
Este le respondió:
—¡Hace tantos años que nos chupa la sangre y hoy nos tiene miedo! Decile que yo no
hago tratos a espaldas de mis compañeros.
El aplauso fue general y varios gritaban vivas a Manuel. Todos estaban haciendo
comentarios y de pronto apareció el dueño con una comitiva bastante numerosa. Al
verlo llegar, un remolino de furia abrazó el pecho de Manuel y de su boca surgió como
un insulto al explotador:
—¡¿Así que usted tenía miedo de enfrentar a un puñado de explotados que le dijeron
basta al atropello?! —dándole a entender que por algunos días habían detenido la tiranía
del orden.
Ante este enfrentamiento sin ningún temor, el dueño de la fábrica prometió pagar todo
lo adeudado delante de todos. El gerente redactó un acta que firmaron las partes. En el
calor de la contienda a Manuel le afloró un hecho importante. Pidió agregar una
cláusula importante en la que la patronal se comprometía a no tomar ninguna medida
contra los que encabezaron las protestas, caso contrario se pararía la producción. La
consigna era “Tocan a uno, tocan a todos”.
Pasado algunos instantes se retiró Aníbal y su comitiva. Estalló el júbilo general y vivas
a Manuel y sus compañeros de esa comisión combativa.
La fábrica de inmediato entró a funcionar sin ningún inconveniente y tomó su ritmo
normal. La nueva comisión planteó un recital en la entrada de la fábrica, con varios
grupos musicales y muchas invitaciones a las fábricas vecinas, como forma de difundir
este ejemplo de lucha de que bien organizados se le podía torcer el brazo a todas las
patronales negreras.
Esa noche todo era alegría y era contagioso, obreros de varias fábricas vecinas llegaron
para felicitar a todos por la valentía desplegada en esos días muy movidos. Saludaban
principalmente a las mujeres, que fueron las más activas, todos estaban orgullosos por
los resultados obtenidos.
El triunfo no los encegueció, ellos eran conscientes que la burocracia sindical no se iba
a quedar chupándose el dedo y que iban a tomar alguna revancha contra los activistas.
Esa noche a las veintidós horas se paró la música, Manuel tomó el micrófono y los
demás hicieron silencio para escucharlo:
—Compañeros, todos estamos muy contentos con el triunfo obtenido. Todos unidos
pusimos coraje y ganamos esta lucha, hoy la patronal depositó el resto del dinero que
faltaba y cumplieron con el acuerdo pactado.
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Y comenzó a relatar quién, desde las sombras, dirigió esa operación. El verdadero
maestro no trabajaba en la fábrica, pero cuando conoció a ese poeta una noche que fue a
recitar, le tomó confianza y lo orientó en cómo proceder.
Y continuó Manuel diciendo:
—Llevo tantos años trabajando en este lugar y no sabía sacarme esa explotación de mi
vida, tuvo que llegar un desconocido que no trabaja aquí y en pocos días todo cambió.
Manuel llamó a David a su lado y los presentes vitoreaban, pidió silencio para hacer uso
de la palabra:
—Compañeros, con placer están celebrando el triunfo y es un ejemplo para otras
fábricas, que más temprano que tarde saldrán y exigirán sus justos derechos. Yo soy de
un gremio muy combativo, como es el de la construcción. Manuel rápidamente me
entendió cuando lo convencí de sacar a patadas de la fábrica no solo a los delegados,
sino también a la burocracia sindical. Al no tener a esos enemigos entre ustedes la
patronal está perdida, como rebelde puse mi grano de arena y ustedes me tuvieron
confianza. No bajen la guardia y protejan a Manuel y al resto de la comisión.
Les advirtió que la burocracia sindical aliada a la patronal buscaría tomarse una
revancha y no se equivocó.
Pasaron varios días, una mañana Manuel bajó del colectivo a pocas cuadras de la fábrica
y de pronto cuatro encapuchados lo sorprendieron y recibió una tremenda golpiza. Lo
dejaron tirado en la calle. Pasaron algunos obreros que iban al trabajo y lo socorrieron.
Llamaron de inmediato a la ambulancia y lo trasladaron al hospital.
