Retiro-05-Busqueda de Dios

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Retiro espiritual

La búsqueda de Dios
1. Introducción
2. La búsqueda de Dios y la vida contemplativa
3. Dios nos buscó primero
4. Necesidad de nuestra búsqueda
5. Características de la búsqueda de Dios

1. Introducción
la búsqueda de Dios. Si conseguimos poner bien este cimiento de
nuestra vida, luego será más fácil colocar las demás cosas en su sitio,
darles su verdadera importancia y encontrar el verdadero sentido que
tienen. Porque, si no buscamos a Dios en todo lo que hacemos,
rechazando lo que sea incompatible con la búsqueda de Dios, estamos
abocados a un activismo insensato que sólo conduce al agotamiento y a
la esterilidad. Porque la verdadera eficacia de nuestra vida no radica en
el «hacer», sino en el «ser».
Para buscar a Dios en nuestro tiempo de retiro, y para poderlo
buscar también cada día, lo primero que hemos de considerar es la
importancia del silencio. En el fondo, el silencio como instrumento
para escuchar a Dios se parece mucho, en lo material, a la necesidad de
silencio para realizar determinadas tareas. Como lo que cuentan que le
sucedió a un grupo de trabajadores que estaban apilando serrín en el
almacén de una fábrica de hielo. De repente uno de ellos se dio cuenta
que se le

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había caído el reloj en medio del serrín. Inmediatamente, sus


compañeros interrumpieron el trabajo para buscarlo. Acabaron tomando
la búsqueda como una diversión, lanzándose el serrín unos a otros y
armando una polvareda con el serrín que antes habían amontonado. Pero
no dieron con el reloj. Entonces, decidieron dejarlo y se fueron a tomar
un café.
Un joven, que había estado observando toda la faena, entró en el
almacén y, al poco rato, se presentó ante el grupo con el reloj en su
mano.
-¿Dónde estaba? -le preguntaron.
-¿Dónde? Pues, en el almacén -les dijo el joven.
-No puede ser -dijeron ellos-, lo hemos buscado por todas partes.
¿Cómo lo has hecho?
-Me he puesto a ello en silencio completo hasta que he oído el suave
tic-tac del reloj y lo he sacado de donde estaba enterrado bajo el serrín.
Del mismo modo nosotros necesitamos del silencio y de la oración de
escucha para buscar a Dios.

2. La búsqueda de Dios y la vida


contemplativa
¿Para qué sirve la oración, el silencio, los retiros, el discernimiento o
el apostolado si no es porque buscamos a Dios?
Pero, frecuentemente, la rutina, la mediocridad, los pequeños o
grandes fracasos, las propias limitaciones, etc., van haciendo que

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pongamos la búsqueda apasionada de Dios en un segundo plano


Si no tenemos esa sed de Dios, corremos el peligro de que todo lo que
realicemos, por bueno y santo que sea (la entrega, apostolado y hasta la
misma oración), se convierta en un sucedáneo de esa búsqueda
apasionada, en algo que disimula la sed de Dios y nos da la falsa
seguridad de haber llegado a la meta, cuando realmente hemos
abandonado el camino de la sincera y arriesgada búsqueda permanente
de Dios. En definitiva, resultaría muy lamentable que muchas de las
cosas que hacemos se conviertan en un obstáculo para buscar a Dios, no
porque sean malas, sino porque en ellas buscamos la seguridad del
cumplimiento de un deber de cara a la galería o a nosotros mismos, y no
constituyan un modo de caminar permanentemente hacia Dios, buscando
su presencia y su voluntad. ¡Cuántos personas se dedican a hacer cosas
buenas y santas, y en realidad han sustituido con ese quehacer y esas
prácticas el dedicarse a buscar a Dios como él quiere ser buscado!
Por otra parte, la búsqueda de Dios es la que explica todas las demás
tareas y acciones del contemplativo: desde la pobreza a la intercesión,
desde el silencio a la lectio, desde la intercesión a la formación. Porque
busca a Dios, el contemplativo dedica todo el tiempo posible a la
oración, busca el silencio en medio del mundo, necesita de la Eucaristía
y de la Palabra, y tiene verdadera sed de vivir como Jesucristo y ser, en
medio de su vida secular, pobre, casto, humilde y obediente. Y todo lo
que surge de esa búsqueda de Dios será valioso y verdadero, porque
encajará con lo que se es, un buscador de Dios.
La búsqueda de Dios hasta llegar a encontrarnos con él es el objetivo
del contemplativo en el mundo, el núcleo de la vida contemplativa. Y a
ese núcleo -como en una obra de artesanía-

