Ontología Axiológica Louis Lavelle

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LA ONTOLOGIA AXIOLOGICA DE LOUIS LAVELLE

1. El libro que comentamos y en torno al cual queremos hacer algunas consideraciones


sobre la Filosofía de Lavelle, es la tesis con que el autor ha obtenido su cátedra de Historia de la
Filosofía en la Facultad de Filosofía, Ciencias y Letras del Distrito Federal de Río de Janeiro.
El fin que se propone en su tesis, según nos lo dice el propio autor en su Conclusión (p.
127), es doble: "el primero ha sido el de presentar un sistema de raro vigor metafísico y, sin
embargo, todavía poco conocido: el lavellismo. Hemos intentado alcanzar esta primera
finalidad a través de tina atenta exposición de las ideas fundamentales de la filosofía de Lavelle.
La segunda, mucho más compleja, consiste en ofrecer una interpretación original mediante una
nueva presentación de los temas centrales".
Para lograr su propósito P. se ha impuesto un trabajo de investigación directa sobre las
fuentes originales -los libros y trabajos de Lavelle- y sobre los trabajos e interpretaciones dadas
por otros filósofos acerca del pensamiento de éste. Hemos de reconocer que en este punto la
obra de P. ha sido llevada a cabo con seriedad científica. El pensamiento de Lavelle está
expuesto casi siempre con sus propios textos. La originalidad del autor reside en haber
ordenado y articulado estos textos dentro de un plan claro, que se ha trazado para hacer ver
desde el y con las propias citas de Lavelle cómo el filósofo francés ha logrado incorporar a su
propio pensamiento los aportes de todos los grandes filósofos, sobre todo de tradición francesa,
no por un eclecticismo fácil sino por una verdadera asimilación a su vasta síntesis, organizada
era una unidad viva por el alma de su propia concepción metafísica.
A primera vista el libro es más bien expositivo. Sin embargo, a poco que lo analicemos, la
obra de P. se presenta como una interpretación del pensamiento de Lavelle, no sólo en cada uno
de sus puntos sino en su organización unitaria.