La noticia corrió rápido y llegó a la fábrica. De inmediato, en la fábrica se paró la
producción, nadie trabajaba. El patrón, Aníbal, llamó a los responsables, que lo
enfrentaron decididos. Noemí fue la primera en acusarlo delante de todos y le dijo:
—Aquí anda la mano de la burocracia sindical y ustedes son cómplices.
El patrón se retiró de inmediato, los obreros no perdieron el tiempo, cerraron los
portones, un cartel grande decía: "Fábrica tomada, no se trabaja".
Una comisión recorrió las fábricas vecinas informando lo ocurrido, todo el personal
estaba en la entrada haciendo una fogata. La patronal consultó a otros dueños qué
camino tomar.
Érica, ajena a todo lo que ocurría, recibió temprano la llamada del dueño de una fábrica
que atendía, que le pidió que fuera a verlo lo más pronto posible. Ella subió a su coche y
no tardó en llegar. Al entrar, estaba la secretaria esperándola. Rápido la llevó ante él, la
invitó a tomar asiento en su oficina mientras le hacían servir un café. Fue directo al
tema:
—Ingeniera, me tiene que sacar de un apuro.
Comenzó a comentarle que había comprado dos máquinas en China y se las enviaron
sin previo aviso al puerto de Rosario. Llegarían durante el día. Y como ella conocía el
funcionamiento, confiaba en que tenía que estar para recibir esa mercancía. Con la
compra llegaría un técnico que hablaba muy bien el castellano. Para que no viajara sola
la iba a acompañar la secretaria privada del dueño, que era de absoluta confianza y
podía disponer de ella en todo lo que sea necesario. Le adelantó una suma de dinero y le
pidió que viajara de inmediato.
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La ingeniera no dudó, salió afuera de la oficina y se comunicó con David. No le pareció
mal y le pidió que se cuidase en todo momento.
Subió la secretaria al coche y partió de inmediato, viajaron más de tres horas y llegaron
cuando el barco entraba al puerto.
Al día siguiente, se presentó a primera hora para revisar las máquinas. El técnico chino
hablaba bien el castellano y se entendieron de inmediato. Este le mostró la parte más
sensible de las máquinas, ella tomaba nota de todo. Delante de ella, se puso en
funcionamiento, todo estuvo a la perfección y se firmaron los papeles de la entrega. De
este trámite y el acarreo de las máquinas a la capital se encargó la secretaria. Fueron seis
días en total en los que Érica habló con ella solo lo necesario.
Cuando Érica se desocupó y tuvo un tiempo libre se comunicó con David. Este la
atendió a las apuradas y la citó en un lugar nuevo para ella, le pidió reserva y que por
nada fuese a la fábrica. Le pareció que por algún motivo David le habló poco. La
dirección era en Martínez, un barrio muy cheto. Estacionó el coche y a corta distancia,
sonriente, la esperaba David. Se abrazaron con cariño y después fueron a un
departamento muy lujoso de un familiar.
Mientras tomaban café, con mucha tranquilidad, le contó lo sucedido. Aníbal había
tomado personal nuevo. Todos eran de la barra brava de Chacharita. Cuando se paró la
fábrica, por el atropello ocurrido a Manuel, estos elementos con la ayuda de la
burocracia sindical, entraron a destrozar algunos depósitos. Aníbal llamó a la policía y
golpearon a varios obreros, usaron balas de goma contra los obreros desarmados. Noemí
estaba con temor porque podía perder un ojo. Érica escuchó el relato contado fríamente
por David y se la notaba nerviosa, con mucha rabia, más cuando le contó lo de Noemí, a
quien ella apreciaba y le tenía mucho cariño.
David le aconsejó que continuase su tarea normal y discretamente escuchase los
comentarios, pero que no opinara, ni para bien ni para mal.
Se despidió de él, pero con una idea fija: a estos burgueses explotadores los voy a
golpear donde más les duele.
Érica masticando rabia en silencio planeó el sabotaje con mucha precisión, el desgaste
iba a ser lento. Tenía una cámara muy bien protegida donde estaban todos los controles
de la máquina, dejando desprotegida esa zona. Al tercer día terminaría prendiéndose
fuego, quedando solo un montón de hierros inservibles.