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hay que ir pegando todo lo que ayude a «buscar» eficazmente a Dios, y


para conservar intacto ese núcleo hay que rechazar, con la energía con
la que se poda un árbol dañado, todo lo que impida buscar a Dios
con autenticidad y fuerza.
Podemos aplicar a la vida contemplativa en el mundo la norma que
ofrece san Benito para discernir la vocación a la vida monástica de un
candidato: «Si verdaderamente busca a Dios»[1], es decir, si se siente
atraída de tal manera hacia Dios, que tiende hacia él con todo su ser con
un movimiento vital de deseo y de búsqueda.
Para algunos se trata de discernir esa atracción y ese deseo para
dedicar la vida a buscar a Dios; pero los que ya han escuchado
claramente esa llamada tienen necesidad de volverla a oír y comprobar
hasta qué punto encaja su vida con esa sed y esa búsqueda. Se trata de
reavivar esa atracción por Dios, para poner toda la vida en función de
esa búsqueda de Dios que les define como contemplativos.
«Me sedujiste Señor y me deje seducir; me has agarrado y me has
podido» dice el profeta Jeremías (20,7), y continúa diciendo:
«Había en mi corazón algo así como fuego ardiente, prendido en mis
huesos, y aunque yo trabajaba por ahogarlo no podía». Se trata de volver
a sentir la seducción del Señor, su atracción irresistible, su presencia
interior como un fuego inextinguible. Se trata, no sólo de no apagar ese
fuego, como se siente tentado Jeremías, sino de avivarlo aunque nos
consuma. Entonces no podremos dejar de buscar a Dios.
Este retiro es una buena oportunidad para comprobar si buscamos
verdaderamente a Dios, para percibir interiormente esa llamada de Dios
a entrar en comunión con él, para avivar la sed de Dios. Es un buen
momento para hacer el discernimiento necesario para dejar a un lado lo
que está estorbando a ese encuentro y para descubrir lo que cada uno
necesita para realizar esa búsqueda de Dios, para pedir la sed de Dios y
la gracia de buscarle incesantemente.

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En nuestra tarea de avivar la búsqueda de Dios para vivir con más


profundidad la vida cristiana y contemplativa, podemos contemplar a los
que aparecen como los buscadores de Dios por excelencia en la Sagrada
Escritura. Los tenemos muy cerca de nosotros, son los orantes de los
salmos. Cada día oramos con sus palabras que son a la vez Palabra de
Dios. Recitar estas oraciones de los buscadores de Dios, tiene que avivar
en nosotros la búsqueda de Dios que ellos vivieron y que nosotros
queremos emprender con renovado vigor. Meditamos de un modo
especial los salmos en este retiro para que cuando oremos cada día con la
oración de los que buscan a Dios nos podamos empapar de sus
sentimientos de confianza, pobreza y humildad.