2. He aquí las líneas fundamentales con que P. sintetiza el rico pensamiento de Lavelle,
dentro de las tres Partes de la obra: 1) el Ser, 2) el Acto, y 3) el Valor. Advirtamos ante todo la
dificultad de ubicar la filosofía espiritualista de Lavelle, que escapa, por eso mismo, a toda
clasificación precisa. De hecho se ha querido ver en la síntesis lavelliana ya un idealismo, ya
un realismo; ya un ontologismo aun panteísta, ya la posición opuesta; ya un existencialismo, ya
un esencialismo. La verdad es que puede tener algo o las apariencias de ellos, a la vez que
parece escapar a todo esquema de cualquier sistema.
El problema metafísico es prime.-o y anterior al gnoseológico, en el pensamiento de Lavelle,
porque lo primero que se revela a la intuición intelectual no es el pensamiento sino el Ser. La
puerta de acceso al Ser es la conciencia. En pos de las huellas de San Agustín y de la filosofía
racionalista francesa, de Descartes y más que todo de Malebranche, ahondando en la
interioridad de nuestra conciencia, lejos de encerrarnos en la inmanencia trascendental de los
idealistas, venimos a dar al ser trascendente como unidad total y unívoca: en nuestra
interioridad consciente se nos de-vela intuitivamente y hace su epifanía el Ser divino.
Para entender mejor la compleja concepción lavelliana, comencemos por recordar que el
filósofo francés distingue entre Ser, existencia y realidad. El Ser es uno y unívoco, y es Dios.
La existencia es nuestro yo personal, que no es un ver o esencia sino que es por participación
del Ser divino, se hace y acrecienta por la realización del valor. La realidad, es el mundo
material de espacio y tiempo, que se interpone fenoménicamente y permite la distinción real
entre el Ser y la existencia.
El Ser es en sí mismo univoco; lo cual lógicamente parece debería conducir a Lavelle al
panteísmo. Sin embargo, esta univocidad no coincide con la de los escolásticos, anota P., pues
no excluye la diversidad y multiplicidad de las existencias por el diverso modo de participar de
este Ser único y total, en que están espiritualmente implantadas.
El Ser en 1avelle, como hace ver P., coincide con el Acto. Con lo cual se quiere afirmar que
el Ser no es estático sino dinámico: Actividad infinita.
Y, por eso mismo, el Ser-Acto es a la vez Bien o Plenitud.
La persona o existencia realiza su esencia por participación del Acto a través del valor.
Este no es en su raíz sino el Bien identificado con el Ser o Acto, en relación con la persona
o la existencia; 1a cual no es una substancia o esencia, sino que llega a ser participando del
Ser divino por la realización del valor por su libre voluntad. De ahí la necesidad de la
realidad del mundo espacio-temporal, para que la persona pueda realiza - el valor y,
mediante tal realización, particular del Bien o Acto del Ser y realizar así su propia esencia.
Si la persona no es sino por participación del Ser, en el que está implantada, y si tal
participación no se lleva a cabo sino por la realización del valor, se ve en seguida el carácter
metafísico de la Ética, y la unidad de Ontología y Ética en la Sabiduría o Filosofía de Lavelle.
Tal unidad sapiencial de Ontología y Ética era el tema que Lavelle se proponía tratar en una
obra, que su muerte le impidió tratar; pero que P. ha logrado esbozar con los textos de otras
trabajos en que el filósofo francés adelantó su pensamiento.
3. - Este abundante y profundo pensamiento de Lavelle, que pretende incorporarse las tesis
opuestas de univocidad y analogía, idealismo y realismo, existencialismo y esencialismo, etc.,
trae aparejados problemas de interpretación muy graves de resolver. De hecho grandes
pensadores contemporáneos lo han clasificado ya en une uno, ya en otro sistema.
Es de lamentar que una obra de tanto rigor y objetividad científica como la de P. no haya
dado lugar a una discusión más detenida para esclarecer estos puntos difíciles de la filosofía de
Lavelle en una actitud más precisiva y valorativa que expositiva de los textos del ilustre
profesor del Colegio de Francia. Con ello se hubiese ganado mucho, incluso para la
comprensión misma del pensamiento laveliano; el cual, sin esta profundización y
discriminación crítica. Se presenta muchas veces como fluctuante y difícil de ser captado en su
exacta significación en cada punto y en su totalidad.
He aquí los temas que, a nuestro juicio, hubiese interesado sobremanera esclarecer para
comprender el pensamiento de Lavelle desde su raíz orgánica: 1) ¿Cuál es el sentido preciso de
la univocidad del ser en su filosofía? y en todo caso, ¿cómo puede subsistir con la afirmación
de la diversidad y multiplicidad del ser? 2) Si el Ser trascendente divino es descubierto en la
inmanencia de la propia conciencia, ¿se trata realmente de una verdadera revelación inmediata e
intuitiva de tal Ser o más bien de un raciocinio implícito a partir de la existencia de la propia
alma? Y si se trata de un des-cubrimiento intuitivo, ¿cómo tal intuición puede liberarse de la
nota de Ontologismo, tanto más que el misino Lavelle confiesa paladinamente su filiación
filosófica de Malebranche? 3) El mundo, ¿es real, posee auténtica realidad en sí mismo. es
verdaderamente distinto y trascendente a nuestra existencia, o sólo se da como un mero
fenómeno que no tiene otra significación que la de servir al desarrollo o actuación de la
existencia de la persona? 4) Si la existencia es sólo autohacerse libre, libertad creadora en cada
acto de la propia esencia, si no es una substancia permanente, ¿no se reincide en el nihilismo
existencialista? Y si no es nihilista, porque la existencia es por participación del Ser divino y
no por un ser propio, no se diluye así la existencia personal en el Ser divino y se viene a dar al
panteísmo?
Tales son los principales problemas, que suscita el sistema de la filosofía espiritualista de
Lavelle. Sin duda que en su exposición P. ha abordado estos temas y, con una gran simpatía
con el autor, ha intentado armonizar estas tesis aparentemente antagónicas entre sí o con la
metafísicas clásica, procurando liberar a su autor del panteísmo, del ontologismo y del
existencialismo. Actitud muy justa y noble la de P.; pero que, para ser más conveniente,
hubiese exigido un estudio más profundo de estos temas centrales de la filosofía lavelliana. De
este modo la benévola interpretación de P. hubiese sido más eficaz. En todo caso, si en algún
punto la filosofía de Lavelle realmente se resiente un tanto de los mencionados caracteres de
que se la acusa, o si no se ve en ella la conciliación de ciertas tesis antagónicas, o si algún
aspecto del sistema queda obscuro, mejor sería reconocerlo lealmente así, a dejarlo sin señalar
o afirmar lo contrario; pues de otro modo no se llega a ver exactamente el alcance de cada una
de las partes y la armonía del sistema total, pese a la afirmación en contrario.