A la mañana siguiente, visitó la fábrica de Aníbal, saludó muy cordialmente y le
comentó su viaje a Rosario. Le dijo que el técnico chino le hizo una observación para el
buen funcionamiento de la máquina. Era necesario hacerlo rápido, le pidió dos operarios
para que la ayudasen, ella dejó a Aníbal y entró a la sección de los telares.
Encontró muchas caras nuevas, pronto aparecieron los operarios solicitados. Eran de la
barra brava de Chacarita, trabajó en silencio, casi ni habló. A las tres horas se retiró. En
la otra fábrica repitió el mismo trabajo, allí fueron cuatro máquinas. Se retiró a su casa
sin decirle nada a su compañero y se fue a dormir.
El segundo día repitió su tarea, al final del día eran ocho las fábricas que había
saboteado. Se retiró de cada lugar con una sonrisa a flor de labios, este método lo
utilizaban muchas mujeres para otros objetivos.
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Ella estaba consciente que podía terminar en la cárcel por la tarea que estaba llevando
adelante. Esto no fue una broma, se quería vengar por la represión a los obreros que la
policía enviada por Aníbal había realizado y su grupo de amigos.
Entre los heridos internados estaba su amiga Noemí, que tuvo desprendimiento de retina
y podría perder su ojo.
Esta tarea de vengarse de la patronal no la consultó con nadie. Cuando se lo comentó a
David, él no estuvo de acuerdo. Se paseaba nerviosa y tomaba café. Después de algunos
instantes él la abrazó, le regañó algunas cosas y entró a pensar que la detendría la
justicia y le iban a caer con todo el peso de la ley. David le aconsejó que no siguiera en
su departamento, la iba a ir a buscar la policía. Él le aconsejó sacar sus ropas y
documentos más necesarios, y le dijo:
—Yo te consigo un lugar seguro. De la fábrica olvídate, cuando se pare la primera
máquina explota todo y va a ser en varias fábricas a la vez.
No se equivocó.
Esa mañana, exactamente a las diez, en la fábrica de Aníbal, se incendió la primera
máquina. Hubo desconcierto en el personal, fue imposible apagar el fuego. Ante el
comentario del personal rápido apareció el dueño que se quedó mirando el montón de
hierros fundidos con los ojos desorbitados. Llamó al gerente. Cuando apareció le
ordenó:
—Llame de inmediato a la ingeniera.
Este salió a cumplir lo ordenado, pero regresó de inmediato sorprendido diciendo:
—La ingeniera no me responde. ¡Qué raro!
De pronto, otro dueño de fábrica lo llamó de urgencia, muy nervioso le comentó que
dos máquinas se habían prendido fuego y no se explicaban el motivo. También esté
llamó de emergencia a la ingeniera y no respondió.
Al rato otro llamado. En total eran ocho los dueños afectados. El nerviosismo los afectó,
el seguro no cubría nada, todo corría por orden de ellos, a la vez que se preguntaban
quién revisó las máquinas. Había sido la ingeniera Érica. La sospechosa era ella.
David no perdió el tiempo. Le dijo a Érica que el coche lo llevase a casa de sus padres,
que hablara lo menos posible, que a su hijo le comentase su problema y que pensaba
salir del país. El joven rápido lo entendió, se despidió con muchas lágrimas y regresó
junto a David. Este tenía nervios de acero templado en el combate, sabía lo que se
avecinaba, lo tenía bien claro.
Él esa noche durmió muy poco, visitó a algunos viejos amigos expertos en falsificar
documentos. Casi de inmediato le prepararon todo para Érica a nombre de otra mujer.
En el mayor de los silencios la pasaron de contrabando al Uruguay, compañeros de
absoluta confianza la protegieron, un tiempo pasó inadvertida.
La noche de partida se despidió de David, hubo muchas lágrimas, se abrazaron con
mucho cariño, él le entregó una carta y con mucho amor le dijo:
—Cuando estés más tranquila te invito a leerla.
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Ella subió a la lancha que la estaba esperando. La noche era serena y clara, rompía el
silencio el rugir de los motores.