3. Dios nos buscó primero


Pero para no empezar la casa por el tejado tenemos que preguntarnos:
¿por qué buscamos a Dios?
Es cierto que todo hombre de una forma más o menos consciente
busca la verdad, el bien, la felicidad..., en definitiva busca a Dios como
fundamento y meta de la vida. Necesitamos saber quiénes somos, de
dónde venimos, a dónde vamos.
Pero no es ése el principal fundamento de la búsqueda de Dios del
cristiano y del contemplativo. Si buscamos a Dios es porque Dios nos ha
manifestado primero su voluntad de mostrarse, de darse a nosotros, a
cada de uno de nosotros personalmente. Buscamos a Dios porque nos ha
llamado, porque él nos ha buscado primero, porque sabemos que él
quiere encontrarse con nosotros. No buscamos a Dios en el vacío, como
el que no sabe si hay Dios y busca desesperadamente el sentido de la
vida. Buscamos a un Dios que se nos ha mostrado, que hemos visto, pero
que no poseemos aún. No un Dios huidizo, sino un Dios deseoso de
unirse a nosotros. No buscamos a un Dios cuyo rostro no
conocemos; si le buscamos es precisamente porque nos ha mostrado su
rostro.

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Toda la Escritura nos habla de esa búsqueda de Dios hacia nosotros:


a) Si Dios crea al hombre es para entrar con él en comunión de vida.
Dice el Catecismo:
De todas las criaturas visibles sólo el hombre es «capaz de conocer y amar a
su Creador» (GS 12,3); es la «única criatura a la que Dios ha amado por sí
misma» (GS 24,3); sólo él está llamado a participar, por el conocimiento y el
amor, en la vida de Dios. Para este fin ha sido creado y esta es la razón
fundamental de su dignidad (Catecismo de la Iglesia Católica, 356).
Es decir: el hombre ha sido creado como buscador de Dios, como el
único ser de la creación capaz de buscar y encontrar a Dios. Y si no lo
encuentra, queda frustrado en lo más íntimo de su ser.
b) Si Abrahán, modelo y padre en la fe, y también modelo de
buscador de Dios, sale de su tierra, es porque primero ha escuchado la
llamada y la promesa de Dios, porque Dios ha salido a su encuentro
y, en ese encuentro, Abrahán ha descubierto que tiene que salir de su
patria para encontrarse con Dios (léase Gn 12). La experiencia de
Abrahán no consiste en que un buen día decide ponerse a buscar un
Dios desconocido, sino que este hombre de fe sigue una voz que le
llama, que sabe su nombre y que le promete una bendición.
c) Durante toda la historia de Israel, Dios sale al encuentro de su
Pueblo por medio de Moisés y de los profetas para que le busquen y para
establecer con ellos una alianza de amor. Para ese encuentro les saca de
Egipto, con ese fin se cuida de ellos, les salva de los enemigos y les
castiga cuando se apartan de él:
-«Yo soy el Señor tu Dios, que te saqué del país de Egipto» (Ex
20,1), «amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón» (Dt 6,5), les dice
a los israelitas y a nosotros a través de Moisés.
-«Buscadme y viviréis», les recuerda por el profeta Amós (Am 5,4)
cuando ellos olvidan la alianza. De ese modo nos recuerda también a
nosotros que la clave de la vida -especialmente para

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el pueblo infiel- se encuentra en Dios y todo lo que nosotros podemos


hacer por nuestra parte para llegar hasta él se encierra en esa
búsqueda. Ésa es la única posibilidad de salvación para el pueblo.
-Incluso nos dice Dios por medio del profeta Isaías (65,1):
«Me he hecho encontradizo de quienes no preguntaban por mí; me he
dejado hallar de quienes no me buscaban. Dije “aquí estoy, aquí estoy”
a gente que no invocaba mi nombre». Así descubrimos que Dios busca
a todos, incluso al que no le busca, al pueblo infiel y pecador, al
traidor. Dios se manifiesta fiel en su búsqueda. Y eso nos da
esperanza, respecto de nosotros y de los demás, de que podemos
encontrar siempre al Dios que sale a nuestro encuentro.
-Es más, es Dios el que pone en nosotros el deseo de buscarle. El Sal
27,8 dice: «Oigo en mi corazón: “Buscad mi rostro”. Tu rostro
buscaré, Señor, no me escondas tu rostro». Este mandato que oímos en
nuestro interior es signo de que Dios nos busca. Nuestra respuesta debe
ser buscar el rostro del Señor, pedir que nos lo muestre.
d) Pero en la plenitud de los tiempos, Dios nos habló por medio de su
Hijo Jesucristo (léase Heb 1,1ss). En Cristo, Dios sale al encuentro del
hombre, para que entremos en comunión con él:
-«Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo
el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3,16). En
Jesucristo, Dios sale definitivamente en busca del hombre para darle la
vida. Estas palabras del evangelio de san Juan nos muestran la
motivación de la búsqueda de Dios: el amor de Dios que quiere
comunicarnos la vida eterna[2].
-El mismo Jesús nos describe a Dios en las parábolas de la
misericordia como un Dios que está buscando al hombre
(especialmente al pecador) hasta que lo encuentra (puede leerse y orar
con Lc 15,4).

