Pensar La Educación en Tiempos de Pandemia Tomo II

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Pensar la educación

en tiempos de pandemia II
Pensar la educación
en tiempos de pandemia II
Experiencias y problemáticas en Iberoamérica

Inés Dussel, Patricia Ferrante


y Darío Pulfer (compiladores)

Miguel Alfredo Liliana Mayer


Nicolás Arata Germán Moncada
Karina Batthyány Ricardo Morales-Ulloa
Eloísa Bordoli Carla L. Paz
Irma Briasco Francesc Pedró
José Antonio Castorina Cristian Pérez Centeno
Agustina Corica Paula A. Pogré
Ricardo Cuenca Darío Pulfer
Gabriela Czarny María Teresa Rojas Fabris
Inés Dussel Patricia Sadovsky
Yenny Eguigure Gisela Salinas
Patricia Ferrante Carlos Skliar
Pablo Granovsky Alejandro Tiana Ferrer
Silvina Gvirtz Daniel Tirado
Martha Cecilia Herrera-Cortés Rosa María Torres Hernández
Walter Omar Kohan Vanesa Verchelli
Jorge Larrosa
Pensar la educación en tiempos de pandemia II: experiencias y problemáticas en
Iberoamérica / Inés Dussel... [et al.]; compilado por Inés Dussel; Patricia Ferrante; Darío
Pulfer - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires: UNIPE: Editorial Universitaria; CLACSO,
2020.
Libro digital, PDF - (Políticas educativas; 7)

Archivo Digital: descarga y online


ISBN 978-987-3805-55-4

1. Acceso a la Educación. 2. Estrategias de la Educación. 3. Política Educacional.


I. Dussel, Inés, comp. II. Ferrante, Patricia, comp. III. Pulfer, Darío, comp.
CDD 370.9

UNIPE: UNIVERSIDAD PEDAGÓGICA CLACSO: CONSEJO LATINOAMERICANO


NACIONAL DE CIENCIAS SOCIALES
Adrián Cannellotto Karina Batthyány
Rector Secretaria Ejecutiva

Carlos G.A. Rodríguez Nicolás Arata


Vicerrector Director de Formación y Producción Editorial

María Fernanda Pampín


Directora Adjunta de Producción Editorial

UNIPE: EDITORIAL UNIVERSITARIA


Luz Azcona y María Teresa D’Meza Pérez
Edición y corrección

Diana Cricelli
Diseño y diagramación

Diseño de cubierta a partir de arte de Natalia Ciucci

Foto de cubierta: cuadernillo dejado por docentes en un alambrado del camino


Las Piedritas, Olavarría, Provincia de Buenos Aires, 2020 (gentileza Juan Roa).

Pensar la educación en tiempos de pandemia II. Experiencias y problemáticas en


Iberoamérica
Inés Dussel, Patricia Ferrante y Darío Pulfer (compiladores)
© De los artículos, las y los autores
De la presente edición:
© UNIPE: Editorial Universitaria, 2020
Piedras 1080 - (C1070AAV) Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina
www.unipe.edu.ar
© CLACSO: Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, 2020
Estados Unidos 1168 - (C1023AAB) Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina
www.clacso.org

1ª edición, en pdf, diciembre de 2020

Se permite la reproducción parcial o total, el almacenamiento o la transmisión de este libro,


en cualquier forma o por cualquier medio, sea electrónico o mecánico, mediante fotocopias,
digitalización u otros métodos, siempre que: a) se reconozca la autoría de la obra original y se
mencione el crédito bibliográfico de la siguiente forma: Dussel, Inés; Ferrante, Patricia y Pulfer,
Darío (comps.), Pensar la educación en tiempos de pandemia II. Experiencias y problemáticas en
Iberoamérica, Buenos Aires, UNIPE: Editorial Universitaria-CLACSO, 2020; b) no se modifique
el contenido de los textos; c) el uso del material o sus derivados tenga fines no comerciales; d) se
mantenga esta nota en la obra derivada.

ISBN 978-987-3805-55-4
Índice

PRESENTACIÓN

Inés Dussel, Patricia Ferrante y Darío Pulfer ....................................... 9

MIRADAS REGIONALES
Una vez más, la igualdad
Jorge Larrosa ......................................................................................... 17

Sobre la incertidumbre educativa. Continuidades, discontinuidades,


interrupciones y vacíos
Carlos Skliar ........................................................................................... 31

¿Y ahora qué? Políticas y formación docente en América Latina


Paula A. Pogré ........................................................................................ 45

La educación y el trabajo ante la emergencia del covid-19. Una mirada


de la educación técnico-profesional
Irma Briasco, Agustina Corica, Pablo Granovsky, Vanesa Verchelli
y Miguel Alfredo ..................................................................................... 59

Covid-19 y educación superior: crisis y ventanas de oportunidad


Francesc Pedró ....................................................................................... 73

La educación superior en América Latina. Situación y futuros frente


a la emergencia del covid-19
Cristian Pérez Centeno ........................................................................... 87

EXPERIENCIAS NACIONALES
La estrategia Aprende en Casa para la educación básica en México
en la pandemia
Rosa María Torres Hernández .............................................................. 101

¿Qué cambios educativos nos puede traer el coronavirus? Algunas


reflexiones desde la experiencia española
Alejandro Tiana Ferrer .......................................................................... 111
Sobre la incertidumbre educativa.
Continuidades, discontinuidades,
interrupciones y vacíos
Carlos Skliar

Este texto pone en consideración algunas ideas y percepciones, provisorias y pre-


carias, acerca del acontecimiento educativo durante la pandemia, a partir de la
reelaboración de una serie de conversaciones virtuales en el país y en la región,1
que retratan en un tono de incertidumbre el antes-durante-después de las for-
mas, espacios y tiempos escolares.