Mientras, en el barrio de Villa Lynch, donde ella trabajaba, la policía buscaba alguna
pista. No aparecía. Interrogaron a sus padres y nada les informaron. Buscaron por cielo
y tierra, parecía que a la ingeniera se la había tragado la Tierra.
Pasaron varios días, cuando se reunieron los dueños de las fábricas hicieron un balance,
las pérdidas habían sido millonarias. En esos momentos, nada gratos para ellos, el
recuerdo sonriente de Érica cruzó el territorio mental de todos los presentes.
La semana que Érica estuvo en Uruguay no perdió el tiempo y tomó contacto con su
familia en Alemania. Ellos la invitaron y no dudó un instante, con pasaporte falso viajó
para conocerlos y refugiarse en ese país.
Cuando subió al avión, esta vez por voluntad propia, ya en pleno vuelo decidió abrir la
carta de ese hombre que amaba. Con gestos muy apasionados decía:
“Mi querida, che coembota nari (en el dulce idioma guaraní quiere decir mi alegre
amanecer). Siempre recuerdo esa tarde cuando entre sombras moría un día de pleno sol.
Con palabras llenas de ternura nos dimos el adiós. Solo te pedí tomándote de la mano
que jamás me vayas a dejar en ese triste y frío camino que es el olvido.
Al verte partir, sin poder evitarlo, se quedó tu ausencia prendida entre mis brazos.
Regresé a casa meditando, apesadumbrado y triste.
Al entrar en mi pequeña alcoba todo era silencio, con el tremendo peso de tu ausencia
me recosté en la cama a conversar con la soledad y el silencio. En la oscuridad de mi
cuarto tenía la fuerte sensación de que tu rostro se paseaba a mi alrededor con una
sonrisa pura y franca que te cubría.
Yo sé muy bien que si tuviera la audacia de expresarlo no podría evitar decir que
también mis risas y mis poesías transitan alegremente el territorio mental de tu
memoria. No puedo negarlo, tu ausencia se mide con lágrimas. Trato de no
desesperarme, tengo la absoluta confianza de que en algún pasaje de la vida estaremos
juntos y le daremos rienda suelta a nuestros deseos amorosos.
No quiero agregar una sola palabra más. Estaré esperando en el campo de batalla, que es
la calle para nosotros los rebeldes, sin dejar de visitar el viejo puerto observando la
entrada de las lanchas pescadoras, junto al viejo faro donde una vez te vi mientras
paseabas por la playa. Te esperaré siempre”. David
Habían pasado varios años de estos hechos y entraron en el olvido. Vinieron muchos
conflictos más y lo ocurrido en aquellos años en Villa Lynch ya casi nadie lo recordaba.
Las compañeras de Pan y Rosas seguían creciendo cada día más. Realizaban continuas
marchas en apoyo a varias fábricas que entraban en conflicto, el grupo siempre estaba
activo.
El año, a finales de febrero, estuvo bastante caluroso pero entrado el mes de marzo
estaba agradable. Lentamente se iba acercando el 8 de marzo, día internacional de las
mujeres.
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En el localcito en Villa Lynch se preparaban para conmemorar ese día sagrado. A
Noemí le costó reponerse, le llevó mucho tiempo recuperarse de su ojo y tenía que usar
lentes oscuros. Para ese día, la dirección de Pan y Rosas le pidió a David que diera una
charla sobre esa gran dirigente que fue Rosa Luxemburgo, quien había nacido en
Polonia, pero su carrera política la realizó en el movimiento obrero alemán. Ella
integraba un grupo, fue detenida y asesinada, junto al diputado Carlos Liebknecht, por
el gobierno socialdemócrata de "Noske".
La noche del evento, el local estaba particularmente lleno, había muchos jóvenes
estudiantes, curiosos por escuchar a David que era admirado y querido por todos.
Justo a las veintiuna horas paró un coche frente al local, de él bajó a una señora muy
elegante que estaría en los cincuenta años, era hermosa y atractiva. No tardaron en bajar
un joven de treinta y cinco años y su esposa, quien tenía en brazos a un niño de 8 meses.