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También los salmos nos ayudan a descubrir y a gustar esta realidad


de la necesidad de buscar a Dios que está precedida y acompañada por la
búsqueda de Dios al hombre:
Confiarán en ti los que conocen tu nombre
porque no abandonas a los que te buscan (Sal 9,11).
-Según el paralelismo propio de los salmos, los que buscan al Señor
se identifican con los que conocen su nombre. El que busca al Dios
Revelado lo hace porque le conoce, Dios no nos ha dicho: «buscadme
en el vacío » (Is 45,19). El Señor nos ha mostrado primero su rostro
para que luego podamos buscarle y encontrarle.
-No olvidemos que conocer el nombre de alguien es tener acceso a la
relación con él, poder hablar con él, poder llamarle. Conocer el nombre
de Dios abre además la posibilidad de poder invocarlo: quien conoce el
nombre de Dios puede buscarlo, porque puede pedir, puede llamarlo,
puede dialogar con él. Son dichosos los que conocen su nombre:
«Dichoso el pueblo que sabe aclamarte » (Sal 89,16).
-Pero nosotros, mucho más que los orantes de los salmos, somos
dichosos y podemos buscar a Dios porque conocemos su nombre.
Jesucristo nos lo enseñó: «Cuando oréis decid Padre » (Lc 11,2);
podemos orar con confianza: «Pedid y se os dará, buscad y hallaréis,
llamad y se os abrirá » (Mt 7,7). Conocemos el nombre del Dios hecho
hombre: Jesús (Salvador) y sabemos que «no hay bajo el cielo otro
nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos »
(Hch 4,12) y todo el que invoque el nombre del Señor se salvará (Hch
2,21)[3].
-Una cosa más nos dice el salmo 9 sobre los que buscan a Dios:
«Dios no los abandonará». Una promesa más del Señor que debe
mover nuestro corazón a buscarle: él no va a abandonar a los que
emprendan este camino de búsqueda. Aunque esa búsqueda nos lleve a
aceptar riesgos, abandonar seguridades o caminar a oscuras, él no va a
defraudar al que le

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busca. Lo que sucede es que no siempre le buscamos a él; y esas otra


búsquedas no tienen la garantía de Dios.
···
Buscad al Señor y vivirá vuestro corazón (69,33).
-El salmo 69 nos llena de consuelo, porque nos promete la vida del
corazón, la vida verdadera, si buscamos al Señor.
-Estamos a la vez ante un mandato: «Buscad » y ante una promesa:
«El que busca al Señor vivirá ». ¿A qué vida se refiere Dios en su
palabra?
·A la vida eterna: el que busca al Señor tendrá la vida.
·A una vida terrena feliz en comunión con Dios y con los hombres,
bajo la bendición de Dios: así lo entendían en el Antiguo Testamento,
antes de conocer la esperanza de la Resurrección.
·Pero también se remite a una vida interior, la vida del corazón que
representa el núcleo interior de la persona: la vida que da el amor a
Dios y el amor a los hermanos: «Dios es amor y quien permanece en
el amor permanece en Dios y Dios en él… nosotros sabemos que
hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a los hermanos.
Quien no ama permanece en la muerte» (1Jn 4,16; 3,14). Ésta es
fundamentalmente la vida que se promete al que busca a Dios: la del
alma por medio del amor que Dios derrama sobre el que le busca,
que vale para esta vida y para la vida eterna.
Toda la Sagrada Escritura, y toda la Historia de la Salvación nos
hablan de esta primera verdad: Dios sale a nuestro encuentro, Dios nos
busca, quiere unirse a nosotros. Y el descubrimiento de esa búsqueda de
Dios es lo que hace que nosotros busquemos a Dios. Que le busquemos
nosotros en un tiempo prolongado de oración para que descubramos la
forma de buscarle y encontrarle en nuestra vida.