LA PRETENSIÓN DE LA CONTINUIDAD

A poco de declararse la pandemia y establecerse el confinamiento y el distan-


ciamiento social, la actividad en torno a lo educativo entró en ebullición, fue
incesante y también agotadora; los límites y los umbrales de aquello que pue-
de ser considerado como acción escolar se expandieron de inmediato en varias
direcciones: el reparto de bolsones de comida para las familias azotadas por el
hambre, la búsqueda inclaudicable de estudiantes de todos los niveles con difi-
cultades o ausencia de conectividad, las reuniones con el propósito de crear una
organización institucional en ausencia de institución física, la generación de ma-
teriales no previstos con antecedencia, la capacitación para docentes en modos
de transmisión de contenidos y recursos, etc.

1. Me refiero aquí más específicamente a encuentros virtuales junto a: Plan Ceibal y la


OEI (Uruguay), Programa Charla con Maestros (Ministerio de Educación de Colombia),
Programa Parche Maestro (Medellín, Colombia), Consejo Mexicano de Investigación
Educativa (México), Programa Ciudades más humanas (Municipalidad de Rosario), Ci-
clo Conversaciones con cualesquiera (red facebooklive), Ministerio de Educación de la
Provincia de Tucumán, Instituto de Investigaciones en Ciencias de la Educación (Uni-
versidad de Buenos Aires), Fundación Conexión 360º (Argentina), Estrategia entre Pa-
res (Alcaldía de Bogotá, Colombia), Universidade dos Açores (Portugal), Universidad
Nacional de Rosario, Reuniones inter-cátedras con universidades del Norte de Chile,
Arquitectos sin fronteras de Galicia (España), Ciclo Libertad y Responsabilidad por la
palabra (PEN, Argentina), Ciclo Pensar en tiempos turbulentos del Hospital Italiano
(Argentina), además de conversaciones cotidianas con distintos Institutos de Forma-
ción Docente de la Argentina y de escuelas del país y de la región.
32 PENSAR LA EDUCACIÓN EN TIEMPOS DE PANDEMIA II

Además, tal acción se extendió hacia febriles debates filosóficos, pedagógicos,


antropológicos, políticos, sociológicos; ciclos de intervenciones públicas de espe-
cialistas organizados por ministerios, secretarías, organizaciones no gubernati-
vas, sindicatos, escuelas; una prensa escrita y televisiva volcada hacia la dilucida-
ción de los problemas más álgidos del presente escolar; controversias múltiples y
acérrimas sobre el desempeño, la tarea y el rol de las familias, el aprendizaje y su
evaluación; la presencia cotidiana de una escuela televisada, entre muchas otras.
Los conmovedores relatos de las acciones escolares de maestras y maestros
comenzaron a darse a conocer y a diseminarse, motivados por la solidaridad y la
responsabilidad: la entrega de tareas a los estudiantes surcando ríos caudalosos
en canoa, kilómetros hechos en bicicleta para hacer llegar cuadernillos de estu-
dio a niñas y niños, la asunción de gastos comunes de conectividad compartidos
entre docentes y familias, etcétera.
En el transcurso de las conversaciones fue posible apreciar una serie de movi-
mientos o de variaciones a propósito de un interrogante que recorrió de inmedia-
to la vida pública y privada, y que aún resuena: ¿siguen las escuelas, continúan en
esa multiplicación de acciones escolares? Y de ser afirmativa la respuesta: ¿qué es
lo que sigue o continúa en medio del distanciamiento y el confinamiento social?
¿Puede algo continuar, cuando el resto de la vida social se interrumpe? ¿Puede
continuar cuando las vidas singulares parecen quedar detenidas, boquiabiertas,
incluso perplejas delante de la fina línea que divide la salud de la enfermedad y
de la muerte?
Intentar una respuesta será siempre clausurar la pregunta, pero quizá sea po-
sible detenerse a pensar unas líneas en ello: al mismo tiempo que fue explícita la
pretensión de una cierta continuidad pedagógica –al menos en lo que se refiere
a la gestión estatal y a la instalación de una trilogía básica: envío de tareas, rea-
lización y evaluación del aprendizaje– también existieron fenómenos concretos
de discontinuidad, interrupción, ruptura y vacío, todo a la vez, o en fragmentos
distintos de formas, tiempos y espacios.
Ahora bien: el hecho de que hubiera (la pretensión o la afirmación de una cier-
ta) continuidad pedagógica, ¿supuso que hubiera (la pretensión o la afirmación
de un) aprendizaje en la misma dirección, es decir, en el sentido de lo planificado,
registrable, evaluable?
«Aprendí a sumar, a multiplicar. Aprendí a extrañar», escribió un niño pe-
queño en su cuaderno para contestar el interrogante planteado a distancia por su
maestra. «Aprendí que prefiero la escuela en la escuela y no en mi casa», registró
una niña en el WhatsApp de su clase. «Aprendí que hay que cuidarnos para que
pueda volver ver a mis amigas de la escuela y a todos los que todavía no son mis
amigos», dijo una niña de doce años en un zoom de su colegio.
Claro está que hubo y que hay que escuchar mucho más a la niñez en este
tiempo incierto, por supuesto, pero no en un lenguaje jurídico, técnico o textual,
sino en un plano igualitario, ya que pareciera ser una de las claves del presen-
te y futuro reencuentro en las escuelas: la cuestión no es tanto la acumulación
de testimonios sueltos, sino el gesto de la conversación, olvidado o perimido o
puesto bajo condiciones experimentales del diálogo, es decir, qué hacer con lo
SOBRE LA INCERTIDUMBRE EDUCATIVA 33