Los tres avanzaron hacia la puerta, compraron sus entradas al evento y entraron justo
cuando David terminaba su discurso y todos lo aplaudían.
Se hizo un leve silencio cuando la señora avanzó sonriendo hacia él. David la miraba
asombrado, cuando en correcto alemán le dijo:
—Marxistischer Genosse, guten Abend. Geht es dir gut? (camarada marxista, buenas
noches, ¿estás bien?).
La abrazó con muchas lágrimas en los ojos, los concurrentes al evento no entendían
nada. Cuando David recuperó su estado de ánimo, ya más tranquilo, les dijo a los
presentes:
—Hacía tiempo que yo la esperaba.
Noemí la reconoció y corrió a abrazarla. Después Érica tomó el micrófono y les habló a
todos:
—Recién David les habló de una gran dirigenta, si me permite voy a agregar algunas
cosas: cuando la muerte sorprende a Carlos Marx en el año 1883 recae en Federico
Engels la gran tarea de terminar una cantidad de trabajos que dejó inconclusos su gran
amigo, de mucha importancia para el movimiento obrero internacional. Con gran
entusiasmo se entregó a esa tarea mientras, gracias a su conocimiento en varios idiomas,
ayudaba a muchos grupos marxistas que surgieron en muchas partes del mundo. Con
ellos mantenía fluida correspondencia y podían contar con su orientación y consejos. En
él se personificaban los restos de la primera internacional. Con la paciencia y constancia
de un gran revolucionario observaba cómo la clase obrera iba creciendo numéricamente
en Europa. Muchas veces lamentaba que su gran amigo y compañero entrañable no
estuviera a su lado para verlo. Curiosamente Engels fue más conocido que Marx.
Cuando recorrió varios países de Europa, por pedido expreso de sus camaradas, hubo
grandes manifestaciones para recibirlo y agasajarlo. En el congreso de Zúrich, quiso ser
un invitado más, pero a pedido de los congresales tuvo que pronunciar un breve
discurso por el que fue aplaudido de pie.
A esta altura Érica hizo un breve alto en su discurso. David que estaba asombrado por el
manejo del tema, le acercó un vaso de agua. El silencio era total, le sonrió a su hijo, que
no podía entender lo que escuchaba, y los presentes aguardaban con cierta ansiedad.
Pasado algunos instantes retomó el discurso:
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Quiero referirme a un episodio lamentablemente ocurrido en dicho congreso. Los
socialistas polacos, que gozaban de una desproporcionada influencia en la primera
internacional, lanzaban la palabra de orden “Por la independencia de Polonia”,
desviándose cada vez más a posiciones de un sesgo de socialpatriotismo, alejándose
cada vez más de la senda del proletariado. El pequeño grupo dirigido por Rosa
Luxemburgo pedía ser admitido en el congreso de Zúrich, pero el pedido fue rechazado
de pleno. El maestro Plejánov que estaba presente tampoco admitió su ingreso. En
verdad había otras razones, y la principal era que el grupo dirigido por Rosa
Luxemburgo destacaba públicamente los estrechos vínculos con la organización polaca
Proletariado, que había combatido abiertamente al grupo Emancipación del trabajo, que
dirigía Plejánov. Sea como fuere el grupo de Luxemburgo quedó completamente
aislado. A ella se le pidió que abandonara el congreso, sufriendo una ofensa ante la
Primera lnternacional y el propio Engels que no intervino para nada. Muy seria, solo se
limitó a decir: “tengo que convencer a la Primera lnternacional, le probaré la justeza de
mi voz posición”. Callada, al estar sola, se retiró. ¿Habrá disparado palabras de grueso
calibre? Puede ser. ¿Habrá llorado? Tal vez. Esta actitud de grandeza distingue a un
revolucionario, que al ser víctima de una injusticia aparente o real no se apresura a salir
corriendo de la organización que está construyendo, para descargar toda su artillería de
calumnias e injurias. Rosa Luxemburgo tenía bien clara su convicción de que la primera
característica de un revolucionario es su firme adhesión a su organización y su
sensibilidad ante cualquier ataque dirigido contra sus banderas.