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4. Necesidad de nuestra búsqueda


No es suficiente con que Dios nos busque a nosotros como hemos
contemplado en el punto anterior de nuestro retiro. No podemos
sentarnos y esperar con los brazos cruzados a que Dios nos encuentre.
Es necesario que también nosotros busquemos a Dios. Para que se dé el
encuentro al que Dios nos llama y para el que ya ha puesto todo de su
parte -y que es lo único que nos da plenitud humana, cristiana y en la
vida contemplativa- hay que escuchar, responder, dejar actuar a Dios.
Ese encuentro que Dios quiere, no se produce sin nuestra colaboración,
sin nuestro permiso.
«Dios nos visita frecuentemente. La mayoría de las veces no estamos
en casa», dice un proverbio africano. Y es verdad: andamos tan
dispersos y tan acelerados por el activismo que difícilmente Dios nos
encuentra en casa. Para que la búsqueda de Dios hacia nosotros dé su
fruto hace falta, por lo menos, que nos dejemos encontrar; pero es
mucho mejor si salimos nosotros a su encuentro por el mismo camino
por el que él viene a visitarnos.
Por eso es necesario buscar a Dios, por eso es necesaria una tarea muy
concreta por nuestra parte.
Una advertencia importante: la necesidad de nuestra búsqueda no
niega que es Dios el que tiene más interés en que se produzca este
encuentro y el que ya ha hecho todo lo necesario para que podamos
buscarle con éxito. Tenemos que saber y mantener en nuestro corazón
que Dios es el que busca primero y el que nos busca con toda intensidad,
aunque experimentemos con frecuencia la lejanía de Dios y nos cueste
trabajo, esfuerzo y tiempo encontrarle. Pero por grande que sea la
dificultad y el esfuerzo de purificación y de renuncia para buscar a Dios,
no podemos pensar que Dios se esconde o que no quiere encontrase con
nosotros, o que esa búsqueda es imposible para nosotros. Lo que
sentimos espontáneamente es la distancia que nos separa de él y lo que
nos cuesta a nosotros recorrerla; pero

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no nos damos cuenta de que somos nosotros los responsables de esa


distancia, que si hace falta trabajo y esfuerzo para buscar a Dios es
porque nosotros, en nuestro estado actual, no podemos encontrarnos con
Dios. Necesitamos un proceso de transformación para ver a Dios: ésa es
la búsqueda de Dios que nosotros tenemos que hacer, pero sabiendo que
Dios respalda esta búsqueda.
a) Hemos de comenzar prestando atención a lo que nos dice el profeta
Jeremías:
Me buscaréis y me encontraréis cuando me busquéis de todo corazón; me
dejaré encontrar de vosotros (Jr 29,13).
-Muchas veces nos quejamos de que Dios está lejos de nosotros, y
ponemos como excusa nuestros pequeños esfuerzos para encontrarle
(hacemos un poco de oración, nos hemos parado un poco a pensar… y
queremos resultados inmediatos).
-Pero lo que garantiza encontrar a Dios, según nos dice el profeta, es
«buscarle con todo el corazón». Es decir, sin condiciones, sin
reservas; del todo, no a ratos o sólo cuando nos interesa.
-Mientras sigamos poniendo otras cosas por encima de la búsqueda
de Dios (trabajo, preocupaciones, respetos humanos, perezas), no le
buscaremos con todo el corazón y no es extraño que no le
encontremos.
-Porque la dificultad de ese encuentro no es un largo camino que
recorrer para encontrar a Dios -porque Dios está a nuestro lado-, sino
un corazón abierto y limpio en el que Dios pueda entrar, por eso hay
que buscarle con todo el corazón.
b) También el salmo 69, al que nos hemos referido antes, nos dice
todavía más cosas sobre cómo debe ser el que busca a Dios.
Miradlo, los humildes y alegraos, buscad a Dios y revivirá vuestro
corazón (Sal 69,33).