escuchado para darle sostén, continuidad, duración, espesura; cuáles preguntas


valen la pena que sigan siendo preguntas, y qué se transforma en la actividad
común de lo escolar.
Cuando un niño pequeño describe que no puede estudiar en su casa porque su
padre necesita los datos del teléfono para trabajar, cuando una niña apostada en
una ventana siente y piensa –y escribe– que el mundo continúa de algún modo
pero su vida no, cuando un niño ciego cree percibir que todos allí afuera se han
muerto, cuando una niña le pregunta a su maestra si es de verdad o de papel:
¿se trata de frases sueltas, de testimonios que se toman como anécdotas provi-
sorias, de frases enunciadas desde los márgenes que pueden provocar sorpresa,
complicidad o dolor, y que enseguida se olvidarán? ¿O son el centro mismo de
una conversación que insta a reinventar la educación? ¿Son su punto de partida?
Aprender no es instantáneo o, al menos, no es algo que procede de la inme-
diatez ni es un reflejo cristalino de una enseñanza sino de un acontecimiento que
demora en darse cuenta. Aprender, pues, es darse cuenta en uno mismo lo que
es reconocible para otros, y por ello es fundamental dar un tiempo y un lugar
para que ocurra, prestando mucha atención a la escena tensa que se plantea entre
la experiencia igualitaria, las exigencias de rendimiento y la insistencia de una
racionalidad evaluadora. Según cómo se desate ese nudo entre igualdad/exigen-
cia/evaluación será posible saber si algo se ha aprendido o no.
Por supuesto que existen intuiciones a propósito de lo que se pudo y se podría
aprender en esta temporalidad inédita, y quizá no sea lo típico o lo tipificado
hasta aquí: hay algo en torno de la generosidad y de la mezquindad, de la solida-
ridad y del egoísmo, de la necesaria presencia del Estado, del papel de la ciencia,
de la responsabilidad o no de la palabra, de las contingencias y de la finitud, de
la fragilidad, del sentido y del sinsentido del presente, de lo trascendente y de lo
banal y, por fin, de que educar tiene que ver con aprender a cuidar el mundo para
que no se acabe, sí, pero también con aprender a cuidarse de ciertos aspectos del
mundo para que no se extinga lo humano.
Sin embargo, ¿son estas las cuestiones que las escuelas se proponen enseñar o
poner sobre la mesa en el escenario formativo para ser, en otro tiempo y de otro
modo, aprendidas? ¿O han sido justamente aquellas con las que se han encon-
trado de frente, sin posibilidades ni deseos de disimularlas, de disfrazarlas, de
ocultarlas, de subestimarlas?
En este contexto de desmoronamiento comunitario y corporal, plural y sin-
gular, una cierta versión de la continuidad pedagógica estrechó sus filas con de-
terminadas tecnologías para insistir en el reinado del aprendizaje y del conoci-
miento utilitario.
Las escuelas, los colegios y las universidades se vaciaron en sus espacios pero
no en su esfuerzo por crear más y más actividades: todo se hizo y se sigue hacien-
do a distancia, como es de prever debido a la coyuntura, aunque no habría que
olvidar que antes de la cuarentena buena parte de los sistemas educativos ya ten-
dían a ello o deseaban hacerlo de una vez. La tecno-educación había invadido las
aulas en buena parte de las prácticas y el mercado había apostado decididamente
por la posibilidad de hacer de las instituciones de formación ambientes virtuales.
34 PENSAR LA EDUCACIÓN EN TIEMPOS DE PANDEMIA II

Pero ¿a qué puede llamarse tecno-educación, sin confundirse con la idea


siempre presente de la implementación de nuevas tecnologías en la escuela? Más
allá de este contexto de incertidumbre y de compleja gestión –en el que la apues-
ta por la continuidad requiere de conectividad, aún sin lograrlo en términos de
masividad, gratuidad y equidad– consistiría en suponer que la conexión ya es de
por sí la comunicabilidad, ya es el encuentro y ya es lo que se hace en común; que
el atributo de comienzo sea comprendido como un valor de principio o, dicho de
otro modo, que se anteponga la determinación de un formato tecnológico a la
pregunta por el sentido de aquello que se hará conjuntamente, y que ese sentido
quede recluido o postergado en virtud de la herramienta y de la estructura que lo
determina y moldea.
Cuánto venía siendo lo humano tecnología en sí es algo que puede y debe dis-
cutirse, pero la invasión en estos tiempos críticos de recursos, formas, estrate-
gias, diseños, herramientas, programaciones, todos ellos afiliados a la idea de
virtualidad crea una preocupación que resulta insoslayable. Por supuesto que
la pregunta que habría que dejar expuesta aquí tiene que ver con aquello que es
necesariamente provisorio –como solución pragmática delante de una coyuntu-
ra inédita– y aquello que es o será más o menos permanente –como lenguaje e
ideología más allá de la coyuntura.
Como bien señaló hace tiempo María Zambrano (2007: 143): «[...] la pregunta
que cada hombre se debería de hacer a solas y aun hablando con los demás, la que
debería de constituir el centro de todos los debates y que por el contrario viene a
ser constantemente soslayada: la pregunta de si es posible que el hombre exista
sin decaer en una condición infrahumana si se entrega solamente a la actividad
de la que se derive un lucro inmediato, y si el conocimiento ha de estar medido y
sometido a su poder de aumentar el progreso técnico» (Zambrano, 2007: 143).

LA DISCONTINUIDAD, LA INTERRUPCIÓN,
LA RUPTURA Y EL VACÍO

Existe la sensación de que durante el comienzo del confinamiento y del distan-


ciamiento lo que se intentó o lo que se pudo fue el hacer hacer, ocupar a los niños
y a los jóvenes, replicar horarios, repeticiones y rutinas; como si fuera posible
reconcentrarse en un mundo que está en aislamiento y olvidarse de lo que más
angustia y conmueve.
Así vistas las cosas, así sintetizadas, es factible que la imagen de lo escolar haya
quedado en aquel comienzo desdibujada, revelando una suerte de simplificación
de sí misma. La idea de escuela y de educación en cuarentena no lograba, bien al
principio, vencer el mandato oscuro del utilitarismo –no perder el tiempo, seguir
aprendiendo– y en casi todos los países educadores, familias, niñas, niños y jó-
venes con posibilidades de conectividad, vivieron bajo los efectos de esa peculiar
forma de desafiliación del tiempo libre –que tanto se pregonaba entre filósofos
y artistas– y de filiación con la labor: resolver tareas, sacar provecho, cumplir
horarios, no perder el ritmo de los aprendizajes, ser evaluados constantemente.
SOBRE LA INCERTIDUMBRE EDUCATIVA 35