Un partido revolucionario no es un pensionado de niños bien, está compuesto por
hombres y mujeres apasionados que en las disputas se dan golpes que a veces pueden
ofender. Después de ese congreso varios componentes de su grupo pasaron a las filas
del anarquismo, otros terminaron en las filas de algún partido burgués de turno en
actitud rastrera y sin convicciones. Rosa Luxemburgo probó ser una discípula de Marx y
Engels, jamás los abandonó y no se alejó del camino que ellos trazaron y continuó en el
socialismo científico, como les dijo David cuando hizo uso de la palabra, hasta que fue
asesinada por el gobierno socialdemócrata junto a su camarada Liebknecht. Este fue el
único diputado que se negó a votar los planes de guerra de Alemania en el año 1914.
Esto demuestra que a los revolucionarios hay que valorarlos no por lo que dicen, sino
por lo que hacen. Otros lentamente comenzaron a dejar el camino correcto para terminar
en el basurero de la historia.
Cuando dio por terminado su discurso, el aplauso general fue interminable, todos
querían estrechar su mano y darle un beso. David más que sorprendido estaba
asombrado, habló sin un papel de anotación, todo eran comentarios de admiración a la
oradora.
Pasado algunos instantes tomó la palabra y agregó:
—Yo creo que el mejor homenaje a esta dirigenta en este 8 de marzo, día internacional
de las mujeres, es entonar el himno de los trabajadores, la Internacional.
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Érica tenía el micrófono con la mano derecha y la mano izquierda bien en alto. A su
lado, David notaba que no había perdido su tiempo en vulgaridades, había adquirido
mucho conocimiento, investigando figuras sobresalientes del movimiento
revolucionario, pero al hablar lo hacía con fuerte acento alemán. Finalizaron cantando a
viva voz los últimos versos de la internacional:
Martín R 8
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Romance de la Miliciana
Mi homenaje a la Guerra civil española
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“De aquel cobarde, cállate, porque me siento ofendida.
No los batieron los moros, ni esa basura italiana.
Los que dejaban huyendo, surcos en las tierras blandas.
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Sé que no fueron los hombres, que de allí Trotsky mandara.
Ni aquellos que en las barriadas obreras la Internacional cantaban.
Fue esa cobarde casta, de burgueses que gobernaban.
Martín R 8
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arrebatadas por la fuerza de las armas, a la vez era el orgullo especialmente de las
milicias catalanas, pues ellas habían salvado a Aragón.
Fue la victoriosa conquista de Aragón donde Buenaventura Durruti adquirió su
legendaria fama como líder militar, y con él las fuerzas que llevó a la defensa de
Madrid, en el mes de noviembre de ese mismo año. Eran las tropas cuya moral se había
forjado en la victoria de Aragón, por lo cual había una razón de mucha importancia, los
éxitos logrados allí fueron bajo la dirección de Durruti, las milicias marchaban en
calidad de un ejército de liberación social, cada aldea arrancada a los fascistas se
transformaba en una fortaleza de la Revolución.
Ellos con estos trabajos realizados habían transformado curiosamente el mundo de la
aldea. Los mismos que iban quedando atrás, marchaban convencidos que ellos iban a
luchar hasta la muerte por las tierras que eran suyas. Los títulos de propiedad e
hipotecas, al no tener ningún valor, eran quemados públicamente. Los aragoneses
festejaban alegremente como se pisoteaba el orden burgués, quedando bien a las claras
que era una guerra de clase contra clase.
La terrible derrota de Badajoz e Irún terminaron con el gobierno de Manuel Azaña.
Todos se preguntaban: ¿por qué cayó Irún? Los hechos están contados por un
observador llamado Pierre Van Passen. Dice este observador: “Lucharon hasta el último
cartucho los hombres de Irún, cuando se les agotaron las municiones les lanzaban
cartuchos de dinamita, cuando se quedaron sin dinamita, en un acto de heroísmo, sin
temor se arrojaban hacia delante con las manos desnudas, cada uno a su hombre,
mientras el enemigo sesenta veces superior los destrozaban a punta de bayoneta”.
Lo que más conmovió a este observador fue la valentía de una joven aragonesa que
batiéndose como leona mantuvo a raya a dos carros blindados, durante media hora,
lanzándoles bombas con nitroglicerina, hasta quedar desarmada.