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-Es a los «humildes » a los que se manda buscar a Dios. Es a los


«pobres » a los que se les promete que Dios les escuchará. El que
busca a Dios es el pobre y el pobre busca necesariamente a Dios. Por
tanto, el que busca a Dios ha de ser pobre o ha de hacerse pobre, es
decir:
·Saberse débil y acudir confiadamente a Dios.
·Estar necesitado y buscar en Dios la salvación.
·Escuchar a Dios con infinito respeto, con sobrecogimiento
religioso y obedecer sus palabras.
c) El Sal 14 nos dice:
El Señor observa desde el cielo a
los hijos de Adán,
para ver si hay alguno sensato
que busque a Dios
(Sal 14,2 = 53,3).
-El salmo nos habla de dos categorías de hombres:
·El necio que vive a espaldas de Dios (que no busca a Dios),
que es el malhechor, el injusto, el que no invoca a Dios.
·El sensato, el que busca a Dios, el que obra bien. Dios busca
desde el cielo a alguien que le busque a él.
-El cristiano, especialmente el contemplativo, ha de tener la sensatez
de ponderar lo que merece la pena buscar: lo que vale para siempre,
lo que no termina, un tesoro que ni la polilla puede roer ni los
ladrones robar: la comunión con Dios.
-Este salmo nos confirma que no podemos dudar que Dios busca al
que le busca, que mira desde el cielo para encontrar verdaderos
buscadores de Dios.
d) El salmo 24 identifica más claramente al grupo que busca al Señor.
Primero aparece una pregunta en el salmo:
¿Quién puede subir al monte del Señor? (Sal 24,6)
Y la respuesta es clara:
El hombre de manos inocentes, y
puro corazón,

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que no confía en los ídolos,


ni jura contra el prójimo en falso.
Y concluye:
Este es el grupo que busca al Señor, que
viene a tu presencia Dios de Jacob.
-Ése es el retrato del verdadero buscador de Dios: el hombre justo,
de corazón puro (los limpios de corazón verán a Dios, nos dice el
Señor, Mt 5,8), que ha puesto su confianza sólo en Dios.
-Esto recitaban los judíos piadosos al acercarse al templo de
Jerusalén. Con mayor razón nos lo debemos aplicar nosotros que
caminamos a la Jerusalén Celestial. «Este es el grupo que busca al
Señor» ha de poder decirse especialmente de los contemplativos, a eso
es a lo que debemos ayudarnos con el esfuerzo de cada uno, con el
estímulo del mutuo ejemplo, con la corrección fraterna. No buscamos a
Dios solos, formamos parte del grupo que busca al Señor.