Hubo, tal vez, una confusión entre medios y metas, de la tarea con su posible
trascendencia, de la labor y de la acción, del aprender por medio de y aprender
con alguien, de la conectividad, de la comunicabilidad, del contacto y del tomar la
palabra. Y hubo, además, un profundo agotamiento y hartazgo que aún perdura:
la imagen de la tarea educativa como un tele-trabajo a destajo y siempre precario,
que aumentó el malestar al interior de una civilización tecnocrática impregnada
por una sensación de fugacidad y de agotamiento cada vez más intenso y exten-
dido. Y este sentimiento, como escribe Peter Sloterdïjk: «Es indisociable de la
conciencia de que nuestra ‘sociedad’ [...] está estresada a causa de su autocon-
servación, que exige de nosotros un rendimiento insólito» (Sloterdijk: 2017: 13).
Con el paso del tiempo, la percepción de continuidad pedagógica quizá mutó
hacia una discontinuidad o, para expresarlo con más nitidez: las comunidades
escolares dejaron de asumir únicamente la ingeniería árida de enseñanza/apren-
dizaje/evaluación y, como tantas otras veces en la historia reciente y pasada, to-
maron para sí la responsabilidad de hacer resurgir de las cenizas a los dañados
y rotos por la crisis sanitaria, económica, social y cultural, producto de la pande-
mia y de otras hecatombes recientes.
La potencia de los gestos educativos se volcó, pues, hacia el cuidado, la com-
pañía, la hospitalidad, la conversación a propósito del mundo y de la vida, la pro-
tección, el dolor, el riesgo, la incertidumbre. Ya no se trataba de una cuestión de
formato sino de una urgente búsqueda de presencias y de existencias, no era un
problema de estar ocupados sino de estar juntos, y no se trataba tanto de tareas
como de lecturas.
Sobrevino así –de un modo siempre parcial, en ciertas comunidades– aque-
llo que podría denominarse como la entrada más filosófica y más artística de la
acción educativa, es decir, la búsqueda de otros lenguajes y otros vínculos para
socorrer y dar sostén a la población escolar, el deseo de encontrarse –virtualmen-
te, sí– para que valga la pena una conversación a flor de piel sobre los miedos,
los dolores, la rareza infinita de un tiempo que muchas y muchos sentían como
congelado. Sobrevino, pues, el ejercicio de la pregunta, la poesía, el cine, el tea-
tro, el juego, la música, el dibujo, los recursos audiovisuales vinculados, en fin, un
tiempo de acompañarse haciendo cosas juntos, que también –y decididamente–
es formativo y da cuenta de la esencialidad de las escuelas.
Pero llegados a este punto habría que hacer una reflexión necesaria, sobre
todo por lo que vendrá cuando sea posible el regreso masivo a las aulas: tanto
la continuidad como la discontinuidad suponen por definición la existencia de
alguien al otro lado y, como bien se sabe y no abundaremos aquí en ello, tal ima-
gen es mezquina y encubre la complejidad y la diversidad de lo acontecido. Para
no dar rodeos: lo que ha existido y existe para muchas y muchos es una completa
interrupción, la ausencia, el vacío. Y en el análisis de esta cuestión no interviene
solo la cuestión de la conectividad sí o no –y aquí habría que incluir también sus
matices: poca conectividad, breve, inestable, aleatoria, etcétera– pues la desco-
nexión no ha sido solo literal, y el abandono bien puede ser una expresión de
otras percepciones y sensaciones a propósito del sentido de lo escolar en estos
tiempos convulsos.
36 PENSAR LA EDUCACIÓN EN TIEMPOS DE PANDEMIA II

Lo cierto es que esta época pandémica deja y dejará individuos y comunida-


des intactas, dañadas y rotas. Esta suerte de descripción literaria de lo humano
pertenece a Herta Müller y fue escrita hace más de cincuenta años en una confe-
rencia titulada El tic-tac de la normalidad (Müller, 2011).
La descripción no refiere tanto a causas u orígenes, sino a consecuencias, efec-
tos; no tiene que ver con cómo se viene al mundo, sino con qué hace el mundo
con los que recién llegan a él y bien o mal sobreviven. Reconocer entonces que
la educación debería asumirse ética y ello supone inclinar sus acciones hacia los
dañados y rotos, a quienes el mundo desigual les ha castigado porque sí, porque
convida a una celebración de pocos, mientras que muchos, si no la mayoría, no
pueden, no disponen de políticas de sostén a su alcance o de fuerzas propias para
procurar los recursos para la sobrevida y la vida.