Entonces los legionarios moros asaltaron la barricada cuya única defensora con vida era
ella, que firme de pie los esperó sin miedo en actitud de combate. Sin piedad la
masacraron, la valentía demostrada por esa joven, contagió a los hombres del fuerte
Marcial que mantuvieron a la distancia durante medio día a 300 legionarios moros,
tirándoles trozos de rocas desde la altura en que se encontraba encaramado el viejo
fuerte.
Está comprobado, y no quedan dudas, que Irún cayó porque al gobierno traidor de
Manuel Azaña se le conocían ciertos acercamientos con los fascistas, ellos no movieron
un solo dedo para suministrarles municiones a sus defensores. Sin olvidar en ningún
momento que las garras traidoras del estalinismo estaban clavadas en todo el cuerpo de
la República española.
Este informe lo dio a conocer el Comité Central de las Milicias Antifascistas de
Cataluña, el 4 de septiembre de 1937. En esta joven aragonesa, yo me inspiré para
escribir la poesía que titulé “Romance de la Miliciana”.
Martín Ruta 8
La gran bailarina rusa, Maya Plisétskaya
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Contaba tan solo con siete años cuando perdió a su padre en una purga del régimen
estalinista acusado de ser admirador de León Trotsky. Al perder a su padre, el hogar
quedó sumido en la angustia y la tristeza. Como era de suponer, no hay explicaciones
posibles para una criatura como era ella.
Cuando las tropas alemanas ocuparon el territorio de la Unión Soviética recién cumplía
sus catorce años. Todo era confusión. Como era de suponer, la juventud rápido se
organizó para ver cómo se enfrentaban al enemigo. Ella integró un grupo de jóvenes que
llevaban y traían información sobre el movimiento de las tropas. Una noche tomó la
tarea de llevar un mensaje mental de su pueblo a otro cercano, el mensaje tenía mucha
importancia sobre el movimiento de las tropas alemanas hacia otra zona. Se le confía a
ella y cumple su arriesgada tarea, si la detenía el enemigo estaba segura que perdería su
vida.
Las temperaturas bajaban a cuarenta grados bajo cero, en esa misión tiene principio de
congelamiento en los pies. Este fue el motivo por el cual tenía que practicar el baile.
Lentamente comenzó a reponerse.
Cuando pasó esa maldita guerra continuó practicando danza bajo la dirección de
reconocidos maestros y su figura empieza a ser reconocida como una bailarina de
mucho talento. Su sueño era llegar a ser bailarina del gran teatro, el Bolshoi de Moscú.
En su carrera ascendente dejó en el camino a muchos hijos de los burócratas estalinistas
que eran solo escoria que estorbaba su camino.
Cuando fue nombrada bailarina estable del Bolshoi de Moscú ya estaba casada con un
gran maestro de música y reconocido compositor. Maya comenzó a recorrer varios
países y su fama tomó amplio vuelo llegando a ser muy respetada.
En cierta oportunidad ella y su esposo llegaron a proponer al director del teatro hacerle
algunos arreglos al Carmen de Bizet. Aquel se horrorizó diciéndoles que ni loco lo
intenteba, le salía mal el arreglo y no solo que lo echaban, sino que de castigo lo
mandarían a barrer nieve. Esta fue la respuesta, pero Maya, que siempre fue una
rebelde, no se iba a dar por vencida tan fácilmente. En su hogar continuó practicando
esos arreglos y estaba muy segura de los arreglos realizados, solo esperaba el momento
de ponerlos en práctica. El momento llegó y no dudó en llevarlo a la práctica.
Llegó a Moscú un emirato árabe de Kuwait a vender petróleo a los soviéticos.
Arreglados los negocios, el primer ministro lo invitó al teatro y allí Maya llevó a la
práctica su arreglo. Cuando terminó la danza el ministro la aplaudió de pie veinte
minutos, ya estaba dada la aprobación.
Estos pequeños hechos en la vida de esta gran bailarina nunca se dieron a conocer, tal
vez, por temor a la represión estalinista.
Martín R8
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