5. Características de la búsqueda de
Dios
Podemos terminar estos puntos de oración contemplando las
características fundamentales de la búsqueda de Dios. Ya hemos visto
dos de ellas:
1º. Lo primero es la llamada de Dios: él despierta nuestro corazón
para que le deseemos y le busquemos, nos muestra su rostro para que
podamos buscarlo y reconocerlo.
2º. El hombre debe consentir y recibir ese deseo de Dios como un don
precioso de Dios y convertirlo en búsqueda activa de Dios para llegar a
entrar en la intimidad que nos ofrece.
Veamos otras características:
3º. El deseo de Dios aumenta según vamos sintiendo más cercana su
presencia.
Dios no nos sacia como las cosas del mundo. Una vez que tenemos las
cosas que tanto deseábamos, o hemos conseguido

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las metas por las que tanto luchábamos, se satisface el deseo, nos
aburren, no nos parecen ya tan valiosas, incluso nos hartan de tal manera
que llegamos a aborrecer lo que antes deseábamos fervientemente.
Con Dios sucede al contrario: cuanto más le conocemos y le tenemos
más aumenta el deseo de él; se hace mayor la atracción cuanto más cerca
está de nosotros. Se trata de una búsqueda que no termina nunca,
mientras dura esta vida; una búsqueda que nos produce el vértigo de
sabernos más y más atraídos por Dios, según nos vamos acercando a él.
De nuevo podemos apoyarnos en los salmos para profundizar en
esta verdad y avivar este deseo creciente en nosotros.
Como busca la cierva corrientes de agua, así
mi alma te busca a ti, Dios mío;
tiene sed de Dios, del Dios vivo:
¿cuándo entraré a ver el rostro de Dios? (Sal
42,2-3).
-Lejos de ser una imagen bucólica de la cierva que se apacienta en
fuentes de agua fresca, la imagen que escoge el salmista es la sed del
animal, que es impulso irresistible, una necesidad inaplazable que no
permite pensar en otra cosa, buscar otra cosa.
-De ese mismo modo necesitamos a Dios y es esa necesidad la que
nos mueve a buscarle. Todo el salmo nos habla de esta realidad.
···
Que por mi causa no queden defraudados los
que esperan en ti, Señor,
Señor de los Ejércitos.
Que por mi causa no se avergüencen, los
que te buscan, Dios de Israel
(Sal 69,7).
-De nuevo el Salmo 69 nos hace una indicación importante. En
este momento nos ayuda a descubrir que el que busca al Señor es el
que espera en él. El orante del salmo identifica a los

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dos grupos «los que esperan en Dios» y «los que le buscan», ellos son
los que no quedarán defraudados, todo lo contrario, quedarán
fortalecidos con la acción salvadora de Dios que pide el salmista.
-También descubrimos que la búsqueda de Dios supone espera,
muchas veces en las dificultades, en el dolor o en la oscuridad.
-Pero el que sabe buscar, no desespera, sabe confiar y esperar. El
que busca a Dios emprende un camino y se arma de paciencia porque
sabe que es el camino verdadero, aunque, de momento, sufra
dificultades y se sienta en la oscuridad.
-El Señor nos da la clave de esta espera confiada que se identifica
con la causa de la esperanza cristiana y que es el conocimiento de que
Dios es Padre: «¡Cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará
cosas buenas a los que se las pidan!» (Mt 7,11).
-De nuevo descubrimos que nos hace falta saber quién es Dios para
poder esperar y para poder buscar. Por eso podemos
«buscar el Reino de Dios y su justicia, y todas esas cosas se darán por
añadidura» (6,13). Nuestra preocupación tiene que ser sólo buscar a
Dios, lo demás hay que dejarlo de su mano.
···
Alégrense y gocen contigo, todos los que te buscan,
digan siempre: «Grande es el Señor», los que desean tu salvación (Sal
40,17=70,15).
-Los que buscan al Señor son los que anhelan y desean la salvación,
como el orante del salmo 40, que, estando en la fosa fatal y en la
charca fangosa (¿la enfermedad, la persecución, el pecado...?),
esperaba con ansia al Señor y experimentó la salvación del Señor:
«afianzó mis pies sobre la roca y aseguró mis pasos». Por eso él puede
decir:
·Claramente se identifican los que buscan a Dios y los que desean
su salvación. La búsqueda de Dios es sed de salvación, hambre de
Dios.