UNOS PASOS ATRÁS

Quizá haya que retroceder algunos pasos y poner en debate la educación antes de
la infausta pandemia e, incluso más, discutir la relación entre época y educación:
una serie de malestares globales acechaba y acecha a la humanidad y a sus proce-
sos formativos. La aceleración frenética, el individuo llamado a ser solo carente
o abundante, la carrera en la procura de las novedades, el tiempo saturado por el
exceso y por la falta de trabajo, la ilusión de la conectividad y la comunicabilidad
efectistas e inmediatas, tener que adaptarse a toda esta hamsterización de girar
en una rueda sin sentido y bajo la exigencia de una curiosa y contradictoria felici-
dad, como hemos comentado en textos recientes (véase, sobre todo, Skliar, 2019).
La imagen es brutal y habitual, aunque no por ello menos extraña y angustiosa
para los sistemas educativos: el imperio de la novedad induce a olvidarnos del
pasado y a enterrar demasiado pronto los tesoros que la humanidad ha creado
desde hace siglos. La prevalencia del Homo œconomicus, sin duda, es la peor
de las calamidades, porque insiste en desechar todo lo que en apariencia resulta
inservible o inútil en virtud del progreso desaforado.
La razón neoliberal, que de esto se trata, no es un accidente natural ni una
simple forma de degradación democrática solo en sus aspectos económicos o fi-
nancieros; es, más bien, la transformación misma de cada espacio-tiempo de la
existencia humana en un dispositivo económico; no tiene que ver con la corrup-
ción de la democracia sino con su reemplazo por otra racionalidad bien distinta:
«Por el contrario –escribe Wendy Brown– la razón neoliberal, que actualmente
es ubicua en el arte de gobernar y en el lugar de trabajo, en la jurisprudencia,
la educación, la cultura y en una amplia gama de actividades cotidianas, está
convirtiendo el carácter claramente político, el significado y la operación de los
elementos constitutivos de la democracia en algo económico» (Brown, 2017: 18).
La supremacía del Homo œconomicus puede haberse autoinfringido una he-
rida letal en estos tiempos de pandemia, pero también puede que no se permita
ninguna herida y que haya agudizado aún más sus trampas mortales para no per-
der ni un céntimo de su dominación y de su riqueza. En su descuido y desprecio
SOBRE LA INCERTIDUMBRE EDUCATIVA 37

histórico por el mundo y por la vida, ha sometido a la gente a procesos experi-


mentales de todo tipo: ¿hasta dónde se soporta el hambre? ¿Hasta cuándo se
aguanta la precariedad laboral? ¿A cuántas personas entretenemos y distraemos
mientras todo se desploma? ¿Cuánto desarrollo y progreso tecnológico acaba por
arruinar el planeta? ¿Cómo se desmontan paso a paso los sistemas de salud, de
educación, de seguridad social y se ofrecen a cambio migajas de derechos civiles
a cargo y costa de los interesados? ¿Cuánta infancia y cuánta ancianidad pueden
arrojarse a la hoguera para que solo exista un sistema adulto de consumo puro y
de puro progreso y productividad?
Bajo la ilusión del progreso, el mundo se autodestruye y la niñez y la huma-
nidad parecen haber perdido su posibilidad de infancia; como bien lo expresa
Marina Tsvietáieva: «¿El progreso? Pero ¿hasta cuándo? ¿Y si llegamos al fin
del planeta –un avance hacia delante– hacia la fosa? El movimiento hacia delan-
te, no hacia el fin-logro, sino hacia el fin-destrucción. ¿Y si una generación tras
otra de dioses terrenales de algún modo enseñara al planeta a no acabarse, si lo
salvaguardaran del no-ser? El final o la infinidad de la vida terrenal, igualmente
terrible ya que es igualmente vana».
Buena parte de los sistemas educativos conducía sus procesos formativos ha-
cia procesos informativos bajo el revestimiento de la novedad, pues el mundo
se ha vuelto, en esencia, una máquina de producir y transmitir signos que dan
cuenta del estado actual o actualizado de las cosas; sin información se está fuera
del mundo, se dice; es imprescindible para conocer, para opinar, para pensar,
para actuar, para trabajar o para buscar trabajo, para tener éxito o asistir al éxito
de otros: tal es el credo de los medios de comunicación dominantes, de la indus-
tria del entretenimiento y, en consecuencia, de una buena parte de la educación.
Los motores de búsqueda reemplazan las preguntas por respuestas factuales,
la trascendencia de los sucesos y de las personas está ordenada sobre la base de
condecoraciones que derivan de cálculos y probabilidades, no hay maestros sino
rápidos consejeros y especialistas o panelistas, y aquella gracia que consiste en
decir que el mundo está allí, la vida está allí, es solo buscar, es solo obtener,
acopiar, hacer archivos, ha dejado de ser graciosa o inocua para pasar a ser una
verdad tan tiránica como lo es su sensación de languidez.
Estar informado pasó a ser una virtud o un atributo de época, aunque ello
suponga un estado de tensión y nerviosismo constantes, aunque los ojos se des-
garren y se cuezan dentro de las pantallas y se desangre la cuestión del qué nos
pasa en otra cuestión, solo en apariencia semejante pero bien distinta, expresada
en términos de qué pasa.
El carácter efímero de la información es directamente proporcional a su arro-
gancia de progreso: más tarde o más temprano se encontrará lo requerido e ig-
norado hasta aquí, más tarde o más temprano se sabrá. Es cuestión de buscar, sí,
pero sobre todo se trata de esperar que la operación informativa se revele como
real, que sea ella misma la realidad, que la realidad no sea más que un conjunto
de informaciones o, lo que es más complejo y arduo todavía, la transformación
de lo real en actual, la actualidad en lugar de la realidad, estar actualizado en
nombre de un deseo de realidad.
38 PENSAR LA EDUCACIÓN EN TIEMPOS DE PANDEMIA II