4. Por nuestra parte creemos que esta profundización del pensamiento de Lavelle
permitiría una aproximación y quizás hasta una coincidencia en muchos puntos y aún en casi la
totalidad de ellos con la filosofía clásica y especialmente con la de Santo Tomás, y cuyo
esquema sería el siguiente.
El Ser, Acto o Bien es todo, es decir, es la Perfección infinita divina. Este Ser, a la vez que
es Substancia, es todo Acto o Actividad, va que en Dios el Ser, el Pensar, el Amor y el Obrar se
identifican. La llamada por Lavelle univocidad del Ser sería la carencia de toda imperfección o
potencia, la Perfección o Pureza del Acto: sería una univocidad del Ser divino quoad se, de
Dios mismo. Tesis en sí misma correcta, bien que arbitraria en la adopción de una nueva
significación dada al concepto de univocidad. Entendiendo así la univocidad, se ve cómo
Lavelle puede afirmar simultáneamente con ella la diversidad y multiplicidad dentro del ser;
tesis imposible y contradictoria, si la univocidad hubiese sido llevada a todo el orden del ser, es
decir, si hubiese pasado de la Teodicea a la Ontología.
La afirmación de que la persona no es esencia sino sólo existencia, y no es sitio por
participación del Ser divino, creemos que podría entenderse sin panteísmo, en el sentido de que
todo el ser del hombre no es sino porque -de una manera eminente, es decir, sin su formal
limitación e imperfección está identificado con Dios; la persona humana es como participación
suya, como de su causa. En este punto confesamos que es muy difícil salvar a Lavelle del anti-
esencialismo substancialista, si nos atenemos a sus textos; y que su concepción, por lo menos,
fácilmente puede inducir a error y parece aproximarse excesivamente al existencialismo.
Cuando Lavelle afirma que el alma no es substancia, por el contexto parecería más bien querer
excluir de ella un carácter puramente estático y afirmar su dinamicidad, subrayando ante todo
su perfectibilidad y, en este sentido, que ella no es sino que se hace.
Decir que la persona no se realiza sino realizando el valor -que es la proyección del Acto o
Bien en el hombre- es retomar, bajo otra conceptualización, la tesis tomista de que ningún ser
se perfecciona sino en origen a la consecución de su fin y, en el caso del hombre, sin la
ordenación consciente y libre hacia su último Fin o Bien divino, mediante la adopción de los
bienes intermedios o valores, que actualizan la voluntad en dirección a la consecución de
Aquél.
El sentido ontológico de la Ética de Lavelle, que -como lo subraya P.- conduce a la unidad
de la actividad teorético y práctica en la Sabiduría o Filosofía, es también una tesis
esencialmente tomista, de la que expresamente nos hemos ocupado en nuestro libro Los
fundamentos metafísicos del orden moral.
En cuanto a la realidad del mundo, en una conceptualización que evoca más de lo conveniente
al existencialismo, Lavelle subraya su carácter eminentemente instrumental o de intermediario
entre el Ser- (Dios) y la Existencia (el hombre). ¿Ha querido negar con ello su auténtica
realidad en sí o substancial para reducirlo a su mero parecer? No lo creernos. En todo caso su
doctrina de la participación, por la cual existencia (persona) y realidad (mundo) son por el Ser
divino, parecen librarlo en este punto de todo fenomenismo.

5.- La obra de Lavelle es el fruto más de penetrantes intuiciones de una mente superior que del
raciocinio minucioso y analítico de una concepción desarrollada paso a paso y con todo rigor
sistemático. Este mismo carácter hace que ciertos aspectos de su síntesis -como los
mencionados- queden un tanto en la penumbra y ambigüedad, y exijan un estudio analítico más
detenido que determine si¡ exacto alcance en sí mismos y su armonía en el conjunto doctrinario.
Por temperamento e inteligencia Lavelle se encuadra en la línea del más auténtico
espiritualismo racionalista francés, confesadamente en pos de Descartes y Malebranche. Esta
es su fuerza y ésta es también su debilidad. Adolece de los defectos propios del racionalismo,
que provienen de su menosprecio o, por lo menos, de su descuido de la experiencia. Su
filosofía es la debelación intelectual, siempre penetrante y por momentos genial, de si, propia y
extraordinaria experiencia espiritual. Porque la verdad es que en pocos filósofos
contemporáneos como en Lavelle la propia vida espiritual y la filosofía están tan fuertemente
unidas e ínter penetradas y en tan alto grado. Embelesado en la contemplación del Ser,
descubierto en 1o más hondo de su propia conciencia, en un raciocinio inmediato que él creía
intuición, Lavelle, busca expresaría en toda su fuerza y frescura original en una formulación
propia, que, a nuestro modo de ver, no alcanza a conceptualizar siempre justamente, con el
riesgo de desnaturalizarla, y que en todo caso crea un difícil problema de hermenéutica, que aún
no ha sido resuelto.
Contribuir a esta solución, ofreciendo una visión objetiva de toda la filosofía de Lavelle en sus
puntos fundamentales y en su síntesis total, ha sido precisamente el intento de este libro de P. Y
debernos reconocer, que, si bien algunos puntos exigen aún más exhaustivo estudio para lograr
una cumplida dilucidación, la obra de P. es una de las contribuciones más serias y vigorosas
realizadas hasta el presente para alcanzarla.

Mons. Dr. Octavio N. Derisi

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