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·La búsqueda de Dios se realiza por medio de reconocer y poner


ante Dios nuestra necesidad de salvación (por eso le busca el pobre).
·Por eso hay que dejar que aumente en nosotros el hambre y la
sed de Dios, sin saciarla con nada, para que aumente así nuestra
capacidad de Dios.
·Todo lo que haga aumentar en nosotros el deseo de Dios nos
ayuda a buscarle y, por lo tanto, hay que aceptar todas aquellas
situaciones que nos hacen sentir ese deseo de salvación: enfermedad,
humillación, sequedad, fracaso, incomprensión….
·El que anhela y busca debe alegrarse -nos dice el salmista-
, porque experimentará la salvación como el orante de este salmo:
«Yo soy pobre y desgraciado y el Señor se cuida de mí».
·Ésa es la promesa que nos ofrecen una y otra vez los salmos: El
orante del salmo 34 que ha experimentado en su vida que «si el
afligido invoca al Señor, él lo escucha» (v. 7), proclama que «los que
buscan al Señor no carecen de nada» (v. 11) y que es «dichoso el que
se acoge a él» (v. 9). También el Sal 22 anuncia que «alabarán al
Señor los que lo buscan» (22,27), porque ellos encontrarán la
salvación de Dios.
4º. Se trata de una búsqueda exigente, que nos absorbe totalmente. No
se puede buscar al Señor sólo en los ratos libres. Toda la persona y todas
las actividades quedan comprometidas en esta búsqueda. Por eso el Sal
105 nos dice que hay que buscar continuamente su rostro:
Recurrid al Señor y su poder, buscad
continuamente su rostro. Recordad las
maravillas que hizo,
sus prodigios, las sentencias de su boca (Sal
105,4=1Cro 16,11).

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Buscar el rostro es entrar en la presencia de Dios para conseguir su


favor: como el que puede entrar en la presencia del rey puede conseguir
su favor, el que entra en la presencia de Dios y puede ver su rostro está
bajo el auxilio, la gracia y el favor de Dios.
Según la Escritura, se busca el rostro de Dios de distintas formas:
a) Por medio de la plegaria: «Recurrid al Señor y su poder» (Sal
105,4).
b) Por la conversión. Puede leerse 2Cro 7,14: «Mi pueblo, sobre el
cual es invocado mi nombre, se humilla, orando y buscando mi rostro,
y se vuelven de sus malos caminos, yo les oiré desde los cielos,
perdonaré su pecado y sanaré la tierra».
c) Por el cumplimiento y la meditación de la ley. El salmista que
busca a Dios, busca también sus mandamientos: Sal 119:
«Andaré por un camino ancho buscando tus decretos» (v. 45);
»sálvame que yo consulto tus leyes» (v. 94).
d) Por la meditación de sus obras y de sus palabras:
«Recordad las maravillas que hizo, las sentencias de su boca» (Sal
105,4).
5º. La búsqueda de Dios es algo vital, algo dinámico. No se trata
de un estado de quietud, de algo que se consigue y en lo que se
permanece. Es algo que nos mantiene en tensión toda la vida, en
permanente camino como Abrahán. Por eso exige de nosotros una plena
generosidad y una gran libertad interior.
Se trata de que en la oración busquemos a Dios y, sobre
todo, descubramos qué es lo que nos hace falta para buscarlo
de verdad. En diálogo con el Señor decidamos seguirle de
todo corazón y encontremos los caminos concretos que
necesitamos para buscar su rostro.

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NOTAS
[1] Regla de san Benito, 58.
[2] En ese mismo sentido se puede leer y meditar: «Esta es la vida eterna: que te
conozcan a ti, el único Dios verdadero y al que tú has enviado: Jesucristo » (Jn
17,3); «A Dios nadie lo ha visto jamás: El Hijo único, que está en el seno del Padre
nos lo ha contado» (Jn 1,18).
[3] Puede verse también en Joel 3,5; Rm 10,9-13.

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