En tiempos de pandemia la información es crucial, por supuesto, siempre y


cuando no repita su juego de perversidad monopólica y mezquindad sectorial,
lo que resulta acaso imposible. Y lo es, no tanto por el hallazgo o no de alguna
verdad imprescindible –la del cuidado, la del funcionamiento de las ciudades, la
médico-científica, la de la subsistencia económica, etcétera–, sino por la especu-
lación miserable de los emporios mediáticos y por el reaseguro en cautiverio de
las audiencias como mercancías.
El imperio de la novedad corresponde, originariamente, al mundo de la pro-
ductividad y del consumo; allí encontró su dinámica inicial –la novedad no como
un acontecimiento sino como el surgimiento de un objeto o modelo nuevo– y
aliándose a la velocidad espectral del tiempo ocupado, del no hay tiempo que
perder, asimiló toda la complejidad de la experiencia a una supuesta posibilidad
única: que lo nuevo es lo que ya vendrá, que lo nuevo no coincide con esto que
nos pasa sino con lo por venir, siempre otro distinto.
El experimento de descarte de lo propio y de ansiedad por aquello que todavía
no se posee, necesitó de un paso especulativo más en el desarrollo del experimen-
to: que lo nuevo impropio no fuera tanto el objeto en sí, la cosa, el producto, sino
su anclaje a lo que comunica, a lo que dice o desea hacer decir, tanto en quien lo
aprecia y lo obtiene como en quien aún carece de él: «Algunos lo llaman capita-
lismo cultural, otros economía inmaterial, sociedad del espectáculo, biopolítica,
sociedad de la información. Con el nombre que se le quiera dar, la importancia
radica en que estas designaciones constatan una nueva relación entre producción
de capital y producción de subjetividad. El capital no solo penetra en las esferas
más infinitesimales de la existencia, sino que las moviliza, las pone a trabajar,
saca de ahí su producción» (Patto Manfredini: 2018).
Aquí la novedad, su consumo, la experiencia temporal y la información se
reúnen al interior del individuo y de la comunidad, y pueden o no anidarse,
confundirse, hacerse lugar: los cuerpos deberían someterse a la exigencia de su
novedad o de su renovación, estar atentos a los objetos nuevos y consumirlos,
poseer la información que posibilite una cierta exclusividad y abundancia para,
al fin, mostrar visiblemente a los demás la bondad de lo poseído y la estupidez
del desposeimiento.
La estrategia está a la vista y es relativamente sutil pero también algo grotesca:
la novedad –de la información, del producto, del conocimiento– provoca un cier-
to grado de satisfacción y por lo tanto caduca como deseo en un determinado mo-
mento; pero la necesidad de comunicación permanece y continúa, no finaliza con
la compra ni en el consumo del objeto-nuevo y, así, pareciera nunca acabarse.
Lo dicho hasta aquí no ocupa la totalidad de los cuerpos ni la totalidad de las
vidas ni el amplio y diverso espectro de lo que se concibe como sistema educati-
vo: no es una descripción exhaustiva de un pueblo ni de cada individuo que por
fuerza de ley sucumben a la racionalidad económica y desisten de cualquier otra
forma de habitar la exterioridad y la interioridad.
La rebeldía es evidente y no hace falta detenerse en ella para descubrir las
formas múltiples de resistencia y rebelión. Resta saber si la rebelión es una parte
que el mismo experimento ha previsto o es, tal vez, todo aquello por lo cual vale
SOBRE LA INCERTIDUMBRE EDUCATIVA 39

la pena seguir viviendo en una cierta periferia o con un cierto cuidado. Cuidar
el mundo, pero también cuidarse de él: «Para escabullirse de la velocidad hay
que aventurarse a enfrentar el tiempo mismo: detener su curso. Esto solo puede
lograrse mediante el instante, una experiencia que consiste en la suspensión del
flujo temporal. El instante es un no-tiempo: un parpadeo durante el cual senti-
mos que los minutos y las horas no transcurren. Es un tiempo fuera del tiempo»
(Concheiro, 2014: 14).

LO QUE ERA Y LO QUE VENDRÁ

La época de la aceleración y de la urgencia, de la conectividad y la híper-produc-


tividad, del ser empresario o esclavo de uno mismo hizo estragos al transformar
o deformar, entre otras cosas, la imagen de la formación educativa en otra muy
distinta: la de tener que aprender incansablemente y la de ser, uno mismo, el
cerebro y el cancerbero de su propio ambiente de aprendizaje, en pos de asegurar
el lucro y el éxito en la vida. Aprender de prisa, rápidamente, de modo agitado:
«Nuestro siglo se ufana de ser el de la vida intensa y esa vida intensa no es sino
una vida agitada, porque el signo de nuestro siglo es la carrera, y los más bellos
descubrimientos de que se enorgullece no son descubrimientos de sabiduría,
sino de velocidad [...]» (Leclercq, 2014: 13).
Tal como afirma Jan Masschelein fue la idea de estudio –el estudio como con-
centración y tarea igualitaria, como lectura y como conversación sobre la lectu-
ra– la que permitió el desprendimiento del aprendizaje individual hacia una vida
pedagógica común: «Y fue la noción de estudio la que más se usó para indicar la
“vida pedagógica” que se desarrolló dentro del espacio de estas asociaciones. Por
lo tanto, estas asociaciones no se referían solo a prácticas de iniciación o sociali-
zación en grupos sociales, culturales, vocacionales o religiosos particulares y no
se referían a actividades de aprendizaje individual. Las universidades eran una
nueva forma de scholé, de estudio público colectivo» (Masschelein, 2017).
Esta forma de vivir o estilo de vida aludido procede de una particular relación
entre las formas del tiempo liberado y ocupado, haciendo del estudio una acción
que pone en juego o que evidencia atributos o virtudes desusadas a la vista de la
época actual, a las que considera inclusive enemigas para la materialización, ya
no de un individuo aplicado al estudio sino más bien abocado al éxito, a la auto-
superación y a la salvación personal.
Ya no se estudiaría en los términos de un ejercicio y de una atención en
espacios públicos y disponibles de tiempo libre, sino en virtud del desarrollo de
habilidades y competencias para adecuarse a las exigencias del mercado y, por lo
tanto, la gratuidad y el desinterés dejarían paso al lucro, al beneficio, al provecho.
Baste aquí recordar la conversación entre el profesor de historia y el director
de estudios en la novela El país de agua, de Graham Swift, para comprender el
alcance de la discusión entre época y educación: «Me piden una enseñanza que
tenga “relaciones prácticas y directas con el mundo actual», (Swift, 1992: 28)
dice el profesor, atribulado y cabizbajo, quizá buscando algo de complicidad o
40 PENSAR LA EDUCACIÓN EN TIEMPOS DE PANDEMIA II

de consuelo con su director y amigo; pero la respuesta no proviene de la amistad


sino de la institucionalidad: «Estoy de acuerdo con los que tienen el verdadero
poder. Creo que hay que preparar a los chicos para el mundo real [...] Tenemos
que enviar a estos chicos y chicas al mundo habiéndoles proporcionado concien-
cia de su utilidad, cierta capacidad para aplicar unos conocimientos prácticos, en
lugar de un disparatado montón de informaciones inútiles» (ibíd.: 29).
Como bien se sabe o como bien se intuye, las escuelas no son, únicamente,
laboratorios experimentales de enseñanza-aprendizaje con visos de utilitarismo;
no son, solamente, escenarios provisorios en vistas a una fabricación de futuro.
Son o pueden ser espacios y tiempos distintos a cualquier otro existente y que
pueden poner en juego, justamente, un vínculo diferente con la espacialidad y la
temporalidad habitual del mundo y de la vida.
Aun reduciendo las escuelas a versiones simplificadas de un conocimiento
orientado hacia el lucro, aquello que suele vivirse en el presente y recordarse con
el paso del tiempo, sea quizá algo bien distinto: su carácter público, su composi-
ción diversa, la esencialidad o centralidad de la figura del educador, los aprendi-
zajes separados de la exigencia de rendimiento y las experiencias múltiples de la
igualdad y la diferencia.
Pero ¿qué ocurre cuando todo se desmorona y solo hay interrupción y vacío?:
«Entonces es cuando se hace mucho más reconocible que en cuanto el opus com-
mune se desintegra en el nivel superior, los hombres solo pueden regenerarse en
pequeñas unidades» (Sloterdijk, 1994: 83).
Al hacer una relectura distinta del Decamerón de Boccacio, el filósofo presta
atención no tanto a los tópicos de la historia literaria en sí –la evidente lección
que debería extraerse de la mayor catástrofe europea, la peste negra, de media-
dos del siglo XIV–, sino al posible desprendimiento de una concepción particular
de lo humano y de sus vínculos políticos en tiempos de desmoronamiento; «[...]
el teorema de la supervivencia en pequeñas comunidades en medio del desastre
de lo grande» (ibíd.: 84).
Sloterdijk se concentra en el personaje de una mujer joven, Sherezade, que en
medio del caos –«Atomizados sujetos de la angustia se esconden en sus casas o
vagan solos por la calle» (ibíd.: 85)–, invita a unos amigos a refugiarse en una
casa frente a las puertas de la ciudad y a esperar allí, protegiéndose y aguantando.
Puede aparentar, es cierto, ser una atmósfera de cierta frivolidad, de un de-
terminado egoísmo o privilegio, pero también la construcción de una pequeña
política o, para decirlo de otro modo, de una forma de la política relacionada con
la mutua pertenencia, un espacio acotado en el que hacer de la convivencia una
conversación, un tiempo que desobedece o detiene la línea estricta de la vida y de
la muerte, y que confiere a sus practicantes la posibilidad de una reinauguración
de un mundo descuidado y devastado; «[...] Si los grandes órdenes se parten en
dos, el arte de la pertenencia mutua solo puede comenzarse de nuevo desde los
órdenes pequeños» (ibíd.: 86).
La idea o la esperanza o la ilusión de un mundo mejor, de individuos y comu-
nidades mejores, es digna de atención y de análisis. Por una parte, ayuda como
un sortilegio a soportar lo insoportable y en muchos casos revierte la tradición
SOBRE LA INCERTIDUMBRE EDUCATIVA 41

del individualismo en una solidaridad presente, que se hace presente. El dolor y


el miedo generalizado pueden encontrar un fuerte reactivo en gestos mínimos
que, más acá y más allá de las órdenes gubernamentales, confieren a la gente un
poder insospechado de sensibilidad y responsabilidad entre otros y hacia otros.
Es aquí donde corresponde hacer lugar a aquella pregunta que martilló los
oídos al comienzo de la pandemia y que también resonó con fuerza en el cam-
po educativo: ¿seremos, acaso, mejores? La pregunta puede resonar demasia-
do temprana o demasiado tardía; puede ser o parecer honesta, abierta, sincera,
transparente: ¿podremos serlo, queremos serlo?, pero también puede encerrar
un vicio o una negligencia ahora descubierta: no éramos lo suficientemente
buenos.
Pero ¿qué quiere decir ser mejores o peores? Una cuestión de este porte co-
mienza con un problema: el de la palabra creemos, el de seremos y el de mejores,
todas ellas pronunciadas en la primera persona del plural: nosotros creemos,
nosotros seremos, mejores nosotros. Una creencia, un acto de fe, que nace por
cierto de la incertidumbre, y que expresa el deseo de salir a flote, de llegar a la
superficie para ver algo de luz y poder respirar un poco.
Pero ¿mejores que quién, que cuándo, mejores a qué, dónde, mejores porque
éramos peores o porque antes no habíamos intentando ser otra cosa? ¿Mejores
personas, mejores educadores, mejores artistas, mejores habitantes del planeta?
¿Mejores consumidores? ¿Más productivos, más acelerados, más individualis-
tas? ¿Mejores en qué exactamente?
Habría dos respuestas directas a esta pregunta, y una tercera que solo arroja
perplejidad.
No seremos mejores, porque no lo fuimos antes o porque no pudimos serlo
y porque el mundo ya había anunciado, como dicho antes, su autodestrucción
a partir de una cierta condición infrahumana que hizo de todo progreso un pro-
greso tecnológico y de todo conocimiento un conocimiento lucrativo; porque el
mundo anterior ya era un preanuncio de una catástrofe que se esperaba entre
guerras, desplazamientos, miseria, hambre. No seremos mejores, porque lo que
se consideraba virtuoso para la época previa todavía continúa intacto, y es posi-
ble que continúe por mucho tiempo: la aceleración, el cansancio por un trabajo
siempre precario y provisorio, la meca del mercado y la existencia en comunidad
amenazada por la falsedad del éxito.
No lo seremos, porque la educación ya era un presagio de la tecnocracia, la
pérdida de centralidad de los educadores, la exigencia de rendimiento y la auto-
capacitación, y por pensar que se trata de aprender directamente de esa máquina
llamada mundo, o de ese mundo entendido como máquina de información. No,
porque confundimos de una manera torpe la conectividad con la comunicabili-
dad y la comunicabilidad con la responsabilidad de tomar la palabra y tener algo
para decir.
Pero es posible que seamos mejores, si lo somos aquí y ahora, en este mismo
momento, porque nos hemos dado cuenta de que el mundo es algo que hay que
cuidar y de lo que hay que cuidarse, que la escuela no puede estar en el hogar o
en cualquier otro lugar, y que su tiempo y su forma crean algo que se extraña
42 PENSAR LA EDUCACIÓN EN TIEMPOS DE PANDEMIA II

inmediatamente cuando no está: la vida en común, las oportunidades para ser


otras cosas que las que éramos, el rechazo a la fórmula de dar tareas, registrar
lo hecho y evaluar; algo quizá imperceptible que de pronto se hizo esencial: el
encuentro, la reunión, la pequeña política, el estar-juntos, lo que solo los cuerpos
pueden hacer y decir en presencia, todo lo que de pronto nos hace falta, y sobre
todo la conversación a propósito de lo que nos pasa con lo que vivimos.
Sí, si imaginamos que la educación no es solamente un fiel testigo de la época,
repitiendo sin sentido aquello de que hay que preparar a los chicos para la vida
futura, mientras la vida está aquí y ahora, colgando de un hilo, entre la salud y la
enfermedad, entre la comida y el hambre, entre la suavidad y la violencia, y no
abrimos los espacios necesarios para irnos de época, ser contra-epocales tam-
bién, hacer una brecha para que pasen otros mundos.
Que la educación no está al servicio de la época, porque si así lo fuera, los ni-
ños perderían irremediablemente su infancia, perderían ese tiempo en el que es
posible imaginar que hay muchos mundos disponibles, perderían ese espacio de
ficción en el que es posible quitarse de la realidad coyuntural que solo produce
grietas, no tener por qué sostener el peso del mundo, la gravedad de los aconteci-
mientos diarios, la liberación de la niñez a través de su infancia, la liberación de
la juventud a través de sus oportunidades.
Sí, si recuperamos para las escuelas ese tiempo de intensidades y de oportuni-
dades y no las sumergimos en el lodo de las cronologías burocráticas; sí, también,
si reconstruimos los cimientos que se han destruido a partir de tradiciones, repe-
ticiones y rituales que se oponen a la idea de que la escuela ya está hecha o que es
imposible hacerla; entender que las escuelas son espacio-tiempo informes, que
hay que hacer escuelas cada día, todo el tiempo.
Sí, si de lo que se trata es, después del desmoronamiento, de recordar ha-
cer un mundo con todo lo olvidado, lo desechado, lo ignorado, lo abandonado,
que abandone ese vicio de la parafernalia de recursos y se arrogue a sí mismo
la voluntad de trabajar con todo aquello que el mundo actual considera inútil e
inservible, sin posibilidad de ser lucro o mercancía, porque allí está lo mejor de
nosotros, porque así, quizá, seremos mejores a nosotros mismos en las escuelas
que teníamos, para elogiar lo pequeño, lo mínimo, esa comunidad de igualdad y
diferencia, que dará cuenta de destinos mejores no solo para nosotros sino para
todo el mundo.
Si educar consiste en contribuir a que los más jóvenes aprendan a vivir y ha-
biten el mundo para hacer algo distinto de lo que han hecho sus antecesores, uno
de los motivos que impulsa a repensar y reinventar la educación estriba justa-
mente en la separación abismal entre la vida y el mundo o, dicho de otro modo,
en que hoy se abona como natural, la preparación para el mundo y no para la
vida, entendiendo además, y sobre todo, que mundo significa mundo del trabajo
o, directamente, mercado.
La educación debería recomponer ese tejido entre la vida y el mundo, e in-
cluir a ciertos individuos no podría concebirse como su entrada en una línea
continua, naturalizada, escandalosa, que insiste en la búsqueda frenética de un
sujeto exitoso como modelo, que relaciona de un modo violento a ciertos cuerpos
SOBRE LA INCERTIDUMBRE EDUCATIVA 43

con ciertas mentes en función de determinadas capacidades y de roles sociales


específicos. Tampoco podría significar anteponer la exigencia de rendimiento a
una posible experiencia de libertad formativa. Y no es cuestión de repetir el tejido
social en vigencia sino, tal vez, de construir aquello que en palabras de Deligny es
nombrado como lo arácnido.
En oposición al utilitarismo ya reinante y en nombre del desinterés por el ac-
tuar por actuar, Deligny anuda la idea de red a la percepción de su propia expe-
riencia, y su relato fragmentario va tejiendo hilos que se entrelazan con la figura
de la araña, como un modo de ser –y de estar– de cara a aquellos acontecimien-
tos históricos que, por el contrario, se vuelven intolerables.
Una idea de redes, por cierto, muy anterior al concepto en boga en la actuali-
dad –redes de comunicación e información, entendidas como líneas y nodos que
unen a actores en diferentes relaciones–; completamente distinta a esta en su
materialidad y sentido, no impuesta desde el mercado tecnológico ni desde las
instituciones de aprendizaje empresarial, sino más bien como lugares impres-
cindibles para quitarse de los espacios asfixiantes: «Cuando el espacio deviene
concentracionario, la formación de una red crea una suerte de fuera que permite
a lo humano sobrevivir» (Deligny, 2015: 20).
Pero las redes de Deligny tampoco se parecen ni se asimilan a la confusa
y totalitaria noción de sociedad, pues hay algo más en ellas, hay algo más en lo
arácnido, que da otro sentido a las formas de la acción humana: «Donde se ve
que la red y lo que puede llamarse la sociedad no son la misma cosa. Más aún:
esta cosa que es la sociedad, donde el ser consciente de ser está a sus anchas,
puede volverse tan constringente, tan ávida de sujeción, que las redes se tramen
fuera de la influencia de la sociedad abusiva» (ibíd.: 28).

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